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En ((¿Por qué temo decirte quién soy?», John Powell aplica sus valiosísimas intuiciones y su .iñnegable saber al tema del autoconocimiento y de la comunicación interpersonal, con objeto de ayudarnos a desarrollar nuestra autoestima y a mejorar nuestras relaciones con quienes nos rodean. Tenemos miedo de no gustar a los demás si llegan a enterarse de cómo somos en realidad; por eso muchas veces adoptamos posturas que nos permitan evitar ser sinceros con ellos y con nosotros mismos. Powell identifica cinco niveles de comunicación, y sugiere que el tipo de información que nosotros mismos revelamos con nuestras palabras y con nuestro$ actos determina el nivel de profundidad de nuestras relaciones. ¿Quién eres tú? ¿Eres acaso el «enterado», o el «guaperas», o el ((payaso», o el «competidor», o cualquiera de los muchos personajes que solemos representar para protegernos a nosotros mismos? Sólo si somos capaces de "hacer frente a nuestros temores con franqueza y con sinceridad, podremos aprender a querernos a nosotros mismos Y a confiar en que los demás habrán de aceptarnos tal como realmente somos.
John Powell,s.j.
¿Por qué temo decirte quién soy? ISBN: 978-84-293-0840-2
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911788429
Sobre autoconocimiento, maduración personal y comunicación interpersonal Sal Terrae
Colección «PROYECTO»
John Powell, S. J.
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¿Por qué temo decirte quién soy? (Sobre autoconocimiento, maduración personal y comunicación interpersonal) (16.a edición)
Editorial SAL TERRAE Santander
Indice Título del original en inglés: Why Am 1Afraid to Tell You Who 1Am? @ 1969 by Tabor Publishing, a División of DLM, Inc. Allen, Texas (USA) Traducción: José Vicente Bonet @ 1989 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-1 39600 Maliaño (Cantabria) Fax: (942) 36 92 01 E-mail:
[email protected]
Págs. 1. Comprender la condición humana. ... ..... 3. Relaciones interpersonales .................. .. ... .... .... .
5. Escondrijos humanos: los mecanismos de defensa del ego. 6. Un catálogo de juegos y roles..............
http://www.salterrae.es
Con las debidas licencias Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 978-84-293-0840-2 Dep. Legal: Bl-2388-07 Fotocomposición: Didot, S.A. - Bilbao Impresión y encuadernación: Grafo, S.A. - Bilbao
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2. Crecer como persona ........................ 4. Afrontar nuestras emociones.
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1 Comprender la condición humana «¡Qué hermosa, extraordinaria Y liberadora es la experiencia de aprender a ayudarse unos a otros! Nunca se insistirá lo bastante en la inmensa necesidad que los seres humanos tenemos de ser realmente escuchados, tomados en serio, comprendidos. .. La psicología moderna ha insistido enormemente en este punto. Y la verdad es que ese tipo de relación en la que unopuede decirlo todo, como un niño pequeño se lo cuenta todo a su madre, es la esencia misma de toda psicoterapia. En este mundo, nadiepuede crecer en libertad y vivir en plenitud sin sentirse comprendido al menos por una persona... -7-
Quien quiera conocerse como es debido tiene que abrirse a un confidente libremente elegido y merecedor de tal confianza. Fijémonos en las conversaciones que se dan en nuestro mundo, tanto entre naciones como entre personas: la mayoría de las veces no son más que diálogos entre sordos». Dr. Paul Toumier, Psiquiatra y escritor suizo La palabra «comunicación» se refiere aun proceso por el que alguien o algo se hace común, es decir, se comparte. Si tú me cuentas un secreto, entonces tú y yo poseemos en común el conocimiento de tu secreto, porque tú me lo has comunicado Pero tú tienes mucho más que comunicarme -si así lo deseas- que simplemente uno de tus secretos. Tú puedes decirme quién eres tú, del mismo modo que yo puedo decirte quién soy yo. o
La persona «real» En nuestra sociedad actual le damos mucha importancia al hecho de ser auténtico. Ya es un lugar común lo de las máscaras con que ocultamos el rostro de nuestro yo «real», o lo de los papeles con que disfrazamos nuestra verdadera personali-8-
dad. Se sobreentiende que en algún lugar, dentro de ti y dentro de mí, se oculta nuestro verdadero «yo». Y se supone que éste es una realidad estática y ya formada. Hay momentos en los que este mi yo real se manifiesta abiertamente, y hay otros momentos en los que me siento obligado a camuflarlo. Tal vez esté justificado este modo de hablar; pero, en mi opinión, es un modo de hablar que puede ser más engañoso que otra cosa. Ni en tu interior ni en el mío existe tal persona perfectamente acabada, fija, verdadera y real, precisamente porque ser persona implica necesariamente hacersepersona, existir enproceso. Si yo soy algo como persona, ese algo es lo que yo pienso, Juzgo, siento, valoro, respeto, estimo, amo, odio, temo, deseo, espero en lo que creo y con lo que me comprometo. Estas son las cosas que definen mi persona; y estas cosas están en un constante -9-
proceso de cambio. A no ser que mi corazón y mi mente estén total y absolutamente acorazados, todas estas cosas que me definen como persona están cambiando constantemente. Mi persona no es un pequeño y tenaz núcleo encerrado en mi interior, una especie de estatuilla perfectamente formada, auténtica y real, fija y permanente; «persona» implica más bien un proceso dinámico. En otras palabras, si tú me conociste ayer, hazme el favor de no pensar que hoy estás tratando con la misma persona. Hoy tengo una mayor experiencia de la vida, he descubierto nuevas profundidades en las personas a las que amo,
he sufridoy he orado... y soy diferente.
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No me atribuyas, por favor, un comportamiento fijo e irrevocable, porque yo, como todo el mundo, estoy «metido en el ajo», tratando de aprovechar las oportunidades de la vida diaria. Acércate a mí, pues, con un cierto sentido de curiosidad, y busca en mi rostro, en mis manos y en mi voz los indicios del cambio; porque lo que es seguro es que he cambiado. Ahora bien, una vez que admitas esto (si es que lo admites), puede que todavía me dé cierto miedo decirte quién soy. La condición humana Considera la siguiente conversación: Autor: «Estoy escribiendo un librito que va a titularse ¿Por qué temo decirte quién soy?». -10-
Interlocutor: «¿Deseas una respuesta a tu pregunta?». Autor: «Esa es precisamente mi intención, responder a la pregunta». ta?».
Interlocutor: «Pero ¿deseas saber mi respuesAutor: «Por supuesto que sí».
Interlocutor: «Temo decirte quién soy, porque, si yo te digo quién soy, puede que no te guste cómo soy, yeso es todo lo que tengo». Este breve diálogo, que es parte de una conversación real y totalmente espontánea, refleja en cierto modo los tremendos temores y dudas que nos paralizan a la mayoría de nosotros y nos impiden avanzar hacia la madurez, la felicidad y el verdadero amor. En un ensayo anterior, titulado, ¿Por qué temo amar? (<
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Sin embargo, y avanzando un poco más con respecto al mencionado ensayo, sí quiero decir aquí algo acerca del modo en que dichas heridas (y las defensas que empleamos para protegemos de nuevas heridas) tienden a crear pautas de acción y reacción. Con el tiempo, estas pautas llegan a hacerse tan engañosas que acabamos perdiendo todo sentido de identidad y de integridad, y nos limitamos a interpretar «papeles», a llevar «máscaras» y a ejecutar «juegos». Ninguno de nosotros desea ser un farsante o vivir una mentira; ninguno de nosotros quiere ser un impostor, pero los temores que experimentamos y los riesgos de una autocomunicación plenamente sincera nos parecen tan intensos que el buscar refugio en nuestros papeles, máscaras y juegos se convierte en un acto reflejo casi del todo natural. Al cabo de un tiempo, puede que incluso nos resulte difícil distinguir entre lo que realmente somos, en un momento dado de nuestro desarrollo como personas, y lo que pretendemos aparentar. Es éste un problema humano tan universal que bien podríamos llamarlo «la condición humana». Al menos es la condición en la que la mayoría de nosotros nos encontramos y el punto de partida, también mayoritario, hacia la madurez, la integridad y el amor. .
El «Análisis Transaccional» El célebre psiquiatra califomiano Eric Beme, en su conocidísima obra The Games People Play (<
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hombre es capaz de adoptar (consciente o incons-
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cientemente) el «estado del ego» de Niño. Mientras se viste para acompañar a su esposa al teatro, donde probablemente adoptará el «estado del ego» de Padre o de Adulto, puede que, sin pensarlo, le diga a su mujer: «Mamá, ¿puedes buscar mis gemelos?». El Niño que hay en él se ha activado inopinadamente, debido a su necesidad del momento, aunque tal vez regrese inmediatamente a uno de sus otros «estados del ego», según cuáles sean sus necesidades físicas o emocionales.
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También puede ocurrir que la persona que responde se sienta inclinada a eludir toda responsabilidad y, en nuestro caso, la Niña que hay en la mujer salga a la superficie: «¡lo, papá, si tú no los encuentras, seguro que tampoco los voy a encontrar yo!». La «línea vectorial» es estrictamente horizontal en esta transacción: Niño se relaciona con Niño.
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«Programados» para adoptar. los diferentes «estados del ego»
Los experimentos clínicos realizados para comprobar estas teorías se han basado en la hipótesis de que todos somos susceptibles de adoptar esos diversos «estados del ego» y que hemos sido «programados» por nuestra particular historia psicológica para reaccionar como Padres, como Adultos o como Niños en determinadas situaciones de la vida. Tal «programación» es resultado de la -14-
conjunción entre las influencias previas en nuestra vida (programación social) y nuestra reacción a ellas (programación individual). Los estímulos de tales influencias previas y las consiguientes reacciones quedan indeleblemente grabados en nuestro interior. El organismo humano lleva dentro de sí una especie de «magnetófono» que está siempre sonando, suave pero insistentemente, dentro de nosotros. La cinta puede llevar grabado el mensaje de la madre o del padre (o de otra persona). Puede que la voz de la madre siga diciendo todavía: «Nada es demasiado bueno para mi tesoro. Yo fregaré 105platos y haré las camas. Tú vete a jugar, Cariño». Si la reacción de «Cariño» fue aceptar el papel de niña perpetua, es posible que ahora (supuesto que ya es adulta) siga yéndose a jugar, esperando que otros lo hagan todo por ella y negándose a asumir cualquier responsabilidad. O puede que sea la voz airada del padre la que se escuche: «¡No sirves para nada, maldito inútil!». Si el niño, en este caso, reaccionó de una manera dócil, es probable que, cuando pase a tu lado, lo veas taciturno, desanimado y ~urmurando para sí: «¡No valgo para nada... No valgo para nada!». La «programación» social y la individual tienden a cristalizar en pautas de acción y reacción que a menudo, en la mayoría de nosotros, pueden predecirse con bastante exactitud. Según cuáles sean nuestras necesidades físicas o emocionales del -15-
momento, tendemos a desempeñar los mismos «roles» ya jugar los mismos juegos. Y el juego siempre obedece al «programa». Si quieres comprender correctamente el juego, te será muy útil conocer el programa.
Programar: ¿quién va a llevar la voz cantante en el psicodrama? En el interior de cada uno de nosotros hay un «magnetófono» que reproduce la banda sonora de un psicodrama que está representándose constantemente. La escena la ocupan el Padre (o su equivalente), el Yo-Niño y el Yo-Adulto. La Madre o el Padre transmite un mensaje al Yo-Niño, y el Niño reacciona a su manera. Cuando el Yo-Adulto oye el mensaje y observa la reacción del Niño, se ve forzado a intervenir y corroborar o rechazar el mensaje. Tiene que afirmarse a sí mismo, porque, de lo contrario, el futuro de la persona en cuestión no consistirá sino en vivir hasta el final lo que ha sido programado en el pasado. Si, por ejemplo, el Padre está diciendo: «¡Nunca llegarás a nada!», el Adulto tiene que intervenir y reprender al Padre: «¡Deja de decide al chico que es un inútil!». El equilibrio puede y debe recobrarse. La vida ha de ser algo más que la simple ejecución de lo programado en el pasado, y puede sedo si el Adulto que hay en nosotros interviene. -16-
Cuando hablamos o actuamos, a veces quien habla o actúa (el mensaje es indeleble y es siempre operativo)es el padre o la madre que hay en nosotros, otras veces es el Yo-Niño, y otras el Yo-Adulto. Y también hay ocasiones en que el Padre que hay en nosotros interrumpe al Yo-Niño, o viceversa. Por ejemplo: «Hace un día tanfantástico que me gustaría salir a jugar al jardín (Niño), pero uno no puede hacer siempre lo que le apetece (Padre)>>. En este momento puede intervenir el Adulto para aflfillarse a sí mismo y decidir: «Pero, como necesito tomar aire fresco, y lo necesito ahora, voy a SalID>. En otras palabras: hay en cada uno de nosotros no sólo diversos «estados del ego», sino también un yo inculturado y un yo deliberado. Esta distinción significa, esencialmente, lo mismo que la distinción entre el yo programado y el yo Adulto que interviene. La cultura o sub-cultura en que vivimos, y que constituye uno de los factores determinantes de nuestra programación, nos predispone a reaccionar de determinadas maneras ante determinadas situaciones. Cuando reaccionamos como los demás esperan que lo hagamos, o cuando seguimos unas pautas más o menos determinadas por nuestro pasado, entonces es el yo inculturado el que actúa. A medida que una persona va haciéndose progresivamente adulta (madura), entra en funciones el yo deliberado, que actúa desde la integración y la convicción personal. El ser plenamente humano se libera gradualmente de su «programación» y, de «reactor», pasa a ser «actor». Se convierte en dueño de sí mismo. -17-
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Recurrir a los juegos Los «juegos», en este contexto, no son en realidad divertidos. Se trata de reacciones estereotipadas ante determinadas situaciones vitales; reacciones que han sido programadas para nosotros en algún remoto momento de nuestra personal historia psicológica. A veces estos juegos son extremadamente reñidos, porque todo el mundo juega para ganar... para ganar algo. Al objeto de lograr una comunicación sincera con los demás, experimentar la realidad de los demás, llegar a integrarse y madurar, resulta sumamente útil que seamos conscientes de nuestras reacciones estereotipadas, de los juegos que jugamos. Si nos hacemos conscientes de dichos juegos, tal vez consigamos abandonarlos. Los mencionados juegos son casi siempre pequeñas maniobras de las que nos servimos para eludir la auto-realización y la auto-comunicación. Son como pequeños escudos que llevamos delante de nosotros cuando entramos en la dura batalla de la vida y que han sido pensados para protegemos de los golpes y ayudamos a obtener algún pequeño trofeo para nuestro ego. Eric Beme denomina estas pequeñas victorias con el deportivo término de «strokes» (golpe, jugada, tacada, etc.): pequeñas victorias o éxitos que nos proporcionan protección y reconocimiento. Los juegos son de lo más diverso, porque la historia psicológica y la programación es siempre algo único en cada caso, y porque además hay una diversidad de «estados del -18-
ego» que podemos adoptar, según las necesidades del momento y la situación vital. Lo único que todos estos juegos tienen en común es que frustran el autoconocimiento y eliminan toda posibilidad de auto-comunicación sincera con los demás. El precio de la victoria en estos juegos es muy elevado: hay muy pocas probabilidades de que la persona experimente verdaderos encuentros interpersonales, que sería lo único que podría encaminarlahacia el crecimiento humano y hacia la plenitud de una vida realmente humana. La mayoría de nosotros practicamos estos juegos con los demás en nuestra conducta habitual. Provocamos a los demás para que reaccionen ante nosotros tal como nosotros deseamos que lo hagan. y puede ser que, por ejemplo, no lleguemos jamás a madurar en auténticas personas, porque hemos decidido seguir siendo niños pequeños y necesitados. Emitimos nuestras señales de desamparo con el tono de nuestra voz y la expresión de nuestro rostro, y condicionamos a los demás para que reaccionen ante nosotros con la mayor amabilidad posible. Damos la impresión de estar tan desvalidos como un niño, y la mayoría de la gente es tan servicial que obedece dócilmente nuestras instrucciones «escénicas». Otros asumen un papel mesiánico e insisten en querer salvar a los demás a toda costa. Desean ser «los ayudadores» y convertir en «ayudados» a todos los demás con quienes se relacionan. Ocurre -19-
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a veces que el «niño perpetuo» establece un curioso maridaje con el «mesías», y ambos hacen de ello un juego para toda su vida. Y como la cosa funciona bastante bien, ninguno de los dos tendrá necesidad jamás de madurar. Si, a pesar de nuestros miedos y nuestra inseguridad ~ue nos incitan a asumir diversos «estados del ego» y a jugar diversos juegos-, fuéramos capaces de contactar honradamente con nuestras emociones y de referidas con sinceridad, entonces aparecerían y se nos harían evidentes los estereotipos de las «señales de desamparo» o de la «mística mesiánica». El «niño perpetuo» descubriría que nunca se relaciona bien con los demás, excepto cuando les expone sus problemas y su desvalimiento; el supuesto «salvador» comprobaría que nunca se relaciona bien con los demás, a no ser que el otro se encuentre en apuros... y le necesite. No es fácil ser así de honrado consigo mismo, porque para ello hay que permitir que las emociones reprimidas puedan ser reconocidas como tales, y ello, a su vez, exige relatar dichas emociones a los demás, como veremos más adelante. Es dudoso que haya alguien que no participe en estos u otros juegos. Por eso, si realmente deseo «vedo tal como es. .. y contarlo tal como es», debo hacerme a mí mismo una serie de difíciles preguntas acerca de las pautas de acción y reacción que aparecen en mi conducta, y debo preguntarme qué es lo que dichas pautas me revelan acerca de mí mismo.
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¿Origino inconscientementeproblemas con el fm de llamar la atención? ¿Me empeño en relegar a todos aquelloscon los que me relacionoa la categoría de «los que necesitan mi ayuda»? ¿Aparento ser una persona fma y delicada para asegurarmede que voy a ser tratado con delicadeza? ¿Hago uso de otras personas para procurarle «transfusiones de vida» a mi renqueanteego? ¿Trato de impresionar a los demás con mi autosuficiencia, precisamente porque dudo de mi suficiencia como persona? La última parte de este librito es una lista -incompleta, lógicamente- de algunos de los «roles» que suele adoptar la gente para desempeñarlos de un modo permanente u ocasional. Podríamos llamarlo «repertorio de juegos y roles». Pero dicho repertorio no pretende ser en absoluto la «sección de pasatiempos» del libro. Todos nosotros experimentamos la «condición humana» del miedo y el ocultamiento; todos sabemos más <> menos, por experiencia, lo que signfica eso de «. ..si yo te digo quién soy, puede que no te guste cómo soy, y eso es todo lo que tengo». Lo que tú y yo realmente necesitamos es un momento de la verdad y un hábito de sinceridad con nosotros mismos. En la tranquila y personal privacidad de nuestra mente y de nuestro corazón, tenemos que preguntamos ¿En qué juegos participo? ¿Qué es lo que trato de ocultar? ¿Qué es lo que espero obtener? Mi firme voluntad de ser sincero conmigo mismo y con estas preguntas será el factor decisivo y esencial para crecer como persona. -21-
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2 Crecer como persona A 10largo de estas páginas se hacen constantes referencias .al «crecer como per.sona», del mismo modo que se habla bastante de la necesidad de autocomunicación y de encuentro interpersonal como medios para dicho crecimiento. Resulta fascinante, a la vez que difícil, tratar de describir 10 que este «crecimiento» implica. Es imposible citar un solo ejemplo de persona plenamente «crecida», porque cada uno de nosotros tiene que llegar a ser su propia persona, no llegar a ser «como» cualquier otra. ¿Qué clase de persona intentamos llegar a ser? A esta persona (la que intentamos llegar a ser) la denomina Carl Rogers «la persona que funciona plenamente»..(Psychotherapy: Theory, Research and Practice, 1963); Yla verdad es que, dado que el hacerse persona es un proceso dinámico y que lleva toda una vida, el crecimiento tendrá que ser
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definido fundamentalmente en términos de funciones. Por su parte, Abraham Maslow, el célebre psicólogo de la Brandeis University, llama a esta persona «la persona que se auto-realiza» y «la persona plenamente humana». Interioridad y exterioridad La persona plenamente humana mantiene un equilibrio entre «interioridad» y «exterioridad». Tanto el introvertido extremo como el extrovertido extremo están des-equilibrados. El introvertido está interesado casi exclusivamente en sí mismo; él es el centro de gravedad de su propio universo; y, debido a la preocupación que siente por sí mismo, es ajeno al vasto mundo que le rodea. Por su parte, el extrovertido extremo se prodiga hacia fuera, pasando de una distracción externa a otra; su vida no es en absoluto reflexiva y, consiguientemente, apenas tiene profundidad. Como dijo Sócrates: «La vida sin reflexión no merece la pena ser vivida». La primera condición para el crecimiento es, pues, el equilibrio. La «interioridad» implica que una persona se ha explorado y experimentado a sí misma. Esa persona es consciente de la vitalidad de sus sentidos y emociones, de su mente y de su voluntad, y no le producen extrañeza ni miedo las actividades de su cuerpo y de sus emociones. Sus sentidos le -24-
hacen experimentar tanto la belleza como el dolor, y no rechaza ninguna de las dos cosas. Es capaz de experimentar toda la gama de emociones, desde la aflicción hasta la ternura. Su mente es viva y perspicaz; su voluntad busca poseer cada vez más todo cuanto es bueno y, al mismo tiempo, saborea lo que ya posee. Esta persona se ha escuchado a sí misma y sabe que nada de lo que ha oído es malo o aterrador. La «interioridad» implica auto-aceptación. La deseada interioridad significa que esa persona «que funciona plenamente», «que se auto-realiza» y que es «plenamente humana» no sólo es consciente de sus necesidades y actividades físicas, psicológicas y espirituales, sino que además las acepta como buenas. Se siente a gusto con su propio cuerpo, con sus emociones (tanto afectuosas como hostiles), con sus impulsos, pensamientos y deseos. y no sólo se siente a gusto con lo que ya ha experimentado en sí misma, sino que esta persona está abierta a nuevas sensaciones, a nuevas y más profundas reacciones emocionales y a distintos pensamientos y deseos. Acepta su condicióncambiante, porque el crecimiento es cambio. Su destino último como ser humano, es decir, lo que será al final de su vida, es algo deliciosamente desconocido. No hay ninguna pauta de crecimiento humano que pueda ser pre-estructurada para todos. No ambiciona llegar a ser como cualquier otra persona, porque ella es ella misma; y su yo potencial, que se realiza a diario a base de nuevas experien-25-
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cias, posiblemente no sea susceptible de ser definido en ninguna fase de su crecimiento. Esta persona se acepta tal como es. Sabe que lo que ella es, en la medida en que lo conoce, es bueno; y sabe que su yo es aún mayor en potencia. Pero es realista acerca de sus propias limitaciones, y por eso no pierde el tiempo en soñar en lo que querría ser ni emplea el resto de su vida en tratar de convencerse de que lo es. Ha escuchado y escudriñado en su interior y ha amado lo que realmente es. Y cada nuevo día, esta experiencia de sí será tan nueva como el propio día, porque dicha persona no deja de cambiar, y por eso es siempre una nueva persona, revelada en una personalidad constantemente cambiante y renovada. Confía en sus propias dotes y recursos y en su capacidad para adaptarse y hacer frente a todos los desafíos que la vida le presente. Esta clase de auto-aceptación capacita a la persona para vivir plena y confiadamente con todo cuanto ocurre en su interior, y no teme a nada que sea o pueda ser parte de sí misma. La «exterioridad», en cambio, implica que la persona está abierta no sólo a sí misma y a su interior, sino a su entorno exterior. La persona plenamente humana está en profundo y significativo contacto con el mundo exterior a ella. No sólo se escucha a sí misma, sino que escucha también las voces de su mundo. La amplitud de su propia experiencia individual se ve infinitamente multiplicada gracias a una sensitiva empatía con otros.
Sufre con los que sufren y se alegra con los que están alegres. Renace con cada primavera y siente el impacto de los grandes misterios de la vida: nacimiento, crecimiento, amor, sufrimiento, muerte... Su corazón late al ritmo del de los jóvenes enamorados y comparte en cierto modo su júbilo. También conoce la filosofía de la desesperación del «ghetto» y la soledad de los que sufren sin remedio, y la campana nunca dobla sin que, de alguna extraña manera, doble también por él. «Crea en mí, oh Dios, un corazón atento», reza el salmista. Lo contrario a esta apertura es una especie de actitud defensiva del que oye únicamente lo que quiere oir y ve exclusivamente lo que quiere ver, conforme a su manera de ser y a sus pre-juicios. La persona defensiva no puede crecer como es debido, porque su mundo no es mayor que ella misma, y su horizonte es un círculo cerrado. La «exterioridad» tiene su máxima expresión en la capacidad de «dar amor libremente». El Dr. Karl Stem, un psiquiatra profundamente intuitivo, ha afirmado que la evolución del crecimiento humano es una evolución que va, desde una necesidad absoluta de ser amado (infancia), hasta una plena disponibilidad a dar amor (madurez), pasando por todo tipo de fases intermedias. Decía el Dr. Stem: «En nuestro estado primario de unión (al comienzo de nuestro crecimiento como personas) somos egoístas (y no empleo este término, naturalmente, en su habitual sentido moral). El yo
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;n.f"nt;l todavía t",rI'n,f", es "'" id iA (ténnino {tPrnlino freudiano frPllili::lno para n::lr::l rereinfantil ferirse a nuestros impulsos y ambiciones) y aún no se ha diferenciado del ego (que, en el sistema freudiano, es 10 que adapta y armoniza los impulsos personales con la realidad); el id del yo infantil 10 invade todo y no tiene verdadera conciencia de sus propios límites. Los actos de unión de la personalidad madura, en cambio, son desinteresados»*.
El ser plenamente humano es capaz de salir de sí y comprometerse con una causa, y de hacerla libremente. Evidentemente, el ser plenamente humano debe ser libre. Hay entre nosotros muchos filántropos que entregan su tiempo o sus bienes de un modo entusiasta o compulsivo. Parece como si sintieran una especie de necesidad irresistible que no les dejara en paz, una especie de culpa y/o ansiedad que --como si de una anilla en la nariz se tratara- les arrastrara obsesivamente de una buena acción a otra. El ser plenamente humano sale de sí, hacia los demás y hacia el propio Dios, no por una especie de neurosis compulsivo-obsesiva, sino activa y libremente y porque así 10 ha decidido.
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complacida de quien se contenta con 10que ya hay y, en el otro extremo, la actividad desasosegada de quien va, de aturdimiento en aturdimi~nto, en busca de algo más. El resultado, dice Heidegger, es siempre el enajenamiento. En el amor debemos poseer y saborear 10que hay y, al mismo tiempo, aspirar a poseer (amar) más plenamente el bien. Este es el equilibrio conseguido por el ser plenamente humano entre «10 que hay» y «10que está por llegar». En el amor, el ser plenamente humano no se identifica con 10 que ama, como si se tratara de algo añadido a él. En su libro Etre et avoir, Gabriel Marcel se lamenta de que nuestra civilización nos enseña a apoderamos de las cosas, cuando más bien debería iniciamos en el arte de desprendemos de ellas, porque no hay libertad ni vida real sin un aprendizaje de la desposesión. El equilibrio entre «interioridad» y «exterioridad» es lo que se entiende por «integración de la personalidad». Contrariamente a muchas de las cosas que se han dado a entender acerca de ella, la naturaleza humana es fundamentalmente razonable. Carl Rogers insiste en estar seguro de esta conclusión, basada en veinticinco años de trabajo psicoterapéutico. El hombre no es una jungla de deseos e impulsos irracionales. Si así fuera, el hombre no desearía ser plenamente humano. Todos somos capaces de exagerar, y todos podemos volcamos excesivamente hacia dentro o hacia fuera. Todos podemos hacemos esclavos de nuestros'pla-
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ceres sensoriales, sin paramos a reflexionar sobre nuestra paz anímica o sobre nuestra necesidad social de amar y damos a los demás. O podemos también exagerar en sentido contrario y dejamos esclavizar por el «intelecto» y vivir únicamente del cuello hacia arriba.
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le respondió con brusquedad y descortesía. El amigo de Harris, mientras recogía el periódico que el otro había arrojado hacia él de mala manera, sonrió y le deseó al vendedor un buen fin de semana. Cuando los dos amigos reemprendían su paseo, el columnista preguntó:
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Cuando el hombre vive plenamente con todas sus facultades y armoniza todas sus fuerzas; la naturaleza humana demuestra ser constructiva y digna de confianza. En otras palabras, y como observa Rogers, cuando el hombre funciona libremente, podemos fiamos de sus reacciones, que serán positivas, progresivas, constructivas. Este es un gran acto de fe en la naturaleza humana que es muy poco frecuente entre nosotros: si un hombre está verdaderamente abierto a todo lo que él es y si funciona libre y plenamente con todas sus capacidades (sentidos, emociones, mente y voluntad), su comportamiento armonizará todos los datos de dichas capacidades y será equilibrado y realista. Ese hombre estará en el camino del crecimiento (que tal es el destino humano del hombre: no la perfección, sino el crecimiento).
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Acción
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La persona plenamente humana es un Actor, no,un Re-actor. Cuenta el columnista Sidney Harris que en cierta ocasión, acompañando a comprar el periódico a un amigo suyo, éste saludó con suma cortesía al dueño del quiosco, el cual, por su parte,
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¿Te trata siempre con tanta descortesía?
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Sí, por desgracia.
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¿Y tú siempre te muestras igual de amable?
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Sí, así es.
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¿Y por qué eres tú tan amable con él, cuando él es tan antipático contigo?
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Porque no quiero que sea él quien decida cómo debo actuar yo.
Lo que intento sugerir es que la persona «plenamente humana» es la persona que consigue ser «ella misma»; que no se doblega ante cualquier viento que pueda soplar ni está a merced de la mezquindad, la vileza, la impaciencia y la ira de los demás; que no se deja transformar por el ambiente, sino que es ella la que influye en éste. Por desgracia, la mayoría de nosotros nos sentimos como una embarcación a merced de los vientos y las olas. Cuando los vientos rugen y las olas se encrespan, nos falta lastre y decimos cosas como: «Me pone enfermo.. .»; «Me saca de mis casillas. ..»; «Sus observaciones me hacen sentirme terriblemente violento.. .»; «Este tiempo me de-
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Relaciones interpersonales
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Harry Stack Sullivan, uno de los psiquiatras más eminentes de nuestro tiempo en el campo de las relaciones interpersonales, ha propuesto la teoría de que todo crecimiento y maduración personal, al igual que todo deterioro y regresión personal, pasa a través de nuestras relaciones con los demás. La mayoría de nosotros, debido a una mala información, nos obstinamos en creer que podemos resolver nuestros propios problemas y gobernar la nave de nuestra vida, pero lo cierto es que, en lo que de nosotros depende, no podemos dejar de vemos abrumados por nuestros problemas y naufragar. Lo que yo soy, en cualquier momento dado del proceso de mi hacerrne persona, vendrá determinado por mis relaciones con los que me aman o se niegan a amarrne y con aquellos a los que yo amo o me niego a amar.
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Lo que es seguro es que una relación sólo será buena si es buena la comunicación en que se basa. Si tú y yo somos capaces de decimos con toda sinceridad el uno al otro quiénes somos, es decir, qué es lo que pensamos, juzgamos, sentimos, valoramos, respetamos, estimamos, amamos, odiamos, tememos, deseamos y esperamos, en lo que creemos y con lo que nos comprometemos, entonces -y sólo entonces- podremos ambos crecer. Entonces -y sólo entonces- podrá cada uno de nosotros ser lo que realmente es, decir lo que realmente piensa y expresar lo que realmente ama. Este es el verdadero sentido de la autenticidad como persona: que mi exterior refleje verdaderamente mi interior. Lo cual significa que yo puedo ser sincero en la comunicación de mi persona a los demás, pero que no puedo hacerlo a menos que tú me ayudes. Sin tu ayuda, yo no puedo crecer ni ser feliz ni estar realmente vivo. Tengo que ser libre y capaz de expresarte mis pensamientos, hacerte saber mis opiniones y mis valores, exponerte mis miedos y mis frustraciones, reconocerte mis fallos y mis motivos para avergonzarme, y compartir mis éxitos, antes de poder estar realmente seguro de lo que soy y de lo que puedo llegar a ser. Debo ser capaz de decirte quién soy antes de poder saberlo. Y debo saber quién soy antes de poder obrar auténticamente, es decir, de acuerdo con mi verdadero yo.
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La relación sujeto-objeto versus el «encuentro» En el lenguaje de la psicología existencial, «encuentro» describe una especial forma de relación entre dos personas. Se trata de una comunión o comunicación entre personas perfectamente acabada. Es una existencia que se comunica con otra existencia; una existencia que se comparte con otra. Esta relación es denominada por Gabriel Marcel como «comunión ontológica»: una auténtica fusión de dos personas. Para ilustrar lo que esto significa, Marcel explica que, con mucha frecuencia, nuestras emociones y nuestra simpatía no brotan en absoluto cuando topamos con el sufrimiento de los demás en nuestra vida diana. Por la razón que sea -prosigue Marcel-, no soy capaz de reaccionar a dicho sufrimiento, porque esas personas, sencillamente, no existen para mí. Ahora bien, si un amigo que se encuentra muy lejos nos escribe para notificamos una enfermedad o cualquier otra desgracia que le haya sobrevenido, al momento nos sentimos cercanos a él, unidos a él, sufriendo con él; estamos juntos, sin más. En palabras de Martin Buber, el filósofojudío de la interpersonalidad, es en el encuentro donde el otro individuo ya no es un ser impersonal, un «él» o «ella», sino que se convierte para mi «Yo» en un «Tú» sensibilizado y correlativo (cf. Martin Buber, I-Thou, Scribner, New York 1958). De algún modo misterioso y casi indefinible, la otra persona se convierte en un ser especial a mis ojos,
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en una parte de mi mundo y en una parte de mi propio yo. En cuanto ello es posible, yo entro en el mundo de su realidad y él entra en el mundo de mi realidad. Se ha producido una especie de fusión, aun cuando cada uno de nosotros sigue siendo su propio e inconfundible yo. Como dice E.E. Cummings: «Uno no es la mitad de dos, sino que dos son las dos mitades de uno». En el encuentro, mi amigo ya no es alguien ajeno a mí y que es útil a mis propósitos, o que pertenece a mi «club», o que trabaja conmigo. La nuestra no es tal relación sujeto-objeto, sino que hemos experimentado esa misteriosa, pero cierta, comunión o unión íntima. Esto es 10 que los psicólogos existenciales denominan «encuentro». Y la materia de la que está hecha el encuentro es la comunicación sincera. Donde existe verdadero encuentro -y estamos diciendo. que éste es absolutamente esencial para crecer como persona-, el interés de las personas en tal encuentro no 10 constituyen tanto los problemas y las soluciones a los mismos cuanto la comunión y el compartir. Yo me abro a mí mismo para ti y te abro mi mundo para que puedas entrar; y tú te abres a ti mismo para mí y me abres tu mundo para que también yo pueda entrar. Yo te he permitido experimentarme como persona, en toda la plenitud de mi ser personal, y tú me has permitido a mí experimentarte de la misma manera. y por eso debo decirte quién soy y tú debes hacer 10 mismo conmigo. La comunicación es el único camino hacia la comunión.
Por eso es por 10que psicólogos como Erich Frornm afirman que no podemos amar a alguien sin amar más a todo el mundo. Si yo puedo comunicarme contigo, y tú conmigo, únicamente a nivel «sujeto-objeto», es muy probable que ambos nos comuniquemos con los demás, e incluso con el propio Dios, a ese mismo nivel. Nosotros seguiremos siendo sujetos aisladQs; y los demás y Dios seguirán siendo meros «objetos» en nuestro mundo, pero no experiencias. La persona que no ha experimentado la revelación de un encuentro, probablemente tenga 10 que llamamos «amistades», y tal vez conserve una supuesta fe religiosa (una especie de relación con Dios), fundamentalmente porque ésas son cosas que de algún modo se esperan de ella, pero dichas relaciones con los demás no pasarán de ser meras conveniencias sociales y no tendrán auténtico significado personal. El mundo de dicha persona es un mundo de objetos, de cosas que pueden ser manipuladas para que sirvan de distracción y proporcionar placer. Las posesiones de tal persona podrán ser hermosas y caras o vulgares y baratas, pero la persona estará sola, y llegará al final de sus días sin haber vivido jamás. El'proceso dinámico de personalización se tomará algo tan estático como un pedrusco en un charco de agua. Y cuando el proceso de personalización es sofocado, la vida entera se convierte en un terrible aburrimiento. Si las aristas de la vida sonmuy afiladas, la vida puede resultar sumamente dolorosa para una persona, la cual sentirá necesi-
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La vida humana tiene sus leyes, y una de ellas es ésta: debemos usar las cosas y amar a las personas. Pero aquel que vive la vida exclusivamente al nivel sujeto-objeto no tarda en descubrir que ama las cosas y usa a las personas. Y esto significa una auténtica sentencia de muerte para la felicidad y la realización humana.
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El encuentro interpersonal y los cinco niveles de comunicación
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Alguien ha tenido el acierto de distinguir cinco niveles de comunicación en los que las personas podemos relacionamos unas con otras. Para comprender dichos niveles, tal vez sea útil imaginar una persona encerrada en una prisión. (Es el ser humano, urgido insistentemente desde dentro a salir hacia los demás y, sin embargo, temiendo hacerla). Los cinco niveles de comunicación, que en seguida describiremos, representan otros tantos grados de disponibilidad a salir fuera de sí mismo y comunicarse con los demás. El hombre de la prisión -todo hombre- ha estado en ella durante años, aunque, paradójica-
mente, las rejas no están cerradas. Puede salir, pues, de su prisión, pero durante su larga estancia en ella ha aprendido a temer los posibles peligros con que podría encontrarse. Así pues, ha llegado a sentir una especie de seguridad y protección tras los muros de la prisión, en la que está preso por propia voluntad. La misma oscuridad de la prisión le impide tener una visión clara de sí mismo, y no está seguro del aspecto que puede tener a la luz del día. Pero, sobre todo, no está seguro de cómo habrían de recibirlo el mundo que él ve desde detrás de sus barrotes y las personas a las que ve moverse en dicho mundo. De modo que se siente desgarrado entre, por una parte, la necesidad casi desesperada de ese mundo y esa gente y, por otra, el temor igualmente desesperado al riesgo de ser rechazado si decidiera poner fin a su aislamiento. Este prisionero evoca lo que Viktor Frankl escribe en su libro, Man' s Search for Meaning, acerca de sus compañeros de infortunio en el campo de concentración nazi de Dachau. Algunos de aquellos prisioneros, que anhelaban tan desesperadamente su libertad, habían estado encerrados durante tanto tiempo que, cuando al fin fueron liberados, salieron a la luz del sol, parpadearon nerviosamente y regresaron en silencio a la ya familiar oscuridad de los barracones, a la que se habían acostumbrado al cabo de tanto tiempo. Este es el dilema, un tanto dramático, que todos nosotros experimentamos, en un momento u otro de la vida, a 10 largo de nuestro proceso de
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ser personas. La mayoría de nosotros nos limitamos a dar una débil respuesta a la invitación de llegar a un encuentro con los demás y con nuestro mundo, porque nos resulta incómodo y violento exponer nuestra desnudez de personas. Algunos sólo están dispuestos a aparentar semejante «éxodo», mientras que otros consiguen reunir el valor suficiente para recorrer todo el camino hacia la libertad, el cual tiene una serie de etapas que vamos a describir a continuación bajo los respectivos epígrafes de los cinco niveles de comunicación. El quinto nivel, que será el primero que veamos, representa la disponibilidad mínima a comunicamos con los demás. Los sucesivos niveles descendentes se refieren a un grado cada vez mayor de dicha disponibilidad.
estás?», se pusiera el otro a responder en detalle, nos quedaríamos pasmados. Afortunadamente, lo normal es que el otro sea perfectamente consciente de lo superficial y convencional de nuestro interés y de nuestra pregunta, y se limite a responder de un modo igualmente convencional: «Muy bien, gracIas». Esta es la conversación -la no-comunicación- típica del «cocktail», del supermercado o de la peluquería. Las personas no comparten nada en absohltO. Cada cual sigue refugiado en el aislamiento de su afectación, de su fingimiento y de su sofisticación. Todos dan la sensación de haberse reunido para estar solos en grupo. Es lo que refleja perfectamente la canción de Paul Simon Sounds of SUence, tan eficazmente usada en la película «El graduado» .
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Este nivel representa la más débil respuesta al dilema humano y el más bajo nivel de autocomunicación. De hecho, puede decirse que no hay comunicación alguna, a menos que sea por puro accidente. En este nivel, hablamos con frases hechas, tales como: «¿Cómo estás?... ¿Y la familia?. .. ¿Dónde te has metido?. ..». Y decimos cosas de este estilo: «¡Me encanta el vestido que llevas!»; «Espero que volvamos a vemos muy pronto...»; «Ha sido fantástico verte.. .». En realidad no queremos decir casi nada de lo que, de hecho, decimos o preguntamos. Si a nuestra pregunta, «¿Cómo
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Cuarto nivel: Hablar de otros En este cuarto nivel no nos aventuramos demasiado lejos de la prisión de nuestro aislamiento para adentrarnos en la verdadera comunicación, porque no revelamos casi nada de nosotros mismos. Nos contentamos con referir a otros 10 que ha dicho Fulano o 10que ha hecho Mengano. Pero no hacemos ningún comentario personal, auto-revelador, sobre tales hechos, sino que nos limitamos a referidos. Del mismo modo que la mayoría de nosotros nos escudamos a veces en tópicos, así también recurrimos en ocasiones al cotilleo, a la trivialidad y a la anécdota ajena. Ni damos nada de nosotros ni pedimos nada de los otros a cambio. Tercer nivel: Mis ideas y opiniones En este tercer nivel ya comunico algo de mi persona. Estoy dispuesto a dar este paso, para salir de mi solitaria reclusión, y a asumir el riesgo de referirte algunas de mis ideas y revelarte algunas de mis opiniones y decisiones. Sin embargo, 10 habitual es que mi comunicación siga estando sometida a una estricta censura. Mientras comunico mis ideas, etc., te observo atentamente. Es como comprobar la temperatura del agua antes de zambullirte en el mar. Quiero estar seguro de que vas a aceptarme con mis ideas, mis opiniones y mis decisiones. Si arqueas las cejas o frunces el ceño, si bostezas o no dejas de mirar el reloj, probable-42-
mente me batiré en retirada y me apresuraré a refugiarme en el silencio, o cambiaré de tema de conversación, o peor aún: me pondré a decir cosas que sospecho que quieres que diga. Trataré de ser como a ti te gusta. Tal vez algún día, cuando haya hecho acopio de valor y desee intensamente crecer como persona, tal vez entonces descubra ante ti todo cuanto contienen mi mente y mi corazón. Entonces será mi momento de la verdad. Puede que incluso ya 10haya hecho, pero tú no puedes conocer aún más que una pequeña parte de mi persona, a no ser que yo esté dispuesto a pasar al siguiente nivel de autocomunicación.
Segundo nivel: Mis sentimientos (emociones). «Gut Level» Puede que muchos de nosotros creamos, que una vez que hemos revelado nuestras ideas, opiniones y decisiones, no nos queda realmente mucho más que compartir. Pero 10 cierto es que las cosas que más claramente me diferencian y me individualizan respecto de los demás, que hacen que la comunicación de mi persona sea objeto de un conocimiento realmente único, son mis sentimientos o emociones. Si deseo realmente que sepas quién soy yo, debo hablarte con las tripas (<
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cisiones son absolutamente convencionales. Si yo soy un convencido conservador o un convencido liberal, también lo es muchísima gente; si estoy a favor o en contra de la exploración del espacio, siempre habrá otros que piensen lo mismo. Pero los sentimientos que subyacen a mis ideas, opiniones y convicciones son exclusivamente míos. Nadie apoya a un partido político, o tiene una convicción religiosa, o está comprometido con una causa, con mis mismísimos sentimientos de fervor o de apatía. Nadie experimenta mi mismo sentimiento de frustración, padece mis mismos miedos y siente mis mismas pasiones. Nadie se opone a la guerra con la misma indignación con que yo lo hago, y nadie defiende el patriotismo con el mismo sentido de la lealtad con que yo lo defiendo. En este nivel de comunicación, son estos sentimientos los que debo compartir contigo si es que he de decirte quién soy yo realmente. Para ilustrarlo, voy a poner en la columna de la izquierda una opinión, y en la de la derecha algunas de las posibles reacciones emocionales ante dicha opinión. Si sólo te hago saber el contenido de mi mente (el juicio u opinión), estaré ocultándote una gran parte de mí mismo, especialmente en aquellas áreas en las que soy más genuinamente personal, más individual, más profundamente yo mismo.
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Algunas posibles reacciones emocionales ...y ello hace que te tenga envidia. ...y ello me hace sentinne frustrado. ...y ello hace que me sienta orgulloso de ser amigo tuyo. ...y ello me hace sentinne incómodo en tu compañía. ... y ello me hace sospechar de ti. ..,y ello me hace sentirme inferior a ti. ...y ello me mueve a irnitarte. ... y ello me hace salir huyendo de ti. ...y ello me hace sentir deseos de hurnillarte.
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La maY9ríade nosotros tenemos la sensación de que los demás no van a soportar que comuniquemos con tanta sinceridad nuestras emociones. Preferimos defender nuestra insinceridad argumentando que la sinceridad podría dañar a otros; y como hemos racionalizado nuestra insinceridad haciéndola pasar por «nobleza», nos conformamos con unas relaciones superficiales. Esto ocurre no sólo con personas a las que hemos conocido más o menos casualmente, sino también con miembros de nuestra propia familia, pudiendo incluso llegar a destruir la auténtica comunión dentro del matrimonio. Consiguientemente, ni crecemos nosotros
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ni ayudamos a nadie a crecer. Entretanto, nos vemos obligados a vivir reprimiendo las emociones, lo cual resulta verdaderamente peligroso y autodestructivo. Para tener el carácter de un verdadero encuentro personal, toda relación debe basarse en esa comunicación visceral (<
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«Reglas» para una comunicación «gut-Ievel»
Toda amistad profunda y auténtica, y en especialla unión de quienes están casados, debe basarse en una transparencia y una sinceridad absolutas. A veces la comunicación «gut-level» resultará más difícil, pero es precisamente en esas ocasiones cuando es más necesaria. Entre amigos íntimos, o en el matrimonio, ha de darse de vez en cuando una comunión emocional y personal total y absoluta,
Si la amistad y el amor humano han de madurar entre dos personas, debe darse entre ambas una absoluta y sincera revelación mutua, y esta clase de auto-revelación sólo se consigue mediante lo que hemos llamado comunicación «gut-level» (comunicación «visceral»). No hay otra forma de conseguido, y todas las razones que podamos aducir para racionalizar y justificar nuestros disimulos y nuestra falta de sinceridad deben ser consideradas como un puro engaño. Sería mucho mejor para mí decirte lo que realmente siento acerca de ti que enredarme en la viscosa dificultad e incomodidad de una relación insincera.
Dada nuestra condición humana, ésta no puede ser una experiencia permanente. Sin embargo, puede y debe haber momentos en los que el encuentro alcance la comunicación perfecta. En esas ocasiones ambas personas experimentarán una em-
La mentira tiene siempre la rara virtud de volverse contra uno, y puede dar lugar a verdaderos disgustos. Aun cuando yo tenga que decirte que no te admiro ni te amo emocionalmente, será mucho mejor que tratar de engañarte y tener que pagar
Primer nivel: Comunicación cumbre
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patía mutua casi perfecta: yo sé que mis reacciones son totalmente compartidas por la otra persona, y en ella se reduplica perfectamente mi felicidad o mi aflicción. Somos como dos instrumentos musicales que dan exactamente la misma nota, que emiten el mismísimo sonido y con idéntica intensidad. Esto es lo que queremos indicar al hablar de este nivel de comunicación cumbre (cf. A. H. Maslow, Religions, Values and P eak-Experiences, 1964).
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el precio que, a la larga, exigen todos los engaños de este tipo: un mayor daño tanto para ti como .
para mí. Y también tú tendrás que decirme, en ocasiones,cosas que te costarámuchísimodecir. Pero la verdad es que no tienes otra alternativa; y, si yo deseo tu amistad, debo estar dispuesto a aceptarte tal como eres. Si cualquiera de nosotros entabla la relación sin esta determinación de comportarse con absoluta sinceridad y transparencia, entonces no hay amistad ni crecimiento posible; lo único que habrá será, más bien, una especie de asunto sujeto-objeto que podríamos tipificar en las riñas, las malas caras, los celos, los enfados y las acusaciones propias de adolescentes. La tentación clásica en este asunto -y que podría parecer el más destructivo de los errores que se cometen en el campo de las relaciones humanas- es la siguiente: nos sentimos tentados a pensar que la comunicación de una reacción emocional desfavorable tiende a dividir, a separar. Si yo te digo que me estás molestando cuando haces algo que estás acostumbrado a hacer, tal vez me sienta tentado a creer que sería mejor no mencionarlo siquiera, y de ese modo nuestra relación será más pacífica. Además -pienso-, no lo entenderías... De modo que guardo silencio y me quedo con ello dentro, y cada vez que tú haces eso que a mí me molesta, mi estómago lleva la cuenta: 2... 3... 4... 5... 6... 7... 8..., hasta que, un día, vuelves a hacer lo mismo que has hecho siempre... y se arma un follón de todos los demonios. Durante -48-
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todo este tiempo en que has estado fastidiándome, yo iba guardándomelo dentro y aprendía secretamente a odiarte. La miel de mis buenas intenciones iba convirtiéndose en hiel. Cuando, al fin, todo estalla en una violenta explosión emocional, tú no comprendes nada, y piensas que semejante reacción está absolutamente fuera de lugar. Ahora, los lazos de nuestra amistad o de nuestro amor parecen increíblemente frágiles y a punto de romperse. Y el caso es que todo empezó el día en que me dije: «No me gusta lo que hace, pero será mejor no decir nada; de ese modo nuestra relación será más pacífica». Aquello fue un error, y yo debería habértelo dicho desde el primer momentp. Ahora se ha producido un divorcio emocional, ¡y todo porque yo quería mantener la paz entre nosotros...! Regla primera: La comunicación «gut-Ievel» (transparencia y sinceridad emocional) no debe jamás implicar un juicio sobre la otra persona Sencillamente, no estoy lo bastante maduro para entablar una verdadera amistad si no caigo en la cuenta de que no puedo juzgar acerca de la intención o motivación de otra persona. Debo ser lo suficientemente humilde y sensato como para respetar la complejidad y el misterio de todo ser humano. Si te juzgo, lo único que hago es revelar mi propia inmadurez y mi ineptitud para la amistad. -49-
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La franqueza emocional no implica nunca un juicio acerca del otro. De hecho, se abstiene incluso de todo juicio acerca de uno mismo. Si, por ejemplo, yo te dijera a ti: «No me siento a gusto contigo», habré sido emocionalmente sincero y, al mismo tiempo, no habré dado a entender en ab-, soluto que es tuya la culpa de que yo me sienta a gusto contigo. Tal vez se deba a mi complejo de inferioridad o al concepto exagerado que tengo de tu inteligencia. Pero, de hecho, no afirmo que sea la culpa de nadie; lo único que hago es expresar mi reacción emocional ante ti en ese momento.
que sé es que estoy intentando decirte que en este momento estoy experimentando fastidio. Probablemente sería sumamente útil, en la mayoría de los casos, prologar nuestra comunicación «gut-level» con una especie de aclaración, con el fin de hacer saber al otro que no hay juicio implícito de ningún tipo. Podría comenzar uno diciendo: «No sé por qué me molesta tal cosa, pero el caso es que me molesta. .. Supongo que soy una persona hipersensible, y en realidad no pretendo dar a entender que sea culpa tuya, pero lo cierto es que me siento dolido por lo que estás diciendo».
y lo mismo sería si yo te dijera que estoy enfadado o dolido por algo que tú has dicho o hecho. No te he juzgado. Tal vez la culpa sea de mi egoísmo, que me ha hecho tan sensible, o de mi tendencia a la paranoia (una manía persecutoria, por ejemplo). No estoy seguro y, en la mayoría de los casos, nunca lo estaré. El estar seguro implicaría un juicio. Lo único que yo puedo asegurar es que ésta ha sido y es mi reacción emocional.
Naturalmente, lo importante es que de hecho no haya juicio. Si yo tengo la costumbre de juzgar las intenciones o la motivación del otro, debería esforzarme por superar tan adolescente costumbre, porque, de lo contrario, sencillamente no podré camuflar mis juicios, por más aclaraciones previas que haga. Por otro lado, si realmente soy lo bastante maduro como para abstenerme de formular tales juicios, también esto acabará notándose. Si yo deseo realmente saber la intención, o motivación, o reacción de otra persona, no hay más que una forma de averiguarlo: debo preguntárselo.
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Si yo te dijera que algo que tú haces me fastidia, yo no sería tan arrogante, una vez más, como para pensar que tu acción fastidiaría a cualquiera. Ni siquiera doy a entender que tu acción sea en modo alguna mala u ofensiva. Sencillamente, digo que yo estoy experimentando fastidio aquí y ahora. Quizá se deba a que me duele la cabeza, o a una mala digestión, o a que no he dormido bien la noche anterior. Realmente, no lo sé. Lo único
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Quizá sea éste el momento de decir una palabra sobre la diferencia entre juzgar a una persona y juzgar una acción. Si yo veo cómo alguien roba el dinero a otro, puedo juzgar que esa acción es moralmente mala, pero no puedo juzgar a esa per-51-
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sana.,El juzgar laresponsabilidad human~ es cosa de DIOS,no tuYani mía. Sin embargo, SI no pudiéramos juzgar de la rectitud o iniquidad de una acción, ello significaríael final de toda moralidad objetiva. Y no debemoscaer en el error de pensar que no hay nada objetivamente malo ni objetivamente bueno, sinoque todo depende de la forma en que uno lo Vea Ahora bien, juzgar de la responsabilidad del o~o sigue siendo cosa de Dios. Regla segunda: Las emociones no entran en el terreno de la Itloral (no son buenas ni malas) ., Teóricamente, la mayoría de nosót~os ~dmi~ tma que las etllociones no son ni mentonas nI pecaminosas. El Sentirse frustrado, el estar enfadado, el tener tlliedo o el encolerizarse no hacen que una persona Seabuena o mala. En la práctica, sin ~mbarg.o,.la Inayoría de nosotros no acepta ,e.n su vIda,COtIdIanalo que estaría dispuesto a admItIr en teona, y todos practicamos una censura bastante estricta de nuestras emociones. Si nuestra conciencia censora no acepta determinadas emociones, reprimimos éstas en nuestro subconsciente. Los expertos en. medicina psicosomátic~ afirman que la causa mas frecUente del cansanCIOy de autenticas enfe~edades es la represión de las emociones. Lo. cIerto es que hay emociones que ~? estamos dIspuestos a reconocer. Sentimos verguenza de nuestr!>smiedos o nos sentimos culpables de nuestra ira o de nU~stros deseos físico-afectivos.
Antes de poder estar lo bastante liberado como para practicar esa comunicación «gut-level», en la que uno se muestra emocionalmente sincero y transparente, hay que estar convencido de que las emociones no son una realidad moral, sino simplementejáctica. Mis envidias, mi ira, mis deseos sexuales, mis temores, etc. no hacen de mí una buena o mala persona. Por supuesto que esas reacciones emocionales deben ser integradas mental y afectivamente; pero antes de que puedan ser integradas, antes de que yo pueda decidir si deseo o no deseo seguidas, debo permitides que se manifiesten y debo oir con toda claridad lo que están diciéndome. Debo ser capaz de decir, sin el más mínimo sentido de represión moral, que estoy enfadado, o que estoy airado, o que estoy sexualmente excitado. Ahora bien, antes de ser lo bastante libre como para hacer esto, debo estar convencido de que las emociones no entran en el terreno de la moral, no son buenas ni malas en sí mismas. Y también debo estar convencido de que la experiencia de toda la amplia gama de emociones forma parte de la condición humana y es patrimonio de todo ser humano. Regla tercera: Los sentimientos (emociones) deben ser integrados con el intelecto y la voluntad
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Es sumamente importante comprender este punto. La no-represión de nuestras emociones significa que debemos experimentar, reconocer y II
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aceptar plenamente nuestras emociones. Lo cual no implica en modo alguno que debamos siempre obrar de acuerdo con ellas. Sería trágico y demostraría la más absoluta inmadurez el que una persona permitiera que sus sentimientos o emociones rigieran su vida. Una cosa es sentir y reconocer ante uno mismo y ante los demás que uno tiene miedo, y otra cosa es permitir que ese miedo le venza a uno. Una cosa es que yo sienta y reconozca que estoy enfadado, y otra cosa es que te aplaste la nariz de un puñetazo. Intelecto
Voluntad
Sentimientos (emociones)
En este triángulo podemos ver las tres facultades humanas que deben ser integradas, es decir, aunadas en un conjunto armónico, si se desea avanzar en el proceso de hacerse persona. Si el significado de esta integración está claro, resulta obvio que la mente juzga si es necesario o deseable seguir determinadas emociones que han sido experimentadas plenamente, y la voluntad hace efectivo dicho juicio. Por ejemplo, puede que a mí me dé mucho miedo decirte la verdad sobre determinado asunto. El hecho es -y ello no es ni bueno ni malo en sí -54-
mismo- que estoy sintiendo miedo. Yo me permito sentir ese miedo y reconocerlo. Mi mente elabora un juicio según el cual yo no debería obrar de acuerdo con dicho miedo, sino a pesar de él, y debería decirte la verdad. Consiguientemente, la voluntad ejecuta el juicio de la mente y te digo la verdad. Sin embargo, si busco una verdadera y auténtica relación contigo y deseo practicar la comunicación «gut-level», deberé decirte algo así: «En realidad no sé por qué..., quizá sea mi vena de cobardía..., pero me da miedo decirte algo y, sin embargo, sé que debo ser sincero contigo... Tal como yo lo veo, la verdad es. ..». O bien, por poner otro ejemplo, tal vez yo sienta mucha ternura y cariño hacia ti. Pero, como observaba Chesterton, el más mezquino de todos los miedos es el miedo al sentimiento; tal vez sea cosa de nuestra herencia cultural, o tal vez se deba al temor de ser rechazados, pero lo cierto es que solemos experimentar una gran repugnancia a manifestar externamente la ternura y el amor. Quizá en este caso mi mente dictamine que es correcto seguir ese impulso del sentimiento, y quizá mi voluntad también ejecute en esta ocasión el juicio. Debería ser obvio que en la persona integrada las emociones ni están reprimidas ni ejercen el control sobre la persona. Sencillamente, son reconocidas (¿Qué es lo que siento?) e integradas (¿Deseo obrar de acuerdo con este sentimiento o no?).
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Regla cuarta: En la comunicación «gut-level», las emociones deben ser explicitadas Si tengo que decirte quién soy yo realmente, debo hablarte de mis sentimientos, tanto si voy a obrar de acuerdo con ellos como si no. Puedo decirte que estoy enfadado y explicarte el hecho de mi enfado sin inferir juicio alguno sobre ti y sin tratar de obrar sobre dicho enfado. Puedo decirte que tengo miedo y explicar el hecho de mi miedo sin acusarte de ser tú la causa de él y, al mismo tiempo, sin sucumbir al mismo. Pero, si debo abrirme a ti, tengo que permitirte tener la ~xperiencia (encuentro) de mi persona, para 10 cual debo hablarte de mi enfado y de mi miedo. Se ha dicho con razón que o verbalizamos nuestros sentimientos o los somatizamos. Los sentimientos son como el vapor que se acumula en el interior de una olla: si se guardan dentro y se permite que acumulen intensidad, pueden acabar haciendo saltar la «tapadera» humana que los reprime, 10mismo que el vapor puede hacer saltar por los aires la taP':lderade la olla. Ya hemos dicho que la medicina psicosomática sostiene que la represión de las emociones constituye la causa más frecuente del cansancio y de determinadas enfermedades. Ello forma parte del proceso de somatización. Las emociones reprimidas pueden encontrar salida en la «somatización» de dolores de cabeza, erupciones cutáneas, alergias, asma, resfriados, dolores reumáticos...;
pero también pueden somatizarse en tensiones musculares ,en violentos portazos, en apretar los puños, en el aumento de la presión sanguínea, en el rechinar de dientes, en llantos, en rabietas y en todo tipo de actos de violencia. Cuando enterramos nuestras emociones, no han muerto, sino que siguen vivas en nuestro inconsciente y en nuestras vísceras, lastimándonos y afligiéndonos. Elexplicitar nuestros verdaderos sentimientos no sólo favorece mucho más una auténtica relación, sino que además es esencial para nuestra integridad física y para nuestra salud. La razón más frecuente por la que no explicitamos nuestras emociones es porque no queremos reconocerlas, por la razón que sea. Tememos que los demás puedan no pensar bien de nosotros, o incluso rechazamos, o castigamos de alguna manera por nuestra franqueza emocional. En cierto modo, hemos sido «programados» para no aceptar como parte de nosotros determinadas emociones que, más bien, nos producen vergüenza. Eso sí: podemos racionalizar y decir que no podemos manifestar dichas emociones, porque no serían comprendidas, o que el manifestarlas serviría para perturbar una relación pacífica o para provocar en el otro una reacción emocionalmente borrascosa; pero todas nuestras razones son esencialmente fraudulentas, y nuestro silencio sólo puede producir relaciones igualmente fraudulentas. Quien no construya una relación sobre la transparencia y la sinceridad construye sobre arena, y semejante
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relación jamás podrá superar la prueba del tiempo; y ninguna de las partes obtendrá de dicha relación ningún beneficio que valga la pena. Regla quinta: Salvo raras excepciones, las emociones deben ser manifestadas en el momento en que se experimentan
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A la mayoría de nosotros nos resulta mucho más fácil manifestar una emoción que ya forma parte del pasado. Pero es casi como hablar de otra persona el hablar de uno mismo a un año o a dos de distancia y reconocer que en aquella época uno estaba lleno de miedo o sumamente airado. Como aquéllas fueron emociones fugaces y ya pasadas, es fácil disociar tales sentimientos de la propia persona aquí y ahora. Pero es difícil revivir un sentimiento una vez que ha pasado a la propia historia personal. Muy a menudo nos sentimos perplejos al recordar semejantes emociones pasadas: «No me explico cómo pude emocionarme tanto.:.» El momento de manifestar las emociones es precisamente el momento en que se experimentan. El diferirlo, aunque sea temporalmente, no es ni prudente ni saludable. Obviamente, toda comunicación debe respetar no sólo al transmisor de la misma, si~o también al receptor que tiene que aceptarla. Consiguientemente, podría suceder que, en la integración de mis emociones, mi juicio determinara que no es éste el momento oportuno para explicitar mi reac-58-
ción emocional. Si el receptor está emocionalmente tan alterado que apenas está en disposición de recibir nada y, debido a su agitado estado emocional, lo más probable es que vaya a distorsionar lo que yo le diga, puede que yo tenga que dejar para otro momento la explicitación de mi reacción emocional. Pero, si el asunto es lo suficientemente grave y las emociones lo bastante intensas, tal aplazamiento no debería diferirse demasiado, ni tampoco debe uno asustarse ni sentirse forzado a.reprimir completamente sus emociones. Insisto en que el aplazamiento no debe ser excesivamente largo y que, en cualquier caso, debería ser algo excepcional. Ahora bien, parece que una excepción válida a esta norma de no diferir o eliminar la explicitación de la emoción sería el caso de un incidente pasajero en una relación meramente casual. Los rudos modales de un conductor de autobús pueden molestarme, pero ello no debe ser ocasión para encararme con él y hablarle de la reacción emocional que me provoca. Sin embargo, en el caso de dos personas que tienen que trabajar o vivir juntas, o que desean relacionarse profundamente, esta explicitación emocional en el momento mismo de la emoción es de vital importancia.
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Las ventajas de la comunicación «gut-level»
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La primera y más obvia ventaja de la comunicación «gut-level» es que da lugar á una verdadera y auténtica relación y a eso que hemos dado en llamar un verdadero «encuentro» entre personas. Un encuentro en el que no sólo va a darse una comunicación mutua entre personas, con el consiguiente compartir y experimentar recíprocamente el ser personal de otro, sino que va a desembocar en un sentido cada vez más claramente definido de la identidad de cada una de las partes de la relación. Hoy somos muchos los que nos preguntamos: «¿Quién soy yo?». Esta ha llegado a ser una pregunta socialmente admitida y hasta de buen tono, e implica que uno no conoce realmente su propio yo de persona. Ya hemos dicho que la persona es 10 que uno piensa, juzga, siente, etc. Si yo he comunicado estas cosas con libertad y abiertamente, con toda la transparencia y sinceridad de que soy capaz, constataré un crecimiento evidente en mi propio sentido de la identidad, así como un más profundo y auténtico conocimiento del otro. Se ha convertido en un verdadero tópico psicológico eso de que sólo comprenderé aquello de mí mismo que haya sido capaz de comunicar a otros. La segunda e importantísima ventaja de esta clase de comunicación consiste en que, alhaberme comprendido a mí mismo por haberme comunicado, constataré cómo mis pautas de inmadurez se transforman en pautas de madurez: cambiaré. -60-
Quienquiera que observe las pautas de sus reacciones y esté dispuesto a examinarlas con detenimiento, puede que llegue a la conclusión de que se trata de pautas de hipersensibilidad o de paranoia. Y en el momento mismo en que esta conclusión se le imponga, descubrirá cómo cambia la pauta. A pesar de todo cuanto hemos dicho acerca de las emociones, no hemos de creer que las pautas emocionales son puramente biológicas o inevitables. Yo puedo cambiar, y he de hacerlo, mis pautas emocionales (es decir, pasaré de una emoción a otra) si honradamente he dejado aflorar mis emociones y, tras haberlas explicitado sinceramente, las considero inmaduras e indeseables. Sí, por ejemplo, explicito constante y sinceramente la emoción de «sentirme ofendido» o irritado por multitud de cosillas intrascendentes, con el tiempo me resultará obvio que soy una persona hipersensible y que tengo una innegable tendencia a autocOIppadecerme.En el momento en que esto se me haga absolutamente evidente y me impacte realmente, en ese momento cambiaré. La dinámica, en suma, es la siguiente: permitimos que nuestras emociones afloren para que puedan ser identificadas; observamos las pautas de nuestras reacciones emocionales, las explicitamos y las juzgamos. Una vez hecho todo esto, de un modo instintivo e inmediato hacemos las modificaciones necesarias a la luz de nuestros propios ideales y expectativas de crecimiento. Es decir, cambiamos. Cualquiera puede intentarlo y comprobarlo por' sí mismo. -61-
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Como ya hemosdicho, nuestras reacciones
emocionales no son algo biológica o psicológicamente fijo e inevitable. Si 10 deseamos, podemos pasar de una emoción a otra, y podríamos citar infinidad de ejemplos. Supongamos, por poner uno, que siento un irrefrenable impulso de competir; si permito que las emociones que subyacen a mi espíritu competitivo salgan a la superficie para poder ser reconocidas, tal vez descubra que 10único que me impulsa a competir es mi sentido de inferioridad, mi falta de fe en mí mismo. Resulta extrañamente misterioso cómo, cuando permitimos que estas emociones iluminen nuestro interior, pueden revelamos cosas que nunca hemos sospechado acerca de nosotros mismos. Esta clase de auto-conocimiento es el comienzo del crecimiento. O pongamos el caso de quien tiene que debatirse con una emoción destructiva, como la desesperación, y descubre al examinarla que no es más que un intento de auto-punición. La mayoría de las veces, la «depresión» es, sencillamente, auto-punición. Una posterior indagación puede mostrar que esa persona tiene un complejo de culpa y necesita dicho castigo a modo de expiación. Naturalmente, esa persona va camino de la auto-destrucción. Cuando sea capaz de reconocer tales emociones como negativas y auto-destructivas, entonces podrá pasar a una distinta reacción emocional: de la auto-compasión o la auto-punición al amor, de la ira a la empatía, de la desesperación a la esperanza.
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4 Afrontar nuestras . emociones Hemos dicho que el ser plenamente humano, en cuanto de él depende, no reprime sus emociones, sino que permite que salgan a la superficie para poder reconocerlas. El ser plenamente humano experimenta la plenitud de su vida emocional; está «al tanto de» sus emociones, en sintonía con ellas, consciente de 10que ellas le dicen acerca de sus necesidades y de sus relaciones con los demás. Por otra parte, también hemos dicho que esto no supone abandonarse a las emociones. En la persona plenamente humana se da un equilibrio entre los sentidos, las emociones, el intelecto y la voluntad. Las emociones tienen que ser integradas. y aunque sea necesario «explicitar» nuestras emociones, no es necesario en absoluto que obremos en función de ellas.
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evidente si se considera por un momento:
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todos los placeres y sufrimientosde la vida están profundamente relacionados con las emociones; 2) que, en la mayoría de los casos, la conducta humana es resultado de fuerzas emocionales (aun cuando todos sintamos la tentación de dámoslas de casi
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nales y objetivos todas nuestras preferencias y acciones; y 3) que la mayoría de los conflictos interpersonales provienen de tensiones emocionales (p. ej., ira, celos, frustraciones, etc.), y la mayoría de los «encuentros» interpersonales se logran mediante algún tipo de comunión emocional (p. ej., empatía, ternura, sentimientos de afecto y de atracción.. .). En otras palabras, tus emociones y el modo que tengas de afrontarlas probablemente determinen tu éxito o tu fracaso en la aventura de la vida. La mecánica de la «concienciación», la «explicitación» y la «integración» de las emociones puede ilustrarse como sigue. , Situación: Estás discutiendo con un miembro de tu familia o con un amigo. Hay evidentes diferencias de
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de tono las voces... y la presión sanguínea. Estás comenzando a sentir la tensión de fuertes emociones. ¿Qué harías? ;:11 ij :'f
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Si todo esto es verdad -y no hay más que experimentarlo para saber que loes-, es obvio que esa frasecita que solemos usar tan oportuna-
mente, «Lo siento pero es mi forma de ser», no es más que una escapatoria y un engaño. Es verdad que resulta cómoda cuando uno no desea crecer; pero, si uno desea realmente crecer, no emplea semejante falacia.
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La tercera ventaja de la comunicación «gutlevel» es que suscita en los demás una reacción de sinceridad y transparencia que es absolutamente necesaria para que la relación sea realmente interpersonal, mutua. El psiquíatra Goldbrunner afirma, un tanto jactanciosamente, que en cuestión de minutos puede acceder fácilmente a los más profundos estratos de cualquier persona. Su técnica no consiste en indagar a base de preguntas, porque ello sólo sirve para que la persona insegura se ponga más a la defensiva. La teoría de Goldbrunner es que, si queremos que el otro se abra a nosotros, debemos comenzar por abrinos nosotros a él, hablándole sincera y abiertamente de nuestros sentimientos.
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La persona ofrece resonanc~a a la persona, insiste Goldbrunner. Si yo estoy dispuesto a salir de la oscuridad de mi prisión y exponer a otra persona lo más profundo de mí, el resultado es casi siempre automático e inmediato: la otra persona se siente con fuerzas para revelárseme ella a su vez. El escuchar mis secretos y profundos sentimientos le ha dado valor para comunicar los suyos. En último análisis, a esto es a lo que nos referimos cuando hablamos de «encuentro».
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1. Toma conciencia de tus emociones. Olvida por un momento la discusión y presta atención explícita a tu reacción emocional. Pregúntate: ¿Qué estoy sintiendo? ¿Turbación (porque sus argumentos parecen mejores)? ¿Miedo (porque el otro es un grandullón y está enfadándose por minutos)? ¿Superioridad (porque vas «ganando por puntos», y él lo sabe).
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2. Reconoce tu emoción. Concéntrate plenamente en la emoción. Examínala detenidamente, a fin de que puedas identificarla. Intenta calcular también su intensidad. Puede que sea ira, y de muy alto voltaje, por cierto.
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1. Ignora tu reacción emocional. Al fin y al cabo, no tiene nada que ver con la discusión. O mejor aún (si deseas cometer el mayor de los errores), convéncete a ti mismo de que no te estás alterando en absoluto. Si estás sudando, repítete una y otra vez que es por culpa del calor que hace. Procura retener tu ira en la boca de tu estómago, donde tu cabeza no pueda advertirla. A fin de cuentas, el sentir emociones durante una discusión intelectual es indigno de ti...
2. Sigue negando tus emociones. Dite a ti mismo y a los demás: «¡Pero si no estoy furioso en absoluto... !». Te será más fácil ignorar las emociones si mantienes tu mente fija en la discusión. No dejes que tus emociones te distraigan. Más tarde, cuando tu propio estómago te llame «mentiroso», puedes tomarte un «AIka Seltzer» .
3. Investiga tu emoción. Si 3. Sigue buscando en tu realmente quieres descubrir mente argumentoscontunun montón de cosas acerca dentes. El que sea más esde ti, pregúntale a tu ira pabilado y más brillante se cómo ha llegado ahí y de va a llevar el gato al agua. dónde viene. Rastrea el ori- Se trata estrictamente de gagen de tu emoción. Tal vez nar o de perder. Habla más no seas capaz de descubrir despacio: estás empezando a todo el árbol genealógico de balbucear; pero no te pares, tu actual emoción, pero pue- o te comerá la tostada. Mande que logres vislumbrar un tén tu mente en la discusión, complejo de inferioridad que y no dejes de buscar la yununca habías reconocido. gular.
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4. Explicita tu emoción. Ahora limítate a los hechos. Ni interpretaciones ni juicios. «Vamos a calmamos un minuto. Estoy exaltándome demasiado y estoy empezando a decir cosas que en realidad no quiero decir». Es muy importante no acusar ni juzgar en estos momentos. No le digas que estás así de enfadado por su culpa. En realidad no es suya la culpa, y tú lo sabes. De haber algún culpable, lo serás tú. No le culpes a él, ni siquiera para tus adentros.
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4. Si pierdes por completo
la calma y empiezasa ponerte incoherente,échale la culpa al otro. Y asegúrate de incluir algún defecto gordo en tu acusación. Dile, por ejemplo: «¡No se puede discutir de nada contigo! jEres un maldito arrogante! ¡Nunca (generalizaciones de este tipo también sirven) escuchas! Te crees Dios, ¿no es así?» (Asegúrate de que el otro es consciente de que la pregunta es meramente retórica.
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REACCION
SALUDABLE REACCION NO-SALUDABLR
5. Integra tu emoción. Después de haber escuchado, cuestionado y explicitado tu emoción, deja ahora que tu mente juzgue lo que conviene hacer, y deja también que tu voluntad lo ejecute. Puedes decir, p. ej.: «Vamos a empezar de nuevo. Creo que te he escuchado en una actitud demasiado defensiva. Me gustaría intentarlo otra vez». O bien: «¿Te importaría mucho que cambiáramos de tema? Me temo que hoy estoy demasiado suceptible para discutir sobre lo que sea...»
5. Puesto que ni siquier has reconocido tener Un emoción, no tendrás que td marte la molestia de inten aprender nada de tus rea~ ciones emocionales ni de i tegrarlas. Sin embargo, 1 emociones reprimidas sue!(
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Reflexiones sobre «extrañamiento» y «encuentro»
A pesar de 10 reacios que somos a decir otros quiénes somos, todos y cada uno de nosotrl estamos habitados por un profundo e intensodes de ser comprendidos. Todos tenemos muy cla, que deseamos ardientemente ser amados; peF,C¡ cuando no somos comprendidos por aquelloscu~ amor necesitamos y deseamos, cualquier clase I comunicación profunda se convierte para noS?tfl en algo inquietante e incómodo, algo que nI ni ensancha el corazón,ni nos anima. Es evidente q
de realmente amarnos de veras . si no . nos -' pue verdaderamente. En cam b 10, qUIen se de pren ., ama d o. ido ciertamente se sentIra jíliteeomprend ' Si no hay nadie que me compre~da y me ~ceJ?(J como soy, me sentire «extr~nado». NI mIS en ' absoluto. v"tos ni mis bienes me consolaran . uso rodeado de gente, sIempre ten dr e una sen'5n de aislamiento y de soledad. Experimentaré :especiede «reclusión en solitario». Es un axiotan cierto corno la ley de la gravedad, que ~n es comprendido y amado crecerá corno pera; en cambio, quien padece esa situación de ¡trañamiento» acabará languideciendo solo en ¡solitaria reclusión. ~ Todos tenemos en nuestro interior muchas co-
- que nos gustaría compartir. Todos tenemos i
oStropasado secreto, nuestras secretas vergüen.y sueños fallidos, nuestras secretas esperan;." Pero, por muy grande que sea esa necesidad '~seo de compartir dichos secretos y de ser comdidos, cada uno de nosotros debe tener en rptasus propios temores y los riesgos que corre. p c~ale,ssean mis secretos, parecen formar parfe mI mas profunda y singularmente que ninguna ~ cosa. Nadie ha hecho jamás las mismísimas ,~sque yo he hecho, nadie ha pensado mis pen,mentos y nadie ha soñado mis sueños. Ni si.eter-a t ¡a lases oy seguro de poder encontrar las Palabras
. que ... COmpartIrestas cosas con otro; pero ~;lgO ~e 10que estoy aún menos seguro: ¿qué ecenan esas COSflsa ese otro? 11
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La persona que tiene una buena imagen de sí misma, que se acepta a sí misma real y verdaderamente, tendrá mucho adelantado en este momento del dilema. No es muy probable, en cambio, que una persona que nunca se ha dejado compartir pueda gozar del apoyo de una buena imagen de sí. La mayoría de nosotros hemos experimentado y realizado cosas y hemos vivido sensaciones y sentimientos que sabemos que jamás nos atreveríamos a contar a nadie, porque podríamos parecer ilusos, ridículos o engreídos. Toda nuestra vida podría parecer un espantoso fraude. Mil y un temores nos mantienen encerrados en la solitaria reclusión del «extrañamiento». A algunos les aterra ponerse a llorar y romper en sollozos, como si fueran niños; a otros les frena el temor a que la otra persona no perciba la tremenda importancia que el secreto de uno tiene para uno mismo. Por lo general, presentimos el profundo dolor que experimentaríamos si nuestro secreto fuera recibido con indiferencia, incomprensión, disgusto, enfado o irrisión. También nos da miedo el que nuestro confidente pueda enfadarse y revelar nuestro secreto a otras personas que no querríamos que lo supieran. Puede que en un momento dado de mi vida haya tomado yo una parte de mí y la haya expuesto a la luz para que pudiera verla otra persona. y puede ser que esta persona no lo comprendiera y que yo, totalmente arrepentido, me refugiara en una dolorosa soledad emocional. Pero puede que
también haya habido otros momentos en los que alguien haya escuchado mi secreto y aceptado benévola y delicadamente mi confidencia. Puede que aún recuerde las palabras que dijo para tranquilizarme, la compasión que había en su voz, la comprensiva mirada de sus ojos, la dulzura con que me tomó de la mano y la ligera presión que ejerció sobre ella para darme a entender que me comprendía. .. Aquella fue una experiencia grande y liberadora, a raíz de la cual me sentí muchísimo más vivo: me había sido satisfecha una inmensa necesidad de ser realmente escuchado, tomado en serio y comprendido. Unicamente a base de compartir de este modo llega una persona a conocerse a sí misma. La introspección de uno mismo no sirve de nada. Una persona podrá confiar todos los secretos que quiera a las dóciles páginas de su diario personal, pero sólo puede conocerse a sí mismo y experimentar la plenitud de la vida en el encuentro con otra persona. La amistad, pues, resulta ser una gran aventura en la que mi amigo y yo vamos descubriéndonos mutua y progresivamente, a medida que seguimos revelando nuevos y más profundos estratos de nosotros mismos. La amistad abre mi mente, ensancha mis horizontes, me llena de nueva sensibilidad, ahonda mis sentimientos y da sentido a mi vida.
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Sin embargo, las barreras nunca quedan rotas definitivamente. La amistad y la auto-revelación mutua tienen que hacer frente a la novedad día tras
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día, porque el ser una persona humana conlleva cambio y crecimiento diarios. Mi amigo y yo crecemos, y las diferencias resultan cada vez más patentes, porque no nos hacemos una misma persona, sino que cada cual se hace él mismo. Yo descubro en mi amigo otros gustos y preferencias, otros sentimientos y esperanzas, otras reacciones ante nuevas experiencias. Descubro que este asunto de decide quién soy yo no puede liquidarse de una vez por todas. Yo debo decirte constantemente quién soy yo, y tú debes decirme constantemente quién eres tú, porque ambos estamos en continua evolución.
Por supuesto que nuestra amistad aún puede perdurar. Seguimos teniendo a nuestro alcance lo que es más humanamente útil y hermoso, y ahora no debemos volvemos atrás. Todavía podemos compartir todas las cosas que antaño compartimos con tanto entusiasmo, cuando por primera vez nos dijimos mutuamente quiénes éramos tú y yo, respectivamente; sólo que ahora compartimos de un modo más profundo, porque somos más profundos. Si yo sigo escuchándote a ti con la misma sensación de admiración y de gozo con que lo hacía al principio, y tú me escuchas a mí del mismo modo, nuestra amistad echará más firmes y profundas raíces, y el oropel de nuestro primer compartir madurará en oro de ley. Podemos y queremos estar seguros de que no hay necesidad de que nos ocultemos nada el uno al otro, de que lo hemos compartido todo. Yo experimento continuamente la realidad siempre creciente y siempre nueva de tu ser, y tú experimentas la realidad del mío; y el uno a través del otro, experimentamos juntos la realidad de Dios, que en cierta ocasión dijo: «.. .no es bueno que el hombre esté solo».
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Puede ocurrir que las mismas cosas que antes me atraían hacia ti parezcan ahora obstaculizar la comunicación. Al principio, tu emotividad parecía compensar mis inclinaciones de tipo más intelectual, tu estilo extrovertido complementaba mi introversión, tu realismo servía para contrapesar mi intuición artística... Lo nuestro era algo así como una amistad ideal. Tú y yo parecíamos dos mitades que se necesitaban mutuamente para formar un todo. Pero ahora, cuando yo deseo que tú compartas mi forma intelectual de ver las cosas, me fastidia que no te intereses en mis razonamientos objetivos. Ahora, cuando quiero hacerte ver que tu emotividad no es lógica, no parece importarte lo más mínimo. Al principio parecíamos encajar perfectamente. Ahora, tu deseo de extroversión y mi natural más introvertido parecen dividimos.
«Tu más leve mirada ha de abrirme fácilmente; aunque yo me haya cerrado como un puño, tú me abres siempre, pétalo a pétalo, como abre la Primavera (con hábiles y misteriosas caricias) su primera rosa». E. E. Cummings
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Escondrijos humanos: los mecanismos de defensa del ego Formación reactiva Antes de pasar a catalogar los diversos «roles» y juegos, parece necesario decir algo acerca de los mecanismos de defensa del ego que de algún modo siempre están presentes en dichos «roles» y juegos. Tales mecanismos, en pocas palabras, son compensaciones que practicamos para contrarrestar y camuflar algo que hay en nosotros y que consideramos un defecto o «handicap». El gran Alfred Adler fue el primero que manifestó interés en la compensación como fenómeno -75-
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psicológico, cuando observó cómo la naturaleza humana tiende a suplir las deficiencias corporales: un riñón asume la función",delos dos riñones cuando uno de ellos deja de funcionar, y lo mismo ocurre con los pulmones; una fractura ósea debidamente curada hace que el lugar donde se produjo la fractura resulte ser más fuerte de lo normal. Es innegable, además, que muchos personajes famosos han desarrollado alguna habilidad en grado extraordinario precisamente por haber tratado de superar algún «handicap». Glenn Cunningham, el primer gran corredor norteamericano de la milla, probablemente se hizo tan excepcional corredor a causa de su tenaz empeño en fortalecer sus piernas, que habían quedado gravemente dañadas, cuando sólo tenía siete años, con ocasión de un incendio en el que casi pierde la vida. Charles Atlas se convirtió en el primer «culturista» famoso, porque en su adolescencia se sentía acomplejado por su endeble constitución física. Existe también lo que se denomina «compensación sustitutoria», por la que una persona que padece un defecto o disminución en un determinado aspecto aprende a destacar en otro. El célebre pintor Whistler, al que suspendieron en~West Point y vio frustrados sus deseos de seguir la carrera militar, aprendió a destacar como artista a base de cultivar sus dotes en este campo. La «formación reactiva» que aquí estamos considerando es una hiper-compensación que se raliza a base de exagerar o desarrollar en exceso -76-
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determinadas tendencias conscientes, como defensa contra otras tendencias (éstas de carácter inconsciente, opuestas a las anteriores y reprobables) que amenazan con forzar su reconocimiento consciente. La persona extremadamente dogmática, que está absolutamente segura de todo, cultiva conscientemente esta postura de seguridad a causa de las desmoralizadoras dudas que habitan su subconsciente. La imagen que tiene de sí mismo no es lo bastante sólida para vivir con tales dudas. De las personas superafectivas o exageradamente sentimentales suele sospecharse que adoptan ta1 actitud para compensar severas y crueles tendencias que han sido reprimidas en su subconsciente. La mojigatería, en su forma más extrema, suele ser una hiper-compensación de unos deseos sexuales perfectamente normales, pero reprimidos, con los que el mojigato no puede vivir a gusto. La persona que parece mostrar un exagerado interés por la salud de su anciano progenitor, probablemente lo hace para compensar su deseo subconsciente de que muera éste para verse él liberado de responsabilidades. Obsérvese, con todo, que no podemos sospechar que toda buena inclinación sea una «tapadera» de una inclinación contraria. Lo que ocurre con la «formación reactiva» es que es siempre una hiper-compensación, una reacción exagerada. Las actitudes compensatorias son algo así como echar -77-
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el cuerpo hacia atrás para evitar caer hacia adelante. Pero este tipo de compensación, una vez iniciado, conduce casi sieplpre a la exageración, a la extremosidad. Consiguientemente, sólo una actitudexagerada, del tipo que sea, es sospechosa de ser una «formación reactiva» compensatoria. El dogmático no se equivoca nunca. El mojigato es super-casto. El reformador, propenso a sermonear y santurrón, odia virulentamente tanto el pecado como al pecador, y no admite en absoluto la normal flaqueza humana. 111111 11
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La conclusión es que la conducta exagerada de una persona suele significar justamente lo contrario de lo que da a entender. Muy frecuentemente acusamos al dogmático de orgullo y nos sentimos «llamados» a ayudarle a que aprenda a ser manso y humilde. De hecho, él no está seguro de sí en absoluto y, cuanto más nos esforcemos en derrotarle, en sembrar dudas en su ánimo y en hacerle ver sus errores, tanto más tendrá él que compensar, y probablemente su dogmatismo se haga aún más extremo y detestable. Desplazamiento Un segundo mecanismo de defensa del ego es el llamado «desplazamiento», que suele referirse a la expresión indirecta de un impulso que la conciencia censora (el super-ego freudiano) nos prohibe expresar directamente. Un niño, por ejemplo, puede desarrollar una actitud de furiosa hostilidad
hacia sus padres. Por lo general, nuestra «programáción» social no permite expresar directamente tal hostilidad; quiero decir que uno no puede odiar a sus propios padres. De manera que el niño en cuestión, para dar salida a la hostilidad que ha tenido que reprimir, hará cosas como destruir la propiedad pública y otras gamberradas por el estilo. Yel aficionado al boxeo, con mentalidad homicida, que, de pie junto al cuadrilátero, vocifera sin parar: «¡Mátalo, acaba con él!», mientras un indefenso boxeador se derrumba a los pies del otro, evidentemente alberga en su interior alguna hostilidad subconsciente que tiene que reprimir, porque no puede vivir con ella ni expresarla. Una forma frecuente de «desplazamiento» es el empleo de una «víctima propiciatoria». Reaccionamos con una gratuita e injustificada violencia cuando alguien nos mira de reojo, porque hay en nosotros una hostilidad que no podemos expresar directamente: por la razón que sea, la persona a la que querríamos expresar nuestra hostilidad nos impone demasiado. El hombre que muestra un temperamento violento en la oficina puede perfectamente estar expresando la hostilidad que siente hacia su mujer o hacia sí mismo, pero que no puede expresar en su casa. O el hombre que ha sido injustamente reprendido por su jefe (al que teme, porque de él depende su trabajo) puede que, al llegar a casa, descargue su hostilidad sobre su mujer y sus hijos. La mojigata, que es incapaz de admitir abiertamente su propia sexualidad, puede
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fácilmente interesarse muchísimo por los «escándalos» de tipo sexual. La persona aislada y solitaria, incapaz de reconocer francamente su necesidad de amor y de af~cto, afirmará estar «locamente enamorada» de alguna otra persona (a la que en realidad no ama en absoluto). Una segunda forma de «desplazamiento» consiste en «disfrazar» ciertas realidades desagradables que no podemos reconocer (y que por eso reprimimos) a base de acentuar conscientemente alguna otra cosa que no resulte tan molesta o tan violenta. Afirmamos, por ejemplo, estar preocupados por cualquier trivialidad para ocultar algún temor que somos incapaces de confesar sinceramente. O supongamos que estoy celoso de ti, pero soy incapaz de admitido realmente, ni siquiera para mi fuero interno; entonces me fijo en cualquier motivo trivial de enojo, como puede ser el tono de tu voz, que me parece chillona. El marido y la mujer que han llegado a despreciarse mutuamente, pero que no pueden admitir abiertamente las causas reales de su mutua aflicción, suelen fácilmente reñir con gran vehemencia por auténticas trivialidades. 1" It '11
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El hombre cuya madre ha dominado a su padre (de él) suele est~ «programado» para tratar a su mujer como a un ser inferior. Sin embargo, como no puede reconocer el resentimiento que experimenta por su madre y por el modo en que ésta ha tratado a su padre, ni puede tampoco admitir que lo que realmente quiere es tener sometida a su -80-
mujer, acostumbrará entonces a quejarse de auténticas nimiedades sin trascendencia alguna: negará el valor de las opiniones y la sensatez de las acciones de su mujer, y criticará con acritud la «estúpida manera» que ella tiene de jugar a las cartas. Proyección
Otro mecanismo de defensa del ego es la llamada «proyección». Todos tendemos a rechazar nuestras propias negatividades y a «proyectarlas» en otros. Tratamos de libramos de nuestras propias limitaciones atribuyéndoselas a cualquier otro. Adán trató de explicarle a Dios su pecado diciendo: «La mujer me tentó...» Eva, por su parte, atribuyó el desastre a la serpiente. También es proyección el pretender culpar de nuestros fallos a las circunstancias: los medios que tiene uno para trabajar, la posición de las estrellas... Cuando tropezamos con alguien, fácilmente le recriminamos: «jA ver si mira usted por donde va!». Es una frecuentísima inclinación (proyección) humana detestar especialmente en los ~emás lo que no podemos aceptar en nosotros mismos. El auténticoenigma de esta proyección es precisamente ése: que no reconocemos tales cosas en nosotros (porque están reprimidas) y que, sin embargo, somos capaces de condenar sin paliativos en los demás lo que no podemos admitir en nosotros mis-
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mos. Pues bien, cuanto más intensa y exageradamente se manifieste nuestra aversión hacia algo, tanto más deberíamos sospechar que se trata de una «proyección». Cuando alguien no deja de condenar la «hipocresía», por ejemplo, y afIrma a todas horas que es un defecto general de la raza humana, lo más probable es que esté reprimiendo el reconocimiento consciente por su parte de que él mismo es un hipócrita. El hombre vanidoso y que no es capaz de reconocer su propia tendenciaa la vanidad sospecha que todo el mundo no desea más que llamar la atención y hacerse publicidad. La persona ambiciosa e incapaz de reconocer honradamente su ambición (y que por eso la reprime) suele pensar que «todo el mundo se busca a sí mismo, y lo que la mayoría de la gente desea es dinero y celebridad». Tenemos también el caso del paranoide (víctima de una manía persecutoria) que proyecta en los demás la aversión que siente hacia sí mismo, y piensa que los demás no le quieren. La mojigata cree que todo hombre atractivo la mira con deseos deshonestos: proyecta en todo macho atractivo sus propios anhelos encubiertos (reprimidos). La persona que no tiene la conciencia tranquila piensa que los demás sospechan de ella y la observan. También es muy frecuente que, cuando alguien pone el dedo en la llaga de nuestra debilidad, haciéndonos ver, por ejemplo, que somos demasiado temperamentales, contraataquemos diciendo: «¡Mira quién fue a hablar...! ¡Tú si que eres temperamental!». -82-
Introyección La «introyección» es el mecanismo de defensa del ego por el que nos atribuimos a nosotros mismos las buenas cualidades de los demás. La introyección desempeña un papel importante en lo que se ha dado en llamar el «culto al héroe». Nos identificamos con nuestros héroes, del mismo modo que lo hacemos con nuestras posesiones. Nos sentimos muy orgullosos cuando alguien elogia nuestra casa, o nos creemos especiales por el hecho de haber nacido en determinada ciudad, por pertenecer a un club famoso o por haber viajado a muchos lugares. Muchas mujeres se identifican con las heroínas de los seriales de televisión. Un psiquíatra de Manhattan constató que muchas de sus pacientes femeninas recaían en sus pasadas dolencias tras haberse hecho adictas a dichos seriales, pues se identificaban con todo el infortunio y la desdicha de los sufridos personajes de tales melodramas. Este tipo de identificación permite fácilmente acceder a un mundo de fantasía y proporciona un cierto romanticismo a nuestras vidas, aunque las consecuencias de este mecanismo de defensa .no son precisamente beneficiosas ni reconfortantes. Racionalización La forma más habitual de mecanismo de defensa del ego es la «racionalización», que resulta bastante difícil de mejorar como técnica de auto-83-
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gaño, sinoque, conel tiempo, acabacorrompiendo todo sentido de integridad (totalidad). Racionalizamos nuestros fallos; hallamos justificación para nuestras acciones; conciliamos nuestros ideales y nuestras obras; convertimos nuestras preferencias emocionales en nuestras conclusiones racionales. Afirmo que bebo cerveza porque contiene malta, cuando la verdadera razón es que la cerveza me gusta, porque me ayuda a desinhibirme y a sentirme seguro con los demás. Como sucede con todos los mecanismos de defensa del ego, también en este caso hay algo en mí que no puedo admitir, o algo que me gustaría hacer pero que me parece incorrecto, o algo que me haría sentirme mejor si pudiera creer en ello. La racionalización es el «puente» que convierte mis deseos en realidades. Es el uso de la inteligencia para negar la verdad, lo cual nos hace insinceros con nosotros mismos (y si no podemos ser sinceros con nosotros mismos, tampoco podremos serlo con nadie más) y, consiguientemente, sabotea toda autenticidad humana, desintegrando y fragmentando la personalidad.
En cuanto estado de ánimo interior, la insinceridad es una imposibilidad psicológica. Yo no puedo decirme a mí mismo que creo y que no creo algo al mismo tiempo. También el elegir el mal por el mal es psicológicamente imposible, porque la voluntad sólo puede elegir el bien. Consiguientemente, para negar la verdad que no puedo admitir y para realizar la acción que no puedo aprobar, debo necesariamente racionalizar hasta que la verdad deje de ser verdadera y el mal se convierta,en bien. ¿Te has preguntado alguna vez cómo es posible escoger el mal, cómo es posible cometer pecado? Por su propia naturaleza, la voluntad sólo puede escoger lo que es bueno. Personalmente, yo estoy convencido de que el ejercicio o el uso del libre albedrío en una situación concreta de culpa consiste en que la voluntad, deseosa de un determinado mal que tiene aspectos buenos (si te robo tu dinero, yo seré rico), obliga al intelecto a cel)trarse en el bien que puede conseguirse en el acto malo y a renunciar a reconocer el mal. Ello, a su vez, obliga al propio intelecto a racionalizar aquello que en principio se reconocía como malo. Mientras estoy haciendo algo incorrecto (en el momento de hacerlo), no puedo afrontar abiertamente su aspecto malo, sino que tengo que pensar que es bueno y correcto. En consecuencia, el libre albedrío probablemente se ejerce en el acto de obligar al intelecto a racionalizar, más que en la realización del acto mismo.
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En cuanto estado de ánimo interior, la insinceridad es una imposibilidad psicológica. Yo no puedo decirme a mí mismo que creo y que no creo algo al mismo tiempo. También el elegir el mal por el mal es psicológicamente imposible, porque la voluntad sólo puede elegir el bien. Consiguientemente, para negar la verdad que no puedo admitir y para realizar la acción que no puedo aprobar, debo necesariamente racionalizar hasta que la verdad deje de ser verdadera y el mal se convierta en bien. ¿Te has preguntado alguna vez cómo es posible escoger el mal, cómo es posible cometer pecado? Por su propia naturaleza, la voluntad sólo puede escoger lo que es bueno. Personalmente, yo estoy convencido de que el ejercicio o el uso del libre albedrío en una situación concreta de culpa consiste en que la voluntad, deseosa de un determinado mal que tiene aspectos buenos (si te robo tu dinero, yo seré rico), obliga al intelecto a centrarse en el bien que puede conseguirse en el acto malo y a renunciar a reconocer el mal. Ello, a su vez, obliga al propio intelecto a racionalizar aquello que en principio se reconocía como malo. Mientras estoy haciendo algo incorrecto (en el momento de hacerlo), no puedo afrontar abiertamente su aspecto malo, sino que tengo que pensar que es bueno y correcto. En consecuencia, el libre albedrío probablemente se ejerce en el acto de obligar al intelecto a racionalizar, más que en la realización del acto mismo.
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Obsérvese que en todos estos mecanismos de defensa del ego hay algo que la persona que utiliza el mecanismo ha séntido necesidad de reprimir. Esa persona ha caído en la cuenta de algo que no puede soportar; sea por lo que sea, conserva intactas todas sus «piezas» psicológicas, gracias a que se ha engañado a sí misma de algún modo; lo que ocurre, simplemente, es que no puede soportar fácilmente la verdad, y por eso la ha reprimido. Así pues ~y esto es sumamente importante-, la vocación de «poner derechas» a las personas, de arrancarles sus máscaras, de obligarlas a hacer frente a la verdad reprimida, es una vocación altamente peligrosa y destructiva. Eric Berne previene contra el peligro de desilusionar a las, personas con respecto a sus «juegos»: puede que, sencillamente, no lo soporten. Habían escogido un «rol», habían comenzado a jugar un determinado juego y a llevar una determinada máscara, precisamente porque ello iba a hacerles la vida más vivible y tolerable... Por eso debemos ser muy cuidadosos ~xtremadamente cuidadosos, de hecho- y no asumir la vocación de hacer ver a los demás sus errores. Todos sentimos la tentación de desenmascarar a los demás, de hacer pedazos sus defensas y dejarlos desnudos y perplejos bajo la implacable luz de nuestros focos. Pero el resultado podría ser trágico. Si las «piezas» psicológicas se despegan, ¿quién
va a recogerlas y a recomponer de nuevo la frágil porcelana del pobre Ser Humano? ¿Tal vez tú? ¿Podrás hacerlo? El favor más grande: la verdad Todo cuanto hemos dicho en estas páginas. parecería urgimos a ser abiertos y veraces acerca de nosotros mismos, de nuestros pensamientos y emociones. De hecho, nos ha urgido a ser sinceros con nosotros mismos y con los demás. y no vamos a desdecimos aquí de nada de lo dicho. Pero es absolutamente necesario caer en la cuenta de que no hay nada en estas páginas que me incite o me dé motivos para erigirme en juez de los demás. Yo puedo decirte quién soy y referirte con toda franqueza y sinceridad mis emociones, y éste es el mayor favor que puedo hacerme a mí mismo y a ti. Aun cuando mis pensamientos y emociones no sean de tu agrado, el revelarme abierta y sinceramente sigue siendo el más grande de los favores. En . la medida..de mis posibilidades, .. intentaré ser SIncero conmIgo mIsmo y comumcarme sInceramente a ti. Otra cosa sería que me erigiera en juez de tus errores. Eso sería jugar a ser Dios. Yo no tengo por qué intentar ser el garante de tu integridad y sinceridad: eso es cosa tuya. Lo único que puedo hacer es esperar que mi sinceridad para conmigo mismo y acerca de mí te permita y te ayude a ti a ser sincero contigo mismo y acerca de ti. Si yo
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puedo reconocer y dec1ararte mis defectos y mis vanidades, mis hostilidades y mis temores, mis secretos y mis vergüenzas, tal vez seas capaz de reconocer los tuyos y confiánnelos, si así lo deseas. Es una calle de doble dirección: si tú has de ser sincero conmigo y hacerme partícipe de tus éxitos y tus fracasos, de tus angustias y tus éxtasis, ello me ayudrá a encararme conmigo mismo y a ser una persona íntegra (total). Yo necesito tu apertura y sinceridad, y tú las mías. ¿Querrás ayudarme? Te prometo que yo he de intentar ayudarte a ti y decirte quién soy realmente. «Cuesta tanto llegar a ser plenamente humano que son muy pocos los que poseen el esclarecimiento o el valor necesarios para pagar el precio requerido... Para ello_hay que abandonar totalmente la búsqueda de seguridad y asumir con los brazos abiertos el riesgo de vivir. Hay que abrazar el mundo como un amante, sin esperar una fácil retribución de ese amor. Hay que aceptar el dolor como condición de la existencia. Hay que admitir la duda y la oscuridad como precio del conocimiento. Hay que tener una voluntad obstinada en el conflicto, pero siempre dispuesta a la aceptación total de todas las consecuencias de vivir y morir». Morris L. West, Las sandalias del pescador
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6 Un catálogo de juegos y roles Esta lista de juegos y «roles» sumamente habituales en las relaciones humanas no responde a ningún orden lógico. Tampoco encierra limitaciones relativas a la edad o al sexo. Cualquiera puede jugar uno o varios de estos juegos. Nuestra «programación» y nuestras necesidades serán las que decidanen cuáles de ellos vamos a ser más expertos o vamos a emplear más tiempo. Todos estos <
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El aprensivo
En su libro The Meaning of Anxiety, dice Rollo May que el nivel normal de ansiedad es proporcional a la amenaza o peligro objetivo para la existencia de un individuo como persona. La ansiedad neurótica, en cambio, es desproporcionada respecto de dicho peligro objetivo. La causa más común de ansiedad es la inseguridad que un individuo experimentó en su infancia. Si, cuando era un bebé, no gozó de la necesaria sensación de seguridad ni fue sostenido por unos brazos acogedores que lo mecieran para dormir, y si más tarde no disfrutó de la seguridad del amor de sus padres, probablemente esa persona tendrá un elevado nivel de ansiedad. Como juego, la aprensión es una forma inmadura de solventar las dificultades. El aprensivo, por lo general, no para de darle vueltas a la noria, recorriendo una y otra vez el mismo trayecto sin llegar a ninguna parte (aunque al final llega a contraer alguna que otra úlcera). Repite continua e inútilmente el rollo de su problema, ensaya diversas alternativas, sin llegar a ninguna decisión, y calcula una y otra vez todas las posibles consecuencias de las posibles decisiones. El aprensivo se sentiría probablemente culpable si no hiciera nada constructivo; por eso hace algo: intranquilizarse. Psicológicamente, la aprensión guarda relación con la ansiedad, la cual proviene de una so-
brecarga de emociones reprimidas (hostilidad, por ejemplo), acompañadas o no de amenazas externas. Por eso es posible que el aprensivo crónico se sienta tremendamente incómodo si no sabe qué es lo que realmente le está fastidiando. La presión interna de las emociones reprimidas no siempre necesita estímulos externos para producir este incómodo estado. Es uno de los elevados costos que tenemos que pagar por la represión emocional.
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Se piensa que la formación reactiva es causa del exceso de ternura y de afectividad de esta persona. Se trata de una compensación subconsciente de sus tendencias sádicas. Todos tenemos de vez en cuando inclinaciones crueles, pero a esta persona (el «cardias») las suyas le horrorizan especialmente. Lo que ocurre con la compensación es que, una vez puesta en marcha, casi siempre acaba en sobre-compensación. De algún modo, su «programación» ha hecho a esta persona incapaz de contactar consigo misma y reconocer sus inclinaciones hostiles, y emplea la mayor parte de sus energías en negar la verdad que no le es posible admitir. Es probable que esta persona sea excesivamente cariñosa con los animales domésticos, se extasíe ante los niños y sea demasiado indulgente con ellos, excediéndose en sus demostraciones de afecto y de ternura.
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El «cardias»
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Obedece en todo a su corazón, hasta el punto de que los demás se preguntan si el cerebro le sirve para algo. Es el corazón el que lo decide todo. Esta persona manifiesta todo tipo de emociones «blandas», pero será raro que explicite, si es que lo hace alguna vez, emociones «duras», precisamente porque las tiene miedo y debe reprimidas. Las mujeres son más proclives a esta «formación reactiva», debido a que nuestra sociedad las «programa» para que crean que las emociones hostiles o crueles son particularmente horripilantes en la mUjer. El cínico Es frecuente que las expectativas desmesuradas en la vida se vengan abajo y den lugar al juego del «cínico». La persona programada para pensar que el universo debería estar cortado a la medida de su personal conveniencia acaba sufriendo un doloroso choque con la realidad. Es entonces cuando contraataca con su cinismo. Básicamente, el cínico es un irrealista desmoralizado. Las cosas no han marchado tal como él quería, y por eso se desahoga culpando a todo el mundo de su desilusión: «No puedes fiarte de nadie...» «Todo el sistema está corrompido...» Mientras desempeñe su papel de cínico, no querrá tomarse la molestia de mirarse con sinceridad a sí mismo y a su mundo ni de experimentar las dificultades y sufrimientos propios de la adaptación a la realidad. Su agudo -92-
ingenio suele ser síntoma de una hostilidad encubierta, porque no ha encontrado la vida tal como él la deseaba. Jamás ha sido capaz de aprender empatía y tolerancia ni ha experimentado verdadero afecto hacia otras personas. Consiguientemente, es una persona sumamente solitaria, a pesar de su afectada sonrisa.
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El competidor
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Nuestra cultura occidental nos ha programado a la mayoría de nosotros para que aceptemos la competitividad como parte del plan divino. El competidor debe vencer en cualquier cosa que haga. Para él todo se reduce a «ganar o perder». No dialoga, sino que discute. Su búsqueda de triunfos, muchas veces a expensas de los demás (<
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de distinguir entre sí mismo como persona y sus logros, entre ser y tener. (Véase más abajo: El ser inferior y culpable).
Este juego se denomina «la paz a cualquier precio», y el precio no es otro que la renuncia a toda individualidad en aras de los demás. En su origen suele haber, por una parte, la experiencia de una autoridad excesivamente dominante y, por otra, sentimientos de culpabilidad. El conformista no quiere o no puede correr el riesgo de no ser aceptado por los demás. Suele ser objeto de alabanzas .por su disponibilidad para seguir adelante, pero tiene que pagar un elevado precio, en forma de represión de emociones, a cambio de la miseria de alabanzas que recibe. Su reluctancia a mostrarse en desacuerdo con la opinión imperante hace que pase inadvertido para los demás. Por lo general, desarrolla algún tipo de síntomas psicosomáticos, porqué, con el tiempo, su subconsciente se ve sobrecargado con todo lo que ha tenido que reprimir para ser «el buen chico que está siempre dispuesto a todo». (Véase más abajo: El ser inferior y cul-
pable) .
plenamente sus posibilidades, y dado que en el fondo es un derrotista y siente pena de sí mismo, porque es incapaz de estar a la altura de su propio ideal, opta por elevar su propia auto-estima a base de rebajar la estima de los demás. Adler lo denomina «crítica derogatoria». Es mucho más fácil echar abajo a los demás que levantarse uno mismo a base de logros objetivos. Pero, dado que «superioridad» e «inferioridad» son términos relati~ vos, parece como si el rebajar a los demás significase autQmáticamenteelevarse uno mismo. En cierta ocasión dijo Benjamin Franklin: «si quieres conocer los defectos de una persona, elógiala delante de sus iguales». El chismorreo puede servir también para paliar los propios sentimientos de culpa: nos gusta referir las «fechorías» de los demás para no sentimos tan culpables de las nuestras. Ello explicanuestaansia por enteramos del último escándalo publicado en periódicos, revistas, etc., siempre dispuestos a complacer. Después de leer la crónica de un atroz asesinato, nuestro propio sarcasmo y nU'estraira no parecen ser tan terribles males. Lo que se obtiene con este juego es un encumbramiento del yo y una mayor facilidad para soportar los propios pesares.
El chismoso
El «diferidor»
El que participa en el juego del chismorreo, como en la mayoría de los juegos, lo hace por un inequívoco interés personal. Incapaz de aprovechar
El juego de «para mañana» pretende eludir la realidad posponiendo las cosas que deberían ser hechas «aquí y ahora». El «diferidor» (procrasti-
El conformista
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nator) tiene que engañarse a sí mismo con promesas irrealistas tales como: «Voy a empezar a fumar menos en cuanto pueda tomarrne unos días de vacaciones»; «en cuanto llegue el buen tiempo, pienso empezar a hacer deporte»; «cuando me establezca y tenga mujer e hijos, volveré a ir a la iglesia». El huir a confusos e irrealistas mañanas no es sino una de las muchas variedades de evasión de la realidad que con frecuencia intentamos los seres humanos. (Véase más abajo: El indeciso). El dominador Este juego se caracteriza por un deseo exagerado de controlar las vidas de los demás y sus procesos mentales. Como a la mayoría de las personas que exageran su importancia o su saber, al dominador le incomodan tremendamente los sentimientos subconscientes de incapacidad. Resulta extraño, pero es muy frecuente que esta persona esté tan empeñada en sentirse competente que pasa por alto el hecho de que posee un estilo y unas maneras despóticas. Y suele explicar su talante autoritario como algo necesario, razonable y perfectamente justificable. El dominador se ve afligido con mucha frecuencia por sentimientos de hostilidad, los/cuales, al ser reprimidos, se expresan en forma de egoísmo y desconsideración para con aquellos a los que se supone que debería amar.
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El «dopado» Del mismo modo que el soñador (véase más adelante) huye de la realidad haciendo uso de la «alfombra mágica» de su fantasía, el «dopado» (a base de alcohol o cualquier otra clase de droga) intenta el camino de la narcosis. Los que más expuestos están al «stress» suelen ser los más necesitados de una escapatoria. La adicción a la bebida, a la marihuana, etc. suele darse entre quienes reaccionan mal ante las privaciones, entre quienes más fácilmente se dejan vencer por la frustración y entre quienes son más tímidos y menos a gusto se encuentran en compañía de otras personas. Al desahogo y a la sensación de libertad momentánea que se obtiene bajo el influjo sedante del alcohol o de la droga suele seguir un aumento de ansiedad y una más profunda depresión cuando los «vapores» se disipan. Lo cual, naturalmente, origina una nueva y mayor necesidad de sedación para aliviar la ansiedad, el sentimiento de culpa y la depresión. La capacidad del alcohol y la droga para proporcionar una auténtica «solución» topa con evidentes dificultades. Huir de la realidad mientras dura la narcosis sirve únicamente para que resulte más difícil volver a la realidad y soportarla. La justificación que suele darse a este juego es que ayuda a ser sociable, a desinhibirse, a expresarse y a olvidar los problemas...
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El egocéntrico
El fanfarrón
Es prácticamente una ley universal el que la magnitud del egocentrismo de una persona es proporcional a la cantidad de sus sufrimientos. Es un problema de capacidad de atención: uno no puede prestar mucha atención simultáneamente a sí mismo y a los demás. La cantidad de atención que podemos prestar es limitada. El aspecto destructivo o reductor del sufrimiento consiste en que atrae irresistiblemente la atención hacia nosotros mismos y hacia el área de nuestro propio sufrimiento. Los que padecen cualquier sufrimiento, desde un dolor de muelas hásta la soledad de la vejez, tienden al egocentrismo. La preocupación por uno mismo se transforma muchas veces en hipocondría (por exceso de preocupación por la salud) o en paranoia (manía persecutoria, por ejemplo). Uno no puede considerarse el centro del universo y quedarse tan tranquilo si los demás no lo aceptan como tal. Sean cuales fueren los sufrimientos que nos haya podido ocasionar nuestra «programación» pasada (complejo de culpa o de inferioridad, ansiedad, etc.), tales sufrimientos nos han de conducir inevitablemente a todas las trampas del egocentrismo. Al egocéntrico no le preocupa lo que digan de él, con tal de que hablen de él. Con el tiempo, caerá en una depresión emocional, porque vivir en un mundo tan restringido es como vivir en una prisión. Y sufrirá aún más que las otras personas que tienen que vivir o trabajar con él.
Este juego constituye un intento pueril de afirmar la propia superioridad y es una de las diversas manifestaciones de un desarrollo interrumpido. El fanfarrón suele ser también un «matón» si la situación lo permite. Desea dominar a los demás, ya sea con palabras o, si se siente seguro de sí mismo, a base de la fuerza física. Lo que revela es falta de auto-estima: desea ser importante, pero no encuentra en sí mismo nada que le permita satisfacer tal necesidad. A veces le preguntamos: «¿A quién intentas convencer: a nosotros o a ti mismo?». Y la respuesta es: a ambos.
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El frágil
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La persona «frágil» lanza infinidad de señales a los demás para hacerles ver lo delicada que es y la necesidad que tiene de ser tratada con sumo cuidado. Y ante una persona con las lágrimas siempre a punto y capaz de deprimirse al instante, «los demás» son reacios, naturalmente, a hacerle frente, a darle una mala noticia, a pedirle que acepte una responsabilidad (es mucho más fácil hacerlo uno mismo que pedírselo a ella) o a formularle una crítica sincera. Fundamentalmente, este juego es producto de un sentimiento neurótico de incapacidad para hacer frente a la vida. El que juega a ser «frágil» manifiesta además una enorme sensibilidad en relación a la estima de los demás. Su
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ego es tierno y vulnerable,y por ello es frecuente que malinterprete determinadas observaciones o gestos. La persona «frágil» es hipersensible precisamente porque se valora muy poco a sí misma. Pero esto, por lo general, no lo verán claro ni ella ni los demás.
de recordarle el mundo cuando haya muerto. Este juego ilusorio trata de proporcionarle una sensación de importancia que le es negada por la realidad. Obviamente, y tratándose de ella, es difícil ser sincero con esta persona.
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La fragilidad representa una regresión a la infancia, a un estado de necesidad y desamparo. y la persona que sabe jugar a este juego no tendrá que crecer jamás ni hacer frente a la sangre, el sudor y las lágrimas de la vida real. La persona «frágil» expresa con sus lágrimas y sus traumas repentinos lo que el niño dice con sus pataleos y sus rabietas, porque lo que está pidiendo es el mismo trato preferencial que tan frecuentemente exigen los niños. El «grandioso» Este juego es fruto de un sentido erróneo de la importancia personal. El jugador ha sido «programado» para dar ante los demás una sensación de importancia. Trata de impresionar citando nombres de personas importantes y tiende a que la conversación gire en torno a él. Al igual que el «fanfarrón», esta persona intenta compensar una falta de auto-estima. Todos nos esforzamos en proteger nuestro ego de la humillación. Pero esta persona prefiere hacerlo con gestos dramáticos y espectaculares. Le ofende la insignificancia, y suele soñar con alguna magnífica hazaña por la que habrá -
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El «guaperas»
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Por lo general, la vanidad corporal es una forma de compensar un complejo de inferioridad como persona. La persona hermosa o «guapa» que juega este juego no deja de mirarse en los espejos (o en cualquier superficie brillante) y en los ojos de los demás, porque no es capaz de encontrar consuelos más profundos. Esta clase de vanidad está siempre teñida de una indefinible tristeza, porque, evidentemente, para estas personas la vida se acaba a los 35 años, dado que identifican su persona con su cuerpo.
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A la pregunta «¿Qué eres tú?» respondería: «Yo soy guapo». Y si fuera capaz de ser sincero y franco, añadiría: «...y nada más; simplemente, guapo».
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El hedonista
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La típica persona para quien su propio placer es lo primero trata de ocultar su inmadurez emocional a base de eufemismos (<
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sión...»), pero su inmadurez sale enseguida a la superficie en sus relaciones. Es característico del niño y del neurótico (infantilismo emocional) el pretender que ha de tener siempre lo que quiere, y tenerlo inmediatamente. Por eso~nunca refrenará demasiado tiempo ningún impulso que le lleve a lograr su propia satisfacción. Es incapaz de suspender su búsqueda del placer ni siquiera para considerar las consecuencias de sus actos. Su incapacidad para posponer el placer acaba llevando a esta persona a buscar dicho placer en todas las cosas y caiga quien caiga. Cuando recibe el estímulo del placer en ciernes, su respuesta es automática. Los hábitos hedonistas se adquieren, muy frecuentemente, como compensación de los aspectos duros y difíciles de la vida. «Me han ignorado, o no me han entendido, y por eso ahora puedo atracarme de comida o masturbarme...» (Casi nunca se cae en la cuenta conscientemente de cómo funciona esta forma de lógica).
El indeciso Se ha dicho que el mayor error que podemos cometer es tener miedo a cometer errores. La indecisión y la incertidumbre son formas de evitar errores y responsabilidades. Si no tomo ninguna decisión, no puedo equivocarme. La inclinación a evitar tomar decisiones se manifiesta a veces en el hecho de que diferimos en lo posible las que real::.
mente debemos tomar. El único verdadero error es no aprender de los propios errores. El problema básico en este punto es la autoestima y la protección de la misma. Las personas indecisas temen que se les va a perder el respeto si su decisión resulta ser equivocada. Alguien ha dicho que sólo las personas insignificantes no se equivocan nunca. Aprendemos más de nuestros errores que de nuestros aciertos; pero la persona indecisa está tan preocupada por su propio ego y por su estima personal que no es capaz de apreciar estas verdades. Lo que le importa es la seguridad y la protección; y su lema es: no intentes nada, y nada perderás. Muy frecuentemente, la indecisión se da en personas que han sido condicionadas por innumerables (y a veces contradictorias) normas de todo tipo y preceptos morales, o que han sido censurados y se han sentido avergonzados por pasados errores. Finalmente, la indecisión también puede darse en personas que pretenden soportar más problemas emocionales de lós que pueden resolver. Por lo general, estas personas se desconciertan y no son capaces de decidir en ninguno de los mencionados problemas. El «inflamable» A la mayoría de nosotros nos resultará difícil creerlo, pero lo cierto es que las personas que pierden los estribos con facilidad y pegan grandes gri-
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tos, muchas veces están reaccionando ante un supuesto agravio que no es en realidad la causa de su enojo. Como no pueden abordar abiertamente el verdadero agravio, se desahogan como pueden, y su cólera raras veces puede ser debidamente evaluada. Lo que late en su subconsciente es hostilidad. Las personas suelen ser mucho más hostiles unas para con otras de lo que parece; y es que la hQstilidad suele reprimirse, porque nuestra sociedad nos ha hecho creer que la hostilidad es impropia de unos seres humanos socializados y civilizados. Karl Menninger, en su obra Love Against Hate, habla a este respecto de una reacción en cadena que él ejemplifica del siguiente modo: los padres reprimen sus hostilidades a base de frustrar a sus hijos y fomentar en ellos nuevas hostilidades reprimidas; más tarde, los hijos se transforman en padres igualmente frustrados que, a su vez, se frustran a sí mismos y a sus hijos. jY más hostilidades...! El primer paso para romper esta reacción en cadena, sugiere Menninger, es identificar las causas y el alcance de nuestra agresión y hostilidad, que es algo de lo que muchas veces no somos conscientes. Nuestras hostilidades están encubiertas (reprimidas) porque la gente nos hace sentir que no podemos enfadamos (especialmente con nuestros padres, que «han hecho tanto» por nosotros). Debemos, pues, neutralizar esas hostilidades, una vez reconocidas, tratando de comprenderIas más profundamente, o bien dándoles salida en activi-
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dades no-destructivas (el deporte, por ejemplo). Muchas veces somos más «inflamables» con aquellos a los que queremos, porque habitualmente es contra ellos contra los que sentimos una mayor hostilidad, dado que nuestro trato con ellos ha sido más prolongado y más intenso. I. I
El «intelectual»
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Nuestra «programación» social nos hace sumamente fácil ser «intelectuales» y menospreciar las reacciones más «humanas», especialmente en tanto que son emocionales. Por lo general, el papel de «intelectual» lo adopta quien tiene miedo a sus emociones o se siente incómodo con ellas por una razón o por otra. Tal vez esa persona ha sido «programada» para no manifestar tales emociones y para pensar que «sentimiento» equivale a «debilidad». A veces, además, una persona se ve incapaz de relacionarse fácilmente con otras, de disfrutar de la amistad, y por eso recurre a su «pose» de intelectualismo. La torre de marfil de semejante intelectualismo es también una manera habitual de eludir la competitividad que implican las relaciones humanas. En sí mismos, los procesos de aprendizaje no son para la mayoría de nosotros tan amenazadores como pueden serIo otras personas. El ambiente conocido y cálido del aula es preferible a ese frío y cruel mundo que nos han enseñado a temer; y hay almas más tímidas que prefieren leer -
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acerca de la vida que intentar vivir. Las estanterías de una biblioteca pueden constituir un refugio para los quebraderos de cabeza de la vida diaria y pueden además proporcionar el solaz del aislamiento y el prestigio de la erudición. pueden significar una huida de las responsabilidades sociales. Las personas «programadas» para el aislamiento suelen sentir mayor inclinación hacia el trabajo intelectual que hacia las relaciones con los demás. Más que admitir que es un «ermitaño» aislado de la sociedad, el que juega el rol de intelectual insiste en que está dedicado al conocimiento de cosas más elevadas. Incidentalmente, este juego nos libera de responsabilidades sociales, de organizaciones y comités, de devolver visitas y de hacer amigos. (Obsérvese, por favor, que no pretendo en absoluto lanzar acusación alguna contra los verdaderos intelectuales. El verdadero intelectual hace una aportación inestimable a la sociedad; pero nadie está llamado a ser un intelectual al precio de dejar de ser un ser plenamente humano, una persona con todas las de la ley). El «ligón» El juego del «flirteo» constituye fundamentalmente un intento de obtener para el ego algún tipo de reconocimiento. Por lo general, lo juegan los que jamás han cultivado ninguna verdadera emoción profunda. Sólo unas relaciones realmente profundas pueden proporcionarle seguridad al ego. , -
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y lo hacen a base de fomentar un mejor autoconocimiento y una mayor auto-aceptación. El «ligón» se niega a aceptar el riesgo de semejantes relaciones y sigue corriendo sin parar. El «ligue» sólo es posible cuando las emociones son triviales y superficiales, aunque ninguno de nosotros está dispuesto a reconocer que su~mociones son de esa naturaleza. Unas relaci~n~ humanas profundas y duraderas jamás podrán edificarse sobre unas emociones corno las del «ligón». El juego del «flirteo» o del «ligue» da por sentado, además, que, cuando uno se cansa de una conquista, puede pasar a otra. Es éste un tipo de deporte bastante egoísta y en el que se producen muchas «lesiones». Nadie desea reconocer que es un «ligón» (o que está jugando cualquiera de estos juegos); pero el primer paso hacia la verdadera madurez emocional consiste en reconocer tal tendencia, con el fin de poder someterla a algún tipo de control. En todos estos juegos debemos preguntamos qué es lo que realmente queremos, por qué lo queremos (lo cual siempre nos revelará algo acerca de nosotros mismos) y por qué sería mejor renunciar a nuestro juego. Aunque el «flirteo» pueda proporcionar algún tipo de gratificación pasajera al ego, esos pequeños y superficiales encaprichamientos muchas veces complican enormemente la vida y nos hacen buscar subterfugios, inventar excusas, recurrir a engaños y preocupamos en exceso por nuestro propio yo. El desarrollo sexual y emb-
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cional comienza en el niño con el narcisismo (amor a sí mismo), pero a medida que maduramos como personas deberíamos ser cada vez más capac~s de altruismo (amor al otro). De algún modo, el «ligón» se ha quedado fijo en una fase adolescente, y su maduración ha quedado inteIfUmpida. El «listillo» Esta persona casi nunca pierde una discusión (si es que pierde alguna). Aun cuando las pruebas comiencen a amontonarse en su contra, él se las arregla siempre para conservar indemne su posición. No sabe escuchar y da la impresión de que espera aprender muy poco, o nada, de los demás. En el fondo, su auto-estima se siente amenazada. Su dogmatismo es lo que Freud llamaba una «formación reactiva». Se comporta con una seguridad absoluta, con el fin de defenderse de las desmoralizadoras dudas que se agitan en su subconsciente y tienden a minar su aparente certidumbre. Su conducta indica lo contrario de lo que parece ser la verdad: que, aunque sean inconscientes, abriga profundas dudas acerca de sí mismo y de sus opinIones. La «madraza» La madre superprotectorajuega un juego muy dañino. Por lo general, las madrazas producen pequeños monstruos, personas absolutamente egoís-
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tas que exigen que todo se haga como ellas quieren. El hijo de una «madraza» (el hijo de mamá) está terriblemente falto de preparación para hacer frente a un mundo que no está dispuesto en absoluto a mimarle ni a acceder a todos sus caprichos. Los estudios psicológicos realizados con soldados en tiempo de guerra muestran que los que más frecuente y gravemente «cascan» psicológicamente son los hijos de madres superprotectoras. La canción que más frecuentemente solicitaban los soldados a 'l3ing Crosby, cuando éste visitaba a las tropas del~~cífico del Sur durante la Segunda Guerra Mundial, era la «Canción de cuna» de Brahms. Este juego no responde a un amor auténtico, sano y maduro, sino a una de estas tres posibles causas: 1) Ansiedad neurótica. La madre insegura tiene miedo de que su hijo pueda sufrir algún daño si ella no lo hace todo por él, y ese miedo suele transmitido a sus hijos. Semejante madre no disfruta de sus hijos; tan sólo se preocupa de ellos. 2) Hostilidad. Por extraño que pueda parecer, el exceso de protección materna es a veces una sobre-compensación (formación reactiva) por una hostilidad subconsciente hacia sus hijos. La madre expía la aversión que siente hacia sus hijos dedicándose a ellos en cuerpo y alma. 3) Relaciones maritalesfrustradas. La madre que no es feliz con su marido vierte frecuentemente sobre sus hijos su afectividad reprimida. En tales
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circunstancias, el hijo tiene que soportar la peor parte de la vida amorosa insatisfecha de la madre. (Véase: David Levy, Maternal Overprotection, Columbia University Press). El «maniático» La tendencia neurótica que caracteriza al «maniático» es una escasa capacidad de tolerar la frustración. No sale muy airoso en situaciones de tensión y de «stress». Por 10 general, la «programación» del «maniático», como la del «competidor», conlleva una carencia afectiva durante la infancia que da lugar a sentimientos de hostilidad. El «maniático» se siente falto de seguridad personal. Además, se siente menos seguro de sí mismo cuando las cosas van mal, y tiene una larga lista de agravios favoritos que proclama ante los demás de vez en cuando. Los que le rodean saben que cualquiera de los mencionados agravios puede sacarle de sus casillas, y en esto consiste el juego: en hacer saber a los demás, de diversas formas, que no deben frustrarle en modo alguno. El «mártir» La manía persecutoria (paranoia) del «mártir» es un desorden emocional caracterizado por multitud de recelos infundados. Es fácilmente observable la presencia de tendencias paranoides en esta -
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variedad de esquizofrenia (desorden mental por el que la persona enferma está separada de la realidad). La principal característica del paranoico neurótico es el recelo o la sospecha. Sufre 10 que los psicólogos llaman «engaños referenciales», que convencen al paranoico de que, por ejemplo, todo el mundo habla de él, o de que llueve el día en que él tiene que desfilar porque Dios tiene personalmente algo contra él, etc. Es un sentimiento de estar siendo maltratado. Habría que decir que algo de esto sentimos todos en ocasiones; personas muy normales sufren engaños á~eces. Sin embargo, en la persona normal estos en~años no son tan irracionales, tan extremos ni tan paralizantes. El paranoico se encuentra a menudo en la misma situación que el mentiroso, que se ve obligado a inventar historias para jUstificar sus tergiversaciones de los hechos. Con el tiempo, estos engaños se sistematizan, yel individuó tiende a aferrarse a ellos, a pesar de sus evidentes inconsecuencias. Las manías persecutorias suelen deberse a un complejo de inferioridad. El individuo detesta su propia insuficiencia y proyecta este sentimiento en las mentes de los demás, sacando la conclusión de que éstos también le detestan. No puede entablar relaciones satisfactorias con los demás y, en general, es hipersensible. Su ego es sumamente delicado. Al sentirse rechazado por los demás, se repliega gradualmente sobre sí mismo yse aparta cada vez más de ellos. Es incapaz, por tanto, de -
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controlar sus imaginarias interpretaciones de los hechos, que juzga erróneamente. Tiene la sensación de que no ha recelado suficientemente de los demás, y que éstos se han aprovechado de él. Ahora ya es demasiado receloso y piensa que no puede fiarse de nadie.
ranoide es verdaderamente notable, y a veces consigue convencer a otros de la racionalidad de su comportamiento.
Con semejante actitud mental es imposible sostener unas relaciones sociales normales. Todos somos algo suspicaces o recelosos; lo contrario sería credulidad o simple ingenuidad. Pero el paranoico va demasiado lejos, pues realiza su juego culpando a otros de sus propios errores, lo cual constituye un hábito que es parte normal del engaño paranoide. El paranoico no puede evaluar correctamente su propia responsabilidad en cuanto distinguible del papel que desempeñan los otros en la creación de sus problemas. Sus propios auto-engaños le parecen absolutamente claros y veraces.
Este juego requiere una cierta imaginación (y una necesidad subconsciente de sentirse importante). El «mesías» cree ser un salvador de la raza humana, lo cual podría ser perfectamente una formación reactiva ante el temor a ser insignificante. Lo cierto es que en casi todas sus relaciones se considera a sí mismo como «ayudador», y a los demás cl,mo «ayudados». En lugar de instar a los demás a que hagan uso de sus propias fuerzas y de su propia sabiduría, él considera su deber prestarles las suyas. Si examina honradamente su vida, enseguida descubre que son muy pocas las personas con las que se relaciona de igual a igual. Si hay personas deseosas de conocerle, debido a una serie de cualidades que evidentemente posee, a pesar del papel que desempeña, mejor será para ellas tener un problema o una necesidad.
El «mesías»
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El complejo de mártir es producto de una autoevaluación inestable y de no haber sabido mantener un grado insatisfactorio de fe en los demás. Se expresa acusando a otros de la propia infelicidad. El paronoide es consciente, además, de sus propios sentimientos hostiles, pero los racionaliza con sus auto-engaños. Su instinto es el de atacar a otros, porque se siente perseguido. Y los engaños en este sentido no son más que intentos de crear una situación imaginaria en la que los síntomas experimentados puedan parecer racionales y aceptables. A menudo, la capacidad de racionalización del pa-
Lo que se obtiene en este juego es una sensación bastante fuerte y gratificante de «expansión» y una larga lista, perfectamente memorizada, de aquellas personas a las que se ha ayudado. Básicamente, el «mesías» padece sentimientos de inferioridad, de los cuales intenta liberarse dominando emocionalmente a otros. -
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El «Ponce de León»
El «miserable»
Este es el juego que practican los que parecen despreciarse a sí mismos. El «miserable» habla de sí mismo con desprecio, tal vez porque busca palabras tranquilizadoras que alivien sus «sentimientos de culpa». (Véase más abajo: El ser inferior y culpable). ~
El payaso
Como la mayoríá de nosotros, el «payaso» compulsivo anda buscándo algún tipo de reconocimiento y de atención. Lo malo es que piensa que sólo puede atraer sobre sí la atención de los demás haciendo el payaso. Aparte de esto, y a un nivel más profundo, puede que se identifique con su actuación y que intente eludir la realidad no tomándose nada en serio. De hecho, el hacer el payaso es a veces un mecanismo de huida. El payaso no sabe como arreglárselas en una situación realmente seria ni sabe cómo reaccionar ante la tristeza, y por eso adopta una actitud de alegría irresponsable. En su trato con los demás, su juego sirve perfectamente de máscara defensiva (como la máscara del payaso de circo) para impedir que otros sepan quién es él realmente. El prefiere,reir y bromear antes.que hacer frente a las duras realidades de la vida.
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Este es el juego de la persona que, sencillamente, no puede hacerse a la idea de que envejece. Es muy frecuente entre las personas de mediana edad tener la sensación de que se pierde el atractivo. La calvicie, la gordura y las arrugas simbolizan la «cotización a la baja» entre las personaS del sexo opuesto. Para compensar este deterioro de la edad, quienes no han madurado como auténticas personas ni han cultivado vínculos afectivos profundos con otros, suelen ponerse a buscar un amante más joven. Además de la evidencia física que aporta el espejo, estas personas padecen también un «bajón» emocional. que se manifiesta en pérdida de ambición, cansancio y frecuentes crisis de depresión. Y ello, biológicamente, puede de, berse a una insuficiente producción hormonal. Lo trágico de este juego es que estas personas han sufrido un «parón» emocional y jamás han aprendido a relacionarse de un modo significativo como personas; por eso, al llegar la mediana edad, apenas tienen recursos con los que poder consolarse. Han estimado enormemente el «sex appeal», y ahora ven cómo éste se desvanece. Es triste ver cómo tratan de ocultar la papada, las varices, las arrugas, las canas, etc. y se esfuerzan en pensar y actuar como si fueran jóvenes. El «sex appeal» no ha sido nunca (ni pódrá serlo) la llave que dé acceso a las cosas más hermosas de la vida, que son las que verdaderamente pueden hacer soportable el envejecimiento. -
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El prejuzgador fanático Este juego es el producto de una neurosis social que abunda principalmente entre las personas inseguras. El individuo prejuzgador necesita algún tipo de válvula de escape para sus hostilidades emocionales. Y la víctima propiciatoria en esta situación no verá ciertamente favorecido su desarrollo si se ve de tal modo maltratada. Gordon Allport, en su obra The Nature of Prejudice, sugiere que el prejuicio nace de nuestras propias ansiedades: nos sentimos inseguros, y formamos a nuestro alrededor un grupo de referencia, a modo de parachoques protector; a:los que quedan fuera de mi grupo les considero úna amenaza y les critico duramente, porque de algún modo me siento amenazado por ellos. No puedo indicar de manera lógica el porqué (aun cuando se aducen infinidad de razones), pero lo cierto es que cualquiera que no pertenezca a mi grupo de referencia constituye necesariamente para mí una amenaza que me hace sentirme sumamente inquieto e inseguro. El prejuicio es un engaño emocional, aunque el prejuzgador nunca 10 reconocerá como tal. Y el prejuzgador fanático, inevitablemente, tratará de explicar su prejuicio (pre-juicio
= juicio
El «pucheritos» Este juego es propio de personas emocionalmente no-adultas. El «pucheritos»no es capaz de sentarse y discutir abiertamente problemas interpersonales, generalmente porque su postura o su motivo de queja es irracional, y él, en el fondo, lo sabe. Puede hostigar emocionalmente a los demás con su silencio, sus miradas tristes, etc., sin tener que decir con palabras qué es lo que le molesta. Puede estar de mal humor sin aceptar la responsabilidad de tener que explicar por qué lo , está. Una explicación podría resultar tan absurda que él sabe perfectamente (y periféricamente) que la otra persona podría morirse de risa; y resulta que él puede obtener la necesaria satisfacción y dar rienda suelta a su auto-compasión sin necesidad de resolver las situaciones difíciles mediante la comunicación. (Véase más arriba: El frágil).
previo a
la consideración de toda evidencia) en términos intelectuales, pero es casi imposible que reconozca la irracionalidad de su postura. Muy a menudo, la sociedad nos da ya hecha la labor de racionalización necesaria para explicar -116-
nuéstros prejuicios; por eso la mayoría de los fanáticos no necesitan elaborar su propia explicación lógica y razonada. Les basta con recitar unas cuantas líneas perfectamente aprendidas.
El resentido Cuando la típica persona «perdedora» busca una víctima propiciatoria de su propio fracaso, muy a menudo culpa a alguien o a algo distinto: el -117-
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«establishment», la vida, la mala suerte... Le ofenden el éxito y la felicidad de los demás, porque su propia vida, en comparación con la de ellos, es sumamente desdichada. Siente que de algún modo ha sido desposeído... Todos sentimos la tentación de hacer comprensibles nuestros fracasos explicándolos en términos de cualquier cosa que no sean nuestras propias insuficiencias e incapacidades. La deslealtad de los demás, la injusticia, la «conspiración» de las circunstancias, etc., nos permiten afrontar más fácilmente nuestros fracasos. El «resentido» emplea todas sus energías en resentirse, y por eso no suele conseguir gran cosa. A veces parece que los más virulentos críticos de. lo que sea (el gobierno, la educación, la Iglesia, etc.) son a menudo los mismos que no mueven un dedo para mejorar las instituciones que tan ruidosamente critican. La persona resentida intenta constantemente llevar su caso ante el tribunal de la vida, esperando que el jurado de los demás le declare inocente de sus fracasos. «Resentimiento» proviene del verbo latino resentire (volver a sentir): el resentimiento está constantemente escarbando en el pasado, reviviendo pasadas batallas que no pudo ganar, y a menudo persiste en este juego durante toda su vida. El resentimiento llega a ser un hábito emocional: los sentimientos no son causados por los demás, sino por nuestras propias respuestas emocionales, por nuestras propias opciones y reacciones. El resen-
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tido es un re-actor, no un actor; y.cuando, con el tiempo, quiere darse cuenta de ello, no le queda ni rastro de amor propio. Se ha pasado la vida empleando el fracaso como mecanismo, y él es consciente de ello en cierto modo.
El ser «inferior y culpable» Gemelos no-idénticos. La literatura psicoanalítica distingue entre sentimientos de inferioridad y sentimientos de culpa, aun cuando unos y otros son manifestaciones de un conflicto entre el yo real y el yo ideal, entre lo que uno es realmente y lo que le gustaría ser, entre lo que uno realmente hace o siente y lo que piensa que debería hacer o sentir. La diferencia fundamental estriba en que en los sentimientos de inferioridad .se da un reconocimiento de la propia debilidad e insuficiencia. Las personas que padecen sentimientos de inferioridad suelen provocar la competitividad y la agresividad, porque tratan de erradicar sus sentimientos de inferioridad dando muestras de superioridad en alguna forma de rivalidad. Los sentimientos de culpa, por el contrario, pueden ser verbalizados: «No soy una buena persona. La mayoría de mis deseos y de mis actos me parecen mezquinos y malos. La verdad es que mis fallos merecen el desprecio y el castigo. ..». Los sentimientos de culpa inhiben el espíritu competitivo. Son más bien reacciones a
los impulsoshostilesy agresivosque uno sienteen su interior.
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1 Para liberarse de tales sentimientos de culpa se intenta, por lo general, renunciar a competir, mientras que los sentimientos de inferioridad suelen incitamos a adoptar una actitud competitiva. Lo normal es que los sentimientos de culpa nos muevan a la subordinación y se manifiesten en auto-desestima y auto-punición. Por lo general, las-personas tratan de liberarse de los sentimientos de inferioridad a base de ambicióIl y competitividad, intentando vengarse o ~quedar por encima. En cambio, la liberación de los sentimientos de culpa suele buscarse mediante la sumisión y tratando de evitar toda conducta hostil o agresiva. Los sentimientos de inferioridad tienden a producir rebeldes; los sentimientos de cul~ pa tienden a producir conformistas moderados y sumISOS. La ambición y la competitividad, en el caso de la persona dominada por la culpa, se limitan al ámbito de la imagina~ión y la fantasía de dicha persona, la cual suele ser una persona retraída, poco amiga de llamar la atención y que intenta a toda costa evitar las contradicciones. Es una persona con tendencia a minimizar sus propias posibilidades. Tras adoptar un comportamiento que su conciencia no puede aprobar, la persona con sentimientos de culpa suele proponerse no volver a hacerlo jamás. En cambio, la persona con sentimientos de inferioridad reacciona casi siempre preguntando: «¿Y por qué no? ¿Por qué no voy a hacerlo? ¡No pienso ceder a ningún tipo de pre~ -
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siones, ni internas ni externas, sobre mi comportamiento!». (Véase: Franz Alexander, Fundamentals of Psychoanalysis, 1964). La «sexy-boom» y el «macho rapaz» A excepción del caso patológico de las ninfomaníacas, que viven obsesionadas por el sexo, la mayoría de las mujeres jóvenes que juegan a desempeñar el papel de la «sexy-boom» no lo hacen porque disfruten realmente de la sexualidad genital ni porque estén «hipersexuadas», sino más bien porque sienten que no tienen otra cosa que ofrecer más que un cuerpo provocativo. Pretenden atraerse la atención masculina y desean ser populares. La pequeña estratagema de este juego suele tener éxito, pero las conquistas que se logran no suelen ser gran cosa, pues casi siempre se trata de individuos emocionalmente inmaduros. Aparte de este penoso motivo de ganarse un mínimo afecto y llamar la atención,. a veces lo que pretende la «sexy-boom» es rechazar y mortificar a sus progenitores. Por su parte, el «macho rapaz» suele ser un ególatra en búsqueda constante de nuevas conquistas que añadir a su colección de «trofeos». Sus sentimientos de inferioridad son bastante profundos, y él pretende compensarlos tratando de hacer conquistas entre las personas del otro sexo. A veces, los «conquistadores» que más éxito tiene no son más que unos neuróticos que se esfuerzan di-
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ligentemente en encubrir su propia inseguridad personal; por eso son más dignos de compasión que de reproche. Lo verdaderamente triste, tanto de la «sexyboom» como del «macho rapaz», es que ambos buscan algún tipo de intimidad o de cercanía humana. Ahora bien, dado que el llegar a una intimidad personal requiere bastante tiempo y exige mucha sinceridad (comunicación «gut-level»), y dado que estas personas se sienten absolutamente incapaces de pagar semejante precio, sustituyen la intimidad personal por la intimidad física. En su propia opinión, no están en condiciones de hacer nada mejor. Nadie le toma cariño al lado «inútil» de la vida, dice Alfred Adler en su obra What Life Should Mean to You, a no ser que tema acabar frustrado si se queda en el lado «provechoso». Los que juegan a esto suelen ser tan inmaduros emocionalmente que practican el donjuanismo de por vida y son incapaces de amar a nadie de un modo duradero, si es que son capaces de amar de algún modo.
El silencioso y el locuaz Hay dos maneras de no comunicarse con los demás; y, debido a diversos temores, la mayoría de nosotros somos reaCiosa permitir que los demás sepan quiénes somos realmente. Esas dos técnicas -
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sumamente eficaces para impedit la comunicación son: 1) Hablar muy poco. Puede que la gente crea que eres muy «profundo» si no abres la boca. Dice un viejo refrán que «los ríos profundos fluyen silenciosos». 2) Hablar tanto que los demás no puedan en modo alguno «codificarlo» ni averiguar nada acerca de ti. Empleando esta técnica, no podrás hablar mucho sin contradecirte un montón de veces. Y absolutamente nadie podrá acusarte de no poner nada de tu parte para comunicarte. Sólo los más perspicaces caerán en la cuenta de que no saben de qué demonios estás hablando. El solitario Hay una forma o juego de evasión que guarda . bastante similitud con la «torre de marfil» del intelectualismo que describíamos anteriormente: el juego del aislamiento. El solitario se aísla de los demás, vive solo y trata de convencerse de que es eso lo que le gusta. Al adoptar esta especie de confinamiento solitario, consigue eludir los más difíciles retos de la vida y la sociedad humanas. Adopta una actitud de suficiencia, se burla de todo lo que sea «organización» y se ríe de los pobres «gregarios», a los que mira con una pretendida actitud de superioridad y condescendencia. Y no deja de decirse a sí mismo que él está por encima de semejantes absurdos. -
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El neurótico está desgarrado por dos impulsos internos: uno que le lleva hacia los demás y otro que le aparta de ellos. El solitario es un neurótico que opta por este segundo impulso. Se bate en retirada y, dado que no puede relacionarse fácilmente con los demás, se embarca en este juego para evitar fracasos en sus relaciones humanas. Los efectos últimos vendrán condicionados por lo que haya en el interior del solitario, por las razones de sus tendencias aislacionistas. Si lo que predomina es la hostilidad, puede acabar estallando en violencia, como fue el caso de Lee Harvey Oswald. Si predomina la ansiedad, puede producir hábitos neurótÍCoscompulsivo-obsesivos (por ej., lavarse constantemente las manos). Si lo que predomina es la paranoia, se ahondará el abismo entre la persona y el resto de la raza humana. El modelo escapista acaba siempre en alguna forma de tragedia. El soñador Este es, claramente, un juego de «evasión». El soñador está resuelto a huir de la realidad. Consigue grandes logros en su mundo de fantasía, donde obtiene reconocimiento y «honores». Con mucha frecuencia, sus sueños son un .sucedáneode la realidad y representan una forma de compensar su falta de éxito en el mundo real. Al soñador suelen gustarle las películas y los relatos, porque le proporcionan a su imaginación nuevos escenarios y materiales para futuras ensoñaciones, llegando, -
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con el tiempo, a crearse un mundo confortable en el que puede ser «alguien». Muy a menudo, el soñador ha ambicionado más de lo que sus posibilidades le permitían alcanzar, y tiene que compensar a base de fantasía sus contratiempos en la realidad. Esto se denomina «ficción neurótica»: el soñador tiene una coartada para explicar cada uno de sus fallos y fracasos. Pero no puede conciliar sus ambiciones con sus posibilidades. Por eso, lo que fundamentalmente necesita es valor para aceptarse a sí mismo tal como es.
El «sufridor» Algunos neuróticos han sido condicionados de tal modo que se sienten culpables cuando disfrutan de algo en la vida. Como en cierta ocasión dijo Abraham Lincoln, «las personas son, aproximadamente, tan felices como deciden que van a serIo». Este juego «masoquista» exige una nueva penitencia por cada placer. El «sufridor» rara vez gasta dinero en cosas frívolas, y no disfruta realmente de un espectáculo, por ejemplo, si la entrada es cara. Por otra parte, tiende a enredarse en situaciones afectivas imposibles, y suele encapricharse de alguien totalmente inalcanzable. Si en algún momento se sorprende a sí mismo pasándolo bien, ideará, cual pecador contrito, alguna manera de castigarse por ello. Las ganancias materiales le parecen fútiles y absurdas, y rara vez cae en la -
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