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Era una noche de bodas, siglo I de nuestra era. Palestina. Los novios habían solicitado diez damas de honor, quienes tomaron sus lámparas y salieron para encontrarse con el novio. Cinco de ellas eran necias y cinco sabias. Las cinco que eran necias no llevaron suficiente aceite de oliva para sus lámparas, pero las otras cinco fueron tan sabias que llevaron aceite extra. Como el novio se demoró, a todas les dio sueño y se durmieron.» A la medianoche, se despertaron ante el grito de: “¡Miren, ya viene el novio! ¡Salgan a recibirlo!”.»Todas las damas de honor se levantaron y prepararon sus lámparas. Entonces las cinco necias les pidieron a las otras: “Por favor, dennos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se están apagando”.»Sin embargo, las sabias contestaron: “No tenemos suficiente para todas. Vayan a una tienda y compren un poco para ustedes”.»Pero durante el lapso en que se fueron a comprar aceite, llegó el novio. Entonces las que estaban listas entraron con él a la fiesta de bodas y se cerró la puerta con llave. Más tarde, cuando regresaron las otras cinco damas de honor, se quedaron afuera, y llamaron: “¡Señor, señor! ¡Ábrenos la puerta!”.»Él les respondió: “Créanme, ¡no las conozco!” Esta parábola de Jesús, que de hecho la pueden encontrar en Mateo 25, me resulta perfecta para introducir el tema de esta mañana, que en palabras más, palabras menos, invita a buscar a Dios a tiempo. Y esta exhortación la encontramos en el libro del profeta Isaías 55. 6-7 6 Busquen al Señor mientras pueda ser hallado; llámenlo mientras se encuentre cerca. 7¡Que dejen los impíos su camino, y los malvados sus malos pensamientos! ¡Que se vuelvan al Señor, nuestro Dios, y él tendrá misericordia de ellos, pues él sabe perdonar con generosidad. ¡Estamos a Tiempo! buscando a Dios mientras puede ser hallado El libro del profeta Isaías es un texto grueso, no sólo por la cantidad páginas que contiene; también por la profundidad de cada una de sus profecías. El libro ha sido identificado en tres grandes secciones: los capítulos 1-39 tomo I; 40-55 tomo II y del 56-66 tomo III. Es muy probable que pocas sean las personas que se han leído el libro del profeta Isaías completo, en orden y prestando suma atención a su contenido. Un lector atento notará que la sección que va del cap. 1-39, el profeta menciona reyes como Ozías, Acab, Ezequías; notará que el profeta menciona a Israel y Judá como dos estados independientes, inclusive tenso a veces entre ellos mismos. Esta sección menciona la caída del reino de Israel -el norte- y luego la invasión babilónica al sur, Judea. Todo
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esto para decir que, esos capítulos son oráculos previos al exilio babilónico, y también encontrará un poco de la invasión de Babilonia sobre estos pueblos. Un lector atento del profeta Isaías, notará que a partir del cap. 40-55 cambia el rumbo de las profecías. Se exhorta con insistencia al pueblo para que salga de Babilonia, son oráculos de consolación. Estas profecías son para los hebreos que vivieron el exilio, la deportación y necesitan aferrarse a las promesas de restauración que el Señor les da. Aquí se encuentra el texto que vamos a exponer hoy. Y para no dejarlos hambrientos, diré que los capítulos 56-66 corresponden al retorno de los israelitas a Jerusalén, se percibe en sus líneas que ya se encuentran en suelo santo otra vez y tienen que lidiar con todo lo que implica restaurar su nación. El capítulo 55 de Isaías, muy probablemente es un oráculo pronunciado recién se ha dado el edicto del rey persa para que los judíos regresen a su país. Muchos de ellos no quieren regresar, quizá porque lograron hacer buena vida en Babilonia. Otros muchos empacaron sus “chiros” y emprendieron un peregrinaje de retorno a la santa ciudad: Jerusalén. Quiero que imagines conmigo este cuadro: los judíos vienen con ropa desgastada, sedientos por las travesías, han cruzado desiertos, valles, montañas para llegar a su tierra natal. Los rostros cansados, las almas remendadas con algo de coraje, las miradas marchitas. De repente unos sacerdotes al verlos de lejos gritan a estos peregrinos del retorno: -Todos ustedes, los que tienen sed: Vengan a las aguas; y ustedes, los que no tienen dinero, vengan y compren, y coman. Vengan y compren vino y leche, sin que tengan que pagar con dinero.- Imagina lo sorprendente y maravillante que pudo ser esto para los peregrinos que retornan del exilio a casa. Pero la profecía de bienvenida a estas personas goza también de una invitación ineludible, hermosa: Escúchenme bien, y coman lo que es bueno; deléitense con la mejor comida. Inclinen su oído, y vengan a mí; escuchen y vivirán.- Todos los peregrinos que estaban regresando de Babilonia sabían muy bien que el exilio fue un juicio divino por no haber inclinado su oído ante el Señor. Y como si fuera un baldao de agua fría sobre corazones áridos, el profeta dice, Busquen al Señor mientras pueda ser hallado-. ¡Estas son muy buenas noticias! ¡Están a tiempo de buscar al Señor! Eso de buscar al Señor no puede mal-interpretarse: no se trata de que Dios esté perdido y hay que buscarlo o peor aún, que nosotros estamos tan perdidos que ni Dios sabe dónde estamos. Ninguna cosa de estas cosas ni algo semejante. Es la invitación contundente a que la comunidad creyente se acerque a Dios en arrepentimiento, humildad, oración y súplicas de restauración. Es la alternativa hermosa de hacer girar el corazón 180° hacia el rostro de Dios y con el corazón los pasos y con los pasos la pasión por amarlo con obediencia a sus mandamientos. De 2
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esto estuvo a tiempo Israel. Por estas mismas fechas, a través del profeta Jeremías el Señor habló a estos mismos peregrinos diciendo: 10 »Así ha dicho el Señor: “Cuando se cumplan los setenta años de Babilonia, yo iré a visitarlos, y les cumpliré mi promesa de hacerlos volver a este lugar. 11 Sólo yo sé los planes que tengo para ustedes. Son planes para su bien, y no para su mal, para que tengan un futuro lleno de esperanza.” —Palabra del Señor. 12 »Entonces ustedes me pedirán en oración que los ayude, y yo atenderé sus peticiones. 13 Cuando ustedes me busquen, me hallarán, si me buscan de todo corazón. 14 Ustedes me hallarán, y yo haré que vuelvan de su exilio, pues los reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde los arrojé. Yo haré que ustedes vuelvan al lugar de donde permití que se los llevaran.» —Palabra del Señor (Jr. 29.10-14). Isaías insiste: -llámenlo mientras se encuentre cerca.- Estas expresiones significan prácticamente lo mismo. Jesús nos enseñó a buscar y a llamar con la oración: Pidan, y se les dará, busquen, y encontrarán, llamen, y se les abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe, y el que busca, encuentra, y al que llama, se le abre (Mt. 7.7). Actualmente, dentro de la Iglesia de Cristo existe un gran exilio de almas que sus pecados les han llevado tan lejos de Dios. Tan lejos de la casa de Dios. Tan lejos de las promesas de Dios. Tan lejos, inclusive, de ellos mismos. La maldad de alguno los ha hecho irreconocibles, inclusive para ellos mismos; no se conocen y para el resto de la comunidad pareciera ser que les desconocemos. Estos exilios del alma les ha traído unas condiciones de aridez insoportables. Unas discapacidades para amar como ama Cristo que les derrotan el corazón. Una insoportable capacidad para la indiferencia que les da igual si están con Cristo o sin él. Una vergonzosa cobardía para darle la espalda a Dios de una y mil maneras con una fétida hipocresía para aparentar la piedad que no tenemos. Para quienes así estamos o nos sentimos, las buenas noticias de hoy nos deben provocar a la reacción correcta: Buscar al Señor mientras podamos encontrarlo; llamarlo ahora, mientras está cerca. Él puede perdonar nuestros pecados. Él nos puede retornar a su corazón. Él puede hacer brotar ríos en nuestra aridez interior. Él puede capacitarnos para amar como él ama. Él puede hacernos sensibles para él, para el prójimo y para con nosotros mismos. Él puede quitarnos las máscaras y hacernos valientes. ¡A Dios nunca que le ha quedado grande rehabilitar al ser humano! Hoy que están a tiempo, Busquen al Señor mientras puedan encontrarlo; llámenlo ahora, mientras está cerca.
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El profeta luego de hacer esta invitación sublime, nos hace otro llamado especial: Que los malvados cambien sus caminos y alejen de sí hasta el más mínimo pensamiento de hacer el mal. Que se vuelvan al Señor, para que les tenga misericordia. Sí, vuélvanse a nuestro Dios, porque él perdonará con generosidad. Isaías sabe que las idolatrías, las avaricias, los adulterios sexuales y espirituales; las mentiras, la injusticia social, las perversiones, la corrupción, el abandono del huérfano y la viuda, darle la espalda al pobre, los homicidios -el chisme y el odio también cuenta como homicidio-, la profanación del culto, el abandono de la fe, entre otros, son caminos malvados. El profeta exhorta a quien pueda oír que abandone su práctica de iniquidad. Jóvenes, estamos a tiempo de enderezar el camino: no más drogas ni alcohol. No más adulterios ni homosexualidades. No más adicciones a las redes sociales -eso me parece malvado-. No más indiferencia ni mediocridad. No más lascivias ni pecados por internet. No más chats desnudos ni video llamadas eróticas. No más vulgaridades ni hipocresías. No más idolatrías. No más yugos desiguales. ¡Estamos a tiempo! Padres de familia, no más borracheras ni infidelidades conyugales. No más fracturas de hogar. No más abandono a sus hijos. No más engaños ni mentiras. No más tibieza en la fe. No más idolatrías ni religiosidad. No más trampas en el trabajo ni doble moral en casa. No más ilegalidades ni participaciones alguna con la usura. No más adicciones a la TV y/o a la internet. No más a jugar a ser niños. No más indiferencia con el perdido. No más alcahuetería con nuestros hijos permitiéndoles yugos desiguales, drogas, alcohol, adulterios, ropa indecorosa, vulgaridades, pérdida de tiempo en las redes sociales -hay que dosificar el uso de la internet-, ocio, malas compañías, altanerias, rebeldías, mundo. Muchas personas ven mal el obligar los hijos a seguir a Cristo, cómo no ven mal obligarlos a ir a estudiar. Como si el colegio los fuera a librar del infierno y de la ira de Dios. Abandonemos estos caminos, ¡volvamos a Dios! Abandonemos también los pensamientos malvados. Como el antiguo Israel, necesitamos abandonar el adulterio mental. Necesitamos abandonar todo apetito fantasioso de inmoralidad. Necesitamos dejar de pensar en lo avaro, lo pervertido, lo ególatra, lo injusto, lo resentido y rencoroso, lo mundano, en fin. Jamás olvide esto Iglesia: los pensamientos malvados nos enferman. ¡Cuánto no ahorraríamos si tuviésemos salud mental! Pero la maldad alcanzó nuestro interior y nos ha corrompido desde muy profundo el corazón. Jesús dijo, “del corazón salen los malos deseos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mt. 15.19). 4
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Nos corresponde tener la mente de Cristo. Amada Iglesia la mente de Cristo piensa en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de alabanza; en lo virtuoso y en lo admirable (Fil. 4.8). Una vez abandonado el camino impío, una vez abandonado el pensamiento malvado; el profeta dice estas hermosas palabras: -¡Que se vuelvan al Señor, nuestro Dios, y él tendrá misericordia de ellos, pues él sabe perdonar con generosidad-. Regresa a Dios. Hermanos míos, regresen a Cristo. Damas y caballeros, vuelvan a Jesús. Nada puede ser más estúpido que seguir alejándose de Cristo. Dios está aquí, él tiene los brazos abiertos para ti; te anhela, te quiere, te invita. No huya más de Dios. Mis amados, no es posible tener una biblia bajo el brazo y en el celular unos chats vergonzosos. No puede seguir siendo posible congregarse conmigo los domingos, luego de uno sábados de beba o rumba o adulterios. No puede seguir siendo posible que la semana entera vivas sin oración ni lecturas orantes de la Palabra y vengas a cantar dos coritos conmigo esperando con eso que Dios le bendiga toda una semana. Vuelva de verdad a Dios. Regresa de verdad a Cristo. Abrace la cruz de Jesús y síguelo. Deja de andar tus caminos y empieza a caminar un camino más excelente, una mejor vida, una felicidad genuina. Arrepiéntase hermano mío. Si Ud. se arrepiente sinceramente, Dios te perdona. Él es amplio en perdonar. Él es generoso para perdonarnos. No hay pecado que el sacrificio de la cruz de Cristo no pueda perdonar. No existe. Perdonó a Adán y a Eva sin que ellos lo pidieran, les dio oportunidades, hijos, tierra, vida… Perdonó a Caín cuando mató a su hermano Abel. Perdonó a Noé cuando se emborrachó y maldijo a su nieto. Perdonó a Abraham las dos veces que quiso prostituir su esposa. Perdonó a Jacob sus mentiras y engaños. Perdonó los adulterios y homicidios del rey David. Perdonó las idolatrías y sinvergüencerías de Salomón. Perdonó las torpezas y yugos desiguales de Sansón… hasta hoy no ha dejado de perdonar la humanidad… todos los días nos perdona. Yo peco a diario con mis malos pensamientos, mis malos caminos, mis malas palabras, mis negligencias y mis idolatrías, mis orgullos y mis presunciones de independencias. Cada día escucho la dulce voz del Carpintero que me dice, “vete en paz. No peques más”. Dios tiene misericordia de nosotros cada día y cada domingo. Yo me hago afuera cada ocho días para despedirles y veo que todos salen vivos… ¡salen vivos! Es que este lugar ha sido consagrado a su santa presencia, él no tolera el pecado y salimos vivos; eso es misericordia. Dios tiene de nosotros misericordia.
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Él sana nuestras heridas. Él perdona todos nuestros pecados. Él nos lava con agua limpia y nos renueva el corazón. Él nos fortalece en tiempos de angustia, es nuestro Pastor y da la vida por nosotros. Él no nos abandona, ha prometido estar todos los días de nuestra vida hasta el fin. Él nos ilumina, nos ayuda, nos sostiene. Él no abandonará la buena obra que ha comenzado en ti, la llevará al punto perfecto. Él nos guía; permanece fiel aunque seamos infieles. Nunca dejará de amarnos. Esto me alienta cada día: a pesar de mí mismo Dios no deja de amarme. S. Pablo dijo, “estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Rom. 8.38-39). Para concluir un sermón, la exigencia homilética es mucha, por lo menos para mí. Me cuesta hacer una buena conclusión. Esta vez no me esforzaré en salir con algo creativo, concluiré de manera sencilla y lujosa a la vez. Concluyo así: “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5.8).
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