RECONCILIACIÓN Polaridades y Gestalt Montse Gómez Gómez Díaz ISBN: 978-84-9991-761-0 Independently Published © Montse Gómez Díaz Ilustración de portada e interiores: Pablo Gómez Boncoraglio
En el espejo que me ofreces ofreces me reconozco. reconozco. Gracias Gracias a ti sé que existo. Quisiera llegar al cielo, ara tomar en mis manos una estrella… la más blanca, para plantarla en el suelo y ver florecer sus ramas… para iluminar el centro de mis sombras con su calma, y despertar de los sueños cuando me alejan del alma. A todas y cada una de de las personas con las que he he tenido y tengo el gusto de cruzar el camino de mi mi vida, muchas veces brevemente, quiero dedicar las próximas páginas. Y muy especialmente al hombre que me tomó de la mano para ir presentándome presentándome a cada uno de mis personajes internos, dándome dándome así la oportunidad de descubrir descubrir quién soy. soy. Mi maestro: Antonio Pacheco Fuentes, Director Director de mi formación en en T.C.I. T.C.I. (Terapia (Terapia Corporal Integrativa), Integrativa), quién nos dejó el 27 de abril de 2016 para elevar su Alma al infinito. Mi gratitud y reconocimiento reconocimiento a Javier Javier Rodríguez-Rey, Rodríguez-Rey, amigo y compañero compañero de proceso. proceso. Autor del cuento “Reencuentro” “Reencuentro” que tan inteligentemente recoge recoge su experiencia y tan generosamente generosamente acepta compartir en esta publicación. Mi gratitud y reconocimiento reconocimiento a Pablo Gómez Gómez Boncoraglio, amigo y hermano espiritual. Ilustrador de las imágenes que enriquecen este libro. Mi gratitud, reconocimiento reconocimiento y cariño a Ferrán Lugo Monforte, amigo amigo y compañero, compañero, siempre dispuesto a iluminar mi alma con su presencia presencia y sabiduría, que introduce este libro con un prólogo escrito desde su corazón.
Índice Prólogo 15 Introducción 16
El Puzzle 19 Puzzle 19 Reencuentro, el cuento de Javier 24 Javier 24 Polaridad Seductor-Seducido: Seductor-Seducido: Transparencia Transparencia 27 27 Perdonar 41 Perdonar 41 Polaridad Rechazo Rechazo / Atracción: Aceptación Aceptación 47 47 TORA… Historia de “la otra” mujer perdida 59 perdida 59 Esencia de Luz 63 Luz 63 Polaridad Víctima Víctima / Agresor: Asertividad Asertividad 65 65 El Poder Personal 73 Personal 73 Polaridad Sumiso Sumiso - Opresor / Rebelde: Rebelde: Entrega Entrega 82 82 DIDI, la Marioneta 91 Marioneta 91 El dolor del vacío 98 vacío 98 Las 4 cabañas 107 cabañas 107 Libertad 11 Libertad 1111 El estanque y la vida 119 vida 119 Justificación 122 Justificación 122 Polaridad Miedo Miedo / Osadía: Osadía: Sensatez Sensatez 132 132 Polaridad Cazador Cazador de dragones / Princesa de cuentos: Madurez Madurez 143 143 El Príncipe no salvado 154 salvado 154 Polaridad Demonio-a Demonio-a / Dios-a: Dios-a: Humanidad Humanidad 157 157 Polaridad Cliente Cliente / Terapeuta: erapeuta: Ser Ser 165 165 Polaridad Salud Salud / Enfermedad: Enfermedad: Sexualidad Sexualidad 173 173 Reconciliándome 195 Reconciliándome 195 Polaridad Depresión Depresión / Responsabilidad : Espiritualidad Espiritualidad 207 207 Polaridad Grandeza Grandeza / Pequeñez: Pertenencia Pertenencia 217 217 ¿Casualidad?... Sincronía 219 Sincronía 219 Las llaves de Gerine 225 Gerine 225
PRÓLOGO Podemos comprarnos un espejo y mirarnos. Lo que vemos nos puede gustar o no, pero es lo que hay. Lo que Montse Gómez Díaz nos propone en este libro se fundamenta en la práctica de la mirada amorosa hacia la realidad que es ser uno mismo y que no excluye el dolor y el sufrimiento inherente al ser humano. Un relato en primera persona, valiente, intenso y con la fuerza necesaria para abrir su corazón y enseñarnos ese mundo interior lleno de belleza y dolor, como dos polaridades más de esos personajes internos que nos habitan y con los que
frecuentemente nos peleamos, hasta que (como la autora nos dice) logremos su dialogo y con él, la comprensión de que “todos” son partes de nosotros mismos. Recuperar las partes internas rechazadas, reprimidas, olvidadas, para sentirnos al completo; con todo lo que somos. Aceptando la luz y la sombra de mí mismo-a, de las polaridades, para ir hacia el centro, el equilibrio, la armonía. Montse dice: Cuando la sabiduría del corazón ocupa su lugar, lugar, la ignorancia de la mente perece. Y en este libro nos abre las puertas de su corazón, se muestra y así a los lectores nos sirve como reflejo para reflexionar sobre nosotros mismos y preguntarnos ¿cómo es mi corazón sin tanta mente? Un autorretrato pintado con colores vivos, de trazos intensos y expresivos en el que, si tienes la valentía de mirarlo con amor, puedes llegar a reconocerte. Gracias Montse. Ferrán Lugo Monforte Médico-Psicoterape Médico-Psicoterapeuta uta Barcelona, Barcelona, Noviembre Noviembre de 2011 2011
INTRODUCCIÓN La Experiencia hablaba consigo misma: - Voy Voy a volver a empezar, empezar, una vez más, cada vez que vuelvo vue lvo a hacerlo me refuerzo y me mejoro. Además, me gusta tanto…. La pequeña gota de luz, que era ella, empezó a temblar en medio del vacío, en medio de la nada…. Y de su temblor intenso, creciente y sobrecogedor se produjo la explosión. En un instante, la nada quedó ocupada por completo. Los remolinos de luz luz que había parido esa gota también se gestaban a sí mismos, dando a su vez nuevas espirales luminosas que no cesaban de multiplicarse. En cada remolino remolino se generaba un Cosmos. En cada Cosmos millones de Galaxias. En cada Galaxia multitud de Planetas. En cada Planeta un sinfín de Especies. En cada Especie cadenas de descendencia auto-pariéndose a sí mismas. Un instante después, el recogimiento; recogimiento; el movimiento de repliegue hacia dentro.
Cada remolino de luz volviendo a su espiral madre, cada espiral retornando a la anterior. anterior. Hasta quedar contenido Todo, nuevamente, en la gota primera. Entonces… , el grito de éxtasis. El orgasmo divino divino provocando la nueva contracción del parto primero, y nuevamente la explosión…. La luz “dándose a luz” …. La experiencia experimentándose a sí misma…. La vida.
La vida es un regalo de un valor inestimable, el despliegue de maravillas que ello representa hace que el regalo merezca ser cuidado, atendido y respetado como prioridad absoluta. Esto implica ejercer el derecho a crecer. Mi mayor descubrimiento es comprobar como todos los espejos me devuelven mi imagen, sea cual sea el cristal que utilice. Lo que yo estoy viendo no es más que mi propia verdad reflejada. Y se refleja igual de bien en un vidrio, que en un estanque, en otro ser humano, o si miro a las estrellas. Sea lo que sea que yo veo, es un destello de algo mío. Cuando lo que veo me gusta es porque lo acepto en mí. Cuando lo que veo me incomoda es porque lo rechazo en mí. Este es el tema principal en torno al cual gira mi vida entera. Y eso equivale a ver en el espejo la tercera guerra mundial, un Edén Paradisiaco, o un mundo lleno de vida donde los niños puedan jugar y sonreír como necesitan y merecen. Mi aceptación y mi rechazo van a marcar toda mi biografía. En tanto sea capaz de Reconciliarme con lo rechazado, seré capaz de reescribir mi propia historia.
EL PUZLE Empiezo a caminar por estos mundos del crecimiento personal, de las terapias, de los talleres y las formaciones como terapeuta a los 27 años; en el momento que escribo esto tengo 43. Entonces, cuando empiezo a caminar en esta dirección no tengo ni idea de que acabaré dedicándome profesionalmente; lo único que sé en ese momento es que estoy desesperada con mi propia vida y mi propia realidad. El día en que me doy cuenta de que necesito ayuda para salir del pozo sin fondo en el que me siento atrapada, es el día más maravilloso de toda mi existencia. Es
el día que cambia el curso del resto de mi vida. Desde ese momento voy aprendiendo a agradecer a los síntomas (físicos, psíquicos y emocionales) todos los hilos que me ponen al alcance para que pueda tirar y traspasar el pantano de desorden y confusión, en el que puedo estar sumergida. Como si toda mi vida fuera un rompecabezas y tuviera delante de mí miles de piezas que necesitara encajar, sin saber por dónde empezar y menos aún por dónde seguir, me puedo ahogar en la angustia. Además, cuando veo esas piezas “sueltas”, es decir, una por una, descontextualizadas del conjunto, en muchos casos me parecen “feas”, más que feas, “horribles”. Y tengo toda una pelea intentando quitarlas, tirar las que no me gustan, para quedarme solo con las que parecen menos malas. Se me olvida que forman parte de un Todo. Olvido que sin esas piezas este Todo nunca sería completado. Y mucho menos recuerdo, en ese momento, que vistas dentro del conjunto, no solo no son feas, sino que son imprescindibles y hermosas. Gracias a cualquiera de estas piezas todas las demás tienen sentido, mientras que si me falta una sola de ellas (me guste, o no, por separado) mi paisaje final queda incompleto y agujereado. Es más, por cada pieza de la que intento deshacerme queda un agujero que “hay que llenar con algo”, y ese “algo” jamás conseguiría siquiera imitar la belleza natural de la pieza original. Cuando veo cosas que no funcionan en mí, o en mi vida, busco entenderlas, les doy vueltas y más vueltas, analizo e interpreto, pero todo en mi mente, todo desde la cabeza. La misma cabeza que trata de “tirar” las piezas “feas”. A mis 27 años, llego al mayor momento de inflexión en mi camino. La vida, con su varita mágica, va poniéndome delante profesionales y situaciones, que aparecen justo en el momento en que yo las voy necesitando y aceptando, para dar el siguiente paso. En algún momento comprendo que el camino que he elegido no tiene fin. Este es
el momento en que dejo de caminar perdida, en dirección a ninguna parte, para empezar a hacerlo con un rumbo muy concreto, en dirección al epicentro de mí misma. Mientras mi mente intenta comprender y resolver, y busca normalmente fuera las respuestas, mi Ser grita desde dentro que todas las cosas que a mí me pasan empiezan y acaban en mí misma. Yo las estoy seleccionando, yo las elijo y las atravieso. Yo soy la causa y la consecuencia de mi destino. Nadie más. Pero esto desde la mente puede ser muy complicado. Cuando lo siento con todo el cuerpo, con todo lo que soy, es distinto. Hoy agradezco a todas y cada una de las personas que me han tendido su mano (en pasado, en presente y en futuro), para ayudarme en este giro de mis pies. Terapeutas, profesores, maestros, compañeros, todos ellos con sus aciertos y sus errores, con su colaboración, hacen posible mi reencuentro con mi propio corazón, con mi verdad, con lo que soy. Son muchos los aprendizajes, son muchos los descubrimientos, que constantemente se producen en el camino de mi vida. Sé que de todo lo obtenido tengo el mérito principal, quizá por el nivel de desesperación con el que inicié mi viaje, o quizá simplemente por la madera de la que estoy hecha. Lo que es seguro es que mi entrega y mi tenacidad son las que hacen posible este milagro. Un milagro que empezó el día en que yo me di la vuelta y empecé a buscar en mi interior, y acabará el día que me vaya de este mundo. No hay vuelta atrás, y si la hubiera tampoco la tomaría. Toda la ayuda del mundo sin mi aceptación y mi propio coraje no serviría de mucho. Así que también a mí me doy las gracias por esta recompensa que significa el camino avanzado hasta el punto en el que me encuentro hoy. Y llegue donde llegue, en los días que me quedan por vivir, gracias también a todas las personas que han formado, forman y formarán parte de mi destino, a mí misma y mi propia respiración que me permite la experiencia de vivir. Agradezco a cada persona que, a lo largo de la vida, mágicamente, cruza su camino con el mío, porque si nuestros caminos se enlazan, aunque solo sea un momento, es por algo y para algo. Incluso cuando ese cruce de caminos supone el dolor del desamor, del sentimiento de traición, de abandono, incluso entonces. Gracias a estas
experiencias aprendo: del dolor del desengaño, a despertar. Este aprendizaje me permite elegir mi verdad, sentirla y mostrarla tanto como pueda, pues no quiero dañar a otros, como yo he sido dañada con la falta de transparencia que garantiza una vida vivida desde los mundos de Morfeo. Aprendo, gracias a los fracasos sentimentales, que el Amor es algo mucho más grande que un sueño pasajero por hermoso que se presente. Aprendo a ser muy cautelosa con la seducción inicial que se da en una relación donde todo parece perfecto, pues el halago solo alimenta al narcisismo, a la vanidad y al orgullo, mientras que a largo plazo envenena al corazón y a la confianza con su mentira. Hay algunas cosas en las que cada vez tengo más fe, por ejemplo, cada día tengo más claro que el sentido de mi vida pasa inexorablemente por el Amor; sea lo que sea que haga con mi vida, si lo hago con Amor el viaje es más fructífero que si lo hago fría y mecánicamente. Para mí el Amor es la savia de la vida, la sustancia del alimento que va más allá de lo superficial y lo aparente. El Amor es lo que llena de significado mis acciones y el desarrollo de mi propia madurez, de mis proyectos, de mis sueños, de todo en mi vida. Si me falta mi Amor me falta mi Vida misma. Me resulta imprescindible para una maduración sana, sin Amor no puedo crecer internamente, ni puedo dar, pues nada tengo. El Amor es la esencia misma de la fórmula divina que nos hace seres vivos. Sé que todo en mí está dando información de mi interior, también mi forma de amar. A través de mi amor, es mi sentimiento quien expresa mi madurez emocional. Dicho de otro modo: si soy inmadura mi sentimiento también lo será; entonces, en lugar de amar, idealizaré, me ensoñaré, necesitaré, me enamoraré… Si soy inmadura podré querer a alguien con todas mis fuerzas, sin embargo, amar… no es lo mismo que querer. Cuando quiero a alguien es porque hay algo en esa persona que me interesa, puede ser algo inmaterial perfectamente. Me puede interesar su simpatía, su atractivo, su carisma, o cualquier otra virtud que sienta que me complementa. Incluso me puede interesar su amor, si yo ando carente. En cambio, cuando amo a alguien no importa el contexto, siento una generosidad
sentimental hacia esa persona, que está más allá de sus cualidades o circunstancias, incluso que está más allá de la relación que podamos compartir, si es que hay una relación entre nosotros. Me importa el dolor y la alegría de esa persona, y me importa gratuitamente, a cambio de nada. Me importa esa persona porque sí, sin intereses. Para Amar necesito una madurez interna que solo puedo alcanzar con el redescubrimiento de mi puzle, de las partes de mí misma que he negado o rechazado internamente. Después de redescubrirlas necesito aceptarlas como partes propias nuevamente, y por último necesito atenderlas y ayudarlas a desarrollarse de una forma compasiva. Solo habiendo realizado este proceso puedo ver al otro más allá de lo aparente, condición indispensable para Amarle. Ir al encuentro de mi niña herida y acogerla, darle lo que le fue negado en su momento: verla, amarla, aceptarla, integrarla como la parte de mí que es. Este es el trabajo interno con las polaridades, de esta experiencia en mí nace este libro. Siendo niña, entendí que había cosas en mí que no estaban bien, que no eran buenas, aprendí a negarlas y a rechazarlas; mientras me identifiqué con las cosas que me facilitaban la integración en mi entorno, por ejemplo: no me puedo enfadar y si puedo ser cariñosa. A partir de esto empiezo a negar mi rabia, mi enfado, mi desacuerdo (cuando lo he mostrado me he sentido rechazada), y empiezo a mostrarme cariñosa incluso cuando algo me molesta (necesito sentirme aceptada, dependo de mis adultos para sobrevivir). De esta manera se va configurando un aspecto falso en mí. Acabo de crear un personaje que seduce a los demás desde la sumisión. Para vivir con este personaje necesito olvidar que hay cosas que me generan enfado; necesito creerme que soy merecedora de amor; me convenzo a mí misma de que yo soy seductora y sumisa, es decir, me convenzo de que yo soy mi personaje. Y mi verdad queda sepultada en el olvido. Cuando soy mayor me siento atropellada por circunstancias para las que no tengo recursos. Por ejemplo: frente a una agresión no tengo rabia con la que defenderme o poner límites (y si la tengo da igual porque no tengo permiso interno para utilizarla, es más, probablemente la ven todos menos yo que he aprendido a negar que siento esas cosas prohibidas); intento amar y solo consigo relaciones pasajeras, o relaciones en las que no me siento bien (si estoy negando
que soy quien soy, si no me siento a mí misma, no puedo sentir mi amor; confundo mi sufrimiento frente a mi necesidad de amor, con el Amor mismo); no sé cómo es que hago lo que hago: ¿lo hago porque es lo que los demás esperan de mí?, o al revés ¿lo hago porque no quiero sentir que estoy obedeciendo?, da igual si lo hago desde la sumisión o desde la rebeldía, el tema es que no tengo espacio interno para saber qué quiero hacer yo, más allá de lo que quieran los demás. Para recuperar lo que es mío (a mí misma) necesito ir al encuentro de mi niña interna herida (en este ejemplo mi potencial para enfadarme es el que queda bloqueado en la infancia) y, a partir de ese reencuentro, acoger a esa Montse real, que lleva tanto tiempo escondida en la oscuridad de mi inconsciente para devolverle su lugar en mí. Incluso si el mundo entero (el sistema, la sociedad) me rechazara por ser quien soy en realidad, lo único importante es que yo me acepte, que yo me integre en mí misma. Al menos si quiero dejar de interpretar la vida para empezar a vivirla. Javier Rodriguez Rey recoge su viaje interno a través de este cuento: REENCUENTRO De muchas y diversas maneras se ha relatado la vuelta del héroe a su amada tierra e, incluso, existen detalladas descripciones topográficas de las huellas que imprimieran en su rostro las batallas ganadas y perdidas, los grandes logros, el conocimiento conquistado. Mas en ninguno de esos relatos aparece mención alguna al hecho aparentemente insignificante que expondré de inmediato. Si visitas el lugar adecuado, la taberna correcta, y eliges cuidadosamente el testigo y lo escuchas sin prejuicio, a cambio de un poco de vino, ese anciano medio ciego y al que todos toman por loco, describe con palabras precisas cómo, a la arribada, no fueron los grandes dignatarios los primeros en recibir la atención del príncipe; ni tan siquiera su amada, quién, inadvertida del suceso, continuaba con sus arduas labores inacabables. Si escuchas la voz de ese anciano, te convencerás como yo de que lo que dice es cierto porque, de pronto, una suerte de felicidad se apoderará de ti. Mientras la nave se aprestaba al atraque, un niño, desconocido para todos los allí presentes, se acercó corriendo al muelle y se instaló allí, de pie, con la mirada fija en el navío y en la impresionante figura que, desde la borda, oteaba el horizonte intentando reconocer todo aquello que dejara tanto tiempo atrás.
Cuenta el viejo que el niño guardaba algo en el regazo, aunque no puede recordar bien qué fuera, ya que el tiempo y la memoria transmutaban el recuerdo, aunque bien pudiera ser un libro, una flor algo marchita, o cualquier objeto cotidiano: una pequeña jarra de agua cristalina, quizás un cestillo de frutas o simplemente un juguete; quizás tampoco importe. Lo cierto es que, cuando el viajero descendió por la rampa de madera, solo tuvo ojos para ese niño que tan extrañamente se le parecía. El niño extendió los brazos y, mientras ignoraba los halagos, los vítores, los saludos de los dignatarios, él estrechó entre los suyos al infante. Tampoco puede el anciano explicar con claridad qué sucedió entonces; lo único cierto, aunque todos los allí presentes lo negarían más tarde, es que el tan largamente esperado extrajo de los pliegues de su túnica un tosco pífano y salió del muelle bailando, con el niño en un brazo, y se dirigió hacia los prados cercanos seguido por toda la chiquillería de la ciudad. Y mientras los poetas, los escribas y funcionarios, los ricos mercaderes, los sacerdotes y los mandatarios se dedicaban a contarse unos a otros la historia que sería inscrita en los anales, las risas, la música, los gritos de gozo, llegaban a sus oídos envidiosos. Así transcurrió el día hasta que, agotados y felices, mientras el sol caía, los niños fueron regresando a sus hogares y el viajero, silbando todavía, se dirigió al fin a su encuentro con Penélope.
POLARIDAD: SEDUCTOR / SEDUCIDO TRANSPARENCIA Seduzco a mi seductor, mientras él se deja seducir por mí… seduciéndome. Cuando ambos descubrimos “el embaucamiento” del otro, nos repelemos mutuamente por “farsantes”. Desde la seducción me muestro tan “cautivadora” porque quiero conseguir algo del otro que de manera natural tal vez no me daría. Esta actitud manipulativa, interesada y egocéntrica encierra en sí misma la connotación “repelente”. ¿Será que me considero repelente de manera natural y trato de compensarlo seduciendo con artimañas irresistibles? Si reconozco mis dos capacidades, sin identificarme con ninguna de ellas, puedo alcanzar mi transparencia. Esa que me permite mostrarme “realmente”, y pedir lo que necesito de forma clara y directa, asumiendo el riesgo de ser frustrada y respetando el derecho del otro a decir No. En mi Transparencia puedo expresar lo que soy y siento porque para que sea posible esta actitud es condición mi buen anclaje interior. Si me tengo a mí no me es imprescindible el otro. Puedo arriesgarme a no gustarle. Puedo, por tanto, Ser ante él, pues teniéndome no hay un gran agujero que llenar ilusoriamente. Si me muevo desde el centro puedo entremezclar la repelencia con la seducción, consiguiendo una fórmula incomparable para poner límites amistosamente. Mientras que si me identifico con una sola de mis dos capacidades pierdo todo el potencial que contiene la otra. Cuando me muevo desde la identificación con la mitad del total es porque me está pasando algo que me limita: existe una creencia en mí que necesito descubrir y desmontar. desm ontar. Esta polaridad muchas veces se da entremezclada con la proyección de lo no reconocido como propio. Cuando intento llenarme a través del otro, o evitar a toda costa incorporar lo que me repele. Cuando estoy llena de mis partes propias, aquél puede ser quien es, que ya no es asunto mío. Ni me lo quiero tragar (seducción), ni necesito evitar que se me cuele por los poros de la piel (repulsión). La seducción es el encaje delicioso en el que se viste la mentira. Es el azúcar que encubre la amargura del sabor natural del café. Es el maquillaje que hace parecer
muy hermoso lo que en realidad no lo es tanto. Soy seductora, al menos en algunos momentos de mi vida. También me consta que, por carácter, hay quien lo es de manera casi permanente. Seducción es lo que usa el vendedor cuando quiere conseguir que le compren un producto en el que no cree. Lo dramático es más grave cuando el producto pasa a ser uno mismo. Paso a ser producto cuando quiero algo a cualquier precio, o bien cuando busco la aprobación, el reconocimiento de alguien. También paso a ser producto cuando quiero enamorar a alguien. Voy a centrarme ahora en este punto. Si utilizo la seducción para gustarte, para enamorarte, de entrada, es porque no me considero lo suficientemente atractiva para gustarte siendo tal y como soy. Por eso acudo a los recursos de la seducción, maquillo la realidad, y puedo hacerlo exagerando mis cualidades, escondiendo mis defectos o bien halagándote. En este último caso te hago creer que eres muy especial para mí, que me importas de una forma en que no me importa nadie más, que lo que siento contigo jamás lo sentí con nadie. Y como esto mucho más… Detrás de todo esto solo hay un no me atrevo a SER, sin más, ante ti . Porque temo no gustarte si me ves tal como soy. Luego quiero gustarte, es decir yo no me gusto, por eso necesito gustarte a ti, para compensar mi propia inseguridad, mi propio auto-concepto. Este tinglado unas veces es consciente y otras no. Yo puedo engañarme a mí misma y repetirme en voz baja lo guapa que soy, el tipo que tengo, lo inteligente, lo atractiva…, sin embargo, te estoy engatusando con la seducción ¿de verdad me gusto a mí misma? Por otra parte, cuando me dejo seducir, en realidad, estoy en el mismo sitio. En la falta de autoestima. Por eso necesito que me hagas sentir especial y tantas otras cosas, para compensar mi autodevaluación y mi propia inseguridad. Admito que cada vez me permito más ser repelente. Puedo decir las cosas con más claridad, con más contundencia, con más firmeza. Y aunque sé que esto no a todo el mundo le gusta, que aquellos que no se permiten este registro, se pueden indignar frente a la fuerza que supone mostrarse, sinceramente, me sienta bien hacerlo, esto es para mí lo más importante.
Me libera saber que no necesito gustarle a todo el mundo, es más, que no quiero hacerlo, pues el precio que eso supone no estoy dispuesta a pagarlo, a mí no me compensa y tampoco me interesa. Reconocidas y aceptadas mis dos capacidades, cada vez me gusta más relacionarme con personas normales, es decir, personas que no son ideales, ni perfectas, ni escrupulosamente divinas. La seducción es el alimento de mi infravaloración. Lo único que alimenta es la falta de mi verdadero Amor, hacia mí misma y hacia el otro. En ambas posiciones, seductor y seducido, estamos carentes de Amor. Y la lectura es la misma: Yo no me quiero, por eso necesito que me quieras tú. Paradójicamente, cuanto más seduzco y cuanto más me dejo seducir, más presente se hace mi vacío de amor. Pues al estar alimentando la falta de autoestima, con la seducción, esta falta AUMENTA. Además, la seducción, como el maquillaje, no hace sino confundir una realidad determinada, como si fuera mejor de lo que realmente es. Antes o después la auténtica realidad hará su presencia en escena. Entonces desde mi parte seducida me veo timada, me siento engañada. Y lejos de conseguir el amor anhelado, al seductor que le permito seducirme, lo acabo despreciando. Creo que he descubierto su mentira y ahora sí que le rechazo. Al jugar yo el rol de seductora, es el otro, el seducido, quien se acaba sintiendo timado y engañado cuando me conoce más profundamente. Es el otro quien acaba rechazando mi verdad, como consecuencia de su sentimiento de “estafa”. La seducción, en algún momento despierta mi rechazo, me acaba provocando repulsión. Si estoy atrapada en esta polaridad no soy consciente de que este uego lo estoy permitiendo yo, y de que yo también colaboro y pongo de mi parte para que se dé. La seducción es una trampa que me sirve, cuando estoy ahí atrapada, para confirmar que necesito seguir seduciendo para conseguir Amor. Pues cuando me ven a mí, a lo que soy en verdad (¿alguien repelente?), me acaban rechazando. Por tanto, necesito dejarme seducir una y otra vez para calmar ese hambre de Amor con el sucedáneo de unas palabras y unas miradas tan mágicas
como las que me regala el seductor. Y por esta regla de tres me retroalimento en mi falta de autoestima con la seducción como presunto nutriente. Porque, dicho sea de paso, cuando yo me muestro divina y maravillosa (igual desde la seductora que desde la seducida), hay una realidad que no estoy mostrando y lo sé, aunque sea en lo más profundo de mi inconsciente; en realidad ese pseudo-amor no me sirve porque yo sé que no es a mí a quien están amando, yo aún no me he mostrado. Están “amando” a “eso” que yo les p ongo delante y no soy en realidad, al menos no por entero. No aman el café, aman el azúcar que lo endulza. ¿Qué pasaría si tomaran solo una taza de café sin aditivos? Mientras que si me muestro tal cual soy desde el principio, quizá habré cautivado a un número menor de personas a lo largo de mi vida, pero será verdad. Me amarán sabiendo a quién están amando, y lejos de rechazarme, estarán conmigo, me apoyarán y disfrutarán de mi compañía pues la han elegido libremente, sabiendo lo que elegían. Sin artimañas, sin engaños, sin embaucamiento y sin sorpresas. En el juego de la seducción, mi seductora es seducida y mi seducida es seductora. Aunque el juego se ponga de manifiesto en relación a otro, somos dos hablando el mismo idioma: “Dame tu amor que yo no tengo”, “Toma mi amor que tú no tienes”. ¿Y si yo no tengo y tú no tienes, qué podemos darnos? Solo un engaño, que tarda tanto en ser descubierto como tarde uno de los dos en conectar con su verdadera necesidad de Amar-se. Mientras nos seducimos destruimos cualquier posibilidad de Amarnos realmente. Amarnos implica vernos. Si no nos mostramos no nos conocemos, no nos vemos, no nos relacionamos. Si no me hago consciente de mi mecanismo seductor, y del precio que pago por mis múltiples y fugaces conquistas, estoy condenada a la falta de amor permanente. Porque ante mi hambre de amor volveré a seducir, una y otra vez, en un intento de calmar ese vacío. Si estoy atrapada en el mecanismo de la seducción es porque no me doy cuenta de que la seducción es un pozo sin fondo, que no nutre
a nadie salvo a mi propia falta de amor hacia mí misma. Además, si estoy atrapada en el mecanismo de la seducción eso es lo único que necesito: Amarme. El mecanismo es el mismo dentro que fuera: para Amarme necesito conocerme, verme y relacionarme con mi verdad interna. En la posición de seducida, igual: a ningún seductor le sirve mi amor, ni el de ningún otro mortal, salvo para engañar su sensación de hambre con una falsa saciedad momentánea. La adicción a la seducción amorosa es la dependencia del “estado de enamoramiento”. La trampa de la seducción se supera Amando de Verdad. Estar enamorada es estar atrapada en un estado de ensoñación donde gracias al espejo que el otro me facilita puedo ver aquello que a mí “me falta”. Es un acto inconsciente donde voy al encuentro de las partes de mí misma que tengo rechazadas, negadas, escondidas. Me atrae porque creo que al estar cerca de él puedo apropiarme de esas partes que desde mi inconsciencia estoy negando. Cuando estoy enamorada estoy soñando. No estoy viendo al otro. En realidad, el otro no me importa nada (aunque yo crea que daría la vida por él). Lo único que cuenta es mi propia excitación, mi propia euforia ante la ilusión de encontrarme con “eso” que tanto me atrae. Si no consigo reencontrarme con esas partes mías en mi propio interior, tarde o temprano acabaré rechazándolas también en el otro. De la misma forma y con la misma fuerza que las rechazo en mí misma. Las mismas cosas del otro, que al inicio me atraían con tanta fuerza, las acabo rechazando con el paso del tiempo, salvo que haga el proceso de reapropiarme de ellas dentro de mí. Si consigo aceptarlas en mí, también las aceptaré en el otro. Solo entonces estaré en disposición de llegar a amar a esa persona, dado que entonces ya estaré amándome a mí, a mi verdad interna, a lo que soy. Tras la máscara de un seductor (o seductora) se esconde la presa más fácil del bosque. El seductor es seducido por su objetivo. Si me muevo desde la seducción estoy suplicando una limosna de amor (sexo, éxito, reconocimiento, etc.…) Cualquiera que me la ofrezca me tiene bailando a su ritmo mientras me va dando lo que yo quiero y hasta que me empacho y compruebo que sigo hambrienta y eso que me están dando no me quita el hambre de sentir mi propio Amor.
Si no me doy cuenta seguiré, conquista tras conquista, sin nutrirme jamás, seduciendo y dejándome seducir insaciablemente, porque me muero de hambre. No siento mi corazón. Tanto las películas románticas como la propia sociedad enferma y desnutrida en que vivimos, provocan cierta admiración ante alguien que maneja la seducción. En realidad: ¿Qué está pasando? ¿De verdad estoy tan ciega? ¿No me doy cuenta de que tras esa sonrisa y esa mirada irresistible solo hay un gran agujero, hambre y dolor, que busca anestesiarse con sucedáneos? ¿No me doy cuenta de que el problema radica en que no soy capaz de llenarme de las partes de mí que no veo ni Re-Conozco? Cada vez que toco el dolor del fracaso sentimental me viene a la memoria uno de mis maestros, el más sagrado para mí, el hombre que mejor ha sabido acompañarme en mi descubrimiento de mí misma. Él dice una frase muy hermosa, como todo cuanto dice; la frase es: donde no hay amor, pon amor, y el amor germinará. Todo cuanto este hombre desprende en sus enseñanzas yo lo tomo por la puerta principal de mi corazón. Después de varios desengaños en mi vida, me atrevo a completar la frase de mi maestro, le doy un final diferente: donde no hay amor, pon amor y el amor germinará, siempre que la tierra esté fertilizada. Porque sembrar amor en tierra estéril es frustración y es fracaso. Mi propia tierra ha pasado por momentos en los que ha estado tan desmineralizada que me hacía incapaz de distinguir un veneno corrosivo de la semilla más preciada del universo. Las tierras desmineralizadas precisan trabajo duro para volver a estar vivas. Sembrar en ellas antes de hacer todo ese proceso, además de agotador es lamentable, porque las semillas ahí plantadas se pudren, y arrastran al que las siembra, pudriendo también sus esperanzas, su alegría y su confianza. Amar sí, por supuesto, pero sin dejar de amarme yo misma, tanto como sea necesario para poder retirarme en caso necesario, antes de hacerme un daño
irreversible. Y esto es casi una garantía si decido sembrar en la tierra de alguien que no se ama, que no se mineraliza. Todo este aprendizaje se lo debo a esos cruces de camino que acaban en desengaño. Que mientras duran me hacen sentir que se parte mi corazón en mil pedazos, y que después de un tiempo, me están aportando una sabiduría emocional que de ninguna otra manera habría obtenido. Ojalá supiera amar sin expectativas, sin pretensiones, sin esperar ser correspondida. Sin embargo, soy humana, tengo carencias, necesidades, y a veces, frecuentemente, estoy perdida. Ojalá no fuera así, pero la realidad no es ideal, es la que es. Y vivir con la realidad externa, haciéndola compatible con mi propia realidad interna donde están mis heridas, a veces es sumamente doloroso. Para llegar a un estadio tan refinado de Amor, donde no ponga expectativas, ni pretensiones, necesito completarme a mí misma en mí misma. Ser entera, con las partes que reconozco como propias y asumiendo las que niego o rechazo. Tenerme integrada en mi totalidad. De otra forma me uniré en un intento de complementarme con el otro, y esto es muy peligroso porque, como las piezas no encajan bien, nos hacemos mucho daño. Si construyo mi amor sobre una base de carencia y de necesidad está condenado a hacernos sufrir a los dos. Si construyo mi amor sobre una base de integridad y firmeza interiores (por parte de ambos miembros preferentemente), nuestro amor tiene posibilidades de ser nutritivo y saludable. Si vivo seducida por el engaño del sistema establecido socialmente, vivo negando mi esencia, y la niego a cambio de la aceptación de un pseudo Todo que amás podrá ser comparable al Todo original. Al no darme cuenta de que ya formo parte del único Todo al que pertenezco de verdad, necesito sustitutos en los que poder integrarme. De la misma manera que el sistema (un Todo artificial), usurpa el lugar que dentro de mí debería ocupar mi Fe y mi certeza respecto a mi Fuente Creadora, mis personajes usurpan el lugar de mi Ser y esto hace que la seducción usurpe el lugar del Amor. Amor.
Cuando yo en esencia no estoy ocupando mí lugar, éste queda vacío y, por tanto, disponible para ser fraudulentamente ocupado por mis personajes. Mis personajes no son reales, y algo que no es real ni tiene amor, ni puede amar, solo puede interpretarlo. Mis personajes hacen lo que saben hacer: seducir. Para ver los frutos del amor materializándose en mi vida es fundamental que me desmarque del propósito de dar la talla que socialmente está bien vista. Esto es todo un trabajo interior, es difícil, y es posible. Esta sociedad me educó exactamente igual que a la mayoría de nosotros. Me programó para unas cuantas cosas: Para conseguir un empleo fijo y tratar de subir peldaños que me aportaran éxito y beneficios económicos. Para tener una pareja con la que formar una familia a través de unos hijos que aseguraran la continuidad del sistema, al fin y al cabo. Para medir mi valía en función de la aceptación y la aprobación de los demás. Para cumplir una serie de protocolos establecidos y que en ningún caso he decidido yo, como por ejemplo esconder mi cuerpo bajo unas ropas, como si mi cuerpo fuera algo de lo que tuviera que avergonzarme si alguien me lo ve sin más. No solo eso, sino que las ropas han de ser unas en concreto, que se ajusten a las modas del momento, porque si salgo a la calle para ir a trabajar con un vestido de cola y volantes todo el mundo me mirará con la misma cara que si salgo desnuda, como si yo fuera una demente por romper con lo establecido. Resumiendo, estoy programada para no pensar por mí misma, y sencillamente, dejarme llevar por la corriente del general… Es muy impactante mirar un momento la realidad a la que pertenezco para llegar a la conclusión de que estoy atrapada en un sistema que solo se beneficia a sí mismo, al precio de tenerme esclavizada robóticamente, dentro de unos márgenes tremendamente estrechos, y bajo la falsa sensación de libertad y poder para la elección cotidiana. Por lo general no me doy cuenta de que vivo programada y cumpliendo con un programa. Nunca me han preguntado si quiero, o no, formar parte de este entramado. Simplemente nací y todo a mi alrededor fue “corrigiendo” cualquier impulso y manifestación espontánea y natural que yo pudiera sentir, hasta el punto de convertirme en ese prototipo estándar que encaja en el perfil que necesita el
sistema para retroalimentarse. Este sistema es altamente destructivo, hablo del mismo sistema que está machacando a nuestro planeta, bombardeándolo, contaminándolo, explotándolo y masacrándolo. No solo la tierra está siendo demolida, sino todos los seres vivos que habitamos aquí. Los humanos hacemos barbaridades sin escrúpulo ni conciencia, la barbarie está por todas partes: basta investigar un poco en una granja o una nave que almacena animales vivos destinados al consumo para entender lo que intento transmitir. Y sin ir tan lejos, basta investigar un poco en el interior de mí misma para llegar a la misma conclusión. Veo que a la especie humana el programa nos enseña a cerrar los ojos, nos convierte en ciegos: es una de sus funciones. Es esta inconsciencia la que nos deshumaniza, la que nos transforma en consumidores de mentiras, en cómplices encubiertos de la destrucción del mundo, en alienígenas dentro de nuestros cuerpos que se atiborran de medicamentos al más mínimo contratiempo con tal de no sentirnos a nosotros mismos, con tal de seguir produciendo. La gran parte del tiempo que dedico a dormir, creyendo estar despierta, está favoreciendo mi conversión en un robot de carne y hueso. Como robot cumplo ciegamente con el programa establecido por el sistema. Y obedezco porque he perdido el contacto con mi compasión, con mi sensibilidad, con mi humanidad. Somos ángeles al nacer, perfectos por naturaleza, pero llega el sistema y, de la misma forma que ha talado los pulmones del planeta para crear en su lugar un submundo de asfalto asfixiante, igualmente ha cortado nuestras alas de ángeles, para que no podamos volar, para que no podamos darnos cuenta del suelo que estamos pisando en realidad, del aire que estamos respirando, del suicidio colectivo en el que estamos atrapados. Me cortaron mis alas de ángel para que no fuera capaz de hacer otra cosa que seguir el curso de lo que está impuesto. Para que creyera que estoy felizmente adaptada a un sistema esclavista y mutilador. Cuando elijo seguir adaptada es porque estoy ahí, sin plantearme nada más que poca cosa, entonces le estoy dando continuidad, con mi aceptación y mi adaptación, a este sistema que arrasa con la vida, con la verdadera libertad, con el instinto y con la naturaleza misma. No creo que haya un culpable, creo que es responsabilidad nuestra, de todos y
cada uno de nosotros, seguir durmiendo por los siglos de los siglos, o despertar y asumir el desafío personal que eso supone. Asumir nuestra consciencia y nuestra necesidad de ser Personas, en lugar de personajes. Soy consciencia, soy instinto, soy cuerpo, soy emoción, soy mente y soy espíritu. Soy todo eso y nada más que eso. Igual que tú. No hay motivo de competencia entre nosotros pues todos somos lo mismo. Sin embargo, el sistema me dice que para sentir que soy alguien tengo que competir con todos los demás y superarlos. Me enseña a valorarme en función de los objetivos que consigo para él, y no en función de lo que soy en realidad. Me niego a comulgar con la ignorancia que mantiene la esclavitud encubierta en este mundo. Los humanos hemos hecho esclavos del sistema a todas las criaturas vivientes: hombres, animales y vegetales. Incluso mi mascota tiene prohibido expresarse. Porque si el perro ladra le molesta al vecino, y si el gato se afila las uñas me destroza el sofá… Es indignante: les estoy mutilando cualquier expresión de su naturaleza sagrada, de la misma forma en que estoy castrada yo misma. Intento convertirlos en monigotes de peluche igual que he permitido que se hiciera conmigo. Y todo este impedimento de ser y dejar ser a cada cosa lo que es tal como es: ¿Para qué? Para que lo que no cabe quepa dentro de la jaula de los robots mecánicos. Pudiendo ser humana, ¿elijo seguir funcionando atornillada y oxidada por un sistema basado en la ignorancia? Pudiendo ser consciente, ¿elijo dormir eternamente? Pudiendo elegir la vida, ¿estoy eligiendo la destrucción? Me gustaría gritar tan fuerte que el mundo entero pudiera oírme y gritaría: ¿Pero qué nos pasa? ¿De verdad queremos esto? Yo creo sinceramente que este sistema se mantiene solo por una razón; realmente somos muy pocos los que nos hacemos la pregunta: ¿de verdad queremos esto? Es muy loco, muy sin sentido y también muy real. ¿De verdad queremos esto? Si he aprendido a medir mi valía en función de la aprobación de los demás, y no
de mi valor real e innato, por conseguir esa limosna me muestro tal como creo que ellos esperan que sea y no como soy en verdad. Le vendo el alma al diablo, sin darme cuenta de que ese pobre diablo tiene su propia alma hipotecada de la misma forma que yo. ¿Estamos todos atrapados en la misma red? Acepto la sumisión al yugo de un monstruo, que parece un demonio, pero que realmente es un demonio de pacotilla, que ni siquiera tiene conciencia de sí mismo. Ese demonio del que hablo no está ahí fuera, me refiero a cada uno de mis personajes internos, esos que están viviendo mi vida. Una vida que debería estar viviendo yo porque es mía. Los personajes no existen en realidad, son inventados, son ficticios. Esa Montse que no se enfada nunca le hagas lo que hagas, que jamás dice una palabra más alta que otra, que de ninguna manera osaría desobedecer, tan educada, tan sumisa, tan manipulable no soy Yo. Es un mero personaje que inventé para sobrevivir en este sistema, y es un personaje que hoy pelea por hacerse con las riendas de mi vida. ¿Quiero que mi vida la viva esta máscara en vez de vivirla yo? Es mi vida, solo yo puedo recuperar lo que es legítimamente mío. Entre otras cosas, mi libertad pasa porque atraviese el sentimiento de culpabilidad que supone traicionar la tradición general. Me refiero a dejar de darle continuidad al sistema, a lo robótico, a lo mecánico, a eso que actúa en mi interior como sustitución de mí misma. Recuperar mi libertad interna supone desmarcarme del conjunto. Y esto solo puedo hacerlo cuando me Re-Conozco profundamente a mí misma. Este ReConocerme me lleva hacia el único conjunto real del que siempre forme parte. Mi objetivo es claro: recuperar mi vida, volver a ser yo misma, aclarar la confusión. Sé que al dar el paso, los que están a mi alrededor lo ven y se lo pueden plantear también. De la misma forma que sé que hay quien se da la vuelta para no verlo ni estar cerca de mí. Bienvenidos sean todos. Finalmente entiendo que cada uno de ellos son parte del espejo que la vida me
pone delante para que vea mi propio interior reflejado. Hay partes de mí que se suman a la consciencia, y hay partes de mí que se retuercen entre resistencias. En mis partes dormidas no tengo consciencia de estar dormida, sin embargo, el movimiento que proviene del mundo exterior a mis sueños, ese movimiento de mis partes despiertas, sí me puede iniciar a despertar entera. Como Ser Humano, no tengo la capacidad de cambiar el sistema. Sí la tengo de elegir si quiero permanecer ahí atrapada o salir de la red, de la jaula, para usar mis alas. No seré la primera ni la última en abrir los ojos, lo han hecho antes millones de personas; los más conocidos: todos los filósofos de la historia de la humanidad (diplomados o autodidactas, ¿qué más da?). En todas las épocas ha habido corrientes que impulsaban al hombre a superar su condición del momento, a evolucionar, a despertar. Hoy son las corrientes Humanistas las que nos tienden la mano para salir de la jaula. Todos podemos hacerlo. Renunciar a la falsa seguridad que me aporta vivir entre barrotes conocidos, es el precio que pago por abrir la puerta de mi jaula y aventurarme a descubrir: ¿Quién soy en realidad? ¿Qué pasa en la vida cuando me despierto? ¿Qué pasa ahí fuera, lejos de esta celda habitual?
PERDONAR Crecer implica soltar la seguridad que aportan otros con su respaldo y su apoyo. No puedo soltar esto hasta que he elaborado internamente mis propios recursos para obtener el autoapoyo y el coraje necesarios que me permiten asumir riesgos y responsabilidades. Cuando los padres o figuras sustitutas no han sabido o no han podido dar al infante una maduración adecuada, es decir nutritiva a la vez que liberadora, éste se queda atrapado en aquellos y no puede crecer. Crecer también implica poder tomar el regalo y la referencia que los adultos ponen al alcance del niño. Si este regalo es tóxico o el referente es enfermo, el niño no puede madurar. Y es tóxico o enfermo cuando es manipulativo, cuando
es “autoritarista”, injusto y limitante. Manipular a un niño para que siga siendo infantil con 50 años de edad es muy fácil. Lo difícil es conseguir que la persona con 8 años tenga 8 años, con 20 tenga 20 y con 50 tenga 50. Si a un niño se le pide que cumpla con obligaciones y responsabilidades propias de un adulto, se le está robando la infancia, por tanto la tiene pendiente, y esa deuda se le va a manifestar el resto de su vida, porque no ha tenido el espacio ni el tiempo necesarios para vivir la infancia de una forma natural que le permita transitar el paso por las etapas, nutrirse de todo cuanto representan esos años, para cargarse de energía y poder dar, de forma adecuada, el salto a la etapa siguiente. Puedo comer una fruta que no está madura, evidentemente, pero al hacerlo estoy impidiendo que madure algún día, me impido nutrirme con sus propiedades que están en desarrollo y, al tomarla antes de tiempo, bloqueo. Los padres fracasados en su propia maduración interna fácilmente crearán hijos fracasados. Después los culpan a ellos por no ser capaces de ser todo lo adultos que se esperaba que fueran, mientras, por otra parte, cada intento de crecer, que hace el niño, se ve fuertemente machacado por los “adultos”. Hay padres que crean hijos sumisos y rebeldes en el empeño de exigirles obediencia, no les dejan asumir el riesgo de equivocarse, si deciden por sí mismos. En el intento de sobreprotegerlos, muchas veces, o de retenerlos para asegurarse su presencia día a día, no les dejan volar en completa libertad. Hay padres que manipulan a sus hijos cuando tratan de ser exitosos, porque no soportan el miedo a quedarse solos si ellos labran su porvenir y siguen su camino en otra dirección que los aleje de su control, de su “posesión”. Hay padres que se creen en el derecho, si los hijos lo permiten, incluso de elegirles la pareja con la que deben compartir su vida, se creen en el derecho de opinar y de “rectificar” sus sentimientos. Los tratan como a objetos de su propiedad que deben seguir su modelo, sin darse cuenta de que el modelo que les ofrecen es el de alguien que sufre porque no sabe, que sufre porque no puede, que sufre porque no tiene, que sufre…. Y todo esto ocurre, porque estos “adultos”, han “crecido” con su propio interior atascado en la infancia y en la dependencia.
Muchos adultos estamos carentes, necesitados de atención y de cuidados y no dispuestos a responsabilizarnos de nosotros mismos y nuestras necesidades. Nadie nos enseñó algo diferente. Nuestros propios padres estaban atascados en el mismo sitio, o similar. Damos lo que tenemos. Y lo que nos falta no podemos darlo porque no lo tenemos. Los padres inseguros difícilmente crearán hijos autosuficientes, seguros de sí mismos. Los padres desnutridos difícilmente crearán hijos sólidos, fuertes emocionalmente. Los padres fracasados difícilmente crearán hijos exitosos. El hijo que quiere crecer más allá de los límites que les imponen las limitaciones de los padres…, el hijo que elije asumir el poder de su propia vida…, debe necesariamente soltarse de la red de su herencia; cortar los hilos de la “enfermedad” que los mantiene unidos al voto de pobreza, sufrimiento y un largo etcétera, para caminar en otra dirección. Y este paso sin la bendición de los padres es muy difícil; implica un sentimiento de traición que un hijo no puede permitirse tan fácilmente. El corazón de un hijo no permite la traición hacia los suyos; internamente, aunque intente soltarse, sin esa bendición, es más que probable que la condena sea al fracaso. Muchos hijos necesitamos la bendición de nuestros padres para tomar la vida que estos nos dieron. Porque fue un regalo precioso y de alguna forma nos sentimos en deuda. Hay padres que atrapados en sus propias miserias sienten que el regalo no fue tal cosa, sino un préstamo, una hipoteca, una inversión para que el día de mañana estos hijos les fueran fieles sirvientes, fieles marionetas que ellos pudieran manejar a su antojo y capricho, tal como en algún momento alguien debió hacer con ellos. Cuando una persona ha quedado atrapada en esta red no ha madurado, no ha crecido, no se ha desarrollado; podrá llegar a ser, por ejemplo, presidente del gobierno, desde fuera nadie diría que vive recortada internamente, sin embargo, desde esa falta de crecimiento, no tendrá una buena autoridad consigo mismo, ni respeto por sí mismo, ni conciencia de sí mismo… será un títere en manos de sus ideas enfermizas, o en manos de su equipo de gobierno, igual que lo ha sido en manos de sus tutores.
Todo nuestro buen funcionamiento interno tiene que ver con nuestro desarrollo: la paz interna, la serenidad, el bienestar, la tolerancia, todo pasa por el mismo sitio. El perdón también. Entre personas maduras internamente no hay lugar ni espacio para graves desacuerdos, y mucho menos para luchas, guerras, sangre y venganza. Un perdón real, sentido, verdadero, es sinónimo de crecer, de consciencia y sabiduría. Cuando yo conozco las heridas internas que me llevan a reaccionar de la forma en que lo hago, entonces lo reconozco y lo comprendo cuando veo que, lo mismo, le pasa al otro. Cuando conozco sus heridas puedo comprender sus actos. El perdón pasa por la madurez, en cuanto a ser consciente de que mis expectativas solo son sensatas y justas cuando empiezan y acaban en mí misma. Si mis expectativas están puestas en otra persona que no soy yo, estoy pretendiendo algo de ese otro, por tanto, estoy olvidando que el otro no está en el mundo para complacerme a mí, para eso ya estoy yo. Solo cuando acepto la responsabilidad que supone apropiarme y atender, en nombre propio, mis expectativas, puedo liberar a los demás de ello; entonces comprendo que, si aquél actúa de una forma diferente a la que me gustaría a mí, sencillamente está en su derecho. En realidad, no es el otro quien me frustra cuando actúa de un modo diferente a mi deseo, soy yo misma por equivocar mi objetivo y pretender un derecho que no tengo. Y nadie tiene el derecho de manejar a otra persona como si fuera un muñeco. Por esta misma regla, no es el otro en realidad quien me traiciona, se traiciona a sí mismo cuando falta a su palabra o golpea a su sentimiento. A mí solo me utiliza para hacerse daño. Si yo tengo esto claro ya no hago mía esa traición. Puedo ver su trampa y puedo ver que yo ahí en medio solo estoy sirviendo de excusa para que el otro actúe en su propia vida. Cuando consigo la distancia necesaria entre mis pensamientos y mis emociones frente a mi observador interno: imparcial y desimplicado. Al final veo que el perdón solo tiene que ver conmigo misma. La única razón que consigo materializar como necesidad de perdonarme es la de
no saber más de lo que sé y, a veces, pretender que lo sé todo, o como mínimo, mucho más de la verdad. Necesito perdonarme por esa especie de soberbia que trata de encubrir una profunda ignorancia. En realidad, aquí se acaba el tema, aquí se resumen todos los enfados, resentimientos, rencores….. Aceptar mi humanidad es asumir que soy perfecta con las limitaciones que tengo. Para eso he venido a esta vida y a este mundo. Para tener la oportunidad de vivir una serie de experiencias que me ayuden a saber de mí, a conocerme, a completarme en mí misma y a descubrir que “tal como es” todo es absolutamente maravilloso. El otro también. Si me haces daño al utilizarme para dañarte, para engañarte, para estafarte a ti mismo, perdonar no significa que me quedo frente a ti para que sigas usándome al dañarte; lo que significa es que te veo más allá de la superficie, que comprendo tu herida y por eso no hay espacio en mí para el resentimiento. Sin embargo, puedo y quiero retirarme, e incluso poner un punto y final en nuestra relación, porque voy a cuidar de mí y parte de ese cuidado tiene que ver con apartar de mi vida aquello que me daña. Y esto es un tema de límites. Cuando me hago consciente de cuanto he mareado a los demás con mi inconsciencia, con mi pretensión de tener razón, cuando sencillamente no sabía más…, cuando veo como he dañado a otros al utilizarlos para hacerme daño a mí misma, entonces yo siento la necesidad de pedir perdón a aquellos, pues realmente me doy cuenta de que, aunque fuera sin voluntad de ello, el caso es que les dañé dañándome a mí misma. Pido perdón por mi inmadurez a todos aquellos a los que salpicó mi forma de hacer. Ya Ya sé que tengo t engo derecho a equivocarme, equ ivocarme, ya sé que tengo derecho a aprender y que todos estamos en la misma misión, por tanto, todos somos utilizables para el aprendizaje de los demás. Sin embargo, cuando veo el dolor que puede haber causado mi actitud y mi ignorancia, me duele, y aunque el perdón empieza y acaba en mí misma, me gusta pedirlo también a aquellos, pues sé que es un regalo que les permite negociar también consigo mismos, con sus propios jueces internos que también a mí me juzgan. Pedir perdón es ayudar al otro a descubrir algo que está más allá de lo que sabe. Si tengo derecho a usar a los demás para crecer, también lo tengo a pedir perdón cuando ese uso les lastima. Pedir perdón no debe ser algo que utilizo en beneficio propio para des-culpabilizarme, sino un regalo que le ofrezco al
dañado al reconocer que me doy cuenta del daño hecho y así le agradezco su ayuda al participar en mi vida, pues gracias a ésta yo aprendo y puedo hacer un cambio de actitud. Pedir perdón es reconocer la inconsciencia que me ha llevado a actuar de la forma en que lo he hecho, es hacerle saber al otro que por fin me doy cuenta y esto me ayuda a ser más grande en adelante. En realidad, el otro no tiene que perdonarme por nada, en todo caso debe perdonarse a sí mismo por haber sido ignorante también, igual que yo; por haberse atrevido a juzgarme cuando lo que ocurría es que estaba ciego, tan ciego como yo misma, que ni uno ni el otro, veíamos, en ese momento, lo que estaba ocurriendo por detrás de lo aparente. Tengo la esperanza de que, al pedir perdón, tal vez al otro le ayude a conectar con lo mejor de sí mismo, quién sabe. Y soy consciente de que “perdón” es una palabra y nada más que eso. El verdadero perdón es un acto de amor interno, de cada cual consigo mismo, y es consecuencia de aceptar el error, de asumir, de apropiarse, de reconocer, de responsabilizarse.
POLARIDAD: RECHAZO / ATRACCIÓN ACEPTACIÓN Me siento atraída por aquello que rechazo, en el intento de verlo en mí e incorporarlo. Cuando combino bien mi rechazo y mi atracción, descubro mi potencial para Aceptar. Desde esa aceptación tengo acceso a la confrontación Amorosa. Esto me permite expresar lo que yo siento frente a una actitud externa, y me permite tirar del hilo para ver a dónde me lleva eso. Por ejemplo: cuando me siento manipulada me lleno de rabia; ésto me lleva a localizar mi dificultad para poner límites. El amor y la aceptación profunda de lo que soy por detrás de mi propio personaje, son la misma cosa. Por esto es que no puedo amar a otro cuando no me amo a mí misma. Si vivo identificada con mi personalidad, como he aprendido a hacer, realmente no sé quién soy, solo sé quién es eso con lo que me identifico. Pero esa identificación que hago es selectiva. He separado las cosas que se aceptan públicamente de las cosas que no están bien vistas, y he decidido que soy eso que se acepta, y aquello que no, lo rechazo, y también aprendo a rechazarlo en
los demás. Todo esto en un intento de ser amada y aceptada, claro está, por el mundo. Mi personalidad está formada por los distintos personajes que yo he ido inventando y modelando a lo largo de mi vida, personajes que se encargan de esconder lo que no está bien visto ahí fuera, y que se encargan también de mostrar lo que me facilita la aceptación de mi entorno. Vivir identificada con esos personajes requiere el olvido de quién soy en realidad. Todas esas partes mías que yo soy y niego ser, crean un vacío tan profundo y doloroso que, en el intento de sobrevivir a ese dolor, intentaré escapar de esa verdad con distracciones de todo tipo, como pueden ser la televisión, el ruido, la actividad compulsiva, las adicciones a lo que sea: compras, sustancias, juegos, sexo, alcohol, tabaco, etc.…, cualquier cosa que me distraiga de sentir ese desgarro que me duele por dentro: la ausencia de mí misma. O bien lo puedo ver de otra manera, intentaré llenar ese vacío con algo sustitutorio que de ninguna forma me sirve, pues nada ni nadie puede sustituirme en ese agujero que se produce por la falta de mis partes. Si yo me falto a mí misma, si no me tengo (pues me he rechazado), nada podrá encajar en ese vacío, salvo mis propias partes. Cualquier otra cosa dará una falsa sensación de saciedad, momentánea e indigesta, que pronto se desvanecerá. Una forma de intentar llenar ese vacío es la de enamorarme una y otra vez. ¿Qué pasa al enamorarme? Teniendo en cuenta el escenario de partida: voy caminando “mutilada internamente”, vivo negando ser algunas cosas que soy, con agujeros internos en mi propia carne…, a cambio de la sonrisa de los demás, que vendría a ser el sustituto de un autoamor que me falta desde mi propio “rechazarme”. Si yo, a cambio de la aceptación de mi entorno, he seleccionado para mi personalidad la ternura, la simpatía, la sumisión, etc…, en esa misma identificación estoy negando mis polaridades complementarias, que serían en este caso la dureza, la seriedad, la rebeldía…. No digo que no lo tengo, digo que no me identifico con ello, que niego que forme parte de mí, que lo tengo escondido todo eso. Sin embargo, todo cuanto existe es en relación a un opuesto, no es posible tener una sola polaridad del total. Si tengo una tengo la otra.
Entonces me identifico con los aspectos que en algún momento entendí que tenían premio, y niego aquellos que entiendo penalizables. Ni siquiera tengo permiso para mirar esas partes mías. Y esas partes mías están ahí, negadas y rechazadas, abandonadas, olvidadas…, y se van a estar manifestando en mi vida una y otra vez, a través del espejo de los demás, en un intento de que yo las vea, de que yo las reconozca; me están llamando, me están gritando desde dentro: estoy aquí, mírame, tómame, no ves que sin mí estás incompleta. Cuando yo las veo en ese espejo que me ofrecen los demás, me siento tremendamente imantada por ellas, pues realmente las necesito para sentirme entera. Y me siento imantada desde el rechazo o desde la atracción. Me preguntaba ¿qué pasa cuando me enamoro? Cuando en otra persona veo algunas de esas cosas que a mí parecen faltarme, desde este auto-rechazo del que hablo, inmediatamente me siento fascinada por esa persona, esto es así en el caso de que se trate de alguien sexualmente compatible conmigo, si soy hetero me fascinarán los hombres que se permiten eso que yo rechazo en mí, si fuera lesbiana me pasaría igualmente con las mujeres. Los hombres que me muestran, a través de su espejo, mi propia sombra, me cautivan. Mientras que en mujeres que me muestran el mismo espejo puedo sentir automáticamente el mismo rechazo que veo en mí misma. El rechazo y la atracción van de la mano. Una polaridad sin la otra no puede existir. En principio me siento atraída por el hombre que me muestra en su espejo lo que yo rechazo en mí, es decir que se permite mostrar lo que yo niego y oculto. Y me atrae porque necesito “eso” de lo que me desentiendo para completarme como SER. Al cabo de un tiempo puede pasar que yo haya hecho mi incorporación y haya crecido junto a esta pareja. O puede pasar que no incorpore lo que niego que soy, y de la misma forma en que lo rechazo en mí, acabe rechazándolo también en él. Aquello que me enamoró de él es lo mismo que acabaré detestando si me niego a crecer. En realidad, la media naranja que ando buscando solo está en un lugar; lo que a mi realmente me completa por dentro, lo que me hace entera, solo está en mi
interior. En tanto no me doy cuenta de esto, puedo llegar a idealizar a ese otro que me recuerda con su propia actitud quién soy en realidad. La atracción puede llevarme a idealizar al otro, y esto es muy peligroso, pues el día que descubra que ese otro no es lo que yo creía (una réplica de mi mitad negada que yo puedo “tragarme” para sentirme entera) volveré a mi sensación de vacío y error. Y de la misma manera que había puesto en un pedestal a esa persona con la que tan saciada parecía sentirme, ahora que descubro que no es mi mitad, mi complemento, mi alma gemela, mi media naranja, mi parte rechazada, al fin y al cabo, ahora que sé que no lo es, sino que él es él y yo soy yo, entonces se me cae del pedestal en que lo había puesto. Me siento engañada: “no eres lo que parecías”, en realidad sería mejor decir no cumples con las expectativas que yo me había formado, pensé que contigo dejaría de sentir sent ir mi vacío y mi dolor y no es verdad. Nadie me ha engañado salvo yo misma. La caída del pedestal es proporcional a la altura de este: si lo había elevado 50 metros sobre el suelo, la caída va a ser tan fuerte que hará un agujero en el suelo y bajará 50 metros bajo tierra; todo es proporcional. Primero no veía a la persona que tenía delante porque lo había convertido en otra cosa y lo había elevado por encima de las nubes. Ahora que ha caído tampoco lo veo, porque lo he cubierto con 50 metros de tierra sobre sí, o lo que es lo mismo, he volcado toda mi decepción, mi rabia y mi frustración sobre esa persona por no encarnar aquel ideal que yo quería que fuera. En esta posición no puedo ver las cosas buenas que tiene esa persona, y si las veo da igual porque no me interesan. Cuando cae alguien del pedestal de mi idealización lo único que me interesa es mi decepción: no es lo que yo quería que fuera . Es brutal el daño que puedo hacerle a alguien al enamorarme, al idealizarlo estoy tratando con alguien que no existe. Para bien y para mal, le exijo que me dé algo que no tiene, que me devuelva mi yo misma perdido. Cuando veo que no me lo da, entonces mi sentimiento de traición es tan fuerte como demoledor. Cuando lleno el vacío de no tenerme a mí misma a través de la sensación de saciedad que se produce en el acto del enamoramiento, me condeno a vivir buscándome a través del espejismo de los demás, y uno tras otro, iré coleccionando cadáveres sentimentales. Cuando dejo que el otro me idealice y después descubre que yo no le calmo esa hambre que siente por dentro, entonces “me maltrata” y se va con el próximo espejismo que le pase por delante, una nueva víctima que pronto estará en la
misma piel que yo, y así una y otra vez. Al perseguir un ideal cambiaré de pareja con la misma facilidad que cambio de calcetines, sin el más mínimo escrúpulo, sin compasión por el daño que voy haciendo a quienes se crucen en mi camino, entre otras cosas porque no veo a esas personas, solo me relaciono con espejismos. Cuando me ocurre esto no tengo ni idea de lo que estoy haciendo, a mí misma y a los demás; obviamente no soy consciente de dónde estoy atrapada. Ante la promesa de completud que representa el objeto de mi proyección, cuando estoy enamorada, lo pierdo todo de vista; es tan grande mi hambre de volver a ser yo misma, yo entera, que todo, absolutamente todo lo demás, pasa a un segundo plano. Desplazo cualquier cosa o persona de mi entorno, para darle prioridad absoluta a alguien en quien he volcado mi expectativa de completarme. Después, cuando compruebo mi error, que esa persona no es como yo quería que fuera, que esa persona no es mi mitad y por tanto no me completa desde dentro, la culpo por haber hecho yo ese desplazamiento, en un acto egoísta de intentar completarme. Al revés pasa lo mismo, cuando el otro comprueba que no puede llenar su vacío a través mío, le dé lo que le dé yo, empieza a despreciarme, por ejemplo: empieza a gritarme, a insultarme, a faltarme al respeto, a tratarme como si yo fuera lo peor de este mundo, (mientras yo lo permito claro está) y todo porque se ha equivocado él. Me siento atraída por ti: ¡cuidado!, esta misma atracción puede acabar despertando el más profundo rechazo si mi atención se despista y me olvido del mecanismo que trata de ponerse en acción. Te sientes atraído por mí: ¡cuidado!, si permito que coloques el sentido de tu vida y tu vacío sobre mí, pronto vas a rechazarme con todas tus fuerzas. Enamorarme es muy peligroso; cuando me ocurre es porque en vez de buscar dentro de mí estoy buscando fuera, y creo que lo que encuentro es lo que necesito, pero es imposible que mi mitad negada esté ahí fuera en el cuerpo de otro. Mi mitad solo está en mi interior, nadie ahí fuera la podrá sustituir. Y nadie es responsable mi autorechazo. Ni de que yo esté buscando fuera de mí misma lo que me falta dentro. ¿Enamorarme? NO. Salvo que utilice esta “excusa” para rescatar en mí lo que tu
tan generosamente me muestras. ¿Amar? SÍ, sin la más mínima duda. Muy a pesar de que mientras dura el encantamiento de la proyección que tiene lugar cuando me enamoro, muy a pesar de que el despliegue hormonal que se pone en marcha puede ser del todo delicioso, la realidad es que al final enamorarme acaba siendo una “soberana putada”: es volver al desengaño una y otra vez, y es convertir en desprecio y rabia la atracción por alguien que no ha hecho nada salvo ser quien es, otra persona diferente a mí misma. No quiero volver a enamorarme nunca más, no quiero que nadie se enamore de mí. No quiero más mentiras en mi vida. A mí no me compensan en absoluto. Si estoy despierta, la historia es otra. La madurez en mis relaciones de amor pasa por la madurez interna suya y mía; si he encontrado en mí lo que me falta, lo que algún día rechacé y escondí, si lo he vuelto a incorporar, ya no persigo un espejismo, ya no necesito completarme con otro, porque si he encontrado la mitad de mí misma en mí misma, ya no voy a la pata coja esperando una pierna de otra persona que haga las funciones de mi propia pierna invalidada. Si ya no me muevo desde esa búsqueda externa de lo interno, entonces ya no me quedo atrapada en ningún ideal, ya no me fascina la promesa de que el otro va a calmar mi hambre, porque ya no tengo ese tipo de hambre; me sacio en mi interior, en mi verdad. Entonces sí que puedo ver al otro tal como es y desde ahí puedo valorar si me gusta o no, lo que podemos compartir. Entiendo que para él la cosa es exactamente lo mismo. Mi madurez emocional me facilita la posibilidad de ver al otro como es y no como quiero que sea. Desde la madurez ya no es necesario castigarle por no ser lo que quiero que sea, porque ya no quiero que sea nada, salvo quien es, y conocerle. Después ya veremos hacia dónde nos conduce nuestra vinculación. Cuando me muevo desde el hambre devastadora de no tenerme a mí misma, todo va demasiado deprisa. La relación pasa a ser devoradora y, a la misma velocidad, se va al traste pues se da un empacho indigesto, me atraganto con mi propio engaño. Esto es lo me ocurre por ser romántica. He construido mi carácter con los hilos del desamor, del sentimiento de abandono y de traición. Jamás conocí a mi padre y jamás disfruté de mi madre. Arrastro desde mi primera infancia una herida
mortal en mi corazón y a diferencia de otros caracteres, no evito ese dolor, es decir, soy muy consciente de esa carencia, de esa necesidad desatendida. Necesito aprender a buscar en mi interior, que no es tarea fácil. Como romántica, mi tendencia es a quedarme atrapada en el sufrimiento, hacer del duelo mi bandera, coleccionar historias de fracasos sentimentales y vivir soñando con el día en que, por fin, encontraré a esa mitad que me complemente y me haga sentir entera. El tinte dramático con el que impregno mi frustración amorosa es lo que distingue a mi tipo de carácter. Conozco personas de otros caracteres que también coleccionan fracasos sentimentales, pero colorean la realidad con purpurinas brillantes que hacen de esos fracasos un carnaval. Rompen una relación y en dos segundos empiezan otra, no se sienten fracasados sino conquistadores. Sustituyen a una persona por otra con una velocidad de vértigo, todo por no pararse a sentir el dolor de sus heridas internas. Y se sienten grandes seductores e irresistibles cautivadores enumerando sus múltiples conquistas, sin darse cuenta de que lo único que coleccionan son intentos de amar que no llegaron a ninguna parte, coleccionan su falta de entrega, una y otra vez, a su propio sentimiento, a su propio corazón. No hay tanta diferencia en realidad: como romántica colecciono el dolor de mis fracasos y soy consciente de que he fracasado porque a través de la estructura de mi mente, le doy una profundidad a mis emociones que me arrastra al sufrimiento y me hace muy difícil remontar cada fracaso; puedo pasarme años sola, entre una relación y otra. Los caracteres que disimulan el fracaso de gloria y conquista, pasan de puntillas por las emociones, no se entregan de verdad, nunca, a nadie; no enraízan en su propio corazón. No se dan cuenta, no quieren saber, no quieren asumir, no quieren Sentir-se, huyen despavoridos del dolor y lo hacen sustituyendo una relación por otra que les devuelva la sensación alucinante del engaño, del espejismo, de la falsa saciedad de haber encontrado por fin el alimento que buscan, para volver al empacho y al vómito, y a intentarlo en otro sitio una vez más, cuanto antes mejor. Todo este vértigo es un escape para no sentirse por dentro, para no tocar su dolor y su vacío. En realidad, es igual de triste en ambos casos. Qué más da, romántica sufridora, que conquistador superficial. Todos nos buscamos a nosotros mismos y no nos
encontramos porque buscamos a través de los demás y no en nuestro interior. ¡Qué afortunados aquellos que consiguen disfrutar de una relación amorosa basada en la generosidad, la complicidad, la integridad y la mutua confianza! ¿He dicho que afortunados? me equivoqué, no se trata de fortuna, se trata de madurez. Bendita madurez que facilita unas relaciones estables y armónicas, construidas con el corazón para sentirlas, y no con el estómago para comérselas. Me considero una persona muy afortunada. afort unada. Yo Yo he conocido ese amor. Hace muchos años; un amor que vivirá en mi corazón el tiempo que la vida le permita seguir latiendo. Y la relación tuvo un principio, un desenlace de diez años, y un final, necesario y sano. Sin embargo, mi sentimiento de Amor sigue igual de vivo, es mi propio corazón que lo mantiene vivo en el respeto, la generosidad, la admiración y la abundancia de su propia capacidad para sentir cosas hermosas. Qué paradójico me resulta el tema en mi propia vida. Dedico mis días a buscar amor y… ¡cuánto me cuesta amar!, ¡cuánto me cuesta respetar mis sentimientos y no escaparme “sufriendo” para evitar el dolor! Veo paradojas allá donde mire. He conocido a personas que en la intimidad se muestran afectuosas, tiernas, cariñosas, y públicamente se vuelven rígidas si su pareja les acompaña, se contraen, se desentienden de su vínculo: se avergüenzan de amar. Al punto de encontrarse con alguien y no saber cómo presentar a su pareja: “te presento a mi…, a mi…., a mi….”, y ahí atascados no saben cómo salir del paso, hasta que el otro alucinado acaba rompiendo el bloqueo ¿a tu…, a tu…, a tu qué, tu mujer, tu pareja, tu amiga, tu vecina….? Y el primero no sabe dónde meterse ni cómo acabar la frase. Es trágico, ¿cómo es posible que alguien se pueda sentir ridículo por tener la dicha de amar? Yo solo encuentro una respuesta: se está engañando, no se ama a sí mismo ¿cómo puede alguien que no se ama (por tanto, está vacío de amor) amar a otro? Estas situaciones me parecen lamentables, no sé si reír o llorar, si me pongo en la piel del que se avergüenza de amar me dan ganas de llorar, y si me pongo en la piel de la pareja me dan ganas de reír, pero de reír del absurdo, de la tragedia, ¿cómo es posible que alguien que a solas te jura un amor sagrado, públicamente se quede atrapado en el conflicto que se le crea entre su sentimiento y la imagen de “persona disponible emocionalmente” que quiere ofrecer a los demás?, y lo que es peor: ¿cómo puede permitirlo su pareja?. ¿Qué está ocurriendo?
Entiendo el amor como la fórmula que pone el Universo en marcha para que se dé el sentido de la vida. Como la célula madre de todas las cosas. Quien se avergüenza de amar se avergüenza de su condición humana, que le hace maravilloso y capaz de sentir cosas hermosas. Algún mensaje grabado en sus neuronas lo descalifica cuando se permite ese sentimiento, algún mensaje grabado en sus neuronas le debe acusar de cursilería, o algo parecido. La importancia primera y última de todo lo que forma parte de la vida queda filtrada por el amor. ¡Es tan fácil que todo se derrumbe cuando falla el amor! Con el desamor cae la vida misma. Mi romanticismo me ahoga en un mar de sentimientos como un barco que naufraga con cada decepción, con cada mentira, con cada desengaño. Y si no hago algo para sanar mis heridas primeras de abandono, es decir: si no reparo en alguna medida mi romanticismo, todo este sufrimiento acaba por volverme loca. Puedo acabar renunciando al amor al no poder soportar cuánto me duele su falta. Es disparatado. Basta pararme a buscar internamente y acoger, dentro de mí, todo ese amor que no sé dónde poner ahí fuera, a quién dárselo. Aplicarlo a mi propia herida original, la del rechazo, la del abandono que fue externo y que yo hice mío, al dirigirlo hacia mis partes negadas. Y toda esta locura llega a su fin. Al final, soy quien soy, soy como soy, no puedo y tampoco quiero renunciar a mi naturaleza. No quiero inventarme ser otra persona, distinta a quien soy, para cumplir con las expectativas de alguien. Soy perfecta tal como soy, lo único que necesito es volver a ser entera, nada más. Una vez conseguido esto, ya sin ese vacío devorador, entonces sí puedo seleccionar a la persona con la que me voy a relacionar para no hacerme, ni hacerle, daño. Poder decir adiós si descubro que me he equivocado, y poder vivir sola si es necesario, sin que se me vaya la vida en el intento. Por difícil que parezca, mi vida solo se llena de sentido amando. El mayor desafío, el mayor acto de amor es el de aprender a aceptarme como soy, aprender a cuidarme de mi propia neura y a no hacer mías las neuras y prejuicios del entorno.
Soy una persona emocionalmente muy intensa, justo por eso sé cuánto daño me producen las heridas del fracaso, del engaño o de la traición. También sé cuánto he aprendido de todas estas experiencias y cuánto agradezco hoy haber tenido la capacidad de convertirlas en desafíos para salir nutrida. Mi aprendizaje me lleva a tomar una decisión: no quiero volver a engañarme o a traicionarme. Elijo el respeto y la fidelidad hacia mí. Lo que no encaje en mi decisión, definitivamente no lo quiero en mi vida. No necesito seguir peleándome con lo que soy, lo único que necesito es aceptarme, quererme y mostrarme al mundo siendo quien soy y no quien los demás quieren que sea.
TORA… Historia de “la otra” mujer perdida Tora fue la otra, pero solo por un rato… en realidad, hubo una “otra” que también la desplazó a ella, igual que hiciera Tora con “otras ellas”, tantas veces como sus caprichos lo exigieran. Cada vez que conseguía derretir con sus encantos a la presa de sus antojos, se sentía una diva triunfadora, inflada como un globo, flotando entre las olas de su vanidad y de su orgullo. Y cada vez que otra la desplazaba a ella, Tora sentía que se ahogaba literalmente en las mismas aguas de su vanidad y orgullo, esta vez seriamente lastimados. Así, con el corazón congelado y atrapada por completo en los ideales irreales de su pensamiento iluso, ahora caminaba sola, por una calle despoblada, huyendo de su última aventura-tragedia, y en busca de una nueva oportunidad para volver a pelear en la guerra de sus sentimientos. Como si cada conquista nueva fuera una nueva ocasión de conquistar su propio corazón, Tora avanzaba, sin mirar atrás, en busca de su oportunidad, para volver a destruirla una vez más, pues toda su energía se desviaba en conseguir el amor de otro, nunca en sentir ella su propio amor. Confundida entre su necesidad de amar y su deseo de sentirse amada, Tora rasgaba una y otra vez sus instintos, ignoraba el respeto por sí misma y por el otro, por la otra, por el mundo…. Su último intento de amar a un hombre había hecho que sus ilusiones galoparan en dirección a la nitroglicerina, al borde del infarto…. Aquel hombre apasionante, irresistible, inaccesible…, aunque no para ella. Aquel pelo negro, brillante, tupido. Aquellos ojos oscuros, penetrantes, firmes, de una dureza extrema que grita socorro tras su máscara de hierro. Aquel hombre fue una flecha directamente lanzada hacia los anhelos de Tora. Después de varias semanas de encuentros casuales en el bar, en la calle, en diferentes lugares, ese día por fin estaba sentada a solas con él, sentada frente a él, al otro lado de la mesa del despacho, intentando ser contratada por el hombre de sus sueños. No le resultó difícil abrir la puerta del deseo y de las ganas con su uego, entremezclando, como solo ella sabía, la dulzura y la lujuria, ambas cosas
en la justa medida para ser compatibles, sofisticadas, como una fórmula invencible. El brillo que lanzaban los ojos de Tora recorría centímetro a centímetro los labios de aquel hombre, que le hablaban con un tono de voz grave, mirándola directamente a los ojos, dejándose atrapar por aquella energía electrizante que ella lanzaba con su sola presencia, haciendo que el estómago de él se encogiera y se balanceara como un muñeco en manos de una niña traviesa, revoltosa, uguetona, a la que cada segundo que pasaba, deseaba poseer con toda la intensidad de cada célula de su cuerpo. Tora lo miraba mágicamente, como si pudiera hipnotizarlo. Los suaves movimientos de su cuello hacían que su pelo jugara coquetamente sobre sus hombros desnudos, mientras humedecía sus labios lenta y cautelosamente. Descruzó las piernas muy despacio, de forma sensual, denotando placer en el movimiento, sin desclavar sus ojos de los de él, hasta sentirlo temblar por dentro. Deslizó su mirada muy lentamente hacia su boca, su cuello, el triángulo que dibujaba la camisa y que mostraba la promesa de un pecho poblado de negro vello masculino. Tora se detuvo aquí, volvió a sus ojos, pasó de uno a otro velozmente, para retomar la lentitud y volver a los botones de la camisa de él, fue bajando su mirada, deteniéndose en cada uno como si pudiera desabrocharlos con su mirada. Volviendo de vez en cuando a los ojos, intuyendo como el sudor de aquel hombre se abría paso por los poros de su piel, humedeciendo su frente, sus manos, su cintura…. Tora insistía, descarada, con su embrujo, secuestrando el deseo del hombre que estaba a punto de tomarla entre sus brazos antes de saber su nombre. Tora se levantó sigilosamente de su butaca, se deslizó, rozando con su cadera la parte derecha de la mesa, hasta bordearla y llegar justo al lado de él, que la miraba absorto, incrédulo, deseoso, tembloroso, hambriento, sediento de ella… Tora rozó el muslo de él con su rodilla, mientras giraba la butaca de él en dirección a ella, entonces pasó su pierna por encima de las piernas de él que permanecía sentado. Dobló suavemente sus rodillas deslizando la pelvis con lentitud hacia la pelvis de él, y poco a poco fue arrastrando el contacto de su cuerpo sobre aquel hombre, que vibrante, reaccionaba a su fricción con ansiedad. Tora acercó su pecho hacia el pecho de él, con la mirada clavada por debajo de su ombligo, dejó rozar sus labios húmedos contra los labios de él que entreabiertos esperaban ese momento para apretarse en la boca de ella,
intentando saciar toda el hambre y toda la sed que ella había despertado con su erotismo. Estremecidos ambos en la explosión de aquel momento, perdieron la noción de la realidad, del tiempo, de quienes eran…. Hasta fundirse apasionadamente uno en el otro, en un solo cuerpo, en un solo dolor, en un solo placer…, en un movimiento acompasado que se acompañaba de la pasión de sus manos y sus bocas recorriéndose mutuamente cuerpo a cuerpo, piel a piel. Tras la consumación se desveló el desgarro de la imprudencia, se congeló el instante con la realidad de él, que por un momento recuperó la conexión con la profundidad real de su sentimiento hacia la mujer que compartía su vida desde hacía tanto tiempo. Sintiendo un regusto de desprecio por sí mismo y su alboroto delirante, se vistió de disimulo, trató de distanciarse cuidadosamente de Tora, que por su parte no cesaba de emitir señales de ilusión, de esperanza, de increíble satisfacción… Se dieron algunos encuentros más después de aquel, hasta gastar las ganas. Para él la experiencia acababa allí. Para ella aquello era el principio de la eternidad. La mujer de él jamás supo que existía Tora, él jamás lo confesó. Tora en un principio, no sabía que existía una mujer que ocupaba el lugar que ella ambicionaba para sí, cuando lo supo no podía dar marcha atrás ni negar su sentimiento. Eran dos “las otras”. La que compartía el día a día, la noche a noche, el momento a momento de las dificultades y los logros, la compañera habitual, sólida, estable, el amor del descanso, de la confianza, de la entrega y del terreno conocido. Y la que regalaba novedad, improvisación, esa que despertaba el fuego soterrado por lo cotidiano, la encargada de encender la pasión prohibida que mezcla el sabor del placer con el de la culpabilidad, provocando adicción de forma inmediata a tan fuerte estímulo. En este triángulo ambas “otras” eran rivales. Ambas habían perdido al hombre que amaban en los brazos de otra mujer. Una en el lecho del hogar. La otra en el lecho prohibido. Era cuestión de tiempo que la ilusión se rompiera como un cristal. Ahora,
después de comprobar su desengaño, Tora caminaba sola nuevamente, en dirección a su destino, perdida, sin rumbo. En busca de otros brazos en los que sentirse amada, con el recuerdo cargado de su último hombre y de todas las experiencias antiguas, parecidas, que se mezclaban entre sí… Caminaba, en busca de nuevos estímulos que seguirían atiborrando de pérdida y confusión su mente insaciable. Paró en una cafetería del camino para hacer un break que le diera energía para continuar su recorrido. Entró en el bar, altiva, arrogante, caminando cargada de la sensualidad que la caracterizaba. Desparramando a su paso aquella energía suya que parecía medio humana, medio animal… Su mirada hábil encontró rápido un lugar para encenderse nuevamente, allí estaba él, un hombre de pelo cobrizo, de aspecto desenfadado y juvenil, que le clavaba los ojos mientras la veía caminar, acercarse suavemente. La miraba con hambre, con complicidad, con ganas…. Tora estaba nuevamente frente a una oportunidad de entregarse a su propio corazón y al respeto por sí misma. O hacerse daño una vez más.
ESENCIA DE LUZ En todo cuanto existe hay un centro. Y en relación a ese centro se desarrolla el contenido y la forma. El cómo nos relacionamos depende de desde dónde parte cada uno y qué es lo que pone en juego de sí mismo cada cual, en esa relación. Tenemos un centro en nuestro interior, que siendo lo más profundo también es lo más elevado del Ser Humano. Es el lugar donde habita lo divino en las personas. Para mí ese centro es nuestra propia esencia y está hecha de luz y de Amor. Si yo estoy en contacto con lo que soy en lo más profundo de mí misma, me muevo desde ahí, me relaciono desde ahí, conmigo misma y también con los demás. Si me encuentro con otro que también vive en conexión con su propia esencia, con su luz y con su amor, el espacio que hay entre esa persona y yo se va llenando de la luz y del amor que ambos ponemos en la relación. De esa manera se forma un nuevo centro entre los dos que contiene de ambas partes pura esencia. Entonces somos tres centros: tu, yo y nosotros. Como este nosotros contiene esencia, nuestras diferencias individuales, nuestras limitaciones, se ven compensadas. Incluso se van reparando con la medicina de nuestro amor, y eso
nos permite crecer y desarrollarnos, tanto individualmente, como a nivel de relación. Esto para mí es una relación sana. Ahora bien, si observo ese centro que soy, puedo ver que en torno a él se han ido desarrollando una serie de capas protectoras. Y como las capas de una cebolla protegen al núcleo, las capas de mis miedos intentan proteger a mi amor y a mi luz. Así, cuando miro para adentro puedo ver que mi centro está envuelto por la capa del miedo al abandono, y esta a su vez está envuelta por la capa del miedo al rechazo, que también se ve envuelta por la capa del miedo al ridículo, y después veo la capa del miedo a la traición, y así, en un largo etcétera, un miedo va protegiendo al anterior, consiguiendo finalmente que mi centro amoroso tenga el mismo aspecto de una pierna escayolada, donde la carne está rodeada por vueltas y más vueltas de vendas y escayola. Que impiden el contacto y el movimiento de lo esencial de mí. Ese vendaje formado por mis miedos, esa escayola en mi corazón, me intenta proteger del dolor: me asegura que nada ni nadie me lastime, “que nada ni nadie pueda compartir conmigo mi luz y mi sentimiento”. Lo paradójico es que me intenta proteger del dolor robándome la vida. Pues teniendo en cuenta que el centro de mi SER es luz y es amor, aquello que me impide la expresión de esa luz y de ese amor, me obstaculiza ser yo misma y me está impidiendo vivir. Claro que todos estos miedos, capas, vendajes…, han ido apareciendo en la misma medida en que yo recibía heridas en mi centro. Claro que su función es resguardarme. El problema es que me protegen desconectándome de la vida. No habrían sido necesarios esos vendajes si yo hubiera sabido poner límites o retirarme ante una situación o persona que me hiciera daño. O bien, si hubiera sabido aprender de la experiencia, entregarme al dolor de ese momento para atravesarlo y seguir viviendo con mi potencial fortalecido.
POLARIDAD: VÍCTIMA / AGRESOR ASERTIVIDAD AGRESOR ASERTIVIDAD Soy víctima de mi agresora interna cuando provoco o permito la agresión de otro a mi persona. Soy tu agresora cuando te desprecio por recibir el “mal trato” que yo provoco o consiento de ti.
En cualquiera de los dos extremos ejerzo ambos roles, aunque probablemente solo me identifique con uno de ellos. Si me sitúo en el centro y combino bien las dos polaridades, me encuentro con mi Asertividad. Esa actitud centrada, madura y responsable, desde la que puedo expresar claramente lo que necesito y lo que no quiero. Aquí puedo marcar mis límites y respetarlos. En mi asertividad yo puedo elegir. Cuando me quedo en una situación agresiva, en una relación que me daña, acabo acorazándome con armaduras de plomo para sobrevivir al dolor que esa situación me provoca. Esa armadura la construyo con miedo y rabia. Si me quedo contigo a soportar el maltrato, el precio que pago es estar muerta en vida, pues el miedo congela mi corazón. Y un corazón petrificado no puede latir, no puede sentir y no puede amar. Si me doy cuenta de esto, entonces puedo elegir irme porque, en esa situación, irme es elegir la vida. Y si el terror ha llegado a helarme la sangre de tal manera que no puedo pensar, ni decidir, entonces siempre me queda la posibilidad de pedir ayuda. Lo importante si estoy siendo víctima de malos tratos es que alguien me ayude a cuestionarme, porque muchas veces estas situaciones solo existen bajo el convencimiento de que no se puede hacer nada, y eso no es verdad. Es tan brutal la demolición de mi auto-estima en una situación así, tengo tan infravalorado el concepto de mí misma, que realmente no me siento capaz de enfrentar la situación. Por eso es tan importante que pida ayuda. Hay todo un engranaje de mecanismos que me impiden, desde la víctima, darme cuenta de la realidad. Y en la realidad están mis posibilidades. Por muy difícil o dolorosa que pueda ser la realidad, es más difícil y doloroso permanecer en una situación donde veo mi dignidad pisoteada y mi integridad violada y maltratada. Parte de la dura realidad que necesito aceptar, si me estoy moviendo desde la víctima, es que mi peor enemigo soy yo misma por provocar o permitir lo que está pasando, por mantenerme en esa situación, por justificar a quien me está agrediendo y por no asumir de una vez por todas que soy yo la única que puede cambiar eso. Principalmente pidiendo ayuda, pero esa ayuda la tengo que pedir yo.
Antes hablaba de las relaciones sanas, aquellas que se dan entre dos personas que estamos en contacto con nuestros centros, con nuestros núcleos de luz y de amor. Para desde ahí formar un nosotros lleno de esa misma sustancia, amor luminoso. Amor sano. Ahora vemos que cuando uno de nosotros no está en conexión con ese núcleo, sino que se mueve atrapado entre las capas de sus miedos, se relaciona desde ahí, y solo puede conectar con otro que se relacione desde un lugar simétrico. Es una condición imprescindible para crear un nosotros, que vibremos en una frecuencia similar o compatible. ¿Qué quiero decir con esto?, si yo me muevo desde el miedo o la rabia, solo puedo conectar con alguien que alimente mi miedo y mi rabia. En el caso de la víctima sería un agresor. Atraigo como un imán, personas y situaciones que vibran en mi frecuencia. Si me muevo desde el desprecio atraigo a personas despreciables. Si me muevo desde el odio atraigo a seres odiosos. En realidad, ese otro con el que mantengo una relación, no es, sino un espejo que me refleja mi propio contenido. Por eso antes decía que desde la víctima encierro en mí misma a mi peor enemigo, a mi mayor agresor, a quien me somete a aguantar lo que estoy aguantando. Y si consigo salir de esa relación y no hago todo un trabajo interno que me ayude a sanar esas heridas de mi alma y a posicionarme en un lugar distinto internamente, si no hago esto, entonces tarde o temprano volveré a una relación similar o peor. Porque el espejo refleja aquello que contengo. Y si no modifico mi contenido no veré cambios en mi vida. Cuando hago ese proceso interno, aunque imantara de nuevo a un maltratador, ya no podría ni querría mantenerme ahí, no habría alimento posible para esa relación. Las partes no encajarían y ese “nosotros” no tendría espacio para existir. Y lo mismo pasa visto desde el otro lado. Si me muevo desde la actitud de maltratadora no podré estar con una persona que se respeta a sí misma, porque una persona que se respeta a sí misma no facilita la escena necesaria para que se dé el mal trato. Se mueve desde el respeto, por tanto, mi maltratadora no puede ustificar con esta persona mis abusos, ni mis gritos, ni mis ofensas, ni mis
golpes. No existe la posibilidad de que eso ocurra porque una persona que se respeta a sí misma jamás lo permitiría. Es más, una persona que se respeta ni siquiera enciende el deseo, ni la pasión sexual de la parte maltratadora, pues esta parte necesita ver a su pareja en calidad de “basura”, para poder sentir que está a su altura. Somos un espejo, ambos lo somos, donde vemos reflejadas nuestras propias heridas y nuestros propios conceptos de nosotros mismos. Y el concepto que tenemos de nosotros mismos, ambos, víctima o maltratador (es lo mismo en el fondo), bien, el concepto es el mismo, aunque gritemos lo contrario ambos miembros, en el fondo creemos que: “yo no valgo nada, soy una mierda”, “por eso estoy contigo porque eres tan mierda como yo”. Esto, por muy duro que suene, es la creencia que habita en mi inconsciente frente a esta polarización, y aunque conscientemente sé que no es así, y que todos los seres humanos tenemos un hermoso núcleo de amor y de luz, la verdad es que las capas de mis miedos, a veces, se pudren de tanto apretarse unas contra otras, de tanto rozarse, y llego a confundir esas capas con mi verdad profunda que es bien distinta. Esta es la creencia principal que necesito cuestionar frente a la polaridad víctima - agresor, porque sí que es verdad que en todo este cuadro hay algo que de verdad no vale nada, pero no se trata de los integrantes, no de las personas, sino de “eso” que estamos construyendo juntos, atrapados ambos en esa mentira que está tan aferrada a nuestros inconscientes. Quiero recalcar que, en estos casos, ambos miembros de la pareja necesitaríamos ayuda, y ambos necesitaríamos darnos cuenta de que es preciso, es urgente, que pidiéramos esa ayuda. La posibilidad de construir una vida mejor existe, está ahí. Y pasa por limpiar y sanear la confusión interna y esas heridas de mi alma que muchas veces arrastro desde mi infancia, porque eso es lo que me está robando mi salud y mi paz. Y porque del mismo modo que si estoy atrapada en el rol de víctima encierro dentro a mi peor enemigo, o sea, a mi mayor agresor, al provocar o permitir lo que ocurre. Si estoy atrapada en el rol de la agresora también encierro dentro a mi mayor agredida, a mi víctima más maltratada, el espejo que me ofrece mi
pareja me lo está mostrando sea cual sea la polarización con la que me identifique. Si me muevo desde la polaridad agresora, cada grito, cada insulto, cada golpe que le dé a la persona que comparta mi vida, será un grito, un insulto y un golpe que me estaré dando en mi propia capacidad de amar. Será mi propio centro de luz y de amor quien estará mutilado y sepultado en una tumba de desprecio desde la que vomitaré hacia fuera lo que en realidad nace y vive dentro de mí misma. La elección de dónde, cómo y con quién quiero vivir solo puedo hacerla yo. Si me veo en esta situación y deseo romper ese círculo vicioso creado entre ambos, puedo hacerlo, pidiendo ayuda, y estando dispuesta a perder las ventajas que supuestamente contiene el mantenerme ahí. Necesitaré cuestionar cada creencia del tipo “no puedo” …, necesitaré valorar todas las opciones, y lo más importante necesitaré cuestionar cada justificación que, estando implicada, defiendo para mantener esa situación. Y si después de mirar con lupa lo que está ahí enredado, decido continuar en el infierno, puedo hacerlo; es mi vida. Eso sí, asumiendo mi decisión. También puedo decidir otra cosa y esa posibilidad es la que, desde ese rol, no veo, no reconozco, salvo que me ayuden a responsabilizarme de que soy yo, y solo yo, quien está eligiendo darle continuidad a lo que puede ser detenido. Otro punto que considero sumamente importante y necesario observar, es valorar que quizá no me dé cuenta de que mis hijos (si los tuviera) aprenden de mí, de mis actitudes. Como madre o como padre soy el modelo que más va a impregnar su construcción interna. Si un hijo aprende que la Mujer (o el hombre) es un “objeto” que puso Dios en el mundo para que el Hombre (o la mujer) pueda descargar su frustración, su ira, y sus complejos contra él-ella, si aprende eso, eso hará, porque eso le habré enseñado con mi ejemplo (desde cualquiera de los dos roles, el de víctima o el de agresor). Ese aprendizaje se lo lleva para toda la vida y algún día es muy probable que lo ponga en acción. También puedo enseñarle que cuando alguien se propasa es ese alguien quien sale perdiendo, pues pierde la posibilidad de tener una relación de amor, de respeto, de complicidad, de unión…, ya que, si alguien se propasa conmigo, como mínimo, yo me doy la vuelta y me voy.
¿Qué les quiero enseñar a mis hijos? Y tú. ¿Qué les quieres enseñar a tus hijos? ¿Qué tipo de relaciones quieres que construyan mañana?…, piénsalo. Igual que a todos, a mí también me enseñó alguien a permitir lo que sea que permito, a tratarme como sea que me trato, y a tratarle como le trato. El modelo de hombre y el modelo de mujer, e incluso más allá del género, el modelo de Persona, que ofrezca a mis hijos los condicionará para toda la vida. Permanecer en un ambiente de gritos, insultos, golpes, desprecio, violencia y mal trato, hace que estos niños crezcan atormentados y contaminados por esa furia y por ese llanto, por el odio, por el terror, por la culpa y la impotencia. ¿De verdad quiero eso para mis hijos? ¿De verdad quiero eso para mí? Que cada cual busque su respuesta; para mí el tema está claro, ninguna comodidad o facilidad, sea económica o del tipo que sea, compensa mi sufrimiento y el aplastamiento de mi dignidad, y mucho menos el de las personas que yo amo y están a mi cargo, que sería el caso de los hijos. No voy a enseñar a mis hijos a ser maltratadores, ni tampoco les voy a enseñar a ser carne apaleada. Me niego. Estar atrapada en una situación de este tipo es estar atrapada en una pesadilla, y puedo despertar, o no. Si elijo dormir profundamente el resto de mi vida, evidentemente es mi decisión, tengo ese derecho, sin embargo, quiero transmitir, desde estas páginas, que de los sueños me puedo, me quiero y me debo despertar, mientras que seguir durmiendo es renunciar a la vida. Abrir mis ojos, mirar de frente mi vida, ver lo que estoy consintiendo y tomar la decisión de salir de ese rol, de esa actitud, de esa situación. Hacer un proceso personal que me ayude a resolver internamente lo que necesite sanar, para poder elegir de ahora en adelante una existencia en conexión profunda con la belleza de la vida, con mi capacidad amorosa y mi luz. Dejar que el pasado se quede en el pasado y mirar hacia adelante desde un presente que me da la posibilidad de construir otra cosa. El momento de hacerlo es Ahora. Si vivo identificada con el rol de la agresora probablemente me voy a sentir fuertemente imantada por personas que parecen débiles, sufridoras,
necesitadas…, lo que yo reconozca como “candidato a víctima”. Y me imantaré bien desde mi desprecio (las despreciaré tanto como desprecio en mí misma esa actitud), bien desde la atracción (es el poder de mi lado oscuro, oculto, que me llama a gritos desde el espejo que me ofrece otra persona). Por el otro polo es igual, si vivo identificada con la pequeñez, si me considero poca cosa a mí misma, débil, indefensa…, entonces me sentiré imantada por personas que prometan agresión. Inicialmente me fascinará alguien que parezca fuerte (lo que yo entienda por fuerte), alguien con decisión, con coraje, resuelto, que transmita seguridad. Desde esa unión, salvo que yo desarrolle mi propio coraje y seguridad, acabaré intentando derrumbar el suyo, del mismo modo que lo destruyo en mí. Muchas veces he observado, sobre todo en hombres que se identifican con el papel de “fuertes” que se sienten atraídos una y otra vez por mujeres que en inicio dan la impresión de ser autosuficientes, y de tener mucha fuerza de carácter, y sin embargo, esconden otra cosa, y la esconden a todo el mundo menos al radar de su polo opuesto. El ejemplo perfecto sería una madre soltera, o viuda, que tiene que trabajar muy duro para sacar adelante a sus hijos y su casa, ella sola, sin ayuda. Mi teoría es que él se siente tan atraído por este perfil porque viéndose al lado de una mujer “autosuficiente “, se siente importante a través de ella. Las cosas no son lo que parecen, tras una polaridad está la otra latente. En ese momento él ya tiene su complemento, una mujer que parece fuerte, así su propia imagen se ve reforzada, y sin embargo sufre, tiene carencias (le falta un compañero, un padre para sus hijos…), es una víctima de la vida. Es perfecta para que él pueda jugar su rol. Aquí él, que esconde la polaridad víctima o debilidad, se siente importante al llenar los vacíos de ella. Puede compensar su propio sentimiento inconsciente de “debilidad” gracias a esta importancia que le aporta estar con alguien que sufre o necesita. Cuando se siente importante gracias a la debilidad de ella, necesita que eso se perpetúe, pues si ella deja de sentirse débil, él se ve confrontado con su propia realidad escondida, con su propia polaridad rechazada. Necesita sentir que ella lo necesita, para conservar su sensación de importancia.
Es más, necesita que ella le dé su reconocimiento y le agradezca que sea él quien tiene el poder y la fuerza, que él sea el dueño de la situación. Y si ella está cumpliendo fielmente el rol de víctima, entonces no podrá reconocerle nada de nada, solo hará que él se sienta mal, para que le haga daño, y así poder comprobar día tras día, que tiene razón y tiene grandes motivos para sufrir. Ambos están encerrados en la misma prisión, la identificación con solo una de las dos polaridades que tiene cada cual. Él necesita que ella siga siendo dependiente, para sentir que está por encima; no permitirá que madure o se realice como mujer. Ella se siente frustrada y limitada; entonces le agrede con provocaciones que, inconscientemente, son una invitación al maltrato para comprobar día tras día que su sufrimiento es real. Ambos son víctimas de sus mutuas agresiones. Resumiendo: a través del otro puedo ver lo que me niego a reconocer como propio. El otro solo hace una función espejo para mí (y yo para el otro evidentemente). Respecto a mi vida: “todo empieza y acaba en mí”. Si consigo ver lo que no estoy viendo de mí, podré darme cuenta de que es un tema de pura identificación: no es verdad que solo soy fuerte, no es verdad que solo soy débil; no es verdad que solo soy agresora, no es verdad que solo soy víctima. Lo que sí es verdad es que normalmente solo me identifico con una de las dos caras de la moneda, y que me defiendo y justifico para evitar darme cuenta de mi totalidad. Estoy rechazando en mí aquello que aprendí que era rechazable en función del estímulo que mi entorno me devolvía cuando se formaba mi carácter. Hoy imito aquellos patrones que aprendí. Hoy soy yo quien me infrinjo el rechazo que entonces me regalaban los otros. Hoy soy yo mi enemigo, y yo mi víctima; yo soy mi carcelero y soy mi presa, nadie más. Parece una controversia, y no deja de ser un intento de complementación: necesito incluir en mí las partes propias que tengo rechazadas. Para cerrar el proceso después, dándome cuenta de que en realidad no soy ni lo uno, ni lo otro. Entonces puedo reconocer que son mis capacidades y yo elijo cómo las juego, hasta lograr la combinación equilibrada.
PODER PERSONAL Al igual que el Dinero, el Poder parece ser una de las fuerzas principales que
mueven el mundo. Y también al igual que el Dinero, el tema del Poder genera frases del tipo: “el poder es corrosivo”. Voy a confesar cuál es mi posición frente a este tema: A mí me gusta el Dinero y me gusta el Poder. Y me gustan tal y como yo los entiendo. Siempre utilizo la misma fórmula: busco fuera lo que me falta dentro, y como se trata de una necesidad interna, por más que encuentre fuera no me sirve para calmar mi auténtica necesidad, mi hambre profunda. Mientras me muevo atrapada en esa pérdida o confusión, es lógico que distorsione las cosas, pues, desde ahí, intento gestionar algo que no me pertenece en realidad. Nada externo me pertenece. Yo puedo gestionar todo lo bien o mal que quiera y pueda mi mundo interno, la beneficiada o perjudicada soy yo al fin y al cabo. Pero cuando, atrapada en la confusión, pretendo gestionar algo ajeno a mí misma como si fuera mío, corro el riesgo de alborotar ese campo externo que está a mi alrededor. Solo sé manejarme con lo externo todo lo bien que sé hacerlo internamente. Cuando no gestiono bien mi propio poder interno, mi autoridad interna para conmigo misma, hago lo mismo con el exterior. Además de usar ese poder para intentar calmar mi hambre erróneamente, lo manejo mal. No se trata de juzgar si soy buena o mala persona, no va por ahí la cosa, sino en poder cuestionar cómo me muevo con el tema para llegar a hacerlo de la mejor manera, entendiendo que si no lo estoy haciendo mejor de lo que lo hago, es únicamente porque no sé. Si me doy cuenta puedo elaborarlo para mejorarme. Yo seré la primera que saldrá sal drá ganando. No seré capaz de mandar ecuánimemente en tanto que no sea capaz de respetar mi propia autoridad conmigo misma: mis decisiones, mis limites…. La Forma muchas veces es de una importancia crucial. Por ejemplo, si yo a mí misma me trato sin respeto, me exijo resultados al precio que sea, me esfuerzo agotadoramente sin darme tregua ni respiro, si soy indolente conmigo misma, el día que tenga la responsabilidad de tener subordinados a mi cargo, haré lo mismo con ellos.
Del mismo modo que si soy en exceso tolerante, complaciente con ellos, es porque también lo soy conmigo. Y esto no es cuestión de ser buena o mala, es cuestión de mecanismos que viven agarrados a mi inconsciente y me llevan a moverme de la forma en que me muevo, en tanto no los hago conscientes. Son mecanismos que no siempre están a la vista, podría parecer que soy de una manera mientras que realmente soy de otra; las apariencias no siempre son la misma cosa que la realidad. En caso de no haber recibido unos límites sanos, justos, razonables y amorosos en la formación de mi carácter, durante mi infancia y en mi educación, sencillamente no los tendré incorporados. Si he sido aplastada por unos educadores dictatoriales, que tenían confundido el tema de la autoridad con el autoritarismo, lo más probable es que me haya quedado atrapada en la polaridad de la sumisión y la rebeldía. Pues en este caso nadie me ha enseñado el Respeto, de la única manera que podría haberlo aprendido: Respetándome, sino que se me ha impuesto la voluntad ajena por “real decreto”. Y esto lejos de despertar mi respeto y mi admiración, lo que despierta es mi miedo, mi desprecio y mi aversión. Si me dejé aplastar desde un abuso de los que tenían el mando, me resultará imposible contemplar la opción de Respetar la Autoridad. Y si no respeto la autoridad, tampoco respeto mi propia autoridad. Si este es el caso, ante la autoridad sentiré miedo o rabia, pero en ningún caso respeto. Sé que hay muchas personas que confunden el miedo con respeto. Están equivocadas. Si obedezco por miedo lo hago desde una connotación negativa que me genera odio. Y si mi miedo es muy grande tal vez no tenga permiso interno para validarme ese odio. Lo que tengo claro es que si estoy sufriendo el abuso de una autoridad injusta me estoy cargando, por momentos, de rabia y de asco. ¿Cómo voy a respetar aquello que me revuelve las tripas? El respeto está fundamentado en la admiración y en el amor, y para que exista es preciso que la autoridad sea merecedora de ello, es decir, sea justa, sea buena, sea amorosa.
Cuando alguien me dice no hagas esto y no lo hagas porque lo digo yo, por ejemplo, yo no siento ni una sola gota de admiración o amor, lo que siento es hastío, rabia, impotencia…, según el caso. Sobre todo, si soy una niña, o si fuera un niño, y no me queda más remedio que obedecer porque necesito el alimento y el cobijo que ese adulto me proporciona. Estoy vendida, no tengo alternativa. Obedezco claro está, pero al precio de odiar a esa persona que abusa de su autoridad porque sabe que es más grande y más fuerte que yo. En cambio, cuando alguien me dice esto no es bueno para ti, por ejemplo, y además me ayuda a comprender cómo me dañaría hacerlo, entonces puedo sentir esa autoridad de otra manera, puedo aliarme con ella, puedo hacerla mía desde mi corazón. Y agradecer a esa persona su cuidado y su atención conmigo. Incluso una buena autoridad me permitirá, y probablemente me acompañará, a equivocarme, porque una buena autoridad sabe que la mejor manera de que yo aprenda es a través de mi experiencia, y no de la suya, que para mí solo es teoría. Una buena autoridad no impone, no coarta, no reprime. Se gestiona desde un lugar diferente que no pasa de ninguna manera por el abuso del Poder. Pasa exactamente igual en el polo contrario al del abuso. Si he tenido una educación consentidora, manipuladora, incongruente, donde nadie me puso unos límites ustos, buenos, amorosos, razonables, o donde el NO sencillamente no se respetaba y lo que ahora es que SÍ luego es que NO y después ya veremos, entonces esa misma confusión se queda instalada, aprendida en mí, y es desde dónde voy a moverme después, como adulta. La falta de límites saludables y amorosos en mi educación son la fuente de mi inseguridad como adulta, porque internamente no sé hasta dónde puedo llegar, dónde está el punto que no conviene atravesar. Por exceso o por defecto, me perjudica seriamente no haber recibido unos límites sanos, congruentes y razonables. En mi crecimiento incorporo lo que tengo. Si tengo abuso aprendo a abusar de mí misma tanto como de los demás, si tengo “cachondeo” también aprendo a “cachondearme”. Por tanto, para llegar a gestionar mi poder de forma sana, necesito previamente revisar mi relación con la autoridad, para mejorar y sanear lo que descubra que así lo necesita. Aprendo a respetar cuando me siento respetada. Aprendo a abusar cuando me
siento abusada. Porque en mi aprendizaje eso que me han dado es lo que tengo, y hago lo que puedo con lo que tengo. Cuando crezco y me hago adulta, a no ser que me detenga para revisar todo esto, seguiré usando lo que tengo de la forma que sé hacerlo, de la forma que aprendí. Aunque me detenga y revise, por mí misma tengo lo que tengo, voy a necesitar en algún momento que alguien me ayude a reparar. Alguien a quien pueda reconocer como autoridad y que me de unos ladrillos distintos. Este es uno de los trabajos más hermosos que se hacen en terapia, cuando se hacen bien. En resumen: para poder disfrutar de una buena gestión con mi propia autoridad interna, y consecuentemente, disfrutar de mi poder personal, es de vital importancia que me pare a revisar mi grabación interna, los mensajes que almaceno en mi inconsciente y que son los que me dicen lo que está bien, lo que está mal, o cómo se han de hacer las cosas. Son esas creencias que operan desde mi inconsciente, sobre mí misma y sobre el resto del mundo. A veces se trata de ideas equivocadas ó locas, que le dan la forma que tiene a mi vida y a mi día a día. Hilos que actúan desde lo más profundo para moverme como si fuera una marioneta, como si fuera un robot. Incluso aunque conscientemente piense que creo lo contrario de lo que en mi inconsciente está “mandando”. Pongo un ejemplo: Yo puedo actuar como una buena persona, siempre demostrando y demostrándome a mi misma que lo soy, con mis actos, con mis ideales de paz, amor y no violencia. A veces, tragándome lo intragable, con tal de asegurarme el buen concepto sobre mi bondad. En realidad, cuanto más pretendo probar que soy buena persona, más estoy confirmando que no lo creo, por eso trato de constatarlo a cada paso, para ver si así me lo puedo creer yo misma. Esta es la confusión interna. Existen unas ideas enfermas (“soy dañina”, “no merezco amor”, “algo anda mal en mí”..., etc.) que tienen el control total de mi vida mientras que no las hago conscientes y elaboro un trabajo personal profundo que me permita verlas y desmontarlas. Ser buena persona implica saber decir que NO, permitirme el enfado, marcar
unos límites muy claros y cuidarme. Los conflictos no resueltos de mi pasado vuelven a aparecer en diferentes situaciones y circunstancias, y lo hacen en el intento de ser elaborados. Es imprescindible que ponga atención a mi mente si quiero cazar a mi inconsciente. Porque no atender esto es lo mismo que utilizar el pasado como excusa de mis fracasos presentes. “Pillar” a esa voz interna que me da razones para no mejorar mi situación, pues es la voz de mi falta de madurez y de mi falta de responsabilidad sobre mi propia vida y lo que construyo en ella. Ver esto es el camino para poder liberarme. Mientras que no verlo es agarrarme al sufrimiento. Despierto reacciones en los demás, según está mi interior, y eso me lleva muchas veces a auto-confirmarme en mis creencias limitantes. Si me muevo desde la negatividad despierto “mal rollo” en mi entorno y confirmo mi negatividad. Es importante, esencial, imprescindible, que haga un trabajo continuado con mi observación interna para mejorar mi experiencia vital. Si rechazo lo que juzgo “negativo”, olvido que todo tiene la otra cara de la moneda. En realidad, estoy hablando de la misma moneda, por ejemplo: mi capacidad para entregarme al placer es literalmente exacta a mi capacidad para entregarme al dolor. Si no tolero el dolor tampoco puedo disfrutar el placer. Esto es aplicable a todas las Polaridades que enfrento. Tengo una gran capacidad de amar y también la tengo para odiar. Negar la polaridad que juzgo inadecuada va generando una gran Sombra en mi inconsciente, se trata de la parte de mí misma que yo rechazo. Desde la sombra esa parte de mi Ser actúa, y lo hace sin pasar por mi consciencia, de modo que puedo llegar a generar una cantidad de dolor inestimable a mí misma y a quienes me rodean sin darme cuenta siquiera. Esto lo resuelvo devolviéndole el lugar que le corresponde a la parte de mí que he negado. Para eso necesito aceptar que lo que soy, todo lo que soy, no es ni bueno ni malo, es así sencillamente. Y aceptarlo lleva implícito Responsabilizarme de ello; nadie tiene por qué sufrir el mal trato de mi inconsciencia.
Cuando me muevo desde mi falta de responsabilidad personal puedo fácilmente culpar a los demás de lo que me pasa y siento. De incomprensión, de abandono, de mis sufrimientos y de mis problemas. Aceptar todo lo que soy implica aceptar mis limitaciones y que me hago responsable de ellas, y ellas necesitan maduración, atención, cuidado y cariño para sanar. Si me sigo justificando el resto de mis días por hacer las cosas como las hago, cuando descubro que me dañan o dañan a mi entorno, entonces no estoy aceptando nada de mi parte, lo que hago es excusarme para seguir haciendo lo que “me dé la gana” sin asumir el compromiso interno de cuidarme y desarrollarme. Y ahí, cómodamente instalada, me puedo pasar el resto de mi vida sufriendo y provocando el caos en mis relaciones. Esto es una actitud infantil y egoísta, y no lo digo con ánimo de juzgarlo, sino de denunciarlo para que quién quiera se lo cuestione. Al fin y al cabo, la realidad que se puede construir desde esa actitud es lamentable, principalmente para el propio protagonista de esa “comodidad”. Cuando acepto mi parte “oscura” (que esa parte mía viva en la oscuridad no significa que sea mala, sino que le falta luz, que no quiero saber que existe) podré conocerla, y ver cuándo quiere actuar para poder decidir si le doy o no le doy acción. Ya no estará actuando por cuenta propia, sino que estará siendo “vista” y “acompañada” por mi mirada. Si la veo, si me hago responsable, entonces yo puedo decidir. Mientras que antes, justificándola, estaba atrapada en sus redes y no podía hacer nada. Lo que rechazo en mí lo proyecto al exterior, de forma que cuando alguien se permite “eso” que yo tengo prohibido, siento enojo, intolerancia... Esto es una buena oportunidad de mirar hacia dentro y rescatar lo que es mío. Si al hacer este ejercicio me juzgo, mi inconsciente no me facilitará el trabajo la próxima vez, porque no quiere que lo rechace nuevamente. Lo más cercano a una Realidad más completa es reconocer que soy polar y ambas polaridades están bien cuando no me identifico con ninguna, pues aquí las estoy aceptando a ambas. Negar una polaridad es rechazar la mitad de mi potencial, de mi capacidad, de mi verdad. Mi verdadero Poder Personal proviene de una buena combinación de mis
polaridades. Integrar en la luz la parte que vivía en sombras me permite disponer de ella. Mi poder es algo interno que pasa por respetar mis derechos y asumir mi responsabilidad sobre mis acciones y las reacciones consecuentes; entendiendo y aceptando que mi vida es el fruto de la forma en que gestiono: mi mundo interno y mi capacidad para decidir lo que decido. Si consiento la invalidación de mi voluntad quedo subyugada a la voluntad ajena. Ni siquiera puedo ver lo que yo quiero. Por tanto, para curar mi voluntad es vital mi permiso para ELEGIR CONSCIENTEMENTE cada uno de mis pasos. Mi Poder Personal incluye mis extremos y la buena combinación entre ellos. Aceptarlos y aprender a gestionarlos para alcanzar el punto medio. Poder hacer esto precisa de mi renuncia a la expectativa de aceptación externa. Cuando me dejo manejar por la opinión de los demás, me anulo y me robo mi libertad. Mi lugar en el mundo está en mí. Esté donde sea que yo esté, con quien esté. Más allá de lo que piensen los demás. Solo en mí, en mi verdad: en mi propia conexión entre mi mente, mi corazón y mi instinto. En mi congruencia interna. Sé que carezco de autoestima cuando me trato mal a mí misma. Me trato mal cuando me desconozco, cuando me juzgo, cuando repito conmigo los errores que cometieron otros al educarme, cuando no tengo amor en los ojos al mirarme. Difícilmente podré establecer una relación amorosa y sana con otros si no tengo autoestima. En la mirada que me devuelve “el espejo” puedo ver lo que fluye en mi interior. Si mi contenido es de dolor, resentimiento, traición, miedo, abandono... esto será lo que se muestre ante mí. Necesito mirarme a través de mi corazón para verme de verdad. Estar arraigada en mí misma precisa estar bien enraizada en mi instinto, en mis derechos y en mi espiritualidad. Responsabilizarme de mí, implica que yo elijo cada idea que vive en mí, que yo elijo cada paso que doy y hacia donde lo doy, que ya no me sirve echarle la culpa a otros de lo que me pasa, porque en mi vida quien decide soy yo. Soy yo quien se equivoca y soy yo quien tiene el mérito de mis logros. Soy yo quien me
gobierna, mi vida es mía. Para ser una Persona completa es necesario que me entregue a mi propia integración. Que disuelva los límites que me separan de mi parte rechazada. Que me lance al vacío soltando la falsa seguridad que me produce el apego a la ficción y que me mantiene separada de lo que realmente soy. Suelto mi personaje principal y todas las actrices secundarias, para Ser mi verdad, permitiéndome ocupar el espacio que me pertenece. Hago un salto a la liberación: liberaci ón: donde cabe Todo lo que soy.
POLARIDAD: SUMISO /OPRESOR ENTREGA /OPRESOR ENTREGA A través de mi opresor interno me obligo a complacer a los demás. La frustración y la rabia son tan grandes, al vivir obedeciendo, que entonces se me atraviesan las demandas externas (que yo convierto en exigencias) de manera que el NO es mi bandera. Si capto que quieres “tal cosa” de mí, la respuesta es No. Mi rebeldía viene a echarme una mano. ¿Con cuál me identifico? ¿Sumisión?, ¿Rebeldía?... Una es causa y consecuencia de la otra. ¿Dónde estoy yo?, ¿qué quiero yo? Si combino bien estas polaridades desde la desidentificación, podré crear el espacio necesario entre mi exigencia y mi obediencia, veré que no soy ni lo uno ni lo otro. Que más allá de esas actitudes está mi propia voluntad, y que al hacerla consciente puedo vivirla. Esto es entrega para mí. Hago lo que yo elijo y decido porque es lo que yo quiero hacer, más allá de que mi respuesta coincida o se aleje de la expectativa de los demás. Mi entrega es posible cuando sé decir No asertivamente. Cuando sé poner y respetar mis límites. Cuando sé diferenciar mi voluntad de la ajena y me pongo de mi parte. No estoy en el mundo para cumplir las expectativas de los demás. Si me muevo atrapada en la sumisión no sé gestionar mi autoridad interna, he negado mi derecho a SER, a decidir, a elegir. Sencillamente obedezco. ¿Quién me obliga a obedecer aquí y ahora? Sin lugar a dudas mi opresor interno. ¿Cómo lo hace? Juzgándome y culpabilizándome al más mínimo interrogante
que yo plantee ante la demanda de aquellos que me sirven de espejo, al exigirme o al demandarme cierta actitud. Es decir: aquellos frente a los que soy obediente. Si me someto a ellos no es a ellos realmente a quien me estoy sometiendo sino a mi parte “dictadora”. También estaré en la rebeldía permanente, aunque no sepa reconocerlo, si me muevo desde la sumisión. Habrá una especie de boicot, en este caso saludable (sobre todo si me hago consciente del juego interno al que estoy jugando) que me llevará a infringir lo que yo crea que se espera de mí. Puede que solo cuando nadie me ve, pero el tema es que en ese movimiento rebelde le estoy dando salida a mi rabia por no SER yo misma frente a esos espejos, o hablando claro, por no mirar a la cara a esa parte mía “dictadora” para asumir que soy solo yo quien me exijo el cumplimiento de esas expectativas que he permitido que coloquen sobre mí. Si me muevo desde la sumisión, me muevo desde el miedo y me muevo desde la hipocresía. Es muy simple, no estoy siendo yo misma, no tengo derecho a serlo, yo me lo estoy negando. Las causas pueden ser múltiples, desde querer ganar a cualquier precio la sonrisa de los demás, hasta querer facilitarme lo que sea..., la continuidad de mi empleo (cuando mi espejo dictador es mi jefe), las funciones que me benefician en la casa donde vivo (cuando el espejo es la pareja, la persona que se ocupa de mi comida, mi ropa, etc.…). El miedo es a perder eso que yo considero una ganancia. Si consigo ver este mecanismo y poner en la balanza el precio que estoy pagando por conservar las ventajas de mi actitud, entonces podré elegir si quiero seguir atrapándome ahí, o suelto las ventajas y empiezo a SER yo misma. Siempre está en mí la última palabra de mis decisiones y de mis elecciones. Si estoy en la sumisión vivo pendiente de complacer a todo el mundo, de estar disponible y al servicio para cualquier cosa que se me pida. De ninguna manera tengo permiso interno para decir que no, o cualquier otra cosa que ponga en tela de juicio mi indiscutible subyugación, tan carismática a los ojos de los demás. Esto solo puede ocurrir si me rechazo profundamente, entonces estoy muerta de hambre de aceptación. Esa hambre me hace vivir suplicando la aceptación de los demás, al no tener la mía necesito la de los otros una y otra vez, sin darme cuenta de que mi pozo no tiene fondo. Solo mi propia aceptación me nutriría y calmaría mi hambre.
Cuanto más busque esa aceptación, ese pseudo-amor, en los demás, más me alejaré de encontrarlo en mí misma. Si lo busco en los demás estoy caminando de espaldas y en dirección contraria a la fuente verdadera. Si tengo la “mala suerte” de sentirme aceptada externamente gracias a mi sumisión, puedo quedarme ahí atrapada toda la vida confundiendo ese sucedáneo interesado y mercantil, con el amor y la aceptación que realmente necesito. De esta forma a través de la sumisión me estaré vendiendo, al cumplir con las expectativas ajenas al precio de una muestra de cariño, de aprobación. Sin trampa ni cartón, la cosa es así: me aceptas porque dejo que me manejes a tu antojo, porque soy un títere en tus manos. Lo más triste es que esa “aceptación” externa no me llena internamente (porque no es la mía), y porque, aunque sea inconscientemente, sé que a mí no me están aceptando en realidad, pues no me conocen, no me he mostrado tal cual soy; están aceptando al monigote manipulable que les presento delante. No saben quién soy yo en realidad. Mi vacío sigue hambriento, entonces iré con mi mecanismo a buscar aceptación en otra parte, con otras personas, en otro entorno. Repitiendo una y otra vez el mismo error. Evidentemente, lo mejor que me puede pasar si soy sumisa es que me despierte. Que me dé cuenta de que lo único que necesito en realidad es conocer mis partes rechazadas para dejar de negarlas y tener la oportunidad de integrarlas desde la aceptación como partes propias. Esto equivaldría a colgar el traje de la sumisión en el armario del camerino, y dejar de interpretar ese personaje, para yo, integrada, ponerme el mundo por montera. Ayudaría que me rechacen cuando me presente sumisa, sin embargo, es muy difícil no caer en la trampa de dejarse deleitar por alguien tan complaciente y dulce como una persona sumisa. Así que mejor no contar con esa ayuda que representaría el rechazo externo a mi personaje, mejor que yo personalmente deje de vender mi alma al primero que pase. Asumo que soy quien soy. Que siento lo que siento. Que quiero o no quiero, lo que sea. Me respeto y me permito. Me doy permiso para sentir lo que sea que esté sintiendo. Y por encima de todo, me doy permiso para no gustarte. Y ahora que sé que no te necesito es el momento de saber si te amo o no te amo, o qué es lo que siento hacia ti. Mientras no haga esto no podré diferenciar entre
mi necesidad de tu aprobación y aceptación, y mi capacidad para amarte. La necesidad es un tipo de alcohol que emborracha al corazón, y el corazón borracho no sabe qué quiere, ni dónde está, ni con quién. Despierta, consciente. Mientras no llegue a este punto, por muy hermosos que sean mis sueños, se quedarán en el País de Nunca Jamás. En este momento de mi vida, estoy poniendo una gran parte de mi energía en el tema de la Aceptación. Cuando me doy cuenta de que hay momentos en que me lleno de angustia, o me desespero con algo, la cosa tiene que ver con una pelea interna mía; una pelea que, a veces, se me pasa inadvertida. A veces me angustia tomar decisiones importantes en relación a algo que afecta a mi mundo emocional o a mi mundo laboral. Puedo verme atrapada entre dos direcciones, o más de dos, y la angustia aparece porque no tengo claro qué camino seguir. Hay una parte de mí que quiere algo, y hay otra parte de mí que pone trabas. Cuando estoy en la angustia he de mirar esas partes mías para llegar a resolver. Necesito encontrar mis desacuerdos internos para poner orden. Existen una serie de condicionantes que hacen que lo que yo deseo yo misma lo cuestione. Hay una experiencia de vida tras ese cuestionamiento, o bien, hay una serie de información (que puede ser fruto de mi experiencia personal, o no, o puedo haberla aprendido de otros) que me hace dudar frente a la decisión. En cualquier caso, mientras dura el desacuerdo yo estoy en la angustia. Necesito confrontar esas partes mías para que lleguen a una decisión. Y para poder confrontarlas primero necesito localizarlas, verlas, darme cuenta. A veces he deseado cosas, situaciones o personas en mi vida que después me daba cuenta de que me hacían daño; entonces, poder hacer este ejercicio de confrontar mis partes, me ayuda. La parte de mí que me está creando el conflicto es una parte aprendida, no es mía de forma natural, sino que yo la hice mía al tomarla de otros. De tanto oírla, de tanto verla. Esa parte puede estar equivocada. Necesito cuestionarla.
Es como una grabación que repite en mi mente lo que diría de mí..., tal persona (quien sea: mi madre, mi padre, mi maestro, etc.) En realidad, estoy deteniendo mi impulso natural, mi deseo…, porque dentro de mí existe el mensaje de que eso que yo quiero está mal. ¿Pero está mal de verdad?, ¿yo pienso igual que aquella persona?, ¿o quizá no? Si no localizo el conflicto y confronto mis partes internas nunca lo sabré. Para mí la aceptación tiene mucho que ver con poder separar lo que es “mi verdad” de “la verdad de los demás”, porque solo haciendo esto podré elegir en primera persona. Mientras que, si no lo hago, es muy posible que acabe obedeciendo (como aprendí a hacer de niña), unas órdenes, o prohibiciones, que no he decidido yo. O lo que es lo mismo, es muy posible que acabe haciendo todo lo contario de lo que se espera de mí, porque desde mi parte rebelde me niego a obedecer. Sin darme cuenta de que cuando hago eso tampoco elijo lo que quiero yo sino lo contrario de lo que quieren los demás, que en este caso podría coincidir con mi deseo. Necesito aceptar en primer lugar que tengo un dilema, un conflicto, y que me siento bloqueada si no hago algo para deshacer ese nudo. Necesito aceptar también que el conflicto es entre mi pulsión natural y una parte que desde dentro de mí se opone. Si al confrontar esas partes veo que no estoy de acuerdo con el mensaje de oposición, puedo tirar para delante mi proyecto. Y si observo que realmente esa oposición a mi deseo tiene mucho peso y es un peso con el que estoy de acuerdo, entonces puedo decidir otro camino. Voy a poner un ejemplo: Me gustan mucho las rosas. Imaginemos que veo una rosa y la quiero. Mi pulsión natural me lleva hacia ella. Hay algo que me detiene. Entro en duda, no sé si cogerla o dejarla, y tampoco sé bien qué está pasando, solo que la situación de repente me supone un problema. Al poner mis partes una frente a la otra, veo que por un lado está mi deseo de llevarme la rosa, y por otro lado la voz que me dice que no. Esta voz tiene unas razones muy claras: las rosas en el tallo tienen pinchos, al coger la rosa me puedo rasgar la piel, acabaré sangrando y no quiero hacerme daño. Mi deseo no entiende de espinas, y mi protección no entiende de deseos.
Necesito negociar negocia r. En este caso estoy de acuerdo con la voz opositora, e incluso así decido que asumo el riesgo de lastimarme con esas espinas, voy a tener todo el cuidado que pueda al cogerla. La voy a coger. Es mi decisión. Se acabó el conflicto. También podría haber pasado que decidiera dejar la flor donde está y conformarme con verla, sin tocarla, sin llevármela, porque en ese momento no quisiera asumir ningún riesgo. Y esto también sería válido porque estaría eligiendo por mí misma, tras escuchar a mis partes contradictorias. El problema es, cuando frente a la flor, no sé qué pasa: la quiero, pero no voy a por ella y no sé por qué, no sé qué me detiene, no sé qué hacer, y no hago nada para saberlo. En algún momento iré o me daré la vuelta, y no sabré cómo es que estoy haciendo lo que estoy haciendo. Cómo es que esa flor me ha detenido, me ha paralizado, me ha llenado de angustia. ¿Cuántas flores me estoy perdiendo en mi vida al no darme cuenta de lo que me está pasando internamente? El nivel de angustia en el que puedo entrar solo me indica el nivel de confusión interna con el que vivo. Es ni más ni menos que falta de luz, de claridad. La luz siempre acaba iluminando la verdad. Al menos esa es mi fe. O al menos es así para mí porque, en algún momento de mi vida, decidí que la oscuridad y la mentira me hacen demasiado daño, tanto que no quiero soportarlo. Cuando consigo diferenciar mis posiciones internas tengo la posibilidad de elegir. Puedo mirar ambas partes con los ojos de mi corazón: todo en mí intenta ayudarme a construir una vida hermosa. Son distintas posturas que apuestan por su verdad. La auténtica verdad suele tener un poco de cada posición. Si me pongo rebelde no me estoy escuchando, si me pongo sumisa tampoco. Solo puedo escucharme si me pongo amorosa con lo que siento, veo y escucho en mí. Porque solo ese amor me da la paciencia y la voluntad para elaborar el tema. De lo contrario me moveré por la vida con mi Ser hecho pedazos. Fragmentada entre mi mente, mi corazón y mi pulsión. Rota. Intentado sobrevivir en una vida que no acaba de tener sentido. Es así: mi vida, cuando yo me falto dentro, deja de tener sentido.
Y puede ser incalculablemente hermosa. Es tan bonita como luz tenga para iluminarla. Puedo iluminar mi vida tanto como sea capaz de llenar de luz mi propio mundo interno. La verdad solo puede ser descubierta cuando se enciende la luz. Todos los que elegimos el camino de buscar hacia dentro, realmente merecemos vivir sin mentiras. El sentido de la vida, al menos para mí, lo da el Amor, y el Amor es algo demasiado hermoso, demasiado precioso para existir lejos de la verdad. Solo conozco una forma de Amor, y es posible cuando el Ser Humano se desnuda para vivir, amar y entregarse, sin mentiras. Y eso es lo mismo que recoger todos los pedazos rechazados en mi interior y volver a integrarlos en mi alma y en mi Ser. Porque son míos y me pertenecen. Eso es así al margen de que puedan gustarle, o no, al resto del mundo. Son míos. Soy yo. Cuando acepto que soy quien soy y dejo de pelear por ser lo que otros quieren que sea, estoy en la verdad. Entonces mi vida es hermosa, es auténtica. Lo soy yo, y eso hace que lo sea mi mundo, mi trabajo, mis relaciones… Al renunciar a vivir engañada hay cosas, situaciones y personas, que ya no caben en mi vida. Si camino sobre mi verdad lo que construyo en mi vida también es verdad, y lo que no es verdad va quedando atrás, porque hemos elegido caminos diferentes.
DIDI, LA MARIONETA Esta es la historia de una hermosa Marioneta. Había pasado toda la vida actuando de teatro en teatro, de circo en circo, de función en función…. Tenía hilos transparentes que tiraban de sus manos, sus pies, su cabeza..., y que iban a parar a unas tablillas desde donde quien quisiera podía darle el movimiento deseado con un simple gesto. Con forma humana, su rostro mostraba una amplia sonrisa, siempre dispuesta para quien quisiera compartirla. Su mirada penetrante en cambio, delataba miedo, rabia y una profunda y escondida tristeza. Un desencanto. Un sueño roto. Alguien le puso el nombre de Didi, y aunque había cambiado de dueños varias veces en su vida, el nombre no se lo cambiaron nunca. En cambio, sus ropas se las alternaban casi a diario, en relación a lo que tocara escenificar cada vez: tan pronto le ponían harapos desaliñados para interpretar la indigencia, que le ponían trajes caros y corbatas ajustadas para parecer alguien importante. Didi conoció a Rosqui por casualidad. Una noche, fuera del escenario. Rosqui había aparecido, no se sabe bien para qué, en aquella carpa llena de marionetas, que hacían tanto ruido, hablaban y hablaban y no decían nada, como si solo supieran hacer ruido sin sentido. Sin embargo, parecía que todos eran felices, que estaban encantados de estar allí aquella noche. Y viendo a Didi tan callado decidió hablarle, intuyendo que si decía algo quizá sería interesante escucharle. Así fue, Didi y Rosqui estuvieron horas hablando, se cayeron muy bien y se hicieron amigos. Mientras todas las marionetas seguían haciendo ruido y más ruido, Didi y Rosqui decidieron ir a dar un paseo, para seguir conversando un poco más. Didi pidió a Rosqui que le ayudara a caminar moviendo sus hilos, y Rosqui aceptó hacerlo durante su excursión. A Didi le fascinaba una cosa de Rosqui. Esta tenía agujeros en las manos, en los pies y en la cabeza, igual que él, pero a diferencia suya no había hilos que tiraran de ella. - ¿Por qué tú no tienes hilos que te muevan como yo, Rosqui? Rosqui miró las manos, los pies de Didi, después se miró a sí misma, volvió a mirarle a él a los
ojos y contestó: - Decidí soltarme, los corté. - ¡Oh, qué dolor! La expresión de Didi había cambiado, su sonrisa seguía imperturbable, pero sus ojos ahora denotaban denotaba n horror. Rosqui continuó explicando: - Bueno, todo tiene un precio..., es cierto, sin embargo, a mí me dolía más aún sentirme manejada, a capricho de cualquiera.
Didi se sintió asombrado. Sentía una mezcla de admiración y envidia. Continuó interrogando: - Y… ¿cómo consigues sobrevivir sin esas manos que nos dan movimiento, que llenan de sentido nuestros días, nos visten, nos pasean, nos muestran, nos guardan…?
Rosqui esbozó una enorme sonrisa y mirando a Didi a los ojos fijamente le dijo: - Al cortar mis hilos descubrí mi propio propio movimiento, que es mucho más bello bello que el que puedan imponerme los demás. ¿Sabes Didi?, yo puedo elegir hacia dónde voy, lo que quiero hacer y cómo lo hago, cuándo me expongo y cuándo me retiro, con qué ropa quiero vestirme o si quiero pasear, cuándo me acuesto y cuándo me levanto…. Y si tú quieres también puedes hacerlo. Pruébalo ahora, mueve tus brazos, mira, así: levanta este y baja el otro, ¿ves?, así, venga, rueba tú…
Didi comenzó un lento movimiento, por primera vez en toda su vida lo estaba haciendo, se estaba moviendo por sí mismo. Le gustaba, era impresionante. En ese momento apareció en escena la actual dueña de Didi, hacía más de veinte de años que ella era su poseedora; le prometió en su día que, si hacía todo lo que ella quisiera, tal y como ella ordenara, le daría amor. En cambio, si osaba desobedecerle se lo quitaría todo, su amor y el amor de los suyos. Y Didi aceptó obedecer, a cambio de tan sabroso plato: amor. Al ver que su Marioneta estaba moviendo los brazos por sí misma, la dueña se enfureció, y dándole un manotazo lo estampó contra el suelo, empezó a amenazarlo con robarle el amor de su familia, de sus amigos, de todos…
- ¡Maldita Marioneta!, ¿pero quién te crees que eres para mover los brazos sin mi permiso? Te vas a enterar, conseguiré que te odien todos. Te voy a difamar, les voy a decir que me has robado, que me has utilizado, que eres un estafador…
La mujer se alejó unos pasos mientras le gritaba, y le gritaba a Didi que, muy afectado, miró a Rosqui, lleno de reproches: - Por tu culpa no me van a querer querer como me han querido hasta hoy. hoy. Por tu culpa voy a perder todo lo que tengo. Mientras he obedecido ciegamente todo me ha ido bien, hasta ella me daba su cariño, aunque fuera muy de vez en cuando. hora ya no me va a querer nunca más, ni tampoco mi familia, mis amigos… Lo voy a perder todo por tu culpa. ¿Para qué te habré hecho caso?, ¿no lo ves?, es mejor que me mueva ella.
Rosqui miró a Didi conmovida y casi sin fuerzas le dijo: - Didi, no dije que fuera fácil. fácil. Es cierto, cuando dejas de ser una Marioneta, Marioneta, aquellos que solo te querían para manejarte a su antojo, pierden su interés en ti. Todo tiene un precio. Puedes elegir: ser una Marioneta el resto de tu vida, o agar el precio de tu libertad. La elección es tuya.
A partir de ese momento Didi perdió un poco de confianza en Rosqui, sin embargo, en la oscuridad y cuando nadie podía verlo, a escondidas y en secreto, movía sus brazos sigilosamente, para no ser descubierto. Hacía creer a su dueña y a todos los demás que seguía siendo la Marioneta de siempre, esa era su forma de asegurarse de que no dejarían de quererle. Pero había descubierto un movimiento propio que no podía ignorar. El deseo era más fuerte que todas las razones de su mente. Mientras tanto su dueña, enfadada por el atrevimiento de Didi, le había traspasado su propiedad a una nueva ama, después de desprestigiarle y calumniarle en su entorno cercano. La nueva dueña de Didi era tan, o más, exigente que la anterior. Nada impidió que Didi siguiera viéndose con Rosqui, aunque temía que ella le perjudicara en sus relaciones, las ganas de aprender a moverse un poco más eran muy fuertes. Rosqui invitó a Didi a mover sus piernas, sus pies, le mostró cómo hacerlo, le explicó la cantidad de posibilidades que eso tenía:
- Podrás ir a donde quieras, por el camino que elijas. elijas. No necesitarás que te lleven y te traigan a donde quieran ellos.
Didi decidió probar, dobló una rodilla, luego la otra, después las estiró e hizo lo mismo con sus tobillos, con los dedos de sus pies…. Era increíble, en pocos minutos descubrió que podía caminar, luego que podía saltar, bailar… La nueva ama de Didi apareció por sorpresa, y tal como hiciera la otra, la emprendió a patadas con la Marioneta. - Te prometí riquezas si hacías lo que yo dijera, tal como yo quisiera, tendrías que estar disponible para cumplir mis deseos veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y cinco días al año. No podrías tener vida, ni relaciones, ni amigos, ni parejas, ni nada. Tendrías Tendrías que vivir por y para mis caprichos. Y a cambio yo te daría riquezas, algún día. Tú aceptaste. Solo puedes moverte cuando y como yo quiera ¿quién te crees que eres, maldita Marioneta?
Esta vez, y presa del pánico, por si volvía a pasar lo mismo de antaño con su anterior dueña, Didi se tiró al suelo y se agarró con fuerza a los pies de su nueva ama, dejando que esta lo pisoteara y lo arrastrara por el suelo al caminar, sin soltarse, llorando, suplicando, implorando: - No me dejes ama, por favor, favor, no me dejes. Te Te seguiré a donde tú quieras, haré lo que tú me mandes. Lo dejaré todo, todo, por ti. Incluso dejaré de relacionarme con Rosqui. Lo juro. No me dejes. Golpéame, explótame, escúpeme, hazme lo que quieras, pero no me dejes tú también.
Cuando Rosqui vio esta escena empezó a temblar, miró a Didi con compasión y luego guardó silencio sabiendo que Didi no quería ser libre. Se quedó observando qué haría éste cuando su ama se despistara. Y lo vio. Didi, en la oscuridad, cuando nadie podía verlo, seguía moviéndose, en secreto, como si estuviera haciendo algo malo, muy malo. Didi se creía muy listo, pensaba para sus adentros que, así como Rosqui había perdido lo que recibía de sus amos al cortar sus hilos, él no los cortaría, les dejaría creer a todos que seguía siendo una Marioneta, y cuando nadie pudiera verlo, se movería como él quisiera. Sin necesidad de pagar ningún precio. Podía tenerlo todo: libertad, amor, las riquezas prometidas y las comodidades de su vida conocida donde todo lo hacían por él: vestirle, moverle… Sería libre en
secreto. Mientras se movía escondido, elucubrando todas estas cosas, de pronto se sintió sorprendido por Rosqui. Al darse cuenta de que ella había descubierto sus astutos planes se enfureció y empezó a gritarle, a insultarla y a ofenderla: - Vete a la mierda, déjame en paz, yo no quiero compartir nada contigo, tu no intas nada en mi vida…. - ¿Pero qué te pasa Didi?, ¿cómo es que arremetes contra mí de esa forma, si s i lo único que hice fue mostrarte que podías elegir?
Didi repitió más fuerte aún: - Vete a la mierda, déjame en paz, yo no quiero compartir nada contigo, tu no intas nada en mi vida….
- Pero Didi, Didi, si yo no te he hecho nada, solo quise mostrarte mostrarte que podías ser libre, libre, me habría gustado mucho que eligieras tu libertad para que pudiéramos caminar juntos, pero tú puedes elegir lo que tú quieras. Si eliges esto yo me iré de tu vida, y ya está. ¿Por qué me gritas, por qué me agredes?
- Vete a la mierda, déjame en paz, yo no quiero compartir nada contigo, tu no intas nada en mi vida….
Por fin Rosqui se dio cuenta de que Didi no quería escucharla, y mirándolo a los ojos, con todo el dolor de su corazón, le dijo: - Solo te engañas a ti mismo Didi, no es posible ser Marioneta y a la vez ser libre. Si juegas a ser Marioneta todo lo que te den estará condicionado a tu esclavitud. Para ser libre es necesario asumir que aquello que necesites tendrás que conseguirlo por ti mismo, nadie te lo va a regalar porque habrás dejado de ertenecerles, tú serás tú único dueño, ¿entiendes? No puedes ser libre y esclavo a la vez.
El desprecio y la furia que emanaban de los ojos de Didi fue la única respuesta. Rosqui dejó caer sus lágrimas y se fue para siempre de la vida de Didi, diciéndole: - Adiós Didi. Ojalá tu tu próxima puesta en escena sea de tu agrado, ojalá las róximas manos que te muevan lo hagan con ternura. Ya Ya que eliges seguir siendo Marioneta te deseo que disfrutes tu función.
Y así fue como Rosqui abandonó aquel lugar. Mientras caminaba en dirección a su propio destino, podía oír a sus espaldas el eco de los aplausos de todas aquellas Marionetas amigas de Didi que habían quedado en la carpa con él, y que agradecían la decisión de este, de quedarse con ellas y seguir vendiendo su espectáculo del mismo modo que había hecho siempre, del mismo modo que ellas. Entre tanto aplauso y ovación se podía distinguir la voz de Didi cargada de vehemencia gritando: - ¿Ves?, ¿Ves?, todos están de mi parte. Eres tú quien se equivoca. Cuando yo obedezco ellos me aplauden a mí, cuando cuand o yo me dejo manejar ellos me quieren. ¿Quién te aplaude a ti?, ¿eh?, ¿quién te quiere a ti? Vete Vete a la mierda loca impetuosa. ¿Pero quién te crees que eres? Vete a la mierda LOCA.
EL DOLOR DEL VACÍO
Qué felicidad la de todos los amantes que tienen la dicha de celebrar su unión, su amor, su ilusión y su gratitud por estar y compartir juntos este camino que es la vida. Un camino lleno de posibilidades, de proyectos, de sensaciones, y de momentos felices y difíciles que, sin ninguna duda, es más hermoso si se camina en buena compañía. También puede haber felicidad para quienes no tengan a su pareja cerca, o no tengan una relación que merezca ser celebrada, pues se puede amar todo en esta vida: la propia vida que está llena de posibilidades, el amor que nutre al corazón, el proceso personal que permite maduración y expansión, los animales que regalan generosidad y humildad, el trabajo que propicia un sentido profundo, los hijos fruto de nuestra creación, la familia de origen y de elección, los amigos alegría y sustancia del cada día…., lo que cada uno sienta que es hermoso. Yo celebro la felicidad por estar viva y tener la oportunidad de Amar. Lo importante, lo realmente importante es Amar, sea donde sea que esté poniendo mi amor am or.. Porque el amor es una sustancia igual de valiosa cuando lo siento, sea quien sea el depositario. La mayor fortuna es mía cuando estoy en contacto con la fuerza de mi corazón y con la plenitud que me completa desde dentro cuando amo. El Dolor del Vacío necesito enlazarlo con el amor y el des-amor, porque para mí está totalmente relacionado. Donde está mi vacío me está faltando algo, y ese algo me está faltando por una ausencia de amor. El desamor hacia mí misma y hacia las partes de mi Ser que han sido rechazadas, ha generado ese vacío con mi propia ausencia. Cuando yo era adolescente trataba de llenar ese vacío enamorándome; cada nuevo candidato a príncipe azul era una promesa de llenar los agujeros de mi alma con su deslumbrante sonrisa. En algún momento me di cuenta de que por más príncipes que pasaran por mi vida, la ausencia de mi Ser seguía vacía y mi dolor seguía intacto, incluso se ampliaba, con cada decepción. Porque la desilusión de tener al candidato al lado y seguir sintiendo el vacío, es aplastante. Intuitivamente seguí buscando en las redes de lo que yo confundía entonces con amor (enamorarme) la forma de calmar mi hambre, mi sed, mi dolor. Pero ninguno de todos los príncipes, de los que me enamoré a lo largo de mi vida,
pudo llenar ese vacío que, traspasando mi interior, es imposible llenar con algo externo. He buscado eso que llenara mi vacío en tantos proyectos, en tantas personas, en tantas fantasías…, todos estos intentos los he vivido y mi objetivo nunca se cumplió de esa manera. Cuando veo a una persona sustituyendo a una pareja por otra compulsivamente, no deja de recordarme a mi propia adolescencia, mi propia pérdida, mi propia confusión. Y no deja de conectarme con el dolor de mi propio “darme cuenta” de cómo y cuánto he quemado mi vida, gastando mi energía en correr en dirección a la ilusión, en vez de correr en dirección a mi propio corazón. De cuántas víctimas he dejado en el camino, mal heridas, con sus propias ilusiones hechas pedazos, al darme cuenta yo de que mi ausencia seguía vacía, al darme la vuelta y ponerme a caminar en dirección a cualquier otro lugar, buscando “eso” de persona en persona, de proyecto en proyecto, de alucinación en alucinación. Lo que yo necesito, lo que he buscado toda mi vida, son las partes de mí que yo misma he rechazado. Aquél que se las permite, que las tiene a la vista, me atrae como un imán (desde el deseo o desde el rechazo), porque me está mostrando en su espejo divino el ingrediente que busco. Pero aquello es suyo, yo no puedo meterlo en mi vacío para llenarme, yo necesito encontrar “eso mismo” en mí, en el lugar de mí en el que lo escondí cuando lo negué. Lo único que yo necesito para llenar mi vacío es SER yo misma. Tratar de llenar el vacío de otras formas, enamorándome o cualquier otra cosa, no es más que un sinónimo de pérdida y un intento frustrante y frustrado de negar el dolor de ese vacío. Mi negación del dolor es mi negación de la Realidad. De aquellas partes de una verdad que existen y no me atrevo a mirar, porque no me siento capaz de sobrevivir al latigazo interior que representa ese sentir, tal cual, lo que es. Lo más doloroso, no me cabe duda, es vivir interpretando ser alguien que no soy. Es vivir “poseída” por mi personalidad, por mi máscara, por mi personaje. Pues eso implica vivir sin mí, sin ser yo misma, con el vacío y la soledad de no tenerme. Y aunque lo sé, no me resulta tan fácil la diferenciación constante entre quien soy y quien juego a ser. Voy a poner un ejemplo de cómo mi personaje y mi persona se trasponen en una
situación dolorosa. Cuando me siento no correspondida, traicionada, despechada o abandonada por alguien que para mí es importante, y lejos de mostrar mi dolor y mi vulnerabilidad, me subo al caballo de la furia para mostrarme dura, fuerte, intocable. Algo dentro mío grita: sí hombre, encima de que “¿me haces daño?”, (esto me duele tanto) te voy a dar el gusto de verme herida, de ver mi dolor . Como si el otro disfrutara al verme dañada. Cuando lo más probable es que ese otro no sea consciente de hasta qué punto me está doliendo lo que está pasando, hasta qué punto yo estoy implicada, o hasta que punto mi sensibilidad actúa. Porque todos no sentimos de la misma forma, quizá ese otro en mí misma situación sentiría las cosas de otra forma. Con mi actitud de “no me afecta, paso de ti”, lo que estoy haciendo en realidad es reforzar esa inconsciencia en el otro. Que, por otra, parte si supiera de mi dolor, tendría alguna posibilidad de recapacitar sobre su actitud, o sobre su propia inconsciencia, si es que la hay. En situaciones de este tipo veo que mientras mi SER está en el dolor, mi personaje se maquilla una enorme sonrisa rabiosa, que disimula y convierte en lo que no es mi experiencia real. Veo que mi dolor queda escondido, taponado, oculto; como si fuera algo indigno sentir dolor ante una situación donde “¿la vida me golpea?”, (yo me siento golpeada). Por tanto, a ese dolor que me produce la situación en sí, he de sumar el dolor de mi propio auto-rechazo. Porque esconder mi sentimiento real es rechazarlo, es ocultarlo, es enviar a mi interior un mensaje que descalifica o juzga, avergüenza y recluye a una parte de mí, que resulta ser la más hermosa de cuánto soy: mi capacidad de sentir senti r. Esa parte de mí es la única que tiene el poder para sembrar luz en el mundo. Si yo, en vez de maquillarme una sonrisa, muestro mi dolor, el otro tiene la oportunidad de comprobar las consecuencias de su actitud. No se trata de
culpabilizarle, solo de no maquillar la realidad. No se trata de hacer, ni decir, nada en concreto ni con ninguna intención, solo de ser yo misma y que el otro vea la verdad en lugar de una sonrisa de acuarela. Al revés pasa exactamente lo mismo, cuando una actitud mía despierta el dolor de alguien, si ese alguien me hace el gran regalo de mostrarse ante mí tal cual, de dejarme ver su dolor, yo puedo cuestionarme, darme cuenta de algo mío. Pero si ese alguien se oculta tras una máscara de arrogancia, dejándome creer que no le afecta en lo más mínimo, que no le importa en absoluto mi actitud ni mis acciones, entonces yo me voy con mi ignorancia a seguir dando palos de ciego por donde sea que vaya. Mi personaje es muy predecible: cuando la dañada soy yo, lo que hace mi carácter es convertirme, bien en una hipócrita interpretando un desparrame de pasotismo, o bien en una fiera revestida de rabia y de indolencia. Mi verdad es sencilla: esto me duele . Mi personaje se complica demasiado: verás mi ira, pero no verás mi llanto . ¡Qué absurdo mi personaje!: consigue poner al otro a la defensiva, refuerza su actitud. Y de ninguna manera le posibilita despertar a algo. La ira despierta ira, no comprensión. Mientras que el dolor despierta consciencia. Ante el dolor yo despierto de mis sueños, por muy profundos que sean. Y esa es la única manera de ver y vivir en la realidad. No es lo mismo dolor que sufrimiento. Actuar sin sopesar las consecuencias de mis actos, dejarme gobernar por mis impulsos y deseos sin medir el alcance que van a tener en los demás y en mí misma, esto es un claro indicio de estar dormida, soñando, siendo inconsciente. Ser una soñadora puede estar muy bien si soy consciente de mi sueño y le doy una salida creativa. Por ejemplo: sueño con una situación profesional determinada, y convierto mi sueño en un proyecto, me pongo a construirlo; esto es creatividad, me doy la posibilidad de hacer realidad algo que soñé. Pero ser una soñadora puede ser nefasto si al soñar no me doy cuenta de que estoy soñando. Porque entonces uso mis sueños para atrapar a otros en esa red. Porque los sueños son eso: sueños, redes. No son verdad. Me alejan de vivir la Realidad.
Si me muevo desde aquí, lleno mi vacío de sueños, quizá justamente para no sentir el dolor de ese vacío. Entonces es muy probable que vaya atrapando en esos sueños a todo aquél con quien me relacione. Si estoy dormida no me doy cuenta de que soy la primera atrapada en mi propia red. La única falsa ventaja que tiene vivir dormida, vivir soñando sin saber que estoy ahí atrapada, es evitar la Responsabilidad que conlleva asumir la Realidad. Hasta que no reciba un golpe lo suficientemente doloroso en mi vida, o bien hasta que no haya alguien que me muestre cuánto le ha dañado mi engaño (el sueño es un engaño, no es real, no es verdad, todo lo que pasa en un sueño es ficción) no me planteo la posibilidad de despertar. El dolor me despierta, el dolor me hace consciente porque me pone en contacto con lo más profundo que hay en mí, dónde solo cabe lo importante: la verdad. Bien, pues hasta que no haya alguien que me muestre ese dolor no me daré cuenta de que cuando elijo no sentir mi dolor y mi vacío, ese dolor que yo rechazo le rebota en la cara a quién se relacione conmigo, le golpea en su confianza, en su entrega, en su compartir conmigo. En algún momento pasará algo que pondrá en evidencia que el soñador está soñando, y que está muy lejos de la realidad. Y la otra parte se va a sentir engañada, traicionada. Se va a dar cuenta de que el soñador en realidad no está. No está despierto, no está consciente; todo cuanto dice y hace forma parte de la mentira de su sueño. No es real. Este es el dolor que le rebota al otro, el de comprender que ha sido estafado por un estado ilusorio. ¿Me dejaría atrapar en el sueño de otro si estoy despierta? Yo creo que no. Sigo confiando en la ley del espejo universal, incluso aquí. ¿Es posible que la vida me haya puesto en el centro de un sueño ajeno, que para mí ha acabado siendo una pesadilla, justo en un intento de ayudarme a despertar? Yo creo que sí. Por esto es que desde aquí agradezco de todo corazón a cada Ser dormido que se cruzó en mi vida dándome la oportunidad de conectar con mi dolor, y dándome la oportunidad de despertar para pasar a formar parte de la vida real. Si vivo atrapada en el mundo de los personajes que dan forma a mi personalidad, vivo atrapada en el mundo de los sueños. Niego mi realidad, que soy quien soy y siento lo que siento.
Aceptar mi realidad es aceptar ese vacío interior y ese dolor de darme cuenta de que me falto a mí misma, no me tengo. Es darme cuenta de que mi interpretación teatral es quien llena falsamente mi vacío de no ser quien soy. Son mis personajes, mi carácter, mi máscara, mi neurosis, mi mentira, los que están viviendo mi vida, no yo. Esto es despertar del sueño. Esta es la realidad que necesito aceptar. La única manera que conozco de empezar a buscar, en el lugar adecuado, lo que necesito encontrar para que mi vacío deje de estar tan vacío. Solo puede ocurrir si lo lleno de mí misma, de lo que soy y no de lo que juego a ser. Porque si elijo seguir dormida y seguir soñando, estoy llenándome con mentiras y, si nunca despierto, todo en mi vida serán mentiras, y todos cuantos se relacionen conmigo lo estarán haciendo con mi mentira, no conmigo en realidad. Si vivo atrapada en un sueño, todos mis semejantes son personajes de ese sueño, no personas reales. Y mi vida será completamente egoica; los personajes no tienen derechos, no necesitan ser respetados, ni tenidos en cuenta, porque son irreales. En el mundo de los sueños todo son personajes, los demás y yo misma. Nadie sale ganando. Si vivo atrapada en un sueño, me relaciono con objetos, no con sujetos. Y me creo en el derecho de usar esos objetos a mi antojo y conveniencia, incluso a mí misma que soy un objeto más en los mundos de Morfeo. Si despierto de mi sueño me relaciono con personas, tan personas como yo. Y como estoy despierta y soy consciente de que somos personas, me tengo en cuenta, me valoro y me respeto, las tengo en cuenta, las valoro, las respeto. En la misma medida que somos personas todos, con todos, los demás y yo misma, seré igualmente respetuosa, amorosa, comprensiva, y justa. Estar despierta es ser consciente, y la consciencia es un tamiz que filtra, no permite que pase según qué. Esta despierta, ser consciente, es la única forma de aceptar mi vacío, de quitarles el trono a los personajes inventados que dan forma a mi carácter. Para ocupar yo misma mi lugar legítimo. Es la única oportunidad de ponerme en marcha para rescatar las partes de quien soy que están desterradas. Es un círculo: esas partes propias y legítimas, al ser destituidas generan un vacío, y ese vacío es el agujero que me queda dentro cuando me arranco un pedazo de mí misma.
Cuantos más pedazos de mí haya arrancado, más grande es mi vacío, más insoportable mi dolor. Cuanto mayor es la renuncia que yo haya hecho de mí misma, de ser quien soy en realidad, mayor será el diámetro de mi vacío. Sea como sea, ese vacío necesita ser llenado de lo único que lo puede llenar, aquello que estaba de manera original, aquello que fue arrancado. Nada más puede llenar ese vacío. Llenarlo de sueños es llenarlo de mentiras y, como son mentiras, el vacío sigue vacío por más sueños que meta en ese agujero. En cambio, si voy a la búsqueda de esas partes de mí que fui al nacer, y que aprendí a negar mientras crecía; esas partes de mí que yo acabé rechazando igual que las rechazaba mi entorno, en un intento de ser como ellos querían que fuera para que me “aceptaran”, si voy las podré recuperar y devolverlas a su lugar. Necesito mirarlas sin juzgarlas. Mirarlas con el amor de mi corazón. Son las piezas de mi puzle, ninguna otra cosa puede encajar en ese lugar, porque es su lugar, a su medida, no a la medida de ninguna otra cosa. Y porque ese lugar les corresponde. Me corresponde. Si intento llenar mi lugar con cualquier otra cosa que no sea yo misma, el intento es un fracaso garantizado. Esto es para mí SER, esto es para mí Completud. Eso con lo que nací, eso que soy. soy. Volver Volver a ser quien soy y dejar de jugar a ser otra cosa. Sentir lo que siento sin maquillaje ni modelaje. No hay ninguna necesidad de corregir algo que por Naturaleza es perfecto, pues en cada corrección lo desvirtúo y lo destruyo. Ninguna ciudad, por altos y brillantes que sean sus edificios podrá igualar jamás la belleza de la naturaleza pura. Porque en la naturaleza brota la vida, mientras que en las ciudades solo hay asfalto, hojalata y contaminación. Mi personaje es la ciudad. Mi SER es la Naturaleza. Si me identifico con la ciudad vivo de forma artificial, en un mundo sintético con luces de Neón. Si me identifico con la Naturaleza vivo en mi esencia, en mi verdad, en mi SER, con la luz del Sol. Finalmente, yo construí a mis personajes, yo les di la vida. Lo único que necesito es reconocer todas y cada una de mis partes, y dejar de vivir negando su compatibilidad. Amar es algo que solo puedo hacer desde el contacto con mi SER. Amar implica
un alto grado de consciencia y aceptación. No me sería posible ver y aceptar en el otro aquello que no quiero ver ni aceptar en mí.
LAS 4 CABAÑAS Siendo niños, cada uno de ellos, Pedro, Judith, Javier y Lucía, estaban en mitad de un bosque, participando en un concurso infantil. Cada uno de ellos debía construir su propia cabaña. Al finalizar se haría una valoración y cada niño obtendría un premio diferente a los demás y proporcional al resultado obtenido.
Las normas del concurso eran que cada uno debía buscar para sí mismo los elementos y materiales que necesitara, partiendo de cero. Ninguna de las cabañas podía copiarse de las otras. Tenían que ser totalmente diferentes. Así pues, cada niño empezó su faena. Pedro, que era muy activo y muy fuerte, fue llevando a su parcela todas las piedras que encontraba alrededor, grandes, pequeñas, redondas, cuadradas…, hasta hacer una gran montaña de piedras. Judith hizo algo parecido con todas las ramas secas que encontraba, las iba llevando a su trozo de bosque, con la intención de entrelazarlas después hasta conseguir la cabaña deseada. Por su parte, Lucía, comenzó a coleccionar flores y más flores, todas las que veía se las llevaba a su espacio y tejía entre sus tallos paneles preciosos de colores múltiples. Javier, en cambio, permanecía quieto, estaba allí sentado, con la mirada perdida en el horizonte y una sonrisa suave y relajada en su rostro. Sin hacer nada. Así pasaron horas y horas. Como si solo se tratara de un divertido juego, cada niño construyó su cabaña. Todos excepto Javier. Cuando acabó el tiempo los jurados se acercaron a cada una de las cabañas para hacer su valoración. Al llegar al espacio de Pedro vieron una pirámide triangular donde unas piedras se apoyaban sobre otras, las más grandes en la base, las más pequeñas en el pico superior. Había quedado un agujero en un frontal que hacía las veces de puerta. Los jurados preguntaron a Pedro: - ¿Qué ventajas y qué inconvenientes tiene tu cabaña, Pedro? El niño pensó unos segundos y sin demora respondió: - La mayor ventaja es que es muy fuerte, porque porque es de piedra. Puede resistir resistir al fuego y me cobijaría de los animales salvajes del bosque.
- Las desventajas son que, si la tierra tiembla tiembla con la fuerza suficiente para derribarla, quién esté dentro puede morir aplastado. Además, como no tiene
ventanas su interior es oscuro.
Los jurados tomaron algunas notas y se dirigieron a la parcela de Judith. La cabaña hecha con ramas tenía forma rectangular, con el techo abovedado, en cada pared había un hueco que igual servía de puerta que de ventana. Los urados entonces interrogaron a la niña: - ¿Qué ventajas y qué inconvenientes tiene tu cabaña, Judith? Judith contestó apresurada, de forma espontánea, casi sin pensar: - Mi cabaña es cálida, espaciosa, tiene buena ventilación, mucha iluminación. Por otra parte, si hubiera un incendio las ramas arderían con facilidad facilidad y si hubiera alguien dentro moriría abrasado. ¡Qué horror! Claro que si llueve también se filtraría el agua y la cabaña se inundaría.
Nuevamente los jurados tomaron algunas notas y prosiguieron. Al llegar a la parcela de Lucía sonrieron viendo una gran esfera de flores, que sin puertas ni ventanas se mantenía perfectamente asentada. Para entrar y salir era necesario alzar la base del suelo, y como las flores no pesaban apenas nada, resultaba fácil y original. - ¿Qué ventajas y qué inconvenientes tiene tu cabaña Lucía? - Mi cabaña es hermosa, ligera…, al no tener puerta ni ventanas es íntima, aromática…. Es muy bella. Por otra parte, cuando las flores se pudran será muy fea, además el olor que ahora es tan grato puede ser insoportable. Como no esa casi nada, el aire se la puede llevar para donde sople, eso tampoco es ninguna ventaja.
Volvieron a tomar algunas notas y continuaron. Al ver que Javier no había construido ninguna cabaña, reunieron a los niños para finalizar el evento y otorgarles sus premios. Fueron llamando uno por uno: - Pedro: La fuerza es la ventaja de tu cabaña. Los inconvenientes son el peligro peligro de desplome y la oscuridad. Te Te entregamos pues una - dosis de ternura y otra de luz para que no pierdas la primera. Sin esta ternura esta luz, tu propia fuerza te aplastaría a lo largo de la vida.
- Judith: La calidez, el espacio, la ventilación y la luz son las ventajas de tu cabaña. Los inconvenientes son el peligro de incendio o inundación. Te
entregamos pues una dosis de firmeza. Sin ella estarías expuesta a que lo externo te ahogue o te abrase internamente.
- Lucía: La belleza, ligereza, ligereza, intimidad y aroma aroma son las ventajas de tu cabaña. Los inconvenientes son el peligro peligro de desplazamiento y de putrefacción putrefacción inminente. Te Te hacemos entrega pues de una dosis de solidez y otra de fundamento, ambas te darán más peso interior que el que puede tener la belleza del momento.
Por último, se dirigieron a Javier que estaba expectante esperando su turno. - ¿Cómo es que no construiste tu cabaña Javier? Javier con expresión atónita protestó. - ¿Quién ha dicho que no? ¿Acaso no podéis verla? Pero si mi cabaña es la mejor. mejor. La más grande. La más bonita. La más segura. Nada ni nadie puede pued e entrar si yo no quiero, además es la única que estará en pie el tiempo que yo viva. Sobrevivirá a los incendios e inundaciones, ataques de animales y vendavales, terremotos o cualquier otra catástrofe. Eso está garantizado. ¿De verdad no podéis verla? Mirad, ahí tiene inmensos ventanales acristalados, a la derecha está la cocina labrada en mármoles relucientes, a la izquierda construí el ala de invitados con veinticinco habitaciones, todas con baño privado, el salón principal tiene salida a un trozo de bosque particular donde he cultivado c ultivado hermosos rosales y árboles frutales…….
Los jurados se miraban entre ellos, sin comprender e interrumpieron al niño para preguntarle: - ¿Pero Javier, Javier, dónde has construido tu “mansión”? El niño puso una expresión muy interesante, y sonriendo les dijo: Aquí, en mi imaginación, donde nadie puede entrar ni salir sin mi permiso. - Está bien, dijo uno de los jurados, ¿me dejas entrar a mí? - De acuerdo. Contestó Javier Javi er.. - ¡Ahhhh!, exclamó el jurado, ¡hummm!, ¡uffff!
Javier lo miraba extrañado. - ¿Qué está haciendo? - Dímelo tu Javier. Javier. Estoy en tu propiedad…, propiedad…, dime ¿qué estoy haciendo? ¿No uedes verme verdad?
Javier los miró enfadado, bajó los ojos llenos de lágrimas y negó con la cabeza.
- Los sueños son hermosos Javier, Javier, sin embargo, embargo, es necesario despertar para empezar a vivir, vivir, esa es la única posibilidad de construir algo real. Aquél que vive atrapado en sus sueños no tiene nada vivo y tangible. Por tanto, te hacemos entrega de una pequeña dosis de dolor, dolor, ella te ayudará a conectar con la vida. También te hacemos entrega de una dosis de placer para que puedas disfrutar tu realidad.
LIBERTAD Quiero compartir aquí unas palabras que leí en un artículo sobre Aikido, firmado por Michel Piédoue, definiendo una filosofía realmente interesante. Dice: “El guerrero guerrero aprende a matar porque él cree que todos quieren tomar su vi da y que esta es la única manera de preservarla. Después, aprende a proteger su vida sin atacar la de otros, luego a proteger la vida de los demás y, por fin, a dar la vida. Desde un combatiente sangriento ha llegado a ser un sanador. sanador. Esta es la Vía.”
Al trasladar estas palabras hacia mi interior, hacia la guerra interna que como Ser Humano que soy tengo de piel hacia dentro, me doy cuenta de que mis propias guerras internas son las únicas que realmente me restan libertad. ¿Qué es la libertad? ¿Qué me sugiere la palabra libertad? ¿Me siento una persona libre? Al mirar mi propia trayectoria de vida, desde el inicio, me surge la inspiración de esta forma: “Partiendo de un mensaje inicial, que ya en su origen me llega distorsionado, condicionado, parcial y altamente manipulado, voy confirmando, eslabón a eslabón, la cadena de mi propio Anti-Amor. Anti-Amor. Esa cadena que amordaza los latidos de mi corazón y los condena al silencio, al infarto emocional. Y como todo lo contenido, lo ignorado, lo reprimido y rechazado, tras su mordaza, mi corazón grita escalofriantemente, desde el más abs oluto de los silencios, grita… desde la más vehemente de las locuras, desde el terror, terror, desde la más pura soledad, grita…. Y grita que se muere por sentir. sentir.
La desolación con su silencio denuncia que no hay respuesta, respuesta, pues nunca hubo regunta. Solo habría hecho falta eso, un simple cue stionamiento, para desmontar la férrea cadena, que eslabón a eslabón, configura la celda del cautivo en sí mismo. Disfrazo al carcelero carcelero de gentil protector, protector, de fiel amigo cuidador, cuidador, y si llega el caso, ¿por qué no?, de cruel vengador. vengador. Disfrazo al carcelero carcelero de indudable dignidad, dignidad, de fuerza, de coraje, de hombre, hombre, de mujer, mujer, de elegancia, de clase, de glamour, glamour, de soberbia, sober bia, de arrogancia, de celo, de belleza y de duelo…. Carcelero Carcelero sin más, convertido en feudal gobernante de la tierra de nadie…. ¡qué grande me queda el traje y cómo aprietan mis zapatos! Vuelan las semillas, las arrastra el viento de la pasión, las germina la humedad del llanto que, cual estanque, luce glorioso y cubierto de nenúfares muertos. Y aparecen los primeros destellos de la caricia del Sol, para llenar de luz las sombras, y denunciar a los cadáveres que imitan a la vida, con sus corbatas empacadas del apresto del polvo del destierro. Fantasmas paseando por tierra de nadie, entre entre raíces muertas y mentiras vivas. ¿Dónde está la pregunta que despeje mi bosque de las hierbas podridas? ¿Dónde está la pregunta? No son respuestas lo que busco, en realidad ellas ellas me encuentran a mí cuando hay algo a responder…. ¿Dónde está mi pregunta?
La pregunta adecuada es la llave de mi celda cuando hablo de libertad interior. Libertad interior es esa que puedo sentir sea cual sea mi circunstancia. Porque la externa puede verse condicionada por mi situación, si por ejemplo estoy encerrada en un hospital, en una cárcel, o en cualquier otra forma que me impida el acceso al exterior. Pero mi libertad interior, además de que solo depende de mí misma, yo puedo ensancharla o estrecharla según gestione mis propias partes. Por eso la pregunta es tan importante. Gano libertad cuando más sé de mí misma. Cuanto más conozco mis partes, todas mis partes, esas con las que me identifico y aquellas que niego que sean mías. Entonces puedo proponer acuerdos entre mis contradicciones, y serán acuerdos que me devuelvan mi paz interior.
Si yo soy mi propia guerra, si puedo reconocer la batalla interna que me resta libertad, entonces puedo ver que se está librando un combate por SER yo misma. Y en ese intento de SER yo misma la batalla puede no tener fin si continúo peleando sin ver, sin oír, sin sentir y saber de mí. Volviendo a las palabras del principio, las que leí en el artículo de Aikido, ¿cómo puedo hacer esto internamente? ¿cómo puedo hacer que mis soldados internos dejen de matarse unos a otros? Si ” El guerrero guerrero aprende a matar matar porque él cree cree que todos quieren tomar tomar su vida que esta es la única manera de preservarla”, entonces, mis soldados internos han de entender que no necesitan defenderse pues nadie los amenaza de muerte, y para eso ha de cesar el ataque de unas partes mías contra las otras; mejor escucharme que pelearme, mejor tratar de entenderme, acordar pactos y respetarlos. Después “ El guerrero, aprende aprende a proteger su vida sin atacar la de otros”. Esto es posible cuando escucho lo que no me gusta oír, sabiendo que mi decisión es voluntad mía, y por tanto no necesito atacar aquello con lo que no esté de acuerdo; lo que necesito es oírlo, verlo, saber que existe y que está en mí, conocerlo. Luego “El guerrero aprende aprende a proteger la vida de los demás”. Este es el punto en el que puedo ver que la intención de mis otras partes no es la de dañarme, sino que al igual que yo también intentan sobrevivir y protegerse de mi propio ataque. Entonces, cuando me doy cuenta de que todos mis soldados luchan, pelean, por una misma causa, su derecho a existir, ya no estoy de parte de ningún frente; solo puedo estar a favor de todas y cada una de mis partes; aunque parezcan contradictorias, no lo son tanto en realidad: solo existe un desencuentro. Por último “El guerrero guerrero aprende a dar la vida por los demás”. Esto es así cuando me doy cuenta de que mis demás partes también son yo, también son partes mías. Doy la vida por los demás cuando los hago míos, cuando me reapropio, cuando los integro en mi corazón. Finalmente “ Desde un combatiente sangriento ha llegado a ser un sanador. sanador. Esta es la Vía”. Así es, puedo partir de una tremenda guerra interna hasta llegar a mi propia sanación, transitando cada uno de los puntos que acabamos de ver.
Como cualquier batalla, guerra, combate, pelea..., el final feliz solo es posible si el amor hace su presencia y pone orden. Llegar a amar a mis partes internas es el único secreto que conozco para instaurar la paz en mí y, para mí, la paz y la libertad, en este contexto, son equivalentes, son sinónimos. Las guerras de este mundo no son más que la consecuencia y el reflejo de las guerras internas de cada Ser Humano. El Mundo, la Vida, no deja de ser un precioso Espejo donde puedo ver mi interior reflejado. Cada batalla que se está librando en mi interior tiene que ver con mis partes rechazadas. La guerra es para mantener tras la línea de lo consciente esos aspectos negados. Todo cuanto rechazo en mí lo rechazo del mismo modo en los demás. Mis conflictos internos acaban provocando guerras ahí fuera. Cuando no sé lo que está pasando en mi interior, cuando no sé que vivo en guerra conmigo misma, cuando no sé que yo también soy lo que no conozco de mí, entonces, toda esa realidad inconsciente sale vomitada hacia el exterior. Se me ocurre un ejemplo: “No soporto tu intolerancia”. Sería más correcto decir “gracias por mostrarme mi propia intolerancia a través de tu espejo”. En este ejemplo es evidente: soy yo la que no soporto. Soy yo la intolerante. Si no soy consciente de serlo, cuando pasa algo que resuena con este aspecto mío hay una energía que se mueve con fuerza en mí. Mi intolerancia principal es hacia mi propio aspecto intolerante. Así entiendo que no todos veamos lo mismo aún mirando en la misma dirección. Y quizá también sea que no siempre ponemos la atención en los mismos puntos, aun usando el mismo espejo. Cuando vivo una intensa guerra interna, me veo atrapada por lo que me mueven las guerras externas, esas que veo reflejadas en la pantalla de la vida. Entonces, siento la necesidad de hacer algo al respecto, aunque en muchas ocasiones no sepa qué o cómo, o sencillamente, me sienta impotente frente a eso que está pasando y puedo ver. ver. Del mismo modo, cuando me desentiendo de mis propias guerras internas, tampoco quiero saber nada de las batallas del mundo.
¿Dónde pongo mi atención? ¿Qué cosas me afectan, me duelen, o me enfadan de la vida? ¿Cómo es eso en mí?, ¿qué tiene que ver conmigo? Aunque pueda parecer egoísta que dirija mi atención hacia mí misma frente a tales barbaridades como son las guerras del mundo, realmente siento que no lo es. Estoy convencida de que este mundo dejará de vivir entre guerras el día en que los Seres Humanos dejemos de vivir en guerra interna. Por tanto, es necesario que cada uno de nosotros se centre en resolver su propia batalla, y para eso es urgente que todos dirijamos nuestra atención hacia dentro, en beneficio propio y, como consecuencia, en beneficio del mundo. Si la vida es un espejo, este espejo solo reflejará paz cuando los Seres Humanos alcancemos nuestra propia paz profunda de forma individual. Te hago una pregunta a ti: ¿Qué cosas ves en el mundo que te gustaría mejorar? Te hago una sugerencia ahora: Haz una lista con las cosas que te gustaría cambiar en el mundo, luego lleva todo eso a tu vida. Es más, mejora todo eso en tu propia vida. Cuando lo hayas hecho vuelve a mirar hacia el mundo y repite el ejercicio, haz una nueva lista con las cosas que veas en ese momento que te gustaría cambiar en el mundo. Ahora compara la primera lista con esta última. Si realmente has mejorado las cosas que escribiste en la primera, verás que en esta segunda hay cosas diferentes. Ya no sientes la misma necesidad de cambiar lo que escribiste la primera vez. Si todos los Humanos hiciéramos este ejercicio: ¿Qué crees que pasaría? Que el mundo llegue a ser un paraíso idílico quizá sea una utopía, de acuerdo. Pero lo que sí es seguro es que una sola guerra menos es un avance indiscutible. Una sola guerra menos equivale a una gran victoria de la paz. Una sola es beneficio para toda la Humanidad. ¿Vale la pena que uno solo de nosotros elabore su propia guerra interna? Sin lugar a dudas: SÍ.
La paz del mundo depende de nosotros, de los hombres y de las mujeres de todas las edades, de todas las razas, de todas las religiones. De cada uno de los Seres Humanos que vivimos en este planeta. Si un solo humano consigue conquistar su paz interna, el espejo de la vida lo va a reflejar. Y de este humano nos podemos contagiar otros. Y de este humano somos muchos los que podemos aprender. Cuando uno de nosotros empieza a caminar en dirección a su propio corazón, lo está haciendo el planeta. El otro deja de ser mi enemigo cuando yo cambio mi espada por mi corazón. Mis partes internas dejan de ser combatientes cuando consiguen mirarse con amor en vez de hacerlo con rechazo. Entonces yo he cambiado mis ojos de rechazo por mis ojos amorosos. Necesito dejar de juzgarme y empezar a comprenderme. La paz y la libertad SÍ se pueden elegir. Tengo tantos enemigos como espadas empuño. Nadie necesita defenderse o luchar contra el amor. Cuando no me siento bien con la vida, cuando no encuentro mi paz interna, es solo por una cosa: Estoy en pelea conmigo misma. Me ataco y me defiendo de mis propios ataques. No me doy cuenta de lo que está pasando en mi interior. Justifico mi malestar con cosas externas: con mi trabajo, con mi pareja, con mis relaciones, etc… En lo más profundo es todo lo contrario. Mi guerra interna es la que está repercutiendo ahí fuera, soy yo con mi lucha quien convierto mi entorno en un campo de batalla. Porque cuando vivo en guerra me muevo desde el combate. Atacando o a la defensiva. Y, como es lógico, mi entorno reacciona ante mi actitud. Por esto, llegar a mi paz interna es la forma en que mi vida externa también se vea beneficiada, y no al revés. Al final mi conclusión es clara: fuera es igual que dentro. Todo se presta a ser un espejo que me ofrece la oportunidad de reconocerme internamente a través de lo que veo reflejado fuera. Si me quedo solo con lo de fuera y no me apropio de ello, no resuelvo dentro. Las mismas situaciones volverán una y otra vez en el intento de ser resueltas. Es
el espejo reflejando mi propia realidad. Cuando resuelvo internamente, lo de fuera “mágicamente” también se modifica.
EL ESTANQUE ESTANQUE Y LA VIDA Andaba un hombre paseando por el bosque, cansado de su vida tediosa y repetitiva. Cansado de batallando, discutiendo circulares: su familia con la que constantemente estaba y en desacuerdo. Sumido en sus pensamientos - La vida no vale la pena, nada tiene tiene sentido, todos son estúpidos, nadie me entiende, nadie me valora, nadie se da cuenta de todo el esfuerzo que estoy haciendo constantemente en un trabajo miserable donde cada día es parecido al anterior, anterior, y así un día y otro día, y otro más, ¿total para qué, si nadie me lo tiene en cuenta, si nadie me lo agradece? La vida no vale la pena, nada tiene sentido, todos son estúpidos...
El camino, por el que andaba el hombre de pensamiento circular, pasaba rozando un Estanque de agua cristalina. El hombre se acercó al agua para refrescarse porque el tiempo que llevaba andando le había hecho empaparse de sudor. Realmente estaba muy enfadado con todo, al acercarse al agua contempló un momento el lugar, y dejo salir unas palabras: - ¡Qué feo es este sitio! Un pajarillo, que estaba subido en la rama de un Sauce, escuchó las palabras del hombre y se sintió sorprendido. Se quedó mirando como aquel personaje se mojaba la cara neciamente, se empapaba el pecho salpicando el agua en todas direcciones y sacudía sus manos con desprecio contra el aire mientras se daba la vuelta para seguir por el camino que le llevaba a su destino. Al cabo de unas horas, otro hombre pasaba por el mismo camino; éste lo hacía maravillado por la energía del lugar. Su pensamiento era diferente del hombre anterior: - Es impresionante impresionante la belleza que regala regala la Naturaleza, el infinito infinito brote de vida que se evidencia, se huele y se siente mire donde mire. mire. Realmente la vida es una u na oya hermosa. Qué afortunado soy por tener la dicha de pertenecer a un mundo, tan generoso, que todo me lo da y no me pide nada a cambio. Las flores me llenan de aromas. Los frutos de los árboles me llenan de sabores. sa bores. La caricia del Sol y del Aire me llena de sensaciones. El paisaje me regala todo un arcoíris de colorido para mis ojos. Mis manos se deleitan acariciando la piel de la mujer que amo. Mi corazón se expande cada vez que mis hijos me abrazan y me llenan de besos cuando vuelvo a casa, después de un día en el que he podido sentir que soy útil a través de mi trabajo, que me permite convertir mi tiempo en satisfacción y que me hace sentir tan realizado. Sí, realmente soy un hombre muy afortunado. ¡Qué hermosa es la vida! ¡Qué dicha estar vivo!
Al llegar al estanque, el hombre se sintió cautivado por las aguas del lugar y se acercó para sentir la alegría de impregnar sus manos en el interior. Se acercó al borde y, antes de tocar el agua, musitó unas palabras: - ¡Qué belleza la tuya!, te pido permiso para romper tu paz al tocar tu agua, ara sentir el placer de acariciarte. Espero no molestarte.
El mismo pajarillo, que seguía mirando desde la rama del Sauce, vio como el
hombre con sumo cuidado y respeto, introdujo sus manos en el agua y tomando un poco de esta, la llevó a su frente en una caricia, después a su pecho con ternura, y finalmente a su pelo. Vio como el hombre esbozaba una increíble sonrisa, con los ojos llenos de humedad, por la emoción de lo que estaba sintiendo y como con sumo cuidado, para no pisar las flores del suelo, retomó el camino hacia su destino. El pajarillo, al quedarse de nuevo a solas en el estanque le preguntó al resto de criaturas del lugar: - ¿Cómo puede este lugar ser feo en un momento determinado, y al cabo de solo unas horas estar lleno de belleza?
La rana confundida le contestó: - ¿Qué te hace pensar eso? - El primer hombre hombre al acercarse a la orilla del estanque dijo: “¡qué feo es este lugar!”, y el segundo hombre dijo: “¡qué belleza la tuya!”. ¿Cuál de los dos se equivoca?, ¿cuál de los dos tiene razón?
El ratón que vivía en el hueco del Roble también intervino en la conversación: - Está claro, este lugar es hermoso; es nuestro hogar, hogar, y si es nuestro nuestro hogar, hogar, es el mejor.
La ardilla que vivía en el Ciprés de al lado también participó en la conversación: - En realidad, depende, si es primavera el lugar es hermoso porque porque está lleno de flores, pero pero si es otoño pues es más feo porque los árboles se quedan “pelados”.
También la liebre que estaba unos metros más allá comiendo césped, se acercó para contribuir con su opinión: - Pero si los los dos hombres han venido el mismo día. Yo Yo creo que por las mañanas con la luz suave del amanecer el lugar es hermoso porque irradia alegría y luminosidad. En cambio, por la tarde, cuando empieza a oscurecer el lugar se vuelve oscuro y entonces es feo y asusta.
El ciempiés que se pasaba el día caminando de un extremo al otro del paisaje dijo: - Que no, es al revés; el primer pr imer hombre vino por la mañana y dijo que el lugar es feo, y el segundo que vino por la tarde dijo que era er a hermoso. Yo Yo creo que
depende de la temperatura. Por la mañana hace frío y todo parece feo, en cambio por la tarde como el sol ha calentado el lugar tantas horas, entonces hace calor y el lugar es hermoso.
Viendo el estanque la tremenda confusión que se estaba extendiendo entre las criaturas del entorno decidió intervenir: Queridos amigos: Es más sencillo. Venid, Venid, asomaros al agua y podréis ver cómo sois también vosotros.
JUSTIFICACIÓN Pierdo cualquier posibilidad de ayudarme a mí misma, mientras justifico el por qué hago las cosas que hago y de la forma en que las hago. Este es un mecanismo común a los humanos, al menos a los que yo he conocido en mi vida, que se puede desmontar cuando nos damos cuenta de que al usarlo los que salimos perdiendo somos nosotros mismos. ¿Cómo sé que estoy frente a mi herida?, pasa algo que me duele mucho internamente y empiezo a comportarme de una forma concreta. Esa forma es dañina. Aparecen mecanismos míos defensivos que pueden incluir cualquier forma de agresión, bien sea hacia el otro o hacia mí misma. Esta agresión cuando es hacia fuera, hacia el otro o los otros, no tiene por qué ser a través de la violencia física, puede ser verbal o de actitud, es decir, puedo decirle cosas a esa persona con la intención de herirla, de hacerla sentir mal. O puedo ignorarla y castigarla no mirándola siquiera. Es una forma de venganza, que pocas veces reconozco y muchas justifico o excuso. Si existe un “culpable” de mi dolor, en presente, hoy, como adulta que soy, es solo uno y está en mí. Mi juez, absolutamente ignorante y arrogante. Que cree estar en posesión de la verdad y se cree en el derecho de hacer lo único que sabe hacer: juzgar. Me juzga a mí con la misma contundencia que juzga a los demás. Cuando me uzga a mí no me permite asumir mi responsabilidad, porque mi juez entiende
que las cosas se hacen bien o se hacen mal, y si hay algo que asumir es porque se han hecho mal. Por tanto, todas las justificaciones de mi interior se ponen en marcha para protegerme de mi propio juicio y castigo; así no hay manera de asumir nada de nada. Desde el miedo, no. Si en lugar de juzgarme trato de comprenderme, entonces no necesito ustificarme. Porque en la comprensión no hay lugar para hacer las cosas bien o mal, el matiz es otro y pasa más por saber hacer algo o admitir la necesidad de aprender a hacerlo. No saber hacer algo mejor de lo que lo hago no es ningún pecado y menos mortal. Cuando me doy cuenta de que necesito aprender a hacer algo, puedo cambiar mi vida. Cuando me juzgo, inmediatamente me defiendo, y en el intento de desculpabilizarme puedo dirigir la culpa hacia los demás. Es un mecanismo automático e inconsciente que va más deprisa que mi capacidad de reflexión. En un instante ya se ha hecho un juicio, ya existe un culpable, un reo, un delincuente. Yo no quiero ese castigo que es tan duro y tan injusto. Total, mi mayor pecado “real” ha sido no saber hacer las cosas mejor o de otra forma, o quizá ha sido no atreverme a hacerlo de otro modo. Pero no saber, o tener miedo, no precisa un juicio, ni un castigo tan severo. Para asumir que no sé, o bien mi falta de valor, necesito darle vacaciones a mi uez; en tanto no lo hago, desvío esa culpa hacia el exterior. Le doy la vuelta a la tortilla y yo salgo impune, pero impune de mí misma, y al precio de enviar al paredón a otro que nada tiene que ver ni con mis limitaciones ni con mis juicios. Ante el juez tiene que haber un culpable. Esto que estoy explicando ahora aquí, lo he vivido, como protagonista, tal como lo explico, y también en el rol contrario; alguien toca su dolor con algo que yo digo o hago, se defiende agresivamente contra mí, se juzga, y en el intento de evitar su sentimiento de culpabilidad por su propio auto-juicio empieza a “despotricar auténticas barbaridades” contra mí, que él mismo se llega a creer, y cuenta de la película solo lo que le conviene para tener razón y salir impune del altercado, al precio de cargarme a mí con todas las consecuencias de su ustificación, y por su puesto al precio de no aprovechar la situación para asumir nada de nada que le permita ver, localizar y sanar su herida. Las situaciones que provoca mi falta de consciencia hacen mucho daño, no solo en primera persona, sino al medio en que me muevo en esos momentos, que se ve salpicado por el ácido corrosivo de mi juez indolente que lanza sus llamas
(como un dragón) a cualquiera que se acerque a acariciarme, si casualmente esa caricia roza mi herida oculta. Si apoyo la justificación de alguien, le ayudo a seguir herido e inconsciente de su herida. Sin posibilidad de que preste atención al tema y trate de sanar esa parte de sí que se retuerce de dolor en su interior. Sin enterarse de que lo que ha pasado es que quise acariciarle, y de ninguna manera ha sido esa caricia la causante de tanto dolor. Que ese dolor tiene que ver con una herida interna que ya existía, que no la produjo mi caricia. Quien me apoya en mis justificaciones me ayuda a seguir herida. Es lo mismo en las dos direcciones. Cuando tú te acercas para acariciarme y rozas mi herida levemente, yo conecto con el dolor de mi infección; entonces yo me vuelvo contra ti y te vomito todo el dolor que siento (y obedece a toda una vida de contención silenciosa). Además, como sé que con mi reacción te estoy agrediendo, y no quiero culpabilizarme ni castigarme, te culpo a ti de mis propias agresiones: tú me has obligado por “hacerme daño”. Y esto mismo se lo cuento a todo el mundo, que te escupí ácido en la cara como defensa, pues tú me clavaste un puñal en el costado. La realidad es bien curiosa, yo tenía una herida de la que nunca me hice cargo y de la que nunca me responsabilicé, y tú acabarás en el corredor de la muerte, condenado a la silla eléctrica por haberme acariciado. Yo seguiré con mi vida, relacionándome con personas que volverán a acariciarme, y el corredor de la muerte cada vez almacenará más cuerpos en memoria de mi juez, que al necesitar condenar a alguien me impide afrontar mi verdad, y me lleva a escurrir el bulto…. Así funciona la desapropiación de lo que es mío. Sanar precisa comprender la herida, dejar de justificar el por qué de la mentira, la traición, el maltrato.... Si pierdo el tiempo justificando mis neuras, continúo repitiéndolas una y otra vez mientras culpo al otro y me quedo como estaba. Cada vez que apoyo la justificación del otro, me hago cómplice de una trampa mortal, le estoy ayudando a seguir enfermo. Comprender la herida es otra cosa. Sanar mi herida pasa por la rendición de mi juez. Porque en presencia de mi juez no me es posible asumir nada propio.
Por tanto, cesar de intentar tener razón, y cambiar el “cuánto daño me haces” por el “cuánto me duele esto que estoy tocando”, sabiendo que lo estoy tocando gracias, y no por culpa, de lo que está pasando. Y sabiendo que es una oportunidad de lujo para apropiarme de lo que es mío y solo así poder hacer algo con ello; el mero hecho de verlo, ya es todo un logro. A veces necesito pasar una y otra vez por la misma situación, o situaciones similares, y aunque no me dé cuenta de que si el escenario se repite es en un intento de mostrarme algo, (por eso he dicho a veces “necesito” pasar una y otra vez por la misma situación) el hecho es que finalmente veo que cada ocasión es una nueva oportunidad de darme cuenta de algo, y que si se repiten las escenas, es porque mis resistencias no están dejando que yo vea lo que necesito ver y actúe como necesito actuar. Esto es así cuando se trata de situaciones dolorosas. Tengo a la vista las dos últimas experiencias similares y dolorosas que me han ocurrido, gemelas en la esencia, donde se repite el escenario que quiere mostrarme algo. Estas experiencias han sido con mi última relación de pareja y con una amiga muy querida por mí. En ambas escenas se me pide algo importante que yo, de entrada, siento que no quiero dar, que no va a ser bueno. Digo que no; esto es algo que no me resulta fácil, sin embargo, lo hago: digo que no. Ellos insisten; en las dos situaciones pasó lo mismo: trato de validar mi negativa, pero no lo hago con la contundencia necesaria, me dejo convencer y cuando finalmente acepto ceder a esa demanda, entonces veo como esas personas tiran al suelo lo concedido, lo rechazan, no lo quieren. A partir de ahí la relación, en ambos casos, se va al traste. Yo toco mis propias heridas que me hacen tan difícil seguir compartiendo con ellos…, son heridas donde me siento manipulada, burlada, y consecuentemente pierdo mi confianza en estas personas ante sus propias contradicciones. Cuando analizo los hechos intentando comprenderlos a ellos, lo que veo es que quizá desde el inconsciente estaban buscando el NO para fijar un límite, como oportunidad tal vez de desarrollar su propia tolerancia a la frustración. Por eso, cuando yo acepto, ya no quieren lo que tanto parecían desear. Por mi parte, la gran lección que puedo extraer a día de hoy es la de aprender a respetar mi propia voz interna que en inicio dice que no. Cuando yo soy capaz de respetar mis propios límites entonces no hay lugar para acabar sintiéndome burlada o manipulada.
En realidad, lo que tanto me duele es manipularme a mí misma, tanto que acabo aceptando algo que siento que no quiero aceptar. La bofetada que me da la vida, cuando acto seguido se rechaza mi Sí, es proporcional al nivel de traición que me estoy haciendo yo al no respetarme. Y de esto no puedo culpar a nadie. Se mezclan mis propias heridas con las del otro, a un nivel que muchas veces la relación acaba siendo insalvable. Por lo que explicaba antes del juez y el desvío de la responsabilidad. Creo que como humanos que somos, muchas veces los mecanismos neuróticos que se ponen en marcha son muy parecidos en unos y otros. De pronto yo empiezo a sentirme salpicada de un ácido que en realidad no me concierne, y seguramente el otro siente algo similar, quizá no, pero da igual, ya se ha estropeado cualquier posibilidad de resolver porque la conclusión final a la que llego es que uno solo resuelve lo que quiere resolver. No depende solo de mí, el otro tiene el 50% del pastel en su mesa. Yo puedo revisar mi actitud para no lastimar gratuitamente al otro, pero ¿qué pasa con lo que me salpica a mí?; suma dolor al dolor inicial y llega un punto en que las cosas no tienen vuelta atrás. Es necesario que el otro se apropie de lo suyo y yo de lo mío. Cuando los mecanismos de defensa se activan, es muy difícil que las cosas se den la vuelta. Porque además de que el que está a la defensiva ya no está predispuesto a asumir, el contrario en este caso está recibiendo una agresión gratuita que, como mínimo, le pone en actitud de cierre, probablemente también de huida y, en cualquier caso, de protección y defensa. Entre dos que se relacionan defendiéndose uno del otro, poco se puede avanzar. Moverme desde mi herida es naufragar en un pantano de arenas movedizas, donde no tengo posibilidad de emerger, y nada a lo que agarrarme. Por eso es tan importante asumir lo que es mío y atenderlo. ¿Cuántas veces he contenido mi energía en un intento de no llamar la atención desde el miedo proyectivo, a despertar la envidia y el rechazo de mi entorno si me permitía brillar? Si tengo miedo de que me envidien es porque sé cuánto puede dañar la envidia, y lo sé porque la conozco. No puedo reconocer en otro algo que no conozco previamente en mí misma. En el drama de la envidia, todo lo que se admira se destruye al no ser reconocido
como cualidad propia. Para mí, la envidia es la polaridad contraria de la Felicidad. En mi experiencia, lo envidiado nunca es algo material. Sino ese sentimiento feliz que el envidioso cree que aquello material le proporciona al envidiado. Si quiero superar mis envidias necesito incorporar mi permiso para ser feliz, deshacer la prohibición para hacer y sentir cosas hermosas. Levantar la condena al sufrimiento. Pongo un ejemplo: envidio a mi vecina porque se viste de una forma “provocadora” y la verdad es que todos los hombres la miran al pasar. Lo que envidio en realidad es la felicidad que yo creo que ella siente al sentirse admirada por los hombres. ¿Tengo permiso interno para vestir con ropas provocadoras, para cuidar mi imagen y jugar con mi propio atractivo?, si me muevo desde la envidia seguramente no tengo ese permiso, necesito dármelo. De cualquier manera, tal vez yo no sea tan atractiva como mi vecina, pero lo que está claro es que puedo ser feliz; quizá mi felicidad está en otra dirección. Si me reconozco en una de las partes (envidiada o envidiosa), necesito buscar la otra parte y reconocerme en ella. Así que ahí queda la pregunta definitiva: ¿Cuántas veces hubiera apagado el brillo de otro para no sentirme tan poca cosa a su lado? Lo único que yo necesitaba era darme permiso para brillar, porque cuando yo me lo permito, su brillo deja de molestarme. Qué miedo pensar que puedo despertar algo similar en alguien cercano, y qué alivio saber que no es mi brillo lo que odiaría esa persona sino su propio freno ante su brillo personal. Quizá como he hecho yo, también trata de evitar que le rechacen si se permite SER. ¡Qué paradójico es todo desde la neura! ¡qué locura, qué contrasentido! Trato de enlazar esto con lo anterior, porque acaba llenándolo de sentido. Cuando alguien me pide algo (y es algo sobre lo que yo siento la necesidad primera de decir que no) para finalmente sentirme rechazada en el momento que se lo doy, es porque no quiere eso de mí, sino que lo quiere de sí mismo; y al yo aceptar y decir sí, me lo rechaza porque en ese momento siente que no le sirve, que lo que necesita no está en mí, ni pasa por mí. Quizá esa persona ha visto una luz en mí que necesita, pero no es mi luz en realidad la que necesita, sino la suya propia.
¡Qué lástima cuando no soy consciente de los mecanismos que actúan internamente, y que lástima cuando no veo la repercusión que tiene en el otro mi comportamiento! ¡Cuánto dolor sin sentido me podría ahorrar si me conociera más o mejor! ¡Y cuánto dolor gratuito podría evitarles a mis semejantes! Existen mecanismos en mí que son dañinos, muy dañinos, y necesitan morir para dejar paso a la preciosa luz que, como todos, llevo dentro. Tuve el gusto de leer hace poco una fábula muy hermosa que se refiere a los cisnes. Esta fábula cuenta que antes de morir y por única vez en su vida, el cisne canta. La realidad parece ser que cuando el cisne se siente morir emite un graznido que parece un canto, sin embargo, no es más que la voz de su agonía, delatando un final inminente. Cuando yo era niña, cada vez que oía el cuento del patito feo, lloraba a mares. Era incontenible el sentimiento que me desbordaba con esa historia. De adulta comprendo mi identificación, mi propio patito feo tan claramente manifestado dentro de mí. La falta de una familia propia, el rechazo, el sentimiento de fealdad que me acompañó hasta la adolescencia donde descubrí con alivio que los pinceles, brochas y maquillajes varios, podían dibujar algo atractivo que escondiera mi “verdad interna”: Mi sentimiento de fealdad. Después, más adulta y más madura, mi decisión de enfrentarme ante el espejo y asumir lo que tuviera que asumir. No más pinceles, brochas ni colores. Solo mi verdad y yo. Sin darme cuenta estaba decidiendo dejar de ser un patito, dejar de ser fea, y simplemente SER. Por último, esta etapa, en la puedo sentir algunas veces mi propio cisne. Esa belleza que no valoraba entonces y hoy es la única que me importa. La belleza de mi sombra, la belleza de mi parte oscura, no reconocida; la belleza de todos los potenciales que había negado en un intento de no destacar, de no despertar la envidia y la ira de quienes me rodeaban. La belleza de mi interior, donde habita mi espiritualidad, mi trascendencia, mi compasión, mi fuerza, mi gratitud, mi luz, mi firmeza, mi transparencia. Mi sombra es todo lo que he aprendido a rechazar en mí. Mi sombra es lo complementario a eso con lo que me identifico. Si me identifico con la enfermedad voy poniendo mi salud en la sombra. Si me identifico con la belleza
igualmente escondo las partes que juzgo feas, y al revés: si aprendo a identificarme con el mensaje de “tu no sirves para nada, todo lo haces mal, no eres digna de ser amada”, pongo a la sombra todos mis potenciales. Me convierto a mí misma en eso con lo que me identifico, en realidad juego a ser eso, sin darme cuenta de que solo estoy interpretando una obra de teatro: No brillaré, no destacaré, no haré nada bien y a cambio los demás me dejarán en paz, no intentarán aplastarme, incluso, y aunque solo sea por lástima, hasta puede que lleguen a quererme. Mi hermoso cisne en cautiverio, aleteando dentro de mi corazón en el intento de que al menos yo lo mirara, lo viera, lo reconociera…. Sí, yo también soy un hermoso cisne. Incluso hay momentos en que puedo sentir mi propio canto, no sé qué muere en mí, si responde a un fragmento o la totalidad de mí misma. Lo que es seguro es que hay muerte y no me asusta. Y esto para mí tiene que ver con la trascendencia. Soltar apegos y agarrarme con fuerza al libre fluir de lo que venga. Aún me duelen cosas, claro que sí, como explicaba antes en los ejemplos que ponía para ver de cerca el tema de la justificación. Me duelen mucho las actitudes que me conectan con mis heridas de agresión y de traición, y me duelen tanto como las agradezco, pues cada una de estas situaciones es una oportunidad de ver cómo me estoy agrediendo a mí misma y cómo me estoy traicionando, por ejemplo: cuando no respeto mi NO interno, como veíamos antes. Hoy sé que el otro solo me recuerda que tengo una herida abierta, y por más que me duela ese roce soy consciente de que el dolor no responde tanto a la actitud de aquél como a lo que yo estoy haciendo conmigo misma. Por eso agradezco que ocurran estas cosas; no dejan de ser oportunidades para que yo redescubra mis heridas y las atienda. Y en este caso concreto creo que he ganado una buena dosis de firmeza para respetar mis No a la primera de cambio, para mantenerme ahí sin dejarme manipular y sin ceder a aceptar algo que no quiero aceptar. Era necesario que ocurriera lo que ha ocurrido, una y otra vez, tantas como he necesitado, hasta darme cuenta de lo que me toca a mí. Veo mi evolución de patito feo a cisne, y me produce una gran ternura y gratitud hacia mi propia tenacidad para elaborarme internamente. Vine a esta vida y a este mundo a hacer esto, y no sé cuán de bien o mal lo estoy haciendo; ya no me
importa tanto si lo hago bien o mal, me importa saber que lo estoy haciendo. Que encontré mi camino y lo estoy andando. He aprendido a caminar y mis pies saben reconocer el camino que les corresponde. Me siento una persona muy afortunada. Cuando oigo mi cisne cantar, me lleno de amor y siento que no importa qué de mí está muriendo: si es mi actitud para dejar paso a una nueva, o soy yo entera. Puedo irme ahora, mañana, ayer… Y puedo quedarme hoy, mañana y el tiempo que sea, dando la bienvenida a lo que venga. Me siento feliz ante la posibilidad de partir inesperadamente; lo cierto es que adoro la aventura y las sorpresas, la espontaneidad, la improvisación. Esa es la magia de no saber en qué día y a qué hora sale mi vuelo. Eso me hace tratar de mantenerme actualizada en cuanto a mis relaciones. No dejar para mañana las despedidas, no dejar pendiente ese “te quiero” que necesita ser expresado. No dejar para otro día nada de nada de lo que hoy se esté manifestando. Nadie puede asegurarme que mañana estaré a tiempo de cerrar ciclos; hoy sé que puedo y cuando llegue el momento de partir quiero hacerlo ligera de equipaje, sin asuntos pendientes, sin cargas, sin temas inconclusos. Mirando mi vida reconozco que hay cosas donde ganó mi aceptación y eso me llena de alegría. También puedo ver las cosas donde ganó mi resignación, que no es la misma cosa que la aceptación. Veo la diferencia y es importante. Siento que está bien así, en lo imperfecto he aprendido que habita Dios con toda su fuerza y su manifestación. Hay objetivos que a día de hoy no conseguí cumplir, sin embargo acepto que quizá no lo consiga y está bien así. También hay otros muchos objetivos que sí alcancé y sobrepasé mi propia expectativa. Así es la vida. Los NO existen, los límites son buenos cuando están bien puestos. Si me fuera ahora mismo llevaría mi aceptación en el sabor de mi saliva. Es mi equipaje, no necesito mucho más: mi aceptación y mi SER, es todo.
POLARIDAD: MIEDO / OSADÍA SENSATEZ Cuando me quedo atrapada en el miedo puedo paralizarme, quedarme bloqueada sin ir hacia delante, ni hacia atrás. Cuando me identifico con la osadía no me importan las consecuencias de mis
actos, no soy responsable de mí. Cuando combino mi miedo con mi osadía encuentro la fórmula adecuada para enfrentar cualquier situación: Mi sensatez. Esa que me permite actuar de forma consecuente y congruente. No me siento una persona especialmente miedosa, sin embargo, mis momentos de dudas pueden ser una expresión de mis miedos, así como una manifestación de responsabilidad y también pueden ser una forma de inseguridad. Tampoco soy especialmente dubitativa, más bien me considero arriesgada, a veces incluso puedo pecar de osadía. Sin embargo, sí que hay situaciones puntuales donde la duda aparece y puede llegar a paralizarme. En mi caso estas ocasiones están vinculadas a temas en extremo importantes para mí, por ejemplo: situaciones en que mi mundo emocional está implicado o yo lo siento amenazado. Cuando yo me quedo atrapada en las dudas, aparecen las tres razones que acabo de mencionar, es decir: me siento insegura, tengo miedo de equivocarme y eso a su vez es una expresión de responsabilidad. Al no tener garantías de que mi decisión será la más adecuada, me puedo llegar a bloquear. ¿Qué hacer en una situación como ésta? Si, tras sopesar todos los pros y los contras de las posibilidades alternativas, me quedo en tablas, entonces solo conozco una posible solución, y es asumir el riesgo a equivocarme y pasar a la acción por cualquier dirección; no es tan importante aquí que opción escoja, como el hecho de escoger alguna y moverme, salir de la parálisis. Las garantías de hacer la mejor elección no van a aparecer por más tiempo que me mantenga bloqueada; lo que sí puede aparecer es una angustia que vaya creciendo por momentos si me quedo detenida y no decido. Si llego a entrar en la angustia, es ella misma la que me impide decidir. Y muchas veces solo tocando el límite mismo de mi capacidad para vivir en la angustia, tomo la fuerza necesaria para moverme en alguna dirección. Todo lo que pasa ocurre para algo. Veo Veo que cada vez que la duda me atrapa, después de atravesar ese momento, aprendo mucho de la vida, y por supuesto, de
mí misma. Así que bienvenidas las dudas que me ayudan a conocerme y a crecer. Si utilizo estas situaciones como las inmensas oportunidades de avance que son en realidad, entonces las agradezco. Tanto si mi decisión fue la más acertada como si no. Hay algo más profundo que el acierto y el error, que yo valoro mucho y es justo eso: la oportunidad que me da la vida con esa situación para ensanchar mi conocimiento y mi consciencia. Puedo aprender igual de mis aciertos que de mis errores. Incluso diría que me resulta más productivo aprender de mis errores que de mis aciertos. Si utilizo esa situación para juzgarme, criticarme y condenarme, en caso de darme cuenta de que mi elección no fue la mejor, o la más adecuada, entonces ni aprendo, ni me conozco mejor, ni crezco. Sencillamente me auto-machaco y me atormento injustamente por haber sido humana y haber ejercido mi derecho a equivocarme. Por eso defiendo reiteradamente que no es tan importante lo que vivo como mi actitud dentro de la vida. Atravesar mi vida con la actitud inocente de un niño que no se censura, sino que vive en el entusiasmo de descubrir, explorar, experimentar…. Esto es lo idóneo. Porque si atravieso la vida con la actitud de una adulta modelada por la sociedad y por una educación represiva que me prohíbe ser como soy, sentir lo que siento y expresarme, entonces la vida se me hace una pesada carga que dura demasiado tiempo y no me compensa en absoluto. En esta situación estoy atrapándome en unas normas que no he elegido yo, sino que me han sido impuestas, y con las que tal vez no estaría de acuerdo si me parara a cuestionarlas. Si me dejo utilizar por el autoritarismo ajeno, el castigo se impone en mis células, me roba el encanto de la vida, que es justamente vivirla. Cosa que ese autoritarismo me prohíbe. Si no puedo ser yo misma ¿quién está viviendo mi vida por mí? Si yo no me doy el permiso para equivocarme no puedo experimentar y descubrir nada de nada, entonces ¿quién está decidiendo por mí? Quien quiera que sea lo hace desde dentro mío, aunque parezca que es alguien externo. Si la orden viene de fuera, en última instancia quien decide agachar la cabeza y obedecer está en mí, soy yo ¿verdad? Yo puedo elegir. Es un derecho que tengo por el mero hecho de existir.
¿Tengo permiso interno para equivocarme? Cuándo descubro que me he equivocado, ¿qué hago?: ¿aprendo de mi experiencia o me mortifico por mi error? Si me castigo por mi error ¿quién me ha robado el derecho a vivir, a aprender, a experimentar, a equivocarme al fin y al cabo? Y, por último: ¿me lo voy a seguir robando? Puedo hacerlo si así lo decido, sabiendo que al aceptar esa invasión pierdo mi naturaleza y mi ilusión por vivir. No solo eso, sino que probablemente acabaré enfermando. Mi enfermedad, mi síntoma, no es más que la expresión de algo que necesita ser resuelto en mi vida. Algo que me está impidiendo fluir libremente con mi naturaleza, y que se manifiesta en mi cuerpo. Puedo aprovechar ese síntoma, esa enfermedad, para reconciliarme con la parte de mí que tenga prohibida, sometida, encogida en el fondo de mi armario oscuro, o puedo seguir interpretando que vivo mi vida, cuando en realidad no la estoy viviendo, sino que estoy siendo la fotocopia de otro al obedecerle sin criterio personal. Mis miedos son los mayores aliados de mi sometimiento. Mis síntomas vienen a tenderme una mano para darme la oportunidad de salir de la trampa y expandirme internamente. ¿Cuánta vida me estoy perdiendo por mi miedo a equivocarme? Mi miedo real no es a equivocarme, sino al machaque que me autoimpongo después, al descubrir mi error. Mi miedo no es al error, es al castigo. Lo mal que lo llego a sentir cuando me doy cuenta de que he cometido un error tiene que ver con mis propios reproches, con mi propio enjuiciamiento invalidante. Que me equivoque es normal, es fruto de mi condición humana; no soy una santa, soy una persona. Me equivoco muchas veces en mi vida, y todavía no se ha acabado el mundo. No debe ser tan terrible equivocarse. Es más, el mundo es un lugar donde se nos ofrece a los seres humanos el espacio y el escenario para que podamos equivocarnos, para que podamos aprender, y muchas veces, al menos yo, aprendo equivocándome. Y necesito equivocarme tantas veces como sea necesario.
No nací sabiendo, para saber necesito aprender; aprender precisa del permiso interno para equivocarme. Si no me concedo ese permiso no evoluciono, me quedo detenida, paralizada, viendo cómo se me escapa la vida sin poder hacer nada. Bueno, algo sí puedo hacer, puedo cambiar de actitud, dejar de penalizarme por errar y agradecer cada equivocación como parte de mi aprendizaje. Con permiso para equivocarme acabaré haciéndolo bien, pues habré tenido ocasión de experimentar y aprender. Si me prohíbo errar me quedaré estática y no caminaré en ninguna dirección. Entiendo que asumir el riesgo de equivocarme, con una actitud benevolente, me da la oportunidad de vivir. Si los seres humanos no tuviéramos permiso para equivocarnos la ciencia no existiría, ni la medicina, ni la física, ni la tecnología…. Cada logro, cada avance de la humanidad se construye como fruto de mucha experiencia acumulada, y llegar a esa experiencia precisa coleccionar grandes y muchos errores previos. La experiencia de los otros es la suya. No la tengo en mi historial. Como mucho puedo tener la teoría de su experiencia. Y eso me sirve hasta cierto punto. Lo cierto es que nunca sabré conducir hasta que yo personalmente me siente como piloto del coche, lo arranque y me mueva. Por más que me hayan explicado que se gira moviendo el volante y se cambia de marcha apretando el embrague. Solo sabré conducir haciéndolo, y no lo voy a hacer bien hasta que lleve un rodaje, donde acumularé algunos errores que me irán mostrando la forma de hacerlo bien, otra forma. Experiencia. Será inevitable que se me cale el coche por más millones de horas de teoría que tenga acumuladas. Necesito experimentar para que el aprendizaje me sirva. Resumiendo, no me sirve tu experiencia, necesito la mía. Para eso he nacido, para vivir mi vida y descubrir mis propios límites, mis propios valores, y mis propias ideas. Yo no nací para que otro se meta dentro de mí y pretenda que yo sea su continuación. Es cierto que he permitido que esto ocurriera, y también lo es que estoy en mi derecho de recuperar lo que es mío y exorcizarme de lo que no quiero. Aunque si he permitido que me hagan eso, pueda pensar que así tiene que ser.
No es verdad. Nadie tiene derecho a robarme mi oportunidad de vivir mi vida con experiencias propias. Salvo que yo se lo conceda a través de mi sumisión. Y si lo he permitido, siempre puedo recuperar mis derechos porque sencillamente son míos. Todos los miedos me asustan, el miedo a equivocarme no es el único. Existen muchos. Así, que me vengan a la mente ahora mismo están, por ejemplo: miedo al abandono, miedo al fracaso, miedo al ridículo, miedo al engaño, miedo a la traición, miedo al rechazo, miedo a la violencia, miedo al dolor, miedo al miedo, y un largo etcétera. En resumen, todos forman parte de un único miedo, el mido a la vida y a vivir. Entiendo el miedo de la misma forma que entiendo cualquier otro síntoma, bien sea emocional o físico. Lo entiendo como algo que está en mí para algo. De entrada, cada uno de mis miedos me está mostrando un punto vulnerable mío que precisa de una especial atención y cuidado. Si le doy esa atención y ese cuidado podré evolucionar aspectos míos que lo están necesitando. Para que esto sea posible necesito reconciliarme primero con mis miedos. Mientras viva peleada con ellos los niego, los ignoro, finjo que no existen y vivo contra corriente. Así no puedo evolucionar nada en absoluto. En cambio, cuando dejo de juzgarme por sentir miedos y en lugar de huir de ellos los miro frente a frente, con compasión y cariño, la cosa cambia. Cada una de mis dificultades trae de la mano un hermoso regalo que puedo tomar si elaboro bien esa dificultad. Y no puedo tomar si me escapo de ella. Asumir mis dificultades tiene premio. Mis miedos no son miedos sino deseos. (Prueba a hacer la afirmación. Por ej., en vez de decir “tengo miedo a equivocarme” la afirmación que te propongo sería “deseo equivocarme”). Cuando yo “tengo miedo/deseo equivocarme” en realidad lo que estoy diciendo es que deseo aprender, que deseo experimentar y vivir. Y eso es genial. Mi miedo siempre viene de la mano del deseo.
Con mi miedo al dolor sería lo mismo. En lugar de decir “tengo miedo al dolor”, la afirmación correcta es “deseo el dolor”. En realidad, estaría diciendo que deseo liberarme de algo a lo que me agarro y no me nutre, no me hace bien. Muchas veces me agarro a algo solo porque es lo conocido y no me asusta, aunque no sea lo óptimo para mí. Soltar lo conocido duele, porque me deja vulnerable frente a un infinito de posibilidades, soltar lo conocido precisa abrirme a lo nuevo. Mi miedo/deseo al dolor es en definitiva mi necesidad de elaborar el desapego, de liberarme, de expandirme. También podría pasar que tema/desee dolor en mi vida para expiar algún sentimiento de culpa que me atormente consciente o inconscientemente. Mi necesidad de sentirme en paz con la vida y mis deseos conscientes de felicidad, pasan por aprender a perdonarme por mis errores, porque si no lo hago de alguna forma tendré que pagar por ellos. Si traduzco el miedo al fracaso como “deseo de fracaso” puedo ver varias cosas, por ejemplo: puede darse desde un intento de confirmación de mi neurosis (no sirves para nada, etc.), o bien puede ser una necesidad de experimentar de mi alma: para elaborar el desapego si tras conseguir éxito éste cae, o bien para confirmar que el éxito no conduce a la felicidad. De la misma forma mi miedo al engaño y a la traición (deseo de engaño y traición) me llevan a experimentar que la lealtad y la fidelidad no pasan de ninguna manera por segundas personas. Que lealtad y fidelidad es algo que necesito darme yo, respetándome. He necesitado vivir desengaños de este tipo para dejar de buscar fuera de mí. Llego a la conclusión de que la fidelidad es algo que se pone en marcha a través de mi respeto hacia mis propios sentimientos, hacia mi propia verdad interna. Cuando yo estoy conectada con mi amor y con mi verdad no necesito promiscuidad, ni nada que se le parezca. Si una persona con la que me relaciono me miente, me traiciona, en realidad no me lo hace a mí, está traicionando su propia capacidad de amar, está engañando a su corazón; a mí solo me usa como excusa para dañarse a sí mismo. El más divertido es el miedo al miedo. Esto traducido sería “Deseo de desear”. Otra vez aparecen las ganas de sentirme viva, de experimentar, de estar en conexión con mi naturaleza. Acoger a mis miedos con mi corazón, ponerme de su parte en lugar de luchar
contra ellos, eso es reconciliarme internamente y tener la oportunidad de madurar, de caminar en dirección a mi verdad más profunda, mi instinto de vida. Para poder hacer esto necesito desactivar todas esas normas rígidas y moralistas que se me han clavado en las neuronas de generación en generación, limitándome, prohibiéndome, reprimiéndome…. ¡Ya!, ¡Ya!, ¡basta!, he nacido para vivir. Quiero vivir. Y la vida es riesgo, la vida vi da es emoción, la vida es experiencia, la vida es conexión. Quedarme pegada a lo conocido por miedo a surcar nuevos mares me deja en la aula de la amargura durante todos los años que dure activo mi cuerpo. Porque mi cuerpo ha nacido para vivir y no para estar enjaulado en la sobreprotección anuladora. Mi lema es “vive, aunque vivas menos tiempo”. Porque lo habré vivido de verdad. Quedarme en la jaula 110 años sin haber vivido por no asumir riesgos, es pasar 110 años en la antesala de la muerte leyendo una revista y sin saber que más allá de la puerta está la vida llena de riqueza, esperando a ser devorada por mí. Por cada uno de nosotros. Para vivir necesito quitarles la razón a esas voces que grabadas en mi mente me prohíben, me exigen, me imponen, me castigan…. Nadie puede robarme la vida si yo no lo permito. Una vez más es necesario que me pare a preguntarme ¿quién vive mi vida por mí?, ¿realmente la vivo yo? ¿O la vive mi padre, mi madre, mi maestro, etc.? ¿Quién decide lo que puedo o no puedo hacer, sentir, expresar…, quién limita mis oportunidades de experimentar la vida…, quién? Mis momentos de crisis en la vida son los más valiosos realmente. Cuando los atravieso siento que son como un túnel que me transporta del antes al después. Durante ese trayecto puedo tocar la angustia; al fin y al cabo, se trata de un túnel y es oscuro, está lleno de incertidumbre, nunca sé cuánto falta para llegar a la salida ni a dónde voy a salir. Es como volver a nacer y atravesar el canal del parto; cada momento de crisis es un nuevo nacimiento hacia algo nuevo. Volver a atravesar el túnel en dirección a la vida y a la nueva luz. Cada crisis, cada túnel, sale a alguna parte, al otro lado del túnel siempre está la libertad en relación al pasado, y siempre hay un nuevo paisaje, un nuevo
amanecer y una vida llena de oportunidades esperándome. Para atravesar el túnel solo existe una condición: armarme de valor, de coraje y confianza. Porque, si dejo que las dudas me atrapen, me quedo detenida dentro del túnel, con una mano agarrada a mi pasado y con la otra intentando coger lo nuevo. Esto no es posible. Para coger lo nuevo que la vida me propone necesito soltar lo antiguo, liberarme. Es la única forma de seguir caminando hacia delante, hacia la nueva luz. Asusta, lo desconocido siempre me asusta, y es normal. Por eso necesito coraje y confianza, para asumir el riesgo de estar equivocándome. Para no quedarme paralizada y anclada en un pasado que ni siquiera existe ya, que forma parte de la historia. Anclarme en el pasado me impide vivir el presente y caminar hacia el futuro. Definitivamente, y por mucho que me asusten mientras duran, yo agradezco mis momentos de crisis, de dudas, con su dosis de angustia, de dolor e incertidumbre. Son fuentes de crecimiento que me llevan hacia algo más grande internamente, que me ofrecen nuevas oportunidades y que vienen cargadas de sorpresas. Tal vez lo que tuve antes era lo mejor en relación a mis necesidades de entonces. Hoy el momento es otro, la realidad de ahora es otra. Y puedo fluir con ella y evolucionar en una nueva dirección, o quedarme detenida, suspendida en el tiempo sin caminar hacia ninguna parte. Yo decido, yo elijo. Sé que el dolor me duele menos cuando lo acepto y lo siento, que cuando lo niego y trato de escapar de él, que además es imposible. Así que atravesar mis momentos de crisis es más fácil si me entrego al dolor de despedirme de lo antiguo, de lo conocido. Ya cumplió su ciclo y ahora toca pasar página, cambiar de capítulo en la historia de mi vida e intentar que cada capítulo nuevo que vaya viniendo sea vivido de una forma armónica, hermosa y satisfactoria por mi parte. Fluir con el curso de la vida es empaparme de las aguas que forman este movimiento de mi experiencia, para balancearme con las olas en lugar de resistirme. Si me entrego, pase lo que pase, el baño puede ser del todo delicioso. Aprenderé a nadar, al fin y al cabo.
Si me resisto y trato de ir contracorriente, puede ser muy cansado, y si me sigo resistiendo a fluir con lo que toca en cada momento, tal vez acabe ahogándome en mis propias aguas, agotada y vencida por la realidad que es la que es, tanto si yo quiero como si no. Te propongo un brindis por la vida. Un brindis a corazón abierto, un brindis permanente para darle la bienvenida a cada nuevo instante, a cada nueva situación. Esto implica saber decir adiós con dignidad a lo que ya pasó, y con la alegría de saber que lo antiguo debe ser liberado para crear un espacio disponible donde acoger lo nuevo. Mi propuesta es ponerme frente a la vida para mirarla a la cara con mi mejor sonrisa y abrirle mis brazos de par en par, mientras la desafío: ven a mí, tómame entera, no te dejes ni una sola de mis células por conquistar que yo con gusto me entrego a tu experiencia. Si necesitas hacerme daño algunas veces, adelante, yo te bendigo. Si quieres colmarme de placer y de alegría, adelante, yo te bendigo. Y en esos ratos de descanso en que parece que no pasa nada, descansaré con gusto para renovar mis fuerzas, mi coraje y mi confianza. Adelante, tómame, yo te bendigo. Esta es mi posición en este momento, quiero tratar de entregarme entera a la experiencia de la vida, sin resistencias, con mi corazón disponible para abrazar lo que venga, tenga el sabor que tenga y me lleve a donde me lleve. Quiero sentirme atravesando este río, con su dolor y su placer, con su tristeza y su alegría, con su amor y desencanto, con su ilusión y su verdad, que no son más que los míos que se suman a los tuyos, y a los suyos…. Porque al fin y al cabo todos somos las células de este cuerpo que es el mundo. Que a su vez es una célula que se suma a otras para formar el cuerpo de este universo, que también es una célula que se suma a otras para formar el cuerpo del Todo del que Todos formamos parte. Dioses y Demonios, Vida y Muerte, Alegría y Pesar, Bienvenidas y Despedidas, Tú, Yo. Nada me resulta ajeno, en según qué momentos cada uno de los aspectos de la vida predomina en mí; por eso les doy la bienvenida, porque finalmente comprendo que de todo formo parte y todo forma parte de mí. Mi reconciliación es esta. Estoy en ti y estás en mí. Aunque creamos que no nos
conocemos de nada, por distintos que podamos parecer, no lo somos tanto en realidad: esa diferencia es parte de la ilusión que nos aleja de la profundidad de la Verdad. Verdad. Nada es bueno ni malo, existe y punto. Bendito sea cuanto existe porque gracias a ello existimos cada uno de nosotros y esta experiencia maravillosa que es la vida.
POLARIDAD: CAZADOR DE DRAGONES DR AGONES / PRINCESA DE CUENTOS MADUREZ Mientras trato de cazar tus dragones me quedo indefensa ante mi propio dragón. Mi energía está en tu guerra y no en la mía. Eso me convierte en Princesa Desgraciada. Si me muevo desde la Princesa Desgraciada trato de “salvar a mi Príncipe” de sus propios dragones, para que él pueda protegerme de los míos. Cuando no me identifico con ninguna de estas dos posiciones puedo utilizar mi energía en elaborar mi tema con mi propio dragón. Yo, en nombre propio asumo mi responsabilidad sobre mí misma. De esta forma me mantengo fuera de tu lucha, respeto tu territorio. Ya no me muevo desde la necesidad de ser atendida, ni salvada. De esto me ocupo yo. Esta es mi madurez. Ahí puedo verte a ti, y amarte tal como eres. Cuando tú te ocupas de lo tuyo y yo me ocupo de lo mío, somos un hombre y una mujer que se miran frente a frente con su mutua desnudez. Sin zapatos de cristal ni ropajes azules. Existen hombres que viven altamente influenciados por los cuentos infantiles, y al igual que existen mujeres que buscan durante toda su vida al presunto príncipe azul, que les calzará un zapatito de cristal mágico y todopoderoso y que las convertirá en princesas de un palacio de amor y felicidad con perdices en el menú, estos hombres se pasan la vida buscando mujeres “desgraciadas” a las que poder salvar con sus encantos y su dedicación. Es decir, se pasan la vida buscando “princesas” secuestradas en la torre de la bruja mala, rodeadas de dragones lanza fuegos, con los que ellos tendrán que luchar y vencer mil batallas para “sentirse hombres”, pues a través de los cuentos
entendieron que este es el rol que ha de desempeñar aquél que quiere ser digno de ser amado. Cuando se encuentran la cenicienta que busca su zapato de cristal con el cazador de dragones que busca a una pobre desgraciada sumida en su sufrimiento para poder salvarla, se da la fórmula mágica para que haya un desenlace “Fatal”. Me explicaré mejor. Como mujer que soy, si vivo atrapada en el rol de la princesa desgraciada, necesito urgentemente hacer todo un proceso que me libere de mi drama. Principalmente necesito darme cuenta de que esa desgracia mía tiene un origen y solo uno; mi desgracia empieza y acaba en mi construcción mental, que es donde albergo una serie de creencias sobre las que yo, y nadie más que yo, estoy construyendo una realidad miserable en mi propia vida. Eligiendo lo que elijo, agarrándome como me agarro al sufrimiento, y dándole sentido a mi vida a través de tanto “problema”. Desde esa identificación co n “la sufridora”, si en algún momento las cosas van bien ya haré yo algo para boicotear ese momento y poder constatar así que sufro mucho y que soy merecedora del cielo, pues parece que esa sea la idea de fondo: “que el cielo se gana sufriendo”. En el otro lado: el hombre que vive atrapándose a sí mismo entre mujeres desgraciadas, para sentir que es él quien las salva del sufrimiento; aquí tenemos a un hombre que, lejos de lo que parece, no puede soportar que su dama esté feliz, porque entonces, es la vida de él la que pierde todo el sentido. Si mi hombre va de salvador, yo tengo que estar mal para que él pueda sentirse válido haciendo su función: “salvándome”. Y si yo llego a estar bien, entonces lo más fácil será sustituirme por otra que sufra, porque si no ¿qué va a hacer él con su hombría? Menos cuestionarse por dónde pasa la hombría hará cualquier cosa, pues cuestionarse eso sería hacer un cambio de esquemas total y radical que solo es posible con humildad, cosa que un cazador de dragones “ajenos” no conoce en absoluto. Es evidente que si conociera la humildad se dedicaría a otra cosa un poquito más sencilla, más modesta. Cazar dragones es una misión muy pretenciosa, cuando los dragones son los de otra persona. Estoy convencida de que todos tenemos un gran dragón que precisa nuestra atención. Pero la nuestra, la propia, no la de alguien ajeno a nosotros mismos.
Porque es un dragón que habita en nuestro interior, por tanto, solo cada uno de nosotros lo podremos lidiar, en nombre propio. Mi secreto no pasa ni por cazarlo ni por matarlo, más bien por hacerme amiga suya, por entender que ese dragón lo he construido yo con las herramientas que tenía en el momento, y me ha servido fielmente toda la vida; lo construí con un propósito y mi dragón, que es la cosa más tenaz que he conocido en mi vida, lo lleva a término día tras día. Mi dragón, mi ego, mi personalidad. Es mi lanzallamas, y está en mí porque así lo decidí yo mientras crecía. Aunque con el paso del tiempo me haya olvidado de lo que hice, de mi creación. Aunque con el paso del tiempo haya confundido quien soy con quién es mi dragón. Mi dragón es una parte de mí pero solo es eso: una parte; ni mucho menos es todo lo que soy, solo juega a serlo cuando yo no estoy ocupando mi lugar, y eso, como todo lo demás en mí, es solo responsabilidad mía. Mi dragón es juguetón, quiere que le de atención y mimos, que le cuide y que esté al tanto de sus necesidades. Es un dragón, pero no es tonto. Si yo lo atiendo, es decir si observo mi pensamiento, mis construcciones… , entonces mi dragón se relaja, me mira y se sabe observado, se sabe acompañado, se tumba patas arriba invitándome a acariciarle la panza, igual que lo haría mi gato. Si mi dragón se siente solo, porque me mira y no le devuelvo la mirada, porque hace de las suyas y nadie le dice ni media, entonces se enfada, como haría un niño pequeño, y en un intento de llamar mi atención empieza a soplar bocanadas de fuego en todas las direcciones hasta que consigue que le preste la atención que necesita. Cuando conquisto a mi dragón, él me permite montarlo, y juntos podemos volar en cualquier dirección. Conquistar a mi dragón es conquistar mi propia libertad. Entonces cuando se me acerca un “cazador de dragones”, mi dragoncito se asusta, me mira y me interroga con la mirada: ¿vas a dejar que me lastime? Si yo lo estoy mirando en ese momento y le guiño un ojo, él sabe que estoy ahí, para protegerle y cuidarle. Pero si no lo estoy mirando entonces empieza a
defenderse por sí mismo, y al cazador que tengo delante le suelta un coletazo en la cara que lo tumba directamente en el suelo, después le suelta la llamarada, y por último me vuelve a mirar como diciendo: ¿ves lo que tengo que hacer cuando no me cuidas?: cuidarme yo. El precio de que se cuide él solito es que destruye mis relaciones. Tampoco sé bien si me interesan relaciones con cazadores de dragones, lo que si tengo claro es que me habría gustado tener la oportunidad de decirle al cazador: oye mira, que mi dragón y yo tratamos de llevarnos bien, hemos trabajado muy duro ambos para conseguir esta actitud, así que ni se te ocurra meterte con él o te las verás conmigo. Oye mira, ve a darle sentido a tu vida en otro sitio, o bien, ve a buscar tu propio dragón que el mío no es asunto tuyo.
Pero claro, una vez chamuscado el cazador pocas explicaciones puedo darle ya. También me habría gustado decirle: Yo no nací princesa, no necesito un cazador de dragones que me salve de ninguna torre custodiada por la bruja mala. Tengo Tengo mi propia torre torre y la custodio yo misma, aunque no siempre ha sido así; as í; esta conquista es mía, no me puedes disputar mi trono.
Y le diría algo más ¿cómo es que te interesa salvarme a mí, o salvar mi torre, o elear con mi dragón, teniendo el tuyo abandonado y acampando a sus anchas or todas las torres ajenas que se encuentra en el camino?
Como los cazadores de dragones en el fondo no son demasiado listos, seguramente me preguntaría: ¿de qué torres me hablas? Y con gusto le contestaría: mira tu trayectoria, fíjate con cuántas “princesas desgraciadas te has relacionado hasta hoy, enumera tus fracasos sentimentales, así sabrás de qué torres te hablo.
Es lógico. Cuando un cazador de dragones salva a una princesa se supone que comen perdices y son felices para siempre. Pero en la vida real, cuando pasa esto, cuando el cazador “salva” a su princesa, entonces deja de interesarse por ella; ¡como ya no sufre…! De pronto oye a lo lejos el alarido de otra princesa desgraciada y sale corriendo a salvarla, para darle sentido a su propia vida, evidentemente, dejando a la anterior abandonada ahora que ya está “salvada”.
La anterior se queda con las perdices en el plato y el tenedor por compañero. O sea, se enfurece y mucho, pues su magnífico príncipe no era azul, ni verde, ni rosa; sencillamente no era. Un príncipe no va cabalgando detrás de todas las princesas que lloran. Salva a una, la suya, y come perdices el resto de los días con ella, que para eso la ha salvado ¿no? Ahí se acaban todos los cuentos. Por tanto, quien quiere vivir un cuento no puede pasar más páginas. Se encuentra con el “The End” tocándole la nariz, y todo lo que venga después ya no será un cuento: será la vida real. En fin…. Los cazadores de dragones (hombres o mujeres) como todos los demás seres humanos de este planeta también necesitamos darles la vuelta a nuestros pies, y empezar a caminar hacia dentro. Necesitamos, como todos, ir al encuentro del único dragón que precisa nuestra atención, el nuestro propio. Y hasta que no nos demos cuenta de eso, iremos provocando estragos en todos los reinos que nos encontremos en el camino. Acabamos siendo expulsados de esos reinos como farsantes, como impostores. Y no nos damos cuenta de que realmente lo somos. Pues en nuestro temerario desafío, olvidamos respetar el terreno ajeno, nos inmiscuimos donde no debemos, y olvidamos lo más importante, cuidarnos de nuestra propia responsabilidad. Nuestro propio terreno, nuestro propio dragón. Como dice el refrán… “Dios los cría y ellos se juntan”. Pues eso, Dios nos cría y nosotros nos juntamos. Y todo en un intento de darnos cuenta de que ese no es el camino; ¿cuántas veces hemos de repetir los mismos errores para aprender algo, aunque solo sea un poco? Al menos yo: unas cuantas “muchas”. En algunas ocasiones he confesado que me hice terapeuta buscando soluciones para el propio caos de mi vida. Sí, cuando me descuido yo también me convierto en cazadora de dragones. Resulta que me educaron para vivir por los demás, para sacrificar mi vida por los demás; los demás era mi madre, no había nadie más. Sé que, como yo, hay miles, millones de personas en el mundo que caminamos programadas para cazar los dragones de otros si queremos sentirnos merecedoras de amor. Es mentira. Hoy lo quiero denunciar. Primero: nadie puede, ni debe, cazar al dragón ajeno. Segundo: todos tenemos
una lucha pendiente en nuestro propio interior, que precisa de todas nuestras fuerzas para ser vencida, y vencida no significa que unos mueran y otros sobrevivan; vencida significa que se alíen los ejércitos, que se encuentren y acuerden la propia paz en beneficio de todas las partes. Reconciliación. Con esta premisa me trajeron al mundo: “para que cuando yo sea mayor tu me cuides, para no quedarme sola en la vida, etc, etc, etc…”. Mi guerra es con ese parásito (grabación interna) que se agarró a mis neuronas haciéndome sentir que mi vida no tenía sentido hiciera lo que hiciera; ¿y qué sentido puede tener una vida que no es vivida para uno mismo? Mi paz está en arrancar esos parásitos de mi mente y permitirme vivir mi vida en nombre propio, porque es mía y me pertenece. En no aceptar el error del que me hicieron depositaria a mí, recién nacida, cuando aún no podía siquiera discutir el contrato. Poder asumir que no, que yo no he nacido para vivir para nadie, ese es mi gran desafío, esa es mi única batalla. Mientras no lo hago me paso la vida persiguiendo dragones ajenos, porque está en mi programa inyectada esa orden. No soy la única que está atrapada en esa red, no estoy sola en esa batalla. Sé que hay más personas que necesitan luchar contra el virus de las creencias que nos han impuesto sin permiso ni respeto alguno. Decir que NO es fantástico: ¿Lo has probado? Yo te animo, pruébalo. Es un “gustazo”, de verdad. A veces consigo dejar el sentimiento de culpabilidad en la puerta junto a todas las cuerdas que me amordazan y el veneno que me aniquila la vida. A veces me atrevo: NO. En mayúsculas. Y se acabó. Me doy el permiso y el derecho; lo tengo dentro, solo necesito practicarlo un poco para utilizarlo bien. ¿Lo has conseguido? Adelante; si quieres, nadie puede detenerte. Quien va de cazador de dragones es una persona desgraciada, y las personas desgraciadas albergan un cazador de dragones. Soy la misma cosa identificándome en uno de los polos y no en el otro, cuando la realidad es que ambos forman parte de mí.
Darme cuenta de esto y poder aprovechar las dos partes en una misma línea interna, es construir un camino que me lleva hacia la libertad de mi alma y de mi Ser. Hacia el desarrollo de mi madurez. La desventaja de ser un cazador de dragones es que se trata de vivir atrapado en un cuento sin fin. Aunque los dragones formen parte del mundo de las leyendas, simbólicamente tienen mucho peso y una gran presencia en este mundo. Existen tantos dragones como personas existen. El dragón sería esa parte de mí con la que he de lidiar cada día de mi vida, que vive en mi propiedad haciendo como si fuera suya y quitándome el trono en cuanto me descuido. Por otra parte, mi dragón es poderoso, muy poderoso. Tanto que si él muere yo moriré con él. De la misma forma que cuando yo muera, él lo hará conmigo. El secreto para que esto salga bien, se hace evidente: debo protegerlo, debo cuidarlo, tanto como a mi propia vida. Sin embargo, quiero disfrutar del reinado de mis tierras, por tanto, necesito encontrar la manera de aliarme con él, entendiendo que solo es mi enemigo cuando lo amenazo de muerte, y que puede ser mi fiel aliado cuando lo reconozco y lo trato como a tal. En sí mismo, mi dragón no supone mayor problema que el desafío de encontrar el acuerdo justo entre nosotros, que nos permita convivir y cuidarnos mutuamente. Cuando yo descubro a mi dragón por primera vez, él se siente amenazado, lleva demasiado tiempo gobernando solo, no le resulta fácil compartir el terreno conmigo. Para recuperar mi espacio necesito pelear con él. Después necesito ganarme su confianza; eso lo consigo “tratándolo bien”. Tratarlo bien significa acompañarle amorosamente. Ir mostrándole yo a él que hoy es distinto de ayer. Ayer yo era una niña indefensa y lo necesitaba para protegerme. Hoy soy una adulta que puedo y quiero responsabilizarme de mí misma. Necesito demostrarle a mi dragón que quiero las mismas cosas que quiere él: amor, aceptación, reconocimiento, paz, felicidad…. Y que existen otras formas distintas a las suyas para alcanzar eso que ambos queremos. Mi dragón quiere conseguir todo eso de los demás. Yo le propongo que lo consiga de mí.
Entonces, cuando se lo doy, puedo ver como agacha las orejas y sonríe tímidamente. Realmente ha estado solo tanto tiempo que le cuesta creer que yo voy a permanecer aquí. Siempre estuve, pero dormida; no nos veíamos él y yo. Le cuesta confiar en mí. Mi dragón necesita mi amor para transformar su miedo en confianza. Yo necesito nuestra reconciliación para transformar mi herida en sabiduría. Cuando ambos nos tenemos mutuamente, no nos falta nada. No quiero seguir dividida. Yo apuesto por la integración con cada gota de mi sangre. Sabiendo que a veces me equivoco. Sabiendo de mis muchas imperfecciones. El problema grave lo veo cuando lejos de reconocer a mi dragón y reapropiarme de lo que es mío, empiezo a pelear con los dragones de los demás, en un intento de salvarlos a ellos. Qué vanidoso por mi parte intentar quitarle ese derecho a su legítimo dueño, creer ni por un instante que el sentido de la vida de esa persona pueda llegar a ser mérito mío. Visto así, yo creo que es evidente, sin embargo, en esta vida donde tanto pongo fuera de mi misma, luchar con el dragón ajeno se me hace más familiar que enfrentarme al propio. Esto sí es grave. Se trata de un terreno interno donde nadie, salvo uno mismo, tiene derecho a meterse (tampoco es posible en realidad). Tú en tu terreno y yo en el mío. Alguien me puede acompañar desde fuera, quizá guiarme en algún momento, y, sinceramente, poco más. Yo te podré acompañar o quizá guiarte; sin embargo, tu terreno es tu profundidad, yo no tengo acceso real salvo a mi propio interior. En mis guerras internas solo estoy yo luchando, peleando conmigo misma, nadie externo puede actuar dentro de mí directamente. Yo no puedo actuar dentro de ti, y sin embargo, no dejo de intentarlo, al precio de abandonar mi propio conflicto, mi propia batalla. Solo tengo una persona en mí, si trabaja para ti no la tengo disponible. Y en este caso que trabaje para ti es muy lamentable, porque a ti su trabajo no te llega. Se trata de un trabajo interno y solo puedes elaborarlo tú mismo, igual que en mí solo puedo elaborarlo yo.
Cuando pretendo cazar tus dragones estoy renunciando a la gloria de vencer mi guerra, en el intento de ponerme el mérito de la guerra del vecino. ¡Qué desperdicio de energía, gastar mi sangre en una batalla ajena, mientras mi propio terreno se ve invadido y demolido gracias a mi ausencia! Esta es la manera en que, siendo cazadora de dragones ajenos, me convierto de inmediato en princesa de cuento. Si no me tengo a mí para mi propia batalla, busco a alguien que me salve. Esta es la ley de la dependencia. Sálvame tu mientras yo te salvo a ti, mejor garantía imposible de que muramos los dos. Eso sí, hasta puede que lo hagamos untos. Una muerte muy romántica la nuestra, y muy poco práctica también. Así, al estar programada para vivir para otro (mamá, papá, o quien sea) hago un derroche de energía, día tras día, en un mundo que no es mi mundo sino “su mundo”, para sentir que tengo el derecho a esa limosna de amor que ni siquiera me sacia el hambre. ¿Vale ¿Vale la pena? Lo único que vale la pena es que me pare un momento a observarme, a cuestionarme y a decidir por mí misma qué quiero hacer con mi vida. Seguramente lo que menos deseo es malgastarla absurdamente en las guerras de los demás, cuando no puedo hacer nada por ellos y sí tanto por mí misma. Y que eso que hago por mí sirva para que otros vean que realmente la paz se puede conquistar. Solo es necesario dirigir el esfuerzo a una única batalla que precisa mi presencia. Nadie debe interferir en este proceso porque, al intentar salvarme, a lo sumo conseguiría destruir mi oportunidad de conquistar mi libertad. Esto es algo que solo puede hacer cada uno de nosotros en nombre propio.
EL PRÍNCIPE NO SALVADO Érase una vez un príncipe de cabellos oscuros y rizados, ojos profundos y misteriosos que escondían un secreto terrible. Al mirarle cualquiera podía ver que era un príncipe muy desgraciado, que sufría mucho en silencio. Se adivinaba su soledad infinita, su desprotección, su tristeza… El príncipe estaba secuestrado en una torre labrada en piedra, aparentemente hermosa, aunque por dentro fuera desoladora; ni una triste cama tenía el pobre príncipe sobre la que recostarse a descansar por las noches. Ni una sola manta con la que abrigarse cuando el duro invierno volcaba sus nieves sobre el poblado. Solo un ventanuco había, en lo más alto de la torre. En él asomado, se pasaba las horas el príncipe, oyendo el canto de los pajarillos en el exterior, mientras se decía a sí mismo: - Si yo pudiera volar como ellos y escapar de esta prisión. La única misión que tenía el príncipe allí enjaulado, era la de obedecer la voz de la bruja mala, que lo tenía secuestrado: - Príncipe, ven aquí, tráeme esto, llévame llévame aquello. Admírame, yo sí que soy oderosa y valiosa, no como tú que no sirves para nada en absoluto. Yo Yo sí que soy bella e inteligente que he construido este palacio solo para mí y para que tú me sirvas…
Y así pasaban los días, oyendo la voz de la bruja mala, obedeciendo y en sus pequeños ratos libres, asomado a la ventana viendo a los pajarillos revolotear
alrededor de la torre. Un día el príncipe, asombrado, vio acercarse a una hermosa mujer, cabalgando su corcel árabe de color negro; parecía una diosa montada a caballo, con el empaque, la fuerza y la decisión de una absoluta guerrera. La mujer llegó a la puerta misma de la torre, descabalgó del corcel y miró a lo alto, hacia el ventanuco en el que el príncipe esbozaba una sonrisa, anonadado por tan grata visión. Ella le gritó desde abajo: - ¿Dónde están los dragones? El príncipe solo acertó a decir : - Por favor sácame de aquí, sálvame. La cazadora de dragones desenvainó su espada y lanzando hacia lo alto su larga cabellera trenzada, para que el príncipe pudiera cogerla, se dispuso a trepar por los muros de la torre en dirección a la ventana. A cada paso que daba mirando al cielo, agitaba su espada en todas direcciones, para asegurarse de que ningún dragón la detendría. El príncipe, impresionado por tan increíble hazaña, se subió a la espalda de su salvadora y tras el silbido de ella, que puso en guardia al corcel allí abajo, juntos saltaron al vacío para aterrizar sobre los lomos del animal que emprendió el galope acto seguido. La cazadora llevó al príncipe a un palacio muy sencillo, donde había todo lo necesario para subsistir, y poco más. Pasados tres días la cazadora se dirigió al príncipe y le dijo: - Alteza, debo partir; me han hecho saber que a cinco millas millas de aquí habita un desgraciado príncipe de cabellos rojizos secuestrado en una torre que gobierna una bruja mala. Mi deber es ir de inmediato a salvarlo.
Y sin más preámbulos se dio la vuelta, silbó a su corcel, montó en él y desapareció en la lejanía. El príncipe, que hasta ese día se había dedicado a reponerse de su estado lamentable, se dispuso a pasear por el castillo, para matar el tiempo en tanto su cazadora volvía a por él. Entonces fue cuando más sorprendido se quedó. En
cada habitación a la que asomaba su cabecita de rizos negros, veía cientos de príncipes salvados jugando a las cartas. Todos esperaban que volviera su cazadora para comer, por fin, las perdices prometidas. Y mientras tanto, se iban multiplicando como las setas en días de lluvia. Príncipes y más príncipes eran coleccionados en este castillo, y todos por una misma cazadora de dragones. Entonces el príncipe formuló “la pregunta del millón”: - Pero ¿dónde están los dragones? A lo que otro príncipe contestó: - Pues no lo sé, nosotros estamos esperando las perdices.
POLARIDAD DEMONIO / DIOS HUMANIDAD No fue Dios quien creó mi realidad, tampoco fue el Diablo quien creó mi sufrimiento. Yo, Humana, los inventé para tener a alguien a quien acudir sin necesitar responsabilizarme de nada: “Si las cosas salen bien es por la gracia de Dios, si las cosas salen mal es culpa del Demonio”. Tal vez sea cierto, y en última instancia declaro que ambos son partes mías. Solo al apropiarme de estas dos posiciones tomo todo el poder que ello representa. Soy humana cuando combino la gracia divina que hay en mí y que me permite, por ejemplo, crear: creo vínculos con las personas que me relaciono, creo sueños y proyectos, creo poesía…. Con la fuerza demoniaca que me permite, por ejemplo, materializar esas creaciones mías: vivo mi sexualidad a través los vínculos que he creado con algunas personas, convierto mis proyectos en realidad, le escribo poemas a la envidia, a la muerte… En mi humanidad está mi corazón (sagrado y fuente de mi amor) y está mi ego (fabricante excepcional e inimitable de protecciones, ilusiones, sufrimientos…). Mi corazón sin mente me llevaría a la deriva emocional, no tendría capacidad de discernir lo que necesito en mi vida y lo que no quiero. Mi mente sin corazón me llevaría al dogmatismo, al autoritarismo, a la traición, a la indignidad… Necesito combinar mi emoción con mi comprensión para alcanzar la compasión. Compasión es para mí la sabiduría del corazón. Cuando ambas partes están combinadas, mi mente trasciende el ego y se transforma en una sabiduría que habita en mi corazón. Esto es mi Humanidad.
Por la ley del espejo: No me crearon ellos, a mi Dios y a mi Demonio los he creado yo. Cómo esto, así, es posible que no se comprenda del todo bien, voy a dejarles paso a esos protagonistas para que ellos se presenten a sí mismos por separado. De que se entienda esto va a depender que se entienda a fondo el contenido de este libro. Esta es la fuente madre-padre de todas mis polaridades, que no dejan de ser reflejos de la misma mostrándose a trozos. Al pensar en mi demonio me viene a la mente la película de “El Exorcista”, en concreto la escena donde la niña retuerce su cabeza alrededor del cuello y vomita papillas verdes hablando idiomas desconocidos. Lo cierto es que “mi posesión” no es tan espectacular. Aunque bien mirado, los efectos son parecidos. Las voces introyectadas (fijación de los mensajes recibidos, que yo me repito a mí misma) en mi mente durante mi crecimiento, dan vueltas en mis neuronas mareando mi cabeza de manera similar a la forma en que gira la cabeza de la niña de la película. Vomitar esas voces también se me antoja “papilla verde”. Lo de los idiomas está en relación a que esos introyectos son grabaciones, ideas ajenas que yo incorporo como propias, no solo en su contenido gramatical, también en el tono y la intención. Definitivamente “un idioma” que no nació de mí. Al pensar en mi diosa, yo personalmente elijo todo lo que hay en mí que me conecta con la vida: mi capacidad amorosa, mi energía sexual, la parte consciente que se va abriendo paso en mi interior… Finalmente resuelvo que ambos aspectos habitan en mí, combinarlos bien, sin identificarme de lleno con ninguno de los dos, sin excluirlos tampoco; es lo que me convierte en Ser Humano. Cuando me identifico con una parte excluyo la otra. Esto me puede llevar a ser una “endemoniada perversa” de la misma forma que a ser una “endiosada insoportable”. No soy ni lo uno, ni lo otro. Sin embargo, tengo ambas capacidades a mi disposición. Para que me sea posible manejarlas necesito moverme desde la desidentificación.
Presentación de mi Demonio (endiosado)
Empezaré presentándome, para que me conozcas un poco; en estas páginas te van a hablar varias veces de mí. Yo soy parte de un imán y vivo en la mente de Montse. Recuerda que cada vez que ella ella te hable de su Dragón, de sus Personajes, de sus Demonios, o de su Ego, en realidad realidad te está hablando de su Arrepticio, Arrepticio, es decir de mí: Su imán y su trampa. Funciono exactamente igual que cualquier otro otro imán, así que te voy a resumir resumir brevemente mis cualidades: Un imán es un cuerpo con un campo magnético que tiene dos polos, el polo ositivo y el polo negativo; cada uno de los polos atrae a los cuerpos contrarios repele los iguales. A mí me pasa lo mismo. Me diseñó Montse de niña, para que me ocupara de mantener mantener bien escondidos los aspectos de ella que los demás no querían ver. ver. Por eso soy aceptado en el mundo y en las relaciones que tenemos. Porque hago muy bien mi trabajo y rechazo todo lo que es igual a “esas partes” que nadie debe saber que existen. Te pongo un ejemplo: e jemplo: lo natural sería que, si pasa algo bueno, Montse se ponga contenta, alegre, y que si pasa algo doloroso Montse se ponga triste, ¿verdad?, ues mi misión es impedir la primera parte. Montse no puede ponerse contenta. Cuando lo hacía, siendo niña, le gritaban que se callara, que no hiciera ruido y que no molestase. Así que, cada vez que a ella se le olvida, yo se lo tengo que recordar recordar,, y lo hago con las mismas palabras (o parecidas) que lo hacían los demás:
- “¿De qué te ríes?, ¿no te das cuenta de cuánto sufrimiento hay a tu alrededor?, ¿no te das cuenta de que la vida es una tragedia?, ¿cómo puedes reírte?, ¿acaso no te importa el dolor de los demás?, eres una egoísta que solo iensas en ti y en tu propio bienestar, bienestar, lo que tienes que hacer es compadecerte del sufrimiento de las personas que hay a tu lado, al fin y al cabo ese sufrimiento existe por culpa tuya, que has venido al mundo para robar la vida y la libertad de los que están a tu alrededor…” Podría seguir, seguir, pero ya es suficiente para que me entiendas. Este es mi trabajo, mantener a raya las partes de Montse que no pueden ser vistas. Y claro, cuando algún gracioso se ríe mucho delante de mí, me hace trabajar muy duro, porque la risa de Montse al oír la otra risa, se despierta, sabe que tiene compañía,
quiere salir de la jaula y conocer a su posible amigo, y yo debo retenerla como sea. Ella pelea por salir, salir, y yo porque no lo consiga…. Acabo odiando a ese que se ríe por complicarme la existencia (esta es la función repulsión de lo semejante). ¡Con lo controlado que lo tengo yo todo cuando nadie interfiere! Bien, pues esto es lo que pasa con todo lo que tengo que mantener escondido en Montse: Con su energía, con sus ganas de vivir, vivir, con su entusiasmo… ¡Que no, que tienes que estar quieta, silenciosa y pasar desapercibida! desap ercibida! Es mi trabajo, tan honrado como cualquier otro, ¿o no? Un imán tiene una línea neutral que separa los polos y un eje que los une. La máxima fuerza de atracción de los imanes se halla en sus extremos. Eso también me pasa a mí: solo poniendo toda mi fuerza en uno de mis extremos, consigo salirme con la mía. ¿Sabías que la Tierra, tu planeta, es un imán gigante? ¿Y sabías que en el polo norte (geográfico) se haya el polo sur magnético, mientras que en el polo sur (geográfico) se haya el polo norte magnético? ¿Sabías que todos los imanes tienden a orientarse siguiendo la misma ley de atracción – repulsión? El polo norte de un imán se orienta hacia el polo sur magnético de la tierra, y el polo sur de un imán se orienta hacia el polo norte magnético de la tierra. Me gusta ser importante. Fíjate, Fíjate, todo tu planeta está “atrapado” en su propio propio imán. A Montse le pasa algo parecido, está “atrapada” en mí, es más, no puede vivir sin mí. Aunque yo tampoco podría vivir sin ella, sinceramente. Esto es algo que a ella le cuesta mucho mucho aceptar. aceptar. Su mayor conflicto ha sido querer SER sin mí, a veces se le olvida que SER me incluye, tanto si le gusta como si no. Al menos mientras dure su viaje por la tierra. Cuando me niega, yo me enfado con ella porque se pasa la vida reclamando su territorio, y resulta que el territorio es compartido. ¿Quieres saber cómo nací? Ella me creó. No podía sobrevivir sin mí. La verdad es que nadie la la quería, hasta que me dibujó a mí; mí; entonces YO conseguí que la aceptaran, que le dieran lo que necesitaba, que no la aplastaran, literalmente. YO, con mis poderes…
Sí, tengo poderes, Montse me creó infinitamente poderoso; mira, te cuento: Tengo el poder de caerle bien a casi todo el mundo; sé cuándo c uándo hay que ser dócil, también sé cuándo hay que ser hipócrita, sé cuándo hay que poner buena cara, sé cuándo hay que aparentar lo que haga falta, y sobre todo sé lo que esperan los demás de mí y sé cómo dárselo. Sé humillarme, sé llorar a moco tendido. Mi especialidad es que sé dar mucha pena, ¡pero mucha, eh! Bueno, sé hacer muchas más cosas: como ser obediente, no contestar… Sé hacer que parezca que no me estoy moviendo para no molestar, molestar, sé pasar desapercibido. Sé compararme con cualquiera, y sé muy bien como dejar muy claro lo peor que hay en mí. Esta es una estrategia genial, así evito que me envidien y me pisoteen; ¡total, ya me pisoteo yo solo! Es muy divertido verme. He de admitir que durante mucho tiempo tiempo he gobernado yo solo todo el terreno terreno interno de Montse; ¡ahhhhhhh, qué tiempos aquellos…! ¡Cuando podía sufrir y sufrir, sufrir, y seguir sufriendo sin que nadie me disputara el protagonismo! ¡Siendo feliz aquí dentro…....! ¡Era tal mi libertad de acción que…, la verdad es que llegué a abusar! busé tanto que al final obligué a Montse a descubrirme; eso la llevó a observarme, incluso a hacerme caso. Y conseguir esto fue un error por mi parte, orque yo solito, sin que nadie me viera, al mando de todas las legiones, podía hacer tantos estragos como quisiera. Podía humillarme y humillarme humillarme gustosamente sin que nadie me recordara recordara que existe eso de la dignidad. Y menos que la Sra. Dignidad tuviera que vivir conmigo y en mis tierras, ¡qué putada! Desde que apareció esta señora no me me han dejado revolcarme más más por el lodo de mis llantos. Y yo lo disfrutaba mucho eso. Es un juego maquiavélico recordar recrear cada momento de dolor, dolor, estirarlo y encogerlo para volver a estirarlo es tirarlo una y otra vez, y después cuando me canso de esa escena, entonces, imagino una situación trágica y convulsiva y la repito una y otra vez también. Hasta que me canso y me duermo; entonces sueño cosas horribles y puedo seguir sufriendo unas cuantas horas más. Todo era mío, todo…, hasta que llegó la Sra. Dignidad de las narices y se acabó el drama. Cuando yo gobernaba solito estas tierras, lo decidía todo. Podía elegir incluso
las parejas para Montse, y se las elegía con una puntería que no te puedes imaginar: traidores, infieles, déspotas, abandonadores… Yo Yo sé hacer mi trabajo, a mí me crearon para salvar la vida de Montse, y la vida de Montse se salvaba sufriendo; eso era lo único que estaba bien visto en su entorno: el sufrimiento. Si cada vez que ella reía o jugaba la ponían a dormir (en el mejor de los casos), o se pasaban una hora de reloj gritándole, acusándola de absolutamente todos los males del mundo y castigándola. Mejor que llorara, ¿verdad? Porque entonces nadie la castigaba, ni la maltrataba; al contrario: si se hundía en la miseria, hasta conseguía que la abrazaran, al menos un momento. Pues eso: yo sé hacer muy bien mi trabajo. Y mi mi trabajo es hacerla sufrir. sufrir. Cuando hay motivos, trabajo poco: ya se duele ella sola; pero cuando no los hay, hay, yo los tengo que inventar o provocar. provocar. Y lo sé hacer a la perfección, no hay detalle que se pueda mejorar; de verdad que no. Yo sé cómo hacer que no gane dinero, d inero, que pase necesidades, que se pudra de soledad, que acepte trabajos basura b asura que solo le sirven para quemar su s u vida. Yo Yo sé cómo conseguir que se arrastre por donde yo diga que se tiene que arrastrar. arrastrar. Es lo más fácil del mundo, solo tengo que repetirle repetirle algo que a ella le cuesta mucho cuestionar: “tu no vales nada, no vales una mierda, no eres nadie, nadie te quiere y nadie te ha querido jamás, nadie te podrá querer nunca, porque solo has nacido para joderle la vida a los que se han acercado a ti. Por eso tu pareja se droga, o por eso te cambia por otra, o por eso te engaña, o por eso no quiere estar contigo, por eso se va, por eso: porque no te soporta. No te soporta tu madre, ni tu padre quiso conocerte. ¿Quién podría querer a alguien como tú? Nadie. ¡Solo me tienes a mí! (esta es la frase del millón, la la que gana todos los concursos: ¡Solo me tienes a mí!). ¿Una profesión que te guste?, ¿pero quién te crees que eres? Eres ridícula, patética, quién iba a confiar en ti para dar te un trabajo que valiera la pena. Estúpida, sigue soñando, al menos así te distraes un oco, porque ¿sabes cuál es la pura realidad? La pura realidad es que deberías estar agradecida por tener un trabajo en el que no te cobren a ti por aguantarte tantas horas cada día, así que, si está mal pagado, tratándose de ti es una fortuna, no vales ni la mitad de esa mierda que te pagan. Payasa. Engreída. ¡Solo me tienes a mí!” Hasta que llegó la Sra. Dignidad Dignidad a compartir las tierras, y se acabó el juego. Yo le digo lo que le digo por una oreja y la otra va y le dice todo lo contrario por la otra oreja. Durante mucho tiempo hubo suerte porque Montse estaba tan
acostumbrada a vivir sola conmigo que a la Dignidad esa ni la escuchaba. Pero alguien la enseñó a poner atención y se fue a tomar viento mi poderío. Qué fuerte, ¡con qué facilidad me quitaron mi totalidad sobre el mando! Solo así: escuchando y observando, a través de la atención. No sé qué simpático o simpática fue fue que le dijo “respira, “respira, observa tu respi ración, ¿qué sientes?, ¿dónde lo sientes?, ¿qué pensamiento ha despertado a esa emoción?” ¡y ella hizo caso! Respiró, observó, y aunque al principio le costaba un poco, me acabó pescando. Un día se dio cuenta de que yo le decía lo que le decía, y había alguien más que le decía otra cosa. Y como le hablábamos los dos a la vez, ella, concluyó que no era ni lo uno ni lo otro. Vio que solo éramos voces en su mente diciéndole cosas. Yo Yo le decía que la muerte de su primer novio (un heroinómano) era culpa de ella por no haber sabido quererle mejor, mejor, por no haber sabido ayudarle… Y la otra le decía que él a se drogaba antes de conocerla, que él usaba los problemas como excusas, que se drogaba porque así lo elegía él y no por culpa de ella ni de nadie más que sí mismo. Llevaba más de 20 años creyéndome a mí, y de pronto un día, la oye a ella, y me pone en duda. Ese día fue el principio del final final de mi reinado. reinado. Después de eso ya nunca volvió a confiar en mí como antes. hora no me cree casi nunca. Aunque aún puedo engañarla alguna vez, cuando no me presta toda la atención que necesito, entonces y por un momento puedo volver a gobernar; pero ya no es lo mismo, porque la Sra. Dignidad n o baja la guardia. ¿De dónde habrá salido la señora esta “tan íntegra”, “ tan honrada”, “tan….” Vale, acaba de entrar en escena, me dice que le pase el turno que ya he hablado demasiado. Es verdad, yo, si me dejan, tengo carrete para llenar de texto varias enciclopedias seguidas… Es lo que soy, ¡qué le vamos a hacer!: un charlatán. ¡Que sí, que ya me voy! Un placer, placer, ya sabes, soy el Dragón, el demonio, el personaje pers onaje principal. Cuenta conmigo para lo que gustes que sabré complacerte, puedo darte absolutamente todo lo que quieras de tu entorno; tú solo tienes que pedirlo y yo te lo concederé. Y, Y, ¡por favor!, cuando en estas páginas te hablen de mí, hazte una idea: en realidad no soy tan malo, solo s olo hago mi trabajo.
Presentación de mi Diosa (¿endiablada?... Sí): Ya conoces mi nombre. No tengo demasiado que decirte de mí. Soy joven, aún estoy creciendo. También formo parte del imán del que q ue te hablaba mi compañero el Demonio Dragón. Yo Yo soy la línea central que separa los polos y también soy el eje que los une. El Dragón te decía que cuando Montse te hable de él te estaría hablando de su imán. Cuánto protagonismo se otorga. El imán no es solo é l. La ventaja que yo tengo sobre sobre el Dragón es que, así como él solo vive en la mente de Montse, yo vivo en todo su Ser. Ser. En cada una de sus células, en cada una de sus respiraciones. Formo parte del aliento divino que le da vida. Se me conoce con otros nombres, el más popular es Amor, Amor, también me habrás oído nombrar con el nombre de Paz, Libertad, Consciencia, Serenidad, Salud, Sabiduría, Dios. No tengo más que decir, decir, donde yo habito no hay espacio para el desprecio, ni la humillación, ni siquiera para la lucha. Estoy aquí para restablecer el orden natural de las cosas, de las emociones, incluso de los ensamientos. Estoy aquí para acariciar al Dragón. Cuando yo lo acaricio él se relaja. relaja. Todavía no ha comprendido que no soy su enemiga. Todavía Todavía no ha comprendido que las tierras que él quiere gobernar gobernar,, sin mí, no podría disfrutarlas porque sucumbirían. Sé que es cuestión de tiempo. La verdad es que nos vamos haciendo amigos, aunque a él le cuesta reconocerlo. Está demasiado acostumbrado a estar solo y a hacer ruido. En su propio ruido tiene grandes dificultades para oírme cuando le digo: digo: “yo no quiero pelear contigo, solo quiero acariciarte”. La paciencia es parte de mi receta, receta, así que no hay ni el más más mínimo problema. problema. cabará oyéndome, y acabará comprendiendo que es más fuerte conmigo que sin mí. Conmigo puede tener cabeza y cola. Sin mí tiene que elegir una de las dos cosas, y sin s in la otra no le sirve para nada. ¿Te imaginas una cola de dragón volando sola? ¿Por qué utilizo mi presentación para hablarte del Dragó n? Tal Tal vez ya lo habrás adivinado, en realidad, y aunque él aún no lo sabe, soy una parte de él. La más
equeña y también la más poderosa. Yo Yo soy el corazón del Dragón. Sí, los dragones también tienen corazón.
POLARIDAD CLIENTE / TERAPEURA SER De la buena combinación de estas dos polaridades: Cliente y Terapeuta, nace el buen acompañante. Soy buena acompañante cuando Soy Yo Misma. Cuando no utilizo el “rol” de terapeuta como una máscara de quita y pon: ahora soy terapeuta y ahora que acabó mi jornada dejo de serlo. Soy buena acompañante cuando me sé igual al otro, estoy dispuesta a caminar unto a… sin llevarle por detrás, ni arrastrarle desde delante. Somos dos personas caminando lado a lado, al mismo paso. Como si los roles se dieran la vuelta descaradamente, a veces, es el cliente quien me muestra mi propio drama a resolver con su vivencia. Y paradójicamente viene a mí, no a otra persona, a hacerme ese regalo; soy yo quien debe tomarlo, soy yo quien puede ayudarle, mientras él, sin saberlo probablemente, tanto me ayuda a mí. La identificación con uno de los lados me impide disfrutar el otro. Si no me identifico con ninguno de los dos podemos beneficiarnos ambos de nuestro encuentro. ¿Por qué paga uno otro y el otro cobra?, esto favorece la identificación con el rol, y es necesario que sea así, para que se pueda jugar la transferencia que permite el viaje por el infierno. Es el camino hacia el cielo que precisa esta aventura. Como mujer que soy, lo no resuelto con mi padre condiciona mis relaciones con los hombres y por su puesto mis relaciones de pareja. Y lo no resuelto con mi madre condiciona mi relación conmigo misma, y con el resto de mujeres que me cruzo por la vida. Para un hombre es lo mismo, lo no resuelto con el padre condiciona su relación consigo mismo y con el resto de hombres. Lo no resuelto con su madre se interpone en sus relaciones con las mujeres y en sus relaciones de pareja. Esa necesidad, esa carencia (atención, comprensión, apoyo, reconocimiento, límite, confianza, etc.), ese vacío, esa rabia, ese “lo que haya”, se interpone.
Y lo hace de la misma manera en una relación de amigos, de trabajo, de pareja…, que, en una relación terapéutica, donde, si soy cliente, le puedo colgar al terapeuta mi drama como si fuera con él. Le transfiero mi experiencia de vida. Y si no lo reparo, es cuestión de tiempo que lo transfiera en mi cliente cuando la terapeuta soy yo. Lo único que me puede ayudar es darme cuenta de lo que está pasando. Como cliente la figura del terapeuta se me hace muy importante, se crea un vínculo “familiar” donde cualquier cosa que me contraríe puede dolerme de manera insospechada, y al revés, cualquier cosa que me haga sentir aceptada y acogida puede ser del todo reparadora. Aquí el terapeuta necesita tener mucha destreza para atreverse a confrontarme lo neurótico amorosamente, de otra forma me dañaría en el intento de ayudarme. Y también debe saber reforzarme en lo sano y en lo positivo. Lo que siento y lo que me pasa, no tiente tanto que ver con esta figura sino con lo que la misma representa. Mi sanación pasa por hacer consciente lo inconsciente, y por ver cómo hago lo mismo, una y otra vez, con el resto de relaciones que voy creando en mi vida. No es diferente lo que me ocurre frente a la figura del terapeuta, a nivel afectivo, de lo que me ocurre en otra relación. La diferencia elemental está en que el terapeuta tiene en sus manos la oportunidad de ayudarme a comprender lo que está pasando dentro de mí. Y aquí sí, cuando puedo sentir esta verdad en mis huesos, a partir de ese momento mi vida puede hacer un cambio radical. Como terapeuta una de las cosas que más me duelen, es ver mis propias limitaciones cuando un cliente entra en este tipo de resistencia que hace tan difícil la relación. Muchas veces, la resistencia tan poderosa que se levanta, me dificulta ayudarle como yo quisiera. Puede haber sido mi propia actitud la que ha originado una respuesta así en mi cliente, o puede que no. Sea como sea es una gran oportunidad de ayudarle y no siempre sé hacerlo todo lo bien que yo quisiera. Este desafío también me ayuda a mí a mejorarme. En cada momento, en cada situación, siempre hay algo que mi cliente me pone delante y que me confronta con mi propia vida. Parece algo mágico la potencia que tiene el espejo, en doble dirección, de cliente-terapeuta. Y parece un regalo
del cielo cuando juntos, descubrimos el camino a caminar. Tanto en la polaridad de Terapeuta como en la de Clienta me encuentro con un regalo que espera mi acogida. Ese regalo es algo que me sirve y me ayuda de verdad, por tanto, suele ponerse en marcha el mismo mecanismo: el miedo inconsciente. Las resistencias de mi mente se levantan al sentir que algo más grande supone una amenaza a su reinado. Cuando mi ego-mente comprende que mi Ser quiere la misma cosa que quiere él: Amar, mis resistencias caen. Inventé mi máscara para protegerme de un sentimiento de dolor insoportable que se originaba cuando me sentía rechazada por ser tal y como era. Eso hace que mi mente tenga miedo al sentir que algo la puede destronar, y dejarme así, susceptible a ese dolor. No calcula la diferencia que existe entre el dolor que siente una niña pequeña y dependiente de los adultos, cuando se siente rechazada, (es su propia supervivencia la que peligra), con lo que siento como adulta (me valgo por mí misma). Mi mente no registra esa diferencia hasta que ocurre el destronamiento. Pues mientras tanto su experiencia siempre ha sido la misma: desde que inventé el personaje me he movido a través suyo, y no a pecho descubierto como hacía de niña, cuando era pura y auténtica. Salgo perdiendo cuando me agarro al personaje, cuando me aferro a seguir protegiéndome. Es mi propia capacidad de sentir la que se resiente, es muy difícil darle la vuelta a esto y, sin embargo, es posible. Defender, justificar, agarrarme al personaje, implica la elección de un tipo de soledad que no se ve, ni se nota desde fuera. Cuando elijo mostrarme al mundo desde mi máscara, desde eso que los otros quieren ver en mí, mis relaciones se construyen entre mi personaje y el otro, pero ¿qué pasa con lo que soy en verdad?, ¿qué pasa con mi Ser real? Si me muevo y me relaciono desde ahí, mi ser profundo sabe que no tiene a nadie, pues nadie lo conoce, nadie lo ve, nadie lo elige, ni si quiera yo misma que estoy vendiéndome distinta a quien soy, me tengo en esa situación. El ser yo misma implica otra forma de soledad, asumir el dolor de ver algo real:
solo se crean vínculos profundos y auténticos con aquellos que también se han decidido a ser ellos mismos. Esa realidad que me duele dice, entre otras muchas cosas, que una buena parte de las personas con las que me encuentro en la vida se mueven desde la mentira, el engaño y la manipulación. Esto conduce a una vida un tanto solitaria; es muy sencillo: no van a soportar que yo me permita vivir en la verdad, eso los confronta directamente con su propia artimaña, y si eligen vivir en ella es porque no quieren saber de sí mismos más de lo que saben. También porque yo no voy a aceptar vivir en su mentira, ser cómplice del engaño, de la estafa, de la merma de su Ser que, si yo acepto, es al precio de mermar el mío. Alguien que elige vivir en la mentira se resta posibilidades a sí mismo. No sabe qué habría pasado si en lugar de maquillar la realidad se hubiera arriesgado a mostrarla sin más. Intenta retener un falso amor (destinado al personaje y no a la persona). Y este personaje puede volverse manipulador, estafador, perdedor. Es en primera persona esa estafa y esa manipulación, es en primera persona la pérdida que entraña: Se pierde, a través de la mentira, cualquier posibilidad de ser amado por quien es en realidad. Una vez más el espejo de la vida y de los otros me refleja mi propia realidad interna: Se quedarán conmigo, si me muevo desde ahí, aquellos que estén dispuestos a aceptar mis mentiras, y que, evidentemente, desconocen cuál es mi verdad, pues no la muestro. Entonces todas mis relaciones serán mentira, estarán construidas sobre la mentira. Mi mundo, mis amores, mis amigos, todos esos que parece que están ahí, en realidad están, pero no para mí, sino para lo que ellos quieren ver en mí: alguien que les complace en sus expectativas. Solo cuando me arriesgo a mostrarme y asumo las consecuencias sabré con quien cuento y con quién no; y también habré salido ganando internamente, pues sabré que, como mínimo, me tengo a mí misma, no estoy negándome, no estoy escondiéndome como si fuera algo malo, algo despreciable, algo terrible. No
estoy falseándome. Soy ésta, tanto si quieres relacionarte conmigo como si no, si quieres que compartamos como si no; esto es lo que soy, esto es lo que hay. Y si no puedes o no quieres lo que soy, entonces te puedes ir y seguir con tu camino, que parece que no es el mismo que el mío. Cuá nto más alta hago mi apuesta por “mi lado oscuro” más fácil se me hace renunciar a este tipo de relaciones que están sujetas a una fabulosa interpretación teatral y a la destreza de la palabrería engañosa. Sin embargo, el dolor de saberme rodeada por algunas personas heridas y maniatadas en la mentira, que no quieren saber de sí mismas, a veces me produce una tristeza infinita que me cuesta mucho atravesar, sobre todo cuando lo veo en personas de mi entorno inmediato en las que había puesto mi sentimiento y mi confianza. Es un desengaño permanente. En ocasiones, aquellos que parecían luchar a cuerpo descubierto contra sus propias mentiras, también habían elaborado, un sistema mucho más sólido de auto-engañarse. El ego es impredecible, y esta es la razón por la que concluyo que no es posible ganarle la pelea; que no quiero seguir luchando con él, lo que quiero es paz, lo que quiero es alianza. Cuando veo que alguien, por no perder lo que cree que tiene, se vende a sí mismo como un objeto en el mercado, es decir: se falsea, se inventa, se cree a sí mismo y a su propio engaño, entonces se me encoje el alma, por las tantas veces que yo me reconozco en lo mismo, en el intento de sentir que soy capaz de conquistar el amor de mi entorno. Qué lástima, y qué horror saber que esas mismas trampas pueden seguir vivas y quizá no las esté viendo. Por eso, mi contrato más respetado me propongo que sea el que hago conmigo, entre mi “verdad” y mi “mentira”, entre mis polaridades: entre lo que soy y lo que juego a ser. ser. Quiero un contrato que ambas partes respeten, pues de otra forma todas mis partes salen perdiendo.
Cuando a alguien que yo amo le descubro en la mentira, se me achica el corazón de tal manera que tardo mucho en devolverme mi propia expresión natural. Me quedo dolorida, enfadada, y con un sentimiento de frustración e impotencia que me parece imposible atravesar. Sin embargo, con el tiempo lo consigo, lo atravieso y suelto el tema; me cuesta, me cuesta mucho. Se me derrumba la vida misma, pues no puedo dejar de ver lo hermoso que podría haber sido lo que hubiéramos construido juntos desde la complicidad y la autenticidad. No ha sido posible, una vez más todo cae ante mis ojos, y lo más triste es que en esos momentos no suele haber ninguna mano a la que agarrarse, pues desde fuera cada cual ve lo que quiere ver, y los que están atrapados en el mismo mecanismo del autoengaño no se deciden a valorar lo que yo estoy valorando. Entonces me siento profundamente sola, yo con mi verdad, y nadie más para compartirla, o ayudarme a ayudar a esa persona a darse cuenta del precio que está pagando por elegir a su personaje, en vez de elegirse a sí mismo. Entonces nos vamos, mi verdad, mi soledad y yo, a seguir caminando entre los escombros de lo que pudo haber sido y nunca fue, aunque por un rato lo pareciera desde el espejismo. Una y otra vez, elegir ser yo misma me demuestra que lo barato, como dice el refrán, al final sale muy caro. Si me hubiera quedado con la mentira de aquél, estaría apostando por mi propio personaje que entre mentiras se maneja tan bien, cuando vive mi vida por mí, haciéndome creer que somos la misma cosa. No quiero relaciones baratas, que permiten ahorrar en verdad, transparencia y honestidad. No quiero ese tipo de ahorro, de verdad que no. Asumir el precio, caro, muy caro, de elegirme a mí misma, es asumir las consecuencias de mis elecciones, que una vez más me llevan a un camino solitario, donde en ocasiones me encuentro con alguien que elije su verdad también, y que por un rato comparte conmigo su experiencia, para seguir después cada uno su propio camino, porque eso forma parte de la verdad que tanto me duele: el camino es uno para cada cual, que se cruza con otros, y que sigue su propio recorrido después. Sin embargo, en este caso, aún en soledad cuento conmigo. Es una forma de soledad que me hace fuerte, donde no hay ausencia de amor, donde la búsqueda
tiene un principio y un final muy definido que no pasa por lo externo, aunque a través en lo externo me puedo reconocer y me puedo congraciar con la vida misma. Aquí no hay más alternativa que asumir que ese sabor amargo de la impotencia tiene que ver con mi propia necesidad. Si me duele no haber podido ayudar a aquél a ver el precio que pagaba por elegir al personaje y a la mentira, si me duele no haber podido contar con alguien aliado que me ayudara a cumplir ese objetivo mío, es solo por una cosa: la vida me desafía a devolver todas mis fuerzas a mi “yo misma”. Me recuerda que cada cual se tiene a “sí” para hacer consigo lo que más guste, y no es mi cometido cuánto se engaña el otro, ni qué camino elige, o el precio que paga. Es mi egoísmo tan solo quien coletea, es mi deseo frustrado de haber construido una experiencia conjunta y hermosa, que finalmente no fue posible. Mi dragoncillo que no deja de jugar conmigo, y una vez más reclama mi atención. Sé que solo soy responsable de lo que digo y de lo que hago, y en ningún caso de eso en lo que algunos convierten esto desde su propia manipulación, para forzar a encajar lo que no encaja dentro de sus planes. Con gusto elijo para mi vida lo que construyo, con gusto pago el precio de mis elecciones, todo esto suma y sigue a favor de mi libertad. Soy consciente de que ese “gusto” a veces tiene un sabor dulce y otras veces lo tiene amargo. Y mientras tanto… hay ocasiones en que no sabe a nada.
POLARIDAD SALUD / ENFERMEDAD SEXUALIDAD Mi energía sexual es mi energía creativa: Crea vida y crea todo lo que construyo. Si bloqueo esa energía mía, estoy bloqueando el potencial de todo cuanto construyo en mi vida. Entonces, al desviar mi energía sexual estaré pervirtiendo mis creaciones, haciendo de este mundo maravilloso un lugar donde impere el odio, el resentimiento, el dolor, el sufrimiento, el abuso y la enfermedad. Negar mi energía sexual es negar que estoy viva, y es negar que estoy sana. Mientras que reconocerla, más allá de la decisión que tome en cuanto a cómo vivir y con quién compartir, o no, esa experiencia en cada momento, es salud.
Así, de la represión, de la castración interna, nace la violación, el abuso y la perversión. Una vez más la enfermedad nace de la inconsciencia. El placer frente a la angustia son los polos opuestos del Ser Vivo. Al aprender a coartar mi expresión natural voy en dirección a la contracción angustiosa, convierto mi cuerpo en una armadura de contención que no me permite la vida. Somos la única especie que no respeta la ley natural de la vida, que colecciona interminables enfermedades, físicas, psíquicas y emocionales. Me atrevería a proponer la teoría de que los animales que nos acompañan, “nuestras mascotas”, enferman también en la medida en que los humanizamos: “siéntate, dame la patita, no puedes hacer pipí hasta que yo decida sacarte a pasear, y por supuesto no puedes tener vida sexual porque me llenarás de cachorritos que no quiero. No puedes vivir”. En tanto no me permita una conexión absoluta con mi potencial, para amar con todo mi cuerpo y con mis cinco sentidos, en tanto impida esa descarga total de mi energía, estaré caminando en dirección a la patología y mutilando mis posibilidades de salud. No consigo comprender unas razones que justifiquen el penalizar algo tan hermoso y tan sagrado como es el principio de la vida misma. Vuelvo a ver en primer plano al juez interno, atrapado en la más absoluta ignorancia y pretendiendo saberlo todo y tener en su poder el conocimiento absoluto sobre el bien y el mal. ¿Cómo hago que todo se desvirtúe gracias a mi juez?, no solo desvirtúo la belleza de la verdad, sino que las consecuencias que eso conlleva implícitas son contra-vida. Tengo claro que la vida es la consecuencia misma de la sexualidad, no solo en los humanos sino en todo cuanto existe. Y no solo en lo que puedo ver matemáticamente, que sería la fórmula: óvulo más espermatozoide igual a bebé. Sino que la forma en que vivo mi energía sexual condiciona mi existencia: me conecta o me aleja de la salud. Cuando esa energía no encuentra el espacio y el fluir adecuado y necesario se me sube a la cabeza y me emborracha las neuronas. Entiendo que el bloqueo sexual es el que da lugar a muchos tipos de locura o de neurosis, de depresión, de agresividad, de morbosidad y monstruosidad…., la
represión equivale a enfermedad. Mi energía sexual es una energía sagrada; yo necesito su movimiento, necesito sentirla, expresarla y compartirla de forma natural. Mi energía sexual soy yo. Entiendo mi energía sexual como la forma en que más profundamente me comunico y me vinculo. Junto a la energía del amor son el Todo de la vida. Todo lo demás, para bien o para mal, depende de esto y de cómo me gestiono aquí. Qué bien cuando ambas energías, la amorosa y la sexual, coinciden en una relación, qué plenitud. Y que bien cuando solo aparece una de ellas y puedo verla, reconocerla, sentirla, y expresarla libremente. Ambas posibilidades, y otras tantas, existen, son partes de la naturaleza y están bien. Sin embargo, a través de mi juez, condicionado por el moralismo de mi educación, muchas veces “enfermo”, me interpongo y saco el hacha para decapitar todo aquello que no juzgo conveniente. ¡Increíble!: mi juez interno tratando de juzgar a la creación misma del universo. Me pongo por encima del criterio divino para decidir si es correcto o incorrecto que sienta y exprese aquello que forma parte de mi naturaleza perfecta, aquello que forma parte del fluir sano de mi vida y mi salud. De esa forma puedo amar a alguien desde el corazón, con un tipo de amor en el que mi centro sexual no se agita desde la erótica, como sería el amor que siento por mi madre, mis amigos, mis mascotas, mis aficiones, mi profesión, etc. Y no me juzgo como “mala, perversa o inmoral” por sentir solo una de las dos energías. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando siento una atracción puramente sexual hacia alguien por quien no siento amor?; es algo absolutamente lógico y normal. juzgarme de inadecuada, de inmoral o de cualquier otro descalificativo frente a esta pulsión, es prueba de “mentalidad patológica”. ¿Cómo es posible que pueda permitirme amar sin más a cualquier persona, sin que ello vaya acompañado por un sentimiento de culpabilidad, o sin sentir por ello que esté haciendo algo malo, y sin embargo cuando se trata de deseo sexual, de atracción pura y dura, a secas, entonces haya una parte de mí que me penalice por sentir estas cosas normales? Al decir públicamente que siento amor hacia mi amiga, o mi amigo (como se llame) sé que nadie me condena, pero como diga que “tal persona” “me pone cachonda”, veo que hay quien se ruboriza (incluso yo misma), y temo que habrá
quien me tache de indeseable. Sé que incluso hay quien, solo por haberme oído, probablemente vaya a confesarse acto seguido, no vaya a ser que se le contagie eso de la libido. En serio, conozco personas muy pudorosas. Las restricciones que imponen diferentes religiones del mundo tienen una buena parte de responsabilidad sobre esta atrocidad condenatoria. Sin embargo, la mayor responsabilidad es la mía por no cuestionar, hoy como adulta, lo que tragué sin masticar en mi educación, por creer a ciegas algo tan anti-divino como todo lo que gira en torno a penalizar la energía más hermosa, origen y continuidad de la vida y la salud, siempre que esta energía esté bien integrada y se pueda vivir como algo hermoso y santo. De la misma forma, origen y continuidad de la enfermedad mental y física, cuando está atrozmente reprimida, reprendida y castigada. Habrá quien al leer esto piense con razón “bueno, hoy no es como antes”; es verdad, aquí en nuestro país hemos hecho algún avance en el tema, sin embargo, pasé mi adolescencia sintiendo que masturbarme era malo. ¿Qué había metido en mi cabeza para vivir renunciando a una parte de mi cuerpo y de mi sentir tan indispensable como es el disfrute del placer a través de mi sexo? Es el absurdo más gigantesco de todos los tiempos, y sigue vivo, en menor escala seguramente, pero sigue dando coletazos. A nivel personal, voy a hacer una confesión. Yo de pequeña tenía una muy fuerte conexión con mi energía sexual. Después fui conteniendo y reprimiendo; mi educación era una sentencia muy clara: el placer es cosa del Demonio (Bendito Demonio). Y yo queriendo ser “hija de Dios” renuncié a lo más hermoso que había en mí, mi conexión con la vida. Así he pasado los primeros 30 años de mi vida; los 10 siguientes tratando de devolverme lo que es mío en este campo, ¡menuda faena! La primera terapeuta que tuve, me preguntó a mis 28 años si había mirado mi vagina por dentro; yo me moría de vergüenza hablando de estos temas entonces. Negué rotundamente. Ni se me habría ocurrido. Ella me propuso que lo hiciera poniendo un espejo de mano entre mis piernas y comprobara, para mi sorpresa, que mi agujero vaginal no era negro y apestoso como yo pensaba entonces, sino de un rosa precioso, luminoso y suave. Lo hice; fue un shock. Era verdad, es rosa suave. Descubrí en ese momento que yo tenía en mi vagina dos agujeros diferentes, el del canal vaginal y el del canal urinario.
Hasta esa edad viví pensando que solo tenía un pequeñísimo agujerito: “el del pipí”. Y que como era tan pequeño, por eso me dolían tanto mis relaciones sexuales, porque tenía que entrar algo muy grande para un agujerito tan sumamente pequeño. No sabía que eran conductos distintos; cada relación sexual que tenía era traumatizante, por mucho que yo amara al hombre compañero. Destraumatizar tantos años de “agresión imaginaria” es algo brutal; sencillamente, no se me ocurre otra definición más adecuada. Y nací en 1967; mi generación tampoco es que esté tan “atrasada”. Yo si lo he estado. Mi educación en la infancia lo es todo para mi condicionamiento adulto. Liberar esos enredos precisa de mucha terapia, de mucho cuestionamiento, del coraje necesario para vencer muchas resistencias, y finalmente de la elaboración de infinidad de cosas, como son el enfado con quienes me atormentaron al transmitirme las aberraciones que me transmitieron, para después comprender que estaban atrapados en las mismas monstruosidades con las que me estaban atrapando a mí al transmitirme sus creencias. Hoy siento que no merecen mi enfado, sino mi más tierna compasión. Repito una vez más, que nada de lo que soy es malo, y mi sexualidad también soy yo, mis genitales también soy yo, de la misma forma que lo soy a través de mis manos, mis pies, mi espalda, mi cara…, bien pues mi vagina también soy yo, y tengo todo el derecho del mundo a ser integrada en mi totalidad, como parte maravillosa de la Creación Universal a la que pertenezco. A veces no sé gestionar lo que soy, física, emocional y mentalmente. Y eso no significa que sea algo malo, solo que no sé más, o “mal sé”. Y, al no saber, me daño. Me creo una serie de patrañas que me han contado otros que sabían menos todavía, y acabo rechazándome y reprimiéndome. No tengo nada malo en mí, sin embargo, cuando gestiono algo de manera inadecuada lo desvirtúo. Entiendo esto como algo común a los mortales: No tenemos nada malo en nosotros; al gestionar algo de manera inadecuada lo desvirtuamos. Mi energía sexual, sagrada y maravillosa, se manifiesta en una mirada, en un movimiento, en un contacto, en una palabra. Hasta dónde le doy, y le damos, cuerda es algo que decidimos cada uno de nosotros. Dónde pongo el límite de lo que quiero vivir, dónde pones el límite de lo que quieres vivir, es algo que elegimos nosotros.
Llego a comprender el mecanismo por el que un niño que nace puro y santo puede acabar cometiendo actos barbáricos en su vida adulta. Cuánto más penalizo mi verdad, cuánto más tabú hago el tema, cuánto más amordazo mi instinto de vida, más crece mi lado oscuro, ese donde vive la parte de mí que rechazo y niego como propia: Así se crean mis monstruos. Lo que en origen, si no se le hubiera envenenado, habría tenido un desenlace sencillo, hermoso y placentero, al ser juzgado, rechazado y condenado, acaba teniendo un final macabro. Es nuestra cultura la que educa a sus criaturas para que vivamos fingiendo ser otra cosa diferente a lo que somos. Así podemos llegar a fabricar fenómenos anormales dentro de nosotros, los hemos fabricado con nuestra forma de reprimir la vida, y después cuando esos fenómenos que hemos creado actúan, los culpamos y los condenamos. Los hemos creado nosotros a partir de nuestros propios pre-juicios ignorantes, y después los usamos para justificarnos, para convencernos de que necesitan ser reprimidos y enjaulados. Si reprimo mi instinto sexual acabará saliendo de mí convertido en algo incontrolable y anormal, cuando en origen era perfectamente normal; yo lo habré convertido en algo monstruoso al reprimirlo, y después cuando actúe diré: ¿ves como hay que reprimirlo, si no, qué sería se ría de la humanidad? . Interpretamos los hechos con la misma ignorancia que los creamos. Mi sexualidad es buena, lo que me hace daño es reprimirla, juzgarla y condenarla. Entonces la convierto en algo turbio y malo; yo hago eso, y así le doy la razón a mi educación, para seguir atrapada en el mismo error aprendido. Cuando vivo mi energía sexual de forma libre y sana, puedo decidir hasta dónde quiero llegar. Si la niego, la juzgo y me culpabilizo, por sentir lo que siento, la estoy tiñendo de un color oscuro y obsesivo que acabará manejándome a mí, llegando a anular mi voluntad consciente. Cuando me prohíbo sentir mi energía sexual, mi inconsciente acaba desviando hacia ese centro cualquier vínculo que tenga un origen diferente (por ejemplo, empiezo a sentirme atraída por cualquier hombre que en principio no me habría atraído desde lo erótico). Es como si esa parte de mí reclamara su derecho a ser y existir y dijera: ¿ah sí?, ¿me ignoras, me niegas, me rechazas?, entonces tendré
que mostrarme con más contundencia para que me veas porque, tanto si te gusta como si no, resulta que existo, formo parte de ti, y además, tú me necesitas.
Y una de las formas en que mi energía sexual me grita para que la vea de una vez, es colándose donde sea que yo esté. Puedo llegar a sexualizar cualquier tipo de relación que en origen no habría pasado por ahí, como resultado a mi prohibición interna para sentir libremente lo que siento. Es decir, si me quedo atrapada en esa negación interna, puedo actuar bajo una actitud de seducción sexualizada, de forma sistemática y automática, que me va a impedir crear vínculos profundos y sanos en mis relaciones, porque desde esa negación, se interpondrá mi parte inconsciente y rechazada, ante el resto del mundo, en el intento de ser reconocida y readmitida por mi consciente. Mis aprendizajes adquiridos, muchas veces, son el peor lastre que arrastro. Veo que esto no solo me pasa a mí, por ejemplo: muchas mujeres de mi época, y sobre todo de generaciones anteriores, han sido entrenadas para tener relaciones sexuales solo después de contraer matrimonio, y evidentemente con el mismo compañero toda la vida. Esto es una condena al infierno por la puerta principal. Primero: ¿cómo voy a aceptar un compromiso de tal envergadura como es el matrimonio, sin conocer sexualmente a esa persona, sin saber si me gusta o no me gusta nuestro contacto íntimo, sin comprobar que somos compatibles y que nuestros cuerpos disfrutan juntos, en lugar de sufrirse? Segundo: ¿para toda la vida?, ¿pero qué condena es esa? ¿Y qué pasa el día que estemos hartos de estar juntos?, ¿qué pasa si dejamos de llevarnos bien o dejamos de amarnos?, ¿qué pasa si un buen día nos damos cuenta de que ya no nos soportamos? ¿De verdad tenemos que aguantarnos y conservar ese contrato que no queremos ninguno de los dos, para toda la vida? Recuerdo una frase que, de adolescente, escuché hasta aborrecerla; decía así: Elige bien la cuchara con la que quieres quieres comer porque comerás con ella toda la vida. ¿Cadena perpetua? Sí, el mensaje en realidad dice que amar es igual a
cadena perpetua. Increíble. He cambiado de cuchara varias veces en mi vida, y de tenedor y de cuchillo, hasta de tijeras. Incluso a veces como con los dedos y no uso cubiertos ¿Por qué?, porque tengo derecho a elegir por mí misma qué quiero comer, cómo y cuándo me lo como. Así de sencillo.
Ese derecho no tiene que dármelo nadie salvo yo misma. Yo acepto las cláusulas hereditarias de un contrato que no quiero, o no las acepto. No hay más. Sin embargo, hasta que descubro ese derecho mío, me paso una buena parte de mi vida sintiéndome el bicho más raro del mundo cada vez que descubro mi capacidad para sentir cosas normales. Pienso en las chicas jóvenes de la España profunda de décadas anteriores, que al ser descubiertas por haberse entregado a los brazos de la naturaleza y de su instinto de vida, con alguien igual de vivo que ellas, eran juzgadas, apaleadas, desterradas por sus propios padres, muchas veces condenadas incluso a la prostitución. Maltratadas, humilladas, rechazadas para toda la vida. Su único pecado fue estar vivas, sentir cosas maravillosas y aceptar el latido de la vida, dejando que la naturaleza se manifestara en sus cuerpos y en sus deseos sanos y absolutamente naturales. Me pregunto ¿A dónde nos lleva nuestra mentalidad a los humanos? Mente, Ego, Carácter, Personaje, ¿qué importa con qué pseudónimo lo llamemos en cada momento? Ese impostor que usurpa nuestro lugar legítimo, que corresponde al amor y a la consciencia, puede llegar a ser el más aterrador, abominable y atroz de todos los monstruos y demonios que puedo imaginar. Hoy que puedo pedirme un deseo a mí misma sabiendo que me lo voy a conceder, no tengo ni la más mínima duda: me pido no dejar jamás de cuestionarme mis creencias, una y otra vez, tantas veces como sea necesario cada día de mi vida. Si pudiera pedirle al mundo un deseo sabiendo que me iba a ser concedido, le pediría que cada persona del planeta se cuestione sus creencias, una y otra vez, tantas veces como sea necesario. En el tema de la sexualidad, las creencias humanas dejan en evidencia una buena dosis de sufrimiento mundial. Por ejemplo: Desde algunas Iglesias y Religiones que prohíben a sus discípulos inmediatos que estén conectados con la vida, es decir, que vivan sana y libremente su sexualidad. Desde aquí veo como se desvía esa energía que podría ser tan natural como santa, y al reprimirla y condenarla se traslada hacia la pederastia y la muerte. Hacia la pederastia cuando esos adultos enfermos de represión, abusan de las
criaturas que viven encerradas en sus orfanatos y en sus internados. Hacia la muerte cuando en los muros de un convento de pronto se descubren miles de huesitos emparedados, pertenecientes a los bebés que parieron secretamente las mujeres (infieles a su marido: ¿Dios?) que pasaron por allí, y que ocultaron entre ladrillo y cemento, en el nombre de ése, con el que dicen estar casadas. Y me pregunto: ¿Pero qué clase de Dios predica esta gente? ¿Cómo puede la humanidad concebir un Dios tan cruel y retorcido que nos llena de energías prohibidas? Si Dios quisiera que los discípulos de su iglesia fueran impotentes los habría creado sin genitales y sin hormonas sexuales. Y me pregunto también: ¿Cómo es posible que los seres humanos nos traguemos sin masticar toda esta manipulación donde a través de la culpa y el miedo nos hacen esclavos de ellos, que son los que dan juego a las mayores perversiones de la historia del planeta? Ahí tenemos el crimen de los bebés nacidos de las mujeres casadas con ese presunto Dios. La pederastia que se practica con los niños de sus instituciones. Las guerras santas que han masacrado a millones de personas…. Sin ir más lejos, hace solo unos años me habrían quemado en la hoguera después de torturarme de mil maneras por afirmar estas palabras. ¿Qué ocurre, que Dios y el Demonio han cambiado las normas desde entonces hasta hoy? ¿O será quizá que las hemos cambiado los humanos? No existe ningún Demonio compitiendo con Dios por poseer a la humanidad. Como Ser Humano que soy afirmo que lo Divino y lo Demoniaco está en mi, y ambas cosas son la misma. Lo que es divino de manera natural (mi naturaleza) lo convierto en demoniaco al juzgarlo y reprimirlo (mi ego). Lo hago yo, nadie actúa a través mío. Solo Yo. Yo. Veo que lo que sí existe, en un buen número de personas, es un nivel de inconsciencia abrumador sobre nuestra verdadera naturaleza, Santa y Divina. Todo lo creado es bueno; negar esto es consentir que mi mente lo corrompa y lo desvíe en una dirección enferma. Negar que todo lo creado es bueno, es creerme por encima de la Creación misma.
Es importante que me dé cuenta de que, para juzgar en clave de “bueno y malo” lo que ha sido creado, es condición indispensable que me crea superior a la fuente de esa creación, y esto es una contradicción evidente y aplastante. ¿Cómo va a ser malo algo que es la llave de conexión con el placer de nuestro cuerpo vivo? Lo que me une con la salud y la vida es el placer (frente al polo opuesto: la angustia, que me contrae y que me une con la enfermedad y la muerte). La expresión del placer es un regalo del cielo, y mi mayor gesto de amor, gratitud y generosidad, es compartir con otro semejante mi potencial para sentirlo. Mi sexualidad vivida sin culpa, con libertad, con conciencia, es lo más sagrado que tengo. En cada momento de mi vida, soy muy libre de vivirla como guste siempre que lo haga desde lo natural y no desde lo represivo y enfermizo. Siempre que lo haga respetando el derecho del otro a elegir si quiere o no compartir esa experiencia. Sin engaños, sin manipulaciones. ¿Qué hay que juzgar cuando dos adultos deciden libremente compartir lo que quieren compartir, cómo, cuándo y hasta dónde quieren llegar? Arriba igual que abajo, fuera igual que dentro. Las mayores represiones dan lugar a las mayores perversiones. Y le pese a quien le pese (por muy arcaico y retrógrado que pueda ser el esquema mental de alguien) resulta que la vida es consecuencia del orgasmo divino que va pariendo árboles de cada semilla que germina en la tierra, que va pariendo galaxias y cosmos con cada contracción de su útero sagrado. Cada especie se perpetúa en su propia descendencia autopariéndose a sí misma y esto es gracias a la sexualidad. Después de su nacimiento, cada Ser (animal, vegetal y mineral) se une con la salud y la vida a través de su energía sexual, que le conecta con el placer. Las flores se abren al amanecer para recibir el Placer de la caricia del Sol. Las prohibiciones hacia mi sexualidad solo consiguen impedirme la manifestación de la parte divina que hay en mí. Hoy, en el siglo XXI, los Seres Humanos estamos permitiendo que sigan girando en torno a la sexualidad un sinfín de aberraciones, como cada una de las mujeres que mueren lapidadas todavía, en algunos países, por haber tenido un contacto sexual no aprobado por las culturas de esos países.
En algunos lugares todavía se sigue castigando con cárcel la homosexualidad, como se hacía aquí hace 60 años. De cualquier manera, hay millones de personas que sufren y se avergüenzan todavía hoy, por sentir cosas hermosas hacia alguien de su misma condición genital. Lo menos importante realmente es qué genitales tiene el otro, lo importante es que las emociones que despiertan son bellas. Lo único importante es que sentir es el equivalente de estar vivo, y es hermoso. Mientras que reprimir, condenar, castrar física o psíquicamente a alguien es un crimen. Y es un crimen incluso cuando está avalado por alguna institución política o religiosa. Mis prejuicios, las ideas que me han sido dadas en herencia, mis costumbres…. Es necesario que recicle internamente de forma constante, porque no hacerlo es aceptar la esclavitud, la ignorancia, la demencia y la barbarie. Puedo elegir salir de la trampa de esa red manipuladora, enferma y contagiosa. ¿Cómo?, atreviéndome a sentir lo que sea que sienta y hacia quién sea que me pone en contacto con esa capacidad maravillosa que tengo dentro: Sentir. Atreviéndome a cuestionar, a discrepar, a elegir mis creencias por mí misma, más allá de las que me fueron dadas. Atreviéndome a SER con todas las consecuencias. Porque renunciar a mí es elegir la sumisión, la decadencia, la involución, la muerte en vida. Renunciar a Ser es elegir el asesinato de mí misma y de todo lo que esté vivo a mi alrededor. Renunciar a esta verdad es pudrir con mis escrúpulos cargados de ignorancia lo que es santo, sagrado y maravilloso por gracia divina. Renunciar a mi conexión y expresión sexual va contra la voluntad de la vida. Nadie puede imponerme algo que yo no esté dispuesta a aceptar. Por eso ahí queda mi invitación a cuestionarnos, una y mil veces, las creencias con las que hemos crecido, porque es un derecho que todos tenemos: el de aceptar o no, el de elegir nuestros propios criterios y el de conseguir que la especie humana acepte, de una vez por todas, su divinidad y deje de comportarse con la brutalidad y la monstruosidad que generan la negación y el rechazo, de lo sagrado que somos, cuando nos impedimos ser lo que somos en verdad. Nuestra especie necesita despenalizar lo maravilloso y tremendamente poderoso
que tiene dentro: Energía Sexual. Recalco, una y otra vez, la importancia de descubrir y rescatar las partes de mí misma que tengo negadas, rechazadas, escondidas, porque solo el reencuentro con esas partes mías me puede devolver la totalidad de lo que soy, mi SER completo. Eso que fui al nacer y que después empecé a trocear, para responder a las exigencias de un entorno que me pedía cumplir una serie de requisitos para aceptarme. Ese entorno, sea el que sea, en el que cada uno de nosotros ha crecido, obedece a unas normativas que tienen que ver con el momento de la historia que vivimos, se trata de nuestra sociedad. Una sociedad que hace estragos en la naturaleza, tanto a nivel humano como general; basta ver lo que nuestro planeta refleja para comprender lo que trato de expresar. Bien, nuestro planeta refleja nuestro propio contenido. Hacemos con él lo mismo que hacemos con nosotros mismos. Leer la obra de Wilhelm Reich “La función del orgasmo” me despertó en muchos sentidos a darme cuenta de que esta sociedad, que afortunadamente se resquebraja, apuesta por la productividad, la exigencia, la obligación de cada miembro que la compone, a cambio de una sensación de aceptación y de integración externas, que convierte a sus componentes en esclavos: a mayor productividad mayor esclavitud. La aceptación social solo parece posible para el que acepta el “despiezamiento” (quítate las partes de ti que nosotros – el entorno – no aceptamos). De esa forma me siento alejada de mi capacidad natural para disfrutar de lo que hago; desde la obligación me resulta muy difícil, si no imposible, el placer. Como integrante de la sociedad vivo remodelada para responder a una moral hipócrita y artificial que me hace creer que lo natural es malo, monstruoso…, esta “moral” me inyecta en vena desde que vine al mundo que lo que siento es “indebido”, es malo. Y con ese aprendizaje me puedo llegar a convertir en monstruo a mí misma, pues en el intento de ser normal y buena persona, puedo enterrar mi naturaleza sagrada y divina, esconderla, renunciar a ella, para pretender una realidad diferente a la que es, que trata de corregir lo que es perfecto de manera natural. Desde el momento en que aprendo a negar lo que soy y siento realmente, fabrico a alguien que opera como si fuera yo, pero es mentira; desde ahí mi verdad
queda profundamente reprimida. Es tan difícil acceder a ella porque esto ocurre desde la más tierna infancia, cuando se me programó para responder a las normativas del momento. Entendiendo que este programa está instalado con cemento en mis neuronas, ni siquiera me doy el espacio para cuestionarme realmente qué soy y qué siento. Me he dejado convencer profundamente de que no soy lo que soy y de que soy diferente a mi naturaleza y a mi verdad. Atrapada en esas creencias, llego a creer que, si fuera como soy en realidad, sería un monstruo. Que los seres humanos, si fueran como son en realidad y no estuvieran “corregidos”, por una educación como la nuestra, serían monstruos. Atrapada en esa falacia no veo que la perversión, la morbosidad, la obscenidad, no son más que el producto de la desviación de una energía que, si es vivida de forma natural y en libertad desde el origen, es sagrada. La desvirtúo, la transformo, la pervierto al “corregirla”. A través de mi sexualidad pongo en marcha mi capacidad de amar físicamente y sentir ese placer con todo el cuerpo. Si me prohíbo esa expansión natural desde niña, aprendo a desviar esa energía en otra dirección, que puede llevarme a enfermar al aprender a negar mi conexión natural con la vida y el placer, al reprimir la vida. Al reprimir lo que soy. Desde que nací he estado sometida al autoritarismo de unos adultos neuróticos, con esas voces aprendidas he formado mi propia voz juzgadora. De ese modo no tengo yo ni mi propia experiencia, ni el derecho a elegir por mí misma: les otorgo a ellos ese derecho. Esto que estoy diciendo queda manifestado en mi historia personal, cada vez que de niña se me hizo sentir que tocarme mis genitales no estaba bien, que masturbarme era malo, que una conducta natural donde mis deseos de contacto, de abrazo, de caricias, quedaba señalada por mis adultos (neuróticos) casi como si fuera un acto pornográfico de esta niña. Me pregunto ¿cuántas veces se me reprendió por esa necesidad de Amor natural y sana, hasta que quedó grabado en mí que yo era “pornográfica, censurable, indigna”, por sentir necesidades normales y naturales de Amor? Me dejé robar mi derecho a explorar mi sexualidad, a disfrutarla sin conflictos. Me dejé robar mi derecho a la vida. Si soy una niña (o fuera un niño) y busco el contacto con mi padre o con mi madre es porque necesito ese abrazo, esa caricia, esa materialización corporal del
sentimiento, del Amor. Necesito sentir y compartir lo que guardo en mi corazón. Cuando busco el abrazo de mi padre, y mi madre me mira como si yo fuera competencia para ella, o como si ese contacto que necesito y busco, fuera algo malo, yo aprendo a restringirme a mí misma. La connotación perversa que ella pone en mi búsqueda de contacto amoroso es suya. Yo soy una niña y como niña ante su respuesta entiendo que soy yo quien está haciendo, o sintiendo, algo malo. Del mismo modo que si es mi padre quien me aparta, quien impide nuestro abrazo, porque él lo penaliza, le pone una connotación pornográfica que es suya. Él teme su propia respuesta corporal frente al contacto. Este rechazo ante mi necesidad y mi deseo queda grabado en mi programa, en mi inconsciente: “Mi necesidad de abrazar y descansar en el abrazo de papá (o figura sustituta) es algo malo”. Papá es el referente masculino para la niña. Algún día mi adulta sentirá que abrazar y descansar en el abrazo del Hombre es malo, es censurable. Además, siguiendo estos ejemplos, me siento amenazada por la mirada de mamá, por su desprecio, por su abandono, por su castigo…, pues al llenar ella de contenido morboso mi actitud natural, me percibe como rival, como sucia, como… “eso” que su mirada y su actitud hacia mí me transmiten. Esta es una de las muchas formas de castración psicológica. Mi capacidad para sentir y entregarme a lo que siento, queda cortada, bloqueada, penalizada. Cuando sea mayor y necesite o quiera compartir mi sexualidad con mi pareja, ese bloqueo que arrastro desde niña (mi aprendizaje) se va a interponer. A mayor castración en la infancia mayor “frigidez” (o “impotencia”), mayor conflicto en la edad adulta. Me llena de tristeza ver que los adultos neuróticos, no sabiendo qué hacer con sus propios instintos y con sus propias necesidades, no puedan soportar que el niño los exprese. Me llena de tristeza ver cómo inhiben en el infante las mismas cosas que ellos tienen inhibidas en sí mismos. Veo que somos una cadena de aprendizaje. Quien ha entendido que sentir es malo, enseña igualmente a sus pequeños que cuando sienten están obrando mal. Sea lo que sea lo que estén sintiendo.
Quedarme ahí atrapada sería continuar transmitiendo un error monstruoso de generación en generación. Yo no quiero formar parte de esa cadena. Me suelto aquí mismo. Apuesto por la vida. Este error que condena la vida se debe a la falta de conocimiento; cuando entiendo cómo funciona la vida, biológicamente hablando, entonces comprendo cómo es que sexualidad y vida son la misma cosa, y también entiendo que recortar ese potencial es recortar la vida misma, inclusive es recortar la madurez de la persona, así como me la han recortado a mí. Si yo no me libero de ese engaño también recorto el potencial de los que vienen detrás. Si tengo mi capacidad sexual detenida en la edad de 5 años, por ejemplo, mi sexualidad es infantil, mi respuesta es infantil y mi vida es infantil. Quedándome ahí atrapada solo podría transmitir dependencia, inmadurez e irresponsabilidad. Esa es la consecuencia de no conseguir auto-realizarme a través de lo que soy en verdad. Esto es lo que me ocurre si no se me permite desarrollar sanamente mi sexualidad y mi conexión con la vida. Incapaz de entregarme a mi verdad, a lo que siento y soy, no me tengo. Mi inseguridad, mi angustia, mi depresión, mi ansiedad, mi resignación frente a la vida, se alimentan de esta soledad. Si no me tengo a mí, no tengo nada, no tengo a nadie. La consecuencia de mantenernos atrapados en este sistema es que nos cargamos cualquier posibilidad de expansión personal; del mismo modo que nos estamos cargando un planeta, que de forma natural, sería interminablemente rico y abundante en vida. Pretendemos ser mejores que la naturaleza misma, intentamos explotar al máximo los recursos que nos convienen, aunque ello signifique la agonía de la Tierra. De igual manera que nos explotamos a nosotros mismos en un intento de ser interminablemente productivos: penalizando el placer. Mi verdadera realización personal no está en acumular riquezas, ni estatus, ni nada material. Está en recuperar lo que soy para poder satisfacer mis exigencias biológicas, que incluyen mi gratificación sexual. Entiendo que la persona que ha sido tan fuertemente condicionada desde siempre no puede tener una vida realmente gratificante, ni sexualmente ni de ninguna otra manera.
Muchas veces estoy confundiendo un sucedáneo con la esencia misma de las cosas: Una pequeña descarga genital con un auténtico orgasmo donde mi cuerpo entero esté implicado. Al aceptar el sometimiento a esta sociedad, estoy aceptando el aniquilamiento de mi propia vida. Cuando veo a los niños como los grandes maestros que son, en tanto aún no han sido despiezados internamente, en tanto aún muestran lo que es la naturaleza humana, en lugar de pretender que lo que ES está mal y debe ser corregido, tengo la posibilidad de sobrevivir al suicidio que supone esta renuncia a la vida que llevo incorporada desde que acepté mi educación. Si me han educado para ser mecánicamente obediente, me han robado mi libertad. Hoy lo denuncio. Hoy lo comparto. Y te invito a cuestionar profundamente este tema porque, realmente, siento que cada vez somos más los que queremos salir de la trampa que supone esta red. Esa energía, que es la vida misma, necesita manifestarse, si le bloqueo su expresión, buscará otra forma de existir, si la condeno con mi juez interno soy yo quien la convierto en algo que de forma natural nunca habría sido: en algo patológico, en algo indecente, en algo incestuoso, en algo perverso. Si yo impido que la vida exista tal como es, convierto la vida en enfermedad. Yo, y cada uno de nosotros que acepte este programa castrador, nadie más. Cuando pongo resistencia a mis instintos y a mis impulsos naturales que, repito, son sanos, es cuando mis instintos quedan perturbados y es cuando actúo de forma neurótica. Es mi juez mental quien transforma lo bello en horrendo, convirtiendo mi capacidad de amar en neura. Yo no puedo cambiar el mundo, pero cambiando yo mi mundo cambia. La sociedad también está formada por mí, y por tantos otros que están dispuestos a tratar de ser ellos mismos a pesar de… Mi aprendizaje dice que para poder sobrevivir en un mundo, donde la “moralidad” niega la naturaleza de la vida misma, yo, como Ser Humano, debo negarme a mí misma, adoptar actitudes y maneras de vivir artificiales y un largo etcétera de normativas contra-vida. He aprendido a reprimir mi orientación natural hacia la expresión sana y libre de mi sexualidad; ahora quiero desaprender para aprenderme a mí en mi verdad y
aprender la vida tal como es de manera natural. El alimento de mi neurosis es mi propia energía sexual contenida que impide mi integración con la vida. Llevo toda mi vida tratando de comprender cómo es posible que, en una pareja, donde parece que hay un lazo de amor que los una, se pueden dar situaciones de traición, de infidelidad…, por fin llego a la conclusión de que la causa está en este entramado. Por mi parte veo que el estar contaminada por esta sociedad me lleva a la imposibilidad de entregarme plenamente a esa energía que nace en mis instintos y necesita fluir. Trato de cerrar esa Gestalt (necesidad que reaparece insistentemente para tratar de ser resuelta), de atender esa necesidad, y bajo la condición de lo represivo, inconsciente de cuál es mi verdadera necesidad, pongo fuera lo que, como siempre, solo está dentro de mí. No es la pareja el problema, es mi incapacidad de entregarme a mi propia energía sexual, sin censura, sin bloqueo, sin contención, ni represión. Entonces, no pudiendo hacerlo internamente, lo intento externamente, y lo puedo hacer por ejemplo a través de la seducción compulsiva, del morbo, de las fantasías distorsionadas… Busco soluciones fuera, lógicamente no las encuentro y repito el intento una y mil veces, pues no tengo ni la más mínima idea de lo que me está pasando en realidad. Todo esto se cuece en el inconsciente. Evidentemente, necesito actuar sobre mis ideas y sobre mis creencias, que se han establecido de forma férrea a través de generaciones y me indican que la sexualidad: es algo que debe ser medido y recortado, limitado y contenido, porque de otra forma sería algo inmoral. Aquí le estoy poniendo una carga negativa a mi conexión vital que es totalmente irracional. No hacer nada con todo esto es continuar construyendo una experiencia de vida miserable que se levanta sobre ladrillos envenenados por la mentira, por la manipulación y por la castración dictatorial de la moralidad tóxica que dice que la Naturaleza “no sabe” y nosotros, los humanos, debemos “corregirla”. ¿Alguna vez has oído aquello de que a los niños hay que enderezarlos igual que a las plantas para que no suban torcidos?, va por aquí la cosa: es una de las mayores aberraciones que yo he escuchado en mi vida, y varias veces, de bocas
distintas. ¿Estamos todos, de alguna forma, contaminados?, ¿estamos todos con las tijeras en la mano preparados para “podar” la vida? De la misma forma en que se cortan y se atan las raíces de una planta que podría ser un árbol precioso y magnífico, para conseguir que sea un bonsái liliputiense, de la misma forma… ¿nos atamos y cortamos a nosotros mismos nuestro potencial de conexión con la vida? Yo he dejado que la sociedad me hiciera eso, ¿y tú? Para los que en su día aceptamos y consentimos esa agresión es para los que más vale la pena reflexionar sobre esto: En lugar de ser expansivos, naturales y libres, nos convertimos en “enfermos bonsáis humanos”. Es preciso desmontar esta mentira indecente, que convierte a las personas en máquinas fornicadoras, en lugar de permitirnos eso para lo que hemos nacido: SER Seres Amorosos capaces de Amar con todas las células de nuestro cuerpo y capaces de sentir nuestro elixir sexual, de expresarlo y revivirlo una y otra vez. El resultado es todo lo contrario de lo que la trampa de mi neurosis imagina. Si me permito conectar, cargar y descargar totalmente mi energía sexual, de forma natural, me quedo tranquila, sosegada, en equilibrio. No necesito ni la promiscuidad, ni la perversión, ni la lujuria, el morbo o la pornografía, porque no tengo una energía contenida que perturbe mi paz interna, y que busque de alguna forma una salida para no explotar dentro de mí. Esta energía a la que sí le permito Ser, sí le permito Vivir y sí le doy el curso natural que la ley biológica de la vida determina, es la energía de mi salud. Si la encapsulo me vuelve loca y me enferma. La verdad siempre es muy sencilla, cuando la retuerzo atrapada por creencias enfermas y por mis pasiones neuróticas, las cosas dejan de ser verdad. Llego a la conclusión de que la entrega, la fidelidad y la lealtad, no son posibles dentro de la jaula de contención de la energía sexual. Solo son posibles cuando me permito vivir en libertad mis energías, y el otro las suyas. No necesito seguir buscando la forma de descargar algo que ya he descargado. Conozco a personas que confunden esta libertad de la que hablo, este derecho nuestro a experimentar y disfrutar nuestra vida y nuestra sexualidad con una especie de libertinaje que, a mi juicio, es otra forma de justificar la neura.
No estoy diciendo que lo saludable sea acostarse con cualquiera, sin ton ni son, y sin criterio alguno. Entregarme a mi corriente amorosa y sexual sin restricciones, sin represiones, es salud. Con quién decida vivir y compartir mi experiencia, es algo que forma parte de mis elecciones en la vida. El amor libre y las relaciones abiertas están muy bien cuando son una elección consecuente. Y si es algo que se elige en el marco de una relación de pareja, cuando ambos miembros quieren vivir esa experiencia, no tiene nada de reprochable. Personalmente entiendo que, bajo este contexto, muchas parejas excusan su falta de entrega auténtica y profunda. Cuando la entrega es verdadera, el hambre y la sed sexuales quedan satisfechas, no se hace necesario seguir comiendo aquí y allá. Es diferente cuando ésta es nuestra opción de vida, con pareja o sin pareja. No obstante, es una decisión muy personal que yo, sencillamente, respeto. Todo depende de qué quiere cada uno de nosotros para su vida, y de si lo que quiere el otro y lo que quiero yo es compatible. Es cierto que son muchas las personas agradables y atractivas con las que me cruzo en mi vida, y también es cierto que eso no es razón para pretender acostarme con todas ellas. No va por ahí el tema de la libertad que yo estoy defendiendo. Yo defiendo mi derecho a sentir al cien por cien de mi capacidad, mi energía amorosa y sexual. Con quién la comparto es una decisión personal. Si en nombre de la libertad pretendo pasar por cuantos cuerpos me sea posible, entonces estoy confundiendo mi libertad con mi impotencia para entregarme. Seguro que me lo podré pasar muy bien con todas esas personas que compartan mi almohada, sin embargo, no me habré entregado de verdad a mi potencial para sentir amor plenamente, con ninguna. Así lo entiendo yo: cuando mi entrega es real y es satisfactoria ya no tengo necesidad, ni ganas, de promiscuidad. Desde esta forma que comentaba, de confundir libertad con inconsciencia he
conocido algunas personas, (más frecuentemente hombres debido a un tema cultural,) que se creen en el derecho de engañar a sus parejas. La cosa sería: “como ella es una castradora (quiere una relación de dos) que coarta mi derecho a elegir con quien me acuesto, yo en defensa de mi libertad de elección (quiere una relación donde él pueda acostarse con quien quiera) tengo derecho a engañarla y a mentirle”.
Y yo me pregunto ¿qué pasa con el derecho de ella a ser respetada?, ¿qué pasa con el derecho de ella a elegir si la realidad que comparten ambos es la que quiere o no? Está claro que desde el engaño desconoce la realidad, no puede elegir porque no sabe lo que está pasando. Y lo que está pasando es que él quiere otra cosa y, probablemente, no tiene permiso interno para reconocerlo. Todos tenemos nuestros derechos. Cuando un derecho es legítimo, jamás anula el derecho de otra persona. En mis relaciones de pareja yo necesito que haya un pacto explícito entre nosotros dos, donde acordemos unas condiciones que ambos estemos dispuestos a respetar. Y ese es el primer derecho que necesita ser defendido. Si llega el caso en que uno de los dos quiere algo que está fuera de lo pactado, es necesario abrir el tema, el contrato, y volver a pactar. Esto supone asumir el riesgo de que el otro no esté de acuerdo con lo que el primero propone, el riesgo de que la relación se rompa. Pero será una ruptura digna y por elección conjunta, pues ha llegado un momento en que no queremos lo mismo. No asumir este riesgo, además de ser egoísta, es insano. La opción de acudir al engaño, y justificarlo culpando al otro, no es más que una forma de no asumir la propia cobardía para admitir que uno quiere lo que quiere, y no estando dispuesto a pagar el precio; entonces opta por “robarlo”. Esto es una estafa, un timo, un fraude. El Amor es incompatible con el engaño. De la misma forma que con la mentira son incompatibles la felicidad y la auténtica libertad. Pretender alcanzar amor, libertad y felicidad en la olla donde se cuece la traición es una contradicción. Afirmo pues que la forma en que llego a malinterpretar las cosas para “llevarme el gato el agua”, pertenece al entramado neurótico de mi mente.
Si entiendo la infidelidad y la traición como “derecho de libertad”, si entiendo el egoísmo de la justificación, de la excusa, y de la culpabilización del otro, como “derecho a elegir”, entonces soy una persona cobarde e incapaz de admitir mi propia impotencia ante el Amor. El derecho a mi libertad y el derecho a mi elección son algo interno, que de ninguna manera puede aplastar los derechos de la otra persona. Quien aplasta los derechos de otra persona no puede decir que obra a favor de sus propios derechos; estamos ante un abuso, una ofensa, una agresión. No se puede edificar la felicidad sobre el abuso, la ofensa y la agresión. Es neura pura. Solo conociendo y respetando internamente mis legítimos derechos estoy en disposición de respetarme a mí misma, y este es el único camino hacia el respeto de los demás. Solo puedo dar lo que tengo.
RECONCILIÁNDOME Reconciliarme conmigo misma precisa de la negociación entre mi juez y mis necesidades. Estas dos figuras son las que pueden estar contrapuestas. Es vital acercar estas dos posiciones para disolver el obstáculo que me ancla en una situación neurótica. Mi juez, identificado con el bien (falso Dios) y mis necesidades, juzgadas como indebidas o malas (falso Diablo). Reconciliarme también tiene que ver con asumir la responsabilidad del total de mi experiencia de vida, cuando me doy cuenta de que en cada momento he hecho lo mejor que podía y lo mejor que sabía, con lo que tenía disponible en ese instante, ya no hay lugar para juzgarme mal, ni para sentirme culpable, ni para autocastigarme. Me estoy refiriendo no solo a las circunstancias externas, sino a mis propios recursos internos. Ayer no podía reaccionar como habría habr ía reaccionado hoy, porque ayer no estaba donde estoy hoy, ni veía lo que veo hoy, ni sabía lo que sé hoy. Mi reconciliación pasa por ver mis diferentes posiciones internas, ver de dónde han salido, aprender a dejar de identificarme con lo que no es mío, aunque lo haya hecho mío, aunque así lo haya aprendido. No nací con ello y hoy puedo elegir conservarlo o no, en función de mi propio criterio. Tengo ese derecho. Desarrollar una buena escucha interna me permite una vía directa a la solución
de mis conflictos, hacer conscientes partes mías que no estaba asumiendo hasta ese momento, y atenderlas como necesitan ser atendidas. Conectar con la verdad de lo que siento, desde ahí puedo expresarlo de diferentes maneras. La escucha interna me hace honesta. Se impone la necesidad de flexibilizar mis Resistencias si quiero trascender mis limitaciones. Mis resistencias tienen que ver con mis miedos, con mi jaula protectora donde he aprendido a moverme y manejarme todo lo bien y mal que lo hago cada día. Se trata de atreverme a probar una actitud nueva y diferente a la de siempre. Esta es la manera de obtener un resultado diferente en lo que materializo para mi vida. Equivale a negociar con mi juez interno, el que me culpabiliza si no respondo “correctamente” a lo que se supone que se espera de mí. Conseguir que mi juez gane tolerancia, ampliar mi permiso interno para vivir y experimentar de una forma distinta a la conocida, supone apertura y supone humildad. Mi juez es totalmente ciego a sus propias limitaciones, nunca ha sido cuestionado, al menos con el criterio de un nuevo punto de vista. Me puedo desarrollar más y puedo crecer internamente tanto, como sea capaz de flexibilizar a mi juez. Necesito asumir mi capacidad evolutiva y dedicar mi energía a conseguirlo. Dejar de culpabilizar a los demás y al mundo de mis males y asumir que soy yo, y nadie más, quien estoy eligiendo cada paso que doy, cada decisión que tomo. Al reconocer y apropiarme de mi poder de elección sé que puedo construir lo que quiera, dentro, evidentemente, de los límites de la realidad. Estoy donde elijo estar y me ocurre lo que yo acepto y permito que me ocurra. Una buena parte de mi realidad está directamente relacionada con lo que yo, desde mi propia actitud ante la vida y ante mi entorno, provoco. Por muy dura que sea la situación que me toca vivir, yo puedo elegir la forma en que la atravieso y la alquimia para extraer lo mejor de mi vivencia. También puedo aceptar, o no, y todo lo que se sale de esta afirmación es la excusa, o las excusas y justificaciones, que me doy para no asumir el precio que vale el cambio. Cuando no lo asumo también pago un precio; éste ya lo conozco y por tanto no
me asusta: el precio de vivir en la realidad y en la situación que esté viviendo. Necesito ver y valorar la pérdida y la ganancia que existen en ambas posiciones, la actual y la que habría si muevo una ficha diferente. Cuando mi realidad no me gusta, puedo seguir sin hacer nada (o haciendo lo mismo de siempre) o bien puedo asumir mi poder y mi capacidad para hacer algo diferente que provocará una realidad distinta. Solo cuando veo en mí el mecanismo puedo verlo en los demás. Solo cuando aprendo a reconocerme humana y vulnerable, puedo verlos a ellos de la misma forma. Cuanto más dura e inflexible me muestro es cuando más miedo tengo y más débil me siento internamente. Ahí atrapada puedo provocar mucho dolor en mi propia vida y en la vida de los que están a mi alrededor. Evidentemente, de esta parte, cuando actúa, no me doy cuenta y, si la veo, creo que es necesaria y buena. No tengo más visión, no tengo más ángulo en esos momentos. Flexibilizarme es muy importante para poder ver mejor y más ampliamente. Ahí encuentro mi tolerancia; y mi firmeza, que no es lo mismo que mi dureza. Es ley natural que los hijos superen a los padres, aunque muchas veces los padres agarrados a sus propias dificultades traten de impedirlo. Si los hijos no consiguieran superar a los padres la evolución se habría terminado. La especie se mejora a si misma a través del avance que van haciendo las nuevas generaciones, en relación a las anteriores. Para las anteriores, muchas veces es inadmisible; ellos viven atrapados en sus construcciones mentales donde no cabe lo nuevo, lo viven como una ofensa, como si lo suyo no fuera lo suficientemente bueno. Y realmente esto es así, para cada generación lo suyo, entonces aquello era lo mejor que había, pero hoy, ahora, el momento es otro y es necesario que las cosas evolucionen de una forma adecuada a las generaciones actuales. Admitir esto no es faltar al respeto de nadie, lo vivan como lo vivan ellos, el tema es que quizá nunca tuvieron la oportunidad y la ayuda para cuestionarse a sí mismos y de esa forma superarse; entonces, cuando los hijos lo hacen, ellos no lo entienden, tienen miedo, se sienten mal y responden defendiéndose. Si hago mía esta defensa, que es suya, estoy aceptando quedarme en la involución.
Amar muchas veces es saber poner límites, es saber decir que no. Amar es poder distanciarme de lo que me daña, porque si no lo hago acabo aborreciendo y odiando. Lo puedo evitar si me doy el permiso que necesito para hacer de mi vida justamente eso, algo mío, donde yo puedo decidir, puedo elegir, incluso si lo que decido y elijo es distinto a lo que habrían decidido y elegido ellos. Nada es permanente, ni siquiera los valores, l as normativas válidas, las ideas…, nada es para siempre. Todo cambia y todo debe cambiar. Y, Y, sea como sea, todo puede cambiar. En ocasiones necesito perder algo, es cierto, forma parte del cambio, y perder algo quiere decir ganar el espacio necesario para que se pueda generar lo nuevo, que probablemente será mejor y más adecuado. La totalidad de mí misma se divide en opuestos, unos opuestos que se complementan mutuamente y además contienen en su interior, al contrario. (Igual que el símbolo del Yin-Yang.) Yin-Yang.) Tengo en el interior de mi totalidad individualizada, una parte blanca, luminosa, consciente…, y tengo una parte oscura, negra o inconsciente. Dentro de mi parte consciente sé o intuyo la otra parte. Y también mi parte inconsciente sabe de la luz que habita en mí, por eso se manifiesta intentando ser vista y reconocida para formar parte integrada de mi totalidad. Mi inconsciente intenta recuperar su derecho a existir: a través de síntomas, tanto físicos como psíquicos y emocionales. También a través de situaciones que se repiten en mi vida, y que no se repiten por casualidad, sino que desde esa parte mía yo las provoco, sin darme cuenta, en el intento de resolver algo. Soy un contenedor, puedo dar y compartir lo que tengo dentro y no otra cosa. Tengo dentro lo que he recibido y lo que he tomado de la vida. Cuando soy agredida, contengo agresión en mi interior, por eso, tanto si me doy cuenta como si no, resulto agresiva en mis relaciones; de una u otra forma, exhalo por los poros de mi piel mi contenido. Y también por eso es importante encender la luz en mi parte oscura, para verla y asumirla, para elaborarla y de esa forma dejar de agredirme negándome. Mi esencia primaria, por detrás y por debajo de todo el entramado, que he
construido con mi personalidad, es amor en estado puro; eso fui al nacer, por tanto todo cuanto recibo en mi infancia lo hago con el corazón abierto y puro, sin prejuicios; me lo quedo y lo hago mío, porque lo recibo amorosamente. Cuando yo soy una niña pequeña, que está empezando a vivir, no sé, aprendo de los adultos, y aprendo igual con sus aciertos que con sus errores. Como niña no tengo capacidad de cuestionar, ni de discernir, nada en absoluto. Me quedo con eso que me transmiten mis adultos de confianza. Lo hago mío, y como lo he tomado en mi corazón y con mi amor, toda mi vida va a girar en torno a eso que recibo de ellos. Cuando, siendo una niña, me dicen: “ esto es malo o esto está mal ”, yo niña, me lo creo. Si me enseñan a desconfiar, seré una adulta no confiable y desconfiada; si me enseñan a reprimirme, seré una adulta reprimida y represora; si me enseñan a golpes, seré una adulta golpeada y “golpeante”. Si me enseñan a ser yo misma, seré una adulta brillante. Soy yo como adulta quien voy sembrando en el niño las semillas de las plantas que después germinarán. De alguna forma yo tengo el poder de modelarlo. Y lo puedo hacer, muchas veces, confundida por los errores heredados a lo largo de mi propia vida. Si yo, como adulta, hago creer al niño que lo que siente, lo que expresa o lo que necesita, está mal o es malo, le estaré enseñando a renunciar a ser él mismo, le estaré robando su derecho a la plenitud y a la perfección con la que ha nacido de manera natural. También yo, que hoy soy adulta, en su momento fui aniquilada en una parte de mí misma; me dejé estafar de la misma manera, acepté una educación basada en la ignorancia de la naturaleza de las cosas, y me creí que eso era lo mejor. Si no voy al rescate de mi verdad y de la verdad, trataré de transmitir a los niños con que me relacione las mismas cosas. Viviré convencida de que estoy actuando de la mejor manera. Eso quiero para los míos: lo mejor. Igual que mis mayores quisieron “lo mejor” para mí. No verlo es dramático. Porque entonces al ver a otro completo y perfecto, cojo la sierra y le corto las piernas y los brazos. Creí que era malo tenerlos. Reconciliarme internamente con mi naturaleza, con mi verdad profunda, con mis partes rechazadas y negadas, es recuperar mis piernas y mis brazos.
Cuando niego que tengo piernas, no puedo caminar; cuando niego que tengo rabia, no puedo defenderme; cuando niego que tengo miedo, me quedo paralizada o respondo de forma violenta sin saber lo que me pasa. Cuando niego que tengo el contenido que tengo: me estoy negando a mí misma, me estoy rechazando, me estoy agrediendo, y por extensión a todos los demás, pues hago con los otros lo mismo que hago conmigo. Salvo que despierte de esta pesadilla. Es una cadena, es una herencia. Es necesario que desmenuce internamente mi verdad, para verla realmente, para recuperarla, para volver a ser quien soy: Un Ser completo y perfecto. No ir a la búsqueda y al encuentro de eso que soy me deja en una posición dependiente. Si no tengo piernas, no puedo caminar, dependo de otros para que me muevan. Es todo igual. Si no tengo rabia, no puedo defenderme, soy una víctima del primero que quiera venir y agredirme, dependo de otros para que me protejan o me defiendan. Si no tengo lo que soy, sencillamente no me tengo. Tengo rabia, miedo, alegría, tristeza, deseo y energía sexual. Le guste al mundo o no le guste; al entender que es malo, renuncio a ello. Del mismo modo que habría renunciado a mis piernas si hubiera recibido el mensaje, en mi educación, de que tener piernas era cosa de mala persona. Sería una inválida, pues en el intento de ser buena persona habría renunciado a usar mis piernas. Esta sociedad me ha educado para creer que mis emociones naturales son malas en alguna medida. Que no debo enfadarme o entristecerme. Que no debo sentir miedo o alegría. Que no puedo expresarme. Y si puedo, es de forma muy condicionada. Con el ejemplo de las piernas, el mensaje sería: puedes caminar, poco y despacio, pero de ninguna manera puedes caminar deprisa y mucho menos correr, saltar, bailar…. Y si no me he cuestionado mi aprendizaje es porque lo tomé desde mi corazón. Y porque siendo tan pequeña, cuando me rebelaba era castigada de alguna manera, y el miedo a esos castigos, a esa falta de amor y de aceptación, me hacía obedecer aún contra mi naturaleza, aún contra mi verdad profunda. Hasta llegar a olvidarla, hasta llegar a matarla de alguna manera. Me crea un sentimiento de culpabilidad, o de traición, cuestionar lo que me ha sido transmitido cuando lo vivo como una falta de respeto a mis mayores. Sin
embargo, no lo es si ese cuestionamiento lo hago con mi amor por delante de todo lo demás. Y puedo enfadarme, claro que sí, en el momento que me doy cuenta de que estoy atrapada en el mismo mecanismo, y hago lo mismo que ellos: creyendo que es lo mejor. Al ver esto de cerca el enfado se me pasa un poco, y de la misma forma que mi compasión se hace eco de mis propios errores, también lo hace con ellos. Mi solución no es la rebeldía. Es darme cuenta y elegir por mí misma, a partir de ese momento, si quiero, o no, seguir obedeciendo a esa orden que no me permite caminar deprisa, correr, saltar o bailar…. A esa enseñanza que dice que usar mis piernas es malo. Cuestionarme equivale a cuestionar a mis adultos de entonces y admitir que estaban equivocándose, que no eran dioses todopoderosos llenos de sabiduría infinita, sino personas sencillas y cargadas de limitaciones, ciegas a esas limitaciones. Es doloroso porque veo cuánto me he perdido en la vida de mí misma, defendiendo esos errores. Y cuánto he dañado a los míos castrándolos del mismo modo en que fui castrada yo. Duele, duele mucho; sin embargo, también libera. Es muy sano ese dolor, me permite recuperar lo que SOY y ayudar a SER a los que vienen detrás. Elegir seguir siendo ciega e ignorante ante esta realidad es la cosa más cobarde y egoísta del mundo. Si elijo no sentir ese dolor, pago el precio de quedarme bloqueada para siempre y de permitir que el bloqueo se siga heredando a través de las próximas generaciones. Está claro que cuando elijo mi libertad, recuperar mis pedazos, volver a ser lo que soy de manera natural (y no lo que otros hubieran querido que fuera), también estoy eligiendo transmitir a los míos ese permiso y esa bendición para que sean quienes son. Estoy aceptando que no tengo ningún derecho a modelarlos como si fueran monigotes de plastilina y pudiera darles la forma que me dé la gana. Si no doy este paso, lo que estoy haciendo es intentar clonarme a través de los míos, intentar convertirlos en una copia de ¿mí misma?, sin respetar que ellos son otras personas diferentes y por tanto tienen derecho a ser como son, aunque eso les aleje de mi propia imagen interna y externa.
No, no sería una clonación de mí misma, sino de eso en lo que he dejado que la sociedad me convierta: algo, alguien, que no es verdad. He vivido la mayor parte de mi vida, sin darme cuenta, convertida en una tullida que camina despacio y no se permite usar sus piernas para correr, saltar, bailar…, aun siendo un ser perfectamente capacitado para hacer todo eso y más. Pretendiendo que los míos vivan tan tullidos como yo. Eso a mi ego lo llena de satisfacción. Porque mi ego cree vehemente que ser un tullido es cosa de buenas personas. He estado sufriendo de manera gratuita, por no pagar el precio de sentir el dolor que supone cuestionar lo aprendido y reaprenderme tal y como soy en realidad. Desde el día en que me doy cuenta de todo esto, decido que pasaré el resto de mi vida compartiendo esta experiencia y su mensaje con todo aquél que quiera escucharme. Me siento en el derecho y en la necesidad de hacerlo. Quiero hacerlo. Quiero consagrar mi vida entera a este proyecto, poner de mi parte toda mi carne, toda mi sangre…, en esta misión, que cada vez somos más en compartir, y que tiene por objetivo nada menos que intentar devolverle al mundo su humanidad. Es evidente que esto solo hay una forma de hacerlo, que cada uno de nosotros se devuelva a sí mismo la suya propia. En esto estoy comprometida, en devolverme la mía y permitir que se vea y que se sienta, le pese a quien le pese. Ya sé que cada cual es muy libre de elegir para su vida lo que guste, creo que a otros les puede pasar como a mí, que a veces, cuando no sé (o no recuerdo) que puedo hacerlo, necesito que alguien me invite a recordarlo. Alguien tiene que hacer de despertador para que deje de dormir en ese letargo en el que quedo atrapada cuando me despisto. Estar en la vigilia es posible si mi atención está alerta. Y como se despista, entonces tiene que pasar algo, o alguien tiene que intervenir, que me dé el toque de atención. Sinceramente, una vez degustado el placer de empezar a caminar ya no quiero volver a la silla de ruedas nunca más. Aunque antes de despertar creyera que era mejor seguir durmiendo, menos cansado, menos complicado. Las cosas no son lo que parecen. Es mucho más difícil permanecer atrapada en el sufrimiento, incluso cuando se
haya hecho tan habitual en mi vida, que ni siquiera lo reconozco. Ir despertando me permite liberarme, llenarme de paz, de amor y de armonía. Recuperar lo que es mío, des-culpabilizarme por ser perfecta. Sí, lo he dicho bien, no es un error de imprenta: Ser Perfecta. Despierta tengo la oportunidad de vivir. Dormida solo puedo soñar. Despierta puedo caminar, correr, saltar, bailar, caerme y levantarme para volver a caerme y volver a levantarme. Dormida también, claro, pero necesito, como mínimo, muletas, porque me muevo creyendo que mi movimiento natural es malo. Dormida sueño que no puedo usar mis piernas, y aunque pudiera y las usara, no dejaría de ser un sueño; en la vida real no estaría en movimiento, sino tendida y ausente. Desconectada de la realidad. Negando fuera con la misma fuerza con que niego dentro. Así, cuando creo que la libertad se haya más allá de los barrotes de hierro que dan forma a la celda de una prisión, desconozco la propia celda de mi mente, la que me hace presa frente a la vida, pues teniéndolo todo al alcance de mi mano, ahí sujeta, no dispongo del permiso interno para tomarlo. ¿Qué mayor prisión puede haber que la de la dictadura que habita en mis neuronas, cuando he permitido que se instalen unas normas, una moralidad hipócrita, una militancia que me hace cómplice de un sistema esclavista? Dentro de mi Ser despierto no hay más reinado que el propio, la corona se la concedo a mi Soy, desde donde decido, elijo y construyo, con cada paso mi propia vida. Esa es mi mayor riqueza y la única que de verdad me importa. Siendo pobre (en cuanto a posesiones materiales) llego a tenerme a mí misma y eso es lo único que podemos tener de verdad cada uno de nosotros. Mientras no me tengo a mí, creo que la sensación de tener pasa por lo material, por los bienes, el dinero, el estatus…, despilfarro mi vida intentando conseguir, tratando de tener, tener, tener…, y tenga lo que tenga sigo mendigando, buscando, anhelante…, hasta tenerme. No hay más propiedad que una, al menos que valga la pena, y no está fuera de mi piel. Ignoro esto cuando estoy viviendo dormida, donde la ilusión se apodera del
espacio que debería ocupar la realidad. ¿Cuántas veces la vida golpea mi puerta y no la dejo entrar? Viv iendo en presente no importa el lugar, la situación, la compañía… La vida es ahora, la vida es en este instante, y cada instante que pasa es un instante de mi vida que ya se ha ido, ha muerto para siempre. Es irrecuperable, por eso en cada segundo, estar viva es estar presente ahora en el preciso instante, con la realidad actualizada, siempre en presente. Perder mi vida atrapada en la ficción es morir sin haber vivido. Vivir precisa fluir con la realidad sin agarrarme a la confusión somnolienta que arrastra a las masas hacia su propia degradación. Quedarme con una realidad que no quiero por si acaso las cosas cambian, por si acaso la otra persona cambia, por si acaso…, en el “por si acaso” pierdo la posibilidad de vivir en una realidad que sí existe y, desde ahí, se me escapa. Admitir la realidad tal como es, sin pretender “por si acasos”, me da la posibilidad de liberarme de lo que no quiero y entonces sí tengo la posibilidad auténtica de construir una realidad a mi medida. Esto es la realidad, lo quiero o no lo quiero. Si lo quiero, no necesito escaparme al mundo de la ensoñación. Puedo vivirlo con total entrega. Si no lo quiero y me escapo, lo estoy aceptando al precio de renunciar a estar en conexión con la vida, porque entonces esa vida no es lo que quiero. Me estoy engañando al pretender manipular, remodelar, convertir lo que es en algo distinto. Sin embargo, si me doy cuenta de que lo que es no es lo que yo necesito y en vez de escaparme, me quedo y asumo la realidad, puedo elegir. Entonces puedo caminar en dirección a mi necesidad, y dejar atrás lo que no es compatible conmigo. En ocasiones necesito arriesgarme a cambiar mi realidad, aunque eso muchas veces implique decir adiós a los “por si acasos…”, “las cosas tal vez cambien…”, etc. No puedo cambiar al otro, sí puedo elegir hacia donde quiero caminar. Quedarme con lo que tengo si no es lo que quiero, porque creo que podré cambiarlo hasta que se ajuste a mis necesidades o deseos, es una agresión hacia el otro y hacia mí. Hacia el otro porque no estoy respetando su derecho a que sea quien es y pretendo convertirlo en lo que yo quiero que sea. Hacia mí porque en ese intento me quedo en una realidad que no es la que yo quiero para mi vida.
Si me doy el permiso y el derecho a ser yo misma podré aceptar el mismo permiso y el mismo derecho en el otro. Al concedérmelo a mí lo habré hecho legítimo para todos. La solución a mis conflictos no pasa por modificar a los demás humanos con los que me cruzo en la vida, pasa por devolverme a mí misma lo que soy y concederme el derecho a la vida. A ser, a sentirme, a elegir, a decidir por mí, y no por lo que los demás esperan de mí. Y esta fórmula me atrevo a afirmar que vale para todos.
POLARIDAD: DEPRESIÓN / RESPONSABILIDAD ESPIRITUALIDAD Cuando me identifico con mi Depresión veo en primer plano lo desagradable y doloroso de la vida, del mundo y de mí. Se me hace, pues, imposible cambiar las cosas. Todo deja de tener sentido. Cuando me identifico con mi Responsabilidad puedo ver donde no veía, asumir mi propia actitud, también mis posibilidades y las capacidades que tengo. Ser consecuente. Cuando combino mi capacidad para ver lo doloroso y desagradable con mi potencial resolutivo, puedo trascender y agradecer la infinidad de posibilidades que la vida me ofrece para mi propio desarrollo y expansión. Entonces siento en mi propio centro el sentido de las cosas. Es el regalo más hermoso que jamás he recibido. Esta combinación genera mi gratitud, madre de mi espiritualidad. En momentos depresivos, lo único grave que realmente me está pasando es que mi espiritualidad se me ha venido abajo. Se me ha caído la vida a los pies y me he hecho tanto daño que estoy enfadada. Por otra parte, es normal que me enfade con aquello que me daña. Para mí ese enfado es señal de buena salud. Ahora bien, cuando consigo hacer una grieta en mi hermetismo mental, entonces puedo ver que tal vez no estoy viendo todo lo que es y todo lo que hay. Tal vez no estoy viendo las cosas como son, al menos en su totalidad. Como mínimo hay una parte de la que yo no me estoy apropiando y es mía. La importancia que le estoy dando al tema es desmesurada, porque mi mente cree que todo lo sabe y todo lo controla. Pero yo sé que eso no es verdad. Aunque a veces se me olvida.
La caída de mi espiritualidad es un síntoma de estar o haber estado sometida a un nivel de sufrimiento que supera mis posibilidades y mis recursos del momento. Mi sufrimiento es el “producto” que se elabora en la fábrica de mis neuronas. Compruebo, una y otra vez, que cada una de las ocasiones en las que el mundo se me viene abajo, no es más que la antesala de un desenlace en otra dirección mejor y más adecuada para mí. Esos momentos, que puedo vivir con tanta angustia, son así porque el miedo ante lo desconocido se interpone entre mi camino y yo. Una vez abrazado ese miedo y empezado el nuevo camino, donde dejo en el pasado la desolación del paisaje anterior, de pronto empiezan a abrirse hermosas flores que ni siquiera podía intuir que aparecerían unos pasos atrás. Tardo tanto en empezar a caminar por el nuevo camino que la vida abre ante mí, como tardo en abrazar a mi miedo para que deje de bloquearme y de detenerme. Es una cuestión de fe. Soltar lo que ha pasado para abrazarme a lo que está por venir. Si lo que ha pasado ya ha pasado, lo peor de esa experiencia ya está vivido. Aferrarme a ese paisaje desolador solo me sirve para hacer perdurar en el tiempo y en el recuerdo, algo caducado ya. Mi salud está en soltarlo y abrirme de nuevo para que la vida me pueda regalar sus besos. Para poder hacer esta apertura necesito responsabilizarme de mi actitud, de mis pensamientos, de hacia dónde me llevan y de la cuerda que les doy si me recreo en ellos. El coraje para apropiarme de mis elecciones y las consecuencias que traen de la mano, también es espiritualidad. Porque si ella me falla, yo me quedo en el desencanto y en el drama de lo que acaba de pasar, y me quedo anclada en el pasado agarrándome al dolor. Necesito mi espiritualidad, mi fe, mi saber profundo de que nada de cuanto acontece es gratuito, ni fortuito. Era necesario que pasara para que yo pudiera dar un paso más allá de donde estaba, pues donde estaba aunque fuera un terreno conocido no era el terreno idóneo para mí, al menos no a partir del momento en que empieza a ser devastador.
Si no tengo mi espiritualidad, que a todo le da sentido, entonces tengo que agarrarme a otra cosa porque sola y flotando en el aire no puedo resistir. Si no tengo mi espiritualidad, y estoy levitando en el desconcierto y en la pérdida, entonces, me puedo llegar a coger a cualquier cosa, por nociva que sea, cualquier cosa que me ayude a olvidar que me siento muerta en un mundo vivo que no late conmigo, que no me arropa, que no me acompaña a ninguna parte. Porque sin mi espiritualidad me hago amante de la muerte, sueño con ella como si fuera el príncipe que ha de rescatarme del castillo de la bruja mala. Empiezo a idolatrar la muerte, a desearla, a enamorarme de ella. Y la muerte me mira y empieza a sudar, como diciendo : a ver cómo le digo yo a esta que lo que le toca ahora es ser feliz, que ya tendrá tiempo de morirse, que aquí no se va a quedar, quedar, pero no me la puedo llevar antes de que saboree las mieles de la vida, y se las está perdiendo porque no las ve, solo por eso, porque no sabe la de sorpresas que aún le esperan en el camino.
Es como si todo tuviera un precio de alguna forma: poder disfrutar de lo nuevo pasa por aceptar que lo antiguo se acabó y pasó a la historia, que soy yo la única que se empeña en permanecer enganchada a ello, la única que lo retiene, y lo hago con el poder de mi mente, atándome a los recuerdos de mi experiencia, la que sea. Una experiencia que tenía que vivir para aprender unas cuantas cosas, y después soltarla para seguir viviendo. La voluntad del universo, es poner a mi alcance la oportunidad necesaria para mi evolución. Si adopto un rol victimista consigo convertir en un problema o en una injusticia lo que, en principio, era un desafío que necesito enfrentar. Es una cuestión mental. Puedo elegir si me quedo donde está mi mente, o llevo mi mente hacia la madurez y la integridad que merezco como persona. Responsabilizarme de esta decisión es ponerme a favor de mi salud. Cuando la vida me propone un cambio, si me resisto me hago daño. Seguramente el cambio es difícil, quizá se trate de aceptar que aquello que hasta ahora me estaba sirviendo ya no me sirve. Y aquello tiene que ver con mi forma de pensar y de entender la vida, y con las consecuencias de mi actitud. Lo más doloroso para mí es soltar a alguien a quién he querido. No por soltarle en realidad, sino por la construcción que hace mi mente ante ese hecho. Es como si soltar a alguien a quien he querido fuera soltar el amor. Y no es así, sino todo lo contrario. A veces ya no puedo seguir amando a alguien desde el contacto y la cercanía porque nos hacemos daño, pero eso no significa que yo no pueda amar,
a esta persona o a cualquier otra. Si es a esta persona, quizá deba aprender a amarla en la distancia; amar no es sinónimo de encadenarse, no por sentir amor por alguien tengo que quedarme a su lado, y menos si es para sufrir. Amar es un sentimiento que me llena de dulzura y de buenos deseos hacia esa persona y no importa la distancia que haya entre nosotros para que mi corazón sienta lo que siente. De cualquier modo, también puede ser que la vida me invite a dejar de amar a alguien por la razón que sea. Si me resisto, me destrozo porque ya no toca eso en mi vida y mantenerlo me daña. Si me entrego a esa experiencia, tal vez descubra que la vida quería que yo me amara a mí misma, y entonces sí podría llegar a amar a alguien con quien construir un camino feliz, ya que con la anterior persona no fue posible. Si yo estoy en la falta de amor hacia mí misma, voy a encajar con una pareja que no me ame. La pareja es el espejo donde puedo verme reflejada. Si no me amo, difícilmente tendré la oportunidad de disfrutar un amor compartido. Y aceptar esto, dejar que esa cadena se rompa, no es fácil, sobre todo cuando estoy implicada, entre otras cosas porque ante la ausencia de mi propio amor, el amor del otro se me hace imprescindible. Desde ahí estoy confundiendo mi gran carencia de autoamor, con “cuánto me importa que me ames tú”, (¿cuánto me importas?). Ese otro puede ser una pareja, una amistad, o un familiar, no importa quién ni tampoco qué tipo de amor nos ha unido. Lo único importante es si ese vínculo nos nutre o nos daña. El verdadero acto de amor es tomar la decisión más sana para ambos. Esa decisión debe ser tomada desde un lugar que está por encima del deseo y del egoísmo. Estar en conexión con ese lugar precisa de la presencia de mi espiritualidad. Hago lo que hago por algo más elevado que mi deseo. Ahí encuentro mis fuerzas y ahí consigo caminar, aún entre los escombros de lo que había y ya no existe. Si no me entrego a mi espiritualidad, entonces me quedo a solas con mi deseo, que quiere y quiere, que me encadena y me esclaviza. Con lo cual me condeno a vivir en una espiral de frustración absoluta, de manera permanente, así puedo llegar a desear la muerte. ¿Para qué quiero vivir atrapada en una cadena de deseos que, muchas veces, no puedo realizar?
Mi espiritualidad me dice algo tan sencillo como que lo que yo deseo en realidad no es importante, porque el deseo parte de la mente ordinaria y de ningún otro lugar. Y, Y, muchas veces, conseguir realizar según que deseos es una garantía de sufrimiento. El deseo puede llegar a ser veneno para mi alma, sobre todo cuando no sé decirle que no. Ponerle unos límites, razonables y sensatos, es sinónimo de madurez y responsabilidad. En ocasiones la vida me ha puesto frente a personas que parecían una delicia, y resultaron ser invasivas, irrespetuosas, manipuladoras, abusivas, y un largo etcétera. Yo ante eso puedo enfadarme mucho con la vida y con esas personas, quedarme dando vueltas alrededor de mi enfado hasta aborrecer la vida. O puedo poner en práctica la gran experiencia de marcar unos límites, o romper la relación si mis límites no son respetados, y de paso practicar el desapego, entre otras cosas. En este segundo caso, cuando decido poner en práctica eso que la vida me propone, salgo de la situación con una profunda sensación de satisfacción y consecución. En el primer caso me quedo con la frustración y la rabia dando coletazos por los siglos de los siglos. Es mi elección. Yo decido si quiero crecer y madurar los aspectos necesarios para facilitarme la vida, o si quiero quedarme en la protesta y culpando a los demás. Si decido crecer, acabo agradeciendo a esas personas su paso por mi vida, pues me hicieron el enorme regalo de facilitarme el escenario necesario para que yo pudiera poner en práctica lo que estaba necesitando desarrollar. Esta actitud y este enfoque también forman parte de mi Espiritualidad. A veces he necesitado comprobar que era capaz de sobrevivir a una ruptura sentimental, en una relación que para mí era muy importante. Sobrevivir a esa ruptura me daba la posibilidad de dejar de ser dependiente, pues yo comprobaba que era mentira que no pudiera respirar si me faltaba esa persona. Nunca sé qué intención tiene la vida al ponerme frente a una situación dura o difícil. Mientras la atravieso puede parecer que todo se derrumba realmente, pero no es verdad: lo único que necesita ser derrumbado es mi enfoque mental, esa estructura que me limita y me hace incapaz, dependiente, malsana. Y aunque estando dentro no me dé cuenta, después de un tiempo, cuando estoy firmemente enraizada en mi espiritualidad, lo puedo ver y lo puedo agradecer.
Lo que más me daña (cuando me descuido mi mente hace estragos) es quedarme atrapada en el “pobre de mí”. La actitud victimista, derrotista, eso es lo que más me daña, y sin lugar a dudas lo que más daña a mi entorno, pues desde una actitud de víctima culparé a todos los demás de mis “desgracias”, no aceptaré desafíos, solo veré impedimentos y trabas a mis deseos. Ahí no hay crecimiento, hay pataleta, castigo, juicio y crítica hacia los demás. En una actitud victimista no tengo espacio para cuestionarme en lo más mínimo personalmente. Ni me apropio, ni me responsabilizo de lo mío. Lo importante es poderme dar cuenta para poder reírme de ese absurdo que, si me despisto, me come entera. Mi niña interna, en su parte herida, es sumamente infantil, tiene sus traumas, sus bloqueos… Y aquí estoy yo para hacerme cargo de ella y de todo lo que representa. Mi niña interna es lo mejor que tengo en mí, y su historia, que es mi historia, es la que me da la oportunidad de enfrentarme a un montón de cosas que me ayudan a descubrir quién soy y quién no soy. En mi espiritualidad, estoy segura de que nada es casualidad, de que nada es gratuito. Todo cuanto vivo es necesario para la materialización de mi experiencia, esa experiencia que en algún lugar y en algún momento yo elijo, a cada paso. De cada error mío tengo la posibilidad de aprender a hacer las cosas de un modo distinto la próxima vez. De cada error de los demás tengo la posibilidad de aprender a moverme mejor entre esas aguas que no muevo yo directamente. A veces ese movimiento tiene que ver con la retirada, con los límites, con la comprensión, o con el perdón. ¿Cómo puedo aprender a perdonar si nadie me lastima?, ¿cómo puedo aprender a poner límites si nadie me invade?, ¿cómo puedo aprender a soltar si no me engancho?, ¿cómo puedo aprender a liberarme si no me encarcelo antes? Esto es espiritualidad para mí: darme cuenta de que tras todo cuanto ocurre hay un sentido que mi mente no siempre puede ver. El primer aprendizaje quizá sea este, reconocer las limitaciones de mi mente, que siendo tan pequeña se cree tan omnipotente, que, siendo tan limitada, cree a veces ser la mano derecha del mismísimo Dios. Cuando estoy enraizada en mi espiritualidad puedo atravesar terremotos,
maremotos y tsunamis. Puedo atravesar la muerte misma, sabiendo que todo está bien tal como es, y que, aunque pudiera, no cambiaría ni una sola de las cosas que suceden en mi vida, pues todas las necesito, y todas las agradezco. Estar anclada en mi espiritualidad me hace sentir en cada respiración mía, que la responsabilidad de mi vida empieza y acaba en mí, que nada ni nadie tiene poder sobre mí, salvo el que yo misma le permita y le otorgue. Por tanto las consecuencias son responsabilidad mía. Si confío en alguien que me engaña, soy yo quien se equivoca al depositar la confianza donde no debo. O tal vez sí debo, pues esta experiencia me va a facilitar un aprendizaje y un avance importante. Si me dejo explotar en mi trabajo, soy yo quien acepta las condiciones, por la razón que sea. Y un interminable etcétera. Más allá de todo esto, creo que elegí nacer de los padres que nací, en el entorno, el momento y el país, que reunían las condiciones necesarias para que yo experimentara aquello que vine a experimentar. Quizá haya nacido muchas veces, en diferentes situaciones. Quizá necesite volver a hacerlo muchas veces más, hasta haberlo experimentado todo…. Desde ser la persona más rica del mundo, hasta morir por desnutrición… Desde ser un pederasta, hasta ser un niño abusado… Desde ser un Einstein, hasta ser una persona con severas deficiencias mentales… Desde ser un judío, hasta ser un Hitler…. Intuyo que todo está bien tal como es, que todo es elegido con intención evolutiva y por voluntad propia, desde un plano diferente al que conocen las neuronas. Que hay una Verdad más grande que todo lo llena de sentido, aunque mi mente prefiera pasarse la vida uzgando, creyéndose a sí misma y complicándome tanto la existencia. Si quiero, puedo aprender mucho de mi experiencia para tratar de hacer las cosas de otro modo en adelante y, si no quiero, puedo quedarme pataleando y quejándome el resto de mi vida. Pero nadie vendrá a salvarme de mi infierno, porque el cielo y el infierno también los construyo yo en mi propia vida. Con cada pensamiento, con cada creencia, con cada sentimiento, con cada actitud mía, con cada paso que doy…. Yo decido si me dirijo al paraíso a la boca del diablo. El desengaño, temporalmente, me debilita esa fe, que siendo la copa sagrada que
todo lo llena de sentido, por momentos se resquebraja y vierte su contenido sobre la arena, dejándome con una sensación de sequedad que parece aniquilar el sentido de mi vida. Sin mi espiritualidad nada tiene sentido. Cuando siento que todo se derrumba y lo que queda en pie tampoco vale la pena, es una señal de que mi espiritualidad está dañada. Ella es quien me compensa todo el dolor, para ayudarme a trascender esa oscuridad donde, a ciegas, puedo perderme fácilmente. Espiritualidad es algo que va más allá de cualquier creencia religiosa. No está reñida con ninguna fe. Me considero una persona muy espiritual y no adoro a ningún Dios concreto, ni me inclino ante ninguna iglesia. En mi caso la fe es algo que yo tengo al servicio de mi espiritualidad, donde cabe todo y, a la misma vez, nada tiene mi exclusiva. Espiritualidad es algo que pasa por mi propio cuerpo, por mi energía, por lo conocido, por lo desconocido, por todos los cielos y todos los infiernos que atravieso a lo largo de mi existencia. Creo que mi existencia no empezó en ningún momento concreto ni tiene un final determinado. Creo en la trascendencia, en el paso de un estado a otro. Creo firmemente que las cosas no suelen ser lo que parecen. Sobre todo, creo en las limitaciones de mi mente. Y que cuando me muevo anclada en esas limitaciones soy yo misma quien construyo un círculo que me atrapa y del que creo que no puedo salir. Y es cierto; no puedo salir solo por un motivo: mi creencia me lo impide. La fuerza que se produce ante una identificación puede ser tan poderosa como la mejor prisión de alta seguridad que pueda imaginar. Sé que en mis manos están las llaves de mi libertad: yo las llamo interrogantes. Si soy capaz de cuestionar mis creencias, tengo todas las posibilidades frente a mí y puedo elegir el camino que yo quiera. Cuando no consigo cuestionar mis creencias, una y otra vez si es preciso, entonces me conformo con la realidad que conozco, esa que queda dibujada dentro del círculo de mis convicciones. Y ahí atrapada puedo dejar que se consuma mi vida, sin más posibilidad que quemar los días que me quedan de
“cautiverio”, es decir, por vivir. Por eso entiendo la espiritualidad como sinónimo de apertura mental. Se trata de quitarle el trono a la razón para entregarme a algo más grande que no hay lógica mental que consiga comprender. Mi espiritualidad profunda no está al alcance de mi mente superficial y ordinaria. Y mi mente necesita aceptar eso, sus propias limitaciones, para permitirme el acceso a eso más auténtico que hay más allá del círculo de falsa protección y aparente seguridad, que es el territorio mental. Cada creencia mía es un eslabón que se engarza con otro eslabón compuesto por otra creencia mía. Todos estos eslabones, finalmente, definen una cadena que dibuja un círculo a mi alrededor. Yo vivo en el centro de ese círculo, convencida de que este círculo en el que vivo es todo cuanto existe. Solo cuando consigo atravesar mi propia cadena tengo todo lo que hay fuera de mi círculo al alcance de la mano. Para atravesar esa cadena he de romperla y la rompo cuestionando mis creencias.
POLARIDAD GRANDEZA / PEQUEÑEZ PERTENENCIA Desde la identificación con mi mente me pregunto si quizá he venido a experimentar la grandeza, la importancia y lo ostentoso a través de la importancia que le doy a las cosas que me ocurren y que siento, en un intento de comprender la belleza de la humildad. Desde la identificación con mi alma me reconforta saberme tan pequeña en un Universo tan infinito. Porque saberme tan pequeña me recuerda constantemente que mi dolor y mis problemas realmente son insignificantes. Lo único grande es la importancia que yo le doy a las cosas cuando no veo mi ceguera, creyendo que lo veo todo. Reconocer mi pequeñez individual es lo mismo que aceptar mi pertenencia a un gran Todo. Solo aceptando mi pequeñez alcanzaré mi grandeza verdadera. Ser lo que soy en verdad. Si pudiéramos ver lo insignificantemente pequeña que es la Vía Láctea, nuestra galaxia, en comparación a otras galaxias…, en proporción a un pequeño, muy pequeño fragmento del Universo. Incluso, dentro de la pequeña Vía Láctea, si pudiéramos ver lo increíblemente pequeño que es nuestro planeta, La Tierra, en
relación a la Galaxia. Y dentro de la Tierra, lo pequeño que resulta, en comparación al resto del planeta, nuestro País, nuestra ciudad en relación al País, nuestro barrio en relación a la ciudad, y así hasta llegar a ese minúsculo átomo que eres tú, que soy yo, en relación al Universo plagado de Galaxias, Constelaciones, Planetas, Estrellas, Mundos insospechados. Qué cosa tan absolutamente pequeña somos cada uno de nosotros. No puedo dejar de maravillarme al ver cómo es posible que siendo algo tan insignificante le demos una importancia tan bárbara a las cosas que nos pasan, a las cosas que sentimos y a las cosas que pensamos. La ventana que propongo es una fisura en la gran Mentira, en el delirio de grandeza en el que el Ser Humano vive atrapado de manera individual y colectiva. Comprender esta pequeñez mía es redimensionar la importancia que le doy a las cosas, es redimensionar la Realidad misma. Sufro tanto como importancia le doy a lo que me pasa, y a mí misma. Es un sufrimiento gratuito. Sufro tanto como me engaño. Es igual de grande mi mentira que mi sufrimiento. Realmente en una celda tan pequeña como lo es mi mente humana, convivir con una mentira tan grande me resulta del todo asfixiante. Si es verdad que he venido a experimentar lo que no soy, para comprender y valorar lo que sí soy, entonces, realmente, mi sensación de grandeza y de importancia (mente) queda temblando ante la polaridad contraria: mi pequeñez. Hay momentos en mi vida en que me doy cuenta de mi insignificancia, luego se me olvida y mi mente vuelve a tomar el control y el timón de mi existencia: Mi mente, siempre mi mente, como un niño pequeño y travieso que quiere toda la atención y todo el protagonismo de mi existencia, como un niño que no entiende que hay más…, más allá de sí mismo.
¿CASUALIDAD?... SINCRONÍA Todo pasa para algo. Desde algún lugar, tal vez un plano diferente a este, soy yo misma quien estoy eligiendo las circunstancias necesarias necesarias para que se dé una escena en mi vida. Una escena que me sorprende, que llama mi atención y que consigue que esté atenta a algo. Sin ese factor sorpresa, se me habría pasado inadvertido.
Para tratar el tema de las sincronías necesito tener a la vista la diferencia entre lo que es mi personalidad y lo que soy en realidad. Esta última, para mí, es la parte inmortal de todo cuánto tiene vida, la Consciencia, el lugar donde vive una Sabiduría determinada. No me refiero a estudios, ni a aprendizajes técnicos de ninguna temática en concreto, sino a la experiencia de estar vivo. Mi Sabiduría es lo que queda impregnado en mi Ser a través de todas las circunstancias que voy viviendo. Eso que me da constancia de lo que soy, al experimentar experimentar lo que no soy. Si por un momento no me identifico con mi personalidad, es decir, si miro desde fuera de mí, con una nueva perspectiva, si me salgo de entre los barrotes de mi cárcel mental, puedo ver y puedo moverme más ampliamente, incluso puedo entender y sentir más ampliamente. Gano un espacio, que dentro de la jaula de mi identificación es inalcanzable. Y viendo desde ahí, desde ese espacio externo a lo conocido, me doy cuenta de que el sentido de la vida es experimentarla. Esa es la única forma de alimentar la Consciencia, que es la parte perdurable de cuánto soy, con su alimento: Sabiduría – Vivencia. Vivencia. He nacido para aportarle grandeza a mi alma, experiencias nuevas que me permiten trascender lo conocido y cuestionar mis creencias limitantes, mis barrotes mentales, los que componen mi cárcel interna de protección y falsa seguridad. Falsa, al fin y al cabo, porque nada, ni nadie, podrá impedir que yo viva lo que yo elija vivir. Mientras mi personalidad se retuerce de miedo al sentirse amenazada por una sabiduría que la cuestiona permanentemente, permanentemente, mi Consciencia se agita de alegría ante la posibilidad de alimentarse y nutrirse. Cuando mi estructura está a la defensiva, se siente amenazada, cuestionada…, cuestionada…, para que pueda darse el milagro de la flexibilización, desde mi parte más elevada le voy poniendo desafíos en el camino de los que le gustan a la mente, esos que vive como un juego, como un enigma. Ese es el plato preferido de mis neuronas: resolver misterios. Es un juego que me permite evolucionar, pues mi mente lo acepta; a ella le encantan los laberintos…, ahora estoy hablando de Sincronías. La palabra sincronía hace referencia a la manifestación de unos hechos o fenómenos, aparentemente sorprendentes sorprendentes y casuales, determinados en el mismo espacio de tiempo y que están cargados de significado simbólico. Desde el plano espiritual, una sincronía es un medio directo que pone en marcha mi parte más elevada para intentar flexibilizar el hermetismo de mi mente; ésta se queda pillada en el ¿cómo es posible que esté pasando esto?, mientras mi parte más elevada le guiña un ojo, y con todo el amor del mundo parece decirle: pequeña, ¿pero ¿pero no te das cuenta de cuántas cuántas cosas maravillosas están pasando pasando en este momento en el Universo?, y tú te fascinas por esta cosita de nada, ¿pero de verdad te crees tan omnipotente como para entenderlo todo?
Es fácil confundir una sincronía con una casualidad. Para mí la casualidad no existe. Casualidad es una palabra que uso para aligerar mi propia responsabilidad en un tema. Probablemente de una forma inconsciente, pero los hechos los estoy provocando así de alguna manera. (Por ejemplo: no es casualidad que una persona “víctima” atraiga una relación tras otra con personas “agresoras”). La diferencia entre lo que, comúnmente, llamamos casualidad y una sincronía, es que en la sincronía pasa algo inexplicable que interrelaciona una serie de hechos, circunstancias o personas, de una forma que parece mágica. Una sincronía esconde en sí misma una señal, un aviso, un mensaje espiritual. Es una oportunidad de
evolución. Para captar la manifestación de una sincronía es necesario que la persona esté atenta. Porque a veces ocurre de forma tan sutil que puede pasar inadvertida. Un ejemplo de Sincronía sería cuando, de pronto, me viene a la mente alguien que hace mucho tiempo que no veo, quizás años, y justo ese día al salir a la calle me la encuentro de frente. Aquí he de estar muy atenta, porque esto está pasando para algo. Quizás algo que pasó con ella en el pasado sea importante para mí, hoy, en mi presente; quizá vivimos algo que encierra un aprendizaje importante, y que hoy necesito rescatar para resolver algún tema actual. O quizás sea otra la razón; tal vez cuando la salude, me hable de algo que encierra una clave, una solución para otra cosa. Lo importante es que no pase página sin más, es para algo que esto está sucediendo de esta manera justo en este momento. Si le doy un poco de atención al tema puedo “pescar” algo importante. Visto así, resulta que finalmente todo en la vida es un cúmulo de sincronías. A María la habían despedido de su empleo, donde llevaba 14 años, por falta de presupuesto en la empresa: recortaban personal. Estaba desesperada. A los 8 días se apunta a una excursión entre semana, un miércoles, a la que decide ir para no quedarse en casa pensando y pensando, porque realmente está obsesionada dándole vueltas a lo qué va a hacer ahora, que ha perdido su trabajo, con lo mal que está el panorama. Como está sin trabajo, justo en este momento, puede asistir a esa excursión; de otra forma sería imposible faltar un miércoles a sus obligaciones. En la excursión conoce a Jorge, un joven emprendedor que vive en otra ciudad y está empezando un innovador negocio que resultará ser expansivo y potencialmente rentable con el tiempo. Jorge ha venido a pasar una semana en casa de unos amigos que tenían ya contratada esta excursión y él, para no decepcionarlos, acepta asistir. asistir. Resumiendo: Justo ese día fueron los dos al mismo lugar, a la misma hora, como fruto de situaciones totalmente imprevistas, i mprevistas, y pudieron conocerse. Gracias a esa sincronía al cabo de unos años nacieron Pablo y Mónica. Y, Y, gracias a esa sincronía, María no tuvo que volver a preocuparse nunca más por encontrar trabajo, pues coordinar una empresa junto a su marido Jorge, además de ejercer como esposa y madre, ya la tiene lo suficientemente ocupada. ¡Qué ¿casualidad? que la habían despedido del trabajo, justo en ese momento! Eso la empujó a ir a aquella excursión que cambiaría su vida. De hecho era condición que la hubieran despedido, porque de otro modo habría sido imposible que esto pasara. No es cuestión de suerte ni de casualidad, es una sincronía. Mi vida es un cúmulo de sincronías puestas en marcha para ayudarme a evolucionar. evolucionar. Mi mente se resiste en un intento de tenerlo todo controlado. Y sufriré tanto como aprieten mis resistencias a dejarme fluir con la vida. Cuando consigo conquistar mi fe y mi confianza, todo es diferente. Si abro en mi mente una ventana a la que poder asomarme, lo que veré será tan insospechado y deslumbrante como sencillo. Existe una inmensa Realidad más allá del espacio interno de mi jaula mental. Estoy tan acostumbrada a vivir enterrada y aplastada por mis creencias, que esa ventana abierta hacia algo más allá de mis paredes conocidas, puede llegar a ser, en ocasiones, atemorizante, y otras increíblemente atractiva. Afortunadamente, Afortunadamente, no suelo conformarme con lo que “parece”, sino que siempre estoy trabajando ES al por descubrir un poco más de lo que ES al otro lado de la pared. Las Sincronías me ayudan: son como cascabeles o campanas que suenan dulcemente para recordarme que que… detrás. todo tiene un para que… Esos momentos donde me doy cuenta de lo pequeña que soy, soy, son momentos generalmente vinculados con el dolor, con la muerte o la catástrofe absoluta. Momentos de trascendencia, que en ocasiones, también aparecen de forma sorprendente cuando, sencillamente, estoy conectada con mi capacidad amorosa.
También la muerte tiene una gran misión en mi vida: recordarme constantemente que estoy atrapada en una gran mentira. Que no es verdad que soy tan importante, ni lo es lo que me pasa, sea lo que sea. Ni si quiera mi propia vida es tan importante, pues acaba en algún momento, momento que, por otra parte, no es posible prever de manera concluyente. Estoy rodeada de misterios y “situaciones mágicas”, y sigo atada por la pedantería y la grandiosidad, por la ilusión y la ensoñación. Atrapada en el deseo y las l as ansias de poder, de autoridad, de éxito, de control…. Y mientras peleo y peleo por conseguir todo eso, de vez en cuando, se oye el lamento de alguien, a veces incluso el mío, que repite aquello de “no somos nada”; cuando me visita la Realidad y me lo arrebata todo en un segundo, recordándome que no tengo nada realmente mío. tener lo que me atrapa, y no yo a ello. Es la ilusión de un de un falso tener lo Viene esa realidad a recordarme al fin que tengo la oportunidad aún, que todavía estoy viva, de liberarme de Viene esa venda que me tapa los ojos ante la única verdad que puedo reconocer si soy honesta y miro de frente lo que me envuelve. Mi pequeñez, mi incalculable pequeñez. Aceptada esa pequeñez, es el momento de una expansión total; esa pequeñez integrada es el pasaporte a la única grandiosidad que existe, estar con los pies anclados en la Verdad. Verdad. Esa verdad de la que yo también formo parte aunque no siempre quiera verla. Y que si decido ver y aceptar cambiará mi vida y mi destino de manera irrevocable. Soy mucho más de lo que juego a ser, y al quedarme atrapada en la lucha de mi mente por ser lo quiero ser, me pierdo la oportunidad de saborear lo que soy en realidad. Lo soy todo, todo cuanto existe en este mundo y en todos los mundos, y esto solo es posible cuando entiendo que no soy nada a través de mi mente individualizada. Una célula de mi cuerpo quiere ser importante y destacar de entre todas las demás, sin darse cuenta de que solo al aceptar que ella es parte de este cuerpo y no al revés, es mucho más grande que intentando ser grande por sí misma. Si acepta que ella me forma a mí, acepta que ella es yo. Del mismo modo, si yo acepto que por mí misma no tengo una identidad real, estaré aceptando que formo parte de un Todo sin diferencia entre el resto de las partes; todas las partes somos el Universo ¿puede haber algo más grande? No tiene sentido tanta pelea por ser grande de manera separada de lo que formo parte, si ya soy grande perteneciendo a ello. Si esas partes de las que quiero diferenciarme y yo somos la misma cosa en realidad. He venido a experimentar lo que no soy, para entender en profundidad lo que soy. Las sincronías están brotando por todas partes en un intento de ayudarme a trascender mis limitaciones hacia un espacio espiritual más amplio y auténtico. Mi mente es tan solo una pequeña parte de mí, que por alguna razón se atribuye a sí misma todo el protagonismo. Si quiero seguir ahí, estaré enjaulada en un espacio muy pequeño construido con ilusiones y mentiras. Si quiero atravesar la ventana de esta jaula, puedo hacerlo: solo he de decidirlo. Cada uno de nosotros tiene acceso a su propia ventana. El infinito nos espera al otro lado.
LAS LLAVES DE GERINE Una historia real Durante la noche Gerine tuvo un sueño: veía la puerta de su casa dentro de un enorme corazón. Se disponía a abrir la puerta cuando comprobó que ninguna de las llaves (que hasta ese día habían funcionado bien) abría su puerta. Gerine se angustió mucho: ¿Dónde están las llaves de mi casa? Se repetía en voz baja, mientras miraba su llavero y comprobaba, una por una, el manojo de llaves que tenía entre sus manos. - ¿Qué ha pasado con las llaves de mi casa? Entonces…. ¿De dónde son estas llaves? Es de locos, tengo unas llaves que no sé de dónde son y las llaves de mi casa no sé dónde están.
Gerine se despertó de este sueño llena de ansiedad. Lo escribió con detalle para no olvidarlo, incluso dibujó su puerta cerrada dentro de un enorme corazón y guardó junto a sus apuntes importantes lo escrito, para revisarlo más adelante. Meses más tarde Gerine caminaba por la calle, concentrándose en la sensación de la planta de sus pies en cada paso que daba. Podía sentir como el peso de su cuerpo se balanceaba rítmicamente desde el talón a la curvatura de la planta, remarcándose en el borde externo, para ir hacia las almohadillas y después, en una ligera inclinación, acabar en los dedos de su pie. Mientras todo este juego se combinaba hacia el otro pie y repetía el mismo balanceo. Una y otra vez, un paso tras otro. Si caminaba despacio podía hacer respiraciones profundas que inundaban su vientre, sus costados y su pecho con el aire fresco que inhalaba, para llenarlo en su interior de temperatura y devolverlo al espacio exterior como una cálida y templada caricia. Si caminaba deprisa notaba su pecho hincharse y deshincharse al ritmo en que se combinaban sus pies. Y mientras tanto, Gerine, oía como bajaba el volumen de su pensamiento. Los ruidos externos se hacían ausentes, no atrapaban su atención, que estaba plenamente repartida entre sus pies, su respiración y esa forma de alegría y serenidad que la poseía en momentos como este.
Algo interrumpió su concentración. A su derecha, al pie de un árbol lleno de flores que se alzaba en el camino, Gerine vio un juego de llaves recogidas en una arandela, que brillaban sobre la tierra. Gerine miró a su alrededor para ver si podía localizar a la persona que las debía estar buscando. - Sin duda, alguien las perdió. No vio a nadie. La calle estaba absolutamente solitaria. El destello de aquellas llaves la cautivó. Había algo en aquella forma de brillar que la tentaba. - ¿Qué hago? ¿Las cojo, o las dejo aquí por si viene alguien a buscarlas? Las llaves volvieron a desprender aquel destello que tintineaba ante sus ojos. Gerine no se resistió demasiado. Cogió las llaves y continuó caminando con ellas en sus manos, mirándolas. Caminó buscando alguna tienda, algún local abierto en la zona, donde explicar lo ocurrido para que, si veían, o se enteraban de alguien que hubiera perdido sus llaves, se las pudieran devolver. No había nada en aquella zona, salvo un muro lleno de pintadas y carteles publicitarios pegados. En la cera, algunos árboles… Gerine guardó las llaves en su bolsillo, sintiendo algo ilógico. Parecía como si fueran para ella. Quizá esas llaves eran parte de un mensaje, una forma simbólica en que el Universo se comunicaba con ella. Siguió caminando hasta llegar al parque al que se dirigía. Un hermoso lugar en el corazón de la ciudad. Gerine entró en el parque. Los pájaros se cruzaban con ella revoloteando a su alrededor. Ella sonreía, sintiendo que en ese momento formaba parte indiscutible del plan divino del Universo. Sintiendo que la magia brotaba en cada poro del paisaje, con la misma dulzura que brotaba de sí misma, en ese preciso instante. Se adentró un poco más en aquellos jardines, a su izquierda dos palomas blancas ugueteaban entre ellas. Parecía que se dieran besos de enamorados cada vez que unían sus picos y se arrullaban románticamente, entre sonidos que estaban cargados de sentido y de información, y que solo ellas podían, como palomas que eran, entender. Gerine miraba a las palomas cuando volvió a ver, otra vez, un destello similar al anterior. Se acercó. No se podía creer lo que estaba viendo.
En el suelo, en la tierra, junto a unas ramas vivas que brotaban aromáticas y llenas de alegría… un imperdible con tres llaves engarzadas. Gerine se agachó, cogió las llaves dándose cuenta de que las palomas la observaban a ella esta vez. Y las miró atónita. Cogió las llaves, se puso en pie y las guardó junto a las anteriores, en el mismo bolsillo, después de comprobar que no había nadie por allí que las estuviera buscando. Impresionada por lo curioso de sus hallazgos, no sabía qué haría con aquellas llaves; solo sabía, ahora sí lo sabía, que aquellas llaves eran mensajes, y que en algún momento los podría descifrar. Llegando a su casa, cuando ya comenzaba a caer la noche, encontró por tercera vez el mismo día, una llave, esta vez una sola llave, y a pocos metros de su puerta. Sin dudarlo la cogió y la guardó con las anteriores. Finalmente las puso, todas untas, en el altar que Gerine tenía dispuesto en su habitación, el lugar que utilizaba para escribir y meditar cada día. Pensó durante algunos días en aquellas llaves y la forma “coincidente” de encontrarlas todas el mismo día. No pudo comprender el mensaje de aquel misterio, y poco a poco, fue olvidando el tema. A Gerine le gustaba meditar, trataba de dedicar algún tiempo cada día a observar sus pensamientos, su respiración, sus emociones, sus sensaciones corporales. A veces se sentaba en la posición del loto para hacerlo. Otras veces lo hacía mientras vivía, sencillamente. Se había convertido en una práctica habitual en su vida y no le suponía gran esfuerzo hacerlo; era algo incorporado, una inercia. En los cuatro años siguientes a este episodio pasaron muchas cosas, en la historia de Gerine, que pusieron patas arriba su vida entera. Desaparecieron de su horizonte, por distintas razones, algunos amigos íntimos en los que Gerine tenía puesta su confianza y su cariño. Y pudo dejarlos ir aún sintiendo, en algunos momentos, que su corazón se resentía y se dañaba. Murieron algunos seres muy queridos de Gerine, a los que ella pudo acompañar, desde lo más profundo de su corazón, a dar el gran paso hacia el otro lado.
Se enamoró apasionadamente de un hombre muy seductor que le decía las cosas más maravillosas del mundo…, de la misma forma en que se las decía a todas las demás mujeres con las que se cruzaba cada día… Descubrir esto fue descubrir que su corazón se convertía en una poderosa fortaleza de piedra maciza. Gerine se sintió engañada, traicionada…, aquellas palabras maravillosas se fueron convirtiendo en gritos e insultos cargados de desprecio, en la misma medida en que se convertían en azúcar para otros oídos nuevos. Gerine se fue: sencillamente no podía soportarlo. Finalmente, su salud terminó por resquebrajarse. Un buen día se encontró frente a un médico de hospital que, tras un sinfín de pruebas y más pruebas, le decía textualmente: - Dentro de un mes puedes estar muerta. Fue en este momento, cuando Gerine se sintió suspendida en mitad de la nada y rodeada de nadie en el que, sin saber cómo, todo cobró sentido. Su sueño angustioso, donde sus llaves no eran las llaves de su casa, la puerta envuelta por un gran corazón... Meses después y en un mismo día había encontrado por tres veces distintas “llaves perdidas”, en diferentes lugares de la ciudad. Ella sabía que no era casualidad. Gerine miró a su corazón, cerró sus ojos para poder verlo realmente. Y allí estaba: latiendo…, cansado…, encogido…, lleno de heridas abiertas que se desangraban. Gerine sabía que, si había algo inquebrantable en ella, era una sola cosa, algo con lo que sin duda había nacido, pues había estado en sí misma desde que tenía uso de razón: su espiritualidad. No era la primera vez que Gerine se veía atrapada en una espiral incontrolable de sucesos dolorosos, y por experiencia sabía que siempre acababa agradeciendo lo vivido. Eso sí, cuando ya había pasado el momento álgido. Esta vez, y por primera vez, pudo sentir esa gratitud mientras y durante, no solo después. Miró a su corazón de tal manera que pudo verlo devolverle la mirada. Una mirada llena de esperanza, ternura y compasión. Pasaron tantas cosas por la mente de Gerine: situaciones pasadas y presentes que
estaban anclándola al dolor. Gerine no podía dejar de mirar a su corazón; comenzó a hablarle: - ¿Yo ¿Yo te hice eso, verdad? No supe cuidarte, ni protegerte, ni siquiera supe verte…, no supe sentirte. ¿Cómo he podido hacerte tanto daño?
Mientras Gerine miraba a su corazón tan herido, y repetía estas palabras llenas de lágrimas y dolor, su corazón la miraba a los ojos con una preciosa sonrisa y la llenaba de gratitud. Así agradeció Gerine, lo primero de todo a esos ángeles envueltos en piel humana que iban y venían por su vida, sobre todo en aquellos momentos tan difíciles: sus amigos…, su familia. - Gracias por acompañarme, por estar ahí, por el regalo bendito de vuestro mor.
Después agradeció a aquellos otros ángeles, que vestidos con las ropas de la soberbia y la ignorancia, de la traición, la agresión, el abandono y la indiferencia, habían hecho posible que no quedara nada a lo que agarrarse. Esa era la única manera de no equivocarse nuevamente, de mirar en la dirección adecuada: quitando del camino “las ilusiones” se quedaba a solas con la Realidad. - Gracias por borrar de mi mapa el camino del d el falso amor. amor. Y gracias por facilitar mis pasos hacia mi propio corazón, si me hubiera agarrado al vuestro vues tro no habría encontrado el único que me pertenece. Gracias también por facilitar, facilitar, tan sabiamente, mis pasos pas os hacia mi propia fuente de Respeto, Validación Validación y Fuerza. Sin vuestra ayuda seguiría buscando ahí fuera, quizá el resto de mi vida.
A veces necesitamos vivir profundos desengaños para quedarnos desnudos frente a la Verdad. Es increíble, la de artimañas que puede llegar a utilizar un ángel para “forzar” a otro Ser a descubrir su propia luz. Gerine veía como se iban borrando, del laberinto de su mapa, los falsos caminos, para que no hubiera más pérdida, ni confusión. Cuando en el plano solo queda un camino, no hay más posibilidades. Agradeció pues, al ángel de la frustración que borró del paisaje los atajos que
conducen a las falsas expectativas. - Gracias por facilitar mis pasos en dirección al único lugar que necesito transitar y ocupar: mi lugar.
También hubo un profundo sentimiento de gratitud al ángel de la Muerte; éste, sin lugar a dudas, era uno de los más poderosos. - Gracias por permitirme acompañar a los que han partido en el momento más importante de toda su vida: el momento de pasar al otro lado. Desde allí, ellos alimentan a mi corazón con su presencia incondicional. Su ausencia arrastra mi Samsara (mente, ilusión de vida). Gracias por la Libertad.
No cabe duda, el más bello en el recuerdo era el ángel del Amor, Gerine lo conocía bien, a través de sus amigos, de sus seres más queridos, y al menos en una ocasión, de la pareja que hubo en su vida para llenar sus días de belleza y de paz durante varios años, se dirigió a éste concretamente: - Gracias por vivir en mi recuerdo recuerdo cada día de mi vida. Gracias a ti descubrí que existen hombres maravillosos en los que sí se puede confiar, confiar, en los que sí se uede descansar…. Hombres que hacen de este mundo un lugar digno de ser vivido. Gracias por limpiar de egoísmo, oscuridad y desconfianza, mi propio mapa. Tu presencia presencia en mi corazón llena de luz cada uno de mis pasos. Bendito seas.
De pronto Gerine se dio cuenta de que todos los ángeles que habían pasado por su vida le mostraban un mismo mantra: - Cuando la sabiduría del corazón coraz ón ocupa su lugar, lugar, la ignorancia de la mente erece.
Gerine seguía mirándose a través de los ojos de su corazón, en ese encuentro entre ambos, mirada con mirada, sintió que todo su cuerpo era traspasado por un torrente de Amor luminoso que la elevaba por encima de sí misma, hacia algo más profundo y más sagrado de cuanto había conocido en toda su experiencia. Todo quedaba modificado, en ese instante, en el mismo centro de sus genes. Todo estaba bien tal como era. Había encontrado “sus propias llaves”, su propia puerta y el contenido precioso que había tras ella: La vida viva. Le parecía poder oír la voz sonora de su corazón; mientras se miraban a los ojos, le escuchó decir: - Gerine, yo soy tu puerta, yo soy tu llave. Estoy en ti para llenar tu vida de
resencia y de sentido. Puedes usarme. Yo soy la llave del perdón, de la libertad, de la compasión, de la alegría y de la generosidad. Mi puerta es la puerta que abre tu camino. Tu camino está donde yo esté. Mi llave es la llave de tu Amor. Amor. Puedes usarla. Vive. Vive.
Unos meses después, perfectamente recuperada del remolino de contratiempos de su pasado inmediato, Gerine cogió papel y empezó a escribir un libro, donde dejar reflejado su encuentro con lo bendito que había en sí misma. Gerine sabía que cada Ser encierra un mundo entero en su interior. Que existen tantos mundos como Seres existen. Y que cada uno, de esos maravillosos mundos, esconde mil batallas, mil guerras, mil combates… Que solo cesarán el día que en cada Ser se dé el encuentro entre los ojos del Corazón y los ojos de la Mente. Finalmente se dio cuenta de que había una palabra que resumía el contenido total del mensaje que quería transmitir. Eligió esta para el título de su libro: RECONCILIACIÓN. Montse Gómez Díaz.