DÍA INTERNACIONAL DE LA POESÍA Silvia De La Fuente sigue por el camino de la Licenciatura en Letras Españolas. Es poeta las 25 horas del día. Intenta desarrollar un gusto por la docencia para pagar sus impuestos. Ha sido partícipe en la Feria del Libro como maestra de ceremonias. Publica investigaciones históricas y literarias en la
Gazeta del Saltillo
esporádicamente. Ha
colaborado con el equipo de edición del periódico Zócalo. Cree que el único amado fiel es un libro. En sus ratos libres observa a la gente y les lee a Borges de vez en cuando.
Ana Lilia Margarita Margarita Salas González es actualmente actualmente estudiante estudiante de la Licenciatura Licenciatura de Letras Letras Españolas. Cursó sus estudios medios superiores en el CETis 48. Ha participado en distintas lecturas en atril dentro de su facultad y en eventos de la Universidad Autónoma de Coahuila. Estudiosa de las letras y con una joven, pero próspera, carrera como actriz, habiendo participado ya en distintos cortometrajes y obras de teatro en Saltillo, Coahuila.
Vicente Aleixandre. Canción a una doncella muerta Dime, dime el secreto de tu corazón virgen, dime el secreto de tu cuerpo bajo tierra, quiero saber por qué ahora eres un agua, esas orillas frescas donde unos pies desnudos se bañan con espuma.
Dime por qué sobre tu pelo suelto, sobre tu dulce hierba acariciada, cae, resbala, acaricia, se va un sol ardiente o reposado que te toca como un viento que lleva sólo un pájaro o mano.
Dime por qué tu corazón como una selva diminuta espera bajo tierra los imposibles pájaros, esa canción total que por encima de los ojos hacen los sueños cuando pasan sin ruido.
Oh tú, canción que a un cuerpo muerto o vivo, que a un ser hermoso que bajo el suelo duerme,
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cantas color de piedra, color de beso o labio, cantas como si el nácar durmiera o respirara.
Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste, ese rizo voluble que ignora el viento, esos ojos por donde sólo boga el silencio, esos dientes que son de marfil resguardado, ese aire que no mueve unas hojas no verdes...
¡Oh tú, cielo riente, que pasas como nube; oh pájaro feliz, que sobre un hombro ríes; fuente que, chorro fresco, te enredas con la luna; césped blando que pisan unos pies adorados!
Vicente Aleixandre. Corazón negro Enigma o sangre de otras vidas pasadas, suprema interrogación que ante los ojos me habla, signo que no comprendo a la luz de la luna. Sangre negra, corazón dolorido que desde lejos la envías a latidos inciertos, bocanadas calientes, vaho pesado de estío, río en que no me hundo, que sin luz pasa como silencio, sin perfume ni amor. Triste historia de un cuerpo que existe como existe un planeta, como existe la luna, la abandonada luna, hueso que todavía tiene un claror de carne. Aquí, aquí en la tierra echado entre unos juncos, entre lo verde presente, entre lo siempre fresco, veo esa pena o sombra, esa linfa o espectro, esa sola sospecha de sangre que no pasa. ¡Corazón negro, origen del dolor o la luna, corazón que algún día latiste entre unas manos.
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beso que navegaste por unas venas rojas, cuerpo que te ceñiste a una tapia vibrante!
Vicente Aleixandre. El escuchador Mueve el viento. Mueve el velo quedo.
Mueve el aire. Mueve el arce. Vase.
Luz sin habla. Voz callada. Clara. 3
Sombra justa. Suena muda. Luna.
Y él la escucha.
Vicente Aleixandre. En el fondo del pozo (el enterrado) Allá en el fondo del pozo donde las florecillas donde las lindas margaritas no vacilan donde no hay viento o perfume de hombre donde jamás el mar impone su amenaza allí allí está quedo ese silencio hecho como un rumor ahogado con un puño Si una abeja si un ave voladora si ese error que no se espera nunca se produce
el frío permanece El sueño en vertical hundió la tierra y ya el aire está libre Acaso una voz una mano ya suelta un impulso hacia arriba aspira a luna a calma a tibieza a ese veneno de una almohada en la boca que se ahoga ¡Pero dormir es tan sereno siempre! Sobre el frío sobre el hielo sobre una sombra de mejilla sobre una palabra yerta y más ya ida sobre la misma tierra siempre virgen Una tabla en el fondo oh pozo innúmero esa lisura ilustre que comprueba que una espalda es contacto es frío seco es sueño siempre aunque la frente esté borrada Pueden pasar ya nubes Nadie sabe Ese clamor ¿Existen las campanas? Recuerdo que el color blanco o las formas recuerdo que los labios, sí, hasta hablaban Era el tiempo caliente. Luz inmólame Era entonces cuando el relámpago de pronto quedaba suspendido hecho de hierro Tiempo de los suspiros o de adórame cuando nunca las aves perdían plumas Tiempo de suavidad y permanencia Los galopes no daban sobre el pecho no quedaban los cascos, no eran cera Las lágrimas rodaban como besos Y en el oído el eco era ya sólido Así la eternidad era el minuto El tiempo sólo una tremenda mano sobre el cabello largo detenida Oh sí. En este hondo silencio o humedades bajo las siete capas de cielo azul yo ignoro
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la música cuajada en hielo súbito la garganta que se derrumba sobre los ojos la íntima onda que se anega sobre los labios Dormido como una tela siento crecer la hierba verde suave que inútilmente aguarda ser curvado Una mano de acero sobre el césped un corazón un juguete olvidado un resorte una lima un beso un vidrio Una flor de cristal que así impasible chupa de tierra un silencio o memoria.
Juan Gelman. La economía es una ciencia En el decenio que siguió a la crisis se notó la declinación del coeficiente de ternura en todos los países considerados o sea tu país mí país los países que crecían entre tu alma y mi alma de repente duraban un instante y antes de irse o desaparecer dejaban caer sábanas llenas de nosotros que salían volando alrededor como perdices. Qué raro, mirá que lavábamos las sábanas con subordinación y valor para que los jugos de la noche pasada no inauguraran el pasado y ningún pasado pusiera una oficina entre nosotros para ordenarnos el hoy porque el alma amorosa es desordenada y perfecta tiene mucha limpieza y lindura se necesita todo un Dios para encerrarla como le pasó a Don Francisco
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que así pudo cruzar el agua fría de la muerte. Es bien raro eso de nuestras bocas volando me parecía oír un pajarerío en el bosque de vos como amor encendiendo otro amor, o más, es cierto que cada vez resucitábamos y nos poníamos a dar vueltas como si quisiéramos morir de nuevo buscando incesantemente la libertad y había un país entre la vida y la muerte donde todo era consolación y hermosura y no poseíamos nuestro corazón y nunca más los volvíamos a ver para entender estudio los índices de la tasa de inversión bruta los índices de la productividad marginal de las inversiones los índices de crecimiento del producto amoroso otros índices que es aburrido hablar aquí y no entiendo nada. La economía es bien curiosa al pequeño ahorrista del alma lo engañan en Wall Street los sueldos de la ternura son bajos subsiste la injusticia en el mercado mundial del amor, el aprendiz está rodeado de nubes que parecen elefantes, eso no le da dicha ni desdicha en medio de las razones las redenciones las resurrecciones. Se lleva el alma a la nariz para sentir tus perjúmenes estoy viendo volar los pajaritos que te salían de la boca mejor dicho de más allá todavía de todo lo que valías o brillabas o eras y dabas como jugos de la noche.
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Rodolfo Forgwill. Llamado para los malos poetas Se necesitan malos poetas. Buenas personas, pero poetas malos. Dos, cien, mil malos poetas se necesitan más para que estallen las diez mil flores del poema.
Que en ellos viva la poesía, la innecesaria, la fútil, la sutil poesía imprescindible. O la inversa: la poesía necesaria, la prescindible para vivir.
Que florezcan diez maos en el pantano y en la barranca un Ele, un Juan, un Gelman como elefante entero de cristal roto, o un Rojas roto, mendigando a la Reina de España.
(Ahora España ha vuelto a ser un reino y tiene Reina, y Rey del reino. España es un tablero de alfiles politizados y peones recién comidos: a la derecha, negros, paralizados, fuera del juego).
Y aquí hay torres de goma, alfiles politizados y damas policiales vigilando la casa.
A la caza del hombre, por hambre, corren todos, saltan de la cuadrícula y son comidos.
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Todo eso abunda: faltan los poetas, los mil, los diez mil malos, cada uno armado con su libro de mierda. Faltan, sus ensayitos y sus novela en preparación. Ah.. y los curricola, y sus diez mil applys nos faltan.
No es la muerte del hombre, es una gran ausencia humana de malos poetas. Que florezcan cien millones de tentativas abortadas, relecturas, incordios, folios de cartulina, ilustraciones de gente amiga, cenas con gente amiga, exégesis, escolios, tiempo perdido como todo.
Se necesitan poetas gay, poetas lesbianas, poetas consagrados a la cuestión del género, poetas que canten al hambre, al hombre, al nombre de su barrio, al arte y a la industria, a la estabilidad de las instituciones, a la mancha de ozono, al agujero de la revolución, al tajo agrio de las mujeres, al latido inaudible del pentium y a la guerra entendida como continuidad de la política, del comercio, del ocio de escribir.
Se necesitan Betos, Titos, Carlos que escriban poemas. Alejandras y Marthas que escriban. Nombres para poetas, anagramas, seudónimos y contraseñas
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para el chat room del verso se necesitan.
Una poesía aquí del cirujeo en la veredas. Una poesía aquí de la mendicidad en las instituciones. Una poesía de los salones de lectura de versos.
Una poesía por las calles (venid a ver los versos por las calles...)
Una poesía cosmopolita (subid a ver los versos por la web...).
Una poesía del amor aggiornado (bajad a ver poesía en el pesebre del amor...)
Una poesía explosiva: etarra, ética, poéticamente equivocada. 9
En los papeles, en los canales culturales de cable, en las pantallas y en los monitores, en las antologías y en revistas y en libros y en emisiones clandestinas de frecuencia modulada se buscan poetas y más malos poetas: grandes poetas celebrados pequeños, poetas notorios, plumas iluminadas, hombres nimios, miméticos, deteriorados por el alcohol, descerebrados por la droga, hipnotizados por el sexo idiotizados por el rock, odiados, amados por la gente aquí.
En las habitaciones se buscan.
En un bar, en los flippers, en los minutos de descanso de la oficina, entre dos clases de gramática, en clase media, en barrios vigilados se buscan.
¿Habrá en la tropa? ¿En los balnearios, en los baños públicos que han comenzado a construir? ¿En los certámenes de versos? ¿En los torneos de minifútbol? ¿Bajo el sol quieto? ¿A solas con su lengua? ¿A solas con una idea repetitiva? ¿Con gente? ¿Sin amor?
No es el fin de la historia, es el comienzo de la histeria lingual.
Todo comienza y nace de una necesidad fraguada en la lengua. Falsifiquemos el deseo: Te necesito nene. Para empezar te necesito. Para necesitar, te pido ese minuto de poesía que necesito, necio: quisiera ver si me devuelves el ritmo de un mal poema, que me acarices con sus ripios, que me turbes la mente con otra idea banal, y que me bañes todo con la trivialidad del medio.
Y en medio del camino, en el comienzo de la comedia terrenal, quiero vivir la necedad y la necesidad
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de un sentimiento falso.
Se necesitan nuevos sentimientos, nuevos pensamientos imbéciles, nuevas propuestas para el cambio, causas para temer, para tener, aquí en el sur.
Y arriba España es un panal de hormigas orientales: rumanas, tunecinos, suecas a la sombra de un Rey.
Riámonos del Rey. De su fealdad. De su fatalidad. De Su Graciosa Realidad. La realidad es un ensueño compartido. La realidad de España es su filosa lengua pronunciando la eñe y su mojada espada pronunciando el orden del capital y la sintaxis.
¡Ay, lengua: aparta de mí este cuerno de la prosperidad clavado en tu ingle, suturada de chips, y cubre nuestras heridas con el bálsamo de los malos poemas..!
Jorge Luis Borges. Lo Nuestro Amamos lo que no conocemos, lo ya perdido. El barrio que fue las orillas. Los antiguos, que ya no pueden defraudarnos, porque son mito y esplendor. Los seis volúmenes de Schopenhauer, que no acabaremos de leer. El recuerdo, no la lectura, de la segunda parte del Quijote.
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El oriente, que sin duda no existe para el afghano, el persa o el tártaro. Nuestros mayores, con los que no podríamos conversar durante un cuarto de hora. Las cambiantes formas de la memoria, que está hecha de olvido. Los idiomas que apenas desciframos. Algún verso latino o sajón, que no es otra cosa que un hábito. Los amigos que no pueden faltarnos, porque se han muerto. El ilimitado nombre de Shakespeare. La mujer que está a nuestro lado y que es tan distinta. El ajedrez y el álgebra, que no sé.
Jaime Sabines. Te puse una cabeza Te puse una cabeza sobre el hombro y empezó a reír; una bombilla eléctrica, y se encendió. Te puse una cebolla y se arrimó un conejo. Te puse mi mano y estallaste.
Di cuatro golpes sobre tu puerta a las doce de la noche con el anillo lunar, y me abrió la sabana que tiene cuerpo de mujer, y entré a lo obscuro.
En el agua estabas como una serpiente y tus ojos brillaban con el verde que les corresponde a esas horas. Entró el viento conmigo y le subió la falda a la delicia, que se quedó inmóvil. El reloj empezó a dar la una de cuarto en cuarto, con una vela en la mano. La araña abuelita tejía
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y la novia del gato esperaba a su novio. Afuera. Dios roncaba. Y su vara de justicia, en manos del miedo ladrón, dirigía un vals en la orquesta.
Me soplaste en el ombligo y me hinché y ascendi entre los ángeles. Pero tuve tiempo de ponerme la camisita y los zapatitos con que me bautizaron. Tú quedaste como un cigarro ardiendo en el suelo
Javier Villaurrutia. Poesía Eres la compañía con quien hablo de pronto, a solas. te forman las palabras que salen del silencio y del tanque de sueño en que me ahogo libre hasta despertar. Tu mano metálica endurece la prisa de mi mano y conduce la pluma que traza en el papel su litoral. Tu voz, hoz de eco es el rebote de mi voz en el muro, y en tu piel de espejo me estoy mirando mirarme por mil Argos, por mí largos segundos. Pero el menor ruido te ahuyenta y te veo salir por la puerta del libro o por el atlas del techo, por el tablero del piso, o la página del espejo, y me dejas
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sin más pulso ni voz y sin más cara, sin máscara como un hombre desnudo en medio de una calle de miradas.
Rosario Castellanos. Destino Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca. Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere un olvido, una ausencia, a veces menos. Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia de respirar con un pulmón ajeno! El aire no es bastante para los dos. Y no basta la tierra para los cuerpos juntos y la ración de la esperanza es poca y el dolor no se puede compartir.
El hombre es animal de soledades, ciervo con una flecha en el ijar que huye y se desangra.
¡Ah! pero el odio, su fijeza insomne de pupilas de vidrio; su actitud que es a la vez reposo y amenaza.
El ciervo va a beber y en el agua aparece el reflejo de un tigre. El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve - antes que lo devoren - (cómplice, fascinado) igual a su enemigo.
Damos la vida sólo a lo que odiamos.
José Juan Tablada. La mujer tatuada
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Las huellas de los pies de sus amantes han cubierto su alcoba con un tapiz de peregrinaciones.
La arcilla de su seno está llena de huellas digitales, y todo su cuerpo de jeroglíficos de colibríes, besos de sus amantes niños...
El vuelo de sus cejas en su frente admirable posa un perfil de zopilote sobre los cráneos del zompantli, que echa a volar cuando sus ojos luminosos se abren... 15
Espejo de obsidiana del brujo Tezcatlipoca; yugo de granito; ¡cóncavo vaso de sacrificios!
Cuerpo macerado de inciensos como las paredes de los templos. Un pasajero amante dejó escrito su nombre en un tatuaje sobre su carne.
Su esencial orquídea, como las de Mitla, surge entre las piedras del templo promulgando sangre de víctimas,
imán de mariposa ilusión que flota en claros de luna o tiembla en un verde rayo de sol.
La teoyamique sonríe en sus dientes y el jaguar de su ardor abre las fauces al través de una enagua de serpientes
y, hélice del Calendario ancestral, su misterio sobre nuestras escamas riza elásticas plumas de quetzal.
De su alma llena de sepulcros suben hasta sus ojos espectros y vislumbres de tesoros
y tanta pasión suprimida; 16
momias que emparedó el Santo Oficio ¡y hoy implacables resucitan...!
Mientras su carne de cera arde con flama de pasión como gran cirio de la Inquisición.
Se siente Emperatriz en las verbenas y en la profunda ergástula de sus amantes, Reina, y aspira como ídolo copales y alhucemas.
Caen los besos, de sus ojeras a la sombra, en el ávido surco de su boca y sus senos se hinchan como si fueran a brotar dos rosas...
En su vientre está la equino-cáctea,
en su vientre infecundo ¡tan blanco como la Vía Láctea llena de mundos...!
Sus pésames aúllan con los coyotes de la sierra y su máscara estampada de flores cubre una sonrisa de hiena.
Como submarinas medusas en espejismos de Atlántidas ruedan sus ojos en blanco
cuando entre blasfemias roncas su hombre se rinde entre sus brazos como un ahorcado en una horca.
Nada hay tan semejante a una chinampa florida como su carne escondida bajo tápalos de Catay...
Y a ella toda, como la gran curva de luz del cohete que en silencio vuela y suspende, doblado en festón de saúz, un jardín milagroso en la plazuela
a tiempo que a la vera de la vieja casona esquiva la Llorona su fluido cuerpo de lémur y su quejido doliente y vano
como de flauta hecha en un fémur humano...
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