Planteamientos pedagógicos sobre la corporeidad. La función del cuerpo y el movimiento en la educación. El cuerpo Educación Educación integral. Josefa Lara Risco
El cuerpo Hay más razón en tu cuerpo c uerpo que en tu mejor sabiduría.
Nietzsche A lo largo de la historia, el hombre ha tratado de conocer la génesis, la naturaleza y el destino de su ser histórico cultural. Dentro de esta consideración general, el estudio del significado del cuerpo ha ocupado y ocupa, hoy más que nunca, un lugar preferencial en todos los campos que conducen a su conocimiento. Por consiguiente, y en relación con nuestra actividad educativa, consideramos de singular importancia estudiar en primer término su significado y su evolución conceptual, en el marco de los caminos y transformaciones sociales y culturales conocidos a lo largo de la historia. Los conceptos relacionados con el significado del cuerpo han variado notablemente de acuerdo con las diferentes formas de interpretar la existencia humana, en las diversas etapas de nuestro desarrollo, y se debe principalmente al avance de las ciencias humanas, de la filosofía, psicología y antropología, el surgimiento de nuevas ideas y concepciones sobre el mundo y el hombre. Solo de esta manera, teniendo como punto de partida estos conocimientos, generales y
especializados, estaremos en condiciones de formular los fines y objetivos de la educación corporal, objetivo que intentamos cumplir en la presente obra.
Significado en la vida del hombre En algún momento de su vida, cada hombre se ha formulado así mismo algunas preguntas, como por ejemplo: ¿Qué significado tiene para mí mi cuerpo? ¿Es una parte de mí ser? ¿Es un ente a mi servicio? ¿Soy yo mismo? ¿Es solo un instrumento de interacción con el mundo?, etcétera. Estas y otras preguntas por el estilo surgen de la mente del hombre que tiene la necesidad de ahondar en su existencia, y deben ser respondidas adecuada y oportunamente a fin de definir la orientación de su conducta, teniendo en cuenta la importancia de dichas respuestas para los educadores, en especial para quienes dedicamos nuestras vidas a activar corporalmente al niño en busca de su desarrollo integral. El significado que la cultura griega otorgo al cuerpo ha trascendido a lo largo de los siglos. Es conocida la gran atención que aquella brinda tanto al cuerpo como al espíritu. La famosa frase de Juvenal mens sana in corpore sano así lo atestigua, aun que con ella y desde entonces, queda implícita la existencia de dos entes totalmente diferentes y antagónicos, aislados uno del otro. Las ideas de Platón, corroboradas más adelante por Aristóteles y posteriormente por Descartes, dejaron firmemente sentado el concepto dualista, y, con él, la idea del cuerpo como un mero soporte anatómico-fisiológico, honrado por su destino de dar cavidad al espíritu. Tal concepto, que contribuyo a dar al cuerpo el significado de objeto, instrumento de la acción se ha mantenido inconmovible a lo largo de los siglo: trascendió, progresivamente a todas las áreas del conocimiento alcanzo, en definitiva el campo de la educación, donde claramente se puso en evidencia la supremacía otorgada al espíritu; esto es, a la inteligencia quedando relegado y minimizado todo lo concerniente a lo corporal. Este modo de pensar aun prevalece a pesar de que los teóricos de la educación lo creen superado en la evidencia de una realidad educativa que somete el cuerpo a un adiestramiento físico, que corresponde a su conocimiento biomecánico y a las leyes que rigen el movimiento de todo objeto, sin comprometer a la persona integral. La acción educativa ha seguido tratando el cuerpo como objeto, restándole la humanidad que revisten sus acciones y potencialidades. Del cuerpo, considerado desde esta perspectiva mecanicista, se ha definido como una masa constituida por un conjunto de huesos y articulaciones, apilados de abajo arriba en un esqueleto de vísceras y músculos y revestido y bien protegido por un ropaje exterior perfectamente ajustado y protector. Dicha perspectiva ha facilitado la alimentación del cuerpo (ya sea en el trabajo, en el deporte y aun en la danza) como una herramienta de producción, como una maquina industrial que, racionalizada al máximo, se torna en una potencial de rendimiento en un record olímpico o en un míster o miss mundo cualquiera. Esta concepción, utilitaria por excelencia, tuvo su apogeo en el siglo XIX con el llamado materialismo mecanicista, solo en las últimas décadas con los avances de las ciencias humanísticas, ha comenzado a cambiar dando paso al concepto de la unidad de la naturaleza humana. Estudios e investigaciones realizados en los campos de la antropología, de psicofisiología, de psicología genética, evolutiva, fenomenológica y experimental, e incluso de la psiquiatría, lo confirman ampliamente: el hombre en sus dos realizaciones cuerpo y espíritu, es una unidad indivisible. En consecuencia, el estudio del cuerpo es el estudio del ser humano, y la humanización del cuerpo es la materialización de la humanización del hombre. Es por esto que las innumerables doctrinas que hoy toman el cuerpo como punto de referencia no se dirigen necesariamente a una entidad corporal ni a fenómenos equivalentes: responden a modos de concebir el funcionamiento del espíritu. Cuerpo y alma no son, entonces, entidades cerradas que se enfrentan la una a la otra, si no que existen permanentemente integradas, enraizada una a la otra, sin solución s olución de continuidad en el fenómeno existencial. Desde aquí partimos para fundamentar nuestra idea central: el cuerpo humano, manifestación del hombre y presencia en el mundo, nos impone aceptar que solo en él y por él se concreta nuestro ser-en-el-mundo, tal como lo expresa Merleua-Ponty (1975). A lo que agrega el autor: las diferentes funciones motrices son automáticamente traspasables, es decir, no son solamente una experiencia de mi cuerpo sino, además, una experiencia de mi cuerpo en el mundo y es
el que da un sentido motor o una señal verbal. Yo no estoy ni en el espacio ni en el tiempo, continua yo soy del espacio y del tiempo. Mi cuerpo se aplica a ellos y los abraza. El cuerpo- objeto y el cuerpo-propio resultan así dos percepciones parciales de un mismo fenómeno, lo corporalidad, que toda entera permanece inmediatamente a la apertura del hombre sobre el mundo. Cuando Wallon (1965) expresa: mi cuerpo es el eje del mundo, con mi cuerpo adquiero condición cita de todo lo que me rodea, y agrega: mi propia existencia y la del mundo circundante solo aparecen y se hacen realidad por causa de mi cuerpo, con la materialización de lo humano, deja claramente sentado el papel que le corresponde desempeñar al cuerpo, cuando, al poner en acción todas sus potencialidades, se convierte en el centro de su universo existencial. Resulta obvio, entonces, decir que sin el nada existe, que él es lo concreto lo irremplazable, y lo autentico para poder establecer, mediante nuestras propias experiencias corporales, una mejor comunicación con nosotros mismos y con el mundo exterior. M. Bucher (1976) completa las expresiones de Wallon (1970) diciendo: el niño, al experimentar con su cuerpo, engloba todo su campo experimental lo percibido, lo consciente o no, lo vivido, lo hecho, lo conocido, lo lado y lo recibido, todo lo cual va constituyendo los datos significativos sobre los cuales ha h a de ir estructurando su personalidad. El cuerpo ofrece al sujeto puntos de referencia estables y permanentes que facilitan su capacidad relacional pero, a la vez, se sirve de ellos cuando necesita abandonar su universo egocéntrico y subjetivo en el camino que le corresponde seguir para alejarse del mundo y actuar objetivamente sobre él. La existencia corporal ubica al hombre en un espacio y un tiempo experimentado, concreto, vivido que ha de ir determinando sus fronteras individuales y permitiéndole tomar conciencia de si y de sus relaciones existenciales con su entorno. Percibir es percibir en el mi cuerpo. más aun: el cuerpo es el único ente que, a la vez que percibe, es capaz de percibirse: a la vez que se reduce a objeto, es en sí mismo sujeto. Al respecto Ajuriaguerra (1974) expresa: que es muy difícil aceptar que en el mundo del niño pueda existir diatomía entre cuerpo y psiquismo. En el habitáculo que representa su cuerpo y que le es dado, habita el niño; sus necesidades y pulsiones se expresan en él, y es él quien sufre las emociones: con lo que se confirma que el cuerpo es lo concreto y lo humano a la vez Schilder (1983) también corrobora diciendo: el cuerpo incorpora al niño, y es en el equilibrio de esta comunicación que se organiza la estructura individual de la personalidad. En lo social, agrega el autor mencionado, el cuerpo surge como el instrumento de interrelación con el otro. La imagen del cuerpo tiene su origen en la imagen del cuerpo de los otros, en el dialogo corporal entre madre e hijo según Wallon (1972) y en la imitación inteligente según Piaget (1972). En resumen, el cuerpo no sólo es instrumento de construcción y acción, sino el medio concreto y ultimo de comunicación social. Basado en estos fundamentos, Ajuriaguerra (1962) levanta su voz apoyado en una dimensión antropológica de gran amplitud, para exclamar enfáticamente: el niño es su cuerpo. Asimismo, el hombre ubicado dentro de una sociedad tremendamente compleja deberá ejercitar como verdadera unidad existencial su pensamiento y su acción, para poder poder rechazar todo aquello que pueda condicionarlo. En el control y conciencia del cuerpo surgirán los puntos de apoyo necesarios para actuar frente a sí mismo frente a un mundo que, en permanente cambio surge avasallador. Las rigurosas investigaciones hechas por Merleau-Ponty, Chauchard, De Ajuriaguerra, Quiroz, Zazzo, Y Bucher, entre otros, en el campo filosófico, terapéutico, de la psicología, la neuropsicología y la psicofisiología, nos están brindando permanentemente bases de de singular valor que permiten permiten afirmar que la relación anímico-corporal no puede puede ser considerada como la que se establece entre causa y efecto, puesto que el alma y el cuerpo no constituyen totalidades cerradas y autónomas que pueden enfrentarse, al contrario: se mantienen abiertas y enraizadas entre sí, constituyendo realmente un todo, una unidad funcional existencial. Bucher (1976) aclara muy bellamente este concepto de unidad diciendo que la interacción que aquí se establece no es precisamente la que se da entre e ntre una causa y el objetivo sobre el cual actúa, sino aquella que surge entre el mármol y su forma, entre la palabra y su significado.
En consecuencia, toda actividad o acontecimiento del cuerpo es y será siempre actividad y acontecimiento del alma; expresiones que otorgan al cuerpo un significado por encima de los límites físicos y biomecánicas que partiendo del concepto cartesiano los conecten, de acuerpo con su capacidad humana de sentir, desear, obrar y crear en el medio obligado de relación significativa y concreta con el universo. Queremos completar esta fundamentación afirmando primero con Wallon: que las relaciones entre la motricidad, lo biológico y lo psicológico surgen de los más primitivo: del cuerpo y siguiendo luego con Ajuriaguerra quien, yendo más profundamente a lo primitivo, asevera: que la contracción física y la tónica de los músculos no solamente significan movimiento y tono sino, gesto y actitud. La función motriz, prosigue, encuentra así su verdadero sentido humano y social, que el análisis neurológico le había hecho perder: ser la primera de las funciones de relación. A estas manifestaciones podemos agregar otras provenientes del campo de la neuropsicología. Citamos a Quiroz (1980), quien señala la íntima relación que existe entre la motricidad y los aprendizajes humana, lo que en buena cuenta representa el desarrollo de la inteligencia. Igualmente aceptamos que el organismo que nos da a conocer simultáneamente la fisiología y la psicología no es el cuerpo objeto que estudia la fisiología clásica, sino el cuerpo de un ser-situado-corporalmente-en-el-mundo, ser-situado-corporalmente-en-el-mundo, es decir un cuerpo propio. Schultz (1969), a su vez, plantea que las actitudes psicológicas afectan a la postura y al funcionamiento del cuerpo, lo que resulta evidente si lo analizamos siguiendo la lógica corporal. Sabemos que la actitud representa un estado tónico y emocional a la vez, en la que se revela la respuesta actual de cada uno frente a una situación dada. Si la respuesta se repite ante situaciones semejantes, los músculos comprometidos en el gesto o el movimiento desarrollan un nivel de tensión específico que, al convertirse en hábito tónico, definen la postura, buena o mala. La postura está, a su vez, directamente influenciada por los músculos que, en parejas sinérgicas, intervienen en influyen en la estructuración óseoarticular del cuerpo, apilando los huesos y ampliando o cerrando las unidades articulares en una organización vertical, de abajo arriba. La postura es característica de cada persona, puesto que está ligada siempre a la actitud. Así vemos que el hombre constantemente infeliz acaba por desarrollar un cuerpo, una posición de su cabeza, hombros y otras partes del cuerpo, integrados a su ser físico, a su postura. Porque las emociones enraizadas con el tono son determinantes para que su postura se fije en determinadas posiciones, la cual, a su vez, retroalimenta y hace aflorar las emociones que le generaron. El funcionamiento del cuerpo, señala Schultz (1969), depende de la postura y de la actitud. Una buena organización tónico-postural va a repercutir en la ordenada y ajustada organización sinérgica, creando el ajuste equilibrado de los músculos antagónicos. Con ello contribuye a que la posición erecta o bípeda equilibrada posibilite el funcionamiento óptimo, tanto de órganos vitales como de las funciones motoras, de tanta trascendencia en la vida del hombre. Wilkower ha estudiado el efecto estimulante de la afectividad sobre la secreción biliar, y Cannon constato que el temor, la rabia y el dolor aparecen con un elevado aporte de adrenalina, producida por las glándulas suprarrenales en el torrente circulatorio. Muchas otras investigaciones de este género han permitido comprobar alteraciones que unas veces van de lo anímico a lo corporal, y otras en dirección inversa: de lo corporal a lo anímico. Sin ir más lejos de la experiencia personal puede fácilmente hacernos recordad que, cuando se altera la respiración, la actividad cardiaca o la digestión, percibimos una alteración emocional, y cuando sentimos temor o una alegría inmensa aparecen simultáneamente diversas alteraciones orgánicas. Una noticia desagradable afecta todo el sistema nervioso, digestivo, cardiovascular, y una inyección de morfina lleva al sujeto al paraíso artificial. Lo que varia es únicamente la puerta de ingreso en la relación cuerpo-mundo. Cuerpo y comunicación Queremos, asimismo, insistir en señalar que el cuerpo cumple una doble función: de encuentro consigo mismo y con el mundo de los seres y de las cosas. Función eminentemente relacional de carácter psicosociomotor. En el encuentro consigo mismo, las raíces neuropsicológicas y motrices que se potencializan en el cuerpo resultan el verdadero capital que el hombre posee para desplegar su existencia, para llegar a ser s er persona y alcanzar su realización.
En cuanto a la relación entre lo psicosocial y la motricidad, en la que aparecen los demás, podemos afirmar que la sociedad no solo influye en nuestras relaciones humanas, sino también en la estructura, funciones y comportamientos corporales. El cuerpo se con constituye entonces en un símbolo de cada sociedad, ya que a la vez que ejerce su acción sobre ella, recibe su influencia y se trasforma. Este proceso dialectico se cumple únicamente si entre cuerpo y entorno se establece una íntima comunicación, en la que el cuerpo, como referencia constante y dinámica, adquiere la disponibilidad óptima para ejercer su autocontrol, para llegar al encuentro con los demás y al dominio de las cosas. Es la comprensión que surge entre por lo menos dos individuos, madre e hijo, por ejemplo, cuando uno entiende lo que el otro quiere expresar. Esta comunicación está representada en los seres humanos de la forma representada en su modo mas autentico autentico por el lenguaje del cuerpo. Parafraseando a Le Boulch (1970), gestos, mímica y, esencialmente, el cuerpo mismo participan en la misma base de la comunicación; lo único necesario es saber comprender el mensaje y reconocer la clave que todo mensaje tiene. La comunicación corporal está ligada al equilibrio funcional de cuerpo, en el cual ha función tónica efectiva cobra singular importancia y resulta decisiva en el proceso de adaptación creadora con el mundo material, así como en el disfrute de la alegría, bienestar y felicidad en el proceso psicosocial. Es así como el cuerpo, ente socializante por excelencia, se hace presente en la coexistencia entre seres corpóreos, concentrándose el requisito psicosocial de sercon-los-demás y para-los-demás. El cuerpo como comunicación no verbal recibe muy poca o casi ninguna importancia, a pesar de que contiene en sí mismo un sentido y una expresión intelectual que no podemos ignorar por ser el medio privilegiado en la relación y comunicación con el mundo exterior; cargado de motricidad es vehículo exclusivo del d el comportamiento. Esta actividad interior sujeto-mundo se expresa y concreta a través-repetimos-la actividad corporal. Actividad que, interiorizada, es portadora y embajadora del significado psicológico que va a ser transformado en lenguaje propiamente dicho. En este contexto, la comunicación no verbal surge con una importancia fundamental para la comprensión de la problemática de la comunicación humana. No debemos olvidar o lvidar que la comunicación humana es especialmente e specialmente corporal. Sartre nos lo hace recordar al decir la palabra esconde el cuerpo. En la comunicación entre el emisor y el e l receptor hay dos cuerpos: el cuerpo de uno que esta por y para el otro y también para sí mismo. De hecho, la comunicación no verbal ha sido y es el soporte indiscutible del lenguaje humano, verbal desde el hombre primitivo. Recordemos que las emociones se expresan fundamentalmente en el campo mímico corporal y que el cuerpo, en esta perspectiva, es un emisor de señales y de significado sociocultural. Por último, la experiencia del propio valor del hombre se apoya incuestionablemente en la realidad de su cuerpo; este es un medio de experiencia originado en el dominio de su existencia como ser vivió. La constitución de la realidad experimentable por otro de la conciencia estructuradora es posibilitada por los sentidos. Ellos aseguran la percepción del mundo exterior y el apetito sensual. Si es verdad que la relación sensible con el mundo que nos rodea configura la experiencia de nuestra propia identidad y posibilita, al mismo tiempo que trascendemos nuestro propio yo, es la comunicación corporal la que mediante la expresión, el gesto y el roce, inaugura el campo de la comunicación personal. Estas verdades inexorables nos obligan a pensar que al mirar y observar el cuerpo, debemos hacerlo en la medida que considerarlo idéntico a nosotros mismos. Tendremos que olvidarnos de la terminología tener un cuerpo, u más bien exclamar: ¡yo soy mi cuerpo!, ¡soy corpóreo!, porque si bien es la mano que toma el objeto, en realidad soy yo quien lo toma, es el cuerpo directamente el que sufre o goza y ello significa que en la mano o en el cuerpo, en la acción corporal estoy presente yo en persona, en carne y hueso. Sin embargo, a pesar de todos estos ricos fundamentos, nos es aún muy difícil aceptar al hombre como unidad indivisibles ya que, si bien nuestra reflexión afirma este concepto, en la práctica seguimos pensando y refiriéndonos a nuestro cuerpo como el objetivo de nuestra alma, como una mente que actúa independientemente de los sentidos
como si las potencialidades de nuestro cuerpo, nuestro intelecto y afectos fueran fruto de una espiritualidad espiri tualidad descarnada sin asiento en nuestro propio cuerpo, en nuestro propio yo.