Chiara Lubich nació en Trento si 22 de enero de 1920. Es conocida en Italia y en m u -
Chiara Lubich nació en Trento si 22 de enero de 1920. Es conocida en Italia y en m u chos otros países por sus escritos, publicados en «Cittá Nuova» y en otras revistas de difere ferent ntes es idiomas idiomas.. En el el 1 9 5 9 sale su prim er volumen de «Meditazioni» que en seguida alcanza ün éxito notable; en poco tiempo las ediciones llegan a seis; también en alemán,, con el título «bis wir alie cine sein werden», se ha llegado a la tercera edición, mientras el mismo volumen ha sido ya editado en francés, portugués, holandés, inglés y español. En breve va a editarse en catalán. Sigue, en el 1961, el libro «Pensieri»; en marzo de 1963 «Frammenti»; y por último en diciembre de 1963 «Fermenti di unitá». Chiara Lubich, sin embargo, es conocida sobre todo por haber iniciado en 1943 un vasto movimiento de espiritualidad que se inspira en las ideas y en la práctica de lo que, en el Evangelio, más responde a las exigencias del hombre de hoy: el Ideal de Jesús «Que todos sean una sola cosa». Es el Movimiento de los «Focolares», que pronto se extendió por Italia y actualmente se ha difundido en toda Europa, en las Américas, en Africa, en Asia. Rasgos de esta espiritualidad, abierta a todos, se pueden recoger en este libro que contiene páginas de gran actualidad para estos tiempos del Concilio de la Unidad.
meditaciones
Indice
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Prefacio............................................................... Pág. 5 La llave lave del del e n ig m a ........................................ »9 Es t an her h ermosa mosa la la m a d re ............................ » 13 ......... .................. .................... ................ ...... » 15 Dilatar el corazón ................. Pasarán los los ci cielos y la t i e r r a ......................
»
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Dame a todos los que están solos ............... Dos cosas secretas ..................................... ............................................ .......
» 18 * 19
No m i v o l u n t a d , s ino in o la T u y a .......... ............... .......... .....
» 20
Jesús Jesús no se se quedó quedó en la ti e r r a .....................
» 21 » 23
«Es más fácil que un camello...» ............... Ser Se r ía para par a m o rirse ............................................
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E l f r í o ...... ......... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...
»
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Heloi, He loi, Heloi, He loi, L am a S a b ac th an i .... ...... .... .... .... .... .... .... .... ..
* 27
Q u er erría ría d a r t e s t i m o n i o .... ...... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... ....
» 28
Tengo Tengo un solo solo esposo esposo en en la t i e r r a ...............
» 29 30 31
V i g i l a d ......... .............. .......... .......... .......... ......... ........ ......... .......... ......... ......... ......... ......... ....... Si tu s u f r e s ...... ......... .......... .......... ...... ...... ...... ...... ...... ...... .......... ...... ...... ...... ...... ....... En el am or lo que vale vale es a m a r ................ 33 Las p a lab la b ra s de u n p a d r e .... .................. .......... .................. ........ » 34 Si estamos unidos, Jesús está entre noso t r o s ..................................... ....................................................... ............................. ........... » 36 ‘ Hay quien quien hace ha ce las cosa cosass por a m o r ......... 38 ......... Cualquiera que no renuncie ........................ 39 »
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Titulo original
MED1TAZIONI C1TTA NUOVA EDITRICE ROMA
1.a edición 1964 2.a edición 1966
Depósito Legal B. 22.051 1964 N.° N .° Registro Reg istro 4459/6 4459/644
Milaii Obstat: El Censor, José M. Dausá, C. O.
Barcelona, 30 de julio de 1964 Imprímase: Dr. JUAN SERRA PUIG, Vicario
General
Por mandato de Su Excia. Rvma., Alejandro Pech, Pbro., CancillerSecretario
7 7 (JE una hermosa sorpresa, para los lectores de -L Citta Nuova, ha llarr un día, en entr tree sus su s artículos artí culos,, Nuova, halla una meditación: un manantial de agua entre las rocas, roc as, com co m o un p e d a zo de cielo cie lo tras tr aspl plan anta tado do en med m edio io de las casas. casa s. E l escr es crititoo hab hablab labaa de Dios y de la Igle Ig lesi siaa com co m o de cosa co sass de fami fa milia lia,, de una mane ma nera ra in inm m edia ed iata ta y sencil sen cilla, la, y ta tamb mbié ién n con un unaa nov n oved edad ad ingenua ingenu a y una m od oder erni nida dadd espont esp ontán ánea ea en las cuales cada uno redescubría él acento de los valores eternos. Al cabo ca bo de unas semana sem anas, s, los le lect ctor ores es del de l cit citad adoo peri pe riód ódic icoo un unán ánim imem emen ente te hub hubier ieron on de recono rec onocer cer que las Meditaciones cons co nstit tituí uían an las páginas pág inas má máss int intee resan res antes tes.. No se equiv eq uivoca ocaban ban.. Aque Aq uello lloss pu punt ntos os de vi vida da espi esp i ritual, ritu al, bú búsq sque ueda da de lo divino div ino,, explor exp loraci acione oness audaces audac es en la vida de Dios, en cada número de Cittá Nuova, daban dab an pa paso so a una no nota ta de fres fr esco corr virgin vir ginal al y deja de ja ban en los le lect ctor ores es una nostalg nos talgia ia de la conciudad conc iudadaa nía de los Sa Sann to tos: s: de la ciu ciuda dadd de Dios. Se veía ve ía el rost ro stro ro de la ci ciud udad ad nueva, como co mo di dibu buja jado do p o r un alma alm a cont co ntem empl plat ativ ivaa en él encanto encan to de un unaa infancia ters te rsaa . Aque Aq uello lloss escr es crititos os desarr des arroll ollab aban an una prop pr opee déut dé utic icaa sencill sen cillaa —co —como mo el rede re desc scub ubri rim m ie ient ntoo ae un
Titulo original
MEDITAZIONI CITTA NUOVA EDITRICE ROMA
1.a edición 1964 2.a edición 1966
1964
Nihil Obstat: El Censor, José M. Dausá, C. O.
Barcelona, 30 de julio de 1964 Imprímase: Dr. JUAN SERRA PUIG, Vicario
General Por mandato de Su Excia. Rvma., Alejandro Pech, Pbro., CancillerSecretario
BARCELONA
F
UE un unaa hermosa hermo sa sorpresa, so rpresa, para los lectores de ha llar un día, en entre tre sus artículos, artículo s, Citta Nuova, hallar una meditación: un manantial de agua entre las rocas, roc as, como co mo un ped pe d azo az o de cielo trasp tra splan lantad tadoo en med m edio io de las casas. casa s. El escr es crito ito hab hablaba laba de Dios y de la Igle Ig lesia sia como co mo de cosa co sass de familia, fam ilia, de un unaa mane ma nera ra in inm m edia ed iata ta y sencill sen cilla, a, y ta tamb mbié ién n con un unaa nove no vedd ad ingenua y una m od oder erni nida dadd espontá esp ontánea nea en las cuáles cada uno redescubría el acento de los valores eternos. Al cabo ca bo de unas seman sem anas, as, los lector lec tores es del citado citad o perió pe riódi dico co un unán ánim imem emen ente te hub hubiero ieron n de reconoc reco nocer er que las Meditaciones cons co nstit tituí uían an las páginas pág inas más inte resa re sant ntes es.. No se equiv eq uivoc ocab aban an.. Aque Aq uellos llos pu punt ntos os de vida vid a espi ritual ritu al,, bú búsq sque ueda da de lo divino div ino,, explo ex plorac racione ioness audaces en la vida de Dios, en cada número de Cittá Nuova, daba da ban n pa paso so a una no nota ta de fres fr esco corr virgina virg inall y deja de ja ban en los le lecc to tore ress una nostalg nos talgia ia de la conciudada conciuda da nía de los S a n to tos: s: de la ci ciud udad ad de Dios. Se veía veí a el rost ro stro ro de la ci ciud udad ad nueva, como co mo dib dibuja ujado do p o r un alma alm a c o nt ntem empl plaa tiv tivaa en el encanto enca nto de una infancia infancia tersa. ter sa. Aque Aq uello lloss e scri sc rito toss desar de sarrolla rollaban ban un unaa prop pr opee déuti dé utica ca senc se ncilla illa —co —como mo el rede re descu scubri brimi mien ento to ae un
itinerario antiguo — para pa ra v o lv lvee r a s ititu u a rse rs e en lo Eter Et erno no,, perm pe rmaa ne neci cien endo do en el tie tiem m po. La dicció dic ción n era er a fácil, fá cil, la pu pure reza za ma maria riana na,, ta p rofu ro fun n did d idaa d a tra tr a y e n te te;; y to toss dese de senl nlac aces es,, qu quee p are ar e cí cían an tan ob o b v io ioss y exp ex p edit ed itos os,, serv se rvía ían n p a ra d e s p e r ta tarr la con ciencia, cien cia, inc inclus lusoo en los al alej ejad adoo s, con el d eseo es eo de vivir en una casa del espíritu, donde María habla ba con Jesús. Jesú s. Jesú Je súss y María, Mar ía, lo loss san sa n to toss y la Igle Ig le sia, en la a tm tmóó sfer sf eraa d e la te teol olog ogía ía et etee rna rn a se no noss hacían fam fa m ili iliaa res, re s, salie sa liend ndoo de lo gené ge néric ricoo y de lo aco ac o stu st u m bra br a d o. Los Lo s le lecc to tore ress de Cittá Nuova cont co ntinú inúan an bu busc scan ando do,, cuan cu ando do la recib re ciben en,, an ante te to todd o las meditaciones; el ángel áng el qu quee du duee rme rm e en el fon fo n do d e cada ca da uno qu quizá izá ba b a jo el p e so de p a p e le less y d e carne ca rne,, a d v ie iert rtee él p e r fum fu m e de cielo, cie lo, con co n la v o z d e la lass e stre st rellllaa s... s. .. Aunque Aun que ta tam m bi biéé n e s c ie ierr to qu quee e s to toss e scr sc r ititoo s lím pid p idoo s no se p res re s ta tan n a di diva vaga gaci cion ones es p o é titicc a s : son fru f ruto toss de v id idaa y da dan n sem se m ililla lass de v id idaa . Son motivos impensados, reflexiones inusitadas, aspi as pira raci cion ones es refe re ferr id idaa s a lo E te terr n o ; en to todd o caso ca so son so n lo loss e sfu sf u e rzo rz o s d e l a m o r d e lo loss h ijijoo s p a ra alcan zar, zar , m ás allá d e las ap apar arie ienc ncia ias, s, som so m b ras ra s y ruido ru idos, s,
la presencia del Padre. Y quien las lee se siente mej m ejoo r, e xp xper erim imen enta ta la no nost stal algi giaa del de l cielo. Med M edit itán ándo dola lass una y o tra tr a vez, ve z, desd de sdee la postra pos tració ción n de un m a te teri riaa lis li s m o sin salid sa lida, a, cargado car gado de abu aburri rri mie m ient nto, o, el al alm m a se el elev evaa ha hast staa la espera esp eranza nza del amor am or,, com co m o s i se reco re cons nstr truy uyer eraa una ju juve ven n tu tudd in sosp so spec echa hada da.. Por Po r eso es o las reco re coge gem m os en un pequ pe queño eño volumen, com co m pl plac acie iend ndoo a sí el dese de seoo de muchos. much os. Por Po r sus su s fru fr u to toss , v e m o s qu quee su lectu lec tura ra ayuda a la obra ob ra de la san sa n tifi ti fica caci ción ón:: po pone ne de nuevo nuev o en el alma un anhelo hacia la pureza y por ella a la unión con Dio D ios; s; asoc as ocia ia a las cria cr iatu tura rass en una comuni com unidad dad de Igle Ig lesi siaa vi viva va.. Y po porq rquu e trat tr atan an de valor va lores es eternos, eternos , sin preo pr eocu cupa paci cion ones es hum humanas, anas, result res ultan an acepta ace ptable bless para pa ra gen ge n te tess de to todo do esta es tado do y condició cond ición n y de toda edad, desde los ancianos a los niños. El E l iti itinn erar er ario io hacia Dios, hecho p o r ho homb mbre ress en la tierr tie rra, a, se c on onvi vier erte te,, en un dete de term rmin inad adoo mo mome mento nto,, forz fo rzos osam amen ente te,, en un Via Crucis: pero pe ro según el ejemplo de los santos, en la lógica del Evangelio, con la di diná nám m ica d el m an anda dam m ien iento to nuevo, el Via Crucificad o es la Crucis se hace Via Paradisi; y el Crucificado cima cim a del de l am amor, or, po porq rque ue es la cima cim a del de l dolor.
Como resultado de la lectura se aprende que la existencia es una vocación única para subir hasta el Padre, construyendo, de paso, con la plegaria, con co n el a m o r y con el do dolo lor, r, lo loss m u ros ro s sola so lare ress de la ciudad nueva.
IGINO GIORDANI
La llav ll avee d e l e n ig igm ma
o me s u
cruz...»
T Extrañas
y singulares palabras. Y también éstas, como las demás palabras de Jesús, tienen un algo de aquella luz que el mundo no conoce. Son tan luminosas que los ojos apagados, embobados o adormecidos de los hombres, y también de los cristianos lánguidos, quedan deslumbrados y por lo tanto cegados. Tal vez no haya cosa más enigmática que la cruz, más difícil de concebir. No entra en la cabeza y en el corazón de los hombres. No entra porque no se comprende, porque nos hemos convertido en cristianos de nombre, sólo bautizados, tal vez prac pr actic tican antes tes,, pero pe ro inmens inm ensam ament entee alejados de com como nos querría Jesús. Se oye hablar de la cruz en Cuaresma, se besa en el Viernes Santo, se coloca en las aulas. Marca con su signo algunas de nuestras acciones, ¡pero no se comprende! Y tal vez todo el error radique en esto: en el Am or.. mundo no se comprende el Amor Amor es la palabra más bella. Pero también la más deformada, la más estropeada. Es la esencia de Dios, es la vida de los hijos de
Dios, es el aliento del cristiano y, sin embargo, se ha convertido en patrimonio y monopolio del mundo; está en los labios de aquéllos que no debieran tener derecho a pronunciarla, y tal vez, pobrecillos, la repiten porque, en el lodazal en que viven, sienten aún la aspiración a lo más sagrado. Es verdad que en el mundo no todo el amor es así: todavía existe, por ejemplo, el sentimiento materno, el cual, por estar mezclado con el dolor, ennoblece el amor; todavía existe el amor fraterno, el amor conyugal, el amor filial, bueno, sano; huella, tal vez inconsciente, del Amor del Padre creador de todo. Pero lo que no se comprende es el Amor por excelencia: el entender que Dios, que nos ha hecho, ha bajado baj ado entre en tre nosotro nos otross como homb ho mbre re entr en tree los homhom bres br es;; ha vivido vivido con nosot no sotros ros,, se h a quedado qued ado con nosotros y se ha dejado clavar en la cruz por nosotros para salvarnos. Es demasiado elevado, demasiado bello, demasiado divino, demasiado poco humano, demasiado sangrante, doloroso y agudo, para ser comprendido. Quizás se pueda entender algo a través del amor materno, porque el amor de una madre no es sólo caricias y besos: es sobre todo sacrificio.
Así, Jesús: el Amor lo llevó a la cruz que muchos consideran locura. Pero sólo aquella locura ha salvado a la humanidad y ha moldeado a los santos. Los Lo s san sa n to toss son so n en e fect fe ctoo ho hom m bres br es capace cap acess de com pre p renn d e r la cruz. cru z. Hombres que, siguiendo a Jesús,
el HombreDios, han tomado la cruz de cada día como la cosa más preciosa de la tierra; la han esgrimido a veces como un arma, haciéndose soldados de Dios; la han amado toda su vida y han conocido y experimentado que la cruz es la llave, la única llave que abre un tesoro: el Tesoro. Abre poco a poco las almas a la comunión con Dios. Y, a través del hombre, Dios se asoma de nuevo al mundo y repite —de modo semejante, aunque infinitamente inferior— las acciones que Él realizó un tiempo cuando, hombre entre los hombres, bendecía a quien le maldecía, perdonaba a quien le injuriaba, salvaba, sanaba, predicaba palabras de cielo, saciaba a los hambrientos, fundaba sobre el amor una nueva sociedad, manifestaba la potencia de Aquel que lo había enviado. La cruz es, en resumen, el instrumento neceseario por p or medio del cual lo divino divino penetra en lo human humanoo
y el hombre participa con más plenitud de la vida de Dios, elevándose del reino de este mundo al Reino de los Cielos. Pero es preciso «tomar la propia cruz...», despertarse por la mañana esperándola, sabiendo que sólo po p o r ella llegan a noso no sotro tross aquellos aquell os dones que el mundo no conoce; aquella paz, aquel gozo, aquel conocimiento de las cosas celestiales ignoradas por po r la mayoría. mayorí a. La cruz... cosa tan común, tan fiel, que no falta ningún día a la cita. Bastaría recogerla para hacerse santo. La cruz, emblema del cristiano, que el mundo no quiere porque cree que huyendo de ella huye del dolor, y no sabe que ella abre de par en par al alma de quien la ha comprendido las puertas del Reino de la Luz y del Amor. Aquel Amor que el mundo tanto busca, pero no tiene.
Es E s ta tan n he herm rmos osaa la M a d r e
E
s tan hermosa la Madre en el perenne recogimiento con que el Evangelio nos la muestra:
«Conserva «Co nservabat bat omnia verb ve rbaa haec conferens in cor corde suo». Aquel silencio pleno tiene un encanto para el
alma que ama. ¿Cómo podría yo vivir a María en su místico silencio, cuando a veces nuestra vocación consiste en hablar para evangelizar, siempre llevados de un lado a otro, en todos los lugares, ricos y pobres, desde las tabernas a las calles, a las escuelas, por doquier? También la Madre habló. Y nos dio a Jesús. Nunca nadie en el mundo fue mejor apóstol. Nunca nadie tuvo el don de la palabra como Ella que nos dio el Verbo. La Madre es verdadera y merecidamente Reina de los Apóstoles. Y Ella calló. Calló porque dos a la vez no podían hablar. Siempre la palabra ha de apoyarse en un silencio, como una pintura sobre su fondo. Calló porque es creatura. Porque la nada no habla. Pero sobre aquella nada habló Jesús y se dijo a Sí mismo.
Dios, Creador y Todo, habló sobre la nada de la creatura. ¿Cómo entonces vivir a María? ¿Cómo perfumar mi vida con su encanto? Haciendo callar la creatura en mí y dejando hablar, sobre este silencio, al Espíritu del Señor. Así vivo a María y vivo a Jesús. Vivo a Jesús en María. Vivo a Jesús viviendo a María.
Dil D ilaa ta tarr el cora co razó zón n
enemos necesidad de dilatar el corazón, a la
T medida del Corazón de Jesús. ¡Cuánto traba-
jo 1 Pero es lo único necesario. Hecho Hecho esto, todo todo está hecho. Se trata de amar a cada uno que se nos acerca como Dios lo ama. Y dado que estamos en el tiempo, amemos al prójimo uno después de otro, sin conservar en el corazón ningún resto de afecto hacia el hermano encontrado un minuto antes. Ya que es al mismo Jesús a quien amamos en todos. Pues si queda el residuo, quiere decir que al hermano lo hemos amado por nosotros o por él... no por po r Jesús. Y aquí está es tá la equivo equivocac cación ión.. Nuestra Nu estra obra ob ra más impo im porta rtante nte es mantener man tener la cascastidad de Dios, esto es: mantener el amor en el corazón como Jesús ama. De tal modo que para ser puros no es preciso frenar el corazón y reprimir el amor. Hace falta dilatarlo en el Corazón de Jesús y amar a todos. Y así como basta una Hostia Santa, de entre los millones de Hostias de la tierra, para alimentarse de Dios, basta también un solo hermano (aquél que la voluntad de Dios pone junt ju ntoo a mí) para pa ra unirnos unir nos en comu comunió niónn con con la humanidad que es Jesús Místico.
Y comulgar con el hermano es el segundo mandamiento, aquél que viene inmediatamente después del amor a Dios y como expresión del mismo.
Pa P a s a r á n los cielos cie los y la tie tierr rraa
me doy cuenta cada vez más de que «pasarán los cielos y la tierra...» pero el designio de Dios sobre nosotros no pasa. Y lo que sólo nos satisface plenamente es vertem m o nos ha nos siempre allá donde Dios ab a e te pensado.
eñor, dame a todos los que se encuentran so-
S los... He sentido en mi corazón la pasión que
invade el Tuyo por el abandono en que se mece el mundo entero. Amo a todo ser enfermo y solo. ¿Quién consuela su llanto? ¿Quién llora con él su muerte lenta? ¿Y quién estrecha contra su propio corazón el corazón desesperado? Dame, Dios mío, el poder ser, en el mundo, ei sacramento tangible de Tu amor: el ser Tus brazos, que atraen y consuman en amor toda la soledad del mundo.
Dos D os cosa co sass secr se cret etaa s
D
os cosas debo tener secretas y son: el amor y el dolor. Porque el amor es el amor con el cual Él me ama, o Se ama en mí, y el dolor es el amor con el cual yo Le amo. La luz, en cambio, ha de darse.
N o mi v o lu lun n ta tadd , sin si n o la T u y a
O se haga mi voluntad, sino la Tuya .» Es-
fuérzate por permanecer en Su voluntad y que Su voluntad permanezca en ti. Cuando la voluntad de Dios se hará en la tierra como en el cielo, entonces se cumplirá el testamento de Jesús. Mira el sol y sus rayos. El sol es símbolo de la voluntad divina, que es el mismo Dios. Los rayos son esta divina voluntad sobre cada uno de nosotros. Camina hacia el sol en la luz de tu rayo, diverso y distinto de todos los demás, y cumple el maravilloso y particular designio que Dios quiere de ti. Infinito número de rayos, todos procedentes del mismo sol... voluntad única, particular sobre cada uno. Los rayos, cuando más se aproximan al sol, tanto más se aproximan entre sí. También nosotros, cuanto más nos acercamos a Dios, con el cumplimiento cada vez más perfecto de la divina voluntad, tanto más nos acercamos entre nosotros mismos. Hasta que todos seremos uno.
Jesús Je sús no se qu qued edóó en la tie tierra rra
J
esús no se quedó aquí en la tierra, a fin de poder
perm pe rman anece ecerr en todos los lugares en la Eucaristía. Eucaristía. Era Dios, y, como germen divino, fructificó multi plicándose. De igual modo nosotros nosotr os tenemos tenemos que que morir para multiplicamos.
Es E s m ás f á c i l que un camello.
s más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico en el «Reino de Dios». El rico que no obra como Jesús quiere, se juega la eternidad. Pero todos somos ricos, mientras Jesús no vive en nosotros con toda su plenitud. Incluso el pobre que lleva la alforja con el pedazo de pan y blasfema, si alguno se la toca, es un rico igual que los demás. Su corazón está ocupado porq po rque ue está es tá apegado apegad o a algo que no es Dio ioss. Si no se hace pobre de verdad, pobre evangélico, no entrará en el Reino de los cielos. La senda que a El sube es estrecha y por ella sólo pas p asaa la nada na da.. Hay quien es rico en ciencia y la satisfacción que le produce le impide la entrada en el Reino y la entrada del Reino en él, por lo cual el espíritu de la Sabiduría de Dios no tiene sitio en su alma. Hay quien es rico en presunción, en jactancia, en afectos humanos y, hasta que no corta todo eso, no es de Dios. Hay que quitarlo todo del corazón pa p a ra pone po nerr en él a Dio ioss y todo lo creado creado en el orden de Dios. Hay quien es rico en preocupaciones y no sabe
E
echarla» «t» «i Cortuón de Dio* ( •Cottfladm* toda* VHtstra» inquiétudu») y e»tá atormentado, No tiene I» I» alegría, alegría, k paz y la caridad que «
Sarta ¡tara murtm
QM*(a pura morirse sí no dirigiéramos mu'Mrn k J mirada a 71 quo conviertes, como por po r ctuanU), toda a/naruura en dulzura: a Ti, sob re t* cruz, en tu «rito, en la mós alta suspensión, en ln inaciiví
dad absoluta, en la muerte viva, cuntido hecho frío, arrojaste lodo lu fuego sobre la tierra, y, hecho inmovilidad inlinlta, arrojaste tu vid» infinita «obra nosotros, que ahora Ja vivimos en la embria guez, Nos bu»la vernos semejantes a Ti, ai menos un poco poco,, y unir un ir nues nu estro tro dolor dolo r ai Tu Tuyo yo y ofrecerlo ai Podre, Para que tuviéramos la I , «e Te nubl/> la vista. Para que tuviéramos la unión, probante la ««para' clón del Padre. Para que poseyéramos la sabiduría, Te hiciste «lg norancia». Para que nos revirtiéramos de inocencia, Te hiciste «pecado», Para que esperáramos, sentiste la desesperación, Para que Dios estuviera en nosotros, 1/j rx pe rimen tasto alejado de Ti. a a x t
l frío hiela, pero, si es excesivo, quema y corta.
E El vino fortalece, pero en exceso debilita las
fuerzas. El movimiento es aquello que es, pero si es vertiginoso, parece inmovilidad. El Espíritu de Dios vivifica, pero si es demasiado... embriaga. Jesús es el Amor porque es Dios, pero el excesivo amor Lo hizo «abandonado», donde aparece sólo como hombre.
Helo He loi,i, Helo He loi,i, L a m a S a b a c th thaa n i
s la frase que Jesús gritó en su abandono, en la lengua hablada por la Virgen. «¡Cuántas cosas me dice aquel grito tuyo lanzado en la lengua de tu Madre!... Cando el dolor llega al límite donde toda la vida queda suspendida... entonces, si queda un hálito de voz, se llama a la madre, porque la madre es el amor. «Pero Tú, como Hijo de Dios, tenías el amor en Dios, y llamaste a Dios. Y, como hombre, el amor lo tenías también en tu Madre celeste: en la im posibil pos ibilidad idad de invocar inv ocar a los dos, llamaste llam aste al Padre Padre con la voz de la Madre. «¡Qué hermoso eres en aquel dolor infinito, Jesús abandonado!»
E
Q
uisiera dar testimonio al mundo de que Jesús
Abandonado ha llenado todo vacío, ha iluminado toda tiniebla, ha acompañado toda soledad, ha anulado todo dolor, ha borrado todo pecado.
Tengo un solo esposo en la tierra
engo un solo esposo en la tierra: Jesús Crucifi-
cado y Abandonado. No tengo otro Dios fuera de Él. En Él, está todo el Paraíso con la Trinidad y toda la tierra con la Humanidad. Por eso lo Suyo es mío y nada más. Y Suyo es el dolor universal, y por lo tanto mío. Iré por el mundo buscándolo en cada instante de mi vida. Lo que me hace daño, es mío. mío . Mío, el dolor que me acaricia en el presente. Mío, el dolor de las almas que están a mi lado. Mío, todo lo que no es paz, gozo, bello, amable, sereno... Así, por los años que me quedan: sedienta de dolores, de congojas, de desesperaciones, de melancolías, de separaciones, de exilio, de abandonos, de tormentos, de... todo lo que es Él y Él es el Dolor. Así secaré el agua de la tribulación en muchos corazones cercanos cercan os y —p or la comunión con con mi Esposo omnipotente— los lejanos. Pasaré como fuego que consume lo que ha de caer y deja en pie sólo la Verdad.
igilad...» El Evangelio habla de vigilar con
V los lomos ceñidos y encendida la lámpara
y promete al siervo vigilante que su Señor, al llegar, se ceñirá y le servirá. Sólo el amor vigila. Vigilar es propio del amor. Cuando se ama a una persona, el corazón vigila siempre, esperándola, y cada minuto que pasa sin ella es en función de ella y transcurre vigilando. Ahora bien, Jesús pide el amor. Por eso solicita vigilancia. También vigila quien tiene miedo. De hecho Jesús habla de ladrones... Se vigila porque se teme y se teme porque se ama a alguien a quien no se quiere perder. Jesús pide el amor, pero, como Él también ama, con tal de salvar, suscita el temor. Hace como la madre que promete a los niños el premio y el castigo según su comportamiento. Jesús no pide sólo el puro amor, que da sin pensar en la recompensa. Con tal de vemos salvos, muestra también la recompensa y el castigo.
Si tú sufres
i tú sufres y tu sufrir es tal que te impide toda actividad, acuérdate de la Misa. En la Misa, Jesús, hoy como entonces, no trabaja, no predica: Jesús se sacrifica por amor. En la vida se pueden hacer tantas cosas, decir tantas palabras; pero la voz del dolor, quizás sorda y desconocida para los demás, del dolor ofrecido por po r amor, amo r, es la p alab al abra ra más fuer fu erte te:: la que hiere el Cielo. Si sufres, sumerge tu dolor en el Suyo: di tu Misa. Y si el mundo no comprende estas cosas, no te turbes: basta que te comprendan Jesús, María, los santos. Vive con ellos y deja correr tu sangre en benef benefici icioo de la hum hu m anid an idad ad;; como como Él. ¡La Misa! ¡Demasiado grande para ser comprendida! Su Misa, nuestra Misa.
S
En E n el a m o r lo que vale va le es a m a r
n el amor lo que vale es amar. Así en esta tierra.
E El amor —hablo del amor sobrenatural que no
excluye el natural— es una cosa muy simple y muy compleja. compleja. Ex Exig igee tu parte pa rte y espera la parte de otro. otro. Si intentas vivir en el amor, te darás cuenta de que en esta tierra conviene poner tu parte. La otra no sabes nunca si llega; y no es necesario que llegue. A veces quedarás desilusionado, pero jamás perderás el ánimo si te convences de que en el amor lo que vale es amar. Y amar a Jesús en el hermano, Jesús que siempre se te da, quizás por otros caminos. Sí, es Él que te hace el alma de acero contra las inclemencias del mundo y te la licúa en amor hacia todos aquellos que te rodean, con tal de que tú tengas presente que en el amor lo que vale es amar.
¿labras de un padre
pa labra rass d e un pa a s palab p a d r e son so n s i e m p r e p rec re c io iosa sas, s, porq po rque ue es necesario neces ario cree cr eerr a quien quie n habl ha blaa con amor. Pero cuando el padre dice las últimas pala bras, bra s, antes ant es de d ejar ej ar la tie ti e rra, rr a, éstas és tas queda qu edann escul pidas en el alma alm a de los hi hijo joss y valen vale n como todas tod as las demás juntas: es el testamento. El amor paterno no es nada comparado con el amor de un Dios. También Dios hecho hombre, Jesús, habló. Tam bién Él dejó de jó un test te staa m e n to to:: «Que sean uno, que tod to d o s sean se an uno».
Quien dirige la propia vida hacia la unidad, ha dado en el corazón de Dios. En el mundo somos todos hermanos, sin embargo pasamo pas amoss unos un os ju junn to a ot otro ros, s, ignorándo ignor ándonos. nos. Y esto ocurre incluso entre cristianos bautizados. La Comunión de los Santos, el Cuerpo Místico existe. Pero este Cuerpo es como una red de galerías oscuras. La potencia para iluminarlas existe: en muchos es la vida de la gracia. Pero Jesús no quería únicamente esto cuando se dirigió al Padre, invocándolo. Quería un cielo en la tierra: la unidad de todos con Dios y entre sí; la red de galerías ilumi-
nada; la presencia de Jesús en todo trato con los demás, y aún en el alma de cada uno. Este es su testamento, el deseo más precioso de Dios, que dio la vida por nosotros.
i estamos imidos, Jesús está entre nosotros. Y esto vale. Vale más que cualquier otro tesoro que pueda poseer nuestro corazón: más que la madre, que el padre, que los hermanos, que los hijos. Vale más que la casa, el trabajo, la propiedad ; más que las obras de arte de una gran ciudad como Roma, más que nuestras ocupaciones, más que la naturaleza que nos rodea, con las flores y los prados, el mar y las estrellas: más que nuestra alma. Es Él, que, inspirando a sus santos con sus eternas verdades hizo época en toda época. También ésta es su hora: no de un santo, sino de É l e n tre tr e n o s o tro tr o s, de Él viviente en nosÉl; de Él otros, que construimos —en unidad de amor— su Cuerpo Místico. Pero es preciso dilatar el Cristo, acrecentarlo en otros miembros; hacerse como Él portadores de Fuego que derrita todo lo humano en lo Divino, que es la Caridad en acto. ¡Hacer uno de todos y, en todos, el Uno! Así pues vivamos la vida que Él nos da instante po p o r instan ins tante. te. La caridad fraterna es el mandamiento básico. Por
S
lo cual todo vale en cuanto es expresión de sincero amor fraterno. Nada vale de todo cuanto hacemos si en ello no hay el sentimiento de amor por los hermanos: que Dios es Padre y tiene siempre y sólo a sus hijos en el corazón.
H a y qu quien ien hace hac e la lass c o sas sa s p o r a m o r
ay quien hace las cosas «por amor». Hay quien
las hace buscando «ser el Amor». Quien hace las cosas «por amor» las puede hacer bien, pero, creyendo hacer un gran servicio al hermano, quizás enfermo, puede aburrirlo con sus charlas, con sus consejos, con sus favores, con una caridad poco acer ac erta tadd a y molest mo lesta. a. Pobrecillo: él tendrá un mérito; pero el otro tiene un peso. Y esto es porque hace falta «ser el Amor». Nuest Nu estro ro destin des tinoo es como com o el de los astro as tros. s. Si giran existen, si no giran no existen. Nosotro Nos otross somos —en el sent se ntid idoo de que, no nues nu estra tra vida, sino la vida de Dios, vive en nosotros— si no cesamos de amar ni un instante. El amar nos sitúa en Dios y Dios es el Amor. Pero el Amor, que es Dios, es luz, y con la luz se ve si nuestro modo de acercamos y de servir al hermano es conforme al Corazón de Dios, como el hérmano lo desearía, como soñaría si tuviese al lado a Jesús y no a nosotros.
Cualquiera que no renuncie
C
UALQUIERA que no renuncie a todo cuanto pose po see, e, no pu pued edee s e r m i di disc scíp ípul ulo» o».. «Cual-
quiera», Así, pues, las palabras de Jesús se dirigen a todos los cristianos. «Todo». Lo pide a todos para ser cristianos. No podemos e s tar ta r ligados ni siquiera siqu iera a nues nu estra tra alma (que es una de nuestras posesiones) sino que debemos desligamos de todo. Y en esto, Jesús Abandonado, es el Maestro Universal.
La L a s ví vírg rgen enes es p r u d e n te tess y las vírgenes necias
a s vírgenes
prudentes y las vírgenes necias.
El aceite es el amor. Quien tiene amor es virgen. Por tanto —mirando las cosas de modo divino— es más virgen la Magdalena que muchas vírgenes orgullosas de su propia virginidad, o que, de cualquier modo, no aman. Y Jesús no puede conocerlas, porque el Amor conoce sólo al Amor. El esposo reconoce a la esposa en la que lleva su apellido, algo de Él, casi Él mismo transferido en ella, uno con Él. Ahora bien, Dios propiamente es la Caridad, nada más suyo que ella, puesto que es Su esencia.
Dio D ioss es po pode dero roso so,, es el O m ni nipo pote tent ntee
ios es poderoso, es El Omnipotente. María fue definida «la omnipotente por gracia». También Ella es poderosa: puede y obtiene. Nosotros somos miserables. Y aquellos que entre nosotros se creyeran distintos, precisamente por ello se alinean a nosotros. Pero quizás nuestra impotencia, nuestra pobreza —si —si amamos ama mos a Dio ios— s— nos puede servir. Puede Puede hacernos obtener algo. Si el Padre de los Cielos ha querido que Jesús fuese hermano nuestro; si para su venida ha pre parad par adoo en la huma hu manid nidad ad una un a Inmaculada, es porque estamos maltrechos, tenemos llagada el alma, somos pecadores. El pecado ha de odiarse. Pero la venida de Jesús a la tierra, a través de María, bien comprendida, puede hacem ha cemos os m orir or ir de alegría si Dio ioss no nos sostiene. Jesús en la tierra... hermanado con nosotros... que dice: «Todo lo que pidiéreis al Padre en mi nombre, os lo concederá», como el buen hijo de familia que movido a piedad, dice al hermano díscolo: «Ve al padre y pídeselo en mi nombre», seguro de obtenerlo.
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Jesús en la tierra... Jesús nuestro hermano... Jesús que muere entre ladrones por nosotros: Él, el Hijo de Dios» que se hace como los demás. También Él habla robado algo para nosotros: pero era el Ciclo que hubiéramos perdido para siempre. Tal vez también nosotros somos un poco poderosos ante el Corazón del Padre, si nos presentamos como somos: miserables criaturas, que quizá han cometido muchas faltas, pero que, arrepentidos y vueltos a su Amor, dicen: «En el fondo, si has venido a nosotros, es porque nuestra debilidad Te ha atraído, nuestra miseria Te ha movido a com pasión». pasión». Ciertamente, no hay madre o padre terrenos que, esperando a un hijo perdido, hagan más por su retomo que el Padre Celestial,
La p rud ru d en encc ia
o que arruina a cierta» alma» es una faUa «prudencia» —así la llaman—. Es una prudencia humana y aparece cada vez que aflora lo divino. Parece una virtud y es más antipática que el vicio. No quiere quier e sacud sac udir ir a nadie. Deja que lo loss ricos vaya vayann al infierno («ya recibieron su recompensa») porque no los ilumina. ¡ Quién sabe lo que podría suceder! Deja que en la familia vecina se den bastonazos, y quizá se maten, porque podrían decir que uno se entromete en los asuntos de otros, o se podría acabar como testigo ante un tribunal. |Y son com plicaciones molestas mole stas!! Aconsej Aconsejaa moderació moderaciónn a lo loss santos, porque les podría suceder algo malo. Esta prudencia se aísla y aísla, como una mordaza, porqu po rquee nace del del miedo. miedo. Sobre todo quiere tener a raya a Dios, porque si Él obrara demasiado en el mundo, a través de sus hijos fieles, podría provocar una revolución, y • tales hijos, al igual que a Cristo, les podría costar la vida, odiados por el mundo como Él. Es un falso don, y creo que es cultivada o secun * dada por el diablo, que puede en tal clima trabajar más.
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Hubo uno que no la tuvo jamás. Fue Cristo Jesús. Cuando salió a predicar, en su primera lección, querían matarlo en seguida. «Pero Él, pasando entre ellos, marchó». Mirando Su vida con los ojos de estos prudentes, se diría que es toda una imprudencia. No sólo eso: sino que si estos prudentes fueran lógicos en su razonar, llegarían a concluir que la muerte, la cruz, se la ganó Él mismo... con su imprudencia. Creo que no hay una sola palabra de Jesús que no choque contra esta gente. Esto es porque Dios y el mundo están en antítesis perfecta y únicamente aquellos que saben elevarse del mundo para seguir la huella de Cristo pueden dar alguna esperanza a la humanidad.
Ent E ntré ré en la igl igles esia ia
n t r é un día en la iglesia, y con el corazón lleno
E de confianza, Le pregunté: «¿Por qué quisiste
quedarte en la tierra, en todos los lugares de la tierra, en la dulcísima Eucaristía, y no encontraste —Tú —Tú que eres Dios Dios— — un modo de tra tr a e r y dejar tam bién aquí aqu í a María, la Madre de todos nosotros, lo loss que peregrinamos en el mundo?» En el silencio parecía que respondiese: «No la traje porque quiero volver a verla en ti. Aunque no seáis inmaculados, mi Amor os virginizará, y tú, vosotros, abriréis los brazos y el corazón de madres a la humanidad que, como entonces, tiene sed de su Dios y de la Madre de Él. A vosotros, pues, os corres cor respo ponde nde m itigar itig ar los dolores, las llaga llagas, s, enjugar las lágrimas. Canta las letanías y trata de reflejarte en ellas.»
Es E s ta tabb a en enfe ferm rmoo
H un hospital. Tenía inutilizados el tórax y un brazo, el brazo br azo derecho. derech o. Con Con el izquier izq uierdo do se las e visto un hombre enyesado en el corredor de
arreglaba para hacerlo todo... como podía. El yeso era una tortura, pero el brazo izquierdo, si bien más fatigado a la noche, se robustecía trabajando po p o r los dos. Nosot No sotros ros somos somo s miem mi embr bros os el u no del o tro tr o y el n u e s tro tr o d e b e r. servicio recíproco es nu Jesús no sólo nos lo ha aconsejado, nos no s lo ha man m anda dado do..
Cuando, por caridad, sirvamos a alguien, no nos creamos santos. Si el prójimo es impotente, debemos ayudarle, y ayudarle como él mismo se ayudaría si pudiera. De otro modo ¿qué clase de cristianos somos? Si después, cuando llegue nuestra hora, tenemos necesidad de la caridad del hermano, no nos sintamos humillados. En el Juicio Final oiremos repetir a Jesús: «Esta ba en enfe ferm rmoo y m e v isit is itaa s te te»» ... .. . estaba encarcelado, estaba desnudo, hambriento..., pues a Jesús le gusta esconderse precisamente en el que sufre, en el necesitado.
Sintamos por eso también entonces nuestra dignidad y demos gracias de todo corazón a quien nos ayuda, pero reservemos el más profundo agradecimiento para con Dios, que ha creado el corazón humano caritativo; para con Cristo, que, difundiendo con su sangre la Buena Nueva y sobre todo «Su» Mandamiento, ha impulsado a un número inmenso de corazones a moverse en ayuda mutua. Mediante este mandamiento Jesús ha diferenciado a los cristianos de todos los siglos, de los demás hombres que todavía no han entrado en su Iglesia. Si nosotros, los cristianos, no manifestamos esta característica, venimos a confundimos con el mundo, perdiendo el honor de ser tenidos por p or «hijos de Dio ios» s».. Y —como necios— no aprovechamos el arma, tal vez la más fuerte, para dar testimonio de Dios en nuestro ambiente congelado por el ateísmo paganizante, indiferente y supersticioso. ¡ Que el mundo atónito pueda contemplar un espectáculo de concordia fraterna y diga de nosotros —com —comoo de los que gloriosamente gloriosamente nos nos prece precedi dieeron—: «Mirad cómo se aman».
La L a vida vid a de los s a n tos to s
vida de los santos es única aunque muy variada. Habiéndose dado a Dios, están bajo el cuidado particular de Él que, como sumo artista y sumo Amor, realiza en ellos obras maestras divinas. Espíritus angélicos y ojos de santos saben comprenderlos, o la inteligencia iluminada por una gracia singular de Quien en la Iglesia debe juzgarlos. Para los demás, por lo general, son invisibles en su íntimo ser, incomprendidos, porque en el santo vive Dios más que el hombre y sólo los puros de corazón ven a Dios. La vida del santo está compuesta de abismos y de cumbres: profundos abismos, noches negras como el infierno, galerías oscuras, donde el alma, invadida por una luz absolutamente superior, se encuentra deslumbrada en una oscura contemplación y sumergida en un mar de angustia o casi de desesperación, por la clara constatación de la propia nada y de la propia miseria. El santo pasa meses, años, en los que su único anhelo es morir en el seno de Dios, del Cual se siente a veces irremediablemente separado. La vida es una muerte atroz; y, el sueño, un alivio, una tregua, casi una caricia para el alma llagada. a
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Transcurre un largo período en el cual grita invocando el perdón, la salvación, el santo que ya nada tiene en su corazón sino a Dios, su Dios... Después, tras un prolongado laborío, en un crisol comparable al purgatorio, el alma del santo es atraída lentamente por su divino artífice hacia una vida serena, plena, luminosa, operante e inalterable a cualquier golpe; pero en ella ahora no vive ya ella, vive glorioso y fuerte, honrado y escuchado, el Creador y el Señor de todo corazón humano. Es la hora en que en el santo florece un divino vigor desconocido e insólito, que sintetiza en su espíritu las virtudes que más contrastan: la mansedumbre y la fuerza, la misericordia y la justicia, la sencillez y la prudencia. Goza de la vida en Dios y ofrece a su Señor «sacrificios de júbilo», con una alegría que el mundo no conoce, y se ve constreñido a decir que ningún sueño es comparable a la divina y fantástica —por ser plena de amor— armoniosísima y fructuosísima Vida que él posee. Y Dios se sirve de él para sus grandes obras que componen y adornan la Ciudad Celeste, la Iglesia, destinada a volver a Dios como bella y digna esposa de Cristo que la ha fundado.
Es solamente una la vida dada al hombre; con pendría a cada cad a cual pone po nerla rla en manos man os de Aquél Aquél que se la ha dado: esto sería —en el hombre racional y libre— el mayor acto de inteligencia y el modo de mantener y extender en un plano divino la propia libertad; sería la deificación del propio ser miserable en nombre de Aquél que ha dicho: *Dii estis».
El tiempo se me escapa veloz
El tiempo se me escapa veloz. {Acepta mi vida, Señor! fe tengo en el corazón, es el Tesoro que debe informar mis acciones. Tú sígueme, mírame, es Tuyo el amar: gozar y sufrir. Que nadie recoja un suspiro. Oculto en tu Tabernáculo vivo, trabajo para todos. [El tocar de mi mano sea Tuyo, sólo Tuyo el acento de mi voz! íQue en este andrajo mío, Tu Amor vuelva al mundo angustiado con el Agua que mana abundante de Tu Llaga, Señor! Esclarece, divina Sapiencia, la oscura tristeza de tantos, de todos. María resplandezca.
An A n t e s de sub su b ir a l C alva al vari rioo
de subir al Calvario, en las horas quizás A más íntimas que Jesús haya pasado con sus apóstoles, durante la última cena, hablándoles, dijo: «Hijitos míos...», que incluso algunos traducen «Niños míos...». Se había hecho hombre por ellos y ahora iba a derramar la sangre de aquel modo, por su salvación. Con razón podía llamarlos «hijos». Luego, muere en la cruz y, tres días después, se aparece a la Magdalena que lloraba y le dice: «Ve a mis hermanos y diles: Voy a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». ntes
Es verdadero y divino amor, amor encarnado en Jesús, aquél que le hace decir «hijos», no sólo a sus discípulos presentes sino, por ellos, a cuantos Le seguirán después. Pero se muestra todavía más Amor cuando dice a la Magdalena: «Ve a mis hermanos». Dios como Padre aún es imaginable, ya que en el padr pa dree hay siempre siem pre una un a superioridad superiorida d que que lo distingue del hijo. Pero Dios como hermano, que con nosotros adora
en el Cielo al Padre Suyo y nuestro, es un misterio tal que sólo se puede vislumbrar si se piensa que Dios es verdaderamente el Amor. A m or que después de haber merecido, como El Am Hombre, todos los títulos de paternidad hacia los hombres, por los cuales se encarnó, vivió y murió, al límite final de Su vida terrena, se pone al lado de aquéllos a quienes reunió con el Padre, hechos partícip par tícipes es de Su Divinidad, hechos hec hos p o r su Amor Amor,, semejantes a Él. Se dice, en realidad, que el Amor nos hace seme jan ja n tes te s a quien qui en se ama am a y esto es to se ve en Jesús Jes ús con con una claridad y luminosidad únicas. Lo que caracteriza a Jesús Salvador es que aquellas palabras de fraternidad las dirigió a una mujer que había sido una pecadora. Y se sirve precisamente de ella para avisar a los Apóstoles, a los componentes de Su Iglesia naciente. El fin de la Encamación y de la Pasión de Jesús era la salvación de lo que se había perdido. Y Jesús tiende siempre hacia ello y no se desmiente jamás. También la Iglesia había sido fundada par p araa cont co ntinu inuar ar esta es ta misión mis ión y p o r eso el anuncio anuncio más extraordinario, el milagro más excelso, Jesús
lo hace saber a sus elegidos por medio de María Magdalena. Aquella muerte sobre todo había sido por ella, por los pecadores, a los que el amor y la Sangre de Jesús habían purificado y hecho dignos, incluso de anunciar, a quienes —por vocación— hubieran debido transmitirlo al mundo, el más grande mensaje que la humanidad jamás haya conocido y conocerá: la Resurrección de Jesús y, por Él y con Él, de cuantos lo aman.
el cristiano aprecia lo que el mundo desprecia o no es seguidor de Cristo. O el cristiano desprecia lo que el mundo aprecia o no es seguidor de Cristo. O el cristiano vive el curso de su propia existencia con el ánimo dispuesto a presentarse al más allá, o no es seguidor de Cristo. O el cristiano hace relucir a Cristo en cada acción de su vida terrena o no es seguidor de Cristo. O el cristiano es palabra encarnada del Papa, interpretación viva de los Obispos, o no es seguidor de Cristo. O el cristiano siente «con la Iglesia» y lleva con ella los dolores, los traumas de los cismas, la lucha abierta y continua del Enemigo o no es seguidor de Cristo. O el cristiano se prodiga por las masas e igualmente por un solo rostro cercano o no es seguidor de Cristo. O el cristiano revive a María, es alimentado por su Corazón y magnifica a la Madre juntamente con el Hijo, o no es seguidor de Cristo. O el cristiano se pulveriza a sí mismo y, sobre sus cenizas, glorifica a Dios, o no es seguidor de Cristo.
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O el cristiano arrastra con celo divino una turba de gente tras de Cristo, o no seguidor de Cristo. O el cristiano conoce y soporta la crítica, el odio, las persecuciones, o no es seguidor de Cristo. O el cristiano reacciona fuerte y constantemente a la avalancha de desidia, de pereza, de pecado, patrimonio del mundo, o no es seguidor de Cristo. O el cri crisstian tianoo divide divide con la espa es padda los afectos afectos te> rrenos y suscita la unidad en el plano divino, o no es seguidor de Cristo. O el cristiano desencadena la revolución de Cristo y da testimonio de Él con la unidad más compacta con sus hermanos, o no es seguidor de Cristo. Es cierto que aquella vez que apareció Jesús sobre la tierra no fue un hecho como todos los demás, o mejor que los demás, o un acontecimiento muy superior a los demás. Vino a la tierra Dios, el Creador del mundo, de las estrellas, de las inteligencias, del amor, de los ángeles, de los cielos... Dios no podía dejar las cosas como estaban o tan sólo mejorarlas. Debía imprimir en ellas el sello divino, que no so-
lamente perpetuase su Iglesia, sino que fuese una peren perenne ne reacc reacción ión contra lo loss hábitos hábi tos adquirido adqu iridos, s, las usanzas ya inveteradas desde siglos, contra leyes absurdas, producto de desviaciones espirituales, morales e intelectuales. Debía traer un signo preciso de contradicción contra la mentalidad del mundo, oscurecida porque estaba huérfana de Dios. La humanidad se había desarrollado en civilizaciones que dejaban atónitos a los pobres mortales, contentos, por desgracia muy a menudo, con alimentarse incluso de bellotas. La venida de Cristo, empero, ha hecho descender una sombra sobre aquello que antes el mundo estimaba, por la fuerza divina de la luz de Dios, enriquecida después en los siglos por la Iglesia y distribuida perennemente por sus ministros, por sus fíeles, por sus santos. Los santos: he aquí a los verdaderos seguidores de Cristo. Tan próximos al pueblo y tan distintos de él. Cercanos al corazón de quien sufre e invoca, e inmensamente más excelsos que aquéllos a quienes bene benefic ficia ian. n.
Tan poco conocidos por los hombres, porque han vivido en un reino que no es de este mundo, y sin embargo tan conocidos por la humanidad porque de ellos ha salido una luz que difícilmente se oscurece. Desgraciadamente para muchos, que, aun siendo fieles, no aman y por consiguiente no ven, el santo es bien poca cosa. Por lo cual Don Bosco es solamente aquella vulgar estatua sonriente, pero fría; Santa Rita es la cara térrea y dolorida de una monja con la espina en la frente; Santa Clara la pin p intu tura ra de Martini que dirá dir á mucho a lo loss artista arti stass pero per o poco a los cristianos. Y San Ignacio, Ignacio, el gran caballero del Siglo XVI que no nos comunica su ardor, su extremada obediencia, su servicio, cual caballero de Cristo, a la Iglesia. Los santos han mitigado llagas, han recogido harapientos, hombres abandonados, huérfanos, mujeres perdidas, locos. Han aliviado encarcelados, confortado moribundos, enardecido vírgenes, arrastrado masas... Pero los santos no han hecho todo esto sólo porque los viejos eran repudiados por la sociedad, porqu por quee los pobres pob res afeaban las casas y las calle calless
de los ricos, porque a los niños abandonados no los recogía nadie. El santo hace lo que hace —y alza monumentos de caridad a lo largo de todos los siglos— sobre todo porque precisamente precisame nte en lo loss mendi mendigos gos,, en lo loss huérfanos, en los enfermos, en quienes el mundo rechaza, ha visto, y muchísimas veces también con estos ojos, el bellísimo rostro de Cristo, reflejo humano perfecto del Verbo de Dios, que es la Luz, la Belleza absoluta. Los santos han escogido lo mejor. Han buscado cuanto tenía verdadero valor y han pasado por el mundo olvidando lo que tenía un precio miserable. Han buscado el Tesoro, han despreciado las vanidades. Y han obrado así porque ellos veían, y los demás eran ciegos: en verdad, el ojo del Santo es una mirada de Dios sobre la tierra.
Cuando se. ha conocido el dolor
ha conocido el dolor en todos s u s matices más atroces, en las congojas más diversas, y su han tendido las manos hacia Dios en mudas y desgarradoras súplicas, en invocaciones de ayuda, en callados gritos de socorro; cuando se ha bebido el fondo del cáliz, y se ha ofrecido a Dios, durante días y años, la propia cruz, confundida con la Suya, que la valoriza de un modo divino, entonces Dios tiene piedad de nosotros y nos acoge en la unión con £1. Es el momento en que, después de haber experimentado el valor único del dolor, después de haber creído en la economía de la cruz y haber visto sus efectos benéficos, Dios muestra en forma más elevada y nueva algo que vale más aún que el dolor.
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u a n d o
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Es el amor a los demás en forma de misericordia, el amor que abre corazones y brazos a los
miserables, a los pordioseros, a los desesperados de la vida, a los pecadores arrepentidos. Un amor que sabe acoger al prójimo desviado, ami go, hermano o desconocido, y lo perdona infinitas veces. El amor que hace más fiesta a un pecador que vuelve, que a mil justos, y pone a disposición de
Dios inteligencia y bienes, para permitirle demostrar al hijo pródigo la felicidad por su retomo. Un amor que no mide ni será medido. Es una caridad floreciente, más abundante, más universal, más concreta que aquélla que el alma poseía antes. Ella siente en efecto nacer en sí sentimientos semejantes a aquéllos de Jesús, se da cuenta de que afloran a sus labios, para cuantos encuentra, las divinas palabras: «Tengo compasión de esta gente». Y entabla con tantos pecadores, qué vienen a ella porque porqu e es un poco la imagen imagen de Cristo Cristo,, colocoloquios semejantes a los tenidos un día por Jesús con la Magdalena, con la samaritana, o con la adúltera. La misericordia es la última expresión de la caridad, aquélla que la completa. Y la caridad supera al dolor, porque éste es sólo de esta vida, mientras que el amor perdura tam bién bién en la otra. otra . Dios prefiere la misericordia al sacrificio.
Es inconcebible
s inconcebible, es extraordinario, es algo que se E graba cada vez más profundamente en mi ánimo, el que Tú estés allí, en silencio, en el Sagrario. Voy a la iglesia por la mañana y allí Te encuentro. Corro a la iglesia cuando te amo y allí Te encuentro. Paso por allí por casualidad o por costumbre o por respeto, y allí Te encuentro. Y cada vez me dices una palabra, me rectificas un sentimiento, vas componiendo, realmente, con notas diversas, un único canto que mi corazón sabe de memoria y me repite una sola palabra: eterno amor. ¡Oh Dios, no podías idear algo mejor! Aquel silencio Tuyo en el cual la algazara de nuestra vida se amortigua, aquella palpitación silenciosa que absorbe toda lágrima, aquel silencio... aquel silencio más sonoro que un angélico cántico; aquel silencio que a la mente dice el Verbo, al corazón da el bálsamo divino; aquel silencio, en el cual cada voz se halla de nuevo encauzada, cada plegaria vuelve a sent se ntirs irsee tran tr ansf sfor orm m ada; ad a; aquella arcana presencia Tuya... Allí está la vida, allí está la espera; allí nuestro pequeño corazón reposa para pa ra reem re empr pren ende derr sin treg tr egua ua su camino.
i en una ciudad se prendiese fuego en distintos lugares, incluso un fuego modesto y pequeño, pero que resistiese todos todos los embates, embate s, en poco tiempo la ciudad quedaría incendiada. Si en una ciudad, en los puntos más dispares, se encendiese el fuego que Jesús ha traído a la tierra y este fuego resistiese, por la buena voluntad de los habitantes, al hielo del mundo, tendríamos en poco tiempo encendida la ciudad de amor de Dios. El fuego que Jesús ha traído a la tierra es Él mismo, es Caridad: aquel amor que no sólo une el alma a Dios, sino las almas entre sí. De hecho, un fuego sobrenatural encendido, significa el continuo triunfo de Dios en almas dadas a Él y porque, estando unidas a Él, lo están entre sí. Dos o más almas fundidas en nombre de Cristo, que no sólo no tienen temor o vergüenza de declararse recíproca y explícitamente su propio deseo de amor de Dios, sino que hacen de la unidad entre ellas en Cristo su ideal, son una potencia divina en el mundo. Y en cada ciudad estas almas pueden surgir en las familias: padre y madre, hijo y padre, madre y suegra; pueden encontrarse en las parroquias, en
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las asociaciones, en las sociedades humanas, en las escuelas, en las oficinas, en cualquier parte. No es necesario que sean ya santas, san tas, porque porq ue Jesús Jesús lo habría dicho, basta que estén unidas en nombre de Cristo y no cejen nunca en esta unidad. Natura Nat uralme lmente nte están est án destinad dest inadas as a permanece perm anecerr por poco tiempo dos dos o tres, tres , porqu po rquee la caridad carid ad es difudifusiva de por sí y aumenta en proporciones enormes. Cada pequeña célula, encendida por Dios en cualquier punto de la tierra, se propagará necesariamente y la Providencia distribuirá estas llamas, estas almas llamas, donde crea oportuno, a fin de que el mundo sea en muchos lugares restaurado al calor del amor de Dios y vuelva a esperar. Pero hay un secreto, para que aquella célula abrasada se ensanche hasta formar tejido y vivifique las partes del Cuerpo Místico: el que aquéllos que la componen se lancen a la aventura cristiana, que significa hacer de cada obstáculo un trampolín. No No «soportar» «soportar » la cruz cualquier cualquie r que sea el cariz cariz que presente, sino esperarla y abrazarla minuto a minuto como hacían los santos. Decir cuando llega: «¡ Ésta es la que quería, Señor! Sé que estoy en la Iglesia militante donde es pre
luchar. Sé que me espera la Iglesia triunfante, donde te veré por toda la eternidad. Aquí en la tierra, a toda otra cosa prefiero el dolor, porque con Tu vida me has dicho que allí está el verdadero valor». Y una vez dicho que sí al Señor, el alma debe vivir con plenitud el momento que sigue, no pensando en sí misma, en su sufrimiento, sino en el de los demás, o en las alegrías de los demás, que debe compartir, o en las cargas de los demás que debe llevar con ellos, o en el cumplimiento de los pro pios deberes, sobre los cuales cuales,, por po r voluntad de Dios, para que sean elevados a oración continua, ha de volcarse la atención de toda la mente, el afecto de todo el corazón, todo el vigor de las propias fuerzas. fuerzas. Es el «carpe diem» cristiano, el pequeño secreto con el cual se construye, ladrillo a ladrillo, la ciudad de Dios en nosotros y entre nosotros. Y nos inserta, ya desde la tierra, en la Divina Voluntad, que es Dios, Eterno presente. císo
e imagino una ciudad de oro donde lo divino M resalta, esplendoroso de luz, y lo humano hace de fondo, confundiéndose en la sombra para dar más relieve al esplendor. Cada iglesia, cada sagrario, reluce más que el sol, porqu po rquee ahí se ha h a quedado queda do el Amor de los Amores Amores.. En el alma de quienes representan a la Iglesia, en la Jerarquía que estructura la sociedad divina, ba jada del cielo cielo a la tierr tie rra, a, encuen enc uentro tro una un a miríada miría da de perlas espléndidas: son las gracias depositadas por po r Dios Dios,, p o r las manos man os de la Virgen, Virgen, en aquel cacanal que no tiene otro fin sino saciarme de luz, alimentarme de la miel celeste, más que una celeste madre que nutre a su niño. Y si, recogida en Dios, abro el libro de la Vida y leo las Palabras eternas, siento en mi alma cantar una armonía luminosa y el Espíritu de Dios irradiarme con sus dones. Al contacto con cualquiera, noble o desarrapado, percibo transfi tran sfigu gurad radoo cada cad a rost ro stro ro en el hermosísimo Rostro del Verbo Encarnado, Luz de la Luz. Entrando en casa de hermanos que se aman, de familias unidas en Cristo, veo un reflejo divino de
la Trinidad, oigo pronunciada por la comunidad la Palabra que es Vida: Dios. Dios es el oro de mi ciudad, frente a quien el sol se oscurece, el cielo se empequeñece, toda la belleza y majestuosidad de la Naturaleza se retiran felices a hacer de corona, a servir de marco. Y esta ciudad está en cada ciudad y todos la pueden ver, con tal de que nuestra alma, apagándose, se pierda en Dios y se encienda en ella el fuego del amor divino.
La pequ pe queñ eñaa semilla semi lla
visto alguna vez cómo en una callejuela abandonada, pero acariciada por la prima vera, apunta la hicrbecllla y vuelve a florecer sin descanso, la vida?
H
a s
Otro tanto le sucede a la humanidad que te rodea, si tú dejas de mirarla con ojos humanos y la reconfortas con el rayo divino de la caridad. El amor sobrenatural en tu espíritu es un sol que no admite interrupción en el reflorecer de la vida. Es una vida que hace de piedra angular en el rincón de tu vida. No No hace hace falta nada más para pa ra levantar levan tar al mundo mundo,, para llevarlo de nuevo a Dio ios. s. El hablar donoso, la finura del trato, el fulgor del arte, la carga de la cultura, la experiencia de los aflos, son dotes que ciertamente no hay que descuidar. Pero para el Reino Eterno vale más aquél que tiene más vida. Es buena y bella, sabrosa y coloreada la tajada aromática de una manzana, pero enterrada, muere y no queda ni rastro de ella. La pequeña semilla, que al paladar no agrada por insípida e insulsa, enterrada, produce nuevas manzanas.
Así es la vida en Dios, la vida del cristiano, el camino incandescente de la Iglesia. Ella, alta y solemne, descansa sobre columnas que los siglos llamaron insensatas, necias, dementes...; sobre las cuales se lanzó la furia del príncipe del mundo para destruirlas hasta el último retoño. Permanecieron. El Padre las podó para que unidas a la vid dieran abundantes frutos y las exaltó, gloriosas, en el Reino de la vida. Tú y yo, el lechero, el campesino, el portero, el pesc pescad ador or,, el obrer obrero, o, el vendedor de periódic per iódicos.. os.... Y todos los demás, idealistas desilusionados, madres colmadas de trabajo, enamorados próximos a la boda, viejecitas consumidas en espera de la muerte, muchachos ardientes, todos. Todos son materia prima para la sociedad de Dios: basta en ellos un corazón que tenga alta, derecha, apuntando a Dios, la llama del amor.
Los Lo s S a n tos to s
Los Santos son los grandes que, oída del Señor su grandeza, juégan jué ganse se por po r Dios Dios,, como hijos hij os suyos, suyos, todas sus cosas. Dan sin pedir nada a cambio. Dan la vida, el alma, la alegría, todo vínculo terreno, toda riqueza. Libres y solos lanzados al infinito, esperan que el Amor los introduzca en los Reinos eternos; pero ya en esta vida sienten llenarse el corazón de amor, del verdadero amor, del único amor que sacia, que consuela, de aquel amor que rompe los párpados del alma y da lágrimas nuevas. ¡ Ah! Ningún hombre sabe lo que es un santo. Ha dado y ahora recibe; y un flujo continuo pasa pas a entr en tree cielo y tie ti e rra, rr a, liga la tierra al cielo y fluye del abismo ebriedad rara, linfa celeste,
que no para en el santo, sino que pasa sobre los cansados, los mortales, los ciegos y paralíticos del alma, y traspasa y rocía, levanta, atrae y salva. Si quieres saber qué es amor pregúntalo al Santo. Santo.
Te he encontrado
he encontrado en tantos lugares, Señor! Te T he sentido palpitar en el silencio profundo de una ermita alpina, en la penumbra del Sagrario de una catedral vacía, en el palpitar unánime de una muchedumbre que te ama y llena las arcadas de tu iglesia de cantos y de amor. Te he encontrado en la alegría. Te he hablado más allá del firmamento estrellado, mientras, de noche y en silencio, volvía del trabajo a casa. Te busco y a menudo Te encuentro. Pero donde siempre Te encuentro es en el dolor. Un dolor, cualquier dolor, es como el son de la campanilla que llama a la esposa de Dios a la oración. Cuando aparece la sombra de la cruz, el alma se recoge en el tabernáculo de su intimidad y, olvidando el tintineo de la campana, Te ve y Te habla. Eres Tú quien viene a visitarme. Soy yo quien Te respondo: «Heme aquí, Señor, Te quiero. Te he querido». Y en este encuentro, mi alma no siente su dolor, sino que está como embriagada en tu amor, invadida por Ti, impregnada de Ti: yo en Ti, Tú en mí, a fin de que seamos uno. e
Y luego abro de nuevo los ojos a la vida, a la vida menos verdadera, divinamente aguerrida para conducir tu guerra.
N o h a y espi es pina na sin si n rosa
muchísimos hombres no viven porque no ven. Y no ven porque miran al mundo, las cosas, los familiares, los hombres, con sus propios ojos. Mientras que para ver bastaría seguir cada acontecimiento, cada cosa, cada hombre, con los ojos de Dios. Ve quien se inserta en Dios, quien reconociéndolo «Amor», cree en Su amor y razona como los santos: «Todo lo que Dios quiere y permite es para mi santidad». Por lo cual alegrías y dolores, nacimientos y muertes, angustias y gozos, fracasos y victorias, encuentros, conocimientos, trabajo, enfermedades y desocupaciones, guerras y calamidades, sonrisas de niño, afecto de madres, todo, todo es materia prima par p araa nues nu estr traa santida san tidad. d. En torno a nuestro ser gira un mundo de valores de toda clase, mundo divino, mundo angélico, mundo fraterno, mundo amable y también mundo adverso, dispuestos por Dios para nuestra divinización, que es nuestro verdadero fin. Y en este mundo cada uno es centro, porque ley de todo es el amor.
Y si para, el equilibrio divino y humano de nuestra vida debemos, por voluntad del Altísimo, amar, amar siempre al Señor y a los hermanos, la voluntad y la permisión de Dios, los otros seres —lo sepamos o no lo sepamos— sirven, se mueven en su existencia por amor a nosotros. De hecho, para quienes aman, todo coopera al bien. Con los ojos oscurecidos e incrédulos, a menudo no vemos que todos y cada uno han sido creados como un don para nosotros y nosotros como un don para ellos. Pero es así. Y un misterioso vínculo de amor une hombres y cosas, guía la historia, ordena el fin de los pueblos y de los individuos, en el respeto de la más alta libertad. Pero después de algún tiempo en que el alma abandonada en Dios ha hecho ley suya «creer en el amor amor», », Dio Dioss se le manifiesta y ella, ella, adq a dquir uirien iendo do una un a visión nueva, ve que de cada prueba recoge nuevos frutos, que a toda lucha sigue una victoria, que sobre cada lágrima florece una sonrisa nueva, siem pre nueva porque Dio ioss es la Vida Vida,, que perm pe rmite ite la tortura, el mal, para un bien mayor. Comprende cómo el camino de Jesús no culmina
en el «Via crucis» y en la muerte, sino en la resurrección y en la ascensión al Cielo. Entonces el modo de observar las cosas a lo humano pierde color y sentido, y lo amargo ya no intoxica las breves alegrías de su vida terrena. Ya no le dice nada la melancólica frase: «No hay rosa sin espina», antes bien, por la ola de la revolución de amor en que Dios la ha arrastrado, para ella cuenta mucho más esta otra: «No hay espina sin rosa».
El mundo está hecho de descontentos
mundo está hecho de descontentos porque el E hombre no ha dado con el manantial de su felicidad. El astro brilla en el cielo y la tierra subsiste porque se mueve: el movimiento es la vida del universo. El hombre es plenamente feliz sólo si pone en marcha y mantiene encendido el motor de su vida: el amor. Incluso quien se dice feliz porque ha contraído un buen matrimonio, porque ha heredado, porque vive del lujo, de la caza, de las diversiones, tarde o temprano experimenta vacíos inevitables en el alma. En cambio, el desgraciado, a quien la vida parece negarle todo, si se pone a amar, posee más que el rico y goza sobre la tierra la plenitud del Reino de los Cielos. Es una verdad, una realidad. La humanidad languidece en busca de paz, espera, construye para llegar a gozar, pero llegado el momento, se entristece aguardando la muerte que desearía no llegase jamás. ¡ Los hijos de María son los hijos del amor! Coml
baten bate n con un arm ar m a que es la Vida misma del hombre. Su lucha es recomponer, ordenándolas, almas y sociedades para que brillen las unas más que las estrellas y compongan las otras constelaciones duraderas en los pabellones eternos del Dios de los vivos. Si el hombre viese, como Dios ve, a los hombres, sentiría horror. Porque incluso los mejores, los que se han elevado con el arte o con la ciencia por encima de lo común, han desarrollado únicamente una parte del espíritu, dejando el resto atrofiado. Sólo el amor en un alma, sólo Dios en un alma puede di dila lata tarr en ella el esplendor, sin perder per der el equilibrio de las partes. Un alma que ama es un pequeño sol en el mundo, que transmite a Dios. Un alma que no ama vegeta, y es poco de la Iglesia, nada de María, antítesis de Cristo. El mundo tiene necesidad de una invasión de amor y éste depende de cada uno. El hombre es el de pósito de este precioso elemento: eleme nto: el hombre en gracia de Dios. Mueren cada día un número enor-
me de hombres, incluso los grandes, y queda poco de ellos. Pasa un Santo a la Vida eterna, despea tando, cuando el Señor lo llama, a la idéntica vida de antes, transformada, y todos hablan de él. Y su memoria pasa de generación en generación y su ejemplo es seguido por muchísimos. Sobre aquel lecho, que sostiene un cuerpo y no ya un alma, nadie alcanza a comprender la muerte, pero en cambio todos advierten lo que es la vida. El amor no muere y, porque sirve, hace rey. Rey y reina siguiendo Aquélla que, esclava del Señor, fue exaltada como Reina del Universo.
Si un alma se da sinceramente a Dios
i un ¿Urna se da sinceramente a Dios, Él la traS baja ba ja.. Y dolor dolo r y amor am or son la m ater at eria ia prim pr imaa de este juego divino. Dolor para ahondar abismos en el alma. Amor para suavizar el dolor y amor aún que llena el alma, dándole el equilibrio de la paz. El alma advierte que se encuentra bajo la poderosa mano de Dios y está en silenciosa espera a contem plar, pla r, incluso inclu so e n tre tr e lágrim lág rimas, as, la obra ob ra del Amado Amado.. Pero a veces Dios trabaja el alma hasta tal punto que ésta es triturada por desgarros más dolorosos que la muerte. No siente ayuda ni apoyo espiritual de nadie. Para ella, toda la tierra se ha convertido en un desierto interminable. Nace Nace entonces ento nces un milag mi lagro ro nuevo, una un a fe sin confines, una confianza desesperada en aquel Dios que, para pa ra p rep re p arar ar arla la p a ra el cielo, p erm er m ite it e sus dolores y sus noches: y se inicia entre Dios y el alma un coloquio nuevo, que sólo Dios y el alma conocen. Ella dice: «Señor, Tú ves que estoy circundada de tinieblas de muerte, Tú adviertes la extrema incer tidumbre de mi espíritu y sabes que nadie parece que pueda tranquilizarlo. Cuídate de mí. Yo me fío de Ti. Y en la espera de venir a la Vida, traba jo por Ti, p or los in inte tere rese sess del ciel cielo* o*..
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Es como la corola de una flor abierta al amor de Dios y que, arrancada del tallo, sube hacia el sol, cada vez más cerca de su luz y su calor. Hasta que en el momento que Dios ha establecido se confundirá con él, nunca más incierta y sola, sino serena para siempre en el mar infinito de paz que es Dios.
El atractivo del tiempo moderno
aquí el gran atractivo del tiempo moderno: H sumirse en la más alta contemplación y permanecer mezclado con todos, hombres entre los hombres. Diría más aún: perderse en la muchedum bre p ara ar a in info form rmarl arlaa de lo divino divino,, como como se empapa una migaja de pan en el vino. Diría más aún: hechos partícipes de los designios de Dios sobre la humanidad, trazar sobre la multitud estelas de luz y, al mismo tiempo, compartir con el prójimo la deshonra, el hambre, los golpes, las breves alegrías. Porque el atractivo de nuestro tiempo, como el de todos los tiempos, es lo más humano y lo más divino que se pueda pensar, Jesús y María: el Verbo de Dios, hijo de un carpintero; la Sede de la Sabiduría, ama de casa. e
La L a obra obr a m aest ae stra ra del S a n to
entrar en el locutorio o en los largos correA dores de un convento, de reciente o antigua fundación, es frecuente encontrar en alguna de sus pare pa rede dess la figura fig ura del de l fund fu ndad adoo r, m ucha uc hass veces santo sa nto,, con la regla en la mano. Quien vive en el mundo, entra, mira y no entiende o comprende poco. En la mayoría de las personas un santo despierta siempre simpatías, incluso entre los no católicos y hasta entre los ateos. Pero la gente gusta imaginárselo o en los éxtasis de la contemplación o confundido entre el pueblo a quien beneficia, o en aquellos hechos que pasan de boca en boca y que qu e circu cir cund ndan an casi siempre siem pre la figura del santo. Hechos insignificantes, a veces, perpetuados en el tiempo por una frase, por un gesto, que ningún hombre habría dicho o hecho sino aquel santo, porque estaba guiado por Dios, gesto en el cual se hace patente el inconfundible encuentro entre lo divino y lo humano, que da una nota nueva, a veces revolucionaria, en el vivir aburrido y siem pre igual igual del mundo. mund o. l
Pero el santo fundador no es sólo esto. El fundador es un hombre que ha hecho cuanto
Dios quería, 4110 se ha esforzado —con una doria' ctóa de f 1 » Dios cada vez rnán completa y más amplia— en ser perfecto como el Padre, El santo es, en realidad/ un pequeño padre y la santa una pequeña madre, porque Dios es Amor y estar llenos de Dios significa hacerse partícipes de la divina fecundidad del Amor, Se comprende bien un fundador si se mira lo que ba hecho. La pequeña o grande grey que le ha seguido, que 61 lia ordenado en familia, con las leyes eternas del Evangelio, que sintió resonar con nueva y actual fuerza del Espíritu Santo en su espíritu, es la obra más Importante del santo: representa lo que para una madre es el hijo, su hijo. Cuando el fundador cree terminada la obra de Dios, abandonado en Él, como instrumento en las manos de un artista, traza las líneas esenciales de su obra y escribe una regla. Lo debe hacer y lo quiere hacer con la misma fuerza con la cual una madre dice; «Este es mi hijo y no otro». En el niño la madre ve recompensado todo su sufrimiento y es el m i s vivo recuerdo de sus alearía* y de del amor que la ha unido al padre.
l lene una determinada fisonomía, un carácter suyo,
una sangre suya. El ianto ama a Dio» con un «mor que dista del amor humano cuanto dista el cielo de la tierra, pequeño ueño* * e y cute amor Ye produce pe e inmcn*o* dolo pequeño* ueño* e Inefable» gozo» en el Dio* de las re*, pe biena bienave vent ntur uran anza za*. *. Pero alegría» y dolores no »on en »í mismos mismos un fin: non medio» para que la Igle»ia tenga una nueva obra de Dio io»», dond dondee el Seflor perf perfililaa una una deter deter** minada fisonomía, con característica» inconfundl' ble bles, s, donde pone la cang cangre re divina divina que que e« el par* ticular espíritu que la Informa y del cual debe beneficiars beneficiarsee parte part e de la humanidad humanidad de »u tiem tiemppo. La R eg i a atestigua, explica, fija, mantiene todo esto y porque así lo hace, es la obra maestra del santo.
Diplom Dip lomacia acia
uno Hora debemos llorar con él. Y si ríe, gozar con él. Así se reparte la cruz, llevada por muchos hombros y se multiplica la alegría, compartida por muchos corazones. Hacerse uno con el prójimo es un camino, el camino real para hacerse uno con Dios. Camino real porque en esta caridad está la fusión de los dos primeros y principales mandamientos. Hacerse uno con el prójimo por amor de Jesús, con el amor de Jesús, hasta que el prójimo, dulcemente herido por amor de Dios en nosotros, querrá hacerse uno con nosotros, en un intercambio recí proco proc o de ayudas, ayudas, de ideale ideales, s, de proyectos, de afectos. Hasta establecer entre los dos, aquellos elementos esenciales por los que el Señor pueda decir de nosotros: «Donde dos o más están unidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos». Es decir, hasta garantizamos, por cuanto está en nuestras manos, la presencia de Jesús y caminar en la vida siempre como pequeña iglesia en marcha, iglesia también en casa, en la escuela, en la oficina, en el parlamento. Caminar en la vida como como los discípulos de Emaús, con aquel Tercero entre nosotros que da valor divino a todo nuestro obrar. u a n d o
Entonces no somos nosotros, míseros y limitados, solos y dolientes, los que actuamos en la vida. Camina con nosotros el Omnipotente y quien permanece unido a Él da mucho fruto. De una célula nacen más células, de un tejido más tejidos. Hacerse uno con el prójimo en aquel completo olvido de sí mismo que posee —sin advertirlo y sin preocu pr eocupar parse se de ello— ello— quien se acuerda del del otro, del del prójimo. prójim o. Esta es la diplomacia de la caridad, que tiene muchas expresiones y manifestaciones de la diplomacia ordinaria, por lo cual no dice todo lo que podr po dría ía decir, pues no le gustarí gus taríaa al hermano y no sería agradable a Dios; sabe esperar, sabe hablar, llegar a la meta. Divina diplomacia del Verbo que se hace carne par p araa divinizamos. Pero que tiene un sello esencial y característico que la diferencia de aquélla de que habla el mundo, para pa ra el que decir dec ir diplomático es a menudo sinónimo de reticente o hasta de falso. La diplomacia divina tiene esto de grande y de suyo, tal vez sólo de suyo: que se mueve por el
bien bien del otro y por po r tanto tan to está es tá desprov desp rovista ista de toda sombra de egoísmo. Esta regla de vida debería informar toda diplomacia y con Dios se puede emplear, porque Él no es solo dueño de los individuos, sino Rey de las naciones y de toda sociedad. Si todo diplomático en sus propias funciones obrara impulsado por la caridad para con otro Estado como para con su propia patria, se vería hasta tal punto iluminado iluminado por po r la ayuda de Dio ios, s, que contricon tri buiría a establecer entre en tre los estad es tados os relaciones análogas a las que debe haber entre los hombres. La caridad es luz y guía, y quien es embajador, tiene todas las gracias para ser buen embajador. Que Dios nos ayude y dispongámonos nosotros a fin de que desde el Cielo pueda el Señor ver este espectáculo nuevo: Su testamento realizado entre los pueblos. A nosotros nos puede parecer un sueño. Para Dios en cambio es la norma, la única norma que garantiza la paz en el mundo, la valoración de los individuos en la unidad de aquella humanidad que ya conoce a Jesús.
"Ño hay corazón de hombre
O hay corazón de hombre, creo, y mucho menos de mujer, que, al menos una vez, especialmente en su juventud, no haya sentido la atracción del claustro. No es la atracc atr acción ión p o r u n a forma for ma claus cla ustra trall de vida, vida, sino por un algo que parece estar concentrado precisa pre cisame mente nte allí, entre en tre cuatro cua tro paredes, pared es, y que se deja sentir, sonoro, incluso de lejos. En las comunidades de las que, gracias a Dios, está sembrado el mundo, se encuentra la luz de la presenc pres encia ia de Dios, Dios, como las constelaciones en la noche oscura. Presencia que resalta viva, porque ha florecido sobre un fondo de personas que por Dios quisieron inmolar en la sombra su pobre apariencia. Estas casas de hermanos imidos en Dios están inmersas en el silencio, pero por la fuerza misteriosa de las cosas celestiales, hablan a los corazones de los hombres y, con una voz que el mundo desconoce, proclaman bienaventuranzas de unión con Dios que los hombres anhelan. Sin embargo, también mi casa puede tener el perfume del claustro; también las paredes de mi mo-
rada pueden convertirse en reino de paz, fortaleza! de Dtaa en medio del mundo. No es tanto el ruido exterior de la radio del vecino de al lado puesta a toda marcha, o el estrépito de loe autos, o los gritos de los vendedores amhtiianr#* los que quitan el encanto a m i casa; es más bien todo ruido dentro de mí, lo que hocc de mi morada morada una una plaza sin protec protección ción de muro», porque está sin protección de amor. El Señor está dentro de mí. Él querría morer mis actos, penetrar con su luz mi pensamiento, encender mi voluntad, darme, en fin, la ley de mí estar y de mi andar. Pero está mi yo, a veces, que no Lo deja vivir. Si posesión de deja de estorbar, Dios mismo tomará posesión todo mi ser y sabrá dar incluso a estos muros la grandiosidad de una abadía y a esta estancia el carácter sacro de una iglesia, a mi sentarme a la mesa la Albura de un rito, a mis vestidos el perfume de un hábito bendecido, al timbre de la puerta o dei teléfono la nota alegre de un encuentro con prolonga, a, los hermanos, que rompe, a la vez que prolong el coloquio con Dios, Entonce» sobre mi silencio hablará Otro y sobre
el apagarse de mi yo «e encenderá una luz. Y ¿st* brillará brilla rá muy lejo lejos, s, traspasando y casi consag consagran rando do estos muros que protegen un miembro de Cristo, un templo del Espíritu Santo. Y nueva gente vendrá a mi casa para buacar conmigo al Sefior y en nuestra común búsqueda amorosa, se acrecentará la llama y subirá de tono la melodía divina. Y mi corazón, aún estando en medio del mundo, no buscará ya otra cosa. Cristo será mi claustro, el Cristo de mi corazón, Cristo en medio de los corazones.
5í rú fue fu e ras ra s
estu es tudd ia iann te
i tú fueras un estudiante y por casualidad llegaras a saber las preguntas del examen final de curso, te tendrías por muy afortunado y estudiarías a fondo las respuestas. La vida es una prueba y al final de ella también hay que superar un examen: pero el amor infinito de Dios ha hecho saber ya al hombre cuáles serán las pregun pre guntas: tas: «Tuve hambre y Me diste de comer,
S
tuve tu ve sed se d y Me d iste is te de beber». beb er».
Las obras de misericordia serán materia de examen, aquellas obras en las cuales Dios ve si se Le ha amado verdaderamente, habiéndole servido en el hermano. Tal vez por eso, el Papa, Vicario de Cristo, sim plific plificaa a menudo la vida crist cri stian ianaa subray sub rayan ando do las obras de misericordia. Y nosotros hacemos la Voluntad de Jesús en el Cielo y de su Vicario en la tierra si transformamos nuestra vida en una continua obra de misericordia. En el fondo no es difícil y no cambia mucho de lo que ya estamos haciendo. Se trata de llevar cada relación con el prójimo a un plano sobrenatural. Cualquiera que sea nuestra vocación, de padres o
de madres, de campesinos o empleados, de dipU' lados o Jefes de Estado, de estudiantes u obreros, durante el día tenemos continuamente ocasión directa o Indirecta de dar de comer a los hambrientos, de instruir a los ignorantes, de soportar a las personas molestas, de aconsejar a los que tienen dudas, de rezar por los vivos y por los muertos. Una nueva intención a cada acción en favor del prójimo, prójim o, quienquiera quienq uiera que éste sea, sea, y cada día de la vida servirá de preparación para el día eterno, acumulando bienes que la carcoma no corroe.
¿Cómo hacernos santos?
a menudo que las almas se sienten atraídas por la idea de la santidad. Y tal vez sea precisamen precisamente te la gracia de Dio ioss que las traba tra baja ja,, suscitando semejante deseo. La consideración de la hermosura de un santo, la ínflngnría de su personalidad en su siglo, la revolución amplia y continua que ocasiona en el mundo, son a menudo combustibles primarios para el fuego de este anhelo. Pero a veces el alma, que se siente por ello tan dulcemente atormentada, se encuentra ante los santos como ante un desfiladero insuperable o un muro imposible de derribar. «¿Qué hay que hacer para hacerse santo?» —se nos pregunta—. «¿Cuál es la medida, el sistema, las prácticas, el camino?» «Si yo supiera que basta la penitencia, me disci plinaría de la mafiana a la noche. Si supiese que es preciso la oración, rezaría día y noche. Si fuese suficiente la predicación, querría recorrer ciudades y países, sin darme tregua para decir a todos la palabra palabr a de Dio ios.. s.... pero no sé, sé, no conozco conozco el camino». Cada santo tiene una fisonomía propia y se dis-
S
j c e d b
tinguen unos de otros como las más variadas flores de un jardín... Pero quizás hay un camino bueno para todos. Tal vez no hace falta buscar el propio sendero, ni trazarse un plan, ni soñar en programas, sino abismarse en el momento que pasa y cumplir en ese instante la voluntad de Aquel que se ha llamado «Camino» por excelencia. El momento pasado ya no es; el futuro tal vez jamás será nuestro. Pero es cierto que a Dios lo podemos amar en el presente que se nos ha dado. La santidad se construye en el tiempo. Nadie conoce conoce la propia, pro pia, ni, quizá, la ajena, mien mien tras vive. Sólo cuando el alma ha terminado su curso, ha superado la prueba, entonces revela al mundo el designio que Dios tenía sobre ella. A nosotros no nos queda sino construirla, insTanle por po r instan ins tante, te, correspo corre spondie ndiendo ndo con todo el corazó corazón, n, con toda el alma, con todas las fuerzas, al amor personal persona l que Dio ioss nos tiene, como como Padre nuestro nuestr o celeste; amor pleno según la largueza de la caridad de un Dios.
Tú táctica es única
e observado
que tu táctica es única, pero no monótona, quizá porque tu obrar eres Tú, Señor. Y Tú eres el amor siempre nuevo. Y tu táctica es ésta: cuando las almas se contentan con sombras —y no digo con sombras mortales—, es decir, cuando la vida es para Ti pero no eres Tu, Tú a menudo ofreces un dolor. Entonces el alma vuelve hacia Ti y dice su sí. Pero muchas veces aquel sí se perfuma de un profundo sentido de gratitud y se sumerge en una singular plegaria: «Sí, Señor, hallando la cruz te encuentro sobre ella. Gracias por haberme vuelto a llamar a Ti, y no sólo por lo que a Ti respecta, porque por que más que cualqu cua lquier ier otra cosa me atrae la soledad contigo, la misma que afrontaré forzosamente el día del encuentro, si no la hubiere elegido ahora con amor. Y tú, que todo lo puedes, concédeme en tu nombre que consiga el continuo coloquio entre Tú en mí y Tú, en el que acontecimientos, hombres y cosas no son más que combustible para nuestro puro amor». Sólo ésta es vida verdadera porque es centella de Ti, Vida sin engaño, sin desilusiones, sin treguas y sin crepúsculo.
Testigos de Cristo
verdad nuestra responsabilidad es grande E porque por que nosotro nos otross los cristianos crist ianos hemos de ser testigos de Cristo y, según sea nuestro comportamiento, los demás pueden intuir cuál es el mensaje que Jesús trajo a la tierra. Pero sucede que a veces el testimonio de Cristo, que nosotros damos, es poco o ninguno, o deforme de cualquier modo. Caracteres diversos y mentes díscolas a la acción de la gracia dan de Jesús una idea a su imagen y semejanza, por lo cual el mundo que ve y observa, deduce cuanto puede deducir de los datos que posee: pose e: que la religión, p o r ejemplo, dobla la cerviz a las personas, pero no la voluntad en su raíz más profunda, porque aquel cristiano, que se dice discípulo de Cristo, siendo aún él quien vive en sí mismo y no Cristo en él, proyecta una sombra que vela, en su persona, la religión que profesa. Por consiguiente continúa y se perpetúa trágicamente la separación de quienes se alejaron de aquéllos que, reviviendo el Amor que es Dios, habrían debido atraer el mundo y llevarlo al Señor. En fin, una religión que no gusta porque ha sido alterada, mientras permanece, aún en las personas n
más agnósticas, el encanto o al menos el respeto —tal —tal vez no expre expresad sado— o— hacia el mision mis ionero ero que se aventura en mares perdidos, dejándolo todo por Dios, o hacia el mártir que consuma su vida en la sangre. Y eso, todo eso, porque el cristianismo o es genuino y totalitario, o deja mucho que desear. Y eso vale para muchos casos que se advierten a primera vista; pero situándonos en un plano su perior, y más sutil, sutil, no es raro ra ro que al acerca ace rcam m os a quienes se han dado con verdadero impulso a Dios, nos encontremos a menudo con errores, tal vez prácticos, que desgradan desgradan y ensombrecen ensom brecen la belleza de nuestra fe. Hay quien, con recta intención, tiene del cristianismo una idea parcial y este concepto que aquel cristiano se ha formado no siempre es fruto del egoísmo y de otros vicios, aun espirituales. A veces el viaje sobre nuestro planeta es tan duro, y este «valle» tan lleno de lágrimas, que el hombre, al encontrar sólo consuelo en la cruz, se agarra a ella, la convierte en su bandera, la presenta inclu-
so a los demás, les lleva a amarla, pero... se queda allí. Se queda allí porque, aunque ame con todo su su ficien ientem temen ente te corazón y aun con hechos, no cree sufic en el amor de Dios hacia él y hacia todos.
El misterio pascual nos atestigua que Jesús es Vida que vence a la muerte, es Luz que rompe las tinie blas y plenitud plenit ud que que anula el vací vacío. o. Esto es en último término el cristianismo, en el que la cruz me dio,, y la lágrima es es esencial, pero como medio anuncio de consuelo y la pobreza de posesión del Reino; donde la pureza descorre el telón del Cielo; y la persecución y la mansedumbre anuncian de antemano la conquista de la Eternidad y garantizan el avance de la Iglesia en el mundo. En los quince misterios que forman el Rosario entero, la Iglesia pone cinco gozosos, cinco dolorosos y cinco gloriosos, lo que da a entender que el cristiano debe siempre esperar, debe cantar como hacían los primeros cristianos, incluso en los umbrales del martirio, porque es patrimonio nuestro la plenitud plen itud del gozo gozo que Jesús ha prometido prometid o y ha invocado para quien lo haya seguido. Nosotros en las actuales circunstancias, rogamo rogamoss
y esperamos ser en el mundo testigos lo más sinceros y —en nuestra pequeñez— lo más completos que sea posible, de aquel Jesús que ha atraído nuestro corazón hacia la Iglesia que también nosotros podemos contribuir a embellecer, a fin de que el peregrino del mundo, viéndola, pueda decir más fácilmente y con infinito infinito aliv al ivio io:: «¡ Sí, es la verdadera!»
la voluntad de Dios» es una expresión H que en la mayor parte de los casos la dicen los cristianos en momentos de dolor, cuando no hay otro remedio, y, frente a los inevitables fracasos de lo que se pensaba, se deseaba, se quería, al recordar nuestra fe, aceptamos cuanto Dios ha ordenado. Pero no es solamente así como hay que hacer la voluntad de Dios. En el cristianismo no existe sólo la «resignación cristiana». La vida del cristiano es un hecho que tiene raíces en el Cielo además de tenerlas en la tierra. Él, por su fe, puede y debe estar siempre en contacto con Otro que conoce su camino y su destino. Y ese Otro no es de esta tierra, es de otro mundo. Y no es un Juez despiadado o un Soberano absoluto que exige sólo el servicio. Es un Padre. Por lo tanto uno que es tal porque está en relación con otros y en este caso con hijos, hijos adoptados por el Ünico Hijo, que ab a e te tem m o demora con Él. La vida del cristiano, pues, no es ni puede ser establecida sólo por su querer y por su prever. Por desgracia muchos cristianos se despiertan por la m añan añ anaa con la melancolía del aburrimiento aburrim iento ágase
ie8 traerá 1» Jomada que empieza. Se lumentuu de mucha» cotas pasadas, futura» y presentes, porqu porquee son son ello llos lo» que que se hace hacenn el programa program a do su vida, que siendo fruto de la inteligencia humtnii y de previsiones estrechas, no puede satisfacer plenamente al hombre, ávido del infinito. Se ponen en lugar de Dios, al menos por cuanto a ellos respecta, y, como el hijo pródigo, tomada su parte, parte, se la gastan gastan a su modo, do, sin el consejo del padr padre, e, sin sin estar injertados injertados en la familia familia.. Nos Nosot otro ross lo loss cristi cristian anos os som somos a menudo menudo tan tan cieciegos, que hemos abdicado de nuestra dignidad .so brenatural, brenatural, porque porque repe repetim timos, os, tai vez cada día, día, en el «Padre Nuestro»: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo», pero ni comprendemos lo que decimos, ni hacemos, al menos, cuanto pedimos. Dios conoce el camino que deberíamos recorrer en cada instante de nuestra vida. Para cada uno Él ha fijado una órbita celeste, en la cual el astro de nuestra libertad debería girar si se abandonara a Quien tal astro ha creado. Nuestra órbita, nuca tra vida, que no se opone a la órbita de los otro», al camino de millones de seres, hijos con nos que
otros clcl misino Pudre, sino que armoniza con ello* en un firmamento más espléndido que el cate* lur, porque es espiritual. Dios debe mover nuestra vida y arrastrarla a una divina aventura desconocida para nosotrox, donde a la vez odores y espectadores de admirables designios de umor, aportamos momento por momento la cooperación de nuestra libre voluntad. ¡Podemos uporlurl No: |debemos aportarI O peor aún: |Resignémonos a uportar! Él es Pudre y es por lo tanlo amor. Es el Creador, nuestro Redentor, el Santllicador. ¿Quién mejor que Él conocerá nuestro bien? «| Señor, Señor, hágase, hágase, sí, háguse se aho ahora ra y siempr siempree Tu divina voluntad! llágase en mí, en mis hijos, en los demás, en sus hijos, en la humanidad en tera. »Ten paciencia y perdón para nosotros que, cié gos, no comprendemos y constreñimos el Ciclo a estar cerrado y a no derramar sobre la tierra sus dones, porque, cerrados los ojos, decimos, ton la vida, que es de noche, y que el Cielo no existe. »Arrebálunos en el rayo de Tu luz, de nuestra
luz. la que Tu amor ha establecido cuando por amor nos ha creado. »Y fuérzanos a doblar las rodillas a cada minuto, en adoración de Tu voluntad: la única buena, ama ble, ble, santa, nuev nueva, a, rica, fascinante, fecun fec unda da:: Que, cuando llegue la hora del dolor, nosotros podamos —henchidos de Ti— poseer Tus ojos ya en esta tierra y observar desde lo alto el recamado divino que has urdido para nosotros y nuestros hermanos, donde todo resulta una espléndida trama de amor: y así sea al menos un poco aliviada, para nuestra mirada, la vista de los nudos que amorosamente Tu misericordia, sazonada por la justicia, ha fijado allí donde nuestra ceguera ha roto Tu Voluntad. •Hágase Tu voluntad en el mundo y la paz descenderá segura entonces sobre la tierra, porque los Angeles lo dijeron: «Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». »Y si Tú dijiste que sólo uno es bueno, el Padre, una sola es la buena voluntad: la de Tu Padre».
cristiano está llamado a vivir la vida, a nadar en la luz, a abismarse en las cruces, pero no a languidecer. En cambio nuestra vida a veces está apagada, la inteligencia ofuscada, la voluntad indecisa, porque, educados en este mundo, estamos habituados a vivir una vida individualista, en contradición con la vida cristiana. Cristo es amor y el cristiano no puede dejar de serlo. El amor engendra la comunión: la comunión como base de la vida cristiana y como vértice. En esta comunión el hombre ya no va soló hacia Dios, sino que camina en compañía. Y esto es un hecho de belleza incomparable que induce a nuestra alma a repetir el versículo de la Escritura: «iCuón hermoso y alegre es que los hermanos vivan juntos!» Pero la comunión fraterna no es un éxtasis beatífico: es una perenne conquista, con el resultado continuo no sólo del mantenimiento de la comunión, sino de la extensión de la misma a otros muchos, porque la comunión de que hablamos es amor, es caridad, y la caridad se difunde por naturaleza.
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l
¡Cuántas vece vecess entre en tre hermanos que hab h abía íann decidido ir unidos hacia Dios, la unidad languidece, el polvo se pone entre alma y alma, y el encanto desaparece porque la lu luz, z, que había habí a surgido entre en tre todos, lentamente se apaga! Este polvo es un pensamiento o un apego del corazón a sí mismo o a los demás; un amarse a sí mismo por sí mismo y no por Dios, o al hermano o hermanos por sí mismos y no por Dios; en otras ocasiones es un retirar el alma que se había ofrecido por los demás; un concentrarse en el propio yo, yo, en la propia prop ia voluntad, y no en Dios, Dios, en el hermano por Dios, en la voluntad de Dios. Muy a menudo es un juicio inexacto sobre quien vive con nosotros. Habíamos dicho que queríamos ver sólo a Jesús en el hermano, tratar sólo a Jesús en el hermano, amar a Jesús en el hermano, pero ahora se presenta prese nta el recuerdo de que aquel herm he rman anoo tiene tal o cual defecto, o hizo esta o aquella imperfección. Nuestra mirada mirad a se complica y n u estr es troo ser se r no está ya iluminado. En consecuencia se rompe la unidad, equivocándonos.
Quizás aquel hermano, como todos nosotros, cometió algún error, pero Dios, ¿cómo lo ve? ¿Cuál es, en realidad, su condición, la verdad de su estado? Si está arrepentido delante de Dios, Dios no se acuerda ya de nada, todo lo borró con Su Sangre. Y nosotros ¿por qué hemos de recordar? ¿Quién está en el error en aquel momento? ¿Yo que juzgo o el hermano? Yo. Entonces he de ponerme a ver las cosas con la mirada de Dios, en la verdad, y tratar al hermano de tal manera que, si no hubiese vuelto aún al Señor, el calor de mi amor, que es Cristo en mí, le lleve al arrepentimiento, como el sol que reabsorbe y cicatriza las llagas. La caridad se mantiene con la verdad y la verdad es misericordia pura, de la cual hemos de estar revestidos de pies a cabeza para podemos llamar cristianos. ¿Mi hermano vuelve? He de verlo como nuevo, cual si nada hubiera ocurrido, y volver a empezar la vida juntos en la unidad de Cristo, como si fuese la primera vez,
porque porq ue realmente realmente de lo ante an terio riorr no queda que da ya nada. Esta confianza 1c guardará de otras caídas, y también yo, si he usado con él esta medida, podré tener la esperanza de que un día Dios me juzgue del mismo modo.
A menudo men udo el am amor or no es am amor or
muy a menudo el amor en el mundo nc> es amor, tiene valor el dicho: el amor es ciego. Pero si un alma se pone a amar como Dios nos enseña —Dios que es el Amor— verá muy pronto que el amor es luz. Además Jesús lo dijo: «A quien me ama, me manifestaré». Un torbellino de voces de las más varias procedencias inundan frecuentemente nuestra alma, es pecialmente cuando ésta és ta no sabe todavía qué cosa significa amar a Dios. Son voces sin sonido, pero poten po tentes tes:: voces voces del corazón, voces voces de la inteligencia, voces de remordimiento, voces de pesar, voces de las pasiones... y nosotros seguimos hoy una, mañana otra, llenando nuestra jomada de actos que son concreción de aquellas voces o al menos en algún modo están determinados por ellas. Por eso, a veces, aun viviendo en gracia de Dios, la vida tiene sólo breves momentos de sol y el resto está es tá inmerso en n hastío que una vez más más fuerte que todas las demás, a menudo se alza a condenar, como si ésa no fuese la verdadera vida, la vida plena.
P
orque
Si el •»«*»« en cambio se vuelve hacia Dios y se pone pone a amarlo y su amor amor es verdadero verdadero,, es concreconcreto, es de cada instante, entre las muchas voces que la vida, advierte de vez en cuando una. que voz es una luz que suav suaveme ement ntee va abriendo brecha en el intrincado concierto del alma. Es un pensamiento casi imperceptible que se ofrece al alma, tal vez más delicado, más .sulii que los demás. Esta es, a veces, voz de Dios. Entonces el alma que se ha decidido por el Señor, que no quiere medir sino que quiere darlo todo o Él, hace surgir del pantano aquel pequeño surtidor límpido y sereno; es un zafiro entre tantas piedras piedras,, es com como el oro entre el polv polvo. o. Lo toma, lo limpia, lo saca a la luz, lo traduce en vida. Y sí por ventura aquella alma ha decidido ir a Dios con otras almas, a fin de que el Padre goce del amor fraterno entre sus hijos, ella —ac —acons onseja ejada da por quien quien representa re presenta para pa ra ella a Dio» en la tierra— comunica con discreción su tesoro a los demás, a fin de que el bien sea común, circule lo divino, y, como en una competición, ei
uno aprendu del otro a amar mejor al Scflor. Obrando así el alma ha amado doblemente: ha amado en el realizar el querer de Dios, ha amado en el comunicarlo a los hermanos. Y Dios, fiel a sus palabras eternas, continuará paso a paso manifestándose a ella. Todo eso es sumamente deseable mientras núes tro corazón no esté el día entero sumergido más que en pensamientos de ciclo hasta desbordar, y nuestra vida, alimentada por los sacramentos, esté como endiosada. Dios se da, si se tiene, y se tiene si se Le ama. Entonces se podrán encender en el mundo oscuro y sin relieve pequeños soles que indicarán a muchos el camino. Soles que calentarán en la humildad to*tal de su vida completamente inmolada al Scflor, donde ya no hablan ellos, sino que habla Él, donde ya no viven, sino vive Él.
Cuando la unidad con los hermanos es completa
la unidad con los hermanos es completa, cuando de las dificultades ha florecido nueva y con creciente plenitud —y, así como la noche se ha disipado en día, las lágrimas en luz— entonces, muy a menudo, Te encuentro, Señor. Volviendo al templo de mi alma, Te encuentro, o —apenas las circunstancias me dejan sola— me invitas, me atraes, dulce pero decididamente, a Tu divina presencia. Entonces sólo Tú reinas dentro y fuera de mí, y la casa que me has dado —para el peregrinar de la vida— la siento y la llamo morada de mi Dios. Es amor esta presencia Tuya, pero un amor que el mundo no conoce. El cilma está sumergida en este delicioso néctar y el corazón parece transformarse en el cáliz que lo contiene. El alma toda es un canto silencioso conocido por Ti: una melodía que Te alcanza porque parte de Ti y está compuesta por Ti. Son estos los momentos en que la paz parece sustancial, en que la certidumbre de la salvación es diamantina, y en que parece, aun estando en la tierra, que se nada en el Cielo.
C
uando
Y... cosa extraña —extraña para la inteligencia humana—; hemos estado con los hermanos todo el día y, por la noche, hemos encontrado al Señor, que ha disipado toda huella y todo recuerdo de criatura. Parece innecesaria la fe en aquellos momentos, la fe en Su existencia. Él, llenando dulcísimamente nuestra casa, convertido en porción nuestra, en nuestra única heredad, Él mismo nos ha dicho Su existencia.
Una vez que hemos conocido a Dios
vez que hemos conocido a Dios, cuando no U hemos merecido Su luz porque no hemos estado vigilantes en el amor y nos hemos dejado abatir por la cruz sin disfrutar la gracia, el alma se agita inquieta en la oscuridad y en la angustia y Lo busca. Busca el Amor. Lo llama. Lo invoca, a veces grita y gime. Pero no lo encuentra. No lo encuentra porque no ama. Dios no cede. Tiene una ley inmutable. Pasarán los cielos y la tierra. Sus palabras no tienen excepción. El alma no tiene derecho al amor antes de amar: recibirá amor cuando tenga amor. Dios la ha hecho a su imagen y semejanza y res peta pet a en ella la dignidad de que la h a revestido. Es el alma la que ha de tomar la iniciativa y comenzar a amar, correspondiendo a la Gracia. Entonces viene Dios, se manifiesta a quien Le ama, da a quien tiene y éste permanecerá en la abundancia. El alma que ama participa de Dios y se siente dueña. Nada teme. Todo para ella recobra valor. Se pasa de la muerte a la vida cuando se ama. na
Quizás más bello aún
EL CORCEL Con su pezuña escarba la tierra, se lanza con brío, va al encuentro de los enemigos armados. No conoce conoce el miedo, miedo, no se rinde a la espada, oye sobre sí el ruido de la aljaba el vibrar de la lanza y el escudo espumeando y agitado devora la tierra, no aguarda el sonido de los trompas. Oyendo el clarín, dice: «¡Vámos!» Olfatea de lejos la batalla, las voces de los capitanes y el gritar de los soldados. (Job, 39, 2125) Si se abre la Escritura y se lee en el Antiguo Testamento la descripción que Dios hace de algunos animales, nos damos cuenta de que ningún poeta poe ta o p in into torr lo loss ha cantado canta do o pintado pinta do de manera tan viva y tan esplendorosa. Era necesario el ojo de Quien los ha creado para de scri ripc pcio ione ness majestuosas. Tal inspirar semejantes desc
vez el nuestro no está muy educado para ver lo bello, o ve sólo lo bello de un cierto sector de la vida humana y natural, porque no he hem m os educ ed ucad adoo al alma.
La muchacha campesina, a pesar de estar siempre en contacto con la naturaleza, rica en huellas de Dios, cuando llega a la ciudad se viste con los colores más extraños, con una desarmonía que hiere los ojos. Para ella lo bello es así y las me jores jor es obras de arte ar te no valen mucho, o nada, nada , po p o r que no las comprende.
Pero a los ojos de Dios, ¿será más hermoso, el niño que te mira con ojitos inocentes, tan semejantes a la naturaleza límpida y tan vivos; o la jovencita que deslumbra como como la lozanía de una un a flor apenas abierta, o el viejo marchito, encanecido, ya encorvado, casi del todo inhábil, en espera sólo quizás de la muerte? El grano de trigo, tan prometedor cuando, más tenue que un tallito de hierba, agarrado a los granos hermanos, arracimados, formando la es piga piga,, espera m adur ad urar ar y desgajarse desgajars e solo solo e indepe indepen n
diente, en la mano del agricultor o en el regazo de la tierra, es bello y lleno de esperanza. Pero también lo es cuando, ya maduro, es escogido entre los otros por ser mejor, para ser enterrado y dar vida a otras espigas: él contiene ahora la vida. Es bello, es el elegido para las futuras generaciones de mieses. Pero cuando enterrado, marchitándose, reduce su ser a poca cosa, más concentrada, y lentamente muere, pudriéndose, para dar vida a una plantita, distinta de él, pero que de él recibe la vida, tal vez es más bello todavía. Bellezas varias. Y una más bella que la otra. Y la última la más bella. ¿Verá Dios así las cosas? Aquellas arrugas que surcan la frente de la vie jecita, jec ita, aquel anda an darr curvo y tembloroso, aquellas aquellas pocas pala pa labr bras as llenas de experiencia experiencia y sabiduría, aquella mirada dulce de niña y mujer a la vez, pero pe ro más buena bu ena que una un a y otra, es una belleza que nosotros no conocemos.
Es el grano de trigo, que apagándose, está a pun-
to de encenderse a una nueva vida, distinta de la primer pri mera, a, en cielos cielos nuevos nuevos.. Yo pienso que Dios ve así las cosas y que el aproximarse al cielo sea muchísimo más atrayente que las varias etapas del largo camino de la vida, que en el fondo sirve sólo para abrir aquella puerta. pue rta.