TEORIA ETICA DE JOHN STUART MILL: LA MORAL COMO UTILIDAD
John Stuart Mill (1806-1873), el heredero intelectual del movimiento utilitarista en Inglaterra, se dedicó a clarificar las enseñanzas de su padre, James Mill, y las de Jeremy Bentham. En su Autobiografía, una historia de su "desarrollo moral e intelectual", Mill describe el exigente "experimento educativo" al que fue sometido por su padre, de los tres a los catorce años. A la edad de tres años, estudió griego y aritmética; a los ocho, agregó latín a su currículo, y cuando cumplió doce años, lógica, filosofía filo sofía y teoría económica. Su entrenamiento, sin embargo, no fue nunca un ejercicio de memorización, sino que estaba diseñado para producir un pensador original. Los principales trabajos de Mill cubren una gran variedad de temas, pero sus Sistema de Ló- gica (1843) es considerado como su mayor contribución a la filosofía. En esa obra defiende el método inductivo en lógica, mostrando que las reglas generales o los principios universales deben derivarse de datos empíricos. A diferencia de la mayoría de los filósofos, Stuart Mill no se propuso generar una teoría ética, sino defender la teoría ética en la cual nació. En su defensa, sin embargo, su profundidad intelectual y su deseo interior de encontrar una ética que diera cuenta de los hechos de la vida lo condujo a modificar y a ir más allá de la doctrina utilitarista que era defendida por su padre y por Jeremy Bentham. En su ensayo, Mill se interesa menos por las implicaciones políticas de la doctrina de Bentham que por proporcionar una defensa de sus principios subyacentes. Además de responder a las objeciones planteadas por los opositores del utilitarismo y de corregir las malas interpretaciones, Mill reformula la doctrina. TEXTOS DE JOHN STUART MILL Fragmento 1. El Utilitarismo, Cap. II El primer objetivo de Mill al defender el utilitarismo es
clarificar la doctrina. Intenta hacer esto de dos maneras: exponiendo los equívocos y exponiendo el principio en forma correcta. Comienza por oponerse a aquellos que erróneamente asocian "utilidad" con placer y dolor.
No merece más que un comentario de pasada el despropósito, basado en la ignorancia, de suponer que aquellos que defienden la utilidad como criterio de lo correcto y lo incorrecto utilizan el término en aquel sentido restringido y meramente coloquial en el que la utilidad se opone al placer. Framento 2. Ibid. Concisamente, Mill define la doctrina de la utilidad.
El credo que acepta como fundamento de la moral la Utilidad, o el Principio de la mayor Felicidad, mantiene que las acciones son correctas (right) en la medida en que tienden a promover la felicidad, incorrectas (wrong) en cuanto tiende a producir lo contrario a la felicidad. Fragmento 3. Ibid. Aun cuando se entienda claramente que el principio de utilidad se dirige a
los placeres y dolores, permanece la acusación de que es una doctrina "de puercos". Este equívoco se debe a un fallo en reconocer que los placeres varían tanto en grado como en clase. Ahora bien, tal teoría de la vida provoca en muchas mentes, y entre ellas en algunas de las más estimables en sentimientos y objetivos, un fuerte desagrado. Suponer que la vida no posea (tal como ellos lo expresan) ninguna finalidad más elevada que el placer –ningún objeto mejor y más noble de deseo y búsqueda – lo califican como totalmente despreciable y rastrero, como una doctrina sólo digna de los puercos, a los que se asociaba a los seguidores de Epicuro en un principio, siendo, en algunas ocasiones, los modernos defensores de esta doctrina igualmente víctimas de tan corteses comparaciones por parte de sus detractores alemanes, franceses e ingleses. Fragmento 4. Ibid. La superioridad de un tipo de placer sobre otro la determina propiamente
quien tiene experiencia de ambos. Tales jueces competentes, sostiene Mill, prefieren los placeres de las facultades superiores a aquellos de las inferiores. Si se me pregunta qué entiendo por diferencia de calidad en los placeres, o qué hace a un plac er más valioso que a otro, simplemente en cuanto placer, a no ser que sea su mayor cantidad, sól o existe una única posible respuesta. De entre dos placeres, si hay uno al que todos, o casi todos los que han experimentado ambos, conceden una decidida preferencia, independientemente de todo sentimiento de obligación moral para preferirlo, ese es el placer más deseable. Si aquellos que están familiarizados con ambos colocan a uno de los dos tan por encima del otro que lo prefieren, aun sabiendo que va acompañado de mayor cantidad de molestias, y no lo cambiarían por cantidad alguna que pudieran experimentar del otro placer, está justificado que asignemos al goce preferido una superioridad de muy poca importancia. Fragmento 5. Ibid. Mill pasa a descartar los juicios de aquellos que abandonan los placeres
superiores por los inferiores, explicando que ellos son incapaces, ya sea por incapacidad inherente o por falta de oportunidades, de disfrutar de los placeres superiores. Los únicos jueces finales y competentes son los que han experimentado el espectro completo de placeres También puede objetarse que muchos que al principio muestran un entusiasmo juvenil por todo lo noble, a medida que adquieren más edad se dejan sumir en la indolencia y el egoísmo. Sin embargo, yo no creo que aquellos que experimentan este cambio, muy habitual, elijan voluntariamente los placeres inferiores con preferencia a los más elevados. Considero que antes de dedicarse exclusivamente a los primeros han perdido la capacidad para los segundos. Fragmento 6. Ibid. El principio de la máxima felicidad queda reformulado para incluir la
distinción hecha entre los aspectos cuantitativos y los cualitativos del placer.
Me he detenido en este punto por ser un elemento necesario para una concepción perfectamente adecuada de la Utilidad o Felicidad considerada como la regla directriz de la conducta humana. Sin embargo, no constituye en modo alguno una condición indispensable para la aceptación del criterio utilitarista, ya que tal criterio no lo constituye la mayor felicidad del propio agente, sino de la mayor cantidad total de felicidad. Fragmento 7. Ibid. Se continúa con el proceso de clarificación a través de la exposición de
distintas objeciones a la doctrina y de su respectiva respuesta. Por ejemplo, el argumento de que el utilitarismo es inválido porque la felicidad no puede ser alcanzada es respondido por Mill con una descripción realista de la felicidad, y una sugerencia sobre los medios sociales para alcanzarla. Fragmento 8. Ibid. Otra objeción que Mill responde es que el utilitarismo es moralmente
incompatible con las acciones de sacrificio personal que son tan reverenciados en nuestra cultura cristiana. En un análisis más cercano, los actos de autosacrificio que consideramos buenos, obtienen su valor de la promoción del bien general, aunque conlleven la negación de la felicidad individual. Esto no se debe tomar como que la felicidad de un individuo es menos importante que la de otro cualquiera. Fragmento 9. Ibid. A la objeción de que la gente no está constituida para estar motivada siempre
por el interés social, Mill responde que esto es cierto, pero que en ninguna forma invalida su tesis. El principio de la mayor felicidad no es esencial como motivo de conducta, pero es esencial como regla por medio de la cual la conducta se juzga y se sanciona. La cuestión psicológica de la motivación es distinta de las cuestiones éticas de obligación y evaluación. La evaluación moral se dirige a acciones y a la manera en la cual afectan la felicidad g eneral. Fragmento 10. El Utilitarismo, Cap. III Después de aclarar las mayores incomprensiones acerca
del principio de utilidad, Mill se propone investigar cuál puede ser su última justificación. Fragmento 11. Ibid. Mill argumenta que, aunque las sanciones externas
–sociales y
sobrenaturales – refuerzan el principio utilitarista, no nos obligan a seguirlo. Por sí mismas, las sanciones no pueden obligarnos satisfactoriamente a ningún principio moral, ya que las personas quedan verdaderamente obligadas sólo cuando sienten en su interior que el principio es vinculante. Es nuestro "sentimiento de la humanidad" el que nos proporciona la última sanción del principio de utilidad, y Mill llama a esto sanción interna. Fragmento 12. Ibid. Independientemente de si este "sentimiento de la humanidad" es innato o
adquirido, Mill sostiene que puede ser una fuerza poderosa y una base sólida para el principio utilitarista. No es necesario, para los fines presentes, decidir si el sentimiento de deber es innato o adquirido. Presuponiendo que sea innato, queda por resolver a qué objetos se une naturalmente, ya que los que apoyan filosóficamente dicha teoría coinciden ahora en que lo que se percibe intuitivamente son los principios de la moralidad, no sus detalles. Fragmento 13. Ibid. La descripción que Mill hace del origen y naturaleza del sentimiento de la
humanidad puede servir como conclusión adecuada a su exposición del principio de la mayor felicidad. El concepto profundamente arraigado que todo individuo, incluso en el presente estadio, tiene ya de sí mismo como ser social, tiende a hacerle experimentar que uno de sus deseos naturales es el de que se produzca una armonía entre sus sentimientos y objetivos y los de sus semejantes.