¡PORTATE BIEN! Sanación De Nuestro Niño Interior
Lic. MATILDE GARVICH
Cómo Transitar De los Mandatos Familiares A Las Elecciones Personales
¡PORTATE BIEN! Sanación De Nuestro Niño Interior
Lic. MATILDE GARVICH
Cómo Transitar De los Mandatos Familiares A Las Elecciones Personales
¡PORTATE BIEN! Sanación De Nuestro Niño Interior
Lic. MATILDE GARVICH
Dedico este libro a Juan, mi compañero en la vida, por el voto de confianza que me da cada día. Y a mis hijos Sebastián y Matías cuyos cuestionamientos me ayudan a crecer
A Susana Weinstein a quien considero mi maestra en todo lo aprendido sobre el niño interior. A Norma Osnajanski con quien trabajé intensamente en la elaboración y escritura.
Gracias por todo
ENSAYO SOBRE UN ENSAYO
Matilde: has escrito un libro sobre el crecimiento amoroso, unas páginas íntimas capaces de crear el clima en el que es posible dialogar consigo mismo, con las propias heridas, los recuerdos difíciles, nuestros propios temblores corporales y del alma. No es una obra científica, aunque no falte ciencia, ni tampoco un volúmen de autoayuda; aunque efectivamente pueda ayudar y asistir al otro. Se trata de una confesión articulada, una meditación práctica en medio del cotidiano ejercer la vida. Es el tuyo un ensayo, en la vieja tradición de la modernidad, de un Montaigne. Al comienzo del mundo moderno, Montaigne escribió ensayos y así los llamó. Ensayos, intentos fragmentarios, experimentaciones, vivencias de una conciencia sorprendida, casi en borrador, sincera en su desgarramiento, aprendiendo a coserse y descoserse, estructurarse y desestructurarse, capaz de no temer al flujo, a la corriente, al río del pensamiento en el que nadamos y nos ahogamos desde Heráclito a William James, Sin demasiados Salvavidas. Encuentros con un "yo" del que uno se desprende, se retoma que explora cicatrices. Ensayos, estudios sobre sí mismo en la medida en que uno mismo es el otro y el otro es uno. Algo más que una referencia, el riesgo de una identificación y el riesgo de una diferencia. Tradición noble la del ensayo. En Argentina, -y pienso en Ezequiel Martinez Estrada-, el ensayo se ocupa de lo Social, de
lo político, de las mentalidades. Nos falta la tradición francesa y también americana, desde Emerson, del ensayo de ética vivencial, fenomenológica, el describir las esencias de lo vivido. A través de tus citas de Saint Exupery, Monterroso, Laura Esquivel y Girondo, como de las historias de vida tomadas de tu práctica terapéutica, sazonadas con tu experiencia personal así como las acertadas referencias a los maestros -desde Freud y Perls hasta Virginia Satir-nos entregás tu ensayo de cómo sobrevivir y vivir plenamente este pasaje que los kabalistas llaman de katnut a gadlut; de la esclavitud a la libertad, de la inmadurez a la madurez del miedo a la aceptación conciente y luminosa de nosotros mismos y de la vida. Para que el niño que llevamos dentro no se nos atrofie, y mantenga el asombro, la llama del deseo armonizada en la ley justa y no represiva. Cumple tu ensayo con uno de los requisitos fundamentales de un ensayo que es entretener. Un ensayo se esfuma si no entretiene permanentemente, si no entrega un goce de leer y de estar comunicándose consigo mismo comparable a la narrativa o a la poesía.
Como lector, he gozado leyendo este ensayo, he gozado de la lectura y de la relectura de ese goce supremo de la relectura. No sé si mientras escribías, se te aparecía el rostro del lector. A mí, mientras te leía se me aparecía tu rostro, cierta picardía en los ojos, una sonrisa de dificultad vencida y de dialéctica entre relajación y tensión que es Matilde Garvich, quizás una Matilde Garvich todavía más desnuda y definida que la Matilde Garvich de todos los días. Después de mucho adivinar tu rostro, terminé concentrándome en el mío, y en el rostro de mi niño interno para poder ser padre de mi propio niño interior. Le deseo, a los muchos lectores que tendrán esta obra, esta misma alegría de sorprender no solo el rostro de la autora sino también el rostro de sí mismo como padre o madre de su niño interior acercándose a su propio candor revelado sin vergüenza y con aceptación, con auténtica Valoración de sí y estima del proceso que lleva a esta conciliación. Un libro riguroso del crecimiento amoroso que nos lleva a abrazar al que fuimos, al que Somos y al que seremos así como a la unidad de estas tres instancias.
RUBEN KANALENSTEIN Primavera de 1995.
INTRODUCCIÓN
«... autenticidad, madurez, responsabilidad de los propios actos y vivir el ahora con la creatividad del ahora a nuestra disposición, es todo una misma cosa. Únicamente en el ahora estamos en contacto con lo que ocurre...» Fritz Perls
¿Qué nos impide vivir intensamente cada momento de nuestra vida?, ¿cómo hacer para conectarnos con nosotros mismos?, ¿qué pasos dar hoy para mejorar nuestra calidad de Vida?. Personalmente he tenido que recorrer un largo camino para encontrar las respuestas a estos interrogantes y luego poder ayudar a que otras personas también encuentren las propias. A los 18 años emigré a Buenos Aires desde mi provincia natal, Tucumán, dispuesta a cumplir ese sueño que acariciaba desde niña: ser psicóloga. Sin embargo, al llegar a Buenos Aires, me impactó la situación Socioeconómica y decidí cursar la carrera de sociología. Recién después de haberme recibido completé mis estudios en psicología y empecé a trabajar como psicoterapeuta de niños, incluyendo a la familia en el tratamiento puesto que siempre he defendido la idea de que los niños que llegan a terapia no son más que un emergente de la problemática familiar.
Tuve en aquellos años tres maestros por los que guardo un enorme respeto: el Dr. Enrique Pichon Riviere, el Dr. Angel Fiasché y la Dra. Dora Fiasché. Años más tarde, cuando hice mi postgrado en el Centro Médico Psicológico Buenos Aires, tuve la fortuna de encontrarme con el Dr. Octavio Fernández Mouján, a quien le debo mucho de lo que aprendí respecto de las crisis vitales. Por aquel entonces, preocupada por la lógica de los movimientos del sujeto en términos lacanianos, profundicé desde esa escuela mis investigaciones en los orígenes de la conducta humana. Pero todo eso no me bastaba, necesitaba acceder a las personas desde un plano más directo; el encuadre psicoanalítico con el cual estaba trabajando ya no me satisfacía. Incursiono entonces en el psicodrama y viajo a los E.E.U.U., donde me conecto con el Dr. Robert Weiss, de la Universidad de Harvard; de él tomo su modelo para abordar grupalmente la crisis de la separación matrimonial. Así empezó, por el año 80, mi camino en el trabajo grupal desde un esquema referencial diferente.
Me resultaba conmovedor el estado de abatimiento y desesperanza en el que caían las personas luego de haber tomado la decisión de terminar con un vínculo en el que tantas ilusiones habían puesto. Sentí la necesidad de crear un espacio transicional, donde los divorciados pudiera encontrar sentido a lo que les había pasado, asumiendo la propia responsabilidad y participación en el hecho de separarse. Ese espacio tomó la forma de Grupos de Reflexión para abordar esta problemática. En este contexto, pude comprobar que el divorcio es un reactivador de situaciones no resueltas, anteriores al matrimonio. Cuando la separación se produce afloran rasgos de carácter que habían permanecido, hasta entonces, ocultos o poco desarrollados. Poco a poco me fuí dando cuenta de que cada vez que estas personas sin pareja se preguntaban ¿qué quiero hoy para mí? o ¿qué sentido tiene mi vida sin el otro?, las respuestas no podían provenir exclusivamente del trabajo terapéutico con el tema del divorcio: quienes se formulaban estos interrogantes no eran sólo separados sino adultos que dentro de sí albergaban un niño herido y no escuchado. La clave para empezar a trabajar en este campo la encontré en 1990, al viajar al Instituto Esalen de California, donde conocí a quien luego sería mi maestra, la terapeuta gestáltica, Lic. Susana Weinstein. Este encuentro me permitió ir focalizando la tarea en la autoestima y los mandatos familiares. De aquella época data CARPE DIEM, el Centro de Prevención y Tratamiento de las Crisis Familiares, donde actualmente trabajo con el método que da origen a este libro: la Sanación de
Nuestro Niño Interior. A este centro no sólo concurren las personas que están atravesando por su separación matrimonial, sino también quienes están en crisis por viudez, muerte de un ser querido o pérdida de trabajo, e incluso jóvenes con problemas de relación, (que se presentan como tímidos). Lamentos, enojos y reproches es lo que se escucha en boca de estas personas que acuden a consulta buscando paliar su dolor. ¿Cómo ayudarlos a salir de la queja inútil y el resentimiento? aquí es cuando el niño interior tiene mucho para decir y enseñarnos. De su mano podemos descubrir como nuestros conflictos presentes son versiones actualizadas de un pasado en el que no fuimos respetados. Sin embargo, el objetivo del trabajo de Sanación de Nuestro Niño Interior no consiste en echar culpas a nuestros padres o figuras significativas de la infancia, regodeándonos en revivir cada episodio de humillación y atropello. Cada cual reconstruye su propia historia de la infancia vivida, pero la memoria es una forma de ficción y, como diría Freud, “es como usted lo recuerda no lo que verdaderamente ocurrió”. De allí que hoy lo importante es encontrar el modo de no repetir lo que tanto nos dañó.
De niños dependiámos de nuestros padres, de grandes tenemos la responsabilidad de nutrirnos a nosotros mismos: a esto llamo reparentalización. Nadie puede respirar por nosotros, la respiración es hoy, no ayer, ni mañana. Así debe ser nuestra vida. Como dice el Carpe Diem horaciano: “Es preciso vivir cada momento, asignarle un valor único, reconocerlo como tal. La vida no puede ser un muelle, deslizarse a la espera de algún instante de particular intensidad, que quizá no llegue; todos los instantes pueden contener esa intensidad si se sabe descubrirla y aprovecharla; porque después la rosa pierde su lozanía, la luz apaga su resplandor, el tiempo desaprovechado sólo deja espacio para el lamento inútil” . Precisamente para poder encontrarnos con la intensidad del presente, es que concebí la idea de escribir este libro, con la esperanza de que las voces que aquí se despliegan sean una guía para todos aquellos que todavía no encontraron la forma de conectarse con su niño interior . Personalmente, esta tarea ardua y maravillosa, me llevó a encontrarme con mi niña y creer en ella; comprendí finalmente que todo lo que sucede en la infancia - tanto el dolor como la alegría, los errores como los aciertos- es lo que nos prepara para los logros presentes. Ojalá que los recuerdos de la infancia que a cada uno le aparezcan al leer estas páginas, sirvan para aprovechar la sabiduría del propio niño interior , para dejar de ser víctimas y asumir la responsabilidad de los actos de la vida adulta.
Sanarnos es escucharnos una y otra vez, aceptándonos con nuestras limitaciones y posibilidades, tal como somos, transformándonos en los nuevos padres de nuestro niño in
terior.
MANDATOS FAMILIARES
«... Cuanto menos sabe un hombre acerca del pasado y del presente, más inseguros serán sus juicios respecto del futuro...»
Sigmund Freud
-”... Sabes muy bien que por ser la más chica de las mujeres a tí te corresponde cuidarme hasta el día de mi muerte, Dicho esto, Mamá Elena se puso lentamente de pie, guardó sus lentes dentro del delantal y a manera de orden final repitió: - Por hoy, hemos terminado con esto! Tita sabía que dentro de las normas de comunicación de la casa no estaba incluido el diálogo pero aún así, por primera vez en su vida, intentó protestar a un mandato de su madre. -Pero es que yo opino que... iTú no opinas nada y se acabó! Nunca, por generaciones nadie en mi familia ha protestado ante esta costumbre y no va a ser una de mis hijas quien lo haga. Tita bajó la cabeza y con la misma fuerza en que sus lágrimas cayeron sobre la mesa, así cayó sobre ella su destino..."
El recuerdo de innumerables situaciones de opresión vividas frente a los adultos, surge al leer este asfixiante diálogo entre una madre y su hija, extractado de la novela "Como Agua para Chocolate” , de Laura Esquivel: la obediencia ciega al deseo y la imposición de los padres es una conducta universal durante la infancia. ¿Nos queda acaso, alguna opción para no caer en el desamparo? Percibimos la conducta de nuestros padres desde el primer día de vida ya que de bebés dependemos totalmente de ellos para sobrevivir. Cuanto más chicos somos, menos posibilidades tenemos de desobedecer. Las frustraciones provocadas por la enseñanza que no imponen nos van condicionando: las palabras paternas, los gritos y las peleas, las exigencias y la ideología familiar se nos vuelven algo interno. Nos damos cuenta desde muy temprano quien tiene el poder y hacemos alianzas: papá el malo y mamá la buena, o a la inversa. Tanto nos amoldamos a sus estilos que llega el momento en que no sabemos quienes somos. Ya de adultos, nos encontramos comportándonos de un modo que no entendemos muy bien a qué responde; incluso sin darnos cuenta estamos hablando y pensando como nuestros padres. Que sorpresa nos llevamos cuando alguien nos dice: sos igualita a tu mamá o caminás igual que tu papá o hablás como tu abuela. Cómo podría ser de otra manera si hemos pasado toda una vida al lado de ellos, impregnándonos de sus formas de actuar y de sus reacciones frente a diferentes situaciones. Incorporamos no sólo lo que nos decían acerca de la escuela, los
amigos, los modales; sino también lo que ellos creían que era una pareja, lo que opinaban sobre el sexo, la moral, el dinero y que hacer con él... ideas que siguen dentro de nosotros gobernándonos en forma de voces internas que luego recreamos en nuestros vínculos actuales. Cuántas veces, como Tita, agachamos la cabeza para decir: Perdóname mamá, no lo volveré a hacer. De niños lo decíamos ahogando la impotencia y el odio que nos producía la situación. De adultos, el dolor y el miedo congelados en aquella etapa resurgen ante cualquier equivocación. Los mandatos son tan fuertes que nos marcan por el resto de nuestros días. Cuando emprendemos el proceso de sanación empezamos a descubrir como este agobiante legado incide en nuestras elecciones presentes y cuanto de los impedimentos o dificultades que bloquean nuestra conducta actual tienen que ver con la educación recibida. Muchos quedamos prisioneros del sufrimiento vivido en la infancia y permanecemos encerrados en él en vez de crecer. Nos seguimos criticando como fuimos criticados, sin saber que esa herencia que nos transmitieron nuestros padres estaba basada en una pedagogía que exalta la obediencia, el orden y la limpieza, así como el control de las emociones y los deseos como valores supremos. Es la pedagogía venenosa de la cual habla la psicoanalista suiza Alice Miller. Nuestros padres creían que los chicos no entienden, que no deben contestar a los mayores, que a golpes se hacen los hombres, que la letra con sangre entra o que llorar es un signo de debilidad. Estos condicionamientos son nuestra marca. Y no es la única:
"El niño es responsable del enojo de sus padres." "Los padres siempre tienen razón." "El cuerpo es algo sucio y desagradable." “En boca Cerrada no entran moscas." De todas estas creencias familiares -que sustentan a la pedagogía venenosa- captamos mensajes implícitos: si no obedecemos nos irá mal en la vida, seremos culpables de lo que les pase a nuestros padres, o sufriremos desventuras al gozar de nuestro cuerpo. Mechi, una paciente de los grupos de Sanación de Nuestro Niño Interior , ha llegado a sus 48 años con una actitud corporal muy rígida; suele mostrarse seria, conciliadora y transmite mucha tristeza. En un trabajo grupal, recuerda que de niña era muy inquieta, vivaz, alegre y cuestionadora: la llamaban la niña terrible. A los 5 años, su madre hace un intento de suicidio y le dicen: “fue por tu culpa, por no hacer caso” . Vivió con este peso toda su vida. Un peso que aplastó a aquella niñita vital y rebelde. Hoy Mechi no habla, no opina y si lo hace, experimenta mucho temor. Recordar este episodio que la marcó a fuego y ver la relación que guarda con su conducta actual, le permite a esta mujer salir adelante y conectarse con la vitalidad de su niña, sin temor a que nadie se suicide. De adultos nos golpeamos y castigamos, o nos alentamos y amamos, del mismo modo en que lo hicieron nuestros padres con los niños que fuimos. Seguimos usando el casete grabado durante los primeros años de vida; de nosotros depende borrarlo o modificarlo.
Cuando a través del trabajo terapéutico reconocemos los impedimentos que bloquean nuestro comportamiento presente, aparece el deseo del cambio y la posibilidad de cuestionar nuestras ataduras. Para poder cambiar no nos queda otra alternativa que identificar los mandatos o voces internas; sólo así podremos hacer frente a nuestras inhibiciones y a las dificultades que experimentamos para sentirnos bien en la vida. Frases como: los hombres sólo usan a las mujeres, cuidate de las mujeres que son peligrosas, tenés que ser el mejor en todo, tenés que defenderte sola, ¿sólo un 8 y no un 10? etc, repercuten en nuestra elección de pareja, en la posibilidad de pedir ayuda o reconocer nuestros errores. También es posible que nos hayamos vuelto adictos al trabajo sin saber por qué; olvidamos que en nuestra casa imperaba el mandato el trabajo está por encima de los afectos. El desconocimiento del propio pasado provoca angustia; y además impide encontrar la vía hacia la comprensión de nuestra historia. Ya en 1904 -muchísimo antes de que conceptos como la autoestima estuvieran en boga- James Allen habló de estos temas. En su libro “Imagine su vida” dice: "Eres creado y creces de acuerdo con leyes preestablecidas, no a tu antojo. La causa y el efecto se asientan absolutos e inamovibles en el reino oculto del pensamiento, así como en el mundo visible de las cosas materiales...()... Debes pensar con detenimiento respecto de tu situación y luchar por regresar a la base sobre la cual está construído tu ser, antes que de nuevo puedas volver a ser un amo sabio, que actúa en el mejor interés de su casa.”
El sistema de creencias, ideas y pensamientos de nuestras figuras significativas (padres, abuelos, tíos, maestros, hermanos) es lo que llamamos Mandatos. De acuerdo con el diccionario, los mandatos son: “órdenes o preceptos que el superior impone a sus súbditos. Son órdenes sin explicación racional ni justificación”. Si nos atenemos a esta definición, es casi imposible imaginar a un niño de 5 años desobedeciendo al mandato paterno. El niño obedece, no pregunta, no se cuestiona, a lo sumo sufre; por eso, los mandatos implican un alto grado de violencia. Los hombres no lloran, las nenas que juegan a la pelota son varoneras, son mandatos que se imponen como verdades, y tendrá que pasar mucho tiempo para poder hacerles frente. Adan y Eva transgredieron el mandato y como consecuencia sufrieron la expulsión del paraíso. Toda nuestra educación está marcada por el temora desobedecer. Crecemos con miedo, y tanto nos acostumbramos a responder a las expectativas de los otros, que ya no sabemos qué pensamientos son en realidad nuestros. Se nos han vuelto automáticos e inconcientes, gobernando cada día de nuestra vida. Hoy, ya siendo adultos, tenemos el derecho a preguntarnos si queremos seguir viviendo de la manera en que lo estamos haciendo. Para crecer no nos queda otra alternativa que cuestionar los mandatos. Si nos atrevemos, podremos preguntarnos: ¿Es esto lo que realmente quiero para mí? Pregunta básica que abre un mundo de posibilidades. La influencia de la dinámica familiar en la Vida de las
personas provoca diferentes reacciones. En el trabajo de sanación, Mirta descubre que cada vez que se acerca a su pareja actual en busca de inmediata, siente el mismo que -según ella recuerda Cuando entendemos que
cariño, si él no se lo da en forma desamparo que padecía de niña, ya - mi madre jamás me acariciaba. le estamos reclamando a nuestra
pareja lo que no pudimos pedirle a nuestras figuras significativas, estamos en condiciones de recibir la respuesta del otro como algo propio de su historia, que seguramente nada tiene que ver con la nuestra. En ese momento limpiamos el campo de la relación actual y el desamparo revivido comienza a desaparecer. Gerardo, quien tuvo una madre que se esquizofrenizó cuando él era niño, no pudo obtener de ella las caricias que necesitaba. Vive demandándole a su mujer que lo mime y lo cuide, y si ella en algún momento no tiene deseo de hacerlo, él se siente que no es querido. No ha entendido todavía que, en realidad, a quién le está pidiendo estas caricias es a su mamá y no a su esposa. El trabajo terapéutico permite que empecemos a darnos cuenta de cuáles son en realidad nuestras demandas y a quién están referidas. Lila, de niña, veía el padecimiento de la madre frente a la indiferencia de su padre; también veía como la amante recibía todas las atenciones. En la casa se hablaba de esta situación abiertamente. En aquel momento, Lila se prometió a sí misma: “yo jamás me casaré ni voy a tener hijos”. Recuerda que cuando no estaba el padre en la casa era una fiesta, la madre manifestaba el alivio de que no estuviera el
marido. Lila comenta al respecto: una vez tuve un novio soltero y le dije que parecía un marido. Cuando él me preguntó que tenía esto de malo yo le respondí que los maridos eran aburridos. Recién ahora me doy cuenta de que esta era la vivencia de mi madre. Tuvieron que pasar 48 años para que Lila pudiera reconocer el peso que esta creencia tuvo en su vida. No logró una pareja estable y siempre ocupó el lugar de amante, creyendo que de esta forma podía ser feliz. Los sentimientos no verbalizados de la infancia quedan reprimidos e irrumpirán más tarde de alguna forma. Lo no expresado busca hacerse presente. Vicente, hijo de alemanes, no conoció a su padre y fue internado por su madre en un asilo. Hoy desplaza su rabia y enojo hacia los judíos, para él, ellos se muestran siempre en la condición de víctimas. Lo que Vicente no advierte es que él mismo se ubica en su vida diaria como una víctima: víctima de su mujer que lo abandona igual que su madre, víctima de sus hijos, que según él solo buscan su dinero. Habitualmente, en las reuniones de grupo, Vicente tiene dificultad para hablar del enojo que esta realidad le despierta. Hasta que un día pregunta inocentemente: “¿Por qué cada vez más tengo ganas de decir judíos de mierda” . Luego de la intervención del terapeuta, pudo aceptar que era él quien se experimentaba a sí mismo como una víctima. A partir de allí, le fue más fácil hablar de su dolor y colocar su enojo donde en realidad correspondía. Mantenerse desconectado del sufrimiento y frustración experimentados significa perpetuar el dolor. De niños, no nos dejaron expresar el enojo, la rabia y la tristeza. De adultos, seguimos llevando adentro a aquel niñito enojado, dolorido, avergonzado y humillado. Este niñito dañado está presente en
nuestros vínculos adultos, y manifiesta una insaciable sed de amor, atención y afecto. Nos volvemos demandantes y saboteamos lo que nos dan porque todavía no sabemos que, en realidad, a quien nuestro niñito demanda es a sus figuras primordiales. La confusión que vivimos nos lleva a no poder separar nuestro mundo interno de la realidad exterior. Durante su infancia Manuel fue muy castigado por sus padres, incluso corporalmente, porque como único varón de la casa no respondía al ideal familiar. Todos los problemas que sucedían en la familia se le adjudicaban, y él se convirtió en un rebelde. Inconcientemente, confirmaba los mensajes desvalorizadores que siempre había escuchado: no servís, sos un mentiroso. Manuel se escapaba del colegio, tenía malas notas, hacía todo tipo de travesuras; para los padres era un chico perdido, la vergüenza de la familia. Ya adulto, aunque sabía que el padre le permitía trabajar en su negocio sólo por lástima, aceptó la propuesta. La competencia y la descalificación entre ambos era feroz, pero no podían separarse, se necesitaban. El padre lo acusaba de robar mercadería y dinero, Manuel se defendía continuamente aunque nunca logró que le creyeran. Finalmente se casa con una mujer muy dependiente, huérfana de madre desde muy chica, que ve en la familia de él a la familia que ella no tuvo. Esta mujer se somete a las agresiones de Manuel, que la trata con la misma violencia que él recibió de chico. Ella hace alianza con el grupo familiar: todos se sienten víctimas de este terrible agresor. Actualmente, sus esfuerzos laborales suelen conducirlo al fracaso. Inconcientemente, el objetivo de Manuel no es el trabajo en sí: lo que él anhela es ser reconocido, aprobado y querido.
Aún hoy sigue buscando que su madre lo valore. No le basta que a su cumpleaños número 40 asistan muchos amigos que lo aprecian. Su insaciable sed de amor y reconocimiento por parte de sus padres internos lo sigue acompañando y hasta que él no se apruebe a sí mismo será difícil romper este círculo. No es fácil conectarse con los mandatos recibidos en la infancia. Al hacerlo, revivimos momentos de mucho sufrimiento pero también empezamos a desarrollar todo aquello que quedó enquistado. Entonces estamos más cerca de expresar lo que necesitamos. Ana tiene 20 años y sufre la burla humillante de sus hermanos, quienes la instalaron en el lugar de la estúpida de la familia. Frente a esta conducta agresiva, ella no se defiende pues cree que tanto su madre como su padre comparten la misma opinión. Cada vez que Ana comienza a hablar, la madre le dice: callate, siempre diciendo estupideces. Ana está convencida de que esto es así; la vergüenza que siente la paraliza. En el ámbito laboral es respetada, trabaja en silencio en una tarea que no le exige mostrarse demasiado. Consiguió su actual trabajo por medio de un profesor que supo valorarla, pero a ella el reconocimiento de alguien externo al grupo familiar no le interesa. Lo que ansía desesperadamente es ser vista por su familia. ¿Qué importa que para lograrlo deba someterse a cumplir el rol de la tonta? Prefiere esto a rebelarse y perder el entorno familiar. Al empezar a trabajar con su niña, descubre el precio que paga por su supuesta seguridad. Lo que se pone de manifiesto en casos como estos es nuestra capacidad o no de confiar. La confianza básica se desarrolla en los dos primeros años de vida, si fuimos heridos en esta etapa tendremos luego mucha dificultad para
creer en lo que somos capaces de hacer. En las relaciones amorosas la desconfianza se traduce en un miedo profundo a ser abandonados. Los fracasos amorosos se viven con desesperación y tratamos de evitarlos intentando ser indispensables para el otro. En lo social, el no confiar en nosotros mismos nos lleva a tratar de ser invisibles, a que nuestra presencia no se note. Necesitamos ser acariciados y tocados, valorados y estimados, pero no lo expresamos. Cada vez que nos relacionamos de esta forma con los demás, es nuestra historia la que está pesando sin que nos demos cuenta. Algunos testimonios de los integrantes de los Grupos de Sanación de Nuestro Niño Interior son demostrativos de estos mecanismo. A Julio, cuando era niño, sus padres le decían: “tenés que trabajar para acomodarnos a nosotros” . Y él trabajó siempre para satisfacer las necesidades paternas. Trabajó tanto que ni siquiera ha podido casarse, pues nunca logró el dinero suficiente para independizarse. Recién durante el trabajo grupal fue registrando el nexo que había entre la postergación de sus proyectos y la atadura al mandato familiar. Pedro comenta que para sus padres sólo el estudio y el título universitario daban valor a una persona. Por lo tanto, lo único que él hizo fue estudiar para satisfacer esta expectativa paterna. El título lo logró, pero no se siente feliz. No le es fácil conseguir trabajo, o conservarlo, y cuando lo obtiene; consigue alguna tarea ajena a su formación profesional. Pedro ha encontrado una forma poco satisfactoria de rebelarse al mandato. Elena perdió a los 7 años a toda su familia en un accidente. Recuerda que su padre, que era extranjero, siempre le decía: “el
que sobrevive a dos guerras, puede seguir viviendo. Preferible morir que doblegarse” . Elena se crió en un orfelinato, donde el recuerdo constante de las palabras de su padre la ayudó a sobrevivir en las situaciones más difíciles. Se recibió en la Universidad, se autoabastece pues es una mujer que, como su padre le inculcó, prefiere morir antes que doblegarse. Semejante mandato la llevó a pensar que manifestar sus necesidades es mostrar debilidad. Le resulta muy difícil llorar, no se casó ni tuvo pareja estable. Su energía ha estado al servicio de encubrir su fragilidad. “Mientras al niño no le esté permitido darse cuenta de lo que le ocurrió, una parte de su vida emocional permanecerá congelada, y su sensibilidad ante las humillaciones de la infancia quedará embotada" , dijo alguna vez Alice Miller. De eso trata precisamente el trabajo de Sanación del Niño Interior : rescatar nuestra idiosincracia para que surja la energía vital.
LA VERGÜENZA TÓXICA
“A causa de nuestros condicionamientos todos vivimos con un sentimiento de vergüenza tóxica y experimentamos esto como una perversa sensación de ser defectusos como seres humanos”
John Bradshaw
Me veo aún. Tengo doce años, y estoy sentada en el umbral de mi casa mirando con inmensa tristeza como pasa la gente por la vereda. En esos domingos de provincia me parecía que yo era la única que no iba a la plaza a dar la acostumbrada vuelta del perro. No quería ir, me avergonzaba mi cuerpo, me sentía gorda y fea e imaginaba que nadie quería estar a mi lado. Pero ese era mi secreto, porque yo disfrazaba el dolor con una actitud hipercrítica: “es una estupidez ir a la plaza”, “se pierde el tiempo”, “a mí no me interesa”. Ni los ruegos de mi madre, ni las súplicas de algunos amigos lograron arrancarme de mi encierro. Aunque yo no lo supiera en aquel momento estaba encerrada en la cárcel de la vergüenza tóxica. No siempre la vergüenza es tóxica o paralizante. Por ejemplo, pocas personas logran evadir el sentimiento de incomodidad o ridículo que se experimenta frente a situaciones nuevas o conductas inapropiadas tales como: hablar en público, caerse en la calle, que una ola nos arranque el corpiño del traje de baño, o que la bragueta del pantalón aparezca abierta. Todas estas situaciones despiertan un sentimiento natural de vergüenza, que nos alerta acerca de ciertas convenciones que la
mayoría comparte al vivir en comunidad. Y esto es así, cuando recordamos episodios que en algún momento de nuestra vida nos ocasionaron algo más que incomodidad. Pablo siente que ha quedado marcado por hacer cosas que no debía. Estaba en la ducha masturbándose, se cayó y se abrió el mentón. Hoy, la presencia de su cicatriz es un recordatorio constante de aquel momento. Eduardo, cuando tenía 10 años, entró clandestinamente a un teatro de revistas y al tropezar fue descubierto por el ruido que ocasionó. La burla y la risa de los espectadores aún resuenan en sus oídos. Otros, bombardeados por los ideales que imponen los medios de comunicación viven avergonzados de su aspecto físico. El grado de vergüenza que experimentamos será diferente en unos y otros. Cuando escuchamos la vergüenza ajena nos parece una tontera, pero para el que la padece es una tortura. ¿Qué es lo que diferencia este sentimiento de aquello que llamamos vergüenza tóxica? La persistente sensación de ser defectuoso, inútil, torpe, el estar alertas esperando la descalificación y el profundo miedo al ridículo y la crítica. El núcleo básico de este sentimiento ha sido generado por los episodios hirientes vividos en la infancia. En la cultura vigente, muchos niños aprenden a la fuerza que no tienen permiso para expresarse espontáneamente. Si reiteradamente nos señalan nuestros errores, burlándose de nuestros sentimientos y percepciones, entramos en un estado de confusión que nos deja sin parámetros para actuar. Hemos escuchado hasta el hartazgo frases como: basta de llorar o te voy a dar una paliza; andá a jugar, este no es un tema para que vos escuches; tu mamá y yo no estamos peleando, nos estamos
acariciando; esto no te está doliendo, no grites. La contradicción que se produce entre lo que vemos y lo que nos dicen que sucede nos lleva a pensar: Hay algo malo en mí . Así nace la vergüenza de nuestras percepciones y sentimientos, perdemos todo contacto con los recursos propios y nuestra capacidad de elección queda anulada. Para sobrevivir emocionalmente a este dolor, nos acomodamos a los deseos ajenos. Poco a poco, vamos perdiendo aquello que Virginia Satir define como: las cinco libertades básicas del ser humano. “La libertad de ver y escuchar lo que está aquí, en lugar de lo que debería ser, fue o será. La libertad de decir lo que uno siente o piensa, en lugar de lo que debería sentir y pensar. La libertad de sentir lo que uno siente, en lugar de lo que uno debería sentir. La libertad de pedir lo que uno quiere, en lugar de pedir permiso para hacerlo. La libertad de correr riesgos por propia cuenta, en lugar de elegir solo lo que es seguro. No perdemos estas libertades porque sí, ya que necesitamos amoldarnos a las expectativas familiares. Cuando Andrés le pregunta a su mamá por qué llora, ella le contesta que no está llorando. Cuando María, angustiada, escucha los gritos de la pelea de sus padres, ellos le dicen que se retire, porque en realidad están jugando. Cuando Jorge se acerca a su padre para mostrarle la torre que acaba de construir,
Sólo recibe un comentario descalificador: ¿Quién te la hizo?; o como Juanita que recuerda haber recibido un premio en 3er grado y al llegar a su casa, la madre en vez de felicitarla le dijo: “te lo dieron porque yo hable con la maestra” ¿Cómo de niños podemos soportar tantos mensajes contradictorios, de parte de figuras que son nuestro sostén emocional? Un modo de tolerarlo es replegarse, sentirse malo, tonto, torpe e incapaz. "Este profundo sentido de deficiencia es una herida que se infiere a nuestro ser. Yo lo llamo vergüenza tóxica y ninguno de nosotros ha escapado indemne”, explica el psicológo norteamericano John Bradshaw. La familia es el pilar donde desarrollamos los cimientos de nuestra personalidad, el escenario donde se despliega el proceso de socialización, el torno que moldea nuestro carácter de acuerdo con los valores que imperan en cada cultura. La famosa canción de Juan Manuel Serrat “Estos locos bajitos”, es una pintura acertadísima de cómo Se va dando el proceso de socialización:
"A menudo los hijos se nos parecen así nos dan la primera satisfacción ...y a los que por su bien hay que domesticar Niño, deja de joder con la pelota Niño, que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca
Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma nuestros rencores y nuestro porvenir ... por eso nos parece que son de goma que les bastan nuestros cuentos para dormir Nos empeñamos en dirigir sus vidas sin saber el oficio y su vocación les vamos transmitiendo nuestras frustraciones...” Tal como expresa la canción para nuestras familias somos de goma, y las formas que adoptaremos dependerán del tipo de familia en que nos criamos. En los grupos terapéuticos de Sanación de Nuestro Niño Interior realizamos dramatizaciones sobre la familia de origen. Cada miembro del grupo cuenta al otro algo particular del funcionamiento de su familia y luego, a partir de las historias de todos, se arma una escena representativa. Es impactante comprobar hasta qué punto este tipo de vivencias infantiles tiene un núcleo común. Comúnmente aparecen familias con situaciones conflictivas, en las que nadie escucha al otro, hay violencia y falta de comunicación en la pareja. Encontrar una familia con una dinámica diferente parece casi imposible. Es bastante revelador que las escenas que se dramatizan sucedan siempre alrededor de la mesa familiar, como si éste fuera el único punto de encuentro. Frecuentemente aparece un padre ausente indiferente ante los problemas de la casa, que lo único que pide es silencio y que no lo molesten, explicando que está cansado de trabajar para alimentar a todos. La madre es un
personaje controlador; cuando se siente impotente frente a sus hijos, apela con una frase típica a la supuesta autoridad del padre, para que castigue o ponga límites: "ahora, cuando venga papá, vas a ver” . Habitualmente, la mujer le grita al marido: ("¡es hora que te ocupes de tus hijos!” ), y el marido, para no generar más problemas, obedece sin saber muy bien de qué se trata. Por otra parte, ambos afirman que discuten por causa de los hijos y los hijos no hablan frente a los padres pues no se sienten escuchados. También los hermanos se pelean entre sí y adoptan cada uno un rol rígido para satisfacción de los padres que puede ser: el vago, el inteligente, el bueno, el caprichoso, el rebelde, etc. En este tipo de escenas familiares, lo que se escucha todo el tiempo son imposiciones, obligaciones y condiciones, un caldo de cultivo ideal para que los hijos crezcan en la impotencia y el sometimiento. Esta familia, a la cual los especialistas denominan disfuncional , tiene una dinámica propia: niegan los problemas y nadie pregunta si al otro le preocupa algo, porque ya saben de antemano que no habrá respuesta. Todos se sienten atacados y cuestionados cuando intentan comunicarse y esclarecer situaciones. Por eso fingen que no les pasa nada; los problemas se originan en causas ajenas a ellos. Viven pegoteados, no se pueden separar, el clima es de agresión y frustración latente, interactúan inmersos en la acusación. Los padres les reprochan: trabajo por ustedes porque son unos vagos, no me voy por no dejarlos solos, si no, etc. Los hijos están pendientes de los problemas de pareja de los padres
y se creen causantes de estos enfrentamientos. Y así siguen enredados, asustados, haciéndose cargo de lo que le pasa al otro, y sin poder asumir lo propio. Es en este clima familiar donde se genera la Vergüenza Tóxica mostrarse es exponerse y esto causa mucha angustia. Si en casa fuimos descalificados, es fácil pensar que peor nos va a resultar el afuera. Se robustece el profundo miedo a la crítica, a que los demás nos descubran alguna falla, a no agradar o que nos lleguen a comparar con los otros. Cada vez más vamos evitando todo tipo de contactos, y si tenemos que exponernos a situaciones imprevistas, se produce la aceleración del ritmo cardíaco, temblores, sudoración, náuseas, tensión. Poco a poco nos da vergüenza tener vergüenza. La Vergüenza Tóxica paraliza, y es producto de pautas culturales por las que también nuestros padres se sintieron inhibidos. Su vergüenza se manifestaba a través de prejuicios o de posturas hipercríticas, tenían pocos amigos porque siempre había algo que no les gustaba de la gente, vivían lamentándose de que los hijos ocupan mucho tiempo, o no salían a pasear porque debían ocuparse de la casa. Por no poder hacerse cargo de sus emociones, los padres avergonzados viven en una eterna soledad y desamparo. Es lógico que condenen a sus hijos a lo mismo. Los hijos, entre tanto, se ven obligados a disfrazarse de adultos. Todo lo saben, todo lo pueden hacer, no necesitan nada. Este es un triste disfraz que encubre al niño herido y descuidado. Frecuentemente, a ese niño se lo hace cómplice de los secretos familiares ya que debe negar el alcoholismo del padre, su violencia, tal vez se le prohíbe hablar de la enfermedad mental de algún pariente, de la cleptomanía de otro, o incluso es partícipe
de situaciones de infidelidad. Como Rosa, quien a los 5 años debía acompañar a su madre al departamento del amante y callar. Cuando hoy recuerda esa situación, aparece la niñita sufriente de aquel entonces, se ruboriza y tiene palpitaciones como si el tiempo no hubiese pasado. La manipulación y el avasallamiento que sufren los hijos en las familias disfuncionales son tan poderosas, que los padres se sienten con derecho no sólo a decidir que sus hijos sean obedientes, ahorrativos o no contestadores, sino también a elegir su ropa, sus amigos, sus salidas, etc. En casos extremos, llegan a los castigos corporales y las descalificaciones continuas. Ana, que tiene 20 años, comenta que su madre le quiere imponer el estilo de ropa que ella debe usar, y a tal punto funciona esta imposición, que se la compra. Ella acepta su responsabilidad en esta intromisión, ya que atenazada por su intenso sentimiento de vergüenza tóxica, pocas veces se anima a elegir algo para sí misma. Ante este comentario, un compañero de grupo de Ana, reconoce que su mujer también le compra toda su ropa, porque él no sabe lo que quiere. Cuanto más hayan abusado de nosotros en nuestra infancia, más probabilidades hay de que nos sintamos avergonzados y menores serán las posibilidades de establecer relaciones estimulantes, satisfactorias y creativas en la vida adulta. Los vínculos disfuncionales llevan al niño a pensar: “yo soy poco digno de ser amado, mis padres son buenos, el malo soy yo, todo se los debo a ellos”. Ya de adulto, si la persona logra más felicidad o bienestar económico que los padres, es probable que experimente un gran sentimiento de culpa que se difundirá a
todos los niveles de su vida. Raúl, hijo de una familia muy humilde, llegó a ser profesional con mucho esfuerzo. Tiene un cargo importante que le permite tener un buen nivel de vida. Pero esto no alcanza para ser reconocido por su padre; cuando lo invitó a ver su oficina nueva, lo primero que el anciano dijo fue: segurо que curraste. Con mucho dolor, Raúl recuerda: "en casa sólo se escuchaba ganarás el pan con el sudor de tu frente; ahora yo no tengo permiso para gozar, vivo justificándome y si me permito vivir un poco mejor tengo culpa" . Si el padre no confía en él, ¿cómo Raúl se va a permitir hacer un buen negocio?. Su niño herido tiene miedo a la acusación y no confía en que lo que logra sea producto de su esfuerzo. Alma es un ejemplo más de la falta de registro que muchos padres tienen respecto de las necesidades infantiles. Cuando era pequeña tuvo que cuidar de ocho hermanos menores y satisfacer permanentemente las demandas de su familia. Todo estaba prohibido para ella, solo debía obedecer. A los 15 años, recibe una cartita de amor, se la muestra a su mamá y ésta, una vez más, se burla de ella, señalándole que con su fealdad quien podría quererla, Alma recuerda con mucho dolor aquel momento en que descartó la propuesta de su noviecito, para casarse luego con una persona mayor que la descalificaba igual que su madre. Siempre vivió avergonzada, humillada. Le decían: sos una inútil, sos una gordita fea. Tuvo 5 hijos, a los que crió con el mismo sentido de obligación con el que había tenido que hacerse cargo de sus hermanos. Alma está bloqueada afectivamente, no sabe cuándo poner límites, qué es lo que tiene que dar o no en una relación. Ella reconoce que no puede imaginar ni planificar nada,
todo me paraliza, me veo vieja, rezongona, enojada, amargada, tengo vergüenza de mi casa, no puedo aceptar a mis hijos como son, no estoy contenta con lo que hago”. En general, tiene dificultades de contacto, pues cree que pierde autoridad cuando demuestra cariño. A los 53 años, sigue cuidando niños ajenos como babysitter. Alma está invadida de miedos e inseguridades. Los mismos sentimientos que alguna vez experimentó el escritor Herman Hesse: “Fue el miedo, el miedo y la inseguridad, lo que sentí en aquellas horas de infelicidad, miedo al castigo, miedo a mi propia conciencia, miedo a las inquietudes de mi alma, a la que acabé por sentir como prohibida y perversa”. Muchos de nosotros, como Hesse, alguna vez hemos sentido miedo a nuestros propios sentimientos. Es entonces cuando podemos reconocer a la vergüenza tóxica, que se está manifestando. Y se manifiesta toda vez que nos sentimos derrotados, débiles e impotentes. O cuando alguna situación nos desborda y nos hundimos en la degradación y la sensación de fracaso. En esas circunstancias es fácil que el crítico interior nos llene de culpabilidad. Por Supuesto, no siempre podemos afrontar tanto malestar y para evitarlo, lo encubrimos con actitudes omnipotentes, como la de la zorra en la Fábula, que antes que admitir su imposibilidad de alcanzar las uvas, elige decir: “no me importa porque todavía están todas verdes”. La mezcla de sentimientos nos va alejando más de los espacios de conexión con el mundo, hasta que nos inunda la desesperanza. Salir de este estado no es imposible, pero no depende de fórmulas mágicas, sino de un proceso largo que va dando sus frutos.
LAS MÁSCARAS ENCUBRIDORAS
“...Tan a menudo hemos observado gente que mira sin ver oye sin escuchar habla sin sentido se mueve sin darse cuenta toca sin sentir…”
Virginia Satir
La escena es así: mi madre está en la cama, luego de un aborto, y su hermana mayor la acompaña hablando mal de mi padre. Yo doy vueltas por ahí, con muchísima angustia. No puedo preguntar, ni llorar, ni gritar. Hago como que no sé nada y me trago las falsas explicaciones que tratan de darme. A medida que escribo este recuerdo, mis ojos se llenan de lágrimas; huelo aún el aroma que había en la habitación, veo el gran ropero inglés y aquella cama grande con sus dos mesitas de luz. Sobre todo, revivo el clima de tensión y odio contra mi padre, el culpable de la situación. En aquel momento, confirmé lo que siempre se había requerido de mí: que fuera una hija buena y obediente, poco ruidosa y colaboradora. Me puse esa máscara y me disfracé hasta convertirme en Mi Cuquita, como me llamaba mamá. Temía que si mostraba lo que realmente sentía: miedo, dudas, bronca, mis
padres me iban a rechazar. Y esto es así: desde muy chicos percibimos que si hacemos lo que deseamos corremos el riesgo de que no nos acepten. Si nos critican y nos humillan constantemente nos volvemos mudos y sordos; creamos eso que se llama el falso self, la máscara encubridora de nuestro rostro verdadero. Máscaras, personalidades Oliverio Girondo, en su libro “Espantapájaros", habla de un modo inigualable de este juego: “Yo no tengo una personalidad; yo soy un coktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades. En mí, la personalidad es una especie de forunculosis anímica en estado crónico de erupción; nо раsа теdia hora sin qие те nazca una nueva personalidad...()... ¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!...”. Las múltiples máscaras nos permiten desenvolvernos en la vida de una manera correcta, como debe ser . Nos permiten quedar bien, ser simpáticos, educados, y hacer todo lo que creemos que se espera de nosotros. Invitamos a nuestro hogar aunque nos provoque malestar e insatisfacción - a gente que no nos agrada, pero lo hacemos porque son relaciones convenientes; nos callamos ante situaciones ofensivas por miedo a perder el empleo. A veces tiene que pasar mucho tiempo de trabajo terapéutico para que nos demos cuenta del efecto que estos disfraces tienen en nuestra vida. En la cotidianidad, no somos concientes de la variedad de personalidades que adoptamos. Nos transformamos en el niño bueno, la princesita de papá, el omnipotente, el cuidador, la contestadora, el sacrificado
de la familia; y también en el malo, la víctima, el fracaso. “...hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W.C.” , ironiza Girondo. Cada uno de estos disfraces nos da seguridad y protección, pero nos impide conocer nuestro propio deseo. La máscara sirve para esconder los sentimientos y revela sólo lo que uno imagina que el otro quiere ver: si yo imagino que el otro me quiere buena, y me pongo la máscara de buena, entonces seré querida. Este amoldarse permanentemente a las expectativas ajenas provoca vacío, extrañamiento, desazón. “Creo que soy una sola persona y no me doy cuenta cuántas personalidades conviven en mí. Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan” , dice Girondo.
Otro escritor, el guatemalteco Augusto Monterroso, logra también una acertada metáfora de lo que es vivir pendiente de la mirada ajena. En una de sus fábulas titulada “La rana que quería ser una rana auténtica”, cuenta:
«Había una vez una rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello. Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad. Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl. Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica. Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían. Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía Pollo». Detrás de este anhelo inconsciente de ser todo para el otro, a veces anida el uso de la máscara como arma de poder. La máscara de víctima, por ejemplo, permite no responsabilizarse de
actos por los que preferimos culpar a otros: la separación matrimonial, una quiebra comercial, el mal desempeño en un examen, etc. John Bradshaw sostiene: "...las personas que juegan este
rol o estrategias tienen un resultado inegable, pues si yo soy menos que humano, nadie puede esperar nada de mí. Si yo me reprocho todo el tiempo, nadie más puede quejarse de mí, me desprendo de toda responsabilidad pues yo ya soy un fracaso". El falso self nos protege ilusoriamente de la confusión y desorientación que nos provoca la vergüenza internalizada. Al sentirnos incapaces y desvalorizados, empezamos a encubrir lo que verdaderamente sentimos. Como estrategia, escondemos detrás de muchas capas de defensa nuestro auténtico ser, hasta que perdemos conciencia de quienes somos realmente. Alice Miller lo llama El asesinato del alma. Desprovistos de alma, nos tornamos insaciables, violentos, o compulsivos, y cuando de adultos formamos una pareja, creemos ver en el otro al padre o la madre que podrán responder a nuestras demandas de criatura insatisfecha. Demandas que de niños no pudimos formular y que siendo grandes pretendemos que el otro adivine. El angustiante círculo vicioso en que nos debatimos fue descrito de este modo por Ronald Laing:
“Me parece que tú sabes qué es lo que yo debería Saber
pero no puedes decirme qué es porque no sabes que no sé lo que es. Tal vez tú sepas lo que yo no sé, pero no sabes que yo no lo sé, y no puedo decírtelo. Así que tendrás que decírmelo todo”. Sin embargo, el otro no nos da, no nos dice, no se da por enterado, el otro no es papá o mamá. Los malos entendidos que se generan por no expresar lo que necesitamos nos llevan a conflictos reiterados en nuestra vida de relación. Elsa entra a un negocio y la vendedora no la atiende amablemente. Ella se siente herida y se va sin recriminarle nada, pensando que todo ha sido por su culpa. Pedro cree que en una pareja que funciona bien, la mujer debe esperar al marido con la comida lista. Cuando él llega a su casa y no encuentra la cena en la mesa, enseguida imagina: que ya no la quiere más. Alberto desea tener relaciones sexuales con su mujer, pero no lo explicita. Supone que ella no tiene ganas. Sin aclarar la situación, se dice: seguro que ya no me desea. Evitaríamos mucho sufrimiento si en vez de vivir sobre la base de suposiciones le preguntáramos al otro si lo que le pasa está relacionado con nosotros. Sin embargo, seguimos sin dejar aflorar las diferencias, negamos nuestras necesidades e ignoramos lo que requiere nuestro niño interior . El temor a escuchar lo que no queremos oír nos lleva a poner la mesa siempre, a decir invariablemente sí cuando nos desean
sexualmente, o a ser amables a pesar nuestro. Por el miedo a no ser queridos nos sometemos a la más terrible de las soledades: la soledad acompañados. No somos tomados en cuenta, y lo más triste es que nosotros mismos tampoco nos tomamos en cuenta. Cada vez nos desconectamos más de nuestro niño, y cuanto mayor es la desconexión, más encubrimos nuestros sentimientos, protegiéndonos detrás de la máscara del fuerte, del que se las arregla solo, del inteligente o del fracasado. ¿La máscara de qué nos protege?, si es justamente la que nos lleva a vivir como si, a tener nuestra creatividad encapsulada. De niños, nuestra mayor preocupación era detectar qué tenía el otro que nosotros no tuviéramos. Seguramente nos hicimos esta pregunta al advertir que no éramos todo para mamá: también papá era importante para ella. Desde entonces empezamos a creer que lo ajeno es superior a lo propio. Ese niño inseguro de su propia valía es el que, al ser adulto, teme que su pareja se vaya detrás de otra persona que vale más. Justamente los celos y la rivalidad se sustentan en este juego nefasto de la comparación. Otra fábula de Monterroso - "La mosca que soñaba que era águila" devela esta constante experimentamos respecto de nuestro ser.
insatisfacción
que
“Había una vez una Mosca que todas las noches soñaba que era un Águila y que se encontraba volando por los Alpes y por los Andes. En los primeros momentos esto la volvía loca de felicidad; pero pasado un tiempo le causaba una sensación de angustia, pues hallaba las alas demasiado grandes, el cuerpo demasiado pesado, el pico demasiado duro y las garras demasiado fuertes. Bueno, que todo este gran aparato le impedía posarse a gusto sobre los ricos pasteles o sobre las inmundicias humanas, así como sufrir a conciencia dándose topes contra los vidrios de su cuarto. En realidad no quería andar en las grandes alturas, o en los espacios libres, ni mucho menos. Pero, cuando volvía en sí, lamentaba con toda el alma no ser un Águila para remontar montañas, y se sentía tristísima de ser una Mosca, y por eso volaba tanto, y estaba tan inquieta, y daba tantas vueltas, hasta que lentamente, por la noche, volvía a poner las sienes en la almohada". Es probable que - como la mosca de la fábula -, nosotros también estemos pretendiendo ser lo que no somos; sin embargo, si nos damos cuenta de que tampoco así logramos bienestar, tal vez podamos comenzar el camino de la sanación. Las máscaras nos fueron útiles en un momento de nuestro crecimiento evolutivo. No obstante si hoy las seguimlos usando, sólo nos llevarán al aislamiento. Delia es un ejemplo de este drama. Tiene 36 años y su misión fue darle sentido, primero a la vida de su madre, y luego a la de
su esposo. Cuando era niña sufrió muchas enfermedades y la sobreprotección agobiante de su madre, quien llegaba al extremo de calentarle los helados para que no le hicieran mal, mientras le repetía te vas a enfermar si yo no te cuido. Se casa a los 24 años con un hombre que la protegió posesivamente como la madre. El marido justificaba su conducta con frases como: sin mí a tu lado no sos nada. La fuerza descalificadora de lo que le transmitieron instaló a Delia en la falsa creencia de que dependía totalmente de los otros para subsistir. No era cierto; ella es una profesional capaz de autoabastecerse económicamente y de hacerse cargo de su hijo. Sólo pudo asumir estas capacidades tras un largo trabajo terapéutico que la conectó con su propia fortaleza, aplastada hasta entonces bajo un cúmulo de máscaras y mandatos. Cuando atravesamos el miedo a enfrentarnos a nuestro propio deseo, empezamos a emplear conductas diferentes. Dejamos de guerrear con nosotros mismos, nos animamos a cuestionar mandatos y creencias, y nos arrancamos las máscaras, comenzando así el camino de nuestra sanación interior. Seguramente entonces podremos captar las verdades implícitas en esta mirada del maestro Osho.
“...Mira a los ojos de un niño, no puedes encontrar nada más profundo. Los ojos de un niño son un abismo, no hay fondo en ellos. Desafortunadamente, la sociedad lo destruirá, pronto sus ojos serán solamente superficiales, por las capas y capas de condicionamientos; esa profundidad, esa inmensa profundidad habrá desaparecido muy pronto. Y ése era su rostro original...()... Una vez, también fue tu rostro, y aunque tú lo has olvidado, está aún allí dentro de ti,
esperando que algún día sea redescubierto ...” “Estás solo en el mundo; solo has venido al mundo, solo estás aquí y solo dejarás este mundo. Todas tus opiniones quedarán atrás, sólo te llevarás contigo tus sentimientos originales, tus experiencias auténticas, incluso más allá de la muerte”.
NUESTRAS VOCES INTERIORES REPARENTALIZACION
« Las personas mayores nunca comprenden nada por si solas y es cansador para los niños tener que darles siempre y siempre explicaciones ... ( )... Me colocaba a su alcance. Les hablaba de bridge, de golf de política y de corbatas. Y la persona mayor se quedaba muy satisfecha de haber conocido a un hombre tan razonable.»
Antoine de Saint-Exupéry «El Principito»
El Principito es una hermosa metáfora de nuestro niño interior: representa a ese niño arquetípico que se anima a preguntar y que si no entiende, vuelve a interrogar con total naturalidad. Reconoce lo absurdo del mundo de los mayores y descubre que debe adaptarse a ellos para ser entendido. Lo hace e ironiza sobre esto. Nos muestra la frescura, la inocencia y la espontaneidad que tantas veces hemos clausurado en nuestro ser. A través de este personaje el niño acallado de muchas generaciones se permite fantasear y hablar. Dice El Principito:
“Las personas mayores aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamás sobre lo esencial. Jamás os dicen: “¿Cómo es el timbre de su voz?, ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas?” En cambio, os preguntan: “¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?”. Sólo entonces creen conocerle. Si decís a las
personas mayores: “He visto una hermosa casa de ladrillos rojos con geranios en las ventanas y palomas en el techo...", no acertarán a imaginarse la casa. Es necesario decirles: “He visto una casa de cien mil francos”. Entonces exclaman: “¡Qué hermosa es!". Saint-Exupéry plantea con implacable lucidez las diferencias abismales que hay entre la mirada adulta y la mirada infantil. Las mismas diferencias existen entre el adulto y el niño que conviven dentro de cada uno de nosotros. El diálogo que podemos entablar entre ellos refleja nuestra historia. De ahí la importancia de indagar en las áreas más profundas de nuestra experiencia infantil pues así detectamos los sentimientos y pensamientos que nos acompañan, que son los que nos permiten expresarnos creativamente o vivir en un encierro de miedos y prejuicios. Los diálogos que las personas hacen entre su niño y su adulto durante el Proceso de Sanación, permiten darse cuenta como su corazón se fue tornando rígido y fueron quedando presos de los esquemas y mandatos familiares, adoptando conductas automáticas que los volvieron insensibles a lo que sienten en realidad. Desde niños, aprendimos a evitar las heridas, a no arriesgarnos, a no expresar lo que sentimos, y nos fuimos habituando a una especie de insensibilidad generalizada que, si bien nos protege del dolor, nos priva de la alegría de vivir. Al escuchar por primera vez la voz de nuestro niño interior nos resulta extraña, así como sus deseos, necesidades y miedos, su tristeza y su alegría; pero más sorprendente aún es darnos cuenta de la calidad de la respuesta que le da el adulto internalizado. Algunos autores llaman a la voz del adulto de diferentes maneras: el psicoanalista Eric Berne se refiere a ella
como una colección de grabaciones de nuestra madre y padre, semejantes a audiocasettes y Fritz Perls, creador de la escuela gestáltica, la denominó Voces parentales introyectadas. Estas voces actúan siempre marcando nuestras equivocaciones; juzgan de tal forma que nos dejan la sensación de que no hacemos nada bien. La vergüenza, en esos casos, nos paraliza: entramos en confusión sin tener parámetros ni para elegir ni para actuar. El adulto internalizado
tiene opinión racional, intelectualiza, critica, reprime, se conecta con el pensamiento. El niño en cambio se expresa con total espontaneidad; su lenguaje es el de las emociones y sentimientos. Sin temor puede decir: estoy aburrido, no estoy enamorado, no me gusta, estoy harto. Pero cuando amordazamos al niño y reprimimos nuestro sentir decimos: qué bien que lo estoy pasando, cuánto lo amo, cómo me gusta o qué bien me siento; el resultado es una autoestafa y los sentimientos se vuelven tóxicos. Vivimos con una voz que expresa y otra que reprime y entre ambas un ser que ha emprendido la búsqueda de sí mismo y se pregunta: ¿Qué quiero? ¿Qué siento?. ¿Qué necesito? Para encontrar las respuestas a estas preguntas necesitamos adoptar a nuestro niño interior . Estamos hechos no sólo para pensar y actuar sino para sentir. Cuando nuestro niño desea algo y nuestro adulto no lo escucha o no registra su pedido, hay que rever qué es lo mejor para los dos, qué es lo posible dentro de lo deseable. Si esto se logra, niño y adulto se integran para dar lugar a una nueva relación que llamo reparentalización. Veamos la situación que se suscitó en un grupo, que es una
clara evidencia de este proceso. Flora llega muy angustiada y comunica que hoy necesita que la mimen y la cuiden. Le propongo hacer un diálogo entre su niña y su adulto. Coloco dos sillas enfrentadas. Flora se sentará alternativamente en una o en otra, según se vaya ubicando en la voz de su niña o de su adulto. Flora-niña (parece avergonzada): - Necesito que me mimen-. Flora-adulta (el tono de voz es despreciativo): -¡Qué habrás hecho que nadie te mima!-. Flora- niña (en actitud defensiva, saca el pecho, simulando que el tema no la afecta): No quise que me ame soy fuerte y no necesito mimos. Flora está repitiendo claramente un estereotipo que ya no le sirve: cada vez que la voz acusadora se eleva, su aspecto más vulnerable se esconde detrás de una coraza defensiva y ella no registra lo que siente. Voy prestando atención a la necesidad de Flora y la acompaño para que se escuche, se atienda y se trate de otra manera. Intervengo para que tome conciencia de su mecanismo repetitivo y empiece a implementar nuevas respuestas. Terapeuta: ¿De qué otra forma podría responder tu adulto? ¿Qué necesitaría escuchar tu niña?. Flora-adulta (ahora el tono de voz es reflexivo y contenedor): Está bien que necesites mimos, uno necesita amor de los OtrOS. Flora-niña (permanece en silencio y tiene lágrimas en los ojos, Flora levanta la mirada y me dice): “¿Cómo hago para pedir lo que necesito si toda la vida me puse la máscara? Tengo el
corazón vacío y cansado”. En este momento su adulto y su niña comienzan a encontrarse. Flora esta descubriendo cuánto le cuesta mostrar su vulnerabilidad. Hasta ahora la vieja historia familiar seguía vigente: ella siempre había conseguido cariño siendo útil a los otros. Respondía al mandato que tantas veces había escuchado de niña: “tenés que ser fuerte y arreglártelas sola, no des lastima”. “Así es como me convertí en el apoyo logístico de todos, estoy agobiada ", dice. Al hacer el diálogo entre su niña y su adulto, esta mujer advirtió que en la medida en que su voz tirana deja de recriminarle y exigirle, ella puede reconciliarse con su aspecto más frágil y menos controlador. De a poco, irá recurriendo cada vez menos a la coraza omnipotente. Hoy, en pleno proceso de sanación, producto de la reparentalización, Flora comparte la siguiente reflexión: “reconozco que me cabe la responsabilidad de ir soltando las riendas y ocuparme de mí pedir si necesito de los demás, sin temor ”. Mientras estemos atiborrados de situaciones del pasado sin resolver con toda su carga de Sentimientos no expresados, nuestras conductas serán inadecuadas para lo que somOS y hacemos ahora. Esto último es lo que le Sucede a Iris. Soltera, vive con su madre, una viuda de 74 años, que supervisa y critica todos sus movimientos. A Iris siempre le gustó la pintura, pero dejó de pintar porque la mamá descalificaba constantemente su obra. Cuando apenas había comenzado el proceso de sanación, tomó
un cuadro que había abandonado y con mucho amor lo terminó. Sin embargo, una voz muy parecida a la de su madre no lo terminaba de aceptar. Iris optó por quemar su cuadro. Su energía emocional bloqueada y acumulada se había canalizado en un comportamiento autodestructivo que la hizo estallar fuera de toda proporción en relación con la situación presente. Este hecho fue tan revelador de como se maltrataba, que a partir de allí Iris pudo empezar a cuestionar el modo en que estaba viviendo. El objetivo del proceso de sanación, por lo tanto, es recuperara nuestra espontaneidad, dejar que emerjan los sentimientos e ir actuando en consonancia con lo que la vida nos depara hoy: llorar cuando algo nos duele, sonreir cuando estamos contentos, defendernos si algo nos amenaza, poner límites cuando sentimos que están invadiendo nuestra vida. Una vez que reconocemos a nuestro niño y lo adoptamos, ya no deseamos abandonarlo ni tenemos necesidad de seguir identificados con los modelos obsoletos de las figuras significativas de la infancia. El reconocimiento sólo lo puede hacer ese adulto reflexivo que es producto de la reparentalización: ahí nos convertimos en padres de nosotros mismos, tomamos las riendas de nuestra vida y empezamos a sanar el dolor y el avasallamiento sufridos. Si podemos abandonar los modelos adquiridos, aparece ese adulto contenedor que durante tanto tiempo anhelamos, un padre o madre tolerante que escucha sin juicios ni críticas.
Imaginemos un diálogo en el que una mujer se debate entre llamar por teléfono o no, a un hombre que le gusta:
Niña: - Quiero llamarlo, me muero de ganas. Adulto: - No lo hagas, creerá que sos una cualquiera. ¿Qué opciones existen frente a este adulto crítico y prejuicioso?. ¿Seguimos en el enfrentamiento paralizante? ¿Nos doblegamos? Ninguno de estos dos caminos permite una salida creativa. Pero hay una tercera opción: negociar . No es cuestión de ganar o perder sino de llegar a un punto de encuentro e integración. En el ejemplo señalado esta mujer puede quedarse días frente al teléfono debatiéndose entre llamar o no: si lo llamo me mostraré muy ansiosa; si no lo llamo va a pensar que no estoy interesada; si lo llamo va a salir huyendo; si no lo llamo igual estoy pendiente de que él me llame; si lo llamo se me va a notar la bronca de haber sido yo la que dió el primer paso, etc. Salimos de estos pensamientos tortuosos, cuando podemos reparar los sentimientos de culpa y vergüenza que están enquistados en nuestro niño. Al hacerlo sentimos que lo mejor es enfrentarse con la respuesta real que nos pueda dar el otro; entonces estaremos integrando el deseo de nuestro niño con la voz reflexiva de un adulto interior que nos contiene y no nos recrimina. Cuando el adulto interno trata con amor al niño, la comunicación es fluida, hay una total aceptación de sí mismo que provoca un estado de plenitud y bienestar. La persona se da cuenta de que las respuestas a sus preguntas no las tienen otros,
sólo están en ella misma, cada uno sabe si le sirven o no. La energía, la pasión y la curiosidad que surgen de la autoaceptación sirven de puente hacia nuevas ideas у experiencias. Esta fuerza permite expresarnos creativamente, abandonar el hogar de nuestros padres (- los mandatos-) y emprender el camino hacia nuestro auténtico destino: las elecciones personales. Poco a poco vamos conquistando el trofeo anhelado y podemos declarar: soy quien soy y esta es mi casa. Es el momento en que empieza a cambiar la calidad de nuestra vida. Comprendemos lo que nos pasa en cada momento, damos curso a las emociones reprimidas, y esto ayuda a sacarnos la máscara para dejar salir cada vez más al verdadero yo. La situación de María es un buen ejemplo de cómo se va dando este proceso. Su camino comenzó cuando ella se conectó con los mandatos familiares, descubriendo más tarde con qué máscaras o estilos de protección había logrado sobrevivir. En ese momento pudo emprender el diálogo entre su niño y su adulto y discriminar como se trataba ayer, como lo hace hoy y como podría mejorar este vínculo. En el transcurso de su proceso de sanación, María pudo reconocer cuando su niña. Se enfrentaba a la dureza de su adulto tirano y cuándo a la comprensión de su adulto reflexivo. Es la única hija de una familia muy exigente, ante la cual debió ser la niña diez para ser querida. Una voz tirana guiaba sus acciones, exigiéndole ser perfecta. En un trabajo grupal, María se muestra muy acongojada al darse cuenta que su vida es un esfuerzo constante por satisfacer las expectativas de los demás. Llora y se siente confundida. La invito a hacer un diálogo entre su
adulto y su niña. María - adulto tirano internalizado: Sos inteligente, sos diferente, por eso te exijo. Cuando te ponés frágil, sos ridícula; no se puede creer que una mujer como vos se ponga de esa manera. Recuperá tu equilibrio. No llorés por cualquier cosa. Tenés todo para ser feliz. María - niña: Me importa un rábano ser diferente, me jorobaste toda la vida con tus exigencias. A vos no te importa lo que me pasa, siempre me las tuve que arreglar sola. Después de esta reacción, con la que María pudo hacer frente a esa déspota y enérgica crítica, le sugiero que dé lugar a una respuesta distinta por parte de su adulto. María ya está preparada para abrir un espacio a la voz de su adulto reflexivo, esa voz que su niña hubiera deseado escuchar: María- adulto reflexivo: Date permiso. Fuiste tan exigida; ocupate de vos, mimate un poco, te lo merecés, No importa lo que digan los demás, no hagás esfuerzos inútiles. Te quiero mucho. Momentos como estos son claves dentro del tratamiento. Al comienzo de su diálogo el adulto internalizado de María sigue siendo tirano, exigente. La diferencia es que ahora su niña se ha atrevido a desafiarlo. Y también por primera vez puede aparecer en escena el adulto reflexivo. En sesiones posteriores María comienza a preguntarse: ¿Qué me habría ocurrido de no haber sido la diferente, la más eficiente, si hubiera sido mala alumna? ¿Me hubieran querido igual? Estas preguntas dolorosas le abrieron el camino al entendimiento y le permitieron conectarse con sus sentimientos.
María dejó de sentir necesidad de ser la diferente. Descubrió dentro de sí la posibilidad de vivir su verdadero yo y no tener que seguir ganándose el amor. Cambios como estos se producen al jerarquizar el sentir, el ser más que el tener, el presente más que el pasado. Hoy María se anima a cuestionar sus mandatos, a transformar los miedos en reflexiones y a escuchar y amar a su niña. Mientras vivía atemorizada, juzgándose y criticándose, estaba cerrada al mundo exterior; al recuperar la confianza se abre a lo nuevo. En el caso de las personas que viven en pareja, la problemática del niño interior tiene indudables consecuencias en el vínculo. Me parece oportuno entonces dar un ejemplo de cómo actúan el niño y el adulto en los conflictos de pareja. Resulta muy revelador acerca de los cambios que se van operando a medida que el proceso de sanación avanza. En la sesión están presentes Gerardo, Mario, Dino, Rosa y Teresa. Le sugiero a cada uno que recuerde la situación conflictiva que desató la crisis en sus parejas. Gerardo cuenta que durante su primer matrimonio no podía expresarle a su mujer lo que necesitaba. Para entender qué es lo que le pasaba le pido que realice un diálogo. Gerardo - Niño (con una actitud sumisa, como un nene que pide permiso): Necesito más contacto físico, más caricias. Gerardo - Adulto Tirano: exigís demasiado. Esperá que a ella le vengan las ganas de acariciarte. Gerardo - Niño (con miedo): Yo te entiendo, pero ¿qué hago con lo que yo siento? Si me olvido de mí, me alejo cada vez más de ella.
Gerardo - Adulto Tirano: Esperá que venga de ella la necesidad. En este diálogo, Gerardo descubre cómo su adulto no lo escucha, aplacándolo o haciéndolo sentir culpable de sus necesidades. Hoy, luego de su trabajo de sanación, se desarrolla este diálogo frente a un conflicto interno con su nueva pareja: Gerardo - Niño (con seguridad) Tengo ganas de acariciarla y hacerle sentir todo lo que me pasa. Gerardo - Adulto Reflexivo: Permitítelo, hacelo. Gerardo - Niño: Quiero decirle cuando quiero estar con ella y cuando necesito mis espacios propios, sin culpas. Gerardo-Adulto Reflexivo: Es muy importante que conservés esos espacios propios; te costó mucho conseguirlos. Si ella te quiere, te va a entender. En este momento Mario recuerda que a su primera mujer, de la que se acaba de separar hace dos meses, no podía expresarle su necesidad de caricias, afecto y tolerancia. Había escuchado toda su vida que hablar de sentimientos no es cosa de hombres. “Para mí todo era el trabajo, las obligaciones, llegar a casa, dejar el portafolio y enchufarme en la computadora, me separé y aún sufro por eso” . dice. Le Sugiero que dialogue: Mario - Niño (cansado): Necesito desenchufarme de este torturante caos. Mario-Adulto Tirano: No podés, tenés que trabajar, tenés que recibirte, tenés que ganar dinero. Cumplí con tus obligaciones. Al escuchar esta voz, Mario confiesa que ya no puede sostenerse más frente al adulto tirano; comenta que recién está empezando
a rebelarse y aunque le cuesta mucho, se va dando cada vez más permisos. Interviene Dino, quien comenta que el mandato de su infancia era si no obedecés, nunca vas a poder ser feliz . En sesiones anteriores yo le había señalado su tendencia a vivir pendiente de la aprobación de los demás y su atadura a los man mandat datos fami famili lia ares. res. Dura Duran nte las las sesi sesion one es, Dino Dino sólo sólo se juzg juzga aba y criticaba y además agregaba que lo tenía merecido ido. Cuando lo invi invita taba ba a hace hacerr algú algún n diál diálo ogo, go, su niñ niño no podí podía a expr expres esa arse rse. Hoy, Hoy, ante el asombro de él y de sus compañeros de grupo, el niño de Dino cobra vida. Dino - Niño: Estoy cansado de darle y darle a mi pareja, y que no esté jam jamás satisfecha. Necesito ito vacaciones. Estoy harto rto de dar todo a los demás, sin límites. Dino - Adulto Reflexivo: No des tanto, cuidate más vos, no estés tan pendiente de la felicidad ajena. No depende sólo de vos. Aquí observamos cómo su niño está recuperando la confianza básica perdida, que le permite animarse a mandar señales. Rosa Rosa,, dirig irigié iénd ndo ose a Din Dino, dice: ice: “yo estoy en una etapa de cambios, estoy acomodando las piezas. Antes, yo talmbién me deshacía para complacer a mi pareja. Hoy me doy cuenta que esto no es posible”. Hace el diálogo: Rosa - Niña: Hay momentos que quier iero hacer tantas cosas, no sólo trabajar y atender a mi marido. No quiero vivir atenta a si me aprueba o no. Rosa - Adulto Tirano: El no lo va a entender y si le decís lo
que te pasa peligra tu relación. Rosa - Niña: Me siento ahogada y no puedo más, le voy a hablar igual. Rosa - Adulto Reflexivo: Estoy de acuerdo con que manifiestes en cada momento lo que te disgusta y que busques hacer aquello que te haga sentir plena. No estés pendiente de la aprobación de él. Cuanto más claras tengas tus necesidades, más podrás avanzar. En el proc Rosa log logró el adul adulto to con contene tened dor proces eso o de sa sana naci ción ón, Rosa que había deseado durante toda su infancia; la confianza que recuperó mejoró notablemente el vínculo con su pareja. Teresa, quien se mantuvo muy pensativa y en silencio, ya casi al final de la sesión dice: “hoy pude decirle a mi marido que las cosas entre nosotros así no van más. El se mosttró muy sorpren rendido ido; tanto tiempo soporté en sile ilencio sus inf infidelida idades, creyendo que yo era una tonta. Gracias a todo lo que estamos trabajando y lo que escucho de ustedes, no quiero más esto para mí. Me doy cuenta de que mi historia personal me llevó a esta situación, y que cambiar depende de mí, no de él”. Tere Teresa sa se emoc emocio ion na al comp compa artir rtir sus sus sent sentim imie ien ntos, tos, y no es la única, al escucharse en sus diálogos las personas lloran de emoción, se sorprenden de sí mismas, empiezan a cambiar pautas de educación negativas por otras de amor y apoyo. El nuevo adulto que surge los ayuda a reflexionar, no hace responsable a los otros de lo que le pasa, no necesita con consta stante ntement mente e hace acer esf esfuerz uerzo os para ara mere merece cerr admi admira rac ción, ión, sin sino que, con toda tranquilidad, puede aceptarse tal cual es. Cuan Cuando do atra atrave vesa samo mos s los los obst obstác ácul ulos os del del creci crecimie mient nto, o, pode podemo mos s
declarar al mundo:
“Acepto total responsabilidad por mi vida no temo a mi propia verdad, ni a mi poder personal, ni a mis fantasías y deseos ni a mis pensamientos ni a mis sueños
Soy quien soy y esta es mi casa.”
Anónimo
PROCESO DE SANACIÓN DE NUESTRO NIÑO INTERIOR
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; más cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. Ahora vemos como en un espejo, oscuramente...
(1era Epístola de San Pablo a los Corintios)
Cuando hablamos de Sanación de Nuestro Niño Interior , a más de uno le resulta extraño el término pues: cuesta creer que en los primeros años de vida se encuentre la raíz de nuestros problemas. ¿Dónde está ese niño que creemos no recordar? ¿Qué pasó para que la mayoría de los que concurren a las entrevistas de admisión con el deseo de formar parte de los grupos terapéuticos, digan: "yo no recuerdo nada de mi infancia” “lo tengo todo en negro”. Habitualmente, no nos damos cuenta de que lo que somos hoy refleja el niño que fuimos. Las vivencias subjetivas fueron entretejiendo sutilmente la trama de nuestra historia personal, y es en esa rama donde permanecen ocultas las claves para la comprensión de nuestra vida ulterior. Por ejemplo, una emoción vivida a una edad muy temprana puede permanecer tapada durante mucho tiempo, reaparecer cuando somos jóvenes y decidir luego la elección de pareja que hagamos. El pasado no sólo rige nuestro presente, sino que resurge de manera desconcertante, por más que le opongamos franca resistencia y rastrearlo nos produce tanto dolor que, como defensa, esgrimimos el olvido. Para atravesar ese dolor, lo importante es revivir las escenas infantiles y, junto con ellas las
emociones que las animan. Cuanto más se encubre y se tapa lo vivido, más doloroso se vuelve. Al darle sentido a ese pasado olvidado y nombrarlo, es probable que el dolor se integre a la vida y se vuelva tolerable. Nuestro niño herido se siente bloqueado por una serie de experiencias traumáticas cuyo poder tóxico provoca conductas disfuncionales y desórdenes orgánicos en el presente. De nada sirve que nos digamos no creo en lo que hago, no sé por qué vivo tan pendiente de la opinión ajena o por qué será que fracaso en los trabajos que emprendo, para culminar con la tan mentada frase tengo baja autoestima. Si no estamos dispuestos a indagar, a explorar las capas de experiencia y recuerdos tempranos, en cualquier momento emergerá lo escondido, lo oscuro de nuestra vida. Durante el proceso terapéutico vamos abriendo uno a uno los capítulos de nuestra historia. Y este camino nos conduce a una nueva visión de nosotros mismos. El modo en que nos sentimos y nos vemos -nuestra autoestima- afecta a la mayoría de los aspectos de nuestra vida: el trabajo, la pareja, el sexo, los amigos,etc. El núcleo de lo que cada uno piensa y siente acerca de sí mismo es una de las claves del éxito o del fracaso en la vida y también es la base para comprendernos y comprender a los demás. Pero, ¿cómo comprendernos y comprender a los demás si continuamente nuestro adulto tirano internalizado, socavando los cimientos de la autoestima, nos dice: “sos malo”; “me avergüenzo de vos”;”nunca vas a lograr éxito”; “por vago no conseguís trabajo"? El malestar crece. Y las personas en esta situación advierten que están cansadas frustradas o en soledad, sin pareja, deprimidas o
desocupadas sin proyectos o tristes y ansiosas, angustiadas, con miedo, buscando en el afuera el reconocimiento que no encuentran en sí mismas. Así, deseosas de lograr algo diferente, llegan a la consulta. Se inicia entonces el camino de la autoexploración interior, para encontrar el origen de sus vivencias. Tal vez la fuente de nuestras frustraciones esté en el hecho de que tuvimos que hacernos responsables de la nutrición emocional de nuestros padres, hermanos u otro miembro de la familia, hacer de todo para que nos aprueben, convertirnos en el niño bueno, el hombrecito de la casa, la muñequita de papá o el niño 10. Any recuerda que cuando solo tenía 9 años de edad, su madre le exigía cuidar de su hermanita como sólo podría haberlo hecho una persona adulta. Pasó noches enteras velando el sueño de su hermana, que padecía de terrores nocturnos. como si esto no bastara, debía ayudarla en las tareas escolares y también a ella le tocó explicarle qué significaba la menstruación. En aquel momento, Any-niña no registró ni enojo ni dolor, pero Any-adulta, a sus 40 años, se muestra muy apenada al descubrir que sólo siente bienestar cuando se ocupa de los otros. En su interior esta mujer está triste y vacía; no sabe cómo tomarse en cuenta y no se atreve a preguntarse qué necesita. Su niña 10 de la infancia sufre aún el agobio de los roles inadecuados que debió cumplir. Pero en ese momento de su vida, de la única forma en que ella puede expresar su sufrimiento es apelando a una frase que ya se ha convertido en un lugar común vaciado de sentido: tengo baja autoestima.
La autoestima es algo mucho más complejo que un barómetro que pueda marcar alto o bajo. Es el punto de llegada de una travesía a lo largo de la cual el adulto tirano que nos somete a los mandatos familiares, va dejando paso a un adulto reflexivo que nos permite expresar deseos y necesidades. El cambio que se opera nos conecta con nuestras potencialidades, y cada paso que damos nos llena de emoción. Como Gaby, que luego de varios meses de haber adoptado a su niña, puede contar en el grupo un hecho aparentemente intrascendente, pero de gran significación para ella: Hoy tenía una cita que esperaba ansiosamente desde hace dos meses. Justo dos horas antes, me llama una amiga y me cuenta que se siente mal y necesita que la acompañe al médico, Mientras la escuchaba, mi primer impulso fue decirme a mí misma: lo mío no es importante frente a lo que le pasa ella. Sin embargo, respiré profundo y le dije: "yo, a las 15hs tengo un encuentro, y a las 17 puedo quedar libre, ¿te viene bien que te acompañe a esa hora?". Para mi sorpresa, mi amiga no se enojó ni respondió fríamente sino que con mucha alegría me dijo: “¡Bárbaro, como te agradezco!". Gaby agrega: “me sentí feliz de haber podido plantear mis posibilidades reales, y descubrí que no es necesario postergarse, que uno puede encontrar soluciones junto al otro”. ¿Cuáles son los métodos que permiten que se vaya dando este proceso? Movimiento corporal, técnicas expresivas, visualizaciones, diálogos, dramatizaciones colectivas y el compartir voluntario de las propias vivencias, son algunos de los recursos utilizados a lo largo del tratamiento.
Insisto mucho en que las personas descubran su cuerpo, su propio ritmo interior. El cuerpo es la expresión de nuestra existencia: todo lo que nos sucede o sucedió queda reflejado en él. En esta cultura, en la que se privilegia lo racional frente a lo emocional, sucede lo que con tanta precisión señala Gabrielle Roth: “Nuestros cuerpos quedan presos de esquemas. Nos entumecemos por la repetición. Nuestro corazón también se rigidiza y adopta rutinas automáticas. Muy pronto nos embotamos, insensibles a lo que sentimos en realidad y nuestras mentes terminan cegadas por supuestos incuestionados y actitudes rectoras que no nos permiten ver qué hay más allá ni explorar el mundo en su plenitud. Nos programamos para el aburrimiento”. Por todo esto, aflojar las tensiones musculares y centrarse se convierte en un paso ineludible para acceder a las visualizaciones durante las cuales las personas van descubriendo cómo aprendieron a sobrevivir. Durante el primer tramo del tratamiento, esta técnica permite recordar momentos significativos de la vida familiar temprana, la casa de la infancia, los personajes que en ella vivían, cómo se relacionaban entre ellos, que solían decirse, cuál era el clima que se vivía en el hogar, y si las voces que ellos percibían eran de aprobación o críticas. La conexión profunda con los recuerdos fundantes de la infancia provoca una fuerte movilización emocional: es conmovedor descubrir hasta qué punto, siendo adultos, seguimos con miedo a ser rechazados y castigados si desobedecemos a los mandatos familiares, esa agobiante lista de deberías que han
marcado nuestras vidas. Al principio, tanto el movimiento corporal como las reflexiones a partir de la emoción compartida suelen provocar vergüenza, inhibición y miedo a la crítica. Con el tiempo, uno va descubriendo que no hay una sola manera de moverse y tampoco cabe en esto lo correcto o lo incorrecto: lo importante es encontrarse con el propio estilo y respetarlo. Poder mirarse a los ojos con otros, tocar y ser tocado, cantar y bailar en una ronda, son modos de destrabarse. El grupo comienza a funcionar como una nueva familia en la que se exploran otros modos de comunicarse. Pero lograr este espacio a salvo no es una tarea sencilla; de ahí que al comenzar todos se comprometen a respetar ciertas pautas que favorecen la confiabilidad y el respeto mutuo. Para ello, cumplen el rito de firmar un contrato de principios básicos de comunicación responsable: 1- Escuchá atentamente, no te distraigas. No interrumpas. No ensayes tu respuesta mientras otro hable. 2- Respetá las diferencias personales. Cada uno tiene derecho a sus pensamientos, emociones, actitudes y opiniones, aunque no estés de acuerdo con ellas. 3- No critiques, no defiendas tu posición ni tampoco des explicaciones. Escuchá para comprender y, limitá tus respuestas a comprendo o necesito más información o entiendo lo que dices.
Lo que se persigue en la primera etapa del proceso es desarrollar el permiso para decir no, cuestionar los mandatos y reconocer la violación emocional sufrida al haber asumido roles
no acordes con la edad. La rabia, el enojo y la vergüenza tanto tiempo reprimida, afloran durante las dramatizaciones grupales. Hay mucho dolor acumulado en estos sentimientos y no basta una sola sesión para expresarlo. Drenar todo lo enquistado requiere distintos modos de trabajar con estas emociones: conectarse con fotografías de la primera infancia, escribir cartas donde uno pueda Volcar todo lo pendiente con la madre y el padre, dibujar al niño o niño que fuimos,etc. Es importante aclarar que, en el caso de las cartas, se trata de misivas que no son enviadas a los padres reales -aunque aún vivan-, sino que lo que se procura es expulsar todo aquello que no fue dicho por haberlo sentido prohibido. Si no se da el tiempo suficiente para limpiar todo este dolor, es difícil la conexión con el niño interior . En la medida en que el proceso de sanación permite manifestar las emociones que antes debíamos esconder detrás de máscaras protectoras, sobreviene un momento crucial, en el cual decidimos que estamos en condiciones de derribar nuestras paredes defensivas. Es entonces cuando surge el reconocimiento de nuestro niño y uno comienza a escucharlo, a dialogar con él. Hasta este momento, la supervivencia dependía de la aprobación ajena: mi bienestar depende de que otro me ame; soy responsable de hacer feliz a la gente que quiero; si los demás no me aprueban significa para mí que no soy bueno; no puedo estar sólo, siento como que me voy a morir; todo lo que me pasa es por culpa de otro. A partir de ahora, la integración del niño a la vida cotidiana permitirá hacerle frente a la voz del adulto tirano internalizado y pasar de los mandatos a las elecciones
personales. Mientras permanezcamos acurrucados en el miedo a cuestionar los deberías, la mirada vigilante de los padres sigue presente. Así circulan por el mundo cientos de adultos ficticios que no encuentran en sí mismos el permiso para afirmar sus valores y disfrutar de la vida. John y Linda Friel los llaman “adultos-niños” . Estos autores dicen: “Algo nos ocurrió hace mucho tiempo. Pasó más de una vez. Nos lastimó. Nos protegimos del único modo que supimos. Todavía estamos protegiéndonos. Ya no funciona”. Para los Friel los adultos niños se presentan con estas modalidades. “Son personas que al mirar a sus iguales en la calle o en una fiesta dicen: quisiera ser como ellos o si él supiera lo que me pasa se horrorizaría. Experimentan una sola emoción por vez reiteradamente: tienen sólo enojo o tristeza o miedo o sonrisas. Fueron abusados y abusan de otros Se presentan con una imagen perfecta, pero en lo profundo se sienten vacíos o en estado caótico; encubren el malestar La frustración los lleva a ser violentos Cuidan a los demás, pero abusan de sí mismos Se aferran al pasado, temen el futuro y se sienten ansiosos en el presente
Creen que solo son valiosos si tienen un título universitario. Viven en una insatisfacción permanente Las amistades que logran son perjudiciales y les cuesta desprenderse de ellas Se sienten culpables de todo lo que hacen Son personas cuyo niño está encerrado esperando ser liberado” Los adultos-niños se exponen continuamente al avasallamiento porque ignoran cuáles son sus necesidades y límites. Como dice Charles L. Whitfield: “Los límites no son un arma o cañón para ser usado contra otros”. El límite es un borde donde termina mi realidad y comienza la del otro y sólo al tomar conciencia de esto se puede empezar a cuestionar los mandatos y las falsas creencias, explorar los sentimientos y asumir que no hacerlo nos condena a seguir viviendo en un mundo con demasiados límites, avergonzados y culpables. Sólo el que arriesga es libre; permanentemente creamos nuestra vida y nada cambia a menos que lo deseemos profundamente o hagamos algo al respecto. Podemos pasar por la existencia sin comprometernos con nosotros mismos o intentar vivir de una manera diferente, disfrutando de lo que significa ser una persona libre y autónoma. Seguramente en ese momento podremos captar el significado profundo de las reflexiones de John Bradshaw.
Está bien sentir lo que sienta. Las emociones no son buenas o malas. Simplemente son lo que son. Nadie puede decirle qué debe usted sentir. Es bueno y necesario hablar de emociones.
“Está bien querer lo que quiera. No hay nada que usted deba o no deba querer. Si usted está en contacto con su energía vital, querrá expandirse, crecer. Es necesario satisfacer sus necesidades. Por tanto, es correcto solicitar lo que uno desee”.
“Está bien ver y oír lo que vea y oiga. Lo que usted vió y escuchó es lo que usted vió y oyó. Está bien y es necesario tener mucha diversión y juegos. Está bien gozar del sexo".
“Es esencial decir la verdad en todo momento. Esto reducirá el sufrimiento de la vida. Mentir tergiversa la realidad. Todas las formas de pensamiento distorsionado deben ser corregidas".
“Es importante que conozca usted sus limitaciones y demore el placer algunas veces. Esto reducirá
el sufrimiento de la vida”.
"Es crucial desarrollar un equilibrado sentido de responsabilidad. Esto significa aceptar las consecuencias de lo que usted hace y rechazar la aceptación de las consecuencias de lo que hace el otro”.
"Está bien cometer errores. Los errores son nuestros maestros, nos ayudan a aprender. Los sentimientos, necesidades y carencias de otras personas han de ser respetados y apreciados. La violación de otras personas conduce a la culpa y a aceptar las consecuencias”.
“Está bien tener problemas. Estos necesitan ser resueltos. Está bien tener conflictos; requieren ser solucionados”.
Solo la reparentalización conduce a los permisos o elecciones de los que habla Bradshaw. Este proceso nos lleva a darnos cuenta cuando nuestros padres están actuando a través nuestro lo que posibilita desplegar conductas diferentes a las que ellos hubieran implementado. A esta altura, ya no necesitamos culpar a mamá y a papá de lo que nos pasa; no son ellos quienes nos limitan con sus modelos aprendidos de generaciones anteriores. Ellos hicieron con sus hijos lo mejor que pudieron. Sanación no implica pelearnos tardíamente con nuestros padres, culparlos y acusarlos, sanación es aceptarme y aceptar al otro tal como
somos para dejar de lado el legado de deberías y crear nuestras propias elecciones acorde a lo que deseamos. Es posible que en ese momento recuperemos muchos de los valores que guiaron a nuestros padres, pero lo haremos desde el reconocimiento y la elección en lugar de la imposición y la culpa. Esta es la base del Proceso de Sanación del Niño Interior , esa meta posible de la que habla William James cuando dice: “La mayor revolución de nuestra generación es el descubrimiento de que los seres humanos, cambiando sus actitudes mentales internas, pueden cambiar aspectos exteriores de su vida”.
EJERCICIOS
A lo largo del trabajo de Sanación he rescatado de los diferentes grupos esta lista de mandatos y deberías, muchos de estos te pueden resonar: Agrega los tuyos.
LO QUE NOS DIJERON DE NIÑOS:
Tenés que ser fuerte.
No Servís.
No podés.
Tené Cuidado.
¡Una buena chica no hace eso!
Aguantá.
No llorés.
No te mostrés débil.
Sos tonta.
Incapaz.
Nadie creerá una palabra de tu boca.
Atrevido.
Egoísta.
No vas a poder solo.
Sos el culpable de lo que nos pasa.
No seas molesto.
Tu hermana es inteligente, tu hermano también, vos sos muy estudiosa.
Yo le regalé el perfume a la maestra para que te de el libro de premio.
Cuando te operaste, adelgazaste tanto y estabas tan linda, tan femenina.
Para vos… demasiado.
No sólo hay que serlo sino parecerlo.
Al que nace barrigón…
Bajate de la capota.
Alguna vez vas ha ser feliz cuando seas más inteligente.
Sos rebelde.
Tenés que atender a tu madre.
Tenés que cuidar a tus hermanos.
Hoy no podés salir, no me siento bien.
Callate la boca.
¿Vos qué sabes?
Haragana.
Yo sabía que lo ibas a hacer mal.
Yo sabía que en el fondo no se puede confiar en vos.
Seguro te va a salir bien…
Agrega las tuyas:
LO QUE NOS DECIMOS HOY....
Nadie me quiere.
No podré nunca.
Debo callarme, a nadie le importa lo que yo digo…
Eso no es para mí.
Nunca seré como…
No vale la pena.
No soy capaz.
Soy gorda.
Soy flaca.
¿Quién puede gustar de mí?
No puedo estar solo, siento que nadie me quiere.
Todo lo que me pasa es por culpa de otros.
Si se enojan conmigo, yo soy la culpable.
No debo.
Tengo miedo.
Voy a esperar.
¿Y si me equivoco?
Ya es tarde.
Nunca llego a nada
Me tengo que atender yo misma.
Yo no voy a tener suerte
A mí no me va a pasar
No voy a poder tener una pareja como a mí me gustaría
Es muy difícil alcanzar lo que quiero
Quiero todo pero cuando lo tengo ya no me sirve
Seguro que te va a estar esperando… qué idiota
No te vayas a dejar caer
Agrega las tuyas:
LO QUE QUISIÉRAMOS ESCUCHAR Y SOLO NOSOTROS NOS PODEMOS DECIR
Si llegué, tan malo no soy. Quiere decir que puedo.
Expresá tus ideas, me gusta escucharte.
Sé que estás enojado, me gustaría escuchar tu enojo.
¿Estás sufriendo en este momento?
No tengas miedo si dejás de actuar de la manera en que lo estabas haciendo.
No sos culpable de lo que le pasa al otro.
¿Qué es lo que te pone ansioso?
Podés llorar todo lo que quieras, no estás solo.
No importa si cometes errores.
No tenés que hacer todo perfecto.
Me fascina tu creatividad.
No pensés solo en los demás . Preguntate todo lo que no te gusta.
Cuestionarse está bien.
Valés mucho.
Tengo confianza en tus posibilidades y en tu forma de ser.
Puedo encontrar una persona adecuada para ni lo lo merezco porque tengo virtudes.
Sos una buena madre.
Sos una buena persona.
Supiste salir adelante.
Podés tener un proyecto.
Esto es lo que yo quiero.
Me acepto.
Que vas a hacer, las cosas son así.
Estoy a tiempo.
Confío en mí . Soy la dueña de mi propia vida.
Si yo lo creo, es cierto.
Agrega las tuyas:
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