Beatriz Moreyra (2011)
LA HISTORIA SOCIAL EN LOS ALBORES DEL SIGLO XXI: INNOVACIONES E IDENTIDAD El interrogante central es desentrañar hasta qué punto este campo disciplinar ha visto su agenda invadida por textos, discursos, tropos, intertextualidades, simbología y pura hermenéutica. La pregunta adquiere licitud si se pondera que no sólo muchos objetos y perspectivas clásicas de la historia social han sido en gran parte eclipsados por novedosos planteamientos revisionistas y por algunas adscripciones intelectuales provenientes de otros saberes sociales, sino que lo más significativo es que se ha producido una devaluación de la importancia y alcance del adjetivo social desde el punto de vista teórico, empírico e inclusive político. A pesar de ello, en la primera década del presente siglo, la disciplina ha encarado por fin una deriva de recomposición tras más de una larga década de crisis. Existe una especie de consenso acerca de que este no es un buen momento para ser un historiador social. Durante los últimos veinte años la historia cultural comienza a superar a la historia social en ese “estar de moda”, hasta convertirse en una práctica histor iográfica hegemónica. La historia social orientada a las ciencias sociales ( social science history )
La historia social adquirió predicamento en el paisaje historiográfico a partir de los años cincuenta como una historia sociocientífica. sociocientífica. El movimiento hacia lo social fue impulsado por la influencia conjunta de la escuela de los Annales, Annales, el marxismo, la escuela de la modernización y las expresiones alemanas de la historia estructural que enfatizaban los enfoques holistas, funcionales y estructurales para comprender la sociedad como un organismo total e integrado. Por su parte, en los cincuenta y sesenta, un grupo de historiadores marxistas más jóvenes promovieron el interés por la historia social y comenzaron a publicar obras sobre la “historia desde abajo”. Los impulsos de las ciencias sociales vecinas desempeñaron un papel significativo en la construcción de estas historias sociales masivas. De esta manera, en las décadas de los sesenta y los setenta, la historia sociocientífica era un campo de experimento, entusiasmo e innovación que pretendía elevar las normas de exactitud de la disciplina. Como consecuencia de ello, la historia social se proponía aplicar el paradigma estructuralista al estudio de las sociedades antiguas o contemporáneas. Además, la historia fue sujeta a los procedimientos de números y series; fue inscripta dentro de un paradigma de conocimiento que Carlo Ginzburg designó “galileano”. Esto implicó la cuantificación de los fenómenos, la construcción de datos seriados y el uso de las técnicas estadísticas para trazar una formulación rigurosa de las relaciones estructurales que fueran el verdadero objeto de la historia. La historia posbraudeliana
Pero a partir de la década del setenta, esta historia sociocientífica desnudó sus deficiencias explicativas y si bien no desapareció totalmente, el atractivo por este tipo de investigación disminuyó. El apego a las categorías grupales y a las explicaciones estructurales sociales, había comenzado a entorpecer a la historia como exploración de la experiencia contingente. El planteo de nuevos interrogantes es el resultado de cambios contextuales más globales – económicos, económicos, políticos, sociales, intelectuales y culturales – aún – aún cuando la proliferación de preguntas despierte tanto controversia como nostalgia. Prácticamente no hubo certezas que no fueran puestas en discusión. Se discutía sobre el sujeto y aparecían las mujeres, se impugnaba la legitimación del Estado y se radicalizaban las formas de hacer política, se rechazaba la sociedad burguesa y se reclamaba la subversión de la vida cotidiana y, en fin, se repensaba el modelo de cultura occidental. En este clima intelectual, las propuestas de una historiografía entendida como ciencia social, de corte funcionalista y con pretensiones de explicación global aparecieron cuestionadas. En su lugar, las posturas revisionistas tomaron una distancia crítica respecto a las aproximaciones macrosociales y, por el contrario, otorgaron importancia y significación a la experiencia de los actores sociales frente al juego de las estructuras y a la eficacia de los procesos sociales, masivos, anónimos que por largo tiempo requirieron la atención de los investigadores. En lugar de interpretar los procesos sociales, sociales, el énfasis se sitúa en la comprensión de las acciones humanas; una historia que se interroga por los significados y procurar hallar una lógica de las motivaciones. Un fondo neohistoricista e interpretativo va impregnando, a partir de la influencia cada vez mayor de la crítica literaria y de la hermenéutica antropológica, las nuevas direcciones de la historiografía. La historia social revisionista da cuenta de lo que se escapa en los intersticios de las estructuras y carecía de la densidad de los acontecimientos: las relaciones no económicas entre grupos de sujetos de caracterización variable, sea de género, de parentesco, de razas, de edad, etc. Tampoco ha estado ausente de esta revisión, el retorno de estrategias narrativas cualitativas. Los historiadores se dieron cuenta de que su discurso, cualquier fuera su forma, era siempre una narrativa. Esta confianza en la narración supone que todos los componentes analíticos están conformados en una matriz narrativa que provee una configuración que permite al historiador aglutinar y sintetizar sintetizar el heterogéneo material que abarcan abarcan sus textos. Otro aspecto no menor fue el retorno crítico a lo político en términos de cómo el poder es buscado, practicado, desafiado, abusado o negado. El territorio de lo político se ha extendido abarcando la lucha por el poder en espacios tan diversos di versos como las instituciones políticas, económic as, sociales y culturales. La adopción de estos cambios cambios en el abordaje de los fenómenos sociales condujo a un deslizamiento desde los modelos explicativos de cambio social estratificados y monocausales a los modelos interconectados y multicausales. Ello 1
determinó un énfasis en la historicidad de las formas sociales, de las categorías intelectuales, de los sistemas de representación y de las acciones humanas. En efecto, los procesos sociales no son determinados por una lógica social imperiosa, sino aparecen discontinuos, caleidoscópicos, indeterminados y multidireccionales. El giro cultural en los estudios sociales: renovación y desnaturalización
Pero los modelos de explicación que contribuyeron al surgimiento y al auge de la historia social en los años sesenta sufrieron una impugnación sustancial en términos de identidad con el impacto del denominado giro cultural en cultural en las ciencias sociales y humanas. La historia cultural tomó el lugar de liderazgo ocupado por la historia social; esta reorientación lingüística y cultural de la historia tuvo alcances internacionales y fue profundamente interdisciplinaria. La búsqueda de las estructuras cedió su lugar a las microhistorias y a la historia de las subjetividades, a la par que las certidumbres de las estrategias explicativas estructuralistas fueron corroídas por los posestructuralismos de Michel Foucault, Jacques Derrida y Jacques Lacan. Hacia así su entrada en la escena del campo historiográfico la historia sociocultural, apostando por una reorientación de la investigación histórica hacia el estudio de los dispositivos culturales, simbólicos y de mentalidad. Pero no fueron solamente los historiadores los que abandonaron las categorías reificadas, sino también los antropólogos, que se alejaron de la etnografía preexistente, los críticos literarios que adoptaron la deconstrucción, la teoría de la acción racional que penetró en la economía y la ciencia política y, en sociología, el análisis de redes que enfatizó que las estructuras sociales no podían ser simplemente dadas, sino construidas a través de las interacciones sociales. Estos virajes quedaron patentizados en la doble revisión experimentada por las historiografías inglesa y annalista. annalista. El cambio comenzó con la introducción de Thompson de una noción de cultura en la historia laboral, y con la redefinición de Clifford Geertz de cultura en antropología. Los distintos cambios habían creado una conciencia y una sensibilidad hacia temas vinculados con la agencia, la subjetividad, la contingencia, contingencia, y la construcción simbólica de la “realidad” realidad” social. Thompson rechazó la metáfora de base/superestructura y se dedicó al estudio de l o que él llamaba “mediaciones culturales y morales”. Pero a principios de los ochenta, esos referentes pioneros y sus concepciones culturalistas de la historia, se vier on vier on paulatinamente desplazados por la atención prestada al lenguaje, preocupación que ser á evidente en el est udio de William Sewell sobre la formación del lenguaje laboral en la Francia del siglo XIX y en la obr a de Gareth Stedman Jones, Lenguajes de clase. clase. Annales vivió una experiencia similar, aunque bajo otras coordenadas. Investigadores como Jacques Revel y Roger Chartier mostrarían claramente la nueva orientación centrada en el estudio de las prácticas culturales. La cultura fue más allá de los límites que los historiadores sociales le habían otorgado e invadió e impregnó aún aquellas áreas previamente consideradas como exclusivo dominio de la objetividad gobernada por un mecanismo causal impersonal. Como consecuencia de la adopción de este paradigma interpretativo, los historiadores sociales se volvieron menos interesados en establecer las causas y las condiciones y más interesados en reconstruir los significados de fenómenos pasados. Los posestructuralistas franceses facilitaron este proceso y la obra de Michel Foucault, al proponerse destruir los mitos epistemológicos de la ciencia social, asestó un golpe especialmente duro para la confianza en las categorías que los historiadores sociales usaban. Como consecuencia de estos virajes, la historia social cambió y la mutación teórica más importante ha sido la erosión que ha sufrido el concepto de estructura social y, consecuentemente, de causalidad social. En esta perspectiva, la identidad social del individuo se transforma de un dato fijo y definitivo en un fenómeno plural, temporal, susceptible de adaptaciones en función de los contextos variables que lo envuelven. La historia social de las dos últimas décadas logró incorporar ingredientes de la historia cultural y política, analizar los fenómenos sociales como construidos, combinar la estructura, la agencia y la percepción. Contra la unidad de método del momento historiográfico anterior, se reivindicaba la fecundidad de los enfoques y de los sistemas de aplicación plurales. Es interesante marcar que hubo dos actitudes diferenciadas por parte de los historiadores sociales frente al giro culturalista. Por un lado, la de aquellos que no anidan una vocación rupturista con prácticas precedentes. Más bien, ellos adoptan una prolongación crítica que hace bascular el modelo de conocimiento hacia la esfera del sujeto. Por el contrario, una segunda actitud fue abiertamente rupturista. En esta perspectiva, el entusiasmo por los enfoques interpretativos y sobre todo el desplazamiento del foco de investigación desde el fenómeno social al discurso, llevó a borrar las diferencias entre el giro cultural y el giro lingüístico. La creciente atención al lenguaje y a las estructuras discursivas, cuestionó el modelo causal de la vieja historia social y buscó sustituirlo por modelos discursivos de cultura que proclamaban, con la ayuda de la lingüística sausseriana, la naturaleza culturalmente construida de la sociedad y de la experiencia individual. Lo que desaparece en este tratamiento del sujeto es el intento específico del historiador de conectar existencia y sentido, acción e intención, práctica y significado y en su lugar sólo subsiste una dispersa subjetividad molecular derivada de las múltiples condiciones discursivas dentro de las cuales, en cada momento, una compleja especificación subjetiva, inmersa en múltiples códigos, tiene lugar. Esta empresa crítica ha sido denominada como giro como giro lingüístico; lingüístico; fenómeno que acontece al abrigo de una “filoso fía del lenguaje” que, desde mediados del siglo XX, se iba constituyendo como alternativa a la filosofía de la conciencia. Las posiciones más radicales, han dado lugar a lo Patrick Joyce ha denominado Postsocial History, History, que tiene la particularidad de argumentar por una nueva ontología social que involucra una ruptura sustancial con las prácticas precedentes en la escritura de la historia social. Los historiadores postsociales sostienen que la serie de categorías a través de las cuales los individuos entienden y organizan la realidad social, no es un reflejo o expresión de esa realidad social, sino un campo social específico con su propia lógica histórica. Para la historia postsocial, el 2
lenguaje es una noción constitutiva o performativa que participa en la constitución de los significados de los contextos sociales. Desde esta óptica, la experiencia que la gente tiene de su mundo social no es algo que la gente experimenta, sino algo que construyen en el espacio de enunciación creado por la mediación discursiva. Hacia un nuevo giro social
Después de más de dos décadas de la irrupción del giro cultural en la historia social, el interrogante instalado en el debate actual de los estudios sociohistóricos es si no hemos caído en un relativismo poco explicativo, si no hemos sustituido la presunción de que la acción es determinada por la estructura, por otra no menos contraproducente, que toda realidad es performativa y que toda acción construye un conciencia y convierte en irrelevante la estructura. Es importante señalar que esta resistencia a los intentos de disolución de lo social no significa un regreso a los grandes paradigmas perdidos, sino a la toma de conciencia por parte de los historiadores sociales que el alejarse generalizado de las cate gorías y fórmulas de la histori a social, también tuvo resultados menos beneficiosos. Implica ponderar que el impacto del giro cultural en la historiografía social conllevó también importantes costes en términos de la amplitud explicativa de los fenómenos sociales y el peligro de un nuevo reduccionismo e incluso nihilismo en la práctica concreta de los investigadores. Actualmente, los mismos historiadores sociales han comenzado a reflexionar crí ticamente sobre la situación de su campo de estudio, reflexión localizada en tres aspectos centrales; la multiplicidad de temas y la ausencia de una propia visión de conjunto coherente y unificante, los peligros inherentes a la autonomización de lo cultural y las limitaciones inherentes a la adopción de una epistemología exclusivamente subjetiva en las investigaciones histórico-sociales. Con respecto al primer aspecto, el intento de historias sociales generales de áreas claves se quedó a mitad de camino, en parte debido a la ampliación y especialización de los temas, y en parte, como consecuencia del impacto del giro cultural. Las conexiones se han vuelto poco claras, en vez de volverse decisivas a través del detalle histórico eficaz. Con respecto a las objeciones epistemológicas, las mismas apuntan a la dificultad de ofrecer respuestas empíricas a las preguntas formuladas. Otro aspecto importante en la crítica a la historia sociocultural es el peligro de autonomización de la cultura con el riesgo de convertir a la historia social en una confusión de subjetividades y voces, perdiendo la historia que está detrás de las palabras y para evitar la autonomización de lo cultural es necesario relacionar el sistema de las obras culturales con el sistema de relaciones sociales en el cual se se produce y funciona. Es en ese clima de autocrítica profesional que se perfila la necesidad de un “nuevo giro social”, aunque en una forma profundamente reestructurada, que posibilité superar las limitaciones señaladas. Frente al reduccionismo cultural de algunas producciones sociales en boga, se hace necesario que los historiadores sociales vuelvan a relacionar sus temas con estructuras y procesos económicos, económicos, sociales y políticos más amplios, amplios, con los modos de producción y distribución, con las necesidades básicas de las personas y las limitaciones impuestas por la escasez. Los comportamientos individuales son difícilmente comprensibles sin sus contextos de oportunidad específicos, sin sus entornos sociales que también influyen en su accionar, por muy dependiente que este haya sido a su vez de las redes sociales y de las alianzas entre los individuos. Este giro social que revaloriza el contexto, involucra también un giro hacia la revalorización de lo material, después de la fuerte desmaterialización de la realidad que produjo la aproximación textualista de los estudios culturales. Toda percepción, toda construcción de significado ocurre dentro de contextos históricamente contingentes y sociológicamente situados, producidos por agentes que actúan como actores intencionales y resignificantes semánticos de los sistemas de signos y discursos históricamente construidos. Por otra parte, se ha criticado la cientificidad de la historia social antes de explorar sus posibilidades meticulosamente en ciertas áreas. La principal empresa intelectual y cognitiva involucrada en este nuevo giro social, es precisamente volver a reconstruir lo social, la no aceptación que el pasado pueda entenderse solamente como un contexto de percepciones, experiencias, discursos, acciones y significados, ignorando el contexto social en el cual se conforman. El nuevo giro social adopta un concepto más amplio y matizado de la categoría discurso, concibiéndolo como un campo de prácticas que exceden lo lingüístico, tomando en consideración fenómenos complejos como las instituciones, los sucesos políticos, etc. El viraje hacia lo social también modifica las cuestiones vinculadas con los actores y el poder estructurante de la agencia. La mayoría de los historiadores acuerdan que si bien los actores históricos están culturalmente condicionados, ello no significa la muerte del sujo o que la agencia humana, en un mundo cambiante, sea una ilusión. Los actores históricos, en lugar de aparecer como gobernados por impersonales códigos semánticos, son vistos como constructores de la realidad social en términos de una sociología situacional del significado, significado , o lo que puede ser denominado semántica social. Este nuevo giro social, si bien rechaza la ortodoxia culturalista en su versión textualista, sin embargo incorpora la causalidad cultural en la explicación de los fenómenos fenómenos y procesos sociales aunque modifica su alcance. En este sentido, una expresión del nuevo viraje hacia lo social ha sido la reacción en la pasada década contra el concepto de cultura como un sistema de símbolos y significados y el consiguiente deslizamiento hacia una concepción de la cultura como una esfera de actividad práctica integrada por acciones intencionales, relaciones de poder, conflictos, contradicción y cambios. Esta propuesta se enmarca dentro del giro práctico, la que se revela como sumamente atractiva: por un lado, porque su crítica al modelo representacionista se articula dando prioridad a la esfera de la practica sobre la del discurso; por otro, porque ha sido aplicada con notable éxito en diferentes ámbitos de las ciencias sociales. En esta perspectiva, la cultura emerge menos como una estructura sistemática y más como un repertorio de competencias, una caja de herramientas, un régimen de racionalidad práctica o 3
una serie de estrategias que guían la acción. Tomadas en su conjunto, las recientes iniciativas teóricas están produciendo un conjunto de trabajos históricos que Andreas Reckwitz ha agrupado bajo la denominación de teoría practica, practica, las cuales reconocen su carácter asistemático. Esta perspectiva revitaliza la historia social, colocando la estructura y la práctica, el lenguaje y lo material en una relación dialéctica en sistemas construidos como recursivos, con una coherencia laxa y siempre cambiante. La teoría de las prácticas, al poner el acento en la naturaleza históricamente construida y siempre contingente de las estructuras, retrotrae a la clásica preocupación de la historiografía por los procesos, los agentes, el cambio y la transformación y la consiguiente demanda sobre una investigación empíricamente fundada acerca de las particularidades sociales y culturales. Si bien la teoría de las prácticas no ha logrado elaborar sistemáticamente el núcleo duro de esta aproximación a lo social, al menos ha generado un espacio de encuentro que permite aglutinar una serie de tendencias revisionistas no sólo del campo de la historia, sino también de las ciencias sociales preocupadas por definir y resignificar el locus de lo social. El desafío es avanzar hacia una nueva síntesis social postcultural más amplia, no solo para tratar un problema endémico de la fragmentación, sino también para responder al particularismo adicional y casi inherente del giro cultural. Este retorno crítico a lo social implica considerar a la cultura como una categoría de la vida social distinta, pero relacionada con la economía, la sociedad y la política. La cultura, como la sociedad, es un campo de juego con sus límites y sus armonías internas menos aparentes, en el cual actores y grupos compiten por posición y poder; concretamente por el control de los significados. La asignación de significados y la propia interpretación cultural es necesaria y posible solamente dentro del proceso social en que son constituidos sobre la base de la clase, con contradicciones y en cada evento complejo y multifacético. De ello se desprende, no sólo que los significados son producidos socialmente sino que, de la misma manera las r elaciones sociales y económicas son producidas en la esfera cultural de significado. Este nuevo giro social aboga también por un cambio desde lo microhistórico hacia lo comparativo, llamando incliusive a superar el marco nacional como unidad de análisis. Más allá de la globalización, las ciencias sociales, están volviendo a recuperar la importancia de las grandes historias, comprendiendo que la alternativa a la gran narración de la modernización no se encuentra en las migajas parceladas, como en su momento creyeron los posmodernistas, sino en el estudio de las interacciones múltiples, más allá de las dimensiones estatales. Lo global no se limita al objeto de estudio, sino a la intención de ir más allá de la fragmentación historiográfica y de los compartimentos disciplinarios. Hay una apelación creciente en la historia social contemporánea a reconstruir las interrelaciones, las circulaciones, las influencias mutuas, las interconexiones y los cruces de fronteras, preocupaciones exteriorizadas en investigaciones sociales sobre los itinerarios, las migraciones, la cultura popular, los movimientos sociales, las redes y dinámicas de recepción, apropiación y cambios resultantes de las interrelaciones. La revalorización del poder explicativo del contexto que conlleva el nuevo giro social, está presente en los análisis clásicos que no han perdido vigencia por no basarse en teleologismos y sofismas teóricos, sino que la han mantenido por constituir modelos de combinación de teoría y método. Ellos sostenían la exigencia de situar el problema estudiado dentro de las sucesivas totalidades que lo enmarcan. A modo de cierre
Frente a la insuficiencia de cualquier tipo de reduccionismo en el campo sociohistórico, es conveniente que los historiadores vuelvan a familiarizarse con las grandes preguntas concernientes con tendencias globales, los marcos, las estrategias y las evidencias con los que los historiadores sociales formulan interrogantes y organizan sus investigaciones para evitar la separación entre cultura y vida social. Más preocupante para el futuro de la historia social, es la fragmentación de la disciplina en un número creciente de áreas extremadamente especializadas, cuyos resultados minuciosos permanecen sin ser integrados en una visión más comprensiva de las sociedades pasadas. De allí que el desafío mayor de los estudios sociohistóricos contemporáneos sea la necesidad de investigaciones de más largo alcance con perspectivas integradoras que posibiliten síntesis creativas sobre las complejidades de las sociedades y culturas y sus interacciones. El momento es propicio para una propuesta de indagación que no pierde de vista la artic ulación entre micro y macrofísica del poder, que reconozca que la s ubjetividad humana es al mismo tiempo constituida por y constituyente de realidades sociales.
[Beatriz I. Moreyra, “La historia social en los albores del siglo XXI: innovaciones e identidad”, en Noemí Girbal -Blacha – -Blacha – Beatriz Moreyra (compiladoras), Pr oducción de conocimi ento y transferencia en l as Cienci as Social , Imago Mundi, Social es Buenos Aires, 2011, pp. 153-182.]
4