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Alexandra Kohan

Psicoanálisis: por una erótica contra natura

#MiráCómoNosLeemos















Kohan, Alexandra Psicoanálisis : por una erótica contra natura / Alexandra Kohan. - 1a ed . Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Vi-Da Tec, 2019. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-8300-03-0 1. Psicología. I. Título. CDD 150.195

© Alexandra Kohan, 2019 © IndieLibros, 2019















Quién es la autora Alexandra Kohan es psicoanalista y docente regular de la Cátedra II de Psicoanálisis: Escuela francesa, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. También es docente y supervisora del Centro Dos. Allí, además, dicta seminarios. Integra el grupo de investigación y lectura Psicoanálisis Zona Franca. Cursó la maestría en Estudios Literarios de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, para cuya finalización escribió la tesis Barthes y Lacan: la lectura como resistencia a la doxa . Coordina diversos grupos de lectura.

Acerca de Psicoanálisis: Psicoanálisis: por una erótica contra contra natura En tiempos en que impera la certeza, Alexandra Kohan se para desde el psicoanálisis como una forma de lectura que duda. Desde allí, observa discursos como el de ciertos feminismos que, aunque se pretenden emancipatorios, emancipatorios, terminan siendo normativos, en la ilusión de que existe una libertad sin dolor, según observa la autora. El amor, el deseo y la satisfacción pulsional son tres cosas bien distintas una de otra, dice Kohan: “Amar, desear y coger no se hacen del mismo modo ni pretenden lo mismo”. Kohan discute la afirmación de cualquier identidad como algo liberador. Hemos corrido la piedra del camino pero esa piedra, dice, ahora





























Introducción

Nada me parece más cómico que que lo serio del saber.

Henri Meschonnic

Como bien señala James Strachey en la introducción al Informe sobre mis estudios en París y Berlín , Freud ingresa a La Salpêtrière habiendo elegido estudiar la anatomía del sistema nervioso y sale de allí orientado hacia la psicopatología, “dando la espalda a la neurología”. ¿Qué había sucedido para que Freud abandonara para siempre la medicina? Se había encontrado, no con la histeria, sino con una manera de leerla: ése es el verdadero acontecimiento. Si el encuentro de Freud con el cuerpo de la histeria resulta en un cuerpo inédito, ello se debe a que el creador del psicoanálisis puso en acto una lectura nueva, una lectura que hizo caer el saber de la medicina. Un saber que se mostraba imposibilitado a la hora de escrutar ese cuerpo. Se puede decir que el psicoanálisis comienza por y con el desvío, por y con la desorientación, por y con la posibilidad de perderse de un saber dado; haciendo de la lectura, equivocidad; haciendo vacilar los sentidos establecidos, los cuerpos amarrados a la univocidad del saber médico. La novedad radical que aporta el psicoanálisis es que el síntoma (en el

















que Freud vino a mostrar es que la operación de lectura sobre el cuerpo no será la de agregar sentidos, la de producirlos, sino la de desanudar sentidos que, amarrados, precipitan un padecimiento. El cuerpo está enfermo de sentido y se trata a través de la lectura de la disolución de esos sentidos. Esa lectura sólo es posible si se suspenden los saberes y las certidumbres previas. La lectura, tal y como se desprende de este primer gesto freudiano, se ubica en las antípodas de lo que puede anticiparse. Sólo sabremos si se produjo la lectura, por sus efectos. Si Freud fue comparado con Champollion, fue porque su posición ética y su deseo de saber se sostuvieron a contrapelo del poder y del saber médico-científico. Pudo descifrar el enigma de los sueños, el enigma del cuerpo allí donde supo pasar al olvido lo que sabía. Sólo así pudo advenir, sorpresivamente, aquello que no estaba, aquello que acontece novedoso: ese síntoma, ese cuerpo. A su vez, Jacques Lacan, en 1955, con su consigna “retorno a Freud”, produce una operación de lectura sobre el texto freudiano y comienza a dar una pista acerca de los modos de leer en psicoanálisis. Se tratará de un modo de leer que está en total consonancia con el modo en que se presenta el cuerpo para el psicoanálisis. La “cosa freudiana” suscita un lector inédito y ese lector inédito es, en principio, Lacan. Pero es también, sobre todo y cada vez, el lector que se produzca como efecto de una lectura hecha en la inestabilidad de la lengua.

















entre, un entretelas que deja ver los pliegues de la lengua precipitando una lectura que no puede ser de ningún modo anticipada, esperada, porque es contra toda expectativa. Una lectura que en su precipitación rompe con los supuestos, diluye las certezas. En definitiva: una lectura que sólo puede precipitarse en una contingencia, en un encuentro inesperado. Algo pasa o no pasa nada. Pensando el psicoanálisis como lo pienso: una potente máquina de lectura, es que pretendo leer ciertos discursos en un contexto en el que un movimiento de masas como ha llegado a ser el feminismo interpela nuestros cuerpos. Me interesa especialmente detenerme en algunos discursos que, pretendiéndose emancipatorios, se vuelven normativos y disciplinadores, produciendo efectos no poco nocivos ahí donde creen que es posible una libertad sin pathos.

















Ignorar lo que se sabe

Una de las primeras aplicaciones del psicoanálisis fue la de enseñarnos a comprender la enemistad que nuestros contemporáneos nos demostraban por cultivarlo.

Sigmund Freud

Todo el mundo cree saber lo que es el psicoanálisis, salvo los psicoanalistas, y eso es lo molesto. Ellos son los únicos que no lo saben. saben. […] Si creyeran saberlo de inmediato, inmediato, sería grave.

Jacques Lacan

Si el psicoanálisis no está muerto, pese a que se viene anunciando su muerte desde hace décadas, es porque es una lengua viva; el psicoanálisis está vivo en la medida en que sigue suscitando lecturas. En 1955 Jacques Lacan produjo su “retorno a Freud”. El retorno a Freud implica que Lacan lleva a cabo una política de lectura y de transmisión de una enseñanza que se sostiene en una resistencia a la verdad establecida, al poder de las

















operación de lectura. Y, como operación de lectura es, a la vez, un gesto político que, asimismo, define una política de sujeto. Lacan irrumpe en la escena psicoanalítica como un pensamiento orientado a contrarrestar la doxa y los lugares comunes como formas más notorias de la cristalización de sentido, proponiéndose a sí mismo y a su discurso como un tipo de formulación resistente a su propia cristalización. Jean Claude Milner [2] sostiene que, en efecto, el estilo propio de Lacan va en la dirección de despertar al lector, arrancarlo del lugar común, de la doxa. De lo que se trata es de la lectura, que es lo opuesto al dogma. La lectura que pone a funcionar el psicoanálisis se ubica en las antípodas de la repetición mántrica de fórmulas y jergas vacías. Y, en la medida en que encontremos antídotos para eso, el psicoanálisis seguirá vivo. El psicoanálisis es, entonces, antes que nada, un modo de leer, y ese modo conlleva, en sí mismo, la resistencia al saber dogmático. Esa manera de leer resulta un antídoto a la doxa (aunque ello no lo exima de producir, él mismo, doxas). De todas formas, no hay un psicoanálisis, sino muchos y muy diversos. Pero sería cuanto menos necio creer que el psicoanálisis es un cúmulo de saberes erigidos y coagulados en un dogma o que “el psicoanálisis atrasa”. Por supuesto que está lleno de “psicoanalistas” que lo practican aplicando fórmulas, repitiendo doxas y jergas y creyendo que “la clínica” es un lugar donde inocularle al paciente lo que se aprendió en un curso de especialización: pero eso no es psicoanálisis. Es conocimiento universitario y está hecho para que pensar no tenga consecuencias. O,

















cifras del inconsciente entendido en la lógica del acontecimiento, de lo no dado, de lo no realizado, de lo que acontece. Porque el inconsciente es un hecho nuevo, pero no sólo en el descubrimiento freudiano, sino cada vez: cada vez que surge alguna formación del inconsciente –lapsus, sueño, chiste, olvido, síntoma– es un hecho de lenguaje nuevo y no hay posibilidad de articular ahí un saber anticipado. Finalmente, se trata de resistir a un saber sobre el otro que termine precipitando un saber sobre la otredad y, en ese punto, reducirla a mismidad. Esto no será tarea fácil e, incluso, puede ser imposible. Pero se trata de resistirse, cada vez, a saber anticipadamente acerca del cuerpo de quien consulta. Se trata de sostenerse frágilmente en los intersticios del lenguaje que sólo puede producir un saber disperso y fragmentario. El psicoanálisis intenta resistir a lo que Lacan alguna vez llamó la “absolutización del mercado del saber”. La posición del analista no es sin incomodidad, porque el psicoanálisis es una praxis de la erótica de los cuerpos, una erótica que incluye el cuerpo del analista. Y esa incomodidad pasa, también, por no saber qué puede ocurrir en cada sesión, no ya con cada paciente, sino en cada sesión. Esa misma incomodidad es la que nos mantiene despiertos. Acomodarse demasiado en el sillón del analista, apoltronarse en los saberes, pretender estar preparados o anticipar lo que puede pasar, adormece. El saber anticipado, el conocimiento a priori, las certezas, producen una narcosis que nos va anestesiando y hace que descansemos en algo que va



















aburrido y lo serio en las antípodas del Witz[3], de la ocurrencia, de la sorpresa. Los “analistas” que se aburren en sus consultorios pretenden dar a su ocupación las “garantías de su estándar profesional”. El aburrimiento se instala ahí donde ya no hay aptitud para el asombro, para la sorpresa, para el anonadamiento. Lacan se pregunta: “¿Qué es lo que hace que un sujeto pueda perder la aptitud para el asombro, para ser sorprendido, y conocer el aburrimiento?”. El analista no está exento de perder la posibilidad de sorprenderse. Y ahí donde ya no se sorprende, porque ya sabe lo que va a pasar, comienza a “profesionalizar” la práctica con gestos impostados, revestidos de Saber, con certezas acerca de su SER analista. Coincido con Jean Allouch cuando dice que, si el análisis es un acto, “excluye que alguien pueda nunca declarar: «Yo soy psicoanalista», ya que no se lo es por fuera del acto, mientras que en el acto, Lacan lo señaló, «el sujeto no está allí»” [4]. En este sentido, Allouch señala que la práctica que Freud había inventado era inédita, porque no era su saber el que guiaba la acción. Efectivamente, el cuerpo de la histeria con el que Freud se encuentra en La Salpêtrière es



















la psiquis. El descubrimiento freudiano, entonces, trae el cuerpo de la histeria a la escena como un cuerpo nuevo, un cuerpo que no estaba; el descubrimiento freudiano funda un cuerpo porque funda, a la vez, una lectura; funda una lectura de un cuerpo y ese cuerpo viene a hacer fracasar el saber dado, las certezas anticipadas. A la vez, un cuerpo no es todos los cuerpos, y es por eso mismo que la generalización funciona como un saber anticipado que impide leer cada vez. Y es por eso que se habla de singularidad –los críticos del psicoanálisis confunden singularidad con individualidad y por eso lo “acusan” de ser una práctica individualista–, individualista–, de lo que se trata en un análisis es de posibilitar esa singularidad. Uno de los prejuicios que más insiste es que el psicoanálisis es largo y hay que “revolver el pasado” o “hablar de la infancia”. El prejuicio justamente está en las nociones de tiempo, de pasado y de infancia. Cuando alguien está en análisis diluye la contabilidad: no lleva cuentas de cuánto le está tomando vivir un poco menos tortuosamente ni pretende que el pasado es lo que está o lo que hay que dejar “atrás”. Por su parte, la infancia no deja de ser nuestro reservorio libidinal. Hoy se nota un rechazo a la infancia



















es una mera técnica, no es una terapia, no es una profesión; en definitiva: no es una posibilidad más en la serie de las posibilidades que el mercado ofrece para alcanzar el bienestar, la armonía y la felicidad. El psicoanálisis no promete la felicidad, pero tampoco promete otra cosa. Para eso están los laboratorios: los farmacéuticos y los laboratorios menos visibles, los de sentido común, ese sentido encorsetado, enlatado, prêt à porter, que suele llamarse “autoayuda” y que no siempre se concretiza en un gurú, sino que se va infiltrando en un discurso solidificado, en un sentido que circula en distintos ámbitos. En “autoayuda” podemos subrayar, por un lado, una contradicción: si es autoayuda, no se necesitaría acudir a otro –sea libro, consultor, gurú, grupo, etc.–, cuestión que ya mostraría cierto engaño. O, como dice Leo Maslíah, “son libros de autoayuda para el autor”. Pero si subrayamos “auto”, vemos que la tendencia es a reforzar al Yo como amo de la voluntad, un sí mismo capaz de conocerse y de controlarse, capaz de orientar su voluntad, capaz de conquistar lo que pretende con sólo proponérselo; capaz de correr las piedras del camino para acceder a la plenitud de lo aspirado y encarar una vía, ahora sí, allanada. Más allá de



















conminan a hacer lo que dicen y lo que dicen siempre lo dicen en modo imperativo. Acá estamos, entonces, dispuestos a orientar nuestras energías, poniendo “atención plena” para “recuperar nuestro equilibrio interno”. Hemos corrido la piedra del camino, nos hemos “focalizado”, nos hemos concentrado plenamente, estamos bien parados en el aquí y ahora, allá vamos, nuestro éxito en la empresa que nos hemos propuesto está garantizado. Pero algo nos incomoda, algo nos molesta: la piedra quitada del camino está ahora en el zapato. De esa piedra en el zapato se ocupó y se ocupa el psicoanálisis, de esa molestia que insiste y que no puede hacerse a un lado por más que alguien lo quiera con toda su energía y concentración. Es por esa piedra, que en rigor estuvo siempre en el zapato, que Freud pudo abandonar la idea de que la curación era hacer consciente lo inconsciente. Porque no basta con saber lo que antes no se sabía. No se trata del “conócete a ti mismo”. Analizarse es, quizás, lo contrario: es empezar a desconocerse un poco, es equivocar el mito familiar –esa doxa de cada quien–, es hacer del decir lo único que se puede hacer con el



















1917

Una dificultad en psicoanálisis es un texto en el que Freud ubica su

descubrimiento, el inconsciente, en la serie de afrentas que han herido “el narcisismo universal, el amor propio de la humanidad”. Junto a Copérnico y a Darwin, Freud corre al Hombre del lugar del centro. Pero, además, refiere que la del psicoanálisis es la afrenta más sentida ya que, habiendo sido degradado “ahí afuera”, el Hombre se sentía aún soberano “en su propia alma”. Pretendía que la voluntad “ejecuta lo que el Yo le ordena, modifica lo que querría consumarse de manera autónoma”. El descubrimiento freudiano, el inconsciente, viene a desterrar a semejante





















propósitos. (…) Entonces ellas se han sublevado y han emprendido sus propios, oscuros, caminos a fin de sustraerse de la sofocación (…) y no te has enterado del modo en que lo consiguieron ni de los caminos que transitaron; sólo ha llegado a tu conocimiento el resultado de ese trabajo, el síntoma, que sientes como un padecimiento. No lo disciernes, entonces, como un retoño de tus propias pulsiones removidas, y no sabes que es una satisfacción sustitutiva»”. Que haya satisfacción no quiere decir, como reza el lugar común, que a la persona le guste. Se trata de una satisfacción pulsional –no ajena al sujeto– que es vivida por el Yo como padecimiento. Ahora bien, Freud es taxativo: el psicoanálisis viene a decirle al Yo que la oscuridad no le es, tampoco,





















enferma porque ignore las reglas biológicas sino porque hay algo enigmático en el sexo, porque la sexualidad no tiene que ver con el saber de todos los días. El psicoanálisis, siguiendo a Masotta, es una no sexología. Por eso no se trata de que el psicoanálisis sepa más sino de que no hay unión entre sexo y saber. Es por eso que los síntomas, entendidos por Freud como “la práctica sexual de los neuróticos”, conllevan una satisfacción, localizan la angustia y están ahí para algo. No por algo, sino ara algo.





















El paradigma de “lo natural”

Lo natural es la coartada coartada con que se adorna una mayoría social: social: lo natural es una legalidad legalidad (...) y, según la fórmula de Brecht, «detrás de la regla, el abuso».

Roland Barthes





















prensa, el arte, el sentido común, encubren permanentemente una realidad que no por ser la que vivimos deja de ser absolutamente histórica: (…) y quería poner de manifiesto el abuso ideológico que (…) se encuentra oculto en la exposición decorativa de lo evidente-por-sí-mismo”. El descubrimiento freudiano muestra, además, que el amor, el deseo y la satisfacción pulsional son tres instancias, tres cosas bien distintas una de otra. Amar, desear y coger no se hacen del mismo modo ni pretenden lo mismo. Pero también muestra que en las tres hay algo que no anda, que no marcha. ¿Por qué no marcha? Porque la sexualidad, en el sujeto humano, no es natural. Porque el encuentro con la sexualidad es traumático, es el trauma. Lacan habla de troumatisme, una conjunción entre traumatismo y





















la chica, y, entre ellos, una armonía preestablecida, primitiva, y que si hay desorden, viene secundariamente y a causa de un acontecimiento contingente y accidental. Y, siguiendo a Freud, subraya dos cuestiones: no hay armonía preestablecida, porque existe el inconsciente y no hay nada en el desarrollo de un niño que indique que están construidos ya los carriles del libre acceso del hombre a la mujer y viceversa. En ese sentido, se barre con la idea reaccionaria de que la homosexualidad es un “accidente” en el “normal y armónico” camino preestablecido. Se tira por la borda, además, esa necia insistencia por averiguar la “causa”, insistencia que el psicoanálisis intenta desalojar. Cuando lo que se ubica son las causas de algún síntoma o de algún “accidente”, estamos en el terreno de la psicología y el psicologismo, no en el del psicoanálisis. El psicoanálisis























complementariedad. complementariedad. Esa ilusión tampoco se da, por ejemplo, en la relación entre el sádico y el masoquista. Suponer que uno está hecho para el otro es seguir insistiendo en una presunta complementariedad entre dos posiciones. En 1957[14] Lacan se había referido a esa historia chistosa que mostraba el absurdo de la complementación entre el sádico y el masoquista: “Hazme daño”, le pide el masoquista al sádico; “No”,























trastornos alimenticios (“comí como un animal” sería, en rigor, comer lo usto y necesario). Hay un instinto cíclico que posee un inicio y un fin para, en su momento, volver a empezar. La necesidad instintiva posee un objeto específico y la relación entre el instinto y su objeto es armónica y directa, no está mediada por el lenguaje. La relación entre el mundo interno del animal y su hábitat es de total correspondencia y continuidad.























que esa voluntad no le atañe al Yo y que no deja de ser paradojal allí donde no apunta al bien de nadie ni a la utilidad. Un análisis posibilita precisar esas coordenadas del cuerpo, posibilita interrogar las condiciones singulares en que cada uno se topa con la pulsión, lo que la pulsión hace con y de nosotros, y lo que nosotros hacemos con eso. En definitiva: el paradigma de “lo natural” es reaccionario, conservador y























pretende emparejar todo (¡empatía, empatía!) y, por eso mismo, crecen las estadísticas de los que están solos (no me refiero a los que prefieren estar solos, sino a los que se quejan de estarlo). Hay solos ahí donde se pretende que la única posibilidad es el emparejamiento, ahí donde se rechaza el athos del amor, ahí donde no se quiere saber nada del deseo como infierno. Porque en definitiva se cree que el amor no es posible, así, a























2019

























de una demanda, un grito, la gota que colma el vaso, etc.) pero pierde su













































considero que nombrar multitasking es coagular un sentido fijo e impedir























feminista deconstruida, te digo a ti, mujer alienada, que ir al gimnasio es























discursos”. Para peor, estos discursos de sublimes no tienen nada. Ahora







































































































































































































































































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