UNIDADES DIDÁCTICAS DIDÁCTICAS 7 Y 8. España en los siglos XVI y XVII: los Austrias. A) Siglo XVI: la hegemonía española. Carlos V y Felipe II. 1. Evolución política.
Política interior y exterior en el siglo XVI.
El modelo político de los Austrias: la administración del Imperio.
2. Economía y sociedad en el siglo XVI.
Evolución demográfica demográfica en la España del siglo XVI.
El crecimiento económico y la revolución de los precios.
La crisis económica y las deudas de la Corona.
3. Evolución de las mentalidades mentalidades en el siglo XVI: X VI: del erasmismo a la intolerancia religiosa. La Inquisición.
B) Siglo XVII: la decadencia del Imperio. Felipe III, Felipe IV y Carlos II. Evolución política.
Política interior y exterior en el siglo XVII.
El gobierno de los validos.
Evolución económica económica y social en el siglo XVII.
Evolución demográfica demográfica en el siglo XVII. X VII.
Crisis agraria.
Producción artesanal.
Evolución del comercio.
La economía colonial.
Arbitrismo y mercantilismo.
Los estamentos estamentos sociales en el siglo XVII.
El siglo de Oro: entre el atraso científico y el esplendor cultural.
A) EL SIGLO XVI: LA HEGEMONÍA ESPAÑOLA. CARLOS V Y FELIPE II. 1. Evolución política. Con la llegada de Carlos V en 1516, la Corona de los reinos españoles pasaba a manos de la casa de Austria o de Habsburgo., que reinará durante dos siglos. Carlos V, hijo de Felipe el Hermoso y Juana la Loca, recibirá una enorme herencia, tanto de sus abuelos paternos como maternos. Los reinados de Carlos V y de Felipe II cubren la mayor parte del siglo XVI. Presentan algunos rasgos comunes, como la subordinación de los intereses castellanos y aragoneses a la política europea, el esfuerzo por mantener la hegemonía y el papel de defensa del catolicismo en Europa. Pero también presentan contrastes acusados: Carlos V fue un rey europeo, cosmopolita, de talante abierto, que viajaba constantemente por sus reinos, capaz de comprender las particularidades de cada Estado y que además supo delegar responsabilidades en sus virreyes y gobernadores; por su parte, Felipe II fue un rey nacido y educado en Castilla, sedentario, burócrata y con tendencias autoritarias, que dirigía personalmente el gobierno y atendía los asuntos de Estado, ayudado por sus secretarios y Consejos, de los que desconfiaba, por lo que el resultado fue una ralentización de la maquinar ia administrativa lo que contribuyó a dificultar el gobierno, además de agotarlo (y a él personalmente también).
1.1. Política interior y exterior en el siglo XVI. 1.2. El modelo político de los Austrias: la administración del Imperio. Los Habsburgos, en buena medida, mantuvieron la organización política heredada de los RR.CC. Procuraron rodearse de letrados, funcionarios de origen modesto, apartando de la Corte a la aristocracia; esto no significaba que los nobles no tuvieran responsabilidades, por el contrario desarrollaron una labor destacada en campos como el ejército, la marina, la diplomacia... pero siempre de forma subordinada. No pretendieron nunca unificar sus Estados, éstos conservaron sus leyes e instituciones. Eso sí, convirtieron a Castilla en la sede principal de su gobierno, mientras que los demás reinos se hacían representar por virreyes (Corona de Aragón, Italia, América) o por gobernadores (Países Bajos). Estos cargos eran desempeñados por altos funcionarios o miembros de la familia real. Toda la autoridad se concentraba de manera directa en la figura del monarca. Para asesorarle estaban los Consejos. Estos Consejos eran de dos tipos: sectoriales, encargados de áreas de gobierno determinadas, como el de Estado o Hacienda; y, territoriales, que administraban cda uno de los reinos. Todos eran meramente consultivos, ya que la decisión siempre correspondía al monarca.
A pesar de la existencia de estos Consejos, tanto Carlos V como Felipe II se acostumbraron a rodearse y despachar directamente con secretarios: asesores de confianza que actuaban de enlaces con los Consejos. Respecto a la administración territorial decir que no variaron respecto a antaño (ver U.D. 5. Los RR.CC.): chancillerías y audiencias para administrar justicia, corregidores para controlar a las ciudades, recaudadores de impuestos... En 1561Felipe II decidió instalar su Corte en Madrid, desde entonces capital de España.
2. Economía y sociedad en el siglo XVI. 2.1. Evolución demográfica en el siglo XVI. La población experimentó un crecimiento en torno al 25 %, alcanzando los 8 millones a finales del siglo. Castilla continuó siendo el reino más poblado, con 5 millones de habitantes, mientras que la Corona de Aragón no llegaba al millón y medio; Navarra y las Vascongadas reunían 350000 habitantes. La mayor parte de la población era rural, y las tasas de natalidad y de mortalidad mantuvieron altas. Las regiones más densamente pobladas eran Galicia, Castilla la Vieja, Valencia y Granada. Y las menos, Aragón y Cataluña. Las ciudades del sur y de la costa continuaron su crecimiento gracias al comercio con América. Se calcula que apenas unos 150.000 castellanos optaron por emigrar a América a lo largo del siglo, la mayor parte de ellos varones jóvenes. La tendencia de crecimiento demográfico se truncará a finales del siglo XVI, siendo negativa en la mayor parte del siglo XVII, como veremos más adelante. 2.2. Crecimiento económico y revolución de los precios. El crecimiento demográfico fue posible gracias al desarrollo económico que se produjo a lo largo de los primeros dos tercios del siglo. Tanto Castilla - principalmente - como Aragón - en menor medida - experimentaron un auge importante en todos los sectores económicos: agricultura, ganadería, artesanía y actividades comerciales. El aumento de la población y el mercado americano hicieron aumentar la demanda de productos artesanos. La llegada de metales preciosos de América originó una inflación que se agravó durante el reinado de Felipe II. Provocó importantes efectos en la economía europea y española. Permitió una mayor circulación de mercancías al tener más dinero disponible para el intercambio, multiplicó cuatro veces los precios (revolución de los precios) en el caso castellano y puso a disposición de la Corona una importante cantidad de dinero para poder costear su política imperial.
Los metales preciosos, en teoría, no podían sacarse de los reinos peninsulares, pero en la práctica esa prohibición no se cumplía: los comerciantes traían plata de contrabando para evitar los impuestos de la Corona; los negociantes pagaban de manera clandestina sus compras de productos europeos para venderlos en Castilla o reexportarlos a América. Las personas que acumularon el dinero en el interior, pertenecientes en su mayoría a la nobleza y grandes comerciantes y banqueros, no dieron una salida productiva a sus capitales sino que lo dedicaron a construir grandes mansiones e iglesias, lo que explica la posterior decadencia económica de la Monarquía. Además, pronto la Corona empezó a pagar los préstamos que le hacían los banqueros europeos para sufragar las guerras europeas con la plata americana. Así, la disponibilidad fácil de tanto oro y plata no benefició a medio plazo a la economía española. En lugar de dedicar las ganancias americanas a la renovación de la industria artesanal propia, era más rentable comprar en otros países europeos las mercancías que se necesitaba o permitir que esos mismos países las vendieran a América. En definitiva, económicamente la colonización de América supuso dinero rápido y fácil, pero paralizó la evolución de la artesanía interior en beneficio de la exterior, con las negativas consecuencias en periodos futuros. Las dificultades de la Hacienda El mantenimiento de una política exterior de carácter imperial, que obligaba a un continuo y extraordinario gasto para mantener un ejército poderoso y una administración tan amplia, supuso un enorme esfuerzo financiero difícilmente soportable. A partir de mediados del siglo XVI comenzaron a aparecer los síntomas de una crisis económica. La Hacienda era deficitaria, poco organizada y lenta. En general, los gastos ordinarios de la administración (Casa Real, Consejos, Altos tribunales, burocracia) se pagaban con los impuestos ordinarios. Entre ellos destacaban la Alcabala (10 % sobre cualquier compra o venta) y los Servicios (impuestos, que cada tres años, eran votados por las Cortes); otros de menor importancia, eran el dinero que los reyes sacaban de las aduanas, las minas o la Bula de Cruzada, concedida por el Papa para la lucha contra los infieles. Este esquema, fijado en tiempos de los Reyes Católicos, fue el que se impuso cuando Carlos I creó el Consejo de Hacienda en 1523. La escasez de los recursos ordinarios y la lentitud de su recaudación hacían que, en casos de enfrentamientos bélicos y por tanto de necesidad de fuertes sumas de dinero, tanto el emperador como su hijo Felipe II, se vieran obligados a recurrir a otras formas de recaudación: creación de nuevos impuestos, préstamos con grandes banqueros (asientos) y emisión de deuda pública (juros). El aumento y la creación de nuevos tributos fue constante: se creó el estanco de la sal, se gravó la exportación de la lana, y Felipe II, creó uno sobre los artículos de primera necesidad ( millones). Este monarca consiguió autorización del Papa para grabar al clero con dos impuestos nuevos, destinados a luchar contra los infieles: el Subsidio y el Excusado. Los asientos fue el mecanismo preferido de Carlos y consistía, básicamente, en el adelanto de capital por parte de grandes banqueros en espera de ser recompensados con creces: con la recaudación de ciertos tributos y, sobre todo, con los metales preciosos procedentes de Indias (explotación de minas). Castellanos, como Simón Ruiz o Rodrigo de Dueñas; alemanes, como los Fugger y los Welsser y, sobre todo, genoveses, como Spinola, Centurio o Balbi , se encontraron entre los prestadores. Otra alternativa fueron los juros que, al desviar el ahorro privado de la actividad productiva, tuvieron a medio plazo un efecto negativo en la economía. Las bancarrotas dificultaron la capacidad del Imperio para obtener préstamos. Para evitar los impuestos, muchos fabricantes y comerciantes optaron por cerrar sus negocios e invertir su dinero en estos juros: títulos de deuda con los que la Corona obtenía más dinero para financiar su política exterior. Las bancarrotas del Estado fueron numerosas. Una de causas de la abdicación de Carlos está el que debiera, en 1556, más de 6 millones de ducados a los asentistas (banqueros) y que la deuda en juros fuera aún superior. Felipe II tuvo que declarar más de tres veces la bancarrota del propio Estado (1557, 1575, 1596), y en los últimos veinticinco años de su reinado emitió una enorme deuda públi ca en juros de más de 40 millones de ducados. Ante estas dificultades estructurales de la Hacienda, América representó siempre para los gobiernos una esperanza. El oro y, sobre todo, la plata eran el soporte siempre esperado para poder subvencionar los tercios de soldados españoles esparcidos por los diversos campos de Europa. Castilla, que si bien retuvo la mayor parte de los beneficios del Imperio de ultramar y el ejercicio de la Monarquía, como contrapartida tuvo que asumir mayoritariamente la carga financiera de la política exterior de l os Austrias.
LA HACIENDA DE LOS AUSTRIAS
INGRESOS
GASTOS
ORDINARIOS
EXTRAORDINARIOS
ORDINARIOS
EXTRAORDINARIOS
Servicios
Arbitrios
Corte
Gastos de guerra
Impuestos directos que
pagan los pecheros
Venta de hidalguías Venta de oficios Venta de bienes de la Corona y señoríos
Impuestos indirectos Alcabalas, y desde 1591, los millones, impuestos sobre artículos de primera necesidad
Minas y salinas Aduanas y peajes Ingresos de las Órdenes Militares Servicio y montazgo (impuesto sobre la lana)
Aportaciones de la Iglesia Subsidio eclesiástico, Bula de cruzada, Tercias reales (2/9 de las rentas de la Iglesia) y Excusado (renta de la parroquia más rica de cada diócesis)
Metales preciosos de América
Casa del rey, reina y miembros de la familia real Palacios y Reales Sitios Mercedes (pensiones y asignaciones para la nobleza)
Reclutamiento, dotación, armamento, intendencia y soldada de los tercios. Sostenimiento de las flotas de Indias, del Mediterráneo y del Atlántico
Administración Empréstitos
Rentas de la Corona
Préstamos sobre asientos (hipoteca d rentas reales) Juros perpetuos o al quitar (con un interés de entre el 7-10%)
Sueldos de consejeros y funcionarios Gastos de funcionamiento de la burocracia
Defensa de los reinos
Sueldos de consejeros y funcionarios Gastos de funcionamiento de la burocracia
Intereses de la deuda Pago de intereses de los juros y préstamos
La mayor parte del gasto de la Monarquía se consumía en las guerras europeas y, dentro de los gastos ordinarios, en el servicio de la deuda, es decir, el pago de los intereses. En cuanto a los ingresos, los principales eran la alcabala y las remesas de Indias. El déficit continuo obligaba a contratar empréstitos con los banqueros alemanes (Carlos V) e italianos (Felipe II), lo que llevó a la Corona a declarar varias bancarrotas consecutivas.
2.3. La sociedad Las características estructurales e ideológicas de la época de los RR.CC. cambiaron poco. La sociedad española seguía siendo estamental fuertemente jerarquizada, caracterizada por su estatismo, el establecimiento de diferentes grupos sociales en función de su origen de nacimiento y del disfrute o no de una serie de privilegios fiscales y judiciales. Los estamentos privilegiados (nobleza y clero) eran una minoría, poseían las mayores rentas y riquezas del país y estaban exentos del pago de impuestos directos. La única posibilidad de ascenso social era la de conseguir un título de hidalguía, promoción muy buscada por los ciudadanos enriquecidos que podían pagar por él. Durante el siglo XVI se produjo un reforzamiento económico-social y jurídico de la nobleza (establecimiento del mayorazgo 1505). No obstante, los monarcas trataron de mantener apartados de la vida política a los grandes señores. Tanto Carlos I como Felipe II se reservaron el gobierno directo a pesar de que siempre hubo familias con gran influencia (Alba, Éboli…). El estamento eclesiástico experimentó una notable expansión en la acumulación de rentas como en el número de sus componentes, principalmente de órdenes religiosas (franciscanos, dominicos o jesuitas). Además suponía una buena salida para los hijos segundones de la nobleza. Para las clases populares, el ingreso en el sacerdocio o en un convento garantizaba unos ingresos mínimos y el disfrute de los privilegios jurídicos, fiscales y sociales asociados a su estamento. En la medida en que avanzaba el siglo, y con él el alza de precios , la burguesía se arruina y el campesinado (la población rural era la mayor parte de la sociedad) se endeuda, entrando así en el siglo XVII en una situación de empobrecimiento donde abundarán los campesinos no propietarios ( jornaleros, braceros, arrendatarios). El empobrecimiento social culmina en la centuria siguiente donde se desarrolló el fenómeno del bandolerismo y la mendicidad (pícaros), dos lacras de la Edad Moderna, así como el triunfo del ideal de vida nobiliario: rechazo de los trabajos manuales, considerados viles por la aristocracia e impropios de este estamento social. De esta forma no es de extrañar que la menguante burguesía fuese abandonando las actividades productivas y buscase el ennoblecimiento a través de la compra de títulos que le permitiesen disfrutar de los privilegios de la nobleza.
3. Evolución de las mentalidades en el siglo XVI: del erasmismo a la intolerancia religiosa. La Inquisición. Los RR.CC., durante su reinado habían realizado una reforma amplia de la Iglesia (ver punto 3.2. U.D. 5), por lo que las teorías reformistas del norte de Europa carecieron de apoyo en España. Hasta 1527, el erasmismo gozó de una amplia difusión en la Península, pero a partir de esa fecha la extensión de la reforma luterana y la identificación que los grupos más conservadores hacían entre erasmismo y luteranismo provocó un giro en la política imperial. Poco a poco los erasmistas fueron perdiendo influencia en las universidades en la corte y entre la jerarquía eclesiástica y, a partir de 1529 comenzaron a ser perseguidos de tal forma que las corrientes erasmistas y reformistas desaparecieron de los reinos peninsulares. Conforme el erasmismo iba perdiendo fuerza en el Imperio, y a medida que las iglesias reformistas del norte europeo (luteranismo, calvinismo...) se extendían por el continente, la Inquisición se consolidó tanto en su organización como en sus métodos de actuación. Pronto el Santo Oficio amplió su radio de acción y se encargó tanto de perseguir las costumbres judías como de evitar otras herejías y delitos, tales como la brujería, la blasfemia, las desviaciones doctrinales entre los clérigos, la bigamia o la homosexualidad. Lentamente evolucionó para convertirse en un formidable instrumento de represión totalitaria, que se aplicaba a cualquiera que intentara disentir en materia de religión o política. Tras los primeros años de persecución de los conversos (Edicto de Fe), durante el reinado de los RR.CC. la actividad de los tribunales de la Inquisición habían disminuido pero a partir de 1527 volvió a emerger con fuerza sobre todo contra luteranos y protestantes en general. En 1553 se publicó el primer Índice de libros prohibidos, y cinco años más tarde se instauró la censura. Pronto cualquier manifestación de heterodoxia, por mínima que fuera, podía llevar a la cárcel inquisitorial. En 1558 surgieron en Sevilla y Valladolid dos brotes de protestantismo. La reacción inquisitorial fue fulminante: se detuvo a los sospechosos y los principales cabecillas fueron sentenciados y ejecutados ( Autos de fe). El clima de sospecha se extendió por todo el país.
B) EL SIGLO XVII: LA DECADENCIA DEL IMPERIO. FELIPE III, FELIPE IV Y CARLOS II. 1. Evolución política en el siglo XVII. 1.1. Política interior y exterior en el siglo XVII. 1.2. El gobierno de los validos. La Monarquía siguió siendo un conjunto de reinos con instituciones y leyes diferentes, a las que sólo la Corona daba cohesión. La principales novedad en el siglo XVII fue la introducción del valido, figura similar a la de otros reinos europeos de la época. Se trataba de un personaje, casi siempre miembro de la aristocracia, en el cual el rey depositaba su absoluta confianza, entregándole las principales decisiones de gobierno. Todos los reyes del siglo XVII tuvieron este tipo de consejeros. La mayor parte de ellos intentaron gobernar al margen de los Consejos, mediante juntas reducidas, compuestas por sus propios partidarios, con el fin de agilizar la administración. Los validos fueron, en general, criticados. Se consideraba que, por parte del rey, significaba dejar sus responsabilidades en manos de otros que separaban al monarca de sus súbditos. Pero lo cierto es que las tareas de gobierno eran cada vez más difíciles y que los Habsburgo del siglo XVII no mostraron una gran capacidad de trabajo. La oposición a los validos la encabezaron los letrados y los miembros de la aristocracia que eran apartados de la Corte. Otra novedad en este siglo fue la venta de cargos como fórmula para conseguir dinero rápido. Esta opción ya había aparecido en reinados anteriores, pero fue Felipe III quien comenzó a utilizarla de forma alarmante. Se vendían todo tipo de cargos públicos (regidores, escribanías, puestos dentro de los Consejos...). Quienes compraban un cargo lo hacían en régimen hereditario, por lo que el rey cedía en la práctica parte del poder de nombrar a sus funcionarios.
2. Evolución económica y social en el siglo XVII. 2.1. La crisis demográfica del siglo XVII. El siglo XVII fue un siglo de estancamiento y regresión demográfica. Los primeros síntomas habían aparecido a finales del siglo XVI (1590) y duraron hasta mediados del siglo XVII, momento en el que comenzó un proceso lento de recuperación. Al terminar el siglo XVII habría una población entre 7-8 millones de habitantes en los reinos españoles, por lo tanto, similar - incluso inferior - a la de principios del siglo. La depresión demográfica actuó de forma especial sobre la Meseta, la Baja Andalucía, Extremadura y Aragón. Las zonas periféricas de Valencia, Murcia y Cataluña, aunque también acusaron el descenso, se recuperaron mejor en la segunda mitad del siglo XVII. Las causas de la crisis demográfica fueron diversas:
Incidencia de las graves epidemias, sobre todo la peste (destacando la de 1598-1602, que provocó casi medio millón de muertes). La crisis económica, sería el segundo factor a tener en cuenta, que se tradujo en hambrunas y mortandades. La caída del comercio con el norte de Europa y con América, así como la incidencia de las sucesivas guerras (Portugal y Cataluña fueron escenarios de guerras en el siglo XVII), explicarían tambi én este descenso. La expulsión de los moriscos en 1609 tuvo una incidencia importante, sobre todo en los reinos de Valencia y Aragón, de donde emigraron la mayoría de ellos, unos 150.000.
2.2. La crisis económica. Los problemas agrarios Las causas que provocaron esta caída de la agricultura fueron varias: empeoramiento del clima con relación al siglo anterior (más sequías y lluvias torrenciales); deterioro de los sistemas de cultivo; finalmente, la expulsión de los moriscos redujo sensiblemente la superficie de las tierras de regadío, así como la mano de obra. Las consecuencias fueron la falta de alimentos, la subida de precios y el hambre entre la población, con sus consabidas repercusiones.
Pese a la introducción de nuevos cultivos (el maíz y la patata en Galicia o Asturias) y los avances de la vid (Rioja o Galicia), el descenso demográfico provocó despoblamientos y abandonos de tierras cultivadas. También la ganadería vivió una etapa de crisis y reestructuración. Pese al mantenimiento de los privilegios de la Mesta el número de cabezas de ganado decreció en varios miles a lo largo de la centuria. La guerra contra los holandeses, primero, y posteriormente contra Inglaterra (ambos países eran los principales compradores de lana castellana), provocó una caída drástica de la exportación de la lana. La actividad artesanal y comercial La actividad artesanal se vio paralizada desde los últimos años del reinado de Felipe II. A los efectos de la revolución de los precios se añadieron las consecuencias del descenso demográfico que, por una parte, redujo, todavía más, un mercado, ya de por si restringido, dado el escaso poder adquisitivo de la mayor parte de la población; y, por otra parte, la consiguiente falta de mano de obra elevó el nivel de los salarios, reduciendo así los beneficios de los propietarios de los centros de producción artesanal. La rentabilidad se vio también afectada por la competencia de productos extranjeros. En este ambiente, la artesanía textil sufrió una gran decadencia desde finales del siglo XVI. Las causas fueron: la disminución de la capacidad de compra, sumada a la competencia de los paños extranjeros, así como la resistencia de los gremios a las innovaciones y la ausencia de mejoras técnicas. La situación no empezó a mejorar hasta el cambio de coyuntura de los años 80 del siglo. La industria metalúrgica y las ferrerías vivieron dos etapas ligadas directamente a la demanda del Estado: armas para el ejército. A partir de la decadencia de la hegemonía, las demandas del Estado bajaron; además, aquí también destacó la competencia extranjera y la falta de desarrollo técnico. Lo mismo ocurrió con la construcción naval. Se mantuvo pujante en la primera mitad del siglo XVII, gracias a la demanda de barcos para la carrera de Indias y para la armada, pero las guerras europeas dificultaron la llegada de pertrechos navales (madera, cordaje, velas) que venían del Báltico, por lo que los precios se dispararon. Además se siguieron construyendo enormes y lentos galeones en una etapa en que los astilleros holandeses y británicos ofrecían barcos más ligeros y veloces. En estas condiciones la actividad mercantil no iba a encontrar muchos alicientes. El mercado interior seguía siendo pequeño y difícil. Una menor población significaba un menor consumo y esto afectaba a los intercambios. Además, las aduanas y el aumento de los impuestos sobre las mercancías no incitaban al riesgo comercial; l as personas con dinero preferían ir a otras inversiones más seguras. Esta situación se vio reflejada en el decaimiento de ciudades con ferias de la importancia de Medina del Campo o Burgos. La decadencia comercial viene explicada por el declive de la exportación de lana a los países europeos, pero también por la decadencia general de la economía en la propia Península. También se produjo un importante descenso en el comercio colonial americano, que entre 1575 y 1675 bajó tal vez un 75%. Las colonias americanas cada vez eran más independientes desde el punto de vista económico: incremento de la producción agrícola y artesanal, estímulo del mercado interno, que cada vez hacía menos necesario los productos peninsulares. El oro y la plata seguían siendo el principal producto, pero a lo largo del siglo la decadencia de la minería americana provocó un notable descenso en la importación de estos minerales. No obstante, siguieron utilizándose para compensar el déficit comercial ocasionado por la compra de los productos manufacturados europeos y para financiar las continuas guerras de la Monarquía. El declive de la hegemonía española supuso asimismo un duro revés para el tráfico comercial. La competencia extranjera se agudizó con la penetración de comerciantes extranjeros en América. Las autoridades americanas poco podían hacer para impedirlo, porque no tenían medios para controlar toda la costa, y además los barcos holandeses, ingleses y franceses traían productos para los colonos. Se cuestionó, así, el monopolio español en el Atlántico y a finales del siglo XVII la mayor parte de los barcos, mercancías y comerciantes que hacían la carrear de Indias procedían de Holanda, Francia e Inglaterra. Arbitrismo y mercantilismo. La economía peninsular estaba basada en un sistema de producción dependiente. Se exportaban alimentos y materias primas (aceite, vino, arroz, lana...) y a cambio se importaban manufacturas (paños, pertrechos navales, papel, productos de lujo...). La diferencia se tenía que cubrir con la plata americana. Castilla se convirtió en un mercado de tránsito entre América y Europa por lo que el resultado fue que la ri queza de las colonias no se quedaba en España. Estos problemas fueron analizados y denunciados por los Consejos de gobierno, por las Cortes y por expertos independientes, llamados arbitristas. Éstos denunciaban la excesiva presión fiscal, los abusos señoriales, la falta de inversión de los estamentos privilegiados, la manipulación de la moneda y, sobre todo, la necesidad de que los monarcas iniciaran una política de paz. Pero sus recomendaciones caían en saco roto ante la obsesión de los Austrias por la política de prestigio.
Los arbitristas, al hilo de las teorías mercantilistas, recomendaban la restricción de las importaciones de manufacturas y la protección de la artesanía. Sólo a finales del siglo XVII los ministros de Carlos II emprendieron una auténtica, aunque tímida, política mercantilista. Pero, a pesar de que hubo síntomas de recuperación al terminar el siglo la situación de la economía española continuó siendo de estancamiento y dependencia exterior. 2.3. La sociedad La sociedad continuó con su estructura estamental. Sin embargo, la crisis, iniciada a finales del siglo anterior, como hemos comentado ya, condujo a un crecimiento de las desigualdades socioeconómicas. Estas actuaciones se tradujeron en un empeoramiento de las condiciones de trabajo de los campesinos y de sus condiciones de vida. Ante la crisis, la tierra volvió a convertirse en un "valor refugio" cuando se hundía la rentabilidad de otros sectores económicos. La nobleza incrementó su número, por el fenómeno de ennoblecimiento (comentado ya en el punto dedicado a la sociedad del siglo XVI): creación de numerosos títulos nobiliarios nuevos y concesiones menores como hidalguías, hábitos de órdenes militares o ciudadanías honradas. Otra consecuencia fue la revitalización de la presencia de la nobleza en el gobierno del país e incluso de los altos puestos de la administración, fruto de la debilidad de la monarquía. Así, los monarcas recuperaron la costumbre de conceder mercedes por los servicio s prestados. El clero mantuvo, en su conjunto, su riqueza: poseía en torno a la sexta parte de las tierras cultivables y entre un 30-50% de los inmuebles urbanos. Además de las rentas recibía el diezmo de las cosechas pagados por los campesinos, y también los ingresos procedentes de misas, administración de sacramentos y donaciones múltiples. A cambio, la Iglesia suministraba, a través de fundaciones, hospitales y colegios, una serie de servicios de asistencia social que el Estado de la época no cubría. Por último, decir que experimentó un progreso a la vez material, moral e intelectual gracias al Concilio de Trento. Así se produjo la intensificación de la presencia del clero en la vida cotidiana de una sociedad imbuida de una profunda religiosidad, a través del clero regular, las órdenes mendicantes y de los jesuitas (estos se ocuparon de la educación de las clases dirigentes). Por su parte, entre las clases plebeyas los letrados tratan de hacer valer sus títulos universitarios buscando el favor de un poderoso, mientras que los mercaderes buscan ennoblecerse con la compra de títulos o matrimonios ventajosos, y los artesanos acentúan su tendencia a la “oligarquización” y el anquilosamiento de sus gremios. La disminución de las oportunidades se manifiesta por último en la extensión de la pobreza que afecta a entre un 20 y un 50 % de la población, según los lugares. Esta situación provocó el aumento de la conflictividad social que se manifestó de formas diversas: caza de brujas ( Zugarramurdi ), bandolerismo, picaresca, revueltas violentas en el campo, motín de subsistencias en la ciudad, motín antifiscal tanto en el campo como en la ciudad, el cual ya se había iniciado a finales de la anterior centuria.
3. El Siglo de Oro: entre el atraso científico y el esplendor cultural. En medio de una población mayoritariamente analfabeta el acceso a la cultura seguía siendo minoritario, accesible a sectores económicos prósperos de las ciudades y a la nobleza. El dominio de la Iglesia y de los antiguos Colegios Mayores sobre las cátedras y sobre el tipo de enseñanza era absoluto. Se trataba de una enseñanza basada en las teorías de los antiguos y de los escritores admitidos por la Iglesia. El Índice de libros prohibidos (1553) filtraba cualquier tesis que contraviniera las verdades admitidas. En tal contexto, la investigación brillaba por su ausencia, justo cuando en el resto de Europa comenzaba un desarrollo importantísimo basado en la filosofía racionalista y en la investigación experimental. Si en el ámbito de la ciencia y del pensamiento podemos hablar de un siglo de decadencia en términos generales, no ocurre lo mismo en la literatura y el arte. En tales campos la eclosión es tan espectacular que justifica de sobra la denominación de este periodo de Siglo de Oro. La afición al teatro y a las fiestas de gran boato, propias de la cultura del Barroco, así como que la cultura estuviera al servicio de la ideología dominante (Estado e Iglesia), ayudó a este esplendor cultural. En el terreno de la literatura, el siglo se inicia con la publicación, en 1605, de la primera parte de El Quijote, de Miguel de Cervantes. Otros autores famosos serán: Luis de Góngora, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Tirso de Molina o Calderón de la Barca. Lo mismo cabe decir del arte. El siglo XVII fue el siglo de arquitectos (Alonso Cano, Pedro de Ribera), escultores (Gregorio Fernández, Martínez Montañés) y, sobre todo, de pintores (Zurbarán, Murillo, Valdés, Claudio Coello...) donde destacó la figura de Velázquez, uno de los mejores pintores de todos los tiempos.