Reporte 1. “Ontología del Lenguaje” de Rafael Echeverría.
20-03-12
Ma. Francisca Bustos Fernández Hoy Hoy en día en nuestr nuestra a socie socieda dad d occid occiden enta tall se deja deja ver, ver, en cada cada ámbito ámbito del quehacer humano, la propuesta metafísica expuesta por pensadores de regiones lejan lejanas as,, que que de una u otra otra forma forma logra lograron ron asen asenta tarse rse en nues nuestro tros s terr territo itorio rios, s, ensalzando el “lenguaje del ser” y así mismo el pensamiento racional. De esta forma el ser humano le confirió gran importancia a las ideas y la mente, la cual parecía ser inmutable. Es decir, la mente –o el alma- se constituye en cada ser humano humano como única única y estable estable,, donde donde el cambio no tiene tiene lugar. lugar. Sin duda este planteamiento planteamiento merece y debe ser cuestionado y este cuestionamiento cuestionamiento surge en la “ontología del lenguaje”. La “ontología “ontología del lenguaje” lenguaje” es una nueva nueva forma forma de ver al ser humano humano y si bien tiene tiene sus orígenes orígenes en Herácli Heráclito, to, es en la actuali actualidad dad donde ha encontr encontrado ado su apogeo. Sin duda la crisis de sentido que sufre la sociedad occidental favorece el surgimiento de la controversia con respecto a la “condición inmutable del ser”, dando paso al lenguaje, el cual ha reemplazado a la razón. Y no parece extraño que estemos pasando por una crisis de sentido: Si nos remitimos al núcleo del “ser” encontramos que el cambio es imposible, que nacemos con un alma que no puede ser condicionada de una forma distinta, que no devenimos en un sujeto distinto cada día, sino que nos encontramos atrapados en las cualidades que nos son atribuidas. Pero, afortunadamente, existe una salida. El “giro científico” que ocurre cuando el foco deja de estar en el objeto y pasa al sujeto, da el pie para que también ocurra el “giro lingüístico”. Y esto ocurre porque ya no se cree en un acercamiento perfecto y “real” hacia el objeto, sino que el sujeto hace distintas interpretaciones según su punto de vista sobre el objeto. Esto pone pone al ser ser huma humano no en el ojo ojo del del hura huracá cán. n. La cien cienci cia a trad tradic icio iona nall camb cambia ia completamente entregando al hombre y a la mujer un lugar privilegiado sobre la naturaleza. naturaleza. Cuando el humano toma esta importancia importancia lo hace también el lenguaje lenguaje ya que se comienza a observar que este es constitutivo del fenómeno humano y la herr herram amie ient nta a prin princi cipa pall para para vivi vivirr en soci socied edad ad.. Adem Además ás se fund funda a la idea idea de interpretación, interpretación, porque desde este punto de vista ya no vemos las cosas como una realidad objetiva, sino que sólo tenemos nuestras interpretaciones acerca de esas cosas, nuestra visión desde nuestro lugar personal. Según Echeverría (2003/2005) la ontología del lenguaje interpreta al ser humano como ser lingüístico, lo que lo lleva a generar realidades a través de el y a crearse a sí mismos en el lenguaje. Estos postulados son básicos en la ontología del lenguaje y podrían interpretarse como el verdadero “ser” del humano. Es decir, lo
único estable es el cambio. El hombre y la mujer devienen en el lenguaje, creando mundos únicos en el, que pasan a ser sus realidades personales y además compartidas. Estas nuevas realidades suponen posibilidades de apertura y cierre en las acciones a futuro, de esta forma el lenguaje es como la herramienta que nos puede hacer pequeños dioses. En el fondo, el lenguaje abre nuevos caminos que podrían no haberse formado si no hubiéramos pensado y dicho algo. De esta forma se olvida la manera tradicional de ver el lenguaje, que lo veía como pasivo, donde su función era sólo describir. En el lenguaje siempre hicimos acción, sólo que esto no se consideraba. Además creamos nuestra identidad, junto con otros, en la conversación. Es decir, nuestra identidad no es inmutable, como sería en la visión de “ser” tradicional, sino que se crea y re-crea en los actos de habla que intercambiamos con los demás. En ellos compartimos mundos propios que sólo pueden ser compartidos en la comunicación, lo que lleva al lenguaje a reivindicarse como primordial en el estudio del ser humano. Heidegger postula el Dassein, entendido como el “ser en el mundo que somos”, es decir, estamos dentro del mundo lingüístico, lo que hace que el ser que somos se de en el lenguaje, en el cambio que este nos provee, en la interacción con los demás que es nuestro mundo más próximo. Este proceso de cambio también se puede ver como una búsqueda de sentido, una huida de la nada y un empuje hacia ella al mismo tiempo según Nietzsche. Retomando el tema de la interpretación, es necesario mencionar que esta es parte de la primera tesis de la ontología lingüística, entendiendo a esta como la única forma de relacionarnos con la “verdad”, ya que sólo nos relacionamos, sin poseerla. Así la verdad simplemente pasa a ser coherencia. Al mismo tiempo cuando interpretamos también pensamos que quizás nosotros estamos más cerca de la verdad, pero esto no es así y no se puede descubrir quien está más cerca ya que todos los seres humanos compartimos cualidades que nos hacen iguales al momento de la interpretación, por lo que cada interpretación es válida, pero no es la verdad. Simplemente la interpretación nos abre o cierra distintos cursos de acción, pero no nos acerca a la verdad. La interpretación en realidad, nos acerca a la fabricación de nuestro ser y al ser de todas las cosas con las que nos relacionamos, en un contexto de constante cambio, decidido este por las acciones que creamos en el lenguaje. Así “la acción genera ser”. No sólo actuamos por el “ser inmutable” que algunos creen que somos, que nos dicta como actuar, sino que en la acción creamos este ser cambiante.
Antiguamente se pensaba que el individuo precedía al lenguaje, pero en la ontología del lenguaje esto da un giro y el lenguaje pasa a ser visto como anterior al individuo. Y esto se da porque existe un dominio consensual donde debe desarrollarse el lenguaje. Es decir, el lenguaje no se constituye simplemente a partir de diferentes fonemas con los que estamos dotados como especie a partir de nuestra biología, sino que se forma en el consenso, en la interacción entre personas que forman una determinada comunidad lingüística. Es por esta razón que el lenguaje precede al individuo, porque se forma a partir de la interacción social, donde se puede prescindir de un individuo en particular, el cual nace y es socializado en su comunidad lingüística con signos y sonidos que existían antes de él. Debido a esto el lenguaje es un fenómeno social y no nace en la individualidad biológica. De lo anterior surge la “coordinación consensual de la coordinación de acciones”, lo que quiere decir que una comunidad produce un consenso con respecto al lenguaje, definiendo sonidos, fonemas, significados, significantes, etc. con el fin de coordinar como va a “funcionar” su lenguaje, el que a su vez sigue coordinando acciones en los actos de habla de aquellos que compartieron este consenso. Si bien este proceso se inicia, en términos cronológicos, desde que el ser humano comienza a comunicarse, hoy en día aún se sigue modificando, porque cada sociedad sigue creando nuevos consensos con respecto al lenguaje lo que lleva al ser humano a una esfera innovadora la cual lo alienta a crear mayores y mejores mundos en la conversación. Esto nos lleva a la recursividad del lenguaje: Al momento de modificar nuestros consensos lingüísticos o crear otros nuevos estamos girando sobre el lenguaje, hablando sobre como hablamos, analizando la coordinación de la coordinación de acciones. Es casi como hacer metateoría. Sólo que el lenguaje se constituye como fenómeno humano por excelencia y no necesita comprobación. Y el lenguaje ha ganado esa excelencia gracias en parte, a nuestra biología, la que nos capacita fisonómicamente para manejar el lenguaje. Pero esto no basta para que exista el lenguaje. También hace falta la interacción social y por supuesto, condiciones históricas, las cuales son definidas por la cultura en la que somos criados y la posición que tomamos en el sistema lingüístico. La cultura en la que nacemos, y donde generalmente somos socializados en los primeros años de vida, alberga dentro de sí, una infinidad de relatos históricos que definen a esta cultura de una u otra manera. Estos relatos amoldan nuestra comunidad cultural y de acuerdo a esto es que se genera uno u otro tipo de lenguaje, el cual debemos adoptar como propio, acogiendo al mismo tiempo el consenso definido con anterioridad a nosotros. Pero así como el sistema social nos amolda, nosotros también amoldamos el sistema (y este es el tercer principio
de la ontología del lenguaje). No somos individuos pasivos sin capacidad de acción, es más, el lenguaje nos entrega esta capacidad y nos habilita para crear nuevas realidades en el lenguaje. Respecto a esto, es necesario mencionar que Echeverría (2003/2005) postula que “No todo es posible para un individuo… Los individuos no pueden hacer cualquier cosa. Operan dentro de los límites de lo que les es históricamente posible. Y lo que es históricamente posible para un individuo está en función de los sistemas de lenguaje a que pertenece” (pp. 61-62) Si bien a primera vista esta frase pudiera parecer contradictoria con la cosmovisión del texto, es perfectamente válida y si nos aventuramos podría decirse que es verdadera. Esto sucede porque si bien en el lenguaje el ser humano es un pequeño dios que actúa y crea en los actos de habla, no es capaz de ir más allá de lo que le ofrece su lenguaje, ya sea un lenguaje que aceptó pasivamente, sin aprovechar al máximo las infinitas oportunidades que le ofrece, o un lenguaje de innovación, el cual es aprovechado para crear oportunidades de desarrollo personales y compartidas. Es decir el lenguaje lo rodea todo, lo encierra todo: Como diría Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Volviendo al tema de la verdad en la ontología del lenguaje, esta no es vista como la veían los metafísicos, sino que el poder toma el lugar de la verdad. Es decir, son nuestras interpretaciones y el poder que estas posean lo que entrega validez, no un posible acercamiento a la verdad. En el fondo, es en nuestras interpretaciones donde generamos acciones, que al mismo tiempo generan ser formando al hablante que es a la vez actor. Esto genera mayores posibilidades humanas, ya que al tener presente que somos seres lingüísticos y que nos creamos en el lenguaje, somos capaces de ver los distintos fenómenos lingüísticos de formas que nunca antes se hubieran pensado. Por ejemplo, el sufrimiento, al ser lingüístico es modificable mediante el lenguaje, por lo que a través de el somos capaces de reducirlo al mínimo, sin eliminarlo por completo. Si somos conocedores del poder del lenguaje y de las herramientas que nos entrega, seremos capaces de modificar cualquier área de nuestra subjetividad, incluso el sufrimiento, que para algunos es un estado emocional inalterable perteneciente al alma, lo que lo haría inmutable. Pero siempre existe la salida que nos provee el lenguaje. De la misma forma como modificamos el sufrimiento somos capaces de encontrar el sentido de nuestras vidas, el cual se encuentra perdido en nuestra sociedad actual. Es a través de nuestro lenguaje y las acciones que elegimos que nos transformamos. Como tenemos la posibilidad consciente de elección de acciones a través del dominio de nuestro lenguaje, debemos ser capaces de evolucionar hacia un ser humano más respetuoso, conciliador, que se encuentre despierto con
respecto a las posibilidades que el lenguaje le entrega y utilizarlas para el bienestar general tanto de nosotros mismos como de los demás. Las posibilidades que entrega el lenguaje a través de la acción se denomina “la naturaleza ejecutante del lenguaje”, lo que supone que al hablar emitimos “actos lingüísticos” los que pueden dividirse en afirmaciones; declaraciones; promesas (oferta y petición+ aceptación de esta). Si bien no es fundamental ahondar demasiado en las características de cada una, se debe aclarar que son todas muy distintas: afirmación tiene que ver con lo observado, descripciones, los hechos, “el mundo conduce a la palabra”. Declaración en cambio se relaciona con la creación de nuevos mundos en el lenguaje, “el mundo debe adecuarse a lo dicho”, se acerca más al concepto de interpretación (aunque afirmación sigue siendo interpretación de igual forma). Sin duda ambas surgen por una inquietud, algo que nos motiva a actuar, ya sea que queramos resolver algo o simplemente ser escuchados, siempre actuamos de acuerdo a una inquietud. Existen también las promesas, que por sobre todo ponen en juego la sinceridad, confiabilidad y competencia de las personas. En el fondo todos estos actos de habla o lingüísticos son ejemplos de cómo el lenguaje crea realidad a través de las acciones que son emitidas en el. A partir de una afirmación podemos mostrarle el mundo a una persona que no tiene acceso a experimentar lo que estamos experimentando. Mediante una declaración somos capaces de transformar el mundo actual, ya que luego de nuestros dichos el mundo ha sido transformado por el poder de la palabra. Con las promesas somos capaces de crear futuro, de mejorarlo o empeorarlo, todo depende de las acciones que elijamos y que luego ejecutemos.
Dentro del lenguaje el ser humano también crea identidad y una de las formas de crearla y a la vez exponerla frente a otros es a través de los juicios. Cuando escuchamos un juicio de alguien podemos conocer un poco más su ser cambiante. Podemos saber si es de tendencia conservador o liberal, fundamentalista, etc. Claro que para conocer esto es necesario que dominemos el lenguaje de forma tal que las palabras de los demás nos demuestren claramente su ser interior. Con respecto a los juicios, se debe recalcar que estos no deben ser tratados de forma objetiva. Es por esto que muchas veces nos equivocamos al escuchar los juicios de los demás, tomándolos como afirmaciones. Es más, los juicios se acercan mucho más a las declaraciones que a las afirmaciones. En las equivocaciones -ya sea de emisión de juicios o de recepción- es en donde nuestra posible comprensión errónea del lenguaje nos juega una mala pasada. Y esto ocurre porque creemos que el juicio nace en el objeto que está siendo enjuiciado, cuando en realidad nace en el sujeto que enjuicia. Esta visión es fundamental para comprender la validez de los juicios, ya que si los vemos como pertenecientes al objeto, nunca podríamos medirlos realmente, los veríamos siempre como afirmaciones, por lo tanto sólo analizaríamos su veracidad y no su validez. Pero al hacerlos parte del sujeto damos el primer paso para medir su validez y esto es mediante el concepto de autoridad, el cual se le atribuye o no al sujeto que enjuicia y de acuerdo a esto se decide si un juicio es válido o inválido. Además se debe tener presente su temporalidad, ya que para que el juicio sea fundado debe estar basado en observaciones que hicimos con anterioridad. Un juicio tiene la propiedad de “predecir el futuro”. Es decir, cuando emitimos un juicio realmente válido y fundado podemos predecir acciones respecto al comportamiento de las personas. Pero no siempre esto se cumplirá a cabalidad, ya que como se ha mencionado, las personas estamos dotadas del don del cambio y estos juicios que puede ser “positivos” o “negativos” pueden provocar un giro en las personas que puede avalar o refutar el juicio. De esta forma seremos capaces de elegir de forma “correcta” nuestras acciones y por esto es muy probable que los juicios cambien, ya sea los que emitimos o los que recibimos. En este proceso también transformamos nuestra identidad ya que la emisión de juicios que hacemos nos define frente a los demás (“los juicios siempre hablan de quienes los emiten”) y al cambiar nuestros actos cambiamos los juicios y el lenguaje, es una recursividad que puede brindarnos grandes posibilidades de cambio “positivo” o “negativo”, dependiendo de nuestras elecciones. De estas elecciones puede surgir la innovación que se da por el aprendizaje que podemos adquirir de los juicios sobre nosotros mismos. Sin duda la innovación y el aprendizaje se tornan principales cuando hablamos de superarnos en términos
lingüísticos y por lo tanto de acción y creación de nuevas realidades. Es gracias a ellos que realizamos acciones que nunca pensamos podríamos realizar. En la innovación encontramos el desarrollo, siempre y cuando tomemos decisiones que produzcan bienestar en nuestro mundo y las personas dentro de el. En otro ámbito perteneciente a los juicios se encuentra la ética, que se constituye a partir estos: por ejemplo, en una determinada comunidad lingüística se define lo que es “bueno y deseable” a través del consenso. De acuerdo a esto se emiten distintos juicios a través del tiempo que pueden adecuarse o no a la moral de esta comunidad. Las virtudes son aquellos juicios que se adecuan a este dominio consensual, mientras que los vicios son aquellos que no se adecuan. Teniendo claras estas distinciones, además, la comunidad puede crear un sistema de motivaciones y castigos que regulan la conducta en sociedad. Así las conductas que siguen la norma son reforzadas mientras que las que se desvían de la norma sufren un castigo. Esto es principal ya que de esto nace el código moral, lo que a su vez genera leyes, que son las normas por escrito y respaldadas por las personas y luego por la autoridad. Este es un claro ejemplo del gran poder creativo de nuestro lenguaje. Pero ¿realmente en las leyes descansa el consenso que en sus orígenes generó el pueblo a través del lenguaje? Muchas veces no es así y las leyes son utilizadas y/o creadas por quienes detentan el poder utilizando los recursos retóricos que manejan a la perfección. Es decir, el lenguaje no siempre es utilizado para “cosas buenas”, también puede ser utilizado desde el individualismo y oportunismo, pero es tarea de todos cambiar esta situación. Las herramientas del lenguaje deben ser utilizadas para el bien común ya que esta es la única forma de lograr el desarrollo personal y general. Si bien los juicios son una gran herramienta dentro del lenguaje, debemos ser capaces de no vivir de los juicios que emiten los demás sobre nosotros, no debemos caer en esta “condición de inautenticidad”. Tampoco se deben ver los juicios como afirmaciones, como se mencionó anteriormente, ya que así nunca podremos evolucionar. Finalmente debemos saber distinguir entre juicios fundados y juicios infundados, con el fin de no vivir en la decepción con respecto al futuro. En definitiva, nosotros debemos poseer a los juicios, no ellos a nosotros. Como se mencionó unos párrafos atrás, el sufrimiento es modificable ya que siempre que sepamos como poseer a los juicios, este se irá reduciendo de a poco. Lo contrario sucede si no los poseemos, el sufrimiento parece inacabable, pero la solución consiste en modificar nuestros juicios, lo que supone un ejercicio de reflexión bastante complicado, pero alcanzable. Así, tal como postula Epicteto, podemos llegar a ser amos de nosotros mismos.
Existe un juicio primordial para el ser humano, el de la confianza. Cuando tenemos confianza en alguien (basados en las acciones que analizamos en sus actos de habla) creamos en el lenguaje una relación estable. Sin confianza las relaciones no pueden constituirse como tales. Y dentro de esta hipótesis surge el concepto del respeto. Porque sin respeto es muy difícil mantener la confianza, ya que si no respetamos a los demás podemos realizar acciones que lleven a esos otros a desconfiar y la relación se ve abatida. Es por esto que la ontología del lenguaje postula una “ética del respeto”, es decir, debemos sumir al lenguaje en el respeto ya que de esta forma somos capaces de aceptar distintas “formas de ser y hacer”, lo que genera una apertura emocional y lingüística que nos permite conectarnos con los demás y obtener lo mejor de nuestro potencial en conjunto. Hasta ahora hemos analizado al lenguaje sólo en el ámbito del habla, pero sin duda el escuchar también ocupa un lugar esencial en los actos lingüísticos. Esta capacidad humana comúnmente se ve como pasiva. Se cree que sólo debemos dominarnos en el habla para progresar, pero ambas acciones son imprescindibles. Es más, mientras más sepamos escuchar, más cercanía tendremos con quienes conversamos. Y es que el escuchar supone un ejercicio de interpretación por excelencia, por lo tanto, cuando escuchamos lo hacemos en base a lo que nosotros queremos escuchar. El desafío consiste en acercarnos en nuestra interpretación lo más posible a lo que el hablante quiere expresar. Mientras mas nos acerquemos más nos alejamos de los problemas en la comunicación. ¿Y cómo se logra esto? Gracias al respeto y la empatía, cualidades que debemos practicar si queremos lograr cosas a través de la conversación, si queremos comunicarnos de manera efectiva. Cuando escuchamos al hablante, este ejecuta tres acciones: -
Actos locucionarios: los sonidos que forman las palabras que decimos.
-
Actos ilocucionarios: acción comprendida en las palabras.
- Actos perlocucionarios: acciones que se producen en consecuencia de lo
anterior. Al escuchar estos niveles, quien escucha puede crear variadas interpretaciones de lo que se dijo basándose en las ideas específicas expresadas y a partir de esto, quien escucha puede guiar su acción. Muchas veces esta acción puede tomar un sentido completamente distinto a lo que dijo el hablante, y esto se produce porque cuando escuchamos lo hacemos desde el sujeto que somos, no desde el sujeto con el que interactuamos.
Nuestras acciones -al hablar o al escuchar-, como se mencionó, se crean a partir de una inquietud. Por mucho tiempo se habló de intención, pero esto divide al ser humano, crea un agente que no existe y lo añade al hacer, lo que se puede interpretar como erróneo. De esta forma, Echeverría (2003/2005), sostiene “que una inquietud es una interpretación que confiere sentido a las acciones que realizamos” (pp. 151) Así, creamos relatos para conferirle sentido a la existencia. Quien sabe escuchar domina aún más el mundo del lenguaje que el que sabe sólo hablar, ya que mediante las reflexiones sobre lo que escuchamos somos capaces de crear una imagen de quien nos habla, podemos conocerlo mejor. De esta forma se produce la “fusión de horizontes” entre quien habla y quien escucha. También se crea un espacio de empatía particular ya que llegamos a hacer nuestras las inquietudes del otro, lo que posibilita una relación más respetuosa y estable, ya que estaremos pendientes de lo que el otro necesita y por lo tanto estaremos más capacitados para satisfacerlo. Esto se aplica en la esfera empresarial, donde el empresario que escucha a un cliente de forma integral, es más apto para resolver sus dudas y ofrecer un producto acorde a sus necesidades. De esto nace el progreso empresarial, en saber escuchar y al mismo tiempo responder de forma empática. En el escuchar abrimos nuestra mente, es imposible comunicarnos efectivamente si mantenemos límites mentales que no nos permiten avanzar. Si cerramos nuestra mente, nuestro escuchar se ve afectado, por lo que no somos capaces de conectarnos con los demás, lo que es perjudicial para toda esfera humana. El “ser ontológico” define nuestra manera de escuchar. Como compartimos ciertas cualidades por ser humanos es que somos capaces de escucharnos y entendernos. La “persona” es cada posibilidad que ese “ser ontológico” encuentra en cada individuo. De esta manera, porque somos seres ontológicos estamos habilitados para comprender a las diferentes personas. Es en esta hipótesis donde el escuchar es indispensable. Es la única forma de comprender las distintas personas que somos: “Todo otro es el reflejo de un alma diferente en el trasfondo de nuestro ser común” (Echeverría, 2003/2005, pp. 170) Para escuchar de manera efectiva se debe tener en cuenta el contexto, el estado emocional, nuestra historia personal y nuestro trasfondo histórico (discursos históricos y prácticas sociales). Por supuesto para hablar y escuchar, la conversación debe situarse dentro de ciertos límites lingüísticos para que sea coherente y estos límites forman el contexto. Si nos alejamos del contexto la comunicación no es efectiva y sería casi como que los interlocutores hablaran de temas distintos.
El estado emocional define la conversación. Debemos encontrar un estado emocional preciso para hablar de distintos tópicos ya que de esta forma el habla se torna más eficiente. La historia personal define como hablamos y como escuchamos, es decir, según los distintos acontecimientos ocurridos en nuestra vida es que tendremos interpretaciones diferentes. Por ejemplo si tenemos un hablante que relata sus sentimientos con respecto a la muerte de un familiar y dos personas lo están escuchando, la primera persona que no ha vivido la muerte de un ser querido directamente no escuchará de la misma forma que lo hace la segunda persona, que si ha vivido esta situación. Nuestra historia nos posiciona en distintos lugares del escuchar. Por último, el trasfondo histórico influye fuertemente en quien escucha ya que estamos socializados de una determinada forma que nos amolda y nos enseña a escuchar desde zonas completamente distintas, si se trata, por ejemplo, de personas de distintas culturas. Las narrativas históricas y las prácticas comunes definen una parte del ser que somos y no podemos escapar de estas condiciones ya que ellas nos definen desde que nacemos y nos siguen definiendo por el resto de nuestras vidas. El ser humano nunca detiene el proceso de socialización. Y esto se refleja en nuestro modo de hablar, de actuar. En el fondo la frase “soy porque somos” es perfectamente aplicable al ser humano, ya que este es definido de acuerdo a la comunidad de la cual forma parte. Teniendo en cuenta todas estas aristas escucharemos de manera integral, captando de mejor forma las inquietudes de quien habla y satisfaciendo las necesidades basados en el respeto mutuo, lo que hace más fácil el proceso de la comunicación.