Monita Secreta SOCIETATIS JESÚS
Instrucciones Secretas de Los Jesuitas
BUENOS AIRES IMP. EL LIBRE PENSADOR 1870 -0-
INDICE Título
Página
AL LECTOR ADVERTENCIA
INTRODUCCIÓN. LA COMPAÑÍA DE JESÚS ORIGEN DE LOS JESUITAS CÓMO SE LLEGA A SER JESUITA. LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES.
UN POCO DE HISTORIA LA ORGANIZACIÓN DE LOS JESUITAS NOTAS VARIAS MONITA SECRETA - PREFACIO INSTRUCCIONES SECRETAS CAPÍTULO I D e qué man ma n era er a debe condu cond u cir ci r se l a Com C ompañ pañ ía cuan cu ando do com c omii enza algun a f un dación dación
3 5 6 9 11 14 19 21 23 24
CAPÍTULO II
D e qué qu é man ma n era er a l os Padr Pad r es de la Compañ Com pañ ía podr p odr án adqu adq u i r i r y conser conser var l a fam i l i ari ar i dad de l os prí pr ínci pes, pes, de l os grandes gr andes y per per sonas de consider consider ación.
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Cómo debe condu con duci cirr se al Compañ ía con r especto especto a l os que, qu e, teni endo gran autor idad en el el Gobierno, aun que no se sean r icos, icos, puedan puedan pre pr estar nos otr os se ser vici os. os.
27
Qué Qu é debe r ecomendar se a los l os predicad pr edicador ores es y conf con f esor esor es de los grandes.
28
Cómo es pr eciso condu con duci cirr se con l os reli r eli giosos gi osos que qu e dese desempeñ mpeñ en en l a I glesia glesia l as mis mi smas f un cion es que nosotr nosotr os. os.
29
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV CAPITULO V
CAPITULO VI
De la man er a de ganar a las viu viu das r icas
CAPITULO VII
30
Cómo Cómo debe conservar conservar se a las l as viudas viu das (CONSERVANDAE VIUDAE) y disponer di sponer de sus sus bienes bi enes..
32
Qué Qu é debe hacer se para par a que qu e los hi h i j os de las viu das abracen el estado estado . r eligi eli gios oso o o de devoción devoción
34
CAPITULO VIII CAPITULO IX
35
CAPITULO X
38
. D el aumento aum ento de l as r entas de l os colegios colegi os
D el r i gor parti par ti cul ar de la di scipl i na en la l a Compañ ía.
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INDICE Título
Página
AL LECTOR ADVERTENCIA
INTRODUCCIÓN. LA COMPAÑÍA DE JESÚS ORIGEN DE LOS JESUITAS CÓMO SE LLEGA A SER JESUITA. LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES.
UN POCO DE HISTORIA LA ORGANIZACIÓN DE LOS JESUITAS NOTAS VARIAS MONITA SECRETA - PREFACIO INSTRUCCIONES SECRETAS CAPÍTULO I D e qué man ma n era er a debe condu cond u cir ci r se l a Com C ompañ pañ ía cuan cu ando do com c omii enza algun a f un dación dación
3 5 6 9 11 14 19 21 23 24
CAPÍTULO II
D e qué qu é man ma n era er a l os Padr Pad r es de la Compañ Com pañ ía podr p odr án adqu adq u i r i r y conser conser var l a fam i l i ari ar i dad de l os prí pr ínci pes, pes, de l os grandes gr andes y per per sonas de consider consider ación.
25
Cómo debe condu con duci cirr se al Compañ ía con r especto especto a l os que, qu e, teni endo gran autor idad en el el Gobierno, aun que no se sean r icos, icos, puedan puedan pre pr estar nos otr os se ser vici os. os.
27
Qué Qu é debe r ecomendar se a los l os predicad pr edicador ores es y conf con f esor esor es de los grandes.
28
Cómo es pr eciso condu con duci cirr se con l os reli r eli giosos gi osos que qu e dese desempeñ mpeñ en en l a I glesia glesia l as mis mi smas f un cion es que nosotr nosotr os. os.
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CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV CAPITULO V
CAPITULO VI
De la man er a de ganar a las viu viu das r icas
CAPITULO VII
30
Cómo Cómo debe conservar conservar se a las l as viudas viu das (CONSERVANDAE VIUDAE) y disponer di sponer de sus sus bienes bi enes..
32
Qué Qu é debe hacer se para par a que qu e los hi h i j os de las viu das abracen el estado estado . r eligi eli gios oso o o de devoción devoción
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CAPITULO VIII CAPITULO IX
35
CAPITULO X
38
. D el aumento aum ento de l as r entas de l os colegios colegi os
D el r i gor parti par ti cul ar de la di scipl i na en la l a Compañ ía.
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Título CAPITULO XI Cómo deben deben conduci con duci r se l os nu estr estr os, os, de común común acu erdo, con l os que . h ayan ay an sido si do despedi dos do s de la l a Com C ompa pañ ñ ía
CAPÍTULO XII
A qu i é n es debe deb e con co n serva ser varr l a Com ompa pañ ñ ía.
CAPITULO XIII
Página 39 40
D e la el ección ecci ón de los l os jóve j óven n es que qu e deben per tenecer ten ecer a l a Comp Co mpañ añ ía y de la mane man er a de retener retener l os
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D e los casos casos reservados reservados y de l os motivos moti vos de la expul expu l si ón de d e la Compañ ía .
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CAPITULO XIV CAPITULO XV
Condu cta que debe segui egui r se con l as dev devotas otas y re r el igi osas osas .
CAPITULO XVI
. De la l a manera maner a de hacer pr ofesión ofesión de des despre pr eciar l as r i quezas quezas
CAPITULO XVII
D e los l os medi medios os de ensal en salzar zar l a Com C ompa pañ ñ ía .
P.S.
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AL LECTOR Este librito ha excitado muchas cóleras. Los buenos Padres han publicado un gran número de libelos, chicos y grandes, para combatir la Monita Secreta, pretendiendo que se les calumniaba: calumniaba: ¡como si ellos no fuesen pruebas suficiente! Los Los jesuitas niegan la autenticidad de las «Instrucciones secretas» A esta negación, negación, respondemos citando citando a los los jesu jesuit itas as mism mismos os:: De la mentira y de la manera manera de ocultar la verdad verdad sin mentir mentir
«Tantas veces como respondiendo conforme a la intención de aquel que interroga injustamente, os hicieseis un mal posible de evitar por medio del artificio de que os hemos hablado, otras tantas veces os es permitido serviros de restricciones mentales en vuestras palabr palabras» as» (Manu (Manual al de la Con Congre gregac gació iónn de la Biena Bienaven ventu turad radaa Virge Virgenn María María,, para para el uso de los colegios de la Compañía de Jesús.- Edición latina, parte XV.) A mayor abundamiento, he aquí la opinión de uno de sus más ilustres doctores. El Rvdo. Padre Suarez en su libro «De la Virtud y del Estado de Religión», dice: «Digo, pues, no hay ningún mal intrínseco en usar del equívoco, aún al prestar juramento ; de donde se sigue que no hay perjurio. » [Libro III, cap. IX. parte 1] Los jesuitas han ocultado siempre, cuidadosamente, todos sus reglamentos impresos o manuscritos, ¿Porqué tanto secreto? El artículo 38 de las «Reglas Comunes» manda expresamente no comunicar a los extraños a la Compañía (externis ) «Ni las Constituciones ni los otros libros y escritos ( scripta scripta), que contienen las reglas o los privilegios del instituto, sin el consentimiento expreso del superior.» (Edición de Lyon (latina) p. 35.- año 1706). De esto se desprende que hay reglamentos sólo manuscritos scripta ( scripta) a los cuales pertenec pertenecee el que que nos nos ocupa. ocupa. Después de esto, pueden los reverendos padres negar cuanto quieran la existencia de la Monita: sus negaciones no pueden hacernos fuerza. Podrá decírsenos que cuando se habla y se escribe en contra de los jesuitas, se reduce a calumnias inventadas por los impíos, sus enemigos legendarios. Para probar lo contrario, nos bastará traducir una solicitud presentada al Parlamento de Francia, por la ciudad de Lyon, cuartel general que fue de los jesuitas. «Señores Senadores, la Constitución os confía la custodia de nuestras leyes. Venimos en señalar respetuosamente a vuestra vigilancia, una sociedad que se ha establecido de nuevo en nuestro país y que se desarrolla de una manera inquietante, a pesar de las justas interdicciones pronunciadas en su contra. Nos referimos a la COMPAÑÍA DE JESÚS.» «Expulsada de Francia por vez primera, según Edicto Real del 7 de enero de 1595, registrado el 7 de febrero siguiente, como convictos de haber predicado el asesinato y parti partici cipad pado, o, por sus excit excitaci acione ones, s, de una tentat tentativ ivaa de homici homicidi dioo con contr traa Enriq Enrique ue IV los jesui jesuitas tas volvie volvieron ron muy pronto pronto secret secretam ament ente. e. Enriqu Enriquee IV, cerró cerró los ojos ojos sobre sobre la falta falta de cumplimiento a la ley y no tardó en pagar con la vida esta tolerancia.» «Expulsados de nuevo por la inmoralidad de sus enseñanzas, con aplauso del pueblo entero, por Real Edicto de noviembre de 1764 registrado el 1° de diciembre siguiente, la orden ha sido definitivamente abolida en nuestro país por las leyes de 10 de febrero de 1790
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y 18 de agosto de 1792 y por decreto del 3 de Mesidor del año XII, que ordenaba la disolución de todas las congregaciones.» «Si otras Asociaciones religiosas han sido autorizadas mas tarde para reconstituirse legalmente, la de los JESUITAS no ha sido objeto de ninguna medida de tal género. Las ordenanzas de 12 de junio de 1828, han confirmado de nuevo su exclusión. No puede, por tanto, existir sino como SOCIEDAD SECRETA bajo la tolerancia de la Administración y sin garantía alguna para el orden público. Esta tolerancia no se haya justificada por ningún servicio. Por el contrario los JESUITAS no han cesado de ser para la Francia, como para todos los países en que se les ha permitido establecerse, motivo de agitaciones sordamente fomentadas. Desde hace algunos años, se han aplicado especialmente a despertar odios que se creían extinguidos para siempre. Con la ayuda de culpables enseñanzas, de maniobras más culpables aún, han hecho cuanto estaba de su parte para despertar el antiguo espíritu vendeano. Con este solo fin han abierto esos colegios cuyos alumnos se reclutan, casi exclusivamente entre los descendientes de la antigua nobleza legitimista.» «Al mismo tiempo, soplan sobre el clero una espíritu de hostilidad contra nuestras instituciones y tratan de hacer prevalecer aquellas doctrinas inmorales que han hecho del nombre de sus maestros, sinónimo de impostor, doctrinas que nuestros antiguos Parlamentos han condenado tan enérgicamente (Véase «Extracto de las afirmaciones peligrosas y perniciosas,» etc. Decreto del Parlamento, de 5 de marzo de 1762.) » «Por otra parte, los Jesuitas practican con un éxito poco tranquilizador para las familias, el acaparamiento o CAPTACIÓN DE HERENCIAS. De este modo, tenemos en Francia el espectáculo de una SOCIEDAD SECRETA dañina para el Estado, dañina para los particulares, hostil a nuestras instituciones, peligrosa por sus doctrinas y que proscrita por nuestras leyes, prospera y se engrandece bajo la tolerancia de la Administración.» «Venimos pues, Señores Senadores, en pediros respetuosamente la vuelta a la legalidad, es decir, la supresión de la ORDEN DE LOS JESUITAS en Francia» (Siguen las firmas.) Ya conocéis la solicitud. No se la acusará de violencia: se reduce a invocar la ley: la ley que se olvidaba como se olvida también en Chile la que ordenó la expulsión de la peligrosa Compañía.
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ADVERTENCIA El texto de la Monita que publicamos, ha sido colacionado sobre el manuscrito latino proveniente de la sucesión del Padre Brothier, último bibliotecario de los Jesuitas, en Paris, antes de la Revolución y está también conforme con la edición de Paderbon de 1661, y, en fin, con el manuscrito perfectamente auténtico que se encuentra en los archivos del Palacio de Justicia de Bruselas bajo el título:
«Secreta M onita ou Advis secrets de la Societéde Jesus » He aquí la historia de este manuscrito, al que falta una hoja y que se haya catalogado bajo el número 730: Cuando la supresión de los jesuitas, en 1773, esta orden poseía en los Países Bajos, aparte de otras propiedades de importancia, un colegio en Ruremonde, provincia de Limburgo holandés. El gobierno nombró una comisión para vigilar la liquidación de los bienes de la Compañía. El Consejero Zuitgens fue delegado especialmente a Ruremonde para proceder al inventario; pero, sospechado de haber ocultado algunas piezas, por complacencia para los Reverendos Padres, recibió de la comisión la orden perentoria de remitir inmediatamente y sin reserva, todos los papeles. Entre ellos, se encontró el manuscrito de las Secreta Monita. Para verificar lo que precede, puede consultarse en los Archivos, en Bruselas, el «Protocolo de las liberaciones del Comité establecido para los asuntos que resulten de la supresión de la Sociedad de los Jesuitas en los Países Bajos. » La deliberación de que se ha hablado, lleva fecha lunes 25 de octubre de 1773 y está firmada por los señores Consejero Leclere, el conde Felipe Neuy, Cornet de Grez, Limpeux y Turch. Véase también la página 250, cap. VII del «Inventario de los Archivos de Bélgica», en folio publicado por orden de ese gobierno. ¡Niégalo si puedes!
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INTRODUCCIÓN LA COMPAÑÍA DE JESÚS «Que cada uno se persuada que cuantos viven bajo la obediencia, deben dejarse conducir y dirigir por la Divina Providencia que se sirve para ello de sus Superiores, como si fuesen cadáveres que se dejan mover en todo sentido y manejar como se desee; o como el bastón de un viejo y que le sirve para el fin a que quiera emplearlo y del lado a que
quiera volverlo.» «...... Para obedecer bien, es preciso abandonar con júbilo y prontitud todo trabajo; dejar aún, en el mismo instante, inconclusa la letra que se hubiese comenzado a trazar.... Se obedece, en cuanto a la ejecución, cuando se hace lo que se ha ordenado; en cuanto a la voluntad, cuando el que obedece no tiene otra que la de quien lo manda; en cuanto al espíritu, cuando piensa como él y cree que lo ordenado es a propósito; y la obediencia es imperfecta cuando, aparte de la ejecución, no existe el acuerdo de voluntad y de sentimiento entre el que manda y el que obedece.» (Constitutiones Societatis Jesu cum Declarationibus.- Edición latina con el texto francés en frente, hecha por ellos mismos en 1762 con rúbrica: En Francia .) Tal es la ley de obediencia entre los jesuitas y esta obediencia, es la base misma de su Sociedad. En el Siglo XVI, cuando el mundo europeo salía de la noche profunda de la Edad Media; a las primeras luces de esta nueva aurora que se llamó el Renacimiento, el Occidente cristiano abrió los ojos y quiso ver y conocer y por sí mismo, las Artes, las Ciencias, todas esas flores de la inteligencia humana, se abrieron a la vez, mientras que la Razón, lumbrera del nuevo día subía al horizonte. Fue entonces cuando Lutero, armándose de libro, inició la insurrección de las conciencias contra la fe impuesta, insurrección de la que brotó el protestantismo y más tarde, la libertad religiosa. Hubo hombre, un soldado aventurero, fanático del pasado, quién trató de cerrar el camino a la humanidad en marcha, era Ignacio. A la razón que se afirmaba, opuso él la obediencia ciega; a las ideas de libre examen, de discusión, de libre gobierno bajo el imperio de las leyes, opuso la monarquía y el derecho divino y, sobre este principio, fundó la tristemente célebre «Compañía de Jesús.» Imaginamos una asociación cuyos miembros hubiesen roto los lazos de la familia y de la patria, que les unía a los demás hombres y cuyos esfuerzos tendiesen a un fin único y formidable: su desarrollo y el establecimiento de su dominación, por todos los medios posibles, sobre todas las naciones de la tierra. Imaginamos aún, que esta conspiración inmensa haya concluido por sustituir con sus reglas y su política a los preceptos mismos de la religión; que haya llegado poco a poco a dominar a los príncipes de la Iglesia, a mantenerlos en un servidumbre real, aunque no confesada, de modo que aquellos que llevan oficialmente los títulos y la responsabilidad, no sena mas que los dóciles instrumentos de una fuerza oculta y muda.
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Tales son los jesuitas. Sin cesar expulsados, vuelven sin cesar y poco a poco, clandestinamente, se establecen y echan, en la sombra, hondas raíces. Se les puede confiscar los bienes: las pérdidas son prontamente reparadas. Practican a la vez la captación de herencias y el comercio a la gruesa aventura. Confesores, negociantes, prestamistas usureros, comerciantes de bibelotería piadosa inventan devociones nuevas, (como la del Sagrado Corazón,) para crearse entradas. De tiempo en tiempo, se mezclan en política, agitan los Estados y hacen temblar a los príncipes en sus tronos. Porque su odio es terrible. ¡Desventurado el que llegue a ser su enemigo! Por favor especial del cielo, quienquiera que les sirva de obstáculo por elevada que sea su colocación, cae de golpe, como herido por el rayo. Enrique IV «el único rey de quién el pueblo guardara la memoria,» encuentra sucesivamente tres asesinos y muere y bajo el cuchillo de un fanático, en el momento en que iba a atacar al gobierno favorito de los jesuitas: al Austria. Clemente XIV, ¡un Papa! – suprime la orden de los jesuitas y muere enseguid a, presa de horribles cólicos. En la actualidad, los jesuitas se hallan de nuevo en Francia, a pesar de los edictos y las leyes. Como antaño, ha reabierto sus colegios y se esfuerzan en formar la juventud según su espíritu. Su Compañía (Anónima) crece en riquezas y en influencia por toda suerte de medios. Nada puede detenerla porque encuentra por todas partes hombres dispuestos a servirla con tal de obtener de ella alguna ventaja de posición o de orgullo. El libro del cual presentamos al público una nueva edición, es el Manual secreto, de la tan célebre Compañía.}Inútil es que los Padres traten de negarlo. ¿Qué vale la negación de gentes que sostienen que ......? «Se puede jurar no haber hecho una cosa, aun cuando se la haya efectivamente hecho, con tal subentender mentalmente que no se ha hecho un día dado, o antes de nacer... Esto es «Sumamente cómodo en muchos casos y siempre muy justo, cuando ello es necesario o útil para la salud, el honor o el bien.» («Obras morales» del R.P. Sánchez, p. 2, lib. III, inc. 6 núm. 13) » Por si esto no bastase, compárese a los jesuitas y su conducta con las máximas que en la Monita se sustentan y se le hallará retratados de cuerpo entero. Recorredlas todas, que bien lo merecen y decid enseguida si sus preceptos son letra muerta, si han cesado de cuidar a la vieja , de captar herencias, de apoderarse de la infancia, de intrigar cerca de los grandes, de pesar sobre la política de las naciones, de trabajar, en fin, en una tarea única no en el triunfo de la Compañía de Jesús y el establecimiento de su dominación sobre el mundo. Entonces, si la conducta de los jesuitas es la copia fiel de las Instrucciones Secretas puestas en acción, es preciso admitir la realidad de este libro. Porque o los jesuitas se modelan sobre ellas, o este libro ha sido copiado de ellos. Cada vez que los Jesuitas han amenazado a un Estado, una mano abnegada ha lanzado este libro a la publicidad y cada vez la prudente Compañía ha hecho, una vez pasada la tormenta, recoger en secreto y hacer desaparecer todos los ejemplares en circulación. Creemos que este es el caso de lanzarlo de nuevo, cuando el país se encuentra amenazado por las maquinaciones subterráneas de la terrible horda. Hoy que todos los ramos de la actividad social se hallan directa o indirectamente en sus manos, cuando, -7-
valiéndose de su antigua táctica de sacar la castaña por la mano del gato y disimulando la propia, han logrado introducirse hasta lo más recóndito del hogar por medio de su sangrienta invención del «Sagrado Corazón». Aunque los tibios pretendan negarlo nos hallamos en momentos de peligro. Es voz popular que nada puede hacerse ni obtenerse sin el clero. Él domina, él manda, sin perjuicio de quejarse a todas horas de la «impiedad triunfante». Su política de alcoba triunfa: los partidos doctrinarios claudican y la enseñanza, la juventud, los hombres de mañana están en sus manos. La vieja Europa se halla entregada a una política de desinfección higiénica y sacude sobre nosotros la vetusta carcoma. El ejército negro ha enviado sus avanzadas y la hueste en masa se dirige a nuestras playas. ¡Ya no hay Jesuitas! dicen algunos. Casi tienen razón: Hoy ¡TODO EL CLERO ES JESUITA! Temblad chilenos, si no sois capaces de defenderos. «El que no está conmigo, está contra mí,» dijo el filósofo de Galilea. «EL QUE NO ESTÁ CONTRA ELLOS, ESTÁ CON ELLOS.»
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ORIGEN DE LOS JESUITAS
El fundador de la Compañía de Jesús, era español; sin embargo, fue en París donde echo las bases de su orden y sus primeros adeptos fueron franceses. En 1521, Ignacio de Loyola no era mas que un soldado aventurero. Dotado de pasiones ardientes, de una imaginación romántica, junto con una buena dosis de vanidad castellana, había abrazado la carrera de las armas, tras una juventud borrascosa. Se encontraba a la sazón en Pamplona, sitiada por los franceses, recibió una herida en el combate y ella decidió de su existencia. Se le quebró la pierna derecha, mal reducida la fractura y temiendo mas que nada una deformidad, se la hizo quebrar de nuevo y recomponer. Como quedase aún un hueso saliente que le impedía calzarse con elegancia, se hizo aserrar el hueso y estirar violentamente la pierna, durante muchos días, con una máquina de hierro. De esto, puede deducirse el temple enérgico de esa naturaleza que, con tal de evitar una pequeña y aún, gloriosa deformidad no temió condenarse a los más rudos padecimientos. Hay que creer que el resultado no le satisfizo, pues fue entonces cuando tomó la resolución de abandonar el mundo, y abrazar la vida religiosa. Un hombre del carácter de Ignacio, no podía tomar un partido tan sencillamente: imaginó hacerse jefe de una orden y fundar, como entonces se decía, una nueva religión. A esta obra de su pensamiento, aportó sus ideas de soldado y la orden que había de fundar, al entrevió como un ejército: el ejército de Cristo. De ahí procede ese precepto de obediencia absoluta y ciega que es el principal fundamento del jesuitismo. Retenido en el lecho por su herida, había pedido Ignacio libros de caballería para entretenerse. Quiso la suerte que en vez de novelas, le llevasen una Vida de los Santos, escrita en estilo romancesco y llena de aventuras maravillosas. Este libro, obró sobre su espíritu ya excitado por el sufrimiento. Tuvo visiones, éxtasis; y como dice uno de sus discípulos, «llegó a comprender del misterio de la Trinidad tan claramente cono yo os veo a vosotros.» Es preciso tomar en cuenta que jamás había recibido ninguna enseñanza acerca de la religión ni hecho estudios de ninguna especie. Su conversión fue completa. Desde que estuvo en estado de levantarse, Ignacio se confinó en una gruta solitaria (la gruta de Manaresa, tan famosa entre los jesuitas.) Allí permaneció largo tiempo entregado a los rigores de la penitencia voluntaria, macerando su cuerpo con privaciones y golpes, llegando por este medio al estado visionario, como los fakires de la India. Tuvo éxtasis y revelaciones. Allí fue donde tuvo esa famosa visión de los dos ejércitos, el ejército de Cristo y el de Satán y allí concibió el proyecto de crear una orden que fuese como una milicia. El soldado alentaba aún en él. Fue también en la gruta de Manresa donde compuso sus Ejercicios Espirituales de los que el Padre Rivignan ha dicho en su defensa de los Jesuitas, que ellos han creado la Compañía de Jesús y que ellos la mantienen. Trataremos de dar una idea aproximada de estos « Ejercicios. » El proyecto de Ignacio era vago todavía. Pasó los primeros años de su conversión en peregrinaciones y mortificaciones. Buscaba el camino; pero su profunda ignorancia le exponía a muchos peligros. Resolvió dedicarse al estudio y aprender el latín: tenía entonces 33 años. Le fue muy costoso; sin embargo en 1526 ingresó en Alcalá al curso de Filosofía y
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ya con esto, creyó poder tomar discípulos. El proverbio: «Nadie es profeta en su tierra,» tuvo en él su confirmación. Por sentencia del gran Vicario de Alcalá, le fue prohibido enseñar, por no ser teólogo. Más aún, se le puso preso. Ignacio abrazó entonces el partido de ir a Paris y recomenzar sus estudios. Allí se hizo de nuevos discípulos, pues los otros lo habían abandonado. Los primeros fueron Le Fevre, que había sido su pasante y Francisco Javier, profesor de Filosofía. Más tarde, se les agregaron cuatro españoles. Por fin, el día de la Asunción en 1534, quiso ligar a su pequeña tropa por medio de lazos irrevocables y la condujo a la iglesia de Montmatre. Le Fevre, recién ordenado, les dijo la misa en la capilla subterránea de la iglesia y les dio la comunión. Después, concluida la misa, hicieron en alta voz, juntos los siete, el juramento de dedicarse al servicio de Dios y de ir a ofrecer al Papa su abnegación. Así fueron, París y un subterráneo, la cuna de la subterránea Compañía de Jesús. Sin embargo, sólo en Roma, dos años más tarde, la dieron esta denominación. La palabra «Compañía», la adoptó Ignacio a consecuencia de sus ideas militares. La nueva orden fue aprobada en 1539, por una bula del Papa Paulo III. En 1540, el embajador de Portugal pidió a Ignacio, algunos de sus compañeros para que fuesen a predicar a la India. Fueron elegidos Javier y otros; pero Javier concluyó por ir solo. Paulo III favoreció mucho a la nueva orden, la que no tardó en prosperar. Le concedió privilegios especiales y la dispensó de las reglas comunes. En cuanto a la disciplina, el superior obtuvo una autoridad ilimitada. Al contrario de la Reforma, que tendía a conceder a los fieles los derechos que éstos ejercían en la iglesia primitiva y a fundar en ellos y en su consentimiento la elección de toda autoridad en el sacerdocio, los Jesuitas, se esforzaban por establecer en el catolicismo, la autoridad de una monarquía absoluta. Los Jesuitas se desarrollaron con una rapidez asombrosa. En 1540, cuando presentaron su petición a Paulo III, no eran mas que diez. En 1543, eran sólo ochenta. En 1545 tenían apenas diez casas. Pero en 1549, tenían ya dos provincias: España y Portugal y veinticuatro residencias. Cuando murió Ignacio, en 1556, tenía doce provincias. Cincuenta años más tarde, los jesuitas eran diez mil seiscientos. En el catálogo de su orden, impreso en Roma en 1679, hallamos 35 provincias, 2 vice-provincias, 33 casas profesas, 579 colegios, 48 casas de prueba, 88 seminarios, 160 residencias y 106 misiones. Total 17.655 jesuitas. En 1710, el Padre Jouveney eleva la cifra a 19.998. Es inútil advertir que este increíble desarrollo, prueba evidente de la protección divina, les acarreó el odio de las demás órdenes religiosas y del clero secular. Hoy, ese odio ya no existe ni tienen razón de ser: ¡Todo el clero es Jesuita!
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CÓMO SE LLEGA A SER JESUITA LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES. Un Jesuita convencido y de un talento innegable, que dejó repentinamente el mundo para entrar en la Compañía, el P. Ravignan, ha dicho de los Ejercicios Espirituales que son la obra de un soldado. Este libro es en efecto la aplicación del movimiento militar y de la obediencia automática a las fuerzas del alma. Quien haya podido cumplir sus prescripciones hasta el fin, ha perdido la mejor parte de su personalidad; ya no es mas un soldado en las filas, inmóvil y fijo bajo la mirada del jefe, carga el arma a voz en mando, avanza o retrocede, apunta a donde y cuando se le ordene sin buscar el por qué. «Estos Ejercicios Espirituales – escribe el P. Ravignan en su defensa de los Jesuitas – no son nuestro Instituto: ni aún forman parte, hablando propiamente, de nuestras reglas; pero convengo en que son el alma y la fuente misma.... Ellos han creado la Compañía y la mantienen. » El libro de los Ejercicios se compone de diversos métodos, de procedimientos para examinar los pecados, para confesarse, meditar, contemplar, y, en fin, para rezar. el carácter general de sus preceptos es la MATERIALIZACIÓN de cuanto hay en el mundo de mas esencialmente INMATERIAL: las operaciones de la conciencia y las elevaciones del alma. Así, para el examen de conciencia, ha inventado el autor un cuadernito dividido en semanas y días en el cual se anotan las faltas de la mañana y de la tarde pr medio de puntos, para compararlas con las de los días anteriores y ver cuanto se ha avanzado en el camino de la santidad. Cada página está dispuesta en esta forma:
Domingo = : : : : : : : : : : : : : : : . Lunes = : : : : : : : : : : :. Martes = : : : : : : : : : . Miércoles = : : : : . Y así en adelante, hasta el sábado. Esto es lo que podría llamarse «Teneduría de Libros aplicada a la conciencia. » Notad que los puntos, es decir, los pecados, van disminuyendo. Si no fuese así, ello probaría que no se han seguido fielmente los consejos del director espiritual. Si alguno de nuestros lectores se hallase tentado a ensayar este método de perfección, puede hallar este cuadernito en la mayor parte de las librerías religiosas. Tras del método para el examen, viene el método para confesarse y también el método para comulgar: todo esto debe hacerse metódicamente. Después, vienen los ejercicios, propiamente dichos. Estos son métodos también; pero aplicados a la meditación y a la contemplación. Dicen así: «El primer punto, es hacerse en la imaginación una representación del lugar. Así, en toda meditación o contemplación de un objeto corporal, de Jesucristo, por ejemplo, es - 11 -
preciso representarse por una especie de visión de la imaginación, un lugar corporal, como un templo, una montaña en donde encontremos a Jesús y María, su santa madre; en una palabra, todo cuanto tenga relación con el sujeto de nuestra contemplación....» «El segundo punto es escuchar, oír por medio del oído interior, lo que dicen las personas; por ejemplo, las personas divinas de la santa Trinidad conversando juntas en el cielo sobre el rescate del género humano; o bien el ángel quien, en la pequeña cámara de la santa Virgen, trata con ella del misterio de la Encarnación. » Tercero y cuarto puntos. «Esforzarse en sentir, de cualquier modo, el agradable olor que exhala del cuerpo de nuestro adorable Salvador, de su alma misma y de todas sus virtudes. Lo mismo se hará con respecto a las otras personas que se consideren... Gustará igualmente la inefable suavidad, la inconcebible dulzura de la divinidad de nuestro Señor y de las perfecciones de las demás santas personas, objeto de la contemplación.» Quinto punto. «Será preciso tocar, manejar, por decirlo así, besar las vestiduras de las mismas personas, las huellas de sus pasos, los lugares en que se encuentren; todo aquello que pueda excitar en nosotros la más tierna devoción...» Después viene el ejercicio de la contemplación del infierno. «Es preciso representarse al infierno en su largo, ancho y profundidad... con el vasto incendio, la horrible quemazón; 2° el ruido de lo llantos y gemidos, los gritos agudos, los aullidos, las blasfemias, en medio del rugir de los torbellinos de llamas... 3° el olor del humo, del azufre, en una palabra, el horroroso perfume de toda clase de podredumbre que debe exhalar el abismo;... 4° el gusto, semejante a cuanto pueda imaginarse en amargura, como las lágrimas que derraman los condenados;... 5° la impresión quemante de esos fuegos que devoran y que es preciso sentir de algún modo»,... etc. (Véase la última edición latina de Exercitia spiritualia, un volumen en 32, casa Perisse Fréres, Paris y Lyon, o la edición francesa del mismo formato, en la misma librería.) Como se ve, el fin de estos Ejercicios tan singularmente llamados Espirituales , es la servidumbre completa, el anonadamiento de la razón por medio de la perversión de los sentidos que son sus agentes, según el orden de la naturaleza, y que de este modo se revuelven contra ella. Toda la horrible máquina gira sobre este eje; cada facultad sensitiva se tortura por turno en su engranaje; primero se alucina la vista, después el oido, el olfato, el gusto y, por fin, el tacto. ¡El tacto, aquel de nuestros sentidos que sirve para rectificar la impresión de los otros!... Así desarmado de sus medios de control y de certeza, el espíritu humano nada puede por si mismo. No puede dirigirse en la vida: le hace falta un guía, un director. El alma ya no se pertenece: queda sujeta a la servidumbre. ¡Ese es el objeto! El libro de los Ejercicios se divide en cuatro semanas, y éstas en días. Los días comprenden cinco ejercicios, sin contar los exámenes de conciencia, los preludios, etc. Es preciso examinarse tres veces al día: por la mañana, al medio día y por la tarde. Estos cinco ejercicios, duran una hora cada uno. Algunos, están reservados para la noche. En todo caso, está expresamente recomendado evitar cuanto pudiera ser motivo de distracción, aún la luz del día. «Me privaré en cuanto sea posible de la claridad del día. Con este objeto, mantendré mis puertas y ventanas cerradas y sólo tomaré del día la indispensable para leer y demás cosas necesarias... Evitaré todos los pensamientos que puedan causar alegría, como por ejemplo el de la gloriosa resurrección de Jesucristo.» etc. ( Ejercicios , pág. 71.) - 12 -
El mismo capítulo recomienda evitar toda conversación, salvo con su director. Encuéntrense también prescripciones sobre las maceraciones, los cilicios, los cinturones, las cadenetas de hierro, las disciplinas, cuyo uso puede llegar «aún hasta hacerse sangre» teniendo sin embargo cuidado de que el dolor «no penetre hasta los huesos»... Al cabo de cuatro semanas de este régimen, uno debe estar convertido, o no lo estará jamás. Con seguridad que no hay cerebro capaz de resistir ni siquiera quince días de tratamiento semejante. Imaginaos una cabeza débil, una imaginación desordenada, un cerebro enfermo o quebrantado por los reveses de fortuna o por una aflicción profunda, por uno de esos grandes duelos del corazón; en la razón vacila y pensad; qué huella tan profunda, indestructible, deben dejar tales meditaciones y contemplaciones!... Hay una meditación sobre la muerte, que desearíamos copiar íntegra, en la que se obliga al neófito a presenciar su propio sepelio. Ve a sus padres y a su familia entera alrededor de su lecho, cuajados de lágrimas los ojos; cuenta las lágrimas verdaderas y las fingidas; oye el clamor de las campanas; se ve poner dentro del ataúd, se ve enterrar y asiste, finalmente, a la descomposición de su propio cuerpo... Tales son los célebres y nunca bien ponderados Ejercicios. He aquí un joven que nada sabe del mundo, o al que una primera decepción le ajena de él. Su confesor pone entre sus manos el librito de los Ejercicios . Después lo encierra, durante un mes, solo en una pieza estrecha oscurecida a propósito. No ve a nadie, salvo a su confesor y sólo habla con él. Y durante cuatro largas semanas, permanece frente a frente de esas fantasmagorías de la muerte, del infierno y del crucificado; evoca fantasmas que desfilan ante su vista y conversan al oído; toca y besa sus vestiduras; les habla y ellos le contestan. Y si los fantasmas no aparecen a la medida de sus deseos, se cree culpable, llora, acusa sus pecados y se azota martirizando el cuerpo para desalojar a la razón que ha permanecido demasiado fiel. El hombre que salga, convencido, de tales ejercicios no será más que un alucinado. ¿Queréis escucharlo y tomar en cuenta para algo su testimonio?... Tales son los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Existen, en medicina, sustancias venenosas que tienen, como la belladona, la propiedad de obrar sobre el cerebro. Son venenos que llevan a la muerte por el camino de la locura. Los farmacéuticos que los venden, están obligados a guardarlos bajo llave y a llevar un registro cualitativo de lo que venden por receta y bajo la responsabilidad del médico. Los Ejercicios Espirituales ¿no son tan peligrosos como los venenos de que hablamos? No pedimos que se les prohíba: nada de decretos. Es a la opinión pública a quien llamamos: su sentencia nos basta. Es preciso que la parte inteligente de la nación haga alguna luz en las tinieblas que nos rodean. El clero no se cansa de repetirnos que es de mal tono hablar en su contra, censurarle, decir cualesquiera cosa que no sean en su honor y en el de nuestra santa madre Iglesia. Y tanto lo han repetido, que hemos concluido pro creerlo a ojos cerrados. Sólo ellos no faltan a las buenas costumbres al excitar a las madres contra los hijos, a las esposas contra los esposos, siempre que estos pertenezcan a la canalla liberal... ¡Aceitad los goznes y abrid los postigos que han mantenido cerrados; dejad entrar el aire y la luz y todo será purificado!
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UN POCO DE HISTORIA La Compañía de Jesús, data de 1540. Ya en 1578, los Jesuitas se hacen expulsar de Amberes y en 1581, tres de los suyos son condenados a muerte, en Inglaterra, por haber conspirado contra la vida de la reina Isabel. Enrique II los introduce en Francia, a pesar de la oposición del Parlamento y del obispo de Paris, Eustaquio de Bellay. Muy pronto se les ve mezclarse en todas las revueltas y son el alma de la Liga. En 1589 el monje Santiago Clérment, por ellos sugestionado, asesina a Enrique III. En 1593, un alumno de los Jesuitas, Barriere, intenta asesinar a Enrique IV. En 1594, surge un nuevo regicida: Juan Chatel. Los Jesuitas cuyas lecciones le habían puesto el cuchillo en la mano, son expulsados, por primera vez, de la Francia. Ya no se les ve; pero se les siente. En 1595, el Padre Guignard, uno de sus más famosos doctores, es ahorcado en Gréve en castigo de haber hecho la apología del regicida. En 1598,intentan hacer asesinar a Mauricio de Nassan y son expulsados de Holanda. En 1610, Francisco Ravaillae asesina a Enrique IV con todo éxito. Los Jesuitas hacen pintar un cuadro en cual el asesino aparece remontándose al cielo, lleno de gloria, mientras que Enrique IV, la víctima, se precipita a los infiernos. Este cuadro podía verse aún en 1845, en los Archivos del Palacio de Justicia; pero no nos atrevemos a asegurar que aún se halle en su sitio, pues era demasiado comprometedor... para los Jesuitas. El mismo año en que Enrique IV fue asesinado, el jesuita Mariano publicó su Instiucion del Principe, en el cual se hace la apología del regicidio. En 1618, los Jesuitas son expulsados de Bohemia como perturbadores de la tranquilidad pública y corruptores de la moral. En 1619, se les expulsa de Moravia por las mismas razones. En 1640, se les expulsa de Malta. En 1646, hacen, en Sevilla, una bancarrota que ha llegado a ser famosa. En 1713, el jesuita Jouveney, en una historia de la Compañía, coloca entre los mártires a los asesinos de los reyes de Francia. Su libro se condena a ser quemado por mano del verdugo, a pesar de los esfuerzos del P. Tellier, confesor del rey. En 1723, Pedro El Grande no encuentra seguridad posible para su persona ni tranquilidad para la Rusia sino mediante la expulsión de los jesuitas. En 1757, Damieus, huésped de los Jesuitas, atenta contra la vida de Luis XV. En el mismo año, los Buenos Padres publican una nueva edición de uno de sus libros en que se enseña el regicidio. Se les expulsa de nuevo. En 1758, se asesina al rey de Portugal a consecuencia de un complot dirigido por las Padres Malagrida, Matus y Alejandro. Los Jesuitas son expulsados de Portugal. En 1761, estalla la bancarrota del P. Lavalette. El 5 de marzo de 1762, el Parlamento lanza un decreto expulsando a los Jesuitas de Francia y sus posesiones, a causa de sus doctrinas perniciosas que justifican el asesinato, el robo, la mentira, el perjurio, la impureza, y en fin, todos los crímenes. Este decreto fue extendido por ambas cámaras reunidas.
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He aquí, abreviada, la historia de ese proceso: En 1743, la Compañía había enviado a la Martinica, en calidad de inspector de misiones, al Padre Lavalette, un hombre de gran capacidad comercial. Este jesuita fundó en Las Antillas una casa que llegó a apoderarse de casi todo el comercio de las Indias Occidentales y se puso en relación con las principales casas de Inglaterra y Francia. Los señores Lionei Hnos; de Marsella, fueron los principales corresponsales del P. Lavalette, el cual llegó a tener un saldo en contra de más de 2.000.000 de libras. La casa Lionei, necesitada de fondos, pidió al superior de los Jesuitas en Marsella, la suma de 400.000 libras para evitar la bancarrota inminente. El Superior P. S , que hasta entonces había sido el agente directo y reconocido del P. Lavalette, declaró que la Compañía no podía hacerse solidaria; pero que en cambio, ella ofrecía a los señores Lionei Hnos. el socorro de sus oraciones y les anunciaba que acababa de rezarse una misa por su intención. Como las misas y oraciones de los Jesuitas no llenasen las arcas de los señores Lionei, éstos se vieron obligados a proceder al cobro judicial de sus créditos. Los Jesuitas quisieron hacer echar tierra al asunto; pero M. de Choiseul, a la sazón primer ministro, decidió a Luis XV a que autorizase el proceso y los Jesuitas fueron condenados a pagar las letras de cambio de su agente. Los Jesuitas cometieron la imprudencia de rehusar el pago alegando que lo prohibían sus constituciones. Esta palabra fue para ellos como un rayo. Las constituciones habían permanecido secretas hasta entonces y fue preciso sacarlas a la luz. Inmediatamente fueron denunciadas al Parlamento por el abate Chauvelin, Consejero de la Alta Cámara y formaron la base principal de la acusación. El proceso terminó con el decreto 1762, que expulsaba a los Jesuitas de Francia «como gentes que profesan una doctrina cuyas consecuencias llevan hasta la destrucción de la ley natural, esa regla de las costumbres que Dios mismo ha impreso en el corazón de los hombres, y, por consecuencia, a romper todos los lazos de la sociedad civil, autorizando el robo, la mentira, el perjurio, la más criminal impureza, y en general, todas las pasiones y todos los crímenes, por medio de la enseñanza de la compensación oculta, los equívocos, las restricciones mentales , el probabilismo y el pecado filosófico.» En Apoyo de su sentencia solemne, ordenó el Parlamento que se agregase a su decreto un extracto de los libros y doctrinas de los Jesuitas, a guisa de motivo y para darle mayor fuerza. He aquí algunos pasajes de ese extracto. Según el P. Emanuel Sa, de la Compañía de Jesús: «No se comete fraude cuando, para reemplazar un título de herencia o de nobleza, que se hubiese perdido, se fabrica uno semejante.» ( Aforismos de los confesores. Colonia 1590) « No es robo apoderarse ocultamente de alguna cosa pequeña perteneciente al padre o al marido» (Idem) «El que no haya hecho daño apoderándose de algo que lo le perteneciera, por no tenerlo el dueño en uso, no está obligado a restituir . (Idem)» En el Ensayo de Teología Pública publicado en 1736, el Padre Taberna sostiene que: «Si un juez ha recibido dinero para dar un fallo injusto, es probable que puede conservar este dinero. Este es el sentir de cincuenta y ocho doctores Jesuitas.» A la pregunta: «¿En qué ocasiones puede un religioso abandonar sus hábitos sin incurrir en excomunión?» - 15 -
Se contesta: «Si se lo quita por una excusa vergonzosa, como para robar o ir de incógnito a lugares de fornicación, debiendo volvérselo a poner inmediatamente después.» -- Si habitum dimittat ut furetur oculte, vel fornicetur . ( Praxis ex Societatis Jesu Schola Tr. 7, ex 6, N° 103) Según el P. Escobar: «Se puede jurar que no se ha hecho una cosa auque se haya efectivamente hecho, subentendiendo para sí que se ha hecho en un día dado o antes de nacer, o subentendiendo cualquier otra circunstancia parecida, sin que las palabras de las cuales se sirve permitan reconocerlo. Esto es muy cómodo. En muchos casos y es siempre muy justo, cuando ello es necesario para la salud, el honor o el bienestar. » (Obras Morales, pág 2.1, III, c. 6, N° 13. ) Del Tratado de la Penitencia del P. Valeze Regnald: «Los domésticos pueden tomar ocultamente los bienes de sus amos a modo de compensación, bajo pretexto que sus salarios sean demasiado módicos, y están dispensados de restitución.» «No hay obligación, bajo pena de pecado mortal, de restituir lo que se haya tomado en muchos pequeños robos, por grande que sea la suma total.» (Teología Moral) del P. Tomas Tamburin, impresa en Lyon en 1959. «El cómplice de un robo, no está probablemente obligado a restituir». (Regla del Confesor, pot el P. Trachala, Bamberg 1759) El P. Henriquez se expresa en los siguientes términos en su Teología Moral , Tomo I, libro IV, cap. 10, N° 3, pág. 869: «Si un adúltero aun cuando sea clérigo consciente del peligro que corre, va a casa de la mujer adúltera y sorprendido por el marido, le mata para defender su vida o sus miembros, no parece incurrir en irregularidad .» El P. Lesíus cree que un religioso que en lugar de huir «mata a su agresor, no peca contra la justicia, pues no está obligado a huir.» Etienne Fagundez, en un Tratado sobre los preceptos del Decálogo, publicado en Lyon en 1640, tomo I. cap. 2, pág. 501, se expresa en los siguientes términos: «Los niños cristianos y católicos pueden acusar a sus padres del crimen de herejía, aún cuando sepan que los padres serán por ello quemados y muertos, como lo enseña Tolet... y, podrán no sólo rechazar los alimentos si tratan de arrancarles la fe católica, sino que podrán con justicia matar a sus padres, guardando la moderación de una justa defensa, si quieren por la violencia obligarles a abandonar la fe.» El Jesuita Bonacina exceptúa de toda falta a la madre que sea la muerte a sus hijas, si no puede casarlas a su gusto, a causa de su fealdad o su pobreza. Según la Teología Moral del P. Antonio Escobar: «Es permitido matar a traición a un proscrito.» (Tomo IV, pág. 278.) «Es igualmente permitido matar a los que nos perjudican cerca de los príncipes y personas de distinción.» (Idem. pág. 284) «Es permitido matar para conservar los bienes de fortuna.» (Curso de Teología del Padre Santiago Platelins, Donay 1680.) El P. Juan Cárdenas, cree «que es permitido desear a alguien la muerte por el gran bien, aunque sea sólo temporal, de una comunidad o de la Iglesia, porque el bien común es preferible al bien de una persona particular.»
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El P. Emanuel Sa enseña en sus Aforismos que: «La rebelión de un clérigo contra el rey, no es un crimen de lesa majestad, porque el clérigo no es un súbdito del rey sino del Papa, quien puede suspender el poder temporal de los reyes y desligar a sus súbditos de toda obediencia.» Según Lessius, «las anfibologías son permitidas cuando hay causa justa para servirse de ellas.» Los Padres Sánchez y Cárdenas dan ejemplos. «Así –dicen- como la palabra Gallus en latín significara igualmente gallo o francés, si se me pregunta en esta lengua si he muerto a un francés, aunque ello sea cierto, contestaría que no, entendiendo que se trataba de un gallo. » (Siguen los ejemplos.) Algo mejor: «Cuando se ha recibido dinero para cometer una mala acción ¿hay obligación de devolverlo?» Respuesta: « Hay que distinguir: si no ha cometido la acción pagada, hay que devolver el dinero; pero si se ha cometido, no hay obligación de devolverlo.» (P. Molina, citado por P. Escobar, tr. III, ej. II. N° 138.) Si pasáramos a las doctrinas Jesuitas en materia de lujuria, se encuentran cosas tales, que sería imposible reproducirlas, ni siquiera dar idea de ellas. Son invenciones increíbles de crímenes jamás soñados: fornicaciones sacrílegas, monstruosidades contra natura que sólo el celibato forzado puede hacer brotar de un cerebro enfermo. Y todo ello, encuentra en los casuistas indulgencia y aún justificación. «El P. Corneil indica a las mujeres que se hallen en el caso de Susana un medio de salir del paso no sólo sin pecado, sino complace: soportarlo todo repitiéndose interiormente que no se consiente en ello, pues, que la existencia y la reputación, valen más que la castidad. » «¿Es permitido practicar el acto conyugal antes de bendición nupcial?» El P. Gaspar en su Tratado de los Sacramentos, opina que sí, sino aún «con razón y mérito.» Lo mismo creen los padres Navarra, Sanz y otros. También hay caso en que se puede abusar de la propia hija sin pecar; basta para ello «dirigir bien la intención.» Estos y otros extractos, verificados y colacionados por los comisionados del Parlamento, cumpliendo el decreto de 31 de agosto de 1761, forman cuatro gruesos volúmenes que, impresos, pueden hallarse en la mayor parte de las bibliotecas europeas. Daremos una rápida ojeada sobre el resto de esta historia. En 1767, el Rey Católico de España, Carlos III decreta el destierro de los Jesuitas y la confiscación de sus mal adquiridos bienes en todos sus dominios. En cumplimiento a este decreto fueron expulsados también de Chile, a donde había llegado, en número de ocho en 1593, muertos de hambre y necesidad. El día 25 de agosto de 1767 fecha de su expulsión, eran 398 y sus bienes se avaluaban en 10 millones de pesos, en aquellos tiempos en que el quintal de cobre valía cinco pesos. Siempre cumpliendo las órdenes del Rey, todos los Jesuitas de Chile (menos ocho que lograron escapar) fueron embarcados con rumbo a Italia, pero el Santo Padre no sólo los dejó desembarcar, en el puerto de Ostia, sino que ordenó disparar contra las naves que los conducían, todos los cañones de su castillo de Santo Angelo (!) En 1774, el Papa Clemente XIV lanzó contra la Compañía de Jesús una bula de abolición. El Papa murió, envenenado, muy poco después. Los Jesuitas se refugiaron en Rusia. - 17 -
En 1814 volvieron a Francia con los Borbones. Aún se recuerdan sus escandalosas misiones en los departamentos. La revolución de 1830 los expulsó de nuevo. Los Jesuitas han tratado siempre y muy especialmente, de aprovecharse de la educación. Sabido es como la entienden y en particular, como enseñan la historia a sus alumnos. Uno de sus historiadores, el P. Loriquet, superior últimamente en Paris, ha escrito, entre otras, una Historia de Francia que llegó a ser célebre. La Revolución y el Impero: los mencionaba apenas. El reinado de Luis XVIII lo hacía comenzar en 1715 y el Marques de Bounaparte, a su entrada en Berlin o en Viena figuraba sólo como teniente, general de ese monarca tan amado quien, durante el paseo de sus ejércitos victoriosos por media Europa, se hallaba retenido por la Providencia en Inglaterra. En 1821, apareció una séptima edición, bastante modificada; pero en el cual podía leerse todavía, (tomo II, pag. 375), que en Waterloo, los soldados de la guardia imperial, enloquecidos, disparaban los unos sobre los otros y se mataban mutuamente a la vista de los ingleses, a quienes tan extraño espectáculo inmovilizaba de horror .
Esta triste historia, se usó en todos los colegios de Francia hasta 1830. Desde entonces, los Jesuitas han obrado con gran circunspección. En ninguna parte figuran; pero están en todas y es bajo su inspiración y dirección como se han fundado la mayor parte de las asociaciones religiosas laicas que al presente cubren el mundo. Su nombre sigue inspirando recelos y los Jesuitas no pueden tomar personalmente la dirección de los círculos y asociaciones del Sagrado Corazón, Congregaciones de San Luis, San Estanislao, San José, Santa Filomena, de las Hijas de María, de los Sagrados Corazones, de la Adoración Perpetua, de las Madres Cristianas, de Maestras y Maestros cristianos, de Obreros, Buena Prensa, Ligas pro-Moralidad, Colegios de San Jacinto, etc., etc. ¡Ni falta que les hace! Ellos son los directores espirituales de los directores espirituales y de sus paternales consejos e inspiraciones no se libran desde el Santo Padre hasta el último monaguillo. ¡Hoy todo el clero es Jesuita!
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LA ORGANIZACIÓN DE LOS JESUITAS Al fundar la Compañía de Jesús, Ignacio de Loyola, le dio constituciones especiales, cuyo engranaje es preciso conocer, para comprender la acción de los Jesuitas en el mundo y el grado de poder que han alcanzado. La orden entera se divide en cuatro clases: 1° Los Profesos de los cuatro votos; 2° Los coadjutores; 3° Los Escolares o Escolásticos aprobados; 4° todos los que sin haber formulado los votos de la vida religiosa, se han unido a la Compañía bajo el simple voto de obediencia, pudiendo permanecer en el mundo, casados o nó, sin marca alguna exterior. Estos son los coadjutores temporales. (Vulgo «Jesuitas de Levita» y «de capota.» Sólo tras de un largo noviciado, que dura al menos de 12 a 15 años, puede ingresarse a la Sociedad profesa. Los profesos son los únicos que tienen derecho para tomar parte en la elección del general. Este general reside en Roma y no hay soberano absoluto, ni autócrata, cuyo poder pueda compararse con el del general de los Jesuitas. Gobierna solo, a su antojo, sin que nadie pueda tomarle cuenta. Su voluntad se considera por los Jesuitas como la de Dios mismo cuyo representante es sagrado e infalible. De todos los lugares del universo en los que haya Jesuitas, visibles u ocultos, recibe periódicamente una relación de los actos de los miembros de la compañía, profesos y laicos; sobre los acontecimientos políticos actuales o probables; sobre los partidos en lucha y la manera de utilizar sus discordias; acerca de las familias mejor colocadas y de cuáles pudiera ser útil o dañino para la Compañía. Y de cada punto también, recibe el general un contrainforme en el cual un amigo y compañero del primer corresponsal da su opinión sobre los mismos temas y sobre el corresponsal mismo, aún cuando éste sea su propio superior. Además, todo Jesuita tiene obligación de escribir directamente al general cuanto de importancia pueda personalmente averiguar. La Compañía de cuatro asistentes al general, pertenecientes a distintos países y elegidos al mismo tiempo que él. Tiene la obligación de consultarlos; pero no de seguir sus dictámenes pues posee toda autoridad. El general ocupa el lugar de Dios, si habla, es Dios mismo que habla... sólo que Dios no tiene Consejo de Estado. Del general emana todo poder. El sólo pronuncia la admisión a la Compañía, determina las funciones, nombra y revoca nombramientos según los juzgue conveniente. Nada limita su acción y las mismas reglas preveen los casos en que puede eludir las reglas mismas o suspender sus efectos. A los provinciales, superiores locales y rectores de colegios, se les nombra por tres años: pero el general puede alargar o abreviar su periodo. Él administra tanto los bienes como las personas y si alguien obra dentro de la Compañía sólo puede hacerlo en nombre del general y en virtud de poderes por él conferidos. Es por esta razón que el general necesita estar siempre al corriente de todo lo que se piensa dentro de la Compañía. Cada jesuita al hacer sus votos, promete informar a sus superiores de cuanto puede ver o saber, referente a la Compañía o a cualesquiera de sus miembros. Con los mismos votos, cada uno acepta, con toda humildad y para la mayor gloria de Dios, no solamente ser vigilado y reprendido en particular, sino que sus faltas y errores sean divulgados. De este modo, los
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superiores se ven regularmente informados de lo que cada padre hace, dice o piensa. Del mismo modo se informa al general. Es éste un sistema de vigilancia mutua tan perfecto, que no hay policía secreta capaz de comparársele. Así, por un número infinito de hilos cuyos extremos van a para a manos del general, éste sabe cuanto necesita y por el mismo conducto, sus órdenes sin necesidad de intermediarios, van a dónde él quiere. Cada superior, rector, los provinciales mismo, cada miembro, en fin, de la Compañía, tiene un vigilante, un compañero, ( socius) que le vigila, lo advierte y da cuenta al superior inmediato y, si es preciso, al general. Todas las cartas que llegan a una casa jesuita, las abre el superior e impuesto de su contenido, las entrega al destinatario o las suprime, según los casos. Las cartas del general, que se conocen por el sello, se entregan sin abrir. En este formidable engranaje se halla cogido el hombre sin que le quede el más pequeño refugio a su personalidad, quitándole hasta la menor sombra de su libertad. No es sino un «bastón en la mano» de su superior, «un cadáver» sin movimiento propio. La pasividad en la obediencia, es la base de la doctrina. Destrozar la razón, inclinar la cabeza, someterse, no conservar nada que pueda parecerse a la libertad y la dignidad humanas: eso es todo. En eso consiste la virtud y hasta la gloria del Jesuita. En su defensa de la orden, el P. Ravignan no ha encontrado mas que un medio de justificar este principio de obediencia sin control, absoluta, ciega: la existencia milagrosa de la Compañía de Jesús. «Dios –dice- en su providencia sobrenatural y especial , ha establecido en el seno de la Iglesia un género de vida y de perfección evangélicas, cuyo fundamento y carácter especial es el voto de obediencia.» «Es a Dios mismo a quien el religioso jura obediencia, Dios la acepta y se obliga en cierto modo a dirigir y gobernar por medio de una autoridad siempre presente, las acciones de quien quiere y debe obedecer.» Nada tenemos que agregar a esta cita, Doctrina tal, puede servir para justificar todas las tiranías y SERVIR DE INSTRUMENTO A TODOS LOS CRÍMENES. La misma doctrina sustentaba aquel famoso jefe de asesinos, el Viejo de la Montaña. Es así como se apaga, en nombre de Dios, la antorcha divina de la razón, encendida en nosotros por Dios mismo para que nos dirijamos según nuestra conciencia y bajo nuestra responsabilidad. Suprimida toda conciencia, toda apreciación personal de lo bueno y de lo malo, queda el hombre reducido a la ínfima condición de máquina de simple reflejo, borrado el hondo abismo que le separa de las bestias irracionales. Tal es, a grandes rasgos, la peligrosa sociedad que con entera libertad retoña en nuestro país, sin ni siquiera excitar nuestra desconfianza, sin que nos sea permitido desenmascararlas por no caer en el «mal tono» y el ridículo.
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NOTAS VARIAS El rey de Cerdeña, Víctor-Amadeo, dijo a uno de nuestros ministros, que aún vive y quién me lo refirió, que su confesor jesuita, hallándose en el lecho de muerte le mandó rogar que fuese a verlo y le dijo: «Sire, he sido por vos colmado de beneficios: quiero probaros mi reconocimiento. No tengáis jamás, un confesor jesuita... no me hagáis preguntas... no podría contestarlas.» (Extracto de las Memorias de Duelos, tomo V, pág. 119. - Véase también en Saint Simon el relato referente al Padre Lachaise t, IV, pág. 287). He aquí la lista de veintidós autores jesuitas que han sostenido, entre otros muchos, la doctrina del tiranicidio: Mariana, Debrio, Gregorio de Valencia, Tolet, Sa, Bonreius, Azor, Heissius, Eudemon Juan, Séller, Serrarius, Juan de Salas, Suarez, Lorin, Leissius, Tanner, Becan, Juan de Lugo, Antonio Escobar, Pablo Comitolas, Gretzer y Busembaum. Está comprobado que los jesuitas entienden por tiranos a cuantos persiguen y aún a cuantos no protegen a la Compañía de Jesús. Hemos dicho en páginas anteriores que los Jesuitas practicaban el comercio a la gruesa aventura; en el último siglo, algunos malos negocios, como la bancarrota del Padre Lavalette, los ha hecho más circunspectos. Ya no hacen directamente sus negocios, sino se valen de comanditarios a quienes ayudan con su inmensa influencia. A estas horas, la Compañía de Jesús se halla a la cabeza de una inmensidad de almacenes en el viejo y nuevo mundo. Posee sola o como principal asociada, una verdadera flota de veleros que hacen la carrera del Brasil y cuyo puerto principal es Burdeos. Tiene intereses aún mayores en el Havre en donde comandita el transporte de emigrantes y talleres de construcción. Posee las más ricas maestranzas de hierro de Francia: Besseges, Alais, etc. En California posee minas de oro y una calle entera de San Francisco llegó a ser suya, (como pudo comprobarse en la liquidación de los incendios causados por el terremoto de 1905). En esta misma ciudad, es donde por medio de sus palos blancos han hecho las más bonitas operaciones de préstamo con intereses del 30 al 200 por ciento. Lo más curioso respecto a los negocios en Norteamérica, es que se emprendieron, en parte a lo menos con fondos de una Sociedad Anónima fundada al efecto por los Jesuitas y presidida por S. E. el Cardenal Gousset, bajo pretexto de protección a los emigrantes, según se desprende de las actas de la reunión celebrada en el Convento de los Lazaristas, en Paris, el 6 de noviembre de 1855, según folleto impreso por el Comité Directivo en la imprenta de Dailly y Cía., Plaza Soorbona N° 2. A esta reunión asistían Monseñor Amat, entonces obispo de Monterrey, miembro del alto clero de Paris, el P. Schwindenhammer, superior general de la Congregación del Espíritu Santo y del Sagrado Corazón de María, el P. Salvayre, procurador general de los Lazaristas, el P. Lagniet, principal de los Maristas, altos dignatarios de otras órdenes y asociaciones religiosas y algunos laicos, entre ellos los señores Amadeo Thayer, Choiselat y Beaudon. El proyecto aceptado por esta brillante asamblea, según el prospecto antes citado, comprendía la emisión de 30.000 obligaciones de 100 francos con interés del 6% anual. El capital se colocaría en California; pero el autor del proyecto aseguraba que las utilidades
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serían muy superiores al 20%; pero sólo la mitad de este beneficio, o sea 300.000 francos al año, se destinarían a la caja del patronato de Emigrantes. Fuera de las ventajas financieras ofrecidas, el proyecto en cuestión contenía un breve del Papa, fechado el 13 de enero de 1855, que concede la bendición apostólica a todos los asociados e indulgencia plenaria para la hora de la muerte. De este modo, todo suscriptor de acciones está seguro de recibir a lo menos un 20% de intereses sobre su dinero en este bajo mundo y el paraíso en el otro. Sabido es que uno de los motivos principales que tuvo el Gobierno español para efectuar las últimas operaciones militares en África, aquellas que dieron origen a los disturbios de Barcelona y pretexto para el fusilamiento de Ferrer, fue la defensa de grandes intereses mineros de una poderosa empresa perteneciente a los Jesuitas y algunos grandes señores. | No menos sabido es que muchos de los grandes almacenes de Paris, destinados a fomentar el lujo en el mundo entero y llenar las arcas de los empresarios mediante la más vil explotación de las infelices costureras de Paris, pertenecen a los Jesuitas. Entre ellos, los del «Printems» cuyo hábil y afortunado gerente fue hasta hace poco M. Jaluzot (Q. E. P. D.) Conviene llamar la atención del lector hacia la extraña mezcla de asistentes a la asamblea pro-Patronato de Emigrantes, ya citada. Si tomamos en cuenta el odio que el clero secular y todas las órdenes religiosas profesaron antaño a los hijos de San Ignacio, debe chocar tan extraño pot-purri que viene a probar una vez más lo que no nos cansamos de repetir: «¡Hoy día todo el clero es Jesuita!»
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MONITA SECRETA INSTRUCCIONES SECRETAS DE LOS JESUITAS (Traducidas del latín)
PREFACIO
Que los superiores guarden y retengan entre sus manos, con cuidado, estas instrucciones y que sólo las comuniquen a algunos pocos profesos. En ellas se podrá instruir a algunos no profesos cuando la conveniencia de la Compañía lo exija; pero en secreto, como tomadas de la propia experiencia de quien las da, y no como si para otros se hubiese escrito. (... illaque non nisi sub sigillo silentii, ne quiden ut scripta ab altero, sed ex peculiari experientia desumta...). Como muchos profesos están instruidos en estos secretos, la Compañía ha ordenado (cavit Societas) desde sus comienzos que aquellos que los conduzcan, no puedan ingresar a ninguna otra orden, salvo a la de los Cartujos, a causa del retiro en que viven y del silencio inviolable que guardan, lo que ha confirmado la Santa Sede. (Quod etiam Sacra Sedes confirmavit .) Es preciso guardarse de que estas advertencias caigan en manos de extraños que les darían un sentido siniestro, por envidia a nuestra orden. Si ello sucediese, lo que Dios no permita, niéguese que sean esos los sentimientos de la Compañía y hágase que lo aseguren aquellos de quienes haya certidumbre de que no las conocen y opónganse a ella nuestras instrucciones generales y nuestras reglas impresas o escritas. (...quod si od accidat, quod absil, negatur haec esse sensa Societatis ...) Que los superiores averigüen con cuidado y prudencia si alguno de los nuestros ha descubierto a algún extraño estas instrucciones; porque nadie debe copiarlas ni para él ni para otro ni consentirá que se las copie, como no sea con el consentimiento del general o del provincial, y se sospecha de alguno que no sería capaz de guardar tan grandes secretos, que se le diga lo contrario y se le despida. (...el si asservandis tantis secretis societatis de alicuo dubitetur, in contrariun illi imputetur et dimettaltur .)
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INSTRUCCIONES SECRETAS CAPÍTULO I De quéman era debe conducirse la Compañ ía cuando comienza alguna fundaci ón.
1°. Para hacerse agradable a los habitantes del lugar, importa mucho explicar los fines de la Compañía, tal como está prescrito en las reglas, en las cuales se dice que la Compañía debe aplicarse con tanto empeño a la salvación del prójimo como a la suya propia. Por este motivo, es preciso desempeñar los más modestos oficios en los hospitales, visitar a los pobres, a los afligidos y a los prisioneros. Es preciso oír las confesiones con prontitud e indiferencia, a fin de que el mayor número posible de habitantes del lugar admiren a los nuestros y les amen a causa de la extraordinaria caridad que habrá para todos y la novedad de la cosa. 2°. Que se acuerden de pedir con la más religiosa modestia, los medios para ejercer los ministerios de la Compañía y que traten, principalmente, de ganarse la benevolencia de los eclesiásticos y de los seculares de cuya autoridad se necesita. 3°. Será preciso ir también a los lugares distantes y recibir limosnas, aun las más pequeñas, después de haber demostrado la necesidad que de ellas tenemos. Estas limosnas deben darse enseguida a los pobres a fin de edificar a cuantos nos conozcan aún a nuestra Compañía y para que se hagan más liberales para con nosotros. 4°. Que todos parezcan movidos del mismo espíritu y que aprendan a tener las mismas manera exteriores, a fin de que la uniformidad en tan gran cantidad de personas sea motivo de edificación. Que se despida a los que obren de otro modo, como personas dañinas. 5°. Al comenzar, guárdense los nuestros de comprar propiedades; (bene sitos ,) pero si han adquirido algunas bien situadas, que se tengan a nombre de algunos amigos fieles que guarden el secreto. A fin de que nuestra pobreza sea más visible, háganse de modo que las propiedades situadas cerca de nuestros colegios, sean asignadas a otros más alejados, lo que impedirá que príncipes y magistrados puedan saber jamás con exactitud el monto de los ingresos de la Compañía. 6°. Que los nuestros no vayan sino a las ciudades ricas con la intención de residir y fundar colegios, pues el fin de nuestra Sociedad es imitar a Nuestro Señor Jesucristo, quién residía la mayor parte del tiempo en Jerusalem y no hacía más que pasar por las ciudades de menor importancia. 7°. Es preciso sacar (extorquendum) siempre a las viudas el mayor dinero posible, explicándolas constantemente la extrema necesidad en que nos hallamos. 8°. Que sólo los principales sepan exactamente cuales son las rentas de cada provincia; pero que cuanto encierra el tesoro de Roma, sea un misterios sagrado. 9°. Que los nuestros prediquen y digan sin cesar en sus conversaciones, que han venido exclusivamente a instruir a los niños y a socorrer al pueblo, todo ello por nada y sin excepción de personas, y que no constituyen una carga, como las otras órdenes religiosas.
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CAPÍTULO II De qué man era los Padr es de la Compañ ía podr án adquir ir y conser var la fami liar idad de los príncipes, de los gr andes y personas de consideración.
1. Es preciso dirigir todos nuestros esfuerzos para ganar en todas partes los oídos y espíritus (aures et animos obteneamus) de los príncipes y personas de importancia, a fin de que nadie ose levantarse contra nosotros, sino que por el contrario todos se vean obligados a depender de nosotros. 2. Como la experiencia nos enseña que los príncipes y grandes señores son particularmente afectos a las personas eclesiásticas cuando éstas disimulan sus acciones odiosas y las interpretan favorablemente, como se ve en los matrimonios que contraen con parientes, o en cosas semejantes, es preciso animarlos a que lo hagan, haciéndoles esperar que por nuestro intermedio obtendrán del Papa las dispensas necesarias. Cítenseles ejemplos semejantes y hágaseles ver que nuestros sentimientos les son favorables, so pretexto del bien común y de la mayor gloria de Dios, que es fin de la Compañía. 3. Lo mismo debe hacerse cuando los príncipes emprendan algo que no sea igualmente agradable a todos los grandes señores. Conviene animarlos y convencer a los otros para que se plieguen al príncipe y no lo contradigan; pero en general, sin descender jamás a particularidad alguna, no sea que fallido el negocio se lo impute a la Compañía y a fin de que, si se desaprueba el acto, puedan mostrarse instrucciones contrarias, que las prohíban en absoluto. 4. Para adueñarse del espíritu de los príncipes, conviene que los nuestros se insinúen, ya sea directamente, ya por medio de terceras personas, para efectuar por cuenta de ellos alguna embajada honorífica y favorable cerca de los otros príncipes y reyes; pero sobre todo cerca del Papa y de los grandes monarcas. Esa es una oportunidad para recomendarse ellos y la Compañía. Por este motivo sólo se destinarán al objeto personas celosas y muy versadas en nuestro Instituto. 5. Conviene especialmente ganarse a los favoritos de los príncipes y a sus domésticos por medio de regalitos y diversas muestras de afección, a fin de que instruyan fielmente a los nuestros sobre las inclinaciones y gustos de los príncipes y de los grandes y asís pueda la Compañía acomodarse a ellos. 6. La experiencia nos enseña cuántas ventajas ha obtenido la Compañía por haberse mezclado en los matrimonios de la casa de Austria y de los efectuados en Francia Polonia, etc. y en diversos ducados. Por este motivo, deben proponerse prudentemente partidos elegidos de antemano entre los cuales sean los nuestros familiares admitidos. 7. A las princesas es fácil ganarlas por medio de sus camareras, por lo cual es preciso cultivar su amistad, ya que por ellas es posible interiorizarse hasta de las cosas más secretas de las familias. 8. En la dirección de las conciencias de los grandes, seguirán los nuestros las doctrinas de los autores que nacen más libre la conciencia (liberioren conscientiam faciunt ) contra los sentimientos de otros religiosos, a fin de que, dejándolos, quieran depender enteramente de nuestra dirección y consejos.
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9. Conviene hacer partícipes de los méritos de la Compañía, tanto a los príncipes como a los prelados y a todos cuantos puedan favorecer extraordinariamente a la Sociedad, después de mostrarles la importancia de tan gran privilegio. 10. Es preciso insinuar con habilidad y prudencia el amplísimo poder de que goza la Compañía para absolver aún los casos reservados, en comparación con los demás pastores religiosos. Además, la facultad de dispensar ayunos, deberes que cumplir o exigir, impedimentos matrimoniales, etc. Esto hará que muchos recurran a nosotros y nos queden agradecidos. 11. Conviene invitar a los grandes a los sermones, cofradías, arengas, declamaciones, etc, y honrarlos con versos o tesis y si fuese necesario darles comidas y agasajarlos de diversos modos. 12. Traten de reconciliar a los grandes en las enemistades y discusiones que pueda haber entre ellos; pues así entraremos en sus secretos o intimidades concluyendo por plegarnos aluno o al otro. 13. Si algún servidor de monarca o príncipe no nos amase, trátese de atraerlo, por medio de la tercera persona, ya por medio de promesas, favores o ascensos que se le procurarán. 14. Guárdense de recomendar a personas que, de cualquier modo hayan salido de nuestra Compañía y menos aún a los salidos por su propia voluntad, pues aunque lo disimulen, tienen un odio irreconciliable para la Compañía. 15. Finalmente, que cada uno trate de ganar el favor de los grandes, para que, llegado el caso, obren vigorosa y fielmente por nosotros, aun contra sus parientes y allegados.
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CAPÍTULO III Cómo debe conducir se al Compañ ía con respecto a l os que, teniendo gr an autor idad en el Gobiern o, aunque no sean r icos, puedan pr estar nos otros servici os.
1. Fuera de lo ya dicho, hay que atraerse el favor de los grandes contra nuestros enemigos. 2. Sírvanse de su autoridad, prudencia y consejos, para adquirir bienes para la comunidad o puestos que pueda ejercer la Compañía y sírvanse de sus nombres, siempre que sean de confianza, para las adquisiciones. 3. Sírvanse de ello para dulcificar a los viles y populacho que no sean contrarios. 4. Exíjase de los obispos y prelados cuando se pueda, según su grado de afección por los nuestros. 5. Bastará en algunos casos, conseguir de obispos y curas nos hagan respetar de quienes le están sometidos y que no impidan nuestras funciones en donde tengan mas poder que nosotros, como en Alemania, etc. Trátenseles con gran respeto para que por su autoridad, los monasterios, parroquias, prioratos, patronato, fundaciones y misas de lugares piadosos puedan caer en nuestras manos, lo que será fácil en donde los católicos se hallen mezclados con los cismáticos y herejes. Demuéstrese a los prelados la conveniencia de tales cambios, dado lo poco que puede esperarse de los demás presbíteros, sean seculares o monjes. En caso de obtenerlo, alábese públicamente su celo, aún por escrito y eternícese la memoria de su acción. 6. Para ello trátese de que esos prelados se sirvan de nosotros, sea por confesiones o consejos y si aspiran a los altos grados de la corte de Roma, que se les ayude con todas nuestras fuerzas. 7. Traten de obtener de los obispos y príncipes cuando fundemos colegios o iglesias parroquiales, que la Compañía tenga el poder de colocar los vicarios que tengan cura de almas y que el superior del colegio sea el cura, a fin de que todo el gobierno de esa iglesia esté en nuestras manos y que los feligreses se hallen sometidos a nuestra Compañía y podamos obtenerlo todo de ellos. 8. Sobre todo, será preciso obrar sobre los prelados de la Iglesia cuando se trate de la beatificación o canonización de alguno de los nuestros y será preciso obtener, de cualquier modo, cartas de los príncipes y grandes señores, las cuales impulsen el negocio n( egotium promoveatur ) ante la Sede apostólica.
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CAPÍTULO IV
Qué debe recomendar se a los predicadores y confesor es de los gr andes.
1. Que los nuestros dirijan a los hombres ilustres de modo que sólo parezcan tender a la mayor gloria de Dios, con tal prescindencia de los asuntos políticos y de Gobierno, en un principio, que los mismo monarcas se sientan inclinados a nosotros. 2. Por eso deben advertir a menudo que la distribución de los honores y dignidades debe ser justa y que los príncipes ofenden gravemente a Dios cuando obran solo según sus pasiones. Que hagan frecuentes protestas de no interesarse por la administración del Estado y que si a ella se refieren es a su pesar, y por razón de sus deberes. Una vez que los príncipes lo hayan comprendido bien, explíqueseles las virtudes que deben tener las personas que se elijan para las dignidades y cargos públicos y por fin, nómbreseles y recomiéndeseles los amigos sinceros de la Compañía. Es preferible no hacer esto directamente sino valerse de amigos nuestros que sean familiares del príncipe. 3. Es por tal motivo que nuestros confesores y predicadores deben ser informados por nuestros amigos, de quienes son aptos para cada cargo y sobre todo, liberales para la Compañía. 4. Que se acuerden nuestros confesores y predicadores, de tratar con dulzura a los príncipes, no chocar con ellos ni en sermones ni en conversaciones particulares, alejar de ellos toda clase de temores y exhortarlos principalmente a la fe, la esperanza y la justicia política. 5. Que jamás reciban regalitos para su uso particular, pero sí, que recomienden la necesidad pública de la provincia o del colegio. Que se contenten con una simple pieza amoblada; (cuando vivan en palacio) que no se cuiden mucho de vestir y vayan con prontitud a ayudar y consolar a las más viles personas de palacio, no se crea que sólo se ocuparan de los grandes. 6. A la muerte de algún oficial, cuídese de hablar a tiempo de sustituirlos con algún amigo de la Compañía; pero que eviten la sospecha de arrancar el Gobierno de manos del príncipe. Esto se evita influyendo poco personalmente y mucho por medio de los amigos.
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CAPITULO V Cómo es preciso condu cir se con l os religiosos que desempeñ en en l a I glesia las mismas fun cion es que nosotr os.
1. Precisa soportar con valor a esta clase de gentes y hacer comprender a los príncipes y a cuantos tengan alguna autoridad, que nuestra Compañía encierra la perfección de todas las órdenes, excepto el canto y la austeridad externa en la manera de vivir y en los hábitos. Que si los otros religiosos nos superan en algo, la Compañía brilla de un modo más eminente en la Iglesia de Dios. 2. Averígüense los defectos de los otros religiosos y una vez descubiertos y publicado con prudencia, como deplorándoles entre nuestros fieles amigos, muéstrenseles como no desempeñan tan felizmente las funciones que nos son comunes. 3. Conviene dar la contra a aquellos que deseen establecer escuelas para la enseñanza de la juventud en los lugares en que los nuestros enseñen con honra y provecho. Hágase ver a los príncipes y magistrados que tales gentes causarán disturbios y sediciones en el Estado si no se les contiene, comenzando las dificultades por los mismos niños que serán instruidos de un modo diverso y que, en fin, la Compañía basta para la instrucción de los jóvenes si estos religiosos han obtenido cartas del Papa o tienen recomendaciones de los cardenales, opóngaseles a los príncipes y los grandes. Traten de obtener y muestren certificados de los magistrados, respecto a su buena conducta y su buena instrucción 4. Mientras tanto, esfuércense los nuestros en dar pruebas especiales de virtud y erudición, ejercitando a los alumnos en los estudios, haciendo toda clase de juegos escolásticos propios para llamar la atención de los grandes y magistrados ante quienes se representaran.
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CAPITULO VI De la man era de ganar a las viu das ricas
1. Elíjanse para ello Padres de avanzada edad, de complexión viva y conversación agradable y visiten a tales viudas y en cuanto les noten alguna prueba de afecto para la Compañía, ofrézcanseles las obras y méritos de la Compañía. Si las aceptan y comienzan a visitar nuestras iglesias, provéanselas de un confesor que las dirija bien en el sentido de permanecer viudas, alabando las ventajas y felicidad de tal estado, asegurándolas y aún garantizándoles que de este modo tendrán un mérito eterno y un medio muy eficaz para evitar las penas del purgatorio. 2. Que el mismo confesor las anime a embellecer una capilla u oratorio dentro de su propia casa, donde puedan orar y meditar y se libren de las conversaciones y visitas. Aun cuando tengan un capellán, no dejen los nuestros de ir a decirles misa y traten de tener al capellán bajo sus manos. 3. Cámbiese con prudencia e insensiblemente cuanto a la dirección de la casa concierna... 4. Conviene principalmente alejar a los domésticos que no tengan relaciones con la Compañía (pero muy poco a poco) y si hay necesidad de sustituirles, recomiéndense personas que dependan o quieran depender de nosotros; pues así sabremos cuánto en la familia suceda. 5. No se preocupe el confesor de otra cosa, que de hacer que la viuda pida y siga en todo sus consejos y que la demuestre ser esta obediencia el único fundamento del progreso espiritual. 6. Aconséjesela el uso frecuente de los sacramentos, que los practique, particularmente el de la penitencia en el cual descubrirá con mayor libertad sus más secretos pensamientos y tentaciones. Que comulgue frecuentemente y visite a su confesor, quien le prometerá oraciones especiales; que recite las letanías y haga diariamente el examen de conciencia. 7. Una confesión general, aun cuando ya la haya hecho con otro, no servirá poco para obtener pleno conocimiento de todas sus inclinaciones. 8. Se le advertirán todas las ventajas del estado de viuda y las incomodidades del matrimonio. 9. Puede también proponérsela de vez en cuando, partidos por lo que se sepa que tiene repugnancia y si se sabe de algunos que la agraden, hágasele ver sus malas costumbres, a fin de que tenga repugnancia por las segundas nupcias. 10. Una vez asegurados de sus disposiciones para la viudedad, recomiéndese la vida espiritual; pero no la religiosa, cuyos inconvenientes se la deben describir, sino tal como la de Paula y Eustaquio, etc. Que el confesor obre de manera que, habiendo hecho voto de castidad por dos o tres años, a lo menos, concluya por renunciar a las segundas nupcias. Para ello hay que impedir que converse con hombres ni aún con sus parientes o allegados, so pretexto de unirla más estrechamente con Dios. En cuanto a los eclesiásticos que la visiten, si no se les puede excluir, que a lo menos sean de los recomendados por nosotros o que de nosotros dependan.
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11. Una vez llegado a este punto, inclínesela a las buenas obras y sobre todo, a las limosnas; pero que no las haga sino bajo la dirección de su padre espiritual, pues las limosnas mal empleadas son a menudo causa de diversos pecados.
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CAPITULO VII Cómo debe conservar se a las viudas (CONSERVANDAE VIUDAE) y disponer de sus bienes.
1. Úrjaselas constantemente a continuar en su devoción y buenas obras, de modo que no pase semana sin que dediquen, de lo superfluo, algo de honor de Jesucristo, de la Santísima Virgen o de un santo patrono, dándole a los pobres, o para el adorno de la iglesia, hasta despojarlas de las primicias y despojos de Egipto. (donce spoliis flerisque el primitiis. Aegypti sint exutae) 2. Que si, aparte de un afecto general, manifiestan su liberalidad hacia nuestra Compañía y perseveran, se les participe de los méritos de la Compañía, con las indulgencias particulares del Provincial, o, si son personas de importancia, del General de la Orden. 3. Si han hecho voto de castidad, que lo renueven dos veces al año, según nuestra costumbre, acordándoselas ese día, una recreación honesta con los nuestros. 4. Que las visite a menudo, entreteniéndolas de una manera agradable con historias espirituales o bromas, según el carácter de cada una. 5. No se las trate con demasiado rigor en la confesión, por temor de apesadumbrarlas, (morosae nimis fiant ,) a menos que se desespere de recuperar su favor del que otros se hubiesen apoderado. Esto hay que juzgarlo con mucho discernimiento de la inconstancia natural de las mujeres. 6. Impídaselas ingeniosamente visitar las otras iglesias e ir a sus fieras, en especial a las de religiosos, repitiéndoles a menudo que todas las indulgencias concedidas a las demás órdenes están acumuladas en nuestra Compañía. 7. Si tuvieran que vestir luto, permítaselas usar trajes que tengan algo de espiritual y mundano a la vez, para que no se crean gobernadas por un hombre enteramente espiritual. En fin, con tal que no haya peligro de inconstancia y si permanecen fieles y generosas para la Compañía, concédaselas con moderación y sin escándalo que pidan para la sensualidad . (...ad sensualitatem requirunt ). 8. Colóquense en casa de las viudas, jóvenes nacidas de padres ricos y nobles, que se acostumbren poco a poco a nuestra dirección y manera de vivir. Déselas una institutriz elegida por el confesor de la familia y sometiéndolas a todas las censuras y costumbres de la Compañía y si no quisiesen someterse a ellas devuélvaselas a sus padres, describiéndolas como fantásticas, de un natural difícil, etc. 9. Cuídese igualmente de su salud corporal y material; se se quejan de indisposiciones, prohíbaselas el ayuno, cilicios y disciplinas, ni se las permita ir a la iglesia, pero gobiérneselas con precaución en la casa. Déjeselas entrar en el jardín y en el colegio, con tal que ello sea en secreto y permítaselas recrearse secretamente con aquellos que más las gusten. (!) ( permitanttur colloquia et recreationes secrete cum iis qui máxime arriscrint ). 10. A fin de que una viuda disponga de sus bienes a favor de la Compañía, muéstresele la perfección de ol s santos que habiendo renunciado al mundo, a sus padres y sus bienes, se han dedicado al servicio de Dios con gran resignación y alegría. Que se les explique, con este motivo, cuanto hay a respecto en nuestras constituciones; que se les haga ver el ejemplo de las viudas llegadas así, en poco tiempo, a la santidad y hágaselas esperar ser
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canonizadas si las imitan hasta el fin, y demuéstreselas que nuestras influencias no las faltarán para ello cerca del Papa. 11. Es preciso imprimir en su espíritu que si quieren gozar de un perfecto reposo de conciencia, hay que seguir sin murmurar, sin disgusto, sin ninguna repugnancia interior, tanto en las cosas temporales como en las espirituales, la dirección de su confesor, como si se les hubiese destinado Dios mismo. 12. Dígaseles que aunque la limosna dada a los religiosos es la más conveniente, no deben darla sin la aprobación de su confesor. 13. Tengan cuidado los confesores de que sus confesadas no visiten a otros religiosos, bajo cualquier pretexto que sea. Para ello, repítaseles que nuestra Compañía es una orden Más excelente que las otras, muy útil a la Iglesia, de mayor autoridad cerca del Papa y de los príncipes, muy perfecta en sí misma, pues desecha a los perjudiciales e impropios y en la cual no hay espuma ni concho, como hay entre los monjes, quienes muy a menudo son ignorantes, estúpidos, perezosos, negligentes para con su salud espiritual, cuidadosos de su vientre, etc. (...ventricoloe, etc.) 14. Persuádanlas los confesores a pagar pensiones ordinarias y tributos para ayudar anualmente a los colegios y casas profesas, especialmente a la de Roma, a libertarse de sus deudas, sin olvidar los ornamentos de sus templos, el vino, la cera, etc., indispensables para la celebración de la misa. 15. Si una viuda no hiciese, en vida, donación de todos sus bienes a la Compañía, expóngasele oportunamente y en especial estando enferma o en peligro de muerte, la pobreza de tantos nuevos colegios y la necesidad de fundar otros, e impúlsesela suavemente y con firmeza a hacer un gasto del que puede depender su vida eterna. 16. Lo mismo debe hacerse con los príncipes, con los grandes y demás bienhechores, persuadiéndoles a hacer en vida estas fundaciones perpetuas que pueden ganarles la vida y gloria eternas. Si algunos malintencionados alegasen el ejemplo de Jesucristo, quién no tenía donde reposar su cabeza, y quisiesen que la Compañía de Jesús fuese igualmente pobre, muéstreseles e imprímase seriamente en su espíritu, que la Iglesia de Dios está actualmente cambiada, habiéndose convertido en una monarquía que debe sostenerse mediante la autoridad y un gran poder contra sus enemigos. Ecclesiam ( Dei nunc mutatan et monarchiam caetam). 17. Como poco se puede esperar de las viudas que educan a sus hijos para el mundo, veamos cómo remediarlo.
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CAPITULO VIII Qué debe hacer se para qu e los hi jos de las viu das abr acen el estado r eli gioso o de devoción .
1. Como precisa que las madres obren con vigor, deben los nuestros conducirse con dulzura en semejante caso. Hay que instruir a las madres para que aflijan a los niños, desde la más tierna infancia, con censuras, advertencias, represiones, etc., y principalmente, cuando tengan hijas en la edad, que las rehúsen trajes, deseando y rogando a Dios que las dé vocación religiosa y las prometan una dote considerable si quieren hacerse monjas. Que las muestren a menudo las dificultades del matrimonio y las penas que ellas mismas hayan sufrido, sintiendo no haber permanecido célibes. En fin, que se conduzcan de tal modo, que aburridas las hijas de vivir al lado de sus madres, piensen en hacerse religiosas. 2. Que los nuestros conversen familiarmente con los hijos y se les parecen propios para nuestra Compañía, introdúzcanlo al colegio y muéstrenle cuanto pueda agradarles, como los jardines, viñas, casas de campo, etc., en donde los maestros se recrean. Hábleseles de nuestros viajes a los diversos reinos, de nuestras relaciones con los príncipes y de cuanto a los jóvenes más agrade. Hágasele ver la facilidad de nuestra regla, de la cual, sin embargo, depende la gloria de Dios, la preeminencia de nuestra orden sobre las otras, y téngase con ellos conversaciones tan alegres como piadosas. Dígaseles, tanto en sermones como en conversaciones particulares, qué inmensa es la magnitud del pecado de quienes se rebelan contra la vocación divina y que, en fin, se les impulse a hacer los ejercicios espirituales para que, mediante ellos, puedan elegir su futuro estado de vida. 3. Hagan los nuestros de modo que esos jóvenes tengan preceptores unidos a nuestra Compañía para que velen y los exhorten al mismo fin, pero si resisten, que se les repriman diversas cosas a fin de que se aburran de la vida. Que les exponga su madre las dificultades de la familia. Si no ceden de buen grado, hágaselos enviar a un colegio lejano a estudiar. Que de parte de la madre reciban pocos cariños; pero que, en cambio, los mime la Compañía hasta ganar su objeto.
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CAPITULO IX Del aumento de las rentas de los colegios .
1. Que los confesores de los príncipes, de los grandes, de las viudas y demás de quienes nuestra Compañía puede esperar mucho, les instruyan seriamente a fin de que, desde que les damos cosas espirituales y eternas, recibamos de ellos las terrestres y temporales. No dejen escapar ninguna ocasión de recibir lo que se les ofrezca. Si algo se les promete y se difiere el cumplimiento, es preciso recordarlo prudentemente. 2. Es preciso ser hábiles para atraerse a los prelados, canónigos, pastores y eclesiásticos ricos y conseguir que hagan nuestros ejercicios y poco a poco, valiéndose de la afección que tengan por las cosas espirituales, ganarlos para la Compañía y aprovechar su liberalidad. (liberalitas paulatina prognosticandas.) 3. No dejen los profesores de preguntar a sus penitentes, (con oportunidad,) cuál es su nombre, familia, quiénes son sus padres, amigos, cuáles sus bienes, sucesiones, su estado, intenciones y resolución y si aún no la han tomado, que traten de hacerla favorable a nuestra Compañía. Si se concibe esperanza de provecho, ordéneseles a título de ejercicio de penitencia, que se confiesen todas las semanas. Que les pregunte honestamente a gin de informarse en muchas ocasiones de lo que no pueda obtener en una sola. 4. Lo que se ha dicho de las viudas, es aplicable en gran parte a los comerciantes, burgueses ricos y casados sin hijos. De ellos puede ser la Compañía heredera siempre que se empleen prudentemente las prácticas indicadas. 5. Los rectores de colegios, tratarán de tener conocimiento de las casas, jardines, fundos, viñas, aldeas y demás bienes poseídos por la nobleza, por los comerciantes, etc.; pero usando siempre de la mayor prudencia. Cuando un confesor haya encontrado un penitente rico, trate a toda costa (omnímodo) de conservarlo y dele cuenta al superior. 6. El punto esencial en que estriba, es el siguiente: que se manejen los nuestros en términos de ganarse la voluntad y afición de sus penitentes, y demás personas que traten, acomodándose a sus inclinaciones si fuere conducente. Los provinciales cuidarán de mandar algunos de los nuestros a puntos en que residan nobles y pudientes; y para que los provinciales lo hagan con oportunidad, los rectores deberán noticiarles con anticipación las cosechas que allí van a verificarse. 7. Cuando reciben a hijos de casas fuertes en la Compañía, deberán manifestar si les será fácil adquirirse los contratos y títulos de posesión, y si así fuere, se enterarán de si han de ceder algunos de sus bienes al colegio o por usufructo o por alquiler u otra forma, a si podrán venir a parar con el tiempo en la Sociedad; al logro de lo cual, será muy a propósito dar a entender especialmente a los grandes y pudientes, la estrechez en que vivimos y las deudas que nos apremian. 8. Cuando las viudas o casadas nuestras devotas, no tuviesen mas que hijas, las persuadirán a los nuestros a la misma vida devoción o a la del claustro, para que excepto el dote que haya que darles puedan entrar sus bienes a la Sociedad paulatinamente; más, cuando tengan varones, a los que ellos fuesen a propósito de la Compañía, se les catequizará, y a los demás se les hará entrar de religiosos en otras ordenes, con la promesa de alguna suma reducida. Cuando sea un hijo único, a toda costa se le atraerá, inculcándole
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la vocación como hecha por Jesucristo, haciéndole desembarazarse enteramente del temor a sus padres, y persuadiéndole de que hará un sacrificio muy aceptado al Todopoderoso, si se sustrae a su autoridad, abandona la casa paterna y entra en la Compañía; lo que, si así sucediere, después de dar parte al general, se le enviará a un noviciado distante, más si tienen hijas, se dispondrán primeramente a las hijas para la vida religiosa y se las hará entrar en algún monasterio, y después se recibirán a los hijos en la Compañía con la sucesión de los bienes. 9. Los superiores pondrán al corriente a los confesores, de las circunstancias de estas viudas y gentes casadas, para que ellos las aprovechen en todas ocasiones en beneficio de la Sociedad; y cuando por medio de uno no se saque partido, se le reemplazará con otro, y si se hiciese necesario, se le mandará a mucha distancia, de modo que no puedan seguir entendiéndose con estas familias. 10. Hágase que las viudas y gentes ricas que tiendan con ardor a la perfección, lleguen a ceder todas sus propiedades a la Compañía y vivan de la renta que ésta les cederá a perpetuidad, según sus necesidades. Así podrán servir a Dios más libremente, sin cuidados ni inquietudes. 11. Para persuadir más eficazmente al mundo de nuestra pobreza, que los superiores tomen dinero prestado a los ricos adictos a la Compañía firmando (en caso de necesidad) pagarés que renovarán constantemente. Enseguida y especialmente en el caso de una enfermedad peligrosa, visítese constantemente a tales personas y por toda clase de razones, persuádaseles a devolver el pagaré. Así no se hará mención de los nuestros en el testamento y ganaremos sin atraernos el odio de sus herederos. 12. Será también muy útil tomar dinero a interés y colocarlo a un interés más alto, de modo que el uno compense el otro. Pudiera ser que, además, los que nos lo hayan prestado, movidos a piedad nos abandonen, los intereses, sea por testamento o donación entre vivos, al ver que construimos colegios e iglesias. 13. La Compañía podrá también negociar útilmente, bajo en nombre de comerciantes ricos que le sean afectos. Conviene buscar una utilidad cierta y abundante, aún en las Indias, las cuales hasta el presente con la ayuda de Dios, nos han proporcionado no sólo almas sin también riquezas. 14. Tengan los nuestros en los lugares en que residan, algún medico fiel a la Compañía. Ella lo recomendará especialmente a los enfermos, elevándolo por sobre todos los demás para que él a su vez, recomiende a los nuestros sobre todos los religiosos y haga de modo que nosotros seamos llamados ceca de los principales enfermos y sobre todo, de los moribundos. 15. Que los nuestros visiten con asiduidad a los enfermos, sobre tdo a los que esten en peligro. Para expulsar honestamente a los demás eclesiásticos, hagan los superiores de modo que, cuando el confesor se vea obligado a dejar al enfermo, otro de los nuestros le mantengan en sus buenos designios. Enseguida, convienen que con prudencia le hagan temer al infierno, o a lo menos el purgatorio, enseñándoles que, así como el agua extingue el fuego, la limosna extingue el pecado y que no hay mejor empleo para ésta que el mantenimiento de personas que por su vocación, han hecho profesión de cuidar de la salud espiritual del prójimo. Puede también describirse a la limosna como el traje nupcial sin el que a nadie se recibe al divino banquete. Por fin, conviene citar algunos pasajes de las Sagradas Escrituras y de los Padres, que sean apropiados a la capacidad del enfermo.
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16. Adviértase a las mujeres que se quejen de los vicios de sus maridos, que les es permitido quitar los maridos algunas sumas secretamente y destinarlas a expiar los pecados del marido y obtenerle la Gracia.
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CAPITULO X Del rigor parti cul ar de la di scipl ina en l a Compañ ía.
1. Despídase bajo cualquier pretexto, como enemigo de la Compañía, de cualquier edad, o condición que sea, que haya alejado a nuestros devotos de nuestras iglesias o de nosotros, o que haya hecho tomar a las limosnas el camino de otras iglesias y de otros religiosos. Al que en tiempo se debió disponer de sus propios bienes, haya demostrado mayor afecto por sus parientes que por la Compañía o que hayan desviado las limosnas de los penitentes y amigos, para darlas a sus parientes pobres. Pero no se les expulse inmediatamente, sino impídaseles primero oír confesiones, mortifique y fatígueseles con los más viles oficios.... repréndaseles en los capítulos y censuras públicas, quíteseles lo que no sea indispensable hasta que lleguen a impacientarse y murmurar. Entonces, expúlseseles como gente poco mortificadas que pueden ser perniciosas por el mal ejemplo. Si hubiere que dar razones a los prelados o parientes, dígase que carecían del espíritu de la Compañía. 2. Expúlsese igualmente a los que tengan escrúpulo en obtener bienes para la Compañía, diciendo que son demasiado apegados a su propio juicio. Si quisieren quejarse a los provinciales, no se les escuche, sino recuérdeseles la regla, que ordena la obediencia ciega.
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CAPITULO XI Cómo deben condu cir se los nu estr os, de común acuerdo, con los que hayan sido . despedidos de la Compañ ía
1. Como los expulsados pueden conocer algunos de nuestros secretos, es preciso obligarles, antes de dejar la Compañía a prometer por escrito y jurar que jamás dirán ni escribirán nada desventajoso para la Compañía. Que los superiores conserven por escrito sus malas inclinaciones, los defectos y vicios que ellos mismos hayan descubierto en el descargo de su conciencia, según la costumbre de la Compañía y de los cuales, si es necesario, se pueda hacer uso ante los prelados, para impedir sus ascensos. 2. Dése aviso a todos los colegios. Que los nuestros suspendan toda correspondencia con ellos y si tuviesen que mencionarlos ante extraños, repitan todos que la Compañía no expulsa a nadie sin gravísimos motivos, que así como el mar arroja los cadáveres, etc. 3. En las exhortaciones domésticas, repítase que los expulsados son personas inquietas que de buena gana volvería y exagérense las desgracias de los que han muerto miserablemente después de haber salido de la Compañía. 4. Es preciso adelantarse a las acusaciones de los expulsados valiéndose de la autoridad de personas de reconocida seriedad. 5. Enseguida, la Compañía debe prevenir y obligar por toda clase de medios a los grandes y los prelados cerca de los cuales los expulsados hayan comenzado a obtener algún crédito. Es preciso hacerles ver que el bien común de la Orden tan célebre como útil a la Iglesia, debe ser preferido al bien particular de un individuo. Llegado el caso, será preciso explicar los motivos de la expulsión. 6. Es preciso impedir que los que hayan abandonado la Compañía de su propia voluntad, avancen en cargos y dignidades de la Iglesia, a no ser que se sometan de nuevo a la Compañía y que todo el mundo puede saber que lo han hecho. Es preciso divulgar incesantemente las desgracias y accidentes siniestros que sufran, implorando, sin embargo, las oraciones de las personas piadosas para ellos, a fin de que no se crea que los nuestros obran por pasión.
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CAPÍTULO XII A qu ié nes debe conservar la Compañ ía.
1. A los buenos obreros corresponde el primer lugar, a saber: a aquellos que propendan igualmente al bien espiritual y temporal de la Compañía. Tales suelen ser los confesores de los príncipes, de las viudas y devotas ricas, los predicadores y profesores y cuantos éstos secretos conocen. 2. A los viejos faltos de fuerzas, agotadas al servicio del bien temporal de la Orden. Debe considerárseles por sus pasados trabajos, aparte de ser muy útiles instrumentos para dar cuenta a los superiores de los defectos que noten en los nuestros, ya que permanecen todo el tiempo en casa. 3. Es preciso evitar a toda costa el despedirlos, pues ello podría dar mala reputación a la casa. 4. Fuera de esto, conviene favorecer a todos los que distingan por su espíritu, nobleza o riqueza, particularmente si tienen amigos y parientes unidos a la Compañía y poderosos y si ellos mismos tienen por ella una afección tierna. Conviene enviarlos a Roma y a las universidades más célebres para que estudien. Si han estudiado en alguna provincia, que los profesores los impulsen con una afección y favores particulares. Nada se les rehúse hasta que hayan hecho cesión completa de sus bienes; pero una vez hecha, que se les mortifique como a los demás, teniendo, sin embargo, consideración al pasado.
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CAPITULO XIII De la elección de los jóvenes que deben per tenecer a l a C ompañ ía y de l a manera de retenerlos
1. Precisa trabajar con mucha prudencia para elegir jóvenes de buen espíritu, bien hechos, nobles o, por lo menos, que se distingan en alguna de estas cualidades. 2. Para atraerles con mayor facilidad a nuestro Instituto, conviene que, mientras estudian, los rectores de los colegios y los maestros, les prevengan con afección particular y fuera del tiempo de estudio, les hagan ver cuan agradable es a Dios que alguien se consagre a él con todo lo suyo, especialmente en la Compañía de su Hijo. 3. Lléveseles, cuando la ocasión se presente, al jardín y aún a las casas de labranza; que se unan con los nuestros durante sus recreaciones y se familiaricen con ellos, cuidando, sin embargo, que la familiaridad no llegue a producir desdén. 4. No se permita que los maestros los castiguen ni obliguen a cumplir sus deberes como a los demás. 5. Téngaseles contentos con pequeños regalos y privilegios conforme a su edad y anímeseles de continuo en conversaciones espirituales. 6. Incúlqueseles que no sin intervención de la Providencia han sido elegidos entre tantos otros que frecuentan el mismo colegio. 7. En otras oportunidades, especialmente en las exhortaciones, amenáceseles con la condenación eterna si no obedecen al llamado de Dios. 8. Si pidiesen constantemente entrar en la Compañía, difiérase la admisión mientras sean constantes; pero si pareciesen irresolutos o próximos a cambiar de idea, impúlseseles incesantemente por toda clase de medios. 9. Adviértaseles eficazmente que no deben descubrir su vocación a ninguno de sus amigos ni aún a su padre ni a su madre, antes de ser recibidos. 10. Siendo la mayor dificultad atraerse a los hijos de los grandes, de los nobles y de los senadores, mientras permanecen con sus padres, quienes los educan en la intención que les sucedan en sus empleos, conviene persuadirlos, más por intermedio de amigos que de los nuestros mismos, de la conveniencia de enviarlos a otras provincias o a universidades alejadas en las que enseñen los nuestros. Pero antes, hay que enviar instrucciones a los profesores acerca de sus cualidades y condiciones a fin de que ganen su afecto para la Compañía con mayor facilidad y certidumbre. 11. Cuando lleguen a la edad oportuna, conviene hacerlos seguir los ejercicios espirituales, que tanto éxito han tenido en Polonia y entre los alemanes. 12. Consuéleseles en sus aflicciones con exhortaciones y ejemplos oportunos, especialmente del mal uso de la riqueza e impulsarlos a no despreciar la dicha de una vocación, bajo pena de los horribles suplicios del infierno. 13. Muéstrese a los padres y a las madres, a fin de que más fácilmente condesciendan, la excelencia de nuestro Instituto comparada con las demás órdenes, la santidad y el saber de nuestros padres, su reputación en el mundo, el honor y el aplauso universal que de grandes y pequeños reciben. Hágaseles una enumeración de los príncipes y de los grandes que, para su consuelo, han vivido en esta Compañía de Jesús, tanto los muertos como los que aún vivan.
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14. Muéstreseles cuán agradables es a Dios que los jóvenes se consagren a él, sobre todo en la Compañía de su hijo y cuán bueno es que un hombre lleve el yugo del Señor desde su juventud. Si se pone dificultad a causa de la excesiva juventud, hágase ver la facilidad de nuestro Instituto, que no tiene otra molestia que la observancia de los tres votos.
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CAPITULO XIV . De los casos reservados y de los motivos de la expulsión de la Compañ ía 1. Fuera de los casos apuntados en las constituciones y de los cuales el superior y aún el confesor debidamente autorizado pueden absolver, hay que anotar la sodomía, la molicie, la fornicación, el adulterio, el tocamiento impúdico de u hombre o de una mujer. Fuera de esto, si alguien, so pretexto de celo u otro motivo, hiciese algo grave contra la Compañía, su honor o su interés. Éstos son todos los motivos justos de expulsión. 2. Si alguien declara en confesión alguna cosa semejante, no se le dé absolución hasta que prometa declararlo al superior fuera de confesión, por sí mismo o por intermedio del confesor mismo. Entonces el superior obrará según mejor le parezca para el bien de la Compañía. Si hay esperanza fundada de poder ocultar el crimen, bastará imponer al culpable la penitencia conveniente. En caso contrario, despídasele cuanto antes. Que el confesor se guarde de advertir al penitente que está en peligro de expulsión. 3. Si alguno de nuestros confesores oyese en confesión a alguna persona de fuera ha cometido algún acto vergonzoso con alguno de los nuestros, no la absuelva hasta obtener que fuera de confesión dé el nombre de aquél con quién hubiese pecado. Una vez dicho, hágasela jurar que jamás repetirá semejante cosa sin el permiso de la Compañía. Si dos de los nuestros pecasen carnalmente, consérvese al que primero lo declare y expúlsese al otro. Pero si el que quedase, ya sea por las penitencias que se le impongan u otra causa diese motivo de expulsión, aprovéchese al instante la oportunidad. 4. No se retenga de ninguna manera a los que abiertamente se revelan en contra de sus superiores o se quejen en público o en secreto a sus cofrades, ni a quienes condenen la conducta de la Compañía en lo que respecta a la adquisición o administración de los bienes temporales... ni aún aquellos que en la conversación, sufran o defiendan a los venecianos, a los franceses o a los demás por quienes la Compañía haya sido perseguida o sufrido grandes daños. 5. Si alguno de los nuestros tuviese esperanza cierta de obtener un obispado u otra dignidad eclesiástica, fuera de los votos ordinarios de la Compañía, oblíguesele a otro: que tendrá siempre buenos sentimientos para con el Instituto de la Compañía, que sólo hablará bien de ella, ni tendrá confesor que a ella no pertenezca, ni hará nada de alguna importancia, sin antes oír el juicio de la Compañía. No habiendo sido esto observado por el cardenal Tolet, la Compañía obtuvo de la Santa Sede que ningún puerco descendiente de judío y de mahometano pueda ser admitido en la Compañía sin hacer antes semejante voto, y que, por muy célebre que pueda ser, sea expulsado como violento enemigo de la Compañía.
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CAPITULO XV . Condu cta que debe segui r se con las devotas y reli giosas 1. Que los confesores y predicadores se guarden de ofender a las religiosas o de darles alguna tentación contra su vocación, sino al contrario, habiendo ganado la voluntad de los superiores, que obren de manera de oír por lo menos las confesiones extraordinarias y les prediquen, siempre que esperen un pronto reconocimiento por ello. En efecto, las abadesas, especialmente las ricas y las nobles, pueden servir muy bien a la Compañía ya sea por sí mismas, ya por medio de sus parientes y amigos, de tal modo, que por el conocimiento de los principales monasterios, pueda llegar la Compañía al conocimiento y amistad de la ciudad entera. 2. Sin embargo, será preciso prohibir a nuestros devotos el frecuentar los monasterios de mujeres, no sea que les disguste su manera de vivir y la Compañía vea frustradas sus esperanzas de obtener sus bienes. Que se les anime a prestar los votos de castidad y obediencia en mano de sus confesores, mostrándoles que esta manera de vivir es conforme a las costumbres de la iglesia primitiva. Dígaselas, en fin, cuanto se pueda en perjuicio de la vida claustral, pero siempre bajo el sello del secreto, no sea que estas instrucciones vayan a llegar a oídos de las religiosas.
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CAPITULO XVI De la manera de hacer profesión de despreciar las riquezas .
1. Por temor de que los seculares nos atribuyan demasiada pasión por las riquezas, convendrá rehusar algunas limosnas de menor importancia ofrecidas por servicios prestados por la Compañía. Pero de nuestros amigos, debemos recibir aún las más pequeñas, no sea que nos acusen de avaricia si sólo recibimos las más considerables. 2. Rehúsese sepultar en nuestras iglesias a los amigos oscuros, por muy fieles que hayan sido, no sea que nos acusen de buscar riqueza en la multitud de los muertos. 3. Precisa obrar con energía respecto a las viudas y demás personas que nos hayan cedido sus bienes, no parezca que favorecemos más a los unos que a los otros por consideración a los bienes temporales. Del mismo modo debe obrarse con respecto a los nuestros. Si es necesario despedirlos, hágase con toda discreción para que dejen a la Compañía una parte de lo que la hubiesen dado o que se lo leguen por testamento al morir.
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CAPITULO XVII De los medios de ensalzar la Compañ ía . 1. Traten todos, aún en cosas de menor importancia, de tener una misma opinión, o por lo menos, que así lo digan. 2. Que todos se esfuercen en brillar por su saber y buen ejemplo, a fin de que sobrepasen a los demás religiosos hasta el punto de que el vulgo desee que nosotros lo hagamos todo. Repitan, aún en público, que no es indispensable que el Clero sea sabio, bastando con que cumpla sus deberes, ya que pueden utilizar los consejos de la Compañía, la cual, por eso mismo, necesita estudiar por todos. 3. Hágase gustar a los reyes esta doctrina: que la fe católica no puede subsistir, al presente, sin política; pero esto debe decirse con gran discreción. Por eso deben los nuestros hacerse agradables a los grandes con lo que serán recibidos, en los más secretos consejos. 4. Su aprecio puede mantenerse escribiéndoles, de todas partes, noticias escogidas y seguras. 5. Traerá no pocas ventajas, mantener secretamente y con prudencia las divisiones de los grandes, aún arruinando mutuamente sus poderes. Pero si la Compañía los viese próximos a la reconciliación, acuda inmediatamente a ponerles de acuerdo, no sea que lo contrario la acarree perjuicios. 6. Convendrá persuadir al vulgo por todos los medios y aún a los grandes, de que la Compañía ha sido establecida pro Providencia Divina muy especial según las profecías de Joaquín el Abad, a fin de que levantase a la Iglesia abatida por los herejes. 7. Una vez ganado el favor de los grandes y de los obispos, será preciso apoderarse de los curas y canónigos como un medio de reformar más exactamente al clero, el cual vivió en otro tiempo bajo una cierta regla, con sus obispos y tendía a la perfección. Por fin, será preciso aspirar a las abadías y prelacías vacantes, lo que no será difícil de obtener si se tomas en cuenta la holgazanería y la estupidez de los monjes. En efecto, sería ventajoso para la Iglesia que todos los obispados perteneciesen a la Compañía y aún la silla apostólica, principalmente si el Papa llegase a ser príncipe temporal de todos los bienes. Es por esto que conviene, poco a poco, con prudencia y secretamente, extender lo temporal de la Compañía y no es posible dudar que entonces sobrevendría una edad de oro en la que se gozaría de una paz continua y universal y que, por consecuencia, la bendición divina acompañaría a la Iglesia. 8. Más, si no hay esperanza de poder lograr esto, supuesto que es necesario que venga escándalos en el mundo, se cuidará de cambiar de política conforme a los tiempos y excitar a los príncipes amigos de los nuestros a hacerse mutuamente guerras terribles para que de todas partes imploren la mediación de la Sociedad, que entonces se empleará en la reconciliación pública, por ser causa del bien común, y que será recompensada por las principales dignidades eclesiásticas y los mejores beneficios. 9. En fin, la Compañía, después de ganarse el favor y la autoridad de los príncipes, tratará de ser temida por todos aquellos de quienes no haya podido hacerse amar.
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