Patrimonio Natural Jesús Tusón
Resumen por María Hernandis
Ya desde el prólogo (titulado Entrada en este caso particular), el autor plantea el tema presentado en el subtítulo del libro: siendo el lenguaje como es, una de las principales características (si no la principal) que nos define como humanos ¿por qué no es defendida con el mismo ímpetu que la diversidad cultural o que el medio –todos los hábitats, con sus plantas y animales– que nos rodea? El libro, además de capítulos, está dividido en tres secciones, que a pesar del necesario trasvase de ideas de unas a otras, delimitan con bastante claridad los temas que el autor pretende tratar.
En el primer capítulo de la primera parte, titulado “Un origen natural”, se nos muestra brevemente el origen del lenguaje (haciendo referencia a un origen temprano) y los porqués de la diversidad lingüística. Esta primera parte (“Del uniformismo a la diversidad”) trata de ponernos en contexto, no solo en referencia al lenguaje y las lenguas en general, sino también frente a actitudes habituales en cualquiera de nosotros –representadas con mucho sentido del humor en los perfiles del monolingüe militante y el monolingüe natural (y amable)–; o incluso de la situación actual del inglés como lengua franca mundial. El autor nos hace
ver en el capítulo 4 “El inglés, ¿una lengua única?”, que son solo las circunstancias históricas las que han llevado al inglés a tener la importancia que tiene hoy en día, y que en el futuro, serán de nuevo las circunstancias económicas, sociales y/o políticas las que pongan a otra lengua en su lugar. La primera sección se cierra de forma curiosa con el capítulo 5. El autor nos invita a imaginar un mundo uniforme en el que solo existen jirafas y pepinos: “(…) se ha acabado la diversidad animal y vegetal y sólo tenemos jirafas y pepinos. Han desaparecido, así pues, los gatos, los perros, los elefantes, los koalas y las lubinas. Jirafas y basta. Por otra parte, ni hablar de lechugas, patatas, naranjas, cereales y melocotones. Pepinos y basta. Sólo jirafas y pepinos. ¿Qué queréis un animal de compañía? Aquí tenéis uno: una jirafa. Es que quisiera tener otro para tener una parejita. Pues, dos jirafas. ¿Y qué tenemos hoy para comer? Pepinos. ¿Y mañana? Pepinos. Pepinos para siempre.” (2009:27)
Este aparente disparate resulta ser una genial metáfora, una crítica razonada a cualquier idea de uniformismo, racismo o intransigencia (no la primera ni la última en toda la obra). La diversidad es, a todos los niveles, propia de este planeta, de nosotros mismos y lo que nos rodea y es totalmente necesaria para seguir subsistiendo: «la diversidad es la garantía (…) de la existencia» (2009:28). Y lo importante en este caso es que
todo esto es perfectamente extrapolable a la diversidad lingüística.
A pesar de que el título del segundo bloque es “Elogio (y defensa) de las diferencias” es imposible no hablar también del papel protagonista que tienen las semejanzas, los puntos en común de todas las lenguas, sobretodo en los dos primeros capítulos, los numerados como 6 y 7.
En “Unos animales muy curiosos” (capítulo 6) el autor habla de la peculiar capacidad comunicativa y la adquisición del lenguaje en los seres humanos y da una pequeña cura de humildad sobre nuestro propio sentimiento de superioridad: “Los humanos, pobres de nosotros, tenemos la capacidad comunicativa de las hormigas; es decir, tenemos el sistema que necesitamos como especie animal diferente.” (2009:34)
Durante los cuatro siguientes capítulos (del 7 al 10) se expande una idea ya mencionada en las últimas líneas del primer capítulo: la igualdad de la desigualdad. “Iguales y diferentes, ésta es clave (…)” (2009:12)
Además, se nombran otros temas (que han sido temas secundarios o principales en esta asignatura, y por lo tanto, ampliamente tratados) como la adquisición de segundas lenguas, la ‘clasificación’ de las lenguas por su origen común mediante la metáfora del árbol, la desigualdad del reparto geográfico o por número de lenguas en el panorama lingüístico mundial y las tipologías lingüísticas, con una pregunta final – inicialmente planteada por Juan Carlos Moreno– que pone en evidencia la subjetividad de algunas de estas cuestiones y de nuevo la igualdad en la desigualdad: “¿Qué habría pasado si nuestra práctica de la escritura hubiera prescindido de la separación (o de los espacios vacíos) entre palabras? (…) nuestra lengua habría estado clasificada como polisintética y hermana del chinuko. Y es que todas las lenguas son hermanas, hijas de padre y madre sapiens.” (2009:59)
El capítulo 11, dedicado a la escritura, nos muestra que, desde el pragmatismo de su origen hasta hoy en día, la diversidad también sigue mandando en los sistemas gráficos y que a pesar de lo que la lógica de la economía nos pueda dictar a primera vista, esa variedad es necesaria también en este caso.
La segunda sección finaliza tratando el tema de la cosmovisión o el relativismo lingüístico. Tomando como ejemplo los colores, la designación del tiempo (presente, pasado, futuro) y los numerales, se plantea hasta qué punto son las lenguas las que afectan a nuestra visión del mundo o si por el contrario son ellas las que se amoldan a nuestras necesidades, a nuestra forma de adaptarnos a lo que nos rodea. La conclusión a esta pregunta va en la línea de otras encontradas a lo largo de la obra: nuestra capacidad para el lenguaje es la que nos define como humanos y las lenguas son la realización de esa capacidad, una herramienta infinita (muchas veces víctima, como se planteará en el capítulo 14) tan solo limitada por el uso que nosotros le demos en cada momento.
La tercera y última parte es la más breve en extensión y podríamos calificarla como la aplicación de los temas tratados hasta el momento. El autor nos da una pista con el título – “Los caminos de la convivencia”– de que el tema en este caso se centra en cómo afrontar y manejar esa diversidad y las consecuencias que tiene hoy en día. Casi parece que haya sido elegido expresamente el 13 (un número con tan mala prensa, aunque en su caso sí sería, tal vez, infundada) para tratar el tema de los prejuicios lingüísticos. En el capítulo 14 se hace la distinción entre habla, lengua y lenguaje para ayudarnos a ser un poco más empáticos con respecto a las otras lenguas y sus hablantes, algo indispensable si queremos parecernos más al monolingüe normal (y amable) que al monolingüe militante de la primera parte. Los dos últimos capítulos están más enfocados a la situación de convivencia lingüística literal, algo que no es una ‘novedad’ actual, como bien nos recuerda el autor:
“(…) nadie puede presumir de vivir en «su casa»; menos aún de sentirse «invadido» porque, analizando el pasado, todos hemos salido de algún lugar que no es éste y, en algún momento de la historia, también hemos sido «los otros» (…)” (2009:89)
El autor no solo plantea los ‘problemas’, sino que además propone soluciones (la más sencilla, simplemente disfrutar aprendiendo otras lenguas), como el (magnífico) «equipo de políglotas» (2009:88) o flexibilizar nuestras ideas y costumbres –tanto si somos “residentes” como “recién llegados” (2009:90)– en pro de la convivencia, entre algunas otras.
Con todo esto, el autor parece convertir su exposición del “elogio y defensa de la diversidad lingüística” en un espacio real, físico, al que nos da la bienvenida en la Entrada; en el que nos acompaña por sus tres salas, explicando –a veces con metáforas, a veces con ejemplos pero siempre con una claridad y simplicidad muy característica– lo que se encuentra en cada una de ellas; y del que nos despide desde la Salida, no sin antes volvernos a recordar la idea que desde la misma Entrada ha estado hilando toda la obra: “Es preciso reivindicar el milagro de la pluralidad; la diversidad de las formas lingüísticas (…) el lenguaje y las lenguas son el patrimonio natural que nos define y diferencia como habitantes del Universo” (2009:95)