Título del libro: El discurso femenino actual Editorial: Universidad de Puerto Rico Año: 1995 SILENCIOS, DISIDENCIAS Y
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CLAUDICACIONES: LOS PROBLEMAS TEÓRICOS DE LA NUEVA CRÍTICA FEMINISTA
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LUCIA GUERRA CUNNINGHAM
University of California-Irvine California-Irvine
La crítica feminista, como toda práctica que responde a una posición ideológica, no sólo ha develado los mecanismos de poder de la estructura patriarcal en el ámbito de la escritura sino que también, en su interés por establecer la especificidad femenina del texto literario, ha postulado diferentes conceptos con respecto a la mujer y su problemática de la subordinación. En consecuencia, la nueva polifonía beligerante de la crítica feminista se destaca como un conjunto de voces heterogéneas en el cual se dan disidencias estridentes, silencios distorsionadores y claudicaciones al pensamiento falologocéntnco. Puesto que, para la perspectiva feminista, la literatura es, en esencia, un patrimonio masculino, no es de extrañar que los primeros estudios realizados se hayan centrado en la imagen de la mujer en la producción literaria masculina como representaciones alienantes
de lo «femenino” que han contribuido culturalmente al reforzamiento de modelos sociales impuestos a la mujer. Por otra parte, consciente de las omisiones y silenciamientos impuestos por una crítica que tradicionalmente ha valorado el texto literario a partir de juicios de valor exclusivamente masculinos y falologocéntricos, la crítica feminista ha realizado una importante labor de rescate de los textos escritos por mujeres con el propósito de modificar el canon dominante, en el cual se incluye una abismante mayoría de autores hombres. Estas dos tareas han resultado relativamente fáciles, puesto que, básicamente, se trata de analizar un corpus más visible dirigido a desenmascarar a un “enemigo” cuyos cuarteles, como demuestra Jacques Derrida, están a la intemperie. Sin embargo, el mayor problema que enfrenta la crítica feminista es establecer la especificidad femenina en un texto literario. ¿Escribe realmente la mujer de manera diferente a como lo hace un hombre? ¿Es posible dilucidar en un texto literario los condicionamientos sociales y culturales impuestos por la división genérica sexual? ¿Qué es, en última instancia, lo auténticamente femenino? Estas son algunas de las preguntas básicas que la crítica feminista se postula, y las respuestas, hasta ahora, han sido prolíferas, porque, si bien el signo mujer en la tradición masculina es fácilmente definible, no ocurre lo mismo cuando se trata de fijar una compleja zona
oscura y silenciada que corresponde a una figuración que aún está en vías de poseer un discurso. Para la escuela norteamericana, “el texto femenino” es una producción a nivel de subcultura y, por lo tanto, se ha estudiado a partir del concepto ya tradicional de grupo dominante y sectores dominados. Así, Elaine Showaker en A Literature of Their Own: British Women Novelists from Bronte to Lessing (1977) analiza en las novelas de autoras inglesas las experiencias físicas de la pubertad, la menstruación y la iniciación sexual como marcas diferenciadoras de una escritura en la cual se insertan vivencias típicamente femeninas que modifican el concepto androcéntrico de evento literario. Simultáneamente, Showalter estudia el sentimiento de culpa en la praxis de la escritura y las inhibiciones verbales, proponiendo como punto de referencia fundamental la auto-conciencia en una clara evolución de corte feminista. Yendo más allá de las marcas explícitas de la conciencia, Annis Pratt inquiere en el contrasello del inconsciente colectivo en su versión femenina para proponer en su libro Archetypal Patterns in Women’s Fiction (1982) que la novela escrita por mujeres presenta estructuras míticas que difieren significativamente de las elaboradas en la literatura de los hombres. Y ubicadas en este mismo sector de lo silenciado y lo latente, Sandra M. Gilberty Susan Gubar en TheMad
Woman in the Attic.The Woman Writer and the Nineteenth -Century Literary Imagination (1979) analizan los textos de autoras tales como Mary Shelley, Jane Austen y Emily Dickinson como estructuras palimpsésticas en las cuales los rasgos masculinos se presentan a un nivel visible que oscurece y borra las inscripciones de lo femenino. Si bien estos estudios arrojan una nueva luz sobre la producción literaria de la mujer, se debe destacar que parten de un concepto de literatura aún inserto en una tradición empiricista de carácter masculino y positivista que revierte dicha crítica a las categorías tradicionales de temas, imágenes, mitos y estructuras. Método que, en nuestra opinión, implica una seria claudicación a los paradigmas impuestos por el falologocentrismo. Es más, puesto que el texto literario se concibe como una producción no íntimamente ligada a un contexto social e histórico, lo textual y, dentro de él, lo femenino se postulan como una categoría universal y, por ende, básicamente similar en cualquier otro corpus producido por la mujer. Obviando una severa crítica a esta práctica, a nuestro parecer hegemónica, nos limitamos a destacar que la deficiencia más grave en los libros ya citados y en una amplia producción de esta línea crítiça, consiste en concebir la problemática femenina desde el punto de vista del fenómeno de la colonización y los grupos silenciados. Explicarla a partir de la oposición Opresor- Oprimido significa, en
nuestra opinión, simplificar un tejido de doble faz. A diferencia de los diversos grupos colonizados por una cultura dominante, la mujer no posee una memoria colectiva, ritos o conciencia de clase que se habrían mantenido de manera latente para una posible construcción de modos económicos y culturales alternativos. Por el contrario, la relación sexual y eminentemente genérica que establece la mujer con el hombre es el factor que mantiene esta subordinación en un nivel cuya complejidad no admite explicaciones exhaustivas a partir de los paradigmas de clase social, cultura invasora o grupos excluidos. El papel de madre en la institución del matrimonio ha hecho de la mujer un cuerpo que es también cómplice ideológico del orden masculino de
las cosas y, junto con convertirse en celosa resguardadora de dicho orden, ella también se asimila a una clase social determinada manteniéndose separada de otras mujeres en otros estratos, razón por la cual generalmente no se ha producido una verdadera conciencia de grupo que posea un ethos determinado o un concepto de identidad. Por consiguiente, nos parece que la situación subordinada de la mujer es un fenómeno que fluctúa simultáneamente entre la participación/exclusión, práctica paradójica y no-disyuntiva que sitúa a la mujer en la zona fluida del Ser, el No-Ser y el Deber-Ser. Participación/Exclusión que se expresa en el lenguaje, el cual refleja asimetrías de la estructura patriarcal en función de una sexoglosia que
se define como el uso de un lenguaje masculino dominante y el uso simultáneo de un féminolecto subordinado. De manera similar, en el texto producido por la mujer se observa una diglosia fundamental en la cual la escritura adopta y se asimila a un espacio intertextual de carácter masculino y dominante estratégicamente ubicando elementos de una visión de mundo subordinada a través de márgenes, vacíos, silencios, inversiones y mímicas con un valor subversivo. No obstante los furibundos ataques a Freud y Lacan, existe un grupo de críticas que, partiendo de los conceptos de la constitución del Sujeto en el lenguaje, el poder distribuido en una estructura genéricosexual y las relaciones entre los sexos, han estudiado el texto literario dela mujer tratando de definir su especificidad femenina, teniendo en cuenta la fluidez de los límites impuestos al Ego, la autodefinición a través de las relaciones interpersonales, las dificultades para lidiar con la autonomía y el predominio de lo afectivo sobre los códigos abstractos del falologocentrismo. En nuestra opinión, el aporte más valioso de este enfoque crítico está en la dilucidación de una identidad femenina en la maternidad, la esfera íntima de las relaciones entre mujeres y el proceso interior de la adquisición de una identidad. Esto último en, por ejemplo, The Vitrajage In:Fictions of Female Development, editado por Elizabeth Abel et al., donde se ponen en evidencia contratextos del Bildung~roman tradicional y de corte
masculino, versiones femeninas de una aventura interior que implica una relación diferente del Sujeto y el Mundo. Pero si en la crítica psicoanalítica norteamericana predomina el interés en una subjetividad que se configura a partir de lo interrelacional, en su equivalente francesa se ha resaltado el cuerpo y la sexualidad con un claro propósito subversivo. Luce Irigaray, por ejemplo, en Ce Sexe qui n’en est pas un (1977), transgrediendo la estructura binaria falocéntrica que supone la sexualidad como una actividad de intercambio entre lo femenino y lo masculino, elimina al omnipotente Sujeto masculino agente para explorar el placer sexual femenino por la autonomía del propio cuerpo. Para Irigaray, la sexualidad femenina como una actividad múltiple y fluida, de labios interiores que se rozan, ha sido negada por una cultura falocéntrica que favorece lo visible y computable, todo aquello que en forma de unidad o inventario puede ser subsumido bajo un principio de propiedad. El sexo femenino, que no es uno sino difuso y plural, da origen a una economía de la contigüidad en la cual se ubica el lenguaje de la mujer como génerolecto que se dispersa en forma simultánea en el todo y en la nada. El placer sexual y la palabra de la mujer rebasan, por lo tanto, las estructuras masculinas de la ideología dominante y, al contemplarse en la imagen mutilada de lo femenino (según la imaginación masculina), la mujer se fragmenta en márgenes que parecen ser un exceso y un desperdicio.
De manera semejante, y utilizando los presupuestos teóricos de Jacques Derrida, Hélêne Cixous define el texto literario producido por la mujer en función del cuerpo como locus de su especificidad, en consecuencia, la escritura femenina es sinónimo de la difusión, la licuificación y la vitalidad corporal. Partiendo de la economía libidinal, Cixous la define como continua, abundante y excesiva en contraposición a la escritura masculina de carácter centralizado, breve, cortante y en constante alternación de la atracción y la repulsión. Si bien lo femenino en la teoría de Cixous deviene en un esencialismo biológico que, en nuestra opinión, corre el peligro de caer en el mismo sistema de oposiciones binarias que se propone desconstruir, simultáneamente, y compartiendo la posición de Julia Kristeva, elimina lo estrictamente genérico para postular “lo femenino” y “lo masculino” como categorías que no automáticamente corresponden a mujer y hombre. Sin embargo, es Julia Kristeva quien nos provee con un planteamiento teórico más sólido a partir del concepto de lo semiótico como una modalidad pre-verbal y presimbólica conscientemente reprimida por el logos. Para Kristeva, la irrupción de lo semiótico en lo simbólico representa una negatividad que propicia una disidencia originadora de nuevas formas de discurso, como lo demuestran los textos de Bataille, Lautrémont y Artaud. No obstante que lo semiótico se origina cuando el niño está aún unido al
cuerpo de la madre y a los impulsos instintivos, Kristeva, a diferencia de Cixous, amplía el concepto de cuerpo al ubicarlo en relación con los procesos de significación como una praxis que corresponde a lo no representado, a aquello que permanece fuera de las nominaciones y las ideologías. Por consiguiente, en la escritura femenina, como en el lenguaje poético, la noción de significado resulta insuficiente por esa fuerza instintiva o afectiva que no logra ser significada y que permanece latente en la invocación fónica o el gesto de inscripción. A pesar de que algunas críticas latinoamericanas, como Margo Glantz y Helena Araújo, han adoptado parcialmente estas posiciones del pensamento feminista francés, nos parece que restringirla escritura al cuerpo y difuminar “lo femenino” en expresiones de la Modernidad no resultan conceptos totalmente adecuados a una praxis de la escritura íntimamente relacionada con la problemática del Tercer Mundo. No obstante que el cuerpo femenino resulta una buena estrategia discursiva en un espacio intertextual marcado por el pudor y la autocensura, evidentemente este cuerpo posee significaciones diferentes en un continente teñido por la represión y la tortura, como ejemplifican los textos de Marta Traba, Elvira Orphée e Isabel Allende. ¿Acaso no trasciende este cuerpo su economía exclusivamente libinal cuando la mujer, como en el caso de las Madres de la Plaza de Mayo, lo utiliza con un propósito político
y subversivo? ¿Hasta qué punto ese gran seno femenino que alimenta la escritura en la teoría de Cixous adquiere significados diferentes cuando sobre él se aloja la fotografía de un hijo desaparecido? Por otra parte, y obviando a los sectores de una élite culturalmente dependiente de Europa, resulta difícil difuminar y borrar los límites entre lo masculino y lo femenino en una organización social latinoamericana aún fuertemente escindida por la ideología machista. Una evaluación de la crítica feminista realizada a partir de una perspectiva latinoamericana requiere poner en evidencia silencios significativos. La postulación de un Sujeto masculino y un Otro femenino se complejiza cuando ese supuesto Sujeto es también un Otro colonizado, ¿qué significa, por lo tanto, ser un Otro de Otro? Es más, ambos Otros (hombre y mujer) realizan acciones solidarias en contra de las estructuras de Poder y, al mismo tiempo, se mantienen, como se observa en los textos de Ana Vásquez, separados por estructuras sexistas. En un continente de tajantes estratificaciones sociales, ¿de qué manera son significativas para la especificidad de ese texto las relaciones que el sujeto discursivo femenino, en su posición de Otro, establece con otras mujeres de otros sectores sociales? ¿Qué es la escritura cuando se realiza entre dos mujeres, una proveniente de la burguesía que adopta un papel de amanuense para dar voz al testimonio de otra versión femenina de la marginalidad expresada por Jesusa Palanqueres, Domitila Chúngara y Rigoberta Menchú?
¿No habría también que analizar los interesantes fenómenos de apropiación e identificación con hombres y mujeres de la comunidad indígena que se realizan en los textos de escritoras latinoamericanas como Elena Garro y Rosario Castellanos? La Teoría Feminista indudablemente ha abierto brechas significativas en la evolución del pensamiento actual. En disciplinas como la Historia, la Economía y la Antropología se han revolucionado las investigaciones a partir de la categoría genérico-sexual que modifica radicalmente las concepciones tradicionales. Por otra parte, los escritos de Adrienne Rich, Nancy Chodorow y Julia Kristeva han incursionado en las zonas asimbólicas de la femineidad cuestionando los signos consagrados de la maternidad para elaborar un nuevo discurso, del mismo modo en que Rosario Ferré y Albalucía Angel subvierten las normas textuales para representar la condición oximorónica del Ser femenino o inquirir en un acervo cultural femenino hasta ahora silenciado. Si bien el hincapié en los signos de lo femenino y en la escritura de la mujer ha producido un campo prolífero para la crítica feminista, hasta ahora ésta ha manejado un concepto estático del patriarcado como una abstracción generalizante, sin tomar en cuenta el hecho de que dicha estructura adopta determinadas modalidades en un devenir histórico marcado por la evolución del capitalismo. De manera similar, se abstrae al sujeto discursivo haciendo de él una subjetividad aislada tanto de su
circunstancia histórica como de las identificaciones con una clase social, texturas que se complejizan cuando se trata de analizar la producción literaria en culturas bajo el poder hegemónico de occidente. En el caso particular de la producción literaria de la mujer latinoamericana, éstas son serias omisiones y, a menos que nuestra crítica adecúe las postulaciones anteriormente comentadas a nuestra problemática tercermundista, creo que caeremos en una práctica ya tradicional en algunos sectores de la intelectualidad masculina: la dependencia cultural que, en vez de diálogo y apropiación, se convierte en pasivo mimetismo.
OBRAS CITADAS Abel, Elizabeth at al. The V~ageIn: Fictions of Female Development. Hanover: University Press of New England, 1983. Araújo, Helena. “Narrativa femenina latinoamericana”, HispaméricaXl, 32 (1982) 23-34. Buxó Rey, Majesús. Antr~pokgíade la mujer. Cognición, lengua e ideología culturaL Barcelona: Promoción Cultural, 1978. Cixous, Hélène. Lafrune Née. Paris: UGE, 1975. “Le Rire de la Méduse”, L’Arc, 61. (1975): 39-54. “Le sexe ou la tete?”, Les Cahiers du GRIEF 13 (1976): 5-15. “L’Approche de Clance Lispector”. Poétique 40 (1979): 408-419. Gilbert, Sandra M. y Gubar, Susan. The Mad Woman in the Attic: The Woman Writerandthe Nineteenth-Century Literary Imagination. New Haven: Yale University Press, 1979. Glantz, Margo. La lengua en ¡a mano. México: Premiá Editora, 1983. Irigaray, Luce. Ce Sexe qui n ‘en est pas un. Paris: Editions de Minuit, 1977.
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30-49. Pratt, Annis. Archetypal Patterns in Women ‘s Fiction. Brighton: Harvestor Press, 1982. Showalter, Elaine. A LiteratureofTheir Own.’ British Women
Novelistsfrom Brontito Lessing. Princeton: Princeton University Press, 1977.