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Oscar Álvarez Gila / Alejandro Cardozo Uzcategui Francisco de Abrisketa Iraculis / Carlos Fariña Díaz Juan Carlos Luzuriaga Contrera / Carmina Ramírez Maya Jesús Ruiz de Gordejuela y Urquijo / Alexander Ugalde Zubiri
L OS V ASCOS
EN LAS
I NDEPENDENCIAS A MERICANAS
FUNDACIÓN CENTRO VASCO EUSKAL ETXEA EDITORIAL OVEJA NEGRA
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1ª edición: marzo de 2010
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Abrisketa Iraculis, Francisco de, 1984
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Álvarez Gila, Oscar, 2010
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Cardozo Uzcategui, Alejandro, 2009
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Fariña Díaz, Carlos, 2009
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Luzuriaga, Juan Carlos, 2010
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Ramírez Maya, Carmina, 2009
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Ruiz de Gordejuela y Urquijo, Jesús, 2009
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Ugalde Zubiri, Alexander, 2009
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DIRECCIÓN
ESTE LIBRO FUE CO-FINANCIADO POR LA COLECTIVIDADES DEL GOBIERNO VASCO - VITORIA
DE
ISBN: 978-958-06-1142-4 © Fundación Centro Vasco Euskal Etxea, 2009 Transv.16 A Nº 45 F - 30 - Bogotá, Colombia
[email protected] Editorial La Oveja Negra, 2009 Carrera 14 Nº 79 -17 - Bogotá, Colombia
[email protected] Impreso por Gráficas de La Sabana Ltda. Impreso en Colombia - Printed in Colombia
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CONTENIDO EL DETONANTE DE LAS INDEPENDENCIAS AMERICANAS Dr. Jesús Ruiz de Gordejuela y Urquijo ......................... 9 LOS VASCOS EN LA INDEPENDENCIA ARGENTINA Oscar Álvarez Gila ................................................... 43 EL APORTE VASCO A LA INDEPENDENCIA DE BOLIVIA Dr. Jesús Ruiz de Gordejuela y Urquijo ........................71 LA INDEPENDENCIA DE CHILE Y LOS VASCOS Carlos Fariña Díaz ................................................. 105 PRESENCIA VASCA E INDEPENDENCIA DE COLOMBIA Francisco de Abrisketa Iraculis ................................. 131 LOS VASCOS ANTE LAS GUERRAS DE INDEPENDENCIA DE CUBA Alexander Ugalde Zubiri .......................................... 179 EN EL PRISMA DE LA INDEPENDENCIA: LOS VASCOS EN MÉXICO Dra. Carmina Ramírez Maya ................................... 217 LOS VASCOS EN LA INDEPENDENCIA DEL URUGUAY Juan Carlos Luzuriaga Contrera .............................. 247 LOS VASCOS EN LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA Alejandro Cardozo Uzcategui ................................... 271 OTRAS ACTAS DE LA INDEPENDENCIA DE AMÉRICA ........... 317 SOBRE LOS AUTORES ................................................... 335
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LOS VASCOS EN LA INDEPENDENCIA ARGENTINA
ÓSCAR ÁLVAREZ GILA Euskal Herriko Unibertsitatea
Salón Blanco de la Casa Rosada, Buenos Aires Fuente: Web Presidencia de la Nación Argentina
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a independencia del país que hoy conocemos como Argentina es un proceso complejo, equívoco y hasta cierto punto enrevesado, si lo miramos desde la perspectiva de quien, desde la atalaya privilegiada que otorga el saber cuál fue el resultado de los acontecimientos, piensa en ellos como en un proceso lineal y casi teleológico. Tras los últimos doscientos años de historia, durante los cuales el mundo ha asumido plenamente la existencia de una nación llamada Argentina en los confines australes de América, pareciera que la independencia no sería sino un hecho natural, exigido por las fuerzas inexorables del destino. Pero si algo sabemos los historiadores es que el destino ciego no existe, sino que es un camino marcado por los hechos y acontecimientos de los hombres y las sociedades, aunque se presente a veces de un modo errabundo, sin finalidad aparente. Parafraseando a T. E. Lawrence –o, mejor dicho, al personaje de Lawrence de Arabia encarnado en la pantalla por Peter O’Toole–, “nada está escrito” de antemano. La historia de la independencia argentina buen pudo haber sido de un modo muy diferente, y sólo una concatenación de esfuerzos, intereses, debates e incluso casualidades hizo que cristalizara en el modo que hoy la conocemos. ¿Existía Argentina antes de la independencia? Bien puede decirse que no. Cabe incluso añadirse que los argentinos, cuando se independizaron, aún no sabían qué iba a ser la Argentina; comenzando por que desconocían el mismo nombre que finalmente darían a su país. Como es bien sabido, la actual denominación de Argentina se basa en una obra literaria del siglo XVII, (el conocido 45
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poema de Martín del Barco Centenera, editado en 16021), si bien nadie había propugnado hasta aquel momento su uso para definir el territorio sobre el que se asentaría la nueva nación. De hecho, durante los primeros años de vida autónoma, los diversos gobiernos que se sucedieron en la sede de Buenos Aires habían adoptado el más neutro término de “Provincias Unidas del Río de la Plata”, nombre incluso con el que se bautizaría oficialmente al país cuando el congreso de Tucumán finalmente se decidió a declarar abiertamente la ruptura de lazos políticos con España. No se llegaría a oficializar el nombre, en el que sistema político y nacionalidad irían indisolublemente unidas de la mano, hasta la constitución de 1826 que sancionó que el país fuera conocido de allí en adelante como República Argentina, aunque usado este nombre junto con las anteriores y tradicionales denominaciones que a pesar de ello pronto quedaron en el olvido. La cuestión de las denominación no es baladí, porque es sabido que, si como dice el refrán “todo lo que tiene nombre existe”, la elección de un nombre para la patria naciente es también, en sí, un programa político y una apuesta de futuro. De este modo, cada una de las denominaciones que tendría Argentina en su primera década de historia nos permite bucear en las cambiantes expectativas de quienes regían los destinos del país: Nos referimos al poema épico La Argentina o la Conquista del Río de la Plata. El autor, por entonces Arcediano en la catedral de la ciudad de La Plata o Chuquisaca, actualmente en Bolivia, expresaba en su prólogo dedicado al Marqués de Castel Rodrigo, virrey de Portugal en tiempos del rey Felipe III, las razones que le habían movido a escribir la obra y, sobre todo, el porqué de haber adoptado el poético nombre de Argentina: “Habiendo considerado y revuelto muchas veces en mi memoria el gran gusto que recibe el humano entendimiento con la lectura de los varios y diversos acaecimientos de cosas, que aun por su variedad es la naturaleza bella, y que aquellas amplísimas provincias del Río de la Plata estaban casi puestas en olvido, y su memoria sin razón obscurecida, procuré poner en escrito algo de lo que supe, entendí y vi en ellas, en veinticuatro años que en aquel nuevo orbe peregriné: lo primero, por no parecer al malo e inútil siervo que abscondió el talento recibido de su señor; lo segundo, porque el mundo tenga entera noticia y verdadera relación del Río de la Plata, cuyas provincias son tan grandes, con gentes tan belicosas, animales y fieras tan bravas, aves tan diferentes, víboras y serpientes que han tenido con hombres conflicto y pelea, peces de humana forma, y cosas tan exquisitas que dejan en éxtasis a los ánimos de los que con alguna atención las consideran. He escrito, pues, aunque en estilo poco pulido y menos limado, este libro, a quien intitulo y nombro Argentina, tomando el nombre del subjeto principal, que es el Río de la Plata; para que Vuestra Excelencia, si acaso pudiera tener algún rato como que hurtado a los necesarísimos y graves negocios de tan grande gobierno como sus hombros tienen, pueda con facilidad leerle, sin que le dé el disgusto y fastidio que de las largas y prolijas historias se suele recibir; y heme dispuesto a presentarla y ofrecerla a Vuestra Excelencia como propia suya; pues, según derecho, los bienes del siervo son vistos ser del señor”. 1
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-Como ya hemos señalado, la Primera Junta gobernadora que sustituyó el régimen colonial adoptó la de Provincias Unidas del Río de la Plata, evidenciando todavía unos lazos aún no del todo cortados con el pasado colonial y el viejo virreinato al que sustituía. -Este nombre se mantuvo, precisamente, hasta el acta de independencia de 1816, que en un alarde de voluntarismo extendió el ámbito de la nación hacia unas Provincias Unidas de Sudamérica. Eran los tiempos en los que los ideales de unidad hemisférica, entre la utopía de Simón Bolívar en el norte y el impulso de José de San Martín en el sur todavía hacían albergar las esperanzas de que el antiguo imperio colonial español podía seguir la senda marcada por la joven nación de los Estados Unidos de Norteamérica y evitar su disgregación en unas patrias pequeñas, débiles y fragmentadas. Todavía en la constitución de 1819 se mantenía tal apelativo (con la leve modificación, quizá no más que una mera errata, de Provincias Unidas en Sud América). -Los sucesivos fracasos de todos los intentos por mantener viva la utopía integradora acabaron por saturar con grandes dosis de realismo a los constructores de la nación. Ya no se iba a aspirar a otra cosa que a dar consistencia a lo existente, antes que perseguir quimeras imposibles. Ya en 1824 el congreso comenzaba a admitir el apelativo de “argentino” (según algunos autores, todavía con un significado percibido más como bonaerense que como representante de todo el conjunto de la nación), para referirse al país. La Constitución de la República Argentina de 1826, promulgada el 24 de diciembre, si bien nunca llegaría a estar en vigor por su carácter unitario, dejó, sin embargo, una única e importante herencia: sentó el precedente y dio a la nación definitivamente un nombre. Desde entonces, las viejas Provincias Unidas ya eran oficialmente, para el futuro, Argentina2. Todo este proceso vino a ser refrendado por la constitución de 1853, la de mayor tiempo de vigencia en la historia de Argentina, que en su artículo 35 determinaba que “Las denominaciones adoptadas sucesivamente desde 1810 hasta el presente, a saber, Provincias Unidas del Río de La Plata, República Argentina, Confederación Argentina, serán en adelante nombres oficiales indistintos para la designación del gobierno y territorio de las provincias, empleándose las palabras Nación Argentina en la formación y sanción de las Leyes”. 2
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Más aún, también los límites de la nueva nación eran imprecisos: el apellido de aquellas “Provincias Unidas” evocaba directamente a la institución política colonial que era la directa antecesora de la nueva entidad: el virreinato del Río de la Plata, creado en una fecha tan tardía como 1776 con sede en la ciudad de Buenos Aires, puerto de entrada a la tierra como había sido conocida durante siglos. Quizá por la relativa juventud del virreinato, Buenos Aires no había sido capaz de aglutinar en su torno a todos los territorios que le fueron adscritos bajo su mando, desde la Patagonia hasta el Alto Perú, como sí lo habían hecho otras ciudades, cuyo territorio era también el embrión de algunas de las nuevas naciones latinoamericanas. De hecho, ya desde época muy temprana, algunas de las gobernaciones más periféricas –desde la perspectiva porteña– del virreinato habían iniciado su propio camino hacia la emancipación (como es el caso paradigmático del Paraguay, virtualmente independiente desde 1811, cayendo muy pronto bajo el dominio del dictador Francia3). O habían sido ocupados por otras potencias, aprovechando el estado de debilidad crónico que aquejaba en aquellos primeros años al todavía débil ejército emancipador. Tal fue el caso, por ejemplo, del Alto Perú, cuya proximidad al principal bastión del dominio español en el continente, la ciudad de Lima, había propiciado su regreso a la órbita peruana y, de este modo, al dominio de la potencia colonial. O, también, de la entonces conocida como Banda Oriental del Uruguay, un territorio fronterizo que había sido durante varios siglos una virtual “tierra de nadie”, un desierto político y poblacional entre los imperios español y portugués en Sudamérica, y punto de fricción constante entre ambos estados colonizadores. De hecho, hemos de recordar que el virreinato rioplatense había sido creado, principalmente, con una motivación básicamente de El proceso independentista de Paraguay comienza con el estallido del movimiento revolucionario del 14 de mayo de 1811, que depone al gobernador realista. A partir de ese momento, aunque formalmente vinculado a la confederación argentina en cuanto territorio perteneciente al nuevo virreinato, Paraguay fue virtualmente un país independiente a todos los efectos. De hecho, el acta de independencia, promulgada oficialmente por el congreso paraguayo el 25 de noviembre de 1842, decretaba, no la ruptura de lazos con España, sino con Argentina. 3
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fensiva y militar, a modo de bastión contra la infiltración portuguesa en el Río de La Plata; tal fue que uno de los primeros hechos de armas que llevó a cabo el primer virrey bonaerense sería la conquista de la Colonia del Sacramento, el principal establecimiento portugués en la zona, pasando a renglón seguido a fortalecer el dominio español con el asentamiento del fuerte y población de Montevideo. No resulta así extraño que los portugueses, y luego su heredero directo el imperio del Brasil, aprovechara la debilidad y el caos imperante en el lado español para cumplir un deseo largamente añorado y extender sus dominios sin apenas resistencia hasta el mismo margen norte del Río de La Plata4. Cabe incluso plantearse la misma inexistencia en aquellos momentos iniciales de un pueblo argentino; es decir, de un conjunto humano con límites precisos y definidos que se identificara a sí mismo con ese nuevo cuerpo político surgido de las ruinas del imperio español. En Argentina había porteños y gentes del interior, había –según las zonas– habitantes blancos cuya cultura e idioma eran plenamente de origen europeo, indígenas cuya cultura originaria se había modificado drásticamente por la aculturación de varios siglos de dominio colonial, e incluso vastas extensiones dominadas por el indio que nunca había sido sojuzgado y que mantenía la libertad, los modos de vida y la estructura social similar a la que habían sostenido durante centurias antes incluso de la llegada de los colonizadores. Todos ellos habitaban en el territorio que proclamaba como suyo la nueva nación. Pero excepción hecha de la élite política que estaba actuando de comadrona en el durísimo parto, ninguno de ellos se entendía como miembros de una misma identidad nacional, fuera esta rioplatense, sudamericana o argentina. Existían criollos, mestizos, gauchos, porteños, indios, mas no había todavía argentinos. Sea como fuere, lo cierto es que la gestación de la nación argentina comenzaría un 25 de mayo de 1810, cuando el cabildo de la ciudad de Buenos Aires, en plena guerra de Independencia Sobre el caso concreto de la independencia de Uruguay, tan íntimamente ligada al proceso emancipador de Argentina, nos remitimos al artículo firmado por Juan Carlos Luzuriaga en este mismo volumen. 4
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española contra la dominación francesa del imperio napoleónico, decidía asumir para sí las prerrogativas del gobierno, deponiendo a los máximos responsables del entramado virreinal, comenzando por su cabeza, y depositando el ejercicio de la soberanía en el pueblo. Fue una independencia de facto, que no de iure, porque la situación así lo aconsejaba, tanto en el concierto interno del país como en la situación internacional. En una independencia a plazos, el siguiente paso fue la conformación de un congreso constituyente, y seis años más tarde de iniciado el proceso, el 9 de julio de 1816, la declaración formal de independencia política. Dos rasgos destacan además en el camino argentino hacia la independencia. El primero de ellos es la fecha temprana en la que los bonaerenses iniciaron la chispa que daría pie a la emancipación. Argentina, y en general el ámbito rioplatense, se halla entre los primeros países latinoamericanos que ejercieron la autodeterminación y el autogobierno, y optaron por el camino de la independencia. El segundo de ellos es que, a diferencia de lo que ocurriera en otros lugares del continente en los que también había surgido la misma chispa emancipadora a comienzos de la década de 1810, la proclamación de la independencia argentina no acabó sojuzgada por las armas ni volvió nunca al redil de la dominación colonial española. En Argentina no se da el periodo conocido en otras geografías como la etapa de las “patrias bobas” o las “patrias viejas”, un modo entre poético y burlón de referirse a las primeras llamaradas independentistas, que no consiguieron sus objetivos y pareciera, para fines de la década, condenadas a extinguirse definitivamente. Los próceres y padres de la patria argentinos no tuvieron que sufrir condenas y ajusticiamientos por parte de los “realistas” –como pasó con los protagonistas del Grito Independentista de Hidalgo en México–, o largos, duros y difíciles años de exilio y huida en las selvas inhóspitas, como fue el caso de Simón Bolívar. La independencia argentina llegó temprana, pero para quedarse, y desde este punto de vista, marcó en aquellos momentos la guía de unas aspiraciones nacionales que, esta vez sí, alcanzarían de50
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finitivamente sus objetivos en todo el continente a partir de 1820. Como resumía Luis Navarro: Recapitulemos lo dicho. La Independencia de Hispanoamérica, proceso largo y duro, fue el parto de los montes. Sin necesidad de recordar las amargas y tardías reflexiones de Simón Bolívar, o el triste final de la mayoría de los padres de la revolución, lo cierto es que ésta sólo tuvo éxito en un objetivo primario: el de poner término a la autoridad de la Monarquía española sobre la porción continental de sus Indias. Y aunque no faltaron tentativas de reconquista, como la expedición de Barradas a México, esta Independencia resultó un hecho irreversible y constituyó, por tanto, una verdadera ruptura en el plano político con el orden anterior5.
LOS
VASCOS EN EL RÍO DE LA PLATA, DE COLONIA A NACIÓN
Para comienzos del siglo XVIII, la reorganización de los territorios americanos, con la revalorización del puerto y ciudad de Buenos Aires tras la creación del nuevo virreinato del Río de la Plata y la apertura de nuevas rutas comerciales transatlánticas había propiciado un crecimiento de la población de la región, expresado tanto en la creación de nuevas ciudades y centros de población, como en los planes de colonización del territorio6 y, en general, el incremento de la inmigración, sobre todo desde la península Ibérica. Los vascos, presentes ya en otras zonas de América, no fueron ajenos a esta corriente. A la tradicional presencia de vascos vinculados a la administración (tanto civil como militar e incluso eclesiástica) se unieron pronto quienes llegaban al calor de nuevas posibilidades comerciales. Algunos de aquellos vascos destacaron y son todavía hoy recordados como elementos importantes en la evolución y la concatenación de hitos históricos que conformaron Luis Navarro García; “La independencia de Hispanoamérica: ruptura y continuidad”, en Iberoamérica en el siglo XIX. Nacionalismo y dependencia, Pamplona, Eunate, 1995, pp. 15-28, cit. en p. 18. La visión de Navarro García es ciertamente muy negativa, y posiblemente no coincidamos en algunas de sus apreciaciones; no obstante, es certero a la hora de determinar que el principal alcance de la independencia fue su irreversibilidad. 6 María Ximena Senatore; Arqueología e Historia en la Colonia Española de Floridablanca. Patagonia siglo XVIII, Buenos Aires, Editorial Teseo, 2007. 5
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este momento de desarrollo, en todos los sentidos, de la región. Así, por ejemplo, Montevideo sigue reservando un lugar de privilegio en el centro de su casco histórico al durangués y capitán general Bruno Mauricio de Zabala, que en 1726 liderara la expedición, a medio camino entre el objetivo militar y la ingeniería civil, que diera nacimiento a la ciudad de San Felipe del Montevideo, la más joven de las capitales latinoamericanas con la única excepción de Brasilia. O, por alejarnos del mundo de la administración, también podemos citar al navarro Isidro Lorea, natural de Villafranca, que arribaría en 1757 a Buenos Aires atraído por el hecho de que la ciudad carecía de artesanos tallistas de su categoría: los principales templos del centro histórico de Buenos Aires, desde la propia catedral metropolitana hasta la tradicional iglesia de San Ignacio, cuentan con muestras de su arte como retablista, orfebre y escultor7. Lamentablemente, todavía hoy carecemos de un estudio comprensivo de la historia, organización y vinculaciones desarrolladas por el grupo vasco en el Río de la Plata colonial. Existen trabajos parciales, como los de Susana R. Frías8 y César García Belsunce sobre los navarros9, o los de Nora L. Siegrist de Gentile y Óscar Álvarez Gila sobre los vizcaínos en Buenos Aires10, así como una serie de estudios genealógicos y poblacionales sobre la presencia vasca en diversos territorios y provincias del interior Juan Manuel Scotti; “Isidro Lorea: la huella de un vasco en la Buenos Aires colonial”, Euskonews&Media, 383 (23-II/2-III/2007), edición electrónica, disponible en http://www.euskonews. com/0383zbk/kosmo38301.html 8 Susana R. Frías;”Aproximación metodológica al estudio de una parcialidad étnica. Los vascos en Buenos Aires 1580-1713”, Res Gesta, Rosario, 29 (1991), pp. 97-108. 9 Susana R Frías. y García Belsunce César A: De Navarra a Buenos Aires. 1580-1810, Buenos Aires, Instituto Americano de Estudios Vascos, 1996. 10 Nora L Siegrist De Gentile. y Óscar Álvarez Gila; De la Ría del Nervión al Río de la Plata. Estudio histórico de un proceso migratorio. 1750-1850, Portugalete, Ayuntamiento de Portugalete, 1998. También Siegrist De Gentile, Nora L.; Inmigración vasca en la ciudad de Buenos Aires, 1830-1850, Vitoria-Gasteiz, Gobierno Vasco, 1992. De la misma autora: “Redes sociales, económicas, espirituales y religiosas de vasconavarros en Buenos Aires”, en Escobedo Mansilla, Ronald et alii (eds.); Emigración y redes sociales de los vascos en América, Vitoria-Gasteiz, Universidad del País Vasco, 1996, pp. 479-452. ID.; Planteo metodológico en torno al grupo vasco español. Notas sobre los inmigrantes en la ciudad de Buenos Aires según el censo de 1855”, Res Gesta, Rosario, 27-28 (1990), pp. 257-279” 7
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argentino, auspiciados por la Fundación Vasco-Argentina Juan de Garay desde la década de 199011, y que han contribuido a ir despejando huecos en el conocimiento de la “vida y milagros” de los inmigrantes vascos antes de la independencia. Gracias a estos estudios sabemos, por ejemplo, que los inmigrantes vascos se hallaban repartidos en todos los estratos de la sociedad; que existía una preferencia –como en general de otros grupos peninsulares– por los núcleos urbanos en vez de las zonas rurales; y que no presentaban mayores problemas en su inserción social, laboral y cultural en su nueva sociedad de acogida, aunque esto no significara el abandono de las vinculaciones con su patria. A este respecto, por ejemplo, cabe citar algunos ejemplos que muestran cómo los vascos del Río de la Plata seguían manteniendo, en la distancia, una identificación con la cultura y demás elementos característicos de la tierra donde eran originarios. Si nos situamos a fines del siglo XVIII, en pleno auge del pensamiento ilustrado y los ideales de renovación que vertebraron parte de la sociedad vasca del momento, con importantes ramificaciones en el resto del imperio y las Américas, nos hemos de referir sin duda a la influencia de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, que sirvió en muchos casos como nexo de unión entre la diáspora vasca y su tierra de origen. A este respecto, Gárate Ojanguren señala que: Aunque el ejemplo que podemos advertir en el Río de la Plata es diferente a los que se han indicado anteriormente [en otros territorios americanos], también se pueden encontrar algunas similitudes. En primer lugar, los socios de la Bascongada en la zona del Río de la Plata, si no muy numerosos, tuvieron sin embargo una gran influencia en la sociedad. Desde su calidad de funcionarios, comerciantes o hacendados, los Nos referimos a la obra dirigida por el Dr. Jorge Zenazurra bajo el título colectivo de Los vascos en América. Investigación sobre asentamientos vascos en el territorio argentino. 1580-1810, Buenos Aires, 6 tomos, 1991 a 2003, elaborado por diversos autores. 11
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socios de la Bascongada proyectaron parte de las ideas ilustradas en el mundo de la economía y en otras áreas12.
Mas no era la Bascongada, ni la única ni la más importante entidad que agrupaba a los vascos en aquella parte de América. Bien es cierto que, a diferencia de lo que ocurre en otras grandes ciudades americanas de aquel momento, los vascos de Buenos Aires no llegaron a crear su propia cofradía, bajo la advocación de la virgen de Aránzazu como era práctica habitual en otras ciudades del continente (sin ir más lejos, y dentro del mismo virreinato, el centro minero de Potosí). No obstante, como bien ha demostrado Siegrist de Gentile, los vascos suplieron esta carencia con su vinculación mayoritaria en entidades religioso-benéficas como la orden Tercera franciscana, que en los años finales de la colonia ejerció de auténtico núcleo de los intereses de los vascos, y muy especialmente de los comerciantes vascos, en la ciudad de Buenos Aires13. Muy posiblemente, de algunos de ellos partiera el proyecto para establecer una compañía privilegiada de comercio, al estilo de la Compañía Guipuzcoana de Caracas, que enlazara las ciudades de Bilbao y Buenos Aires14. Montserrat Gárate Ojanguren; “La influencia de la Bascongada como sociedad económica”, Cuenta y Razón, Madrid, 84 (1993), edición electrónica, disponible en http://www.cuentayrazon.es. También, José María Mariluz Urquijo; “La Real Sociedad Bascongada de Amigos del País y el Río de la Plata”, en La Real Sociedad Bascongada y América. Tercer Seminario de Historia de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, Bilbao, Fundación Banco Bilbao Vizcaya, 1992, pp. 281ss. Gárate Ojanguren añade que “Y si en el virreinato rioplatense no se llegó a crear una «sociedad económica» a semejanza de otros lugares de América, surgieron sin embargo algunas publicaciones periódicas que fueron el vehículo para difundir los principios ilustrados. En 1801 salió a la luz el Telégrafo Mercantil, Rural, Político-Económico e Historiográfico del Río de La Plata. Precisamente el segundo número de este periódico estuvo dedicado a las sociedades de Amigos del País. Por aquellas mismas fechas, aunque sin el éxito del Telégrafo, nacía el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio. Tanto una como otra publicación estaban inspiradas en una línea de pensamiento muy cercano. Si el Telégrafo había recogido, al poco de su nacimiento, el tema de las sociedades económicas, incluida la Bascongada, el Semanario recomendaba en uno de sus números «imitar a los pueblos ilustrados de Europa», y fundar una sociedad de ciudadanos útiles a través de la cual pudieran difundirse los conocimientos que sirvieran de provecho al «común del pueblo»”. 13 , Nora L. Siegrist De Gentile; “Vasco-navarros en Buenos Aires: Su relación con la Matrícula de Comerciantes del sur de España y con la Orden Tercera de San Francisco según las fuentes contemporáneas”, en, William Douglass (ed.); The Basque Diaspora, Reno, Basque Studies Program, 1999, pp. 108-149. 14 Especialmente los trabajos de José María Mariluz Urquijo; Bilbao y Buenos Aires. Proyectos dieciochescos de compañías de comercio, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1981. También ID.; “El plan de Manuel de Arriaga y otros proyectos para comerciar con Buenos Aires”, Actas del sexto Congreso Internacional de Historia de América, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1980, 12
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Las vinculaciones entre identidad vasca y religiosidad se hicieron también patentes en el modo en que algunos vascos contribuyeron al poblamiento del país. Así, sin ir más lejos, algunos de ellos llevarían el recuerdo de las devociones de su patria hasta el punto de imponer el culto a la Virgen de Aránzazu en algunas de las nuevas poblaciones que estaban surgiendo en el entorno porteño, como San Fernando (Buenos Aires)15 o Victoria (Entre Ríos)16. ¿Cómo eran las vidas de estos vascos? Tomemos como ejemplo un caso entre muchos, que tiene la particularidad de haber sido estudiado en profundidad, de modo que conocemos de él todo lo que puede saberse sobre cómo era la vida de un comerciante vasco en el Buenos Aires del siglo XVIII. Nos referimos en concreto a Manuel Alfonso de San Ginés, vizcaíno de Galdames, quien: (..) matriculado en el Comercio del sur de España en 1759, emparentó rápidamente en [Buenos Aires] con lo que podría llamarse el centro de la dirección de la VOT [la orden Tercera franciscana] de fines de la centuria del XVIII: los de la familia Rodríguez de Vida-Navarro. (..) San Ginés fue invitado a ingresar como hermano de la VOT en la década de 1760, luego de haber llegado a Buenos Aires en compañía de su vol, IV, pp. 93-104. “Las Encartaciones habían sido, dentro de Vizcaya, uno de los más activos focos expulsores de población. En los municipios rurales del interior comarcal, siguiendo una práctica que hundía sus raíces en muy antiguas corrientes, todavía comienzos del XIX se producía una emigración hacia el centro y sur de España. En la zona costera, próxima a la ría del Nervión, el entronque comercial de las villas -especialmente de Bilbao y Portugalete- llevaba este éxodo a lugares más alejados, a las plazas comerciales de España, Europa y la América española. A fines del siglo XVIII, diversos proyectos comerciales surgidos de la zona -tanto por parte del señorío de Vizcaya, como por representantes de las Encartaciones-, habían intentado sin éxito obtener una línea comercial directa entre Buenos Aires y Bilbao mediante la formación de una compañía comercial monopolística, a imitación de la “Guipuzcoana de Caracas”; esto era prueba, entre otras cosas, de las estrechas relaciones existentes entre las dos plazas, debido al establecimiento de emigrantes vizcaínos en el Río de la Plata” (Siegrist De Gentile, Nora L. y Óscar Alvarez Gila; De la Ría del Nervión..., 1998. 15 En el año 1785 de crea el partido de Las Conchas con cabecera en el puerto de igual nombre, abarcando las tierras de la parroquia y de la actual San Fernando; al año siguiente es designado cura propio y vicario de la Parroquia de Las Conchas, Manuel S. de San Ginés. En 1804 a raíz de varias inundaciones extraordinarias el cura párroco San Ginés inicia tramites para trasladar el pueblo a un sitio mejor, recibiendo el nuevo poblado el nombre de San Fernando de la Buena Vista. El cura San Ginés, de familia originaria de Vizcaya, gestionó personalmente la traída de una imagen de la Virgen de Aránzazu, que fue entronizada el 2 de febrero de 1806 como patrona de la nueva iglesia parroquial de la localidad. 16 Fue el inmigrante Salvador Joaquín de Ezpeleta, fundador de la localidad de Victoria, quien donaría de su bolsillo los enseres del culto para la nueva iglesia parroquial a fines del siglo XVIII, llegando incluso a encargar en uno de sus viajes a Europa una talla reproducción de la virgen de Aránzazu, que depositó en la iglesia, convirtiéndose en patrona de la localidad. La primera referencia fidedigna a dicha talla se halla en el inventario de los bienes parroquiales de 1839, indicando que es más antigua y recogiendo la noticia del benefactor que la donó. 55
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hermano a mediados de ese año. El desarrollo de su carrera y su adscripción a la esfera bonaerense del poder fue rápida, si se considera que se encuentra asentado en la Matrícula de comerciantes a fines de aquella década del cincuenta en el siglo XVIII y ya en septiembre de 1762 casaba con Francisca Rodríguez de Vida en la Catedral de Buenos Aires. Después de 1765 ocupó el cargo de Alguacil del Santo Oficio que había pertenecido a su suegro, y entre 1766 y 1768, el de Defensor de Menores. Fue síndico de las hermanas capuchinas, como más tarde lo fue también su yerno, Manuel A. de San Ginés17.
El ejemplo de San Ginés nos ilustra a la perfección sobre los mecanismos que usaron muchos de los inmigrantes vascos para prosperar en la sociedad rioplatense de fines de la colonia. Ya hubieran llegado para ocupar un cargo administrativo, o –como en este caso– para labrarse un futuro en el comercio y la industria, la estrategia pasaba por una triple vía. En primer lugar, se buscaba emparentar mediante el matrimonio con las familias ya asentadas, lo que permitiría una rápida inserción en los círculos sociales del país18. En segundo lugar, se compaginaba el ascenso social con el ejercicio de una serie de cargos, las más de las veces de carácter honorífico, aunque con un elevado grado de repercusión social; pero también con responsabilidades real, por ejemplo en la administración local (regidores, alcaldes). Y finalmente, se integraba en las asociaciones e instituciones, generalmente vinculadas a la iglesia católica, en las que se agrupaban por estrato social, intereses y vinculaciones los miembros de un mismo grupo. Muchos vascos como Manuel Alfonso de San Ginés usarían estos mecanismos, ya fuera en su totalidad o sólo algunos de ellos, como modo de conseguir el objetivo primordial que los había llevado al otro lado del océano: el ascenso social por medio de la movilidad geográfica. Es decir, marchar a Indias para convertirse en un señor; la vieja imagen del indiano (antes llamado perulero, y más tarde convertido en amerikanua) que rondaba las mentes y los corazones Nora L. Siegrist De Gentile; “Vasco-navarros en Buenos Aires...”, 19XX, p. 111. Susan Socolow dice a este respecto: “La inmensa mayoría de los comerciantes llegaban a Buenos Aires solteros, comenzaban a trabajar en el comercio y, después de unos diez años, se casaban en la colonia” (Los mercaderes del Buenos Aires virreinal, Buenos Aires, Editorial de la Flor, 1992, p. 52). 17 18
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de muchos de los que, ya desde el siglo XVI, habían iniciado las migraciones vascas a las Américas. Entran en este proceso apellidos que luego tomarían renombre en el proceso independentista, tales como los Andonaegui19, Basavilbaso20, Azcuénaga21, Saraza22, o Beláustegui23, entre otros. Todas ellas fueron familias a caballo entre dos continentes a los que atraparía la oleada independentista.
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¿Qué significó la independencia? Ronald Escobedo Mansilla, quien fuera primer catedrático de Historia de América en la Universidad del País Vasco, resumía de este modo las dos grandes visiones que sobre este acontecimiento han venido suscitándose desde el mismo momento en que las nuevas naciones americanas se unieron al concierto de los países independientes: La Independencia, como es obvio, supuso ante todo la brusca ruptura de los lazos políticos que unían el continente con España. Desde los mismos albores de las repúblicas los nuevos grupos dirigentes impregnados de profundo espíritu patriótico, quisieron ver en ella, en la Independencia, algo más, la ruptura total con el pasado, la emergencia de una sociedad absolutamente nueva y distinta, en todos los órdenes y no solamente en el político. El primer Andonaegui que registramos en Buenos Aires es José de Andonaegui, natural de Markina, Vizcaya, quien fuera gobernador de Buenos Aires en la década de 1740. 20 Domingo de Basavilbaso había sido alcalde ordinario de Buenos Aires entre 1738 y 1745, cargo que compaginaba con el puesto de capitán de milicias de caballería, tesorero mayor de la Catedral, y comerciante. Era natural del valle de Orozko en Vizcaya. 21 Vicente de Azcuénaga, nacido en Dima, Vizcaya, se integró en el grupo de comerciantes de Buenos Aires mediante matrimonio con Rosa Basavilbaso, hija del anterior. En las guerras de independencia destacó su hijo homónimo, Vicente de Azcuénaga y Basavilbaso. 22 Javier Saturnino Saraza (o Sarasa), navarro de Pamplona, había llegado al Río de la Plata en la década de 1750, integrándose en 1754 a la matrícula de comerciantes. Estableció lazos comerciales y de parentesco con los Azcuénaga y los Basavilbaso. Entre otros cargos fue elegido regidor en 1767 y 1780; y obtendría en 1791 ejecutoria de nobleza -dado que, como navarro, no gozaba de la presunción de hidalguía universal que sí tenían los vizcaínos-. Un hijo suyo, de nombre Saturnino, se integraría en 1806 en el famoso Regimiento de Patricios. Otra hija, Francisca Javiera, casada con el burgalés Miguel Sáenz, daría a luz a Antonio Sáenz Saraza, sacerdote y primer rector de la Universidad de Buenos Aires, ya tras la independencia. 23 Originario de la anteiglesia de Forua en Vizcaya, Francisco Antonio de Belaustegui llego en 1783 al Río de La Plata, radicándose primero en Montevideo. Regresó a España, para dirigir sus negocios desde la ciudad de Cádiz, en cuyo registro de comerciantes se matriculó. 19
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Esta visión romántica e idealizada de la Emancipación, lo mismo que de los hombres que la hicieron posible, es la que ha impregnado la enseñanza de la historia en todos los niveles educativos hispanoamericanos. La historiografía reciente, más preocupada por los aspectos sociales y económicos, se va al extremo contrario, afirmando un radical continuismo con las etapas precedentes24.
¿Vivieron los vascos los acontecimientos de la independencia como un cambio o una continuidad? Posiblemente como ambos. Resulta indudable que los acontecimientos habían comenzado a precipitarse desde comienzos del siglo. La derrota y virtual desaparición de la Armada española a manos de los ingleses en Trafalgar había situado al poderío militar de la metrópoli en una situación crítica. Gran Bretaña, espoleada tras la derrota a manos de sus antiguos colonos de los Estados Unidos, había puesto sus ojos en las tierras de Latinoamericana, ya que consideraba al imperio español una fruta madura que tarde o temprano caería en sus manos. Y el ataque comenzaría por el territorio más alejado, el Río de La Plata, donde se dirigió una armada con ánimo de incorporar la región al imperio británico. Dicen algunas crónicas que los ingleses esperaban contar con el apoyo de la población local. Se equivocaron, y su experiencia de ocupación de las ciudades de Buenos Aires y Montevideo acabaría en el desastre con la posterior derrota a manos de los criollos en el episodio de la “Reconquista”. Gonzalo Auza, con gran precisión, sitúa en la organización de la resistencia frente a las invasiones inglesas el momento en el que la sociedad rioplatense, y con ella los vascos nativos y originarios que residían en el virreinato, comenzó a vislumbrar la viabilidad de un futuro autónomo, libre del dominio -para unos- y protección –para otros– de la metrópoli española. Una metrópoli, dicho sea se paso, que había sido incapaz de prevenir las invasiones, y había quedado en evidencia cuando su máximo representante, el virrey Sobremonte, había huido con Ronald Escobedo Mansilla; “Cambio y continuidad en la sociedad hispanoamericana del siglo XIX”, en Iberoamérica en el siglo XIX..., 1995, pp. 29-44, cit. en p. 29. 24
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la rapidez de un conejo a buscar refugio en el interior, dejando a su suerte a bonaerenses y montevideanos. Expulsados los invasores, las cosas nunca podrían ya volver a ser como antes: Estos elementos enumerados empezaron a cuajar con ocasión de las invasiones inglesas a Buenos Aires, en 1806 y 1807. El triunfo local sobre el mejor ejército del mundo y el desplazamiento del representante del Rey –el virrey de Sobremonte-, pusieron de manifiesto la fuerza y autonomía que estaba cobrando esta ciudad y le dieron un prestigio importante en todo América. El triunfo militar fue obtenido básicamente por los cuerpos conformados por los criollos más pobres y por parte de los extranjeros –y no por el Regimiento Fijo mantenido por España y formado por gallegos–. El potencial militar local creciente y autónomo respecto de la corona española estuvo constituido también por los vascos y sus descendientes, que aportaron un 20 por ciento de los voluntarios convocados. Tuvieron sobresaliente actuación en los Húsares de Pueyrredon, la Legión de Patricios y el Tercio de Vizcaínos; y dirigieron varios de los otros cuerpos armados que pelearon en esos episodios25.
Este “Tercio de Vizcaínos” al que nos acabamos de referir, también denominado en otras fuentes como “Cuerpo de Voluntarios Cántabros de la Amistad”, no era sino una milicia urbana integrada por residentes vascos, que llegaron a formar nada menos que cinco compañías, para ponerse al mando de las tropas que se aprestaron para expulsar a los invasores ingleses. Sus miembros no eran, por tanto, soldados profesionales, sino voluntarios civiles, gentes del mundo del comercio, la administración o las artes liberales sin mayor experiencia de armas. Fueron puestos al mando de militares profesionales, que se encargarían de su adiestramiento en un tiempo récord. Al frente de todos ellos se puso al coronel Prudencio Murguiondo, de la Marina de Guerra, guipuzcoano de Escoriaza que había sido destinado al apostadero naval de Montevideo en 1804. Gonzalo Auza; “Los vascos en el periodo de la independencia argentina y las luchas por la organización nacional”, Euskonews&Media, 186, 1-8/XI/2002, edición electrónica, consultado en http://www. euskonews.com/0186zbk/frkosmo.htm. 25
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La organización militar y el alto grado de movilización política que experimentó la sociedad de Buenos Aires debido a la Reconquista comenzaría un movimiento difícil de parar. Resultaba claro que los criollos demandarían, en el futuro, una mayor cuota de participación en el gobierno de los asuntos locales; la cuestión estribaba en hasta dónde estaba dispuesta la metrópoli colonial a hacer concesiones en este sentido. El debate, sin embargo, pronto quedaría truncado. Tras la entrada de las tropas francesas de Napoleón en España, la abdicación de la dinastía borbónica, y la ocupación del país, por primera vez en tres siglos el entramado colonial español quedaba descabezado y sin una estructura clara del poder. Aquí y allí, en Europa y América, notables y gobernantes locales pronto organizarían “juntas” (reunidas en nombre del “legítimo” rey Fernando VII, a quien consideraban cautivo en Francia) para resistir la invasión. También en Buenos Aires, como en otras ciudades importantes de América, la oligarquía local se integró en el movimiento juntista y presionó para tomar las riendas de su gobierno reemplazando a unas instituciones que consideraban caducas, cuando no ilegítimas debido a que oficialmente respondían a un gobierno usurpador en la metrópoli. De hecho, la revolución de Mayo de 1810 fue considerada, en un primer momento, como una reacción patriótica española frente al dominio francés y bajo el paraguas de la restauración del rey Fernando. Se trataba sin duda de una ambigüedad calculada, sobre todo por parte de aquellos que comprobaron que España era ya un cuerpo demasiado lejano y demasiado débil; que si ya no podía defenderles, tampoco sería capaz de amenazarles. Entre 1810 y 1816, los rioplatenses se acostumbraron a la idea de que podían gobernarse por sí solos. Argentina daba su primer paso en libertad. En este contexto, los vascos no presentaron una reacción unánime ni unilateral. Intereses, deseos y amores convergían en cada una de las personales decisiones que tomaría cada individuo ante la nueva situación. Hubo, claro está, tanto vascos partidarios como vascos detractores de la independencia.
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Entre los primeros, lógicamente, abundaban los criollos. La independencia puede también entenderse como una metáfora generacional, es decir, como el deseo de emancipación de una generación de criollos, hijos de inmigrantes peninsulares, que no compartían con sus padres ni el recuerdo ni los amores con una patria lejana a la que, como mucho, sólo habían conocido por los relatos de sus progenitores y breves visitas. Para los criollos, la patria ya no era la tierra de sus padres, como dicta la etimología, sino la tierra en la que habían nacido. Es así, por tanto, que abundaron los nombres vascos entre la clase política que se desarrolló en los primeros tiempos de vida autónoma del Río de la Plata, casi todos ellos hijos de comerciantes y funcionarios llegados al país apenas medio siglo antes: En la Primera Junta, el primer gobierno autónomo argentino de nueve miembros conformado el 25 de mayo de 1810, estaban Miguel de Azcuenaga Basavilbaso y Juan Larrea –ambos hijos de vascos-. También hubo vascos en la Junta Grande (con trece integrantes más que la Primera Junta), que fue integrada por Francisco Antonio de Gurruchaga, Juan Ignacio Gorriti y Pedro Francisco Uriarte, por nombrar sólo a los de apellido vasco (había otros descendientes de vascos)26.
Pero la historia humana nunca es tan simple. La independencia no fue solamente una mera lucha entre padres e hijos. De hecho, hubo también inmigrantes vascos, nacidos en Europa, para quienes los anhelos de libertad de su patria adoptiva fueron más atractivos que el recuerdo de su tierra natal. Tal fue el caso, por ejemplo, de Tomás de Balenzategui, vizcaíno, llegado a Buenos Aires a fines del siglo XVIII, como comerciante, funcionario y agente de la Compañía de Filipinas en la capital virreinal. Ocuparía diversos cargos durante la primera década del siglo XIX, tomando parte activa en la Reconquista de la ciudad de Buenos Aires contra los ingleses en 1806. Como señala Siegrist de Gentile, “declarada la revolución de mayo de 1810, fue uno de los partidarios, y en momentos de fundarse Gonzalo Auza; “Los vascos en el periodo...”, 2002. Añade además que “En el siguiente órgano de gobierno -el Primer Triunvirato de 1811- participó Manuel de Sarratea; y este mismo hombre fue posteriormente Gobernador (en 1820).También era de origen vasco (nieto) otro de los diecisiete gobernadores que se sucedieron entre 1820 y 1835: Juan Lavalle (gobernador entre 1828 y 1829), de relevante actuación militar en las guerras de la independencia.”. 26
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la primera biblioteca pública de Buenos Aires, donó seis obras”27. Hubo, por lo tanto, argentinos por nacimiento y argentinos por devoción. No obstante, el vasco cuyo nombre aparece habitualmente más vinculado a la compleja evolución política inmediatamente posterior a la independencia es el alavés Martín de Alzaga, figura contradictoria, traidor o héroe dependiendo de la perspectiva y la afinidad de quienes han escrito sobre él. Alzaga, natural del valle de Aramayona en el norte de la provincia de Álava, llegó a Buenos Aires en 1767 siguiendo el camino habitual: llamado por un compatriota, Gaspar de Santa Coloma, para fungir como dependiente en su casa de comercio, arribó a América con sólo doce años y sin saber más que unas pocas palabras de castellano. Su evolución posterior fue la habitual: abrir su propio negocio, casamiento favorable con una hija de buena familia, el enriquecimiento (llegó a ser dueño de la muy respetable extensión de 385.000 hectáreas de tierras y pastos) y el salto a la política y los cargos (alcalde de primer voto de Buenos Aires en 1795)28. Pero su explosión como “animal político” llegaría de la mano, indirecta, de los ingleses gracias a su invasión. Dio la casualidad de que aquel año 1807, cuando los ingleses intentaron por segunda vez el asalto a la ciudad, repetía en el cargo de Alcalde de Buenos Aires. Derrotado vergonzosamente el virrey Liniers por las tropas británicas, (..) se constituye en el alma de la resistencia (...). Adopta y lleva adelante un formidable plan defensivo, que convierte a la capital del Virreinato en una trampa para los británicos. Se fortifican las casas del centro de la ciudad y a propósito no se defienden las iglesias para que estas puedan ser tomadas por los asaltantes, para así concentrarlos y batirlos en forma más sencilla. Desde la reconquista Buenos Aires había formado nuevos tercios de milicianos, uno de ellos de Vizcaínos. Luego de duros combates fueron rechazados los invasores, que dejaron además 2.000 prisioneros en manos de los defensores. En esas circunstancias Liniers redacto las condiciones Nora L. Siegrist De Gentile; “Vasco-navarros en Buenos Aires...”, 1999, p. 126. También UDAONDO, Enrique; Diccionario biográfico colonial argentino, Buenos Aires, Editorial Huarpes, 1945, p. 131. 28 Gonzalo Auza; “Los vascos en el periodo...”, 2002. 27
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de la capitulación. Se las dio a leer a sus colaboradores, entre ellos a Álzaga. Este, le indicó que faltaba en las mismas la retirada de los ingleses de Montevideo. Ante la observación, Liniers argumentó que ese pedido podía parecer desmedido y hacer fracasar el acuerdo con los británicos que todavía contaban con medio ejército sin emplearse y la flota en el río. Sin embargo Martín insistió y logro que esta cláusula figurara en el acuerdo. Esta actitud fue decisiva su participación para que Montevideo fuese devuelta por parte de los ingleses. De no ser así, esta ciudad hubiese quedado como enclave de la monarquía británica en el Río de la Plata. Las consecuencias de este hecho son difíciles de medir, pero sin duda hubiese mediatizado la independencia de los pueblos de la región, como un agente extraño a las raíces hispano-criollas del cono sur americano. Que esto no sea así, tiene su explicación en parte al menos, en el patriotismo y la obstinación del aramaiotarra Martín de Álzaga29.
Álzaga, sin embargo, cambiaría tras la revolución de Mayo. Tras el cambio de las instituciones de gobierno en Buenos Aires, pasaría a usar su prestigio como capital político para dirigir el partido de los contrarios a la deriva independentista que iba tomando progresivamente el gobierno de las juntas bonaerenses. De este modo acabaría por acaudillar la primera conspiración “europea” contra el poder de los criollos, encarnado por aquel entonces por el conocido como Primer Triunvirato. El 1 de julio de 1812 la conspiración fue descubierta, y gracias a la decidida actuación del secretario del Triunvirato, Bernardino Rivadavia, se centraron las acusaciones en el propio Alzaga y un grupo de colaboradores. Según los historiadores, hubo muchas sospechas, incluso en su momento, en torno a la imparcialidad del juicio y a la relevancia de las pruebas. En todo caso, con la perspectiva de la historia, tales sospechas no dejan de ser hechos irrelevantes. Condenado a muerte, Alzaga sería fusilado en la plaza de la Victoria de Buenos Aires, justo delante de donde se levantaba el fuerte, residencia del virrey, y actual localización de la Casa RoJuan Carlos Luzuriaga; “Los vascos en las invasiones inglesas. Una mirada desde la Banda Oriental”, Euskonews&Media, 300, 13-20/V/2005, edición electrónica, consultado en http://www.euskonews. com/0300zbk/kosmo30001.htm. 29
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sada, sede de la presidencia argentina. Con su ejecución pública, los partidarios de la independencia argentina pretendían dar un aviso claro y concreto: no habría vuelta atrás. Cualquier intento de volver al dominio colonial sería combatido con dureza. Con la muerte de Alzaga, el Río de la Plata mostraba que iba a iniciar un camino sin retorno, del virreinato a la independencia30. Buen ejemplo de la participación de los vascos en la consolidación de la independencia argentina lo encontramos en un descendiente, por partida doble, de varios de aquellos comerciantes provenientes de Euskal Herria que vimos instalándose en el Río de La Plata a lo largo del siglo XVIII. Miguel Ignacio de Azcuénaga y Basavilbaso, nacido en 1754 en el puerto de Buenos Aires, destinó sus pasos, no hacia el comercio que era la base económica de sus padres y abuelos, sino a la carrera de las armas. Como otros muchos criollos, su primera experiencia militar la desarrolló en Europa, donde realizó sus estudios para oficial del Ejército. Alcanzado el grado de Subteniente de Artillería, fue destinado de vuelta a América. Sucesivamente participó en la última lucha con los portugueses por el dominio del Uruguay, y tomó parte activa en la defensa contra las invasiones inglesas de 1806 y 1807, codo con codo junto con Alzaga. Pero tras los acontecimientos de mayo de 1810 sus caminos se separarían. Desde un primer momento se mostró partidario del nuevo orden y de la ruptura política con la metrópoli, que conocía y no odiaba, pero a la que ya no consideraba su patria. Sería sucesivamente vocal de la Primera Junta Gubernamental, Gobernador de Buenos Aires y Jefe de Estado Mayor del primer ejército argentino. Se trataba de una carrera fulgurante, debido tanto a su origen social como a su capacitación y a sus vinculaciones ideológicas. La figura de Azcuénaga sigue teniendo hoy en día una presencia insospechada en la vida política argentina. Durante los años Sobre Alzaga, cfr. Lozier AlmazáN, Bernardo; Martín de Alzaga, Buenos Aires, Editorial Ciudad Argentina, 1989. Williams Alzaga, Enrique; Martín de Alzaga en la reconquista y en la defensa de Buenos Aires (1806-1807), Buenos Aires, Emecé, 1971. 30
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posteriores a su regreso de Europa, se había instalado tras su matrimonio en una villa o quinta en el término de Olivos, situada a unas pocas leguas al norte de Buenos Aires. Tras el fallecimiento de Azcuénaga en 1833, sin descendencia, la heredaría su sobrino Carlos Villate Olaguer, quien acabaría por donarla al Estado argentino a condición de que se le diera un uso digno y adecuado a la importancia de su anterior dueño. Azcuénaga no podía haber esperado mejor destino para su villa: hoy en día es conocida como Quinta Presidencial de Olivos, y ha sido durante más de siglo y medio la residencia oficial de todos los presidentes de Argentina.
ANEXO:
EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN A TRAVÉS DE SU ACTA DE
INDEPENDENCIA
No obstante, hubo todavía que esperar cuatro largos años para que se produjera el acto capital del nacimiento de la nación argentina al conjunto de las naciones independientes. Tal momento llegaría el nueve de julio del año 1816. Desde entonces esta fecha se ha convertido, junto con el 25 de mayo (aniversario de la revolución de 1810 que dio inicio al proceso emancipador que llevaría a la independencia formal y efectiva del país), en la principal fiesta cívica de Argentina. No hubo antes ni después, en la historia argentina, un acto político que concitara una mayor unanimidad de los representantes políticos del pueblo reunidos en libre asamblea legislativa. Las únicas excepciones a la lista de los congresistas que refrendaron con su firma la declaración de independencia se debieron a ausencia de la importante reunión, no a un desacuerdo con su contenido. Cabría preguntarse, empero, hasta qué punto esta unanimidad era reflejo real de la opinión del pueblo al que decían representar los congresistas; de hecho, las turbulencias que habían jalonado hasta entonces el proceso emancipador, en el cual fueron casi tan importantes las luchas y disensiones dentro del bando patriota como el enfrentamiento con los realistas leales a España, 65
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nos hacen suponer que la unanimidad apenas se habría podido mantener una vez traspasados los muros del edificio que servía de sede a la asamblea. Todo proceso histórico, y más cuando se ve envuelto en él una modificación del pacto social y político de tal calibre, como ocurría con ocasión de la independencia latinoamericana, ha de suscitar dudas, debates y divergencias de opinión entre sus protagonistas, en los que se entremezclaban deseos y esperanzas con temores e inercias. Las fracturas que vertebraban las sociedades indianas (criollos frente a peninsulares, indios y mestizos frente a blancos, leales realistas frente a patriotas americanos), unidas a la creciente influencia del pensamiento liberal encarnado por las revoluciones norteamericana y francesa, añadían a todo esto un nuevo debate entre la tradición, monarquía y la religión, por un lado, frente a la modernidad, constitución y libreralismo, por el otro. Todos estos elementos se encontrarían en el texto seleccionado para dar carta de naturaleza a la naciente nación. El acta de independencia sorprende por varios motivos. El primero de ellos es, sin duda, su concisión. En apenas dos párrafos, el Congreso de Tucumán lograba condensar la larga lista de motivaciones que habían llevado a los patriotas a cortar definitivamente las amarras con la metrópoli. El texto, tal y como fue recogido por el secretario de actas del Congreso, reza como sigue: En la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán a nueve días del mes de julio de mil ochocientos diez y seis, terminada la sesión ordinaria, el Congreso de las Provincias Unidas continuó sus anteriores discusiones sobre el grande, augusto y sagrado objeto de la independencia de los pueblos que lo forman. Era universal, constante y decidido el clamor del territorio entero por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España, los representantes sin embargo consagraron a tan arduo asunto toda la profundidad de sus talentos, la rectitud de sus intenciones e interés que demanda la sanción de la suerte suya pueblos representados 66
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y posteridad. A su término fueron preguntados ¿Si quieren que las provincias de la Unión fuese una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli? Aclamaron primeramente llenos de santo ardor de la justicia, y uno a uno reiteraron sucesivamente su unánime y espontáneo decidido voto por la independencia del país, fixando en su vitual la declaración siguiente: Nos, los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en congreso general, invocando al Eterno que preside el universo, en nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protextando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos: declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli. Quedan en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas y cada una de ellas así lo publican, declaran y ratifican comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta su voluntad bajo el seguro y garantía de sus vidas haberes y fama. Comuníquese a quienes corresponda para su publicación. Y en obsequio del respeto que se debe a las naciones, detállense en un manifiesto los gravísimos fundamentos impulsivos de esta solemne declaración. Dada en la sala de sesiones, firmada de nuestra mano, sellada con el sello del Congreso y refrendada por nuestros diputados secretarios31.
El texto mezcla, como se aprecia, elementos tradicionales con otros de la modernidad encarnada en el legado de las revoluciones francesa y americana del último cuarto del siglo XVIII. Entre las primeras, sin duda destaca el papel otorgado a la religión, con las constantes invocaciones a la justicia divina como fuente primera del derecho de las naciones a regirse con justicia. También En una sesión secreta posterior, tenida el 19 de julio de aquel mismo año, el Congreso aprobó una modificación del acta de independencia propuesta por el diputado Mariano Medrano, que añadía tras la frase “independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”, la frase “y de toda dominación extranjera”. 31
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EN LA
INDEPENDENCIA ARGENTINA
cabe citarse entre los elementos tradicionales de su discurso, la referencia a los lazos entre las Provincias Unidas y la figura del monarca y sus sucesores, elemento que evoca la idea de una estructura social basada todavía en las reminiscencias de los lazos feudales entre señores y vasallos. Pero al mismo tiempo, aparecen en todo momento referencias a la voluntad soberana de la nación y el pueblo como fuente de derecho para justificar la ruptura, que en este caso no es contra la figura de un monarca, sino contra otra nación. Los argentinos se independizaron de la herencia del Antiguo Régimen, renunciando a los lazos con los monarcas españoles, pero también se independizaron con una visión de futuro, al proclamar la separación entre un pueblo español y un pueblo “americano”, luego argentino, tal y como se desarrollaría ideológicamente a lo largo del siglo XIX con el despertar de los nacionalismos en Occidente. Argentina nacía al mundo como nación al filo de la primera década del siglo XIX; en la última década, sería el propio País Vasco el que vería nacer los primeros pasos de su particular versión del nacionalismo, cuestión que ha marcado el devenir histórico de Euskal Herria durante todo el siglo XX.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA Además de las obras a las que nos hemos referido a lo largo de este artículo, podemos recomendar también al lector interesado en conocer más sobre este periodo y la participación de los vascos en la Independencia argentina, las siguientes obras: ARZADUN Y ZABALA, Juan; Albores de la Independencia Argentina, Buenos Aires, 1910. RAPOPORT, M.; E. MADRID, A. MUSACCHIO y R. VICENTE; Historia económica, politica y social de la Argentina (1880-2003); Bogotá, Planeta Colombiana Editorial SA, 2006. FRADKIN, Raúl O.M ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular de la revolución de independencia en el Río de la Plata, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008. MARCHENA FERNÁNDEZ, Juan; Ejército y milicias en el mundo colonial americano, Madrid, Mapfre, 1992. ACEVEDO, Edberto Óscar; La independencia de Argentina, Madrid, Mapfre, 1992.
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LOS VASCOS
EN LAS
INDEPENDENCIAS AMERICANAS
ACTA DE LA DECLARACIÓN DE LA INDEPENDENCIA ARGENTINA
E
(9 de julio de 1816)
n la benemérita y muy digna Ciudad de san Miguel de Tucumán a nueve días del mes de Julio de mil ochocientos diez y seis. Terminada la sesión ordinaria el Congreso de la Provincias Unidas continuó sus anteriores discusiones sobre el grande, augusto, y sagrado objeto de la independencia de los Pueblos que lo forman. Era universal, constante y decidido el clamor del territorio entero por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España; los Representantes, sin embargo, consagraron a tan arduo toda la profundidad de sus talentos, la rectitud de sus intenciones e interés que demanda la sanción de la suerte suya, la de los Pueblos representados y la de toda la posteridad. A su término fueron preguntados: Si querían que las Provincias de la Unión fuesen una Nación libre e independiente de los Reyes de España y su Metrópoli. Aclamaron primero llenos del santo ardor de la justicia, y uno a uno reiteraban sucesivamente su unánime y espontáneo decidido voto por la independencia del País, fijando en su virtud la determinación siguiente: Nos los Representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los Pueblos que representamos, protestando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo, la justicia que regla nuestros votos: Declaramos solemnemente a la faz de la tierra que, es voluntad unánime e indudable de estas Provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los Reyes de España, recuperar los derechos que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una Nación libre e independiente del Rey Fernando VII sus sucesores y Metrópoli. Quedan en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas y cada una de ellas así lo publican, declaran y ratifican, comprometiéndose por nuestro
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ACTA
DE LA
DECLARACIÓN
DE
INDEPENDENCIA ARGENTINA
medio al cumplimiento y sostén de esta su voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas haberes y fama. Comuníquese a quienes corresponda para su publicación, y en obsequio del respeto que se debe a la Naciones, detállense en un Manifiesto los gravísimos fundamentos impulsivos de esta solemne declaración. Dada en la sala de sesiones, firmada de nuestra mano, sellada con el sello del Congreso y refrendada por nuestros Diputados Secretarios. Francisco Narciso de Laprida, diputado por San Juan, presidente; Mariano Boedo, vice-presidente, diputado por Salta; Doctor Antonio Saenz, diputado de Buenos Ayres, Fran Cayetano Josef Rodríguez, diputado por Buenos Ayres; Doctor Pedro Medran, diputado por Buenos Ayres; Doctor Manuel Antonio Acevedo, diputado por Catamarca; Doctor Josef Ignacio de Gorriti, diputado por Salta; Doctor Josef Andrés Pacheco de Melo, diputado por chichas; Doctor Teodoro Sánchez de Bustamente, diputado por la Ciudad de Jujuy y su Territorio; Eduardo Pérez Vulnez, diputado por Córdoba; Tomás Godoy Cruz, diputado por Mendoza; Doctor Pedro Miguel Araoz, diputado por la Capital del Tucumán; Doctor Esteban Agustín Gazcón, diputado por la Provincia de Buenos Ayres; Pedro Francisco de Uriarte , diputado por Santiago del Estero; Pedro León Gallo, diputado de Santiago del Estero; Pedro Ignadio Rivera, diputado de Mizque; Doctor Mariano Sánchez de Loria, diputado por Charcas; Doctor Josef Severo Malavia, Diputado por Charcas, Doctor Pedro Ignacio de Castro Barros, diputado por la Rioja; Licenciado Jerónimo Salguero de Cabrera y Cabrera, diputado por Córdoba; Doctor Josef Colombres, diputado por Catamarca; Doctor Josef Ignacio Tamez, diputado por Tucumán; Fray Justo de Santa María de Oro, diputado por San Juan; Josef Antonio Cabrera, diputado por Córdoba; Doctor Juan Agustín Maza, diputado por Mendoza; Tomás Manuel de Anchorena, diputado de Buenos Ayres, secretario. Testado: reiteraron, no vale. Es copia. Dr. Serrano, diputado secretario.
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Fuente: Web del Estado
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