Juego de Primavera (Marzo/Junio 2012) http://cuentosintimos.blogspot.com
¿De qué va todo esto? Se trata de escribir un relato por amor al arte, cuya temática está relacionada con el contenido del blog Cuentos íntimos. Es decir, se trata de escribir un relato íntimo. ¿Qué es un relato íntimo? Pues es un relato de contenido erótico (romántico erótico si lo preferís), dónde lo más importante a tener en cuenta son las sensaciones que se crean en los protagonistas y alrededor de los protagonistas. ¿Cómo se va a hacer? A modo de introducción, todos los participantes tendrán el mismo párrafo introductorio, sobre la que deben partir para continuar la historia. Además, se incluyen una serie de ocho fotografías, dónde los participantes escogerán dos para ilustrar el relato. Se debe mantener el tiempo verbal y el narrador, pero se puede cambiar el punto de vista.
Todos los textos de este recopilatorio contienen lenguaje adulto, y sólo es apto para mayores de 18 años.
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Índice Texto introductorio e imágenes………………………………………………4 Atrévete a probar el deseo, Nisha Scail……………………………………5 http://nishascail.blogspot.com
Lo que acostumbras… o no, Patricia Olivera……………………………25 http://mismusascuenteras.blogspot.com
Los besos no se compran, Charo Arqued.………………………………28 http://dejavolarlaimaginacion1 .blogspot.com
Sin pretensiones, Susana Barreiro..………………………………………35 http://milirio.blogspot.com
La línea de metro número 3, Leila Milà Castell………………………38 http://nikta-sueos-nikta.blogspot.com
Nos vemos en tus sueños, Brianna Wild..………………………………44 http://itsjustmyplace.wordpress.com
Fantasía, Amaya Evans..………………………………………………………51 http://romance-al-extremo.blogspot.com
Conductas, Paty C. Marín.……………………………………………………56 http://cuentosin.blogspot.com
Celosa pasión, PukitChan ……………………………………………………64 http://pukitchan.blogspot.com
Adagio en el recibidor, Alter…………………………………………………69 http://siempre-alter.blogspot.com
Dulces sueños, Sheishi...………………………………………………………77 http://disturbiosturbios.blogspot.com
Premoniciones, Nemi.…………………………………………………………82 http://bazardletras.blogspot.mx
Lista para ser tuya, Rivela Guzmán………………………………………85 http://eros-textual.blogspot.mx
El vagón de las nueve y diecisiete, laprincesa{Celta}………………90 http://laprincesasumisa.blogspot.com
Con los cinco sentidos, Maga de Lioncourt……………………………99 http://describientem.blogspot.com
Un encuentro inesperado… o no tanto, Hada Fitipaldi…………106 http://besosvoraces.blogspot.com
Bonus Track.……………………………………………………………………109 Galería de Imágenes…………………………………………………………118
Como cada jornada, sobre las nueve, Ámber regresaba a casa. Utilizaba la línea de metro número 3, cuya duración era de veinticinco minutos y que siempre pasaba por la estación a las nueve y diecisiete. Eso le daba tiempo a comprarse algo de comer en la tienda de la esquina, normalmente un croissant, que mordisqueaba con calma mientras paseaba hacia el andén. Aquella noche llevaba un libro bajo el brazo, una nueva lectura que empezaría en cuanto se diese una ducha, se pusiera el pijama y se metiera en la cama. Pensando en si estaría demasiado cansada para leer diez páginas o un capítulo entero, subió al metro, que siempre estaba lleno a esas horas, y buscó un lugar dónde sentarse; casi nunca había un asiento libre, pero no perdía nada por comprobarlo. De pronto, le vio entre la gente. Se sobresaltó cuando sus miradas se encontraron y bajó la vista al suelo. Él estaba allí, como cada noche, en el vagón de metro de las nueve y diecisiete de la línea número 3...
ATRÉVETE A PROBAR EL DESEO -Nisha ScailÁmber aseguró el bolso de hombro, el croissant se balanceaba precariamente en su boca, sujeto únicamente por unos sexys y parejos dientes blancos mientras luchaba por mantener el libro bajo el brazo al tiempo que se quitaba uno de los zapatos de tacón bajo que se había puesto aquella mañana. No veía la hora de llegar a casa y tirarlos en una esquina, o mejor aún en la basura, la promesa de una larga ducha de agua caliente y su mullido pijama empezaba a parecerle la mejor de las citas. Haciendo malabares para mantener el equilibrio, consiguió deshacerse de uno de los zapatos, sacudiéndolo hasta que la molesta piedrecilla cayó. —¡Ajá! Sabía que estarías ahí, pequeña y diabólica piedra —murmuró tras mordisquear el pedacito de croissant que se había derretido ya en su boca. Ámber dejó caer el zapato en el suelo y lo enfundó nuevamente con una mueca—. Habéis sido la compra más estúpida de todo el mes. Resbalando la mano a través de la espesa melena liberó algunos mechones que habían quedado presos bajo el asa del bolso y comprobó por tercera vez su reloj. Pasaban un par de minutos de las nueve y diez, si se daba prisa podría llegar a tiempo a la estación y abordar el metro. —El final perfecto para un día desastroso, ¿huh? —se dijo a sí misma y le dio otro mordisco al croissant antes de ponerse en marcha. El día había sido un completo desastre, las tostadas del desayuno se habían carbonizado, no quemado, si no carbonizado, totalmente. Negras. Azabache. Y apestosamente ahumadas. Debió darse cuenta de que era una señal, o al menos debió hacerlo después de que su jefe le gritase hasta quedarse afónico por algo de lo que ella ni siquiera había tenido la culpa. El día había sido una reacción en cadena de pequeños desastres, si ahora perdiese el metro, sólo sería el colofón final. Subiendo rápidamente los escalones de la estación atravesó rápidamente entre la gente, excusándose ante el involuntario empujón para por fin detenerse ante la estructura blanquecina del tren que se detenía frente a ella, abriendo las puertas. A esas horas siempre estaba lleno, sería un milagro encontrar un asiento libre, tendría que ir de pie, apretada entre la gente como una sardina enlatada y lo odiaba, realmente odiaba esa sensación. Las puertas se abrieron cortando sus pensamientos, con un resignado suspiro subió al vagón, un rápido vistazo le confirmó lo que ya sabía, no había ningún asiento disponible a la vista. Apenas había dado dos pasos cuando alguien que subía tras ella la empujó, proyectándola hacia delante, se giró con toda la intención de llamarle la atención pero las palabras se esfumaron de su garganta en cuanto sus miradas se encontraron. Sus ojos azules se dilataron, las mejillas empezaron a arderle y con la misma celeridad que sus miradas se habían encontrado, ella bajó la mirada al suelo. Él estaba allí, como cada noche, en el vagón de metro de las nueve y diecisiete de la línea número 3… y ella era su presa. ***
Jaiden la vio subir al metro, el pequeño mohín de aquellos llenos labios femeninos al ver que el vagón estaba completamente lleno era una de las cosas más sexy que encontraba en aquella mujer, y no es que el resto del paquete fuera menos bueno o intenso. Ámber Take era su vecina, él se había mudado el mes anterior al edificio en el que residía ella, su intención había sido quedarse únicamente una semana, pero entonces le había visto pelearse con el neandertal del quinto, un hombre que la doblaba en tamaño y al que había manejado con una serena y fría voz. De aspecto frágil, delicado y una deliciosa timidez, aquel inesperado acceso de carácter lo había sorprendido y lo había dejado completamente embobado con el lujurioso cuerpo femenino. Todavía podía recordar como la camiseta que abrazaba sus pechos los habían alzado cuando ella se irguió, la suave piel de su cuello había estado libre de la espesa melena, la cual llevaba recogida, reclamando silenciosamente los besos y mordiscos que él hubiese querido darle. Y sus piernas, oh, señor, aquella mujer poseía unas piernas largas, torneadas y absolutamente femeninas. No era un palo de escoba, algo que realmente le gustaba, deseaba que sus mujeres tuviesen algo de carne sobre los huesos y aquel pequeño incognito de su vecina iba a convertirse en su mujer. Durante el último mes había deseado volver a ver la fuerza que había mostrado en aquellos momentos, pero ella tendía a sonrojarse cada vez que se cruzaba con él, a bajar la mirada y lanzar inquietas miradas a su alrededor buscando el mejor lugar por el que escapar. Y había escapado, durante las últimas tortuosas semanas se le había escapado de las manos más veces de las que podía contar. El encontrarla la primera noche en el mismo metro que tomaba él había sido una coincidencia, las demás noches, bien, se había encargado de forzar esas coincidencias. Si bien trabajaba por la zona, la línea uno le quedaba mucho más a mano que la tres, pero por ver a ella, merecía la pena el esfuerzo de atravesar unas cuantas calles en sentido contrario. Jaiden observó como ella se ajustaba bien el bolso al hombro, echaba la melena hacia atrás y extraía el libro que había sujetado bajo el brazo para abrirlo y ojear rápidamente su interior. Desde su posición no podía leer cual era el título, y sus manos cubriendo estratégicamente la portada lo hizo esbozar una involuntaria sonrisa irónica. Lamiéndose los labios la observó con deseo, su cuerpo ya se calentaba y endurecía reaccionando a la lujuria que la mujer despertaba en él, una lujuria que esperaba poder satisfacer aquella misma noche. *** Ámber prácticamente arrolló a los pasajeros en su afán por llegar a la puerta del vagón y saltar a la seguridad del andén. Tenía que darse prisa y desaparecer antes de que él tuviese oportunidad de interceptarla y como una estúpida y balbuceante adolescente se lo quedara mirando con ojos de cordero degollado. Jaiden Sheffyll era el hombre con el que cualquier mujer que tuviese ojos en la cara se iría a la cama. De complexión amplia, con unos anchos hombros y un rostro
esculpido de pura masculinidad, el hombre se había convertido hacía ya un mes en su vecino y el objeto secreto de sus deseos. Si las fantasías sexuales de Ámber cobraran vida, lo harían con el rostro de ese jugoso pedazo de carne. Y sus ojos, ¿por qué demonios tenían que existir unos ojos tan enigmáticos? Ella los había visto una única vez lo suficientemente cerca como para saber que no eran negros, su color rivalizaba con el de la madera mojada, un tono marrón tan oscuro que a menudo se confundía con el negro. Era incapaz de olvidar aquel momento, ella se disponía a sacar la basura y al salir por la puerta de la calle se había tropezado con él. Si no hubiese sido por sus rápidos reflejos, habría terminado en el suelo. Ámber se llevó la mano al brazo, si cerraba los ojos todavía podía notar el cosquilleo que había dejado su agarre sobre la piel, aunque más que cosquilleo había sido una descarga eléctrica que la había dejado temblorosa. Había escuchado muchas veces toda clase de estupideces sobre la química, los flechazos y esas conexiones que iban más allá del entendimiento humano, fusionando las almas y no sabía cuántas chorradas más. Bien, a partir de aquel instante tuvo que replantearse el considerarlas chorradas. Echando un rápido vistazo a su reloj y uno posterior a la gente que iba abandonando ya el vagón, subió la tira del bolso de nuevo a su hombro con intención de emprender una rápida y elegante huída cuando el libro se le escapó el libro deslizándose sobre el suelo unos cuantos metros hasta detenerse contra unos pies calzados con mocasines. Una bronceada mano masculina de dedos largos, en uno de los cuales lucía un anillo con motivos tribales negros lo recogió del suelo. Con respiración contenida, su mirada fue ascendiendo por los pantalones vaqueros del hombre, pasando por una chaqueta de piel negra que no dejaba adivinar que había debajo hasta una bufanda oscura que rodeaba el cuello masculino. Los ojos oscuros se posaban en la cubierta del libro con cierta diversión, la cual era acentuada por el rictus de su sonrisa. —¿Esclava de tus deseos? —la voz suave y puramente masculina matizada por un ligero acento extranjero envió un escalofrío por su espalda—. Un título… sugerente, sin duda. El calor que sentía ascendiendo por su cuello e instalándose en sus mejillas era suficiente indicativo para que Ámber supusiera que debía estar poniéndose del color de la amapola, la mirada de ese hombre había pasado del libro a ella y la observaba sin disimulo, como si espera una respuesta, una que parecía ser incapaz de afrontar. —Ten —le devolvió el libro, tendiéndoselo con una picaresca sonrisa. Estirando lentamente la mano, sus dedos hicieron un leve contacto con la cubierta del libro y lo recuperó, apretándolo contra su pecho al tiempo que se maldecía mentalmente por su poca previsión. ¿Por qué no había guardado el maldito libro en el bolso? —Gracias —murmuró en cuanto pudo recuperar la voz.
Jaiden metió las manos en los bolsillos de su cazadora e indicó la calle con un gesto de la cabeza. —Supongo que te dirigías a casa, espero no te importe tener compañía —le dijo, sus palabras marcaban claramente la línea de una afirmación. ¿Importarle? Nah… ¿Qué iba importarle? En los quince minutos que faltaban desde el punto en el que se encontraban hasta su casa, con la suerte que estaba teniendo el día de hoy, podría caerse de bruces, romperse la nariz, o peor, romperse el maldito tacón de uno de sus zapatos y empezar a caminar como un pato. ¿Qué iba a importarle cuando ya había quedado en estrepitoso ridículo delante de él? —¿Siempre trabajas hasta tan tarde? La pregunta la devolvió al presente, aquellos ojos marrón oscuro la miraban con fijeza inquisitiva, haciendo que se le acelerara el corazón. Diablos, si bien era tímida por naturaleza, no era cobarde, no se había acobardado ni se acobardaría jamás ante ningún hombre. —Es mi horario —respondió obligándose a actuar con naturalidad, pero era tan difícil cuando estaba así de cerca. Su aroma a canela y menta le encantaba, lamería cada centímetro de su cuerpo sólo para comprobar si también sabía de la misma manera. Céntrate, Ámber, céntrate. —No quiero ser grosera, pero realmente tengo prisa y seguramente tú tendrás mejores cosas que hacer —aseguró buscando rápidamente una disculpa y poder huir como alma que llevaba el diablo. ¡Ay las fantasías! Si tan sólo pudiesen ser realidad… Jaiden la vio meter el libro que había recogido en el bolso y colgárselo de nuevo al hombro para marcharse. —Ninguna que no te incluya a ti y una botella de buen vino. Él esbozó una divertida sonrisa cuando la vio detenerse y girarse hacia él, bien, al menos había conseguido llamar su atención. *** Los ojos oscuros de Jaiden la recorrieron lentamente, sus labios estirándose en una satisfecha sonrisa masculina que, en opinión de Ámber, lo hacía parecer inclusive más sexy. Un lento e inocente gesto, la punta de la lengua acariciando el labio inferior dejando una huella húmeda y brillante de la parecía ser incapaz de apartar la mirada. —¿Me dejarías invitarte a cenar? Obligándose a arrancar la mirada de la boca masculina alzó los ojos hasta encontrarse con sus ojos, inteligentes y cálidos y completamente honestos. —¿Por qué?
La expresión de sorpresa en el rostro de Jaiden fue suficiente advertencia de la estupidez que acababa de preguntar. No había solución posible para ella, cada vez que estaba cerca de ese hombre, su cerebro hacía cortocircuito y era incapaz de hablar de hilar un solo pensamiento coherente. —Olvídalo —murmuró, sus mejillas adquiriendo un intenso tono rojizo. Sin esperar respuesta, dio media vuelta y echó a andar, con toda la intención de alejarse de él y de ser posible, caer en un enorme y hondo agujero del que ya no podría salir y morirse de vergüenza—. Estúpida, estúpida, estúpida. Pero tal y como había ocurrido a lo largo del día, la suerte no estaba precisamente de su lado. —¿Ya has cenado? —sugirió él uniéndose a ella. Ámber se sobresaltó. Cualquiera pensaría que el hombre se habría dado ya por aludido. —No —respondió sin pensárselo siquiera. —Entonces todavía puedes aceptar mi propuesta. Ella se detuvo una vez más, una pareja los adelantó por su derecha mientras lo miraba de reojo. —¿Por qué me invitas? Jaiden la miró un instante a los ojos, finalmente dejó que sus ojos marrón oscuro se deslizaran sobre el cuerpo femenino. —Me ha parecido una forma mucho más educada de pedirte que vengas a mi apartamento —respondió deteniendo su mirada sobre su cuerpo—, te tomes una copa de vino conmigo y me dejes follarte. Ámber parpadeó varias veces, abrió la boca para responder pero ni siquiera era capaz de dejar pasar el aire. —No puedo respirar —dijo con voz estrangulada. Jaiden arqueó una delgada ceja negra ante tal declaración, sus labios se estiraron en una pícara sonrisa un segundo antes de posar sus manos sobre los senos femeninos, palpándolos a través de la chaqueta, amasándolos suavemente sólo para ser recompensado por un sorprendido jadeo y los enormes ojos azules clavándose en sus manos, allí donde todavía permanecían. —Tus pulmones funcionan perfectamente, nena —le aseguró inclinándose hacia delante para susurrarle al oído—. Es tu corazón el que amenaza con saltar del pecho con su frenético latido. Ámber posó las manos en el pecho masculino y lo empujó con fuerza, rebotando ella con el impulso un par de pasos mientras él no se movía ni un solo centímetro.
—Eres… eres… un… un… —trató de dar con la palabra adecuada que lo describiría, pero la sensación y el hormigueo que sus dedos habían dejado impresos en sus pechos obnubilaban su cerebro. Sus manos eran grandes, fuertes de dedos largos y se habían sentido tan bien sobre sus pechos. —¿Vecino complaciente? —le aseguró devolviendo las manos en el bolsillo mientras la observaba. Ella dejó escapar un pequeño jadeo que a oídos de Jaiden no pudo sonar más erótico. —Un salido —respondió ella con voz estrangulada. Él chasqueó la lengua y fingió mirar a su alrededor como si quisiera cerciorarse de que nadie lo escucharía antes de responder. —Shh, se supone que voy de incógnito. Ella parpadeó ante la inesperada y jocosa respuesta de él. —Genial y además loco. Jaiden se encogió de hombros. —La locura es parte esencial de la vida —aceptó girándose en dirección al camino que ambos sabían debían tomar para volver al edificio en el que tenían su residencia—. ¿Te atreves a pasear a estas horas con un loco? Prometo dejar el título de salido para más adelante. Ámber apretó su bolso debajo del brazo, su mirada recorrió rápidamente la calle, pero en el breve transcurso de tiempo que habían estado hablando, la estación ya se había despejado. Quizás, si echase a correr… —Eso sería algo realmente estúpido, croissant. Ella se volvió al escuchar su voz, sus labios ahora se estiraban en una divertida y sensual sonrisa que debería haber sido toda la advertencia que necesitaba para salir huyendo, pero en lugar de ello, se quedó allí de pie, mirándole. Jaiden ladeó ligeramente la cabeza y respondió en voz baja, suave, casi un ronroneo que hizo que todas sus terminaciones nerviosas saltaran al unísono. —Tu rostro es como un monitor de televisión, se reflejan cada una de tus emociones e ideas —aseguró girándose hasta quedar de lado e indicarle con un gesto de la barbilla la calle—. Vamos en la misma dirección, prometo dejar las manos en los bolsillos durante todo el trayecto. Ámber entrecerró los ojos, evaluándolo. Aquel hombre la había calado en menos de un suspiro, ¿podría existir alguien más peligroso y sexy? —Si intentas alguna cosa… Jaiden sacó las manos de los bolsillos y las alzó a modo de rendición.
—Prometo no hacer nada que tú no desees que haga. Ámber gimió interiormente, eso precisamente, era lo que más le preocupaba. Los próximos quince minutos hasta su casa, prometían ser los más largos de su vida. *** Jaiden había prometido mantener las manos en los bolsillos, pero no había dicho nada sobre la idea de fantasear con ella y hacerla partícipe de esas fantasías. Le encantaba ver como se sonrojaba, como sus ojos chispeaban y lo fulminaban obligándolo a interrumpir la descripción de sus intenciones. Debía confesar que hubo un par de momentos en el que temió que le diese con el bolso, pero Ámber mantuvo la compostura en todo momento, caminando con ese paso largo y sexy que lo había endurecido. No, lo que lo había dejado tieso había sido el adivinar que llevaba bajo aquella sobria falda, si las medias negras que llevaba terminarían en el muslo con una bonita cenefa bordada o se serían hasta la cintura. Se la imaginaba con un diminuto tanga cubriendo su pubis y hundiéndose traviesamente entre los dos melocotones que formaban su trasero en forma de corazón, un coqueto liguero rodeando sus caderas y tiñendo de color sus muslos. Sabía por el tacto de sus pechos que llevaba sujetador y sin relleno, gracias al cielo por los pequeños favores. Sus senos eran llenos, suculentos y los pezones que habían rozado sus palmas… si tan sólo pudiera rodearlos con la lengua. Un nuevo tirón en sus vaqueros lo obligó a respirar profundamente, su polla estaba totalmente de acuerdo con él y sus apreciaciones de aquella tímida pero suculenta hembra. Jaiden sabía que no le era indiferente, la había sentido estremecerse bajo sus manos, el titubeo en su voz y el color en sus mejillas había sido inmediato y rematadamente sexy, Ámber era cálida, de una forma sencilla, sin pretensiones y aquello le gustaba, pero al mismo tiempo, aquella chispa que había visto en sus ojos… Señor, deseaba verla perder la compostura, dejar a un lado la timidez y dar rienda suelta a la emoción desenfrenada que había visto en los ojos azules cada vez que le había lanzado una mirada mortal para cortarle la inspiración. La deseaba, fuese como fuese, la deseaba y no estaba dispuesto a aceptar un no por respuesta, no cuando esa negativa tenía de verdadero lo que él de santo. Su pequeño croissant iba a caer, sería seducida y follada hasta que todas sus defensas se viniesen abajo y sólo entonces, le entregaría su propia rendición. *** Ese hombre iba a matarla y ni siquiera necesitaría las manos, sus palabras eran un arma mucho más afilada y letal que cualquier posible acto y estaban haciendo estragos en su cuerpo. Ámber sentía la piel tirante, la humedad se había instalado en forma de sudor entre sus pechos. Tensos, empujaban contra la tela del sujetador, los pezones duros se frotaban con cada movimiento obligándola a mantener la espalda recta para evitar aquella deliciosa tortura. Y señor, qué maldito calor, el ardor se había instalado en su cuerpo y había ido creciendo en intensidad al igual que su excitación,
siempre espoleada por la sensual y profunda voz masculina, que sin ambages narraba cada una de las fantasías que pasaban por su mente y que la tenían a ella como protagonista. ¡Maldita sea! ¡Deberían darle el Oscar a la mejor interpretación por lograr mantenerse serena, desdeñosa y lanzarle miradas asesinas cuando la realidad es que se moría por lanzarse sobre él y comerle la boca para que se callase! La piel le hormigueaba bajo la maldita tela, el sujetador parecía haber encogido una talla comprimiendo sus hinchados pechos y el tanga, aquella maldita prenda parecía dispuesta a darle la noche ajustándose más a su empapado e hinchado sexo. Ni siquiera la suave brisa nocturna que se colaba bajo su entubada falda lograba calmar el ardor y la excitación, por el contrario, ayudaba a estimularla. Y él, maldito fuera, seguía con las jodidas manos en los bolsillos, parloteando con una viciosa sonrisa adornando sus labios y modulando su voz hasta conseguir un maldito efecto afrodisíaco sobre ella. Sólo la desnuda pasión brillando en sus ojos y la creciente erección que empujaba en sus pantalones daba evidencia alguna de su propio estado de excitación, pero a pesar de ello, no parecía molestarle en lo más mínimo. Maldito fuera… aquella pequeña caminata de quince minutos se estaba convirtiendo en la más caliente e infernal de toda su vida. *** Ámber dejó escapar un aliviado suspiro cuando divisó el número de su portal, un par de metros más y podría huir a la seguridad de su hogar y darle al señor Pilitas una oportunidad de ponerse a la altura del hombre que la había excitado. Bajando el bolso, se apresuró a hurgar en su interior buscando su juego de llaves, cuando antes se alejase de él, antes podría respirar tranquila. —Mierda, ¿dónde diablos estáis? —masculló revolviendo el contenido de su bolso. Jaiden, quien se había mantenido en silencio los últimos metros echó mano al bolsillo interno de su chaqueta y sacó su propio juego de llaves para abrir el portal. —Ya abro yo —respondió con una divertida sonrisa. Ámber se limitó a echarle una fugaz mirada antes de volver a hurgar en su bolso con un poco más de ímpetu y un creciente punto de exasperación. Sus llaves no estaban. —¿No vas a entrar? Ella alzó una vez más la cabeza, encontrándose con él ocupando el umbral, manteniendo la puerta abierta con el apoyo de su cadera reduciendo el espacio de paso al mínimo. Si entraba ahora, acabaría frotándose irremediablemente con él. Apretando los dientes, cerró el bolso y entró como una tromba, rozándose con él de manera rápida y prácticamente obligándolo a echarse atrás contra la puerta.
—Wow, tranquila, nena, no es necesario que te me tires encima —respondió él con una amplia sonrisa. La mirada que le dedicó Ámber lo hizo sonreír aún más. A Jaiden le gustaban los desafíos. Ignorándolo, Ámber se acercó al apartado de buzones y posó el bolso sobre la mesa auxiliar para empezar a vaciar el contenido en busca de sus llaves. —¿Has perdido algo? —sugirió Jaiden dejando que la puerta se cerrara suavemente tras él para finalmente caminar lentamente hacia ella. Ámber siseó algo que le pareció respondía a “mis malditas llaves”. —¿No tienes llaves? —su voz sonó genuinamente sorprendida. Ella se volvió como el rayo, su mirada amenazante. —Están en mi bolso… en algún jodido sitio —masculló ella sacando todo de su interior. Jaiden chasqueó la lengua al tiempo que se detenía a su lado, cerniéndose sobre ella, lo justo para poder aspirar el aroma de su pelo, pero sin llegar a tocarla todavía. En el estado alterado en el que estaba ahora, lo más seguro es que saltar y se volviese sobre él como una gata. —Tranquila, seguro están en algún bolsillo —le susurró al oído. Ámber dio un respingo ante su cercanía y se apartó un paso, su mirada azul cayó nuevamente sobre él con la suficiente hostilidad y nerviosismo como para que Jaiden se mantuviese quieto en el mismo sitio. —Gracias por tan grata compañía, pero ya hemos llegado, así que ya puedes marcharte —lo despidió al tiempo que volvía a meter las cosas en el bolso, se lo metía bajo el brazo y se dirigía hacia el ascensor—. Buenas noches. Jaiden esbozó una divertida sonrisa y sacudió la cabeza. Poniéndose en marcha, la siguió al ascensor y posó la mano sobre la suya impidiéndole retirarla después de pulsar el botón de llamada. —Me gustaría alargar la velada, Ámber —le susurró al oído, su pecho conteniendo la espalda femenina, el redondo trasero se apretaba ahora contra su erección provocándole un escalofrío de placer. Su aroma… señor… ella olía tan bien—. Ven a mi apartamento, croissant, te prometo que no te arrepentirás. Ella se estremeció, Jaiden sintió su temblor así como la respiración acelerada y la lucha por soltar su mano. —Suéltame ahora mismo, o te juro que me pondré a gritar y levantaré a todo el edificio —siseó ella intentando soltarse. Jaiden deslizó la mano libre a la cintura femenina y la envolvió, girándola hacia él. La espalda femenina quedó entonces aprisionada contra la puerta del ascensor, la
mano que había estado aprisionada con la suya apoyada por encima de su cabeza, un fuerte muslo se instaló entre sus piernas, haciendo que la falda se alzara más arriba de sus rodillas. Los suaves y mullidos senos se apretaban contra su pecho, pero fueron sus ojos azules abiertos con una pizca de temor, mezclada con pasión y rabia lo que lo obligaron a pedir una única cosa. Si ella no quería darle más, no la obligaría, pero por dios que no se iría sin antes probar su boca. —Un beso —le pidió con voz ronca. Sus ojos devorando los labios entreabiertos—. Y no te molestaré más, lo juro. Ella lo miró a los ojos, buscando leer la verdad en ellos, pero se hacía difícil pensar cuando su cuerpo estaba aprisionado contra el suyo, sus senos aplastados deliciosamente contra el fuerte pecho masculino y su erección se presionaba contra su estómago a través del pantalón. —Considéralo mi pago por ser un buen vecino —continuó con una nota irónica en la voz—. No te pediré más, no mendigo por lo que no quiere ser dado libremente. Si deseas volver a su frío dormitorio, revolcarte en tu fría cama, no te detendré, pero quiero un beso… me lo he ganado, ¿no crees? Ámber apretó los dientes ante las crueles palabras que salían de la boca masculina, ¿un beso? ¡Le mordería si conseguía soltarse! —Te morderé —se encontró respondiendo en voz alta, sus mejillas coloreándose en el mismo instante en que se dio cuenta. Jaiden dejó escapar una sonora carcajada y bajó la boca sobre la de ella. —Es un riesgo que estoy dispuesto a correr, croissant —aseguró derramando el calor de su aliento en cada una de sus palabras—. ¿Puedo, mi querida vecina? Ámber se lamió los labios y él no necesitó más invitación. *** Jaiden gimió al sentir la suavidad de su boca, sus labios se entreabrieron tímidamente para él permitiéndole incursionar en el interior. Ella sabía a crema y croissant, dulce y suave, un néctar al que muy bien podría hacerse adicto. En la posición de completa indefensión en la que la tenía, sin permitirle movimiento alguno, poseía todo el control, su boca mandaba y exigía una respuesta que ella le proporcionó con la más tibia de las caricias. El cálido aliento se mezclaba con el suyo, sus lenguas se tocaban una y otra vez en un silencioso intento de conocerse íntimamente retrocediendo ella cuando él avanzaba. Sus labios se sentían suaves y húmedos bajo los suyos, su boca se volvía tan hambrienta como la suya y un beso ya no fue suficiente. —Te deseo —jadeó a la puerta de los labios femeninos. Sus manos cedieron permitiéndole moverse ligeramente, recuperando una posición más cómoda mientras amoldaba su cintura y volvía a tomar su boca en breves y húmedos besos—. Un beso ya no es suficiente. Quiero, necesito probarte entera…
Ella gimió en su boca, su cuerpo era un puñado de nervios corriendo a toda velocidad, su cerebro se había licuado con el primer contacto de sus labios, su sabor era adictivo y por lo mismo peligroso. —Sube conmigo —Jaiden abandonó sus labios y empezó a dejar pequeños besos y mordiscos por su rostro, ascendiendo hasta su oreja y deteniéndose en el lóbulo, chupeteando el pendiente en forma de bola que lo adornaba—. Atrévete a probar el deseo, croissant, atrévete a dar rienda suelta a la pasión que encierras con cadenas. Ella gimió, ladeando la cabeza, estremeciéndose ante las suaves descargas eléctricas que sus atenciones lanzaban por todo su cuerpo hasta desembocar en la húmeda excitación que aumentaba inexorablemente entre sus piernas. —Jaiden —musitó su nombre por primera vez desde que se habían encontrado en el metro. —Sí, nena —le respondió apartándose de ella lo justo para verle el rostro—. Sólo dime sí, Ámber y yo me encargaré del resto. ¿Se atrevería a decirle que sí? ¿Se atrevería a dar rienda suelta a su pasión y entregarse al hombre por el que había estado suspirando el último mes? Ella no era guapa, ni delgada, no era más que una secretaria en una oficina de ventas, una persona anónima, una mujer común y corriente, ¿y él se estaba interesando en ella? ¿Quería llevársela a la cama? ¿Follarla allí mismo? Ámber cerró los ojos durante un instante y suspiró, si Cenicienta había tenido su noche, ¿por qué no iba a tenerla ella? —No he encontrado mis llaves —murmuró ella atrapando el labio inferior entre los dientes en un gesto de inocencia seductora que lo hizo gemir—, ¿socorrerías a una vecina en apuros? Jaiden sonrió ampliamente, se lamió lentamente los labios y respondió. —Siempre estoy dispuesto a entregarme a una buena causa —aseguró tomando nuevamente su boca en el mismo momento en que oyeron el timbre del ascensor y las puertas se abrieron—. Y qué diablos, este es tan buen lugar como cualquier otro para empezar a ser un buen vecino. Ámber jadeó cuando Jaiden la empujó al interior del ascensor y pulso el botón de su apartamento mientras se quitaba la chaqueta y la lanzaba a una esquina del mismo. El espejo les devolvía su reflejo mientras la tenue luz del techo los iluminaba cuando las puertas se cerraron dejándolos solos en el reducido cubículo. Su chaqueta siguió el mismo camino que la de él mientras la empujaba de nuevo contra la pared del ascensor y se besaban con ardor. Las manos fuertes y masculinas moldearon sus pechos por encima de la blusa, los pulgares hicieron contacto con sus pezones ya duros, atormentándolos con caricias interminables. Ámber perdió sus manos sobre la camisa blanca masculina, uno por uno los botones fueron cediendo, sus uñas arañaron suavemente la piel mientras resbalaba la tela de sus hombros dejando a la vista la bronceada y suave piel masculina. Sus hombros eran anchos, duros, su pecho marcado
por trabajados pectorales y abdominales, el hombre era magnífico y no tenía un solo gramo de grasa en cuerpo. —Para el maldito ascensor —gruñó él en su boca. Ella parpadeó cuando sus labios se separaron, su mirada vidriada y teñida de deseo. —¿Qué? Jaiden se lamió los labios y miró el número de los pisos que iba pasando, pronto estarían en el suyo. —Al demonio —masculló apretando sus senos antes de enganchar los dedos en la abertura de la blusa y tirar con fuerza, haciendo que los botones volasen en todas direcciones. Resbaló la prenda por los hombros femeninos hasta quitársela por completo, su mirada comiéndose cada centímetro de su piel sólo para atraerla hacia él y deslizando las manos sobre la tela que cubría sus caderas, la alzó, apretándola una vez más contra la pared del ascensor mientras se introducía en el hueco de sus piernas. Ámber hundió las manos en su pelo, sosteniéndose anclada en sus brazos, sin dejar de besarle, disfrutando del ardor y el calor del momento. Los dedos masculinos acariciaron el borde de la piel que dejaban al aire las medias hasta el muslo. Sus brazos la sostenían anclada a su cintura, en una posición delatora. El espejo devolvía cada uno de sus movimientos haciéndolos propios, una pareja gemela dando rienda a la pasión. Las puertas del ascensor se abrieron entonces, permitiendo a cualquiera que pasara por el corredor ver a la pareja en una escena de erotismo y pasión. Por fortuna no había nadie que pudiera atestiguar tal arrebato pasional, aunque de haberlo habido era poco probable que alguno de los dos se percatara de cualquier cosa que pase en aquellos momentos. Las puertas volvieron a cerrarse después de un momento, dejándolos encerrados una vez más. Jaiden enterró el rostro en la uve de sus pechos, aspirando profundamente su aroma, lamiéndola como si fuese un helado, su lengua atrapó uno de los endurecidos pezones por encima del encaje del sujetador, succionándolo en el interior de su boca, mojando la tela mientras se daba un festín con su pecho. Los suaves jadeos no hacían sino aumentar su excitación, su sexo rozándose a través del pantalón contra la piel ahora desnuda del vientre femenino. Sólo podía imaginarse cuando mejor sería la experiencia si no hubiese ningún pedazo de ropa interponiéndose entre ellos. Apretándola contra la pared, con sus muslos rodeándole la cintura se permitió deslizar las manos hacia arriba, resbalando por el interior de la falda hasta acomodarla sobre sus caderas. La suave piel de su trasero se encontró con sus dedos, una suave exploración que lo hizo gemir al notar las prietas nalgas contra sus palmas, sólo el cordón del tanga en la parte superior evidenciaba que llevaba ropa interior. Su boca abandonó un pezón para tomar rápidamente cuenta del otro, prodigándole la misma atención. Sus dedos amasaron las prietas carnes, hundiéndose lo suficiente entre ellas para notar la empapada tela que cubría el hinchado sexo
femenino. Los cálidos jugos resbalaban por los muslos, una clara evidencia de que el paseo hasta su casa la había excitado tanto como a él. —Estás caliente —ronroneó entre lametones—, mojada, muy mojada. Ámber apretó ciñó los muslos a la cadera masculina en respuesta, sus dedos rastrillaban el pelo negro de su pareja mientras su cuerpo se encendía más y más bajo las atenciones masculinas. —Jaiden —gimió su nombre, frotándose contra su erección, consiguiendo un bajo y placentero siseo de su parte—. Esto… esto es una locura. Él sonrió y deslizó el dedo corazón a lo largo de la suave y depilada entrepierna, acariciando la tela que ocultaba el centro de su calor. Su recompensa llegó de la mano de un ahogado gemido y el repentino estremecimiento femenino. —Eres muy sensitiva —murmuró él buscando ahora su mirada, deseando ver su rostro ruborizado, sus ojos brillantes de placer—, muy receptiva, pura pasión embotellada, ¿por qué te resistes al deseo, Ámber? Estás hecha para él. Ella sacudió la cabeza, sus caricias la estaban volviendo loca, su mano se había desplazado hasta cubrirla casi por completo desde atrás, uno de sus dedos la acariciaba de atrás hacia delante friccionando la tela con su sobre excitado sexo y no podía hacer nada excepto permitírselo y gemir en respuesta. —Su sexo está empapado, llorando de necesidad —continuó susurrándole eróticamente al oído—, tus jugos empapan mis dedos, cariño. Ámber se inclinó hacia delante, rodeándole el cuello con los brazos, ocultando su cara en su hombro mientras la intensidad y el placer iban en aumento. —Shhh —le susurró apretándola contra él—, no hay de qué avergonzarse, nena, así es como te deseo, como te quiero, húmeda y necesitada, excitada sin punto de retorno… Las uñas se le clavaron en la espalda haciéndolo dar un respingo, excitándolo si cabía todavía más. —Así que mi pequeño bollito, tiene uñas —ronroneó al tiempo que sumergía el dedo por debajo de la tela, acariciando la húmeda y caliente carne—. Señor, esto sí que es bueno. Ámber gimió ante la inesperada invasión, su dedo la penetraba lentamente, con movimientos uniformes, su respiración se hizo demasiado pesada, la necesidad de aire la llevo a incorporarse en la medida de lo posible, pegándose de nuevo a la pared mientras se sostenía sobre sus hombros. Sus caderas empezaron a seguir la cadencia de la suave penetración, animándolo a ir más lejos, a penetrarla más profundamente. —Oh, señor —gimió aferrándose con desesperación a sus hombros, sus rodillas haciendo presión para poder seguirle el ritmo—, Jaiden… Jaiden se permitió el lujo de contemplarla mientras montaba su dedo, complacido por el rubor de la pasión que veía en sus mejillas, y el fuego encendido en sus ojos.
—Eso es, tesoro, así, móntalo —la animó cambiando su peso durante un instante para poder sostenerla—, sólo sigue moviéndote. Ámber sacudió la cabeza, sus labios húmedos e hinchados por sus besos se entreabrían dejando escapar pequeños jadeos, todo su cuerpo estaba en llamas, sus pezones encerrados en el confinamiento del sujetador estaban sensibles, demasiado sensibles, pero no era suficiente, deseaba más, lo quería todo, si ésta iba a ser su única oportunidad, lo quería todo. —Jaiden… te... te necesito… —gimió inclinándose hacia delante, su boca buscando la de él en un húmedo beso—, por favor, te quiero dentro… lo… lo quiero. Ante su tímida petición, él frotó su dura y palpitante erección contra su estómago sin dejar en ningún momento de atormentar su sexo. —¿Qué es lo que deseas, croissant? —le susurró—. ¿Quieres que te folle? ¿Quieres que te llene por completo? Ella se mordió el labio inferior. ¡Sí! ¡Señor, sí! Lo deseaba, quería sentirse repleta por él, lo necesitaba. Si la dejaba ahora, dios, si la dejaba así como estaba no respondía de sí misma. —Sí —murmuró mordiéndose el labio inferior—, por favor, hazlo… tómame. Ámber gimió cuando él retiró el dedo, la sensación de insatisfacción y abandono estaba punto de traer lágrimas a sus ojos. —Desabróchame el pantalón —su voz sonó ronca en su oído—, y coge un preservativo del bolsillo trasero. Ella se lamió los labios, sus ojos se encontraron una vez más. —Hazlo, croissant y te daré el mejor orgasmo de tu vida. Aquella debía ser la situación más extraña en la que Ámber había estado jamás, medio desnuda, en un ascensor, jodidamente caliente y a punto de ser follada. Y no podía encontrar un maldito motivo por el que aquello no la excitara sobre manera. Siguiendo las instrucciones de Jaiden, extrajo del bolsillo trasero de su pantalón un pequeño cuadradito de papel y descendió entre sus cuerpos para desabrocharle el pantalón y dejar libre la dura y palpitante erección que salto a su mano tan pronto se vio libre. Su sexo era suave, caliente y se sentía duro en la palma de su mano, de la cabeza de su erección salía ya una perla de líquido pre seminal. —Nena, si realmente quieres que te monte, tendrás que dejar de acariciarme así — aseguró entre bajos gruñidos—. Ámber, cielo, colócame el preservativo, necesito follarte. Lamiéndose una vez más el labio inferior, se tomó un momento antes de romper el envoltorio y enfundarlo con la protección.
—Buena chica —gimió, sus caricias lo habían puesto al borde, necesitaba tenerla tanto como ella lo deseaba, o quizás más—. Sujétate ahora, nena, va a ser una cabalgata como ninguna otra. Sin darle tiempo a pensar, la empujó contra la pared, sujetándola así para poder conducirse a su entrada y penetrarla profundamente con una única embestida que lo dejó alojado profundamente en su interior. Sus paredes vaginales lo apretaban formando una empuñadura perfecta, toda ella se tensaba a su alrededor, relajándose de nuevo, gozando de su tamaño, dejando escapar suaves jadeos entrecortados mientras clavaba una vez más las uñas en sus hombros. Señor, ella iba a dejarlo marcado pensó con irónica diversión un instante antes de retirarse sólo para volver a embestirla, impulsando sus caderas hacia delante y hacia atrás, follándola con ardor. Sus gemidos hacían eco en el pequeño habitáculo, el espejo a su lado le devolvía su imagen follándola, una erótica escena que lo calentó incluso más impulsándolo a penetrarla con más ímpetu. El sonido de la húmeda carne chocando entre sí cubrió el lugar de la banda sonora, excitándolos a ambos. Ámber no podía respirar, todo su cuerpo estaba sobrecargado, el arrollador placer del momento la apabullaba y al mismo tiempo la instaba a ir más allá, a pedir más, a dar más hasta el punto de encontrarse rogando que la follara más fuerte, más rápido. —Jaiden… oh, dios, Jaiden… —gemía su nombre una y otra vez—, sí… más… así… oh, señor… sí. El hombre no dudó en darle lo que pedía y que él también deseaba, hasta que el orgasmo empezó a construirse en su interior, cada vez más alto. —Eres endiabladamente buena… joder… —gimió impulsándose ahora con fuertes estocadas hasta que por fin la sintió apretarse a su alrededor, sus paredes internas aferrándolo mientras emergía un grito de liberación de su garganta permitiéndole unirse a ella en su propia liberación algunas penetraciones después. Jadeante y agotada, Ámber dejó caer las piernas, terminando apoyada a duras penas contra la pared, la camisa de Jaiden colgaba de uno de sus brazos a medio sacar, su falda se arremolinaba alrededor de sus caderas, el reflejo que le proporcionaba el espejo del ascensor la dejó asombrada y avergonzada. —Oh, señor —gimió al percatarse de lo que acababa de hacer—. En el ascensor… Jaiden se encargó de su preservativo antes de volver a enfundarse en sus pantalones y mirarla a través del espejo. —Y él sólo el principio, croissant —le aseguró con un guiño al tiempo que recogía su chaqueta y la de ella del suelo mientras Ámber se bajaba la falda—. Creo que este es mi piso. Antes de que tuviese tiempo a preguntar o tomar alguna decisión, Jaiden apretó el botón de apertura de puertas del ascensor y la cogió de la mano, tirando de ella hacia el final del corredor, deteniéndose brevemente en una papelera para depositar el preservativo.
—Jaiden, mi blusa —clamó ella, girándose para señalar la prenda que volvía a desaparecer una vez volvieron a cerrarse las puertas. El hombre le echó un rápido vistazo y sonriendo de forma sexy respondió. —No la necesitarás —le aseguró y tiró de ella para darle un breve beso antes de detenerse en una de las dos últimas puertas de la izquierda. Tras introducir la llave, abrió la puerta y penetró de espaldas en la oscuridad, arrastrando a Ámber lentamente tras él—. Bienvenida a mi humilde morada, croissant. Ella se lamió los labios, respiró profundamente y se dejó arrastrar. —No sé por qué me parece estar entrando en la boca del lobo. Él se rió y cerró la puerta tras de sí, dejando que se escuchara únicamente una sonriente respuesta. —No te preocupes, nena, la única intención de este lobo, es lamerte por entero. *** Ninguna de las fantasías de Ámber podía haberse asemejado siquiera a la realidad, ésta superaba con creces todas y cada una de las sensaciones y perfección del momento. Cuando se encontró por enésima vez con Jaiden en el metro, cuando sus miradas se cruzaron una vez más, poco podía pensar en un desenlace como éste, uno que estaba amenazando con romper cada una de sus autoimpuestas reglas. Ese hombre era capaz de hipnotizarla con sus palabras, conseguir que hiciese las cosas más impensables como estar con él en el salón de su casa, vestida con ropa interior y una copa de vino en las manos. —Cuando dijiste lo de invitarme a una copa de vino, no pensé que lo decías en serio —murmuró acercando el cristal a los labios, apenas una caricia al dulce sabor. Jaiden, vestido únicamente con los pantalones vaqueros, descalzo, sin camisa, con el pelo negro revuelto por sus manos, balanceaba el vino en su copa, mirándola por debajo de unas espesas pestañas al otro lado del salón. Cómodamente apoyado contra el mueble en el que descansaba el equipo de música que había cobrado vida poco después de entrar ellos, la examinaba a la tenue luz de las dos lámparas de pie que había estratégicamente colocadas en ambas esquinas de la habitación. —No sería un buen anfitrión si no te ofreciera algo de beber, croissant —aseguró levantando su copa hacia ella en un mudo brindis. Ella ladeó ligeramente el rostro, sus ojos azules encontraron tímidamente los de él. Ni siquiera el pasional interludio en el ascensor podía evitar ese toque de timidez innata en Ámber. —No dejas de llamarme así, ¿por qué? Él esbozó una sensual sonrisa y dejó la copa a un lado.
—La primera vez que te vi, estabas mordisqueando un croissant —respondió caminando hacia ella—. Recuerdo como tu boca acariciaba la suave carne, casi lamiéndola —murmuró acariciándole el labio inferior con la yema de los dedos—, tu lengua lamiendo la cobertura de chocolate de los dedos, suavemente, con una carencia sumamente erótica. Para ti no era solamente un trozo de bollería más, era un placer, un pecado que no dudabas en degustar… Jaiden se inclinó sobre su cuello, mordiéndola suavemente sólo para lamerla después arrancando un suave gemido en el cuerpo femenino. La copa tembló en la mano de Ámber y el líquido salpicó el suelo. —Me pareció endiabladamente erótico —aseguró lamiendo su camino hacia la oreja, seduciéndola con su lengua, sin dejar que ninguna otra parte del cuerpo la rozara—. He fantaseado con esos labios carnosos sobre mí, con esos dedos acariciándome de la misma forma en que acariciabas la carne del croissant, tu lengua lamiéndome, esos hermosos dientes mordisqueándome… He fantaseado con tu boca haciéndole todas esas cosas a mi polla, Ámber. Sus palabras la mareaban, la dejaban maleable y dispuesta, su boca la atormentaba con placer, haciendo que se le acelerara la respiración y su corazón bombeara más rápidamente. Su piel se volvía receptiva ante la más sensible de las caricias, los duros pezones seguían empujando contra la tela, demandando nuevamente atención, su sexo volvía a estar hambriento de atención, los jugos resbalaban más allá de la tela mojándole los muslos, el olor almizclado del sexo sobre sus cuerpos la excitaba incluso más. Estaba nuevamente excitada, deseándole. Las imágenes se habían ido formando en su mente al tiempo que las relataba. Podía verse ante él, arrodillada en el suelo, desnuda, con las manos acariciándole las nalgas, retirando el calzoncillo para descubrir su dura y palpitante erección. Su sexo expuesto, abierto y goteante, pulsaría deseando ser llenado por aquella dura verga, sus senos acabarían frotándose contra sus piernas mientras se amamantaba de él. Se le hacía la boca agua con sólo imaginárselo, ella, la más tímida de las mujeres deseaba follarle con la boca, chuparlo y lamerlo hasta que todo lo que pudiese hacer fuera suplicarle que terminara y sólo entonces lo tomaría más profundamente, todo lo que pudiera conduciéndole al orgasmo y tragándose su semilla. Ámber se obligó a dar un paso atrás, el vino de su copa volvió a verterse en el suelo, sus ojos esquivaron rápidamente la inquisitiva mirada oscura de Jaiden, los nervios regresaron y la incomodidad y desventaja de encontrarse en ropa interior cobraron vida nuevamente trayendo a la tímida mujer que se sonrojaba cada vez que él la miraba. —Eres como un libro abierto, pequeña —aseguró él recorriéndola con la mirada, sus ojos volaron entonces a la copa de vino de la cual se habían derramado nuevamente algunas gotas. Sonriendo acortó los escasos pasos que los separaban, tomó la copa y se volvió dejándola sobre el mueble más cercano—. Un libro erótico y sensual en cuyas páginas se encuentra la verdadera Ámber, ¿no es así? Ella se lamió los labios, sus manos se cruzaron delante de su vientre, incómoda, sin saber muy bien qué hacer con ellas.
—Deseo ver de nuevo a esa mujer —murmuró volviéndose de nuevo hacia ella—, quiero ver a la mujer que me clavó las uñas en el ascensor, la que me apretó entre sus muslos y deseo su boca sobre mi polla. La quiero lamiéndome, chupándome, la quiero follándome duro y rápido, Ámber… y la quiero ahora. Jaiden la vio tragar, vio como sus ojos azules se oscurecían con cada una de sus palabras, como bajaba la mirada a la cremallera abierta de su pantalón y se lamía los labios y tuvo que luchar con la maldita urgencia de tumbarla en el suelo allí mismo y conducirse profundamente en ella, poseerla una vez más hasta que fuesen un único cuerpo y seguir incluso después de ello. Estaba enloquecido, febril, la deseaba con desesperación, imágenes de ella en todas las posiciones imaginables, de él tomándola una y otra vez, saciándose en ella para volver a empezar de nuevo. Estaba embrujado, esa mujer lo tenía embrujado. —Desnúdate —ordenó mientras se llevaba las manos al pantalón y lo deslizaba por sus caderas y piernas hasta quitárselo por completo. El eslip blanco de licra se amoldaba a sus curvas conteniendo su erección a duras penas—. Ahora. Ámber se lamió los labios involuntariamente, sus ojos azules habían seguido cada uno de sus movimientos hasta terminar sobre la abultada erección que asomaba más allá del elástico de los calzoncillos. Se estremeció, todo su cuerpo reaccionó instintivamente, el cosquilleo volvió a su piel, sus muslos se cerraron involuntariamente ante el ramalazo de placer que penetró en su sexo. Su lengua abandonó la húmeda cavidad de su boca para mojarse el labio inferior, la lujuria crecía lentamente aumentando con el combustible que le proporcionaba el magnífico ejemplar masculino que tenía ante sí, pero era incapaz de moverse, incapaz de hacer algo más que mirarle embobada. —Desnuda, Ámber —repitió Jaiden, su voz firme, profunda y endiabladamente sexy. Una suave caricia que descendió por la espalda femenina como una oleada de corriente. Sus ojos se encontraron entonces, él le sostuvo la mirada, permitiéndole retirarla si así lo deseaba, pero desafiándola a pesar de todo. —Quítatelo para mí, croissant —murmuró nuevamente, apenas una suave caricia—. Y ven aquí. Un profundo suspiro atravesó los labios femeninos un segundo antes de que las temblorosas manos de Ámber alcanzaran el broche trasero del sujetador. Los tirantes se deslizaron por sus brazos, las copas liberaron sus pechos mientras el pequeño trozo de lencería caía al suelo. La mirada de Jaiden sobre ella era como un afrodisíaco, aumentaba su apetito y el ver su complacencia le daba la seguridad que necesitaba para continuar. Enganchó los dedos en la cinturilla del tanga y empezó a tirar de él pasando por sus caderas, deslizándolo a lo largo de sus piernas para finalmente sacárselo y dejarlo caer a un lado.
Él se lamió los labios, parecía querer decir alguna cosa pero no podía encontrar las palabras. —Soy un maldito bastardo afortunado —murmuró por fin recorriéndola lentamente con la mirada—. Eres un regalo para la vista. Ámber sonrió tímidamente, pero caminó hacia él deteniéndose únicamente a un par de centímetros de distancia. —Tú tampoco —murmuró ella esbozando una suave sonrisa—, estás nada mal. Jaiden se echó a reír y se inclinó hacia delante con intención de besarla, pero ella no le dejó.
—Ah-ah —se negó ella diciéndole que no con un dedo, entonces, lamiéndose los labios, se dejó caer suavemente en el suelo a sus pies, sus manos ascendieron por las fuertes piernas masculinas acariciando sus nalgas, sólo para enganchar el elástico de sus calzoncillos y bajarlos descubriendo su trasero. Lamiéndose los labios, alzó la mirada para encontrarse con la expectante del hombre. Aquello le dio ánimo para continuar, su lengua acarició la dura erección sobre la tela y finalmente, sus dientes se engancharon en ésta, tirando de ella hacia abajo, dejando libre la polla con la que pensaba darse un banquete. *** Jaiden contuvo el aliento cuando la lengua femenina serpenteó sobre la punta de su erección, lamiendo la gota de líquido pre seminal que la coronaba. Su caricia fue suave, pero suficiente para hacerlo apretar los dientes y los puños que descansaban a ambos lados de su cadera. Aquella lengua rosada lo recorría desde la punta a la raíz provocándole deliciosos estremecimientos, la visión de ese pelo negro balanceándose al compás de sus movimientos era muy erótico y las ganas de tomarlo entre sus manos y hundir las manos en él se hacía cada vez más apremiante. Su boca era pura dicha, una abrasadora delicia que lo envolvía y succionaba haciéndolo temblar. Entonces, esos carnosos labios se separaron y ella lo succionó, despacio al principio, como tanteando su tamaño, probando su sabor, buscando la mejor manera de tomarlo en su boca. —Joder —jadeó lanzando la cabeza hacia atrás, sus caderas abalanzándose hacia delante sin previo aviso—. Sí, así… dios… pequeña… sí… Una pequeña succión, una pasada de su lengua envolviendo la punta de su verga, un pequeño pellizco de sus dientes… Jaiden se obligó a separar más las piernas para mantenerse en pie, esa mujer sería capaz de ponerlo de rodillas con su bendita boca. Los gemidos de placer por parte de ella se alzaban por encima de la suave melodía de la música, una sinfonía mucho más agradable y erótica para sus oídos, una que muy pronto se vio coreada con sus propios gruñidos.
Sus dedos se le clavaban en las nalgas cada vez que se acercaba para succionarlo, sentía los testículos tan pesados que iba a explorar en cualquier momento. El sudor había cubierto su piel con una fina película, dejándola brillante y resbaladiza, su hinchado sexo no aguantaría más aquel asalto, iba a correrse, aquella magnífica hembra iba a proporcionarle la corrida de su vida. —Muy bien… así… eso es… —la animaba, sin saber realmente si se lo decía a ella o a sí mismo—, sólo un poco más… sí… señor, esto sí es bueno… No supo en qué momento sus manos vagaron al cabello femenino y se enredaron en él acompañando los movimientos de su cabeza, pero cuando ella lo succionó incluso más profundamente, aquella fue su ancla. Sus caderas empezaron a moverse por propia voluntad, penetrando su boca como deseaba penetrar su sexo, suavemente, con cuidado, pero tan profundo como ella le permitía llegar. La tensión en su cuerpo amenazaba con romperlo si no se dejaba ir, necesitaba la liberación tanto como respirar y cuando ya no pudo aguantar más, ella lo apretó en su boca, lanzándolo directamente al orgasmo. Ámber tragó toda su corrida, lamiéndolo a través del orgasmo hasta que los espasmos cedieron y el miembro se escurrió de entre sus húmedos labios. Sus ojos azules se alzaron de nuevo hacia él, en ellos brillaba una traviesa sonrisa. —Creo que ya empiezo a saborear el deseo. Jaiden se echó a reír, la tomó por los brazos y la alzó, acercándola a él para besarla, probándose a sí mismo en la boca femenina. —Oh, no has hecho más que empezar, croissant, no has hecho más que empezar.
Un mes después… Ámber subió los últimos escalones a la carrera, a su espalda quedó un “lo siento” cuando chocó con alguien en su precipitación por coger el metro de las nueve y diecisiete. Había esperado salir antes del trabajo, pasarse por la tienda de la esquina y comprar un par de croissants, pero una vez más, su jefe pensó que el hacer horas extra por amor al arte era algo que debían hacer todos sus empleados. Esquivando a una pareja y a un pequeño perro que saltó ladrando a sus pies, corrió por el andén entrando en el vagón de metro apenas unos segundos antes de que éste se cerrara. Suspirando, alzó la mirada, el vagón como siempre estaba a rebosar pero entre todas aquellas personas se encontró con su mirada y sonrió. Él estaba allí, como cada noche, en el vagón del metro de las nueve y diecisiete de la línea número tres… y era suyo.
LO QUE ACOSTUMBRAS… O NO -Patricia O.Aparentando indiferencia comenzó a avanzar entre la gente hasta encontrar un hueco justamente junto a él. Hubiera preferido continuar buscando pero sabía que sería en vano, además quedaría muy en evidencia si rehusaba quedarse a su lado. Estaba tan próxima a él que podía sentir el olor de su colonia. No sabía donde posar su mirada, así que no le quedó más remedio que entornar los ojos y concentrarse en su camisa azul marino entreabierta, por donde asomaban algunos vellos y podía ver su piel algo bronceada. Instintivamente levanto los ojos -solo para comprobar que él también tenía su vista sobre ella- Amber se sonrojó y se mordió el labio inferior. Se sentía una tonta, luego de pasar cada día deseando que llegue la hora para poder verlo. Alan sonrió ante ese sonrojo, le gustó ver sus labios rojos humedecidos cuando se sintió descubierta; ya se había acostumbrado a esas reacciones propias de chica tímida desde que la vio por primera vez. Era bonita, le gustaba su piel blanca y ese lunar que tenía en la barbilla. Se detuvo en el discreto escote que se dejaba ver bajo la gabardina gris que llevaba entreabierta, al juzgar por su atuendo podría jurar que era secretaria ó algo por el estilo. Aunque su estilo era bastante recatado, lucía muy bien con esa falda sobre las rodillas y esas pantimedias negras con las que hacía juego un par de zapatos del mismo color, de taco no muy alto. Esta era la primera vez que estaban tan próximos, podía sentir el nerviosismo de la muchacha, su forma de humedecerse los labios lo estaba excitando, quizá ya iba siendo hora de intentar un acercamiento. Estaba seguro que la chica no podía ser tan aburrida como aparentaba. Aprovechando uno de los sacudones del vehículo se acercó más a ella, demasiado, por la forma en que podía sentir su aliento tibio sobre su pecho. La vio abrir grande los ojos, sin mirarlo, y parpadear varias veces mientras el rubor seguía tiñendo sus mejillas. Amber sentía que el calor se instalaba en su cara, el movimiento del metro se lo había echado encima y ella, que iba con las manos bajas llevando el libro y el croissant a medio comer en una bolsita, al fin pudo saber lo que le provocaba a ese hombre con el que se miraban disimuladamente cada noche. Él estaba excitado y ella lo podía sentir aun en los movimientos más sutiles del metro sobre las vías. Se sentía sofocada, y al mismo tiempo también se estaba humedeciendo; podía sentir sus pezones duros contra la tela de la prenda que llevaba, temía que fuera a notarse en cualquier momento. Estaba atrapada entre la pared metálica y el cuerpo de ese hombre que parecía querer fundirse con ella. Su olor, su calor, sus ojos mirándola insistentemente la excitaban cada vez más. Muchas de las fantasías que se había inventado, y que lo tenían como protagonista, pasaron por su mente. Cerró los ojos y se imaginó arrodillada frente a él, luego de haber dejado que la desnudara completamente. Se vio quitándole la última prenda con sus propias manos, dejándolo como Dios lo trajo al mundo frente a sus ansiosos ojos y su hambrienta boca.
Volvió rápidamente a la realidad al notar un gemido imperceptible saliendo de sus propios labios, cerró los ojos y lo sintió apretarse más contra su cuerpo al tiempo que su boca rozaba su cuello y comenzaba a susurrarle palabras tiernas al oído. Abrió los ojos cuando recordó donde se encontraban, y que no estaban solos, pero nadie allí parecía darse cuenta de lo que estaba sucediendo entre ellos. Sus manos seguían aprisionadas entre su pelvis y la de él -que cada instante la perturbaba más con la excitación que ostentaba bajo los pantalones-, con el libro y el croissant que ahora se habían convertido en sus enemigos y en objetos de su profundo odio al estar entre ellos. Amber estaba prácticamente con la mejilla apoyada contra la tela de ese pecho que, ahora se daba cuenta, era muy fuerte; su respiración se estaba acelerando al igual que la de él que, delicadamente y sin que se notara, había comenzado a recorrer su cuerpo bajo la gabardina. Un solo movimiento bastó para que sus labios se perdieran en los vellos de su tórax y comenzaran a besar y a morder suavemente su piel; su nariz pegada a la piel masculina saboreaba su aroma. Alan supuso que el libro y el croissant habían terminado bajos sus pies, pues pronto sintió sus manos tocarlo sobre los pantalones primero y luego muy sutilmente una de sus manos se fue introduciendo bajo su ropa hasta llegar a su miembro duro y húmedo. La sintió gemir otra vez, al tiempo que su boca intentaba llegar a la de ella y sus manos seguían haciéndose un espacio hasta su piel. Repentinamente ella lo apartó, y comenzó a alejarse entre la gente intentando llegar a la puerta más próxima para bajarse en la siguiente parada; no le importaba que aun faltara para llegar a su destino, tenía que apearse ya ó iba a perder la cordura que siempre la había caracterizado. Sentía mucha vergüenza por su proceder y por dejarse llevar por el momento, imaginaba que el hombre pensaría cualquier cosa de ella y no sabía cómo iba a comportarse la próxima vez que lo viera. Cuando al fin logró apearse del metro ya había comenzado a llover, no tenía nada con que cubrirse y para colmo había perdido ese libro que tanto trabajo le costó conseguir. Antes de quedarse en esa estación donde no tenía donde guarecerse de la lluvia prefirió caminar hasta su casa, no le faltaba mucho trayecto para llegar y en cualquier caso tomaría un taxi. Se sentía una tonta, no era su estilo dejarse llevar de esa forma, era la primera vez que le sucedía eso y se comportaba de esa manera en un lugar con tanto público. No quería ni pensar en la impresión que ese hombre se habría llevado de ella. Cuando Alan logró bajar de ese metro abarrotado ella ya se había alejado con paso apurado, lo suficiente como para que tuviera que correr para alcanzarla. Sonrió al notar que esa muchacha además de ardiente era temeraria. A nadie se le ocurriría pasar por ese lugar tan desolado, y que lindaba con un parque un tanto oscuro, a esa hora de la noche y con la lluvia cayendo de esa forma. Apuro el paso, no iba a dejarla escapar de ninguna manera; llevaba meses observándola, y después de haber saboreado y conocido un poco de ella quería mucho más. Cuando logró alcanzarla y la tomó por un brazo Amber se asustó muchísimo, pero luego se tranquilizó cuando lo reconoció; aun así, intentó zafarse y continuar pero él no se lo permitió, la acercó más a su cuerpo y la besó. Sentir su lengua enredándose en la suya fue el detonante que tiró por la borda todos los pensamientos que ella venía
barajando mientras caminaba. Acariciar sus pezones excitados bajo la gabardina y sentir sus manos enredarse en su pelo mojado lo desarmaron. Ella no solo lo excitaba, tenía un no sé qué que le despertaba la ternura y las ganas de tenerla solo para él. No había tiempo. Estaban en medio de la lluvia en un lugar prácticamente desolado, no había otro sitio donde ir. Alan la tomó de la mano y la llevó hacía los árboles del parque lindero, él conocía la zona y sabía que no era peligrosa…si estaba con él. Se metieron entre los árboles, Amber sentía su mano apretando la suya mientras lo seguía, notaba que sus pies se hundían en el pasto y aun así sonrió; eso era una locura, pero ya no le importaba si estaba bien ó mal. Se dejó apoyar contra el tronco de un árbol y comenzaron a besarse y a tocarse con desesperación al tiempo que las ropas caían empapadas, al igual que ellos, a la hierba mojada. De pronto, Amber se vio completamente desnuda -sólo con las pantimedias-, tumbada sobre la hierba, con él entre sus piernas descubriendo su cuerpo palmo a palmo, acariciándola con un deseo y una delicadeza de la que nunca se creyó capaz. Entre sus piernas, él estaba entre sus piernas, completamente desnudo, devorándola con la mirada y dibujándole la piel con caricias y besos. La lluvia seguía cayendo sobre ellos, mientras sus ojos se encontraban y sus respiraciones y jadeos se aceleraban cuando al fin Alan se volvió parte de ella y Amber sintió su interior explotar y derramarse a cada embestida de su cuerpo contra el suyo. El momento entre los dos fue intenso, diferente, mucho más que un encuentro casual. ―Quiero volver a verte ―le susurró Alan sobre los labios, mientras recuperaba el ritmo normal de su respiración. Sus manos le acariciaban el rostro y sus ojos buscaban una respuesta en el fondo de su mirada. Amber no podía hablar, aferrada fuertemente a su espalda solo lo sentía descansar dentro de ella. Y otra vez los pensamientos censuradores acerca de lo que acababa de hacer volvían a asaltarla. ―Me gusta como se tiñen tus mejillas cuando te sonrojas. Sonrió, y le rozó los labios, ella se estremeció y lo miró. ―Lo siento…no acostumbro a… ―Shhh…no importa lo que acostumbres ó no. Ya me estaba cansando de tomar ese metro únicamente para verte a ti… Ella lo miró sorprendida y Alan volvió a sonreírle. ―Prométeme que nunca habrá más metros entre nosotros dos… No la dejó responder, se volvieron a besar con esa pasión que juntos habían descubierto. Y a no recordaban el metro abarrotado de gente, y tampoco les importaba el lugar a donde estaban ahora, mucho menos la lluvia que caía sobre ellos…
LOS BESOS NO SE COMPRAN -Charo ArquedÉl estaba allí, como cada noche, en el vagón de metro de las nueve y diecisiete de la línea número 3 esperando que las puertas se abrieran y ella apareciese. Una chica de lo más normal que no llamaba la atención de los borregos que la rodeaban, en especial de uno, y él daba gracias por ello. Con la camisa blanca formal y pantalones negros de camal ancho no se apreciaban las curvas que escondían esas insulsas ropas, bajo ellas un cuerpo hecho para el sexo pedía a gritos ser liberado. Él sabía toda la pasión que encerraba, había sido testigo de ello, como sabía de su negativa a ceder al deseo; ese mismo deseo que sus ojos reflejaron cuando sus miradas se encontraron antes de que ella bajase la cabeza y volviese a levantar los muros que la acorazaban. También había saboreado las mieles de su pasión, sabor que no podía olvidar y que provocaba que el recuerdo de sus encuentros lo convirtiera en un Neandertal, tentándolo a acortar la distancia que les separaba y empujarla contra las puertas para que esta vez fuera su polla lo que tuviese dentro y no sus dedos. La situación se le había ido de las manos. Llevaba un mes que le era imposible trabajar. No era capaz de sacarla de sus pensamientos. Su preciosa sonrisa, sus tímidas caricias, sus jadeos y gemidos, todo estaba grabado a fuego en su mente. Esa parte de ella que no sabía lo endemoniadamente sexy que era cuando su ingenuidad la hacía sonrojarse, o cuando mordía su labio inferior para evitar preguntar algo, que según ella, era vergonzoso en boca de una mujer y se moría por experimentar, hacia que la deseara tanto que rozaba la obsesión y lo peor de todo era que no solo se había colado en su mente, sino también en su corazón, se moría por besarla, por probar su boca de labios carnosos que lo traían de cabeza desde el primer día. *** Mirando las puntas de sus zapatos, Ámber, sentía que los minutos no pasaban. Igual que cada día insistía en buscar ese asiento vacío en el atestado vagón, sabiendo que era casi imposible encontrarlo, cada día inspeccionaba la multitud de desconocidos esperando ver a Mark entre ellos, sabiendo que eso solo sería posible los martes; sin embargo hoy era viernes y allí estaba. No podía quitarse de la cabeza esa mirada. Un hormigueo recorrió su cuerpo. El roce de la fina tela de la camisa erizaba la piel de sus brazos y el encaje del sujetador lamia sus pezones erectos provocando una fricción dolorosa y a la vez deliciosa. Su corazón latía desenfrenado haciendo que su respiración se acelerara por momentos. Cerró los ojos y se dejó arrastrar por los recuerdos que abordaban su mente. De nuevo estaba en el pasillo de casa, con los brazos en alto y contoneando su cuerpo desnudo al son de la música… “I know I may be young, but I’ve got feelings too…”. Pasando la punta de los dedos a lo largo de su brazo hasta llegar al pezón, sintiendo escalofríos al sentir el sutil contacto de la fría brisa del aire acondicionado sobre su piel caliente por la excitación que generaban sus manos sobre sus pechos. Por los altavoces la voz de Britney Spears era la guinda que endulzaba el pastel, cada vez estaba más caliente… “I’m a slave for you. I cannot hold it; I cannot control it. I’m a slave for you. I won’t deny it; I’m not trying to hide it.”… -¡Oh sí, Ella tampoco podia controlarlo!-
Su excitación aumentaba al igual que la dureza de sus caricias. Amasaba sus pechos hasta el punto del dolor y como recompensa a tan dulce tortura sus pezones estaban duros; en ese momento deseaba poder ser capaz de lamerse ella misma. Martirizaba su sensible brote, su dedo índice y corazón, mojados por su propia saliva, lo acariciaban. Su otra mano bajaba lentamente hasta su sexo, cubriendo su monte de Venus, rozando su vulva con el dedo lenta y pausadamente hasta acabar este en su entrada. Lo llevaba hasta su clítoris y con movimientos circulares le daba los cuidados que se merecía; sí, sus propios jugos hacían que su dedo se sintiera como la caricia de una lengua. Frente a ella sentado en una silla al final del pasillo, Mark, ataviado con una simple camisa abierta, estaba expuesto a su mirada, con su cuerpo desnudo velado por las sombras que proporcionaban las pequeñas llamas de las velas situadas a lo largo del pasillo, observándola como se acariciaba. Sus manos aferraban su miembro erecto, el cual lloraba reclamando atención, derramando una única lágrima perlada, esa que tanto ansiaba lamer ella. Su mano resbalaba desde la base hasta la punta, abajo y arriba, con movimientos lentos, pasando su pulgar por el sublime líquido que adornaba la cabeza de su pene y extendiéndolo por la piel de su miembro grueso y venoso. Recostado en la silla y con la cabeza echada hacia atrás, su mera visión era una tentación que ella no quería negarse, pero sabía que tenía que hacerlo; si ella no obtenía placer no habría engaño en lo que hacía, solo devoción hacia la persona que quería. Por más que lo intentaba Ámber no podía dejar de tocarse. Su mano izquierda atormentaba su pezón, pellizcándolo, haciendo que una descarga fuese directa a su clítoris, la derecha acariciaba su sexo cada vez con más rapidez, movimientos que se acompasaban a su acelerada respiración. Solo un poco de presión sobre su sensible clítoris y los músculos de sus piernas se tensarían. Y a comenzaban a temblarle, no podría aguantar por mucho tiempo el equilibrio y no lo dudó; dejó las atenciones a su pecho y apoyó la mano en la pared. Su sexo se sentía vacío, comenzaban las contracciones y sus paredes necesitaban algo a lo que aferrarse. Una fuerte mano sobre la suya guió dos dedos a su interior; uno de ella, otro de él. Cómo había recorrido el pasillo en décimas de segundos no lo entendía y su grado de excitación hacía que no le importara; comenzó a montar ambas manos. La música quedó relegada a un segundo plano. Sus jadeos resonaban en el pasillo poniendo banda sonora a la bella y sensual danza de sus cuerpos. El calor que desprendía el cuerpo tras ella y la erección que había presionado la parte baja de su espalda desaparecieron y a punto estuvo de protestar cuando un tercer dedo la penetró. Sacó su propio dedo de su interior y apoyó ambas manos en la pared… - ¡Que Dios le perdonara lo que iba a hacer! - … porque sabía que ella misma no lo haría, y a pesar de ello, no pudo evitar que los gemidos escaparan de su garganta cuando, de rodillas ante ella y sin dejar de penetrarla, succionó su clítoris, haciéndola estallar cuando sus dientes con maestría presionaron lo suficiente para que la punzada de dolor la llevara a la culminación, haciéndola creer por unos instantes que era esa boca que saboreaba su sexo la que verdaderamente estaba destinada a besar. El murmullo de voces invadió sus oídos, haciéndola abandonar el exquisito recuerdo de su último encuentro con Mark. Aferró el libro a su pecho en un intento por recobrar la compostura y se miró de nuevo el reloj impaciente, en un minuto el metro pararía y ambos bajarían. En cuanto se abrieran las puertas Ámber saldría disparada,
necesitaba llegar a casa y darse una ducha, sacarse de la cabeza los recuerdos y de la piel sus caricias; aunque lo lamentaba, ya no podía permitirse el coste de su compañía. *** En cuanto las puertas del metro se abrieron Mark salió escopetado, pues sabía, por su reacción cuando lo vio en el vagón, que Ámber saldría corriendo a encerrarse en el que era su refugio, su solitario apartamento. Tras sortear a una pandilla de críos, una mujer, que no tenia mejor sitio que rebuscar en el bolso que en medio del andén y a un anciano que le dieron ganas de coger en volandas y llevarlo hasta la salida, pues una tortuga a su lado dejaría al correcaminos con la lengua fuera, por fin llegó a las escaleras de salida del metro. Subió los escalones de dos en dos y ni con esas pudo verla y encima comenzaba a llover… ¡Es que hoy todo tendría que venirle de culo!... No es que le hiciese falta seguirla, se sabía el camino de memoria. Se abrochó la cazadora y echó a correr, si algo tenía claro es que de hoy no pasaba que él estuviese enterrado tan dentro de ella, como ella lo estaba dentro de él, aunque en su caso sería literalmente, su polla por fin estaría donde le pertenecía, dentro de ella, en lo más hondo. Nunca creyó que él, un profesional, se vería así de afectado por una mujer, joder, solo de pensarlo ya estaba empalmado. La cremallera rozaba su verga, eso le pasaba por no usar ropa interior, era insoportable… ¿Sentiría lo mismo cuando Ámber rastrillara sus dientes lentamente por ella?... No, estaba seguro que sería mil veces mejor, lo mismo que besarla. Ámber echó a correr como alma que lleva el diablo en cuanto las puertas se abrieron, lo último que necesitaba era toparse cara a cara con él. La llovizna se había transformado en una lluvia que, aunque no era torrencial, era más que suficiente para calarla de arriba abajo. En ningún momento se detuvo, pese a creer escucharlo en la lejanía gritar su nombre, cosa que podría ser perfectamente resultado de sus ganas por volver a estar con él. Delante del portal de casa pensó en voltear la cabeza para ver si él la había seguido, pero si volvía la cabeza perdería unos segundos que serian cruciales para deshacerse de él, si en efecto la había seguido. Una leve llovizna mojó su camisa, miró al cielo y una gota cayó sobre su cara. Llevaba un paraguas en el bolso, pero no perdería el tiempo sacándolo. Después de varios intentos la llave entró en la cerradura, por fin estaba a salvo, o eso pensó hasta que un fuerte empujón la lanzó al interior del edificio. El rellano estaba sumido en la oscuridad más absoluta y aun así pudo reconocer su aroma. Ese que, inocentemente, pensó cuando le conoció que era debido a algún tipo de perfume a base de “Feromonas” y que después de un mes, reconocía como el olor de su excitación. Ese olor que evocaba la perfecta imagen de su bien formado cuerpo desnudo y de su miembro erecto y curvado descansando sobre su abdomen musculoso; una imagen que hacía que su cuerpo vibrara de deseo y su sexo cosquilleara, ansioso de caricias, mojado y preparado… para él. —¿Es que estas sorda? Sé que me has visto en el metro y no me has esperado, eso no está bien nena… ¡Nada bien! Ámber quedó paralizada ya no por las manos, que como abrazaderas de hierro la inmovilizaban por los antebrazos contra la pared, sino por el tono posesivo y sobretodo dominante con el que espetó las palabras.
—Y o… yo lo sien… —no pudo terminar las frase. Había agarrado sus muñecas y subido sus brazos por encima de su cabeza, apretándose a ella, presionando su erección contra su monte de Venus, lamiendo sutilmente con la punta de la lengua el camino a la inversa que segundos antes había recorrido una única gota de lluvia por su cuello hasta llegar a la parte superior de su pecho, robándole con ello la respiración. —¡Sí!... Que no te quepa duda que lo vas a sentir… —susurró junto a su oído, a la vez que prodigaba delicados mordiscos combinados con las caricias de su magnífica lengua en el lóbulo de su oreja—. Y en lo más profundo de tu ser, te lo puedo asegurar. Las piernas le temblaban, todo el cuerpo le temblaba. Una mezcla de miedo, ante este nuevo comportamiento de él hacia ella, y de excitación, por la promesa no dicha de lo que este hombre haría a su cuerpo, hizo que su respiración se atorara en sus pulmones, temiendo soltarla, sabiendo que de hacerlo sería un jadeo lo que saldría de sus labios. Quería dejarse llevar, sucumbir al deseo que la arrollaba, ofrecerle no solo su cuerpo, también su corazón, pero sabía que para él solo sería una más y no podía reprochárselo, a fin de cuentas era su trabajo. Se había propuesto recuperar a Peter, costara lo que costara. Hacía dos meses que la había dejado porque, según él, ella era una sosa en la cama y el muy joven para no disfrutar de los placeres de la vida y amargarse tan pronto. Fue ahí cuando decidió poner remedio a su problema contratando los servicios de Mark para que la enseñara a complacer a un hombre en el ámbito de la cama. Sin embargo ahora, después de un mes de conocer lo que verdaderamente era la pasión y sentirse deseada, lo que era la autentica excitación, esa que suscitaba su simple mirada y que hacía que nada importara, excepto la sensación de sentir su aliento en la nuca y su cuerpo desnudo junto a ella, había descubierto que el problema no residía en ella, sino en Peter… él no era el hombre correcto. Ella era una mujer guapa, joven, apasionada y después de un mes, en el que había explorado su sexualidad con un verdadero hombre, se sentía sexy y atrevida y lo pensaba demostrar. El ruido de unas llaves hizo que Mark aflojara su agarre, dándole la oportunidad perfecta para liberarse y, en un arrebato salvaje, sujetar con ambas manos su pelo, aprovechando su momentánea distracción para devorar su boca y pese a las ganas irrefrenables que tenia de bajar sus pantalones y rodear su cintura con las piernas, puso las manos en su pecho y lo apartó bruscamente de ella. Su mirada lo decía todo sin necesidad de palabras, pagaría caro este atrevimiento. Los besos eran territorio prohibido para él y ella lo sabía. Su boca estaba dispuesta a deleitar cualquier parte de su cuerpo, menos los labios, sin embargo ella estaría dispuesta a recibir muy gustosa cualquier castigo que él le impusiera, con tal de que la besara. Mordiendo su labio inferior, una picara sonrisa apareció en su cara y sin perder más tiempo se lanzó a las escaleras y subió los peldaños, dejando tras de sí el frenético ritmo de sus tacones. Podría haber cogido el ascensor, pero viviendo en el primer piso, encerrarse en un cubículo de tres metros cuadrados con Mark y un vecino cotilla que seguro notaria su grado de excitación, no era opción. Ámber daba gracias por haber optado por ponerse pantalones y no falda, apretando los muslos, la costura del pantalón hacia maravillas sobre su sexo ansioso mientras la dichosa llave no encajaba en la cerradura. La mano de Mark entró en
escena y al igual que tres días antes sin vacilar la había guiado hasta su sexo, ahora detenía el temblor de esta para que la llave encajara en la cerradura. El ruido de la puerta al cerrarse. El golpear de sus zapatos en el suelo cuando los lanzó. El sonido de los botones de su camisa al ser arrancados. Sus fuertes manos aferradas a su cintura inmovilizándola contra el aparador de la entrada. El delicioso tacto de su lengua desde el centro de sus pechos a lo largo de su cuello. La respiración acelerada de ambos. Todo ello creaba un clímax donde el placer se apoderaba de cada poro de su ser, ya no había vuelta atrás; ni ella lo quería. —Lo que has hecho ahí abajo… ¡Dios nena!... eso se merece un castigo. Esa palabra otra vez. El tono con el que salía de sus labios, un tono posesivo, dominante, con la promesa tácita de hacerla pagar por llevarlo al límite. Ese “Nena” calentaba su cuerpo y su corazón. —¡Joder, me vuelves loco! —La visión de sus pezones duros bajo el sujetador blanco de encaje era sublime para Mark—. Ahora debería hacerte pagar por los treinta días que llevo matándome a pajas. Su boca se vio irremediablemente atraída, como si fuese un imán, por ese brote erecto que pedía a gritos ser mordido. Ámber no pudo evitar jadear cuando su boca se apoderó de su pezón. Sus dientes lo mordieron, provocando que su sexo, ya mojado, se sintiese ávido por sentir sus caricias. —Me has convertido en un eunuco ante cualquier mujer que no seas tú. Tendría que hacer que suplicaras…por horas…—las advertencias salían de su boca, pero Mark sabia que sería incapaz de llevar a cabo sus amenazas. Deseaba estar enterrado en ella, llevaba un mes deseándolo. Ámber estaba exhausta por la excitación. Los reproches de Mark, contrariamente a amedrentarla, hacían que su cuerpo vibrara impaciente, su sexo dolía, le necesitaba. Este hombre la iba a volver loca. Acababa de decirle que llevaba un mes deseando hacer el amor con ella y ahora que ella estaba caliente y desesperada por hacerlo con él se tomaba su tiempo. La sangre le hervía, estaba impaciente. —¡Hazlo! Castígame si quieres, pero hazlo ya… ¡Por favor, te necesito! —dijo con voz suplicante mientras llevaba sus manos hasta el botón de su pantalón. La suplica de Ámber fue música para los oídos de Mark. Su polla se resintió dentro de sus pantalones. Estaba tan duro que podría remachar un clavo del veinte y apenas sentirlo… -Que la castigara si quería le había dicho… ¡Joder!... Lo estaba deseando, aunque… ¡A la mierda! Mañana se dedicaría a eso, ahora necesita follársela más que respirar -. Se apartó de ella y se deshizo de la cazadora. Desabotonó los puños de la camisa, mientras observa como ella se libraba de su empapada camisa, quitándose con algo de vergüenza el sujetador, dejando expuestas sus tetas a su mirada hambrienta. Sincronizados se quitaron los pantalones, él dejando su miembro a la vista, grueso y erecto, ella sus bragas de encaje blanco a juego con su ya inexistente sujetador. La pegó a su cuerpo, amasó con desesperación su fabuloso culo y flexionando las rodillas la alzó. No fueron necesarias las palabras, ella se aferró a su cuello y rodeó su cintura con las
piernas. Debería de ir a la habitación, su primera vez tendría que ser en la cama, pero estaba al final del pasillo y no creía que pudiese esperar a encender luces y recorrer ocho metros de pasillo notando el calor que emanaba su coño sobre su pelvis. La primera puerta era un cuarto al que nunca había entrado, pero le valdría para su propósito. Ámber no se podía resistir a la deliciosa fricción que hacía que la tela de sus bragas rozara su clítoris, por lo que imitó el movimiento que utilizó para montar su mano el martes, frotando su sexo contra su abdomen… -¡Y se sentía delicioso!La excitación, el frenesí y las caricias de sus manos, aunque en pocas ocasiones, las había sentido. Sus palabras que la encendían, su aliento que erizaba su piel, su mirada que la hacía perder los papeles, todo en mayor o menor medida lo había sentido, excepto la experiencia de probar su boca. Un beso, el gozo de sentir sus labios sobre los suyos, algo tan sencillo y sin lascivia, pero que para ella implicaba tanto. Deseaba besarle, demostrarle lo que sentía por él. En cuanto entraron al cuarto Ámber deshizo su abrazo para enmarcar su cara y mirarle a los ojos. Bajó sus piernas y tocando ya sus pies en el suelo, ni él apartó las manos de sus caderas, ni ella de su cara. Por unos instantes pensó que se inclinaría y la besaría, pero no fue así, el tiempo quedó suspendido para ambos, mirándose a los ojos. Lentamente fue acariciando su rostro, sus hombros, descendiendo por sus brazos, poco a poco, hasta llegar a sus manos. Entrelazó sus dedos con los de él y lo guió hasta el centro de la vacía estancia. Una habitación de suelos de madera vieja, con tan solo una silla bajo una triste y antigua bombilla que emitía una tenue luz, suficiente para que, si él la mirara, descubriera que sus ojos habían comenzado a aguarse. —Siéntate —dijo Ámber apenas en un susurro, instándolo a tomar asiento. —Ámber…yo… —las palabras arañaban el pecho de Mark deseosas por salir. Sabía que ella había esperado que la besara, sin embargo se había quedado petrificado al comprender que ella sentía algo por él; y ahora estaba entre sus piernas, ante él arrodillada, ofreciéndole algo que no había dado a ningún hombre… ¡Dios, amaba a esta mujer! Ámber intentó reprimir las lágrimas, pero le fue imposible cuando Mark la aferró contra su pecho y besó su cabeza. Quería a este hombre y cuando él se marchara saldría de esta habitación dejando su corazón encerrado en ella. —Lo siento Mark…yo no debí… —le costaba hablar. Las caricias en su espalda, contrariamente a ser un bálsamo para ella, hacían que un nudo de dolor se instalara en su pecho—. Perdóname por besarte. Sé que tú nunca besas a tus clientas y entiendo que estés enfadado, pero no lo pensé. No estaba segura si él podría oír su confesión, pues musitaba las palabras con apenas un hilo de voz, tampoco obtenía reacción por su parte. —Hoy será el ultimo día que reclame tus servicios… ¡Te pagaré más si es necesario por un beso!... ¿Lo harías Mark?, ¿Me darías un beso si te pagara?
La mano de Mark quedó inmovilizada en su espalda, no podía creer lo que oía. Ámber pensaba que su cabreo era porque lo había besado y no por haberlo apartado de ella cuando lo besaba, que era la verdadera razón por la que su lado dominante había aflorado y encima le decía que le pagaría por un beso, acaso pensaba ella que para él era una clienta… -¡Si ni siquiera había aceptado su dinero, se lo devolvió!- Sus palabras lo habían dejado petrificado… -¡Dios, hombre reacciona!-…se recriminó mentalmente. No podía cometer el mismo error de hacia unos minutos, no pensaba perderla. Poniendo un dedo bajo su barbilla la obligó a mirarle y lo que vio le rompió el alma, las lágrimas empapaban sus mejillas. —¡Ámber, nena! No llores por favor, me destroza el corazón verte así… —susurro con voz dulce, mientras limpiaba las lagrimas de su cara con los pulgares—. Cariño los besos no se compran. Ámber cerró los ojos fuertemente. En estos momentos quería morirse, se sentía destrozada. —Los besos son símbolo de amor mi vida… se regalan —dijo Mark al tiempo que se inclinaba y posaba los labios sobre los suyos.
SIN PRETENSIONES -Susana BarreiroNo pudo evitar sentirse inquieta por las sensaciones que ese hombre le suscitaba, desde el más crudo deseo hasta la confusión, no sabía el motivo, pero sentía que él estaba allí cada noche esperándola. Decidida a ignorar su presencia se sentó en el único asiento vacío y se dispuso a adelantar un poco la lectura de esta noche. Quizá así tendría tiempo a darse un relajante baño de espuma, en vez de la ducha que siempre le esperaba. Las líneas de la escritora la tenían totalmente atrapada, intentó imaginarse a ella misma como protagonista de tan ardiente historia, pero fracasó estrepitosamente. Ella no era ardiente, no era sensual y desde luego no era una belleza. Miró el reloj del vagón y se dio cuenta de que estaba apunto de llegar a su destino, sus ojos se cruzaron con el extraño y no pudo escapar de su lujuriosa mirada. Ahora tenía claro que no solo la observaba, sino que también la deseaba y eso la perturbaba enormemente. Al aproximarse a su parada se irguió y se aferró lo mejor que pudo a la barra, pero por sus manos resbalaron justo cuando el metro realizó su parada y se hubiese caído de no ser por las cálidas manos que ahora la mantenían en posición vertical. Se dio la vuelta con una mezcla de expectación y vergüenza, sabía que esas manos solo podían pertenecer a una persona. —Lo siento—logró articular Ámber. —No te preocupes —dijo sin llegar a soltarla—. Creo que esta es tu parada. —Si, gracias —dijo avergonzada por no haber sido más rápida. Se dirigió a toda prisa al baño del andén para poder refrescarse. Sentía que su temperatura había subido varias décimas con ese inocente contacto, no sabía que clase de atracción producía en ella ese extraño y no era el momento de analizarlo. Había quedado en ridículo delante del hombre más seductor que había conocido, supuso que de todas formas no habría tenido ninguna oportunidad con él, pero… eso no hacía más fácil mantener el deseo a raya. Suspiró mirando su reflejo, lo que vio la dejó aturdida. Sus mejillas teñidas de un saludable rosa, sus ojos tenían un brillo especial y su boca estaba curvada en una sonrisa, reaccionar así no era propio de ella, pero no podía hacer nada más que alegrarse por volver a sentirse viva. Salió del lavabo deseando llegar a su casa y poder darse el baño de espuma que se había prometido a si misma. Se sobresaltó cuando al llegar a la puerta de su apartamento vio a alguien esperando, la oscuridad le impedía saber quien era. Pensó seriamente si debería darse la vuelta y fingir que ella no vivía allí o tendría que ponerse a gritar. El hombre se levantó y la arrastró hacia las sombras, justo cuando un grito estaba a punto de salir de su garganta el hombre la silenció con un beso. En circunstancias normales, ella habría forcejeado, pero lo reconoció de inmediato a pesar de que nunca había probado su sabor. No sabía como había averiguado su dirección, pero tampoco le importaba en esos momentos. Él se separó levemente de ella dándole tiempo a recuperarse. —¿Quién eres? —preguntó en un susurro. —Me llamo Nate y te deseo —contestó él.
Confusa por este cambio en el misterioso hombre del metro, no supo que decisión tomar. No era una chica fácil, pero no se sentía con ánimos de negarse el placer de disfrutar de saludable sexo y mucho menos con él. —Vamos a mi apartamento —dijo Ámber. Una vez dentro del apartamento, el comenzó a besarla desesperadamente y no paró hasta que ambos estuvieron sin aliento. Jadeando, ella le fue desabrochando la camisa para dejar al descubierto un hermoso torso. Lo recorrió de arriba a abajo, deleitándose en las ondulaciones de los músculos de Nate. Se sintió cómoda con él y supo que él le dejaría experimentar lo que desease, que él estaría a su disposición. Decidida a probar por completo su cuerpo, comenzó a bajarle los pantalones y en su camino arrastró también los calzoncillos del hombre. Él se arqueó hacia ella en una invitación muda. Ella tranquilamente terminó con su tarea y lo observó. Vio a aquel hombre imponente vestido simplemente con su camisa abierta y bebió de esa imagen hasta que creyó que no podría permanecer de pie por más tiempo. Se sentía embriagada por su belleza. —Siéntate —ordenó ella. Él se reclinó contra el sillón y abrió sus piernas para que se acomodase entre ellas. Así lo hizo, se puso entre ellas y comenzó a humedecer su pene con su lengua, recorrió toda su longitud y después de asegurarse de que estaba bien lubricado lo introdujo en su boca. Su sabor, la dejó totalmente extasiada y cerró los ojos para poder concentrarse en la sensación de su miembro entre sus labios. Podía sentir como él respiraba con dificultad y se sentía cada vez más satisfecha consigo misma. Una de las manos de él se aferraba con fuerza al asiento y la otra se encontraba sujetando de la cabeza de ella, intentando que tomase más de él. Podía saborear el líquido que su miembro expulsaba cada vez con más frecuencia y sin previo aviso él la apartó. Ella se sentía molesta por esa interrupción y además quería tener pleno acceso a su sabor. —Me iba a correr —dijo él con la voz ronca por el deseo. —Lo sé. Esa era la idea — dijo ella totalmente confundida. —Aún no, preciosa. Tengo mucho más que darte— susurró en su oído consiguiendo que ella se estremeciese. Él se levantó y la llevó hacia su habitación. Él comenzó a quitarle la falda que ella llevaba sin ninguna delicadeza y gimió al percatarse de que no llevaba ropa interior. La dejó tal y como ella había hecho con él, solo con el fino jersey que llevaba. Ella se sentía expuesta y vulnerable, sentía como sus manos recorrían sus nalgas y su boca besaba su vientre. Ella aprovechó el momento para retirarle la camisa, que cayó olvidada en un rincón. Sintió sus manos recorriendo sus labios vaginales y no pudo evitar un estremecimiento. Sintió como la boca de él se curvaba en una sonrisa. La humedad resbalaba entre sus muslos y deseaba que aliviase el deseo que quemaba sus entrañas. Las manos de él, separaron sus muslos cuidadosamente y ella se apoyó en sus hombros. Soltó un respingo cuando notó la lengua de él recorrer sus pliegues. Las manos de él se situaron en sus nalgas y la sujetó mientras ella se retorcía de placer. Notó como la lengua de él encontraba su clítoris y cayó al abismo del placer. Gritó hasta quedarse sin fuerzas y él la llevó a la cama con cuidado.
Las manos de él recorrían su cintura perezosamente y ella poco a poco recuperó las fuerzas. Los labios de ambos se encontraron en un beso frenético, quería llegar más lejos. Ámber sintió como él se posicionaba en su entrada y gimió involuntariamente. Se miraron a los ojos durante unos segundos, sabiendo cual era el siguiente paso. Sintió como la penetraba, centímetro a centímetro, ella era muy estrecha y él era demasiado grande. Sintió el calor de él penetrando en su interior y con cada vaivén estaba más excitada y perdida que nunca. Sus manos aferraron los brazos de él y se elevó al mismo tiempo que él la penetraba. Intentaba facilitarle el trabajo y pronto ambos estaban sudorosos y jadeantes. El ritmo se rompió y ambos se lanzaron a una desesperada carrera por encontrar el placer. Ella gritó su orgasmo y sus espasmos lo atraparon. Nate se derramó en ella y una sensación de calidez los envolvió. —Me tengo que ir- dijo Nate cogiendo su camisa y abrochándosela. —Lo sé —respondió. —Volveré a verte —dijo mirándola a los ojos—.Todas las noches. —Te estaré esperando —contestó con una sonrisa en los labios.
LA LÍNEA DE METRO Nº 3 -Leila Milà CastellEl pulso le atronaba aún y tuvo que obligarse a respirar, hacía un mes que lo veía entre la gente y todas las veces le sucedía lo mismo. Lo malo es que nunca terminaba de decidirse a decirle nada, trató de morir aplastada entre la gente y se hizo hueco entre esta sin darse cuenta qué el movimiento la había desplazado y estuvo apunto de darse contra la barra vertical. Alargó la mano para asirse cuando un nuevo traqueteo la zarandeó. pensó para sus adentros justo en el instante en que una mano se pegaba sobre la suya acercándosela a la barra donde se aferró deteniendo su caída. Lo primero que sintió su espalda fue un torso fuerte y ancho, de marcados músculos potentes; tras eso su olor a te especiado. Estaba encaja entre su cuerpo y la barra, y tragó temiendo volver la cabeza. —¿Estas bien? Aquella voz oscura y algo ronca lanzaron una vez más su pulso a la carrera. Su piel se erizo y sus caderas cimbrearon al notar, ante otra sacudida, aquel cuerpo masculino encarcelándola aún más. Alzó los ojos hacía el ventanuco y entre la marea de cuerpos descubrió su imagen en la superficie llena de vaho. Las mejillas rojas, los mechones sueltos sobre el rostro y los pezones endurecidos bajo la camisa blanca... Y todo por que era él el que estaba pegado a ella aprisionando su mano contra la fría barra. —Sí, si... gra... gracias—tartamudeó sintiéndose estúpida al volver la cara tan deprisa, ahora pensaría que era una boba. Se mordisqueó el labio nerviosa y vio gracias al cristal como él torcía la sonrisa de un modo seguro, arrogante y arrebatador acentuando ese suave hoyito que tenía en la barbilla. Sus ojos azules la recorrían con descaro y podía sentir la atrevida caricia de los mismos a lo largo de todo su cuerpo, lo sentía directamente sobre su piel, lento, suave e inexorable prendiendo fuego en sus venas de un modo hasta ahora desconocido. ¿Cómo podía tener aquel poder sobre ella? Se sentó notando como empezaba a humedecerse y trato de respirar quedándose lo más quieta posible puesto que él no se había movido siquiera un milímetro. Levantó una vez más la mirada hacia la ventana descubriendo que él seguía mirándola con la misma intensidad depredadora. Y Ámber empezó a imaginar como se sentiría con esas manos ascendiendo por sus muslos, amasando su trasero... jadeó sin poderlo evitar y se apretó más a la dichosa barra que ya no le resultaba tan fría y que se encajo entre sus pechos. Cerró los ojos completamente sorda, a causa de los latidos de su corazón y miró discretamente el panel del metro. Ni siquiera habían pasado cinco minutos. —Nadie esta prestando atención, cada uno va demasiado enfrascado en sus cosas como para eso—Ahora la voz fue un susurró junto a su oído.
El cálido aliento masculino la envolvía como un abrazo letal y ardiente así que Ámber se sorprendió al descubrirse comprobando la veracidad de sus palabras. Suspiró aliviada y sin saber como se relajo. Sus hombros se aflojaron pero no así la tensión que se acumulaba en su vientre. Aquel nudo ansioso crecía a cada minuto que pasaba y su piel empezaba a cubrirse de una fina pátina de sudor. El calor que aquel hombre desprendía así como su olor y la excitación que empezaba a notar en la parte baja de su espalda y entre sus glúteos la tenía atenazada. Pero saber que no había miradas indiscretas sobre ellos pese a la tensión sexual que ella notaba en el ambiente que los rodeaba le dio el valor suficiente para volver a estudiarlo a través de la imagen que le devolvía la ventana. Era un hombre de unos treinta y cinco años, uno venta de altura. Hombros anchos, elegante y sensual. Su rostro era el súmmum de la virilidad con esa mandíbula potente y cuadrada, sus aristas eran agresivas y marcadas cubiertas por una leve capa de vello. Nariz griega y unos profundos ojos felinos color añil cubiertos por espesas pestañas negras como su pelo corto. Llevaba una camisa blanca de Ralph Lauren y unos pantalones de corte diplomático, negros con zapatos a juego. Ámber se sentía muy menuda a su lado, frágil, femenina. Carraspeó una vez al verse sorprendida por su mirada y medio sonrió como una niña que es pillada haciendo una travesura. Kalen aspiró una vez más el perfume de aquella chica que había ocupado todas sus fantasías. La había deseado desde que la había visto, algo en su aura y su forma de moverse había captado su atención. Mantenía una apariencia de falsa timidez que se ve veía a la legua que era una chica alegre y sociable. Estaba acostumbrada al trato personal y eso se traducía en su deslumbrante sonrisa. Parecía dulce y despierta. Lista, peor no era sólo eso lo había despertado a su lado más oscuro sino esa extraña llama que apreciaba en sus ojos. Bajo esa apariencia frágil se escondía una mujer sensual y curiosa. Una con una fogosidad que podía equipararse a la suya y que necesitaba sentirse especial y segura para dejarse llevar y dejar atrás las etiquetas de corrección impuestas por la sociedad. Le gusto descubrir el rubor en sus mejillas y sentir su cuerpo estremecerse bajo el suyo cuando la acorraló aún más. No, de esa noche iba a pasar, ya llevaba demasiado esperando y aún no sabía por que no había atacado antes. Debería haberlo hecho, él no era de los que se andaban con tonterías. Además, él no le era indiferente, lo veía en sus reacciones, en sus ojos de gata. Miró el título del libro que apretaba como podía contra ella y no tuvo dudas de que ella debía ser suya. Poco a poco el vagón fue vaciándose, apenas quedaba nadie y la sangre de Ámber circulaba cada vez más rápido al saberse casi a solas con él, quedaban sólo tres y un par de personas más. Sin embargo, él seguía pegado a su espalda, torturándola con su presencia, con el roce de su cuerpo. Jadeó cuando la mano libre del objeto de todas sus fantasías empezó a deslizarse por su muslo... se mordió el labio a tiempo de no proferir
ningún sonido y dio un leve respingo pegándose más al apoyo de él. Sus dedos se movían con pericia sobre ella, rozando insinuantes pero sin llegar a tocar ninguna parte necesitada de ella que notó como aquel nudo de terminaciones nerviosas palpitaba entre sus piernas con fuerza. Estaba empapada y no podía evitarlo, debería sentirse escandalizada o algo peor pero nada más lejos de la realidad. Había caído presa de una dense espiral de deseo y ya nada le importaba salvo ese hombre. Su parada se acercaba y no dejaba de sentir su aliento tras su nuca. Percibía el fuerte latido de él contra su espalda, el vehículo entro en la recta final, la última parada, la suya y ni siquiera se había dado cuenta de que ya no había nadie. El metro se detuvo y cuando fue a dirigirse a la salida esa misma mano que aún estaba sobre la suya le impidió moverse. —Aún no —murmuró rozando su cuello con sus labios y Ámber lo miró por primera vez en todo aquel trayecto. Parpadeó atribulada y gimió cuando la empotró de cara la pared del vagón que empezaba a moverse dirección al oscuro túnel de servicio. La luz se atenuó y Ámber respiró de forma entrecortada cuando sacó la blusa de dentro de la cinturilla de la falda. En nada la tenía desabrochada y sus pechos firmes y turgentes subían y bajan acelerados bajo el suave encaje del sujetador. Arqueó la espalda haciendo que su perfecto trasero quedase realzado y volvió a gemir cuando las manos fuertes y grandes de él se deslizaron por la cara interna de sus muslos. Kalen le mordisqueó el lóbulo de su oreja derecha y apreso con posesividad sus pechos que masajeó demostrando el mismo toque experto que hasta ahora venida demostrando. Pellizco los duros montículos que se moría por saborear muy lentamente y tiro hacia abajo de la tela. La mente de Ámber bullía diciéndole que debería detenerse, que aquello no estaba bien pero era incapaz de apartarse o negarse. Su piel ardía y le gustaba lo que le estaba haciendo sentir. no es que fuese una mojigata ni una mujer sumamente recatada pero eso... eso iba mucho más allá de lo que era decente hasta para ella. Siempre había conocido a sus amantes antes de entregarse, pero llevaba tanto queriendo tenerlo a él... Era una locura, lo sabía. Podía ser que bajo esa apariencia se escondiese un capullo manipulador, un cabrón o vete a saber qué pero ahora mismo eso tanto le daba a su perdida sensatez. Kalen tiro de su blusa dejándosela a la altura de los codos y deslizó la yema de sus dedos por la espalda de ella con deliberada lentitud, le arremangó un poco la falda y deslizó su mano entre sus muslos, estaba tan excitada que la tela de sus braguitas estaba amarada por sus fluidos. Sonrió encantado pese a la descarga que sintió dentro de la pesada erección que habitaba tras sus pantalones y la acaricio de delante hacia atrás. Ámber se estremeció y el pudo notar como se desbordaba anhelante, sus labios hinchados gritaban por que los aliviase así como ese pequeño corazón. Le separó un poco más las piernas con su pie y separo con suavidad la tela.
Volvió a deslizar sus dedos por esa sensible flor y le acercó los dedos resplandecientes al rostro ladeado de ella que se sonrojó de inmediato. Kalen dejó escapar una risita y saboreó el néctar que empapaba sus dedos. —Por favor...— gimió con voz trémula, Ámber. —Shh no hay prisa gatita. Ámber se mordisqueó de nuevo el labio inferior y jadeó cuando él separó de nuevo sus labios y profundizó con lentitud en su cuerpo con ellos. Nunca, jamás en toda su vida había sentido nada con tal intensidad como ese día, estaba tan sensible y ansiosa que no podía controlar las reacciones de su cuerpo. Aquellas caricias, esos dedos... la enloquecían y ella no conseguía aferrarse a nada en mitad de esa pared lisa y blanca, las rodillas le temblaban y le dolía el cuerpo entero. Una oleada de placer la atravesó como un rayo dejándola temblorosa, gimió y devoró con fruición los dedos que él introdujo en su boca. La volvió con brusquedad para mirarla a la cara y envolvió el lado derecho de su rostro. Desde luego no había una imagen igual para Kalen en ese instante, estaba incluso más bonita de lo que había imaginado en sus sueños, el cabello revuelto, las mejillas sonrosadas y los labios rojos y brillantes. Su pecho agitado pidiéndole daño, el ardor de sus ojos verdes... Gruñó sin poderlo evitar y tiró de los botones de su propia camisa quedando frente a ella que lo observaba con el hambre brillando en sus ojos. Ámber movió sus largos y finos dedos sobre aquel torso imponente y se deleito con su tacto, con sus formas y su tono bronceado y algo oscuro. Kalen siseó y metiendo las manos bajo la falda la despojo de ella, le quitó el maldito sujetador y apresó por fin el rosado pezón en su boca succionando y recorriéndolo con la lengua. Ámber gimió entornando los ojos y al poco se descubrió sentada en el suelo. No sabía cuando en mitad de aquel tórrido beso la había lanzado al suelo. Los labios aún le palpitaban y sentía la caricia de esa lengua recorriendo su cavidad como un conquistador. La había avasallado y poseído como nadie había hecho. Sonrió mirándole y se apoyó sobre sus manos, la camisa blanca aún estaba trabada en sus codos, separó las piernas lentamente apoyando los pies en la superficie plana del vagón con las braguitas por las rodillas. —Eso es gatita, eres preciosa y vas a matarme ¿lo sabes? —Prefiero hacer otra cosa que matarte, créeme... Kalen se arrodilló frente a ella y despacio se colocó entre sus piernas, terminó que quitarle la prenda que pendía en sus rodillas y se zambulló en ella aferrándose a sus caderas. Ámber chilló arqueándose y cerró los ojos al tiempo que pasaba su mano entre el corto cabello de él. Cuando se apartó volvió a observar aquel glorioso cuerpo femenino desnudo y expuesto frente a él y volvió a torcer la sonrisa satisfecho. Ámber lo empujó con el zapato a la altura del pecho y Kalen se vio impulsado sobre uno de los bancos.
—Mi turno —ronroneó con una sonrisita. Kalen rió y la observó introducirse entre sus piernas y quitarle el pantalón con el resto incluido. Su erección se reveló gruesa y orgullosa como una espada dispuesta a presentar batalla y a colarse en el mismo centro de su bastión hasta tenerlo completamente sometido con la promesa de un increíble placer. Ámber se relamió y lo acogió entre sus labios tras un travieso lametón, su esencia salada y masculina la hizo estremecer y él hecho la cabeza hacia atrás haciendo que su nuez de marcase contra su cuello tenso. Su torso estaba medio descubierto y las manos apoyadas sobre sus piernas. Enredó los dedos entre el suave cabello rojizo de Ámber y dejo escapar y sonido ronco de sus labio entre abiertos. La jaló del trasero antes de no poder resistir más aquella dulce tortura y se hundió en ella atrapando de nuevo esos labios que tanto lo llamaban. Amasó sus glúteos y Ámber jadeo en su boca al tiempo que daba el primer empujón a sus caderas. Apresó las manos de Ámber a la espalda un instante para poder contemplarla a placer deslizándose acompasadamente sobre él y volvió a jadear. Le liberó las manos y ella le clavó las uñas en hombros y espalda donde se agarraba. —Dulce y ardiente.... Sus ojos se encontraron de nuevo y ambos rompieron a reír mientras sus cuerpos seguían unidos en su propia danza ancestral, eran uno. Ámber siguió su mirada hasta su punto de unión y sus mejillas volvieron a teñirse al ver como se encajaban con sus fluidos envolviendo aquel miembro duro envuelto en terciopelo. Kalen la cogió de la nuca con brusquedad y acerco el rostro de ella al suyo, sus labios se unieron solos al tiempo que el ritmo se aceleraba. Ámber trató de mantener los ojos abiertos, sus pupilas enfocaron aquel rostro arrebatador. —Kalen —jadeó y ella sonrió, sin necesidad de palabras él había entendido lo que deseaba saber. —Encantada de conocerte por fin, Kalen. La risa suave y sensual de Kalen volvió a llenar el vagón y la envolvió contra su cuerpo. —Un verdadero placer... —Ámber —murmuró profundizando más él sintiéndose flotar en un mar de sensaciones demasiado intensas como para contenerlas, se partía desbordándose. —Ámber —repitió sobre sus labios. —Espero que este no sea el pago habitual por un rescate, no suelo ser así...
Él medio rió de nuevo haciéndole sentir a Ámber el eco de esta dentro de su pecho. —Sólo para ti. ¿Sabes cuanto llevo cogiendo este tren por ti? —Ouh ¿y no hubiera sido mejor empezar por un café? —sonrió tirando se su labio inferior con los dientes suavemente. —No hubiera sido tan excitante. ¿Cenamos? Ámber rió asintiendo y dejó que la tendiese en el suelo donde todo estalló en una ola de placer. Nada más hubo alrededor y por un instante, el mundo entero se detuvo. Por fin, se habían encontrado, por fin; los sueños... se hacían realidad.
NOS VEMOS EN TUS SUEÑOS -Brianna WildArriesgó de nuevo una mirada, sintiendo el calor que había trepado por su cuello hasta su rostro. Sergio Asselbörn. El chico malo de su instituto. Ese por el que todas sus compañeras se aseguraban de llevar la falda del uniforme escolar varios centímetros por encima de lo que mandaba la dirección del centro. Ámber había sido una de ellas también, por supuesto. Aunque nunca se atrevió a hablar con él. Ahora ya no estaban en el instituto. Ella estudiaba en la universidad y se había sorprendido de encontrarlo en ese vagón de metro cuando pensaba que no volvería a verlo. Luego comprendió que ambos utilizaban la misma línea de metro de forma rutinaria y que coincidirían muchas… muchas veces. Lo había contemplado en diversas ocasiones a su antojo, cuando él todavía no se había percatado de su presencia en el metro. El tiempo había hecho de aquel chaval un tipo alto y fuerte. Casi siempre vestía de negro, lo que contrastaba con su pelo rubio pajizo, que solía lucir revuelto o, en el mejor de los casos, de punta. El color de sus ojos, verdes como el musgo, y de su pelo eran sin duda herencia de su apellido alemán. Aquella cara de niño bueno estaba adornada con un piercing en la ceja y, recientemente, había observado dos más en su oreja izquierda. En el instituto habían corrido rumores de que llevaba otros en la lengua y los pezones, pero ella, desde luego, jamás pudo llegar a comprobarlo. Aunque se moría por ello. Los veinticinco minutos del recorrido del tren se hacían penosamente cortos, pensó al tiempo que se dirigía a la puerta para bajar en su estación. *** Sergio se lo pensó uno, dos tres segundos y saltó del vagón tras ella. La recordaba del instituto, aunque ahora tenía un aspecto completamente diferente. Quizá porque había dejado su apariencia de cría atrás, quizá porque dos años se notaban mucho más en plena adolescencia que ahora. El caso era que sus formas eran más llenas y eso a él le gustaba. Llevaba algunas semanas rumiando qué hacer con ella. La había descubierto hacía tiempo con la mirada fija en él mientras viajaban en aquel vagón. Y Sergio tenía demasiada experiencia como para no saber lo que eso significaba. Carpe diem. Ámber -creía recordar que ese era su nombre- caminaba a buen paso por la acera, con el libro en una mano. Le picó la curiosidad por saber qué leía. ¿Sería alguna de esas novelas que ellas se empeñaban en llamar románticas? La comisura de su boca se alzó en un asomo de sonrisa. La seguía unos pasos por detrás, lo que le proporcionaba una preciosa visión de su trasero apretado en aquellos vaqueros ajustados que se movía al compás de sus apresurados pasos.
¿Dónde vas con tanta prisa, Ámber? A esas horas, suponía que a su casa tras una larga jornada de aburridas clases universitarias. Imaginó la forma que tendría de relajarse. Su mente traviesa no tuvo problemas para conjurar las imágenes: Ámber recién salida de la ducha, las gotas de agua rodando por su cuerpo envuelto en vapor, acariciando su piel. Ámber picando algo rápido con su novela en la mano, de camino a su habitación. Vistiendo sólo una nívea camisa blanca y unas braguitas del mismo color. Ropa para no ser vista por nadie más que por ella. La idea le hizo sonreír. Ámber sentándose en el suelo, mientras termina de mordisquear una manzana, abriendo el libro y buscando directamente alguna escena picante. Ámber subiendo su temperatura corporal en cuestión de segundos, devorando la escena, la mano libre acariciando distraídamente la piel entre la abertura de la camisa. “Sergio, Sergio… esa mano no quiere ir por ahí“. ¿Cómo que no? Ámber acariciándose un pecho, mordiendo el carnoso labio inferior al rozar el pezón. Y el libro cae olvidado abierto por alguna página al azar. La tímida de Ámber dejando resbalar su otra mano por la piel caliente de su vientre. Despacio. Eso es… sigue y atraviesa la barrera de la tela blanca. Oh, Ámber, se te ha escapado un gemido… y tú no gimes cuando lo haces. La imaginación de Sergio continuó evocando imágenes mientras apretaba el paso para no perderla en la noche. Ámber acariciando piel suave, labios tensos y sensibles. Encontrando humedad y esparciéndola. Ámber profundizando en su estrechez, lamiendo sus dedos y mojando su pezón. Te gustaría que te lo chuparan, ¿eh? Tranquila. Ya voy. Ámber deslizando las braguitas hasta sus rodillas, completamente despatarrada en el suelo, su respiración tratando de hacer llegar aire a sus pulmones. Enchando la cabeza hacia atrás, moviéndose contra sus dedos. Llenando el cuarto de jadeos y gemidos contenidos. Retorciéndose. Rozando una sola vez su clítoris con el pulgar. La pequeña Ámber echando la cabeza hacia atrás y estallando en un orgasmo de mil colores, los ojos apretados en una expresión casi agónica. Una gota de sangre brotando de su labio inferior… Joder. Sergio tuvo que recolocarse dentro de su pantalón, soportando mal la fricción del vaquero sobre su sexo duro como el granito. Siguió caminando, decidido a no dejar pasar la oportunidad. Pero cuando miró al frente, la había perdido. Su pequeña fantasía le había dejado sin juego esa noche…
*** Ámber se había percatado de todo. Sabía que la había seguido fuera del metro. Que la seguía ahora. Incluso que acababa de acomodar sin ningún disimulo su sexo en sus pantalones, gracias al reflejo en una puerta de cristal. Sonrió. Vaya vaya. Parecía que el chico-fantasía de instituto se le ponía a tiro. ¿Se atrevería? Se atrevería, pensó entrando en su portal aprovechando el pequeño despiste de su perseguidor. En los instantes que siguieron, casi se le sale el corazón por la boca de la anticipación. Cuando Sergio pasó, lo cogió del brazo y tiró de él. Y tiró y tiró hasta llevarlos a ambos a una especie de patio interior del edificio. Muy poco transitado. Sonrió mentalmente al ver su cara de pasmado. Sergio estaba a punto de descubrir que la mosquita muerta se quedó junto con su uniforme de instituto. —Hola, Sergio —murmuró con voz melosa a dos centímetros de su cara—.¿Me estabas buscando a mí? Él se recuperó rápidamente de su sorpresa, adoptando su habitual actitud depredadora. No retiró ni un milímetro su rostro y empezó a caminar, moviéndose cual felino, obligándola a ella a recular, hasta que se vio apoyada contra una pared y atrapada entre sus brazos apoyados a ambos lados de su cabeza. Sólo entonces lo escuchó susurrar: —Sí. La oscura noche alumbrada por algunas farolas de la plazoleta daba lugar a una penumbra en la que pudo distinguir con meridiana claridad sus ojos verdes clavados en ella. Sintió la sangre precipitarse en sus venas cuando notó sus caderas juntas y una ola de calor la recorrió, dejando los restos de su timidez reducidos a cenizas. Necesitaba sentir esa enorme erección en su interior. Así como YA. Los primeros relámpagos de una tormenta estival surcaron el cielo. Definitivamente, iba a vivir su fantasía. Colocó las manos en las caderas masculinas y fue subiendo lentamente, rozando su abdomen musculado por debajo de la camiseta, notando como la respiración de él se aceleraba levemente, hasta apoyar sus manos en su pecho lampiño. Rozando los aros con la palma de las manos. Apretó las piernas, intentando conservar la sensación que había viajado como un rayo desde su columna hasta su sexo. Así que era cierto. Un aro de metal en cada pezón. Sintió, más que vio, la sonrisa de sus labios rozando los suyos. Relájate, Ámber. O te gana la partida. ***
Sergio sonrió. Las manos de ella se movían con lentitud sobre su pecho, palpando el metal plateado que perforaba su carne. Seguro que había escuchado rumores. Rozó sus labios con los de ella y su lengua salió a lamerlos. Permitiéndole saber que también existía el que perforaba su lengua. —Qué, Ámber. ¿Quieres hacerlo con el chico duro? –gruñó contra esa boca sensual que se le ofrecía y, al tiempo que restregaba su polla contra ella, continuó—: Estás de suerte. Porque estoy duro de verdad… Lo siguiente que sintió fue un enredo de lenguas que le sorprendió. Le impresionó el ímpetu que Ámber imprimía al beso, el sensual movimiento de sus caderas. Cogió sus aros con ambas manos y lo hizo gemir. Joder… —Y o también sé ser mala, Sergio —la escuchó susurrar en su oído, al tiempo que subía su camiseta. Dejó que se la sacara por la cabeza y él abrió la camisa que ella vestía, sin dejar de besarla, algún botón perdiéndose en la oscuridad. Sus manos fueron directas a los pechos redondos, agradeciendo que el sujetador fuera de los que dejaba marcar el pezón enhiesto. Pasó sus pulgares por ambas cimas y se tragó el gemido femenino. Las caderas volaban, frotándose en sinuosos vaivenes y se devoraban las bocas, sus lenguas saliendo al encuentro. Sergio notó las primeras gotas de lluvia en su espalda y pensó que se evaporarían nada más rozar su piel. Bienvenidas fueran… Bajó sus manos por la cintura hasta posarlas en las nalgas redondas al tiempo que dejaba un reguero de besos húmedos por el cuello. El sujetador blanco dejaba trasparentar las sombras más oscuras de las areolas y la sola visión hizo que quisiera gruñir. No era suficiente. Acercó su boca y se introdujo el pezón, tela de por medio, humedeciéndola y sintiendo cómo se adhería perfectamente a la forma de su pecho. El gemido de ella le llegó lejano, pero sintió sus manos enredándose en su pelo, apremiándole a seguir. Cambió de pecho, trabajándose el otro del mismo modo. Ámber se arqueó, ofreciéndole mejor acceso y él se retiró, sin soltar sus caderas. Para observarla. Apoyada en la pared, jadeando arqueada. La camisa abierta y el sujetador blanco mostrando sus pechos prácticamente como si estuvieran desnudos. Su polla dio un brinco cuando la mano de ella pasó por encima de la cresta que formaba el pantalón. La miró, arqueando una ceja. Los ojos de ella mostraban una emoción cruda, sin tapujos. Anhelo. Hambre… Vaya vaya, Ámber… —¿Cómo de mala sabes ser? —su voz sonó más ronca de lo que le habría gustado; sus manos incapaces de estarse quietas sobre sus caderas. La lenta sonrisa que dibujó su expresión envió un ramalazo eléctrico a través de su espina, directo a sus huevos. La lluvia empezó a apretar, terminando de hacer el trabajo en la tela sobre sus pechos que él había comenzado con la lengua, pegando toda su ropa a la piel suave y blanca. Oh, sí, había cambiado…
Inspiró fuerte cuando las manos de ella fueron directas a los botones de su bragueta, soltándolos con habilidad. Y el aliento quedó retenido en su garganta cuando la observó arrodillarse frente a él. Escapando en un suave gemido al sentir la lengua cálida sobre su punta. Dios…. Enredó las manos en su melena, mirándola, dispuesto a disfrutar de sus atenciones. Suavemente, la dirigió hasta conseguir el ritmo adecuado, acariciando con las puntas de sus dedos el cuero cabelludo. El placer comenzó a extenderse por las hebras nerviosas a través de todo su cuerpo, haciendo que echara la cabeza hacia atrás y acelerando un poco los embates. Apretando los ojos, sintió cómo lo llevaba hasta el fondo, saliendo después tan lenta y apretadamente que resultó prácticamente doloroso. Sergio gimió y ella respondió con un eco del suyo que casi lo hace perderse. —Joder, espera… —su voz un fiero susurro, apartándola, dejando a su sexo pulsando en medio del aire fresco y sus piernas temblando levemente. La miró desde arriba, su cara completamente mojada por la lluvia, y le pasó el pulgar por sus labios. Quizá la había subestimado, pensó jadeando. Sexo oral casi en plena calle… no parecía ser el estilo de la antigua Ámber, pensó fascinado. Sonrió al pensar en lo que podría venir a continuación. Vas a tener premio, Ámber… *** No podía decidirse entre la decepción porque Sergio la hubiera apartado antes de terminar en su boca o la euforia contenida por la promesa que ese propio acto encerraba en sí mismo. De que habría más. Tener a Sergio temblando entre sus labios la había envuelto en sensaciones que jamás había tenido con otros chicos. No se hacía ilusiones, Sergio seguía siendo el mismo cabroncete de siempre. Pero ahora, en ese instante, estaba con ella y no pensaba desperdiciar el momento con sentimentalismos. Su ropa interior estaba ya empapada, en cuanto él había gemido la primera vez gracias a sus atenciones no había podido evitar meter la mano bajo su falda y apartar la tela que cubría su sexo. Imaginando las embestidas en otro lugar de su cuerpo, las había imitado con sus dedos. Era jodidamente enorme… Se incorporó hasta alcanzar toda su estatura, ambos jadeando frente a frente. Sergio terminó de desnudarla tan sumamente despacio que a ella le entraron ganas de gritar. Luego comprendió que les estaba dando a ambos un tiempo para recuperarse. Lo observó buscar alrededor, la lluvia cayendo en una cortina suave pero continua. Estaban completamente empapados y aun así, sus cuerpos no estaban fríos. La cogió de la mano y la llevó hasta un rincón donde había una especie de repisa elevada del suelo y amplia. Le pareció incluso tierno que buscara un lugar donde resguardarlos. Pero no se engañaba. Ni siquiera se había quitado sus pantalones. La aupó de la cintura y la sentó en el borde de aquella repisa. Contempló con ojos hambrientos el espectáculo de su torso de músculos bien delineados y salpicados de tatuajes. Y pareció que la urgencia volvió a hacer presa de él, porque comenzó a lamerla, a recoger cada gota de la piel de su torso, desde el ombligo hasta sus pechos,
mientras sus manos subían y bajaban por los laterales de su cuerpo. Ámber emitía pequeños gemidos cuando la lengua hacía rodar la bolita de metal sobre uno de sus pezones o se introducía en su ombligo. Después bajó más, por su bajo vientre hasta alcanzar su sexo. A esas alturas estaba tan agitada que se mordía la lengua para evitar suplicar. No hizo falta. Un par de lametones la lanzaron al éxtasis, derrumbándose sobre los hombros de su amante. —Joder, Ámber…. eres… pura dinamita —oyó que le decía él, su respiración completamente alterada. Mientras hurgaba algo en el bolsillo trasero de su pantalón, añadió—: ¿Me quieres dentro de ti? —Sí –susurró ella sin pensarlo ni contenerse, al tiempo que comprendía que estaba enfundándose un preservativo. El canalla sabía la respuesta de antemano. Se preguntó si siempre llevaba condones encima. Oh, claro que sí… —Eso está muy bien, pequeña —su voz rasgada por el deseo, mientras se terminaba de ajustar la protección—, porque yo también me muero por estar dentro de ti —murmuró entre besos. Ámber se tumbó, dejándole espacio para subir. Y enseguida estuvo encima de ella, guiándose hacia su entrada. No pudo evitar arquearse como una gata en celo, en cuanto se tocaron. La punta roma y caliente, enorme, comenzó a hacer presión, entrando centímetro a centímetro, abriendo su carne. Sergio empezó a desplegar su magia de nuevo en cuanto sus cadera estuvieron pegadas. Parecía tener las manos en todas partes y su boca y su lengua besaban allá donde llegaban. Ámber sentía la condenada bolita de metal deslizarse por su piel y al condenado dueño, deslizarse en su interior. Pensaba aguantarle el ritmo estoicamente, hasta que se perdieran juntos. La sometió, enlazando los dedos de sus manos y subiéndolas por encima de sus cabezas. Por dios, agradecía la lluvia como agua de mayo, nunca mejor dicho. Al cabo de un par de embestidas más, no pudo soportarlo; sintió sus paredes internas contraerse y él lo notó, porque modificó el ritmo, haciéndolo más pesado, aun sin disminuirlo. El orgasmo se extendió lento, pero potente, por su cuerpo, apretando la barra caliente que la penetraba. Lo escuchó gemir y al mirarlo, descubrió una sonrisa insolente en su rostro. Le entraron ganas de borrársela de un golpe. Pero no pudo, porque enseguida esos labios estuvieron sobre su pecho, su lengua haciendo rodar el piercing en su sensible cima, sin que Sergio perdiera el ritmo de sus embates. Si acaso, lo aceleró. Notó su mano introducirse entre los cuerpos mojados —de sudor y de agua— y acariciar directamente su centro. Gritó. Como nunca lo hacía. Y de nuevo no pudo controlar la enorme ola de placer indecoroso que la atravesó como un terremoto con epicentro en su sexo. De la cabeza a los pies. Y esta vez al parecer Sergio se perdió también, porque su expresión se volvió de agónico placer, antes de esconder el rostro en su cuello, donde sintió sus jadeos contenidos contra su piel, mezclándose con los de ella misma.
Se medio desplomó sobre ella, sin dejar nunca todo su peso muerto, y Ámber acarició su espalda con suavidad, deleitándose con el tacto. Con la fantasía de que Sergio Asselbörn era suyo. Cuando las respiraciones de ambos hubieron recuperado su cadencia normal, él alzó la cabeza. La sonrisa lenta y perezosa hizo que el corazón de Ámber se saltara un latido. Se quedó contemplando ese rostro angelical. Y le devolvió la sonrisa… —Muchas gracias, princesa —murmuró en un tono suave y meloso. De los que se pegaban al corazón. Ella iba a decir alguna tontería cuando él volvió a hablar—. Nos vemos en tus sueños.
FANTASÍA -Amaya EvansTenía ropa de trabajo, estaba de saco y corbata. Su aspecto era el de un hombre que cuidaba mucho su cuerpo, se fue acercando poco a poco a ella y Amber no pudo alejarse. Ese hombre la embelesaba, desde que lo había visto la primera vez, había tenido sueños eróticos con él, se levantaba en la madrugada toda mojada y pegajosa entre sus piernas, porque en sus sueños este hombre le hacía el amor de mil maneras distintas. Cada vez que veía ese rostro tan varonil y ese cuerpo, le había hecho sentir un calor tan grande por dentro que pensaba que podía estallar como una caldera. Sus ojos eran tan penetrantes que no se sentía capaz de apartar la mirada. Cuando él se acercó más, ella pudo ver sus manos bien cuidadas, sus uñas limpias, su barba recién afeitada a pesar de la hora y de que muy seguramente venía de trabajar, desde donde estaba ahora podía percibir su olor, era un aroma a madera, especias y a hombre. Le encantaba todo de él y cuando miró hacia abajo y vio el asomo de su erección, sintió todavía más interés. El vagón estaba lleno de gente pero él se las había ingeniado no solo para llegar a ella sino también para rozar su miembro erecto contra un lado de su cadera. —Desde el primer día que te vi, no he podido sacarte de mi cabeza —le dijo al oído. Ella jadeó y lo miró sorprendida. Pensaba que por mucho que ese hombre le gustara, podía ser un violador o un asesino, ella estaba sola, la estación donde se bajaba era oscura y a esta hora no tenía mucha gente. —¿Me tienes miedo? No sabía que responder. —No lo tengas. Nunca te haría daño, es solo que no había sido capaz de acercarme a ti de esta manera. Se pegó más y hablándole al oído le tomó por el brazo y le dio la vuelta suavemente para que quedara de espaldas a él. Luego se acercó a su trasero y restregó su miembro lentamente entre sus nalgas, sobre su ropa. Amber sentía que su excitación subía y toda ella se humedecía. Mientras él empujaba hacia adelante, ella empujaba hacia atrás. El hecho de que estuvieran entre tantas personas, hacía la experiencia aún más deliciosa. Poco a poco y con disimulo fue subiendo su mano por debajo de su falda larga hasta tocar sus bragas. Las movió a un lado para tocar la carne sensible y sumergir los dedos en su calor. —¿Cómo te llamas? —le preguntó Ámber. —¿Cómo quieres que me llame? —respondió él. —Richard —le dijo en un jadeo. —Entonces…seré Richard.
Ella solo podía morder sus labios para no dejar escapar un grito lastimero. Mientras él con sus hábiles manos la hacía perder la razón. Sentía como la ensanchaba primero con un dedo y luego con dos, expandiéndola hasta el punto del dolor. Comenzaba dulce y lento y a medida que su temperatura subía y sus jugos eran más abundantes, el ahondaba más en su interior, de manera más rápida y fuerte. Amber bajó la mirada hacia sus pechos y vio como se endurecían sus pezones en excitación, hasta tensar la tela de la blusa que llevaba puesta. —Abre más tus piernas —le dijo metiendo su rodilla entre ellas—. Dios, estás tan húmeda, que si no fuera porque vamos en un vagón lleno de gente, te follaría ahora mismo. —Hazlo, dame más. Necesito más. —No me tientes. Ámber, se agarraba de la baranda del vagón, como si su vida dependiese de ello mientras lo dejaba hacer su magia. Le gustaba la sensación de él, castigando su sexo con sus dedos, su crudeza, su abandono, el simple hecho de que eran un hombre y una mujer que querían follar porque les apetecía. Así, sin dar explicaciones. Luego en su febril excitación lo escuchó preguntar algo. —¿Te gusta que te folle con mis dedos, así? O ¿Quieres que lo haga más duro? —le susurró al oído, su voz era grave, notaba que él también estaba caliente—. Estás a punto de correrte para mí, lo sé, quiero sentir toda esa crema en mis dedos y si no hubiera tanta gente aquí, también en mi boca, quiero probar tu sabor. Era cierto, ella estaba a un segundo de tener un orgasmo. En algún momento su otra mano la había rodeado y ahora sentía como un dedo acariciaba y manipulaba su clítoris, mientras su otra mano bañada en sus jugos bombeaba sus dedos sin piedad por fuera. —Ah…sí, sí… yo también quiero correrme en tu boca —le dijo ella en secreto. Un gemido salió de su garganta, ya no podía más, su cerebro no podía pensar con claridad y todo lo que quería era su miembro duro, dentro de ella. Elevó sus caderas y las restregó contra él. Sintió de repente un estremecimiento en todo su cuerpo, su vagina se apretó completamente alrededor de los dedos de él y su orgasmo llegó y ella no pudo, ni quiso hacer nada por evitarlo. Cuando estuvo a punto de lanzar un grito, una boca tapó la suya, se encontró besando los labios más ardientes y más sexy que había visto. Mientras ella se apoyaba en él y sus estremecimientos pasaban poco a poco, vio como Richard llevaba sus dedos todavía brillantes con sus jugos, a su boca y los lamía como si fueran el néctar más delicioso hasta dejarlos completamente limpios. Las puertas del vagón se abrieron en ese momento. La gente comenzó a salir y él la tomó del brazo. —Vamos.
Ella lo siguió sin preguntar, no le importaba a donde se dirigían, con tal de estar con él. A una cuadra de allí estaba su casa y él la siguió. Cundo llegaron estaban jadeando de anticipación. Ella subió con él a su dormitorio, mientras se quitaban la ropa por el camino. En algún momento subiendo las escaleras, los dos cayeron al piso y Amber boca arriba se incorporó sobre sus brazos, se quitó las bragas, extendiendo sus piernas de lado a lado, para que el la viera. Richard no podía dejar de mirar su sexo expuesto y depilado, su boca se hizo agua de pensar en chupar esos hermosos labios rosados e hinchados que tenía enfrente. —Eres hermosa —le dijo observándola, como un león mira a su presa. —Quiero follarte ahora, mañana y todos los días que siguen, hasta que mi olor quede en ti, quiero que todo el mundo sepa que eres mía. Porque tú eres mía. Lejos de preocuparse por esas palabras, lo que ella sintió fue una corriente eléctrica por todo su cuerpo. Cuando ya no se aguantó más, se levantó, la haló hacia arriba y la besó con ansiedad, recorriendo su cuerpo con sus manos como un hombre desesperado. Terminaron de besarse y entonces, se agachó, quedando de rodillas frente a su sexo y sin previo aviso, sumergió su cara entre las piernas de ella. Ella jadeó sorprendida, luego solo se limitó a experimentar todas las sensaciones que él estaba creando en ella. Richard lamía y chupaba con avidez, comía su sexo de manera desesperada, su lengua actuaba sin misericordia y ella adoraba el sentirse vulnerable y expuesta para él. La sensación suave de su lengua y su aliento cálido la estaban llevando al borde rápidamente. El empezó con toques ligeros hasta que sintió que su clítoris se hinchaba. Usó entonces la punta de su lengua para manipular con más fuerza el pequeño botón rosado. Cuando ella comenzó a oscilar su pelvis, el mojó dos dedos en su boca y los deslizó en su vagina, localizando el punto G. Su lengua en ese momento trabajaba vigorosamente masajeando ese punto. Los gemidos de ella y su balanceo, la delataron, y Richard notó que estaba a punto de un orgasmo, entonces Ámber trató de alejarse al no aguantar más, y él no la dejó, capturó sus muslos y chupó con más fuerza hasta que ella, gritó y se deshizo en un fuerte orgasmo, pero él no le dio tregua y se levantó para tomar sus piernas, una a cada lado de su cintura. —Sostente de mi cuello, y coloca tus piernas alrededor de mi cintura —le dijo entre dientes, su excitación era tan grande como la suya. De una embestida se introdujo en ella, y comenzó a bombear fuerte. En esa posición ella podía sentirlo en toda su plenitud y le encantaba. Los jadeos y gemidos de ambos se oían en toda la casa. Su vagina estaba totalmente ensanchada, le dolía y era un dolor divino. —¡Eres tan grande!
—Y tú estás tan apretada, me vuelves loco. —No puedo más. —Sí puedes nena, tómalo todo. El la penetraba más profundo, sus pechos saltaban en cada embestida directo a la cara de él, como ofreciéndose. Se movía con cierto ritmo dentro y fuera de ella. Tocó su con sus dedos su clítoris al tiempo que la follaba. —Estás tan lista para mí, tan mojada —la besó fuerte, posesivo. Tomó uno de sus pezones y lo mordió, Ámber gritó en ese momento y se corrió, prácticamente aullando su nombre. Pero el nuevamente comenzó a excitarla con sus dedos y cuando ella estaba a punto de tener su otro orgasmo, la volteó para que ella quedara dándole la espalda, el no había perdido su erección o simplemente se había recuperado muy rápido y la penetró sin miramientos por detrás. Lanzó un grito. Richard inmediatamente se detuvo. —¿Nena te hice daño? —¡No! No te atrevas a detenerte, solo fóllame. Richard aumentó el ritmo de sus embestidas, apretaba sus pezones mientras se sumergía en la carne deseada. Ella apretaba su miembro, sosteniéndole firme. Y él se corrió de una forma sorprendente, y sintiéndose luego, tan débil que pensó que estaba ya muy viejo para hacer el amor en otra parte que no fuera la cama. Lágrimas salían de los ojos de Amber, sus rodillas empezaron a temblar y supo que caería de un momento a otro al piso, pero allí estaba él, sosteniéndola y abrazándola. Todavía con sus estremecimientos y su corazón palpitando fuertemente, Richard la levantó en brazos y la llevó a la habitación, la colocó en la cama donde cayeron en un amasijo abrazos y besos. Suavemente la acunó contra su pecho, diciéndole palabras hermosas al oído, acariciándola y diciéndole que no quería separarse de ella nunca. Así se durmieron un rato, hasta que sonó el celular. Richard la detuvo antes de que atendiera la llamada. Le dio un beso. —Hola mi amor —escuchó una voz ansiosa del otro lado. —Sí cariño, no se me olvida que mañana es tu partido de Futbol. No te preocupes, papá y yo iremos a verte —dijo Amber con voz tranquilizadora—. ¿Cómo están los abuelos? Richard le hizo señas. —Dile que le mando un beso —le dijo a Amber. —Está bien cariño, papá te manda un beso. Nos vemos, te quiero. Cuando terminó la llamada, Amber se giró, retiró la sábana que cubría a su esposo y comenzó a acariciar su miembro que no tardó mucho en volver a la vida, cuando vio
una pequeña gota de semen coronar la cabeza de su miembro, lo introdujo en su boca. Esa noche su esposo había cumplido su fantasía de hacer el amor con un desconocido, ella había sentido cómo si hicieran el amor por primera vez. En realidad casi era así, pues tenían dos meses que no se veían, estuvieron a punto de separarse, por eso habían decidido darse otra oportunidad, dándole cierto giro a la relación con sus fantasías y ella sonrió pensando en ese pequeño vestidito de porrista que tenía entre su guardarropa. El resto de la noche, ella se disponía a cumplir todas y cada una de las fantasías de su esposo…
CONDUCTAS -Paty C. MarínVestía ropa deportiva, lo que significaba que, del mismo modo que Ámber regresaba a casa del trabajo, él volvía de su entrenamiento diario. Esa noche se había calado la capucha de su sudadera hasta la frente y entre sus pies, en el suelo del vagón, descansaba una bolsa de deporte, protegida por dos piernas robustas y firmes. Con la mano derecha se sujetaba a la barra de seguridad del vagón, manteniéndose completamente rígido a pesar del traqueteo, inamovible como una estatua; la otra mano descansaba dentro del bolsillo del holgado pantalón. Ahora no se le veía el pelo, pero Ámber sabía que lo tenía rapado y ayer ya le había crecido un poco; tenía casi medio centímetro de longitud, pudiendo apreciarse el color, castaño oscuro, un matiz que a Ámber le recordaba al color de su propio nombre. Con un suspiro, clavó la mirada en sus zapatos, unas incómodas bailarinas con un estampado floral vintage en negro y rosa. Lo que no era capaz de entender era cómo lograba estar en el mismo vagón que ella, era imposible coincidir tantas veces, noche tras noche, en el mismo sitio, a la misma hora, al mismo tiempo. Las casualidades no existían. Por eso creía que él la seguía y la acosaba porque quería abusar de ella. Estaba segura. No tenía nada que ver que él viviera en su misma calle y tuviera que utilizar la línea 3; no había otra explicación posible al comportamiento de ese tipo, esa conducta tan impropia de una persona normal y corriente. Ese hombre estaba enfermo, tenía un problema. No había otra explicación a lo que había hecho delante de su ventana. A lo que hacía todos los días delante de la ventana, exponiéndose de esa forma tan descarada y sucia. Lo peor es que había sido la propia Ámber quién le había dado pie a hacerlo, sonriéndole como si de verdad le interesase, como si quisiera algún tipo de rollo con él, con una sonrisa tonta que podía interpretarse como “fóllame esta noche y olvídame por la mañana” y unas miradas de hambre que ni ella misma se creía capaz de poner. Y no debería estar mirándole ahora, debería mirarse los zapatos y contar las flores que había en ellos; no debía caer en la tentación de desviar los ojos y recrearse en su fornido cuerpo de atleta. Ya debería haberse acostumbrado a verle y, por tanto, olvidarse de que existía; para ella, él sólo debería ser un mueble más, formar parte del decorado del metro, un ser completamente invisible. Pero con ese tamaño, esa envergadura, esos músculos tan grandes y fornidos que parecían estar esculpidos en un pilar de mármol resultaba imposible que pasara desapercibido incluso vestido y era difícil no fijarse en él. Y él sabía que llamaba la atención, y le gustaba exhibirse. Le gustaba mostrarse ante ella y le gustaba ella lo mirase. Por eso siempre dejaba las ventanas abiertas y se paseaba desnudo por la casa, mostrándole su cuerpo, tentándola. Ámber apretó los labios sin dejar de mirarse los pies y cerró los ojos. Al instante apareció aquella imagen, la de ese hombre, ese gigante de pelo ambarino con los músculos tensos y gruesos, los tendones marcándose sobre una piel brillante por el sudor del esfuerzo. Antes de generar ninguna fantasía, en su mente cerró la puerta que él quería abrir a empujones y se forzó a pensar en números, en matemáticas, en algún principio físico de teoría de cuerdas. Se puso de cara a las puertas de entrada al vagón para darle la espalda creando una barrera entre ellos, así no caería en la tentación de mirar entre sus piernas lo que una vez había visto y ya no podía olvidar. El pantalón de su chándal gritaba, la llamaba, reclamaba su atención; podía adivinar perfectamente la curva de su
grandeza que incluso en reposo la abrumaba. La holgada tela parecía marcar con claridad lo que escondía bajo ella y Ámber sabía, por haberse quedado mirándolo en más de una vez, que no llevaba nada debajo. Había mucha libertad de movimiento cuando cambiaba el peso de una pierna a otra, cuando se balanceaba con el traqueteo del tren o cuando afianzaba las piernas para proteger su bolsa de deporte. Podía intuirlo como si fuera desnudo. Se mordió el labio y apretó el libro contra su pecho, cerrando los ojos con más fuerza. Sintió que le ardía la nuca. Él la estaba mirando, la vigilaba, se había dado cuenta de que ella lo había estado observando. Otra vez. Ámber tragó costosamente y se agitó nerviosa, tratando de acelerar el tiempo o la velocidad del metro para llegar antes a casa y esconderse de él. Se sentía desnuda en su pequeño rincón, observada. Seguro que la estaba mirando. Ella hacía exactamente lo mismo, pero a diferencia de él, ella no caminaba desnuda por la casa con las ventanas abiertas. Se había jurado a si misma que no volvería a recrearse en aquel recuerdo y mucho menos teniendo al protagonista tan cerca. Respiró hondo y se dispuso, como cada a noche, a soportar los veinticinco minutos de viaje notando la mirada del gigante de pelo rubio clavada en la nuca. Aunque en realidad no le estaría mirando la nunca, sino el trasero, disfrutando de las cosas que deseaba hacerle a sus nalgas. Saberlo, saber que él estaría fantaseando con su culo, por alguna razón inexplicable, provocaba convulsiones entre sus muslos y un humillante hormigueo en su parte trasera, a la altura de los riñones. Volvió a respirar muy hondo y dejó salir el aire por la nariz, muy despacio, lentamente, concentrándose en su propia respiración. Repitió la operación una vez, dos veces, escuchando el traqueteo del vagón sobre las vías, el ruido del viento cortándose dentro del túnel, el chirrido metálico de los raíles. Se estremeció, aquella mezcla de sonidos era escalofriante. Abrió los ojos. Contuvo el aliento. Él estaba detrás de ella. No necesito darse la vuelta, podía verlo por el reflejo de las ventanas del vagón. Se había quitado la capucha de la sudadera y ahora podía verle la cara, aunque los ojos permanecían en sombras. Aquel era el primer acercamiento después de un mes de acoso, ¿cómo debía reaccionar? Tenía que gritar y apartarse de él, tenía que alejarse, evitar que la tocara, que le metiera mano; pero en lugar de hacer todo eso, se aferró a la barra de seguridad con más fuerza para evitar caerse redonda al suelo de la impresión. Podía notar su calor en la espalda, en toda la espalda y en el trasero y pensar en que estaba tan cerca de sus nalgas le provocó una incontrolable fiebre, un espasmo de lujuria de tal magnitud que le resultó humillante. Se mordió los labios y el pinchazo de sus dientes derribó su defensa mental, provocando que la puerta que ella quería mantener cerrada en su mente se abriera de par en par y el recuerdo entrase como una tromba. Deseaba lo que había a poca distancia de sus nalgas porque lo había visto, duro e hinchado, en las manos de su dueño cuando él se masturbó delante de la ventana y desde entonces lo había deseado con locura. Hacía semanas que había reconocido al chico del vagón como el muchacho que vivía en el edificio que había al otro lado de la calle -un estrecho callejón oscuro- y al mismo tiempo él la había reconocido a ella como la chica del vagón que vivía en la casa de enfrente. Fue un reconocimiento mutuo. Ámber lo vigilaba a escondidas desde el mismo momento en que él entró a vivir allí y miraba por la ventana para poder verle cuando entrenaba en el salón con el saco; la potencia con que golpeaba se transmitía a su estómago, cada puñetazo que él daba ella lo sentía entre las piernas. Luego dejaba de
entrenar, con el cuerpo sudoroso y tenso y se daba una ducha, para después salir envuelto en una toalla cubierto por unas gotas de agua que ella deseaba lamer y chupar. No solo deseaba lamer su piel, saborear esas saborear esas saladas y aromáticas gotas, deseaba chuparlo, chuparlo todo, quitarle esa toalla y lamer lo que había debajo. Nunca pensó que le gustasen ese tipo de cosas, pero reconoció que sí le gustaría hacérselas a él. Hacerle muchas cosas y que él hiciera otras tantas, sucias, indecorosas, inclasificables. En realidad no era un modelo perfecto, todo músculo perfilado, como esos que salen en las revistas; tenía cuerpo de atleta, la espalda grande, los brazos delgados, la cadera estrecha y el torso plano. Su cuerpo estaba definido, pero sin llegar a marcarse del todo. Simplemente, era de complexión rotunda y su rostro no destacaba por ser hermoso. Pero era atractivo a ojos de Ámber y eso bastaba. No utilizaba cortinas, dejaba las ventanas abiertas para que entrara el aire y ella podía observarlo todo a escondidas. Vivían en pisos distintos, pero las ventanas estaban a la misma altura. Por las mañanas lo observaba, un dios semidesnudo, y fantaseaba con él para después morirse de vergüenza cada vez que lo veía en el metro. Cuando llegaba a casa por las noches, se acercaba a la ventana y le observaba entrar, desnudarse y ponerse algo cómodo para dormir. Cuando él apagaba la luz, ella se daba una ducha y se acariciaba pensando en él hasta que, de puro horror, reprimía su propio orgasmo y se iba a la cama, frustrada, para seguir frotándose contra las sábanas sin conseguir el deseado alivio. Era una rutina tan excitante como martirizante. Anhelaba su cuerpo, su sexo, tenerle encima sintiendo todo el peso de su cuerpo. Y todo eso cambió el día en que la pilló espiándole. En verdad Ámber no sabía quién había estado vigilando a quién, pero aquel día supo que él había estado exhibiéndose a propósito y que ella se había rendido a sus encantos. Miró por la ventana a las cuatro y doce minutos de la tarde, como todos los días, unos instantes antes de salir de su apartamento para ir a trabajar; y él estaba allí, con la ventana abierta, desnudo, mirando justo dónde estaba ella. Ámber se quedó paralizada por la impresión, pero fue incapaz de apartar la mirada de los ojos de él, que la taladraban mientras con la mano derecha se acariciaba una gruesa y dolorosa erección. Tenía los músculos del cuerpo en tensión, el rostro endurecido en una mueca de lujuria y desesperación y su mano, grande y tosca, rodeaba un pene duro y rojo. Ámber no había visto nunca a un hombre hacer precisamente eso, nunca lo había encontrado erótico, pero era algo tan extraordinario que se quedó sin respiración; en lugar de apartar la mirada, desvió los ojos hacia su miembro y se humedeció los labios, deseando absurdamente metérselo en la boca. Sentirlo en los labios, en la garganta, llenándole las mejillas, colmándole la boca. Él aceleró las caricias, sosteniéndose en el marco de la ventana y tensando todavía las los músculos. Ámber, con los ojos como platos, observó detalles que normalmente no habría observado en un miembro masculino porque, para ser sinceros, un hombre desnudo con el miembro en alto le parecía una imagen un tanto ridícula; pero se fijó, por ejemplo, que su corona era de color púrpura, que pequeñas gotas caían de su punta roma, como lágrimas, derramándose entre los dedos que subían y bajaban. Era fascinante que él le estuviera dedicando aquel solo. Era jodidamente fascinante. De repente él gritó liberando su orgasmo, Ámber dio un respingo cuando su semilla se derramó sobre el alféizar de la ventana y la realidad le cayó como un jarro de agua fría, despertándola de su fantasía. Jadeando de ansiedad, salió corriendo de su casa y entró a trabajar para olvidarse de aquello. Saber las razones por las que había llegado diez minutos tarde aquella jornada empeoró mucho su concentración. Y toparse con él en el metro a las nueve y diecisiete de la línea número 3 fue la pero situación de su vida.
Desde entonces, él había mantenido las distancias y se había limitado a observarla, acusándola en silencio de ser una mirona pero al mismo tiempo provocándola con sutiles insinuaciones. Hasta ahora. Ámber sintió que el corazón le golpeaba las costillas al tenerle, por primera vez, tan cerca. Realizó un sobreesfuerzo por controlar la respiración, estaba hiperventilando y podría gemir en cualquier momento. Él tenía el ceño arrugado, podía ver las líneas de su furia reflejadas en el cristal, sus ojos negros por la oscuridad le daban un aspecto aterrador. ¿Estaría enfadado por saberse espiado? ¿La denunciaría por invasión de la intimidad? ¿Le pegaría una bronca y la humillaría? ¿Y de quién era la culpa cuando él era un maldito exhibicionista, un pervertido sexual? Tendría que ser ella la lo denunciara por conducta escandalosa. De pronto sintió su mano en la cintura y Ámber emitió un gritito agudo antes de que la voz se le quedara atascada en la garganta. Un torrente de calor estalló en su piel y se expandió por todo su cuerpo, impactando en su vientre y descendiendo abruptamente hacia su sexo. Sin decir una sola palabra, la mano fue bajando por la cadera, por el muslo, hasta alcanzar el borde la falda. Ámber pensó que había elegido mal su vestuario para hoy, un vestido de verano de algodón, blanco con floreado a juego con sus bailarinas, con una ristra de botones en la parte delantera de arriba abajo; el borde le llegaba un palmo por encima de las rodillas. Pero también pensó que era el vestido perfecto para que él se lo arrancara de un tirón y la follara en condiciones extremas. En mitad de la calle. Delante de la ventana. Ante todo el mundo. A él no le llevó demasiado tiempo tocar su piel desnuda con la yema de los dedos y aquel contacto, aquella eléctrica caricia le nubló el juicio. Fue subiendo la mano por debajo de la falda hasta posarse sobre su cadera desnuda. Ámber apoyó la cabeza en la barra de seguridad, mareada al notar tanto calor y avergonzada por las reacciones de su cuerpo. Su mente trabajaba en una sola dirección y generaba oscuras fantasías, a cada cual más escandalosa y, a todas luces, ilegal. Él emitió un gruñido en su oído y ella supo las razones. Hacía días, semanas, que Ámber, en su locura personal, había decidido no usar ropa interior de ningún tipo. Él acababa de descubrirlo. Contuvo el aire en los pulmones y entonces él se arrimó un poco más hacia ella, hasta el punto de insinuarle lo excitado que estaba ante la revelación. –Quiero follarte –declaró él en un quedo murmullo cerca de su oreja. Ámber se derritió y se aferró con mayor fuerza a la barra de seguridad, sintiendo la humedad resbalarle entre las piernas. Era uno de los inconvenientes de no llevar bragas, pero también una ventaja, porque no las empaparía. Lavar unas bragas y recordar porque las habías mojado era vergonzoso y humillante. Percibió que él también se había agarrado a la misma barra, con el puño debajo del de ella, con tanta fuerza que podría arrancarlo de su sitio. Con suavidad, le acarició la piel de su cadera con el pulgar, mientras le hablaba en voz muy baja, para que sólo ella pudiera escuchar lo que tenía que decirle. – Quiero follarte muy duro, tan duro que luego no puedas caminar derecha durante días. Quiero follarte despacio, tan despacio que desearás que me detenga y al mismo tiempo que no pare nunca. Quiero follarte por detrás y por delante; hundirme en tu culo, en tu sexo y en tu boca, todas las veces que sea posible. Quiero follarte por completo y oír como gritas mi nombre cuando te corres… Te quiero debajo de mí, mojada y temblorosa; cabalgando sobre mí, caliente y salvaje, retorciéndote… –hizo una pausa, su tono de voz era oscuro y ronco, le costaba seguir hablando. Algo en su forma de
revelarle aquellas cosas la indujo a pensar que las había pensado mucho y puede que las hubiera escrito para después aprenderlo de memoria y soltárselo así. Ámber tragó con dificultad, ardiendo por dentro y por fuera, mirando fijamente el reflejo del desconocido en el vidrio. No podía adivinar la expresión de su cara, se moría de ganas de verlo, pero al mismo tiempo era incapaz de moverse de dónde estaba–. Quiero follarte de todas las formas que existen y luego inventarme otras para seguir follándote… Ahora... –gruñó frustrado, incapaz de hablar. Movió la mano hacia abajo y Ámber se agarró a la barra de seguridad. El tiempo se detuvo para ella, avanzó lento, espeso como gotas de miel; sintió en cada centímetro de piel como las puntas de sus dedos, redondas y gruesas, acariciaban su monte de Venus y acariciaban justo esa zona de su sexo que se dividía en dos; avanzó hasta rozar su íntima semilla, la cogió con tres dedos y apretó y ella se mordió los labios para no gritar. —Joder —maldijo sorprendido y con voz estrangulada. Ella tampoco esperaba que él le metiera la mano bajo la falda y descubriera su pequeño secreto. Se sonrojó, humillada. No solo no llevaba ropa interior, desde hacía días mantenía su sexo perfectamente rasurado. Por si ocurría precisamente lo que estaba ocurriendo ahora. No era tonta, albergaba esperanzas, alimentaba su fantasía y sentir el frescor entre las piernas y el roce de sus labios desnudos entre los muslos era tan excitante como mortificante, máxime cuando lo veía en aquel vagón y se frotaba las piernas para excitarse, imaginando, pensando, deseando que él le metiera la mano bajo la falda y la tocara. Ella también se daba placer, pero era más discreta. Con un gruñido, el chico del vagón hundió la cara en su pelo y profundizó la caricia, agarrándola con tanta fuerza de la entrepierna que la hizo ponerse de puntillas. La apretó a su cuerpo desde la entrepierna, para que notara cuán duro se había puesto y el ramalazo de dolor por la presión ejercida le envió una onda de calor. Ámber había olvidado que estaban en un vagón repleto de gente, no le importaba nada, solo aquella mano abrasándola y separándole los labios para acariciar lo que anhelaba. Separó un poco las piernas y él, silenciosamente, la recompensó con unas caricias circulares alrededor de su clítoris que se inflamó hasta los límites del dolor. Ella ahogó un grito, casi un rugido, deseando con toda su alma correrse sobre su mano. Si él se pidiese, lo haría sin dudar; estaba al borde del colapso. —Me vuelves loco —masculló el desconocido apretando los dientes—. No sé como todavía me funciona el brazo derecho… Al instante, ella notó todo su brazo derecho alrededor de su cintura, un brazo que terminaba en una mano que no dejaba de empaparse, que resbalaba entre sus pliegues y que se movía frenéticamente silenciosa rozando su húmeda hendidura. Ámber no era capaz de hablar, solo de sentir. El vagón dio un fuerte bandazo y los movió a los dos del sitio; Ámber se agarró con las dos manos a la barra de seguridad, dejando caer el libro sobre la mochila del muchacho. Él apartó la mano con la que se sujetaba a la barra y la llevó a uno de sus pechos, que tocó por encima de la fina tela del vestido y cuando encontró su pezón, duro a causa de la lujuria que la recorría en oleadas, lo apretó con fuerza. Ámber recuperó la voz y chilló, pero rápidamente recordó dónde estaba y se tragó el grito. Aquella caricia no duró demasiado, sin dejar de masajear su convulso sexo, levantó la parte trasera de su falda por encima de los riñones. Ámber pudo sentir
su caliente erección presionar entre sus nalgas, para después deslizarse hacia abajo con dificultad, pasando entre sus muslos hasta que la punta de su miembro le tocó el clítoris que él acariciaba con los dedos. Se escandalizó y se excitó a partes iguales, mientras puntitos blancos se formaban delante de sus ojos. Él abandonó las caricias y rodeó su estrecho cuerpo con los brazos, apretándose a ella lo más posible, sin moverse, respirando en su cuello. Ámber abrió y cerró la boca, queriendo decir algo, pero las palabras no le salían, porque lo único que podía sentir era como su sexo se mojaba y mojaba el sexo de él. Era como estar sobre una barra de hierro caliente. ¡Joder!. Se le entumecieron las piernas por la fuerza con la que trataba de permanecer quieta, moviéndose únicamente al ritmo del traqueteo del vagón, con la respiración agitada. Aquella caricia tan caliente dolía, dolía muchísimo. Al borde de la locura, Ámber reprimió la terrible necesidad de frotarse contra él para obtener alivio, del mismo modo que él se mantenía quieto. Pero podía notar que temblaba, que latía entre sus labios, al límite de su cordura; y ella también temblaba y estaba al borde de perder la compostura y empezar a retozar salvajemente en medio de toda aquella gente. ¿Nadie se daba cuenta? Ojala se dieran cuenta del deseo que los envolvía, se morirían de envidia si pudieran ver el deseo que sentían el uno por el otro, tan puro, tan sincero. El vagón empezó a frenar. De pronto se detuvo y Ámber abrió los ojos cuando las puertas se abrieron. La gente empezó a salir y entrar y arrastrados por la marea, se separaron y sus sexos dejaron de estar en contacto. Aquello fue como romper el cable maestro que sostiene el puente, Ámber comprendió con horror lo que había ocurrido y el pánico se apoderó de ella. Había pasado lo mismo que cuando se lo quedó mirando mientras se acariciaba, se había comportado de forma indecente. Saltó al andén y empezó a correr hacia la salida, con la falda ondeando tras ella. No le importaba en absoluto si se levantaba con el viento y todo el mundo pudiera verle el trasero, lo único que quería era llegar a casa y encerrarse en el armario bajo llave. Perdió un zapato mientras subía las escaleras mecánicas de dos en dos, corriendo como alma que lleva al diablo, notando rápidamente el esfuerzo en el pecho, unos dolorosos pinchazos en el corazón y fuego en los pulmones. Salió a la calle oscura y mal iluminada, cruzó sin mirar la carretera y vislumbró el portal de su casa a un par de manzanas de allí. Apenas podía respirar, faltaban unos metros, pero no fue capaz de llegar a casa y se desplomó. Unas manos impidieron que cayese al suelo y, mientras resollaba, sintió como las manos la arrastraban hacia el estrecho callejón que separaba los dos edificios. —Respira —le dijo el desconocido envolviendo su rostro con sus grandes manazas. Ámber inspiro convulsamente y jadeó, con el corazón desbocado, sintiendo una fuerte opresión en el pecho. Dolor físico y emocional. No estaba muy acostumbrada al ejercicio físico y se había pegado la carrera más dura de su vida por alejarse de la locura. Sabía que tenía un problema de conducta, todo el mundo se lo había dicho, los médicos se lo habían dicho. Era propensa al mal comportamiento y estaba loca. —Respira hondo –insistió él, mirándola a los ojos, anclándola a la realidad, devolviéndole parte de cordura perdida. Él también se comportaba mal. Ámber se fijó en que el desconocido tenía los ojos como el color de su pelo: ámbar. Oro líquido. Él le gustaba. Le gustaba mucho. Quería besarle, tocarle, sentir su piel caliente abrasándole el cuerpo. Y él la correspondía, la miraba con deseo, con lujuria, con locura. Dos locos juntos. Ni siquiera sabía su nombre, pero, ¿acaso importaba cuando el deseo era tan inocente?
Su respiración se fue relajando, él también jadeaba por el esfuerzo, pero era una respiración controlada. Tenía la boca abierta para dejar pasar el aire y Ámber perdió la razón. Se lanzó hacia sus labios y lo besó con desenfreno, hundiéndole la lengua entre los dientes hasta rozar la suya. Él correspondió aquel beso de inmediato y luchó por el espacio que le pertenecía, imitando el salvaje arrebato de Ámber introduciendo también su lengua en la dulce boca de ella. Enredó las manos en sus cabellos, ella se aferró al poco pelo de punta que él tenía, gimiendo frustrada y se frotó a su cuerpo con desesperación. Él agarró el vestido y lo levantó con brusquedad hasta el cuello, exponiendo sus pechos a la fría noche. Agarrándola por la cintura y doblándola casi por la mitad, abandonó los tiernos labios de Ámber para abarcar su pezón, que lamió y araño con los dientes, tratando de llenarse la boca con la trémula carne de sus pechos. La lengua humedeció sus senos, su vientre, sus caderas; el desconocido cayó de rodillas ante ella para hundir la cara entre sus muslos y seguir lamiendo. Ya no había lugar para el decoro o la represión, Ámber emitió un gemido que cortó el silencio de la noche cuando el hombre pasó la lengua por su sexo y se aferró a su cabeza para apretarlo más. Las manos del desconocido le separaron los muslos, con un gruñido de satisfacción saboreó su sexo de arriba abajo antes de penetrarla inesperadamente con dos dedos. Ámber se convulsionó de inmediato, pegando tal brinco que de no haber tenido una pared detrás se habría caído y no reconoció que aquello que la recorría era un devastador orgasmo hasta que se dio cuenta que las caricias y los besos prolongaban la sensación hasta el infinito, transformando el placer en un tormento doloroso. Semanas, meses de reprimir el deseo que sentía y ahora él podía bebérselo, tragárselo, sentirlo en la boca. Era mejor de lo que había soñado. Él apartó por fin la boca de su sexo y sacó los dedos. Con gestos bruscos, la hizo girar para ponerla contra la sucia pared de ladrillos y la agarró de las caderas. Ella todavía temblaba, pero gimió de gozo al notar como él la penetraba lentamente, de principio a fin, zambulléndose en su interior, llenándola con su calor y su grandeza. Era tan grandioso, tan maravilloso… Se movió hacia él y él no tardó en corresponderla con unas firmes acometidas que casi la levantaban del suelo, hasta el punto de tener que sostenerse sobre la pared con las manos, notando como elevaba los pies con cada embestida. Una y otra vez. ¡Más! Deseaba más de aquello. Podía escuchar sus gruñidos salvajes mientras hacía exactamente lo que había prometido, follarla tan fuerte, matarla de placer, que cuando terminase se habrían desollado mutuamente de tanto rozarse. Ámber nunca se había considerado una mujer ardiente, nunca había tenido inclinación por el sexo descontrolado, salvaje o apasionado, pero ahora estaba siendo sucia y escandalosa y lo estaba siendo de corazón, con tanta pasión que asustaba. Aquellas manos firmes la sujetaban de la cintura, el robusto cuerpo del desconocido chocaba contra el suyo, la colmaba de placer y se lo entregaba todo, empujando contra ella con fiereza y determinación, alcanzando lugares que nunca otro hombre iba a alcanzar jamás; recónditos rincones de su cuerpo y de su alma. Y ella así lo deseaba, del modo en que él se lo daba. Era perfecto. Jodidamente perfecto. Perdió la noción de la realidad otra vez cuando él aceleró y ella se corrió sin control una y otra vez, mientras él empujaba hasta el fondo y se tensaba, crecía y estallaba como un volcán en erupción, abrasándole las entrañas y envolviendo su corazón con fuego. Y aún estaba temblando, aún seguía penetrándola después de haber alcanzado el orgasmo, obligándola a tener otro antes de detenerse por fin y derrumbarse encima de ella. Ámber se deslizó por la pared, con el cuerpo desnudo,
sudoroso y agarrotado, arrastrando con ella a su salvaje amante, que no quiso abandonar la calidez de su sexo y se desplomó con ella hasta quedar los dos arrodillados sobre el mugriento suelo. Estaba abrazado a ella, con sus fuertes brazos alrededor de su cuerpo y le acariciaba el vientre y los pechos, recuperando el resuello. Respiraban rápido, respiraban juntos, se calmaban juntos. Ella no podía hablar, no tenía ni idea de lo qué se decía en una situación así, porque nunca había hecho algo así. Sabía que tenía que marcharse, salir de ese callejón; pero estaba muy bien allí, caliente y satisfecha. Si se marchaba, el momento se rompería y la burbuja de felicidad estallaría. Porque, ¿qué iba a pasar después de esto? Esta maravilla no se volvería a repetir y de repente la invadió la tristeza. No supo cuanto tiempo transcurrió hasta que él se removió. Le besó los hombros, el cuello, lamió su clavícula, su oreja y tiró de su pelo para obligarla a doblar la cabeza y acceder a su boca, que besó con lujuria. La tristeza se desvaneció cuando ahogó los lamentos entre sus labios. Después, la cogió por la muñeca y se levantó; cuando abandonó su sexo, ella tuvo ganas de llorar por el vacío que dejó. Sin decir una sola palabra, el desconocido se inclinó, apoyó el hombro en el vientre de Ámber y se la cargó a la espalda, como un troglodita con su pieza recién cazada. Aquel comportamiento cavernícola despertó emociones en Ámber, que gimió complacida y emocionada. La agarró de las piernas para evitar que cayese y con la otra mano agarró su bolsa de deporte, para finalmente salir del callejón y dirigirse en dirección contraria a dónde vivía a Ámber; se dirigía a su casa. A su caverna, su cúbil, su guarida, pensó Ámber. Era su trofeo. No comprendía porque aquel pensamiento tan primario la alegraba tanto. —¿Cómo te llamas? —preguntó ella, con la voz ronca, seguramente de tanto gritar. —George —respondió él, abriendo el portal de su casa. —George —susurró ella. Era un bonito nombre. Estaba deseando gritárselo al oído mientras él la llevaba otra vez al orgasmo—. Yo soy Ámber. Por toda respuesta, George emitió un gruñido.
CELOSA PASIÓN -PukitChanCuando se sintió demasiado tensa, relajó su boca y soltó un suspiro, procurando que fuera bajo con la idea ridícula de que él podría escucharla a pesar de la distancia. Ámber se animó a levantar la vista y observar de soslayo si él seguía en la misma posición; sin embargo, la figura imponente de aquel hombre había desaparecido de su rango de visión. Con la ansiedad creciendo y aumentando sus ritmos cardiacos, levantó por completo su rostro, mirando hacía todos lados, buscándolo. Se preguntaba si acaso se había bajado antes para hacer su recorrido más corto, seguramente con el propósito torturarla y ahogar de esa manera su corazón, estrujándolo con crueldad. Entonces lo sintió. Ellos nunca habían estado cerca, principalmente porque moverse en uno de esos vagones llenos era imposible a menos de que tu objetivo fuera salir de éste, y a pesar de ello, no tardó demasiado en darse cuenta de que el brazo que se elevaba por encima de la suyo, con la firme decisión de sostenerse en una de las barras de metal que atravesaba todo el vagón por la parte alta, era el de él. No hizo falta ni siquiera que Ámber volteara a verlo: conocía de antemano el escalofrío que recorría y erizaba los vellos de su nuca cuando se miraban, sensación que ahora iba en aumento por sentir que descuidadamente sus cuerpos se rozaban a causa del movimiento del vagón. Sus mejillas se acaloraron de inmediato, tornándose de un sutil color rojo que adornaba tentadoramente su rostro. Creyó que la temperatura del lugar aumentaba a cada segundo, agitándola por dentro, haciéndola anhelar deshacerse del sweater de colores ácidos que cubría su piel estremecida. Ámber intentó controlarse por medio de razonamientos, aquello era ridículo y hasta vergonzoso para una dama como ella, tanto o más como aquella noche en donde exploró su cuerpo, pensando que aquel hombre la recorría, adorando su ser, mostrándole su musculado cuerpo que podía apreciarse aun debajo de la capa de ropa, escogida cuidadosamente para hacer resaltar cada parte de él. Se removió incómoda en su lugar, sobre todo porque de pie podía sentir claramente como se humedecía. Cerró los ojos entreabriendo discretamente los labios, para dejar salir una respiración que comenzaba a volverse irregular, luego de recordar las múltiples fantasías fugaces en las que se había sumergido y apasionado con ese hombre que probablemente ni siquiera se habría dado cuenta del efecto que causaba en Ámber. Relamió sus labios resecos, deseando refrescarse con agua helada que recorriera y apagara momentáneamente todo su sistema para luego reiniciarlo. —¿Se encuentra bien? Ámber, sobresaltada, abrió rápidamente los ojos temblando, aunque no supo definir si aquello era de sorpresa o quizá excitación. Su rostro giró y sus pupilas se contrajeron cuando al mirar, descubrió que aquel hombre, aquel atractivo hombre de facciones sensuales y marcadas, resaltadas por unas cejas pobladas y con corte de cabello perfecto, se estaba dirigiendo a ella con un brillo abrumador haciendo resaltar sus oscuros y profundos ojos.
—E-estoy… bien… —tartamudeó, apagando su voz a medida que hablaba, pero sin dejar de verlo. A su lado, él también parecía extraño, casi como si estar tan cerca uno del otro fuera natural. Le pareció escuchar al fondo la voz de una fémina que anunciaba la llegada a la estación donde él bajaba, pero él no tuvo intenciones de moverse. En ese instante, Ámber supo que tendría al dueño de sus húmedas fantasías acompañándola hasta el final del recorrido. —También yo me encuentro bien. Al inicio, Ámber pensó que él le reclamaba su falta de educación por no devolverle su pregunta, mas algo en el tono ronco de su voz le indicó que no era eso a lo que él se refería. Sin poder controlar sus impulsos, bajó instintivamente la mirada hacía la parte inferior del cuerpo del otro; ahí, con una posición exacta de pie para ocultarse cuidosamente, se encontraba un bulto apenas visible cerca de la hebilla de su pantalón. La visión del hombre excitado terminó de ruborizarla más, intentando apartar la vista de algo que no podía, ni quiera dejar de mirar. Se forzó a apartar la desvergonzada mirada, para volver a centrarse en sus zapatillas, apretando el libro que había olvidado que traía en la mano desde que lo vio a él. Estaban a sólo cinco minutos de la última estación, lo que significaba para Ámber que aquel excitante encuentro terminaría pronto, pero estaba segura de algo: esta noche definitivamente no leería el libro recién comprado. —¿Co-cómo te llamas? —aventuró ella, sabiendo que le preguntaba recién porque podría huir luego de saber aquello que tanto le intrigaba. Escuchó su voz suave, pero hasta cierto punto más coqueta de lo que había planeado. —Damien… ―respondió sin dudar, mirándola fijo. Apenas la velocidad del metro empezó a descender, señal de que había llegado a su punto final, cuando Ámber comenzó a andar, tratando de perderse entre tantas personas. Ella no era el tipo de mujer que se dejaba guiar por sus impulsos, pero sabía que había una voz extrovertida que no reconocía como propia, que le susurraba al oído cada noche, animándola a dirigirse a Damien para entablar una conversación más íntima que sólo miradas. Era la misma que ahora le gritaba bajar la velocidad de sus pisadas, usando como pretexto sus zapatillas de altos tacones que le daban una forma sensual a sus esbeltas y atléticas piernas. Pese a eso, ella no se detuvo, optó por andar a paso firme, saliendo así de la estación. La fresca noche le devolvió un poco de su cordura antes opacada por el calor. Sentir el golpe de frío en su piel le hizo jadear por creer que aquella excitante humedad menguaría. No deseó detenerse demasiado tiempo, no por seguridad sino por temor de que él pudiera divisarla y quizás hasta alcanzarla, aunque en el fondo deseara eso. No es que creyera que estaba viviendo la versión erótica de Cenicienta siendo buscada por el príncipe, sino que él sencillamente revivía la abrumadora sensación de ser tomada y dominada por un hombre. —Cielos… —gimió tocándose el cuello, cubierto por una suave y diminuta capa de vellos semitransparentes, así como también un sudor delicioso. Su piel inmediatamente reaccionó ante la caricia en la zona erógena, como un shock instantáneo de placer.
Caminó más lento, sin saber que había entrado en una zona solitaria, aunque sus dedos apretaban y masajeaban más su cuello, después de una noche de tensión sexual. —Se sentiría mejor si yo te tocara… —se detuvo sin más, temblando. No había tenido mucho tiempo para hablar con él, pero sí el suficiente para grabar ese tono de voz y así reproducirla en su mente una y otra vez. Alejó avergonzada su brazo del cuello, tensando el puño de su mano alrededor del libro, sin animarse a voltear y dispuesta a escapar una vez más, aunque no hizo falta realmente porque Ámber no se movió, por mucho que planeara hacerlo. Su mirada bajó hacía el brazo que repentinamente rodeó su cintura, sin siquiera desear oponerse. Los pasos anteriormente ignorados, se escucharon con tanta claridad que Ámber creyó que estos se movían a ritmo de su acelerado corazón; sabía que él estaba rompiendo la distancia que ahora no recordaba porque había creado desde un inicio. Le escuchó hablar nuevamente―: Yo también quiero saber tu nombre. Al terminar de deslizar su voz, Damien se acercó, afianzando el agarre en la cintura ajena, sonriendo cuando el cuerpo de ella brincó en el momento exacto en el que él acarició sus nalgas con su miembro erecto y apresado bajo la tela del pantalón. El movimiento sólo logró que ella sintiera mejor la dureza y el tamaño del falo, acompañado de la dolorosa sensación de la hebilla que se rozaba contra sus jeans oscuros. —Ám… ber… —logró articular, aunque no evitó que un sonido de placer escapara de sus labios. No logró ver la sonrisa ladina que se formó en los labios de Damien cuando ladeó el rostro para acercarse a su lóbulo, mordiéndolo. —Qué hermosa eres… Sé que es imprudente e impropio decirte esto, pero deseo hacértelo. A lo largo de su vida, Ámber, como cualquier mujer, había recibido propuestas vulgares de sexo en momentos que la habían dejado deseando no haber salido de casa. Sin embargo Damien la había abordado de manera diferente, no como un hombre ansioso de llevarse a la cama a cualquier mujer que quisiera abrirle las piernas, sino que se había propuesto seducirla eróticamente. Ella tragó saliva, y su cuerpo se relajó. Era ridículo hasta para ella escapar del hombre que deseó tenerlo desde que lo miró. Sabía que necesitaba hacerlo, más allá de la imaginación. Finalmente volteó a verlo, y sonrió. —Y yo deseo que lo hagas. *** El cómo llegaron ambos a ese lugar carecía de real importancia dado que era ilógico pensar en lo obvio de la situación. Ámber en esos instantes sólo podía prestarle atención a las manos que recorrían su cuerpo, despojándola del sweater para dejar a la vista sus senos cubiertos de una incitante lencería negra. A pesar de que aún estaban en el ascensor que los llevaría a la habitación privada, ella no sentía pudor en desabotonar la camisa blanca, recorriendo su espalda ancha para deslizar la ropa, como Damien no lo tenía en acoger ambos senos en las palmas de sus manos, devorándola a besos.
Curveó su espalda, agitada cuando él tocó sus piernas, recorriendo su ropa interior mojada. Para cuando las puertas del ascensor se abrieron, ella había tomado a Damien por el rostro para besar y hundir su lengua en esa boca que no tardó demasiado en conocer. El hombre no la soltó, al contrario, la sujetó aún más por las nalgas para caminar por el pasillo aun con sus labios intentando consumirse el uno contra el otro. Gritó sensual y deliberadamente cuando Damien la azotó contra la puerta, en un intento de abrirla. No tardó demasiado en esta acción y pronto se vio recostada sobre una suave cama de sábanas de seda color rojo, incitándole a una noche de erótico sexo. Emitió un profundo suspiro de placer cuando observó a Damien despojarse de su pantalón y bóxer, mostrando su erguido falo, tomándolo con una mano, recorriendo su palpitante y mojada forma. Ámber no estaba consciente de lo bella y excitante que se veía recostada, dejando su cabello largo caer por la cama, con su sostén abierto por la parte de enfrente sin quitárselo, pero dejando expuestos sus pechos, sin ropa interior pero vestida con las pantaletas unidas por el ligero, así como también calzando sus zapatillas. Damien acercó su mano al leve vello púbico que apenas cubría la zona íntima de Ámber, recorriéndola lentamente hasta que sus dedos encontraron lo húmeda y anhelante que ella estaba. La respiración de ambos se intensificó cuando él hundió un dedo, permitiéndose explorar aquella pegajosa entrada, deteniéndose en el clítoris para masajearlo. Ámber se movía agitada en la cama, gimiendo y tocándose los senos y los pezones sólo para deleitar la visión de su amante nocturno. Sabía que nada importaría después de eso. Sintió pánico cuando Damien se alejó para penetrarla. Echó su cabeza hacía atrás, agradeciendo a la almohada que la sostenía mientras enterraba sus uñas largas en el colchón. Su vagina se abría para el falo que insistía en alojarse dentro de ella, con calma pero firme. Quiso gemir pero pronto fue acallada por la boca de Damien, besándola apasionadamente, ahogando también sus propios jadeos reflejados sólo en la forma en cómo la sujetaba de las caderas para que ella no escapara; sin embargo, Ámber sólo movía sus caderas, atrayendo así al miembro a lo más profundo de ella. No recordaba nada más que el placer que la hacía desvanecerse entre los brazos de Damien cuando él encontraba la forma de llegar a lo más hondo, haciendo vibrar la cama y su cuerpo, dejando que Ámber gritara y enterrara las uñas en su espalda, dejando un camino con unas pequeñas gotas de sangre. La deliciosa forma en la que besaba sus pezones y colocaba una marca en uno de sus senos le excitó aun más, siéndole imposible apartar entonces su mirada de los profundos ojos de Damien, sabiendo que al final de esa noche, se habría perdido completamente en ellos. Sólo cuando ella llegó al orgasmo más placentero que había experimentado en su vida, seguido del caliente semen de Damien llenado su interior, Ámber sintió el imperioso deseo de no soltar a ese hombre, a ese desconocido de ninguna forma. El ritmo de ambas respiraciones que parecían ir al compás de una sobre la otra, sus cuerpos tibios y mojados, el embriagante aroma del sexo y también el penétrate aroma de Damien que la hacía enloquecer, era una forma de creer que aquello, quizás aquel encuentro fortuito, abría una nueva posibilidad a su vida.
Damien la abrazo suavemente y la besó con ternura, mirándola después para dedicarle una sonrisa de satisfacción que Ámber no tardó en mostrar también. —La… la realidad supera a la ficción, Ámber —susurró—. Ha sido mejor que en mis fantasías. Y quizás, él también… *** Observó con atención el reloj que lucia en su delicada mano izquierda. La nueve y diecisiete, puntual, como siempre. Aquella noche no se había detenido a comprar un croissant cual era su costumbre, sino que su atención había quedado centrada en una librería cuando se dio cuenta de que había perdido el libro que días antes había comprado para iniciar una nueva lectura. Imaginó que sería mejor comprarse otro, pero le daba pena haberlo perdido, la contraportada parecía gritarle que realmente hubiera disfrutado leer aquel libro. Ingresó al vagón con un sabor amargo en sus labios, extrañado el dulce sabor del croissant nocturno. Acomodó la bolsa gris que había comenzado a resbalar de su hombro, cuando notó que el mismo libro que ella había perdido, pasaba a su lado en las manos de alguien más. Levantó la mirada curiosa y no pudo evitar sonrojarse cuando unos metros más allá, encontró la atractiva figura de Damien, recargado sobre la pared del vagón, leyendo las letras de su libro. El hombre levantó la vista al sentirse observado y miró de soslayo a Ámber, sonriéndole divertido. Él agitó levemente el libro y le guiñó el ojo, moviendo sus labios, sin emitir sonido. Ámber ladeó el rostro, dejando que su cabello acariciara su mejilla, leyendo el mensaje que Damien le mandaba suavemente. “…continuemos nuestra historia.” *** "El erotismo, ese triunfo del sueño sobre la naturaleza, es el refugio del espíritu de la poesía, porque niega lo imposible. " ―Emmanuelle Arsan
ADAGIO EN EL RECIBIDOR -AlterEn dos meses tres semanas y seis días no había fallado ni una sola vez, siempre estaba en el mismo lugar, observándola descaradamente, hablándola con los ojos, desnudándola con la mirada, prometiéndole que al día siguiente, también estaría allí, al otro lado del vagón, esperando... A veces ella lo miraba fijamente, como hacia él, pero en cuanto sus miradas se encontraban bajaba la vista temerosa de que un extraño se diera cuenta de sus fantasías. Era consciente de la tensión sexual que existía entre los dos, y de que si en ese vagón abarrotado de gente, estuvieran solos, el deseo hubiera ganado la batalla a la razón. Y no es que ella se considerara una chica de anuncio de lencería, realmente, ni de lencería ni de cualquier otro producto, pero conocía sus armas e incluso, a veces, sabía cómo utilizarlas y estaba claro que ese hombre ejercía un poder de atracción irresistible sobre ella. Sólo con la mirada conseguía transportarla a escenas cargadas de erotismo y lujuria que la hacían ruborizar con sólo imaginarlas. No solía pasarle eso con todos los hombres que la atraían, incluso ni con todas las parejas o amantes que había tenido, sólo unos pocos, privilegiados, como solía llamarles entre risas cuando hablaba con sus amigas, conseguían estimular su mayor zona erógena, la imaginación; y desatar toda la pasión guardada en su interior. Tras inspeccionar el vagón con la mirada, pudo comprobar que quedaba un asiento libre, justo al lado donde su hombre misterioso se encontraba de pie. Él la seguía mirando fijamente, con esa sonrisa pícara y cargada de malicia. Comenzó a caminar hacia el asiento vacío y al llegar allí, sin saber cómo, le preguntó descaradamente: —¿Vas a sentarte? ¿O lo reservas para alguien? — A lo que él, sin vacilar ni un solo instante, respondió: —Sí, para ti… —y bajando el tono de voz, hasta casi convertirlo en un susurro prosiguió—. Es la única manera de conseguir que te acerques a mí, Ámber. Un escalofrío la recorrió de arriba a abajo, recordaba su nombre, al igual que ella recordaba la primera vez que le vio: mientras se sentaba evocó ese momento como si lo estuviera viviendo de nuevo. Iba con su compañera de trabajo, Gina, y las dos se fijaron rápidamente en el pasajero increíblemente seductor que se encontraba al otro lado del vagón. Cruzaron varias miradas, e incluso ella, con el atrevimiento de ir acompañada, entre risas y embriagada por los ánimos de su amiga, llego a coquetear con él en la distancia de una manera un tanto descarada… “Ámber… ¡¡Ámber despierta!!” Tuvo que gritar Gina cuando llegaron a la parada, ya que era incapaz de apartar la mirada de esos ojos que la llamaban y la atraían como el polo opuesto de un imán… Y ahora, casi tres meses después, ahí lo tenía, tan cerca que podía impregnarse con su aroma e incluso rozar su pierna con la rodilla al compás del traqueteo del tren. Él la observaba, mientras ella intentaba disimular su nerviosismo jugueteando con el libro que estaba deseando comenzar “El Jardín Perfumado”. —Tin-Ton-Tin. Próxima Parada: Sol.
La voz por megafonía que anunciaba su parada la sobresalto, tanto que al levantarse no midió bien la distancia, tropezó con sus propios pies y fueron unas manos grandes, fuertes y a la vez suaves las que impidieron que cayera al suelo haciendo el mayor ridículo de su vida; aún así no dejaba de pensar “Tierra Trágame”. —Cre…Cre… Creo que esta es mi parada, si me devuelves mi brazo podré llegar a casa —acertó a decir, con una sonrisa que mal disimulaba la vergüenza por la que estaba pasando. —Sí, pero te acompañaré, no quiero que vuelvas a tropezar… además te he salvado la vida, así que al menos deberías invitarme a un café —le respondió con su sonrisa más seductora. —Está bien… Me parece justo, pero no es necesario que me lleves de la mano, de verdad, te avisaré cuando tenga intención de caer de nuevo… —agregó devolviéndole la sonrisa. Caminaron en silencio hacia la salida del metro. Pero no era un silencio incomodo, más bien era el preparativo perfecto para lo que ambos presentían que iba a suceder. —Jon… me llamo Jon —dijo él de repente—. Creo que es justo que al menos sepas eso sobre mí… y…. ese libro que llevas bajo el brazo— prosiguió agarrándola por la cintura, atrayéndola hacia sí mismo—, es una joya de la literatura erótica, quisiera poder estar cerca de ti cuando lo disfrutes. —Mmmmm, pensaba comenzarlo esta noche, después de darme una ducha y ponerme el pijama, así que no creo que sea posible —contestó haciéndose la difícil, aunque su cuerpo se acercaba más a él. —¿Pijama?, ese libro no es para leerlo en pijama querida… —y suavemente rozo sus boca con la yema de sus dedos, apartó un mechón rebelde de pelo, y la beso lenta pero profundamente. Al apartar sus labios, la miró a los ojos, esperando adivinar su reacción, por un momento Ámber no sabía que hacer, pero al instante su cuerpo reaccionó, y ahora fue ella la que enredando los dedos en su pelo acercó su boca a la suya, y sin llegar a besarle susurró: –Y según tú, ¿cómo debería hacerlo?—Invítame a tu casa y te lo mostraré… recuerda… me debes un café —respondió mientras atrapaba los labios de Ámber entre los suyos. El camino hasta su casa fue ameno, hablando sobre trivialidades, riendo y dedicándose miradas cómplices a cada paso. Cuando llegaron a su portal, ella abrió la puerta e interponiéndose en su camino comenzó a decir: –No pienses que… —pero antes de que pudiera continuar, el puso un dedo sobre sus labios y acercándose le susurró —Shhh, no pienso… simplemente me dejo llevar… y tú, te vas a dejar llevar? —. Ella no contestó, únicamente tomo su mano y le guió. Subieron las escaleras hasta un primer piso de un edificio antiguo, al entrar en la casa colgó el abrigo en el perchero estratégicamente colocado a la entrada, depositó las llaves sobre el mueble del recibidor, encendió una vela con aromas frutales y se
descalzó, mientras se soltaba el pelo masajeando la cabeza con los dedos. Él la observaba en silencio. Era como un ritual. De repente se giró, como si se acabara de dar cuenta de que no estaba sola. Lentamente, con movimientos cuasi felinos, se acerco a él, le quitó el abrigó y la americana, colgándolo todo cuidadosamente. Aflojó el nudo de su corbata mirándole con ojos lascivos mientras mordisqueaba sus propios labios en un acto reflejo; pausadamente comenzó a desabrochar uno por uno los botones de la camisa que tan bien le quedaba. Jugueteó con sus dedos en el borde del pantalón, desabrochando el cinturón, mientras lamía, olía y mordisqueaba cada milímetro de su torso. Cada roce de Ámber agitaba un grado más la respiración de Jon, y cada latido acelerado de él, acrecentaba la excitación de ella. No podían existir sutilezas en ese momento, no, existiendo tanta tensión sexual acumulada entre ellos. Sin previo aviso, él tomó las riendas, la puso contra la pared, frente a él y literalmente arrancó los botones de su blusa hundiendo la cabeza entre sus pechos. Aspiró su aroma y no dejó ni un milímetro de piel entre cuello y ombligo sin recorrer, mientras sus manos, traviesas, se colaban por debajo de la falda, apretando muslos y nalgas, acercándose a su sexo cada vez más húmedo. Sobraba ropa pero no sobraban ganas; entre los dos se deshicieron de la tela que se interponía entre sus cuerpos desnudos y ávidos de placer continuaron devorándose mutuamente. El siguió descendiendo, deseoso de saborear su humedad, mientras ella con los dedos enredados en su pelo disfrutaba del momento. Sus dedos y su lengua parecían conocer el camino para hacerla disfrutar, vaya si sabían… hasta que el apetito de Ámber fue más allá, mirándolo pícaramente separó la cabeza de entre sus piernas y fue agachándose hasta que lo dejo tumbado por completo en el suelo del recibidor. Mordisqueo sus pezones, araño su costado, jugueteo con los dedos entre sus ingles y poco a poco deslizó su lengua hasta un miembro que la esperaba firme y erecto. Lo saboreó despacio, recreándose en cada milímetro de piel, jugueteando con él, con lengua, boca y manos. A veces aumentaba el ritmo y lo lamía con voracidad para nuevamente regresar a un ritmo lento que le estaba volviendo completamente loco de placer. De repente, levantó la mirada, y desafiándole a continuar con el juego, fue retrocediendo poco a poco, hasta quedar frente a él, sentada, con las piernas abiertas, mostrándole toda su desnudez, ronroneando y mordiéndose el labio inferior, incitándole a abalanzarse sobre ella como si fuera una inocente presa. Él sonrió, gateando hacia ella, - ¿Así qué estas dispuesta a que te devore?- Le susurró. Y sin más preámbulos comenzó a mordisquearla desde los dedos de los pies hasta la punta de la nariz, sin dejar ni un solo recoveco de su cuerpo sin probar. En ese instante se detuvo, clavó sus ojos en los de ella y fue penetrándola lentamente, amoldando su sexo al de ella; ambos dejaron escapar un gemido y sus caderas comenzaron un baile acompasado, un perfecto adagio, a veces lento, meciéndose y deleitándose con cada movimiento y otras como un mar embravecido como queriendo fundir sus cuerpos en uno solo. Y así, tumbados sobre el suelo del recibidor les sorprendió un nuevo día, con el pelo enmarañado, ropa dispersa por los rincones, botones arrancados y una sensación nueva para Ámber, la de haber disfrutado realmente de lo que quería, sin prejuicios y dejándose llevar, sin importarle el mañana, ni el qué dirán; pero… mientras disfrutaba de ese estado de ensimismamiento una lucecita en su cabeza la devolvió de golpe a la
realidad, ¡llegaba tarde a trabajar! Atropelladamente corrió hacia la ducha sin casi darse cuenta de que él seguía allí, pero cuando salió envuelta en una toalla y maldiciendo a quién sabe qué por lo tarde que era, la evidencia tangible de que aquella noche no había sido un sueño, estaba allí, frente a a ella, de nuevo con su perfecto nudo de corbata y esa sonrisa cautivadora en los labios. —Me voy, o ninguno de los dos iremos a trabajar —dijo sonriendo pícaramente—. Línea 3, nueve y diecisiete, no lo olvides, te esperaré —. Y depositando un beso cálido sobre sus labios aún húmedos por las gotas que caían de su pelo mojado se alejó, mientras ella solo podía pensar en las nueve y diecisiete minutos de muchos días más.
DULCES SUEÑOS -Sheishi-
Llevaba un mono de trabajo de color azul añil y una gorra a juego, con el nombre de alguna empresa bordado en las mangas, que llevaba dobladas a la altura del antebrazo. Aunque su ropa no fuese ceñida, se intuía que debía tener un cuerpo envidiable. Sus brazos parecían capaces de cargar bastante peso, y sus piernas fibrosas y fuertes llenaban el pantalón… Y cómo lo llenaban… Amber se avergonzaba de si misma cada vez que le veía. Había sentido atracción con otros hombres, pero nunca de una forma tan visceral. Su mera presencia la convertía en un compendio de hormonas y líbido desatada. Pero era realista. Ella era demasiado tímida como para hablarle así sin más, y él tampoco iba a hacerlo. En su búsqueda distraída encontró un asiento, y se dejó caer con desgana, colocando la falda de su vestido y acercándose las gafas a los ojos. Al mirar en frente vio a una mujer añosa, y tras ella, estaba su propio reflejo. Una mujer joven de pelo cobrizo, de cuerpo menudo y pecas salpicadas sobre la piel. Además tenía unas ojeras horribles que hicieron que decidiese dejar de mirar en esa dirección. Pero lo que se encontró al girar la cabeza fue la espalda de aquel hombre, y lo que estaba debajo de su espalda… Suspiró hondamente y cerró los ojos, pero la imagen se le repetía en la cabeza. ¿Qué demonios pasaba con ella? No estaba tan desesperada. No hacía tanto que lo había dejado con Frank… Pero tampoco es que Frank fuese especialmente versado en las “artes amatorias” (al menos así era como decían si alguien era bueno o no en la cama en las novelas que solía leerse). Frank nunca estuvo especialmente versado en nada aunque él pensase que sí… Y pensar en Frank en aquel momento tampoco le apetecía especialmente, porque eso le recordaba que seguramente él estaba ahora en el apartamento que ambos habían compartido acompañado por cierta mujerzuela rubia que sí estaba especialmente versada en determinadas cosas… No, ¡nada de pensar en Frank! Había cientos de hombres mejores que Frank. Así que antes que pensar en aquel capullo, prefería dejar la mente en blanco, y dedicarse a escuchar los ruidos del vagón en el que se encontraba al desplazarse por las vías. Cuando se propuso dejar de pensar, se dio cuenta de nuevo de lo horriblemente cansada que estaba. Definitivamente no iba a poder leer ni una página aquella noche. La simple idea de tener que caminar hacia su apartamento hacía que le dolieran los pies. Pensó que sería estupendo que un hombre con brazos fuertes como el que veía todas las noches en la línea 3 la llevase en brazos todo el camino. Al llegar podría tumbarla en la cama, hacerle un masaje en los pies… Y luego… Luego lo que surgiese. Amber volvió a abrir los ojos, y no pudo ocultar su sobresalto. Él estaba ahí, frente a ella, embutido en su mono azul añil, mirándola fijamente. Y … ¿cuándo se había bajado el resto de pasajeros? Estaban solos en el vagón. Y él no dejaba de mirarla, como si pudiese atravesar su ropa y verla desnuda. Se acercó entonces a ella, y le tendió una mano. Una de sus manos enormes y ásperas. Ella le miró con cierta inseguridad, pero el
corazón se le desbocaba. Su mano pequeña y suave estuvo de pronto sobre la del hombre. Él la apretó, y tiró, levantándola y atrayéndola hacia si. Y sus cuerpos se pegaron. Aún con ropa de por medio, sentía el calor bullir por su piel, y notó que él también se alegraba de tenerla cerca… Le oyó suspirar y le vio lanzarse ávido a sus labios. Amber cerró los ojos, y dejó que la devorase. Dejó pasar su lengua húmeda y cálida al interior de su boca y la rozó con la suya, en un baile que comenzó a disparar su excitación por las nubes. Las manos no permanecían quietas. Las de él, bajaron por su espalda y ahora apretaban su trasero, amasando la carne firme. Ella había desabrochado la parte de arriba del mono azul añil, y acariciaba su pecho amplio y fornido. Toda su piel se erizó cuando la lengua que antes exploraba su boca comenzó a lamer la piel de su cuello. Una de aquellas manos varoniles se acercó peligrosamente al borde de su falda y ascendió bajo ella, apretando la carne de los muslos. Pasó el reborde de su ropa interior y se introdujo en terreno cálido y húmedo. Amber gimió. ¿Por qué le dejaba hacer aquellas cosas a un extraño? No tuvo que pensar demasiado para llegar a la conclusión de que no le importaba, y no pudo seguir cuestionándose nada cuando aquellos dedos largos y gruesos comenzaron a intruir en su estrecha buhardilla. Volvió a gemir, y no pudo parar de hacerlo. Gemía en el metro, y eso la excitaba aún más. Quiso complacerle y desabrochó la cremallera del mono azul añil. El hombre llevaba uno de esos bóxers que se desabrochaban por delante, y no se lo cuestionó, simplemente desató los botones, y agarró lo que salió de entre ellos como un resorte. Aquello no se parecía en nada a lo que habría agarrado cuando lo hacía con Frank…. Lo que tenía ahora entre los dedos resultaba mucho más apetecible. Tan apetecible… Se dejó caer de rodillas frente a él, sintiendo cómo sus dedos la abandonaban resbalándose con lentitud entre sus pliegues, y comenzó a lamer. Su sabor era fuerte y salado, era sabor de hombre, pero no era desagradable. Entreabrió los labios y le dejó entrar, y empezó a engullirle. A él sin duda eso le agradaba. Se notaba por la manera en la que había posado sus manos sobre su cabeza, por la forma en la que jadeaba y balanceaba ligeramente la cadera. Ella también jadeaba. Se sentía tan excitada que podría quemarse, y eso le llevaba a engullirle cada vez más rápido. Pero él tenía otros planes. La obligó a ponerse en pie, y la llevó en volandas hacia la pared del vagón. Allí se apretó contra ella, le bajó el vestido y lamió sus pechos con una avidez inusitada. Se agachó y le arrancó la ropa interior. Su lengua entonces se entretuvo entre sus piernas, deleitándola con salvajes y ansiosos lametones mientras sus largos dedos volvían a intruir en su interior. Ya no sabía si estaba en el vagón, o si estaba tocando el cielo. Lo que sí supo es que de repente se corrió. Su cuerpo comenzó a estremecerse involuntariamente mientras su interior bullía y se contraía atrapando aquellos dedos varoniles. Y antes de que pudiera reaccionar, él se levantó y se enterró de nuevo en ella y esta vez no fueron sus dedos los que penetraron su estrechez. Su extensa y rígida virilidad se introdujo hasta el fondo, de una sola acometida, haciendo que un gemido de asombro y placer desatado se escapase de entre sus labios, y los dos cuerpos comenzaron a moverse. Se movían con ansia y desenfreno, mientras
el traqueteo del vagón vibraba a su espalda. Una y otra vez, la penetraba como un animal en celo. Jadeaban, gemían, y él comenzó a pronunciar su nombre. — Amber… Amber… Amber sintió que le rozaban el hombro, y de pronto abrió los ojos. No pudo evitar sobresaltarse, otra vez. Él estaba allí, frente a ella, y la miraba a los ojos. Pero ahora el escenario era distinto. Él sonreía y los demás pasajeros les rodeaban-perdón, no quería asustarte-se disculpó el hombre con el que acababa de tener sexo en sueños-es que siempre veo que te bajas en la próxima parada y pensé que quizá se te escapaba si seguías durmiendo. Amber le miró, profundamente sonrojada, y tuvo que tragar saliva antes de poder responderle. —Ah… Muchas gracias, sí, me bajo en la próxima… —. De repente se sentía avergonzada y un poco tonta, no sabía qué hacer, por fin estaban hablando, y tenía que aprovecharlo. Pero no se atrevía… —Se te calló esto mientras dormías —dijo, mientras depositaba sobre el asiento de al lado el libro que Amber llevaba antes sobre el regazo—. Y esto —le entregó el marca libros que solía utilizar. Era una etiqueta que había llevado una de sus maletas de viaje. Sobre ella, se podía leer “En caso de pérdida devolver a…” junto a su nombre, apellidos y dirección. Genial. En ese preciso momento se dio cuenta de que no había sido precisamente inteligente al usar semejante marca libros, y lo que pensaba debió reflejársele en el rostro porque él sonrió aún más y volvió a hablar—. Tranquila, no he leído tu dirección, y tienes un nombre muy bonito. Esta vez el sonrojo de Amber fue mayor. —B-bueno… gracias —pensó que debía dedicarle al menos una sonrisa en vez de quedarse ahí sentada sin decir ni hacer nada más, y eso hizo. Él pareció quedar satisfecho con el gesto, o eso pensó ella por la forma en la que la miraba. Tenía unos ojos verdes preciosos, y de pronto sintió mariposas en el estómago. La megafonía del vagón anunció la siguiente estación, y Amber se apesadumbró pensando que aquel momento iba a romperse, pero cuando las puertas se abrieron, él bajó junto a ella del tren subterráneo —Esta también es mi parada —le dijo. Ella no recordaba haberle visto bajarse en esa estación otras veces, pero era tan despistada que no podía estar segura, y como no le gustaba ir sola por la calle tan tarde, siempre salía rápido del metro para llegar pronto a casa. Pero él no le suscitaba especial inseguridad. Después de todo, se habían acostado, en un sueño. En cierto modo, aquella idea la envalentonó y deshizo el nudo que se le había formado en la garganta —Oye, perdona que te lo pregunte, pero ¿cómo te llamas? Él la miró con interés renovado.
—James —volvió a sonreir—. No tienes que disculparte, después de todo yo ya sé tu nombre. Ella volvió a sonrojarse antes de hablar otra vez. —James… —se oyó decir su nombre y sintió un cosquilleo en la boca del estómago—. ¿Querrías ir a tomar un café antes de volver a casa? —intentó no pensar en lo que acababa de decir y en las posibles respuestas mientras esperaba a que él aceptase o no su ofrecimiento. El rostro del hombre se llenó de sorpresa, aunque pronto su expresión derivó hacia la suspicacia. —Claro, será un placer, Amber.
PREMONICIONES -NemiParecía que le esperaba con esa cálida sonrisa que siempre le regalaba, ella estaba fascinada por esos ojos claros y anhelaba el sabor de aquellos labios carnosos pero tersos, así los imaginaba: suaves pero expertos. Llevaba ya más de tres meses que había notado su presencia en el vagón del metro y desde aquel día ninguno de los dos había faltado una sola vez a su cita. —¿Me deja pasar? —le dijo un hombre bonachón que bajó en la siguiente estación. —Claro —dijo haciéndole paso. A pesar de la gente que a esa hora siempre llenaba el vagón, podía apreciar los rasgos varoniles que marcaban su rostro, los hombros anchos que delineaban la bien torneada espalda, los brazos fuertes que desembocaban en esas manos rudas y toscas, que resultan inexplicablemente atractivas. Él, en toda su composición le resultaba inevitablemente atractivo. Ese hombre había despertado en ella un deseo que se había convertido en un pensamiento constante que llenaba sus noches de insomnio. Guardaba celosa una fantasía que había tenido desde el primer día que lo vio. Lo imaginaba siempre a medio vestir con la cabeza echada hacia atrás y la camisa abierta dejando al descubierto su piel bronceada, descubriendo sus deliciosas formas. Su torso varonil que incitaba a ser tocado. A ser torturado. Que invitaba a ser llevado al éxtasis. Porque como todos saben: no hay nada más seductor que la imaginación perversa de una mujer. Finalmente y para su sorpresa un asiento junto a ella se desocupó y se apresuró a sentarse pues los pies la estaban matando. Como toda mujer, estaba llena de vanidades. Adoraba los zapatos altos que la hacían lucir sexy y elegante, pero pasar 8 horas al día de un lado para otro y encima fingir que sentía los pies tan ligeros como una pluma ya le estaban pasando factura y necesitaba desesperadamente descansar. Por un momento pensó que era una buena oportunidad para comenzar su libro pero cuando se disponía abrir la tapa, el sueño se apoderó de su cabeza y eligió mejor acomodarse y dejarse llevar por el sopor que ya la estaba invadiendo, al fin y al cabo aún faltaba mucho camino por recorrer. Unos brazos extraños la sacudieron levente y sus ojos encontraron con aquella mirada intensa que la hipnotizaba. —Supongo que también bajas en esta estación —su voz le pareció seductoramente varonil. —La terminal. No puede ser. Me quedé dormida —se llevó una mano a la frente y cubrió su cara —ahora tendré que volver en taxi. —En ese caso déjame acompañarte. Es mi culpa que te hayas pasado de tu parada —sonrió.
— ¿Tu culpa? ¿Por qué lo sería? —preguntó extrañada. —Verás: planeaba despertarte en tu parada, pero encontré un asiento libre y al final me quedé dormido también. —¡Ah! Ya veo. Pues en ese caso: ¡Muchas gracias! —Le regaló la más sincera de sus sonrisas. Ambos bajaron del vagón y se encaminaron a la salida. Ella estaba nerviosa. Jamás imaginó que sus encuentros fugaces llegarán a más y ahora que estaba hablando con él tal vez podría obtener su número de celular. Él la miraba fijamente y sin disimulo mientras que en su rostro se reflejaba la idea que comenzaba a maquinarse en su cabeza. Cuando llegaban la salida un ruido conocido llegó a sus oídos. El aire frío que se coló, les anunció la tormenta que caía fuera con gran fuerza. —¡Dios Santo! ¡Pero si está cayendo el Cielo! —Y ni un solo coche en la calle. —¿Qué vamos a hacer? No podemos andar en la calle con este clima y a estas horas —lo miró con ojos expectantes. —Conozco un lugar cerca ¡Ven! —dijo como si su mirada le hubiera dado el valor de llevar a cabo la idea que su mente llevaba ya varios minutos desarrollando. Sin pedir permiso la tomó de la mano y la hizo correr por toda la calle. Doblaron la esquina y entraron a un amplio aunque modesto salón. Era el recibidor de un sencillo hotel que a simple vista no era la gran cosa. Él camino hasta el aparador donde se encontraba el encargado de la recepción: un hombre pequeño ya entrado en años y un poco clavo, pero muy amable. —Buenas noches. Una habitación para dos por favor —dijo sin dudar. Ella arqueó una ceja y lo miró sorprendida. La había llevado a “ese lugar” sin consultarle y encima planeaba pasar la noche con ella. Aunque pensándolo bien, no estaba tan mal. —En seguida. Por favor regístrese aquí —dijo mientras le extendía el enorme cuaderno de registro. No le llevó más de unos minutos garabatear un par de nombres falsos y volver a dejar la pluma en su sitio. —Aquí esta su llave. Ya que vienen empapados un baño con agua caliente les haría muy bien, parece que necesitan calentarse. Que pasen una linda noche. << ¿Calentarse? >> De eso se encargaría él precisamente. De asegurarse que ambos pasaran una noche lo suficientemente cálida. Caminaron aún tomados de la mano hasta el elevador que los llevaría hasta su habitación en el cuarto piso. Pero en Ámber comenzaba a surgir el deseo de poseer el cuerpo con el que tantas noches había soñado. En cuanto las puertas del ascensor se cerraron detrás suyo le regaló una tanda de besos apasionados que terminaron de embriagarlo en la pasión que desde hacía ya un rato había despertado en su cuerpo.
Lo empujó contra el frió metal y sus manos comenzaron a vagar entre su espalda. Sintió sus pechos atrapados entre las rudas manos de su acompañante y dejó escapar un dulce gemido. Comenzó a estorbarle la ropa, de un solo movimiento abrió la camisa descubriendo su pecho firme esperando a ser tocado. Mejor de lo que muchas veces ella misma había imaginado. Él no se quedó atrás y comenzó también a desnudarla. Le quitó el saco y la blusa dejando al descubierto su fina lencería. Mientras besaba su cuello y acariciaba sus pechos, Ámber se quitó la falda para dejar al descubierto sus largas y bien formadas piernas cubiertas por la transparencia de las pantimedias negras. Cuando el elevador se abrió, el muchacho deslizó sus manos por debajo de sus muslos y la levantó con dificultad ya que la camisa a medio quitar limitaba sus movimientos. Ella se abrazó a su cuello y lo besó profundamente en un arrebato de pasión. La llevó en sus brazos entre besos y caricias hasta la habitación 403, donde apenas hubo abierto la puerta, la dejó caer sobre las sabanas blancas que cubrían el suave lecho.
Se posó sobre el delicado cuerpo de la joven cuidando bien de no aplastarla con su peso. Le regaló un beso apasionado y su mano izquierda se resbaló hasta la suavidad que nacía entre sus piernas. La tocó suave pero firmemente y sintió la humedad que ya estaba surgiendo entre ellas. Se levantó hasta quedar arrodillado sobre la cama. Sus manos se deslizaron desde los tobillos de Ámber hasta su cintura, donde, de un solo movimiento, la despojó de las pantimedias y de la ropa interior. Las piernas de la chica se quedaron unos segundos en el aire, mientras él fijaba su atención en el suave vello que cubría la entrada al paraíso. La joven cerró los ojos y se dejó hacer. Instintivamente, sus manos rozaron la delicada piel de Ámber y ella soltó un suave gemido producto del placer y la sorpresa de su tacto. Él la miró y llevó sus labios al lugar que sus manos habían comenzado por tocar y su lengua vagó sin pudor por su sexo. El cuerpo de Ámber serpenteaba y se retorcía de placer. Gritaba. Gemía. Atrapaba el cabello de su amante entre sus manos y tiraba con fuerza. Contraía las piernas y volvía estirarlas. Estaba sintiendo una mezcolanza de emociones que la enloquecían. Había perdido la noción. Su mente sólo se concentraba en las caricias que sentía su cuerpo. Una oleada de choques eléctricos comenzó a surgir en su cuerpo. Comenzó a subirle por las piernas y continúo por todo el cuerpo. En cada parte de su ser se concentró la energía y finalmente explotó en un maravilloso orgasmo que la hizo gritar. Su cuerpo se sacudía por los espasmos y su respiración se interrumpía por sus propios gemidos. Cuando la chica se hubo recuperado entró en el ligero sopor que despide al orgasmo. Él se levantó y se recostó a su lado. La abrazó y dejó que Ámber descasara la cabeza sobre su pecho. —Eso ha estado delicioso —dijo casi en un suspiro con la respiración más relajada. —Lo sé, tu cuerpo es delicioso.
Ella sonrió complacida y se removió para hundirse un poco más en los brazos que la rodeaban. —Me gustaría saber tu nombre. Hemos llegado hasta aquí y ni siquiera he tenido la oportunidad de preguntarlo. —Ámber —respondió—.¿Y puedo saber cuál es el tuyo? —Allan —dijo con una sonrisa. Se acomodó de nuevo sobre la chica y comenzó a besarla, primero dulcemente y luego con besos un poco más intensos. Despertando de nuevo en ambos cuerpos, el deseo y la pasión. —Disculpa… Disculpa… —se escuchó una voz en la lejanía y sintió en su hombro una ligera sacudida. —Disculpa…Oye… —volvió a decir la voz y de nuevo su hombro se sacudió ahora con más fuerza. El sonido de la molesta chicharra que anunciaba que ningún pasajero debía permanecer en el vagón terminó de despertarla. Abrió los ojos pesadamente y su mente aturdida a penas pudo comprender. —¿Fue un sueño? —susurró—. Pero era tan real —dijo en un tono más bien desilusionado. —Perdón, pero si no bajamos ahora nos quedaremos aquí quien sabe hasta cuando—. Ámber miró el rostro de aquel que le hablaba, nada más ni nada menos que el protagonista de su reciente sueño. Sin esperar respuesta, la tomó del brazo y la condujo hasta las puertas que ya anunciaban que estaban por cerrarse —Me quedé dormido también, podemos esperar el siguiente tren pero sería más seguro volver en taxi —dijo mientras seguían caminando hacia la salida. —Perdón pero ¿Cómo te llamas? —preguntó la joven a quien la escena comenzaba a parecerle familiar. —¡Ah perdón! Me llamo Allan —sonrió mientras le extendía la mano derecha en modo de saludo. Ella respondió el saludo por inercia. Sus ojos se abrieron por la sorpresa y su boca se abrió para dar paso a la bocanada de aire que había aspirado. Se recobró inmediatamente y apretó la mono con fuerza. —Ámber —respondió sonriendo. —Sólo espero que no esté lloviendo, el servicio meteorológico anunció una tormenta esta noche —dijo Allan mientras se llevaba la mano derecha a la nuca.
—Bueno, si ese es el caso, tal vez conozca un lugar por aquí cerca —una sonrisa pícara se dibujó en sus labios anunciando la idea que comenzaba a maquinarse en su cabeza. Tal vez no había sido sólo un sueño después de todo.
LISTA PARA SER TUYA -Rivela GuzmanHabía algo en ese hombre que le llamaba mucho la atención y, cada que le era posible, se deleitaba la pupila viéndolo; a veces de manera disimulada y otras veces no tanto. Notó también que, las demás féminas en el vagón —sin importar su edad—, le miraban descaradamente cuando la ocasión se daba. Todas, incluida ella, embobadas en su atractivo misterioso. Era alto, de un metro con ochenta y tantos, y se notaba aún por debajo de su traje que tenía algo de musculatura. Pero no era su físico lo que le tenía así. Sentía una atracción casi magnética hacia él, tan fuerte que en ocasiones se preguntaba si él no la percibía del mismo modo. Su corazón palpitaba con fuerza dentro de su pecho. Ámber era una persona de costumbres. Trataba de mantener una estructura en su vida y de seguirla sin alterar su vida con demasiados cambios; estaba acostumbrada ya a verlo todos los días en el vagón y a observarlo de lejos, sin embargo, esta vez estaban mucho más cerca de lo usual y sus ojos encontraron los de ella apenas puso pie dentro. Había buscado sentarse cerca de la puerta, pero los asientos ya estaban ocupados. Quedaban algunos, cerca de donde estaba él… Sus piernas temblaron sutilmente. «Mejor no», pensó. Incómoda con sus zapatillas de tacón alto, no le quedó más que resignarse a ir de pie todo el trayecto. Estuvo tentada a bajarse del metro en cuanto este hiciese parada en alguna estación y tomar un taxi a casa, no obstante, su naturaleza se lo impidió. Se mantuvo ahí, con la mirada perdida en cualquier dirección —menos hacia él— y, por tanto, no notó que él mantenía su vista clavada en ella, experimentando la misma fascinación que ella. Él, como Ámber, se daba cuenta de su presencia y la avizoraba con extrema discreción. Le gustaba verla perdida en sus libros o viendo a través de las ventanas del metro o haciendo lo que fuere. Y de no haber sido porque estaba atento a ella, no se hubiera percatado que se le había caído el libro que cargaba. Un impulso lo levantó de su asiento. No se lo pensó dos veces, recogió el libro del suelo y caminó rápidamente hacia el andén. Sus ojos buscaban en el mar de personas la silueta de Ámber, la tenía ya memorizada de tanto fantasear con la piel escondida bajo su ropa. De pronto sintió un empujón por en la espalda. —Disculpe —era ella, con la vista hacia atrás, seguramente buscando su libro al darse cuenta que lo había perdido. Sus ojos se iluminaron y sonrió. —No hay cuidado —su voz grave y varonil provocó escalofríos en la espalda de Ámber, quien lentamente volvió su cabeza, casi temiendo verlo—. Se te cayó esto —dijo enseñándole el libro.
Ella dudó un poco, mas su cuerpo habló por ella lentamente estirando su mano para tomarlo de la de él. Sus dedos se tocaron con ligereza por unos breves instantes y eso fue más que suficiente para enviar electricidad a través de sus cuerpos en toda su extensión. De repente, las personas a su alrededor ya no existían. Solo estaban ellos dos… y esa electricidad que seguía vibrando dentro de ellos, transformando la atracción en una tensión palpable y densa entre ellos. Él no esperó más. La tomó por la cintura atrayéndola hacia sí, sus ojos en los de ella, y sin mediar palabra acercó sus bocas para fundirlas en un beso húmedo y deseoso. Sus manos se aferraron con fuerza a su cintura, sin hacerle daño, pero con la suficiente firmeza para producir en ella un estremecimiento divino. El libro, los nudillos de Ámber se ponían blancos de apretar el libro entre sus manos y estas a su vez ser apachurradas entre sus cuerpos. —Aquí no —le dijo, con el poco aliento que le quedaba, cuando sintió su excitación a través de la ropa. Él asintió y se dejó guiar por ella, que le tomó de la mano y lo llevó hasta la calle para tomar un taxi. Ámber estaba satisfecha con haber roto su rutina, una sonrisita traviesa se hizo en sus labios, y aún más por lo que pronosticaba la noche. Estando a bordo del vehículo, ella dio la dirección de su destino y él acarició ligeramente su rodilla. Poco a poco su mano se deslizó hacia sus muslos solo para volver a bajar donde empezaron su recorrido. Les importaba un pimiento que el chofer los viera, entregados el uno al otro en un remolino de suspiros, caricias y besos. —Hemos llegado —les interrumpió el taxista, sonrojado y con la temperatura por encima de lo normal. Ambos rieron y bajaron tras pagar la tarifa. Recobraron un poco la compostura al cruzar la puerta del edificio donde ella vivía. Seguían tomados de la mano, dedicándose sonrisas y miradas de sensualidad. El solo roce de sus dedos les ponía la piel de gallina, lo que causaba que Ámber se mordiera el labio inferior imaginando qué se sentiría sentir su piel desnuda contra la de él y sus manos recorriendo cada centímetro de su extensión. Llegaron a su piso. Y a no podían más. Apresuraron el paso y, después de abrir la puerta, él gentilmente la empujó al interior; ambos dejaron caer sus pertenencias enroscándose en un abrazo arduo, necesitado. Trastabillaron unos pasos hacia la sala de estar, sus bocas de nuevo uniéndose en un profundo beso. Él desabotonó la parte superior de su blusa, deleitándose con la vista de sus pechos, presos en las copas de su sujetador; pronto siguió con su falda, que tardó más en desabrochar que en caer al piso. Ella, por su parte, acariciaba por encima del pantalón su entrepierna, palpando su excitación. Ámber lo miró directo a los ojos, separándose de él apenas, para deshacerse de su cinturón y empezar a desnudarlo. Sus ojos bajaron a sus labios.
—Te deseo tanto —susurró él acariciando su rostro. La distancia entre ellos desapareció por completo. Con la punta de su lengua, Ámber lamió sus labios, apenas rozándolos, haciendo que él tuviera un espasmo siquiera perceptible. —Y o también —dijo ella en un jadeo. Él besó su mejilla, su oreja y bajó hasta su cuello. Sus manos se paseaban libremente por su cuerpo y pararon en seco al sentir el broche del sujetador. Ámber se aferró a su espalda, indicándole que lo ansiaba. Él se tomó su tiempo y, al dejar de sentir la presión de la prenda, ella exhaló quedo. Siguió besándola, ahora en los hombros, su escote… Se detuvo ante sus senos por unos instantes y los besó; primero uno y luego el otro, dándose el gusto de acariciar gentilmente el que no besaba. Continuó descubriendo su cuerpo, siendo su boca la primera exploradora y luego sus dedos. Ámber sentía que en cualquier momento las piernas le fallarían. Él se detuvo en su monte de Venus. —¿Quieres que continúe? —preguntó. Ella lo vio. De rodillas frente a ella, dándole pequeños besos tan cerca de su sexo; con una mano acariciando su vientre y haciendo su camino hacia abajo, mientras que la otra iba y venía de su cadera a su glúteo. Sintió que la respiración se le entrecortaba. —Ven —dijo y se hizo hacia atrás sentándose en el frío piso. Su blusa, totalmente desabotonada, ya estaba a la mitad de sus brazos y, aprovechando la posición, abrió las piernas tanto como se lo permitieron sus pantaletas. Él la recorrió con la mirada, desde su rostro un poco sonrojado hasta sus perfectos pies, y su deseo creció más. Esa atracción magnética que sentían lo arrastró hacia ella y lo obligó a deshacerse de la ropa que les quedaba. Ámber acarició sus bíceps, tensos por la posición, y con sus piernas pudo sentir la piel de su cintura y sus caderas. Estaba lista. Estaba deseosa… Estaba impaciente por hacer a ese hombre suyo. Volvió a besarlo. Asiendo sus manos a su espalda y recorriéndola, sentía los surcos que sus músculos formaban en su piel. La electricidad que habían sentido antes se convirtió en unas cosquillas que vadeaban su interior completamente. Se veía reflejada en los ojos de ese atractivo hombre y estaba segura que él se veía a sí mismo en los propios. Acostada, ahí, a merced de sus deseos, Ámber se dejó llevar por la pasión. Era la primera vez en mucho tiempo que vibraba al contacto de un hombre. Estaba lista para recibirlo y entregarse a él cuando un sobresalto la puso de pie. Ámber miró alrededor. Estaba en su cama, sola, con unos cabellos pegados a la frente y al cuello. Giró sobre sí misma para ver su reloj despertador, que pitaba incesantemente. Eran las seis de la mañana en punto y, como cada jornada, tendría que ducharse, arreglarse y tomar la línea del metro número tres.
EL VAGÓN DE LAS NUEVE Y DIECISIETE -laprincesa{Celta}Hacía varios meses, bastantes como para no recordar cuantos, que se cruzaba con él, no todos los días, de hecho, no lo veía hacía unas semanas lo cual la pilló por sorpresa. No sabía su nombre, a que se dedicaba, a donde se dirigía o vivía, sólo que cogía su misma línea de metro, que vestía traje oscuro, camisa blanca y que ese hombre le provocaba lo que nadie en su vida, miedo y excitación. Sólo había un asiento libre y estaba al lado de él. Sentía su mirada clavada en ella lo que le provocaba que el corazón pareciese que le fuese a estallar. Rezó para encontrar otro asiento libre, no lo había y sin quererlo, luchando por no hacerlo, en contra de su propia voluntad, su cabeza giró y lo volvió a mirar. Esta vez no agacho la cabeza y sus miradas quedaron clavadas, suspendidas en el aire, mantenidas por segundos, segundos que parecieron una eternidad. El croissant cayó de su mano sin apenas inmutarse. Vio como en su cara se dibujaba una leve sonrisa, una sonrisa de medio lado que la atrajo, como un imán hacía él. Ámbar se acercó despacio, mirándole, observando su cara, su gesto, y como esa sonrisa era deliciosamente atrayente y perversa que aún le hacía más irresistible. Cuando estuvo a dos palmos de él, casi creyó desfallecer, y cuando le tendió la mano para pasar entra la gente y tomar asiento a su lado, creyó morir. Su mano, grande, fuerte y a la vez suave, delicada la hicieron en cuestión de milésimas de segundo imaginarlas sobre ella, sobre su carne, su pelo…definitivamente quería morirse allí mismo. No recordaba el tiempo, porque para ella se detuvo, pero el trayecto hasta su parada fue el momento más desesperante y maravilloso que jamás había sentido. Le sentía a su lado, sentía su brazo, su hombro, rozar el suyo por momentos, su olor, su presencia…No fue capaz de mirarle en ningún momento, su mirada se clavó en la oscuridad de la noche que se colaba por el cristal del vagón. Su parada, estaba cerca, respiró hondo agarrando su bolso y se levantó. Y ahí estaba de nuevo su mano, para cogerla y conducirla y entonces lo escuchó… —Hasta pronto…Ámber Creyó volar en ese momento, salió disparada, atropelladamente, chocando con la gente, como alma que lleva el diablo, abandonando el vagón con la mirada pegada al suelo. Salió de la estación y agradeció poder respirar aire fresco, notaba que se asfixiaba. ¿Cómo sabía su nombre?, la cabeza le daba vueltas y vueltas, en cuestión de minutos su estabilidad se había puesto patas arriba. Caminó rápido, como si quisiera huir de algo, sus piernas no le alcanzaban a más y su cabeza tampoco…el asiento, su mirada, su mano, su mirada, su perfume, su mirada, su sonrisa…su casa estaba cerca, subió las escaleritas previa a la puerta de entrada de dos en dos, estaba nerviosa y no sabía por qué, la llave, la maldita llave que
nunca aparecía, siempre se repetía que debía hacer limpieza de bolso, ajaaaaaa, la encontró, la introdujo…y…le escuchó… —Olvidaste esto… Ámber quedó petrificada, cerró los ojos y dejó de respirar. Cuando despertó, estaba tumbada en el sofá. Instintivamente pego un salto y se puso de pie. Miró a su alrededor, no había nadie, no se escuchaba a nadie. Su bolso encima de la mesa y su libro…Olvidaste esto... Del libro asomaba un papelito blanco, tiró de él y leyó… Perdóname, no quise asustarte, olvidaste el libro y pensé devolvértelo. Es curioso, pero nunca nadie se me había desmayado, no pensaba que causaba ese efecto…por cierto, deberías comer algo más, estás muy flacucha. Albert P.D. Sé tu nombre por el cartelito que colgaba de tu cuello, ahora tú también sabes el mío. Se vio sonriendo cual quinceañera leyendo la nota. En ese momento se sintió estúpida e infantil, la tarjeta identificativa del trabajo…desmayarse de esa forma por una voz…pero es que era su voz. Albert, ese era su nombre. Nueve y diecisiete…esa noche no le apetecía croissant, el estomago lo tenía cerrado, solo le apetecía entrar a ese vagón y que el destino hiciese su trabajo. No le veía, y su ansiedad se tornó en angustia, hasta que le escuchó… —Hoy parece que no hay asientos libres, tendremos que ir de pie. Se giró y lo vio. Ohhhh diossss, esa sonrisa de nuevo, esa mirada, sus ojos inquisidores. —Sí, eso parece… —y sonrió. Sin darse cuenta, había hablado, le había hablado. —Vaya, bonita voz para una bonita… boca… —¿Estas mejor? —preguntó él. —Sí, sí, gracias —respondió ella. Sus mejillas se tornaron súbitamente de color rosáceo y su mirada se clavó en el suelo del vagón. Albert se acercó a ella y pegando suavemente su boca a su oído le dijo… —Me encanta cuando bajas la mirada de esa forma… un gesto tan… sumiso Un rayo la atravesó de pies a cabeza, electrizando su espalda, pero lo que más le inquietaba era su sexo. Algo incontrolable le sucedía en su presencia, su sexo reaccionaba, palpitaba y se humedecía. Y él lo sabía, lo sabía muy bien.
— Y hay otra cosa que me gusta… Ámber trago saliva . —Notar como tu cuerpo reacciona e imaginarlo debajo de esa ropa No sabía dónde meterse, rezó para que su fina blusa no delatara su excitación, la cabeza había tocado el suelo ya, quería que toda aquella gente desapareciese de aquel vagón, quería huir de allí a toda costa, deseaba que aquel hombre se le tirase encima y la hiciese suya allí mismo, deseaba que aquello terminase cuanto antes…deseaba y quería, quería y deseaba…ángel y demonio, el cielo y el infierno. Su imaginación volaba y volaba, los movimientos del vagón la mecían, acercándola por momentos a él, a su pecho. Imaginaba su pecho, como sería, era alto, moreno, de rasgos duros, mirada profunda, corpulento… Llegaron a su parada y por un instante ella lo miro. Su mirada se lo dijo, y Albert sonrió. —Vamos, esta noche te acompañare más allá de tus deseos. Salieron del vagón y Albert la cogió de la mano. Caminaban juntos, ella como una magdalena recién hecha, las piernas le flojeaban, se veía de la mano de aquel hombre que apenas conocía, otra vez el ángel y el demonio, su cabeza le decía que estaba haciendo y su cuerpo la llevaba en volandas en una nube de sensaciones de la cual no quería escapar. —Tranquila —le dijo al mismo tiempo que apretaba fuerte su mano. Llegaron a su casa, ella subió las escaleritas por delante de él y pudo notar que la miraba, que la observaba, que la devoraba. Buscó la llave, como siempre maldijo una y otra vez ese bolso y porque no lo ordenaría. —¿Te ayudo? Él se había colocado detrás de ella pegando su pecho a su espalda, acercando su boca a su oído. Ámber se estremeció, notó su aliento y su respiración en su cuello. Con la llave en la mano intentó introducirla pero le temblaba todo. Le cogió la mano y se la guió hacia la cerradura abriendo la puerta. Ella fue a dar el primer paso para cruzar la puerta y sintió como la rodeaba por la cintura con su brazo y la atraía hacia él de espaldas. —Si cruzo esa puerta, estaré cruzando tu vida, tu alma, tu mente, tu cuerpo… ¿estás segura de esto? Que dios se apiadara de su alma porque lo demás ya sentía que lo había perdido. Albert cerró la puerta tras de sí y la condujo hacia el centro del salón. Ella seguía de espaldas a él. —Quítate la ropa sin darte la vuelta —le dijo él—. Quiero verte tal y como eres.
Ámber soltó su bolso en el suelo, cerró los ojos y respiro, respiro profundo. —Despacio… sin prisas, tenemos tiempo, mucho tiempo… Su voz era clara, rotunda, poderosa y eso la enardecía más. Cada palabra suya era como una pequeña agujita que se le clavaba y que le provocaba un espasmo, una descarga. —Perfecto…date la vuelta —dijo él. Ámber se dio la vuelta sin levantar la cabeza del suelo. —Me encanta lo que veo. Me gusta lo que va a ser mío. Ven, acércate a mí. Sus palabras se acompañaron del gesto de su mano, levantándola hacia ella, como aquel día en ese vagón, esa mano que la invitaba a sentarse. Ámber avanzó hacia él cogiéndose de su mano hasta quedar parada frente a él. —Mírame… Levantó su cabeza y sus ojos quedaron clavados. Su boca se entreabrió dejando escapar el aire que le comprimía el pecho, el aliento que la ahogaba. Él dirigió su mano hacia su mejilla y su dedo pulgar hacia sus labios, rozándolos, acariciándolos provocando que su boca se abriera más. Sus ojos se entornaron, casi cerrados… —Mírame Ámber, no dejes de mirarme Ámber entreabrió los ojos y le escucho decir… —Eres preciosa y vas a ser mía. Hubiese pagado porque el mundo se parase en ese momento. Acababa de abandonarse, su cuerpo, su mente, ya no le pertenecían, ya no respondían a lo que su cabeza le dictaba, el ángel y el demonio habían desaparecido, y en su lugar estaba Él, sólo Él. —Desnúdame. Y comenzó a desnudarle. Las manos le temblaban, apenas podía con los botones de su camisa blanca. Lo despojó de su americana, de su camisa, desabrocho su pantalón, deslizando la correa. Y entonces quedo parada, no sabía qué hacer, la vergüenza le pudo, justo en ese momento. —Todo... Ámber, como un mecanismo automático, se agachó, quedando su cara frente al bulto engrandecido que se adivinaba debajo del calzoncillo. Se mordió el labio inferior y sus manos lo deslizaron despacio dejando al descubierto poco a poco aquello por lo que su sexo terminó de empaparse. —Enséñame lo que sabes hacer…
Y como si toda la vida lo hubiese estado esperando, sus manos y su boca albergaron su miembro, devorándolo, lamiéndolo, acariciándolo, empapándolo de su saliva. Sentía sus manos en su cabeza, a veces sujetándola, a veces dirigiéndosela y notaba su dureza, su vigor, su calor, lo escuchaba respirar aceleradamente y eso la enorgullecía, le ansiaba más y más y más…y más rápido lo devoraba hasta que sintió el calor de su néctar golpearle las paredes de su boca. —Traga mi perrita, saboréalo, empápate de su sabor porque no lo volverás a probar en un tiempo. Aquella mañana Ámber despertó, sola, bajo un silencio que sólo rompía el sonido de la calle. Una nota descansaba en la mesilla. Descansa estos días y prepárate para mi…te quiero a mi vuelta más mía, más perra, más viciosa, más entregada, lo quiero todo y más. Te quiero toda para mí, hasta sus últimas consecuencias. Tu Dueño. P.D. Come que no me gustan las delgaditas…lo de que se te haya tragado le lengua el gato ya lo solucionaremos. Pasaron días, semanas y Ámber no supo nada de él, no lo veía en el vagón del metro, cuando salía de la estación mientras caminaba miraba hacia atrás, imaginando que en cualquier momento aparecería detrás de ella. Pero eso no sucedió. Como cada jornada, sobre las nueve, Ámber regresaba a casa. Utilizaba la línea de metro número 3, cuya duración era de veinticinco minutos y que siempre pasaba por la estación a las nueve y diecisiete. Aquella noche no compró nada de comer, no llevaba un libro bajo el brazo, subió al metro, como siempre lleno a esas horas, y buscó un lugar dónde sentarse; casi nunca había un asiento libre, pero no perdía nada por comprobarlo. Vio un asiento vacío, el mismo de aquel día, y Él sentado en el asiento de al lado, como aquel día. —Buenas noches mi perrita, te estaba esperando…
CON LOS CINCO SENTIDOS -Maga de LioncourtSe abrió paso hacia el final del vagón y al último asiento que quedaba disponible. Sentada junto a una señora que parecía dormitar y un joven que marcaba el ritmo de la música que escuchaba con la cabeza, Ámber volvió a mirarlo. Como cada noche, su cabello suavemente ondulado brillaba bajo las luces del tren. Ámber estaba segura de que a la luz natural debía de tener un color precioso, muy claro, casi rubio. Y tenía la convicción de que pasar los dedos a través de él sería una delicia. Su piel también era bastante clara, quizás no tan blanca como la de ella. Por su apariencia saludable y en forma, era evidente que se ejercitaba en algún gimnasio y pasaba poco tiempo al aire libre. Esa noche llevaba una bufanda anudada al cuello, y un abrigo oscuro. Sus dedos delgados se movían ágilmente sobre el teclado de su teléfono celular y Ámber se regaló la vista observándolo. Llevaban casi dos semanas encontrándose en esa línea. Ámber se había fijado en él desde el principio, y podía asegurar que él había hecho lo mismo con ella. De todos modos, nunca habían hablado. Ella lo observaba siempre que tenía ocasión, y en varias oportunidades lo había sorprendido mirándola a su vez. Y, aunque le parecía un poco infantil, de momento se sentía a gusto con la situación y sabía que no haría nada para cambiarla aún. Sabiendo que aún le quedaban varios minutos de viaje, abrió el libro que llevaba en sus manos y comenzó a leerlo. Disfrutaba abrir un libro nuevo desde la primera página, recorrerlo de principio a fin dedicando la misma atención a las dedicatorias, créditos y tecnicismos que a la historia en sí. Y tratándose de esa autora siempre le divertía leer sus notas a principio de libro. Le encantaba el humor que era capaz de expresar sin importar que en ese momento se dirigiera a la mejor amiga que el lector no conocía. Estaba sonriendo totalmente abstraída, cuando las luces parpadearon. Levantó la mirada y la paseó en derredor, pero todo parecía estar en calma nuevamente. Miró hacia el frente con gesto mecánico, y fue a dar directamente con la mirada de él. En sus labios se dibujaba una casi sonrisa, y Ámber, que aún conservaba la suya, le sonrió ampliamente antes de darse cuenta de lo que hacía. Él correspondió, y al sonreír se marcaron en su rostro varias líneas que, de ser posible, lo volvían más atractivo aún: dos profundas en las comisuras de su boca demostraban que era un hombre de sonrisa fácil. Y pronunciadas arruguitas junto a sus ojos sólo podían indicar buen humor. Ámber sacudió brevemente la cabeza, preguntándose si él le sonreía porque era lo que deseaba, o si simplemente estaba siendo amable al devolverle la sonrisa. Quiso abofetearse por ese momento tan incómodo, y queriendo borrarlo de su mente, intentó volver a concentrarse en su libro.
Pero algo ocurría en su mente, pues no podía avanzar más allá de “Capítulo Uno”, y durante varios minutos estuvo observando el paisaje surrealista que parecían formar las letras sobre el papel. Suspirando, cerró el libro. Dentro de diez minutos el tren llegaría a su estación, y mientras tanto se negaba a mirar en dirección a ese hombre. Por lo tanto, cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el cristal. Estaba grande para los juegos, pero lo que verdaderamente la molestaba era sentirse tan tonta cuando un hombre la miraba. No era una ingenua jovencita para sentirse ruborizada y confusa cuando un hombre le sonreía. O, mejor dicho, cuando ese hombre le sonreía. Ella no era así, nunca se quedaba esperando a que un hombre diera el primer paso en su dirección. Era una mujer del siglo XXI, habituada a tomar lo que deseaba sin mayores complicaciones. Pero allí estaba, haciéndose ojitos con aquel hombre tan sexy. Bufando molesta, Ámber se enderezó en su asiento con brusquedad y el libro que había olvidado sobre su falda cayó al piso. Antes incluso de haber terminado de inclinarse, una mano le extendía el libro. Ámber se sorprendió, y al levantar la mirada para agradecer la gentileza volvió a encontrarse con los ojos negros que ocupaban su pensamiento. Él se había sentado a su lado en algún momento, en el asiento que ocupara el joven de los auriculares. Era la primera vez que estaban tan cerca, y más allá de que la cercanía aumentaba considerablemente la belleza de los rasgos que llevaba devorando con la vista noche tras noche, todo él era un atentado a sus sentidos. La fragancia de su loción para después del afeitado la rodeó de inmediato, y el ancho de sus hombros y su alta presencia, incluso estando sentado, dominaron su campo visual. Ámber tomó el libro con suavidad, incapaz de dejar de mirarlo. Vagamente, se dio cuenta de que debía decir algo para romper el silencio, pero al ir a hablar sólo murmuró: ─Oh. Él le sonrió del mismo modo que hiciera antes y dijo: ─¿De nada? Ámber se sintió ridícula. Respiró hondo e intentando recobrar el control de sí misma, volvió a intentarlo. ─Disculpa, me sorprendiste. Debí decir gracias. ─Para servirte ─respondió él, sonriendo de lado. Ámber sonrió, deseando que tal cosa fuera verdad. Sin ninguna dificultad podía pensar en un par de cosas en las que podría ayudarla en ese momento…
─Entonces… ─dijo él, lentamente y sin perder la sonrisa─, ¿vienes mucho por aquí? Ámber rió con brevedad y luego lo miró de hito en hito. ─¿De verdad? ¿Dos semanas mirándome desde tu cómodo asiento y eso es lo primero que se te ocurre decirme? ─¡Ey! ─exclamó, levantando las manos─, estos asientos no tienen nada de cómodo. Ámber volvió a reír y él la secundó. No podía creer que el hielo se hubiera roto con tanta facilidad entre ellos, así que cuando volvieron a quedar en silencio no dudó en extender una mano hacia él. ─Ámber ─se presentó. ─Michael ─respondió, al tiempo que tomaba su mano con firmeza. De inmediato sintió que una corriente de energía subía por su brazo, y sin poder quitar los ojos de los de él, continuó hablando. ─Michael, ¿qué te trae por aquí? ─Oh, tú sabes… Un jefe exigente, tránsito complicado a estas horas, una casa apartada de prácticamente todos mis destinos usuales… ¿Y qué me dices de ti? ─Un negocio propio, recién iniciado, un horario exigente… Tú sabes. Michael asentía y Ámber era muy consciente de que el simple apretón de manos se había convertido en una lenta caricia. Uno de los dedos de Michael giraba en la palma de su mano, y la sensación era al tiempo relajante y sensual. ─Así que, Ámber ─continuó Michael, bajando la mirada hacia sus labios tenuemente pintados de color rojo oscuro─, me preguntaba si tienes planes para esta noche. Ámber elevó una ceja, internamente sorprendida de que él fuera directo al grano. ─Tengo un buen libro entre manos ─contestó. Michael bajó la mirada hacia el libro en cuestión, sonriendo ante la portada tan sugestiva. ─Parece tratarse de un libro… intenso. ─Pareces saber mucho de libros románticos ─Ámber fingía no notar el brillo de su mirada. ─Más bien, de intensidad. ─Ah, ya veo…
Una suave sacudida del tren les hizo notar que éste estaba entrando en una de las últimas estaciones. Con frustración Ámber se dio cuenta de que se trataba de su parada, y, aunque le hubiese encantado extender el momento, se volteó de nuevo hacia Michael. ─Bueno, parece que he llegado a destino… ─Lo sé ─ante el gesto sorprendido de Ámber, Michael explicó─: Esta también es mi parada. Tenía la esperanza de que quisieras dejar tu libro por unas horas e ir a tomar algo… Ámber sonrió. ─¿De veras no te andas con vueltas, eh? Michael le devolvió la sonrisa y retrucó: ─Si dos semanas de esperar el momento para acercarme no te lo parecen, entonces no. Cuando el tren se detuvo, bajaron juntos a la estación. La noche estaba fría, aunque el invierno no había llegado aún, y Ámber se envolvió en su abrigo. Caminaron lado a lado, conversando sobre el clima, el tránsito y bromeando sobre las personas que se conocían en los trenes. Michael confesó que, pese a la invitación, no acostumbraba a invitar a salir a las chicas que conocía de camino a su casa, y Ámber reconoció que ella no solía aceptar todas las invitaciones que recibía. La casa de Michael quedaba a cinco calles de la estación, pero ellos caminaban sin prisas, pasando ante bares y pubs sin siquiera dedicarles una mirada. De algún modo, dos semanas de mirarse a distancia les servía como introducción a ambos, y estaban dispuestos a pasar al siguiente nivel, sin necesidad de más ambages. A pesar de ello, la charla se mantuvo animada durante todo el camino, y en ningún momento tuvieron intención de tocarse. Sólo una vez cerrada la puerta de entrada, Ámber dejó que Michael la atrajera lentamente hacia sus brazos. Subió las manos por su pecho sin prisas, quitando la bufanda y desprendiendo los botones de la camisa que se interponían entre la piel de su cuello y sus manos. Lo acarició, sintiendo que las manos masculinas recorrían su cintura y bajaban hasta su trasero donde trazaron círculo tras círculo. Nada podía haberla preparado para la avalancha de sensaciones que se le vino encima apenas sentirlo bajo sus manos. El olor de Michael, la embriagaba. La hacía añorar más de él. Ámber se acercó más, hasta que sus senos se apretaron contra el duro pecho, y subiendo las manos hacia su nuca lo obligó a bajar la cabeza para besarlo. Pero una vez unidos sus labios ya no supo quién estaba al mando. La boca de Michael era apremiante y exigente. Ella no opuso ninguna resistencia a las demandas de su lengua, y dejó que la besara con hambre y pasión, preparada y deseosa de dar y exigir a su vez.
Michael la apretaba contra su cuerpo, y así unidos desde los muslos al pecho, la levantó y la llevó a la sala. Sentirla entre sus brazos, dominándola con su fuerza, lo excitó tanto como lo había hecho besarla. La bajó y se separó lo suficiente para quitarse su abrigo, sonriendo satisfecho al notar que Ámber se deshacía del suyo también. La ropa de ambos fue cayendo al piso, junto al libro y la bolsa de papel de Ámber, mientras se daban besos intermitentes. Michael estuvo desnudo en cuestión de segundos, y se rió de Ámber que aún luchaba por desprender los botones de su camisa. La atrajo con fuerza y la besó con más ansia que antes, gimiendo ambos al sentir el roce de sus cuerpos. Ámber acarició sus nalgas firmes y luego coló una mano entre sus cuerpos para aferrar el miembro de Michael que se apretaba erecto contra su estómago. Lo escuchó soltar un gemido y, sabiendo el placer que le provocaba, comenzó a deslizar su mano de arriba abajo, disfrutando ella también con la caricia. Él resistió cuánto pudo, bebiendo cada minuto que la tenía para sí, hasta que finalmente la tomó entre sus brazos y la acostó sobre el suelo desnudo. Abandonó su boca para depositar besos ardientes por su cuello, y abrió la camisa haciendo volar los pocos botones que no se habían desprendido para dejar a la vista el sostén blanco. Lo quitó con rapidez, desabrochando los breteles para no tener que quitarle la camisa y luego se detuvo a observarla. La mujer ante él se le antojaba la más exquisita de las criaturas en la Tierra. La piel blanca de Ámber comenzaba a mostrar signos de enrojecimiento allí donde él la había besado con fuerza. Sus senos eran del tamaño ideal para envolverlos en sus manos y los pequeños pezones se erguían orgullosos, aguardando su boca. Él no les hizo esperar. Besó, mordisqueó y jugueteó con ambos, abriendo la boca para abarcar la mayor cantidad de carne tierna. Ámber apenas lograba respirar, arrastrada por un sinfín de sensaciones. Semisentada con las piernas abiertas, hundía los dedos en el cabello desordenado de Michael y buscaba acercarlo más, siguiéndolo inconscientemente con su cuerpo cuando él se apartaba. Michael besaba cada resquicio de su piel como si nunca fuera a cansarse de ella. Recorrió su estómago con la lengua, hundiéndola en su ombligo, y luego bajó más, sorprendiéndose al encontrar el bikini en su lugar. La acarició sobre la pequeña tela, sintiendo la humedad que comenzaba a traspasarla, y admirando la expresión de placer que se dibujaba en el rostro de Ámber. Se alzó sobre las talones, y sin prisas fue quitando la prenda hasta las rodillas. La dejó allí y le separó las piernas todo cuanto le permitía el obstáculo de tela. Luego inclinó la cabeza y se dedicó a besarla con la misma pasión que había dedicado al resto de su cuerpo. Ámber cayó de espaldas, gimiendo en voz baja, incapaz de contener el placer que la boca de Michael hacía correr por su cuerpo. Estaba muy cerca de sentir que caería dentro de un espiral interminable de dicha, cuando lo sintió apartarse. Abrió los ojos y lo miró confundida, pero Michael rebuscaba entre la ropa amontonada en el suelo. ─¿Qué…? ─comenzó a preguntarle.
─Espera ─dijo él, levantando el abrigo femenino. Rebuscó debajo y al fin le enseñó lo que había encontrado─. Dos semanas llevo viéndote subir al metro con una bolsa de estas. Dos semanas mirándote morder una de estas delicias y probar tanta dulzura. Ámber sonrió al verlo sacar el croissant de la bolsa de papel. Lo había comprado porque estaba realmente hambrienta y lo había olvidado apenas verlo a él. ─Así que te gusta el chocolate ─comentó, sin perder la sonrisa, mirándolo abrir el croissant por la mitad con todo cuidado. Era toda una experiencia nueva para ella tener a un hombre desnudo a pocos metros, completamente excitado y partiendo con mucha delicadeza la masa de la media luna. ─¿Qué si me gusta…? ─contestó, lamiendo las migas de uno de sus dedos, y observando a Ámber apoyada sobre sus manos, con la camisa en los codos, las piernas abiertas y el bikini en sus rodillas, sin olvidar los coloridos calienta piernas que recién se daba cuenta que llevaba puestos, y sintió que se excitaba más aún ante tal visión. Le sonrió con malicia y agregó con voz ronca─: Ya vas a ver cuánto me gusta. Ámber se mordió el labio y lo miró acercarse, pero su gesto pícaro cambió por uno de sorpresa cuando se dio cuenta de lo que pensaba hacer. Michael había sacado el relleno de chocolate del croissant y comenzó a extenderlo sobre el sexo de ella con toda parsimonia y gesto concentrado. El corazón de Ámber volvió a latir de modo descontrolado ante las caricias y la sensación del chocolate derramándose por su sexo. Michael embebía un dedo en el croissant y cuanto chocolate rescataba de su interior lo distribuía sobre ella, abriéndola e incursionando dentro de la húmeda entrada. Le encantaba escucharla gemir, llevarla más y más alto en decibelios de placer. La vio cerrar los ojos y acariciarse un seno con voluptuosidad, queriendo decirle que eso no era nada, que aún no había empezado siquiera con todo lo que deseaba hacerle. Pero prefirió inclinarse sobre ella y probar el chocolate desde su nueva fuente, saboreando la dulzura de Ámber mezclada en él. Ella volvió a dejarse caer sobre la espalda, sin fuerzas para sostenerse, incapaz de ser consciente de algo más que no fuera el placer caliente y voraz que Michael le brindaba. Detrás de sus ojos cerrados pasaba un desfile de colores, y sintió que todo su ser se fragmentaba con ellos al alcanzar el anhelado clímax. Michael besó el interior de sus muslos con delicadeza, volviendo a subir por su estómago, dándole tiempo a recuperarse del orgasmo que aún la estremecía. Se apoyó sobre los codos y cuando ella abrió los ojos y fijó la mirada en él, bajó la cabeza y la besó profundamente. Ámber gimió al sentir en ese beso el sabor del chocolate y de su esencia, y lo devolvió con fervor. Michael deslizó una de sus manos y la ayudó a quitarse el bikini, liberándolos de ese obstáculo innecesario. Luego se separó lo suficiente para alcanzar el bolsillo de su pantalón y regresó a ella enseñándole el brillante envoltorio del preservativo. Ámber lo ayudó a colocárselo, y luego se abrió más para él, sintiéndose hermosa y deseable al ver cómo la observaba.
Michael se deslizó en su interior con un solo movimiento. Ámber ahogó un gritito al sentirse llena de él, y enseguida sus piernas lo apresaron a la altura de la cadera y comenzaron juntos la instintiva danza en busca del placer, mirándose y besándose por momentos, enfrascados ambos en dar y recibir… *** ─Comienza a sentirse frío este piso ─comentó Ámber minutos más tardes, tumbada junto a Michael en el suelo de la sala. Michael se levantó con agilidad y extendió una mano hacia ella. ─Afortunadamente, tengo una cama que ofrecerte ─dijo, depositando un beso húmedo en sus labios hinchados─. Y una alfombra mullida ─agregó con un guiño. Ámber rió y lo siguió por un pasillo hasta la habitación en penumbras, y allí lo detuvo para besarlo. Se había deshecho de las pocas prendas que le quedaban, y la sensación de estar piel contra piel volvió a despertar el deseo por él que llevaba días conteniéndose. Pensó en varias de las ocasiones en que había pasado todo el viaje observándolo, preguntándose cosas sobre él, y como esa noche, con un simple movimiento, todo había cambiado. Y la noche era joven, ella aún tenía mucho para dar y presentía, por la forma en que él la miraba y la besaba, que aún habría mucho más por recibir. Se apartó de él y caminó hacia el centro de la habitación, desde donde volteó a mirarlo, sonriendo. ─Te has acabado el chocolate ─le recriminó. Michael sonrió, para nada arrepentido. ─No pude evitarlo, estaba delicioso. ─¿En serio? ─Ajá. ─Porque aunque aquella era mi cena, no sé por qué, tengo la sensación de estar en deuda contigo. En la mirada de Michael se encendió una chispa y comenzó a caminar a su alrededor, admirando las suaves curvas de su cuerpo voluptuoso. ─¿Eso sientes? ─le murmuró. Ámber también recreaba la vista en su cuerpo fuerte y en sus movimientos confiados, y no le pasó desapercibido que él comenzaba a excitarse una vez más. ─Sí ─susurró, obligándose a prestar atención a sus palabras y no a las nuevas demandas de su cuerpo─. ¿Se te ocurre algo que pueda hacer por ti? Michael se detuvo a pocos pasos de ella, la miró desde la punta de los pies hasta el cabello rojo enmarañado y extendió una mano al contestar.
─Creo que se me ocurre algo… Ámber tomó su mano, expectante, y se dejó guiar hasta una silla, junto a una de las ventanas cerradas. La luz de afuera los bañó por completo, borrando algunas de las sombras de sus cuerpos. Michael se sentó y la detuvo frente a sí, mirándola con intensidad. Ámber no necesitó mayor invitación. Se deslizó hacia el suelo rozándose contra su cuerpo y comenzó a acariciar su aletargado sexo. Michael la miraba provocarlo, sintiéndose tan excitado por las caricias de sus manos como por la visión de tanta belleza. Ámber mantenía su mirada, hasta que de repente inclinó la cabeza y dejó que su boca ocupara el lugar de sus manos. Se llenó de él, sintiéndolo crecer y engrosarse dentro de su boca. Lo lamió y rozó sus dientes sobre la delicada piel, arrancándole gemidos a su amante. Una y otra vez deslizó su sexo completamente erecto entre sus labios hasta sentirlo latiendo en la profundidad de su boca. Su sabor almizclado la hacía desear más de él, todo cuanto pudiera darle, y volcaba toda su pasión por encontrarlo. Michael tomó sus cabellos y la apartó con gentileza, sabiendo que, de permitirle continuar, la estaría privando de su cuota de placer. La ayudó a ponerse en pie y caminó hasta la mesilla de luz, desde donde volvió con otro pequeño paquetito brillante. ─¡Menudo arsenal! ─bromeó Ámber, observando cómo deslizaba el preservativo sobre su pene. ─La noche es joven, nena ─contestó Michael, guiñándole un ojo. Se acercó a ella y la besó, poniendo sus manos en la cintura. Se tomó su tiempo en el beso, queriendo excitarla tanto como lo estaba él. Su lengua penetraba dentro de su boca, simulando el acto que ansiaba concretar, y luego hacía que la lengua de ella lo siguiera hasta su boca. Ámber sabía lo que pretendía, y, aunque disfrutaba del beso, sentía la acuciante necesidad de sentirlo profundamente. Así que tomó una de las manos de Michael y con firmeza la guió hacia el centro de su sexo, demostrándole que estaba más que preparada para recibirlo. Michael la acarició, extendiendo la humedad desde el clítoris hasta el ano y la sintió comenzar a temblar. Se apartó lo suficiente para volver a sentarse y luego la dejó tomar el mando. Ámber lo observó desde su altura, dispuesto a dejarse hacer, acariciándose con una mano el recto pene, y se acercó a él. Le acarició la cabeza y sonrió cuando Michael apoyó la mejilla en su antebrazo para depositar un beso en su piel. Luego le dio la espalda. Se sentó sobre sus muslos, sintiendo el pene de Michael apoyado contra su espalda. Pasó sus piernas por fuera de las del hombre, se apoyó con una mano en la rodilla masculina, y con la otra guió el pene dentro de su sexo. Ambos gimieron al sentirse unidos nuevamente, y Ámber dejó que su cuerpo se adhiriera al sexo de Michael profundamente antes de empezar a moverse. Alzaba y
bajaba las caderas, apoyada en las rodillas de Michael. Él la ayudó a buscar el ritmo, con una mano en su cadera, y luego se dedicó a acariciar su espalda y sus senos. Mientras más la acariciaba Michael, más aceleraba sus movimientos Ámber, pero no quería acabar así. Esta vez, necesitaba verlo, estar frente a él para disfrutar de su placer. Así que, con un rápido movimiento, se puso en pie y giró hacia él. Volvió a sentarse sobre sus muslos, pero esta vez fue Michael quien guió su sexo hacia ella, y volvieron a acoplarse mientras se daban besos rápidos. Ámber besaba sus párpados, su frente, su mandíbula, cabalgándolo con fuerza y rapidez, sintiendo que los pulmones le estallarían de un momento a otro. Y Michael se dejaba hacer, apoyando las manos sobre sus nalgas, hundiendo su cabeza entre los cálidos senos. Finalmente el orgasmo los alcanzó, primero a Ámber quien se estremecía con violencia, y de inmediato a Michael. Se movieron juntos, se mecieron uno al otro, atrapados en un abrazo dichoso e inacabable. Cuando volvió a sentir que podía respirar, Michael se puso en pie con Ámber en brazos. Ella envolvió sus piernas en torno a él, pasó los brazos por su cuello y se dejó llevar a la cama. Allí Michael le dio un suave beso y luego fue hacia el baño. Cuando volvió, segundos después, Ámber lo esperaba como la había dejado. Se acostó a su lado, exhausto pero feliz y le acarició un seno. Ámber giró hacia él, apoyándose en un codo para verlo mejor, y cuando sus miradas se encontraron se rieron como niños. ─¿Te quedarás? ─preguntó él, cuando el silencio volvió a hacer acto de presencia. ─¿Quieres que me quede? ─preguntó ella a su vez, dándose cuenta de que no estaba muy segura hacia donde la llevaba la decisión de haberse ido a casa con él. ─No te habría traído si no fuera eso lo que deseaba ─respondió Michael, volviendo a sonreírle. Ámber se dejó caer sobre las almohadas con gesto dramático. ─Esperaba que dijeras eso. ─¿Ah, sí? ─¡Por supuesto! ¿O acaso olvidas que te has comido mi cena? Espero que sepas cocinar… Michael rió y después de besarla en la mejilla con gesto casto le aseguró que sí, que era muy bueno en la cocina.
UN ENCUENTRO INESPERADO… O NO TANTO - Hada FitipaldiDesde hacía tres semanas, Ámber se encontraba con aquel chico misterioso cada noche. El primer día que se fijó en él, fue porque le llamó la atención su atuendo. Vestía traje de chaqueta impecable, con camisa blanca impoluta. Eso unido a su rostro, que no aparentaba más de veinticinco años, llamó su atención poderosamente. Ese primer día solo hubiese quedado como una anécdota, si el chico no se hubiera bajado en la misma parada que ella. Pero lo hizo. Y para su sorpresa siguió el mismo camino que ella hasta llegar a la piscina a la que iba cada noche. Al parecer tenía que ser nuevo, porque un cuerpo como el suyo nunca pasaría desapercibido para Ámber. Con una altura cercana a los dos metros, una espalda ancha que terminaba indecentemente en un pequeño bañador ajustado, que realzaba un trasero moldeado a conciencia. Le costó mucho más realizar sus largos aquel día, porque cada poco tiempo se encontraba buscando al chico entre las calles vecinas. Lo cierto es que la siguiente noche se encontró también buscándolo con la mirada, y para su sorpresa también lo encontró, de nuevo vestido con un traje de chaqueta de aspecto carísimo. Desde entonces, cada noche al montar en ese vagón de las nueve y diecisiete se encontraba anhelante por comprobar si el desconocido estaba allí, por ver la expresión de su rostro de rasgos duros, que parecían cincelados en granito. La mandíbula cuadrada y fuerte siempre afeitada, los labios carnosos y rojizos, la nariz recta, y unos ojos que se moría por ver más de cerca. Pero lo que más le estimulaba de la situación, era saber con certeza todo lo que escondía debajo ese traje, cuya visión cada noche se dedicaba a disfrutar en la piscina. Para Ámber se había convertido en su juego particular, algo con lo que se divertía fantaseando. Sobre todo desde que aquel chico había empezado a intercambiar esas intensas miradas con ella. En los últimos días, parecían dos animales que vigilaban su territorio, ajenos a la selva que los rodeaba. Cuando ella tomaba contacto con sus hechizantes ojos, él le sostenía la mirada hasta que casi siempre sentía la necesidad de bajarla. Además notaba que poco a poco, se iban posicionando más cerca el uno del otro. Pero una vez que salían del vagón, y a pesar de que iban al mismo lugar, ninguno de los dos volvía a mirarse directamente, obviando la presencia del contrario. Aquel día, Ámber se cogió a la única barra que encontró libre, cerca de una de las puertas. El chico misterioso se encontraba en la salida contigua. Pero lo que no se imaginaba Ámber es que él estaba cansado de no intervenir en ese juego, y necesitaba mover ficha de alguna manera. Así que con paso decidido se fue abriendo hueco poco a poco entre el vagón atestado de gente, hasta situarse a dos personas de distancia de ella. Se había entretenido un poco, buscando un hueco para su libro en el bolso y cuando levantó la vista para mirar al frente, se sobresaltó al encontrarse a pocos pasos a su desconocido, que la miraba con una sonrisa dibujada en el rostro. Se había acercado muy rápido y ella apenas se había dado cuenta. Le devolvió la sonrisa tímidamente, y como siempre, bajó la vista al suelo ante el intenso peso de la mirada de él.
Durante todo el trayecto mantuvieron aquel jugueteo de miradas, o más bien él no podía despegar sus ojos de ella, y ella hacía lo posible para mirarle fijamente durante más de cinco segundos, sin éxito. Cuando llegaron a la parada, Ámber emitió un hondo suspiro, preparándose para el mecanismo de todos los días. Él saldría antes del vagón, y caminaría a paso rápido sin mirar atrás, mientras que ella terminaba de comerse lánguidamente su croissant. Pero cuando el metro paró definitivamente, observó que el desconocido no se bajaba. Confundida, lo miró interrogante, observando que él le indicaba con la cabeza que se apeara del vagón. Y así lo hizo, no porque él se lo dijera, sino porque pensaba seguir con su rutina de siempre. Empezó a caminar hacia la salida del metro. No pensaba mirar hacia atrás, pero en un gesto instintivo giró el rostro para echar un rápido vistazo. La estación estaba atestada de gente, por lo que le fue imposible avistar al chico. Lo más probable era que siguiera en el vagón. “Quizás ha dejado la piscina”, se dijo a sí misma, no sin cierta resignación. Cuando giró la esquina para dirigirse hacia la piscina, notó como las personas se dispersaban a su alrededor, de forma que podía oír el taconeo de sus zapatos. También escuchó unas fuertes pisadas, le pareció que no muy lejos de donde ella se encontraba. Siempre le había inquietado llevar a alguien detrás, por lo que se volvió solo una vez para comprobar el aspecto de la persona que caminaba tras ella. Cuál fue su sorpresa al encontrarse con los magnéticos ojos de su hombre misterioso, que la seguía de cerca, con la mirada fija en ella. Se dio la vuelta y aceleró el paso inconscientemente. Aquel cambio en la actitud de él la había inquietado, incluso podía sentir cierto temor al sentirlo a tan solo unos pasos de distancia. Agradeció ver la piscina a lo lejos, por lo que siguió acelerando un poco más, pero descubrió que el chico misterioso no modificaba su ritmo. Eso la tranquilizó, pero solo cuando atravesó la puerta pudo respirar con normalidad. Robert la cruzó después. No había podido resistir la tentación de cambiar las reglas de su juego particular aquella noche. Por eso había caminado detrás de ella, observando el sugerente contoneo de sus caderas y el balanceo de su corta melena morena. Ese día ella llevaba una falda corta azul marino, rematada por unas finas medias negras que sus manos ansiaban tocar. Pero no hubiese sido muy racional por su parte estrecharla contra una pared y arrancarle aquella delicada tela de repente, por lo que optó por hacer el recorrido habitual hacia la piscina. Ya dentro se dirigió a los vestuarios, colocándose el ajustado bañador negro como cada día. El problema era que apenas podía disimular el bulto que sobresalía en la tela, así que se obligó a meterse bajo el chorro de agua fría durante unos minutos, hasta que consiguió relajarse mínimamente. Mientras tanto Ámber empezaba a dar brazadas en el agua. Aunque su mente estaba bastante alejada de pensar en la técnica adecuada, o en cualquier otra cosa que no fuera la búsqueda de aquel hombre. En seguida detectó su presencia dos calles más allá. Como cada noche, pilló a varias mujeres observando como aquel adonis daba unas potentes brazadas, recorriendo la longitud de la piscina en muy poco tiempo.
Disgustada ante aquellas miradas hambrientas, se dedicó a recorrer la piscina con ímpetu de un lado a otro. Cuando ya llevaba al menos un cuarto de hora así, se apoyó en el bordillo extenuada, tomando aire con dificultad. De nuevo su mirada viajó hacia la calle donde el chico misterioso nadaba, comprobando que aún seguía con su exhibición diaria. Y es que verlo nadar, con aquella potencia y majestuosidad era todo un espectáculo. Pasada media hora observó como el desconocido salía de la piscina, sacudiéndose el cabello rubio oscurecido por el agua que lo empapaba. Y decidió que era hora de acabar la jornada por aquel día, sino no llegaría ni a la primera página de su nuevo libro. Además quería meterse cinco minutos a la sauna para relajarse. El ambiente caldeado y a la vez húmedo de aquellas cabinas de madera, hacía que pudiera despejar su mente, algo que necesitaba con urgencia. Tenía que sacarse de la cabeza a ese hombre, que ya se estaba convirtiendo en una obsesión para ella, y con el que sabía que no tenía ninguna posibilidad. Se quitó el bañador, dejándolo colgado en las perchas exteriores a las cabinas de la sauna, y con una toalla alrededor de su cuerpo desnudo, se introdujo en una de ellas. Siempre miraba el suelo de madera cuando entraba a aquellos cubículos para no tropezarse, por eso hasta que no cerró la puerta con un suave chasquido, no se encontró frente a frente con su desconocido. Éste la miró fijamente, y Cathe al fin pudo asegurarse del color de sus ojos, azul eléctrico. También comprobó que estaba totalmente desnudo. —Disculpa— exclamó bajando la mirada, mientras dirigía la mano al asa de la puerta—. Me voy ahora mismo. —No— el tono autoritario de la voz del hombre la frenó en seco, pero como ella no terminaba de quitar la mano de la puerta, éste continuó con voz más suave—. Por favor, quédate. Ámber se mostró dubitativa, pero al final decidió sentarse en el banco frente al chico, con la toalla firmemente enrollada alrededor de su torso. Apretó las manos alrededor de la parte que le cubría las piernas, y le dirigió una leve sonrisa al desconocido que no había dejado de mirarla ni un momento. Un tenso silencio inundó la pequeña habitación de madera, y como siempre cuando estaba nerviosa, quiso llenarlo. —Me llamo Ámber— se presentó con sencillez, ante lo cual él amplió su sonrisa. —Y o Robert. El tono que empleó, suave a la vez que ronco, hizo que un escalofrío caliente recorriera la nuca de Ámber, extendiéndose por toda su espalda. Inevitablemente bajó la cabeza para rehuir su mirada, pero al hacerlo se encontró con la entrepierna tensa y totalmente erecta de Robert, que parecía apuntar en su dirección. Ámber sintió como la temperatura de su cuerpo subía varios grados, mientras sus mejillas ardían encendidas. Con un lento suspiro cerró los ojos, y se concentró en tomar aire poco a poco. Pero la voz profunda de aquel hombre la interrumpió: —¿Se encuentra usted bien?
—A decir verdad no demasiado, creo que hace mucho calor aquí dentro, ¿le importaría que encendiéramos el aspersor del techo?— preguntó Ámber con la mirada centrada en la toalla que todavía llevaba. Realmente le quemaba alrededor del cuerpo y necesitaba arrancársela, pero no podía hacerlo con él allí presente. —Descuide, ya lo enciendo yo— Robert se levantó y activando un interruptor de la pared, empezaron a salir pequeñas gotitas de agua del techo—. Quizás debiera usted quitarse la toalla, seguro que se sentiría mejor; hace demasiado calor para llevar nada encima. —Puede que tenga razón. Ámber levantó la vista hacia él, observando que ya había tomado asiento. Recostado contra la pared de madera, tenía las piernas relajadas y una expresión retadora en el rostro. Parecía que la estuviera incitando a quitarse esa toalla, dando por anticipado que no se atrevería. Pero la piel del abdomen de Ámber ardía ante el contacto con aquella gruesa toalla, que impedía que respirara con normalidad debido también a la presión ejercida por la misma en su pecho. Por eso, con un gesto de decisión en su cara cogió uno de los extremos de la toalla, abriéndolo lentamente, para después coger el otro con la otra mano, dejándola caer sobre el asiento. Sintió como los ojos azules que la observaban se encendían con un brillo anhelante, siguiendo un recorrido descendente desde sus pechos, pasando a lo largo de todo su vientre hasta sus muslos cruzados, que impedían ver más allá. Notó como un gruñido profundo salía del pecho de aquel hombre, ante la frustración de no poder seguir con su recorrido. Pero lo que no esperaba fue su sensual orden: —Me encantaría que descruzaras esas bonitas piernas. Su franqueza y sencillez en contraposición a lo atrevido de su petición desconcertó a Ámber. —¿Para qué quieres que lo haga?— sabía que era una pregunta absurda, pero no se le había ocurrido otra cosa. —Sabes muy bien por qué te lo pido— susurró el hombre, apoyando sus antebrazos sobre las rodillas para adelantar el cuerpo hacia ella—. Llevo fantaseando con tu cuerpo desde el primer día que te vi en la piscina, y ahora que te tengo en frente necesito verte por completo. Ámber observó cómo sus ojos se velaban por el deseo, y tragó saliva de forma sonora. Su mente en esos momentos era un hervidero de pensamientos, y el calor y la presencia intimidante del hombre que tenía en frente, no hacían que fuera tarea fácil aclararse. Lo que tenía muy claro es que no era nada racional por su parte el abrir las piernas para él, solo pensarlo la escandalizaba. Pero no era menos cierto que se encontraba a solas con un hombre que había deseado cada noche desde hacía semanas, y que a sus veintiséis años nunca había hecho nada loco o irracional como aquello. Además no podía obviar la mirada animal del chico, que parecía sacado de la mejor de sus novelas románticas, y que la miraba como si ella fuera una fuente de agua dulce en medio de un desierto. “Si las protagonistas de novela romántica pueden hacer
cosas descabelladas con hombres espectaculares, ¿por qué voy a ser yo menos?” se dijo a sí misma. Así que dejó caer la pierna que tenía cruzada al suelo y las abrió ligeramente, dejando descubierta su intimidad a la vista de aquel desconocido. —Que preciosidad— ronroneó él, mientras observaba la suave flor escondida entre los estilizados muslos de Ámber. Robert notó como su corazón se aceleraba con fuerza, parecía que iba a saltarle del pecho. Su erección también creció más si cabía, sintiendo de nuevo el dolor palpitante, y de forma inconsciente se llevó una mano a la misma para apretarla firmemente. Ámber dio un saltito sobresaltándose ante su reacción, pero no pudo evitar que sus ojos se quedaran hipnotizados con el movimiento de aquella mano, que subía y bajaba con un ritmo lento, recorriendo toda la longitud. Un pensamiento fugaz se pasó por su cabeza, y se imaginó como iba hasta él y sustituía las fuertes manos masculinas por las suyas. Al conjurar aquella escena en su mente, sintió como en el espacio entre sus piernas se iba formando una humedad creciente que en seguida las hizo separarse un poco más. Se encontraba terriblemente excitada, y no sabía qué hacer. Su eterno sentido de la prudencia le decía que saliera de allí cuanto antes, pero su lado más animal la incitaba a levantarse e ir junto a él. Lo deseaba de una forma demoledora, descarnada. No se quería conformar con mirar, ¿por qué iba a hacerlo? Tenía un bombón derritiéndose delante de ella y no quería desaprovecharlo. Ámber descubrió como su cuerpo parecía tomar la decisión por ella, cuando se levantó del banco de madera y dando los escasos pasos que la separaban de él, se colocó entre sus piernas. Notó como la espalda del hombre se separaba de la pared, acercándose a su cuerpo, de forma que sintió su aliento caliente y húmedo chocando contra la parte baja de su vientre. —Eres demasiado exquisita— susurró con voz entrecortada él, mientras posaba una mano grande y cálida sobre su abdomen—. Ni siquiera sé que hacer o por dónde empezar— aunque mientras decía aquello, fue llevando las manos en un camino ascendente por los costados de Ámber, hasta llegar a la altura de sus senos—. Tienes la piel más suave y deliciosa que haya tocado en mi vida. —No sé yo. Intentó hacer una broma por el nerviosismo que sentía, pero al bajar la mirada hasta él, comprobó que aquellos profundos zafiros la miraban con una devoción y una pasión tales, que solo pudo tragar saliva y volver a mirar al frente. Robert llevó sus manos hasta el pecho de Ámber, abarcándolo desde abajo muy suavemente, mientras que con los pulgares trazaba cadenciosos círculos alrededor de sus sonrosados pezones. Pudo sentir como un calor hormigueante se extendía por la zona. Cuando en medio de aquellas caricias, le pellizcó con fuerza sus cumbres, sintió como se endurecían a la vez que mandaban un ramalazo de placer que viajó a lo largo de su abdomen hasta llegar a su centro, palpitando de necesidad.
—No sigas, por favor…— logró susurrar a la vez que un jadeo ronco escapaba de su garganta. Sabía que si seguían, después iba a ser muy difícil parar aquello, y la molesta prudencia no dejaba de pincharle con que debería frenar lo que fuera a ocurrir. —¿No te gusta, mon chèrie?— adujo él, mientras seguía masajeando a un ritmo constante, acariciando con el pulgar y el índice y pellizcando. —No es eso, es que no sé si esto está bien— consiguió decir, cada vez más convencida de que estuviera bien o mal, no pensaba irse de allí. Sintió como Robert abandonada su pecho, para llevar las palmas de sus manos a la parte trasera de los muslos de Ámber, acercándola aún más a él. Después deslizó las manos hacia abajo y presionando sobre las rodillas, hizo que se sentara sobre su regazo. —Y o creo que todo esto está más que bien, siempre que tú lo desees— retuvo su mirada durante unos segundos, intensa y cautivadora. Quería saber lo que sentía aquella mujer, y sonrió satisfecho cuando encontró que lo miraba con un claro brillo de deseo en aquellos iris verdeazulados—. ¿Me deseas, Ámber? El tono sincero y desnudo de su voz la sobresaltó. No solía estar acostumbrada a que la gente hiciera preguntas tan claras y directas, y menos cuando se trataba de tener una relación. —Porque yo sí te deseo a ti— prosiguió él, mientras bajaba sus labios hasta su pecho, sin dejar de mirarla a los ojos—. No sabes cuánto. Acto seguido, observó como Robert se llevaba uno de sus pezones a la boca, capturándolo entre los labios. Podía sentir como la lengua de ese hombre trazaba círculos húmedos y lentos, para después succionar con fruición, arañándola levemente con los dientes. Ámber no pudo más que echar la cabeza hacia atrás, y dejar que un grito agudo brotara de su garganta. Entre las brumas de aquel placer se pasó unos segundos por su mente que se encontraban en un jacuzzi, un lugar público al que podría acceder cualquiera. Pero comprendió que le daba igual, solo quería disfrutar del momento con ese hombre. Cerró la puerta a la prudencia, y dejó que la respuesta a su pregunta saliera espontánea de su boca: —Te deseo Robert, y quiero que sigamos— pudo oír como de su garganta salía un ronco rugido de satisfacción cuando oyó la respuesta—. Quiero… Dejó la palabra en el aire cuando sintió como las manos del hombre ascendían por sus muslos, hasta abarcar las nalgas, apretándolas. A su vez su boca seguía haciendo estragos en su pecho, torturándola y excitándola hasta puntos insoportables. Ámber sentía la necesidad de saciar el cosquilleo de sus manos, de recorrer la piel del hombre que tenía delante y saborearla. Por eso con cierta timidez posó sus manos sobre los hombros de Robert, acariciándolos para después subirlas hasta su cabello húmedo. Enredó los dedos entre aquellos largos mechones, y tiró de su cabeza hacia arriba. Ante su sorpresa, vio como ella se detenía unos segundos para mirarlo con decisión y voracidad, lanzándose después a atrapar sus labios, en un beso acaparador.
Al principio movieron los labios en una danza sincronizada, moldeándolos y sintiendo su calor, lo blanditos que estaban. Después él recorrió con su lengua el espacio entre los labios, abriéndolos para penetrar en la boca de Ámber. Recorrió todo por dentro, a la vez que ella acudía a su encuentro y se enredaba en torno a su lengua, absorbiéndola y succionándola hasta notar cómo le faltaba el aire. Era increíble, pero Ámber se descubrió pensando que quería más. Quería saborear más, descubrir más del cuerpo de aquel hombre que estaba piel con piel junto a ella. Por eso se separó un poco de su boca, y apoyando las manos sobre sus fuertes muslos, se puso de pie brevemente para después dejarse caer poco a poco entre sus piernas. Se detuvo a la altura de su pecho, acariciando el fuerte pectoral que se mostraba ante ella. No pudo resistir llevar sus mullidos labios hasta aquellos pequeños pezones, y depositar sendos besos en los mismos. —Ámber— escuchó que susurraba, no sabía si en tono de súplica o de protesta, pero le daba igual, ella pensaba continuar su recorrido exploratorio. Continuó bajando las manos a través del abdomen del hombre, en una caricia posesiva, mientras con la lengua reseguía el recorrido. Llegó al ombligo, y se entretuvo depositando suaves besos a su alrededor. Y no conformándose con eso continuó hacia abajo, hasta llegar a la erección de Robert, que la esperaba palpitante y enrojecida. Llevó una de sus manos hasta la base de la misma, acariciándola suavemente como antes había hecho su dueño. Notó como ante el movimiento rítmico se endurecía más entre sus dedos. La punta enrojecida parecía retarla, tersa y brillante, y Ámber levantó la vista hacia Robert, que permanecía rígido y expectante. En sus ojos se podía ver claramente el deseo lacerante, así que no dudó. Llevó los labios al extremo del miembro de Robert, besando con cuidado la piel. Estaba caliente y cierta humedad la impregnaba, por eso sacó la lengua con timidez, recogiendo las gotitas que salían intermitentemente. Se sintió poderosa y satisfecha cuando el hombre reaccionó con un sonoro gemido, que fue la llave para que ella se decidiera a continuar. Así recorrió con languidez toda su longitud, con la punta de la lengua, para después introducir poco a poco en su boca esa piel caliente que latía por sus caricias. Notó como él acunaba su cabeza entre las manos, mientras una serie de jadeos escapaban de su garganta, incitándola a continuar. Apoyó bien los brazos, estirados sobre los muslos de él, deleitándose con aquella degustación, que a su vez iba excitándola cada vez más. La mano poderosa en el centro de su espalda le quemaba, pero en seguida se encontró necesitada de más caricias por su parte, de que la recorriera de todas las maneras posibles. Como invocado por sus pensamientos, Robert la cogió por debajo de las axilas, con toda su fuerza de voluntad, ya que aquella mujer le estaba haciendo estragos con sus caricias, y se levantó del banco de madera con ella entre sus brazos. Cuando la tuvo frente a frente, le cogió el pelo húmedo que tantas veces había observado en aquel tren que tomaban juntos, y dejó que sus dedos se enredaran en el mismo como ya había disfrutado minutos antes. Tirando de ella hacia sí, envolvió de nuevo sus labios con su boca, devorándola, tomando todo lo que ella le daba, saciándose de su aliento y su humedad.
Poco a poco, fue escurriendo sus manos hasta la cintura de Ámber, espoleado por sus gemidos que lo incitaban a continuar. Dejó una mano en aquella cintura, que lo acogía en su suave curva, e inclinándose pasó su brazo tras sus rodillas, tomándola así en brazos contra su pecho. Después se arrodilló sobre el suelo de madera, recostándola con suavidad. Ámber lo miraba expectante, mientras se colocaba sobre ella, recogiendo sus muñecas con una mano y poniéndolas sobre su cabeza. Se encontraba totalmente expuesta ante él, pero no le importaba. Solo sabía que quería más de todo. Más besos, más caricias, más probar de la piel de aquel hombre y que él la siguiera probando a ella. Y lo más vergonzoso era que una parte muy potente de su ser aullaba por tenerlo lo antes posible en su interior, y llenar esa increíble necesidad que sentía palpitando entre sus muslos. Robert podía sentir como el aspersor del techo descargaba suaves gotas sobre sus cuerpos húmedos y mojados. Las sentía en su espalda, resbalando, y también las podía ver en la preciosa piel de Ámber, que se mostraba brillante y empapada. La miró con intensidad durante unos segundos, relamiéndose, para acto seguido descender hasta su cuello y lamer con avaricia cada gota de las que estaban allí. Observó como ella le cogía la cabeza entre las manos, apretándolo más contra sí. A su vez abrió más las piernas para él, doblándolas en una invitación que no podía ignorar. Robert recorrió con una de sus manos el canal entre los pechos de Ámber, recogiendo las gotas que allí se concentraban. Con esa humedad impregnándole la mano, siguió bajando, mirando los ojos de la mujer antes de reseguir con los labios el camino que recorría con los dedos. Pronto llegó al pequeño montecito que daba paso a lo que tanto ansiaba, y sin demora dejó que sus dedos acariciaran la superficie de los tiernos pétalos de la chica. Ante aquel contacto, Robert no pudo más que dejar que uno de sus fuertes dedos se introdujera entre los pliegues de Ámber. Notó como su corazón vibraba ante aquel contacto caliente y tan jugoso, que no pudo evitar bajar hasta aquel centro de placer, y desprender sobre él su aliento anhelante. —Robert, por favor— consiguió balbucir Ámber, aún sin saber siquiera lo que le pedía. O quizás si sabía algo, y es que necesitaba con urgencia que aquel hombre hiciera cualquier cosa para acabar con aquella apremiante necesidad. Robert no respondió a su petición, lo que hizo fue llevar sus labios hasta los tiernos pliegues, recorriéndolos en un lento lametón de su lengua de abajo a arriba. Mientras, con el dedo que había lanzado a explorar la zona, encontró la entrada al cuerpo de aquella mujer, y sin dudarlo se dejó resbalar en su interior. Así se mantuvieron un tiempo, él deleitándose con el maravillosos elixir que Ámber le proporcionaba, ella temblando de arriba abajo sin poderse contener. Pero tenía claro que necesitaba más, que aquel dedo que la llenaba no era todo lo que necesitaba. Lo quería a él por completo. —Robert, por favor— susurró con los ojos cerrados, su espalda arqueada apenas tocaba el suelo. —Dime belleza mía, ¿qué necesitas?— esta vez el hombre sí que respondió, interrumpiendo sus besos para continuar al poco.
—Necesito…— Ámber no encontraba las palabras, tampoco se atrevía a pronunciarlas, ¿cómo iba a decirle a aquel desconocido que deseaba tenerle en su interior?—. Quiero más. —¿Más de qué, Ámber?— ronroneó él, abandonándola para ascender de nuevo por su cuerpo, alcanzando otra vez su mirada febril. —Más de ti, Robert. Lo miró fijamente, intentando trasmitirle todo lo que echaba en falta en ese momento, todos los anhelos que su mente no era capaz de convertir en palabras. Y ante el gesto de aquel rostro, él no pudo más que abdicar en su intento porque ella le dijera lo que ansiaba oír. Así que manteniendo su cuerpo entre sus piernas, llevó el extremo de su pene a la entrada vibrante que le ofrecía aquella diosa, y comenzó a entrar lentamente en ella. Pero la calidez que lo envolvió nubló toda su razón, y por eso se dejó resbalar por completo en su interior, de una sola vez. Retrocedió un poco, arrepentido por si había sido demasiado brusco, pero las firmes manos de la mujer presionando sus glúteos, le dieron la seguridad que necesitaba para continuar. Dejó que un ritmo pausado pero intenso guiara sus embestidas, para después aumentarlo progresivamente. Ámber se encontraba extasiada, sentía como el nudo de placer que atenazaba su cuerpo se retorcía, amenazando con desbordarla. Fue en el momento en el que él hundió la cabeza en el hueco de su cuello, impulsándose hacia arriba, cuando sintió que algo explotaba en su interior. Notó como la ola de placer que hasta entonces la envolvía, se convertía en un huracán que atravesó con fuerza todo su cuerpo; algo que también sintió Robert, que no pudo más que dejar escapar un grito sordo, derrumbándose tras los estertores del placer. La pareja se mantuvo durante unos segundos en aquel suelo de madera, espectador curioso de su unión. Robert se dejó caer, ladeándose para no caer sobre el cuerpo de Ámber. Ella encajó su cabeza en el firme pecho que le tendía, mientras seguía respirando entrecortadamente. Permanecieron así varios minutos, hasta que el calor del ambiente se hizo insoportable. Entonces él se levantó tendiéndole la mano, y se quedaron mirándose uno frente al otro. Robert no pudo esconder una sonrisa que se asomaba a sus labios, a la que Ámber respondió bajando la mirada y sonriendo a su vez. —Ha sido todo un placer compartir esta sauna contigo— le dijo, mientras llevaba sus dedos hasta la barbilla de Ámber, elevándosela—. Eres una chica preciosa. —Gracias— no sabía que responder aquello, de nuevo la sinceridad limpia y segura de aquel chico la desconcertaba. —¿Tienes algún plan para cenar esta noche?— propuso aún sabiendo que podía sonar precipitado. Pero sentía que no podía separarse aún de ella aquella noche. No quería. Ámber pensó en el croissant que se había tomado, su nuevo libro y el pijama calentito que la esperaba en casa. Pero la visión de aquel hombre delante de ella, le dificultaba pensar en cualquier cosa que no fuera él. —En realidad no— terminó diciendo tímidamente.
—Pues si te parece, te invito a cenar donde tú quieras— propuso divertido, era curioso ver como seguía teniendo vergüenza con él, aunque acabaran de hacer el amor. —Vale, conozco un italiano aquí cerca, que suele cerrar bastante tarde. —Pues no se hable más. Con decisión Robert adelantó su rostro hasta capturar sus labios, y fundirse en un beso lento y suave, que la dejó temblando de nuevo. Cuando se separaron, acarició su mejilla con ternura. Observó como cogía la toalla del banco de madera para salir al exterior, no sin antes indicar: —Te espero en la puerta, bombón, no tardes demasiado. El corazón de Ámber se aceleró como el de un colibrí, sintiendo como su pecho se llenaba con algo muy parecido a la ilusión. Cogiendo la toalla que antes había dejado sobre el banco, se la puso alrededor del torso, saliendo de la sofocante sauna. Inspiró dos veces profundamente, y sonrió para sí infundiéndose seguridad. El chico misterioso la esperaba en la puerta, y al menos aquella noche no le apetecía hacerlo esperar.
UN DÍA DE ESTOS -Noe Casado―Sinceramente, es la hija de puta más sádica que conozco. Fue el comentario de Patrick mientras recogía los documentos tras finalizar la reunión. Habían mantenido un tenso debate sobre los problemas de la empresa, pero pensaba que su jefa podía mostrarse más flexible respecto a la caída en las ventas. ―Ya veo ―murmuró John, su compañero, mirándole divertido. ―¿Qué ves? ―inquirió molesto ante el tonito de guasa. Por cómo guardaba papeles estos iban a quedar hechos un asco. ―Una cosita. ―No me jodas, tío, que no está el horno para bollos. Ambos salieron de la sala de reuniones, el uno cabreado y el otro tocándole la moral. ―¿Se puede saber qué te hace tanta gracia? Porque hasta dónde yo sé esa hija de su madre nos ha apretado bien las clavijas, deberías preocuparte por eso en vez de poner cara de payaso. ―Y tú deberías olvidarte de que es tu jefa e invitarla a salir. ¡Todos se han dado cuenta de cómo la miras! ―¿Pero tú estás bien de la azotea? Salir con ella, dice. Sí claro, ¿Y qué más? ―Hombre... yo te puedo dar un montón de ideas para después de la cena, pero estoy seguro que hasta tú puedes apañártelas ―sugirió sin abandonar el tono bromista. No quería hablar más del tema porque el jodido John hasta puede que tuviera razón. Había intentado por todos los medios disimular la atracción, pero por los visto su fracaso era evidente para todos. Pero, joder, la sola idea de ir al despacho de Melisa y proponerle algo así... ―Decídete ya, campeón. Ve a su oficina, ya sabes que se queda hasta tarde trabajando, su secretaria ya no estará y si eres un poco espabilado hasta puede que te ahorres la cena. John movió sugestivamente las cejas. ―¿Y se puede saber a qué viene tanto interés? ―Ya que lo preguntas, en primer lugar si las cosas te salen medianamente bien puede que se te quite esa cara de mustio que tienes desde hace bastante tiempo. En segundo lugar puede que te desahogues un poquito, tío, ¿Desde cuanto no echas un polvo decente? ―Para tú información no necesito que me organices mi vida sexual. Y puesto que tanto te interesa te diré que el fin de semana pasado.
―Que follaras con una tía que te ligaste a las tres de la mañana no es echar un polvo decente ―aseveró John―. Y en todo caso de haberlo sido no te pondrías en evidencia delante de ella. No hacía falta preguntar qué parte de su cuerpo se ponía en evidencia. ―No tiene ni puta gracia. ―Lo sé ―dijo su amigo palmeándole la espalda―; échale un par de huevos, no creo que te resulte muy difícil, que recuerde antes no se te escapaba una. John animando al personal no tenía rival, pero claro, había un factor diferente en todo esto. Llevarse al huerto a una desconocida era cuestión de paciencia, intentarlo con tu jefa era jugarse todo a una carta. ―Creo que olvidas un pequeño detalle ―murmuró Patrick. ―Hmmm, ¿Cuál? ―Que tiene novio, pedazo de gilipollas. ―¿Y ? ―Hay que joderse ―se pasó la mano por el pelo―. No creo que hoy sea el día elegido para serle infiel ¿No te parece? ―Repito ¿Y? ¿Desde cuándo ese es un obstáculo insalvable? Que conste, no debería ayudarte porque eres un dolor de huevos, pero he sabido por su secretaria que estar al borde de la ruptura. Por lo visto el novio es un muermo. ―Eres un chismoso de mucho preocupar. ―Ya, pero a ti te viene de puta madre. ―Ya veremos ―dijo sin estar del todo convencido. Miró el reloj, las siete de la tarde. Allí no quedaba ni el apuntador. A excepción de Melisa que siempre se iba la última. Y estaba planteándose su suicidio laboral, acuciado por un amigo demasiado observador para su gusto. ―¿Puedo hacer una sugerencia más? ―inquirió John. ―No. ―Me da a mí que una mujer como ella es de las que necesitan mano dura, ya me entiendes... ―No digas más gilipolleces, por favor. No creo que sea de esas. ¿Tú la has visto bien? ―A diferencia de ti, que la miras como si fuera la solución a todos los problemas de la tierra, sí, me he fijado, en la forma en la que habla, en sus gestos; está muy segura de sí misma pero en el fondo busca otra cosa. Algo más intenso. Y si conocieses al novio... ―John negó con la cabeza―. Entenderías lo que quiero decirte.
―Pues entonces tengo un problema serio porque me he dejado la bolsa de sado en casa, ¡no te jode! ―Qué poquita imaginación tenéis los heteros, ¡Por Dios! ―Mira, me voy a casa. No voy a escucharte ni un segundo más, me pones la cabeza como un bombo. Patrick le dejó plantado en medio del pasillo y se encaminó hacia su despacho, tenía que recoger los datos de los clientes para visitar en los próximos días y en vista de que esa noche no iba a tener nada mejor que hacer pues adelantaría trabajo. Con los documentos en la mano meditó las consecuencias de atreverse o no. John había realizado un trabajo de primera metiéndole el gusanillo de la duda. ¿Podía hacerlo? Al fin y al cabo era una mujer ¿No? Y él se quitaría de encima ese run run interior. Por no hablar del morbo añadido. ¿Y si era cierto lo que John insinuaba? ¿Y si se dejaba de elucubraciones y se iba para casa? *** ―Adelante ―murmuró sin despegar la vista de la pantalla. Se suponía que a esas horas estaría sola y que nadie molestaría, pero no, por lo visto siempre hay algún inoportuno visitante. Cuando le vio entrar se ajustó las gafas; el que faltaba, pensó con desagrado. El gallito del corral, el ligón oficial de la empresa, el tío más chulo y prepotente de la plantilla. Sabía que su cargo implicaba lidiar con tipejos así, de esos incapaces de asumir que una mujer está por encima de ellos, pero éste, como empleado insumiso, se llevaba la palma. Hacía de su capa un sayo, se pasaba por el arco de triunfo las directrices que ella marcaba y encima se empeñaba en discutir públicamente, de tal forma que siempre acababa con dolor de cabeza. No era tonta y sabía que él acataba las órdenes porque no le quedaban más cojones, no porque asumiera quién mandaba allí. ―¿Haciendo horas extras? ―peguntó con aire indiferente. ―No ―respondió tragando saliva. Esto iba a ser más difícil de lo que pensaba. Como era de esperar, no iba a facilitar las cosas. ―¿Entonces? ―mantuvo su tono cortante. Patrick sabía que si empezaba con el rifi rafe verbal acabarían agotados pero no del modo que él quería, así que pasar a la acción era la única vía posible. Avanzó hasta situarse junto a ella, movió el sillón para encararla de frente y sin pensárselo dos veces (si lo hacía corría el riesgo de darse cuenta de lo que implicaban sus acciones) tiro de ella para tenerla de pie. ―¿Pero que...? ―Silencio ―ordenó y se sorprendió a sí mismo por la vehemencia con la que había hablado pero especialmente por la cara de desconcierto de ella.
Claro que Melisa no era una mujer dispuesta a claudicar a las primeras de cambio. ―Esto es una broma de mal gusto ―se quejó intentando soltarse. Pero lo llevaba crudo pues la acorraló contra su propio escritorio, de tal forma que si pensaba moverse tropezaría con el cuerpo de él. Como se había dejado la bolsa de sado en casa se desabrochó la corbata y con ella amarró sus manos a la espalda, así mataba dos pájaros de un tiro, la tenía inmovilizada y evitaba que le sacara un ojo con las uñas. Aunque tanta improvisación podía jugarle una mala pasada. ―Eso para que te enteres ―le espetó tras propinarle una patada en la espinilla. ―No gastes energías, esta vez me voy a salir con la mía ―aseveró inclinándola sobre la mesa dejando su trasero bien expuesto―. Pero si insistes… ―¡Zas! El primer golpe resonó en toda la estancia al igual que los sonidos inarticulados de Melisa ante tal atrevimiento. ―¿Decías? ―preguntó empezando a disfrutar, no sólo el hecho de golpear tan estupendo culo sino por la escena en sí y sus implicaciones. ―¡Suéltame! ―exclamó enfadada. Muy enfadada―. ¡Ahora! O atente a las consecuencias. Patrick, que seguía sin plantearse esas consecuencias por miedo a perder el valor de continuar, se inclinó sobre ella hasta poder hablarla en su oído: ―No insistas. No chilles. No hay un alma que pueda oírte. No malgastes energías y acepta de una puta vez que ahora mando yo ―aseveró en voz baja, insinuante. ―¡Estás loco! ―chilló intentando disimular el escalofrío que sintió al escuchar tales amenazas. No debería reaccionar así, estaba perdiendo el norte. ―Veamos qué escondes debajo de esa falda negra. Sin vacilar bajó la cremallera situada en la parte trasera y poco a poco fue descubriendo algo con lo que no contaba: ropa interior roja. Recobró la movilidad en las manos para terminar de quitársela y poder contemplar a gusto lo que Melisa escondía. Pegó un silbido de admiración. ―Dime que llevas el sujetador a juego y me caso contigo. Ella casi se atraganta al escucharle. Definitivamente Patrick había perdido la cabeza. Pues claro que iba a juego. Quería replicarle de forma cortante pero él se encargaba de despistarla con sus manos trabajando sobre la piel expuesta. Notó cómo recorría desde el trasero hacia abajo, despacio, para que sintiera cada roce de las yemas de sus dedos, moldeando sus muslos, consiguiendo que gimiera por primera vez olvidando por un instante que no deseaba esto. ―No sigas, por favor ―le dijo abandonando su tono cortante. No debería excitarse, no debería disfrutar, no podía estar pensando en dejarse llevar. Claro que él hizo caso omiso a tal ruego.
―Me encanta esa voz que has puesto ―canturreó él y acto seguido abandonó sus piernas para comprobar por sí mismo cómo conjuntaba la ropa interior. La incorporó para desde atrás y soltó uno a uno los botones de su blusa, esos botones que siempre observaba tensarse cuando se reunían y le hacían perder el hilo de la conversación. Ahora estaban a su alcance. Una vez hechas las comprobaciones la miró a los ojos, no supo interpretar bien su mirada. ¿Estaba verdaderamente disgustada? ¿Quizás ella no quería seguir con el juego? ¿A lo mejor debía dar marcha atrás? Acarició su pecho por encima del sujetador y salió de dudas. Ella entrecerró los ojos, no de esa forma que le advertía que se estaba metiendo en problemas, no, esta vez pudo ver que contenía la respiración, se estaba excitando y si no o declaraba abiertamente es porque seguramente quería mostrarse indiferente. Cuando apartó la copa observó que su pezón estaba duro, así que llevárselo a la boca resultaba imperativo. Melisa ya no pudo contenerse más. Sería estúpido fingir que su cuerpo no reaccionaba a las caricias de él. Hacía tanto tiempo que no se sentía así... No recordaba la última vez que su cuerpo respondía de esa forma, calentándose, preparándose, ansiando, necesitando... de un tiempo a esta parte sus encuentros sexuales se podrían definir como escasos y sobre todo decepcionantes. Carentes de emoción. Nada que con lo que ahora estaba sucediendo, permitiendo que sucediera, en su propio despacho. ―Deja de darle vueltas, va a suceder ―él interrumpió sus pensamientos exponiendo claramente un hecho―. No puedes ―cambió de pecho―, negar la evidencia. Pero qué arrogante, qué chulo, qué vulgar y qué bien sabe lo que hace, pensó mientras se arqueaba para facilitarle el acceso. Iba a dejar que ocurriera, a pesar de las implicaciones posteriores, iba a dejar que el gallito de la empresa la follara y ella iba a disfrutarlo. ―Deja de decir tonterías y desátame. ―No estoy tan loco ¿Sabes? ―respondió él a su orden mientras se dejaba caer de rodillas para encontrarse cara a cara con el tanga rojo que le traía por el camino de la amargura. Colocó las manos a ambos lados de sus caderas y sin más contemplaciones se lo bajó dejándola todavía más expuesta. Se movió inquieta, al fin y al cabo era la única que estaba casi desnuda, él sólo se había deshecho de su corbata. ―Precioso ―ronroneó al tocar su bello púbico―. Veamos que más sorpresas escondes ―dijo sonriéndola. Ella inspiró bruscamente, al notar cómo unos dedos, bastante hábiles por cierto, separaban sus labios vaginales, cómo esparcían sus fluidos producto de la excitación y...
―¡Oh, diossssssssss! ―ya no quedaba sitio para la contención. La primera pasada de su lengua hizo que se quedara clavada en el sitio, que sus piernas se tambalearan y llegó a una conclusión: que si debía rogar para que continuara lo haría sin dudarlo. ―Joder, qué bueno ―murmuró él sin despegarse demasiado de su piel, recorriendo con su lengua cada recoveco, cada milímetro, buscando con sus labios lo que seguramente ella le estaba pidiendo sin palabras. Se mordió el labio inferior al sentir cómo él acariciaba y presionaba sin descanso su clítoris, consiguiendo en cada uno de esos roces que avanzara un paso más hasta el orgasmo que últimamente resultaba tan esquivo. Pensar que era Patrick quien estaba entre sus piernas lamiéndola añadía puntos a esta extraña perversión, si a esto se sumaba el lugar dónde estaban... sus terminaciones nerviosas no dejaban de producir miles de ráfagas creando la situación perfecta para correrse. Estaba claro que sabía lo que hacía, aunque... si aceleraba un poco más... De repente él frenó en seco. ―¡Sigue! ―le exigió desconcertada. Todo iba a las mil maravillas. ―Ni hablar ―él se puso de pie―. No voy a dejar que te corras tú sola, te conozco, luego eres capaz de dejarme empalmado―. Empezó a desabrocharse los pantalones. ―¡No soy de esas! ―le espetó molesta por la velada crítica―. No voy por ahí calentando braguetas, si es lo que insinúas. ―Pues me has tenido bien cachondo últimamente ―replicó liberando su erección. Por supuesto la mirada de ella se dirigió hacia su polla, si no estuviera atada... las cosas que podría hacer. Estaba atada pero no amordazada, quizás... Se humedeció los labios pensando en la posibilidad de caer de rodillas y demostrarle qué tipo de mujer era, una que a pesar de que últimamente follaba menos que el chófer de papa, sí, tenía iniciativa, sí, quería echar un polvo y sí, necesitaba un buen revolcón. Se dejó caer y perdió el equilibrio. ―¿Se puede saber qué haces? ―preguntó él ayudándola a incorporarse. En un descuido, mientras buscaba un condón en su cartera, esa loca se había tirado al suelo. Cayendo de forma poco elegante. ―Demostrarte que sé jugar a esto también como tú ―dijo orgullosa y señaló con un gesto su entrepierna. Después, para dar más efecto a sus palabras, se comportó como una descarada y mala actriz porno, sacó la lengua excesivamente. ―¿Quieres chuparme la polla? Hay cosas que nunca fallan, pensó. ―¿Te supone algún problema?
―Joder, no ―respondió dejando sobre la mesa el preservativo, aún en su envase―. Pero estás loca si voy a arriesgar mi integridad física metiéndotela en la boca. No me fío. Ella arqueó una ceja. ―¿De verdad no quieres? ―le preguntó con un tono sugerente sobreactuando. ―Ningún tío dice que no a una buena mamada pero no quiero correr riesgos. Un poco trastornado ante la invitación, sorprendido al ver a su jefa de rodillas ante él pero sobre todo confuso por haber rechazado tan sugerente propuesta la ayudó a ponerse en pie. Sin desatarla, no era tan tonto, la sentó sobre el escritorio y la posicionó a su antojo. ―¿De verdad no quieres que te la chupe? ―Deja ese tono de línea erótica y vamos al meollo de la cuestión. ―abrió con los dientes el envoltorio del condón, o al menos lo intentó. ―¿No tiene abrefácil? ―Joder, cállate, ¿de acuerdo? ―parecía enfadado consigo mismo por los problemillas técnicos. Ella se rió ante sus dificultades. ―¿Estás nervioso? ―puede que fuera el ligón oficial de la plantilla pero verle así la gustó. ―Follarse a la jefa no es algo que pase todos los días ―refunfuñó. Y ella le sonrió, se sintió conmovida, por alguna extraña razón dejó de catalogarle como el típico chulito, de esos que te dicen nena y que se creen que son un regalo para el género femenino. Notó un pequeño gesto de vulnerabilidad, y la gustó, puede que la hablara en ese tono vulgar y despreocupado, al que no estaba acostumbrada, pero resultaba diferente. Por fin, enfundado, más que dispuesto y a punto de explotar se situó entre sus piernas. ―Bésame ―le pidió en un susurró. ―¿Vas a morderme? ―inquirió él medio en broma. ―Depende ―siguió en su papel de chica un poco guarrilla. ―¿De qué? ―jadeó al colocarse justo a la entrada y empujar con fuerza. Pasó una mano alrededor de su cintura para que con el ímpetu que mostraba no se alejara de él. ―De si eres tan bueno como dicen.
Se limitó a sonreír de medio lado y metérsela hasta el fondo. Ella, al no poder sujetarse con las manos y depender de él para no caerse decidió utilizar sus piernas a modo de tenaza y anclarse a él. Inmediatamente el motor interno de Melisa empezó a subir de revoluciones, como cuando pisas el acelerador y observas al velocímetro ir subiendo, vas a infligir unas cuantas normas pero lo necesitas, al diablo con las consecuencias, pisas de nuevo el pedal y entra el turbo. ―Esto... es... jodidamente... bueno ―gruño al ritmo de sus embestidas. Ella no podía negarlo, pero siempre era mejor espolearle un poco. ―No... está... mal ―jadeó. Patrick prefirió dejar ese comentario y concentrarse en lo importante. A la velocidad que había impuesto iba a ser cuestión de cinco minutos llegar a la meta y, si bien resultaba tentador, la sola idea de dejarla a medias, exponiéndose a los comentarios mordaces posteriores, le hizo recapacitar y esmerarse, aún más. ―La próxima vez lo haremos en mi cama ―aseveró arriesgándose. ―O en la mía ―dijo ella sorprendiéndole. Ninguno de los dos era muy consciente de lo que esas palabras implicaban, pero ya se sabe que en ciertos momentos se pierde momentáneamente la capacidad de raciocinio. Melisa, que ya no sabía cómo sujetarse, cayó hacia atrás, arrastrándole consigo. No le importó, ni loco iba a perder el contacto, ella estaba a punto, notaba su respiración alterada, sus piernas abrasándole, sus músculos internos exprimiéndole y sus dientes marcándole el hombro. Un poco más, rogó en silencio, un poco más. No era muy amiga de esa postura pero por una vez, y sin que sirva de precedente, estaba recibiendo la estimulación necesaria para alcanzar el orgasmo. ―Sí, sí, síííí, oh, joder, sí. Esos gritos fueron música celestial para sus oídos pues, además de confirmar que había hecho los deberes, le daban vía libre para alcanzar su propio clímax. Y lo hizo clavándole los dedos en las caderas, dejando su propia marca, tal y como ella, con toda probabilidad, había hecho en su hombro. Cuando consideró que podía respirar medianamente bien se levantó, se ocupó de deshacerse del preservativo, después se inclinó para recuperar su corbata y le dio un pequeño masaje. Melisa rotó los hombros, bien valía unas pequeñas molestias a cambio del placer recibido. Él se subió los pantalones y de paso recogió del suelo las prendas de ella, en silencio se las entregó. ―No tan deprisa ―dijo ella recuperando su voz de mando.
Patrick cerró los ojos, ahora venía su defenestración. Ella se bajó de la mesa le quitó la corbata de las manos, observó su estampado y acto seguido levantó el cuello de su camisa para colocársela, en silencio le hizo un nudo perfecto. Después le empujó hasta que quedó sentado en el sillón y se subió a horcajadas. ―Me das miedo. ―Dime una cosa ―le pidió apartando los inoportunos pantalones―. ¿No tenías pensado invitarme a cenar antes? Tardó un poco más de la cuenta en procesar y sopesar todos los significados de la pregunta. ―Puede ser ―dijo mirando hacia abajo e inspirando para aguantar la tortura de unas manos recorriendo su polla en vía de reanimación―. Pero a estas horas puede que... ―hizo una pausa al sentir que ella se alineaba perfectamente para ser penetrada― ...nos cueste... un poco... encontrar... ¡joder, qué bueno! Ella empezó un balanceo suave, rítmico y constante. Ahora tenía la sartén por el mango y a él no le importaba. ―No vuelvas a atarme ―susurró mordiéndole la oreja―. Ni a azotarme ―otro mordisco porque sí―, a menos que yo te lo pida. ―De acuerdo. Cuando quince minutos más tarde ella descansaba sobre su hombro, él la peinaba distraídamente y ambos recuperaban sus biorritmos, ella murmuro: ―¿Qué pasará después de haber follado unas cuantas veces, de haberme invitado a cenar y de discutir acaloradamente? Él sonrió. ―Primero, deja a tu novio, segundo, pide mi traslado a otro departamento y tercero, ¿en tu casa o en la mía?
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