Introducción a la Sociología II
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TEMA 1 – 1 – LA LA SOCIOLOGÍA Y LA SOCIEDAD INDUSTRIAL 1 – El tránsito de la sociedad estamental a la sociedad industrial. Los dos grandes acontecimientos que marcan nuestra época histórica son la Revolución Francesa y la Revolución Industrial, siendo las claves del proceso que permite comprender el origen de la Sociología. Ambas revoluciones forman parte de un mismo haz de transformaciones interrelacionadas que, coincidiendo en un periodo histórico determinado, dieron lugar a uno de los procesos de cambio social más impresionantes que se han conocido. No obstante, este proceso de cambio no puede ser visto solamente como un fenómeno político o meramente económico. La Revolución Francesa fue la expresión política de las necesidades surgidas del derrumbe del viejo orden social ante la presión de una nueva época histórica. Del mismo modo, los procesos de crecimiento económico durante la Revolución Industrial también fueron el resultado de un conjunto muy amplio de cambios. La Revolución Industrial fue un fenómeno social muy complejo en el que influyeron muchos factores, cada uno con su cronología y su importancia. Estos factores fueron tanto sociales como culturales, económicos y tecnológicos. Estos cambios supusieron una revolución a finales del siglo XVIII y principios del XIX al converger muchas líneas de desarrollo en un punto determinado, hasta entonces separadas. Podría decirse que la Revolución Industrial fue un fenómeno social global que supuso una ruptura total con lo existente hasta ese momento. Pero, ¿cuáles consecuencias sociales de esta revolución? ¿Cómo contribuyó al desarrollo de la Sociología? La gran cantidad de elementos implicados en este proceso incluso ha hecho que algunos analistas muestren reparos a la propia expresión de Revolución Industrial. Quizás por lo inapropiado en calificar de “revolución” a un proceso que no fue repentino, del mismo modo que consideran poco exacta la denominación de “industrial” al “industrial” al haberse dado también cambios sociales e intelectuales. Ashton afirma que debe concebirse como un movimiento social. Siempre va acompañada por el crecimiento de la población, por la aplicación de la ciencia en la industria y por el empleo del capital más intenso y más extenso. Todo ello convive al mismo tiempo con la conversión de la comunidad rural en urbana, dando lugar así a nuevas clases sociales. En una perspectiva perspectiva amplia, ¿cómo y por qué se produjo la transición de la sociedad estamental a la sociedad industrial? ¿Cómo se puede evaluar su impacto en la sociedad? Evidentemente, el proceso de transición no puede entenderse sin ciertos requisitos previos de índole índole económica, tecnológica y social. Tampoco quedan de lado las rupturas institucionales y políticas tras superarse ciertos obstáculos ideológicos y culturales que limitaban las posibilidades de cambio en la sociedad tradicional. Cabe destacar el considerable incremento de la productividad agrícola como condición previa que hizo posible esta revolución. La superación de una agricultura de 1
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subsistencia permitió la producción de importantes excedentes con los que podían cubrirse necesidades alimentarias de todos aquellos ciudadanos en un creciente número de núcleos urbanos con altas densidades de población. A estos núcleos urbanos se trasladaba cada vez más población, siendo base de reclutamiento para la industria y el sector servicios. La revolución agrícola hizo posible que cada vez menos personas produjeran más recursos alimenticios. Esto, unido al crecimiento demográfico, dio lugar a un importante incremento de la fuerza de trabajo potencial no agrícola. Este hecho supuso un elemento de estímulo decisivo para el desarrollo de nuevas formas de producción. Esta revolución agrícola se produjo debido a la aplicación de nuevos útiles y herramientas, fruto de la innovación tecnológica, además de nuevos métodos de explotación ganadera, la mejora de técnicas de cultivo, la ampliación de superficie de tierras cultivadas, etc. Otro factor fundamental que hizo posible la Revolución Industrial fue la potenciación de los transportes y de las comunicaciones. La mejora de caminos, vías fluviales y puertos facilitó el transporte de mercancías, lo que aumentó los intercambios y dio lugar a mercados de mayores dimensiones y más óptimos para comercializar productos elaborados en grandes cantidades. De esta manera, frente a la producción artesanal, surgieron nuevas formas de fabricación a gran escala para mercados nacionales mucho más extensos. Así se dio lugar a la sustitución de los pequeños talleres gremiales por unidades de producción mayores donde fuera posible la división del trabajo, económicamente ventajoso. Adam Smith ya expuso las ventajas de la división del trabajo: aumento de la destreza de cada obrero según se especializaba en tareas concretas, permitía un ahorro de tiempo porque anulaba los tiempos muertos al pasar de una tarea a otra y hacía posible utilizar un gran número de máquinas que facilitan y abrevian el trabajo. En suma, permitía un considerable aumento de la cantidad de mercancías que es capaz de realizar el mismo número de personas. El auge de la fábrica en detrimento del viejo taller gremial fue potenciado por el ritmo creciente de innovaciones tecnológicas, dando lugar a una extraña revolución en la utilización de fuentes de energía. Este hecho tuvo un impacto tan inmediato como fundamental: se aumentó la producción y se redujeron los costes. La acumulación de capital y el desarrollo de un sistema monetario ágil y moderno fue también un elemento fundamental que hizo posible un desenvolvimiento adecuado de las prácticas de inversión e intercambio dinerario. Sin esto no habría sido posible el crecimiento industrial. Tampoco podemos dejar de lado otros cambios relacionados con el aumento de la población y con la tendencia creciente a concentrarse en núcleos urbanos. Esto dio lugar a mayores disponibilidades de fuerza de trabajo concentrada en espacios reducidos, lo que también suponía un mayor número de consumidores localizados en ámbitos territoriales más reducidos. De igual modo fue decisiva la emergencia de sectores sociales fundamentales para el crecimiento industrial: empresarios, técnicos, ingenieros,… El sistema educativo adaptado a la lógica y a las necesidades profesionales del nuevo tipo de sociedad fue también vital. 2
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No obstante, todos estos requisitos previos tuvieron lugar en el contexto específico de Occidente y no en otros lugares, lo cual se entiende por la concurrencia de otra serie de circunstancias específicas de índole no económica. Los estudios de Max Weber contribuyeron a enfatizar la manera en que los factores ideológicos y culturales influyeron también en la propia dinámica del desarrollo industrial capitalista. Cabe recordar la concurrencia de la doble circunstancia de que el capitalismo surgiera en Occidente y se desarrollara, especialmente, en países protestantes donde había mayor proporción de empresarios. Weber consideró la relación que se producía entre ciertos rasgos que definen el espíritu capitalista necesario para triunfar en los negocios (orden, disciplina, afán de trabajo, éxito,…) y la ética calvinista. Para Weber existía una adecuación importante entre el espíritu del capitalismo y el espíritu del calvinismo, lo cual llevaba a los calvinistas a un escrupuloso cuidado en el cumplimiento de sus cometidos profesionales (que veían como una actividad bendecida por “dios”). Este hecho señala que el poderío económico holandés durante el siglo XVII podía deberse a que los calvinistas eran personas que consideraban el trabajo y la industria como un deber “para con dios”. Weber indicó que tenían la seguridad tranqui lizadora de que la desigual repartición de los bienes en el mundo es obra especialísima de la providencia divina, tras lo cual subyacían finalidades ocultas desconocidas. De ahí que el éxito en los negocios pudiera considerarse como un signo de predestinación. También se observa la influencia de las concepciones religiosas en el desarrollo moderno del espíritu capitalista. Weber también estudió otras civilizaciones en las que se daban muchos de los rasgos y condiciones necesarias para el surgimiento del capitalismo, pero donde no existía nada que pudiera compararse a la ética protestante occidental. Y de ahí, aplicando el criterio de la ausencia, estableció la conclusión general de la importancia decisiva del factor religioso en el origen del capitalismo occidental. En conjunto, los análisis de Weber han contribuido a poner de relieve algunos aspectos del proceso social de industrialización apenas tenidos en cuenta en otros enfoques, construyendo así explicaciones incisivas de cómo determinados elementos ideológicos pueden jugar un papel vital en la dinámica interna de ciertos sistemas económicos. Resulta obvio que los factores no económicos influyeron en la transición de la sociedad estamental a la sociedad industrial. El contexto en que fue posible la revolución industrial no puede entenderse únicamente a partir de la concurrencia de los elementos de estímulo e influencia positiva para la industrialización, sino que es preciso tener en cuenta también la compleja dialéctica de superación de resistencias, tensiones y rupturas ideológicas y políticas a partir de las que la revolución industrial fue posible. El conjunto de cambios que hicieron posible la revolución se debió a un clima propicio para tales cambios, habiéndose allanado muchas de las dificultades que presentaba el antiguo régimen. Podría definirse como una verdadera tarea de demolición intelectual y política. No cabe duda de que el derrumbamiento de las instituciones feudales fue necesario para la emergencia de la sociedad industrial, donde las instituciones y 3
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actitudes que eran precisas para su extensión eran incompatibles en el cerrado contexto del feudalismo. Esta ruptura puede ser vista como un proceso donde las relaciones económicas se desembarazan de las antiguas relaciones sociales marcadas por el sentimiento, el poder tradicional, las consideraciones sagradas y los vínculos personales. Este proceso de ruptura con la lógica del orden estamental se produjo a partir de una doble vía de influencias: desde el campo político y desde otra perspectiva intelectual más general. La aparición del Estado moderno marcó el principio de una nueva época histórica. El orden político se independiza del orden moral y religioso, poniendo fin así a la práctica de la concepción medieval de ambos poderes. La aportación teórica de Maquiavelo reflejó ya prácticas políticas vigentes. El Estado cobró nuevas funciones: desarrollo de las burocracias, establecimiento de ejércitos profesionales, vocación unificadora, consolidación precisa de los mercados nacionales, etc. Del mismo modo, una profunda revolución intelectual, proclamadora de nuevas formas de investigación, contribuyó a todo el proceso de transformación social como una de sus principales fuerzas activadoras. El impulso de la libertad y el desarrollo del espíritu científico se pueden considerar elementos importantes de dinamización en lo que fue el advenimiento de la sociedad industrial. Analistas como Nef han sostenido que en el siglo XVII fue el pensamiento mismo y no las instituciones económicas o el desarrollo económico, el que dio los tonos y variaciones que los más grandes científicos aplicaron después. Revolucionarios descubrimientos científicos de Galileo, Kepler, Descartes, Pascal, etc.; no se aplicaron de inmediato. La libertad (más que la necesidad) fue la principal fuerza que impulsó la revolución científica. La Primera Revolución Industrial se unió a la revolución intelectual para hacer de esta época la etapa crítica en que buscamos el origen del industrialismo. No fueron adelantos materiales que aproximaron a los europeos al industrialismo, sino que fue, más buen, la consagración del pensamiento humano a los valores cuantitativos y a sus métodos de razonamiento, a la evidencia tangible y verificable, como base del conocimiento científico. Al margen de estas valoraciones, lo que no puede negarse es la concurrencia en el horizonte histórico de referencia de una serie muy importante de factores ideológicos y culturales que contribuyeron de manera decisiva a la alteración de muchos de los supuestos ideológicos del mundo tradicional. Entre estos factores encontramos el humanismo, con su apelación a las libertades, que va a influir en una preocupación mayor por los hechos que por las verdades. También nos encontramos entre éstos al protestantismo, que supone un germen de rebelión frente a los principios de autoridad y tradición; el racionalismo, que desalojó lo sobrenatural del ámbito del mundo. La suma de todos estos factores, con sus mutuas influencias, contribuyó a formar el talante de una época caracterizada por un gran optimismo y fe en el progreso. La filosofía iluminista, con su confianza en el progreso histórico y en la razón humana, fue un buen exponente del espíritu de la nueva época que se fraguaba.
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2 – Consecuencias sociales de la Revolución Industrial. Ya apuntados los factores fundamentales que contribuyeron a hacer posible la transición de la sociedad estamental a la sociedad industrial, queda aún por considerar cuál fue la significación general de este proceso de transformación, tanto en lo global como en lo individual. En un contexto de grandes transformaciones de diferente signo, el cambio específico de los modelos sociales constituye un aspecto más de un proceso global y profundo de transformación. Desde un punto de vista sociológico, los cambios que supuso la transición de la sociedad tradicional a la sociedad industrial pueden ser analizados de diversas maneras. Goldthorpe, por ejemplo, intentó resumir los contrastes fundamentales entre una y otra sociedad en el siguiente esquema:
Sociedad feudal (tradicional)
Sociedad industrial moderna
Tecnológicamente primitivas. Tecnológicamente avanzadas. Pobres. Ricas. Dimensiones reducidas. De grandes dimensiones. Escasa división del trabajo y escasa Compleja división del trabajo y gran especialización. especialización. La mayoría de los roles incluidos en el Menos importancia de los roles de parentesco. parentesco. Otros roles. Cada individuo ocupa un número limitado Estructura compleja con individuos que de roles. ocupan numerosos roles. El parentesco es la institución dominante El parentesco es vital, pero sólo es una del conjunto de la estructura social. pequeña parte de la estructura social. Alto analfabetismo, ausencia de “mass Alfabetizada. Importancia de los “mass media” , comunicación mediante la media” (cines, películas, etc.) palabra. Tradición oral. Principalmente rurales. Principalmente urbana. Pequeñas comunidades autosuficientes, Comunidades grandes con rica variedad culturalmente uniformes. Diversidad de de subculturas. Interdependientes. culturas locales, pero no dentro de éstas.
Este esquema puede ampliarse con otras dimensiones complementarias. Siguiendo a Giddens se podrían señalar los siguientes rasgos característicos principales de la sociedad tradicional en contraste con la industrial:
En el feudalismo existía un reparto autoritario del trabajo, cada individuo debía llevar a cabo obligatoriamente ciertas tareas a las que había sido destinado dentro de una jerarquía de ocupaciones. El nuevo orden, por el contrario, se basó en la libertad del trabajo. La sociedad tradicional estaba dividida en estamentos legalmente diferenciados de los que el individuo no podía salir y a cuyas normas estaban sometidos. La sociedad industrial liberó al individuo de estas ataduras medievales, situándolo ante un mercado competitivo de t rabajo.
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La economía feudal implicaba que la producción se efectuaba para el conjunto de necesidades de consumo locales, lo que fue reemplazado por la producción a gran escala, regulada por leyes de economía monetaria. Las pautas de dominación y subordinación en la sociedad feudal eran, sobre todo, de tipo personalista. Los vínculos de fidelidad y servidumbre constituían el fundamento esencial de su estructura. Posteriormente se instauró un sistema impersonal de relaciones y de igualdad formal de oportunidades. En el sistema feudal, el poder económico y político estaban fusionados. Su declive fue acompañado y promovido por la separación de ambas esferas de poder: el comercio y la industria por una parte, y el Estado por otra. El feudalismo tenía un carácter primordialmente agrario, estando muy ligado al campo, mientras que el nuevo orden económico dependió del crecimiento de las ciudades, asentadas en el comercio y la manufactura.
Tönnies afirmó que la comunidad se caracteriza por la voluntad social como armonía, ritos, costumbres y religión; la asociación mediante la voluntad social en calidad de convención, legislación y opinión pública. Los conceptos corresponden a los tipos de organización social externa. La comunidad es caracterizada en relación a la vida familiar y rural, mientras que la asociación es caracterizada en relación a la vida urbana (cosmopolita). El análisis de Tönnies implica más elementos y matices que esta exposición esquemática. En la distinción entre “comunidad” y “sociedad” se refleja una fuerte crítica social y un intento de conceptualizar la superioridad de unas u otras formas de lo social. Estas apreciaciones coincidían con una importante corriente del pensamiento sociológico que orientaba su esfuerzo a sentar las bases de lo que entendía como “buena sociedad”. De hecho, la mayor parte de los padres fundadores ligan la imagen de la “buena sociedad” a la idea de comunidad. Esta conceptualización comunal de la naturaleza de lo social confirió un carácter más sustantivo a los primeros enfoques sociológicos sobre esta cuestión. Por lo tanto, en el desarrollo de la Sociología hay que diferenciar claramente dos aproximaciones distintas que se producen en torno al concepto de comunidad. Por una parte están las reacciones del pensamiento conservador ante el envite de los cambios sociales, que intentaron encontrar en la idea de la comunidad tradicional y patriarcal el mejor y más seguro baluarte defensivo cont ra los nuevos vientos que traía la historia mediante dos grandes procesos revolucionarios: la Revolución Francesa y la Revolución Industrial. Por otro lado estaba el nuevo pensamiento sociológico que veía en la idea de comunidad la imagen de la nueva sociedad, más estable e integrada. Tönnies se sitúa en esta segunda dirección, utilizando conceptos de comunidad y asociación en una perspectiva más compleja que la de otros autores simplistas. Por tanto, para comprender lo que entiende Tönnies estos conceptos no basta con atenerse a cuadro-esquema publicado al final de su obra, sino que hace falta seguir con atención sus palabras y precisiones. Esto nos permite situar su dualidad de referencias en los siguientes términos:
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El concepto de comunidad connota vínculos personales naturales y afectivos, motivaciones morales, altruistas y cooperativas. La comunidad es un organismo vivo, cohesionado por el afecto, la simpatía y la voluntad de compartir, donde opera el consenso entre los partícipes. Existen lazos sociales visibles e identificables primariamente, prevalece la cooperación y la acción social altruista. También es propio el uso y disfrute de bienes comunes. Por el contrario, el concepto asociación está ligado a relaciones impersonales, instrumentales y tácticas, propias de la sociedad de masas, a motivaciones interesadas, a una estructura mecánica de lo social. La asociación es un artefacto mecánico cohesionado por meros lazos jurídicos o de necesidad interesada regida por la competitividad y el egoísmo. La interacción social no se ve como un fin en sí misma, sino como medio para obtener otros fines: instrumentalización de relaciones personales. Los lazos no son visibles, prima la competencia, la acción calculada e interesada y las convenciones.
En definitiva, el tránsito de la comunidad a la asociación supone la modificación de los vínculos sociales primarios y las formas de relación directa y su progresiva sustitución por formas abstractas e instrumentales de relación, marcadas por la lógica de mercado. En otras palabras, la asociación es el reino del mercado, donde su propia lógica tiende a imponer modos de relación y formas de organización social y política cada vez menos naturales e inmediatas (procesos de intercambio impersonales). En su conjunto, la transición desde la sociedad tradicional a la sociedad industrial supuso un cambio notable en los modelos sociales globales. La transformación económica que trae consigo la industrialización no afecta tan sólo a un sector de la producción, sino que afecta a toda la vida económica. Además, supone cambios sustanciales de prácticas, convicciones, estilos de vida y cultura.
3 – Principales características de la sociedad industrial. Previamente, cabe considerar los aspectos más característicos de la sociedad industrial, pues conforman en buena medida la base de algunas de las más importantes vivencias sociales de los ciudadanos de nuestro tiempo y constituyen un objeto de estudio sociológico. La sociedad industrial ha sido definida de maneras muy distintas por los sociólogos que se han ocupado del tema. Aron, por ejemplo, consideró que se puede formular una definición simple de sociedad industrial: "sociedad donde la gran industria sería la forma de producción más característica". De manera más específica, Aron enuncia los siguientes caracteres de la sociedad industrial: "la empresa está radicalmente separada de la familia, introduce un nuevo modo de división del trabajo (división tecnológica), supone una acumulación de capital, exige la necesidad de un capital importante en constante renovación y expansión y, por último, concentra la mano de obra en lugares de trabajo concretos".
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Además, Aron apuntó un rasgo específico de las sociedades industriales: orientarse a lograr el máximo de producción y eficiencia mediante la renovación de instrumentos y organización del trabajo según el progreso de la ciencia. Ahora cabe ocuparnos de esbozar las principales dimensiones básicas del fenómeno de emergencia de la sociedad industrial. En primer lugar, la industrialización se puede caracterizar por la implantación hegemónica de la fábrica y la máquina en el sistema de producción. La máquina de vapor (James Watt, 1769) y su perfeccionamiento fue uno de los cambios más revolucionarios y que mayores consecuencias prácticas ha tenido en nuestra era. Además de reemplazar la mano de obra humana, supuso un cambio tremendo en cuanto a la utilización del vapor como fuente de energía, ya que desplazó a las existentes hasta entonces. La utilización de máquinas cada vez más perfeccionadas en el sistema de producción permitió un gran salto adelante en la utilización de los sistemas de energía, lo cual produjo una quiebra en los sistemas y procedimientos tradicionales de trabajo. La maquinaria posibilitó el desarrollo de numerosas innovaciones tecnológicas de diversa índole, inaugurando la producción en masa. Las fábricas desplazaron los viejos sistemas gremiales de producción, permitiendo producir grandes cantidades de mercancías con una mano de obra poco especializada, lo cual hizo posible un abaratamiento de los costes y una mayor competitividad en el mercado (mayores posibilidades de beneficio y estímulo para la inve rsión). En segundo lugar, el sistema de producción industrial dio lugar a una creciente división del trabajo. La mecanización y la creciente tendencia a hacer más complejos los sistemas productivos supuso una creciente división del trabajo y una especialización de tareas y oficios. De este modo, los trabajadores fueron perdiendo la conciencia de estar produciendo mercancías concretas para pasar a tener percepciones sobre su trabajo ceñidas a la ejecución de tareas limitadas y rutinarias dentro de la cadena de producción. La sustitución de formas de trabajo gremiales por las formas de organización fabriles vinieron acompañadas por un conjunto de cambios que afectaron no solamente a la naturaleza del trabajo en sí mismo, sino también a las propias características de las relaciones laborales. Los trabajos se hicieron impersonales y los vínculos laborales se volvieron abstractos, quedando regidos por las neutras y frías leyes del mercado con el único vínculo del salario. También aumentó la inseguridad y la temporalidad en los trabajos, quedando clara la tendencia a segmentar el trabajo y la vida: la función originaria del trabajo y la forma alienada en que se ejecuta. En tercer lugar, la industrialización supuso también la implantación práctica de nuevos valores sociales y económicos y de nuevas pautas de conducta. El orden económico quedó regulado por nuevas leyes económicas, impregnadas por la racionalidad y el cálculo. Todos los elementos del sistema de producción se mercantilizaron y se tradujeron en términos monetarios. El valor de uso quedó de lado, importando el valor de cambio.
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El sistema de producción se organiza según los requisitos de la nueva lógica económica: la empresa se entiende como un orden abstracto de factores traducibles en dinero (mínimo coste y máximo beneficio). Este nuevo orden económico será objeto de importantes teorizaciones: Adam Smith, Adam Ferguson, Miller,... Sin embargo, los valores del nuevo orden económico no aparecerán ceñidos solamente al ámbito de regulación de las instituciones económicas, sino que estarán presenten en el conjunto de la sociedad e influirán decisivamente en el comportamiento de toda la ciudadanía: difusión de valores individualistas, las ideas de responsabilidad, actuación racional y calculadora, aspiraciones de éxito, competitividad, disciplina, espíritu del esfuerzo, fomento el ahorro para invertir, etc. La difusión de los valores individualistas, las ideas de responsabilidad, de actuación racional y calculadora, las aspiraciones de éxito, la valoración del esfuerzo competitivo, la disciplina,..., en suma formará parte de un trasfondo de valores sin los que la sociedad industrial no hubiera podido llegar a desarrollarse plenamente. Autores como Apter, por ejemplo, han enfatizado cómo el proceso de modernización puede entenderse básicamente como un proceso de difusión de valores y roles de tipo industrial en medios no industriales. La industrialización impone sus propios moldes culturales a la cultura preexistente. Esta transición es más rápida si la cultura pre-existente tiene las siguientes características:
Un sistema de familia nuclear que tienda a acentuar los incentivos individuales a trabajar, ahorrar e invertir. Una estructura social relativamente abierta que estimule la igualdad de trato y el progreso. Valores éticos y religiosos que sean favorables a la ganancia y el incremento económico. Sistema legal que estimule el crecimiento económico mediante la protección de derechos de propiedad ante el poder arbitrario y caprichoso. Una fuerte organización gubernamental y el sentimiento de ser una nación que pueda desempeñar un importante papel en el desarrollo económico.
En definitiva, el proceso de industrialización implica nuevas necesidades en la conformación del orden político. Algunas de estas necesidades derivan de los imperativos de la delimitación precisa de los mercados como elemento condicionante de la posibilidad de realizar ofertas masivas de cercanías. El Estado moderno vendrá a ser un elemento importante para la consolidación de estos mercados nacionales, además de un clima político estable y capaz de generar la confianza suficiente como para emprender inversiones cuyas ganancias no se producen a corto plazo. Por esta razón, los nuevos sistemas políticos tuvieron que cubrir ciertos requisitos de estabilidad y ser capaces de establecer unas reglas de juego político eficaces y flexibles que puedan adaptarse a las nuevas exigencias económicas al mismo tiempo que son suficientemente firmes. La traducción de muchas de estas aspiraciones y necesidades derivó en la emergencia política de la nueva clase burguesa como
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principal agente del nuevo orden social en ascenso. Su especial protagonismo político fue uno de los aspectos más importantes de la revolución industrial. De este modo, la nueva sociedad industrial se caracteriza también por los nuevos perfiles de estratificación y del conflicto de clases. Uno de los principales efectos de la industrialización fue el surgimiento de una nueva estructura de clases que dio lugar a nuevas formas de conflicto y antagonismo social cuya intensidad jamás se había visto hasta la fecha. Este periodo se caracterizó por grandes conflictos sociales con gran proyección política, centrado en el enfrentamiento de las dos grandes clases surgidas tras la revolución industrial: la clase burguesa y la clase obrera. Durante las primeras etapas de la industrialización, las duras condiciones de trabajo y de vida de la clase trabajadora dieron lugar a que la lucha de clases se planteara como un conflicto dotado de especial proyección política, impregnada por aspiraciones de cambio del sistema de producción. Las barriadas fabriles fueron muy sensibles respecto a la problemática laboral existente, receptivas al pensamiento de los teóricos socialistas dieron lugar a fuertes movimientos sindicales y políticos. La industrialización también intensificó los procesos de urbanización y crecimiento demográfico, además de suponer un cambio notable en todas las estructuras y sistemas de relación del viejo orden tradicional. Se marcó el tránsito de una sociedad estable a una sociedad en cambio permanente. Los principales ámbitos de movilidad que impulsó el cambio hacia la sociedad industrial fueron los de carácter geográfico (éxodo rural, urbanización,...), los de carácter gremial, así como los de carácter social. En su conjunto, la concurrencia de todos estos procesos de transformación dará lugar a que la sociedad industrial tenga un importante componente de dinamismo interno que hoy en día prácticamente nadie niega. La acumulación de cambios durante las últimas décadas ha ido dando lugar a la emergencia de un nuevo tipo de sociedad: la sociedad post-industrial en la cual se están modificando de manera importante los sistemas productivos, dadas las nuevas tecnologías y sistemas automáticos de trabajo en el sector servicios. En este contexto, las estructuras de clase también tienden a cambiar, tornándose más complejas, incluso con la aparición de sistemas duales de desigualdad mientras que se modifican las relaciones de poder y sus bases. Como señaló Daniel Bell, la sociedad post-industrial no se caracteriza sólo por la transición de una economía productora de mercancías a otra productora creciente de servicios, sino porque la habilidad técnica pasa a ser la base del poder y la educación el modo de acceso a él, "los que encabezan esta sociedad (la élite del grupo) son los científicos" - diría Bell.
4 – La cuestión social y los orígenes de la Sociología. En todo el contexto económico, social e intelectual anterior, puede decirse que se daban las condiciones necesarias para que surgiera y se desarrollada la Sociología. 10
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Fueron muchos los factores que contribuyeron a crear una presión real tan fuerte a través de procesos sociales y socio-económicos que casi de necesidad tenía que formarse una ciencia del tipo de la Sociología. De este modo, la Sociología surgió a partir de determinadas condiciones intelectuales y en el contexto de una situación social muy precisa. Sin embargo, es preciso subrayar que la incidencia de los factores intelectuales que influyeron en su nacimiento operaron a través de una doble vía: por un lado la relacionada con las aportaciones que contribuyeron al desbloqueo del mundo tradicional y, por otra parte, las surgidas directamente de la reflexión sobre las consecuencias del proceso de industrialización y de transformación de la sociedad tradicional. Precisamente cuando se hicieron más claras las consecuencias sociales de estos grandes procesos de cambio surgió otra vía importante de reflexión intelectual que estimuló el desarrollo de la Sociología: la "cuestión social". La dinámica práctica de la industrialización puso de manifiesto que su implementación no sólo producía un fuerte proceso de convulsión social sino que también generaba una compleja problemática social asociada a las nuevas formas de organización del trabajo, a las nuevas condiciones de vida de la clase trabajadora y a otros problemas surgidos de la sociedad de masas emergente. La llamada "cuestión social" - sensibilización por la situación social de los sectores que vivían y trabajaban en peores condiciones - se convirtió en uno de los puntos de referencia para todo el pensamiento social de esta época. Bajo el impacto de la "cuestión social" se empezó a producir una cierta inflexión en la evolución de las concepciones que habían alentado de manera tan decisiva la dinámica de la industrialización. Tras un periodo de exaltación optimista se podía comprobar que el sistema industrial no era solamente "eficiente, dinámico y destructor de tradiciones", sino que también generaba contradicciones, conflictos y problemas sociales específicos. De esta cuestión se ocuparon casi todos los grandes teóricos sociales de los siglos XIX y XX. Según Tony J. Watson, las principales contradicciones pueden resumirse en ocho grandes bloques:
Las que surgen como consecuencia de la instalación de gran cantidad de trabajadores en un mismo lugar de trabajo, con unas mismas condiciones e intereses, lo cual crea condiciones propicias para el desarrollo del sindicalismo. La acumulación de demandas crecientes de libertad política y mayor participación democrática tras la extensión de los principios liberales. Los problemas surgidos de las contradicciones entre las necesidades de los empresarios de control y coordinación, y las aspiraciones de mayor independencia e iniciativa de los sectores más cualificados de trabajadores. Las contradicciones que generan los métodos burocráticos de organización del trabajo con tendencia a la rigidez, el formalismo,... Puede conllevar también cierta ineficacia.
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Las consecuencias de la división del trabajo, ya que también genera monotonía, alienación, falta de estímulos y motivación, etc. Los riesgos de anomía y de relaciones sociales impersonales y poco satisfactorias, las cuales surgen por la sustitución de los valores tradicionales por los principios del individualismo, cálculo, interés, competencia, éxito,... Los problemas generales de desmotivación en el trabajo según aumentan ciertos niveles económicos. Las cuestiones relacionadas con los límites del crecimiento y sus consecuencias, ya no sólo físicamente sino también en aspectos sociales.
A todo esto se suma la problemática acumulada como consecuencia del crecimiento demográfico y de la rápida urbanización, así como de las específicas condiciones de trabajo (bajos salarios, largas jornadas, falta de seguridad,...) También hay que tener en cuenta que toda sociedad industrial presenta cierto grado de tensión interna y de conflictos. Eisenstadt subrayó cómo todo proceso de industrialización implica una doble dialéctica de desorganización estructural de la sociedad tradicional y de problemas sociales y conflictos entre grupos y movimientos de protesta y resistencia al cambio. Desde una óptica actual habría que añadir nuevas contradicciones, conflictos y problemas: desequilibrios entre países ricos y países pobres, los deterioros medioambientales, la explotación depredadora de recursos naturales, la recuperación de la tasa de ganancia del capital y la precarización de la clase obrera, el desempleo masivo, el alto índice de temporalidad,... No obstante, si atendemos al horizonte histórico es evidente que el impacto causado por toda la problemática a la que nos hemos referido tenía que conducir de manera lógica no sólo a una mayor atención hacia lo social, sino también a un nuevo planteamiento analítico. Por ello se dice que la Sociología está íntimamente unida en su inicio con la aparición de problemas sociales. Nació cuando la convivencia dejó de desarrollarse por sí sola y hubo que ocuparse de la sociedad y sus problemas. Por ello no es de extrañar que en sus primeros momentos la Sociología se centrara en torno a binomio orden-desorden social. La Sociología surgió a partir de cierta sensibilización intelectual ante problemas de desorganización social derivados de la revolución industrial. En conclusión, como Nisbet indicó, las ideas fundamentales de la Sociología europea se comprenden mejor si se les encara como respuesta al derrumbe del viejo régimen, bajo golpes del industrialismo y la democracia revolucionaria a principios del siglo XIX, así como a los problemas de orden que creará. Los elementos intelectuales de la Sociología son producto de la refracción de fuerzas y tensiones que delinearon el liberalismo, el conservadurismo y el radicalismo modernos.
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