PENSAMIENTOS 11. MARCO AURE LIO Y LA MEDIT ACIÓ N SOBRE LA MUERTE Mar co Aur eli o esc rib ió sus cua der nos de med ita cio nes a lo larg o de sus últim os diez años de vida, los que van del año 170 al 180, en que permaneció fuera de Roma –tan sólo regresó una vez y durante poco tiempo- acompañan do a las tropas en su ofe nsi va con tra los bár bar os al otr o lad o del Danubi o. La muerte provocada por la guerra y la peste debió ser una imagen permant e para Marco Aure lio durante este peri odo díficil e iti ner ant e. No ser ía por tan to des cab ell ado pen sar que en alguna oportunidad estas meditaciones fueron escritas con el ob je ti vo de in fu nd ir le co ra je en la ba ta ll a, o bi en de reportarle tranquilidad ante la posibilidad de ser alcanzado por las tropas enemigas. Se ha llegado a decir, incluso, que las guerr as en las que Marco se vio invol ucra do de un modo directo fueron el estímulo para que escribie se sus cuaderno s de notas, y que este motiv o explicar ía que una gran parte de sus pensam ient os se hall asen dirigi dos hacia la muerte. Un Marco Aurelio que se hubiese mantenido retirado en la corte o en el cam po , le jo s de la s ba ta lla s, no se hu bi er a vi st o obligad o a toma r la plum a. Pero esto da una interp reta ción confusa de la compleja finalidad con la que se escribieron las meditaci ones sobre la muer te. La meditaci ón sobre la muerte co ns ti tu ye ya de sd e Pl at ón un o de lo s vi ej os tó pi co s de l pensami ento , que más tard e va a ser retoma do por Montai gne bajo la fórmula de “filoso far es aprender a morir”, y que en Es pa ña tuv o su máx im o exp on en te en el “a viv a el ses o y des pie rta …” del poe ta Jor ge Man riq ue. “Su ele pen sar se las medi ta ci on es –h a es cr it o Pi er re Ha dot- co mo si fu er a un a especie de diario autobiográfico en el que el emperador diera desa ho go a su al ma . Su el e im ag inar se , de mane ra bast an te romántica, al emperador inmerso en la atmósfera trágica de la
gu er ra co nt ra lo s bá rb ar os es cr ib ie nd o o di ct an do , al anochecer, sus desengañadas reflexiones acerca de los asuntos human os, e inte ntan do cons tant emen te just ific arse o convencerse a sí mismo con tal de poner fin a las dudas que le co rr oe n. Pe ro la s co sa s no so n as í” . Ef ec ti va me nt e, la s med ita cion es no se pue den compre nder si no se las insert a dentro del gene ro lite rari o en el que fueron escrit as, una esp eci e de eje rci cio don de se exa min a la con cie nci a, pero también un diálogo consigo mismo. Tampoco se puede comprender bien sino se entiende la filosofía tal como era concebida en la antigüe dad helenís tica y romana, es deci r, como una guía espiritual que se dirige a transformar el alma del discípulo. Para escl arec er el sent ido de esta práct ica ejerci da en la antigüe dad, Foucaul t se ve obligad o a hacer una distinc ión ent re “Fi los ofí a” y “Es pir itu ali dad ”: “cr eo que pod ría mos llamar espiritualidad –precisa Foucault en “la hermenéutic a del sujeto”- la búsqueda, la práctica, la experiencia por las cua les el suj eto efe ctú a en sí mis mo las tra nsf orm aci ones ne ce sa ri as pa ra te ne r ac ce so a la ve rd ad . Se de no mi na rá “espiritualidad”, ento nces, el conjunto de esas búsquedas, prácticas y expe riencias que pueden ser las puri ficacio nes, las ascesis, las renuncias, las conversiones de la mirada, las modificaciones de la existencia, etcétera, que constituyen, no para el cono cimi ento sino para el suje to, para el ser mismo del sujeto , el precio a pagar por tener acces o a la verdad” . Antes que ver, entonces, la filosofía de la antigüedad como un repertorio de conocimientos abstractos, hay que verla como una “techné tou biou”, como un arte de vivir, como “una conversión que afecta a la tota lida d de la exis tenc ia”. Esta profund a transformación que la filosofía ha de producir en la forma de ver y de ser del que medita, era llevad a a cabo por medio de una rigurosa metodolo gía centrada especial mente en una serie de ejercicios espirituales destinados a memorizar y asimilar los dogmas fundamentales y las reglas vitales de cada escuela. En tr e es to s ej er ci ci os es pi ri tu al es se pu ed e se ña la r la at en ci ón (p ro so ch é) , po r me di o de la cu al el di sc íp ul o o filósofo establecia una continua vigilancia sobre sí mismo que
le per mit ía apl ica r cie rta s reg las fil óso fic as sob re cad a situación concreta. Esta atención era especialmente efectiva cu an do se ce nt ra ba en el in st an te pr es en te . Ot ro de lo s ejercicios más frecuentes era el del examen de conciencia, ya fuer a al leva ntar se o a la hora de acosta rse, con el fin de com pro bar los pro gre sos esp iri tua les rea liz ado s. Esp eci al re le va nc ia pa ra la me di ta ci ón so br e la mu er te ti en e el eje rci ci o de la “pr eme di ta tio mal oru m” . Se tr ata de representarse anticipadamente una serie de males que pueden sobrevenirle al hombre, a fin de que se familiarice con ellos, se convenz a de que no son males, los prevenga y se libere de lo s te mo re s qu e le af li ge n. Pe ro en Ma rc o Au re li o es te ejercicio no solo tiene la función de contrarr estar el temor que la muer te nos caus a, sino que adquie re unos valo res más positivos. Con la meditación de la muerte se busca conseguir una tr an sfor maci ón to tal en qu ien prac tica el ej er cici o, me dia nte un ca mbi o en su mod o de ver y va lor ar el mu ndo , liberándolo de las pasiones e induciéndole a llevar una vida conforme a la razón. Se deja a continuación una selección de estos pensami ento s de Marco Aurelio , para despué s pasar al análisis detallado del ejercicio sobre la muerte. ***** SELECCIÓN DE PENSAMIENTOS SOBRE LA MEDITACIÓN DE LA MUERTE
7.69 La perfección moral consiste en esto: en pasar cada día como si fuera el último, sin convulsiones, sin entorpe cimient os, sin hipocre sías. ***** 2.12 . ¡Cómo en un instante desapa rece todo: en el mundo, los cuerpos mismos, y en el tiempo, su memoria ! ¡Cómo es todo lo sensible, y especialmente lo que nos seduce por placer o nos asus ta por dolo r o lo que nos hace gritar por orgullo; cómo todo es vil, desp reciable, suci o, fácilmen te destruct ible y cadáver! ¡Eso debe considerar la facultad de la inteligencia!
¿Qué son esos, cuyas opiniones y palabras procuran buena fama ¿Qué es la muerte? Porque si se la mira a ella exclusivamente y se abstraen, por división de su concepto, los fantasm as que la recubre n, ya no sugerirá otra cosa sino que es obra de la naturaleza. Y si alguien teme la acción de la naturaleza, es un ch iq ui ll o. Pe ro no só lo es la mu er te ac ci ón de la naturaleza, sino también acción útil a la naturaleza. Cómo el hombre entra en contacto con Dios y por qué parte de sí mismo, y, en suma, cómo está dispuesta esa pequeña parte del hombre. ***** 2. 14. Aunq ue debiera s viv ir tres mil años y otra s tan tas veces diez mil, no obstant e recu erda que nadi e pier de otra vi da que la que viv e, ni viv e otr a que la que pie rde . En con secu enci a, lo más largo y lo más corto confl uyen en un mismo punto. El presente , en efecto, es igual para todos, lo qu e se pierd e es tam bié n igu al, y lo qu e se separ a es, evidente ment e, un simple instant e. Luego ni el pasa do ni el futuro se podría perder, porque lo que no se tiene, ¿cómo nos lo podría arrebatar alguien? Ten siempre presente, por tanto, esas dos cosas: una, que todo, desde siempre, se presenta de forma igual y describe los mismos círculos, y nada importa que se co nt em pl e lo mi sm o du ran te ci en añ os , do sc ie nt os o un tiempo indefinido ; la otra, que el que ha vivido más tiempo y el que morirá más prem aturamente , sufren idéntic a pérdida . Porque sólo se nos puede privar del present e, puesto que éste sólo posees, y lo que uno no posee, no lo puede perder. ***** 3.1. No sólo esto debe tomarse en cuent a, que día a día se va gastando la vida y nos queda una parte menor de ella, sino que se debe refl exionar también que, si una persona prolo nga su existencia, no está claro si su inteligencia será igualmente capa z en adelant e para la compren sión de las cosa s y de la te or ía qu e ti en de al co noc im ie nt o de la s co sa s di vi na s y huma nas. Porqu e, en el caso de que dich a pers ona empiec e a
desvariar, la respiración, la nutrición, la imaginación, los in st in to s y to da s la s de má s fu nc io ne s se me ja nt es no le fa lt ar án ; pe ro la fa cu lt ad de di sp on er de sí mi sm o, de calibrar con exactitud el número de los deberes, de analizar las aparie ncia s, de detener se a refl exio nar sobre si ya ha ll ega do el mo me nt o de ab an don ar es ta vid a y cu an ta s ne ce si da de s de ca ra ct er ís ti ca s se me ja nt es pr ec is an un ejercicio exhaustivo de la razón, se extingue antes. Conviene, pues, apresurarse no sólo porque a cada instan te estamos más cerca de la muerte, sino también porque cesa con anterior idad la compren sión de las cosas y la capacid ad de acom odar nos a ellas. ***** 3.7- Tanto si es mayor el intervalo de tiempo que va a vivir el cuerpo con el alma unido, como si es menor, no le importa en absoluto. Porque aun en el caso de precisar desprenderse de él , se ir á ta n re su el ta me nt e co mo si fu er a a em pr en de r cu al qu ie r ot ra de la s ta re as qu e pu ed en ej ec ut ar se co n disc reci ón y deco ro; tratan do de evit ar, en el curso de la vi da en te ra , só lo es o, que su pe ns am ie nt o se co mp or te de manera impropia de un ser dotado de inteligencia y sociable” ***** 3. 10. Desecha, pues, todo lo demás y conserva sólo unos pocos preceptos. Y además recuerda que cada uno vive exclusivamente el presente, el instante fugaz. Lo restante, o se ha vivido o es inciert o; insigni fica nte es, por tanto, la vida de cada uno , e insi gni fic ant e tam bié n el rin con cil lo de la tie rra donde vive. Pequeña es asim ismo la fama póstum a, incluso la má s pro lo nga da, y és ta se da a tr avé s de una suce si ón de ho mb re ci ll os qu e mu y pr on to mo ri rá n, qu e ni si qu ie ra se conocen a sí mismos, ni tampoco al que murió tiempo ha. ***** 3.14. No vagabund ees más. Porque ni vas a leer tus memorias,
ni tampoco las gestas de los romanos antig uos y grie gos, ni las sel ecc ion es de esc rit os que res erv aba s par a tu vej ez. Apresúrate, pues, al fin, y renuncia a las vanas esperanz as y ac ude en tu prop ia ayud a, si es que al go de ti mism o te importa, mientras te queda esa posibilidad. ***** 4.37. Estarás muerto en seguida, y aún no eres ni sencillo, ni imperturbable, ni andas sin recelo de que puedan dañarte desde el ex te ri or , ni ta mp oc o ere s be né vo lo pa ra co n to do s, ni cifras la sensatez en la práctica exclusiva de la justicia. ***** 4. 50 . Re me di o se nc il lo , pe ro co n to do ef ic az , pa ra meno spreciar la muer te es recordar a los que se han apeg ado co n ten ac ida d a la vid a. ¿Qu é más tien en que los qu e han muerto prematuramente? En cualquier caso yacen en alguna parte Cadician o, Fabi o, Juliano , Lépido y otro s como ellos, que a muchos llev aron a la tumba, para ser también ellos llevados después. En suma, pequeño es el intervalo de tiempo; y ese, ¡a través de cuántas fatigas, en compañía de qué tipo de hombres y en qué cuerpo se agota! Luego no lo tengas por negocio. Mira detr ás de ti el abismo de la eternida d y dela nte de ti otro infi nito . A la vist a de eso, ¿en qué se difer enci an el niño que ha vivido tres días y el que ha vivido tres vece s más que Gereneo? ****** 5.33. Dentro de poco, ceniza o esqueleto, y o bien un nombre o ni siqu ie ra un nom bre ; y el nomb re, un rui do y un eco. E in cl us o la s co sa s má s es ti ma da s en la vi da so n va cí as , podridas, pequeñas, perritos que se muerden, niños que aman la riñ a, que ríe n y al mom ento llora n. Pues la confia nza, el pudor, la justicia y la verdad, «al Olimpo, lejos de la tierra de anchos caminos ». ¿Qué es, pues, lo que todavía te retiene aquí, si las cosas sensib les son cambiantes e inestables, si
los sentidos son ciegos y susceptibles de recibir fácilmen te falsas impresione s, y el mismo hálito vital es una exhalación de la sa ng re , y la bu en a rep ut ac ión entr e ge nt e as í alg o vacío? ¿Qué, entonces? ¿Aguardarás benévolo tu extinción o tu traslado. Mas, en tanto se presenta aquella oportunidad, ¿qué basta? ¿Y qué otra cosa sino venerar y bendecir a los dioses, hacer bien a los hombres, soportarles y abstenerse? Y respecto a cuanto se halla dentro de los límites de tu carne y hálito vital, recuerda que eso ni es tuyo ni depende de ti. ***** 6. 28. La muerte es el descanso de la impronta sensitiva, del impulso instintivo que nos mueve como títeres, de la evolución del pensamiento, del tributo que nos impone la carne. ***** 6.56 . ¡Cuántos, en compañía de los cuales entré en el mundo, se fueron ya! ***** 6. 59. ¡Quién es son aquéll os a quie nes quiere n agra dar! , y ¡po r qué gana nci as, y grac ias a qué pro ced imi ent os! ¡Cuá n rápidamente el tiempo sepultar á todas las cosas y cuántas ha sepultado ya! ***** 7-6. ¡Cuántos hombres, que fueron muy celebrados, han sido ya entregad os al olvi do! ¡Y cuántos hombres que los cele braron tiempo ha que partieron! ***** 7- 32 So br e la mu er te : o di sp er si ón , si ex is te n át om os ; o extinción o cambio, si existe unidad. *****
7. 35. Y a aquel pensa miento que, lleno de grandeza, alcanz a la contempla ción de todo tiempo y de toda esencia , ¿crees que le parece gran cosa la vida humana? Imposible, dijo. Entonces, ¿ta mpo co con sid era rá ter rib le la mue rte un hom bre tal ? En absoluto ***** 7.56 . Como hombre que ha muerto ya y que no ha vivid o hasta ho y, deb es pa sar el res to de tu vida de acuer do co n la naturaleza. ***** 8. 58. El que teme la muerte, o teme la insensibilidad u otra sensaci ón. Pero si ya no perc ibes la sensibi lidad, tamp oco pe rc ib ir ás ni ng ún ma l. Y si ad qu ie re s un a se ns ib il id ad distinta, serás un ser indiferente y no cesarás de vivir. ***** 10. 29. Dete nte partic ular ment e en cada una de las accion es que haces y pre gúnt ate si la muerte es terr ible porqu e te priva de eso. ***** 12.7. ¡Cómo has de ser sorprendido por la muerte en tu cuerpo y alma! Piensa en la brev edad de la vida , en el abismo del tiempo futuro y pasado, en la fragilidad de toda materia. ***** 12.2 1. Que dent ro de no mucho tiempo nadie serás en ning una parte, ni tampoco verás ninguna de esas cosas que ahora estás vi en do , ni ni ng un a de es as pe rs on as qu e en la ac tu al ida d viven. Porque todas las cosas han nacido para transfo rmarse, al te ra rs e y de st ru ir se , a fi n de qu e na zc an ot ra s a continuación.
***** Mu ch os le ct or es de la s me di ta ci on es ha n qu ed ad o co n la impr esió n de que Marc o Aure lio tenía una visi ón de la vida extremadamente pesimista. La visión del mundo y de la vida que se desprende de sus pensamientos puede parecer patética si no se tiene en cuenta el propósito con el que fueron escritas sus “Meditaciones”. En Marco Aurelio “todo es vil, despreciable, sucio, faci lmente dest ructible y cadáver” . Si nos olvidamo s de l alm a y ate nd em os al cue rp o no re su lta mo s ser más qu e “s an gr e y po lv o, hu es ec il lo s, fi no te ji do de ne rv io s de diminut as vena s y arte rias”. En pocas palabra s, dice Marc o Aurelio, todo lo que perten ece al cuerpo es un río que acaba desembo cand o en polv o, ceni za y esqu elet o. Pero el alma no qu ed a me jo r par ad a: es un a pe on za, o su eño y vap or , alg o dificilmente conjeturable. Y las condiciones de vida en que el homb re se ha de move r no son meno s dele znab les. La vida de ca da un o es in si gn fi ca nt e. Ig ua lm en te in si gn if ic an te el rinconcillo de la tierra donde se vive. Tampoco el tamaño de la tierra, compara do con la inmensidad del universo , pasa de ser un punto. Medido en relación con la inmensida d del tiempo cósm ico, el tiem po de la vida huma na también resul ta ser un punto, algo sumamente efímero: somos, como decían los griegos, cr iat ura s de un día . El hál ito vita l no es más que una exhalación de la sangre. El nombre, la gloria, la fama póstuma quedan, al final, reducido s a ruido y eco. Muchos de los que ha n ent ra do al mu nd o co n nos ot ro s se ha n id o ya. Quie ne s fu er on ce le br ad os ha n si do se pu lt ad os po r el ol vi do y ni siquiera se libran aquellos que más se han apegado a la vida. Fabio, Julian o, Lépi do. Hasta las cortes con más boato han sido aniquiladas. La corte de Augusto, su mujer, su hija, sus des cen die nte s, sus asc end ien tes , su her man a, Agr ipa , sus parientes, sus familiares, Ario, Mecenas, sus médicos, sus encargados de sacrificio. Ciudades esplendorosas como Pompeya y Herculano han sido devastadas . La muerte vista bajo la lupa de Ma rc o Au re li o pa re ce rev el ar su gr an ve rd ad : no dej ar tít ere con cabe za. Los ejem plo s de la his tori a huma na con
nombres y apellidos podrían propor cionar a cada uno una lista interminable. Después de someter a la humanidad al escrutinio de la mu er te , la vi si ón de la vi da no pu ed e se r má s desolado ra. Podría resu mirse en esa fórmula de Epicteto que Marco Aurelio repite varias veces en sus meditaciones: “somos una pequeña alma que sostiene un cádaver”. Pero la verdad es que Marco Aurelio se sirve de sus ejercicios sobre la muerte co n un a fi na li da d mu y di st in ta a la de en tr eg ar se al pes imi smo : su pro pós ito es tra nsf orm ar la vid a ent era del ho mb re en al go no bl e, al ca nz ar la gr an de za de l al ma y con seg uir lib era rse de aqu ell os con dic ion ami ent os que le impiden vivir con libertad. El “memento mori” como ejercicio espirit ual le sirve a Marco Au re li o pa ra da rs e cu en ta de qu e la mu er te es un ma l in el ec tu bl e, al go in di fe re nt e qu e ha y qu e tr at ar co n indiferencia para no dejarse alterar, un hecho natural que no puede inscri birse en el terreno de la libertad humana , ya que no depende de nosotros morirse o no morirse. La muerte, como el na ci mi en to , di ce Ma rc o Au re li o, es “u n mi st er io de la na tu ra le za , un a co mb in ac ió n de ci er to s el em en to s y un a disoluci ón en ellos mismos”. Una de las consecu enci as de la definición natural que Marco Aurelio da sobre la muerte es el desprecio de la carne y la revalori zación del alma como algo qu e ha y qu e cu lt iv ar pa ra lo gr ar un a vi da es pi ri tu al má s plena. Si visto bajo el prisma de la muerte, el cuerpo resulta ser putrefac ción, cadáver, esquele to y ceniza, es decir, la viva imag en de la muer te, entonc es, por cont rast e, el alma resu lta ser la más pura imagen de la vida , aque llo que se sobrevive a sí misma, que lleva el germen de la inmortalidad y de la verdadera vida. “Basta –dice Marco Aurelio- cavar en el interior para encontrar la fuente de todo bien”. El bien es el srcen y el “telos ” del alma y a la vez se conv ierte en su dinamismo interno. Si como recuerd a marco aurelio, citando a Epicteto, somos una pequeña alma que sustent a un cadaver, si hay que vivencia r el cuerpo como un cadav er y ver la muert e como si ya estuvie ra afectan do al cuer po, entonce s toma mos
conciencia de que la vida que importa no es la de los cuidados del cuerpo, sino la vida anímica o espiritual. No sólo hay que men osp reci ar la vid a del cuerpo , sin o que tambié n hay que menospreciar a la muerte misma, para no dejarnos asusta r por la impresió n que nos causa. Bajo la visión de Marco Aurel io, la vida resu lta ser una prepar ació n para la muer te, porque cua lqu ier acción de nue str a vid a lle va ya su imp ront a: no sabemos cuál de las acciones ejecutad as puede ser la última. Cualquier momento de nuestra vida puede incluir el instante en que nos estamos muriendo. De este modo, al tomar conciencia de que en cualquier momento podemos perder la vida, ésta adquiere un valor precioso que antes no tenía, se convierte así en más vida, y nos hace percatarnos de que siempre nos hallamos ante la alternativa de elegir una vida más verdadera o una vida más fals a, una vida consc iente de lo que nos juga mos en ella, o una vida inconsciente y frívola que se toma a si misma a broma y que es incapaz de sacar provecho a todas sus potencialidades. Si según la visión de Marco Aurelio, el signo de las cosas es la fugacidad, si esta es la gran verdad de la vi da qu e el ho mb re no ha ap re he nd id o en su in te gr id ad , entonces el hombre común lleva una vida errática al creer que las cosas son permanentes y estables. El hombre actúa con la convicc ión de que durant e su vida pers igue cosas de valor, cosa s que van a perd urar en el tiempo y sin embarg o resu lta que ha estado persiguiendo sombras chinescas, cosas fugaces y te mp or ale s. La vi si ón de la fu ga cid ad de la vi da ha ce al hombre repl ante arse el sist ema de valores con que juzga las cosas y le ayuda a encarar la vida y la muerte de otro modo. Para vivir la vida de un modo pleno es necesario ver la muerte sin espant o, de un modo natu ral. Desde este punto vista, la muerte es “el descanso de la impronta sensit iva, del impulso qu e no s mu ev e co mo tí te re s” . Vi st o de sd e es ta vi si ón naturalista, la muerte ya lleva implíci ta su propia anestesia y ningún mal o dolor podemos temer de la muerte: la muerte es, por definici ón, “extinci ón de la sensibilidad”. La muerte es ad em ás el pr oc es o má s re cu rr en te de la vi da y de la naturaleza, y por eso ya estamos del todo familia rizados con
ella. Si uno echa una ojeada a toda la sucesión de edades por las que ha pasado –niñez, adolescencia, juventud, vejez, etc-, y ha ce el recue nt o de toda s las pers ona s que le ha n ido aco mpa ñan do, par a más tar de ir des apa rec ien do, la vid a se revela como un continuo proces o de cambio que está gobernado por la des truc ció n y la mue rte . Est a mis ma mir ada lanzad a hacia la naturaleza universal nos hace percatarnos de que todo está someti do a procesos de transfor mación y disoluci ón, de metabolización y diálisis. Pasamos continuamente de un momento de destrucción a otro; la vida es un conjunto de sucesiones y po r ta nt o ya no s ha ac os tu mb ra do al su ce so úl ti mo y fundamental, al cambio más importante: la vida, que en ultima instancia consis te en un cambio permanente, ya nos ha estado adie st ra nd o a qu e nos fa mili ar ic em os co n la mu er te . Es te ej er ci cio de la me nte que no s ll eva a con ce bi r to da cos a existente como ya sometida al influjo de la muerte, nos lleva también a concebir cada cosa “como nacida para morir”. En esta re fl ex ió n on to ló gi ca so br e la mu er te , el ho mb re to ma conciencia propia de que es un un ser para la muerte. Como ha recordado Heidegg er, “tan pronto como un ser entra en la vida es ya demasiado viejo para morir”. Al tomar concie ncia propia de la mu er te , el ho mb re ha ll a en el la su má s pe cu li ar pos ibi lid ad. “La mue rte -di ce Hei deg ger - es par a cad a ser hu ma no pro ba bl e en el más alto gra do , pe ro co n tod o no absolutamente cierta”. Una cosa es la certidumbre empírica de la muerte como acciden te que nos acaece ra algún día, y otra cosa es la certeza apodíctic a de comprender la muerte como la posibilidad más propia, cierta e indeterminada. Cierta porque es posible a cada instante; indeterminada porque no se conoce e s e i n s t a n t e. L a m e d i t a t i o m o rt i s n o s l l e v a a e s ta transformación en la vivencia de la muerte, poniendo nos ante la actitud de no esquivarla ni tratarla con la incuria del que se entrega a la la rutina de sus asuntos cotidianos. La muerte es también un tema fundame ntal dentro del ejercicio de la “premeditatio malorum”. Se trata de representarse con la mayor viveza posi ble aquellos acontec imientos dramáticos o
duros que puede presentársenos a lo largo de la existencia. De este modo, cualquie r acontecimien to terrible para el hombre pierde su aspecto espantoso. Hay que saber discernir entre los males que dependen de nosotros –como son los males morales- y aquellos que no dependen ni afectan a nuestra libertad, como son la pob reza , la enf erme dad , la veje z, etc. Entre estos males inevitables que pueden afectar al hombre, la muerte se situ a como el mal más radi cal e inev itab le. Uno pued e pasa r por la vida sin llegar a ser pobre, sin tener enferme dade s graves, sin llegar a la vejez. Pero ningún hombre puede pasar por la vida sin dejar de morirse. La muerte es, pues, no sólo el mal más radic al, sino el más ciert o y hab itua l, el más inconcus o. Pero para los estoicos , como para Marco Aurelio, este mal, que es el mal por excelen cia, no es un mal real. Y no es un mal, en primer lugar, porq ue no afecta al alma. Las cos as exi ste n fue ra, en el ext erio r, per o el hom bre puede conservar un reducto interior infranqueable a las contariedades del mundo, ya que las cosas que nos son externas están desprovistas de temblor y “ las turbaciones surgen de la única opinión interior ”. No hay más mal verdade ro que el mal mo ra l, qu e el ma l que nos co nt am ina desd e el int er io r de nu es tr as pr op ia s ac ci on es , qu e no s vu el ve in ju st os o insensatos cuando ejecutamos acciones injustas o insensatas. Tod os aqu ell os mal es que proced en de una causa extern a no pueden ser males reales, ya que no tienen el poder de hacernos ma lo s. So n ma le s só lo po rq ue op in am os qu e no s ca us an pe rj ui ci o, pe ro es tá en nu es tr a ma no mu da r de op in ió n o dejarla en suspenso. “No existe mal alguno en la vida –repite Montaigne- para aquél que ha comprend ido que no es un mal la pérdida de la vida”. La muerte no sólo es un mal; puede llegar a convertirse en un bien, incluso. En un mundo en el que todo es inestab le y en que todo se desvanece como un sueño, en un mu ndo en que todo es ina sib le y nos asim os a co sas sin importancia, el hombre puede llegar a despertar si es capaz de encontr ar un asidero en medi o del desasi miento de todo . La muerte nos revela que en un mundo en que todo es fantasma l y no hay nada que tenga presen cia substa nte, la mole stia , el
sufrimie nto, el mal tampoco tienen entid ad. El mal no tien e consist encia porq ue en un mund o fluctua nte ningún mal dura muc ho tiempo, y la muerte ni siqu iera dura un inst ante . A juicio de Marco Aurelio, que acusaba la influencia platóni ca, la muerte no es un mal para “quien aspira a cont empl ar toda esencia y todo tiempo”, es decir, la muerte no es un mal para el sabio que ha aprendido a contemplar el universo desde una perspectiva holística y eterna, y a quien la vida humana se le aparece , en comp arac ión, como algo ínfi mo y de poco valor . Para este hombre que desprecia lo mundano, también la muerte es un ingrediente más de la vida que hay que despreciar. Otro de los procedimientos que abundan en las meditac iones con el fin de quitar espanto a la muerte es mostrar que la muerte es “ an es té si ca ” , al go qu e no pu ed e al c an za r a nu es t ra sensibilidad, en consonancia con la famosa fórmula de Epicuro “cuando yo soy, la muerte no es; cuando la muerte es, yo ya no soy”. La muerte, pues, no puede alcanzarnos porque ella misma, por definición, nos trae la imposibilidad de experimentarla. No es un mal por que el dol or que podrí a infl igi rnos nunca podrá ser experimentado por nosotros. Tampoco es un mal si se tiene en cuenta que la muerte sólo puede venir a interrumpir una acción que estamos ejecutando en un instante dado, pero si reflexionamos sobre esa acción ejecuta da descubri mos que la muerte no viene a privarnos de nada trascendente, porque toda acción tomada así, aislada del cont inuo tempor al, carece de imp ort anc ia. Ant e el aco nte cim ien to de la mue rte , hay que asegurarse de que en el fondo no puede afectarnos, porque nada importante nos acontece. Con el ejercicio de meditación sobre la mu er te no s pr ep ar am os pa ra pr ev er es te ma l ma yo r qu e a pa r en ta se r la m ue rt e y l o co nv e rt im o s en u n ma l insignificante. No es un mal evitabl e, pero puede ser un mal desdeñable a condición de que reflexionemos suficientemente en la re al id ad qu e en tr añ a. A co nd ic ió n de qu e pe ns em os suficientemente la muerte y comprendamos de un modo adecuad o las consecuencias de su aparición. De esta forma, la muerte se convertirá en un acontecimiento que no llegará a sorprendernos porque nos hemos ido preparan do para contrar estar su posible
efecto sini estr o. Como ya dijera Arce sila o, la muer te es un mal en nuestra opinión; cuand o está ahí no hace ningún daño. Sólo hace daño cuando está ausente y la aguarda mos como una amenaza. Cuando cesamo s de opinar y somos capac es de mirar a la muerte con mirada verdadera entonces la muerte se convierte en objeto de nues tro saber . Y pode mos hacer tambi én de la mu er te un bi en pr ov ec ho so si so mo s ca pa ce s de sa li rl e al encuentro. Finalm ente la muerte no es un mal porque, desde un punto de vist a natu rali sta, puede ser definid a como “ergón fiseos” como obra de la naturale za, y según el dogma estoico nada malo hay en aquello que es conform e con la natu rale za. Desd e este punto de vist a, la muer te tiene su “kai ros” , se produce en el mome nto oportun o de acue rdo con la natu raleza universal. Desde esta perspectiva cósmica, la muerte, que los homb res han pint ado con los más feos rasgo s, puede llegar a tomar el aspect o de la belleza , pues todo lo que acontece al conjunto universa l es bello y está en sazón, y sirve para que todo continue su transformación renovadora. Según Marco Aurel io el hombre sabio es aquel que sabe hallar su íntima afinidad con la naturaleza. Todos los acontecimientos y fenómenos humanos han de ser resituad os en una perspe ctiv a cósm ica con el fin de sentir la armo nía que dima na de esa unidad vivie nte que es el cosm os. Por tant o, Mar co Aur eli o va a sit uar la mue rte bajo esta persp ect iva natu ral y cósm ica. Se trata de defi nir la muer te de un modo natural, quitánd ole los fantasma s que la recubren, para que así se nos revel a la muerte desnu da, tal cual es, sin los ropajes convencionales y las deformaciones que la opinión y la pasi ón humana le ha ido añad iend o. Se trat a de vivenci ar la muerte de una manera esencial. Visto de esta manera, la muerte es “ergon fiseos”, mera obra de la naturale za. Pero, además, es obra útil de la natural eza porqu e cola bora para que se prod uzca la reno vaci ón de su obra. Viendo la muer te de esta man era esenci al y desn uda, el hom bre ya no tiene nada que temer de ella. Se le reduce a algo inofensivo. Al revés, toda ob ra de la nat ur al eza no sól o ti ene su be ll ez a, si no qu e
también tiene su función y su utilidad. Como fenómeno natural, la muerte se nos presenta como disoluc ión de elementos de los qu e es tá co mp ue st o un se r vi vo , y es ta tr an sf or ma ci ón y disolución natural no debe producirnos pasión o recelo alguno, a no ser que desc onfi emos de la prop ia natu rale za. Tampoc o debe prod ucirnos vergüenza o cual quier otro sent imiento de rechazo, porque para un ser que contempla las cosas a través de su inte lige ncia , sentir vergüe nza ante lo natu ral es un con tra sen tid o. Ni siq uie ra deb emo s imp aci ent arn os ant e la de mo ra de nu es tr a de si nt eg ra ci on pe rs on al , po rq ue la nat ura lez a ya nos ha ens eñad o que la des int egr aci ón form a part e del destin o de todo ente . Ante la muer te es nece sari o aquieta r el ánim o mant enie ndo el princip io de que nada nos sucede que esté en desacuerdo con la naturaleza del conjunto. Y la muerte hay que acogerla “gustos amente, en la convicción qu e és ta ta mb ié n es un a de la s cos as qu e la na tu ral ez a quiere”. Desde este punto de vista naturalista, la alternativa ante la que nos sitúa la muerte está exenta de dramatismo: “o dispersión, si existen átomos; o extinción o cambio, si existe uni dad ”. Per o cua lqui era que sea la alte rna tiva en que se res uelv a la muerte, lo imp orta nte es que el alma se hall e dispues ta. En defi niti va, no es tan import ante cuál sea la natu rale za de la muerte, como el trata r de que no nos pill e desprevenidos. La alternativa hacia la que nos inclinemos ha de ser fruto de una elección personal , una decisión tomada de un mo do se rio y re fle xi vo pa ra que el alm a se hal la bie n equ ipa da ant e la pos ibi lid ad de est e aco nte cim ien to. Est a disposición de ánimo tiene su mayor apoyo en el sentimiento de vi vi r de ac ue rd o co n la na tu ra le za . Si to do ac on te ce en conformidad con la “holofisis”, con la naturaleza del conjunto universal, el hombre ha de buscar entonces la conformidad con la “antropofisis”, con su propia naturaleza humana. El hombre es un mic roco smo s que median te su obra r deb e col ocar se en armonía con el macrocosmos. Visto así, la muerte supone sólo una desintegración aparente, paso previo para una integración superior: la muerte viene a reintegrarnos a la totalidad de la que nos hemo s desg ajad o en el proc eso de individ uaci ón. El
alma ha de aguardar la hora en que se separa de su envoltura de la misma manera que se aguarda el momento en que salga de la mu je r el re ci en na ci do . Ha de ob se rv ar la s le ye s universales que rigen el cosmos y ha de procurar asemej arse a la natural eza para que sus accion es no sean vanas sino que est én reg ida s por su mis ma uni ver sal ida d. Se pue de sal var personalmente al actuar de un modo transpersonal, escuchando el dictado de la naturaleza, que es también naturaleza humana y que se expresa en un plano ético mediante el cumplimiento de las normas que le son propias. La me di ta ci ón so br e la mu er te ap ar ec e a me nu do en Ma rc o aurelio asociada al valor del instant e presente, otro de los tó pi co s de la fi lo so fi a ant ig ua . Es co mú n a to da es cue la filosófica, dice marco aurelio, “dedicarse únicamente a lo que ahor a se está haci endo y al instrum ento graci as al cual se actua”. Uno de los ejercicios espirituales consiste en centrar la atención sobre lo que se tiene siempre entre manos, porque es en el momento prese nte donde se tien e ya que real izar la co nq ui st a de la vi da mo ra l y de la li be rt ad in te ri or , renuncia ndo a todo tipo de activida des superflu as. Lo único que posee el hombre sustancialmente es el instante presente, y si quiere realizar bien su vida no puede descentrarse dejando lo que tien e entr e mano s para afan arse por cosas que ya no está n o que todav ía no están a su alcance . Si uno encar a su vida desde el pensamiento de la muerte, se da cuenta de que lo único que se puede llevar consigo la muerte es el instante del que ahora gozamos, pero no nos puede arrebatar ni el pasado ni el futuro, ya que no están a nuestra disposic ión. La muerte, al igual que el instante presente, pone a todos los hombres al mismo nivel. En el instante presente todas las vidas tienen la misma duración y confluyen en un mismo punto y todas tienen el mism o valor. El botí n que se lleva la muer te tiene el mism o valor para todas las vidas. Y una vida solo tiene valor por su mome nto presen te. Todo lo demás es una ficc ión. Se trat a de “no olvida r- dice Marc o Aurelio- que todo es opin ión, y que cada uno vive unicamente el momento presente y que esto es lo
único que pierde”. Vivir es estar a cada instante más cerca de la muerte . Cada paso que damos es un avance hacia ella . La muerte entraña el más grave peligro para la vida, pero también puede convertirse en ancla de salvación si tomamos conciencia de qu e ha y qu e ap re su ra rs e a ll ev ar a ca bo lo qu e no s co rr es po nd e ha ce r, si no s da mo s cu en ta de qu e no si emp re tendremos la lucidez necesaria para reflexionar sobre la vida y cumplir con nuestros deberes. La muerte nos hace reparar en qu e no si em pr e es ta re mo s do nd e es ta mo s, y qu e el mo men to presente es un momento privilegiado para cumplir con nuestras obligaciones cotidianas. La posibilidad de perder la vida nos hace darnos cuenta de su insignificancia y al mismo tiempo nos hace ver que estamos magnifi cando las circunstancias que nos rodean y que perseguimos cosas también insignific antes. No ex is te má s qu e es e in st an te fu ga z qu e de ja mo s es ca pa r abrazando espera nzas vanas, que en el caso de Marco Aurelio, por ejempl o, eran lleg ar a leer sus memorias , las gestas de los antiguos griegos y romanos y alguna selección de escritos. Co n el pe ns am ie nt o pu es to en la mu er te , Ma rc o Au re li o se ex ho rt ab a a no va ga bu nd ea r me nt al me nt e, a no ab ra za r expectativas ilusorias de dudoso cumplimiento, a darse cuenta de que el verdade ro plan se está ejec utan do en el instant e fugaz, y sólo centrá ndose uno en el present e consigue vivir una vida con la necesar ia tens ión. Dete rminados ejercic ios so br e la mu ert e co nsi st en en re pas ar el mo do de vi da qu e llevaron personaj es célebres en una época histórica concreta para constatar que de todo aquellos tras lo que se afanaron ya no queda más que un coro lari o de vidas vacias. “Piens a, por ejem pl o, en los ti empo s de Ve spas ia no . Ve rá s si em pr e la s mismas cosas: pers onas que se casan, cría n hijo s, enfe rman, mueren, hacen la guerra, celebran fiestas, comercian, cultivan la tierra, adulan, son orgullosos, recelan, conspiran, desean que algu nos muer an, murm uran cont ra la situación present e, aman, atesoran, ambicionan los consulados, los poderes reales. Pues bien, la vida de aquéllos ya no existe en ninguna parte”. La mu er te re ve la a Ma rc o Au re li o qu e la may or ía de la s personas acaban llevando una vida infructuosa porque dedicaron
su present e a tare as nimías. El cont acto con la muer te hace ver a Marco Aure lio que para llevar una vida fecunda hay que at en de r ad ec ua da me nt e a ca da ac ci ón , y es to se lo gr a concedie ndo a cada acció n ejecutad a un esfu erzo y un tiempo proporcional a su valor. Atender al momento presente bajo la presencia de la muerte nos hace discer nir el valor que tiene cada acci ón, pero tamb ién nos hace tomar conci enci a de que toda acció n examinad a en su mome nto presen te tien e un valo r ínfimo y que la muerte no nos privaría de nada trascendente si ésta tuviera lugar mientras la ejecutamos. “Para afrontar bien la muer te, dice Marc o Aure lio , bas ta con dispon er bie n el presente”, y esto sólo se consigue realizando cada acción con el de bi do de sa pe go , pa ra qu e la mu er te no no s so rp re nd a aferrados a las pasiónes con que abrazamos la vida. La imagen estoica del universo como un río en incesante fluir en el que todo se extingue y se renueva nos hace comprender que nosotros ya llevamos inscri ta la muerte, que nosotros mismos somos el río que nos lleva, y que el universo acaba cotizando a la baja todo lo que el hombre cotiz ó a la alta . Al descub rirs e que todo lo que se estima es ines tabl e, y que hasta la glor ía póstuma acaba siendo desleída por el tiempo, el hombre se ve ob li ga do a fu nd am en ta r su vi da en al go qu e te ng a má s co ns is te nc ia y es ta bi li da d. La br ev ed ad de la vi da y la in es ta bi li da d de la s co sa s hu ma na s em pu ja n al ho mb re a enco ntra r ese punto de apoy o en el mome nto presen te. Es lo único inconmov ible, lo únic o que pueda fundamen tar una vida pl en a, cu an do la ta re a pr es en te se ej ec ut a de un mo do virtuoso. Para Marco Aurelio el alma racional siempre alcanza el fin de sus prop ias accion es, en cual quie r mome nto que se presente el término de una vida. De esta forma, todo instante ti en e su pl en it ud y to da vi da se ha ll a col ma da en ca da instante, pero a condición de que se actúe en consonanc ia con es ta na tu ra le za ra ci on al de l al ma , a co nd ic ió n de qu e se practiqu e el perfecci onamient o mora l, y nos centremo s en el presente evitando las divagaciones entre un pasado y un futuro que son evanescentes. La fórmula hedonista de Epicuro: “actua como si cada día fuera el último para ti” queda convertida en
boca de Marco Aurelio en una máxima en que une la meditació n de la muerte, el valor del instante presen te y la consecuci ón de la virtud: “La perfección moral consist e en esto: en pasar cada día como si fuera el último”. De este modo, la meditación so br e la mu er te se co nv ie rt e en un ac ic at e pa ra nu es tr a transformac ión espiritual, porque sólo concediendo un valo r precioso a cada uno de nuestros actos podemos imprimi rle a la vi da su ca rá cte r ín teg ro y mo ra l. Ta l com o se en ca rg a de recordarnos Carlos Castaneda en su “Viaje a Ixtlán”, el hombre que siempre tiene delante la perspectiva de su muerte “evalúa cada acto; y como tiene un conocimiento íntimo de su muerte, proc ed e ju ic io sa ment e, como si ca da ac to fu er a su úl ti ma batalla”. Entr e las pr opie da de s qu e Ma rc o Au re li o at ri bu ye al al ma racional, hay una que le va a permitir una serie de ejercicios en re la ci ón co n la me di ta ci ón so br e la mu er te . El al ma racional -dice Marco Aurelio- puede “recorrer el mundo entero, el vacío que lo cir cu nda y su fo rma ; se extie nde en la inf ini dad del tie mpo , aco ge en tor no suyo el ren aci mie nto per iód ico del con jun to uni ver sal ”. La med ita ció n sob re la muerte va a permitir al alma humana ensanch ar su perspect iva con el fin de liberars e y hacerse grande (grand eza de alma o hiperfron). Se trata de dirigir la mirada “a la prontitud con que se olvida todo y al abismo del tiempo infin ito por ambos lados, a la vaciedad del eco, a la versatilidad e irreflexión de los que dan la impresión de elogiar te, a la angostu ra del lugar en que se circunscribe la gloria”. La meditación sobre la muerte tiene también la función de hacer que nos percatemos de la vanidad humana. Pues toda aquello que el hombre pretende alcanzar y que lo desvía de su verdadera naturaleza se basa en dej ar huella en la memori a huma na, en la imp resi ón que se quiere dejar en otros hombre s. Pero al ser conscien tes de que todo se extingue, somos consci entes de que la muerte también alcanza a la memoria humana y la deja reducida al olvido. Esta concien cia de que la muer te alca nza todo lo huma no tamb ién evi ta que actuem os con falsed ad y nos permit e alc anza r la
verdad en la conducta, libre de constricciones y convencionalismos humanos. “A la vez –se nos propone- tenemos que dirigir tambié n la mirada al abismo infinito de tiempo”, es decir al abismo del pasado y del futuro, porque esto nos va a p er m i ti r ve r n os e n n u e st r a j u st a m ed i da s i n q u e so br ed im en si on em os nu es tr a vi da hu ma na o no s en ga ñe mo s med ian te alg ún err or de cálc ulo . Tam bié n nos per mit e, por ta nt o, aj us ta r la im ag en hu ma na en su ve rd ad , me di da en relación con la totalida d del univers o, del que el hombre es parte inte grante. El tene r conc iencia de nuestra condici ón temporal a nivel cósmico nos permite a la vez centrarnos en lo más primor dial de nues tro momento presen te, no deja ndo que factores secundarios absorvan nuestras energías y suscite n nuestras malas pasiones. Desde esta perspectiva, el eco humano que el homb re preten de alcanza r en relació n a la fama y la gloria se revela como algo vacío, porque todo eco al final se acab a disi pand o, a meno s que el homb re trate de alca nzar su pr opi a vo z y no co nfu nd a las voce s co n los ecos . An te la voracidad del abismo de tiempo que todo lo devora, el hombre no tiene más antídoto que el de convertirse en un anacoreta de su alma, “uno puede retirarse en el momento que le apetezca en si mismo porque en ninguna parte el hombre se retira con mayor tran quil idad y más calma que en su propia alma”. Es en esta ac ti vi da d in st ro sp ec ti va de l al ma do nd e el ho mb re va a encontrar los bienes que le son propios y que además no puede arrebatarle la muerte, por ser imperece deros, por ser bienes que no están sometid os a los vaiven es de la fortuna y que le van a proporcionar una tranquilidad total. Esta tranquil idad total está basa da en la “eucosm ia”, en el buen orden que nos depara esta instrospección, cuando por fin logramos sintonizar el or de n mi cr oc ós mi co de l al ma hu ma na co n el or de n má s prof undo de l un iver so . Esta re mens ur ació n de l tama ño de l ho mb re en re la ci ón a la to ta li da d de l un iv er so , ha ce qu e tome mo s co nc ie nc ia de la ve rd ad er a me di da hu ma na, qu e es med ida cós mic a. Est a rem ens ura ció n del hom bre no sól o nos revela la verdad de nuestra realidad espacio -temporal, sino que también nos revela la verdad y rectitud de la conducta que
hemos de esforzarnos en alcanzar . Esta nueva mensurac ión se revela en el plano ético como una exigenci a de moderación. Al remensurar nuestra realidad con respecto a la totalidad de la sustancia, del tiempo y del destino nos hacemos conscientes de nues tr a pr op ia in an id ad y ev it am os as í el magn if ic ar lo s asuntos human os y el deja rnos anona dar por ellos y pode mos orientar la conducta de acuerdo con la naturaleza humana. A la vez, este método nos permite, como ha señalado Pierre Hadot, “alterar radical ment e nues tra mane ra de valo rar las cosa s y los sucesos que rodean la existencia humana”. Su objetivo es eliminar la visión antropocentrista que se deriva de valorar el mundo mediante un sistema de valores puramente equivocado y deformado por componentes pasionales erroneos. El resultado es que el hombre queda liberado para una visión más acorde con la realidad cósmica y queda purga do de las pasiones humanas que res ult an de est a val ora ció n err one a: que da lib era do de la vana glor ia, del miedo a la muerte y del recelo a los demás hombres. Esta transformación de la mirada exige una disciplina del logos interi or, de acue rdo con el dog ma for mula do por Epicteto: “no son las cosas las que perturb an a los hombres , sino sus juicios sobre las cosas”. En relación con la muerte, se trata de girar y comtemplar las cosas tal como son después de en fe rm ar , en ve je ce r, mo ri r, es de ci r, se tr at a de contemplar una vida con un cierto giro platónico en la mirada, teniendo en cuenta la totalidad de su existencia y no sólo un momento puntual, para que ese momento puntual se hinche con la conc ienc ia de la totalid ad y nos ofrezc a una nueva luz que ilumine aspectos que antes pasaban desapercibidos. Esta transformación espiritual que propicia el pensamiento de la muerte tiene que veni r acom paña da de un despert ar de la conciencia. La muerte tiene también la función de ayudarnos a este despertar. La muerte nos trae a la conciencia que tenemos que actuar ya de una mane ra vigilan te, porque la muer te no tiene aplazami ento , porq ue hasta la vida más larga tiene un pl az o qu e ve nc e de ma si ad o pr on to , y as í la co nc ie nc ia de nuestra finitud nos ayuda a despertarnos de la modorra en que
convertimos nuestra vida cotidiana. En un mundo cuya imagen es la de un río en incesante fluir, donde todo se desvanece ante la proximidad del abismo infinito del pasado y del futuro, la vida aparece concebida como un sueño vaporoso del que hay que despert ar, y como un enor me nauf ragi o del que sólo podem os librarnos agarrándonos a la tabla de salvación que constituye el vivir despiert os. Acuciado por la imagen de la muerte, el hombre siente que tiene que renacer ya a una nueva vida “como homb re que ha muer to ya y que no ha vivi do hasta hoy”. Tal como Herácl ito ya apuntara, el hombre vive como un sonámbulo mien tras no es capa z de compren der el logos cumú n en que se expresa el cosmos. Uno sólo consigue despertar del sueño de la ignorancia cuando reconoce las leyes de la naturale za y rige su conducta de acuerdo con estas leyes. Para Marco Aurelio, el hech o trágico de la muerte no radica en que nos priv a de la vida, sino que su posibilidad viene a ponernos en evidencia el hecho de que todavía no hemos empezado a vivir, todavía no nos hemos despertado de nuestro sueño y continuamos viviendo una vida que muestra toda su deficiencia, una vida que no sigue la concordancia con las leyes de la naturaleza. Este despert ar que prod uce la muer te en nues tra concien cia transfo rma nuestro modo de valorar los asuntos humano s. Al pasa r revi sta a las vidas de los hombr es que ya han muer to observa mos los asun tos humano s como efíme ros y sin valor y hace que giremo s la mirada en busca de lo que tiene un valor más alto, no medi do bajo el rasero habitu al que util iza el hombre para valorar sus asuntos. La idea de la muerte viene a darn os un crit erio objet ivo de lo que es importa nte para el ho mbr e y lo que no lo es, nos hac e pr egu nta rn os so bre la trascendencia de las tareas que estamos realizando y nos ayuda a descartar aquellas que suponen una pérdida de tiempo. Al ver nu es tr a vi da ac tu al ba jo la mi ra da de la mu er te, como si nuestra vida ya estu viera consumad a con la perf ecci ón de lo que ha llegado a su término, podemo s seleccionar de entre el conj unto de nu es tros ac tos aq ue llos qu e so n inap el able s, aquellos que nos hacen deci r que gracias a ellos una vida ha
sido bien vivida. Al examinar nuestro puesto en el mundo bajo una medida no humana, sino cósmica, descubrimos que nada de lo qu e cr eí am os im po rt an te lo er a re al me nt e y co me nz am os a cambiar nuestro criterio de valoración. Esta consciencia que nos entrega la muerte, la de que “nuestra vida está circunsc rita a un periodo de tiempo limitado”, nos hace perca tarn os de que cada instante de nues tra vida es un mome nto único para que se nos reve le la verd ad y para poder rectificar así nuestro modo habitual de obrar. La muerte nos viene a revelar la verdad de nuestras posesiones, nos hace ver que todo aquello que creemos poseer –la salud, la riqueza, la familia- es una quimera por estar sometido a los vaivenes de la fo rt un a: el ri co pu ed e ar ru in ar se , el sa no pu ed e enf erm ars e, el hom bre fel iz pue de vol ver se des gra cia do al perder aquello en lo que cifra su felicidad. La muerte viene a deci rnos que lo únic o que poseem os de verd ad es el instant e fugaz; todas nuestras otras pose siones son ilus orias y todo nuestro potencia l radica en aprovech ar y no dejar escapar el momento presente. Y lo dejamos escapar cuando nos afanamos por co sa s qu e no de pe nd en de no so tr os , y qu e ad em ás pu ed en alterarse y perderse bajo los efectos de la fortuna. La muerte nos indica que todo está sometido a las mudanzas del tiempo, a lo que Marco Aurelio denomina el oleaje de las tr an sf or ma ci on es y al te ra ci on es . An te es ta es cu rr id iz a oscilación de todo lo que acontec e en el cosmos, y por tanto de todo lo que persigue el hombre, Marco Aurelio se pregunta si hay algo que permanezca bajo este flujo perpetuo, algo a lo que el hombre pueda agarrarse, algo que lo haga inmortal y le permita librarse de la muerte. La mudanza constante de todas las cosas le lleva a Marco Aurelio al menosprec io de todo lo mortal, pero también le induce, por contraste, a que se lance a la búsqueda y al aprecio de lo inmortal y lo divino, lo no cadu co que mora en el interio r del hombre , aque llo que deja huella eterna y que vale para todo hombre y todo lugar . Esta es la cuestión que levanta el “memento mori”. Al darse cuenta el hombre de que vive instalado en un universo mortal, siente
que ha de entregar su vida a algo que valga la pena y que sea invulnerable a los embates de este oleaje. La consideración de la mu er te no s po ne en di sp os ic ió n de al ca nz ar “a qu el pensamiento que, lleno de grandeza, alcanza la contemplación de to do ti emp o y de tod a es enc ia” . El “m eme nto mori ” se revela así como el ejercicio espiritu al que nos conduce hacia el culto a la verdad y hacia el desprecio a la muerte y a todo lo que es mort al. La muerte nos viene a deci r que todo lo mortal es un fraude y que aquella vida humana que sólo abraza lo mo rta l es una vida fals a, un a vid a que ya es tá si end o derr otad a por la muer te. La muer te no pone en evid enci a la cond ic ió n mo rt al de l ho mb re , si no su co nd ic ió n in mo ral e insensata, su habitual estado de irracionalidad, el hecho de que se conduzca mediante una moralida d que está afectada por el mismo grado de corrupción que afecta los fenómenos físicos más viles. Tomar conci enci a de que todo muere –es decir, de que nada permanece , de que todo sufre cambio- es darse cuenta de qu e ag ar ra mo s fa nt as ma s, de qu e no s af an am os tr as fantasma s, de que nosotr os mism os detrás de estas cosa s nos vo lv em os fa nt as ma s. El ho mb re as pi ra a ll ev ar un a vi da verd ader a, de carn e y hueso, y para ello tiene que dejar de per seg uir est as ent ida des cor rup tas . El hom bre sól o pue de ab ra za r la vi da ve rd ad er a, en tr eg án do se a es a ot ra vi da imperecedera que reposa en lo espiritual, en la inteligencia, en el reconocer que hay una naturaleza humana que permanece y a la que uno se pue de ac og er , to ma ndo conc ie nc ia de qu e existen unas leye s inmu tables que rigen el destino humano . Sab er qu e no s es tam os mu ri en do , qu e so mo s ca dá ver es arrastrando un alma, significa tomar conciencia de que vivimos respirando una mentira, que toda nuestra vida es una mentira, un conviv ir con una penum bra que no encu entr a la luz y la verdad. Al igua l que Platón, Marco Aureli o se repr esen ta el estado habitual de los hombres como un estar encade nados a su mun do de som bras sin poder ver más allá de su perspe ctiv a ha bi tu al . Lo s ho mb re s vi ve n un a vi da se cu nd ar ia y no so n capaces de erguirse hacia una vida primaria. Gran parte de los ejercicios espirituales relacionados con la muerte tienen como
objetivo situarn os en esta perspec tiva que nos oriente hacia la luz, una perspec tiva que nos permita una obse rvac ión más adecuada de las cosas. Hay que girar las cosas y observarlas cómo son y “cómo llegan a ser después de envejecer, enfermar y expirar ”. O bien “contem plar desde arri ba la dive rsidad de seres que nacen, conviven y se van”. Hay que observar el mundo “sub specie aeternitatis”, bajo una perspectiva holística que nos transpa rente una fisonomí a distinta de la habitual y así poder descubrir que aquello que persigue el hombre –el nombre, la fama-, no es más que una pompa de jabon. Al descubrir que el hombre persi gue sombras , cae en la cuenta de que su deseo ti en e qu e es ta r mo vi do po r al go qu e te ng a má s ba se y consistencia y que ha de esforzars e por ver las cosas bajo la luz que le ofrece su inteligencia. Pero el efecto más importante que tiene la meditación sobre la mu er te es el co nd uc ir al ho mb re ha ci a un a vi da vi rt uos a. Cu an do co n au xi li o de la me di ta ci ón de la mu er te pa sam os revi sión a toda s las vidas conoci das, lo prim ero que se nos reve la es que la mayor parte de esas vidas –ya sean la de Augu st o, Ad ri an o, Ag am enón o el po rq ue ro de Ag am en ón - se af an ar on po r co sa s vi le s, vi vi er on co mo ju gu et es de su s pro pia s pas ion es, alc anz aro n la ple nit ud de la fam a, pero detrás de todo eso ya no queda nada. Y lo que revela la muerte es que esas vidas fueron vacias y sin valor porq ue no fueron guia das por ning una escala de valo res, o más bien porque se deja ron guiar por una escal a de valores que se ha revelad o fallida. La muerte viene a revelarnos que una vida está vacía sino orien ta sus accione s conforme a una raciona lida d. Y la idea de la muerte cumple con la función de instalarnos en el domi nio de la razón, en el dominio de un reino trascen dent e donde se nos revela la inan idad de nues tras accio nes cuando son mov ida s por inc ent ivo s mun dan os. Al rep lan tea rno s las cosas huma nas como efím eras y care ntes de valo r (efe mera y eutelé), comenzam os a cambiar nuestro modo de valorar la vida y alc anza mos a ver que no todas las cos as que per segu imos tienen el mismo valor. Se nos revela también que hay cosas más
dignas de esti ma que otras y apre ndem os a incl inar nuest ro vo lu nt ad ha cia el lad o de la vir tu d. ¿Q ue de be pu es –s e pregunta Marco Aurelio - ocupar nuestro afan si la muerte nos rev ela que todo lo mun dano apare ce como caren te de val or? Naturalmente, la respuesta que da Marco Aurelio es consecuente con su visi ón del mund o. Para Marc o sólo tendr ía valor una vida vivida de acuerdo con la naturale za, es decir, una vida racional. Pero para Marco Aurelio naturaleza y razón, fisis y log os, son modo s en que se man ifie sta la div inid ad y esta divinidad también toma asiento en el alma del hombre cuando es capaz de llevar una vida racional, una vida que se deja regir por “un pens amie nto justo y una acción que persigu e el bien común”. La “meditatio mortis” tiene la función de despertarnos a esta vida conforme a la naturaleza y obedient e a la piedad divi na. La idea de la muer te hace ver a Marc o Aure lio que toda vía no ha sido capaz de rena cer a una nueva vida, que todavía está lejos de vivir conforme a esta exigencia natural y racional. “Estarás muerto enseguida, -se dice marco aurelio a sí mismo-, y aun no eres sencil lo, ni imperturbable”, etc. El ejercici o de la muerte lo utiliza pues Marco Aurelio como un espejo que le muestra su precariedad humana, que le muestra el desaju ste entre lo que es y lo que quiere ser. Pero al convertirse la muerte en un espejo de nuestras deficien cias y mise rías se mues tra a la vez como un refl ejo proyec tivo del ser en el que nos querem os conver tir y nos muest ra a la vez to da s la s po te nc ia li da de s qu e aú n es ta mo s a ti em po de desarrollar. La clave de esta virtud ética que lleva implícita la meditación sobre la muerte se halla en el lema de “vive ya tu último día”: “la perfección moral es esto, vivir cada día como si fuera el último”. La conciencia de que nuestra vida es finita nos trae a la vez la conciencia de todo nuestro poder, qu e se cifra en un ob rar étic o. La mue rte nos obl iga a apreciar la vida y a ahondar en nuestra concienc ia moral. Es el hecho de sabe r que somo s mortale s y que conta mos con un tiempo limitado, lo que nos llevar aprovechar con eficiencia la porción de vida que nos ha sido concedida. “No actúes en la idea de que vas a vivir diez mil años. La necesidad ineludible
pe nd e so br e ti . Mi en tr as vi ve s, mi en tr as es po si bl e, sé vi rt uo so .” Al to ma r co nc ie nc ia de qu e de nt ro de po co no seremos “nadie en ninguna parte”, tomamos a la vez conciencia de la impo rtan cia que tien e nues tra tarea presen te y de que es a ta re a es la oc as ió n pa ra el de sa rr ol lo de nu es tr as pote nc ia li da des, -que en el ca so de Marc o Aure li o qu ed an empeñad as en el desarro llo de la natu rale za huma na bajo el pode r de la razó n y de una vida inte lige nte: “Bre ve es la vi da , no s re cu er da Ma rc o Au re li o, de be mo s ap ro ve ch ar el presente con buen juicio y justicia.”. Para enfrent arnos con la muer te, nos recuerd a Marc o Aure lio, “basta con dispone r bien del presente” , pero lo que no nos dice explici tamente es que para disponer bien del presente hay que estar predispuesto a morir, porque es precisamente el ser consciente de que vamos a morir lo que da un valor precioso a cada instante y hace que ande mos con pie de plom o ante cualqu ier tarea que vaya mos a e j ec u t ar . Lo q u e i n tr o du c e en l a a c c ió n hu m a na l a obligatoriedad ética es, precisamente, el saber que la vida es algo finito y perecedero. La llamada a la brevedad de la vida es a la fuer za una ll ama da a la virt ud , a que no ech emo s nues tra vida en saco roto, a extr aer de ella todo su fruto . “Breve es la vida -nos vuelve a recordar en otro parrafo Marco Aure lio- , el único fruto de la vida terr ena es una piados a disp osición y acto s útil es a la comunid ad”. Y justo en esta meditación (6,30) con la que se exhorta a tener cuidado de no co nv er ti rs e en un Cé sa r, en un tí ra no , de sp li eg a ot ro ejercicio de meditación que es el tener siempre presente algún un mo de lo mo ra l al qu e em ul ar , to ma nd o co mo ej em pl o el comportami ento de su padr e adop tivo, el emperad or Antonin o Pí o. “E n to do , pr oc ed e co mo di sc íp ul o de An to ni no ; su constan cia en obra r conform e a la razó n, su ecua nimi dad en to do , la se re ni da d de su ro st ro , la au se nc ia en él de vana gloria, su afán en lo referen te a la compren sión de las cosas”, etc. Pero este nuevo ejercicio vuelve a enlazarse en su tramo final con el “memento mori”, dándonos la clave de lo que pret ende cons eguir: actúa siguiendo este ejem plo mora l “para que así te sorpenda –nos recuerda- como a él, la última
hora con buena conciencia”. No es nece sari o que la medi taci ón de la muerte conduz ca en todos los casos al actuar virtuoso, porque eso dependerá de la cosmovisión y la escala de valores de cada meditan te. Pero la me di ta ci ón so br e la mu er te se co nv ie rt e si em pr e en un a ap el ac ió n a sa ca r el má xi mo pr ov ec ho a nu es tr a vi da . Se convierte en una exhortación a no vivir en balde, a no vivir inf ruc tuo sam ent e. Un hed oni sta com o Epi cur o, por eje mpl o, cifraría el valor de la vida en sacar el máximo placer a cada instante. Pero para Marco Aurelio el valor de la vida está por encima de toda valoración hedonista, lo que se relaciona con sus concepci ones sobre el alma y el mundo. Para Marco Aurelio el alma se hace daño a sí misma cuando sucu mbe al placer o al pesar; o cuando sufre aversión o cólera contra las personas; o cuando se aflige por acontecimientos que no le son favorables. Y es que para Mar co Aure li o el alm a es la se de de la div inid ad, y el hom bre tiene que cult iva r su alma como si fu era un dio s. Es ta rea de tod o ser huma no ser dóc il y discipl inad o a este “daim on” que lleva dent ro. Su tare a es ha ce r co nc or da r la vo lu nt ad pr op ia co n la vo lu nt ad de l “daimon”, que es, al fin y al cabo, voluntad de la naturaleza univ ersa l. Y esto sólo se pued e llev ar a cabo a trav és del desarrollo de una vida moral, racional e inteligente que logra sacar el máximo provecho de la naturale za humana. Por eso es esencial procurar que el alma no se envilezca con las pasiones y que se mantenga libre de agitacione s; es decir, es esencial que el homb re alcance la “at arax ia”. La idea de la muerte tiene tambié n está función de darle una herramie nta al hombre para que pueda preserv ar al alma libre de pasi ones y pued a conquistar la libertad interior, la “autarquía”. La apelacion a eje cuta r cada acció n com o si fuera la últi ma sólo pued e llevarse a cabo si nos liberamos de “toda irreflexión, de toda aversión apasionada que nos aleje del dominio de la razón”. Si nos dejamos guiar por nuestros instintos más egoístas nuestras acci ones pierd en la clar idad que le pres ta la visi ón de la muerte y comenzamos a actuar de un modo insensato, cayendo en
la disp ersi ón , dejá nd onos pr eocu par por pa si ones qu e no s impiden centra rnos en nuestra tarea. La refl exión sobre la muerte nos conduce a reflexionar especialmente sobre aquellas personas ya muertas que uno mismo ha visto esforzarse en vano, y olvidaron hacer lo acorde con su particular constitución”. Esto nos lleva a tene r pres ente que “la aten ción adecu ada a ca da ac ci ón ti en e su pr op io va lo r y pr op or ci ón (a xi ón y simetría)” Al descubri r que la vida nuestr a se puede echar a perder porq ue otras vidas también se han perdido , la muerte co mi en za a re ve le rn os el se nt id o de la vi da , de se nc ub re aque llo que tiene valor de verd ad y que garant iza que no se conv ierta en otra vida aboca da al frac aso de la muerte. Una sola cosa merec e aquí la pena, nos recuer da Marc o Aure lio, pa sar la vi da en co mpa ñía de la ver da d y de la ju sti cia , bené volo con los ment iros os y con los inju stos ”. Uno de los ejercicios que vincula la consecución de la virtud con la idea de la muer te es el de la reflexi ón onomást ica: “Desp ués de asignarte estos nombres: bueno, reservado, veraz, prudente , co nd es ce nd ie nt e, ma gn án im o, pr oc ur a no ca mb ia r nu nc a de nombre, y, si perdieras dichos nombres, emprende su búsqueda a toda prisa”. Una de las funciones de la “meditatio mortis” es el de pr oc ur ar no s la ma gn an im id ad , la gr an de za de al ma , aquella virtud que nos permite por medio de la parte pensante el dominio sobre el cuerpo, sobre la vanaglor ia y la muerte. Se trata de buscar la liberación de aquellas cosas que nos son indiferentes para una vida virtuosa, por no ser conforme s con las leyes que rigen la natu raleza univ ersal. La meditac ión onomástica sobre la virtud nos permite tener acceso a una vida nu ev a. Y es co nd ic ió n pa ra es te re na ci mi en to a la vi da virtuosa el alcanzar un modo de vivir desapegado. La reflexión de la mu er te no s pe rm it e de sa pe ga rn os de nu es tr a vi da convenc ional, vici ada por los malo s habi tos, para entrar a re na ce r a un a nu ev a ex is te nc ia . Se tr at a de bu sc ar la palingenesis, una especie de conversión. También se trata por tanto de seguir el camino del sabio. Nadie se hace sabio sin haber iniciado antes la renuncia a su vida necia. La reflexión de la muerte nos pone en una disyuntiva: o empezar a vivir la
virtuosa vida del sabio, o abandonar la vida cuando uno se ha convencido de que está regida por la necedad, por el vicio y la in di gnid ad . Un o se ha ce co nsci en te de esta di syun ti va suprema que nos lleva a la conversión o la muerte. El abandono vo lu nt ar io de la mu er te es el úl ti mo re cu rs o cu an do ha n fallado todo s los demás recursos disponi bles para lograr la autarquía. Hay que abandonar la vida de la misma manera en que uno ha esta do pre par ánd ose par a la mue rte: con sen cil lez, libre y humildemente y siendo indulgentes con aquellos que nos ha n pu es to ob st ác ul os . El en fr en ta rs e co n la mu er te no s plantea esta disyuntiva extrem a que excluye una tercera vía, porque se ha tomado conciencia del camino de la sabiduría y se ha llegado a una desesperación que nos está vedanndo el camino to ma do ha st a en to nc es , el ca mi no de la vi da in di gn a. La disyuntiva que nos plantea la muerte es la del que se ha dado cuenta de que sólo la virtud tiene valor en la vida, y que no hay más cami no para mant ener la dign idad de esta concie ncia que el del renacimiento o la muerte. El camino de la meditatio mor tis es la vía del des ape go, req uis ito fun dam ent al para acce der a la sabidur ía. La “med itat io mortis” es una de los re cu rs os qu e el fi ló so fo ti en e, no pa ra se gu ir ha ci en do filosofía, sino para emprender el camino hacia la sabiduría, para no perder de vista la meta hacia la que se encamina. Las meditaci ones de Marco Aurelio sólo alcanzan su verdadero sentido si se sitúan en el contexto en el que fueron escritas, si se toma su libro como un libro de ejercicios espiri tuales. Practicamente no hay ningún pensamiento contenido en ese libro qu e no ent re a for ma r par te de alg ún ti po de ej erc ic io esp iri tua l. Inc lus o el tít ulo ori gin al del lib ro (“T a eis heautón”, es decir, “a sí mismo”) ya declara que se inserta en un género que tiene una función prácti ca: la de recordars e a uno mismo cosas que no debe olvidar, cosa s a las que hay que prestar atenci ón, cosas que son dignas de refl exio nar para llevar una vida aten ta y vigilant e. Incl uso el primer libr o que lo compone, que es una selección de semblanzas morale s de personas que trató durante su vida, tiene un sentido práctico
y no meramente literario, un propósito que, como Marco Aurelio no s in di ca en su s me di ta ci on es , ya se en co nt ra ba en lo s es cr it os de lo s ef es io s: “« re co rd ar co ns ta nt em en te a cualquiera de los antiguos que haya practic ado la virtud». Se trata de recordar aquellas virtudes encarnadas en determinadas per son as –fa mil iar es, ami gos y pre cep tor es- y que hay que estar recordando con el objeto de esforzarnos en su emulación, pero también como una muestra de agradecimiento por los dones transmi tidos. Incl uso esas citas sueltas que abundan en su libro, y que parecen haber sido copiadas de otros libros, son fr as es va li os as pa ra se r me mo ri za da s de un a fo rm a vi va , formulas aleccion adoras cuya util idad se encuentr a en pode r estimul ar y orienta r la cond ucta hacia los fines deseado s. Cada aspe cto de la realida d exam inad o requ erir a un tipo de eje rci cio men tal o esp iri tua l con cre to. A vec es el pro pio Ma rc o Au re li o no s ha ce en su s cu ad er no s un a sí nt es is te le gr áf ic a de di si nt os ej er ci ci os qu e al gu na s es cu el as filosóficas y él mismo utilizaban para su puesta en práctica: po r ej em pl o, el ej er ci ci o 7. 29 : Bo rr a la im ag in ac ió n, circunscríbete al presente, piensa en la hora postrera, etc… A veces vari os ejer cicios distintos se entr ecruzaban en uno, como en el caso del “memen to mori”, que impl ica tambié n el control de la imaginac ión y el atenerse al momento presente . En el caso del “memento mori”, al igual que los otros tipos de ej er ci ci os , se ex ho rt a a pe rs ev er ar en su pr ác ti ca si n descanso, dia y noche, a todas horas, como también, aconsejaba Epic uro. El ejer cici o ha de ser exhaus tivo . Si se trat a de recordar una sucesión de muertos que nos hayan de servir como ej em pl ar es de va ni da d, ha de re sc at ar el ma yo r nú me ro de ejemplares. No limitarse solo a las personas tratadas. Hay que extende r el círc ulo a las person as céle bres . Lueg o hay que dirigir esta mirada interi or al rest o de docu ment os de los tiem pos. No sólo de la nación propia . Tamb ién de toda s las naciones. No sólo los ejemplares de nuestra raza; de todas las razas; de todas las profesiones. Examinar la desintegración de su s vi da s ac ar re ad as po r un es fu er zo ba ld ío . Cu an to má s re ca ig am os so br e la im ag en ma yo r ef ec to ti en e. Ha y qu e
centrarse especialmente en aquellas personas que uno mismo ha visto, uno tras otro, hasta remontar se a todos cuant os se ha cono ci do , po rq ue as í pr od uc en en no so tr os un a im ag én má s ví vi da , y po r ta nt o co ns ig ue n im pr es io na rn os má s. Ha de imaginárselos también en su mayor contacto con la muerte o con alguno de sus símbolos: verlos a todos en el acto de sepultar y de ser sepu ltad os. Hay que reflexi onar sobre las vidas de los que vini eron antes , y con los que con post erio rida d a nosotros no conocen nuestros nombre, y también sobre aquello s que olvida rán nuestr o nomb re. Hay que ver a aquellos que se ha n mu er to de sp ué s de ha be r de sp re ci ad o a la mu er te : astrólog os que han vati cina do la muer te de otros, jefes que han dado la muerte a muchos, filosofos que han discutido sobre la muerte y la inmortal idad. O contemplar a aquellos que más se han apegado a la vida. Hay que contemp lar siempre tomand o distancia, desde arrib a, o hay que escuchar desde lejos otra vez el estrepitoso rumor de la fama, nombrar uno por uno todos los nombre s de las person as que algún día fuer on céle bres , para volv er a escu char otra vez el eco con sordina que nos devuelven. También, hay que mirar el oleaje de transfor maci ones sin fin en que consis te el mundo, para así procurarnos un desprecio hacia todo lo mortal. Hay que mirarlo desde un inusitado punto de vista, distanciarse, producir un desplazamiento en la mirada y cambiar el horizonte al que se mira . Hay que “tra tar de abar car con el pensami ento todo el mundo, reflexionando sobre el tiempo infinito y pensando en la rápida transformación de cada cosa en particular, cuán breve es el tiempo que separa el nacimiento de la disoluci ón, cuán inmenso el período anteri or al naci mien to y cuán ilimita do igualmen te el período que seguirá a la disoluci ón”. De este modo se depura la imaginac ión de adherencias superflú as y se produce un cambio de perspectiva y una ampliación del campo de vi si ón in te ri or , y se no s de ja me di r co rr ec ta me nt e, en comparación, el limitado fragmen to de tiempo que nos ha sido asignado. O bien, dejar que se abra la inmensidad del espacio que nos rode a para que seamos conscie ntes de la vanidad que rod ea nue str o rin cón de tie rra . Esp eci al imp ort anc ia par a
comprender la mecánica del ejercicio del “memento mori” tiene la meditaci ón 8.31. Se trata de aislar del continu o espaciotemporal un punto humano hinchado con el mayor boato posible: la corte de Augusto, su mujer, su hija, sus descendientes, sus asc end ien tes , su her man a, sus par ien tes y fam ili are s, sus med ico s, sus enc arg ado s de los sac rif ici os; y lue go pasa r revisión a otras cortes siguiendo el mismo procedimiento, con la fi na lida d de po ner en co ns ider ac ió n aq ue ll o qu e su el e grabarse en las tumbas: “el último de su linaje”. Se junta en un mismo ejerci cio la cópula con la muerte, el placer con el dolo r, la ambi ción con el frac aso. Se sigu e todo un lina je hasta verlo reducido a su ruina, constatándose de este modo la ruindad de todo esfue rzo humano , la vanidad de toda pasió n cuando no se propone objetivo s más nobles que la perpetuación de un lina je. Se trat a, como se ve, de dar una determi nada fi gu ra a la mue rt e qu e cu bra el may or núm er o de as pe cto s posibles. Todo ejercicio de meditación erraría si se apartarse de la conc reci ón del obje to sobre el que hay que centrar se, porque eso llevarí a a la dispersión, producir ía una falta de co nc en tr ac ió n. No se pu ed e me di ta r so br e la mu er te en abstracto. Hay que realizar el ejercicio sin apartar la vista del objeto en ning ún momento , reco rdándol o siempre que sea posible, buscand o que su examen incida sobre el mayor número de fa ce ta s. Se tr at a de da r en car na du ra al ob je to de la meditac ión. La muer te tien e una gran difi cult ad y una gran facilidad para ser figurada. La dificultad está en que nadie ha visto a la muerte. La muerte no es ninguna entid ad, y por tanto no puede ser repres enta da, sólo se deja ver medi ante metáforas. Sin embargo todo hombre ha de pasar por la muerte. De la muer te de los hombre s sólo tenem os vagos indicios : su convertirse en cadaver, en esqueleto, en polvo y ceniza. Pero sie mpre queda la sens aci ón de que la muerte nos ha dejado huellas enigmáticas, vestigios, indicios tenues que apen as de ja n de sc if ra rl a. La mu er te es el gr an in ce nt iv o de la filosofí a, pero también el mayor escollo ofrecido a nues tra comprensión. Cuando queremos enfrentarnos filosóficamente a la muer te nos damo s cuen ta de que sólo nos enfr entamos con sus
símbolo s, pero no con su realida d. Nos enfren tamo s en todo caso con sus consecuencias. La muerte produce una consecuencia en extremo duradera, pero ese accidente que deja nuestra vida ya consumada se mueve en la paradoja de durar el instante más ínfimo de la vida, tanto que es un instante que nos pone del otro costado, un instante que ni siquiera es ya de esta vida. Si hay un instante preñad o de vértigo, satura do de sentido y significado, si hay un instante trascende nte en la vida de un homb re, ese instan te es el que se prod uce en la hora de la mu ert e. Per o al hom bre no se le ha dad o el pri vil eg io de beneficiarse de ese instant e. A nadie se le ocurre ponerse a me di ta r cu an do se es tá mur ie nd o. Co n la me di ta ci ón de la muer te se trat a de hacer un esfu erzo para que ese instan te preñado repercuta sobre cada instante del memento mori, y nos rescate todo su sentido. La muerte, siendo el sinsentido de la vi da , pu ed e ll eg ar a se r ut il iz ad a pa ra la do na ci ón de sentido, para la orientació n racional de nuestros actos.. Esa es , qu iz ás la pa ra dí ji ca fu nc ió n de l ej er ci ci o so br e la muerte: darnos todo su sentido. Dar sentido incluso a la nada qu e nos ense ña a per ci bir , no só lo la na da en que pu ede convertirse nuestra vida, sino la nada en que el universo se conv iert e cuan do se pone la aten ción en la presenc ia de la muerte. Pero la misión principal de los ejercicios sobre la muerte es conducir a quien los practic a a vivir una vida de acuerdo con esa esenc ia del hom bre que se expresa en su defini ción de “animal raci onal”. El homb re encu entra en su racional idad e i nt el ig e nc ia el in s tr um en to a de cu ad o pa ra ll ev ar a cump li mi en to su na tu ra leza hu mana y ad ap tars e de un mo do co nv en ie nt e a la na tu ra le za de l co nj un to un iv er sa l. En relación con los otros hombres, esta racionalidad se expresa como exigen cia de que sus actos estén refer idos siempre a la utilidad del conjunto social: “lo que no beneficia al enjambre tampoco benefic ia a la abeja”. Buscar por medio de la praxis la armoní a soci al es a la vez encau zars e en la armoní a del conjunto universal. Esta exhortación a que el hombre lleve una
vida racional se lleva a cabo mediante un cambio en el modo de rep rese ntar se el mund o. La vis ión de la muerte le ayud a a interponer la facultad de su inteligencia para que su conducta no se a mo ti va da po r la s pa sio ne s qu e va n as oc ia das a la representación de su fantasía. Pero este desplazamiento en el modo de enjuiciar sus diversas representaciones del mundo sólo puede producirse mediante un cambio en su sistema de valores. No es posi ble acced er a un nuevo modo de val orar el mundo circundante sino es cambiando la perspectiva desde la que nos sitúamos. Este cambio de situación lo produce el pensamiento de la muer te al forz ar al homb re a inst alar se en un nuevo territor io dond e qued an alterad os la medi da y el tamaño del mundo. Tal como le ocurre al Pascal que se abisma angustia do en la infi nita inmen sida d de los espa cios, o al Gullive r de Jo na th an Sw if t, un mu nd o de sp ro po rc io na do re sp ec to a la hab itu ale s med ida s hum ana s se con vie rte en un nue vo mund o donde cada cosa adquiere unos valores y utilidades inusitadas. Ya no se trata de que la muerte nos deje ver cosa s nuevas, sino que vemos a trav és de la muerte . Y ento nces el hombre deja de ser la medida de la naturaleza y pasa la naturalez a a convertirse en la medida del hombre. Ajustada su mirada a esta ópti ca natural , el hombre comien za a vers e a sí mismo como part e inte gran te de un todo y comi enza a comp rend er que su mi si ón es la de vi vi r en co nf or mi da d co n la na tu ra le za , dejando que se manifies te ésta por medio de su forma humana. Esta mirada connat ural al cosmos le permite a la vez adquirir un a pe rs pe ct iv a “s ub sp ec ie et er ni ta ti s” , co lo ca nd o su pe ns am ie nt o en el ni ve l de l pe ns am ie nt o un iv er sa l. La per spe ctiv a de la mue rte obliga al homb re a pro nunc iar el discurso en que se expresa el logos, en la triple vertiente de pensamiento, palabra y obra. También le obliga a reconocer que tras el devenir de todas las cosas que arrastra la muerte hay un discurrir homog éneo y eterno que es el “panta touta”: todo es igual, todo sucede desde la eter nidad. Lo que nos suce de ahora ya estaba suce diendo y segu irá sucedie ndo eternam ente con arreglo a la medida en que se expresa el cosmos y a la que se ha de atener el hombre, sino quiere dejarse arrastra r por
la corr iente del tiempo. Desde esta perspe ctiv a eterna “la pérdida no es otra cosa que una transf ormación. Y en ello se regocija la naturaleza del conjunto univer sal”. No sólo todo es lo mism o, sino que todo hombr e es el mism o hombre. Todo Césa r es el mism o Césa r y todo hombr e es interca mbia ble con otro hombre , cuando se cae en la cuenta de que ninguno de los hombres que pasaron por la tierra está ya en ninguna part e y todo es humo y nada. Famili arizados con este proceso natura l del cosmos , el hombre compru eba que ning uno de los males de los que huye es un mal producido por la naturaleza y que todo mal es generado por el modo en que nos lo representamos. Este cambio del modo de represe ntac ión produc e en el homb re una transformación ética y le hace ajustar su visión de acuerdo a un sistema de valores más acorde con las realidad del mundo y con sus propias facultades. Hace que descubra que todo bien y mal dimanan de su propia naturaleza y de las facultades de su alma, la inteligencia y la razón, y le hace dirigir la mirada al interi or de su alma para apar tars e así del mundo de las representaciones sensibles. Este cambio de desplazamiento es sie mpre una llamada al des pert ar, a viv ir la vida de otra man era . Est a lla mad a al desp ert ar de la con cien cia es una llamada a ejercer una actividad intelig ente en la comprensión del logos que ha de expr esar se en una conduc ta raciona l de acuerdo con el sentido del mundo. Todo ejercicio de la muerte es por tanto una llamada al desapego de un tipo de vida que se está vivien do en discordancia con el valor de la naturale za. “Só lo la ide a de la mue rte –nos recuer da Cas tane da- da al hombre el desapego suficiente para ser capaz de no abandonarse a nada ”. Esta llla mada al desa pego cuidad oso se prod uce por medio de un método comparativo que nos permite el ejercicio de la muerte. Se trata de enfocar la atención sobre la vida del que ya ha muerto, o sobre la de uno mismo en riesgo de morir, y constata r el vací o en que se convier te una vida cuand o es empujada por la vanidad y la pasión y no ha sido conducida por medio de la razón y de la inteligencia. Se trata de vivir la vida ente ra en la convi cció n de que se puede salir ya de la vida, tratando de evitar que nuestro pensamiento “se comporte
de la ma ne ra im pr op ia de un se r dot ad o de in tel ig en cia y sociable”