Libro: Sujeto y subjetivación. Del tortuoso camino del universal a los “
singular . ”
Editorial: Fundación La Hendija Autores: Mirta Giaccaglia (compiladora) María Laura Méndez Alejandro Ramírez Silvia Santa María Patricia Cabrera Martín Maldonado Capítulo I: Renato DESCARTES: ACERCA DEL SUJETO COMO FUNDAMENTO. FUNDAMENTO. Mirta A. Giaccaglia. Renacimiento: el surgimiento de la perspectiva. Si bien es con Descartes con quien surge la concepción del hombre como sujeto, podemos ya en el Renacimiento comenzar a rastrear el proceso por el cual el hombre comienza a ocupar el centro de la escena desplazando a Dios, cuyo punto de vista trascendente y omnipresente, organizaba la totalidad de los seres en esferas, estamentos, órdenes. En el Medioevo la criatura humana era un ser que el Señor arrancó de la nada y creó a su imagen y semejanza. El hombre siervo de Dios, quien le revela la verdad, en la que debe creer por fe antes de consultar a la razón y la experiencia, debe obediencia a los mandamientos y a los poderes y jerarquías constituidos y a los Mandamientos, y aceptar su condición con resignación y humildad, dado que le está prohibida la duda, la crítica y la soberbia. El fin de su vida no es otro que alcanzar la salvación. Todo el arte medieval tiene como objetivo poner de manifiesto la gloria y el poder de Dios. La Modernidad inaugura la mirada del hombre: mirada que articula el vínculo entre los objetos, legitima el poder, construye la historia y es garantía de verdad, en tanto capaz de representarse el mundo y conocer. La filosofía funda, a partir de la ruptura producida por el gesto cartesiano, un nuevo paradigma acerca del hombre y el mundo. El arte renacentista anunciaba ya, a través de la pintura, la arquitectura y la escultura, una búsqueda de equilibrio, claridad, medida y proporción, una matematización y geometrización del espacio a través de la razón y la perspectiva lineal, cuya cosmovisión implicaba la posibilidad de una única perspectiva: la del hombre y su razón. Este se sitúa, entonces, en el centro de la escena, a partir de una composición en función de una simetría central y una visión estática. El artista mira desde un punto fijo, y lo que ve y reproduce no es otra cosa que “la verdad”. Los tamaños de las cosas dependen de la distancia que
las separa de la mirada del artista. El mundo se convierte en imagen que el sujeto es capaz de representarse, y que la pintura reproduce hasta una perfección inaudita. En pintura, la irrupción de la perspectiva produce ese giro hacia una concepción laica de la vida, al ser ahora el ojo del hombre, y no ya el de Dios, el que articula el mundo. Las reglas de la perspectiva no eran una simple aplicación de leyes ópticas, sino que traducían el racionalismo y la necesidad de medida que expresaba la afirmación de la libertad del hombre. Al reproducir la figura humana en la tela o el mármol, se profundizaba en los detalles anatómicos precisos exaltando los valores terrenales. El artista renacentista traslada la geometrización del espacio al arte, pinta como si estuviera viendo el mundo desde fuera del espacio de representación, ajeno a esa realidad pero creando la ilusión de que es capaz de re-presentar la realidad de manera “objetiva”, reproducir la naturaleza como si la tela fuera un espejo. De este modo el sujeto moderno, que no es otro que el burgués del occidente europeo, inicia su marcha ascendente, creyendo que su punto de vista podía ocupar el lugar de la perspectiva de Dios y ser por tanto universal, absoluto, omnipresente. El Renacimiento introduce, entonces, una nueva concepción del hombre, que alcanzará su culminación en los siglos XVII y XVIII, en la cual éste aparece como centro de un espacio natural perceptible y experimentable del cual se proclama sueño y señor. Pico de la Mirándola al elaborar su concepción de la naturaleza humana en el Discurso sobre la dignidad del hombre, pone en boca de Dios palabras que permiten pensar que ese hombre creado a su imagen y semejanza, superior en consecuencia a los demás seres de la creación, podrá convertirse en amo de la naturaleza, capaz de dominar y transformar el mundo: “Te he colocado en el centro del universo para que veas todo cuanto he puesto en él. No te he hecho ni criatura celeste, ni criatura terrestre; no eres ni mortal ni inmortal: te he hecho de tal forma que tú mismo, como un escultor moldees tu propio destino”. Modernidad e historia de un concepto. (…) La moderna metafísica de la subjetividad se sustenta en la relación sujeto-objeto. Pero dándoles a estos conceptos un significado diferente al que los vocablos tenían en la Edad Media. Descartes lleva adelante este desplazamiento significativo que marca el surgimiento de la idea de hombre como sujeto y el inicio de la filosofía moderna. Dentro de la historia de la época moderna y como historia de la humanidad moderna, el hombre intenta desde sí, en todas partes y en toda ocasión, ponerse a sí mismo en posición dominante como centro y como medida. Para ello es necesario que se asegure cada vez más de sus propias capacidades y medios de dominación, y los tenga siempre preparados para una disponibilidad inmediata. DESCARTES y el surgimiento del sujeto moderno. Descartes inaugura la filosofía moderna e inicia la metafísica de la subjetividad, al intentar resolver la pregunta metafísica por el ser de los entes partiendo del sujeto, en tanto el sujeto es
fundamento determinante de los objetos. Las Meditaciones Metafísicas de Descartes constituyen la primera figura de la metafísica de la subjetividad. En su búsqueda de una ciencia acerca del ser del ente, Descartes se propone romper con la tradición e inaugura la duda metódica, universal e hiperbólica. Al formular la pregunta por el ser del ente, preocupado por encontrar una verdad indubitable, produce un giro semántico en el término subjectum. Debe encontrar un criterio o garantía de verdad, pero la búsqueda de verdad como certeza por fuera de la religión lo lleva a encontrar esa garantía en su propio pensar, en la seguridad del saber que se sabe a sí mismo. Lo único indubitable será la duda misma, pues no puede dudar de que duda. Pero el dudar es un modo del cogitare (pensar): “…el pensamiento es un atributo que me pertenece: únicamente él no puede ser separado de mí, ‘yo soy, yo existo´; esto es cierto; pero ¿cuánto tiempo?. A saber, todo el tiempo que yo piense… yo no soy, pues, hablando con precisión, más que una cosa que piensa, es decir, un espíritu, un entendimiento o una razón…” (Descartes. El discurso del método) Por tanto el cogito ergo sum es ese fundamento-subjectum privilegiado que se busca, en tanto es aquello que satisface las exigencias de verdad. “…Pero inmediatamente después advertí que mientras yo quería pensar de ese modo que todo era falso, era preciso necesariamente que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y notando que esta verdad: ‘pienso, luego soy’, era tan firme y segura que no eran capaces de conmoverla las más extravagantes suposiciones de los escépticos, juzgué que podía aceptarla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que buscaba” (Descartes. El discurso del método). El cogito ergo sum: pienso, luego soy, aparece como proposición que se presenta en el camino de la duda con las características de un conocimiento claro y distinto, es decir, evidente. Al situar la certeza en el hombre, el fundamento no podía ser otra cosa que el hombre mismo. Utiliza el vocablo substancia, que toma de la filosofía medieval (en griego hypokeimenon que se traduce por subjectum), entendida como el substrato permanentemente presente, “…fundamento, que descansa en sí mismo, inconmovible, de verdad en el sentido de la certidumbre…”. Descartes encuentra en esa primera certeza el sujeto que corresponde a las exigencias de la ciencia: un sujeto que se funda en sus propios pensamientos. El conocimiento procede del conocimiento que el sujeto tiene de su propia esencia y existencia; en tanto substancia pensante, el sujeto es pensamiento, saber consciente: conciencia de ser en la medida que piensa. El yo reposa en sí mismo, subyace a todos sus actos, permanece a los cambios, sostenido en sus cogitationes-pensamientos. El yo aparece como fundamento, ser absoluto, ya que no se funda en otro, mientras que todas las demás cosas se fundan en él. En cuanto soporte de todos los otros entes se le atribuyen al yo las notas del hypokeimenon o subjectum, y al mismo tiempo se despoja a las otras cosas se carácter de subjectum. (…) En la metafísica de la subjetividad el yo -sujeto es el fundamento de todas las cosas y el ser de las cosas se identifica con el objeto (…) el gesto de autonomía cartesiano, que afirma que el único subjectum es el yo (yo substancial), funda un nuevo paradigma punto de partida de la filosofía moderna… “Lo decisivo (en la Edad Moderna) no es que el hombre se libera de suyo de las
ataduras anteriores, sino que se transforma absolutamente la esencia del hombre, al convertirse éste en sujeto” . Modernidad y sujeto: algunas reflexiones. El paso a la Modernidad no significó la sustitución de una imagen del mundo medieval por una moderna, sino el hecho de que el mundo se convierte en imagen, existe en tanto es representado por un sujeto: el acontecimiento fundamental de la modernidad es la conquista del mundo como imagen construida por el hombre. El descubrimiento de la subjetividad, al inaugurar un modo radicalmente nuevo de concebir al hombre y la naturaleza, inicia un profundo viraje en la historia. El proyecto de matematización de la naturaleza propio de la ciencia moderna, expresa el proyecto de esa racionalidad que no depende de ninguna otra cosa más que de lo que ella misma se pone como fundamento de su saber. Este sujeto cartesiano autofundado es correlativo a la voluntad de autofundación de la ciencia moderna, en tanto el objeto de la física es un cuerpo concebido en la mente. En la modernidad se unen la idea cristiana de fundamento y la de la razón, que viene de los griegos, pero el lugar del fundamento ya no lo ocupa Dios sino el hombre, quien se transforma en subjectum, es decir, lo que está yectado a la base. Esta categoría de sujeto supone siempre la de objeto: ob-jectum, lo que está frente a. La concepción moderna de subjetividad implica también la de interioridad, en tanto la conciencia nace como ámbito donde lo otro, es decir, la exterioridad, es traído como representación (en el teatro de la conciencia), es presentado y puede ser conocido y juzgado. El punto de vista de la conciencia organiza el mundo. Dado que el objeto es lo que el sujeto determina como tal, la ciencia moderna crea su objeto, lo mide, calcula, legisla acerca del mismo y predice. Al convertir lo que acontece en objeto, el sujeto construye en su interioridad un saber que le otorga poder sobre la naturaleza y los otros hombres. El conocimiento da al hombre dominio sobre la naturaleza y sobre los mismos hombres, pretensión que realiza mediante la tecnología. En tanto el sujeto es capaz de descifrar el mundo puede en consecuencia dominarlo. La representación es una forma de apropiación. El mundo, la alteridad, se diferencia del sujeto en cuanto éste es el único que es libre, dado que puede separarse de la cadena causal y de la determinación natural, tiene la posibilidad de conocer la necesidad y formularla a través de leyes. Esa libertad que se ejerce en el ámbito de la interioridad en la acción moral, se manifiesta hacia el exterior en la capacidad de apropiación, mediante el trazado de límites que permiten organizar el caos, y convertir lo que Dios dio a todos, en propiedad de unos pocos, es decir, pasar de la propiedad común a la propiedad privada. La tierra deja de ser fuente de poder y pasa a ser fuente de riqueza, por tanto tiene legítimos derechos sobre ella quien la explota y hace producir. A partir del humanismo renacentista el hombre realiza sus fines a través del trabajo, apoderándose de la naturaleza convertida en taller, en una sociedad que se funda en relaciones contractuales entre individuos jurídicamente libres e iguales. Como vemos, este sujeto que se afirma en el ejercicio de la apropiación, es inseparable del orden del mercado. La idea de mercado es expresión
de este orden burgués y del individualismo posesivo de esta subjetividad moderna, que se vuelve propietaria de sí, de la naturaleza y del trabajo de los otros, delimitando el terreno de lo propio y lo ajeno, este último como lo otro que aparece como extrañeza y amenaza. La gran paradoja del mercado, forma fenoménica de desarrollo del sujeto moderno, radica en que basándose en la ley de equivalencia, produce la máxima desigualdad. Los propietarios privados, a fin de proteger sus derechos y evitar la muerte pactan entre sí y delegan el derecho de defenderse y castigar en una autoridad. El sujeto ordena la sociedad y legitima el Estado. Surge así el estado-nación cuya soberanía se funda en las fronteras fijas, la exclusión del otro y la pureza étnica; su función consiste en la defensa de la propiedad. El estadonación deviene entonces, una máquina que produce otros, delimita un territorio, crea diferencia racial y regula los flujos migratorios. La subjetividad moderna piensa al otro sometiéndolo a los propios modelos de identidad (reduciendo así la alteridad a la mismidad) o excluyéndolo. Desde esta perspectiva eurocéntrica, la diferencia es reducida a los parámetros de lo propio, dado que los hombres, seres racionales, nacen todos libres e iguales, pero la igualdad es pensada en términos de identidad: se es igual en tanto, o potencialmente, europeo, blanco y cristiano. Toda la historia del sujeto moderno y su proyecto de producción capitalista y expansión colonial, es un intento de reducir la alteridad a la mismidad. Pero el otro está ahí, antes de cualquier posibilidad de constitución de la conciencia. ¿Por qué la burguesía necesitó pensar al hombre como sujeto libre, racional, autónomo? Porque al pasar de un orden dado por Dios a un orden producido, el hombre, que ocupa el lugar de la divinidad, debe organizar el mundo, conocer sus leyes y construir sentidos, ya no desde la trascendencia sino desde la inmanencia. Ese sujeto es unidad interior, propietario de sus atributos y de una identidad fija, que se relaciona con el otro como exterioridad que también, como la naturaleza, puede ser conocida y dominada. Desde el punto de vista político, la cultura occidental moderna se articula sobre la idea de estado-nación, y las nociones de patria, tierra, raza o sangre son datos de la misma que la determinan antropológicamente, en tanto cultura de territorio, frontera, ley. El sujeto se define, en consecuencia, por su pertenencia a un suelo y a la sangre (causas tradicionales del derecho de ciudadanía), más allá de los cuales la ley ya no funciona, y aparece lo extraño, lo bárbaro, lo otro, que en tanto tal debe ser asimilado o destruido. Pero como bien cabe señalar, esta concepción moderna de sujeto entraña una profunda contradicción, cuyos efectos denunciará el pensamiento c rítico (pos-estructuralista y posmoderno) a fines del siglo XX: “… el sujeto de la Modernidad, el que cree tener un punto de vista semejante a la perspectiva de Dios, es decir, externo al mundo, absoluto y universal, aquel que se separa de la naturaleza para dominarla, aquel que hace del saber un poder, es el mismo que no puede dar cuenta de sí, porque está fuera del cuadro del universo, como el pintor de la perspectiva. La suposición de un conocimiento objetivo eliminó la subjetividad del sujeto como algo digno de ser tenido en cuenta por la ciencia o por la sociedad. Las emociones, las pasiones y la imaginación debían ser dominadas al igual que la naturaleza…”