VACACIONES Lulú Sanz
VACACIONES Lulú Sanz
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I
La cama de matrimonio de la habitación 325 con vistas a la playa, más bien parece un puesto del mercadillo de los martes con camisetas, pantalones, faldas y complementos. En el suelo, delante del armario y ordenados en fila, una generosa colección de tacones espera impaciente su turno para el desfile frente al espejo. En el baño, sobre el lavabo, los neceseres abiertos de par en par ofrecen un arcoíris de maquillajes que iluminan el atardecer más que el halógeno del techo. A pesar de que los rayos del sol de agosto resisten en su afán por mantener el día con vida, son más de las nueve y el comedor está a punto de abrir sus puertas a los clientes. Esta noche también cenarán solas. Sus novios, ataviados con bañador y chanclas, beberán sin prisa y por cientos los litros de cerveza que sus cuerpos admitan, y hablarán, seguramente, de
los mismos temas de los que hablan en la oficina de Madrid: futbol, mujeres, cotilleos… Con la diferencia, eso sí, del que lo hace sin la presencia del jefe ni la presión insufrible del reloj. Ellas apenas se conocen. Coincidieron en una reunión de trabajo como acompañantes y solo tuvieron tiempo para etiquetarse desde lejos. Ya se sabe, cosas de mujeres: la belleza de otra no es algo que pase desapercibido, y de un solo vistazo se saben tallas, medidas e incluso, si hay un cruce de miradas, intenciones. Pero eso fue en otra ocasión, en esta no van a tener más remedio que disfrutar juntas de unas vacaciones en la que los novios se han tornado animales de compañía. Una de ellas, Olga, es una mujer exuberante. El trazo curvo y exagerado domina todos los argumentos de su cuerpo. Su cintura de avispa realza un pecho generoso y las anchas caderas. Es impresionante a primera vista. El pelo rizado,
mujer con la que todos los hombres sueñan. Todo en ella significa sexo. La otra, Ruth, es la elegancia personificada. Sus medidas de modelo de pasarela la hacen esbelta y atractiva. Una muñeca de porcelana que eclipsa cuando pasa. Tímida y reservada. La mujer de la que todos los hombres se enamoran. Todo en ella es perfecto. Ya están dándose los últimos retoques frente al espejo. Las múltiples combinaciones y las idas y venidas de sus cuerpos en tanga y sujetador, han llegado a su fin. Es el cuarto día de vacaciones. La cena espera en el restaurante del hotel. Después, el embrujo de la música, las luces, el alcohol y la gente guapa de la madrugada las recibiría, esta noche sí, con los brazos abiertos.
II
Olga lleva el pelo suelto. El tinte rubio con diferentes tonos da a los rizos un aspecto salvaje. Cualquiera que no entienda de moda diría que la minifalda está desproporcionada. Es tan corta por debajo como alta por encima de la cintura. A penas cubre unos centímetros por debajo del pliegue glúteo si la miramos por detrás, sin embargo el talle alto sube hasta el pecho y parece estrechar aún más su minúscula cintura. Una camisa casi sin abotonar deja ver el apretado escote que divide en dos lunas su enorme pechera. Nueve centímetros de tacón dan a sus piernas un tono muscular impecable. El oro es caro para una chica de su edad y la plata no combina con su pelo claro y el fondo negro de su vestimenta. Así que, para noches como esta, cuenta con un juego completo de pendientes, anillo, pulsera y collar, que intercala piezas asimétricas de Ámbar. El aire que la envuelve, como un aura invisible de
Ruth parece el resultado de los trazos milimétricamente calculados en la mesa de dibujo de un diseñador. 90, 60, 90. Viste top de palabra de honor con ondulaciones sobre los pechos que se unen en el centro, dejando a la vista unos discretos centímetros de escote. La minifalda es excesivamente provocativa a juicio de su novio. No por corta, ya que acaba a medio muslo, sino por una raja trasera que invita a imaginar lo que no llega a verse pero se intuye. El pelo moreno y liso lo lleva recogido en un moño alto dejando caer unos mechones a ambos lados de la cara. Unos pendientes de nácar largos destacan sobre sus hombros. Y de una gargantilla de seda beige cuelga, muy cerca del pecho, otra pieza de nácar con forma de lágrima. Utiliza tacón alto y regala al mundo el perfume fresco de lirio de Red Door.
III
Sintió cómo le vibraba el bolso y un segundo después un sonido estridente le indicó que en la carpeta de mensajes tenía un SMS esperando para ser leído. ¡Genial! –expresó con todo el entusiasmo de que fue capaz- mi hermana ha conseguido un puesto de trabajo para una entidad bancaria. Leyó y releyó varias veces cada una de las palabras, orgullosa del éxito recién cosechado por parte de su única hermana. Oye, y a propósito de trabajos ¿a qué te dedicas? –preguntó Ruth para romper el silencio que había entre las dos-. Soy la encargada de una tienda de ropa en el centro. Alta costura. ¡Vaya! Una mujer importante. No tanto, solo soy una trabajadora
–dijo Olga con humildad-. De hecho las prendas que vendo no puedo costeármelas, te lo puedo asegurar. ¿Y tú? Aun no trabajo, ya me gustaría, pero mis padres quieren que siga los pasos de mi hermana. Ella es, como ves –y alzó la mano señalando al iphone para dar certeza a sus palabras- una gran economista que hoy mismo se ha coronado laboralmente. Y yo, de momento, –y puntualizó con ironía- una gran estudiante de economía. ¡Vaya! Una mujer interesante. – Dijo Olga contagiando de risa a su compañera-. Las calles por las que se dirigen a la zona de pubs y discotecas son un hervidero de gente. Centenares de restaurantes de todas las especialidades, vendedores ambulantes, músicos callejeros y malabaristas, convocan y entretienen a un sinfín de viandantes de todas las nacionalidades.
Ellas caminan concentradas en la conversación, hilvanando pregunta tras pregunta un patrón de perfiles que les permita saber quién es cada cual. Y, para sorpresa de ambas, un montón de coincidencias las está haciendo sentirse cómodas la una con la otra. Por cierto –exclamó Olga deteniendo el paso- ¿tú sabes dónde estamos? Hablando y hablando… creo que nos hemos perdido. Ruth levantó las cejas, mostrando con un gesto infantil las palmas de las manos. El cruce de calles en el que se encontraban no solo no les decía nada sino que multiplica por cuatro la duda del destino a seguir. -
Voy a preguntar.
A la derecha, en las mesas de la terraza de la hamburguesería de la esquina, había gente cenando. Olga, hábil en el trato con el público, se acercó a preguntar.
Por allí -contestan atropelladamente y con generosidad-. Eran dos chicos y dos chicas zambullidos en una conversación que desprendía alegría en cada uno de sus gestos. Cuando le aclararon el camino, Olga volvió unto a su amiga con el semblante serio y la cabeza gacha. Ruth sabía por qué callaba y le puso la mano en el hombro como gesto de ánimo. Oye, no pienses que culpo a tu novio por lo que voy a decir, nada más lejos de la realidad, pero si lo que querían era divertirse juntos, lejos de la rutina del trabajo, ¿para qué vienen con nosotras? Ruth se limitó a asentir comprensiva. Suerte que eres –prosiguió Olgauna chica encantadora con la que pasar las vacaciones. La última vez me hizo la misma jugarreta y apenas crucé media
docena de palabras con la otra. Lo pasé fatal. Yo me siento exactamente igual. Tan sorprendida que no se si enfadarme con él o conmigo misma. Marco y yo llevamos dos años juntos y creía conocer sus errores. –Dudó un segundo antes de continuar- Dicho así, mis palabras resultan demasiado fuertes y, en realidad, no es para tanto. Pero lo de estos días… me está decepcionando. Pues se os ve muy compenetrados. Es más, hacéis muy buena pareja. Él también es un hombre, como tú, de una belleza de escaparate. Vamos, -añadió con gracia- que si os quedáis quietos en plena calle, os confundirían con dos maniquís. Sonrieron, y la broma frenó el malestar y devolvió a sus caras el brillo con el que salieron por las puertas del hotel. -
Tú también eres una chica
primera vista, tus –sopesó la palabra antes de soltarla- “curvas” me dejaron algo perpleja. Pareces diseñada para – dudó de nuevo- el pecado. Y creíste –interrumpió Olga con una sonrisa pícara en la cara- que iba a seducir a tu chico, ¿verdad? Pues no sé si tenías la intención de hacerlo, pero ya sabes cómo son los hombres. Cuando ven un pecho voluminoso entran en un estado de hipnosis difícil de entender. Sin embargo, me estás demostrando que detrás de ese aspecto de devoradora de hombres hay una mujer sencilla, trabajadora y amigable. Gracias Ruth. Aunque no lo parezca –bromeó sobre su propio aspecto- soy humana. –Y con seriedad, añadió- Gracias por tus palabras. ¿Qué remedio me queda? – preguntó con gesto simpático- No voy a
durante estos diez días. En esta ocasión, el escándalo de sus carcajadas, tan espontáneas y expresivas, rompió la barrera acústica de la multitud y fueron muchos los que se volvieron sorprendidos hacia ellas. En un gesto femenino y cómplice se acercaron cariñosamente, se cogieron de la mano y sellaron su amistad con un beso en la mejilla que un movimiento impreciso casi las hizo estamparse en los labios. Eso sí, lesbiana, a día de hoy, no soy. -Aclaró Ruth levantando las cejas y dibujando con sus labios una sonrisa perfecta-. A ver qué opinas cuando llevemos unas copas… –dijo Olga acompañando las palabras con un guiño cargado de incertidumbre-.
IV
Eran las tres y media de la madrugada cuando decidieron pedir ayuda al camarero para que los acompañara a sus dormitorios. Iban, otra vez, ebrios hasta las cejas y se expresaban con un lenguaje tan escaso como ininteligible. Fue el botones el que, rebuscando en sus bolsillos, sacó las tarjetas con el número de la habitación y del que se colgaron como dos fardos de piedras suplicando una cama. ¿Otra vez vosotros? Vais a terminar con cirrosis y yo con una hernia discal. Yo no bebo -pareció decir Marco señalando a su amigo-, pero él sí. El chiste les doblo las débiles piernas y los tres acabaron de bruces en el suelo. Toni, el botones, se incorporó enfadado, sacudiéndose las mangas de la chaqueta. Los veraneantes quedaron, muertos de la risa, sobre el suelo del
pasillo. Par de cabrones –refunfuñó Toni-. No te enfades hombre –balbuceó con dificultad Oscar, el novio de Olga, y añadió- somos economistas. ¿Economistas? ¿Algo más que deba saber acerca de vosotros? ‘A cerca’ de mí siempre está mi amigo –dijo Marco tratando de vocalizar antes de volver a patalear de la risa-. Toni los miró con un atisbo de sonrisa en la mejilla. En realidad eran un par de tipos simpáticos disfrutando de las vacaciones. Ingeniosos en sus comentarios y educados en cada una de sus palabras a pesar de las trazas de alcohol en la sangre. Los ayudó a incorporarse de nuevo, decidido a terminar pronto con aquel recorrido de su particular Calvario. Cuando llegaron, Oscar trató de fijar la vista en los ojos de el bonotes y, con un aliento que
destilaba whisky sin coca-cola, dijo: Toni, en serio macho, eres un campeón. Mañana te vienes con nosotros, ¿de acuerdo? Te vamos a enseñar a beber hasta perder la cuenta. –Y con la mano sobre pecho, como el que promete bajo juramente, añadióPalabra de economista. Esta vez la risa fue cosa de tres.
“Hemos salido a dar una vuelta las dos untas. Volveremos pronto. No bebáis mucho.” La nota por duplicado y con la firma de ambas, esperaban la llegada de los novios en sus respectivas mesitas de noche. Pero nadie reparó en su presencia. Ni en la presencia de los papeles, ni en la ausencia de las chicas que a esa hora seguían en la discoteca rodeadas de
hombres y con un par de copas de más.
V
Acercó el vaso de Martini a sus labios y sorbió con delicadeza para no dejar el carmín pegado en el borde. Echó un vistazo a su alrededor y se acercó al oído de Ruth. Me siento exactamente igual que en las últimas vacaciones -dijo Olga con fastidio-. ¿A qué te refieres? Dijiste que yo era diferente a la otra chica. Sí, eso sí. Se trata, por decirlo con delicadeza, de mi estado anímico y hormonal… –Se miraron fijamente de soslayo tratando de entenderse sin hablar-. Me refiero a que cuando preparas la maleta para las vacaciones solo piensas en tardes de playa y noches de fiestas. Con ilusión, sacas del armario los últimos modelos y te apetece bailar, beber y retozar con tu novio. Después… pasa lo que pasa… –miró al techo de la discoteca-
larga pausa y añadió- Tengo ganas de… sopesó- de volver a casa o… –guiñó- de acercarme al más guapo y pasar la velada entre sus brazos. –Miró a Ruth con una expresión de absoluta sinceridad y se justi ju stificóficó- Una Una tiene ti ene sus sus necesida necesidade des. s. A mí me pasa igual –dijo Ruth por empatía con su amiga-. Volvió a acercar el Martini a sus labios y sin poder pod er quitarse a Oscar Oscar de la cabeza añadió: aña dió: En la anterior ocasión me empeñé en que saliéramos juntos una noche y el muy cerdo pasó las dos horas bostezando. Vaya forma de empeorar las cosas. En ese momento, miré a los hombres que había a nuestro alrededor y dije, me encantaría que todos estuviesen desnudos. ¿Y qué respondió? –preguntó Ruth con los ojos como platos y el gesto risueño por los efectos del alcohol-.
agudizó la voz para imitar la de Oscar- ¿Y para qué quieres a tantos hombres desnudos? Y tú, ¿Qué dijiste? Guardé silencio, -y pegó el cuerpo al de su amiga, acercando tanto los labios al oído que las palabras no sonaron, sino que se dibujaron sobre la oreja- porque si le llego a decir lo que pensaba, no me vuelve a dirigir la palabra en la vida. Olga, cariño, tienes que controlar esos impulsos. Una señorita es siempre una señorita aunque le apetezca matar al novio y bajo sus faldas su sexo palpite de ansiedad. ¿Siempre, siempre?… A veces me dan ganas de d e hacer hacer una locura. locura. ¿Una locura? –repitió- Te refieres a que serías capaz de serle infiel a Oscar. Pues hasta el día de hoy solo me lo he imaginado en contadas ocasiones, pero –y con una sonrisa kilométrica
seriamente. La noche apenas dio más de sí. Hubo besos y copas gratis de algún admirador. Bailaron untas hasta que los tacones impusieron la ley del descanso. Los primeros rayos del amanecer amenazaban con aclarar el camino de vuelta y decidieron poner rumbo al hotel. Veinte minutos después pasaban de puntillas por delante de la recepción como dos niñas traviesas huyendo de sus padres. A saltitos avanzaron por los pasillos hasta la puerta de sus respectivas habitaciones. Se miraron la una a la otra como quien se mira frente al espejo. Ambas desaliñadas, ambas con los tacones en la mano y las faldas más minis de lo que empezaron la noche. Que sexy estás. Te prometo que si mañana a estas horas sigo en las mismas condiciones –y recalcó- “hormonales”, será a ti a quien me coma. Autocontrol señorita –se limitó a
decir Ruth tomándose como un cumplido las palabras de Olga-. Se abrazaron con cariño y se desearon suerte y buenas noches. Al otro lado de cada puerta, acostados desordenadamente y con el perfume rancio a sudor y sal, un regalo con forma de hombre prometía fastidiar lo que quedaba de la madrugada. La habitación de Olga y Oscar contaba con un sofá y no lo dudó. Ruth, por su parte, se acomodó como pudo en los pocos centímetros de cama que su cuerpo menudo necesitaba para descansar. No recordaba, porque no vivían juntos, que su novio respirara tan fuerte al dormir. Lo que faltaba -se dijo mirando al techo mientras trataba de controlar el movimiento circular de la lámpara-. Inspiró. Había practicado centenares de veces con su madre técnicas de relajación. Dejó la
mente en blanco, pero estaba bebida y el punchi punchi de la música de la discoteca retumbaba en su cabeza como si la tuviese sonando por dentro. Resopló y se preguntó qué hacía la gente en estos casos. No lo sabía. Ni acostumbraba a salir sin su novio, ni acostumbraba a beber sin medida, ni por supuesto estaba acostumbrada a torear situaciones como la que tenía entre manos. Hizo un rápido repaso a la noche: la música, los vestidos, los chicos guapos... -
Así no...
Volvió a concentrarse para dejar la mente en blanco, y recordó la imagen de su madre. Seguro que ella tiene una solución para estos casos, –y dudó- ¿o tal vez no? No recordaba que su madre le hubiese hablado nunca de noches de fiesta y alcohol sin
medida. Su madre, María, era una mujer extremadamente metódica. Solo había que mirar las macetas del patio interior de su casa para entender que se trataba de una persona con mucho talento. Si hubiese bebido no me lo habría dicho por considerarlo un mal ejemplo para la educación de sus hijas. Por cierto, ¿cómo se llama la chica italiana? –se preguntó mezclando recuerdos- Esa “pájara” seguro que tiene solución para estos casos. Últimamente, había visto a su madre tomar café con la vecina de enfrente. Jamás prestaba atención a conversaciones ajenas, así se lo habían enseñado, pero los cuchicheos entre ambas la intrigó sobre manera… Hubo una tarde en la que ni su madre ni la vecina parecieron advertir su presencia, y la conversación llegó a sus oídos con meridiana claridad:
A ti lo que te hacen falta son un par de hombres dándote candela para relajar tensiones, cambiar de hábitos y, en definitiva, para ver el mundo de otra manera. Ana, yo no soy de ese tipo de mujeres. De verdad… El sexo, lo arregla todo. Piénsatelo, tómate tu tiempo y cuando lo decidas ya sabes dónde vivo. ¿Significaba aquello que su madre era frígida y sin el suficiente sexo matrimonial? ¿Tal vez era su padre quien no cumplía religiosamente? ¿O era Ana, como parecía por sus palabras, la que, ligera de pensamientos, todo lo arreglaba con sexo? Las respuestas, estoy segura de ello, nunca llegaré a saberlas -pensó con expresión de detective frustrado-. Jodida Ana -se dijo en un lenguaje demasiado vulgar para su boca-. Esta lo arregla todo
cabeza, queriendo borrar el torrente de recuerdos sobre su madre y la vecina-. Inspiró de nuevo en el enésimo intento de relajarse, y otro pensamiento se interpuso entre ella y el Nirvana. Seguro que Olga piensa lo mismo que Ana. Dudó unos instantes y arrugó la nariz sopesando una travesura. ¿Y si tienen razón? –pronunció en voz alta-. Levantó la mano izquierda y la posó con dulzura sobre el pene flácido de Marco. Tragó saliva, ligeramente nerviosa. La fina tela del bañador le permitió sentir con exactitud el borde que delimitaba el principio del glande. En cuatro días de vacaciones no habían coincidido en ningún momento y, aunque una señorita tiene que ser siempre una señorita, las ganas de fiesta le ap taban entre las piernas.
Para su sorpresa Marco ni resopló, pero el pene fue cogiendo tono y sintió cómo se agrandaba bajo su mano. Un tímido gemido le salió del alma y apretó simultáneamente los dientes y las piernas. Metió la mano derecha por debajo del tanga buscándose el clítoris, y lo encontró humedecido por la situación. Estaba excitada. Tanto que apenas tuvo que frotarlo unas cuantas veces para sentir cómo un orgasmo, precoz, le subía por los pies y la obligaba a callar un grito que le sonrojó las mejillas. Insistió, con algo de enfado en el gesto, para tratar de agarrarse al minúsculo momento de placer, pero el cansancio, la madrugada y el sueño la dejaron dormida.
VI
El ruido infernal de los niños jugando en la piscina entró sin invitación por la puerta de la terraza. Eran más de las doce del medio día, demasiado temprano para quienes, el día anterior, alargaron la jornada hasta altas horas de la madrugada. Resopló usando para ello las únicas energías de que disponía su cuerpo. Sintió los pies abrasados por la luz impía de los rayos de sol del mes de agosto. Trató inútilmente de tragar saliva con la boca seca como el esparto, y una mezcla de vergüenza y arrepentimiento le sacudió el entendimiento cuando abrió los ojos y tropezó con los de Ruth. No se dijeron nada. Él no lo sabía pero ella tampoco estaba en buenas condiciones para tener una conversación. La vio levantarse de la cama y dirigirse con paso torpe y gesto pensativo hasta el baño. El
pestillo, de un golpe seco, cerró por dentro toda posibilidad de compartir los primeros instantes de aquel nuevo día de vacaciones. ---------Marco es un muñeco de carne y hueso. Sus labios son carnosos y perfilados, la nariz discreta y los ojos tienen, bajos unas cejas dibujadas a pincel, un color miel que se pega irresistiblemente al paladar de las mujeres. El pelo corto, castaño y alborotado le da un toque informal. Mide 1,85 y su cuerpo dibuja una silueta moderadamente atlética. Ruth lo adora sobre todo por su forma de vestir. Toda la ropa le queda bien por los hombros firmes y el culo perfecto. Jamás lo ha visto sin afeitar. Y a pesar del alcohol, incluso hoy su cuerpo rezuma un olor a perfume de hombre que la obliga a cerrar los ojos e inspirar profundamente estando a su lado.
VII
Olga decidió arreglar un poco la habitación. El desorden era desaforado incluso para un hotel. La ropa sucia se mezclaba por el suelo con la limpia, y la colección de tacones y vestidos de la noche anterior se amontonaban arrugados en una silla. Trató de buscar un soplo de aire fresco en la terraza. Cerró los ojos y respiró profundamente para llenar hasta el último alveolo del oxigeno que le faltaba. Unas minúsculas gotas de sudor le brotaron en la frente y bajó la cabeza soplándose el escote. Debían de ser más de las dos de la tarde y con toda probabilidad el termómetro superaba los cuarenta grados al sol. Le incomodaba el tanga entre los cachetes. Agarró la tira con el índice de la mano derecha y sacándolo de su acolchada existencia lo cruzó para evitar que le volviese a molestar. Mientras, con la otra mano, se rascó delicadamente tan
indigno lugar. ayude.
¿Te pica el culete? Ven que te
La voz divertida de Oscar sonó a su espalda, desde la cueva de osos de la habitación. Se giró con una sonrisa irónica. El aire espeso e irrespirable que no había notado en toda la noche, le abofeteó la nariz y el paladar asqueándola de pies a cabeza. Se agachó doblando las rodillas e hizo una bola con cuatro calcetines negros. Juró lavarse las manos con legía tan pronto como los soltara. Él yacía boca arriba sobre la cama, bostezando con un gruñido interminable y los ojos cerrados. Aprovechó el despiste para cargar el brazo como una jugadora de balonmano. La energía balística con la que los calcetines abandonaron su mano provocó sobre el cabecero de la cama un zumbido seco y explosivo que lo obligó a pasar, por el susto y en milésimas de segundo, a una posición fetal.
¡Coño, un terremoto! -grito ciego de espanto entre el sueño y la resaca-. El mal humor se encargó de disipar la carcajada que la cómica situación provocó en Olga. ¡Un terremoto, un terremoto! -dijo burlona, agitando los brazos-. Oscar la miró sorprendido desde la cama. ¿Qué ha sido eso? -insistió desconcertado, con los ojos fuera de las órbitas-. A mí me ha sonado a una de tus ventosidades, pero no, ha sido un terremoto que viene a tragarse a los imbéciles imbéciles como tú -y sentenció-. Anda An da levántate y vete a la ducha -y endureciendo la voz culminó-. Si hoy no te portas como un adulto, el próximo que rasque este culete no se llamará Oscar, te lo puedo asegurar. asegurar.
---------Oscar es la cara masculina de la moneda de Olga. No se trata solamente de un hombre atractivo, la naturaleza vació en él todo su esplendor. Sus ojos azules intimidan a las chicas y suponen una frontera para los hombres. Las adultas y las más descaradas no pueden evitar una mirada cargada de lujuria, e incluso un comentario. Ha tenido centenares de experiencias sexuales con mujeres mayores que él. Su cuerpo musculoso y su aspecto descarado y chulesco bloquean los sentidos femeninos. La mandíbula perfilada acaba en una boca grande de labios carnosos. El sonido de su risa varonil lo hace aun más atractivo. Es algo más alto que Marco. La piel morena y el pelo espeso y ondulado, le dan un aspecto latino que enamora sin remedio. remedio.
VIII
La tarde de piscina transcurrió por un empedrado sendero de miradas incómodas y silencios eternos. La resistencia hepática de los chicos les impidió almorzar y el aspecto demacrado y las nauseas constantes hacía de ellos una incómoda compañía. Ellas, por su parte, hábiles para disociar el enfado con sus novios del resto de argumentos positivos de la tarde, lucían enormes y radiantes. El animador del hotel pasó por el borde de la piscina levantando con sus manos una diana y pidiendo a gritos, en todos los idiomas, atrevidos lanzadores para el campeonato de dardos. A penas cuatro infantes lo siguieron pero, al pasar por delante de ellas, Ruth miro a Olga con cara de John Wayne y dijo: -
Te reto, forastera.
Olga le devolvió la mirada con semblante de
duelo en los ojos y respondió: Esta piscina es demasiado pequeña para las dos. Y tú no tienes lo que hay que tener para ganarme a mí. ¡Ya! Cuanto más me subestimes más dura será la caída. Tu humillación y yo te esperamos en la pista. -Se levantó rápidamente, incorporándose a la fila de niños. Guiñó un ojo a su rival y, con la boca, chasqueó simultáneamente para enfatizar el gesto-. Olga, de un brinco, se abrazó a Ruth por la espalda, cerrando juguetonas la fila de participantes. Se detuvieron frente a la barra del snack bar, donde un montón de hombres bebían y charlaban. ¿Alguien más? -preguntó el animador, dando casi por concluida su captación de jugadores-.
Olga, con desparpajo y exuberancia, se abrió de brazos y, dirigiéndose a ellos, exclamó con gesto interrogativo: ¿Chicos, nos vais a dejar solas jugando a los dardos? Sin mediar palabra, sin titubeo alguno, sin dudarlo un segundo y obedientes a la llamada de la reina de los mares, todos, con la excepción del camarero, abandonaron sus puestos como si llevasen horas esperando a que se celebrara el campeonato de dardos. Las primeras tandas de lanzamientos transcurrieron entre risas y comentarios que surgían espontáneos y con naturalidad. El animador, diestro en su labor de organizar y amenizar el momento, bromeaba continuamente con unos y otros. Los niños esperaban pacientes su turno. Los hombres competitivos por naturaleza, dividían al cincuenta por ciento su esfuerzo de lanzar y
mirar a las chicas. Ellas, sabiéndose el epicentro de la situación, posaban, se contoneaban y meditaban al milímetro cada movimiento. Ambas sabían desenvolverse bien en estas situaciones, pero Olga tenía especial predilección por los hombres en grupo. Uno –dijo al oído de Ruth- se toma demasiadas libertades, la complicidad de dos o tres acaba resultando molesta, pero en grupo se limitan inofensivos a obedecer y sonreír a lo que una mujer guapa les diga. Ahora te lo demuestro. La partida tal vez no, pero la situación se estaba jugando en la palma de su mano y ella estaba especialmente eufórica. Cuando llegó el turno de Ruth y esta se puso en la línea de lanzamiento, Olga se acercó sigilosamente por detrás y, justo en el momento del disparo, le palmeó el culo haciéndola fallar estrepitosamente. La primera
impresión de Ruth fue de sorpresa y casi se ruborizó al ver que los hombres le miraban el cachete palmeado. Buen culo nena, pero mala puntería. –exclamó su amiga dirigiéndose a los demás-. Olga, satisfecha y con aire triunfal, dedicó un guiño a su compañera de fatigas. Posó la yema de un dedo sobre sus labios y estampó un beso más tierno que sonoro. Sopló, a continuación, para hacerlo saltar los dos metros de distancia que las separaban. No hicieron falta más explicaciones. Se comunicaron con los ojos. Se adivinaron el pensamiento por ese sexto sentido que habla un lenguaje sin letras que los hombres no entienden. Se estaban jugando dos partidas: el insignificante juego de dardos por un lado, y el de la seducción de hombres a granel por otro. Tras varios días de enfado, esta era, por
despecho, la gran oportunidad de reclamar atención masculina. Eran un montón de desconocidos. Adultos de diferentes edades y nacionalidades. Hombres todos ellos dispuestos a someterse al encanto y la provocación de las dos atractivas y morbosas jovencitas. Era el turno de Olga. Lo sabía perfectamente, pero esperó apoyada con sensualidad sobre un taburete a que todas las miradas se dirigieran a ella. Una pierna flexionada, la otra extendida, los brazos en cruz, mirada distraída y la punta de los dedos de una mano acariciando sutilmente la parte superior de un pecho. El animador solicitó su presencia con cierto descaro. Señorita, por favor, ardemos en deseos de comprobar la habilidad de sus manos. Es decir, –añadió tras el murmullo general- su puntería. Se levantó sin decir nada para dar los tres
pasos más lentos de su vida. Era la protagonista y se sentía observada. Llegó a la línea de tiro, se puso de puntillas e inclinó el tronco hacia delante, pronunciando exageradamente el culo, y contó. -
A la de una, a la de dos…
Su mano, siguiendo el ritmo de los números, se mecía sutilmente hacia delante y hacia atrás con el dardo entre los dedos. Si sigues moviendo la mano así, como quien agita una coctelera o cualquier otra cosa, –interrumpió inoportunamente Ruth repitiendo el gesto en vertical- estos chicos se van a poner… –hizo una pausa y añadió con toda la picardía que pudo- nerviosos. … y tres. El dardo describió en el aire una línea recta y acertó a clavarse en el mismo centro de la diana.
No sabía bailar el Charlestón, pero lo había visto alguna vez en televisión. Mantuvo los pies de puntillas y se giró encarando sin miedo la mirada de toda la concurrencia. Alzó la barbilla orgullosa, pronunció los morritos y, con las palmas de las manos paralelas al suelo, comenzó a bailar tan coqueta y sensual que hasta Marco, en la distancia, bajó la mirada con disimulo para no ofender a su amigo.
IX
Al día siguiente, superada la resaca y como si de un anuncio de televisión se tratase, aquellos dos moldes masculinos, dignos de ser clonados, tomaban el sol en las tumbonas. El respaldar no estaba paralelo al suelo sino que se elevaba unos veinte grados con respecto a la horizontal. Las manos de ambos, con los dedos entrelazados, descansaban bajo sus cabezas dejando a la vista unos pectorales fuertes y los abdominal moldeados como tabletas de chocolate. El corto bañador, sin ser demasiado ceñido, insinuaba el volumen de los genitales y dejaba a la vista unas piernas tan bonitas como poco habituales en los hombres. Señores, –se presentó por sorpresa y con una sonrisa que no le recordabanla barra nos espera. Ambos se volvieron sorprendidos hacia Toni. Sin el traje autoritario de botones, no lo habían
reconocido. El bañador de colores llamativos le daba un aspecto infantil y jovial que contrastaba enormemente con el Toni de la recepción. Lucía, en ambas orejas, pendientes nada discretos. Zirconitas cuadradas que destellaban continuamente bajo los rayos del sol. La montura blanca de las gafas y la camiseta con publicidad de Ron Bacardi, redondeaban el despropósito. Oscar lo miró detenidamente de pies a cabeza y reprimió una sonrisa imposible antes de decir con absoluta generosidad: Macho ¿por qué te haces esto? Vamos, chicos. La camarera y las copas nos esperan –insistió sin prestar un ápice de atención a las palabras-. Marco miró con preocupación a Oscar -
No creo que debamos. ¿Por qué? Estamos de vacaciones. Oscar –insistió- Ruth lleva dos días
sin hablarme y… Ni Ruth ni nada –dijo pasándole el brazo por los hombros- hoy nos divertimos de nuevo y veras como mañana todo se arregla con flores. Torció el gesto y cerró los ojos sopesando la situación. Si volvía a emborracharse tensaría aun más la cuerda y, sencillamente, Ruth no se merecía otro desplante. Oscar, Toni… me temo que… Me temo que me debéis una y me la voy a cobrar esta misma tarde. Así que no se hable más, andando para el bar. Perdida toda esperanza de escapar y con la imperiosa necesidad de explicar a Ruth el plan que, esta tarde, tampoco contaba con ella, subió a toda prisa a la habitación. Pero no la encontró. Preguntó en recepción por el animador y se dirigió con paso apresurado hacia la habitación
de juegos de mesa. La puerta estaba abierta y apenas un murmullo indicaba que alguien ugaba en su interior. No llamó, sus ojos hicieron un rápido repaso a la estancia con la esperanza de dar con las chicas, pero lo que vio lo hizo enmudecer. Al fondo, en una de las mesas, un tipo atractivo de unos cuarenta años se afanaba en enseñar a Ruth un juego de cartas. En otra esquina del salón, y en una postura bastante más comprometida, Olga enlazaba su cuerpo con el de otros dos tipos tratando de poner la mano derecha sobre el círculo azul, sin mover los pies de los círculos amarillo y verde de la lona. Dudó, indignado. Pero no tenía derecho a irrumpir con malos modales para pedir explicaciones. Aquello le molestó, pero se lo merecía. Seguramente Ruth no estuviese haciendo nada malo, aunque la actitud de aquel tipo lo hizo dudar. Y Olga… Olga tenía la
donde estuviese. Bajó la cabeza y se volvió. Arrastró su tristeza hasta la escalera y tragó saliva pensando en un whisky con hielo. Toni tenía razón, la barra del bar los estaba esperando una tarde más.
X
camarera?
¿Has visto cómo te mira la
Oscar sonrió con superioridad y miró fijamente a la chica con sus ojos claros como el cielo. Si te estuviese mirando a ti ¿Qué le dirías para seducirla? Pues… lo típico –respondió Toni con sencillez mientras sonreía con expresión callejera-. Buena evasiva. Pero ¿qué es lo típico? Dime. Pues ya sabes. Me tomaría una copa a su salud, brindaría por las camareras guapas, le preguntaría si tiene novio y, tal vez, le pediría su número de móvil. –Y añadió sin dejar de mirarla- Lo típico. Ella notó cómo escrutaban en silencio cada
una de sus curvas y al volverse coincidieron las miradas. Le aumentó el color de los mofletes y arrugó la nariz en un mal intento de teñir su comportamiento de naturalidad. El cara a cara de dos segundos con Oscar la dejó muda mientras él sonreía complacido. Toni, sorprendido, superpuso el labio inferior sobre el superior y levantó las cejas arrugando la frente. Comprobó de reojo que Oscar seguía mirando a la chica y, adoptando una postura más erguida, imitó su expresión facial. Entornó los ojos, dibujó una leve sonrisa y dijo mientras lo miraba: de ti.
¿Sabes? estoy aprendiendo mucho
Sonrieron a la par, uno divertido, el otro satisfecho. Ahora dime tú, listillo, ¿qué le dirías para seducirla? Oscar no respondió. Se limitó a levantar un
dedo mirando hacia la camarera para solicitar su presencia. Cuando llegó hasta donde estaban, con un gesto suave, le pidió que se acercara. Él se inclinó sobre la barra para hablarle al oído y con su voz masculina preguntó entre susurros: -
¿Estás sola?
La vio asentir con cierto sofoco y, sin más explicaciones, se levantó del taburete, llegó hasta la zona por la que los camareros entraban a la barra y, con un ademán de la cabeza, la invitó a pasar a la pequeña habitación de almacén que había detrás del bar. Elsa lo miró a dos metros de distancia. La camiseta ceñida y sin mangas de Tommy Hilfiguer resaltaba unos brazos musculosos dignos de ser acariciados. Visto de perfil, los abdominales por delante y el pomposo trasero por detrás descartaban el ‘no’ como respuesta. De hecho ni tan solo lo dudó.
Entraron. No estaban a la vista, pero desde la posición de Toni podía verse perfectamente lo que estaba pasando entre cajas de refrescos y barriles de cerveza. Ella era unos veinte centímetros más pequeña, y cuando él se acercó hasta sentir en el suyo el menudo cuerpo de la camarera, cruzaron por fin las miradas. Oscar subió lentamente una mano acariciándole la mejilla y ella elevó aun más la barbilla para tener la boca a tiro de beso. Qué bonita eres –le dijo con ardor en las palabras-. Bésame. –fue la única respuesta-. Y la besó. Y las bocas se unieron como si ya se conocieran, enlazando sus lenguas con una pasión comedida, sin tanteos ni prisas. Ella le rodeó la cintura. Él subió las dos manos hasta su pelo y pasándole los labios por la cara se acercó hasta la oreja para mordisquearle el lóbulo. Elsa gimió de entusiasmo, apretando su cuerpo contra el de aquel superhombre. Él la
sin aire. Dios -dijo la camarera para sí-, esto no puede ser cierto. Sintió cómo todos sus puntos erógenos, ardientes como brasas, pusieron en alerta roja al sistema límbico. El corazón le latía desbocado, los pezones multiplicaron por mil su sensibilidad y el cuello, como esperando un mordisco del hombre lobo, tradujo al resto del cuerpo la calidez y humedad de la lengua de Oscar. Cerró los ojos entregada al placer, ofreciendo su carne trémula a los brazos de Hércules. Qué bien besan los Dioses del Olimpo. Tampoco lo hacen mal las camareras de hotel. Toni estaba a punto de aplaudir. Si no lo hizo fue porque por la boca abierta de estupefacción se le iba la fuerza de las manos.
¡Te parecerá bonito! –sonó alarmada y en seco la voz de su amigo Marco- Olga por ahí… -e hizo torpes gestos con las manos señalando en todas direcciones- y tú aquí, tan alegremente. Oscar mantuvo el tipo, comportándose como un galán de película. Miró a la chica y, tras el último beso, le susurró alguna promesa que la hizo enrojecer para dejar abierto un paréntesis que solo él se guardaba el derecho de cerrar. Cuando volvió a su lugar en la barra, se giró con expresión divertida hacia Marco y explico: Tranquilo, era solo… –y bajando mucho la voz añadió- era solo una apuesta. Mientras, en el suelo, arrodillado como un musulmán en dirección a la Meca, Toni subía y bajaba los brazos en señal de alabanza a la vez que repetía ‘Oscar, Oscar, Oscar…’. Este tipo es un fenómeno. Tú no
sabes lo que ha hecho –dijo dirigiéndose a Marco- Pin, pan, pun y beso. Toni, por favor –dijo Marco con fastidio, poniéndose el dedo índice delante de los labios y pidiendo silencionuestras novias pueden estar en cualquier sitio. No te preocupes hombre. Las cosas no hay que tomárselas tan en serio. Solo ha sido un beso –volvió a explicar Oscar sonriendo generosa y orgullosamente, y quitando importancia al asunto-. De repente, haciendo honor al mismísimo Murphy, y como si el destino llevase implícita la ley del desastre, la voz de Ruth sonó a su espalda: -
¿He oído ‘beso’?
Los tres se giraron a la vez y la expresión descompuesta de sus tres pares de ojos lo decían todo.
¿Alguien tiene que explicarme algo o se trata de un malentendido? Es una tontería de las mías –se apresuró a decir Toni-. Ya… una tontería. Ruth dio media vuelta y, con la elegancia intacta de sus pasos, se alejó de ellos en dirección a la piscina. Marco cerró los ojos maldiciendo su suerte, Oscar miró para otro lado eludiendo la responsabilidad y Toni, ajeno a toda culpa, clavó los ojos en el culo de Ruth haciendo una enorme ‘O’ con la boca. En otra de sus innumerables pamplinas, se puso las manos a modo de prismáticos y no dejó de mirarla hasta que la vuelta de la esquina le impidió contemplar el trasero de la musa que da razón a los pintores.
XI
Aun quedaban en el calendario tres días de vacaciones. El sol, elevando hasta el infinito el mercurio del termómetro, se comportaba como un aliado más en aquel despropósito. ¿Cuánto tiempo llevaba en la piscina? Ni la más mínima idea. Si hubiese tenido a bien contar el número de suspiros y el intervalo de tiempo que los separaba, hubiese podido tener cierta idea de la hora, pero no lo hizo. Su mente, sumida en un lago de aguas turbias, sopesaba sobre una mano todos los recuerdos bonitos de su relación con Marco. En la otra, equivocaciones y posibles errores personales. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? –pensó con amargura-. Imaginó cómo sería la conversación a la vuelta del viaje, y llegó a la conclusión de que la relación no tenía más remedio que llegar a su fin.
Lo siento Marco, creo que lo mejor para los dos es que nos demos un tiempo. Le pesaban los párpados sobre los ojos, y sobre los ojos la frente. Y sobre la frente le pesaba la tristeza de un fracaso sentimental. Esta tarde, estás tan pensativa que no sé qué decir -comentó su amiga desde la tumbona contigua-. Lo sé Olga. Lo siento. Es que… En fin, discúlpame. Soy demasiado sentimental, o demasiado romántica. O tal vez sea porque soy Virgo. Mi horóscopo dice que soy una llorona. Pensabas que Marco era tu hombre ideal, ¿verdad? Si –fue la única respuesta-. Ruth se puso las gafas de sol y entrelazó, sorprendida, los dedos de ambas manos. Era realmente curioso. Olga y Oscar estaban viviendo una situación exactamente igual de incómoda. Sin embargo su amiga lo
experimentaba como algo superficial. Como si el desamor fuese una manifestación atmosférica que hay que asumir con resignación. Si llueve, paraguas. Si hay sol, gafas negras. Desde luego el contraste emocional entre una y otra distaba años luz. Aun así, tomó aire y por educación, preguntó cómo se encontraba. ¿Y lo tuyo con Oscar? Bueno –dijo como quien da una opinión-, él es como es, y yo soy como soy. Algo pasará. Por cierto –cambió de tema con asombrosa facilidad- ¿salimos esta noche? Ruth contuvo las ganas de salir corriendo y reprimió el gesto despectivo que le provocaba la frialdad de su amiga al hablar de su propia relación. Además, ni rastro de empatía para con ella. Estaba triste, desconcertada y sin ánimo para discutir la importancia de las cosas. Cuestión de prioridades –comentó,
sin querer, en voz alta-. ¿Eso significa que sí? Mantuvo el tipo, suspiró y, fiel a su elegancia, contestó afirmativamente. Sí. Dadas las circunstancias –pensó en Marco y en la inminente rupturapuede que sea lo mejor. De hecho –y añadió tras dudar unos instantes- esta noche tenemos que conseguir que sea inolvidable-. Ruth metió sus pesares en un cofre y guardó la llave bajo la alfombra del corazón. Hoy tocaba vivir igual que tocó ayer, e igual que tocaría mañana. Aclaró los ojos ligeramente húmedos por una lágrima indomable y evocó una de las muchas frases de su madre: A veces, hay que olvidar lo que una siente y recordar lo que se merece .
Renacida de su malestar y con el ánimo en reconstrucción, miró de nuevo a su amiga y, con
la voz templada, añadió con determinación: Vamos a ser las más guapas de la noche.
XII
Oscar, esta noche, deberíamos hacer algo especial para nuestras chicas. Creo que… –y rectificó- Tengo el absoluto convencimiento de que se merecen que esta noche hagamos algo por ellas. Algo diferente. Ya sabes, llevarlas a cenar, tomar una copa… Pues no sé qué decirte. Olga lleva varios días sin hablarme y, sinceramente, no me apetece rebajarme tanto. No seas tan orgulloso –dijo sin ánimo de ofenderlo-. De hecho, si están enfadadas con nosotros ha sido porque nuestro comportamiento no fue acertado. Han estado ahí, sin protestar cada uno de los días. Esperando. Dándonos infinitas oportunidades. ¿Y qué hemos hecho? – continuó, respondiéndose a sí mismodisfrutar de las vacaciones sin contar con ellas para nada.
de pedir disculpas a Ruth y, por descontado, se sentía en la obligación de implicarse en la estabilidad sentimental de su amigo. Esto lo hemos estropeado entre los dos, y entre los dos tenemos que arreglarlo. ¿Estás conmigo? Aquella frase llena de entusiasmo parecía definitiva. Él mismo se sentía más convencido a medida de pronunciaba las palabras. Hay una floristería muy cerca. Si nos damos prisa aun nos da tiempo a volver con flores para la hora de la cena, ¿Vamos? Oscar mantuvo un silencio sepulcral. Sus gestos mostraban la apatía del que no piensa mover un dedo. Mira… -dijo finalmente con desgana- esta noche van a salir, y por lo visto se piensan poner muy guapas. Las oí en la piscina. Y ¿sabes?, a mi no me
apetece
poner
cara
de
“te amaré eternamente si me perdonas” . Eso no va conmigo. Además, Elsa, la camarera, tiene turno de noche y –guiñó un ojo y torció con picardía la sonrisa de medio ladocreo que voy a ir a tomarme una copa con ella. Marco miró el reloj y, antes de salir corriendo, clavó los ojos en los de su amigo. Oscar, de veras, espero que lo pases bien con Elsa. Yo, –y tomó aire antes de seguir- yo tengo que salvar un amor que me hace ver la vida de otra manera. Eran ya las nueve menos cinco de la noche y empezaba a oscurecer. Con suerte podría estar de vuelta en menos de una hora con el ramo de rosas más hermoso del mundo. Sin pensarlo dos veces y con la única compañía que su tarjeta de crédito, salió a las
carreras con Ruth entre ceja y ceja. Imaginó el ramo y la tarjeta que lo acompañaba. Pensó en Bécquer, en Shakespeare y en algunas de sus poesías. Tenía que pedir perdón en pocas palabras y de forma elegante, pero la prisa y la gente que abarrotaba las aceras no lo dejaban concentrarse. Al fin llegó hasta la calle indicada y encaró la entrada del comercio a toda velocidad. No vio, en el suelo, el pequeño escalón que le hizo tropezar y entrar en la floristería como si se tratase del mismísimo superman. Esquivó, como pudo, algunos de los expositores, pero en el aterrizaje impactó con un trípode de metro y medio de alto que sostenía un cubo con agua y varias docenas de claveles. Miró con miedo lo que se le venía encima y pudo, a locas, atrapar varios manojos de flores, pero los muchos litros de agua maloliente del interior del cubo se le precipitaron sin compasión sobre la cabeza. La dueña, una señora de unos sesenta años,
detrás del mostrador. La cómica situación le impidió tomarse a mal el daño causado, pero tampoco sonrió. Se limitó a cruzarse de brazos y esperar una explicación. El joven intruso, empapado por el agua putrefacta, la miró desde el suelo. Estaba de rodillas, con los dedos entrelazados, su cara de muñeco y unos ojos grandes del color de la miel que pedían perdón sin decir una palabra. La señora sonrió con ternura, ladeó ligeramente la cabeza y le preguntó con simpatía: ¿Que necesita un chico tan guapo como tú de un lugar tan inhóspito como este? Necesito decirle que la quiero.
XII
En un restaurante del paseo marítimo, pidieron pescado y una botella del mejor vino blanco de la casa. Una cena con todos los honores era, para empezar, lo que se merecían aquel par de mujeres hermosas y solitarias. Ruth estaba divina. Hoy vestía de una forma desenfadada y juvenil. Llevaba tacones altísimos, un pantalón vaquero de un azul desgastado y una camiseta blanca que dejaba ver uno de sus hombros. El recogido era un moño desordenado que, junto con un maquillaje de ojos agresivo y travieso, la convertía en un dulce irresistible para los hombres. Olga También llevaba tacones kilométricos, un pantalón vaquero de cintura muy baja que dejaba a la vista la espectacular diferencia de centímetros entre esta y las caderas. Arriba, anudada por encima del ombligo, una camisa roja, discreta y poco llamativa si no fuese
porque no llevaba sujetador que domase sus enormes y perfectos pechos.
XIII
Marco, con el corazón rebosante de esperanza, volvió al hotel tan a prisa como pudo. Eran algo más de las nueve y media y supuso que las chicas estarían cenando en el comedor del hotel. Correteó por los pasillos con el ramo escondiendo tras de sí para evitar imprevistos. Al llegar a su habitación pegó el oído a la puerta. No se oía nada. Golpeó con los nudillos y se escondió. Nadie abrió. Metió la llave y, mirando en todas direcciones, asomó la cabeza. Estaba solo. Sacó los pétalos de una bolsa y los dejó caer salpicados en la cama. Sobre la almohada colocó cuidadosamente el ramo de flores con la tarjeta y se metió a toda prisa en el cuarto de baño. No tenía tiempo que perder. Confiaba en que para cuando ella volviese lo encontrase duchado y vestido junto a la cama y las flores. En menos de diez minutos estaba frente al espejo del armario para acabar de prepararse.
Eligió el traje de lino blanco por ser uno de los favoritos de su novia. La anchura del pantalón le caía sobre los pies ocultando las chanclas de cuero. A nivel pélvico, la tela se ajustaba a su trasero redondo, prieto y respingón y, por delante, entre los bolsillos y la cremallera, un pliegue hacía que el pantalón se ciñese a los genitales dando un volumen bastante generoso. A él no le gustaba demasiado, pero era un detalle que a Ruth la desbocaba. Los hombros rectos hacían que la camisa le quedase tan perfecta como a una percha. La prenda destacaba los pectorales sutilmente marcados y ponía en evidencia el vientre plano. Se perfumó. Su cuerpo ya tenía la esencia tan asimilada que unas pocas gotas en muñecas y cuello lo convertían en un manjar masculino que embrujaba el aire allá por donde pasaba. Se engominó el pelo y lo alborotó para darse un aspecto travieso. Al acabar, se regaló un piropo frente al espejo.
Se volvió para observar con entusiasmo la cama y las flores, y miró la hora. -
¡Qué extraño!
Comprobó que, solo por unos minutos, el reloj superaba las diez de la noche.
XIV
Miró por enésima vez hacia la puerta del restaurante como quien espera la llegada de alguien. No quería que Olga supiese lo que la preocupaba y, para disimular su inquietud, miró con la misma expresión interrogante a los camareros, a los clientes de la barra y a los comensales de otras mesas. Fingió que se repasaba las uñas y comprobó que el reloj del iPhone marcaba las diez y media de la noche. Marco no llegaría, de hecho ni siquiera sabía dónde estaban, pero lo deseaba tanto... Si hubiera dejado una nota sobre la cama… ¿O tal vez no? Chasqueó la lengua sin saber cuál era la mejor decisión. Vio, por casualidad, cómo Olga sonreía al guiño de uno de los camareros, y cerró los ojos decepcionada. No tenían nada que ver, eran mundos opuestos. Para su amiga los sentimientos parecían no existir. Ella, sin embargo, era un mar de contradicciones.
-
Señoritas, la cuenta.
La voz del camarero puso punto y final a sus pensamientos, a la falsa espera y a la cena. ¡Genial! –dijo Olga entusiasmada-. Voy al baño a retocarme y, en cuanto vuelva, nos vamos a disfrutar de la noche. ¡Dios! Qué ganas de verme en mitad de una pista de baile. Anda, ve a ponerte guapa, pelandusca. Olga la miró desconcertada. ¿Disfrutar de la noche? Yo sé bien de lo que tú tienes ganas –añadió Ruth con picardía-. ¡Ja! –guiñó- ya me vas conociendo. Ahora vuelvo. En diez minutos entraron por la puerta de la discoteca. Pidieron bebidas en la barra y, sin tiempo para dar el primer sorbo, un grupo de chicos guapísimos se les acercó con la clara
intención de ligar. Ruth se tomó la libertad de elegir primero, y lo hizo, pese a su estado anímico, dirigiéndose al más elegante. Tenía buen tipo, buen trasero y la boca perfilada. Con la escusa de no oír nada por la música se le acercó hasta el cuello para oler su perfume. -
Aceptable –susurró-.
Olga se quedó con los otros tres. Todos diferentes y guapos, pero cada uno a su manera. Uno rubio, otro moreno de pelo largo y el último con la cabeza rapada. Nunca pensé que el destino me fuese a regalar tan grata compañía. Ellos se miraron con cierta confusión. Suponían que solo uno acabaría por merecerse los encantos de aquella diosa, aunque el comentario y la actitud de Olga no descartaban a ninguno.
-
Como pez en el agua –pensó Ruth al verla bailar con sensualidad en el centro del triangulo que formaban los chicos-. El destino parecía tener reservado aquel momento de gloria para Olga, y ella disfrutaba regalando sus encantos a partes iguales. -
Pero… ¿cómo puede…?
Negó con la cabeza y volvió la mirada hasta que sus ojos repararon en una columna revestida de espejos. Vio su reflejo frente al de aquel tipo y se sintió extraña. juego?
¿Qué te parece si hacemos un
Ruth sonrió con cierta desgana. Tú dirás… -De sobra sabía que en la cabeza de aquel tipo, las neuronas de su ingenio trabajaban en una estrategia que la acercarse hasta ella-.
¿Cuánto hace que no pones una lavadora con ropa de color? Ruth explotó literalmente en una carcajada. Bastante. Igual que yo. –Esperó a que ella terminara con su ataque de risa y añadió con seriedad-. Puede que te resulte curioso pero la compatibilidad de las parejas se asienta en este tipo de coincidencias. Ya… en la lavadora. ¿Y en qué cosas más? ¿Postre favorito? Responde tú primero. A mí me gusta cualquiera de ellos. Respuesta incorrecta –dijo Ruth ladeando la cabeza-. Las mujeres no somos de postres, engordan demasiado. Te equivocas. Para eso estamos los hombres, para comernos lo que os sobre. Eso es compenetración de la pareja, y se
…y se asiente en este tipo de coincidencias –lo interrumpió- ¿Ves que rápido aprendo? Rieron cómplices de la misma broma. Sus caras se habían rozado durante la conversación y, tras las risas, Ruth se retocó el pelo para alejarse unos centímetros. ¿Puedo besarte en la mejilla? No –respondió nerviosa pero con decisión-, para eso ya tengo a mi amiga. ¿En la boca, entonces? Un escalofrío le erizó la piel y un nudo le apretó la garganta. Todo se estaba desarrollando a tanta velocidad que sintió vértigo. No supo decir que no y buscó a Olga entre la multitud, pero no la encontró. -
Tengo que ir al servicio.
Necesitaba sacudirse aquella situación en la que se estaba zambullendo. No veía a su amiga
por ninguna parte y decidió ir sola a los baños. -
Vuelvo en seguida. No te marches. No lo haré.
Estaba algo mareada por el alcohol y confusa por las circunstancias. Aquel tipo era guapo y divertido. El perfecto desconocido con quien ahogar sus penas, pero el recuerdo de Marco… La imagen de su novio lastraba todo intento de huida sentimental. Apretó los puños y los dientes y chilló de rabia. -
¡Imbécil!
No había nadie haciendo cola para los servicios, pero la puerta estaba cerrada. Esperó, con impaciencia, sin saber en qué pensar para relajarse. Sacó del bolso el móvil y buscó en la agenda el número de su amiga. -
¿Dónde se habrá medito?
Justo antes de que el primer tono hiciera llamada, las neuronas de su cortex cerebral
consideraron la posibilidad de que la que estuviese dentro del baño fuera Olga. La música del móvil, como una casualidad entre un millón, sonó al otro lado de la puerta. Suspiró aliviada y sonrió divertida por el golpe de suerte. Cogió aire con decisión para gritar su nombre a la vez que su mano se aferraba al pomo. Y una milésima de segundo antes de pronunciar palabra sintió que la mano giraba y la puerta cedía. ¿Cómo era posible que hubiese olvidado cerrar por dentro? Asomó la cabeza esperando encontrarla concentrada, con el pantalón por las rodillas y, tal vez, los efectos del alcohol por las orejas. ¿Cómo se te ocurre dejar la puerta abierta? -Fue la pregunta que su cerebro anticipó y que su boca no llegó a pronunciar-. En el centro de aquella habitación de dos metros cuadrados, iluminada por la luz blanca
de las bombillas y rodeada por tres pulpos que no dejaban de manosearla por todas partes, estaba Olga. Uno de los chicos le acariciaba un pecho, otro le desabrochaba el pantalón, y el tercero le besaba el cuello rodeándola por detrás. Miró la cara de su amiga y la vio gozar en el centro de aquel vórtice de sexo desbocado. Todo lo vivido con ella en aquellos días pasó como un relámpago por su cabeza: la tienda de ropa en la que trabajaba, la partida de dardos en el hotel, las conversaciones en las que se sinceraron la una con la otra... Eran dos chicas de viaje, con novio por supuesto, pero aquello se había desteñido hasta el punto de significar otra cosa. Olga siempre bromeaba con lo del sexo en grupo, pero verlo in situ le resultó demasiado violento. Dio un paso atrás y cerró la puerta con cuidado. Mantuvo la cabeza gacha con la
imagen de aquella orgía clavada en la retina. Sintió, por un momento, la obligación de entrar y rescatar a su amiga de aquella bacanal, pero un gemido de placer de la boca de Olga, al contrario, la hizo salir de allí con una sensación de absoluto desconcierto. Cuando atravesó la puerta de salida de la discoteca y el aire fresco de la noche le acarició la cara, sintió cómo alguien la sujetaba del brazo con suavidad. Se volvió pidiendo al cielo que fuese Marco para abrazarlo con todas sus fuerzas. Pero al volverse comprobó decepcionada que se trataba del chico que había dejado en la barra. ¿Te vas? Imaginé que saldríamos a beber y a bailar. También a ligar y a tontear un poco con los chicos, pero… –negó con la cabeza y no dio más explicaciones. Sabía de la incongruencia de sus palabras y se despidió sin más-. Lo siento, tengo que
Llegó apresuradamente hasta el final de la calle de las discotecas. La música, la gente y el ruido, distantes, dieron una tregua a su cabeza, y se sentó sin aliento en la penumbra de un portal. ¿Con que cara iba a presentarse en el hotel y explicar a Oscar que no sabía dónde estaba Olga? Apretó los puños y maldijo buscando una escusa razonable. -
No diré nada, lo negaré todo.
Apoyó la cabeza en la pared y pensó en su madre. Inspiró profundamente, para dejar que el oxígeno inundara los alveolos de su pecho. Miró sus pies amarillos por la luz de la farola. Sintió nauseas y ganas de llorar, y se tapó la boca avergonzada de sí misma. Unos borrachos cantaban cerca de donde estaba y justo en frente un tipo vestido de lino blanco dejaba caer en una papelera un maravilloso ramo de rosas rojas.
XV
Dejó pasar unos minutos con la cabeza escondida entre las piernas. El corazón le latía en el pecho al límite de lo fisiológico. Cuando tuvo la certeza de que él estaba lo suficiente lejos, corrió hacia la papelera y sacó el ramo de flores con la tarjeta. Todo ha sido un despropósito. Espero que puedas perdonarme. Te quiero. Marco Empezó a llorar desconsoladamente sin saber hacia dónde correr. Dudó, le temblaban las piernas y acabó sentándose en el mismo escalón. Inspiró para calmarse, cerró los ojos y evocó la imagen de su novio. La primera vez que se vieron, hace más de dos años, fue en la cafetería de la facultad de económicas. Él era estudiante del último año de ingeniería informática pero desayunaba en
económicas porque según decía el número de mujeres es aquí inversamente proporcional al de allí. Fue en la barra de la cafetería donde el destino los hizo tropezar y Marco, en un alarde de caballerosidad y con maneras de galán, cedió el turno a Ruth. Después fueron muchas las ocasiones en las que se buscaron con la mirada a la hora del desayuno. Ella veía en él a un chico guapo, mayor, de una inteligencia incuestionable y de correctísimos modales. Él vio en ella a una niña discreta, segura de sí misma y bonita como una muñeca de porcelana. En pleno mes de febrero, asfixiado por la presión de los exámenes, Marco pasaba las horas rodeado por cientos de folios y de libros en la biblioteca de su facultad. Un día, a las diez de la mañana, a la hora en la que coincidían en la cafetería, confió a un buen amigo la tarea de llevar una nota a la chica de sus sueños. Ruth
y las mejillas se le sonrojaron como fresones maduros. Ábrelo, ábrelo… -gritaban todas las amigas entre risas nerviosas-. Señoritas… –balbuceó con la voz temblona- paciencia. -Y añadió haciendo de la ansiedad virtud- Esta nota es privada. Desplegó la octavilla y se apartó a un lado de la mesa:
Si hay en el mundo mujeres bonitas Deben de serlo niña Porque se parecen a ti.
Que tengas un buen día. Marco.
Dos, tres, tal vez cuatro fueron las veces que lo leyó antes de dejar que las amigas participasen de su piropo. Aquel no fue un episodio aislado. Desde entonces, las notas y las frases bonitas fueron una constante. En días posteriores, junto al sobre de azúcar que acompañaba al café, nuevos papeles doblados bombardeaban de flores su enamorado corazón:
He comprado otro dedal Para mi viejo costurero, Una aguja y un retal. Y me sale al hilvanar Las hechuras de tu cuerpo.
La carpeta donde guardaba cada uno de los recortes de papel rebosaba de cariño, pero todos con fechas pretéritos. ¿Había Marco descuidado las atenciones hacia su musa últimamente?, ¿se había enfriado la relación? Todo cambió cuando acabó la universidad y empezó a trabajar. Recordó sus largas horas de oficina y la cara de agotamiento con la que llegaba a casa. ¿Estaba ella siendo demasiado exigente con su novio? Estaba claro que se querían, a pesar de que la relación no pasaba por su mejor momento. Pero… ¿iba a dejar que se apagara la magia de aquel amor? Abrió los ojos y miró de nuevo las flores y la tarjeta. Se puso en pie y, en plena posesión de sus facultades físicas y mentales, corrió hacia el hotel sin dudarlo dos veces. En la recepción, pidió las llaves a un Toni adormilado que
afirmó al preguntarle por la presencia de Marco. Presionó el botón del ascensor pero los nervios le impidieron esperar, así que subió saltando las escaleras de dos en dos. Una vez frente a la puerta 327 de aquel hotel a orillas del mar mediterráneo, se retocó la cara y el pelo, las ropas y el alma y, con el corazón latiéndole en la boca, metió la llave en la cerradura y abrió.
XVI
La luz amarilla del aplique de la mesita de noche iluminaba los pétalos de rosas sobre la cama vacía. Por la puerta abierta de la terraza entró una leve brisa que movió la cortina. Marco estaba fuera, con los ojos mirando a las estrellas y el pensamiento perdido en el firmamento. Marco –dijo Ruth con la voz acaramelada-. Sintió cómo se le erizaba la piel y el corazón explotaba en cada latido. Tomó aire, tragó saliva y se volvió con los ojos llenos de lágrimas. A contra luz, el cuerpo de Ruth dibujaba la figura perfecta de una princesa. Se miraron a los ojos durante un segundo, pero él, avergonzado, bajó la cabeza. -
Gracias, son unas flores preciosas.
Ruth llevaba en los brazos el ramo de rosas. Con las manos en los bolsillos del traje de lino y las ganas de llorar apretándole en el pecho, dio dos pasos hacia ella, se encogió de hombros y exclamó: -
Ruth, lo siento.
Era el momento del beso, del gran beso que en las películas pone punto y final a la tristeza e ilumina con fuegos artificiales la figura de los protagonistas. Era el momento de abrazarse y de olvidar los errores. El momento de abrir camino hacia un nuevo horizonte. Fue, de hecho, el momento en el que ambos entendieron lo mucho que se querían. Ruth soltó las flores en la mesa de la terraza, lo cogió de la mano y entraron en la habitación. Observaron, desde los pies de la cama, el lecho de amor. Promete que siempre me harás el amor sobre pétalos d
Marco sintió vergüenza de su comportamiento y tuvo la necesidad de explicarse, pero ni las ganas de llorar lo dejaban hablar ni era el momento de aclaraciones. -
Lo prometo.
Se descalzó de los enormes tacones y, sin detenerse, continuó quitándose la camiseta, el sujetador, el pantalón y el tanga. Subió las manos hasta el primer botón de la camisa y desvistió a Marco prenda a prenda. Acarició su torso desnudo e inspiró el olor a hombre que desprendía cada poro de su piel. Se miraron desnudos como estrellas, como piedras de un camino. Con el brillo de dos gotas de lluvia se miraron a los ojos. Desnudos como palabras sinceras, como un día de primavera, como notas que comparten un sonido. Como Adán y Eva en el paraíso. Por fin se cogieron de las manos y unieron
sus cuerpos. Pierna con pierna, pecho con pecho, pubis con pubis y boca con boca. Y se besaron sin moverse, se besaron para sentirse. Ruth, con los ojos abiertos, vio rodar una lágrima por la mejilla de su novio y esperó un instante. Era el momento del reencuentro de Marco consigo mismo y con los labios de su novia. Lo dejó sentir, lo dejó ubicarse. Lo dejó sacudirse la culpa con el llanto. Lo dejó volver hacia quien fue para reunirse con ella. Cuando él abrió los ojos se topó con los de Ruth mirándolo fijamente y sonrieron. Se abrazaron como hacía siglos que no lo hacían. -
Te quiero tanto…
Se recogió el pelo sensualmente, miró la cama con picardía y se le abrazó al cuello para que la cogiera en brazos. Sus músculos se tensaron y la levantó con facilidad. La llevó hasta la cama y con honores de reina la tumbó boca arriba. Él se tumbó a su
lado y la besó con cariño. Marco era un gran amante, sabía medir el tiempo de las caricias y la intensidad de las mismas, y Ruth adoraba aquella dedicación. Las yemas de sus dedos sabían rozar las zonas de menor importancia para ir marcando, en la sensibilidad de Ruth, una línea ascendente de estímulo. Subió, despacio, desde el dorso de la mano hasta el hombro, y luego hasta el cuello. Entrelazó los dedos con el pelo, como un peine que acaricia suavemente la cabeza. Túmbate boca abajo –le dijo casi sin voz-. Le besó los hombros y el cuello, y fue bajando por la espalda. Caminó como un gato por sus piernas hasta llegar a la punta de los dedos. Como un masajista profesional le apretó los pies y los gemelos, y amasó los muslos con suavidad.
Besó los cachetes antes de mordisquearlos con dulzura, y al ver que se le erizaba la piel, apoyó las manos en el culo y apretó con deseo. Rozó la columna en dirección ascendente y le buscó la boca para besarla. Se había sentado a horcajadas sobre ella y el pene, erecto, descansaba sobre su espalda. Atrapó el lóbulo de la oreja entre los labios y susurró palabras de amor a su oído. Supe desde el principio que eras la mujer de mi vida. Sin dejar de mimarla, orientó la punta del pene hacia la entrepierna de Ruth y procedió, rozando con el miembro la vulva de su chica. Apoyó con delicadeza su cuerpo sobre el de ella y cuando el clítoris y el glande se encontraron, se estremecieron de placer. Prensada bajo el cuerpo de su novio, apretó las piernas y gimió.
Yo también supe que eras el hombre que estaba esperando. Como pudo, se escurrió bajo el cuerpo de su chico y se dio la vuelta. Frente a frente, se besaron con pasión y desenfreno, abrazados por un mismo sentimiento. Marco la cogió por las muñecas y frenó la efervescencia de su chica. Las manos fuertes, los brazos y el pecho musculoso, y su sonrisa apenas dibujada en los labios, la volvían loca. Asintió sumisa y se dejó llevar por su dominio. Le acarició las caderas, le besó el ombligo y, en otra lección de habilidad, dibujó con la yema de un dedo el círculo de los pechos antes de besárselos. El primer contacto fue sutil, cálido y esponjoso, pero el segundo la hizo temblar. Le amasó con grosería la carne de los pechos y con la presión justa le pellizcó los pezones para que gimiera como gime el mar en oleadas de placer
contra la orilla. La pasión de la pareja se vertía por los cuatro costados de la cama como ríos de gemidos que inundan el silencio de la noche. El ritmo respiratorio de Ruth aumentó hasta el punto de sentirse mareada. Estaba entregada al placer como solo una enamorada sabe sentirlo. Para calmar la euforia femenina y salvaguardar el silencio sepulcral de la madrugada, le llenó la boca con un racimo de minúsculos besos que la dejaron adormilada. Ahora tocaban las piernas. Se arrodilló frente a ella con las puertas de la gloria abiertas de par en par y amasó los muslos a dos manos y sin prisa. Ruth, la chica elegante y educada, la alumna ejemplar de economía, la amiga perfecta de sus amigas, la muñeca seductora de porcelana, la novia paciente y comprensiva pasó, con cada uno de los roces y caricias, a convertirse en un
animal indomable que apretaba los dientes, resoplaba ruidosamente, contoneaba las caderas y apretaba los músculos desatados por la pasión. Cuando Marco bajó la boca hasta su sexo y la lengua rozó por primera vez el clítoris, Ruth, con urgencia y ordinariez, atrapó la cabeza con las manos y apretó hacia sí con decisión. La presión desbordó el vaso de la necesidad y el primer orgasmo de la noche se derramó como una luz por toda la superficie de su cuerpo. Sin apoyar todo su peso, se tumbó sobre ella y le acarició la cara. La dejó recuperar el aliento y le sopló en la frente y el cuello humedecidos por el sudor. -
Estás guapísima cuanto te alteras.
La peinó con los dedos y le besó la mejilla enrojecida por la euforia. Marco sabía lo que tenía que hacer. Eran solo unos minutos de reposo, un instante de sosiego, un periodo de
refracción, un momento de paz tras el orgasmo que el cuerpo necesita para volver a ponerse en marcha. Él sabía lo que su chica necesitaba y esperó entre mimos el momento adecuado. Te quiero –le dijo murmurando, y la abrazó con fuerza-. Ella lo rodeó con las piernas y se miraron fijamente a los ojos. Yo… a veces te mataba, pero generalmente –sonrió- también te quiero. Se besaron por enésima vez, y rieron envueltos por la mágica nube del amor. Jugaron a morderse y se hicieron cosquillas hasta que Ruth sintió, por casualidad, como la cabeza del pene duro, caliente y húmedo, se apoyaba, exactamente, sobre la entrada de su vagina. Guardaron silencio y se miraron con los cinco sentidos pendientes de su sexo. Marco movió la
cintura y los dos primeros centímetros de pene franquearon los labios de su vulva. No hay prisa –le dijo al verla suspirar del entusiasmo-. Tenemos toda la noche para nosotros. Sacó y metió el glande con suavidad. Metió y sacó despacio la punta de su pene tan agradable y delicadamente como pudo. Las ganas le pedían a gritos mayor velocidad, pero aguardó a que Ruth se lo pidiera. No tardó. Al aumentar la profundidad y el ritmo, la sintió tensar las piernas obligándolo hacia ella. La cabeza del miembro le abrió las carnes, y en la siguiente embestida los muchos centímetros de pene se introdujeron en la profundidad de su novia. Y en la segunda y en la tercera. Y en la cuarta y las sucesivas. El vaivén de los cuerpos unía y desunía sus pelvis sin descanso. Como una máquina
entrenada para el mismo movimiento de montar y desmontar, de ensamblaje y separar. Los muelles de las camas de los hoteles no están hechos para semejante actividad. Chirriaban y crujían desafiando la naturaleza de sus materiales. El verano, tampoco es la estación más adecuada para el sexo. La piel brillante, la boca abierta y el corazón desmelenado, son inherentes a las noches de agosto de los amantes. Marco bajó el ritmo, tomo aire y se dejó caer sobre su chica. -
¿Te gusto? Te adoro –murmuró como pudo, y le acarició con admiración y deseo los brazos fuertes y sudorosos-. Le besó el cuello, las mejillas y el alma, y movió la pelvis de forma circular. Alternativamente, movimientos de penetración y giros de cintura, multiplicaron por mil el
estímulo genital de su novia. La vagina y el clítoris, el clítoris y la vagina se vieron colmados de placer. Ruth se aferró con violencia a las sábanas hasta hacerlas crujir. Marco, en su afán por hacerla disfrutar, como si de un homenaje a la diosa de amor se tratara, simultaneó ambas técnicas esperando paciente una respuesta. La vio cerrar los ojos, inspirar en profundidad y apretar los dientes con cada penetración. En cada penetración. Después de cada envite, se frotaba contra ella para estimularle el clítoris. Luego fueron dos, y luego tres las penetraciones tras cada roce. Y luego cuatro y cinco… Y así, hasta que se acabaron los roces y solo quedó tiempo para meter y sacar el pene al ritmo de sus gritos. Marco no supo cuando empezó y cuando terminó el segundo orgasmo de Ruth. La
expresión de placer parecía no tener fin. Aguantó el mismo ritmo, y solo cuando sintió que los músculos de la vagina se relajaban y dejaban de presionarle el pene, cerró los ojos, se dejó caer, la abrazó y, fundiéndose con ella en un beso intenso y apasionado, inundó el cuerpo de su chica de un goteo interminable de semen que lo hizo temblar de norte a sur, desde los pies hasta la cabeza, desde los cimientos de su alma enamorada hasta el cielo estrellado de aquella mágica noche de agosto.
XVII
Agotados, sudorosos y uno junto al otro, quedaron postrados en la cama. Estaban cogidos de la mano y se miraban sin descanso. El amor lo arregla todo. –Comentó Ruth con gracia y solemnidad eclesiástica-. Marco la abrazo sin decir nada, y dibujó con sus labios una sonrisa enorme. -
A tu lado, todo es más fácil.
La apretó con fuerza, deseando que el momento fuera eterno. Ruth se dejó mimar acurrucándose en sus brazos. Era tarde, pero no quisieron mirar el reloj. Notaron, por el color del cielo, que el nuevo día no tardaría en amanecer. Cerraron los ojos y se desearon buenas noches, pero a Ruth aún le quedaban ganas de diversión: -
¿Sabes? He dejado los
Sintió cómo su chico se inquietaba. Lo oyó toser y corregir, varias veces, la postura en la cama. Esperó, y unos segundos después lo miró interrogativo. Él encogió los hombros y negó buscando una respuesta. Hay cosas que requieren tiempo y claridad de ideas y… ni de una cosa ni de la otra andaba sobrado a esas horas. Los he dejado… -Ruth puso cara de niña buena- los he dejado en el baño. ¿Puedes traérmelas? –explotó en una carcajada al ver la expresión sorprendida de su novio-. Marco la mordió en el hombro con la habilidad de un felino. La pellizcó con dulzura y pasó las manos a toda velocidad por los rincones que supo que le harían cosquillas. Unos golpes en el piso de arriba los hizo enmudecer. Se miraron con los ojos como platos y las manos en la boca para frenar una
risa incontrolable. Ruth se levantó de la cama suplicando el fin de las cosquillas. Marco, entre las sábanas, la miró de reojo con una actitud amenazante. -
Vuelve a la cama si te atreves.
Se arrodilló como si fuera a rezar y señaló hacia el techo. -
Por favor, piensa en los vecinos…
Marco sopeso la propuesta. He pensado que mañana… -invitó, con seriedad, a Ruth a que volviera con él, y cuando lo hizo- mañana, tendré que pedir disculpas a los vecinos, porque esta noche las risas –se abalanzó sobre ella para hacerle cosquillas- no han terminado.
XVIII
Las maletas estaban preparadas junto a la puerta, y sobre ellas los billetes de avión y las llaves del hotel. El sol aun tardaría unos minutos en salir, pero la claridad del nuevo día llenaba de colores la mañana. Solo hay una cosa comparable a tu belleza… -Ruth sonrió ruborizada- el amanecer en las playas de Málaga. Las vistas desde la terraza de su habitación, era un premio a los sentidos. Se abrazaron con fuerza y miraron de nuevo el paisaje para agotar los últimos segundos. Al final… han sido unas buenas vacaciones, ¿no crees? Las mejores de mi vida. -Una lagrima asomó a los ojos de Marco- Eres lo mejor que me ha pasado. El servicio de habitaciones se había encargado de abastecer en los dos últimos días
a la pareja. Besos, caricias, sexo, conversaciones… y vuelta a empezar. Eso era todo lo que necesitaban y con lo que se habían deleitado hasta la saciedad. A fuerza de besos borraron los malos entendidos, sellaron las heridas e hicieron que el amor renaciera entre ellos. Se cogieron de la mano y se despidieron de la habitación 325 con el cariño de quien lo hace de una persona querida. Nada sabían de sus amigos pero ambos, por separado, temían que la vuelta no iba a resultar nada cómoda. Los escarceos sexuales Oscar y de Olga no hacían presagiar nada bueno. Entregaron las llaves en recepción y se sentaron a esperar. Unos segundos después, tan elegantes y sonrientes como siempre, aparecieron cogidos de la mano como si nada hubiera pasado. Marco miró atónito la cara de Ruth y ella le
devolvió una mirada llena sorpresa. -
Y bien, ¿nos vamos?
Se despidieron con cariño de Toni y otros trabajadores del hotel, y atravesaron la puerta principal con puntualidad suiza. Un taxi esperaba en la puerta a cada pareja. Cuando acomodaron las maletas y pidieron al conductor que los llevara al aeropuerto, Ruth se acercó hasta el oído de Marco y con sutileza preguntó a su novio: Por cierto, con respecto a Oscar, tienes algo que contarme ¿Verdad?
Marbella
Mayo 2013
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afrodisíacos. 3. Una mujer de negocios. 4. Nyotaimori. 5. Compañeros de trabajo. 6. La chica de la webcam. 7. Vacaciones. 8. Nuevo vecino. 9. 20 Relatos Eróticos.