Identidad
Una pregunta común que se plantean los filósofos, los literatos y los sociólogos de América Latina es "¿quiénes somos?" Nacido de la perspectiva de la psicología social sociológica, el tema de la identidad es muy popular entre los grupos políticamente activos de los psicólogos sociales de estos países (por ejemplo, Salazar, 1983; Montero, 1984; Martín Baro, 1990; Béjar y Capello, 1986). Esta orientación teórica se remonta a la obra clásica de Emile Durkheim, quien acuñó el término (conciencia colectiva para designar los valores, las creencias, las actitudes y las conductas que un grupo social muestra en una comunidad y que constituyen el fundamento de la identidad social. El término identidad es de gran utilidad cuando abordamos la cuestión de qué nos caracteriza como grupo y nos distingue de otros. La identidad se define simplemente como la experiencia que nos permite decir: "Yo soy yo" (Fromm, 1982). En una forma más compleja, denota la experiencia del autoconocimiento consciente, basado en los rasgos y en los atributos que nos hacen únicos y nos confieren una congruencia, interna a lo largo de la vida. En ambos casos, la identidad surge de un proceso de interacción social de rflexión y de observaciones simultáneas durante nuestra existencia: el individuo juzga su yo según como percibe que los otros lo juzgan a él y se compara constantemente con ellos. Juzga la forma en que lo juzgan a la luz de cómo percibe el yo, comparándose con otros y con los que son importantes para él. Es un proceso que se realiza dentro de una estructura social y que es consecuencia de la interacción entre personas y grupos. La expresión final de la conexión entre el individuo y su grupo tiene un ca rácter hereditario fundamental de unidad cultural compartida entre la identidad del individuo y los ideales y hábitos de su grupo (Erikson, 1968). La identidad social consta de tres componentes básicos: a) el autuconcepto se forma a partir de la conciencia conciencia de pertenecer a un grupo (cognoscitivo); (cognoscitivo); la) la evaluación en función del valor y de la importancia de poseer cierta identidad, "lo bueno que es pertenecer a un grupo (evaluación); c) lo que se siente (feliz, orgulloso, triste, avergonzado) de ser miembro de un grupo grupo (sentimiento o emoción) (Tajfel, (Tajfel, 1982; 1984).
Al replantear la pregunta "¿quiénes somos?" desde el punto de vista de la identidad, nos percatamos de que formamos parte de un grupo con normas, valores y creencias que rigen nuestra conducta, e interpretación del mundo. El grupo cobra mayor importancia en la definición del yo, dado el valor subjetivo de los miembros con quienes compartimos la identidad social. En este proceso, el individuo define el yo en función de una nación, de una clase social de de un grupo étnico que vive en un lugar y en un momento histórico determinados. Un refrán popular mexicano dice: "Dime con quién andas y te diré quién eres". En conclusión, pertenecer a un grupo se convierte en un estado
psicológico
que
en lo esencial se distingue del yo individual. Cuando conocemos la identidad del individuo, podemos predecir quién es y cómo nos comportaremos de acuerdo con ella. Por ejemplo, atendiendo a la identidad, los católicos y protestantes de Irlanda se consideran poseedores de una identidad distinta aunque son irlandeses. Así, esta distinción caracteriza sus relaciones re laciones al grado que luchan l uchan por mantener su identidad sin prestar mucha atención a la difícil situación del rival. En los grupos, la identidad se alcanza cuando los individuos acoplan sus sentimientos, sus valores y sistemas de creencias a los del grupo. Para formar parte de un grupo se requiere conservar fielmente sus normas, lo cual produce una sensación de pertenencia a él. En resumen, la identidad social es más colectiva que personal, se basa en las relaciones intergrupales y trasciende las interpersonales; se expresa cuando el individuo se comporta de acuerdo con su pertenencia al grupo. g rupo.
El yo
El yo se desarrolla a través de la endoculturación y la socialización. James, Cooley, Mead, Sullivan, Hilgard, Rogers y Allport, todos ellos innovadores pensadores de la psicología, lo concibieron como la función central explicativa de la conducta y de los procesos mentales. El autoconcepto está constituido por todo lo que el individuo considera suyo: cuerpo, familia, posesiones, estados de ánimo, emociones, conciencia, actitudes, valores y posición social. Es la percepción que tenemos de nosotros, y todo lo que consideramos
nuestro (el cuerpo, la familia, los amigos, posesiones, creencias, valores) distribuidas en diversas dimensiones que reflejan las experiencias personales socioculturales de cada individuo. Cooley (1902) sostuvo que el autoconcepto se obtiene a través de las relaciones que tenemos con el ambiente social. A través de estos procesos el yo se construye a partir de lo que otros piensan del yo y de cómo se comportan con él. En busca del yo sociocultural de los mexicanos, La Rosa y Díaz Loving (1991) efectuaron una serie de estudios para obtener una descripción del autoconcepto sensible a la cultura. Realizaron lluvias de ideas, sesiones de asociación libre y entrevistas de respuesta breve con varios grupos de estudiantes de enseñanza media y de enseñanza superior, quienes coincidieron en cinco categorías generales de autoconcepto: física, social, psicológica, ética y ocupacional. En sesiones ulteriores ofrecieron atributos apropiados y sensibles a la cultura para describir las cinco dimensiones. Un inventario final del autoconcepto se administró a más de 3,000 adultos jóvenes y adolescentes en la Ciudad de México. Las dimensiones del autoconcepto obtenidas en estas muestras concuerdan con las propuestas y los resultados recabados en estudios etnopsicológicos de Díaz Guerrero y Díaz Loving (1992) sobre las características básicas de la personalidad del mexicano. El hallazgo más significativo es que los aspectos sociales y psicológicos del yo son de gran importancia y diversos. Se trata de datos según los cuales las culturas con tendencias colectivistas o sociocéntricas dan mucha importancia a los aspectos sociales y afectivos de la personalidad. En la tabla 1 se incluyen adjetivos que describen las tres dimensiones sociales. Los mexicanos han adquirido la capacidad y la necesidad de llevarse bien con la gente en un estilo suave y no confrontacional en el contexto de una filosofía de la vida que impone la automodificación (cambiar y adaptarse a las necesidades y deseos de los demás) y la obediencia (obedecer a los padres y a los detentores del poder a cambio de protección, de amor y atención) como medios apropiados para las relaciones personales. El patrón permite dedicar buena parte de la vida a las delicias de la interacción humana.
Los atributos sociales de la tabla 1 permiten las relaciones constructivas y adecuadas. Así pues, desde el punto de vista social hay que ser respetuosos, amables, decentes, amistosos, agradables, educados, corteses y considerados, pues sólo así nos llevaremos bien con todos. Además de las características anteriores, un segundo componente social designa las tendencias expresivas y comunicativas que mostramos al interactuar con la familia, los amigos y los conocidos (extrovertidos, comunicativos, divertidos, espontáneos, libres, expresivos, amistosos y sociables). Esta última dimensión se requiere para interactuar con la familia, con los hijos y la pareja. Hombres y mujeres tienen en el fondo de su ser una tendencia clara y fuerte, romántica y tierna, afectuosa y cariñosa. Los progenitores se ganan el respeto y la obediencia cuando cuidan, aman y protegen a sus hijos; a las mujeres se les describe como irremediablemente románticas y los varones deberían servirse de su poder y fuerza para proteger, cuidar y amar a su pareja. Esto explica el predominio del sexismo benevolente en muchas culturas latinoamericanas. Los patrones de socialización que refuerzan dar amor y recibirlo, que castiga el rechazo y la hostilidad, crean y favorecen las formas de interacción en que se desarrollan el amor, el afecto, el interés por los demás, la ternura, el romance y el sentimentalismo. Además de la creación de un yo social interactivo, el segundo aspecto más prevalente del yo mexicano es la dimensión emotiva. Los atributos que representa se muestran en la tabla 2. La cultura concede gran importancia a ser animoso, feliz, optimista y alegre. De hecho, los estados de ánimo positivos se relacionan con el éxito, mientras que la tristeza es el principal factor de la psicopatología de la sociedad mexicana (Díaz Guerrero, 1989). El hecho de que en esta cultura los que tienen estados positivos de ánimo sean personas realizadas y exitosas indica lo siguiente: cuando las relaciones personales son lo más importante, ser alegre y tener relaciones afectuosas gratificantes es suficiente para alcanzar el éxito; en cambio, los sentimientos de tristeza producen una sensación de fracaso, de ansiedad, de neurosis y psicopatología. Cuando se responde a los problemas y al estrés de la vida diaria en busca de la armonía social, lo mejor es abordar los problemas y las relaciones interpersonales con una filosofía serena, tranquila y equilibrada, reflexionar sobre las cosas y repensarlas, no enfadarse sin
motivo, mantener la estabilidad, tratar de llevarse bien con los demás, ser generoso y noble. Las atributos anteriores encajan bien en un sistema de valores que fundamenta su evaluación del bienestar subjetivo en el carácter positivo de las interacciones humanas (Díaz Guerrero, 1983). Otros aspectos del yo reflejan las características necesarias del desarrollo eficiente de las múltiples fases relacionadas con el trabajo y la educación. En las culturas industrializadas, estos atributos constituyen la principal fuente de satisfacción y de realización personal. Los rasgos necesarios para alcanzar el éxito son los siguientes: confiabilidad, trabajo duro, meticulosidad, capacidad, responsabilidad, eficiencia, puntualidad e inteligencia. Esta categoría ocupacional, que parece reflejar una sociedad individualista manipuladora, ha de interpretarse dentro del contexto de una perspectiva sociocultural colectivista. Según la semántica indígena de la inteligencia de las comunidades nahuas, los progenitores creen que la inteligencia del niño es sinónimo de obediencia (Torquemada González, Elizalde Lora, Moreno Martínez, Pérez López, 1994), pues se da mayor importancia al esfuerzo necesario para trabajar que a las habilidades que diferencian a una persona o que la confrontan con su comunidad. El hombre es un ser axiológico, es decir, es fuente de valores y de actividades evaluativas. En cierto modo, la felicidad depende de realizar los valores y los ideales, a fin de mantener relaciones armoniosas con el ambiente físico y social. Para los mexicanos, los aspectos más representativos de la moral son lealtad, sinceridad y honorabilidad. La inmoralidad se centra en la corrupción, que deshonra a la familia y a la sociedad. La honestidad, la sinceridad y la lealtad son importantes en el orden apropiado de la cultura mexicana y en el establecimiento de las relaciones importantes; de ahí la necesidad de estimular la conservación y la aceptación de esos valores.
Importancia de la cultura en psicología
La psicología tiene por objeto observar, describir, medir, predecir y hasta controlar la conducta individual ¿Cómo le ayuda en esta tarea el concepto de cultura? La cultura nos
da un modelo teórico que nos permite explicar cómo los grupos específicos de individuos han llegado a tener un conjunto común de actitudes, de valores y de conductas sociales y al mismo tiempo cómo otros grupos poseen un conjunto diferente. La cultura nos sirve para explicar la variabilidad de las conductas entre grupos y así la que se observa entre los individuos de esos grupos. Se han propuesto varios modelos que explican de qué manera la cultura evoluciona e influye en las actitudes, los valores y las conductas de sus miembros. Casi todos incluyen factores ecológicos e históricos como elementos del crecimiento y del cambio continuos de una cultura. Por ejemplo, Triandis (1994) afirma que la cultura es una respuesta permanente de adaptación del hombre al ambiente físico donde se encuentra. En todo sistema ecológico, hay un conjunto específico de recursos apropiados al uso humano. Su disponibilidad moldea los tipos de conductas que emergerán y que permanecerán exitosamente (Triandis, 1994). Por ejemplo, los que se dedicaban a la caza por tradición se convertirán exclusivamente en cazadores, porque había animales que podían cazar sin muchos problemas. De la misma manera, quienes eran agricultores por tradición contaban con suelo fértil y con condiciones climatológicas propicias para levantar buenas cosechas. Las conductas premiadas tienden a repetirse al grado de convertirse en automáticas. De ese modo, los factores ecológicos crean las condiciones de un patrón cultural, socializador y conductual específico, lo mismo que cierta manera de ver el mundo. Triandis (1994) señala asimismo que la historia es acaso tan importante como la ecología por su influencia en la forma en que la gente llega a concebir su cultura y su persona. Por ejemplo, los británicos han cambiado radicalmente la forma de verse a sí mismos desde el siglo XIX en que "el sol nunca se pone en el imperio británico hasta el momento actual, en que cedieron el último baluarte colonial de Hong Kong.
La investigación transcultural
Cuando se llevan a cabo trabajos de investigación, se suele operacionalizar la cultura como nacionalidad (Smith y Bond, 1994). Las explicaciones de las "culturas nacionales"
prescinden de la diversidad de las personas y de las culturas que conviven hoy en la generalidad de los países. Como observan Smith y Bond, las diferencias que se descubren entre dos países podrían encontrarse también entre las subculturas de uno de ellos. Se han efectuado numerosos estudios en varias culturas nacionales para reproducir los resultados obtenidos en los que se efectúan en Estados Unidos. Por desgracia, rara vez tienen una base teórica que explique las semejanzas y las diferencias de los hallazgos (Smith y Bond, 1994). Una notable excepción la constituye una serie de trabajos innovadores realizados por Geert Hofstede (1980). La suya fue la primera investigación transcultural que propuso una serie de dimensiones psicológicas que explican las semejanzas y las diferencias en las respuestas de los grupos nacionales. Como la cultura se define, al menos parcialmente, como un conjunto común de valores, Hofstede quería analizar los valores culturales. Se le permitió consultar en 1968 y 1972 un cuestionario de valores que se administraba a los empleados de IBM. El tamaño de los datos era tan inmenso, más de 100,000 entrevistados procedentes de 40 países (más tarde se amplió el número para abarcar 50), que fue posible hacer comparaciones válidas entre los países. Primero, los datos se promediaron por pregunta para cada país. A continuación las evaluaciones promedio de cada pregunta se factorizaron para identificar las dimensiones comunes básicas entre las preguntas. Con el análisis factorial se obtuvieron cuatro dimensiones que Hofstede llamó individualismo/colectivismo, distancia del poder, evitación de la incertidumbre y masculinidad/femineidad. Hofstede describió las cuatro dimensiones en la siguiente forma. El individualismo/colectivismo designa hasta qué punto la identidad se define por las decisiones y logros personales o por el carácter del g rupo colectivo al cual estamos ligados más o menos permanentemente. A quienes crecen en una sociedad individualista se les inculca pensar en función del "yo", y aprender a cuidarse por sí mismos. La ideología de la equidad predomina sobre la de la igualdad. Las personas exigen decidir ellas mismas. A los miembros de las sociedades colectivistas se les inculca a pensar en función de nosotros y son fieles a su grupo de cuya protección gozan. La ideología de la igualdad predomina
sobre la de la equidad. Se espera que los miembros del grupo integren sus decisiones a las de los demás. La distancia del poder designa el aprecio y el respeto existente entre la posición de superior y la de subordinado, así como al nivel de aceptación que tiene en la cultura. Otra forma de definirla es el grado en que existe un "orden social jerárquico" en la sociedad. Las sociedades con poca distancia del poder tienden a regirse por leyes, normas y conductas ordinarias que reducen al máximo las distinciones de poder. Los subordinados exigen que se les consulte. Se desalientan los privilegios y los símbolos del estatus. En las sociedades con gran distancia del poder, la gente acepta las distinciones del estatus como algo normal y no se molesta cuando los que ocupan un estatus alto ejercen su poder. Los subordinados están acostumbrados a que les digan qué hacer. Se aceptan los privilegios y los símbolos de estatus, gozando de gran popularidad. La evitación de la incertidumbre indica Cuánto necesita una cultura las reglas y la estructura formal, lo mismo cuánta tolerancia a la ambigüedad tiene. La búsqueda de la forma "correcta" de hacer las cosas, y una vez encontrada su institucionalización constituye la esencia de este valor. Por tanto, se considera que el uso generalizado de reglas aminora la incertidumbre en el futuro. Si la gente sabe que todos los miembros de la sociedad la obedecerán, tendrá más confianza en el futuro. A menudo las diferencias culturales en esta dimensión se refieren al número y al alcance de las reglas, de las leyes, de las normas y de las directrices informativas. Las sociedades con una gran evitación de la incertidumbre tienden a contar con muchas reglas, mientras que a las que tienen poca les preocupan más los límites de la libertad de movimiento. Hofstede señala que se acepta más el riesgo en los países con poca incertidumbre. La masculinidad/femineidad se refiere a la relativa importancia cultural que se concede a las metas relacionadas con la productividad, la cual requiere asertividad y competencia en comparación con las metas que se centran en la armonía interpersonal. En los países masculinos, el trabajo desempeña un papel más importante en la vida de los varones ("vivir para trabajar") y una economía ele mercado es el ideal. Los sistemas de antigüedad son importantes y a menudo existe la segregación entre hombres y mujeres. El conflicto
se resuelve luchando hasta que surge un vencedor. En las sociedades femeninas, el valor dominante es el interés por los demás. La gente "trabaja para vivir"; el ideal es una sociedad con bienestar. Hombres y mujeres participan por igual en el trabajo y en el hogar. El conflicto se resuelve mediante el compromiso y la negociación. Basándose en las puntuaciones factoriales tomadas del análisis de Hofstede, se pudo clasificar cada país en ellos e identificar grupos que tenían valores culturales semejantes. La tabla 18-1 contiene las clasificaciones de 50 países en estas cuatro dimensiones. Los resultados demostraron los siguientes patrones: en los 50 países el individualismo se asociaba generalmente a una pequeña distancia del poder. Escandinavia, las naciones de habla inglesa, Austria e Israel mostraban pequeña distancia del poder y un individualismo relativamente alto. Por su parte, los países mediterráneos, latinoamericanos y del sureste de Asia mostraban gran distancia del poder y poco individualismo (gran colectivismo). Respecto a las dos dimensiones restantes, masculinidad y evitación de la incertidumbre, los países escandinavos generalmente tenían un bajo nivel de ellas, en tanto que los países de habla inglesa tenían poca evitación de la incertidumbre y gran masculinidad. Por lo regular, los latinoamericanos y los mediterráneos mostraban gran evitación de la incertidumbre, sin ninguna tendencia clara respecto a la masculinidad/femineidad. Una explicación más detallada de los resultados totales en los 50 países se encuentra en Hofstede (1980). Retornando a los patrones de los resultados referentes a América Latina, la figura 18-1 muestra una diferencia clara en las dimensiones de individualismo/colectivismo entre las naciones individualistas de Canadá y Estados Unidos con el resto de América Central y América del Sur, que tendían a ser colectivistas. Asimismo, todos los países latinoamericanos menos Costa Rica, con una larga historia de democracia, tenían gran distancia del poder; en cambio, Canadá, Estados Unidos y Costa Rica tendían a mostrar una distancia pequeña. En relación con la evitación de la incertidumbre, Centroamérica y Sudamérica la tenían en un alto grado, mientras que Canadá y Estados Unidos tenían poca (figura 18-2). No se observó un patrón claro respectos la masculinidad/femineidad en
Argentina, Canadá, Colombia, Ecuador, México, Venezuela; Estados Unidos se caracterizaba como masculino y el resto de los países como femeninos. Las cuatro dimensiones descubiertas por Hofstede parecen ser un buen medio para distinguir las culturas. Pero Hofstede advierte que, al aplicarlas, es necesario evitar la falacia ecológica, la cual consiste en suponer erróneamente que, como dos culturas difieren en una dimensión, también dos miembros de ellas diferirán en el mismo aspecto. Por ejemplo, Estados Unidos es más individualista que Ecuador. Basándonos en las puntuaciones promedio de ambos países, sería una falacia suponer que un norteamericano es más individualista que un ecuatoriano. De las cuatro dimensiones, el individualismo/colectivismo ha sido objeto de mayor interés y de más investigaciones. El libro de Triandis (1995) sobre ella ofrece un excelente resumen de esta literatura cada vez más numerosa. El trabajo de Hofstede ha sido validado y ampliado por las investigaciones posteriores. Un grupo denominado Conexión Cultural China (1987) probó si los resultados de Hofstede pueden estar sesgados en favor de los valores occidentales, porque la investigación fue diseñada por un grupo de occidentales y administrada en una em presa también occidental en una empresa también occidental, con oficinas en todo el mundo. Su investigación se inició como una lista emic de los valores chinos que después sirvieron para elaborar una encuesta aplicada a 23 culturas nacionales. Los resultados indicaron que las cuatro dimensiones identificadas por Hofstede tenían una gran fuerza cultural. Una quinta dimensión, el dinamismo confuciano del trabajo o perspectiva a corto y largo plazos como la llamó más tarde Hofstede (1991) fue propuesta para mejorar la validez del esquema taxonómico. Esta dimensión es quizá la más difícil de entender para los occidentales por sus aspecto emic, pero los países que le han dado prioridad muestran un gran crecimiento económico en los últimos años (Chinese Cultural Connection, 1987). El confusionismo dinámico indica que la familia es el prototipo de las organizaciones sociales. Se piensa que las relaciones de estatus desiguales favorecen la aparición de una
sociedad estable. Los jóvenes deben respetar y obedecer a los mayores y éstos a su vez los protegen y les tienen consideración. El individuo necesita descubrir su identidad como miembro de un grupo; los niños no están socializados para verso como "individuos". Es preciso conservar la armonía, la dignidad, el respeto a sí mismo y una imagen positiva. La virtud consiste en trabajar duro, en adquirir habilidades y educación, no desperdiciar recursos y en perseverar a pesar de las dificultades (Hofstede, 1991). El trabajo reciente de Schwartz y de sus colegas en Israel (Schwartz y Bilsky, 1987, Schwartz, 1992; Schwartz, 1994) confirman y amplían los hallazgos de Hofstede, ofreciendo así evidencia sólida de que podemos clasificar las culturas nacionales a partir de las semejanzas y de las diferencias en la importancia que se atribuye a distintas orientaciones de los valores. A pesar de que, en general, la investigación transcultural se ha centrado en comparaciones entre países, las culturas existen siempre que grupos de personas compartan un sistema organizado de significados que abarcan las actitudes, los valores y las conductas. Por tanto, hay culturas de hombres y mujeres, de hombres educados y no educados, de jóvenes y ancianos, de ricos y de privilegiados, de pobres e indigentes. Aun dentro de las culturas nacionales existen varios grupos étnicos minoritarios, con una cultura propia. Rebasa el ámbito de este capítulo examinar esta enorme diversidad de culturas y de subculturas. Pero resaltaremos algunos valores culturales de un grupo, el de los hispanos, que viven dentro de los límites nacionales de los países americanos. Valores culturales hispanos
De acuerdo con Marín y Marín (1991), los siguientes valores culturales caracterizan a la población hispana. Colectivismo
Hofstede (1980), así como Marín y Triandis (1985) afirman que el colectivismo (llamado también alocentrismo cuando se aplica a los miembros de una sociedad) es un valor hispano básico. Se acompaña de interdependencia personal, dependencia del campo, conformidad, susceptibilidad de ser influido por otros, empatía mutua, confianza y
disposición a sacrificarse por los miembros del grupo (Marín y Triandis, 1985). Se ha demostrado que, por su carácter colectivista, los hispanos prefieren las relaciones personales en los grupos que son afectuosos cariñosos, íntimos y respetuosos; por su parte, los blancos no hispanos prefieren las relaciones superordenadas y de confrontación (Triandis, Marín, Hui, Lisansky y Ottani, 1984). En aspectos importantes la característica colectivista de la cultura hispana se distingue de la cultura norteamericana, individualista competitiva y orientada al logro. Simpatía
"Se dice que la simpatía es un guión cultural de lo s hispanos (Triandis, Marín y Betancourt, 1984). Es la tendencia general que pone de relieve la conducta positiva en situaciones agradables y la evitación del conflicto interpersonal y de las conductas negativas. Resalta la necesidad de comportarse en forma cortés y respetuosa; desalienta la crítica, la confrontación y la asertividad. Con ello se propone favorecer relaciones agradables, sociales y placenteras. Por ejemplo, una expresión de la simpatía sería la siguiente: los hispanos acostumbran ofrecer café o un bocadillo al investigador que acude a su casa a efectuar entrevistas domiciliarias. Familiarismo
Se dice que este valor es uno de los que mejor definen la cultura hispana (Moore, 1970). Es un valor consistente en una sólida identificación y apego del individuo a su familia nuclear y a su familia extendida, con profundos sentimientos de lealtad, de reciprocidad y solidaridad entre los miembros (Triandis, Marín, Betancourt, Lisansky y Chang, 1982). Se ha demostrado que comprende tres tipos de orientaciones axiológicas (Sabogal, Marín, Otero-Sabogal, Marín y Pérez-Stable, 1987): 1) percibir la obligación de dar apoyo material y emocional a la familia extendida; 2) utilizar los recursos de los parientes para ayudar y apoyar; 3) utilizar los parientes como modelos de conducta y de actitudes. Distancia con el poder
La investigación de Hofstede (1980) ha demostrado que las culturas hispanas generalmente aprecian mucho la conformidad y la obediencia que respaldan las actitudes
autoritarias y autocráticas de quienes detentan el poder. En general, se tiene miedo a disentir con ellos: los menos poderosos procuran cumplir con todas las exigencias de los integrantes más potentes de la sociedad. El mantenimiento del respeto personal permite al individuo sentir que se reconoce su poder personal. Este hecho es especialmente importante en el trato con los extranjeros. Espacio personal
Se ha demostrado que los hispanos, a quienes se considera una "cultura de contacto" (Hall, 1959, 1966, 1976), prefieren menos espacio personal (cerca de 2 1/2 pies) que los blancos no hispanos (cerca de 3 pies). Se sienten más cómodos cuando están más cerca de la gente y tienden menos a sentirse "invadidas" si un extraño se les acerca demasiado. Las diferencias en las "zonas de comodidad" explicarían por qué los no hispanos podrían percibir a los hispanos como "dominantes" cuando intentan establecer un espacio interpersonal más estrecho. De manera parecida, esas personas les parecerían a los hispanos frías y distantes por la necesidad de una mayor distancia física. Orientación en el tiempo
Se dice que los hispanos conceden más valor a la calidad de las relaciones interpersonales (tiempo de eventos) que al momento en que tienen lugar (tiempo cronológico). A veces se considera que este valor cultural se traduce en impuntualidad de las citas (Levine, West y Reís, 1980) o en juzgar erróneamente el tiempo dedicado a una actividad (Holtzman, Díaz Guerrero y Schwartz, 1975). Roles sexuales
Igual que otras culturas, los hispanos realizan conductas relacionadas claramente con el sexo, que se juzgan apropiadas a hombres o mujeres. Los roles sexuales tradicionales de los hombres son fuerza, control y la capacidad de proveer el sustento de la familia (machismo); se espera que la mujer sea sumisa, sin poder y sin influencia (Heller, 1966; Madsden, 1961). Los roles sexuales pueden cambiar, la investigación revela la ausencia del dominio del hombre en la toma de decisiones conyugal (Cromwell y Ruiz, 1979). Revisión de la psicología social
Las dimensiones culturales universales nos ofrecen un interesante modelo para comparar las tendencias generales de la cultura; en cambio, la psicología social se ocupa principalmente de la conducta del individuo más que de una cultura entera. Por tanto, en esta última sección del capítulo veremos cómo nuestro conocimiento de la conducta individual dentro del contexto social puede cambiar con un nuevo constructo denominado individualismo/colectivismo en el nivel grupal (Hofstcde, 1980) o autointerpretaciones independientes o frente a interdependientes en el nivel individual (Markus y Kitayama, 1991). Como señalamos al inicio del capítulo, casi todo lo que sabemos de la psicología social proviene de investigaciones hechas por psicólogos europeos o de América del Norte. Al formular sus teorías siempre han empleado las suposiciones no demostradas que se formaron en sus propias culturas (Ichemheiser, 1949, 1979) y que han originado teorías que se centran en constructos del mundo occidental y en una perspectiva de él. La teoría psicológica de occidente siempre se ha centrado en el individuo y en sus procesos internos del individuo, de sus creencias, de sus necesidades y su personalidad, así como los valores que caracterizan la conducta humana (Markus y Kitayama, 1991). Como acabamos de ver, hay otra perspectiva opuesta no occidental. El resto de las culturas, que constituyen cerca del 70% de la población mundial (Trianclis, 1995), tienen una orientación más colectivista. Ponen de relieve los procesos externos del individuo como elementos esenciales para entender la conducta: pertenencia a un grupo (autodefinición, valores, normas y necesidades del grupo) y e l contexto de la actividad. En esta última sección del capítulo reexaminaremos algunos constructos y teorías de la psicología social para determinar si pueden contribuir a explicar satisfactoriamente la conducta colectivista no occidental. Autoconcepto
Nuestro "sentido del yo", o autoconcepto, constituye el elemento central al definir quienes somos como personas. Influye profundamente en la forma que entendemos e interpretamos el mundo y, finalmente, en la forma en que decidimos comportarnos. La
siguiente exposición de las perspectivas occidental y no occidental del yo se basa en un excelente artículo en que Hazel Markus y Shinobu Kitayama (1991) ofrecen una reseña sobre la cultura y el yo. Quienes hemos crecido en una cultura occidental nos consideramos personas independientes, autosuficientes y autónomas que 1) estamos formadas por una configuración especial y congruente de atributos internos (por ejemplo, rasgos, capacidades, motivos y valores) y 2) nuestro comportamiento es fundamentalmente consecuencia de tales atributos. El proceso de individualización comienza en la niñez, con el entrenamiento para ser independiente y con la separación gradual de la madre y de la familia. El individuo en crecimiento aprende a expresar y defender sus opiniones, a pugnar por aquello en que cree sin importar lo que digan los demás. El proceso culmina en la adultez al separarse definitivamente de los otros y al asumir la plena responsabilidad de nuestra vida. En la adultez la dependencia se considera a menudo como un fracaso, el adulto lucha por conservar su independencia hasta ya avanzada la edad, cuando una vez más volverá a depender de la gente. La meta en la vida es alanzar la independencia, descubrir y expresar lo que nos hace únicos. Markus y Kitayama (1991) dan el nombre de yo independiente a éste constructo. Es un yo no totalmente insensible al contexto social, pero se sirve ele él sobre todo como una ayuda informativa para determinar la forma óptima de manifestar los atributos internos del yo. Otra descripción distinta del "yo" destaca la conexión o interdependencia del individuo con otros y su estatus como miembro de una unidad más grande. A este concepto Markus y Kitayama (1991) le dan el nombre o interdependiente. Tener un yo interdependiente significa considerarse como parte de un tejido social donde la vida se centra en pertenecer, encajar, mantener la armonía, mostrar empatía, realizar las acciones adecuadas y contribuir a la obtención de las metas ajenas. Existe la preocupación, constante por ocupar nuestro lugar, por relacionarse bien con quienes son importantes en nuestra vida para cumplir las obligaciones y crear otras. En general el objetivo central es llegar a participar en las relaciones interpersonales.
Por lo regular, a las relaciones se les considera fines y no medios para alcanzar las metas individuales. Mantener contacto con otros significará una conciencia continua de las necesidades deseos y metas de los otros; de modo que ayudarles a cumplir sus deseos es parte necesaria de lograr lo mismo nosotros. La suposición de una relación interdependiente es que, mientras promovemos las metas de otros, ellos también nos ayudarán a conseguir las nuestras. La persona interdependiente normalmente no tendrá una forma constante de responder ante los demás, sino que diferenciará las conductas para adaptarse a las obligaciones definidas por el tipo particular de relaciones con la gente o por la circunstancia del momento. Por ejemplo, las acciones para con el padre, el hijo, el jefe o el dependiente de una tienda dependerán principalmente de las obligaciones mutuas que definen esta relación y también de la situación. La conducta de un individuo tenderá a ser determinada por lo que considera que son los pensamientos, los sentimientos y las acciones de los demás en la relación y no por los atributos internos. De hecho, la autoaserción de los atributos internos se considera una señal de inmadurez. A los niños se les suele socializar para que controlen voluntariamente su comportamiento. Sin embargo, ello no significa que las personas no piensen que sus acciones provienen de ellos. Simplemente optan por ejercer autocontrol sobre sus metas y emociones, por adaptarse a las contingencias interpersonales. La capacidad de adaptarse en el dominio interpersonal quizá sea una causa importante de la autoestima y la forma especial en que nos ajustamos a las contingencias sociales que pueden favorecer el sentido de singularidad del individuo. Autodescripciones
Basándonos en las diferencias fundamentales en la forma en que los individuos con autoconceptos independientes e interdependientes se comprenden a sí mismos y a los demás, podemos predecir divergencias importantes en la forma en que se describen a sí mismos y a los demás. Al examinar primero las autodescripciones, cabría suponer que quienes tienen autoconceptos independientes tenderán más a describirse a partir de un
conjunto de rasgos individuales relativamente libres del contexto. En cambio, quienes tienen autoconceptos interdependientes supuestamente mostrarán mayor reticencia a describir y estarán más dispuestos a caracterizar "la conducta dentro de un contexto" en su descripción. Cousins (1989) menciona un estudio donde a unos estudiantes japoneses y estadounidenses se les pidió describirse empleando el Test de Veinte Afirmaciones (veinte oraciones que comienzan con Soy..." y que el individuo debe completar con una descripción de sí mismo). Los estudiantes norteamericanos tendían a utilizar nombres más generales de rasgos ("Soy amistoso"; "Soy ambicioso) mientras que las descripciones de los estudiantes japoneses eran más concretas y específicas de roles ("Soy el primer hijo"; "Juego golf los fines de semana). Después Cousins cambiaba la tarea y pedía a los sujetos describirse en situaciones específicas, como estar con amigos o en casa. En tales condiciones se invirtieron los resultados: los estudiantes japoneses escogían más nombres de rasgos (Soy feliz) y los norteamericanos estaban más inclinados a matizar sus repuestas y a utilizar menos evaluaciones de rasgos ("A veces soy perezoso en casa"). Se interpretó que los resultados indicaban que es artificial pedirles a sujetos japoneses una descripción global de sí mismos fuera de contexto. Están mucho más acostumbrados a reflexionar y a caracterizar su conducta en situaciones sociales concretas. En cambio, los estudiantes estadounidenses se sienten mucho más cómodos con las descripciones abstractas de sí mismos en situaciones sociales concretas y tienden a matizarlas estipulando que no debe suponerse que son siempre "iguales". Descripciones de otros
Hay diferencias importantes en la forma en que las personas independientes e interdependientes tienden a describirse; cabe, pues, suponer que se den diferencias similares en la forma en que describe a otros. Más concretamente, se predice que quienes tienen un autoconcepto independiente tenderán a utilizar más descripciones abstractas libres del contexto; en cambio, quienes tienen un autoconcepto interdependiente tienden
más a especificar la descripción de otros estipulando el contexto junto con la conducta que se realiza. Los resultados de la investigación suelen confirmar esta expectativa. Por ejemplo, Schweder y Bourne (1984) mencionan que, cuando se les pide describir algunos amigos íntimos, los indios (descriptores interpedendientes) ofrecen descripciones relacionales mucho más específicas de la situación que los ciudadanos norteamericanos. Por ejemplo, podrían decir "Se comporta correctamente con los huéspedes pero se siente mal si invierte dinero en ellos", mientras que los "ciudadanos norteamericanos" dirían que es tacaño. De hecho, el 46% de las descripciones de estos últimos acerca de sus conocidos eran libres de contexto y, en cambio, lo eran apenas el 20% de la muestra de indios. Se obtuvieron resultados semejantes en un experimento donde los sujetos indios y norteamericanos debían dar dos descripciones de conducta social acompañadas de una explicación sobre las causas de ella (Miller, 1984). Miller asegura haber descubierto que el 40% de las razones con que los sujetos norteamericanos explicaban la conducta se refería a los rasgos generales del agente, mientras que apenas 20% de los indios recurrían a estas descripciones libres de contexto. Teoría de la atribución
La teoría de la atribución fue formulada como un modelo para interpretar las causas de la conducta de los otros. Esta teoría (Jones y Davis, 1965) generalmente explica cómo utilizamos la conducta ajena para identificar rasgos internos estables que no cambian de una situación a otra. La atribución interna frente a la externa constituyen elementos esenciales de la teoría, porque indican el origen de la conducta y ayudan a asignar la responsabilidad de las consecuencias subsecuentes; por ejemplo, ¿a quién se atribuye el crédito de un resultado positivo y a quién se culpa por un resultado negativo? ¿Reprobaron los alumnos el examen de matemáticas porque son tontos y porque no estudiaron (causas internas) o porque el examen no estaba bien redactado y el compañero de cuarto estuvo enfermo toda la noche y no pudieron estudiar (causas externas)?
La teoría ha detectado ciertos prejuicios en la forma de realizar las atribuciones. Por ejemplo, el error fundamental de atribución (Ross, 1977) es un principio general de que estamos más propensos a hacer atribuciones internas sobre las causas de la conducta ajena. El efecto de actor observador (Jones y Nisbett, 1971), otro prejuicio muy afín, es la tendencia a atribuir nuestra conducta a factores externos y situacionales, y la conducta ajena a factores personales internos. Finalmente, la autoprotección o autoservicio (Brown y Rogers, 1991; Miller y Ross, 1975) es la tendencia a atribuirse el crédito (atribución interna) por los resultados positivos y a atribuir los resultados negativos a causas externas. La suposición de que la predisposición interna del individuo puede ser la causa primaria de sus acciones parece ser un punto ele vista muy occidental. La teoría de atribución predice muy bien la conducta de las personas con autoconceptos independientes; pero sería razonable suponer que los miembros de sociedades interdependientes no occidentales tenderían mucho menos a efectuar atribuciones internas, ya que esa conducta suele depender del contexto y de la ocasión. La investigación reciente confirma que las atribuciones hechas por integrantes de culturas no occidentales suelen ser más externas/situacionales (Morris y Peng, 1994). Además, la investigación con sujetos norteamericanos indica que los individuos con autoconcepto interdependiente están menos dispuestos a realizar atribuciones internas de rasgos que los que tienen un autoconcepto independiente (Newman, 1993). La autoprotección o autoservicio atribucional (motivación para reclamar el crédito del éxito, para negar las responsabilidades del fracaso y creer que uno es mejor que los demás) constituye un fenómeno netamente occidental (Markus y Kitayama, 1991). Por ejemplo, se sabe que los estudiantes japoneses están menos propensos a esta actitud en sus atribuciones que los estudiantes norteamericanos, por lo menos respecto a ciertas experiencias relacionadas con el logro (Kashima y Triandis, 1986). Los individuos con un yo interdependiente rara vez afirmarán ser mejores que los otros miembros del grupo o expresarán el placer de sentirse superiores y tampoco disfrutarán su superioridad sobre los demás (Markus y Kitayama, 1991).
Si queremos que la teoría de atribución sea más apropiada para quienes poseen un autoconcepto interdependiente, tal vez haya que ampliar el número de atribuciones disponibles de la clasificación de dos atribuciones básicas (internas/externas) a una clasificación de cuatro: 1) interna, yo solamente; 2) interna, grupo de pertenencia que incluye al yo; 3) interna, grupo de pertenencia sin el yo; 4) externa, un agente externo al yo y al grupo de pertenencia (Taylor, Doria y Tyler, 1983). Los miembros de las culturas colectivas desean más obrar "adecuadamente" (según las condiciones de la situación) que "mantenerse fieles" a sus opiniones o actitudes personales; de ahí que se observe menor congruencia entre las actitudes y conductas personales que las culturas individualistas. Las personas interdependientes sí poseen y expresan atributos internos, pero piensan que son propios de la situación y por lo mismo poco confiables. Por ejemplo, un ideal de la sociedad japonesa es la subordinación voluntaria de los atributos internos (Markus y Kitayama, 1991). Por tanto, la congruencia entre lo que ocurre dentro de una persona y su conducta externa no parece tan importante para los individuos con un yo interdependiente como para los de un yo Independiente. En resumen, se han realizado suficientes estudios transculturales que ponen en tela de juicio la aplicabilidad de muchos de los conceptos más comunes respecto a la teoría de atribución cuya corrección se ha comprobado en el mundo occidental. La mayoría de los fenómenos atribucionales no parece existir en otras culturas o si existen no suelen tener el mismo significado. Teorías de la
consistencia
La consistencia ha sido una característica importantísima del pensamiento occidental desde la época de Aristóteles; de ahí que gran parte de la literatura de la psicología social se haya centrado en ella: Asistencia entre actitudes, entre actitudes y conducta (Festinger, 1975; Heider, 1958; Osgood y Tannenbaum, 1955). Las teorías de la consistencia cognoscitiva se basan en el deseo de los occidentales de que haya coherencia entre su pensamiento y sus acciones. La teoría de la disonancia
cognoscitiva (Festinger, 1957) descansa en la premisa de que las contradicciones entre actitudes importantes, o entre actitudes y conductas, producen un estado motivacional negativo. Se supone que este estado, llamado también disonancia cognoscitiva, nos hace sentirnos tan incómodos que nos impulsa a restablecer la consistencia cambiando la actitud y el comportamiento. ¿pero qué sucede si los estados internos influyen poco en la conducta y si la consistencia no se considera un atributo importante? ¿Se cumple la teoría en tales c ircunstancias? Según Markus y Kitayama (1991), las, opiniones y las actitudes de los individuos, con un yo interdependiente no se consideran atributos importantes del yo y se cree que los sentimientos personales se regulan conforme a las exigencias de la situación. Doi (1986) señala que a los ciudadanos norteamericanos les preocupa más la congruencia entre los sentimientos y las conductas que a los japoneses. En Japón, no se considera virtuoso a quien expresa sus sentimientos; por el contrario, la virtud consiste en controlar su expresión. También parece haber evidencia de que a las culturas no occidentales no les preocupa tanto la consistencia entre actitudes y acciones como a las occidentales. Por ejemplo, Triandis (1989) menciona un estudio de Iwao (1988), en que a unos sujetos japoneses y norteamericanos se les preguntó cuál será la respuesta correcta en una serie de escenarios. En uno de ellos, la hija lleva a casa una persona de otra raza. Una de las posibles respuestas del padre era "pensó que nunca les permitiría casarse, pero les dijo que respaldaba su decisión de casarse". Esta respuesta la clasificó como óptima el 44% de los sujetos japoneses, pero apenas el 2% de los norteamericanos le dio esa evaluación. El 48% de ellos le dieron la puntuación más baja, mientras que apenas el 7% de los japoneses la consideraron la peor respuesta. Este hallazgo refuerza la idea de que los japoneses se comportarán en una forma "apropiada a la situación" (conocer la respuesta deseada y emitirla), a pesar de que la respuesta es totalmente incompatible con sus pensamientos y sentimientos reales.
En resumen, al parecer las teorías occidentales de la consistencia cognoscitiva tal vez no predigan las actitudes ni las conductas con la misma exactitud para los individuos con autoconcepto interdependiente que para los que tienen un autoconcepto independiente. La función de las actitudes personales es menos importante en el autoconcepto y como determinante de la conducta en los individuos interdependientes en comparación con independientes. Defender algo en lo que no creemos podría causar disonancia en los segundos, pero probablemente cause poca en los primeros por la tendencia a restarle importancia a las actitudes personales cuando se determina la conducta. Las contradicciones entre conducta y exigencia de la situación, más que entre conducta y actitudes, tenderá más a originar un estado motivacional negativo (vergüenza, quizá). Es un estado que probablemente impulse al individuo a armonizar su comportamiento, con "lo que se espera" en la situación. Actitudes
Se dice que las actitudes son juicios evaluativos duraderos sobre los objetos, las personas y las ideas. Han captado el interés de los psicólogos sociales occidentales porque se cree que son precursores de la conducta. La explicación de este capítulo indica que la idea de que las actitudes internas son un medio confiable de precedir la conducta sólo tiene importancia en las sociedades occidentales (véase teoría de la atribución en una sección anterior). Las personas colectivistas o con un ego interdependiente no piensan que sus actitudes internas influyan mucho en su conducta, y tienden menos a creer que la conducta de los demás corresponde a sus actitudes internas (Kashima, Siegel, Tanaka y Kashima, 1992). Se considera que la situación y el contexto donde tiene lugar la conducta son factores mucho más importantes. A partir de las consideraciones anteriores, los modelos de la persuasión y del cambio de actitud que se basan en la congruencia entre actitud y conducta quizá no se apliquen exitosamente a las personas con un yo interdependiente.
Procesos de grupo
La diferencia fundamental entre la perspectiva individualista y la colectivista se observa en la definición de los roles y de la responsabilidad del individuo en una situación de grupo. En consecuencia, es aquí donde la universalidad de los procesos de grupo descubiertos por los psicólogos occidentales tiende más a ser puesta en tela de j uicio. En las sociedades individualistas, y en quienes tienen un autoconcepto individualista, los grupos suelen ser reuniones de personas que se juntan para disfrutar ciertas actividades o buscar una meta en particular. Cuando alguien disfruta la compañía de la gente o se da cuenta de que las metas grupales corresponden a las suyas, se afiliará de modo voluntario a un grupo. Se sobrentiende que la asociación durará mientras se mantenga el interés del individuo por el grupo. Es perfectamente aceptable abandonar el grupo en cualquier momento, sobre todo si los intereses cambian. Por el contrario, no existe una distinción clara entre el "yo" y "otros" en las sociedades colectivistas, lo mismo que en quienes tienen un yo interdependiente. Los individuos se definen como parte de un tejido social donde lo esencial está constituido por la pertenencia, el ajuste, el mantenimiento de la armonía, el ser empático, la realización de las acciones apropiadas y el contribuir a conseguir las metas de otros. Una preocupación constante es ocupar el lugar que nos corresponde y convivir en armonía con personas importantes en nuestra vida (nuestro grupo). Los grupos en que participa la gente en las sociedades colectivistas suelen ser más una parte permanente de su vida (Hui, 1990). Las personas inter dependientes tienden a tener vínculos de toda la vida y lealtad con la familia extedida, con las organizaciones de trabajo con los grupos estudiantiles u otras asociaciones laborales. De hecho, una parte importante de la identidad social del individuo es su lugar en la familia y en las organizaciones de trabajo. Por eso en Asia las tarjetas de negocios ocupan un lugar tan importante en el ritual de presentación. La gente respeta a las personas si sabe quiénes son. En el mundo japonés de los negocios, "quién es usted" es lo más importante (un
representante de la empresa), después el puesto que se ocupa en la estructura organizacional y, finalmente, el nombre y la identidad personal del individuo. Relaciones intergrupales
Según Triandis (1994), cuando pensamos tener un "destino común" con otros, tendemos definirlos como pertenecientes a nuestro grupo. En las culturas colectivistas como Japón algunos grupos como los de estudiantes, de vecinos y compatriotas constituye grupos importantes. Son mucho menos importantes en las culturas individualistas como Australia (Mann, Raclford y Kanagawa, 1985). Favoritismos en el grupo
La clasificación de una persona como perteneciente o no al grupo influirá profundamente en la forma en que los demás la verán y la tratarán. Por ejemplo, Man, Radford y Kanagawa (1985) señalan que cuando a los escolares japoneses se les pidió dividir dulces entre su grupo y otro grupo formado por otros compañeros, los dividieron en proporciones iguales. Pero cuando la misma oportunidad se les dio a escolares australianos, le dieron más dulces a su grupo; Este resultado indica que los japoneses veían a todos sus compañeros como su grupo, no así los australianos. En el mismo orden de ideas, los japoneses dicen estar dispuestos a cooperar con sus vecinos o con otros japoneses más que los norteamericano (Triandis, 1994). De hecho, el mero acto de clasificar a un individuo en un grupo nuestro o ajeno, aun en forma totalmente arbitraria y aleatoria, basta para producir el favoritismo de grupo (Triandis, 1994). Justicia distributiva
Conforme a la teoría de la equidad (Adams, 1965), los miembros de las sociedades individualistas prefieren que la asignación de recompensa refleje la contribución relativa de cada uno. En cambio, los experimentos con grupos de niños y adultos (Kashima, Siegel, Tanaka e Isaka, 1988; Leung, 1987; Mann, 1986) demuestran que los sujetos provenientes de las culturas asiáticas están más propensos a distribuirlas en partes iguales en un grupo y no a la contribución de cada cual. Pero Triandis, Bontempo, Villareal, Asahi y Lucca (1988) descubrieron que los colectivistas sólo tendían a este tipo de participación con los
miembros de su grupo: su conducta se parecía a la de los sujetos procedentes de las culturas individualistas con integrantes de otros grupos. Ayuda
En todas las culturas se tiende más a ayudar a los miembros del propio grupo que a los de otros grupos, pero la diferencia de la probabilidad de ayudar en ambos casos es mayor en las culturas colectivistas que en las individualistas (Triandis, 1994). En una cultura colectivista más que en una individualista, la gente tiende a sentir la responsabilidad moral de ayudar a quien lo necesite. Miller, Bersoff y Harwood (1990) presentaron diversos escenarios a muestras de indios y de ciudadanos norteamericanos, en donde quien pedía ayuda era: 1) un pariente cercano, 2) un amigo y 3) un extraño; y las necesidades eran: 1) extremas, 2) moderadas y 3) pequeñas. Todos se dijeron dispuestos a ayudar en la condición de necesidad extrema. En la condición de poca necesidad en que un amigo pedía al sujeto dejar de leer un interesantísimo libro y decirle cómo llegar a una tienda, el 93% de los indios pensaba que el amigo tenía la obligación de ayudar, pero apenas el 33% de los ciudadanos norteamericanos aceptó esa idea. Estereotipos
Hoy se sabe que el estereotipar es un proceso natural del pensamiento (Brislin, 1993) y, pese a que se ve con majos ojos en las culturas individualistas, tiende a prevaler más en las culturas colectivistas donde también es más aceptable. Quizá los estereotipos son más funcionales cuando se aplican a las colectivistas. Los individualistas tratan de acentuar las diferencias entre sí y los colectivistas celebran los aspectos comunes. En las sociedades colectivistas se establecen claramente normas y roles y se cumplen, por lo cual la conducta pública mostrará menos variabilidad. Por tanto, al predecir la conducta en ellas, un estereotipo de grupo podría ser un buen predictor de conductas públicas importantes. Conformidad, complacencia y obediencia
Otra diferencia fundamental entre el enfoque individualista y el colectivista es lo que se considera bueno e importante en la sociedad. En las culturas individualistas, ejemplificadas por Estados Unidos, se alienta y favorece el logro de todos los "yos":
autodescubrimiento,
autoestima,
autoexpresión,
autoconciencia,
autoconfianza,
autoaceptación, etcétera. Por supuesto, todos estos valores orientados al "yo" son contrarios a conformarse o hacer lo que se espera de uno. Conformarse en una sociedad individualista equivale a ser desvalido e inadecuado. No sucede así en todas las culturas, pues en las colectivistas se fomentan los valores comunes orientados al grupo, así como los conceptos de conformidad y obediencia La complacencia posee una connotación positiva y un estatus mucho más alto que en las culturas individualistas. No sólo se le considera "buena", sino que se requiere para un buen desempeño en los grupos, en las relaciones interpersonales y en la cultura misma. En lo referente a las investigaciones sobre la conformidad, varias reproducciones exitosas del experimnto original de Asch (1951) se han efectuado en países de todo el mundo (véanse Smith y Bond, 1994). En general, se observó mayor probabilidad de que ocurriera la conformidad en los que se realizaron en las culturas colectivistas donde el destino personal está más estrechamente ligado al de otros. Pero aunque hay conformidad con el grupo, las personas tienden a no cooperar con otros grupos (Triandis, 1994). Resumen
En este último capítulo del libro, hemos procurado destacar el trabajo que queda por hacer. En los últimos cien años, la trayectoria de la psicología en general y de la psicología social en particular fue fijada por los pensadores de Estados Unidos y de la Europa Occidental. Avanzaron mucho en la identificación y en la definición de los mecanismos que moldean la conducta humana, pero muchas de sus teorías están vinculadas a una cultura en particular. No han tenido éxito total los programas que buscan reproducir las aportaciones de la psicología social. Dos grupos de investigadores en distintos contextos culturales apenas si lograron reproducir cerca del 50% de los estudios (Amir y Sharon, 1987; Rodríguez, 1982). En parte, la imposibilidad de reproducir los hallazgos plenamente demostrados de la psicología social se debe a problemas metodológicos en la prueba de hipótesis. En este capítulo ofrecimos una introducción a los tipos de problemas metodológicos que es
preciso encarar al efectuar una investigación transcultural. Otro motivo es el hecho de que no todas las teorías de la conducta formuladas en los países industrializados del occidente pueden o deberían aplicarse en todo el mundo. En el capítulo expusimos varias dimensiones globales que han sido descubiertas y utilizadas para comparar las culturas. Una ele ellas, el individualismo/colectivismo, sirve para destacar las diferencias de los puntos de vista y de las inclinaciones en ambos tipos tan distintos de cultura. Por último hemos contrastado las perspectivas de las personas provenientes de ellas y reflexionando sobre el poder explicativo de las teorías de la psicología social en ambos grupos. Confiamos en que el lector se percate de que, cuando cruzamos las fronteras culturales, enfrentamos nuevos desafíos a nuestra comprensión ele la conducta humana. Las suposiciones básicas que se hacen en una cultura tal vez no sean aplicables en otra. Puesto que vivimos en un mundo cada vez más pequeño por las comunicaciones, hemos ele conocer mejor el resto de la población con la cual compartimos nuestro planeta. Y para ello, nada mejor que una perspectiva transcultural.