BARON JAKOB VON UEXKÜLL
IDEAS PARA UNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MUNDO TRADUCCIÓN DEL ALEMAN PO R
R.
M.
TENREIRO
ESPASA-CALPE ARGENTINA,- S. A. BUEN BUENOS OS AIRES AIRES — MEXICO MEXICO
IMPRESO EN LA ARGENTINA
E di ci ón autor autor i zada zada espe especi ci almente almente P r i mer mer a edici edici ón par par a la cole colecc ccii ón H i stor stor i a y F i loso losofí fí a de la Ci encia Qu eda hecho hecho el depósi depósi to que que pr evi ene la l ey n úmer o 117 23 C op yr yr i g h t by C om om pa pa ñ í a E d i t or or a E s p a s a -C -C a l p e A r g e n ti ti n a , S . A . B u en en os os A i r es . 19 19 ó5 ó5
En los últimos últim os años años se o y e p or dojídequiera dojídeq uiera un m on ó ton to n o treno tre no sobr so bree la la cultura -fr -fracasada y conclu con cluida ida.. Filisteos de todas las \lenguas y todas las observancias se inclinan ficticia?nente ficticia?nen te comp co mpun ungid gidos os sobre sob re el cadáver de esa esa cultura, que ellos no han han engendrad eng endrado o ni ni nutrid nu trido. o. La guerra mun dial, que no ha sido tan mundial como se dice, parece ser el síntoma síntoma y , al par, la caus causa a de la defun de funció ción. n. La verdad es que no se com co m pren pr end d e cóm có m o una una guerra puede pue de destruir la cultura. cultura. L o más más a que pued pu edee aspir spirar ar el bélico suceso es a suprimir las personas que la crean o transmiten. transmiten. P ero er o la la cultura mism misma a queda siem si empre pre intacta de la espa espada da y el plom o. N i se sospecha de qué qu é otro ot ro m odo puede pu ede sucimibir una una cultura que no sea sea p o r propia dete de ten n ción, dejando de producir nuevos pensamientos y nuevas normas. normas. Mientras la la idea idea de aye a yerr sea sea corre co rregi gida da po p o r la idea idea de hoy, no podrá hablarse de fracaso cultural. Y, en efecto, lejos de existir éste, acontece que, al menos , la ciencia experim expe rimenta enta en nuestros nuestr os días ías un incomparable incomparabl e crecim iento de vit vita alida lidad. d. Desde 1900 1900,, coincidiendo coincidiend o pere per e grinamente grinam ente con co n la fech fec h a inicial inicial del nuev nu evo o sigl si glo, o, co??? o???ie ien nzcm zcm a elevarse sobre él horizonte intelectual pensamieyitos de nueva nueva trayec tra yector toria. ia. Esporádicamente, sin sin percib per cibir ir su radi radi cal parentesco, aparecen en unas y otras ciencias teorías que se caracterizan por disentir de las donantes en el si glo gl o X I X y lograr su superación. superació n. Nadie Nad ie hast hasta a ahor ahora a se habí había a fijado en que qu e todas esas esas idea ideass que qu e se halla llan en su hora de oriente , a pesar de referirse a los asuntos más disparejos, posee po seen n una una fisonomía fison omía com co m ú n , una rara y sugestiva unidad de estilo. Desd De sdee hace tiemp tie mpo o soste so steng ngo o en mis escrit esc ritos os que qu e existe ya un organismo de idea ideass peculiares peculia res a este siglo X X que ahora ahora pasa p o r nosotros. nosotros . La ideología ideolog ía del del siglo X I X , vist vista a desde ese organismo, parece una pobre cosa tosca, maniá tica, imprecisa, inelegante y sin remedio periclitada. [ 7 ]
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Est E sto, o, que era en mis escr es crito itoss p o c o mas mas que qu e urna privada privada afirmación, afirma ción, podrá recibir rec ibir ahora ahora una una prueba prueb a brillante" con co n la Biblioteca de Ideas del Siglo XX. En ella ella reúno reú no las las obras más más características caracterís ticas del tiemp tie mpo o nuevo, donde principian su vida pensamientos antes no pensados pensad os. Desd D esdee la matemática a la estética esté tica y la historia, procur pro curará ará esta esta cole co lecc ció ci ó íi mostrar mostr ar el nuev nu evo o espíritu labran labran do su miel futura futura sobre sob re toda la la flora intelectual. intelec tual. Claro Claro es que tratándose de una ideología en plena mocedad no po drá pedirse que existan ya tratados clásicos donde aparezca con una perfección sistemática. Es Es más, ás, algunos de estos libros contienen, junto a las ideas de tiuevo perfil, residuos de la antigua manera, y como las naves al ganar la ribera, mientras hincan ya la proa en la arena aun se hunde su timón en la marina. • * #
En el pres pr esen ente te libro libr o de von vo n Uexk Ue xküll üll halla allará rá el lect le ctor or,, sobriam sob riamente ente expres exp resado ado,, un sistema sistema de ideas ideas biológ bio lógica icass que qu e represeyita mejor que ningún otro la manera actual de acercar ace rcarse se a los problema probl emass de la vida. vida. El volu vo lume men n ha sido form fo rmad ado o reco re cogi gien en d o ensayo ens ayoss difer dif eren ente tes: s: trae esto cons co nsig igo o que más de una vez se repita la exposición de un mismo pensamie pens amiento. nto. N o creo cr eo,, sin emba em barg rgo, o, que qu e esto est o resulte res ulte en o joso jo so.. A l insist insistir ir sobr so bree una misma misma idea, Uexkü Ue xküll ll la presenta pres enta con nuevo cariz, y la lectura llega al cabo de las páginas animada por una curiosidad ascendente. De D e b o declarar que qu e sobr so bree m í han han ejer ej erci cido do desde 1913 1913 . Es+a influen gran influencia influen cia estas estas medita me ditacion ciones es biológ bio lógica icass Es influ en cia cia no ha ha sido sido meramente científica, c ientífica, sino sino cordia cordial. l. N o c o nozco sugestiones más eficaces que las de este pensador, para para p o n er orde or den, n, serenidad y optimis opti mismo mo sobr so bree el des arreglo del alma contemporánea. 1922. Jo s é O r t e g a y
(Escrito para la primera edición Bib lioteca de la presente obra en la Biblioteca de ideas del siglo XX. )
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A H ou s t on on S t ew ew a r t C h a mb mber l a i n Respetuosament Respetuosamentee
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IDEAS PARA UNA CONCEPCION BIOLÓGICA DEL MUNDO
PRIMERA
PART E
LOS NUEVOS PROBLEMAS
NUEVAS CUESTIONES
Estamos en vísperas de una bancarrota científica cuyas consecuencias aun son incalculables. Hay que borrar al darwinismo de la serie de las teorías científicas. Cierto que para el gran público los dogmas de esta doc trina, convertida en una especie de religión, aun será mo neda corriente durante años. Pero los biólogos experimen tales se apartan silenciosamente de ella, uno tras otro, y pronto tendrán también que seguirlos los biólogos des criptivos. A la larga no puede, sin embargo, permanecer oculto para el público científico más amplio que la biología ex perimental ha abandonado al darwinismo y trata de nuevos problemas y plantea nuevas cuestiones. Han surgido nuevas contradicciones, que de tal modo requieren el interés de los biólogos que ya nadie quiere tomarse seriamente la molestia de volver a matar en pú blico al muerto darwinismo. Y, sin embargo, es imposible, para quien se encuentre alejado de ellas, comprender debi damente las nuevas cuestiones mientras permanezca aún en el terreno del darwinismo. Por eso trataré de declarar brevemente algunos de los motivos que en mi opinión han movido directamente a la biología experimental a abandonar el darwinismo. En modo alguno pretende esta exposición ser un escrito polémico contra el darwinismo, porque tal polémica no es ya nece saria. El darwinismo, que había nacido con tales trompe tazos, ha caído en silencio. El darwinismo afirmaba: "Las especies nuevas se originan de las antiguas por continuadas transiciones. Natura non jack saltus” era empleada en este sentido. El libro mismo de Darwin no aportaba ninguna prueba [ 15 ]
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experimental de esta afirmación. Tanto más se trató por ello de llenar este vacío en los tiempos siguientes. A pesar de todos los esfuerzos, el material probatorio ha seguido siendo extraordinariamente pobre. Se reduce, en lo esencial, a un informe de Schmankewitsch, que pretendía haber ob servado la sucesiva transformación en otra de una pequeña especie de cangrejos de mar. Esta metamorfosis debía ser provocada por la reducción del agua salada del mar. La comprobación experimental no ha confirmado este descu brimiento. El segundo hecho susceptible de ser experimentado es el dimorfismo estacional de algunas mariposas. Actuando so bre la crisálida de una mariposa de verano, se la puede mo dificar tanto, que sale de ella una mariposa de otoño, que hasta entonces se había contado en otra especie. Tampoco en este caso puede hablarse del tránsito de una especie a otra. Simplemente, es que se ha tenido, de un modo falso, como representantes de dos especies distintas a los individuos de una misma especie que se presentan en diversas estaciones, y que, por consiguiente, llevan un traje, ya de verano, ya de invierno. En oposición a este material demostrativo del darwinismo, completamente estéril, De Vries ha aportado y mostrado en su excelente libro un material demostrativo, cierto que li mitado, pero cuidadosamente comprobado, de que especies vegetales que se encuentran en un período de mutación producen repentinamente nuevos individuos cuya estructura se ha transformado hasta en lo más nimio. Estas experien cias, plenamente auténticas, han probado que pueden origi narse nuevas especies por repentinos e inmediatos tránsitos. De lo cual, por lo demás, el propio Darwin refiere un ejemp?o. Natura ja ck saltus puede tenerse ahora como de mostrado. Como se sabe, apóyase principalmente Darwin en los re sultados de la selección artificial y en la capacidad de variar de muchos animales dentro de amplias fronteras. Darwin creía poder admitir que por variación se originan especies nuevas.
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Esta suposición se ha demostrado com o errónea. Todas las variantes de la misma especie, por muy cuidadosamente que sean aisladas mediante una selección artificial, abando nadas a sí mismas vuelven a caer en la especie original al cabo de algunas generaciones. Lo mismo ocurre con las variantes de habitación. Ninguna especie nueva se origina por variación. Como éste es el punto crítico en que se apartan la antigua y la nueva concepción, quiero entrar en mayores pormeno res acerca de la idea que existe en el fondo del darwinismo y del antidarwinismo. Los darwinistas, como partidarios de la doctrina de la variación, consideran cada individuo como un conglome rado de diversos elementos, cuya estructura es sólo el resul tado de una especie de proceso interno de fermentación. Esta fermentación opera tan pronto sobre esta como sobre aquella parte y las modifica. Cuando en un individuo están modificadas todas las partes, precisamente por ello perte nece a una especie nueva. Los partidarios de la mutación conciben al individuo co mo un cuadro, en el cual se puede producir cierta variedad mediante un cambio accidental en la aplicación del color, sin cambiar el cuadro en su composición total. Así, los va riados individuos de una especie se asemejan como otras tantas copias del mismo cuadro; cosa que en lo esencial ha sido ya enseñada por Platón. Toda grosera modificación física que sufra un cuadro sólo podrá destruirlo; jamás tendrá la facultad de producir, como por ensalmo, un nuevo cuadro. La nueva biología vuelve a acentuar principalmente que todo organismo es una producción en la cual las diversas partes se encuentran reunidas según un plan permanente, y que no representa un informe y fermentante montón de ele mentos que sólo obedezca a las leyes físicas y químicas. Así, pues, para la actual biología cada especie nueva está caracterizada por un nuevo plan, y los individuos de espe cies diversas son organismos cuyas diversas partes están construidas y ordenadas según planes diversos.
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Darwin enseña además que en vez del criador de anima les domésticos, el cual —en su opinión— puede crear especies nuevas mediante la selección de adecuadas variedades, apa-* rece en la Naturaleza la lucha por la existencia. En la lucha por la existencia debe vencer el más rápido al más lento, el más fuerte al más débil, etc. De esta manera, debe verifi carse, según se expresa H. Spencer, una "selección del adaptado”. Mediante esta doctrina, ingenua y groseramente popular, han sido simplemente pisoteados los más finos e interesantes problemas de la biología. Sin embargo, sólo puede hablarse de la superioridad de un competidor sobre otro cuando es el mismo el objeto por el cual luchan ambos. Si cada uno de ellos se dirige hacia un objetivo distinto, no llega, en modo alguno, el caso de que midan sus fuerzas. Cierto que también se dan en la Naturaleza luchas por el mismo objeto, y si dos andan a golpes, gana el más fuerte; esto lo saben ya los chicos de la escuela. Pero una teoría que pretende derivar de este tosquísimo experimento toda la diversidad de la naturaleza orgánica, no puede ser atri buida a la larga a un hombre inteligente. Las condiciones de existencia son tan diversas como los mismos seres vivos. Cada animal, cada planta tiene sus es peciales condiciones de existencia, que en parte no pueden serle disputadas en modo alguno. Bien se comprende que por todos lados hay en la Naturaleza relaciones entre veci nos y compañeros, las cuales distan mucho de ser siempre de un carácter amistoso o inofensivo. Pero, a causa de eso, hablar de una lucha de todos contra todos es una grosera exageración. La actual concepción científica de la Naturaleza parte de la teoría física de un caos general de puntos materiales en el espacio, en el cual sólo rigen fuerzas fisicoquímicas. Este caos forma el general e informe mundo exterior en que viven todos los organismos. Pero cada organismo, con forme a su estructura, sólo entra en relación con una parte muy pequeña de mundo exterior. Cada ser vivo mediante estas relaciones, se crea un mundo circundante,
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único propio para él, en el que se desenvuelve su vida, Si se quiere hablar de la "selección del adaptado” , hay que emplear esta palabra en sentido opuesto al de Spencer, La Naturaleza no escoge los organismos adaptados a ella, sino que cada organismo se escoge la naturaleza a él adapEsta interpretación es corriente ya desde hace tiempo para los fisiólogos. Entre las innumerables ondas del éter, |>nuestro ojo sólo escoge una escala muy limitada, lo mismo í que nuestro oíd o de las ondas del aire. De este modo, en todo el mundo animal cada órgano de los sentidos no es otra cosa que un aparato para escoger los efectos conve nientes para el animal entre los innumerables del mundo ex terior. Por ello, en modo alguno pueden compararse entre *sí los órganos de los sentidos de las diversas especies ani males, ya que cada uno sirve para un fin distinto. Igual mente falsa sería la tentativa de pretender medir unos por otros los heterogéneos aparatos de marcha o vuelo, pues cada uno de ellos, según su manera de ser, crea nuevas rela ciones con la tierra o el aire. Los organismos son incom parables entre sí, lo mismo que sus órganos. Sólo excepcionalmente entran los organismos en directa, oposición unos con otros. En esencia, cada ser vivo tiene la aspiración de organizar otra parte del mundo exterior, transformándola en su mundo circundante. Estas acciones recíprocas entre animal y mundo circundante presentan al biólogo los temas más sutiles y espirituales, que hasta ahora han sido ahogados con la tosca expresión de "lucha por la existencia” . La variación y lalucha por la existencia eran los dos sos tenes principales de la teoría de la descendencia, que p er-; mitían derivar todos los animales unos de otros hasta que se llegaba a las más sencillas amibas o móneras, que no debían ser otra cosa sino simples esferillas de espuma que, mediante su cambiable tensión superficial, se modificaban y movían. Constituían, por lo tanto, el anhelado tránsito de lo orgánico a lo inorgánico, de lo vivo a lo sin vida. Esta derivación de la vida de la física era la verdadera
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coronación del darwinismo. Permitió a Haeckel echar al mundo el conocido Monismo. Los animales superiores te nían todos una estructura de máquinas, que los diferenciaba de lo inorgánico. Los seres vivos más sencillos no tenían estructura y, por consiguiente, ya no era lícito diferenciar los de lo inorgánico. Los caminos del darwinismo jamás han llevado tan fun damentalmente al error como aquí. Cierto que los organismos inferiores, por ejemplo, los infusorios, están más sencillamente construidos que los ani males superiores. Pero aunque se compongan de menos miembros, su acomodación es exactamente tan conforme a plan com o la de los animales superiores. Hasta se puede indicar que los animales inferiores tienen resueltos de una manera más perfecta que los animales superiores los proble mas técnicos que se les han presentado. También concier tan mundo circundante y organismo, exactamente con tanta perfección en los infusorios como en los mamíferos. Además, es un tema fecundo el observar cóm o los planes constructivos de los animales se van haciendo cada vez más sencillos hacia el monocelular, hasta que, finalmente, el pa rame ció se gobierna, en substancia, con un reflejo único. Si el mundo de la vida terminara, hacia abajo, con los infusorios, sólo sabríamos que hay estructuras muy simples que en su especie funcionan tan bien como las altamente complicadas. Pero no recibiríamos ninguna explicación acerca de si pueden darse seres vivos sin estructura, y si tener vida y poseer una estructura son la misma cosa, como es admitido generalmente. Por fortuna, la Naturaleza ha resuelto este problema, ex presa e inconfundiblemente, mediante las amibas. Las amibas son seres vivos que, en cada caso, comienzan por crearse la estructura que necesitan para la vida. La amiba más sencilla está en condiciones de construirse, según los necesite, sus instrumentos ambulatorios y manducatorios, estómago, etc., y volver a aniquilarlos. De este hecho innegable se desprenden dos cosas dife rentes: 1^, que un organismo se sirve de órganos para dedi
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carse a su actividad vital, como una máquina necesita las diferenciadas partes de su estructura para ponerse debida mente en marcha, y 2^, que, al contrario de la máquina, el ser vivo posee la capacidad de construirse él mismo sus órganos. Pronto parecerá fabuloso que se hayan puesto siquiera en duda estas sencillas proposiciones, pues no hay animal ni planta que no construya su estructura de una simple célula, con lo cual realiza algo de que no es capaz ninguna máquina. Pero de tal manera se estaba deslumbrado por el darwinismo, que tenía por idénticas estructura y vida, que se aceptó sin vacilar el dogma de que "cada organismo sólo es una máquina” . A consecuencia de esto, hubo que afirmar que todo ser vivo era hecho por una máquina invisible me tida dentro de la célula germinal. N o había tampoco ni sombra de prueba de esta afirma ción; pero constituía h base Je la concepción del mundo dominante y, por lo tanto, tenía que ser creída sin ser exa minada. Sólo gracias a Driesch, que se planteó como problema el perseguir, cada vez más de cerca, la máquina invisible en la célula germinal, llegó a vacilar toda Ja teoría. Es evi dente que una máquina que debe construir una máquina complicada necesita tener alguna especie de estructura; si no, no es máquina. Driesch logró demostrar que la célula germinal no poseía ni huella de una estructura mecánica, sino que se componía puramente de partes de igual valor. Cayó con ello el dogma: el ser vivo sólo es una máquina. Si en un ser vivo totalmente organizado funciona la vida de manera análoga al funcionamiento de una máquina, sin em bargo, el organizar de un germen sin estructura un pro ducto de estructura acabada es una capacidad sui generis, que sólo corresponde a lo viviente y que se presenta por completo sin semejante. Para formarse una idea justa del proceso de organización por el cual pasa cada ser vivo en el curso de su desenvol vimiento, hay que recordar lo siguiente: Todos los lectores para quienes es familiar la división zoo
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lógica de los animales saben que* todos los individuos que poseen un plan de construcción, esto es, de estructura, co mún se sintetizan en una especie. Todas las especies que muestran rasgos fundamentalmente comunes en su plan de construcción se sintetizan en un género. El plan de cons trucción del género que reúne todos los planes de las espe cies muestra muchas menos particularidades que los planes de las diversas especies. Si se llega cada vez más allá en la síntesis, se conserva exclusivamente el plan fundamental, totalmente sencillo, del tipo, que sólo consiste en unos pocos rasgos fundamentales. Es conocido ahora, desde los reveladores trabajos de K. E. von Baer, que cada individuo, en el curso de su evo lución, no realiza los definitivos planes de organización de modo que comience por la elaboración de detalles, sino que en los primeros esbozos de la estructura se muestran los rasgos fundamentales de un plan primitivo que son caracte rísticos del tipo. Después sigue formándose lentamente la estructura primitiva, de modo que, uno tras otro, se pre senta el plan de la familia, el del género y, finalmente, el de la especie, con lo cual alcanza su término la evolución. Este paralelismo, altamente significativo, entre una serie gradual de planes que sólo fué inferida por la comparación de individuos y una serie de planes que puede ser obser vada directamente al organizarse los seres, ha sido totalmen te obscurecido por el darwinisrno. La ley fundamental biogenética de Haeckel, que tanto ha contribuido al avance del darwinisrno, afirma: "Cada indi viduo recorre durante su desarrollo toda la serie de sus progenitores.” Esto es simplemente una arbitraria interpretación del he cho que acabamos de citar. Se sugiere una serie de proge nitores para cada animal, que, en línea ascendente, hacién dose cada vez más sencillos, deben ostentar primero el carácter del género, después el de la familia, y por último el del tipo; y luego se formula su ley. El darwinisrno no se contenta con observar los fenómenos de la Naturaleza y colocarlos en una clara relación: quiere
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demostrar. Quiere demostrar que la conform idad a plan de los organismos es producto de fuerzas fisicoquímicas y, por eso, no debe ser tratada como problema independiente. Una vez que se ha reconocido este fin, las capitales teo rías dei darwinismo pueden ser derivadas lógicamente unas de otras. La ordenada y mecánica estructura del individuo adulto es producida, de mecánica manera, por la estructura del germen, que, por su parte, debe su construcción a los predecesores. Los predecesores forman una serie de ante pasados que van de lo sencillo a lo complicado. Los antepasados más sencillos no poseen ninguna estruc tura, sino que son solamente un fermentante montón de materia que puede recibir todas las formas posibles. Alg u nas de estas formas son más estables que las otras. Sola mente ellas se conservan, varían después, y suministran así la serie animal mediante un universal y casual tanteo. Como último ensayo se ha originado el hombre. En su forma actual, el darwinismo ya no es una teoría de ciencias naturales, sino un sistema lógico. Toda doctri na de ciencias naturales va de un problema a otro problema, mientras que el darwinismo acomete la tarea de rechazar con sus demostraciones el problema central de la biología. Es una diversión muy rica en goces; pero cuando se han empleado en ella cincuenta años sin éxito alguno, es ya sufi ciente. Vuelve a ser tiempo de dirigirse al sencillo trabajo. La conformidad a plan del organismo era y es el proble ma de la biología, y a él volvemos de nuevo. Bajo conformidad a plan no debe ser entendida otra cosa que una determinada disposición de las diferentes partes de un objeto que hacen de él una unidad. Piénsese, por ejem plo, en una casa: muros y techo, ventanas y puertas, etc., no son otra cosa que partes diferentes que sólo por su dis posición "conforme a plan” forman la unidad, la casa. La unidad que resulta de esta manera es siempre "funcio nal”, pues lo que se enlaza en una unidad no es la forma, sino la función de las diferentes partes. De ahí resulta que partes diferentemente formadas pueden dar el mismo re sultado después de su enlace.
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Hay muros altos y bajos, tejados llanos y apuntados, a pesar de lo cual tocias las posibles combinaciones vienen siempre a dar una casa, con tal de que la función de "sos tener” de los muros concuerde con la función de "ser sos tenido” del tejado. Del mismo modo, puertas, ventanas, escaleras y todas las demás partes de la casa tienen que ayudarse unas a otras, según plan, en sus funciones, a fin de que se logre una unidad, la casa, cuya función es ser vir de vivienda al hombre. Muy semejante es lo que ocurre con los organismos vivos. También en los animales y plantas no debemos li mitarnos a investigar las formas de las diferentes partes; también tenemos que determinar su función, lo mismo que el plan según el cual se eslabonan las diferentes funciones para procurar al total unitario su función de conjunto. La función de conjunto de cada ser vivo es doble: con servación del individuo y conservación de la especie. Esta doble función es ejercida por individuos de diversas especies según planes diversos, aun cuando se asemejan cada una de las funciones de las partes. El tema de la biología consiste, según eso, junto con la investigación de cada una de las funciones, en llegar tam bién a conocer el plan según el cual las diversas funciones de las partes concurren a la función de conjunto del todo. Llámase a esto la investigación del plan funcional, o plan de estructura del organismo. Hasta ahora, también todos los naturalistas, sin excepción, abrigaban el convencimiento de que tal plan estructural tenía que poder ser señalado en cada animal. Todos creían firmemente que el animal puede ser tratado análogamente a las máquinas, en las que es imposible el funcionamiento sin una permanente estructura. Era aceptado com o evidente que también en aquellas partes de los organismos vivos que hasta ahora han permanecido inaccesibles a los análisis his tológicos ha de existir, sin embargo, una acabada estructura, que ha de ser considerada como soporte de las funciones observadas o postuladas. Como es en general conocido, se aspira además a reducir
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todas las acciones animales a un sencillo esquema, el reflejo. El reflejo es la función de una determinada estructura que se llama el arco reflejo. El arco reflejo se compone del órgano de recepción, en el cual el estímulo del mundo ex terior es transformado en excitación. La excitación recorre entonces los nervios receptores y llega al centro donde desembocan todos Jos nervios. Aquí la excitación es diri gida hacia el apropiado nervio muscular, el cual, por su parte, la conduce al músculo con toda seguridad. El punto central del interés en la investigación de cada reflejo lo forma, naturalmente, la cuestión de los medios auxiliares que hacen posible al centro el acertar en la apro piada elección entre los nervios musculares, a fin de que la excitación llegue al músculo, cuya contracción significa precisamente la respuesta apropiada al estímulo del mundo exterior. Se había logrado ya avanzar cada vez más, sobre la base del arco reflejo, por el obscuro camino de la dirección y dis tribución de la excitación en el sistema nervioso central, y comenzaban a aclararse las complicadas acciones de los ani males, cuando, de repente, Jennings se salió de aquel plan y negó la existencia del reflejo, negó el arco reflejo y la exis tencia de toda estructura en el sistema nervioso central. En lugar de la estructura mecánica puso laregulación fisioló gica. Para comprender en todo su alcance esta nueva teoría hay que tener presente que fué Jennings quien fundó de nuevo la biología experimental de los protozoos. Con sus observa ciones ha sobrepasado en mucho todos los trabajos anterio res y aniquilado las especulaciones más en favor. Mos tró además que al principio de la serie animal se alzan las amibas, que no sólo utilizan órganos existentes, sino que, en caso de necesidad, se proporcionan órganos nuevos. Le pareció que el punto esencial de todo el problema de la vida estaba en esta necesidad y su satisfacción por el organismo vivo. Para él cada reacción se convirtió en unaregulación; según Jennings, cada animal en reposo se encuentra en un estado de equilibrio fisiológico, que experimenta una per
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turbación con cada acción del mundo exterior. El animal trata entonces de restablecer el perturbado equilibrio, cosa que logra al cabo de algunos ensayos y equivocaciones (Trial and Error). La apropiada reacción para restablecer el equilibrio, una vez encontrada, vuelve a ser hallada cada vez más rápidamente en los casos de repetición. Desde este punto de vista examina Jennings todos los fenómenos vita les: la regulación del calor, la mudable reacción de las glán dulas digestivas ante diversos alimentos, la producción de anticuerpos y, finalmente, toda la actividad del sistema ner vioso central. Así considerada, la vida toda nos aparece com o un cons tante flujo; las formas de los órganos se disipan ante lo único que se mantiene firme: la facultad reguladora. La facultad reguladora no sólo forma los órganos durante la evolución, sino que sigue formándolos también durante toda la vida. Esto no es tan visible en los órganos exteriores, que tienen que prestar un sencillo servicio; pero razón de más para que se muestre la regulación en el órgano central, que se sirve de esos órganos. El empleo de los órganos externos corporales jamás tiene Jugar forzadamente, de una manera firmemente prescrita —única cosa que nos permitiría inferir la existencia de una estructura definitiva en el sistema nervioso cen tral—, sino siempre se verifica libremente según principios reguladores. Lo esencial en el animal no es su forma, sino la transformación; no la estructura, sino eJ proceso vital. "El animal es un puro proceso .” Esta doctrina posee innegablemente mucho poder de seducción, y llevará, en todo caso, mucha agua al molino del neovitalismo. Sólo se necesita, en realidad, considerar la regulación como una fuerza vital independiente para en contrarse ya en el centro del vitalismo. El mismo Jennings, aunque se aproximó mucho a Driesch, vaciló en dar este último paso; eso no cambia en nada el estado general del asunto: según ello, tres tendencias se al zan ahora frente a frente en la biología, diferenciadas por su distinta posición ante el problema de la conformidad a plan:
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19 Los partidarios de la pura causalidad, que no sólo quieren referir a leyes mecánicas el funcionamiento de los órganos construidos según plan, sino que también quieren derivar de leyes mecánicas Ja construcción según plan del organismo (darwinistas). 29 Los partidarios de la pura conformidad a plan, que no sólo derivan de una específica autonomía la construc ción según plan del organismo, sino que también reducen a una autonomía (regulación o fuerza vital) el funciona miento de los órganos (Jennings y los vitalistas). 39 Los representantes de una posición media, que, aun que refieren la construcción conforme a plan de los órganos de leyes mecánicas a una autonomía de la naturaleza viva, sin embargo, derivan el funcionamiento de los órganos, y ven en él una analogía con el funcionamiento de las máqui nas (pueden, por ello, ser llamados "maquinalistas” ). ¿Cuál de estas tres direcciones alcanzará la victoria? N o es de negar que los vitalistas son vencedores en toda la línea. Después de haber acabado con el darwinismo, se han apoderado de todo el terreno de la morfogénesis ani mal, y amenazan ahora las últimas posiciones del adversario. Hasta los más convencidos partidarios de la opinión de que los seres vivos tienen que ser considerados análogamen te a las máquinas llegan, p o co a poco, a la idea de que en el proceso de la evolución animal intervienen factores que son desconocidos en las máquinas y sólo pertenecen a la vida. ¿Deben también ahora los maquinalistas arriar sus velas ante Jennings y abandonar totalmente la analogía entre ani mal y máquina? Esto tendría por consecuencia el que habría que renunciar a Ja esperanza de lograr jamás una imagen in tuitiva de la actividad de los órganos centrales. Sólo es in tuitiva una estructura construida conform e a plan. La re gulación u otras tendencias actuantes conforme a plan están totalmente fuera de la intuición. Creo que aun no hemos llegado tan lejos. En la exposición de Jennings, por muy seductora que pueda parecer, se en cuentra una laguna, que se ha originado por un insuficiente
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análisis del problema; cosa que se deducirá de lo siguiente. Si hago un corte con un cuchillo, el funcionamiento del cuchillo al hacerlo es un problema limitado en sí mismo, que no tiene absolutamente nada que ver con la cuestión del constructor del cuchillo. Si yo estudio la marcha de una pata de insecto, ésta es una investigación totalmente in dependiente del problema del origen de la pata. También la consideración de las amibas nos enseña —cosa que realmen te no hay ni que decir— que primero tienen que existir los pseudópodos antes de que puedan ser utilizados. Pero en muchas amibas la formación de los pseudópodos ocurre tan próxima a su utilización, que ambas funciones son produci das por igual estímulo. Esta ha sido manifiestamente la circunstancia que ha movido a Jennings a tratar ambos pro blemas como uno solo, al que ha designado como "regu lación”. En la noción de "regulación” , tal com o Jennings la em plea, están, por esto, ocultos dos factores muy distintos l9, la actividad, y 2?, la transformación del órgano. Con el concepto de regulación pone Jennings en un aprie to al reflejo, y afirma que éste excluye lo esencialmente principal, esto es, la actividad vital específica, que es per manentemente eficaz y de cada reacción obtiene provecho para el animal. Porque el estado fisiológico del animal se muda en correspondencia con cada intervención del mundo exterior. Por estado fisiológico sólo podemos entender algo muy vago, ya sea concebido como cambio de materia o como psique. Jennings advierte expresamente que no se conceda demasiada importancia a las estructuras permanentes, y recomienda que siempre se tenga ante la vista Ja represen tación del proceso. Paréceme que hay en ello un error de principio. Por mu cho que se coloque en primer término la transformación, no es lícito desatender a lo formado. Las estructuras formadas, tal como existen en el momen to, conducen el reflejo. Aunque puedan mudarse en un momento inmediato, no disminuye su significación. Hasta
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si sucediera que el mismo estímulo ocasiona primero la trans formación de la estructura y pone después en marcha la actividad de la transformada estructura, hay, sin embargo, que tener ambas funciones severamente separadas una de otra para no producir confusión. Pero probablemente .la transformación de órganos ya for mados en animales adultos no tendrá en general gran im portancia. Más bien se tratará de nuevas formaciones. Justamente el órgano central de los animales superiores nos proporciona el mejor ejemplo. Es completamente vero símil que en el curso de la vida, en la red nerviosa central, se dividan cada vez nuevas partes y se conviertan en nuevos puestos centrales, que hagan apto al animal para ejecutar nuevas acciones o diferenciar nuevas impresiones. Sin em bargo, esta capacidad plástica del cerebro posee sus propias leyes y no tiene absolutamente nada que ver con la activi dad mecánica en el curso de los reflejos superiores o infe riores. Para dirigir y repartir las impresiones en el cerebro se necesitan los filamentos nerviosos y los centros; esto es, una estructura perfeccionada. Descubrir esta estructura y sus funciones será, ahora co mo antes, el objeto de la investigación experimental. Natu ralmente, hay que precaverse con severidad de perturbar el puro experimento con insolubles cuestiones acerca de los sentimientos, pensamientos, etc., de los animales. Igualmen te estériles son las tentativas de aproximarse a los problemas biológicos con el auxilio de la lógica o de las matemáticas. La lógica, la psicología, Ja matemática, no son intuitivas; pero la biología es intuición, según su esencia. Su problema consiste en revelar a nuestra inteligencia la conformidad a plan del ser orgánico. Mas la conformidad a plan sólo es da da en la intuición espacial. En eso se diferencia de la ten dencia a un fin, la cual añade el tiempo como ulterior factor. Nosotros sólo podemos comprender aquellas máquinas cu yas ruedas están puestas unas al lado de otras en el espacio; máquinas cuyas ruedas están parte en el porvenir y parte en el pasado son para nosotros totalmente incomprensibles. No puede negarse, ciertamente, que los seres orgánicos
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constituyen una de tales máquinas incomprensibles para nosotros. Pero lo que podemos comprender en ellos es el funcionamiento en un momento dado; de momento en mo mento puede cambiar la máquina, pero en cada momento está completa, y el engranaje de un completo rodaje puede ser revelado a nuestra inteligencia. Entonces hemos descu bierto su conformidad a plan. Si intentamos investigar las variaciones que de momento en momento sufre la máquina, nos ocupamos de la ten dencia hacia el finy que desde el huevo origina la gallina. Son dos direcciones de investigación totalmente diversas. Cada una de ellas posee sus propias ventajas y desventajas, y siempre es peligroso y dado a confusiones el que se las compendie en un único problema de regulación. Pero el de a qué dirección pueda uno sumarse sale, en todo caso, del círculo del problema del darwinismo. Tráta se siempre de la relación de Ja parte con el todo, que el darwinismo quería substituir con la sencilla cuestión de causa y efecto.
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El fin de toda ciencia natural es la ordenada disposición de las cosas. Los investigadores de la Naturaleza tratan de ordenar claramente, en lo posible, los hechos dados, y para este menester van formulando hipótesis alrededor de las cuales se agrupan los resultados de la investigación. Estas hipótesis sólo son valederas en cuanto no son contradichas por ningún hecho nuevamente encontrado que aspire a un orden nuevo bajo nuevas hipótesis. El profano para quien no es comprensible que las hipó tesis sólo son medios auxiliares de la investigación, está siem pre dispuesto a sobreestimar su valor; Jas llama leyes natu rales, y las venera como verdades eternas. A estas triviales verdades pertenece hoy el darvinismo, el cual, como monismo, se ha convertido en una especie de religión de la semicultura, aunque hace ya tiempo que ha sido desalojado de la ciencia por tesis nuevas. Ni siquiera puede decirse que el darwinismo haya sido superado por una nueva teoría. Sus afirmaciones han sido puramente re conocidas como falsas, y el problema del origen de las es pecies se ha mostrado como insoluble. Por eso se ha pasado sencillamente a la orden del día sin irritarse demasiado por la marcha triunfal del muerto darwinismo, disfra zado de verdad eterna, solemnizada en el mundo de los profanos. Desde muchos Jados ha sido censurado a los biólogos el que no se opusieran a la difusipn del materialismo seudocientífico. Pero en modo alguno era ésa su función, y ade más hubiera servido de poco declararse contra la sugestión general de las masas. El pueblo cree hoy en día en Jos Enig mas del Universo, de Haeckel, como creía antes en el ca tecismo. Se cree estar en posesión de una verdad eterna. í 31]
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En efecto, como monista se sabe todo: cómo se ha originado el mundo, cómo ha de acabar, qué clase de cosas son los animales y plantas, según su esencia; que no hay inmortali dad ni libertad; en una palabra, cómo marchan las cosas en el hermoso mundo de Dios de un modo completamente na. tural, según eternas leyes físicas, sin ningún ser espiritual, el cual, de existir, sólo podría ser un "mamífero gaseoso”. Contra tales gentes pelearían en vano hasta los mismos dioses. ¿No era propio de los investigadores consagrarse a la in vestigación de nuevos problemas, a encontrar y ordenar nue vos hechos sin preocuparse de los ruidos de la calle? Este si lencioso trabajo ha dado sus frutos. Ya comienzan a parecer las primeras obras de conjunto que ordenan los hechos nue vos según nuevas hipótesis y nos trazan una imagen com pletamente nueva de la formación y régimen del mundo vi viente. Ale refiero en primer término a la Filosofía de lo orgánico , de Driesch, libro de significación fundamental en la ciencia biológica. Pero los hechos nuevos son tan difícilmente comprensi bles y la significación que han encontrado se aparta tanto de la senda de lo cotidiano, que esta nueva ciencia jamás se arriesgará a lanzarse a la calle. Bien puede contar con co n vencer al pensador aislado; pero para la muchedumbre no tiene a mano ninguna sentencia que lo resuelva todo. Si intento llevar al lector a la nueva biología experimen tal, tengo primeramente que poner en sus manos una ana logía con la vida diaria que pueda servirle siempre como hi lo de Ariadna cuando lo circunde el laberinto de la evo lución. ¿Cóm o se origina el individuo? es la cuestión de que se apodera la ciencia natural después de que el problema de] origen de las especies se le ha escapado como insoluble. Sólo podemos ir tras el origen del individuo con la inte ligencia si al mismo tiempo nos representamos el origen de una casa o una máquina. Tres suertes de condiciones preli minares tienen que ser cumplidas en la construcción de una casa. Tiene que haber: 1?, el material; 2?, el obrero, y 39,;
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el plan. Estas tres condiciones preliminares, ¿tienen también que ser cumplidas en el origen de un ser viviente y en qué relaciones están con las análogas condiciones preliminares de la construcción de la casa? El material que emplea la Naturaleza es fundamentalmente distinto de aquel que está a nuestra disposición para la construcción de la casa. Nuestro material de construcción, si no en cuanto a su forma, en cuanto a sus propiedades fí sicas y químicas, está completamente formado anticipada mente. Piedra, madera y argamasa sólo necesitan ser em pleadas y combinadas en la forma debida, y la casa está hecha. Muy de otro m odo ocurre en la Naturaleza. Cada ser vi vo se construye de un germen protoplasmático que no muéstra aún huella alguna de las propiedades físicas y químicas que andando el tiempo poseerá el cuerpo del animal desa rrollado. A l principio no existen huesos, ni músculos, ni nervios, ni ninguno de los tejidos que prestan tan gran di versidad al cuerpo del adulto. Estos tejidos sólo se forma rán después de que la forma del joven animal esté ya clara mente organizada. El protoplasma, o la substancia viviente, de la cual todos los seres vivos traen su origen, muestra ante todo, cuatro capacidades altamente singulares. Primeramente posee la ca pacidad de realizar un cambio de materia; esto es, puede re cibir en sí materia ajena, quemarla y volver a eliminarla. Por eso se la ha comparado co n una llama de cirio, que también conserva su forma y, sin embargo, consiste en una siempre cambiante materia. En segundo lugar, el protoplasma es capaz de falrricar partes permanentes que por su estructura microscópica, sus propiedades químicas y físicas, se diferencian considerable mente del terreno madre. Las propiedades de estos produc tos accesorios son de una importancia fundamental para el animal adulto, pues dan de sí los diversos tejidos, huesos, músculos, etc. En tercer lugar el protoplasma es capaz de dividirse. La primera función de un gérmen maduro consiste en la divi
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sión en dos esferas. Esta división es un proceso curioso so bremanera, que comienza por la formación de un aparato micromecánico. Por desgracia, es totalmente obscura para nosotros la función de este aparato de división pues ¿quién puede por la simple observación decidir cuál parte de la máquina es la que atrae y cuál la atraída? Mas el aparato es demasiado pequeño para poder hacer experimentos con él, La formación de la máquina de la división procede del nú cleo, de un cuerpecillo diferenciado del protoplasma tanto química como estructuralmente. Éste se encuentra tan en general en el protoplasma, que a los productos independien tes de la división del germen, que aparecen en todos los te jidos, sólo se los reconoce como células cuando, fuera de los productos accesorios que caracterizan el tejido, contie nen además protoplasma y núcleo. La cuarta actividad del protoplasma consiste en el creci miento. Cada partícula del protoplasma, durante su cambio de materia, es capaz de recibir en sí más materia de la que’ devuelve, y de este modo aumenta su magnitud. Sólo el crecimiento depende directamente del cambio de materia; fuera de eso, todas las capacidades del protoplasma son por completo independientes unas de otras. Vemos así que al principio sólo el germen se divide; en un estado posterior, comienzan a crecer las esferas de segmentación, o primeras células, con lo cual la división prosigue rápidamente. Sólo al final de todo, cuando existen ya millares de células, se presentan en ellas las diferenciadas partes de estructura que las hacen ser células de tejidos. Adentras tanto, prosigue sin interrupción el cambio de materia. Tal es el material que está a disposición de la Naturaleza, con el cual, ciertamente, se puede construir mucho mejor que con piedra, madera y argamasa. Y, sin embargo, hay al go que no le es posible a la Naturaleza y que nosotros; podemos realizar fácilmente. Nosotros con nuestro ma-t terial diferenciado podemos pasar en seguida a la ela-i boración de los detalles; cosa totalmente excluida por lal Naturaleza, porque al principio no existe absolutamente nin gún tejido diferenciado. Además, Ja masa de materialf
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necesaria solo se origina con el transcurso del tiempo. I Mas ¿dónde están las fuerzas que colocan en su debido lugar al material que se divide, aumenta y diferencia y ha cen que de montones de células se originen formas articu ladas? En nuestra edificación de casas se ocupa de este asun to el trabajador con sus brazos o una máquina con palancas y trinquete. Ambos cogen el material de fuera y lo llevan al lugar conveniente. La Naturaleza no posee tales medios auxiliares; las fuerzas que llevan las diversas piedras de cons trucción, o células las levantan o las cambian de sitio, resi den en ellas mismas. Estas fuerzas celulares son diversas; fuera de la presión de los líquidos y la tensión superficial, aun hay que considerar además los automovimientos. Pues todo protoplasma parece poseer la capacidad de poder con traerse y dilatarse ocasionalmente. Pero aun con esto no queda servida nuestra inteligencia. El obrero que levanta una piedra para ponerla en otro sitio no se estorba absoluta mente en nada a sí mismo en su trabajo. Pero si las piedras chocaran unas con otras, como hacen las células, entonces sólo podría llegarse a un buen resultado si estos choques re cibieran una dirección común. Por eso la Naturaleza ha in troducido los llamados estímulos formativos. Son éstos unos estímulos, en general de carácter químico, que, producidos por determinadas células, actúan sobre las restantes dándoles dirección. Y ahora descubrimos una nueva propiedad del protoplasma: no sólo puede contraerse y moverse, sino que también es estimulable por medios externos; es decir, se coloca en un nuevo estado, que se llama excitación , y esta excitación, a su vez, es transmisible de célula en célula; corre, por decirlo así, de un lado a otro. La excitación pro voca la contracción dél protoplasma, y con ello el movi miento de las células. Vemos así que, desde el principio, en la construcción de cada animal todas las partes del germen se encuentran en un inestable estado de excitación de acción y reacción, mé todo constructivo muy diverso del nuestro. Tanto en la construcción de Ja casa como en la del cuerpo del animal, el material y las fuerzas móviles sólo son los medios neccsa-
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rios, que tienen que ser homogéneos. El plan de estructura decide la manera de su empleo. Si se dejara que las fuerzas rigieran y gobernaran el material sin una firme dirección, pronto se originarían los mayores trastornos. En lugar de eso, todo avanza según el orden más bello; cada paso de avance está prefijado conforme a plan. El orden conforme a plan que observamos en el origen de todos los seres vivos es el problema más difícil de toda laj biología. Cierto que también Ja formación de un cristal se; verifica conforme a regla; pero ni remotamente presenta tantas dificultades com o el problema de la vida. La razón; está en lo siguiente: el cristal posee también una forma conforme a regla; pero esta forma no es la expresión de una función. Cierto que sus diversas partes se hallan unas junto a otras conforme a regla; pero no tienen que realizar unaj función común. Están ordenadas, ciertamente; pero no or.; denadas conform e a plan. La disposición de un cristal pue de muy bien ser su estructura molecular hecha visible. Pe ro así com o no es lícito esperar jamás que una especie de piedras cristalice en forma de una casa humana, tampoco nos es dado admitir que la estructura molecular de cual quier cuerpo albuminoso posea la forma de un animal. La forma de una casa o de un animal no está determinada por las propiedades del material de construcción, sino úni camente por su función. Al contrario, la propiedad del ma terial de construcción es utilizada para servir a la función total. Por eso la estructura molecular de una sal bien puede ser la invisible reproducción del cristal, para cuya forma ción sólo se necesita el puro aumento de tamaño; pero ja-, más la estructura molecular de las materias que componen el protoplasma puede tener la forma de un animal. Aunque la estructura química de la materia no contiene el plan de construcción, sin embargo el asombroso proto plasma puede poseer una estructura mecánica, aunque in visible, que corresponda a la del animal desarrollado. Eßl este caso, el plan de construcción estaría ya contenido en el germen. Es seguro que los materiales de nuestra casa no contienen;
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el plan de la casa. Pueden emplearse los ladrillos absoluta mente en el orden que se quiera; de los troncos de árboles por completo a voluntad, pueden hacerse puertas o venta nas: el plan de construcción, en sí mismo no sufre por ello ni la menor alteración. Otro es el caso con una casa sueca de madera, transportable, en la cual ya antes de la construc ción todas las partes tienen su determinada forma y sólo de una cierta manera se acomodan unas con otras. Aquí el plan de construcción está ya terminado en el material, y las diversas partes no pueden ser separadas según se quie ra o cambiar de lugar con otras. Por lo tanto, si el plan de construcción del animal des arrollado está ya representado, como admitimos en el protoplasma del germen, ni será dado permutar unas por otras las diversas partes ni podrán ser separadas unas de otras impunemente. M uy al contrario ocurre en realidad: las diferentes partes de cada germen joven pueden ser separadas a voluntad sin que el animal desarrollado muestre la menor variación, aparte de la correspondiente disminución de tamaño. En ciertos animales, hasta en una fase más avanzada pue den ser cambiadas unas por otras las células de segmentación sin que en modo alguno se detenga el curso del desarrollo. Con tal de que los puestos estén ocupados, es indiferente por qué células lo sean. El germen joven, por lo tanto, no lleva el plan de cons trucción estampado en sí en cualquier forma material. El protoplasma va adquiriendo poco a poco una estructura conforme a plan, no la alberga en sí desde el principio. Los períodos en los cuales se pueden permutar unas por otras las diferentes partes del germen tienen diversa dura ción para diversos animales. Pronto se forman determinados territorios, en los cuales las partes pueden ser substituidas entre sí sin que un territorio pueda reemplazar al otro. Una vez que están demarcados entre sí los territorios del germen, conservan una gran independencia unos de otros. Puede, por ejemplo, un territorio operativo ser disminuido en la mitad, y entonces suministra un órgano completo,
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pero disminuido en su mitad, que no concierta en modo alguno con los órganos vecinos de tamaño normal. De esta manera se puede obtener en los vertebrados una ar. ticulación de hombro en la cual la cavidad sea la mitad más pequeña de lo que corresponde a la cabeza del hueso, o al contrario. Si a dos carpinteros se les da medida la madera para que el uno proporcione el marco y el otro la puerta, y ulte riormente se le quita a uno de ellos la mitad de su material, se obtendrá una puerta pequeña y un gran marco, o al contrario. Hasta si el material quitado se le entrega a un tercer carpintero, se obtendrán dos puertas de la mitad del tamaño y un marco de tamaño normal. Si a pesar de esta intervención los carpinteros entregan sus productos al mis mo tiempo, aunque sea deficiente el resultado, se inferirá una armónica dependencia en su trabajo, que sin aquella dañina intervención hubiera rendido los más hermosos frutos. Lo mismo ocurre con el animal: a pesar de la indepen dencia que tienen entre sí los territorios del germen en lo que concierne al tamaño del producto final, prosigue uni. formemente al mismo tiempo en ellos el crecimiento y di ferenciación de los tejidos. Esta* armonía en la formación interior puede atribuirse algunas veces a un estímulo di. recto que un territorio germinal ejerce sobre otro. Así, en algunas salamandras sólo se forma, de la piel exterior, el cristalino del ojo después que el globo ocular, al crecer, ha tocado la piel por dentro. Si se impide este contacto, no se presenta el cristalino. Animales próximos parientes de éstos no están, sin embargo, sujetos a esta regulación, y se proveen oportunamente de cristalino sin estímulo de con tacto. Para resumir brevemente lo dicho: en la construcción del animal, primero se divide el material dado, después se ordena en territorios germinales, después crecen y se di. ferencian los independientes territorios, y sólo cuando han suministrado los órganos ya acabados que tienen que con cordar entre sí comienza la función. ¿N o recuerda de
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una manera sorprendente este proceder de la Naturaleza la acción conforme a plan del hombre en la construcción de una casa? En la construcción de una casa hay una direc ción superior de la obra, que distribuye los planos de las diversas partes de la casa a los diversos contratistas. Sólo una vez terminada la casa puede verse si es habitable. Tan pronto como interviene la función, se acaba la indepen dencia del órgano originado en los territorios germinales. Cierto que siguen creciendo los órganos hasta que alcanzan su magnitud normal; pero son completamente dependien tes unos de otros en su crecimiento. Se ha demostrado que se pueden provocar mudanzas en el ojo de un cone jillo que sólo afecten al cristalino y su ligamento suspen sor. Estas mudanzas, que se refieren principalmente a la posición del aparato suspensor, tienen como consecuencia que, según la especie de intervención, no sólo el cristalino y su ligamento se hacen mayores o menores que en el ojo normal, sino que también todas las otras partes del ojo, exceptuando los huesos del cráneo pertenecientes a él, par ticipan en el anormal crecimiento. El efecto final es que siempre se obtiene un ojo que funciona con completa nor malidad, el cual es mayor o más pequeño que el otro ojo. También, en una casa que ya está en uso, por eventual aumento del tamaño del marco de una puerta tiene igual mente que ser aumentada al mismo tiempo la puerta; con esto terminan las faltas de concordancia que se pueden presentar en la construcción de la casa. Hay, pues, dos tipos de construcción: según el uno, tra bajan en común las partes que se corresponden espacial mente en un territorio constructivo o germinal; según el segundo, trabajan juntos en su desarrollo ulterior los ór ganos que se corresponden funcionalmente. Estos dos tipos de construcción vuelven a presentarse también en la curación de heridas y nueva formación de órganos perdidos, donde de modo muy diverso engrana uno con otro. La aparición de dobles formaciones anor males, como en el gusano platelminto de dos cabezas (cosa que se puede producir a voluntad haciendo una pequeña
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hendedura en el decapitado tronco, a partir de la herida, de modo que se originen dos heridas independientes), de muestra que durante la nueva formación puede reinar gran independencia en las regiones regeneradas. También el fa moso caso del cangrejo, al que después de la pérdida del ojo le crece una antena olfativa, demuestra esta indepen dencia. Por otra parte, se observa en otro cangrejo pequeño, el cual normalmente posee una pinza grande y una pequeña, la gran influencia de la función. Pues si se le quita la pinza grande, mientras la cortada se regenera se desarrolla la pinza pequeña hasta hacerse grande, de suerte que sólo necesita reemplazar una pinza pequeña. ¿Dónde reside en todos estos casos el plan cuyo efecto se barrunta por todas partes? En Jas metamorfosis nor males se buscará el plan en el animal ileso; por el contrario, en las dobles o falsas formaciones, en la llaga. ¿Cómo debe entenderse esto? Los resultados que pueden ser deducidos del desarrollo normal dan la respuesta. El plan no reside en modo alguno en el material. Pues si, com o vemos, al principio en el germen aun muy joven, o más tarde en las fronteras de los territorios germinales, cada uno de las partes puede convertirse en una especie de producto final, entonces el plan no es ninguna propiedad de la materia, sino que gobierna de un modo tan ilimitado el material de células existente como el plan de la casa los ladrillos. EJ plan de construcción significa, tanto en la edificación ! de la casa como en la formación del animal, un curso con forme a plan de las cosas, un orden firmemente establecido en el empleo de los medios. El orden mismo no es ni una fuerza ni una parte de la materia, sino puramente el ca mino que recorren las fuerzas y la jornia a que es forzada la materia. Este orden de las cosas podemos considerarlo desde dos diferentes puntos de vista. Podemos admitir que el origen | según plan de los seres vivos sea sencillamente como algo ; dado que se tiende a lo largo del tiempo como una melodía existente desde el principio. Entonces nos limitamos a la j
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descripción y convertimos toda la cuestión en un problema de "finalidad estática” . Más libre es acaso el otro punto de vista desde el cual se concibe el plan, porque opera en el tiempo no como un orden dado, sino co mo algo ordenador. Entonces no se contenta uno con la descripción de lo existente, sino que se trata de descubrir la oculta dependencia entre el orden y la materia con sus fuerzas. Entonces se plantea la cuestión de la "finalidad dinámica” . Esta es la teoría de Aristóteles, el cual atribuía a los seres vivos una especial propiedad: la entelequia, esto es, la ca pacidad "de llevar un fin en sí” . El padre de la moderna teoría de la evolución, Karl Ernst von Baer, llamaba a esta capacidad la "aspiración a un fin” . Pero sólo Driesch ha investigado más inmediatamente las propiedades que carac terizan a este desconocido factor natural, y llega a resulta dos en extremo notables. La entelequia posee sus propias leyes, que no son una causalidad, sino que tienen que ser designadas como con formidad a la ley de un sistema, porque sólo se pueden ex presar según la relación de la parte co n el todo. Aunque múltiple, no existe en el espacio; opera, sin embargo, sobre las cosas en el espacio. N o posee, por ello, una diversidad extensiva, sino sólo intensiva. Se parece en esto a nuestra alma, que es también un organismo fuera del espacio, y que, sin embargo, opera en el cerebro, que se extiende en el espacio. Pero no es, sin embargo, ningún factor natural subjetivo. Del mejor modo concuerda con ella la represen tación de cuerpo astral, procedente del espiritismo, pues está en contacto interiormente con el sistema mecánico de la máquina del cuerpo, que es producido y conservado por ella. Es totalmente incapaz de crear materia o energía. N o puede realizar el más pequeño trabajo. Por el contrario, puede remover los obstáculos puestos por ella misma a los procesos químicos, y, por lo tanto, gobernar los procesos. Estas posibilidades de poner obstáculos residen desde el c o mienzo, como principio esencial, en toda substancia viva, la cual sólo por ellas recibe sus asombrosas capacidades. Me
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parece que con lo que más se puede comparar la entelequia es con el "genio” de los romanos, que se presenta en todas partes donde se trata de una nueva organización, cuyo prin cipio productor y sostenedor representa. Acaba el organis mo, y desaparece también el genio. Estos son, en pocas palabras, los resultados a que ha lle gado Driesch por el camino de un análisis muy penetrante. Puede uno declararse de acuerdo con Driesch en el detalle; la cuestión principal me parece siempre ser la de si, en ge neral, se debe o no introducir un factor inmaterial en las ciencias naturales. Lo más seguro, en to do caso, es evitarlo lo más posible. Hemos hablado antes de otro punto de vista desde el cual se pueden contemplar los hechos de la investigación experimental. Queremos ahora volver a él; queremos investigar la "finalidad estática” , en la esperanza de evitar de este modo el factor natural inmaterial. Si nos ocupamos de finalidad estática, tenemos que par tir de formas definitivas y de sus funciones, pues el fun cionamiento conforme a plan de definitivas estructuras son su propio dominio. El trabajo conform e a plan de un animal tenemos que tratar de comprenderlo por la acción concu rrente de sus partes. Llamamos órgano a cada trozo del cuerpo del animal que realiza un trabajo coherente en sí mismo. El trabajo en común de los órganos produce la ac ción de conjunto de todo el animal. Ahora, cada acción de un animal es la respuesta a una acción del mundo exterior. ¿Cómo es que los animales encuentran siempre la adecua da solución? A esto da la biología una explicación sorpren dente: porque siempre les son presentados los debidos pro blemas. Si un cuerpo debe influir en otro, tiene que obrar sobre él por medio de cualquier fuerza física o química. Ahora bien: de todos los cuerpos salen hacia todos lados innume rables efectos de toda especie. De estos efectos escoge cada animal aquellos que son útiles para su existencia. Sólo éstos son tratados como problemas; sólo a éstos se le da una so lución. T odos los demás resbalan sobre él sin dejar huella, Cada animal posee determinados órganos para recibir los
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efectos del mundo exterior, que son llamados receptores u órganos de los sentidos. La estructura de los receptores de cide cuáles efectos del mundo exterior ejercen un estímulo sobre el animal y cuáles no. La suma de estos estímulos forma un mundo circundante del animal (1 ). Cada animal vive en un mundo especialmente dispuesto para él, que con cierta con su especie de estructura y sólo es capaz de pre sentarle los problemas adecuados (2). Esa es la obra del sistema nervioso. En algunos animales esta obra es escasa. Hay medusas en las cuales no actúa ningún otro estímulo más que su propio movimiento de natación. Los tunicados sólo con ocen estímulos dañinos, a los cuales responden siempre de la misma manera: cerrando la boca. En estos casos, el sistema nervioso es una red sen cilla que liga todos los músculos entre sí y con los recepto res. Si en todo caso ha de resultar la misma respuesta, está excluido todo error. Cada estímulo es transformado sim plemente por el receptor en una excitación nerviosa, y ésta corre por la red nerviosa hasta el músculo. Si la red nerviosa se divide en varias redes, cada una de las cuales, como ocurre con los anemones de mar, liga una determinada especie de receptores con otro grupo de músculos, entonces tal animal ya es capaz de ejecutar movi mientos diversos ante diversos estímulos del mundo exterior. En muchos gusanos, el sistema nervioso muestra la capa cidad de dirigir cada excitación a los músculos de .la parte anterior. Esto significa que a cada estímulo del mundo ex terior ha de corresponderse con un movimiento hacia ade lante. Mientras los estímulos exteriores consisten en estímulos químicos y físicos aislados o enlazados unos con otros, Ja obra del sistema nervioso sigue siendo relativamente fácil. La verdadera dificultad sólo aparece cuando los animales deben recibir como estímulo Jas fownas de los objetos que ) ( * (*) Véase en la página 5^ la definición de "mundo circundante” o "alrededor del animal”. (Nota del editor.) (2) Para más d‘ talles, véase U f .x k ü l l : Umwelt und Innenwelt der Tiere. Berlín, J. Springer, 1909.
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los rodean. La forma se pierde siempre en el efecto de objeto en objeto, si no tropieza con un espejo. Por eso tiene que producirse un espejo en el sistema nervioso *si éste quiere utilizar las formas com o estímulo. Este espejo nervioso es ciertamente muy de otra especie que nuestro espejo de mercurio. El espejo nervioso se caracteriza por que sólo recibe aquellas formas que son útiles para la vida del animal, y esto ocurre sólo en el grado de exactitud que es necesario en cada caso. El mundo circundante de estos animales superiores mues tra una formación de muy diversa especie en corresponden cia con su espejo nervioso; y si pudiéramos tener ante nues tra vista espiritual los diversos sistemas nerviosos de los animales, como vidrios de colores ante la corporal, co noceríamos el mundo bajo mil formas diversas, comenzando por la mayor sencillez, como se muestra el mundo circun dante de la lombriz de tierra, en el que sólo hay una izquierda y una derecha, subiendo por el mundo circun dante del cangrejo maya, que sólo consiste en manchas de colores, hasta el de los insectos, que consiste en un fondo de manchas claras y obscuras sobre el que destacan los con tornos de diversos e importantes objetos, como, por ejem plo, los animales en los que hacen presa. Cuanto más avanzamos en el conocimiento de los anima les y de sus mundos circundantes, tanto más se nos impone la cuestión de cómo es el mundo que nos rodea a nosotros mismos. Acaso, aun siendo tanto más rico y diverso que el mundo circundante de los animales, ¿no será el extremo de riqueza y hermosura? ¿Estaremos también nosotros mismos limitados y encerrados por nuestro mundo circundante, co mo los animales por los suyos, que apenas contienen un reflejo de la riqueza del mundo que nosotros vemos ex tendida alrededor de los animales? Y si esto es así, ¿hay algún indicio de la existencia de un mundo más alto, mayor, más rico, del cual nosotros estamos exceptuados porque nuestros órganos de los sentidos y nuestro cerebro están tan pobremente construidos? Ciertamente, hay ese indicio. Hermann Keyserling, en
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su hermoso libro Die Unsterblichkeit (La inmortalidad), alude a que estamos rodeados por todas partes de un mundo sobrepersonal. Sabemos bien que cada animal representa una unidad desde el germen hasta la madurez. Pero con nuestra corta vista sólo vemos los miembros aislados, no vemos la cadena. Sólo forman una unidad para nosotros las partes de los organismos vecinas en el espacio; a las altas organizaciones cuyas partes se tiende la mano en el tiempo tenemos que reconocerlas como realidades, pero no pode mos conocerlas. Es verdad siempre lo dicho por Platón al atribuir a sus ideas suprasensibles una realidad más alta que la del mundo de los sentidos. Nos rodean como los más altos picos de una montaña envuelta en niebla; nos dominan, pues también nuestra propia vida está formada para una unidad más alta, pero no la conocemos. De este modo, la consideración de la finalidad estática nos ha llevado también al mismo resultado que la dinámica. Tan pronto como abandonamos el terreno de las funciones mecánicas de los organismos ya formados y pasamos a la consideración de su origen conforme a ley, se nos presenta el mismo factor inmaterial, no ya como entelequia aristoté lica, sino como idea platónica. En todas partes donde se origina vida reina una ley no física, pues la física conoce simplemente el efecto de lo antecedente sobre lo siguiente en el tiempo; pero jamás la reacción de lo siguiente en el tiempo sobre lo antecedente. Pero esta retroacción existe siempre si concebimos toda la existencia como una unidad dada, com o exige la teleología estática. De nada nos ha servido prescindir de la entelequia; en lugar de un factor inmaterial, hemos recibido unosudarmecínico. Los facto res materiales no son suficientes para explicar la vida; éste es el indudable resultado de la biología experimental. Sólo con la oposición más extrema se someterán a esta sentencia los naturalistas de las ciencias emparentadas con ésta. Significa, sin embargo, que la ciencia natural no posee las condiciones elementales necesarias para el conocimien to real de la vida. Un factor inmaterial o supermecánico
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es inaccesible a todos los métodos de las ciencias naturales. Estas diferencias internas de opinión apenas atañerán ai lector. Mas para él será, sin embargo, de la mayor impor tancia el que por fin se encuentren las ciencias naturales y la filosofía. Si en el día de hoy tres naturalistas caminaran juntos al aire libre, podría ocurrir que uno de ellos fuera un aristoté lico; el segundo, un platónico, y el tercero, un kantiano. "V iv ir es llevar un fin en sí mismo” , dirá el aristotélico. El discípulo de Platón dejará resbalar serenamente su mi rada por las cimas de las lejanas montañas y responderá: "Sí, un fin no temporal.” Y el discípulo de Kant asentirá silen ciosamente.
S E G U N D A
P A R T E
EL NUEVO PUNTO DE VISTA
SOBRE LO INVISIBLE EN LA NATURALEZA
Aun conservo vivamente en la memoria la escena final de un drama francés del decenio de 1880, porque ponía ante la vista, de un modo muy eficaz, al materialismo de aquel tiempo, alegre de su victoria. Se trataba en aquella obra de un conflicto amoroso entre un político francés que, naturalmente, era ateo, y una devota americana. Ambos venían a dar en una apasionada conversación sobre religión. Al final el ateo cogía una silla, la plantaba en medio de la mesa, y exclamaba: "Esto es una silla; la v e o . . por eso creo en ella. En lo invisible no creo.” Esta sentencia coincide aún hoy con la manera de ver de aquellos círculos que juran por el evangelio monístico. El punto hasta donde llega la indiferenciación del pensa miento moderno se aclara del modo mejor si al lado de ella se coloca una pequeña narración india cuya escena ocurre hace dos mil años, y que aproximadamente dice así: "En el tiempo en que Brasidas de Metaponto dominaba como exarca en la India, celebróse una gran reunión reli giosa, en la que brahmines y budistas disputaban acerca del ser del alma. El príncipe griego, que juzgaba que la visión artística de las cosas era la más alta sabiduría, se mofaba de los sabios de Oriente, que conversaban con tanto ardor de cosas in visibles. Entonces se adelantó un brahmin y dijo: —Exarca: ¿por qué crees que el alma es invisible? El príncipe se rió y le dio por respuesta: —Lo que y o veo es tu cabeza, tu cuerpo, tus manos, tus pies. . . ¿Acaso tu cabeza es tu alma? —N o —respondió el brahmin. [ 49]
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—¿O tu cuerpo, o tus manos, o tus pies? Siempre tuvo el brahmin que responder que no. —Entonces, ¿concedes que el alma es invisible? —Señor —respondió el brahmin—: eres un príncipe pode roso, y de fijo que no habrás venido a pie hasta aquí. ¿Vi niste a caballo o en coche? —Vine en coche —dijo, sorprendido, el exarca. —¿Es invisible tu coche? —preguntó el brahmin. —En modo alguno —dijo, riéndose, el exarca—; allí está, visible para todo el mundo, con cuatro blancos caballos; árabes enganchados a él. —¿Es la lanza el coche? —preguntó el brahmin, imper turbable. -No. —¿O las ruedas, o el asiento? El exarca siempre tenía que responder que no. —Ruedas, asiento y lanza los veo bien —dijo el brahmin—; al coche no puedo verlo porque es invisible.” ¿Qué habría dicho el político francés si la americana le hubiera respondido: "V e o las patas, el asiento y el respaldo, pero la silla no la veo?” Y sin embargo, habría tenido per fecto derecho a dar esta respuesta. En la visión inmediata no nos es dada una silla, ni un coche, ni ningún otro objeto, sino sólo líneas y colores. Para que líneas y colores se combinen en unidades de ob jetos se necesita una larga cadena de experiencias, que sólo pueden ser hechas en el transcurso del tiempo. Para convencerse de la existencia de un vínculo invisible en todos los objetos que nos rodean, propóngase esta pre gunta: ¿De dónde viene que a todos los diversos objetos que a veces tienen cuatro ruedas, a veces dos y hasta a veces una sola, que pueden o no poseer un respaldo, que son grandes o pequeños, que se componen de madera o de hierro, que son mullidos o duros, de todos los imaginables colores y de las más diversas formas, siempre se les designe, sin embargo, con el nombre de coches? ¿Cuál es el víncu lo común en la mudable apariencia para que siempre les 1 demos el mismo nombre? A lo cual responderemos: Es laf
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igualdad de función. Todos los coches, por muy diferentes que puedan ser en materia, forma y color, tienen, sin em¿ bargo, idéntica función: sirven para ser transportados en ellos. Bajo función o servicio comprendemos una serie de di versas variaciones en el tiempo, resumidas en una unidad conforme a ley. Así, el "ir en coche” significa el uniforme girar de las ruedas alrededor de su eje, combinado con el avanzar del cuerpo del coche. Podemos seguir con la vista, en cada momento, las diver sas variaciones de un objeto. La ley o regla que liga en una unidad las diversas variaciones no podemos verla. Si en cada momento, mediante signos convencionales, qui siéramos apuntar las variaciones que se van presentando en un objeto, obtendríamos una anotación en la cual conserva ríamos la regla de la variación, lo mismo que una melodía es conservada en el pentagrama. Ahora bien: la melodía no es otra cosa que un "esquema de tiempo” de los tonos. Por eso también podemos llamar un esquema de tiempo a la regla de variación que caracte riza al objeto. Lo mismo que el ritmo de la serie de tonos combinados en una unidad es llamado "melodía” , el ritmo de las diver sas variaciones que recorre un objeto es resumido unitaria mente co m o "funció n” . Pero com o es totalmente imposible conservar todas las variaciones que recorre un objeto (por que están combinadas unas con otras por innumerables transiciones), sólo se pueden retener algunos momentos de movimiento o de variación especialmente significativos y combinarlos entre sí en un esquema de tiempo. El número y la elección de estos momentos varía de indi viduo en individuo. Represéntese, por ejemplo, lo que sig nifica una estrella para el moderno habitante de gran ciudad que alguna vez la ve centellear entre los faroles de Ja calle, y lo que ha sido para un asirio conoce dor del cielo. Igual estrella es para el uno un inútil punto de luz y para el otro un signo en el reloj del destino del mundo, que recorre su círculo por el maravilloso cuadrante del cielo.
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Lo que se dice del esquema de tiempo es aplicable tam bién, en igual medida, al esquema de espacio. Las formas de los objetos que nos rodean son tan ricas y cambiantes, según la iluminación y la posición que tomamos frente a ellos, que jamás reconoceríamos al mismo objeto si no nos hubiéramos impuesto una regla permanente que sólo con serva determinados datos de su hechura. Los esquemas de forma pueden ser muy pobres o vacíos, y entonces abarcan muchos objetos que no son diferencia dos en nada más unos de otros. Pero también pueden ser muy ricos y particularizados, y entonces se refieren a un objeto único. La mayor parte de los hombres de ciudad considerarán como iguales todos los cereales que hay en el campo, por que las diferencias entre cebada, avena, centeno y trigo no existen en el esquema de forma "cereales” . Mientras que los campesinos, por su parte, confunden largo tiempo en la ciudad unos tranvías con otros. De esquema de espacio más esquema de tiempo se con> pone la concepción de los objetos; pero el esquema de tiem po es decisivo para la palabra con que designamos la cosa. La formación del esquema tiene estrechas relaciones con las experiencias individuales de cada uno. Así resulta que cada hombre está rodeado de un mundo "adecuado” a él o acomodado a él, que Llamaremos su "mundo circundante”. Por lo demás, es posible demostrar que grandes grupos de hombres que pertenecen a la misma clase profesional poseen análogo mundo circundante, que es limitado por los mundos circundantes de otras clases profesionales. El vocabulario propio de cada oficio demuestra que en él son diferenciados objetos que se presentan como complementalmente iguales para otras clases de oficios. Basta ser guiado una vez por un ingeniero al visitar una exposición de maquinaria para convencerse de que los in genieros hablan con la mayor seguridad de cosas que son completamente incomprensibles para nosotros. De una par te, vemos demasiado, porque nos saltan a la vista pequeñeces insignificantes, y de otra, demasiado poco, porque no cono
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cemos la dependencia. Nos falta el lazo que combine las diversas partes en una unidad. Nos falta el esquema de espacio, lo mismo que el de tiempo, de tales cosas. Observaba yo una vez un tropel de gentes de Cook que eran paseadas por las Galerías de pintura de Florencia. El culto guía se detuvo delante de un cuadro y dijo: "Ya ven ustedes a primera vista, señores míos, que éste es un Ra fael.” "¡Diantre! —rezongó un señor viejo—, yo veo sim plemente una Madonna con el Niño; eso lo veo muy bien; pero ¿en qué ve él que es de Rafael? Tengo muy buena vista, sin e m b a rg o ... ¿O es que ese mozo ve cosas in visibles?” El señor viejo no sabía que él mismo veía cosas invisibles, puesto que el que la mujer del cuadro fuera una Madonna no hubiera podido verlo tampoco un negro. Y que aquel policromo plano en la pared representara una mujer per manecía totalmente ignorado para la golondrina que cru zaba rauda por la habitación. Lo que nos es dado por la visión son colores y líneas; las reglas que elevan estos factores de la visión a la percep ción son en sí mismas invisibles. Son capaces, sin embargo, dé ordenar la materia suministrada por los órganos de los sentidos y forman así el objeto. Mas ¿por qué es necesario convencerse tan circunstancia da y hondamente del hecho de que todos los objetos que nos rodean consisten en impresiones de los sentidos ordena das por esquemas tanto' de espacio com o de tiempo? Por que sin este conocimiento no hay biología comparada. Físicos y químicos no tienen ningún interés en esta afir mación, pues consideran el mundo solamente desde el punto de vista del hombre. Las diferencias entre los mundos cir cundantes humanos no son tomadas en consideración en su elemental manera de apreciar. Por eso fraccionan los objetos en objetos cada vez más pequeños; pero su verdadera es tructura jamás la han removido. Eso se cambia de repente cuando investigamos las relacio nes de los objetos con seres vivos de otra especie, como son los animales. Entonces salimos de nuestro mundo circun-
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dänte y entramos en el de un sujeto de otra especie que mantiene con lo que le rodea relaciones completamente dis tintas de las nuestras, ya que está rodeado por sus objetos y no por los nuestros. , N o sería tan difícil orientarnos en este nuevo mundo si poseyéramos alguna posibilidad de lograr un conocimiento del alma del sujeto extraña a nosotros. Pero todas las ten tativas en esta dirección han resultado totalmente malogra das. Y las teorías del paralelismo o de la identidad de las circunvoluciones cerebrales con la vida del alma acaban en vanas afirmaciones, y en su aplicación al alma de los ani males sólo conducen a decepciones groseras. Acaso sea in cóm odo y muy poco moderno admitir el dualismo de alma y cuerpo, firmemente establecido por la ¡experiencia diaria; sin embargo, sigue existiendo por eso mismo. La consideración objetiva de los fenómenos en el sistema nervioso central no nos presta en modo alguno ni el más mínimo apoyo para sospechar que con ellos estén enlazados fenómenos anímicos, y sin embargo, ¿quién querría negar esta dependencia? ; Sólo que sobre la especie de esta dependencia no debe uno abandonarse a ningún engaño. Los fenómenos per ceptibles objetivamente en el cerebro están con las impre siones o representaciones que aparecen al mismo tiempo exactamente en la misma relación en que está un objeto con la designación que le hemos adjudicado. Si y o al ver un árbol de blanco ramaje y hojas pequeñas pronuncio siempre las palabras "álamo blanco” , tanto puede ser llamado eso (paralelismo como identidad. Si ahora establezco la afirmación de que también mi ve.cino al ver un árbol de blanco ramaje y hojas pequeñas pronunciará las palabras "álamo blanco”, lo hago bajo íá hipótesis, comprensible por sí misma, de que mi vecino hable el mismo idioma que yo. Del mismo modo puedo afirmar al observar ciertas acti vidades cerebrales de mi vecino que percibo directamente o infiero de sus acciones que su alma tiene ahora estas sen
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saciones o aquellas representaciones bajo la necesaria hipó tesis de que mi vecino posea un alma igual a la mía. Pero si mi vecino habla una lengua desconocida para mí, entonces jamás podré al mirar al árbol de blanco ramaje y hojas pequeñas deducir Ja palabra con la cual lo desig nará él. Del mismo modo, si poseen un alma otra que la nuestra, estamos privados de toda posibilidad de deducir las sensa ciones de los animales de su actividad cerebral, observada directamente por nosotros o inferida de sus acciones. Con este ejemplo espero haber iluminado claramente el paralogismo de la psicología comparada. Las almas de los animales son como innumerables idiomas extraños para los cuales nos falta la clave. Cierto que tenemos la posibilidad de observar las acciones de los animales y de las acciones sacar conclusiones acerca de los fenómenos en el sistema nervioso central; pero del sistema nervioso central hasta el alma no va puente alguno. Mientras subsiste la fe de que puede darse una compara ción de almas sin conocimiento de uno de los objetos com parados, se excluye todo progreso de la biología comparada. Si aun hoy en día, por ejemplo, un sobresaliente investiga dor escribe acerca de las moscas de las habitaciones: "Si estos animales no fueran tan tontos e imprevisores no ten drían que dejarse comer (por las arañas)”, demuestra con eso que su filosofía no ha abandonado el nivel de Jos cuentos de niños. Sólo cuando se ha libertado uno de la superstición psi cológica puede comprender el problema de la biología com parada. N os encontramos ante las siguientes circunstancias. Nos es dado un suieto extraño a nosotros —un animal— al cual podemos observar en nuestro mundo circundante. N os otros sabemos que nuestro mundo circundante recibe de nosotros mismos su sello característico. El sello que ese sujeto extraño impone a su mundo circundante jamás po dremos conocerlo. El único problema que es soluble para •nosotros consiste en lo siguiente: por la observación y el experimento, encontrar aquella parte de nuestro mun
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do circundante que engrana con el mundo circundante ajeno. Por lo tanto, la división de nuestro mundo circundante es el problema primero y más importante que tenemos a nuestro cargo. ¿Según qué principios debe verificarse esta división? Co mo sabemos, la química considera como materias los obje tos que nos rodean, y trata de reducir las materias a sus elementos fundamentales, de los cuales está formada toda combinación de materias. La física reduce los elementos químicos a átomos de igual especie, y trata de comprender todas Jas fuerzas de este mundo como movimiento de los átomos. Con estos factores fundamentales químicofísicos no pode mos hacer nada en la biología comparada, pues siempre siguen siendo magnitudes objetivas. Buscamos elementos subjetivos de los cualess se formen nuestros objetos, pues sólo éstos tienen interés para nosotros si investigamos la relación entre objetos y sujetos. Ahora bien: nosotros sabemos que todos los objetos de nuestro mundo circundante se descomponen en grandes grupos de propiedades que dependen de nuestros órganos de los sentidos. Los objetos tienen sonidos, colores, olores, poseen dureza y gusto, son fríos o calientes. Nosotros sólo podemos advertir esas propiedades de los objetos porque en nosotros se presentan las sensaciones correspondientes de sonido, color, olor, etc. Si en un hombre falta el órgano de un sentido, entonces los objetos que le rodean pierden Ja correspondiente propiedad. Las propiedades de Jos objetos son, por lo tanto, los fac tores fundamentales objetivos que buscamos, únicos que son utilizables biológicamente. Según eso, mientras la física y la química tratan de re ducir los objetos a objetos cada vez más pequeños y sen cillos, la biología comparada marcha desde el principio por otro camino. Descompone los objetos en sus propiedades e investiga cuáles de éstas obran sobre el animal sujeto a experimentación. La suma y disposición de las propiedades
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percibidas por el animal da lo que llamamos el "mundo circundante” del animal. Del modo más sencillo se desenvuelve el problema de la biología comparada en los animales inferiores. Encontra mos allí sujetos cuyos objetos están constituidos por el mismo olor, mientras que en otros mundos circundantes la misma dureza, el mismo color o la misma iluminación ca racteriza a los objetos. Mayores detalles acerca de este pun to pueden encontrarse en mi libro Umwelt und Innenwelt der Tiere (Mundo circundante y mundo interior de los animales). El problema sólo se hace más difícil cuando los esquemas de espacio y tiempo se presentan en el mundo circundante animal. Entonces nos vemos obligados a substituir los obje.tos ante los cuales reaccionan con seguridad los animales por imitaciones cada vez más simplificadas, que de la ma nera más sencilla imitan los movimientos del original. Sólo de este modo se logra obtener una representación de las reglas de espacio y tiempo que tienen validez en los mundos circundantes ajenos. El sistema nervioso central de cada animal puede ser com parado con un espejo que sólo está en disposición de copiar una mínima parte de nuestro mundo circundante. Especial mente por los trabajos de Radl, se ha comprobado que muchos insectos no experimentan el más pequeño efecto ante las formas y colores de nuestros objetos; pero, en cam bio, están rodeados por simples superficies, diversas en mag nitud y diversas en iluminación, que, por su efecto de di verso grado en la retina del ojo, ejercen un influjo rector en los movimientos del animal. La forma de las imitaciones también eficaces es aún muy primitiva en los vertebrados inferiores. La práctica ha en señado qué sencillos engaños son suficientes en Ja caza de perdices o la pesca de caña. También los sencillos esquemas de tiempo pueden ser observados hasta muy abajo en la escala animal. Muchos animales reaccionan prontamente ante toda especie de mo vimiento, de cualquier objeto que sea.
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Cuanto más finamente tienen‘formado el cerebro, dife rencian tantas más formas y movimientos, y tanto más, para ser eficaces, necesitan acercarse al original los artificios con que son engañados. El mundo circundante de todos los animales siempre que da separado por un abismo del nuestro, pues los animales no poseen un lenguaje. K. C. Scheneider ha llamado la atención sobre las conclusiones que acerca del mundo cir cundante de los animales debemos deducir de esta carencia. La palabra con que nosotros designamos nuestros objetos se refiere, como hemos visto, al esquema de tiempo, que abarca diversos objetos de formación extremadamente dife renciada. Un cerebro en cuyo mundo circundante los obje tos carecen de esquema de tiempo será, por ello, totalmente incapaz de producir sonidos articulados o palabras, pues a las palabras las falta el objeto como reacción ante el cual se presentan. Por ejemplo: el que el perro arañe las puertas cerradas sólo prueba que el gran objeto cuadrangular está en rela ción con el reflejo de la salida; pero no prueba aún nada en cuanto a la existencia del esquema de tiempo, que con vierte a la puerta en un objeto que cierra y deja libre una abertura. Aunque el perro comunica los más diversos afec tos cerebrales por diversos ladridos, aun no se ha observado jamás que su ladrido designe un objeto determinado. Por eso habrá de tenerse el mayor cuidado en la elección y combinación de propiedades al reconstruir los objetos que forman el mundo circundante propio de los animales su periores. En todo caso, la investigación de tales cosas promete aún muy importantes e interesantes resultados. Ahora que están trazadas las líneas directoras de una biologia comparada "subjetiva” , también puede esperarse que j se llegará a resultados armónicos. Estas líneas directoras no han sido descubiertas por ningún moderno naturalista, i sino que son el fruto, por fin maduro, que ha caído sobre\ nuestras rodillas del árbol de la filosofía kantiana. Mas, por eso, es urgentemente necesario volver a Kantff
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y quitar de en medio la superficial charlatanería con que han llenado el mundo Büchner, Haeckel y consortes. De una capacidad mental tan mezquina com o Ja que se revela en los Enigmas del Universo, de Haeckel, que, en su sencillez, tiene por un gas todo lo invisible en la Naturaleza, no podemos exigir, naturalmente, que sea capaz, ni aun de lejos, de seguir los pensamientos aquí expuestos. Pero la biología sólo podrá perseguir sus fines cuando, fuera del rebajamiento espiritual en que se encuentra actual mente, logre de nuevo ir a mano de investigadores más serios y más pensadores.
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Ninguna ciencia se cita h oy con más frecuencia que la biología, y ninguna tiene que sufrir hoy tanto como ésta bajo la general confusión de ideas. ¿Qué es lo que no es objeto de la biología? Desde el lenguaje de los negros hasta el cristal líquido debe extenderse su territorio. La mayorparte de las ciencias del espíritu y de la naturaleza y sus derivadas se honran de pertenecer a la biología. Muchos historiadores, economistas, sociólogos, investigadores de re ligión, hablan de supuestas leyes naturales biológicas. Si pasa uno la vista por la enorme suma de especulaciones sin objeto y claves analógicas sin dirección, se puede llegar a la idea de que la biología no es, en modo alguno, una ciencia, sino un cómodo medio auxiliar de demostrarlo todo. Y sin embargo no habría razón para perseverar en esta opinión, pues existe efectivamente una biología científica (por supuesto, que por biología no se entiende la ciencia de la vida, pues lo que es la vida no lo sabe ninguno de nos otros). Pero hay una disciplina de lo viviente que plantea como problema el investigar las leyes que diferencian lo viviente de lo no viviente. Cierto que esta ciencia es relativamente joven, pues en tiempos de la absoluta soberanía del materialismo negábase, sin más ni más, toda propiedad especial de Jo viviente. La fisiología enseñaba la aplicación a lo viviente de las leyes químicas, físicas y mecánicas. La zoología, convertida al darwinismo, enseñaba el origen de los animales de un protopíasma originariamente inorgánico. Y quedaba así como único resto biológico el alma an'mal, que se con sideraba como un producto accesorio de la substancia ner viosa. Las especulaciones de psicología animal no eran propias [60]
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para ganar consideración para este resto de la biología, al lado de las ciencias naturales, que trabajaban excta y expe rimentalmente. Si se quería volver por la honra de la biología, había, ante todo, que proscribir las especulaciones psicológicas. Las sensaciones que tiene una lombriz de tierra o una libé lula es cosa completamente cerrada para nosotros, y lo que se pueda decir acerca de ello no es ciencia. Después que se hubo establecido que la biología sólo tiene que ocuparse de fenómenos que son accesibles a Ja manipulación objetiva, tenía primeramente que volver a ser repuesta en sus derechos la idea de organismo. El organis mo se distingue de todos los productos inorgánicos en que posee un plan funcional, esto es, que en él todas las diversas partes están ordenadas de tal modo que sus funciones se encadenan unas con otras según plan, y de este modo faci litan la función total del organismo. Para esto tenían que ser descompuestos los animales en sus partes vivas e investigadas las funciones de órganos y tejidos para conocer el plan total. En este trabajo, que fué emprendido fundamentalmente en Jos últimos veinte años, la analogía con la máquina, que también posee un plan de función, prestó inapreciables ser vicios a la biología. Pero esta analogía sólo permitía una limitada aplicación, pues todas las máquinas consisten en materias muertas, mien tras que el organismo es construido del protoplasma vi viente. ¿En qué se diferencia esta materia viva, común a todos los seres vivos, de todas las innumerables materias muertas de la naturaleza inorgánica? Está en situación de poder dar de sí tejidos y órganos, esto es, productos construidos con forme a plan. Para ello, al lado del organismo apareció en el plan el pro toplasma com o segundo factor específico biológico. N o quiero entrar ahora en el problema del protoplasma, que recientemente encendió la famosa discusión del vitalismo, cuyas olas alcanzan a la doctrina de la evolución y la he-
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renda, y que ha desencadenado una interminable especula ción metafísica. Por el contrario, quiero aludir a otro punto de vista en el cual la analogía entre máquina y organismo ha fracasado igualmente. Si se comparan las máquinas con los organismos en su re lación con el mundo exterior, se muestra en seguida que las máquinas no son seres independientes, sino sólo instrumen tos de los hombres. Mientras que los organismos de la Na turaleza se alzan enfrente como seres independientes. En tanto se investigan los efectos de Jas máquinas en el mundo exterior, esta diferencia no sale aún a luz de un modo que perturbe. Las máquinas trabajan sobre los objetos de nuestro contorno, y eso hacen también los animales. Cierto que la elección de objetos, en lo que se refiere a los animales, es otra que la de las máquinas. Pero la clase de efecto es en principio la misma: si un escarabajo, un perro o un rastrillo arañan la arena, la mecánica del fenómeno es siempre la misma, y siempre se trata de los mismos objetos exteriores sobre los que es ejercido un efecto. Si se comparan, por el contrario, Jos efectos que son pro ducidos por los objetos sobre máquinas y animales, por ejemplo, el efecto de la luz en una cámara fotográfica y en un ojo animal, el fenómeno mecánico es sólo aparentemente el mismo. Igual que sobre la pantalla de vidrio esmerilado de la cámara, también se muestra en la retina la misma ima gen disminuida y vuelta al revés del mundo exterior. Se podría, por eso, llegar a la idea de que los órganos de los sentidos dé los animales eran substituibles por aparatos hu manos, cosa que podemos admitir en principio en cuanto a los órganos de movimiento. En esta conclusión», sin em bargo, se olvida un factor esencial, precisamente el orga nismo. Verdad es que el ojo de la ostra jacobea (1 ) muestra la misma imagen que una cámara obscura. Pero la propia ostra 0 ) La ostra jacobea, o concha de peregrino (vieirñr, en Galicia), es bien conocida para el lector por su concha bellamente estriada, que se utiliza para preparar y servir ciertos manjares.
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jacobea no percibe otra cosa que los movimientos de los k objetos que se reflejan en la imagen de su retina. Mientras que nosotros, con auxilio de la imagen de la re tina, de nuestro ojo, percibimos las notas de las formas, los colores, las magnitudes y los movimientos de los objetos, a la ostra jacobea le basta con esta última nota solamente. Si se acerca el enemigo de la ostra jacobea, la estrellamar, aquélla, con sus cien ojos, no percibe más que un movimiento. Lo que se dice de la vista es aplicable también a los otros órganos de los sentidos; también éstos se limitan a la per cepción de una nota. Por el órgano del olfato sólo es per cibido un determinado olor, o un gran número de olores actúan sobre él como la repetición de uno solo. Para nosotros la estrellamar carece de sabor y olor; pero para la ostra jacobea posee un olor muy pronunciado, que, sin embargo, no se diferencia de todos los otros posibles efectos químicos. La estrellamar se compone para la ostra jacobea de las siguientes notas: primero, movimiento; en segundo lugar, una nota general química, que nosotros no podemos analizar más detalladamente, y en tercer lugar, la presión, que se presenta por el contacto del equino con los tentáculos de la ostra jacobea. Pero a esto aun se añade otra cosa, y es justamente el orden en el cual estas notas actúan sobre la ostra jacobea al aproximarse la estrellamar. Primeramente actúa sobre la vista el movimiento de la estrellamar. Des pués son extendidos los tentáculos de la ostra jacobea, los cuales tanto poseen órganos de sentidos químicos como tác tiles. De éstos, primero son excitados los químicos; luego, los táctiles. Por esta combinación de notas es percibido con seguridad el enemigo del organismo, y entonces el sistema nervioso central envía una ola de excitación a los grandes músculos de movimiento de la concha, y el molusco huye nadando. Idénticos efectos emanan siempre de la estrellamar, los cuales tanto son ópticos co m o químicos y táctiles. Pero ¡qué otra es la selección de estos estímulos en nosotros y en la ostra jacobea! Estímulos totalmente diversos son em-
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pleados en ambos casos com o notas distintivas. Nosotros, de las notas percibidas por nosotros formamos un objeto "estrellamar” muy diverso del de Ja ostra jacobea. N o sólo es teóricamente posible, sino también muy vero símil, que el complejo de notas estrellamar sea lo único que es empleado en el mundo de la ostra jacobea para la formación de un objeto, y que fuera de ello sólo se presen ten estímulos aislados, sin ligazón entre sí. El mundo que rodea los órganos de los sentidos de la ostra jacobea sólo alojaría en este caso un objeto único. Este mundo es por completo obra de la reorganización de la ostra jacobea; si se cambiara su organismo, tendría tam bién que cambiarse este mundo. Ahora, com o la organiza ción de todos los animales es distinta, se sigue de ello que este mundo varía de animal en animal. Para designar este mundo, que es el producto del orga nismo, he intentado introducir la palabra Umwelt, (mundo circundante) (1). La palabra se ha naturalizado prontamen te, pero no la idea. Este término es empleado ahora para designar lo que rodea inmediatamente a un ser vivo, en el mismo sentido que antes la palabra milieu . De este modo ha perdido su sentido peculiar. Es un afán totalmente vano querer oponerse contra el uso del lenguaje, y tampoco la expresión "mundo circun dante” corresponde con bastante exactitud al concepto que le es atribuido. Por ello quiero poner en su lugar el tér mino "mundo perceptible”, Merkwelt , y significar co n ello que para cada animal haya un mundo especial, que se com pone de las notas distintivas recogidas por él del mundo exterior. El mundo perceptible, Merkwelt , que sólo depende de los órganos de los sentidos y del sistema nervioso central se completa por el "mundo de efectos” , Wirkungswelt, que abarca aquellos objetos a los cuales están acomoda dos los instrumentos de comer y moverse del animal. 0 ) En mi libro Umwelt und Innenwe't der Tiere. En vez de mundo circundante podría decirse el "alrededor del animal”.
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En el mundo de efectos se suele hoy pensar, ante todo, al hablar del mundo circundante como del milieu de un animal, y con eso se admite tácitamente que los objetos que componen su especial mundo de efectos, por ejem plo, las hojas que devora una oruga, el agua en que se mueve un pez, obran sin más sobre los órganos de los sen tidos. Pero aquí reside el error fundamental. La enumeración de los diversos objetos del mundo general de efectos al cual está acomodado cada animal es de un interés total mente accesorio y fácil de ejecutar por la pura observación. Pero el descubrimiento del mundo perceptible de cada ani mal es un trabajo principalmente nuevo y muy fatigoso, que sólo puede ser resuelto mediante el experimento. Si se quiere abarcar el mundo de efectos y el mundo per ceptible con el nombre de mundo circundante, bien puede hacerse; pero debe uno darse cuenta en seguida de que de los dos juntos no resulta ninguna unidad, sino que para ello es imprescindiblemente necesario el organismo del animal, que es el que crea la dependencia entre ambos mundos (1). Si primeramente se ha desentrañado con claridad la no ción de mundo perceptible, después viene por sí mismo el planteamiento del problema para cada animal. Hay que in vestigar ante qué notas de un objeto reacciona el animal, y estudiar después si esas notas tienen que estar entre sí en una determinada relación de espacio o tiempo para actuar como un to do sobre el animal. Con estos datos puede tra tarse después de formar, hasta donde sea posible, una co m pleta imagen del mundo perceptible del animal estudiado. Entonces se advertirá con asombro que animales que viven en el mismo mundo de efectos poseen mundos per ceptibles totalmente diversos. La estrellamar, por ejemplo, que, como hemos visto, forma para la ostra jacobea esta cadena de notas: primero, movimiento óptico; después, es tímulo químico; por último, contacto; es substituida en el C1) En español acaso podríamos llamar al mundo perceptible de un animal su "panorama” o su "contorno”, y a su mundo de efectos su "esfera de acción”. (Nota del editor.)
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mundo perceptible del erizo marino por la siguiente cadena de notas, igualmente ordenada en razón de tiempo: primero, débil estímulo químico; después, fuerte estímulo químico; por último, estímulo de contacto. La estrellamar no se di ferencia en nada, en el mundo perceptible del erizo de mar, de una limacina acidificante, que es representada igual mente por la misma citada cadena de notas. De los innumerables objetos que se presentan en el mundo de efectos de un animal, aparecen en primer lugar los ene migos y los animales en que hace presa como cadenas de notas bien caracterizadas en su mundo de percepciones. Los restantes seres vivos bien pueden dar de cuando en cuando noticia de su existencia con una presión; pero no son totalmente diferenciados de un'obstáculo casual, como, por ejemplo, una piedra. Muy de advertir es, yendo más adelante, que los medios, como el aire y el agua, en que vive el animal no son en modo alguno notados por él, aunque sus órganos de mo vimiento estén acomodados a ellos hasta en lo más nimio, de modo que en el mundo de efectos representen el papel principal. Ya en grados muy inferiores de la serie animal es notada la división de las grandes superficies obscuras y claras del mundo exterior, cosa que sirve a los animales para deter minar la dirección del movimiento, como demostró Bohn con los caracoles y Radl con los insectos. Sólo en los animales de sistema nervioso central compli cado y concentrado se presenta como nota la forma de los objetos. Eso consiste en que el ojo , que es el órgano de la forma por excelencia, sólo es capaz de enviar al cerebro com o nota especial la forma de los objetos copiada en la retina cuando muchos caminos nerviosos separados se re únen en el sistema nervioso central en un central entrelaza miento que corresponde a la forma del objeto de una manera esquemática, y por eso puede ser llamado, breve mente, un esquema. Los esquemas no son una imagen del objeto reflejada como en un espejo, sino que se le asemejan, simplemente, J
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de la manera que es suficiente para el animal. Así, hay mundos perceptibles de animales en los que sólo muy pocos objetos poseen una forma bien acabada, mientras que todos los otros tienen la misma figura. Cuanto más alto se sube en la serie animal, tantas más notas son percibidas y tantos más esquemas de espacio se emplean hasta que los mundos perceptibles de los animales se acercan cada vez más al nuestro. En la frontera entre el mundo animal y el humano tro pezamos con el siguiente, muy difícil, problema: todas las cosas que designamos con una determinada palabra, como, por ejemplo, silla o coche, no se determinan inequívoca mente por la nota del color, de Ja dureza, del olor o del gusto, ni tampoco por su esquema de espacio, sino por su función. La silla es un objeto para sentarse; el coche, un objeto para ser trasladado en él de un sitio a otro. Pero la función de una cosa se desenvuelve según un determi nado ritmo en el tiempo. La función está, por lo tanto, ligada a un determinado esquema de tiempo. Por el momento, falla por completo nuestra potencia de representación si queremos proyectar en el cerebro el es quema de tiempo como el esquema de espacio. Sin embargo, éste no es ningún obstáculo insuperable, sólo con que suscitemos simplemente la cuestión que sigue: ¿Poseen también los objetos un esquema de tiempo en el mundo perceptible del animal? Según sabemos, los esquemas de tiempo se presentan mu cho antes que los esquemas de espacio, pues tanto la ostra jacobea co m o el erizo de mar emplean un esquema de tiempo para formar el objeto "estrellamar” . Pero en estos animales la sucesión en la aparición de las notas está asegu rada por la construcción de los órganos. Cómo resuelve este problema el sistema nervioso central de los animales superiores, al tratarse de complicados esquemas de tiempo, es por el momento incomprensible para nosotros. En todo caso, la cuestión de si los objetos también poseen un es quema de tiempo en los mundos de percepción de los ani males superiores tiene que ser resuelta antes de que se pueda
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llegar a la cuestión del pensamiento de los caballos, que también ha adquirido actualidad. La investigación biológica nos obliga, como se desprende de todo lo dicho, a considerar la totalidad del mundo exte rior como nuestro humano mundo de percepciones y a descomponer en sus partes constitutivas los objetos que nos rodean, no sólo mecánica, sino también biológicamente; es decir, a inquirir por separado las diversas notas de dureza, color, sonido y olor, y tratar su resumen por medio1de los esquemas de espacio y tiempo. Si hacemos esto, volvemos a pisar la tierra firme que nos ha preparado la doctrina de Kant, el cual por primera vez ejecutó consecuentemente este análisis del mundo, partiendo de un planteamiento de problema muy diverso. La doctrina de los mundos de percepción abarca todo el inmenso territorio desde las amibas hasta el hombre, que sólo en una mínima parte ha sido explorado hasta ahora. Sólo cuando esté totalmente investigado podremos hablar de una real visión de conjunto de la Naturaleza viva. Esta investigación sólo puede ser hecha mediante el ex perimento, y requiere medios auxiliares de que no dispone cada naturalista; esto es, acuarios, terrarios y aerarios, que sólo un Instituto erigido para este objeto podría ofrecer. En Norteamérica han sido hechas las primeras tentativas en esta dirección, muy prometedoras de éxito. Los norte americanos indagan ahora con todo interés la "conducta” de los animales, y poseen una sobresaliente revista que sólo sirve para este fin. En Alemania, que no posee hasta ahora ni un solo labo ratorio biológico ni para investigaciones ni para análisis experimentales de las funciones de los órganos, no hay, por desgracia, ninguna posibilidad de llevar a feliz término el estudio de los mundos de percepciones.
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N o dejaría de tener interés dar un paseo por la ciudad si, considerando las cosas que encontramos, quedara estable cida de modo permanente una determinada ordenación de cuestiones. Para ello vamos a averiguar qué significación tienen los objetos que despiertan nuestra atención y para quién tienen esa significación. Pasamos po r delante de una sastrería: los trajes expuestos no sólo están acomodados a la forma del cuerpo humano, sino que también cambian en relación con las diversas ma nifestaciones de Ja vida urbana. A su lado se encuentra un relojero que expone los más diversos relojes. Hace tiempo que quedó pasada la época de los relojes de sol. La salida y Ja puesta del Sol ya no representan en nuestra vida urbana el papel que represen taron antiguamente. El alumbrado artificial alarga el día, y esta pequeña máquina cuida de la división regular de nuestra jornada, a la cual, mediante su marcha de día y de noche, divide en espacios de tiempo de igual longitud, mientras que aun entre Jos romanos, según las estaciones del año, la noche o el día poseían horas más largas. Así, hemos corregido según nuestras necesidades el curso del Sol, originario señor del tiempo y de Ja hora. Nos detenemos gustosos delante del escaparate de un li brero, que ofrece aquel objeto que posee hoy la mayor significación en el trato del hombre con el hombre: el libro. Sabemos que dentro de esas grandes y pequeñas cubiertas dormitan palabras a las que podemos despertar en todo momento, y que nos contarán entonces toda Ja vida humana. Sigue después una tablajería. Vemos allí la carne de los animales que sirve para nuestro alimento, dispuesta para una subsiguiente preparación. ¡Qué pocos de los transeúntes [ 6 9 ]
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saben que esta carne es un aparato ingenioso de inasequible precisión, que proporciona a los animales movimiento y calor! Una escalera de piedra nos eleva hasta la terraza del café, donde unos árboles cuidadosamente recortados nos propor cionan sombra, y alegran nuestra vista bien cuidadas flores. Nos sentamos en una cómoda silla y dejamos que actúe en nosotros la imagen de los coches que pasan rápidos, ya arrastrados por caballos, ya impulsados por motores. Todo, literalmente todo, lo que logramos ver está acomo dado a nuestras necesidades humanas. La altura de las casas, de las puertas y ventanas puede ser referida a la magni tud de la figura humana. Los escalones se adaptan a nuestro paso, y el pasamanos a la altura de nuestros brazos. A cada objeto le da sentido y forma cualquier función de la vida humana. Encontramos por todas partes una función humana, a la cual presta sostén el objeto con su función antagónica. Para sentarse sirve la silla; para subir, Ja escalera; para tras ladarse de un sitio a otro, el coch e, etc. Podemos hablar de un ser-silla, un ser-escalera y un ser-coche sin ser mal comprendidos, pues al servicio que rinden las producciones humanas es a lo que nos referimos propiamente bajo la pa labra que designan Jos objetos. N o es la forma de la silla, del coche, de la casa, lo que es designado por la palabra, sino su servicio. En su servicio está la significación del objeto para nuestra existencia. El es el que tenía en su mente el constructor del coche, en él piensa el arquitecto que traza el plano de la casa, sólo en él piensa el tablajero que sacrifica los bue yes, así como el escritor que escribe el libro y el relojero que fabrica el reloj. El jardinero que poda los árboles y planta las flores los prepara para su servicio. T o d o lo que nos rodea aquí en la ciudad sólo tiene sentido y significa ción por su relación con nosotros los hombres. El gran progreso que distingue nuestra vida de la de tiem pos anteriores consiste en el aprovechamiento, cada vez mayor, de todas esas cosas. Este aprovechamiento lo des
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cubrimos en la sujeción, que cada vez va hasta más lejos, de la materia y fuerzas de la naturaleza a nuestros fines; en el sometimiento, cada vez más fuerte, de animales y plantas a nuestro señorío. Así, nuestra vida se aleja cada vez más de la Naturaleza; así, cada nuevo descubrimiento remueve un nuevo muro divisorio entre la vida extrahumana y nosotros. Si se hace que pasen ante la vista espiritual las produc ciones de la moderna literatura de gran ciudad, y especial mente de la lírica, como diferencia esencial de la de tiempos más antiguos, aparece ante nuestros ojos lo siguiente: lo que antes se vestía en versos sentimentales acerca de la im presión de la puesta del Sol, la nostalgia de la vida en el seno de la Naturaleza, ha tenido que ceder el puesto a las impresiones de luz de un café nocturno lleno de humo. Ya no hay nostalgia que lleve fuera de los mil aparatos huma nos. El mugir del vapor, el humo de las chimeneas, la batahola del martillo mecánico inflaman el entusiasmo poé tico. Así parece que, en medio de la muchedumbre de pro ductos humanos, creciente de día en día, viven miles de hombres que tienen esas cosas por única realidad. Y, sin embargo, sólo necesitamos llevar un perro con nosotros, en nuestro paseo por la ciudad, para que se nos abran los ojos. Pasa rápidamente por la tienda del sastre. Estos vestidos sólo adquieren significación para él cuando los ha usado su amo y les ha prestado el olo r de su cuerpo. Entonces llegan a ser importantes notas de la vida del perro. Nuestros re lojes y libros no llegan a constituirse para él en objetos especiales. El insignificante laberinto de colores y formas lo deja del todo indiferente. Sólo la tablajería puede regocijarse de su plena simpatía. El acre olor de Ja carne fresca, el dulce vaho de las salchi chas cocidas, despiertan su apetito, mientras que la suave hediondez de unos pescados podridos le produce el afán de revolcarse sobre ellos. Tan importante como el tablajero es para el perro el
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guardacantón (ante el cual pasamos sin prestarle atención), porque en él ha dejado cada perro su olorosa tarjeta de visita. Sube corriendo por la escalera como ascendería a cual quier colina. El pasamanos no tiene sentido. De las sillas sólo aprecia las almohadilladas. De preferencia reposa en el lugar donde no le perturbe la sombra de los árboles. Los planteles de flores sólo excitan su atención cuando en Ja tierra blanda se ha hecho visible un ratoncillo. Nadie pretenderá afirmar seriamente que el perro ha re corrido la misma ciudad que nosotros. Precisamente aquello que nos parece la cima de lo esencial y real es insignificante y nulo para el perro. En su mundo, los acentos están pues tos de otra suerte: otras notas excitan sus sentidos; los objetos tienen otra significación. Investiguemos ahora en qüé relación están ser y signifi cación en los objetos del mundo del perro. El perro utiliza en parte los mismos objetos que nosotros. La casa Je protege de la lluvia y el mal tiempo y lo alberga durante la noche, y adquiere de este modo una determinada significación para el perro. Puede, por lo tanto, darse algo a modo de un "ser-casa” para el perro, aunque con nuestro ser-casa, que expresa un ser habitado humanamente, sólo posee débiles reminiscencias. Aun más clara se hará la di ferencia si consideramos Jos objetos que escoge el perro com o lugar de descanso: sillas almohadilladas y camas. Los servicios de estos objetos se dividen en dos grupos para el hombre: sitios en que sentarse para la vigilia y lugares en que yacer para el sueño. Para el perro no se da esta dife rencia, y la significación es para él la misma. La designaría con la misma palabra. Y hasta Jas puertas, que son para nosotros medios de co municación, son para él el obstáculo por excelencia. El rencor que siente hacia las puertas el perro Peleas lo ha pintado MaeterJink con humorística perspicacia. Relojes y libros no tienen la menor significación para el perro, porque faltándole sus funciones, no le ofrecen nin guna especie de servicio. N o significan más para él que
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para nosotros, en otoño, un montón de hojas secas amon tonadas en el camino por el soplo del viento. Existen, indudablemente, más objetos en la ciudad del hombre que en la ciudad del perro, aunque ésta también albergue sus objetos especiales. Sólo hay que pensar en el guardacantón, al que los perros olisquean atentamente y al que le confían sus olorosas tarjetas de visita. Estas co lumnas anunciadoras con carteles de olor son una de las instalaciones más asombrosas del mundo perruno. Por des gracia, carecemos aún de todo análisis experimental de ta les objetos, y estamos así en plena obscuridad acerca de la significación que tienen para la vida del perro. Los más importantes objetos de la ciudad del perro tienen para nos otros tan poca significación como los más importantes ob jetos de la ciudad del hombre para el perro. Sólo el conocimiento del servicio de un objeto le da su sello característico y lo levanta de la masa de lo indiferente y no observado al círculo de luz de nuestra atención. Sí; es lícito decir que sólo la significación forma el objeto; ser y significación se condicionan mutuamente. Sin más, se ha hecho claro que si hay un mundo del perro diferente del mundo del hombre, tiene que haber también un mundo del caballo, un mundo del mono, etc. Hasta allá abajo, hasta el más ínfimo animal, se enfila mundo tras mundo, en una hilera mil veces cambiante, llena de mutaciones. Investigar estos mundos téngolo por uno de los temas capitales de la biología experimental, en oposición a la psi cología, que quiere investigar el alma de los animales. Pero estoy en la misma oposición frente a aquella tendencia de investigación que intenta medir toda la vida animal con idéntica medida exterior, ya sea ésta física o ya biológica. Tales tentativas acaban siempre en violencias o triviali dades (1). 0 ) Aparte de esto, olvidan los pensadores originales que produ jeron estos sistemas de medida que de este modo ponen en manos de todos los espíritus sin originalidad un instrumento demasiado cómo do, con el cual trabajan bravamente y se sienten dispensados de toda
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Las dotes del investigador de la Naturaleza se muestran en el arte de plantear los adecuados problemas que pueden recibir las adecuadas soluciones. De una parte, de nada sirven las más hermosas teorías, verdaderas obras maestras de precisión en el arte de la división lógica, si su plantea miento como problema es inaprovechable prácticamente, De la otra, carece de valor un planteamiento de problemas prácticamente aprovechable si la solución que obtenemos no contiene ninguna verdadera doctrina porque el problema mismo no era bastante profundo. El peligro de lo primero existe principalmente para Ale mania; el de lo segundo, para Norteamérica. ¡Qué excitación no han provocado en Alemania el "Kluge Hans” y los caballos de Elberfeld! La inteligencia de los caballos, sus propiedades de carácter, sus pequeñas debili dades e inclinaciones, exigían de repente crear una nueva psicología. N o quiero ocuparme de Jos muy discutidos resultados de los experimentos de Krall, sino referir una observación que por casualidad he hecho yo mismo, y que es tan sorpren dente como aquellos experimentos. Fué en Dares-Salam. Bajo un mangostán gigantesco de dilatada sombra estaba echado y dormido un joven león, atado por el cuello al tronco del árbol con una larga cuer da. En una rama sobre él se sentaba un cinocéfalo adulto que vivía en semidomesticidad en la ciudad. Adientras el león yacía en profundo sueño, el mono descendía suave mente del árbol, marchaba en semicírculo en torno al león, acercábase sin ruido a su extremidad posterior, cogía con sus dos manos anteriores la cola del león y tiraba de re pente de ella con todas las fuerzas de su cuerpo. El león se despertaba con un rugido; pero el mono ya había trepado por el árbol con la velocidad del rayo y volvía a estar fuera de su alcance, sentado sobre él. Después el león vol vía a echarse a dormir, y el mismo manejo se repitió por posterior labor de pensamiento. Cosa dob lemente peligrosa en un tiempo en que la masa de producción amenaza ahogar todo traba jo de calidad.
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tres veces en nuestra presencia, precisamente en la de Stuhlmann y la mía, hasta que nos marchamos. N o sé cuantas se habrá representado la escena antes y después. ¿No se conducía este mono exactamente como un mal educado pilludo de la calle que quisiera encolerizar al león? ¡Qué multitud de conclusiones psicológicas pueden sacarse de esta observación, y qué precipitadas serán todas ellas! ¿Era puro juego o era hecho en serio? ¿Sabía acaso d mono que el león, al contrario de él, duerme de día y vela de noche? ¿Quería el mono, ya que era por la tarde, des embarazarse de aquel peligroso vecino antes de que él mis mo viniera a reposar? ¿Sabe siquiera un mono que un león puede encolerizarse? ¿Y puede encolerizarse un león? Mejor será, sin embargo, que confesemos que no pode mos resolver estas cuestiones, o concedamos, por lo menos, que estas cuestiones psicológicas sólo se encuentran en se gundo término. Lo que realmente nos enseña esta observación es que en el mundo del mono el objeto "león” se compone de notas de diverso valor en el espacio, que la cola del león no puede morder, pero muy bien puede hacerlo la cabeza, y que todo el objeto se pone en movimiento cuando se le tira de la cola. Pero el zamarreo de la cola sólo puede ser ejecutado cuando el león duerme; por lo tanto, tienen que existir las notas del león dorm ido en el mundo del mono. Aprende mos por esta observación que el objeto león muestra en lo esencial las mismas notas en el mundo del mono que en el nuestro. Sólo que nosotros, con nuestros pesados movi mientos, preferimos abstenernos de tirar de la cola a un león dormido. N o creo que se pueda afirmar que el mono haya llegado a saber por medio de "ensayo y error” que sólo se puede tirar de la cola al león dormido. Un error, en este caso, debería cortar todo subsiguiente ensayo. Me parece biológicamente más interesante saber qué clase de cosas son las que existen en el mundo del mono que establecer por trabajosos experimentos si el mono, por ejem plo, aprende a abrir y cerrar un cerrojo. Un cerrojo, com o
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expresión de un servicio puramente humano, no existe ni existirá nunca en el inundo del mono. Si un mono puede llegar a abrir un cerrojo co n ayuda de la "imitación” , o por "ensayo y error”, o por "premio y castigo”, es seguramente fácil de establecer experimentalmente; pero me parece por completo indiferente. Pues todas esas nuevas máximas de la biología no tienen sentido sino en nuestra vida civilizada, y a la verdad uno muy accesorio. También es del todo incomprensible para mí qué interés puede tener en la vida del animal esta transmisión, sin fundamentq alguno, de re presentaciones puramente humanas. Pero veo muy claramente la confusión que causa en la ciencia esta ingenua aplicación de lugares comunes huma nos totalmente inanalizados. Un m étodo muy en favor es, por ejemplo, el de construir un laberinto a cuya salida se encuentra alimento. En este laberinto son cerrados, hasta donde sea posible, unos tras otros, los más diversos anima les: cangrejos, caracoles, tortugas, conejos y, a ser posible, hasta niños. Establécese entonces la rapidez con que en cuentra la salida el animal objeto de la prueba; si lo hace mejor la vez numero x; si un pequeño castigo, por medio de un azote eléctrico, actúa favorablemente; si entra en juego la imitación, etc. Tengo a esta serie de experimentos, tal como se ejecutan ahora, com o puros pierdetiempos. Al principio aun tenían trazas de como si se quisiera investigar qué notas del ca mino se graban en los distintos animales; cosa que, natu ralmente, hubiera sido muy interesante. Pero ahora ya no se trata de eso. Sólo se cuenta el tiempo, se describen cur vas y, en lo posible, se establece una fórmula matemática. Eso se llama, en rigor, experimentar fuera de la Naturaleza. En todo razonable planteamiento de problema hay que darse cuenta de: ¿qué puedo saber? y ¿qué quiero saber? Hacia ambos lados pécase en este momento: los psicó logos plantean cuestiones que no pueden ser resueltas, y los empíricos puros plantean cuestiones cuya solución ca rece de valor. Es fácil salir al encuentro del segundo error con tal de
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que se penetre uno del convencimiento de que el valor de un hecho nuevo sólo depende de la relación que guarda con la vida del animal. El primer error es mucho más capcioso, pues se deja de ver harto fácilmente el salto que da uno en sus propias consecuencias finales. De este modo, la conclusión que acerca de la psiquis de los animales se deduce de sus ac ciones es siempre un salto, tanto mayor y más atrevido cuanto más se aparta de la nuestra la organización del ani mal experimentado. Los fundamentos que llevan a los biólogos a rechazar las conclusiones sobre el alma animal son principalmente los siguientes: l 9 Lo que nosotros podemos investigar son sólo fenó menos de movimiento. Los fenóm enos de la psiquis no son fenóm enos de movimiento. Los fenóm enos cerebrales y los psíquicos no pueden, por lo tanto, ser deducidos unos de otros ni referidos a una común medida. 29 La psiquis es un organismo que sólo posee una dimensión de tiempo. El cerebro es un organismo extendido en las tres dimen siones del espacio. Por eso podemos hacer que sean intuitivos para nosotros los fenómenos del cerebro, pero no los fenómenos de la psiquis. 39 Los cerebros están siempre a disposición de nuestra observa ción en todas las formas y desarrollos imaginables; de las almas nunca cono cemos más que la nue'tra propia. Por eso nos vemos siempre obligados a transmitir nuestras sensaciones, nuestros senti mientos, nuestra organización psíquica a los animales, y carecemos I de toda comprobación, aunque ai hacerlo nos afirmemos el mayor desatino.
Si se concibe el tema de la biología experimental, según lo hago yo, como la investigación de la dependencia con forme a plan entre animal y mundo exterior, se evitará en lo posible el encontrarse con el alma animal. Hasta los mismos fenómenos cerebrales tienen que ser dejados en segundo término, porque presentan una gran dificultad en la manera de considerarlos, que podemos elu dir hasta cierto punto. Cierto que el cerebro es completa mente perceptible; pero sus manifestaciones de movimiento son muy distintas de los fenómenos del mundo exterior.
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Todo lo que ocurre en el cerebro es manifestación de mo vimiento procedente de la excitación, y sólo se diferencia por su cantidad, su intensidad y distribución en el espacio; pero es siempre de Ja misma calidad. Estamos, por lo tanto, obligados, si queremos investigar los diferentes efectos que, por ejemplo, emanan de los co lores azul, verde o rojo, a buscar diferentes signos espa ciales en el cerebro para que se nos haga patente la dife rencia de efectos. Esta dificultad es la que hace principalmente que los psicólogos salgan al campo contra la teoría biológica: "Es mucho más sencillo —dicen los psicólogos— considerar el correspondiente signo cualitativo en la psique del animal en vez del inseguro signo espacial en el cerebro. Cierto que hay en el mundo exterior cosas que se extienden en el espacio; pero no las hay en la psique. En cambio, hay en la psique representaciones que ocupan el lugar de aquéllas. Además, las notas de carácter temporal (que hacen de una aparición momentánea un objeto bien caracterizado por su función) no pueden de ningún modo ser reproducidas en el cerebro por relaciones de espacio. Por eso no es, en modo alguno, posible una biología experimental sin psicología.” Pero los psicólogos vuelven a olvidar siempre que son cualidades y representaciones humanas lo que ellos poe tizan al pintar el alma de los animales. Ese es un juego de la fantasía, y no observación. Según parece, hemos caído entre Scila y Caribdis. Si sólo consideramos los fenómenos cerebrales, estamos en peligro de no interpretar rectamente importantes depen dencias; si formulamos la hipótesis del alma animal, nos perdemos en la pura especulación. ¿Hay alguna solución para este dilema? Si consideramos un animal en sus relaciones con el mundo exterior, vemos que ejecuta acciones; esto es, que responde con una re acción de sus órganos de movimiento a los efectos del mun do que llegan a sus órganos de recepción o de los sentidos. Mientras se considere el mundo exterior como algo dado de una vez para siempre, en que el animal sufre y obra,
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tienen que buscarse en el animal mismo todas las causas de sus diversas maneras de acción. Aquí está tal o cual objeto: de él se hace el animal una imagen de excitación en el cerebro (biología) o una imagen de representación en el al ma (psicología), y ante ello reacciona con un movimiento. Si ésta fuera la auténtica exposición de los hechos no habría, sin duda, salida alguna, y tendríamos que decidirnos por una u otra de estas defectuosas interpretaciones. Pero esta exposición es falsa. Contemplemos un animal inferior; apenas existe objeto alguno que actúe sobre el animal, sino un olor, y según este olor obran sus órganos de movimiento sobre el objeto que vernos nosotros. El mundo de todos los animales se descompone clara mente en dos mitades totalmente distintas: el mundo que actúa sobre los órganos receptores —el mundo de percep ciones—, y el mundo sobre el que obran los órganos de movimiento: el mundo de efectos. Nosotros, como observadores, es verdad que sólo vemos siempre el mismo objeto ante nosotros, por lo cual nos es muy difícil al principio percibir esta división. Pero se logra fácilmente si se comprende que sólo ciertas propiedades aisladas del objeto son las que actúan como estímulo sobre el animal, y de este modo se convierten en notas distintivas de su existencia. Entran después en actividad los órganos de movimiento, los que ya no actúan sobre esas notas, sino sobre el objeto completo, con todas sus propiedades. En realidad, la construcción de los órganos de movi miento de todos los animales está, sobre poco más o menos, determinada por los mismos objetos sobre los que también obramos nosotros. Pero nosotros mismos sabemos que los objetos sobre los que obramos aún poseen más propiedades de las que podemos percibir; de modo que también nos otros, hombres, no podemos recibir en nosotros todas las notas de los objetos. De estas propiedades imperceptibles sólo sabemos alero cuando, por medio de un rodeo, las trans formamos en notas perceptibles (por ejemplo, centelleo en el movimiento del electrómetro) y cosas análogas.
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Por lo tanto, también estamos obligados a dividir en dos mitades el mundo de los hombres: el mundo de las notas de percepción de nuestros órganos de los sentidos (el mun do perceptible) y el mundo de nuestros órganos de movi miento (el mundo de efectos). Si se quieren estudiar los mundos de percepciones de los animales, hay, ante todas las cosas, que ejercitarse en des componer en sus notas el mundo perceptible que nos rodea e investigar la manera de enlazarse estas notas. Ante todo, tienen que ser investigadas las relaciones de tiempo y es pacio de las notas. Sabemos, por Kant, que formamos esquemas de espacio de los objetos, con ayuda de los cuales volvemos a reconocer los objetos; pero sabemos también que todos los objetos revelan su función en el tiempo y que, por lo tanto, también formamos esquemas de tiempo de los objetos. Los correspondientes servicios que rinden nuestras humanas producciones suministran el más claro ejemplo de tal esquema de tiempo. Pero también creamos relaciones causales entre los objetos y las aplicamos igualmente. Por medio de la observación y el experimento se llega, más o menos completamente, a establecer qué notas se pre sentan en el mundo de los animales objetos del experimento y qué relaciones establecen. Pawlow nos ha enseñado cómo se descomponen las notas del alimento del perro; cómo son suplidas por otras notas y ligadas después de nuevo, para de este modo crear nuevos objetos. Su reactivo era la secreción de las glándulas sali vares y digestivas del perro. Logró hacer independiente la secreción de las glándulas de las habituales notas de olfato y vista, y ligarla co n otras ópticas, acústicas o térmicas. Los pescadores de caña saben qué esquemática figura emplean y qué esquemáticos movimientos tienen que eje cutar con ella para hacer que se presente una mosca en el mundo perceptible del pez. Jennings ha establecido los mundos perceptibles de los infusorios, y yo mismo los de una porción de animales inferiores. T o d o eso está muy bien —responden los psicólogos—; que se hable de las correspondientes propiedades de los
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objetos o de las sensaciones de los animales, resulta, al cabo, lo mismo. Pero los sentimientos de los animales quedan, al hacerlo, totalmente desatendidos. A ello hay que responder lo siguiente: se prescinde ha bitualmente de la influencia que ejercen los sentimientos en la formación de los objetos. Los sentimientos son los que prestan su momentánea significación a un determinado ob jeto, y lo elevan a ser un objeto en el círculo luminoso de la atención y hacen desaparecer al otro en la nada. La ascendente atención es la que extrae constantemente nuevas notas del objeto; de modo que cada vez se aleja más de aquellos otros que hasta entonces eran sus semejantes. Del objeto "bosque” se destacan primero, al acercarse, cada uno de los árboles unos de otros; después se dividen en hayas, robles y castaños. Con eso nos contentamos ha bitualmente nosotros. ¡Qué de otro modo el guardabosque, que conoce cada árbol de por sí, para quien cada haya pre senta una multitud de notas que la diferencian con segu ridad de toda otra haya! ¡Qué rica en notas es la casa propia en que habitamos, frente a todas las otras casas de Ja ciudad! Por qué plenitud de notas se distinguen nuestros amigos de los otros hombres: la altura, la figura, el color de los ojos y de Jos cabellos, la forma de las manos, no son lo único que percibimos; también cada gesto, la especial in clinación de la cabeza, la manera de caminar, el sonido de la voz, todo esto forma un hombre totalmente individua lizado, que se distingue, sin más, de Jos hombres indife rentes, que sólo están formados según el general esquema hombre. En todos los animales cuyo mundo de percepciones con tiene ya diversos objetos observamos lo siguiente: aquel obieto que está lleno de significación para la vida del ani mal se distingue por notas especiales de los restantes objetos. Pero aun viene a añadirse algo que vo ouerría llamar la intensidad relativa de los objetos. Si se deja a un cierto número de miembros de una partida de tiburones sin ali mento durante un tiempo más o menos largo, y de día,
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cuando descansan con los ojos cerrados, se echa una sar dina en el estanque el o lor de la sardina n,o despertará al tiburón más próximo, sino que primero se levantará y pon drá a Ja busca aquel que ha permanecido más tiempo sin alimento. Habitualmente hablamos del hambre mayor o menor del animal ante un idéntico olor de la sardina. Pero lo mismo podríamos hablar de una mayor o menor intensidad rela tiva del olor, y ganaríamos co n ello el conocimiento de que la misma sardina llega a ser un objeto totalmente dis tinto para el mismo tiburón en diversos períodos de su vida, Fabre informa que del sitio en que se ha posado la hem bra del pavón nocturno en la época del ayuntamiento, y en el cual no somos capaces de encontrar cosa alguna, ni quí mica ni física, con nuestros más finos medios auxiliares, irradia un efecto que puede atraer los machos de varias leguas a la redonda (mientras que la hembra misma per manece totalmente inadvertida). ¡Qué lejos de la meta caen todas las tentativas de clasifi car los estímulos del mundo animal según métodos físicos o químicos! ¿Y no sabemos por nosotros mismos que, de pronto, en un libro totalmente indiferente, una página, una línea o una palabra pueden ejercer sobre nosotros un efecto tan intenso que todo el mundo desaparece frente a ella? Del modo más claro nos es conocido en el dolor este efecto, pues de repente un diente enfermo puede convertirse en centro del mundo. Durante toda nuestra vida, los objetos que nos rodean crecen no sólo en número, sino que también su riqueza de notas perceptibles puede crecer o menguar y cambiar en intensidad. T o d o lo que pensamos y sentimos se refleja en las relaciones, eternamente mudables, del mundo exterior con nosotros. El efecto de atracción o repulsión de las co sas sobre nosotros, sus matices en todas las posibles notas de percepción, que siempre divierten y excitan de nuevo al observador; este inquieto y vivido mundo perceptible nos rodea con sus figuras multiformes a nosotros mismos y a los
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litt otros hombres. Pero rodea también a los animales, en formas siempre nuevas y sorprendentes. Ofrécese aquí a la obser vación un campo rico, extremadamente rico, en el que se despliega sin descanso toda la vida receptiva. | Del modo más sencillo se introduce lo que hasta ahora ; ha sido llamado inteligencia en el mundo perceptible del animal, pues inteligencia no significa otra cosa que reco nocimiento de relaciones. El mundo perceptible ofrece es tas mismas relaciones, y la biología recibirá con gratitud ; e] establecimiento de tales relaciones en el mundo percepti ble de los caballos, como trata de mostrar Krall con tan gran esfuerzo. Sólo que se limitará a describir estas rela ciones, sin anudar con ellas consecuencia psicológicas. No necesitamos hacer ninguna hipótesis acerca de las sen saciones, los sentimientos y el pensar de los animales; sólo necesitamos investigar su mundo perceptible y describirlo en toda su movilidad. Entonces hemos llenado nuestra mi sión plenamente, y al hacerlo no hemos abandonado nunca nuestro puesto de puro observador. El mundo perceptible es el equivalente que ofrezco yo a los psicólogos en lugar de la psique, y cierto que no es ningún cambio perjudicial el que puedo ofrecerles. En lu gar de una cosa inextensa, invisible, sólo adquirida por ana logía, que ni se puede observar ni sondar experimental mente, ofrezco la rica, coloreada, realidad misma, que está pronta a su disposición para cada experimento. Es la misma realidad, en la que también los psicólogos tienen que colocar sus experiencias. Pero los resultados de la experiencia no necesitan ya ser interpretados, sino que dan inmediatamente una explicación de la cuestión plan teada. Al hacerlo se caracteriza el mundo perceptible de cada sujeto animal con la misma agudeza con que lo haría la descripción de la psique. Pero responderán los psicólogos, todos los problemas éti cos y estéticos son eliminados, por limitación del mundo perceptible. Según mi opinión, ésta es una ventaja; pues ¿qué puede resultar de que introduzcamos el problema de ¿ Iá voluntad libre en el mundo animal, o que queramos dis
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cutir la posición de los animales en la concepción de lo bello y lo sublime? En esto no debe verse ningún menosprecio del arte. Al contrario, nada puede ser más instructivo para el biólogo que quiere analizar las notas de las cosas que el ocuparse de pintura y el trato con pintores, que, como nadie, tienen que profundizar en el mundo perceptible para reproducirlo en la pintura. El pintor que quiere construir un objeto en el cuadro está obligado a darse suficiente cuenta de qué no tas ópticas construyen un objeto y en qué relaciones están unas con otras estas notas en el espacio. * Todos nosotros formamos un esquema óptico del objeto considerado en nuestra psique, que ni es una representación, ni una imagen, ni un concepto, sino una melodía de movi miento de nuestra mirada. Esta melodía tiene que resonar si queremos recon ocer un objeto. Pues reconocer no signi fica otra cosa que crear nuevamente de una manera ya co nocida. Aquellas notas espaciales que obligan co n mayor seguridad a nuestra mirada a la ejecución de la melodía de movimiento tienen que ser buscadas por el pintor y repro ducidas en su cuadro. Un pintor que se pone a pintar sin haber antes descom puesto el objeto en sus notas con ayuda de la fantasía es un chafallón. Y el juicio de Liebermann de que un bien pinta do nabo es tan bueno, como producto puramente pictórico, como una bien pintada Madonna se refiere en esencia a la capacidad de reproducir aguda y completamente las bien diferenciadas notas; lo que a la verdad se logra más fácil mente en un nabo que en una Madonna. Este juicio, tan justo en sí, ha tenido, sin embargo, dañinas consecuencias, pues acentúa harto unilateralmente la dife rencia de notas y hace retroceder su número y finura. Así vemos que el número de notas distintivas en los cuadros de los pintores más modernos, que se hallan justamente en opo sición con Liebermann, disminuye cada vez más, mientras que la diferenciación de estas notas asciende hasta lo extre mo para terminar finalmente con tres líneas serpenteantes, rojas, verdes y amarillas.
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Si colocamos la capacidad técnica de los modernos pin tores para distinguir notas y reproducirlas fácilmente en el mismo nivel de la capacidad de los grandes maestros de todos los tiempos, salta inmediatamente a nuestra vista el empobrecimiento del mundo perceptible de los pintores más nuevos. Arreglárselas con tres percepciones pasa hoy por el arte más alto; cosa que también pueden hacer los erizos de mar. Para los biólogos son, naturalmente, del mayor interés tales simplificaciones del cuadro de notas, porque les permiten sumergir profundamente la mirada en el mundo perceptible de los animales. Es especialmente interesante ver cóm o con la disminución del número de notas crece la intensidad ab soluta de cada una de ellas. El biólogo gana con ello el c o nocimiento de lo increíblemente eficaz que tiene que ser sobre el animal un mundo perceptible que sólo consiste en tres notas y aprende a comprender por qué razón son pre cisamente los animales más ínfimos los que se mueven en el mundo con mayor seguridad. Para el arte la disminución del número de notas signifi ca de cierto un empobrecimiento cada vez mayor y el sumir se en lo insignificante. Pues así como la ascendente signifi cación de un objeto hace subir el número de notas, así tam bién decrece en los cuadros, con la disminución del núme ro de notas, la significación de lo representado. Para ver un nabo bastan las notas que están a la disposi ción de todos los hombres de cualquier tiempo. Pero si se quiere ver una Madonna , hay que suponer .la más profunda meditación para elevar a una altura cada vez mayor el vaJor del objeto religioso, hasta que en general se presenten las notas que distinguen a la Madonna de cualquier mujer. Quien tenga presente las notas que corresponden a la Madonna, como virgen, madre, reina y diosa, comprende rá bien que eso no se puede despachar con tres líneas amari llas, rojas y verdes. Adquirirá la idea de que un verdadero > pintor de Madonnas puede pintar un nabo como jileando, mientras que el mejor pintor de nabos dista mucho de haber dado testimonio de que esté en estado de ver una Madonna .
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Aunque lamentemos vivamente que el arte de hoy en día renuncie a la reproducción de aquellas notas que son las únicamente capaces de actuar sobre nuestro ánimo, eso no nos da aún derecho para hacer fábulas acerca del ánimo de los animales, que hasta ahora no se nos ha revelado con ninguna nota distintiva. Ante las obras de arte humano han fallado hasta ahora todos los animales, y jamás han produ cido un arte propio. Falta todavía establecer de un modo suficiente las rela ciones entre mundo perceptible y mundo de efectos. Si a una nota del mundo perceptible responde el animal con un movimiento que cambia los objetos del mundo de efec tos, interviene también con ello en su propio mundo per ceptible. Admitido que el animal recibe un estímulo óptico, al cual responde con un movimiento de fuga, con el que se aleja del objeto que, por ejemplo, es su enemi go, también con ello ha desaparecido de su mundo per ceptible la percepción del enemigo que actuó como estí mulo, y el animal viene a quedar en reposo. Pero también el estímulo óptico puede producir un movimiento de acer camiento que conduzca hasta el contacto con el objeto; por ejemplo, la presa. Con ello se presenta una nueva nota en el mundo perceptible, la cual, por su parte, actuando como estímulo táctil, produce otra clase de movimiento: el comer. Así pueden también ser explicadas complejas series de movimientos. Al hacerlo, el experimento puede ser intro ducido constantemente, y mediante una apropiada imitación del estímulo, fundar o refutar la interpretación. ' La biología experimental se parece a la psicología compa rada en que refiere al sujeto todo sus enunciados; pero aun no afirma nada acerca de la construcción de mismo or ganismo. Mas el conocimiento del mundo perceptible, en oposición al pretendido conocimiento de la psique, forma el punto de partido para la investigación del plan estructu ral en el organismo. Esta parte de .la biología experimental que investiga la dependencia física entre estímulo y movi miento muscular en el animal mismo, podría ser llamada "anatomía biológica” . Esto fué desempeñado anteriormen
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te por la fisiología antes de que ésta se encerrara, cada vez más exclusivamente, en la investigación de Jas fuerzas físicas y substancias químicas del cuerpo de los animales y acabara finalmente por no prestar atención alguna al plan de estruc tura. Conforme al hecho de que todos los animales viven en el mismo mundo de efectos y sólo se diferencian entre sí en que el uno actúa sobre este objeto y el otro sobre aquél con sus órganos de movimiento de todos los animales, del más bajo al más alto, igual perfección técnica, que se correspon de justamente con la necesidad del animal. Y es simplemen te ridículo hablar aquí de una evolución o de un progreso* Los órganos de movimiento de los mamíferos ni en un ápi ce son más perfectos que los de la estrellamar, por ejemplo. El órgano elemental de movimiento común a todos los animales pluricelulares es la fibra muscular. La combinación en la cual las fibras musculares obran, en común o separadas, en una parte del cuerpo es regida por la disposición de los nervios musculares y por sus leyes de excitación. Músculos, nervios musculares y centros musculares constituyen en común el aparato motor del organismo animal. Sobre el aparato motor actúan las excitaciones que vienen de los receptores, y según el lugar donde ejercen su influjo, pro vocan este o aquel movimiento. Los receptores, con sus nervios receptores y centros, forman el aparato sensorio del cuerpo animal. Sólo aquí se manifiestan grandes diferencias entre los organismos superiores e inferiores, conforme a los diversos mundos perceptibles que actúan sobre los receptores. Tam bién aquí es igual en todos los animales la perfección de cada una de las partes; pero la riqueza en partes es mucho mayor en los animales superiores, y su contextura mucho más diversa. He llamado la atención acerca del hecho de que con la aparición de enlaces espaciales en el aparato sensorial, que corresponden a las relaciones espaciales en el mundo percep tible, se presenta una innovación fundamental en los anima les. Mientras los animales son sólo capaces de recibir estí
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mulos aislados, las notas de percepción producen, sin más, una determinada reacción de movimiento. Tan pronto co mo varias excitaciones son combinadas espontáneamente en el sistema nervioso central se presenta en el animal una es pecie de copia de los objetos que le rodean. Se forma en el animal un antirnundo (Gegenwelt), que, correspondiendo a las mezquinas combinaciones de las notas en el propio mundo perceptible, no pasa de ser muy mezquino; pero que en los animales superiores se dilata y enriquece cada vez más. He introducido la idea de antimundo para dar una base anatómica intuitiva a la dependencia de las mutuaciones fí sicas en el cerebro, y he deducido que la admisión de senci llos esquemas de espacio basta para hacer comprensibles muchas reacciones de los animales. El antimundo espacial debía, ante todo, servir como indicación de la necesidad del experimento. K. C. Schneider, que ha tomado a su cargo la dirección de la psicología comparada, ha aceptado la idea del anti mundo; pero la ha transportado a lo psíquico y mostrado con ello que es extraordinariamente fecunda para la com prensión del alma animal. Queda ampliamente expuesto el motivo por el cual tengo que rechazar esta aplicación a los animales. Pero concedo que en el hombre la compa ración del antimundo físico en el cerebro con el antimundo psíquico en el alma, junto con sus relaciones con el mundo perceptible, facilita mucho un preciso planteamiento de problemas. Ante todo, esto nos sirve para la cuestión más importante: ¿Es posible percibir mecánicamente la dependencia entre mundo perceptible y acción? Tratándose de la mayor parte de los animales, respondería en seguida afirmativamente a esta pregunta. En el caso de las acciones instintivas, ya es muy problemático; en los hombres y animales superiores, en cuyos mundos perceptibles son ya utilizados esquemas de tiempo para la formación de objetos, tengo que conce der que la cadena mecánica de las mutaciones no parece existir sin lagunas.
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Driesch ha mostrado ahora que hay un factor natural decisivo en el origen de la estructura: la entelequia. La acepta también como eficaz en el cerebro del hombre, y la llama "psicoide” en este caso. En otro lugar (1) he tratado de lo bien que armoniza la doctrina de la entelequia con la doctrina de Mendel so bre las predisposiciones de propiedades o las genas. A una gena hay que considerarla como un factor natural que por una parte se engarganta en el engranaje mecánico del protoplasma, ordenando y formando estructura, y por otra está en relación supermecánica y conforme a plan con las otras genas; de modo que la actuación de una gena provoca a la gena inmediata a una intervención mecánica, no según la ley de causa y efecto, sino conforme a plan, como un tono evoca al otro según el constreñimiento de la melodía. N o es para ser rechazado que algo análogo tenga tam bién lugar en el cerebro humano, y acaso en los animales superiores, hasta en los mismos actos instintivos. Sólo necesitamos reparar en que tal cosa ocurre efecti vamente en las amibas. El estímulo que alcanza a la amiba despierta primero a la gena formadora de estructura; en seguida se produce un órgano de movimiento del no estruc turado protoplasma del animal. El mismo estímulo pone en actividad al órgano nuevamente adquirido, y éste vuelve después a ser disuelto. Por lo tanto, nada se opone en principio a la intervención de un factor supermccánico en el no estructurado protoplasmsa del cerebro, que cree ad hoc estructuras y las destruya. Indudablemente, la po sesión de un gran número de genas, cada una de las cua les cree en cada momento dado la adecuada relación con el aparato motor y vuelva a hacerla desaparecer, tiene que elevar en tal alto grado la riqueza de soluciones, que todo cerebro que sólo posea estructuras ya formadas aparece, por el contrario, como mezquino. La aceptación de que el cerebro humano no es ningún (!) De este mismo libro. (Nota del editor.)
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aparato terminado, sino que en cada caso crea, por medio del psicoide, la estructura necesaria para el trabajo, recuer da demasiado a un deus extra machhmm, cuyas capacidades podrían ascender a lo ilimitado. Si en su lugar se pone un número de genas, grande, pero siempre limitado, cada una de las cuales de por sí sola posee una capacidad única y completamente determinada de formar estructuras, este dios recibe fronteras y ley. Pero una cosa queda subsis tente, y es que el cerebro es un órgano que no sólo obe dece a la "necesidad” mecánica de las estructuras ya formadas, sino que también se rige por el "deber” de fac tores supermecánicos. La comparación de un cerebro así condicionado con las propiedades del alma humana ofrece nuevos problemas a la psicología que son verdaderamente golosinas. Con esto debía darse por contenta la psicología y dejar fuera de discusión el alma animal. La admisión del alma animal, cuya existencia es ya indemostrable, no ofrece nin guna ventaja a la investigación científica, sino sólo desven taja. La doctrina del mundo animal, por el contrario, ofre ce a los naturalistas todo lo que necesitan: un objeto de investigación intuíble y accesible al experimento. Por eso el resultado de la investigación debe enunciarse así: mundo animal y no alma animal.
T E R C E R A
P A R T E
LA NUEVA IMAGEN DEL MUNDO
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Hay dos modernas historietas verdaderas que tratan am bas de una tina de lavar, y que si consideradas aisladamente son sólo insignificantes anécdotas, contienen reunidas una profunda enseñanza. Una mozuela aldeana de Hesse le pregunta a su herma no: "¿De dónde ha traído padre la nueva tina de lavar?” "¡A h! —dice el hermanito—. Ha entrado simplemente en lo más profundo del gran bosque; allí hay un árbol de cu yas ramas penden las tinas de lavar, como en nuestra huer ta las manzanas.” Y la segunda historia trata de una criadita berlinesa que vuelve a casa y le cuenta a la señora que ha visto hoy cómo hacen las tinas de lavar. "Pero ¿cómo hacen la madera?” "La madera —responde la señora— se coge de árboles como los que hay en el Tiergarten.” "Pero ¿dónde hacen entonces los árboles?” , responde la pequeña. "N o los hace nadie; crecen ellos solos” "¡Vamos! —responde la berlinesita—. ¡En algún lado tendrán que ser hechos!” ¿No viven en dos diferentes mundos, tan apartados co mo Marte de la Tierra, estas dos criaturas alemanas, el mozo aldeano de Hesse y la urbana muchachilla de Berlín? En un mundo todo se produce por sí mismo, y en el otro todo es hecho. En una Exposición de pinturas, una joven pareja se ha lla ante dos cuadros de nuevas escuelas alemanas. "A4ira aquí este cuadro —dice el señor— qué maravillosamente hecho está. Cada mancha está en su debido sitio; tonos fríos y calientes, en mudable y fuerte oposición.” Y res ponde ella: "¡Qué me importa la técnica! Aquí en este cuadro veo cómo se ha originado la imagen en el alma de] artista.” [ 9 3 ]
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Otra vez los dos mundos. Sus habitantes están obligados a vivir yuxtapuestos y confundidos. N o se comprenden jamás. En el mundo en que todo se origina po r sí mismo, las gentes que se ocupan de la construcción de las cosas son risibles. Son ciegas y no ven lo esencial: la conexión del grande y maravilloso advenir total. En el mundo en que todo es hecho, son infelices las gen tes que esperan en Ja producción espontánea, pues de todas partes se les grita: "N o seáis soñadores, no seáis chiflados; coged la herramienta y haced algo nuevo.” Si quieres saber en cuál de los dos mundos viven tus amigos, sólo necesitas preguntarles si creen en el progreso. Sólo hay progreso allí donde las cosas son hechas, mejor o peor. En el mundo donde todo se da espontáneamente, todo es igualmente perfecto. Allí no se cree tampoco en el progreso. Las máquinas de vapor de hoy son seguramente mejores que las de hace cincuenta años; pero un huevo no es mejor ni peor que una gallina. Durante algún tiempo se ha intentado introducir tam bién el progreso en el mundo de los hechos naturales. Se decía: hace millones de años sólo se daban en la tierra sen cillos y pequeños seres vivos, y ahora hay animales y plantas grandes y de formas diversas. Por lo tanto, existe un progreso gigantesco. Las primeras estructuras sench lias fueron construyendo, poco a poco, estructuras cada vez más ricas, y al cabo de muchos yerros fué hecha, por último, ía estructura humana. Se erigió una escala graduada. Desde la amiba, pasando por toda especie de animales, hasta el mamífero. Y se esta bleció entonces la afirmación de que la lucha por la exis tencia ha cuidado permanentemente de la conservación de las estructuras mejores y afianzado de este modo el pro greso. Esta es, en efecto, la auténtica teoría para las gentes que quieren creer que todo es "h ech o” . Pero las gentes que viven en el mundo en que todo "se produce por sí mismo” consideran las mismas cosas de modo muy distinto. Con la mejor voluntad, no saben encontrar
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estructuras mejores o peores. Por el contrario, cada animal, sea sencillo o complicado, está acomodado a su mundo cir cundante co n igual perfección. El mundo circundante de los animales sencillos es sencillo, y el de los animales com plejos, complejo. Mundo circundante y animal se condi cionan mutuamente. Existen reunidos, y el uno sólo ad quiere sentido por el otro. La piel del oso blanco sólo tiene sentido en la nieve de Groenlandia, y las patas salta doras del canguro corresponden a las estepas de Australia. En pretéritos períodos de la Tierra, cuando había otras condiciones de clima y vegetación, hubo también otros ani males; el ictiosauro desapareció con las lagunas del período cretáceo. Mientras que todos los instrumentos de movimiento de los animales parecen estar formados por el con torno: la aleta, por el agua; el ala, por el aire, forman así también, por su parte, al contorno todos los instrumentos de los sentidos. De todos los innumerables efectos del mundo ex terior escoge cada órgano de sentidos de cada animal el numero de estímulos acomodados a él. Existen miles de disposiciones mecánicas y químicas que cuidan de que sólo penetren estímulos del mundo exterior muy determinada mente escogidos. Ellos solos crean el mundo perceptible del animal. Unicamente lo que es importante para la vida penetra hasta el sistema nervioso, y engendra allí el im pulso, que mueve los convenientes instrumentos de movi miento de Ja conveniente manera. Tan indisolublemente enlazada está, por acción recíproca, la amiba con la gota de agua, como la trucha con el río y el tiburón con el mar. Ninguno es mejor y ninguno es peor. Todos se han producido con su contorno y desaparecerán con él. ¿Cómo hay que entender esto? Una substancia viviente general es el fundamento de toda vida. De ella se originan todos los diversos animales; pero ella misma prosigue dándose inmutable de generación en generación. Parece poseer la posibilidad de adaptarse a las condiciones más diversas, pues es capaz de crear Jos fantás
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ticos reptiles gigantescos de las calientes lagunas del pasado, lo mismo que en los tiempos nuevos, el parásito de la ma laria del hombre, que necesita dos hospederos para des arrollar su perniciosa existencia. Por todas partes se adaptan perseguidor y perseguido, patrón y parásito, planta y ani mal, y ambos al suelo. Donde se da la posibilidad de una nueva existencia se origina una nueva existencia. Se origina de ese fondo pri mitivo, misterioso e inexplorable al que llamamos substancia viva. Nada es hecho, todo se produce. ¿Existe un progre so? Tan poco o tanto com o del huevo a la gallina. El huevo es cierto que carece en sí mimo de estructura, pero abriga todas las posibilidades de la estructura de la gallina. Así, la substancia vital carece de estructura, pero abriga, en general, la posibilidad de todas las estructuras. Y si se da la posibilidad de nueva formación también en lo exte rior, entonces es formada. ¿Se puede hablar aquí de otro progreso que de la progresiva formación total de cada individuo? Apenas. T o d o se da a su tiempo y en su lugar. Así se ven las cosas en el mundo en que todo se origina. Mas a ese mundo ha retornado la moderna ciencia de la Naturaleza. "U n animal es un puro proceso", dice uno de los guías de la ciencia norteamericana. Cada animal, cada planta, es sólo un fenómeno de la substancia viviente. Y es tos fenómenos forman en común el gran fenómeno total que llamamos Naturaleza. Esta armonía de la Naturaleza, el resonar en común de todos los hechos aislados en un gran todo que se extiende por espacio y tiempo, ha llegado a ser nuevamente el problema capital de la ciencia de la Naturaleza. La doctrina evolucionista era puramente un mezquino recurso, porque no era capaz de abarcar la plenitud de los hechos de la Naturaleza, y sólo satisfacía a aquellos que creen aue en todas partes lo uno es hecho después de lo otro, mientras aue justamente la asombrosa coexistencia de los hechos aislados, tan estrecha e íntimamente engranados entre sí, constituye eí problema. La concha del caracol de mar sirve com o vivienda a su
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progenitor mientras vive. Una vez muerto el caracol, con viértese la concha en adecuada residencia del paguro, que apenas puede existir sin ella. Podemos meter ai cangrejo que queramos, todo lo frecuentemente que se nos antoje, en una concha de caracol: no por eso va a convertir su parte posterior en un saco blando con un aparato para su jetarse a la concha del caracol. ¿Qué deben significar, pues, para nosotros esos ridículos cuentos de niños del cangrejo que se acomoda a su nueva morada? Ningún animal muestra la aspiración de transferir el cen tro de su existencia a otro círculo de efectos; cada uno está perfectamente acomodado a su contorno. Pero la substan cia viviente muestra la capacidad de llenar todos los huecos con la creación de nuevas existencias. La serie de las especies animales, siempre en nuevo origi narse en el curso de la historia de la Tierra, dista tanto de ser un problema mecánico como las series de las fases de evolución de cada uno de los animales. Ambas series se derivan de las iniciativas conforme a la ley de la substancia viviente. Pero las leyes de la vida no son nunca las puramente mecánicas, que sólo conocen causa y efecto, sino siempre de la índole de las que enlazan las relaciones de la parte con el todo. Estas relaciones, también conocidas por nos otros en nuestros productos artificiales, máquinas y casas, tienen que ser consideradas para ser comprendidas. Pero los animales son supermáquinas cuyas partes conciertan también según el tiempo, como los tonos de una melodía. En eso consisten las asombrosas leyes del origen, según las cuales la forma del animal perfecto es condicionada por el germen del modo como ella misma condiciona al germen. Meta y principio se conducen como dos partes de meca nismo existentes al mismo tiempo. Si se va descomponiendo una máquina en partes cada vez más pequeñas, pronto se llega a la inarticulada materia muerta, que nada tiene ya de común con la máquina. Si, por el contrario, se desarticula un organismo, se llega final mente, com o último elemento, a la substancia viviente, que
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no muestra ninguna estructura y que, sin embargo, posee todas las propiedades vitales del animal acabado. El inar ticulado elemento fundamental es algo muerto en la má quina, y en el organismo, algo vivo. La máquina tiene que ser hecha de Ja materia muerta; de la materia viva seorigina el organismo. Pensemos por un momento que nuestras casas se origi naran lo mismo que Jos animales. Entonces cada casa, en el lugar más escondido, guardaría un poco de la pulpa pri mitiva. Si una gotita de esta pulpa primitiva se hundiera en la tierra, se originaría de ella el germen de casa, que se desdoblaría en una capa de muro y una capa de habitación. La capa de habitación se excavaría en la capa de muro. Se originaría una pequeña cueva semejante a las cavernas en que vivían nuestros antepasados. Pero ése sólo sería un estado transitorio. En la capa de muro se insertaría, como sólido cordón, la escalera, que después se sumiría en eJ in terior y enlazaría la capa de habitaciones, que ya se habría hendido en varios pisos. Etcétera, hasta que todas las par tes exteriores e interiores estuvieran determinadas y hechas. Mas por todas partes se encontrarían aún vestigios de la pulpa primitiva, que serían capaces de ejecutar cualquier clase de reparaciones. Si viviéramos en una ciudad que se compusiera de tales casas, entonces no nos habríamos ale jado jamás de la Naturaleza; entonces todas nuestras casas serían organismos y no máquinas. Pues sólo las máquinas son hechas, mientras que los organismos se producen. Allá fuera, en la Naturaleza, todo se origina. Aquí, en la ciudad, todo es hecho. En ello reconocemos el fundamen to por el cual Ja muchacha berlinesa y el mozo aldeano de Hesse jamás pueden comprenderse, y muchos otros con ello. Durante un breve espacio de tiempo, de unos cincuenta años, se ha creído que se podía concebir a la Naturaleza Jo mismo que a las máquinas. Esa breve embriaguez está otra vez pasada. De la doctrina de Darwin no ha quedado piedra sobre piedra. ;Y hasta el dogma biogenético de Haeckel, según el cual debemos repetir en nuestro des
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arrollo individual la serie de los antepasados! ¿Dónde se encuentra aún una fe tan piadosa que acepte esta aventu rada fantasía? Si nuestras casas se originaran lo mismo que los organis mos y pudiéramos observar cada fase de su desenvolvi miento con todos los medios auxiliares físicos y químicos, no podríamos concebir, sin embargo, el origen de una es tructura de lo no estructurado como una pura sucesión de v causa y efecto. Y lo mismo ocurre con la Naturaleza. N o : se la puede concebir mecánicamente. N o es una envidiable posición aquella en que se encuentra j en el día de hoy la biología. Ha prometido más de lo que ; puede responder. Ha afirmado que era concebible mecá nicamente la Naturaleza, y ahora tiene que retirar esta afir mación. En el vértigo de la victoria, se creyó haber resuelto el enigma de la Naturaleza. Se vió de repente la posibilidad de instalar el conocimiento en lugar de la mística. Un nuevo y puro culto de la razón debía ser predicado en las escuelas e iglesias. El hombre había entrado en una nueva época del mundo. T o d o esto está ya sobrepasado. La antigua esfinge se ha reído de nuevo de nosotros. Pero esta época de error ha sazonado, sin embargo, un fruto. Se ha despertado en general el interés por la Natu raleza. Este interés no debe enfriarse. En este momento, por muy poco que sea lo que hayamos observado de nuevo, jqué oposición existe entre máquina y organismo! La patria de los organismos es la Naturaleza y no lo hecho. Por eso el habitante de la gran ciudad no tiene patria, porque la Naturaleza se aleja leguas enteras de él. Es uno de los mayores problemas de cultura volver a acercarlo a la Naturaleza. La Naturaleza no puede, en modo alguno, ser dada a co noce r por enseñanzas orales. Hay que con templarla directamente. Contemplarla en sus cambiantes efectos entre organismo y mundo circundante. Hay que poder acecharla directamente en el misterioso tránsito de la larva al animal.
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Si no se pueden llevar los habitantes de la gran ciudad a la Naturaleza, hay que traer a ellos la Naturaleza. Ya se ha intentado hacer esto con el establecimiento de jardines zoo lógicos. Pero los animales expatriados dentro de sus jaulas, en un aire y un suelo extranjeros, se parecen más a fantas mas que a seres vivos. Que su construcción, sus colores, su manera de andar, poseen un sentido, porque todo eso está acomodado a determinado mundo circundante, no puede adivinarlo nadie. Se comprende fácilmente que ni los animales terrestres ni los del aire pueden ser trasplantados sin pérdida de sus condiciones vitales. Sólo co n los animales acuáticos puede hacerse eso. Especialmente los animales marítimos pueden ser trasplantados al acuario con su mundo circundante, sin que por ello lleguen a estar com o en una prisión. Al lado de este inmenso beneficio, que por primera vez hace posi ble una íntima visión de la Naturaleza, aparece una segunda ventaja del acuario sobre el jardín zooló gico. En el jardín zooló gic o sólo hay dos clases de animales: mamíferos y aves. Mas el acuario puede albergar más de veinte clases; resulta, por lo tanto, extraordinariamente sobrepasada la riqueza de formas del jardín zoológico. El
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Supongamos que ya está hecho el acuario, en medio de la gran capital, guardando los misterios de la profundidad. Una estación auxiliar en Madeira y otra segunda en Bou logne cuidan de que siempre esté preparado un refuerzo. El transporte de los animales del mar es mucho más fácil que realizar la conducción de los mamíferos tropicales; sólo tiene que ser hecha con más frecuencia. Los animales ma rítimos tropicales necesitan un agua un poco más caliente que los animales marítimos norteños, cosa que es fácil de proporcionarles. Pisamos el umbral del acuario. Alrededor de un gran patio con luz cenital corre una ancha galería abovedada, sumida en un coloreado resplandor crepuscular. La galería
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recibe su luz a través de las grandes lunas del acuario, tras las cuales se desarrolla la ardorosa vida del océano Atlántico. A nuestra vista se abre un banco de coral, semejante a una caverna de estalactitas de un amarillo de azufre. Ciem tos de singulares pececillos voltejean bajo la protección de las amarillas flores, que abrasan como ortigas. Al lado vemos encenderse las esponjas en jugosos color res. Anchas macollas azul obscuro, colo r ladrillo, amarillo azufre, al lado de las cuales se aprietan otras más delicadas, blancas y negras. Después siguen las anemones y las rosas de mar, com o vigorosas palmas con abanicos de reflejos verdes y rojos, sobre los cuales, con suave ritmo, se mueven las medusas, las silenciosas campanas del mar. Allí al lado vemos las blancas, grises y negras holoturias; las trepang de los chinos, en parte perezosamente acampa das sobre la arena, en parte encaramándose por las paredes de vidrio con sus piececitos ambulacrales, llevando ante sí una decorativa cornamenta de ciervo. En medio de ellas, estrellamares bellamente formadas, sobre las que reina el regio pulpo, como creen los negros. Una exclamación de asombro ahora. Estos son los equi nos del trópico. Bolas de colo r naranja y púrpura, armadas de púas, con resplandecientes filas de botones azules, se agi tan como ratoncillos sobre la firme arena. Peligrosos compa dres rojos, armados de largas púas, se acercan lentamente, llevando en cada una de sus mil púas una punta de lanza empapada en veneno. Grandes erizos, con manchas negras y blancas, se hallan en cada rincón y mueven sus púas si guiendo cada sombra. En su bosque de púas viven unos pececillos, listados de blanco y negro, que hábilmente en tran y salen entre ellas. Velozmente se lanzan sobre la arena decorativas estrellas, golpeando el suelo con cinco brazos semejantes a sierpes. Otras, remando con aletas a manera de hojas, nadan libre mente de piedra en piedra. De nuevo otras, punteadas de color rubí y verde de hierba, extienden a lo lejos sus largos y sutiles brazos, y girando con suaves meneos se propoi*-
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cionan pequeñas presas animales, que después son llevadas a la boca, en relampagueante zigzag, por dos filas de am bulacros. Otras se columpian, com o flores, sobre altos ta llos. Otras se han confiado a grandes medusas para sus dilatados viajes, firmemente clavadas a las movedizas cintas de ese viajero del mar, jamás fatigado. Pero todas son ca paces, en caso de ataque enemigo, de lanzar su temible brazo y librarse de su perseguidor. Los moluscos. — Quien sólo conoce las ostras, apenas sabrá orientarse aquí. Donacas gigantes, de un gris de plata, con su doble concha, clavan su agudo vértice en Ja arena. En su interior da vueltas un diminuto cangrejo, para quien el mundo está encerrado en esta concha. En el suelo brin can, aJzándose sobre su com eo espolón, unos obscuros compadres que extienden su fuerte concha como las alas de un escarabajo. Engañada por el rayo de sol, la ostra jacobea, tan bellamente estriada, el peine de Santiago, co mienza su pesada huida, con cien ojos que centellean a la luz del Sol. Por en medio flotan de un lado a otro las mariposas de mar, graciosas y de alegres colores. Igual a un transatlántico, la carinaría mueve su hélice y timonea rá pida y segura a través del agua. Pero sus costados son transparentes co m o cristal y descubren a nuestras miradas la maravillosa maquinaria. A lo largo de las paredes se arrastran lentamente limácidos de magníficos colores, en vueltos algunos de ellos en preciosos mantos de encaje. La liebre marina azul obscuro, que parece aguzar sus orejas permanentemente, ya se arrastra despacio, ya se confía a su ancha hélice, con la cual divide resueltamente el agua. Cuando al caer la tarde se hace obscuro, surge aquí y allí un verdoso resplandor de las resquebrajadas rocas. Es el molusco de forma de dátil, taladrador de rocas, que con su secreción luminosa atrae a miles de pequeñas existencias a su cueva de perdición. De nuevo otro cuadro: los gusanos. — Un bosque de pal mas, cuyos troncos consisten en ásperas cañas, en las cuales, si se acerca un peligro, se recoge con la rapidez del rayo el esbelto abanico rojo amarillento. Por el lindero del bosque
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se mueve pesadamente algo que semeja una hoja seca. Aho ra cae en el agua un rayo de sol, y el insignificante gusano lanza todos los colores del iris de cien brillantes cerdas. Muévense por el agua, serpenteando y centelleando, tri rremes rojos, esbeltos y forrados de blanco, cuyos fuertes remos favorecen los movimientos del cuerpo. Por en medio se precipitan, con velocidad de flechas, lisos nemertinos, semejantes a negros piratas, que esconden en su vaina un poderoso estoque. En cuevas y grieras de las peñas hay por todas partes bandidos voraces, que se precipitan con la celeridad del rayo sobre la presa y con la misma rapidez vuelven a desaparecer con ella. Y dondequiera que se pose la vista, descubre decorativos cordones, azules, de rojo co ral o salpicados de colores, que convierten la yerma roca en una plaza de fiestas encintada de colorines. El pueblo de los crustáceos. — Caballeros y escuderos, to dos con pesadas armaduras, calzados y con espuelas, con tenazas, picos y lanzas, armados defensiva y ofensivamente, pardos, grises y blancos. El ancho y chato cangrejo huye precipitadamente de lado, revolviendo los saltones ojos, cuando la gigantesca araña de mar avanza zanqueando len tamente con sus largas patas. Los macruros, que nadan tranquilamente hacia delante, impulsados por el golpe de las dilatadas aletas, situadas bajo la cola, tendida en línea recta, se lanzan hacia atrás con rapidez de rayo tan pronto como la propia poderosa cola se levanta para golpear. Se mejantes a gigantescas abejas, los escilaros, amarillo obscuro, nadan en rápida huida. Innumerables cangrejos ermitaños se arrastran en confusión, llevando fielmente consigo su casa de caracol, de la cual pende, como haciendo señales, una verde rosa de mar. Sus agudas ortigas protegen al can grejo más eficazmente que Ja casa de caracol. Los peces. — Primero tiene que acostumbrarse la vista al hervidero de todas esas cintas que pasan veloces y cente lleantes. Poco a poco se reconocen los astutos ojos y las anchas bocas de los rápidos ostracios. Figuras singulares llaman nuestra atención: largas anguilas con pico apuntado; los pequeños y manchados peces-cofres, encerrados en so
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lidas corazas, adornadas con cuernos de vaca; el adornado diodón, que puede inflarse como una bola y después parece un erizo o un equino. En el suelo yace tranquila, seme jante a un ancho y obscuro arrecife, la funesta pescadora, Su largo aguijón dorsal, del cual flota una cintita plateada, traza lentos círculos en el agua. La cinta de plata imita falazmente un inofensivo pececillo, al cual cazarían gusto sos pequeños peces de presa. Pero apenas lo han atrapado cuando desaparece el anzuelo, y un remolino de agua los arrastra hacia una boca de caverna que de repente se ha abierto en lo profundo. Medio oculto en la arena se halla el espantoso diablo marino tropical, cuyo atemorizador sem blante revela que sus aletas de aguijones ocultan un veneno mortal. Si un pescador descalzo pisa a este monstruo, está perdido sin remedio. En el estanque inmediato, las murenas, de manchas ama rillas y pardas, serpentean en torno a viejos pucheros y cántaros, de los cuales asoma el más osado rostro de ban dolero que ha criado la Naturaleza. Allí al lado duermen en bandadas, hasta que la noche los despierta, los perros de caza del mar, los pequeños tiburones, grises y pardos. No los guía la vista, sino el olfato. La luz del día hasta les es importuna. El papel del rey de los monos en el jardín zoológico lo representa en el acuario el estanque de los octópodos. Nin gún animal acuático es comparable al pulpo en poder ex presivo, en fuerza y elegancia. Primeramente hay que acostumbrarse al en un principio repulsivo mozo, que se compone de un gran saco, una pequeña cabeza y ocho po derosos brazos serpentinos. Mas quien examina con aten ción los grandes ojos y observa el inquieto juego de la piel, permanentemente ocupada en cambios de colores y pliegues; quien sigue los serpenteantes movimientos de los brazos, tan movibles como fuertes, que con sus ventosas pueden agarrar mejor que nosotros con nuestros dedos, aprende p oco a poco a respetar al rey de los mares. Sólo el tiburón es superior a él, porque en su áspera piel no hacen presa los acetábulos. Aquí y allí, respirando lenta
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mente, penden del muro de rocas los poderosos sacos, por encima de los cuales unos negros ojos miran alrededor lle nos de vida. Los brazos están firmemente anclados a la roca. Ahora surge un pardo reflejo sobre la piel del uno-, sus movimientos respiratorios se hacen más fuertes y pal pitantes; suéltanse Jos brazos, y el gigante, con el extremo posterior hacia delante, impulsado por los golpes de bomba de su respiración, nada tranquilamente a través del agua, arrastrando tras sí los brazos com o un timón ondeante. El octopo no se mantiene apático e indiferente ante los ob jetos de su contorn o; todo lo que llega a ponerse a su al cance le interesa y conmueve; para todo tiene respuesta, mediante decoloración o arrugamiento de la piel, por mo vimiento de los brazos o un respirar más rápido. Por eso el observarlo es el pasatiempo más atractivo e instructivo. Su pariente, la jibia, tiene que ser acomodada en un acuario especial, porque Ja tinta negra, viscosa, que arroja al ame nazarle un peligro, para ocultarse en ella, priva de aliento a todos los demás animales. Ahora nos acercamos al ultimo acuario, que no parece contener más que arena. Para animar la monotonía, en una meseta de una peña se halla un grupo de tunicados. Dignamente envueltos en los pliegues de la blanca toga, álzanse allí como ermitaños que se han aislado del mundo exterior. Dejan que el agua pase a su través y criban de ella su mezquino alimento. En otro tiempo, en su juventud, se movían raudos por el agua como pececillos; poseían un orgulloso sistema nervioso central y buenos órganos de los sentidos. Ahora han renunciado a toda vana fruslería, y permanecen allí sin movimiento. Sólo si se los toca des prenden de sí un zumo ácido. Pero también la arena, bajo ellos, oculta plena vida. Mirando más de cerca, se descu bren los brillantes ojos de los lenguados, cuya piel color arena queda totalmente escondida. Acechan así a su presa. En primer término vemos una porción de pequeños ca nales que desembocan en la arena y descienden verticales como chimeneas. Y justamente allí aparece también la es coba del limpiachimeneas, limpiando y perfeccionando la
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cueva. Si metemos la mano en la arena para conocer al po seedor de .la escoba en miniatura, extraemos una liebre de mar, oviforme, blanca o purpúrea, totalmente cubierta de delicadas cerdas, que sirven como paletas para arena. Apenas hemos depositado al animalito en tierra, cuando comienza a ondular el bosque de cerdas como un campo de trigo. Ola tras ola corre de abajo arriba a lo largo del animal, amontonando alrededor la arena, y en corto plazo el ratonadlo ha desaparecido de nuestra vista. Volvemos a meter la mano en la arena, y extraemos un cigarro ama rillo claro que permanece tranquilamente tendido en ella. Pero al cabo de algún tiempo, de uno de los extremos del cigarro surge una trompa que con cien azadas agarra la arena, y el cigarro se transforma ahora en la más encanta dora máquina hidráulica. La trompa entra y sale, taladran do la arena cada vez más profundamente, hasta que también este extraño topo desaparece por completo. Acaso sea dado en algún tiempo al acuario hospedar a los animales de las últimas profundidades y arrancarlos de la obscuridad y el silencio a la movediza luz del día. Los pe ces de gigantescos ojos saltones que aun son capaces de aspirar vestigios de luz allí donde le es negado hacerlo a la placa fotográfica. Los estomias, co n luminosas filas de bo tones por el costado, que se envuelven a sí mismos en una niebla de un resplandor verdoso. T odos los peces y crus táceos con largas cintas ondulantes, no movidas por nin guna corriente, sino sólo por el lento avance del propio cuerpo. Hasta el esqueleto de un galguillo italiano es más corpóreo y resistente que los grandes fantasmas de crustá ceos indefensos, semejantes a arañas. Sin embargo, este acuario es todavía música del porvenir. Nos acercamos ahora, en el patio central, al gran estan que abierto que alberga a los habitantes del mar abierto. Aquí van de un lado a otro, com o una bandada de pájaros blancos, los tiernos calamares del mar libre. Dando ala bomba lentamente, se mueve la campana de la medusa re gia. Tiene que transportar el largo intestino musculoso, del cual penden en grupos diez suertes de diversos órganos
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personales, que forman como abigarradas flores, frutas y hojas. Cada persona lleva una vida independiente; sólo las une el común aparato digestivo. Esta .libre asociación de licada, dotada de suaves reflejos, de variados colores y for mas, va de un lado a otro, moviéndose dulcemente por las azules ondas. Allí vemos un rebaño de ctenóforos, con po licromos cambiantes, cálices de cristal de Bohemia, movidos por filas de diminutos, centelleantes remos. De ellos pende un trémulo compás que señala el centro de la Tierra. Y allí asoma de las ondas el más bello animal de toda Ja creación t -casi sin cuerpo, sólo un arco iris que se mueve suave mente—: el cinturón de Venus. Si cae la noche, encienden su lámpara propia muchos de los animales del mar, y las salpas de fuego danzan, como una cadena de flores lumi nosas, sus bailes de hadas. L as
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La vida se muestra primeramente en la lucha. Tenem os que examinar hondamente la manera de luchar de Jos ani males para recibir luz sobre el sentido de su organización. Estas luchas ofrecen al mismo tiempo el espectáculo más interesante y sugestivo, más lleno de efectos y sorpresas que pueda soñar la más viva fantasía. La descripción no puede, naturalmente, suplir a la visión; pero puede suscitar el deseo de este espectáculo. Como primera pareja de luchadores aparecen un equino y una estrellamar. La estrellamar es un maligno bandido. Totalmente cubierta de un m oco venenoso. Cientos de ventosas con potentes discos prensores en Ja cara inferior de los cinco largos brazos movedizos son sus tropas auxi liares, y un estómago que se vuelve com o un guante para envolver al enemigo en mil resbaladizos pliegues con su su perficie digestiva. Los aguijones del erizo no estorban al agresor. Sus fuer tes brazos aprietan el bosque de lanzas y los venenosos piececitos aspirantes se acercan a la tierna piel del equino. Entonces cambia de táctica e.1 amenazado animal. Los agui
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jones se retiran, y en lugar de ellos se adelantan de un salto unas tenazas de tres dientes, hinchadas de veneno, armadas de garras, que muerden los pies prensiles de la estrellamar. Se desprenden del cuerpo madre y quedan firmemente cla vados en el enemigo para inyectarle todo su cargamento de corrosivo veneno. Si este contraataque es ejecutado enérgicamente, la estrellamar es derrotada en la huida. En otro caso, queda vencido el equino. La estrellamar apresa del mismo modo a Jos mariscos, a los que rodea con sus brazos como una mano con cinco dedos. Abre lentamente las conchas y hunde su estómago en la abierta hendedura. Hasta algunos descuidados peces caen como presa de la estrellamar cuando los alcanza con su rápido coletazo. Pues los pies de ventosa asen instan tánea y despiadadamente. Los peces que viven cerca de las rocas del suelo nunca golpean con fuerza alrededor de sí, sino que sólo se deslizan suavemente a lo largo de la superficie de la piedra, para no exicitar al oculto enemigo. Nueva pareja de combatientes: rosa de mar y cangrejo. Al pie de la rosa de mar hay un pedacito de oarne de pez. Sus verdosos canutos lo rodean como una delicada cortina, sin tocarlo. Entonces se acerca un cangrejo, atraído por el olor del alimento, y corre torpemente hacia él. Pero los delicados flecos de la cortina verde le queman tentáculos y pinzas. Por todas partes repite el cangrejo la acometi da. .. en vano. Las baterías de ortigas de la rosa de mar están agudamente cargadas. Entonces cambia el cangrejo su modo de ataque: con sus pinzas, a pesar de los verdes flecos, va directamente al cuerpo de la rosa hasta que éstos, heridos por la mordedura de las pinzas, se retiran, y la presa es entregada al perseverante enemigo. Aun es más impresionante el combate cuando la rosa de mar tiene como adversario al pequeño octo-po de Philippi. El ladronzuelo, al perseguir a un cangrejo pequeño, ha llegado harto cerca de la rosa de mar, con sus brazos des mesuradamente largos. Un brazo del pulpo toca los verdes flecos; inmediatamente conviértense éstos en pegajosos zar cillos que se enroscan al brazo. El efecto de las baterías
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de ortigas es espantoso. El blanco pulpo se vuelve pardo, y con sus siete brazos restantes se apoya firmemente contra el suelo para arrancar al enemigo el miembro en peligro. No lo consigue. Entonces cambia de conducta: el brazo prisionero se relaja por la raíz; los músculos se adelgazan hasta desprenderse, y el pequeño octopo huye a precio de la entrega de un brazo. Ahora se acerca el número más brillante del programa. fGran octo po y langosta gigante. De las rocas pende el gran saco respirante, tranquilo y ajeno al mundo; sólo están atentos los negros ojos. Entonces una langosta gigante en tra en el agua del campo de lucha. Un alegre resplandor castaño claro recorre el cuerpo del octopo, y nada ya con poderosos golpes hasta que ha logrado ponerse detrás de la langosta, que abre, todo lo grande que son, sus pinzas, y parece estar muy por encima de aquel ataque. Ahora el octopo, con la velocidad del rayo, se ha dejado caer sobre la cola de la langosta, y desde atrás envuelve primero un brazo, después otro, en torno a las peligrosas tenazas, que, instantáneamente paralizadas por la presión de los acetá bulos, se hacen incapaces de combatir. Sólo entonces aga rra verdaderamente el octopo. Tres brazos rodean el cuerpo y tres la cola. Una sacudida, y la langosta es desarticulada por su mitad. Como final, todavía un alegre sainete: octopo y raya eléctrica. Otra vez pende el gran saco en una roca del escenario. Entonces se acerca la raya. La raya eléctrica es un pez plano, casi redondo y lento nadador. Una y otra vez, despreocupado y sin precaución, roza al poderoso se ñor del mar, hasta que éste, con la velocidad del rayo, se precipita sobre él y lo rodea con sus espantosos brazos. Pero no se sigue una lucha mortal. Los brazos no destrozan al pez, sino que vse tornan obscuros y rígidos, y el octopo, sacudiéndose y escupiendo tinta, abandona pronto la incó moda presa, ahuyentado por las poderosas baterías eléctri cas, de cuva actividad podemos convencernos de manera desagradable si nosotros mismos cogemos el pez en nues tra mano.
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IDEAS PARA UNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MUNDO E v o l u c ió n
Para personas que quieran ahondar profundamente en la Naturaleza y sus secretos ofrece el acuario la posibilidad de estudiar desde el huevo diversos períodos del origen de diversos animaJes. Los grandes progresos en la doctrina de la fecundación y morfogénesis en los últimos veinte años se deben casi exclusivamente a los animales marinos. En los equinos y estrellamares, que confían simplemente al mar sus huevos y simientes, sin ninguna huella de unión sexual, es fácil seguir la fecundación con el microscopio. Sólo se necesita unir huevecillos y semen en el portaobjetos, y todo lo restante ocurre por sí mismo. La vida sexual representa un papel muy mudable en la serie animal y forma un grupo de funciones por completo independientes. Esto conduce frecuentemente a las más extrañas manifestaciones. En una especie de octopos es cos tumbre que el macho rellene un brazo con cápsulas por tadoras de semen y después lo desprenda de sí. El brazo sexual lleva después una vida independiente hasta que es cogido por una hembra, que lo esconde en su "vasto saco. De un gusano que parece una botella verde con un cuello muy largo no se conoció en mucho tiempo más que la hembra, hasta que un diminuto parásito que vivía como gorrón en los oviductos se reveló como el buscado macho. La vida de los animales durante su morfogénesis es tanto más rica e interesante en el agua, porque son los menos los animales que realizan las fases de su evolución en el casca rón del huevo o en el cuerpo materno: la mayor parte cambian su forma com o larvas que viven libres y tienen al mismo tiempo que cuidar de su propia subsistencia. Las encalladas esponjas comienzan su‘ existencia como bolitas semiguarnecidas de pestañas que nadan libremente. Algunas medusas se desprenden de un bastón de pólipo que ha crecido fijo en un sitio y nadan después libremente de un lado a otro. Los gusanos semejan en su temprana ju ventud pequeños morriones, y los ofiuros se originan de unos elegantes paraguas parpadeantes. Que de los decora-
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dos gorros de pelo de los guardias de Corps rusos salgan caracoles es tan sorprendente como eJ origen de los octó podos de un místico sello en la yema de huevo. Ante todo, muestran los cangrejos las más fantásticas fases de tran sición. Pero todos, sin excepción, se originan de la amorfa subs tancia viva del huevo, que en todos comienza a segmen tarse de la misma manera hasta que la morfogénesis deter mina otros caminos para cada tipo. Entonces distínguense Jas clases y familias unas de otras, hasta que, por último, se abre paso el carácter de la especie. Junto con ello va la acabada formación de los órganos, que sólo sirven para la vida de larva y vuelven a desaparecer más tarde. Así se engranan unas con otras las necesidades actuales y las futuras, pero no originan ninguna confusión: todo ocurre según plan. Cada animal se forma como una can ción de tres dimensiones, como una máquina cantante y al mismo tiempo cantada. En una palabra, como un asom broso ser enigmático, pero conforme a ley; que se origina, pero no puede ser hecho. En eso consiste la gran misión del acuario del trópico: volver a implantar en el público que hoy en día tiene inte rés por la Naturaleza el respeto hacia la Naturaleza. La Naturaleza es más sabia y posee una visión más amplia que el berlinés más inteligente y sabe lo que quiere. Alas para el pensador solitario, que mira a lo profundo y busca la última significación de las apariencias, propor ciona el acuario algo mucho más elevado: Un mirar que me alza hasta aquel mar, que en su corriente arrastra nobles formas.
Y si ha ascendido la intuición a esta perspectiva, excla mará profundamente conmovido: ;Qué más puede adquirir, viviendo, el hombre, sino que se le muestre Dios-Natura!
BOSQUEJO DE UNA VENIDERA CONCEPCIÓN DEL MUNDO El repertorio de los sistemas filosóficos no es rico. Se trata en todos los casos de la posición que se adopta ante la relación de dos factores. Por lo tanto, el cambio es pe queño. Estos dos factores son el inundo de los cuerpos (bajo los cuales comprendemos a la materia con, las fuerzas que la mueven) y el mundo de los espíritus. Podemos de clarar que ambos son cosas fundamentalmente distintas, y entonces nos decidimos por el dualismo, o tener al uno co mo derivado del otro, y entonces tomamos la defensa del monismo. Si nos decidimos por el monismo, podemos tener al mundo espiritual como producto del mundo corporal —materialismo— o declarar, al contrario, que el mundo cor poral es un producto del espiritual —idealismo—. Según esto, el monismo heckeliano, que, c o i t todas sus consecuencias, se apoya en un fondo materialista, sin la tesis materialista de que el espíritu sea producto de la mate ria, es, hablando sin rodeos, una confusión filosófica. El llamado psicomonismo es, por el contrario, un idealismo vergonzante que sigue la divisa "lávame la pelliza, pero no me mojes” . Por lo demás, el psicomonismo ha sido hundido recientemente en silencio por su inventor (Verwom). En total sólo se alzan frente a frente tres sistemas esen cialmente distintos, como campeones del señorío de la con cepción humana del mundo: el dualismo, el materialismo y el idealismo. Sin duda, domina hasta ahora el dualismo a sus dos ad versarios, como más poderoso en su significación para el desenvolvimiento espiritual de la Humanidad. El dualismo es la manera de pensar natural y la acomodada al hombre ingenuo. Cada hombre es inmediatamente consciente déla [112 3
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oposición entre sensaciones y objetos. Reconoce también, sin instrucción erudita, poseer un cuerpo , que pertenece a los objetos, y que fuera de eso alberga además sensaciones, sentimiento, pensamiento y voluntad que forman una uni dad, a la que llama alma. Esta alma rige su cuerpo, y supone un alma igualmente dominante en los otros hombres, que rige las acciones de su cuerpo. Según eso, estará también inclinado a admitir que la to talidad de los objetos son regidos igualmente por un alma del mundo, a la que llama Dios. Esta es también, en efecto, la única conclusión razona ble y acomodada a la naturaleza del hombre, a la cual vuel ve a encaminarse siempre cuando se ha librado de toda in fluencia merced a la sabiduría de los otros hombres. De las acciones de los otros hombres deduce su carácter y la condición de su alma. De la misma manera, el hombre ingenuo deduce de los acontecimientos del mundo exterior las propiedades de la divinidad, a la que tan pronto declara mansa y amable com o violenta y cruel. Pero siempre que da la divinidad ccm o cosa sublime y, en último término, inescrutable. Siempre se encuentra el hombre ingenuo al considerar la Naturaleza, en presencia de un milagro que refrena su soberbia, muestra caminos a su voluntad, fortalece su fantasía y pone eternas metas a sus anhelos. De este modo el dualismo condujo a su p^no desenvol vimiento la personalidad espiritual, mientras cada hombre permaneció en inmediato contacto con la Naturaleza y se vió forzado a crear para sí propio una concepción del mundo.
Mediante los dogmas de la Iglesia quedó dispensado cada hombre del saludable trabajo de su interna cultura. Ei dua lismo, siguió siendo, ciertamente, la concepción del mundo dominante, pero fué establecida de un modo unilateral. Ya en edad temprana habíase presentado el intento de re solver la oposición que contiene el dualismo en forma que no se aceptara la divinidad como una existencia aislada, reinando en cualquier parte del mundo exterior, sino que se viera en la propia alma la puerta que conduce al alma del mundo.
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A todos estos esfuerzos, que trataban de convertir el dua lismo en un idealismo, y que encontraron en el Maestro Eckart su principal defensor, se ha opuesto siempre la Igle sia por todos los medios. Siempre se ha atenido a la trascen dencia (Dios en el mundo) y ha perseguido a la inmanen cia (Dios en el alma humana). Sólo cuando Kant, en sus obras inmortales, fundó de nue vo el idealismo pareció quebrantada la excomunión, y la edad de nuestros mayores poetas fué igualmente la edad del idealismo. Entonces apareció de pronto en el campo un nuevo com batiente, y sin la menor dificultad despojó tanto a dualistas com o a idealistas. Este nuevo Sansón era el viejo materia lismo, que se había revestido con -la piel de león del darwinismo y se presentaba como nuevo y único monismo. El materialismo pasaba por ser una muerta concepción del mundo, que sólo continuaba vegetando todavía dentro de las escuelas com o muerto objeto de enseñanza. Para com prender la maravillosa revivificación del materialismo hay que representarse las razones que habían impedido hasta entonces su propagación. La doctrina materialista de que sólo se da materia y fuerzas en movimiento, y que también el alma es un puro producto de la materia, no podía en esta forma, convencer al ánimo ni a .la razón del hombre. N o al ánimo porque el sometimiento de nuestra alma a leyes puramente mecánicas aniquilaba toda alta aspiración, y no a la razón, porque fuera del alma aun se dan cosas muy palpables que no pueden ser explicadas como efecto de fuerzas fisicoquímicas. Estas cosas son los organismos. Hay dos clases de organismos: máquinas y seres vivos. Ambas realizan sus funciones con ayuda de fuerzas fisico químicas, que fluyen de ordenada manera. De este orden cuida su estructura. Las dificultades que presenta a la razón el problema de la vida no residen, en modo alguno, en el curso normal de las actividades de la vida. Eso ocurre de un modo totalmente semejante al trabajo de una máquina. El enigma está en la producción de la estructura. Sabemos
BOSQUEJO DE UNA VENIDERA CONCEPCIÓN DEL MUNDO 115 que las máquinas deben su origen a una representación humana que llega a ser causa de la acción de su inventor. Tal representación es llamada un fin, y el producto que ejecuta este fin (en este caso, la máquina) es llamado con forme a fin. El dualismo admite que la estructura de los seres vivos sea análoga a la estructura de las máquinas. El alma del mundo ha tenido una representación de fin y forma a los seres vivos, en correspondencia a esta represen tación conforme a fin. Hágase o no se haga al alma del mundo responsable de ello, queda en pie el hecho de que la estructura de los seres vivos está construida y se ha originado de tal modo como si la vida normal hubiera sido el fin del origen de la estructura, y se está autorizado por ello para hablar también de la estructura del ser vivo, como conforme a fin. En los seres vivos tenemos que considerar objetos para: cuya existencia no bastan las causas materiales, sino que, requieren otra causa extramaterial. Forman la sólida forta leza, visible desde lejos, que a la afirmación del materialismo, de que todo se originó de fuerzas materiales oponen un rotundo "no ” . La conformidad a fin tenía que ser arrojada del mundo;, si no, no había ninguna perspectiva de éxito para el mate rialismo. De esta tarea se ha encargado, no sin habilidad, el darwinismo. Argumenta para ello de la siguiente manera: la materia reproductora o el plasma germinal que lleva en sí todo individuo adulto representa la esencia de todo el cuer po de su portador. El plasma germinal es variable, pues hi jos de los mismos padres nunca se asemejan completamente. Los hijos, a consecuencia de su diversidad, están diferente mente adaptados para Ja lucha po r la vida. Sólo sobreviven los más adaptados. En su consecuencia, sólo logra seguir siendo transmitido, mediante ellos, un plasma germinal que ha variado en una determinada dirección. Esta variación puede ser mantenida y desarrollada en la mhma dirección, por la lucha por la existencia. Así se llega finalmente a la producción de especies nuevas.
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De esta manera se consigue reducir todo el insoluble pro blema de la conformidad a fin a dos factores mecánicos: la lucha por la existencia y la variabilidad del plasma ger minal. Cierto que se vio muy pronto que la suposición no era exacta. El plasma germinal no es, en modo alguno, fruto del individuo, sino que el individuo es fruto del plasma ger minal que cada ser vivo, invariable y no influido por su vida individual, lleva en sí como un sacro legado, de generación en generación. N o sabemos qué misteriosas leyes rigen el flujo de los plasmas germinativos, en perenne división y reunión. En cada lugar de unión de dos plasmas germinales se origina un nuevo individuo, siempre fragante de juven tud, del primitivo fondo materno de la vida. Pero aun sin estas alteradas suposiciones no era sostenible la tesis darwinista. Bien que el plasma germinal sea la esencia del futuro individuo. Pero ¿quién dió derecho a Darwin para tener a esta esencia por una pura mezcla de materia? Supongamos que alguien hiciera saltar pequeñas astillas de una máquina de vapor y las metiera después en un saco para llevarse a casa la esencia de la máquina: todo el mundo lo tendría por loco. Por el contrario, saben muy bien los constructores de máquinas que sólo se necesita un cuadernito de bolsillo y un lápiz para hacer posible que un ingeniero competente se lleve a su casa la esencia de una nueva máquina. Lo que es llevado en el cuaderno no es la materia de la máquina, sino el plan de la disposición de sus partes. Según eso, podemos decir del plasma germinal que tiene que llevar en sí lo mismo el plan del animal adulto que el plan para llegar a él. N o debemos ocuparnos aquí de la for ma en que esté preparado ese plan. Sólo debe hacerse resal tar expresamente el hecho de que el plasma germinal es tam bién un ser orgánico y posee plena conformidad a fin del mismo modo que el animal adulto. Con eso cae también por tierra el dogma, generalmente creído, de que Darwin ha reducido la conformidad a fin a hecho materiales.
BOSQ BOSQUE UEJO JO DE UNA VENIDERA CONCEPCIÓN DEL DEL MUNDO MUNDO 117 Las murallas que oponían resistencia al materialismo se alzan aún en la vieja fortaleza. Es Es imposib imp osible le explicar la con c on
formida formidad d a fin del ser vi vivv o según fuerzas fuerza s materia materiales. les. Pero aquí, como en todas partes es del todo indiferente lo demostrado. Sólo S ólo se trat trata a de lo creíd cre ído. o. Y precisam precisamente ente ahora se cree en el darwinismo y, a la verdad, tanto más fácil y alegremente cuanto que, según esta doctrina, c\ plasma germinal, por producción de nuevas especies en la Jucha por la existencia, logra cada vez más altas formas de vid vida; cosa que puede ser ser admitida admitida com co m o eterno etern o idea ideal, l, único ún ico verdadero. Encuentra el materialismo un terreno extraordinariamen te propicio en el público de gran ciudad, monstruosamente aumentado, que se ha olvidado de ver milagros, y por eso cree descubrir en todas partes leyes mecánicas. Nuestros niños nos hablan aún de la ciudad fabulo sa donde los ladrillos están vivos y se arrastran unos sobre otros hasta asta que los muros mu ros de las las cas casas as están hechos. hech os. A llí ll í rezuman vidrios los marcos de ventanas y los cabrioles se ; cubren cubren c o n escamas de tejas tejas.. S ólo ól o se necesita nece sita clavar clava r en tierra una de tales tejas, y se desarrolla de ella toda una casa. Y si los habita habitante ntess rompen rom pen algo en Ja cas casa, en seguida seguida est sta a, por sí misma, misma, ejecu ej ecuta ta la reparac repa ración ión.. Estas Estas son, se les dice di ce a los niños, historias mentirosas, fábulas y milagros. milag ros. Y sin embargo sólo se necesita salir al bosque para ver esta ciudad fabulosa que sólo por milagro se origina y conserva. ¿Y no es nuestro propio cuerpo una de tales casas fabulosas, cuyo origen y perecimiento excede en mucho a nuestra inteli gencia mecánica? Pero el ciudadano de Ja gran ciudad no tiene ojos para este milagro; sabe del bosque que es verde, umbroso y útil, y para su cuerpo llama al médico. Lo que le rodea de ordinario son puros productos huma nos, todos los cuales admiten una unitaria medida de valor. Este es el verdadero triunfo de nuestro desarrollo cultural: haber logrado que todos los productos humanos se transmu ten te n en cuartos cuar tos y céntimo cén timos. s. Es incontestab incont estable le que co c o n Ja Ja in troducción de esta medida unitaria para todo el mundo
IDEA S PA P A R A VN A CONCEPCIÓN CONCEP CIÓN BIOLÓGI BIO LÓGICA CA DEL MUNDO 118 IDEAS
nuestra vida ha alcanzado esas proporcionalidad, comodidad, y facili fac ilidad dad p o r las las cuales se se distingue distin gue tanto de todas la las épocas anteriores. Pero también es indudable que Ja costumbre de transmu tarlo todo en valor numérico lleva consigo el peligro de la unilateralidad para todos aquellos que, como los habitantes de la gran ciudad están alejados de todo íntimo comercio con la Naturaleza. Mientras la vida espiritual de ese mundo medido por nú meros de productos humanos formaba una excepción, no era era el peligr pel igro o tan tan grande. Y problemas proble mas co c o m o la muerte muerte y la inmortalidad mantenían vivas en el hombre las otras par tes junto con la razón calculadora. Entonces vino el materialismo, y enseñó que eran inúti les les tale taless escrúpulos: to todo do,, cue c uerpo rposs y espíritu, espíritu, obedece obed ece a las sencillas leyes numéricas de la materia. N o es milagro mila gro que el púb p úbli lico co de gran ciudad ciu dad se pasara con banderas desplegadas al materialismo, que simplificaba de un modo enorme toda la vida y sometía la consideración del mundo a la habitual dirección de sus pensamientos. Hasta se acomoda tan íntimamente el materialismo con toda la corriente de nuestra moderna evolución, que podría creerse que se ha producido sencillamente de ella. Y sin sin embar em bargo go no es así. En realid realidad, ad, es algo más que una pura triquiñuela triquiñ uela de n e g o cio ci o s para dar dar una una forma for ma más c ó m o d a a la vida. Se remon rem onta ta a autores autores responsables, qu que lo han traído al mundo. Como principal representante y propagador más eficaz del materialismo moderno tiene, sin duda, que ser consi derado der ado Hae H aeck ckel. el. Cierto Cie rto que sus sus obras filos fil osóf ófica icass se se lev levan tan m u y po p o c o sobre sob re el nivel espiritual de la masa. asa. Pero justamente justamente p o r eso encuentran una una difusión tanto mayor. Sus partidarios, privados de espíritu crítico, no están tampoco en situación de descubrir en sus obras los errores escandalosos. Especialmente divertido es su furor contra Kant, al cual presenta siempre como un apóstata del mate rialismo pasado de la manera más miserable al dualismo eclesiástico. Haeck Ha eckel el pudo pu do llegar a este este c ó m ico ic o error por
BOSQUEJO BOSQUEJO DE UNA VENIDERA CONCEPCIÓN CONCEPCI ÓN DEL MU MUNDO 119 que no tenía sospecha alguna de que existiera algo como el idealismo. Según Según su sencilla sencilla manera de pensar, sólo exi exist ste e verdadera oposición entre materialismo y dualismo ecle siástic siástico, o, entre él él y Jehov Je hová. á. Con Co n tal tal de que Jehová, Jeho vá, con co n su sus curas, sea expulsado del templo de la pura Naturaleza, co mienz ienza a ya el el reinado reinado de de lo 'Verdadero, 'Verdad ero, bello y buen bu eno” o” . N o pued pu edo o negarlo neg arlo:: una una ingenuidad tan tan pura e infantil ha ha ejercido siempre sobre mí una especie de encanto y me ha hecho en alto grado simpática la personalidad de este mu chacho eterno. Po Porr eso deseo que pueda pueda serle serle evitado el que tenga que enterarse algún día de los resultados que su obra ha producido. Esto es, si se considera el mundo espiritual como plena mente dependiente de los fenómenos del mundo material, muy pronto queda finiquitado lo "verdadero, bello y bue no” . Entonces, Ento nces, en lugar de un alm alma divin divina a del del mundo mu ndo,, co com o la que enseña el dualismo, se presenta una máquina gigante que sólo de una manera temporal, y en sus partes menos esen esencia ciales les,, se ocup oc upa a de la p rod ro d u cció cc ión n de lo espiritual. espiritual. La vida orgánica sólo puede aparecer esporádicamente en la historia del sistema solar, en tanto existan las condiciones favorables para para su existencia. existen cia. En la Tier Ti erra ra no se dio di o vida orgánica mientras estuvo en ignición, y cesará de nuevo cuando se enfríe o si es destrozada por un cometa. Frente a este poderoso destino de los mundos, la vida es piritual producida por nuestros cerebros, con sus pensa mientos y sentimientos, con sus anhelos de lo "bueno, ver dadero y b e llo ll o ” , no es otra cosa que una una farsa farsa ridicula. Este desconsolado conocimiento, bien puede, en uno u otro sitio, arrastrar a la desesperación a algún hombre ais lado; mas sobre la gran masa de los hombres, sin embargo, que no pueden mirar más allá de la vida diaria, quedará to talmente sin efecto. La disolvente influencia del haeckelianismo sobre Ja vida espiritual de las masas tampoco estriba, en modo alguno, en Jas consecuencias que evoca su concepción de las cosas eternas, sino que dimana de la tesis darwinista de que no hay conformidad a fin, sino sólo una suma de factores aislados.
CONCEP CIÓN N BIOLÓGI BI OLÓGICA CA DEL MUNDO 120 IDEAS P AR A UNA CONCEPCIÓ
Mediante esta doctrina, la gran masa perdió la representa ción de que cada hombre sea una unidad según plan, y armónica a la que hay que perfeccionar en todas direccio nes para desplegarla cada vez más ricamente. El bello tema de investigar el propio plan interno y el de los otros hom bres resultó sin sentido cuando se cesó de creer en la exis tencia de un plan y los hombres llegaron a ser un conglo merado de propiedades, más o menos casual. Mas el que ésta ha llegado a ser opinión general no lo im pugnará nadie que se tome la molestia de representarse en su espíritu al lect le cto o r ideal a quien se dirigen dirige n nuestros más favo fa vore reci cido doss diarios. ¿Se ¿Se adquiere adq uiere acaso la la impresión impresió n de que los periódicos son escritos para una personalidad capaz de juicios y crítica, apta para pesar diversas opiniones unas frente a otras y que siente la necesidad de ver al unísono forma for ma y cont co nten enido ido?? Desgraciadamente, he adquirido la impresión de que los periódicos tienen a sus lectores por un conglomerado de propiedades e instintos bastante contra dictorios, como vanidad, soberbia, injusticia, envidia y co dicia. N o hay que asombrarse asombrarse de que esta esta opinió opi nión n llegu llegue e a ser la dominante, pues el haeckelianismo, que gana cada vez más terreno, no es otra cosa, en su verdadera esencia, sino una única predicación contra la cultura, si se entiende por cultura la formación según plan de una personalidad y no el amontonamiento de saber. ¿Puede uno seguir engañándose acerca de que, en todos los terrenos de la vida, goza hoy en día de mayor predica mento la suma expresada en cifras que la organización? Del nivel a que se encuentra la cultura hasta en una reu nión de hombres tan ricos en conocimientos como los nanr ralistas y médicos alemanes da elocuente testimonio el dis curso cur so de Ladenbu Laden burg, rg, quien q uien en una una confe con fere renc ncia ia sobre so bre el an tiquísimo tema "Dios, libertad e inmortalidad” entiende por libertad el general derecho de elección. Después que se logró convertir la organización de los seres seres vivos viv os en un co c o n g lom lo m e rad ra d o de partículas partícu las ma mate teri ria ales, les, el materialismo material ismo ve v e n c ió en to toda da la línea. Las fuerzas fuerza s del mundo
BOSQUEJO DE UNA VENIDERA VENI DERA CONCEPCI CONC EPCIÓN ÓN DEL MUN MUNDO DO 121 exterior resultaron ser más capaces de resistencia que el fugitivo sueño de los pensamientos y sentimientos, hasta más capace cap acess de resistencia resistencia que la mudab mu dable le vida. vida. Ellas Ellas son las las inmortales, y si alguna vez la vida se extingue por completo prosegui pros eguirán rán su su existencia exist encia de eón en eón. eón . La ley de Ja c o n servación de la materia y la ley de la conservación de la fuerza son los únicos valores de la eternidad. Hay que contar con esta concepción del mundo; aun seguirá siendo durante decenios el evangelio de las masas, pues lo mismo se dirige a la vulgar inteligencia que a la in teligencia de los vulgares. Nada importa que sus suposiciones sean inciertas y cap ciosas. Sus gran grande dess frases están están estampadas en las mentes, mentes, y el pueblo, apartado de la Naturaleza, las seguirá aunque sea con el corazón destrozado. Y, sin embargo emb argo,, no nos es lícito deses desespe pera rar, r, pues pues el astr astro o p o d e po del idealismo se concibe de nuevo en ascensión, más roso y resplandeciente que nunca, y llegará día enque la materia se hunda en la nada ante el único señorío del es píritu. La primera fuerte lucha contra el omnipotente mundo exterior exte rior ha sido realiz realizad ada a por los los físicos. físicos. Lo Loss fís f ísico icoss niegan nie gan la existencia objetiva de los colores, sonidos, olores y sabores. De un árbol verde no emana ningún color verde, sino sólo ondas de éter de una determinada longitud de on da. Una campana al al vibrar, no desprende desprende de sí ningún nin gún s o nido; sólo surgen de allí vibraciones de aire en dilatados círculos. Olor y sabor, nos enseña el químico, no son ninguna pro piedad piedad de la materia. materia. Esta sólo só lo pose po see e diversas afinidades químicas. La meta a que se dirigen todos, químicos y físicos, es a limpiar el mundo exterior de todos los accesorios subjetivos, sólo introducidos en el mundo por los hombres. Una vez alejado esto, queda como único objetivo y real fundamento el movimiento de partículas materiales en el espacio. Nin guna cualidad, sólo cantidades dominan en el verdadero
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mundo exterior. Una monstruosa suma, que siempre perma nece igual a sí misma, de iguales partículas materiales, eje cuta una eterna danza con no debilitada energía. Hay que comprender claramente que en este mundo ex terior, puramente físico, no puede hablarse de objetos en sentido estricto, sino sólo de grupos de fuerzas materiales. Además, no tiene sentido buscar estructuras en este mun do vuelto a reducir a sus elementos, si bajo estructura se entiende la firme relación de la parte con el todo. Cada una de las partículas primitivas está con las demás en una relación expresable matemáticamente. Las partícu las vecinas en el espacio pueden ser reducidas a grupos se parados; no existe ninguna relación entre las partículas que dé motivo para una separación de unidades. Con esto queda firmemente establecido que el real mundo físico exterior, que sólo es regido por inmutables leyes de movimiento, únicamente contiene grupos de partículas que se mueven de igual manera, Carece de todas las cualidades, como sonidos, colores, etc., y hasta carece de todas las uni dades que nosotros podríamos definir com o objetos. Pues por objeto siempre comprendemos una unidad compuesta de diversas cualidades, y por eso jamás puede ser reducida a una fórmula matemática. Del mismo modo que la unidad de objeto, tampoco se encuentra en el mundo exterior fisicomatemático la unidad de estructura, ya que la conformidad a fin tampoco puede ser expresada por ninguna fórmula matemática. Tanto la cuestión de las cualidades como la del plan no tienen sentido en el mundo exterior real y material. Son elementos subjetivos que no tienen nada que ver con la verdadera realidad. ¿Cómo llegan a presentarse, sin embargo, estos no insig nificantes elementos? La respuesta a esta cuestión la toma a su cargo la biología. Comprueba ante todo su plena concordancia con la inter pretación del mundo de la física, que es puramente objeti va; pero añade que para la producción de elementos subje tivos se requiere un sujeto.
BOSQUEJO DE UNA VENIDERA CONCEPCIÓN DEL MUNDO 123 Tales sujetos son los seres vivos. Nosotros consideramos aquí especialmente a los animales. ¿Cuál es el camino por el cual se producen en un animal : los elementos subjetivos? Tenemos que considerar como existentes todos los innu! merables grupos de movientes partículas materiales que actúan en todo tiempo sobre el sujeto "animal” . Si todas las fuerzas pudieran desplegar sus efectos de un modo uniforme, no habría diferencia alguna entre sujeto y mundo exterior. Esta diferencia llega a presentarse porque el animal realiza una selección entre los efectos de fuerzas del mundo exterior. Esta se verifica por medio de Jos órga nos de los sentidos , que tienen la misión de convertir en excitación nerviosa una determinada fracción muy pequeña del mundo exterior, pero suprimiendo todos los restantes estímulos. Cada uno de los órganos de Jos sentidos de cada animal realiza una recolección, característica suya, de los estímulos del mundo exterior, a los que utiliza como nota de percep ción, y todos Jos órganos de los sentidos del mismo animal, tomados en conjunto dan una determinada sección del mundo exterior. Esta sección del mundo exterior, que para cada animal es una distinta y característica de él, se llama su mundo perceptible. Sin embargo, éste sólo es un lado de Ja cuestión, pues la actividad del órgano de los sentidos sólo recibe su plef na significación .por la intervención del órgano nervioso central. Los órganos de Jos sentidos envían al centro el estímulo exterior, transformado en excitación por separados cami nos nerviosos. Tiene lugar, por lo tanto, un análisis de cada grupo de es tímulos recibidos, realizado por los órganos de los sentidos, ya que todo órgano de sentidos corresponde a otra sección del grupo de estímulos y transforma a éstos en excitaciones que, después de ello, por caminos aislados, se precipitan ha cia el centro. Consiste el centro, en el caso más sencillo, en una red
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nerviosa general, desde la cual las excitaciones siguen hasta los músculos por caminos nerviosos centrífugos. En animales más altamente desenvueltos, todos aquellos nervios que están llamados a transportar las excitaciones de grupos de estímulos especialmente importantes desembocan en común en redes separadas. Estas redes separadas se lla man esquemas por razón de la siguiente teoría: sabemos que en el centro las excitaciones se relacionan de un modo conforme a ley con nuestras sencillas sensaciones fundan mentales (com o azul, verde, duro, e tc.). Y, a la verdad, según la ley de J. Müller, al ser excitado un determinado nervio siempre se presenta la misma sensación, específica de aquel nervio. Ahora, si todos los nervios que desembocan en la misma red separada son excitados al mismo tiempo, resuenan en nosotros todas las sensaciones fundamentales específicas que corresponden a esos nervios. Y al reunirse las excitaciones de todos esos nervios en la red separada, las diversas sensa ciones fundamentales se reúnen en una unidad, a Ta que llamamos objeto . Así, se origina de la excitación el esquema del objeto. El objeto, como ya lo enseña la concepción física del mundo, en tanto se compone de puras cualidades (com o un árbol de las sensaciones verde, pardo, con las correspon dientes sensaciones de dirección), es un producto subjetivo que corresponde a un determinado grúpo de estímulos del mundo exterior. Este grupo de estímulos fué recogido por los distintos órganos de los sentidos, descompuesto en cada uno de sus factores y convertido en excitaciones. Las ex citaciones corrieron por caminos separados hacia el centro, y en el centro sucedió al análisis de los órganos de los sen tidos la síntesis del objeto. De puros objetos así originados se compone todo nuestro mundo perceptible, que se diferencia muy esencialmente de la imagen del mundo de la física. Primeramente, nuestro mundo perceptible sólo forma una modesta sección del mundo exterior, la magnitud de la cual viene determinada por la extensión de excitabilidad de los
BOSQUEJO DE UNA VENIDERA CONCEPCIÓN DEL MUNDO 125 órganos de los sentidos. Cuantos más numerosos grupos de estímulos exteriores sean capaces de actuar en nuestros ór ganos de los sentidos, tanta mayor es su extensión de exci tabilidad o amplitud. Al lado de la amplitud de los órganos de los sentidos, es decisivo para el grado de perfección de nuestro mundo per ceptible el número de esquemas existentes en el cerebro. Pues es evidente que los estímulos exteriores llegan a ser tan to más diferenciados cuanto más numerosas sean las posi bilidades de división. Los animales más sencillos parece que no poseen aún nin gunos esquemas, y sólo con la aparición del cerebro se ori gina Ja posibilidad de sintetizar en permanentes unidades al gunos grupos de estímulos exteriores que se presentan con frecuencia. Por este medio llega a hacerse posible p or pri mera vez la importante diferenciación de grupos de estímu los, que aun no se da en los animales inferiores. Esta capa cidad de diferenciación, nuevamente adquirida, asciende des pués en proporción a la perfección de los nuevos esquemas. Y, sin embargo, sería falso deducir de aquí que un animal inferior se orientaría mejor que hasta entonces en su vida por la unilateral añadidura de nuevos esquemas. Pues pue de decirse con toda seguridad que el mundo perceptible de cada animal (que por la amplitud de los órganos de los sen tidos y el número de esquemas es dado inequívocamente) se halla siempre en una relación conforme a fin con las res tantes capacidades del animal. El estudio de estas relaciones conformes a plan y armóni cas, de todas las partes de un organismo vivo entre sí y con el todo, lo mismo que del todo con su mundo perceptible, es el tema vital de la biología nuevamente suscitada. Lo que es válido para todos los animales es válido tam bién para el hombre. También él está situado dentro de un mundo perceptible correspondiente a sus capacidades. El mundo perceptible normal del hombre en la libre Na turaleza le muestra un campo de efectos limitado todo al rededor por el horizonte. Este horizonte será raro que esté situado a más allá de seis horas de camino. Por lo tanto, el
126 IDEAS PARA UNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MUNDO
hombre puede en un día llegar hasta ese límite y regresar de él. El territorio cerrado por el horizonte es s.u patria, la que puede recorrer a pie en su totalidad sin tener que hacer noche fuera de ella. Sobre el horizonte se alza un cielo como una cúpula acha tada, cuyos bordes se hallan tan lejos como el horizonte. Por el contrario, en el cénit apenas parece alejarse a cuatro horas de camino. El Sol asciende por el cielo y luego des ciende de él, para desaparecer después, con el mismo ritmo con que en el hombre están distribuidos sueño y vigilia. Por la noche, el cielo está decorado con unos discos pe queños y brillantes que flotan confundidos de una manera serena y extraña. Mas el verdadero círculo de efectos del hombre es el suelo de la tierra, en cuanto alcanza de él con su mirada. La tierra da los frutos que necesita para su alimento y cría la madera de que construye su habitación. Si alza la vista después de duros trabajos, ofrécele el cielo una meta que no puede alcanzar; pero que le parece ser fuente de la luz y morada de toda magnificencia. Así se origina en el hombre la firme y alegre confianza de que él es para el mundo y el mundo para él; hasta de que ambos reunidos forman una asombrosa unidad, que no comprende, pero cuya belleza siente. Esta sensación es totalmente justa, pues el mundo cir cundante humano conviene al hombre exactamente tan bien como el río a la trucha, el castaño al melolonto y la tierra arable a la lombriz de tierra. De m odo com o en cada ser vivo los diversos órganos concurren a componer un orga- ; nismo unitario, así el organismo, en unión con su mundo circundante, forma un todo conforme a fin. El conocimiento de la propia idoneidad en un mundo conform e a fin o idóneo es de la mayor significación para i la vida humana, pues el convencimiento de nuestra propia j idoneidad es felicidad, y esa idoneidad del mundo circún dame, cuando se la siente, es belleza. Es interesante investigar las causas que hacen vacilar el convencimiento de la idoneidad del mundo circundante.
BOSQUEJO DE UNA VENIDERA CONCEPCIÓN DEL MUNDO 127 Apenas habrá error si en la alteración de la manera de con cebir el cielo se busca el principal punto de ataque de todos los adversarios de la doctrina de la conformidad a fin. Ya ciertos astrónomos griegos habían hecho tambalearse la doctrina de la posición central de la Tierra y hablado de numerosos sistemas solares, sin perturbar en lo más mínimo por ello la concepción general del mundo de los griegos, de que el mundo era una obra de arte. En efecto, puede concederse tranquilamente que nuestro pequeño mundo perceptible sólo sea una parte de un mayor mundo perceptible, que alguien mayor que nosotros estará llamado a abarcar en su plena significación. Exactamente el mismo descubrimiento que se insertó ar mónicamente en la concepción griega del mundo deshizo en el siglo xvr la concepción medieval. En la Edad Media, según Troels-Lund lo describe palpa blemente, sobre la firme cubierta del cielo, sólo alejada cuatro horas de camino de nosotros, habitaba un poderoso tirano que había creado todo este mundo y lo regía ilimita damente hasta en lo más nimio. Su carácter se había hecho cada vez más espantoso en el curso de los años. Era temible ir de un lado a otro bajo la inmediata mirada de sus ojos, siempre despiertos. N o había movimiento de nuestras ma nos ni pensamiento de nuestra alma que se le escapara, y siempre estaba dispuesto para el castigo y la venganza. Para apaciguarlo eran ofrecidas hecatombes de víctimas humanas. Por toda Europa flameaban miles de hogueras, en las que eran quemados brujas y herejes. Entonces ocurrió el mayor acto de liberación que ha pre senciado la humanidad: Giordano Bruno hizo saltar la tapa del cielo y nos abrió la perspectiva de un ilimitado espacio con miles de mundos. Cierto que ahora estamos libres del siniestro vecino; pero para ello ha perdido su centro de gravedad nuestra con cepción del mundo. En Jugar de considerar los astros desde el punto de vista humano, se considera al hombre desde el punto de vista de los astros. Espacio y tiempo han adquirido espantosas di
128 IDEAS P AR A UNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MUNDO
mensiones, medida por las cuales se hunde nuestra existen* cia en una desesperada nulidad. Y, sin embargo, la culpa es del todo nuestra. Con nues tros gigantescos telescopios hemos osado penetrar en un mundo perceptible que ya no es el nuestro. Un ser cuyos ojos tuvieran la construcción de un telescopio gigante esta ría también en lo demás constituido de modo muy diferente del nuestro. Poseería capacidades muy diferentes para ha cer valer prácticamente lo visto. Formaría otros objetos y poseería, ante todo, una duración de vida incomparable mente más .larga que la nuestra. Acaso también su com prensión del tiempo sería fundamentalmente diversa de la nuestra. Por ejemplo: si cien años se abarcaran en un mo mento, la imagen del mundo en la bóveda del cielo se convertiría en un maravilloso tejido de anillos luminosos que, dependiendo todos unos de otros, producirían la ima gen de una gran unidad armónica. Todas las veces que llegamos a ser conscientes de la des armonía entre las relaciones de espacio y tiempo de aquellos mundos y nuestra existencia, sólo necesitamos acordarnos de que tampoco podemos correr con una pata de palo de medio kilómetro de largo. El que nosotros aumentemos en demasía nuestros órganos de los sentidos o nuestros órga nos de movimiento, es lo mismo en principio; en cada caso quebrantamos la natural conformidad a fin de nuestro or ganismo y caemos en desacuerdo con nuestro mundo cir cundante. Así retumban otra vez unas tras otras todas las grandes cuestiones que ocupaban los ánimos en tiempos de K. E. von Baer, y Haeckel, al fin de sus días, tiene que conocer en su propia ciencia el mismo destino ciue en otro tiempo le fué labrado por el darwinismo a K. E. von Baer: es un olvidado. A la época de la consideración fisicoquímica del mundo, que conduio al materialismo, sucede ahora natura’mente la consideración biológica del mundo. Pero éste es el camino directo del idealismo. A la pregunta enunciada hasta ahora: "¿Cuál es la posi
BOSQUEJO DE UNA VENIDERA CONCEPCIÓN DEL MUNDO 129 ción del hombre en el universo?” , se le daba por respuesta: "Un complejo de átomos lanzado hacia todos lados por fuerzas mecánicas.” Sin tocar en lo más mínimo a la corrección de esta res puesta, nos es permitido, sin embargo, abrigar algunas du das acerca de si nuestro interés personal en este conocimien to es en realidad tan grande como se afirma generalmente. Pues si nos planteamos seriamente la cuestión de si alguna vez llegamos a estar en directo contacto con el universo, tenemos que reconocer, conforme a la verdad, que jamás lo estamos. De todas las poderosas muchedumbres de movibles átomos materiales, sólo una reducida fracción es la que actúa sobre nosotros, y esta fracción sólo se nos acerca en forma de objetos, esto es, como unidades que están forma das de nuestras sensaciones subjetivas. La elección de los estímulos exteriores actuantes y su transformación en objetos es obra de nuestro organismo construido conforme a fin, que cuida de que el mundo con templado por nosotros permanezca en armónica consonan cia con nuestras demás capacidades. Si ahora, en oposición al planteamiento del problema fí sico, suscitamos el problema biológico: "¿Cuál es la posición del hombre en la Naturaleza?” , la respuesta suena de modo muy distinto: "El hombre y la Naturaleza que le rodea for man juntos una armónica unidad según plan, en la que todas sus partes realizan un cambio de efectos conforme a plan.” La Naturaleza consiste en objetos, y cada objeto tanto es un producto de nuestra vida anímica como también la causa de esta producción. Como recordamos, son puros grupos de estímulos materiales los que actúan sobre nos otros. Son convertidos por nosotros en objetos, v estos objetos son concebidos como causas de estímulos situados fuera de nosotros. Este notable carácter de los objetos es extremadamente adecuado o conforme a fin, si nos representamos el proble ma que tienen que resolver los objetos en la vida del hom bre. El sujeto ignora todos los indiferentes grupos de es tímulos del gigantesco universo, y sólo entresaca puramen
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te aquellos grupos que son importantes para su vida. Pero estos grupos no sólo se diferencian unos de otros cuanti tativamente, sino que también son transformados en uni dades cualitativamente diferentes, que ahora pueblan el mundo sólo para el sujeto de que se trata. Resulta de una inmediata evidencia Jo fundamentalmente distinto que tiene que aparecer el mundo desde el punto de vista de dos sujetos, si los sujetos son diferentes. Por des gracia, sólo tenemos posibilidad de considerar nuestro pro pio mundo de percepciones, que en todas sus partes es un producto subjetivo nuestro. Cada uno de nosotros sólo está autorizado a decir: "Mi mundo perceptible consiste en mis objetos” , y sólo en cuan to somos semejantes como sujetos nos es lícito hablar de la igualdad de nuestros objetos. El estudio de estos sujetos y sus relaciones con el sujeto es el primer fundamento de un verdadero conocimiento de la Naturaleza. Esta es una nueva ciencia, en la cual aun nunca se ha puesto mano de una manera sistemática. Queremos llamar la la Biología subjetiva . Antes de que tracemos las primeras líneas fundamenta les de esta ciencia tenemos que volver a evocar en nuestra memoria su posición ante las restantes ciencias. Hemos conocido a la física y la química como la ciencia del mundo exterior material. Ya que allí sólo se trata de diferencias de cantidad, todas sus leyes son matemáticas, esto es, expresables por valores numéricos. Como ciencia más inmediata nos sale al paso la biología objetiva, que se puede designar como la doctrina de la con formidad a fondo, ya que la conformidad a fin sólo se en cuentra en el sujeto, como la doctrina objetiva del sujeto, Se ocupa de la estructura de los seres vivos construidos se gún plan y de sus funciones objetivas. Cada organismo conforme a fin, esto es, cada sujeto, tiene un mundo per ceptible a él correspondiente, que consiste en las percep- ' ciones por él recibidas v fundidas en una unidad. Aquí se enlaza inmediatamente con la biología subjetiva. ?
BOSQUEJO DE UNA VENIDERA CONCEPCIÓN DEL MUNDO 131 Esta es la doctrina de las sensaciones. Trata de las sensacio nes, sólo conocidas por nosotros mediante las personales experiencias de nuestra vida anímica y de su transformación en objetos. Las relaciones entre biología objetiva y subjetiva trata de establecerlas la fisiología de los sentidos. Por esto es la más difícil de todas las ciencias, porque no puede ad quirir ningún punto de vista propio. Se pueden considerar los fenómenos en el cerebro como formas objetivas de mo vimiento u observar las sensaciones en nuestra alma como procesos subjetivos; no se da un tercer punto de vista desde el cual sea dado observar tanto los acontecimientos objeti vos com o los subjetivos y comprender su engranaje. Según que el investigador considere las experiencias de la fisiología de los sentidos desde un punto de vista más objetivo o más subjetivo, su concepción será completamente distinta. Ya la oposición de Goethe contra Newton hay que referirla a esto. La biología subjetiva no se preocupa en lo más mínimo de la especie de dependencia entre lo objetivo y lo subjetiT vo; es una pura ciencia subjetiva, que trata de las relaciones de cada hombre con su mundo perceptible, y sobre las cuales cada uno es el juez inmediato y único. Por eso pre^ sentó yo la siguiente exposición despreocupadamente y sin consideración a ninguna autoridad de fisiología de los sen tidos. Nuestro mundo perceptible se compone de puros objetos. Estos objetos son nuestro tema de investigación. Por ana logía con la biología objetiva, podemos dividir nuestro campo de investigación en una anatomía subjetiva y una fisiología subjetiva de los objetos. La anatomía subjetiva de los objetos debe explicarnos qué sensaciones tienen que existir en la construcción de los objetos y qué orden se puede establecer aproximadamente en las sensaciones. La fisiología subjetiva de los objetos, que estudia el acto del origen de los objetos, debe instruirnos acerca de la su cesión de las sensaciones que se presentan.
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La a n a t o mía
subjetiva
de
l os
objetos
La experiencia más general nos informa de que cada ob jeto se compone de forma y contenido. Ya de este hecho se deduce que para la construcción de un objeto son exigibles sensaciones que contengan firmes relaciones con el espacio, sin las cuales no es posible una forma. Conocem os sensaciones de espacio tanto por el sen tido de la vista*como por el del tacto, y las llamamos allí signos locales. Los signos locales indican a qué dirección del espacio debe ser referida en lo exterior cada especial sen sación de la vista o del tacto. También las sensaciones de los otros sentidos, como las del oído, olfato y gusto, son referidas al espacio fuera de nuestro cuerpo, pero sin indi cación de una especial dirección. Por lo tanto, son incapa ces para establecer limitaciones. Pero no hay ninguna for ma sin límites, y por eso es imposible formar objetos con las cualidades de oído, olor o gusto, cosa que se logra sin más con las sensaciones de vista o tacto. Ahora bien: los órganos que guían los capitales signos locales, como la mano y el ojo, están asentados en nuestro cuerpo en forma que se muevan fácilmente. Igualmente re cibimos informes de los movimientos de nuestro cuerpo por sensaciones espaciales de dirección. Del modo más apropia do, las llamamos sensaciones de movimiento. Se pueden agrupar según las tres direcciones del espacio. El enlace de la vista y la mano, cada uno con su aparato especial de mo vimiento, nos hace posible comprobar por el tacto los bos quejos de un determinado objeto con el mismo grupo de signos locales. Los signos locales dan permanentemente la sensación del mismo punto en el espacio, mientras que las sensaciones de movimiento nos informan sobre su cambio de lugar. Si una determinada serie de sensaciones de movimiento se repite frecuentemente, queda asida a nuestra memoria a la manera de una melodía que vuelve sobre sí misma. En lugar de ejecutar los movimientos con el mismo grupo de
LA ANATOMÍA SUBJETIVA DE LOS OBJETOS
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signos locales, pronto aprendemos a hacer resonar unos tras m otros, en una serie correspondiente al movimiento, los di versos grupos de signos locales que son tocados al mis mo tiempo por el bosquejo del objeto. La melodía de movimiento sigue siendo siempre caracte rística para cada objeto, y facilita de este modo el que w podamos distinguir inmediatamente, entre otros cien, al ob jeto tan pronto com o son tocados algunos compases carac 1terísticos de su melodía. Esta distinción del objeto no consiste en un puro recono cimiento, sino también en una formación. Tal co m o son las cosas, nunca nos son dados objetos que podamos simple mente volver a conocer, sino sólo múltiples impresiones coloreadas que tenemos primero que formar en objetos. Sólo cuando las policromas impresiones pueden resumirse sin oposición mediante la melodía, puede decirse que se ha vuelto a conocer el objeto. No cabe para mí duda alguna de que esta melodía de movimiento es lo mismo que Kant ha comprendido bajo la denominación de esquema empírico del objeto, y acerca de cuya dificultad discurre de la manera siguiente: "Este esquematismo de nuestra razón con respecto a las apariencias y a su pura forma es un arte escondido en lo profundo del alma humana, cuyo verdadero manejo nos permitirá algu na vez vislumbrar trabajosamente la Naturaleza y la pon drá al descubierto ante nuestros ojos.” Mediante el descubrimiento de los signos locales hemos llegado mucho más cerca de los verdaderos manejos de la Naturaleza. Kant compara después el esquema con un mo nograma. Nosotros preferiríamos aplicar para la compara ción un jeroglífico de tres dimensiones. El esquema sirve, según Kant, tanto de medio de reconoci miento como de medio de información del objeto. Ni es una determinada imagen de recuerdo, con la cual sólo podría volver a reconocerse determinado objeto bajo determinada iluminación, ni una noción que sólo puede emplearse con el objeto va conocido. El esquema sirve para reconocer como unidad de igual especie gran multitud de aparien-
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cias aisladas. Para eso no son menester los colores na turales de los objetos, ya que también los reconocemos en bosquejos dibujados en blanco y negro. Por lo tanto, el esquema sólo puede estar formado de signos de espacio. Pero como también reconocemos los objetos cuando son percibidos con los más diferentes signos locales, sólo la análoga serie de movimiento, que, como elemento caracte rístico, vuelve a presentarse siempre, puede llegar a ser el medio de conocimiento. Este elemento característico es jus tamente la melodía de movimiento, según la cual Jas más diversas sensaciones de contenido se agrupan en un objeto formado. La
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Según las afirmaciones establecidas hasta ahora por nos otros acerca del esquema como una melodía de movimiento, nos es lícito esperar que el proceso de la formación de ob jetos mediante la vista tendrá lugar de Ja siguiente mane ra: se presupone un gran número de sensaciones de color en todo el campo de la visión; éstas, por grupos, son orde nadas después en objetos según los existentes esquemas. Un
grupo de sensaciones ordenado con ayuda de un esquema es un objeto . Esta ordenación requiere cierto tiempo, porque cada esquema es una melodía de movimiento, de Ja cual tienen que sonar, por lo menos, algunos compases, unos des pués que otros, antes de que las sensaciones se reúnan con seguridad en un conocido objeto. De esta diferencia de tiempo entre la aparición de las sensaciones y su transformación en objetos nos convence la siguiente sencilla experiencia, que pone claramente a la vista las diversas fases de la formación del objeto: se cierra uno de los ojos, y con el otro se mira por un agujero que se cubre y descubre en regulares*períodos de tiempo poruña pantalla (aparato como el que se emplea para exposiciones no instantáneas ante la lente de una cámara fotográfica), y se hace que alguien nos muestre cuadros policromos que aun no conocemos. Si se contempla el cuadro en eJ ins-
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J¿&
tante en que está abierta la pantalla, por regulación de la velocidad llegará un momento en que aparecen claramente los colores, pero no las formas. Entonces se cierran los ojos y se trata reflexivamente de formar objetos con las impresiones de color así adquiridas, cosa que se logra sin dificultad. Se contempla después el original, y se observará con asombro, en muchos casos, que no se asemeja en lo más mínimo a las imágenes así adquiridas. Eso demuestra suficientemente que el auténtico esquema no es dado sin más por las impresiones de color, sino que tienen que ser acomodadas ulteriormente, en lo cual aun pueden presentarse después muy importantes errores. Sólo por una contemplación más larga se encontrará con segu ridad el auténtico esquema y se formarán de modo oportuno los objetos. Si, por el contrario, se contemplan de la misma manera imágenes conocidas, cambia el resultado fundamentalmente. Nos parece, primero, que ya el propio momento de exposi ción es de mayor duración, y en segundo lugar, bajo las mismas circunstajhcias, se nos aparece como plenamente re conocible la imagen completa con todas sus particularida des. En este caso, ya desde el principio sabíamos de modo claro los esquemas de que se trataba y su disposición; no necesitábamos buscar, por lo tanto, y no teníamos la menor dificultad para agrupar la policroma impresión de la debida manera y convertirla en objetos. Todos los objetos se encuentran ordenados dentro de una general unidad. Esta unidad es el espacio. Es, en suma, el esquema de todas las posibles sensaciones de movimiento. Los esquemas de los objetos constituyen especiales casos aislados de esta general melodía de movimiento. Cada objeto forma una magnitud de espacio de tres di mensiones, porque su esquema reúne en sí las sensaciones de movimiento de las tres direcciones del espacio. En la formación del objeto con la mano nos son dadas todas inmediatamente. Ejecutamos movimientos en las tres dimensiones del espacio y tenemos las sensaciones de m ovi miento correspondientes a ellos.
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En la formación del objeto con la vista estamos a cierta distancia, sin el medio auxiliar de la sensación de movi miento para la profundidad. El ojo sólo ejecuta movimien tos en un plano, esto es, en dos dimensiones del espacio. Según esto, sólo tenemos sensaciones de movimiento de dos dimensiones. ¿Cómo llegamos entonces, también a distancia, a for mar objetos que tienen las tres dimensiones? A ello se responde de la siguiente manera. La melodía del esquema sólo necesita ser tocada en un pasaje característico para que se reproduzca totalmente en nosotros. Pero esta reproducción únicamente se ejecuta con seguridad cuando no sólo suena en nosotros la melodía de movimiento de un único frente, sino que también son dados al mismo tiempo algunos compases de la melodía de movimiento de un se gundo frente. Entonces formamos en seguida dos frentes del objeto. La representación de dos frentes evoca necesa riamente en nosotros la sensación de movimiento, que falta para la profundidad. Así, .la melodía formadora de cada objeto visto se com pone de dos especies de sensaciones, dadas inmediatamente para dos dimensiones de espacio, y de una tercera sensación, mediatamente engendrada, para el movimiento hacia lo pro* fundo. A la circunstancia de que el movimiento hacia lo profun do no sea dado inmediatamente le debemos el impulso que ha cobrado la pintura. El pintor tiene la posibilidad de pre sentar inmediatamente ante la vista, en el lienzo, dos direc ciones de movimiento. La tercera tiene que suscitarla en nosotros mediante los correspondientes medios auxiliares, com o la Naturaleza la evoca mediatamente, aludiendo a la existencia de un segundo frente. A estos medios auxiliares, mediante los cuales los pintores geniales nos obligan, con fuerza natural, a que hagamos sonar una tercera melodía de movimiento, que sólo son capaces de revestir los objetos en su plena corporeidad dimensional, los llamo yo signos del objeto . Los signos del objeto son tan importantes porque su jus-
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to empleo transmite una imagen de la unidad del espacio. Inseguridad en el empleo de los signos del objeto da a conocer con certeza al aficionado. Sin embargo, de ningún modo es el espacio la única uni dad que un artista puede prestar a su cuadro. Hay artistas, como los grandes maestros del arte del mosaico de tiempo de los normandos, que suprimían fundamentalmente todos los signos del objeto para apartar a nuestra alma de la rea lidad del mundo cotidiano por la impresión de puras visiones no espaciales y ponerla a tono para el recogimiento. Para otros maestros, la unidad de imagen se construye mediante la armonía de colores. Otros saben imprimir a sus paisajes un carácter unitario, que después encuentra en el paisaje verdadero el espectador del cuadro, como Thoma ha vuelto a crear para nosotros la Alemania del Sur, y Boecklin, Italia. El gran público, hasta en excursiones por la libre Natu raleza, no ve, en general, cosa alguna, sino que se contenta con reconocer objetos. Sólo por la comunión con la pin tura, hasta los peor dotados, logran llegar a ver paisajes uni tarios en el mundo real. Así, la frase de W ilde de que "no es el pintor el que se rige por la Naturaleza, sino que es la Naturaleza la que se rige por los pintores” , no es una pura paradoja. En lo anterior, junto con la teoría, he expuesto también algunas consecuencias prácticas que emanan de la concep ción biológica del mundo, para despertar el interés por el estudio de la biología subjetiva, a la cual, sin más aprendiza je, pueden dedicarse todos. Se trata ante todo de volver a adquirir interés por las funciones del propio organismo. Lo demás viene después por sí solo. La investigación biológica nos abre una nueva puerta ha cia el Idealismo kantiano; ésa es su alta significación. Kant nos ha mostrado que el alma del hombre es un maravilloso producto armónico, en el cual se manifiesta un poder que actúa según plan. Sus obras nos enseñan la construcción y el funcionamiento de nuestra estructura anímica y nos
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llevan hasta cerca de la fuente donde brota el alma del misterioso poder que no conocemos; pero en cuyo gobierno según plan nos es lícito, sin embargo, tener confianza. La especie de constitución de nuestra alma nos obliga a reco nocer en torno a nosotros tanto poderes naturales que ac túan sin plan, como seres vivos que han sido originados y actúan conforme a plan. Estamos constituidos de tal modo, que somos capaces de percibir con la razón determinadas conformidades a fin; de vislumbrar, por el contrario, otras con nuestro sentimiento de la belleza y gozar de ellas. Un plan común enlaza en una unidad todas las fuerzas de nuestro espíritu y ánimo. El conocimiento de este plan es lo único que es capaz de dar al hombre confianza para la vida y seguridad más allá de ella. Pues la muerte, en este plan, está también conteni da como factor necesario. Haeckel quiere suplantar esta concepción del mundo con sus galimatías de célula de alma y alma de célula, y cree aniquilar con sus salidas de chicuelo al gigantesco Kant. Las palabras de Chamberlain sobre el haeckelianismo: "No es ni poesía, ni ciencia, ni filosofía, sino un bastardo de Jas tres, nacido muerto” , están grabadas en el alma de todo hombre ilustrado. Pero el interés por la concepción biológica de la Natu raleza y del hombre tiene además que ser suscitado por otra razón muy importante: hemos visto que el mundo percepti ble del hombre no existe independientemente de él, sino que sólo es mantenido a igual altura por la permanente ac tividad de su organismo. Si la actividad de nuestros órganos de los sentidos se pa raliza, nos quedamos atontados e inútiles, como de todos es sabido, porque ya no somos capaces de percibir las más 4 finas diferencias. Aun es más peligroso cuando se abandona la propia for mación de objetos y nos contentamos con el resonar de los esquemas. Entonces cesamos de observar y nos satisface-mos con el puro reconocimiento. Cuanto más nos alejamos * de la Naturaleza y nos habituamos a nuestra vida de gran
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ciudad, tanto más apremiante es este peligro. Los carteles de anuncios que, con crudos colores, vociferan en el mundo su insignificante existencia demuestran lo embotados que I; estamos para la observación de nuestro contorno, pues si no no podríamos tolerar este eterno tortísimo. Cuanto más, como hombres cultos, nos movemos en orbes artificiales, introducidos para nuestra comodidad, tanto más § limitado se hace también el uso de los esquemas. Pues cada vez encontramos menos objetos que exijan de nosotros una ; resolución individual. T o d o se arregla por medio de puros reflejos. Por último, el hombre de la más alta cultura sólo está aún rodeado de muy pocos objetos indiferentes, que ni son hermosos ni feos, a los que percibe precisamente cuando cruzan su camino, para volver a olvidarlos inme diatamente. Es, en verdad, espantoso observar la rapidez con que se empobrece en lo espiritual la gente tan pronto como se ha consagrado en la gran ciudad a una profesión que la obligue jr" a renunciar al trato con la Naturaleza. La visión aislada de los objetos, en sus múltiples armonías con la Naturaleza, pronto se pierde sin dejar huella en su ambiente. Los es quemas se hacen cada vez más escasos en número, cada vez más insignificantes y generales. Por último, las gentes se dan aún por contentas si pueden distinguir un árbol de un arbusto. El mundo que logran ver en un paseo sólo se compone de tres o cuatro objetos: camino, árbol, casa, perro. Eso es todo. Ya no se llega, en modo alguno, a la plena formación de cada objeto. Tan pronto como suena un esquema, ya no se preocupan más del objeto, sino que pasan inmediatamen te al pensar abstracto, que desemboca siempre después en el curso cotidiano de sus pensamientos profesionales. Los hombres cultos se ejercitan ahora en toda suerte de deportes para volver a alcanzar el equilibrio. Pero muchos de estos deportes sirven puramente para proteger a los v músculos de la degeneración de la vida sedentaria. Junto con eso, arrancan también al pensamiento de la insoportable
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uniformidad de la vida cotidiana. Pero estas empresas de portivas sólo llenan su misión cuando vuelven a poner al hombre en íntimo contacto con la Naturaleza y de este modo fecundan su vida diaria. El regulado acaecer de lo maravilloso en la Naturaleza es una fuente jamás en turbiada de nuestra vida espiritual. Vuelve a darnos tam bién la comprensión de nosotros mismos, de la cual el hom bre culto necesita apremiantemente. Pero no he tomado la pluma para desarrollar estas sen cillas verdades. Además, puedo contemplar tranquilamente la disolvente influencia del materialismo, pues observar es la misión del naturalista. Pero juzgo, en cambio, que es deber mío protestar, como profesional, de que Haeckel y sus apóstoles invoquen las investigaciones naturales co mo autoridad para la proclamación de sus triviales false dades, aun después de que las nuevas investigaciones han demostrado que precisamente lo contrario es lo verdadero.
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Si miramos a nuestro alrededor en el mundo de los seres vivos, descubrimos orden por todos lados. Cada animal, cada planta, consiste en diversas partes que conciertan de tal modo que tienen que trabajar en común. Si queremos ver claramente este trabajo de conjunto de las partes con el ejemplo de cualquier animal, dibujemos un croquis del animal que reproduzca la disposición espa cial de las partes y nos explique su trabajo de conjunto como lo hace el croquis de una máquina. Hasta aquí reinará unanimidad entre todos los investiga dores y conocedores de la Naturaleza. Mas ahora designe mos el croquis de una máquina, cuando las funciones de las distintas partes resultan claramente de él, com o plan de construcción de la máquina. ¿Por qué encontramos la primera contradicción al hablar del plan de construcción del animal? La razón es la siguiente: nosostros mismos podemos cons truir una máquina, si poseemos el material necesario, según el croquis que tenemos a la vista. Pero no un animal. Por lo tanto, la palabra plan de construcción significa en la má quina aun algo especial. N o sólo nos da un resumen de las funciones de las partes en total, sino que también nos da una representación del origen del todo. Las máquinas se originan precisamente por montaje de partes ya hechas hasta constituir un todo. Pero ningún animal es formado por montaje de partes ya hechas. De nada sirve el que queramos substituir la palabra plan de construcción por orden de construcción o algo análogo. La mala inteligen cia no está en la palabra, sino en la cosa misma. Tan [ 141]
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pronto como comparamos un animal con una máquina nos viene a la memoria la manera de originarse de la máquina, que tiene por base la representación de un montaje de di versas partes para constituir un todo. Verdad que tienen razón aquellos que no quieren em plear esta representación al considerar ios animales, pues es bien cierto que no hay ser vivo que se origine de esta ma nera. De nada sirve tampoco el que queramos atribuir es ta falsa representación a un ser divino. Cambiamos la pa labra, pero no el sentido. N o resta, por lo tanto, otra cosa sino que al utilizar las palabras "plan de construcción” suprimamos conscientemente la cuestión del origen del animal. Sólo ahora podemos acercarnos al gran problema que di vide nuevamente en dos grupos a Jos investigadores que se ocupan del origen del ser vivo. Dicen los unos: en el ori gen de las máquinas sólo conocemos dos agentes: la repre sentación humana y las fuerzas mecánicas. Han dejado a un lado la representación humana al tratarse de Jos seres vivos, y, por Jo tanto, sólo resta para su origen las fuerzas | mecánicas. Según esto, el tema de las ciencias naturales es demostrar cómo las sencillas fuerzas fisicoquímicas dan orí- j gen a animales que poseen un plan de construcción tan exceJente. Los naturalistas del otro campo responden: ese proble ma es insoluble; de las fuerzas fisicoquímicas solas no se puede originar ningún plan de construcción. Prescindís de un factor esencial que tiene que existir, además, y que está por encima de las fuerzas mecánicas, a las que dirige de tal modo que de Jas diversas partes se origina un todo ; que trabaja conforme a plan. A este factor supermecánico le llamamos la vida. Resumiendo: un grupo de naturalistas afirma que la vida es un caso especial de la mecánica; pero otro sostiene que la vida es un factor natural independiente, que posee su propia ley, que es precisamente la conformidad a plan. V Que la vida representa un poder especial de la Naturale* za, que se exterioriza en forma de conform idad a plan, ful
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la opinión en general sustentada por los grandes natura listas de la primera mitad del siglo pasado. Karl Ernst von Baer, el padre de la doctrina evolucionista, vio en el plan de construcción del animal adulto la meta a la que pro pendía la evolución desde el germen, y habló de la aspira ción a un fin como de una fuerza que reside en el interior de cada ser vivo. En términos generales, la doctrina que trataba de una especial fuerza vital fué designada con el nombre de vitalismo. El vitalismo fué vencido por el darwinismo, como es bien sabido, teoría que ha dominado la zoología desde hace más de medio siglo y que fué desarrollándose paulatinamente hasta constituir Ja amplísima concepción del mundo que hoy en día, bajo el nombre de monismo, se extiende entre el pueblo hasta en forma de sermones dominicales. El darwinismo había acometido, en efecto, la tarea de reducir la conformidad a plan de las manifestaciones de la vida a fenómenos puramente mecánicos, y su demostración era tan decisiva que convenció a todo el mundo. Lo que hacía tan seductora a esta nueva concepción del mundo eran las perspectivas que abría a la especulación, y éstas fueron fundamentalmente explotadas. Vióse al hacerlo Jo insegura que era la fundamentación de todo el edificio, que carecía por completo de demostración experimental. Pasó largo tiempo antes de que se fuese al fatigoso tra bajo de someter a experimentación las afirmaciones fun damentales del darwinismo, y entonces se puso de mani fiesto que ni una sola se mantenía en pie ante una exacta investigación. La biología actual se ve colocada, por lo tanto, ante la ingrata tarea de derribar todo el edificio del darwinismo y erigir en su lugar otro completamente nuevo, muy de otra manera. Intentaré exponer brevemente los hechos que han traído eJ abatimiento del darwinismo y mostrar las líneas funda mentales según las cuales debe ser erigido el nuevo edificio. Pero antes tengo que evocar en la memoria del lector la doctrina esencial del darwinismo, que debía demostrar la
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derivación de la conformidad a plan de la naturaleza viva de las leyes mecánicas del mundo inorgánico. El darwinismo trata de reducir la conformidad a plan de los seres vivos a la representación de un mundo compuesto de átomos. Los átomos son las partes más diminutas de un único e hipotético: elemento primitivo, que, por su diversa combinación y diversa especie de movimiento, pro duce todas las substancias de la Naturaleza. Estas subs tancias son más o menos permanentes; en parte se arruinan fácilmente, y vuelven a rehacerse con la misma rapidez. La materia fundamental de la cual todos los seres vivos vuelven siempre a construirse, y que vuelve a reaparecer siempre, se llama el protoplasma. Del protoplasma, de las células germinales, proceden, por división, todas las célu las de los cuerpos. En las células de los cuerpos, el procoplasma forma la estructura específica, que se caracteriza como células musculares, nerviosas y óseas, etc., sin desapa recer jamás por completo en tanto la célula permanece viva. El protoplasma, según la doctrina darwinista, es consi derado com o una fermentante mezcla de substancias, en la cual, de un modo permanente, se producen espontáneamen^ te descomposiciones y recomposiciones del material, son tomadas del contorno substancias nuevas y rechazadas las viejas. Esta materia, según afirma la doctrina, existió libre en otro tiempo sobre la superficie de la tierra o en el agua; se dividió en partículas, que tomaron figuras diversas (de és tas sólo se han observado aquellas formas que podían con servarse según los diversos medios circundantes en que habían caíd o). Las supervivientes —aquí aparece ya el ter mino vida— crecieron de tamaño y se dividieron en partes semejantes, que continuaron siempre variando, hasta que fueron obligadas por las circunstancias exteriores a conser var formas permanentes, que siguieron transmitiendo en adelante. Así se originaron las primeras plantas y animales, las cuales conservaron, sin embargo, su capacidad de varia ción y entraron ahora en competencia unas con otras. En esta competencia triunfan las más adaptadas a la vida y
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transmiten a su descendencia sus perfeccionadas formas y propiedades. Aun hoy se ve claramente proseguir este proceso en los animales que ahora viven, pues todos ellos muestran la ca pacidad de variación. Los hijos no se parecen nunca del todo a los padres, y siempre son manifiestamente distintos entre ellos. De esta diversa descendencia, la lucha por la vida escoge aun hoy los más adaptados, y de este modo siempre es posible la formación de especies nuevas, por al teración de las circunstancias exteriores. Que esta selec ción tiene que darse permanentemente resulta de que los hijos siempre sobrepujan en número a los padres. Por lo tanto, si una especie no ha de invadir en poco tiempo toda la Tierra, tienen siempre que perecer- la mayor parte. Y, ni que decir tiene, perecen los individuos menos aptos para la lucha por la vida. Como prueba de que Jos animales ahora vivos se han originado en formas más sencilas, se considera el hecho de que cada individuo, comenzando su evolución personal de un germen sencillo, recorre diversos grados que deben corresponder a los diversos grados de la sere de sus ante pasados. (L ey fundamental biogenctica de Haeckel.) Según se ve, toda la teoría se sostiene y cae con el hecho de Ja variación sin plan. ¿Son realmente sin plan, esto es, puede o no demostrarse que las variaciones que se presen tan en ios seres vivos se dan en todas las posibles direccio nes, como las que ocurren en la fermentación de un montón de materias? Antes de ir adelante, tengo que presentar al lector el animal que nos ha dado clara respuesta a esta pregunta. El paramecio se llama este pequeño infusorio, que tiene apro ximadamente un octavo de milímetro de largo. Tiene la forma de un cigarro; su pie] es recia; el contenido, líquido. Desde el extremo anterior hasta bastante hacia atrás se extiende una profunda hendedura, que comunica con el in terior acuoso. En este canal están las grandes pestañas bucales. Toda la superficie del cuerpo está cubierta de pes tañas, que palpitan hacia uno u otro lado, e impulsan ha-
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cia adelante, en espiral, al cuerpo, que gira permanente mente alrededor de su eje. Esto es cuanto por el momento necesitamos saber de este animal. Si se observa un número de paramecios recientemente aprisionados en un aguazal, se ve que los diversos individuos no se asemejan entre sí, en modo alguno. Hay animales cortos y gordos y largos y esbeltos. El sistema piloso muestra también claras diferencias: tan pronto llevan un mechón en la parte posterior com o no lo llevan. Algunos son más rápidos y otros más lentos en sus movimientos. En una palabra: muestran por completo la imagen de una bri llante variabilidad en todas direcciones, como la doctrina darwinista no podría soñarla más hermosa. El investigador norteamericano Jennings ha tomado a su cargo el tema de descubrir las causas de esta variabili dad. Encontró primeramente que la edad opera importantes diferencias: los animales jóvenes eran más pequeños que los viejos. Encontró después que la masa de alimentos ejercía una significativa influencia en el tamaño y forma, lo mismo que el influjo del frío y el calor. Pero si se excluyen todos estos factores y sólo se crían animales de la misma edad bajo las mismas condiciones exteriores, sub sisten, sin embargo, grandes diferencias entre ellos. Dedi cóse entonces especialmente Jennings a la cría de la descen dencia de cada animal. Los infusorios muestran la muy importante propiedad de poder reproducirse sin anterior unión sexual, por simple división. Cada paramecio, en el curso de venticuatro horas, se divide una o varias veces por el medio. Después, cada mitad de cuerpo regenera la parte que le falta; de modo que de uno se han producido dos animales completos. Cada mitad de cuerpo alberga, como se muestra práctica mente, la predisposición tota.1 para todas las propiedades de la otra mitad del cuerpo. Cada predisposición para una propiedad del animal completo es llamada una gena, y el contenido total de predisposiciones de un germen se designa como genotipo. Porque el número y especie de predisposi ciones es típico para cada animal.
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Por lo tanto, cada paramecio, antes de su división, al berga el genotipo de sus propiedades totales. El genotipo, si se le cultiva en una línea pura, esto es, sin mezcla con otros genotipos, ¿es variable o invariable? Esta es la gran cuestión que puede ser resuelta ahora. Jennings, que creía en la variabilidad y trataba de demos trarla en el curso de las generaciones, ha cultivado en cua tro años dos mil generaciones y el genotipo no ha variado. El tataratatara . . . (hasta dos mil veces) nieto se asemeja en cada detalle a su antepasado. Hasta aquellas propiedades que sólo se revelan en desacostumbradas circunstancias ex teriores podían permanecer latentes durante centenares de generaciones, para volver a presentarse en los nietos con las mismas circunstancias. Con esto fueron confirmadas en toda su extensión las experiencias del botánico danés Johannsen. Según las pa labras de Johannsen, los genotipos fijos son los que se do cumentan como fundamentos de las manifestaciones de herencia. También los ensayos de Ehrlich sobre la transmi sión de propiedades adquiridas en las bacterias, en las que a causa de su rápida divisibilidad es permitido abarcar nu merosas generaciones, dieron el mismo resultado. Muy bien pueden cambiarse las bacterias por intervención quími ca, y este cambio se muestra en todos los descendientes de la misma manera. Pero tan pronto como las bacterias se conjugan, piérdese esa propiedad adquirida y se presenta otra vez el puro genotipo originario. El indubitable resultado de los novísimos trabajos, muy extensos, acerca de la herencia se enuncia de este modo: Cultivo de líneas puras, que en caso de división asexual pro ceden de un antepasado único y en caso de generación se xual tienen que comenzar con la descendencia de padres del mismo genotipo, demuestra en todos los casos la no existencia de variaciones sin plan. Cierto que se presentan aquí y allá cambios aislados, a manera de salto, en algunos descendientes, que son desig nados como vmtación , pero siempre dan un resultado con forme a plan.
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La gran variabilidad que hasta ahora se había observado en todos los animales y plantas Sólo procede del cruza miento de diversos genotipos. Una variación en el sentido darwiniano no se da. Este conocimiento es de trascendental significación para nuestra idea de la especie en el reino animal y en el vege tal. Si volvemos a dirigirnos al paramecio para poiner esto en claro, vemos que la especie paramecio abarca a to dos los individuos con sus diversas propiedades. Si quiere establecerse el genotipo de Ja especie, se encontrará un nú mero predominante de genas análogas para el fondo funda mental de propiedades, a las cuales, sin embargo, se une gran número de genas de propiedades totalmente distintas y hasta contradictorias. Según eso, lo que es imposible para el in dividuo, ser al mismo tiempo grande y pequeño, rápido y lento, glotón y moderado, es posible para la especie y de la mayor importancia para su prosperidad. Para aprovechar el contenido de alimentación de todo un aguazal, la especie paramecio necesita individuos grandes y pequeños; unos que prosperan con el calor y otros con el frío; unos que se dividan rápidamente y otros que lo ha gan lentamente; en una palabra, individuos de ser y figura tan diferentes como lo requieran las plurales condiciones del contorno. El cambio de las condiciones exteriores exi ge después que la especie pueda seguir esos cambios me diante producción de nuevas combinaciones de genotipos. Por eso apenas se presentan en la Naturaleza líneas total mente puras; por el contrario las líneas impuras ofrecen la posibilidad de procrear siempre nuevos animales. A los darwinistas les gusta demostrar ad oculos su teoría por los dedos de la mano humana. Los dedos son como los hijos de una pareja de padres iguales en principio, y po seen, sin embargo, distintas propiedades. Según eso, una pane de ellos perecerá en la lucha por la existencia, como menos aptos. Sólo ahora se hace verdaderamente oportuno este ejemplo, pues muestra cómo se dan allí distintos indi viduos para agarrar en común. La especie no sólo es una suma de tantos y tantos seres
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aislados, sino que forma un organismo extremadamente con forme a plan cuyos órganos son los individuos. Tales or ganismos sobreindividuales no nos son desconocidos: sólo necesitamos pensar en la ciudad de las hormigas o de las abejas. Pero que también la especie sea un organismo so breindividual estaba hasta ahora cerrado a nuestros ojos. Ver los seres uno a uno es fácil, columbrar la unidad es difícil. Del modo como el individuo realiza la lucha por la exis tencia con sus órganos, así también la realiza la especie con sus individuos. Hay muchos ejemplos de que determi nados órganos tienen la misión de ser sacrificados en la lucha, para bien del todo. Así, sacrifica siempre la especie numerosos individuos en la lucha por su existencia. Sólo que no debe creerse que por la pérdida de un núme ro de individuos iguales se mejore la especie. Si los para memos, por extremas influencias exteriores, pierden todos los individuos que poseen una determinada gcna, con ello no se perfecciona todo el pueblo, sino que que se empo brece. La famosa selección por medio de la lucha por la existencia sólo actúa favorablemente en cuanto suprime a los animales enfermos; pero tan pronto como comienza a desembarazarse de los sanos, por ejemplo, extirpando a todos los individuos grandes, el pueblo de que se trata no queda con ello mejor proveído para la lucha por la exis tencia, sino peor, pues todas las capacidades sólo poseídas por los individuos grandes se pierden también de este modo para el pueblo. Mientras existan otros pueblos de la mis ma especie que posean individuos grandes aun puede verse compensada la pérdida. Pero si todos los pueblos han su frido la misma pérdida, la especie se ha hecho de menor valor. La teoría del perfeccionamiento de las especies mediante la lucha por la vida, el hijo favorito del darwinismo, es simplemente falsa. En lugar de ella hemos alcanzado una visión más profunda del ser de la especie. Esta no es ya un esquema muerto; ella misma es un ser vivo que extiende por todas partes sus órganos individualizados y puede apro
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vechar las más diferentes condiciones porque en todas par tes están a su disposición .los más diferentes individuos. Igualmente, por todas partes existen fronteras puestas a su existencia; pero las fronteras de la especie son mucho más amplias que Jas del individuo. Después de esto se asombra uno de ver cómo ha podido creerse en general en el perfeccionamiento mediante la selección. Si alguien entra en un gran almacén de muebles y rompe todos los sillones, el mobiliario no obtiene ningu na ventaja, sino sólo perjuicio. Mediante la idea nuevamente adquirida acerca del ser de la especie, parece indudable que el que exista un gran número de diversos descendientes de la especie es cosa provechosa, y por lo tanto esta disposición no prueba ab solutamente nada en favor de la variación sin plan. En la mayor parte de los casos no puede tratarse tampoco de una selección de los más adaptados, porque la prole aun no desarrollada, que es la que sufre las mayores pérdidas, no ha tenido aún, en modo alguno, posibilidad de probar sus capacidades en la lucha por la vida. También se ha prescindido de los casos en que la prole sirve como medio de atracción para aquellos animales que caen como presa de los padres o les son útiles de cualquier otra manera. Los innumerables frutos que nuestros árboles de hojas caducas esparcen para alimento de los pajarillos cantores son un me dio para atraer allí al aniquilador de las orugas perjudicia les para los árboles, y no tiene nada que ver con la selección de los más adaptados. Según vemos, los puntos de vista nacidos de las nuevas experiencias se oponen completamente al darwinismo. Pero será necesario tomar posiciones ante las variaciones de las especies, demostradas por la paleontología. Ciertamente que en el curso de la historia de nuestra Tierra ha tenido lugar un gran cambio de especies: viejas especies han perecido, especies nuevas han brotado. Que las especies pueden perecer, no presenta ningunas dificultades a nuestra ra zón; pero ¿cómo nacen las especies nuevas? La apari ción por salto de nuevos genotipos en la mutación parece
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dar una indicación; pero si es o no exacta, ¿quién lo sabe? Es totalmente imposible, en el estado actual de nuestro saber, tener una opinión medianamente fundada sobre el origen de las especies nuevas. Hasta hemos visto hace po co que la especie es muy otra cosa de aquello por que la habíamos tenido hasta ahora. La enigmática anatomía de la especie, como un organis mo que se compone de diferentes individuos, nos es des conocida aún en absoluto. Sobre la duración normal de su vida, independientemente de catástrofes exteriores, no sabemos absolutamente nada; ¿cómo podemos entonces de cir alguna cosa acerca de su transformación? Mientras se tuvo a la especie por una simple suma de seres aislados, su origen parecía el problema más sencillo: ahora es de otro modo: la especie es más difícil de comprender que el ser aislado. Por eso tiene también que comenzarse primeramente el estudio por el origen del ser aislado antes de osar aproximarse al origen de la especie. Antes de que nos dirijamos al gran problema del origen del individuo, aun quiero apartar un obstáculo que acaso se alce en el camino de la comprensión: éste es la doctrina darwinista de los órganos rudimentarios. La idea de un órgano rudimentario es anatómica y en modo alguno biológica. Supuesto que haya órganos que no posean ninguna otra significación que recordar a un antepasado largo tiempo ha extinguido, esos órganos sólo podrán representar en el organismo vivo el papel de un tumor de buena índole. Hasta ahora todos estos tumores de buena índole siempre se han metamorfoseado, al llegar el caso de un conocimiento más inmediato, en importantes órganos vitales, y es en la cuenta del tiempo donde hay que apuntar lo que aun queda de nuestro desconocimiento de su función y no sostenerlos por amor a una teoría errónea. La teoría errónea a que deben su existencia los órganos rudimentarios es la ya mencionada ley fundamental biogenética de Haeckel. Y con ello penetramos en el nuevamen
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te abierto campo de las investigaciones sobre la evolución, que nos ha traído conclusiones del todo inesperadas. Pero sería ingratitud no recordar con algunas palabras al fundador de la doctrina de la evolución, Karl Ernst von Baer, y exponer la oposición que existe entre él y Haeckel Si hoy en día un ingeniero recibe el encargo de construir un moderno transatlántico, no comenzará por bosquejar primero una canoa, después un bote de remos, y, uno tras otro, hacer de ellos una galera, un barco de vela y un va por de ruedas, para alzar acabado, por último, un navio : de cuatro hélices. En lo cual, de cada etapa recorrida que daría una parte inútil, para recordar, como órgano rudi-1 mentario, la serie de los antepasados. Este sería el método haeckeliano. Aducho mejor procederá el ingeniero de conformidad con Ja concepción de Karl Ernst von Baer, según la cual desde el principio hay que bosquejar el tipo del transatlántico, aunque sólo en sus rasgos generales. Este tipo general encarna la función general común a todos los barcos, es decir, el flotar. Esta función es poseída por eJ tronco ex cavado que sirve de canoa. Como la canoa no posee nin guna otra función, muestra el tipo fundamental del navio en su forma más pura. Después se añade la función del movimiento de avance, que se ha encarnado en distintas maneras: mediante remos, velas, ruedas o hélices, según ia fuerza que sirve para el movimiento de avance. Después vienen Jas funciones del transporte de las mercancías u pasajeros, las cuales siempre imponen un tipo nuevo, y de terminan así las particularidades de la construcción del bar co, hasta que después la función especial del navio encargado es establecida por la bandera y el rótulo. De manera análoga se verifica, según Karl Ernst von Baer, la evolución de cada animal, que primeramente muestra el tipo fundamental de todos los animales pluricelulares, al cual sigue después el tipo de la familia, género y especie. Estamos aún harto escaramente enterados de las relaciones del tipo corporal con la función en los animales, para com prender todas sus dependencias. Sólo sabemos una cosa:
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que lo que en los animales inferiores es aún función se ha hecho estructura en los animales superiores. Si consideramos una amiba, que es una sencilla masita de protoplasma, vemos que sólo en el caso de usarlos forma los miembros con los cuales se arrastra hacia delante. Ex tiende los llamados seudópodos, falsos pies, que a veces tienen una construcción muy complicada, y los vuelve a disolver después de su utilización. Un ejemplo muy notable de esta especie nos lo suminis tra el paramecio. El paramecio posee, com o todos los in fusorios, en oposición a las amibas, una forma firme y miembros permanentes en la superficie del cuerpo. Pero el interior del animal aun es completamente fluido y no posee ningún órgano permanente. En la abertura bucal, en lugar de éstos se forman pequeñas ampollitas que se llenan de agua, que contiene el alimento girando en ella. Entonces las ampollas se desprenden de la abertura bucal y comienzan a dar vueltas en el interior del animal, y al hacerlo se ma nifiesta el siguiente notable hecho: primeramente se en cuentra en la ampolla un ácido libre que amortigua las injeridas bacterias; después el contenido de Ja ampolla se hace neutro y recibe un jugo digestivo. Por lo tanto, el alimento del paramecio es tratado exactamente como si pa sara primero por un estómago y después por un intestino, pues la ampolla que rodea al alimento se convierte suce sivamente, primero, en estómago; después, en intestino an terior, medio y posterior, para desaparecer, por último, cuando es expulsado Jo no digerido. No existen, por lo tanto, en el interior del paramecio órganos permanentes, sino que la formación de estos órga nos sólo existe como capacidad en el protoplasma flúido, y la sucesión de las diferentes formaciones está de alguna manera establecida. Así, en el paramecio la función suple a Ja estructura. Se ha expresado frecuentemente el pensamiento de que la propia función de un órgano es la causa de su formación. Pero esto sólo es una conclusión analógica, derivada de la manera de proceder humana. Muy bien puede decirse que
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la necesidad de sentarse ha causado la producción de sillas, porque sin enunciarlo se piensa al mismo tiempo* en la representación del acto de sentarse como fin de la produc ción de las sillas. Pero si ambas funciones se ligan directa mente una con otra no habrá hombre que pretenda afir mar que el sentarse pueda producir una silla. Si censura mos la introducción de la representación humana al con siderar los hechos de la Naturaleza, tenemos que decir que la función de un órgano jamás puede ser causa de su origen. La función de la formación de,estructura, que en estos animales dura toda la vida, en los animales superiores está limitada a la primera sección de ella. Al principio de la vida son formados órganos; en el resto de ella los órganos for mados ejecutan su trabajo. Así, la función de la formación de órganos es algo fundamentalmente distinto de las fun ciones que ejercitan los órganos ya formados. La ejecución conforme a plan de las funciones de los ór ganos ya hechos está asegurada por su construcción con forme a plan; pero la ejecución conforme a plan de la formación de órganos no está establecida por ninguna es tructura. Ante el problema de la morfogénesis estábamos aún totalmente desconcertados hace poco tiempo. Lo inconcebible que es el hecho aquí observado resultará claro para todos si se piensa en el siguiente ejemplo sim plificado. Imaginemos que tenemos delante de nosotros una fuente llena de masa gelatinosa y que vamos viendo, aquí y allí, cómo de esa gelatina se origina una rueda, luego se forma un chassis, un asiento, crece un motor de bencina y finalmente sale corriendo un pequeño automóvil. De que este pequeño automóvil no existía ya antes, sólo que invisible, nos convencemos mediante la experiencia, pues separando en dos partes la masa por el lugar que que ramos se originan dos automóviles de la mitad de tamaño, pero perfectamente terminados. Revolvamos ahora bien a fondo con una cuchara la papilla de gelatina y cambiemos de sitio todas sus partes. A pesar de eso se origina un irre prochable automóvil. Por lo tanto, no existía ningún auto
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móvil invisible, pues hubiéramos tenido que destruirlo con nuestra intervención. Driesch ha ejecutado el mismo ex perimento con gérmenes animales y demostrado con ello que en el germen no existe ninguna estructura preformada. ¿Qué factor es el que le da al protoplasma vivo el impul so para la formación de órganos diferenciados? H oy se responde a ello: son las genas. La palabra gena procede de Johannsen, pero la idea viene de Mendel. Que el mayor investigador biológico y su descubrimiento, que inauguró una época nueva, fueran simplemente envueltos en el silen cio por el darwinismo, porque no convenía, no es ningún título de gloria para la ciencia "sin hipótesis” . V o y a intentar, mediante un ejemplo acaso harto drás tico, explicar lo que hemos sabido de las genas mediante Mendel. Supongamos que nuestras sillas se originaran de un germen protoplasmático y que fuera posible introducir cruzamientos entre dos suertes de sillas. Cruzamos, por ejemplo, un sillón de patas altas con un escabel de patas cortas, y en la primera generación sólo obtenemos como descendientes sillones de patas altas; pero en la segunda se muestran cuatro formas diferentes: al lado de las dos formas de Jos abuelos aparecen, además, las dos nuevas combinaciones de un sillón de patas cortas y un escabel de patas largas. Por lo tanto, se transmiten com o factores independientes la cortedad de patas, la largueza de patas, la posesión de respaldo y la carencia de respaldo, y todos ellos entran unos con otros en las posibles combinaciones. Ya que la mezcla de propiedades se realiza en el germen fecundado, que aun no posee ninguna propiedad, sólo puede habíame de predisposiciones de propiedades. Estas predis posiciones de propiedades son precisamente las genas. Des pués cíe una mezcla transitoria en la primera generación, las predisposiciones aparecen otra vez completamente se paradas en la segunda y utilizan todas las posibilidades de combinación. No quiero ocuparme de la aparición numérica de las di ferentes combinaciones, que sigue severamente la regla de v probabilidad, y sólo indicar brevemente que si una mezcla
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contiene dos genas que actúan de modo opuesto no se ori gina ninguna deformidad, sino que sólo una de las predis posiciones de propiedad llega a ser desplegada, mientras que la otra sigue viviendo sin debilitarse en el plasma germinal del animal. De esta manera, en las primeras generaciones pueden resultar descendientes que sólo se parezcan a uno de los padres, y a pesar de eso transmiten a su descendencia la propiedad del otro. Una propiedad fundamental de estas disposiciones o ge nas es su persistencia, com o ya sabemos, pues la misma mezcla de genas, el genotipo, prosigue transmitiéndose sin mutación. La segunda propiedad fundamental es su autonomía, pues las genas entran con independencia unas de otras en cada nueva combinación. Las mismas propiedades poseen en todos los casos las mis mas genas. De lo cual puede deducirse que el número total de genas diferentes que se encuentran en un ser vivo no es ilimitado. Pero co mo, por otra parte, la gena de un deter minado animal es transmitida a un número ilimitado de des cendientes, puede afirmarse que la misma gena puede mul tiplicarse ilimitadamente. Podemos considerar a las genas como elemento primitivo sui generis de lo orgánico, que prestan a la fermentante masa de materia del protoplasma su capacidad de formación. Cierto que podemos producir muchas substancias en nues tras retortas y hasta las mismas estructuras que hacen las genas, pero aun no se ha logrado producir una gena. Las substancias que nosotros presentamos no muestran nunca la posibilidad de multiplicarse ilimitadamente, sino que sólo se conducen siempre com o toda materia muerta. Podemos presentar el producto, jamás lo productor. Por otra parte, no se ha logrado aislar a una gena del protoplasma y observar su efecto sobre otras materias. Los más delicados aislamientos que se han conseguido hasta ahora se refieren al diminuto territorio germinal del germen vivo que hace nacer un nervio. El americano Harrisoñ ha logrado observar al microscopio, bajo el cubreobjetos, el
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desarrollo de un nervio en un aislado territorio germinal; entonces se manifestó que ese desarrollo se verifica exacta mente de la misma manera como tienden sus pies las ami bas. Harrison ha demostrado además que si se aleja todo el territorio germinal nervioso de un miembro, por ejemplo, de una pata de atrás de la rana, este miembro se desarrolla normalmente aunque no contiene ni vestigio de nervios. Braus, en Heidelberg, ha logrado ejecutar la prueba de que si en un territorio germinal se inserta un nervio extraño en Jugar del suprimido, el extraño territorio germinal que, por ejemplo, contiene un nervio de cabeza envía al nervio desarrollado exactamente por el mismo camino de los ner vios que faltan. De esta manera puede hacerse un nervio de pierna de un nervio de cabeza, y al contrario. Este ensayo muestra que las genas son iguales para todos los nervios motores; pero el camino que llevan los nervios hasta el lugar debido les es ordenado desde fuera. Este camino ha sido construido al mismo tiempo por otra gena. Eso prueba que en la verdadera formación del animal con curre todavía un segundo factor además de las genas: pre cisamente el plan. Así, se vuelve ahora a la misma idea de plan en el origen del animal, del que tuvimos que prescindir al principio, mientras sólo significaba una pura analogía con el origen de las máquinas. Alas ahora significa para nosotros algo muy distinto de la manera de combinarse partes ya hechas en un todo: ahora significa la dependencia de Jas genas en el tiempo.
II Los resultados nuevamente adquiridos de las investiga ciones de la evolución nos permiten trazar con seguridad las líneas divisorias entre máquina y ser vivo y rechazar de una vez para siempre las tentativas, establecedoras de con fusión, de derivar el uno de la otra. Las máquinas y Jos seres vivos ya adultos se asemejan en que ambos poseen un plan de construcción que regula la
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dependencia de las partes en el espacio. Pero en esto ter mina la comparatividad; tan pronto como pensamos en el plan de origen se manifiestan como fundamentalmente dis tintas. Las máquinas son combinadas montando partes ya hechas, compuestas de materia muerta; los seres vivos se originan de la materia viva del germen, del cual las genas forman el organismo según un plan de tiempo. Este plan de tiempo puede, del mejor modo, ser comparado con una melodía, que abarca un determinado número de notas y las enlaza unas con otras en el tiempo. En un determinado germen existe un determinado número de genas, que al principio son totalmente independientes. Sólo cuando co mienza el funcionamiento, una nota hace sonar el tono correspondiente a ella. Así, la primera gena provoca las primeras modificaciones estructurales. A la primera gena está encadenada la segunda con la fuerza de la melodía, y la tercera a la segunda, y así en adelante hasta el final. En nuestros experimentos podemos ejecutar hasta ahora lo siguiente: por amputación podemos hacer que comience otra vez el funcionamiento en un determinado punto: esto se llama regeneración. Por división del germen podemos hacer que ejecuten la misma función ambas mitades sepa radas. Podemos hacer que la división sea parcial de modo que sólo una parte del germen se duplique, y de esto se origina un monstruo. Podemos, a voluntad, obtener ani males mutilados, pero no podemos alterar dos cosas; no podemos substituir ninguna gena por otra no existente y no podemos substituir por otra la melodía. Ni podemos dar a un animal nuevas propiedades, ni podemos transfor marlo de modo que muestre las mismas propiedades enla zadas según otro plan. ¿Cómo nos es dado comprender hoy las genas después de todas estas experiencias? Antes se buscaban en el germen imágenes materiales más sencillas y disminuidas de los ór ganos ya hechos o parte de órganos: esto se ha mostrado S com o erróneo. Las genas no se apartan puramente unas de otras según las partes de estructura del animal ya hecho, sino también según las propiedades del animal: magnitud, forma,
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color, propiedades químicas y físicas que se encuentran aisladas o se extienden a todo el animal son dominadas por cada una de las genas. De este modo se facilita que cada gena excite en el protoplasma un determinado proceso químico o mecánico. Los productos finales de estos procesos llegan a ser en parte las estructuras. Que éstas concuerden unas con otras se logra por el plan o la melodía que liga a las genas entre sí. Tanto las genas com o el plan son, como queda dicho, puros factores vitales, y no materiales, si se toma a la materia en un sentido estrechamente físico. Pero son partes de la materia viva a las que hay que reconocer como algo esencial. La manera com o el plan y las genas actúan sobre la ma teria muerta seguirá siendo, según parece, tan enigmático como la actuación de nuestra voluntad sobre nuestros músculos. Del modo com o nuestra voluntad y nuestra con ciencia quedan bajo ciertas especiales leyes extramateriales, así son dominados plan y genas por sus especiales leyes extramateriales. Fué ciertamente un juicio falso y precipitado el pretender L someter la conciencia a leves materiales. Pero sería ieunlmente falso y precipitado identificar el plan y genas con la conciencia. N o se crea un orden echando todo lo que se encuentra a mano, sin ser examinado, en el gran caldero ymonista, sino separando cada factor de los otros, fina y pulcramente, y examinándolo y probándolo por todos lados. Así, los factores orgánicos que hasta ahora hemos cono cido en la evolución son genas, plan y protoplasma: notas, melodía y piano. Genas y plan parecen ser siempre irre prensibles; sólo en su actuación sobre el protoplasma pue den presentarse perturbaciones, que aprovechamos expe rimentalmente, como una sonata de Beethoven, que es irreprensible en el papel, deja a menudo mucho que desear en su ejecución en el piano. Naturalmente, es del mayor interés saber algo más acer\’ ca del plan. Como queda dicho, fué Karl Ernst von Baer quien trazó las líneas fundamentales de este plan. Prime ramente se desarrolla el tipo. El tipo, para cada animal
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pluricelular, divide al animal en una mitad externa y una interna. Así, después que se ha formado un cierto número de esferillas de células, se separan una de otra Ja lámina germinal interna y la externa. Corresponden a la división de funciones animales y vegetativas. Entonces se origina la lámina del medio, que sirve de andamio y corporaliza el so portar todo lo demás. Sólo cuando en un animal, por ejemplo, en un perro, en lugar de atenernos a la división anatómica en cabeza, cuerpo, masas de miembros, etc., tra tamos de efectuar la división en funciones, al descomponer el ser perro (análogamente al ser barco, que consiste en el flotar, avanzar, transportar, etc.), en correr, morder, di gerir, ver, oír, ladrar, etc., obtenemos la representación de que también estas funciones obedecen a un determinado orden superior e inferior. Este orden de funciones retor na, según parece, al mismo plan que ordenó las genas. Aquí tenía que presentarse de modo tanto más puro, porque lo corporal aun no representa papel alguno. Sólo que todas esas relaciones están tan íntimamente entrecruzadas unas con otras que al principio no es posible desenmarañarlas. Con esto hemos llegado a las fronteras que le opone a nuestra razón nuestro desconocimiento. Pero una cosa ha llegado ya a ser muy clara, y es que lo orgánico está regido por leyes de Jas que ni sospecha tiene lo inorgánico. Tam bién su peculiaridad específica aparece clara hov en día; la conformidad a ley es lo que caracteriza al sujeto, si por suíeto queremos comprender un ser que convierte todos los valores ajenos en valores propios y crea entre esos valores propios relaciones que no poseen los valores exteriores. Las genas pueden s°r tomadas como signos de cada una de las futuras propiedades, y el enlace de estos signos, "el lenguaje de los signos” , determina la organización de las propiedades en el animal adulto. Este lenguaje de signos sólo tiene validez subjetiva y no está en ninguna relación directa con los efectos físicoquímicos, que son ejecutados por las propiedades de las materiales partes del cuerpo unas sobre otras. Podemos precisar, según eso, la doctrina nuevamente re
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sucitada de las leyes especiales de todo lo orgánico, la lla mada autonomía de los fenómenos vitales, diciendo que estas leyes son leyes propias de cada ser, y a cada ser que tiene sus propias leyes le llamamos sujeto. Estas leyes subjetivas podremos ahora fundamentarlas de un modo aun más penetrante y profundo considerando los animales adultos. Si echamos una mirada a la vida vegetativa de los ani males, las nuevas experiencias de la fisiología digestiva de los mamíferos nos enseñan que el alimento, que es desme nuzado por estos animales con auxilio de los dientes, se hace fluido en el estómago y es totalmente descompuesto en el intestino mediante los jugos digestivos, de modo que de las substancias altamente complicadas sólo sencillos ma teriales llegan a ser recibidos por la pared del intestino, mientras lo indigerible es eliminado. Sangre v linfa co n tienen después los medios alimenticios en una forma total mente mudable y especializada, que cambia de especie en especie y acaso de individuo en individuo. De este torrente nutritivo toman las células del cuerpo, cada una según su especie, los medios nutritivos que le convienen. Y cada célula los elabora en su interior a su manera. Así, nuestro cuerpo es un sujeto que se compone de sujetos. Del modo más sorprendente se presentan las leyes sub jetivas si consideramos las funciones animales de los anima les. Cada animal, si lo consideramos superficialmente, está rodeado de una serie de objetos con los cuales se encuentra en mutuas relaciones. Los objetos actúan sobre el animal, y el animal, por su parte, actúa sobre los objetos. Ambas partes representan alternativamente el papel activo y el pasivo. La analogía de nuestras relaciones humanas con los objetos es tan sorprendente que admitirnos, sin más, que los objetos que representan el papel activo sean al hacerlo iguales a los pasivos que conocemos por nosotros mismos. Mas el admitir esto es un error preñado de consecuencias, que durante lanro tiempo nos ha impedido examinar la ver dadera situación.
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Para penetrar este error tenemos que considerar separa damente las dos especies de relaciones de los animales con los objetos. Todos los objetos, mientras desempeñan el papel pasivo, están en una triple relación con los animales: 1°, como medio; 2^, com o presa; 3y, com o enemigo. En los animales superiores se añade aún, en cuarto lugar, la relación sexual. Según el medio, se dividen los animales en acuáticos, te rrestres y aéreos. En relación al medio están especialmente formados los órganos de movimiento del animal. Según su presa y sus enemigos, posee el animal especiales órganos de combate y manducatorios. Todos estos órganos, con los cuales los animales ejecutan un efecto sobre los objetos, son llamados órganos efectoricos, y aquellos objetos que en la vida del animal repre sentan un papel como medio, presa o enemigo se conciben como el mundo de efectos del animal. La construcción de los órganos efectóricos requiere siem pre una determinada selección, estrecha o amplia, de los objetos del mundo exterior, de modo que cada animal vive en un mundo de efectos cerrado por sí mismo. Cuanto más estrecho es este mundo, tanto más especializados pue den estar los órganos efectóricos, y todos los mundos muy estrechos dan ejemplos altamente -asombrosos de la llamada adaptación. Sólo necesito recordar aquí los numerosos ejemplos de la vida de los insectos que se adaptan tan in mediatamente a las floraciones. Pero también las relaciones con los objetos inorgánicos pueden ser estrechas y amplias. Un animal que sólo vive en la arena puede poseer órganos de movimiento que con vienen más exclusivamente para este medio que los que posee un animal que vive alternativamente en la arena y en el agua. Un animal que sólo vive un corto tiempo del año puede estar construido mucho más especializadamente para aquella estación que un animal que tiene que vivir en su edad adulta durante todos los cambios de estaciones. Así, las desventajas del estrecho mundo de efectos vienen a estar compensadas por las ventajas de la más íntima dependencia.
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Si consideramos estas dependencias, vuelve a imponerse siempre el pensamiento de lo preciso que tiene que ser el conocimiento que posee el animal de los objetos de su mun do de efectos. Y si se trata de las relaciones de dos ani males entre sí, lo preciso que tiene que ser el mutuo cono cimiento hasta de las más íntimas propiedades. Pero pronto se presentarán dudas acerca de si existe tal conocimiento, a lo menos en el sentido humano. Si vemos, por ejemplo, que la composición del veneno de un animal se rige por las especiales propiedades químicas del sistema •nervioso central del animal perseguido por él, no sabemos cómo pudo adquirir este conocim iento. Hasta, por las nue vas investigaciones de Fabre, hemos llegado a adquirir idea del hecho de que el conocimiento de las propiedades de los objetos del mundo de efectos que revelan por todas partes los órganos efectóricos de los animales excede a nuestro* conocimiento de estos objetos. Sólo con ayuda de compli cados métodos ópticos y químicos podemos apropiarnos los conocimientos que un sencillo gusano posee desde su naci miento. El que la larva de la cigarra que produce la saliva de cuco sepa extraer de las plantas más venenosas un zumo nutritivo totalmente inofensivo va más allá de lo que po demos imitar con nuestros conocimientos químicos. A pesar de eso, ni por un momento dudamos de que los ; objetos que com ponen el mundo de efectos de un animal también nos revelarían a nosotros las mismas propiedades si nos colocáramos debidamente para ello. De donde se deduce la identidad general de todos los objetos de los mundos de efectos, desde el animal más ínfimo hasta el hombre, v ¿Es posible realmente que la íntima acomodación de los animales a los objetos de sus mundos de efectos se apoye en un conocimiento que posea el animal de estos objetos? Entonces las capacidades espirituales de los animales ten drían que exceder en mucho a las nuestras. Pero no necesitamos perdernos en puras suposiciones so bre la cuestión de qué conocimientos tienen los animales délos objetos. Hasta poseemos la posibilidad de responder a ella experimentalmente. Cierto que los fenómenos do
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conciencia que se dan en los animales son totalmente im penetrables para nosotros. Pero podemos comprobar qué efectos, de los emanados de los objetos, son percibidos por sus órganos de los sentidos, pues sólo esos llegan a conoci miento del animal. Para ello nos planteamos la cuestión de cuál es el papel pasivo que desempeñan los animales ante los objetos. Aban donarnos para ello el mundo de los efectores, el mundo de efectos, y nos dirigimos ahora al mundo que se compone de las percepciones de los objetos recibidas por los órga nos de los sentidos o receptores: el mundo perceptible. De nuevo debe ser el paramecio el que nos dé las pri meras explicaciones. Según ha establecido Jennings, al pa ramecio le basta en lo esencial con una sola reacción. Si cualquier estímulo alcanza al extremo anterior del parame cio, que presenta su principal órgano de los sentidos, mien tras el resto del animal es insensible, entonces ejecuta siempre la misma serie de movimientos: retroceso, vuelta hacia un lado, avance. De este modo logra el paramecio librarse de todo lo peligroso y encontrar siempre un nuevo camino libre. Pero ¿cómo alcanza su presa? El extremo anterior del paramecio es muy sensible a todos los estímulos químicos, propiedad que se embota con rapidez, ciertamente, pero que se vuelve a rehacer de prisa puesto el animal en las circunstancias anteriores. Se coloca al paramecio, en un portaobjetos, en una débil solución salina, junto a la cual, una tras otra, se echa una gota de agua destilada y una gota de agua ligeramente acidulada; el paramecio, al dar vueltas nadando, llegará pronto al agua destilada, y enton ces actúa como estímulo el agua de sal recién abandonada, de modo que el animal, a cada aproximación, ejecuta la reacción de huir y nadar adelante. Llega el paramecio al a£rua acidulada: entonces actúa com o estímulo el agua destilada, y el paramecio queda preso en el agua acidulada. El ácido débil es lo óptimo para el paramecio. Todos los otros líquidos son estímulos a su lado. Ahora bien: las bac terias que forman el principal medio nutritivo del parame-
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ció segregan siempre un poco de ácido carbónico, y éste se convierte en un cepo para los paramecios que se reúnen aquí y encuentran su alimento. En la vida libre, todos los objetos, como piedras, hierbas, hojas, etc., con excepción de las bacterias, constituyen una fuente de estímulos para los paramecios. T odos los pluriformes objetos del mundo de efectos sólo penetran en el mundo perceptible del paramecio en forma de una percep ción siempre igual a sí misma, que hace salir huyendo al animal hasta que alcanza el único lugar sin estímulos y encuentra allí su sustento. No puede hablarse de ninguna especie de conocimiento de los objetos del mundo de efectos con los cuales llega a estar en contacto el paramecio, ni de ningún conoci miento del medio ambiente a través del cual nada con ve locidad de flecha, lo mismo que tampoco de conocimientos de su presa, que ni siquiera le envía estímulos de ninguna clase. Aunque los finos efectores que forman los aparatos de pestañas en el canal de la boca hace imaginar el más preciso conocimiento de las bacterias, no existen, en modo alguno, éstas en el mundo perceptible de los receptores. Según vemos, no se corresponden, de ninguna manera, mundo de efectos y mundo perceptible. El mundo de efectos se compone de todos los pluriformes objetos vivos y muertos que pueblan la patria de los paramecios, los aguazales. El mundo perceptible consiste puramente en un estímulo, que puede ser más fuerte o más débil, pero que siempre permanece igual en todas las re peticiones. Este mismo abismo entre mundo perceptible y mundo de efectos nos lo muestran las grandes medusas de alta mar, cuyos cuerpos están labrados de un modo tan singular mente decorativo. Todos los órganos efectores acusan, en forma y color, el más preciso conocimiento del medio, de la luz, de las olas, lo mismo que de las finas diatomeas que le sirven de sustento. El mundo perceptible consiste sólo en el repetido choque uniforme que los propios mo vimientos de natación transmiten a los receptores.
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Los erizos de mar muestran una gran riqueza de aguijo nes y pluriformes pinzas. Saben clavar con seguridad sus pinzas venenosas en la piel del enemigo. Pero ¿cuáles son las percepciones que reciben sus receptores cuando éste se aproxima? Una simple cadena de estímulos: débil estímulo químico, fuerte estímulo químico, choque. N o distinguirá si el enemigo es una estrellamar o un limacino. Para librarse de impurezas posee el erizo de mar unos pedicelos de aseo; para atrapar a los gusanos de nadar más rápido posee pedicelos de válvula, que se cierran agarrando con velocidad de rayo-, para coger cangrejos trabajan en común los cortos pedicelos de resorte y los ambulacros. Así, el mundo de efectos de este animal es especialmente rico, ya que se encuentran en él animales de las más diver sas especies, como estrellamares, caracoles, cangrejos v gu.sanos. A pesar de eso, en el mundo perceptible sólo existen débiles y fuertes estímulos químicos y choques. ¿Cómo es posible esta divergencia? ¿Cómo puede un .animal que por nada es instruido más que por choques y estímulos químicos regir, sin embargo, con seguridad su vida, en medio de desconocidos peligros? La respuesta es la siguiente: sería completamente imposible que un animal pu diera defenderse de sus antagonistas sin el preciso cono.cimiento de sus propiedades, si él mismo tuviera que forjarse las armas que necesita para su defensa. Mas todas las armas han crecido por sí mismas en el curso¡ de su evo lución. Ahora, que ya es adulto, le es puesta en la manó la escopeta cargada, y sólo necesita disparar cuando es im pulsado a ello. El animal adulto sólo necesita utilizar sus órganos, lo que constituye una misión incomparablemente más senci lla que la de construirlos. Vemos así, en todos los animales, que la misión de los órganos de los sentidos está reducida a declarar al animal el preciso momento en que debe uti lizar sus órganos. Hasta muy arriba en el mundo de los vertebrados, la especie de movimiento de los efectores está en alto grado
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déterminada por una propia maquinaria nerviosa, que sólo puede ser detenida o acelerada por la influencia de los ór ganos de los sentidos, pero no modificada. Por ello, para la inmensa mayoría de los animales, basta una serie de los más sencillos estímulos, que sólo tienen que declarar con seguridad la presencia del enemigo o de la presa para que todo el aparato de movimiento se ponga en la correspondiente actividad. Los receptores no necesi tan indicar nada acerca del medio ambiente. Por eso sigue siendo tan completamente primitivo el mundo perceptible de muchos animales altamente diferenciados, pues no con tiene otra cosa que los signos para el comienzo de una acción, mientras ésta misma está predeterminada con todo detalle en el animal. Para mejor comprensión del papel que tienen a su cargo los receptores y el sistema nervioso en la formación del mundo perceptible (que es un producto puramente sub jetivo), tienen que ser indicadas aquí, brevemente, las fun ciones de estos órganos y los límites de su capacidad fun cional. La misión de todos los receptores consiste en convertir en excitación nerviosa determinados efectos del mundo ex terior, que son designados como estímulos y sirven como notas de perfección. La excitación es un fenómeno que corre por los nervios a la manera de una onda en un lí quido. La excitación constituye el mismo fenóm eno en todos los nervios, y sólo varía según su intensidad, pero no según su calidad. Si una determinada calidad de estí mulo debe ejercer en el sistema nervioso un especial afecto, es necesario que excite una determinada persona nerviosa; se designa aquí como persona nerviosa a un filamento nervioso más un centro. Según eso, a diferentes estímulos del mundo perceptible corresponden siempre diferentes personas ner viosas. De esta manera, pone aquí el sujeto su propio valor en lugar del valor del mundo exterior. En tanto el animal se gobierna con pocos estímulos para reconocer al enemigo o a la presa, sigue siendo muy sen cillo el mecanismo receptor del sistema nervioso. Las gran-
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des exigencias comienzan solamente allí donde la forma del enemigo o de la presa es utilizada como dato perceptible. Hay animales que ya poseen ojos altamente desarrolla dos, que ni para lo más mínimo aprovechan la forma del objeto que se refleja en su retina, y sólo utilizan como nota el movimiento de la imagen en su campo de visión (motorrecepción). La iconorrecepción, o el efecto del estímulo de la forma, se desarrolla de la siguiente manera, dicho en pocas pala bras: la retina del ojo se compone de numerosos remates de nervios, que constituyen juntos el nervio de la visión. Si por la imagen del enemigo, que traza el aparato óptico del ojo en la retina, es excitado un circunscrito número de nervios, esta suma de excitaciones tiene que ser ella misma aislada para producir un efecto aislado en el mecanismo efectórico. Eso sólo puede ocurrir si todas las personas nerviosas participantes desembocan en un aislado territorio nervioso, al cual llamamos un esquema nervioso, porque reproduce esquemáticamente la forma del enemigo en sus rasgos esenciales. Así se originan las primeras formas en el mundo percep tible, que aun son poco abundantes y muy generales. Pero abarcando una cierta categoría de enemigos o presas, bas tan para hacerlos actuar com o notas y producir la acción correspondiente (insectos). Sólo en los animales superiores, cuyas acciones son cada vez más modificables, en los cuales la influencia del sistema nervioso receptor se extiende cada vez hasta mayor pro fundidad en la maquinaria efectórica, es siempre mayor eJ número de esquemas y son éstos cada vez más diferencia dos. Entonces los objetos que componen nuestro mundo perceptible humano van sobrenadando también poco a poco en el mundo perceptible de los animales. Lo que es más importarte: los propios efectores se presentan en el mundo perceptible y facilitan con ello a los animales una inter vención en sus propias acciones. N o es difícil, si aplicamos icmal manera de considerar a los mundos perceptibles de los otros hombres, que com-
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prendamos de qué diferentes especies son éstos. De los mismos objetos que nos rodean son percibidas otras notas completamente diversas, y estas mismas son reunidas en muy otros objetos. Sólo se hace difícil el problema si queremos darnos cuenta del propio mundo perceptible, pues falta ahí el tér mino de comparación, el mundo de efectos, que hasta ahora nos ha suministrado firme apoyo. El mundo de efectos, común a todos (en el cual nos movemos nosotros y todos los animales), era al mismo tiempo la medida objetiva para todos los objetos, y se ha convertido ahora en nuestro mundo perceptible. Pero ni un solo mundo perceptible, según hemos visto, posee ninguna especie de validez ge neral, porque en cada uno de ellos son convertidos ajenos valores objetivos en propios valores subjetivos. Frente a los mundos subjetivos, con sus propias leyes, podíamos ate nernos hasta ahora a la validez general del mundo de efec tos, y nos era lícito designar a éste como el mundo objetivo. Mediante el reconocimiento de que el mundo de efectos objetivo es al mismo tiempo nuestro propio mundo per ceptible se tambaleó fuertemente esa fe. Cierto que la validez general del mundo de efectos objetivo sigue sub sistiendo, con sus leyes para todos los fenómenos no subje tivos; pero ya no constituye una absoluta validez general. El espacio de nuestra propia subjetividad, de nuestras pro pias leyes, abarca sin excepción todos los fenómenos de la Naturaleza. Por lo tanto, ya sólo se puede tratar de una objetividad relativa. Sólo dentro de este espacio nos es permitido tratar de poner en claro qué es lo que designamos com o vida. La explicación será por necesidad insuficiente, porque el mis mo espacio también es un producto de la vida. Desde este punto de vista, la vida nos ofrece dos proble; mas capitales: el primero es la generación de sujetos, y el segundo, la concordancia de los sujetos con los objetos. Hemos visto cómo de factores inadvertidos hasta ahora, las genas, que sólo se encuentran en la substancia viva, se origina la estructura de los adultos, gracias a una propia
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melodía. Esta estructura concierta con los objetos del mun do de efectos hasta en lo más nimio, a pesar de que, como ya nos hemos convencido de ello, no puede, en modo al guno, hablarse de un conocimiento de estos objetos por el animal mismo. Pero la estructura no sólo se acomoda a las exigencias del mundo de efectos, sino también a los ajenos mundos perceptibles. El esmerinto, una mariposa con hermosas manchas de ojos en las alas, espanta con estas manchas a sus perseguidores los pajarillos, imitando con ellas los ojos de pequeñas aves de presa, aunque él mismo no llega a tener jamás ante su vista estas manchas. A nosotros los hombres no nos engaña con ellas; para nosotros no hay tampoco ningún ave de presa que tenga tales ojos. Pero los paja rillos, que siempre tienen que resguardarse de gatos, coma drejas y otras tales alimañas, para poder huir a tiempo tie nen que huir de toda imagen semejante a un ojo que se mueve. Esta circunstancia la aprovecha la vida para la pro tección del esmerinto. Aquí se pone de manifiesto que la vida no es detenida por la limitación subjetiva que ella misma ha construido. La vida adopta un punto de vista hasta el cual no podemos seguirla. Mientras las genas forman el esmerinto, la vida se esconde en el germen que se forma a sí mismo, y puede ser aniquilado por todo brutal daño mecánico. Pero la vida está al mismo tiempo fuera del germen, y abarca con su mirada no sólo el mundo de efectos, sino también los mundos perceptibles. Eso no podemos imitarlo, ya que nosotros estamos metidos dentro de nuestro sujeto y no podemos estar fuera al mismo tiempo. Pero la vida resuelve también jugando problemas de es pecie matemática para los cuales hasta ahora nos teníamos nosotros por Jos únicos competentes. Así, un curculio, jus tamente acabado de formar, el llamado torcedora de em budo (Trichterivic kler), para construir a sus huevos una conveniente morada recorta en una hoja de abedul, sin tandeo alguno, por decirlo así, a mano alzada, una de las líneas matemáticas más difíciles. Una línea que, en su
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lugar, un hombre sólo encuentra después de delicadas re flexiones matemáticas y no podría ejecutar sin el más nimio conocimiento de la anatomía de la hoja de abedul. Así adquirimos la certidumbre de que la vida también está más allá de las matemáticas. Se trató hasta ahora de ahogar todos estos difíciles pro blemas con la palabra adaptación. Ya hacia 1880 indicó Roux que la adaptación sólo puede referirse a exteriorida des que pueden existir o faltar; ésta no alcanza a las esen ciales relaciones de las partes con el todo y del todo con los objetos, que sólo pueden ser así y no de otro modo. El darwinismo ha extendido en torno nuestro una atmós fera de vanidad que durante largo tiempo nos ha impedido reconocer los verdaderos problemas que ofrece la vida. Ahora han cambiado las cosas: estamos otra vez mirando de hito en hito a aquel poder de la Naturaleza que hace que se originen las formas que aparecen como conformes a plan a nuestro punto de vista subjetivo, pero que, com o no son creadas por un sujeto, sólo desde un punto de vista colocado fuera del sujeto pudieran ser valoradas rectamen te. Por eso será eternamente incognoscible para nosotros la esencia de ese poder natural al que llamamos la vida. Y ahora llegamos al punto en que se apartan radical mente las dos concepciones del mundo: la monista-darwinista y la kantiana-biológica. La discusión entre estas dos direcciones es tanto más necesaria cuanto que por ambas partes son empleadas, en muy otro sentido, las mismas palabras, como subjetivo y objetivo. Kant fué quien nos mostró que el mundo que nos rodea es nuestro mundo perceptible, y sólo será reconocido rec tamente en sus rasgos fundamentales cuando las formas que le imprime nuestro punto de vista subjetivo han sido ma nifestadas como necesarias. El observador no puede abandonar jamás su punto de vis ta subjetivo. Los objetos que observa permanecen siem pre como objetos de su mundo perceptible, cuyas leyes siguen.
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Mas para el que obra hay objetos objetivos que siguen las las generales leyes mecánicas mec ánicas.. A l que obra ob ra le rodea rode a siem siem pre el mundo de efectos, común a todos. En los animales es fácil separar el mundo perceptible y el mundo de efectos. efe ctos. Para ara nosotros nosotr os coinci coi nciden den ambos ambos mun mun dos, y cada objeto, con todas sus reconocibles propiedades, tanto es un miembro subjetivo del mundo perceptible como un miembro objetivo del mundo de efectos. Las propiedades de los objetos, que corresponden siem pre a determinadas personas nerviosas aisladas, siempre son, según eso, magnitudes aisla islad das: as: duro, dur o, frí f río o , blanc bla nco o y amarg amargo o son cosas completamente inconmensurables; sólo el esque ma de espacio que las reúne, por ejemplo, en un cristal de alumbre es común a todas. Cada propiedad que partiendo de un objeto actúa en nosotro nos otross tiene tiene una relación relació n esp espaci acial al con co n este este o b jeto je to.. Habe Haberr investigado las relaciones de espacio para todas las propie dades de los objetos es el imperecedero mérito de la física. La doctrina de los átomos como puntos movientes en el espacio dió la posibilidad de imaginar un equivalente espa cial para todas las propiedades de los objetos, y como el espacio es conmensurable, es decir, que puede ser dividido en partes iguales, se logró substituir todas las cualidades por po r cantid cantidades. ades. De este m o d o fue f ue posible reduc red ucir ir a una común medida los efectos realmente observados, en su ma yor parte totalmente incomparables, de diversos objetos unos sobre otros. Estos grandes éxitos permitieron, sin embargo, columbrar las fronteras puestas a esta doctrina, que sólo es válida mientras se trate de relaci rel acione oness entre obje ob jeto toss espaciales. espaciales. Tan pronto como se trate de relaciones directas entre propie dades, sin considerar el espacio, ya no tiene absolutamente ningún sentido la doctr do ctrina ina atómic a tómica. a. El m o tiv ti v o po p o r el el cual un objeto cuyas mínimas partes han entrado en fuerte mo vimiento ya no se encuentra frío, sino caliente, no puede estab est ablec lecerl erlo o ninguna teoría teor ía atómic ató mica. a. P o r qué son azu azules les las sombras de los árboles sobre un amarillo camino de arena, no puede decírnoslo decírno slo ningún físico. A qu í rigen leyes qu que no
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están fundadas en las relaciones de los objetos, sino en las relaciones de las personas nerviosas. La doctrina atómica, como doctrina de las puras rela ciones espaciales, es totalmente incompetente para juzgar el problema de si determinadas relaciones espaciales repre sentan una una traza o un un plan plan.. Pu Pues es es la do do ctrin a de las las men surabilidades cuantitativas y no otra cosa. Fué, por eso, una usurpación inaudita el afirmar que en el mundo sólo hay cosas mensurables cuantitativamente y que to tod d o lo demás demás son son aparie arien ncias cias subjetivas. C o m o hay que qu e conceder cualidades y conformidades a plan no admiten ninguna medida cuantitativa, negóse su existencia y se hizo del átomo, pura ''ficha” que sólo debía su existencia a una necesidad humana subjetiva, el único objeto del mundo. Así, fueron fue ron fundid fundidas as en uno, uno, de una una parte, las idea ideass de subjetivo, cualitativo e irreal, y de otra, la de objetivo, cuan titativo y real. real. Si se ha emprendi empr endido do esta esta sim si m plif pl ific icac ació ión, n, es verdaderam verd aderamente ente fácil ser ser monist monista. a. Media Med iante nte esta arbitraria simplificación se originó la espantosa confusión de ideas que caracteriza caracteriza a nuestro tiempo tiemp o de to todo doss los otro ot ros. s. Etica, Etica , es tética, psicología, fisiología, física, química, todo es una misma cosa, una mensurable danza de átomos. Me dolería perturbar a alguien en el recogimiento que hayan suscitado en él los sermones dominicales de Ostwald. Tampoco deseo en lo más mínimo entrar en discusión con alguien que tome en serio la solución haeckeliana de los enigmas del universo; pero, sin embargo, tengo que decir que el monismo ha extraviado la investigación biológica en una fals falsa a dire di recci cción ón.. Quien Quie n busque leyes que alcancen "de " dess de la ética has hasta ta la té técn cnic ica” a” , sólo sól o encontrar enco ntrará á trivialidades trivialidades o quim quimera eras. s. Sólo Só lo aquel que examin examina a honda hon dame mente nte las las leyes propias del sujeto encuentra huellas de la actividad de aquel poder cuya inmediata percepción nos es perennemente ne gada a noso no sotro tross co m o sujetos. s ujetos. Y a este este p oder od er le llamam llamamos os la vida.
LA IMAGEN DEL MUNDO DE LA BIOLOGÍA I Todo aquel que en el día de hoy pretenda decir algo sobre problemas biológicos debe sentirse, ante todo, obli gado a expresar claramente lo que quiere entender por biolog bio logía. ía. Se llam llama a biolo bio logí gía a la doctrin doc trina a de la la vida; pero la vida nos muestra tantas propiedades por las cuales parece distinguirse de lo que no tiene vida, que la investigación es tuvo en duda mucho tiempo acerca de qué nota de la vida debe ser declarada como la más importante y esencial. En el curso del tiempo, la vida nos ha revelado siempre nuevos aspectos, y pareció cada vez que los aspectos nueva mente descubie descu bierto rtoss eran eran los más más importantes. importante s. Pe Pero ro pron pronto to resultó, de más nimias investigaciones, que se trataba de una equivocación. Cierto que Jas substancias de que están constituidos los cuerpos de los seres vivos se distinguen, por su alta compli caci ca ció ó n , de todas tod as las las substancias inorgáni inor gánicas, cas, y hast hasta a me media dos del siglo pasado reinó la opinión de que sólo la vida orgán org ánica ica podí po día a prod pr odu u cir ci r substan substancias cias.. La químic quí mica a or orgánica ica actual ha mostrado que hasta los cuerpos albuminosos pue den ser obtenidos de material inorgánico en el laboratorio, sin el socorro de agentes vivientes. La substancia de que se compone un cuerpo no es, por lo tanto, ninguna nota decisiva de la vida. Del mismo modo, el cambio de substancia que se encuen tra en todos los cuerpos vivos se imponía como una nota decisiva de la vida. Pe Pero ro después que Hel H elm m holt ho ltz z com comparó la vida con una llama de cirio, que también cambia perma nentemente de substancia y sin embargo conserva la forma, resultó que también esta nota era insuficiente. 1174 ]
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Si ni la substancia ni el cambio de substancia bastan para dividir lo vivo de lo privado de vida, se esperará encontrar esa dife di fere renc ncia ia en la estruct estructura ura del ser v ivo. iv o. T ambi am bién én esta esta esperanza tuvo que ser abandonada después que fueron en contradas, especialmente por Bütschli y Rhumbler, estruc turas microscópicas en el jabón y espumas que no se queda ban atrás ante las más finas estructuras microscópicas en los seres vivos y eran capaces de ejecutar sencillos movi mientos. En tiempos recientes se han amontonado tan extraordi nariamente las experiencias de la químicofísica sobre fenó menos en disoluciones, en cuerpos coloides, en membranas semipermeables, que pasa a ser opinión general la de que cada uno de Jos fenómenos de un cuerpo vivo es de tal ín dole, que con ayuda de métodos químicos o físicos más refinados llegará algún día a ser imitado. Por lo tanto, si los fenómenos del cuerpo viviente no son fundamentalmente otra cosa, en sus caracteres, sino fenó menos que también muestra la materia inanimada, la nota de la vida sólo puede ser buscada en la disposición y en la espe especi cie e del del trabajo común com ún de los diferentes factore fac tores. s. Y esta disposición disposición es, en en efec ef ecto to,, especi especial. al. La designamos designamos com co m o conforme a fin . A la verdad, en los ser seres vivos viv os adultos distinguimos una una doble conformidad a fin: de un lado, cada organismo está construido conforme a fin en sí mismo, y del otro, el orga nismo está adaptado conforme a fin a su contorno. La zoología iba ya por el mejor camino para investigar esta doble conformidad a fin cuando intervino el darwinismo y echó ec hó a la zoolo zo ología gía por po r otra otrass direcciones. Precisamen te con ayuda de una conformidad a fin acometió la tarea de rechazar a las otras. El contorno exterior fué considerado como un produc to de las fuerzas inorgánicas, a que se ha adaptado el ser vivo capaz de variación, en la lucha por la existencia, me diante una selección, siempre repetida, de los adaptados, en el curso de innumerables generaciones. El interés de los zoólogos se dirigió cada vez más hacia el estudio de hipoté
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ticas series de antepasados, lo que, sin embargo, no podía llevar a ningún resultado palpable, porque los antepasados se substraen a la prueb pru eba a expe ex perim rimen ental tal.. Especialmente la cuestión de los antepasados de la especie humana ejerció un efecto totalmente hipnótico, aunque ya era manifiesto des de el principio que todo hallazgo que pareciese mostrar un intermediario entre mono y hombre era explotable en dos direcc dir eccion iones es.. Y así, aun aun están están h o y en ruda ruda opos op osici ición ón las las dos tendencias, una de las cuales afirma la descendencia del hombre del mono, y la otra la descendencia del mono del hombre. El reproche principal que hay que oponer al darwinismo es la ligereza con que emprendió la tarea de prescindir de la conformidad a fin del mundo viviente antes de que estu viera investigad investigada a ta tal con co n form fo rmid ida a d. De este modo mo do,, quedó sencillamente suprimida la parte más importante de nuestra vida, la que forma el problema central de la biología. Ha pasado más de medio siglo antes de que la ciencia de la Naturaleza se convenciera de la total insuficiencia de la tesis darwinista en su lucha contra la conformidad a fin. Pero sólo la generación más joven de los naturalistas con temporáneos se dirige de nuevo al problema de la conformi dad a fin de la Naturaleza viva, correspondiendo a esta nueva posición, se complace en definir hoy Ja biología como la doctrina de la conformidad a fin de la Naturaleza. Pero anuí aparece inmediatamente como obstáculo cier ta ambigüedad que se encierra en la idea conformidad a frn. Esta puede pue de ser defin def inid ida a de dos dos manera maneras. s. Se desig na primeramente como fin la representación de una situa ció ci ó n futura futura míe lleo lleo-a a ser mo m o tivo iv o de una acción acci ón.. Si la acción se dirige a realizar esta representación, se llama ac ción ió n co c o n f o r m e a fin. Resulta Resulta,, sin sin más, más, evide ev idente nte que c< c<*a de finición de la conformidad a fin es totalmente inutilizable en una ciencia natural que investiga las manifestaciones de la Naturaleza con avuda de nuestros órganos de los senti dos. pues una repres repr esen enta taci ción ón es siempre sie mpre inalcanzable para los sentidos. Pero hay además una segunda definición de la conformi
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dad a fin, que dice de este modo: llamamos conformidad a fin la disposición de las partes de un todo cuando sus fun ciones se completan recíprocamente en una función total. Esta definición excluye la perturbadora representación de un fin, y sólo emplea notas de objeto para investigar la conformidad a fin. Prefiero, para evitar equivocaciones, poner "conformi dad a plan” en lugar de "conform idad a fin ” , porque con conformidad a plan, en estricto sentido, no se dice otra cosa sino que las partes están ordenadas en corresponden cia con una traza o plan, de tal modo que forman en común un todo con unidad funcional. Si tomamos a la biología como una ciencia natural ver dadera, también queda inmediatamente definida con ello su posición respecto a la psicología comparada. Pues esta cien cia intenta establecer afirmaciones acerca de las almas de los animales, que no nos son accesibles directamente, par tiendo de la analogía con la propia alma del observador. La esterilidad de estas tentativas ha tenido nnr consecuencia que toda la nueva dirección experimental de la biología se haya apartado silenciosamente de las interpretaciones psico lógicas. En realidad, la psicología comparada no existe aún más que de nombre, mientras que el contenido de los lla mados trabajos psicológicos se limita cada vez más expre samente a la investigación de la disposición conforme a plan de corporales fenómenos vitales. Por esto, si se define la biología como la doctrina de la conformidad a plan del ser vivo, están con ello firmemente establecidas las fronteras con la psicología comparada. La biología experimental, en todo planteamiento de pro blemas acerca de las actividades espirituales de los animales, tío investiga las sensaciones del alma, sino los fenómenos del cerebro. La biología se coloca en el punto de vista d* un técnico oue quiere probar una máquina. Trata de lanzar una oieada a las funciones de las diversas parces del cuerpo animal para obtener una idea de la función de conjunto de todo el animal. Busca el plan de construcción del organis mo viviente.
178 IDEAS PARA UNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MUNDO
En este orden de investigaciones no se afirma nada acer ca de la existencia o no existencia de un alma animal; sólo se trazan las fronteras de la investigación conforme a nues tra capacidad humana. Los fenómenos del cuerpo vivo animal, en cuanto son susceptibles de examen por medio de nuestros órganos de los sentidos, son lo único de que debemos ocupamos aquí. Queremos reconocer a los animales com o un ingeniero a una máquina. ¿Queda ya declarado con ello que los ani males son máquinas? De ningún modo. Hasta intentamos comprobar, justamente, hasta qué punto se conducen como máquinas y dónde se apartan de ellas. Sin necesidad de más, es ya seguro que las máquinas no se originan como los animales, desarrollándose de sí mismas, sino que son hechas por unos seres extraños a ellas: los hom bres. Tam poco son capaces las máquinas de ejecutar repa raciones en su propio cuerpo, de lo cual son en alto grado capaces los animales. Finalmente, las máquinas son total mente ajenas al poder de variar su plan de construcción, acomodándose a modificadas condiciones exteriores; capa cidad que poseen muchos animales y que es llamada regula ción. I3e estas diferencias trataremos detalladamente más adelante. Por hoy queremos apartar la vista de todos Jos problemas que se ocupan del advenir y de la transformación de los animales, y sólo plantearnos la cuestión de hasta qué pun to un animal ya hecho, funcionando normalmente, es com parable con una máquina. Cada animal se compone, como ya nos lo enseña la vista, de dos partes principales: una parte receptóricay que sirve para recibir las impresiones del mundo exterior, y una parte efectórica , que realiza la reacción del animal frente al mun do exterior. Según esto, designamos co m o electores todos los órganos de movimiento del animal, y como receptores todos los órganos de los sentidos. Ahora bien: nosotros poseemos aparatos y máquinas que también sirven para la, función receptórica a modo de nuestros instrumentos de los sentidos: piénsese solamente
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en un telescopio, una lente, etc.; y por otra parte, aparatos que prestan auxilio a nuestros efectores, como, por ejemplo, una bicicleta o un bote. ¿Qué nos impide admitir ahora que cada animal se com pusiera de dos aparatos amelgados, un aparato receptor y uno efector? En realidad, mientras nos ocupamos de la parte efectorica del animal, sus instrumentos de comer y andar, no po demos establecer ninguna esencial diferencia entre esos ór ganos y nuestros aparatos. Cierto que concedemos, sin más, que muchos animales poseen aparatos mejor dispuestos pa ra actuar sobre los objetos del mundo en que viven que los que nosotros les podemos proporcionar. Sin em bargo, nos parece por completo cosa pensable substituir sus instrumentos de movimiento por instrumentos arti ficiales. Pero tan pronto como comparamos los órganos receptóricos con aparatos receptóricos, resultan dificultades in sospechadas. Pues mientras que las mudanzas que percibibimos en nuestros órganos efectóricos no tienen como con secuencia ninguna especie de cambio en los objetos que nos rodean, cada cambio que se presente en nuestros órganos receptores anula el mundo exterior que nos circunda, para substituirlo por uno de otra especie. Este hecho, que se alza con mucha fuerza en el primer término de toda investigación biológica comparada, se ex presa del mejor modo diciendo que cada animal posee su propio mundo perceptible , compuesto de objetos diferentes de los de los otros. Un ojo que sólo puede distinguir luz y sombra le roba al mundo todos los colores. Un órgano del ofdo que sólo se interesa por la única vibración del aire le arrebata al mundo todos los tonos. Esta fundamental diferencia entre la posición de los órr ganos efectóricos, de una parte, y de la otra de los órganos receptóricos, con relación al mundo exterior, aun ha sido hasta ahora demasiado poco considerada. Mientras se tra taba más bien de los órganos efectóricos, no había ningu1 na razón para dirigir la vista a las diferencias de los mundos
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perceptibles. Bastaba aceptar que los animales vivían en el mismo mundo que nosotros, pues sus aparatos efectóricos se podían comparar fácilmente con los nuestros, ya que tienen la misma misión de actuar sobre los mismos objetos. Revélase ahora que cada animal está rodeado de un mundo que se divide en dos partes: una receptórica, a la que he mos llamado mundo perceptible, y otra efectórica, a la que queremos llamar mundo de efectos . Y también ahora, sin peligro de ser mal comprendido, puedo emplear dos expresiones generalmente usadas para designar estos dos mundos. El mundo efectórico, o mundo de efectos, es aquel que habitualmente llamamos el mundo objetivo , y el mundo receptórico, o mundo perceptible, lo designamos habitualmente como mundo subjetivo. Como hemos apartado toda consideración psicológica, no corre mos ya el peligro de comprender bajo mundo subjetivo el alma de los animales, sino aquella parte del mundo que es percibida por sus órganos de los sentidos. Antes de ir más adelante tenemos, sin embargo, que lla mar la atención acerca de un gran peligro que existe en la confusión de los conceptos objetivo y subjetivo con los conceptos real e irreal. Bajo fenómenos objetivos comprendemos, en general, aquellos que se realizan entre los objetos sin consideración a ningún sujeto. Pero tenemos que confesar ahora que no conocemos absolutamente ninguno de tales fenómenos, pues siempre es nuestro propio sujeto quien observa Jos fenóme nos, y este sujeto nunca puede quedarse fuera. Sólo es po sible, por lo tanto, tratar de reducir al mínimo los agrega dos subjetivos. Trátase siempre en los fenómenos objetivos, como ya se ha dicho, del efecto de un objeto sobre otros. Este efecto consiste algunas veces en que la misma propiedad de un cuerpo sea transmitida a los otros, como, por ejemplo, en el choque de dos bolas de billar el movimiento de la una se traslada a la otra. Estos son los casos más raros. En general la propiedad del cuerpo activo produce otra propiedad en el cuerpo pasivo: así, el choque de una bola de billar suscita
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calor en una masa de plomo, o un objeto claro puesto en este sitio calienta en aquel otro a un objeto obscuro. Esta es la realidad observada. Ahora bien: es absolutamente imposible poner choque y calor, o luz y calor, en ninguna especie de correspondencia comparativa, porque estas propiedades son percibidas por nosotros mediante diferentes órganos de los sentidos. Fué, por lo tanto, necesario referir todas a una sola impresión de los sentidos, o por lo menos a una y la misma representación, que puede ser colocada como fundamento de las diversas impresiones de los sentidos. De esta manera se originó la doctrina de los pequeñísimos objetos movientes, los átomos. Con ayuda de este artificio se consigue en realidad, en la mayor parte de los casos, apartar del juicio ycálculo de un fenómeno las perturbadoras influencias de las diversas sen saciones de los sentidos que entran en la observación. Con este medio auxiliar se prescinde de las perturbadoras cuali dades y se conservan lascantidades únicas utilizables numé ricamente. De esta manera se reduce al mínimo la influen cia del sujeto observante, y por eso se llama usualmente objetiva, en la química y física, a esta manera de considerar los fenómenos de la Naturaleza. La consideración objetiva de la Naturaleza es dada tam bién para los fenómenos del mundo de efectos del sujeto, porque tan pronto como éste ha confiado su efecto al mun do exterior, se trata de un fenómeno que ocurre indepen dientemente del sujeto. Pero no debe olvidarse jamás que los fenómenos objetivos
se realizan en un mundo pensado y no en el realmente obser vado. Fuera de eso, tampoco se consigue por completo transmitir a ese mundo pensado todas las relaciones de los objetos. Corresponden a éstas, ante todas las cosas, las rela ciones conforme a plan, que se burlan de toda interpreta ción física y química. Se da por lo tanto un completo tras trocamiento de los hechos si, como hov acontece en todas partes, se tienen por únicos reales los fenómenos objetivos pensados y se reputan de apariencia los realmente obser vados.
182 IDEAS PARA VNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MUNDO
Si se es consciente de esta significación de los conceptos objetivo y subjetivo, se puede hablar tranquilamente de un mundo de efectos objetivo y un mundo de percepciones subjetivo. En los hombres no caen uno fuera del otro el mundo sub jetivo y el objetivo. Son los mismos objetos aquellos que percibimos por medio de nuestros órganos de los sentidos y los que trabajamos con nuestras manos. Pero no es ése el caso de los animales inferiores; ambos mundos forman allí oposiciones muy pronunciadas. Una medusa, por ejemplo, puede poner a su servicio del modo más delicado, con su aparato motor, las aguas del mar y las algas distribuidas en ellas. A pesar de eso, sus órganos receptores sólo poseen la capacidad de percibir el choque de su propia campana. En este ejemplo, el mundo de percepciones y el mundo de efec tos, el subjetivo y el objetivo, se encuentran completamente separados. Pero ya que, como queda dicho, el mundo humano no parece mostrar esta divergencia —en realidad existe también aquí: sólo necesitamos pensar en determinados efectores de nuestros órganos digestivos; por ejemplo, en determina dos fermentos, para los cuales están totalmente cerrados nuestros órganos de los sentidos—, nunca se la ha conside rado rectamente, y aunque las palabras subjetivo y obje tivo existían siempre, se entremezclaban en ellas otros con ceptos de especie psíquica, de modo que no salía a la luz la clara y sencilla oposición de los dos conceptos. Ahora comprendemos también por qué no es posible con siderar a un animal como una cosa compuesta de dos apa ratos humanos. Pues cada animal es, ante todo, un sujeto cuyos receptores le muestran otro mundo, le forman un propio mundo circundante. Los aparatos receptóricos construidos por los hombres no cambian nada en los objetos del mundo perceptible humano; sirven puramente para traer más cerca los objetos de su mundo de percepciones, para facilitar el trabajo de su apa rato efectórico. Cada instrumento construido por el hom bre no significa en sí absolutamente nada, sino que sólo es
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comprensibJe en relación con los hombres y los objetos de su mundo. Ya que tenemos en común con todos los animales el mundo de efectos, pueden, por lo menos en pensamiento, ser cambiados entre sí los aparatos efectóricos. Pero com o la misión del aparato receptórico consiste en la busca de percepciones, y cada animal posee, en su mundo, justamen te tantas percepciones como, según su construcción, es capaz de encontrar su buscador de percepciones, los órganos receptóricos, según su propia naturaleza, son formadores de mundo, mientras que los órganos efectóricos sólo son actuadores sobre el mundo. Si se cambia un órgano actuador sobre el mundo, se cambia puramente un instru mento por otro. Cambiase el formador de mundo y se cambia el mundo. Como hemos visto, y como realmente sabe cada cual, sólo hay un mundo objetivo, y, por el contrario, cientos de miles de mundos subjetivos. Por eso también se ha introducido la opinión de como si el mundo objetivo significara una realidad más alta que los mundos subjetivos; como si sólo se diera un mundo de efectos y los mundos de percepciones fueran pura apariencia. No es milagroso que las ciencias que se ocupan del mundo objetivo de efectos hayan ganado mucha mayor influencia que la biología, que se consagró a la investigación de los mundos de percepciones subjetivas. Y finalmente se verificó la gran irrupción de las ciencias objetivas en el territorio de las subjetivas, mediante el darwinismo, que destrozó el último escudo de la biología, la conformidad a plan, y en lugar de leyes subjetivas bioló gicas puso leyes físicas objetivas, aniquilando así a la biolo gía durante medio siglo. La conformidad a plan que descubrimos en la función unitaria del sujeto ejercida por diversas partes diferentes, sólo es comprensible si esta función se refiere a un objeto ajeno. Por eso, para la conformidad a plan se requieren también aquellas leyes que se dan entre sujeto y objeto. Si son suprimidas, las relaciones entre sujeto y objeto se des
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moronan también como vanas, y en lugar de ellas queda como única realidad las relaciones entre dos objetos. Esta ha sido la vía dolorosa de las ciencias de la Natura leza en el siglo pasado, que ha llevado al pleno aniquilamien to no sólo de la biología, sino también del pensamiento bio lógico, después que fué colocada una pura ficción en lugar de la viva observación. La misión de la biología actual es desenvolver nuevamen te, desde los fundamentos, su ciencia; y para ello, ante todas Jas cosas, se necesita una irrecusable explicación con las ciencias objetivas. * Cada ciencia de la Naturaleza escoge los más sencillos factores de que se compone su objeto de investigación y trata de comprender su composición. El lector no ignora cómo han resuelto este tema la física y la quím qu ímica ica.. Estas stas ciencias, cienci as, para huir de la perturbador perturbadora a influencia de los diversos sentidos, ha descompuesto los ob jetos que nos rodean rode an en obje ob jeto toss cada vez ve z más pequeños y sencillos, para llegar finalmente a un pequeñísimo objeto, privado de propiedades, que es considerado como indivisi ble, y por po r eso se llama llama átom át omo. o. El áto á tomo mo pasa asa p o r se ser el elemento eleme nto primitivo de todos todo s los los objeto ob jetos. s. Estos pequ pequeñ eñíí simos objetos deben ser pensados en permanente movi miento, y por las diversas especies de su composición y movimiento se trata de explicar todos los fenómenos físicos y químic quí micos os.. La gran ventaja que presenta la rep represe resent nta a ción de un igual elemento primitivo reside en la posibilidad de valorar numéricamente todos los fenómenos. La investigación biológica, en cuanto se ocupe del mun do de efectos efectóricos del animal, caminará por vías aná logas log as a las las de la la quím qu ímica ica y la física. físi ca. Pues entonc ento nces es se ocu pa también de la acción de un objeto sobre un objeto, y desati des atiende ende las las propi pro pied edad ades es subjet sub jetiva ivass del animal. animal. Para la biología objetiva no hay tampoco más que un único mundo general de efectos, de cuya investigación somos en tan alto grad gr ado o deud d eudore oress a la químic quí mica a y a la física. P or eso los los bió bió logos podrán, ante todas las cosas, identificar el mundo de efectos con la imagen física del mundo, porque los físicos,
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al tratar de las máquinas en la mecánica y Ja técnica, aceptan la conf co nfor orm m idad id ad a plan plan com co m o evidente. eviden te. En el el mundo de efectos no existe tampoco otra conformidad a plan que la mecánica. mecán ica. La investigac inves tigación ión bioló bio lóg g ica ic a se limitará limitará solamen solamen te a la investigación de casos aislados, pues cada animal sólo actúa actúa sobre un un pequeño peq ueño número núm ero de objetos obje tos.. Pero estos estos objetos son los mismos para el órgano efectórico del animal más bajo que para nosotros los hombres. M u y otras son la las cosas para para la biol bi olog ogía ía subjetiva. Para ara ella, lo que llamamos objeto no es un último dato, sino un pr oblem lemaa. problema. problema. Y verdaderamen verdaderamente te podemo pode moss decir el prob ¿Cuáles son los elementos que componen los objetos en el mundo subjetivo y cuál es la especie de esta composición?, preguntará el el bió bi ó log lo g o . La respue respuesta sta a esta esta pregunta pregu nta no n o ha sido encontrada por los investigadores de la Naturaleza, si no por po r los filóso filó sofos fos.. Ante tod t odo o el genio gen io de Kant ha ha sido el que nos ha mostrado el camino. camino. T o d o s con ocem oc em os el hecho fundamental de que cada propiedad de un objeto es al mismo tie t iemp mpo o una una sensación sensación de nuestros sentidos. P o r ejemplo, el color de la rana verde es verde, y verde es al mismo tiempo tiem po Ja Ja sensación de de mis mis sentidos. sentidos. Cada obje ob jett o se com co m pone po ne de tale taless sensaci sensacione oness de de sentidos. sentidos. Reciente Rec ienteme mente nte ha indicado nuevamente Mach, de una manera penetrante, que cada objeto de nuestro mundo de percepciones sólo es un c o m p lejo le jo de nue nuest stra rass sensaciones sensaciones de los sentidos. Pero Per o A4 A4ach no ha penetrado penetr ado en el problem prob lema a tan tan hondamente hondam ente c o mo Kant, que nos ha dado explicaciones fundamentales so bre bre la especie de com co m posic po sició ión n de ese ese com co m ple pl e jo: jo : un esquem esquema a de espacio reúne las sensaciones de Jos sentidos. Así, la rana verde no es sólo verde y de una determinada dureza y puli mento, sino que también está caracterizada por una forma determinada. determinada. Cier Ci erto to que la form fo rma a que caract ca racteriz eriza a a la rana rana verde no se realiza por completo en ninguna rana, pero suministra el esquema general al cual se ajustan todas las ranas. Paréceme ahora —y creo que ésa es también la opinión de Carl Camillo Schneider— que el esquema del espacio, o la forma, no basta para Ja formación del objeto rana verde,
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sino que tiene que entrar además el esquema de tiempo, o la función, para terminar el objeto. Más tarde tendremos ocasión de entrar en el problema de descomponer los objetos en sus elementos en el mundo per ceptib ce ptible le humano. P or ahora bast basta a la indica ind icació ción n de que lo los principios para el análisis del mundo receptórico son total mente distintos de los del mundo efectórico. La descomposición del mundo de efectos en los átomos de sus movimientos nos deja en el mayor embarazo tan pronto como queremos considerar al animal como sujeto en sus relaciones relaciones con co n los objet ob jetos os del mundo mu ndo perceptible. per ceptible. En tonces, mediante investigaciones, tenemos que establecer qué elementos de nuestro mundo ambiente pasan al mundo perceptible del animal y de qué manera estos elementos son resumidos por po r el el anim animal al en obje ob jetos tos.. Sólo Só lo entonce ento ncess podemos podemos comprender rectamente la conformidad a plan de la Natu raleza viva, pues animal y mundo perceptible forman jun tos una alta unidad de muy escogida armonía. II He pretendido exponer en lo que antecede la peculiar po sici si ción ón de cada cada animal animal en la Natura Nat urale leza za.. El animal es es siem siem pre un sujeto que está rodeado por los objetos de su mundo perce pe rcept ptibl ible. e. Desde Des de el punto pu nto de vista vista del anim animal, al, ya se se aca ba el mundo con ello; pero considerado desde nuestro hu mano punto de vista, el mundo perceptible del animal es sólo una mezquina fracción del mundo que nos rodea, y los objetos de ese pequeño mundo perceptible son totalmente distintos distintos de los obje ob jeto toss de nuestro mundo. Cierto Cier to que al gunas notas de nuestros objetos se extienden hasta el mundo perc pe rcep epti tib ble de los anim animales. ales. Pe Pero ro de fij f ijo o que esa esas notas, mediante otros esquemas de espacio y tiempo, forman obje tos de una especie totalmente diversa. A pesar pesar de eso, los órganos órga nos e fect fe ctór óric icos os de los animales agarran los mismos objetos que nosotros, y al hacerlo se colocan en un cambio de efectos con propiedades de estos objetos que jamás serán percibidas por sus órganos de los
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sentidos. sentidos. Pe Pero ro de ello no se origina ninguna escis escisión ión en el animal mismo, pues sus órganos receptóricos son excita dos siempre por aquellas percepciones de tales objetos para las cuales están construidos sus órganos efectóricos. Si ya presenta grandes dificultades la comprensión de la triple armonía que se exige de cada sujeto animal, primero entre mundo perceptible y receptores, segundo entre re ceptores y efectores en el animal mismo, y tercero entre efectores y mundo de efectos, el problema de cómo se origina tal sujeto es incomparablemente más difícil de com prender y acaso insoluble. Por fortuna, la Naturaleza hace que este fenómeno vuel va a aparecer constantemente en mil formas diversas ante nuestros ojos, de modo que poco a poco aprendemos a se parar lo esencial de lo no esencial, y de este modo comen zamos a comprender algo de las leyes de este fenómeno altamente maravilloso. Mas para ver con toda claridad lo oue queremos com prender tenemos que introducir una distinción abstracta: plan an funcion func ional al comprendemos la descripción de aquella por pl triple armonía y de los factores que participan en ella. A la descripc des cripción ión de todos tod os los factores facto res que participan en el origen de un sujeto la llamamos plan de orige ori gen n del animal, y ahora queremos considerar el plan de origen. Antes de fijar la vist vista a en un ejemp eje mplo lo con co n cre cr e to del origen de un animal queremos llamar en nuestro auxilio a la úni ca analogía que está a nuestra disposición, esto es, el ori gen de un producto humano, por ejemplo, una casa, para que no nos aturda excesivamente la novedad y extrañeza de los fenómenos naturales. Para la construcción de una casa se requieren cuatro ór denes de cosas: cosas: 1^, el materi mat erial al;; 2?, las las fuer fuerza zas; s; 3°, el plan plan de cons co nstru trucc cció ión, n, y 49, 49, la ejec ej ecuc ució ión. n. Ahora Ah ora,, si compara com paramos mos punto pun to por po r punto estos estos factores con aquellos que intervienen en el origen de un ser vivo, erial. l. F.l ma muéstrase ya una gran diferencia en el w at eria terial con el cual construimos nuestras casas, como ladrillos y madera, madera, no es ciertam cier tamen ente te lle l levad vado o a la obra en su fon fo n n a
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definitiva, pero, sin embargo, posee ya las propiedades tanto físicas como químicas, que conserva definitivamente, y existe también ya desde el principio en suficiente can tidad. M uy de otro otr o m odo od o ocu o curre rre c o n el animal imal.. La cél célu ula ger minal de que se constituye éste consiste en el contenido prot oplasma ma o pl plasm asmaa germinal, germinal, que sólo celular llamado protoplas con el curso del tiempo, por crecimiento y división, su ministra la sufi su fici cien ente te masa masa de materia. S ólo en el curso de la evolución las células originadas en su interior por división forman parte de estructura, diferenciadas tanto química como físicamente, que se constituyen en tejido muscular, nervioso u óseo. Igualmente diferentes son las fuerzas que actúan en es tas tas cons co nstr truc ucci cion ones es comparad c omparadas. as. T oda od a s las las fuerzas fuerzas que en tran en la construcción de la casa toman el material de fuera, levantan los ladrillos mediante el funcionamiento de las máquinas y dan forma a la madera con los golpes del hacha. Las fuerzas que entran en la construcción del animal son interiores inte riores.. Las más importa imp ortantes ntes transf tra nsform ormaci acione oness acaecen en el interior de las células, donde se originan partes de estructura muy altamente diferenciadas, tanto química como físicamente. A h ora or a sabemos nosotro noso tross que el cuerpo cue rpo del del ani mal posee factores especiales que muestran la posibilidad de juntar o separar unas de otras las moléculas de las ma terias más diferentes, a los que podemos imaginarnos como formando cadenas o anillos, sin que al hacerlo contraigan ellos ello s mismos mismos ninguna especie espec ie de unión. unió n. A estos fac facto torres fer mento ntos. s. L os ferme se les llama ferme fer mento ntoss son, por po r lo tanto, propios para preparar todos los nuevos procesos químicos posibles. posib les. El material material quím qu ím ico ic o del protopla proto plasma sma es, por su parte, capaz de todas las posibles alteraciones, y, finalmente, el permanente cambio de materia suministra las fuerzas necesarias para para efectu efe ctuar ar el ce c e r c o de las las células. Así se se nos aparece el material de que se dispone en la construcción animal. Pero el material y fuerzas solos no están en situación de
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ejecutar una construcción. Cada construcción de casa avan za según el plan, escrito o no escrito, que existe indepen dientemente del material. El plasma germinal se convierte en un animal acabado de una manera que el observador del fenómeno no puede designar de otro modo sino conforme a plan. Apenas podemos hacernos idea del celo con que han buscado los naturalistas en la célula germinal la existencia de ese plan, cuya presencia se revela por el curso firme mente regulado de cada una de las manifestaciones. Constantemente han ido amontonándose hipótesis sobre hipótesis acerca de la presencia de una secreta estructura en el plasma germinal. Pues si en éste hubiera existido una firme disposición de determinadas partes, sería muy sen cillo de comprender el plan de origen por la descripción de una estructura invisible, pero siempre material, como la descripción de las partes de estructura y su disposición en el animal desarrollado nos dan, sin más, el plan fun cional. El plan funcional no sólo describe los fenómenos en el animal ya acabado, sino que también expone la necesidad con que s* dan estos fenómenos. La pura descripción de los fenómenos del origen del animal suministra una regla en el caso mejor; pero su necesidad no puede, en modo alguno, ser comprendida por esa sola descripción. El fun cionamiento conforme a plan de una estructura construida conforme a plan no ofrece ninguna dificultad a nuestra facultad de concebir. Por el contrario, el origen de una estructura conforme a plan sólo -es comprensible si es ima ginada una estructura secreta. Mas ahora ha demostrado Driesch, de un modo irrefu table, que no existe una estructura secreta en el plasma germinal del animal. Como esta demostración representa una crisis en la historia de la biología, quiero exponer en pocas palabras el curso de ideas que ha dirigido el expe rimento de Driesch. Supongamos que en un germen, en el tiempo en que forma un montón de esferillas de células, existiera una es
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tructura secreta que no es descubierta por nuestros mé todos microscópicos, pero tendría, sin embargo, que salir a luz si se dividieran los montones de células. Como en el curso de la evolución de cada esferilla de células sale una determinada parte del cuerpo, la separación de una o va rias esferillas de células, tendría que tener como consecuen cia la pérdida de uno o varios órganos en la evolución. Pero no es éste el caso. La pérdida de un pequeño núme ro, hasta de la mitad, de todas las esferillas dq células no actúa perturbadoramente en el resto de las células. Aun en este caso constituyen siempre un animal completo y bien formado, aunque de un volumen correspondientemen te menor. El animal imaginado como constructor no construye una media casa de la mitad de los materiales de construcción puestos a su disposición, sino una casa entera de la mitad de tamaño. Por lo tanto, al arrebatar las esferillas de células se cam bia la masa de materiales, pero no se toca al plan. Hasta, en casos favorables, logró Driesch desprender de su enlace las esferillas de células para agruparlas de modo que, por ejemplo, las células que de manera normal habían de suministrar la boca del animal fueran llevadas ahora al sitio de las células cuya misión normal era formar las ex tremidades. A pesar de eso no se perturbó el curso de la formación. Las células aceptaron, sin más, la función atri buida a su nueva posición y se originó un animal normal, aunque hubiera sido cambiado el material original de todas las partes del cuerpo del animal. Exactamente de este modo procedería un maestro de obra a quien hubieran sido derribados los montones de ladrillos dispuestos para la construcción. Sin reflexionar, emplearía en la construcción de los cimientos los ladrillos que en otro caso hubiera utilizado para el piso de arriba, y al contrario. Pues el plan no es afectado por la remoción de un material semejante. Los experimentos de Driesch han sido totalmente confir mados, y ahora podemos considerar como firmemente es-
gil
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tablecido que el curso regular de la evolución de cada ani mal no es producido por una estructura secreta. Para presentar del modo más penetrante posible lo asom broso de este descubrimiento, quiero describir, en un ejem plo muy sencillo, el origen no de todo animal, sino de un único órgano. Las más bajas clases de animales, las llamadas amibas, se distinguen por que no poseen un desarrollo individual que desde un germen sin estructura los convierta en un animal de permanentes miembros. Las amibas, durante toda su vi da, siguen siendo un montoncito de protoplasma sin estruc tura. Mas para poder llevar una vida independiente, com o todos los animales, necesitan también determinados órga nos. Estos órganos no se forman por el animal de una vez para siempre, sino que son formados en cada caso y luego otra vez disueltos. A estos órganos se les llama seudópodos. Una amiba que se oculta en una pequeña concha, la Diffhigia capreolata , muestra el asombroso proceder si guiente: al arrastrarse hacia adelante hace crecer de sí un largo seudópodo, a manera de cuerda, en cuyo extremo se forman dos protuberancias en arco, que se cierran en círcu lo y constituyen un acetábulo, con el cual el animal se afirma sólidamente en el suelo. Acórtase después el seudó podo, con lo que el animal es llevado hacia adelante. Entonces deja de agarrar el acetábulo, el cual, acompaña do de la cuerda, es retirado al cuerpo, donde se disuelve por completo en el contenido líquido. Pronto se produce en otro lugar una nueva cuerda, y el funcionamiento co mienza de nuevo. y Todo esto se presenta com o del tod o natural y no parece absolutamente nada maravilloso. Pero tradúzcase lo aquí visto al co nocido orden de lo inorgánico. Supongamos que tuviéramos ante nosotros, en un recipiente, un líquido que en la superficie es un poco espeso, pero que fuera de eso no manifiesta ninguna estructura. Este líquido comienza a producir una forma, pero no da de sí ninguno de los ha bituales cristales, sino, por ejemplo, unas tijeras, esto es, un objeto cuya forma es condicionada por su función.
192 IDEAS PARA UNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MUNDO
Todos los que participaren en la contemplación de este fenómeno declararían que era altamente asombroso. Trátase de investigar las leyes a que obedece este asom broso fenómeno, y se manifiesta que sólo este líquido pro duce tijeras; por el contrario, otros líquidos emparentados con él producen cuchillos, y otros, cucharas y tenedores, respectivamente. Aproximadamente, otro tanto hemos avanzado en nues tros conocimientos acerca de las amibas; sabemos que cada especie produce los seudópodos propios de ella, y ningún otro. Pero todos se originan del contenido líquido del cuer po y vuelven a disolverse en él. En todos estos casos, primero es formado conforme a plan el instrumento de que se sirve el animal, y después es empleado conforme a plan el instrumento conforme a plan formado. También aquí vemos que primero ejerce su misión el plan de origen y sólo después entra en actividad el plan de función. El plan de función puede ser deducido directamente de la descripción de Ja estructura. Pero ¿qué ocurre con el plan de origen? Bien vemos que del contenido líquido de la amiba sólo se origina siempre uno y el mismo bien diferenciado seudópodo; pero no podemos conocer los factores que hacen necesaria esa especie de diferenciación. Eso se aplica a cada fenómeno de desarrollo de cada animal. Bien vemos la con formidad a ley, pero no vemos la necesidad. Acaso serán conocidas para muchos las conclusiones que saca Driesch de sus descubrimientos, quien ha adoptado de nuevo el antiguo concepto de la e?itelequiay procedente de Aristóteles, y fundado así el vitalismo, que admite una especial fuerza vital. Pero, por suerte, no estamos limitados a empeñarnos en filosóficos debates, pues el más grande descubrimiento bio lógico del siglo pasado nos ha puesto en situación de poder adivinar algo de estas misteriosas dependencias. Me refie ro a la exposición de la ley de Mendel.
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Mientras allá fuera en el mundo bramaba el combate del darwinismo, en el tranquilo jardín de un convento de Brünn uno de nuestros mayores naturalistas, pero que no vestía toga de profesor, sino hábito de monje, encontró una ley biológica de una profundidad tal y tan plena de consecuencias, que llevará su nombre hasta muy lejos en el porvenir, cuando haga ya mucho tiempo que haya sido comprendida en general la vanidad del darwinismo. La significación de la ley de Mendel en la comprensión del origen de los animales parecerá en seguida evidente si volvemos otra vez a la comparación con la construcción de la casa. También en la construcción de la casa no exis te el plan en el material, sino que está por completo fuera de él y de las fuerzas empleadas en la construcción. N o podría tampoco ejercer la menor influencia si entre él y lo material no se interpusiera un factor, al que quere mos llamar la dirección. La dirección de la obra se encar na en el maestro de obras o director de la construcción, el cual ordena la serie de los trabajos conforme al plan de construcción. La dirección de la obra está en relación con el plan extramaterial, de una parte, y de la otra con los materiales de construcción y las fuerzas empleadas en ella. La dirección, según el número de los maestros de obras existentes, se divide en un número de factores independien tes que, aun sin participar de un modo material en la cons trucción, dirigen los trabajos que son ejecutados por má quinas u operarios. Resulta ahora de la ley de Mendel que también en el ori gen de un animal la dirección es regulada por unos factores independientes que se llaman genas . Para comprender el camino por el cual ha llegado Men del a descubrir los factores independientes de la construc ción, considérese lo siguiente: cada animal y cada planta forman en sí un todo indivisible e independiente, que es perturbado por cada intervención anatómica. Constante mente están entre sí las partes en la más íntima relación, y la división, acometida por nosotros, del ser vivo en órga
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nos diversos puede ser ejecutada en el pensamiento, pero no en la realidad, sin destruir órganos importantes. Mendel, por la comparacón deudos plantas de la misma especie, pero de diferente raza, fué llevado a considerar que a pesar de eso los seres vivos se construyen de factores aparte y substantivos. Por ejemplo, si se cruza una planta que posee hojas de borde liso con una cuyas hojas son den tadas, en el curso de las futuras generaciones se originan descendientes que poseen hojas de bordes lisos o dentados, pero ninguna forma intermedia. Fué demostrado con ello que tanto la lisura como el dentado de los bordes son pro piedades independientes que se afirman sin mezclarse. Mendel demostró después que las células germinales alo jan las predisposiciones para estas cualidades substantivas como factores substantivos, independientes unos de otros. Pues, por ejemplo, si se cruza una planta de floración azul con hojas dentadas con una planta de floración blanca que posee hojas de borde liso, se obtienen todas las posibles combinaciones de estos cuatro elementos, y, a la verdad, en la misma proporción que era de esperar según el simple cálculo de probabilidades. Mediante la infatigable investigación del siglo pasado es tamos en situación de formarnos una clara imagen de la trascendencia de las predisposiciones o genas de Mendel. Sabemos que toda planta —como también todo animalconserva inmutable en sus células sexuales el mismo protoplasma, con sus predisposiciones, del cual el mismo se ha originado. Designemos ahora, en una planta paterna, la predisposición para la floración azul con una a y la pre disposición para el dentado de las hojas con una b , y en la otra, la predisposición para las flores blancas con uña A y la predisposición para tener hojas de borde entero con una B. Tenemos las genas paternas a, b y A, B, enlazadas por un signo + al unirse unas con otras; a la generación pa terna sucede a, b + A, B en la primera generación, que contiene en su plasma germinal una mezcla de todas las genas, lo que se escribe ab AB.
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N o pueden, naturalmente, en un individuo darse al mis ino tiempo dos propiedades opuestas en el mismo órgano, por lo cual, en la inmensa mayoría de los casos, quedará completamente oprimida una de las predisposiciones, y sólo llegan a desplegarse las llamadas predisposiciones dovúnantes. Mas las células sexuales, a pesar de eso, contienen el antiguo plasma germinal con^todas las genas a, Z?, A, B, Verifícase ahora un fenómeno muy asombroso, al que se llama maduración . Cada célula sexual expulsa la mitad de sus genas, de modo que sólo conserva en sí una gena para cada propiedad. Las células sexuales maduras de la pri mera generación, que suministran el nuevo plasma germinal para la segunda, son ya distintas entre sí. Existen gérmenes b y AB, y todas estas tanto ab como tfB, lo mismo que A variantes se presentan tanto en las células sexuales femeni nas como en las masculinas. Mediante cruzamiento de es tas células sexuales se origina el plasma germinal de la se gunda generación. Si hay suficientes descendientes, re sulta que se realizan todas las combinaciones únicas posibles de las cuatro especies de genas. Coloquemos, para descubrir todas las variantes, en el pri mer lugar de cuatro columnas las cuatro genas recibidas del padre y en el segundo las genas heredadas de la madre, y obtendremos el cuadro siguiente: 6
9
ab — ab ab —aB ab — A b ab — AB
6
9
aB — ab rtB — aB aB — Ab a B - AB
6
9
6
Ab — ab AB A b aB AB A b — A b AB A b - AB AB -
9
ab aB Ab AB
Esta tabla se ha revelado como un consejero infalible en toda especie de cría de animales y cultivo de plantas. La enorme significación práctica de las leyes de Mendel no ha dejado madurar plenamente hasta ahora las conse cuencias teoréticas. Pero también ellas serán comprendi das algún día en todo su alcance, y entonces se reconocerá qué mundo las aparta de las especulaciones darwinistas.
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¿Qué es una gena? La comparación con la casa nos lo aclarará. Mientras se creyó que había una estructura secre ta en el germen, se buscaban pequeñísimas partes materiales que, por aumento en número y crecimiento, debían llegar a constituir el animal completo. Esta suposición, trasladada a la construcción de la casa, afirmaba que existen en miniatura en el germen un ladrillo, un peldaño de escalera, una hoja de ventana, etc. Ahora se muestra que tal suposición es falsa. Después del descubri miento de Mendel tenemos que admitir que en el germen existen en miniatura la altura de los muros, la pendiente de las escaleras, el color de las hojas de las ventanas, etc. Eso parece completamente irrazonable, porquie se trata de puras propiedades formales, en modo alguno químicas, que jamás pueden ser extraídas sin más del material. Hasta se puede decir que también las propiedades formales son siempre condicionadas por determinadas propiedades quí micas o físicas del material. La aparente locura de afirmar que todas las propiedades de un material aun no existente están ya formadas en el germen disminuye tan pronto como piensa uno que en el germen sólo existe el material originario, al cual los fer mentos pueden prestar todas las posibles propiedades por ia introducción de procesos específicos. Se trata, pues an te todo, de recoger estos procesos en grupos unitarios, a fin de que se originen propiedades unitarias. Esta es la misión de la dirección de la obra, y esta dirección de la obra reside en las genas. Pero en la construcción de cada una de las propiedades del material no se origina aún ningún producto como los que presentan los órganos. Para ello es necesario también que las propiedades del material sean recogidas y agrupa das localmente. Ocurre esto gracias a determinados facto res ordenadores, de los que no sabemos otra cosa y a los que podemos llamar supergenas. La cualidad de tener los bordes completos y la de la azul floración tienen que ser reunidas localmente para que, en unión con otras propie dades, resulte un pétalo azul y de borde completo.
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Según esto, si pueden ser consideradas las genas como di rectores inferiores, que están por todas partes en la obra para cuidar de que los morteros sean mezclados como es debido, talladas debidamente las piedras, tienen que existir también directores de obras superiores, que vigilan la eje cución de cada una de las secciones de la casa, alguno para la construcción de las escaleras, otro para la construcción de las habitaciones, del tejado, etc. Los trabajos de Braus han mostrado que existen realmen te en la evolución tales factores independientes. Braus halló que la privación de una parte del material de un de terminado territorio germinal, por ejemplo, del que forma el hueso del brazo de un animal vertebrado, tiene c om o consecuencia que se origine un hueso de brazo completa mente organizado, pero sólo de la mitad de su tamaño. A su lado, sin preocuparse de ello, se origina un hueso normal de hombro, con el cual ya no se corresponde el hueso del brazo. Cabeza y cavidad de la articulación de hombro no se corresponden después una con otra en el animal adulto. Esto demuestra en primer lugar que los factores directo res de construcción para la formación de órganos, las su pergenas, son tan independientes unas de otras com o las genas mismas, mientras se encuentran en gérmenes indi ferenciados, y en segundo lugar, que las subgenas ocupadas en la construcción de un órgano construyen debidamente el órgano según sus propiedades formales y químicas, in dependientemente de la cantidad de material, porque un factor más alto las domina. Si queremos formarnos idea de la dependencia de los diversos factores, más adivinados que conocidos, que inter vienen en la construcción del animal, tenemos que consi derar como grado supremo la supergena formadora de ór ganos, bajo la cual se hallan las formadoras de propiedades, o las genas. Las genas, por su parte, rigen a los fermentos, y los fermentos atan y desatan las moléculas del material primitivo del plasma germinal forma un fermentante montra en un permanente cambio de substancia y energía. Esta construcción de los factores materiales y extrama
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teriales de la más diversa especie en una única unidad es
el plan de origen.
Resumiendo brevemente, la eficacia del plan de origen del animal se representa de la siguiente manera: el material primitivo de plasma germinal forma un fermentante mon tón de materia que perecería abandonada a sí misma, pues los fermentos y fuerzas que la rigen son totalmente desor denados, y tarde o temprano, por lo tanto, tienen que llevar a la descomposición. La primera ordenación tiene lugar por la primera gena, que recogiendo determinados fermentos, introduce la pri mera parte del proceso. Mientras dura la acción de la pri mera gena se efectúa el proceso de segmentación, la gene ración de células perfectas de la misma clase, que a volun tad se pueden cambiar unas por otras. Entonces intervienen las genas inmediatas y efectúan la organización del montón de células en tres láminas germi nales, cuyas células varían de lámina en lámina, pero son plenamente semejantes dentro de cada una de ellas. Se presentan nuevas genas y separan las láminas germina les en territorios germinales, que ya representan la dispo sición de los órganos. Sólo ahora comienza Ja actividad de las supergenas, las cuales determinan en qué células las diversas subgenas deben introducir la formación de teji dos dependientes de ellas: aquí, tejido muscular; allí, te jido óseo, etc. Se ha logrado recientemente aislar en vida Jas células en que se desarrolla el tejido nervioso. Entonces sigue origi nándose auténtico tejido nervioso, ciertamente, piero los nervios crecen hacia fuera sin regla alguna, ya que les falta la dirección. Finalmente, se origina un organismo acabado, cuyos ór ganos armonizan conforme a plan y trabajan en común, esto es, poseen un plan de función. Si se considera el curso de Jas cosas, sin ligar a ello nin guna posterior teoría, no puede negarse que queda puesto de relieve en ello un hecho que se da directamente de gol pes con la dominante concepció n materialista. Es el en
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grane de factores vitales en la rueda motriz fisicoquímica. Como se recordará, una gran dificultad de pensamiento de las ciencias naturales de medida y número consiste en que en lugar de los fenómenos realmente observados se c o loca una ficticia, pero útil, imagen del mundo, en la que no hay ninguna cualidad, sino sólo cantidades. Ningún naturalista querrá impugnar la legitimidad de este proceder; pero lo que sí tiene que ser impugnado muy enérgicamen te es, en primer lugar, la integridad, y en segundo, la rea lidad de esta hipótesis auxiliar. Es evidente que en todas las imágenes cuantitativas del mundo faltan todas las relaciones que' ligan las diversas cualidades en una cualidad superior, porque las cantidades puestas en lugar de las cualidades no pueden, en modo alguno, entrar en tal unión. Así, por ejemplo, es imposi ble expresar por medio de cualquier combinación de ondas del éter la ley del efecto complementario de los colores según la cual cada par de colores se ligan en una unidad más alta, el blanco. Lo mismo puede decirse de los so nidos. En músicai designamos com o notas los sencillos factores fundamentales. A pesar de eso, ya el sonido sen cillo es una alta unidad, que tendríamos que llamar reso nancia, ya que se compone de tonos armónicos, etc. Un oído musicalmente muy educado acaso puede oír separados los sonidos parciales que componen la alta unidad, mien tras que hasta ahora aun no ha habido vista tan fina que haya entresacado los factores que forman el blanco. Esta es la única diferencia. Físicamente, la unidad de sonido pue de ser representada por una onda de aire tan escasamente como el blanco por una onda de éter. Naturalmente, en el mundo de ideas físicas falta toda in dicación de una conformidad a plan de las estructuras, porque también ésta es de naturaleza puramente cualitativa y en modo alguno puede ser expresada cuantitativamente. Aun más incierto se alza el famoso mundo de los átomos cuando se trata de la reproducción de unidades cuyos fac tores se suceden en el tiempo, como por ejemplo, la melo día abarca una serie de notns en una cualidad nueva.
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Si ya la misma existencia de un objeto construido con forme a plan es inalcanzable para la consideración física del mundo, ¡cuánto más lejos de su horizonte se halla el origen conforme a plan de un objeto conforme a plan! Estos fenómenos, realmente observados por nosotros, per tenecen única y exclusivamente al territorio de la biología y sólo pueden ser tratados según leyes biológicas. La ley superior de la vida, la que abarca según plan toda confor midad a plan en el tiempo, ha sido llamada por Karl Emst von Baer la aspiración a un fin. Su actividad es por todas partes la misma; sus efectos, por todas partes distintos. III Según hemos visto, cada ser vivo se caracteriza por no estar obligado, como un objeto muerto, a recibir y trans mitir sin selección cada efecto del mundo exterior, sino que posee la capacidad de oponerse al mundo exterior, como sujeto que recibe los efectos del mundo exterior que se le acomodan y suprime los que le perturban. El sujeto animal posee además la capacidad de transformar, sin ex cepción, las formas de energía del mundo exterior en la forma de energía sólo a él correspondiente: la excitación. Por su parte, la excitación pone en actividad los órganos efectóricos del animal. Los órganos efectóricos son instrumentos acabados que conciertan siempre con los objetos del contorno, por muy especializados que estén, como los innumerables instrumen tos de los insectos, o, por el contrario, poseen la posibilidad de acomodarse a las formas de todos los posibles objetos, como nuestra mano. El sujeto vivo introduce en el desierto de los hechos físicos de los cuerpos sin vida, que sólo están señoreados por la ley de causa y efecto, su ley propia, que es la con-
jormidad a plan.
Las tres capacidades necesarias para formar un sujeto construido conform e a plan son: primero, la selección de estímulos; segundo, la transformación de los estímulos en
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excitación, y tercero, el ponerse en movimiento la activi dad efectórica. Ya en las simples amibas, que sólo se com ponen de una gota de protoplasma, encontramos estas tres funciones, que se diferencian como irritabilidad, transmi sión de la excitación y movilidad. Las tres funciones, que están ligadas entre sí como los miembros de una cadena, son designadas en común con el nombre de reflejo. Se en cuentran en todas partes donde existen órganos indepen dientes en cuerpos vivos. Trátase, en último término, de referir al reflejo la acti vidad vital de todos los animales. Es muy práctico designar el funcionamiento de cada animal como un reflejo com pleto, pues la cadena del reflejo con sus tres miembros nos suministra el único medio fisiológico de división utilizable en la actividad total del animal. Distinguimos, según eso, en el sujeto animal una actividad receptórica, una central y una efectórica. Comenzamos por la consideración del miembro final de la cadena, que se realiza en los órganos efectóricos o efectores. T odos los innumerables órganos efectóricos de la serie animal, ya sirvan para volar, correr, arrastrarse, na dar, comer o para lo que sea, muestran una nota común. Es la movilidad. Y su movilidad la deben todos al mismo órgano, la fibra muscular. Se puede decir, po r lo tanto, que la fibra muscular es el órgano mccánico-efectórico por excelencia. Hay además órganos químico-efectóricos, las glándulas, pero cuya significación no nos toca en este mo mento. La fibra muscular es aquel órgano del cuerpo del animal que menos se distingue del sencillo protoplasma, pues cada fibra muscular muestra en sí todos los miembros de la ca dena del reflejo. La fibra muscular es irritable, es decir, entra en excitación ante determinados influjos exteriores; la excitación se reparte por toda la fibra v realiza en todas partes un movimiento de contracción. Estamos por com pleto a obscuras acerca de los fenómenos micromecánicos y microquímicos, respectivamente, de la contracción del músculo, aunque no se dejó de aprovechar ninguna ocasión
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para enunciar una teoría acerca de tales cosas. Por eso reina en los últimos tiempos alguna mayor claridad acerca del papel que está llamada a representar la función de la fibra muscular en el cuerpo del animal. Así, queremos considerar algo más de cerca esta parte del problema. Cada una de las fibras musculares es una cuerda que no sólo puede contraerse, sino que también, durante su con tracción, está en estado de vencer resistencias y levantar pesos. A veces estas dos funciones están divididas entre dos diferentes especies de músculos, como también nos otros, al elevar pesos, a la máquina que mueve el peso le añadimos un trinquete que sostiene el peso en alto e im pide que se deslice hacia abajo. En lugar de un trinquete puede imaginarse intercalada una segunda máquina, que con su trabajo sostiene el contrapeso de la carga de modo que el peso levantado no se encuentra en un equilibrio estable, sino en uno inestable. Por eso siempre se distinguen en los músculos un aparato de contracción y unaparato de inhibición. Ambos apara tos trabajan juntos, de modo que la excitación fluye pri mero al aparato contractor, trata de ponerlo en movimiento, y sólo cuando éste es impedido de trabajar por el peso de la carga se desliza al aparato de inhibición, el cual, después, entra en actividad lentamente hasta que sostiene la carga del contrapeso, y entonces el aparato de contracción es capaz de levantar el peso. Por lo tanto, dos especies de cosas son capaces de hacer las fibras musculares, contraerse y vencer resistencias; pero eso es todo. Para poner en el debido movimiento al aparato exterior de los efectores, con frecuencia muy complicado, de modo que cada una de las partes se inserte con su acti vidad en la serie debida, no basta la musculatura sola. Para hacer los movimientos del cuerpo de las contracciones musculares se necesita la intervención del sistema nervioso. ¿Cómo ocurre eso? L o mismo que en la máquina de escribir cada una de las letras es golpeada por su propio macillo, cada fibra muscular posee su propia fibra nerviosa, lo que hace posible que cada fibra muscular sea hecha fon-
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donar en común con las otras fibras musculares en todas las imaginables relaciones. Con esto conocemos el segundo órgano importante del cuerpo animal: la fibra nerviosa. Esta se ha especializado mucho más que la fibra muscular; sólo es capaz de entrar en excitación ante un estímulo y de transmitir la excitación más adelante: no posee ninguna otra movilidad. Cada ner vio se compone de innumerables fibrillas finísimas que c o rren separadas unas de otras y que también conducen la excitación aisladamente. Lo que sabemos de las propiedades microquímicas y micromecánicas de la excitación, a pesar de los aparatos extraordinariamente perfeccionados que mi den la forma de expresión eléctrica de la excitación, no basta aún, ni con mucho, para proporcionarnos una apro vechable representación física; cierto que ante todo, por que esos aparatos sólo son propios para conocer la ex citación en movimiento, y, a decir verdad, en una muy determinada forma vibratoria, una especie de ondulación. Pero carecemos de todo aparato para medir la excitación en reposo o en cambios lentos. Por eso, si queremos formarnos una idea del papel que representa la excitación en el cuerpo animal tenemos que atenernos a la grosera analogía con los movimientos de líquidos en tubos. Quienquiera formarse una superficial imagen de cómo están relacionadas las fibras musculares con el sistema ner vioso central, que se represente que cada fibra muscular está ligada por un tubo de goma con un globo de goma dotado de autoactividad, que contiene el desconocido lí quido de la excitación. Este globo de goma, o más bien el órgano central que nos hemos presentado bajo tal imagen, tiene dos misiones que desempeñar: primeramente, enviar a los músculos ondas de excitación, que convierten la excitación existente en el músculo en una onda análoga de movimiento, la cual, por su parte, pone en actividad los aparatos de contracción e inhibición; en segundo lugar, mantenerse en un permanente cambio de efectos con las excitaciones musculares. Cierto
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que no se realiza ningún directo tránsito de la excitación nerviosa a la excitación muscular, y al contrario; mas, sin embargo, el órgano-globo que se halla en el extremo central de la fibra nerviosa refleja exactamente, en su grado de plenitud, el estado de excitación (masa y presión de exci tación) del músculo. Por eso he llamado a este órgano el representante del músculo. Imaginémonos ahora enlazados por una red de tubos to dos los representantes de los músculos: así hemos adquirido una imagen bastante acertada del sistema nervioso central más fácil que cabe imaginarse. ¿Cómo funciona tal sistema nervioso central? Resulta que los músculos, si no están inhibidos al máximo, pueden ser llevados a enervación por extensión. La enervación es la expresión para designar un estado fuertemente rebajado de excitación. Este estado de excitación influye en el grado de plenitud del representante del músculo. Si desde fuera, esto es, desde la parte de los receptores, fluye ahora a la red central una onda de excitación, ésta sólo podrá entrar en los representantes de los músculos enervados. Sólo éstos, según se dice, son acordes con la nueva exci tación; los otros representantes son discordes. A conse cuencia de eso, sólo se contraen los músculos extendidos, En ima sencilla red nerviosa , la excitación corre siempre hacia los músculos extendidos; ésta es la ley más general de la dirección de la excitación. Donde se presente este fenómeno, podemos estar seguros de que nos encontramos ante una sencilla red nerviosa. Pero reconocerem os en se guida otras disposiciones que impiden la aparición de la regla general. Pero antes hay que llamar la atención hacia una conse cuencia muy importante de la ley general de excitación. La mayor parte de los músculos, en cada cuerpo animal, están colocados de tal modo que cada par de músculos trabajan siempre en oposición. Se llama entonces a uno de los músculos el agonista, y a su contrincante, el anta gonista. Si se contrae el agonista, se extiende al mismo tiempo el antagonista. Ahora, si en la red central fluye
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siempre la excitación hacia el representante del músculo entonces extendido, se deduce de esto la más sencilla es pecie de ritmo de movimiento, que sirve a innumerables animales para ejecutar su marcha, pues provoca una osci lación de las piernas a uno y otro lado, que, con una apro piada construcción de las extremidades, lleva a un movi miento de carrera. Del mismo modo se pueden referir a esta sencilla imagen los plurales movimientos serpenteantes de los largos animales sin pies. Hasta los movimientos de la cola del gato obedecen a esta ley. La representación de la red central, que liga los repre sentantes de los músculos, se ha mostrado como muy apro piada para percibir intuitivamente, mediante la introducción de toscas imágenes mecánicas, una porción de fenómenos de naturaleza central de los cuales no se poseía la más mínima representación intuitiva. Quizá se me objete que tal imagen sólo puede tener un valor muy dudoso, ya que los fenómenos del sistema ner vioso central se realizarán, seguramente, sobre base muy distinta de la que aquí hemos adoptado. ¿N o es acaso me jor apartar la vista de toda comparación hasta que las in vestigaciones micromecánicas hayan progresado tanto que puedan ofrecernos un seguro fundamento para los fenó menos del sistema nervioso central, en vez de entregarnos a imágenes y comparaciones falsas e imprecisas, que es po sible que nos hagan caer en el error? A esto se responde que toda comparación empleada sin precauciones tiene que llevar forzosamente por falsos ca minos; pero que una imagen usada con precaución contri buye mucho a la claridad y precisión. Pero hay una razón decisiva por la cual la biología no podrá prescindir jamás de tales imágenes. Su misión, pre cisamente, es representar la conformidad a plan de los or ganismos. Pero la conformidad a plan no puede, en modo alguno, ser concebida mediante un pensamiento lógico, sino sólo por intuición. Por lo tanto, es necesario hacer com prensible, mediante una imagen intuitiva, los papeles que está llamada a representar cada parte del cuerpo animal,
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para no perder nunca de vista la dependencia de todo el mecanismo. Sólo cuando los biólogos han ordenado cada hecho nuevo en la dependencia intuitivamente concebida no corre peligro la biología de ser asfixiada por el sobre amontonamiento de hechos. El sistema nervioso central es el asiento del mecanismo de las excitaciones. Para desentrañar, hasta cierto punto, la manera de ser de este mecanismo y reducir a una com prensible dependencia los fenómenos de los receptores con los movimientos de los efectores sirve la bosquejada imagen. Bastarán algunos ejemplos para convencer a todos de la utilidad de esta imagen. Hay casos en los cuales también se presenta un ritmo entre músculos que no están uno con otro en ninguna relación antagónica; donde, por lo tanto, el ritmo tiene que ser atribuido a las disposiciones del sis tema nervioso central; donde ya no se tiene que hablar de un antagonismo de los músculos, sino de un antagonismo de los centros. En este caso, lo más cóm odo es imaginarse a los representantes de los músculos en cuestión puestos en una anatómica relación antagónica. Como los músculos antagónicos se extienden recíprocamente, así también pue den extenderse recíprocamente los representantes, a los que se atribuye forma armónica. En el caso del antagonismo de los centros ya no puede considerarse como sencilla la red central y la ley general de excitación ha perdido su sentido. En animales u órganos alargados se designará igualmente com o alargada la red central. En estos animales aparece con frecuencia una manifestación característica. La exci tación, sea producida por el estímulo que quiera y en el sitio del cuerpo que le parezca, corre siempre hacia el ex tremo anterior y causa allí los primeros movimientos rít micos; después sigue recorriendo al animal en línea recta. Esta manifestación es llamada cuenca de excitación e indi cada por una mayor difusión de la red. En casos raros, la cuenca de excitación se encuentra también en otras partes del cuerpo. Hasta ahora sólo habíamos considerado aquellos casos en
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los que todos los centros estaban coordinados unos con otros, co m o ocurre en muchos animales inferiores. Nada cambia en ello la ocasional aparición de divisiones en Ja red. Por el contrario, pronto aparecen sistemas nerviosos en los cuales la división de la red va de acuerdo con una subordinación de los centros . Si echamos una ojeada a los : equinos, que poseen una red central exterior y una interior, se pone de manifiesto que sólo en la red exterior se asientan los representantes que están en relación con los músculos. Por el contrario, en la red interior se encuentran órganos completamente análogos que también pueden ser represen tados como globos y que sirven como activosdepósitos de excitación . Su actividad consiste principalmente en que, gracias a su posición central, les es posible mantener al mismo nivel el estado de excitación de los representantes en todo el animal. Mientras en los equinos estos depósitos centrales sirven para alimentar con excitación a los representantes a ellos subordinados, en los caracoles los depósitos centrales que se encuentran en el ganglio pedal sirven para absorber la excitación excesivamente grande que se encuentra en la red de representantes subordinados. En caso de más amplia perfección de los animales se pierde cada vez más el carácter original de la red en el sis tema central nervioso; los diversos representantes de aque llos músculos que tienen que ejecutar un movimiento co mún son colocados por grupos bajo un único depósito de excitación, que llega a ser su comandante. Grupos de co mandantes están a su vez sometidos a un super comandante. Esta es la situación que encontramos en los calamares. Acaso se haga uno la pregunta de cóm o es posible tratar tan al detalle los fenómenos del sistema nervioso central sin considerar los órganos receptores , de los cuales, sin em bargo, salen las eficaces excitaciones. La razón de ello es fácil de comprender. Mientras el sistema nervioso central forma una simple red es comple tamente indiferente por qué receptor es enviada una exci tación al sistema nervioso central. Ya sea que un estímulo
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de luz hiera a un fotorreceptor, o un estímulo de tacto a un tangorreceptor, o un estímulo químico a un químicorreceptor, siempre se producirá igualmente en el nervio una onda de excitación. Esta onda de excitación se derrama en la red general y allí se pierde toda diferencia de cualidad. El nervio, de cualquier especie que sea, no puede recibir ni conducir otra cosa más que excitación. Según la especie de construcción del animal, el extremo libre del nervio que desemboca en la piel, y que, como tal, está abierto a todo estímulo de mediana intensidad, estará provisto de aparatos de protección, para cegarlo a estímulos inútiles, o poseerá aparatos especiales llamados transformadores, que tienen la posibilidad de convertir ineficaces influencias del mundo exterior en eficaces estímulos nerviosos. Análogas trans formaciones las vemos, por ej.emplo, en nuestros fósforos, cuya masa inflamable prende fuego a la madera con un suave frote, mientras que la madera sola, sólo muy difícil mente llega a encenderse por frotamiento. Diversos animales inferiores, gracias a sus receptores pro vistos de transformadores, poseen ya un mundo perceptible muy finamente concordado, pero cuyos efectos se pierden en la red central sin dejar huella. Tales animales son ya capaces de reaccionar ante muy especiales estímulos, pero no poseen ningún medio para separar unos de otros estos estímulos. Este medio sólo es ofrecido por la división de la red cen tral en diversos territorios. Uno de los casos más sencillos lo ofrece la anémona de mar, que posee una red especial para los representantes de los músculos longitudinales y otra para los representantes del anillo muscular. Ambas redes están en relación con diversos receptores, y así re sulta que un estímulo mecánico no es confundido en ellas con un estímulo químico, sino que ambos estímulos provo can efectos opuestos. La división de la red ofrece, por lo tanto, la principal posibilidad de separar cualitativamente los estímulos del mundo ambiente; pues no se olvide que cada estímulo, de cualquier clase que sea, jamás puede hacer otra cosa que
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provocar una excitación en un nervio, en nada distinta de la excitación del nervio vecino, y que, sin embargo, gracias a su receptor específico, es excitada por muy otro estímulo. Por Jo tanto, sólo la persona del nervio , y no la especie de excitación, es lo que hace que diversas cualidades de diversos estímulos puedan ser percibidas en el animal. Para asegurarlos permanentemente, cada nervio tiene que des embocar en una red separada, que no esté en relación con las redes de otros receptores. Pero la introducción de redes receptores ofrece además otra posibilidad, que es Ja de separar cualitativamente los estímulos de igual especie, si afectan a otro lugar del cuerpo del animal. Esta posibilidad es utilizada ante todo por los ojos, cuya retina se compone de pequeñísimas esferas sen sibles a la luz, cada una de las cuales posee su separada fibra nerviosa. Si todas las fibras nerviosas desembocan en una red común, entonces un objeto mayor provocará, cier tamente, una excitación más grande que uno más pequeño; pero si no, no se presenta ninguna diferencia. Del mismo modo, un objeto moviente, que excita una después de otra todas las esferas de luz, producirá mayor efecto que uno en reposo. Esto se llama motorrecepción. En este caso, la forma del objeto no puede ejercer, sin embargo, ningún efecto específico. Un efecto de imagen, o iconorrecepción, es imposible en caso de una red única. La jornia de los objetos se refleja suficientemente en la diversa combinación de Jas excitadas esferas de luz. Si en una retina ha de dibujarse un objeto triangular, será exci tado otro grupo de esferas de luz que por uno cuadrangular. Es del to do indiferente el que la red central sea o no capaz de percibir esta diferencia. Imagínese ahora que haya varias redes centrales de for mas sencillas, triangulares o cuadranglares, existentes desde el principio en el sistema nervioso central, y estas redes se interesarían, según las reglas de la inducción eléctrica, si algunas esferas de luz eran excitadas en los grupos triangu lares o cuadrangulares (en lo cual intervendría siempre la electricidad); así, esto prestaría al animal la posibilidad de
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reaccionar de distinto modo ante objetos triangulares y cuadranglares. Con esto la forma llega por primera vez a ser un estímulo eficaz. Un animal que sólo alberga escasas redes receptoras en su sistema nervioso central ordenará esquemáticamente todo el mundo visible según esas pocas redes. Por eso se llama propiamente un esquema a esa red de formas repro ducidas. Mediante la aparición de estas redes receptóricas o esque mas ha cambiado de repente la posición de todo el animal con relación a su mundo perceptible. Mientras antes cada estímulo de los receptores, transformado en excitación, obraba inmediatamente sobre la red de representantes, ahora se inmiscuye un factor entre los receptores y la red de representantes: un nuevo órgano que agrupa las ondas de excitación de cada una de las fibras y las liga en formas fijas. Este órgano tiene parecido con un espejo, el unido aparato que es también propio para reproducir las formas del mundo exterior. Pero el espejo es un instrumento físico que, sin distinción, reproduce todas las formas. En el ór gano receptórico no llega a estar vivo un mundo físico espejado, sino un anthmmdo biológico . En éste sólo existe una selección de aquellas formas que son importantes para la vida del animal, y, a la verdad, con el grado de precisión que es conforme a fin para el animal. En el "ver” formas (iconorreoepción) hay que distinguir 1?, el objeto en el mundo exterior; 2?, la imagen en la re tina; 3°, el esquema en el antimundo. Sólo en éste se enlaza la zona efectórica con los coman dantes y representantes. La investigación del antimundo es ciertamente un difícil tema de la biología experimental, pero altamente laudable. La práctica, también en esta como en tantas otras cosas, ha ido delante de nosotros y nos ha mostrado el camino que debemos tomar al construir el pescador de caña sencillos modelos de moscas, que son precisamente lo bastante para hacer que en el mundo perceptible del pez se presente una verdadera mosca a la que el pez atrape con la boca.
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El antimundo es el que, en los animales superiores, puebla de objetos el mundo perceptible y les presta con ello una gran superioridad sobre los animales inferiores. Mientras en los animales inferiores les competen los temas principa les a los órganos efectóricos yf su vida se desenvuelve prin cipalmente en el mundo de efectos, en los animales supe riores los órganos receptóricos representan los papeles di rectores, gracias al antimundo, con lo cual es atribuida al mundo perceptible una significación cada vez más grande. Y, finalmente, en el hombre el mundo perceptible vence por completo, en su desarrollo, al mundo de efectos, pues hasta sus propios efectores llegan a ser objetos de este mun do perceptible. 4
Quien haya adquirido una noción de la vida interior de los animales habrá reconocido que, a pesar de todas las di ferencias de esta vida interior, predomina un plan funda mental relativamente sencillo, que señala a los diferentes órganos sus funciones efectóricas, centrales o receptóricas. Estas tres funciones fundamentales tienen que existir en cada animal para que pueda desempeñar su papel en el mundo como sujeto independiente. Como cada una de las tres funciones fundamentales no es comprensible sin las otras, ya que las tres reunidas forman una sola unidad, el papel de todo animal como sujeto no es comprensible sin los objetos a ello correspon dientes. Cada animal, como sujeto, se compone de tres órganos tipo, dos de los cuales, el efectórico y el receptórico, están siempre en contacto, con el mundo exterior. El mundo ex terior con el cual se relacionan los órganos efectóricos y receptóricos no es absolutamente el mismo. Com o ya queda expuesto, tenemos que distinguir entre un mundo de efec tos, correspondiente a los órganos efectóricos, y unmundo perceptible, correspondiente a los órganos receptóricos. Hasta qué punto caen uno fuera del otro estos dos mundos
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quiero aclararlo con un ejemplo que tomo de mi propio libro Unweit und Innenwelt der Tiere: "La medusa Rhizostomapulma. ”La superficie del mar es un pastizal único cubierto de abundantes plantas. Como en los pastizales terrestres se alimentan las ovejas, así se alimentan las medusas en los pas tizales marinos. Tan distintos com o son los dos mundos, así son también distintos los animales que viven en ellos. Pero, en cada caso, pastizal y pastantes armonizan de un modo igualmente perfecto. ”La vegetación del mar abierto consiste en innumerables algas monocelulares, especialmente diatomeas, que, en di verso espesor y hasta variable profundidad, penden como finísimos puntitos. Pueden seguir sin resistencia cada mo vimiento de las olas sin cambiar de sitio, como el agua misma. Para coger este fino polvo alimenticio, el animal que pasta necesita un estómago palpitante que recoja el agua sin filtrar y la devuelva filtrada. Sólo de este modo puede ser reunido polvo alimenticio en cantidad suficiente para alimentar a un animal grande. Al mismo tiempo, ne cesita el animal, si es más pesado que el agua, realizar mo vimientos de natación, que lo mantengan en la superficie. ” La consideración del Rhizostomapulmo, una de ’las grandes medusas del libre mar Mediterráneo, nos enseña de qué ingeniosa manera están relacionados entre sí los dos movimientos necesarios de la aprehensión del alimento y la natación. Una Rhizostoma en reposo se asemeja aproxima damente a un paraguas abierto, fabricado de gelatina elás tica. Muestra tanto el mango com o la umbela. El mango, por su parte, se parece a un pesado carámbano pendiente hacia abajo. Está surcado por canales longitudinales, en los cuales se abren finos poros que sirven para la toma de agua. El mango está sujeto con cuatro elásticas presillas a la parte inferior de la igualmente elástica umbela de gelatina. Entre las 4 presillas hállase extendido el membranoso estómago, en el que desembocan los canales longitudinales del mango. ” Se trata, ten primer lugar, de poner al estómago en pul sación rítmica, y en segundo lugar, de ejecutar movimientos
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de natación con la umbela. Ambas cosas son realizadas por medio de unos finos músculos anulares que van asen tados en el borde interior del paraguas, y que con su con tracción aumentan fuertemente la convexidad del elástico paraguas. Si los músculos ceden en su acción, vuelve a achatarse la umbela, gracias a su elasticidad. Com o el golpe del paraguas hacia arriba dado por los músculos es más enérgico que el golpe elástico hacia abajo, se produce con ello un movimiento de todo el animal hacia arriba. El pe sado mango cuida de que la posición del paraguas con la umbela en lo alto quede mantenida permanentemente y vuelva a ser tomada después de perturbaciones exteriores. ” Con ello está dado el movimiento de natación. En cada contracción del borde del paraguas se aumenta la convexi dad de la umbela, como hemos visto, y la cima es empujada hacia arriba. De este modo se produce un tirón sobre el mango. Este no puede obedecer al tirón inmediatamente, porque la resistencia de fricción en el agua es demasiado fuerte. Entonces se extienden las elásticas presillas y la charca del estómago se dilata. Después de terminado el gol pe del músculo vuelve a achatarse la campana, las presillas se encogen, el mango se acerca a la umbela y estrecha la charca del estómago. De esta manera, con una sola activi dad muscular están resueltos el movimiento de la umbela y el del estómago. Las pulsaciones del estómago impulsan por su parte el alimento a los canales digestivos, que se extienden por la parte inferior de la umbela, a manera de radios. Al mismo tiempo impulsa por este camino fresca agua respiratoria a los tejidos interiores. De este modo, por la contracción de los músculos del borde son realizadas todas las funciones de movimiento de que necesita el cuerpo. ” La actividad de los músculos del borde es, por lo tanto, incomparablemente más importante de lo que lo son, por regla general, los movimientos de las partes periféricas. Pues en el Rhizostoma las funciones del nadar, comer, digerir y respirar son ejecutadas o, por lo menos, iniciadas por los músculos anulares. N o es milagroso que toda la vida ani mal del animal se concentre en estos músculos. Aquí se
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asientan los únicos órganos de recepción, los llamados cor púsculos marginales; aquí se asienta todo el sistema nervioso. ’’Los corpúsculos marginales del Rhizostoma forman saquitos, que contienen una piedra y un almohadillado ner vioso. Se deduce de aquí que el choque de la piedra y el almohadillado nervioso produce un estímulo nervioso. ”Si a un Rhizostoma se le cortan todos los corpúsculos marginales menos uno solo, prosigue latiendo a pesar de eso. Pero si se detienen esos corpúsculos con un palito fino y se impide que participen en las oscilaciones del margen de la umbela, Ja medusa se queda instantáneamente quieta. Sólo cuando se han hecho oscilar artificialmente los cor púsculos comienzan otra vez los movimientos de natación. El corpúsculo marginal se conduce} como una campana cuyo badajo fuera sujetado de repente, y por eso no puede sonar más. ’’Cuando desde a bordo del barco se contempla la cen telleante superficie del mar azul y vense, en innumerable muchedumbre, las silenciosas campanas de las medusas, que se acercan flotando como flores maravillosas de un jardín encantado, nos sobreviene involuntariamente un sentimien to de envidia. Poder flotar de un lado a otro, libre y sin ansias, llevado por las sonoras olas, en medio de toda esta magnificencia de colores, en el centelleante día y la res plandeciente noche de luna, tiene que ser un destino mag nífico. Pero la medusa no percibe nada de eso. T odo el mundo que nos rodea está cerrado para ella. Lo único que llena su vida interior es la rítmica excitación que, produ cida por ella misma, nace y se extingue en su sistema ner vioso en una serie siempre igual. ’’Así, este maravilloso organismo está constituido para resolver las más precisas necesidades. El plan de construc ción asegura al animal su alimento y el necesario movi miento, sin que eso corresponda a ningún estímulo del mun do exterior. Un mundo perceptible que llene el sistema nervioso con ricas excitaciones no existe para el Rhizosto ma; sólo un contorno, del cual extrae el alimento su es tómago.”
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Como ejemplo de cuánto se apartan de los nuestros los ob jetivos que se presentan en el mundo perceptible de los animales, querría presentar las pinzas venenosas del equino. Las pinzas venenosas, que son un órgano independiente del cuerpo del equino, se alzan tan pronto como son afec tadas por un débil estímulo químico. Se abren ante un fuerte estímulo químico y adelantan, al hacerlo, sus cabe llos táctiles, los cuales, al estar en contacto con alguna cosa, excitan por reflejo el músculo de cierre, y las pinzas aprie tan instantáneamente. Para el mundo perceptible de las pinzas venenosas sólo hay una cadena de estímulos, cuyos miembros se presentan sucesivamente en el tiempo. Para nosotros, esta cadena de estímulos tan pronto es un Jimáceo como una estrellamar que se acercan al equino. Am bos se acercan lentamente; ambos echan al agua materias en extremo activas química mente; ambos producen, por último, un estímulo de con tacto. Estas son las solas notas que utiliza el equino. Por eso, en el mundo perceptible del equino, limadnos y estre llamares forman el mismo objeto, mientras que para nos otros, hombres, son objetos fundamentales distintos. Mediante la exclusiva consideración de los animales su periores se ha deslizado en nuestro pensamiento un error casi inextirpable: el convencimiento de que en la cadena de funciones fundamentales la central es la más importante. Hasta se ha enunciado repetidas veces que el desenvolvi miento de la función central ha sido el problema de Ja evolución total de los animales desde la amiba hasta el hom bre. Asediante esta exageración del sentido de la función central se dificulta extraordinariamente nuestra compren sión de los animales inferiores y de su posición respecto al mundo circundante. Es necesario que la Naturaleza nos dé muy persuasivas enseñanzas para arrancarnos a este error. Una de tales en señanzas nos la comunica la anémone de mar. La anémone de mar se compone, en esencia, de un saco de estómago que lleva en lo alto la abertura bucal. Del borde superior del saco se difunden los tentáculos. Los
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tentáculos son unos tubos huecos, compuestos de una capa de músculo longitudinal y otra de músculo anular, y lle van en su superficie glándulas viscosas. Tenemos aquí tres distintos factores fisiológicos, cada uno de los cuales puede pretender distinto fundamento ana tómico: Las glándulas que producen el flúido viscoso tienen que poseer un sistema nervioso propio que las ligue con sus receptores muy especializados, que sólo reaccionan ante el estímulo químico del alimento. 29 Los músculos del anillo, que responde a cada estímulo químico, necesitan una red nerviosa propia y receptores propios, pero poco especializados, ya que corresponden a estímulos químicos de toda especie. 3? Los músculos longitudinales requieren una red especial de nervios que los ligue con los órganos del tacto. Estos tres arcos reflejos independientes, que están dispuestos para estímulos diversos, obran, a pesar de ello, en común, porque están espacialmente unidos al mismo órgano. Su labor en común es conform e a fin hasta un grado asombroso y acomodada a las necesidades de la anémone. Cae una piedrecilla sobre la anemone: los brazos la dejan pasar tranquilamente; cuando más, se contraen aquí y allí los músculos longitudinales; si el estímulo de contacto fué harto intenso. Acércase a la anémone un animal que no es química mente indiferente como la piedra: se extienden los tentácu los por el reflejo de los músculos anulares y tocan al animal extraño. Si éste produce una materia química perjudicial, como quizá un limacino acidificante, al contacto se retiran rápidamente los músculos longitudinales, porque los órga nos del tacto han sido hechos irritables por el estímulo químico y los mismos músculos han sido accesibles a la excitación por estar extendidos. De esta manera evita el daño la anémone. Si es un animal comestible, por ejemplo un pequeño octopo de Philippi, entonces también se alargan los tentáculos ante el estímulo químico y se acortan también los músculos longitudinales al llegar al contacto, pero no tan fuertemen te; esto es, se contraen tan sólo en el lugar del contacto.
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De este modo se convierten en zarcillos que envuelven serpenteando a la presa y sólo retroceden después en una contracción común. Pero no retroceden vacíos, pues las glándulas, a consecuencia del estímulo alimenticio, se han adherido a un brazo de la presa y ésta es arrebatada ahora con ellos. Si se trata de un bocado fácilmente movible, co mo acaso un pedazo de carne de pez, lo arrastra el tentácu lo a la boca, según lo describe Nagel. Esto se realiza me diante la dominante contracción de un especial cordón mus cular, que siempre tiene que^ llevar la presa hacia la boca. La relación de las anémones de mar con su mundo per ceptible es especialmente interesante. Su sistema nervioso que se descompone en tres redes nerviosas separadas, sólo posee funciones analíticas. El animal en que hace presa es dividido por los receptores en sus propiedades físicas y químicas. N o tiene lugar una síntesis en el sistema nervioso. Sólo el trabajo en común de las diversas musculaturas y glándulas en el mismo órgano trae como síntesis una acción unitaria. El mundo interior de una anémone de mar no es una unidad, sino, por lo menos, una trinidad. Tan pronto entran en excitación separados como en común los diversos factores y producen una contracción en los músculos que los siguen. La unidad sólo está en el plan de construcción del animal total. Esto nos enseña palpablemente que no es el sistema central nervioso el que logra la unidad del animal, como con frecuencia parece ocurrir en los animales supe riores. El sistema nervioso central es un órgano parcial o una suma de órganos parciales, Jo mismo que como todos los demás órganos. Según las necesidades del animal total, estará mejor acabado uno u otro órgano. El destino del sistema nervioso central es totalmente indiferente a Ja Na turaleza, con tal de que alcance su fin verdadero, que es la realización de la conformidad a plan. Sólo desde este punto de vista pueden ser comprendidas las relaciones con su mundo perceptible de animales más superiores, como, por ejemplo, los cangrejos. En el ejemplo de la anémone de mar se presentaba ya, en oposición a la medusa, una distinción de los objetos del
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mundo circundante, que en animales superiores es de la más alta significación. Esta es la distinción entre alimenta y enem igo . Dicho muy sumariamente, el alimento es buscado y el enemigo evitado. Las patas o el órgano de movimiento que sea, tanto pueden servir para precipitarse hacia un sitio co mo para huir de él. Del correr cuidan solos los músculos de las patas, con sus centros nerviosos. Sólo depende de la posición que les sea dada el que de ello resulte un correr hacia el objeto o para alejarse de él. Aunque el órgano efectórico es el mismo en ambos casos, los mundos perceptibles se dividen en partes totalmente distintas. El enemigo sólo es percibido por el ojo; el ali mento, por los sentidos del olfato. Cada excitación que pro cede del ojo provoca un reflejo de huida o una posición de lucha. Cada excitación del sentido del olfato provoca un movimiento de acercarse y comer. Una unión central de ambas excitaciones no tiene lugar. Al contrario, la separa ción de la red central ofrece la posibilidad de distinguir enemigo y alimento y tratarlos diferentemente. Se puede decir, por lo tanto, que el reflejo de comer y el de huir descienden separados desde los receptores hasta los efectores. Pero no se puede afirmar que ni siquiera los can grejos estén regidos por un centro, pues, en realidad, no hay ningún centro verdadero, sino que la conformidad a plan rige tanto a los receptores como a los efectores, lo mismo que a las redes centrales. Y, a la verdad, es una conformidad a plan que abarca tanto a los órganos del cuerpo como los objetos del mundo perceptible y del mundo de efectos. De los animales situados aún a mayor altura son, ante to do, muy interesantes los insectos, porque ya en su género de construcción se indica claramente la doble relación con el mundo perceptible y el mundo de efectos. Las patas, las alas, los instrumentos manducatorios son órganos ya completos en sí mismos, según la correspondiente parte del mundo de efectos. Sólo las patas» pueden correr, sólo las alas volar, sólo los instrumentos manducatorios comer, sin preocuparse en lo más mínimo de si también existe o no el
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resto del cuerpo. Sólo el comienzo, la duración y la direc ción, tanto en el vuelo como en la marcha, son regulados por el cerebro. Mas el com er se presenta siempre, por ejem plo, en las libélulas tan pronto como cualquier objeto, aun que sea el propio extremo del cuerpo del animal, es coloca do entre sus mandíbulas. Todos estos órganos poseen una cadena de estímulos perfectamente cerrada en sí misma, y ésta no puede, en modo alguno, ser influida desde el cen tro en los instrumentos manducatorios, sino que se da siem pre de la misma manera. Por el contrario, cada uno de los órganos de movimien to es influido por los depósitos de excitación del cerebro; y, ciertamente, se encuentran allí en tal dependencia unos de otros, que tan pronto como el aparato de volar ha recibido su excitación, son privadas de ella las patas. Así, éstas se relajan cuando comienza el vuelo. Los depósitos de excitación son dominados por el único gran receptor: el ojo. La caída de un objeto, sea del colo r y forma que se quiera, produce en el ojo de la gran libélu la, por su movimiento, un estímulo de clase especial, por que todas las esferas de luz son afectadas sucesivamente (m otorrecepción). A consecuencia de ello, comienza el vuelo en la dirección del objeto que cae. Entonces pueden darse dos cosas: o el objeto es un animal de los que le sirveit de presa, para cuya forma posee un esquema su cerebro (iconorrecepción), y en ese caso se precipita sobre él la libé lula lo sujeta y es aniquilado por los instrumentos mandu catorios, o, por el contrario, si por el objeto que cae no es excitado ningún esquema apártase la libélula y se aleja volando. Se ve por ello que la libélula distingue claramente en su mundo perceptible objetos determinadamente formados, los - animales que le sirven de presa, de otras impresiones ópti cas, aunque también reaccione ante éstas, pues la libélula evita también las más finas ramitas, con la mayor seguridad, en su vuelo. La dirección de su vuelo es influida notoria mente, por lo tanto, por los acusados contornos de man chas claras y obscuras.
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Todos los animales de que se trató hasta ahora, en medio de todas las diferencias que ofrecían eran semejantes en un punto. Eran puestos co m o sujetos completos en un com pleto mundo perceptible. Acaso lo gró algún animal, por repetidas experiencias, en el curso de su vida ensanchar en un único punto su mundo perceptible y de este modo per feccionar sus reacciones. Podemos en este caso designarlo como animal de experiencia. Pero todos estos animales no tenían más que hacer que emplear en cada caso sus hechos efectores a la medida de los diversos estímulos, sin que les haya sido planteado el problema de producir también por su parte un aparato efectórico. Pero hay un gran número de animales, especialmente entre los artrópodos, por ejemplo, las arañas, que se en cuentran ante el problema de construir un aparato deli cadamente perfecto, y que para ello no usan de sus efec tores según los estímulos que actúan en el momento, sino que tienen que emprender una serie de acciones total y determinadamente prescritas. A estos animales se les llama animales de instinto. Los animales de instinto se distinguen de los animales de experiencia en que nunca adquieren nada por experiencia, sino que su primera serie de acciones siempre sigue siendo la más perfecta. También los animales de experiencia ejecutan series de acciones. Pero éstas están condicionadas por la naturaleza de los objetos exteriores. Pensemos, por ejemplo, en la ci tada reacción de las pinzas del equino. O echemos una mirada a un pequeño perro de mar que busca una sardina muerta. El escualo es ciego de día, y sólo percibe la sardina po r medio del olfato. También aquí actúa el objeto extraño como tres estímulos que se siguen unos a otros: débil estímulo químico, fuerte estímulo quí mico, estímulo mecánico. Ante el débil estímulo se levanta el escualo y avanza na dando. Entonces el olor actúa más fuertemente sobre la abertura izquierda de la nariz que sobre la derecha. El es
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cualo se vuelve hacia la izquierda, nada derecho hacia la presa, y al hacerlo toca el suelo de cuando en cuando. T ro pieza en algo blando y se lo zampa. La serie de estímulos es en este caso: olor débil, olor fuerte por la izquierda, blandura. Tanto en el equino como en el escualo vemos aparecer una determinada serie de estímulos que está determinada por relaciones dadas objetivamente. Frente a esto, consideremos ahora la conducta de un ani mal de instinto, el formador de embudos o arrollador de cucuruchos del abedul, descrito por Wasmann (1). ¿Saben los lectores cómo se forma o arrolla un cucuru cho? N o es nada sencillo: tomo, por ejemplo, una hoja de papel que tiene dos lados paralelos y comienzo a arrollarla por un lado; en la vida se producirá un cucurucho, sino un rollo. Sólo cuando p or uno de los lados recorto un semi círculo lo logro muy fácilmente. Después de esta observación preliminar ruego que se preste atención a la siguiente descripción de la actividad de un animal de instinto. Un pequeño curculio, que sólo mida algunos milímetros, hace su primer vuelo. Se posa en una hoja de abedul, y desde un lugar determinado, no lejos del tallo, comienza a cortar en la hoja una curva muy pronunciada en forma de de S, que llega hasta el nervio central. Después partiendo del otro lado, recorta otra línea también en forma de S, de curva más suave, igualmente hasta el nervio del centro. Ahora comienza a arrollar la hoja a lo largo de la primera lí nea de corte, de lo cual se origina un lindo cucurucho. Después arrolla la segunda mitad de la hoja en torno a la primera y pone sus huevos en la punta del cucurucho diri gida hacia arriba. Finalmente, por presión de la punta de la hoja tapa la abertura del cucurucho. De este modo está construida para las larvas jóvenes, una linda habitación res guardada de la intemperie, que al mismo tiempo les sirve de alimento.(i) (i) Der Tr ichterivickler.
München,
1881, Aschen dorff.
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También aquí se ha dado una serie de estímulos, code terminada por la especie de construcción de la hoja de abe dul; pero la hoja sola no es determinante del curso de las acciones del curculio, pues vemos al macho del mismo bi cho comer muy tranquilamente en Ja misma hoja de abedul y quizá escoger los sitios más sabrosos, pero sin que jamás se le ocurra recortar líneas tan artísticas. Tiene por lo tanto, que añadirse un factor interior, gracias al cual la hembra es capaz de hacer un cucurucho de la hoja de abedul. A este factor interior se le llama instinto. ¿Qué es el instinto? ¿Tenemos que admitir una estructu ra secreta en el cerebro que determine todo el curso de la artística serie de acciones? ¿O tenemos que considerar al animal de instinto, aunque posea todos su órganos, como un animal no completo antes de que estén acabados también sus productos o sus firmes acciones, que, como las amibas sus seudópodos, vuelve a producir constantemente? ¿Ac túan acaso determinadas genas en el cerebro, que hacen que se originen transitorias formas de estructura que ejer cen una determinada influencia en el trabajo de los depósitos de excitación? Estas cuestiones no están aún resueltas. Pero, para infun dir interés por estos problemas, me permito presentar la des cripción que acerca de tales cosas da uno de nuestros ma yores naturalistas. Dice Fabre (1): "Una monédula, que se ocupa ansiosamente en traer alimento para sus larvas, aban dona su agujero en la tierra. Volverá dentro de breve pla zo con el producto de su caza. Antes ha tapado cuidadosa mente la entrada, por precauciones de seguridad, con are na, que caminando hacia atrás ha introducido dentro; nada distingue ahora la oculta boca de la restante superficie del suelo de arena. Sin embargo, no presenta ninguna dificultad para el mismo himenóptero volver a encontrar su puerta con infalible seguridad.” Después describe Fabre sus tentativas para inducir a error a la monédula, todas las cuales resulta ron fallidas, y prosigue luego: "Pocos días más tarde inten-i i1) Bilder ans der / nsektenrwelt. Kosm os, II. Reihe
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to atacar el problema desde nuevo punto de vista. Se trata de descubrir en toda su longitud la galería subterránea de la monedula sin qué, por lo demás se cambie nada en ella; es to es facilitado por la poca profundidad de aquel pasadizo bajo la superficie, su dirección casi horizontal y lo débil mente compacta que es la tierra en que está abierto. Levan to poco a poco simplemente con un cuchillo, las capas su periores y convierto así la morada subterránea en un canal, de forma recta o tortuosa, que en unos cuantos decímetros de longitud aparece abierto desde -el punto en que se en cuentra la puerta de entrada hasta el nicho del extremo opuesto, donde están las larvas entre sus medios alimenti cios. ¿Cómo se conducirá ahora, a su regreso, la madre cuando encuentre ante sí el interior subterráneo iluminado por
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para llegar a ésta tiene que penetrar por el agujero en tierra, y para venir a esta galería es inevitable para ella en contrar primero su entrada. Y la madre sigue tercamente empeñada en la busca de esta puerta, mientras tiene ante sí la galería completamente abierta con las provisiones que ella ha introducido y la larva misma. Sus acciones son comparables a una serie de ecos, cada uno de los cuales despierta al otro en una determinada serie, y de los que no resuena el siguiente sin que el que va delante haya hablado. N o a causa de un obstáculo, pues toda la casa está allí ple namente abierta, sino porque falta la habitual entrada, no puede tener lugar la primera acción. Esto basta para que tampoco ocurran las siguientes acciones; el primer eco queda mudo y los otros callan igualmente. ¡Qué abismo vemos entreabrirse ahí entre la inteligencia y el instinto! Por medio de los restos de la morada en ruinas se precipita hacia su hijo la madre, conducida por la inteligencia; por el contrario, guiada sólo por el instinto se detiene terca mente allí donde antes se encontraba la puerta.” *
V Lo mismo que el animal, también el hombre es objeto de la biología. Sus manifestaciones de vida siguen las mismas leyes y tienen, por lo tanto, que ser igualmente consideradas por nosotros. Pero sólo si nos mantenemos firmemente en el terreno de la biología como una ciencia natural experi mental lograremos evitar el choque con las ciencias especí ficamente humanas de la psicología y la teoría del conoci miento. Sólo entonces podremos aportar algo nuevo e ilu minar mucho de lo antiguo por un nuevo lado. La evolución del individuo humano se realiza de la misma manera que la de los animales. El mismo protoplasma cons tituye la base de nuestro cuerpo y de igual manera forman nuestra estructura las genas, según un plan misterioso. El resultado es, una vez más, un sujeto que bien puede ser contado, en general, entre los animales de experiencia; pero el problema de los efectos de los instintos en la vida
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humana puede decirse que no ha sido investigado en lo mas mínimo. ¡Quién sabe si la sobresaliente posición de ciertos genios sobre los otros hombres no descansa en los efectos conforme a plan de nuevas genas! La vida del sujeto hombre brota igualmente de la actua ción común de los tres órganos fundamentales. Recepto res, sistema nervioso central y efectos señorean totalmente la vida y cuidan también de la aportación del alimento, cuya elaboración corresponde a los órganos vegetativos. A consecuencia de la disposición de estos tres factores, posee igualmente el hombre un mundo perceptible y un mundo de efectos. Pero, en oposición a la mayor parte de los animales, los propios órganos efectóricos son al mismo tiempo objetos de su mundo perceptible. A consecuencia de eso, la mayor parte de los efectos que brotan de él se representan también en su mundo perceptible. Sin embargo, tengo que reconocer que queda la siniestra sospecha de que pueden brotar de nosotros efectos que ja más percibimos. En cierto sentido, esto acaece en gran extensión, pues los que nosotros percibimos nunca es otra cosa que los efectos sobre los objetos de nuestro mundo perceptible, pero no sobre los objetos de los mundos perceptibles de los otros hombres. Esta es una consecuencia de que no podemos pres cindir en modo alguno: cada hombre es un sujeto con un carácter propio, y vive por ello en un mundo perceptible con un carácter propio. Como ya se ha mostrado, el problema de los receptores consiste en convertir en excitaciones los estímulos eficaces. La experiencia cotidiana nos enseña que los receptores de los otros demás hombres están acordados con los estímulos de otro modo que los nuestros, y por eso envían excitacio nes al cerebro por acción de otros estímulos. En el cerebro, las excitaciones son ordenadas espacialmente en el antimun do, mediante los esquemas de forma. ¿Quién es capaz de comprobar hasta qué punto coinciden estos esquemas en diversas personas? Los fenómenos cerebrales, como sabe mos por autoobservación, están ligados con los fenómenos
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de conciencia. N o conocem os ninguna regla de esta depen dencia. Sabemos sólo que las sensaciones de los sentidos, para convertirse en objetos, tienen que estar ordenadas espa cialmente. Pero las sensaciones ordenadas espacialmente aun no constituyen en sí ningún objeto. Para eso se necesita además una prolongación en el tiempo, pues si no sólo ac tuarían como apariencias momentáneas. Ahora bien: esta prolongación temporal se verifica se gún un ritmo determinado o, expresado de otro modo, se gún un esquema de tiempo, que designamos con el nombre de ''función” . Esta función puede significar la pura duración o una cierta variación durante la duración. Si se trata de la función de un objeto construido conforme a plan, hablamos de su "servicio” . La función, que vemos corporalizada en un objeto, depende totalmente de nuestra experiencia indi vidual de cada objeto, y por eso cambia de un modo singu lar de hombre a hombre. Pero como al designar un objeto con un nombre deter minado pensamos precisamente en la función, ocurre con demasiada frecuencia, en el comercio con los otros hombres, que bajo la misma palabra entendemos cosas totalmente dis tintas. Todos nosotros, al designar los objetos habituales, como piedra, árbol, mesa, tenemos aunque confusa, una repre sentación de una función totalmente determinada. Pensamos en un sér-piedra, un ser-árbol, un ser-mesa, como por ejem plo, pensamos en ser llevados de un sitio a otro cuando pro nunciamos la palabra coche, pues la función de llevar de un sitio a otro está corporalizada en el coche. Esta función, naturalmente no es perceptible inmediata mente, sino que es una regla de las variaciones que hemos observado en un determinado objeto. Acerca de la formación de los objetos en nuestro mundo perceptible faltan todavía experimentos. Y o mismo he te nido ocasión, por una notable casualidad, de observar inme diatamente la formación de un objeto: comía desde hacía mucho tiempo en casa de un amigo, y siempre había ade lante de mi plato una jarra con agua. Un día el criado ha
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bía roto la jarra y puesto en su lugar una botella de brillan te vidrio. Yo buscaba con los ojos la acostumbrada jarra y no veía la botella. A mi pregunta de dónde estaba hoy el agua respondieron, riéndose, los presentes: "¡Pero si está delante de ti!” ; y en el mismo momento pude ver cóm o diversos reflejos, que aquí y allí se posaban sobre platos y vasos, se desprendían de tales objetos y se reunían justamen te delante de mí para formar un objeto nuevo que antes no había existido en mi mundo perceptible: la botella. La visión de las diversas luces resplandecientes había existido ya antes; pero mientras el esquema de espacio, que debía ligarlas, no podía nacer en mí por la busca de otro objeto, iban a caer en otros objetos, lo que era posible tanto más fácilmente, ya que sólo se trataba de un reflejo sin impor tancia, que no los cambiaba en nada. Para poder aproximarse más a esta maravillosa formación de objetos he preparado el siguiente experimento. Hacía que me mostraran diversos cuadros en colores, desconocidos para mí, y los miraba, con un ojo solo, por un agujero cu bierto con una pantalla con regulador de tiempo, que abría una vez única. Cerraba en seguida los ojos y trataba de dar me cuenta de la imagen momentáneamente vista, que se presentaba entonces con mucha claridad delante de mis ojos. Después comparaba esta imagen momentánea con el cuadro realmente expuesto, y podía establecer las inmen sas diferencias. Objetos de toda especie eran confundidos unos con otros, porque las diversas notas policromas eran empleadas en relaciones completamente nuevas. Si de estos ejemplos resulta muy clara la importancia del esquema de espacio para la formación de objetos, puedo aducir un ejemplo de la importancia del esquema de tiem po, o de la función, en la formación del objeto. Un negro massai, joven, inteligente y muy diestro en ejercicios corporales, que había llevado conmigo desde el interior del Africa oriental a Dares-Salam, recibió el encar go de subirse a una pequeña escalera para limpiar mi acua rio. "Señor —dijo—, ¿cómo podré hacerlo? N o veo más que dos pisos con agujeros.” Sus ojos no guiados por la expe-
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rienda, sólo veían agujeros y ningún escalón. Después que se le mostró una vez cómo se subían las escaleras, supo para siempre lo que eran éstas. Por primera vez se alzó entonces de repente una escalera delante de él. Sólo por el conoci miento de la función de subir se desligaba la escalera, como objeto cualitativamente distinto, de todos los pisos, que po seen una función muy diferente. La capacidad formadora de objetos de la función ha sido explicada por K. E. von Baer con un ejemplo muy hermoso. Describe cómo un papel de música cae, en Africa, primera mente en manos de un caudillo negro, después en las de un comerciante y finalmente en las de un músico, y en cada uno de estos mundos circundantes llega a ser un objeto nuevo. La suposición de que todos los hombres vivimos en el mismo mundo es fuente nunca agotada de las más graves equivocaciones y errores. H o y en día esa suposición, ya que pasa por axioma científico, descansa como una den sa niebla sobre todos nosotros. Este axioma ha sido establecido por la física, y goza de ilimitada validez en la general veneración que se rinde hoy a las ciencias exactas. Por eso no puede ser designado de mejor modo el momen to actual que como el momento de la lucha, justamente aho ra comenzada, entre la biología y la física, lucha que se verificará acerca de la significación del mundo perceptible y mundo de efectos. Por ello es indispensablemente preciso tratar de adquirir plena claridad acerca de las diferencias de estos dos mundos. Como hemos visto, esta diferencia salta a la vista en los animales inferiores; por ejemplo, en las medusas. Los efectores están concordados, en su rica estructura y delicadas acomodaciones, con todos los objetos que rodean al animal. El mundo perceptible, por el contrario, aun es del todo in significante. El estímulo del propio golpe de campana es lo único que es convertido en excitación por los receptores. La diferencia entre mundo perceptible y mundo de efec tos también es fácilmente reconocible para nosotros en
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animales más superiores, porque, como observadores, adop tamos un punto de vista exterior, desde el cual podemos di visar las relaciones de los animales con ambos mundos. Si somos nosotros mismos los observadores de nuestros propios mundo perceptible y mundo de efectos, se ha di ficultado con ello la observación de las diferencias, porque de los objetos de nuestro mundo de efectos sólo recibimos noticia en cuanto existen también en nuestro mundo per ceptible. A pesar de eso, las notas son bastante claras para ponernos vivamente ante los ojos las diferencias entre ambos mundos. A l mundo de efectos pertenece todo lo que es afectado inmediatamente por nuestros efectores, ya sea por la acción groseramente mecánica de nuestros músculos, ya por la delicada acción química de nuestras glándulas. Estas acciones se continúan por todas partes, y a ellas responden acciones análogas. El mundo de las acciones y reacciones es el mundo de efectos. También a través de nuestro cuerpo —hasta por los caminos de nuestros nervios— se mueven estas acciones, y son las fuerzas que ejercen en cada parte de nuestro cuerpo los existentes efectos. Afirman los físicos que con su ciencia dominan todas las acciones y reacciones de las masas, desde las más pequeñas hasta las más grandes. Según ellos, no debe haber otra cosa en el mundo de efectos sino pequeñísimos objetos o propie dades (átomos) que se mueven en el espacio según la ley de causalidad. ¡Sólo hay materia muerta y fuerzas! Esta afirmación no le es lícito aceptarla al biólogo que ha estudiado el desen volvimiento individual del animal. Pues hemos podido con vencernos de que para la constitución conforme a plan de un animal no basta la materia muerta, a pesar de sus cambios de substancia y todas sus micromecánicas y químicas posi bilidades. Aun tienen que presentarse otros factores, las genctSy que, de una parte, engranan en su acción con las subs tancias materiales y con las fuerzas, y de otra, obedecen por completo a un plan extramaterial. La afirmación bológica de que el plan de origen, que
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encadena factores extramateriales y materiales aproximada mente como la melodía de una serie de notas, no es pura mente un añadido subjetivo del observador, del cual bien se podría prescindir sin perturbar el curso de las cosas, sino que este plan enlaza con los acaecimientos objetivos del mundo de efectos, significa una grave ruptura en la concep ción material del mundo, y no puede menos de provocar la más apasionada contradicción. Pero de una manera aun más comprensiva se desenvuelve la lucha entre física y biología si ésta pone frente a frente, como poseyendo iguales derechos, al mundo perceptible y al de efectos. Todo se da en el mundo de efectos; pero no ningún su jeto, ni cualidades, ni vida, ni conformidad a plan: el efec to de cuerpos muertos unos sobre otros y nada más. Los físicos prescinden, por principio, de todas las cualidades ob servadas, porque no se someten a sus cálculos; pero no por eso sus átomos, pensados por razón de la matemática, son, sin embargo, más reales que las cualidades observadas. Por el contrario, en el mundo perceptible domina como ley general la conform idad a plan. Conforme a plan son resu midas por nosotros las propiedades en objetos, mediante es quemas de espacio y tiempo. Si tratamos de analizar los objetos, nos encontramos con lo mismo por todas partes: el objeto parcial está formado del mismo modo que el total. Siempre vuelven a ser pro piedades cuya disposición espacial y temporal forma el objeto. Ya empleemos el más fino microscopio o el telescopio de mayor alcance, en lo pequeñísimo como en lo más gran de vemos la misma ley que construye e] mundo perceptible. Conforme a plan ligamos nosotros los objetos en espe cies y familias, y ordenamos de este m odo los objetos bajo grandes unidades. Sabemos que la conformidad a plan no es puramente es pacial, sino que significa también una ordenación en el tiempo. Si los propios factores que deben ser ordenados no son espaciales, como las notas, entonces sólo entra en vigor la conformidad temporal a plan, como melodía.
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Nosotros mismos incluimos según plan a nuestra perso na, de cuya conformidad a plan estamos convencidos, en unidades más altas, como familia, pueblo, estado. Mientras que en el mundo de efectos, causal, sólo rige el '"tener que ser” , en el mundo perceptible, conforme a plan, domina el "deber ser” . En el mundo de efectos no hay más que puras causas; en el mundo perceptible, rela ciones. Sólo las cosas con form e a plan son capaces de des pertar en nosotros sentimientos estéticos y morales. T odo este lado de la vida del hombre sólo se realiza en el mundo perceptible. En la mayor parte de nuestras acciones no nos importa, en modo alguno, el efecto inmediato en nuestro mundo de efectos, sino sólo el efecto mediato en el mundo perceptible de los otros hombres. Si alguien nos dice: "Dame ese li bro” , le es completamente indiferente la longitud y la for ma de las ondas de aire producidas al hacerlo. Pero quiere ejercer un efecto sobre mí, como objeto de su mundo per ceptible, que ocasione que este objeto mueva de tal manera sus efectores que le sea tendido el deseado objeto. Me reconoce, por lo tanto, como pleno sujeto; pero como él no es capaz de separar mundo de efectos y mundo per ceptible, y le es asegurado por las ciencias exactas que sólo hay un único mundo exterior, cree también él que con sus palabras ha influido inmediatamente en el extraño sujeto. Prescinde de que tanto él como sus palabras tienen que ser traducidas primero a mi mundo perceptible, a fin de que yo comprenda lo que quiere y, en correspondencia con ello, ponga en actividad mis efectores* y a consecuencia de este error cree que todo el fenómeno, desde su palabra has ta mi acción, se ha realizado en un mundo único, según la ley de causalidad. Prescinde, además, de que yo me resis tiría hasta el extremo de ser identificado con aquel objeto de su mundo perceptible al cual ha dirigido la palabra, y que está compuesto de sus propiedades según un esquema quizá muy irrazonable. Tratemos nosotros mismos de recordar nuestras propias experiencias para llegar a adquirir conciencia de la existen-
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cía de mundos circundantes de diversa especie en los otros hombres. ¿Por qué se aburre tan frecuentemente en el cam po un habitante de gran ciudad? Porque sólo es capaz de distinguir unos de otros poquísimos objetos. ¿Qué es lo que ve cuando va de paseo? Una casa, un perro, un arbusto, un árbol, que se repiten constantemente. Cuando no se posee ningún esquema especial para castaños, robles, hayas, abetos, etc., entonces no se ve más que algo verde, alto, de una forma general, que se llama árbol, y siempre vuelve a re petirse el mismo árbol. La Naturaleza ofrece a nuestra vista particularidades tan ilimitadamente abundantes, que si quisiéramos atenderlas a todas, no llegaríamos a ningún resumen. Por ello tenemos habitualmente que contentarnos con un esquema general; por ejemplo, el castaño, aunque hay cien mil castaños dife rentes. Pero hay una frontera en el prescindir de particu laridades, cuya infracción hace la vida demasiado aburrida. He presenciado un muy expresivo ejemplo de esto: un multimillonario, que mediante un férreo e ininterrumpido trabajo se había elevado desde ser un modesto empleado de banca, tomó finalmente la resolución de gozar también él de su vida, ya que tenía medios para ello. ¿Cuál es la más hermosa ciudad del mundo? Nápoles. Por lo tanto, allá se fué. Espantoso desengaño: casas, montañas, agua; eso ya lo conocía; Pompeya, Paestum, que encantan los corazones de tantos miles de hombres, eran para él montones de casas deshechas. A l cabo de algunas desesperadas tentativas para ver en el mundo algo nuevo, encontró en el alcohol su úni co consuelo (al cabo de pocas semanas lo llevaron a su casa atacado de delirium tremens). La deliciosa naturaleza de Nápoles, que encanta nuestros ojos con su riqueza de colores y formas, no había existido, en modo alguno, en su mundo circundante. Montaña, árbol, casa, no había otra cosa en aquel vacío. Este ejemplo muestra lo fácilmente que puede languidecer el mundo circundante si no se le cuida, y por eso es tan peligrosa la doctrina de un mundo único en el que sólo hay átomos danzantes, pues paraliza nuestra capacidad de perci
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bir y convierte en desierto nuestro mundo perceptible. Según las doctrinas de la física, no hay ningún color, sino sólo vibraciones del éter; ningún sonido, sino sólo vibracio nes del aire; ningún olfato ni gusto, sino sólo átomos quí micos de distinta magnitud. Penetrando cada vez más con el pensamiento en este mundo de los objetos, coloreados, olientes, sonoros, sólo restan unas cuantas formas sin im portancia, que pueden ser sumadas, pero con las cuales no puede emprenderse ninguna otra cosa. Un hombre rico que era un gran aficionado a los jardines y cada mañana inspeccionaba sus plantas favoritas, fue vi sitado por sus hijos, que, como puros habitantes de gran ciudad, vivían en el mundo físico de efectos. Estos hijos encontraban simplemente ridículos los paseos matinales de su padre. "Papá cuenta los árboles” , decían ellos. En efecto, cuando sólo se poseen unos cuantos objetos iguales en el mundo circundante, no queda otro recurso más que contarlos. Gracias a la construcción de nuestros receptores y órga nos centrales, mientras aun permanecemos exentos de pre juicios, estamos colocados en un mundo perceptible que armoniza con nosotros plenamente y en todas sus partes. Cada guijarro del camino, gracias a sus propiedades, que son, sin embargo, nuestras sensaciones de los sentidos, es propia para regocijarnos con su forma, su color y su brillo. Todas estas propiedades desaparecen si no van a ser más que un conglomerado de partículas de materia, sólo valorablcs numéricamente, pero, por lo demás, totalmente enojosas. Mientras un niño juega con el guijarro, éste es un objeto Heno de valor y que recibe un trozo de vida de sus rela ciones co n el sujeto vivo. Si son introducidas causas físicas en lugar de relaciones biológicas, hasta se llega a dar muerte a un guijarro. Con este ejemplo quiero aludir al hecho de que todos los objetos de nuestro mundo perceptible están en relaciones personales con nosotros, y por ello poseen también cierto valor de sentimiento. Pero sólo las relaciones subjetivas pue den desprender de sí valores sentimentales. Tan pronto
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como son suplidas por causas objetivas están muertos estos valores. El peor daño lo han causado los astrónomos con su furor de popularización. ¿Qué se ha hecho de las sagradas estre llas, por cuyo movimiento adivinaban los caldeos el misterio del porvenir y en cuyo sereno ritmo entreoía Pitágoras la armonía de las esferas? Una reunión, del todo indiferente, de luminosas partes de materia, cuya luz necesita tantos y tantos cientos de años, meses y semanas para llegar hasta nosotros. Se han convertido en objetos que, de un modo por com pleto privado de significación, giran en torno a nosotros. Privado de significación, porque sólo las relacio nes con el sujeto se la prestan a las cosas. Los grandes descubrimientos astronómicos sólo tienen sentido para aquellos que paso a paso llegaron a ellos por su propia observación. Sólo aquel cuya sed de saber y cuya fantasía permanecen insatisfechas ante Ja impresión estética de tranquila excelsitud que ofrece el cielo de las estrellas; sólo el que se siente impulsado fuera de las fronteras de la concepción dada es capaz y digno de llegar a conocer los secretos del cielo. Pero para el hombre normal en cuyo mundo perceptible jamás se han apartado los planetas de las grandes llanuras de estrellas fijas, para recorrer, solitarios y libres, sus caminos invisibles en el espacio vacío, para él no serán nada todos los descubrimientos astronómicos más que incomprensibles ejemplos de cálculos en que cree sin haberlas visto, porque no le despiertan el menor interés. Lo único que puede alcanzarse popularizando los cono cimientos del cielo entre la mayor parte de los hombres es sólo un irrazonable estupor ante esos claros puntos que pue den ser sometidos a la aritmética. De este modo se ha llevado al agotamiento una fuente de los más puros y elevados sentimientos que poseemos los hombres, pues el cielo de las estrellas se ha convertido para la mayor parte de los hombres en una horrible y confusa máquina de contar que le es, sencillamente, repugnante. Este resultado, en extremo lamentable, aun es ponderado com o un gran éxito por algunos fanáticos. Así, exclama
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entusiasmado el ministro francés del Trabajo, Viviani:
Avec un geste magnifique, ?zous avons éteint tons des astres du del. Lo mismo que con el goce de Jas estrellas ocurre tam bién con el de plantas y animales, si se los trata como puro objeto del mundo de efectos. Si no son otra cosa que pro ductos causales siempre de las mismas leyes químicofísicas, son también totalmente iguales a indiferentes. Así, Ja con cepción materialista del mundoarrebata a los objetos no sólo sus particularidades y formas diferenciadas, sino tam bién su conformidad a plan. La misma conformidad a plan no es ninguna proposición mayor de la cual se puedan deducir las consecuencias por una necesidad lógica, sino que sólo puede ser adquirida por la intuición de la dependencia de las partes del todo y su eficacia común. Por eso, su investigación no nos lleva fuera de la Naturaleza, sino cada vez más profundamente dentro de ella. Así adquirimos un conocimiento de las cosas cada vez más íntimamente plurilateral y enriquecemos y ensan chamos nuestro mundo perceptible. En el mundo de efectos no hay conformidad a plan, y con ella desaparece también nuestra confianza en la Natu raleza. Con eso ya se ha contado, según parece. Pero ahora llega una nueva penalidad. Si sólo existen fenómenos sin plan, entonces también se convierten, evidentemente, en inseguras nuestras organizaciones humanas que descansan en la conformidad a plan. La familia, por ejemplo, es un producto conforme a plan de la vida humana. Se origina de la unión de dos sujetos que con sus dos mundos perceptibles se completan y pene tran mutuamente. De ahí se desarrolla una mayor diversi dad y se forma un maravilloso jardín, del cual reciben las primeras excitaciones los mundos perceptibles de los hijos, para, por su parte, ensanchar y enriquecer el jardín inde pendiente de los padres; así crece poco a poco este mayor ser vivo, más grande y rico que una aislada y limitada per sonalidad. Quien haya conocido alguna vez el asombroso organismo
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que se manifiesta en una vida de familia plenamente flore cida, no olvidará jamás la belleza de esta impresión. La condición para la capacidad vital de este organismo no está en una autolimitación de cada uno de los individuos, al contrario, cuanto más ricas son las personalidades tanto más enriquecen el todo, sino sólo en una desinteresada com prensión de los otros sujetos para poder desarrollarse jun tos. Pero sólo la com ún aspiración a fin proporciona este desarrollo. Si en tal famila se introduce la doctrina de que no existe ninguna dirección de la vida internamente conforme a plan, que no existe ninguna común aspiración a un fin, sino que sólo debe ser buscada la felicidad del individuo aislado, que descansa en la satisfacción de sus sentimientos y pasiones personales, el organismo, bello, pero totalmente delicado, será con harta facilidad herido en el corazón por la interna deserción de uno de sus miembros, y languidecerá después lentamente. Lo mismo puede decirse de todas las unidades sobreper sonales, como, por ejemplo, Estado y pueblo. También ellos sólo son seres que viven y se desarrollan en tanto sus miem bros se sienten unos en el desarrollo con el todo y, cons cientes de una común conformidad a plan, son llevados por una común aspiración a fin. La doctrina de la existencia de un mundo de efectos úni co y sin plan, consecuentemente desenvuelta, tiene que ani quilar necesariamente todas estas altas producciones. Ahora bien: la doctrina de la existencia única del mundo de efectos no procede, en modo alguno, de hombres a quienes fueran indiferentes estas consecuencias, o que al hacerlo buscaran cualquier ventaja personal. N o ; son, por el contrario, hombres que tienen grandes pretensiones en lo moral y siempre tienen ante los ojos el bien general. Quieren ser, como, por ejemplo, Haeckel, educadores de la Humanidad para lo bueno, lo verdadero; y lo bello. Bien se le puede reprochar a Haeckel, en lo concreto, una argumentación científica no libre de objeciones; pero de sus propósitos de felicidad popular aun no ha dudado nadie.
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Nada es más instructivo que contemplar los esfuerzos que hacen estos modernos educadores de la Humanidad para salvar la moral traspasándola a este mundo de efectos, donde ella, aun con la mejor voluntad, no tiene lugar al guno. Haeckel, con su típica cortedad de vista, cree que por el puro apartamiento del clericalismo, bajo el cual comprende la indebida esclavización de normas eternas por dogmas hu manas, se alcanzará la salud. Loeb va resueltamente más allá: siente la necesidad de sostener la moral con medios auxiliares del mundo de efec tos, y al hacerlo viene a caer en la química del cerebro. Ahora se trata de una moral química, pero que es, cierta mente, el mismo absurdo que una química moral. Las mismas desesperadas tentativas hace Ostwald al que rer derivar de la energética una idea de Dios. Estos esfuerzos son ciertamente muy bienintencionados, pero totalmente faltos de perspectiva. En un mundo que se compone de choques de átomos no tiene cabida la moral. Sólo un mundo circundante humano de ascendente confor midad a plan hará madurar la moral, como fruto último y más bello; no como medida para las acciones de los otros, sino como meta para uno mismo. Si es destruida la conformidad a plan y desvalorados los objetos del mundo perceptible al convertirlos en trozos de materia, pierde, por último, interés para cada hombre el hecho de que él mismo sea un sujeto conforme a plan. En lugar de realizar el principal problema del sujeto y formar un mundo perceptible con una riqueza cada vez mayor, aprendiendo a conocer cada vez más delicada y plurilateralmente los objetos mediante la observación de sus funciones, y de poner su propia persona al servicio de más altas unidades, comienza a considerarse a sí mismo como objeto del mundo de efectos y a considerar como homogéneos a los otros hombres, que ya no son tampoco sino objetos, y cree seriamente que, lo mismo que en la física, también en la vida de los hombres el mayor número proporciona el mayor valor.
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Se trata hoy, para cada cual, de ver claramente esta cuestión: ¿Hay un mundo perceptible con fuerzas y ob jetos reales? Com o se sabe, las reales fuerzas naturales se distinguen porque no sólo pueden ser reconocidas en la descripción de Jo pasado, sino que también permiten una conclusión para lo porvenir. Con la misma precisión con que sabemos que un huevo de gallina se estrellará si lo arrojamos a la calle, sabemos también que sus genas, según un plan determinado, sólo constituirán una gallina y no otra cosa. Si no dudamos de la gravedad,) tampoco es lícito dudar de la aspiración a fin. Ni siquiera nuestros instrumentos, que aunque construi dos según plan están muy lejos de ser sujetos, se originan jamás sin plan. Hemos tratado de ir tras el origen confor me a plan del sujeto vivo. ¿Puede pensarse que no sólo el sujeto conforme a plan, sino también el origen confor me a plan del sujeto sea un juego de la casualidad? Si sólo hay un único mundo, el mundo de efectos sin con formidad a plan, tiene precisamente que ser pensada esta cosa inexplicable. De esto no hay escape, y es del todo inútil que se trate de expulsar esta contradicción filoso fando a lo darwinista o de otra manera cualquiera. Si sólo hay fuerzas físicas y químicas, sólo es una apariencia la conformidad a plan que vemos nosotros. Entonces, el mundo que nos rodea, con sus millones de colores y formas, con su seguridad conforme a plan, con todas sus organizaciones éticas y estéticas, se disuelve en una danza de átomos, en la que no rige nada más que el número. En lugar de Jehová el malo, que regía el mundo en la Edad Media, hemos colocado un nuevo ídolo: el número. Las consecuencias sólo se mostrarán cuando domine ple namente a las masas y las ponga en movimiento. Entonces se salvará muy poco de lo que los hombres han construido conforme a plan, para ornato y cultura de su mundo per ceptible. Donde el mundo de efectos oprime al mundo perceptible, donde fuerzas físicas y químicas gobiernan ilimitadamente, se origina necesariamente el caos.
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Por eso actúa como una redención el apartar la vista de la física y dirigirla a la biología, pues sólo ella es capaz de salvarnos del amenazador infierno de aburrimiento y gro sería, destruyendo el feo fantasma del mundo de átomos y enseñándonos que no sólo nosotros poseemos un propio mundo perceptible, coloreado, sonoro y oliente, sino que a nuestro alrededor hay millares y millares! de mundos perceptibles, investigar los cuales proporciona la más pura alegría. Enseña más que la conservación de la energía y de la materia, que si no somos físicos puede sernos totalmente indiferente. Nos enseña que hay un poder natural, real, que gobierna conforme a plan y aspira a un fin. Nos enseña además a suscitar la cuestión de si el propio mundo perceptible será el más alto y el último. Si esta cuestión se plantea, queda contestada con decir que los mundos perceptibles de nuestros grandes genios, pintores y poetas, sobrepasan por todas partes al nuestro. Nos enseña que este mundo, como mundo perceptible nuestro, es una parte viva de nosotros mismos, que! no podemos despreciar sin empobrecernos, pero que por el propio trabajo podemos hacer que sea cada vez más rico y más vivo, que crezca con nosotros y se extienda y sea capaz de despertar en nuestro interior sentimientos cada vez más escogidos. Y final y definitivamente, la biología nos enseña a cono cer las fronteras que son puestas a nuestro saber por la construcción conforme a plan de nuestra propia persona lidad, pues en la debida limitación descansa la conformidad a plan. Termina así, como toda verdadera ciencia, no con una respuesta, sino con una interrogación.
C U A R T A
P A R T E
CUESTIONES ESPECIALES
EL PROBLEMA DE LA MORFOGÉNESIS ANIMAL
A tres factores refiere todos los fenómenos del mundo la consideración objetiva de la Naturaleza: materia, ener gía y estructura. La materia y la energía son indestructibles y eternas. Pero la estructura es destructible, y, por tanto, perecedera. De estos sencillos hechos, la filosofía de la Naturaleza ma terialista, que no es capaz de separar estructura y espíritu, ha deducido que también el alma humana es perecedera. Pero ¿de dónde viene la estructura? La respuesta a esta pregunta tiene que darnos también explicaciones sobre la procedencia del espíritu, del alma. La estructura del universo con sus estrellas es referida a causas puramente mecánicas. De la primitiva nebulosa del mundo podían originarse soles y planetas porque la estructura que vemos ahora en grande existía ya antes en pequeño. Del mismo modo se acepta que la estructura de Jos cristales se origina con necesidad física del agua madre, porque ya está formada en las moléculas y átomos y me diante un sencillo crecimiento llega a hacerse visible. N o es milagro que se creyera, de un modo totalmente semejante, que la estructura del animal adulto o de la plan ta ya desarrollada existiera igualmente en el germen, del cual se ha desplegado mediante un aumento de mag nitud. En el siglo xvm se buscaba, muy consecuentemente, un ya formado polluelo en el huevo y un ya formado roblecillo en la bellota. Se encontró una cosa muy diversa: simples tejidos que formaban pliegues se dividían, se es pesaban y organizaban para hacer surgir, por último, se gún un firme plan, la estructura final. Se originaba lo organizado de lo inorganizado, la es[ 243 J
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tructura de lo sin estructura, según firmes leyes. Las leyes formadoras de estructura comenzaban sus efectos an tes de que existiera ninguna estructura. En corresponden cia con estos descubrimientos, explicaba Karl Ernst von Baer que Jos organismos, aparte de las leyes mecánicas, obedecen también a una aspiración a fin , que está sobre las leyes mecánicas. La aspiración a fin es independiente de la materia y de sus formas. Forma la estructura de lo sin forma. Esta doctrina, que introducía un factor inmaterial en las ciencias naturales, tenía que ser suprimida a cualquier precio para que pudiera triunfar el materialismo. El hecho de que cada organismo se organizaba y constituía de lo inorganizado, en el curso de su desenvolvimiento, no po día, en verdad, ser negado. T odos los organismos, sin ex cepción, se mostraban iguales en esto. Por ello, pasóse a admitir que en las primeras células germinales estaba ya contenida, aunque invisible, toda la estructura del animal adulto, pero en otra forma y orden. La disposición de la estructura invisible será de tal ín dole que sus diversas partes estén firmemente ligadas entre sí, de modo que sólo llegue a desarrollarse lo más inmediato cuando ya lo anterior esté desarrollado. Esta problemática estructura germinal tiene aún que ser mucho más compli cada que la estructura del adulto, pues no sólo contiene la disposición de las partes en el adulto, sino que también determina la sucesión de tiempo en el cual tienen que des arrollarse los órganos. Antes de que entremos más inmediatamente en la cues tión de una estructura invisible tenemos que darnos cuenta precisa de lo que hemos de entender por estructura. Si una vivienda humana se viene abajo, sólo queda un mon tón de piedras. N i la materia ni la provisión de energía sufren con ello pérdida. Sólo la estructura ha desapare cido. Por ello, la estructura no es ni una parte de la ma teria ni de la energía, sino que es una determinada dispo sición espacial de diversas partes en un todo unitario. Un montón de arena se puede dividir como se quiera
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y cambiar como se quiera sus partes sin dañar a la natura leza del no estructurado montón de arena. En un cuerpo que posee estructura, como, por ejemplo, una casa, eso es imposible. Pues la naturaleza de la estructura consiste en una determinada disposición de cada una de las partes, que no puede ser perturbada a voluntad sin que reciba daño el todo. Tenemos de ese modo posibilidad de decir si existe o no una estructura invisible en un todo, si logramos separar cada una de las partes o substituirlas, a voluntad, por otras. Si al hacerlo perece el todo, es que poseía una estructura que hemos destruido. Por el contrario, si el todo sigue sin daño a pesar de esta violencia, es que no posee ninguna estructura. Weissmann ha realizado el más meritorio trabajo dejan do agotada por todos lados la doctrina de la estructura germinal invisible. Mostró qué propiedades tiene que po seer por lo menos la estructura invisible para que le sea atribuida justamente la misión que se le encomienda de desarrollar todo un organismo. La evolución de todo animal comienza por la segmenta ción que consiste en que el huevo fecundado se divida en dos esferas. Ahora bien: se sabía que en la rana la mitad de la derecha y la de la izquierda de todo animal se pro ducen de estas dos primeras esferas. Era, por lo tanto, po sible plantear el problema de la estructura invisible ma tando una de las dos esferas de segmentación. Entonces, de la esfera que había quedado sólo podía producirse una media rana, si realmente se hubiera destruido una mitad de la invisible estructura germinal. Con este primer expe rimento fundamental ha fundado Roux la nueva ciencia de la doctrina experimental de la evolución. Esta primera tentativa decidió por la existencia de una estructura invisible. Del medio germen se desenvolvió una media rana. Por lo tanto, por destrucción de la mitad del germen se había dañado al todo, aniquilando estructura con ello. Pero este éxito de la doctrina de la estructura era pura engañifa. El siguiente animal (el equino) cuyas esferas de
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segmentación fueron experimentadas mostró muy otra con ducta: cada una de las dos primeras esferas de segmenta ción suministró un animal completo de Ja mitad del ta maño. Aquí, según esto, no había sido destruida co n la violencia ninguna estructura; el medio germen realizaba lo mismo que el completo. Toda una serie de investigadores comenzaron entonces a resolver este problema cardinal mediante investigaciones experimentales. Hay que citar especialmente a los inves tigadores alemanes Driesch y Herbst, lo mismo que a los americanos Wilson y Morgan. Pronto fue evidente que también el medio germen de rana era capaz de suministrar todo un animal si se había agitado mecánicamente su re fractario protoplasma. Todos los huevos de todos los animales muestran final mente la misma ley: en fases muy tempranas, antes de que el protoplasma sea refractario, cada parte de germen que se corta de uno total es capaz d
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a crecerle la cabeza; si el extremo anterior del animal de capitado se divide en dos jirones por medio de un corte longitudinal, cada jirón recibe una cabeza completa. El resultado es un monstruo de dos cabezas. Córtase en dos mitades una lombriz de tierra: entonces la mitad anterior regenera una mitad posterior, y la mitad posterior una mitad anterior. Si a una lombriz de tierra decapitada se le injerta una sección del extremo posterior de otra lombriz de tierra en opuesta dirección, de modo que ahora quede hacia de lante una cara posterior, esta cara posterior no regenera ya un extremo posterior, sino una cabeza. Con ello queda probado que en la formación de estructuras no procede el influjo de Jas problemáticas estructuras de reserva escon didas en las superficies de corte, sino de la totalidad del organismo. ¿De qué especie es este influjo? De ello nos informan los experimentos hechos con el platelminto. Si se corta un platelminto en puros discos, colocados uno tras otro, cada disco regenera siempre las partes de cuerpo que le faltan y de cada disco se forma todo un animal. Sólo presenta una excepción Ja sección más anterior. Si el primer corte ha partido en dos la cabeza, la media ca beza vuelve a regenerarse a sí misma, en lugar de lo res tante del cuerpo. Se origina una cabeza de Jano. En este caso era tan fuerte la tendencia a reponer la ca beza herida, que no pudo ser impedido que se formara otra vez hasta lo ya existente. Pero tales casos constituyen la minoría que desaparece. En la generalidad de los casos es impuesta a la formación de estructura una oportuna detención por la estructura ya existente. La estructura ya formada presenta un obstáculo, cierto que no insuperable, pero muy eficaz, para la nueva formación. Con esto hemos avanzado en el conocimiento de la re gla más general que rige la morfogénesis. La formación de estructuras prosigue ininterrumpidamente, de un modo normal, hasta que la estructura autogenerada estreche cada vez más el espacio de que dispone y lo generado obligue al generador al cese de funciones.
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La estructura paraliza la formación de la estructura: con esta noción quedan rechazadas de una vez para siempre todas las teorías que pretenden derivar de la estructura la formación de estructura. Cuantas menos formas terminadas existan, tanto más li bremente se manifiesta la morfogénesis. Así, la morfogé nesis, en gérmenes totalmente sin estructura, es capaz de formar todo el animal de cada parte. Esta capacidad va menguando en conformidad con la terminación de la es tructura. Si está formada la lámina germinal exterior, de cada una de sus partes sólo puede ser producido un órgano de la lámina germinal exterior, pero no un órgano de la lámina germinal interior. Dentro de estas fronteras, la formación de estructura puede disponer libremente del ma terial durante algún tiempo. Plasta que también aquí la terminación de los órganos le va poniendo fronteras cada vez más estrechas. La independencia de la formación de estructura del ma terial, mientras éste no posee ninguna organización, apa rece del modo más claro en la llamada regulación equi-
final.
Ha y casos en que tres animales de la misma colonia que han perdido el mismo órgano lo substituyen de tres ma neras diferentes. Por tres caminos distintos han llegado todos al mismo fin. Según la expresión de Roux, los pro ductos finales orgánicos son más constantes que la especie de su generación. Con ello se cierra la cadena experimen tal de demostración. Se puede decir hoy con toda seguridad que la forma ción de estructura es en sí mismo un factor natural inde pendiente, que no es ninguna estructura. Este factor na tural guía la evolución de cada animal de lo general a lo particular. Se originan primero las formas del tipo; des pués, la formas que caracterizan a la familia y al género; luego, las formas características de la especie, y por últi mo, el individuo. Así, K. E. von Baer tuvo razón en todos los puntos, y la ley fundamental biogenética de Haeckel, aquel hernia-
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frodita semifisiólogo y semihistórico, se disuelve en pura faramalla. Al Jado de la materia, la energía y la estructura entra como cuarto factor natural el formador de estructura. Sólo la estructura y todo lo que obedece es mortal. El formador de estructura es independiente de la estructura, y por eso, indestructible y eterno. También nosotros, hombres, debemos nuestro advenir y subsistir a este formador de estructura que no es ninguna estructura, ni materia, ni energía; que no obedece a la ley causal, sino que prescribe leyes a las que llamamos con forme a fin. Con el reconocimiento de este factor natural, la investigación experimental de la Naturaleza le trae de nuevo a la Humanidad un bien que es para ella una ne cesidad vital, y que le había sido arrebatada por el mate rialismo: el problema de la ^inmortalidad.
MENDELISMO
Si se cruza el guisante de olor vulgar (Lathyrus odoratns)y que llega a tener seis a siete pies de altura, con su forma enana, que sólo tiene de tres cuartos a pie y medio de alto, se consiguen en la primera generación descendien tes que, sin excepción, tienen de seis a siete pies de altura. En la segunda generación una cuarta parte de la descen dencia es enana y tres cuartas partes poseen la magnitud normal de seis a siete pies. Si se siguen cruzando entre sí los enanos, no se originan nunca más que enanos —son, por lo tanto, de raza pura—. De los descendientes gran des de la primera generación un tercio es de raza pura; esto es, su descendencia sigue siendo permanentemente grande. Por lo tanto, ya en la segunda generación la mitad de la descendencia ha vuelto a caer en la raza pura de los padres. La otra mitad es de raza mezclada; esto es, su descenden cia se descompondrá siempre en la misma proporción: una cuarta parte puramente enana, otra cuarta puramente grande y una mitad mezclada, y así en adelante de ge neración en generación. A la propiedad que en los ejemplares de raza mezclada determina el hábito exterior se la llama dominante, y a la propiedad oprimida se la designa como recesiva. En el caso anterior, la forma grande de los guisantes es la dominante y la forma enana la recesiva. Si se designa a la dominante por D, a la recesiva por R, se obtiene para los padres la fórmula D -f- R. En la primera generación se producen individuos de pura raza mezclada, a los que se designa por DR. La segunda generación, por el contrario, muestra todas las posibilidades de relación que pueden presentarse según [2501
MENDELISMO
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el cálculo de probabilidades: DD, DR, RD, RR; DD y RR representan las formas puras; DR y RD, las mezcladas. Esta fórmula interpreta exactamente los resultados del cultivo: la mitad de todos los individuos es de raza mez clada, una cuarta parte muestra puras las propiedades do minantes y una cuarta parte las recesivas. Según el hábito exterior, tres cuartas partes son dominantes y una cuarta recesiva, pues sólo en RR no se da ninguna D. Acerca de siete pares de propiedades de los guisantes, que se refieren a la altura del tallo, disposición de Jas hojas y color del fruto, experimentó y estableció Mendel, en diez años de trabajos, esta ley fundamental de Ja herencia. Demostró además que los diferentes pares de propiedades de los mismos padres siguen esta ley en los descendientes independientemente unos de otros. La ola del darwinismo, con sus especulaciones popu lares, pasó adelante sin consideración alguna. Sólo treinta y cinco años más tarde, dieciséis después de la muerte del gran investigador, en el año 1900, tres sabios independientemente unos de otros, han vuelto a descubrir a Mendel y su ley. Desde entonces, una Jabor infatigable, especialmente en tre los botánicos, ha demostrado la validez general de esta ley. También la cría científica de animales se ha apro piado la ley mendeliana. Las consecuencias de esta inves tigación han sido expuestas de una manera ejemplar por Bateson en su hermoso libro Mendels Principles of Pieredity. Gracias a él se ha hecho fácil penetrar más hondamente en la comprensión del descubrimiento mendeliano y han ganado en conexiones aquellos problemas que agitan hoy a la biología del modo más íntimo. Como en el cruzamiento de razas distintas se trata siem pre de dos individuos que son claramente distintos entre sí en ciertos puntos, se trata, pues, de investigar estos pun tos para obtener siempre bien definidos pares de propieda des. De cada par, naturalmente, sólo puede aparecer una propiedad en cada uno de los descendientes, mientras que la otra queda latente o recesiva.
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El individuo joven de la primera generación es, por lo tanto, un producto de tantos y tantos pares de propieda des. des. Pe Pero ro en su sus células germinales, germin ales, están están disoci dis ociad ados os los pares de propiedades, y cada célula germinal no alberga nunca más más que una una propied prop iedad ad de cada par. par. Sólo Só lo en la nueva fecundación aparece un nuevo apareamiento de las propiedades. La separación de los pares de propiedades o, mejor de las predisposiciones para estas propiedades es el punto esencial de toda to da la la teoría. Pues sólo só lo bajo b ajo esta esta hipótesis hipótesis puede comprenderse que la nueva formación de los pares de propiedades sigue en la fecundación la regla de pro babilidad. babilidad. Si tanto el germen germ en masculino masculino co c o m o el femenino poseen por mitad disposiciones D y disposiciones R, tiene que presentarse la fórmula mendeliana en caso de fecunda ción ció n proporc prop orcion ional. al. Entonces Ento nces las las predisposiciones feme femenin ninas as D se conjugarán en partes iguales con las predisposiciones masculinas D y R en DD y DR, mientras que las disposi ciones femeninas R advendrán de la misma manera DR y RR . Esto Esto da la fórmula DD , DR , R D , RR. RR . Resulta además de los experimentos de Mendel que si en los mismos padres se trata de dos pares de propieda des, es, que designar designaremos emos co m o D -f- R Y d + r, las diver diver sas disposiciones de los dos pares se mezclan en Jos gér menes aun no fecundados de la primera generación, tam bién según la la ley le y de la la probabilidad. probab ilidad. H a y en est este e cas caso o dos especies de gérmenes femeninos D, esto es, D d y Dr, y dos especies de gérmenes femeninos R, esto es, R d y Rr. Si estos cuatro gérmenes femeninos diferentes son fecunda dos por cuatro de tales gérmenes masculinos, se dan die ciséis combinaciones diferentes, que se pueden calcular en el papel y realizar realizar en la práctica. práctic a. Sólo Só lo que no es lícito olvidar que nunca aparecen más que las dominantes D y d . tan pronto como existen. Por los trabajos fundamentales de Driesch sabemos que en el germen no está, en modo alguno, preformada la es tructura del adulto. Esta Esta doctrin doc trina a es confirm con firmad ada a textu textual al mente por po r el descubrimi descu brimiento ento mendeüano. mende üano. Pues si las las pre
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disposiciones de las más diferentes propiedades se mezclan en el germen según la regla de probabilidad, eso no quiere decir otra cosa sino que no están ligadas entre sí de nin guna manera, sino que habitan con toda independencia unas unas junto a ot otra ras. s. Las propie pro pieda dade dess que, mediante mediante su fir me encadenamiento, formaron a cada uno de los padres, se despa desparra rrama man n en el germe ger men n co c o m o las las gotas gota s de un surtidor. Cierto que todas las propiedades que son necesarias para la constitución de un individuo existen como predisposi ciones en cada germen; pero, en lo que se refiere a su procedencia, se dan abigarradamente confundidas, ya pro cedan ceda n del del lado lado materno materno o del paterno pat erno.. Y de es esta abigarra abigarra da mezcla, que sigue en su composición la regla de pro babilidad, se origina el nuevo individuo. Jamás se ha podido soñar que la ley de herencia, en vuelta aparentemente en impenetrable misterio, obedeciera a tan sencilla ley matemática. Pero, Per o, ¿por qué los mate materia rialis listas tas o monistas mon istas no n o han alzado alzado un grito de triunfo, ya que, una vez más, obedecía a una ley le y matemática matemática un territorio de la la Naturaleza viva? ¿Por ¿Po r qué, por el contrario, se mantuvo tan tercamente en silen cio el mayor descubrimiento biológico de los tiempos mo dernos? La circunstancia de que el descubridor fuera un piadoso abad, cuyos trabajos granaban con tan maravillosa claridad en la paz de un jardín conventual, no puede ser causa única. Cierto que los darwinistas que quieran aceptar la doc trina de Mendel están obligados a prescindir de la teoría de las transformaciones graduales, pues las predisposiciones de propiedades que se conjugan según la ley mendeliana son firmes magnitudes y no pueden ser empequeñecidas a voluntad. Pero, en cambio, la "s "se e lecc le cció ión n natural” natural” podía acertar con aquella selección deseada entre las ya dadas variantes. De fijo que Darwin mismo no hubiera vacilado un mo mento en admitir la teoría mendeliana y en ceder la preemi nencia al al más más grande. Pe Pero ro el actual darwinismo darwin ismo ya no es una hipótesis de ciencia natural, sino un sistema de dogmas,
IDEA S PA P A R A VN A CONCEPCIÓN CONCEPCI ÓN BIOLÓ BI OLÓGIC GICA A DEL MUNDO 254 IDEAS
cuya misión es negar la conformidad a fin en la Natura leza. Y en este sistem sistema a no cabe, cab e, cierta cie rtamen mente, te, el papel que que las predisposiciones de las propiedades representan en el desarrollo del germen. Para adquirir una noción del papel que las predisposicio nes de propiedades están llamadas a desempeñar tenemos que establecer primero qué cosas son las predisposiciones de propiedades. Podemos demostrar que las predisposiciones son magni tudes fijas, que no se pueden disminuir, ni aumentar ni va riar en m o d o alguno. algun o. Planta Plantass de formas form as grandes cru cruza zada dass con formas pequeñas no producen ninguna forma inter media, sino una forma grande o pequeña. También en aque llos casos en que aparentemente se producen formas inter medias, en generaciones posteriores vuelven a presen tars tarse e otra vez ve z la las formas form as fundamentales fundamentale s sin sin falsificación alguna. Las predisposiciones, como ya se mostró, existen en el germen germ en totalmente independientes unas unas de otra otras. s. N o per tenecen tene cen a ninguna especie de estructura secreta. secreta. La ad misión de una estructura secreta en el germen tiene que desaparecer definitivamente. Las predisposiciones están entre sí penetrantemente limi tadas tadas,, Para Para estab est ablece lecerr este h e cho ch o era prec pr ecis iso o toda tod a la la pene pene tració tra ción n del genial Mende Me ndel. l. Las propieda prop iedades des de una una plan lanta ya formada o de un animal adulto no se nos aparecen, en modo alguno, como limitadas entre sí, porque se introdu cen ce n sin sin vacío va cíoss en un plan plan general. Para Para dar c o n las fron teras de las propiedades no hay otro medio que comparar dos do s individu indi viduos os de distint distintas as raza razas. s. Si, po p o r ejemp eje mplo, lo, la hoja oja de una planta muestra liso su borde y otra lo muestra dentado, en seguida estamos enterados de que el estar guar necida neci da de dientes dientes const co nstitu ituye ye una propie pro pieda dad d apart aparte. e. Sólo Sólo de esta manera se puede lograr una representación de los límites de las propiedades y comprender por éstos la deli mita mi tació ción n de las las predispo pre disposicio siciones nes en el germen. germe n. Entonc Entonces es ya no se nos presenta como tan incomprensible la indepen dencia de las predisposiciones en el germen.
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Fiemos aprendido, además, que estas magnitudes que se mantienen constantes, delimitadas unas por otras e inde pendientes entre sí, se repugnan mutuamente cuando se re fieren a la misma misma propiedad propie dad.. L os pares de propiedades propie dades que se originan en la fecundación son desparramados por la nueva form fo rmac ació ión n germinal. Las Las dos predisposicio pred isposiciones nes de propiedades que se refieren al desarrollo de la casta no se toleran jamás una a otra en el germen, aun cuando ambas puedan tener como consecuencia el desarrollo grande o pequeño o pueda una de ellas producir el pequeño y la otra el gran desarrollo. desarro llo. Esto puede pu ede ser expresado expre sado de este m odo od o : "Las predisposiciones predispos iciones de propiedades propied ades para para las mis mas partes partes de estructura se repugnan repugn an mutuamen mutu amente.” te.” En los fenómenos que llevan a acabar la formación del germen se ofrecerá a las predisposiciones de propiedades ocasión para para esta esta mutua repugn rep ugnanc ancia. ia. Desd De sde e este este punto pun to de vist vista a alcanza alta significación el fenómeno, histológicamente muy bien estudiado, de la maduración del huevo, en el cual siempre es expulsada la mitad del material de la se milla. Finalmente —y ésta es la mayor ventaja de este nuevo cono co nocim cim ient ie nto— o—, podemo pode moss afirmar que que las las predisposiciones predisposiciones no son magnitudes materiales, sino formales. Para acabar toda la significación de este hecho hay que representarse que todas las teorías de la herencia, que ope raban con predisposiciones preformadas en el germen, ad mitían, sin excepción, que se trataba de partículas materia les que, por su cambio de magnitud y aumento, debían crecer hasta constituir órganos completos o partes de ór ganos. Estas teorías tienen que desaparecer totalmente. Si queremos servirnos de una comparación, nos será lí cito ci to decir de cir:: las las anteriores teorías admitían que en el ger men de una casa existen en miniatura una piedra de muro, una teja, un peldaño de escalera, una vidriera, etc., de los cuales, por crecimiento y división, se produce la casa. Mendel nos informa de algo mejor: en el germen de la ca sa preexisten, co c o m o predisp pred isposi osicio cione ness ya formadas, la altu altu •
IDEA S PA P A R A UNA CONCEPCIÓN CONC EPCIÓN BIOLÓGI BIOL ÓGICA CA DEL MUNDO MUND O 256 IDEAS
ra de los muros, Ja forma de las ventanas, la pendiente del tejado, la anchura de la escalera, etc. Esto parece totalmente sin sentido mientras sólo tene mos ante la vista las formas de un objeto inanimado, que no se pueden separar del conjunto como factores indepen dientes dientes.. Pero Per o no debem deb emos os olvidar olvi dar que la las formas de los animales y plantas no son otra cosa que acciones termi nadas; que para producir una hoja dentada se necesita otro proceso que para la generación de la hoja de forma lisa. Estos procesos de la morfogénesis muy bien pueden ser consid con sidera erado doss aisladam aisladamente, ente, y las las predispo pre disposicio siciones nes para para estos estos procesos es lo que preexiste en el germen. No es muy correcto por ello hablar de predisposiciones de propiedades; sólo es lícito hablar de predisposiciones para para propiedades. propiedades. Te Tene nem m os, por p or lo tanto tanto,, que que ocuparnos de factores aislados de la formación de propiedades, que existen en el germen como firmes magnitudes, mutuamente delimitada delimitadass e independie indep endientes ntes entre sí. sí. Permanece Perm anecen n libres libres e inactivas en el germen hasta que cada una de ellas, a su turno, entra en actividad en el curso de la evolución. Se las puede designar abreviadamente como "formadores” , par para a evitar la pesada pesada expresión expr esión de "pre "p redi disp spos osic ició ión n para para la form fo rmac ación ión de propiedades” . Con la palabr alabra a formador forma dor se expresa claramente, al propio tiempo, que no se trata de una substancia, sino de un factor que forma a la subs tancia. Por lo tanto, ¿hay que considerar a los formadores como fuerzas fisicoquímicas? Muchos investigadores se sienten in clinados a colocar los formadores en la misma línea que los fermentos. fermen tos. A mí esto me parece un subterfugi subte rfugio, o, aJ que sólo se puede acudir porque no sabemos nada de la na turaleza de los fermentos. Pero de los formadores sabemos enunciar algo positivo que los coloca completamente fuera de Ja serie de las fuer zas fisicoquímicas: no siguen la ley de causa y efecto. En el curso del desarrollo individual del ser vivo, los for madores se relevan unos a otros en su actividad "conforme a plan” . C om o no existe existe ninguna ninguna estructura secreta secreta que los los
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enlace, este hecho significa que tenemos que habérnoslas aquí con un factor natural que no conocemos en todo el mundo inanimado. En el mundo inanimado, todas las fuerzas se relevan se gún la ley de la causalidad y jamás se origina algo confor me a plan, sino sólo algo sin plan, mientras que los formadores generan siempre algo conforme a plan. Ya de los trabajos de Driesch resulta evidente la efica cia de un factor sobremecánico en el desarrollo individual, al cual se le puede llamar "form ador de estructura” . Des pués que conocemos a Mendel, nos es lícito afirmar que existen muy numerosos formadores de estructura que tra bajan en común según un plan unitario. De este modo nos acercamos a la teoría vitalista de Reineke. Si queremos hacernos patente el papel del formador, que interviene en el origen de una estructura capaz de funcio nar conforme a plan, no nos es lícito prescindir del mate rial que tiene a su disposición el formador. El protoplasma no es ninguna materia habitual, sino una mezcla de substancias que se encuentran en permanente cambio de materia y fuerza, de la cual puede ser hecho todo, sobre poco más o menos. Están a disposición del formador tanto materias como fuerzas en rica plenitud. En el germen animal comienza su actividad el primer formador al prestar su primera forma al joven ser vivo. Es te es una esfera hueca, cuyas paredes se componen de puras esferillas de células. Si, mediante una violencia exterior, es partido en dos mitades el germen, el primer formador prosigue tranquilamente su interrumpido trabajo en cada una de las mitades, hasta que quedan hechas dos esferillas huecas que se desarrollan hasta constituir dos animales com pletos, pero de la mitad de tamaño. En este ejemplo lle gamos a conocer claramente las fronteras de la indepen dencia del form ador de material. De una parte, la magni tud del animal formado depende de la masa del material ger minal utilizable; de otra, es completamente indiferente al formador tener que desarrollar al mismo tiempo uno o dos animales.
258 IDEAS PAR A UNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MUNDO
Una vez que el primer formador ha llenado su misión y dado al germen la primera forma diferenciada, aparece en el plan el segundo formador y, generalmente por invagina ción, convierte la sencilla esfera hueca en una de dps pa redes. Entonces la esfera llega a tener tres láminas, se alarga y descompone en segmentos. Tan pronto com o exis ten varios segmentos se hace patente que ahora trabajan al mismo tiempo diversos formadores, uno distinto en cada segmento. Por medio de los bellos trabajos de Braus hemos llegado a ver con toda claridad este difícil orden de cosas. Se puede quitar de un segmento la mitad del material, cosa que tiene por consecuencia, por ejemplo, el que de él se origine un hueso del brazo completamente acabado, pero de la mitad de su tamaño, mientras que el inmediato segmento ha producido en el mismo tiempo una cavidad de hombro de magnitud normal que no conviene, en modo alguno, con el pequeño hueso de brazo. Com o se ve, cada uno de los formadores ha conservado la gran independencia que poseían en el germen. Sólo están ligados a la igual dad de tiempo. Esta independencia se pierde tan pronto se ha establecido la función; entonces las perturbaciones introducidas en formadores vecinos se compensan también en común según la magnitud, de modo que vuelven a ori ginar un miembro capaz de función. Si se quiere fijar bien en una imagen la manera de actuar de los formadores de estructura, compárese el protoplasma con un piano mecánico, que tiene la posibilidad de tocar por sí mismo todas sus teclas. En el piano están encerradas las notas de una determinada melodía. Estas notas están completamente libres hasta que la primera de ellas hiere su tecla. Entonces siguen las otras notas, siguiendo la nece sidad de la melodía. Cualquiera que sea el ejemplo que se pueda elegir, siem pre queda lo principal, que es reconocer sin reservas la existencia de factores sobremecánicos en la Naturaleza vi va. N o falta mucho para que declare el avestruz: "Quiero que todo el mundo brote, con fuerza y materia.,,
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La ''ciencia libre de prejuicios” pondrá también su or gullo en ensayar las hipótesis vitalistas. Una vez roto el hielo materialista que cubrió todo nuestro pensamiento con su capa de muerte, se reconocerá que el darwinismo ha retrasado en medio siglo el progreso de la biología. Por fortuna, son tan enormes las consecuencias prácticas que el mendelismo alcanza en el terreno de la cría de ani males y cultivo de plantas, que ya no puede quedar perdi do. Pero aun pasará algún tiempo antes de que también la teoría haya reconocido la enorme trascendencia de la doctrina mendeliana. Pero entonces la orden del día del porvenir será: N o darwinismo, sino mendelismo.
PENSAMIENTOS SOBRE EL ORIGEN DEL ESPACIO
Si en el día de hoy un naturalista fuera invitado a inter pretar, en nuestra usual manera, de hablar, lo esencial de la doctrina de Kant, tendría que responder: "Kant nos ha enseñado que nuestra alma es un organismo.’’ Cierto que un organismo inmaterial, que se aparta de todos los conocidos en muchos rasgos fundamentales; pero, sin embargo, un organismo. En todo organismo* vivo encon tramos tres elementos fundamentales, que engranan entre sí según un plan común. Son: lv la s partes de estructura permanentes; 2?, las fuerzas actuantes; 39; las impresiones exteriores. Pues el problema que tienen que resolver todos los organismos consiste en recoger impresiones exteriores y elaboradas. Kant ha demostrado también la existencia de estos tres elementos fundamentales en nuestra alma. Encontró una fuerza originaria en todas partes activa, a la que, por razón de sus productos, designó como imaginación productiva. Según nuestro lenguaje actualmente usual, la llamaremos la fuerza plástica productiva. Esta fuerza posee la capaci dad de resumir en un nuevo todo unitario numerosas y diversas partes. Del modo más claro se muestra este efecto en la forma ción de los objetos. Los elementos de los que, sin excepción, se forman todos los objetos son nuestras sensaciones de los sentidos. Tienen que ser tenidas com o el elemento funda mental externo; son las impresiones que debemos elaborar. Las sensaciones de los sentidos; son cogidas por la fuerza plástica, que forma de ellas una nueva unidad. Como el metal en fusión necesita un molde preparado donde verterse para adquirir forma, así hay en el alma re[260]
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glas fijas según las cuales avanza esta nueva formación de las sensaciones de los sentidos, a fin de que adquiera forma un objeto determinado. Estas reglas fijas son parte perma nente integrante del alma. Es lícito compararlas con las partes de estructura de los organismos materiales. La manera como se producen en el niño estas partes de estructura del alma es un problema en sí mismo del que aquí no debemos ocuparnos. Aquí sólo tenemos que ver con las reglas de formación ya hechas que son utilizadas por la fuerza plástica productiva para la construcción de los objetos. Las reglas de formación poseen la mayor semejanza con melodías, sólo que no forman tonos en una nueva unidad, sino sensaciones de espacio. De que las reglas do formación sólo se refieren a las sen saciones espaciales presencié un ejemplo muy caracterís tico. Una niñita, aun no de dos años completos, que había pasado la mayor parte de su existencia terrena en un bos que de abetos fué c on su padre a la orilla del mar. El pri mer día le fué dado al almuerzo un lenguado asado. La pequeña contempló atentamente la disección del pescado, y cuando apareció la espina exclamó: "¡U n abeto!” Ni la magnitud ni el color eran decisivos, sino sólo la relación espacial del tronco con las ramas: la espina del pez no for maba ningún objeto nuevo, sino que era un pequeño y blanco abeto. El número de reglas de formación empleadas por nos otros denuncia también el número de especies de objetos que somos capaces de distinguir. Sin embargo, el número de diversos objetos de una especie no queda, en modo al guno, limitado por ello. Si éstos pudieran penetrar en nues tra conciencia sin regla alguna, llenarían de confusión nuestra alma. ¿Qué medios emplea nuestra alma para evitar eso? Si miramos alrededor en nuestro medio ambiente advertimos que todos los objetos que nos rodean están puestos delante o detrás de nosotros, arriba o abajo, a la derecha o a la izquierda. Cada objeto, por su situación, evoca en nosotros
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tres sensaciones de dirección, que, más o menos fuertes, resuenan al mismo tiempo en nuestro interior. Por todas partes llevamos siempre con nosotros los tres pares de sen saciones de dirección, que acomodan dentro de sí todos los objetos que vemos o sentimos. La fuerza plástica productiva enlaza éstas como todas las sensaciones de los sentidos, según una regla muy general, en una nueva unidad, que no es ningún objeto, porque cada objeto requiere una demarcación. Pero esta unidad, sin em bargo, es una intuición con realidad objetiva: la llamamos espacio . El espacio precede a toda formación de objetos. Existe siempre tan pronto como dirigimos nuestra atención a nues tro medio ambiente. Toma a su cargo el ordenar los objetos según su situación. Por eso Kant explicaba el espacio como un elemento estructural de nuestra alma, originado inde pendientemente de toda influencia exterior sobre nuestros órganos de los sentidos y que sirve sólo como medio de distribución de los objetos. Consecuencia de esto era que a las ciencias que se ocupan de puras magnitudes de espacio, les fuera señalado un puesto aparte de toda experiencia. Pues para la experiencia se re quiere siempre un influjo exterior que engendre en nos otros sensaciones de los sentidos. Parecía hasta ahora que la intuición del espacio era un fenómeno puramente aními co; que las sensaciones fundamentales de las tres direcciones del espacio, existen totalmente preformadas en nuestra al ma y no necesitan de ocasión alguna exterior para origi narse. Esta concepción ya no puede ser sostenida desde que Cyon ha logrado probar que las sensaciones de dirección, con las cuales se construye el espacio, son auténticas sen saciones de los sentidos. A Cyon le debemos el bello des cubrimiento de que una parte del laberinto del oído posee la capacidad de evocar en nosotros, al ser excitado, las co rrespondientes sensaciones de dirección. Se trata de los notables conductos semicirculares del oído. Son tres pequeños anillos excavados en el hueso, que, como
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las tres superficies que coinciden en el vértice de un dado, son perpendiculares unos a otros y se tocan por el vértice. Sabido es que nuestra cabeza puede ser descompuesta por tres planos que son condicionados por su construcción sagital, que hiende la cabeza de arriba abajo anatómica: uno y que corriendo por delante entre los ojos, a lo largo del perfil de la nariz, separa una mitad derecha de una izquier da; uno transversal, que, yendo igualmente de arriba abajo, divide la cabeza en una mitad anterior y una posterior: uno horizontal, que descompone la cabeza en una mitad superior y una inferior. Los planos descomponen la cabeza en pares de cuatro sectores, cuatro superiores y cuatro inferiores, cuatro a la izquierda y cuatro a la derecha, etc., que se juntan en el medio como ocho dados en sus vértices rectangulares. En la superficie de los dos sectores anteriores de los cuatro superiores, se piensa que están situados los conductos semi circulares. Entonces, a cada lado se obtiene un triple sis tema de conductos, que está formado por un canal sagital, uno transversal y unohorizontal. Estos dos sistemas de conductos no se encuentran en realidad uno con otro, sino que se abren lateralmente dentro del oído, sin que, por lo demás, cambien sus relaciones con los planos de división. La excitación de estos tres canales debe, según Cyon, despertar en nosotros las tres sensaciones de dirección. Es indiferente observar uno u otro oído: la excitación del canal sagital debe provocar siempre las sensaciones dede lante y atrás; la excitación delcanal transversal desprende las sensaciones d-e arriba y abajo; la excitación delcanal horizontal da las sensaciones dederecha eizquierda. Los conductos semicirculares sirven, cmn grano salís, sistema de coordenados en cuyo centro está apos como un tado nuestro "y o ” . Lo mismo que cada punto en el espacio matemático está determinado por sus relaciones con tres coordenadas, así se establece firmemente la posición de cada objeto en el espacio real por las sensaciones de tres direc ciones que suenan al mismo tiempo, pero con distinta in tensidad. Si, por ejemplo, decimos de un objeto que está
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muy hacia adelante, un poco a la izquierda y abajo, su posición queda descrita por completo. ¿Cómo llegamos precisamente a tal aparato y cómo se valen sin él los seres vivos que no lo poseen? A esta pregunta no podemos responder jamás por com pleto, porque nos son desconocidas las almas de los ani males. Pero podemos proyectar la propia alma dentro del animal que se quiera, y veremos cóm o se puede valer con los primitivos efectos de sentidos. Imaginémonos, por ejemplo, dentro de una libélula, cuyo cerebro aun está tan simplemente constituido que sólo ofrece la posibilidad de la generación de muy pocas reglas de formación, y en tonces también nuestra alma sólo podrá percibir muy pocos objetos. Fuera de algunos animales que le sirven de presa y de los propios compañeros de especie, sólo divisamos en lo restante algo herbiforme, arbustiforine y agua. (Cierto que también hay hombres que no ven mucho más.) Estos objetos quedan fácilmente ordenados. Un movimiento ho rizontal de la cabeza y uno vertical enlazan cada objeto con dos sensaciones de movimiento. Con eso queda esta blecido el necesario orden. Para percibir la dirección ade lante y atrás tiene que servirse del libre vuelo. Nosotros ordenamos los objetos de nuestro medio am biente por los movimientos de nuestros ojos; pero en lugar de las sensaciones de movimiento entran inmediatamente las mucho más precisas sensaciones de dirección de los con ductos semicirculares. Hay que imaginarse el mecanismo que enlaza nuestro ojo con los conductos semicirculares, de modo que cada contracción de los músculos del ojo pro voca, por vía nerviosa, una excitación! en el correspon diente canal, el cual, por su parte, provoca en nuestra alma la específica sensación de dirección ligada con el canal. Se desliza el globo del ojo hacia la izquierda: entonces el músculo izquierdo contraído, al hacerlo, estimula a los ca nales horizontales. Se desliza hacia arriba: los músculos su periores estimulan a los canales transversales. La tensión de los músculos que reúnen los ejes ópticos en la percepción de la profundidad sirve para la excitación del canal sagital.
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Mediante la intervención de los conductos semicirculares, que a la vista de un objeto anotan la disposición del globo del ojo, se establece inmediatamente la posición del objeto en el espacio. Por este medio queda muy notablemente substituido el aparato óptico. El orden de los objetos, que en otro caso queda entregado a los músculos del ojo y a las sensaciones de movimiento producidas por ellos, es ahora tomado a su cargo por otro órgano de los sentidos, que puede engendrar sensaciones altamente específicas apro piadas para la ordenación. Si le son arrebatados a un animal sus conductos semi circulares, los movimientos del ojo tienen otra vez que volver a ser empleados como único medio auxiliar orde nador. Hácese esto al principio mediante violentos movi mientos de péndulo de la cabeza y de los ojos en la dirección que hasta entonces era suministrada por los conductos se micirculares que faltan ahora. Si a una paloma se le quitan los seis conductos semicirculares, lleva su cabeza con la tapa del cráneo hacia abajo. De este m odo consigue que las imágenes de los objetos en su retina vengan a estar de rechas con relación a sus cuerpos. Esto puede servir como demostración de que las invertidas imágenes de la retina son puestas derechas habitualmente por intervención del aparato de los conductos. La disposición que experimentan los objetos en el espacio mediante las sensaciones de dirección de los conductos se micirculares es puramente subjetiva. Sólo refiere la situa ción de los objetos al espectador, y a nada fuera de él. Es evidente, por ello, que la sensación de dirección arriba o abajo es tan subjetiva como la sensación izquierda o dere cha. Arriba y abajo se dice con referencia a mi persona en la dirección de mi cráneo a los pies. Si estoy acostado, este arriba subjetivo ya no es arriba en sentido objetivo, esto es, si arriba se refiere al centro de la Tierra. Hay, por lo tanto, dos sensaciones para la dirección arriba: una subjetiva y otra objetiva, que puedo separar muy bien entre sí, si con los ojos cerrados, en una posición inclinada de la cabeza, dirijo mi atención, ya a la una, ya a la otra.
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Esta dualidad de la sensación arriba, según mi parecer, no ha sido suficientemente tenida en cuenta por Cyon. Si el arriba subjetivo se lo debemos a los canales trans versales, procede el arriba objetivo de los llamados estato Utos ocuerpecillos de Goltzschen . Son éstos unas pequeñas piedrecillas que se balancean sobre finos cabellos y que, por su peso, oprimen siempre aquel cabello que queda de bajo en la posición de la cabeza en cada momento. El estatolito , al cual se le puede llamar un compás del centro de gravedad, está mucho más extendido en la serie animal que los conductos semicirculares. Pero también falta en los animales más sencillos, cuyos órganos dq los sentidos y sistema nervioso central mismo no ofrecerían a nuestra alma la posibilidad de formar ningún objeto. Sólo se ori ginarían en nuestra alma sensaciones sueltas que no nece sitan de ninguna ordenación espacial de especie subjetiva ni objetiva. Para el equilibrio del peso del propio cuerpo en los animales que se arrastran o andan, basta con los músculos que poseen un delicado aparato regulador, que actúa automáticamente para soportar pesos. En los animales que nadan libremente se asocia en general un estatolito, que ayuda a los músculos en el balanceo del cuerpo. Más tarde se pone en relación con los músculos del ojo, y de este modo, además de influir en la posición del propio cuerpo respecto al centro de la Tierra, influye en la posición de la retina respecto a los objetos. Esta es la disposición de muchos cangrejos. En los insectos bastan sólo los ojos, pues su retina posee la capacidad de utilizar el cambio de lugar de una imagen como estímulo de los músculos del cuello, que cuidan entonces de una nueva y clara fijación de la imagen. Los músculos, en especial del aparato volador, bastan para el equilibrio del cuerpo. De este modo, pueden carecer de estatolitos los insectos. Los vertebrados más inferiores poseen, además de los ojos y de los estatolitos, primero uno y después dos conductos semi circulares. Pero la inmensa mayoría se vale del bien dis puesto sistema de triples conductos. El estatolito entra ahora en la más íntima relación con el sistema de conductos.
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Este sirve, como ya se hizo notar, para substituir el apara to de movimiento de los ojos, cuya situación es anotada al mismo tiempo por los tres conductos semicirculares, a la manera de un sistema de coordenadas. De este modo es anunciada al cerebro la posición de cada objeto por una nueva combinación de excitaciones nerviosas. El estatolito da noticia al mismo tiempo de la inversión de todo el sis tema de coordenadas con relación a la plomada. Nuestra alma conoce, según eso, cuatro especies de sensaciones de los sentidos que se refieren al espacio. Son: 1^, los signos locales; entre ellos se comprende aquellas precisas sensacio nes de dirección que siempre resuenan cuando nuestra re tina nos comunica una sensación de luz o de co lor. Sirven para la construcción de los objetos; 2^, las sensaciones de movimiento de los músculos del ojo; 3*, los tres pares de sensaciones generales de dirección, que son engendra das por los conductos semicirculares y de cuya productiva fuerza formadora se forma la intuición "espacio” ; 4*, la sensación de dirección comunicada por el estatolito refe rente al "arriba” objetivo. Como ha de imaginarse, el trabajo en común de estas diferentes sensaciones he intentado ya analizarlo, y también el papel que los conductos semicirculares representan en ello. Pero este problema de los conductos semicirculares no queda, en modo alguno, agotado. Los conductos semi circulares son capaces de servir como aparato general del sentido del espacio para toda la voluntaria musculatura del cuerpo al anotar tan detalladamente como la del globo del ojo la dirección del movimiento de toda masa de miembros. De este modo son puestas en directa relación la posición de nuestro cuerpo y de nuestros miembros con la de los ob jetos. En realidad, siempre efectuamos nuestros movimientos corporales mediante un rodeo por el aparato del sentido del espacio. Jamás contraemos voluntariamente determina do músculo, sino que siempre ejecutamos movimientos de masas de miembros en las tres direcciones del espacio. Me diante el aparato del sentido del espacio estamos orientados
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sobre la posición de los objetos en el espacio, y dentro de ese espacio describimos nosotros nuestros movimientos. Este órgano de los sentidos, en extremo notable, nos su ministra el campo común en que viven los objetos y en que se realizan nuestros movimientos: el espacio .
NUEVOS PROBLEMAS DE NUTRICIÓN La llama pasa desde la antigüedad como imagen de la vida. Pero sólo en el siglo pasado se logró demostrar tam bién en el ser vivo los mismos fenómenos que producen la llama. Y nada menos que Helmholtz ha comparado nuestra vida humana con la llama de un cirio. La llama, como es en general sabido, constituye el último acto del gran drama del átomo de carbono. El primer acto comienza en el tiempo en que el átomo de carbono está en íntima relación con el átomo de oxígeno que forma el ácido carbónico del aire. Por la materia verde de las plan tas, la clorofila, es extraído el ácido carbónico, y con ayuda de los rayos del sol es arrancado a su combinación el áto mo de carbono. Una vez libre, manifiesta sus ricas capaci dades de entrar en combinaciones hacia todos lados. Ahora es utilizada por las plantas para que les suministre materiales de construcción cada vez más diversos, cada vez más escogidos. Verdaderamente miserables parecen nues tros materiales de construcción, com o la madera, la piedra y el hierro, al lado de la plenitud y pluralidad de formas de estos diminutos materiales químicos, que para todos los fines ofrecen una selección de propiedades elásticas, quími cas y eléctricas como ni siquiera pudo soñarlas aún la fan tasía de ningún constructor. Pero esta pluriforme plenitud de material de construcción es necesaria, porque ahora comienza la construcción mecá nica de las células vegetales con ayuda de estos materiales químicos. Y de la célula se origina la estructura de la ¡Santa. Estos asombrosos materiales, como su tejido interior se sostiene por medio de fuerzas de tensión químicas, forman al mismo tiempo la rica provisión de fuerza de las plantas. [ 269 ]
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Mientras que por ruina del organismo se pierde, sin dejar huella, la estructura mecánica, los materiales químicos res tituyen la energía en ellos almacenada. También en el in cendio de una casa de madera el calor procede de la madera y no de la casa. La más rica restitución de energía tiene lugar cuando el átomo de carbono logra volver a combinarse con el átomo de oxígeno en ácido carbónico. Entonces vuelve a presen tarse la totalidad de la energía prestada por los rayos del sol y, a la verdad, en todas las posibles formas: com o mo vimiento en los animales que consumen las plantas para su alimento, o como luz y calor en la llama del cirio. Con esto termina el drama del cambio de materia, en el cual el átomo de carbono desempeña el papel principal. Este drama es tan pluriforme com o la vida misma. Hasta es lícito decir que sin cambio de materia no hay vida. ¿Es, por lo tanto, la vida el cambio de materia? La comparación con la llama del cirio casi nos induce a esta creencia. En la llama del cirio cambia permanentemente la materia, y, sin embargo, siempre queda subsistente la forma. También cambia la materia de nuestro cuerpo, pero la forma per manece. Y, sin embargo, sería muy de miope querer tomar al cambio de materia com o vida. Pues a la llama le falta un factor muy esencial, que es la estructura mecánica confor me a plan, que caracteriza a todos los seres vivos. Durante largo tiempo hubo tendencia a menospreciar este factor y poner sólo en primer término el cambio de substancias. Ocu rrió así que el cambio de materia que su fren las substancias alimenticias en nuestro cuerpo, fué tra tado como problema independiente, sin preocuparse de las funciones del cuerpo en la alimentación. También se puede, en realidad, tratar como problema independiente la transformación del agua en vapor y del vapor en agua en las modernas máquinas de buque; pero al hacerlo no se averigua nada acerca de la cosa principal, el buque. Sabemos ahora, mediante muy minuciosas investigaciones,
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que (com o en toda máquina) será gastada exactamente tanta energía por nuestro cuerpo como fué introducida en él por los manjares. Pero es dudoso si esta determinación física corresponde en general a un problema de la vida. El gran fisiólogo ruso Pawlow ha sido el primero que rehabilitó el planteamiento de problemas puramente bioló gicos en la doctrina de la nutrición. Pawlow vuelve a pre ocuparse nuevamente de la£ acciones activas de nuestro cuerpo y no sólo de la conducta pasiva de la materia ali menticia. En este planteamiento de problemas ha vuelto a mani festarse la conformidad a plan de nuestra construcción cor poral y de sus funciones, de una manera que tiene que producir asombro general. Una breve ojeada sobre los co nocimientos recién adquiridos lo demostrará. Nuestra cavidad bucal alberga diferentes glándulas sali vares, las cuales dan tres especies de saliva: 1?, una saliva clara y acuosa, que es propia para lavar la boca limpiándola de todas las partículas de manjares; 2?, una saliva viscosa, que envuelve los grandes pedazos de alimentos y facilita con ello su subsiguiente deglución; 39, una saliva rica en albúmina, que se combina químicamente con los ácidos per judiciales y los hace inactivos. Nuestro estómago suministra un jugo gástrico que con tiene ácido clorhídrico libre y un fermento al cual se le llama pepsina. Por fermento se entienden materias explo sivas microquímicas que son propias para hacer saltar los fundamentos químicos de los productos alimenticios. En la primera parte de nuestro intestino desemboca el canal eferente del páncreas, que vierte en el intestino un jugo alcalino y un fermento que actúa muy violentamente: la tripsina. Como la tripsina es peligrosa para el propio tejido vivo, está provista de medios químicos de defensa. Primero tienen que ser volados los medios de defensa por un fermento auxiliar, antes de que esté libre la tripsina. Este fermento auxiliar es suministrado por la mucosa in testinal.
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Cerca del canal eferente del páncreas desemboca, tam bién en el intestino, el conducto biliar, que viene del hí gado. La bilis posee la capacidad de esparcir la grasa de los alimentos en partículas muy pequeñas. De este modo la tripsina obtiene una extensa superficie de acción y la grasa puede ser atacada por todos lados. PawJow ha logrado acechar el trabajo en común de todo este laboratorio químico en Ja digestión de los más diversos alimentos. Primeramente se pudo establecer el hecho asombroso de que cada alimento encuentra ya en la boca la saliva que le conviene, cuando ha llegado a ella. Este enigma ha sido resuelto por Pawlow, quien pudo demostrar que las manifestaciones complementarias de un manjar, como olor y color, actúan sobre los órganos de los sentidos como estímulo específico antes de que el alimento haya llegado a la boca. Así se produce, por vía refleja, mediante el sistema nervioso central, la secreción de la sa liva conveniente al alimento. L ogró convertir en estímulo específico secretor cualquiera manifestación complementa ria, si se producía regularmente al tiempo del suministro de un alimento determinado. Un toque de campana, un color rojo, un olor extraño, hasta el enfriamiento de partes de la piel, llegaron a ser estímulos secretores que, según al vo luntad del experimentador, provocaban una clase de saliva completamente distinta. Las manifestaciones complementarias, naturales o artifi ciales, de los alimentos actúan también reflectóricamente sobre las glándulas del estómago, y el estómago, ante de que lleguen a él los alimentos, se llena de un conveniente jugo que, según sea necesario, contiene más ácido o más pepsina. Así llegan al estómago pedazos de pan envueltos en vis cosidad y son esperados allí por un jugo rico en pepsina,* mientras que la carne flota en el estómago en una saliva acuosa y es esperada allí por un jugo ácido, en el que se empapa para que actúe sobre ella una cantidad de pepsina suficientemente proporcionada.
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En el estómago comienza la digestión; esto es, tiene prin cipio la división de los elementos químicos del alimento. Del estómago, Jos productos de la digestión, acidificados, pasan al intestino por una puerta musculosa cerrable, y ahora se verifica todo un concierto de acciones conforme a fin engranadas unas con otras: 19 Los ácidos del estómago, llegados al intestino, esti mulan los nervios de la pared intestinal, con ello se cierra reflectóricamente la puerta del intestino, y sólo vuelve a abrirse cuando el ácido del estómago está neutralizado por el jugo alcalino del páncreas. Así, sólo pasan del estóma go al intestino pequeñas porciones de la papilla alimenticia, unas tras otras. 29 Mediante el efecto del ácido del estómago, una ma teria existente en la pared intestinal, la prosecretina, se transforma en secretina (cosa que Bayliss y Starling logra ron demostrar). 39 La secretina penetra en el curso de la sangre y conti núa flotando en él. Ahora bien: las células del cuerpo se asemejan a un rebaño de ovejas puestas todas en fila al bor de en un torrente y bebiendo. Pero en la sangre, al con trario de lo que ocurre en el arroyo, nada una infinidad de las materias más diversas. Cada materia sólo estimula un número totalmente determinado de células y ninguna otra. De este modo, cosa que sería difícil en las ovejas, se logra producir una reacción en cuerpos celulares totalmente de terminados, con arrojar sencillamente en el torrente sanguí neo una específica materia estimulante. La secretina es una de tales específicas materias estimulantes, que sólo excita las células del páncreas. 49 El páncreas entra en actividad por el estímulo de la secretina y vierte el jugo alcalino que neutraliza el ácido del estómago. En éste se encuentra también la tripsina, con su instalación química protectora. 59 El fermento auxiliar ha sido suministrado ya por la excitada mucosa intestinal y se desprende la tripsina. 69 La tripsina y la bilis se arrojan en común sobre la pa pilla alimenticia. La tripsina es la principal materia expío-
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siva para la grasa, difícilmente digerible, mientras que los cuerpos albuminosos, ya descompuestos en el estómago, son destruidos por un fermento especial de la mucosa in testinal (encontrado por Cohnheim), la erepsina. Así ocurren las cosas en la máquina digestiva que alber gamos en nosotros mismos. Realiza la misión de desparra mar los elementos químicos de nuestro alimento orgánico después que los dientes han destrozado la estructura me cánica. El modo como procede en adelante nuestro cuerpo con el digerido alimento está aún en la obscuridad. Cierto que sabemos que una parte de los productos digestivos llegan a ser elementos de nuestro propio cuerpo; otra suministra el material calórico de la máquina muscular. Pero la cuestión del ser y destino de nuestro material de construcción no nos satisface ya en el día de hoy. Com o tampoco satisfa rían al ingeniero o arquitecto que quiere conocer una má quina o una casa. Sólo el conocimiento del plan de construcción de nuestro cuerpo, que se manifiesta en acciones conformes a fin, con duce a la investigación de la vida.
ÍNDICE
PRIMERA PARTE
LOS NUEVOS PROBLEMAS Nuevas cuestiones ..................................................................................... 15 N uev os p r o p ó s i t o s ......................................................................................31 .
SEGUNDA PARTE
EL NUEVO PUNTO DE VISTA Sobre lo invisible en la N a tu r a le z a ...................................................... *19 El mundo perceptible del a n i m a l .............................. . 60 Mundo animal o alma a n im a l ............................................................. 69
TERCERA PARTE
LA NUEVA IMAGEN DEL MUNDO El acuario tr o p ic a l .................................................................................... 93 El a c u a r io ...............................................................................................100 Las lu c h a s ...............................................................................................107 E v o l u c i ó n ............................................................................................... HO Bosquejo de una venidera conc ep ción del m u n d o ..............................U La anatomía subjetiva de los o b j e t o s ..........................................l^2 La fisiología subjetiva de los objetos ............................................... 134 [275]