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© Jesús Callejo 2012 © Atanor Ediciones, S.L., 2012 Diseño e imagen de cubierta: Depósito legal: M-XXXXX-2012 I.S.B.N.: 978-84-939617-4-9
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DEDICATORIA: Para mi hijo Javier que representa a todos los niños del mundo: tanto los que están viviendo confortablemente en sus hogares arropados en el amor de sus padres como aquellos que están pasando hambre, frío y son testigos de la intransigencia y los horrores de sus países. Todos, sin excepción, merecen ser felices y tal vez lo consigan cuando desaparezcan de nitivamente todos los cocos, sacamantecas y hombres del saco, reales e imaginarios, que aún existen en el mundo.
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AGRADECIMIENTOS !"#$%&'#$()$)*+#*$,#'#,+)'-*+.,#*/$(%"()$#0#'),)"$ +#"+%*$(#+%*$123,4%*$()$)55%*$"%6)(%*%*7/$"%$*)$0%('-#$55)6#'$ #$&3)"$03)'+%$*."$5#$#83(#$()$%+'#*$0)'*%"#*$93)$()*."+)')*#(: #2)"+)$4#"$93)'.(%$,%"+'.&3.'$,%"$*3$;'#".+%$()$#')"#$#$93)$ *)#$5%$2<*$,%205)+#$0%*.&5)=$>.$)5$5),+%'/$3"#$6)?$5)-(%$)5$5.&'%/$ 4#$,')-(%$6)'$'),%20)"*#(%$)5$(.")'%$93)$4#$0#;#(%$,%" 5#$ ."@%'2#,.A"$93)$4#$)",%"+'#(%/$()&)$*#&)'$93)$"%$*A5%$()&)$ )*+#'$#;'#(),.(%$#5$#3+%'$*."%$+#2&.B"$#$5#*$*.;3.)"+)*$0)'*%: "#*/$+%(#*$)55#*$)"+'#C#&5)*$#2.;%*$8$@#2.5.#')*D$#$E);%C#$0%'$ *3$0#,.)",.#/$#$F5&)'+%$F56#')?$G)C#$0%'$*32.".*+'#'2)$6#5.: %*#$."@%'2#,.A"$."B(.+#$*%&')$,%,%*$#*+3'.#"%*$)"$*3$."@#+.;#: &5)$5#&%'$()$."6)*+.;#(%'$()$,#20%/$#$G#&5%$H.55#''3&.#$0%'$*3*$ ()*,%",)'+#"+)*$,%,%*$&'#*.5)C%*/$#$I%*B$F"+%".%$J".)*+#$0%'$ ()K#'$#,)',#'2)$#$5%* %;'%* ()$L#$M#",4#/ #$N%*#$()$5#* O.)6)*/$ #$I3#"$P#55)K%/$Q."#$L3.*$8$R5)"#$Q.'#(%$0%'$#83(#'2)$)"$5#*$ )",3)*+#*$()$5%*$".C%*S$#$F"+%".%$P#55)K%/$I#6.)'$>.)''#/$P#'5%*$ P#"#5)*/$G#5%2#$T3+.B'')?/$M#"3)5$E)''%,#5/$J*#&)5$E593)?$ 8$M#'.&)5$E3)3$0%'$(#'2)$)5$(#+%$0'),.*%$)"$)5$2%2)"+%$#(): ,3#(%$8$#$+#"+%* 93)/$*."$(#'*)$,3)"+#/ 2) 4#"$#83(#(%$,%"$ *3*$,%"*)K%*/$*3*$%&*)'6#,.%")*$8$*3*$)",#"+#(%')*$U,3)"+%*U= T'#,.#*$#$+%(%*=$
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INTRODUCCIÓN SOLO SE NECESITA MIEDO Un cuento hindú nos dice que había un rey de corazón puro y muy interesado en la búsqueda espiritual. A menudo se hacía visitar por yoguis y maestros místicos que pudieran proporcionarle prescripciones y métodos para su evolución interna. Le llegaron noticias de un asceta muy sospechoso y entonces decidió hacerlo llamar para ponerlo a prueba. El asceta se presentó ante el monarca, y éste, sin demora, le dijo: -¡O demuestras que eres un renunciante auténtico o te haré ahorcar! El asceta dijo: - Majestad, os juro y aseguro que tengo visiones muy extrañas y sobrenaturales. Veo un ave dorada en el cielo y demonios bajo tierra. ¡Ahora mismo los estoy viendo! ¡Sí, ahora mismo! - ¿Cómo es posible -inquirió el rey- que a través de estos espesos muros puedas ver lo que dices en el cielo y bajo tierra? Y el asceta repuso: - Sólo se necesita miedo.
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PARTE PRIMERA:
Mitología infantil "En nuestra infancia las criadas de nuestras madres nos ponían tanta grima con hablarnos de un diablo ruin con sus correspondientes cuernos en la frente, vomitando fuego, con una cola por detrás, ojos desencajados, dientes de perro, zarpas de oso, tez de negro y voz de león; Cuánto era nuestro miedo al oír gritar a alguno: ¡Bú! Llenábannos la cabeza de espíritus, brujas, magos, hadas, duendes, sátiros, panes, faunos, silvanos, tritones, centauros, enanos, gigantes, nigrománticos, ninfas, incubos, bullbeggan, changelings, Kitt-del-candelero, serpientes de fuego, Robingood-fellow, Puckle, Tom omb, Hobgoblin, Tom Tumbler, Bonesless, Spoorn, Ellwain y otros espantajos por el estilo, como que tenemos miedo de la sombra que pintamos".
Sir Walter Scott: La verdad sobre los demonios y las brujas (1830)
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Capítulo UNO
¿Qué es un ?
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"Duérmete niño, duérmete ya, que viene el Coco y te comerá".
C
on este estribillo tan manido y manoseado se ha pretendido asustar a millones de personas, con la única salvedad de que cambiaban los nombres y las cualidades del dichoso "Coco". Unas veces te comía, otras te raptaba, otras te asustaba, otras era un gigante tragaldabas, otras un cíclope tontorrón y las más de las veces los propios padres no sabían a qué carta jugar. Y es que el coco es un personaje popular, conocido por todo hijo de vecino e integrante no sólo de los mitos universales sino de los arquetipos del inconsciente colectivo de los pueblos, a pesar de que no exista una cha policial de tan temido delincuente. Y no existe por la sencilla razón de que nunca se ha dejado fotogra ar y ni siquiera se ha dejado ver a las claras. Su presencia de notaba, o más bien se intuía, en las brumas de la noche, en la oscuridad de los rincones de la casa, en los ruidos chirriantes de la tarima, de las puertas y las ventanas. Los cocos, en realidad, son habitantes de lo improbable, vecinos de la nada y protagonistas de las pesadillas. El coco es tan hábil y escurridizo que ni siquiera se han puesto de acuerdo sobre su aspecto físico. Ha sido descrito de todas las maneras y muy pocas coincidentes, hasta se ha dicho que no tiene forma, que es invisible y que en realidad no existe. Lo de que es invisible, pase porque nunca se ha capturado a ninguno, ni siquiera en sueños; que se le llame amorfo también pase, porque se le ha llamado de tantas maneras que no creemos que se moleste por esta palabra, pero eso de que no existe, habrá que verlo y para eso nada mejor que continuar leyendo las páginas de este libro. No es un secreto para nadie que la imaginación popular es muy fecunda a la hora de crear persona¬jes, con base real o sin
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ella, que sean capaces de asustar a todo bicho viviente, incluidos a niños y a adultos. En la literatura y el folklore de todo el mundo existe toda una retahíla de personajes oscuros encargados de provocar el pánico, sobre todo en los más pequeños, que más tarde y por contagio supersticioso, se extiende al mundo de los mayores, pasando a formar parte de sus tradiciones y hasta de su historia.
ENTRE CACOS, COCOS Y CUCOS Varias palabras compiten para designar a estos monstruitos infantiles. Las más conocidas son ogros, hombres del saco, sacamantecas, babaus y, por supuesto, cocos, cacos, cucos y demás parientes. Pero ¿de dónde proceden estas palabras tan cacofónicas? Si lo que nos gusta es bucear en las brumas de la mitología, muchos estudiosos han querido ver que esta palabra procede de un antiguo dios griego. Hablo de Caco, hijo de Vulcano, un gigante omnívoro y rapaz, mitad hombre y mitad animal, que vivía en una caverna del monte Aventino, de Roma. A todo el que pasaba por las cercanías de su guarida lo devorada y luego dejaba a modo de trofeo sus cabezas expuestas a la entrada, oreándose un poco. Tuvo la mala suerte de toparse en su camino con Hércules (Heracles para los antiguos romanos) cuando éste llevaba triunfante los bueyes de Gerión (un colega de Caco, en cuanto a la estatura y malos modales). El malo de Caco le robó algunos bueyes (la nada despreciable cantidad de cuatro pares) como el que no quiere la cosa, sin saber con quien se estaba jugando los cuartos. Hércules se enteró gracias a un chivatazo de la hermana del gigante (llamada Caca, y no es broma) y no le quedó más remedio que matar a Caco. Este hecho, lejos de pasar desapercibido por la población —debido a que Caco era un auténtico coco para los romanos— empezaron a venerar a Hércules como todo un dios salvador, honrándole con una esta anual y de ahí se propagó su fama hasta nuestros días. Se podría decir que es el primer "matacocos" de la mitología, precediendo con mucho a los famosos
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matadragones del estilo de San Miguel o San Jorge. No se crean que Caco pasó al olvido y sino al dato: ¿con que otra palabra solemos designar al habilidoso ladrón? Para los amantes del origen de las palabras, en el ya vetusto y completo Diccionario enciclopédico y etimológico de Sebastián de Covarrubias, del año 1611, se dice: "Coco: vale gura que causa espanto y ninguna tanto como las que están a lo oscuro o muestran color negro, de Cus, nombre propio de Can, que reinó en Etiopía, tierra de negros". En su etimología parece derivar del griego kakos, que signica feo y deforme (otras versiones la hacen derivar de la palabra griega kókkos: "grano" o "pepita"). En todo caso, estamos en presencia de una palabra muy expresiva, fácil de pronunciar por un niño, indenida a modo de "cajón de sastre" para que todo quepa en ella. El coco como tal (o sea, como ser negro y deforme) se representa en las distintas lenguas con diversos nombres y sus derivados (cuca, coca, etcétera). Voces de formación paralela son, entre otras, el italiano còcco o cucco (huevo), el francés coque (cáscara de huevo) o el castellano coca (cabeza). Una característica común es que su signi cado parece ir encaminado a un objeto esférico. Eso cuando no están personalizados y diferenciados de un lugar a otro, pero por regla general muchos de los nombres suelen comenzar por las letras b o p, que son de las más fáciles de pronunciar para los más pequeños. Ciertamente, en muchas ocasiones son amorfos e intangibles, sin una forma de nida con la que puedan ser identicados, aunque predominando una gran cabeza o cráneo. Tanto antes como ahora un sinónimo de cabeza es coco. ¿No han oído la expresión "vaya coco que tiene"? Covarrubias ya decía que coca equivale a cabeza en lenguaje antiguo castellano. Llegados a este punto, quizá algún lector se pregunte si el nombre de coco tiene alguna relación con el fruto tropical ho-
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mónimo, habida cuenta de que estamos haciendo hincapié en la esfericidad de uno y de lo otro. "Me alegro de que me hagan esa pregunta..." Para cuestión tan poco baladí echemos una ojeada al diccionario etimológico de Joan Corominas, según el cual, los compañeros del navegante portugués Vasco da Gama llamaron así, en el año 1498 (un año después de doblar el cabo de Buena Esperanza) y una vez desembarcados en la India, al fruto del cocotero por semejanza de la cáscara y sus tres agujeros con una cabeza con ojos y boca, como la de un coco o fantasma infantil. En 1526, el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, en Sumario de la Natural Historia de las Indias, lo con rmó con las siguientes palabras: “El nombre de coco se les dixo porque aquel lugar por donde está asida en el árbol aquesta fruta, quitado el peçón, dexa allí un hoyo, y encima de aquél tiene otros dos hoyos naturalmente, e todos tres, vienen a hazerse como un jesto o gura de un monillo que coca, e por esso se dixo coco”. En antiguo español, cocar o hacer cocos, era hacer gestos feos para espantar. Por lo tanto, la voz coco tendría como acepción primaria la de fantasma y sería producto de la creación expresiva y del lenguaje infantil. Se podría decir que el mito del coco fructi có en el fruto del cocotero. Por lo que se re ere a fechas, parece ser que el primer registro "ocial" de la palabra surge en Portugal hacia el año 1518 en la obra de Gil Vicente. Por cierto, este escritor aporta una variante y asegura que el coco equivalía a demoníaco. Está comprobado que dicha voz —la de coco— se atestigua primero en el idioma portugués en la palabra côco que signi caba "fantasma que lleva una calabaza en la cabeza", del cual habría pasado al idioma español. Durante el Siglo de Oro, el gran Lope de Vega se hizo eco de este término cuando escribió: "Pareces el negrillo del Lazarillo de Tormes, que cuando entraba su padre decía muy espantado: madre, guarda el Coco". El Fénix de los Ingenios se estaba re riendo probablemente a este pasaje que aparece en la citada novela
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picaresca del Lazarillo de Tormes (escrita por autor anónimo a principio del siglo XVII): "Como el niño veía a mi madre y a mí blancos, y a él no, huía de él con miedo para mi madre y señalando con el dedo decía: mamá, Coco". En resumen, los cocos son seres inde nidos que han pasado con letra pequeña a las leyendas de todos los países por hacer uso y abuso de su maldad congénita y por tener prácticas tan poco recomendables como chupar la sangre de animales y humanos, raptar a niños pequeños, convertirse en lobos las noches de luna llena, crecerles escamas por el cuerpo, dar sustos descomunales, gritar como posesos y lindezas parecidas. Había todo un ejército de seres malvados dispuestos a acechar, a la más mínima oportunidad, los sueños infantiles, pero otros seres tenían por misión conjurar a estas fuerzas del mal y proteger al niño de sus peligros. Uno de ellos, paradójicamente, es el koko, el cual y a pesar de su nombre, es un espíritu guardián o ángel custodio asignado a cada niño en el momento de su nacimiento. Estamos hablando de niños nacidos en Madagascar, isla de donde procede este mito. Estos kokos son descritos como pequeños homínidos con el pelo lleno de trenzas que les llegan hasta los pies. En Galicia y Asturias se habla del Cocón como un ente sin forma ja al que se aludía en las nanas infantiles, como ésta gallega: "Dúrmete, meniño, que ahí vèn o cocón; pra comelos nenos que non durmen, non". En Argentina, Uruguay o Paraguay echan mano del Cuco, el cual, pese a su popularidad, no se trata en realidad de un ser
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fantástico sino de un simple recurso traído de Europa para asustar a los niños, o eso al menos piensa Adolfo Colombres que por tal razón no lo incluyó en sus Seres sobrenaturales de la cultura popular argentina. Los adultos no creen en ellos y por eso ni siquiera se ocuparon de darle una sonomía determinada. Ni eso se merecía. En cambio, en Perú se denomina Cucufo a uno de los nombres del diablo en persona y los chicanos estadounidenses emplean con frecuencia el nombre de Cocoman (en paralelo al Sacoman u Hombre del Saco) para referirse a esta entidad. En Cuba este personaje se convierte en el Cocorícamo. Menos mal que debido a la a ción que tenemos los seres humanos por todo aquello que sea abstracto o que no conocemos bien (sea la idea de Dios o sea la imagen de los extraterrestres) de asemejarlo a nuestra propia imagen y semejanza, una característica que suele ser común a todos estos personajes del susto infantil es que, la gran mayoría, son antropomorfos, si bien algunos participan de una doble naturaleza: animalesca y humana.
LOS SEIS GRUPOS El maremágnum de bichos y entes que han sido utilizados para estos menesteres es de tal magnitud que sería muy fácil perdernos en multitud de nombres, confundirnos con características o bien repetirnos innecesariamente si antes no ponemos un poco de orden. Por eso, en la idea de aclarar la caótica cantidad de ogros y cocos infantiles que pululan por las tradiciones de todo el mundo, se podrían destacar cinco grupos muy diferenciados: 1.- Seres que se tragan o zampan a los niños. Son tragoncetes que se comen todo lo que se mueve y al que se pone por delante, con especial predilección por las carnes tiernas del niño. Entre ellos habría que citar a la Paparresolla, la Zamparrampa o el Papón, los cuales llevan incluido el término "papar", que si se mira cualquier diccionario signica "comer cosas blandas sin mas-
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car". Son los vulgarmente denominados Comeniños y suelen ser altos, feos y negros. También están algunos animales mitológicos como dragones y cuélebres. 2.- Seres que se llevan a los niños sin comérselos. Son los Raptores y comprendería a la familia de personajes que simplemente secuestran a los niños y los transportan a algún lugar desconocido, aunque lúgubre, donde no se sabe muy bien qué harían con ellos en caso de que se los llevaran de verdad (se presagia que nada bueno). Serían el Coco, el Rampayu, el Hombre del Saco, algunas hadas malvadas, aves rapaces nocturnas, seres acuáticos escamosos y escamados, etc. 3.- Los Chupasangres. Bajo esta categoría se agruparían unos seres vampíricos que les da por chupar la sangre a los niños hasta ocasionarles graves enfermedades o matarlos. Suelen ser femeninos, de nombres variopintos y asociados predominantemente al mundo de las brujas: Lamias, Guaxas, Guajonas, Xuxonas, etc. 4.- Entes basados en Personajes Históricos cuyo ejemplo tan poco edicante sirve, con el transcurso de los años, para asustar a los niños. La mayor parte de las veces son delincuentes, tiranos, mendigos ambulantes o personas desalmadas. En esta categoría estarían el tío Camuñas, el Sacamantecas, el Meco, la tía Casca, Herodes, etc. 5.- En otras ocasiones se echa mano de animales para asustar a los niños, animales que van desde los más fantasmagóricos e irreales (el Pájaro de los Ojos Amarillos) hasta los más cotidianos y conocidos, sobre todo el zorro, llamado de muchas maneras. 6.- Entes indeterminados asociados a elementos abstractos o confusos como la Noche, la Niebla o la Muerte.
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Las características globales que hemos expuesto de estos seis grupos no signi ca que unos personajes no puedan participar en dos o en más grupos. Tan sólo es indicativa para clari car algo la gran cantidad de seres de toda clase y condición que van a ir deslando por estas páginas.
EL PELIGRO DE LOS PADRES Antes de entrar de lleno en el mundo de los monstruos infantiles y de ir analizando uno por uno esos seis grupos, quiero hacer una pequeña re exión sobre un aspecto que ha preocupado a algunos psicoanalistas desde Freud hasta nuestros días. Muchas veces se ha dicho que el peor enemigo para un niño son sus propios padres y eso por varias razones. Entre las principales se pueden enumerar las siguientes: son los que más horas pasan con él; por aplicar a rajatabla eso de que "quien bien te quiere te hará llorar"; por intentar dar al niño una férrea educación similar a la que recibieron de sus padres; por generar disensiones y tensiones en la pareja cargando la culpa sobre el pequeño o sencillamente por ignorancia a la hora de educarlo. Eso sí, siempre con "las mejores intenciones". ¿Cómo un padre va a desear el mal para su propio hijo? La psicoanalista y escritora Dorothy Bloch, experta en los miedos infantiles, va más allá de estas especulaciones. Durante años recogió varias experiencias de esta clase de miedos, entrevistando a cientos de niños. Escribió: Una niña de cuatro años y medio, cuyo terror llegué a conocer con gran detalle, me anunció solemnemente que sus dibu jos se titulaban "Ciudad peligrosa" y "Cielo peligroso". Un niño de seis años estaba demasiado ocupado mirando a las nubes con temor de que se "derrumbaran" para poder jugar. Otro de cinco años, pálido y serio, me conó que tenía dos lápices en los ojos
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que en caso de necesidad saldrían disparados. Cuando casualmente comenté con otro niño de seis años que había notado su cuidado de sentarse en la mesa siempre en el lado contrario al mío, respondió con una risa histérica: "Para que la bruja no me coma". Bloch deduce, no sin gran sorpresa, que en casi todos los casos, la fantasía representaba un intento del niño de defenderse contra el miedo a ser asesinado. Concluyó su estudio diciendo que los niños están universalmente predispuestos al miedo al infanticidio por el estadio de su desarrollo físico o psicológico y que la intensidad del miedo depende de la incidencia de sucesos traumáticos y del grado de violencia y cariño que hayan experimentado en el seno familiar. Quizás nadie haya descrito mejor el miedo que encierran las fantasías de los niños que Melanie Klein, una de las primeras analistas infantiles, quien escribió: "Estamos acostumbrados a ver el terror de los niños a ser devorados, o cortados, o hechos trozos, o su terror a ser rodeados y perseguidos, por guras amenazantes como un componente normal de su vida mental (...)". Ella tenía muy claro el origen de ese miedo y decía: "No me cabe ninguna duda, por mis observaciones analíticas, de que las identidades que se ocultan detrás de esas guras imaginarias y terrorícas son los propios padres, ni de que esas formas horribles de alguna manera re ejan los rasgos de su padre o su madre, por distorsionada o fantástica que pueda ser la semejanza". En denitiva, según estas autoras, al coco y al ogro no hay que buscarlos fuera de casa, ni en los mundos de la fantasía, porque están más cerca del niño de lo que él se cree.
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A este respecto recuerdo una curiosa noticia que salió publicada en 1953. En ella se decía que en el curso de unas pocas semanas, cinco iglesias habían sido incendiadas en pueblecitos próximos del Estado de Oklahoma (Estados Unidos). Finalmente, la policía detuvo y acusó de estos incendios a la niña de 13 años Elvira Young. Esta explicó su comportamiento en la forma siguiente: "Mis padres me han obligado siempre a ir todos los días a la iglesia. Esto me puso tan furiosa que decidí quemar todas las iglesias que pudiera". Otros autores, como el citado doctor Benjamín B. Wolman, son más moderados y no llegan tan lejos en sus conclusiones. Tan sólo se limitan a decir que el temor a la desaprobación y el castigo de los padres es la primera y necesaria condición para una buena adaptación social, aunque eso lleve implícito la posibilidad de causarle una ansiedad grave. Lo malo es que casi todas estas teorías están basadas en una óptica unidireccional, bajo el único criterio de los adultos (sean educadores, pedagogos o psicólogos). Sin embargo, en el año 1998 se realizó un estudio sobre la infancia hecho por primera vez desde el punto de vista de los niños, siendo el promotor de la idea el Centro de Estudios Kind, en Samenleving (Bélgica). Los niños encuestados eran de Francia, Bélgica, Portugal, Holanda y España. Una de las conclusiones era que, por lo general, los niños de ahora se sienten queridos por sus padres, pero menos comprendidos de lo que desearían, siendo los padres belgas y holandeses más gritones y los españoles y portugueses más severos. Una de las coincidencias es que los niños se rebelan ante las prohibiciones, reglas y normas familiares del tipo: ¡Basta de tele!, ¡Ya es hora de acostarse!, ¡Se acabó jugar en la calle!, aunque al nal suelen ser condescendientes con los defectos y pecados de sus padres y no sólo los exculpan sino que acaban repitiendo los argumentos paternales. Alguno diría que es el ciclo inexorable de la vida.
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Las nanas infantiles Desde que nacemos hasta que morimos estamos rodeados de toda clase de miedos, tanto de los que nos inculcan como de los que nos creamos nosotros mismos. Y una etapa donde más nos acucian esos miedos es en la infancia, temores que nos los susurran ya en las nanas. No hay zona de España —y se podría decir que del mundo entero— que no tengan a su modo una de estas cancioncillas para amodorrar a sus bebés blancos, amarillos, negros o cobrizos. Uno de los recopiladores de nanas fue el gran poeta granadino Federico García Lorca, que en los años veinte dio unas conferencias sobre Las nanas infantiles, género en el que encontraba un cierto deleite hasta el punto de crear de su propio cuño algunas que ya son clásicas y tras él muchos han sido los que se han preocupado por recoger ese acervo antropológico de los pueblos. Uno de ellos ha sido Pedro Cerrillo quien ha elaborado una antología de nanas españolas, comenzando su libro con una frase bastante esclarecedora: "Uno de los géneros más ricos del Cancionero popular infantil español, así como de los cancioneros de la mayoría de los países latinoamericanos, es el de las nanas, también llamadas canciones de cuna; sin embargo, no hay otro género del propio cancionero infantil en que más intervenga el adulto". Es cierto y aquí radica su singularidad. Uno de los temas recurrentes de estas nanas es precisamente el coco. Este mismo autor nos dice que "conocida es la tradición del coco, personaje que, paradójicamente, aparece en pocas nanas españolas y que, sin embargo, es de una gran difusión popular". Rastreando, la nana más antigua sobre el coco se remonta al siglo XVII y se encuentra en una obra dramática de un autor poco conocido, Juan Caxés, titulada Auto de los desposorios de la
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Virgen y dice así: Ea, niña de mis ojos, duerma y sosiegue, que a la fe venga el coco si no se duerme. En nuestro país, como nos decía Francisco Rodríguez Marín en sus Cantos Populares Españoles (1882), junto al coco, también son personajes míticos con los que se asusta a los críos el bú, el duende o el cancón. Duérmete, niño chiquito mira que viene el Cancón, preguntando en cada casa, dónde está el niño llorón. Además, en otras nanas españolas se amenaza con seres reales, como muy bien señala García Lorca: "En el Sur el 'toro' y la 'reina mora' son las amenazas. En Castilla la 'loba' y la 'gitana'..." En las nanas del norte de Burgos asustan con la Aurora. Observa el poeta que en muchas de las nanas la madre "no solo gusta de expresar cosas agradables mientras viene el sueño, sino que lo entra de lleno en la realidad cruda y le va in ltrando el dramatismo del mundo". Como en esta nana de Béjar: Morena de las morenas la Virgen del Castañar, en la hora de la muerte ella nos amparará. En una conferencia pronunciada en 1928, Lorca se re ere a la gura del coco: "La fuerza mágica del coco es precisamente su desdibujo. Nunca puede aparecer, aunque ronde las habitaciones.
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Y lo delicioso es que sigue desdibujado para todos. Se trata de una abstracción poética y, por eso, el miedo que produce es un miedo cósmico". Más adelante, nos cuenta una anécdota graciosa como ejemplo de esa abstracción: "Yo conocí a una niña catalana que, en una de las últimas exposiciones cubistas de mi gran compañero de Residencia, Salvador Dalí, nos costó mucho trabajo sacarla fuera del local porque estaba entusiasmada con los papos, los cocos, que eran cuadros grandes de colores ardientes y de una extraordinaria fuerza expresiva". Junto al coco y otros personajes míticos también habría que citar al lobo (y a la loba), a la noche o al coyote: "Duérmete, mi niño, carita de ayote, que si no te duermes, te come el coyote". En algunas nanas se echa mano de los angelitos, éstos entendidos en un doble sentido: porque se llevarán al niño que llora y no duerme o porque se irán de su lado, desprotegiéndole de la guarda que tradicionalmente les caracteriza: Duérmete, niño chiquito duérmete y no llores más que se irán los angelitos para no verte llorar. Más cómicamente se amenaza con las lombrices: A los niños buenos Dios les bendice; a los que son malos
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les da lombrices. E incluso con el castigo físico, en una extraña mezcla de amor y miedo, de cariño maternal y de amenaza. He aquí un ejemplo de vehemencia, recogida en Sisante (Cuenca): ¡A dormir! ¡A callar! mira que viene el coco y te va a llevar. Lo malo de abusar en exceso del coco y otros espantos es que al nal el niño termina por tomárselo a chirigota: Con decirle a mi niño que viene el coco, le va perdiendo el miedo poquito a poco. En el folklore de in uencia hispana, las nanas son igual de frecuentes e "ingeniosas". Sólo citaré tres ejemplos. El primero es recogido por Oreste Plath (nacido en 1907) uno de los folkloristas más importantes de Chile. A él se debe su Folklore chileno, con una parte muy importante dedicada a canciones de cuna como ésta: Dórmite niñito, que viene la vaca con los canchos d'oro y las uñas e'plata. Dórmite guagüita, que viene la cierva a saltos y a brincos por entre las piedras.
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En Puerto Rico se preere la forma cuco a la de coco y no tienen ningún reparo en cambiar el texto de la nana para que rime aún a costa de que incurrir en una agrante incoherencia: Duérmase ya el niño que viene el cuco y se lleva a los niños que duermen mucho. En 1929, el investigador cubano Fernando Ortiz propuso la hipótesis de que esta variante pudo ser originada por un sincretismo entre el Coco peninsular y un demonio africano del pueblo bantú llamado Kuku, que llegó a América en los barcos de esclavos. Por su parte, Emilio Ballagas —nacido en 1910— inspirándose en el folklore de los negros cubanos, escribió varias nanas Para dormir a un negrito en cuyos versos se encuentran todos los imaginarios premios y amenazas con que la madre adormece al negrito: Si no calla bemba y lo limpia moco le va'abri la puetta a Visente e'loco. Si no calla bemba, te va'da e'gran sutto. Te va'a llevá e'loco dentro su macuto. El escritor gallego Rafael Dieste (1899-1981), recordando sus años de niñez cuando le hablaban del coco, escribe:
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"¿Te acuerdas? Se le sentía venir en las tinieblas con pasos blandos como latidos, pero grandes y de grandísimos pies. Venía, sólo venía. No llegaba nunca. Venía como el sueño mismo y con igual compás que la canción materna, pero siempre era el sueño el que llegaba delante y nos cubría, protegiéndonos de él". La canción de cuna, como la vida misma, nunca desaparecerá mientras haya niños.
MIEDO AL OTRO En denitiva, el miedo siempre está presente y la voz de alarma salta bajo cualquier sospecha. De hecho, las palabras tienen una gran importancia en la magia y las supersticiones porque el nombre de una cosa lleva implícita su esencia. A muchos niños se les metía miedo con el propio miedo. Nada tan fácil como hacer que tenga vida propia, entonces ya no es una simple palabra sino un ente que acecha. Son conceptos que penetran en lo más profundo de nosotros y alimentan nuestros miedos. En la mitología pirenaica, con esta palabra genérica — Miedos— se agrupa a unos cuantos personajes fantásticos o seres imaginarios a quienes se atribuye el poder de introducirse en las casas o de cruzarse en el camino de los viandantes nocturnos. Son criaturas inexplicables, sin una de nición exacta, sin un modelo preconcebido, lo que engendra toda clase de especulaciones, desde monstruos del In erno hasta almas en pena. En de nitiva, son Miedos y se puede decir que son también necesarios para la buena marcha de una sociedad. La gente del departamento francés de Ariège comenta que "si no existiera los miedos, los curas se morirían de hambre", frase que se justi ca porque los sacerdotes eran frecuentemente solicitados, con agua bendita en sus hisopos y sus bendiciones, para expulsar a alguno de esos miedos de una casa. En otras ocasiones, el miedo no era tan abstracto sino que se concretizaba en una persona o en un colectivo.
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Ogros, Cocos y Hombres del Saco
Tanto es así que hasta existe una peculiar teoría, que expone el escritor Jesús Pardo en su libro de curioso título, Zapatos para el pie izquierdo, sobre la invención del coco por parte del homo sapiens sapiens, llegando a la conclusión de que el coco eran sus enemigos. ¿Qué enemigos? Pues la ruda raza de los hombres de Neandertal que aparecieron sobre la faz de la Tierra hace 230.000 años. Eran dos especies humanas inteligentes condenadas a no entenderse y que competían ferozmente por los mismos territorios. Cuando los neandertales se extinguieron hace 30.000 años dejaron como legado a la posteridad el agorero recuerdo del coco. Y no sólo eso. Entre un 1% y un 4% del ADN que tenemos en cada una de nuestras células es herencia directa de los neandertales, según los resultados del Proyecto Genoma Neandertal que se dieron a conocer en el 2010. La investigación indica que neandertales y Homo sapiens se aparearon al menos dos veces, probablemente en algún lugar de Oriente Medio, hace entre 50.000 y 80.000 años. Pero fueron contactos esporádicos. "El hombre de Neandertal —nos dice Jesús Pardo— con su aspecto subhumano y su idioma incompresible, animalesco quizá, aterraba a los niños y mujeres prehistóricos y mantenía a los hombres en perpetuo estado de nerviosa vigilancia. El contacto con ellos era difícil, violento a veces. Así fue como su imagen quedó indeleblemente impresa en nuestra mente colectiva: un ser, sólo a medias humano, siempre al acecho en la penumbra". Desde el punto de vista antropológico se sabe que las sociedades pequeñas son más proclives a desarrollar miedos colectivos. La antropóloga Anne Bradford, de la Universidad de Michigan, ha explicado cómo la tendencia a la supervivencia y a la autodefensa, hace crear a estos núcleos de población guras imaginarias o conservar otras basadas en la tradición popular, como el hombre del saco o los babaus, que se llevarían a los niños del poblado. De alguna manera, estas tendencias de autoprotección harían que estos seres del imaginario popular sirvieran como prevención contra los extraños que pudieran entrar o inmiscuirse en el
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grupo. En el fondo subyace nuestra creencia de que el extranjero es siempre nuestro enemigo y desde la mentalidad descrita todo acaba por ser el extranjero, el Mal, el demonio, el Otro. En el siglo XIV, en la localidad francesa de Wassy se expulsó a todos los judíos con ejemplar brutalidad por creerlos secuaces de Satán, es decir, enemigos. En el siglo XVI la misma Francia procedió al exterminio de los protestantes bajo el mismo argumento. Siempre hay un adversario, un chivo expiatorio, y, sino, se inventa. Una regla de oro para poder exorcizar a los espíritus del mal (se entiendan éstos como se entiendan) consiste primero en nombrar al enemigo, luego describirlo y, por último, destruirlo (si se puede) o, en el mejor de los casos, adaptarlo a nuestras costumbres e incluirlo en nuestras leyendas y tradiciones. Nombraremos y describiremos a algunos en este libro, pero nunca osaríamos matarlos porque, aún así, no se extinguirían.
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