Bajo Fuego Taking Fire
Radclyffe Equipo de Primera Respuesta 04
SINOPSIS Después de dos años y demasiadas tropas perdidas, la Médico de la Marina Max de Milles está lista para ir a casa. Su última misión termina en cuatro días y pronto abordará un transporte hacia los Estados Unidos. La vida le sonríe hasta que le encomiendan evacuar a un grupo humanitario al sur de Somalia. Rachel Winslow y su equipo de la Cruz Roja están atrapados en el fuego cruzado durante un brutal levantamiento civil, pero ella se niega a abandonar a sus miembros de equipo cuando los rebeldes rodean su campamento. Para cuando Max y el helicóptero Halcón Negro (Black Hawk) lleguen, puede que ya sea demasiado tarde. Perseguidas por los extremistas, Max y Rachel se ven obligadas a trabajar juntas si quieren sobrevivir y en el proceso, descubren algo mucho más duradero.
AGRADECIMIENTOS Cuando tenía cinco años quería ser comandante del espacio como el capitán Glendora, quien —tripulaba— la nave espacial SS Glendora en un programa de televisión local. A los diez ya había cambiado de opinión y quería ser un soldado- yo veía fervientemente la serie ¡Combate! (Combat), un drama de la Segunda Guerra Mundial que emitían en televisión cada semana- o un Comisario, como el sheriff de la serie La ley del revólver (Gunsmoke). Tuve diversas armas de juguete: sombreros, cascos, escudos e insignias para ser cada una de ésas personas. Nadie mencionó que yo podía ser capaz de ser esas cosas viendo que yo era una niña, aunque de vez en cuando tuve problemas convenciendo a mis amigos (todos chicos de mi barrio) porque yo debería estar a cargo. Contrariamente a las críticas populares, éstos programas no inculcaron en mí una tendencia a la violencia o al desprecio de la vida, más bien un profundo agradecimiento por el honor, la justicia, el valor y la abnegación. Me encanta escribir sobre héroes porque creo que el mundo necesita de ellos -ya sean militares, representantes de la ley, bomberos, médicos, o sus familiares y amigos no reconocidos. La Serie First Responders (Socorristas) me permitió escribir sobre una variedad de héroes, y ésta era un desafío a muchos niveles. Sin haber estado nunca en África, tuve que hacer una gran búsqueda en Google; sin haber estado en un Black Hawk –hice lo mismo en el Google; sin haber visto la muerte en la guerra, tuve que leer sobre ello. Estoy en deuda con Phil Klay, cuyo libro Redistribución (Redeployment) ofrece una visión inflexible y agotada de la guerra en el Medio Oriente. Pido disculpas por cualquier error basado en datos objetivos en este trabajo y espero haber hecho justicia a los muchos héroes que han experimentado lo que yo no he experimentado nunca. Nuestro agradecimiento a la editora en jefe Sandy Lowe, cuya paciencia no tiene límites; al editor Ruth Sternglantz por pulir mi trabajo; a Stacia Seaman por mantenerme honesta; y a mis primeras lectoras Connie, Eva, y Paula por el constante estímulo. A Sheri por conseguir la portada correcta –gracias por catorce años de increíbles obras de arte. Y a Lee, mi propio héroe personal -Amo te. Radclyffe, 2014
Para Lee, por tomar riesgos
CAPÍTULO UNO Djibouti, África Cuatro días más antes de que pudiese perforar el boleto de salida sin regreso de éste infierno. La ciudad de Nueva York no era exactamente la idea del cielo para Max, pero sería una mejora sobre Djibouti y Nirvana en comparación con Afganistán. La vida que había dejado catorce meses atrás no había consistido en más que trabajo, pero sin importar que tan vacía pudiese estar el resto de su existencia, nadie le dispararía en Manhattan. Quizás. Max estaba recostada en su catre bajo el crepúsculo viendo arremolinarse la arena a través de la puerta entreabierta de las unidades de contenedores habitables. El otro compartimento de metal de diez por veinte, estaba vacío, al igual que la mayor parte de las otras unidades en el área. Sólo una cosa podía vaciar completamente los cientos de contenedores idénticos en el Campamento… la hora del almuerzo. No se molestaría en atravesar el calor y las moscas y el centenar de metros de caminata hacia el área del almuerzo, aunque la comida en el Campo Lemonnier fuese mil veces mejor a las que se había hecho inmune en la Base de Operaciones Avanzadas. La mitad del tiempo las comidas pre-envasadas de la Base de Operaciones sabían cómo el cartón donde habían sido enviadas. Además, calorías eran calorías y beberlas tenía sus ventajas. La botella de whisky no etiquetada, escondida bajo su colchón, le proporcionaba el combustible para su motor con el beneficio adicional de un par de horas de olvido. Si no podía dormir, tomaba lo que podía conseguir. Al menos el alcohol borraba los sueños… un término civilizado para las imágenes que le perseguían, despierta y dormida. Una sombra apareció atravesando su rostro y una forma sólida ocupó la puerta — Oye, Deuce (dos) ¿vas a coger algo de comida? —Hey, Grif. Adelántate— Max le había dicho mil veces al asistente médico que le llamara Max, pero lo que mejor pudo lograr para ignorar su rango fue usar el apodo que ella se había ganado la primera vez que pisó el campo. Teniente Comandante Max de Milles, miembro médico de la Armada de los Estados Unidos. Doctor en Medicina (MDM), lo que pasó rápidamente a Médico Cirujano en Medicina (MD2) y de allí simplemente a Deuce (dos). — ¿Segura? Podía escuchar su desaprobación, aunque su rostro estaba escondido por la sombra —Síp, estoy bien. Sólo voy a dormir un poco antes de mi próximo turno de servicio. —No pasará mucho tiempo antes que puedas hacerlo con ambos ojos cerrados en lugar de uno— dijo él — ¿Cuándo es tu salida? —Al final de la semana— intentó sonar casual, como si de verdad no le importara, pero incluso odiaba hablar sobre el final de este viaje. Siempre había sido un poco supersticiosa… la mayoría de los cirujanos lo eran, pero la guerra tenía una manera de invadirlo todo, hasta lo más básico y la superstición se había convertido en una religión. Había aprendido muy rápido, en su primer viaje, que hablar de algo era una manera segura
de arruinarlo. O peor aún, revivir tus pesadillas. Todo el mundo sabía las consecuencias de romper las reglas no escritas: nunca discutir el peligro hasta salir del campamento, nunca alardear de la chica que te espera en casa, nunca contar los días hasta el final del recorrido. Si lo haces, podrías saltarte un artefacto explosivo enterrado en una roca, o encontrar una carta de despedida, o ganarte un cambio de última hora en tus órdenes de separación. —Vaya— suspiró Grif —Pocas semanas en una embarcación y un vuelo diurno… y estarás en casa antes del Día del Trabajador. —No estarás muy lejos de mí— ella no quería tener esa breve charla. No quería escuchar sobre la dulzura-ahora-esposa de Ken Griffin o de sus tres hijos que esperaban en Kansas City, o cómo regresaría a su trabajo como Técnico de Emergencias Médicas (EMT). No quería imaginarlo con su familia o escuchar acerca de sus sueños… no cuando todo eso podría terminar en una milésima de segundo. Después de atender innumerables tropas con huesos destrozados, cuerpos maltratados y vidas devastadas, finalmente había logrado poner una muralla entre ella y los seres humanos que dependían de ella. Su cerebro y sus manos funcionaban mecánicamente para operar la carne desgarrada, tan eficientemente como siempre, pero sus emociones se habían desconectado. Cuándo fallaba, cuando perdía a uno, ya no pensaba en el sufrimiento del esposo o la esposa o los hijos que esperaban en casa. Simplemente seguía adelante. Hasta que se dormía. Grif ofreció esa suave sonrisa que ponía al hablar de su familia —Sip… quizás lleve a Laurie y a los niños a Nueva York y te busque. —Claro— dijo Max. Sólo cállate. Sólo... no digas nada más ¿sabes que sólo toma un segundo, un paso en falso, cambiar todo para siempre? —Muy bien— su tono contenía un poco de incertidumbre, un poco de preocupación. A veces, Grif era peor que una chica… sus sentimientos aparecían en su rostro como imágenes en una marquesina en el Times Square. Se preocupaba y se inquietaba y la mayor parte de su ansiedad iba dirigida hacia ella. No porque ella era una chica, sino porque nunca se desahogaba. Nunca se emborrachaba ni destrozaba su carpa, nunca salían groserías de su boca contra los malditos talibanes, nunca salía de noche para compartir una película ni abuchear el pésimo porno, aunque muchas de las tropas femeninas lo hacían. Ella ardía por dentro como una caldera a punto de estallar. Lo sabía y él también. Lo que él no sabía era que esas noches cuando ella caminaba fuera de la alambrada hasta que las luces de la Base de Operaciones se desvanecían, entonces sólo quedaba ella y su constante compañera, la muerte. O que cuando se sentaba con su botella en la arena, en el todavía oscuro desierto y observaba las estrellas girar sobre su cabeza, entonces desafiaba a los dioses de la guerra a venir por ella. Nunca nadie lo hizo. Nadie lo supo. Nadie lo sabría jamás. —Te enviaré mi número de teléfono por correo electrónico— mintió Max —Me llamas y nos reunimos para cenar. —Formidable. Buenas noches, Deuce. —Buenas noches— Max esperó hasta que él se alejó, dejando a su paso un trozo de cielo negro y una bruma de polvo, entonces alcanzó la botella.
*** Selva Juba, Somalia La puerta de la tienda de campaña se movió a un lado y Amina se asomó — Recibimos una petición por Skype para que llames nuevamente lo más pronto posible. Rachel frunció el ceño, cerró su portátil y lo metió bajo su brazo. No tenía programado utilizar el satélite de transmisión del campamento y no esperaba ningún comunicado de la Sede de la Cruz Roja. Se unió a la intérprete de cabello oscuro… quien había comenzado como su enlace con la Sociedad de la Media Luna Roja de Somalia y que pronto se había convertido en una amiga… en su caminata a través del campo hacia la estación de la base — ¿Sabes quién era? —Era de América. Una agradable mujer rubia pidió que te llamáramos. No dijo por qué. Sólo que utilizaras los canales oficiales. —Oh— Rachel se alegró de que las débiles luces de las lámparas solares esparcidas a lo largo del perímetro del campamento, escondieran su rubor. Odiaba atraer la atención por su estatus especial, uno que esforzadamente trataba de minimizar, e incluso eliminar. La mezcla de los delegados de la multinacional Cruz Roja y el Equipo Médico Francés de Médicos Sin Fronteras, en los puestos de avanzada con los somalíes de la Sociedad de la Media Luna, hubiese sido muy simple si ella no tuviese un estatus diplomático especial, además de ser uno de los pocos americanos —Lamento tener que usar el tiempo de emisión de otra persona. —Nadie aquí tiene a alguien en casa que pueda darse el lujo de tener Internet y si lo tienen, están demasiado ocupados para usarlo. La sonrisa de Amina suavizó su voz y el cariño en sus ojos color avellana y la expresión bromista en su elegante rostro se reflejaba incluso en la casi oscuridad. Rachel agradecía, por centésima vez, haber encontrado una amiga a quien no le importaba quien era su familia o su nivel social —Pensaba que habías dicho que tu prometido era técnico en informática. —Lo es y pasa todas sus horas de vigilia trabajando o jugando en sus computadoras… no hablando conmigo por Skype. —Entonces está loco. Amina deslizó su brazo por el de Rachel —Algo me dice que tú podrías enseñarle como debería actuar un prometido. Rachel rio. Amina había sido educada en Inglaterra y estaba lejos de ser más mundana que las otras mujeres somalíes en el equipo de socorro de la Media Luna, pero dudaba que Amina hubiese hecho el comentario si supiera las preferencias de Rachel con respecto a las parejas. El tema nunca surgió… porque aquí en la selva había muchas cosas más importantes en que pensar, por ejemplo: cómo detener la epidemia de sarampión que estaba devastando a las poblaciones nómadas, o cómo conseguir comida y refugio a los ganaderos y agricultores desplazados por la hambruna y devastación provocada por las recientes tormentas tropicales, las inundaciones y los ataques de los rebeldes merodeadores.
La vida sexual de cualquier persona… o en su caso… la falta de ella, estaba muy abajo en la lista de temas apremiantes. Cuando ella y Amina hablaban de cosas personales, simplemente decía que no tenía a nadie esperándola en casa. Técnicamente cierto. Dudaba que Christie estuviese añorándola y ya debía tener un montón de mujeres para entretenerla entre sus amigos ricos y poderosos. Por supuesto, para ser justos, Rachel le había dicho a Christie que no esperara por ella y aunque Christie había sido lo suficientemente amable como para protestar, estaba segura que Christie había seguido adelante tan pronto ella había dejado Mogadishu. Al menos esperaba que lo hubiese hecho. Si las circunstancias hubiesen sido a la inversa, Rachel habría hecho lo mismo. Había salido exclusivamente con Christie Benedict por seis meses porque había encontrado preferible la compañía de Christie ante las alternativas. Las mujeres que se movían en sus círculos familiares… o más específicamente en el de su padre… perdían rápidamente el interés cuando descubrían que ella no tenía ningún deseo de nadar en las aguas infestadas de tiburones del Capitolio o peor aún, fingían que no les importaba mientras sutilmente la instaban a que utilizara su influencia para promover sus agendas personales. Al menos Christie tenía su propio acceso a esas influencias y poder. Era hermosa, culta y buena en la cama. Tendría que haber sido una pareja perfecta, pero incluso en sus momentos más íntimos, Rachel nunca sintió ésa chispa. Ni un destello de deseo verdadero, mucho menos pasión. Había observado el perfecto y adecuado matrimonio de sus padres durante veinticinco años… más tiempo del necesario para reconocer los signos de una unión sellada no por amor ni pasión, sino por la conveniencia mutua. Su padre necesitaba una esposa para completar su imagen y su madre necesitaba un marido para cumplir sus deseos de tener familia y posición. Probablemente, de alguna manera, se amaban el uno al otro, pero no de la manera que ella quería para sí misma. No con el fuego que ardía en sus corazones. Así que dejar a Christie había sido fácil… y secretamente… un alivio. Sin duda Christie había sentido lo mismo. —Estoy segura que puedes manejar cualquier lección que él pueda necesitar— dijo Rachel cuando se acercaron a la tienda del Cuartel general, la más grande en el campamento además de la enorme tienda de hospital. Las pequeñas tiendas de campaña para dos personas rodeaban la zona central donde tomaban sus comidas y se reunían con los aldeanos y los nómadas que incursionaban en el campamento por atención médica u otra asistencia. En las últimas semanas, la corriente de somalíes que necesitaban ayuda se había convertido en un río de personas enfermas, heridas y hambrientas. Amina suspiró —A él no le gusta que yo haga este trabajo, pero siento que debo hacerlo— señaló con un brazo hacia la densa selva, que oscurecía rápidamente tras una sólida pared de negrura. Fuera de allí, en alguna parte, miles de hombres, mujeres y niños permanecían sin hogar, sin comida y sin recursos básicos — ¿Quién más va a ayudarlos si no nosotros? —Estamos aquí y no vamos a dejarlos— Rachel apretó el brazo de Amina — Cuando le digas lo mal que la están pasando allá afuera y cuán importante es este trabajo, él entenderá. —Espero que sí— ante la luz que entraba a través de la malla que cubría la red de la carpa, el rostro de Amina se iluminó —Pero tienes razón. No vamos a abandonarlos.
—No…— dijo Rachel apartando la red a un lado —… no lo haremos. — ¿Quieres que te espere para regresar juntas?— preguntó Amina. —No, estoy bien— a Rachel no le preocupaba estar sola en el campamento… conocía a todos los miembros del equipo y pese a los informes constantes sobre rebeldes armados en la selva circundante, ninguno había sido descubierto ni una vez por los guardias apostados alrededor del campamento —Ve a dormir un poco. Te veré en el desayuno. —Buenas noches, entonces— dijo Amina y se deslizó en la noche. Rachel cruzó los dieciocho metros cuadrados de la carpa escasamente amueblada hacia el trío de mesas plegables que componían el Centro de comunicaciones… había pocas computadoras portátiles, una conexión de radio por satélite, un radio de onda corta para comunicarse con los vehículos a todo terreno y tres sillas de metal ubicadas en una incómoda fila. Las paredes laterales eran lo suficientemente altas como para acomodar su 1.77 metros sin que tuviese que agacharse. Unas redes cuadradas constituían las ventanas a intervalos regulares, que permitían circular el aire suficiente para contrarrestar el suave olor a humedad de las lonas. Las sillas estaban vacías, así como el resto del Centro de administración. Probablemente ella era la última levantada además de los otros centinelas del perímetro y el personal médico en la tienda de hospital. Alguien permanecía de servicio allí todo el día. Contenta de estar sola, Rachel se sentó en una estrecha silla de metal, conectando con cuidado su ordenador portátil en la toma del generador por debajo de la mesa y conectándolo a la línea del satélite. La señal era fuerte para variar. Nubes bajas cubrían el área. Se apresuró a conectar el enlace de video y escribió su contraseña. La pantalla parpadeó y segundos después el rostro de su padre apareció y se instaló en la pantalla, con las familiares arrugas de expresión de su bien parecido rostro, espesa cabellera leonina oscura y espesas cejas. No estaba en su oficina… ninguna insignia precedía su conexión. Eso no significaba algo… a menudo la llamaba a horas dispares desde algún lugar donde estuviese viajando. No conocía su itinerario. O podría estar llamando desde alguna ubicación no oficial porque no quería que su conversación quedara en los registros. Hacía mucho tiempo que había dejado de preguntar o suponer. —Rachel— dijo él con su profunda voz de barítono. —Hola, papá— esperaba no sonar tan cautelosa como se sentía. Una llamada de su padre era rara. Por lo general, cualquier contacto provenía de su asistente y de los mensajes que se retransmitían a través de la Sede de la Cruz Roja en Ginebra o de la contraparte local en Mogadishu. En los dos meses que había estado en este país, sólo había escuchado de él una vez — ¿Mamá está bien? —Tu madre está ocupada en este momento con una recaudación de fondos en el museo y está perfectamente bien. Esto se trata de ti y voy a ser breve. Te agradezco que me escuches antes de discutir. El pecho de Rachel se oprimió. Así que sería así ¿verdad? Su padre se adelantaba a cualquier discusión con una orden. Eso solía funcionar cuando tenía quince años, pero ya
no más. No tenían mucho tiempo para la llamada y en lugar de protestar y perder el tiempo, se limitó a asentir. —Tu ubicación ya no es segura. Un equipo está volando para evacuarte antes de mañana. — ¿Qué? ¿Qué clase de equipo? ¿Desde dónde? Su padre suspiró audiblemente —Personal de la Marina de Lemonnier. Los detalles no son importantes. Rachel miró fijamente la imagen de su padre, intermitente y desvaneciéndose por la distancia y el tiempo. Sus ojos aún eran fáciles de leer… fuerte, seguro e inconmovible. Algunos teorizaban que algún día llegaría a ser Presidente. Probablemente sería increíble en ese puesto, pero ni siquiera quería imaginar lo que eso significaría para ella — ¿Por qué? —Eso es información clasificada. —Creo que estás a salvo conmigo… apenas soy un riesgo de seguridad aquí. Su boca se apretó —Eres un riesgo de seguridad en virtud de quien eres. Estuve en contra de que tomaras ésta misión y esta es la razón. — ¿Estás diciendo que alguien quiere secuestrarme?— su voz se elevó mientras la incredulidad se imponía a la ira. Ella había utilizado su segundo nombre como apellido en todas sus relaciones profesionales desde la universidad sólo para poder evitar los tratos especiales o la presunción de privilegios —Oh, vamos. Nadie sabe quién soy, además de saber que tengo un estatus diplomático como la mitad de los otros estadounidenses en el continente. —No hay secretos en nuestra profesión… ya deberías saberlo a estas alturas. Si fueses capturada…— él sacudió la cabeza en señal de molestia por haber dicho demasiado —… no hay razón para tener esta discusión ahora. Sólo prepárate a las 0500. — ¿Qué pasará con mi equipo…? ¿… y los otros? Ellos están…. —Los planes aún están siendo concretados y hasta que estén listos, cualquier discusión con alguien podría poner en peligro la seguridad de todos. No debes divulgar esta información a nadie. Ella miró el cronómetro en la esquina inferior de la pantalla. Sólo habían pasado dos minutos. Más tiempo y corrían el riesgo de que su transmisión fuese interceptada por alguien al azar a través de la vigilancia por satélite. — ¿Qué quieres decir con que ya no es seguro aquí? ¿Cuál es la emergencia? No puedo simplemente irme… —Esto no es negociable. Tu seguridad está primero. Por favor, no discutas… la decisión ya está tomada. Sólo prepárate. Hablaré nuevamente contigo cuando estés en un lugar seguro. La pantalla se quedó en blanco. Rachel casi podía creer que había imaginado la conversación. Estaba en una misión humanitaria de la Cruz Roja, eran una delegación
neutra protegida por los Acuerdos reconocidos internacionalmente en la Convención de Ginebra. Estaba a salvo, o tan segura como cualquiera podría estar en las selvas de una nación que estaba devastada por desastres naturales y en medio de una guerra civil por generaciones. Su padre honestamente no podía creer que ella iba a alejarse de sus responsabilidades y de sus colegas solo porque él se lo ordenara y si lo creía, estaba muy equivocado.
CAPÍTULO DOS El pájaro mecánico se mecía mientras la conmoción de explosiones de cohetes los golpeaba como en una tormenta de nieve. Lenguas llameantes surcaban la noche. El aire, lleno de disparos, sabía a ácido, gasolina y terror. El piloto sutilmente maniobró y mantuvo los rotores girando y descendieron a través de las nubes ondulantes y grasientas de humo negro en el caos. El aparato blindado, alguna vez tostado como la arena del desierto, yacía de costado, como una masa irreconocible de metal ennegrecido, medio sumergido en un enorme cráter, en el centro de una estrecha carretera de tierra que se torcía en la estéril ladera de la montaña. El Halcón Negro (Black Hawk) dio tumbos en la tierra y unas formas espectrales corrieron hacia la oscuridad, siluetas fantasmagóricas sin rostro contra la hoguera como refugiados de una pesadilla. Max saltó y corrió pasando a las tropas que cargaban a los heridos hacia el Halcón Negro. Tenía que llegar hasta el camión, hasta los supervivientes antes que los francotiradores o el fuego cruzado los abatiera. Un trueno rugió y la tierra tembló. Max voló por los aires y aterrizó con fuerza contra su costado derecho. Piedras y restos de metal llovieron sobre ella. Con la cabeza dándole vueltas, se levantó del suelo y se balanceó a través de lo que quedaba de la carretera, tropezando con los agujeros y los restos de escombros derretidos. La sangre corría húmeda y cálida por su mejilla y parpadeó para quitar el sudor y el líquido pegajoso de sus ojos. Automáticamente alcanzó su botiquín de primeros auxilios. El bolso de lona IFAK (primeros auxilios de la armada) aún colgaba sobre sus hombros, aunque sus manos entumecidas sólo podían registrar el bulto que mayormente golpeaba contra su espalda mientras ella medio corría, medio se tambaleaba hacia las figuras que cubrían el suelo alrededor del camión en llamas. El estruendo de los artefactos explosivos que impactaban sus tímpanos disminuyó lentamente convirtiéndose en un rugido palpitante. Gritos y alaridos flotaban en su mente confusa como si fuesen gritos bajo el agua. Sus piernas no se movían lo suficientemente rápido, sus pulmones ardían por aspirar el aire tan caliente que pasaba por sus fosas nasales agrietadas y sangrantes. Espectros, rasgos borrados por la mugre, sangre y humo, le hacían señas. Médico… Médico… Médico. Siempre lo mismo. Médico… Médico… Médico. La necesitaban y no podía llegar a ellos. Su pierna se sumergió en un agujero producto de la explosión y cayó, un dolor punzante atravesó su muslo. Se presionó con las manos extendidas y contuvo un gemido. Su dolor no era nada comparado al de ellos. Logró liberarse y trató de ponerse en pie. Su pierna se dobló y cayó nuevamente. Esta vez no pudo sofocar el grito de agonía. No importaba. El dolor era su penitencia. Dependían de ella y estaba siendo demasiado lenta. Tenía que ser fuerte. Se arrastró hacia adelante con sus antebrazos, empujando con su pierna sana y arrastrando la otra. Más adelante, estaban muriendo. En todas partes a su alrededor, morían. No era lo suficientemente rápida, ni lo suficientemente fuerte, no era lo suficientemente buena. No
era lo suficientemente buena. Otro estruendo y el mundo explotó. El infierno había llegado a la tierra. Max despertó sobresaltada en la oscuridad. El aliento salía agitadamente de su pecho como si hubiese sido golpeada en el plexo solar. Su camiseta verde oliva estaba pegada contra su torso mientras el sudor empapaba su cabello y cuerpo. Sus dedos estaban apretados y ella se obligó a aflojar los puños sobre el delgado colchón debajo de ella. Sin piedad obligó a sus músculos a relajarse y a sí misma a permanecer inmóvil, cuando todo lo que quería era levantarse y correr. Se echó a reír y el sonido desesperado resonó en la caja metálica, así como muchas voces burlonas ¿Correr hacia dónde? No había escapatoria de sus sueños. Había intentado tentar al destino fuera de la alambrada, pero intercambiar un infierno por otro nunca había funcionado. Estaba viva y el precio a pagar era la culpa. No necesitaba a un psiquiatra para que se lo dijera. Presionó su muslo donde una metralla había penetrado cuando unos artefactos enterrados explotaron en una carretera sinuosa en Afganistán. Habían extraído las balas en el hospital de campaña, la remendaron y volvió a su unidad pocos días después. Unos centímetros más arriba, una pulgada a la izquierda y su arteria femoral se hubiese seccionado y ella se habría desangrado en el camino como lo habían hecho muchos otros antes sus ojos. Ella había sobrevivido y el hombre a su lado había muerto. La mujer detrás de ella perdió una pierna. Ella había descendido al infierno una y otra vez para expiar, pero nunca había sido suficiente. Sin importar lo que hiciera, sin importar lo mucho que luchara contra las imágenes, para ensordecer los gritos que resonaban en su cabeza, no podía escapar. Deslizó su mano por debajo del colchón, encontró el contorno de la pequeña botella de vidrio y la sacó. Desenroscó el tapón con sus dedos temblorosos y tomó un trago. El whisky ardió como el aire que había arrasado sus pulmones, pero el fuego en su vientre prometió resolver sus nervios en un minuto o dos, aunque eso no limpiaba sus pecados. Tomó otro trago, volvió a tapar la botella y la guardó fuera de la vista. Levantó su muñeca y leyó, casi las 2.00 en los números luminiscentes de su reloj. Tendría su último turno de veinticuatro horas en las próximas seis horas. Aunque las llamadas de evacuación médica estaban muy lejos de las zonas calientes de Irak y Afganistán y eran muchos menores de donde había estado, no podía arriesgarse a estar a menos del 100 por ciento de su capacidad. Soldados, militares, aviadores, marines y aliados aún eran heridos, lesionados y explotados. Todavía tenía un trabajo que hacer. Tendría que aguantarse el resto de la noche sin la ayuda momentánea del whisky. Se acurrucó sobre su costado, encogió sus rodillas y cerró los ojos. Todo lo que tenía que hacer era aguantar cuatro días más y volvería a la Universidad de Nueva York, donde incluso los casos más horrendos parecerían sencillos en comparación con la inhumana carnicería de la guerra. Estaba sola y agradecía que nadie hubiese presenciado su pesadilla. CC, un especialista operario quien compartió con ella en la Universidad de Cleveland, no estaría de regreso sino hasta después de que fuese el turno de Max. Compartir en tres por diez metros durante meses y meses sería inimaginable para la mayoría de las personas, pero aquí, estos alojamientos estaban entre los mejores. Tenían una ventana con una unidad de aire acondicionado, una separación entre sus áreas de
dormir y colchones que no estaban infestados con bichos o sucios de mugre. Tenían duchas calientes y buena comida. Ella lo pasaba bien. Ella y CC no eran muy apegados, pero habían compartido más que con cualquiera de los que habían dejado atrás. CC podría guardar los secretos de Max si los supiera, pero Max resguardaba su privacidad ferozmente. Sus demonios solo eran suyos. Un fuerte golpe sonó en la puerta metálica de su unidad y Max se balanceó en posición vertical al lado de su catre. Una voz llamó — ¿Comandante de Milles? —Sí. —El Capitán Inouye quiere verla. Max pasó las manos por su cabello, encontró una botella de plástico con agua y se echó un poco en el rostro y cuello, luego se dirigió hacia el extremo de la Unidad. Abrió la puerta y salió permaneciendo de pie en la parte superior de los dos escalones de metal que llegaban hasta el suelo. Un Cadete le saludó y ella devolvió el saludo. —Siento molestarla, señora. Habrá una reunión informativa a las 20.30 horas en el Centro de Mando. —Bien— dijo Max, su boca repentinamente tan seca como si estuviese respirando el aire ardiente. Nunca hablar de lo podría ocurrir fuera de la alambrada. Nunca alardear de la chica que te esperaba en casa. Nunca contar los días hasta el final del recorrido. Cualquier cosa podía pasar. Cualquier cosa estaba a punto de pasar. *** Temblando con una oleada de ansiedad, Rachel bordeó rápidamente las dos grandes fogatas en el centro del campamento que se mantenían día y noche. No necesitaban el calor, no cuando la temperatura media oscilaba por encima de los 100 ° F cada día y no caía tan abajo en la noche, pero conservaban la combustión para los generadores mediante el uso del fuego constante para mantener hirviendo el agua y el café, siempre café, constantemente disponible. La docena de tiendas de campaña que rodeaban el campamento, formando una barrera entre la selva y su espacio de vida, estaban a oscuras excepto por una, donde una tenue luz reflejaba la silueta encorvada de un hombre sentado en el lado de su catre, tal vez leyendo o escribiendo una carta. Los lados de la lona brillaban como una linterna gigante y Rachel tuvo el incómodo pensamiento de que el ocupante, ajeno a eso, era un fácil objetivo. Alejando firmemente la imagen inquietante, se deslizó tan silenciosamente como pudo dentro de la tienda que compartía con Amina. Sus días eran largos, empezaban antes del amanecer y si eso no fuese bastante agotador, luchar contra la deshidratación era una batalla sin fin. Para la hora de la cena, todo el mundo estaba agotado, mental y físicamente y la hora de ir a acostarse llegaba pronto. Las primeras noches después que habían llegado, todo el equipo de Recuperación de Desastres se había quedado hasta bien pasada la noche, sentados alrededor de las hogueras, llegando a conocerse unos a otros, deseosos de emprender el desafío de su misión. Después de dos meses, ante la interminable privación de los somalíes capturados en el fuego cruzado de una guerra que ellos no comprendían y no era bienvenida, las
enfermedades que durante mucho tiempo habían sido erradicadas en muchos de los países prósperos y la aparentemente interminable tarea de reestructurar una sociedad devastada por los enemigos naturales y lo hecho por el hombre, su entusiasmo se había transformado en una cansada pero tenaz determinación. Nadie se quedaba hasta tarde imaginando grandes victorias. Todo el mundo se iba a la cama temprano para conservar sus fuerzas para otro día en la interminable batalla. Ella había estado anteriormente en el campo, dos veces, como Coordinadora de Ayuda para Desastres… una vez después de los huracanes que devastaron Haití y nuevamente después en las inundaciones masivas en el Centro de los Estados Unidos… pero nunca había estado tan lejos de la vida que había conocido en millas o en experiencia. Apenas podía recordar cómo era dormir en una cama, despertar con duchas de agua caliente y café preparado y sin ser aislada del resto del mundo durante largos períodos de tiempo. La constante conectividad del mundo electrónico era un recuerdo. Allí estaba ella, desprendida de su vida pasada tanto como le era posible y, sin embargo, nunca se había sentido más como ella misma. Sus necesidades, sus objetivos, sus placeres habían sido despojadas desde su centro. Aquí afuera, lo que a ella le importaba, era que su vida tenía sentido. Hacía una diferencia cada vez que alimentaba a un niño o daba una bolsa de semillas a un agricultor o un pedazo de pan a un miembro de la tribu. Su trabajo no estaba terminado y si ella se fuese antes de terminarlo, temía ser perseguida por los rostros de los que hubiese fallado en ayudar. Rachel se sentó en el borde de su cama y apoyando los codos en sus rodillas, hundió su rostro entre sus manos. Se había prometió no renunciar ¿Qué haría dentro de diez horas, cuando el helicóptero llegara a recogerla? Nada de esto tenía sentido. Si pensara que su padre pudiese ser más comunicativo, le devolvería la llamada, pero ya lo conocía. Él había dicho todo lo que iba a decir y esperaba que ella le obedeciera. Rachel suspiró, deseando caminar, furiosa con su padre por haberle dejado en la oscuridad. Probablemente ni siquiera consideraba cómo su porte autoritario le había afectado. Estaba acostumbrado a que todo el mundo en todas las esferas de su vida, hiciera lo que él deseaba sin una explicación. Incluso su madre rara vez desafiaba sus decisiones o deseos. Su hermano mayor, preparado desde la infancia para seguir las huellas de su padre, nunca había parecido importarle. Había terminado la escuela de derecho y entrado en la política local. Rachel había sido la única que se había negado a seguir sus órdenes sin rechistar. Había sido la única en cuestionar su autoridad. Cuando fue lo suficientemente mayor, exigió elegir su propio camino. — ¿Malas noticias?— susurró Amina desde la oscuridad. —No lo sé— dijo Rachel, las palabras de su padre resonaban en su mente. No hables de esto ¿Por qué? ¿Acaso pensaba que los médicos, ingenieros, profesores, epidemiólogos y traductores eran espías? Su principal desconfianza de los motivos de los demás, alimentada por toda la trayectoria de una vida inmersa en la política y la manipulación y las maniobras, iba con ello. Aunque había sido muy feliz de dejar ese mundo atrás, no era tan tonta como para desechar las advertencias de su padre. Él podría estar exagerando el peligro de alguna agenda, pero ¿y si no lo estaba? Ella consideró sus palabras con cautela — ¿Has escuchado alguna noticia sobre...algo que afecte nuestra seguridad?
Amina echó a un lado la ligera sábana que le cubría y se sentó. Ahora que los ojos de Rachel se habían adaptado, pudo ver el brillo en los ojos de Amina y el débil resplandor de su piel caramelo bajo la escasa luz de la luna que fluía a través de las plegadas solapas de la malla. Se centró en la mirada firme y honesta de Amina y sintió crecer su seguridad de que estaba haciendo lo correcto. —No he escuchado nada…— dijo Amina —…pero Dacar maneja la seguridad y recibe sesiones informativas por radio casi todos los días, creo. Sólo somos informados de cosas ordinarias… suministros y envíos médicos, cuándo llegarán los camiones transportando pacientes… ese tipo de cosas. — ¿Nadie ha mencionado una evacuación? Frente a ella, Amina dejó escapar un gemido agudo —No. No que me hayan dicho ¿Hay algo que debamos informar a Dacar? Amina no preguntó qué sabía Rachel, sólo esperó, no porque fuese pasiva o estuviese intimidada, sino porque confiaba que Rachel le diría lo que pudiese. Su confianza en Rachel, en el compromiso de Rachel hacia la misión que compartían, significaba más para Rachel que todo el fingido interés o la atención de Christie y de las otras mujeres con las que había estado involucrada. —No sé lo que está pasando… si es que realmente está sucediendo algo…— dijo Rachel —… pero me han dicho que vamos a ser evacuados. Todos nosotros. Algo sobre un problema de seguridad, pero no tengo ningún detalle. — ¿Y los pacientes? … ¿Qué hay de ellos? No hemos programado enviar a alguien para buscar los camiones por otros dos días ¿Qué pasará con los que no son ambulatorios? —No lo sé. Tal vez haya otros planes para movilizarlos. Los pacientes… que generalmente eran alrededor de veinte… en su mayoría eran niños, mujeres embarazadas y ancianos de ambos sexos. Sus enfermedades variaban desde la deshidratación y la desnutrición hasta fiebres por convulsión que acompañaban una infección de sarampión. Rara vez habían visto a alguien con una herida de bala… víctima de un encuentro con los rebeldes de Al Shabaab, que seguían librando su guerra de décadas para derrocar a la Unión Africana… respaldada por el gobierno. El equipo de Médicos Sin Fronteras tenía una rudimentaria sala de operaciones para emergencias, pero la mayor parte de sus esfuerzos se centraban en cuestiones de salud pública. El resto de los miembros de la Cruz Roja se centraban en la rehabilitación a largo plazo o la reubicación de civiles que encontraban en su camino, con un número creciente cada día. — ¿Entonces alguien debió habernos dicho hoy?— la voz de Amina vibró por la tensión — ¿Tenemos que hablar con Maribel? Rachel sintió un soplo de esperanza. Ciertamente Maribel Fleur, la jefa del equipo de Médicos Sin Fronteras, debería estar informada si la evacuación era inminente, pero no había actividad más allá de la habitual en el hospital. Todo en el campamento parecía normal. Si estaban en peligro, no había ninguna señal de ello. Pero no podía permitirse equivocarse. Las vidas de sus colegas y de todos los que habían venido a ayudar podrían estar en peligro si ella guardaba silencio. Y si lo hacía, si revelaba lo poco que sabía, tal
vez podría poner aún más en peligro a todo el mundo. Esperar no estaba en su naturaleza, pero esta vez tendría que hacerlo. —El campamento parece seguro y no hay nada más que podamos hacer esta noche. Esperemos hasta mañana— quizás no tenía más remedio que esperar, pero tenía una opción acerca de irse. Cuando la mañana llegara y dejara en claro que no se iría, descubriría lo que estaba sucediendo.
CAPÍTULO TRES Max entró en la sala de prensa del Cuartel General, una versión rectangular más grande de los dormitorios; la larga mesa cubierta de mapas e informes ocupaba la mayor parte del espacio. Las paredes sin ventanas estaban llenas de estantes que sostenían manuales de campo y carpetas gruesas. El Capitán Inouye, un hombre de mediana edad con poco cabello color arena y una complexión de boxeador, estaba parado frente a una pantalla de proyección en el extremo opuesto de la habitación. Dan Fox, el piloto del helicóptero Halcón Negro, con quien había volado un número de veces anteriormente, estaba desplomado con su chaqueta de vuelo en un costado de la mesa, al lado de su copiloto, Ariel Jordan, un joven afroamericano con cabello oscuro, largo a los lados y recogido en la nuca en una coleta corta. El Jefe de equipo de Los Halcones Negros, Ollie Rampart, un enorme muchacho rubio oriundo de una granja de Iowa que hablaba despacio y se movía rápido ante un tiroteo y varios oficiales subalternos del personal de apoyo de Inouye componían el resto del grupo. —Comandante De Milles— dijo el Capitán Inouye a modo de saludo cuando ella entró. —Señor— saludó Max. —Tomen asiento todos, por favor— Inouye regresó a la pantalla y alguien atenuó las luces. Max se sentó frente a Fox y se centró en la pantalla donde se proyectó un mapa de la región del Cuerno de África, mostrando Djibouti, Somalia, Kenia y los países limítrofes. —Estamos aquí…— dijo Inouye innecesariamente, dando golpecitos con el dedo en la ciudad de Djibouti en la costa al norte de Somalia —Somos la mayor fuerza expedicionaria que está aquí, a excepción de las tropas en las bases en Afganistán— deslizó su dedo en línea recta hasta Mogadishu al sur de Somalia —Tenemos una pequeña fuerza de asesoramiento aquí. Su principal objetivo es ayudar a coordinar la respuesta del Ejército Nacional contra los disturbios civiles y la creciente actividad terrorista en el área. Hago hincapié en la palabra asesoramiento. El sarcasmo de Inouye fue sutil, pero el estómago de Max se revolvió inquieto. Ya no le gustaba a dónde iba esto. Somalia era un infierno inestable y cada participación de Estados Unidos en los últimos veinticinco años parecía escalar desde el apoyo a la intervención, bien sea que los políticos calificaran la situación como asesoramiento o no. Habían perdido tropas allí más de una vez cuando la línea entre el apoyo y el combate se había desdibujado. Helicópteros se habían venido abajo y muchos soldados habían muerto. Esta vez, había habido reporte de que los rebeldes habían unido fuerzas con AlQaeda, lo que significaba mejores armas, mejor inteligencia y una mejor organización. Todas esas cosas hechas por un enemigo más fuerte y más peligroso. Mantuvo sus ojos al frente y su postura se relajó. El miedo era un lujo que no podía permitirse. —Aquí abajo…— Inouye continuó moviendo su dedo al sur de Mogadishu y dibujando un círculo en el extremo de la parte sur de Somalia —… esta zona es la selva
Juba. Se cree que los rebeldes reúnen sus fuerzas en la selva donde sus bases están escondidas de la vigilancia aérea y desde donde pueden lanzar ataques por sorpresa en las áreas vecinas— dio unos golpecitos sobre Kenia —Recientemente, un ataque suicida en un centro comercial de Kenia mató a un número de civiles, incluyendo estadounidenses. Inouye lograba estar al mando sin ser distante. Siempre parecía que mantenía una conversación en lugar de retransmitir órdenes, pero Max no se dejó engañar. Lo que iba a venir, ella no tendría nada que decir al respecto. Su trabajo consistía en seguir las órdenes y ella aceptaba que nada de lo que ellos hicieran sucedería si esa simple premisa fuese ignorada. No tenía duda de que Inouye conducía una misión especial de algún tipo y la imagen de Manhattan, que había estado cobrando fuerza lentamente en su mente, comenzó a desvanecerse. Todavía podría llegar a casa, pero tal vez no lo haga. La otra cara de una misión era siempre un signo de interrogación… un espacio en blanco en el futuro del que era mejor no pensar. Sus manos habían estado apretadas, pero ahora se relajaron. Sus hombros apoyados contra la parte posterior del asiento. La sensación familiar, aunque significara peligro, era extrañamente reconfortante. Todo lo que importaba era que hiciera su trabajo. El futuro era una indulgencia que no importaba para los guerreros. Sólo el aquí y el ahora importaban. —Y justo aquí…— continuó Inouye en su tono conversacional, pulsando un alfiler rojo en el mapa en medio de la selva —… está una Estación de Respuesta a Emergencias de la Cruz Roja Internacional. Una docena de personas… seis de la División de la Sociedad Media Luna de la Cruz Roja Internacional de Mogadishu, todos somalíes; tres Médicos franceses de Médicos sin Fronteras, un estadounidense y dos suizos, incluyendo su equipo coordinador, un ingeniero y un especialista en agua y riego. Cerca de veinticinco multimedia en línea…— su mano se barrió en una media luna detrás del alfiler rojo —…este es el grueso del campamento rebelde. Estimamos una fuerza de varios cientos. Max escuchó las siguientes palabras incluso antes que él las pronunciara. Pensaba que todo el mundo en la habitación también sabía lo que venía. Nadie dijo nada. Nadie tosió y nadie se movió. —Tenemos que buscar a esas personas y sacarlas de ahí— dijo el Capitán Inouye —Simple extracción. Entrar y salir. Enviaremos dos Halcones Negros… la extracción iniciará a las 0.500— hizo una pausa y respiró profundamente —Hay algo más. El mapa desapareció y una foto con el rostro de una mujer junto a una lista de estadísticas tomó su lugar. Unos ojos verdes claros, cabello castaño largo hasta los hombros con reflejos brillantes dispersos. Una boca amplia esculpida con apenas un esbozo de sonrisa. Una nariz fuerte con una pequeña protuberancia en el puente por debajo de una tenue cicatriz de media luna. La línea de la suave mandíbula tensa, algunas líneas de expresión en la cremosa frente. Seria, intensa. No era hermosa. Pero imponente. El texto la identificaba como Rachel Winslow, veintiocho años, nacionalidad estadounidense, ocupación: Coordinadora de Respuesta a Desastres de la Cruz Roja. Max se centró en los ojos de Rachel Winslow. Su mirada era directa y confiada, los ojos de una mujer que sabía lo que quería.
—Ella es su prioridad— dijo Inouye —Transportarán a los demás si es posible, pero si llega la resistencia o se presentan otras condiciones imprevistas que obliguen a abortar, lo harán sólo después que ella esté segura. No saldrán sin ella ¿Alguna pregunta? Max miró a Dan Fox. Swampfox (un apodo) era conocido por entrar y salir de las zonas calientes cuando nadie más lo haría incluso sin tocar tierra. Este era justo su trabajo. Él sería el líder del equipo una vez que estuviesen en el aire. Mantendría contacto con los controladores de la misión y transmitiría actualizaciones de la situación cuando se presentaran, pero cuando todo se volviera complicado… y en una misión como esta era obligado… él determinaría sus acciones en el campo. Como si fuese una señal, Fox preguntó — ¿Qué podemos esperar de la resistencia en tierra? —Respuesta corta, no lo sabemos. Los rebeldes mueven sus almacenes de armas constantemente. Puede ser que tengan misiles de superficie a aire, sin duda tendrán armas pequeñas, pero cuánto y dónde podrían estar, no lo sabemos. La sorpresa está de nuestro lado. Entrada rápida, extracción rápida y salida nuevamente. Ese enfoque había funcionado anteriormente. Los equipos pequeños podían penetrar incluso áreas altamente fortificadas más rápidamente que los equipos más grandes con sus columnas de vehículos y armamento pesado como apoyo. Seis meses antes, un diplomático estadounidense y un periodista danés habían sido extraídos por un equipo de las Fuerzas especiales élites de la Armada de los Estadounidense, de una ciudad sitiada en Kenia. Nadie preguntó a Inouye por qué estarían haciendo este viaje. No importaba. Órdenes eran órdenes. —Viajarán con poco peso… sólo el personal esencial… para dejar espacio a los civiles y a alguno de los pacientes que requieran transporte. Max no era prescindible… y esta noche estaría haciendo una doble función como médico y como parte de las tropas de combate. Cada equipo llevaba un médico… ya fuese un soldado regular también entrenado como médico o un miembro del cuerpo de cirujanos de vuelo, como Max. Una vez asignados los médicos a las misiones de combate se había convertido en rutina, las tasas de mortalidad incluyendo las peores lesiones, se redujeron drásticamente y ahora su presencia era fundamental para la moral de la tropa. Las tropas se enfrentaban a los peligros del combate y a la posibilidad de una lesión mortal con más confianza si sabían que tendrían asistencia médica a la mano. Si las tropas creían que sobrevivirían si eran heridos, su desempeño sería más agudo… mental y físicamente. El trabajo de Max era mantenerlos a ellos y a sus esperanzas vivas. — ¿Quién es el objetivo?— preguntó Fox. —Sabes lo que sé— dijo Inouye, moviéndose hacia la pantalla. Él entrecerró sus ojos —Pero alguien bastante importante quiere que ella salga de allí. —Mierda— murmuró alguien. —Manéjenlo con discreción— dijo Inouye rotundamente — ¿Alguien más? Max dijo —Voy a necesitar al menos un asistente médico con esa cantidad de civiles en riesgo. Inouye asintió —Griffin estará listo ¿Eso es todo?
Nadie más tuvo algo que decir. —Muy bien. El Teniente Fox puede encargarse desde aquí. El capitán salió y Swampfox caminó hacia el mapa. Lo estudió durante un momento y se volvió hacia el resto de ellos —El tiempo de vuelo es poco menos de dos horas, dependiendo de los vientos en contra. Saldremos a las 0.300 ¿Alguien tiene algo que añadir? Nadie. Max salió sin hablar con los otros y se dirigió directamente al Halcón Negro para comprobar los suministros médicos. Esta sería su única oportunidad para asegurarse de que tendría todo lo que necesitaría en el campo. Este pájaro metálico no era un helicóptero de evacuación médica como en los que viajaba generalmente para recoger heridos. Este pájaro no estaba marcado con la identificación de la cruz roja que usaban los helicópteros no combatientes, aunque en esta guerra la neutralidad de los médicos y sus máquinas… en tierra o en aire… había sido ignorada hasta tal punto que muchos pájaros de evacuación médica ahora llevaban armamentos defensivos. Los médicos cargaban rifles de asalto y también armas de mano en caso que necesitaran defenderse o defender a sus heridos. Este pájaro no tendría el equipo médico completo y planeaba complementar lo que estaba allí con su botiquín de primeros auxilios individual. Ella confiaba más en su bolso IFAK para tratar a cualquier herido… siempre sabía que tendría a la mano y lo que podría encontrar en la oscuridad. Estaba revisando las bolsas de intravenosas, comprobando etiquetas y medicinas restringidas, cuando Grif habló detrás de ella. —Pensé que te encontraría aquí. Max miró por encima de su hombro —Supongo que lo has escuchado ¿eh? Él se encogió de hombros, su gran rostro ovalado con pecas estaba tranquilo como de costumbre —Aproveché para dar un paseo. No más que saber. Lamento que tu siesta se haya ido a la basura. —No hay problema. Demasiado calor para dormir de todos modos— Max sonrió, la adrenalina expectante por la próxima misión había quemado los persistentes efectos melancólicos y el embotamiento del alcohol. Nada como poner un freno a la culpabilidad y la auto-recriminación con la inminente amenaza de un peligro mortal —Al menos vamos a pasarla genial allá arriba. — ¿Necesitas una mano?— Grif subió al centro del Halcón Negro. —Sí, ahora que estás aquí, verifica por mí las cajas médicas, el inventario adicional de antibióticos y los opiáceos intravenosos ¿podrías encontrarle espacio en tu mochila? También los vendajes. —Claro que sí… ¿Esperas encontrar problemas? Max sonrió débilmente —Siempre. Cuando estuvo satisfecha de tener el pájaro listo para su misión, le dijo a Grif que fuera a dormir un poco y ella se dirigió nuevamente a su unidad de vivienda. La unidad estaba tranquila, o al menos tan tranquila como podía estar en medio de la noche. Las
calles nunca estaban vacías, pero la mayor parte de los contenedores administrativos estaban a oscuras, el comedor estaba oscuro… la cena de la tarde noche ya había pasado. Cualquier persona que ahora quisiera comida tendría que conformarse con lo que podría encontrar en las máquinas expendedoras dispersas alrededor de la base, hasta que el comedor abriera nuevamente a las 0.510. Justo cuando la mayoría de las tropas estuviesen sentadas ante sus desayunos de huevos y tocino, ella estaría saltando de un Halcón Negro hacia la superficie de la selva. La foto de Rachel Winslow pasó por su mente. Quienquiera que fuese, no era solamente una trabajadora más de la Cruz Roja. Alguien la quería fuera de peligro y tenía el poder suficiente para hacer que sucediera. Max se preguntaba qué estaría sucediendo realmente en la selva Juba para que estos trabajadores humanitarios necesitaran ser retirados ahora. Habían estado allí por poco tiempo, así que… ¿qué había cambiado? No necesitaba saberlo, lo que más necesitaba saber era qué había traído a Rachel Winslow a la parte más oscura de una tierra perdida e incluso olvidada por Dios. Max se desvió a las duchas comunes y permaneció bajo el agua caliente durante mucho tiempo, dejando su mente en blanco. Cuando estuviese en esta misión, quería que sus reacciones fuesen nítidas y no pensar en nada más que el objetivo. De regreso en su Unidad, se puso ropa de camuflaje limpia, verificó sus artefactos, sus armas y su IFAK. Satisfecha de estar preparada, se puso su reloj y se tendió en el catre para esperar. *** La noche nunca estaba silenciosa. Después que los humanos se asentaban en sus tiendas de campaña para pasar la noche, los animales gobernaban. El susurro de las alas de los insectos en las lonas, la tos seca de una hiena, el rugido gutural de un león. Y siempre, debajo de todo eso, el susurro del manto que los abrigaba del sol durante el día y los mantenía envueltos en la sombra de la noche. Al principio, a Rachel le había sido difícil acostumbrarse a las sombras perpetuas en el suelo de la selva, pero pronto llegó a apreciar la protección que el denso follaje proporcionaba del implacable calor. Esta noche, sin embargo, sentía como si la selva estuviese cercándolos, aislándolos del resto del mundo. No era ingenua. Conocía los peligros del medio ambiente y de una guerra civil en esta misión. Siempre había sido cautelosa y cuidadosa, pero hasta esta noche, nunca había tenido miedo. Se enorgullecía de elegir su propio camino, de controlar su propio destino y ahora esperaba en la noche mientras eventos que no entendía y no podía controlar se desplegaban a su alrededor. Un trueno lejano retumbó, luego resonó nuevamente, esta vez más cerca. Rachel se sentó. No eran truenos. Eran explosiones.
CAPÍTULO CUATRO Los Halcones Negros cruzaban sobre Somalia a 2000 pies, volando a una velocidad media de 170 kilómetros por hora. Max viajaba en la parte trasera de la puerta corrediza abierta, con las piernas colgando hacia fuera mientras veía los contornos ondulantes del lento cambio de paisaje. Conforme pasaban los minutos, vastas extensiones de desierto y matorrales lentamente daban paso a la densa vegetación que cubría la selva. Imágenes de reconocimiento que había visto tomadas en la luz del día mostraban unos sencillos y pequeños pueblos dispersos que cobijaban no más de algunas chozas destartaladas, un acre o dos de cultivos resecos y unas cuantas cabras corriendo a través de los caminos torcidos; tribus nómadas en tiendas de campamentos rodeados de camellos; y la siempre creciente masa de indígenas desplazados durmiendo en el suelo al lado de sus pocas pertenencias. Ahora todo estaba a oscuras salvo por el reflejo de la luna sobre las pocas corrientes que atravesaban la tierra como cintas de plata. La privación y la desesperación de la tierra y su gente que se escondían en un sudario de sombras. El segundo Halcón Negro venía detrás de ellos, con artillería por ambos lados y seis misiles Hellfire montados en la parte de abajo. Ninguno de los pájaros llevaba mucha tripulación. Además de Swampfox y su copiloto, ella, Grif, Ollie y el segundo jefe del equipo y artillero, Bucky Burns, eran los únicos ocupantes de su helicóptero. El otro Halcón Negro sólo llevaba a cuatro. Con suerte, serían capaces de transportar a todos, incluyendo a los pacientes. Ella entendía sus órdenes y que Rachel Winslow era su prioridad, pero dejar a alguien detrás iba en contra de todo lo que creía. Herido o muerto, ninguno se quedaría atrás y los civiles ahora eran su responsabilidad, como las tropas que se aventuraban fuera de la alambrada en una misión. Todos regresaban a casa. Sin importar cómo. Burns y Ollie escaneaban por las puertas en busca de signos de actividad enemiga con sus aparatos de largo alcance de visión nocturna. Las fuerzas rebeldes no tenían el poder aéreo, pero sí un vigoroso arsenal de armas y municiones que Yemen les proporcionaba con armas automáticas capaces de enviar disparos que podrían penetrar el fuselaje o el parabrisas del pájaro. Se decía que tenían 400 misiles de superficie-aire suficientemente potentes como para derribar un avión de pasajeros que había sido robado por las fuerzas de Al-Qaeda durante un reciente ataque en Benghazí. Los rebeldes tenían movilidad, su casa era la selva y se habían vuelto hábiles después de décadas de contiendas. Y un Halcón Negro era un objetivo grande. Corría el rumor de que había una recompensa por los Halcones negros. El viento, tan seco y vacío como la tierra, batió su rostro debajo de sus gafas, una bofetada árida recordándole que ella no pertenecía a este país, pero aquí estaba. Aquí estaban todos, obligados por el deber y la ideología y algunos dirían, atrapados por eso mismo. No se sentía atrapada o engañada o coaccionada en la lucha contra esta guerra, cuyos objetivos ya se habían transformado durante mucho tiempo en algo muy diferente de lo que había sido una década atrás. Ella y sus compañeros de tropa ni siquiera estaban en el mismo país donde todo había comenzado. En África, la guerra era una forma de vida. Generaciones enteras habían nacido en ella, vivido en ella y muerto en ella sin conocer otra cosa.
Ella lo supo cuando se inscribió en la Armada para subsidiar su formación médica, que un día podría ser enviada a un lugar como este, por razones que no estaban en su potestad preguntar. Ese era el camino de la guerra. No se arrepentía de su decisión de obtener su formación médica con el dinero de la Armada… no habría sido capaz de pagarla de otra manera y estaba dispuesta a pagar su obligación del modo que la Armada lo exigía. Sólo lamentaba las consecuencias de la guerra para los que se había comprometido a servir. El rítmico zumbido de los motores y el aleteo de los rotores eran hipnóticos, extrañamente tranquilizadores y demasiado propicios para la introspección. Aquí fuera, donde las ráfagas de emoción, adrenalina y miedo alternaban con horas y días de aburrimiento a la espera de la siguiente llamada, la introspección ya era una compañera familiar. Esta noche, Max podía hacerlo sin la voz solitaria de sus propios pensamientos. Habían estado en el aire casi dos horas, sin ningún signo de actividad y al principio no estaba segura si realmente había visto un rápido destello naranja que se apagó casi tan pronto como apareció. Max parpadeó, aclarando su visión. Otro destello de luz se disparó a través de su campo visual. Un truco de la vista, provocado por la fatiga o la distracción. Cuando apareció de nuevo, tocó el micrófono de radio pegado a su garganta —Swampfox ¿te diste cuenta? A las diez. Luces parpadeantes. Entendido. Prepárense. Fox estaría llamando a la base para actualizar la situación. La piel de Max se erizó. Nada era peor que enfrentar el fuego enemigo, aunque por ahora ella debía acostumbrarse a él. La voz de Fox crepitó en sus auriculares. Destellos de fuego en las proximidades de la zona de aterrizaje. Instrucciones. Burns y Ollie posicionaron sus armas y se asomaron parcialmente por las puertas abiertas. Grif se apartó del camino. Max se quedó dónde estaba. Podía utilizar un arma si tenía que hacerlo, pero por ahora simplemente actuaba como vigía. Bajó sus gafas de visión nocturna y la zona de densa vegetación a su izquierda, donde había visto por primera vez la llamarada momentánea se iluminó con bocanadas de humo fluorescentes verdes que formaban columnas, se fraccionaban y luego se desvanecían como hebras finas de algas ondulantes debajo de la superficie de un tranquilo estanque. La vista hubiese sido inquietantemente hermosa si no fuese porque significaba que la muerte estaba llamando. *** Rachel se levantó de un salto y se calzó las botas. Frente a ella, Amina apresuradamente estaba haciendo lo mismo. — ¿Qué pasa?— preguntó Amina en un débil y alto susurro. —No sé— respondió Rachel automáticamente, pero ¿qué otra cosa podría ser? A menos que hubiese estallado inesperadamente alguna tormenta sin previo aviso, esos estruendos venían de una batalla y a juzgar por su sonoridad, la pelea venía hacia ellos. Fuese lo que estuviese pasando, no tenía la intención de quedar atrapada en su tienda de campaña, cegada e impotente —Voy a encontrar a Dacar.
—Voy contigo— dijo Amina. Rachel abrió la cremallera de la puerta de la carpa, salió y agarró la mano de Amina. Las luces solares que normalmente iluminaban el campamento estaban apagadas. Un hombre con un rifle… ¿un guardia de seguridad somalí de Dacar?.. vaciaba agua sobre la fogata. El campamento estaba a oscuras, excepto por el tenue resplandor de la potente luz de propano en el interior de la carpa-hospital que ardía día y noche. Gritos ahogados provenían de todas partes. Rachel no podía reconocer las voces o las palabras, sólo el miedo y la urgencia. Creyó escuchar a Dacar dando órdenes, pero no podía estar segura. Otra ráfaga de explosiones iluminó el cielo como perversos fuegos artificiales de un Cuatro de Julio (Día de la Independencia de USA). Las explosiones color rojo y naranja… bombas, no una festividad. La carpa de mando principal estaba en el extremo opuesto del campamento y Rachel sólo vio oscuridad en esa dirección. Hacía tiempo que había conquistado su miedo a la oscuridad, o por lo menos pensaba que lo había hecho, pero esta noche los terrores distantes de su infancia se arrastraron nuevamente para burlarse de ella. No quería aventurarse a ir muy lejos del único destello de luz y seguridad que podía ver, sin importar cuán falsa pudiese ser la sensación de seguridad. —Intentemos en el hospital— Rachel tenía que confiar que Dacar y los otros guardias estaban cuidándolas y ella no sería de ninguna ayuda para ellos en eso. Pero podía ayudar con los pacientes. Ella y Amina corrieron de la mano sobre el suelo familiar, que se volvió extraño y de alguna manera peligroso por la oscuridad impenetrable, hasta la gran carpa-hospital. En el interior, los catres estaban alineados a un lado y las pilas de suministros por el otro. Un cuarto más pequeño en la parte trasera, detrás de una cortina de lona, servía como sala de operaciones y tratamiento. Maribel, Jean Claude y Robert se movían entre los catres, consolando a los niños que lloraban y tratando de calmar a los adultos ansiosos. Amina instantáneamente se unió a ellos, traduciendo para aquellos que no entendían y calmando a los que estaban demasiado aterrorizados como para escuchar. Rachel olió el humo, acre e intenso. Más gritos… ahora más cerca. Los disparos, parecían golpes de martillo en el acero. Su corazón latía tan rápido que no podía pensar. Pero tenía que hacerlo… las instrucciones que habían practicado en caso de evacuación de emergencia se reprodujeron en su mente. Ninguna instrucción la había preparado para esto. Solamente el ruido era desorientador. Se obligó a concentrarse. Reunir los suministros necesarios… medicina, comida, agua potable. Los dispositivos de comunicación, linternas. Armas. Dios, no tenían armas. No eran combatientes. Eran neutrales. Humanitarios ¿Significarían algo aquellas palabras para quienquiera que estuviese allí, disparando? Temía que no lo fueran. Su estómago se apretó. La imperiosa necesidad de escapar creció en su interior como la presión creciente de un géiser. El sudor estalló sobre su piel como una cubierta de frío y terror. Los pacientes entraron en pánico. Los que podían moverse saltaron de la cama, algunos descalzos en batas de hospital y corrieron hacia la salida, con sus ojos muy abiertos llenos de pavor. Varias mujeres agarraron a sus niños y a pesar de la súplica de Amina y el personal médico, huyeron hacia la noche. Un par de pacientes de edad avanzada, demasiado enfermos o inconscientes para huir, se mantuvieron allí con un par de niños pequeños que lloraban y se encogían en sus cunas.
Amina se dio la vuelta, su mirada seria —Dicen que son los rebeldes. Dicen que todos vamos a ser asesinados. Rachel respiró profundamente, el temor de Amina redujo el suyo —No somos combatientes. No somos una amenaza para ellos. Si llegan aquí, será en busca de fármacos, suministros o armas. Pueden tomar lo que quieran. —Sí— dijo Amina, su voz temblaba —No creo que queramos estar aquí cuando lleguen, pero…— miró hacia el frágil anciano con la pierna infectada, la anciana ciega con neumonía y los niños con la alta fiebre por el sarampión —… no tenemos otra opción. Raquel acercó su muñeca a una de las luces parpadeantes. Casi las cinco de la mañana. Pensó en las instrucciones de su padre para que estuviese lista para salir ¿Su padre sabía que esto iba a venir? ¿Cómo pudo mantenerla en la oscuridad y permitir que todos aquí estuviesen en peligro de muerte? No podía creer eso de él. Era rígido y autoritario, pero no era tan despiadado como para ignorar la seguridad de la ayuda internacional y los indefensos civiles. En este momento, no le importaba lo que él supiera o lo que esperaba que ella hiciera… no se iría sin sus amigos y compañeros de trabajo y no abandonaría a aquellos que dependían de ella. —Voy al Cuartel. Si Dacar no está allí, trataré de usar la radio para llamar al centro de Mogadishu yo misma ¿Estarás bien aquí? —Sí…— dijo Amina —… pero date prisa. —Dile al personal médico que prepare a los pacientes para ser transportados. Deben tomar lo que más necesiten. Volveré tan pronto como me sea posible. Rachel se apresuró hacia la salida, hizo una pausa y se volteó. Amina estaba mirándola, lucía pequeña y vulnerable en su pantalón caqui y su holgada camiseta blanca —En caso de que... me retrase, un helicóptero viene en camino. Pon a los pacientes allí y a todos los demás que puedas encontrar. —Pero ¿qué hay de ti? —Los alcanzaré— Rachel sonrió —Lo prometo. Sólo hazte cargo de las cosas aquí. Se deslizó a través de la puerta de la carpa y rápidamente se puso a cubierto en las sombras más allá del resplandor de la luz que se filtraba a través de la tela. Manteniéndose cerca de la orilla del claro con la selva a sus espaldas, avanzó rodeando las carpas por la parte trasera hacia el cuartel. Los disparos se habían detenido y no sabía si estar feliz por eso o no. Tres metros delante de ella, tres hombres salieron de la espesa selva. Rachel se quedó inmóvil, el sonido de su pulso latía en sus oídos con tanta fuerza que no podía creer que ellos no lo hubiesen escuchado. Cada uno llevaba una bufanda alrededor de su cuello, una túnica como camisa que les llegaba hasta la parte superior de sus muslos, pantalones largos holgados y botas. Dos cargaban rifles. El tercero tenía algún tipo de arma de forma tubular de cuatro pies de largo balanceándola sobre su hombro y una pesada mochila atada a su espalda. Se reían. No miraron hacia ella.
Rachel no respiró durante tanto tiempo que su visión se desvaneció y la cabeza le dio vueltas. Cuándo nadie más llegó y los sonidos de las voces de los hombres desaparecieron, avanzó nuevamente ¿A dónde habían ido? La mayor parte de los suministros se guardaban en una plataforma de madera bajo una lona junto al cuartel. Si estaban allí, no sería capaz de llegar a la radio. El viento arreció y ella tomó ventaja del crujido para moverse un poco más rápido. Un relámpago de luz se disparó hacia el claro. Rachel tropezó y levantó la vista. No era un relámpago. Eran reflectores. No era viento… era un ruido de rotor. Un helicóptero apareció ante su vista como un enorme pájaro de mal agüero. El corazón de Rachel se sacudió y el alivio fue tan intenso que un gritó casi surgió a través de ella. Un tiroteo estalló por todo el campamento, el agudo estallido le hizo saltar y sus piernas temblaron. Atrapada entre el cuartel y la carpa-hospital, no tenía ningún lugar seguro para escapar. Hizo lo único que pudo. Corrió hacia la selva para esconderse.
CAPÍTULO CINCO El cielo se iluminó con trazados luminosos. Las ráfagas de disparos de las armas automáticas penetraron la protección auditiva de Max, la onda expansiva latía contra sus tímpanos. La voz de Fox, tensa pero controlada, anunció —Estamos siendo atacados. Sosténganse. Max se agarró del borde de la puerta abierta. El pájaro se lanzó y rodó en picada, una maniobra intencional para dejarlos en tierra, pero un movimiento muy difícil por ser un objetivo en movimiento. Debajo de ella, la vegetación de la selva pasó de ser negra a un verde vibrante mientras los fogonazos de luz y las bengalas de los cohetes iluminaron su entorno por breves segundos. La imagen de los árboles y la tierra se movían y parpadeaban mientras los helicópteros descendían con su nariz y cohetes hacia abajo. El amanecer estaba en el horizonte. Ya no necesitaría las gafas de visión nocturna y estaba a punto de tirarlas a un lado cuando un sexto sentido incómodo le advirtió que no confiara en nada, o que no contara con nada. Los empujó hacia arriba, los aseguró a su casco y entrecerró los ojos hacia la zona de aterrizaje. El único mejor lugar para aterrizar parecía ser en medio del campamento… justo en el centro del tiroteo. Un anillo de pequeñas y cuadradas carpas de campaña aparecieron a la vista, bordeando un claro que era la mitad del tamaño de un campo de fútbol. La densa vegetación de la selva llenaba todo el perímetro, proporcionando una excelente cobertura desde la cual atacar. Dos carpas más grandes se asentaban en uno de los extremos del claro como chaperones regresando a casa, patrullando las salidas. El lugar parecía extrañamente desierto ¿Dónde estaban todos? ¿Y quién diablos estaba disparando contra ellos? Otro segundo, el pájaro se mantuvo bajo en la zona de aterrizaje y ella obtuvo su respuesta. Tres hombres que llevaban rifles de asalto y un lanzagranadas estaban arrodillados y comenzaron a disparar hacia ellos. Las balas que rebotaban en el Halcón Negro fueron seguidas por otra ronda de comunicación entre ambas naves. Verifiquen sus objetivos. Tenemos aliados ahí abajo. Esos que están disparando lanzagranadas contra nosotros no son amistosos. Te escucho. Verifiquen visualmente… reglas de compromiso. No disparaban a menos que les dispararan, pero esta parecía ser una conclusión inevitable. A su lado, Ollie salió despedido por la ventanilla e hizo saltar la suciedad como gotas de lluvia avanzando por la arena. Ollie, Burns, manténganse en las cuerdas, dijo Fox. Nos estamos calentando. Entendido, dijo Ollie y Burns le hizo eco. Cúbreme del fuego, Romeo Dos Cuatro solicitó Fox al segundo Halcón Negro que se cernía sobre ellos. Entendido, Swampfox Uno.
Ambos jefes de equipo dispararon las armas de fuego sin parar, ametrallando ronda tras ronda entre la selva y el claro, para forzar a los insurgentes a internarse nuevamente en la selva y alejarlos de la zona de aterrizaje. Vapor de aceite salió de sus armas. Las bobinas de cuerdas de nylon, de tres pulgadas de espesor, yacían a sus pies listas para ser lanzadas en un descenso rápido. Ellos bajarían y despejarían el área inmediatamente para que Max y Grif pudiesen desplegarse para encontrar a Rachel Winslow. Max alejó de su mente la imagen de Winslow y apuntó su arma hacia las figuras que se movían en el suelo. No tenía ni idea de quiénes eran y si no estuviesen disparando directamente hacia los Halcones Negros, no dispararía contra ellos. Algunos de ellos podrían ser de la Cruz Roja, personas por las que habían venido aquí para proteger. Nubes de arena se arremolinaron por los rotores y apelmazaron su nariz y boca. Intentó no respirar muy profundamente. Cuando estaban a unos quince metros por encima del suelo, un hombre y una mujer que llevaban una camilla hecha con jirones de lona que colgaba entre ellos, salieron de una de las grandes carpas de campaña y corrieron torpemente por el claro hacia ellos. Ella tecleó su micrófono —Tenemos heridos acercándose. Déjanos abajo. Entendido. Fox lanzó un gruñido. Ollie, Burns ¡Avancen! ¡Avancen! Los jefes de equipo arrojaron las cuerdas, se quitaron los auriculares y saltaron. Max disparó hacia la selva, tratando de mantener sus rondas a la altura de la cabeza para disuadir a cualquiera de no disparar nuevamente y con la esperanza de no herir a un aliado. Ollie y Burns se deslizaron hasta el suelo y se cubrieron con el remolino de suciedad que emanaba del suelo, disparando a los rebeldes que aparecían y desaparecían como rastros de humo. Grif se agachó junto a Max en el portal, esperando que las ruedas de la nave tocaran el suelo. Él apretó su hombro. —Mantén la cabeza agachada, Deuce. —Eso planeo— gritó Max. Ella había saltado de los helicópteros en zonas calientes un montón de veces y no le preocupaba lo que pudiese pasar. No podía detener una bala si tenía su nombre en ella —Lleva a bordo a esos médicos con la camilla. Esa que está adelante debe ser la carpa-hospital. Revisaré. —Entendido, Deuce. Ahora más cerca, Max pudo distinguir los rasgos de la mujer en la parte delantera de la camilla. Llevaba una bata de hospital y botas de campo. Su grueso cabello rubio se balanceaba en su nuca y unos gruesos rizos volaban sobre su rostro por el viento. Sus ojos estaban muy abiertos igual que su boca y parecía estar jadeando por el pánico o por el esfuerzo. No era Rachel Winslow. Max dejó de lado una inesperada punzada de decepción y saltó los últimos dos metros, aterrizando junto a Ollie. Las armas automáticas sonaban a su alrededor. Otro hombre y una mujer emergieron de la selva a unos veinte metros de distancia y corrieron hacia ella, gritando — ¡Somos de la Cruz Roja! ¡Ayúdenos!.
—Entren en el helicóptero— gritó Max, haciendo señas hacia Ollie y Burns y se acercó a las personas que llevaban la camilla. Un hombre viejo y arrugado o posiblemente un joven muy desnutrido, yacía sobre la camilla, con los ojos vidriosos — ¿Usted es médico? ¿Cuántos pacientes más están allá atrás? —Sí, soy Maribel Fleur…— dijo la mujer con un leve acento francés. Tragó saliva con dificultad —… tenemos otro no ambulatorio y dos niños. —Los buscaremos. Ustedes dos suban a bordo— dijo Max. —Va a necesitar ayuda. Yo regresare…. — ¡No! Soy médico. Puedo encargarme— Max hizo un gesto hacia Grif para que agarrara la camilla, señalándole que llevara al anciano y a los dos médicos franceses al helicóptero —Necesitarán que cuides de ellos una vez adentro. Avanza. Avanza. No esperó a ver si la mujer seguía sus instrucciones. Grif se haría cargo. Apretó el rifle contra su pecho y corrió hacia la carpa-hospital. Justo cuando llegó a ella, otro hombre y otra mujer salían con una segunda camilla, cargando una mujer delgada con cabello blanco. La mujer que llevaba la camilla era joven y su cabello oscuro con una suave tez caramelo. El hombre que iba con ella era blanco, de unos cuarenta y tantos años con una barba rojiza de un día y mostraba el terror en sus ojos. —Los niños…— la joven jadeó —… hay dos en el interior. —Voy por ellos— dijo Max — ¿Dónde está Rachel Winslow? La mujer negó con la cabeza —No lo sé. Ella fue hacia la carpa cuartel. —Cuartel ¿Cuál es? ¿La grande? —Sí. Sí. — ¿Cuándo? — ¿Hace diez minutos? Después hubo gritos y más disparos. Tuve miedo de ir tras ella— el rostro de la mujer se contorsionó por el miedo y la culpa —No debí dejarla ir sola. Max señaló el Halcón Negro —Todo estará bien. La encontraré. Ve al helicóptero. Aprisa. El hombre gritó algo en francés que se perdió en el viento y los dos corrieron hacia el Halcón Negro meneando la precaria camilla con cada paso. Max entró en la tienda, barrió la habitación rápidamente con su arma preparada y encontró a los dos niños, un niño y una niña como de tres años, de pie en una cuna común. Sus rostros estaban manchados de lágrimas y con ampollas y ambos estaban quejándose. —Está bien ustedes dos, estarán bien— Max se colgó el fusil a la espalda y recogió a cada uno debajo de cada brazo. Se aferraron a ella con sorprendente fuerza, sus piernas colocadas a los lados de su cadera —Vamos a correr. Van a estar bien. Un rugido sonaba de algún lado cerca. Tal vez cohetes de gran calibre o lanzagranadas con proyectiles de mortero. Si alguno de ellos tocaba partes vitales de los
Halcones Negros, ninguno de ellos estaría en el aire otra vez. No tenían mucho tiempo. Tal vez ninguno. — ¡Sosténganse! ¡Estaremos bien!— los niños podrían no entenderla, pero sabían que ella no tenía miedo. Sólo esperaba que Ollie, Burns y los artilleros del segundo Halcón Negro lograran despejar la zona de aterrizaje, porque ella no podía disparar su arma y llevar a los niños al mismo tiempo. Mirando a su derecha e izquierda, se enfocó en el centro del helicóptero corriendo a través de suelo abierto, el aire estaba lleno de polvo, olor a metal caliente y a muerte. Los niños estaban aferrados a ella como lapas. Ninguno de los dos lloraba. La doctora francesa, con el cabello alborotado y enfrentando el aire, saltó de la nave y corrió a su encuentro. Le extendió los brazos —Dámelos. Max le entregó los niños — ¡Quédate en el helicóptero esta vez!. La rubia señaló en dirección del cuartel donde dos cuerpos yacían delante de la carpa — ¿Qué pasa con ellos? Hay heridos… ¡el resto de nuestro equipo está por ahí en alguna parte!. El pecho de Max se apretó ¿Alguno de esos cuerpos sería el de Rachel Winslow? Todo esto podía ser en vano. No, no todo. Dos personas mayores, los médicos franceses, un par de civiles y dos niños estaban a salvo. Casi a salvo, de todos modos. Si los Halcones Negros se levantaban en el aire y salían de allí pronto, podrían estar a salvo —Voy a verlos. Aléjate ahora. La rubia parecía como si fuese a discutir. Claramente no tenía miedo. O al menos no tanto. El niño empezó a llorar otra vez. La rubia abrazó al niño y a la niña contra su pecho, asintió secamente y se escurrió nuevamente hacia el Halcón Negro. La voz de Fox surgió de la radio. El fuego en tierra se está complicando. Están disparando lanzagranadas. Tenemos que levantar el vuelo. Max se agachó detrás de una carpa. La endeble barrera al menos podría evitar que fuese un objetivo visible. Tocó su micrófono —Cinco minutos. No puedo encontrar a Winslow y puede haber más heridos. No teníamos planeado esto. Dijo Fox. Burns está herido en el hombro. Necesitamos sacarlos de aquí, a él y a estos civiles. Es muy peligroso que el otro helicóptero aterrice aquí. Te daré todo el tiempo que pueda. Grif patinó por la esquina de la carpa con una litera plegable balanceándola sobre su hombro. Su sonrisa brillaba a través de una capa de pintura de camuflaje y suciedad —Buen día para correr. Max resopló y señaló hacia los cuerpos frente a la carpa grande —Rachel Winslow podría estar allí. Vamos. Cabizbajos, corrieron a través del claro, bordeando el fuego latente. Dos hombres en pantalones color caqui yacían en el duro suelo. Uno todavía respiraba y lo rodaron sobre la camilla. La sangre manaba de una herida en su pecho. Max se arrodilló cerca del otro. Una gran parte de su cuello estaba destrozado… probablemente arrancado por un fragmento de granada. Tenía los ojos dilatados y miraba fijamente,
estaba más allá de cualquier ayuda que ella pudiese proporcionarle. Necesitaba entrar en la carpa para buscar a Rachel Winslow. Llamó nuevamente a Grif —Estabilízalo y dame un minuto para revisar el interior. Si ella no está aquí, lo llevaremos al helicóptero. —Adelante. Estoy bien— dijo Grif, abriendo su mochila-botiquín con practica eficiencia y sacando paquetes de vendaje y una intravenosa. Dando saltos, Max corrió hacia la tienda, apoyando su rifle en el hombro e irrumpiendo dentro, desplegando su arma por la habitación, casi esperando encontrar a los rebeldes apuntando sus armas hacia ella. Una mujer, con camisa blanca, desgarrada y sucia, pantalones militares negros, se dio la vuelta, con sus ojos muy abiertos por la adrenalina y el impacto. Contempló el rifle de Max. — ¿Rachel Winslow?— dijo Max con voz áspera. Su garganta ardía por el humo y el polvo y su voz salió en un gruñido bajo. Rachel no podía responder, la advertencia de su padre resonó en su memoria. Si eres secuestrada... secuestrada... secuestrada. El rostro del intruso era irreconocible debajo de la capa de grasa y suciedad que cubría cada pulgada expuesta. Sin embargo, el rifle que apuntaba hacia ella era bastante reconocible. Rachel miró al soldado que estaba en la puerta de la carpa ¿Podría salir? No podría atravesar el campamento, aunque lograra eludir de alguna manera a este soldado. Ella buscó en el sucio uniforme por algún tipo de insignia. Los rebeldes también llevaban uniformes. No podía distinguir una insignia, un nombre, una bandera… no, un momento… un destello de oro en el cuello. Rachel se quedó mirando las serpientes gemelas que colgaban de la cadena. Un caduceo (uno de los símbolos de la medicina). Un médico. Tomó un respiro, sentía como si acabara de salir a la superficie después de haber estado bajo el agua por horas —Sí. Soy Rachel Winslow. El rifle fue bajado —Venga conmigo. — ¿Quién es usted? El soldado… la mujer soldado, descubrió Rachel una vez que se calmó y se fijó con más atención… sacudió su cabeza impacientemente y se dirigió hacia ella en tres largos pasos. Una mano se cerró sobre la parte superior de su brazo —Comandante Max de Milles. Marine de los Estados Unidos. Venga. No tenemos tiempo. —No iré a ninguna parte— Rachel retiró su brazo —Tengo que regresar a la carpahospital. Amina está allá. Los pacientes, mi equipo…. —Están siendo atendidos. Eres la última. Vámonos. Max tiró de ella y Rachel tropezó hacia el exterior. El campamento seguía pareciendo igual a primera vista. Algunas de las carpas habían sido desmenuzadas y su lienzo rasgado se batía en el viento como banderas esqueléticas. Contuvo el aliento y todo cambió. Dacar yacía en el suelo a pocos metros delante de la carpa. Ella agarró la mano que le presionaba el brazo y trató de liberarse —Déjeme ir. Ese es uno de los nuestros. —Está muerto. Tú lo estarás también si sigues luchando contra mí. En el otro extremo del campamento, un helicóptero flotaba a unos metros del suelo. Un tiroteo resonó en un segundo, escuchándose más arriba. Amina apareció desde detrás
de una carpa cercana y corrió hacia ellos — ¡Rachel! ¡Rachel! ¡No puedo encontrar a los otros! ¡Creo que Mahad está muerto!. —Es uno de nuestro equipo de seguridad— dijo Rachel —Tenemos que revisar… tal vez él…. —No hay tiempo— Max arrastró a Rachel hacia otro soldado que estaba arrodillado sobre un hombre herido — ¿Cuál es su estado? El médico levantó la vista y negó con la cabeza. Rachel sintió una mano en el centro de su espalda empujándola hacia delante y Max dijo —Métela en el helicóptero, Grif. — ¿Y tú?— gritó Grif, poniéndose de pie. Max no le hizo caso y le dijo a Amina —Muéstrame. —Deuce…— dijo Grif —… olvídalo. Es demasiado peligroso aquí abajo. Tenemos que salir de aquí. —Estaremos justo detrás de ti ¡Lleva a Winslow al helicóptero!. Rachel trató de apartarse, pero Grif era más grande y más fuerte, aún más de lo que Max de Milles había sido —No me voy hasta que todo el mundo…. Una explosión de fuego y cohetes ahogaron sus palabras. El suelo se levantó a su alrededor, salpicándoles con trozos de tierra y rocas. Su mejilla ardió y la sangre corrió por su rostro. —Disculpe, señora— dijo Grif, prácticamente cargándola —Regresaremos por los demás. Puede contar con…. Él gruñó, tropezó y cayó, tirando de Rachel que cayó de rodillas a su lado. La sangre manaba de su muslo superior en un arco rojo brillante. Rachel instintivamente presionó las dos manos en su pierna. El fluido carmesí, cálido y abundante, brotaba entre sus dedos. Apretó con más fuerza. —No— se quejó él —Déjelo. Llegue hasta el helicóptero. — ¡No puedo! Está sangrando— y era mucha sangre. Rachel se inclinó con todo su peso, con el terror cerrando su garganta. Detrás de ellos, el rugido se hizo más fuerte y la suciedad se arremolinó en gruesas nubes. El helicóptero se elevó y unos segundos más tarde una descarga de disparos llenó el aire con un traqueteo metálico sin fin. La selva al otro lado del campamento parecía desintegrarse. Troncos de árboles astillados, hojas divididas en trozos del tamaño de un confeti y montículos de tierra saltaban. Rachel se agachó sobre Grif, esperando ser alcanzada por una bala en cualquier momento. —Entra en la tienda— gritó Max, empujando a Rachel a un lado —Eso es fuego de cobertura… no dispararán a la tienda. Amina agarró el brazo de Rachel — ¡Vamos, vamos adentro!. —No puedo— dijo Rachel —Su pierna….
—Ya lo tengo. Vayan, maldita sea— Max rasgó para abrir un paquete hemostático sacando un vendaje de presión y lo aplicó en la pierna de Grif. Agarró a Grif por debajo de los brazos y lo jaló. Su pesado cuerpo se tambaleó hacia delante lentamente, y él gimió. —Déjalo, Deuce— jadeó él. —Cállate la boca y empuja con tu pierna buena. Si trato de cargarte, el vendaje va a ceder. Rachel empujó a Amina hacia la carpa, regresó corriendo y agarró a Grif de los tobillos. Levantó la vista y vio la sorpresa en los ojos azules claros de Max —Jala. Yo sostendré sus piernas— sobre sus cabezas, los helicópteros se hacían más pequeños hasta que no fueron más que una mancha negra contra un brillante amanecer rojo.
CAPÍTULO SEIS Max echó un vistazo rápido al cielo. Ambos Halcones negros se elevaron más alto y se alejaron en curvas pronunciadas hacia el norte, a la seguridad. Bien. La misión se había ido al infierno, pero habían logrado salvar parte de ella con sólo dos bajas de su lado… Burns y Grif. A los civiles no les fue tan bien. Dos somalíes muertos y otro resultó herido o muerto que ella supiera. Los otros tres estaban bien muertos en la selva, capturados o escondidos. Tenía un número desconocido de fuerzas rebeldes que podrían acercarse de un momento a otro y tenía que mantener vivos a Grif y al resto de ellos. El fuego se había detenido y el silencio era como un vacío, dejando el aire tenso. Recorrió el campamento con la mirada. Nada se movía excepto el aleteo de la tela rasgada de las carpas, banderas endebles celebrando una victoria cuestionable. La batalla había terminado, por el momento, pero el objetivo de la misión no se había logrado. Habían fallado en sacar a Rachel Winslow. —Necesitas cubrirte— dijo Max. —No lo puedes cargar sola— la mirada de Rachel Winslow nunca vaciló, enfrentando el rostro de Max como un misil guiado por láser. Su rostro tenía una mezcla de desafío y miedo controlado… sus labios pálidos estaban entreabiertos, los dientes apretados, sus pupilas oscuras amplias eclipsando el verde que Max recordaba de la foto. Grif era un ex defensa del equipo de futbol Estatal de Iowa… 1,83 de estatura, 240 libras de músculo… pero Rachel sostuvo las piernas de Grif por los tobillos como si no pesara nada. La fuerza de la adrenalina. Max debía ordenarle que entrara. No es que tuviese fe alguna de que Winslow le escucharía. No tuvo más remedio que ceder. La vida de Grif estaba en juego, él apenas estaba semi-consciente y si intentaba apoyarlo en su hombro, la herida de la pierna se abriría de par en par. Esa fuente de sangre provenía de una arteria lesionada… y una grande. Aún podría desangrarse hasta morir en cualquier momento. Necesitaba ayuda y Winslow no iría a ninguna parte y no había un lugar aquí más seguro que el otro. —A mi cuenta…— gritó Max —… levanta sus piernas y mantén tu maldita cabeza abajo. Rachel asintió con la cabeza, manteniendo su enfoque en Max, en la aguda fuerza en sus ojos. La presión en su pecho se alivió lo suficiente como para poder respirar y el grito que amenazaba con salir de su garganta desapareció. El horror estaba ahí fuera, a unos metros de distancia, en los cuerpos de sus amigos y el ruido de miles de balas crepitantes que seguían haciendo eco a través del aire, pero podía alejar el horror a las sombras si se aferraba a la certeza que encontró en los ojos de Max —Estoy lista. Por alguna razón sin sentido, Max sintió una oleada de calma a través de ella, calma que no tenía derecho a sentir en medio del caos y la carnicería. La fuerza inundó sus músculos — ¡Tres, ¡Dos, Uno!. Max levantó y Rachel también y entre ellas llevaron, medio cargando medio arrastrando, el enorme cuerpo de Grif, los veinte metros hasta el cuartel y hacia el interior.
Tan pronto como lo tendieron en el piso de tierra, Max retiró su rifle y lo extendió a las manos de Rachel —Cuida la puerta. Rachel miró del rifle a Max y su expresión se amplió con incredulidad —No sé cómo disparar esa cosa. —Aprenderás rápidamente cuando alguien te dispare— dijo Max sin levantar la vista mientras abría su bolso de medicamentos y sacaba una bolsa de solución salina y el tubo adjunto —Si ves a alguien que se acerca y no lo conoces, apuntas y aprietas el gatillo. El arma hará el resto. —No soy una combatiente. Max hizo una pausa mientras se arrodillaba en el suelo, mientras la sangre de su amigo se filtraba a través de sus pantalones y miró fugazmente a la mujer. No tenía tiempo para discutir, ni tranquilizar o explicar. Necesitaba que Rachel siguiera sus órdenes — Ahora todos somos combatientes ¿o no te diste cuenta de la gente que trató de matarnos? ¿Las personas que nos dispararon? La boca de Raquel se apretó en una línea delgada y se dio la vuelta, dirigiéndose hacia la puerta y se escondió detrás de la tela que servía como acceso. Algo sobre la forma en que cuadró sus hombros le hizo creer a Max que ella podría manejar lo que viniera desde el interior de la selva y en este momento lo que necesitaba era que alguien cuidara su espalda. Tendría que confiar en ella y confiar en alguien que no fuese uno de sus compañeros de tropa no era fácil. Decididamente, se centró en Grif. La amiga de Winslow, la joven de oscuros ojos compasivos, se acercó y se arrodilló al otro lado de Grif. Ella dijo en voz baja — ¿Qué puedo hacer para ayudar? — ¿Cuál es tu nombre?— preguntó Max, cortando la manga de Grif y abriéndola desde la muñeca hasta el hombro con su cuchillo. —Amina. Max le entregó la bolsa de suero —Sostén esto en el aire, Amina. Tan pronto como encuentre la vía intravenosa, apriétala. Él necesita fluidos. —Sí. Bien. Max introdujo un catéter de plástico en una de las venas gruesas en el antebrazo de Grif. Afortunadamente, tenía las venas como ramas de árbol y no habían desaparecido a pesar de la pérdida de sangre. Entró en un segundo y pegó un trozo de cinta sobre el tubo —Aprieta. Comprobó la presión arterial nuevamente… 80 sobre nada. Su pulso era débil y su color pastoso. No era más que un estado de shock. Agarró otra bolsa de solución salina e introdujo una segunda intravenosa en su otro brazo — ¿Puedes sostener esta bolsa también? —Sí— dijo Amina y tomó la otra bolsa.
El vendaje de presión en el muslo de Grif estaba saturado. La sangre fluía desde debajo de su muslo y le corría por la pierna como si fuese un río. Necesitaba controlar el sangrado o simplemente estaría tratando de ganar terreno mientras él se desangraba. —Sigue apretando— Max encontró una ampolla de antibióticos de amplio espectro, la introdujo en la jeringa y cortó los pantalones de Grif desde la rodilla hasta la cadera. Le clavó la aguja en el trasero y empujó el émbolo hacia la base. Él gruñó y sus párpados se movieron hasta abrirse. —Jesucristo— gimió Grif — ¿Qué diablos pasó? —Recibiste un disparo en el muslo— Max cargó otra ampolla con Demerol por vía intravenosa. —Mierda ¿Y mis bolas?— Grif buscó en su entrepierna, estirando el tubo de intravenosa que se extendía desde el brazo. —Deja de quejarte. No las he revisado todavía personalmente— dijo Max rotundamente —Pero por la ubicación de entrada de la herida, creo que están a salvo. —Mantenlas de esa manera. —Confía en mí, tus bolas son mi mayor preocupación. La boca de Grif se torció en una sonrisa —Joder, me duele, Deuce. —Lo sé— ella empujó el Demerol. La dosis estaba calibrada para un hombre normal, pero Grif no tenía un tamaño normal. El medicamento ayudaría con el dolor, pero no lo eliminaría y ella no podía darle más. Su presión arterial estaba demasiado baja y no sabía cuánto tiempo estarían en el campo. No quería que se le agotara —El Demerol actuará en poco tiempo, pero necesito echar un vistazo debajo de este vendaje. Va a doler mucho más en un minuto o dos. —Grandioso— Grif volteó la cabeza, luchando para centrarse en Max. Sus pupilas parecían un punto y estaban divergentes. El Demerol estaba empezando a funcionar — ¿Qué pasó con el objetivo? ¿Logramos sacarla? —Todavía no— Max miró hacia la puerta donde Rachel estaba en cuclillas, mirando hacia fuera, con el rifle de asalto sostenido rígidamente lejos de su cuerpo como si fuese un animal salvaje que pudiese morderla. Un raro haz de luz del sol iluminaba un lado de su rostro. Su cabello largo se había soltado de su trenza y yacía enredado suavemente en sus hombros. Su mandíbula era larga y bien formada, sus pómulos delicadamente arqueados, su nariz recta por encima de una fantástica boca. Sus cejas eran distintivas y sutilmente arqueadas. Una laceración deterioraba su mejilla justo debajo de su ojo derecho y una mancha de sangre decoloraba la piel sobre su mandíbula. Incluso con moretones, sangre y manchas de suciedad, su rostro llamaba la atención por la combinación de fuerza y belleza. Max había sido testigo de su fuerza física y emocional segundos antes cuando Rachel había insistido en cargar a Grif a pesar de los disparos zumbando por sus cabezas. Desafortunadamente, Rachel también era testaruda y propensa a ignorar la autoridad. En lo personal, Max preferiría que Rachel fuese un poco menos valiente y mucho más
maleable, pero se preocuparía de eso más tarde. Se dio cuenta que la mujer, el objetivo, se había convertido en Rachel en la última media hora y puso a un lado esa extraña y desagradable comprensión. Necesitaba concentrarse en las prioridades y la primera era evitar que Grif se desangrara. No dudaba ni por un segundo que alguien regresaría por ellos si podía mantenerlos a todos con vida. Sólo que no estaba segura de cómo iba a hacer eso. — ¿Algo allá afuera?— preguntó Max mientras abría otro paquete de gasa hemostática y un nuevo vendaje de presión. —No. Nada que yo vea— Rachel parpadeó contra la luz brillante del sol que iluminaba el centro del claro ¿Cuando había salido el sol? Se esforzó por ver entre las sombras donde la selva cubría la demarcación entre el suelo desnudo alrededor de las carpas y la maleza cercana. Imaginaba que podía ver en todas partes cientos de pares de ojos mirando hacia ella, el destello bajo la luz del sol de un centenar de cañones de fusil y los rostros amenazantes de los enemigos. El cuerpo de Dacar y el de otro guardia estaban a no más de seis metros de donde estaba arrodillaba, pero ya lucían irreconocibles para ella. Sus facciones no habían cambiado mucho, pero la ausencia de vida les daba un aspecto ausente y vacío, como si nunca hubiesen sido seres humanos vibrantes con metas y ambiciones, con temores y alegrías ¿Cómo pudo pasar esto? Por supuesto, racionalmente ella sabía cómo pudo suceder. Estaban en medio de un país que había estado en constante guerra durante más de dos décadas, en un continente donde casi todos los países tenían siglos de larga historia de contiendas internas. Conocía los riesgos, pero su mente se rebelaba contra lo absurdo de todo esto. La Cruz Roja era reconocida en todo el mundo por sus metas humanitarias y su cuidadosa neutralidad. Ella y sus compañeros de trabajo habían venido a ayudar a las personas a quienes los rebeldes pretendían representar… los nativos somalíes, la gente de esta tierra. Había visto los informes. Sabía que los islamistas extremistas habían unido fuerzas con los rebeldes, fortaleciendo y alimentando sus fuerzas y su fervor militante. Pero ¿por qué habían atacado el campamento? Su padre le había advertido que la zona ya no era segura, pero si él hubiese sabido que estaban a punto de ser atacados, se lo habría dicho. Tal vez lo había hecho, a su manera. Le había insistido en que estuviese lista para salir justo antes del amanecer. Tal vez el ataque se había adelantado. Tal vez él había violado la seguridad al comunicarse con ella. Quería creer eso, pero ahora nada de eso realmente importaba. Estaba aquí y su padre, todos sus recursos y su poder no podían cambiar eso. Revisó por encima del hombro para ver cómo lo estaba llevando Grif. Max estaba arrodillada a su lado, hablando en cortas frases con Amina, sus movimientos eran rápidos y seguros mientras trabajaba. Era más que un soldado. El caduceo en su cuello lo decía, pero ¿cómo podía un médico justificar la violencia de la guerra? Los dos extremos eran imposibles de conciliar para Rachel. De todos modos, se alegraba de que Max estuviese aquí, porque sospechaba que ella y Amina podrían haber muerto sin ella. Todavía podrían. — ¿Dónde están?— preguntó Rachel, casi deseando poder ver a alguien. No quería dispararle a nadie, pero tampoco quería sentarse aquí a la espera de que le dispararan.
—Probablemente se han ido— dijo Max en su forma serena y sin emociones —Los rebeldes son conocidos por sus tácticas de pisa y corre. Una vez que los Halcones Negros emprendieron su vuelo, probablemente decidieron que ya tenían suficiente de pelea por un día. — ¿Podrían regresar? —Es posible ¿Tienen algo aquí de especial valor? —No sé lo que ellos podrían considerar de valor. Max sonrió débilmente y envolvió alrededor de la pierna de Grif un tipo de dispositivo de presión externa —Buen punto ¿Armas? Rachel negó con la cabeza —Sólo la que Dacar...— su garganta se cerró de repente con el nombre. No lo conocía muy bien. Había sido un hombre tranquilo, reservado, pero su sonrisa había sido amable y parecía competente y profesional. Ella sólo veía a los otros brevemente cuando cambiaban de turno o venían a comer antes de regresar a sus carpas para dormir o hablar en voz baja entre ellos. Nunca había conocido nada más de ellos además de sus nombres —Sólo las que los guardias llevaban. No tenemos dinero. Amina habló —Tenemos el hospital. Equipo, medicina, drogas. Y tenemos comida. Max hizo una mueca —Sí. Y esas son materias primas valiosas. Si están conscientes que tienen estas cosas, regresarán. — ¿Qué vamos a hacer?— Rachel se sorprendió a sí misma con la pregunta, dándose cuenta que había asumido de forma automática que Max de Milles se encargaría de aquí en adelante ¿Por qué había hecho eso? Nunca buscó a los demás para resolver sus problemas o para protegerla. La respuesta era simple e inevitable. Estaba completamente fuera de experiencia. No sabía nada acerca de combatir en la guerra, sólo las consecuencias. —Mi equipo regresará— dijo Max. — ¿Cómo puedes estar segura?— preguntó Rachel. Las cejas de Max, dos oscuras y pesadas pestañas inclinadas por encima de sus ojos azul intenso, parpadearon —Volverán. —Pero no saben que estamos vivos. —No importa. No dejamos a nadie atrás… y no hacemos ninguna distinción entre los vivos y los muertos. La forma en que lo dijo, como si para ella la vida y la muerte fuesen indistinguibles, hizo que se le congelara el corazón a Rachel ¿Era esto lo que la guerra hacía, aplastar las emociones, destruir el valor de la vida? ¿O era que, con la finalidad de hacer la guerra, uno acababa perdiendo la humanidad?
CAPÍTULO SIETE —Voy a retirar este vendaje— dijo Max a Amina —Habrá más sangrado. —He visto sangre anteriormente— dijo Amina, con una voz casi triste. —Bien. Simplemente sigue haciendo lo que estás haciendo— Max se puso un par de guantes limpios y retiró suavemente el viejo vendaje, tratando de no rasgar ningún coágulo que pudiese haberse formado. La brillante sangre roja corrió por su manga y ella presionó un dedo sobre la arteria femoral a una pulgada de la herida de bala, en el centro de la parte superior del muslo izquierdo de Grif. La herida atravesó el muslo, con un orificio de salida irregular cuatro veces más grande en la parte posterior. Sus bolas estaban bien, él estaría feliz de saberlo, pero por la naturaleza de la hemorragia, la bala había perforado una rama grande de la arteria en su muslo. Si tenían suerte, sólo era una rama. Si la femoral hubiese sido lesionada, estarían en serios problemas. Grif había caído nuevamente en la semi-inconsciencia, en parte por el efecto de los fármacos y en parte por la pérdida de sangre. Sus signos vitales estaban estabilizados, pero eran débiles. El momento crítico… el tiempo óptimo para transportar a los heridos del campo a un hospital cercano para su cuidado definitivo… estaba a punto de terminar y dudaba que los fuesen a sacar pronto. Todo lo que había hecho hasta ahora era controlar la amenaza inmediata, pero eso no sería suficiente si el sangrado continuaba. Amina miró a Max con una mirada preocupada — ¿Cómo está? —Mejor de lo que estaba. No es necesario que aprietes más el líquido— Max terminó de aplicar el nuevo vendaje y se sentó sobre sus talones. Cerró una de las vías intravenosas y conectó una nueva bolsa de solución salina en la línea que estaba en su brazo izquierdo. Cuatro litros hasta el momento. Más y tendría que empezar a preocuparse por sus pulmones y la sobrecarga de líquidos — ¿Podrías traer una de esas sillas aquí? Voy a colgar su intravenosa para que no tengas que seguir sosteniéndola. —Por supuesto— Amina sacó una silla plegable que estaba frente a la larga mesa que ocupaba el equipo de comunicación y la colocó junto al hombro del Grif —Creo que hay mantas en la parte de atrás ¿Debo conseguirle una para cubrirlo? —Eso estaría bien. Gracias— Max colgó la bolsa de suero y se frotó el rostro. Amina había estado callada mientras Max cambiaba los vendajes de Grif como si hubiese tenido la experiencia en el campo de batalla y tal vez a su manera la tenía. La violencia era una forma de vida en este lugar —Lo hiciste muy bien. Amina sonrió casi con timidez y fue a buscar las mantas. Max se levantó, estiró los músculos de la parte baja de su espalda y miró su reloj. 7.00 horas. Sentía como si hubiesen estado dentro de la sofocante carpa con su aire rancio y opresivo durante una semana. Su camisa estaba pegada a su espalda por el sudor frío a pesar del calor y entonces aflojó su chaleco antibalas y puso su equipo cinturón en el suelo junto a Grif. Ahora que él estaba estable, por el momento, tenía que lidiar con el resto de la situación. Se unió a Rachel en la puerta y miró hacia afuera. — ¿Todo tranquilo?
—Sí, pero sigo pensando que veo cosas. Y después ya no las veo. —Eso es bastante común en los primeros minutos de vigilancia. No te preocupes por eso. Si hay alguien afuera que no quiere que lo veas, no lo harás. Y cuando los veas, los sabrás de seguro. Estarán apuntándote con un rifle y probablemente disparando. Rachel contuvo el aliento — ¿Por qué estás tan tranquila? ¿Eso no te asusta? … la idea de ser un objetivo… ¿o estás acostumbrada a ello? —No tiene sentido pensar en ello y no hay manera de cambiarlo. Terminas lidiando con eso— Max había pasado mucho tiempo con las tropas en los últimos años… con aquellos que vivían bajo la misma nube de violencia y muerte como ella… había olvidado cuán ajena debía parecer su realidad para los que eran extraños a la guerra. Se preguntaba, viendo las dudas y la confusión en los ojos de Rachel ¿por qué había anhelado ir a casa? donde ella sería una extraña rodeada de personas que no tenían un concepto de dónde había estado o qué había visto. — ¿Saber vivir en el ahora?— preguntó Rachel. —Te entrenas para cualquier eventualidad, te preparas para cualquier contingencia, hasta que sabes en el fondo que ya estás lista. Entonces lo pones a un lado— Max se encogió de hombros. El miedo podía hacer que te mataran tan rápidamente como la arrogancia. Si alguna vez había sido filosófica… y no podía recordar un momento en que lo hubiese sido… hacía tiempo que había perdido todo interés en tratar de entender el porqué de los acontecimientos al azar que veía a su alrededor cada día… por qué una persona recibía una bala en la frente, mientras que otra, de pie a pulgadas de distancia, salía ilesa, como si hubiese algún significado cósmico en los eventos. Quizás había un gran plan, tal vez el destino de todo el mundo estaba predestinado, pero no podía ver cómo importaba eso. Todo lo que le importaba era lo que ella hacía en respuesta ¿Eso era vivir en el ahora o era mera supervivencia? Fuera de aquí no había mucha diferencia. Ella resumió y esperaba que fuese el final de la conversación. Rachel Winslow posiblemente no podía entender… ¿y por qué tendría que hacerlo? A pesar del sufrimiento de los civiles desplazados a los que Rachel vino a ayudar, no se podía comparar con la crueldad de la guerra y Max no tenía ningún deseo de instruirla —Entre menos te preocupes por lo que pueda pasar, mejor. Rachel frunció el ceño. Claramente no era una mujer que aceptaba algo al pie de la letra — ¿Eso es un hecho científico o una opinión personal? —Experiencia. — ¿Cuánto tiempo has estado allí fuera? — ¿Esta vez? Poco más de un año. La primera vez fue casi lo mismo. —Eso suena... duro. —Me uní a la Armada. Sabía lo que significaba. —Lo sabías— dijo Rachel en voz baja. Desvió su mirada hacia el campamento y más allá de la selva — ¿Cómo pudiste? ¿Cómo podría alguien?
Max no dijo nada. No tenía respuesta y Rachel realmente no le estaba hablando a ella. Estaba tratando de darle sentido a una situación sin sentido. Ella aprendería muy pronto. Rachel se volteó —Los helicópteros… ¿estás segura que regresarán? —Sí. — ¿Puedes llamarlos o algo así?— sus ojos se iluminaron —Tenemos una conexión satelital… ¿tal vez podamos llamar a la sede en Mogadishu? Si ellos saben de lo ocurrido…. —Lo saben— dijo Max —Las personas que necesitan saberlo ya lo saben y no están en Mogadishu. Están en Lemonnier. — ¿De allí es de dónde vienes? —Sí— Max escaneó la selva, densa, verde e impenetrable. Una fuerza antigua sobre sí misma, ni amiga ni enemiga —Los rebeldes estaban mucho más cerca de lo que esperábamos. Preferiría no tratar de contactar por radio ahora, hasta que estemos seguros de que no están todavía por ahí. No tiene sentido poner un letrero grande sobre nuestras cabezas. — ¿Qué tan lejos estamos de tu base? —Tiempo de vuelo unas horas. Ellos contactarán con nosotros sí pueden cuando estén de regreso y muy cerca— o tal vez terminen materializándose en la oscuridad, las tropas y los helicópteros cayendo desde el cielo como si fuesen un mito o una pesadilla. — ¿Cuándo volverán? Max se debatió en cuánto decir. Necesitaba evitar que los civiles entraran en pánico. Rachel y Amina habían reaccionado mejor de lo que la mayoría hubiese hecho en medio de la crisis, pero el peligro estaba lejos de terminar. —No lo suavices— dijo Rachel enérgicamente —Tenemos derecho a saber a qué nos enfrentamos. —Mi conjetura es que no antes de la puesta del sol, como muy pronto. Los Halcones Negros están hechos para maniobras nocturnas y va a tomar un tiempo ordenar lo que pasó aquí y por qué. Se suponía que esto sería sencillo, entrar y salir— no quiso decir que podría no ser la puesta de sol de esta noche. Si un gran contingente de rebeldes con cohetes superficie-aire o una reserva de artefactos explosivos estaban establecidos en la zona, los helicópteros podrían no ser capaces de aterrizar. Si un equipo de rescate tenía que infiltrarse por tierra, les tomaría un día o dos. Como mínimo. Rachel hizo una mueca —Alguien de inteligencia falló. —Tal vez. O tal vez no. Los rebeldes pudieron haber atacado al azar y sólo ser una coincidencia que llegáramos al mismo tiempo. —No sé tú, pero me parece una coincidencia muy forzada— Rachel suspiró, con clara exasperación —No entiendo nada de esto. Hemos estado aquí casi dos meses. Debieran haber sabido que no éramos una amenaza.
—Se llevaron una paliza esta mañana— dijo Max —Ataque al azar o no, no hay mucha razón para que regresen. Tú misma dijiste que no hay mucho que puedan querer excepto por los suministros médicos. —Tal vez esa sea razón suficiente— dijo Rachel, pero no parecía ni sonaba convencida. Max tenía una incómoda sensación de que Rachel podría saber algo más sobre lo que había provocado el ataque, más de lo que aparentaba. Tomado en cuenta los objetivos de la misión, estaba casi segura que Rachel sabía que ella y su equipo llegarían esa mañana. Los médicos franceses se habían preparado para evacuar a los pacientes, aún antes de que los helicópteros se hubiesen acercado — ¿Qué más sabes de lo de esta mañana? — ¿Qué? Nada… ¿por qué tendría que saber algo? —Tú dímelo. Alguien en tu vida debe ser bastante importante, ya que fuimos enviados aquí especialmente por ti. Tú… lo más importante. —No sé por qué— dijo Rachel, el color ascendiendo a sus mejillas. No quería traicionar a su padre, revelando su llamada. Realmente no sabía por qué él había insistido en que saliera de allí y no tenía ni idea de si el ataque estaba relacionado con ella. De todos modos, se le revolvió el estómago ¿Sus amigos habían muerto a causa de ella? ¿Los soldados y los marines habían recibido las ráfagas de fuego por su causa? Repitió en voz baja —No lo sé. — ¿Quién eres? —Soy Rachel Winslow— Rachel miró los ojos azules que le examinaron con cálculo glacial. Max de Milles no confiaba en ella. Darse cuenta de eso le dolió, aunque no podía decir por qué. La mujer era extraña, dura, cínica y fría —Lo sabes. Me buscaste por mi nombre. —Eso es porque nos enviaron aquí para rescatarte. Pero todavía no sé quién eres que hizo de esto algo necesario. — ¿Importa eso? ¿Soy más importante que las otras once personas que estaban aquí?— Rachel podía escuchar cómo sonaba a la defensiva, pero ella no era más importante que sus amigos y sus compañeros de trabajo. No había pedido privilegios especiales. Ciertamente no había pedido que las personas pusieran en peligro sus vidas por ella. No quería que esta mujer tuviese la idea de que ella era responsable de algo que no había sido su elección. —Alguien piensa que eres más importante. La forma en que lo dijo sonaba como si Rachel sintiera lo mismo. La espalda de Rachel se puso rígida — ¿No deberíamos estar preocupadas por lo que sucederá y no perder el tiempo en preguntas inútiles? Eso suena como algo que se adapta a tu forma de mirar las cosas. La esquina de la boca de Max se torció y maldita sea si no sonrió. Su lejanía se desvaneció por un breve instante y de repente pareció accesible. Humana. Y a pesar de la
suciedad y el sudor que cubría su rostro, era increíblemente atractiva. El corazón de Rachel dio un vuelco, una sensación que no habría creído si no hubiese vuelto a ocurrir cuando una suave risa reverberó en la garganta de Max. —Vaya, eres rápida— dijo Max —No… nada de eso importa mucho ahora mismo. La tensión en los hombros de Rachel disminuyó y una ola de alivio le cubrió, como si hubiese sido perdonada, lo que era ridículo ya que ella no había hecho nada malo. Por qué incluso le importaba lo que pensara Max de Milles de ella, dada la situación igualmente absurda. Sintiéndose tonta y extrañamente insegura, tembló —Bueno, ahora que hemos establecido donde estamos paradas… ¿qué sigue? —Tenemos que asegurar el campamento en caso de que nuestros amigos rebeldes regresen. —No podemos luchar contra ellos. Si no te habías dado cuenta, no somos exactamente soldados. No deberíamos tratar de... no sé… ¿salir de aquí por nuestra propia cuenta? —Estoy asumiendo que sabes dónde estás— dijo Max, impresionada por el espíritu de Rachel, no por su terquedad. Su renuencia a ceder el control podría ser un problema. —Por supuesto que lo sé— dijo Rachel, sus brillantes ojos verdes parpadearon — No estaba sugiriendo que caminemos todo el camino, pero difícilmente podemos quedarnos sentadas aquí en esta carpa esperando que alguien regrese y nos dispare otra vez. —Hay un par de cientos de kilómetros hacia Mogadishu y la selva está salpicada de minas. Nunca lo lograríamos. Además, cuando los Halcones Negros regresen por nosotros, necesitaremos estar aquí— Max miró hacia Grif. Él no estaba bien, moverlo podría ser peligroso. Él no iría a ninguna parte y si él no iba a ninguna parte, ella tampoco. —Hay pueblos no muy lejos de aquí… de allí es donde llegan nuestros suministros. Ellos nos ayudarían. Max negó con la cabeza —No sabes eso… y puedes estar segura que también los rebeldes saben de esos pueblos. No queremos tropezarnos con una patrulla allá afuera, incluso si pudiésemos encontrar nuestro camino sorteando las minas— con un hombre herido y dos mujeres, nadie tendría herramientas de combate. Max negó con la cabeza — Nos quedaremos. Su tono despectivo sonaba mucho como el que el padre de Rachel usaba con todo el mundo y su respuesta fue enderezarse —En caso de que no lo hayas notado, no somos soldados. No seguimos órdenes sin pensar. —Créeme… soy consciente de eso— dijo Max —Pero pienso mantenerte con vida, así que tendrás que aprender a recibir órdenes. Rachel se tragó otra réplica. Ni siquiera sabía por qué estaba luchando por algo que obviamente no tenía sentido. Ella suspiró —Tienes razón. Lo siento. Su disculpa tomó a Max por sorpresa. Terca y orgullosa, pero no tan orgullosa como para no admitir estar en el lado equivocado de un argumento —Olvídalo.
—Todavía no veo cómo esperas hacer frente a otro ataque— Rachel escudriñó la selva. No había estado más allá de unos pocos metros del perímetro del campamento desde que había llegado — ¿No deberíamos ocultarnos o algo así? —No estoy planeando una contraofensiva. Si hay algo aquí que los rebeldes quieren, regresarán después del anochecer cuando no sean un blanco fácil. Para entonces, estaremos en un refugio, mejor protegidos, incluso de un mal disparo proveniente de un arma automática. —Un refugio— Rachel miró las tiendas de campaña hechas jirones, las fogatas extinguiéndose y las alacenas de madera con alimentos y otros suministros de ayuda que habían almacenado para los nativos somalíes. Esta no era una base militar ¿La mujer estaba loca? —Un refugio. No veo un refugio. —Eso es porque no lo hemos cavado todavía. —Cavado— Rachel giró la cabeza. Obviamente Max no sentía miedo. Tal vez había dejado de sentir algo en absoluto. Rachel luchó contra su instinto de oponerse, de señalar la locura del plan. Darle el control a un extraño habría sido imposible, incluso un día antes, pero ahora no tenía elección. Después de todo, como había quedado perfectamente claro, Max era la profesional —Haré lo que digas... pero no soy un robot. Necesito entender. La mirada de Max se estrechó — ¿No es suficiente que confíes en que sé lo que estoy haciendo? — ¿Debería ser así? —No tenemos tiempo para un largo enfrentamiento. —Bueno, no estoy lista para huir— dijo Rachel rotundamente —Dime lo que quieres que haga y por qué y nos ayudaremos— hizo una pausa ¿Siempre había sido tan difícil dejar que otra persona le ayudara? ¿Cuándo la independencia se había convertido en un muro? No había tiempo para preocuparse por eso ahora —Estoy agradecida de que estés aquí… por todo lo que has hecho. Sé que Amina y yo probablemente no estaríamos vivas si no fuese por ti y los otros. —No quiero tu gratitud— dijo Max con voz ronca. Su boca se apretó. La sonrisa había desaparecido —Eso no es lo que quiero. Rachel se preguntaba qué era lo que quería. Si es que lo sabía —Bueno, de todas maneras, quiero que sepas que lo tienes. —Vamos a dejar de preocuparnos acerca de quién hace o no hace qué. Tenemos otras cosas de qué preocuparnos. — ¿El pasado es tan fácil de dejar a un lado para ti?— Rachel reflexionó en voz alta, preguntándolo más por sí misma que por Max. Quizás si pudiera dejarlo ir y simplemente estar en el momento. Casi se rio… no en estos momentos. —No— Max se volteó —Amina ¿puedes cuidar de Grif? ¿Comprobar sus signos vitales cada treinta minutos y avisarme si algo cambia?
—Sí— Amina ya había jalado otra silla y estaba sentada junto a Grif. —Cuando la intravenosa comience a agotarse, te mostraré cómo cambiarla. —Puedo hacer eso. He asistido en el hospital de aquí muchas veces. —Bien, gracias. — ¿Y yo?— preguntó Rachel. —Necesitamos que alguien haga guardia. — ¿No deberías ser tú? Eres la soldado…. —Marino. Rachel frunció el ceño —Eso no parece correcto, aquí, en medio de la jungla. —La mayoría del personal de la Marina pasa muy poco tiempo en un barco. Los pilotos de la Marina, Médicos de la Armada, Comandos de la Marina… todos estamos aquí. —Está bien. Tú eres el marino… ¿No deberías ser la que esté con el arma haciendo guardia? —Lo haré, más tarde— Max puso una expresión vacía —Pero primero tengo que hacerme cargo de los cuerpos. Van a descomponerse rápidamente con este calor, y no necesitamos a los depredadores merodeando en el campamento, encima de todo lo demás. —Oh Dios— dijo Rachel en voz baja — ¿Cómo pude olvidarlo? ¿Cómo vas a hacer para enterrarlos tú sola? —No voy a hacerlo. Voy a sacarlos de aquí y cubrirlos lo suficiente como para mantener alejados a los depredadores. Regresaremos por los cuerpos después. La Barbilla de Rachel se apretó —Yo te ayudaré. Mujer fuerte. Max no pudo evitar estar un poco impresionada —Aprecio la oferta, pero prefiero que no me disparen mientras estoy trabajando. Necesito que cuides mi espalda. Rachel la estudió durante un largo momento —Bien. Puedo hacer eso. —Bien— dijo Max abruptamente, incómoda bajo el escrutinio de Rachel, como si algo que quería mantener oculto, algo que ya no reconocía, hubiese sido expuesto repentinamente. No le gustaba la sensación. O peor aún, tal vez sí —Empecemos.
CAPÍTULO OCHO Max cubrió su nariz y su boca con una tira de tela que había arrancado de una de las carpas hechas jirones. Respirar por el tejido rígido era como forzar el aire a través de la arena, pero reducía el olor dulzón de la sangre y la muerte. Arrastró el tercer cuerpo una docena de metros hasta los matorrales, asegurándose cada pocos metros que no había llamado la atención de los rebeldes… o de un tigre. Había ubicado a Rachel al borde de la selva. Si fuesen atacados, podía mantener a raya a los atacantes el tiempo suficiente para que Rachel llegara a la carpa del cuartel, pero una vez que hubiese muerto, no habría nada entre los insurgentes y el campamento. Si los rebeldes la superaban, no dispararían a la carpa y Rachel y Amina tendría una oportunidad de sobrevivir. Los rebeldes ejecutarían a Grif. En el mejor de los escenarios, los rebeldes saquearían el campamento y dejarían a las mujeres con vida. Esperar que ellos les dejaran ilesos, era una ilusión. Max apretó los dientes y limpió el sudor de sus ojos. No perdería tiempo y energía que no tenía, imaginando a Amina y a Rachel en manos de hombres que pensaban que podrían tomar lo que quisieran de cualquier mujer. No dejaría que eso sucediera. No dejaría que le dispararan a Grif mientras yacía indefenso, o a Amina y a Rachel ser tomadas como si fuesen un botín de guerra. No mientras ella respirara. Puso de lado los tres cuerpos de los hombres, junto a una maleza de gran espesor. No pudo encontrar ninguna roca, pero lo cartuchos rociados por la selva por los Halcones Negros cortaron los troncos de los árboles como cerillas. Arrastró y rodó media docena de troncos sobre los cuerpos. No era un buen entierro, pero podía proteger sus restos de ser encontrados y esparcidos por los depredadores. Tenía que asegurarse que alguien de Mogadishu o de la Base Militar regresara tan pronto como pudieran. Sudando a chorros, mareada por el hambre y la fatiga, cortó una maraña de enredaderas con su cuchillo para cubrir el montículo. Detrás de ella, las ramas crujieron. Se dio la vuelta en cuclillas, haciéndose un objetivo más pequeño y jalando su rifle del hombro. Rachel tropezó y se detuvo, sus labios se separaron en un jadeo. — ¡Mierda!— el pulso de Max martillaba en sus oídos — ¡Te dije que te quedaras!. —No podía verte…— susurró Rachel —… y has estado aquí mucho tiempo. Pensé que…. —No quiero que pienses— Max bajó su rifle y recuperó su cuchillo. Guardándolo en la funda colgada de su muslo, se enderezó, interponiéndose entre Rachel y el montículo de cuerpos cubiertos por los troncos —Necesito que hagas lo que te digo— agarró del brazo a Rachel y la empujó hacia el campamento — ¿Qué parte de eso no entiendes? —La parte donde mi cerebro repentinamente dejó de funcionar— Rachel se soltó de su brazo —Y en caso de que no se te haya ocurrido, si vas y haces que te maten, el resto de nosotros no tendrá muchas posibilidades de salir de aquí. Max maldijo en voz baja. Imágenes de las balas rasgando el cuerpo desprotegido de Rachel, de la risa de los hombres poniendo sus manos sobre ella, o siendo víctima de ellos, hizo que su cabeza retumbara. Su visión vaciló mientras trataba de controlar su furia —Esta es la manera en que debe funcionar… yo hago las reglas. Yo doy las órdenes. Tú
no discutes, no cuestionas, sólo lo haces. Y entonces tal vez, sólo tal vez, saldremos de aquí en una sola pieza. El miedo y la ira de Rachel desaparecieron tan rápido como habían llegado, dejándola más cansada de lo que nunca había estado en su vida. No podía imaginar cómo Max todavía seguía funcionando… seguía haciendo lo que había que hacer —Tienes razón. Lo siento. Una vez más. —Olvídalo. Una vez más— Max le tendió la mano — ¿Tenemos un trato? Rachel tomó la mano de Max casi automáticamente, como si no estuviese realmente consciente de hacerlo —Haré mi mejor esfuerzo. Si te comprometes en dejar de apuntarme con tu arma. Max sonrió, sorprendida por la nota de broma en la voz de Rachel. Estaban casi cara a cara. Ella medía un poco más de 1.77 y usualmente miraba hacia abajo a la mayoría de las mujeres, pero los ojos de Rachel estaban a la altura de los suyos y tan cerca que podía distinguir las diminutas motas de brillo bailando en el verde intenso. La mano que se apoderó de la de ella, era tan fuerte como hubiese esperado de una mujer como Rachel, pero sorprendentemente, más suave de lo que anticipó. No había tocado a una mujer en mucho tiempo y había olvidado el contraste entre lo fuerte y lo tierno que podría ser el cuerpo de una mujer. Bajó la mirada hacia sus propios dedos enroscados alrededor de los de Rachel. Tenía las manos cubiertas de tierra y sangre y sintiéndose extrañamente indigna, aflojó su agarre. La mano de Rachel se alejó al mismo tiempo que la de ella. Mientras miraba los ojos de Rachel, el silencio en el claro fue tan fuerte como los disparos —Vamos, quiero echarle un vistazo a ese corte. Rachel suspiró, buscando con su mirada, como si estuviese tratando de encontrar algunos secretos que Max había escondido en lo profundo de su interior — ¿Cuál corte? —El que está en tu mejilla. —Estoy segura que no es nada— dijo Rachel. Cerca del mediodía, el claro era un horno. El sudor resbalaba por la nuca de Max. Una brizna de humedad cubrió el labio superior de Rachel y Max tuvo el loco y repentino impulso de quitárselo con su pulgar. Ella apretó el puño —Nada de eso. Estamos en medio de la selva. Si no lo limpiamos y se infecta, podrías estar en problemas. Además, de esa manera la cicatriz será menor. Rachel se rio, un sonido ahogado y carente de humor — ¿Una cicatriz? ¿De una pequeña cortada? ¿Y de verdad crees que me importa? —Tal vez no ahora. Pero cuando estés de regreso a tu vida normal, probablemente sí. —Mi vida normal— dijo Rachel, como si las palabras fuesen ajenas a ella. La intensidad de su mirada aumentó —Y… ¿Cómo imaginas que es? Max no tenía ni idea. Rachel no era nada más que una privilegiada, probablemente un poco mimada y una mujer intelectual como lo había imaginado cuando supo que iban en una misión para rescatarla. Lo que sabía de ella provenía de la muerte y el horror,
inimaginable para la mayoría de las personas. Pero Rachel no se había quebrado, no todavía. Estaba luchando. Demonios, estaba luchando con Max cuando no tenía otro lugar donde dar rienda suelta a su ira. La respuesta a la pregunta de Rachel repentinamente pareció importante. Mirando alrededor del vacío campamento, que hasta entonces sólo había sido un campo de batalla en su mente, Max intentó imaginar el lugar bullicioso ocupado por los trabajadores que prestaban atención de emergencia y simple bondad humana a las personas cuyos idiomas no podían entender y cuyas vidas e historias debían ser ajenas a las propias. Para hacer eso, en medio del peligro personal y la implacable desesperación, debían haber compartido un objetivo común, una pasión común. Esta había sido una comunidad, no sólo un grupo de extraños. —Lamento tu pérdida. — ¿Qué?— preguntó Rachel, sin aliento, casi aturdida. —Tus amigos. Todo lo que tenías aquí. Lo siento. —Yo... Gracias— la garganta de Rachel se apretó y para su horror, sus ojos se llenaron de lágrimas. Después de todo el miedo y el terror, que había estado luchando para mantener a raya, este sencillo comentario de simpatía, de comprensión, le hizo flaquear. El horror de la mañana le alcanzó. El tiroteo, el horrible hedor, el pánico, la muerte. Cerró sus ojos y su cabeza dio vueltas. Un brazo rodeó su cintura y fue acercada a un cuerpo firme. —Tranquila— murmuró Max —Vamos. Hay ciento quince grados aquí fuera. Necesitas algo de beber. Algo de comer. Rachel abrió sus ojos, sintiéndose tonta y débil. El rostro de Max estaba a un centímetro de distancia, esos ojos tan azules inconmensurablemente bondadosos. Sus ojos eran tan fascinantes, pasaban de ser fríos, duros y calculadores a ser inesperadamente compasivos, tan rápido como el viento. El corazón de Rachel latió con fuerza bajo su pecho y se sonrojó, avergonzada por lo que eso revelaba. Quería fingir que no necesitaba el consuelo, pero lo necesitaba. Muy en su interior, en su núcleo primitivo donde sus instintos estaban para sobrevivir, por cualquier medio posible, estaba aterrorizada, dispuesta a aferrarse con uñas y dientes y matar para sobrevivir. Aterrorizada de que los pistoleros regresaran, aterrada de ser secuestrada. Aterrorizada de poner su confianza en alguien, especialmente en esta mujer, cuyo abrazo sentía demasiado natural, demasiado bienvenido. Max de Milles podría ser una salvadora, pero también era una extraña y todo lo que Rachel estaba sintiendo en este momento, era producto del mundo irreal al que había sido lanzada. Gratitud, consuelo. Eso no le asustaba. Pero el deseo ardiente en el fondo de su estómago, sí. La mano presionada en el centro de su espalda era cálida y firme. El chaleco de Max, una especie de carcasa de plástico dura, presionaba contra los pechos de Rachel. Ella estaba expuesta, vulnerable y Max era como una montaña blindada en rocas. Rachel metió una mano entre ellas, presionó su palma contra el chaleco. Y se alejó. —Estoy bien— No te necesito para apoyarme.
—Vamos— una cortina cubrió los ojos de Max, su mano se alejó y dio un paso atrás —Somos objetivos fáciles aquí afuera. Y todavía tenemos mucho trabajo que hacer. Rachel tragó el nudo en su garganta —Sí. Cierto ¿Qué sigue? —Primero revisar el corte, luego algo de comida. Max se dio la vuelta y se alejó, dejando que Rachel le siguiera. Rachel siguió las grandes zancadas de Max, su corazón aún latía demasiado rápido. El centro de su espalda, donde había descansando la mano de Max, se estremecía y la pesadez en su pelvis palpitaba. Su vida no era suya, su destino no era suyo y ahora, incluso su cuerpo le estaba traicionando. Todo lo que podía hacer era rezar para que esto terminara antes que ella no se reconociera a sí misma. *** Max apartó el borde de la esquina de la carpa, se agachó debajo de la solapa y se metió en la penumbra. Escuchó a Rachel entrar detrás de ella, sintiendo su presencia como si aún estuviesen tocándose. Todavía conectadas. Incluso cuando se arrodilló al lado de Grif, fue consciente del hundimiento de Rachel sobre un catre que Amina debió haber traído de la parte posterior. Necesitaba revisar los signos vitales de Grif, ver si la hemorragia se había detenido, pero siguió recordando el rostro pálido de Rachel mientras se tambaleaba en el calor, a punto de desmayarse. Su instinto le dijo que la tomara entre sus brazos, para evitar que cayera. Para evitar que se hiciera daño. Nada raro había en eso. Era su trabajo, evitar que otros se dañaran, cuidar de ellos cuando estaban heridos. Pero nunca había experimentado tan salvajemente ese instinto protector que había sentido mientras sostenía a Rachel. Los ojos de Rachel reflejaron tantos mensajes… enojo, desafío, dolor, necesidad… sentimientos que no podía permitirse tener aquí, si quería que todos sobrevivieran. Quería quedarse de pie allí con Rachel, inmersa en esas sensaciones cambiantes y ese tipo de distracción podría ser mortal. No tenía tiempo para la ternura, no podía permitirse ser entorpecida por la simpatía. O por la otra maraña de emociones latentes en su vientre. Se mantuvo a espaldas de Rachel. Grif la necesitaba ahora. — ¿Cómo lo lleva?— preguntó a Amina. —Su pulso subió un poco— dijo Amina —Encontré uno de nuestros equipos de primeros auxilios allá atrás y le tomé la temperatura. Tiene fiebre. El estómago de Max se apretó. No era bueno. No había una maldita cosa que pudiera hacer al respecto. Miró su reloj. Eran las 12.00 horas —En dos horas le daremos nuevamente una dosis con antibióticos ¿Has comido algo? Amina negó con la cabeza, las ojeras hacían que sus ojos oscuros parecieran más grandes, fuera de combate. — ¿Crees que puedes encontrar algo para nosotras? Necesitamos mantener la fuerza ¿Hay agua? —Tenemos paquetes de comida preparada para dar a los desplazados— dijo Amina —Están almacenados en la plataforma de suministro detrás de esta carpa. Voy por ellos.
— ¿Qué tan lejos está? —Pocos pasos. Max agarró su fusil. No podía dejar que Amina caminara sola, aunque dudaba de un ataque a ésta hora —Iré contigo. —Gracias. Una vez satisfecha de que el campamento estuviese despejado, Max dejó a Amina encargada de los suministros y regresó adentro. Comprobó los signos vitales de Grif, reguló las intravenosas y preparó otra dosis de antibióticos. Después que él fue atendido, revisó los suministros que necesitaba para curar a Rachel y los llevó al catre donde Rachel estaba sentada mirándola con una expresión indescifrable. —Primero voy a limpiar la herida— Max se puso en cuclillas y empapó una gasa con solución salina —Puede picar un poco. —Yo puedo hacerlo— dijo Rachel. —Es más fácil si lo hago yo— Max limpió con solución las dos pulgadas de laceración debajo del ojo derecho de Rachel —Además, podrías no asearla correctamente si empieza a doler. Rachel sonrió a medias — ¿Y a ti no te importa hacerme daño? Max se rio en voz baja —Nop. Pretendo ser completamente despiadada. Rachel negó con la cabeza ligeramente —De ninguna manera, no lo creo. —Tal vez deberías— Max detuvo lo que estaba haciendo. Rachel no la conocía, no podía conocerla y ahora era un buen momento como cualquier otro para poner un poco de perspectiva en su situación —No confundas el deber con ninguna otra cosa. Sólo estoy haciendo mi trabajo. —Sí. Entiendo ésa parte perfectamente— Rachel no discutió el punto. Max tenía derecho a poner límites. Y si ella elegía mantener a las personas alejadas, no era incumbencia de nadie. A pesar de la insistencia de Max en parecer distante e indiferente, aun así, sus manos fueron suaves mientras tomaba la mandíbula de Rachel en la palma de su mano y continuaba la limpieza de la laceración. Rachel no tenía dónde mirar excepto el rostro de Max mientras ella trabajaba y se descubrió visualizando las pequeñas líneas en los bordes de sus ojos. Sospechaba que había desarrollado esas mismas líneas luego de semanas de entrecerrar los ojos bajo el sol implacable. Esas pequeñas imperfecciones sólo añadían atractivo al cuadro. Max tenía un rostro hermoso. Fuerte y elegante, con una mandíbula cuadrada y alta nariz recta. Mirar dentro de sus ojos era como mirar el mar… un minuto profundo e insondable y al siguiente minuto tormentoso y gris. Su cabello negro era grueso y abundante y el estilo indómito le hacía parecer descuidadamente guapa. Incluso las manchas de grasa debajo de sus ojos y el resto de polvo que quedaba en su mandíbula, acentuaba sus duros rasgos. — ¿De dónde eres?— preguntó Rachel, necesitando distraerse para no pensar en el rostro de Max, o en sus manos, o en la forma en que Max le había sostenido entre sus brazos como si tuviese todo el derecho de sostenerla.
—Djibouti. —Me refería a… antes. Por un segundo, Max pareció confundida, como si la pregunta no tuviese sentido. Luego, un poco de color cubrió sus pálidas mejillas —Oh. Ciudad de Nueva York… supongo. — ¿No estás segura? —Bueno, realmente no soy de allí, pero es donde vivo ahora. Donde trabajo. — ¿Dónde creciste? —Buffalo— dijo Max brevemente. Por la forma en que lo dijo, su pasado no parecía algo que ella estuviese interesada en discutir. — ¿Familia grande? ¿Hija única? —La más joven de siete— una sombra pasó a través de los ojos de Max —Mi padre estaba tratando de tener un hijo. Nunca llegó. Había algo allí, pensó Rachel y se desvió del dolor que no tenía intención de despertar — ¿Casada? ¿Comprometida? Max dejó caer la gasa usada en el pequeño montón de basura a su lado y abrió el paquete de cinta adhesiva —No y no. — ¿Nunca y nunca? —Ni siquiera cerca— Max inclinó el rostro de Rachel a un lado —Quédate quieta. Rachel esperó mientras Max cubrió su mejilla con cinta adhesiva. Parecía absurdo, que le diera tanta atención a esta pequeña lesión después de todas las heridas horribles que había visto ésta mañana. De todos modos, se sintió un poco decepcionada cuando Max terminó —Gracias. —No hay problema— Max recogió los restos —Amina nos encontró algo de comer. Asegúrate de comer algo. —Tú deberías hacer lo mismo. —Cierto. Lo haré. Los muros que tan cuidadosamente Max mantenía, cayeron entre ellas con un ruido sordo y Rachel pensó si sus preguntas habían sido la causa. Apenas había abordado lo personal, pero era evidente que el chaleco de Max protegía algo más que su cuerpo. Podía respetar eso… tenía un montón de sus propios muros, pero cuanto más conocía de Max de Milles, más quería saber.
CAPÍTULO NUEVE Rachel se sentó junto a Amina en el catre y abrió el paquete de comida. Había comido comida pre-cocida anteriormente… una combinación nutricionalmente
equilibrada de proteínas, carbohidratos y grasas en la forma de alimentos con buena pinta que siempre sabía sosa. La comida lista-para-comer estaba diseñada para ser comida tal cual, o calentada en su mismo empaque en la cocina, pero dudaba que incluso calentando los trozos de pollo, frijoles y arroz pudieran hacerlo más sabroso. No tenía apetito y sólo comía porque sabía que debía hacerlo. A su lado, Amina metódicamente hacía lo mismo. Rachel apretó su antebrazo — ¿Cómo estás? —No lo sé— dijo Amina suavemente —Una parte de mí quiere fingir que todo es un sueño, un muy mal sueño, pero de alguna manera eso parece irrespetuoso. — ¿Qué quieres decir?— Rachel rompió el envoltorio de galletas Fig Newton y mordisqueó una esquina. El azúcar era una buena fuente de energía, al menos — ¿Irrespetuoso? —Con nuestros amigos que murieron aquí y aquellos que han sido heridos tratando de ayudarnos— la mirada de Amina fue hacia Grif y Max, que estaba inclinada sobre él revisándolo nuevamente, murmurándole en voz baja. Él parecía no escuchar o responder —Lo menos que podemos hacer es recordarlo. —Sí— dijo Rachel, aunque no estaba preocupada por recordar. Nunca lo olvidaría, aunque parte de ella quería hacerlo desesperadamente —También me gustaría pensar que nada de esto está sucediendo, pero... no puedo— no podía borrar las imágenes grabadas a fuego en su mente… Dacar, muerto en el suelo sin una parte de su cuello. Grif corriendo para ayudarla y luego cayendo, con un arco brillante de sangre tibia brotando de su pierna. Grif, haciendo caso omiso de su propia situación y diciéndole que lo dejara para salvarse. Max, primero frente a ella con una pistola, luego con una inesperada e inconmensurable bondad en sus ojos. El ruido, el calor, el olor a pólvora y a sangre. Todo estaría grabado en su conciencia para siempre. Sacudió su cabeza —No puedo. — ¿Regresaran los estadounidenses?— preguntó Amina. —Max dijo que lo harían— mientras respondía, Rachel notó cómo había aceptado por completo la certeza de Max. Nunca había confiado en alguien sin cuestionarlo, ni siquiera en su padre, pero estaba confiando su propia supervivencia a Max. — ¿Cuándo? Rachel cubrió con el plástico la comida y la dejó a un lado —Max dice que ésta noche después la puesta del sol. Si pueden. — ¿Y los de Al-Qaeda? ¿Regresarán también? —No lo sé. — ¿Qué vamos a hacer si el enemigo regresa? —Vamos a luchar— Rachel no había pensado realmente en los rebeldes como sus enemigos… hasta ahora. No había sabido mucho de ellos antes de llegar a Somalia… de la amenaza que suponían para la misión, de los actos de barbarie que cometían, del terror que perpetraban a las personas somalíes cuyas tierras invadían, cuyos animales, alimentos y cultivos confiscaban. Entendía intelectualmente que los rebeldes eran un peligro potencial para ella y los demás, pero enemigo no era una palabra que habría utilizado con
nadie en su vida. En su vida, sólo contaba con unas pocas personas como amigos… aquellos con quienes había compartido sus esperanzas y sueños y rara vez sus miedos. La mayoría, incluso las mujeres con las que había tenido relaciones íntimas, conocían sólo breves destellos de su yo más íntimo. Conocía personas que prefería evitar, pero ninguna a quien pudiese haber llamado enemigo, hasta ahora. Aquí en esta tierra extranjera, la brújula de su vida había sido recalibrada y todo había tomado un significado diferente. Apretó la mano de Amina nuevamente —Ellos podrían no volver. Trata de no preocuparte. —Imposible…— dijo Amina —… pero me alegra que no estemos solas aquí. Rachel miró a Max. No tenía más remedio que confiar en el conocimiento y la habilidad de Max, pero no iba a dejar que Max llevara sola toda la carga de mantenerlas a salvo. Podría no ser un soldado, pero había tenido mucha práctica en cuidar de las personas que lo necesitaban. Grif necesitaba cuidado. No tenía idea de lo que Max necesitaba, pero todavía podía ofrecerlo. Se aproximó a Max. — ¿Hay algo que puedo hacer por él? ¿O.… por ti? Max guardó su estetoscopio en la caja —No. Él está más o menos igual. Sólo necesita que se le vigile. Amina está haciendo un buen trabajo con eso. —Entonces debes comer algo. —Lo haré, tan pronto como…. —Está tranquilo en este momento. Puede que más tarde no lo esté— dijo Rachel. Max, obviamente, se consideraba indestructible y normalmente Rachel no le hubiese presionado. Todo el mundo tenía derecho a un poco de autoengaño si no le hacía daño a nadie más, pero necesitaban que Max estuviera saludable, si iban a salir de este lío con vida —Sigue tus propias órdenes. Max suspiró —Está bien. Debes tratar de dormir un poco. Tendremos que tomar turnos ésta noche para vigilar. — ¿Qué vas a hacer ahora? —Voy a recoger todas las armas que pueda encontrar, iré a la carpa-hospital para abastecernos de suministros médicos y luego voy a hacernos un lugar seguro para pasar la noche. —Entonces voy contigo. Alguien tiene que cuidar tu espalda ¿recuerdas? —Es evidente que nunca olvidas nada y yo tengo la tendencia de que mis palabras se vuelvan en mi contra— Max sonrió —Voy a tener que tener eso en mente. —Tienes razón, pero dudo que digas algo que no quieras decir, así que no hay necesidad de preocuparse por eso— Rachel sonrió y le tendió una comida pre-cocida — Come primero. Giro completo. —Muy bien— Max acercó una caja de madera, se sentó y sacudió el utensilio de plástico que venía en el paquete. Tomó un bocado de carne y verduras y señaló la botella
de plástico que Amina había traído —Bebe otra botella de agua para que estés hidratada si vas a venir conmigo. —Estoy acostumbrada al calor— dijo Rachel, no quería ser motivo de que Max tuviese que preocuparse y bebió otra botella de agua de todos modos. —Bien— Max le dirigió una mirada larga mientras ponía de cabeza el paquete y sacaba la galleta que quedaba. Después dispuso del postre de un solo bocado, vació el bolso grande que Grif había llevado en la espalda y se lo entregó a Amina — ¿Puedes llenar esto con comida pre-cocida y agua? —Sí— Amina tomó el bolso y lo apretó contra su pecho — ¿Puedes llamar a tu Base? ¿Es seguro hacer eso? —Es seguro enviar un mensaje corto…— dijo Max —… y lo intenté varias veces cuando estuve... en la selva, pero no recibí nada más que estática. Probablemente había interferencia por las ramas de los árboles y la distancia que estamos de la Base. El silencio del radio no significa que no estén planeando venir por nosotros. Ellos reciben imágenes y tomas de reconocimiento de aviones no tripulados. Ellos lo usarán para ver si nuestros amigos andan por ahí y planear un camino de regreso. —Eso es bueno entonces ¿no?— dijo Rachel —Si nuestra gente puede ver a los rebeldes, sabrán si estamos en más problemas. Entonces ellos vendrán más pronto ¿verdad? —Si hay señales de algún campamento cercano, es posible que necesiten coordinar el personal necesario y apoyo aéreo… pero vendrán— Max cambió algunas de las municiones de la caja de Grif a la de ella, se puso la mochila al hombro y agarró su rifle —Hasta entonces, estaremos preparados. Rachel deslizó su rifle sobre su hombro con la naturalidad que alguna vez había usado para recoger un maletín. Qué tan rápido había llegado a aceptar el arma y lo que significaba sobre su vida. Ella alcanzó a Max, quien estaba recogiendo los fusiles y municiones que había retirado anteriormente de los cuerpos de los guardias — ¿Qué es lo que no nos estás diciendo? —Sabes lo que yo sé— Max se dirigió a la carpa, después que hubo apilado las armas dentro, comenzaron por la carpa de las medicinas. —No estoy hablando de lo que sabes— Rachel caminó al lado de Max, tratando no mirar los objetos en el camino abandonados por sus amigos y compañeros de equipo en las carpas hechas jirones. Ahora entendía la conmoción y la confusión que había visto una y otra vez en los rostros de los hombres, mujeres y niños que se habían congregado en el campamento, luchando por sobrevivir en un mundo que se había volcado en un instante —Estoy hablando sobre lo que piensas. No somos niños y no tenemos miedo de la oscuridad— todavía lo tenía, por lo que parecía, pero no iba a dejar que Max lo supiera. Enfrentaría esos demonios por su cuenta cuando llegara el momento. El borde de la mandíbula de Max se apretó —Ya sé que no eres una niña. Rachel dijo en voz baja —Recuerda la parte donde explicas qué está pasando y yo digo ¿sí, señor?
—Sí, señora. —No te ves como una señora. Y se cuando estás tratando de cambiar el tema. —Si la vigilancia muestra un campamento de Al-Qaeda cercano, los Halcones Negros estarán en riesgo si vienen nuevamente. Si yo estuviese planeando la operación, atacaría el campamento rebelde y al mismo tiempo enviaría un equipo para rescatarnos y así mantenerlos ocupados. Ese tipo de operación lleva coordinación— ella hizo una mueca —Y debe tener el visto bueno de Washington. Tan pronto como uno mete a los políticos en esto, todo se ralentiza. —Así que podríamos estar aquí un tiempo— Rachel sabía que su padre estaría haciendo todo lo posible para sacarla… a todos ellos… fuera de aquí, pero Max tenía razón. Incluso con la influencia de su padre, montar cualquier tipo de ofensiva requeriría una gran cantidad de debate en Washington y más allá. —Unos pocos días, posiblemente. — ¿Qué pasa con Grif? —Él va a salir de esto— dijo Max rotundamente —Espera aquí— ella puso el fusil en su hombro, empujó la solapa de la carpa de los medicamentos y se agachó en el interior —Despejado. Rachel le siguió adentro —La alacena de los suministros está en la parte de atrás. Max señaló una litera de lona recargada contra el costado de la carpa —Nosotros la apilamos allí. Una vez que cargaron los instrumentos y medicinas que Max quería, cargaron la litera y regresaron. Amina estaba sentada al lado de Grif sobre una pila de sacos de harina vacíos, con aspecto cansado, pero serena. Cuando empezó a levantarse, Max negó con la cabeza. —Nos encargaremos de esto. Rachel ayudó a Max a acomodar los suministros médicos en una mesa y a estirar la litera en el suelo — ¿Qué sigue? — ¿Segura que no necesitas un descanso?— preguntó Max mientras empezaba a salir. Rachel quería acurrucarse en el endeble catre, cerrar los ojos y dormir por un año. Quería despertar y estar en un hotel en Mogadishu, con un inodoro que desalojara el agua, una ducha que no colgara de un árbol y comida que llegara en un plato. Quería no tener miedo, no ver sangre por todas partes hacia donde veía, no sufrir por la pérdida. Dios le ayude, quería ir a casa —Estoy bien. Vámonos. Dos horas más tarde, estuvo dispuesta a retractarse. Pensó que había conseguido acostumbrarse al calor. La temperatura en el interior de las carpas, donde solía pasar el día, era tan alta o mayores que afuera y la intensidad de la luz directa del sol caliente se elevaban a un nuevo nivel. Su piel se sentía como si estuviese en llamas. Cada respiración arrasaba su garganta. La superficie de sus ojos ardía. Su camisa y pantalones estaban
empapados de sudor y riachuelos de agua corrían por su rostro, sobre su cuello y entre sus pechos. No estaba segura de poder soportar otro minuto bajo los rayos implacables. Pero Max no se rendiría ¿Cómo podría hacerlo ella? Se concentró en el rítmico sonido de la pala de Max al raspar. Max había estado haciendo eso por horas, con descansos cortos sólo para beber agua de la cantimplora enganchada en su cinturón, de manera constante llevaba la pequeña pala cuadrada al suelo, levantando una palada de tierra, arrojándola sobre su hombro en un arco rojomarrón. El agujero llevaba casi tres metros de ancho y más de la mitad de profundidad por ahora. La tierra se amontonaba alrededor de las orillas, y las paredes inclinadas hacia el interior. Ella entendía que Max tenía destinado para ellos pasar la noche en ese agujero. Sin duda supo que no podría dormir. — ¿No nos quedaremos atrapados allí si invaden el campamento?— preguntó Rachel. Max sin duda sabía lo que estaba haciendo, pero incluso la conversación era mejor que pensar en lo que estaba excavando. —Si ellos invaden el campamento, estaremos atrapados sin importar donde estemos— los hombros y los brazos de Max se flexionaron cuando ella clavó la pala en el suelo nuevamente —Al menos desde aquí algunos de nosotros podremos mantener a raya a cinco de ellos en todas las direcciones. Incluso tiradores inexpertos como ustedes dos. Si derribamos lo suficientes de ellos, podrían pensarlo antes de sacrificar más personas para llegar a nosotros. — ¿Tenemos suficientes municiones? Max limpió su rostro con su antebrazo y levantó la mirada —Estaremos bien. —Deberías beber un poco más agua. —Se me terminó. —Lo bueno es que a mí no— Rachel sacó otra botella del bolsillo de sus pantalones, la destapó y se la entregó a Max. Max se había despojado del chaleco y la chaqueta de camuflaje y trabajaba en camiseta y pantalones. El sudor se pegaba a la camiseta, en los bronceados hombros y pechos. Tenía una constitución sólida, los músculos de su torso esculpidos por debajo del apretado algodón, sus bíceps y antebrazos llenos de músculos. No llevaba anillos, sólo un reloj grande en su muñeca izquierda y una placa de plata de identificación colgaba de una cadena alrededor de su cuello. Sus pantalones de uniforme, incluso con su pesado cinturón de equipos cargados de municiones, su arma y otras cosas que Rachel no pudo identificar, no hacían lo bastante para borrar la curva de sus tonificadas caderas y muslos. Incluso sucia, llena de sudor y despeinada, Max era más atractiva que cualquier mujer que alguna vez hubiese conocido. —Necesitas mantenerte hidratada— dijo Rachel con voz ronca. Max tragó el agua tibia hasta que la botella de plástico se vació, notando que Rachel le examinaba cuando bebía. Estaba acostumbrada a estar rodeada por las tropas, a comer y dormir en lugares cerrados, a que semi-desconocidos le vieran en varios estados de desnudez, pero nadie le había mirado de la manera en que Rachel lo estaba haciendo
ahora, con valoración e interés. La mirada de Rachel subió desde su pecho hasta su rostro y cuando sus ojos se encontraron, Rachel se sonrojó. Max sonrió, gustándole la consternación de Rachel. Le gustaba la forma en que la boca de Rachel se apretaba un poco, como si estuviese irritada por haber sido sorprendida con la guardia baja. No había mucho de qué alegrarse por aquí. Sólo el estar vivo era ya una puntuación bastante alta en la lista de agradecimientos. La chispa juguetona de placer que Rachel sacaba de ella cuando menos lo esperaba, era completamente ajena. Ni en su vida normal, había disfrutado tanto de la rápida agitación en su vientre, inflamado por la lenta sonrisa de Rachel. Ella aplastó la botella de plástico con su puño y la metió en un bolsillo exterior de sus pantalones. —Gracias por el agua. Rachel asintió, la punta de su lengua recorrió sus labios como si estuviese buscando las palabras —Cuando quieras. — ¿Hay arroz o harina en las alacenas, detrás de la carpa? —Arroz, creo— dijo Rachel — ¿Por qué? —Bolsas de arena. —Oh. Supongo que eso significa que tenemos que traerlas hasta aquí. Max negó con la cabeza. Rachel estaba tratando de ser dura, pero su rostro estaba pálido a pesar de las quemaduras solares que coloreaban los arcos rígidos de sus pómulos. Arrojó la pala hacia afuera —Voy a echar un vistazo alrededor. Debe haber algo por aquí con ruedas. Rachel se arrodilló hasta el borde de la fosa y alcanzó a Max —Te ayudo. Max tomó su mano, clavó los dedos de los pies en el lado de la fosa y con el otro brazo se impulsó a sí misma hacia afuera. Se sacudió el polvo, con el rifle en los hombros y escudriñó la selva. Nada fuera de lo ordinario. Los animales estaban en silencio durante el calor del día. Incluso el canto de los pájaros se había desvanecido —Tenemos un par de horas más hasta la puesta del sol. Puedo encargarme de esto. Ve a revisar a Amina. Rachel vaciló. Temía la oscuridad que se aproximaba. En el día, se sentía más en control, pero en la oscuridad los temores eran mucho más difíciles de poner a un lado, el valor era más difícil de alcanzar. Se preguntó si Max temía a la oscuridad, y de alguna manera lo dudaba. Su enfoque era tan singular, tan intenso, que Rachel dudó que Max realmente notara mucha diferencia entre el día y la noche. No era una mujer que tratara con matices —No voy a dejarte fuera de mi vista. Así que deja de tratar de deshacerte de mí. —Podría darte una orden— Max se puso el chaleco de camuflaje —Estuviste de acuerdo en seguir órdenes. —No me provoques— murmuró Rachel —Ahora sé cómo disparar ésta cosa. Max se rio, un sonido tan extraño en este lugar de muerte y horror, el corazón de Rachel se estremeció ante el sonido. Eso tenía que ser la causa del flujo de sangre a través
de sus venas. Se dio la vuelta para romper el hechizo, pero todavía podía ver la manera en que los ojos de Max brillaron con picardía y algo mucho más intrigante.
CAPÍTULO DIEZ Max arrastró la pequeña carretilla por el campamento por quinta vez. Le dolían los hombros, la parte posterior de su cuello quemado estaba a flor de piel y su piel picaba en todas partes donde la arena se incrustaba en su ropa, en sus calcetines, en el cabello y las orejas. Sus piernas temblaban, los músculos se habían convertido en gelatina por el aire húmedo, el supurante calor y el estrés. Rachel la esperaba junto a la barrera de sacos de arena que habían construido alrededor de la trinchera, con bolsas de veinticinco kilos de arroz. Rachel no se había quejado, no había renunciado, aunque cada vez que colocaba una de las pesadas bolsas de arroz, en la parte superior de la pila sobre las otras, sus brazos temblaban visiblemente. Max le habría ordenado que se metiera en la carpa si no hubiese pensado que Rachel no se iría sin pelear, pero era poco probable. Y tenía que admitir, necesitaba su ayuda —Este es el último. —No puedo decir que lo lamento— murmuró Rachel —Nunca pensé que podía odiar tanto a un objeto inanimado, pero nunca voy a comer arroz nuevamente. Max se rio. El sonido le lastimó la garganta reseca por la arena, pero algo de humor ayudaba a aliviar la tensión que estaba volviendo sus músculos en bandas de acero. — ¿Qué hacen para ducharse por aquí? —Tenemos unas duchas portátiles detrás de la carpa-hospital. Siempre garantizaban que estaba tibia— una sombra pasó por el rostro de Rachel —Debe haber un montón de agua almacenada. Hoy debió haber sido día de ducha. Max no tenía que ser una adivina para saber que Rachel estaba pensando en aquellos que no lo habían logrado. De alguna manera, darle a Rachel cierta comodidad, incluso una distracción, parecía tan importante como mantenerla físicamente segura. Por lo general, su trabajo terminaba cuando la sangre dejaba de fluir o los heridos eran cargados en el transporte para su traslado al hospital de la Base. Rara vez había tenido tiempo o motivo para preocuparse por las pérdidas que éste lugar había traído, más allá de unos pocos minutos de consuelo en el campo de batalla. Las palabras que todos repetían muchas veces, ella apenas las escuchaba. No te preocupes, tropa. No se ve tan mal. Nada derriba a un infante de marina por mucho tiempo. Vas a estar bien. Mentiras misericordiosas y no se arrepentía de ninguna de ellas, pero quería más que un poco de tranquilidad para Raquel. No tenía ninguna y se sintió deficiente —Yo diría que nos hemos ganado una ducha. El rostro de Rachel se iluminó y algo de la tristeza se alejó de sus ojos — ¿Podemos? Quiero decir…— un poco de color regresó a sus mejillas —… ¿es seguro? —Vigilaré para ti si tú vigilas para mí— una fugaz imagen de Rachel bajo el agua, bañada por la luz del sol y el agua cayendo por la pendiente de su espalda y sobre la curva de su trasero, vino a la cabeza de Max. Asustada por un segundo de que Rachel pudiese leer su mente, dijo rápidamente —Prometo no mirar. Rachel le miró a través de sus párpados entrecerrados —Bajo otras circunstancias podría considerarlo un insulto.
La sonrisa divertida de Rachel atrapó a Max desprevenida. Tal vez Rachel había leído su mente, pero eso no le daba ninguna pista. Si se hubiesen conocido en algún otro lugar en el mundo, probablemente Rachel no le hubiese dado ni un pensamiento. Sus vidas eran tan diferentes como las arenas áridas del desierto y las brillantes luces del Times Square —Bajo otras circunstancias, probablemente no te importaría. —No estés tan segura— dijo Rachel —No pareces saber…. — ¡Max!— el grito de Amina cortó el aire con la fuerza de un arma de fuego — ¡Max!. — ¡Al suelo!— Max empujó a Rachel al suelo y se agachó sobre ella, su rifle en su hombro. Ella enfocó el perímetro, esperando que salieran las fuerzas rebeldes o una lluvia de disparos. Nada se movió. Escuchó. Nada — ¡Despejado! Vamos. Tan pronto como Max le permitió levantarse, Rachel cogió su rifle y corrieron a la carpa. Max irrumpió en el interior, en busca del enemigo. Amina estaba arrodillada junto a Grif, las dos manos presionando el muslo. Rojo escarlata veteaba sus brazos. — ¿Qué pasó?— Max dejó caer su rifle y se puso en cuclillas frente a Amina. —Se despertó y comenzó a revolverse. El sangrado comenzó tan rápido...— Amina contuvo la respiración —Es demasiado. —No te muevas— Max acercó su estuche de medicinas y buscó los fármacos y vendajes. Ambas cosas se estaban agotando. Grif se sacudió, casi tirando Amina a un lado y gritó — ¡Contacto! ¡Tenemos contacto con el enemigo!. —Está bien, Grif— dijo Max con calma —Estoy aquí. Estás bien. Grif empujó su corpulento cuerpo con una fuerza sorprendente, apoyándose en sus brazos. Se quedó mirando a una y a otra, con los ojos vidriosos por la confusión. El sudor rodó por su rostro, ríos de lágrimas corrían a través de la palidez y suciedad —Están disparando. Mierda. Disparando por todas partes ¡Deuce!. —Estoy aquí. Mantén tu cabeza abajo, compañero. Estás bien— Max preparó una ampolla de Demerol, la metió en la intravenosa y empujó hasta el fondo —Todo está bien. No voy a dejar que te pase nada. Por un instante, los ojos de Grif se aclararon y se centró en Max —Joder, Deuce. No quiero morir aquí. —No vas a morir. —Dile a Laurie que la amo. —Joder, no— Max lo agarró de los hombros, su rostro cercano al suyo y lo empujó hacia abajo. Lo miró a los ojos mientras el Demerol comenzaba a calmarlo —Vas a tener que hacer eso tú mismo. No me gustan ese tipo de cosas. Él sonrió —No me extraña que nunca consiguieras a ninguna mujer.
—Sí. Como si supieras. Los párpados de Grif se cerraron y su cuerpo se relajó. Secándose el sudor de los ojos, Max se desplazó hasta donde Amina presionaba con las dos manos en el muslo. La sangre brotaba entre sus dedos y se encharcaba en el suelo. Se estaba quedando sin tiempo —Rachel… ¿puedes traer la luz de propano de esa mesa de allí y averiguar cómo hacer que funcione? Rachel se agachó a pocos metros de distancia, sus pupilas negras y grandes como monedas de diez centavos. El pulso martilleaba en su garganta —Sí. Su voz era firme. —Bien. Mantenla en esa silla. Por una vez, Rachel no tuvo ni una pregunta. Se inclinó sobre la linterna, encendió el gas propano y lo trajo de regreso — ¿Qué vas a hacer? Max casi sonrió ante la pregunta, dándole la bienvenida a algo familiar en medio del caos —Necesito hacer una pequeña cirugía en esta herida y lograr detener el sangrado. Necesito que ambas me ayuden. — ¿Aquí?— preguntó Amina —En ésta carpa. —Créeme, me gustaría tener una buena cama limpia en una sala de operaciones donde ponerlo y tener instrumentos relucientes, pero no podemos moverlo. Ahora mismo, lograr detener el sangrado es nuestra prioridad número uno. —Lo siento— dijo Amina. —No lo sientas— Max sabía que sonaba brusca pero no tenía tiempo para preocuparse al respecto —Le has salvado la vida. — ¿Qué podemos hacer?— dijo Rachel. Max se quitó la chaqueta y su equipo y los dejó caer al lado de su rifle —Encuentra ese paquete de instrumentos médicos que trajimos desde el hospital. Ábrelo a mi lado. Mientras Rachel buscaba los instrumentos, Max abrió el contenedor de Betadine, se mojó los antebrazos y sacó unos guantes de su caja —Amina, prepárate para tomar las tijeras y cortar el vendaje. Mantén presionado hacia abajo en el centro de su muslo con tu otra mano. Rachel, ponte un par de guantes y abre los paquetes de gasa. Necesito que mantengas el área libre. —Yo...— Rachel miró el rostro de Grif — ¿Él se dará cuenta? —No está consciente, pero podría reaccionar. Si él empieza a moverse, quiero que te arrodilles sobre sus pantorrillas y las mantengas inmóviles. —Está bien— susurró Rachel. —Necesito que hagas exactamente lo que te diga cuando te diga que lo hagas. —Lo haré.
Max miró a Amina. Tenía la mandíbula tensa, su boca era una línea delgada y apretada — ¿Estás lista? —Sí. — ¿Ves los dos pequeños retractores en ángulo recto que parecen pequeñas bolas de dos pulgadas de ancho? —Sí. —Vas a utilizarlos para mantener la herida abierta para que yo pueda ver el interior— entre menos tiempo les diera para pensar en lo que estaban a punto de hacer, menos propensas estarían a ponerse nerviosas —Voy a quitar las vendas, poner los retractores en la herida y tú vas a mantenerlas separadas. Necesitas jalar. No le harás daño. Vamos a salvar su vida. Amina tragó visiblemente —Está bien. —Bien. Ahora— Max retiró el vendaje y de la arteria inmediatamente brotó sangre color rojo brillante y se derramó por el muslo de Grif. Max deslizó el retractor de ángulo recto en el centro de la abertura, manijas de ocho pulgadas salían a cada lado —Amina, tómalas y jala. Rachel, mantén el área tan seca como sea posible. Sólo limpia hacia arriba. —Sí— dijo Rachel —Lo tengo. Max agarró una pinza hemostática y una gasa y estudió la profundidad de la herida. Las balas habían pasado a través de los espesos músculos internos del muslo, a un lado del hueso. La arteria femoral corría entre los músculos, que cursaban desde la ingle hasta la rodilla donde se ramificaba para suministrar a la pantorrilla y el pie. La profunda rama femoral salía de la arteria principal a unas pocas pulgadas por debajo del pliegue de la ingle para suministrar a todos los grandes músculos del muslo. Esa tenía que ser la que estaba sangrando. Sólo tenía que encontrar el desgarro de la arteria y arreglarlo. La clave para encontrar la hemorragia en medio de un charco de sangre y desmenuzar el músculo era mirar… ver, distinguir el límite entre lo dañado y lo que estaba en buen estado. Allí, en el borde de la destrucción, los pliegues naturales del cuerpo mantenían, incluso en el peor trauma, capas cristalinas radiantes hacia fuera de la lesión. Con cuidado, limpió con el algodón, haciendo caso omiso de los pequeños vasos sangrantes que eventualmente se detenían por su cuenta. Ella identificó los distintos músculos, trazando el curso de la arteria en su mente. Debía estar aquí, moviéndose bajo los aductores del fémur, pero no estaba. La ronda de balas probablemente había tocado un segmento junto a una parte considerable de músculos. Tendría que mirar más adentro para encontrar el extremo proximal, uno que conducía a la arteria principal. Si podía controlar eso, la gasa hemostática y el vendaje de presión podrían al fin hacerse cargo del resto del sangrado hasta que pudieran meterlo en la sala de operaciones y limpiar la herida. No podía arreglarlo si no podía verlo. —Amina, jala con más fuerza. Amina tomó aire e hizo lo que Max le pidió. Grif gimió y su muslo se tensó. Los músculos intactos se flexionaron, la sangre brotó a chorros y el área desapareció bajo un charco rojo.
—Rachel…— espetó Max —… sostenlo. Rachel se sentó a horcajadas en la parte inferior de las piernas de Grif, con una rodilla a cada lado de sus pantorrillas y lo sujetó hacia abajo con su cuerpo. Inclinándose hacia adelante, lo limpió, los guantes se empaparon de sangre. Max metió un dedo profundamente en la herida, sacando un colgajo irregular de músculo y amplió su campo de visión, dejando que los hilos tenues de la fascia separaran una banda de músculo de la otra, guio sus ojos a lo largo de los planos originales. Un pequeño anillo de la anchura de un lápiz, pulsaba en la profundidad de la herida como un pequeño corazón —Aquí estás. Sólo con cinco milímetros de ancho, la arteria flexible saltaba con cada latido del corazón de Grif, bombeando la sangre en un flujo constante. Max deslizó las fauces abiertas de la pinza hemostática a cada lado del vaso roto y lo enganchó para cerrarlo. Inmediatamente el sangrado disminuyó. —Oh, Dios mío— murmuró Rachel — ¿Listo? ¿Lo lograste? —Casi— Max mantuvo la mirada fija en el extremo del frágil vaso y apoyó el instrumento en su palma. Si Grif se retorcía nuevamente, esa arteria podría triturarse como un pañuelo mojado —Sólo mantenlo quieto un minuto más. —Lo haré. —Rachel, el paquete azul. Pásamelo— Max abrió el paquete de sutura de nylon #4,0, descansado suavemente la pinza hemostática en el muslo de Grif y aseguró la aguja curvada en las fauces del aparato que la sostendría. Manteniendo la hemorragia constante otra vez, pasó la sutura a través del vaso por encima de la hemorragia, trajo los extremos del nylon alrededor del instrumento y los anudó. Cuando aflojó la presión, el tronco de la arteria seccionada se llenó de sangre y palpitó como si estuviese viva y tratando de escapar. Pero la ligadura la contuvo y la hemorragia se detuvo. —Te tengo, bastardo— Max tomó la primera respiración completa que había tenido en cinco minutos. Encontró otro vendaje hemostático y lo envolvió en la herida. Después de envolverle el muslo, le dio otra dosis de antibióticos. Miró de Rachel a Amina. Ambas parecían un poco aturdidas —Lo hicieron muy bien. Ambas. Rachel, ahora puedes bajar de sus piernas. Estará inconsciente por un tiempo. Rachel se levantó y tiró de sus guantes cubiertos de sangre —Está muy caliente aquí ¿verdad? Yo… no siento... . Max le agarró cuando empezó a balancearse —Tranquila. Estás bien. Sólo algo de exceso de sol. —Estoy bien— murmuró Rachel, inclinándose contra el costado de Max —Por lo general, yo no…. —Esto no es habitual. Ven. Túmbate aquí— Max mantuvo su brazo en la cintura de Rachel y le guio hasta el catre —Eso es. Cierra los ojos. Rachel levantó la mirada hacia ella —No puedo creer que hicieras eso. Fue…increíble.
Max sonrió —Gracias, pero realmente no lo es. Es lo que hago. — ¿Todo el tiempo? —Sí. —Eso es horrible. —Lo sé. Lo es— Max sacó una bolsa de intravenosa de los suministros que había traído anteriormente —Está deshidratada. Voy a darte algo de líquido. Te sentirás mejor cuando despiertes. —No quiero dormir. Max entendía. La mayor parte del tiempo, ella tampoco —Entonces no tienes que hacerlo. Pero tienes que quedarte aquí hasta que la intravenosa haga su trabajo ¿Es un trato? Rachel frunció el ceño —No creo que me gusten tus tratos. Creo que están amañados de alguna manera. —Bueno, hasta que averigües cómo, sólo hazlo— Max deslizó la vía intravenosa y conectó el líquido. Cuando terminó de acomodarla, Rachel ya estaba dormida. —También deberías descansar— dijo Amina al lado de Max. —Lo haré…— Max miró de Rachel a Grif —… cuando salgamos de aquí, conseguiré una gran comida, un enorme vaso de whisky y dormiré durante una semana. Amina sonrió —Nunca pensé que diría esto, pero eso suena bastante bien.
CAPÍTULO ONCE Rachel se enderezó despertándose, rodeada por el traqueteo y el estruendo de los disparos y rotores de helicópteros, el sabor de arena en su boca, el olor de la pólvora, el olor dulce a sangre fresca. Un terror tan profundo que creyó le envolvería. Sobre ella, el sol se desdibujaba detrás de las espesas nubes de polvo. Dolor y miedo atenuaban su visión. Tomó un respiro y se apoyó con las dos manos en la orilla del catre. El cuarto le dio vueltas y más recuerdos se agolparon. Los angustiados gritos de dolor de Grif, los ojos acusadores de Dacar, la mirada letal de Max sobre el cañón de un rifle de asalto. Max. Otro respiro a través de su garganta. La mano de Max en su espalda, constante y segura, la ternura en sus ojos que intentaba ocultar, la certidumbre y la delicadeza de sus manos mientras atendía el cuerpo lastimado de Grif. Rachel se centró en sí misma. Estaba en la carpa. Estaba viva. El errático latido de su corazón se estabilizó en una cadencia constante. Le dolía su antebrazo derecho y levantó su mano. Un tubo de plástico se unía a un catéter pegado encima de su muñeca. Una bolsa de intravenosa estaba acomodada junto a ella, en la parte posterior de una de las sillas de madera. Tragó saliva. Su garganta estaba seca, sus ojos le dolían. La náusea era una compañera constante. Pero estaba viva —Max. —Estás despierta— dijo Amina — ¿Cómo te sientes? Rachel volteó la cabeza y miró a Amina como otras tantas veces en su carpa… temprano en la mañana antes de levantarse y tarde en la noche antes de ir a dormir, cuando ambas susurraban algunos minutos sobre las cosas más allá del calor y la opresión de esta torturada tierra. Amina hablando largamente con nostalgia de su familia y amigos, sus esperanzas y sueños y Rachel escuchando. Tenía pocas cosas personales que compartir e intentaba no pensar en lo que decía acerca de su vida. Si Amina notaba su silencio, nunca le presionaba. Sus hermosos ojos oscuros, entonces y ahora, siempre habían sido cálidos, relajantes y comprensivos. Esta noche, Amina estaba tendida en un catre frente a ella, acostada de lado, su cabeza apoyada en su codo, como siempre lo hacía. Mechones de su cabello de ébano se habían escapado de su trenza y caían en su nuca, suelto sobre sus hombros. Rachel no podía recordar haber visto a Amina con un solo cabello fuera de lugar, pero nada era como había sido y muchas cosas por las que alguna vez se había preocupado ya no importaban. Lo que importaba era la comida y agua y que todos se mantuviesen a salvo. Lo que importaba era Grif, tumbado en una camilla improvisada en un espacio entre ellas. Él parecía estar durmiendo. Eso esperaba. —Estoy bien— dijo Rachel. — ¿Realmente? Rachel rio irónicamente —No, en realidad me siento terrible. Siento como si tuviese dentro de mi cabeza un tambor. Pero estoy bien, tomando en cuenta todo ¿Cómo estás tú?
—Creo que también estoy bien, supongo— Amina miró a Grif —Estoy tan triste por Dacar y por los otros. Tan triste y tan enojada. —Sí. Yo también— la ira, noto Rachel, era mucho más aguda que la tristeza… como un cuchillo cortando a través de ella, opacando el dolor aplastante de la pérdida. No olvidaría a los muertos, ni dejaría de llorarlos, pero mantendría su ira por la fuerza que encontraba en ella. Amina no era ajena a la pérdida. Tanto su padre como su hermano mayor habían muerto por algún tipo de conflicto entre clanes cuando ella era sólo una jovencita. Tal vez ella había reemplazado el dolor con empatía, canalizando su dolor en el programa de ayuda y la pasión por la justicia. Rachel no creía poder encontrar ninguna empatía para quienes mataban por poder, lujuria y codicia. No… tenía que mantener su ira y por el momento, su rifle. Recorriendo la carpa con la vista, su estómago se tensó. — ¿Dónde está Max?— preguntó Rachel. —Dijo algo sobre un reconocimiento. Salió hace veinte minutos. — ¿Sola?— Rachel hizo una mueca —Por supuesto que sola. No hay nadie más aquí ¿Cuánto tiempo he estado durmiendo? —No mucho. Una hora, tal vez. Rachel se sentó a un lado del catre y los latidos en su cabeza desaparecieron en un torrente de adrenalina —No debería estar allá afuera sin apoyo ¿Por qué no esperó por mí? —Ella es soldado— dijo Amina suavemente. —Es médico. —Y tú estás muy deshidratada. Sigue habiendo un centenar de grados allá afuera. —Voy tras ella— Rachel aflojó el adhesivo en su muñeca, cerró el paso de la intravenosa y retiró la aguja de su brazo. Amina se levantó, abrió un paquete de gasa y cubrió con una porción cuadrada y doblada el sitio en que la intravenosa estuvo en la muñeca de Rachel —No creo que deberías ir. No somos soldados. —Creo que ahora lo somos— Rachel abrazó a Amina rápidamente y le soltó — Cuida de Grif. No dejaré el campamento, pero no puedo quedarme sentada aquí esperando. —Pronto será de noche. Al menos estará más fresco. —No estoy preocupada por la temperatura— Rachel no quiso decir lo que ambas estaban pensando. Que cuando cayera la noche, podrían ser rescatadas. O los rebeldes podrían regresar. No lo sabía y no había respuestas. Toda su vida, había buscado respuestas… por qué su padre se preocupaba más por el poder y el prestigio que por la felicidad, por qué nunca conoció a una mujer por quien podría correr el riesgo de abandonar el estatus social por amor, por qué no importaba lo que había alcanzado, todavía se sentía inquieta e insatisfecha. De repente las preguntas parecían autocomplacientes y las respuestas ya no importaban. Lo que importaba era lo que podía
hacer en este momento. Lo que importaba era el ahora. Sacudió la cabeza mientras tomó su rifle de asalto y salió al campamento. Max la estaba convirtiendo en un soldado, después de todo. Al realizar una búsqueda por el campamento y no encontrarla, la tensión en su centro se acrecentó. Alejando una ola de miedo al pensar que Max pudiese estar en peligro, se preguntaba qué más le estaba haciendo Max a ella. *** Max se detuvo en el primer claro que pudo encontrar donde realmente pudiese ver el cielo a través de la densa selva. El sol era un intenso punto rojo en el oeste y calculaba que faltaba solo una hora antes que oscureciera. Intentó otra vez la comunicación por el satélite. —Foxtrot Charlie, éste es Fox MD2, solicitando rescate inmediato. Cambio. Como todas las otras veces que había intentado más cerca al campamento, sólo recibió estática en respuesta. Repitió el mensaje y esperó. …D2... repita... Max se apoderó de la radio y su pulso saltó —Foxtrot Charlie, Soy Fox MD2, solicitando rescate inmediato. Cambio. ... cuál es su estado... —Cuatro para transportar. Tenemos un herido. Cambio. Estática. Max apretó la radio, quería gritar. Constante y clara, ella dijo —Foxtrot Charlie, adelante. Cambio. Nada más que silencio. Max esperó otros diez minutos, repitiendo su mensaje y ya no hubo más respuesta. Revisó su brújula y emprendió su rumbo hacia el campamento, el cansancio, el hambre y la preocupación se desvanecieron un poco. Ése fragmento de contacto, el sonido de una voz amigable desde casa, era casi tan alentador como el zumbido de los rotores acercándose. Las tropas en Djibouti… su familia más allá de la madre y el padre con demasiados niños y sin suficientes medios o interés para cuidarlos… sabían que ella estaba aquí y la ayuda vendría. Nunca lo había dudado, pero la insidiosa sensación de estar aislados y abandonados se escondía en su interior, emergía cuando ella estaba más débil. No saber cuándo o si otro ataque vendría, le había atormentado todo el día. Le había dicho a Rachel que no importaba lo que viniera… lo único que importaba era estar preparadas y encararlo de frente. No estaba preocupada por sí misma. Nunca había sentido la ansiedad de ser extraída, pero tenía a dos civiles y a un marino severamente herido y faltaba al menos unas horas más para esperar que los Halcones Negros regresaran. Si hubiese una competencia entre los Halcones Negros y los rebeldes para llegar a ellos, ella apostaría por los Halcones Negros. El ataque de ésa mañana había sido un asalto desorganizado por unos rebeldes que probablemente tropezaron con el campamento por accidente. La pequeña fuerza de exploradores pudo haber atacado sin saber la identidad del contingente de la Cruz Roja.
Dudaba que a los insurgentes les hubiese importado la neutralidad de los trabajadores de la Cruz Roja, aunque lo hubiesen sabido, tomando en cuenta que asaltaban a los locales cada vez que los aldeanos o ganaderos se acercaban a territorio rebelde. La principal fuerza rebelde probablemente todavía estaba muy lejos. Los sobrevivientes rebeldes estarían heridos y para cuando llegaran a su base… incluso si otro ataque fuese planeado… les tomaría tiempo organizar las fuerzas y regresar. Un ataque en respuesta ni siquiera sería una prioridad… a menos que tuviesen un objetivo específico. Justo como el que ella había tenido. Rachel. Dos Halcones Negros habían sido enviados específicamente para rescatar a Rachel. Rachel había evitado hablar de ello, pero alguien con poder había arreglado algo así. Si ella era el objetivo del ataque esta mañana, los rebeldes regresarían por otro intento. Max exhaló fuertemente. Pensar en Rachel en manos de los rebeldes bloqueaba su razón. Necesitaba concentrarse en lo que sabía y en lo que podía hacer. Había sido escuchada en la Base. La ayuda estaría en camino y hasta que llegara, tenía que estar lista para pelear nuevamente. Inició el regreso al campamento, contenta de llevarle buenas noticias a Rachel. A Rachel, Amina y a Grif. El sendero era apenas reconocible al principio, apenas lo suficientemente ancho para una hiena mucho menos para ser humano y entonces lo piso antes de darse cuenta. El sendero corría paralelo al campamento, casi cincuenta metros dentro de la selva y era solo uno de los cientos que entrecruzaban la zona, recorrida por los cazadores, pastores y las tribus nómadas… y, en los últimos meses, por fuerzas rebeldes que usaban la selva como un santuario de ataques aéreos y terrestres. Esta probablemente había sido la ruta de los rebeldes, que habían atacado el campamento ésta mañana. Por el aspecto del sendero, no era una vía de acceso principal. Nada sugería un transporte mecanizado o incluso un gran volumen de tráfico a pie. Su estómago se tensó, se quedó inmóvil y buscó señales en la tierra a su alrededor por alguna perturbación. Inteligencia obtuvo informes de los somalíes, que indicaban que la tierra a todo lo largo de los senderos de la selva estaban minados. Si perdía un pie o una pierna aquí, moriría al estar expuesta, o por un ataque de animal o una infección si no se desangraba primero. Amina y Rachel probablemente sobrevivirían sin ella hasta que llegara la ayuda, siempre que los rebeldes no atacaran otra vez. Ambas eran fuertes y llenas de recursos, pero Grif estaba en estado crítico. Él podría empeorar en cualquier momento y sin un médico nunca lo lograría. Caminó lentamente, regresando con cuidado sobre sus pasos a lo largo de la ruta que había tomado desde el campamento. Apenas pudo distinguir el primer descanso indicando el borde del campamento cuando las ramas golpearon directamente hacia ella y donde la brisa no podía penetrar. Se agachó detrás de un tronco de árbol y apuntó hacia donde había percibido movimiento. Cinco minutos. Nada. Se arrastró más de cerca, con la boca seca y el martilleo en su corazón ¿Los rebeldes le habrían rodeado? ¿Ya estarían en el campamento? ¿Se habría equivocado en todo? ¿Las fuerzas rebeldes estarían más cerca de lo que había calculado? ¿Habrían regresado antes del anochecer? ¿Rachel, Amina y Grif ya estarían muertos? Se detuvo justo en la orilla de la selva y exploró el campamento. Todo tranquilo. Con precaución, corrió hacia un lado de una de las pequeñas carpas, usándola para
cubrirse. Escuchó el crujido de las piedras detrás de ella y se giró. Rachel estaba de rodillas en una carpa adyacente, su rifle de asalto formando un ángulo contra su pecho. Ella miró con Max. —Podría haberte disparado ¿sabes?— dijo Rachel. La bravuconería de Rachel era tan genuina, que la ansiedad de Max se había evaporado en una ola de alivio. Ella sonrió —Eso es bastante arrogante ¿no crees? —No dije que sólo tomaría una bala— Rachel se enderezó, sus ojos se estrecharon aun parpadeando — ¿Estás bien? Max se encogió de hombros, la molestia resurgió ahora que sabía que Rachel estaba a salvo —Por supuesto que estoy bien ¿Qué diablos estás haciendo aquí afuera? —Iba a preguntar lo mismo— con la mandíbula apretada, Rachel se acercó hacia ella — ¿Qué estás haciendo, yendo sola en la selva? Max sintió subir sus cejas —Pensé que sería una buena idea asegurarme que el perímetro estuviese razonablemente seguro. — ¿Y qué hubieses hecho si te hubieses encontrado en medio de un puñado de rebeldes? ¿Luchar contra todos tú sola? —Habría venido a toda velocidad hasta aquí ¿Cuál era tu plan si una docena de ellos hubiesen irrumpido en el campamento mientras estabas aquí afuera jugando a la patrulla? —Lo que me enseñaste. Apuntar y disparar. Mucho. Max sofocó otra sonrisa. Rachel había hecho lo mismo que ella hubiese hecho. Tomar un arma y salir a revisar. De todos modos, ella estaba preparada para morir. Quizás Rachel también lo estaba, pero no iba a permitir que eso sucediera. Pensar en Rachel herida enronqueció su voz — ¿Qué estás haciendo fuera de la cama? —No soy un paciente— espetó Rachel —Y tú no eres Rambo. Deja de tomar riesgos. —Lamento haberte preocupado. Los dientes de Rachel le dolían por apretar su mandíbula. La mujer era exasperante ¿Realmente pensaba que era invencible, o simplemente no le importaba si algún sicópata le disparaba o, peor aún, arrastrarla para primero torturarla? Todos los escenarios que podría imaginar pasaron por su mente mientras esperaba alguna señal de Max. Tan sólo la advertencia anterior de Max de no internarse en la selva debido a las minas, le había mantenido dentro del campamento. Eso y el no haber querido dejar sola a Amina. Cuando Max apareció a través de la selva, quiso gritar de alivio y correr hacia ella. Ahora sólo quería estrangularla ¿Y si no hubiese regresado? ¿Y si nunca le hubiera visto otra vez? La sensación de ansiedad en su estómago fue mucho peor que el temor que sentía ante la idea de que los rebeldes regresaran. Tenía un rifle… podía pelear. Lo único con lo que no podía pelear era con la muerte. Max tomaba muchos riesgos y eso le asustaba de una manera que nunca había temido anteriormente —No me preocupaste. Sólo me hiciste enojar.
—Bueno, eso no es nada inusual— Max miró hacia el cielo como si buscara algo. Cuando bajó la mirada hacia Rachel, el sorprendente azul de sus ojos atrajo a Rachel y sólo un instante, la guerra, la muerte y el miedo desaparecieron. — ¿Encontraste algo allá afuera?— preguntó Rachel, decidida a romper el hechizo. Max de Milles podría ser una mujer atractiva… de acuerdo, una asombrosa mujer atractiva… pero también tenía un complejo de superioridad que probablemente haría que fuese asesinada. Y era controladora y autoritaria y simplemente frustrante en todos los niveles. Así que olvidarse de sus increíbles ojos azules y su hermosa sonrisa era una muy buena idea. Max vaciló —Un sendero atraviesa bastante cerca del campamento. Creo que es el camino por donde los rebeldes llegaron esta mañana. Ahora no hay señales de ellos. Rachel suspiró, su alivio teñido de molestia —Maldita sea, Max. Pudiste toparte con ellos. —También me comuniqué con la Base— — ¡Oh Dios mío! ¡Por qué no lo dijiste antes!. Max se rio —Lo habría hecho, pero no has dejado de regañarme. Rachel se apoderó del brazo de Max — ¿Van a venir? —Te dije que lo harían— dijo Max —La transmisión se cortó, pero saben que estamos aquí. Vendrán. La alegría de Rachel se apagó y miró hacia la carpa — ¿No se sabe cuándo? —No ¿Amina y Grif están bien? —Sí. Amina dice que sus signos vitales están estables. Él estaba durmiendo cuando salí. — ¿Y tú? ¿Cómo te sientes? —Hambrienta, pero pensar en otro paquete de pollo pre-cocido no es realmente atractivo— Rachel se dio cuenta que todavía sostenía el brazo de Max y la soltó —Y todavía estoy molesta contigo. —Uh-huh. Tenemos un poco de luz y la zona está despejada ¿Ayudará si hago guardia mientras te das una ducha? Rachel le estudió —No estoy segura que dos minutos bajo un chorrito de agua tibia vaya a ser suficiente para disolver mi molestia. —Es un comienzo.
CAPÍTULO DOCE Rachel dio un paso al interior del cuarto de madera de 1 metro cuadrado e inclinó su cabeza hacia atrás. Una manguera colgaba del poste por encima de su rostro y el agua caía como una lluvia suave. El cuarto improvisado estaba abierto al cielo, y si no estuviese pensando que Max estaba haciendo guardia con un rifle de asalto, no se hubiese imaginado todo lo que había sucedido, casi podía imaginar que cuando saliera al campamento, sus amigos estarían reunidos en torno a la fogata, preparándose para cenar. Maribel estaría contando una historia de París, su suave voz con acento francés flotando por encima del rumor de fondo de Dacar y sus hombres, mientras que la conversación de Amina y los otros llenarían los sonidos de la noche en la selva, proporcionando un coro. Llenando su palma con un puñado de jabón líquido y extendiéndolo sobre su piel, casi podía creer que la vida como la conocía podría continuar… la noche caería tras un largo día difícil, trayendo la paz y la satisfacción de un buen trabajo. Ni siquiera podía imaginar una ducha como ésta y dar rienda suelta a la fantasía del flujo sensual que se filtraba sobre su cuerpo. La fantasía, admitió, era preferible a un recuerdo agradable, la ficción un recordatorio de que pocas veces había sido tocada con amor. Lujuria y deseo, sí. Amor y pasión, no que recordara. No lo había extrañado hasta que el espectro de la muerte le había seguido a cada momento. Inclinó su rostro hacia el cielo enrojecido nuevamente. La puesta de sol pronto daría lugar a la oscuridad. El agua se derramaba a través de su cabello y su cuerpo, avanzando valientemente entre el polvo apelmazado contra su piel. Dejó la puerta de madera medio abierta, por si necesitaba una ruta de escape si el enemigo aparecía de repente. A través de sus párpados semi-abiertos, vio a Max parada con sus pies abiertos, su rifle inclinado sobre su pecho, su espalda contra la ducha. Había visto ése cuerpo debajo del chaleco esta tarde cuando Max cavaba la trinchera y ahora se imaginaba la estrecha camiseta de fino algodón a través de sus esculpidos hombros, la disminución gradual de sus músculos hasta la cintura y el débil asomo de sus caderas. Bajo el uniforme, Max era tan sensual como fuerte. — ¿Cuánto tiempo más?— preguntó Rachel, enjuagando los últimos rastros de espuma. Max se dio la vuelta y sus ojos se encontraron. Rachel se quedó inmóvil, sus manos ahuecando sus senos, el agua cayendo por su torso, sobre su vientre y entre sus muslos, como si fuese un amante sensual deslizándose sobre su piel. La mirada de Max se movió más abajo, después la alzó lentamente y la miró. —Dos minutos— dijo Max, su voz lo suficientemente dura como para estar enojada, pero sus ojos no estaban enojados. Su mirada era fuego —Quiero que tú y Amina estén seguras antes que anochezca. Rachel dejó caer sus manos a los costados, sin apenarse por su exposición. Max le había visto desnuda en maneras más importantes que ésta. Max había visto su terror, su dolor y rabia, todas las cosas que generalmente ocultaba detrás de una fachada de control y despreocupación —Sí, está bien ¿Hay tiempo para Amina?
—Si se apresura. —Le diré— Rachel torció la abrazadera para cerrar el agua y sacudió su ropa polvorienta. Max se volteó de espaldas otra vez y mientras se vestía, trató de no pensar en cómo sus pezones se habían apretado debajo de la mirada atenta de Max, o del vuelco en la boca de su estómago o el hormigueo entre sus muslos que seguía pulsando incluso ahora. Había sido mirada por mujeres, por mujeres que había llevado a su cama y por aquellas que no había llevado. Había visto apreciación, añoranza, a veces hasta envidia. Pensaba que había visto deseo, ansia, pero había estado equivocada. Ahora sabía cómo era el ansia y dudaba que nada más pudiese provocarle otra vez. Exhaló un respiro irregular — ¿Y qué hay de ti? Max se volteó una vez más, el azul de sus ojos era tan negro como el océano bajo un cielo azotado por la tormenta —Amina primero. Estaré bien. —Gracias— Rachel cerró con torpeza los botones de su camisa alguna vez blanca… ahora rígida y amarillenta por el polvo. —Recoge las armas y empaqueta cualquier munición suelta en una de las mochilas. —Lo haré— Rachel avanzó hacia su improvisada base sin mirar atrás. No necesitaba preguntar por qué. Cuando la noche llegara, tendrían que estar preparadas para lo que fuese. Max le miró alejarse. El agua había puesto su cabello castaño casi negro y los oscuros rizos caían sobre su cuello y rostro con abandono. Su rostro mostraba signos de ligera quemadura por todas las horas expuestas bajo el sol, pero la piel de su pecho y abdomen era suave y cremosa. Una imagen de sus pechos ovalados y unos pezones ligeramente rosados aparecieron en la mente de Max. Debió haber mirado hacia otro lado, pero no pudo. Había estado en el desierto por meses y por años antes de eso, ella había existido en el desierto de su vida… trabajando, pasando noches sola, dejando que sus logros llenaran sus necesidades. No había tocado a una mujer en casi dos años y apenas había estado presente para eso. Después de una fiesta con sus compañeros de quirófano que no había sido capaz de evitar, había pasado pocas horas de mutua desesperación con una enfermera que había estado coqueteando con ella por casi medio año. Poco le importó que la enfermera fuese casada y con dos hijos, excepto porque la enfermera no tardó en señalarlo, ella y su marido estaban en medio de un juicio de separación, así que técnicamente el sexo no era un engaño. Max no preguntó más detalles. Tuvo que beber mucho para escuchar la inevitable historia de desinterés, distanciamiento y desilusión y la enfermera no estaba tan borracha como para no ser responsable por vigilar su propio matrimonio. Nunca se había vuelto a repetir, aunque la enfermera había señalado que estaría más que dispuesta. Max apenas podía recordar cómo era la mujer, si había tenido pechos grandes o pequeños, si su estómago estaba tonificado, si sus caderas eran estrechas o amplias. No podía recordar la textura de su piel o el olor de su cabello. Sólo un atisbo de Rachel había despertado en ella todas las sensaciones, tan indelebles como si se hubiesen tocado. Sus dedos se estremecieron ante el deslizamiento de piel sedosa bajo sus manos, su aliento quedó atrapado ante la presión firme de un pezón contra su lengua, su piel ardía por el simple deseo extendiéndose por su muslo. Debió haber apartado la mirada, pero no quiso.
Su cuerpo se sintió vivo cuando miró a Rachel y la sensación era tan extraña y tan estimulante, que no podía dejarla ir. No todavía. La puerta de tela de la carpa se abrió y Amina corrió hacia ella, con un bulto de ropa en sus brazos —Muchas gracias. Está tan caliente adentro. Max hizo un rápido análisis de su entorno. Nada se movía. Todo estaba tranquilo —Muy bien. Adelante. — ¿Cuánto tiempo? A espaldas de Max se escuchó el agua y revisó su reloj —Dos minutos. — ¡Dos minutos completos! ¡Es tan maravilloso!. Después de todo Rachel y Amina habían estado solo unos minutos bajo un chorro de agua tibia, esto parecía suficiente recompensa. Max solía pasar días sin una ducha, comiendo y durmiendo en el suelo. Lo primero que hacía cuando volvía a su unidad de vivienda, era tomar una ducha caliente durante mucho tiempo, esperando que el agua humeante lavara la sangre y los gritos silenciosos. Nunca sucedió. Tal vez Rachel y Amina serían más afortunadas. Eso esperaba. El agua se detuvo, la puerta de madera chirrió al abrirse y luego se cerró. El aliento de Amina era suave y regular mientras se movía. Max tuvo cuidado de no girarse hasta que Amina se acercó a su lado, totalmente vestida — ¿Todo listo? —Sí. Quiero darte las gracias…. —No— dijo Max —No es necesario. Has estado cuidando de Grif en ése horno todo el día. Yo te debo las gracias. Amina se ruborizó —Regresemos ahora. Necesitas descanso y comida. —Sigue adelante. Quiero ver los alrededores. —No te quedes afuera demasiado tiempo o Rachel insistirá en venir por ti otra vez. Max gruñó —Y creo que decirle que se quede adentro no sería nada bueno. Amina sonrió —No lo creo. —Vamos. Déjame llevarte de regreso— Max acompañó a Amina a la carpa y procedió a rodear el perímetro una vez más. El sol estaba ocultándose y la luz se desvanecía. Era hora de mover a los civiles al refugio. Por la mañana, esto habría terminado. *** El refugio que Max había construido apenas era lo suficientemente grande como para que Rachel y Amina estuviesen de pie o sentadas lado a lado después que amontonaron las armas adicionales, municiones, alimentos y agua en un extremo. El cielo claro con un millón de estrellas que brillaban a través de las ligeras nubes, ayudaba a que el apretado espacio pareciera menos confinado. Max había dejado agujeros en intervalos
irregulares en la barrera de bolsas de arroz para permitir que cualquiera desde adentro tuviese una vista de 360 grados del campamento. Rachel estaba parada, su cuerpo apretado contra la pared de tierra, aún caliente por el día y escudriñó hacia afuera. Las sombras jugaban con su percepción bajo la luz de la luna. El movimiento de un pedazo de tela suelta de la carpa se convertía en un hombre deslizándose, el parpadeo que la luz de las estrellas formaba sobre la arena era el destello del cañón de un arma. Por un momento volvió a tener cinco años, acurrucada en la cama con las rodillas dobladas y los brazos envueltos alrededor de sus piernas para hacerse más pequeña, mirando en la oscuridad las esquinas de la habitación donde los monstruos estaban al acecho. Había dejado de llamar a sus padres para que vinieran. Ellos le habían dicho que estaba imaginando los largos dedos y las formas que se avecinaban deslizándose a través del techo por encima de su cama. Cierra los ojos y ve a dormir, Rachel, había dicho su madre, no hay nada aquí. Pero ella no lo sabía. Ya no dormía con la luz encendida, pero aún desconfiaba de lo que no podía ver. No dormiría esta noche, no habría dormido, aunque un pelotón de soldados se interpusiera entre ella y la selva. Mientras la oscuridad envolvía su alrededor, podía ver al enemigo deslizarse fuera de la selva y arrastrase a través del espacio abierto. Max no dormiría, pero no podía dejarle todo a ella. Confiaba en ella, totalmente. Confiaba en que ella los defendería a ella y a Amina y a Grif, interponiéndose entre ellos y el peligro, pero confiar en ella para que hiciera todo sola no era justo. Pero entonces, nada de esto era justo. O racional. Todo en éste lugar era una locura. Si pensaba demasiado en la completa locura de estar en medio de una jungla esperando que alguien le disparara para matarla, perdería el leve lazo de esperanza de su propia razón. —Juro por Dios que se arrepentirán— murmuró ella a los monstruos en la oscuridad y se apoderó del rifle a su lado. — ¿Qué pasa?— preguntó Amina. Rachel respiró —Nada, lo siento. Sólo me desahogaba. —No re disculpes— dijo Amina —Es mejor gritar que llorar. —Tienes razón— Rachel miró a través de su nuevo portal. Una sombra se convirtió en una figura. Su aliento se detuvo y su mente se puso en blanco. —Amigos americanos— susurró la voz de Max. —Dios— suspiro Rachel. Max se inclinó sobre la barrera y le entregó una pila de mantas —En caso de que haya explosiones, cúbranse con éstas. —Gracias— Rachel ni siquiera cuestionó el por qué… era insensible a la posibilidad de una forma más de horror. Las pasó a Amina e hizo espacio para que Max bajara, pero Max se dio la vuelta — ¿Adónde vas? —No puedo dejar solo a Grif y tendré una mejor oportunidad de cortar un ataque desde aquí afuera.
Rachel ahora entendía lo del refugio. Max la quería a ella y a Amina fuera de la línea de fuego. Nunca había planeado unirse a ellas ¿Qué tal si son demasiados? Y si ellos… —Max ¿y si vienen en mayor número? —Sabes qué hacer. —Te ayudaré a mover a Grif. Va a estar más seguro aquí. Max meneó la cabeza —Acabo de revisarlo. Su presión es baja, su ritmo cardiaco está acelerado. Si sangra nuevamente, lo perderé. —Entonces voy contigo— Rachel se apoyó sobre sus pies en los orificios que Max había cavado a los lados del refugio y se acercó a la pared para empujarse. —No, no vendrás— Max se alzó sobre ella, bloqueando su camino —Estarás más segura dónde estás. Aquí afuera, no puedo protegerte— —Puedo ayudar. Max se agachó y la enfrentó sobre la barrera —Escúchame. Esta no es tu guerra. Sólo estás atrapada en medio de esto. No eres soldado. Hoy lo has hecho muy bien, pero este es mi trabajo. No dejaré que te lastimen. Rachel tragó saliva. La luz de la luna ceñía la cabeza de Max. La pintura del camuflaje había desaparecido y las manchas de suciedad desaparecieron ante el brillo aterciopelado de la oscuridad. Su rostro era tan suave como si hubiese sido tallado en mármol. Era muy hermosa —Sería muy infeliz si te vas y haces que te maten. Así que ten cuidado que eso no suceda. Max sonrió —Considero eso una orden. —Asegúrate que lo haces. —No te preocupes. Las posibilidades de que tengamos una noche tranquila son buenas. Rachel quería agarrar a Max y jalarla hacia la seguridad, pero no podía hacer más que cerrar sus ojos como lo hacía contra los monstruos. En cambio, se acercó a la barrera y tocó con sus dedos la fuerte línea de la mandíbula de Max —Mantén tu cabeza abajo, Deuce. —Entendido— Max presionó su mejilla contra la palma de Rachel por un breve segundo —Hasta pronto. Y entonces se fue, una sombra se fusionó con las otras sombras cambiantes. Rachel se inclinó fuertemente contra la pared, abrazándose a sí misma para calmar sus piernas temblorosas. —Ella vino aquí por ti ¿verdad?— murmuró Amina. —Sí. —Somos afortunadas, entonces.
—Sí, lo somos— Rachel miró profundamente buscando a Max y no pudo encontrarla.
CAPÍTULO TRECE Max bajó las gafas de visión nocturna y el mundo se transformó de negro a tonos de verde. La selva, frondosa y espesa en la luz del día, se transformaba en un muro monocromático de varios pisos de altura. Explorando lentamente, dejó que su cerebro descifrara las capas de imágenes sobrepuestas, tanto como lo hacía cuando miraba las heridas y encontraba lo que buscaba enterrado en los restos. Orden en el caos. Estabilizó su respiración, centró su conciencia, dejando que la noche se acercara. Un destello de luz de luna hacia brillar un par de ojos que miraba por debajo de las ramas en el borde del claro. Una hiena, tal vez. Las ramas perezosamente oscilaban ante una insolente brisa que no hacía nada más que mover el aire aún caliente sobre su piel sudorosa. En pocas horas la temperatura podría bajar lo suficiente para secar su sudor dejando una capa polvorienta e irritante, como los mosquitos que rodeaban su rostro y se arrastraban a lo largo de sus pestañas y orejas, la constante incomodidad física se había convertido en la norma. Se giró lentamente, estudió una rama que se movió fuera de sincronización con sus vecinas, la sombra de un depredador asustado se lanzó desde su escondite, la fusión de formas al azar en una reconocible forma humana. Escuchó el silencio que mostraba el último depredador que merodeaba, solamente escuchó el zumbido de los insectos, el ruido lejano de un tigre y el grito salvaje de una hiena. Satisfecha de que estuvieran solas, miró atrás para revisar el refugio, no confiaba que Rachel se quedara allí como había pedido. Un trasfondo de respeto corrió a través de su molestia. Rachel era tanto terca como valiente, lo que era considerable. Que no comprendiera totalmente el peligro, no disminuía su valentía. Si fuese capturada, como ciudadana americana… con toda seguridad con algún tipo de notoriedad… a lo mejor la retendrían para pedir rescate y no para asesinarla, pero incluso el cautiverio no le protegería de la brutalidad. Muy probablemente se convertiría en propiedad del Comandante rebelde… y abusar y humillar a las mujeres era a menudo una muestra de poder. Con suerte no la compartiría con sus principales tenientes, pero a veces compartir una mujer era otra forma de declarar la dominación. Sin importar cual fuese el resultado, muerte o degradación, quedaría marcada para siempre. La mandíbula de Max palpitó cuando apretó sus dientes. Rachel y Amina no necesitaban saber esas cosas, no deberían pensar en ello y no quería la culpa de Rachel por su imprudente intrepidez. Pero esta noche, necesitaba que tuviese un poco de miedo. El miedo se alimentaba de la precaución y no era nada de qué avergonzarse. Ella siempre estaba un poco asustada, en algún lugar en lo profundo de su alma, pero mucho tiempo atrás había aprendido que el miedo se podía convertir en un arma. Para ella, el temor de permanecer para siempre como una sombra, invisible para quienes deberían haberla notado, se había convertido en la fuerza impulsora para forjar una vida donde podía sentir que valía la pena, aunque no escapara totalmente de las sombras. Se deslizó dentro la carpa donde yacía Grif en la solitaria camilla. Aquí estaba su valía. Una vida para proteger. Se arrodilló a su lado, volteó hacia arriba sus gafas y centró el leve haz de luz de su linterna aferrada en su cinturón, sobre la pierna de Grif.
El centro oscuro e irregular de la venda no se había ampliado. Se había detenido la hemorragia. Subió su mano para comprobar su pulso. — ¿Qué diablos estás haciendo, Deuce?— dijo Grif con voz áspera en la oscuridad — ¿Estás coqueteando conmigo? Ella sonrió, el sonido de su voz aplacó un poco la tensión que rodeaba su pecho — Sueñas, amigo. —Estaba soñando… creo— él murmuró —Mierdas raras. Qué…. —Cállate un minuto— Max deslizó los dedos en su pulso radial y contó en silencio mientras seguía la manecilla del reloj táctico. Todavía tenía taquicardia, pero regular. Colocó su mano suavemente en su vientre y se movió un poco más arriba, así podría ver su rostro. En la oscuridad, apenas podía ver sus ojos, pero estaban abiertos y fijos en ella —Te ves mejor ¿Cómo te sientes? —Como un animal muerto ¿Dónde estamos? —En el campamento de la Cruz Roja ¿Recuerdas la misión? —Sí. Un desastre— lamió sus labios — ¡Diablos, tengo sed!. —Aquí— destapó su cantimplora, sostuvo su cabeza y le ayudó a beber. Cuando terminó, él se hundió y respiró con dificultad — ¿Qué pasó con la extracción? —Duración desconocida— Max no necesitaba endulzarle nada, no querría que él le ocultara la verdad si las cosas fuesen al revés —Las comunicaciones son irregulares… pero saben que estamos aquí. — ¿Hubo víctimas? —Tres de los guardias de seguridad somalíes están muertos. La mayoría de los otros fueron evacuados— abrió un paquete de galletas, sosteniendo una hacia su boca —Toma. Necesitarás la energía. Recibimos un par de golpes antes que los Halcones Negros pudieran salir de aquí. Él hizo una mueca —Mierda. Recuerdo ir hacia el helicóptero con…— él trató de sentarse. —Whoa. No vas a ninguna parte. Tuviste una hemorragia bastante seria en tu muslo y no quiero que se abra otra vez. — ¿Qué pasó con el objetivo? ¿Winslow? Max se sobresaltó, confundida por un milisegundo de desconexión. El objetivo. Winslow. Sin darse cuenta, Rachel había dejado de ser un objetivo, la meta de una misión. Las horas que habían trabajado juntas, el choque de voluntades y la revelación de antiguos secretos escondidos… se sentían como semanas, tiempo reducido por el horror compartido, el peligro y los momentos de desnuda claridad —Rachel. Ella sigue estando aquí con Amina, otra civil. Tuve que llevarlas a un refugio en el centro del campamento.
El rostro de él se nubló — ¿Esperas compañía? —Tal vez. No hay señales de ninguna fuerza cercana, por lo que he podido comprobar, pero lo mejor es estar preparados— ella se encogió de hombros —Pensé que estarían mejor protegidas y más capaces de defenderse si estaban atrincheradas. — ¿Y qué haces aquí en vez de estar allí con ellas? Ella sonrió. Se había olvidado de él… olvidado su consejo y su comprensión que no requería palabras. Él sabía, sin necesidad de decirlo, a lo que se enfrentaban. Su valentía alimentaba la de ella y ella esperaba devolverle algo —No puedo bajarte al refugio sin mover tu pierna más de lo que quisiera. Has perdido mucha sangre, pero ahora las cosas están estables. —Debe ser por eso que me siento tan fuerte como un mosquito— levantó la cabeza y miró a su alrededor — ¿Es una carpa de almacenamiento? —Más o menos. —Ellos revisarán. —Síp— si vienen por ella, pero él no lo dijo. No era necesario. —Es por eso qué voy a arrastrar tu triste trasero a la parte de atrás, donde no tengas un cartel de neón que diga ´dispárenme´. Él asintió —Dame un arma y toda la munición que puedas. —No tienes que decirlo— se arrastró alrededor de la cabecera de la camilla, se apoderó de los postes de madera sonde se apoyaba la cama de lona y lentamente lo jaló hacia atrás en el piso de tierra, lejos de la carpa, donde nadie lo viera si casualmente revisaban desde la puerta. Se arrodilló a su lado otra vez, tomó su arma automática de la correa junto con un cargador con municiones y lo puso todo junto a su mano derecha — Probablemente no necesites usar esto, pero tienes un cargador lleno y ahí hay un repuesto. — ¿Qué vas a hacer? —Agacharme allá fuera y disparar a cualquier cabrón que se acerque. Él se rio —Deberías haber sido un Marine, Deuce. —Equipo equivocado. —Sí— gruñó él —Estoy muy encariñado a los míos, pero quizá a veces esté sobrevalorado. —Diferentes gustos. Además, prefiero tapar agujeros que hacerlos, pero haces lo que tienes que hacer ¿cierto? —Cierto— él torció la boca y exhaló agudamente —Escucha, si las cosas salen de otra manera, dile a Laurie que fue rápido. No quiero que se imagine toda clase de mierda. —Estaremos bien— ella apretó su brazo —Volveré pronto. —Mantén la cabeza abajo, Deuce.
Max sonrió, recordando el susurro feroz de Rachel —Planeo hacerlo. Ella lo dejó porque no tenía otra opción, tal y como había dejado a Rachel y a Amina. Preferiría estar al lado de ellas, con su cuerpo como una protección, pero no podía protegerlos a todos. Escogió una posición en el extremo más alejado del campamento donde tenía una vista clara del lugar por donde los rebeldes habían emergido de la selva anteriormente. Las posibilidades eran que, si volvían, regresarían por el mismo camino. Se agachó, observó y esperó, escuchando por cualquier cambio en los sonidos de la noche, con la mitad de su mente pensando en ello y la otra mitad centrada en esa ráfaga de estática en la radio que le dijera que la ayuda estaba en camino. Cuando la primera explosión sacudió el aire, lo suficientemente cerca como para sentir las vibraciones a través de sus rodillas donde estaba arrodillada en el suelo, su pulso saltó. La adrenalina aumentó, la llamada a la acción dominó el miedo. Finalmente, había comenzado. *** El trueno rompió el silencio con un estruendo tan fuerte que sacudió a Rachel hasta lo más profundo. Aturdida, el corazón se congeló en su pecho, observó a través de la cubierta como los fuegos artificiales iluminaban el cielo. Impresionantes líneas de rojo brillante y naranja atravesaban el cielo. Brillantes estallidos de mantos amarillos flotaban en el manchado telón de fondo, una demostración de luces que hubiesen sido hermosas si no fuesen tan terroríficas. Rachel apartó su mirada deslumbrada del cielo y miró a través del espacio en la barrera hacia la selva, esperando las formas fantasmales, imágenes de pesadilla sacadas a rastras de su subconsciente para tomar forma y correr hacia ella. Sostuvo el rifle en la cima del montículo de la bolsa de arroz, con su dedo tembloroso en el gatillo ¿Dónde estaba Max? Su mente gritaba que presionara el gatillo, que disparara a las sombras y a cada reflejo en la oscuridad que se dirigiera hacia ella. —Max, maldita sea— susurró ella — ¿Dónde estás? — ¿Ya vienen?— dijo Amina apretujándose cerca de Rachel en el pequeño espacio. —No lo sé ¿Puedes ver algo? —No, pero creo que estoy demasiado atemorizada para ver. A Rachel le preocupaba más que su propio miedo le hiciera ver cosas que no estaban allí. Recordando que había aprendido a desconfiar de lo que no podía ver claramente, se obligó a respirar, sólo respirar y concentrarse en la oscuridad, sondeando las sombras en busca de formas reconocibles. Había un árbol, más allá un tronco, había un reflejo de luz que hacía que una loma hecha jirones pareciera hombre escondido —Max está ahí en algún lado. No vamos a disparar a menos que ella lo haga. Esperaremos por Max. —Sí— la voz de Amina estaba más tranquila —Max vendrá. —Lo hará— Rachel estaba absurdamente complacida de que su voz no temblara — Recuerda. No dispares hasta que ella llegue aquí. — ¿Cuánto tiempo esperaremos? Si....
Rachel tragó saliva. No lo sabía. No podía pensar más allá del regreso de Max. No se podía permitir imaginar ninguna otra cosa —Sabremos cuando. Vigila mientras yo reviso detrás de nosotras. —Bien. Rachel dio media vuelta para analizar los alrededores del campamento, como Max le había enseñado. Sólo había sombras atrás —No veo…. Amina gritó. Una figura se catapultó sobre los sacos de arroz y cayó en la trinchera. El corazón de Rachel se disparó hasta su garganta y levantó el fusil. —Amigos— Max se agachó al lado de ellas. Su rostro estaba parcialmente oscurecido por sus gafas de visión nocturna. Su cuerpo estaba casi deforme bajo las capas del chaleco y el camuflaje. Podía haber sido cualquiera, excepto por la línea distintiva de su mandíbula, la suave firmeza de su barbilla y la plenitud incongruente de unos labios demasiado sensuales para su usual expresión severa. Rachel nunca había visto una visión más hermosa — ¿Estás intentando que te dispare? —No todavía— Max giró para ver el cielo —Parecen cohetes superficie-aire. Ese rastro de fuego… armas especiales devolviendo los disparos. — ¿Qué está pasando?— preguntó Amina. —Fuerzas rebeldes de tierra disparando hacia los helicópteros que vienen, diría yo. Cerca de tres pasos de aquí. Rachel pasó su brazo alrededor de la cintura de Amina, tanto para su propio consuelo como para el de Amina — ¿Entonces los rebeldes van a venir? —Tal vez— dijo Max —Tal vez no. Tal vez nosotros sólo fuimos el cebo todo este tiempo. Creo que lo que quieren son los Halcones negros. — ¿Por qué?— Rachel miró entre Max y la selva, medio esperando que alguien más bajara hasta ellos, esta vez un enemigo con un fusil o un cuchillo. —Inteligencia, armas, tal vez sólo para alardear— Max negó con la cabeza — ¿Quién sabe cómo piensan? Cualquier especie de victoria, incluso si es falsa, probablemente les ayudaría a reclutar más seguidores. —Es una locura— murmuró Rachel. —Sí, lo es— Max tomó a Rachel del brazo —Voy a volver afuera. No disparen a menos que oigan disparar primero. Entonces, si alguien se acerca y no soy yo, disparen a todo lo que se mueva. —Quédate— esta vez Rachel escuchó el temblor en su voz y no le importó. No tenía miedo de quedare sola… temía por Max allá afuera en la oscuridad —Por favor. Los dedos de Max apretaron su brazo —Tendremos una mejor oportunidad si voy. Regresaré.
— ¿Mantienes tus promesas? —Sí. —Entonces promételo. Max vaciló, la luz de la luna brillaba en sus ojos —Haré lo mejor que pueda. Lo prometo. —Será mejor que seas…. Max alzó su rifle hasta el hombro —Agáchate. Rachel se agachó y empujó a Amina con ella. Manteniendo su cabeza abajo de la parte superior de la barrera, se acurrucó junto a Max entre la oscuridad. Otra explosión iluminó el campamento y ella los vio. Sombras entre sombras, saliendo de la selva ¿Animales? ¿Seres humanos? ¿Su imaginación? — ¿Max?— ella contuvo su aliento, temerosa de que el latido de su corazón revelara su posición. A su lado, Max seguía como piedra. Por un instante, Rachel se imaginó refugiándose contra ella, apoyándose en su fuerza. Sabía que podía y Max no pensaría menos de ella, pero debía pensar menos en sí misma. Mordiéndose el labio inferior, se obligó a ver las pesadillas en la noche.
CAPÍTULO CATORCE Max sostuvo su rifle y enfocó sus gafas de visión nocturna hacia el lugar donde había detectado movimiento. Si no hubiese pasado parte de su tiempo en las maniobras nocturnas, nunca hubiese reconocido el débil manchón frente a su vista, lo que era… la fugaz aparición desde la hilera de árboles de cuatro hombres irrumpiendo como fantasmas. Cuatro hombres entraron dentro del perímetro, de cada lado para reunirse en el centro desde las cuatro direcciones. Cuatro contra tres y Amina y Rachel eran completamente inexpertas. Sus esperanzas incluso no hablaban de probabilidades. —Rachel…— susurró ella —… muévete detrás de mí y cuida nuestra retaguardia. Mantén la cabeza abajo. —Entendido— Rachel se desplazó tan cuidadosamente como pudo, segura que el ruido de cada pisada de sus botas sobre la piedra, era tan fuerte como un disparo de cañón y audible en millas. Ella podría estar gritando ¡Por aquí! Y ¿Qué haría si veía a alguien? ¿Disparar? Sí. No ¿Podría? Hasta este momento, la idea de matar a otro ser humano nunca había sido real. Antes, cuando se puso furiosa por la matanza sin sentido de sus amigos y al mismo tiempo, aterrada e indignada de que los rebeldes pudieran regresar para sembrar más violencia, quiso atacar tan brutalmente como ella había sido atacada, o por lo menos pensaba que eso quería. Quería arremeter para aliviar su dolor, pero ahora, mirando hacia la oscuridad con su dedo en el gatillo de un arma que un día antes ni siquiera consideró tomar, se preguntaba si podría segar una vida. Y si podía… ¿qué diría eso acerca de en quién se había convertido? Amina se acurrucó junto a ella y en ese instante Rachel supo que jalaría del gatillo si eso significaba proteger a su amiga y a ella misma. Se preocuparía por las consecuencias más tarde. Max estaba sólo a unos centímetros de distancia, pero no se atrevió a mirar sobre su hombro, para no alejar la vista de lo que se escondía en la oscuridad. La certeza de saber que Max estaba detrás ella, protegiéndola, le hacía sentir segura en una situación donde la seguridad era imposible y se escudó en esa sensación mientras buscaba por el peligro. Sentía sus ojos resecos y tensos y se dio cuenta que no estaba parpadeando por temor a que un milisegundo de desatención le costara todo ¿Cómo alguien sobrevivía a esta locura día tras día? ¿Y a qué costo? No podía ver nada ahí afuera excepto el aleteo suave de las telas de las carpas. Eso era todo lo que era ¿cierto? Ese tenue brillo de luz de luna recorriendo el suelo desnudo como fragmentos de vidrio dispersos por una mano gigante. Si alguien se estaba acercando, no podía verlos. —Max…— susurró ella —… no puedo ver nada ¿Qué…? —Los perdí también— dijo Max. — ¿Estás segura que están ahí fuera? —Mi instinto me dice que sí, pero quienquiera que sean, son buenos— Max maldijo bajo su aliento, con una vehemencia que sorprendió a Rachel —Podrían estar buscando en las carpas. Grif está sólo. Voy a salir.
El pánico surgió —No. Si ellos están allí…. Max se puso a su lado e inesperadamente agarró su cuello, sintiendo su agarre fuerte, cálido y bienvenido. —Estarás bien— murmuró Max, su boca cerca de la oreja de Rachel —Puedes hacer esto. —No puedo…— susurró Rachel urgentemente —… no sin ti. No sabré cuando... No estoy segura si…. Los dedos de Max apretaron su nuca, suave y firmemente. El aliento de Max parecía deslizarse por debajo de la piel de Rachel y calmar los asomos de terror —Sí puedes. Regresaré ¿Recuerdas? Amina se apretujó cerca de Rachel —Confía en ella.... y en ti misma. —Yo...— Rachel se recompuso, apaciguando el temor que le obstruía la garganta. No quería que Max moviera nunca su mano. No quería dejar que las pesadillas regresaran —Está bien. Ve. Ve a ver a Grif— alcanzó la mano de Amina. Amina estaba calmada y su certeza ayudó a reforzar la resolución de Rachel —Estamos bien. —Esa es mi chica— murmuró Max. Por primera vez en su vida, a Rachel no le importó que le llamaran chica. No hacía falta discutir que era una mujer. Todo sobre la manera en que Max le hablaba, le conmovía, diciendo lo que ya sabía. —Ten cuidado— Rachel no quiso rogarle a Max que regresara rápidamente. Max haría lo que debía hacer y lo mismo haría ella. —Tú también. Y entonces Max se apalancó, rodó sobre las bolsas de arroz y se fue. Rachel intentó seguir su movimiento a través de la tierra y creyó ver un parpadeo entrando y saliendo de las sombras, pero no podía estar segura. Todas las sombras eran iguales. Se humedeció los labios secos —Amina… ¿puedes vigilar el otro lado? —Sí. Estaremos bien— susurró Amina. Rachel observó y esperó. En la distancia, más cercano ahora que antes, el estruendo de los rifles, de los agudos explosivos y el constante bombardeo continuaba estallando en el cielo. Tuvo el absurdo pensamiento que nunca sería capaz de ver un espectáculo de luces nuevamente, nunca sería capaz de escuchar un trueno sin experimentar un instante de terror. Sin importar lo que sucediera aquí esta noche, ella había cambiado para siempre. *** Max corrió para cubrirse con las carpas más cercanas, esperando recibir una ronda de disparos en cualquier momento. Quienquiera que estuviese allí alrededor seguramente tenía gafas de visión nocturna y la veían como ella los había visto y ellos eran mejor de lo que ella era. Tenía un rifle, pero no era un marino táctico. Podía disparar como la mayoría en el campo de tiro, pero primero era una cirujana. La necesidad le hacía una
guerrera y lucharía tanto como pudiera para proteger a Grif, a Rachel y a Amina, pero era superada en número y estaba fuera de su elemento. Y qué-si-su formación no le hacía un poco más buena. Tenía un plan y no iba a desorganizarse ahora con uno mejor. El primer paso era asegurarse que Grif estuviese despierto o se le hubiese pasado el dolor… si estaba despierto, podría defenderse sólo, incluso con una sola pierna buena, mejor que Rachel y Amina. Una vez que supiera que estaba seguro, podría decidir si dirigirse a la selva con la esperanza de distraer a los intrusos, mostrarse y luchar, o tomar una posición de defensa en la trinchera con Rachel y Amina. Escudriñó el área cercana, no vio a nadie y corrió a través de los siete metros entre ella y la carpa del cuartel. A mitad del camino, algo duro y enorme le golpeó en el abdomen, sus pies tropezaron y rodó unos tres metros, cayendo de espaldas con el rifle debajo de ella. El aire escapó de sus pulmones cuando se golpeó y un cuerpo pesado aterrizó encima de ella, haciendo imposible que inhalara aire. Jadeando, tratando de respirar y con los músculos que no funcionaban, dejó caer los brazos a los lados. Un rostro sin forma, enmascarado por gafas de visión nocturna y pintura opaca de camuflaje, se cernía sobre ella. El brillo del acero brilló cuando un cuchillo tocó su garganta. Una voz masculina amenazó —Soy Hernández, Marine del equipo cuatro ¿Quién eres? —De Milles...— los pulmones de Max revivieron cuando respiró un poco de aire y se mordió el labio con un gemido. Tenía una costilla rota… o dos —Fuerzas Médicas de la Base de los Estados Unidos. Él se hizo a un lado y redujo la presión del peso —Me alegra verte, De Milles. Él la agarró de su chaleco, la levantó y la arrastró a través del terreno para cubrirse en la carpa más cercana —Lamento lo del golpe. Tenía que estar seguro que no eras alguno de los mujyahid con un uniforme robado ¿Dónde están los demás? Max sólo tuvo un momento para saborear el alivio. Estaban aún en medio de un tiroteo y un largo camino hasta un lugar seguro —Uno herido en la carpa grande de la izquierda. Dos civiles en una trinchera en el centro del campamento. — ¿Uno de los civiles se llama Winslow? —Eso es correcto— dijo Max — ¿Cuál es la situación? —Los Halcones Negros no pueden entrar aquí… hay mucha actividad de tierra. Tendremos que caminar por un rato— él murmuró algo en su micrófono de comunicación, dando instrucciones a alguien para recoger a Grif. — ¿Qué tan cerca están los rebeldes? Él se encogió de hombros —Si se dan por vencidos en tratar de atrapar un Halcón Negro, veinte minutos. En el mejor de los casos… tendremos una ventaja de cuarenta minutos. —Escucha…— dijo Max —… quiero regresar con los civiles. Tenerlos listos para movernos. —Agua y municiones. Viajaremos ligero y rápido.
—Entendido. Ella se arrastró sobre manos y rodillas para regresar a la trinchera, murmurando — Soy yo— y rodó al interior. — ¿Qué está pasando?— preguntó Rachel. —Cuatro Marines están aquí para sacarnos— dijo Max —Nos vamos. — ¿Dónde están los helicópteros?— preguntó Amina. —No pueden aterrizar aquí. Tendremos que salir caminando— Max mantuvo su tono optimista. Cuarenta minutos de ventaja podrían ser suficientes para un entrenado Marine, pero saldrían con dos civiles y un hombre herido en una camilla. Si los rebeldes llegaban pronto al campamento y encontraban su rastro, los rebeldes los atraparían antes que hubiesen conseguido avanzar una milla — ¿Estás lista para eso? Rachel emitió una breve risa —Caminaré de aquí a Mogadishu si es necesario ¿Qué debemos hacer? —Agarrar una mochila ligera y llenarla con agua y algo de comida pre-cocida— Max llenaba sus bolsillos y su mochila con municiones. — ¿Qué tan lejos tendremos que ir?— preguntó Amina. —No sé, lo suficientemente lejos para que los helicópteros puedan llegar hasta nosotros— Max brincó hacia afuera, se agachó y ayudó primero a Amina y luego a Rachel a salir de la trinchera —Quédense cerca de mí. Las condujo rápidamente hasta el punto donde los Marines habían surgido de la selva. Dos hombres con equipo de combate se materializaron en el aire. —Somos Jones y Adeen, sus escoltas esta noche— dijo uno de ellos con una amplia sonrisa y un acento texano — ¿Estas damas están listas para un paseo? —No puedo esperar— dijo Rachel. Hernández y el cuarto Marine, un afroamericano delgado y alto, llegaron trotando con Grif sobre una camilla. Hernández dijo —Empecemos. Los primeros dos Marines escoltaron a Rachel y Amina entre ellos y los otros dos iban con la camilla. Max se acercó al lado Rachel — ¿Cómo estás? —Feliz de moverme. Desearía que no estuviese tan oscuro. Max posó una mano en la parte baja de su espalda —No trates de ver… sólo sigue al hombre delante de ti. Sus pies te dirán qué hacer. Después de un rato, tus ojos se ajustarán y se volverá más fácil. —Nunca más podré imaginar que algo pueda ser fácil. —Lo siento— murmuró Max, deseando poder retroceder el reloj hasta momentos antes de que Grif fuese herido y Rachel y Amina todavía tuvieran una oportunidad de escapar. Deseando poder deshacer el horror y el miedo que las perseguían.
—No tienes nada por qué disculparte— dijo Rachel suavemente —Sin ti pudimos haber intentado hacerlo por nuestra propia cuenta… y quién sabe dónde estaríamos ahora. Sé que me mantuviste cuerda. Ella temblaba y Max instintivamente deslizó su brazo alrededor de ella y la acercó —Eres increíble. Sólo aguanta un poco más. —No hay opción— suspiró Rachel — ¿Necesitas revisar cómo está Grif? —Sí, un minuto. —Adelante. Ya estoy bien. Sólo una fiesta de compasión momentánea. —Tienes derecho— Max no quería dejarla, pero Grif la necesitaba —Regresaré enseguida. La sonrisa de Rachel era visible incluso bajo la turbia luz —Sigue diciendo eso. Max sonrió —Repertorio limitado. —No lo creo. —Pregúntale a Grif en algún momento… él te dirá. —Podría hacerlo. Aún sonriente, Max se deslizó hacia el lado de la camilla. El rostro de Grif estaba tenso por el dolor — ¿Cómo vas? —Mejor de lo que estaba— gruño Grif —La maldita pierna duele como el demonio. —Prefiero evitarte más medicinas para el dolor, a menos que se ponga muy mal. —Síp. Tampoco quiero estar sedado por si las cosas se ponen difíciles— Grif tosió y tomó un minuto para recuperar el aliento — ¿Cómo les va a las mujeres? —Son duras— dijo Max con una acometida de orgullo —También inteligentes e ingeniosas. Lo lograrán. —Lo has hecho bien, Deuce. —Sólo resiste— ella le apretó el hombro —No estaré lejos. Él asintió con la cabeza y cerró sus ojos. Max rehízo el camino hasta Rachel — ¿Todo bien? —Creo que nunca estuve tan feliz en mi vida— la voz de Rachel estaba matizada con amargura —Y no es un triste lamento. Max frotó el hombro de Rachel —Has pasado por un infierno, más de lo que la gente ni siquiera puede imaginar. La conmoción está disminuyendo. Una vez que salgas de aquí y descanses, la vida tendrá sentido otra vez. Los dedos de Rachel tocaron los suyos, cálidos y suaves. Por un latido de corazón, la selva, la batalla, la locura de la vida, desapareció. Max se estremeció, contenta por la capa de oscuridad que cubría lo que ella no podía controlar.
— ¿Será así?— dijo Rachel —Una vez que has visto ésta locura… ¿puedes volver atrás? Max no contestó. La verdad era que no se lo deseaba a nadie, especialmente no a Rachel.
CAPÍTULO QUINCE Rachel nunca se asustaría por las sombras nuevamente, no después de descubrir lo que realmente era la verdadera oscuridad. El tiempo en esta negra desorientación significaba todo. Una vez que salieron del campamento, el manto bloqueó completamente el cielo durante un largo rato, pudiendo ser minutos, horas o días. Cuando incluso las sombras acabaron, miró con ojos abiertos una total negrura, tropezando a ciegas, siguiendo al soldado delante de ella por instinto y sentido que nunca pensó que tenía. Tal vez se sintió atraída por el calor de su cuerpo, como una criatura ancestral tirada sobre la superficie del océano por la llamada primitiva del sol. Tal vez se deslizaba siguiendo sus pasos por el primitivo instinto de conservación, mientras él se convertía en un escudo humano, haciendo a un lado las ramas y enredaderas que los arañaban desde todos lados. Su corazón se aceleró violentamente y el pánico burbujeaba en su garganta. No podía relajarse lo suficiente como para mantener una respiración completa, temerosa de que, si su hipervigilancia disminuyera un instante, pudiese ser atacada. Dudaba que alguna vez pudiera relajarse de nuevo. Amina estaba cerca, siendo guiada por otro de estos hombres fantasmales del equipo de rescate, cuyos rostros Rachel nunca había visto y en quien ella confiaba plenamente. De vez en cuando captaba la esencia de Amina que permanecía dulce, ligera e impávida como el espíritu de Amina. Se aferró a ese elusivo recordatorio de la vida que había conocido, antes que los olores de la pesadilla en esa selva finalmente la presionaran desde todos lados. Aislada en la oscuridad, su único apoyo era la débil presión en el centro de su espalda por los dedos de Max. Todo el tiempo que habían estado caminando… tropezando, en su caso… Max siempre había estado allí, justo a su lado, sin perderla de vista. De vez en cuando, como un regalo aún más preciado por su repentina aparición cuando se había rendido de esperarlo, un poco de la luz de la luna se filtraba a través de los árboles. Cuando sus ojos lo captaban como un intento desesperado de corregir un mundo enloquecido, había observado el esbozo de un casco y una forma más oscura contra las otras formas sin forma. Max. Algo de la pesada asfixia se aligeraba en su pecho y ella se centraba en la ligera presión de los dedos de Max, un recordatorio silencioso, fuerte e inquebrantable, de que no estaba sola en esta terrible locura. Estiró la mano entre la oscuridad y alcanzó el brazo de Max. Apretándolo. —Lo estás haciendo muy bien— susurró Max. Rachel ahogó una incrédula risa ante la mentira descarada ¿Cómo sabía Max lo que necesitaba cuando ella se había negado a admitir que necesitaba algo, incluso a sí misma? ¿Max podía sentir su miedo… leer su mente? ¿O había sido siempre tan transparente y solo se había engañado a sí misma todos estos años? Max había sido muy buena al ver lo que ella siempre había logrado mantener escondido de los demás. Siempre trabajó muy duro para mantener la fachada de valentía y control, fingiendo que no estaba aterrorizada de ir a la cama de niña y convenciendo a todos, incluyendo a sí misma, de que no
necesitaba nada más que una carrera significativa y relaciones convenientemente ocasionales para ser feliz. Mantener cualquier tipo de fachada aquí era imposible. Todos estaban al desnudo, reducidos a sus necesidades más básicas, a sus deseos y temores. Desde el momento en que Max había salido de la oscuridad y le había mirado a los ojos, había visto debajo de su máscara. —Gracias por mentir— dijo Rachel, finalmente libre al dejar caer la máscara — Estoy terriblemente asustada. —No hay nada de qué avergonzarse— los dedos contra su espalda se convirtieron en una palma, presionando un poco más firme, recorriendo arriba y abajo. Una caricia reconfortante. No, no era una caricia. Max, haciendo lo que hacía muy bien. Cuidar a las personas. —Lo siento— susurró Rachel, sintiéndose egoísta por querer el consuelo, por pedir más de Max cuando Max ya había hecho demasiado. Debía ser más fuerte que esto. Como la niña cuyos padres habían dejado en la oscuridad para enfrentar sus miedos, tenía que ser más fuerte si quería ser amada. Dios… ¿qué seguiría?.. ¿rogarle a Max que no le dejara nuevamente? Max simplemente estaba siendo Max y leer otra cosa en sus acciones sería un error. Liberó el brazo de Max —Estoy bien. No necesitas…. —Tal vez yo lo necesito— la voz de Max era áspera y urgente —Tal vez yo quiero. Rachel se estremeció. Yo quiero... ¿qué? ¿Ayudarte? ¿Protegerte? ¿Tocarte? No necesitaba eso. No lo quería ¿O sí? —Alto— ordenó en tono bajo una voz masculina. Rachel se detuvo ante la orden, sintiéndose como una especie de soldado. El líder Marine dijo —Sobre ésta cresta hay un campamento nómada. Todo indica que está abandonado. Hay espacio suficiente para que aterrice el Halcón Negro. Dos minutos. Tendremos que correr hacia el. Max dijo —Entendido. Dos minutos. Dos minutos y todo habría terminado. Un millón de pensamientos se arremolinaron en la cabeza de Rachel ¿Era todo? ¿Estaba a punto de morir? ¿Nada de lo que había hecho realmente importaba? Ella había llegado a este lugar tan lejos de casa, llena de propósitos y de pasión, decidida a hacer una diferencia de una manera que realmente contara, no como su padre deseaba, en los salones de mármol del gobierno donde la codicia y el apetito personal distorsionaba el propósito superior del oficio, menos aquí en el frente donde la gente ponía sus creencias en acción. Había elegido una vida completamente contraria a todo con lo que había crecido para demostrar que era capaz de desterrar los monstruos por su cuenta ¿Demostrarle a sus padres? ¿A ella misma?.. que no tenía miedo. Había comprometido su tiempo y energía y había sacrificado su comodidad y su vida personal, en la búsqueda de sus objetivos. No había previsto que tendría que arriesgar aún más… que había puesto su vida, no sólo su ideología en el frente, de la forma más fundamental. Max le había demostrado lo que era la verdadera valentía. Se había hecho parte de un nuevo equipo, un nuevo grupo decidido a sobrevivir y daría
la vida por cualquiera de ellos… por Max, por Amina, por Grif, por éstos hombres sin nombre y sin rostro que habían arriesgado su vida por la de ellas. En los últimos momentos restantes, se volteó rápidamente hacia Max. Tal vez había sido un truco de su imaginación, tal vez en algún lugar la hoja de un árbol había revoloteado por encima de ellas, permitiendo que la luz de la luna se deslizara a través del manto, pero el rostro de Max estaba claramente visible en la oscuridad. Tanto que quería decir y no había palabras que pudiesen decir lo suficiente —Gracias. Por todo. Max se detuvo por un largo momento. Sus ojos brillaron, intensos y penetrantes — De nada. Rachel sonrió. Max entendió. —Prepárense— dijo el Marine delante de ella. Rachel no podía imaginar correr a través de esta negrura, pero lo haría si eso significaba salir de aquí. Si le pidieran volar, averiguaría una manera de hacerlo. —Voy a regresar con Grif— dijo Max. Rachel agarró su brazo —Sólo asegúrate de llegar al helicóptero. Por Favor. —Allí estaré— Max deslizó la mano sobre su espalda antes que sus dedos recorrieran el brazo de Rachel hasta llegar a su mano. Max apretó sus dedos —Quédate con Hernández, sin importar lo que pase. —Pero…. —No mires atrás. Sólo vete. Hernández se apoderó de su antebrazo con firmeza —Vámonos. Rachel fue impulsada hacia adelante y Max desapareció. Sus pies coordinados con su cuerpo, se movieron más y más rápido y entonces estaba corriendo, chocando a través de la maleza, sin aliento, los brazos en frente de su rostro para alejar las ramas que le abofeteaban. Acercándose más y más mientras corría hacia el zumbido de miles de abejas… una colmena que resultó ser el acelerado zumbido de los rotores del helicóptero. Por suerte, la selva finalmente la liberó de su dominio y ella irrumpió en un claro, la luz de la luna era tan intensa que parpadeó furiosamente para borrar las lágrimas en sus ojos. Allí, en el centro de un claro rodeado de cabañas destruidas y pequeñas parcelas de maleza marcada por muretes de piedra, estaba asentado un helicóptero. Justo delante de ella Amina dio un grito agudo de alegría y se tambaleó hacia delante para llegar al Marine, cuyo brazo le rodeó por la cintura. Rachel desaceleró y buscó alrededor, hacia la imponente muralla de vegetación detrás de ella ¿Dónde estaban los otros? ¿Dónde estaba Max? Un tiroteo estalló. Un relámpago salió detrás de los helicópteros y el aire resonó por el fuego de las armas automáticas. Rachel gritó. — ¡Vamos!— Hernández tiró de ella hacia el Halcón Negro y sus pies apenas tocaron el suelo. — ¿Y los demás?— gritó ella.
— ¡Sigue adelante! ¡Y mantén tu cabeza abajo!. —No podemos dejarlos— sus palabras se perdieron en el vórtice de remolinos de arena y aire pulsante. Más adelante, alguien dentro del helicóptero se agachó y levantó a Amina como si fuese una niña. Cuándo Rachel estaba a unos metros de distancia, unas manos le agarraron por la cintura y los brazos y estaba en el aire, sus pies volando desde el suelo y aterrizó en el piso de metal del helicóptero con un discordante ruido sordo. Una vez que recuperó el equilibrio, se quedó mirando las figuras hacinadas en un pequeño espacio casi tan claustrofóbico como había sido la trinchera. — ¿Estás herida?— una voz femenina, con el rostro parcialmente cubierto por un casco. Ojos marrones. No azul índigo, no era Max. —Yo...— Rachel se giró hacia la puerta abierta. El suelo fue tragado por la noche. Una mano en su brazo. El rostro ahora más claro. Joven, intenso —Soy la Asistente Médico Delgado ¿Estás herida? —No— Rachel gritó por encima del ruido, tratando de ver a través de la oscuridad y el polvo —Estoy… bien. —Bien. Por aquí. Delgado la llevó a un lado del centro del helicóptero y ella se deslizó, sus piernas se volvieron gelatina. Alguien colocó una manta sobre ella. Amina se acercó y tomó su mano. —Lo hicimos— dijo Amina, las lágrimas manchando sus mejillas y el triunfo brillando en sus ojos —Se acabó. Rachel envolvió con su brazo la cintura de Amina y se inclinó hacia ella —Sí. Se acabó. Esperaba que Amina creyera la mentira. Una serie de golpeteos sacudieron contra el cascarón de metal y alguien gritó —Estamos bajo fuego. El Halcón Negro vibró mientras el motor aceleraba. Delgado conectó un cinturón de seguridad por encima de sus cabezas, su cuerpo balanceándose mientras el helicóptero se balanceaba de lado a lado. Estaban despegando. —No— Rachel gritó, arrojando la manta a un lado — ¡Max!— trató de incorporarse en sus rodillas y estuvo a punto de caer. —Quédate abajo— gritó un soldado y bloqueó su camino. — ¿Dónde están los demás?— ¿Dónde estaba Max? Max nunca le habría dejado. Ella no podía dejarla. Con un grito atrapado en la garganta, se apoyó sobre sus brazos y comenzó a arrastrarse por el suelo hacia la puerta abierta. El soldado se lo impidió —Aquí vienen.
Un Marine saltó de la oscuridad del helicóptero, se arrodilló en el borde de la puerta y se asomó. El extremo de la camilla apareció y la agarró. Otro Marine se acercó e hizo lo mismo. La camilla y Grif fueron izados a bordo. El Halcón Negro se elevó. Rachel miró hacia la puerta, un abismo negro y opaco y esperó, el tiempo se detuvo. Los minutos parecieron horas interminables y su corazón casi se detuvo. Un brazo, dos, salieron de la oscuridad y dos de los Marines le tomaron por las muñecas. Jalaron y el cuerpo de Max voló al interior. Aterrizó sobre su espalda y se quedó acostada. Rachel esperó, congelada. Max se volteó, le miró a los ojos y sonrió. —Ya era hora— atinó a decir Rachel mientras su corazón empezaba a latir nuevamente. —Te dije que estaría detrás de ti— gritó Max. —Sí, lo hiciste— murmuró Rachel. Max se impulsó a sí misma y se inclinó sobre Grif. Rachel se dejó caer al lado de Amina. El Halcón Negro ascendió en la noche. No sabía a dónde iba y no parecía importar. No tenía ni idea de lo que iba a hacer cuando llegara. Ni siquiera estaba segura de saber si volvería a ser la misma que había sido.
CAPÍTULO DIECISEIS El helicóptero subió en línea recta y el impacto de las balas contra el cuerpo metálico se desvaneció. Haciendo un arco amplio, viró bruscamente, girando 180 grados y tomando velocidad. El viento entró a través de la cabina y Rachel apretó la manta contra sí. Los Marines con ametralladoras se inclinaban a los costados del helicóptero. Delgado se arrodilló junto a Max que estaba sobre la camilla de Grif, cambiando bolsas de intravenosa y poniendo los medicamentos. La oscuridad más allá de las leves luces de la cabina era impenetrable. Rachel no podía ver a dónde se dirigía el helicóptero, no que realmente le importara mientras estuviesen lejos de la selva de Juba. Todo lo que realmente importaba era que Max estaba a salvo y a bordo. Ahora todos estaban a salvo… tenían que estarlo. Ni siquiera podía permitirse creer que no alcanzarían su destino después de todo esto. Debía haber algo de justicia en la vida. Una imagen de los hambrientos somalíes esparcidos en el campamento destelló en su mente y supo que la justicia no tenía nada que ver con eso. Hombres perpetrando grandes crímenes y otros grandes actos de valentía desinteresada y a veces las razones de ambos eran incomprensibles. Ella había sido afortunada que Max y Grif le hubiesen alcanzado. Tal vez la vida era mucho más azar de lo que siempre quiso creer. El tiempo no pasaba en la oscuridad, el rugido del motor hacía la conversación imposible y en poco tiempo estaba dormitando. Despertó repentinamente, la adrenalina recorriéndole, cuando el helicóptero se ángulo, nariz abajo y descendió. Ahora contempló destellos de luces a través de la puerta, puntos de luz en la noche que se hicieron más brillantes a cada segundo que pasaba. Una vez había pensado que no había nada más hermoso que el horizonte de Manhattan en la noche, pero ahora lo sabía mejor. Sea donde sea que se dirigían, esas constelaciones dispersas de luces parpadeantes eran sin lugar a dudas la visión más gloriosa que jamás hubiese visto. —Amina… ¡mira!— Rachel tomó el brazo de Amina y señaló —Ya casi…. — ¡Hey!— gritó Delgado. Rachel miró mientras Max se desplomaba hacia adelante. Delgado le agarró por la cintura y la bajó al piso. El corazón de Rachel se desplomó. — ¿Qué? ¿Qué pasó?— gritó ella, pero nadie contestó. Nadie le escuchó. Delgado abrió la chaqueta de Max, revisó adentro y comenzó a recortar la parte de la manga. Ella jaló una de las vendas que Rachel le había visto usar a Max una y otra vez en la pierna de Grif y presionó la parte superior del brazo derecho de Max. Max estaba herida. Rachel hizo a un lado la manta, liberó su brazo del soldado que estaba arrodillado cerca de ella y avanzó unos metros hacia Delgado. Max yacía inmóvil, con los ojos cerrados. Max nunca había estado inmóvil, nunca inconsciente. Rachel quería sacudirla y decirle que despertara y explicara qué diablos estaba haciendo. Rachel tiró del hombro de Delgado — ¿Qué le pasa?
Delgado le dirigió una breve mirada y luego volvió a lo que estaba haciendo —… una ronda... su brazo. Perdió un... sangre... no se molestó... decirle a alguien…. Las palabras eran apagadas, pero Rachel escuchó lo suficiente con claridad. Le habían disparado a Max. Las palabras cruzaron su cerebro como señales en una pantalla, pero estaba teniendo problemas para entender el sentido de todo. Max no podía estar herida. Max era médico y estaba allí para cuidar a todo el mundo. Se suponía que no la lastimarían. Se suponía que… Esto estaba mal. Muy mal. — ¿Max?— Rachel se apoderó de la pierna de Max justo por encima de la rodilla. El uniforme de Max estaba duro por la suciedad y otras cosas, pero a Rachel no le importaba. Necesitaba tocarla —Max. Los ojos de Max se abrieron agitados y recorrieron los alrededores hasta que se asentaron en el rostro de Rachel. —Hola— dijo ella con expresión brumosa. —Hey, tú— dijo Rachel, la ansiedad y el miedo afilando su tono. La sonrisa de Max se ensanchó —Uh-oh. Enojada otra vez ¿Por qué? La bola de pánico que aplastaba el aire de los pulmones de Rachel comenzó a derretirse. Se acercó al cuerpo de Max y encontró su mano. Los dedos que se entrelazaron con los suyos estaban demasiado fríos, pero todavía fuertes. Como Max —Creo que habíamos hablado de esto. No se suponía que salieras herida. —No lo estoy… no mucho— Max volteó la cabeza, frunciendo el ceño ante Delgado — ¿Qué me diste? Delgado sonrió —Sólo algo para mantenerte tranquila. Te conozco. Estarías tratando de levantarte antes que tuviese la oportunidad de cuidar de ti o diciéndome que hacer. Max relajó el ceño — ¡Maldita sea! No es nada. Debí haberme…. —No seas terca— dijo Rachel bruscamente —Deja que alguien se ocupe de ti— Max miró a Rachel de soslayo — ¿Quieres un tiro? Los hombros de Delgado se sacudieron, pero no dijo ni una palabra. —Eres una idiota— Rachel sacudió la cabeza. Bajo circunstancias menos aterradoras, éste lado juguetón de Max sería interesante. Como estaban las cosas, todo lo que le importaba era Max, despierta y hablando. Estaba tan mareada como si se hubiese bebido una botella de champán ella sola — ¿Y mencioné también testaruda? La sonrisa de Max brilló —Apuesto a que también te gusta. —Pregúntame en otra ocasión y te diré lo que me gusta— Rachel acarició la parte superior de la mano de Max con su dedo pulgar —Una heroína loca no está en el primer lugar de mi lista.
Max empezó a decir algo, pero sus ojos se nublaron y perdió el enfoque. — ¿Max?— Rachel se dirigió a Delgado — ¿Ella está bien? —Los fármacos están trabajando. Tienes que regresar y sentarte— Delgado envolvió el brazo de Max con un vendaje e inyectó medicamento por la línea intravenosa, donde estaba la mano de Rachel —Estaremos en casa en un par de minutos. Casa. Quizá para ellos. Para ella, otra parada en una tierra extraña. Se quedó hasta que los párpados de Max se cerraron, antes de regresar a su lugar junto a Amina. — ¿Qué pasó? ¿Está bien?— preguntó Amina. —Creo que sí. Dios, le dispararon y no le dijo a nadie ¿Por qué es tan malditamente cabezota? Amina se rio —Deberías ser capaz de responder a eso. Ustedes dos son muy parecidas. —Ciertamente no lo somos— Rachel le miró con el ceño fruncido —Max es...bueno, se toma demasiado en serio las cosas. —Creo que tienes algo de experiencia con eso. —No como Max— dijo Rachel suavemente, viendo a Delgado y a uno de los Marines trasladando a Max a una camilla —Ella es muchas cosas que yo nunca seré. *** El helicóptero aterrizó con una sacudida y el rugido de los motores decayó en un suave gemido. Los Marines rodearon a Rachel y Amina y las encaminaron sobre la pista de aterrizaje. Largas filas de edificios rectangulares de una sola planta, bordeaban una extensión de tierra donde decenas de helicópteros, vehículos blindados y otros equipos estaban alineados esperando para marchar a la batalla. Después de semanas en la selva, el asfalto bajo sus pies era algo ajeno, mientras las brillantes luces de halógeno iluminaban sus ojos, haciéndole parpadear. Cubriendo sus ojos, su primer instinto fue escapar hacia las sombras donde sería menos visible. Donde pudiera ver primero quien venía antes que le vieran a ella. Se volteó hacia el helicóptero, buscando a Max. Una media docena de personal militar se agolpaba en la puerta abierta del helicóptero, levantando las dos camillas, tomando a Grif y a Max para llevarlos a otra dirección. Empezó a caminar tras ellos. Dos pasos más adelante, una mano sobre su brazo le detuvo. Rachel se giró. Una mujer casi de su misma edad, unos centímetros más baja, en traje azul marino, con sus cabellos rubios recogidos en un moño bien acomodado en la parte posterior de su cuello, le sonrió. Una insignia de la Marina brillaba en su collar. —Sra. Winslow, soy la Mayor Bárbara Newton— dijo la rubia —Si puede venir conmigo, por favor. — ¿Adónde llevan a Max… a la Comandante de Milles?
—Los heridos serán transportados al hospital de la Base. No se preocupe, van a estar bien. — ¿Cómo lo sabe? Ni siquiera sabe lo que pasa con ellos. —Si viene conmigo, por favor— su sonrisa tranquila nunca cambió. Esa mujer tenía que ser miembro de la Prensa o de Relaciones Públicas —Estoy segura que a ambas les gustaría tomar una ducha y algo caliente para comer. —Me gustaría ir al hospital— dijo Rachel. Había tenido bastante relación con el personal de Relaciones Publicas en la carrera de su padre, en su vida, tanto en públicas y privadas. Sabía cómo no ceder —Quiero ver a los oficiales que nos rescataron. —Vamos para que se acomoden primero. Amina agarró el brazo de Rachel, la alejó hacia un lado y murmuró — Probablemente no podrás ver a Max en un tiempo de todos modos. Si haces ahora lo que ella quiere, conseguirás estar lista más pronto— ella elevó su voz —Te sentirás mejor si comes algo. Rachel se preguntó si la Mayor Newton había pensado que una ducha caliente y comida era todo lo que necesitaban para borrar todo lo que había sucedido. Amina estaba en lo cierto, sin embargo y claramente era una política natural mejor que ella. No iba a escapar de ello, por lo menos, hasta que pareciera que estaba cooperando de momento y entretanto, conseguiría la información que necesitaba para encontrar a Max. Ella le sonrió a Newton —Por supuesto, sí, gracias. Lo siento, las cosas han estado... agitadas. —Lo sé, pero ahora ha terminado. Ha terminó. Rachel no pudo evitar pensar en la falta de sinceridad de la frase y a lo poco que se refería. Otra mentira más y se preguntó si alguien realmente lo creería. —Gracias— le susurró a Amina y aun sosteniendo el brazo de Amina, siguió los pasos enérgicos de Newton hacia un vehículo Humvee que esperaba. Una vez que ella y Amina se instalaron en el asiento de atrás y Newton enfrente, el vehículo dejó el campamento de aviación y las condujo hacia un gran complejo iluminado por más luces halógenas, en postes espaciados a intervalos a lo largo de las calles, frente a los rígidos y cuadrados contenedores de metal alineados por decenas y decenas. Qué no habría dado ella por algo de esto en el campamento. Desvió la vista de las gruesas y huecas ventanas para evitar pensar en el fracaso de la misión y en las vidas perdidas. Personal militar y trabajadores civiles caminaban o iban en transporte a pesar de estar en medio de la noche. Vehículos que pasaban, helicópteros llegaban y salían. Después de quince minutos y varias vueltas, la Humvee se detuvo delante de otro edificio similar a los que habían pasado, solo que mucho más grande. La Comandante Newton se volteó hacia ellas —Esta es la base sede. Las acomodaremos en sus habitaciones temporales y una vez que todo esté resuelto, las llevaré a conocer al Comandante de la Base. Rachel le miró fijamente. Había estado alrededor de políticos toda su vida y la Mayor Newton era otra que sólo vestía un uniforme. Lo que quería decir era que las iban
a interrogar. Por supuesto que alguien querría un recuento de sus experiencias en la selva. Probablemente unos cuantos y no sería rápido. —Primero quiero ver a la Comandante De Milles. —Ciertamente concertaremos una visita tan pronto como sea posible. Por favor, vamos dentro y les mostraré sus habitaciones. Newton se dirigió hacia el edificio, sin dejarles a Rachel y Amina más remedio que seguirla. En su interior, una sala recorría el pasillo central con puertas espaciadas a intervalos regulares a cada lado. Newton dio vuelta en otro pasillo y eventualmente se detuvo ante una puerta cerrada que no estaba marcada. La abrió, la sostuvo entreabierta y le dijo a Amina —Sra. Roos, usted estará aquí. Creo que encontrará todo lo que necesita de ropa y otras necesidades, en la cama y en el cuarto de baño. Amina miró a Rachel. —No iré a ninguna parte— le dijo Rachel. Amina asintió —Nos vemos en poco tiempo, entonces. La Mayor Newton llevó a Rachel pasillo abajo, pasando varias puertas más cerradas y abrió una —Aquí está. Pasaré por aquí en media hora y las llevaremos para que coman algo. —Necesito un teléfono para hacer una llamada internacional. Puede…. —Sí, nos encargaremos de eso— Newton sonrió —Nos veremos en un rato más. Rachel entró en la habitación y Newton cerró la puerta detrás de ella. La leve luz del techo reveló el escaso mobiliario: una cama, un tocador de metal y un escritorio, un armario ligeramente abierto más grande que un librero con perchas y estantes. Casi se rio. Qué malo que no hubiese traído una maleta. En la cama había un par de pantalones de uniforme y una camisa sin insignias, obviamente cosas militares. Un par de botas oscuras de cuero de combate se situaban junto a la cama. Levantó la ligera camisa y la examinó. Con corte para mujer y casi de su tamaño. Los pantalones, color marrón, parecían también ser de su tamaño. Se preguntó cuánto sabían sobre ella. La idea era desconcertante, aunque no le sorprendía. Por supuesto que había un expediente de la Delegación de la Cruz Roja y detalles de todos sus integrantes. Y a los militares les gustaba conservar los expedientes. No le gustaba estar atrapada en la enorme maquinaria militar, pero cuanto antes saliera de esta parte del plan, más pronto podría ver a Max. Y le encantaría una ducha. Una comida no estaba mal tampoco. Se dirigió a una puerta estrecha donde estaba el cuarto de baño, un pequeño espacio ingeniosamente diseñado para proporcionar todo lo que se necesitaba en un área compacta. Se quitó la ropa y sin saber qué hacer con ella, las metió en un bote de basura cerca del pequeño fregadero. Abrió el grifo del agua y el vapor llenó el diminuto baño. Desnuda, caminó bajo el chorro y comenzó a asearse. Sus piernas temblaron, de repente demasiado débiles para apoyarla y se deslizó hacia abajo hasta que estuvo sentada en el frío metal del piso, doblando sus rodillas y con la cabeza contra la pared. El agua pulsaba sobre su rostro y su cuerpo, corriendo hacia el desagüe debajo de ella.
De repente los sollozos sacudieron su pecho. Su mente se quedó misericordiosamente en blanco. Dejó que el agua lavara sus lágrimas hasta que la fuerza regresó a sus extremidades y se enderezó. Mecánicamente lavó su cabello, enjabonó su cuerpo, se enjuagó y cerró el agua. Envolvió una toalla alrededor de su pecho y encontró un cepillo y una pasta de dientes cuidadosamente guardados en un estante, encima de la cómoda. Se cepilló los dientes, secó su cabello y se puso la ropa que habían dejado para ella. Calcetines limpios y el nuevo par de botas completaron el atuendo. Lentamente se sentó al lado de la cama, fugaces recuerdos del último día pasaron a través de su mente, avanzando muy rápido como una cinta de película. El rotor levantando nubes de arena. Disparos y gritos, terror y triunfo. A través de todo esto, Max estuvo allí. Max estaba herida y Rachel no sabía cuánto. No sabía dónde estaba Max. Lo único que sabía era que no estaba allí y todo dentro de su ser insistía en que debía estar. Un toque provino de la puerta —Srta. Winslow, soy la Mayor Newton ¿Puedo entrar? Rachel miró alrededor de la habitación que estaría feliz de no volver a ver. El espacio era demasiado pequeño y como Newton acababa de demostrar, no podía ver quién podía venir. Rápidamente se levantó y abrió la puerta —Me gustaría ver a…. —Venga conmigo, por favor. Tan pronto como se encuentre con el Comandante de la Base, le daré información sobre la Comandante De Milles. —Y un teléfono. La Comandante Newton sonrió —Por supuesto. Lo que necesite. Rachel sinceramente dudaba de ello, pero no tuvo más remedio que seguirle el paso.
CAPÍTULO DIECISIETE Una bruma amarilla en el horizonte. Amanecería. No faltaba mucho tiempo. Si ellos venían, sería pronto. El crepúsculo matutino… cuando las sombras ocultan la verdad. Allí. Un destello momentáneo de movimiento en el arbusto. Un depredador sigiloso… un gato salvaje, un jabalí, un hombre. El suave tintineo de metal chocando contra metal. Una ronda de cartuchos, un ajuste de mira telescópica. Esforzándose para escuchar. El aire pesado amortiguaba el sonido, distorsionando el origen. Buscando, analizando, por el frente y por detrás. Troncos de árboles uno sobre otros, impenetrables, blindando al enemigo. Un grito, un disparo. Dolor. La adrenalina resurgiendo. Rachel. Los ojos de Max se abrieron y parpadeó contra el sol abrasador. — ¿Rachel?— jadeando con el pecho apretado, Max se incorporó, buscando un arma. El dolor laceró su brazo ¿Dónde estaba Rachel? No era el sol, era una luz. ¿Dónde? Vislumbró una sombra sobre ella. Una profunda voz le dijo —Tranquila, Comandante. Max miró de soslayo y un rostro apareció en su visión. De tez rubicunda, bien afeitado, no con el bronceado coriáceo de alguien que ha pasado días bajo el sol. Cabello color arena, agudos ojos azules, fríos y analíticos. Camuflaje bronceado del desierto. Ninguna insignia. Ningún nombre. — ¿Dónde está Rachel? La voz de Max era ronca y tragó saliva contra la sequedad — ¿Dónde está Grif? —Está siendo atendido— dijo él suavemente. Estaba encaramado en una especie de banco al lado de su cama. Parecía cómodo, como si él le conociera y fuese sólo una visita amistosa. Ella nunca lo había visto antes. Volteó la cabeza y examinó su entorno. Su brazo derecho estaba apoyado sobre una almohada a su lado. Un vendaje en círculo sobre la parte superior del brazo. Recordó haber corrido en la oscuridad, con la mano en el hombro de Grif, estabilizando la camilla. Rachel iba adelante, protegida por el Marine, casi a salvo. Un golpe en su brazo, una ronda le había alcanzado, haciéndole caer. Un instante de dolor, agudo y lacerante, una subida de adrenalina. Tambaleando bajo sus pies, el dolor contundente por la necesidad de poner a Rachel, a Grif y a Amina a salvo. Correr, liberarse de la selva aprisionante, el Halcón Negro justo delante, los patines levantándose en el aire. Rachel siendo arrastrada a bordo, a salvo. Levantando la camilla de Grif hasta dentro de la nave. El Halcón negro elevándose… uno, dos metros. La última en tierra… tratando de alcanzarlos, preguntándose si alguien le vería. Estaban allí, las manos de sus compañeros, agarrándola, subiéndola a bordo. La habían visto, la conocían. El dolor desapareció ante el alivio de verlos a todos a salvo. Rachel, Grif, Amina, los Marines, todos. Ella se había recostada sobre su espalda, recuperando la respiración y encontrando la mirada de Rachel buscándola a través del espacio entre ellas. Brillante e intensa, incluso en la penumbra, una conexión tan
inesperada como bienvenida, como si otra mano las alcanzara en la oscuridad. Había mantenido esa mirada tanto como pudo, saboreando la sensación de no estar sola. Max estudió al hombre que la estudiaba a su vez. Ahora ella estaba sola. Estaba en la única camilla dentro de un cubículo de tres por tres metros. Una intravenosa colgaba sobre su lado izquierdo y una línea llegaba hasta su brazo. Estaba en una habitación de recuperación en el hospital de la base ¿Dónde estaban todos los demás…los médicos, los otros pacientes? ¿Dónde estaba Rachel? — ¿Dónde están los demás? Él sonrió, pero no había amabilidad en su expresión. Sus ojos seguían fríos —Todos están bien. —Quiero un informe sobre Grif ¿Dónde está el médico? — ¿Cómo salió herido? — ¿No lo sabe?— Max frunció el ceño — ¿Quién es usted? — ¿Cuán grande es la fuerza rebelde allí? — ¿Cómo podría saberlo? — ¿Con cuántos estuvo en contacto allí? Max vaciló, tratando de leer lo que él no le estaba diciendo. No había dormido en dos noches, estaba medio drogada por los medicamentos que le habían dado y mentalmente agotada. Pero no tanto como para no saber que éste tipo la estaba interrogando —Vi a tres, tal vez cuatro, mientras aterrizamos. — ¿Y después? —Nunca tuvimos contacto después. — ¿Quién ordenó el rescate de Rachel Winslow? Max le miró. Él no era un militar, era algo mucho más peligroso. Seguridad Nacional (NSA). Departamento de Estado (DOD). Agencia Central de Inteligencia (CIA). Quien fuese, no era un amigo. Y estaba interesado en Rachel. Lo estudió como estudiaba un objetivo, a través de una tele-mira…fría, desapasionadamente. Él se acababa de convertir en el enemigo — ¿Quién dijo que había sido un intento de rescate? —El ataque de ayer en la mañana contra el campamento fue fortuito ¿no cree?— él puso sus manos sobre la rodilla, su tono era informal, conversacional, como si estuviesen hablando y compartiendo unos tragos en el club de oficiales. —Mal momento— dijo Max —Suele suceder aquí. —Sí, mal momento, especialmente tomando en cuenta que los planes para evacuar estaban específicamente centrados en ella. —Me preguntaba sobre eso— dijo Max — ¿Por qué ella? — ¿Cree en la suerte?
—No. Él movió su cabeza —Justo antes que llegáramos, el campamento fue atacado. Si no hubiésemos tenido un buen viento de cola, habríamos llegado quince minutos tarde y ella habría desaparecido. Eso es suerte ¿No cree? — ¿Nosotros?— Max se rio —Lo siento, no vi su trasero en la línea de fuego allá fuera ¿En qué escritorio estaba montando mientras los lanzagranadas estallaban por todas partes? —Tal vez mala suerte para los rebeldes… casi lo lograron. Casi como si supiesen acerca de nuestros planes. —Tiene que estar bromeando ¿Cree que alguno de nosotros avisó a los rebeldes sobre la misión? Él sonrió y agitó una mano —No lo sé ¿Qué opina? —Creo que está buscando a alguien a quien responsabilizar de una misión que se salió de la mano y casi pierde un activo muy valioso. El frío en sus ojos se volvió una roca. El resto de su rostro nunca cambió ¿Cómo hacen eso, todos estos tipos de inteligencia? … el género no era excepción… ¿Cómo erradicaban cualquier signo de emoción? Tal vez las agencias pre-seleccionaban a los sociópatas, o tal vez los entrenaban para desconfiar de todo el mundo y se preocupaban sólo por sus propias agendas. Nunca había pensado mucho en eso. Nunca tuvo que hacerlo. Pero había visto suficientes espías como para poder reconocerlos. Todos tenían la misma mirada plana, ojos sin vida, incluso cuando estaban sonriendo. —Estás en el lugar equivocado si estás buscando a alguno de nosotros— dijo Max. —De veras. Bueno, soy todo oídos ¿Dónde buscarías? —Bueno, ese es su trabajo ¿no? —El suyo es la medicina en el campo de batalla, pero de alguna manera terminó siendo la única que quedó detrás ¿Con quién habló mientras estaba ahí? —Con nadie. — ¿Qué encontró en la selva? —Nada. — ¿Quién busca a Rachel Winslow? No era un buscaba. Max apretó la mandíbula. El combate físico no era lo suyo. Podría usar un arma cuando lo necesitara y estaba entrenada para disparar en defensa propia. Podía defenderse mano a mano si tenía que hacerlo, pero no estaba en ella resolver sus problemas con los puños. Pero esta vez, quería poner sus manos en su garganta cada vez que mencionaba el nombre de Rachel —Dígame usted. —Hablaremos nuevamente cuando se sienta un poco más fuerte. Tal vez su memoria mejore— sonrió como lo haría alguien antes de deslizar un cuchillo entre las
costillas. Él se levantó, ajustándose los pantalones, cepillando las arrugas de los muslos como si le ofendieran y salió por la puerta. Max apostaba que todo en su armario estaba arreglado y colgado en la misma dirección, ordenado por tipo y color. Tipos como él nunca renunciaban… y ella necesitaba averiguar exactamente qué buscaba. Miró al techo, repasando la conversación. Alguien tenía los pies en el fuego y ellos estaban buscando pasarle la culpa a alguien más. Rachel estaba inmiscuida, eso había estado demasiado claro. Y ahora necesitaban a alguien para asumir la responsabilidad por el hecho de que ella casi había sido capturada o asesinada ¿El agente secreto desconocido había implicado que Rachel todavía podría estar en peligro? La cabeza de Max resonó. No podía creer que alguien pensara que alguno de su equipo habría avisado a los rebeldes. Todos conocían las instalaciones militares… diablos, todas las organizaciones gubernamentales, punto… estaban tan agujereadas como un techo viejo en un huracán. Espías, simpatizantes y agentes de contrainteligencia estaban por todas partes, incluyendo dentro de la base. Mucha gente iba y venía, suministrando y preparando alimentos, almacenando la papelería y vendiendo baratijas en los bazares que surgían al amanecer y desaparecían en la oscuridad. Toda clase de información era comprada y vendida a cada minuto. Las comunicaciones electrónicas eran inseguras. Tal vez la llegada de los rebeldes al campamento fuese al azar, o quizás habían venido por el ruido de los Halcones Negros por algún rescate y el ataque fue intencional. De cualquier manera, lo que importaba era que Rachel estaba a salvo. Por el momento. El dolor en su brazo se intensificó e hizo una mueca de dolor. Probablemente, en este momento, Rachel ya iba en un transporte camino a los Estados Unidos. Nunca le vería otra vez, pero al menos sabía que Rachel estaba fuera de la línea de fuego. El nuevo dolor en su vientre no tuvo nada que ver con la herida de bala. Rachel estaba debajo de su piel y se preguntaba cuánto tiempo y cuántas bebidas le tomaría antes de alejarla de su vida. No había mejor momento para comenzar que ahora. Levantó su brazo izquierdo y con sus dientes tiró de la cinta de sujeción de la intravenosa. Un tirón rápido y el catéter de plástico fue extraído. Lentamente, se sentó y esperó que su cabeza dejara de girar. Cuando estuvo segura que no iba a desplomarse otra vez, se puso de pie y buscó su ropa. *** La Mayor Bárbara Newton llevó a Rachel y a Amina a una pequeña cafetería donde los trabajadores estaban ocupados acomodando filas de grandes ollas de acero inoxidable llenas de huevos, tocino, salchichas, tostadas, e incluso panqueques en una larga mesa de vapor. El aire estaba húmedo y caliente y olía a grasa y café. Mesas al estilo picnic dividían el resto de la habitación. En su mayoría estaban vacías. Un gran reloj en la pared marcaba las 3:30. —Por favor…— dijo la Mayor Newton —… sírvanse ustedes mismas. Es un poco temprano para el desayuno, pero esperemos que esto sirva. Amina dijo —Gracias.
El estómago de Rachel se sacudió ante el pensamiento de comer, pero si quería escapar de la vigilancia de Newton y descubrir exactamente por qué no había podido comunicarse con su padre o con Max… tendría que seguir el juego. Aunque no tenía algo específico de qué quejarse con el trato, ella estaba siendo manipulada. Y odiaba ser manipulada. —Sí, gracias— Rachel siguió a Amina hasta las bandejas calientes y puso una cucharada de huevos revueltos y varias rodajas de pan tostado en su plato. Café, bendito café, que era lo que necesitaba y llenó un recipiente grande con lo que olía a bebida fresca. Siguió a Amina hasta una mesa y se sentó frente a ella. Newton tomó una taza de café y se unió a ellas. —Supongo que nadie le advirtió que venía el ataque— dijo Newton. Amina miró a Rachel. Algo en sus ojos le dijo que también encontraba todo esto muy extraño. Rachel tomó un bocado de pan tostado y tomó su tiempo en masticarlo — No. No habíamos tenido ningún problema hasta ahora. — ¿Los rebeldes nunca hicieron contacto previamente? —No que fuésemos conscientes de ello…— dijo Rachel —… pero podrían haber entrado fácilmente en el campamento bajo el pretexto de ser lugareños somalíes y nunca lo hubiésemos sabido. —Supongo que eso es cierto ¿Nunca vieron a su gente de seguridad con algún... individuo sospechoso? Rachel le miró fijamente —No ¿Por qué lo pregunta? Newton sonrió en su manera amistosa y volvió a su café. — ¿Puedo llamar a mi familia pronto?— preguntó Amina. —Por supuesto— dijo Newton —Probablemente no sean totalmente conscientes del ataque y no estén preocupados, pero estoy segura que van a estar muy felices de saber de ti. —Sí…— dijo Amina —… pero los supervisores en Mogadishu sospecharan si no pueden hacer contacto pronto y las noticias vuelan rápido. —Así es, sí— dijo Newton suavemente. El color de Amina se agudizó mientras sostuvo la mirada de Newton. Rachel le preguntó — ¿Qué hay de Dacar y la familia de los demás? ¿Quién les…? —Nos pondremos en contacto con su agencia en la mañana y coordinaremos. Las familias serán informadas en cuanto sea posible. Amina alejó su plato —Bien. Gracias. —Por supuesto— Newton se levantó —Si están listas, encarguémonos de ésas llamadas de teléfono. Newton les condujo hacia una sala donde esperaba otra mujer en uniforme.
—Sra. Roos, la Teniente Carmichael le llevará al cuarto de comunicaciones— le dijo Newton a Amina —Puede llamar a su familia desde allí. —Gracias— Amina miró a Rachel — ¿Te veré pronto? Rachel asintió, queriendo alejar a Amina de lo que Newton tenía destinado para ella —Sí. La Teniente se llevó a Amina y Rachel cruzó sus brazos — ¿Qué está pasando? —El Capitán Pettit está esperándola. Por aquí. Rachel no esperaba nada de Newton. Tal vez podría conseguir más de Pettit —Bien. Newton le llevó a través de otra serie de pasillos hasta una puerta con una placa de latón anunciando Capitán Edward Pettit, Oficina del Comandante en Jefe de la Base. Newton sostuvo la puerta abierta y mientras Rachel entraba, un hombre grande con tez color cacao, de cabello bien peinado y con un inmaculado uniforme de antiexplosivos, se levantaba de detrás de un escritorio cubierto con una pila de papeles y carpetas. —Traje a la Srta. Winslow para ver al Capitán Pettit, jefe. —Sí, señora. Por aquí. Newton no les siguió cuando el jefe Contramaestre escoltó a Rachel hacia otra puerta alejada de la pequeña antesala. Él golpeó y empujó la puerta abriéndola para ella —Señora. Rachel entró y la puerta se cerró detrás de ella. Esta habitación tenía ventanas que daban hacia un campo donde vehículos blindados y el personal permanecía en movimiento. El hombre detrás del amplio escritorio de metal era alto y delgado y parecía estar cercano a los sesenta. Su piel estaba curtida como si pasara mucho tiempo al aire libre. Su cabello arenoso tenía el corte reglamentario y llevaba el mismo uniforme de equipos antiexplosivos como la mayoría del personal. Rachel se centró en el otro hombre en la habitación… uno sentado al otro lado del escritorio con sus manos agarrando sus rodillas cruzadas. No llevaba uniforme, aunque su vestimenta se parecía a los de la mayoría de la gente que Rachel había visto. Lo primero que notó de él fueron sus fríos ojos azules. Los ojos de Max, de un azul profundo como el cielo nocturno, proporcionaban calidez a Rachel la que podía sentir a metros de distancia. La mirada de éste hombre le hacía sentir escalofríos en su piel. El hombre detrás del escritorio se levantó —Srta. Winslow. Por favor, tome asiento.
CAPÍTULO DIECIOCHO Rachel tendió su mano al capitán Pettit —Capitán, quiero darle las gracias a usted y a sus tropas por todo lo que hicieron por nosotros. Espero que las lesiones sufridas no sean demasiado graves y todo el mundo se recupere rápidamente. —No necesita dar las gracias, Srta. Winslow. Estamos aquí para proteger a nuestros ciudadanos y aliados— su apretón de manos fue firme, pero no dominante, su palma áspera y seca como conviene a un hombre que hacía más que sentarse detrás de un escritorio. Sus ojos, con un tenue tono verde, sostuvieron su mirada por un momento con calidez genuina —Confío en que tenga todo lo que necesite aquí. —La Mayor Newton ha sido muy complaciente— Rachel miró al hombre sentado junto al escritorio del capitán. Él le miraba, pero no hizo ningún movimiento para presentarse. Su mirada, a diferencia de la de Pettit, era fría y remota, más bien como un glaciar visto desde la distancia. Impersonal, dura y fría. A ella no le intimidaban los hombres que intentaban intimidarla. Ella había pasado su vida alrededor de mujeres y hombres poderosos que eran expertos en el juego de la intimidación silenciosa, con sutiles insinuaciones y frases acertadas. Ella sonrió —Lo siento. Soy Rachel Winslow. Él se levantó lentamente y con sorprendente elegancia para un hombre que debía superar el metro ochenta. Su estructura era notable en su absoluta simetría y proporción, casi como si hubiese sido un dibujo anatómico… el ancho adecuado en sus hombros equilibraba su torso estrecho, pero no sus caderas demasiado estrechas. Sus muslos no eran ni muy voluminosos ni demasiado delgados. Su uniforme, a pesar de la ausencia de identificación de parches o insignias, lo enmarcaba tan impecablemente que sospechaba había sido adaptado para él ¿Quién vestía uniformes antiexplosivos? ¿Qué clase de hombre necesitaba el control de cada pequeño detalle? Rachel tendió su mano. Tu turno. El apretón de manos se sentía más como una prueba que un saludo. Su presión era un poco más firme que cordial, en caso de que ella olvidase su posición de poder y él sostuvo su mano un poco más de lo socialmente aceptable. Las señales eran sutiles, tanto que, si no lo hubiese sabido, podría haber pensado que imaginó su demostración de dominación. Ella no había imaginado el pulgar que brevemente recorrió sus nudillos en lo que bajo otras circunstancias podría haber sido una caricia. Mantuvo sus ojos sobre él hasta que él aflojó su agarre y entonces ella retiró su mano. —Michael Carmody— dijo como si eso fuese todo lo necesario. Ningún rango. Ninguna afiliación. De Inteligencia. Tomando en cuenta donde estaban, lo más probable es que fuese de la CIA. Ella se volteó hacia el Capitán, ignorando a Carmody, sabiendo que a él no le gustaría eso. Bien. A ella no le gustaba ser un peón en ningún juego y se sentía así más y más a cada momento. —Sólo hay una cosa— dijo Rachel —No he tenido la oportunidad de encontrar un teléfono. Me gustaría comunicarme con el resto de nuestra Delegación ¿Están aquí?
—El equipo médico ha sido llevado a la embajada francesa— dijo Pettit —Estamos esperando instrucciones de las otras embajadas en cuanto a los planes para el resto del equipo de ayuda. — ¿Todos están bien?— ella decidió no preguntar acerca de Max y Grif hasta que no tuviese una idea de lo que estos hombres… no, estos hombres no… lo que Michael Carmody buscaba. —Sí— dijo Pettit —Algunas heridas menores, nada serio. —Gracias a Dios— el asesinato del guardia de seguridad era lo suficientemente horrible. Rachel estaba agradecida de que no hubiese sido peor —Estoy segura que está muy ocupado, pero… ¿podría arreglar que tuviese acceso a un teléfono? —Por supuesto— dijo el Capitán Pettit —Si…. —Eso tendrá que esperar un poco más— dijo Michael Carmody, interrumpiendo al capitán sin el menor atisbo de disculpa —Tome asiento, Srta. Winslow. Estoy seguro que debe estar cansada. ¿En realidad él esperaba que admitiera cualquier tipo de debilidad mientras él movía sus piezas de ajedrez en el campo de batalla? Ella podía rehusarse, pero no ganaría nada. Por supuesto que estaba cansada. Cuando las últimas moléculas de adrenalina se quemaran, probablemente se derrumbaría. Un enfrentamiento físico estaba fuera de cuestión y ella había aprendido a convivir con el poder que el aspecto de la cooperación a menudo daba a uno la ventaja en un juego largo. Ella se sentó en el único asiento desocupado en la sala, una silla de madera sin brazos frente a la mesa del Capitán. Cruzando las piernas, se sentó —Estoy segura que en algún momento tendré ganas de dormir por todo un día, pero gracias, estoy bien. —Tal vez…— dijo Carmody en un lento y casi hipnótico ritmo —… pudiera decirnos qué pasó en el campamento. Una mirada distinta de descontento cruzó el rostro del Capitán Pettit que fue rápidamente sofocada. Su desagrado por todo lo que estaba pasando reafirmaba la evaluación de Rachel de que Carmody estaba detrás de este no tan sutil interrogatorio haciéndolo pasar por una sesión de repaso. Ella anguló ligeramente su cuerpo para enfrentar a Carmody —Pensaba que eso ya lo sabían. —Siempre es bueno tener la información de primera mano— dijo él con una débil sonrisa. —Me temo que la mía podría ser un poco desordenada. Todo sucedía a la vez y lo admito, también estaba asustada al principio como para poner mucha atención a los detalles— había estado demasiado ocupada corriendo por su vida — ¿Si me puede dar alguna idea de lo que le interese? —Uno nunca sabe lo que sería importante ¿no es así? Realmente le disgustaba este hombre, con su actitud de superioridad y su leve evaluación sexual —Oh, no sé. A veces uno piensa que sí.
Sus ojos se recrudecieron aún más, si es que eso era posible — ¿A qué hora comenzaron los ataques? Rachel dobló sus manos en su regazo para ocultar el temblor involuntario. No quería que él supiera que el solo pensamiento de lo que pasó, agitaba una cascada de adrenalina de miedo en ella. Por supuesto, si él era quien ella pensaba que era, él ya lo sabría —No lo puedo decir con precisión, pero cerca del amanecer. — ¿Después del amanecer o antes? Al amanecer. El estruendo de las explosiones la catapultaron de su sueño para tomar conciencia. Su corazón se aceleró, sus miembros se congelaron instintivamente en los primeros segundos de pánico. Abriendo sus ojos en la oscuridad, sin aliento con la instantánea aceleración de la noche de terror, acorralada e impotente para enfrentar cualquier monstruo que viniera por ella. Apretó sus manos y sus uñas se clavaron en sus palmas. Deseaba no poder recordarlo, pero sabía que nunca sería capaz de olvidar —Si es importante, creo que justo antes. — ¿Y nadie en el campo parecía tener alguna preocupación de que algo estaba a punto de suceder? —No que yo haya notado. — ¿No había mayor seguridad? ¿Ninguna medida de prevención? —Como dije, no estoy al tanto de lo que alguien en el campamento pudiese o no haber sabido. — ¿Y Usted Srta. Winslow?— preguntó Carmody — ¿Estaba consciente de que habría un ataque inminente? No sabía de qué lado estaba este hombre y no quería proporcionarle municiones. Tampoco quería mentir. Había escuchado de muchas personas estranguladas con su propia red de engaños. Si tan sólo tuviese alguna idea de lo que buscaba. A quién buscaba… ¿Dacar, Max, su padre? ¿Ella? ¿Su padre había violado la brecha de seguridad por ponerse en contacto con ella la noche anterior? Pero ese hecho no tenía sentido… todos los involucrados aquí en el campamento Lemonnier lo sabían… el nivel de seguridad no podía haber sido tan alto ¿Y por qué no informarle a ella? Ella debió haberlo sabido cuando llegaron los Halcones Negros a menos de diez horas después de la llamada de su padre —No sabía que iba a ocurrir un ataque. Si lo hubiese sabido, le aseguro que no me habría ido alegremente a dormir y esperar. — ¿Cuánto tiempo usted y su equipo estuvieron ahí? Otro asunto para el registro. Sin embargo, decirle a él lo que ya sabía no le costaba nada —Poco más de dos meses. — ¿Y no tuvieron ningún problema con los rebeldes? —No, ninguno. —Y qué hay de sus líneas de abastecimiento ¿Con qué frecuencia veían a algún americano?
Rachel frunció el ceño —Lo siento, no entiendo. No veíamos quien traía los suministros…al menos, yo no. La carretera más cercana, si puede llamarse así, terminaba en una villa ocupada a veinte millas de distancia. Alguna de nuestra gente hacía el viaje por noticias y para recoger nuestros suministros en ese punto. La mayor parte de nuestro campamento: carpas, alimentos, medicina y equipo… fueron aerotransportadas y acomodadas antes de que yo llegara. — ¿No acompañó a nadie desde su campamento hacia este pueblo? —No. Generalmente era una excursión de un día completo y yo tenía otros deberes. — ¿Y nunca vio a algún estadounidense acompañar a alguien al campamento? —No. — ¿Y los lugareños somalíes? ¿Alguien que le haya parecido inusual o una visita frecuente? — ¿Inusual? No creo que uno vea común a somalíes hambrientos... hombres, mujeres y niños… pero no, nada que yo recuerde. — ¿Y los hombres con fusiles? Rachel sonrió —Eso se había convertido en algo un poco más usual. — ¿Cuánto contacto tuvo con los rebeldes entre el ataque y el momento de su rescate? Rachel suspiró —Ninguno, gracias a Dios. — ¿Nunca vio a nadie cerca del campamento? Ella estaba mirando a través de la puerta de la carpa otra vez, cegada por el sol, sosteniendo un arma desconocida mientras el hombre que intentaba salvarla se retorcía de dolor detrás de ella. La selva cerrada en torno a ella, llena de sombras ominosas. Ella veía monstruos por todas partes —No, a nadie. — ¿Y la Comandante De Milles? ¿Cuántas veces salió para encontrarse con alguien? Una fría cascada recorrió todo lo largo de las terminaciones nerviosas de Rachel. La selva se desvaneció, el aire pesado se alejó y pudo respirar otra vez. Piensa nuevamente. El enemigo ya no estaba sin rostro. Ella lo estaba mirando —Nunca. Una ceja arqueada cuidadosamente, una que hubiese jurado había sido encerada en una línea perfecta, se movió hacia arriba — ¿Nunca? ¿Ella nunca dejó el campamento? —Eso no fue lo que usted me preguntó. Sí, ella revisó para asegurarse que no estábamos en peligro inmediato por los rebeldes cerca del campamento. — ¿Y cómo sabe que no se encontró con alguien? —Nunca escuché disparos y si ella hubiese encontrado a los rebeldes, hubiese disparado.
—Bueno, eso asumiendo que se hubiese topado con el enemigo. —Y…— dijo Rachel, deseando tener el rifle nuevamente —… lo sé porque yo la seguía. El Capitán Pettit tosió suavemente. Carmody le miró fijamente, con ésa mirada que se parecía mucho a la de una serpiente que consideraba a un ratón antes de atacar —La seguía hasta la selva ¿Dónde podría haberse topado con minas terrestres o con fuerzas rebeldes? —Me temo que no estaba pensando en eso en aquel momento. Pero sí, la seguía. —Eso fue muy valiente de su parte. — ¿Exactamente qué piensa que pasó ahí, agente Carmody?— dijo Rachel, cansada de sus juegos. —Creo que es muy afortunada de estar viva— dijo él suavemente. —No lo estaría si no hubiese sido por la Comandante De Milles y los otros. Ella volvió su atención de Carmody hacia Pettit —Me gustaría utilizar el teléfono ahora y me gustaría ver a la Comandante De Milles y al Teniente Griffin. Les debo la vida y me gustaría darles las gracias personalmente. —Veré que le den privacidad para su llamada— dijo el Capitán Pettit. Rachel se levantó, agradecida porque sus piernas no temblaban —Gracias. Pettit alcanzó un teléfono en su escritorio —Oficial, puede llevar a la Srta. Winslow a la sala de comunicaciones— Pettit colgó y se dirigió a Rachel —Cuando haya acabado, alguien la escoltará al Hospital. —Gracias una vez más, Capitán, por todo lo que sus tropas han hecho por mí y mi equipo— Rachel posó su mirada sobre Carmody, quien le miraba a sus espaldas, antes de caminar hacia la puerta. El suboficial le llevó a través de otra serie de pasillos hacia una gran habitación donde media docena de personas estaban sentadas frente a terminales de computadoras, grandes mapas y monitores que mostraban vistas aéreas de lo que parecían ser millas de selva inhabitada y desierto. El detalle de los objetos en el suelo era sorprendente… podía contar prácticamente las ramas en algunos de los árboles. Había estado allí en algún lugar apenas horas antes. Se preguntaba si las personas en esta habitación habían podido verla. —Por aquí, señora— el suboficial le llevó a una pequeña habitación separada de la más grande por una simple puerta de madera en una pared sin ventanas. El cuarto tenía un escritorio, estantes con montones de papeles, manuales de campo y un teléfono fijo — Puede llamar directo de allí, señora. —Gracias, oficial ¿Y cómo podría ir al hospital? —Haré los arreglos para que un conductor le espere enfrente, señora. —Gracias. Se lo agradezco.
—Sí, señora. Él se fue, cerrando la puerta tras él y Rachel se desplomó en la silla de metal detrás del escritorio. Miró el teléfono y se preguntó qué tan seguro podía ser. Extraño, se sentía menos segura aquí rodeada de aquellos en los que supuestamente debía confiar para mantenerla a salvo, que lo que se había sentido en la selva sólo con Max entre ella y todos los demonios que les rodeaban. Max. Ahora Max podría estar en peligro, Tal vez Grif también. Una ola de furia le recorrió. Alcanzó el teléfono y marcó el número directo de su padre. Él siempre hacía que sus llamadas fuesen redirigidas a su celular, sin importar donde podría estar. Ella necesitaba información y él nunca estaba al margen. No podía luchar contra un enemigo que no podía reconocer y era su turno de interponerse entre Max y todo lo que se escondiera en las sombras.
CAPÍTULO DIECINUEVE — ¿Cómo está Grif?— preguntó Max, mientras Tim McCullough, el enfermero de guardia entraba mientras ella estaba buscando su ropa y ponía una gasa sobre su sitio en la intravenosa. —Acaban de terminar con él hace un par de minutos— el pelirrojo de ojos azules, rostro fresco de un veinteañero, debería pertenecer a un grupo de alguna fraternidad de algún lugar, donde podría beber cerveza y molestar a las chicas y no aquí atendiendo lisiados y mutilados. Sus ojos, cuando se encontraron con los de ella, parecían de la edad de alguien que ya ha visto demasiado y sabía que lo peor estaba por venir —Deberías quedarte aquí para un par de dosis más de antibióticos. —Solo dame las píldoras— supo cuándo movió su brazo que la herida solo era tejido blando. Dolorosa, pero no sería un problema a largo plazo. Quería salir del hospital, para poder encontrar a Rachel, o por lo menos encontrar a alguien que supiera si ella estaba a salvo en algún lado y salir del escrutinio de los ojos curiosos y preguntas. Su amigo anónimo de la mañana podría regresar y antes de responder más preguntas, quería hablar con los otros miembros del equipo y averiguar qué demonios estaba pasando. No podía hacer nada mientras estuviera tirada en la cama con una línea intravenosa conectada a su brazo —Y dile al encargado que asumiré total responsabilidad. McCullough soltó una carcajada —Al diablo con eso. Si le digo que usted está lista para irse, él no va a discutir. Si yo fuera usted, también me gustaría salir de aquí. Sólo tómese las malditas píldoras. —Gracias. Lo haré— su estómago se tensó. No recordaba nada de la mitad del vuelo de regreso, pero recordaba que habían estado bajo fuego — ¿Trajeron alguno de los civiles aquí? —No. Usted y Grif fueron las únicas víctimas de esa carrera. Él todavía está en recuperación por su pierna. Probablemente no se despierte durante un tiempo. Max exhaló lentamente — ¿Qué hay de los otros compañeros? —Todo fue bastante leve… Burns fue llevado a casa para reconstruirle el hombro. Los demás se recuperarán aquí en unos días y volverán a estar en activo en una semana o algo así. —Bien— estaba contenta porque Grif no pudiese hablar en un rato. Tal vez para el momento que estuviese listo, quien hubiese enviado a su visitante ya tendría lo que quería y todo se arreglaría — ¿Cuál era el nombre del tipo que estuvo aquí hace unos momentos? McCullough meneó la cabeza —No lo dijo. — ¿Quién lo trajo? Otra sacudida de cabeza —Solo entró. Tenía un vehículo afuera y un pase del Comandante de la Base. Dijo que quería hablar con usted en privado. — ¿Dijo algo sobre Grif?
—Quería un informe de su situación. Se lo dimos. El mismo que le dimos a usted. —De acuerdo. Hazme un favor, si él regresa para ver a Grif, llámame. —No creo que quiera estar en medio de esto. Max sonrió —Sí, pero lo estoy ¿Dónde está Grif ahora? —Déjeme revisar. Max jaló el uniforme que McCullough había dejado sobre la cama y se las arregló para abotonarlo cuando él regresó. —Grif está muy atolondrado por el medicamento. Como le dije, no sabría que usted está allí. —Sí…— dijo Max —… lo sabrá. McCullough se encogió de hombros —Bien, vamos. Grif se miraba desconcertantemente vulnerable con las líneas y tubos conectados a los monitores e intravenosas. Ella tomó su mano y se inclinó cerca —Oye, Grif, soy Deuce. Estás en la Base, en el hospital. Lo estás haciendo bien— se preguntaba cuándo sería transportado a uno de los hospitales regionales. Una ola de soledad le tomó por sorpresa. Rachel ya no estaba y pronto Grif tampoco. Se aclaró la garganta —Oh… y tu equipo está bien. Laurie estará feliz por eso. Sólo asegúrate de sacar tu trasero de la cama e ir a rehabilitación rápidamente para que puedas ir a casa, a donde perteneces— le soltó la mano y se enderezó —Te veo, amigo. Ella salió justo cuando el sol aparecía. Había estado en lo correcto la noche anterior. Al amanecer, todo terminaría. *** —Papá, soy yo. —Me informaron que estabas bien. Rachel casi se ríe. Se suponía que ella estaba bien, para todos los criterios normales. Físicamente estaba golpeada, raspada, magullada y adolorida, pero nada que no sanara con dormir, una buena comida y una semana más o menos de anti-inflamatorios. En algún lugar en su interior, sin embargo, ella estaba sangrando. Eso sanaría también, pero se preguntaba sobre las cicatrices. Cuando miró a los ojos de Max, se dio cuenta que las sombras que veía eran las verdaderas cicatrices —Lo estoy. Estoy bien. Gracias. —Hemos estado en contacto con la Embajada. Se están haciendo los arreglos para tu traslado a los Estados Unidos. Me imagino que podremos traerte a casa en las próximas veinticuatro horas— él se detuvo y cuando Rachel no respondió, continuó con una mera insinuación de irritación — ¿Hay algo más que necesites allí? — ¿Qué? No. No necesito nada— Hogar. Inmediatamente pensó en la carpa y en Amina durmiendo frente a ella ¿No es el hogar simplemente el lugar donde te sientes tú misma? Trató de imaginarse a sí misma en su condominio en Manhattan, haciendo llamadas para recaudación de fondos y organizando reuniones con los donadores, o en
una reunión política disfrazada para cenar en la mansión de sus padres en Falls Creek, acompañada de una hermosa mujer con la educación correcta y todas las credenciales correctas para quien buscaba una esposa de bien. Esos lugares le parecían un país extraño en comparación con las llanuras áridas y densas de la selva de Somalia, en las que había estado. La gente aquí… Amina, Grif, Max… la conocían mejor que nadie en su pasado —Papá. No voy a irme ahora. — ¿Qué? No puedes estar pensando en regresar al campamento de apoyo. Tomando en cuenta los informes, ya estará bastante demolido y toda esa área está tomada por los rebeldes. —No, no estoy pensando en regresar— dijo ella y las palabras le dolieron. Ella había logrado algo allí, había tocado vidas, había hecho la diferencia. Ahora todo estaba perdido. Pero eso no significa que su convicción había sido destrozada. En su lugar, su deseo de llevar recursos a aquellos que no los tenían, era aún más fuerte —Quiero reunirme con los Directores de la organización en Mogadishu y necesito ver que los otros miembros del equipo estén bien cuidados. —Rachel…— dijo él con esa voz plana que usaba cuando había tomado una decisión y no habría nada más en discusión —… hay ciertas circunstancias de las que no eres consciente…. —Creo que sé cuáles son esas circunstancias— dijo ella pensando en el interrogatorio de Carmody. Ella sospechaba que una especie de lucha de poder entre agencias estaba sucediendo y ella había terminado en medio de ellas por virtud de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, o porque era hija de quien era — Estaría feliz si me pusieras al tanto y no tener que conjeturar. —Me temo que eso es algo en lo que no puedo entrar en este momento. Basta con decir que tu continua presencia en la zona no es una buena idea. —Si no me das una razón creíble para hacerlo, que no tenga que ver con algún tipo de agenda política, me quedaré. —Realmente creo que no sea prudente para ti prolongar tu estancia. La región entera no es tan estable como podrías pensar. Ella rio, un sonido hueco que casi dolió —Papá. Creo que lo sé mejor que la mayoría. Acabo de ver a tres de mis amigos ser asesinados ayer por la mañana. —Yo… lamento que tuvieses que presenciar eso. Obviamente el plan para sacarte de allí no estuvo tan bien ejecutado como debió haber estado. Créeme, estamos investigando las cosas. —Papá… ¿conoces a alguien llamado Carmody? — ¿Debería? —Creo que sí— dudaba que Carmody fuese hombre de su padre… nunca le hubiese interrogado de la manera que lo hizo. Así que, si él no estaba del lado de su padre, tal vez estaba contra él. Probablemente ya había dicho demasiado en una línea telefónica que no podía confiar como segura —Él está buscando algo.
— ¿Lo está?— la voz de su padre aumentó en frialdad y pudo ver la irritación en sus ojos mientras él consideraba todas las ramificaciones de un extraño en una operación de sondeo, que implicaba no sólo a su hija, sino a la seguridad en la mayor base en la región de los EEUU. —Acabo de hablar con él brevemente, hace unos momentos. —Interesante. Y tal vez otra razón para que reconsideres tu estancia. —Agradezco tu preocupación, pero voy a estar bien ¿Puedes hablar por mí con el Capitán Pettit para el transporte y ése tipo de cosas? —Ya me encargué de eso, pero si insistes en quedarte, te asignaré seguridad. Podrán llevarte y ver cualquier cosa que necesites. Alguien estará allí antes que termine el día. —No es necesario…. —Rachel, hay veces que sé mejor que tú. — ¿Hay veces cuando no lo sabes? Él suspiró —Esperaba que este viaje y una mirada de primera mano a la realidad de estas situaciones, moderara tu entusiasmo, si no tu terquedad. Puedo ver que no fue así. —No— dijo ella suavemente, pensando en las horas en la trinchera, observando la oscuridad… buscando a donde hubiese preferido alejarse. Ella había cambiado, pero no de la manera que él había esperado —Necesito quedarme. —Entonces me temo que no tienes elección. Si te quedas, tendrás protección. De lo contrario, estarás en un avión esta tarde. Él sabía que ella aceptaría. Habían jugado éste juego toda su vida. Ella no tenía elección y él lo sabía. Ella no conocía la zona, no tenía ninguna persona con los recursos disponibles y no podía hacer caso omiso a los problemas de seguridad. No sería temeraria sobre su propio bienestar y no pondría a su padre y a otros en peligro político al volverse un objetivo, aunque dudaba seriamente que estuviese en peligro. Lo mejor que podía hacer era aceptar su compromiso. Considerándolo todo, él estaba aceptando sin haber dado una gran pelea como podría haber esperado —Está bien. Él hizo una pausa —Estaré en contacto. —Te amo. Saluda a mi madre por mí. Dile que la amo. —Sí. Bueno. Asegúrate de cuidarte. —Lo haré— susurró ella. La línea quedó en silencio y ella lentamente fijó el receptor. Su visión era borrosa. Estaba muy cansada. Toda la falsa energía y probablemente la falsa valentía, la adrenalina las había quemado ahora que ya estaba a salvo. La seguridad era relativa, supuso, pero al menos nadie le dispararía aquí. La idea de envolverse bajo las sábanas y cerrar los ojos era increíblemente atractiva, excepto que ella temía que, al cerrar sus ojos, estaría de regreso en esa carpa húmeda y caliente,
escuchando los sonidos de alguien que venía a matarla. Se enderezó y frotó sus cansados ojos. Su débil, dolida y maltratada mente podía formar sólo un pensamiento. Quería ver a Max. Con el mundo derrumbándose a su alrededor, Max era la única isla de sensatez.
CAPÍTULO VEINTE — ¿Está segura de esto, señora?— preguntó el conductor. Rachel miró el contenedor gris de metal y trató de imaginar su vida en su interior. Podría tener unos 6 metros de largo… encajaría dentro del garaje de su familia con espacio de sobra para unos cinco coches más. Dos escalones de madera sin pasamanos conducían a una sola puerta con una ventana cubierta de acrílico. A la mitad del largo contenedor, otra ventana estaba cubierta por el fondo de una unidad de aire acondicionado que se extendía varios centímetros. El techo era plano. Como todos los otros contenedores de metal, fila tras fila, alineados a lo largo de dos sucios carriles lo suficientemente anchos como para que circularan dos Humvees en ambas direcciones. Las letras negras estampadas C-19 eran las únicas cosas que lo distinguía de los otros. Tragó saliva —Sí. — ¿Quiere que la espere? Ella estudió su entorno a través de las ventanas delanteras y traseras de la Humvee. Podía maniobrar en las calles de una ciudad desconocida con su infalible sexto sentido en cuanto a la dirección, pero sola en este laberinto repetitivo podría vagar eternamente — ¿Dónde estamos, exactamente? —En la esquina noreste de la Villa de Contenedores… así llamamos ésta parte de la Base. — ¿Y dónde está la Base de Operaciones? Él señaló hacia adelante —A veinte o veinticinco minutos en esa dirección, si es una tenaz caminante y no le importa el calor. —Estaré bien. No hay necesidad de que espere. Él miró de soslayo más allá de la unidad de contenedores —Sí, señora. Sonaba tan indeciso como ella se sentía y ésa indecisión fue suficiente para estimularle a salir del vehículo. Ella necesitaba hacer esto —Gracias otra vez por traerme. —Sí, señora. Ella dio unos pasos y se detuvo, esperando que el coche se retirara. Él dudó, asintió con la cabeza y finalmente se alejó. Dándose la vuelta, subió las dos escaleras y golpeó a la puerta. Nada pasó. Realmente no quería llamar la atención porque técnicamente se suponía que ella no debería estar vagando por la Base. Cuando miró hacia atrás, estaba sola. Tocó otra vez — ¿Max?.. Max, soy Rachel. Por favor, que esté aquí. No sé dónde más buscar. El sol caía sobre su espalda y cuello, calentando la piel ya demasiado sensible. Había logrado estar más de dos meses en el país sin conseguir una seria quemadura, pero un día haciendo guardia, mientras Max cavaba la trinchera, todo ése cuidado había terminado. La quemadura solar no era un recordatorio bienvenido de dónde había estado
a ésa hora el día anterior. Lo tendría que pensar en algún momento, pero no ahora. Ahora sólo le gustaría olvidarlo. —Max, por favor. Si estás ahí…. La puerta se abrió unas pulgadas y ella bajó al escalón inferior para hacer espacio para que se abriera. Max estaba parada en la puerta, vistiendo unos boxers y una camiseta a juego. Un vendaje blanco y limpio rodeaba su brazo derecho. Tenía el cabello húmedo y ondeado como Rachel había esperado, cayendo sobre su cuello en vagos rizos que le hacían lucir muy sexy e inesperadamente despreocupada. Sus largas piernas delgadas y bronceadas… otra sorpresa. Sus pies descalzos. Un óvalo verde oscuro entre sus pequeños pechos indicaba un punto donde le había faltado secarse después de la ducha o tal vez era una gota de sudor recogida en el centro de su pecho. Rachel tuvo que alejar su mirada de ese punto y de la imagen de las suaves curvas de piel a ambos lados. Cuando levantó la vista, Max le miraba con un destello rápido de ardor en sus ojos y algo más profundo. Algo hambriento. —Pensé que te habías ido— dijo Max. —No lo hice— su corazón latía violentamente —Pensaba que estabas en el Hospital. —Lo estaba ¿Cómo me encontraste? —Acosé al pobre médico para que me dijera dónde estabas. Max sonrió irónicamente — ¿Viste a Grif? —Pregunté… todavía estaba dormido. —Sip— Max suspiró y pasó una mano por su cabello, rizándolo aún más — ¿Estás bien? —No muy bien, realmente— Rachel no había pretendido que fuese fácil, pero cualquier pretensión de estar bien después de todo lo que había sucedido, era desperdiciar el tiempo con Max. Ella tenía que saberlo mejor — ¿Puedo entrar? La vulnerabilidad de Rachel cogió a Max por sorpresa y su primer impulso fue tirar de Rachel dentro y mantenerla a salvo. Pero ahora no estaban en el campamento y las cosas eran mucho más complicadas. Rachel tenía leves círculos oscuros debajo de sus ojos y un cansancio en sus profundidades que Max reconoció y deseó que no tuviera. Su rostro estaba pálido, con excepción de las líneas de quemadura solar sobre el arco de sus pómulos y el cuello. Su cabello castaño relucía con reflejos dorados con porciones de luz atrapados en ellos donde Max quiso enterrar sus dedos para calentarlos. Su uniforme color caqui le quedaba sorprendentemente bien, casi natural y cuando entrecerró los ojos contra el sol, pequeños reflejos irradiaban las esquinas de sus ojos. Era más hermosa de lo que Max recordaba. —No puedo garantizar mi servicio de limpieza. Rachel entrecerró los ojos — ¿Adentro está más frío de lo que está aquí? —Tal vez diez grados.
—Suena maravilloso. Max dio un paso atrás y Rachel entró al contenedor. Aparte de Grif, que algunas veces pasaba para tomar algo rápido después de terminar una tarea, nunca había tenido un visitante. Lo vio como Rachel debía estar viéndolo… inhóspito, impersonal y vacío. Muy parecido a su interior. —Éste es mi refugio— se abrió camino cuidadosamente hasta la litera, encuadrada por un estante superior con fotos familiares y recuerdos de casa en ése cubículo desnudo. No tenía ninguna foto en la pared u otros artículos que indicaran que allí había vida. Alisó la sábana arrugada sobre la cama y pateó un par de pantalones hacia la esquina. Una botella abierta de whisky descansaba en el piso y como no había mucho que hacer sobre eso, sólo la dejó allí. Señaló hacia la única silla colmada con ropa —Lo siento. No hay mucho donde acomodarse. —Está bien— Rachel se detuvo a medio camino de la silla —De verdad. Cualquier lugar que no esté plagado de bichos o donde no sea capaz de trabajar porque me van a dar un tiro, está muy bien para mí ¿Te importa si me siento en tu cama? —No— dijo Max, tratando de averiguar a dónde debería moverse cuando Rachel se sentara en uno de los extremos de la cama. Finalmente, se sentó a su lado. — ¿Cómo está tu brazo?— preguntó Rachel. —Bien. —Me sorprendió que te dejaran salir tan pronto. Max sonrió con ésa sonrisa que Rachel reconoció, un poco arrogante y maltrecha. Rachel se rio y la burbuja de felicidad debilitó algo del dolor en su pecho —Ah… ahora veo. No te dejaron hacer nada. Los amenazaste…. —Vamos, no es tan malo— dijo Max —Tenemos esa clase de actitud aquí. Nadie quiere estar en una cama de hospital y menos por una lesión que no es tan severa como para requerir prolongada recuperación y rehabilitación, todo el mundo es feliz volviendo al deber. Volver al deber, como si el peligro y el riesgo fuese solo una parte normal de la vida aquí. Para Max, el día anterior había sido probablemente cercano a la rutina. Lo que para Rachel sería una vida terrible de recuerdos era sólo uno de los cientos de horrores que Max había visto. Tocó el brazo de Max — ¿Cuándo volaras nuevamente? —Tal vez nunca, no en éstos días. Estoy lista para ser enviada de regreso a los Estados Unidos en pocos días, al menos lo estaba. No estoy tan segura ahora. — ¿Por qué?— preguntó Rachel. Max vaciló y eso no era propio de ella. Rachel le recordaba siempre sincera y directa. Hizo una conjetura — ¿Esto tiene algo que ver con alguien llamado Carmody? Los ojos de Max se entrecerraron —Un tipo como de cuarenta, robusto, ojos fríos… ¿definitivamente hostiles? —Olvidaste lo de serpiente en la hierba.
—Sí, es él… ¿Te molestó?— el tono de Max fue oscuro y matizado con beligerancia. — ¿Molestarme?— Rachel sonrió. Por un momento, Max le recordó a una novia del Colegio queriendo protegerla de los avances de los chicos no deseados del equipo de fútbol. Una idea tonta, pero la idea le complació —Sí, creo que definitivamente podría decir eso ¿Te molestó a ti también? Como si leyera su mente, Max se rio y la oscuridad se alejó de sus ojos —Un poco. Rachel suspiró. Deseaba que Carmody fuese tan inofensivo como un adolescente con demasiada testosterona y un ego inflado. Carmody no era un coñazo, era peligroso — ¿Qué crees que está pasando? —No lo sé. No me dijo mucho— Max tomó su mano —Sin embargo, no debería tener nada que ver contigo. Eres un civil e imagino que irás a casa muy pronto. —No, no ahora mismo— Rachel deslizó sus dedos entre los de Max, en una conexión tan natural que casi no se dio cuenta que lo había hecho —Quiero ir a nuestra sede en Mogadishu. Necesito darle seguimiento a nuestro equipo para asegurarme de que todos están bien. Max frunció el ceño —Sabes, es posible que la ráfaga de ayer hubiese ido contra ti. Mogadishu sigue siendo un lugar bastante difícil. Tal vez deberías reconsiderar ese viaje. —No puedo imaginar por qué tendría que haber sido el objetivo. He estado allí semanas y nadie me prestó la menor atención. —No lo sabes. Y estos grupos son impredecibles… nunca se sabe lo que tienen planeado. —No tomaré riesgos— dijo Rachel, apreciando la preocupación de Max. Max, a diferencia de su padre, no le había dicho qué hacer, a pesar de que podía ver que Max estaba preocupada —Lo prometo. —Mucha gente parece estar interesada en ti— Max acomodó ambas manos unidas sobre su rodilla desnuda — ¿Quién eres, Rachel? Rachel encontró la mirada tranquila de Max. Sus ojos eran tan azules, tan fáciles de adentrarse en ellos. Rachel contuvo el aliento ¿Quién era ella? Esa era la pregunta ¿no? Para su padre ella era una hija testaruda y problemática que no compartía sus convicciones. Para su madre era la hija decepcionante que rechazó los valores de su madre y se negó a seguir sus pasos. Para las mujeres que supuestamente le habían deseado, era como un trofeo o un escalón para subir. Sólo aquí fuera se había sentido alguna vez como ella misma. Solamente Max le había visto —Sabes quién soy ¿no es así, Max? —Bueno, sé algunas cosas— dijo Max, sintiendo el peso de cada palabra. Sabiendo de alguna manera que lo que dijera importaba más que lo que alguna vez le hubiese dicho a alguien. La intensidad en la mirada de Rachel era casi una súplica —Sé que no tienes miedo de enfrentar el peligro. Sé que eres terca e independiente. Sé que eres leal a tus amigos y comprometida con tu misión. Y sé…— Max se detuvo, buscando el límite que no debía cruzar. Estaba cansada pero sólo había tomado un trago antes de decidir que
preferiría pensar en Rachel a olvidarse de ella y sabía lo que estaba diciendo. Lo que quería decir —… sé que eres realmente hermosa. Me gusta especialmente la manera cómo cambia el verde de tus ojos cuando estás enojada o cuando estás…— se detuvo. Tal vez ése era el límite. — ¿Qué?— preguntó Rachel — ¿Cuando estoy que, Max? El zumbido del aparato del aire acondicionado parecía el ruido de los insectos entre la maleza. El contenedor estaba poco iluminado, el aire era pesado, como el crepúsculo en la selva. Podrían estar a un centenar de millas de distancia de la civilización, solo ellas, solas, en un mundo atemporal, eterno. Los labios de Rachel se separaron y los humedeció con la punta de su lengua. Sostuvo la mirada de Max y rozó suavemente con sus dedos la piel desnuda del muslo de Max — ¿Max? ¿Mis ojos están cambiando de color ahora? —Sí. — ¿Y sabes por qué, verdad?— susurró Rachel. Max tragó saliva. Su piel se encendió donde descansaban los dedos de Rachel y el calor quemaba a lo largo de su columna vertebral y se cocía a fuego lento en su vientre. Sus dedos, sus labios, sus pezones se estremecieron. Estaba agitada. Acelerada. Abrumada. —Necesito besarte. Los labios de Rachel se alzaron en las esquinas y el verde bosque de sus ojos centellaron con más luz que la del sol — ¿Lo necesitas?— Max se inclinó hasta que su boca estuvo a milímetros de la de Rachel —Tanto que de lo contrario.... — ¿Qué...? —Ciertas partes de mí podrían estallar en llamas. Los dedos de Rachel se deslizaron debajo del borde inferior de los boxers de Max. Su palma presionó el muslo de Max. Su pecho rozó el brazo desnudo de Max. Sus labios se posaron en la mandíbula de Max —No se supone que te enciendas hasta después de besarme. —Besarte no me encendería— el pecho de Max se sentía como si una granada estuviese a punto de estallar dentro —Creo que...— ella jadeó. Estaba tan caliente por todas partes. Tan ardiente, tan reseca, tan caliente como la tierra que había sellado su alma. Los labios de Rachel se sentían tan bien contra su piel —Creo que besarte sería como caer en agua fresca y clara. —Descúbrelo— murmuró Rachel. Max gimió suavemente y cubrió la boca de Rachel con la suya. Rachel se inclinó sobre ella y sus labios se acomodaron contra los otros, encajando, intercambiando suavidad por suavidad. La punta de la lengua de Rachel rozó la superficie del labio inferior de Max y se alejó demasiado pronto. Max deslizó su mano sobre la parte posterior
del cuello de Rachel y la mantuvo así, cambiando el ángulo de su beso, tirando del labio inferior de Rachel entre los suyos, saboreando la plenitud sedosa entre sus dientes. Rachel gimió suavemente y se apretó más hasta que Max se apoyó en un codo y tiró de Rachel hacia abajo. Rachel se extendió sobre su pecho, ambas con los pies todavía en el suelo, sus manos y bocas presionando y buscando. Rachel casi estaba encima de ella, entonces Max gimió. Rachel jadeó y trató de sentarse —Oh Dios, tu brazo ¡Olvidé tu brazo!. —Mi brazo está perfecto— Max tiró de la boca de Rachel hacia la suya. Ella había estado muy bien. El beso de Rachel fue como deslizarse desnuda en el lago de una montaña cristalina, enérgica y refrescante e increíblemente emocionante. Cada célula vibraba con energía, sus terminaciones nerviosas cosquilleaban. Se sentía limpia y viva en lugares que no se daba cuenta habían estado insensibles y sin vida. Quería estar desnuda. Quería a Rachel encima de ella, bajo ella, deslizándose sobre ella como el agua en una cascada hacia abajo en una ladera de la montaña. Quería perderse en ella. Rachel levantó la camiseta de Max y acarició su estómago, haciendo que las caderas de Max se elevaran y su clítoris se tensara debajo del fino algodón de sus boxers. Rachel se tomó su tiempo explorando el cuerpo de Max, lentamente bordeando la camiseta hacia la parte inferior de sus pechos, deslizando sus dedos arriba y abajo sobre el centro de su vientre. Max se obligó a no moverse, para dejarle mirar y tocar, para exponer lo que mantenía oculto. Cuando el pulgar de Rachel rozó debajo del algodón y sobre su seno, ella se estremeció. —Rachel, no puedo…. —Dios, tienes un cuerpo hermoso— la mirada de Rachel estaba centrada en el cuerpo de Max, con una expresión intensa. Cuando levantó la mirada, el hambre en sus ojos robó el liento de Max —No puedo creer lo increíble que eres. Quiero verte desnuda. —Rachel.... —Lo sé— los ojos de Rachel ardían en los de ella —Es una locura. Lo sé. No hago este tipo de cosas… no, eso es una mentira, lo hago. Pero nunca así. Dios, Max. Nunca quise tocar tanto a alguien. —Es…. Rachel presionó los dedos en la boca de Max —No me importa lo que es. No me importa si es la secuela del estrés o la reafirmación de la vida o reírse de la muerte. No me importa nada de eso. Creo que eres hermosa y sexy y fuerte. No creo que haya estado tan excitada en mi vida. No dejes de besarme. —No lo haré— Max no se pudo detener. Si alejaba a Rachel, la última lucha marchitaría el remanente de su alma y no sería nada más que una cáscara. Arrastró a Rachel sobre la cama hasta que estuvieron frente a frente sobre la rugosa sábana militar, corazón a corazón, cuerpo a cuerpo. Ella le besó —No me detendré hasta que me lo pidas.
CAPÍTULO VEINTIUNO Rachel no podía soportar perder el contacto con los labios de Max. La boca de Max era tan cautivadora como sus ojos… intensa y demandante, exquisitamente suave. Sintió como si nunca hubiese sido besada anteriormente. No lo había sido. No así. No cuando el mero roce de carne sobre carne le producía una ola de placer en sus profundidades, agudo, luminoso y brillante. Ella rozó los pómulos de Max y con sus dedos acarició su cabello. Max tenía la calidez que no sabía buscaba… la llama que ahuyentaba la oscuridad. Se arqueó contra ella, deseando la presión del cuerpo de Max contra sus pechos, su vientre, sus muslos. Max era fuerte, sus músculos tensos e impresionantemente tiernos, sus manos y su boca deslizándose sobre el rostro de Rachel eran una suave bendición. Max y sólo Max siempre había querido verla, conocerla, tocarla. Más cerca. Más. Empezó a despojarse de sus ropas. La de Max también. Quería estar dentro de ella. Quería a Max dentro de ella. No podía contener su aliento. —Te sientes tan bien— Max acarició la garganta de Rachel y deslizó una mano rozando ligeramente los pechos de Rachel hasta llegar a la cintura —Sostenerte se siente bien. —Sí. No. No lo suficiente— Rachel jadeó —Quiero tus manos sobre mí por todas partes. Dios, me estoy volviendo loca. Max abrió el primer botón de la camisa de Rachel y su mano se deslizó en el interior —Tal vez lo estás. Pero si es así… yo también lo estoy. Rachel sonrió —Bien. Porque no quiero estar loca sin ti. Max rio y mordisqueó la barbilla de Rachel. Besó su garganta y jugó con sus dedos debajo de la tela de algodón firmemente a través de los senos de Rachel, acercándose más al pezón de Rachel con cada roce —Deberíamos detenernos un poco… creo. — ¿Por qué? No puedo pensar en una sola razón— Rachel jaló a Max encima de ella y se arqueó cuando el muslo de Max descansó entre los de ella. Cubrió la mano de Max que se había deslizado bajo el sostén militar y apretó los dedos de Max contra su pecho. La presión hizo que quisiera correrse y por un segundo su mente se quedó en blanco. Ella gimió y su visión se puso borrosa. Estaba muy cerca, demasiado pronto — No puedo pensar en nada. Max se apoyó en su brazo sano y bajó la mirada a los ojos de Rachel —Todas esas cosas que has dicho anteriormente. Acerca del estrés y de reírse de la muerte y todo eso. No quiero que te arrepientas de…. — ¿Siempre te preocupas tanto cuando vas a la cama con una mujer? —No… pero esto no es lo mismo. Rachel acarició el rostro de Max —Lo sé. No sé qué es esto, exactamente. Pero sé que es como ninguna otra cosa. —Siento como si nunca hubiese tocado a una mujer anteriormente— susurró Max.
Rachel se estremeció, la hinchazón de su clítoris indicaba que pronto se correría — ¿Y piensas que podría parar ahora?— reclamó la boca de Max, tirando hacia ella. El beso de Max era como ella… fuerte y suave, lento e intenso, un beso que le tocaba en lugares donde nunca nadie le había tocado. Rachel metió ambas manos bajo la camiseta de Max y acarició su espalda, la suavidad de sus palmas contra los músculos, los huesos y la suave piel. Incluso con los ojos cerrados, podía ver a Max con cada caricia. La sensación estaba en todas partes… placer inconmensurable, maravilloso y temiblemente maravilloso. Besó la garganta de Max, probándola… limpia y llena de vida — ¿Qué es? ¿Este poder que tienes sobre mí? Max meneó la cabeza —No. Yo no— reclinó su frente sobre la de Rachel —Eres tú. Te siento dentro de mí, llenando todos los lugares vacíos. No quiero detenerme. —Entonces no lo hagas— Rachel envolvió su pantorrilla sobre la pierna de Max. Los ojos de Max estaban tan oscuros y profundos que Rachel debió tener miedo de perderse en ellos, pero no lo tenía. Esta era una oscuridad que le encantaba —Nunca he estado más segura de nada en mi vida. Hazme el amor, Max. Max abrió el resto de los botones de la camisa de Rachel, separando la tela y frotó su mejilla sobre el valle entre sus pechos. Los pezones de Rachel se apretaron debajo del material que restringía sus pechos. Sus pechos le dolían y tomó la cabeza de Max, guiándola hasta el lugar donde su pezón se erguía —Por favor. Max acunó sus pechos, largos dedos cerrándose alrededor de su carne sensible, exprimiendo, disipando el placer hasta su interior. Rachel gimió. Nada como esto. Nunca. Los dientes de Max se cerraron en su pezón, tirando a través de la tela. Una explosión de luces detrás de las pestañas cerradas de Rachel. Su corazón martillaba. Estaba sin aliento. Se puso rígida, jadeando. El pánico le recorrió. Explosiones, gritos en la oscuridad. — ¡Oh Dios mío!— Rachel se enderezó. — ¿Rachel?— Max levantó la cabeza — ¿Qué pasa? —Lo siento. Lo siento— Rachel se aferró a Max y enterró su rostro en la curva de su cuello —Eso fue… Dios. Por un segundo recordé estar allí de nuevo. Las explosiones, la sangre, la... muerte. Lo siento. —Hey… ¿por qué te disculpas?— Max le sostuvo firmemente y rodó a su lado, manteniendo a Rachel estrechamente contra ella. Besó su sien y con una pierna envolvió las caderas de Rachel, acunándola a su cuerpo —He visto eso también. Muchas veces. Rachel se estremeció — ¿Cómo haces para detenerlo? —No puedes. Al menos yo no puedo— Max recorrió con sus manos la espalda de Rachel, caricia tras caricia, sin saber que más hacer —A veces bebo. Bueno… muchas veces bebo. Rachel levantó la cabeza — ¿Eso ayuda? Max hizo una mueca —No. Pero es mejor que salir del campamento y esperar una lluvia de granadas caer sobre mi cabeza.
Rachel se enderezó y pasó sus manos por su cabello — ¿También has intentado eso? Max vaciló. Ya habían compartido juntas más cosas de lo que alguna vez había compartido con alguien, físicamente y de otras maneras. Pero esto… esto era su tormentoso secreto. Su vergüenza secreta. Tenía una falsa valentía, no era valiente pero tenía una enorme necesidad de demostrar su valía. Incluso no pudo honrar su sacrificio con verdadero coraje. Si Rachel supiera que ella no era una guerrera sino una renuente participante atormentada por pesadillas y arrepentimientos ¿qué pensaría? Y si no le dijera, todo entre ellas sería una mentira —Unas cuantas veces, sí. Tentar al destino, tal vez. No sé, a veces pienso que no merezco estar aquí cuando muchos no lo están. —Oh Max— Rachel suspiró y acarició su rostro —Lo siento. —Escucha, estoy bien. Al menos no tan mal como otros. Y tú… no tienes nada de qué avergonzarte— Max se sentó y apretó la mano de Rachel —Lo que pasó allá… no estabas lista para eso. Nadie lo está, pero al menos nosotros somos militares. Entrenamos para eso, sabemos lo que puede venir, tenemos más tiempo para prepararnos. Ahora estás exhausta, estresada y de luto por los que has perdido. Me sorprendería si no tuvieses recuerdos— apretó los dedos de Rachel —Cuando estés en casa… si sigue así… puedes hablar con alguien ¿De acuerdo? — ¿Es el doctor diciendo haz como yo digo… o en realidad tomas tu propio consejo? Max miró la botella medio vacía en el piso —No todo el tiempo. —Bueno…— dijo Rachel, su voz sonando un poco más fuerte —… tomaré tu consejo cuando llegue a casa. Por ahora, no me importaría tomar un poco de tu remedio. Max sonrió y alcanzó la botella. La destapó y la entregó a Rachel —Lo siento no tengo ningún…. Rachel tomó la botella, tragó una saludable cantidad y tosió violentamente, con lágrimas en sus ojos —Síp, así de repugnante como lo recuerdo— se la devolvió a Max —Gracias. Creo. Max dejó la botella en el suelo y deslizó un brazo sobre los hombros de Rachel — ¿Mejor? Rachel acariciaba el muslo de Max y descansó su mano en el interior de la pierna desnuda. Una endeble cicatriz atravesaba el músculo, que no significaba nada para el mar de belleza —Has estado cuidando de mí por los últimos dos días. Te lo agradezco. —No quiero tu gratitud— Max acunó su rostro —Me gustaría besarte otra vez. —Sí…— susurró Rachel —… eso me gustaría mucho. El beso de Max fue un lento y prolongado beso que difuminó los jirones desgarrados del alma de Rachel, tranquilizándola, consolándola, encendiendo el fuego otra vez. Rachel se aferró de los hombros de Max y le besó más fuerte, más profundo, presionando sus pechos contra los de Max, deslizando una pierna sobre las caderas de Max hasta que estuvo a horcajadas sobre ella en medio de la cama de Max —Te deseo.
Max acunó el trasero de Rachel y tiró de ella apretándola contra su duro abdomen. Rachel movió sus caderas y sintió que su control menguaba. Cuando debió alejarse con todo lo demás, empujó más duro, dispuesta a que su cuerpo explotara. Max deslizó ambas manos debajo de la camisa y apretó sus pechos, Rachel echó hacia atrás su cabeza y se rio —Haces cosas conmigo con toda mi ropa que nunca había sentido desnuda. Max le besó entre sus pechos —Pronto te tendré desnuda. —Dios, sí— Rachel se quitó la camisa, luego su sostén y los arrojó al piso detrás de ellas. Presionó sus pechos en el rostro de Max —Pon tu boca en mí. Max levantó un seno de Rachel con su mano y absorbió el pezón en su boca. El clítoris de Rachel pulsó y se apretó más fuerte contra el vientre de Max —Así. Justo… así. —Te gusta eso— dijo Max, con voz baja y orgullosa. —Oh sí. Los dedos de Max se cerraron sobre su otro pezón, apretando mientras su boca succionaba el otro. Las luces explotaban tras los párpados de Rachel, ráfagas luminosas de blanco, rojo y amarillo y no tuvo miedo. La oscuridad dio paso a la luz y el placer le rodeó —Max. Max... . Max se apoderó de las caderas de Rachel y tiró de ellas apretándolas más contra su cuerpo, su boca y sus dedos trabajando simultáneamente con los empujes de Rachel. Rachel apretó sus puños en el cabello de Max y vio cuando Max le hizo explotar —Oh Dios mío. Max presionó su mejilla contra el pecho de Rachel y la mantuvo cerca hasta que su temblor se detuvo. Cuando Rachel se derrumbó, le besó —Eres tan hermosa, creo que mi corazón se detuvo. Rachel no podía moverse. Estaba completamente demolida —Dios mío. Nunca...yo no.… nunca me había corrido así en mi vida. Max se rio —Te dije que eras increíble. —Creo que tú hiciste todo el trabajo— dijo Rachel, con palabras lentas y perezosas. —Créeme, eso no fue trabajo. Rachel lamió una gota de sudor que corría de la garganta de Max. Le supo salada y poderosa. La deseaba otra vez. Estaba perdiendo la cordura —De cualquier manera, no tienes idea de lo que me haces. Max le besó —Creo que tal vez un poco. Porque tú... me haces sentir como una Diosa. Rachel puso sus manos en los hombros de Max y se inclinó hasta que estuvo ojo con ojo —Pude haberte llamado Dios una o dos veces… de acuerdo, tal vez diez… pero no dejes que se te suba a la cabeza.
Max levantó la barbilla de Rachel y le besó otra vez —No puedes regresar al genio a la botella. —Oh, no quiero regresarlo— Rachel le besó ardientemente. Estaba medio desnuda, totalmente expuesta en todos los sentidos, e increíblemente viva. Max había sido la primera en verla como era, la primera en tocarla donde a ella le importaba. Lo último que quería era deshacer de eso. El deseo se apoderó de ella otra vez, apasionado, ardiente, rápido —Quiero volver a hacerlo. Te deseo. —Empecemos con la parte de dejarte desnuda— Max alcanzó el botón de los pantalones de Rachel. —No todavía— Rachel se inclinó sobre sus rodillas y empujó a Max de regreso a la cama. Agarró la parte inferior de la camiseta de Max y la sacó por encima de sus senos. No llevaba nada debajo de la camisa. Sus pechos eran pequeños y firmes, con unos pezones rosa pálido perfectamente centrados. La garganta de Rachel se secó y tiró de la camisa mientras miraba —Fuera. Max agarró la parte inferior y casi se la había quitado, cuando un fuerte golpe resonó en el marco de metal a través del espacio. Max se congeló. Una profunda voz masculina gritó —Comandante De Milles. Abra la puerta, por favor. Max se enderezó —Rachel, quédate aquí. — ¿Por qué? ¿Quién es?— susurró Rachel. Max le tomó por la cintura y le hizo a un lado como si no pesara nada —Vístete. Congelada de repente, Rachel buscó torpemente el sujetador y la camisa mientras Max se ponía un par de pantalones y metía sus pies descalzos en sus botas. Max bajó la vista, vio que Rachel estaba vestida y dijo —Sólo quédate aquí. Estarás bien. —Max…. Max atravesó el espacio del contenedor y abrió la puerta, sosteniéndola con la longitud de su brazo. Rachel le siguió y vislumbró sobre su hombro. Dos corpulentos hombres en uniforme de camuflaje azul estaban situados al pie de la escalera, con sus brazos cruzados sobre el pecho. Ambos llevaban gorras tan apretadas y bajas, que sus ojos apenas eran visibles. Ninguno sonreía. —Si viene con nosotros, Comandante— dijo uno de ellos. Nada en sus expresiones indicaba que siquiera hubiesen visto a Rachel. Max no se movió —La Srta. Winslow necesitará transporte hasta sus aposentos. —Haremos los arreglos para eso, Comandante. Max se volteó hacia Rachel —Espera aquí. Alguien vendrá a llevarte de regreso. — ¿Qué está pasando? ¿Quiénes son ellos?
—Tengo que ir— Max sonrió, una sonrisa torcida y cansada —Vete a casa, Rachel… sal de este lugar. Otro vehículo Humvee se detuvo detrás del otro, delante del Contenedor de Max. Un hombre y una mujer salieron, ambos vestidos en pantalones grises. Ambos eran de raza blanca, delgados y bronceados, cercanos a los treinta. Ambos se parecían mucho a Carmody. La mujer, una morena con un rostro perfecto que reflejaba absolutamente nada, se acercó al lado de los hombres uniformados —Srta. Winslow. Le llevaremos a sus aposentos. Rachel agarró la parte trasera de la camiseta de Max, como si pudiese mantenerla allí, lejos de estos extraños. Mantenerla a salvo —Gracias, pero estoy bien. Me voy con la Comandante De Milles. Max extendió su mano por detrás de su espalda, liberando suavemente los dedos de Rachel —No eres parte de esto, Rachel. Vete a casa. —Pero…. Max avanzó hacia la tierra seca y les dijo a los dos hombres —Salgamos de aquí. Rachel observó cuando todos se introdujeron en el Humvee y éste arrancó. Max nunca volvió la vista.
CAPÍTULO VEINTIDOS El Humvee desapareció en una esquina y Rachel se quedó de pie en los escalones del contenedor de Max bajo el brillante y caliente sol. El estallido de molestia le ayudó a dejar de lado la ola de tristeza que dejó Max. Max le veía como ella quería… como necesitaba… como debía ser vista, pero aún tenía mucho que aprender si creía por un segundo que Rachel le dejaría ahora. Frunciendo el ceño ante el resplandor, bajó la vista hacia las dos personas que le miraban sin inmutarse — ¿Quiénes son ustedes? La mujer le tendió su mano —Abigail Kennedy. Su acento le indicó que era de Nueva Inglaterra, su porte y su comportamiento hablaban de privilegios. Parecía estar comenzando los treinta, estatura media, cabello castaño, cortado de manera casual y profesionalmente, en capas, un estilo sencillo que se vería bien en el desierto o en una fiesta de cóctel. La mirada clara y sencilla en unos ojos azules. Un rostro bien trazado en forma de corazón, nariz recta, una sonrisa en labios llenos. Muy bonita, tratando de restarle importancia a la falta de cualquier maquillaje, ninguna joya de ningún tipo y el mismo color neutral de camisa y pantalones que todo el mundo llevaba de una forma u otra. Su intento por mezclarse no podía esconder su crianza o sus antecedentes. Rachel había visto miles como ella en Washington DC, en la escuela preparatoria y en la Universidad y posteriormente en eventos diplomáticos a los que había sido obligada a asistir con sus padres. Mujeres como ella por lo regular querían estar a cargo, pero nunca saldrían fuera del límite del campamento, como diría Max. Tenían a alguien más para hacerlo. Bajo otras circunstancias tal vez no le habría juzgado tan duramente, pero ahora no estaba para ser amable. Kennedy todavía extendía su mano y Rachel la sacudió brevemente. Fría y confiada, como la de Abigail Kennedy. Rachel miró al hombre que estaba parado un paso detrás de Kennedy. Otro ejemplar perfecto. De metro ochenta o un poco más alto, con un cuerpo robusto y los requeridos hombros anchos. Cabello oscuro, lo suficientemente largo en la parte superior para ser elegante pero no demasiado, cuidadosamente recortado alrededor de las orejas y la parte posterior del cuello. Una cara larga y delgada, ojos marrón oscuro como el color del cabello. Ojos que algunas mujeres podrían llamar conmovedores. Sólo un poco de barba en su mandíbula bien formada. Una barba de cinco de la mañana, a las qué... ¿diez de la mañana? Se preguntaba si sería un efecto estudiado. Ella sostuvo su mirada. —Adam Smith, Srta. Winslow— él le tendió la mano —Venimos de parte de su padre. —Eso fue rápido. —Por suerte, estábamos... en la Embajada. Eso no le decía nada y ella habría dudado que Kennedy y Smith lo hubiesen planeado. Toda clase de personas estaban apostadas en las embajadas extranjeras, especialmente en las áreas de compromisos militares activos: diplomáticos, Agregados del Servicio Exterior, periodistas y agentes de toda clase de inteligencia. Sus nuevos
guardaespaldas podrían ser cualquiera de ellos. Probablemente no estaban más felices con su misión de ser su niñera que ella de tenerlos. Suspiró — ¿Qué está pasando? Ambos sacudieron la cabeza. Kennedy habló primero —Estamos aquí para acompañarla hasta que se vaya a los Estados Unidos. Su alojamiento ha sido preparado cerca de la embajada. La conduciremos a sus aposentos para que pueda recoger sus cosas. Rachel resopló —Me temo que lo que ven es lo que hay. No tuve tiempo de hacer la maleta y no necesito recuperar mi cepillo de dientes militar. Abigail se sonrojó —Sí, lo sentimos. Nos ocuparemos de todo lo que usted necesite— ella dio un paso atrás e hizo un gesto hacia la Humvee —Si quiere nos podemos ir ahora. —Lo que me gustaría es que me lleven al hospital de la Base. Hay alguien a quien necesito ver. Ninguno de ellos se movió. —Están aquí para acompañarme ¿no es cierto?.. Bueno…— dijo Rachel bajando las escaleras —… voy a el hospital. Si quieren venir, bien. Empezó a caminar hacia la dirección de donde había venido aquella mañana. Había prestado atención desde la ruta del hospital hasta el lugar de Max y pensaba que podría estar razonablemente cerca. Si se perdía, alguien que pasara podía dirigirla. Estaría más que feliz de prescindir de sus acompañantes. Kennedy y Smith podrían ser exactamente lo que dijeron que eran… dos personas que habían estado disponibles para ser reasignados a una tarea de protección por unos días. Pero ella no confiaba en ellos. Hasta ahora, no confiaba en nadie excepto en Max, Grif y Amina. El sudor le estalló en todas partes después de pocos pasos. La temperatura se acercaba a los cien grados y el desayuno había pasado hace mucho tiempo. Así como dormir. No pensó en ninguna de las dos cosas cuando estuvo con Max. Esos momentos dentro del contenedor estaban tan lejos del calor y la desolación de este lugar como las estrellas de la tierra. Max y el modo en que Max le hacía sentir… viva y libre y más conectada de lo que había estado… era todo lo que importaba. Habría sido feliz de estar allí por el resto de su vida. Estaría feliz de estar en cualquier lugar con Max por el resto de su vida. Las piernas de Rachel temblaban y el temblor no tenía nada que ver con el calor, el hambre o la fatiga. Max. Todas las facetas fascinantes de Max brillaban a través de su mente… Max con la fuerza de una guerrera y un sentido de propósito, sus ojos brillando con determinación; Max con la habilidad del cirujano y sus suaves manos, derrotando a la muerte; Max, consolando con ternura y comprensión. Max era como nadie que hubiese conocido y no quería dejarla ir. El vehículo se detuvo junto a ella. Kennedy le llamó desde el lado del pasajero. — Por favor suba, Srta. Winslow. Estaremos encantados de llevarla. —Gracias— Rachel se subió a la parte de atrás. Necesitaba conservar sus fuerzas. Podría pasar mucho tiempo antes que durmiera nuevamente. Los diez minutos en coche pasaron en silencio y trató de no dejar que sus pensamientos vagaran a lo que podría estar pasando con Max. Cada vez que lo hacía, el miedo surgía desde lo más recóndito de su
mente, su corazón se aceleraba y su estómago se revolvía. Max estaba en problemas y aunque Max había intentado convencerla de que ella no era parte de lo que estaba pasando, ella lo sabía mejor. Había sido parte de ello desde el principio. Si ella no hubiese estado ahí en la selva, ésos Halcones Negros tampoco habrían estado. Tal vez ni los rebeldes habrían estado allí. Sin duda Max y Grif no habrían terminado luchando por mantenerlos vivos y probablemente Max no estaría atrapada en mitad de cualquier juego político que se estuviese jugando ahora. Pero lo que sea que les haya juntado, ella siempre había sido parte de eso. Y lo que estaba pasando ahora no era diferente a lo que había sucedido en la selva. Ella y Max, posiblemente Grif y tal vez incluso Amina estaban bajo ataque. El enemigo usaba un uniforme diferente y aparecía a la luz del día y no en la oscuridad, pero no eran menos peligrosos. No iba a dejar a Max, a Grif o a Amina. No tenía un rifle, pero tenía otras armas. El vehículo se detuvo frente al Hospital y ella salió. La puerta delantera del vehículo se abrió y Kennedy puso una pierna larga y delgada en el suelo. Rachel bloqueó su salida —No tiene que entrar. Estoy segura que esto tiene aire acondicionado. No estaré mucho tiempo. Kennedy miró sobre su hombro hacia Smith, quien se encogió de hombros. Finalmente Kennedy regresó al vehículo y cerró su puerta. Rachel recorrió el camino a través del hospital hacia la oficina donde ella había investigado por la mañana sobre Max y Grif. El mismo cadete, un pelirrojo con pecas que gracias a Dios le había ayudado anteriormente, estaba todavía en servicio. Él hizo a un lado algunos papeles y sonrió levantando la vista cuando ella se acercó a su escritorio —Srta. Winslow, ha regresado. Ella sonrió y leyó su nombre en la placa —Buena memoria, Cadete Feeny ¿El Teniente Griffin está despierto? Me gustaría verlo. —Déjame revisar. Ciertamente está muy solicitado. Rachel mantuvo la sonrisa en su lugar — ¿Es cierto? —Sí. Ya he tenido media docena de llamadas sobre él esta mañana. —Bueno, debe haber fila para visitarlo, entonces. Feeny meneó la cabeza —Todavía no. Se supone que debo llamar al Cuartel General cuando despierte— tímidamente se encogió de hombros e hizo un gesto a los montones de formatos en su escritorio —Estoy un poco atrasado. —Sé cómo es eso. Si pudiera decirme dónde está, le ahorraré tiempo. —Oh no, Señora, estoy feliz por la compañía. —Gracias— dijo ella con un balbuceo impaciente. El Cuartel General quería una llamada. El Capitán Pettit podría simplemente desear un informe sobre el estado de uno de sus heridos. Habría muchas personas que tendrían que ser notificadas, incluyendo la familia. Todo eso podría no ser nada fuera de lo común, pero no lo creía. Todavía podía ver a Carmody sentado en el escritorio de Pettit, mirándola de manera engreída y depredadora.
Feeny se levantó —Vamos. Él ya está en una litera normal. La encaminó por una serie de pasillos con cubículos cubiertos por cortinas en ambos lados. Vio algunas figuras mientras pasaba por las camas, algunas de ellas vacías, otras ocupadas con hombres y mujeres durmiendo o leyendo o mirando al espacio. El lugar estaba limpio, brillantemente iluminado y olía como olían todos los hospitales… comida, antiséptico y dolor. Feeny hizo a un lado una cortina y le señaló un espacio con dos camas, dos mesas de metal a juego entre ellas y una ventana lateral. Las bronceadas paredes estaban desnudas y sombrías. Una de las camas estaba vacía. Grif dormía en la otra. Un soporte con ruedas situado al final de su cama, sostenía una jarra de agua y el historial clínico. —Gracias— dijo Rachel en voz baja. Feeny asintió y salió. Ella se dirigió a la silla de metal, en la esquina al lado de la cama de Grif y se sentó. Él era un hombre corpulento, pero parecía mucho más grande allá en la selva, aún herido. Tal vez porque no tenía su equipo de combate, o tal vez la estéril y artificial pureza de la sábana que lo cubría de alguna manera lo hacía menos corpulento, parecía más pequeño, débil. Echaba de menos las vetas de camuflaje por debajo de sus ojos. Incluso extrañaba las manchas de suciedad. Él y Max se veían tan ajenos y aterradores en esos primeros caóticos segundos. Vio a Max como en el primer encuentro… apuntándole con un rifle, una fiera expresión bajo la pintura de guerra y la suciedad. Pensó en Max como le había visto sólo una hora antes, fresca por la ducha, su piel suave como satén, sus agudos rasgos desenmascarados. La coraza se había ido, pero su fuerza había permanecido. Sus ojos se llenaron de lágrimas y ella impacientemente las alejó. Max era una guerrera. Ella podría estar bien, pero no iba a luchar esta pelea sola. Rachel tomó la mano de Grif donde posaba sobre la cama y apretó sus dedos. — Hola, Grif. Probablemente no me recuerdes. Soy Rachel. La mano de Grif se crispó y abrió sus ojos — ¿Laurie? —No, Grif, soy Rachel Winslow. Estás en el hospital. Estás herido, pero te estás recuperando bien. Lentamente él giró la cabeza, parpadeó y frunció el ceño —Tú no eres mi esposa. —No, no lo soy. Soy Rachel. Pasamos algún tiempo juntos allá en la selva. —Lo recuerdo— dijo receloso — ¿Estabas sentada sobre mí? Ella rio suavemente, el recuerdo de Max operando en medio de toda esta locura le llenó con un ataque de triunfo. Ellos habían sobrevivido. Todos ellos, juntos —Lo estaba. —Eso pensé ¿Dónde está Max? —Ella está aquí. Está bien. Él suspiró —Bien. —Algo está pasando, Grif— dijo Rachel —Ellos están haciendo un montón de preguntas sobre lo que pasó allá afuera ¿Alguien ha estado aquí?
—No. Al menos, no que yo recuerde— él parpadeó varias veces y cuando se centró en ella otra vez, su mirada se volvió más aguda — ¿Dónde está Max? —No lo sé. Dos hombres se llevaron a Max. Estoy un poco preocupada. —Dos hombres… ¿tenían placas, insignias? ¿Sargentos de la Marina? ¿Policía Militar? Rachel trató de recordar los uniformes azules, las placas y las insignias —Creo que tal vez, sí. —Eso no es normal— él levantó su cabeza, revisando su propio cuerpo. Los tubos salían por debajo de las sábanas en varios lugares y dos bolsas de intravenosas colgaban de un poste de metal anclado en el lado opuesto —No podré ir a ningún lado por un tiempo. Mierda. —Debes concentrarte en mejorar. Max te diría lo mismo. —Sí, pero ella es dura de pelar y nunca piensa que necesita ayuda. Rachel sonrió. Así que Grif también veía bajo el camuflaje —Dime qué hacer ¿Cómo puedo saber lo que está pasando? —No sé si puedas. Si hay algún tipo de investigación, lo van a mantener en secreto. Si andas merodeando, se cerrarán. —De acuerdo. Descartado un ataque frontal. Creo que tendré que encontrar una manera en la que ellos no sean capaces de ocultarse. —Buen plan— él sonrió — ¿Dónde está la otra mujer? La que estuvo conmigo todo el tiempo. —Amina. También está aquí. Ella está bien. —Dile que le agradezco. Ella es muy valiente. Rachel respiró fuertemente —Lo es. Todos ustedes lo son. Los ojos de Grif estaban cerrados —No dejes a Max sola. —No lo haré. Lo prometo— Rachel se levantó —Duerme, Grif. Le diré a Max que mantenga la cabeza baja. Él abrió sus ojos — ¿Podrías llamar a mi esposa? No quiero que el único mensaje acerca de esto, le llegue solamente por los medios regulares. —Por supuesto. Será un honor. Dime su número. Laurie ¿verdad? —Sí— le recitó un número. — ¿Hay algo especial que quieres que le diga? —Dile que estoy bien y que todo me funciona. Rachel se rio —Estoy segura que se alegrará de oír eso.
Ella lo dejó, sabiendo que él protegería a Max cuando vinieran a interrogarlo. Una vez en el exterior, subió a la Humvee y dijo —Me gustaría ir al Cuartel General ahora. —Por supuesto— dijo Kennedy. Al parecer, Smith no hablaba. Rachel cerró sus ojos y dejó que el aire fresco del aire acondicionado le revitalizara. Penetrar el muro de silencio iba a ser imposible por su cuenta. No conocía a nadie en la base militar que hablaría con ella. Su padre podría ayudar, pero involucrarlo no era una buena idea, no cuando ella desconocía las razones para la investigación o quién estaba detrás de ello. Además, odiaba llamarlo para solucionar sus problemas. La fatiga le abrumaba y sacudió su cabeza. Aún tenía trabajo qué hacer. *** —Srta. Winslow— dijo Kennedy. Rachel se irguió. Dios, tenía que haberse quedado dormida. Miró hacia afuera. El Humvee estacionado frente al Cuartel General —No sé cuánto tiempo estaré. —La esperaremos. Rachel salió y se dirigió adentro. Encontró la oficina de Pettit después de unas vueltas equivocadas, llamó a la puerta y el mismo oficial le abrió. — ¿Señora? ¿Puedo ayudarle? —Me gustaría ver al Capitán Pettit, por favor. Él le estudió un segundo antes de mantener la puerta abierta —Si espera un momento, señora— él caminó hacia la puerta interior, tocó y desapareció. Un minuto después regresó y le escoltó hasta la oficina de Pettit. El capitán se levantó detrás de su escritorio —Srta. Winslow ¿Cómo puedo ayudarle? —Me gustaría ver a la Comandante De Milles. —La Comandante está en una reunión ahora mismo. —Una reunión— Rachel luchó por mantener su expresión neutral. Pensó en la eterna calma de su padre, incluso cuando ella sabía que él estaba en plena ebullición y puso algo de ese frío control en su voz — ¿Una reunión que requiere dos policías militares para escoltarla? Los hombros del capitán se pusieron rígidos —Me temo que no puedo hablar de esto con usted. —Capitán, yo estaría muerta. El teniente Griffin estaría muerto. Amina Roos estaría muerta y probablemente otros más, si no fuera por la Comandante De Milles. Lo que sea que pasó allí, accidente o planeado, no es algo que ella hizo. —Como dije, no estoy en libertad de discutir…. —Pensaba que era habitual que el oficial jefe apoyara a sus tropas bajo su mando. No que se transfirieran a agencias externas para ser interrogados.
Un músculo se tensó a lo largo de su mandíbula —Ciertas pruebas han salido a la luz. La Comandante está siendo interrogada, así como varios otros miembros de la misión, como parte del seguimiento de rutina. Eso es todo lo que puedo decirle. Ciertas pruebas. Bueno, eso le decía que esto iba más allá de la rutina y Pettit probablemente no tenía control sobre ello. Acusaciones políticas, sobre todo, incluso sobre la autoridad militar. Rachel vio la decisión en sus ojos y posiblemente el arrepentimiento. Él no podía ayudarla. Esta ruta estaba cerrada para ella, pero no iba a abandonar a Max sin disparar un tiro.
CAPÍTULO VEINTITRES Max podía dormir en cualquier parte… en una camilla en una esquina oscura esperando que el quirófano fuese limpiado y el siguiente paciente fuese llevado en una silla de ruedas para una larga noche de emergencia, en el suelo detrás de un montículo de arena mientras sus compañeros mantenían la vigilancia sobre los enemigos que acechaban en la noche… casi en cualquier lugar, excepto en su litera, donde se suponía que estaba a salvo. Quizás la única vez que se sentía segura era cuando en verdad se enfrentaba a la muerte, cara a cara. No estaba a salvo con Carmody, pero ya que había sido dejada sola en una habitación vacía con nada más que dos sillas de metal y una mesa de acero, prefería dormir que mirar las paredes en blanco y saber que estaba siendo vigilada y probablemente grabada. Además, cerrar los ojos era lo más cerca que podía lograr para alejar a quienquiera que le fuese a molestar. Al instante que sus ojos se cerraron, su pensamiento viajó a Rachel y a la pareja que había aparecido fuera de su contendor buscando a Rachel. No eran militares. Tenían el tipo de Carmody, tal vez incluso trabajaban con él. Podrían ser amigos o enemigos. Rachel podía manejarlo, pero probablemente nunca se había topado con gente como esta anteriormente. Gente que no dudaba en usar cualquier táctica a su disposición para conseguir lo que querían. Gente que pensaba que su misión era de alguna manera más vital que la de aquellos que exponían sus cuerpos en la línea de fuego a diario. Personas que parecían haber olvidado como lucía el enemigo. Rachel no pertenecía a nada cercano a éste pozo de serpientes lleno de sospecha y acusación. Max habría dado casi todo por saber que Rachel estaba lejos de todo esto, pero no preguntó. Darle a Carmody algún indicio de que Rachel le importaba sería como darle un arma cargada para que le apuntara a la cabeza. Acababa de preguntarle lo mismo que la noche anterior otra vez, como si esperase que la respuesta fuese diferente esta vez ¿Quiénes eran los insurgentes que atacaron el campamento? ¿Cómo sabían del tiempo de la operación de rescate? ¿Cuál era su objetivo? ¿Quién era su objetivo? ¿Quién le dijo a Max acerca de la operación? ¿Alguien más le dijo algo? ¿Con quién se había encontrado en la selva? Cada vez que él preguntaba, ella le respondió del mismo modo que la primera vez y después que se cansó de cuestionarla o tal vez de pensar que si la dejaba sola, ella podría entrar en pánico o negociar, él se fue. Después de unas horas regresó y comenzó otra vez. Estar consciente del tiempo era difícil después de tantos días sin dormir en un espacio estéril con nada que le orientara. Sin ventanas, sin reloj, sin voces fuera de aquel cuarto. No le habían llevado al Cuartel como había esperado la primera vez, sino a un edificio desconocido en la orilla más lejana de la Base. No vio a ningún personal de la Base en absoluto cuando se bajó del Humvee. Tal vez nadie sabía que ella estaba allí. Consideró quien podría extrañarla si no regresaba pronto a los Estados Unidos. Nadie. No había notificado al hospital de su regreso pendiente, a pesar de que su puesto estaba seguro… La sala de emergencia siempre tenía problemas para mantener a los cirujanos dispuestos a tomar las llamadas nocturnas para cubrir las emergencias… y no estaba segura de cuándo llegaría a los Estados Unidos. Sus colegas médicos estarían
felices de verla… otro miembro para responder llamadas y aligerar la carga. Tal vez la enfermera de Cirugía con la que había pasado una noche le daría una especial sonrisa de bienvenida ¿Pero y si nunca regresaba? Nadie preguntaría. No había hablado con nadie de su familia en más de una década. Ellos no habían demostrado interés alguno en sus planes cuando era joven… de hecho, su padre le había dejado claro que ella estaba por su cuenta cuando cumplió dieciocho años. Investigó cuál era la mejor manera para pagar sus estudios universitarios y la escuela de medicina y se estableció en la Marina. El día después de su cumpleaños 18 subió a un autobús hacia el Sur, a Cornell, con una beca como Reservista de la Marina. Nunca había mirado atrás y dudaba que ellos hubiesen pensado en ella en años. Ninguna novia. Ni amigos. Ni siquiera un maldito gato. Carmody tenía todas las cartas, excepto una… no le importaba lo que él le hiciera. Y la manera que él tenía de ejercer poder, dependía de infringir miedo. La segunda vez que la dejó sola, ella se había dormido. Y la tercera. Parecía que pasaba un par de horas cada vez. Nunca le trajo algo de comida, solo había dejado una botella de plástico con agua sobre la mesa, que ella bebió. Podría haberse tomado otra. Podría tomar dos o tres tazas de café y una gran comida. Lo que realmente necesitaba era ver a Rachel. Solo para saber que estaba en un lugar seguro y fuera de lo que sea que estaba pasando aquí. Cuando el hambre no la dejó dormir y su mente comenzó a alejarse un poco de la fatiga, el estrés y el enojo y su fiero y fuerte control empezaban a desvanecerse, pensó en los momentos previos antes de que los Marines llegaran por ella. Rachel se apareció de la nada, de pie allí en los escalones de su unidad, negándose a dar la vuelta para irse o ignorando el muro de silencio de Max. Max sonrió para sí. Tan terca como hermosa. Y de alguna manera, las barreras se derrumbaron y su determinación se había desvanecido bajo la suave caricia de la boca de Rachel. Ella no pudo alejarla, la necesitaba demasiado. Necesitaba la increíble sensación de estar con Rachel… como si estuviesen solas en el universo, de pie ante el claro de una montaña, con el sol brillando y la brisa soplando sobre su piel. Como si estuviesen desnudas y caminaran en un lago de cristal y el único calor viniera de la piel de Rachel contra su piel, alejando el frío, calentando su interior. Cuerpo a cuerpo, recorriendo sus manos sobre la piel sedosa y sus dedos enredados en el grueso cabello brillando bajo el sol. Los ojos de Rachel eran del color de las hojas de los árboles que formaban un escudo alrededor de ellas. No había muerte, ni agonía, ni dolor. No podía recordar alguna vez en que no hubiese dolor… o rechazo, o estar en otra parte, de nunca importar lo suficiente. Sonrió para sí misma, pensando en Rachel a horcajadas sobre ella, salvaje y libre. Ella había sido suficiente entonces. Le dio todo lo que tenía y en esos momentos, ella había sido suficiente. La puerta se abrió y Carmody entró — ¿Algo divertido, Comandante De Milles? Max abrió lentamente los ojos y se centró en él. Se había afeitado y bañado y usaba un uniforme nuevo. Podía oler la loción aun flotando de su piel. Habría comido, también, probablemente, el muy bastardo. No dijo nada y cuidadosamente puso su mente en blanco. No lo quería en el cuarto con el recuerdo de Rachel. Llevaba una computadora portátil que puso sobre la mesa entre
ambos y luego se instaló en la otra silla. La abrió sin prisas, presionó unos botones y le dio vuelta hacia ella. —Me pregunto si usted podría ayudarme con esto. Max miró el portátil mientras un video se reproducía. No había ningún sonido y estaba muy oscuro… una escena nocturna… y un poco borrosa, pero ella reconoció al instante la Base, el campo de aterrizaje y una línea de helicópteros Halcones Negros atados a la pista. Cada pocos segundos un vehículo pasaba por un camino de acceso y una franja de luz atravesaba la oscuridad, como si un foco de luz iluminara los helicópteros. Una sombra se inclinó... ella entrecerró sus ojos... tal vez alcanzando la entrada de uno de ellos. La vista panorámica se alejó mientras la cámara giraba lentamente haciendo círculos. Más vehículos pasaron, luces rojas y blancas oscilaron en el aire para los aviones que salían y regresaban y luego otra toma de los Halcones Negros entró en primer plano. Esta vez la luz brilló dentro de uno de ellos, las luces interiores y ella reconoció la figura inclinada en el Ave. Se reconoció a sí misma, comprobando la existencia de las medicinas antes de la misión. El video corrió unos minutos más mostrando la misma toma, la misma actividad de la Base al azar, pero esta vez cuando mostró una vez más los aparatos, la entrada estaba oscura y vacía. Cuando la imagen llegó a su fin, Carmody dio vuelta el ordenador y cerró la pantalla. — ¿Le gustaría interpretar eso para mí?— preguntó él. Max no tenía idea si Carmody sabía que era ella la figura en la segunda toma o no. Si confiara en él, se lo habría dicho. Tenía todo el derecho a estar allí y no había hecho nada que ella no hubiese hecho cientos de veces. El único que sabía con certeza que ella estuvo allí, era Grif. Debía estar despierto ahora y podrían haberle interrogado. No habría tenido ninguna razón para no decirles que él le había visto allí. Carmody podía saber que ella era la del video, pero entonces… ¿por qué le estaba preguntando? Si ella lo negaba, se podría estar metiendo en una trampa. Pero él no le parecía del tipo sutil. Si traía un arma, la usaría. Tendría demasiado placer viendo que la bala penetraba la carne. Ella no dijo nada. —Curioso, la sincronización— dijo él, informal —No me gustan las coincidencias ¿y a usted? Max pensó en cerrar sus ojos y volver a dormir. —Por supuesto, hay otra posibilidad— él sonrió y si ella hubiese sido un perro, habría levantado sus mejillas y mostrado sus dientes. Él era el tipo de animal que atacaba por la espalda, atizando cuando no estabas mirando. —Alguien lo sabía. Quiero decir aparte de nosotros. A Max no le gustó el triunfo en su voz. Ella mantuvo sus manos sobre la mesa para no apretar sus puños. Se preguntaba si podía abalanzarse sobre la mesa y ponerle las manos en el cuello antes que alguien llegara por la puerta para detenerla. Si lo hiciera, probablemente terminaría en una celda. Eso casi valdría la pena. —Parece que la Srta. Winslow recibió un comunicado la noche antes de que la operación se llevara a cabo. Así que había alguien allá afuera que podría haber…— él
agitó la mano —… alertado a alguien. Si ella tenía amigos en la zona o si sus amigos tenían amigos. A Max le tomó un segundo aclarar su visión y su temperamento disminuyó un grado —Me parece extraño, pero, no es mi trabajo tejer cuentos de hadas. Pero... no veo por qué alguien querría organizar su propio ataque. Una chispa de ira estalló en los fríos ojos de Carmody, dando a Max una chispa de placer. No le gustaba ser desafiado. Probablemente tampoco le gustaba que ella no tuviese miedo. —Hay un montón de lugares donde esconder un rastreador en un Halcón Negro— dijo Carmody. Así fue ésa era la hipótesis que manejaba: que los rebeldes habían seguido a uno de ellos después de que un simpatizante pusiera un rastreador. Eso podría ser cierto. Miles de personas, tropas y civiles, se movían por la Base todos los días. La seguridad de la Base se centraba en los puntos de entrada para los vehículos que podrían llevar bombas y las áreas pobladas serían un objetivo para los ataques suicidas. Un solo individuo desarmado caminando cerca no era probable que generara sospecha. Alguien podría haber puesto un rastreador en el helicóptero, aunque ella todavía no lo creía. Carmody quería un chivo expiatorio, realmente lo quería. Ella deseaba saber por qué. Él alejó el portátil y se inclinó hacia adelante, probablemente pensando que parecería más intimidante —Cuénteme acerca de Rachel Winslow. Unos treinta centímetros entre ellos ahora. Ella casi podía sentir su piel bajo sus dedos, sentir sus pulgares presionando su hioides (hueso situado en la parte anterior del cuello), escuchar el satisfactorio ruido seco del pequeño hueso cuando ella lo apretara. Ella también se inclinó hacia adelante, sus manos aún sobre la mesa. Lo miró a los ojos, viendo la llamarada en sus pupilas. Un fuerte golpe sonó en la puerta y las cejas de Carmody se crisparon. El músculo de su mandíbula se apretó y él se reclinó en su silla. Max respiró profundamente, dejando que la visión de estarlo estrangulando se alejara de su mente. La puerta se abrió y el Capitán Pettit entró. —Ya terminamos aquí— dijo Pettit. —Hablaremos otra vez— dijo Carmody suavemente. Él se levantó, recogió el portátil y salió. Max luchó por no desplomarse en la silla. Estaba mucho más cansada de lo que creía. Su brazo le dolía debajo del vendaje. Otros lugares también le dolían. Sus costillas cuando soportó el peso del Marine al entrar al campamento, su cadera por haber aterrizado sobre una roca, los hombros por cavar la trinchera y enterrar a los muertos. —Vamos, Comandante. Max se levantó y saludó —Sí, Señor. Él le devolvió el saludo, indiferente —Será llevada a su unidad. Coma, duerma un poco, lávese. Repórtese al Cuartel a las 0800, con su uniforme.
—Sí, señor ¿Puedo preguntar por qué, Señor? —Parece que tiene amigos con conexiones interesantes, Comandante. Él no parecía contento así que ella no preguntó más. Estaba feliz de salir de ése infierno y alejarse de Carmody. —Y, comandante…— agregó Pettit mientras ella le seguía —… estará confinada en sus aposentos hasta entonces. —Sí, Señor— Max juzgó que sería un poco después del anochecer. Ella había estado allí durante todo el día. Pettit abordó su vehículo y el Humvee se alejó. Un segundo vehículo se acercó. Max subió y asintió ante el cadete, quien le llevó directamente al comedor. Ella llenó una bandeja con puré de papas, carne, verduras y pan y llevó la bandeja a una mesa en la esquina. El cadete estaba parado adentro al otro extremo del cuarto, vigilando discretamente. Ella estaba demasiado cansada para huir y además ¿A dónde iría? ¿Y por qué? Ella no había hecho nada malo y no iba a dejar que Carmody le colgara una culpa solo para cubrir su propio trasero, que era lo que sospechaba se estaba apostando. Comió metódicamente hasta que vació su plato. Cuando se levantó, se sintió un poco más fuerte, pero su cabeza estaba mareada por la fatiga. La siguiente parada fue en las instalaciones de las duchas y mientras el agua caliente calmaba los dolores de algunos de sus músculos tiesos, trató de idear un plan. Necesitaba hablar con Grif y los otros miembros del equipo. Se preguntaba si había alguna forma de averiguar sobre Rachel pero supo que no la había. Esta vez, Rachel de verdad se había ido. El vacío le golpeó más duro que una bala.
CAPÍTULO VEINTICUATRO La unidad estaba vacía cuando Max entró. Más de la mitad estaba limpia y ordenada como de costumbre. Ella había hecho la cama como siempre lo hacía, separó la ropa para lavandería y acomodó los objetos en sus estantes de almacenamiento. El espacio de Max estaba como ella lo había dejado… su uniforme apilado en la esquina, las sábanas torcidas y la mitad de las mantas en el piso. Tan destrozadas como su vida. Max se dejó caer en su arrugada cama. La almohada olía a Rachel, un ligero toque de almendras y vainilla. Ligero y dulce. Algo en su corazón se aligeró ¿Cómo era que Rachel siempre traía paz, incluso en medio del caos? Rachel. Joder. Rachel se había ido. Por costumbre, se estiró al lado de la cama y buscó la botella de whisky. Sus dedos se cerraron alrededor del vidrio pulido y su mente clamó por el sabor quemante casi olvidado. Se dio la vuelta y dejó la botella donde estaba. No quería olvidar. Quería recordar. Deslizó su mano bajo su camiseta y la puso sobre su abdomen, donde Rachel le había acariciado. Todas las partes donde Rachel le había tocado sentía que volvían a la vida e incluso ahora su piel, músculos y huesos se estremecían ante el recuerdo. Presionó su rostro acercándolo más a la almohada, sumergiéndose en el aroma de Rachel y cerró sus ojos. Cuando despertó, la luz brumosa que se filtraba a través de la ventana de la rejilla de su unidad, le dijo que ya era de mañana, después del amanecer. Se sentó a pesar de la protesta de su cuerpo. Estaba rígido y dolorido por todas partes, por dentro y por fuera. Su estómago estaba revuelto, su cabeza le daba vueltas. No había soñado, y si lo hizo, no podía recordarlo. Se sentía como drogada, aunque sabía que no lo estaba. Se preguntaba qué le estaría esperando en el Cuartel general. Si enfrentaría otro día con Carmody o tal vez alguien más, para otro tipo de interrogatorio. Tal vez Ollie y Dan y los demás del equipo estaban encerrados en otra habitación sin ventanas, pasando por lo mismo. Algo había salido mal en algún lugar y culpar a las tropas en tierra siempre era mejor que culpar a los jefes. Las metidas de pata en los centros de detención en Irak habían sido muchas veces prueba de ello. Grif debía estar despierto. Si no lo habían enviado al Hospital Regional, ya debían haberlo interrogado. No estaba preocupada. Grif siempre le cuidaba las espaldas. Su estómago se revolvió… no quería que lo intimidaran cuando él no estaba en posición para defenderse. Miró su reloj. Dos horas antes de que tuviese que reportarse. Tiempo suficiente para prepararse y ver a Grif. Pettit le dijo que estaría confinada a la unidad, pero a menos que un Sargento de la Marina estuviese parado en su puerta, ella iba a ver a Grif. Sacó un uniforme limpio, se lavó con el agua de una botella de beber y abrió la comida enlatada. Tragó el sándwich de jamón y huevo en tres mordidas y lo lavó con el resto del agua. Escudriñó a través de la ventana y analizó el camino delante de su unidad. Ningún vehículo. Sin escolta, hasta donde podía ver. Para estar segura, buscó un destornillador y abrió el pedazo de madera cuadrada que había clavado sobre la entrada de ventilación para impedir que tuviera fuga durante la noche, quitó los tornillos que sujetaban el mosquitero y salió por la ventana trasera.
Nadie le prestó atención cuando avanzó por el campamento hasta el hospital. Se detuvo treinta metros adelante y observó un momento. Sólo el flujo habitual de tropas rezagándose para el turno de la mañana. A las 0700 de la mañana todos estarían ocupados lidiando con las entradas. A las 0705 bordeó la línea de personas, saludó enérgicamente con un gesto de cabeza al Cadete que pasaba lista y entró. Todos la conocían y después de un rápido saludo al personal atareado, nadie le dio una segunda mirada. Apostaba que Grif estaba en la planta baja… unidad de cuidados semi críticos… y allí intentó primero. — ¿Griffin?— preguntó a la asistente médico que estaba tras el escritorio. —En la tercera vuelta a la derecha— dijo ella sin levantar la vista de su reporte matutino. —Gracias— Max revisó el pasillo. Ningún guardia fuera del cubículo de Grif. Ella se introdujo. Grif estaba apoyado sobre la cama con una taza de poliestireno en la mano y ya no estaba conectado a la intravenosa. Él se detuvo, con la taza a unos centímetros de su boca. Sus ojos brillaron —Pareces una mierda, Deuce. —Entonces me veo dos veces mejor que tú— no pudo evitar una sonrisa — ¿Cómo está la pierna? —Duele horrorosamente. Ella levantó la sábana cerca de su regazo. —Hey… tropas aquí— dijo él rápidamente, cubriendo su ingle. —Ya lo he visto antes. Todavía aturdida por el asombro. Él se rio y ella empujó la sábana a un lado, manteniendo sus partes más importantes cubiertas con un doblez. Las gasas habían sido quitadas y la incisión estaba cubierta con un adhesivo plástico transparente. Parecía en buen estado y limpio. Sin signos de infección. Revisó la temperatura de la piel de su muslo inferior. Color y circulación estaban bien. El pulso latía en ambos pies — ¿Cómo está la sensación? —Hay un adormecimiento sobre mi rodilla. El pie está bien. —Los nervios cutáneos— ella acomodó la sábana —Nada de qué preocuparse. —Te lo debo— dijo él suavemente —El cirujano me dijo que encontró un gran torniquete cerrando el agujero en mi pierna. Si no lo hubieses puesto estaría muerto. Max se encogió de hombros —Tal vez. Tal vez no. De cualquier manera, no me debes nada— ella encontró su mirada —Probablemente tú salvaste a Rachel Winslow. Yo te debo por eso. Él movió las cejas. —Ella es... interesante. —Sí. —Y sexy. Max estrechó los ojos —Ten cuidado.
—Ah…— dijo pensativo —… ¿tanto así? —Síp. —Huh— le entregó la taza de café y se incorporó — ¿Qué es lo que está pasando, entonces? Max puso la tasa sobre la mesa —Ni puta idea. Bueno, tengo alguna idea, pero no pruebas ¿Ha estado aquí un tipo llamado Carmody? —Ayer al mediodía. Todavía estaba bastante aturdido. Carmody debió haber venido aquí durante uno de los momentos en que le había dejado sola. Tal vez con la esperanza de conseguir alguna información de Grif que contradijera lo que ella había dicho —Entonces probablemente sabes tanto como yo. — ¿Por qué creen que la misión fue saboteada?— preguntó Grif. Max sacó una silla y se sentó —A nadie le gusta cuando el objetivo de una misión falla y hay bajas involucradas. Tú y yo teníamos asientos en primera fila para lo que ocurría ahí… o por lo menos Rachel, Amina y yo los teníamos, así que se centraron en nosotros. —Parece exagerado— murmuró Grif. —Creo que es más que la habitual asignación de culpa… pero no puedo imaginarme qué. Grif le miró — ¿Qué hay con Rachel? Max apretó la mandíbula — ¿Qué pasa con ella? —Calma, chica… Caray— Grif sonrió —Tal vez ella es el factor desconocido ¿Qué sabes sobre ella? Max lo consideró. Si ella decía que sabía todo lo importante que necesitaba saber, ¿él lo entendería? Ella pensó en la foto que Griff llevaba en su bolsillo de Laurie y sus hijos. Sí, él lo entendería. —Lo suficiente para saber que ella no tiene culpa alguna. —No lo dudo— dijo al instante —Pero ella está en esto. —Tal vez no. Se ha ido. —Eso no significa que esté fuera. *** Rachel se miró en el espejo mientras daba los últimos retoques a su maquillaje. Su rostro estaba borroso y ella parpadeó para aclarar su visión. Cómo si su rostro pareciera el de una extraña. El Hotel Sheraton estaba a una cuadra de la Embajada en Djibouti y a un mundo de donde ella había estado tan sólo unos días antes. La noche anterior había dormido entre blancas sábanas limpias y frescas. La ropa y zapatos le fueron entregados por el conserje del hotel con una llamada telefónica hecha por ella. El desayuno y la cena
se lo llevaron en un carrito con platos y platería de verdad, servidos por el amable personal del hotel. Todas las comodidades del hogar y ella nunca se sintió tan desplazada en su vida. Se sentía como una impostora. Ella no pertenecía aquí. Debería estar en el campamento de regreso en la selva o con Max. Ella era muy buena representando un papel… lo había estado haciendo toda su vida. Hija obediente. Compañera de cama dispuesta. Incluso activista desinteresada. Se había apegado a las demandas de su padre más por no propagar el malestar familiar. Había salido con mujeres que no amaba porque sabía que nunca lo haría. E incluso su labor de ayuda era más su necesidad de sentirse valorada que por ayudar a otros. Había sido prácticamente un fraude hasta que se enfrentó cara a cara con la muerte y aprendió de Max lo que realmente importaba. Lealtad, honor, amor. Ahora aquí estaba, representando un papel otra vez. Pero no tenía otra opción y ella usaría todos los recursos que tenía. El reloj sobre la mesita al lado de la cama, marcaba un poco después de las siete. Se suponía que se encontraría con Kennedy y Smith en el lobby en media hora. No sabía qué hacer con ella misma. Había dormido a intervalos durante la interminable noche por puro agotamiento y despertó sin sentir que había descansado. Sus sueños, lo que pudo recordar de ellos, habían sido fragmentos llenos de ruido y del sabor amargo del peligro. Había mantenido la luz encendida del baño y la puerta entreabierta. No quiso dormir en la oscuridad y no pudo evitar pensar que, si Max hubiese estado con ella, no le habrían importado las pesadillas que inundaban sus sueños. Su mano tembló y bajó la esponja cubierta de polvo rosa pálido. Max. Más de veinticuatro horas desde que la había visto ¿Qué le habían hecho en las últimas veinticuatro horas? Rachel no era tan inocente como para no creer las historias que había oído sobre las técnicas de interrogatorio, pero, seguramente no con una Oficial de la Marina de los Estados Unidos ¿no? No podía pensar en ello. Si lo hacía, el pánico crecería en su cabeza. Se sintió más segura en la selva, atrapada en un campamento vacío y diezmado, rodeada por muertos y enemigos sin rostro que lo que se sentía aquí en este mundo supuestamente civilizado. Se había sentido más segura porque había estado con Max y habían estado juntas, esperando enfrentar todo lo que estuviese allí fuera. Y ella sabía con certeza absoluta que Max estaría a su lado, pasara lo que pasara. —Voy en camino— dijo mientras volvía el rostro del espejo —Espero que lo sepas. Ya voy. El teléfono sonó en la mesita de la cama y ella saltó, el sonido tan extraño que casi no podía reconocerlo. Ella lo recogió en el tercer timbrazo — ¿Sí? —Rachel, soy Amina. — ¡Amina!— Rachel se hundió a un lado de la cama. El sonido de una voz amigable llenó de lágrimas sus ojos — ¿Cómo estás? ¿Dónde estás? —Estoy en casa, con mi familia. Ellos me trajeron ayer desde el campamento ¿Recibiste el mensaje que te dejé?
—Sí— Kennedy le había informado que Amina se había ido mientras ellos llevaban a Rachel a la embajada. Se alegraba que Amina estuviese a salvo, aunque la soledad la estaba ahogando. —Bien. No quería que pensaras que te había dejado. —Sabía que no lo harías. Amina dijo —También recibí los tuyos… uno que dejaste en la sede de ayuda. Llamé a allí esta mañana y me dieron este número. —No sabía cómo localizarte— dijo Rachel —Sabía que llamarías allí tarde o temprano. — ¿Cómo estás? Rachel consideró la seguridad en su línea de teléfono. Todo era posible, pero dudaba mucho que las líneas del hotel estuviesen monitoreadas —He estado mejor. Algo raro está pasando.. —Muchas preguntas— dijo Amina tentativamente. — ¿Alguien habló contigo, no es así? —Sí, cuando te fuiste ayer por la mañana, la Mayor Newton regresó. Tenía miedo de haber cometido un error. —No, lo que sea que esté pasando, nada de esto es tu culpa. —Ella hizo preguntas y yo estaba muy cansada. Y.… recordando. No pensaba en lo que le estaba diciendo. El aliento de Rachel se congeló en su pecho. Hacer que Amina reviviera el horror era una tortura que no tenía nombre. Rachel quería un enemigo a quien enfrentar, no éstas sombras sin nombre —Lo sé. El recuerdo es duro. —Les dije sobre la llamada. No pensé que importaría. Por un momento, Rachel no pudo asimilar lo que Amina estaba diciendo. El tiempo se reducía en el campamento… los momentos se convertían en horas y los días se sentían como semanas. Ella sentía como si hubiese conocido a Max toda su vida, tal vez porque durante el tiempo que estuvieron juntas, su vida había destilado una serie de agudos momentos donde cada pensamiento y acción importaban ¿Cómo podía ser que muchos momentos de la vida podían tener menos significado que sólo unos pocos? Ella se estremeció y cerró sus ojos. Dios, Max ¿Dónde estás? — ¿Rachel? Rachel abrió los ojos — ¿Llamada? ¡Oh, la noche anterior…!. —Sí, lo siento. Pensé que debía decirte. No pensé entonces que fuera importante, pero he estado recordando todas las preguntas. Ahora que no estoy tan cansada, estoy preocupada de haber dicho demasiado. —Está bien. De verdad.
Un suspiro de Amina llegó a través de la línea — ¿Qué hay de Max y Grif? —Grif va a estar bien. —Me alegro. Él es muy valiente. —Igual que tú. Me pidió que te dijera eso. Y me dijo que te diera las gracias. — ¿Se acordó?— una leve nota se escuchó en la voz de Amina, una nota de orgullo y felicidad entre tanta tristeza. —Sí, lo dijo específicamente. Y él tenía razón. No creo que yo hubiese podido pasar todo esto junto si no hubieses estado allí. —Sí, si podías. Te convertiste en una guerrera, como Max. —No— dijo Rachel suavemente —No como Max. Pero gracias. — ¿Ella está bien? —No lo sé— dijo Rachel suavemente. Miró el reloj —Pero lo sabré muy pronto.
CAPÍTULO VEINTICINCO —Comandante— el jefe saludó a Max cuando ella entró en la antesala de la oficina del Comandante en jefe. Él se levantó detrás de su escritorio, su rostro implacable como siempre. Ella devolvió el saludo. El reloj de la pared detrás de su escritorio marcaba un minuto para las 0800. Su escolta, un guardia no oficial, le había recogido cuando ella caminaba desde el hospital hacia su unidad. Él no había correspondido a su sonrisa cuando subió al Humvee. —Venga conmigo— dijo el Jefe —Están en la sala de reuniones. ¿Están? Max le siguió, una semilla de esperanza amenazó con germinar. Tal vez esto solo fuese un interrogatorio rutinario. Después de cada misión, el equipo se reunía para reconstruir los acontecimientos… los tiempos, los papeles que representaron, los problemas, el resultado. Esto no solo ayudaba a proporcionar información útil sobre la planificación de la misión y la efectividad, sino que proporcionaba el beneficio adicional de permitir que los miembros del equipo expusieran sus experiencias. La incidencia del estrés después de la misión y la ansiedad decayeron cuando las sesiones informativas se convirtieron en algo rutinario. Si una misión requería una revisión post-evento, era ésta. El rostro de Carmody brilló apareció en su mente mientras caminaba por el pasillo iluminado. Su participación había cambiado todo. Nadie ofrecería voluntariamente ninguna información acerca del fallido intento de rescate de Rachel. No. No se dirigía a una reunión. Probablemente estaría frente a un panel del Cuerpo Jurídico (JAG)… con suerte con un representante del cuerpo legal de su lado. Al menos, si ese fuese el caso, no tendría que ir contra un grupo de ellos uno a uno. Casi sonrió. Ella prefería ir contra una docena de rebeldes armados que contra cuatro abogados. Al menos en el campo, ella entendía la naturaleza de la batalla. En algún lugar detrás de todo esto estaba la política, algo que entendía lo suficiente como para saber que la odiaba. Se había topado con eso ahora y entonces en la medicina, pero había logrado mantenerse alejada negándose a avanzar a posiciones donde tenía que jugar el juego burocrático para lograr sus metas. Estaba mucho más cómoda yendo directamente contra cualquier tipo de adversario. El jefe golpeó la puerta de la sala de reuniones, empujó y se quedó parado a un lado para que ella entrara. Ella conocía la distribución… una larga mesa en el centro de la sala, sillas plegables de metal alrededor de ella. Con suerte, café recién hecho en una cafetera grande instalada en una esquina. Entró, la puerta se cerró detrás e intentó registrar lo que estaba viendo. Nada tenía sentido. Toda lo que podía ver era a Rachel. Dejó de respirar, una ráfaga de cañonazos llenó su cabeza, alejando cualquier pensamiento. Rachel estaba sentada en un extremo alejado de la mesa, con sus manos dobladas sobre ella, mirando hacia Max. Lucía... diferente. Hermosa de una manera totalmente diferente que Max nunca había visto anteriormente. Hermosa como el tipo de mujer que ella automáticamente hubiese descartado como alguien con quien no tenía nada en común. El cabello de Rachel brillaba en olas de rojo y marrón que caían alrededor de
sus hombros y rozaban su cuello. Sus ojos verdes eran claros, sin manchas ni sombras debajo. Su rostro estaba elegantemente compuesto, cada línea y ángulo acentuado a la perfección. La cicatriz que Max había cerrado debajo de su ojo estaba invisible… expertamente cubierta con maquillaje. Su boca brillaba por un ligero brillo… albaricoque o melocotón. Max casi podía saborear la dulzura. Su sonrisa era un movimiento sutil, apreciativo o secretamente seductor. Su blusa era de un verde más profundo que sus ojos, de seda o alguna otra tela lisa que se ajustaba lo suficiente como para mostrar el contorno de sus pechos. Sólo el brillo de la pasión detrás de la superficie fría de su mirada, insinuaba a la mujer que Max había descubierto en la selva. La que había estado sosteniendo a horcajadas sobre ella. Rachel no le saludó y Max sintió que el suelo se hundía bajo sus botas. Otra zona caliente, nuevas reglas de enfrentamiento. Max apartó su atención de ella y miró al hombre sentado al lado de Rachel. Casi de la edad de Rachel, llevaba una camisa blanca abierta en el cuello, las mangas arremangadas hasta la mitad del antebrazo. Su piel era curtida, los músculos firmes. Sus manos eran suaves y normales, sin cicatrices, moretones, no eran como las ásperas manos de un soldado. Su cabello negro ligeramente rizado alrededor de las orejas y en la parte posterior de su cuello, sorprendentemente le daba una suave apariencia en contraste con los rasgos adustos de su rostro. Parecía una estatua de Miguel Ángel cobrando vida y estaba sentado muy cerca de Rachel. Menos de 20 segundos pasaron. Max se giró hacia Pettit y saludó —Señor. Pettit estaba sentado en la cabecera de la mesa, parecía levemente molesto. Él saludó e hizo un gesto hacia la silla frente a Rachel y el otro civil —Tome asiento, Comandante. Max sacó una silla y se sentó, su mirada regresó a Rachel. No podía mirar a ningún otro lugar. Esta mujer estaba contenida y controlada, como Max imaginaba Rachel había sido antes del asalto al campamento. Tal vez esta era la verdadera Rachel, no la mujer que había tomado su placer con abandono, salvaje y sin preocupaciones. Tal vez la mujer que tuvo entre sus brazos sólo había existido por la secuela del horror compartido y se había desvanecido en las sombras de una memoria olvidada. La voz de Pettit cortó su ensoñación. —Creo que ya conoce a la Srta. Winslow. El Sr. Benedict es de la revista Reuters. Max se centró en Benedict. Un periodista ¿Qué diablos? Benedict se inclinó sobre la mesa y le tendió su mano —Comandante, encantado de conocerla. —Sr. Benedict— Max no podía imaginar lo que estaba haciendo este hombre aquí. Periodistas y fotógrafos eran figuras familiares alrededor de la Base. Ellos estaban integrados en una gran cantidad de Unidades y ella había volado con algunos a bordo. Pero ¿qué estaba haciendo aquí y qué quería con ella? —Antes de empezar, quiero añadir una nota personal de agradecimiento.
— ¿Oh? —Por salvar a mi futura cuñada... y a los demás, por supuesto. —Tommy…— dijo Rachel suavemente, poniendo una mano en su brazo —… esto no es…. —Lo siento, Rachel, pero es la verdad— Benedict le miró, su expresión seria y encantadoramente intensa, antes de regresar a Max —Mi hermana Christie habría estado devastada si algo le hubiese sucedido a Rachel. Todos lo habríamos estado. Pettit aclaró su garganta —Comandante, el Sr. Benedict está aquí para hacer una historia sobre el rescate de la Srta. Winslow y sus compañeros. Creo que usted entiende nuestra posición sobre estas cosas. Max todavía estaba tratando de procesar lo que Benedict había dicho sobre Rachel… eso de ser su futura cuñada. Rachel y la hermana de Benedict, Christie ¿comprometidas?.. ¿Por qué se sorprendía? Una mujer como Rachel no estaría libre. Una calma helada le inundó. Todo lo que había pasado allá en la selva, había terminado. Ahora tenía que concentrarse en lo que estaba frente a ella… no sabía por qué Rachel estaba aquí con este reportero, pero estaría de acuerdo si eso le mantenía fuera del espacio de Carmody. Esta era otra misión para ser superada. Al menos esta vez, nadie terminaría sangrando. Ella miró a su Comandante —Sí, Señor. Entiendo. Él no tenía que decirle que cualquier cosa que dijera a la prensa debía representar a las fuerzas armadas bajo un aspecto favorable. Cuando la prensa estaba cerca, nadie se quejaba del deber. Nadie criticaba la política. Nadie revelaba jamás la verdad de lo que veía, hacía o cómo se sentía con ello. —Por supuesto, estamos muy contentos de cooperar con la prensa— Pettit se levantó —El público estadounidense necesita saber que la Marina está aquí para proteger a los ciudadanos de Somalia y a nuestros aliados civiles internacionales en todas partes de la región. Eso es lo que usted y sus compañeros de tropa vinieron a hacer aquí y eso es lo que hicieron. Su deber. Cada palabra sonaba como si estuviesen siendo sacadas de sus intestinos con pinzas. Muchos militares, especialmente los dirigentes, miraban a la prensa como una agenda diferente y a menudo opuesta. La prensa estaba buscando noticias… y a veces las noticias no era en beneficio de los militares. Pero las buenas relaciones públicas eran tan importantes para la milicia como cualquier otro grupo compitiendo por dinero y no podían ser vistos como personal con falta de cooperación o listos para la confrontación. Max entendió lo que se esperaba de ella —No soy la mejor para representar…. —Por supuesto que lo es— dijo Benedict —Usted estuvo en el campo con Rachel y los demás. Si no fuese por usted, como tengo entendido…— echó un vistazo hacia Rachel —…ninguno de ellos habría sobrevivido. Max consideró a Rachel —La Srta. Winslow exagera. Sólo hacía lo que hubiese hecho cualquier otra tropa.
La sonrisa de él sugirió que realmente no le creía —Bueno, vamos a hablar de eso, así podremos decirle al mundo cuán importante es que todos ustedes estén aquí. —Correcto— Max alejó su mirada de Rachel. Sólo otra misión. *** Tommy apagó la grabadora —Gracias, Comandante. Yo…bueno. Como le dije antes. Es una historia extraordinaria y estoy seguro que al Sec…. —Tommy— interrumpió Rachel antes que Tommy revelara más detalles personales que no quería que Max se enterara de ésta manera —Estoy segura que la Comandante sabe cuánto apreciamos lo que ella y todo el equipo hicieron allá. Max se levantó. Se veía demacrada y cansada, pero sus hombros estaban rectos y su voz era clara y fuerte, como lo había sido a través de la entrevista que pareció interminable —Por favor, asegúrese de incluir a los otros miembros del equipo cuando escriba su historia, Sr. Benedict. Porque nadie está aquí por su propia cuenta y ninguna misión es exitosa debido a una sola persona. —Hablaremos de los demás— respondió Tommy. —Bien— Max asintió hacia Rachel, su expresión tan remota como si fuesen unas extrañas —Adiós, Srta. Winslow. Espero que tenga un buen viaje de regreso a casa. Rachel se levantó, pero no tuvo tiempo para protestar antes que Max se girara y saliera. Sólo tenía un minuto para tomar una decisión mientras empezaba a seguirla — Tommy, sigan sin mí. Encontraré el camino de regreso. — ¿Estás segura? —Sí. Adelante. Sé que quieres presentar tu historia. — ¿Adónde vas? —Tengo un asunto pendiente— impacientemente Rachel enganchó su bolso al hombro y abrió la puerta. Si no se apresuraba, Max desaparecería. Tommy agarró su brazo, con el ceño fruncido — ¿Qué pasa con el personal de seguridad? ¿No se supone que nos lleve de regreso al hotel? —Maldita sea, sí— Rachel se giró hacia él —Tommy, necesito un favor. Dile a Kennedy… es la mujer…. Tommy sonrió con temeraria sonrisa —Lo noté. —Dile que estaré aquí un tiempo más, pero que debes presentar tu historia enseguida. Pídeles que te lleven al área de vehículos o algún lado para que puedan llevarte de regreso al hotel. —Ah… ¿dónde estarás? —Regresaré aquí en una hora. Dile a Kennedy que éste tiempo estaré con el Comandante.
— ¿Por qué siento que estamos en Yale y estoy a punto de ser arrestado otra vez por irrumpir en la casa de la hermandad? —Tú irrumpiste y yo te cubrí para que no te suspendieran. Te dije que mi compañera de cuarto no estaba interesada, pero no me escuchaste. Esa parte no es mi culpa. Él se rascó la mandíbula —Ella no tenía por qué golpearme. —Sí, si tenía. Ahora ve a cubrirme a mí, tengo que salir de aquí. Él besó su mejilla —Muy bien. Pero quiero hacer una nota de seguimiento en Mogadishu y tal vez una exposición más larga cuando regresemos a los Estados Unidos ¿Estás de acuerdo? —Sí, está bien. Pero encárgate de esto primero. Es importante. —Es una gran historia. Hablaré contigo pronto ¿Cenamos ésta noche? —Sí, por supuesto, si puedo— sólo quería correr. Quería… necesitaba encontrar a Max. Tommy recogió su maletín, su grabadora, sus notas y salió. Rachel se obligó a esperar cinco minutos antes de buscar una salida que le evitara la entrada principal, en caso de que Kennedy o Smith no aceptaran los motivos de Tommy y estuviesen afuera todavía. Salió por una puerta lateral y se apresuró hacia el camino adyacente a los edificios hasta que estuvo lo suficientemente lejos como para ser notada. Eso esperaba. Las últimas dos horas habían sido un infierno. Supo que revivir ante Tommy sus experiencias del escape en la selva podía ser difícil, pero observar a Max detrás de un remoto escudo de indiferencia había sido más difícil. Max respondió las preguntas de Tommy, había sido educada y como Rachel había esperado, le restó importancia a su propio papel en los acontecimientos. Pero Max nunca le había mirado a los ojos después de esos primeros segundos cuando miró a Rachel con confusión, luego con enojo y finalmente con indiferencia. La distancia entre ellas había sido agonizante. Maldito Tommy. Él no tenía la culpa por sus suposiciones acerca del estado de su relación, pero tendría que aclarar las cosas ante unas cuantas personas. Primero necesitaba encontrar a Max. Se detuvo en una intersección que no reconoció. Había estado caminando tan rápido que no prestó atención en donde estaba. Filas y filas de contenedores estaban en todas direcciones. El lugar era un laberinto. Dios, ¿estaba perdida? No podía perderse. No tenía tiempo para perderse. Tenía que encontrar a Max. Dejó escapar una risa, un sonido doloroso que resonó en su pecho y le lastimó. Se había perdido y necesitaba encontrar a Max ¿Por qué no se le ocurrió pensar que mientras había pasado tanto tiempo evitando las rutas donde los demás podrían verla, no sería capaz de ver a dónde quería ir ella? Respiró profundamente, miró a su alrededor y se decidió por un edificio muy grande que ella recordaba cuando había estado de pie en las escaleras de la unidad de Max. Por favor que sea el mismo. Se dirigió en esa dirección, revisando las marcas en los contenedores mientras los pasaba. Finalmente encontró la serie de letras que reconoció y donde se encontraba el lugar de Max. Lucía como el primer día. Cerrado y enclaustrado.
Como Max había sido cuando se conocieron la primera vez. Como había sido ésta misma mañana. Rachel humedeció sus labios, subió y llamó a la puerta. El silencio era tan opresivo que tuvo problemas para respirar. El sudor empañó sus sienes. Su corazón acelerado en su pecho. Acomodó nuevamente su cabello hacia atrás, con ambas manos y golpeó de nuevo, más fuerte —Max, por favor. Abre. La puerta se abrió. Una mujer afroamericana con oscuros ojos recelosos y una sonrisa cautelosa se asomó. Su camiseta verde oscuro y los pantaloncillos estaban arrugados. Su rostro denotaba que tal vez se había levantado de la cama. —Disculpe— dijo Rachel —Estoy buscando a Max. La mujer inclinó su cabeza y entrecerró los ojos cubriéndose del sol, estudiando a Rachel como si fuese una presencia alienígena — ¿Cómo llegaste hasta aquí? — ¿Qué? Caminé— Rachel hizo un gesto detrás de ella —Desde… por allá. —Entra y toma un poco de agua. Podrías asarte allá afuera. La mujer sostuvo la puerta y Rachel entró. Una ráfaga de aire frío le recibió y ella suspiró —Gracias. —Toma— la mujer abrió una botella de agua y se la entregó —Me llamo CC, por cierto. —Soy Rachel. Lo siento si te desperté— Rachel se asomó a lo largo del contenedor, buscando a Max. —La perdiste por unos quince minutos. La garganta de Rachel se apretó — ¿Dónde está? —Probablemente a 30 mil pies. — ¿Perdón? —Las órdenes llegaron ésta mañana mientras ella estaba en una reunión. Debía volar a las 10.40. Le ayudé a empacar. Tardamos un minuto y ella tenía cinco para llegar al campo de aviación. Conociendo a Max, lo logró. — ¿Volar a dónde?— dijo Rachel, un ominoso silencio se filtró en su interior. CC sonrió —A Estados Unidos.
CAPÍTULO VEINTISEIS — ¿A los Estados Unidos?— Rachel miró fijamente a CC, seguro que había escuchado mal —Pero... acabo de verla. No hace ni media hora. CC meneó la cabeza, su ancha boca expresiva se curvó en las esquinas —Media hora aquí podría ser toda una vida. Un escalofrío se instaló en el pecho de Rachel. Un minuto aquí era una vida… o al menos cambiaba la vida — ¿Estás segura que se ha ido? ¿Hay alguna posibilidad de que pueda alcanzarla? —Lo dudo. Cuando llegan las órdenes, a veces no tienes ni tiempo de empacar. Y con algo como esto...— Ella se encogió de hombros —Si hay un asiento en un transporte con tu nombre, harás todo para llenarlo. Probablemente Max consiguió que alguien le llevara al campo de aviación. Lo siento. — ¿Sabes a dónde iba?— los pensamientos de Rachel giraban como si estuviese en el vórtice de un tornado, fragmentos revueltos dando vueltas al azar que se agolpaban en su mente. No tenía sentido. Había estado corriendo por escenarios desastrosos durante las últimas veinticuatro horas… preocupada porque Max enfrentara a Carmody sola, temerosa de que su plan para usar a Tommy y hacer de Max un héroe público pudiese ser contraproducente de alguna manera, aterrorizada de no poder lograr todo a tiempo. Cuando Max entró esa mañana en la sala de reuniones, había tenido que utilizar cada parte de su control para mantener su fachada. Lo que realmente quería era saltar y tocarla. En vez de eso, tuvo que sentarse allí mientras Tommy les entrevistaba, pretendiendo estar tranquila mientras que al mismo tiempo deseaba estar a solas con Max. Su estómago estuvo a punto de revolverse todo el tiempo hasta que terminaron y entonces Max se apresuró a salir antes que ella pudiese explicarle. —Si ella agarró un puesto en un C-130 podría ir directamente a Lejeune o a Norfolk— CC vació una botella de agua y dejó caer el envase de plástico en un recipiente al lado de su cama, junto con media docena de otros vacíos. —Realmente necesito hablar con ella— Rachel se abrazó sí misma. El pensamiento de nunca volver a ver a Max ocasionó nuevamente un dolor cortante que le atravesó. —Probablemente estará un día o dos en tránsito y unos cuantos más hasta que haya cumplido con todos los detalles de su partida. Tu mejor opción es tratar de localizarla por teléfono. —Gracias— dijo Rachel, con su energía finalmente agotada. No tenía su número. La idea era casi risible. Había puesto su vida en manos de Max una docena de veces. Había hecho el amor con ella, por amor de Dios y ahora Max había desaparecido y no tenía idea de a donde se había ido. Ella podría encontrarla… incluso tenía las conexiones para hacerlo, si es que Max quería hablar con ella después de la metida de pata de Tommy. Debió haberle dicho a Max todo lo que pasó, antes de... ¿antes de qué? ¿Antes de pasar cada segundo trabajando para mantenerse vivas? ¿Antes de caer una en brazos de la otra
con salvaje desesperación y necesidad? ¿Antes de que Carmody y sus lamentables acusaciones les pusieran bajo otro tipo de ataque? ¿Podía ella arruinar aún más las cosas? Rachel se acercó a la puerta —Lamento haberte despertado. —No hay problema. Cuando te reúnas con Deuce en los Estados Unidos…— dijo CC —… salúdala por mí. —Sí— dijo Rachel, preguntándose si eso podría suceder. Al menos Max estaba a salvo. Lejos de cualquier pantano de culpas y manipulaciones políticas que estuviese sucediendo aquí. Se alegraba por eso. Se alegraba de que Max estuviese lejos de la línea de fuego. Pero el vacío dolía más que cualquier otra cosa que hubiese conocido —Lo haré. Preparándose para la larga y calurosa caminata hasta el cuartel general, salió. Un vehículo Humvee bloqueaba la carretera directamente frente a la Unidad. Kennedy salió, un ceño fruncido reemplazaba su habitual expresión suave. Su boca apretada formaba una línea recta y sus cejas levantadas, arrugando la perfecta frente. Tenías las manos puestas en las caderas. —Srta. Winslow— la voz de Kennedy vibró con molestia. Rachel estrechó sus ojos —No tengo que recordarles que no trabajo para ustedes o para responderles, así que no lo haré. En silencio, Kennedy abrió la puerta trasera para ella y la sostuvo mientras Rachel se deslizaba dentro. La puerta se cerró de golpe y el Humvee patinó hacia adelante. Ella inclinó la cabeza hacia atrás y miró hacia el techo. No podía recordar alguna vez estar tan cansada y lo último que quería hacer era dormir. Si dormía, podría soñar. Si soñaba, podría recordar. Los recuerdos eran lo suficientemente claros… y suficientemente terribles… cuando estaba despierta. En el sueño, los horrores tomaban nueva vida, imponiéndose por encima de la razón y la realidad. Ella no estaba dispuesta a correr el riesgo… aún no. Si pensaba que podía cerrar sus ojos y soñar con Max, podía dormir bien allí. Pero tampoco necesitaba dormir para soñar con ella. Su rostro, su voz, la presión persistente de las manos de Max y la pasión de su boca rodeándole. Dios, la deseaba. Kennedy dijo desde el asiento delantero — ¿A dónde quiere ir? —Al hotel— Rachel se asomó por la ventana, viendo como la unidad de contenedores se desvanecía ante la bruma del candente desierto —He terminado aquí. *** Max apretó la espalda contra la pared lateral del interior del C-130, cerró sus ojos y trató de dormir. El ruido del zumbido del motor debía haber sido suficiente para ahogar sus pensamientos, pero su mente no estaba tranquila. No había tenido tiempo de pensar en nada desde que llegó a su unidad y CC le entregó el documento que ordenaba su salida, lo último que esperaba después de las preguntas de Carmody. Pero su entrenamiento era arraigado y órdenes eran órdenes. Ella no pensaba… actuaba y ahora estaba aquí dando vueltas en los oscuros confines de un avión de carga rumbo a casa. La palabra no
significaba mucho, solo un destino y no le dio mucha importancia. Todo lo que importaba quedaba atrás y cada vez más distante a cada segundo. Su cerebro luchaba para darle sentido a las cosas. Salir de la vigilancia de Carmody era ganancia, pero no podía descubrir el cómo y el porqué de ello. Un tipo como Carmody no renunciaba y puesto que él no había conseguido nada de ella, no podía terminar su misión. Su sangre se congeló. Si todavía estaba buscando un chivo expiatorio, quedaba Grif. No, Grif no. Grif había estado inconsciente… podía ser verificado y era indiscutible. Quedaba Rachel. Y ella estaba dejando a Rachel atrás. Rachel y todo lo que había estado en su vida por más de un año. Como entrar en una máquina del tiempo y al instante ser transportado de un mundo a otro, porque eso era lo que significaba. La próxima vez que se despertara en su propia cama, no se enfrentaría a la posibilidad de la muerte a cada esquina. No estaría confiando su vida a un puñado de personas… amigos… cuando debía hacer su trabajo. Estaría sola otra vez. Por un instante se preguntó si otro viaje podría ser la respuesta. Conocía a un montón de soldados que eran recolocados casi tan pronto como llegaban a los Estados Unidos. Y no sólo por las razones que a los periódicos les gustaba destacar… la falta de puestos de trabajo, las tensas relaciones, el Trastorno de Estrés Postraumático (PTSD). De regreso en el desierto, tú sabías tu valía. Y cuando te enfrentabas a la muerte y ganabas, valías un montón. Volver al desierto iraquí o a las montañas de Afganistán no era lo que realmente quería. Rachel no necesitaba pelear por ella. Recordó como lucía Rachel ésa mañana… cómoda, controlada, segura de sí misma. Rachel ya había regresado a su mundo, su mundo real. En la selva, Rachel se había transformado… cambió a una persona diferente por la necesidad de sobrevivir. Pero ahora no estaban en la selva y la Rachel que Max había conocido no existía en el mundo a donde ahora se dirigía. *** De alguna manera, Rachel pudo dormir en el accidentado camino a Djibouti. Cuando el Humvee entró bajo del dosel sombreado de las grandes puertas de entrada al hotel, el cambio en el sonido del motor le alertó y abrió los ojos. Kennedy saltó y abrió la puerta antes que ella lo hiciera. Smith se unió a ellas y atravesaron juntos el vestíbulo, en silencio. Smith presionó el botón del ascensor y Rachel entró en el espacio automáticamente. Extraño, cómo todo a su alrededor se había convertido en monótono, un mundo lleno de grises. Tal vez seguía durmiendo… sonámbula, más bien. Se apoyó contra la pared posterior del ascensor y vio parpadear los números en el panel del ascensor. Ella frunció el ceño mientras subían —Estoy en el piso seis. El ascensor no se detuvo en ninguno de los otros pisos. Llegaron directamente al último y las puertas se abrieron — ¿A dónde vamos? Kennedy salió, miró a ambos lados y dijo —Por aquí, Srta. Winslow. Rachel dudó en regresar al ascensor y se dio cuenta que Smith había utilizado una llave. No se había dado cuenta de ello a tiempo. No podría bajar en el elevador sin ella. Encantador.
Kennedy y Smith esperaban que se les uniera. Caminaron por un pasillo ancho y alfombrado hasta una puerta al final. Un clon de Smith estaba parado ante la puerta, un auricular asomaba en su oreja izquierda. Murmuró algo en un micrófono en su muñeca, asintió con la cabeza a Smith y la puerta se abrió desde el interior. Kennedy le indicó con un gesto que entrara. Medio esperando encontrar a Carmody, Rachel aspiró y entró a la gran suite con puertas francesas abiertas a un balcón con vista a la ciudad. Miró a su alrededor y su aliento se detuvo cuando vio a un hombre sentado en un sofá doble en el salón, con una mesa preparada para dos delante de él — ¿Papá?
CAPÍTULO VEINTISIETE En los Estados Unidos Max había regresado a suelo estadounidense diez días atrás, de regreso en Nueva York la mitad de ese tiempo y de regreso al trabajo cerca de veinticuatro horas. Pudo haber pospuesto su regreso al hospital por unas cuantas semanas más, pero ¿para qué? ¿Qué iba hacer si no estaba trabajando? Su apartamento en la Villa tenía una cocina de tamaño razonable, un baño decente con buena presión de agua y una pequeña salita… combinada con un área para dormir. Perfectamente adaptado a sus necesidades, pero no era un lugar donde quisiera pasar mucho tiempo. Dormía allí, cuando dormía. Cuando regresaba después de un turno, se duchaba, recalentaba la comida que quedaba de la cena anterior, dormía si podía o se iba a correr si no podía dormir y luego de regreso al trabajo. Su verdadera casa era la sala de emergencias. Estaba más a gusto en los pasillos del hospital que en cualquier lugar que hubiese llamado hogar… excepto las calles de tierra en su unidad en el desierto. Las personas estaban más cerca de ella que cualquier familia… excepto los compañeros de sus tropas. Claro, no estaba muy cerca de ninguno de los médicos, enfermeras y técnicos que veía todos los días, pero los conocía y ellos le conocían lo suficiente como para saludarse y pasar el tiempo con conversaciones casuales. Tenía contacto humano. Tenía una comunidad. Tenía algo para despejar su mente de lo que no tenía. Así que había hecho los arreglos para regresar a trabajar incluso antes de haber terminado los procedimientos de su separación en Lejeune. Ahora, finalizando su primer turno, parte de ella al menos sentía que había llegado a casa. La noche había estado ocupada. Generalmente trataban a los pacientes con emergencia en el área de trauma y los atendían hasta que caía la oscuridad, que traía con ella el dolor y el miedo ante la actividad de la Bahía. Se mantenía ocupada, en cuerpo y mente, por largos períodos cuando no tenía tiempo para pensar en nada más. En los tiempos libres, cuando se detenía por un café o esperaba por el siguiente paciente, pensaba en los que había dejado atrás. Grif y Amina. Y Rachel. Y la oscuridad se arrastraba en su alma y también traía dolor con ella. Alejando los pensamientos que no podía cambiar, firmó el alta del caso de laceración facial que había reparado y dejó caer el gráfico en la caja archivadora. Revisó la pizarra en busca de otros casos relacionados con cirugía y vio que habían traído un herido de bala cuando estaba en la sala de sutura. La herida debía ser superficial si ellos habían redirigido al paciente a la sala de urgencias y no directamente a Trauma. Tomó nota del número de habitación y se dirigió hacia allá. La cortina estaba entreabierta y ella miró dentro. Un joven hispano, de dieciocho años según su informe, yacía bajo las sábanas blancas con su brazo izquierdo levantado y un vendaje ensangrentado envuelto alrededor de su mano. Nadie más estaba en la habitación. —Sr. Díaz— dijo cerrando la cortina tras ella cuando entró —Soy la Dra. De Milles. ¿Qué pasó? —Nada— dijo él, mirándole sospechosamente.
Ella elevó una ceja e hizo un gesto con una inclinación de su cabeza hacia su mano —Adivino que algo pasó. —Mala suerte. Lugar equivocado, hora equivocada. —Ya sé cómo es— murmuró ella — ¿Es el único lugar donde te dieron? —Sí ¿No es suficiente? — ¿Te importa si echo un vistazo? — ¿Eres quién lo va a arreglar? —Tal vez. Depende de lo malo que esté. Él dejó escapar un suspiro —Está bien ¿Por qué no? Ella sacó unos guantes de una caja de cartón sobre el mostrador al lado del fregadero, se los puso y desenredó sus vendas. Mientras se acercaba al puño de gasa pegada en la palma de su mano, dijo —Esto probablemente dolerá un poco ¿Estás listo? —Por supuesto— dijo él con voz casi aburrida, pero su cuerpo se tensó bajo las sábanas. Ella gentilmente se deshizo de la gasa e inspeccionó la herida. Un agujero redondo y limpio en el centro de la palma de la mano, cubierto de sangre alrededor de los bordes. Su pulgar y los dedos estaban colocados en una posición natural como si él sostuviese una botella. Eso era bueno. Si hubiese cortado los tendones o los nervios, los dedos estarían flojos, como si las cuerdas de una marioneta hubiesen sido cortadas, haciendo que las extremidades colgaran flácidamente. Ella levantó su muñeca y le volteó la mano. La salida de la herida en la parte superior era considerablemente grande, casi dos veces tan grande como una moneda de un cuarto y los bordes desiguales. Con una gasa limpia limpió partes del coágulo. Tendones blancos como finas ligas eran visibles en la profundidad de la herida. — ¿Puedes enderezar los dedos? —Duele un montón— sus dedos no se movieron. —No me sorprende. Pero si esos tendones no están rotos, podremos limpiar aquí y podrás irte. Si tienes el nervio o el tendón dañado, necesitarás un viaje al quirófano. Y entonces estarás por aquí un rato. —Al diablo con eso— murmuró él y lentamente enderezó los dedos. —Bien ¿Puedes cerrarlos? Hazlo lento. Una vez más, él flexionó lentamente sus dedos contra la palma de su mano. —Es suficiente— ella probó la sensación en las yemas de los dedos y pensó en la suerte. Ésa lesión tenía todos los indicios de una herida defensiva, como si él hubiese puesto su mano para detener la bala. Y tal vez lo había hecho. Pero la bala no dañó su mano ni su cabeza o el pecho o alguna otra parte vital de su cuerpo. Parecía haber atravesado su mano sin lesionar nada más en absoluto. No sólo eso, ninguna de las
estructuras vitales en ésa increíble anatomía compleja de su mano había sido dañada. La herida no era más peligrosa que una profunda laceración… dolorosa, pero nada que amenazara de muerte o debilitara a largo plazo. Él había tenido suerte. Ella había estado sentada al lado de hombres que de repente caían muertos por una bala que bordeaba bajo sus cascos y explotaba sus cabezas. Ella había visto tropas cubiertas por una niebla sangrienta, por un paso en falso en una carretera supuestamente segura que había sido despejada por perros-bomba y barredoras. Sólo mala suerte. Ella había volado bajo fuego, saltado en zonas calientes, estado a centímetros de distancia de vehículos que habían sido pulverizados por artefactos explosivos improvisados y aquí estaba, como si nunca hubiese ido. Sana y salva, no obstante, cambiada. — ¿Así que va a estar bien?— dijo él, con la incertidumbre en su voz. Max despejó el recuerdo del desierto, de la selva y regresó nuevamente a la habitación brillantemente iluminada. La oscuridad se alejó con un aullido con la promesa de volver. —Sí. Va a estar bien. Primero, vamos a poner tu mano en una vasija con algo de Betadine para limpiarla. Las enfermeras te darán algo para el dolor antes de empezar. Después la lavaremos y limpiaremos un poco y te recetaré antibióticos. —Entonces… ¿cuánto tiempo pasará antes que mejore? — ¿Eres zurdo o derecho? —Zurdo— dijo él, indicando la mano herida. Se preguntaba qué estaría pensando en sostener otra vez… ¿un arma, un violín, un niño? No lo conocía, no como había conocido a Grif y a Rachel. El dolor de recordar hizo una rápida aparición y ella lo alejó otra vez. Ellos no la necesitaban ahora. Grif estaría probablemente en un hospital en los Estados Unidos con Laurie sosteniendo su mano. Y Rachel… Rachel estaría viviendo su vida lejos del peligro. Max miró al ansioso chico, ahora él era su responsabilidad —La herida sanará en un par de semanas. Tendrás rigidez y dolor, pero una vez que el tejido blando esté curado, te sentirás mejor. —Sí, está bien— él se relajó contra la almohada y cerró sus ojos —Tú hazlo, hombre. Yo estoy bien. —Sí. Lo estás— Max salió a buscar una enfermera para medicarlo y así poder irrigar la herida y cerrarla. Lo que quedó de noche transcurrió sin incidentes y a las siete se encontró en la cafetería con su reemplazo, un hombre grande con la personalidad de un oso de peluche. —Así que… vi el artículo en el periódico el otro día— dijo Ben Markowitz después de que Max terminó de ponerlo al día con los pacientes que estaban esperando el resultado de las radiografías, las pruebas de laboratorio, o por las cirugías urgentes pero no críticas. —Uh- huh— dijo ella, esperando que eso fuera el final. —En serio, esa fue una historia increíble. Yo... no quiero decir las cosas equivocadas, pero no sé… siento que debería darte las gracias.
Max bajó los expedientes y miró su rostro bien intencionado. Sus ojos azules eran suaves y compasivos, sus rasgos suaves. Una ola de enojo le atravesó, sorprendiéndola por su calor. Nadie habría sabido lo que ella había hecho si no hubiese sido por lo que Tom Benedict escribió sobre el rescate… y él no lo habría sabido si Rachel no le hubiese comprometido. Ella habló con controlada calma —No es necesario. No hice más de lo que otras miles de personas también han hecho. —Estoy seguro que es cierto, pero tu historia lo hace real, Max. Para mí, para mucha gente. Y eso es importante— él se inclinó hacia adelante con seriedad. —Es importante poner un rostro humano en el costo de todo. Eso es lo que lo hace real. —Real— murmuró Max. Había visto la historia, visto las fotos que el fotógrafo de Benedict había tomado al final de la entrevista, de ella y de Rachel posando juntas. Había leído lo que había pasado en la selva, pero la narración de ello… sin importar qué tan preciso había sido Benedict… filtraba los acontecimientos. Incluso las descripciones de los muertos eran impotentes frente a la verdad. Rachel… descubrió en el artículo… era Rachel Winslow Harriman, hija del Secretario de Estado. Eso finalmente armaba el rompecabezas, el por qué los Halcones Negros habían sido desplegados para extraer a los miembros de la Cruz Roja, particularmente a Rachel. La visita sorpresa de su padre al Medio Oriente probablemente estaba relacionado con ello. Y ahora Rachel viajaba con su padre mientras recorría la zona de guerra, evaluando la necesidad de retraer a las tropas o redistribuirlos o simplemente levantarles la moral. Max no había sabido nada de eso cuando Rachel y ella habían pasado horas juntas preparándose para otro ataque. No lo había sabido cuando Rachel llegó a su unidad y había encontrado consuelo en sus brazos y placer en su cuerpo. El artículo no lo hacía real para ella porque nada de eso tuvo algo que ver con lo que le importaba. —Como dije…— dijo Max —… cosas como ésas suceden todo el tiempo allá afuera. Allá hay miles de héroes. No merezco nada especial. Él asintió solemnemente —De acuerdo. Bien, Me alegra que estés de regreso. Ella tomó una respiración profunda y dijo lo que él necesitaba oír —Gracias. Yo también. Quizá algún día eso sea cierto. Max le deseó a Ben un cambio de turno tranquilo, recogió sus cosas y salió a la mañana. Parpadeó ante la luz del sol, sorprendida como siempre al darse cuenta que otro día había comenzado, cuando había pasado la noche encerrada en un mundo que bien podría haber sido una galaxia lejana de la vida que pasaba afuera del hospital. Había cuarenta cuadras hasta su casa, pero le gustaba caminar y se dirigió en ésa dirección. — ¿Max? Max se detuvo, insegura de haber escuchado su nombre. Se volteó y vio como Rachel entregaba dinero a un taxista, recogía una maleta y caminaba hacia ella. — ¿Rachel?— esperó, respirando lenta y cuidadosamente, temerosa de perturbar el aire y disipar la aparición.
—Sí— Rachel dejó su maleta a pocos metros de Max y retiró el cabello de sus ojos. Su mano temblaba. Estaba pálida, con círculos bajo sus ojos y cansancio en las líneas alrededor de su boca. Lucía más delgada, atormentada, como un fantasma en uno de los sueños de Max. — ¿Estás bien?— Max hizo una mueca —Pregunta tonta. Lo siento. Simplemente no esperaba verte— Nunca. —Sí— dijo Rachel —Lo siento por eso. Acabo de pasar 18 horas en un par de aviones. Perdón por irrumpir de ésta manera. Pero… tenía que verte. —Pensaba que aún estabas en Mogadishu. Las personas pasaban a su alrededor, rodeándoles como si ellas estuviesen en una isla en medio de un río que corría acelerado. Max temió que Rachel fuese atrapada por la corriente y que en cualquier momento desapareciera. Quería aferrarse a ella… mantenerla cerca. —Lo estuve hasta ayer por la noche. No pude salir antes. Mi padre…. —Sí… leí en el periódico acerca de su visita sorpresa a las Bases. Decía que viajaste con él. La mirada de Rachel recorrió el rostro de Max —Una parte del viaje. Él quería que le acompañara. Relaciones Públicas. Supongo que no necesito explicarlo— ella se estremeció y sacudió su cabeza —Bueno… al menos eso no. Muchas otras cosas si. Max deslizó sus manos en los bolsillos de sus pantalones negros —Rachel, no necesitas explicarme nada. La mirada de Rachel lucía más cansada de lo que Max recordaba. Herida de una manera diferente que cuando estuvieron en medio de todo el terror. Quiso acariciar con sus pulgares las huellas bajo los ojos de Rachel y alejarlas. Quería sanarla como a veces sanaba a otros, sólo que ésta necesidad de borrar ese dolor era mucho más profunda como nunca antes. —Por favor, Max— Rachel dio un paso acercándose a Max y tomó su brazo con dedos cálidos y suaves —Sé que no es algo que quieras escuchar, pero si me dejaras explicar…. —No vas a dar ninguna explicación hasta que hayas comido y dormido— Max no pudo soportar la tristeza en la mirada de Rachel. Acunó la barbilla de Rachel — ¿Qué tal si te preparo el desayuno? Rachel sonrió y emitió un pequeño sonido que fue mitad risa y mitad sollozo — ¿Aún sigues cuidando de mí, Comandante De Milles? Max recogió la maleta de Rachel —Tanto como me lo permitas. —Podría haber ido a casa— dijo Rachel, sin moverse —Mi apartamento está en las afueras, pero vine aquí porque sabía que era el único lugar donde podrías estar. No he estado durmiendo bien. —No, yo tampoco. Tomemos un taxi.
—Está bien— dijo Rachel. Max se bajó de la acera, hizo un gesto para llamar a un taxi y cuando se detuvo, regresó por Rachel. Sostuvo la maleta y deslizó su brazo alrededor de la cintura de Rachel. Sostenerla fue lo primero que sintió era totalmente correcto desde que abandonó Djibouti — ¿Mi casa te parece bien? —Perfecto.
CAPÍTULO VEINTIOCHO El taxi se sacudía a lo largo del tráfico matutino. Rachel se debatía en cuanto apoyarse en el hombro de Max, sabiendo que no debía, no podía... pero estaba muy cansada y Max estaba allí. Después de tanto tiempo, después de lo que pareció una eternidad, Max estaba allí. Realmente no esperaba que estuviese. Pensaba que cuando llegara al hospital, Max ya habría desaparecido. Que cuando preguntara por ella, la gente adentro le diría que ni siquiera habían escuchado de ella. Como si todo sobre Max fuese una ilusión, nacida del terror, la esperanza y el deseo. Si Max no hubiese estado allí, habría arrastrado su maleta de regreso a la calle y se habría ido a casa. Habría bajado las persianas, metido en la cama y rezado para que cuando despertara su mundo hubiese regresado a la normalidad. Que cuando despertara estuviese en control una vez más, que su corazón hubiese dejado de doler. Que pudiese saber cómo encontrar a Max. Podía olerla. Diferente que antes. El aroma a tierra, bañada por el sol se había ido. En su lugar había un indicio de especias: champú tal vez, o jabón de manos… y una pizca subyacente de algo medicinal y fuerte. Su cabello estaba un poco más largo. Necesitaba un corte, pero el que traía le gustaba de todos modos. Un poco desafiante y salvaje, como Max. Su camisa granate colgaba de su pantalón negro. Sus botas negras con cordones eran como las botas de combate y no usaba nada de joyas. La cadena alrededor de su cuello ya no estaba, pero la placa de identificación parecía estar allí. Max todavía estaba en servicio, quizás aún en guerra. —Apenas estás saliendo del trabajo— dijo Rachel, su cerebro funcionando otra vez —Necesitas dormir. Esta es una mala idea. Max se movió en su asiento hasta que su rodilla tocó la de Rachel y sus miradas se encontraron. Los ojos de Max no habían cambiado. Aún eran de un azul eléctrico más profundo que cualquiera otro que Rachel hubiese visto. Había esperado enojo, distanciamiento o frialdad, pero los ojos de Max eran tiernos, como lo habían sido la primera vez que ambas se habían tocado en el borde de la selva. Absurdamente, Rachel deseó que siguieran estando allí, de pie bajo el sol ardiente con la mano de Max en su cintura, sosteniéndola, con la mirada de Max suave y cálida ¿Cuándo se había vuelto tan desesperadamente necesitada? Trató de escapar a la atracción de la mirada de Max, pero no pudo. No cuando había venido de tan lejos para estar cerca de ella. —Dile al taxista que me lleve a casa cuando lleguemos a la tuya. Me puedes llamar o…. —No— dijo Max. Sólo eso. No. —Tengo que salir a buscar comida. No creo que haya nada, excepto tal vez algunos restos de comida china. —Eso suena maravilloso para mí— Rachel no quería que Max fuese a ningún lado, temerosa de que, si desaparecía de su vista, se fuese otra vez. Tal vez para siempre —No tienes que hacer nada especial. Sólo... me alegra verte. Max tomó la mano de Rachel. Sus dedos eran cálidos como Rachel los recordaba. Los apretó suavemente y luego los soltó. Rachel tuvo ganas de llorar cuando el contacto se deshizo.
—Es bueno verte, también. Pero la comida china está demasiado vieja como para ser segura— Max sonrió con una sonrisa torcida y movió su rodilla. El silencio llenó el taxi hasta que llegó frente a un edificio de apartamentos, una larga fila de ellos en una estrecha calle adornada con algunos árboles y coches alineados parachoque a parachoque. Tres escalones llevaban a unas puertas dobles de madera. Max pagó al taxista, salió y mientras Rachel le seguía, tomó su equipaje del maletero. El edificio de Max era de piedra marrón, con altas ventanas estrechas en cada piso y nada más que lo distinguiera. —Es el tercer piso— dijo Max, guiándole adentro. Rachel entró en un pequeño vestíbulo y subió un conjunto de escaleras giratorias, a través de pasillos que olían a desinfectante, pasando puertas cerradas que resonaban con el vacío. Max sacó una llave de la mochila que le colgaba sobre un hombro, abrió la puerta que decía 3B y la mantuvo abierta. Rachel entró y se detuvo en el centro de una gran habitación con la cocina metida en un rincón, un sofá bajo la alta ventana, una mesa de centro de roble claro frente a ella, varias estanterías llenas de libros sobre la pared cercana a la puerta y un televisor de tamaño mediano sobre un soporte. No había platos en el fregadero, ni revistas o periódicos tirados por ahí. Aseado y espartano, como había estado el contenedor de Max. Incluso había una pila de ropa al lado del sofá, que adivinó era la cama de Max. Funcional y nada más. La puerta se cerró detrás de ella, la maleta cayó al piso y estuvieron a solas nuevamente. Casi le dio miedo voltearse, deseaba a Max desesperadamente. La calidez de su piel, el oasis fresco de su boca, la constante fuerza de sus brazos. Todo lo que ella necesitaba. Envolvió sus brazos alrededor de su cintura y se mantuvo frente a la ventana. El silencio era tranquilo y pesado. Max aún no estaba completamente segura de que Rachel fuese real, parada ahí en mitad de su vida estéril, no estaba segura de despertar del sueño para descubrir que Rachel se había ido y quedar atrapada en otra forma de pesadilla donde la pérdida sería más de lo que podría soportar. Rachel ahora estaba magullada y herida y Max era la única que realmente sabía por qué… compartían los mismos recuerdos atormentados. Con el tiempo, Rachel sanaría y Max sería un recordatorio de lo que prefería olvidar. Rachel no sólo era demasiado fuerte como para necesitar que alguien destruyera sus demonios, también tenía otra vida muy diferente a cualquier otra cosa que hubiese compartido con Max. Y nada de eso importaba… ni el riesgo, ni el dolor, ni lo vacía que podría ser su vida si dejaba entrar a Rachel y Rachel se fuera otra vez. Nada importaba excepto Rachel y ella estaba aquí. Nada había importado más desde el momento en que corrió hacia el Halcón Negro elevándose, recibiendo disparos de todas direcciones, saltado en su interior y dándose la vuelta para ver a Rachel esperando por ella. Rachel estaba aquí ahora y parecía al borde del colapso. —Te buscaré una toalla y podrás tomar una ducha— dijo Max —Voy por comida y estaré de regreso antes de que hayas terminado. —Sí, está bien— dijo Rachel suavemente.
Max rebuscó en el armario individual y encontró toallas limpias —Toma. Rachel le siguió hasta el pequeño cuarto de baño. —Tómate el tiempo que necesites— dijo Max. El espacio entre el lavamanos y la pared era lo suficientemente grande como para darse la vuelta y con ella dos adentro, el espacio estaba apretado. Rachel estaba a un centímetro de distancia, tan vulnerable que el corazón de Max se encogió. Ella acunó su rostro y pasó su pulgar por el arco de la mejilla de Rachel. Rachel soltó un respiro tembloroso. —Después duerme— susurró Max. Los dedos de Rachel apretaron la muñeca de Max, enviando una oleada de fuego a través de ella. —Necesito decirte cosas. —Tal vez…— murmuró Max —… pero eso puede esperar. —Tengo miedo— dijo Rachel tan suavemente que Max no estuvo segura de haberlo escuchado —Miedo de que, si te vas, no volveré a verte otra vez. Max acunó su cabeza con ambas manos y le besó suavemente, no con la pasión que rugía dentro de ella, pero si con toda la ternura y el consuelo que podía poner en ello — No será así. Ya te lo dije antes. Las manos de Rachel apretaron los puños de la camisa de Max y reclinó su frente contra la de Max. Ella rio vacilante —Parece que siempre te pierdo. —No… no lo haces— Max cerró sus ojos, sintiendo el ligero aroma que se aferraba a su cabello, el mismo olor a vainilla que había persistido en su almohada. Su corazón corrió tan rápido que estaba mareada —Nunca lo harás. —Si dices que vas a volver, te creo— Rachel alzó sus ojos —Siempre lo haré. Max se obligó a alejarse. Quería estar dentro de ella, perderse en su aroma y su sabor. Pero eso no era lo que Rachel necesitaba. Tal vez ni siquiera lo que ella misma necesitaba. Dio otro paso para alejarse mientras cada centímetro de ella protestaba — Estaré aquí. —Gracias— Rachel sonrió lánguidamente y alcanzó los botones de su camisa. Max salió casi volando. Agarró sus llaves, revisó su cartera para estar segura que tenía dinero y corrió por las escaleras hacia la calle. Llegó al mercado de la esquina, abierto las veinticuatro horas y apresuradamente recolectó jugo, pan y huevos y todo lo que pensaba que Rachel quería comer, esperando con impaciencia mientras dos personas delante de ella pagaban y luego corrió de regreso. Cuando entró en el apartamento, el agua todavía corría en el cuarto de baño. La tirantez en su pecho se aligeró. No quería que Rachel pensara que no estaría allí para ella. Sirvió un poco de jugo y puso el pan en la tostadora. Cuando se dio la vuelta con el jugo en la mano, Rachel estaba parada en la puerta del baño, la toalla de baño blanca que
Max le había dado estaba envuelta alrededor de su pecho y bajo sus brazos. Le llegaba hasta la mitad del muslo, una apertura en forma de —v— a lo largo de la parte externa de la cadera izquierda. Su muslo era liso, largo y suave. Su cabello estaba mojado y colgaba en ovillos sobre sus hombros. Estaba descalza. Era hermosa. —Hice tostadas— dijo Max tontamente. Rachel sonrió —Puedo olerlo. Pensé que no tenía hambre, pero huele maravilloso. — ¿Huevos? Rachel negó con la cabeza —Tal vez más tarde. Creo que ahora sólo las tostadas. Max asintió, se dio cuenta que todavía sostenía el vaso de jugo de naranja. Lo puso en la mesa de café, consciente de que Rachel se estaba acercando. Conservaba el calor de la ducha con ella, el olor a jabón y champú. Las manos de Max temblaban. —Max. Max se enderezó y Rachel estuvo allí, a centímetros de distancia. Gimió como si algo le atravesara, triturándole la cordura y la razón —Estoy teniendo problemas en pensar en algo más, excepto en tocarte. —Me alegro. Max sacudió su cabeza —Lo siento. Rachel deslizó sus brazos alrededor del cuello de Max y el calor de su piel cubrió a Max —No lo sientas. Max retiró la toalla y acercó a Rachel hacia ella. Rachel estaba desnuda y cálida y encajaba perfectamente entre sus brazos. Max la sostuvo firmemente y le besó con todo lo que había contenido anteriormente, derribando cada barrera que había levantado para mantenerla apartada, necesitaba saborearla más que el agua en el desierto. Rachel gimió y apretó con sus manos el cabello de Max, envolviendo una pierna alrededor de la de Max para estar más cerca. Max le besó largamente, sus cuerpos se apretaron, recorriendo con caricias la espalda de Rachel hasta llegar a la curva de su trasero, levantó sus dedos por los costados hasta que sus pulgares rozaron los abundantes senos de Rachel. Rachel gimió otra vez, sus caderas apretándose bajo las manos de Max. —El sofá— jadeó Max —Tengo que abrirlo. —Date prisa. Max empujó a un lado la mesa de café y abrió la cama. No había dormido mucho y las sábanas estaban aseadas y normalmente tensas. Arrancó la primera, luego se deshizo de su camisa sobre su cabeza y con dificultad se libró de sus pantalones y botas. Tomó la mano de Rachel y tiró de ella sobre la cama. La luz del sol atravesaba la ventana sobre sus cabezas, pintando de dorado la piel de Rachel. Max se inclinó sobre ella y le besó nuevamente, recorriendo sus manos sobre sus senos, vientre y sobre el arco de sus caderas. Rachel abrió las piernas y levantó sus caderas. Máx miró a Rachel a los ojos mientras le acariciaba. Los labios de Rachel se abrieron en un suspiro y sus ojos se tornaron líquidos.
—Soñaba con esto— susurró Rachel. —Igual que yo— Suavemente, Max la llenó. Ella se estremeció, sintiendo como si regresara de un maremoto. Quería estar dentro de ella, poseerla y ahogarse en su placer. Presionó su frente en el hombro de Rachel y luchó para recobrar el aliento, para encontrar su control. Los dedos de Rachel llegaron hasta su muñeca, empujando más profundo —No vayas lento. No esta vez. Max le besó y siguió el ritmo de los movimientos de las caderas de Rachel. Deslizándose profundamente, largo y suave, rodeando su clítoris con cada golpe. Las uñas de Rachel se clavaron en sus hombros, insistentes y exigentes. Max dejó ir su moderación y aceleró. Rachel se corrió con un grito, su boca presionando el cuello de Max. Max siguió adelante, prestando atención a la pulsación del deseo a su alrededor. —Sí, sí— Rachel gritaba, elevándose para llevarla más profundo. Se corrió una y otra vez cuando Max se deslizó hacia abajo y puso su boca donde había estado su pulgar, provocándola y acariciándola hasta que Rachel agarró su cabeza y se corrió en su boca. Max se hubiese quedado donde estaba para siempre, pero Rachel empujó su hombro con la otra mano enredada en su cabello —Suficiente. Dios. He terminado. Estoy acabada. Max reclinó su mejilla en la parte interna de la pierna de Rachel, sonriendo mientras recuperaba el aliento —Por el momento. Los dedos de Rachel tiraron débilmente de su cabello —Como por el momento durante una semana. No puedo creer lo que me haces. Max besó la suave piel en el interior del muslo de Rachel y subió para ubicarse junto a ella. Acarició su pecho, acunándolos a plenitud —No he terminado. Rachel acarició su rostro, sus ojos nublados y satisfechos —Bien. Max se extendió a su lado y acomodó la cabeza de Rachel sobre su hombro. Rachel besó su pecho, sus dedos jugando sobre su pecho y su vientre. Max se tensó y Rachel rio, un sonido depredador que hizo latir el corazón de Max como si fuese un trueno en su pecho. —No, no se ha terminado— dijo Rachel. Los dedos de Rachel se deslizaron entre los muslos de Max y su visión se volvió borrosa. Toda la necesidad que puso a un lado, con la intención de complacer a Rachel, regresó como una tormenta. Ella sintió que explotaba —Joder, espera. —Oh, no lo creo— murmuró Rachel. Unos dedos se cerraron alrededor del clítoris de Max y sus músculos se derritieron. Su aliento se apretó en su pecho y sus piernas se apretaron como bandas de hierro. La boca de Rachel estaba en su pecho, en su garganta y en todas partes mientras le acariciaba y acariciaba… y Max sólo podía gemir. Los labios de Rachel recorrieron su oreja —Me encanta tu cuerpo. Me encanta tocarte.
Max luchó para centrarse en su rostro. Estaba indefensa y Rachel estaba allí. —Eres hermosa— Rachel le acarició en círculos y presionó. Max explotó con un asombroso grito, sujetando las sábanas y temblando por la explosión. Rachel se deslizó encima de ella, aun acariciándose y frotándose contra su muslo, corriéndose otra vez cuando los últimos temblores atravesaron el cuerpo de Max. Rachel se derrumbó encima de ella, aún dentro de ella. Max le abrazó y tiró de la sábana sobre ellas. Cerró sus ojos, su mente completamente en blanco y supo que no soñaría.
CAPÍTULO VEINTINUEVE Rachel despertó desnuda, con el brazo de Max rodeando su cintura, una mano cubriendo su seno y un cálido aliento flotando suavemente contra la parte posterior de su cuello. Las sábanas estaban enredadas alrededor de sus pies y una débil brisa soplaba a través de la ventana abierta. Max debió abrirlas en algún momento después que Rachel se había dormido. No supo cuánto tiempo había estado dormida, pero sentía como si hubiese sido mucho tiempo. Afuera los ruidos de la calle eran un revoltijo de motores de coche, bocinas y voces apagadas. Por la sensación del aire, ya era media tarde… el aire llevaba la cálida humedad del verano de la ciudad, a diferencia del castigo de la sequía en el desierto. Durmió profundamente y sin sueños y si acaso soñó, no podía recordarlo. Yacía acostada, absorbiendo la felicidad que sentía por la cercanía de Max. Siempre había querido vivir su vida en sus propios términos y estaba orgullosa de sí misma por llevarla así, segura de lo quería… y de lo que no quería. Hacía su propio camino sin juegos, sin pretensiones o políticas y había creado una vida con propósito, con una meta que significaba más allá de su propia ganancia o ego. Muchos a los que ayudó ni siquiera conocían su nombre. Su trabajo le satisfacía y había relegado las relaciones a una parte distante de su psiquis y de su alma. Socializaba con mujeres, tenía relaciones sexuales con mujeres, se movía dentro del mundo que tenía en común con ellas… la sociedad en la que habían nacido… y guardaba lo que importaba en privado. No necesitaba ni quería más. Acostada con el sol de la tarde y su cuerpo todavía vibrando por la pasión y el placer, revisó las imágenes de las horas pasadas. El deseo como un ansia que nunca hubiese imaginado, una emoción tan fuerte que temía morir por ella, una satisfacción dulce de la que nunca podría tener suficiente. Cubrió la mano de Max que cubría su pecho y los dedos de Max se enredaron entre los suyos. Había estado contenida anteriormente, pero ahora quería más. Mucho, mucho más. Rachel levantó la mano de Max y besó su palma. Los labios de Max se movieron sobre su cuello. —Hey— susurró Rachel. —Hey. La voz de Max era gutural, pesada por el sueño y lánguida por la satisfacción. Rachel reconocía el sonido de una mujer satisfecha pero nunca había estado tan encantada de escucharlo. Max siempre había sido protectora, tan fuerte y autosuficiente, parecía estar siempre en control. Sentir a Max abrir sus manos y su boca y entregarse por completo fue un regalo que Rachel temía no merecer y la deseaba una y otra vez. La deseaba ahora con un dolor hasta sus huesos. Sus entrañas estaban pesadas, llenas y pulsátiles. Sus pezones se apretaron y ella presionó los dedos de Max en su pecho nuevamente. —Necesitas ir a trabajar o…. —No— dijo Max.
—No creo que haya terminado todavía. Max emitió un gruñido en su garganta y presionó sus caderas contra el trasero de Rachel. Rachel se presionó, lista para los dedos de Max. Para su boca. —Podría seguir así para siempre— murmuró Rachel. —Hecho. El corazón de Rachel se disparó pero supo que no sería tan fácil. El pasado entre ellas las unía tanto como las separaba. Se volteó sobre su espalda para decir lo que tenía que decirle a Max a la cara antes que su cuerpo escapara de su cerebro. Max protestó con un gemido pero se apoyó en su codo, inclinándose hacia Rachel y besándola. —Te ves hermosa— dijo Max. Rachel rio en señal de protesta, con un sentimiento de timidez que no había sentido anteriormente —No puede ser. Creo que me quedé dormida sin ni siquiera cepillar mi cabello. —Lo hiciste. Me gusta el look enredado— Max sonrió, con un destello de satisfacción en sus ojos —Y prometí alimentarte y aún no lo he hecho. Rachel atrapó la mano de Max antes que pudiese alejarse —No te vayas. Los ojos de Max se oscurecieron y le besó nuevamente —No voy a ninguna parte. Pero lo haría y Rachel lo sabía. En unos pocos minutos, en unas pocas horas, mañana. —Había cosas que necesitaba decirte en Djibouti. Debí haberlas dicho antes— Rachel flaqueó ¿Y si Max no quería a la mujer que era en realidad… aquí, en este mundo? —Rachel…— dijo Max —… lo que necesites decir, dilo. No hay nada que puedas decir que borre lo que hemos compartido. —Lo sé— Rachel tomó un respiro —Tengo más miedo del futuro. —Cuéntame sobre Christie. —Lo hubiese hecho antes, si hubiese pensado que había algo que contar. Tommy me tomó desprevenida, pero no fue su culpa— dijo Rachel, aliviada y ansiosa al mismo tiempo —Christie es hermana de Tommy. La estuve viendo durante unos seis meses antes de irme para África. La expresión de Max nunca cambió, su mirada nunca vaciló. Esperó y observó. Era buena en eso. Buena para enfrentar directamente lo que había que enfrentar. Su mano en el vientre de Rachel era cálida y posesiva y Rachel amaba la manera como se sentía. —No hicimos promesas…— dijo Rachel —… y antes de irme a Somalia, ambas acordamos que no habría restricciones en ninguna de nosotras. —Benedict no recibió ese memorándum.
Rachel suspiró —Sí, bueno, nuestras familias se conocen desde hace mucho tiempo. Tommy y yo estuvimos en la escuela juntos. Christie es unos años más joven. Nuestros padres son colegas, nuestras madres son amigas. Todos piensan que somos una pareja maravillosa. — ¿Lo son? Rachel se rio —No. Por un millón de razones, la más importante es que no la amo. Ella tampoco me ama, pero no creo que eso sea muy importante para ella. —No te veo acordando algo solo para complacer a tu familia— las cejas de Max se alzaron —Y no puedo verte establecida por nada. Rachel acarició el antebrazo de Max, trazando los músculos tensos de la mano de Max en su vientre. No, ella no podría establecerse. No cuando sabía lo que quería. Lo que siempre había querido, pero tenía miedo de admitir —Christie puede que piense que retomaremos todo donde nos quedamos cuando llegue a casa. No lo haremos. Los ojos de Max se oscurecieron y poco a poco se inclinó hacia abajo y mordió el labio inferior de Rachel —Bien ¿Alguna otra cosa? — ¿Dónde comenzar?— Rachel cerró sus ojos, deseando simplemente poder comenzar la vida el día que conoció a Max, pero no podía —Te lo digo porque a veces es difícil mantener la vida privada en privado. — ¿Siendo la hija del Secretario de Estado? El rostro de Rachel se enrojeció —Eso… y el hecho de que mi familia es...muy bien conocida en algunos círculos. La ceja de Max se alzó — ¿Significa que será noticia si tienes una multa? —Algo así. — ¿Es por eso que no usas tu nombre completo? Rachel supo que cuando le pidió a Tommy que presentara su artículo, Max lo vería tarde o temprano. Había planeado explicarle todo después de la entrevista, pero Max se había ido. No había querido que descubriera las cosas que ella había resguardado, de esa manera, aunque cuando estuvieron juntas no parecía importante. Ni lo que su padre hacía, ni quién era su familia, ni Christie y su relación… nada de eso importaba allí afuera donde la vida contaba minuto a minuto. Allá afuera, era Rachel Winslow, trabajadora de la Cruz Roja, así como lo era justo aquí en este pequeño y tranquilo apartamento, simplemente Rachel, despojada de todo excepto de lo que verdaderamente importaba… lo que estaba en su corazón. —Amo a mi familia…— dijo Rachel —… pero ellos pueden ser… sofocantes. Siempre luché porque nadie me limitara, por no quedar atrapada en los planes que otras personas hacían por mí. Por eso y por otras razones… de seguridad...— ella hizo una mueca —… era más fácil usar mi otro apellido. —Me gusta— dijo Max —Winslow. Rachel se rio —A mí también.
A Max no le importaba el alto nivel de la familia de Rachel o sus novias pasadas, pero estaba feliz de escuchar si Rachel necesitaba hablar con ella, especialmente cuando las sombras comenzaron a aparecer en los ojos de Rachel. La risa de Rachel era como una luz que encendía la oscuridad, iluminando largos pasajes olvidados, encendiendo la esperanza mientras los temores se retiraban. Un día antes, Max nunca esperó verla otra vez y ahora la abrazaba. Un feroz deseo de protegerla, de poseerla, de conservarla, hizo que se estremeciera con fuerza. Acarició el rostro de Rachel —Tu confianza significa todo. Espero que siempre te sientas segura de decirme lo que es importante para ti. Pero nada de esto cambia algo— Max la acercó —Nada de esto cambia lo que pasó allá entre nosotras. — ¿Y aquí, Max? ¿Cambiará las cosas aquí? Max se encogió de hombros —No veo cómo. —Es mi culpa que Carmody te persiguiera. — ¿Cómo es eso?— Max entrecerró sus ojos — ¿Eres agente secreto de la CIA? — ¿Sería un motivo de ruptura? —Preferiría que fueses del FBI. Rachel rio otra vez y presionó un beso en la garganta de Max —Lo siento. No tengo otras vidas secretas. — ¿Entonces, cómo es que eres responsable de lo de Carmody? —Eso pudo ser porque soy hija de mi padre. Mi presencia en el campamento de ayuda y toda tu operación atrajo la atención de mucha gente importante. — ¿Importante… o poderosa? —Sí. Bueno. Aparentemente gente que podía enviar a Carmody a Wichita, o al menos eso fue lo que mi padre me explicó. —Tu presencia en el campamento de apoyo fue el por qué estuvimos allí— dijo Max. —Espero que eso no sea verdad— dijo Rachel, con voz incierta —Espero que hayas sido enviada para ayudar, sin importar quien estuviese allí. — ¿Sabes qué pasó? —Algo— Rachel aspiró suavemente —Presioné a mi padre para que me dijera lo que podía. O lo que él quería. Le dije que no iría con él en su gira si no me explicaba lo que estaba pasando. — ¿Carmody es uno de sus hombres? —Él dice que no. Los dos que envió para que me… acompañaran… Kennedy y Smith…lo eran. Parte de su equipo de avanzada de Estados Unidos. Fue por eso que llegaron a mí tan rápido. — ¿Sabías que tu padre vendría?
—No. Realmente se suponía que su visita sería un viaje sorpresa— Rachel se recargó contra las almohadas. Máx se movió y deslizó un brazo sobre sus hombros. —Inteligencia tuvo un aviso de una incursión en el campamento y él fue avisado. Él me llamó… quería asegurarse de que no me resistiría a irme. Max frotó su brazo —Parece que te conoce. —Ja, ja— Rachel acarició con su nariz el cuello de Max —Probablemente hubiese argumentado que no saldría, especialmente cuando llegaste de la forma en que lo hiciste y no podías llevarte a todo el mundo. — ¿Por qué serían tú… o el campamento… un objetivo, para empezar? No lo entiendo. Son un grupo humanitario. —Díselo a Carmody— Rachel hizo un sonido de disgusto —Él estaba realizando un operativo en nuestro campamento, uno de nuestros guardias somalíes se había infiltrado en la organización rebelde. Como parte de la cubierta del guardia, estaba arreglando contrabandear armas junto con los suministros que estábamos recibiendo. —Los camiones de transporte— dijo Max. —Sí. La ira creció a fuego lento en el vientre de Max — ¿Carmody estaba ayudando a los rebeldes con armas para que su agente recabara información? —Sí. Supongo que pensó que las ventajas y desventajas valían la pena. Max pensaba en que Grif casi muere de una bala que Carmody pudo haber puesto en las manos del enemigo. Si lo hubiese sabido, habría cumplido su fantasía de asfixiar a Carmody a muerte —Idiota. —Gajes del oficio. —Sí— dijo Max —Así que cuando la operación tambaleó, Carmody tuvo que responder a alguien y estaba buscando a quien echarle la culpa. —Sacar provecho de mi padre no fue fácil, pero al parecer el agente de Carmody estaba comprometido de alguna manera y Carmody o no supo o no actuó lo suficientemente rápido como para sacarlo. Él perdió a su hombre, su vínculo con los rebeldes y yo casi muero o soy capturada. Su trasero estaba en juego. —Ojalá hubiese podido haber visto su rostro cuando la historia de Benedict estuvo en las noticias. Rachel sonrió —Yo también. — ¿Qué te hizo llamar a Benedict? —Tenía que hacer algo— dijo Rachel —Tenía que alejar a Carmody de ti y no podía dispararle. Max le besó —Gracias por eso. Por no dispararle y por quitármelo de encima.
—Sabía que Tommy era reconocido y pensé que, si el público sabía lo que tú y los otros hicieron allá afuera, Carmody no podría involucrarte en nada. —Me enviaste a casa por la vía rápida porque Carmody no quería que Tommy o alguien más siguiera escarbando. —No tenía planeado que ellos te alejaran tan pronto— Rachel tomó la mano de Max —No quería.... — ¿Qué? —No quería perderte. La garganta de Max se cerró. No había tenido miedo de morir en la selva. No pensaba que tenía mucho que perder. Ahora lo sabía —No me perderás. Rachel posó sus manos en los hombros de Max. Su rostro estaba muy cerca, tan cerca que Max casi se perdió en el verde de sus ojos —No quiero que ésta tarde termine. —Yo tampoco. —No me importaría si nunca dejamos este cuarto, si nunca vemos a nadie más otra vez— Rachel suspiró —Pero no creo que ninguna de nosotras pueda escapar de nuestras vidas. —No y no creo que tú lo quieras— Max se permitió imaginar una vida con Rachel en ella. La posibilidad era casi tan terrible como la idea de terminar los días sin ella — Sabes dónde vivo. No hay nadie en mi vida. Y no lo habrá. Rachel le estudió, una leve línea apareció entre sus cejas — ¿Eso es lo que crees? ¿Qué quiero detenerme aquí de vez en cuando, entre viajes? —No creo nada. Creo que quiero volver a verte. —Nuestra relación no será totalmente privada— le advirtió Rachel. — ¿Porque los Benedict del mundo siempre están buscando una historia? —Peor aún, me temo. Tommy es un periodista serio que está dispuesto a poner su vida en peligro por decir la verdad. Lo respeto por eso. —Sí, igual que yo. —Hay periodistas, muchos de ellos, quiénes preferirían vender copias que son un poco más populares y proporcionan mejores ventas. —Escucha…— dijo Max —… no hay ningún periodista que pueda hacer o decir alguna cosa que signifique algo para mí después de los lugares en que he estado y las cosas que he visto. Las cosas que he hecho. — ¿Estás segura? —Totalmente.
Rachel sonrió —Entonces… ¿qué te parece un viaje a Washington? Mi padre mencionó que quiere conocerte y me gustaría que el resto de mi familia también te conociera— Max le miró — ¿Eso es por lo de Somalia? ¿O por algo más? La sonrisa de Rachel se desvaneció —Todos aman la buena prensa… incluido el Departamento de Estado. No puedo prometer que no habrá un reportero o dos. Max salió de la cama y avanzó hacia la cocina, para darse tiempo de recomponerse. Todo venía a ella tan rápido. Rachel no podía saber en lo que se estaba metiendo —No soy material para una relación, Rachel… no del tipo de conocer a la familia. — ¿Oh?— dijo Rachel acercándose — ¿Entonces qué clase de material eres para una relación? ¿Sólo buena para el sexo de vez en cuando? —Yo no.… no soy lo que estás buscando. —Estabas perfectamente dispuesta a seguir viéndome hace unos minutos. —Pensaba…. — ¿Pensabas que íbamos a encontrarnos y acostarnos de vez en cuando?— la voz de Rachel estaba calmada —Entiendo. Max se giró. Rachel estaba buscando su ropa en el suelo — ¿A dónde vas? —Debes tener cosas qué hacer. —Maldición— Max lo había jodido.
CAPÍTULO TREINTA Rachel recogió su maleta de donde Max la había dejado cerca de la puerta y salió, teniendo cuidado de no aventar la puerta. No estaba enojada, al menos no con Max. Nada de esto era culpa de Max. Ella había aparecido sin previo aviso, había hecho suposiciones, o tal vez sólo deseaba que Max sintiera lo que ella sentía. Max tenía todo el derecho de querer nada más que una larga y divertida relación. Ella misma había tenido alguna de ellas. Pero no esta vez. Sabía cómo se sentía con respecto a Max y por primera vez en su vida, supo lo que quería con una mujer, lo que quería para sí misma más allá del trabajo y las obligaciones. No podía tener con Max el tipo de aventura que había tenido con las otras mujeres con las que estuvo. No podía pretender que estar con Max no le tocaba en todos los niveles, que no quisiera a Max en cada parte de su vida. En cada parte de ella. Si Max no pensaba igual, al menos era lo suficientemente honesta para decirlo. El dolor llegaría más tarde, lo sabía, pero por ahora, necesitaba distanciarse. No podía estar en la misma habitación con Máx y no desearla. Y si se quedaba mucho tiempo, tal vez se permitiría creer que podía conformarse con menos. Llevó su maleta hasta la acera y caminó por la calle, buscando un taxi. El ruido de una ventana que se abría, se escuchó detrás de ella. —Rachel, deberíamos hablar— Max alzó la voz. Rachel se volteó y protegió sus ojos al levantar la mirada. Max estaba asomada por la ventana, sus manos apretadas alrededor de la repisa de piedra. Se había puesto una camiseta que se ajustaba a su pecho de la misma manera como Rachel recordaba se ajustaba su camiseta de camuflaje cuando Max se había quitado su chaqueta en la selva para cavar en la tierra seca y dura. No podía mirarla sin recordar tantos momentos, cada uno de ellos trayéndola aquí —Está bien, Max. —No, no lo está— incluso a tres pisos de altura, los ojos de Max centelleaban ferozmente —No quiero esto. — ¿Qué es lo que quieres, Max? —No lo sé. Nunca me he puesto a pensar en ello— Max se inclinó un poco más hacia fuera, como si fuese a saltar —Nunca te imaginé. —Necesitas pensar en ello ahora— dijo Rachel —No voy a conformarme. No puedo, no cuando se trata de ti. La sonrisa de Max se torció —No deberías conformarte con nada ni con nadie. —Entonces. Estaré esperando— Rachel tuvo que voltearse. Max era tan hermosa que dolía mirarla. Un taxi se acercó a la acera y Rachel recogió su maleta. Se deslizó en el asiento trasero y dio la dirección al chofer. Él arrancó y ella cerró sus ojos. Alejarse de lo que quería con cada respiración era peor que una pesadilla. Muchas veces temió perder a Max
mientras luchaban con los enemigos que las atacaban con armas y con poder, pero nunca imaginó dejarla ir.
CAPÍTULO TREINTA Y UNO Con el mismo cuidado que generalmente reservaba para la inspección de su equipo antes de una misión, Max presionó el último botón en su blanca camisa plisada y revisó que su corbata negra estuviese derecha. Los detalles importaban y ésta noche más que nunca. Al principio creyó que había sido un error. La invitación… realmente, más como una orden redactada en un lenguaje elegante realzado en bonito papel de oficina… llegó apenas unas horas antes de la llamada del Comandante de la Unidad de la Reserva Naval. Debía presentarse en una función del Departamento de Estado para reunirse con miembros de la prensa, funcionarios de la División y otros dignatarios para honrar su servicio en el notable rescate de Rachel Winslow Harriman y otros miembros del equipo de la Cruz Roja. — ¿Recibiste el mensaje?— preguntó el Capitán Yoon cuando le llamó. — ¿Debo tomar esto como algo oficial?— Max aún no estaba preparada para ver a Rachel. Sabía lo que Rachel quería… lo que Rachel merecía y ella no podía imaginarse siendo suficiente para ella. Nunca había sido suficiente para alguien que hubiese querido. Sólo había sido suficiente en la sala de Emergencias o en el campo de batalla y aun así había fallado muchas veces. El mundo de Rachel era mucho más grande que el de ella. Y Rachel era mucho más valiente. —Debes tomarlo como una solicitud del Comando— el tono de Yoon le dijo que la Marina no podía ordenarle asistir, a menos que ella fuese una representante oficial del cuerpo de comando. En ese caso lo que ella respondiera sería responsabilidad de la Marina. Pero ellos estaban dejando claro que ella debía ir extraoficialmente… y si ella se encontraba en una posición difícil, la Marina podía y probablemente la liberaría. Como lo hicieron con Carmody. —Entiendo— dijo Max. —Entonces ¿qué diablos está pasando?— escuchó la curiosidad de Yoon en la línea. No podía decirle lo que ni ella misma sabía. La invitación podría ser exactamente lo que parecía ser… la prensa quería más de la historia y el Departamento de Estado quería sacar provecho de una situación que los haría quedar bien. Tal vez Carmody y los de su clase no tenían nada que ver con eso. Tal vez nadie la estaba vigilando. O Rachel. Preguntas que no podía responder y aún si pudiera, no importaría. Le debía a Rachel aparecer. —Estaré allí ¿Qué hay con Grif y los demás? —Griffin acaba de llegar al Hospital Bethesda para rehabilitación. Los otros siguen desplegados. Eres la chica del cartel para esta operación. —Grandioso.
Yoon se rio —Buena suerte. Y recuerda, la Marina nunca cuestiona nuestra misión y nunca cometemos errores. —Ooh-rah— murmuró ella y colgó. Ahora, tres días después, estaba delante del espejo en un hotel en Foggy Bottom a pocas cuadras del Edificio Harry S. Truman donde la función estaba programada para empezar con una recepción a las 1900 horas. No estaba nerviosa sobre hablar con la prensa o rozar hombros con hombres de estado y otro tipo de políticos. Ellos no significaban nada para ella. Pero Rachel estaría allí. Y cuando pensaba en ella, sus manos temblaban. Pasó por el edificio de la Cruz Roja en el taxi de camino al hotel y se preguntaba si Rachel ahora había regresado a su vida. Regresado a trabajar, conectado con amigos y familiares y.… con otras relaciones. Max había reanudado su vida tanto como pudo, trabajando veinticuatro horas y descansando treinta y seis. Pero no había sido capaz de regresar al estrecho mundo que habitaba antes de Rachel. Trabajar le consumía en el momento, pero tan pronto como pasaba la crisis, otros pensamientos aparecían. Recuerdos, fragmentos de conversaciones, atisbos de Rachel. El dolor en su pecho nunca desaparecía. Había estado a punto de buscar el número de teléfono de Rachel una docena veces, pero nada de lo que quería decirle podía ser dicho por teléfono, incluso si hubiese sabido qué decir. Y ahora estaba a punto de verla por primera desde que le vio alejarse en un taxi casi dos semanas atrás. Ella tiró de los puños de la chaqueta azul que vestía, tomó el ascensor hacia la calle y entró al Edificio Harry S. Truman. Le dijo al guardia de la puerta por qué estaba allí; él le pidió una identificación y le guio a la seguridad de los ascensores. Llegó a un lobby de dos pisos iluminado, con columnas de piedra, suelos de mármol y filas de candelabros de cristal. Un sonido llegó a través de la pared, reverberando como el zumbido de una docena de rotores de helicóptero a punto de despegar. El ruido… ahora distinguible como voces… creció más fuerte mientras más rápido caminara hasta que se encontró en medio de una multitud de hombres y mujeres en corbata negra, vestidos de noche y uniformes con diferentes escalafones de las fuerzas armadas. Un bar se asentaba a lo largo de una pared, con filas de mesas cubiertas de mantel de lino blanco y una docena de camareros con moños negros y chaquetas y camisas blancas, que servían las bebidas. Se dirigió hacia allá y pidió agua mineral. Con la copa en la mano, se volteó y escudriño la habitación, acentuando el tintineo de los cubitos de hielo al sorber su bebida. No conocía a nadie y no lo esperaba. No había dado un segundo sorbo antes que una morena de unos veinte años, en un vestido color borgoña y tacones bajos, se abriera paso entre la multitud y le regaló una brillante sonrisa — ¿Comandante De Milles? —Así es— dijo Max. —Soy Shelley Carpenter, una de las Pasantes del Secretario Harriman. Si puede venir conmigo, por favor. —Seguro. Siguió a la joven a través de la multitud hacia un arco donde un pequeño grupo de hombres y mujeres conversaban de pie, bebidas en mano. La pasante se apresuró… el
doble tiempo parecía ser su velocidad normal… y habló con un hombre alto, de hombros anchos y cabello oscuro que se giró en dirección a Max y le miró detenidamente con apreciación. Ella le miró en respuesta. Rachel tenía los mismos rasgos fuertes, pero los ojos de ella eran cálidos y los de él eran fríos, incluso en la distancia. Max avanzó y cuadró los hombros. El padre de Rachel le tendió la mano —Comandante, soy Christopher Harriman. —Señor…— dijo ella mientras devolvía el firme agarre —… es un placer conocerlo. —Quiero darle las gracias por cuidar de mi hija allá en la selva. Y a los demás, por supuesto. —No es necesario, Señor. —No voy a discutir el punto, pero sostengo las gracias— él sonrió irónicamente y su mirada terminó con el encuentro —Ahora a otros asuntos. El Periódico Post quiere hacer una serie de artículos sobre el impacto de los disturbios que se desarrollan en Somalia y en otros lugares donde los civiles quedan atrapados y esta historia es justo lo que ellos quieren. —Estoy segura que la Srta. Winslow y su equipo pueden arrojar mucha más luz en eso que yo. —La prensa siempre está buscando una historia para captar la atención del público, y esta tiene todos los ángulos correctos: trabajadores humanitarios en riesgo, la hija de un miembro del gabinete bajo ataque, un osado rescate de lo mejor de la Armada de los Estados Unidos. Necesitamos que el público sepa que la misión de los militares es asegurar la libertad civil y ayudar en la reconstrucción de ésas Naciones. —Yo sólo era uno de…. —Tom Benedict le hizo a usted el rostro de la Marina en todo esto. Me temo que tendrá que interpretar el papel. —Entiendo— Max entendía. Era la forma de retribuirle por haberle quitado de encima a Carmody —Por supuesto que estaré encantada de hacer lo que sea necesario. —Estoy seguro que lo hará. He leído las declaraciones que hizo a Tom Benedict. Bien hecho, después de todo. — ¿Señor? Él le miró por un momento en silencio. Max esperó. Ella no tenía ninguna agenda y si él la tenía, tendría que ser más explícito. Ella tenía mucha práctica en esperar. —Me temo que los eventos se desarrollaron demasiado rápido como para que nosotros lográramos contenerlos y usted sufrió algunas de las consecuencias. A pesar de algunas líneas lamentables de investigación, usted demostró notable moderación con la prensa.
—Sólo estaba haciendo mi trabajo, Señor. —Sí. Bueno, todos tenemos un trabajo que hacer— Harriman posó su vaso en la bandeja de plata de un camarero que pasaba —Mi hija habla muy bien usted. Max le sostuvo la mirada —Su hija es excepcional. —Sí. Y muy decidida. —Eso es parte de lo que le hace excepcional— Max sonrió. —Estamos de acuerdo en eso— él hizo un gesto a Shelley Carpenter, quien se apresuró a su lado. Le murmuró algo y ella se apresuró otra vez —No la molestarán con preguntas inapropiadas en el futuro. Y estoy seguro que podrá manejar a la prensa con su habilidad habitual. —Haré mi mejor esfuerzo, Señor Secretario. —La Sra. Carpenter le proporcionará los detalles. Buenas noches, Comandante. Harriman se giró hacia sus compañeros mientras Shelley aparecía con otra copa y se la entregaba. Con el deber cumplido, se volteó hacia Max con su sonrisa ansiosa. —Si me permite, la presentaré con los demás, Comandante. —Eso estaría bien. Gracias, Sra. Carpenter. Ella se ruborizó y Max se preguntaba cuán a menudo alguien le agradecía. Ella siguió obedientemente a Shelley en un circuito a través de la multitud, asintiendo ante las presentaciones, ofreciendo las respuestas regulares cada vez que alguien le comentaba el notable rescate en Somalia. Casi habían llegado al bar otra vez cuando Rachel se materializó entre la multitud. Un instante estaba allí, al siguiente ya no lo estaba. Max se detuvo. Necesitó de toda su energía para mantenerse erguida. Rachel lucía un vestido verde esmeralda que se ajustaba a su torso y caía sobre sus caderas en suaves vuelos. Su cabello hasta los hombros, rojo dorado estaba iluminado por la luz de los candelabros que parecían centrarse en ella. Estaba más delgada de lo que Max le había visto por última vez y su sonrisa parecía forzada. Una rubia estaba parada a su lado, riendo mientras sorbía de una copa de champagne. Su vestido color marfil acentuaba su esbelta figura y sus uñas esculpidas, pintadas de un tono más oscuro que el rojo de su lápiz labial, destellaban donde su brazo descansaba en el antebrazo de Rachel. —Si me disculpa— dijo Max a Shelley sin apartar la vista de Rachel. — ¿Qué? ¿Necesita al…? —No, estoy bien. Regresaré en un minuto. Max no esperó por una respuesta, atravesó la multitud mientras los rostros de las personas se desvanecían ante su vista. Rachel era todo lo que podía ver. Antes de que llegara hasta ella, Rachel le vio venir y su boca se curvó en una suave sonrisa que fue difícil de interpretar ¿Bienvenida? ¿Saludo cordial? Cuando Max estuvo a pocos metros,
la rubia pareció darse cuenta que Rachel no estaba prestando atención y miró alrededor. Su expresión juguetona se endureció cuando vio a Max acercándose. El corazón de Max se aceleró cuando la rubia tomó la mano de Rachel, se inclinó cerca y besó su mejilla —Hola, Srta. Winslow. —Comandante— la mano de Rachel era cálida en la suya y sus dedos se ajustaban perfectamente en los suyos —Luces…— su mirada le recorrió hacia abajo y luego regresó al rostro de Max… —…bien. —Y tú luces hermosa como siempre. La rubia emitió una tos suave y se acercó a Rachel un poco más —Preséntanos, Rachel cariño. Rachel continuó mirando a Max —Comandante Max De Milles. Christie Benedict. Max asintió ante la rubia —Sra. Benedict. —Oh. Eres el soldado del que Tommy escribió. —Marino. Christie frunció el ceño, sus cejas perfectamente arqueadas se aplanaron en consternación —Lo siento. Pensaba que eras la que rescató a nuestra Rachel en la selva. —Fui uno del equipo. La mayoría somos de la Marina y de la Armada— Max hablaba mirando los ojos de Rachel —Rachel, sin embargo, se rescató a sí misma. Nunca conocí a alguien menos necesitado de ser salvado. De hecho, estoy segura que ella me salvó a mí. Los labios rojos de Christie hicieron un gesto en forma de O —Qué interesante— ella rescató la mano de Rachel de la de Max —Realmente, querida, has estado guardando secretos. —No, Christie, no lo he hecho. Tú no has estado escuchado— Rachel le dio a Christie una mirada fugaz. Max estaba cerca, muy cerca y todo lo que quería hacer era seguir tocándola. No, no sólo tocarla, conservarla y por la manera en que Max le devoraba con los ojos, se diría que también quería algo similar. Pero entonces, siempre había habido fuego entre ellas. Siempre habían tenido pasión. Lo que necesitaba, lo que ahora quería, era más. —Sé cuán estresante… cuan horrible fue para ti...allá— Christie continuó en tono solícito como si Rachel no le hubiese hablado —Estoy segura que cuando hayas tenido tiempo para recuperarte, te sentirás diferente sobre muchas cosas. Incluyendo a nosotras. —Agradezco tu apoyo, pero no necesito recuperarme u olvidar— Rachel cuidadosamente soltó la mano de Max —Y no he cambiado de idea. Max vio la expresión de Christie antes que la cubriera con una falsa sonrisa. Por un segundo, su rostro se había transformado en una mueca de disgusto, insulto y sospecha. Unas cuantas personas a su alrededor les miraban. Rachel no había exagerado cuando dijo que a menudo era objeto de una atención no deseada. Casi prefirió estar en la selva… al
menos allí podría estar sola con Rachel. Contuvo el aliento. Eso era lo que quería. Estar con Rachel. Nada más importaba — ¿Supongo que habrá otra reunión con la prensa? —Sí, mañana— la voz de Rachel se volvió ronca y su mirada más intensa —Te veré luego. Shelley Carpenter apareció por arte de magia al lado de Max. La mujer tenía una especie de radar —Comandante, el Secretario de la Marina está aquí. Si me acompaña. —Sí— Max no pudo encontrar ninguna otra palabra, al menos ninguna que pudiese decir aquí. Se inclinó ligeramente, incapaz de apartar la mirada de Rachel —Buenas noches, Rachel. Sra. Benedict.
CAPÍTULO TREINTA Y DOS Rachel deslizó su brazo por el de Christie y le guio hasta la fila de taxis. Cuando llegó su turno, abrió la puerta trasera del taxi amarillo y ayudó a Christie a entrar en el — Llamaré a Sara para decirle que estás en camino. Ella responderá si llamo a la casa ¿no? —Estoy bien, de verdad— dijo Christie, enunciando cada palabra cuidadosamente —Puedes llevarme al hotel. Subir conmigo. —No, no puedo. Te estoy enviando con tus padres. Entonces sabré que estás segura en casa. —Aún puedes venir conmigo. Sara es muy discreta… siempre nos cubrió a mí y a Tommy cuando llegábamos tarde a casa. —Lo recuerdo— Rachel sonrió y negó con la cabeza —Pero lo dije en serio anteriormente… me importas, pero ésa parte terminó. —Está bien… por ahora— Christie se inclinó hacia atrás y cerró sus ojos —Pero no voy a rendirme. —Te llamaré pronto— Rachel cerró la puerta, le dio al taxista la dirección de los Benedict y le pagó el pasaje más una generosa propina. Regresando a la acera, se alejó de la multitud y marcó a la casa de los padres de Christie. El ama de llaves de muchos años contestó, sonando perfectamente despierta a las casi 2:00 de la madrugada. —Sara, soy Rachel Winslow— dijo ella —Christie va a casa en un taxi. Espérale afuera ¿quieres? y asegúrate que se acueste a dormir ¿está bien?.. Tomando en cuenta el tráfico, llegará en media hora o algo así. Gracias, Sara. Terminó la llamada y estuvo a punto de remarcar para que el servicio de coche le recogiera, cuando sintió unos ojos en ella. Lentamente, estudió las sombras más allá de la entrada del edificio brillantemente iluminado. Había aprendido a mirar muy bien en las sombras y discernir lo que estaba escondido allí. Esta noche, no tuvo problemas en absoluto y su pulso se aceleró. Max. Un instante después, Max se detenía a su lado. Había cambiado su vestimenta de uniforme por una camisa oscura que usaba por fuera de unos vaqueros oscuros. Miró cada centímetro como había hecho anteriormente. Rachel se esforzó para no pensar en lo tremendamente sexy que era. —Hola— dijo Max — ¿Ya terminó la noche? —Sí, por fin. Noté que desapareciste hace mucho tiempo. —Culpable— dijo Max, riendo suavemente —Me escapé en cuanto pude hacerlo cortésmente. —Apuesto a que alejaste a Shelley a trompicones. Max deslizó sus manos en los bolsillos de sus jeans y alzó un hombro, un gesto tan de Max que Rachel casi gimió. Le quedaban unos sesenta segundos de control antes que tuviese que tocarla.
—Ella es muy apasionada con su trabajo, ya sabes— dijo Rachel, pensando que pasión era un término insulso para lo que ella sentía por Max. Hambre, necesidad, deseo. Para empezar. —Le aseguré que mantendría la agenda y me aparecería con prontitud en la hora señalada mañana para reunirme con la prensa— Max dio un paso más cerca —Pero esta noche está fuera de horario. — ¿Sí?— Rachel buscó detrás de la intensa mirada de Max, temerosa de esperar demasiado. Cuando dejó el apartamento de Max todo lo que sabía era que no podía quedarse, no sintiéndose como se sentía y con Max estando en otra parte. Temía que pudiese rendirse otra vez esta noche, pero entonces ¿sería tan malo? Tal vez Max no podía darle todo lo que ella quería, tal vez quería demasiado, tal vez podría ser feliz solo con... No. No podía — ¿Y, qué haces aquí todavía? —Vigilancia nocturna. — ¿En serio? ¿Y a quién estás vigilando? —A ti. Las entrañas de Rachel ardieron. Ahora el calor era algo vivo que le recorría, un deseo tan poderoso que dolía —Max. Yo…. —Te dije que debíamos hablar— Max tomó su mano —Reaccioné mal y tú hiciste bien en irte. Debí hablar. —Quieres hablar— Rachel repitió las palabras como el muñeco de un ventrílocuo y con la misma comprensión. Su cerebro le abandonó y su libido se hizo cargo del momento —Dios, Max. Es media noche. — ¿Puedes regresar conmigo a mi hotel? — ¿Ahora? —Sí— Max tomó su mano. Empezó a caminar —Te compraré un trago. Dame una media hora. Rachel habría dicho que sí a todo en este momento y le daría mucho más que media hora. La caminata le daría la oportunidad de recomponerse y estaría segura en el bar del hotel. No era capaz de ignorar la necesidad de su corazón —Bien. La sonrisa de Max brilló cuando le ofreció su brazo. Rachel enlazó su brazo con el de Max y ella la acercó a su lado. Sus cuerpos se conectaban a cada paso, en una conexión instantánea. La discrepancia que había atormentado a Rachel por días… una constante inquietud en su mente de que algo estaba muy mal… desapareció como un manto deshecho. Estar con Max, tocar a Max, era lo correcto. Con Max, era ella misma, de una manera que nunca había sido con otra persona. Suspiró. — ¿Qué? —No estaba segura si sabría de ti nuevamente.
—Soy una idiota— dijo Max —Te extrañé. Más que eso… no podía dejar de pensar en ti. Sin importar lo que estuviese haciendo, siempre estabas en mi mente— Max se detuvo… tomó ambas manos de Rachel. Una farola iluminaba su rostro severo, fuerte y hermoso —No debí haber esperado hasta ahora para decirte eso. Para decirte muchas cosas. Cuando te fuiste, sentí como si una parte de mí se hubiese ido. Rachel suspiro y presionó sus dedos contra la boca de Max. Su cabeza daba vueltas… llena de esperanza y deseo y haciéndole sentir débil —No. No aquí afuera. No hasta que estemos solas. —No puedo dejarte ir otra vez— dijo Max con vehemencia. Se detuvo delante del Hotel — ¿Quieres...?.. ¿Quieres subir a mi habitación? ¿Sólo para hablar? —Para hablar— dijo Rachel, repitiendo otra vez. Ella asintió, un pesado aleteo de advertencia en su vientre le dijo que estaba en problemas. Max se apresuró a través del vestíbulo que Rachel apenas notó, subieron al ascensor y entraron en una habitación con una cama matrimonial y el mobiliario habitual de un hotel, incluyendo un pequeño sofá y una mesa en una esquina. Se quitó su chaqueta y se sentó mientras Max rebuscaba en el mini-bar. La camiseta de Max se ajustaba a su espalda y Rachel recordó cuando se aferraba a ella mientras Max corría. Se mordió el labio e intentó concentrarse. Max le entregó un vaso de plástico con vino blanco y se sentó tan cerca que sus rodillas se tocaron —La cosecha es buena. Lamento el vaso. —Está bien. Max saboreó un poco de su whisky oscuro sin hielo y apartó la taza. —Quería llamar— dijo Max, en su manera de ir directo al punto —Pero estaba muy asustada. Rachel sonrió irónicamente y también puso su bebida sobre la mesa —Lo siento, puse mucho sobre tu espalda, no debí. —No, no eras tú. Era yo. Soy yo— Max apretó la mano de Rachel entre las suyas —Eres una mujer increíble… determinada, dedicada, dispuesta a hacer todo lo que necesitas hacer. Eres valiente, Rachel, eso es lo que cuenta. Te mereces alguien mucho más fuerte que yo, alguien que no cargue tantos lugares oscuros. —Nunca conocí a alguien tan fuerte o tan valiente o tan entregada— Rachel no pudo evitar tocarla, no cuando sufría tanto. Acarició el rostro de Max —Vi cómo era allá afuera, sólo un poco de lo que tú has visto, pero lo suficiente para entender que no hay ninguna razón, ninguna lógica, de quién vive y quién muere. Sólo habilidad y determinación y tal vez suerte. Y tú, Max. Tú hiciste la diferencia. —No soy fuerte— dijo Max —Lo que viste en el campamento fue como estaba tratando de compensar no ser tan valiente o lo suficientemente fuerte. Cada ser humano que no salvaba y con el que fracasaba al día siguiente me atormentaba. Todavía eso me persigue— señaló las bebidas en la mesa —Pasé mucho tiempo tratando de ahogar las
pesadillas. No estoy bebiendo mucho en estos días, pero probablemente siempre tendré las pesadillas. Y los lugares oscuros dentro de mí. — ¿Crees que no lo entiendo?— el corazón de Rachel ganó la guerra contra toda precaución. Envolvió sus brazos alrededor de los hombros de Max y la acercó. Si por ella fuera, la habría metido dentro de sí, queriendo consolarla, borrar el dolor que siempre aparecía tan cerca en la superficie de los ojos de Max —Tengo sueños, pesadillas, incluso cuando estoy despierta. Sé que no es fácil cerrar ésos lugares. Cerrarlos y olvidarlos. Y sé que no lo has hecho. —Cuando estoy contigo es el único momento que me siento viva. —Lo sé. Yo siento lo mismo. Max no sabía que quería ser consolada, estaba segura que no lo merecía, aunque el latido del corazón de Rachel latía fuerte sobre el suyo, su cuerpo y sus palabras le estremecían, calmando lugares rotos y sangrantes. Apretó fuertemente la mano de Rachel y le besó —Te amo. No soy digna, pero te juro que te amo con todo mi corazón y con toda mi alma y siempre lo haré. Rachel acunó la parte posterior de su nuca y profundizó el beso hasta que la cabeza de Max se relajó y toda la sangre en su cuerpo se agrupó en el fondo de su estómago. Los labios de Rachel se deslizaron sobre los suyos como seda entre sus dedos —Estoy enamorada de ti, Max. Eres la única a quien deseo. Eres todo lo que quiero. Max gimió —Estoy hambrienta de ti. —Demuéstramelo.
CAPÍTULO TREINTA Y TRES —Quería desnudarte ésta noche al segundo que te vi— dijo Max, levantando a Rachel contra sí. Rachel colocó sus brazos alrededor del cuello de Max y la atrajo aún más cerca — Quería tus manos en mí esa primera tarde en la selva. Max enredó sus dedos en el cabello de Rachel y le besó, una mano acariciando las curvas de seda de la porción externa de su pecho, su abdomen y su cadera. Deslizó su mano debajo del dobladillo del vestido esmeralda y encontró las medias de seda rematadas con encaje. Suave piel por encima. —Te sientes diferente a cualquiera que haya tocado— jadeó Max. —Nunca imaginé sentir de esta manera con alguien— dijo Rachel, abriendo los botones de la blusa de Max. Besó su garganta, el hueco entre las clavículas, el valle profundo entre sus pechos —Nunca quise entregarme tanto, tomar tanto— ahuecó los pechos de Max debajo de la ajustada camiseta que llevaba debajo de la blusa de algodón —Nunca deseé que alguien me tocara de la forma en que me tocas. Por todas partes, dentro de mí, te siento en todas partes. Max jugó con sus dedos subiendo ligeramente por el muslo de Rachel, desde la seda del encaje hasta la suave piel por encima de las medias y más arriba, hasta el satén que cubría el centro de Rachel. Rachel se acercó a su mano presionándose suavemente. Rachel susurró contra la garganta de Max —Dios, Max, si sigues tocándome así, harás que me corra. —Eso está bien. Quiero tocarte para siempre. —Puedes hacerlo, soy tuya. —Mía— susurró Max, deslizando su dedo con trazos largos y firmes a lo largo de la hendidura cubierta de satén. Rachel se apoyó en los hombros de Max mientras sus muslos se debilitaban. Movió sus caderas en círculos, su cuerpo guiando el toque de Max. Su aliento se contuvo cuando el placer rebozó y amenazó con derramarse —Cerca, tan cerca. Max le besó y le acarició más rápido, olvidando respirar, olvidando todo excepto los suaves gemidos de Rachel y el empuje de sus exigentes caderas. Darle placer era un honor que no merecía y uno que anhelaba a cada momento del día —Te amo. Rachel se aferró a sus brazos y gritó de placer contra su garganta. Max le sostuvo muy cerca cuando el orgasmo le alcanzó. —Te amo— dijo Max nuevamente y nada había sido tan cierto. —Amo la forma en que me haces sentir. Amo la manera en que me conoces— Rachel se aferró a Max hasta que algo de su fuerza regresó — ¿Me llevarías a la cama para que pueda tocar lo que es mío?
—Tuya…— murmuró Max —… sí, lo soy. Max volteó a Rachel entre sus brazos y bajó la corta cremallera de la espalda de su vestido. Suavemente deslizó las correas hacia abajo, sobre los hombros de Rachel y el vestido cayó a los pies de Rachel, el verde sedoso en el pálido beige de la alfombra parecía un oasis en el desierto. Sosteniendo a Rachel contra ella, besó el hombro de Rachel y acarició sus senos, luego bajó a su vientre desnudo. La cabeza de Rachel se replegó contra el hombro de Max. —Esto no es la cama— dijo Rachel con un suspiro —Te llevaré— dijo Max —Pero desnudarte podría ser una de las maravillas más grandes del mundo. Rachel rio temblorosa —Max. Me haces sentir tan especial. Max besó su hombro nuevamente y deslizó sus dedos debajo de la ropa interior de satén. Rachel estaba hinchada y mojada, lista para ella otra vez. Rachel apretó su antebrazo, sus dedos presionando mientras Max dibujaba círculos en la base de su clítoris. —Max— inspiró Rachel, una advertencia y una súplica. —Lo sé— las piernas de Max eran de madera como si hubiesen marchado treinta millas. Apenas podía respirar, estaba tan centrada en el aumento de la tensión en el cuerpo de Rachel. —Voy a correrme de nuevo— Rachel enterró su rostro contra el cuello de Max — Dios, Max. Ahora mismo. —Te amo— susurró Max una y otra vez mientras Rachel se tensaba y se estremecía. Las palabras, la realidad, la liberaban de toda una vida de aislamiento. Rachel era el amanecer, la promesa de un nuevo día. Rachel era la vida. —Te deseo encima de mí— jadeó Rachel —Te quiero dentro de mí. Max cargando a Rachel entre sus brazos, la llevó hasta la cama y la acostó. Se desnudó y se colocó encima de Rachel, sosteniéndose en un brazo y montando sobre el muslo de Rachel. Deslizó la mano entre las piernas de Rachel y la acunó — ¿Aquí? —Sí. Ahora— Rachel envolvió ambos brazos alrededor de la espalda de Max, acariciando los músculos que amaba mirar y levantó las caderas para que Max le tocara más profundamente hasta que el dolor que no le había abandonado desde que salió del apartamento de Max, se desvaneciera. Max le miraba, su expresión era fuerte, intensa, posesiva. Rachel la acercó para besarla y siguió besándola hasta que Max le llevó, en un movimiento más rápido, a la cresta de otro orgasmo. Cuando estuvo cerca, tan cerca a sólo segundos de dejarse ir, empujó a Max y se puso a horcajadas sobre ella. —Mírame— susurró Rachel, con sus rodillas a ambos lados de las caderas de Max. Ella alcanzó con su mano a Max mientras Max le llenaba. —Tan hermosa— gimió Max, su oscura mirada fija en el rostro de Rachel. Rachel tembló y los tendones del cuello de Max estaban dilatados. Deslizándose hacia arriba y hacia abajo, guio los dedos de Max hacia la cima.
—Me estoy corriendo— susurró Rachel, cayendo finalmente en las claras profundidades oscuras de los ojos de Max. Max gimió y se sacudió contra ella, llevándola al borde con ella. Debilitada, Rachel se desplomó hacia delante, cayendo en los hombros de Max, su cabello cubriendo el rostro de Max —Nunca. Nunca como esto. —Lo sé— Max acunó sus pechos, acariciando suavemente sus pezones. La sensación era erótica y relajante, como Max, siempre excitante y segura. —Te amo— Rachel reunió sus fuerzas y se deslizó por la cama hacía los muslos de Max. Acarició las largas y musculosas piernas y besó su aún excitado clítoris. —Dios— gimió Max. Sonriendo para sí misma, Rachel se tomó su tiempo, aspirando suavemente durante unos segundos hasta que el cuerpo de Max se tensó y supo que estaba cerca, entonces se dejó ir. Se complació a sí misma, tomando lo que era suyo, con un lento movimiento a la vez. —Rachel, por favor— Max acunó la parte posterior de la cabeza de Rachel y acercó su rostro —Te necesito. Rachel contuvo el aliento y cada sensación se llenó de Max. Sólo Max. La atrajo poseyéndola y sosteniéndola mientras se corría en su boca. *** Max acariciaba entre sus dedos los mechones de cabello de Rachel mientras observaba como en el cielo crecía la luz con el amanecer. Rachel yacía su cabeza en el hombro de Max, su brazo sobre su vientre, un muslo sobre los de ella. Encajaba perfectamente, como si siempre hubiese estado allí. Si pensaba mucho en lo bien que se sentía Rachel entre sus brazos, comenzaría a preocuparse por arruinar lo que tenía que ser un error. Bajó la mano hasta su pecho, en un gesto automático buscando su placa, su talismán, un recordatorio de quién era y de que estaba viva. La placa ya no estaba. Tal vez su suerte era demasiada. —Te oigo pensando— murmuró Rachel, besando el pecho de Max. —No tanto— dijo Max. Rachel no necesita saber sobre sus temores —Solo disfrutándote. —Bueno, puedes disfrutar todo lo que quieras— Rachel se acurrucó un poco más cerca y beso la garganta de Max —Especialmente cuando eso me hace sentir tan bien. Pero no debes preocuparte. No cuando todo está bien. Max rio y algo de la oscuridad se alejó. Rachel siempre lograba hacer eso — ¿Cómo lo sabes? —Puedo sentir tu preocupación. No estás preocupada por lo que vendrá hoy ¿o sí?— dijo Rachel. Max frunció el ceño mientras trataba que su cerebro se conectara nuevamente con el resto del mundo. No quería dejar entrar el exterior. Todo lo que quería era Rachel. Este cuarto, ésta cama, este momento, sin el pasado acechándola, sin errores y sin temores que
le atormentaran — ¿La Conferencia de prensa? No, pero me alegraría mucho evitarla ¿Supongo que no hay alguna manera de que podamos quedarnos aquí? —Creo que Shelley Carpenter podría encontrarnos— dijo Rachel. —No quiero ponerla en un aprieto. Y creo que tienes razón. Ella es determinada. Rachel acarició el pecho de Max —Estaría feliz quedándome aquí excepto por ella también. Pero Max… este momento… no tiene que terminar. No me importa lo que cueste. Max levantó la mano de Rachel y besó sus dedos. Tomó un respiro —No encajo en tu mundo. —Gracias a Dios— Rachel se alzó a sí misma. Beso a Max lenta y profundamente —Nunca quise ese mundo o a alguien que encajara en él. —Tus padres no lo aprobarán. —Max, quizás no lo hayas notado, pero eres un héroe de guerra condecorado. No me importa lo que mis padres piensen, pero no tendrán ninguna objeción. —No soy particularmente sociable. —Parecías estar haciéndolo bastante bien anoche. Creo que Shelley Carpenter está medio enamorada de ti. —Eso es porque le di las gracias. —La notaste Max. La viste. Como me viste a mí. Es una de las razones por las que me enamoré de ti. Eso es mucho más importante que palabras vacías. —Mis pesadillas probablemente no desaparecerán. —Tal vez las mías tampoco. Pero dormiré mejor en tus brazos. Tienes una manera de perseguir y alejar a los monstruos. —También eres muy buena en eso— Max tiró a Rachel encima de ella y le besó — Te amo. Te necesito. Rachel acarició la barbilla de Max —No tendrás que regresar allí ¿verdad? No estoy segura de ser lo suficientemente valiente para soportar que estés en combate otra vez. —Probablemente no. Las tropas están siendo replegadas. Pero los médicos con experiencia en el campo son los primeros en ser llamados si se envían tropas a la batalla. Así que todavía podría ocurrir, algún día. —Está bien— dijo Rachel, con expresión firme —Si sucede, lidiaremos con ello. Sé quién eres, Max. Y estoy tan orgullosa de ti. Lo manejaremos. —Mi horario es difícil para una… familia— Max saboreó la palabra, casi temerosa de usarla. La sonrisa de Rachel era radiante —Mi horario también lo es. Tendré que estar lejos… a veces fuera del país, por un tiempo.
Max tomó su barbilla y le besó —También estoy muy orgullosa de ti. Todo lo que me importa es que eres mía y yo soy tuya. —Max, te amo. Soy tuya. —Y yo tuya— murmuró Max. Rachel le besó —Entonces no hay nada que no podamos manejar.
FIN