Tema 16. Arqueología de la muerte en el mundo romano 1. La muerte en Roma y su análisis arqueológico 1.1. El concepto de la muerte en la cultura romana
Como en cualquier otra cultura mediterránea antigua, la idea de la muerte y su condición de acontecimiento inexorable marcó el pensamiento del hombre romano. En la mentalidad romana pesaba la necesidad de asegurarse el tránsito mediante la realización de un ritual regulado por la costumbre y el derecho. La inquietud ante lo desconocido encuentra consuelo en el rito, la disposición del lugar funerario y el mantenimiento de la memoria entre los vivos. Esta cadena de gestos, ordenamientos y actitudes parece orientarse a la conservación de la individualidad en el Más Allá. Desde el punto de vista de de las creencias, creencias, el concepto de tránsito era individual individual y, como tal, podía ser asumido por cada cada persona en función de sus creencias. Sin embargo, de manera recurrente se acude a buscar la protección de los dioses o a la realización de un ritual purificador, aspectos ambos que ligan estrechamente religión y mundo funerario. Se aseguraba así la protección del difunto por los dioses que reinaban en el otro lado y un cierto sosiego de la incertidumbre por parte de quienes quedaban en este. Las actuaciones sobre el cuerpo del fallecido buscaban el descanso de su alma y que ésta no se volviera en contra de los familiares impíos, ya que estaba extendida la creencia de que las almas seguían vivas en el inframundo bajo la forma de los manes, espíritus generalmente apacibles a cuya custodia se encomendaba la tumba. Por el contrario, los espíritus de los difuntos insepultos ( lemures) vagaban entre los vivos asustándolos. Por lo que respecta al lugar de descanso eterno, la tumba, se concibe como la morada perpetua y como un monumento a la memoria, ya que para los romanos fue importante no caer en el olvido entre sus allegacollegia funeraticia, una especie de asodos y amigos. Este es uno de los motivos por el que surgieron los collegia funeraticia ciaciones funerarias que congregaban a individuos de determinados oficios o de una determinada condición social, residentes en un mismo lugar y que, mediante el pago de una cuota, se aseguraban un lugar de enterramiento y el mantenimiento periódico de los ritos post mortem. En caso de morir sin testamento o no haber dispuesto los medios para afrontar los gastos, debían hacerse cargo los familiares o amigos en el orden de sucesión para acceder a las propiedades del difunto. Para las clases privilegiadas la tumba fue también una fórmula de ostentación de su riqueza, un símbolo de su fortuna entre los vivos pero también de la súplica de la pietas de éstos ante su inexorable partida. Existen actitudes y conceptos que se analizan mejor a través del pensamiento filosófico y que manifiestan que hubo voces en contra de la tradición y la superstición. Así, las escuelas epicúrea y estoica coinciden en mantener un cierto escepticismo. La primera se enfrenta al momento final intentando despojarlo de su persticiones e instando a eliminar el miedo a la muerte, con con la consideración consideración que el alma moría con con el cuerpo como culminación natural de un proceso biológico. El pensamiento estoico llegará a negar la existencia de un Más Allá. Así lo ponen en evidencia los cordobeses Séneca el Joven y su sobrino Lucano, partidarios de enfrentarse a la muerte desde la razón y que negaban la efectividad del ritual para evitar la muerte del alma o de la capacidad de reconducir su destino a través del mantenimiento de la piedad entre los vivos. Una postura filosófica totalmente opuesta fue el cristianismo, que defendía la vida después de la muerte y basaba parte de su pensamiento en la existencia de un plan de salvación colectivo. Una tercera vía de acercamiento a la consideración de la muerte en Roma viene dada por el ordenamiento legal. A tal efecto, es muy conocida la prohibición que figura en la Ley de las XII Tablas sobre la realización de enterramientos dentro de los recintos r ecintos urbanos. También ordena el ordenamiento jurídico el carácter individual de la propiedad de la tumba, prohibiendo su uso, disposición o venta a los herederos quienes debían de hacerse cargo de su mantenimiento. Esta dis posición a veces se hace explicita en la lápida funeraria. El incumplimiento i ncumplimiento de estas normas se penaba con multas, algunas de las cuales eran impuestas por el propio difunto en su testamento. 1.2. La arqueología de la muerte en el mundo romano
La disciplina se encuentra en pleno proceso de renovación, gracias al importante aumento de los traba jos de campo y al ambiente de de intercambio y discusión discusión teórica existente en los últimos años. En este este sentido, 1
destaca el efecto positivo que ha supuesto la realización de grandes proyectos de Arqueología preventiva en los que han salido a la luz importantes espacios funerarios, que están permitiendo poner en práctica novedosas aplicaciones de análisis antropológicos y de la Arqueología de la Muerte sobre grandes superficies excavadas. La ciudad de Roma se encuentra a la cabeza de esta nueva situación, ya que los numerosos datos recopilados permiten ahora disponer de un corpus informativo susceptible de ser empleado como una base comparativa sistemática de los cementerios de la Urbs. De modo paralelo, la Arqueología de la Muerte en el mundo romano se está beneficiando también de la renovación de las aproximaciones teóricas que se realizan desde la Historia de las Religiones y que pretenden definir los objetivos y los métodos de trabajo de una Arqueología del ritual. La investigación arqueológica posibilita la captación de comportamientos y actitudes gestuales que han dejado su huella en el registro arqueológico, completando y enriqueciendo las informaciones transmitidas por los testimonios escritos. Las reglas rituales testimoniadas por las necrópolis permiten entender mejor el estatuto de los textos épicos o normativos, confirmando o relativizando la información que éstos proporcionan. No es fácil restituir gestos a partir de restos materiales, pero es evidente que tras ellos existe una intencionalidad que trasluce una creencia personal o una concepción religiosa. En este sentido, pueden interpretarse los restos de fauna que a menudo se encuentran en las necrópolis romanas. Se trata de esqueletos animales, unas veces depositados junto al cadáver o los restos de cremación, otras asociados a los niveles de ocupación contemporáneos al uso de la necrópolis. Los estudios realizados en los cementerios pompeyanos permiten afirmar la implicación real de los alimentos animales en los rituales funerarios. También se han hallado restos alimenticios consumidos por los vivos en el momento de la cremación o en las visitas periódicas realizadas a la tumba con posterioridad al sepelio. Algo similar cabe apuntar respecto a los productos vegetales. En ocasiones se documenta en depósitos relacionados con la pira y, por tanto, concebidos como un homenaje al difunto; en otras, forman parte de preparados alimenticios como el pan. En el ámbito de la antropología funeraria también se están obteniendo importantes avances. En las inhumaciones se analiza el cadáver en sentido global, teniendo en cuenta desde su postura y todos los detalles de la deposición, hasta el análisis paleopatológico que desvelará las causas de la muerte y sus condiciones físicas en vida. Estos análisis efectuados sobre una muestra suficientemente amplia contribuyen a describir no sólo la calidad de vida de las poblaciones antiguas, sino también a mostrar patologías específicas ligadas a determinadas condiciones económicas o al desarrollo de prácticas concretas. 2. El paisaje funerario
Unos de los aspectos que más contribuyen a definir el paisaje funerario romano es la s ituación de las necrópolis fuera del recinto urbano, tal y como se establece en el siglo V a. C en la Ley de las XII tablas, que prohíbe la realización de enterramientos en el interior del pomerium. De esta prohibición quedaban exentos los niños fallecidos antes de los cuarenta días de vida, cuyos cuerpos podían inhumarse en el interior de las casas. Esta norma, condiciona la disposición de la tumbas fuera de las ciudades, alineándose a ambos lados de las vías de entrada y salida de la ciudad. El paisaje funerario romano relacionado con la esfera urbana está conformado por verdaderas “vías mortuorias”, dispuestas en los márgenes de los caminos, que se convierten en una auténtica columna vertebral del espacio cementerial. Esta relación de vecindad con la ciudad favorecía también que ésta ejerciera una cierta protección del espacio funerario. Además de ocupar las vías de entrada o salida de la ciudad, las necrópolis podían situarse en vías construidas a tal efecto. Desde el punto de vista material, estos cementerios extraurbanos solían presentar un carácter variopinto por cuanto convivían en ellos enterramientos de muy diversas tipologías y dimensiones. Naturalmente, la opción por una modalidad u otra de estructura funeraria está condicionada por la capacidad económica del individuo. El paisaje real de estas necrópolis se percibe en lugares como la Vía Appia de Roma, en Ostia o en Pompeya. Un rasgo interesante en su configuración es el del tamaño de las tumbas, aspecto sumamente variable de unos lugares a otros en función del precio del suelo. La Ley de las XII Tablas establecía que los enterramientos no invadieran los terrenos agrícolamente fértiles, lo que encarecía el precio de los terrenos disponibles. 2
El crecimiento habitual de las necrópolis a partir del pomerium y de la vía suele proporcionar una estratigrafía horizontal, por lo que los enterramientos más cercanos a las murallas y a la vía generalmente son los más antiguos. Pero también había que introducir una variable socio-económica en la configuración de esta “estratigrafía”, ya que parece factible pensar que, dado el elevado precio del terreno funerario, la proximidad
al núcleo urbano lo encarecería. Por último, como un ingrediente más en la conformación de este paisaje debemos hacer mención a los elementos de delimitación del espacio funerario. La imposición de límites tiene su razón de ser en el carácter de lugares religiosos ( loca religiosa) que poseen las zonas funerarias, pero también en la propiedad privada del terreno fúnebre. Existen diversos métodos para marcar la delimitación de las tumbas variando en función de las épocas, lugares y formas monumentales adoptadas. Los sistemas más comunes fueron los cipos de límite, que tuvieron el aspecto de una estela redondeada. Estos cipos pudieron estar asociados o no a un recinto murado (maceria) o cerramiento, don se disponían en las extremidades frontales o en los cuatro ángulos. En ellos podían constar las dimensiones del espacio funerario, indicando en pies romanos el largo y la profundidad del emplazamiento. Los cerramientos pudieron tener carácter familiar o bien pertenecer a un collegium funeraticium. 3. El ritual y los ajuares
La palabra latina funus define el conjunto de todos los ritos funerarios que culminaban con el sepelio, cuya práctica aseguraba el tránsito feliz al Más Allá e impedía la condena del alma a vagar por la tierra bajo la forma de un fantasma maligno. Aunque las características del funus varían en relación a las condiciones sociales y económicas del difunto, existen una serie de ceremonias comunes e imprescindibles para asegurar la inmortalidad y mantener la memoria del fallecido. Las primeras ceremonias se llevaban a cabo en la propia casa y comienzan en el momento de la muerte, cuando se deposita el cadáver en la tierra cerrando así el ciclo iniciado con el nacimiento, momento en que se efectuaba la misma acción. Tras algunos gestos de piedad, como dar el último beso y cerrar los ojos al difunto, y otras de carácter higiénico, como lavar y cubrir el cuerpo con sustancias aromáticas, comenzaba la ceremonia principal o velatorio, durante el cual se expresaba el dolor por la pérdida. Durante esta velada los presentes gritaban el nombre del difunto repetidamente para comprobar su ausencia, acto denominado conclamatio; también se colocaba una moneda en la boca para pagar al barquero Caronte el paso de la laguna que separaba el mundo de los vivos del de los muertos y finalmente se expone el cadáver en el atrio de la domus sobre el lectus funebris donde era homenajeado y obsequiado con coronas y flores. Una vez terminado el velatorio, se realizaba la pompa o procesión fúnebre que se celebraba por la noche hasta el lugar del entierro y que, en los casos de personas adineradas, era una auténtica ostentación de su riqueza, hasta el punto de que se promulgaron leyes para limitarla. Al retorno del funeral los parientes deben de someterse a rituales de purificación con fuego y agua y ese mismo día comienzan las celebraciones destinadas a mantener la memoria del difunto y que se realizan en la propia casa o en la tumba con el banquete fúnebre. Las ceremonias que se celebraban alrededor de la tumba duraban nueve días y entre ellas se incluye el banquete ritual ( silicernium) en el que se hacía participar al muerto, ofreciéndole alimentos y bebidas ( libationes) y que se repetía posteriormente el día del cumpleaños del difunto ( dies natalis) o en días establecidos para ello, como el día de difuntos. Para realizar las libaciones en las tumbas más modestas era suficiente la existencia de un pequeño altar, un ánfora o un tubo de plomo o cerámico con conexión en el exterior. La cremación y la inhumación son los dos rituales más característicos, si bien en determinados momentos predomina uno sobre el otro. Desde el siglo VI a.C. los romanos incineraban a sus muertos, aunque algunas familias utilizaban la inhumación como se comprueba en el sepulcro de los Escipiones del siglo III a.C. Para llevar a cabo la cremación existían dos fórmulas diferentes, el bustum y el ustrinum. La primera (una cremación directa) es característica de las clases más humildes y la cremación se lleva a cabo en el lugar de la sepultura; el ustrinum consiste en un simple agüero u oquedad o en una construcción destinada a la cremación situados en lugares específicos de las necrópolis; podían ser particulares y estar unidos a la tumba o bien colectivos. Tras la cremación, las cenizas se trasladaban a una urna que se depositaba en la tumba. 3
A partir de finales del siglo I d.C. y sobre todo durante el siglo II, la inhumación comienza a reemplazar de forma progresiva a la incineración y la sustituye definitivamente en los siglos III y IV. Las motivaciones ideológicas del cambio de la cremación a la inhumación todavía no están claras, si bien se relacionan con la introducción de nuevas corrientes religiosas, cuyos adeptos intentaban así diferenciarse de los usos tradicionales. Cualquiera que fuese el rito elegido, se realizaban ofrendas que podían arrojarse al fuego o depositarse con el difunto. Los elementos más característicos del ajuar son vasos cerámicos que contenían alimentos, ungüentarios de vidrio destinados a aceites, lucernas que simbolizan la luz como signo de supervivencia, divinidades protectoras en bronce o terracota, monedas que son el recuerdo del pago del viaje al Más Allá. No existen referencias claras en relación al ritual funerario de los cristianos del Bajo Imperio, sin embargo se sabe de la prohibición de los cánticos funerarios, sustituidos por salmos en los que se habla del perdón y de la muerte como liberación. Ateniéndonos al ritual romano y al mozárabe se puede deducir el ritual de época paleocristiana. Se comienza por el lavado del cadáver con agua mezclada con sustancias aromáticas y después se amortaja con prendas de color blanco. El traslado del cadáver se acompaña con un cortejo formado por familiares y personas de la comunidad vestidos de negro que entonan salmos y oraciones. En el momento del enterramiento se llevaba a cabo el vertido de líquidos o rito de purificación del cadáver con agua; el cadáver se disponía orientado con la cabeza hacia el occidente. Finalmente lo funerales terminan con un banquete ritual que se lleva a cabo el noveno día y que está claramente entroncado con la tradición pagana. Aunque este banquete pone fin a los actos funerarios de tipos social, las mujeres de la familia continúan con el luto para guardar la memoria. 4. Necrópolis y monumentos funerarios
La posesión de un locus sepulturae se podía obtener por diversas vías legales: compra a la ciudad, com praventa, donación o concesión entre particulares, admisión en una tumba privada, pertenencia a un colle gium funeraticium, munificencia pública o privada y donación honorífica por parte del ordo decurionum. La prohibición de enterrar en los límites de la ciudad era una norma que se imponía en todas las ciudades del Imperio. Además de estas razones legales existían otras de carácter higiénico y de seguridad ante los incendios provocados por las cremaciones. En algunos núcleos se constatan necrópolis ocupadas de forma temporal y que se trasladan a otros lugares con el paso del tiempo, tal y como puede observarse en Ostia. Aunque la utilidad de los enterramientos era albergar a los difuntos, no podemos olvidar que para las clases altas de la sociedad eran lugares de ostentación y de auto-representación, que se manifiestan en la grandiosidad del edificio, en el esplendor de la decoración y también en la elección del lugar. La diversidad de monumentos funerarios en el mundo romano es espectacular y esta variedad depende de las tradiciones, de los ritos funerarios, de la posición social del difunto o simplemente de la moda. Las sepulturas son una fuente de información de primer orden de las desigualdades sociales que transcienden a la muerte ya que el rico continua mostrando su poder con un monumento y el pobre debe contentarse con una tumba modesta, a menudo colectiva. La importancia dada a esta última morada en el mundo romano se manifiesta en la constitución de los llamados colegios funerarios que aseguraban, tras el pago de una cotización, un lugar en el cementerio. 4.1. Tumbas y monumentos menores
En el estudio de las tumbas hay que distinguir dos zonas diferentes, por un lado el lugar que alberga el cadáver en el subsuelo y por otro, el monumento visible que señalaba el enterramiento. Por lo que se refiere a la parte subterránea, el tipo más simple es la sepultura directa en la tierra bien sea en una fosa excavada para tal fin o en un pozo. En el primer caso los restos incinerados o el cadáver se disponen en una fosa cuyas dimensiones varían según el ritual y el ajuar. Los pozos funerarios son de tradición indígena y se encuentran sobre todo en la Galia. 4
El receptáculo donde se introducía el cadáver podía ser de distintos tipos. Cuando el rito es la incineración se utilizaba frecuentemente la urna cineraria que puede ser de cerámica, mármol o vidrio, en cuyo caso y dada la fragilidad del material se encierra en un recipiente de plomo. En el caso de la inhumación, existen diferentes tipos de sepulturas: ˗ El ánfora que suele estar rota por el cuello para poder introducir el cadáver y luego tapada por un fragmento de terracota con una tapa de terracota. ˗ Ataúd de madera que no suele conservarse, pero la presencia de clavos es claro indicio de su existencia; a veces estos ataúdes lígneos están protegidos por otros de plomo o de piedra. ˗ La cista es una caja construida con tegulae, de placas de cerámica o lajas de piedra de forma rectangular o cuadrada y con cubierta plana o a doble vertiente. ˗ El sarcófago de plomo o piedra, liso o decorado. Algunos sarcófagos no estaban enterrados en el suelo, sino expuestos en una cámara sepulcral en la que la decoración está siempre visible. Todas estas formas de enterramiento debían de tener un símbolo exterior y así se erigieron diversos ti pos de monumentos. Estos podemos considerarlos como monumentos menores y que constan de una forma arquitectónica, un campo epigráfico con inscripciones que recuerdan al difunto y decoraciones alusivas: ˗ ˗ ˗
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Placa.
Monumento plano de forma cuadrada o rectangular que sirve para señalar un emplazamiento funerario o que también se coloca sobre el nicho de los columbarios. Cipo. Bloque pétreo, de forma cilíndrica o prismática y que suele estar decorado en una de las caras, donde se halla la inscripción. Estela. Puede considerarse como la forma evolucionada del cipo y es un bloque monolítico paralelepípedo, con diversos tipos de remate, triangular, semicircular o discoideo y que suele llevar inscripción y motivos decorativos. Edículo templiforme. Representa la fachada de un templo in antis, con columnas o pilastras so portando los frontones. Ara funeraria. Cuerpo cuadrangular con basa y rematado con una cabecera con los característicos pulvini y el focus para las ofrendas. A veces en el interior del altar se abre una cavidad ( loculus) donde se deposita la urna. Cuppae. Son sillares que presentan una cara redondeada y que suele encerrar las cenizas; presentan inscripciones en el frente y orificio para las libaciones.
4.2. Monumentos funerarios
La monumentalización de los ámbitos funerarios es consecuencia de la intención de perpetuar el recuerdo, sobre todo si tenemos en cuenta que la palabra monumento deriva del término griego mimnesko, mnemo que significa recordar, de donde pasa al latín monumentum aplicada a los edificios de carácter funerario. Se puede definir la monumentalización como el proceso de construcción de edificios en piedra u otros materiales sólidos con el objeto de perpetuar la memoria de quienes los edifican. Los monumentos funerarios deben considerarse construcciones de prestigio y de auto-representación social destinadas a la exaltación del difunto y de la memoria del mismo en la sociedad, a la vez que recuerdan a quienes los observan valores esenciales como la virtus, la pietas y el honor del difunto. Los monumentos funerarios son el sector de la arquitectura romana menos reductible a una tipología de bido a la gran variedad de fórmulas, que siguen modas transitorias o simples fantasías personales, y a la ausencia de imposiciones técnicas. Las tumbas de Roma de los siglos IV y III a.C. han sido prácticamente destruidas, si bien se conserva un ejemplar significativo, la Tumba de los Escisiones. Esta excavada en el tufo y solamente tiene una fachada arquitectónica con una puerta abovedada que da acceso a un vestíbulo que desemboca en una serie de galerías ordenadas según un plan ortogonal, e inscritas en un espacio cuadrado. Las transformaciones sociales del siglo II a.C. tienen su reflejo en las manifestaciones ante la muerte, de manera que la igualdad existente en las costumbres funerarias, a excepción de las clases dirigentes, desaparece en función de una exhibición de fortuna y rango. Los restos arqueológicos de esta época son escasos, si bien se pueden analizar algunos en la ciudad de Roma, como el monumento de Ser. Sulpicius Galba cuyo 5
cuerpo principal es un cubo formado por cuatro hiladas de tufo que apoya en un zócalo y que ha perdido la parte superior; en el centro de la tercera se sitúa el epitafio, flanqueado por relieves que representan las fasces de un lictor y una silla curul bajo la inscripción. Además de este tipo de edificios de carácter individual, desde los primero años del siglo I a.C. se constata la aparición de otros colectivos construidos por libertos que con su edificación hacen gala de su nueva situación jurídica. Durante los años correspondientes al final de la época republicana y el inicio de la época augustea aparecen nuevos tipos de monumentos funerarios que tendrán una amplia repercusión, no sólo en Roma sino también en provincias: ˗ El altar funerario es el tipo más simple, aunque en ciertos casos adquiere una importante monumentalidad. Su origen se encuentra en los grandes sarcófagos helenísticos de la Magna Grecia. En líneas generales la tumba-altar consta de una base, un cuerpo de forma cuadrangular rematado por un friso dórico y una cornisa que da paso a la mesa del altar con los característicos pulvini. En Italia y a partir de la época augustea se produce una evolución, aumenta el tamaño de la cámara sepulcral, el friso dórico se sustituye por otro de carácter vegetal y se incorporan elementos decorativos, como las acróteras y los merlones. ˗ Las tumbas de edículo sobre podium son las más representativas de la arquitectura funeraria romana. Están constituidas por dos elementos superpuestos: un alto podium con pilastras o columnas adosadas que sostienen un edículo en forma de naïskos, un pabellón circular o un nicho próstilo que alberga las esculturas del difunto. Los edificios con tholos en el piso superior son los de mayor difusión en Italia. Generalmente presentan un podium sobre el que se dispone una construcción redonda monóptera o pseudomonóptera y en este caso los espacios que dejan libres las columnas están ocupados por las esculturas. La representación del titular de la tumba en el ejercicio de su profesión será una particularidad de los edificios funerarios de época claudio-neroniana. ˗ Los tumuli de época romana se consideran derivados de los etruscos, si bien no debe olvidarse la influencia de los túmulos reales helenísticos. El más simple está construido por una cámara funeraria recubierta de tierra. Las urnas se depositaban en el interior de las cámaras o directamente bajo el túmulo. El revestimiento del anillo pétreo que rodea el túmulo construido en opus caementicum se realizaba con opus quadratum , y en algunos casos recibe decoración. ˗ Los monumentos funerarios en forma de exedra son construcciones de forma semicircular, que cuando están provistos de un banco se denominan scholae. Este tipo de edificios se situaban en Grecia las ágoras, gimnasios y santuarios como zonas de descanso y de meditación y ya desde época clásica también en contextos funerarios. En Italia son auténticas tumbas, que alojan las urnas en el muro. En los edificios más elaborados puede existir nichos para albergar las estatuas. ˗ Las pirámides son un tipo de monumento funerario de carácter exótico, del cual es imposible reconstruir su génesis e historia ya que los restos conservados son manifestaciones aisladas. En la segunda mitad del siglo I d.C. los usos funerarios sufren modificaciones. El cambio ideológico se manifiesta en la importancia que reviste la pertenencia a una categoría social más que a la individualidad. Además se retoma la moda de enterrar a los miembros de una misma familia en un edificio con todos los elementos arquitectónicos necesarios para celebrar los rituales periódicos, por lo que se hace muy importante el recinto cercado con muros. A finales del siglo I d.C. y sobre todo durante el II d.C. aparecen tumbas-templo o monumentos nao-
morfos que tienen apariencia de templo en su fachada principal o en todo el edificio, en cuyo caso se articulan en pronaos y cella. El podium está provisto de una escalera axial que da acceso a la cella cerrada con puertas y a la que sólo se accede en el transcurso de las ceremonias. Otros edificios son más simples reproducen el esquema de una casa denominándose tumbas de cámara. Construidas con ladrillos y cubiertas por bóveda o tejado a doble pendiente, en su interior hay una única cámara en la que se abren nichos para las urnas o arcosolios para los sarcófagos; en el exterior tiene una escalera por la que se accede a un segundo piso. 6
A finales del siglo II y siglo III las tumbas de cámara dejan de ser edificios asilados y se edifican en bloques de tres o cuatro. Otra característica de esta época tardía es la desaparición de los triclinios y los hogares, lo que implica una pérdida de importancia de los rituales relacionados con los banquetes. Los columbarios constan de una gran sala abovedada, semi-subterránea a la que se desciende por una escalera y en cuyas paredes hay pequeños nichos ( loculi) de forma cuadrada, semicircular o rectangular donde se depositaban las urnas funerarias; encima de los nichos generalmente una pequeña placa nos informa sobre el nombre, la edad, y la condición del difunto. Son enterramientos múltiples y modestos, apareciendo por primera vez en Roma hacia mediados del siglo I a.C. 4.3. Necrópolis y monumentos funerarios cristianos
Durante el siglo I d.C. no se constata ninguna necrópolis y son muy pocas las datadas en el siglo II, ya en el siglo III adquieren una considerable extensión y la mayor parte datan del siglo IV. En los primeros siglos las estructuras funerarias no se distinguen de las utilizadas por los paganos y los cementerios pueden ser a cielo abierto. Paralelamente también aparecen las inhumaciones bajo tierra, hipogeos y tumbas de cámara heredadas del mundo pagano. Las formas de enterramiento son muy variadas, como la simple deposición en la tierra, cubierta con lajas de piedra o de ladrillos, las ánforas y los sarcófagos a partir del siglo III, realizados en mármol, madera o plomo. 4.3.1. Catacumbas
La Arqueología de la Muerte en el mundo paleocristiano requiere el análisis de una forma de necrópolis pertenecientes a esta ideología, las catacumbas, que se encuentran en las afueras de Roma, pero también en Nápoles, Siracusa en Sicilia, Hadrumentun en África y la isla de Milo. Aunque tradicionalmente se han considerado como lugar de refugio de los cristianos frente a las persecuciones, la realidad es que fueron exclusivamente áreas destinadas a la sepultura y al culto funerario de los miembros de las primeras comunidades. Desde un punto de vista arquitectónico las catacumbas se caracterizan por los largos corredores subterráneos, a lo largo de cuyas paredes se situaban las tumbas ( loculi o arcosolia) y en ocasiones estos pasillos daban acceso a estancias de planta cuadrada o rectangular ( cubicula) destinadas a familias o asociaciones y que podían cerrarse mediante puertas. Los loculi podían disponerse en varias filas y las galerías podían estar superpuestas y formaban una amplia red de corredores y cámaras sepulcrales. Su nacimiento, atendiendo a las revisiones efectuadas en las últimas décadas, se remonta a finales del siglo II d.C. y en su creación se conjugan una serie de hechos tales como el crecimiento de la comunidad, la conciencia de constituir un colectivo solidario, la disposición de lugares propios para la celebración de rituales y sobre todo el poder garantizar una sepultura cristiana incluso para los más desfavorecidos. Además, existen también motivos de carácter económico ya que la práctica de la inhumación llevaba consigo la necesidad de mayor espacio para las sepulturas, con lo que se encareció notablemente el suelo y así ya durante los siglos I y II d.C. se construyen hipogeos para aprovechar el espacio. En algunas zonas cercanas a las catacumbas se han documentado hipogeos familiares de mayor monumentalidad, que pueden ponerse en relación con los fundadores de las áreas funerarias, de clase social más elevada, convertidos al cristianismo en una fase temprana y que concedían un terreno o los medios para sufragarlo. La segunda mitad del siglo III, que se conoce como “la pequeña paz de la iglesia” entre la última persecución de Valeriano (257-258) y la de Diocleciano (303-304), es testigo de un aumento del número de cristianos y de su capacidad organizativa. Como consecuencia aumentan las áreas de cementerios. La segunda mitad del siglo III y los inicios del IV es también época de mayor difusión de las catacumbas con plano de espina de pez, en las que una escalera de acceso desemboca en una larga galería a lo largo de la cual se abren a ambos lados una serie de ramificaciones. En esta época se registran un aumento de sepulturas monumentales como los arcosolios y grandes nichos y también los cubicula son de mayores proporciones, cubiertos con bóveda de cañón e iluminados con grandes lucernarios y arcosolios en las paredes. 7
El siglo IV supone
un aumento importante de los espacios ocupados por las catacumbas, paralelo a las condiciones cada vez más favorables del cristianismo que tienen como consecuencia el aumento del número de adeptos. De la misma época son también otros sectores con tumbas de carácter monumental que corres ponden a clases sociales elevadas, que suelen consistir en amplios cubículos con pintura que albergan sarcófagos de mármol decorados. En estos cubículos se construyeron estructuras relacionadas con el refrigerium o comida fúnebre, como bancos, asientos, cátedras y mesas. En las zonas más pobres de las catacumbas continúa la utilización de loculi de dimensiones cada vez más reducidas para permitir un mayor aprovechamiento del espacio. En la argamasa que cierra los loculi se im pone la costumbre de fijar pequeños objetos de índole personal ya sean adornos o cerámicas que individualizan la tumba. Esta costumbre ha sido objeto de distintas interpretaciones, así G.B. Rossi consideraba que servían para individualizar la tumba, pero los nuevos descubrimientos permiten constatar que los materiales se repiten por lo que poco podrían contribuir a la individualización del sepulcro. Para F. Bisconti la inclusión en la argamasa de objetos materiales constituye un “arte alternativo” que intenta emular las decoracio-
nes que ornamentaban los cubículos de los cristianos de grado social o jerárquico más elevado. Por ello, los materiales escogidos son los objetos prestigiosos del difunto, entre los más importante está el vidrio decorativo. Estos recipientes, cuya decoración se sitúa en el fondo con temas iconográficos e inscripciones diversas, se fracturaban ya que sólo se disponía en fondo en la argamasa. Además de su función decorativa es posible que también tuvieses un papel esencial en los rituales funerarios, sobre todo en las comidas, y que su fragmentación sea el gesto ritual de ruptura mística de los recipientes, ritual constatado en las ceremonias funerarias de distintas religiones. El concepto de ajuar sufrió un importante cambió simbólico ya que los objetos que habitualmente se guardaban en el interior del sepulcro individual, pasan al exterior con lo que se ponen a disposición de toda la comunidad. La segunda mitad del IV no presencia la ampliación o creación de áreas catacumbales y muchas de las sepulturas de este período se llevaron a cabo en las basílicas edificadas hacia mediados del siglo, como San Pedro. Esta nueva costumbre fue la que contribuyó al paulatino abandono de los enterramientos en catacum bas. En los siglos V y VI las catacumbas solamente fueron visitadas por motivos de devoción, centrándose en las áreas de los mártires, convertidas en auténticos santuarios, lo que propicio la restauración y la creación de itinera ad sanctos que eran los caminos seguidos por los devotos. 4.2.2. Martyria
Las tumbas de los mártires comienzan en la época de Constantino una fase de monumentalización, como se observa en el Sepulcro de San Lorenzo que solamente afecta a la creación de accesos, construcción de mesas o de espacios anteriores o posteriores a la tumba. Es en época del pontificado de Dámaso (366-384) cuando se desarrolla de manera manifiesta el denominado “culto a los santos ” que de al guna manera se oficializa en un intento de control de la devoción popular. Arqueológicamente la actuación de Dámaso se manifiesta en la reestructuración de los sepulcros y de los recintos con inscripciones marmóreas. Junto a las tumbas se situaron mensae en los que los devotos depositaban las ofrendas. Otra de las características arquitectónicas del período damasiano es la construcción de itinerarios dentro de las catacumbas que conducían a las tumbas de los mártires, convertidas en auténticos santuarios. Esta veneración a los mártires tuvo como consecuencia la ampliación de las zonas de las catacumbas situadas en las proximidades de las tumbas ya que los fieles querían ser enterrados cerca de ellos. También es consecuencia de este culto material la creación de áreas denominadas retro sanctos situadas en las cercanías y a espaldas de los sepulcros venerados y que son utilizados por personas de elevada condición social. Para las personas más humildes se idearon profundos pozos para enterramientos múltiples ex cavados en las cercanías de las tumbas martiriales.
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5. Los mausoleos imperiales y la apoteosis 5.1. El funus imperatorum
La fuente esencial para el conocimiento de algunas características de los funerales imperiales es Herodiano (libro IV de su obra Historia Romana escrita hacia el 240 d.C.). Aunque cada emperador dejaba escritos sus mandata de funere, es decir la normativa para sus funerales, existen una serie de características generales que hasta el siglo IV d.C. son prácticamente idénticas. Las ceremonias funerarias comienzan con la translatio o procesión del cadáver hasta la pira funeraria instalada en el “Campo Marcio”, siguiendo una ruta por la Vía Sacra desde la residencia imperial al Palatino hasta los Rostra en el Foro y después hasta el “Campo Marcio”. En la procesión fúnebre los músicos abren el cortejo; también las canciones están presentes, entonadas por un coro que sustituye a las plañideras de los funerales privados. Otros elementos que ayudan a la teatralidad son los actores y mimos que representan al difunto en los distintos momentos de su vida. El lecho fúnebre es conducido en un carro adornado con oro y marfiles, en cuyo interior no sólo se transporta el cuerpo sino también una imago de cera. Además de todos estos elementos, que en menor medida también están presentes en los funerales privados, existen otros exclusivos de los imperiales, como la presencia del Senado, sacerdotes, el ordo ecuestre, los sacerdotes, lictores, soldados y el pueblo, así como la exhibición de objetos o símbolos como la representación de las provincias vencidas y los tituli con las leyes promulgadas, entre otros. La presencia del sucesor tras el lecho mortuorio es un gesto político de afirmación de la legitimidad sucesoria. Las manifestaciones de duelo son muy distintas y en contextos militares se llega al suicidio por fidelidad, pero lo más común es la renuncia voluntaria a objetos personales como joyas, insignias o alimentos que se arrojan a la pira. El logus o pira funeraria se levantaba en el Campo Marcio y era una era una estructura de madera recu bierta de telas doradas, marfiles y sustancias aromáticas que constaba de varios pisos, en los que se situaban las esculturas del emperador. En el trascurso de la ceremonia también desfilaba una procesión de caballería y de carros sobre los que instalaban imágenes de cera del emperador y de los generales más famosos. Cuando la acción del fuego destruía el lugus surgía de la parte alta del mismo un águila que simbolizaba la admisión del difunto entre los dioses, tradición que se instaura en los funerales de Augusto. Con el paso de la cremación a la inhumación, el cadáver se sustituye por una imagen de cera. Aunque las descripciones sobre los funerales de los emperadores cristianos no son muy numerosas, desde Constantino hasta Teodosio apenas se perciben cambios en las características de los rituales, aunque sí se constatan sustituciones ya que la laudatio en honor del emperador pasa a denominarse consolatio y es pronunciada por el obispo y los senadores y otros miembros del cortejo se sustituyen por monjes, clérigos o vírgenes. El auténtico cambio se observa en la idea de la consecratio, ya que el emperador no puede convertirse en dios, sino que es recibido en el cielo por Dios, lo que supone en realidad una especie de beatificación. Sin embargo, sabemos que Constantino es proclamado divus y además se emiten las tradicionales monedas con la escena de consecratio, si bien son evidentes cambios iconográficos ya que no existe el águila tradicional, sino que es una mano divina la que emerge de los cielos. Los emperadores cristianos son proclamados divi porque son excepcionales y merecen un lugar en el cielo. Glosario
Cornua. (sing. cornu). Instrumento musical de viento de forma curva, generalmente realizado en cuerno y
con sonido similar a la de la trompa. F asces. Haz de varas ” atadas con una correa roja y llevadas a hombros por los lictores que precedían a los magistrados romanos como símbolo de su poder. F ocus. Concavidad localizada en la parte superior del ara para la realización de sacrificios. Lectus funebri .: Lecho o catafalco donde se colocaba el cadáver para su exposición en el velatorio. Lictor . Asistentes que iban delante de los magistrados provistos de imperium. Lituus. Instrumento en forma de cayado o báculo usado por los augures. Locus sepulturae. Lugar de enterramiento o espacio ocupado por la tumba. 9 “
Merlón. Parte del muro elevada entre dos almenas. Pulvini. Este término significa literalmente “cojinete” y se aplica a las protuberancias que, a modo de volu-
tas, rematan en sus laterales la parte superior de las aras funerarias. Silla curul. (lat. Sella curulis). Silla del “Estado”, como símbolo de autoridad. Tenía forma de taburete de tijera y era utilizada por censores, cónsules, pretores y los dos ediles curules. Tuba. Instrumento de viento parecido a una trompeta, utilizado en las ceremonias cívicas y religiosas solemnes.
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