2|revista!| REPORTAJE
|Domingo, 29 de noviembre de 2009
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“Me lo dijeron claramente: vendes tus acciones y nos pides que nombremos nombr emos a un presidente. Lo nombramos, cambiamos al Consejo y en paz”. Se lo dijo Miguel Martín, número dos de Luis Ángel Rojo en el Banco de España. La propuesta la escuchó Conde en silencio. “Entonces el problema no es el banco, sino yo”. Y Martín respondió: respondi ó: “¿Es que no te enteras que eres tú?”. Y así acabó una vida Mario Conde, C onde, y empezó otra.
Mari Mario Conde Conde:: “La [repOrtaje] La fotografía que ilustra este artículo es un icono reproducido en decenas de ocasiones a principios de los años noventa. El hombre es Mario Conde, presidente de Banesto a los 39 años. Sin descender de un linaje linaje aristocrático protagonizó el ascenso social más salvaje que alguien recuerde en España. Y cerró su particular epopeya a la altura de una tragedia clásica: entrando en una celda de Alcalá Meco la Nochebuena de 1994.
[escribe Manuel Jabois ]
Tres meses antes de que el Banco de España anunciase el 28 de diciembre de 1993 la intervención de Banesto, Mario Conde y su mujer Lourdes Arroyo asistieron a una cena en el edicio del Ministerio de Defensa. Allí se sentaron junto al ministro Julián García Vargas y su esposa, a la que Conde había nombrado directora general de la Fundación Banesto. Con el discurrir de los platos y de la noche, García Vargas se dirigió a Mario Conde para contarle un pequeño secreto: el PSOE ha bía encargado una encuesta de intención de voto referida a él. Lourdes Arroyo cortó en seco la conversación: “Pues no perdáis el t iempo, porque Mario no tiene ninguna intención de dedicarse a la política”. Olvidaron la indiscreción en la terraza, a donde salieron “porque recuerdo que hacía una temperatura agradable, no sé si es tábamos aún en verano o ya había empezado el otoño”. Mario Conde Conde (Tui, Ponte vedra, 1948) da vueltas con las manos en la espalda y el mentón pegado al pecho, en semblanza reexiva. El pelo engominado y unas gafas premontadas que popularizó el forense de CSI. El perl exacto de aquel tiburón que emergió a nales de los ochenta con la voravora cidad insaciable de la juventud y el viento de cola, y la sonrisa clavada, ahora ya despojada del temor que inspiraba entre sus colegas. Como aquel personaje de Scott Fitzgerald que conservaba en su mirada la vieja nostalgia de esos seres que asaltan el cielo en plena juventud, Conde regresa de golpe a las emociones de su edad dorada para recogerse luego en una retranca desesperada. ¿Ha trabajado usted tanto para fracasar? De situaciones como la mía, con ese cambio social tan grande, normalmente no se sale. La gente muere. Murió Mariano Rubio. Murió el presidente de Enron.
Murió el presidente de Parmalat. Otra gente se trastorna psicológicamente. En el plano personal yo no he fracasado, sino todo lo contrario. Estar en una cárcel física es relativamente fácil: hace un poco de frío, pero bueno, se arregla. Estar en una prisión vir tual porque estás esperando sentencia, porque te tienes que presentar en tal sitio, porque tienes que pasar las noches en tal centro, o porque tienes que estar directamente en la propia cárcel… Quince años de tu vida. Mira: cinco años para terminar una carrera, dos para ser abogado del Estado, cinco trabajando en la industria farmacéutica, seis en banca. Y quince en prisión. El impacto | La leyenda de Mario Conde es gigantesca. La banca fue siempre un sector opaco repleto de perfiles sombríos alejados de los focos. España se los imaginaba como los banqueros que dibujaba Ibáñez, en limusinas y cargados de sacos de dinero en la parte trasera. Mario Conde trascendió las fronteras del particular universo del dinero y se c onvirtió a principios de los noventa en una superestrella. Tuvo el mismo impacto que una banda de rock. Los jóvenes quisieron irse a estudiar Derecho a Deusto como él. Su estética de yuppie de trajes a medida, el pelo engominado que retrató a una generación, la mirada insolente y segura de sí misma, y aquel encanto social con el que llenaba los periódicos y las revistas lo depositó ruidosamente en la cima: no hubo nadie en España que no supiese quién era ese gallego agraciado y simpático “de un carisma brutal, algo desconocido”, como relata un amigo suyo, que se encontraba con 40 años, según la prestigiosa International Investor, entre los seis banqueros más importantes del mundo. ¿Qué hizo con aquel vértigo? Algo muy difícil: mantener a mis amigos. Ese ejercicio es imprescindible. Trataba de no identifi-