SALITRERAS DE TARAPACÁ La vida que se fue
Fotografías
Hernán Pereira Textos
Haroldo Quinteros Juan José Podestá Orietta Ojeda
SALITRERAS DE TARAPACÁ
Fotograías
Hernán Pereira
La vida que se fe
extos
Haroldo Quinteros Juan José Podestá Orietta Ojeda Prólogo
Sergio González Fotograías
Diseño
Hernán Pereira
Roberto Gámez
extos
Impreso en A Impresores S.A., Santiago de Chile.
Haroldo Quinteros Juan José Podestá Orietta Ojeda Inscripción en el Registro de Propiedad Intelectual N° A-265820 ISBN 978-956-362-612-4 Primera edición, julio 2016 Contacto:
[email protected] www.photos.cl
Proyecto financiado con el 6% FNDR 2015 de Actividades Culturales Gobierno Regional de arapacá • Consejo Regional de arapacá
Iquique - 2016
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La tierra en la pampa, sin vegetación, ni pájaros, ni animales, es un espectáculo en el que debemos dejar en lo recóndito o para siempre todas las gotas de sensualidad que ponemos al contemplar otros paisajes del planeta. Allí está la tierra en su corte de diamante invisible, en sus repliegues de arenal y extensión. Allí está la geografía pura, determinada en un paisaje extraño y abstracto, aéreo y terrenal. Desde allí bajan también los duros y dolorosos caminos del hombre. Pablo Neruda
Me interesa mucho la fotografía como registro de un encuentro. Disfruto al ponerme en una línea de tiempo con los creadores de imágenes, junto a otros viajeros, antropólogos, colonos, misioneros, incluso turistas. Lo hago para subrayar la subjetividad, en lugar de privilegiar alguna perspectiva. Me veo a mí misma como una de muchos narradores. Susan Meiselas
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Prólogo Podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el proesor y otógrao Hernán Pereira Palomo ha desarrollado un programa de registro visual de arapacá en la búsqueda de una identidad sociocultural, encontrando en ese derrotero una riqueza diseminada por la región a través de diversas identidades. Registró los barrios de la ciudad, los pueblos del desierto y de precordillera, las comunidades altoandinas, los puertos menores y a personajes típicos. En su carpeta otográfica están las fiestas colectivas como el carnaval, los santos patronos, el homenaje a los héroes, la peregrinación a La irana. ambién ha tenido interés por las expresiones de arte y los arteactos heredados del pasado. Identidades que se yuxtaponen en un mismo territorio. erritorio que Pereira lo ha comenzado a recorrer lentamente -como debe hacerlo todo buen otógrao- desde hace ya tres décadas. Hemos disrutado de sus libros sobre el mundo andino, los bailes religiosos, Iquique y sus barrios, el carnaval, los personajes y su memoria, el sacrificio obrero de la escuela Santa María en 1907, etc. Y ahora nos sorprende con los vestigios que quedaron de la sociedad del sal itre. ¿Qué busca Hernán Pereira con su trabajo? ¿Desentrañar l a identidad o las identidades de arapacá? ¿Indagar sobre su propia identidad? En un reciente reportaje de El Mercurio, sobre el ya mítico otógrao quechua Martín Chambi, se le definía como otógrao de su raza y maestro de la luz. Se le considera a Chambi precursor de la otograía social y documental del Perú. Chambi se asocia a la ciudad del Cusco y a un movimiento indigenista que se expresó a comienzos del siglo veinte, por lo mismo Chambi se preocupó de otografiar al indígena con toda su dignidad, además de la sociedad blanca y mestiza cusqueña de la época. Hernán Pereira está en esa búsqueda: encontrar un eje orientador de su otograía, donde lo patrimonial por un lado y el rescate de los personajes olvidados por otro, parecen ser sus inspiraciones. Entonces vemos imágenes de esos pequeños mundos llenos de encanto y de nostalgias. Podemos observar la pobreza con sus carencias materiales en rostros sonrientes. Así son los antiguos barrios de Iquique y sus habitantes, si hay pobreza también hay elicidad; si hay riqueza también hay penas en el alma. Allí está el carnaval con su alegría y sus colores, ocultando la tristeza. Y el desarraigo de las comunidades aymaras con esos templos vacíos y las puertas con candado, con un entorno donde la naturaleza esta pl etórica de vida. La contradicción social suele ser el mejor motivo para un escrito y para una oto. ¿Dónde está esa con-
tradicción en el desierto? Emerge cuando a ese desierto lo vemos como pampa, su construcción cultural. La pampa contiene lo que ue la sociedad del salitre, no el desierto. En la pampa están las ruinas de las salitreras de arapacá. ema preerido de Pereira ha sido la fiesta de la irana con sus coradías ricas y pobres, con esos trajes multicolores coneccionados en Oruro y esos otros hechos en casa. Y las máscaras de los figurines que ocultan algo, un algo que el otógrao sabe descubrir. El ojo de monóculo que se posa en el detalle. La partida y el regreso de la máscara pequeña y roja de los diablos sueltos de antes de que llegaran las de Oruro. Donde no hay vida, se dice, es en el desierto. Nadie que tenga la sensibilidad del arte no se puede conmover por ese páramo supuestamente vacío lleno de misterios sin descirar. El desierto vale por sí mismo, sin necesidad de habitantes para justificar un libro. Sin embargo, el otógrao que busca la huella de la humanidad incluso allí puede ver lo social. Como un arqueólogo puede observar esos otros tiempos cuando grupos humanos se atrevieron a cruzar el desierto: los arrieros, los llameros, los caravaneros, los militares, todos dejaron huellas que podemos ver, a pesar de la depredación y la desidia. El otógrao experimentado, como si uera un cateador, puede ver -cuando sale o se pone el sol- mucha vida emergiendo de la chuca y de la costra, entre las viejas paredes de oficinas abandonadas y sobre los ripios. Como diría Sabella un cateador debe tener “cuarenta cóndores despiertos en medio del instinto”, ¿cuántos cóndores despiertos en medio de su instinto escrutador debería tener un otógrao que registra la pampa salitrera? Si el desierto ue habitado por una sociedad que construyó su identidad a partir de ese habitar, como ue el caso de la sociedad pampina, sin duda es un desaío a gran escala para un historiador poder construir un relato que logre dar cuenta de ese habitar épico. ¿Y para un otógrao cómo es ese desaío? ¿Será capaz de otografiar las sombras detrás del arteacto, la presencia pasada en las ruinas sin orma, rescatar las marcas que ueron borradas por la arena, darle luz a las imágenes en los espejos abandonados? Por ello, otografiar la pampa no es t area ácil, debería ser casi un proyecto de vida. La vida siempre se encarga de expresarse para quien quiera verla, incluso allí donde ya la desolación llegó hace un siglo, entonces el detalle hace la dierencia entre la otograía de un paisaje -por bien lograda que esté- respecto de una otograía con sentido y significado patrimonial. El lector de este libro nos dirá si Pereira logró
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ese objetivo. No basta la belleza de la otograía, debe proponernos algo más que una estética, también debe hablarnos de esa épica que vivieron los hombres y mujeres de la pampa salitrera. Este no es un libro de Historia, no encontraremos aquí una guía historiográfica del ciclo del salitre en arapacá. Es un libro de otograías, que nos hablan de las huellas que dejaron nuestros antepasados pampinos. La idea es encontrar en este libro la presencia de la vida a través de una imagen de arte. Hernán Pereira ue en la búsqueda de las ruinas de las principales salitreras de arapacá del ciclo de expansión del nitrato chileno, como Agua Santa, Alianza, Paccha, Jazpampa, Santa Catalina, Primitiva, Santa Rosa de Huara, Constancia, Valparaíso, Progreso, Solerino, Caliornia, La Granja, Lagunas, Bellavista, San Antonio de Zapiga, Democracia, Camiña, Josefina, Brac, Ramírez, Buen Retiro, Paposo, Sebastopol, Coruña, entre otras. Quizás llegó a todas, no lo sabemos. Ya antes nuestro otógrao había registrado las que sobrevivieron a la crisis de los años treinta, como Humberstone, Victoria, Mapocho, Peña Chica, Peña Grande, Santa Laura, Cala Cal a, San Donato, Iris, San José, La Santiago, Rosario de Huara. Ahora avanza hacia los detalles. Acompañan a Hernán Pereira en esta aventura salitrera, Haroldo Quinteros y Juan José Podestá. Haroldo, pampino, proesor, PhD, pero sobre todo uno de los hombres más cultos que ha nacido en estas tierras. Ha incluido aquí una narración sobre su inancia en la pampa, con un estilo personal, testimonial y literario. El lector podrá buscar las imágenes que nos describe Haroldo en las imágenes que ilustran este libro, construyendo una yuxtaposición misteriosa. Juan José Podestá es la pluma más talentosa de las nuevas generaciones. Es un digno continuador de María Monvel, Luis González Zenteno, Oscar Hahn, Patricio Riveros, Alberto Carrizo, Juvenal Ayala, Cecilia Castillo, entre otros escritores y escritoras iquiqueños. Podestá siempre nos sorprende con su creatividad y estilo, esta vez no es la excepción. “De (cierto) norte” es una invitación a la buena literatura. Escrito que se unirá a los otros de “El relato de la pampa salitrera” que nos presentó y describió hace años Yerko Moretic. Este libro, Salitreras de Tarapacá, la Vida que se Fue, puede ser precisamente el testimonio de un pasado que definitivamente ya no está, o, de un pasado que se niega a partir. Quienes nos adscribimos al rescate simbólico del mundo del nitrato de Chile, esperamos que este libro pueda contribuir a la toma de conciencia patrimonial
sobre la importancia de legar a las generaciones uturas la riqueza cultural de la sociedad del salitre. Para ello, se incluye una Guía Metodológica elaborada por la historiadora Orietta Ojeda Berger, quien uera coordinadora del Consejo de Monumentos Nacionales en arapacá. an importante como lo anterior, esta sección del libro entregará valiosas indicaciones a educadores y estudiantes respecto al mundo del salitre y el aprendizaje eectivo del medio local. Martín Chambi nos legó otograías en blanco y negro que bien pudieron ser ignoradas para siempre, pero su alta calidad se impuso y las transormó con los años en un patrimonio. Chambi no coneccionó libros-objetos de otograías, como ha sido la moda en estas últimas décadas, como aquellas obras que algunas instituciones bancarias o empresas han financiado para obsequiar a sus clientes. Libros bellos que suelen ocupar -por un tiempo- un lugar destacado en el living de casas o casonas. Sin embargo, están destinados al olvido. Salitreras de Tarapacá, la Vida que se Fue debe enrentar a partir de ahora el diícil camino hacia la posteridad.
Sergio González Miranda Premio Nacional de Historia 2014 Santiago, 1 de abril de 2016.-
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Agua Santa Perteneciente al Cantón Negreiros. Está ubicada en la comuna de Huara, a 78,5 kilómetros de Pisagua. En un comienzo ue una Parada salitrera, propiedad de doña Francisca Hidalgo, viuda de Osorio. Su puerto de embarque ue Caleta Buena, gracias a un errocarril construido en 1890. Paralizó tras la crisis salitrera de los años 30.
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Alianza Perteneciente al Cantón Bellavista. Ubicada en la comuna de Pozo Almonte, ue la principal oficina salitrera del período 1872-1890. El puerto de embarque era Iquique. En 1903 produjo 659.180 quintales métricos de salitre. En 1944 pasa a ser campamento de la Oficina Victoria, como tal estuvo en uncionamiento hasta el año 1978.
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Alto San Antonio Fue un pueblo salitrero ubicado en e l Cantón Alto San Antonio. Se encuentra situado en la comuna de Pozo Almonte. En este lugar se congregaron los obreros quienes decidieron dirigirse a Iquique en diciembre del año 1907. En este sitio se iniciaron las reuniones y disparos el 1º de junio de 1925 que terminaron con los hechos de Coruña.
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Aragón Perteneciente al Cantón de Zapiga, cuyos propietarios ueron Granja, Domínguez y Lacalle. Se encuentra ubicada en la comuna de Huara. El puerto de embarque ue Caleta Junín. Paralizó sus actividades en 1913 y se estima que con su desarme se levantó la oficina salitrera Iris.
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Aurora Perteneciente al Cantón de Negreiros, en la comuna de Huara. Construid a en la pared del cerro. Su puerto de embarque ue Caleta Buena. Distante a 71 kilómetros de Pisagua. uvo una capacidad productiva de 50.000 quintales mensuales y 391 estacas peruanas. Paralizó el año 1925.
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Bellavista Perteneciente al Cantón Bellavista y ubicada en la comuna de Pozo Almonte. Distante a 78 kilómetros de Patillos, inicia sus actividades en 1876 contando con 3.000 estacas salitreras. El puerto de embarque ue Iquique. Llegó a producir alrededor de 70 mil toneladas métricas mensuales. En la década de 1930 ocupaba a 850 trabajadores. Par alizó sus actividades en 1940.
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Buen Retiro Ubicada en la comuna de Pozo Almonte, a 55 kilómetros de Iquique, ue construida entre 1872-1874 por Quiroga Hermanos. Contaba, en sus inicios, con 19 estacas útiles. El puerto de embarque era Iquique. Con capacidad productiv a de 18.800 quintales de salitre, ue una de las primeras en exportar a Europa.
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Buenaventura Inicia sus actividades en 1894. Perteneciente al Cantón del Sur y ubicada en la comuna de Pozo Almonte, desarrolló una capacidad productiva de 18.000 quintales. El puerto de embarque era Iquique. Fue explotada por John . North y Robert Harvey en 1885 a través de la compañía he Colorado Nitrate Co. Logró como promedio anual 22.000 toneladas métricas de salitre.
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Camiña Perteneciente al Cantón Dolores. Se encuentra ubicada en la comuna de Huara, Pampa Blanca. Anteriormente se llamó “Saca si Puedes” y Santiago. Antes de la Guerra del Pacífico su propietaria ue Candelaria Montero. El puerto de embarque ue Pisagua. Paralizó el año 19 48.
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Central Estación Central se encuentra ubicada en el kilómetro 46,70 de la vía érrea. Atendía el servicio de carga y pasajeros de la oficina salitrera Sebastopol y otras pequeñas oficinas circundantes. En ella está el desvío ramal norte hacia Pozo Almonte y ramal sur a Pintados.
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Constancia Perteneciente al Cantón Huara y ubicada en la comuna del mismo nombre. Distante de Iquique a 75 kilómetros por carretera. El puerto de embarque era Caleta Buena. Es una de las más antiguas, construida entre 1830 y 1850, contaba inicialmente con 180 estacas salitreras. Su capacidad productiva era de 60.000 quintales mensuales.
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Coruña Ex Galicia. Ex Cataluña. Perteneciente al Cantón La Noria - San Antonio. Fue propiedad de la Compañía Salitrera Galicia. Distante de Iquique a 52 kilómetros, ciudad que ue su puerto de embarque. En junio 1925 se produjo un enrentamiento armado conjunto entre Armada y Ejército contra obreros reunidos en Coruña.
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Cruz de Zapiga Perteneciente al Cantón Zapiga y ubicada en la c omuna de Huara. Distante a 47 kilómetros, por vía érrea, de Pisagua que era su puerto de embarque. Fue modernizada y ampliada en 1887. uvo 14 estacas salitreras y llegó a tener una c apacidad productiva de 35.000 quintales mensuales con 120 operarios a partir de 1887.
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Cholita Perteneciente al Cantón La Noria. Se encuentra ubicada en la comuna de Pozo Almonte. El puerto de embarque era Iquique. En 1907 ue propiedad de Te arapacá y ocopilla Nitrate Co., Ltd. Paralizó sus actividades en 1913.
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Dolores Perteneciente al Cantón San Francisco y ubicada en la comuna de Huara. Situada en la encañada ormada por los cerros res Clavos y San Francisco. uvo como puerto de embarque a Caleta Buena. Antes de la guerra ue tasada por el gobierno de Perú en 20.000 soles de plata y ue vendida a la Compañía Salitrera América.
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Granja Perteneciente al Cantón del Sur. Se encuentra ubicada en la comuna de Pozo Almonte. Construida en los terrenos de la Parada San Raael, junto al salar Sur Viejo. En 1904 ue propiedad de Juan Higinio de Astoreca. El puerto de embarque ue Iquique. Sus propietarios ueron Granja y Astoreca.
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Humberstone Se encuentra en el Cantón Pozo Almonte y en la comuna del mismo nombre. Distante a 47 kilómetros de Iquique y construida en 193 4 sobre la que anteriormente se llamó La Palma, posee un diseño y planificación conocido como Company own. El puerto de embarque era Iquique. Llegó a producir 46.000 quintales de salitre mensuales. En el año 2005 la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad. Es administrada actualmente por la Corporación Museo del Salitre.
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Iris Se encuentra en el Cantón Lagunas, en la comuna de Pozo Almonte. Distante a 138 kilómetros de Iquique que era su puerto de embarque. Desde 1923 es propiedad de Astoreca y Urruticoechea. Funcionó entre 1914-1926 y 1932-1947. Paralizó por la crisis del salitre entre 1930 y 1933. Posteriormente, tuvo un resurgimiento de varios años y cerró definitivamente a fines de la década de 1950.
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Infancia, sol y pampa Por Dr. Haroldo Quinteros Bugueño
Mi padre era un muchacho de 21 años cuando abandonó el prolíero lar paterno de San Fernando, en 1936. Doce hijos tuvieron mis abuelos, viejos trabajadores de la t ierra, buenos, honestos y católicos a la antigua. Un compadre de papá, un huaso colchagüino mayor que él, don Guillermo Solar, quien llevaba ya varios años trabajando en la pampa como “piquero” -el cuidador del “pique”, la uente acuíera que nutría varias oficinas, entre ellas “Iris”- entusiasmó al joven sureño con las maravillas de El Dorado pampino. Aquellas sequedades no eran tales, y aventurarse en ellas significaba, por lo menos, salir de una región que en aquel tiempo era muy pobre. En esas tierras, sólo labrantías, escaseaba el circulante y la vida social de la clase campesina se basaba apenas en el duro y mal pagado trabajo de la tierra, la crianza de enormes proles, y el trueque de especies y alimentos. El soñador, partió en el tren “Longino” a Iris, la más oriental de las oficinas salitreras de la entonces provincia de arapacá. El joven sanernandino sólo venía a explorar, y si se pudiese, trabajar un breve tiempo para volver con algún dinero a San Fernando e iniciar allí alguna empresa con su padre. Importante plan, porque significaría independizarse de los duros dueños de los undos aledaños a aquel pueblo. Pero aquello ue sólo ilusión, porque papá era un artista nato y buen bailarín del ritmo de moda en la pampa, el tango. Ya en Iris, se transormó, en el día, en trabajador pampino, y después de la jornada, hasta muy tarde, algo así como hasta la nueve de la noche, en proesor de tango en el local del Sindicato. Se alimentaba en la “pensión” de doña Agustina, donde conoció a Flora, su hija. “Se encontraron sus ojos, se adoraron al punto, y lo demás ue cosa de poquísimo asunto…” Eectivamente, aquel idilio siguió en las clases de tango y, poco después, con el consentimiento paterno, se casaron en 1938. Así, nacimos en Iris mi hermana mayor, Blanca, y yo. Muy a conciencia cuento esta historia de mi padre, p orque ue exactamente la de muchos campesinos y obreros sureños que vinieron sólo a probar suerte en las salitreras, y, sin embargo, undaron amilias y terminaron quedándose en esta árida región, para siempre. Iris era una de las oficinas salitreras más grandes de arapacá. Su dueña era una amilia española vasca, encabezada por Luis de Urruticoechea, quien, sin duda, un conservador de tomo y lomo, acogió a muchos reugiados republicanos de la Guerra de España. Aquellos hispanos oficiaron de capataces, empleados y también de obreros. Entre ellos estaba también el cura de Iris y demás oficinas cercanas. Fue aquel sacerdote peninsular quien casó a mis padres y bautizó a Blanca y a mí. ambién entre esos reugiados había un letrado, lo que explica el nombre de varias calles de Iris, como Pérez Galdós, España y Jaurés. Esta última, obviamente, era el homenaje republicano al tribuno socialista y pacifista rancés asesinado en París a comienzos del siglo pasado. Esa calle
era, simplemente, mentada por todos los ireños como “jaures”. La recuerdo muy bien porque en ella vivía mi gran amigo Hernán. Mi padre, el ex-obrero del salitre más anciano que existe en la actualidad (cumplirá pronto 102 años), organizó en Iris una compañía de teatro popular, que recorría salitreras presentando obras de contenido social escritas por Elías Lafferte, el histórico dirigente comunista y líder de los pampinos. Iris ya era un poblado importante, tenía entre 4000 y 5000 habitantes, cira posiblemente superada sólo por las oficinas mayores de la provincia, “Victoria” (la antigua “Brac”) y “Humberstone”. Lo primero que recuerdo de mi vida en Iris, aunque vagamente, es la luz solar. Era tan intensa y cubría tanto espacio, que nunca más volví a gozar de un espectáculo tan luminosamente colorido, silencioso, sinuoso e infinito, que observaba desde las alturas de los ripios, aquellos residuos de la explotación del nitrato que se amontonaban en orma de murallas, rodeando por completo la oficina, a la manera de una ciudad-ortaleza medieval europea. Los niños no pasábamos mucho en casa. Cada mañana, los mayorcitos iban a la escuela, de modo que desaparecían de la escena pampina durante ese lapso, así que los más pequeños debíamos pacientemente esperarlos hasta la tarde. Al fin y al cabo, eran ellos quienes nos enseñaban a competir en carreras de rueda (un aro cortado de la parte superior de tambores de petróleo, y dirigido por un manubrio de alambre); carreras de camiones (carritos hechos de latas de conservas y alambres); cazar “chiruscas” (las escasas libélulas que surgían de los viejos piques abandonados por agotamiento); espantar jotes a piedrazos; trepar los algarrobos que rodeaban la casa señorial y la Administración; a pelear a combos, etc. Las niñas, como todas las de la pampa, permanecían en sus casas luego de volver de la escuela. Para ellas, la casa no era sino otra escuela, l a continuación de su educación en su etapa final, aquella que las preparaba para su pronta vida de casadas. Desde los 13 a los 15 años, las niñas pampinas ya eran casaderas, luego de ser instruidas a diario, por sus madres y abuelas, en “las labores del sexo”. La única vez que todos los niños y niñas del poblado nos reuníamos, era el fin de semana; es decir, la tarde de los sábados, y, por fin, el maravilloso día domingo. Nos juntábamos todos en los “juegos”, un estéril predio, que tenía dos columpios, un balancín, y una “montaña rusa”, un tobogán de latón al que se accedía por una oxidada escala de hierro. Estaba ubicado cerca de la línea del tren salitrero, lo que nos permitía desde su parte superior contemplar las aenas de elaboración del salitre y el tren cargado de aquella sal, cuando partía rumbo a Iquique, el gran puerto de embarque de aquel tesoro al mundo. Como todos los niños, a papá no lo veía mucho, porque la jornada obrera en las “canchas” donde se extraía el
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caliche sólo a golpe de pico, pala y “macho” (o “combo”, el pesado martillo de 12 k ilos para partir los porfiados terrones de mineral), comenzaba al despuntar el alba. Disrutábamos cuatro comidas diarias: el desayuno, consistente en té puro, con algo de leche condensada y acompañado de harto pan; el almuerzo, virtualmente sólo porotos con chicharrones y fideos, y el postre, siempre mote con huesillos; el “lonche”, o el “five o’clock tea” pampino, introducido en la pampa por los ingleses a fines del siglo XIX; y la cena, un plato más liviano que los porotos, generalmente una sopa, arroz u otros. La dierencia entre el día y la noche, era literalmente, absoluta. Mi amilia abandonó Iris antes de los 50, década en que se introdujo el alumbrado; ergo, sentía que uera de casa sólo había luz, tan enceguecedora como quemante; y en la noche, oscuridad, apenas levemente msrcerada por el suave resplandor de la luna, las estrellas y el uego atuo que desprendía el cementerio de la oficina más cercana, Granja, a donde iban a parar todos los muertos de Iris. Nos alumbrábamos con las “lámparas a carburo”, unos tarritos que contenían aquella substancia, la que en contacto con el agua producía un gas, cuyo celeste uego era más lumínico que las velas, y, a la larga, menos costoso que éstas. Antes de dormir, recuerdo que los mayores jugaban, a veces hasta muy tarde, al dominó o al “ludo”, un jueguito de dados casi inantil, que, sin duda, tenía la grata virtud de apurar el sueño. Las casas eran filas de casuchas de calamina, sólo separadas por un tabique también de calamina, que, obviamente, no permitían la plena vida amiliar, ni menos aún la íntima. Se alineaban unas rente a las otras, ordenadas matemáticamente en línea recta en calles de una sola cuadra, de unos sesenta metros, todas con un nombre. Al centro, justo al medio, de la cuadra estaba el “pilón”, una cañería que afloraba mágicamente desde el suelo salitral, que terminaba en una llave, desde la que se obtenía el agua de manera racionada. Mis amigos de entonces están, creo, casi todos muertos. De la mayoría sólo recuerdo sus nombres de pila o sus apodos, pronunciables sólo a la chilena, con el artículo definido delante. Cómo no recordar al Hernán, con quien, urtivamente, entramos un día a la casa señorial, un palacio enorme, repleto de muebles de caoba, vitrales, inodoro y lavatorios de porcelana traídos de Europa. Era el albergue donde de vez en cuando alojaban las visitas importantes y los miembros de la amilia Urruticoechea, llegados de Iquique o Santiago; al Mario, que me enseñó a cazar jotes a piedrazos; al “Cacharro”, niño mayorcito pero enteco y bajo de estatura; al Pedro, que en una pelea por una bolitas de vidrio me rompió la cabeza de un piedrazo; al “Hacha”, niño mayor, muy pacífico y bueno, que ya crecido, murió joven, tal como había muerto su padre, en una explosión; al Luciano, vecinito que me enseñó a decir “garabatos”, y tantos otros. A quienes más recuerdo son los hermanos Carvajal, Arturo y Nilo. Eran hijos del dirigente comunista Arturo Carvajal, elegido diputado en marzo de 1961. Antes, empero, en 1948, un enorme piquete de carabineros lo sacó violentamente de su casa, ubicada rente a la de
mi abuela Agustina. Fue un espectáculo que se dio ante los ojos de todos los habitantes de la calle “España”. El operativo tenía como objetivo llevarlo al campo de concentración de Pisagua, una vez dictada la “Ley Permanente de Deensa de la Democracia”, más conocida por los pampinos como la “Ley Maldita”, impuesta en Chile por el gobierno de Gabriel González Videla, que, en sintonía con la geo-política estadounidense de inicios de la Guerra Fría, declaraba ilegal al pro-soviético Partido Comunista de Chile, el mayoritario en toda la pampa. Doña Elena, esposa de Carvajal, instaló para subsistir, una pequeña verdulería en su casa. Así pudo sobrevivir durante el cautiverio de su marido. Fue más por la solidaridad vecinal que salió delante, porque su negocito le rendía pocas ganancias debido a la competencia que orecía el mercado y la pulpería de la oficina. Mi madre visitaba, a veces con mi hermana y yo, a varios vecinos. Entre ellos, el matrimonio de don Juan y doña Sara Muñoz, mis padrinos de nacimiento. ambién, y más recuentemente, a sus padrinos de bodas, don José Rodríguez, un trabajador amontonador de ripios, y su mujer, doña Leonida (sic). Eran personas mayores, de srcen peruano, que tuvieron muchos hijos. Recuerdo bien a Rodríguez por un muy amable hecho. En toda la oficina Iris no había más de tres o cuatro victrolas, las que acomodaban en las puertas o ventanas de sus casas para beneplácito de los vecinos, que se acercaban a oír los tangos, casi todos del gran Carlos Gardel, y también los primeros boleros. Rodríguez, con mucha más asiduidad que los demás dueños de aquella joya parlante, viajaba constantemente a Iquique, de all í traía cada vez, tres o cuatro discos, de aquellos de carbono, que se rompían como huevos al caer al suelo. ¡Cómo no recordar el teatro de Iris! Era un cine-teatro con un proscenio para espectáculos de Fiestas Patrias y otros. Allí actuaban los artistas ireños: el dúo de las hermanas Cayo; el rey del bolero pampino, Josecito Guarachi; el huaso recitador, mi padre, así como también su troupe teatral; el humorista “El Pericotudo”, etc., etc. El teatrito tenía una platea y una galería donde no cabían más de 200 personas. En sábados alternos, se producía allí un acontecimiento de proporciones: la exhibición de una película. Dado que el cine tenía solamente un proyector, cada 15 o 20 minutos se interrumpía la unción para sacar el rollo de película anterior y acomodar el próximo. Allí contemplé por primera vez, extático, el mar, los campos, los monumentos y las bellas casas de las grandes ciudades; más, sobre todo, al mismísimo Gardel, los bailes de Fred Astaire y Ginger Rogers, a Eddie Cantor y las primeras películas de María Félix, Dolores del Río y Cantinflas. La eliz imagen del quiosco de Iris, captada por el autor de esta obra, trae a mi memoria el recuerdo de cuan social era la vida en Iris. En derredor de esa estructura se reunía todo el poblado cuando se conmemoraba el Combate Naval de Iquique y las Fiestas Patrias, desde cuyo balcón se oía la alocución patriótica de uno de los dos proesores de la escuela. ambién era el lugar de la retreta, cuando cada jueves y domingo, apenas se escon-
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día el sol en el poniente, se oía la banda de don Simón Cayo, el p adre de aquellas melodiosas hermanitas. Don Simón era un obrero más de las canchas del salitre; no obstante, excepcional. Imagínenlo rompiendo la roca del salitre y horas después dirigiendo su banda. Era ya anciano, curtido por el sol y el aire salitral, de sólida estirpe nortina y nacido en Pica. Desde ese quiosco, hablaron los muchos candidatos y dirigentes políticos, como, según me contaba mi abuela, Recabarren y Lafferte. ambién esa banda, cuando se trataba del uneral de algún ireño o ireña prominente, encabezaba los cortejos únebres al cementerio de la aledaña oficina Granja. Al evocar el cementerio de Granja, vuelve a mi memoria un capítulo, tan extraño como macabro, vivido por los ireños en la primera mitad de los años cuarenta. Es la historia de un extraño personaje, un boliviano, Ciriaco (nadie sabía su apellido), individuo de nítidos rasgos americanos, curtido, pequeño y muy anciano, que de vez en cuando aparecía en las salitreras. Según decía, él era un comerciante que traía delicadas mercancías desde Bolivia, las que orecía poco antes del anochecer, puerta tras puerta, a precios que, según contaban los pampinos, eran muy convenientes. Se trataba, sobre todo, de prendas de mujer, de bebés y joyas. Un día, se corrió la voz que Ciriaco obtenía tales prendas luego de abrir urtivamente, muy de noche, los ataúdes de gente recién allecida, sepultada en varios cementerios de la pampa. La historia cuenta -por supuesto, enriquecida por la antasía popular- que una alianza de oro, cuyo nombre grabado el anciano no consiguió borrar completamente, y que vendió, como historia de película, en la misma casa de la diunta, ue la clave de la sospecha. Una partida de hombres, liderada por el joven viudo, esperó al proanador una noche en el cementerio de Granja, j usto luego del entierro de otra mujer. Sorprendido in raganti, lo capturaron, apalearon y entregaron al retén policial estacionado en Iris. Se contaba que luego de cumplir una condena de cárcel en Iquique, ue expulsado del país y llevado a la rontera con Bolivia, pero en medio del desierto habría sido ultimado por uno de los policías, cuya diunta madre, años antes, también había sido víctima de Ciriaco, el proanador de tumbas. Mi primer encuentro con la política ue un acto masivo, de muchas pancartas, guitarristas, cantantes y discursos a grito pelado desde el quiosco, sobre el cual vi a mi padre oficiando de maestro de ceremonias. Era la proclamación, en Iris, del candidato comunista al Senado Nefalí Reyes, alias Pablo Neruda, elección que en 1946, el poeta ganó sin contrapeso alguno. Posteriormente, papá me llevó a varias reuniones del sindicato, ubicado cerca del teatro. La sede gremial obrera estaba repleta de pinturas que cubrían por entero sus paredes, a la manera de los murales de Diego Rivera. Eran, una rara mezcla de multicoloridas imágenes alusivas al deporte y las luchas obreras. A la usina, con sus enormes cachuchos bullentes de nitrato hirviendo, se nos tenía prohibido acercarnos. Sin embargo, los fines de semana, a contracorriente de toda ley y atraídos por el misterio de la prohibición, lle-
gábamos hasta allí recorriendo sus laberintos, correas transportadoras, escalas metálicas y hasta los mismos cachuchos. La usina estaba pegada al mercado, por un lado, y al correo y la “casa de uerza” (la central eléctrica, traducida del inglés, “powerhouse”) por el otro. En dirección a las casas de la oficina, estaba la Administración y la carpintería, donde más que muebles, se hacían ataúdes, tanto negros como blancos, algunos diminutos, casi como una caja de zapatos. Siempre me llamó la atención que se hiciesen tantos de estos objetos blancos. Por supuesto, no advertía que la mortalidad inantil era realmente severa. De hecho, tanto mi hermana como yo, uimos de aquellos pocos niños que nos salvamos, diría yo, por milagro, de las pestes de disentería, tuberculosis y meningitis que, por entonces, a la manera del ángel exterminador bíblico, asolaban la pampa de niños. Ese milagro ue la presencia en Iris, justo en esos años, de un apóstol de la medicina del pueblo, el médico pediatra José Gutiérrez. Mis últimos recuerdos, son dos. Primero, los diarios acompañamientos mañaneros a mi abuela, a la pulpería, aquel enorme y entretenido emporio en que había de todo: alimentos, vestuario, medicinas, bastones, bisutería, ollas, y, sobre todo, juguetes; todo, según mi abuela, a precios de usura. Segundo, una brutal riña entre dos obreros. Era la Navidad de 1947 y el sindicato repartía juguetes para los niños. Era todo muy uniorme: a las niñas, se les regalaba una muñeca de carey, y a nosotros, un emboque. Un obrero, el padre de una niña llamada Bernarda, llegó tarde a la repartición, y las muñecas, por algún mal cálculo, robo o extravío, se habían acabado. El encargado de la repartición le dijo, por supuesto, en broma, “mala suerte, no hay muñecas, pero aquí tenís un emboque, pa’ que no llorís”. La broma irritó al rustrado padre. Se suscitó un violento diálogo, que vimos y oímos Blanca, el Hernán y yo. No vimos más, pero unas horas más tarde, justo rente a la casa en que vivíamos, el repartidor de juguetes y el padre de Bernarda se trenzaban a cuchillazos en medio de nuestra call e. Veíamos la pelea desde los hoyos de la calamina, puesto que mi abuela, en estos casos, trancaba la puerta y la ventana. Aortunadamente, varios hombres y algunas mujeres impidieron que la pelea terminara con la muerte de uno de ellos, y finalmente, ambos heridos ueron llevados a la enermería, ubicada en la esquina de la calle Chile. Esa ue, brevemente, mi soleada inancia pampina, entre ripios, curtidos vecinos y amables comadres; también muchos niños, casi todos sin zapatos, ruidos de bocinas y sirenas, de trenes, tangos, amélicos gatos y perros callejeros. Aquel mundo ya no existe. Sin embargo, Iris aún vive, ya sin habitantes y sólo en la orma de una próspera yodara. Una empresa extranjera, española otra vez, explota el yodo que se extrae de los ripios donde yo jugaba, y desde donde miraba ese inmenso océano amarillo que es la pampa, que, muy a lo lejos, sólo lo limitaban los apenas visibles picos nevados de la Cordillera de los Andes. Iquique, mes de abril de 2016.
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Jaz pam pa Se encuentra en el Cantón Zapiga, en la comuna de Huara. Distante a 39 kilómetros de Pisagua que ue también su puerto de embarque. uvo 78 estacas salitreras. Es una localidad de nombre indígena a la que llegaban arrieros de Bolivia, especialmente de Co chabamba. Llegó a producir 70.000 quintales mensuales de salitre.
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Lagunas Se encuentra en el Cantón del Sur, cerca de Patillos y en la comuna de Pozo Almonte. ambién se llamó Las Lagunas. uvo 548 estacas y ue tasada por el gobierno del Perú en 90.000 soles de plata. El puerto de embarque era Iquique. Fue propiedad de J. . North.
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La Noria Perteneciente al cantón salitrero del departamento y provincia de arapacá. Se encuentra ubicada en la comuna de Pozo Almonte. Distante a 70 kilómetros de Iquique. Fue visitada por Charles Darwin en 1835, quien viajó a instancias del destacado salitrero y dibujante George Smith.
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La Perla Perteneciente al Cantón de la Soledad. Se encuentra ubicada en la comuna de Pozo Almonte. Situada 6 km al sur sur-oeste de estación y pueblo Alto de San Antonio. Fue propiedad del Estado de Chile por cancelación de los certificados salitreros. En 1908 ue de la Sociedad Salitrera La Perla. En 1925 perteneció a la Cía. Salitrera Galicia.
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Mapocho Se encuentra en el Cantón Huara, en la comuna del mismo nombre. Caleta Buena ue su puerto de embarque. Desde 1906 a 1910 ue propiedad de Te Santiago Nitrate Co. Ltd., representada por ella misma, con domicilio en Valparaíso. Fue una de las salitreras más importantes de arapacá por la tecnología que utilizó al ser modernizada por la COSACH en 1933. Paralizó en 1950.
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Matamunqui Perteneciente al Cantón Zapiga. Se encuentra ubicada en la comuna de Huara. Distante a 50 kilómetros de Pisagua por vía érrea, el cual ue su puerto de embarque. Antigua oficina que o cupó obreros procedentes de Bolivia. Perteneció a Granja, Domínguez y Lacalle.
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Negreiros Perteneciente al Cantón Negreiros. Se encuentra ubicada en la comuna de Huara. Distante a 72 kilómetros de Pisagua. Fue propiedad de Vernal y Castro.
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Paccha Se encuentra en el Cantón de Zapiga, comuna de Huara. Distante, por vía érrea, a 39 kilómetros de Pisagua que era su puerto de embarque. uvo 116 estacas salitreras y llegó a producir 120.000 quintales de salitre mensualmente. En 1897 ue tasada por el gobierno de Perú en $ 519.600. Paralizó en 1925.
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Paposo Se encuentra en el Cantón La Noria, en la comuna de Pozo Almonte. Distante de Iquique, su puerto de embarque, a 57 kilómetros por vía érrea. uvo 116 estacas salitreras y llegó a producir 12.800 quintales de salitre mensualmente. El campamento albergaba aproximadamente a 4.000 personas. Paralizó sus actividades en 1930.
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Peña Chica Se encuentra en el Cantón de la Peña, en la comuna de Pozo Almonte. 57 kilómetros la separan de Iquique, por carretera. Inició actividades en 1875. En 1888 la capacidad productiva era de 60.000 quintales mensuales. Posteriormente elaboraba 2.000 quintales de salitre cada día y anualmente 210.000. Paralizó en 1960.
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Peruana Parada salitrera. Perteneciente al Cantón de Cocina. Se encuentra ubicada en la comuna de Pozo Almonte. uvo 205 estacas salitreras. asada por el gobierno del Perú en 220.000 soles. Perteneció a la Compañía Colorada por restitución de los certificados salitreros al Gobierno de Chile. Fue una de las primeras salitreras compradas por John Tomas North en la construcción de su ortuna.
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Primitiva Se encuentra en el Cantón Negreiros y en la comuna de Huara. Distante a 80 kilómetros de Iquique por carretera. Su puerto de embarque era Caleta Buena. uvo 219 estacas s alitreras en 1876. Mensualmente elaboraba 300.000 quintales de salitre. Construida por James Tomas Humberstone por mandato de John Tomas North. Paralizó sus actividades en 1926.
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Progreso Se encuentra en el Cantón Negreiros, comuna de Huara. En 1908 y 1917 ue propiedad de Evaristo Quiroga y Hno., representada por ellos mismos y con domicilio en la Oicina Progreso. Elaboraba 23.000 quintales de s alitre mensualmen te. Embarcaba su producción por Caleta Buena.
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Puntilla de Huara Se encuentra en el Cantón Huara Argentina, comuna de Huara. Distante a 78 kilómetros de Iquique por carretera. Entre 1906 y 1910 ue propiedad de he Rosario Nítrate C°. Ltd., representada por Gildemeister y Cía., con domicilio en Iquique. Su puerto de embarque ue Caleta Buena.
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Ramírez Se encuentra en el Cantón Huara y en la comuna del mismo nombre. Distante a 95 kilómetros de Iquique por vía érrea y 24 Km de la estación Pozo Almonte, unida por desvío de 300 metros a la línea. Llegó a tener 209 estacas salitreras y su producción mensual era de 100.000 quintales de salitre. El puerto de embarque ue Caleta Buena. Paralizó deinitiva mente en 1936.
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Rosario de Huara Se encuentra en el Cantón Huara y en la comuna del mismo nombre. Originalmente, en 1876, se llamó Parada Rosario de Castro. Distante a 104 kilómetros de Iquique por vía érrea. Llegó a producir 210.000 quintales de salitre cada mes. Su puerto de embarque ue Caleta Buena. Paralizó en 1942.
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Sacramento de Zapiga Se encuentra en el Cantón de Zapiga en la comuna de Huara. Distante a 51 kilómetros de Pisagua por vía érrea, la cual era su puerto de embarque. En 1870-72 era Parada de José Manuel Loayza y en 1875 del Cantón Dolores. Produ cía 36.000 quintales de salitre mensualmente. uvo 66 estacas salitreras. En 1933 era de la COSACH.
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San Antonio de Zapiga Perteneciente al Cantón Zapiga. Se encuentra ubicada en la comuna de Huara. Fue construida entre 1872 y 1874 y producía salitre con el sistema de Gamboni. Fue propiedad de Francisco Balta y tasada en 180.000 soles. En 1975 James Humberston e aplica el método de James Shanks adaptándo lo a la industria del salitre, el que dio óptimos resultados.
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San Enrique Perteneciente al Cantón La Noria. Se encuentra ubicada en la comuna de Pozo Almonte. Se llamó también Matillana y Sacramento de Flores. En 1907 era propiedad la Compañía Salitrera Sacramento. Su equipo deportivo se coronó campeón de Chile el 1° de mayo de 1935. El puerto de embarque era Iquique.
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San Lorenzo Perteneciente al Cantón Alto San Antonio. Se encuentra ubicada en la comuna de Pozo Almonte. Su puerto de embarque ue Iquique, distante a 67 Km por vía érrea. Ugarte, Ceballos y Cía ueron sus primeros propietarios y la construyeron entre los años 1872 y 1874. uvo 184 estacas salitreras y una capacidad productiva de 300.000 quintales.
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San Francisco Perteneciente al Cantón Dolores. Se encuentra ubicada en la comuna de Huara. Construid a junto al Cerro San Francisco en su extremo sureste. Distante a 57 kilómetros de Pisagua, el cual ue su puerto de embarque. u vo una capacidad productiva de 40.000 quintales mensuales.
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San Patricio Perteneciente al Cantón Dolores. Se encuentra ubicada en la comuna de Huara. Su puerto de embarque ue Pisagua. Después de la Guerra del Pacíico perteneció a A. W. Whitelegg y L. W. Rawson. Llegó a producir 60.000 quintales mensualmente.
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Santa Catalina Ex Bearnés. Perteneciente al Cantón del Rincón. Se encuentra ubicada en la comuna de Huara. Distante a 39 kilómetros de Pisagua, el cual ue su puerto de embarque. Estaba paralizada antes de la Guerra del Pacíico y, posteriormente, se convirtió en propiedad de Otto Harnecker.
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Santa Laura Se encuentra en el Cantón La Peña y en la comuna de Pozo Almonte. Distan te a 47 kilómetros de Iquique que era su puerto de embarque. Fue mandada a construir en el año 1870 por Guillermo Wendell . En los años 1918 a 1920 ue modernizada con el desarme de la oicina Lilita. Paralizó en 1959. En el año 2005 la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad. Es administrada por la Corporación Museo del Salitre.
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Santa Rita Perteneciente al Cantón Dolores. Se encuentra ubicada en la comuna de Huara. Su puerto de embarque ue Pisagua. En 1871 se establece John homas North, quien posteriormente ue conocido como el Rey del Salitre. En 1907 era propiedad de he Santa Rita Nitrate Co. Ltd. La producción mensual era de 60.000 quintales de salitre.
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Santiago Perteneciente al Cantón del Rincón y ubicada en la comuna de Huara. Distante de Iquique a 50 kilómetros por vía érrea y a 500 mts de la línea. En 1903 elaboraba 320.97 quintales métricos de yodo; valor venta seis peniques onza troy. Fue propiedad de he Santiago Nitrate Company Ltd. y sirvió como campamento de la oicina Mapocho. Su puerto de embarque ue Caleta Buena.
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Sebastopol Perteneciente al Cantón Yungay. Se encuentra ubicada en la comuna de Pozo Almonte. Distante a 73 kilómetros de Iquique que era su puerto de embarque. Fue construida en el año 1850. uvo 220 estacas salitreras. La explotación y elaboración diaria de salitre era de 700 quintales. Siendo propiedad de Pedro Gamboni, es la primera oicina salitrera que produjo yodo.
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Slavonia Perteneciente al Cantón Lagunas. Se encuentra ubicada en la comuna de Pozo Almonte. Su puerto de embarque era Iquique. Inició actividades el año 1900. Fue propiedad de he Alianza Company Limited. Ocupó un promedio de 260 trabajadores y tuvo una producción de 12.000 toneladas métricas anuales. Paralizó el año 1918.
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Tres Marías Perteneciente al Cantón Negreir os. Se encuentra ubicada en la comuna de Huara. Distant e a 110 kilómetros de Iquique por vía érrea. Su puerto de embarque ue Caleta Buena. Antes de la guerra perteneció a Damián Coques. uvo una capacidad productiv a de 60.000 quintales mensuales. En 1881 ue trabajada por Pedro Peretti asociado con James homas Humberstone.
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Unión Se encuentra en el Cantón Dolores, en la comuna de Huara. Junín ue su puerto de embarque. Antes de la guerra tenía 30 estacas útiles y ue tasada por el gobierno de Perú en 8.700 soles. En 1875 era propiedad de L. de Díaz. En 1882, pertenece a Glavich Stiepovich; en 1889, a la Sociedad Nacional Unión y en 1900, a la Cía. Salitrera Unión.
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Valparaíso Perteneciente al Cantón Huara. Se encuentra ubicada en la comuna del mismo nombre. Su puerto de embarque ue Caleta Buena. uvo 250 estacas salitreras y una producción de 450.000 quintales de salitre al año. Fue construida en el año 1872. En 1910 ue propiedad de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Agua Santa.
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Victoria Perteneciente al Cantón Sur. Se encuentra ubicada en la comuna de Pozo Almonte. Su construcción comenzó el año 1941 y ue inaugurada en 1944. El puerto de embarque era Iquique. Fue la última oicina en iniciar actividades en arapacá y la última que cerró en 1979.
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Vigo Perteneciente al Cantón Alto San Antonio. Se encuentra ubicada en la comuna de Pozo Almonte. En junio del año 1925 sus trabajadores participaron en la Gran Huelga, como protagonistas de sucesos sociales y reivindicativos. Anteriormente se llamó Adriático, San Fernando y Palmira. Su puerto de embarque ue Iquique.
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De (cierto) norte Por Juan José Podestá Barnao
1.- No hace mucho, con un grupo de amigos viajamos a conocer algunas salitreras, o lo que queda de ellas. Partimos muy temprano en la mañana, puesto que nuestro objetivo era verlas todas, o casi todas. Sin embargo, a medida que íbamos desmadejando la inmensa y abrasadora carretera nortina, así como sus desviaciones, caímos en la cuenta de que no había tal es oficinas salitreras, o ex oficinas sal itreras, sino sólo sus vestigios, sus rastros, como seña laría un baqueano de otros parajes, tan l ejanos al nuestro. En muchas de las paradas, la sensación que nos daban las derruidas oficinas era como de un sueño, de algo incierto, que tanto pudo haber sido, como no. Un desierto incierto, una versión en sepia que en vez de perderse al uturo, como casi siempre, se pierde al pasado, hacia atrás. Fue un viaje singular. A medida que nos internábamos en las geograías alucinadas de la pampa de El amarugal, nos demorábamos en la observación de calaminas a punto de quebrarse, de antiguos portones metálicos en los que cuajó la extraordinaria vida de hombres que salían del agobiante y pisoteante encierro de las actorías, para ingresar a la absoluta y rotunda inmensidad del descampado. El doble opuesto de la vida. Sobre la misma tierra, inicio y fin. Nos llamaron particularmente la atención los pedazos de fierros, y nos perdimos en inútiles divagaciones relativas al srcen y uso de esos ragmentos. ¿A qué máquinas habrán pertenecido? ¿Qué manos habrán hecho uso de ellos? ¿Qué destino habrán corrido los trabajadores que las manipularon? Singular para los improvisados viajeros que éramos, ue el sonido del viento al pasar por las hendiduras y rendijas de algunas partes de los campamentos. Era como la constatación exacta de la pérdida de todo lo que veíamos: techumbres caídas, casas -o lo que se mantenía en pie de ell as- en precario equilibrio, instrumental de trabajo, calamorros hechos añicos por el sol y el río. No eran restos antasmas, eran restos concretos y precisos de un espacio ido, de un lugar ya perdido, pero a todas luces (o a todas oscuridades) presente. En cualquier caso, el regreso ue lento, casi una resaca de tiempo. Y ue en ese viaje de venida, que todo aquello nos pareció entre real y soñado (mas no antasmal), que como dije arriba, tanto pudo haber sido como no, pero que está ahí, marcando como reloj de arena el paso del tiempo, agotándose, pero de una extraña orma haciéndose más real. Convirtiendo a ese desierto en una de las tantas versiones que hay sobre él.
2.- odo empezó con una oto. Una vulgar y desvaída otograía de una ignota oficina salitrera. La imagen ue capturada en 1932, por algún anónimo sujeto que quién sabe qué vientos le corrieron. Por esos extraños artilugios del tiempo y sus azares, la oto llegó a dar a mi hogar. La primera vez que la vi yo tenía doce o trece años, pero no me llamó mayormente la atención. La volví a encontrar en una caja con carpetas hará cosa de diez años. Me senté en la cocina y la miré atentamente: hay dos caballos detenidos amarrados a una carreta (nadie los monta), y encima de ésta, un montón de piedras y sobre éstas un hombre agachado parece buscar algo u ordenar los grandes trozos; quién sabe. Probablemente equilibra el peso de la carreta para que cuando se suba al caballo, éstos puedan andar sin tanto peso. Pero es sólo una suposición. Esa imagen es el primer plano. En segundo plano, a la derecha y a la misma altura de la primera imagen, un hombre está montado sobre un caballo, también quieto. En un tercer plano, se ve a otro trabajador montando una bestia y, en cuarto, ya perdiéndose en el borde derecho de la otograía, una carreta vacía y un caballo amarrado a ella. Del caballo sólo se ve la mitad, y probablemente hay otro a su lado, pero no se ve. odo tiene lugar en una especie de promontorio sobre un gran descampado. Pero la acción no tiene lugar en lo que acabamos de describir, sino atrás, muy atrás. A lo lejos puede verse una gran chimenea que horada el cielo, humeando intensamente y, a su lado, muy pequeña, tres casetas, bodegas o algo similar. La oto, o lo que de ella quedaba, proyectó en mí, me acompañó mucho tiempo. Aún me pregunto ¿dónde habrá tenido lugar la escena?, ¿quiénes eran esos hombres?, ¿tendrán hijos que los recuerden?, ¿cuántos hombres habrán trabajado en esa anónima y no tan anónima oficina? Si la tierra tiene memoria, y probablemente así sea, ¿guardará recuerdos de lo que aconteció ese día? La imagen en sepia nos muestra, en el último plano, un tierral inmenso, del que no podemos suponer extensión o magnitud. Pero allí debe estar, todavía reteniendo los pasos de los atigados pampinos que adelgazaron la tierra, a punta de caminatas. ¿Qué ha cambiado de ese paisaje en todas estas décadas? Lo primero: ya no hay oficinas salitreras, hay mineras, que son y no son lo mismo. Sin embargo, ¿Es la misma tierra?, ¿el mismo cielo?, ¿las mismas piedras?, ¿todo lo que aconteció, ya desapareció?, ¿sigue ahí aunque quizás ya no esté ni el último resto de metal? Estas preguntas punzaron y punzan mi cabeza. En el ondo es la pregunta por la finitud de las cosas. Aquella vieja cuestión de si existe el bosque aunque no se le vea, puede ser planteada en otros términos, casi aporísticos: ¿Aunque el paisaje haya cambiado, las oficinas siguen ahí? o ¿si el paisaje es otro, las oficinas ya no existen? En fin, da lo mismo, podemos eectuar múltiples combinaciones con estas preguntas, pero seguro más de una piedra de las que pisaron esos hombres, sigue ahí, y puede volver a ser pisada por otro hombre, y la historia vuelve a desmadejarse.
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Fue esa oto la que me llevó a proponer a mis viejos amigos ir a recorrer la pampa, para rastrear no el lugar donde tuvo lugar la escena de la oto -eso es un imposible-, pero sí para sentir esa tierra que indudablemente me conecta con un pasado, con unos hombres, con un mismo cielo. 3.- El mismo desierto en el que tuvieron lugar épicas escenas y miserables situaciones, es en el que muchos hombres se “empamparon”. Pienso en esto debido al carácter casi irreal que posee nuestra pampa. an irreal, que es dable que los hombres que se aventuran, o aventuraron en ella, queden atrapados en ese limbo cuya concreción se escapa, se le uga. La infinita sucesión de piedras, rocas, lomas, montículos, se torna insoportable y pienso cómo los trabajadores de las aenas pampinas soportaron el alucinante e interminable desierto; cómo no enloquecieron, cómo la mayoría no acabó empampándose. Pienso que todo lo acontecido en las oficinas salitreras, pudo haber tenido lugar en un espacio otro, en un desierto que se empampó a sí mismo, como tragándose, y por tanto, y volviendo a lo señalado en el inicio, de ese hecho emerge el carácter irreal de todos esos vestigios de oficinas desaparecidas. Casi como decir que todos esos hombres, esas mujeres, capataces, patrones, dueños de pulperías y los campamentos que los cobijaban, desplegaron una existencia en otra dimensión, si se permite tan manido término. Esa sensación de otredad se reuerza cuando al visitar antiguas salitreras, puede verse una lata de Coca-Cola al lado de una calamina indudablemente pampina. O la rueda de un automóvil evidentemente moderno tapando una caja de cigarrillos ingleses, que alguna vez ue manipulada por un hombre que estando en el mismo sitio, exactamente en el mismo donde uno está parado, vio otras cosas, oyó otros sonidos, y pensó cosas abismantemente distintas. Lo anterior es muy extraño y ascinante por lo mismo. Si uno decide viajar a alguna vieja oficina y se instala en cualquier lugar, sabe que décadas atrás otro hombre o mujer estuvo en el mismo sitio, quizás parado de la misma orma y a la misma hora. Pensar eso es insoportable, puesto que es experimentar al doble que dicen que todos tenemos. Pero un doble distinto: un otro de más edad, o menos, más atigado, con otros pensamientos, con otros amores y odios, y así. O quizás un otro exactamente igual a uno. Mirar el desierto, y el inmenso caé que lo cubre todo, es como “empamparse” de otra manera. No es ya perderse en medio de kilómetros y kilómetros de piedra y tierra, sino extraviarse en la pura vista de lo mismo, la vista del caé y sus variaciones. Y observar las viejas y destarta ladas oficinas salitreras, es ugarse a un pasado que acaba mandándolo a uno de regreso al presente de orma violenta.
Quizás erré al decir que no hay nada de antasmal en el desierto y todo aquello que lo habita. odo lo dicho anteriormente confirma esta eventual equivocación. De muestra, un ejemplo. El año ´96 o ´97, vino a Iquique el grupo “Los Jaivas”, y realizó un concierto en la ex oficina Humberstone. Muchos nos quedamos a dormir en el lugar y sus inmediaciones, no recuerdo por qué razón. Lo cierto es que cuando ya la madrugada estaba muy avanzada, alguien empezó a gritar que estaban penando. Bastó eso para que casi la cincuentena de personas que pernoctaba en el lugar, saliera corriendo con los sacos de dormir a cuestas, gritando y algunos incluso llorando. Yo me asusté genuinamente y no recuerdo cómo y con quién bajé a Iquique. Humberstone había vuelto a la vida, merced a un antasma que penó a un grupo de muchachos. Quizás esta sea la mejor conclusión.
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Los objetos como retratos de la ausen cia Por Hernán Pereira Palomo
En las páginas que presentamos a continuación, aparece una serie de objetos otografiados en algunas salitreras. Me llamaron la atención como un encuentro ortuito y un regalo del azar. A los anónimos seres que ueron sus dueños, les sirvieron para jugar, trabajar, alimentarse, lavarse en la mañana o reponerse de la dura j ornada. Ellos se ueron de esta vida, pero quedaron las cosas como señales infinitas de la ausencia y como signos de reunión donde se cruzaron tantos caminos. Los otografié con asombro y respeto porque en más de un sentido son una conexión, desde el presente, con el mundo del salitre que ya no está y con la existencia de mujeres, hombres y niños que dejaron en tales cosas, un arteacto cultural con muchas historias por entender. Hace más de 50 años Marshall McLuhan sostenía que algunos objetos son extensiones de los sentidos que amplían nuestro contacto con el mundo. Respecto a las cosas retratadas, tenemos un hecho adicional, también son ramificaciones y señales de una realidad que se diluye día a día respecto a lo material y que a la vez, nos comunican algo. Se encuentran cada vez menos en las salitreras. Muchas manos, con diversas intenciones, los han arrancado por más de 70 años, sin embargo, de vez en cuando, alguna lluvia ugaz o el viento que desgasta la costra y la arena, los hace aflorar. Entonces, uno trata de sintonizar el ojo que mira a través de la cámara, las sensaciones de un hallazgo que detiene el tiempo y la decisión de registrar con un encuadre revelador (¿A nivel, picado, contra picado, cenital, atípico?). Como indica Marta Satonyi, la imagen construida, en sentido figurado o literal, es testimonio emergente de una decisión del otógrao, de alguna manera representa lo ideológico y su relación con el mundo y por cierto, su realidad existencial. Es una serie otográfica de cosas incompletas. Botellas quebradas, trozos de copas, zapatos calcinados, bacinicas abolladas e inservibles, pernos oxidados hasta el alma. Las encontré desperdigadas en algún basural, en el piso de una vivienda, en la calle, lo que ue una plaza o lugar de trabajo. Son arteactos que tienen su historia y condición poética. Fue tal vez en alguna de estas salitreras donde Neruda encontró un momento de inspiración al escribir, Amo / todas / las cosas, / no porque sean / ardientes/ o fragantes, / sino porque / no sé, / porque / este océano es el tuyo, / es el mío: / los botones, / las ruedas, / los pequeños / tesoros / olvidados, / los abanicos en / cuyos plumajes / desvaneció el amor / sus azahares, / las copas, los cuchillos, / las tijeras, / todo tiene / en el mango, / en el contorno, / la huella / de unos dedos, / de una remota mano / perdida / en lo más olvidado del olvido.
Jaz pam pa
Iris 124
Humberstone 125
Jaz pam pa 126
Jaz pam pa 127
Cruz de Zapiga 128
Granja 129
La Noria 130
Agua Santa 131
Coruña 132
La Perla 133
Mapocho 134
Slavonia 135
Slavonia 136
Santa Laura 137
Agua Santa 138
Lagunas 139
Matamunqui 140
San Lorenzo 141
San Antonio de Zapiga 142
San Enrique 143
Peña Chica 144
San Enrique 145
Humberstone 146
Iris 147
Santa Laura 148
Buenaventura 149
Victoria 150
Cementerio de Bajo San Antonio 151
Camiña 152
Unión 153
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Para hacer del patrimonio y la fotografía, u n tema de reflexión Por Orietta Ojeda Berger
¿Qué llevaría usted si tuviese que viajar por un largo tiempo, qué pondría en su maleta si se hubiese orzado a dejar su hogar, qué intentaría salvar si una catástroe aectara su morada?…sin duda otograías, imágenes que reflejan alegrías, temores, pesares, dolores, paisajes, espacios, algunos habitados, en donde se pueda observar la continuidad y cambio de un entorno que refleje un momento, un tiempo único, un instante que ya no vuelve. Es posible que sea un momento que pase al olvido; sin embargo, parece más propio que sea un instante que trasciende los espacios, que permanece en el tiempo como algo vivo que traspasa generaciones, como las que han vivido en la pampa primero y, luego, en el puerto de Iquique cientos de pampinos, desde hace más de un siglo hasta el presente. El espacio que se retrata en este libro, es el espacio que hoy es posible de observar, es el entorno de un legado cultural de otro tiempo, de la gran aena salitrera de esos hombres y mujeres que dejaron su huella en el desierto, esa huella que deben descubrir quiénes visitan lo que ue la pampa salitrera. Sin embargo, esto no siempre es posible y por ello, registrar lo que la pampa tarapaqueña todavía conserva para entender la importancia de preservar un patrimonio cultural que si bien todavía existe, se encuentra en muchos casos, destruido y en otros, sumido en el abandono. Por ello, es necesario contar con un imaginario de lo que ue la pampa salitrera para que siga presente en la ciudadanía y, no solo en aquellos pampinos y sus descendientes: el ánimo que “la pampa nunca muera”. En tal sentido, las imágenes en general y las otograías en particular, permiten ser un recurso educativo y, por tanto, didáctico, para reflexionar, comprender, analizar, una realidad a la cual no siempre es posible acceder. Se trata de convertir el aula en un espacio que permita transportar al estudiante, al observador, a ese lugar o momento por medio de una contextualización que un maestro, un proesor, realice de lo observado. La otograía se convierte en una uente de estudio para entender un enómeno, para entender un pasado, para intentar recrear un tiempo que ya no está. Desde esta perspectiva, la otograía se convierte en un documento, en una imagen para conocer la historia de un espacio, una sociedad, una amilia, en definitiva de un pasado, de un instante, de un momento distinto al presente. En el siglo XXI, la sociedad se encuentra inmersa en las nuevas tecnologías de las comunicaciones, en que las imágenes pretenden explicar la sociedad, por tanto conviene hacernos la pregunta:
¿Cómo puedo usar este recurso para entender la importancia de conservar un patrimonio cultural único, como el que se encuentra en arapacá? De igual modo, surge la interrogante: ¿Qué nos ha querido trasmitir quien hizo el registro de un determinado lugar, objeto o detalle? ¿Por qué determinó conservar ese momento, ese espacio, ese detalle? Frente a ello, es una tarea establecer un contexto histórico de aquello que es posible de observar mediante un registro otográfico de un pasado que no se puede sino imaginar. En este caso, el objeto ha sido dar cuenta del legado patrimonial, todavía presente en la pampa salitrera de arapacá. Entonces, debemos además, comprender qué es un patrimonio cultural, entendido como la herencia de tipo cultural de una comunidad, como nos dice la UNESCO, el patrimonio cultural es la herencia cultural propia del pasado de una comunidad, con la que esta vive en la actualidad y que transmite a las generaciones presentes y uturas. Aún más, la Convención del Patrimonio Mundial de 1972, expresa que patrimonio cultural comprende: “Los monumentos: obras arquitectónicas, de escultura o de pinturas monumentales, elementos o estructuras de carácter arqueológico, inscripciones, cavernas y grupos de elementos, que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de l a ciencia. Los conjuntos. Grupos de construcciones, aisladas o reunidas, cuya arquitectura, unidad e integración en el paisaje les dé un valor universal excepcional desde el punto desde vista de la historia, del arte o de la ciencia. Los lugares: obras del hombre u obras conjuntas del hombre y la naturaleza, así como las zonas, incluidos los lugares arqueológicos que tengan un valor universal excepcional desde el punto desde vista de la historia, del arte o de la ciencia”. En ese marco, la región de arapacá ue objeto de la declaratoria de Patrimonio Mundial de la Humanidad de Humberstone y Santa Laura, entregada un 17 de julio de 2005, a un día de haber conmemorado la Fiesta de nuestra señora, la Virgen del Carmen de la irana.
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Así definido, podríamos considerar un espacio cultural de patrimonio mundial ampliado; el espacio salitrero tarapaqueño y por ello cada objeto, lugar, cada testimonio tangible representado en las imágenes que reflejan un pasado de la historia social de Chile. La imagen otográfica representa un documento, un objeto de estudio para escudriñar un pasado, en este caso a un presente en objetos, construcciones y testimonios diversos, de lo que ue un desierto habitado por hombres, mujeres y niños, obreros y sus amilias, chilenos y extranjeros venidos de lejanos continentes, como de países vecinos.
Si bien, un monumento histórico es declarado por un decreto y se encuentra protegido por ley, para enseñar a proteger nuestro patrimonio, es posible considerar en un sentido amplio que un objeto, sin ser un monumento histórico, sea un patrimonio protegido por lo que representa. Por esto, es una tarea conocer para valorar, comprender para respetar las huellas de tantos que recorrieron la pampa y dejaron su impronta, como un sendero para que descubran su historia.
UNA PROPUESTA DIDÁCTICA La otograía, entendida como un documento que permita entender un proceso de la historia, un espacio de un habitar que no es p osible observar, sino por los testimonios que de él queden. ¿Qué ue de la pampa salitrera y porque conservar lo que de ella quede? Es la llamada de atención a través de las imágenes que verán en estas páginas.
Las otograías que usted encontrará nos comunican un presente de un pasado salitrero. Así, al revisar estás páginas, seleccione aquellas que mejor representen un espacio patrimonial para atesorar.
Estas imágenes pertenecen a la historia de la región de arapacá, un p atrimonio cultural único, por tanto, comprender lo importante de conservar y resguardar es una tarea ciudadana que involucra a jóvenes, adultos, estudiantes, proesores, autoridades, instituciones, etc. Si bien lo que puede observar en estas páginas, no es necesariamente un monumento nacional en un sentido estricto, por cuanto no han sido declarados explícitamente por un decreto, excepto las ex oficinas Humberstone y Santa Laura, declaradas Monumento Histórico por Decreto Supremo N°320 de 16 de enero de 1970 y la ex oficina Iris declarada Monumento Histórico por Decreto Supremo N°706 de 8 de octubre de 1990.
Los invitamos a: • Descubrir lo que una otograía nos entrega, • Observar los detalles que orece, • Identificar las características de los lugares, de los objetos, de los espacios, de las estructuras retratadas, desarrollando una propuesta de:
UNA FOTOGRAFÍA - UNA HISTORIA ¿Qué nos dice la legislación nacional?: Ley de Monumentos Nacionales, Ley 17.288: Artículo 1° “Son monumentos nacionales y quedan bajo la tuición y protección del Estado, los lugares, ruinas, construcciones u objetos de carácter histórico o artístico; los enterratorios o cementerios u otros restos de los aborígenes, las piezas u objetos antropo-arqueológicos, paleontológicos o de ormación natural, que existan bajo o sobre la superficie del territorio nacional o en la pl ataorma submarina de sus aguas jurisdiccionales y cuya conservación interesa a la historia, al arte o la ciencia; l os santuarios de la naturaleza; los monumentos, las estatuas, columnas, pirámides, uentes, placas, coronas, inscripciones y, en general, los objetos que están destinados a permanecer en un sitio público, con carácter conmemorativo. Su tuición y protección se ejercerá por medio del Consejo de Monumentos Nacionales, en la orma que determina la presente ley”. ¿Qué es un Monumento Histórico? Artículo 9° “Son Monumentos Históricos los lugares, ruinas, construcciones y objetos de propiedad fiscal, municipal o particular que por su calidad e interés histórico o artístico o por su antigüedad, sean declarados tales por decreto supremo, dictado a solicitud y previo acuerdo del Consejo”.
Elija aquello que sea más representativo para entender un proceso. En este sentido, comprender el tamaño de una actividad de explotación minera como el salitre, los tipos de construcción, las habitaciones que ueron el espacio cotidiano, la religiosidad, los utensilios de la vida amiliar, el desierto y su hábitat, el paisaje, el agua y la vegetación, los juegos, los cementerios junto con sus flores de lata y tanto más. Un encuentro mediante la elección de una o varias imágenes que posibilite interpretar ¿Qué significó el habitar el desierto? Para proteger lo que en él queda de un pasado que ormó parte de la vida de cientos y miles de personas. Reflexionar por qué este patrimonio, que muy posiblemente nunca ha visto, es importante de proteger y conservar.
Describa la fotografía y por qué la eligió. -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
¿Qué es un patrimonio cultural salitrero? ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
¿Cómo proteger el patrimonio, un legado de todos? -----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
¿Cuál es su compromiso con el patrimonio cultural salitrero? -----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
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Agradecimientos Quisiéramos agradecer a varias personas e instituciones que han hecho posible la realización del proyecto y publicación del libro Salitreras de Tarapacá, la Vida que s e Fue: Gobierno Regional de arapacá, Concurso de Proyectos FNDR Cultura 2015. Abraham Sanhueza, Director de la Compañía de eatro Antiaz, por su inestimable apoyo y patrocinio en el desarrollo del proyecto. Pamela Daza, por su gran colaboración en la edición otográfica y ser la mejor compañera de viaje. Sergio González, Premio Nacional de Historia 2014, por su notable prólogo de este libro y valiosas indicaciones en el desarrollo del proyecto.
Índice
Prólogo
.......................................................................................................................6
Salitreras de arapacá I
..........................................................................................10
Inancia, sol y pampa. Por Haroldo Quinteros ..................................................46 Salitreras de arapacá II
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De (cierto) norte. Por Juan José Podestá ......................................................... 118 Los objetos como retratos de la ausencia. Por Hernán Pereira .................... 122 Para hacer del patrimonio y la otograía, un tema de reflexión.
Silvio Zerega, por acilitarnos inormación y publicaciones de la Corporación Museo del Salitre.
Por Orietta Ojeda
Senén Durán, por compartir sus conocimientos sobre el mundo del salitre y acompañarme a otografiar numerosas salitreras.
Agradecimientos..................................................................................................
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Indice.....................................................................................................................
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Mariela Cortez y Jenny Herrera, por su rigurosa revisión de pruebas y estilo.
Fuentes consultadas
Hernán Pereira Villanueva, por su inestimable colaboración en las salidas a terreno y ser también, el mejor compañero de ruta. Colegio Humberstone, por la generosa colaboración en el desarrollo del proyecto. Oscar Varela, por acompañarnos en una salida a terreno e inormación para ubicar algunos sitios otografiados. Bernardo apia, por acilitarnos varios mapas salitreros y brindarnos inormación de gran utilidad. Roberto Gámez, por su gran aporte en el diseño del libro y proceso de digitalización de otograías.
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Fuentes consultadas Corporación Museo del Salitre. 2012. Diagnóstico del Patrimonio Salitrero de la Provincia del Tamarugal. Santiago: Grafic Suisse. González, Sergio. 2002. Hombres y Mujeres de la Pampa . Santiago: Lom Ediciones. Gutiérrez, Senén. 2013. Cuatrocientas Oficinas Salitreras. Iquique: Oñate Impresores. Ojeda, Orietta y Sergio González. 2008. Pampa Patrimonial. Circuitos Turísticos del Salitre, desde Matamunqui a Buen Retiro. Iquique: Oñate Impresores. Olivares, Edmundo. 2004. Pablo Neruda: Los Caminos de América . Santiago: Lom Ediciones. Zatonyi, Marta. 2011. Arte y Creación, los Caminos de la Estética . Buenos Aires: Capital Intelectual. ALBUM DELDESIERTO Disponible en: www.albumdesierto.cl TARAPACÁEN EL MUNDO Disponible en: www.tarapacae nelmundo.cl
Hernán Pereira es un notable y consolidado fotógrafo documental chileno. Su trabajo rescatando patrimonios del Norte Grande es, probablemente, el más relevante entre los que se hayan realizado. Con textos de Juan José Podestá, Haroldo Quinteros y Orietta Ojeda, Salitreras de Tarapacá, la Vida que se Fue , nos invita a un apasionante y documentado recorrido por las salitreras. La cámara de Pereira, más que fotografiar vestigios, conjura presencias de los que allí estuvieron. Y, por cierto, fantasmas revitalizados por invocación de la fotografía, a través del ojo y sentimientos del autor. Luces y formas plasmadas en fotografías autorales. Un volumen imprescindible para todos los que nos apasionamos con la epopeya del oro blanco. Juan Domingo Marinello