Ramón Salas Larrazábal, de origen vasco-castellano, nació en Burgos. Estudia Ciencias en Madrid. Al comienzo de la guerra civil se evade de Orduña (Vizcaya) y se alista en un Tercio de requetés. Ingresa en Aviación más tarde, siendo alférez provisional. Hace la campaña de Rusia. En 1946 encabeza la primera Bandera de Paracaidistas, de cuya Escuela —de nueva creación— es director. A título de historiador ha impartido cursos en las Universidades de Murcia, Central de Madrid, Menéndez Pelayo de Santander, Hispano-Americana de La Rábida. Miembro y colaborador en otros Centros de Estudio y Seminarios, entre ellos en el de Sociología del Area Mediterránea (Instituto de Estudios Estratégicos). Publica, entre otros libros, los siguientes: Aproximación histórica a la Guerra Española, en colaboración con V. Palacio Attard y Ricardo de la Cierva; The Republic and the civil war in Spain, editado por Mac Millan (existe una versión española de Ariel); Historia del Ejército Popular de la República , 4 vols. (Editora Nacional); Pérdidas de Guerra (Editorial Planeta).
FUNDACION
VIVES
D E
ESTU DI OS
SOCIALES
4
Colección Drácena
Edita: EDICIONES RIODUERO, EDICA, S. A. MADRID
Ramón Salas Larrazábal
LOS DATOS EXACTOS DE LA
GUERRA CIVIL
Colección Drácena MADRID 1980
INDICE Págs. Prólogo ..................................................................................ix Introducción .................................................................... 3 CAPÍTULO I.—Antecedentes del conflicto .................. 1. La España de los años treinta .............................. 2. La Iglesia y la República ........................................ 3. La República y el Ejército .................................... 4. La República, a prueba .......................................... 5. Las elecciones de 1936 .......................................... 6. La gran conspiración ................................................
21 21 26 28 34 40 51
C ap ítu lo II.—La relación inicial de potencia ....... 1. El medio .................................................................... 2. Los recursos militares .............................................. 3. Las armas y los medios de combate .................... 4. Los medios de movilización humana e industrial .. 5. Los alimentos ............................................................ 6. El comercio exterior ................................................ 7. La capacidad de acción colectiva ..........................
55 55 56 72 81 86 87 89
CAPÍTULO III. -Los Ejércitos enfrentados
95
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. B)
................
Desmantelamiento del Ejército ............................ 95 Se inicia la marcha atrás ........................................ ...101 Las columnas ...............................................................108 Largo Caballero forma Gobierno .............................115 La brigada mixta ..................................................... ...123 El equipo Martínez Cabrera-Asensio .....................126 Culminación de un proceso ................................. ...132 Prieto, ministro de Defensa Nacional ...................134 Negrín, presidente y ministro de Defensa ........ .. 145 El Ejército Nacional ....................................................153
Págs. O La 1. 2. D) La
Marina de Guerra ............................................. ..174 La flota republicana ....................................... ..174 Armada nacionalista ....................................... ..183 Aviación .................................................................186
CAPÍTULO IV.—La intervención extranjera y las ayudas exteriores .......................................................................199
1. 2. 3. 4. 5. 6.
El pacto de No-intervención ................................. ..199 La escalada del otoño ...............................................206 Del establecimiento del control al acuerdo de Nyon 210 Europa, al borde de la guerra, y final de la española 214 Las aportaciones materiales ................................... ..218 Los voluntarios extranjeros ................................... ..230 Epílogo ...................................................................... ..236
Cuadros estadísticos ...................................................... ..241
PROLOGO
El profesor Palacio Atard, en su discurso de apertura d el curso académico 1969-70, de la entonces llamada U niversidad de Madrid, se hacía cuestión del hecho de que entre los jóvenes universitarios se manifestara una clara preferencia p or los estu dios contemporáneos, preferencia que no se reducía a los estu diantes de H istoria; sociólogos, juristas, economistas y alum nos de Ciencias Políticas mostraban idéntica inclinación y esta marcadísima afición desbordaba nuestras fron teras hasta cons titu ir un fenómeno universal. Para el profesor, esta disposición de ánimo se debía, fundam entalm ente, a la valoración que se atribuye al fu tu ro en las sociedades que han alcanzado un de terminado grado de desarrollo, preocupación p or el p orven ir que busca en el pasado recetas válidas para «precisar el curso que tomará probablemente la evolución de los acontecim ientos» 1. Esta posibilidad de conjeturar acertadamente lo que ha de suceder —que es sumamente cuestionable incluso en el campo d el pronóstico puram ente técnico, donde el margen de probabilidad de errar es relativamente pequeño a corto plazo, como a diario nos demuestra la predicción meteorológica— resulta sumamente improbable en el terreno de la Historia, en el que surgen cons tantemente nuevas e imprevisibles variables que m odifican sus tancialmente el sis ierra introduciendo en él un factor, el azar histórico, que puede llegar a ser preponderante y aun decisivo. Aun así, la indudable dificultad del empeño y el riesgo que conlleva toda tentativa de predecir el fu tu ro no nos dispensan del deber de emprenderla. Es una tarea sugestiva en la que a l historiador le compete fa cilita r una amplia y correcta inform a ción de lo que fu e el pasado, dando un testimonio honesto y 1 K o n r a d A d e n a u e r , Memorias (1945-53) (Rialp 1965). Citado por Vicente Palacio Atard en el discurso aludido (Publicaciones de la Uni versidad de Madrid, 1969), p. 11.
correcto de lo que sucedió, contribución que perm itirá a los de más contar con unos datos precisos y de valor inestim able a la hora de planear un fu tu ro deseable y posible, pues «el pretérito permanece vivo en el porten ir», que es su continuación, y su estudio carecería de sentido si no nos aportara materiales apro vechables para su construcción. La historia no nos hará profetas ni nos perm itirá anticipar lo que ha de suceder, pero podrá decirle a l hombre actual, que ha aceptado la responsabilidad de labrar su fu tu ro, qué es lo que no puede hacer si quiere moldearlo de una form a determ inada; pero para que la historia pueda cum plir esa fu n ción es menester que los historiadores sean fieles testigos de su tiempo y exigentes no tarios del pasado, pues de otra manera ofrecerán versiones inco rrectas y valoraciones deformantes de la realidad que sólo servi rán para llevar, por caminos equivocados, a conclusiones erró neas. Algo y aun mucho de esto nos sucede a l estudiar la historia reciente de España. Lo que se nos ofrece comúnmente nos des orienta mucho más de lo que nos aclara, y se reduce a una inin terrum pida serie de relatos contradictorios de una permanente discordia que sólo tienen en común el que en todos ellos se prac tica con fru ición lo que Ju a n M anchal calificó de «autodifamación nacional». Jesús Pabón, el llorado presidente de la Real Academia de la Historia, glosaba esta cita diciendo: «Pienso que el morador de la España contemporánea nunca fu e humilde o sobrio a l hablar de su situación, de la suya, de aquella a que se sintió vinculado. Muy a l contrario: respecto a su situación fu e exagerado, ditirámbico, triunfalista. Precisamente en su si tuación España había conocido la plen itu d de los tiempos, y los españoles alcanzaron la tierra prometida. Para la demostración, el español contemporáneo había comen zado por una condenación de la situación anterior, por una difam ación del pasado inmediato» y..., «claro está, los autoelogios de cada situación dejaban escasa huella, borrada por la condenación de la sucesora. Y la autodifam ación nacional, es pañola y contemporánea, era el resultado de una serie de difa maciones sucesivas del pasado inm ediato»; y a modo de corola rio, resumía: «En la consideración de ese pasado contemporáneo
suelen fallarnos dos actitudes básicas, la solidaridad h istórica y el respeto del civilizado» 2. No creo necesario aclarar lo que el profesor Pabón expuso d e form a tan lúcida. La discordia que preside los doscientos ú lti mos años de la vida española se proyecta sobre la historia, h a ciéndola igualm ente beligerante y perturbadora. Esa querella, que en España puede decirse empezó con la guerra de la In de pendencia contra Napoleón, o si se quiere unos meses antes, con el motín de Aranju ez el 17 de marzo de 1808, que ocasionó la caída de Godoy y la abdicación de Carlos IV, comienza con algo que denotaba que en este país se había producido un cambio radical en el talante político y social de sus gentes. El pueblo, hasta entonces marginado y sujeto pasivo en las decisiones de los déspotas ilustrados, pasa a ser protagonista de los hechos y elemento vitalizador de la acción colectiva. Amane cía una nueva época, que se proyecta hasta estos días y que ha constituido para nuestros hombres un inacabado y torpe cam i nar hacia el hallazgo de la pieza de repuesto necesaria para sustituir el viejo régimen desaparecido y encontrar un nuevo sistema de convivencia que perm itiera a los españoles trabajar y vivir juntos para dar cima, solidariamente, a una ilusionada empresa común. Desde aquellas fechas, el pueblo español se debate en una constante vacilación sobre las bases en que ha de sustentar su futuro, y esta larga y dolorosa incertidum bre ha producido una paralela disensión sobre la raíz profunda en que debe nutrirse la vocación nacional y ha hallado su expresión en la guerra civil, mal endémico que ha asolado repetidas veces nuestros cam pos a lo largo de los últimos ciento setenta años. La singularidad esencial del período perm ite identificarlo con el que convencionalmente se conoce como «Historia Contemporá nea», pero es tan largo que no son pocos los historiadores que lo subdividen en dos, separados por el acontecimiento clave de la Restauración, hito importante aunque su contenido no sea s u fi ciente para romper la unidad interna que se descubre en ese otro
1 Jksús Pabón, Cambó t.2. p.Vlll/X.
ciclo, más amplio, cuya cronología, según el profesor Palacio Atard, se define con absoluta nitidez 3. Para Stanley G. Payne, la línea maestra que sirve de eje a todo el período es el lento cam inar hacia la libertad a través de una serie de etapas presididas sucesivam ente por el liberalismo convulsivo. el liberalismo elitista y la democracia oligárquica, y que concluirá finalm en te en una democracia estable, la que hoy estamos construyendo. Según el profesor norteamericano, todos los países del mundo han recorrido ese itinerario, aunque no todos ellos con el mismo ritmo. En España siempre se nos había dicho que nuestro caso era patológico, anorm al; pero Payne demuestra que no es así y que la trayectoria seguida por nuestro pueblo apenas difiere de la recorrida por los restantes países de la cuenca mediterránea y no se aparta demasiado de la seguida por los demás países europeos. A su parecer, sólo Rusia y Gran Bretaña ofrecen particularida des diferenciales que las distinguen del resto de los pueblos euro peos. En su opinión, el ritmo de la evolución viene determ inan temente influido, prácticam ente condicionado, por el nivel de de sarrollo social alcanzado en cada país y muy especialmente por el grado de progreso logrado en el sector industrial. Todos los p u e blos que m antuvieron una economía agraria y un status social rural, se vieron en notables dificultades para estabilizar un sis tema democrático y en todos ellos los avances del liberalismo fu e ron convulsivos durante décadas 4. En el caso español, el problema se vició por el sentimiento colectivo de decadencia que en el alma nacional produjo la pér dida y desintegración de nuestro Imperio ultram arino y que se reflejó en un hondo pesimismo que ponía plomo en las alas ante cualquier intento de alzar el vuelo hacia un fu tu ro promisorio. Apareció un auténtico complejo de inferioridad histórico del que aún no hemos curado. Nuestro atraso económico, nuestro hu n dimiento m ilitar, la pérdida de nuestro poderío naval, la po breza cultural de nuestras gentes y la anorm al repartición de nuestra riqueza, esterilizaron muchos nobilísimos intentos y p.28 a 32. Ejército y Sociedad en la España liberal 1808-1936
3 V i c e n t e P a l a c i o A t a r d , d i s c u rs o c ita d o , 4 S t a n l e y G. P a y n e , (Madrid 1977) p.5-13.
ocasionaron extremadas tensiones internas, que desembocaron, una y otra vez, en enfrentam ientos civiles. Todo ello hizo que en el mundo, y también ejitre nosotros, se llegara a p en sa r en la incapacidad congénita de los españoles para la convivencia civ i lizada. Los hombres de este país acumularíamos tales cargas de pasión, violencia y crueldad, que cualquier intento de consolidar un sistema pacífico estaría condenado de antemano a l fracaso, de no ser impuesto por la fuerza. Afortunadamente, la realidad es bien distinta, como se puso de manifiesto en los primeros siglos de nuestra historia en co mún, durante los cuales, aquellos turbulentos tiempos d el Me dievo y el Renacimiento, las querellas domésticas fu eron en Es paña mucho menos frecuentes y cruentas que en los restantes países europeos. Desde la creación del Estado N acional hasta el siglo XIX, éste presentó una notable estabilidad apenas turbada por pequeños conflictos interiores que no afectaron a l consenso general que las gentes prestaban a las Instituciones. El Estado y el Monarca eran expresión fi e l y colectivamente acatada de la voluntad nacional, y todas las energías libres d el hombre espa ñol, incluidas las derivadas de su violencia, particularism o y crueldad, se canalizaban hacia el cumplim iento de la empresa común sin necesidad de buscar su punto de aplicación en luchas intestinas. Evidentemente, no son los caracteres congénitos o adquiridos del temperamento español los responsables de nuestras guerras civiles. Las causas que las originaron habrá que buscarlas en otra parte. La dificultad no está en la convivencia. sino en de term inar por qué y para aué se convide, y en este camino creo que los historiadores pueden y deben aportar materiales su fi cientes para perm itir que los hombres de las nuevas generaciones encuentren el suyo. Sin embargo, para que puedan cum plir efi cazmente su labor es preciso que superen de una vez por todas los prejuicios que han condicionado buena parte de sus trabajos, a l incurrir en la tentación «de especular con la historia para fin es extraños a la misma». El profesor Palacio Atard, a quien se debe la fra se transcrita y la mayor parte de las ideas hasta aquí expresadas, ha d en u n ciado el hecho de que, las más de las veces, las interpretaciones de
los acontecimientos pretéritos están falseadas por el cálculo p olí tico e incluso por el mero afán polém ico, y el profesor Pabón ha escrito que «el tópico, aliado con la pereza mental, resulta abrumador. Se abre paso, entre libros que uno lee como si f u mase un cigarro puro hecho con las colillas de todos los lugares comunes» M ientras las cosas sigan siendo así, la inform ación que reci ban los hombres encargados de p la n ifica r el fu tu ro será inco rrecta y «o les sert'irá para efectuar una prospectiva inteligente. Lo malo es que impulsos idénticos a los que vician con tanta frecuencia el trabajo del investigador actúan sobre los lectores que no parecen dispuestos a aceptar otras conclusiones que aque llas que coincidan con sus prejuicios o deseos. El historiador honesto y desapasionado predica, como San Ju a n , en el desierto y no encuentra con fa cilid a d oídos y ojos dispuestos a escuchar y ver, todo lo cual dificulta notablemente su contribución a la construcción del futuro, pues cualquier intento de p lan ificar acertadamente el porvenir exige, como mínimo, el que se acepten como punto de partida datos contrastadamente exactos. El devenir histórico ni es necesariamente ascendente, ni sigue una curva de ecuación conocida, ni se atiene a ninguna regla concreta, pero una minuciosa investigación de los detalles puede conducirnos a encontrar la significación general de los hechos y, por tanto, a conseguir datos que enriquezcan nuestra experien cia y nos perm itan deducir qué es lo que probablemente sucederá si ante unos determinados acontecimientos, similares a otros p re cedentes, se reacciona en la form a en que lo hicieron nuestros antecesores. Aunque no debemos olvidar que jam ás se reproducen exactamente situaciones anteriores y que, por tanto, a l ser nue vas las causas, no tienen por qué ser iguales los efectos. Todas estas advertencias no tienen otra intención que la de situar las cosas en su verdadero lugar y lim itar la responsabili dad del historiador a aquello que le es propio, es decir, a ser veraz y honesto. El porvenir es una tarea común, y el acierto o desacierto en su forja será responsabilidad de toda una genera5 V i c e n t e P a l a c i o A t a r d , Cuadernos bibliográficos de la Guerra s erie 1, fa s c .l p.XIII; J e s ú s P a b ó n , Cambó t.2 p.IX.
paña
de Es
ción, que para labrarlo habrá de p lan ificar concienzudam ente y para hacerlo con éxito tendrá que m anejar datos numerosos y correctos que todos habremos de sum inistrar dentro de nuestros respectivos campos de investigación. En lo que respecta a l terreno de la historia, el diagnóstico deberá referirse a la enferm edad que padece o padeció el cuerpo nacional y a las causas que la produjeron. Si acertamos en él, estaremos en camino de encontrar el remedio adecuado. A pesar de las enormes dificultades que para establecerle suponen los f a llos historiográficos a que hemos aludido, y que se concretan en un deficiente conocimiento de nuestro próximo pasado, objeto reiterado de deformación y difam ación, parece evidente que la enfermedad es la discordia, y la causa, la d ificu ltad con que se encontraron los españoles para entenderse después de haber abandonado la fe común que les había sostenido desde su consti tución como Estado hasta la invasión francesa. Faltos de una nueva aspiración común, los españoles nos empeñamos en excluir sucesivamente a todos cuantos no pensaran como el grupo que eventualmente ejercía el poder, y estas mutuas exclusiones lleva ron a un particularism o feroz que afloró reiteradamente en la acción directa y que no puede ser superado más que en la solida ridad de un quehacer comunitario. Desde que el pueblo español se situó a l lado de Femando Vil. en contra primero de su padre Carlos IV y después de Napoleón, se inició en España un proceso revolucionario en el que. según Vicens Vives, lo decisivo era el deseo de reformas. El pueblo com batía por su suelo, por su Dios y por su Rey. y la elite aparecía dividida en cuatro grandes corrientes, que el notable historiador catalán identificaba así: «Los que aceptaban el estado de cosas anterior, los afrancesados, los tradicionalistas y los reformis tas» 6; tendencias que configuraban una actitud conservadora y otra avanzada flanqueadas por dos extremos, reaccionario el uno y aventurista el otro. Tales com entes son similares a las que operaban y operan en el resto del mundo occidental, y resulta poco menos que imposible Jaim e p. 1 3 8 .
V ICENS
V ives,
Aproximación a la Historia dt España (Salvat)
eliminarlas. Pertenecen a l pasado, a l presente y a l pon>enir y la dinamica de la historia parece exigir su presencia. En todo grupo social, incluido el fam iliar, coexisten y es de seable que asi sea. Los progresistas, con su deseo de cambio; los conservadores, como gran volante de inercia que absorbe una considerable energía e impone ritmo y cautela a las transforma ciones necesarias, impidiendo saltos en el vacío, riesgos temera rios y fracasos irreparables, Son fuerzas complementarias que deben armonizarse en toda sociedad saludable. Cuando m utua mente se excluyen, se asiste a una sucesión de movimientos pen dulares. de carácter patológico e histérico, que van de la pirueta inverosím il y trágica a la reacción inm ovilista y petrificadora. Como dijo Ortega, dan la imagen de una lucha entre paralíticos y epilépticos 1. Hubo en España un intento nobilísimo, pero inevitablemente condenado a l fracaso, de fu n d ir ambas tendencias superándolas en un movimiento integrador, pero esto resulta tan imposible como superar la división sexual llegando a l herm afrodita o a l «unisexo». Tan complementarios como el hombre y la m ujer en la tarea de perpetuar la especie, lo son izquierdas y derechas en la de labrar y continuar la historia. Todas las opciones políticas deben coexistir atemperándose mutuamente, y el consenso nacional en que su convivencia debe establecerse ha de ser lo suficientem ente amplio como para hacer innecesaria cualquier exclusión, salvo aquellas eliminaciones ejemplares de que nos hablaba Ortega y que se reducirían fe quienes voluntariamente se sitúen fuera de la Ley pretendiendo elim inar a todos los demás por la violencia. Esta creo que es la más importante lección de nuestra guerra. Una nueva opinión conservadora —derecha, centro o como se la quiera llamar— tiene la obligación de condenar de form a expresa, tajante y sincera a la extrema derecha, particularista y antisocial; e idéntica conducta debe seguir la izquierda con sus elementos más radicalizados, tan particularistas, antisociales y exclusivistas como sus oponentes del otro extremo, a los que se asemejan como dos gotas de agua. Como dije en otra ocasión, 7 Jo s é O r te g a y G asset,
La rebelión de las masas (Austral) p.35.
nada hay más parecido en España a un extremista de derechas que otro de izquierdas. Si todos los que acatan la lega lid a d con denan a los grupos marginales y automarginados, éstos m ori rán, asfixiados en un ambiente enrarecido para ellos, o se enquistarán como un elemento patológico y parasitario de escasa peligrosidad. A servir a este propósito es a lo que van destinados mis traba jos, en la idea de que sólo el conocimiento de la verdad nos ha rá salvos.
xvu 2■ Datos de ¡a guerra civil
LOS DATOS EXACTOS DE LA GUERRA CIVIL
INTRODUCCION*
La guerra mantiene, a lo largo de los años, toda su loza nía y vigor. Nuevos libros, monografías, artículos, comen tarios y memorias enriquecen cada día la ingente bibliogra fía en torno a ella. Cuando parece que todo está dicho, la confusión en cuanto a lo que realmente sucedió >igue siendo sencillamente pasmosa. Hace veinte años, en la década de los sesenta, una serie de beneméritos investigadores, al principio en su casi tota lidad extranjeros y posteriormente en su mayoría españo les, inició la tarea de acercarse, con rigor y seriedad, al estudio de la República y la guerra civil. Fruto de sus tra bajos fue una serie de obras importantes, que han permi tido la objetivización de los planteamientos básicos, aun cuando, como muy bien dice el profesor Palacio Atard, esto no ha de iograrse de un golpe ni por igual en todas las variadas facetas susceptibles de ser sometidas a análisis 1. Evidentemente, es más fácil objetivar aquellas de carácter más técnico y de las que existe una mayor y más puntual documentación, como las cuestiones de índole estricta mente militar y la proyección de los acontecimientos sobre la política internacional y la diplomacia, que otros aspectos poco susceptibles de ponderación o menos elaborados. Esa generación de historiadores nos hizo concebir la es peranza de que el estudio de nuestra guerra se vería pronto privado de toda esa ganga perjudicial del mito, la leyenda y el tópico. A ello parecía coadyuvar, dentro de nuestra Patria, el clima de mayor libertad que empezó a existir precisamente por aquellas fechas, y que permitía * Esta introducción resume la ponencia que el autor defendió en el sim posio celebrado en Londres entre historiadores españoles y británicos, a invitación del Comité Nacional Británico de Ciencias Históricas, en septiembre de 1979. 1 V . P a l a c i o A t a r d , Cuadernos bibliográficos de la guerra de España. Ser. 1.a fasc.l p.vm y íx (Universidad de Madrid, 1966).
una crítica tecunda de nuestro reciente pasado. Pero he aquí que estas mismas circunstancias produjeron poco después unos etectos contrarios —que aún subsisten—, aunque, evidentemente, serán transitorios. Desde hace más o menos cinco años, se ha producido una proliferación llamativa de publicaciones de todo tipo que tratan de res tablecer el mismo ambiente pasional, intransigente, parti dario, excluyente y fanático de los momentos más encona dos de la guerra civil española del 36. Es un resurgir de la beligerancia activa que realmente impresiona, especial mente porque no se circunscribe a nuestra Patria. En ella podríase ver una tempestuosa luna de miel con la libertad de expresión, que hallaría su desahogo en decir a borboto nes lo que se había callado durante mucho tiempo, y de cirlo aun cuando no fuese verdad; pero lo verdaderamente extraño es que sucede lo mismo lejos de nuestras fron teras. En fechas recientes se han publicado en Norteamérica, Inglaterra y Francia un número importante de libros que gana en energumenismo a cuanto se escribió durante la contienda —como arma de combate para predicar el odio al enemigo—, y ha merecido el honor de la reedición lo más cerril de todo cuanto entonces se escribió. De esta forma, cuando ya parecía que habíamos^ntrado en el sereno espacio reservado a la ciencia y que la guerra y las discordias españolas eran fruto de un pasado plena mente superado, comprobamos que las heridas que ésta produjo seguían abiertas o, lo que es peor, habían cerrado en falso y que existían gentes interesadas en que se abrie ran de nuevo. Bastó para que se iniciara el proceso que se planteara el problema de la sucesión, siempre candente en la España de aquellos años, y que apareciera ante los espa ñoles no como algo referido a un futuro nebuloso y lejano, sino como algo inminente, acuciante y perentorio. Desde entonces y a lo largo de una prolongada transición, toda la pasión política se desbordó, y nuevamente aparecieron, con virulencia inusitada, las posiciones antagónicas de an taño. En este clima era poco menos que imposible pedir moderación o mesura, y el tema, que volvía a reclamar ac tualidad, caía otra vez en las pecadoras manos de propa gandistas y sectarios, que sólo desean extraer de él argu mentos para sus especulaciones o btiguillos para sus aren-
gas. La serenidad se había perdido por completo, así como, con el acompañamiento inevitable de la pasión, todo respeto a la verdad. Aquello, aunque lejano, con una lejanía de casi medio siglo, seguía vigente, estaba aún presente y vivíamos en lucha con ello, sin que nos quedara serenidad para con templarlo y entenderlo. ¿A qué se debe este extraño fenómeno? ¿Por qué esta agudización del partidismo sectario? Ortega y Gasset es cribió que no resultaba aceptable el que ideas inexactas, sugeridas por la lucha y para la lucha, fueran tomadas en serio cuando intentáramos explicar o aclarar el pasado 2; y esto que nos parece tan evidente, se ignora por gran nú mero de escritores, entre los que se encuentran algunos a los que, por su formación intelectual, debiera exigirse ma yor rigor. Y así son muchos los que se niegan a reconocer la realidad, quieren vivir en su «teoría», y para no verse obligados a aceptar los resultados de una investigación concienzuda adoptan la postura del avestruz, esconden la cabeza debajo del ala, y tratan de desconocer lo que se impone con toda evidencia. En todos estos casos son con sideraciones políticas, mucho más que emocionales, las que provocan una actitud tan escasamente científica, y es curioso constatar que los que con mayor frecuencia caen en este pecado son los mismos que con más insistencia reclaman de los historiadores que supuren el pasado y ofrezcan una visión objetiva de lo que sucedió, aunque no estén dispuestos a aceptar otra visión que aquella que coincida con sus prejuicios o con sus intereses partidistas. Todo ello nos obliga a plantearnos el estudio de nuestra guerra con una disposición de ánimo que elimine cualquier influencia/W/Z/cv?, que será lo único que nos permita tratar el tema con la actitud mental y metodológica propias del oficio de historiador, lo que situará nuestro trabajo en un plano sosegadamente académico y despojado de muchas de las cargas pasionales aún dominantes. El profesor Palacio Atard, de quien tomo estas ideas, dice que los fundamentos en que tienen que basarse para lograr una interpretación histórica objetiva, deben ser, al menos, los siguientes. Primero: rehuir toda finalidad polé2
J. ORTEGA y G a s s e t ,
(Hspasa-Calpe, 1932).
La redención de ¡as provincias. Obras
p. 1 2 7 5
mica, renunciando al empeño preconcebido de defender cualquier postura a todo trance. Segundo: intentar com prender el acontecimiento histórico en toda su compleji dad, dando de lado a los simplismos elaborados por la pro paganda. Y tercero: tratar de penetrar en las razones de to dos los contendientes para procurar entenderlas desde cada uno de sus respectivos puntos de vista 3. En la inagotable bibliografía de nuestra guerra son esca sas las obras que basan su estructura sobre tan sólidos ci mientos. Hoy, los estudiosos que se acercan al tema —in vestigadores, recopiladores o simples curiosos— desean, fundamentalmente, llegar a conocer cómo y por qué suce dieron las cosas, y se dividen, según el citado Palacio Atard, en dos grandes grupos, que se diferencian básica mente por su edad. Los que vivieron la guerra, dice el pro fesor Palacio, buscan una evocación que les permita avivar sus recuerdos personales y ampliar la información que ad quirieron en otro tiempo; están más interesados, por tanto, en dilucidar, en aclarar, de una vez por todas, cómo suce dieron las cosas. Los más jóvenes, las nuevas generaciones, tratan de encontrar una explicación racional al p or qué, es tán menos interesados en la puntualidad o el rigor de la narración que en desvelar las causas que originaron un acontecimiento de tan extraordinarias dimensiones histó ricas. En mi opinión, mucho de lo publicado hasta ahora, con muy numerosas y valiosísimas excepciones, está grave mente deformado por el interés, la propaganda, la pasión o el rencor; y todo ello dificulta el ofrecer a estas nuevas generaciones los «porqué», si antes no nos ponemos de acuerdo en el cómo. No podemos olvidar que en la historia de nuestra guerra civil han entrado a saco, con alegre in consciencia, tirios y troyanos. Es una parcela en la que pa san por eruditos quienes no han hecho otra cosa que leer unas cuantas obras ajenas, a veces con pésima elección de su bibliografía, y de esta forma aceptado como verdades axiomáticas una serie de tópicos y mitos que la propaganda ideó como arma de combate, y que, increíblemente, se si gue tomando en serio. Estos tópicos descansan, fundamen talmente, en el supuesto de que la historia la hicieron los 3 V. P a la c io A t a r d ,
Cuadernos bibliográficos
ser. 1 .a fa s c .l p .ix .
vencedores a su antojo y conveniencia y que ya va siendo hora de deshacer el montaje establecido con el apoyo ofi cial durante y a lo largo de cuarenta años. Es cierto que la historia la hacen siempre los vencedo res, pero no es menos verdad que, en nuestro caso con creto, los que vencieron en el ámbito local fueron derrota dos en el más amplio del mundo internacional, y fue preci samente en éste donde se forjaron las tesis fundamentales en torno a lo sucedido en España de 1936 a 1939- En este marco fueron los vencidos los que encontraron eco amplio a sus razones y los que, en definitiva, han incorporado a la historia universal sus propios lemas propagandísticos. Tan es así, que incluso las obras más serias que aparecen en el mundo aceptan como incuestionables los esquemas clási cos de la propaganda frentepopulista. De esta forma, en el mundo entero se ha dado crédito absoluto a las versiones difundidas por los vencidos, anclados durante su prolon gado exilio en una paralizante postura de añoranza inmovilista que les hizo incapaces de la menor evolución y con tumaces en el imposible empeño de explicar su derrota como consecuencia de fallos, errores o agresiones exter nas. En una concepción tal de los acontecimientos, toda desgracia es producto de una oscura maquinación de pode res tenebrosos que, ante la culpable inhibición de quienes tenían la obligación moral de intervenir, logran sacrificar al inocente abandonado a sn suerte por el egoísmo suicida de éstos, que a corto plazo serían, a su vez, víctimas de su propia miopía y cobardía. No era muy diferente la postura mental de sus oponen tes, que también creyeron haber sido víctimas de un plan diabólico, al que lograron desbaratar, y que estaba urdido por una extraña y disparatada coalición en la que se daban cita todas las fuerzas interesadas en la destrucción de Es paña por razones tan opuestas como las del internaciona lismo marxista, el nacionalismo desintegrador, el judaismo capitalista y la masonería anticatólica. Estos pensaron siempre ser objeto de una interesada campaña antiespañola orquestada por el judaismo, el comunismo y la masonería; aquéllos están aún convencidos que fueron vencidos por las fuerzas coligadas del capitalismo, la oligarquía y el fas cismo internacionales. La realidad es que, como he escrito en otro lugar, nada hay en España más parecido a un hom-
bre de derechas que uno de izquierdas. Tal vez porque, como dijera Ortega y Gasset, «ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hom bre puede elegir para ser un imbécil» 4. Gabriel Jackson escribió en una ocasión que los histo riadores del régimen llevaban treinta y cinco años hipnoti zados con la versión de la guerra dada por los vencedores, y añadía: «Los exiliados se llevaron pocos documentos, y el pueblo consciente en el interior de España sabe que es mejor para su seguridad no hablar públicamente o escribir sobre los masivos asesinatos nacionalistas de sus oponentes políticos»; y seguía: «Me gustaría sugerir un enfoque serio y objetivo del problema global», a lo que yo le respondía que los historiadores que permanecíamos en España esta mos despiertos y bien despiertos, y lo venimos demos trando ampliamente desde hace quince años con estudios serios, concienzudos y documentados, que día a día apor tan nuevas pruebas y dan luz a los aspectos más controver tidos de nuestra historia contemporánea 5. Resulta evidente hoy en día que casi todo lo importante que se publica tiene, afortunadamente, nacimiento dentro de nuestras fronteras. Los nombres de Rafael Abella, Abellán, Alcofar, Andreu, Artola, Casas de la Vega, Castell, Cierva, Cornelias, Cuenca, Gárate, García Escudero, Marquina, Martínez Bande, Martínez de Campos, Montero, Palacio Atard, París Eguilaz, Pabón, Priego, mi hermano Jesús, Seco Serrano, Sevilla Lozano, Sevillano, Tusell, Vi ñas y otros muchos más han dado fehaciente prueba de ello, afrontando aspectos concretos ae nuestra guerra desde muy distintas posiciones ideológicas. Tanto es así, que durante los últimos años podría decirse que toda apor tación sustancial a la verdad ha tenido nacimiento en este país. Por el contrario, y como era, por otra parte, inevitable, el inmovilismo más cerrado y la cristalización más cerril en ideas superadas se da precisamente, como no podía ser menos, en los medios de los exiliados o en aquellos forá neos por ellos influidos. Es el grupo que pudiéramos 11a4 J o s é O r t e g a y G a s s e t , La rebelión le las masas (Col. Austral) p.24. N. A. La cita de Ortega sigue siendo válida aplicándola a los extremos. 5 Boletín de Orientación Bibliográfica, dic. 1974, n.100 p.8/28.
mar de los nostálgicos, incapaces de adaptación a las cam biantes situaciones históricas y anquilosados cerebral mente. No será de ellos, con la mirada fija en el pasado, con vertidos en estatuas de sal, inmovilistas y bunkerianos, que han querido parar el reloj de la historia con el designio im posible de hacerlo retroceder algún día al punto de partida, borrando los cuarenta años más decisivos de nuestro deve nir histórico como pueblo, de donde nos vendrá la luz. No voy a entrar en la cuestión de si el balance de esos años ha sido o no positivo; pero sí creo necesario subrayar que du rante ellos España cambió profunda y radicalmente, y pasó del subdesarrollo al desarrollo, y que por añadidura, fue durante ese tiempo cuando los españoles decidimos supe rar nuestras discordias internas con el fírme propósito de convivir en paz. De fuera nos venían las incitaciones a prolongar nuestra guerra civil e invertir su resultado; pero, afortunadamente, sólo hallaron eco en reducidos sectores de la izquierda y la derecha, posiblemente porque el número de insensatos se había reducido notablemente en nuestro país. Lamenta blemente, este número es todavía lo suficientemente alto como para producir confusiones y no es este terreno de la historia el menos sensible a sus indeseables efectos. En España se ha investigado mucho en los últimos tiem pos, y fruto de esa labor ha sido una serie de trabajos que suponen una aportación esencial, como ya hemos dicho, para el esclarecimiento de los hechos. A Ricardo de la Cierva se debe el mérito indudable de haber encabezado esa labor, abriendo camino con tesón de pionero. Detrás de él, en el tiempo, una serie de auténticos investigadores, que han dado luz a oscuros puntos de la historia, hoy defi nitivamente aclarados. Martínez Bande, Gárate y Casas de la Vega nos han desbrozado el terreno en el aspecto mili tar terrestre. Tusell ha puesto en nuestras manos la historia electoral de la República y muchos e importantes aspectos de la organización social y económica de la España de la preguerra. Viñas ha contribuido con una serie de mono grafías realmente excepcionales, a dar luz definitiva a in trincados aspectos de la política internacional y de la eco nomía en ambas zonas, tema este de la economía también tratado en aspectos esenciales, con magisterio indudable, por París Eguilaz, Velarde y Sardá. En los aspectos de la
intervención extranjera son muy de destacar los trabajos de Quintero, Sevillano, Schwarz, mi hermano Jesús, que también nos ha dejado un notable estudio de la guerra aé rea, Castell, Alcotar Nassaes, Martínez Bande y Aguilera. El propio Alcotar, González Echegaray, Bordejé y Cervera nos han aclarado muchos aspectos de la guerra en el mar. Rafael Abella nos ha ofrecido un magnífico retablo de lo que fueron ambas retaguardias. Javier Rubio nos ha desve lado lo que fue y significó, cuantitativa y cualitativamente, el exilio posterior a la guerra y los intentos que se hicieron por humanizarla. Abellán, Fusi, Pons, Diego Sevilla, Gar cía Escudero y Pabón nos han facilitado notablemente el estudio de diversos aspectos políticos, así como a Luis Ro mero debemos un retrato extraordinario de lo que fue el principio y el final de la contienda. Todos éstos y alguno más configuran un importante grupo de historiadores a los que tenemos que agradecer aportaciones tan extraordinarias como estimables. Los datos que nos han facilitado son susceptibles de las más múltiples y variadas interpretaciones, pero en sí resul tan inapelables. En conjunto, y emitidas desde posturas ideológicas muy variadas, tantas como las que abarca el pluralismo ideológico de la España actual, las obras de es tos autores suponen la máxima contribución al estudio de nuestra realidad contemporánea, con un peso específico muy superior a cuanto, con el prestigio de sus lenguas de origen, nos ha venido del extranjero y ha sido aquí acogido con la ingenua beatería del papanatismo habitual en tantos y tantos de nuestros sedicentes círculos intelectuales. A esta seducción, que presta el «pedestal de la gloria» de que habló Ramón y Cajal, se unía la gratuitamente ce dida por una estúpida política de censura practicada du rante años y años, y en la que se aliaban el horror al tema, el miedo a que se airearan aspectos desfavorables a quie nes la practicaban y su habitual estulticia. De esta forma, al impedir la difusión de lo producido fuera, casi siempre de leznable, lo valoraban en igual medida que desvalorizaban lo escrito dentro, a lo que el mismo hecho de ser permi tido restaba credibilidad. Si a esto se unía el secuestro o la retención de lo mejor de lo que se hacía en el interior del país, se llegaba a que el «aparato» estatal resultaba, a la postre, el mejor aliado de
la leyenda, y el que hacía más difícil conseguir que estas intervenciones extranjeras de las que hablaba Ortega y Gasset, que «irritan a una parte del pueblo intervenido, pero complacen a la otra» 6, dejaran de tener efecto a pesar de su habitual incongruencia. Por otra parte, en los tiempos modernos, el pensa miento historiográfico se inclina por dar más valor a la pura especulación teórica que a la minuciosa investigación documental, que algunos han denominado, peyorativa mente, «erudición estreñida». Para quienes así piensan, la objetividad en la historia no puede ser una objetividad del dato, sino de la relación entre dato e interpretación, entre pasado, presente y futuro. En definitiva, consideran que cualquier trabajo histórico debe basarse en la existencia previa de una teoría y que quien profesa la sumisión pura y simple a los hechos no pasa de ser un ayudante técnico, que puede ser excelente en su tarea, pero que de ningún modo es historiador. Para mí, el hecho mismo de estable cer una teoría basada en el prejuicio, pone en grave riesgo cualquier intento de realizar un auténtico trabajo histórico, y lleva al investigador, a partir de ideas preconcebidas, a establecer que las cosas sucedieron como necesariamente tuvieron que haber sucedido, elaborando por anticipado la historia bajo la decisiva influencia de consideraciones sec tarias, fundamentalmente políticas o sociológicas. Reconozco que la mera aportación de materiales, de pruebas, no es tarea suficiente para un historiador, que no puede ni debe limitarse a la recogida y registro de datos, lo que es pura técnica, sino además llegar a una correcta valo ración e interpretación de los mismos; pero sí afirmo que la minuciosa confirmación de los hechos es el único ca mino que conduce a la posibilidad de descubrir su signifi cación y que ninguna especulación dispensa de una inves tigación concienzuda y minuciosa. Creo, por tanto, que no hay más remedio que enfrentarse con la teoría, hacer de ella, eso sí, tesis de trabajo, pero poner en tela de juicio todas y cada una de sus afirmaciones hasta que no hayan sido suficientemente comprobadas. Sólo así podremos juz gar si los mitos y leyendas que alimentan las creencias hoy Josfi O rti-ga
y
Gasskt, La rebelión de las masas (Col. Austral) p.279.
imperantes son o no ciertos, responden o no a la realidad española de los años treinta. La leyenda, o las leyendas, tuvieron su origen en las ver siones, más o menos oficiales u oficiosas, de vencedores y vencidos, y es una auténtica paradoja que ambas coin cidan en puntos esenciales que, sin embargo, no resisten al análisis consecuente a una investigación minuciosa. De la mano de una eficaz propaganda, empezaron muy pronto a circular por el mundo interpretaciones de los he chos basadas en una información prejuzgada, que los dis torsionaba intencionadamente y lograba efectos aberrantes que aún no han sido corregidos. Ya en diciembre de 1937, José Ortega y Gasset dijo que sobre la guerra española «se habían dejado correr por el mundo la intriga, la frivolidad, la cerrazón de mollera, el prejuicio arcaico y la hipocresía nueva sin ponerles coto. Se han escuchado en serio —aña día— las mayores estupideces»: lo verdaderamente grave no es que en aquel ambiente pasional y encendido de los años de guerra circularan con franquicia por el mundo los supuestos de la propaganda, sino que hoy, más de cuarenta años después, siga sin establecerse la verdad. Para el maestro Pierre Vilar, desde su óptica marxista, lo importante no son los hechos ni las cifras, sino la impre sión psicológica que unas y otras, aun falsificadas, causa ron. En su opinión, es esto lo único que vale como factor para el porvenir. De esta forma, la leyenda se consolida. Como toda buena propaganda está urdida sobre un tejido de verdades entremezcladas con falsedades, es fruto de un intérés de grupo, y pervive gracias a la pereza mental, la antipatía po lítica, el prejuicio nacional o racial, el rencor o el miedo, y se extiende propagada por el papanatismo y la malevo lencia. En torno a nuestra guerra, ha escrito Casas de la Vega, «se ha leído bastante, se ha meditado poco y no se ha estudiado casi nada, y así se ha llegado a alegres intui ciones ideológicas por quienes no querían quebrarse la ca beza en el duro batacazo con los archivos». Viene siendo un lugar común afirmar que el recurso al documento ha sido inviable por las insalvables dificultades que la dictadura oponía a los investigadoras; pero la reali dad, mucho más modesta, es que esto no pasaba de ser en la mayoría de los casos, un buen pretexto para eludir el
ingrato trabajo de la búsqueda de información. Los archi vos españoles no han sido más herméticos que los de cual quier otro país, y sobre el tema, tan repetidamente esgri mido, volveremos en un apéndice, en que analizaremos someramente esta importante cuestión. En cualquier caso, las posibilidades de investigar eran, y siguen siendo, muy amplias, como lo demuestra el hecho de que podamos contar con espléndidos trabajos, pletóricos de información de primera mano y no siempre, ni la mayoría de las veces, salidos de los llamados, peyorativamente, «historiadores oficiales». Este es el camino a seguir; pero dentro de él, para no desorientarnos, habrá que mantener un rumbo, seguir un itinerario, adoptar un método. En mi concepto, éste puede y debe ser el de proponerse como tesis de trabajo los axiomas aceptados por la historiografía con curso legal y poner en cuarentena todas y cada una de sus afirmaciones, que se resumen, eliminando las menos transcendentales, casi siempre simple corolario de alguna de ellas, en las si guientes: Primera: el 18 de julio se produjo una agresión del fas cismo internacional contra el pueblo español, de la que fue agente el Ejército. El pueblo, Heno de entusiasmo y sin más medios que su heroísmo y su coraje, se opuso con éxito a los militares, monopolizadores de armas, organiza ción, profesionalidad y técnica. Segunda: el «aparato» estatal pasó al lado de los rebel des, y tuvo que ser suplido en la zona leal por órganos espontáneos surgidos del seno de la sociedad. tercera : a pesar de estas manifiestas inferioridades, el pueblo, carente de medios, armas, oficiales, estados mayo res y organización, puso en tal aprieto a los sublevados con su decidida voluntad de oponerse a la agresión, que éstos se vieron forzados a solicitar la ayuda de las potencias fas cistas de Alemania e Italia, con la que contaban de ante mano. Esta se produjo de forma masiva, continuada y per sistente, aumentando aún más la inicial desproporción de medios. Cuarta: frente a la creciente intervención de italianos y alemanes, el Gobierno, abandonado por las potencias de mocráticas a causa de la no-intervención, a la que siempre se califica de ominosa o de farsa, se vio obligado a echarse
en manos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, buscando el apoyo que no encontraron en franceses y bri tánicos. Sin embargo, la ayuda recibida, discontinua y par simoniosa, jamás compensó, y mucho menos en los mo mentos cruciales de la guerra, a la recibida por sus contra rios. Q uinta: aun así, la falta de arraigo de loS sublevados en el país y el carácter patriótico y de independencia que ad quirió la lucha agigantaron de tal forma la resistencia del pueblo español, que ésta sólo cedió cuando el debilita miento interno, ocasionado por las discordias intestinas y el abandono extranjero, se hizo total, lo que ocurrió a par tir de la Conferencia de Munich, que hizo imposible con tinuar la defensa. Sexta: los rebeldes, sin asistencia popular, sólo pudieron afirmarse en la zona que dominaban imponiéndose por el terror, terror continuado después de su victoria con una represión de alcances insospechados. También en zona re publicana se cometieron excesos, pero en un grado mucho menor y sin que la responsabilidad de los hechos alcanzara a los gobernantes. Séptima: huyendo de la represión, el terror y la tiranía, todo lo más valioso de la sociedad española se exilió al extranjero. Esta teoría resume los criterios hoy imperantes en el mundo, como se pone de manifiesto en el hecho de que, en los libros y publicaciones no dedicados específicamente al estudio de la guerra, se aceptan siempre corrp axiomáti cos. Podríamos multiplicar los ejemplos; baste señalar que hombre ponderado como Raymond Aron, en su libro Guerre et paix entre nations, afirma que «la victoria de Franco se debió más a su abrumadora superioridad material que a las discordias en campo republicano». En su análisis no se plantea la posibilidad de que pudieran ser otras las causas y no somete a crítica las que establece; las acepta sin más, y ello a pesar de que contradicen abiertamente las tesis que sustenta en el contexto. La excepción de España se debe ría, en su opinión, al carácter internacional que adquirió la lucha. Un nuevo tópico toma así carta de naturaleza 1. 7 R a y m o n d A r o n , Ciuerre et paix entre nations (Calman-Levy, París 1962) 3.a ed. Cf. p.42-48 y 168-173.
Por todo ello, creo que la tarea que hoy se nos ofrece a los historiadores es la de comprobar si los hechos fueron o no así, y para esto creo imprescindible emplear el m é t o d o estadístico, entendido a la manera de Vicens Vives: como el arte de aplicar porcentajes y constantes, promedios y coeficientes, sin desdeñar la que él denominaba historia interna. Es decir, hemos de poner coto a la improvisación con una imparcial crítica de las fuentes, rehuyendo el peli gro de caer en la beatería del papel impreso. No desdeñe mos, pues, ninguna fuente solvente, pero no aceptemos sin profundo análisis los datos, afirmaciones y cifras que se nos ofrezcan si no se encuentran debida y previamente comprobados y revisados. En esta tarea, única que nos permitirá llegar a la verdad por aproximaciones sucesivas, deberemos pasar revista a lo ya escrito para conocer el es tado actual de la cuesrión de forma descarnada, sin entrar en interpretaciones, sin hacer valoraciones; con el dato es cueto, limpio de polvo y paja. Lo que era la España de los años treinta, aquella en la que la quiebra de la convivencia enfrentó a unos españoles con otros, lo conocemos gracias a los estudios que sobre la República, los movimientos obreros y nacionalistas y los partidos políticos nos han ofrecido Robinson, Preston, Romero Maura, Fusi, Carr, Malefakis, Tusell, Payne, Pabón, De la Cierva, Palacio Atard, Romero y Velarde, así como de las estimables memorias de protagonistas tan destacados como Gil Robles, Chapaprieta, Gordón Ordax, Simeón Vidarte, Alcalá Zamora y, sobre todo, Azaña, no pudién dose desdeñar los testimonios d<° muchos o»ros actores de segunda fila, que no por dio dejan de ofrecemos impor tantes aportaciones. En todas ellas se pone de manifiesto la profunda escisión de la sociedad española, claramente ex presada en las cuatro consultas electorales a que fueron llamados los españoles entre 1931 y 1936. El 18 de julio no iban a enfrentarse el pueblo y el Ejército, sino dos Españas, que en su historia política han merecido un extraor dinario trabajo de José María García Escudero. El hecho de que ambas fracciones del pueblo español heredaran los medios y organización del Ejército de pre guerra, hace que dediquemos un detenido análisis a lo que era este Ejército y a los medios con que contaba. Para evaluarlos debidamente contamos con trabajos muy impor3.—Datos de la guerra civil
tantes, como los debidos a Federico Escofet, a Rafael Casas de la Vega, a José María Gárate, a mi hermano Jesús y a mí mismo. Lo que fue el Ejército Popular he contribuido a aclararlo de forma que considero definitiva en sus aspectos más esenciales, siendo de destacar la notable contribución al tema del profesor británico Michael Alpers. Para el es tudio de lo que fue la aviación en uno y otro campo resulta esencial la obra de mi hermano Jesús y las memorias de aviadores tan destacados como García Morato, García Lacalle, Tarazona, Larios, Lario, Maluquer y otros. Los aspec tos navales están menos estudiados, pero no podemos de jar de contar con los estudios de Alcofar Nassaes, González Echegaray y Cervera Pery, que amplían muchos de los da tos que precedentemente nos fueron ofrecidos por Benavides, Bruno Alonso y los almirantes Cervera y Moreno. En el orden general de las operaciones militares, la máxima contribución, difícilmente superable, es la de Juan Manuel Martínez Bande en su aún inacabada serie de monografías. Como complemento de todos estos trabajos resulta im prescindible el conocimiento de los testimonios de Vi cente Rojo, Henriquez Caubin, Casado, Líster, Cordón, Modesto, Hidalgo de Cisneros, García Qliver, Mera y Tagüeña, del lado republicano, y Vigón, Martínez de Cam pos, Kindelán, Taboada, García Valiño, Sagardía y otros, del lado nacional, sin que podamos desdeñar las de jefes menos significativos, como Guarner, Lamas, Ciutat, etc. Los aspectos políticos han recibido últimamente las aportaciones que suponen las memorias de Serrano Súñer, Sainz Rodríguez, Dionisio Ridruejo, Azcárate, Mariano Ansó y Alberto Onaindía; la historia social de Rafael Abe11a, los estudios de Fraser y Bolloten y los testimonios de Alcázar de Velasco, marqués de Valdeiglesias, Jaime del Burgo, Hedilla, Madariaga, Maíz, Pí y Sunyer, Pons Prades y algunos otros de menor importancia. Los ensayos revolucionarios en la producción, a los que tan aficionados fueron nuestros sindicalistas, especialmente tos libertarios, han sido tratados por Abad de Santillán, Lo renzo, Peirat y Solano; y la política económica, un aspecto hasta ahora muy descuidado, por los excelentes trabajos de Angel Viñas y el que Bricall dedicó a la política económica de la Generalidad de Cataluña. El estudio de la producción agrícola, ganadera, minera,
industrial y militar durante nuestra guerra y el comercio exterior de los contendientes es uno de los mayores vacíos con que aún tropieza la historiografía. El reciente libro de Angel Viñas y sus colaboradores ha colmado parcialmente esta laguna, pero aún no sabemos exactamente cómo ali mentaron el esfuerzo de guerra los contendientes, cuál fue el exacto volumen de su comercio interior y exterior y cuáles los niveles que alcanzó su productividad. Dispone mos de cifras parciales, de atisbos más o menos importan tes, que nos suministran indicios suficientes para hacernos una idea de lo que sucedió, pero no para valorarlo detalla damente. Lo que fue la organización del Estado, o, mejor, de los Estados en lucha, y cómo funcionaron sus respectivas ad ministraciones ha originado trabajos, en general muy sub jetivos, pero no por ello menos importantes, de Abellán, Cabanellas, De la Cierva, Tuñón de Lara, Sevilla Andrés y García Escudero. Los aspectos internacionales de la guerra cuentan con aportaciones muy interesantes, enriquecidas por una do cumentación de primera mano, entre las que destacan los trabajos de Schwarz, de mi hermano Jesús y de Angel Vi ñas, y resultan imprescindibles, a pesar de su carácter par cial, las series documentales hechas públicas por los orga nismos oficiales de Gran Bretaña, Estados Unidos y Fran cia y las que de Alemania publicaron sus vencedores. Es peremos que algún día tengamos acceso a todos los docu mentos diplomáticos y militares de estos países y a series semejantes a las que nos han ofrecido de Italia y la LTRRS. Las aportaciones a los bandos en lucha han sido some tidas a una crítica minuciosa por parte de Viñas, Merkes, Alcofar Nassaes, Coverdale y mi hermano Jesús, además de la espléndida contribución al estudio de las Brigadas Inter nacionales debido a Andreu Castell, y que contaba con el precedente de la obra francesa de Delperrie de Bayac. To das ellas nos han permitido establecer de forma casi exacta lo que supuso la ayuda material y humana de alemanes e italianos al bando de Franco. Las dimensiones de las Briga das Internacionales se nos aclaran cada vez más, y lo mismo sucede a los envíos procedentes de la LíRSS. Toda vía resulta difícil establecer en sus justos términos, incluso con carácter meramente estimativo, lo que fue y supuso la
aportación francesa, uno de los arcanos mejor guardados en lo referente a nuestra guerra, y el volumen real que alcanzó el comercio hacia la República procedente de los países occidentales de Europa e incluso de América. Estos últimos aspectos son todavía una nebulosa que apenas co mienza a disiparse. En los capítulos siguientes vamos a intentar adentrarnos en esa niebla para conseguir ver claro. De momento ofre ceremos el estado actual de la cuestión. Señalaremos aque llos datos o cifras que están perfectamente contrastados y que resultan definitivos e inatacables. Señalaremos aque llos otros que son meras suposiciones o estimaciones razo nables; apoyaremos su aceptación provisional en los indi cios que las hacen suficientemente fiables; pero, eso sí, de jando abierta la cuestión a todas las rectificaciones a que nos obliguen trabajos posteriores, nuestros o ajenos, que vayan dando luz a los aspectos parciales aún hoy en nebu losa. Trataremos de contrastar, en estados cuantificados, to das aquellas afirmaciones hoy mitificadas por la leyenda, y veremos, en el análisis de esos esquemas, a qué conclusio nes reales nos lleva la contundencia de las cifras. En un primer capítulo analizaremos en qué forma estaba escindida España y cuál era la dimensión relativa de las partes en que el cuerpo nacional se fraccionó; ofreceremos los datos mediante el análisis de los resultados d% las con frontaciones electorales y haremos un somero estudio de lo que era la España de aquel tiempo por medio de cua dros y gráficos en que se refleje su población, su produc ción, su producto nacional, su renta... Posteriormente veremos en qué forma aquella fisura en el cuerpo nacional, en la comunidad nacional, se hace frac tura en la coyuntura de los tres días de julio de 1936 y de qué forma se reparte el territorio y los medios de que el Estado disponía. Hablaremos después de los ejércitos enfrentados, el na cional y el popular de la República; de los medios de que dispusieron, la organización a que llegaron, los efectivos que movilizaron y de las unidades que constituyeron. Ve remos también lo que fueron sus armadas y sus aviaciones; lo que fue y supuso la intervención extranjera, la forma en que se desarrollaron paralelamente las acciones militares y
políticas y, finalmente, fijaremos la atención en los fenó menos más lamentables y de conscuencias de mayor dura ción: el exilio y la represión, temas estos últimos en los que contamos con aportaciones de tanto valor como las obras de Javier Rubio, culminación de los importantes tra bajos de J.B. Climent, J. Borrás, Patricia W. Fagen, David Vingeate Pike y José Luis Abellán, en lo referente al exi lio, y con las de Antonio Montero, Gibson y mías en lo referente a la represión. En todos estos puntos se aprecia una línea común; de forma constante y continuada se han tenido que atemperar todas las cifras hasta ahora servidas por la propaganda y comúnmente aceptadas Cada vez son menos los italianos que apoyaron al bando nacional, más reducidos los medios de que éste dispuso, menor el número de exiliados y más baja la cifra de muertos, desaparecidos y represaliados. Por el contrario, cada vez hemos de aceptar cifras más altas para la participación extranjera en las Brigadas Internacio nales, para el número de militares, marinos y aviadores so viéticos que intervino en la contienda, y muy fundamen talmente para estimar la cuantía de las aportaciones france sas iniciales, para el volumen del tráfico comercial militar hacia los puertos republicanos y para cuantificar las ayudas de todo tipo recibidas directamente de la URSS o libradas por países intermedios. Los trabajos más recientes confir man todas nuestras anteriores presunciones, que, si de algo pecaron, fue de quedarse siempre cortas. No obstante, entonces y ahora, insisto en ello, siempre estamos dispuestos a rectificar cuanto sea preciso, y toda aportación que suponga la aclaración de cualesquiera de los aspectos aquí tratados será acogida y hecha nuestra muy gustosamente tantas veces como sea necesario. De la misma manera, las cifras y datos que manejamos aquí suponen una rectificación de cualquier afirmación nuestra anterior que los contradigan. Nuevos estudios, nuevas investigaciones o simplemente mayores precisio nes, nos han obligado y obligan cotidianamente a numero sas rectificaciones de detalle, que, en general, confirman anteriores conjeturas nuestras, concretándolas.
ANTECEDENTES DEL CONFLICTO
1. La España de los años treinta La España de 1931 era un país eminentemente agrícola, doble adjetivación de la que se usaba y abusaba. Su po blación en el censo de 31 de diciembre de 1930 arrojó la cifra de 23.563.867 habitantes y crecía a razón de 258.450 habitantes por año. De esos españoles sola mente el 21,6 por 100 vivía en las capitales de provincia, lo que indica bien a las claras el ruralismo de la sociedad de entonces. La tasa de nacimientos, claramente decre ciente, era todavía muy alta, situándose en los alrededo res de 28 nacimientos anuales por cada 1.000 habitantes. La de defunciones era igualmente elevada y paralelamente decreciente. Su tasa se situaba en 17 defunciones por cada 1.000 habitantes y ocupaba uno de los primeros puestos de Europa. La emigración, que cada año robaba a España decenas de millares de sus hijos durante los decenios pre cedentes, había descendido notablemente, y el año 1930 arrojó un saldo positivo, con un exceso de tres ¿adividuos en el número de retornos, que se incrementaría sustan cialmente en los años siguientes. Nuestra balanza de pagos, tradicionalmente negativa, tuvo unos años dorados en ios de la primera guerra mun dial, para recuperar su fuerte signo negativo a partir de 1921. Durante la Dictadura fue continua la mejora del ba lance, que en 1930 volvió a ser positivo, situación que no se repetiría hasta 1942, pero esta vez por causas bien dis tintas. Durante los años veinte crecieron, simultánea mente, el valor de las importaciones y el de las exportacio nes, con un notable incremento del comercio exterior, y la progresiva mejora de nuestra balanza se reflejaba en un notable incremento de la renta nacional, que en 1929 al-
canzó un máximo, tanto en su valor total como en la renta por habitante y por individuo activo, que se rozaría de nuevo en 1932 y no se recuperaría hasta 1950. Nuestra política económica seguía la línea tradicional del protec cionismo; proteccionismo a las industrias catalanas y vas cas, que producían a unos costes netamente superiores a los internacionales, y proteccionismo a los productos agrí colas de las mesetas, también a precios superiores a los del mercado internacional. Como factor corrector, nuestra agricultura intensiva, que generaba un volumen de divisas suficiente para equilibrar el coste de nuestras importacio nes con la ayuda de las remesas de nuestros emigrantes. Al descender el volumen de estas últimas, el sistema entró en crisis, y éste fue el costo que para España supuso la depre sión general. Las adquisiciones en el exterior, como ha señalado muy recientemente el profesor Viñas, estaban constituidas en más de sus cuatro quintas partes por productos terminados y materias primas para nuestra incipiente industria, en tanto que el grueso de las ventas lo componían unos pocos productos alimenticios, que suponían ellos solos unos dos tercios del total del valor de nuestras exportaciones, repar tiéndose el resto, en proporciones sensiblemente similares, las materias primas minerales y los productos terminados, cada uno de los cuales participaba con aproximadamente un 15 o un 16 por 100. Durante los años de la República, exportaciones e im portaciones se contraerían sustancialmente. Estas se redu cirían desde 1.176 millones de pesetas oro en 193ft a 876 en 1935, y las exportaciones, de 990 millones a 588. Es paña compraba menos y vendía mucho menos *. Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia, por este orden, eran nuestros suministradores. Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos, nuestros clientes. Los cuatro países podían, en cierta medida, renunciar a sus compras en España, pero nosotros no podíamos hacer lo mismo. Esto se quiebra solamente en el capítulo de nuestras materias primas minerales, imprescindibles para las in dustrias británica y alemana; pero no olvidemos que el 1 A n g e l V i ñ a s y otros, t . l p. 133-134.
1975)
Política comercial exterior en España (1931-
volumen de este tráfico, grande en toneláje, era muy pe queño en su valor monetario. En los años treinta, las compras, especialmente las de Inglaterra, se redujeron de manera notable. No así las de Alemania, que se incrementaron desde el momento en que el III Reich decidió realizar una política de rearme. Este es un hecho muy destacable a partir de 1933, y que se acen tuaría a lo largo de nuestra guerra. Alemania compra can tidades crecientes de mineral a España, y como consecuen cia de ello mejora su posición entre nuestros clientes. En 1935, pasa a ser nuestro primer proveedor, por encima de Estados Unidos, hasta entonces muy en cabeza, y nuestro segundo cliente, por delante de Francia y muy cerca de Gran Bretaña, que se apresuraría, a su vez, a aumentar de nuevo sus compras 2 En definitiva, España era un país de una estructura eco nómica anormal y muy poco moderna; y asimismo, su ex portación tradicional resultaría incapaz para generar los re cursos financieros exteriores necesarios para impulsar la modernización de nuestra economía 3. Según Vicens Vives y sus colaboradores, «la agricultura y la ganadería repre sentaban, al comienzo de los años treinta, más de la tercera parte del patrimonio y de la renta nacional: 106.000 millo nes de pesetas respecto a un total de 271.000 millones y 13.000 millones frente a 32.000 millones respectivamente. España continuaba siendo un país agrícola subdesarrollado, pero estaba en trance de pasar a una etapa mejor con la extensión del regadío y la expansión de los cultivos de ex portación» 4. De acuerdo con los d?.tos oficiales, la situa ción era más acusadamente rural La renta nacional esti mada osciló durante aquellos años entre un máximo de 26.146 millones en 1935 y un mínimo de 23.196 en el año precedente, tomando siempre valores constantes en pese tas de 1929; en pesetas corrientes de cada año, el mínimo correspondería a 1933, con 22.011 millones de renta, y el máximo, al año 1932, con 25.566. Las oscilaciones, algunas de ellas importantes, que sufrían estos valores de un año a otro dependían casi exclusivamente de la bondad de la coI d., ibid., p.244. ’ lo., ibíd., p. 129. Historia de España y América social y económica, V ivfs, t.5 p.259.
d irigida p o r
V ic e n s
secha. La renta anual media fue en el quinquenio, en pese tas de cada año, de 24.401 millones, y uniformándola en pesetas de 1929, de 24.880 millones; es decir, poco más de las tres cuartas partes de los 32.000 millones estimados por Vicens Vives; y si tomamos esta cifra y no la del profe sor catalán, entonces la renta agrícola pasaría del 50 por 100 del total de la nacional, lo que se compagina mejor con el hecho de que vivieran en las capitales de provincia únicamente el 21,59 por 100 de la población total y que incluso muchas de estas capitales no pasaran de ser pobla ciones rurales con órganos de la administración provincial, io que les daba un cierto aire urbano. Ese 68,41 por 100 de nuestra población no sólo generaba esa riqueza, sino una parte importante de la extraída del sector servicios y una pequeña del sector industrial. Puede muy bien aceptarse que el campo absorbía casi el 70 por 100 de la población activa y más del 60 por 100 de su riqueza, lo que nos lleva a deducir que la industria es pañola era muy rudimentaria, y sus servicios, primitivos. En estos sectores trabajaban, respectivamente, el 22,4 y el 21,7 por 100 de la población activa, que se cifraba en 8.800.000 personas el año que se instauró la República y en 9.106.000 al iniciarse la guerra civil. Estas personas percibían o generaban una renta que osciló alrededor de las 2.700 pesetas por individuo, con un máximo de 2.890 en 1935 y un mínimo de 2.585 en 1933, refiriéndonos a pesetas de 1929; y un máximo de 2.871 y un mínimo de 2.453, si nos atenemos a las pesetas de cada año. Lálírenta per capita se situaba en los alrededores de las 1.000 pesetas año/habitante. Los Presupuestos Generales del Estado elevaron su cuantía desde 3.690.945 millones para el ejercicio de 1931, a 4.841.152 para el de 1935, que se prorrogó para el ejercicio siguiente. En éstos, la parte del león se la lle vaba Gobernación y los departamentos militares, siendo la correspondiente a Educación de 201.653 millones en 1931, cifra que ascendió a 326.946 en 1935. Los porcenta jes respectivos se sitúan en un 5,25 por 100 para la etapa inicial y en un 7,17 para el año agónico de la República. Es un incremento importante, pero muy lejos4de lo que han hecho pensar los que han supuesto que la República pro dujo una auténtica revolución cultural.
Esta España de economía subdesarrollada, aquejada de un latifundismo feudal y de un minifundismo atomizador y con una estructura política y social desvitalizada, es la que eligió la República en las elecciones municipales de 12 de abril de 1931 la indiferencia de la inmensa mayoría del país 5. Esa inmensa mayoría del país que o no votaba o lo hacía sin la menor-ilusión, formaba parte de la que Dionisio Ridruejo llamó «clase tradicional o macizo de la raza», y estaba compuesta por gentes con un enorme apego a la tradición, a las costumbres, a lo consuetudinario, sin otras aspiraciones que el respeto a lo que siempre se hacía y el amor a la autoridad 6. Los españoles, analfabetos o no, vivían en el campo y del campo, de él extraían casi las dos terceras partes de su renta y más de las dos terceras partes de su comercio exte rior, pero aun así España era también subdesarrollada en el sector primario. Su agricultura seguía siendo rudi mentaria y se encontraba anclada en los métodos romanos en su secano, sin apenas haber superado a los árabes en el regadío. Los rendimientos eran muy bajos, y los precios, muy superiores a los del mercado mundial. A partir de la Dictadura se encontraban en marcha importantes obras de infraestructura en las comunicaciones, en la producción hidroeléctrica y en la distribución de aguas para el regadío. Pero quedaba mucho por hacer. Esa tarea era la que tenía delante de sí la conjunción republicano-socialista que el 14 de abril de 1931 escaló el poder, instituyendo la II República. Su consolidación sólo sería posible si era lo suficientemente generosa p^ra. acep tar a los demás, para aunar fuerzas, y ello exigía que, con trariamente a lo hecho hasta entonces, se prescindiera de toda exclusión. En principio, la República parecía el sistema más ade cuado para superar esta situación con éxito; pero el hecho cierto, el hecho histórico, es que fracasó en ese intento de superar las discordias y establecer un sistema pacífico de convivencia. s Sólo el 21,40 por 100 de la población vivía en ciudades de más de 20.000 habitantes en 1900, y el porcentaje subió al 30,51 por 100 en 1930. 6 D i o n i s i o R i d r u e j o , Escrito en España (Buenos Aires 1962) p.56-90. 90.
A la llegada del nuevo régimen se hizo cargo del poder el Comité Revolucionario, que pasó a ser Gobierno provi sional de la República. Lo integraban los hombres más re presentativos de la conjunción republicano-socialista y cu brían una amplísima gama política y social, que iba desde los republicanos conservadores de Alcalá Zamora y Maura hasta los socialistas, incluyendo a los partidos nacionalistas catalanes de signo izquierdista y contando con el apoyo de las fuerzas, más a la izquierda, sin representación guber namental. Los principios en que habían de basar su actua ción se hicieron públicos en una declaración programática de seis puntos, publicada en la Gaceta de M adrid del día 15 de abril, y en los que se afirmaban las bases doctrinales del pacto de San Sebastian. Los seis puntos se referían al esta blecimiento de un orden jurídico que diera paso a un es tado de derecho, a la exigencia de responsabilidades por la acción anticonstitucional de la Dictadura, al estableci miento de la libertad de conciencia y culto, al respeto a la propiedad y a la garantía de los derechos del hombre en el orden personal y sindical. Por último, a la defensa de la República, a la que no se abandonaría —se decía— a quie nes, «desde fuertes posiciones seculares y prevalidos de sus medios, pueden dificultar su consolidación». Los hombres de la conjunción, salvo muy escasas excep ciones identificaban a estos enemigos natos de la Repú blica con la Iglesia, el Ejército y la nobleza. 2.
La Iglesia y la República
Efectivamente, la Iglesia acogió el nuevo régimen fon un invencible recelo, más que justificado dado el talante marcadamente anticlerical de la mayoría de sus hombres. En 1931 no podía hablarse de fuerzas católicas organiza das políticamente. Los viejos partidos de la derribada Mo narquía habían desaparecido barridos por el temporal y ninguna otra fuerza política había llenado su vacío 7. Esta es la razón de que, en las elecciones de junio de 1931, la conjunción republicana-socialista copara prácticamente la totalidad de los puestos en las Cortes Constituyentes, que 7 V k .k n te C á r c e l O r t í ,
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Historia de la Iglesia en España t.5 p.327-
se reunieron por primera vez el 14 de julio, uniendo así sentimental e ideológicamente su suerte a la de la Revolu ción francesa. El despertar de la derecha española, el des pertar de las masas tradicionales católicas aletargadas, que en buena parte se habían abstenido en las municipales, fue tarea de la acción de la conjunción republicano-socialista. Los hombres del nuevo régimen, o por lo menos los más de ellos, no acogieron bien los intentos de la opinión cató lica por establecer cauces de opinión significativos, que ca nalizó el diario El Debate desde la implantación de la Re pública; y El Socialista, en una época en que el socialismo era aún moderado, les dedicó este cordial saludo: «Ya torna a agitarse toda la España leprosa, cuya carroña sote rró para siempre el verdadero pueblo. Tornan a agitarse, sin pararse en medios ilícitos o canallescos.» No era muy buen augurio, y la cosa se puso mucho peor cuando, antes de que la República cumpliera su primer mes de existen cia, se produjo la quema de conventos e iglesias en Madrid y en buena parte de las capitales de provincia españolas, ante la clara pasividad del Gobieno y la no oculta compla cencia de algunos de sus miembros. El risueño panorama del 14 de abril se torna agrio el 11 de mayo, y se ensom brece aún más con la expulsión de España del cardenaíprimado y el obispo de Vitoria. Las relaciones entre la Iglesia y el Estado no se anunciaban como muy promete doras, y sus frecuentes crisis dificultarían notablemente la integración de los católicos en el sistema, favoreciendo, en contraposición, las tesis de los núcleos francamente opues tos a ella. Para Prieto, un moderado, el único peligro que acechaba a la República era que se adueñaran de ella los elementos clericales, y, para prevenirlo, el proyecto de Constitución en debate incorporó un principio, más antirreligioso que anticlerical, por el que se cercenaban los derechos de la Iglesia y de sus miembros seculares y regulares en materia de educación, a la vez que se expropiaban sus bienes y se les prohibían actividades industríales y mercantiles. Fue en el momento de la discusión de esos artículos de la ley fun damental, 24 del proyecto y 26 del texto aprobado, cuando Azaña, contemporizador en aquella ocasión y autor de una fórmula de compromiso, que, siendo igualmente antiliberal, lo era menos que el texto elaborado por la po-
nencia, afirmó solemnemente en las Cortes que España había dejado de ser católica. La aprobación del artículo 26 provocó la dimisión de los miembros católicos del Gobierno: Niceto Alcalá Zamora, que era su presidente, y Miguel Maura, que ocupaba la Cartera de Gobernación. Ambos alzaron la bandera del re visionismo y dieron paso a un Gobierno Azaña, que inició así su rectoría del nuevo régimen y su gestión al frente del Gobierno. Ello produjo una reacción inmediata y sorpren dentemente poderosa. La vieja Acción Nacional, escin dida, había dado paso a la nueva y poderosa Acción Popu lar, de la que surgiría la CEDA, a cuyo frente destacaría pronto José María Gil Robles, uno de los pocos católicos que habían obtenido acta en las Cortes Constituyentes y que ya se destacaba como un hábil dialéctico, gran parla mentario y hombre con carisma de conductor de masas. A la derecha de la CEDA quedaban los monárquicos, escasos en número, pero poderosos. Carlistas y alfonsinos eran encarnizados enemigos del régimen recién implantado, y buscaron para derrocarlo una línea de acción común que superara sus seculares divergencias. Su fuerza numérica era muy reducida, y no podían, por tanto, aspirar al éxito de la empresa si no encontraban apoyo exterior. Los carlistas te nían una fuerte base popular en las regiones periféricas e incluso en algunas zonas del interior. Los alfonsinos dispo nían de considerables apoyos en las más altas capas de la clase dominante, financiera, terrateniente y propietaria, y entre sus representantes había gentes de muy singular sig“ nificación personal; pero, pese a ello, no podrían llevar a cabo sus designios más que si eran capaces de atraer hacia posturas más radicales a la gran masa que constituía la CEDA, que, si no era monárquica, tampoco era, por su puesto, republicana. Los monárquicos se empeñarían con tesón en hacerles ver la inutilidad e imposibilidad de inten tar actuar dentro de un sistema que las repudiaba. 3.
La República y el Ejército
Algo muy semejante sucedía en el interior de las Fuer zas Armadas. La actitud inicial de los militares "ante la Re pública fue calificada por Payne de pasiva, y encarnaba esta
postura en el proceder del general Sanjurjo al frente de la Guardia Civil, que hizo posible una transición sin traumas. Personalmente he escrito que «el Cuerpo de Oficiales ha bía asistido al alumbramiento del nuevo régimen con la misma expectación que el resto de la nación, y, como ella, con muy diversos grados de entusiasmo, desde el muy acentuado de una pequeña minoría fuertemente compro metida en la acción revolucionaria, hasta la irreductible hostilidad de otra minoría, muy probablemente inferior a aquélla, de exaltados monárquicos» 8. Pero los hombres de la conjunción republicano-socialista, que decían representar la esencia de la República y que in tentaron monopolizarla de forma tan excluyente y particula rista como cualquiera de los grupos que les habían precedido en el usufructo del poder, eran herederos de los viejos re publicanos históricos que a finales del siglo pasado dirigieron el breve y desastroso ensayo de la I República. Aquéllos, dice Payne, hicieron una política que «fue antimilitar desde sus comienzos. La cláusula más popular del programa federa lista fue, quizá, la promesa de abolir el sistema del reclu tamiento y de reformar drásticamente el Ejército» 9. En esa línea, un decreto de 25 de abril anunciaba las reformas que la República pensaba introducir en la or ganización y régimen del Ejército, de las que «una, más urgente y sencilla, la acometerá, desde luego, el Gobierno en virtud de los poderes que la revolución ha puesto en sus manos; otra que ha de comprender las bases legales de la institución militar está diferida a las Cortes». A lo larco del preámbulo se afirma que las escalas retribuidas del Ejército, exceptuada la segunda reserva de generales, esta ban constituidas por 258 generales y 21.996 jetes, oficiales y asimilados, y al objeto de reducirlas se implanta un régi men transitorio, en virtud del cual se da opción a los mili tares en activo para pasar a situación de reserva o retiro sin quebranto de su haber. En lógica correlación con este fa moso decreto, se dictó, con la misma fecha, otro que anu laba la convocatoria de ingreso en la Academia General Militar. R. S a l a s L a r r a z á b a l , Historia del Ejército Popular de la República (Madrid 1973) t.l p.5. STANLEY G. P a y n e , Ejército y sociedad en la España liberal (Akal 1977) p.60-61.
No sabemos con exactitud el número de militares que se acogieron a los generosos beneficios de estas disposicio nes, pero un cálculo muy aproximado nos lo da la compa ración entre el personal que estaba en activo a la llegada de la República y el que integraba las escalas del Ejército y las Fuerzas de Orden Público en 1932 después de efectuada la operación reductora. Las escalas activas del Ejército en 1931 las constituían 190 generales y 20.303 jefes y oficiales, que se redujeron a 72 generales .y 13.032 jefes y oficiales el año siguiente 10. La reducción fue, por tan to, de 118 generales y 7.544 jefes y oficiales. Azaña,, que en este terreno no jugó demasiado limpio, dijo en : las Cortes el 2 de diciembre de 1931, en un discurso en defensa del proyecto de ley que creaba el Cuerpo de Sub-! oficiales, que «había 21.000 oficiales en las plantillas y han quedado 8.000 en números redondos», y de ahí con-: cluía, con notable inexactitud, que los retirados habían sido del orden de los 11 ó 12.000. Nada de ello era cierto. Las plantillas del Ejército existentes en 1931 agrupaban a' 10 La diferencia con las cifras de Azaña estriba en que éste incluía a los generales en primera reserva y a los oficiales en esa situación, a los que, por supuesto, no contabilizó después. La clasificación de los retirados del Ejército que se publicó en el Anua rio estadístico de 1932 eleva el número de éstos a 13-642; pero, natural mente, incluye al personal de oficiales y suboficiales del Ejército y la Armada retirados por edad. En el cuadro n.° 12 se ve que por las edades del personal que en él figura, del orden de los 1.600, debieran ser los retirados por edad, y, por tanto, los extraordinarios, alrededor de los 12.000. De éstos, no menos de 4.500 a 5.000 serían suboficiales, clases y guardias y unos 7.000 oficiales, incluidos, por stfpuesto, los de la Armada. Cifra algo inferior a la que aparecía al contemplar la reducción operada en las escalas, pues, naturalmente, en aquélla se incluían también los que habían desaparecido por muerte o haber concluido su ciclo legal de servi cio. Es decir, la mengua fue de unos 7.000 miembros, cifra que no supera la que se produjo en 1902. La reducción como consecuencia del desastre se inició por Rai mundo Fernández Villaverde con el R.D. de 15 de marzo de 1899, por el que se ordenaba la amortización del 50 por 100 de las vacantes de todos los empleos y escalas, porcentajes que elevó al 75 por 100 en determina das vacantes el general Azcárraga al año siguiente (R.D. de 14-3-900). Weiler promovió en 1902 sendas leyes promulgadas el 8 de enero y el 6 de febrero, sobre retiro voluntario, referidas, respectivamente, a los per tenecientes a las escalas de reserva y activa. Con estas medidas, el Ejército pasó de tener 291 generales y 22.6f>3 oficiales en 1902, a 143 generales y 15.749 en 1909, con una merma de 148 generales y 6.914 oficiales, cifra* muy similares, pero superiores a las que produjeron las medidas de Azafa partiendo de cifras casi iguales.
178 oficiales generales y a 17.671 oficiales particulares; pero en esas plantillas se incluía la totalidad de las Fuerzas Armadas, en tanto que Azaña, cuando hablaba de los 8.000 en números redondos, se refería exclusivamente al Ejército peninsular, en el que los números redondos de bieron haber sido 9.000, pues la cifra correcta era de 8.851, con exclusión absoluta del Ejército de Africa, de las fuerzas militares dependientes de la Dirección General de Marruecos y Colonias, del Servicio de Aviación y de los Cuerpos de la Guardia Civil, Carabineros y Seguridad. Se introducía así por Manuel Azaña una doble contabilidad que haría época. Las plantillas se redujeron menos que las escalas. Las nuevas incluían 104 oficiales generales, 14.310 oficiales particulares y 222.705 suboficiales y tropa, con lo que la disminución quedó limitada a 74 generales, 3.371 oficiales y 17.859 suboficiales y tropa. El ahorro, otro de los grandes objetivos de Azaña, no solamente no se produjo, sino que los gastos militares cre cieron de forma notable, incluso en el propio departa mento de Guerra, a pesar de haberse desprendido de la enorme carga de los retirados, que se derivó hacia el Pre supuesto de Clases Pasivas; de la del Servicio de Aviación, que, incomprensiblemente, pasó a depender del nuevo Ministerio de Comunicaciones y Transportes, y de las Di recciones Generales de la Guardia Civil y Carabineros, que a partir de 1932 figuraron en los presupuestos de Go bernación y Hacienda, donde ya gravitaban los gastos de las fuerzas del Cuerpo de Seguridad En lo orgánico, la reforma era progresiva, como pro gresiva fue la tendencia a la unidad de fuero, que acon sejó la reestructuración de las instancias superiores de la justicia militar, aunque fue un evidente y sectario error suprimir la jurisdicción de los generales en jefe. También supuso un avance la promoción profesional de las clases de tropa, con el designio de ofrecer un porvenir a este perso nal en forma más amplia y digna. La creación de los Cuer pos de Suboficiales y Auxiliar del Ejército y la reserva del 60 por 100 de las plazas convocadas en las academias para suboficiales y sargentos fue un indudable acierto. Junto a estos aspectos positivos, Azaña cometió fallos groseros. Privar de base territorial y de jurisdicción al mando militar 4.
Datos de ¡a guerra civil
era absurdo, y así se demostró en la guerra, donde estas medidas fueron derogadas en ambas zonas. La revisión de los ascensos por méritos de guerra y la anulación de los concedidos por elección se ligaron a un política que establecía como sistema de promoción la antigüedad sin defectos, con lo que se consagraba definitivamente la escala cerrada, idea claramente regresiva y aun reaccionaria. La ley de Reclutamiento y Ascensos supuso una leve rec tificación de este criterio al establecer que en los cursos de aptitud podría modificarse el escalafonamiento; pero la presión a favor de la escala cerrada, siempre muy fuerte dentro del Ejército, impidió mayores audacias, y aun éstas quedaron de momento inobservadas, para ser más tarde derogadas en tiempos del ministro Hidalgo. Fue muy desafortunado el cierre de la Academia Gene ral Militar, medida de raíz puramente política, que no tenía otra finalidad que la de perpetuar las rencillas entre los componentes de las distintas Armas y Cuerpos. El legislador se defendió diciendo que la medida venía aconsejada por lo desproporcionado de la Academia General y su coste con las necesidades presentes y futuras del Ejército; pero este razonamiento hubiera recomendado una decisión contra ria: suprimir todas las demás y dejar un único colegio militar. Entre los aciertos merece destacarse la fusión de las es calas activa y de reserva, a pesar de que viejos resabios, que el tiempo superaría, hicieron que los «de academia» recibieran la medida con desagrado. En lo relativo al reclutamiento, Azaña no se atrevió a ir de una manera decidida al servicio general obligatorio, y mantuvo la discriminatoria separación de la tropa entre los soldados normales y los de cuota. La republtcamzactón del Ejército resultó otra profunda decepción. Los oficiales, en general, estaban mucho mejor dispuestos hacia el nuevo régimen el 14 de abril de 1931 que dos años más tarde. Los más se sentían defraudados en lo nacional y en lo profesional, y los menos, los republica nos, pensaban que el régimen había eludido las drásticas medidas que, en su opinión, era necesario tomar. En la lucha contra la arbitrariedad, más dialéctica que sentida, Azaña se lanzó por el camino del despotismo, del que tanto abominaba, abriendo una senda que recorrerían
alegremente los posteriores forjadores del Ejército Popu lar. Azaña robusteció ampliamente los poderes discrecio nales del ministro, situándolos a un nivel muy superior al que alcanzaron en tiempos de Primo de Rivera. Así, se reservó el derecho de pasar a los oficiales a la situación de disponibilidad, abusó de la libre designación ministerial en la provisión de destinos, se atribuyó facultades para pasar a la reserva a los generales; finalmente, con la creación del Gabinete militar y las comisiones de destino, se lanzó por la senda de la acción sin cortapisas ni limitaciones, en clara contradicción con la doctrina expuesta en los literarios preámbulos a sus disposiciones. Esta contradicción entre la conducta observada y la doctrina defendida produjo hondo disgusto en las filas del Ejército. Otro rotundo fracaso de Azaña lo constituye su cons tante recurso a las tropas para mantener el orden en las calles y en los campos. Abrió un profundo abismo entre su expresado deseo de recluir a los soldados en los cuarteles, dando fin de una vez para siempre a que el Ejército fuera una prolongación de la Guardia Civil, y el hecho evidente de que lo usara constantemente como fuerza represiva. El día 11 de mayo de 1931, antes de que la República cum pliera un mes, el Ejército ocupaba las principales ciudades españolas y se declaraba el estado de guerra. Poco des pués, en julio, el general Ruiz Trillo resolvía a cañonazos la situación creada en Sevilla por una revuelta sindicalista. En enero del 32, un nuevo alzamiento libertario, esta vez en la cuenca del Llobregat, vuelve a exigir la presencia de las tropas en la calle, y el general Batet recibe la orden de Azaña para que liquide la revuela en quinc^ minutos. El 10 de agosto de ese mismo año es el bilaureado general Sanjurjo quien se declara en rebeldía, apoyado por grupos del centro, de derecha y, por supuesto, de los eternos conspiradores monárquicos. Azaña declaró en esta ocasión que le bastaron las fuerzas del orden público para reprimir la revuelta; pero lo cierto es que movilizó importantes fuerzas militares y que fue en esta ocasión cuando por primera vez en nuestra historia intervinieron en la Penín sula fuerzas indígenas marroquíes l l . Este hecho incuestionable ha sido frecuentemente negado. Cf. del autor el artículo Fuerzas marroquíes en la Península para sofocar la subleva ción ae Sanjurjo, publicado en Ya el 11 de agosto de 1979.
Finalmente, era intención de la República, y, por tanto, de Azaña, dar fin, de una vez por todas, a que el Ejér cito fuera exponente de la política nacional, pero este su constante recurso a las tropas para mantener el orden tue habituando a militares y civiles a la idea de que era el último y tal vez el único recurso para mantener una normalidad política e institucional. 4.
La R epública, a prueba
Los aristócratas, en una fracción bastante elevada, se afi liaron a los grupos monárquicos alfonsinos, conspiradores desde el primer momento contra la República, y a estos grupos no les faltó nunca ayuda económica de las clases financieras y terratenientes. De todas maneras, los hom bres de la banca y de las altas finanzas aceptaron la Repú blica y se alinearon junto a ella, prestando decidido apoyo a los grupos republicanos conservadores de vieja raíz radi cal y anticlerical, muy especialmente al partido de Alejan dro Lerroux. En general, todas estas fuerzas económicas trataron de frenar el alcance de la legislación social que desde el Mi nisterio de Trabajo elaboraba Largo Caballero, y que se mantenía en línea con la iniciada por la Dictadura. Su tono mesurado disgustó a las masas laborales, que solicitaban medidas mucho más radicales, y la CNT se declaró muy pronto en oposición total al nuevo régimen, lanzándose por la vía de una acción revolucionaria indiscriminada, que fue la que dio mayor número de ocasiones a las fuerzas militares para intervenir en el restablecimiento del orden. A los tres enemigos seculares se añadía un cuarto enemigo, éste procedente de la izquierda, flanco por el que no ha bían previsto la aparición de ninguna amenaza. En el interior del sistema, las cosas tampoco iban dema siado bien. El centro de Lerroux, con sus casi cien diputa dos, se mantenía en su tradicional línea de radicalismo an ticlerical, y apoyó todas las disposiciones constitucionales que atacaban a la Iglesia o sus privilegios; pero su distanciamiento de la izquierda republicana en lo político y social era cada vez más acusado, y cuando, una vez promulgada la Constitución, dejó de existir el Gobierno provisional y
Azaña formó un nuevo Gobierno, los radicales pasaron a la oposición. La República ortodoxa reducía su base en un primer brote de exclusivismo, al que respondió una actitud similar de las escasas fuerzas que permanecían leales al ré gimen depuesto y las crecientes del movimiento libertario. Este provocó graves disturbios, que alcanzaron tintes revo lucionarios en los levantamientos de enero del 32 y verano del 33, que fueron especialmente intensos en el campo andaluz y en la región catalana. A estos graves problemas se unieron los derivados del auge creciente de los nacionalismos. Cataluña dio un serio disgusto a la naciente República cuando Maciá pro clamó, unilateralmente, el Estado Catalán el 14 de abril, pero la habilidad negociadora del Gobierno central y el compromiso pactado en San Sebastián calmaron los ánimos, aunque dejando en prenda el disfrute de lo prometido an tes de que fuera otorgado. Al discutirse en Cortes el pro yecto de Estatuto de autonomía, se apreció la existencia de fuertes resistencias, que irían a engrosar la creciente oposi ción al Gobierno. Los vascos también se agitaron, y nacionalistas y car listas se unieron para presentar un proyecto de Estatuto que garantizaría la existencia de un islote conservador y clerical en el País Vasco, a lo que el Gobierno no se avino en absoluto. Al fracasar el intento de Estella, los naciona listas cambiaron su táctica para hacer más viables sus aspi raciones; pero, cuando esto sucedió, los carlistas les retira ron su apoyo, sin que por ello recibieran el de la izquierda, que tardaría en llegar. Todos estos acontecimientos iban minando al Gobierno, con notable beneficio para Gil Robles. Su figura y obra fueron recibidas con utia absoluta hostilidad por los hom bres en el poder; pero su presencia suponía la única po sibilidad de consolidar el sistema, integrando en él a la gran masa conservadora. Fue durante este período cuando se produjo el golpe de Sanjurjo, de agosto de 1932. Fue éste el último de los pronunciamientos. De corte en todo similar a los de los conspiradores antidictatoriales, tuvo su arranque en el in tento de impedir la aprobación del Estatuto catalán, de la ley de Reforma agraria, entonces en discusión, y de la de Congregaciones religiosas, que se encontraba en la corres-
pendiente Comision Estas leyes eran fuertemente recha zadas por partes importantes de la opinión, y Sanjurjo pre tendió ser el intérprete de estos sentimientos; pero no en contró eco en el país ni en el Ejército, y el fracaso selló un intento inoportuno. En la estela de su fácil triunfo sobre Sanjurjo, Azaña, ensoberbecido, pisó el acelerador de su jacobinismo y di rigió su ofensiva contra todos sus presuntos enemigos. La ley de Congregaciones religiosas, el Estatuto catalán, la re forma agraria, la reorganización de los Cuerpos de la Guardia Civil y Carabineros y la ley de Defensa de la Re pública le crearon muchos nuevos adversarios, y su po pularidad se deterioró rápidamente e incluso su alianza con los socialistas se resquebrajaba. Estos cada vez se veían en mayores dificultades ante sus masas, que eran guber namentales a través de sus representantes, y oposicionistas en la lucha social, terreno en el que no querían verse des bordadas por los libertarios. El Gobierno naufragó ante tan graves problemas, y, en tre debilidades y crueldades contradictorias. Casas Viejas fue su puntilla. En junio de 1933 hay una crisis, forzada por Alcalá Zamora cuando Azaña quiso sustituir a Carner, enfermo de muerte. Fracasados diversos intentos, Azaña vuelve a formar Gobierno sobre la base de la conjunción de la izquierda republicana con los socialistas, pero ya está tocado de ala. En septiembre se ve forzado a dimi tir, arrastrado por las elecciones en los «burgos podri dos» y en el Tribunal de Garantías. Su intento de mante ner una dictadura parlamentaria contra el clamor popular no logró éxito. Alcalá Zamora quiso dar el Gobierno a los republicanos, pero el entendimiento entre ellos se mani festó imposible. Lerroux fracasó con un Gobierno minori tario, y su lugarteniente, Martínez Barrio, recibió el en cargo de convocar elecciones. En ellas iban a votar por vez primera las mujeres. Las elecciones se celebraron el 19 de noviembre de 1933, y las derechas se presentaron en casi todas las cir cunscripciones formando coalición con el centro y el cen tro-izquierda, en tanto que la izquierda lo hizo desunida. Los socialistas fueron solos en la mayoría de las provincias. Se iban afirmando diferentes posturas políticamente anta gónicas, pero aún conciliables y representando cada una de
ellas otras tantas opciones o alternativas de gobierno. Los grupos de centro-izquierda y derecha obtuvieron 5.135.375 votos; las izquierdas se quedaron en 2.853.325, y los nacionalistas vascos alcanzaron una lucidísima vota ción: 183.190 votantes. Entre otras varias candidaturas sumaban poco más de otros 300.000 votos. El total de los votantes fue de 8.727.416, que representa un 67,4*5 por 100 del total de los electores. La victoria de los conserva dores fue aplastante, y en la Cámara se reunieron 217 di putados de derechas, 158 de centro y centro-izquierda y 96 izquierdistas, de los que 61 eran socialistas J2. Evidentemente, el país se encontraba dividido, y en esa coyuntura la única posibilidad de la República era incorpo rar a esas triunfantes masas conservadoras y hacerlas entrar en el juego político del régimen. Error fatal de republica nos y socialistas fue el de no comprenderlo así y cerrarse en un exclusivismo suicida. El presidente de la República, en una postura que sintonizaba con la de la izquierda, no se planteó tan siquiera la posibilidad de una participación de las triunfantes derechas en el Gobierno. Se intentó el re nacimiento de la vieja coalición republicano-socialista, lo que, sin duda, era una posibilidad, pues los hombres de Lerroux, herederos del viejo radicalismo de los «jóvenes bárbaros», sentían evidente repugnancia a pactar con las derechas confesionales; pero la postura cada vez más revoluionaria de la izquierda, apenas les dejaba otra opción, aunque en el seno del partido se notara clara sensación de disgusto. Cuando Lerroux formó un Gobierno apoyado por las derechas y se vio obligado a dimitir pocos meses después ante sus exigencias, ia se^sión del Partido Radical se consumó con la separación de Diego Martínez Barrio, hasta entonces segundo hombre del partido, considerado por todos como el heredero indiscutible del viejo Lerroux. Martínez Barrio pasó a engrosar el grupo izquierdista, y creó un nuevo partido, que se llamó Unión Republicana. Privado así Lerroux de 18 de sus diputados, se encontró ]2
y
JAViir T u s f . l l , Las elecciones del Frente Popular t.2 p.34l. Son datos de El Debate. Los oficiales, dados a conocer en el Anuario estadístico de 1934 (p-652), dicen que los electores eran 12.954.652 y los votantes los mis mos que figuran en la reseña de Tussel, siendo su porcentaje el 6~,37 por
sin base para seguir gobernando, y, pese a que lo intentó, se vio obligado a dimitir, sustituyéndole su correligionario Samper, aunque cada vez le era más difícil conseguir el apoyo de las derechas, que le sostenían. La situación de la CEDA era sumamente difícil. Le resultaba penoso explicar a sus partidarios que quería mantenerse en la legalidad dentro de un régimen que no la consideraba como alterna tiva de poder, a pesar de que democráticamente le corres pondía como partido mayoritario de la coalición que lo ocupaba. En esta situación, los monárquicos se fortalecían y ad quirían capacidad de convocatoria para un eventual llama miento a la acción con el fin de derrocar por la violencia al régimen, aunque sin despreciar las posibilidades que ofre ciera la acción legal. Además, los grupos filofascistas de Falange y las JONS, unificados en marzo y que habían arrastrado una languideciente vida desde su nacimiento, suponían un atractivo más para los que iban perdiendo su confianza en el sistema. Por añadidura, las izquierdas no habían sabido perder, y se aprestaban también a manifestarse en rebeldía. La ac ción revolucionaria se centraba en tres frentes más o me nos inconexos: el de los socialistas, arrastrados por la frac ción de Largo Caballero a posiciones de beligerancia ac tiva; el del Gobierno catalán, un islote izquierdista en una España conservadora, que endurecía su perfil y agriaba sus relaciones con el poder central, relaciones que se pusieron muy tensas con motivo del conflicto ocasionado por la de claración de la nulidad de la ley de Contratos de cultivos —aprobada por el Parlamento catalán— diñada por el Tri bunal de Garantías Constitucionales, y, finalmente, el de la eterna acción subversiva de los anarcosindicalistas. Por si fueran pocas las conspiraciones, los nacionalistas vascos entran en el juego, y pretenden sacar adelante en el lío, esta vez con la ayuda de las izquierdas, el Estatuto que les negaron cuando estaban en el poder, y que ahora en la oposición se mostraban dispuestas a defender. En el verano del 34 fueron graves los incidentes provocados por los parlamentarios y alcaldes vascos, a cuyo frente se puso el socialista Prieto, hasta entonces enemigo cerrado de la autonomía de su tierra de adopción. De forma tácita o ex presa, todos acordaron declararse en rebeldía o apoyar i
los que lo hicieran en el caso de que la CEDA entrara en el Gobierno. La CEDA, con su victoria electoral, puso a prueba ia sinceridad democrática de los hombres de la República, y ésta les fue adversa. No supieron ni quisieron acatar el veredicto de las urnas. Dice Vicens Vives que «los católi cos hostilizaron a la República, y, en lugar de apoderarse democrática y sinceramente de sus puestos de mando, con tribuyeron a minarla» u . No puede negarse que buena parte de la opinión de derechas, la monárquica, actuó así; pero la Iglesia, y, por supuesto, la CEDA, superaron, en la medida de lo posible, todas las reticencias y mantuvieron un espíritu de colaboración, aJ que arrastraron a las masas más importantes de la derecha. Fue la coalición de republi canos, socialistas y nacionalistas catalanes la que les cerró el camino, fieles al criterio de que el único peligro para la República estaba en ese flanco. El propio Azaña, pese a su tradición liberal, llegó a decir que la República era para todos los españoles, pero que sólo podrían gobernarla los republicanos. Este estúpido particularismo creó un abultado número de antirrepublicanos, que en aquel tiempo no quería decir monárquicos. La derecha era requerida de forma cada vez más incitante por las JONS o la recién creada Falange. Los monárquicos se radicalizaban y llegaban a puntos de coincidencia que fructificaron en la creación de la TYRE. Por la izquierda, anarquistas y comunistas atraían irresis tiblemente a sus métodos revolucionarios a un Partido So cialista temeroso de quedarse atrás. Para colmo, el pano rama internacional contribuía ampliamenre a incrementar los recelos y temores mutuos, y los socialistas creyeron ver en Gil Robles a un Hitler o, cuando menos, a un Dollfus. El PSOE temió que Gil Robles aniquilara desde el poder a sus fuerzas, y de ahí que su conspiración tuviera un carác ter preventivo al adjudicar a sus contrarios unas intencio nes que estaban muy lejos de sentir y que se lanzara por el camino de la violencia con un designio igual y de signo contrario al que alegremente habían supuesto a sus enemi gos. La República democrática había muerto. A partir de entonces, la guerra civil era muy difícil de evitar. \(
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Aproximación a la biliaria dt España (ed. Salvat)
A finales de 1935, Gil Robles, en desacuerdo con las medidas estabilizadoras y con el plan de austeridad de Chapaprieta, le niega su colaboración, y éste se ve obligado a dimitir. Mientras tanto, el ambiente se enrarecía en todo el país. La represión de la rebelión de Asturias, aunque de unos alcances muy interiores a los que se airearon enton ces y siguen aireándose ahora, contribuyó a enconar los ánimos. Para colmo, el presidente de la República contri buía a exacerbar los espíritus al identificarse con los rebel des en lo que había sido la causa de su sublevación: la nega ción a dar acceso al poder a las derechas aun cuando triun faran en las elecciones. El presidente, fiel a sus convicciones, en vez de dar a Gil Robles el encargo de formar Gobierno, dio el decreto de disolución a Pórtela Valladares. La nueva consulta electoral se efectuó el 16 de febrero de 1936, en un tenso ambiente de miedos mutuos, recelos irracionales y hondo rencor. Vencieron los frentepopulistas, y las derrotadas derechas se mostraron tan poco dispuestas a aceptar el veredicto de las urnas como en la anterior ocasión lo estuvieron los socialistas y la izquierda burguesa catalana. El juego democrático no era aceptado por nadie. 5.
Las elecciones de 1936
El análisis de los resultados de las elecciones de 1936 ha consumido ríos de tinta. ¿Cuáles fueron los resultados? Es absolutamente im posible determinarlo con exactitud y p6r una causa muy sencilla: no por la ausencia de datos oficiales, no porque no llegaran a establecerse con carácter definitivo los votos computados por las juntas provinciales y la Junta Central del Censo, sino, fundamentalmente, por el sistema electo ral entonces vigente. Según éste, cada circunscripción elegía un diputado por cada 50.000 electores. De ese número se adjudicaba a las mayorías un porcentaje que oscilaba entre un mínimo del 50 por 100 en las circuns cripciones que elegían sólo dos diputados y un máximo que llegaba al 80 por 100 en aquellas que elegían diez. Quiere esto decir que las candidaturas eran abiertas y que cada elector podía votar a un número de candidatos igual al que habría de ser proclamado por las mayorías,
figuraran o no en la misma candidatura. Esto hacía que, normalmente, el hombre cabeza de lista, habitualmente escogido no solamente por su significación política, sino también por el peso específico personal que tuviera, lo graba, regularmente, votaciones más lucidas que el resto de sus compañeros. A él votarían no sólo los disciplinados seguidores ideológicos de su candidatura, sino también aquellas personas que, sin pertenecer a ese grupo, le tuvie ran simpatía, afecto o respeto. No puede, por tanto, to marse como votación de una candidatura la de aquel que la tuvo más alta dentro de su grupo, ni tampoco la de quien la tuviera menor. Lo único auténticamente justo, y que nos lleva a los datos más aproximados a la realidad, es sumar el número de votos que obtuvo cada uno de los candidatos de una determinada significación y dividirlo por el de los que podía emitir cada elector. De esta forma ob tendremos una cifra muy aproximada al número de los realmente conseguidos por cada tendencia, y la suma de la de las distintas candidaturas coincidirá con el total de votan tes, un poco por defecto, porque no todos los electores harían uso del derecho que les otorgaba la ley de votar al número de candidatos que habría de ser proclamado por las mayorías, y algunos tacharían de la de su elección el nombre de la persona que no les fuera personalmente grata, renun ciando al derecho de sustituirlo por otro perteneciente a otra candidatura distinta. Este método, que fue el empleado por El Debate para su evaluación de las elecciones de noviembre de 1933, es, sin duda alguna, el más correcto y el que ofrece datos más fiables. De todas las estimaciones hasta ahora conocidas, la de Javier Tusell es la que goza de mayor credibilidad, y a sus datos nos atenemos ,4. Pero, al hacer el cómputo total, nos alejamos de su sistema, que nos parece que puede llevar, en ocasiones, a errores importantes al tomar como dato para evaluar la votación obtenida por cada tendencia la del hombre cabeza de la candidatura ofi cial respectiva. Este método es efectivamente válido en la mayoría de los casos, porque la disciplina del electorado fue ejemplar en aquellas elecciones, y las diferencias de ^
JaviI'K Tust i.i., Las elecciones del Frente Popular t.2 p. 14-21 y 268-
votos obtenidos por los miembros de una misma candida tura fueron, en general, muy escasas. Pero no sucedió así en todas las provincias. En Galicia, por ejemplo, y en algu nos otros sitios, hubo diferencias tremendas entre los miembros de una misma lista, y en estos casos resulta evi dente que tomar como indicativo al hombre cabeza de candidatura introduce errores enormes. Por ello, nos he mos permitido la libertad de reelaborar los resultados fina les de TuseH sobre la base de actuar en la forma en que lo hiciera El Debate en las elecciones de 1933. Los votos de los tradicionalistas o de los falangistas que se presentaron frente a la candidatura oficial de las derechas los hemos computado como votos de éstas, e igualmente hemos con tabilizado como votos de izquierda los obtenidos por can didatos revolucionarios que se presentaron aisladamente. Los resultados obtenidos son los que figuran en el cua dro 18. Según éstos, las votaciones fueron prácticamente idénticas. Sobre un total de 9.716.705 votos emitidos, 4.430.322 fueron para las candidaturas del Frente Popular o a candidatos de izquierda; 4.511.031, para las candidatu ras antimarxistas o candidatos de significación derechista, y 682.825, para las candidaturas centristas. Hemos conside rado como centristas a todos los republicanos progresistas, radicales o conservadores y a los nacionalistas vascos. Den tro de la derecha hemos colocado a los candidatos de signi ficación agraria, porque creemos que es inequívoca esa adscripción. El margen que queda, 91.641 votos, corres ponde a los que votaron en blanco, lo hicieron a candida tos sin significación definida o no agotaran sus posibilida des electorales, habiendo borrado algún miembro de la candidatura que eligieron. La fracción de estos yotos re sulta tan escasamente significativa, que, aun adjudicándose los íntegramente a uno u otro de los grupos antagónicos, apenas introduciría factores de desequilibrio, porque no llegaron a ser el 1 por 100 del total de los votos emitidos. Si pasamos una revista detallada a lo que sucedió en las provincias, se entenderán estos datos con mayor cla ridad. En Alava no existe ningún problema. Al votar cada elector a un solo candidato, el número total de los votos emitidos es el de la suma de los que obtuvo cada uno de ellos, y el de cada significación, el de su representante, excepto para las derechas, que, al haber presentado dos
candidatos, un tradicionalista y uno de la CEDA, sus votos serán la suma de los que lograron ambos. En Albacete, las tosas empiezan a tener alguna mayor complicación, por que, además de la candidatura de centro-derecha, hay un hombre, Gotor, de significación monárquica, y un cen trista, Aznar, que se presentan independientes, y que ro ban un enorme número de votos a la candidatura oficial, que acusa este hecho con tremendas diferencias entre los obtenidos por los distintos miembros de los que figuraban en ésta. Así, entre Alfaro, radical, último de la lista, y Bernabéu, de la CEDA, que obtiene la mayor votación, hay una diferencia nada menos que de 30.000 votos. Aquí he mos considerado como votación de la derecha la suma de ía obtenida por la candidatura oficial y los votos qtíe tuvo el monárquico Gotor, dividiendo el total por 5, que es el número máximo de nombres que podían ir incluidos en cada papeleta. Al centro le hemos adjudicado los votos del candidato Aznar partidos por el mismo divisor. En Ali cante sucede lo mismo. Hay también un candidato radical y un candidato tradicionalista, que actúan al margen de la candidatura oficial. El sistema empleado para el cómputo total de votos es el mismo, e igual podríamos decir de Al mería, Avila y muchas otras provincias. Sorprende en la circunscripción de Barcelona provincia el enorme número de votos que no sabemos a quién co rresponden. No había más candidaturas que las del Frente Popular y las derechas. Sin embargo, la suma de ios votos obtenidos por ambas candidaturas queda muy por debajo de la cifra de electores que emitieron su voto. Nada menos que 41.288. Parecen demasiadas papeletas anuladas o en blanco, y aquí no cabe lo de adjudicárselos a unos terceros candidatos o candidaturas que no existieron ni a las que luchaban entre sí, pues las votaciones obtenidas por los distintos componentes de ellas fueron muy equilibradas, con una enorme disciplina de voto, hasta el punto de que los máximos y mínimos no se separan más de 2.000 votos sobre unos totales que fueron muy próximos a los 200.000 para los candidatos frentepopulistas, y cercanos a 150.000 para sus oponentes. Es un dato que nos llena de incertidumbre y que realmente no sabemos a qué obedece. Tal vez a que se sobrevaloró el número de votantes. En Burgos, donde hubo dos candidaturas de derechas,
que intentaron el copo como en la ocasión anterior, sin conseguirlo en ésta, hemos adjudicado a la derecha los vo tos de Martínez de Velasco y su partido. Creo que nadie podrá echarnos en cara la adscripción del jefe de los agra rios a la derecha española. Los del radical Gutiérrez Moliner los hemos considerado centristas. En Cáceres, provin cia conflictiva, en la que el resultado de las elecciones fue impugnado, no cabe duda de que hubo igualdad, pero no hemos conseguido conocer los votos obtenidos por los ra dicales, que no quisieron ser incluidos en una candidatura en la que figuraban monárquicos y falangistas. Debieron de ser muy escasos unos y otros, y, por tanto, su desconoci miento no altera sustancialmente los datos que nos ofrece Tusell. En Castellón, los lerrouxistas también presentaron candidatura independiente, lo que originó que las derechas no alcanzaran el 40 por 100 exigido para ser proclamadas y se tuviera que ir a la segunda vuelta, en la que, retirada la candidatura de Lerroux, sus hombres se volcaron en forma mayoritaria por las izquierdas. Aquí hemos sumado a las derechas los votos de los tradicionalistas, que también se presentaron con carácter independiente, y al centro los del candidato Rives Sanchiz. En Córdoba, provincia de la que Tusell no nos ofrece más datos de la votación de los candidatos derechistas que la referida a sus tres miembros proclamados diputados, ha bremos sobrevalorado en algo la votación de^stos, puesto que es claro que los no proclamados obtuvieron menor número de votos; pero, en cualquier supuesto, no creo que el error, en este caso por exceso, sea superior a los 1.000 votos, posiblemente compensados con el margen de 2.143 que hemos dejado sin adjudicar en esta provincia. Consi deraciones análogas podríamos hacer para el caso de Ge rona. El de Granada resulta más conflictivo. En esta pro vincia se produjeron indudables irregularidades, que de terminaron la anulación de la elección, pero que en ningún caso podrían altertrr sus resultados dada la gran diferencia de la votación obtenida por ambas candidaturas. Tomamos como buenos los datos de Tusell. En Guipúzcoa podrá extrañar el que otorguemos a los nacionalistas vascos una votación superior a la que obtuvo quien la tuvo mayor de todos sus candidatos, Irujo; pero es que en este caso los nacionalistas presentaron un candi-
dato más de los que podían ser proclamados por las mayo rías, es decir, aspiraron a lograr éstas y uno de los puestos de las minorías. Fracasaron en el intentó y consiguieron forzar la segunda vuelta, pues ninguna de las tres candida turas, muy equilibradas, llegó al 40 por 100 de los votos emitidos. Naturalmente, los nacionalistas tuvieron como votantes mínimos al total de los que lo hicieron a cada uno de sus candidatos divididos por 4, que es el número má ximo que podían incluir en cada papeleta. Llegamos así a esa cifra superior a los 50.000 votos, 5.000 más de los obtenidos por Irujo. En la provincia de Jaén volvemos a encontrarnos con dificultades. Tusell nos ofrece los votos obtenidos por to dos y cada uno de los candidatos del Frente Popular, pero únicamente los de los tres candidatos proclamados diputa dos de la candidatura de derechas. Para aumentar la incertidumbre nos dice después la máxima votación obtenida por el Frente Popular y el centro-derecha, y nos da unas cifras más altas que las que lograron los candidatos pro clamados. Esto y el hecho de que no nos indique los votos obtenidos por los centristas, falangistas y monárquicos, que se presentaron con carácter independiente, nos intro duce un cierto margen de duda. Hemos optado por adju dicar al Frente Popular y a las derechas los promedios de las votaciones conocidas, lo que creemos que nos sitúa en posiciones más cercanas a la realidad. El exceso que hubié ramos podido otorgar a la candidatura de derechas, vendrá, con toda certeza, compensado por el número de votos que obtuvieron los monárquicos y falangistas, cuya cuantía ig noramos. En Galicia la votación fue totalmente irregular y anár quica en todas las provincias. En La Coruña, donde este hecho fue menos acusado, la triunfante candidatura del Frente Popular obtuvo una votación razonablemente homogénea, que osciló entre los 169.628 votos del azanista González, que fue quien la tuvo más lucida, y los 139.996 del izquierdista Longueira; 30.000 votos es una diferencia que en cualquier otra provincia sería excesiva; en Galicia resulta sumamente corta. En las derechas, las votaciones se distanciaron desde los 127.008 votos del cedista Blanco a los 23.267 del monárquico Calvo; más de 100.000 votos entre dos miembros de una misma lista.
En el centro. Iglesias, radical, logró 65.970 votos, y San- ; tiso, de su misma significación, sólo 17.461. Era la can didatura del presidente Pórtela Valladares. Los falangistas variaron entre los 217 votos de Primo de Rivera y los i 18.704 de López Chendón. Algunos radicales fuera de liza ! lograron unos centenares de votos más ¿Cuáles son los j votos de todas y cada una de las candidaturas? Evidente- i mente, no la suma de los que obtuvieron los cabezas de j lista, que arrojaría un total de votantes muy superior al de ! los que acudieron a las urnas, sino, por supuesto, el resul- [ tante de sumar los votos obtenidos por los candidatos de j cada tendencia y dividirlo por el número máximo de los i que pudieron figurar en una misma papeleta. Esta es la j forma en que heñios actuado, y que consideramos la más í legítima. i Situación similar se produce en Lugo, Orense y Ponte- j vedra. En las cuatro ocasiones hemos optado por seguir el | mismo sistema. En Lugo se dio la notable circunstancia de j que hubo una candidatura republicana, en la que se inclu- ; yeron todos los candidatos de esta significación, desde los ; centristas de Lerroux hasta los izquierdistas de Azaña. Q uedaron excluidos los marxistas, a la izquierda, y los agrarios, a la derecha. La candidatura de derechas fue, por tanto, tal, sin mezcla de elementos centristas, y la candida tura de centro-izquierda no llegó a ser de Frente Popular, porque dejaba fuera al PSOE, que presentó tres candida- ; tos, que obtuvieron votaciones pobres. Los republicanos alcanzaron votaciones que oscilaron entre los 98.715 votos del centrista Becerra y los 76.925 de Viguri, de la misma lista. Las derechas anduvieron entre los 86.401 del cedista Pardo y los 72.076 de Neira, y diversos candidatos indepen- , dientes tuvieron votaciones que oscilaron entre los 14.000 j votos de Pardo y los 43.000 de López Pérez. Los socialistas j lograron una escasísima votación, que osciló entre los 2.780 | votos de Calvo y los 7.065 de Tizón; el gallegista Alvarez, j también de signo izquierdista, tuvo 4.991 votos. En este ; Cc’so era difícil adjudicar los votos obtenidos por los repu blicanos al Frente Popular, y no menos difícil otorgárselos exclusivamente al centro. Nosotros, en el cómputo final* los hemos situado dentro de la votación de éste; pero ha cemos la salvedad de que los 89*600 votos que lograron deberían repartirse entre ambas tendencias. Si los adjudi-
tamos íntegramente a la izquierda, el Frente Popular supe raría a la derecha en la votación final por escasísimo mar gen. Realmente, no es cuestión de orden mayor el situarlos aquí o allí, pero honradamente creemos que la significa ción de la candidatura, claramente de centro-izquierda, quedaba ubicada mejor en el terreno del centro que no en el de la izquierda. En Orense, el individualismo gallego llegó a extremos increíbles, hasta el punto de que miembros de tres can didaturas distintas fueron proclamados diputados. Tu sell aquí únicamente nos ofrece la votación obtenida por los candidatos triunfantes: seis de la candidatura de derechas, dos de la portelista y uno de la radical, y nos indica que la máxima obtenida por un candidato del Frente Popular fue de 49.268 votos. Con esos datos y con el co nocimiento de los escrutados cuando faltaban 143 seccio nes, hemos establecido el índice de incremento que desde ese momento hasta el final obtuvieron todos los candidatos de los que conocemos sus resultados finales, y, afectando un coeficiente medio a los votos que tuvieron los candida tos no triunfantes, hemos obtenido el promedio probable de los votos alcanzados por cada una de las candidaturas, que, por supuesto, son muy inferiores a los que señala Tu sell y mucho más fiables. Según Tusell, el número de los que votaron en la circunscripción estuvo muy cerca del 84 por 100 de los inscritos en el censo, algo absolutamente inimaginable en una provincia que siempre ha arrojado ci fras muy bajas de votantes. En nuestro cómputo, *a parti cipación se reduce al 64 por 100, todavía muy elevada. En Pontevedra también pertenecen a tres candidaturas los triunfantes, puesto que Pórtela, que encabezaba la cen trista de sus partidarios, logra meterse en uno de los puestos de las minorías. La misma anarquía que en el resto de las provincias. Los triunfantes frentepopulistas tienen votacio nes que oscilan entre los 103.438 votos de Rodríguez Castelao y los 80.000 del socialista Seoane. Las derechas van desde los 71.321 del monárquico Lis, a los 49.275 del ra dical Otero. Pórtela consigue nada menos que 70.350 vo tos, pero el que le sigue en su candidatura no pasa de 55.946. El más bajo de los componentes de la lista, el cen trista Garrido, se queda en 28.163. Naturalmente, son los promedios los que figuran en nuestro cómputo.
En Navarra resulta evidentemente sobrevalorada la vo tación nacionalista. Los 14.799 votos de Irujo lo son, en su inmensa mayoría, a título personal, y se sustraerían indis tintamente de las candidaturas de izquierda y derecha. Muy pocos electores votarían únicamente a Irujo, desper diciando el resto de sus posibilidades personales. Aun así, y conocida la participación, hemos adjudicado al Partido Nacionalista todos los votos que no fueran específica mente de izquierda o de derecha, lo que supone primar la votación alcanzada por este partido; pero siempre resulta más cercano a la realidad que el sistema adoptado por Tu sell de eliminar toda esta votación nacionalista. En el resto de las circunscripciones no quedan otras incertidumbres que las del desconocimiento de la votación alcanzada en Sevilla por los falangistas, pero que en cual quier caso sería de muy escasa significación; como mucho, los 657 votos que hemos situado en la columna de «Otros»; la ignorancia de cuántos fueron los electores del independiente Palau en Tarragona y el excesivo número de votos sin fácil adjudicación en las circunscripciones de Zaragoza, provincia, y Zamora. En cualquier caso, los 4.940 de Zamora y los 2.698 de Zaragoza, apenas influi rían en el cómputo final, que permanecería inalterado. En Vizcaya, donde los nacionalistas estuvieron a punto de copar mayorías y minorías, y que lo lograrían en la se gunda vuelta, hemos adjudicado como promedio de la vo tación de éstos una cifra netamente superior a la conse guida por José Antonio Aguirr^, que fue quien la tuvo más lucida; pero la razón es la misma que ya hemos indicado en anteriores casos similares. Los tres candidatos nacionalistas excedían al número de los que podía votar cada elector de esa significación, que sólo podía incluir dos nombres en su papeleta, y, por tanto, la votación del partido era la mitad de la obtenida por sus tres candidatos. Es así como llegamos a la estimación final, que adjudica una ligerísima superioridad a las derechas, con un 46,43 por 100 de los votantes, frente a un 45,59 por 100 para el Frente Popular. Centristas y nacionalistas vascos se reparti rían el 7,03, y un 0,94 sumarían los votos nulos, en blanco o adjudicados a candidatos sin significación concreta. Si sus traemos al Centro los 89.600 votos que obtuvo en Lugo la coalición republicana, como ha hecho Tusell, éste vería
reducida su votación a 592.962 electores, y su porcentaje al 6,10 por 100, en tanto que el Frente Popular elevaría el número de sus adeptos a 4.519.929, y su porcentaje, al 46.52 por 100 de los Votos emitidos: un 0,09 por 100 de diferencia a favor de las izquierdas. Sea una u otra la valo ración que hagamos, un hecho queda claramente de mani fiesto: una notable igualdad de fuerzas, que en modo al guno permitía a quien ostentara el poder el considerarse como único representante de la totalidad del pueblo espa ñol. Quien así lo hiciera, desconociendo la existencia de tan poderosa y notable minoría, desmedulaba cualquier criterio democrático y justificaba, o, cuando menos, hacía comprensible cualquier rebelión de la parte perjudicada, que se podría considerar honestamente atropellada. Se ha dicho con frecuencia que el triunfo del Frente Po pular se debió a que las masas sindicalistas dejaron a un lado su apoliticismo y decidieron intervenir en los comi cios. Evidentemente, el número de votantes en las eleccio nes del 36 fue de 989.289 individuos más que en la con sulta precedente, cifra importante, que podría dar la vuelta a las elecciones, dada la igualdad de los bloques; pero en un análisis pormenorizado aparece como dato mucho más importante el que las izquierdas (aeran unidas a la con frontación, lo que les permitió alcanzar las mayorías en muchas provincias que habían perdido en la ocasión ante rior y en las que eran mayoritarios. Hay, sin embargo, unas cuantas circunscripciones en las que sí cabe asignar a la presencia en las urnas de los cenenstas el cambio de signo en las elecciones, y éstas son las de Almería, Córdoba, La Coruña, Lérida, Málaga provincia, Tenerife, Ceuta y Melilla. En todas estas circunscripciones se elevó sustancial mente el grado de participación, y esta elevación fue sufi ciente para inclinar el triunfo hacia la candidatura de las izquierdas, que sin ella hubieran quedado en minoría, como en noviembre del 33. Por último, vamos a referirnos a lo que sucedió en los territorios autónomos o en vías de alcanzar la autonomía. En Cataluña, el triunfo de la izquierda fue claro, y podría mos decir incluso que contundente. De 1.229.360 votan tes, 700.467, es decir, el 56,98 por 100 de los electores, votó izquierdista, y sólo 483.807, el 39,35 por 100, lo hizo Por las derechas; un 3,67 por 100 fueron votos nulos o
indeterminados, entre los que figuran aquellos 42.000 de Barcelona provincia, de muy difícil comprensión. En las Vascongadas, la situación fue similar. En el conjunto de las tres provincias vascas votaron 393.593 electores; de ellos, 129.884 se inclinaron por el Frente Popular, 123.068 por las derechas y 138.338 por el Partido Nacionalista Vasco. Como este partido, a pesar de su claro matiz derechista, e incluso en algunos sectores ultraderechista, se inclinaría más tarde por unir su suerte a la del Frente Popular, re sulta claro que nacionalistas e izquierda clásica unidos su maban el 68 por 100 del electorado, con una mayoría su perior a la que la izquierda consiguió en Cataluña. Ahora bien, si al territorio vasco sumamos el de Navarra, enton ces los votantes fueron 549.292, de los que 163.643 se inclinaron por las izquierdas, 234.509 por las derechas y 148.837 por los nacionalistas vascos que, con Navarra, pa saban a ser la tercera fuerza del país. Después de estas elecciones, mucho más que en no viembre del 33, quedaba claro que la única plataforma po sible para estabilizar el régimen era el que los hombres que deseaban monopolizarlo se mostraran dispuestos a in tegrar en él abiertamente a sus opositores. Lamentable mente, un ciego afán de revanchismo orientó a todos a seguir una trayectoria opuesta, y las fuerzas que estaban llamadas a coexistir y complementarse se excluyeron mu tuamente. Los bloques en que se centró la luc^a no aceptaron sino como provisional el resultado de las elecciones, que para unos era un camino hacia la revolución, y para otros un imperativo de rebelión. Si el totalitarismo consiste, en último término, en que una fracción de la opinión pública se adjudica la representación de la totalidad del país con desconocimiento, exclusión e incluso exterminio de la otra, era claro que los partidos españoles de 1936 eran todos ellos totalitarios. La lucha que se avecinaba no en frentaba a una España democrática con una España antilibe ral, sino a dos grupos igualmente totalitarios. La lógica de los acontecimientos exigía que los partidos que adecuaban su contenido y su táctica con el espíritu | entonces imperante, vieran crecer sus filas. Falangistas y j comunistas fueron los grandes beneficiarios. El democré* j tico PSOE evolucionó, radicalizándose de tal manera, que j
se situó a la izquierda del Partido Comunista, frenado en sus ímpetus revolucionarios por la línea aprobada en el VII Congreso de la Internacional Comunista. Lo que sucedió después fue consecuencia de esé estado de ánimo colec tivo, que el miedo exacerbaría a lo largo de la trágica pri mavera del 36, cuyos documentos nos ha ofrecido de una manera que resulta definitiva Ricardo de la Cierva.
6.
La gran conspiración
A pesar de la enervante tensión política, el Ejército como institución seguía sin decidirse a intervenir directa mente en la política. N o era intención de los militares po ner o quitar rey, pero en sus filas iba abriéndose penosa mente camino la idea de que el Ejército resultaba la última y única reserva del país para imponer el orden y pacificar los espíritus, y fue ese portillo por el que los conspiradores de siempre fueron adquiriendo adeptos en las Fuerzas Armadas. Después de febrero, aceptado virtualmente por todos lo irremediable de la confrontación, el Ejército su frió las presiones y solicitudes de los bandos en pugna para garantizarse su apoyo o al menos su neutralidad. Las cons piraciones eran múltiples, con objetivos divergentes y sin ninguna coordinación entre ellas. Los grupos más dinámi cos de la derecha, la Falange y el Requeté, hacían objeto constante de sus demandas al Cuerpo de oficiales. Los grupos marxistas también trataban de conseguir el apoyo militar para una posible acción revolucionaria o de fensiva, bien partiera la iniciativa de ellos o del adversario. Las solicitudes de los grupos marxistas se dirigieron prefe rentemente a la tropa y a los suboficiales en un intento de crear células revolucionarias en todos los Cuerpos ar mados. Dada la pertenencia de la mayoría de los militares de cualquier graduación o categoría a la gran masa tradicional de que hablaba Ridruejo, predominaban ampliamente los apolíticos de matiz conservador, pero no faltaron núcleos •niportantes favorables a los grupos que se prefiguraban antagonistas. Los de izquierda se agruparon en la Union Militar Republicana Antifascista, nacida de la fusión de la Unión Militar Antifascista y la Unión Militar Repu-
blicana. La organización creada por Eleuterio Díaz Ten dero llegó a tener importancia, y en sus filas figuraban, al decir de Modesto, más de 200 oficiales sólo en la guarni ción madrileña l\ Del otro costado nació la Unión Militar Española, orga nización promovida por oficiales en su mayoría retirados, dirigidos por el comandante Rodríguez Tarduchi y el capi tán de Estado Mayor Barba Hernández, que en un princi pio tampoco encontraron demasiado apoyo, a pesar de que se ha dicho que se afiliaron a ella la mayoría de los oficia les. N o hay en absoluto ninguna prueba que demuestre este aserto y son numerosos los indicios que permiten ase gurar que el número de los oficiales pertenecientes a la UME fue muy pequeño. Estos pactaron con los monárqui cos, y así vieron ensanchada su débil base con la adhesión de los oficiales de complemento de esa significación y de los pocos profesionales que pertenecían a Renovación Es pañola. Los carlistas tenían muy débil representación en las filas del Ejército, que, en su versión moderna, había nacido y crecido en lucha contra ellos, pero tampoco les faltaron oficiales para instruir y dirigir sus requetés. Aun así, los militares querían permanecer al margen de los «complots» en curso. Cuando se empieza a conspirar en los cuarteles, nace una conspiración más, que no trata de fundirse con ninguna de las otras. El planteamiento ini cial es ir a un levantamiento, a consecuencia del cual el Ejército se encargaría de la dirección política del Estado hasta restablecer el orden y la ley, momento en que daría paso a una situación normal dentro del orden constitucio nal. Algo semejante a la dictadura republicana que preco nizaba Miguel Maura, y de la que parece que el más deci dido partidario era Miguel Cabanellas, según el testimonio de su hijo Guillermo. Pero esta eventualidad exigía una unidad de propósitos en los mandos militares que estaba muy lejos de existir. Al Ejército ya no le cabía el papel de árbitro entre dos fuerzas irreconciliables, que es el que le hubiera gustado representar. Sus miembros tendrían que decidirse individualmente entre las fracciones enfrentadas. Esta realidad privó al proyectado alzamiento de muchas IS Juan p.l 1-13.
Mo d e s t o , Soy del Quinto Regimiento (Col. Ebro,
1969)
adhesiones, y todavía, bastantes días después del 18 de ju lio, fueron numerosos los militares que mantuvieron el sueño imposible de una neutralidad que no les sería perm i tida. La mayoría de los que así pensaron pagaron su error con el cautiverio o la muerte, siendo no pocos los que su frieron condena en las dos zonas. La decidida postura de los militares conspiradores de mayor jerarquía y muy especialmente de Mola, que tomó la decisión de ir a una dictadura militar transitoria sin com promiso alguno con los partidos, aunque aceptando el pac tar con ellos, hizo muy difíciles las relaciones entre el ge neral Mola y los dirigentes políticos. Para Mola fue ya una contrariedad verse obligado a buscar una colaboración que no deseaba, pero que aparecía como absolutamente im prescindible, y de ahí su intento de solicitar esa colaboración de forma incondicional. N o quería verse obligado por nin gún pacto que hipotecara la actividad futura de la junta militar que regiría el país, pero, naturalmente, esta aspira ción era inalcanzable. Los grupos políticos no se avenían a ceder sus militantes sin sacar de ello algún beneficio. Los carlistas hicieron cuestión de honor que se restableciera como bandera de España la bicolor tradicional y el que se reformara la legislación religiosa de la República; los alfon sinos exigían una marcha atrás en todo lo dispuesto en ma teria social y los falangistas sostenían puntos de vista dia metralmente opuestos a los de Mola. Este quería ir a una dictadura militar transitoria con el apoyo de las fuerzas pa trióticas; José Antonio, una revolución nacionalsindicalista apoyada por el Ejército y servid? por él. El Ejército terminó dictando a todos su ley, que todos aceptaron, siempre que los restantes grupos hicieran lo mismo, y en la conjura entraron, de una u otra forma, to das las fuerzas del centro y la derecha, comprendida la CEDA e incluso los grupos republicanos conservadores. Todos ellos desearon y apoyaron con todas sus fuerzas el golpe militar y asistieron impacientes a los regateos de sus dirigentes, ^ara las bases, estas cuestiones no entraban en juego o te man un valor secundario; lo único importante era vencer al enemigo. En esa coincidencia final de los intereses de los grupos políticos y económicos con los deseos de la gran masa tradic'onal, se cumplía la premisa necesaria para desencadenar
la acción armada, y, a partir de ese momento, la conspira ción adquirió carácter dinámico y agresivo 16, pero la rectoría militar no se afirmaría hasta que el Ejército asimilara el contenido ideológico que le iban prestando las masas que le apoyaban, y de ahí el creciente cariz derechista que tomó el alzamiento en lo social, en lo político, en lo eco nómico y muy especialmente en lo religioso. Normal mente, los tratadistas, incluso católicos, se asombran del hecho incuestionable de que inicialmente los bandos de los militares no tocaran esta cuestión y de que, sin embargo, esa faceta tomara más tarde un matiz sobresaliente, y lo achacan a una burda táctica; pero la realidad es que fueron los hombres que se sumaron al alzamiento —los volunta rios navarros, alaveses, guipuzcoanos, castellanos, aragone ses, andaluces y gallegos— los que impusieron ese cambio. Salen con sus cruces al frente y con sus pechos constelados de «detentes», escapularios y medallas; y esto que surgió de forma casi espontánea, supuso una presión que los mili tares no podían en modo alguno resistir. El cariz de cru zada que tomó el alzamiento en los primeros tiempos es algo que se hizo sin que el Ejército lo deseara. Fue algo inevitable, porque ése era el impulso de los que dieron aire popular a la sublevación. Al final, dos fracciones irreconciliables de efectivos pa rejos se disponían a la confrontación suprema como resul tado de la intransigencia de unos y otros, y este particula rismo suicida hizo imposible la paz. La intoleraqpa de los que siempre se habían declarado antiparlamentarios y anti demócratas era algo descontado; pero que su conducta la imitaran quienes se decían liberales fue la causa directa del fracaso de la República, fracaso con que culminó el pro ceso desintegrador, que Ortega creía síntoma infalible de decadencia.
16 D i o n i s i o R i d r u e j o , Escrito en España
(Buenos Aires 1962) p-61
LA RELACION INICIAL DE POTENCIA
1. El medio Después de las jornadas iniciales y una vez que extensas superficies de dominio incierto cayeran naturalmente en la órbita de uno u otro contendiente, los sublevados se en contraron sólidamente establecidos en un amplio territorio continuo que comprendía la totalidad de Galicia; la meseta Norte, con las tierras castellano-leonesas del D uero; las provincias de Alava y Navarra; la mitad de Aragón, inclui das sus tres capitales, y la extremeña Cáceres. Separado de él, dominaban otro menor, que incluía las provincias de la Andalucía occidental, desde las que se ex tendían hacia oriente por un amplio corredor que abarcaba buena parte de las provincias de Córdoba y Granada, com prendidas sus dos capitales. Fuera de la Península, su auto ridad se prolongaba a las provincias insulares de Canarias y Baleares, con excepción de la isla de Menorca; a ios terri torios del Protectorado de Marruecos y a las colonias de Ifni, Río de O ro y Guinea Ecuatorial. El Gobierno mantenía bajo su control el resto del suelo nacional; es decir, la zona centro-oriental de la Pen ínsula, integrada por Cataluña, Valencia, Murcia y Cas tilla la Nueva, la Andalucía oriental y la enorme provincia de Badajoz en Extremadura. Al norte quedaba, completa mente aislada, la región cantábrica, con las provincias de Asturias y Santander, y las vascas de Vizcaya y Guipúzcoa. En el Mediterráneo, con las comunicaciones aseguradas Por el dominio del mar, la isla de Menorca, con la base naval de Mahón. Ambos contendientes partían de una difícil situación es tratégica, con sus territorios divididos y con diversos enc aves cn los dominados por sus contrarios. Quien consi-
guiera soldarlos obtendría una notable ventaja, que le permitiría reunir sus medios y lanzarlos sucesivamente contra los divididos de sus enemigos, sobre los que podría adquirir superioridad local en la dirección que eligiera. Esta ventaja parecía estar del lado del Gobierno, quien, además de dominar una superficie mayor, el 54,03 por 100 del suelo español peninsular y el 52,8 por 100 del nacio nal, podía operar por líneas interiores al retener la capital, centro radial de las comunicaciones por ferrocarril y carre tera, y las zonas costeras, mejor comunicadas por mar y tierra. Raymond Aron estima que la potencia respectiva de dos bandos en lucha viene definida por una ecuación, en la que las variables son, además del medio, los recursos y la ca pacidad de acción colectiva. Define el medio como el espacio disponible y su natura leza, comunicaciones y obstáculos. Valora los recursos ma teriales y humanos en función de las materias aprovecha bles y de la capacidad de transformarlas en armas o útiles, del número de hombres movilizables y de la posibilidad de hacer de ellos soldados eficientes, y, en definitiva, de la armónica relación, cuantitativa y cualitativa, de los elemen tos explotables y del nivel cultural y técnico de quienes hayan de utilizarlos. Pondera, por último, la capacidad de acción colectiva, midiendo el grado de adhesión y entu siasmo que susciten entre los ciudadanos los objetivos de la guerra, hecho que debe* reflejarse en la moral colectiva de tropas y retaguardia, en la organización y disciplina de las Fuerzas Armadas, en la calidad de sus mandos y, fun damentalmente, en el fortalecimiento de la vol&ntad de vencer y de la fe en la victoria; en conclusión, en la capaci dad para suscitar, mantener y llevar a buen fin una em presa común.
2.
Los recursos militares
a) Efectivos Los recursos militares con que contaba España en 1936 y la forma en que quedaron repartido?, nos ofrecen un dato fundamental para medir la relación inicial de poten-
cia dato que hubiera sido decisivo en una conflagración de corta duración, ya que en este caso no hubiera habido ne cesidad de echar mano de los restantes. Las fuerzas militares territoriales eran las siguientes: — Ocho divisiones orgánicas, compuestas por dos brigadas de Infantería, a dos regimientos; una brigada de Artillería, con un regimiento de caño nes y otro de obuses, un batallón de zapadores minadores y fuerzas auxiliares de Ingenieros, Caballería, Intendencia, Sanidad y Veterinaria. — Dos brigadas de montaña, cada una de ellas con dos medias brigadas, a dos batallones; un regi miento de Artillería de montaña y las correspon dientes fuerzas de Ingenieros y Servicios. — La brigada de montaña de Asturias, con dos re gimientos de Infantería y un grupo de Artillería. — Una división de Caballería, compuesta de tres brigadas, a dos regimientos, un grupo de autoametralladoras-cañón, un batallón ciclista de Infantería, un regimiento de Artillería a caballo y fuerzas de Ingenieros y Servicios. — Tropas y Servicios de cuerpo de ejército y ejér cito. — Guarniciones de los archipiélagos. — Guarniciones de las bases navales. — Unidades varias. Su distribución por Armas y Servicios era la siguiente: Infantería 40 regimientos (31 divisionarios, dos de la brigada de Asturias, cuatro en los archipiélagos y tres en las bases na vales), ocho batallones de montaña, dos regimientos de ca rros de combate, cuatro batallones de ametralladoras, un batallón ciclista, el batallón de la Guardia Presidencial, el grupo de Infantería del Ministerio de la Guerra. Caballería 10 regimientos (seis en la división y cuatro de cuerpo de ejercito), el grupo de autoametralladoras-cañón, el Depós,to Central de Remonta, dos depósitos de cría y doma.
Artillería 16 regimientos ligeros, un regimiento a caballo, cuatro regimientos pesados, cuatro regimientos de costa, dos re gimientos de montaña, un grupo de montaña para la bri gada de Asturias, tres grupos mixtos en las islas, dos gru pos antiaéreos, tres grupos de información de artillería, cuatro parques de cuerpo de ejército, ocho parques divi sionarios, columnas de municionamiento de la división de Caballería y de las brigadas de montaña. Ingenieros Un regimiento de zapadores minadores, ocho batallones divisionarios de zapadores, un batallón de pontoneros, dos regimientos de ferrocarriles, un regimiento de aerostación, un regimiento de transmisiones, un grupo de alumbrado e iluminación, un grupo de zapadores para la división de ca ballería y brigadas de montaña, Parque Central de Auto móviles, Centro de Transmisiones y Estudios Tácticos, cuatro grupos mixtos para las islas. Intendencia Ocho grupos divisionarios, dos compañías para Baleares y Canarias, secciones de tropa de las bases navales. Sanidad Dos comandancias con cuatro grupos divisionarios ca^a una, secciones de la división de Caballería y de las brigadas de montaña, compañías de los archipiélagos, secciones móviles de evacuación veterinaria. Otras fuerzas Banda Republicana, cuerpo de tren, 16 centros de movi lización y reserva, 60 cajas de recluta. Fuerzas
aéreas
Tres escuadras aéreas con ocho grupos de caza, recono cimiento e hidros, seis escuadrillas independientes para los centros de instrucción y misiones especiales.
Dos acorazados (uno en primera situación; es decir, fuera de servicio), siete cruceros (uno en primera si tuación y dos en construcción prestos para entrar en servicio), 17 destructores (tres anticuados, nueve de la serie Sánchez Barcáiztegui en servicio y cinco de la se rie Gravina a punto de entrar en servicio), 12 subma rinos (seis tipo «B» y seis tipo «C»), cuatro minadores (ninguno de ellos en servicio, aunque dos en fase de construcción muy avanzada), 11 torpederos (muy anti cuados), cinco cañoneros (muy anticuados), nueve guardacostas (muy anticuados), 32 buques auxiliares (guardapescas, planeros, transportes, remolcadores, etcétera). Aeronáutica Naval: nueve escuadrillas. Dos grupos de Infantería de Marina, un batallón de In fantería de Marina.
Fu e r z a s
de
S e g u r id a d
y
O
rden
P ú b l ic o
Guardia Civil: una Inspección General, cinco zonas, 24 tercios y 30 comandancias. Carabineros: una Inspección General, una Subinspección, 10 zonas y 20 comandancias. Seguridad y Asalto: 16 grupos de Asalto, 125 compañías y plantillas de Seguridad y dos grupos de escuadrones. De las fuerzas propiamente militares quedaron con el Gobierno: — 45 de los 91 batallones peninsulares y dos de los ocho insulares; es decir, 47, lo que representa el 49,56 por 100 de la infantería peninsular y el 47,47 por 100 del total. Tres de los 10 regimientos de Caballería, el grupo de autoametralladoras-cañón, el Depósito Central de Remonta y la Escuela de Equitación. Aproximadamente, el 40 por 100 de la caballe ría. Seis regimientos ligeros, dos regimientos pesa dos, dos de costa, uno de montaña, un grupo an-
tiaéreo, dos de Iq s tres grupos de información, tres de los ocho parques divisionarios, dos de los cuatro parques de cuerpo de ejército y las co lumnas móviles de municionamiento de la divi sión de Caballería y las brigadas de montaña, además de una de las baterías del grupo de Astu rias; en conjunto, un 47,47 por 100 de la artille ría. — Todos los regimientos de Ingenieros, seis de los ocho batallones de zapadores, el grupo de alum brado e iluminación, la Escuela de Estudios Tác ticos y el Parque de Automóviles; por encima del 67 por 100 de los medios humanos y mate riales del Arma. — El 43,01 por 100 de los Servicios de Intendencia y el 56,5 por 100 de los de Sanidad. Contó, pues, inicialmente con algo más del 47 por 100 de los efectivos totales del ejército territorial y muy cerca del 50 por 100 de los estacionados en la Península. Del Servicio de Aviación, incluida la aeronáutica naval, que en conjunto contaba con 5.343 hombres, quedaron en zona gubernamental más del 60 por 100. La marina de guerra, que disponía de 19.828 hombres, de los que 15.997 eran marineros y soldados, dejó en territorio so metido al G obierno muy cerca del 65 por 100 del total. Si de las fuerzas militares propiamente dichas pasamos a las de Orden Público, nos encontraremos con que la Guardia Cvil mantuvo en zona dominada por el Gobierno la residencia de 14 de las cabeceras de sus 24 tercios, de 29 de sus 59 comandancias, de 124 de sus 209 compañías de Infantería y de ocho de sus nueve escuadrones de caba llería. Aun teniendo en cuenta que fueron muy frecuentes y en algunos casos masivas las deserciones de guardias civi les en los primeros días de la guerra y aun estimando éstas en 3-000 guardias, aún quedarían en zona republicana el 51 por 100 del total de los componentes del Cuerpo. El Instituto de Carabineros, con siete de las 10 cabece* ras de zona, 10 de las 20 comandancias y 69 de sus 109 compañías, ofreció al Gobierno el 65 por 100 del total de sus fuerzas. El Cuerpo de Seguridad y Asalto tenía en Madrid, Barce
lona y Valencia 10 grupos de los 18 de que constaba; uno en Bilbao y otro en Badajoz, y de los seis restantes, con cabecera en Valladolid, Sevilla, Zaragoza, Oviedo, La Coruña y Granada, quedaron con el Gobierno fracciones muy importantes de los de Granada, con más de la mitad de sus efectivos en Málaga; Oviedo, con una fuerte guarnición en Gijón y Valladolid, de donde enviaron a Madrid algu nas compañías de Asalto y Seguridad. Todo ello y el he cho de que las compañías urbanas guarnecieran exclusiva mente las capitales de provincia y las localidades de mayor población, nos permite asegurar que más del 70 por 100 de los guardias de Seguridad y Asalto se mantuvieron a disposición del Gobierno. En el conjunto de las fuerzas de O rden Público, el G o bierno dispuso de los medios y efectivos de unas 275 compañías de las 440 que componían los tres Cuerpos de Seguridad y Orden Público, y prácticamente la totalidad de sus fuerzas de caballería y motorizadas, lo que representan el 62,5 por 100 del total. La importancia de esta aporta ción se mide en forma relativa por el hecho de que esas 440 compañías de guardias son el equivalente a 110 bata llones de Infantería; que, como hemos visto, sólo disponía de 99, de los que ocho estaban estacionados en las islas, en tanto que las compañías isleñas de guardias eran únicamente 20, y, por tanto, con efectivos de unos cinco batallones. Los guardias civiles, carabineros y los de Seguridad y Asalto de que dispuso el general Pozas le hubieran permitido consti tuir 275 compañías y agruparlas en 69 batallones, que, uni dos a los del ejército que retuvo el Ministro de la Guerra, suponían algo más del 55 por 100 de los efectivos peninsu lares del conjunto de todas las Fuerzas Armadas. Esta realidad optimista para el Gobierno quedaba atem perada por la existencia en el Protectorado y en los territo rios de soberanía del ejército de África de un ejército que quedó íntegramente en manos del bando nacional, que constaba de 47.127 hombres, incluyendo las intervenciones marroquíes, y que, por su grado de en ruadra mi ento. 'nstrucción y capacitación, podría resu 1 caso de que lograran pasar a la Penm¿m^í*S ^ ■•'Stas fu e r z a s e r a n las s i g u i e n t e s : ^ ^ ^
Tercio de Extranjeros: dos legiones, a tres banderas, más una de depósito; tuerzas regulares indígenas: cinco grupos (Tetuán, Melilla, Ceuta, Larache y Alhucemas), a tres tábores de Infantería y uno de Caballería; seis batallones de cazadores» dos grupos de ametralladoras de posición, dos agrupaciones de Artillería, un batallón de zapadores, un batallón de Transmisiones, tres grupos de Intendencia, dos grupos de Sanidad, dos compañías de mar, batallón de Ifm, con tres tábores de Infantería y una mía de Caballería; fuerzas de Cabo Juby y Río de Oro.
Fuerzas
j a l if ia n a s
Cinco mehalas (Tetuán, Melilla, Larache, Gomara, Rif), intervenciones militares y policía jalifiana. Pero estas tropas y las que guarnecían los archipiélagos se encontraban aisladas y sin posibilidad de enlazar con la Península, dado que la flota, casi íntegramente en manos del G obierno, bloqueaba el Estrecho y los mares, prohi biendo totalmente la navegación de barcos al servicio de los sublevados. Por añadidura, el Gobierno ejercía la supre macía aérea, lo que unido a su domino del mar hacía ab solutamente utópico todo intento de trasladar fuerzas marroquíes a Andalucía. Resumiendo todo lo dicÜo, re sulta que el Gobierno dispuso al comenzar la guerra del 55,49 por 100 de los efectivos de las Fuerzas Armadas te rritoriales, pero sólo el 45,31 por 100 del total de las dis ponibles. La distribución final de los efectivos de las Fuerzas Ar madas fue la siguiente: Z. R.
TOTAL
Ejército Servicio Marina Fuerzas
Z. N.
(zona republicana)
(zona nacional)
58.249
territorial ........... de Aviación .......................... de Orden Público
117.385 5.307 19.986 67.300
12.990 42.062
59.136 2.107 6.996 25.238
T
209.978
116.501
93-477
otal
3.200
X R.
TOTAL
Porcentaje d e las Fuerzas Ar madas territoriales ....................
Z N.
(zona republicana)
(zona nacionaJ)
55,48 %
44,52 %
M arruecos:
Fuerzas regulares Fuerzas jalifianas
................. .................
33.641 13.486
33.641 13.486
47.127
47.127
P o rc en ta jes de las Fuerzas Ar m adas en Marruecos ............. T o ta l g en era l
..
Porcentaje total Fuerzas Ar madas ........................................
100% 257.105
116.501
140.604
45,31 %
54,69 % 1
Los mandos
b)
Dentro del factor humano que estamos analizando, los mandos y la oficialidad tienen una importancia sustancial, pues vitalizan el conjunto y permiten constituir unidades eficientes. Resulta muy difícil apreciar el número de oficia les y suboficiales que quedaron en una y otra parte, pues fue muy grande la movilidad de este personal en las sema nas inmediatamente anteriores al 18 de julio. Aun así, po demos hacer un cálculo muy aproximado. En el Anuario militar de 1936 figuran 15.343 oficiales, sin contabilizar los pertenecientes a los Cuerpos Eclesiástico y de Inváli dos, y 16.038 si contamos con ellos. Estaban destinados en plazas que quedaron con el G obierno 2.188 oficiales de Infantería, 485 de Caballería, 1.040 de Artillería, 729 de Ingenieros, 835 de la Guardia Civil, 458 de Carabineros, 344 de Intendencia, 303 de Sanidad (médicos), 57 de Sa nidad (Farmacia), 42 de Sanidad (tropas), 57 jurídicos, 79 interventores, 262 de oficinas Militares, 20 profesores de equitación, 12 de la Brigada Topográfica, 42 músicos, 105 veterinarios, 47 alféreces de Aviación, 66 del cuerpo de tren, 136 de Estado Mayor y 53 del Estado Mayor GeneI
t
-a estimación se hace sobre la f uerza en plantilla y no sobre la pre sente el 18 de julio, pues todos los permisionarios recibieron orden de presentarse, y lo hicieron. Como la población de ZR era mayor, a ella Uir,an en mayor número, pero hemos despreciado esa circunstancia.
Datos de la guerra civil
ral. En total, "\624; es decir, el 49,69 por 100; algo menos de la mitad. Como los destinados en Africa eran 2.261 y en las islas 500, tenemos en el territorio peninsular que quedó con los sublevados un número que no llegaba a los 5.000 oticiales disponibles. De los 7.600 oficiales, generales y particulares que que daron a las órdenes del G obierno, fueron fusilados o ase sinados por suponérseles desafectos, cuando menos, 1.500, y un número no inferior sufrieron encarcelamiento y condenas. De los 4.500 restantes, unos 3.500 sirvieron en el Ejército Popular de la República y los otros 1.000 lograron refugiarse en embajadas o escondites diversos, siendo muchos los que consiguieron pasar a zona nacional. A los 3-500 oficiales en situación de actividad que sirvie ron al G obierno hay que sumar la fracción de los retirados por la ley de Azaña, separados del servicio y licenciados que se reincorporaron, y que fueron 2.000, por lo que la cifra mínima de los jefes y oficiales que prestaron su coo peración al Frente Popular se sitúa entre 5.000 y 5.500, cifra que contrasta radicalmente con la que siempre se ha dado en los libros al uso, y que todavía se queda corta, pues de ios 5.233 miembros del CASE fueron muchos los que optaron por volver al Ejército como oficiales. La primera vez que hicimos esta afirmación sonó a broma y fue recibida con escándalo; hoy se va abriendo paso con firmeza. Muy recientemente, la amnistía general concedida a este personal y el señalamiento de pensiones para ellos o sus deudos viene confirmando de una manera que no deja el menor lugar a la duda que la razón estaba de mi parte. En este punto, la línea de retirada de los que siguen aferrados a la leyenda se establece no ya en el nú mero —posición abandonada—, sino en su significado. Ahora lo que se afirma es que no más del 10 por 100 de ellos servían con voluntad, decisión y lealtad, y esto ya es mucho rnás vidrioso. Juzgar los hechos y las conductas le es posible al historiador; juzgar las intenciones resulta muy aventurado. Pero no olvidemos que de esos 5.000 a 5.500 oficiales que sirvieron al Gobierno, no menos de *>00 die ron la vida por su causa. Afirmar que todos los demás fue ron desleales o traidores, me parece indecoroso. La distribución por procedencias de este personal n° era, en modo alguno, homogénea. Quedaron con el Go
bierno una notable mayoría de los que ocupaban los em pleos superiores, generales y jefes, como consecuencia ló gica de su mayor concentración en Madrid —sede de la Administración Central Militar y de todas las dependencias y establecimientos centrales— y de su menor disposición, por razón de edad, para las aventuras revolucionarias. Por el contrario, fue abrumadora la mayoría de los que entre la joven oficialidad subalterna se unieron a los sublevados. Los oficiales procedentes de tropa, que eran muy num ero sos a partir de la ley de 5 de diciembre de 1935, mantuvie ron, en general, una actitud disciplinada, y en la inmensa mayoría de los casos se limitaron a obedecer a sus superio res, por lo que su distribución final respondió fielmente a su posición inicial. A la cabeza de las Fuerzas Armadas estaba el Estado Mayor General, constituido por tres tenientes generales, empleo declarado a extinguir por Azaña; 24 generales de división y 58 generales de brigada. El mando superior lo ejercían los ocho generales jefes de División Orgánica, el de la División de Caballería, los comandantes generales de Baleares y Canarias, el director general de Aeronáutica y los inspectores generales de la Guardia Civil y Carabineros estando al frente del ejército de Marruecos el jefe superior de las fuerzas militares de Africa. Teóricamente por en cima de ellos —pero sin mando—, el jefe de Estado Mayor Central y los tres generales inspectores; pero en realidad eran sólo 15 los que tenían mando directo sobre las tropas, y de ellos sólo cuatro se sumaron al alzamiento: el jefe de la 5.a División Orgánica, los comandantes generales de Ba leares y Canarias y el inspector general de Carabineros. En el Anuario militar de 1936 figura la situación del per sonal en activo a primeros de abril, y en él solamente existen 57 generales de brigada; pero es que entre la fecha de su publicación y la del alzamiento se produjeron las bajas de don Amado Balmes Alonso, que murió de accidente ortuito el 16 de julio, y de don Eduardo Augustin Ortega, pasó a la reserva el 12 de abril, y las altas de los coro neles de Infantería don Manuel García Benet y don Mifiuel Campins Aura y el coronel de Caballería don Antonio ■crrer de Miguel, con lo que se llega a los 58 generales de ''"fiada que había en activo el 19 de julio de 1936. demás de estos 85 generales figuraban en las escalas
activas cinco de la Guardia Civil, dos de Carabineros, uno del Cuerpo Jurídico, cuatro de Intendencia, dos de Inter vención y cuatro de Sanidad Militar, lo que elevaba el nú mero de oficiales generales a 103, y aún habría que añadir a Millán Astray a la cabeza del Cuerpo de Inválidos; pero el carácter especial de este Cuerpo no permite en rigor contabilizar a sus miembros como parte activa del Ejército aunque siguieran perteneciendo a él. De estos 103 generales* seis murieron en zona naciona lista al principio de la guerra. El general don Domingo Batet Mestre, jefe de la 6.a División Orgánica con cabecera en Burgos, que fue condenado a muerte en consejo de guerra celebrado en Burgos el 8 de enero de 1937 y fusi lado el día 12 del mes siguiente 2. El general don Enrique Salcedo Molinuevo, jefe de la 8.a División, con residencia en La Coruña, y fusilado en aquella misma ciudad. El gene ral don Miguel Núñez del Prado y Susvielas, director ge neral de Aeronáutica y desde el 19 de julio jefe de la 2.a Inspección General del Ejército, que fue hecho prisionero por los sublevados en Zaragoza, ciudad a la que se dirigió con ánimo de impedir que la 5.a División se uniera a los rebeldes, y que desapareció en circunstancias aún desco nocidas. El general don Miguel Campins, jefe de la 3.a Brigada de Infantería y comandante militar de Granada, fusilado en Sevilla. El general don Rogelio Caridad Pita, jefe de la 15 Brigada de Infantería en La Coruña, fusilado en esta ciudad; y el general don Manuel Romerales Quin tero, jefe de la Circunscripción Oriental Melilla-Rif de las fuerzas militares de Marruecos. Finalizada la guerra fueron juzgados en consejo de gue rra, sentenciados a muerte y fusilados don Toribio Martí2 En el inmoderado afán de dramatizar acontecimientos ya de por sí suficientemente dramáticos» se viene afirmando que el general Batet fue condenado a dos penas de muerte, y no falta quien dice que, con macabra ironía, le fue conmutada una. La verdad es que la sentencia dice textual mente: «Falladlos: Que debemos condenar y condenamos al Excmo Sr. General de División don Domingo Batet Mestre a la pena de muerte, con las accesorias en caso de indulto que determina el párrafo 2.° del artículo 185 del Código citado, y debiendo reintegrar, en concepto de r e s p o n s a b i lidad civil, los daños que en su día puedan ser fijados y atribuidos por ** participación que por esta se n t e n c ia se declara probada.» Firmaban Burgos a 8-1-37 todos los componentes del consejo de guerra. La cau*9 era la 1 30/36.
nez Cabrera, comandante militar de Cartagena al iniciarse la contienda, y don José Aranguren Roldán, jefe de la 5.a Zona de la Guardia Civil, con cabecera en Barcelona. Muchos autores, aunque cada vez menos, añaden a estos ocho hombres otros muchos, hasta un total que sobrepasa, en ocasiones, el doble de esa cifra. Habitualmente figuran en la lista de los asesinados o fusilados por los nacionalis tas los generales de división don Agustín Gómez Morato, don Juan García Gómez Caminero, don Nicolás M olero Lobo y don José Fernández de Villa-Abrille Calibara, y los generales de brigada don Julio Mena Zueco, don Víctor Carrasco Amilibia y don Julián López Viota. Don Agustín Gómez Morato, que era jefe de las fuerzas militares de Marruecos, fue detenido el 17 de julio en M e lilla, adonde llegó en avión procedente de Larache para tratar de abortar el recién iniciado alzamiento; pilotaba el avión su yerno, el capitán de Aviación don Santos Rubiano Fernández, que moriría el 3 de enero del 37 cuando su avión fue derribado en el frente de Madrid, sector de Po zuelo, por el fuego republicano. En las filas nacionales fi guraron, además de éste, tres de sus hijos. El general per maneció arrestado toda la guerra. Causó baja en el Ejército por decreto número 125, de 23 de diciembre de 1936, BOE número 67, y, finalizada ésta, fue procesado en la causa número 1/1940, compareciendo ante la sala de justi cia del Tribunal Supremo del 4 de julio de 1941. Fue con denado a la pena de doce años de prisión mayor, aunque pronto quedó en libertad, fijando su residencia en Valen cia, donde falleció el 1.° de febrero de 1952. El general García Gómez Caminero ocupaba la Jefatura de la 3.a Inspección General; en vísperas del alzamiento viajo por todas las divisiones sometidas a su inspección para tratar de disuadir a los que quisieran sublevarse. El 19 Je estaba en León y durmió en Astorga; y al com pro bar que la sublevación era inevitable, consiguió atravesar la r<>ntera portuguesa, desde donde marchó a Madrid acom pañado de su jefe de Estado Mayor, el general Ramírez ríguez. bormó parte del tribunal que condenó a niucrtc al general Fanjul, fue jefe de la 3 a División, en la jluc sustituyó al general Miaja, y poco después fue nom- (> 'nsPector de la División de Albacete y de las provinl
les, todo ello sin dejar el mando de la División valenciana. Cesó al cumplir la edad reglamentaria el 20 de febrero del 37 y murió de muerte natural el 14 de diciembre de ese año. El general Fernández de Villa-Abrille, que mandaba la 2.a División Orgánica en Sevilla, fue destituido y detenido por Queipo de Llano, que le suplantó en el mando. Fue dado de baja por el decreto número 127 en la misma fecha que Gómez Morato y compareció ante el consejo de gue rra el 4 de febrero de 1939. Se le condenó a seis años de prisión correccional. Murió en Madrid el 28 de enero de 1946. El general Molero, el más «fusilado» de todos, del que Guillermo Cabanellas llega a decir literalmente: «Molero no fue fusilado por estar incurso en el delito de rebelión, sino que, aún convaleciente de la herida recibida, se le eje cutó sentado en una silla, por no poder sostenerse de pie»; y, para que no quedara duda de esta refinada crueldad, insiste reiteradamente, afirmando categóricamente que, «contra esparcidos rumores y aseveraciones de algunos historiadores, el general Nicolás Molero Lobo que había sido jefe de la 7 .a División Orgánica, fue fusilado» 3. La realidad es que, como Gómez Morato y Villa-Abrille, fue baja en el Ejército por decreto número 128, de 23 de di ciembre de 1936. Compareció en dos ocasiones ante el consejo de guerra; la primera, el 31 de agosto de 1937, y fue condenado, por negligencia, a tres añoi y un día de reclusión; en la segunda ocasión, esta sentencia, de la que había disentido el auditor, se elevó a treinta años de reclu sión mayor, que le fue conmutada por la de doce el 15 de febrero de 1938, quedando en libertad el 15 de noviembre de 1940. De allí pasó a Barcelona, y murió en el hospital militar de la Ciudad Condal el 11 de noviembre de 1947. El general don Julio Mena Zueco se acababa de incorpo rar el mismo día 18 de julio a la 11 Brigada de Infantería» en la que sustituía al general González de Lara, que había sido detenido y trasladado a las prisiones militares de Guadalajara, donde moriría, hecho que fue decisivo en ^ condena de Batet. Fue detenido por sus nuevos subordi3 Guillermo Cabanellas, La guerra de los mil días p.430 y 431 (t-1 y 874 t.2).
nados y se le instruyó una causa sumarísima, que fue so breseída sin declaración de responsabilidad, aunque se le separó del servicio. Permaneció arrestado hasta el 11 de marzo de 1937 y murió después de terminada la guerra. La pretendida muerte violenta del general Mena se debe al testimonio del difundido autor y secretario judicial en Burgos don Antonio Ruiz Vilaplana, que en su famoso li bro Doy fe, en el que, junto a un pequeño número de ver dades, desliza un elevado número de falsedades, hace al general Mena jefe de la Guardia Civil de Burgos y lo fusila en compañía de un grupo de burgaleses republicanos. D e talla que «los cuerpos del general Mena, el de un leal co ronel de Caballería y de otros cinco habitantes bien cono cidos de Burgos fueron encontrados en una colina cerca del kilómetros 102 de la carretera de Valladolid» 4. Hugh Thomas aclara que el coronel de Caballería era Rubio Saracíbar, pero la realidad es que el general no era Mena, y el coronel, tampoco Rubio Saracíbar, antiguo gobernador civil de Valladolid, que efectivamente fue muerto, pero no en Burgos. La fuerza de la letra impresa es tan grande, que incluso yo mismo caí en el error de creer que algo de lo escrito por Ruiz Vilaplana tenía que ser cierto, y supuse que el jefe de la Guardia Civil a que se refería, y que no podía ser Mena, sería el coronel Villena, y así lo escribí en mi Historia del Ejército Popular de la República; pero tam poco Villena fue «paseado» 5. Luis Villena Ramos, que mandaba el 12 Tercio de la Guardia Civil, con cabecera en Burgos, fue destituido el día 8 de agosto; se le practicó una información, que se resolvió favoiablementc para él, y el día 10 de septiembre de 1937 fue condenado por un con sejo de guerra a seis años de prisión por un delito de ne gligencia. El general López Viota mandaba la 2.a Brigada de Arri c ia en Sevilla; causó baja en el Ejército por decreto nú mero 134, de 23 de diciembre de 1936; compareció ante - conse)° de guerra en Sevilla el 4 de febrero de 1939, y ue condenado a seis meses y un día de prisión correccioa . con la accesoria de suspensión de empleo, quedando Thnnv!c^,ll/ YIIA1>IANA, Doy fe (Londres 1939) p.65 (cit. por Hugh ornas y muchos otros). p 12 i " AI As U r ra x a h a l, HixJorta del Ejército Popular de la República 1.1
en libertad. Murió de enfermedad el 6 de diciembre de 1945. Finalmente, el general Víctor Carrasco Amilibia, al que dan por fusilado todos los autores comunistas y algunos otros, era el jete de la 6.a Brigada de Artillería y se sumó al alzamiento, pero tue destituido por García Escámez al entender éste que su actuación pecaba de debilidad y ne gligencia. Fue arrestado y trasladado a la ciudadela de Pamplona el 20 de julio. Causó baja por Decreto número 131 en la misma fecha que casi todos los restantes genera les y se le procesó en la causa número 9.087/38. Compa reció ante el consejo de guerra en Burgos el 14 de octubre de 1939 y se le condenó a tres años y un día de prisión correccional, quedando en libertad por tener extinguida la condena. En resumen, los nacionalistas dieron muerte a ocho ge nerales, de los que siete formaban parte del Estado Mayor General y uno de las fuerzas de O rden Público. En territorio republicano, los generales en activo muer tos fueron los tenientes generales don Pío López Pozas y don José Rodríguez Casademunt; los generales de división don Eduardo López de Ochoa y Portuondo, don Manuel Goded Llopis, don Rafael Villegas Montesinos y don Joa quín Fanjul Gómez; los generales de brigada don Gonzalo González de Lara, don Francisco Patxot Madoz, don José García Aldabe y Mancebo, don Federico de Miquel Lacourt, don Alvaro Fernández Burriel, don Manuel Lon Laga, don Jacinto Fernández Ampón, don Oswaldo Capaz Montes, don José Bosch Atienza, don Justo Legorburu Domínguez Matamoros, don Emilio Araujo Vergara y el general de la 1.a Zona de la Guardia Civil, don Luis Grijalbo Telaya. Además sufrieron esa misma suerte los in tendentes general don José Marcos Jiménez y don Fran cisco Jiménez Arenas y murió en la cárcel de las Ventas el día 28 de noviembre de 1936 el general jurídico don An gel García Otermín. El balance final se sitúa en ocho generales muertos en zona nacional y 21 en territorio gubernamental, lo que hace un total de 29, que representa un porcentaje del 28,15 por 100 de los que estaban en servicio activo. En la Armada, la situación era la siguiente: figuraban en los Estados Generales seis vicealmirantes y 13 contralifli-
rantes, pero el 18 de julio se habían reducido estos últi mos a 12, pues con posterioridad al 1 de junio pasó a la reserva el vicealmirante don Tomás Calvar y Sancho, falle ció el también vicealmirante don Sebastián Gómez Pablos y Rodríguez Arias y ascendieron a vicealmirantes en sus va cantes los contralmirantes don Francisco Márquez Román y don Indalecio Núñez Quijano y en las que éstos ocasionaron sólo el capitán de navio don Adolfo Leiría y López. Había, además, tres generales de Ingenieros, dos de Artillería, uno de Infantería, uno de Máquinas, tres de Intendencia, tres de Sanidad y tres jurídicos; es decir, 16 generales o asimilados, que, unidos a los 18 almirantes, totalizan 34 oficiales generales. Murieron en zona nacional el contralmirante don Anto nio Azaróla y Gresillón, comandante del arsenal de El Fe rrol; el igualmente contralmirante don Camilo Molins Ca rreras, que ocupaba el mismo puesto en Cartagena, y que fue condenado a muerte y fusilado después de terminada la guerra, y el general auditor don Fernando Berenguer y de Las Cajigas, que sufrió idéntica suerte. Azaróla murió en El Ferrol, Molins en Cartagena y Berenguer en Barce lona. En zona republicana fueron fusilados o asesinados ios al mirantes Márquez, Navia Osorio, Salas González, Del Río, Pascual de Povil, Fontenla y Cervera Valderrama; y los ge nerales González de Aledo, del Cuerpo de Ingenieros; Martínez Ayala, del de Intendencia, y García Parreño y Martínez Cabañas, del Cuerpo Jurídico; con lo que el ba lan final se establece en tres almirantes o generales fusi lados por los nacionalistas y 11 por los republicanos, en conjunto, 14 almirantes o generales de un total de 34, lo que supone más del 40 por 100; terrible porcentaje, que se eleva al 50 por 100 si nos referimos a los miembros del almirantazgo, de los que murieron violentamente °ueve de sus 18 componentes 6. Enorme sangría la del generalato, que perdió más del 30 Por 100 de sus miembros, con un índice de mortalidad (> r n ^m c r o 95, correspondiente a febrero de 1976, «Historia ” Public» un artículo mío con el título Los 40 generales víctimas *'uerra ftvtl. En el decía: «Abrigo dudas de la suerte que corrieron kunos generales». Hoy estas dudas se han disipado, y los 40 de entonV i n
(¡e /J
(cs suben a 43.
superior al doble de las más castigadas unidades de cho que. Los restantes generales, los que quedaron vivos, no sufrieron tampoco muy buena suerte. Ya hemos visto la que les deparó la fortuna a los generales con mando en zona nacional que no se sumaron al alzamiento. Los otros, en una u otra zona, fueron en su mayoría separados del servicio o pasados a la reserva; muy pocos se salvaron de la sanción y fueron muchos los castigados en ambas zonas. Quedaron en el servicio activo 17 generales en zona na cional y 22 en la republicana. De los sublevados, uno, Franco, alcanzó el puesto de generalísimo de los Ejércitos y jefe del Estado; cuatro: Mola, Queipo de Llano, Saliquet y Orgaz, mandaron ejército; dos: Varela y Espinosa de los Monteros, cuerpo de ejército. Los restantes se limitaron a ocupar puestos subalternos en la Administración civil o mi litar. En zona gubernamental, uno llegó a ser ministro de la Guerra: Castelló; otro, fugaz jefe del Estado Mayor Cen tral: Martínez Cabrera; otro, jefe de grupo de ejércitos y, al final de la guerra, generalísimo de Tierra, Mar y Aire, con funciones delegadas del Gobierno para la zona Centro-Sur: el general Miaja; y siete más mandaron, de forma más o menos continuada, ejército: Riquelme, Pozas, Martínez Monje, Bernal, Llano de la Encomienda, Gámir y Carde nal, éste accidentalmente. Resumiendo el capítulo de personal, podemos afirmar que, en cuanto a efectivos, se produjo una situación de equilibrio, que se rompía a favor del bando nacional por h superior calidad de las fuerzas africanas. El ejército territorial tenía sus unidades casi permanen temente incompletas por licencias y permisos. Muchas ve ces diseminadas en destacamentos alejados entre sí y de sus planas mayores; asimismo, una buena parte de sus efec tivos se distraía en rutinarios servicios de plaza y cuartel Como consecuencia de ello, un grado bajísimo de instruc ción y unos niveles de eficacia escasamente superiores a los de una fuerza irregular, como habría de ponerse de manifiesto apenas iniciada la guerra.
3.
Las armas y los medios de combate
Una vez que hemos visto cómo se distribuyó el pers°' nal, vamos a ver cómo se repartió su material:
Con arreglo a las previsiones de Azaña, los regimientos de Infantería disponían de una reserva de armas para cons tituir su tercer batallón; los batallones de zapadores, de la necesaria para armar a un 25 por 100 de soldados sobre sus efectivos de paz; los regimientos de Artillería, para constituir un tercer grupo, y, en general, todos los restan tes Cuerpos contaban con una reserva igual al 25 por 100 de la dotación de sus unidades. Todos los Cuerpos dispo nían de las reservas reglamentarias. Las dotaciones de armamento, municiones y material de los Cuerpos armados indican una existencia en los Cuerpos activos peninsulares e isleños de 105.160 fusiles, y en el Ejército de Africa, de 26.934 en las fuerzas regulares y de una cifra que desconocemos, pero que no sería inferior a los 10.000 mosquetones y fusiles, en las dependientes del Majzen. Disponían, por tanto, las unidades de un número de armas portátiles incluido entre un mínimo de 140.000 y un máximo de 145.000. En los parques divisionarios y de Cuerpo de ejército se almacenaba una ingente cantidad de armas de este tipo procedentes de los stocks previstos para la movilización y de los remanentes que había producido la drástica reduc ción de regimientos operada por Azaña. Desconocemos las cifras exactas de lo almacenado, pero todo hace suponer que ningún parque divisionario disponía de menos de 25.000 fusiles, siendo la cifra de los conservados en los * Parques de Cuerpo de Ejército, como poco, el doble de ésta; lo que eleva el número de estas armas en poder del Ejército a una cifra comprendida entre la 40U.000 y las 500.000. Las fuerzas de Seguridad y Orden Público eran deposita rías de las suyas propias y de las del antiguo Somatén, y, siendo 64.650 los suboficiales y guardias dotados de este armamento, no resulta aventurado asegurar que, con toda probabilidad, el número de armas de este tipo en poder de estos Cuerpos rebasaría la cifra de las 100.000. La Marina almacenaba sus propias reservas, y las del disuelto Cuerpo de Infantería de Marina y tenía a disposiCl()n inmediata las de dotación de la marinería y las de los 4íww\S a cxtmKuir de Infantería de Marina; como mínimo, ■■>'uM)() armas. Ll Servicio de Aviación, que contaba con 4.698 subofi-
dales y soldados, dispondría de un mínimo de 5.000 fus¡. les, y los Cuerpos locales de Cataluña y las Vascongadas, de cuando menos, un millar. El total general rebasaba, de largo, las 600.000 armas portátiles, cifra suficiente para equipar a 438 regimientos de tres batallones del tipo orgánico reglamentario. El Gobierno retuvo las pertenecientes a los Cuerpos armados que quedaron de su lado, las conservadas en los parques de Madrid, Barcelona y Valencia y las de las fuer zas locales. Las del Ejército eran 50.339, sin contar las del recién creado Batallón Presidencial, que disponía de no menos de 405. En los parques de Madrid, Barcelona y Valencia ha bría, como cifra mínima, 150.000. En Madrid, la cifra se sitúa, según las fuentes más solventes, entre 50.000 y 65.000. En Barcelona, el número sería muy semejante, aunque Ricardo Sanz —miembro de la Comisión organiza dora de las columnas catalanas y uno de los máximos diri gentes militares de la CNT— ha escrito que «en la Maes tranza de Artillería situada en los cuarteles de San Andrés estaban depositados 90.000 fusiles y grandes cantidades de ametralladoras, bombas y municiones y material» 1. En Va lencia hubo suficientes para dotar a las columnas que salie ron hacia Teruel, Andalucía, el Centro y Baleares, incluso para dejar en posesión de la CNT local una decena de mi les de fusiles; y aún se pudieron enviar a Madrid 20.000, según testimonio oficial del Partido Comunista 8. En el territorio de la 3.a División eran varios los miles de fusiles almacenados en los pañoles de la base naval de Cartagena, y si a ellos sumamos los de las dotaciones de la flota, la casi totalidad de los que tenían en su poder las fueras aéreas y todos los de los Cuerpos forales, llegamos a la conclusión de que el Gobierno dispuso desde el primer momento de unas 275.000 armas largas, lo que le hubiera permitido dotar a 205 regimientos de tres batallones del tipo reglamentario. Las dotaciones de fusiles ametralladores y ametralladoras 7 R i c a r d o S a n z , L os que fuimos a Madrid. Columna D urruti-26 Di
visión p.55. H Guerra y revolución en España. Comisión presidida por Dolores Iba rran, 1. 1 p.172.
ran de 2.247 y 1.458, respectivamente, para el ejército territorial y 528 y 220 para el de Africa. El G obierno con servó 879 fusiles ametralladores, 628 ametralladoras y 698 m orteros. Cifras reducidas que mejorarían notablem ente, pues las existencias en lo s parques eran cuantiosas, aunque
para mí desconocidas. Si suponemos que, como en el caso de los fusiles y mosquetones, lo almacenado doblaba en núm ero a lo m ante nido en las unidades, el G obierno hubiera podido dotar de fusiles ametralladores a 17 5 batallones; de ametralladoras a 234, y de morteros, a 123. Naturalm ente, las unidades que combatieron en la guerra en uno y otro campo se m antu vieron con dotaciones muy por debajo de las reglamenta rias de preguerra, lo que da una idea de las posibilidades de que dispuso el G obierno, que de lo que estaba más pobre, que era de morteros, los podía fabricar, pues tanto los morteros de 50 como los de 81 se fabricaban íntegra mente en España y su construcción no ofrecía ninguna di ficultad técnica especial. Las plantillas artilleras del ejército territorial ascendían a 1.124 piezas; de ellas, 128 cañones de Infantería, 788 ca ñones y obuses de campaña, 116 piezas en los regimientos de costa y 16 en los grupos antiaéreos. En Africa había 85 piezas, una en cada uno de los batallones de cazadores, tres en las legiones del Tercio, 28 en cada una de las agrupa ciones, tres en los grupos de fuerzas regulares indígenas y dos en el Sahara. Casi seguramente, las dotaciones del re cientemente creado batallón de Tiradores de Ifni sumarían otras tres piezas más, lo que elevaría el total a 88, de las que 32 serían cañoncitos de Infantería. El resumen se establecía en la forma siguiente: 157 pie zas de acompañamiento de Infantería, de las que 56 quearon en poder del Gobierno; 844 piezas de campaña, de ellas 788 en el ejército territorial, de las que el G obierno retuvo 328; 16 antiaéreas, de las que ocho quedaron en zona gubernamental, y 116 cañones de defensa de las cosas> e los que 92 conservó el G obierno; de esas 92 piezas, uando menos 24 eran antiaéreas. Gil ^ tas’ clue eran ^as dotaciones reglamentarias, el F ° f S ^ ^ asares Quiroga mejoraron las de Baleares y en 1 ^art'r ^935, cuando la tensión producida editerráneo como consecuencia de la aventura ita-
liana en Abisinia produjo una tensión internacional que nos obligó a reforzar esos puntos sensibles de nuestra geo grafía en previsión de un posible conflicto que nos forzara a la defensa de nuestra tradicional neutralidad. Sabemos con certeza que a Menorca fueron tres baterías antiaéreas de 105 mm. —que aumentarían a doce el número de estas piezas con que contó el Gobierno— y 30 piezas antiguas de Marina, que se instalaron en Mallorca. Los elementos artilleros que quedaron en poder del Gobierno fueron relativamente escasos: el 43,06 por 100 del poder actual del Ejército territorial y el 40,03 por 100 del conjunto de la masa artillera del Ejército español; pero esta proporción mejoraba notablemente, porque una frac ción importante del poder artillero de los sublevados se encontraba inmovilizado en Marruecos y en los archipiéla gos; porque existía gran número de piezas en los parques y porque más de 100 se encontraban en construcción avanzada en La Constructora Naval, de Reinosa, o en trance de modernización en Trubia y Placencia de las Ar mas. En Trubia se modernizaban los cañones de 75 y se fabri caban los de calibre 45, 105 y 155 mm. En Reinosa se encontraban en estado avanzado de fabricación 24 nuevas baterías, de las que por lo menos cuatro estaban total mente disponibles para su entrega; y en Placencia de las Armas se hallaban dispuestas las piezas ligeras que habrían de equipar a los nuevos cruceros Canarias y Baleares. Estas piezas de la reserva quedaron, en su totalidad, en poder del Gobierno. En Trubia pasaban del centenar las que se almacenaban o fabricaban, y así el Comité de guerra asturiano dispuso muy pronto de una neta superioridad ar tillera; de las 96 que se construían en Reinosa, 18 estuvie ron disponibles inmediatamente. En los parques de Ma drid, Valencia, Barcelona y Cartagena se custodiaban más de un par de centenares. Sólo en Madrid, el número de piezas existentes pasaba seguramente de 50, de las que 43 se pusieron en servicio inmediatamente. Con esta preci sión, la relación final de material artillero se establece así: En zona gubernamental, 484 piezas, de la dotación or gánica de los Cuerpos armados, y un mínimo de 200 piezas disponibles en parques y fábricas, con un total a corto plazo del orden de las 700, con posibilidades de increm efl'
tarlo por encima de las 800 en un breve período de tiem po. Como hemos dejado indicado, el total teórico que con arreglo a la ley debía existir en los Cuerpos era de 844 piezas d e campaña, independientemente de las reservas acum uladas en vistas a una eventual movilización.
El mariscal soviético Voronof, que fue consejero princi pal de la artillería del Ejército Popular, afirma que el nú mero de piezas con que contaba el Ejército el 18 de julio era de 756, exactamente el número correspondiente a las dotaciones de los regimientos del Arma, pero no se incluye las correspondientes a los grupos mixtos ni las piezas de Astu rias, y de ahí que su número difiera del indicado por noso tros exactamente en las 20 piezas de las dotaciones regla mentarias de los grupos mixtos de los archipiélagos, las 12 del grupo de montaña de la brigada de Asturias y las 56 de las dos agrupaciones del Protectorado, y, según él, de esas piezas sólo 220 quedaron con el Gobierno, pero su conta bilidad es tremendamente caprichosa. Sólo incluye 60 de las 63 baterías en armas que permanecieron en zona gu bernamental y se olvida de las 12 de la reserva de cada Regimiento, aunque no cuando hace el cómputo del con junto nacional; doble contabilidad que recuerda la de Azaña cuando comparaba las cifras del personal que en contró a su llegada al Ministerio y a las que lo redujo a través de su gestión. Así, a los regimientos enemigos con tabiliza no sólo sus 36 piezas reglamentarias, sino además las 12 de la reserva de los propios. Sin embargo, el mariscal soviético nos da algunas infor maciones interesantes; así, ai hablar de los regimientos de Costa y grupos antiaéreos, dice que contaban con unas 150 piezas de costa desde 101,6 hasta 381 mm. de calibre y cerca de 60 cañones antiaéreos de distintos sistemas y cali bres . Las dotaciones eran exactamente de 208 cañones de estos tipos, 192 en los cuatro regimientos de Costa y 16 en os dos grupos de Defensa contra Aeronaves, cifra coincientc también en este caso con las que nos indica el marisP l esc conjunto de piezas, 124 quedaron en poder del o cierno, las 116 de los regimientos de Cartagena y a ion y las ocho del grupo antiaéreo de Carabanchel. orno recapitulación general, subrayamos el hecho de <) V okonof, lia jo la bandera de la España republicana (Moscú) p 7 1
que el G obierno dispuso de elementos suficientes para constituir de forma inmediata más de 150 baterías, y que ese número podía haberse elevado por encima de las 175 en un brevísimo plazo de tiempo. Si tenemos en cuenta que el general Mola indicaba en sus instrucciones que la relación artillería-infantería en que debieran de salir las fuerzas era de una batería por batallón, el Gobierno tuvo la posibilidad de dotar a 150 batallones con la artillería que consideraba conveniente el director del alzamiento. Por supuesto, a lo largo de la guerra, ni las mejores unidades de uno y otro bando llegaron a alcanzar esa proporción artillera como dotación propia. El material era bastante heterogéneo y anticuado; los re gimientos ligeros disponían de viejos cañones de 75 y buenos obuses de 105 mm.; los pesados, de antiguos ca ñones de 150 y de modernos obuses de 155 mm., y exis tían algunas piezas de 127. El material de montaña estaba constituido por obuses de 105 mm., y las piezas de acom pañamiento eran unos cañoncitos muy poco eficaces y de corto alcance, de 70 mm. de calibre. Las reservas de los Par ques estaban, en general, constituidas por material más ve tusto, procedente de las campañas africanas o de los bu ques desguazados de la Armada. Estas reservas de la Ar mada, que debían de ser muy numerosas, aunque carece mos de datos concretos, facilitaron medios de ocasión a las columnas iniciales. En lo referente a material de Ingenieros, la distribución resultó sumamente favorable al bando gubernamental; quedaron en la zona controlada por el Gobierno todos los regimientos del Arma, seis de sus ocho batallones de za padores y otras unidades de menor importancia, además del Centro Superior de Estudios Tácticos de Ingenieros. Su superioridad absoluta se redujo algo con la evasión del regimiento de Transmisiones, que escapó de Madrid el 20 de julio con todo el material que pudo transportar, y que se incorporó en Segovia a las fuerzas nacionales. De cual quier forma, fue abrumadora la superioridad del Gobierno en medios de comunicación, fortificación y transportes. Finalmente, el Gobierno retuvo la totalidad de los me dios cartográficos y fotográficos del Ejército, lo que su puso una enorme ventaja frente a sus oponentes, privados de cartas, planos, mapas y sin medios para reproducirlos.
En lo referente al Arma de Caballería, la situación se invertía: siete de los diez regimientos del Arma quedaron con los sublevados, aunque el recentísimo traslado de dos de ellos hizo que éstos estuvieran muy mal dotados de ga nado. El Gobierno conservó los medios de la brigada de Barcelona, del regimiento de Valencia y de la única unidad motomecanizada del Arma, el grupo de autometralladoras-cañón de Aran juez. Los medios de Intendencia y Sanidad se repartieron más equilibradamente, pero con ventaja para los gubernamen tales debido a la acumulación de recursos en Madrid. Si de los medios terrestres pasamos a los aéreos, la si tuación era la siguiente: el Servicio Militar de Aviación, que estaba en vía de transformarse en Arma indepen diente, era un órgano autónomo que se nutría con oficiales pertenecientes a las distintas Armas y Cuerpos del Ejér cito, en cuyas escalas continuaban y a las que seguían per teneciendo y podían regresar en cualquier momento. Se disponía de 26 escuadrillas, con un total de 300 aviones, de los que 60 eran cazas del tipo Nieuport 52 y algunos Fury, cuatro trimotores Fokker y 20 hidros Dom ier Wall; el resto, Breguet XIX de reconocimiento y bombardeo, algunos De-Havilland Dragón y Junkers monomotores. . De ellos quedaron con el Gobierno algo más de los dos tercios, incluyendo la casi totalidad de los cazas, de los que sólo diez cayeron en poder de los sublevados: siete que se encontraban en revisión en Sevilla y tres que tomaron tierra en Granada por error, creyéndola en poder del G o bierno. La Aeronáutica Naval, otra de las ramas del servicio de Aviación, dependientes ambas de la Dirección General de Aeronáutica, disponía de 9 escuadrillas, con 107 aviones o hidroaviones en servicio, de los cuales sólo 11 quedaron del lado de los sublevados; ocho hidros en Ma rín, del tipo Saboya, y tres Dornier en Cádiz. El Gobierno retuvo el resto, que incluía a 27 aviones torpederos Vickcrs, que era el material más moderno con que contaba la aviación militar en aquel momento 10. Raí ai i. ni; i.a G u a r d i a , en Crónica de la Aeronáutica Naval Española (Madrid 1977), ofrece un cuadro exhaustivo de la situación de los 107 aviones tic la Aviación naval (t.2 p .1011-1015).
La Aeronáutica Civil, la tercera rama de la Aviación, disponía de los 22 aviones de transporte de las Líneas Aéreas Postales Españolas, y todos ellos quedaron en po der del Gobierno; algunos eran modernos Douglas DC-2 y Fokker, siendo 13 los polimotores terrestres; comple taban el cuadro los aviones y avionetas de los aeroclubs, material sin ningún valor militar, pero que en los primeros días prestaron inestimables servicios. En resumen, 450 aviones de muy distinta calidad, de los que unos 350 permanecieron con el Gobierno. Se ha dicho, y es verdad, que este material era anticuado y de escaso valor militar y que por añadidura eran muy reducidas las reservas de bombas, armas y municiones; pero estos conceptos son puramente relativos; un material sólo es anticuado cuando tiene que enfrentarse con otro más moderno, cuando su oponente tiene superior potencia de fuego. Cuando se enfrentan aviones de similares carac terísticas, lo único que predomina es el número y la habili dad de quienes los manejan. Sólo la aparición de un mate rial más moderno y mejor armado pone de manifiesto la inferior calidad del anticuado, que automáticamente queda barrido de los cielos. De ello resulta que durante las pri meras semanas de la guerra, la superioridad aérea por parte del G obierno era efectiva y susceptible de producir efectos importantes, mucho más acusados si se tiene en cuenta el enorm e efecto moral de este arma sobre tropas sin instrucción, mal encuadradas, poco disciplinadas y al descubierto, como lo eran todas las que combatían en uno y otro bando durante las tres primeras semanas de la guerra. La relación en que quedaron las fuerzas navales fue aplastante; el Gobierno retuvo práticamente la totalidad de los medios a flote. Esta importante fuerza militar, con un valor relativo muy superior al de los restantes servicios, podía producir densidades de fuego artillero muy conside rables, pues el número de piezas embarcadas equilibraba por si solo el de los antagonistas. En definitiva, el 21 de julio se produjo un cierto equili brio de fuerzas potenciales, favorable al Gobierno en la Península, y que sólo podría ser roto por la intervención del Ejército de Africa en la Península, ventaja compensada por la superioridad aérea y naval del bando gubernamen-
tal, que anulaba aquella fuerza potencial al retenerla inmo vilizada e impotente en sus bases africanas o extrapeninsulares.
4. Los medios de movilización humana e industrial Para romper el equilibrio era necesario que uno de los dos bandos incrementara su potencial disponible a base de una racional utilización de sus posibilidades económicas, industriales y demográficas. En el pensamiento de Azaña, el ejército territorial permanente era una fuerza de cober tura con la única misión de dar tiempo y proteger el espa cio necesario para realizar la movilización de las reservas, que constituían el auténtico Ejército nacional. Estas reser vas se encuadrarían en unidades a crear por los centros de movilización y reserva, excepto las de los dos reemplazos en activo, que se incorporarían a los Cuerpos en los que habían servido y completarían sus plantillas de pie de gue rra, es decir, sus terceras unidades. En zona gubernamental quedaron seis de los 16 centros de movilización que existían, y a ellos tendrían que acudir los cuadros y las tropas de la reserva al ser movilizados; indudablemente, era un número escaso de centros para ab sorber los cuantiosos recursos humanos disponibles. Las cajas de reclutas se repartieron equilibradamente; de las 60 existentes, 30 estaban en zona gubernamental, y las otras 30 quedaron en zona nacional; de ellas, dos, las de Osuna y Lucena, semicercadas. En orden a la movilización, el Gobierno contaba con no table ventaja. El territorio nacional se dividió, con cierto equilibrio, unos 266.811 km2 en zona gubernamental y 240.000 km2 del lado nacional; es decir, un 52,8 por 100 del territorio contra un 47,2 por 100; pero, como amplia compensación, los nacionales disponían en lo territorial de los 330.000 km 2 largos de nuestras colonias de Río de Oro, Ifni, Guinea Ecuatorial, islas Chafarinas, etc., y de los casi 20.000 del Protectorado de España en Marruecos: 350.000 km"\ que representaban poco, aunque fueran mu cho. La población se distribuyó de forma más favorable al
G obierno; quedaron con él 20 de las 50 provincias españo las; 16 fueron las ocupadas por los sublevados y 14 se re partieron entre ambos bandos, en proporción variable; en definitivas y según nuestra estimación, basada en la situa ción en la última semana de julio, cuando la Andalucía oc cidental había caído ya bajo el dominio de Queipo, en la oriental se afirmaba la superioridad gubernamental, en Aragón, Alcarria y el sistema central se perfilaban ya unas líneas estables de contacto y cuando en el N orte se estabi lizaba un frente continuo, la zona dominada por el Go bierno estaba poblada por 13.827.693 habitantes, lo que supone el 58,68 por 100 de la población, refiriéndonos siempre al censo oficial de 1930. Como el contingente de los mozos útiles en los reemplazos de los años treinta osciló entre 140.000 y 160.000 mozos incorporados, y la capacidad de movilización de cada uno de los bandos estaba en la proporción de 8 a 6 a favor del Gobierno, los reemplazos movilizados aportarían a éste un núme ro de reservistas comprendido entre 85 y 90.000, y al bando contrario, entre 60 y 65.000. Esta proporción se iría modificando de forma apreciable a medida que los na cionales en su avance fueran ocupando gran parte de las provincias de Badajoz, Toledo y Oviedo, la casi totalidad de Guipúzcoa y fracciones importantes de Córdoba, Gra nada y Málaga. Pero en todas estas ocasiones fue muy con siderable la masa de los que se retiraron con el ejército, con lo que la relación de población no varió tanto como la de superficie hubiera podido hacer suponer. Los refugia dos, en Madrid primero y más tarde en Valencia y Barce lona, se contaron por centenares de miles. Esta repartición modifica sustancialmente la que habi tualmente citan los textos, que asignan inicialmente al Go bierno toda Andalucía, excepto las ciudades de Sevilla, Granada, Córdoba, Cádiz, Jerez y Algeciras, y a sus con trarios la totalidad de Aragón; realmente, el 21 de julio, cuando verdaderamente empezó la guerra, eran muchos los territorios en situación fluctuante, «tierra de nadie», y de ahí el que los revolucionarios catalanes puedan apun tarse como operaciones victoriosas la ocupación de exten siones considerables de las provincias aragonesas; los anda luces, la conquista de importantes zonas en las provincias
de Granada, Córdoba, Jaén y Almería, y los levantinos el sometimiento de Albacete. En el otro lado, Queipo de Llano se anota la ocupación total de las provincias de Sevilla, Cádiz y Huelva. Unos y otros tuvieron que combatir para lograr esos avances, pero el territorio que dominaban nunca estuvo sujeto a los contrarios a los que creían arrebatárselo; eran zonas de encuentro en las que partidas de ambos ban dos y pequeños grupos locales ocupaban únicamente el suelo que pisaban y esperaban con ansiedad la llegada de elementos propios que consolidaran su posición. Casi todos los autores consideran que el territorio no domina do por los sublevados estaba en poder del Gobierno, pero la realidad no era ésa, y eran muchos los que escapaban al domino de unos y otros en aquella última decena de julio del 36. La industria militar también se inclinó, esta vez de forma muy acusada, a favor de los gubernamentales, que contro laron el Taller de Precisión de Artillería, el banco de pruebas de Eibar, las* fábricas de Toledo, Trubia, La Manjoya y Murcia, las maestranzas y parques de Ingenieros, los parques de automovilismo y ferrocarriles, los estableci mientos centrales de Intendencia y Sanidad, los parques de Sanidad, Farmacia y Desinfección, el laboratorio del Ejér cito y el Centro de Estudios y Experiencias de La Mara ñosa. Los nacionales retuvieron únicamente la fábrica de pól vora de Granada, la de municiones y artillería de Sevilla y la de armas de Oviedo, aunque esta última en la línea de fuego de una plaza sitiada, y, por tanto, sin posibilidad al guna de mantener la producción. La industria civil de armamento quedó de forma casi ín tegra bajo el control del Gobierno. Y lo mismo sucedió con las de pólvoras y explosivos. Representaban una muy importante y variada producción, que iba desde cañones en Eibar, Reinosa y Placencia de las Armas; armas portáti les y morteros en Eibar y Guernica principalmente; muni ciones en Cataluña, Vizcaya y Madrid; pólvoras y explosi vos en Galdácano y La Manjoya, hasta aviones en Madrid y Guadalajara, e incluso aparatos de precisión en Aranjuez. Esta industria, que tenía una capacidad reducida, pero apreciable, no era suficiente para abastecer a un ejército en
operaciones, pero sí podía complementar de forma impor tante lo que se adquiriera en el exterior. Se podían tornear cañones de hasta 240 mm., y en la campaña no se utiliza ron superiores; se podían fabricar y se fabricaron morteros en cantidad suficiente para cubrir las necesidades del ejér cito, así como armas portátiles, fusiles ametralladores y ametralladoras en grandes cantidades. Para la cartuchería no existía otra limitación que la de disponibilidades de ma terias primas. En el resto de la industria, toda la metalúrgica, textil y química estaba en territorio dominado por el Gobierno. Los medios de transporte, tan fundamentales para el movimiento de las tropas y el apoyo logístico a los ejérci tos, también se vencieron de lado del Gobierno. El Anua rio estadístico de 1934 cifra en 350.000 los vehículos matri culados en España, de los que 200.000 estaban en circula ción, y de ellos muy cerca de 60.000 eran camiones y au tobuses. Más de un tercio del total eran absorbidos por Madrid y Barcelona, siguiéndoles, por este orden Sevilla, Valencia y Bilbao. N o resulta, por tanto aventurado afir mar que más de los dos tercios de los vehículos automóvi les que constituían el parque nacional quedaron en zona republicana. Y lo mismo podríamos decir del material fe rroviario, que constaba de 4.000 locomotoras y 100.000 vagones. Finalmente, nuestra flota mercante, elemento funda mental para el comercio exterior, y mucho más en una guerra civil, en la que las importaciones debían cubrir el déficit de producción de artículos y alimentos en el inte rior, la constituían unos 1.000 buques, con más de un mi llón de toneladas de desplazamiento, de los que la mitad estaban matriculados en Bilbao, a la que seguía Barcelona, con un 20 por 100, ocupando Sevilla el tercer puesto. Aunque el lugar de matrícula no resultó decisivo, pues lo fundamental fue la situación de los buques en aquellos días de julio, el hecho de que los puertos de Barcelona, Valen cia, Bilbao, Pasajes, Gijón y Santander concentraran la máxima actividad en las zonas mediterránea y cantábrica respectivamente, con más de un 70 por 100 del comercio de importación, permite situar en las proximidades de ese porcentaje el del tonelaje que quedó bajo bandera repu blicana.
La producción minera, muy extendida en la Península, estuvo mejor repartida, pues si bien Asturias, Barcelona, Vizcaya, Jaén y Ciudad Real quedaron del lado del G o bierno, Huelva, León, Palencia y Sevilla pasaron a poder los nacionales, y las minas de Córdoba se distribuyeron entre ambos. El valor de la producción era, sin embargo, superior en zona gubernamental. Las finanzas quedaron totalmente en las manos del G o bierno, que retuvo todas las cuantiosas reservas atesoradas en el Banco de España, que eran muy importantes en oro y plata; tanto como para ofrecer un sustancial exceso sobre la reserva legal necesaria como cobertura de nuestra mo neda. El 18 de julio de 1936, las existencias eran de 2.438.469-720,47 pesetas oro y 656.708.702,59 en plata, cifra de la que hay que deducir 204.186.780 pesetas oro depositados en el Banco de Francia de Mont de Marsan como garantía de créditos en el exterior. De todo el resto, solamente nueve millones de pesetas oro y 123,5 millones de pesetas plata quedaron en poder de los sublevados, una cifra ínfima que todavía perdería valor relativo si tenemos en cuenta que todas las centrales de los bancos importan tes de España, todas las cajas de depósitos, la inmensa ma yoría de las empresas industriales y comerciales y prácti camente toda la riqueza financiera nacional se encontraba en poder del Gobierno n , No es extraño, por tanto, que Indalecio Prieto pudiera decir el 8 de agosto que «extensa cual es la sublevación militar que estaraos combatiendo, los medios de que disponen son inferiores a los medios del Estado Español, a los medios del Gobierno. Si la guerra, como dijo Napoleón, se gana principalmente a base de di nero, dinero y dinero, la superioridad financiera del Es tado, del Gobierno de la República, es evidente. Doy por ciertos todos los auxilios financieros que se dicen presta dos a los organizadores de la subversión; pero, aun dándo los por ciertos, no puedo dejar de reconocer que esos mePara hacernos una idea de la importancia de los depósitos del Banco de España, diremos que disponían del siguiente metal: oro, 639 toneladas de fino; plata, 3.278,8 toneladas de aleación. Los de los particulares, rauiho más modestos, suponían, como mínimo, 3,*> toneladas de oro, ZV'S'O de plata y una cantidad intermedia de piedras preciosas. La cotización del oro y la plata en lingotes fue, al 10-'i-80, de 1.697,21 ptas/g. y de 33 S"75 pesetas/kg., respectivamente. C t. A n g f i . V i ñ a s , El oro español en la guerra civil. Introducción.
dios han podido ser suficientes para preparar la subleva ción, para iniciarla, para desencadenarla, pero que son in suficientes para sostenerla. Podría juntarse todo el capita lismo español en la voluntad suicida de ayudar a la subver sión; pero aun así, todos los elementos financieros de que el capitalismo puede disponer libremente en estos instan tes son escasísimos ante los dilatadísimos del Estado». Evi dentem ente, la razón asistía a Prieto 12. Los capitalistas que apoyaban a la sublevación no era fá cil —como también señalaba Prieto— que pudieran ni qui sieran enajenar sus activos, transformándolos en dinero, y entregarlos al Consejo de Defensa de Burgos; pero, aun que lo hubieran hecho, el montante de tal operación sería ridículo en comparación con las disponibilidades del Go bierno, que a todos los medios del Estado podía sumar y sumaría los de esos mismos particulares depositados en las entidades bancarias situadas en la zona que controlaban, y que juntas eran prácticamente la totalidad de la riqueza nacional.
5.
Los alimentos
Sin embargo, la España de 1936 era una España rural. El 64 por* 100 de su renta se generaba en el campo, y los cereales ocupaban el primer lugar por el valor de su pro ducción. Seguían en importancia los productos hortícolas, la vid y el olivo, que eran la base fundamental de nuestras exportaciones. Los cereales, contra lo que se viene diciendo habitual mente, quedaron equilibradamente repartidos; en zona gubernamental estaban algunas provincias de las de mayor extensión y producción: Badajoz, Ciudad Real, Toledo y Cuenca; las mejores y más amplias superficies de Aragón y Córdoba así como las productoras de los cereales no panificables, especialmente el arroz. Los productos hortícolas, incluyendo a los agrios, fcsul" taron casi monopolio del Gobierno, que retuvo las fértilí simas huertas de Castellón, Valencia y Murcia; las reduci 12 F. D í a z
p .203-207.
P la ja ,
La historia de España en sus documentos. El stglo
XX
das en extensión, pero espléndidas, de Almería y Málaga; los mejores regadíos aragoneses y todos los catalanes. El olivo y la vid, y, por tanto, sus derivados, el aceite y el vino, también los retuvo muy mayoritariamente el G o bierno, que controlaba las provincias de máxima produc ción de ambos: Jaén, Córdoba, Lérida y Tarragona, en el olivar, y Ciudad Real, Valencia, Barcelona, Tarragona y Toledo, en la vid 13. La ganadería de carne estuvo muy repartida, lo mismo que el ganado de tiro, asnar, mular y caballar, del que tanta demanda produciría la guerra. SÍ el valor de la producción agrícola forestal y ganadera se repartió en forma bastante equitativa, el del sector pes quero se venció del lado de los nacionales, que retuvieron las dos zonas en que se producían mayor número de captu ras: el litoral galaico y el golfo de Cádiz. La industria con servera de pescado quedó en un 75 por 100 de su parte.
6.
El com ercio exterior
El comercio, al que dada la deficitaria producción espa ñola de alimentos y bienes de equipo, tenían necesaria mente que acudir los contendientes para comprar en el ex terior, exigía disponer de medios de pago adecuados: fi nancieros, crediticios o generados por una actividad expor tadora que produjera divisas en cantidad sufioente. En principio, todas estas ventajas se vencían del lado del G o bierno. El profesor Angel Viñas ha escrito que la diferente do tación de recursos cristalizaba en un profundo desequili brio de la zona nacional, rica en productos agrarios, pero débilmente industrializada; y añadía: «El nuevo régimen controlaba las provincias generadoras de excedentes agrí colas y ganaderos, de tal suerte que las corrientes abaste cedoras de la población podían garantizarse, aun con dificul tad, sin la imperiosa necesidad de tener que recurrir para ello a masivos suministros exteriores. Desde luego, la zona n No hay que olvidar lo variable de nuestras cosechas en su cuantía y distribución; pero aun así, los promedios eran francamente favorables al Gobierno.
no disponía de TO DO S los cultivos altamente desarrollados, que en período de paz habían constituido un renglón su mamente importante de la exportación total. La produc ción de cítricos estaba prácticamente concentrada en la Es paña republicana (en donde jugó un significativo papel para el comercio exterior), que contaba también con gran parte de la vitivinícola. En contraposición, a la España na cional revirtieron las posibilidades exportadoras canarias, otras nada desdeñables como las del aceite de oliva y cor cho, y, por supuesto, las derivadas de la posesión de los distritos mineros de Huelva y, sobre todo, de Marrue cos» 14 La visión es correcta, pero incompleta; la situación era mucho peor para los nacionales de lo que hace suponer el párrafo de Angel Viñas. Todos los excedentes agrícolas exportables cayeron en manos de los republicanos; no sólo los cítricos y los vitivi nícolas, sino también los del olivar, como puede apreciarse en el cuadro número 31. De las grandes provincias pro ductoras, sólo la de Sevilla quedó del lado nacional. Las cosechas eran muy desiguales, pero Jaén ocupaba en el prom edio un primer lugar muy destacado; Sevilla y Cór doba eran las siguientes, y a corta distancia, las provincias catalanas de Lérida, Tarragona y Valencia, cuyas zonas productivas estaban todas en lado republicano. En cuanto a la exportación minera, Huelva y las minas del Rif suponían un capítulo de cierta importancia relativa, pero inferior al de Vizcaya y Asturias, y su valor era ri dículo frente a lo que suponía la exportación de alimentos. Las posibilidades de generar divisas también quedaron en manos del Gobierno. Dice Viñas que los resultados de las ventas de los pro ductos de la exportación republicana —cítricos, vinos, cor chos de Cataluña, etc.— debían aplicarse tanto a la impor tación de alimentos como a la de productos destinados a las industrias de guerra. «En la medida en que no se movi lizasen adecuadamente tanto en volumen como, sobre todo, en ritmo las reservas de oro» 15; lo cual es cierto; pero lo es igualmente que las pocas divisas generadas en 14 A n g e l V i n a s y o t r o s ,
1979) 15
t .l
Política comercial exterior de España
P-142.
A n g e l V iñ a s ,
El oro de Moscú (1979) p.40.
(M adrid
territorio nacional tendrían que dedicarse a la adquisición de productos industriales de consumo ordinario, especial mente vestuario, que no se producían en su zona, y, sin embargo, sí en la republicana. El balance era abrumador; las ventajas del Gobierno, muy acusadas, y las posibilida des teóricas de los nacionales sublevados, prácticamente nulas, como muy bien decía Prieto. «Podría ascender hasta la esfera de lo legendario el valor heroico de quienes impetuosamente se han lanzado en ar mas contra la República, y aun así serían inevitablemente, inexorablemente, fatalmente vencidos» 16.
7. La capacidad de acción colectiva La capacidad de acción colectiva, más difícil de evaluar por su condición subjetiva, es el tercer factor de la poten cia en la síntesis de Raymond Aron. Los dos bandos conta ron con poderosos apoyos populares. Según las confronta ciones electorales, tan manoseadas, analizadas y sujetas a interpretaciones partidistas, se llega a la conclusión de que, en términos generales, un 33 por 100 de los ciudadanos con derecho a voto votaba izquierdista; un porcentaje idéntico lo hacía a las derechas, un 4 por 100 se pronun ciaba por los partidos de centro y un 30 por 100 de la población no participaba en la lucha electoral por apatía, indiferencia o indeterminación. N o son pocos los que su ponen que este elevado porcentaje de la población era centrista, y, como dice Escofet, «no votaba a las derechas, por descontento y por considerarlas reaccionarias, ni a las izquierdas, por considerarlas demagógicas» 17; pero esto es muy dudoso y no hay ningún hecho ni indicio que permita asegurarlo; la realidad es que en ese 30 por 100 había una pequeña fracción libertaria, que no votaba por su decla rado apoliticismo, y un sector mayoritario de gente que se sentía apolítica, pero no con carácter doctrinario, sino apartiaista; era una fracción de aquella masa tradicional, de aquel macizo de la raza a la que la guerra, con su realidad inexo17
P r ie t o , d is c u r s o c it. ( v e r n o ta 2 p .3 6 ) . K d f r . í o E s c o f e t , A l sen i de Catalunya i de la República t .2 p. 3 5 (P arís 1 9 7 3 ).
rabie, que afectaba a todos, obligaría a tomar partido. De ahí que ese 30 por 100 de afección desconocida o incierta fuera el que en definitiva decidiera cuál de los dos bandos contaba con arraigo más profundo en la nación. El bando hacia el cual se inclinaran mayoritariamente estaría en con diciones de afirmar que el pueblo estaba con él, que era el más representativo. Afirmar, como se viene haciendo, que esto aconteció de una forma clara a favor de una u otra de las facciones contendientes, sería sumamente aventurado y desprovisto de rigor; pero lo que sí podemos asegurar es que ambos contendientes negaron el derecho a formar parte de su propio bando a todas las gentes que no estu vieran incluidas de forma clara y decidida en alguna de las tracciones políticas de su bloque respectivo. El Frente Popular, con dos importantes excepciones: la poderosa Confederación Nacional del Trabajo y el Partido Nacionalista Vasco. La CNT, fuertemente influida por la FAI, con la que constituye el movimiento libertario, aceptó el juego político ya en las elecciones y se sumó con todo entusiasmo al Frente Popular el 19 de julio. El PNV derechista e incluso reaccionario en su sector clerical, tenía un carácter autonomista, pero con una poderosa tendencia a la postura extrema del separatismo, que hundía su raíz en su propio carácter reaccionario, ya que, considerando a su pueblo único depositario de las rancias virtudes tradiciona les católicas, estimaba que cualquier contacto con el resto de los pueblos españoles, incultos, depravados e inmora les, tenía que ser necesariamente perjudicial para la con servación de las virtudes vascas. Partido potente y bien or ganizado, contaba con amplias clientelas electorales, surgi das del medio rural y de la burguesía, reflejo fiel en su país de las que en el resto de España apoyaban a las organiza ciones de la CEDA; pero, pese a su contenido ideológico conservador y católico, eligió al Frente Popular por el carácter centralista y contrario a las autonomías que re vistió el alzamiento nacional desde su iniciación. Hasta que esto no se puso de manifiesto, los nacionalistas vascos an duvieron dubitativos. Fuera de estas dos importantes agrupaciones no integra das en el Frente Popular, todas las demás tendencias* desde los partidos republicanos de Lerroux, Martínez de Velasco y Melquíades Alvarez hasta los monárquicos inte-
gristas, fueron consideradas en territorio republicano como enemigos a extirpar. Por exclusión, todos los no in cluidos en la heterogénea conjunción de fuerzas que apo yaron al Gobierno simpatizaron más o menos abiertamente con el alzamiento o, cuando menos, lo prefirieron como mal menor. Ambos bandos contaron, por tanto, con un grado de ad hesión suficientemente amplio como para garantizarles un fuerte apoyo popular. La propaganda nacionalista se en cargó de proclamar que todas las gentes honradas, la parte sana del país, estaba con ellos. Sus contrarios sólo eran la chusma, el populacho, carne de horca, gente de la peor calaña, con la que ni se cuenta ni se debe contar. Estos, más hábiles en la técnica de la propaganda, de la agitación política y de la acción de masas, se identificaron inmedia tamente con el pueblo; no con el pueblo honrado ni con el pueblo consciente, sino con el pueblo. Ellos eran el pue blo; sus masas, las masas populares; sus milicias, el pueblo en armas; sus aspiraciones, las del pueblo. Los otros no eran más que traidores y explotadores, Esta técnica consiguió notables dividendos en el exte rior, donde calaron hondo los «slogans» de la propaganda frentepopulista. Hombre tan agudo como Brenan escribió que «todo el apoyo popular, todo el entusiasmo, todo el espíritu de sacrificio, estaban de lado republicano» 18. La rotundidad de la frase la invalida y hoy resulta intolerable por la ausencia de espíritu crítico que revela. El Frente Po pular estuvo sostenido por poderosas masas, que en las grandes ciudades eran numerosísimas, organizadas y some tidas a disciplina de partido o sindicato, lo que las hacía fáciles en las movilizaciones de manifestaciones de impre sionante magnitud. Pero no olvidemos que el conjunto de las capitales de provincia sólo albergaba al 20 por 100 de la población española y que en las zonas rurales vivía nada menos que el 80 por 100. Eran los «burgos podridos» de los que habló Azaña, en los que estos partidos y organiza ciones eran muy poco poderosos, salvo en Andalucía, Ex tremadura, Cataluña y Levante. Los frentepopulistas dominaban la calle, la calle de las ciudades, y eran duchos en la explotación política de esta IH
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’I'Kaid Nrfnan, El laberinto español.
adhesión callejera, que produce un enorme espejismo, pues no es reflejo de una realidad absoluta. Las masas sin dicales aceptaron con entusiasmo el hecho de la confronta ción armada, y su enfrentamiento con los sublevados fue rápido, decidido; muchas veces, audaz, y en ocasiones he roico. Pero las nuevas condiciones de la acción militar eran muy diferentes de las menos cruentas a las que estaban acostumbrados y en las que eran maestros, y no fue tan fácil movilizar batallones como organizar manifestaciones. Mantuvieron muy alta la moral combativa a despecho de derrotas, vacilaciones y espantadas, estando siempre dis puestos a empezar de nuevo, sin rendirse jamás. A los sublevados les apoyaban, con no menos entu siasmo, fracciones considerables del pueblo que incluían la mayor parte de la burguesía, los campesinos dueños de sus tierras y una fracción no pequeña del proletariado, espe cialmente en Castilla y Navarra. Era la gran masa tradicio nal, amplísima capa de la sociedad española que en general carecía de organizaciones comparables a las grandes centra les sindicales y que se movilizaban con mucha mayor lenti tud dada su gran inercia, y de ahí el que organizaciones minoritarias, pero combativas, como el Requeté y la Fa lange, que mantenían una elevada tensión política y un encuadramiento vigoroso, aparecieran en un principio como casi los únicos auxiliares de los militares alzados, y no es de extrañar que en torno suyo se agruparan —huérfanos de estructuras más afines— las masas populistas y agrarias, que en número rápidamente creciente se irían incorpo rando a las filas nacionales. Estos hechos, unidos al escaso entusiasmo que mostra ban los militares por contar con una ayuda que nunca de searon, que sólo solicitaron cuando la comprobaron indis pensable, y a la dificultad adicional que representaba para la acción inmediata de estos grupos la vigilancia a que es taban sometidos por la policía gubernativa, hace que el es pectador superficial subestime su importancia, que revela toda su trascendencia al evaluar el número de voluntarios que se enrolaron en ambos bandos. Los militares no de seaban aliados, sino auxiliares, y su interés se centraba úni camente en nutrir sus unidades con soldados en quienes poder confiar, subordinados y disciplinados. Como corres pondencia, las masas conservadoras españolas d e s e a b a n
vehementemente el éxito de los militares conspiradores, pero sin querer comprometerse en la aventura, en la que permanecieron como espectadores anhelantes de una ac ción que esperaban rápida y resolutiva. Cuando sus espe ranzas se quebraron y el fracaso del alzamiento exigió la guerra, salieron de su pasividad y se incorporaron a la ac ción. Su resolución posterior fue firme e inquebrantable, introduciendo profundas variantes en las intenciones y en los fines de los militares sublevados. El cariz de los aconte cimientos se separó bastante de lo que los conspiradores hubieran querido: el aire de cruzada, el carácter religioso, la marginación de los republicanos, la restitución de la vieja bandera y el antiguo himno, son todos acontecimien tos que no desearon, que se vieron obligados a admitir, y que asumieron con decisión, pero que procedían de la pre sión formidable de las masas que los apoyaron. Las lealtades estuvieron muy repartidas y fueron muy firmes. Desde el primer día, la línea de fuego resultó per meable para los que, situados territorialmente en un bando, ponían en peligro su vida por trasladarse al de su elección, y este permanente plebiscito de incuestionable e innegable autenticidad demostró siempre que el equilibrio de fuerzas y adhesiones se mantenía, aunque sufriendo los altibajos que imponía la marcha de la guerra, influyendo decisivamente en el sector de los neutros e indetermina dos. El victorioso desarrollo de los acontecimientos bélicos a favor del bando nacional hizo que, a partir de 1938, este plebiscito se inclinara de forma crecic-nre —que llegó 2 ser abrumadora— a favor de los triunfadores. No faltó a ninguno de los bandos ni moral combativa ni solidaridad en sus retaguardias, que en este aspecto queda ron emparejadas en una idéntica resolución: la de llegar hasta el fin y situar éste en la derrota total y en la eliminación política del adversario. El único acuerdo entre ellos era el de repudiar en bloque las situaciones anteriores, y por ello en la zona nacional ni los más recalcitrantes monárquicos alfonsinos pudieron plantear el problema del régimen o el de una eventual restauración. Toda restauración, en el sen tido de vuelta al pasado, quedaba radicalmente excluida, y también la de la propia República. La voluntad general de unos y otros tenía un rasgo co mún en su carácter radicalmente antidemocrático, en su
decisión de ignorar al contrario y en su resolución de no aceptar de él más que su rendición. La decisión de reducir y som eter al enemigo y a toda posible oposición era idea generalizada, que se acusaba de forma más pronunciada en los jóvenes. Esa juventud no comulgaba con soluciones in termedias, iba a por todo o a por nada; de un lado, des bordó al socialismo moderado, dando preferencia a la ac ción revolucionaria, conducente a la dictadura del proleta riado o al comunismo libertario; del otro, eliminó al popu lismo, buscando soluciones de signo autoritario e influen cia fascista. Se ha dicho que los republicanos desearon y ofrecieron la mediación, y es cierto; pero esto sucedió cuando vieron que no podían ganar, y la solución que ofrecían era la de aquel que, metido en el pozo, decía al que le había arrojado que, si lo sacaba, le perdonaba la vida. Unos y otros deseaban una Patria renovada y más justa que sacara a la nación del atraso, la ignorancia y la pobreza.
LOS EJERCITOS ENFRENTADOS
A)
E l Ej é r c i t o P o p u l a r
1. Desmantelamiento del Ejército La tremenda escisión operada en el seno de la sociedad española se reflejó también, como no podía ser por menos, dentro de las Fuerzas Armadas. El Cuerpo de Oficiales, como el resto de la nación, había perdido la unidad de pensamiento y acción, que es su característica básica, y en su interior aparecieron banderías, posiciones irreconcilia bles y espíritu de guerra civil. Los hombres de la Unión Militar Española y de la Unidad Militar Republicana Anti fascista, dos fracciones minoritarias que mantenían posi ciones antagónicas de activismo, iban a ser la levadura so bre la que se forjarían los instrumentos militares que lu charían por la victoria durante treinta y dos largos meses. Para conseguir el fin primario de ganar ia guerra era preciso forjar «la hueste ejemplar que llegara a ser sím bolo eficaz y sin par propaganda» del proyecto de futuro que cada uno de los bandos contendientes llevaba con sigo 1. Partiendo de este supuesto, resulta obvio que para entender el desenlace de nuestra guerra es previamente necesario conocer la estructura de los ejércitos que en ella se enfrentaron, haciéndose cuestión de cómo se produjo su nacimiento y evolución, de los medios de que dispusie ron y de la fe que los alentó. Estos instrumentos, que se autodesignaron Ejército N a cional y Ejército Popular de la República, no surgieron por generación espontánea y tardaron en adquirir su fisonomía O r te g a y G a sse t,
Datos de ¡a guerra civil
España invertebrada (Revista de Occidente)
definitiva. Uno y otro nacieron del tronco común del Ejér cito español de preguerra y de él extrajeron mandos, me dios y organización. Las organizaciones políticas y sindicales que apoyaron al G obierno recelaron siempre del Ejército, al que conside raban como un enemigo potencial, y a partir de la fraca sada rebelión de octubre del 34 alimentaban contra él un profundo rencor. Socialistas, comunistas y libertarios re clamaban, cada uno por su lado, su disolución. La consigna común era constituir en todas partes, conjuntamente y a cara descubierta, las milicias del pueblo 2. La vieja aspiración adquiere, a partir de la tarde del 17 de julio, caracteres de exigencia perentoria. El Gobierno de Casares Quiroga mantenía el principio de que el mono polio de la fuerza armada pertenece al Estado, pero los partidos y sindicatos afirmaban que el desarme en que se encontraban sus partidarios era una burla sangrienta en la que naufragaría el Frente Popular. En Madrid, en Barce lona, en Valencia, en Bilbao, los acontecimientos se preci pitaron, y las masas sindicales ocuparon la calle con sus militantes armados o desarmados. Los militares de la UMRA se adueñaron de la situación, especialmente en Madrid, y establecieron comités depuradores de los Cuer pos en todas las unidades armadas del Ejército, iniciando la entrega de armas a las nacientes milicias. El fracaso de la rebelión militar en las ciudades más populosas e importan tes de la nación, a pesar de que en todas ellas fueran las Fuerzas Armadas fieles al Gobierno quienes resolvieran a su favor la situación, creó, en alianza con la propaganda, la falsa imagen de la invencibilidad del pueblo en armas. Sin embargo, las milicias, escasamente armadas, sin organiza ción ni instrucción, no pasaron de ser unos auxiliares de escaso valor militar, aunque de considerable influencia moral. Con los cuantiosos medios que quedaron a disposición del G obierno y con los resortes del poder en su mano, Casares Quiroga y sus sucesores se encontraban en magni ficas condiciones para hacer frente a la situación. El Es tado había sufrido un rudo embite, pero lo sustancial del 2 R.
DE LA C i e r v a , L os documentos de la prim avera trágica
199.274-448.
p. 197*
edificio permanecía en pie. En todos los escalones de la Administración civil y militar contaba con suficientes per sonas y medios para restaurar lo quebrantado y restañar sus heridas; pero el Estado se desvaneció, se derrumbó, aunque no a causa de la rebelión, sino de la revolución, que fue su efecto. En toda la zona que quedó bajo control gubernamental, las organizaciones obreras y los partidos del Frente Popu lar protagonizaron un levantamiento verdaderamente insó lito. No se dirigió contra el Gobierno, se limitó a igno rarlo; no intentó ocupar el poder, se contentó con ejer cerlo. Azaña, a la sazón jefe del Estado, describe así la si tuación: «Proliferan por todas partes comités de grupos, partidos, sindicatos; de provincias y regiones, de ciudades, incluso de simples particulares. Todos usurpan las funcio nes del Estado, al que dejan inerme y descoyuntado» 3, lo que origina «indisciplina, anarquía, desorden, despilfarro del tiempo, energía y recursos y un Gobierno paralítico». A este fenómeno le denominó Azaña la «revolución abor tada»; pero no hubo empresa malograda ni frustrada. Par tidos y sindicales alcanzaron los fines que se habían pro puesto. Recelosos de cualquier tipo de poder o gobierno, de cualquier modelo de autoridad, confiaban más en sus propias fuerzas que en la acción estatal. Toda autoridad les era odiosa, y su desconfianza se dirigía mucho más a las instituciones que a las personas. Como, por otra parte, ninguno de los grupos tenía pre dominio suficiente como para imponerse a los demás, se produjo un cantonalismo generalizado. Cada región, pro vincia o localidad, y, dentro de ellas, cada partido o sindi cato, conquistó su propia autonomía política y administra tiva. Su estatuto particular. Estableció sus organismos mili tares, políticos, policíacos y judiciales; controló industrias, agricultura, comercio y finanzas; emitió moneda o vales que la sustituyeran; hizo, en resumen, lo que le dio la gana y no toleró que el Gobierno hiciera lo mismo. Como, por añadidura, las jornadas de julio alimentaron un optimismo infantil e ilimitado, todos y cada uno de ellos se apropiaron de una parte importante del botín y se prepararon para M a n u h i A / a n a , La velada en fíen icario (ed. Losada) p . 9 T.
librar la lucha interna y definitiva que se produciría des pués de alcanzar la victoria. El fraccionamiento del poder fue tan amplio y vario, que resulta difícil reducirlo a esquema; pero la característica dominante era acusadamente «roja». Sería particularmente inadecuado definir como republicanos a quienes realizaron este proceso disgregador. Lo único claro en aquel mo mento fue el hundimiento de la República, que «sucumbió las últimas semanas de julio al ímpetu desordenado del pueblo, reconociendo con ello su impotencia y poniendo de manifiesto que eran muy pocos los que se nutrían de la corriente que la inspiró» . Ahora bien, el Gobierno, por el mero hecho de existir, se veía obligado a actuar, y se afanó, siquiera fuera tími damente, consciente de su debilidad, en reconstruir el Es tado. Inicialmente contribuyó a su desmantelamiento di solviendo las unidades militares en las que se hubiera pro ducido algún levantamiento, licenciando a sus tropas y re levándolas de la obligación de obedecer a sus oficiales. En este clima de contradicción y desorden se iniciaron las operaciones militares y la organización de una fuerza ar mada basada en las milicias y en la descentralización más absoluta. Los órganos centrales controlaban, en mayor o m enor medida, las columnas que se organizaron en Madrid y Cartagena con la misión de barrear el acceso a la capital a las fuerzas del general Mola, liquidar las resistencias loca les de Toledo, Alcalá, Guadalajara y Albacete y ocupar, o tratar de hacerlo, las capitales andaluzas en po^er de los sublevados. En Valencia, el poder lo detentaba el llamado Comité Ejecutivo Popular, que no solamente ignoraba al goberna dor civil, sino también a la Junta delegada del Gobierno, presidida por Martínez Barrio, y que, con atribuciones para todo el Levante, nombró el Consejo de Ministros; en Cataluña, la Generalidad suplantó al Estado, y fue, a su vez, suplantada por el Comité Central de Milicias Antifas cistas de Cataluña; y en Málaga, un llamado Comité de Sa lud Pública actuó como Gobierno independiente de un Es tado soberano. Todos ellos se fijaron sus propios objetivos políticos y militares. El N orte, al que su aislamiento ge°' 4 M anuel A zaña,
La velada en Benicarló (ed. Losada) p. 126.
gráfico facilitaba una acción independiente, alimentó sus propios y particularistas afanes. Y así, en medio del entusiasmo de las huestes frentepopulistas, se originó una verdadera orgía callejera; se repar tieron decenas de millares de fusiles, que iban a hacer rea lidad la milicia popular y muy pronto las cuantiosas exis» tencias de los parques se diluyeron por toda la geografía gubernamental, aunque al frente fueran pocos los que iban: «Bien que las rúes furent envahies de miliciens qui se promenaient avec leur fusil, quand il fallait trouver des soldats, non se presentaient que’en petit nombre» 5. El Gobierno intentó someterlas a control y disciplina, pero sus primeras medidas fueron contraproducentes. Re partió entre ellas a sus propias fuerzas militares con la in tención de que fueran la levadura que pudiera fermentar la masa; pero el resultado conseguido fue el de que «las uni dades militares se diluyeran milicianamente en las colum nas populares, haciendo evaporarse a lo único sólido de que disponían» 6. En Madrid, en Valencia, en Barcelona, pudieron haberse organizado potentes unidades, pues el Ejército, las fuerzas de Asalto y Carabineros y las unidades de probada lealtad de la Guardia Civil pudieron servir de base a fuerzas numéricamente superiores a las del Ejército de Africa y tan bien encuadradas, dotadas e instruidas como ellas. Algo se hizo, pero por otro camino. En el Ministerio de la Guerra se creó la Inspección Nacional de Milicias, y tanto el general Castelló como el teniente coronel Her nández Saravia, que le sustituvó al frente del Departa mento, intentaron constituir batallones de voluntarios al mando de oficiales y clases de las Fuerzas Armadas, pero fracasaron ante la ruda oposición de partidos y sindicatos. Sólo los comunistas eran partidarios de la reorganización del Ejército y del establecimiento de un mando único; pero aun éstos creían que su base debía estar constituida por las milicias obreras. Como la recluta de éstas no era tan amplia y masiva como las manifestaciones podían haber hecho esperar, el Gobierno se vio obligado a estimularla, y 5 J- M a r tín B i á z q u f z , Guerra civtle totale p .118 . V i c e n t e G u a r n f r , Cataluña en la guerra de España
P-161 y 158.
(ed. del Toro)
para ello tijó el haber diario en mano del miliciano en diez pesetas, superior al jornal medio de cualquier tipo de acti vidad; más del doble que el de las tropas profesionales (Tercio y Regulares), por encima de la renta nacional por hombre activo y veinte veces más elevada que la concedida habitualmente a la tropa en España 1. En todos y cada uno de los Cuerpos de guarnición se habían constituido comi tés de cuartel, encargados de depurar a todo su personal, mientras en los trentes se iba perfilando una situación de equilibrio que llevaba a la estabilización de las líneas. El Gobierno de Madrid y los gobiernos autónomos ini ciaban tímidamente la reconstrucción del Estado, pero los comités, partidos y sindicatos se resistían denodadamente, dispuestos a conservar la parcela de poder adquirida. Her nández Saravia, incluso antes de ocupar la Cartera de Gue rra el 7 de agosto, intentó rehacer el Ejército. El capitán Díaz Tendero, jefe del Gabinete de Información y Con trol, decía refiriéndose al problema: «Se ha echado mano frecuentemente a la carencia de mandos para justificar con esta excusa lo que en el fondo no es más que el producto de la desorganización reinante, y si. bien es verdad que no hemos estado ni estamos aún sobrantes de ellos, no es me nos cierto que su escasez no ha llegado ni llega al extremo a que, quizá interesadamente, se ha querido llevar esta ca rencia»; y más adelante añade: «Se pudo contar desde el principio de la subversión con un nutrido plantel de clases de tropa capacitado plenamente para el mando de unidades inferiores hasta compañía inclusive; una de ellas, cabos con siete u ocho años de empleo; otras, sargentos y brigadas con esa misma antigüedad y quince o veinte años de servi cio, y otras, oficiales subalternos con parecido tiempo de empleo. Unase a esto los varios centenares de clases y ofi ciales retirados reingresados desde los primeros instantes de la lucha, y además, por si fuera poco, agréguese el cre cido número de elementos civiles que al frente de las mili 7 M. Tuñón de Lara (La España del siglo XX p .3 1 2 - 3 1 3 ) incluye cuadro de jornales en 19 3 5 . Oscilaban en tre 5,07 y 10 ,9 4 pesetas/día. Azaña escribe: «Para estim ular la recluta asignó a cada soldado 10 pesetas día» paga cinco veces m ayor que la concedida habitualmente a la tropa España .» (Obras III p .4 88), pero los soldados sólo percibían en man° 0 ,5 0 . La frase de Azaña sólo es válida referida al costo del soldado, PueS las otras partes del haber — alim entación, vestuario, etc.— no variaron-
cias se han mostrado con excelentes condiciones de mando de las unidades que les han sido confiadas»; y termina di ciendo: «He dejado a propósito el tratar de los jefes, por que de éstos no existió ni existe problema alguno, pues con los existentes hubo y hay sobrante y exceso para todas las atenciones que las unidades hoy organizadas requieren, y aun para varias más que organizarse puedan» 8. Lo correcto hubiera sido haber hecho lo que Díaz Ten dero proponía, pero no se hizo así. La razón de que no se hiciera no fue la escasez de medios, ni el desbarajuste orgánico, ni la desconfianza hacia las personas; el hecho fundamental es que sucedió lo que se quería que suce diese, lo que era la voluntad de comités, partidos y sindica tos: destruir el Ejército. 2.
Se inicia la marcha atrás
El Gobierno mantenía, sin embargo, un forcejeo tenaz para vencer la oposición político-sindical, y contó como aliado poderosísimo con el enemigo. La presión de Mola primero, la de Yagüe más tarde y la de Queipo de Llano por Andalucía hicieron comprender a todos que una cosa era la teoría y otra muy distinta la eficacia. La realidad se imponía, e incluso en las filas de la Confederación se abrió paso la idea, que pronto llegó a ser dominante, de la nece sidad imperiosa de reorganizar el Ejército. Las etapas de esta evolución estuvieron jalonadas por los siguientes acontecimientos: el 19 de juiio, el Gobierno di suelve los regimientos sublevados, licencia a sus tropas y ordena que se arme a las milicias políticas y sindicales. El día 22 de julio sale para Valencia la Junta delegada, que habría de representar allí la autoridad de un Gobierno que a duras penas llegaba a hacer sentir su acción en el centro de España. Esta Junta, en colisión con el Comité Ejecutivo Popular valenciano, cede el terreno, y regresa a Madrid el 7 de agosto. En Gobernación, el nuevo ministro. Pozas, es relevado al frente de la Guardia Civil por el general SanE l f . I i t h r i o D í a / . T i-N D F .r o , Observaciones sacadas de cuatro meses de ac tuación en el Gabinete de Información y Control: SHM, arm .‘>4 leg.4^7 t a r p . 6 clo c.2.
jurjo, y en Hacienda, el general Rodríguez Mantecón, que es el primer hombre que alcanza el generalato después del estallido de las revueltas, es puesto al frente del Cuerpo de Carabineros. El día 27 se inicia la marcha atrás en la tarea demole dora, y un decreto ordena la reorganización de la 1.a Divi sión, disponiendo la urgente incorporación de los soldados pertenecientes a los reemplazos de 1934 y 1935, disposi ción que da nueva vida a los disueltos regimientos. La in corporación habría de efectuarse los días 28 y 29 de julio. Esta medida, que tuvo franco éxito, se extendió muy pronto a las demás regiones. El día 30 se ordenaba en Ca taluña y Levante, y el día 31 en el Norte. En todos los sitios levantó tempestades de protestas y en general fue falseada, aunque cumplida. La incorporación se efectuó, pero los movilizados no engrosaron las filas del Ejército, sino las de las milicias. Un decreto de 25 de julio disponía que el abasteci miento de las milicias se centralizara en los Parques de In tendencia, que serían los únicos encargados de tramitar los pedidos y recoger y distribuir los productos, y prohibía a los proveedores y a los centros de Intendencia facilitar ar tículos ni vales para obtenerlos, no sólo a las fuerzas en cuadradas militarmente, sino también a las partidas sueltas. Un nuevo decreto, éste de 28 de julio, autorizaba al mi nistro de la Guerra para declarar zona de guerra a aquellas partes del territorio nacional afectadas por las operaciones, concediendo en ellas a las autoridades militares las atribu ciones que les confiere la legislación cuando se declara el estado de guerra. El primer intento de militarizar a las milicias se producía por un decreto de la Presidencia fechado el 10 de agosto, en el que se dice que «para premiar la heroica actuación de los milicianos populares, que al lado de las fuerzas leales contribuyen de manera tan decisiva al aplastamiento de la subversión, y procurar al mismo tiempo recoger los deseos reiteradamente expresados por tan entusiastas luchadores de encuadrarse en organizaciones regulares de combate, ajustándose a normas de disciplina que multipliquen la efi cacia de su esfuerzo y permitan obtener con el mínín*0 sacrificio el máximo rendimiento, se crean batallones vo luntarios, cuya organización se concentrará primeramente
en Madrid y se extenderá más tarde a otras provincias». Los batallones estarían mandados por oficiales y clases del Ejército; la Guardia Civil o Carabineros se nutrirían con milicianos que ya estuvieran combatiendo, y su compro miso abarcaría «el tiempo que dure la campaña, y como mínimo dos meses». Todavía se pensaba en una guerra corta. Era la expresión de un deseo y la confesión de una im potencia. Al limitar su ámbito a Madrid, se declaraba que el Gobierno carecía de autoridad fuera de la capital; pero, aun en Madrid, el intento resultó fallido. Sindicatos y par tidos, incluido el comunista, se opusieron terminante mente a la aplicación del decreto, que quedó inoperante. Los comunistas comentaron: «La idea de crear un Ejército de este tipo cuando el pueblo, con ias armas en las manos, sostenía todo el peso de la lucha, era una ilusión vana» 9. Fracasada la línea de militarización de las milicias, se in tentó fortalecer el Ejército, y para dotarle de los cuadros subalternos que precisaba se ordenó, por decreto del 11 de agosto, la creación de una escuela de formación de ofi ciales de Infantería, Artillería e Ingenieros, que habría de entrar en funcionamiento inmediatamente. Partidos y sin dicatos vetaron la medida. Pocos días después, el 17 de agosto, nacía el Ejército voluntario. La base de sus batallones no la constituirían mi licianos, sino soldados reservistas. Como complemento se autorizaba el reingreso en el Ejército del personal en situa ción de retirado, reserva, separado del servicio o licen ciado que lo solicitara y estuviera bien conceptuado políti camente. Días más tarde se hacía idéntico ofrecimiento a los miembros del CASE, a quienes se les permitiría volver al Ejército con el empleo de alférez, siempre que tuvieran acreditado más de cinco años de servicio en filas 10. Para hacer aceptables estas medidas se dispuso que el haber me tálico de diez pesetas que se había otorgado a los milicia nos, se hiciera extensivo a los que optaran por servir en el D o lo re s I b a r r u r i y
otros, Guerra y revolución en España t.l p.293
(Moscú 1966). 10
p
Cuerpo Auxiliar Subalterno del Ejército, de carácter cívico-militar, nutrido por antiguos suboficiales en casi todas sus secciones y creación de Azaña.
Ejército. Los milicianos podrían pasar al Ejército volunta rio en proporción inferior al 25 por 100 de los componen tes de cada unidad, y a los que hubieran ascendido por méritos de guerra, bien en el Ejército o en las milicias, se les reconocerían sus empleos al final de la campaña; de forma automática, a los suboficiales, y previa convalida ción, a los oficiales. Largo Caballero, el hombre fuerte de la situación, dio su aprobación a estas medidas. El Ejército voluntario logró poner en pie 2'7 batallones, de los que cuatro se encontra ban ya dispuestos para el combate en los primeros días de septiembre. Las medidas reorganizadoras se extendieron también a las fuerzas de Orden Público. El general Pozas reorganizó el Cuerpo de la Guardia Civil por decreto de 29 de agosto, que modificaba su estructura y su nombre, que pasaría a ser Guardia Nacional Republicana. Frente a un Ejército y a unas fuerzas de Orden Público que se resistían a morir y a las que nadie se atrevía a rema tar, las milicias seguían su proceso ascendente. La Inspec ción Nacional atendía a la dotación de las unidades que seguían organizándose. Partidos y sindicatos enviaban a los frentes grupos de constitución muy variable y de organiza ción e instrucción deplorable, a los que daban el nombre de batallones, y que, de forma más o menos permanente, se unían a las columnas. A su cabeza iban líderes políticos o dirigentes sindicales, y, en ocasiones, oficiales profesio nales. Su número y efectivos son muy difíciles de evaluar, pues normalmente reclamaban haberes sobre nóminas de liberadamente abultadas. El testimonio de actores, testigos y jefes militares nos indican que un número considerable de los milicianos no pasaban de excursionistas de ida y vuelta, que abandona ban el frente poco después de llegar a él y en el que se mantenían como meros espectadores. Sin embargo, sí po demos decir que en el TOCE la cifra de milicianos no Hegaba a los 30.000 hombres de un total de 60.000, que eran sus efectivos a primeros de septiembre. Guardias civiles, guardias de Asalto, soldados y, por supuesto, oficiales y suboficiales se distribuían entre las columnas y unidades de milicianos, en ninguna de las cuales dejaron de tener afl>' plia representación.
Se ha dicho que, en esta fase inicial de las operaciones, los efectivos de los sublevados eran netamente inferiores a los del Gobierno, pero nada autoriza a aceptar esta afirma ción. Aquí, como en casi todo, presidía el equilibrio. Los reemplazos afectaban a unos 240.000 mozos y pro curaban un contingente anual que se situaba entre 150.000 y 160.000 reclutas útiles para todo servicio, representando alrededor del 8 por 100 los útiles para servicios auxiliares. Los prófugos pasaban del 12 por 100 y los inútiles del 6 por 100. Aun suponiendo que la guerra elevara al triple el nú mero de los prófugos y teniendo en cuenta que los aptos para servicios auxiliares recibieron orden de incorporarse, los presentados serían alrededor del 60 por 100 de los llamados, y, por tanto, unos 140.000, de los que 80.000 engrosarían el Ejército Popular y 60.000 el Nacional. Es decir, los presentados en los Cuerpos fueron, cuando me nos, 160.000 en zona republicana y 180.000 en la nacio nal, donde se movilizaron tres reemplazos. En aquellas regiones donde los reservistas engrosaron las filas milicianas, éstas crecieron notablemente; así, en Cataluña, en Vizcaya, en Asturias y en Levante; y, cuando llegó al poder Largo Caballero, más de 200.000 hombres se alineaban en cada uno de los bandos contendientes a lo largo de un frente de más de 2.000 kilómetros de longi tud, que iba adquiriendo una fisonomía estable. La dife rencia no era cuantitativa, sino cualitativa, y aun ésta redu cida casi exclusivamente a las tropas africanas, que en nú mero creciente iban haciendo acto de presencia en la Pe nínsula desde que el día 18 de julio el destructor Churruca dejara en Cádiz el primer tábor del grupo de regulares de Ceuta 1 Mientras tanto, en Cataluña se seguía una política inde pendiente, pero paralela a la que se marcaba en Madrid; asi>Por un decreto de 7 de agosto se autorizaba al consel( ? taPas csa resolutiva acción fueron la travesía del Churruca \ ^ de A l gen ras el día 18; del Dato y el Cabo Espartel. el 19; el conF ít-' l y■** aM°sto y la decisiva batalla del Cananas y el Certera con el cid 1)1\ ’ ) ^ C ranna, el 29 de septiem bre. A lo largo de todo este o i c dos meses y medio de duración, el puente aéreo, de torm a lenta, continuada, llevó a la Península el grueso de las cinco prim eras columnas que mandó Yagüe.
jero de Defensa para depurar a los miembros de los Cuer pos militares y políticos, en función paralela a la del Co mité de Información y Control madrileño, y por otro de 30 de agosto se disponía que ninguna medida del Go bierno central tendría tuerza vinculante en territorio cata lán si el Gobierno autónomo no la sancionaba insertándola en su Butlletí. Dentro de ese espíritu ratifica la moviliza ción que de los reemplazos del 34 y 35 hizo el Gobierno central por decreto de 30 de julio. Crea la Comisión de Industrias de Guerra de Cataluña, nombra delegado es pecial de la Generalidad en Lérida para todo el frente de Aragón al comandante Alfonso de los Reyes, que ade más tenía a su cargo la Jefatura Aérea del frente aragonés, y reconoce la existencia legal de las patrullas de control. García Oliver proponía el 10 de agosto el nacimiento de un Ejército totalmente nuevo: «El Ejército del pueblo, sa lido de las milicias, debe organizarse en base a una concep ción nueva». Y, siguiendo esa iniciativa, o, mejor, consa grándola, el Gobierno de la Generalidad creó, por decreto de 3 de septiembre, la Escuela Popular de Guerra de Cata luña, que ya funcionaba desde el día 26 de agosto. En el Norte, cada provincia, incluso la de Guipúzcoa, durante el escaso tiempo que se mantuvo en poder de los gubernamentales, contó con sus propios órganos de go bierno, sus particulares fuerzas militares, su sistema de re clutamiento y hasta su estrategia. Tendría que llegar el mes de septiembre para presenciar el tímido nacimiento efe los primeros órganos de coordinación. El día 7 de agosto se constituyó la que se llamó Junta de Defensa de Guipúzcoa, bajo la presidencia del diputado socialista Miguel Amilibia Machimbarrena, y de la que formaban parte todos los partidos del Frente Popular y el Nacionalista Vasco, además de las centrales sindicales obreras. Delegado de Guerra en el Comité fue el comu nista Jesús Larrañaga. En Vizcaya, el gobernador civil, José Echevarría Novoa, y el comandante militar en plaza, Fernández Piñerúa, se mantuvieron en sus puestos, y Echevarría dirigió el fu°' cionamiento del Comité Provincial del Frente Popula*» que dio vida al Comité de Defensa de la República, ger men de un verdadero Gobierno, que p o s t e r i o r m e n t e fue ampliado para dar entrada a una representación del PN *
cambiando su nombre por el de Junta de Defensa de Viz caya. Para el PNV se trataba de un simple compás de es pera hasta la consecución del Estatuto, y la Junta, que quedó organizada el 13 de agosto, se lanzó a la tarea de organizar batallones sobre un modelo absolutamente orto doxo. En Santander, el poder pasó al Comité Provincial del Frente Popular, que dirigía el presidente de la Federación Socialista Montañesa y, a su vez, de la Diputación Provin cial, Juan Ruiz Olazarán, que marginó totalmente al go bernador civil. El Comité se amplió para dar entrada a re presentantes de la CNT y de la FAI, y estos acontecimien tos fueron sancionados por el Gobierno central, que el 5 de agosto nombraba a Ruiz Olazarán gobernador civil de Santander. De Defensa se encargó Bruno Alonso. En Asturias, el todavía cercano recuerdo del octubre rojo daba a la revolución un marcado carácter revanchista. Predominaba la UGT, pero la CNT era muy fuerte en Gijón y en el sector costero. El Partido Comunista, en franca expansión, seguía siendo minoritario, aun cuando ejercía enorme atracción en la fracción juvenil del socialismo, muy especialmente a partir de la unificación de sus juven tudes. Los dirigentes asturianos —Teodomiro Menéndez, Belarmino Tomás, Ramón González Peña y Amador Fer nández— militaban en la fracción prietista del PSOE, exis tiendo una aparente contradicción entre su moderación teórica y su resolución en la acción directa. En Gijón, la dirección política y militar recayó en el Comité de Guerra, promovido por la CNT, y en el que los sindicalistas llevaban la voz cantante. Lo presidía Segundo Blanco, futuro ministro del Gobierno de Barcelona, y formaban parte de él cuatro representantes de la Confede ración, dos socialistas y un comunista. Este Comité exten dió su influencia a toda la costa, desde Avilés a Villaviciosa, y nombró comandante militar de Gijón al coman dante José Gállego Aragües. Una vez que los mineros ocuparon Sama de Langreo, reduciendo a la compañía de la Guardia Civil allí estable cida, se creó otro órgano político-militar: el Comité Pro vincial de Asturias, que coordinaba las actividades de todas as juntas locales de Defensa, excepto la de Gijón; lo preS,t 10 Bdarmino Tomás; era de inspiración socialista y en él
estaban representados todos los partidos del FP y la CNT. Era delegado de Guerra Ramón González Peña, el que fuera generalísimo de la revolución del 34 y condenado a muerte en aquella ocasión. Los Comités de Gijón y Sama llevaron unas relaciones cordiales, respetándose mutuamente sus zonas de acción. Los voluntarios eran abundantes, y se constituyeron nume rosos batallones, unos de creación y base política y otros organizados directamente por el Comité Provincial. Du rante 1936 se organizaron 52, y para entonces ya se habían incorporado los reemplazos del 31 al 37. Aquí, como en Vizcaya, los reservistas engrosaron los batallones del signo político de su elección. El Gobierno central refrendó la obra revolucionaria, y el día 30 de septiembre confirmaba como gobernador gene ral de Asturias a Belarmino Tomás. Belarmino Tomás es tableció la sede de su gobierno en Gijón, y amplió su composición dando entrada a cuatro miembros de la CNT, con lo que el antiguo Comité de la ciudad astur se disolvió, pasando a constituirse en Consejo Municipal. 3.
Las columnas
El mismo día 20 de julio, apenas sometido el cuartel de la Montaña, se inicia la actividad militar. El general Bernal toma el mando de las fuerzas de Somosierra. El general Riquelme, nombrado jefe de la 1.a División, el de la co lumna que se dirigió a someter Toledo. El coronel Puigdendolas, el de las tropas que reciben como misión ocupar Alcalá de Henares y Guadalajara, y el coronel Castillo, del regimiento de Ferrocarriles de Leganés, el de las que mar chan a ocupar el Alto del León. Son las columnas que van a detener a las tropas de Mola a lo largo de toda la diviso ria. Entre ellas, otras menores cubren los espacios vacíos y las enlazan con un entramado militar recubierto por un denso ropaje de milicias más o menos inconexas. El aire miliciano queda suavizado por el c u m p lim ie n to de unas determinadas formalidades orgánicas y administré tivas, pero da carácter y fisonomía a unas columnas que iniciaimente fueron casi exclusivamente militares, con
fuerte participación de guardias civiles, de Asalto y carabi neros. En Andalucía, la sublevación había originado una situa ción extremadamente confusa. Los sublevados dominaban en Sevilla, Cádiz, Jerez, Córdoba, Granada y el Campo de Gibraltar. El Gobierno no ejercía autoridad en ninguna parte, y las Fuerzas del Frente Popular campaban por sus respetos en Almería, Jaén, Málaga, Huelva y amplias co marcas de las provincias de Granada, Córdoba y. Sevilla. Las autoridades y comités del Frente Popular armaron como pudieron a las milicias locales y se aprestaron a de fender de forma incoordinada y autónoma a las localidades respectivas. El cantonalismo se llevó a extremos de loca lismo. Esta, que fue la tónica general, no excluía la forma ción de pequeñas columnas, que tenían como base de par tida la capital de la provincia y a cuyo frente se ponía algún dirigente sindical o político; pero la acción propiamente militar se inicia cuando en Cartagena se constituyen las co lumnas que el general Martínez Cabrera envía con la mi sión de ocupar Granada, y en Albacete las fuerzas que han confluido para reducir a los sublevados se dirigen por la carretera de Jaén hacia Córdoba al mando del general Miaja. Dentro de este relativo orden, Málaga habría de consti tuir una excepción, a pesar de que en la capital de la Costa del Sol confluyeron fuerzas importantes del Ejército, la Aviación y la Marina. Las dos primeras semanas reinó un caos revolucionario, dirigido en lo militar por en grupo de suboficiales. El coronel Asensio, la primera autoridad nombrada, solamente permaneció una semana en Málaga, pues el día 6 de agosto fue designado para sustituir al ge neral Riquelme en la columna de Guadarrama, y el coronel Sánchez Paredes, que le relevó, intentaría en vano poner orden en el desorden malagueño. El 22 de septiembre, Sánchez Paredes pasaba a Archena para tomar el mando de la base de carros allí establecida, y se presentaría en Málaga el teniente coronel de Aviación Luis Romero Bassart, que el día 17 de julio mandaba el grupo de fuerzas regulares indígenas número 5 de Larache. Romero Bassart era un africanista típico y un revoluciona rio extremado. Azaña le retrata en boca de un capitán pro cedente de Málaga, quien dice de él: «Allí tuvimos hasta
hace poco un comandante militar extraordinario. Yo no hago fortificaciones, decía; yo siembro revolución. Si en tran los facciosos, la revolución se los tragará» 12. Era, sin duda, el jefe más indicado para que el cantón malagueño se mantuviera en la adormecedora corriente del caos revolucionario. Su popularidad fue grande; su efica cia, nula. Estuvo al frente de la Comandancia malagueña hasta el día 29 de noviembre, en que fue designado jefe de operaciones de la fuerza aérea, para posteriormente, en una fase más avanzada de la reconstrucción del Estado, ser expulsado del Ejército por Indalecio Prieto. En ningún otro sitio de España se respiró un ambiente más peculiarmente miliciano, y consecuencia de ello fue el que Franco lograra pasar el convoy del 5 de agosto, el que Granada consiguiera resistir y el que ninguna amenaza se cerniera sobre Sevilla o el Campo de Gibraltar. En el otro extremo de Andalucía, en Badajoz, había una fuerte guarnición, que estuvo desde muy pronto mandada por el coronel Puigdendolas, sustituido, al frente de la colum na de Guadalajara, por el también coronel Francisco Jimé nez Orje. Las fuerzas de sus columnas se apoyaban en los batallones del regimiento de Castilla, las tropas de las Co mandancias de Carabineros y de la Guardia Civil, un grupo de Asalto y numerosas milicias, que se constituyeron en batallones organizados por los diputados socialistas Sosa, Hermida, Zabalza y los comunistas Romero Solano y Mar tínez Cartón. Parte importante de estas fuerzas acudieron ' los frentes de Madrid, y las restantes avanzaron hacia el Sur buscando el contacto con las unidades del general Queipo de Llano. En Valencia, el objetivo era Teruel, y hacia allí marchó la columna del coronel de Carabineros Fernández Bujanda, que fracasa por la deserción masiva de los guardias civiles que la integraban. La malbaratada expedición fue seguida por una serie de columnas de cariz fuertemente miliciano que se organizaron en Valencia. La primera lie* vaba como jefe y delegado político al dirigente sindicalista Domingo Torres, y como técnico militar, al teniente Benedito, y fue llamada Columna Torres-Benedito. Días mas tarde sale la Columna de Hierro, cuyos integrantes siguieron 12 M a n u e l A z a ñ a , La velada en Benicarló (ed. Losada) p.46.
la ruta de la Puebla de Valverde; llevaba como asesores militares al capitán Ferrer Canet y al teniente Ramírez Rull. Una tercera columna, organizada a mediados de agosto por el diputado comunista Juan Antonio Uribe, te nía como jefe militar al comandante Pérez Martínez, ayu dante de Miaja, que pronto fue sustituido por el teniente coronel Eixea. Estas tres columnas, con una pequeña re serva establecida en Segorbe, cubrieron el frente hasta en trado septiembre, en que la columna número 1 queda al mando del coronel Velasco, jefe del Regimiento nú mero 9; la número 2, al del teniente coronel Pérez Salas, jefe del Regimiento número 10 a partir del 25 de julio; la número 3, al de Eixea, y aparece una cuarta, la del teniente coronel Peire, que fue reemplazada por la que, procedente del Centro, llegó al mando del teniente coronel Del Rosal, en cuyo momento Peire pasó al otro extremo del disposi tivo para enlazar la primera columna valenciana con la cuarta catalana. El Comité Ejecutivo Popular dedicó también su atención a Andalucía y Mallorca. Así se lo había encomendado el Gobierno cuando por disposición de 7 de agostó adscribió las provincias de Málaga y Baleares a la 3.a División Mili tar. Fuerzas valencianas apoyaron en el Sur a Miaja y a Martínez Cabrera y el capitán Uribarri organizó una co lumna para ocupar Ibiza y Mallorca, que se uniría a la que levantó la Generalidad de Cataluña con idéntico objetivo. En Cataluña, el Gobierno Companys había ordenado, por decreto de 21 de julio, la constitución de las milicias ciudadanas de Cataluña, bajo el mando df-1 comandante Pérez Farrás; pero el nonato organismo quedó transfor mado en esa misma fecha, por decisión libertaria, en el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña, que se constituyó oficialmente el día 23 de julio. Dos días an tes, la Generalidad, que había reorganizado su Gobierno, creó la Consejería de Defensa, verdadero Ministerio de la Guerra, a cuyo frente situó a Luis Prunes y Satos, que poco más tarde sería sustituido por el teniente coronel andino, jefe de la tercera escuadra de Aviación, con cabe cera en el Prat de Llobregat. Los anarcosindicalistas, a tra vés del Comité de Milicias, se hicieron virtualmente cargo c* poder, aunque su representación era paritaria con el resto de los partidos y sindicatos catalanes. Presidía el or-
ganismo García Oliver, con Abad de Santillán al frente del Departamento de Milicias, Alcón en los transportes y Au relio Fernández en Investigación y Vigilancia. Los cuarte les fueron incautados por la Delegación de Guerra del Comité, y pronto se inició la organización de columnas, a cargo de una comisión establecida en el cuartel Balcunin* y constituida por Abad de Santillán, Saltó, Edo y Ricardo Sanz. La primera columna salió de Barcelona el 24 de julio; la componían 2.000 hombres y la mandaba el legendario Buenaventura Durruti, un hombre de rostro vulgar, faná tico y entusiasta que llegaría a ser mitificado a pesar de los continuados fracasos que alcanzó en su corta vida militar, truncada por la muerte en los terrenos de la Ciudad Uni versitaria madrileña. Su objetivo: Zaragoza, que debía al canzar por la carretera general que, a través de Bujaraloz y los Monegros, conduce a la capital de Aragón. Al día siguiente sale una nueva columna. La dirige el carpintero Antonio Ortiz Ramírez y> lleva como asesor militar al comandante de Infantería Fernando Salavera Camps, mayor del Regimiento de Badajoz, que alcanzaría puestos importantes en el Ejército Popular y que moriría en el campo de concentración nazi de Dachau. La Columna Ortiz Salavera también marchó hacia Lérida, pero allí se separó de Durruti para repasar el Ebro en dirección a Caspe y Alcañiz. Días más tarde, ya a finales de julio, sale la tercera co lumna, la que se denominó Francisco Ascaso, en honor del héroe anarquista, muerto el 2 0 de julio frente al cuartel de Atarazanas. A la cabeza de la columna, los dirigentes sindi calistas Cristóbal Aldabaldetrecu y Gregorio Jover, y como técnico militar el capitán Tortosa. Esta columna se integra ría en la propiamente militar, que, al mando del coronel Villalba, jefe de la media brigada de Montaña de Barbastro, se dirigía hacia Huesca con las fuerzas a su mando, reforzadas por algunos milicianos y un grupo de cuatro baUn mes después se organiza la cuarta columna. Sale de Barcelona en los primeros días de septiembre al mando del teniente coronel Jesús Pérez Salas y lleva el nombre los dos caudillos del movimiento catalanista: Francesco ciá y Lluis Companys, su sucesor en la presidencia de
Generalidad. Según nos cuenta Guarner, esta columna en contró fuerte oposición, pues no se querían «milicias bur guesas». Los republicanos, además de pocos, no estaban demasiado bien vistos en aquel entonces. Por último, se constituyó por tierras pirenaicas una quinta columna, aunque ésta, por su menor dimensión, no mereció este nombre. Se denominaba Columna Pirenaica y la mandaba el comandante Mariano Bueno Ferrer, evadido de Jaca. En rigor no era más que una fracción flanqueante de la tercera columna. En todas ellas, dándoles una cierta cohesión y fortaleza, unidades del Ejército y de la policía, y desde el primer momento, pequeños grupos de internacionales. Como en el caso de Madrid, los gruesos de las columnas disponían de agrupaciones menores, que cubrían los inter valos entre ellas. Así, como fracción autónoma de la pri mera columna, la que se llamó Carlos Marx, nutrida con milicianos del Partido Socialista Unificado Catalán, man dada por Del Barrio, y que llevaba como asesor militar al comandante Sacanell. La segunda columna, la de Ortiz, fue flanqueada hacia el Sur por una serie de pequeñas agrupaciones, que también gozaron del apelativo de columnas. A vanguardia suya, la que se organizó en Lérida, y que se denominó HtlarioZamora, en honor a sus dirigentes militar y político: el sin dicalista Hilario Esteban y el capitán de Infantería Sebas tián Zamora Medina; en su proximidad, la columna ínte gramente militar, que, al mando del coronel Martínez Peñalver, disponía del batallón del comandante Insa y del de Montaña número 1, a cuyo frente iba el capitán Jubert, y a su costado izquieido, la que se llamó Carot. que tenía como jefes al sindicalista Saturnino Carot y al teniente de la Guardia Civil Ferrer. Todas estas columnas y columnitas cubrieron el espacio hacia el Sur hasta que se introdujo en él la cuarta columna, la de Jesús Pérez Salas. En la tercera columna, la Ascaso, la afluencia de peque ñas unidades fue más prolongada en el tiempo, y de ahí el que en el sector de Huesca se produjera una cierta mezcla de unidades de distinta significación. Con ella habían sa lido los grupos del POUM, que se integraron en la co lumna Lemn, al mando de José Rovira, llevando como comisario a Jordi Arquer, y como asesor militar, al italiano
Russo; el 20 de agosto se les unió la columna de la FAI Los Aguiluchos, mandada por García Oliver, presidente del Comité de Milicias, que pronto regresa a Barcelona reque rido por sus obligaciones políticas, y es sustituido por Gar* cía Vivancos, y dos semanas después, ya dentro del mes de septiembre, la también anarquista Roja y Negra. En ella iban como jefes el capitán Jiménez Pajarero y el sindica lista García Praua. A su retaguardia, las fuerzas de la 4.a División se re organizaron por un decreto del Gobierno central que ordenaba la incorporación a filas de los reemplazos del 35 y del 34, pero la CNT le negó validez en Cataluña, y, aun que permitió la incorporación de los soldados a los cuarte les, no consintió que se pusieran a las órdenes de la auto ridad militar, sino a disposición del Comité Central de Mi licias. Según Peirat, los movilizados fueron 10.000 13. Durante este tiempo tomó cuerpo la empresa mallor quína. Fue una iniciativa catalana que tomó el aire de una acción nacionalista y expansionista, aun cuando la impor tancia estratégica del objetivo era indudable y, a mi pare cer, prioritaria. El Estado Mayor del Ministerio dio su aprobación al proyecto y aconsejó la forma en que debería ejecutarse, poniendo a disposición del empeño a los des tructores Almirante Antequera y Almirante Miranda. El día 8 de agosto se produjo la invasión de Ibiza y una semana más tarde la de Mallorca. Una profunda divergencia en cuanto a los fines de la operación separó de ella a la columna valenciana del ¿capi tán Uribarri, que regresó a su punto de partida, y Bayo inició solo esta última acción al amanecer del día 16 de agosto. En el Norte, cada Junta local atendía a sus frentes res pectivos. En la Comandancia Militar de Guipúzcoa se su cedieron Pérez Garmendía, García Larrea y Sanjuán, que con sus columnas trataron de impedir la progresión en las navarras. En Vizcaya, la columna principal fue la que d mando del te ñ ir te coronel Vidal Munárriz salió el día \) hacia Vitoria por Ochandiano; tres días después, otra, en cabezada por Aizpuru, salió hacia Orduña para cerrar e n C o m o B arcelona dio 9 .4 3 8 reclutas en el reem plazo de 1933, y n(’ serían m uy diferen tes las cifras de 1 9 3 4 y 19 3 5 , los presentados fueron mitad de los llam ados.
paso de los puertos que conducían desde la ciudad vizcaína a Vitoria y Burgos. En Santander, tres columnas atendie ron a los pasos de la cordillera, y en Asturias, donde la lucha adquirió caracteres dramáticos, la acción se centró en torno a los enclaves nacionalistas de Gijón y Oviedo. 4.
Largo Caballero forma Gobierno
El día 4 de septiembre, cuando en el Norte había caído Irún y en el Tajo Talavera, Largo Caballero recibió el en cargo de formar Gobierno. Ese mismo día 4, el coronel Asensio, promovido al empleo de general, es nombrado jefe del TOCE, en el que sustituye al general Riquelme, como antes lo hiciera en la columna de Guadarrama. El Estado Mayor del Ministerio se constituye bajo la direc ción del comandante Estrada Manchón. Largo Caballero todavía se mantiene fiel a la idea de que deben ser las milicias, organizadas y potenciadas, las que frenen al ejército contrario. El día 11 de septiembre, Estrada publica su primera directiva general. En ella se dan normas orgánicas a los jefes de columna, sector y teatro de operacio nes. Dispone que el frente se organice en cuatro de estos teatros: los del Centro, Aragón, Andalucía y Norte, que, a su vez, se subdividirían en sectores. Los del Centro serían los de Guadalajara, Somosierra, Guadarrama, Toledo y Extremadura-Cáceres. Los de Aragón, el del Norte —desde el río Ebro hasta el Pirineo—, con los subsectores de Huesca y Zaragoza, y del Sur —desde el río Ibérico hasta el frente de Teruel—. En Andalucía, los de Málaga, Badajoz, Córdoba y Granada. En el Norte, los de Asturias, Santander y Vascongadas. En cada teatro de operaciones, el mando recaería en un jefe militar, auxiliado por un Es tado Mayor Técnico, e igualmente sucedería en los sec tores y columnas siempre que sus efectivos superaran los 4.000 hombres. El ministro recababa para sí la inicia tiva en las operaciones, que también podrían desencadenar los jefes de teatro de las operaciones; los de sector o co lumna sólo podrían proponerlas, pero se les autorizaba para entenderse directamente con el Estado Mayor del mi nistro cuando la extensión del frente o su aislamiento im pidieran o dificultaran hacerlo por medio del jefe superior del teatro. Era un primer paso para el establecimiento de
un mando único y el sometimiento a control militar de las milicias. La medida no surtió el efecto deseado y la situación ge neral en los frentes empeoraba rápidamente. En el Norte se perdía San Sebastián; en el Centro, las columnas africanas avanzaban hacia Madrid. Largo Caballero se convencía por momentos de que su sueño de unas milicias populares era una utopía irrealizable; se imponía la militarización. El aldabonazo definitivo lo dio la llegada de las fuerzas de Franco a Toledo, con la consiguiente liberación de los que resistían en el Alcázar. Ese mismo día se tomó la deci sión de ir a un nuevo Ejército, y Largo Caballero se lanzó a una ingente y febril actividad legislativa, que daría forma no sólo a un nuevo Ejército, sino a un nuevo Estado. Se había dado fin a la II República y nacía un nuevo régimen. No había cambiado simplemente un Gobierno; había sur gido un nuevo Estado sobre unas nuevas bases jurídicas y con unos nuevos fines sociales y políticos conducentes a un nuevo modelo de sociedad. La tarea se canalizó en tres grandes líneas autónomas, pero convergentes: política, orgánica y operativa, que ten dían, a la superación del régimen de milicias y de anarquía pluralista y al reforzamiento del Estado y de la autoridad del Gobierno. Etapas que conducían a esa meta eran la desaparición de las milicias de partido, su integración pos terior en el Ejército y su incorporación más tarde a las nuevas brigadas mixtas, base del naciente Ejército. El primer obstáculo a vencer era la resistencia del mo vimiento anarcosindicalista a implicarse en las tareas del ejecutivo. Fue un duro forcejeo que terminó con la victo ria del grupo colaboracionista, dirigido por Horacio Prieto, y determinó una reorganización ministerial, por la que se dio entrada en el Gabinete de Largo Caballero a cuatro representantes del movimiento libertario: Juan Peiró, Juan López Sánchez, Juan García Oliver y Federica Montseny, la primera muier que en España ha ocupado una cartera ministerial. Días antes, el 28 de septiembre, el mismo en que Toledo quedaba en manos del general Várela, se or dena la militarización de las milicias, lo que se haría esca lonadamente: a partir del 10 de octubre, en la zona centra» y del 20, en el resto del territorio gubernamental. Se res petarían los empleos que se hubieran alcanzado en ellas-
asignándoles la antigüedad de la fecha de la disposición, 28 de septiembre de 1936. Así, durante la guerra, coexistieron en el Ejército cuatro clases de oficiales, agrupados en otras tantas escalas: profesionales, de complemento, de milicias y en campaña, denominación esta última que se reservó para los procedentes de las escuelas populares de guerra. Para dirigir este período transitorio se constituían la Comandancia Nacional de Milicias y la Junta Nacional de Milicias, como órgano superior que dirimiría todas las cuestiones que se produjeran durante el período de inte gración. Ese nuevo Ejército necesitaba nuevos mandos, y esos mandos debían servir la causa a cuyo servicio se ponían. Largo Caballero rompe con la tradicional estructura jerár quica del Ejército, y establece un sistema de ascensos que no se basa en la antigüedad, sistema clásico, ni en el mé rito, método que se iba introduciendo en todos los ejérci tos modernos, sino en el grado de adhesión al régimen del Frente Popular. Estos criterios tenían su antecedente en una orden de 7 de agosto y otras de 31 del mismo mes y 15 de septiembre por las que se autorizaba al ministro de la Guerra para conceder ascensos hasta el empleo de capi tán inclusive. En esta nueva fase, disposiciones de 10, 20 y 23 de octubre facultan al ministro para ascender discrecio nalmente hasta el empleo de coronel. A la vez que se de terminaba que todos los oficiales leales, con informe favo rable del Gabinete de Información y Control, serían pro movidos al empleo superior inmediato, con antigüedad de 19 de julio de 1936 para los de mayor fervor político, los miembros de la UMRA, o de 1.° de octubre, para los cali ficados como menos entusiastas. Esta clasificación seguía siendo facultad del Gabinete de Información y Control que creara Díaz Tendero, y que por disposición de 27 de septiembre quedaba respaldado como único organismo competente para discernir sobre la lealtad de los miembros del Ejército, aunque se ordenaba también la disolución de todos los comités de cuerpo. Para nutrir las filas del naciente Ejército, el día 30 de septiembre se movilizan las quintas del 32 y del 33, y el 7 de octubre se reitera la orden, recordando que deben pre sentarse todos los reservistas del 32, 33, 34 y 35. A su vez, el Cuerpo de Carabineros fue autorizado, también el 29 de
eeArjem^re’ ^ias estos febril actividad, para reclutar 8 .0 0 0 miembros del Cuerpo, que antes de fin de año se rían aumentados a 30.000. Ese aluvión de gente exigía una ampliación grande de cuadros de mando, y nuevamente se plantea el problema de la formación de oficiales, al que Hernández Saravia se había enfrentado sin éxito. Largo Caballero también lo ha bía hecho, y por decreto de 15 de septiembre convocó cursos de distinta duración, según el grado de conoci mientos de los alumnos, para nutrir las escalas profesionales de las distintas Armas y Cuerpos del Ejército. Este de creto, que actualizaba el de Saravia, encontró idéntica aco gida, y tue anulado el 30 de septiembre. Díaz Tendero lo había anatematizado, acusándole de representar un último intento de incorporar al Ejército a «una numerosa masa del señoritismo español, eterno enemigo de toda democra cia». En la fase inaugurada el 29 de septiembre, Largo Ca ballero vuelve sobre el tema, y el día 7 de octubre crea tres centros de instrucción para la formación de oficiales del Ejército y las milicias. Uno de Infantería y Caballería, que tendría su sede en Carabanchel; otro de Artillería, que se establecería en Campamento, con una sección de Costa: en Cartagena, y, por último, uno de Ingenieros con dos i secciones: Transmisiones y Zapadores, que tendrían su asiento en el Centro de Estudios Tácticos de Ingeniaros y en el campamento de Retamares respectivamente. El avance de las columnas de Várela, al acercarse peligrosa mente a la capital, dejó sin efecto esta tercera tentatm, y habría que esperar a la definitiva, que no se produciría hasta el 25 de noviembre. El nuevo Ejército tendría nuevo saludo, nuevas divisas, j nueva uniformidad. El día 4 de octubre se e s t a b l e c e como, saludo militar el brazo derecho levantado con el puño ce- j rrado. El preámbulo de la exposición decía: «El pueblo, > que, en virtud de su derecho, eligió su Constitución po i | tica, su enseña y su himno nacional, también ha elegido su j forma propia de cortesía y hermandad, forma que también. han de hacer suya los elementos armados del pueblo, ej r | cito regular, voluntario y de milicias». El 31 de oc™bre * j modificaban las divisas correspondientes a los d,vers. empleos del Ejército y se establecía como distintivo de Fuerzas Armadas la estrella roja de cinco puntas.
El control militar del Ejército lo ejercería el Comisariado político, creado por orden de 16 de octubre, am pliado por otras que vieron la luz al día siguiente. En estas disposiciones se establece que la función del Comisariado sería «la de ejercer sobre la masa de combatientes cons tante influencia a fin de que en ningún instante se pierda la noción de cuál es el espíritu que debe animar a la totalidad de los combatientes de la causa a favor de la libertad». Este organismo de control político quedó en manos exclusiva mente de los partidos de clase. Se nombra comisario gene ral al Ministro de Estado, Julio Alvarez del Vayo, del Partido Socialista, y como subcomisarios generales, a Crescenciano Bilbao, del mismo Partido; a Angel Gil Roldán, de la CNT; a Angel Pestaña, del Partido Sindicalista, y a Antonio Mije, del Comunista, designándose secretario ge neral a Felipe Pretel Iglesias, de la UGT. Ese mismo 16 de octubre, Largo Caballero asume perso nalmente la jefatura de los Ejércitos en una orden en que dispone que queden unificados bajo su mando. Cuatro días más tarde se da un nuevo e importante paso en la desapa rición de las milicias. Una orden circular establece que los batallones de milicianos se organizarían y numerarían en forma sucesiva con arreglo a una plantilla única y sin ads cripción a otra autoridad que la de la Comandancia Militar de Milicias. Esto suponía el final legal de las milicias de partido, transformadas en una milicia a la que no se podía llamar nacional, pues era de facción, pero que quedaba sometida a la única autoridad del Gobierno. En el artículo octavo de esa orden se disponía la supresión, «a partir de esta fecha», de «las Comandancias Generales de Milicias y regimientos que sostienen los diferentes partidos, y funcio narán como órganos políticos los comisariados que se fijen para cada unidad». La disposición no se cumpliría de forma inmediata, y nadie, ni aun el Partido Comunista, disolvió sus comandancias y regimientos. La pretensión de Largo Caballero de someter a todas las milicias se revelaba como momentáneamente inviable, y fue precisamente a partir del momento en que prohibió a los partidos reclutar nuevos miembros para sus milicias cuando éstas experimentaron el mayor auge. Todos se apresuraron a tomar posiciones ante su irremediable inte gración en el Ejército.
Para dirigir esta tase expansiva de las fuerzas militares, el Estado Mayor fue profundamente reorganizado el 20 de octubre. Siguió a su frente el comandante Estrada y se de* signaron para dirigir las secciones a civiles y extranjeros, destacando entre éstos Vitorio Vidali y Emilio Kleber, y entre aquéllos, Ramón Viguri, Fermín Corredor y Daniel Ortega. La influencia política exigía estas medidas, y el Ejército naciente tomaba un claro matiz procomunista. En ese momento, cuando se iniciaba la militarización bajó la vigilancia de civiles, en su mayoría agentes de la Komintern, los frentes estaban guarnecidos por las tropas siguien tes: T eatro
d e o p e r a c io n e s del c e n t r o d e
Esp a ñ a
Se sucedieron en su mando los generales Riquelme, Asensio y Pozas. I. Columna de Guadarrama.—La mandaron los co roneles Castillo y Morales, el general Riquelme y el coronel Asensio; al decretarse la militariza ción, el teniente coronel Moriones. II. Columna de Somosierra.—Comandante Jurado, general Bernal y de nuevo Jurado, ya teniente coronel. III. Columna de Guadalajara.— Coroneles Puigdendolas y Jiménez Orje. IV. Columna de Toledo.— General Riquelme, coro nel Alvarez Coque, comandante Rubert, te niente coronel Barceló, teniente coronel To rres y teniente coronel Burillo. V. Columna Tajo-Extremadura.— Comandantes Sabio y Jurado, general Riquelme, coronel Salafranca, general Asensio y coroneles Puigdendolas y Otal. Actuaron como columnas auxiliares y flanqueantes. Con la columna I.—Navacerrada: Teniente coronel Bun* lio y comandantes Cuevas y Orad. Peguennos: Tenientes coroneles Sabio, Rubio y Agudo. Gredes: Teniente coro.tei Mangada. pa. Con la columna II.—Navafría: Comandante Perea. r redes de Buitrago: Tenientes coroneles Royo y Del R°s
comandante Muedra, capitán Fernández y teniente coronel Cueto. Con la columna IV.—Tttulcia: Comandante Bueno. Con la columna V.—Mérida: Capitán Medina. Casíuera: Comandante Ruiz Farrona. Puerto de San Vtcente: Orencio Labrador y teniente coronel Bertomeu. Ciudad Real: Te niente coronel Fernández Navarro, y Columna Fantasma: Comandante Uribarri. Por esos días llegaron de refuerzo a la zona Tajo-Tiétar las columnas del teniente coronel Del Rosal, que procedía de Somosierra; Libertad, al mando del comandante López Tienda, procedente de Mallorca; columna Tierra y Liber tad, de Cataluña, que tenía por jefe al teniente coronel Torres, y la columna de Martín Gonzalo, desglosada de la de Mangada. Además, y a medida que las fuerzas de Várela progresaban hacia Madrid, fueron apareciendo sucesiva mente las columnas de Mena, Prada, Carrasco, Cavada, Rojo, Modesto y Enciso; muchas de ellas de muy corta duración en el tiempo y que se iban oponiendo, con mayor o menor éxito, a la penetración enemiga. T eatro
de o p e r a c io n e s de
A
n d a l u c ía
Sin mando superior, pero con sus columnas coordinadas por el general Martínez Cabrera, bajo la inspección de la ^.a División Orgánica: Sector de Córdoba.—General Miaja, comandante Bernal, teniente coronel Hernández Saravia. Sector de Granada.—Coronel Salafranca y teniente coronel Gómez de Salazar. Sector de Almería.—Coroneles Sicardó, Giralt y Peire. Sector de Málaga.—Teniente coronel Heras y coro neles Asensio, Sánchez Paredes y Romero Bassart. S ector
o p e r a c io n e s de
T eruel
Coordinado por el general Gámir Ulib/tfcfci Columna número 1 (Torres-Benedito jfMFCoroifél Velasco y comandante Ramíre
Columna número 2 (Hierro).—Coroneles Manuel Pérez Salas y Valencia. Columna número 3 (Eixea Uribe).—Coronel Eixea. Columna número 4 (CNT 13).— Teniente coronel Peire y comandante Serrano. Agrupación de Cuenca.—Tenientes coroneles Peire y Del Rosal y coroneles Cortés y Lacalle. Fr e n t e
de
A
ragón
A cargo de la Delegación de la Generalidad de Cataluña, dirigida por el comandante Alfonso Reyes González Cár denas. Sector de Huesca.—Coronel Villalba. Sector Norte del Ebro.—Durruti. Sector Sur del Ebro.—Ortiz. En los subsectores: comandante Bueno Ferrer, en el pi renaico; columna Carlos Marx, en el de Tardienta, y Jesús Pérez Salas, en el de Utrillas. Ej é r c i t o
del
N
orte
Coordinado por el general Llano de la Encomienda. País Vasco Frente de Guipúzcoa.—Comandantes Pérez Garmendía, García Larrea y San Juan y coronel Vidal. Frente de Alava.—Coronel Vidal y teniente coronel Aizpuru. Frente de Burgos.—Comandante Aizpuru y teniente coronel Irezábal. La organización en frentes estuvo precedida por la de sectores, que fueron inicialmente los de Lequeitio, Maf quina, Eibar, Elgueta, Elorrio, Ochandiano, OrozcoBarambio, Amurrio-Orduña y Respaldiza-Arciniega. Santander Columna número 1.—Comandante Villarias. Columna número 2.—Comandante Bueno. Columna número 3 .— Capitán Fernández N avafliue Comandancia Militar de Potes.—Capitán Martin-
Asturias Frente de Avilés.—Comandante Abbad. Frente de Gijón-Posada Llanera.—Comandante Lina res. Frente de Oviedo.—Martínez Dutor y teniente co ronel Semprún. Frente de Trubia.—Capitán Población y comandante Martín-Barco. Comandancia Militar de Belmonte.—Comandante García González. Comandancia Militar de Puerto-Ventana.—David Antuña. Comandancia Militar de Pola de Gordón.—Coman dante García Calleja. Comandancia de Cangas de Onís.—Comandante de Milicias Sánchez-Noriega. 5.
La brigada mixta
El Estado Mayor se lanzó a la tarea de forjar un nuevo Ejército. Su primera medida orgánica lleva fecha 9 de oc tubre, y determina que la unidad fundamental del nuevo Ejército será la brigada mixta. Todas las unidades, tanto de Milicias como del antiguo Ejército o del Ejército Volunta rio, habrían de integrarse en este tipo de pequeña gran unidad. Inicialmente se ordenó la constitución de 25, de las que cinco serían internacionales, y de ellas ocho (seis nacionales y dos internacionales) se pusieron en pie inme diatamente. De su encuadramiento, instrucción y prepara ción se hizo cargo la División Territorial de Albacete, creada por decreto de 24 de octubre, con jurisdicción en las provincias de Ciudad Real, Albacete, Cuenca, Jaén, To ledo y Córdoba, pero sin mando sobre las fuerzas que ope raban en su territorio. Siguiendo la norma establecida para los batallones, que tendría carácter general en el Ejército Popular, las brigadas se numeraron sucesivamente. La primera, organizada en Alcalá de Henares con batallones del Quinto Regimiento y unidades del Ejército, se confió al comandante de Milicias nrique Líster; la segunda, nacida en Ciudad Real con uerzas de Extremadura y del Ejército Voluntario, al tam-
bien comandante de Milicias Jesús Martínez de Aragón; la tercera, formada en Alcázar de San Juan con fuerzas de carabineros, al comandante José María Galán; la cuarta, que lo hizo en Albacete con fuerzas militares, al capitán de Infantería Eutiquiano Arellano; la quinta, organizada en V illena y, como la tercera, constituida por el Cuerpo de Carabineros, al comandante Fernando Sabio, y la sexta, en Murcia, al capitan Gallo Martínez. Las dos brigadas inter nacionales tomaron los números 11 y 12, dejando vacantes los 7, 8 y 9 y 10, que se reservaban para el Norte. Las mandaron los generales extranjeros Kleber, que cesó en el Estado Mayor, y Lúkacs, y nacieron en el seno del 5.° Re gimiento de Milicias como hechura de la Internacional Comunista. A principios de noviembre se inició la organización de j las brigadas internacionales, 12 a 15, y de las nacionales, j 16 a 25. Todas ellas respondían a una idéntica estructura. í Inicialmente, un Cuartel General, con 13 hombres; cuatro í batallones de Infantería, de 633; un escuadrón de Caballé- j ría, de 141; sendos grupos de Artillería y Sanidad, con 519 j y 145; una compañía mixta de Ingenieros, con 346; una I sección de Intendencia, con 42, y el Servicio de Municio- j namiento, con 138. Un conjunto de 3.876 combatientes, de los que siete eran jefes, 155 oficiales, 249 suboficiales, 60 del CASE y 3.405 cabos y soldados. Esta organización se mantuvo, en lo esencial, a lo largo de toda la guerra, aunque sufrió sucesivas modificaciones de detalle. ¿ La primera se produjo el 7 de marzo del 37, y se limitó a incrementar en un jefe el grupo de Sanidad, en 20 hom bres el batallón de Infantería y en 10 oficiales, 11 subofi-, ciales y un miembro del CASE las restantes unidades. Los efectivos totales de la brigada pasaron a ser de 3.915 hom bres. Al poco de ser relevado Largo Caballero se produjo una nueva reorganización, que fue la primera de las acometidas por Vicente Rojo, entonces flamante jefe del Estado Ma yo.'- Central. Coincidió en el tiempo con la articulación^ las brigadas en divisiones y la de éstas en cuerpos de ejer cito, y consistió, esencialmente, en transferir a estas nuevas ^ grandes unidades parte de los medios anteriormente des- j centralizados en las brigadas. El grupo de Artillería se re ¡
tiujo a batería, el de Ingenieros se desglosó en dos compa ñías independientes de Transmisiones y Zapadores y el de Sanidad se convierte en compañía. La brigada disminuye a 3.592 hombres, y eso a pesar de que el batallón de Infan tería, siguiendo su paulatino incremento, pasa a estar cons tituido por 659 hombres. La caída del Norte exigió otro reajuste. Aparece como entidad permanente el ejército de maniobra, y la brigada mixta sufre un nuevo retoque: el batallón llega a los 816 hombres, la Sanidad vuelve a constituirse en grupo y el total de la brigada se eleva a 4.206 hombres. La última y definitiva reforma se produce en virtud del decreto orgánico de 1.° de octubre de 1938, por el que se reestructura todo el Ejército y se confirma la reforma im puesta por el corte en dos de la zona gubernamental. En esta última transformación, los efectivos de la brigada as cienden a 4.240 hombres como consecuencia de un nuevo incremento de los efectivos del batallón de Infantería, que pasa a estar constituido por 828, y de la aparición de una compañía de depósito de 257 individuos. La plantilla de la brigada mixta osciló, por tanto, entre un mínimo de 3.592 hombres en junio de 1937 y un má ximo de 4.240 a partir de octubre de 1938 14. Con las 21 primeras previstas para finales de 1936 —las cuatro primeras reservadas para el Norte quedaron nona tas, y en cualquier caso no se hubiera podido contar con ellas para estos fines— pensaba Largo Caballero constituir una importante masa de maniobra de más de 80.000 hom bres (81.396 en plantilla) que iniciaría »na decisiva con traofensiva, pero el constante deteiioro de la situación le obligó a empeñarlas prematuramente. Las ocho primeras, que quedaron disponibles a finales de octubre, fueron inmediatamente absorbidas por Ma drid, y las restantes alimentaron sucesivamente las batallas que se dieron a lo largo del invierno en torno a la capital y por Teruel, Andalucía y Extremadura, con lo que la pro yectada contraofensiva se fue demorando, a la par que las reservas se esfumaban. 1-n las brigadas en las que los trenes de abastecimiento eran a lomo, •l plantilla se incrementaba en un número de hombres que osciló entre 08 y ^ 0 , según las épocas.
6.
El equipo Martínez Cabrera-Asensio
Para hacer frente a la nueva situación, un nuevo equipo de mando. Los generales Asensio y Martínez Cabrera sus tituyen en la Subsecretaría de Guerra y en el Estado Ma yor al coronel Gil y al teniente coronel Estrada el 28 de octubre y el 27 de noviembre. Todas las secciones de éste pasan a tener mando militar y la presencia política se reduce a la de los que se llamaron «componentes civiles». En una fe cha intermedia, 11 de noviembre, se crea el Consejo Su perior de Guerra, del que formarían parte los ministros de la Guerra, Marina y Aire, Obras Públicas, Justicia y Agri cultura y el comisario general. Este organismo colegiado carecería de funciones de dirección, pero sería el máximo órgano coordinador y de asesoramiento, y a algunos de sus miembros le fueron atribuidas funciones de inspección y control. García Oliver, ministro de Justicia, se ocupó del reclutamiento, movilización e instrucción de cuadros de mando; Just, ministro de Obras Públicas, de los transpor tes, y Uribe, ministro de Agricultura, de la propaganda. Representaban en el Gobierno las tendencias libertaria, republicana y comunista. El Comisariado se estructuró por orden de 25 de no viembre, y ambos órganos, Consejo Süperior de Guerra y Comisariado, serían los útiles con los que el Frente Popu lar controlaría al Ejército. En este segundo tiempo de la actividad orgánica de Largo Caballero se constituyeron, finalmente, los centras de instrucción para la formación de oficiales y suboficiales. La disposición lleva fecha de 25 de noviembre y dispone la creación de cuatro: uno para Infantería, Caballería e In tendencia, otro para Ingenieros, otro para Transmisiones y el cuarto para Artillería. El 18 de diciembre se completa la disposición, dando nacimiento a la Escuela Popular de Es tado Mayor, y a la Escuela Popular de Guerra de Bilbao. Por su cuenta y riesgo seguían su vida las que en Cataluña y en Vizcaya habían organizado los Gobiernos autónomos. También el Gabinete de Información y Control sufrw cambios. El día 8 de enero de 1937 decidió Largo Caba* llero que sus atribuciones pasaran a él y que el Gabífl*te quedara exclusivamente con funciones asesoras precept1' vas, pero no vinculantes. Se creaban una serie de comité*
regionales en Madrid, Barcelona, Mahón, Albacete y Va lencia; asimismo, el Gabinete del Ministerio estaría consti tuido por tres representantes del Comísaríado y uno por cada centro regional, todos ellos elegidos por el ministro. Díaz Tendero cesaba en su puesto. Todas estas medidas tendían a reforzar la autoridad de Largo Caballero y la de la jerarquía militar, y tuvieron su complemento, en el terreno gubernativo, en una orden de la Presidencia de fecha 9 de enero en la que se decía: «Par tidos y sindicatos han rivalizado en la organización de ser vicios, supliendo, en cierto modo, funciones y cometidos propios del Gobierno, que éste no puede ni debe declinar o delegar; mas, poco a poco, el Gobierno, dueño ya de todos los resortes del poder, se siente con fuerzas para recuperar lo perdido». Poco antes, el 20 de octubre, se había dispuesto que las milicias policíacas, que hasta en tonces habían campado por sus respetos, quedaran inte gradas en una organización que se llamaría Milicias de Vi gilancia de la Retaguardia; pero éstas siguieron excedién dose en sus atribuciones y prestando más obediencia a sus organizaciones políticas que a las autoridades gubernativas, por lo que Miaja disolvió el 24 de diciembre las que se encontraban en su jurisdicción. El Gobierno siguió el ejemplo, y un decreto de 27 de diciembre extendió a es cala nacional lo hecho por el general a nivel local. Se disol vían, además de las Milicias de Vigilancia de la Retaguar dia, la Guardia Nacional Republicana, el Cuerpo de Segu ridad y Asalto y la Policía gubernativa, y se les sustituía por un Cuerpo llamado Cuerpo de Seguridad. Los miem bros de los disueltos tendrían opción para ingresar en el nuevo, siempre que fueran bien clasificados por una junta constituida a ese fin. Pero la medida política de mayor importancia fue el de creto de 25 de diciembre que reorganizaba la Administra ción local. Desaparecían los viejos órganos revoluciona rios, que eran reemplazados por gobiernos regionales que sustituían al Consejo de Aragón y al de Asturias y León, y consejos provinciales y locales que reemplazaban a diputa ciones y ayuntamientos, que estarían exclusivamente com puestos por representantes del Frente Popular. En cumdel decreto, una orden de 7 de enero disolvía
Ello suponía la supresión de las consejerías y delegacio nes de guerra de ámbito local, pero muchas de ellas sobre vivieron durante cierto tiempo. La de Málaga, hasta la pér dida de la provincia; la de Valencia, hasta que el 1.° de marzo todas las tuerzas del trente de Teruel pasaron a de pender directamente del ministro de la Guerra, y la de Madrid provincia, que quedaba exenta de las disposiciones, hasta el 24 de abril, fecha en que se disolvió la Junta Dele gada del Gobierno para su Defensa. Mayor duración tuvie ron las que en Cataluña y Vizcaya constituyeron los Go biernos autónomos; la catalana duró hasta los sucesos de mayo, y el terco Aguirre mantuvo la suya hasta la pérdida de Bilbao. Belarmino Tomás también mantuvo la Conseje ría asturiana después de su nombramiento de gobernador general de Asturias y León, y no la disolvió hasta el mes de abril. El Consejo General de Aragón, transformado en Gobierno regional, siguió dando quebraderos de cabeza al ministro, sobre todo en ocasión de las movilizaciones, pero nunca tuvo consejero de Guerra. De forma paralela y convergente, otras medidas orgáni cas iban dando forma al cada vez más potente Ejército Po pular. El día 26 de diciembre, Pozas, jefe del Ejército de Operaciones del Centro de España, ordenó la articulación de todas sus columnas en brigadas mixtas, que se numera rían a continuación de la 25, última de las constituidas hasta entonces. Se inició la tarea por las fuerzas de las Sierras, que se transformaron en las Brigadas 26 a 34, ambas inclusive. La numeración comenzaba en Somosierra y terminaba en el punto de enlace de las tropas de Pozas con las de Miaja. El día 31 de diciembre se constituían éstas en cuerpo de ejér cito y sus columnas se integraban en las Brigadas Mixtas 35 a 44. A continuación lo hicieron el resto de las fuerzas de Pozas, antiguas columnas de Burillo, Uribarri y Fernán dez Navarro, con los números 45 a 47, y, por último, las del coronel Jiménez Orje, de Guadalajara, que dieron orí* gen a las Brigadas 48, 49 y 50. Simultáneamente apareció el escalón intermedio entre e* cuerpo de ejército y la brigada, y surgió la o rg a n iz a ció n divisionaria. Aparecen las Divisiones 1.a, al mando d e .x rado, con cuartel general en Lozoyuela; 2.a, al mando del teniente coronel Moriones en Los Berrocales, y 3.a» al m^n'
do del teniente coronel Fernández Heredia, en El Escorial; fuerzas todas ellas de Pozas, y a continuación el cuerpo de ejército de Madrid, con las Divisiones 4.a, 5.a, 6.a, 7.a y 8.a, mandadas, respectivamente, por el comandante de Mi licias Modesto, el comandante Perea, el teniente coronel José María Galán, el coronel Prada, el comandante Cuevas de la Peña y dos brigadas internacionales y cinco nuevas como reserva, cuatro en organización y una ya dispuesta para el combate, que se llamaron A, B, C, D y E antes de que recibieran los números 67, 68, 69, 70 y 10. A la E, la de «el Campesino», se le adjudicó el número 10, uno de los cuatro reservados para el Norte 15. A continuación de las fuerzas de Madrid y en su flanco sur, las fuerzas del Tajo-Jarama, también dependientes de Pozas, se articularon en la 9.a División. La acción militar era el mejor acicate para esta actividad orgánica, y así la batalla del Jarama fue el origen de una nueva reorganiza ción. Desapareció el Ejército de Operaciones del Centro de España, sustituido por el Ejército del Centro, y Miaja añade a sus fuerzas las de Pozas, dando nacimiento a los Cuerpos de Ejército I, II y III. El I, al mando del ya coro nel Moriones, la integran las Divisiones 1.a, 2.a y 3.a y la nueva 10.a. El II es el heredero del antiguo Cuerpo de Ejército de Madrid; lo manda el coronel Alzugaray y le constituyen las Divisiones 5.a, 6.a, 7.a y 8.a. El III tiene por jefe al teniente coronel Burillo y lo forman las Di visiones A y B, al mando de los generales extranjeros W*ilter y Gal y la 11 de Líster. Queda como división inde pendiente la 9.a y surge la 12, integrada por las seis bri gadas que ahora cubren el frente de Guadalajara, la 48, 49 y 50 antiguas y las nuevas 66, 71 y 72, formadas estas dos últimas por fuerzas levantinas; y en el sector de enlace entre el 11 y el III Cuerpo de Ejército, en la zona de VallecasAr^anda, la Agrupación Modesto, compuesta por la 4.a Di visión, y las Brigadas E, de Valentín González (nueva 10.a), 19 y 2 1 ,<\
1S ('
n <-'s,a medida se renunciaba a la idea inicial, y poco después se los números 7, 8 y 9 a brigadas madrileñas. El y 8, a las que se •miaron R y M, en el sector de Víülecas, y el 9, a la segunda de Líster, 5HU se llamo anteriorm ente 1.a bis | *> >.ui
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ncns‘° n de la división fluctuó, como la de la brigada, pero la lúe la ile tres brigadas; y com o tuerzas divisionarias, un batallón •'■'Htialladoras, un grupo de artillería, una compañía de C. G ., otra de
Islilla
i*
La batalla de Guadalajara dará un nuevo impulso al ya poderoso Ejército del Centro, y aparece el IV Cuerpo de Ejército, del que se nombra jefe a Jurado, que al final de la batalla sería sustituido por Arce y poco después por Fer nández Heredia. En su seno nace una nueva división, la 14, de Cipriano Mera. Los números 13 y 15 los reciben las Divisiones A y B, del III Cuerpo de Ejército. Más tarde, el día 15 de marzo, nace el V Cuerpo de Ejército sobre la base de las antiguas fuerzas de la Agrupa ción Modesto, al mando de este último. Se constituye con las nuevas Divisiones A y B, que no tienen nada que ver con las que han pasado a ser 13 y 15; Por último, una flamante división, la 18, aparece en el II Cuerpo de Ejército, que se desdobla, dando lugar a que surja el VI Cuerpo de Ejército, al mando del coronel Prada, constituido por las Divisiones 5.a, 7.a, y 8.a En el II Cuerpo permanecen la 4.a, 6.a y 18. El proceso se extiende, a partir del Centro, a las regio nes periféricas. En Andalucía se crea a fines de diciembre, el día 18 concretamente, el Ejército del Sur, con jurisdic ción sobre todos los sectores del frente. El mando se con cede al general Martínez Monje, hasta entonces jefe de la División Territorial de Albacete, miembro del Comité de Reclutamiento del Ejército Voluntario y organizador de las nuevas brigadas mixtas; le sustituye en estos puestos el ge neral Bernal. Todos los sectores recibieron la orden de agrupar sus fuerzas en brigadas mixtas, de las que las correspondientes a los cuatro de Málaga serían las números 5 1 a 54; la 55, la de Vélez de Benaudalla, y la 56, la del Sector Nofte de Almería. La resistencia a la militarización de los comités regionales y locales y la actividad militar que se desarrolló a finales de año por iniciativa del bando nacional retrasaTransmisiones, una sección de tren, base y centro de instrucción y C.G < con una plantilla total que osciló entre 12.720 y 14.133 hombres. E* cuerpo de ejército normal fue también de tres divisiones, aunque los hu biera con m ayor o m enor número. Disponía, además, de un Cuartel Ge neral, de sendas compañías de tropas y asalto, un batallón disciplinar10, un grupo de artillería pesada con P.M. de Agrupaciones y G rupo de 1°' fon.nación de A rtillería, batallón de Zapadores, gfupo de T ransm isiones. Parque M óvil y columna de municiones, batallón de Obras y Fortificado' nes, G ru p o de Intendencia, escalón de Sanidad, compañías de TA y tfe0, centro postal y banda. Su plantilla varió entre 42.399 y 48.841 hoflibrc5.
ron esta tarea, que se reanudaría después de la caída de Málaga, con las consiguientes variaciones en los planes previstos. En Levante ocurrió algo semejante; la presencia en Va lencia del Gobierno había debilitado considerablemente al Comité Ejecutivo Popular, que ya había sufrido un golpe importante al ser relevado su presidente, el coronel Arín, de su cargo de gobernador civil, puesto en el que fue susti tuido el 28 de septiembre por el diputado socialista Ri cardo Zabalza. Las columnas seguían con su organización conocida, y Miaja, al frente de la 3.a División, había sido sustituido por el general García Gómez Caminero el día 6 de octubre; éste, sin cesar en el mando de la 3.a División, fue nombrado inspector de la de Albacete y de las provin cias andaluzas ocupadas por fuerzas gubernamentales, y poco más tarde, el 18 de noviembre, se nombra jefe de todas las columnas del frente de Teruel al coronel Velasco Echave, que fue relevado en la columna número 1 por el comandante Leopoldo Ramírez Jiménez. La militarización encontró muy fuerte resistencia, espe cialmente en las columnas anarcosindicalistas Hierro, CNT 13, Iberta y Temple y Rebeldía, las más reacias a la militari zación; pero al final la aceptaron; de momento se encua draron en brigadas mixtas las fuerzas de la columna Eixea, 3.a de las valencianas, que dieron nacimiento a las Brigadas 57 y 58, y las del teniente coronel Del Rosal, que se inte graron en las 59, 60 y 61. Las columnas del sector Sur, Tajo-Extremadura, se constituyeron en agrupación con este mismo nombre, y a finales de año se estructuraron en Br»gadas que reci bieron los números 62 y 63. La 64 organizó en febrero con fuerzas del frente de Teruel y reservistas de Alcoy, Alicante y Valencia. Al lado del nuevo Ejército combatían núcleos importan tes e carabineros, que crearon unidades de choque o de ^anguardia que también se integraron en brigadas mixtas. a vimos que de las seis primeras, dos procedían de este la ^ ^ 0 ’ ^ 3 ^ ^ a' febrero se añadiría una tercera, unir'' C*ue,marc^laria al frente de Guadalajara, y a ellas se cream maS tar<^e otras nuevas. Para su reclutamiento se aiipr,0 0 /^^ centros de movilización y organización en ReM na’ ° rihuela y Campo de Criptana.
Largo Caballero, cada vez más poderoso, encauzaba la revolución. El nuevo orden no era la vuelta al antiguo Es tado republicano, sino la creación de un nuevo régimen de carácter radicalmente distinto al que muriera el 18 de ju lio en sus bases jurídicas y en sus objetivos políticos y so ciales. La acción militar propiciaba el desarrollo orgánico y la batalla creaba las condiciones exigidas para dar nuevos pa sos adelante; pero, a su vez, favorecía la maniobra polí tica. Largo Caballero comenzaba a ser un peligro para co munistas, republicanos y no pocos socialistas. En el inte rior, por sus relaciones cada vez mejores con la CNT; en el exterior, por suponérsele causa de la frialdad de Gran Bretaña y Francia, cuya ayuda consideraban necesaria para aspirar a la victoria. Málaga daría una buena ocasión para debilitar su posición, y «sus» generales serían el blanco escogido. Martínez Cabrera y Asensio fueron sacrificados, y, en compañía de Martínez Monje, Villalba y Arteaga, procesados como presuntos culpables de traición. Al Es tado Mayor pasó el coronel Alvarez Coque, y a la Subse cretaría, Baraíbar. El coronel Morales se hacía cargo del Ejército del Sur, donde la derrota daría nuevo impulso a la militarización. El sector de Córdoba da origen a las Briga das 73 a 77; el de Granada, a las 78, 79 y 80; en el de Almería aparece la 85, y con las fuerzas que acuden a la batalla de Pozoblanco se forman la 86 (móvil de Puertollano, con un batallón internacional), la 88 y la 89. Los números intermedios se habían cubierto en el fr#nte de Teruel, donde, vencida la recalcitrante oposición de los li bertarios, sus columnas se integraron en las Brigadas 8 1a 84, y al que se encaminó la 87, organizada con fuerzas de carabineros. La 90 fue la anterior 35 bis, nacida durante la batalla de Guadalajara, y la 91 surgió en la Agrupación Sur-Tajo-Extremadura, al reorganizarse la 20 Brigada des pués de la batalla de Pozoblanco. Las últimas de la serie fueron la 92 y 93, números con los que fueron rebautiza das la 75 y 77 del Ejército del Sur después de que éstos h ibieran sido doblados por fuerzas nacidas a lo largo de la batalla de Guadalajara. Estas 93 brigadas fueron las constitutivas del Ejército
Popular, y en ellas se integraron la totalidad de las fuerzas de los frentes del Centro, del Sur y de Levante, incluidas las viejas milicias. A retaguardia se constituían otras 23, y para nutrirlas se hacía un nuevo requerimiento a los mozos de los reemplazos del 32 al 35 y se llamaba a los del 36, 31
y 37. Estas brigadas recibieron, inicialmente, los números 101 a 123, reservando hasta el 100 para las antiguas co lumnas; pero como éstas no dieron de sí más que hasta el 93, se retrocedió en la numeración de las que estaban en organización, y se dio nacimiento a las Brigadas 94 a 115 • i • « 17 inclusive A continuación empezaron a numerarse las fuerzas de Cataluña, que permanecían al margen de la organización centralizada, y que iniciaron su numeración a partir de la Brigada 116, que fue la primera de la columna del sur del Ebro, la de Ortiz, y continuó hacia el Norte. Una vez que las milicias hubieran aceptado en su totali dad la militarización, se disolvieron el Comité de Recluta miento del Ejército Voluntario y la Comandancia Militar de Milicias. Simultáneamente apareció un nuevo regla mento de recompensas, que se sitúa en la misma línea de ruptura total con todo lo anterior. El flamante Ejército Po pular no se siente heredero del Ejército Nacional, no ha surgido de una transformación o una reforma, y hasta las recompensas tienen que ser distintas a las que se otorga ban en tiempos pretéritos; las nuevas se llamarán «placa laureada de Madrid» y «medalla de la Libertad». Esta serie de disposiciones se cierran con una de 16 de febrero, que realmente es una ley constitutiva del nuevo Ejército. Se titula «De modernización y democratización de los mandos superiores», e introduce una hond¿ trans formación en el concepto clásico de h jerarquía. Se supri men todos los empleos dentro del generalato, se atribuye al ministro la potestad de nombrar libremente a todos los mandos desde batallón inclusive, pudiendo extender su e ecc*ón a personas civiles de «reconocida y probada com petencia», a las que se otorgaría el empleo militar de may°r, que por el momento sería la máxima jerarquía que 17 s . in C mamuv‘ ! num erat'ón de c u h riM ^ ()r£an'zat'ón estaba muy las 1» ° S ccos cntr(-’ la 9 3 y la C m"n tro m enor son las más
las que llevaron los números 10 1 a avanzada, y las restantes pasaron a 1 0 1 , con lo que, paradójicam ente, modernas.
podrían alcanzar, y se disponía que la designación para el ejercicio de cualquier mando suponía un título transitorio de superior jerarquía sobre todos sus subordinados, cualquiera que fuera la graduación de éstos. Esta medida, que repugnaba claramente a Largo Caba llero, se aplicó con prudencia; pero la presión de partidos y sindicatos le obligó, a su pesar, a otorgar con frecuencia mandos a civiles más o menos competentes, pues el nom bramiento de uno de una determinada significación entra ñaba, necesariamente, el tener que dar satisfacción a las restantes agrupaciones políticas, iniciándose así un proceso cuyo final era absolutamente imprevisible, y que llevaría a una participación política cada vez más acusada en el re parto de los puestos. Completo ya el nuevo Ejército, sólo restaba señalar cuá les habrían de ser las atribuciones judiciales y disciplinarias de sus mandos. La jurisdicción castrense había desapare cido de hecho en la ventolera revolucionaria de julio, y esta situación fue legalizada el 14 de enero por un decreto del Ministerio de Justicia que atribuía toda competencia en materia delictiva a los tribunales populares. Iniciaba esta disposición un verdadero pugilato entre dos conceptos igualmente revolucionarios, pero claramente distintos: el de García Oliver, un anarquista ministro de Justicia, y el de Largo Caballero, un socialista autoritario, presidente del Gobierno y ministro de la Guerra. La pugna entre ambos se prolongó durante varios meses, y finalmente llegaron a un acuerdo, que se tradujo en sendas disposiciones de 7 de mayo que regulaban la competencia de los tribunales, que ejercerían jurisdicción penal y sentaba las bases de la justi cia popular y militar. Se mantienen los principios de la unidad de fuero y de la limitación de la jurisdicción militar al conocimiento de los delitos esencialmente militares y se agravaban las penas, simplificándose el procedimiento. Renacía la jurisdicción militar y las autoridades castrenses recuperaban sus atribuciones judiciales, compartidas con sus comisarios, que sustituían a los auditores.
3 . Prieto, ministro de Defensa Nacional La caída de Largo Caballero supuso uti freno en el Pr0' ceso revolucionario. Prieto fue nombrado ministro de De'
fensa Nacional, ampliando las facultades que hasta enton ces tenía como ministro de Marina y Aire. El nuevo Minis terio contaría con cuatro Subsecretarías y el Estado Mayor Central de las Fuerzas Armadas. Las Subsecretarías serían las de Tierra, Mar, Aire y Armamentos, y los subsecreta rios el comandante Fernández Bolaños, el teniente de na vio Ruiz González, y los coroneles Camacho y Pastor. El Estado Mayor Central tendría a su frente al jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, y se nombró para ese puesto al teniente coronel Rojo, hasta ese momento jefe del Estado Mayor de Miaja. El mando supremo lo recababa para sí el ministro de Defensa Nacional, jefe de las Fuerzas de Tierra, Mar y Aire, cada una de las cuales contaría con su propio Estado Mayor. Como órgano auxiliar, sin facultad para dar órde nes, pero con carácter de director del conjunto de las ope raciones, el Estado Mayor Central. De él formarían parte, además de su jefe, los de la 2.a y 3.a Sección del Estado Mayor de Tierra, el director general de Retaguardia y Transporte, el comisario general, el jefe y el segundo jefe del Estado Mayor de la Marina, el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas, el jefe de Defensa Antiaérea y el subsecretario de Armamento y Municiones, actuando como secretario el del Estado Mayor. El ministro de Defensa podía presidir las reuniones y hacer concurrir a ellas a los jefes de aquellos servicios o inspectores generales que considerara oportuno, y subsis tía el Consejo Superior de Guerra, en el que se daba en trada a los jefes de Estado Mayor de Tierra, Mar y Aire. Largo Caballero lo había ampliado con sendos representan tes de los Gobiernos catalán y vasco, pero Negrín debió considerar que éstos estaban suficientemente representa dos con la presencia de Irujo en su condición de ministro de Justicia. Ni uno ni otro hicieron demasiado uso de este •nstrumento de dirección. De momento, Prieto se dedicó a reforzar su autoridad personal y la disciplina en las unidades. Las reformas que a ría de introducir en el Ejército se demoraron dos measta después de que las unidades que apresuradaforf1^ Se n constituyendo hubieran probado su forma y Br„U- en sierr*s madrileñas, frente a Huesca y en
La reforma se plasma en un decreto de 16 de julio. Se disolvía la vieja organización divisionaria y aparecía una organización territorial de base provincial, excepto en Ca taluña, que era regional, y en Aragón, donde el territorio ocupado se dividió en dos circunscripciones, llamadas Norte del Ebro y Sur del Ebro, con cabeceras en Barbastro y Caspe. En cada circunscripción, una Comandancia mili tar, con residencia en la capital de la provincia; menos en Toledo, en la que por razones obvias se situó en Orgaz. En las restantes provincias con la capital en manos de los su blevados, el territorio se agregó al de alguna de sus veci nas: Badajoz a Ciudad Real, Granada a Almería; Córdoba se dividía en dos zonas; la situada al norte del Guadalquivir y al oeste del río Yanguas se adscribía a Ciudad Real, y el resto a Jaén. Los ejércitos de operaciones y las agrupaciones autóno mas tendrían jurisdicción sobre todas las comandancias en clavadas en su zona de acción, y las restantes dependieron directamente del ministro de Defensa Nacional hasta que se organizó la Jefatura de la Zona del Interior, con atribu ciones sobre todo el territorio no enclavado en la zona de los ejércitos. Para Cataluña se nombraba un comandante militar espe cial, que sería además comandante militar de Barcelona; el nombramiento recayó en el general Riquelme, hasta en tonces inspector general del Ejército, destino que se su primió. Además de las comandancias provinciales, se crearon al gunas locales en aquellas ciudades de cierta importancia militar por su guarnición o por su interés estratégico. Fue ron éstas Alcalá de Henares, Alcázar, Almansa, Cuevas de Almanzora, Valdepeñas, Figueras, Linares, Lorca, Ocaña, Manzanares, Puertollano y Tarancón. Se suprimen las antiguas cajas de movilización y reserva y aparecen los que se llamaron Centros de Reclutamiento, Instrucción y Movilización (CRIM), de los que existiría uno en cada demarcación provincial y cuantos fueran nece sarios en Cataluña; inicialmente fueron 16. Para la defensa de la zona del interior se crearon los batallones de retaguardia, también de carácter territorial* de los que existiría uno en cada capital con población infe rior a 100.000 habitantes y dos en las de mayor númef0.
Con las viejas divisiones desaparecían los antiguos regi mientos, que eran sustituidos por centros de organización permanente de Infantería, Artillería, Ingenieros, etc. Los servicios se unificaban en la cúspide, descentralizándose en la base, y así se creó un Comité Central de Intendencia, se integraron los servicios de Sanidad y Transportes y la ins trucción militar se asentó sobre una pirámide, en cuyo vér tice se encontraba la Escuela Superior Popular de Estado Mayor, y en la base, los centros de instrucción premilitar, en los que recibirían instrucción los jóvenes de los reem plazos aún no movilizados, bajo la inspección del delegado provincial respectivo. Todo el edificio levantado por Azaña se venía abajo. Pero el problema fundamental con el que tuvo que en frentarse Prieto fue con el de la caída de moral dentro de sus fuerzas, consecuencia de las derrotas militares, sobre todo en el Norte, y del aluvión de soldados procedentes de la movilización, y carentes del entusiasmo político de las antiguas milicias. Crecían las deserciones, eran numero sos los prófugos y muchos eludían los sacrificios derivados del servicio militar. De ahí la decisión de corregir con la máxima severidad todos estos males y actuar contra los in diferentes o simpatizantes con el enemigo. El Gobierno, que se había apercibido de ese peligro, le hizo frente con medidas represivas de extremada dureza, que se ejercieron por el cauce de la jurisdicción castrense, que fue refor mada agravando las penas y asegurando la ejemplaridad y rapidez en la ejecución de las sentencias; por la aparición dp un órgano represivo con funciones de investigación y vigilancia —el Servicio de Información Militar (SIM)— y por la extensión a los familiares hasta de tercer grado de las presuntas responsabilidades en que pudieran incurrir los supuestos desafectos o traidores. Paralelamente a este conjunto de medidas represivas, se tomaron otras, que, por el contrario, intentaban elevar la moral de las Fuerzas Armadas, dando satisfacción a las as piraciones y deseos de sus miembros. Se trataba cié una vue ta al sistema tradicional de fuerte jerarquización, pro mociones ,P°r méritos, recompensas y condecoraciones, ue rompían definitivamente con el igualitarismo revolu cionario inicial que había presidido la llamada democratiza°n t e las Fuerzas Armadas. Era el triunfo de la institución.
Para hacerlo más patente, incluso el Comisariado se iba transformando en un Cuerpo de funcionarios militares pa recido a los antiguos político-militares. En su concepción legal, el Comisariado no era otra cosa que el movimiento político informando la acción militar, y su cometido se movía, por tanto, en el terreno del apostolado, que es tanto Como decir en el del proselitismo. Si se le priva de esa función, queda con muy escaso contenido. Esta es la razón por la que, desde su creación, el Comisariado, re flejo de la heterogénea coalición que sostenía y alimentaba la guerra, careciera de unidad y que los hombres en el po der quisieran transformarlo en una corporación al servicio de su política concreta. Sin embargo, cada comisario se sentía mucho más representante del partido o de la sindical que lo había encumbrado que del Gobierno que lo había nombrado, y esto originó siempre una tensión entre la ins titución y el ministro de la Guerra. Largo Caballero, ya lo vimos, tuvo que dar una enérgica batalla para conseguir ser obedecido, y llegó a prohibir a los miembros del Ejército el asistir, sin autorización, a reuniones de carácter político y su afiliación a partidos y sindicatos. Era una radical inversión de los términos iniciales del problema. Prieto acentuaría aún más esta línea ya percepti ble en los tiempos finales de Largo Caballero, y toda su preocupación sería la de conseguir la despolitización del Ejército. Todo ello retrotraía a las instituciones militares a la má? pura ortodoxia tradicional; simultáneamente, Alvarez del Vayo cesaba como comisario general del Ejército, susti tuido por Crescenciano Bilbao, más acorde con la política de Prieto. Los comunistas, que cuando se trataba de luchar contra Largo Caballero defendieron la tesis del Ejército político y que luego apoyaron a Prieto, en la fase final de la gestión de éste regresaron a sus posiciones de antaño, y volvieron a hablar de la necesidad de que estuviera impul sado por un fuerte ideario político que le diera contenido y aliento. Mientras tanto, el Ejército seguía creciendo. En su desa rro llo , tan enérgicamente impulsado por Largo Caballero, tendría que enfrentarse a los tremendos quebrantos que sufrió a lo largo de 1937. Cuando Largo Caballero dejó el Ministerio de la Guerra, eran seis los cuerpos de ejército
organizados, 42 las divisiones y 131 las brigadas mixtas, en tanto que otras 22 se encontraban en fase de formación mUy avanzada. A las 93 brigadas mixtas que salieron de las viejas columnas, de los batallones del Ejército Voluntario y de las 25 primeras brigadas organizadas en Albacete, se unieron pronto las que llevaban los números 101 a 115, e inmediatamente después las que cubrieron los números que habían quedado vacantes; es decir, del 94 al 100, am bos inclusive. Todas ellas se crearon en torno a un núcleo básico, que fue un batallón desglosado de las brigadas del Ejército del Centro, que entonces estaban a cinco batallo nes, y reclutas procedentes de las movilizaciones. En los territorios de Aragón y Cataluña, la numeración se reem prende, a partir de la Brigada 116, con las fuerzas de las columnas catalanas y las del que se llamó «Ejército de Ca taluña», llegando hasta la 146 inclusive. La 147 y 148 na cen en el Sur; la 149, en el Centro; la 150 sería la que se llamó antes 12 Internacional bis, que surgió del desdobla miento de la 12 Internacional en el momento en que ésta contaba con seis batallones, que se completaron con dos españoles. La 152 la facilitó la Infantería de Marina, y se nutrió con los infantes de Marina y marineros que habían acudido al frente de Madrid en octubre del 36. La 152 fue una nueva brigada del Cuerpo de Carabineros y, por úl timo, la 153 (última de la serie), que se constituyó con las fuerzas de la anterior columna Tierra y Libertad, de carácter anarcosindicalista, que fue la última en aceptar la militari zación. Todas estas brigadas se organizan a lo largo de los meses de mayo y junio, aunque las fuerzas que les sirvieron de origen preexistían en la antigua organización. No se agotaban ahí las fuerzas del Ejército Popular; quedaba todavía el Ejército del Norte, mandado por el ge neral Llano de la Encomienda desde el mes de septiembre ^ 36, y en el que cada una de sus partes actuaba con a soluta y total autonomía. Vizcaya, Santander y Asturias cUo*118*01^00 ca<^a una e^as ^e su propio cuerpo de ejérrial ^Ue’ como ^os c^e l° s racionales, tenía carácter territod i!' |e ^ stur‘as’ m los del Norte, se encontraba diviO v ^ ' 8 Cner° en ^os <'^rentes>> de Avilés, Gijón-Llanera, o, i rubia, Belmonte, Puerto Ventana y Pola de
Gordón y la Comandancia Militar de Cangas de Onís 18 I un mes más tarde aparece la organización divisionaria, que inicialmente se circunscribe a los «frentes» en torno a Ovie do, cada uno de los cuales tue asiento cíe una división, y sus sectores de sendas brigadas, de las que a fin de mes hay ya 13, 1 siendo cuatro las divisiones. Días después nacería la 5.a, y dentro de marzo, la 6.a y la 7.a, llegando las brigadas hasta [ la l -' inclusive. Para tan importante esfuerzo se moviliza ron localmente los reemplazos del 24 al 38, ambos inclu sive. El II Cuerpo de Ejército fue el de Santander. La trans formación de las viejas columnas en brigadas y divisiones se operó a lo largo del primer trimestre de 1937 y se dio.a conocer en los primeros días de abril. Lo constituyeron tres \ divisiones con 10 brigadas encuadradas y cuatro autóno19 mas El I Cuerpo de Ejército o Cuerpo de Ejército Vasco te nía unas características muy especiales. Nació como Ejér- ; cito Vasco por decisión de un Gobierno autónomo, que quería ser independiente. En Bilbao no sólo se creó el Ejército vasco, sino también la Marina vasca y hasta la Aviación vasca. La transformación de los antiguos frentes de Guipúzcoa, Alava y Burgos en divisiones y de las fuer zas de los sectores de Lequeitio, Marquina, Eibar, Elgueta, Elorrio, Ochandiano, Mecoleta, Ubidea, Gorbea, Baram- i bio, Orduña, Respaldiza y Valmaseda en brigadas se re- j trasó, fundamentalmente, para que no apareciera como j obediencia a una orden superior, sino como determinado | tomada en el propio país. Y así, ésta se demoró hasta que ¡ la ofensiva nacionalista sobre Bilbao la hizo perentoria e imprescindible. Surgen entonces cuatro divisiones, al mando de Llarch, Vidal Munárriz, Ibarrola e Irezábal, y 16 brigadas mixtas. ¡ M En ¡a reorganización de enero, Linares es ya jefe del Cuerpo Ejérciro con Martínez D utor de comisario y Belarm ino Tomás de de*e' gado del G obierno. Los frentes los mandaban Abad, González Castro. , Semprun, Martín Barco, García González y Rodríguez C alleja, y en a , Comandancia de Cangas seguía Sánchez Noriega. u Era jefe del C uerpo de Ejercito el teniente coronel García Vaya*) ; manejaban las divisiones Villanas, Bueno y Fernández Navamuel. Las Pri gadas autónomas eran la de Potes, una de defensa de Costas, una dest-1 cada en Asturias y la de choque, reserva del C uerpo de Ejército.
El conjunto de las tropas norteñas a la caída de Largo Caballero se elevaba a tres cuerpos de ejército, 14 divisio nes y 47 brigadas mixtas, que había que añadir a los siete cuerpos de ejército, 42 divisiones y 131 brigadas organiza das y 22 en organización en el territorio Centro-Levante. Cuando Prieto se hizo cargo del Gobierno, el Ejército tenía la siguiente estructura: Ejército del Centro: al mando del general Miaja, con los Cuerpos de Ejército I al VI, 20 divisiones y 56 brigadas mixtas. VII Cuerpo de Ejército, en el frente de Extremadura: al mando del coronel Mena: tres divisiones y 13 brigadas mixtas, la mayor parte de ellas acumuladas para la frustrada ofensiva de mayo hacia la frontera portuguesa. Ejército del Sur: al mando del coronel Morales, con seis divisiones y 21 brigadas mixtas, todavía no estructuradas en cuerpos de ejército, aunque no tardarían en integrarse en los nuevos VIII y IX. Ejército de Operaciones de Teruel: con cuatro divisiones y 13 brigadas mixtas. Las divisiones, que originalmente se llamaron A, B, C y D, pasarían a ser de la 39 a 42, y se integrarían en el XIII Cuerpo de Ejército. Ejército del Este: cuya organización se ordenó en abril, pero que se demoró hasta junio, y en el cual se integraron las divisiones aragonesas Ascaso, Carlos Marx, Durruti. Jubert, las agrupaciones Alpina y Maaá-Companys y las tres divisiones de reserva, que constituyeron el que se llamó oficialmente «Exercit de Catalunya». La división Jubert pasó a ser 25; la Durruti, 26; la Carlos Marx, 21 y la Ascaso, 28. Apareció una nueva, a base de las fuerzas del POUM, que fue la 29, y, finalmente, la agrupación Waciá-Companys, la 30. La agrupación Alpina se quedó como brigada autónoma de Montaña, y las tres divisiones de reserva del Ejército de Cataluña, fueron la 31, 32 y 33. Nueve divisiones y 26 brigadas mixtas, que no tardarían en articularse en los X, XI y XII Cuerpos de Ejército. Ejército del Norte: al mando del general Llano de la En comienda, con los cuerpos de ejército Vasco, Montañés y Asturiano. El Cuerpo de Ejército Vasco estaba compuesto en ese momento por cinco divisiones y 24 brigadas mixtas, de las
que 18 eran vascas, cuatro asturianas y dos montañesas. E] Cuerpo de Ejército Montañés: de tres divisiones y 14 bri gadas, y el Cuerpo de Ejército Asturiano, de siete divisio nes y 17 brigadas mixtas. En conjunto, tres cuerpos de ejército, con 15 divisiones y 55 brigadas mixtas, que mantenían su numeración habi tual, es decir, I, II y III Cuerpos de Ejército y, dentro de cada uno de ellos, las brigadas, numeradas correlativa mente del 1 hasta el número final, excepto las asturianas y montañesas, integradas en el Cuerpo de Ejército Vasco, que adoptaron la denominación de Brigadas Expediciona rias, y se numeraron independientemente; es decir, eran la 1.a, 2.a, 3.a y 4.a Expedicionarias Asturianas y la 1.a y 2.a Expedicionarias Montañesas. El total de las Fuerzas del Ejército de Operaciones es taba integrado por 10 cuerpos de ejército, 57 divisiones y 184 brigadas mixtas, sin contar las que por estar en organi zación no figuraban todavía adscritas a ninguna unidad su perior. A lo largo de 1937, este Ejército sufriría las hondas transformaciones impuestas por el desarrollo de la guerra. En el Norte se va a la integración, pero ésta no se produce antes de que caiga Vizcaya. Es después, en agosto, cuando los cuerpos de ejército, divisiones y brigadas norteñas aceptan el esquema general y las numeraciones que les es taban reservadas. Como vimos, la última brigada organizada antes cíe la primavera fue la 153, y las vascas, asturianas y montañesas seguían con sus numeraciones particulares. En agosto, las fuerzas vascas recuperadas van a constituir el XIV Cuerpo de Ejército; las santanderinas, el X V y las asturianas, el XVII; el XVI constituyó una agrupación de reserva, que por imperativo de la situación cubrió el frente Sur de As turias. Para las divisiones se reservaron los números compren didos entre la 48, que fue la primera de las vascas, y la 62, que fue la penúltima de Asturias, pues su número fue su perior al previsto por el Estado Mayor Central, y así hubo dos Divisiones 63, una asturiana y otra extremeña, anoma' lía que duraría poco, al ser corta la vida de la División asturiana, que desapareció con el territorio. Las brigadas mixtas norteñas comenzaron su numeración
con la 154, que fue el número que recibió la 1.a de Euzkadi, y se les reservaron los números hasta el 209 exclu sive, que se dio a la 3.a Brigada de la División de «el Cam pesino». El Norte no llegó a consumir toda esta numera ción, pues cuando se decidieron a implantarla, ya había caído Vizcaya, y las brigadas vascas se habían reducido de 18 a 12. De no haberse producido este hecho, se hubiera repe tido el caso de las divisiones, pues se llegó hasta la Brigada 205, y se hubiera alcanzado la 2 11, duplicando las 209, 210 y 211. El derrumbamiento del Ejército del Norte supuso, por tanto, la pérdida de cuatro cuerpos de ejército, 16 divisio nes y 58 brigadas mixtas, lo que acarreó la pérdida del or den de los 200.000 hombres 20. Como para entonces en la totalidad del territorio repu blicano sólo se habían movilizado seis reemplazos —los tres que se llamaron en septiembre: 1930, 1938 y 1939, no pudieron llegar al frente antes de que terminara el drama norteño—, quiere decirse que las pérdidas humanas superaron un tercio del total de la fuerza actual del Ejér cito Popular y un porcentaje muy aproximado de toda su potencia. Estas pérdidas drásticas tenían que ser rápida mente compensadas, y esto fue lo que forzó la maquinaria de la movilización, que hasta ese momento había sido más utilizada en zona nacionalista que en zona republicana. A partir del impacto causado por el hecho decisivo del Norte, la situación cambió radicalmente. Los nacionales iban ya a movilizar muy poco y los republicanos tendrían que ir a la movilización general para poder paliar, en cierta medida, las pérdidas que habían sufrido. Esta es la razón de que se ordenara en septiembre la incorporación de tres reemplazos, tratando de compensar con esta nueva aporta ción humana las cuantiosas pérdidas que se habían produ cido en el Norte. Siguiendo el hilo de los acontecimientos, veíamos que el ultimo cuerpo de ejército organizado era el XVII Asturiano. El XVIII aparece con motivo de la batalla de Brunete. Para librarla, el Ejército republicano crea el Ejército 20 | d i , 'os Rem plazos producían del orden de las 1 1 .0 0 0 incorporaciones úl‘ 9 en 19 33), y como la movilización afectó a 19, aunque las cuatro Vasirnas *ucr°n movilizadas después de caer Bilbao y afectarían a pocos (os. los presentados serían unos 2 0 5 .0 0 0 .
^>a,m de la guerra civil
de Maniobra, aunque con carácter transitorio y solament para hacer trente a la situación derivada de la ofensiva cd curso, y en él aparece el flamante cuerpo de ejército. t| XIX surge en agosto por desdoblamiento del XIII en J Ejército de Operaciones de Teruel, dando nacimiento al Ejército de Levante. El XX, XXI, XXII y XXIII, en sepj tiembre y octubre con las fuerzas que han procurado lojf nuevos reemplazos llamados a filas, que, a su vez, permití! rán constituir un nuevo y mayor Ejército de Maniobra, quij contará con el V Cuerpo de Ejército, que fue su núcleoi inicial; el XVIII, que se creó para Brúñete, y el XX, XXlJ y XXII, que le darán estabilidad y permanencia. Nace asi¡ un ejército de intervención, que, desligado de la atención j| ningún frente concreto, podría dedicarse a hacer frente ala', fuerzas enemigas que quedarían liberadas a la caída de Gijón. Este notable incremento en el número de cuerpos de ejército lleva también al aumento de los ejércitos. Los Cuerpos de Ejército VII, VIII y IX, que tenían un caráctei autónomo aun cuando estuvieran bajo la inspección que st[ llamó Sur, van a dar lugar, con la aparición del XXIII, ali nacimiento de dos ejércitos; el de Extremadura, con losj Cuerpos de Ejército VII y VIII, y el de Andalucía, con los| Cuerpos IX y X X 111. [ Las divisiones crecen desde la número 63, aquella que! estuvo duplicada, hasta la 71 inclusive, que aparece en d[. XXIII Cuerpo de Ejército, en la Andalucía orientaba fina les de año. Todavía a principios del 38, y, por tanto, en período de Prieto, nacerá la 72, que es la de número más alto de cuantas se organizan durante su mandato. Las brigadas mixtas llevan un camino paralelo, y a ptfú de la 209, la 3.a de «el Campesino», se llega hasta la 2W inclusive. Las últimas fueron las que se destinaron a ^ agrupaciones de defensa de costas, que se crearon para Ia protección de los litorales catalán y levantino. La última modificación orgánica importante introducid3 por Prieto fue la que derogó el artículo 9.° del decreto «c 16 de febrero del 37, por el que Largo Caballero limité al empleo de mayor el máximo grado al que podrían aíP1' rar los militares procedentes de milicias. La disposición >uí promulgada muy a regañadientes para hacer frente a u,níl situación de hecho. Rojo, en su calidad de jefe del
de o p e ra c io n e . y de (efe del Emdo Mayor C entra, « -
midió a ese empleo a Enrique Luter, mediada la batalla de Teruel Ante el hecho consumado, Prieto respaldó a su subordinado, y el día 5 de enero aparecieron sendos decre t o s . Uno anulaba el citado artículo y el otro ratificaba el ascenso de Líster. El criterio del ministro quedaba claro en las dificultades que se ponían a la concesión de estos ascensos extraordi narios al exigir propuesta razonada al ministro de Defensa Nacional, discusión posterior en Consejo de Ministros y disposición de rango de decreto, con sanción del presi dente de la República. 9. Negrín, presidente y m inistro de Defensa El instrumento tan laboriosamente forjado por Prieto y Rojo, y que dio a ambos la efímera satisfacción de la con quista de Teruel, única capital de provincia que, siquiera fuera transitoriamente, cayó en poder del Ejército republi cano, quedó absolutamente desmantelado y disperso des pués de la batalla de Aragón, que derrumbó totalmente el frente y produjo la dislocación de un elevado número de unidades, entre las que se incluían la totalidad del Ejército del Este y prácticamente todo el Ejército de Maniobra, consumándose por añadidura una nueva división de sus fuerzas, aisladas entre sí en las que se llamaron Zona Oriental y Zona Centro-Sur. Estos gravísimos acontecimientos produjeron una impo nente reacción, que determinó la crisis del Gobierno y la constitución de uno llamado de unidad nacional, presidido también por Negrín, y en el que, como antes Largo Caba l o , el presidente del Gobierno recababa para sí la res ponsabilidad de la dirección de la guerra. Vuelven al Ga nóte r e p r e s e n ^ de los sindicatos y el movimiento li las ar () t()()l>era nuevo en la acción del Gobierno, pero NfDrf'tUnSfanc*as son ra^*calmente otras. Ello no amilana a contiT’ r c\c,CSIH,és haberse desprendido de los que tado M * < 1¡yrrot‘stas* mantiene a Rojo al frente del Escon I» .ly° r ,clntra* V se *an*a a una tarea reorganuativa l etensión de rehacer, una ve* más, al Ejército Po
de Maniobra, aunque con carácter transitorio y solamente! para hacer frente a la situación derivada de la ofensiva eni curso, y en él aparece el flamante cuerpo de ejército. El; XIX surge en agosto por desdoblamiento del XIII en el! Ejército de Operaciones de Teruel, dando nacimiento alj Ejército de Levante. El XX, XXI, XXII y XXIII, en sep-j tiembre y octubre con las fuerzas que han procurado losj nuevos reemplazos llamados a filas, que, a su vez, permití-¡ rán constituir un nuevo y mayor Ejército de Maniobra, que! contará con el V Cuerpo de Ejército, que fue su núcleo ( inicial; el XVIII, que se creó para Brúñete, y el X X , XXlj y XXII, que le darán estabilidad y permanencia. Nace así un ejército de intervención, que, desligado de la atención a ningún frente concreto, podría dedicarse a hacer frente a las fuerzas enemigas que quedarían liberadas a la caída de Gijón. Este notable incremento en el número de cuerpos de ejército lleva también al aumento de los ejércitos. Los Cuerpos de Ejército VII, VIII y IX, que tenían un carácter autónomo aun cuando estuvieran bajo la inspección que se llamó Sur, van a dar lugar, con la aparición del XXIII, al nacimiento de dos ejércitos: el de Extremadura, con los Cuerpos de Ejército VII y VIII, y el de Andalucía, con los I Cuerpos IX y XXIII. Las divisiones crecen desde la número 63, aquella que; estuvo duplicada, hasta la 71 inclusive, que aparece en e' XXIII Cuerpo de Ejército, en la Andalucía orientaba fina les de año. Todavía a principios del 38, y, por tanto, en el período de Prieto, nacerá la 72, que es la de número más alto de cuantas se organizan durante su mandato. Las brigadas mixtas llevan un camino paralelo, y a partir de la 209, la 3.a de «el Campesino», se llega hasta la 225 inclusive. Las últimas fueron las que se destinaron a 1# agrupaciones de defensa de costas, que se crearon para la protección de los litorales catalán y levantino. La última modificación orgánica importante introducid por Prieto fue la que derogó el artículo 9.° del decreto de 16 de febrero del 37, por el que Largo Caballero limitaba al empleo de mayor el máximo grado al que podrían asp1' rar los militares procedentes de milicias. La disposición fue promulgada muy a regañadientes para hacer frente a uílíl situación de hecho. Rojo, en su calidad de jefe del Ejércif0
de Operaciones y de jefe del Estado Mayor Central, as cendió a ese empleo a Enrique Líster, mediada la batalla de Teruel. Ante el hecho consumado, Prieto respaldó a su subordinado, y el día 5 de enero aparecieron sendos decre tos. Uno anulaba el citado artículo y el otro ratificaba el ascenso de Líster. El criterio del ministro quedaba claro en las dificultades que se ponían a la concesión de estos ascensos extraordi narios al exigir propuesta razonada al ministro de Defensa Nacional, discusión posterior en Consejo de Ministros y disposición de rango de decreto, con sanción del presi dente de la República. 9.
Negrín, presidente y ministro de Defensa
El instrumento tan laboriosamente forjado por Prieto y Rojo, y que dio a ambos la efímera satisfacción de la con quista de Teruel, única capital de provincia que, siquiera fuera transitoriamente, cayó en poder del Ejército republi cano, quedó absolutamente desmantelado y disperso des pués de la batalla de Aragón, que derrumbó totalmente el frente y produjo la dislocación de un elevado número de unidades, entre las que se incluían la totalidad del Ejército del Este y prácticamente todo el Ejército de Maniobra, consumándose por añadidura una nueva división de sus fuerzas, aisladas entre sí en las que se llamaron Zona Oriental y Zona Centro-Sur. Estos gravísimos acontecimientos produjeron una impo nente reacción, que determinó la crisis del Gobierno y la constitución de uno llamado de unidad nacional, presidido también por Negrín, y en el que, como antes Largo Caba llero, el presidente del Gobierno recababa para sí la res ponsabilidad de la dirección de la guerra. Vuelven al Gamete representantes de los sindicatos y el movimiento iiertario coopera de nuevo en la acción del Gobierno, pero as circunstancias son radicalmente otras. Ello no amilana a e&nn, qUe> después de haberse desprendido de los que consideraba derrotistas, mantiene a Rojo al frente del Esat o Mayor Central y se lanza a una tarea reorganizativa ° n a pretensión de rehacer, una vez más, al Ejército Po-
pular y situarle otra vez en paridad, y si es posible en supe rioridad, con el victorioso enemigo. Era una aspiración aparentemente utópica. A la destrucción absoluta del Ejército del Norte se aña dían el ingente desgaste sufrido por los Ejércitos del Este y de Maniobra y las numerosísimas reservas que acudieron a reforzarlos, el dislocamiento de gran número de unidades, la pérdida de decenas de miles de hombres prisioneros, muertos o heridos y una tremenda baja de moral. Pero ni Negrín ni Rojo eran hombres que se arrugaran ante las dificultades, y, apenas consumado el corte al mar, ya están en la tarea de levantar un nuevo ejército. Las Subsecreta rías del Ministerio de Defensa pasan a estar ocupados por el teniente coronel Cordón, el teniente coronel Núñez Mazas y el coronel Játiva. En Armamento continuaba el doctor Otero. Los relevados eran el coronel Pérez Salas, que había sus tituido en marzo a Fernández Bolaños; el almirante Fuen tes y el coronel Camacho. También cesó el comisario ge neral, Crescenciano Bilbao, solidarizado con Indalecio Prieto, y le sustituía Bibiano Fernández Osorio y Tafall, un republicano filocomunista. Los jefes de Estado Mayor de Aire y Mar fueron sustituidos por Martín Lunas y Pe dro Prado Mendizábal. Las disposiciones fueron acompañadas por el llama miento inmediato de tres reemplazos; los de 1928, 1927 y 1941, que fueron movilizados el día 13 de abril, y que seguían de cerca a los de 1929 y 1940, llamados a f¡las el 22 de febrero. Como complemento de ellas se decretaba la incorporación de todos los obreros y técnicos de la cons trucción comprendidos en los reemplazos del 26, 25, 24, 23 y 22, que debían incorporarse inmediatamente a filas para impulsar la construcción de las líneas defensivas que habrían de establecerse inmediatamente. Con toda esta gente se iba a levantar el Ejército. Se ex trajo un batallón veterano de cada una de las 92 brigadas que no habían participado directamente en la batalla, y que, por tanto, se encontraban intactas, y se ordenó orga nizar con ellos 23 nuevas brigadas, que con los reclutas y reservistas permitirían reconstruir los cuerpos de ejército perdidos en el Norte, el XIV, XV, XVI y XVII, restable ciendo la relación numeral sin solución de continuidad. Las
nuevas brigadas y divisiones cubrirían los números perdi dos en el Cantábrico o en Aragón. El día 16 de abril dic taba Rojo una orden general reservada en la que se dispo nía la constitución del Grupo de Ejércitos de la Región Centro-Sur, al mando del general Miaja, que cesaba en el Ejército del Centro, en el que le sustituía accidentalmente el general Cardenal, y definitivamente el coronel Casado, que dejaba el mando del Ejército de Andalucía al coronel Moriones, hasta entonces jefe del I Cuerpo de Ejército, del que se hizo cargo el teniente coronel Barceló. Miaja se lanza a una amplia y profunda tarea de reorga nización, que recuerda a la que llevó a cabo en circunstan cias anteriores, cuando le fueron confiados sus anteriores mandos en las fuerzas de defensa de Madrid, Cuerpo de Ejército de Madrid, II Ejército y Ejército del Centro. Si mala era la situación de Miaja, que había tenido que em pobrecer notablemente sus unidades para acudir en auxilio de los desmantelados Ejércitos del Este y de Maniobra, la de éstos era francamente deplorable. El Ejército del Este había dejado prácticamente de existir y el de Maniobra se encontraba disperso, disminuido y separado; la fracción de él que quedó al norte del río Ebro dio origen a la que inicialmente se llamaría Agrupación Autónoma del Ebro, y, al crecer, al Ejército de este mismo apelativo. Ambos Ejércitos, el del Este y el del Ebro reconstituidos, se inte grarían en una entidad superior que se creó el día 22 de mayo con el nombre de Grupo de Ejércitos de la Región Oriental, al mando de Saravia, que cesaba en el del Ejér cito de Levante. En esa misma fecha, H Ejército de Le vante absorbe al de Maniobra, que, al mando del general Menéndez, se mantenía defendiendo ásperamente los ac cesos a Valencia desde la Plana de Castellón. El Ejército en su totalidad debería quedar así: G
r u p o de
Ej é r c i t o s
de la
R e g ió n O
r ie n t a l
Ejército del Este: Cuerpos de Ejército X , X I, XVIII y XII, con 12 divisiones y 36 brigadas mixtas. Ejército del Ebro: Cuerpos de Ejército V y el nuevo XV, con cuatro divisiones y 12 brigadas mixtas. Unidades Autónomas: 43 División, con tres briga-
das, aislada en los Pirineos, y la Agrupación de costas Norte, con tres brigadas. Total de Fuerzas del GERO: Dos ejércitos y seis cuerpos de ejército, con 19 divisiones y 60 brigadas mixtas. G
r u p o de
Ejé r c it o s
de l a
R e g ió n C e n t r a l
Ejército del Centro: Cuerpos de Ejército I, II, III, IV y VI, con 15 divisiones y 45 brigadas. Ejército de Levante: Cuerpos de Ejército XIII, XIX, XXI y XXII, con 12 divisiones y 36 brigadas. Ejército de Extremadura: Cuerpos de Ejército VII y VIII, con cinco divisiones y 18 brigadas. Ejército de Andalucía: Cuerpos de Ejército IX y XXIII, con cinco divisiones y 15 brigadas. Defensa de Costas: Una brigada. T o t a l DEL GERC: 13 cuerpos de ejército, 38 divisio nes y 115 brigádas. R e s e r v a s g e n e r a l e s a constituir: Cuerpos de Ejér cito XVI, XVII y XX, con nueve divisiones y 27 brigadas, todas de nueva creación, que se organi zarían en las zonas de Tarancón, Segorbe-Sagunto y Manzanares-Linares. Con arreglo a estas disposiciones reaparecían los Cuer pos de Ejército XVI, XVII y XX, las Divisiones disuelta? o perdidas 29, 42, 48, 49, 50, 51, 52, 53, 54, 60, 68 y una mixta sin numeración todavía, y las Brigadas 21, 59, 60, 61, 84, 95, 128, 210, 224, 226, 227, las 180 a 208 inclu sive y dos sin número, que llevarían las letras C (Cuerpo de Carabineros) y M (Infantería de Marina). No renacían el XIV Cuerpo de Ejército, las Divisiones 55, 56, 57, 58, 59, 61 y 62, siendo la de mayor número la 73, y las Briga das 56 y 154 a 179 inclusive, siendo la última la 228. El plan no pudo llevarse a cabo como se había trazado, pero no se diferenció demasiado de él. Los cuerpos de ejército reaparecieron en su totalidad, pues el XIV era el llamado de guerrilleros, de composición especial. Las divi siones se rehicieron todas, excepto la 57, 58 y 59 y las brigadas, salvo las 166, 167, 168, 169, 170, 171, 172, 184, 185, 186, 187 y 188; es decir, todas menos 12.
Para darse cuenta del esfuerzo que esto supuso, baste señalar que entre agosto y diciembre de 1937, en el gigan tesco esfuerzo de Prieto, aparecieron 10 nuevas divisiones,
las números 63 a 72; 16 nuevas brigadas mixtas, las nú mero 209 a 224, y cinco cuerpos de ejército, los numera dos del 19 al 23; en esta ocasión aparecerían otros cinco cuerpos de ejército, 12 divisiones y 32 brigadas mixtas. El resumen total es de 23 cuerpos de ejército, 70 divi siones y 202 brigadas mixtas. A ellas habría que añadir los efectivos del XIV Cuerpo de Ejército de Guerrilleros; pero la composición de éste era muy especial, y sus unida des no eran homologables a las de la misma designación del Ejército regular. Este Cuerpo de Ejército se creó en el mes de octubre de 1937 con seis divisiones, y en esta or ganización quedó reducido al Cuartel General, pues los guerrilleros pasaron a encuadrarse en los Ejércitos a razón de una división por cada uno de ellos, que se numeraron a partir de la 100, siguiendo los múltiplos de esa cifra; eran, por tanto, las Divisiones 100, 200, etc., todas ellas a cuatro brigadas, que llevaron los números 157 a 165 y 230 a 241. Las divisiones tenían 643 hombres; las brigadas, 160, y el total del cuerpo de ejército, 3.877. Es decir, todo el con junto tenía un volumen inferior al de una brigada mixta de línea, aunque, eso sí, con personal altamente cualifi cado. Pero toda esta ingente labor hubiera carecido de signifi cado sin medidas complementarias. No se trataba exclusi vamente de incorporar muchas personas v encuadrarlas había que levantar su espíritu. Y ésta es ia labor que de sempeñaría Negrín desde el Ministerio. La primera me dida, dictada el 11 de abril, fue la de creación de centros de recuperación de personal para recoger a todos los dis persos y devolverles la moral perdida. La segunda medida fue duplicar toda la organización de distribución, recupe ración, organización y reclutamiento, que tuvieron que en contrar su paralelo en la región catalana. Los CRIMS se ele varon a 19, de los que 13 radicaron en la zona Centro-Sur y seis en la catalana. Se amplió la instrucción premilitar que organizara Prieto, ordenándose que todos los muchac ios de dieciséis años recibieran instrucción militar en sus °calidades, impartida por comités de educación militar ^Ue en ellos se crearían por los consejos locales. Al cum-
plir los diecisiete pasarían a recibir instrucción militar completa en los CRIMS. De hecho era ampliar la movilización a dos reemplazos más de los llamados legalmente a filas. En la unificación de los servicios se dio un gran paso adelante cuando en mayo se integran los servicios sanitarios de Tierra, Mar y Aire, bajo la dirección del doctor Puche, y cuando en no viembre se hace lo mismo con los de Intendencia, nom brando intendente general, con categoría de Subsecretario, al diputado socialista Trifón Gómez. Las dificultades em pezaron cuando se quiso hacer lo mismo en el terreno de la movilización industrial. Al crear, por decreto de 18 de agosto, la Dirección de Industrias, vinculada al ministro de Defensa Nacional, se desencadena una grave tormenta política. Ya Prieto había disuelto la Comisión de Industrias de Guerra de Cataluña por considerarla innecesaria desde el momento en que el Gobierno se instaló en Barcelona; pero la Generalidad mantenía el control de sus industrias a través de la Conse jería correspondiente, y la medida de Negrín fue muy mal recibida por el Gobierno autónomo, lo que provocó una crisis ministerial. Nacionalistas vascos y catalanes, tan poco respetuosos con la letra de la Ley autonómica, la con sideraron como un ultraje, y los ministros Ayguadé e Irujo, que los representaban en el Gobierno, dimitieron. La crisis se quedó en parcial bajo la fuerte presión del Ejército, y se resolvió nombrando como representantes de los nacionalismos periféricos al catalán Moix, del Partido So cialista Unificado de Cataluña, y al vasco Bilbao, de Acción Nacionalista Vasca. Otra unificación que levantó ampollas fue la de los ser vicios de propaganda. También aquí el precedente lo había marcado Prieto con una comunicación que fue origen de la sustitución de Alvarez del Vayo al frente del ComisariadoFinalmente, todos los servicios, que antes estaban disper sos, pasan al Ministerio de Estado, que los unifica en la Subsecretaría de Propaganda. Todas escás medidas se complementaban con las que iban directamente al alma del soldado. Para rehacer la mo ral se usan dos procedimientos. Por un lado, extremar el rigor hasta el terror, y, por el otro, prodigar los premios hasta el abuso en ascensos y recompensas. Diferentes me-
didas van agravando las penas aplicadas a los delitos milita res, con lo que el Código de Justicia Militar, que Azaña calificara un día de arcaico y duro, quedó ampliamente su perado. Por otro lado, autorizan a los mandos militares a obrar sin contemplaciones para reprimir los casos de aban dono, deserción o flojedad. Las órdenes en estos aspectos eran tremendas, como tremendas eran las medidas disci plinarias a que dieron lugar. Por otro lado, generosidad a todo pasto, nuevo regla mento de recompensas, todavía obra de Prieto, en el que se instituye la «medalla del deber», la «medalla del valor», la «placa del valor» y subsisten la «medalla de la Libertad» y la «placa laureada de Madrid». Restablecimiento el 14 de octubre de las suprimidas categorías de general de división y teniente general. Derogación del decreto de Prieto que exigía acuerdo del Consejo de Ministros para conceder as censos a teniente coronel a los oficiales procedentes de las milicias y supresión de cualquier límite en su posterior ca rrera. Estos se prodigarían a manos llenas y beneficiarían a miles de suboficiales y oficiales, tanto procedentes del Ejército como de las milicias. En esta línea de magnanimidad se insertan el indulto el 19 de agosto de todos los prófugos y desertores que se presentaran antes del 15 de septiembre de 1938; el de los destinados a los Cuerpos de disciplina que hubieran obser vado buena conducta durante un período mínimo de seis meses; y el sobreseimiento de la causa que por presun ta traición se seguía contra los generales Martínez Monje, Martínez Cabrera, Asensio y coroneles Villaiba y Her nández Arteaga. Es curioso que el procesamiento de éstos estuviese en la base de la maniobra para expulsar del Gobierno a Largo Caballero y que su rectificación corriera a cargo de los mismos hombres que entonces le usaron como arma política. Negrín, como antes Largo Caballero, al que trató de imi tar, aunque desde posiciones más templadas y acordes con *a política que dictaban los comunistas, afirmaba cada día de forma más amplia su poder personal. Y para robuste cerlo creó lo que llamó «delegados especiales de mi auto piad», para ser empleados en actividades y servicios rela cionados con la Defensa Nacional. Tendrían las funciones V atribuciones que en ellos delegara y «las más amplias de
inspección y propuesta». El primer nombrado para puesto de tanta confianza fue el diputado socialista Manuel Alvar. Es un proceso que muchos han llamado contrarrevolu cionario y que iba acusando un creciente centralismo, una prepotente autoridad del jefe del Gobierno y un someti miento cada vez mayor de partidos y sindicales. Iniciado por Largo Caballero, se había consumado en dirección contraria a la que éste quiso. Circunstancias militares dis tintas provocaban, con las mismas causas, efectos dife rentes. Después las cosas irían precipitándose; la batalla del Ebro sería seguida de la de Cataluña, y el derrumbamiento del Grupo de Ejércitos de la Región Oriental tendría los efectos definitivos que debió causar y no causó la destruc ción del ejército del Norte. En esta fase final todavía se harían nuevos intentos dt recuperación; la batalla del Ebro es el punto de arranque para la creación del que podríamos llamar IV Ejército Po pular. Este nace de una orden circular de 1.° de octubre, que merece la aprobación del presidente del Consejo de Minis tros y ministro de la Defensa Nacional, y que en su artícu lo 1.° dice así: «El Ejército de la República que opera en la Península quedará constituido por las siguientes unida des: dos grupos de ejércitos de composición variable, seis ejércitos de composición variable, 23 cuerpos de igual composición, salvo el número de divisiones dependientes, que serán dos o tres según los casos, y un cuerpo de ejér cito especial; 70 divisiones de igual composición, salvo el número de brigadas dependientes, que serán dos o tres, según los casos; 200 brigadas de línea, de igual composi ción; dos agrupaciones de defensa de costas, dos divisiones de blindados y tanques, cuatro brigadas de la DCA, cuatro brigadas y dos regimientos de Caballería, unidades de es pecialistas diversas encuadradas en los ejércitos y grupos de ejércitos». Esta formidable fuerza aumentó todavía al hilo de los acontecimientos, y así, a lo largo de la campaña de Cata luña, aparecen, de forma más o menos cuajada las Brigadas 228, 229 y 241 a 245, ambas inclusive, y las Divisiones 74 y 77; este último aliento orgánico sería el canto de cisne del Ejército Popular.
Los sublevados llamaron a su instrumento militar Ejér cito Nacional, y realmente no era caprichosa la designa ción, porque sus Fuerzas Armadas no rompieron nunca la continuidad que las unía con las de la República. En la zona llamada gubernamental o republicana se produjo una ruptura total con las instituciones del pasado, que fueron absolutamente desmanteladas, y sobre el solar producido edificaron un nuevo ejército sobre unos supuestos absoluta y totalmente nuevos. No sucedió así en la «zona nacional». Los «rebeldes» se mantuvieron en una línea de absoluta y total continuidad en lo orgánico, lo jurídico y lo adminis trativo. En principio, no entraba en sus cálculos el modificar el régimen, sino simplemente cambiar el Gobierno. El ór gano ejecutivo que había de encargarse de esta tarea sería la denominada Junta de Defensa Nacional, que se consti tuyó en Burgos el día 24 de julio y cuyo decreto fundacional se publicó en el D tano Oficial número 1 del día siguiente. Inicialmente, la componían el general Cabanellas, como presidente, y los generales Saliquet, Ponte, Mola y Dávila y los coroneles Montaner y Moreno Calderón como voca les. Posteriormente sería ampliada el día 30 de julio para dar cabida al capitán de navio Francisco Moreno, que re presentaría en ella a la Armada, y al general Franco. El día 18 de agosto entraría a formar parte del orga nismo el general Gil Yuste, y mucho más adelante, el 19 de septiembre, los generales Queipo y Orga? El general Kindelán ya debía figurar como miembro d*» la junta en estas fechas, pero su nombramiento no aparece en el Bole tín Ofictal de la Junta de Defensa. Esta Junta, enormemente pragmática, no introdujo nin guna reforma en la estructura del Ejército, limitándose a acer los reajustes precisos para que la máquina continuara uncionando; y así, por los decretos números 2 y 3, publi cados en el Diario Oficial número 1, de 25 de julio, se ,esi8na a Mola jefe del Ejército del Norte, y a Franco, jefe c.e os Ejércitos de Marruecos y sur de España. Es una divi das* qUC venia *mPuesta por la separación de las respectis zonas. Dentro de los territorios de cada uno de estos ,erc'tos, los jefes de las divisiones orgánicas actuaban con
una gran independencia y atendían a todas las operaciones que en ellos se desarrollaban. Contaban con las unidades presentes en los cuarteles y con las milicias, principal mente requetés y falangistas, que se habían incorporado a la lucha desde el primer momento. Para controlar su desa rrollo se designa al general Manuel García Alvarez, que recibe el nombramiento de inspector de Reclutamiento, Movilización e Instrucción de Voluntarios. A estos milicianos se les reconoció el mismo haber que a la tropa: tres pesetas, de las que había que deducir el coste de la manutención y una pequeña cantidad que se dejaba para la organización política de la milicia respectiva. Los problemas a que tenían que hacer frente eran de idéntica naturaleza a aquellos con que se enfrentaron sus contrarios; los frentes exigían la presencia de contingentes cada vez más numerosos y existía enorme dificultad en vestirlos, armarlos y encuadrarlos. Para resolverlos se acude a la movilización, y el día 9 de agosto se llama a filas a los reservistas de los reemplazos de 1933, 1934 y 1935; para encuadrarlos se asciende, con carácter definitivo, a todos los suboficiales y tropa, consiguiendo así el número de oficiales subalternos y sargentos necesarios. Como aun así seguía existiendo déficit, se fue a la creación de los ofi ciales provisionales en los que hasta la adjetivación viene a probar la preocupación del legislador por no romper la legalidad establecida. La disposición obliga —dice— «a romper ciertos moldes reglamentarios», y, por ello, la medida tendría únicamente «una efectividad provisional»; fue en esta frase donde na ció un apelativo que se haría famoso, pues en principio se había hablado de oficiales de complemento. Al no cum plirse las condiciones legales establecidas para la formación de este tipo de oficialidad, era necesario señalar de un modo claro que se trataba de una medida transitoria, exi gida por una circunstancia extraordinaria y sin ningún ca rácter de permanencia. Oficialmente se crearon dos escue las: una, para atender a las necesidades del Ejército del Norte, en Burgos, y otra, para cumplir idéntica función frente al Ejército del Sur y Marruecos, en Sevilla. En este período sólo hay un indicio de que algo pf°' fundo está cambiando en la zona nacional: el día 30 de agosto se publicaba el decreto número 77, en virtud del
cual se declaraba bandera nacional la bicolor roja y amari lla. Los combatientes la habían elegido, muy especialmente los requetés, ya que salieron con ella desde el mismo día 19 de julio, y el pueblo de la zona nacional la había hecho suya. Él decreto no hacía sino sancionar un hecho clara mente manifiesto. Queipo de Llano la había izado solem nemente en el balcón de la Capitanía de Sevilla quince días antes. Durante este tiempo, la acción militar iba configurando el carácter que habrían de tener las unidades sobre las que recaería el esfuerzo militar. Las Divisiones Orgánicas con figuraron de hecho otras tantas regiones autónomas y diri gían la acción militar y política en sus demarcaciones res pectivas. La 6.a División, con cabecera en Burgos, pero con su jefe en Pamplona, lanzó sobre Madrid dos importantes columnas: la que al mando de García Escámez salió de Pamplona con dirección a Guadalajara y la que desde Bur gos encaminó el coronel Gistau sobre Madrid a través de Somosierra. Ambas columnas se reunirían en una sola, al mando de García Escámez, después de comprobar que Guadalajara ya estaba en poder del Gobierno. La 7.a División había, a su vez, lanzado otra importante columna al mando del coronel Serrador, teniendo también como objetivo Madrid, que debía alcanzar a través del puerto de Guadarrama. Estas columnas nacionales se en frentaron con las de los generales Bernal y Riquelme, que defendían los accesos a la capital, y, como ellos, tuvieron que cubrir sus flancos a intervalos con otras flanqueantes. En Somosierra esta tarea fue encomendada a las columnas de Rada y Cebollino, y a ambos flancos de la de Guada rrama aparecieron las de Navaccrrada y de Avila, ésta for jada por grupos sueltos hasta que sus fuerzas se unieron, al mando del coronel Monasterio, primero, y del general aldés Cabanillas, después. Más a la derecha, hasta los límites entre las provincias extremeñas de Cáceres y Badal°z, las guarniciones de Plasencia y el propio Cáceres. a 6.a División, por exigencias obvias, tuvo que distraer en el Norte parte importante de sus fuerzas. De Navarra Calieron en dirección a lrún y San Sebastián las fuerzas que abrían de constituir la columna Beorlegui, con fracciones ,r,fiidas por Los Arcos y Ortiz de Zárate y las de Cayuela
y La Torre, coordinadas después por Iruretagoyena; y desde Vitoria, las que taponaban los accesos a la ciudad, al mando del teniente coronel Alonso Vega, y de Burgos, las que al mando de Moliner y Sagardía atendieron a los fren tes que se establecieron en los límites con las provincias de Vizcaya y Santander. En tanto, el general Ferrer, desde Pa tencia, cubría los accesos a la Meseta a través de la carre tera de Reinosa con la columna mandada por el teniente coronel Faorie. En el territorio de la 8.a División se atendió a los frentes astur-leoneses, y de Galicia salieron sucesivamente con di rección al Principado, las columnas de Ceano, Gómez Igle sias, Olio y Arteaga, que avanzaron, frente a dificultades crecientes, por tierras asturianas. Desde León, el coronel Lafuente Baleztena cubría los puertos de la divisoria, donde estableció un frente sumamente sólido. En Aragón, el empuje de las columnas catalanas, que tienen tras sí el importante sostén logístico, material y hu mano de Cataluña y Valencia, pone la situación muy difícil; la 5.a División se apoya en una serie de guarniciones loca les y en un gran número de pequeñas columnas que van cerrando el paso a sus contrarios. En Huesca, por donde se desarrolla inicialmente el más importante esfuerzo proce dente de Cataluña, se suceden en la Comandancia Militar de la plaza el general De Benito y los coroneles Solans y Beorlegui; en Teruel es el comandante Aguado el que se ve en la necesidad de cortar el paso a las fuerzas que se lanzan contra él desde Valencia; y en Zaragoza, la guarni ción de la capital de la Región y de la División Orgánica. Poco a poco se va configurando una serie de sectores defensivos: el de Jaca, al mando del coronel Caso; el de A yerbe, al del coronel Solans; el de Huesca, al del coronel Adrados; el de Zaragoza, al del teniente coronel U rru tia; el de Belchite, al de los coroneles Sueiro y Perales alterna tivamente; el de Calatayud, al del teniente coronel Mari' ñas, y el de Teruel, al del coronel Muñoz Castellanos. Sec to re s que variarían muy poco con el tiempo y que pasaron a denominarse circunscripciones. Apoyando a todos, la c0' lumna móvil del comandante Galera, que representaba e elemento de maniobra indispensable para taponar cual quier brecha que se produjera en un frente tan prolongado como débil y discontinuo.
Por Andalucía, Queipo de Llano, jefe de la 2.a División, lanzaba en todas direcciones pequeñas columnas que iban despejando el terreno, dando continuidad al territorio y fijando los frentes. Eran las columnas dirigidas por Arizón, Navarrete, Gómez Cobián, Figueroa, Rementería, etc., y fundamentalmente las africanas, dirigidas por Varela, que fueron el elemento dinámico de maniobra que permitió la soldadura de todos los núcleos y el establecimiento de un frente. Finalmente, la guarnición isleña de Mallorca tuvo que atender al notable peligro que representaba su aislamiento en un mar hostil, y materializado en el desembarco de Bayo. Al frente de la guarnición, el coronel Díaz de Freijó, con el también coronel Ramos Unamuno en la dirección de las operaciones. Uno y otro fueron sustituidos por los coroneles Cánovas y García Ruiz por su escaso mordiente en la dirección de las operaciones. Todas estas columnas tenían una composición suma mente heterogénea, variable y heterodoxa. Grupos de sol dados, en núcleos normalmente no superiores a una com pañía; voluntarios, milicias y guardias, en una mezcla to talmente improvisada, daban al conjunto una fisonomía peculiar y una eficacia muy relativa. Su parecido con aque llas con las que se enfrentaban era manifiesto, como se puso de relieve en todos sus enfrentamientos. Lo que realmente las diferenciaba era su talante, que en los repu blicanos era el de hacerse perdonar no ser milicias, y en los nacionales, el de lamentar no ser ejército. Distinción más profunda era la del ejército de Africa, pero éste tenía una presencia muy reducida, aun cuando se fuera incremen tando día a día. El Estrecho seguía en poder de la flota republicana y constituía una barrera infranqueable. El cordón umbilical que representaba el puente aéreo era sumamente débil, aunque gozara de la seguridad que inexplicablemente le prestó la ausencia de la aviación republicana. Los hombres ^ue pasaban por el aire eran poco más del centenar por día; pero aun así y todo, el teniente coronel Asensio pudo •niciar su marcha hacia el Norte desde Sevilla, el día 2 de agosto. Tres días más tarde se le unía Castejón y poco des pués Telia. Cada uno de ellos dirigía una pequeña columna c°n una bandera de la Legión, un tábor de regulares y una
batería de artillería, que supusieron algo absolutamente desconocido en la Península: unas fuerzas regulares bien encuadradas, bien mandadas, provistas de sus dotaciones reglamentarias y conociendo su oficio. Su presencia se hizo notar rápidamente, y allí donde se materializó, se tradujo en una ruptura del equilibrio, hasta entonces inalterado, De todas maneras, el ritmo del paso era tan lento y el número de unidades de esa procedencia tan reducido, que su progresión tenía que quedar atemperada a sus posibilidades. En este aspecto ha exagerado mucho la propaganda; por un lado, los que querían beneficiarse del efecto moral cau sado por la presencia de estas tropas; por otro, los que deseaban magnificar sus dificultades haciendo creer que el puente aéreo había tenido un altísimo rendimiento, lo que naturalmente no fue así. El 10 de agosto, después de conseguida la increíble hazaña de hacer atravesar el estrecho de Gibraltar a un pequeño convoy, aquel que se llamó «convoy de la victoria», sólo se encontraban en la Penín sula cinco tábores de regulares, tres banderas completas y una incompleta de la Legión y un escuadrón de caballería mora. Toda la artillería que habían logrado poner al otro lado del Estrecho se reducía a una batería de la Agrupación de Ceuta. Cuatro días más tarde, la representación africana se elevaba en otro tábor, otra bandera y tres nuevas bate rías de artillería. El ritmo se mantendría hasta finales de septiembre. Fue entonces cuando el Canarias hundió al Ferrdndiz y el Cer tera puso en fuga al Gravtna, despejando la ruta del Estre cho y restableciendo definitivamente las comunicaciones en tre Africa y la Península. Es uno de los acontecimientos más decisivos de la guerra. En la primera semana de octu bre pasan a la Península casi tantas fuerzas como en los dos meses y medio precedentes, con lo que las fuerzas africa nas se elevan a ocho banderas de la Legión, 20 tábores de regulares, 10 de mehala y tres escuadrones de caballería. Son las tropas que conseguirían sacar del atasco a las co lumnas gallegas hasta conseguir su enlace con las del coro nel Aranda y las qae después de liberar al coronel Moscardó se lanzaron impetuosas sobre Madrid, pero su re traso de dos meses y medio había permitido la im p re s io nante reacción de Largo Caballero, y cuando llegaron a 1*
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capital se encontraron con un nuevo e j é r c i t o , d e valor muy superior al de las milicias, a las que hasta entonces habían desperdigado con tanta facilidad. Aun así, su éxito se tradujo en un optimismo ilimitado, que se extendió por toda la zona nacional, y d io como re sultado e l que se hiciera poco por mejorar el Ejército pe ninsular, carente de organización, instrucción y medios. En adelante todo se fiaría al Ejército de Africa, en el que se confiaba de forma absoluta y con el que se creía contar con un elemento resolutivo a corto plazo. Las restantes fuerzas se verían reducidas a la realización de tareas auxiliares, li mitándose su organización a la de aquellas columnas im provisadas, constituidas por unidades elementales en lo táctico y dependientes para su sostén de las divisiones te rritoriales. Los espectaculares triunfos de las ligeras unidades afri canas que constituyeron la agrupación de columnas del co ronel Yagüe, mandadas por Asensio, Castejón, Telia, D el gado Serrano y Barrón, fueron, junto a otras causas que no son del caso analizar, los que motivaron la elevación de Franco a la jefatura del Gobierno y al mando de las Fuer zas de Tierra, Mar y Aire. Previamente, el día 27 de agosto, una vez consolidado el enlace entre las fuerzas del Sur y el Norte, Franco había dejado de ser jefe del Ejér cito del Sur, confirmándose al general Queipo de Llano como jefe de la 2.a División e inspector del Cuerpo de Carabineros. Se consolidaba así la postura autónoma, pero limitada, de éste y Franco quedaba al mando de aquel ful gurante instrumento forjador de victorias que iba consoli dando la suya personal. Su presencia al frente del conjunto de los ejércitos no representó ninguna variación sustancial en su organización y dirección. Franco, orgulloso de sus tropas y con una mentalidad notablemente influida por su experiencia afri cana, se reafirmaba en su opinión de que las únicas uni dades con capacidad y moral eran sus banderas y sus rábores. Seguramente gravitaba en su recuerdo el escaso rendimiento que dieron en Africa los batallones procedentes de la recluta, y de ahí que todo lo fiara a las fuerzas de su confianza y jamás pusiera fe en las otras. Su recelo hacia ,as m‘licias no era menor, y consideraciones militares y po ic a s le hacían ser muy poco proclive a su desarrollo. Pero
legionarios y marroquíes se iban reduciendo al paso de Ja dura campaña que soportaban, y era absolutamente nece sario sustituirlos o cuando menos complementarlos. Cuantos intentos se hicieron durante el otoño del 36 para mantener el ritmo ofensivo inicial resultaron fallidos, y a lo largo de él se iba a restablecer el peligroso equilibrio que las tropas marroquíes habían conseguido romper con su presencia. Cuando esto sucedía, las fuerzas de Franco seguían empecinadas en sus esquemas orgánicos y tácticos del verano; el elemento esencial continuaba siendo la Divi sión Orgánica de Azaña. Los frentes de las divisiones se dividían en sectores y subsectores, de extensión variable, y no se había superado al batallón como unidad operativa. Con la exaltación de Franco se fueron perfilando unas estructuras que irían prefigurando lo que podría llegar a ser un nuevo Estado, a cuya forja parecía irse. Su primer decreto fue el de la creación de ios Ejércitos del Norte y del Sur, perfectamente acordes con la organización de pre guerra. Al frente del Ejército del Norte, el general Mola tendría a su cargo a las Divisiones Orgánicas 5.a, 6.a, 7.a y 8.a, a una nueva territorial que nacía en Soria y al Ejército de Marruecos. El Ejército del Sur, al mando de Queipo atendería a los territorios de la 2.a División y a la provincia de Badajoz, desgajada de la 1.a, en poder de los guberna mentales. La nueva División de Soria tendría a su cargo el frente desde Somosierra hasta Medinaceli donde enlazaría con las fuerzas del sector de Albarracín de la 5.a División, y a su frente se puso al flamante general Moscardó, recién liberado después de su gesta en el Alcázar de Toledo. El decreto número 2 designaba a Cabanellas inspector general del Ejército; a Dávila, jefe del Estado Mayor Ge neral, variando la nomenclatura tradicional de Estado Ma yor Central, y a Orgaz, alto comisario de España en Ma rruecos y jefe del Ejército de Africa, y se ascendía a Aranda. Días más tarde se constituía la Secretaría de Gue rra dentro de la Junta Técnica del Estado, que asumía las funciones del Gobierno. El general Dávila sería su presi dente, y el general Gil Yuste, el encargado de la S e c r e t a r á de Guerra. Completaban este incipiente Gobierno N ico lás Franco, encargado de la Secretaría General; el embajador Francisco Serrat, de Relaciones Exteriores, y el g en eral Fermoso, designado gobernador general, con funciones y
competencias normalmente atribuidas al Ministerio de ía Gobernación. El coronel García Pallasar era nombrado comandante general de Artillería del Ejército. Esta minirreforma se completó con la creación del A lto Tribunal de Justicia Militar, que, con otro nombre, hacía renacer ai des aparecido Consejo Supremo de Guerra y Marina, disuelto por Azaña. Se nombró presidente al general Gómez Jordana. Entre tanto, el general Mola, que veía extendida su ju risdicción a los frentes anteriormente de responsabilidad de Franco, organiza su nuevo y ampliado Ejército del Norte y establece las siguientes zonas de acción: la de la 5.a División, en la que el general Ponte había sustituido a Gil Yuste a mediados de agosto, se extendería desde la frontera hasta Medinaceli; la de la División de Soria, desde este punto al puerto de Reventón, con García Escámez en Somosierra y Marzo en Sigüenza; la de la 7.a División (ge neral Saliquet), desde el Reventón hasta la línea del Tajo, con los frentes serranos, mandados por Valdés Cabanillas, y los madrileños, por Varela; la de la 6.a División, a las órdenes del general De Benito; los frentes de Vizcaya, Palencia y Santander, al mando, respectivamente, de Solchaga, Mayoral y Ferrer, y la de la 8.a División (general Lombarte), los frentes de Asturias y León, a cargo del ge neral Aranda y el coronel Lafuente respectivamente. Cada división atendía a sus necesidades, y como éstas eran cre cientes, en septiembre y octubre se llamó a filas a los mo zos del reemplazo de 1932, y a finales de año, a los del 36 y 31. La presencia de Franco al mando de lo* Ejército? fue acompañada de la aparición de un parte general. Se pu blicó por primera vez, con el título de «Boletín de Infor mación», el 7 de octubre, y pasó a llamarse Parte oficial de guerra el día 3 de diciembre de 1937. Con anterioridad, la Junta de Burgos publicaba informaciones en las que resumia las noticias que procedían de las diferentes divisiones, y es de notar que en ellas se comienza a diferenciar a los )ercitos del Norte y del Sur, con exclusión del expediCj°nari° de Marruecos, el día 28 de septiembre, es decir, uia siguiente de aquel en el que se acordó que Franco Pasara a ser jefe superior de todos los Ejércitos. Dos días mas tarde, el último decreto de la Junta de Defensa de
Burgos ordena el reingreso a situación de actividad de los generales que no hubieran cumplido la edad de su pase forzoso a la reserva. En una linea coincidente con el espíritu reinante, se crean por decreto número 99, de 15 de diciembre, las Jun tas Superiores del Ejército y la Marina. La del Ejército la compondrían los generales Queipo, Mola, Gil Yuste, Orgaz y Dávila, a los que se incorporaría poco después Caba nellas; y la de la Marina, los almirantes Castro Arizcún, Ruiz Atauri, Moreno, Vierna y Cervera. Tendrían como misión fundamental la selección y depuración de los man dos, pudiendo proponer la baja de los desafectos o indeci sos. La primera consecuencia de su actividad fue una serie de decretos aparecidos en el Dtarto Oftctal del día 26 de diciembre, en virtud de los cuales se ascendía a los genera les Orgaz, Mola, López Pinto, Ponte, Valdés Cabanillas y Dávila; se daba de baja a Gómez Morato, Batet, Villa Abrille, Molero, Mena, Iglesias y Carrasco; se pasaba a la situación de reserva a Otero Cosío, Morales y López Viota; y a la de retirado, a un grupo numeroso de corone les, entre los que figuraban los dos que ostentaron la jefa tura de las fuerzas mallorquínas, a los que seguirían otros muchos. Ya dentro del año 37, el decreto número 83 permitía el reingreso en las escalas a los retirados que se hubieran in corporado a la lucha, en paralelismo con lo que medio año antes se había realizado en zona republicana. Los reservis tas que se iban incorporando a medida que se llamaban sus reemplazos, lo hacían en sus antiguos regimientos o en los más próximos a la localidad de su residencia, y de esta forma éstos se transformaron, de hecho, en centros de movilización y reclutamiento, de los que salían los batallo nes que sucesivamente se iban constituyendo. Las milicias se incrementaron de una manera considerable y crearon algunas dificultades, que exigieron una legislación para ha cerles frente. El carácter político de estas agrupaciones po día transformarlas, y de hecho lo hacían, en importantes grupos de presión. La Junta Central Carlista de guerra de seaba que se constituyeran unidades completas de requetés, dotadas de mandos propios y con material adecuado; aspiraba a la formación de columnas mixtas con artillería y otras armas y servicios y a la equiparación de sus oficiales y
clases con los del Ejército. Asimismo, Agustín Aznar, jefe de milicias de FE, tenía pretensiones similares. Fal Conde firmaba decretos; uno de ellos, el de 8 de diciembre, creaba la Real Academia Militar Carlista; asimismo, los fa langistas constituían una serie de centros de instrucción con oficiales alemanes, en los que se formaban jefes de falange y centuria, para los que pedía la asimilación de ofi cial de Infantería. La medida de Fal Conde motivó su de portación; la de los falangistas, una decisión concluyente: «terminantemente prohibidas las academias de oficiales de Falange». Para prevenir, en la medida de lo posible, todos estos hechos, muchos de los cuales se produjeron con posterio ridad, por decreto 112 , de 20 de diciembre, se militariza a estas fuerzas, que quedan sujetas al Código de Justicia Mi litar y bajo la dependencia de las autoridades militares res pectivas, y se dispone que queden al mando de personal militar. El decreto 186, de 24 de enero, nombra segundo je fe de Milicias al general Monasterio, con misiones inspec toras delegadas por el Generalísimo, que se reserva la Jefatura Nacional. Es un antecedente de la definitiva unificación; pero las milicias de una y otra procedencia mantenían su propia personalidad, aunque veían progresivamente dificultado su reclutamiento e incluso su permanencia, pues inicialmente los voluntarios pertenecientes a reemplazos llamados en fila debían incorporarse al Ejército. La cifra de éstos era creciente, y, arrancando de una inicial del orden de 30.000, se elevaba, al empezar el año, a una cantidad superior a los 100.000. En lo orgánico, el retraso se mantenía, pero la realidad se iba imponiendo en los frentes, y la presencia del Ejér cito del Centro, de Pozas, y del Cuerpo del Ejército de Madrid, de Miaja, imponía rápidas decisiones. Así, el día 5 de diciembre se reorganiza el frente, a cargo de la 7.a Divis,°n, y sus tropas se integran en un cuerpo de ejército or gánico mandado por Saliquet, constituido por las Divisio nes de Soria, al mando de Moscardó; de Avila, al de Serra. y la llamada Reforzada, de Madrid, que tendría como lete al general Orgaz, y cuyas 11 columnas se constituían cn tre^ brigadas, que tendrían por jefes a Várela, Monasten° V Fuentes. Finalmente, la antigua Comandancia Militar
de Cáceres se transformaba en brigada territorial, al mando del coronel Alvarez Díaz. Todavía estamos en las agrupaciones de columnas, en la división exclusivamente territorial, y en dar el nombre de una gran unidad a lo que hasta entonces no era más que un sector; pero todavía no aparecen fuerzas operativas real mente integradas en brigadas, divisiones o cuerpos de ejército. El frente de la División Reforzada de Madrid, del que parte el aliento orgánico, se divide el 12 de diciembre en sectores a cargo de Rada, García Escámez, Asensio, | Fuentes y Cebollino, y aparece una masa de maniobra constituida por las columnas de Monasterio, Buruaga y Barrón. En el Norte, la 6.a División también reorganiza su frente. Solchaga lo cubrirá desde el Gorbea al mar guipuzcoano, y sus tropas se estructuran en cuatro brigadas, las famosas «cuatro primeras brigadas de Navarra», mandadas por Los Arcos, Cayuela, Latorre y Alonso Vega; y el gene ral Ferrer, el de Burgos-Palencia, con los tenientes corone les Mayoral y Faorie al frente de los sectores de Burgos y Palencia respectivamente. La primera gran unidad que aparece en zona nacional es extranjera: el Cuerpo de Tropas Voluntarias, constituido por tres divisiones de la Milicia Fascista y una de ejército italiano. Se concentraría, a finales de febrero, en las altas tierras alcarreñas para intentar, por tercera y última vez, desbordar las defensas de la capital de España. Pese a su fracaso, su presencia y la de los cuerpos de ejército que iban naciendo en zona republicana fue un acicate para»de sarrollar una acción paralela en zona nacional. Esta fue la tarea que se encomendó al general Orgaz, nombrado jefe del MIR (Mando de Instrucción y Reclutamiento) por de creto número 249, de 25 de marzo. Dos días después se llamaba a filas al reemplazo de 1930, cuya incorporación se demoraba a los meses de abril y junio. Para entonces eran ya siete los reemplazos llamados a filas, pues desde no viembre a enero se incorporaron los del 31 y 36, y en febrero y marzo, los del 37. Estas medidas permitieron incrementar el número de unidades pertenecientes a las diferentes divisiones territo riales, y, a medida que esto sucedía, se fue ordenando $u articulación en escalones superiores. Así, el día 3 de abril-
la División Reforzada de Madrid se transformó en Cuerpo de Ejército de Madrid, y sus sectores, en las Divisiones j a 2.a, 3.a y 4 .a, que mandarían Iruretagoyena, Asensio, Barrón y Yagüe; la brigada de vanguardia de la Ciudad Universitaria, del teniente general Ríos Capapé, y la de Cáceres. Pocos días después, el 17, son las tropas de la 7.a Divi sión Orgánica las que se convierten en el VII Cuerpo de Ejército, al mando de Salíquet, y pasan a depender de éi las cuatro divisiones de Madrid \ la de Avila, que estaba al mando del general Várela, y la brigada de Cáceres, tras pasándose la División de Soria a la 5.a División, matriz, a su vez, del V Cuerpo de Ejército; éste tendría tres divisio nes: una, constituida por todas las circunscripciones al norte del Ebro; la otra, por las del sur del río hasta Medinaceli, y la antigua de Soria, con su demarcación habitual. Igual proceso se realizó el mismo día en la 6.a División, origen del VI Cuerpo de Ejército. Las fuerzas de Solchaga constituirían una división, las de Ferrer otra. Todas las nuevas divisiones se numerarían correlativa mente con una cifra de dos guarismos; el primero, indica tivo del cuerpo de ejército, y el otro, de la ordenación que le correspondía dentro de él. Así, las cinco del VII Cuerpo de Ejército fueron las 71 a 75; las tres del V, la 51, 52 y 53, y las dos del VI, la 61 y la 62. Quedaban autónomas las brigadas de vanguardia y de Cáceres, en el territorio del VII Cuerpo de Ejército, y la de posición de Huesca y la móvil de choque, en el del V Cuerpo de Ejército. En el Sur, Queipo de Llano propuso la creación de cua tro divisiones de línea y una de reserva, que se llamarían de Badajoz, del Sector Norte de Córdoba, del Sector Sur de Córdoba, de Granada y de reserva, y en mayo se consti tuye el II Cuerpo de Ejército con cuatro de las divisiones propuestas; es decir, con las de posición, que llevarían los números 21 al 24, y se ordenaba la organización de la de reserva, que, como todas las de este tipo, serían de la serie 00. A ésta le correspondería el número 102, pero esto no ^cedería hasta el mes de junio. I’ l cambio de dependencia produjo el de numeración, y las cuatro V V'siones Madrid pasaron a ser 7 1 , 72, 73 y 74; la de Avila, la 75, y la (k ‘ ^ o r i a ,
53.
En la 8.a División se producía una profunda transforma ción el día 4 de febrero al unificarse su organización y la de la Comandancia de Asturias al mando de Aranda, que reunía así al frente asturiano y su retaguardia gallega. Sus fuerzas se transformaron, también en mayo, en el VIII Cuerpo de Ejército, y en él nacerían las Divisiones 81 a 83 y la brigada de posición de Oviedo; la número 81 (general Mújica) atendería al frente de León; la 82 de Asturias (co ronel Ceano) cubriría el frente estabilizado y la 83 o móvil (general Martín Alonso) sería el órgano de maniobra. La brigada de Oviedo defendería la capital, teniendo a su frente al coronel García Navarro. Todas estas transformaciones se hicieron con enorme lentitud, y, cuando se iniciaron las operaciones del Norte y tuvieron lugar las de Peñarroya después de combatir en el Jarama y en Guadalajara, las tropas nacionales seguían di vididas convencionalmente e integradas en los viejos sec tores, aunque éstos se llamaran, sin el menor rigor, divi siones y brigadas. Fue al final de este período cuando se produjeron las profundas modificaciones políticas y milita res que iban a configurar un nuevo Estado y un nuevo Ejército. En el orden militar estuvieron preludiadas por el de creto que restablecía el ascenso por méritos de guerra, y del que fue corolario el nuevo reglamento de recompen sas. En la línea política, iniciada con el restablecimiento de la bandera bicolor, se declaraba himno nacional la antigua Marcha Real 22; pero el acontecimiento definitivo fue e! decreto 255, por el que se unificaban todas las fuerzas po líticas y las milicias que apoyaban al alzamiento. Los suce sos que se produjeron en los días inmediatamente anterio res y posteriores afirmaron de una manera definitiva la ca pitanía de Franco, quien, libre de trabas, se dirige hacia la institucionalización de su poder personal. Los decretos 262 y 263 establecen como saludo nacional el del brazo en 22 Los ascensos por méritos de guerra se restablecieron por decreto número 139 (BOE número 67, de 26 -12 -3 6 ). El nuevo reglamento^1 recompensan se promulgó por decreto número 192, de 2 4 -1-3 7 (BOE número 96), y el himno nacional, por decreto 2 2 6 (BOE número 131 28-2-37). El decreto de unificación se publicó en el BOE número 182,;^ 20-4-37, y los de los himnos y saludo, el 25 -4-3 7, aunque ya se habi^J1 declarado cantos nacionales en el decreto que restauró el himno nació*1,1
alto, y como cantos nacionales, los himnos de la Falange, el Requeté y la Legión, ratificando lo ya dispuesto en el decreto que restablecía la Marcha Real. Mientras tanto, las fuerzas de Solchaga habían iniciado su ofensiva hacia Bilbao, y sus antiguas brigadas de posi ción se transformaron sobre la marcha en auténticas uni dades de maniobra, las primeras verdaderamente tales del Ejército Nacional, surgiendo dos nuevas, la 5.a y la 6.a, al mando de los coroneles Sánchez González y Bertomeu. La muerte el 3 de junio del general Mola produciría otro cambio sustancial en la organización militar: su ejército se dividía en dos: el del Norte, que atendería a los frentes cantábricos y de Aragón, al mando de Dávila, y el del Cen tro al mando de Saliquet, con divisoria entre ambos en el alto del Tajo. Jordana pasaba a la presidencia de la Junta Técnica del Estado y la autoridad de Franco se veía aún más reforzada. El mismo día del fallecimiento de Mola, el Generalísimo había dictado una orden general en la que se disponía que cada cuerpo de ejército, orgánico todavía, formase una di visión de reserva, que se identificaría por un guarismo de tres cifras, de las que las dos primeras sería el 10, y la última la correspondiente al cuerpo de ejército respectivo. Serían, pues, la 102, 105, 106, 107 y 108, más dos con una numeración extraña, la 150 y la 15 1, que se denominarían Marroquí y Canaria, y que se organizarían en el Protecto rado y en el archipiélago. Estas Divisiones no estuvieron dispuestas para el com bate hasta julio; las definitivamente creadas fueron las si guientes: la 102 y la 112 , en el Ejército del Sur; la 105, en el V Cuerpo de Ejército; la 107 y la 117 , en el VII; la 108, en el VIII; la 150 y la 152, en Marruecos. Quedaron nona tas la 106, la 151 y la 154, cuya organización se inició, pero cuyos efectivos pasaron a engrosar las restantes. La 107 tuvo muy corta vida y la 117 se transformó en división de línea, con el número 73. Cuando al día siguiente nació el Ejército del Centro, sus Uerzas se reorganizaron. El antiguo Cuerpo de Ejército de Madrid quedó al mando del general Valdés Cabanillas, con as Divisiones 71, 72, 73 y 74 antiguas (Iruretagoyena, Asensio, Barrón y Yagüe), pero cambiaron su número, en coherencia con la nomenclatura aceptada, y pasaron a ser
las Divisiones 11, 12, 13 y 14. El VII Cuerpo de Ejército de Castilla la Vieja, al mando de Várela, se quedó con la División 7 5, antigua de Avila, y recuperó la de Soria, ante riormente 53, que pasaron a denominarse 71 y 72, aña diéndoseles la l l 7, con el número 73. Después, el general Yagüe sustituiría a Valdés al mando del 1 Cuerpo de Ejército, y en la 14 División era reempla zado por el coronel Carroquino; a su vez, Iruretagoyena era relevado por Bartomeu y se creaba un sector autóno mo en la cabeza de puente de Talavera. El día 16 de no viembre, ya a finales de año, aparece una quinta división enel l Cuerpo de Ejército, la 15 de García Escámez. En el V Cuerpo de Ejército, las divisiones quedaban reducidas a dos, la 51 y la 52; pero antes de terminar el año aparecen dos nuevas: las 53 y 54 (generales Sueiro y Marzo). En el Sur se había ordenado la división de sus fuerzas en dos cuerpos de ejército. El II o de Córdoba (general So lans) y el III o de Granada (general González Espinosa). Este III Cuerpo de Ejército se sentía sucesor y heredero de la 3.a División Orgánica de Valencia, aquella que ali mentaba a las columnas que a él se enfrentaban. El II lo originaron las Divisiones 21 y 22, y ésta se desdobló en junio, apareciendo la 23. El III se formó inicialmente con las Divisiones 23 y 24, que tomaron los números 31 y 32, y al desdoblarse ésta apareció la 33. Disponía además de una brigada de Caballería. El CTV había sufrido profundas transformaciones des pués de Guadalajara. Sus cuatro divisiones quedaron redu cidas a tres: la Litorio, Llamas Negras y Veintitrés de Marzo, y a ellas habría que añadir las brigadas de «flechas azules» y ^negras», en las que los cuadros eran mayoritariamente italianos, aunque su tropa fuera casi exclusivamente espa ñola. El mando pasó de Roata a Bástico, y en agosto a Berti. En Santander intervinieron las divisiones Litono, Llamas Negras y Veintitrés de Marzo, más un regimiento, una agrupación y la brigada de «flechas negras». La de "flechas azules» continuaba en el frente de Extremadura, donde nació. El l.° de agosto estas dos brigadas se reunie ron para formar una división, y, a su vez, la Veintitrés de Marzo absorbió a la Llamas Negras. A final de año, el CTV lo constituían las divisiones italianas Litorio y Veintitrés de Marzo y las mixtas de «flechas azules» y «flechas negras»*
en las que se desdobló la antigua división nacida en agosto, pero no reunida hasta septiembre. Durante este tiempo, el protagonismo estuvo centrado en el frente Norte y las disposiciones militares de carácter general fueron muy pocas; una de julio, por la que se regu laba el procedimiento judicial a que debían someterse los jefes y oficiales procedentes de zona «roja»; otra en laque se daban normas para los nombramientos de jefes y oficiales de complemento y honoríficos con criterios muy restricti vos; y la que, como consecuencia de la caída de Bilbao, reestructuraba las industrias militares, organizando la Co misión para Vizcaya, que se ampliaría más tarde a Santan der y luego a Asturias. Estas Comisiones se disolverían ya entrado el año 38 y serían sustituidas por Jefaturas Provin ciales Militares de Movilización Industrial, que clasificaron todas las industrias en militares, militarizadas, totalmente movilizadas, parcialmente movilizadas y disciplinariamente militarizadas. La Junta Superior del Ejército se amplió para dar en trada a Saliquet como vocal y a Martín Moreno, recién nombrado jefe del Estado Mayor del Cuartel General del Generalísimo, como secretario, sin voz ni voto. Esto suce día a primeros de julio del 37; más tarde, ya entrado el año 38, se nombraría vocal al general Kindelán. En el orden político se promulgan, el 4 de agosto de 1937, los estatutos de Falange Española Tradicionalista y de las JONS y se nombran los miembros del Consejo Na cional. De los 50 miembros que lo constituyen sólo siete eran militares: Queipo, Beigbeder, Dávila, Yagüe, Monas terio, Gazapo y Jordana; más adelante, Orgaz sustituiría a Fernández Cuesta, al ser éste nombrado secretario general, y serían, a su vez, designados vocales el general Cuesta Monereo y el almirante Bastarreche 23. Pero lo realmente importante es la reforma militar que Se produce al caer el Norte. Es entonces cuando el Ejér cito se estructura y se van a constituir divisiones y cuerpos de ejército de maniobra y batalla. El Norte ha dejado li ares a unas tropas curtidas, experimentadas y en las que se > d ecreto núm ero 33 3 (BOE núm ero 2 9 1 , 7-8 -3 7 ) y decreto número ^ de 1 9 - 1 0 - 3 7 (BOE núm ero 366, de 2 1 - 1 0 - 3 7 ). Orgaz fue designado f*or decreto núm ero 4 2 0 , de 2 - 1 2 - 3 7 , y Bastarreche v Cuesta, por deCretos de 2 1 -3 -3 8 .
ha roto el esquema clásico. Aquellas despreciadas unidades de línea y de milicias se han transformado en unas aguerri das y veteranas tropas de choque, con las que habrá que contar en lo sucesivo, en plano de igualdad, cuando me nos, con las procedentes de Africa. Es la gran herencia del general Mola: la creación de una fuerza operativa eficaz. Cuatro de las brigadas de Navarra se convierten en divi siones: la 1.a, la 3.a, la 4.a y la 5.a La 2.a, que ya había desaparecido, fundida con la 6.a, pasa a denominarse Divi sión 63, y se une a las 61 y 62, que heredaron las restantes fuerzas de las que habían sido Divisiones Territoriales 61 y 62. En el antiguo VIII Cuerpo de Ejército, además de las 81, 82, 83, ya existentes, aparecen la 84 y la 85, y en el V, la brigada de posición se convierte en la 55 División, y se crea la 50, con lo que sus divisiones son seis: 50, 51, 52, 53, 54 y 55. De las divisiones de la serie 100 han logrado sobrevivir la 105, 108, 150 y 152, y más adelante nacería la División 40, que se organizó ya muy entrado el año 38, a mediados de mayo, con batallones sobrantes del frente de Teruel. Su número es un misterio. Coincidiendo con esta reorganización desaparecen las antiguas Divisiones Orgánicas, transformadas en Regiones Militares, volviendo así a la organización de la Monarquía. Lombarte, nombrado jefe de la 8.a Región Militar, susti tuye a Aranda, que toma el mando del Cuerpo de Ejército de Galicia. López Pinto se queda al frente de la 6.# Región Militar y Várela toma a su cargo el Cuerpo de Ejército de Castilla, cesando en el VII Cuerpo de Ejército, en el que le sustituye Ferrer hasta su desaparición al nacer la 7.a Re gión Militar, de la que se nombra jefe a Barrón. Moscardó pasa a la Jefatura del Cuerpo de Ejército de A ragó n , cesando en el V Cuerpo de Ejército, que desaparece, y se crea la 5.a Región Militar, de la que se nombra jefe al general Rajoy; y en el Sur aparecen los Cuerpos de Ejército de Córdoba y Granada, antes II y III. Se cons tituye la 2.a Región Militar, y se nombra jefe de la misma al general Llaneras. El proyecto inicial, que fue el de constituir seis cuerpos de ejército de maniobra —dos con las tropas navarras, otro con las castellanas, otro con las gallegas, otro con las ma rroquíes y el CTV—, se vio realizado en noviembre con 1< 1
aparición de todos ellos. Se llamaron Cuerpos de Ejército de Aragón, Castilla, Galicia, Navarra, Marroquí y CTV, y constituían una masa de maniobra que quedaba libre y en disposición de actuar, sin estar ligada a ningún mando o r gánico o territorial, sino a disposición de los jefes de los ejércitos de operaciones. A retaguardia, como organiza ción logística y de apoyo, subsistían las viejas Divisiones Orgánicas, transformadas en Regiones Militares. A su frente, generales —normalmente, en situación de reserva—t que alimentaban a las fuerzas de vanguardia de personal, material, equipo y abastecimientos de todas clases. La movilización seguía su curso, y entre abril y finales de año se llamó a filas a los reclutas o reservistas del 30, 38, 39, 29 y, ya en el año 38, a los de 1940. Al comenzar otro año son ya once los reemplazos en filas, y con ellos se completan las plantillas de las nuevas fuerzas de maniobra. A lo largo de 1938, el Ejército va adquiriendo su fisono mía definitiva. En el Ejército del Centro, el I Cuerpo de Ejército, con las Divisiones 11, 12, 14 y 107, en Madrid, y dos agrupa ciones en las sierras: la de Avila-Segovia, con las Divisio nes 71 y 72, y la de Somosierra-Guadalajara, con las Divi siones 73, 74 y 75. En Cáceres, la División 152. El 29 de marzo aparecen tres nuevas divisiones en el I Cuerpo de Ejército: la 16, la 17 y la 18; y en mayo dos más, la 19 y la 20. Había perdido la 13 División; perderá después la 12 y la 1 5 2 ,y más tarde la 15, que se van a engrosar las fuerzas de maniobra. En el Ejército del Sur, en febrero del 38 aparece la 24, desdoblada de la 22; en marzo, la 122, y en noviembre, la 34. Las divisiones de Caballería son dos: la 1.a División, del general Monasterio; la 2.a del coronel Gete, y una brigada independiente, al mando de Jurado. En el Ejército del Norte, realmente ejército de maniora, a sus seis cuerpos de ejército se une en zona levantina a agrupación de enlace de García Valiño, que a partir de agosto se constituiría en cuerpo de ejército, con el nombre \c Cuerpo de Ejército del Maestrazgo; un poco más tarde, p mando de Muñoz Grandes, aparecería el Cuerpo de Krcito de Urgel, y durante la frustrada batalla sobre Va-
leticia, el Cuerpo de Ejército del Turia, al mando de Sol-1 chaga. Desaparecido éste, Solchaga regresó al de Navarra. Todos estos cuerpos de Ejército de maniobra tuvieron una composición variable en función de las circunstancias i de lugar y de tiempo; pero en la primavera, cuando se va a iniciar la batalla de Aragón, se encontraban así: Cuerpo de Ejército de Navarra: Divisiones 3, 61, 62 y 63; Cuerpo de Ejército de Aragón: Divisiones 51, 53, 54 y 55; I Cuerpo de Ejército Marroquí: Divisiones 5, 13, 15 y 150; Agrupación Valiño: Divisiones 1, 105 y 1.a de Caballería; C T V : Divisiones Litorio, Veintitrés de Marzo y Flechas; Cuerpo de Ejército de Galicia: Divisiones 4, 82, 83, 84 y 108; Cuerpo de Ejército de Castilla: Divisiones 52, 81 y 85. Más tarde, cuando se va a romper el frente de Cataluña, los Cuerpos de Ejército son los de Urgel, Maestrazgo, Aragón, CTV, Navarra y Marroquí, y están actuando au tónomamente las Divisiones 40 y 1.a de Caballería. Con el Cuerpo de Ejército de Urgel, las Divisiones 6 1, 62, 63 y 150; con el del Maestrazgo, la 1.a, 82 y 84; con el de Ara gón, la 51, 53 y 54; con el CTV, la Litorio y tres de «fle chas»; con el Cuerpo de Ejército de Navarra, la 4.a y 5.a de Navarra y la 12, y con el Marroquí, las Divisiones 13, 50 y 105. Después de hundida Cataluña y con la guerra práctica mente resuelta, se crea el Ejército de Levante, desgajado del Ejército del Norte. Toma su mando el general Orgaz, y lo van a constituir los Cuerpos de Ejército que cubrían su frente. El de Castilla, con seis Divisiones: 3.a, 15, 52, 81, 85 y 152, y el de Galicia, con las Divisiones 83, 55 y 108. En el Ejército del Sur aparece un nuevo cuerpo de ejér cito: el IV; en el II quedan las Divisiones 21 y 24; en el III, las 32, 33 y 34, y en el IV, que se intercaló entre ambos, las 22, 23 y 31. Como fuerza de reserva y manio bra, la División 60. En la fase final de la guerra, el ejército que habría de ser el de la victoria todavía había crecido algo como conse cuencia del llamamiento a filas del reemplazo de 1940 (en tre enero y marzo del 38), el de 1928 (entre julio y tiembre de ese mismo año, coincidiendo con la batalla de Ebro) y el de 1941, que se incorporó entre el final de est<> batalla y en los primeros meses del año 39. Todavía, ya dentro del año 39 y prácticamente finalizada la guerra,s(
incorporan a filas los reservistas del cuarto y tercer trimes tre de 1927, con los que el número de los llamados a filas comprendía 14 reemplazos y medio, y eran, por tanto, alrededor de 1.15 0 .0 0 0 hombres; pues si bien los prime ros reemplazos no aportaban más que unos 60.000, des pués de la caída del Norte, e incorporados los procedentes del viejo Ejército del Norte republicano, las quintas pasa ron a procurar contingentes del orden de los 80.000. El total de hombres que pasó por el Ejército oscila alrededor del millón y cuarto de hombres, incluidos ios extranjeros. Los voluntarios, que ya estaban en su práctica totalidad dentro de los reemplazos llamados a filas, no variaban el número total; únicamente habían anticipado el momento de su incorporación. Cuando el Generalísimo Franco pudo dar su último y famoso parte anunciando que la guerra había terminado, el Ejército de Tierra estaba constituido por las siguientes fuerzas: Ejército de Levante: con los Cuerpos de Ejército de Galicia, Castilla, Aragón, Urgel y las agrupaciones de divisiones de Albarracín y Guadalajara. En conjunto, cua tro cuerpos de ejército, dos agrupaciones de divisiones y 20 grandes unidades de este tipo. Ejército del Centro: con los Cuerpos de Ejército I, del Maestrazgo, Navarra, CTV y Toledo; las agrupaciones de divisiones de Somosierra y del Tajo y la 1.a División de Caballería; cinco cuerpos de ejército, dos agrupaciones de divisiones y una división de Caballería; en conjunto, 21 grandes unidades de este tipo. Ejército del Sur: con los Cuerpo» de Ejercito de Extre madura, Granada, Córdoba, Marroquí y una división inde pendiente; cinco cuerpos de ejército y 17 divisiones. El total del Ejército lo integraban tres ejércitos de ope raciones, con 14 cuerpos de ejército, cuatro agrupaciones ue divisiones y dos divisiones independientes de Caballe ra. Sus tuerzas rebasaban el millón de hombres, de los que *0.000 eran de Infantería, 15.500 de Caballería, 19 .0 00 ^ Artillería, 15.000 de Ingenieros, 68.000 de Servicios, 000 marroquíes y 32.000 italianos. En su estructura Az n\anecia Prácticamente idéntico al que organizara .aila' pero tenía unos efectivos diez veces superiores. Habría que esperar a que terminara la guerra para que
se restableciera el empleo de teniente general, que en zona republicana reapareció en octubre del 38, y a octubre del 39 para que aparecieran el Ejército del Aire 24. Durante la contienda fueron muchas las habilitaciones para el ejercicio de mandos superiores, pero pocos los as censos. A general de división sólo fueron promovidos ocho: Orgaz, Mola, López Pinto, Ponte, Valdés, Dávila, Kindelán y Várela. Y a general de brigada, 37, incluidos los de los Cuerpos Jurídico, Intendencia, Sanidad, Guardia Civil y Carabineros. En la Armada fueron cuatro los as cendidos a contralmirantes, y uno a general de Infantería de Marina. Al finalizar la guerra, el número de generales era muy inferior a cuando ésta empezó. C)
1.
La M a r in a de G u e r r a
La flota republicana
La Marina de Guerra fue objeto durante la República de reformas paralelas a las que en el Ejército introdujera Azaña, y que se plasmaron en la ley de Reorganización de la Armada, promulgada el 24 de noviembre de 1931, por la que se elevaba a ese rango, con ligeras modificaciones, el decreto de 10 de julio del mismo año. Este, obra de Casares Quiroga, y aquélla, de Giral. Fue una auténtica ley orgánica y constitutiva, y posiblemente la más completa de cuantas se redactaron y promulgaron en la época. Recoge de Azaña la supresión de los empleos de capitán general y almirante, de los departamentos marítimos y de la jurisdic ción de los almirantes; declara a extinguir los Cuerpos de Ingenieros y Artillería de la Armada, el de Infantería de Marina y el Eclesiástico, y detalla los principios en que ha de descansar la organización de la Marina. El Cuerpo General vio respetadas sus tradicionales atri buciones de mando y ampliadas sus funciones al declararse expresamente que el mando sería ejercido siempre por sus miembros y al recaer en ellos una parte considerable de 1# funciones de los Cuerpos disueltos. 14 El em pleo de teniente general y el de almirante, así como el general de división y asimilado para los cuerpos fue restablecido por 1*V de 11 de abril de 1939. El Ejército del Aire por Ley de 7 de octubre i'(> mismo año.
Completaba la reforma la creación de los Cuerpos auxi liares, que suponían mucho más de lo que fue en el Ejér cito la creación del Cuerpo de Suboficiales. Las reducciones en plantilla y los retiros fueron en la Armada mucho menores que en el Ejército, pues la flota mantuvo todos sus buques en servicio y no se interrumpió el plan de construcciones navales. Los problemas de la Armada eran bien distintos; el ejército de paz no tiene otra misión que dar tiempo a la movilización de las reservas; en la Armada, lo movilizable era la potencia a flote, y ésta sólo se podía incrementar de una manera muy limitada y a largo plazo, y, por tanto, el personal que habría de servir en los buques de guerra en tiempos de campaña era muy po co superior a aquel que exigía el servicio en tiempos de paz. En su conjunto, la Marina era relativamente poderosa y resultaba un elemento capaz de salvaguardar nuestra neu tralidad al poseer potencia suficiente como para poder re sultar, en cierto modo, determinante de inclinarse por uno u otro de los bloques potenciales en que previsiblemente habrían de dividirse las potencias europeas. Disponía de dos acorazados tipo España, proyectados en 1908, que en traron en servicio en 19 14 el España y en 1921 el Jaime l; tenían un armamento relativamente poderoso, pero eran muy anticuados. Para prolongarles la vida, según un in forme de la época del entonces capitán de fragata Fran cisco Moreno, sería precisa una completa transformación, que estuvo en estudio. Tres cruceros ripo Libertad, que fueron proyectados en 1921 y que entraron en servicio entre 1926 y 1929: el Libertad, el Miguel de Cenantes y el Almirante Certera; estaban los tres útiles para el servicio. Otros dos cruceros, el República y el Méndez Núñez, ante riores en su proyecto a la primera guerra mundial, habían sido botados en 1920 y 1922 respectivamente, y eran, por tanto, muy anticuados; el República, fundamentalmente, es taba destinado al desguace. El Méndez Núñez era algo más rápido y se consideraba que podía servir todavía como caH‘za de flotilla de destructores. e este tipo de buques existían tres, modelo Alsedo, de proyecto también de preguerra, que entraron en servicio entre 1922 y 1924, y cuya utilidad se limitaba a permitir el 'u ,es5ramiento del personal de las flotillas de combate. Esas a p o n ía n el 18 de julio de nueve destructores del tipo
Sánchez Barcaiztegui, que entraron en servicio entre 1926 y el propio 1936, y que eran unos magníficos buques, bien armados, veloces y marineros. De esta misma serie ya es taban botados otros cinco destructores: Gravina, Escaño, Ciscar, Jorge Ju an y Ulloa, de los cuales los tres primeros deberían entrar en servicio en el segundo semestre de 1936, y los dos últimos, en 1937. Se encontraban ya prác ticamente listos, pero razones presupuestarias retrasaban su salida a la mar. Los tres primeros navegaban ya en agosto del 36; el Jorge Ju an y el Ulloa no lo hicieron hasta la primavera del 37. Completaban la flota doce submarinos, seis del tipo C, entrados en servicio entre 1925 y 1930, que eran de cali dad, y seis tipo B, que lo hicieron entre 1921 y 1926; muy inferiores a los anteriores, se les consideraba ineficaces contra buques de guerra modernos, aunque útiles para la guerra de tráfico; dieron poco resultado en la contienda. Como medios de apoyo, con misiones especiales, auxilia res y de vigilancia de costas, una docena de torpederos de muy escaso valor militar y en el último tercio de su vida, y otros tantos cañoneros y guardacostas, muy desgastados en su mayor parte. Todos ellos, según el almirante Moreno, hacían su papel en los servicios corrientes. Transportes, buques-escuela, guardapescas, remolcado res, etc., complementaban el conjunto al que contribuían en escuelas, arsenales y zonas pesqueras. Además de los cinco destructores tipo Gravina estaban en construcción dos grandes cruceros: el Canarias y el Ba leares; pertenecían al tipo Washington, estando previsto que el Cananas entrara en servicio en el segundo semestre de 1936, en que pasaría a la flota como buque insignia y el Baleares al año siguiente. De hecho, el Canarias se hizo a la mar el 27 de septiembre, y el Baleares, dos meses más tarde, a finales de diciembre. También estaban en distintas fases de construcción cua tro minadores, de los que el Júpiter y el Vulcano, botados en 1935, se encontraban muy avanzados, y el Neptuno y el Marte, aún en grada. Como los cruceros, estaban en El Fe rrol, y su aparejamiento se aceleró notablemente, consi guiéndose que el Jú piter entrara en servicio a principi°s del 37; el Vulcano, a mediados de ese año, y el Neptuno , ya
dentro de 1938; el Marte no pudo hacerse a la mar hasta pocos días después de terminada la guerra. Completaban las construcciones un submarino tipo D en Cartagena, que no llegó a navegar, y cuya fabricación ter minó siendo suspendida. Durante los primeros días del alzamiento, a bordo de todos los buques a flote se produjo una rebelión de ele mentos de la marinería capitaneados por grupos de oficia les y suboficiales auxiliares, que consiguieron hacerse con el control de la práctica totalidad de los barcos a flote, que quedaron en manos de los comités que se nombraron a bordo. Una absoluta y total indisciplina redujo notable mente la capacidad operativa de la flota y de todos y cada uno de sus buques; pero el Gobierno, como en el caso del Ejército, intentó poner orden en el desorden. El Estado Mayor de la Armada quedó reducido a la Sección de Ope raciones, a cuyo frente se situó el teniente de navio Pedro Prado Mendizábal; se designó jefe de la flota al capitán de fragata Navarro Capdevila; jefe de la base naval principal de Cartagena, al teniente de navio Ruiz, y se enviaron al Cantábrico tres submarinos tipo C, al mando del capitán de corbeta Lara Dorda, investido de la categoría de jefe de las fuerzas navales del Cantábrico. La escasez alarmante de oficiales, consecuencia de la detención de la casi totalidad de los que ocupaban mandos a bordo, exigió el que se ha bilitara con la categoría correspondiente a la misión que se les confiriera a los oficiales designados para e! mando de los buques, al mismo tiempo que se ordenaba el reingreso condicional de maestres y cabos y la incorporación de los miembros de la reserva naval. Para incrementar el número de oficiales se suprimieron las categorías de oficial 3.°, y auxiliar 1.° y 2.° Todas estas medidas quedaron práctica mente inoperantes, pues el poder de hecho lo ejercían omnímodamente los comités, y lo emplearon de una ma nera muy desafortunada; a pesar de ello, la supremacía era tan absoluta, que controlaron el mar, no sin sufrir humilla ciones, como la del paso del convoy del 5 de agosto, que Permitió el traslado a la Península de algunos contingentes ce tropas africanas de escasa entidad, pero de importancia relativa grande 2S. 25 T qu
a ! ' ^an^era del Tercio y el 3 W Tábor de Melilla, la fracción quedaba en Marruecos del 3.° de Laraehe, una batería de obuses
Desde Madrid se intentó restablecer, en cierto modo, la disciplina, y el 31 de agosto se dictó un reglamento provi sional para el funcionamiento de los comandantes y de los comités de los buques, en el que se determinaba que los comandantes de los buques serían nombrados por el minis tro del ramo, el jefe de operaciones o el de la flota, con la previa conformidad de los comités de a bordo, que segui rían teniendo autoridad sobre ellos, hasta el punto de que en casos de discrepancia prevalecería su opinión. De esta forma se llega al final del período anárquico, que coincide con la elevación a la jefatura del Gobierno de Largo Caballero. El ministro de Marina y Aire en la nueva situación es Prieto, que, como el resto del Gabinete, in tenta institucionalizar la revolución. El capitán de corbeta Buiza es designado jefe de la flota, en la que cesa Navarro; Monreal sustituye a Lara en las fuerzas navales del Cantá brico, el oficial maquinista Játiva es nombrado jefe del ar senal de Cartagena, se hace un llamamiento de marineros y cabos y se crea el Estado Mayor Central de las fuerzas na vales de la República, poniendo a su frente al capitán de corbeta González de Ubieta. Poco después, Monreal, jefe de las fuerzas navales del Cantábrico, es sustituido por el capitán de navio Fuentes, hasta entonces comandante del Lepanto. Y, culminando toda esta labor organizadora, una disposición de 17 de noviembre legaliza los comités, esta bleciendo de una manera definitiva sus funciones. En la nueva articulación del mando ocuparía el vértice la jefatura de la flota republicana. Buiza sería la suprema au toridad en el orden técnico, con plenos poderes y ampli? facultades para cumplir las órdenes emanadas del Go bierno de la República, dispondría de un Estado Mayor Técnico, que le asesoraría en las operaciones, y, a través de ese Estado Mayor, dependerían de él los comandantes de todos los buques. A su mismo nivel, el delegado político de la flota, nombrado por el Gobierno y revestido de la máxima autoridad en el aspecto político; debiendo —se decía— tener la debida consistencia e íntima trabazón con el referido jefe para la utilización de todos los elementos que constituyen el conjunto. El mando de la flota radicaba. He 105, material de transmisiones, automóviles y sanidad y dos mill°ntS de cartuchos ( M a k t í n i -/ B a n d í :, La campaña de Andalucía p.42). fcl PerS° nal transportado serían unos mil hombres.
por tanto, en su jefe y en el delegado político, que, a su vez, sería presidente del Comité Central de la flota. El Comité Central de la flota estaría constituido por un representante de cada unidad del grueso, otro por cada una de las flotillas de destructores, y otro de las flotillas de submarinos. Llevaría un control perfecto sobre todas las unidades de la flota como resultado de la investigación e inspección que ejercieran en el orden político; controlaría políticamente al mando, auxiliándolo y aconsejándolo en caso necesario. Los comandantes de buque y flotilla serían nombrados por el ministro de Marina a propuesta del jefe de la flota, de acuerdo con el delegado político. El presidente de cada uno de los comités sería elegido por éstos y el comandante y el presidente constituirían y formarían el mando con junto del buque, debiendo estar identificados en todo. Se llegaba, pues, al establecimiento de una diarquía políticomilitar, pero los comités quedaban muy reducidos en sus funciones y en cierta medida se robustecía la autoridad de los comandantes. Como delegado político de la flota se nombró al diputado socialista santanderino Bruno Alonso, hasta entonces consejero de Guerra en el Comité mon tañés. Todas estas medidas se tomaron coincidiendo con el re greso de la flota, que, al mando de Buiza, había realizado un raid de dos semanas de duración por el Cantábrico; es pacio durante el cual se hizo a la mar en el bando contrario el crucero Canarias, que, en compañía del Certera lograría, después de un combate afortunado, despejar para siempre la ruta entre el Protectorado en Marruecos y la Península, rompiendo definitivamente el aislamiento en que se en contraban las fuerzas sublevadas en ese territorio, que a partir de entonces pudieron pasar a la Península sin ninguna dificultad. El período revolucionario había entrañado la pér dida del absoluto dominio que hasta entonces había ejercido la flota, aunque no la de su supremacía naval, que seguía s‘endo incuestionable. Al empezar el año se produce la reorganización de las '‘ases navales. Las bases navales constituirían un conjunto l itar al mando de un jefe único, con atribuciones sobre as berzas de tierra, mar y aire que las guarnecieran. Se n°nibró para el mando de la de Cartagena al capitán de
navio Fuentes, que cesó en el Cantábrico, donde fue susti tuido por el capitán de fragata Navarro Margatti; de la de Mahón, al coronel de Artillería Brandaris, y de la auxiliar de Málaga, al oficial de máquinas Baudilio Sanmartín. En esta época el teniente de navio Ruiz pasó a ser subsecre tario de la Marina, puesto en el que cesó Benjamín Bal boa, que lo ocupaba desde los tiempos del general Matz, ministro en el Gobierno Giral ¿b. Al caer Málaga se constituyó la base naval auxiliar de Almería y se crearon las flotillas de vigilancia y defensas submarinas de Cartagena, Almería, Barcelona y Valencia; asimismo, la Escuela Naval Popular, para la formación de nuevos mandos tanto del Cuerpo General como de los Cuerpos Patentados, de la Armada y de la Infantería de Marina. En las postrimerías del período de Largo Caballero, y enlazando con la política que habría de seguir su sucesor Negrín y el propio Prieto, que pasaría a ser ministro de Defensa, y, por tanto, de las tres ramas de las Fuerzas Arma das, un decreto de 10 de mayo suprime el Comité Central de la flota y todos los de los buques y dependencias de la Armada, dando fin al periodo revolucionario, con lo que se vuelve a una organización más acorde con la de la II República. El 17 de mayo, cuando Prieto pasa a ser minis tro de Defensa, se constituye el Estado Mayor Central de las Fuerzas Armadas, y aparecen cuatro Subsecretarías: las de Tierra, Marina, Aire y Armamentos; en la de Marina continuaría el teniente de navio Ruiz González y Ubieta seguiría al frente del Estado Mayor de la Armada. Las flotillas de submarinos habían ya desaparecido, la de submarinos B se disolvió en el mes de noviembre, y la de los C, el 3 de febrero. Los submarinos quedan afectos in dividualmente a la flota, excepto los tres que permanecen en aguas del Cantábrico, que pasan a formar parte de las fuerzas navales de aquel mar. El Comisariado también sufre una modificación: el dele gado político en la flota, ahora comisario de la flota, lo sería también de la base naval, y quedaría como la única autoridad política con representación del Gobierno en la Armada. 20 El cese de Balboa y el nombramiento de Ruiz se produjo P°r sendos decretos de 22 de enero (G.R. n.23).
En ese período, Fuentes cesa en el mando de la base naval como consecuencia de la voladura en que se perdió el acorazado Jaim e I y vuelve a las fuerzas navales del Can tábrico. En los destructores, Ramírez de Togores es susti tuido por Federico Monreal, y, en el orden estrictamente judicial, se modifica, volviendo a criterios más tradiciona les, la jurisdicción de la Marina, hondamente transformada por las reformas judiciales de García Oliver durante el Gobierno de Largo Caballero. Se anula el decreto de diso lución de la Infantería de Marina, de 24 de noviembre de 1931, y se refunden las distintas secciones del Cuerpo de Máquinas. Dos medidas que serían también tomadas del lado nacional. La guerra iba modificando profundamente las cosas. En el Norte, el Ejército republicano sufría una tremenda de rrota, que dejaba en libertad a los buques de la creciente Marina nacional, que se trasladaban al Mediterráneo. La presencia en estas aguas de la flota nacionalista origina di versos encuentros con la republicana, hasta entonces dedi cada a la escolta de los convoyes procedentes de la Unión Soviética, y como consecuencia de ellos se interrumpe esta corriente de abastecimientos. Este hecho determina el que Buiza sea sustituido en el mando de la flota por González Ubieta, que, a su vez, es reemplazado por Valentín Fuen tes en el Estado Mayor de la Marina. Buiza pasa a la De fensa Móvil Marítima y a la Inspección de las Bases Se cundarias. Unos días antes, un decreto de 20 de septiem bre daba su nueva y definitiva fisonomía a la Armada. Cu riosamente, esta rama de la defensa nacional, la que más profundamente y de forma más amplia sufrió la borrasca revolucionaria, fue la que a la postre resultó más conserva dora y tradicionalista, hasta el punto de que nada sustancial cambió en ella. La nueva disposición, en su preámbulo, ya anuncia que la organización de los Cuerpos de la Marina «no es ni podrá ser otra que la actual»; refiriéndose no a las situaciones de hecho revolucionarias, sino a las situa ciones de derecho precedentes. Todo quedó como estaba, y lo único que cambió fue la •^entidad de los que ocuparon los puestos directivos. El uerp° General de la Armada vio confirmadas todas sus Adicionales prerrogativas, como, por otra parte, no podía Ser por menos, y la influencia política se redujo considera-
blemente desde la supresión del Comité Central de la flota y todos los demás de los buques y dependencias. La Es cuela Popular de Guerra Naval realizó varios cursos de transformación, en los que fueron alumnos oficiales de la reserva naval y auxiliares, que constituyeron tres promo ciones de alféreces de navio que se incorporaron con su nuevo empleo y con todas las prerrogativas al Cuerpo Ge neral de la Armada. Muchos de ellos llegaron a mandar buques en la flota, que también en estas fechas se vio re forzada con la incorporación de varias lanchas torpederas de origen soviético, que constituyeron otras tantas flotillas, con base principal en Portman. A finales del año 37 se produce un nuevo relevo en los mandos superiores de la Marina: Valentín Fuentes, ya al mirante, es nombrado subsecretario. Al Estado Mayor de la Armada va Buiza; a la base naval regresa Ruiz; a la floti lla de destructores, Barreiro, y a la Defensa de Costas, Monreal. Con esta estructura se llega a las postrimerías del primer Gobierno Negrín. El derrumbamiento del frente de Aragón coincidió en el tiempo con la notable victoria naval que originó la pérdida del crucero nacionalista Baleares, buque insignia de la flota de Franco; y poco después, Negrín, que sigue de presi dente del Gobierno, sustituye al frente del Ministerio de la Defensa a Prieto; a la Subsecretaría de Marina pasa Játiva, y Prado Mendizábal, a la Jefatura del Estado Mayor; Buiza queda relegado a un oscuro puesto en el Ministerio. Orga nización que se mantiene hasta que los acontecimientos del frente catalán ponen en crisis la efectividad del sistema; Buiza regresa a la flota, Ubieta es designado jefe de la base naval de Mahón, y el general de Ingenieros Bernal, de la principal de Cartagena; Ruiz vuelve a la Subsecretaría. La situación está prácticamente liquidada; la flota no sale del puerto de Cartagena hasta que el día 5 de marzo se hace a la mar con los cruceros Cervera, Libertad y Méndez Núñez, los destructores Ulloa, Escaño, Almirante Miranda, Lepanto,
Gravina, Almirante Antequera, Almirante Valdés, Jorge Juan y el submarino C4 y se interna en la base naval francesa de Bizerta, en Túnez, alejándose de una guerra que daba de finitivamente por perdida. Hasta entonces habían perdido al acorazado J a i w 1, hundido en el puerto de Cartagena por una voladura de su
santabárbara el 17 de junio de 1937; temporalmente, al crucero Cervantes , torpedeado el 22 de noviembre de 19 36 por un submarino italiano en aguas de Escombreras, que no volvió a la mar hasta el 11 de abril de 1938; al destruc tor Almirante Ferrándiz, hundido por el Canarias el 29 de septiembre del 36; al Churruca , que permaneció fuera de servicio desde el 15 de agosto del 37 como consecuencia de un ataque enemigo; al Alcalá Gahano, bombardeado el 15 de julio de 1937; al José Luis Diez , que quedó varado en la playa de los Catalanes en septiembre de 1938, y al Cis car, que, hundido en el puerto de Gijón el 20 de octubre de 1937, fue sacado a flote por los nacionales y vuelto a poner en servicio muy a final de la guerra; pero esta vez en el campo contrario. De los submarinos resultaron hundidos el B5, en octu bre del 36, en aguas de Estepona; el B6, el 19 de septiem bre del 36, en aguas del Cantábrico; el C l, hundido por la aviación el 20 de octubre del 38 en el puerto de Barce lona; el C3, hundido frente a Málaga el 12 de diciembre del 36; el C5, hundido en diciembre del 36 en el Cantá brico, y el C6, hundido en aguas de Gijón el 20 de octubre del 37, el mismo día que desapareció bajo las aguas el
Ciscar. 2.
A rm ada nacionalista
La constituyeron, inicialmente, el crucero Almirante Cer rera, el viejo destructor Velasco y los cañoneros Cánovas del Castillo, Canalejas, Dato y Lauria , a los que auxiliaban, en la medida de sus escasas fuerzas, los torpederos números 2, 7, 9, 16 y 19 y algunos pequeños guardacostas, que con otros bacaladeros y pesqueros armados formaron flotillas de defensa marítima de costas. Un conjunto que, salvo el crucero, carecía de valor militar teórico. Inicialmente, estas fuerzas dependían de los jefes de las bases navales de El Ferrol y San Fernando; a su vez, a las órdenes respectivas de los jefes del Ejército del Sur y Ma rruecos y del Norte, es decir, de los generales Franco y Mola. Esta situación perduró hasta que Franco fue nom brado Generalísimo, en cuyo momento todas las fuerzas navales pasaron a su dependencia. Se nombró entonces
jete del Estado Mayor de la Armada al almirante Cervera, que tuvo a sus órdenes a la flota, cuyo jefe, el capitán de navio Francisco Moreno, había sido miembro de la Junta de Defensa Nacional, y que fue habilitado de contralmi rante el 11 de noviembre del 36. La flota se reducía en aquellos momentos a los cruceros Almirante Cervera y Ca nanas y al destructor Velasco, pues las restantes pequeñas unidades disponibles debían limitarse a prestar servicios en aguas próximas a las bases navales y a los puertos marro quíes en actividad de patrulla. Los problemas de la Armada nacional fueron fundamen talmente tácticos y técnicos y la orgánica se dejó para más tarde; había que sacar el máximo rendimiento a los pocos medios disponibles e incrementarlos en la medida de lo posible. La actividad de los profesionales fue incesante, consiguiéndose reducir el tiempo de entrada en servicio de todos los buques en construcción, con lo que el tremendo desequilibrio inicial fue reduciéndose poco a poco. Como hemos visto, en septiembre entra en servicio el Canarias; en diciembre, el Baleares; en enero del 37, el minador J ú piter; en julio de ese mismo año, el Vulcano; al año si guiente, el Neptuno; el Marte no lograría hacerse a la mar antes de finalizar la guerra, pero para entonces ya estarían en servicio en la Armada nacional el cañonero Calvo Sotelo 27, cuatro lanchas rápidas torpederas de 45 toneladas adquiridas en Alemania, y que llevaron por nombre Oviedo, Badajoz, Requeté y Toledo; una de 28 toneladas: la Cándido Pérez; dos de 12, la Sicilia y Nápoles, todas ellas con en trada en servicio a lo largo de los años 37 y 38; los subma rinos General Sanjurjo y General Mola, adquiridos en Italia, y los destructores, de esa misma nacionalidad, Ceuta, Melilla, Huesca y Teruel, de muy escaso valor militar, seme jantes al tipo Velasco, de la primera guerra mundial, de poca protección, escasa velocidad y débil armamento, pero que, por supuesto, eran algo más que nada e iban a facilitar una ligera protección a los cruceros, que a partir de finales de año tienen una neta superioridad arti llera, de la que se hacen valer durante el día, ventaja que 27 Era el buque Zacatecas, que se construía por encargo del Gobierno mexicano, y que fue incautado y rebautizado, haciéndose a la mar en el verano de 1938.
pierden en cuanto al anochecer los rápidos y modernos destructores enemigos pueden hacerles objeto de cual quier ataque afortunado, como fue el que hundió al B a
leares. Con todas estas aportaciones, el desequilibrio iba redu ciéndose; para contribuir a ello, en los momentos claves de la guerra, la Armada nacional se vio beneficiada por el apoyo de información facilitada por los buques alemanes y la presencia activa de unidades italianas. Durante el se gundo semestre de 1936 y los tres primeros trimestres del 37, cuando la superioridad republicana en aguas del Medi terráneo era incuestionable, buques italianos, especial mente submarinos, protegieron la navegación propia y ata caron la enemiga, contribuyendo a hacer incómoda la nave gación a los barcos republicanos con destino a los puertos mediterráneos. Nunca llegaron a quebrantar decisivamente este tráfico, que siguió desarrollándose con mayores o me nores dificultades, como lo demuestra el hecho de que más del 90 por 100 del tonelaje encaminado a los puertos re publicanos alcanzara su destino, pero ocasionaban las mo lestias suficientes como para obligar a distraer medios cuantiosos en la protección del comercio republicano. Cuando cambió radicalmente la situación naval fue cuando después de finalizada la campaña del Norte, los barcos del almirante Moreno se concentraron en la base de Palma de Mallorca; se constituyó entonces la que se llamó flota del bloqueo, que logró interceptar el paso a los con voyes procedentes de la Unión Soviética. La nueva organización se plasmó el día 10 de octubre de 1937; las fuerzas navales quedaban a las órdenes de Fran cisco Moreno, habilitado para vicealmirante, y compren dían una división de cruceros con el Baleares, el Cananas y el Almirante Certera; la flotilla de destructores, con el Ceuta, Melilla, Huesca, y Teruel, próximos a llegar, y el Ve rseo; los minadores Jú p iter y V u lean o. los cañoneros Cano del Castillo, Dato y Canalejas y los submarinos Mola y anJurjo, más cuatro italianos, que se pusieron a disposi ción del mando nacional. Aparte de esos medios, un cruCero auxiliar, el Mar Cantábrico; las lanchas rápidas BadaOviedo y Requeté y algunos patrulleros y rastreadores. El ju ra n te Moreno era jefe de todas estas fuerzas y de las ^ ,rc y Tierra que se pusieron a sus órdenes. Un mando
conjunto que le daba autoridad para el empleo de los dis tintos medios que coadyuvaron a la tarea de controlar el tráfico marítimo en el Mediterráneo. El 17 de diciembre se votó el Neptuno y el día 31 se pusieron las quillas de dos pequeños minadores, el Eolo y el Tritón, ninguno de los cuales llegaría a intervenir en la campaña. Cuando el 31 de enero de 1938 se formó el primer Go bierno de Franco, ocupó la Subsecretaría de Marina el con tralmirante Manuel Moreu, que poco después pasaría a la Jefatura de la División de Cruceros al desaparecer el almi rante Vierna con el Baleares. Le relevó en el cargo el con tralmirante Estrada, y con esta organización se llegaría al fin de la guerra. La Marina nacional, partiendo de una situación de abso luta inferioridad, consiguió al final la supremacía en todos los mares a costa de la pérdida de dos de sus más impor tantes unidades: el acorazado España, que chocó con una mina propia el día 30 de abril de 1937 en aguas santanderinas, y el Baleares, que en la madrugada del 6 de marzo fue echado a pique por un ataque de los destructores re publicanos. D)
L a A v i a c i ó n 28
La aviación militar era en 1936 un servicio dependiente del Ministerio de la Guerra a través de la Dirección Gene ral de Aeronáutica; ocupaba el puesto el general Miguel Núñez del Prado y Susbielas, estando vacante la jefatura de la Aviación Militar. Las fuerzas aéreas, con un conjunto de 26 escuadrillas, se distribuían en tres escuadras y 1# fuerzas aéreas de Africa, con la siguiente composición:
Escuadra número 1.— Mando en Getafe: Una
unidad
trimotor, una escuadrilla Junkers, Grupo 11, caza Nieuport, y Grupo 21, de reco n o cim ien to * con Breguet XIX, en Getafe; Grupo 31, de BreguetX IX , en León. 2H Quien desee mayores precisiones las encontrará en los trabajos Jesús Salas Lar raza bal, y en especial en La Guerra de España desde el que ha inspirado esta breve síntesis.
Escuadra número 2. — Mando en Sevilla: G rupo 22, de Breguet, en Sevilla, y Grupo 12, de caza, en G ra nada, que pocos días antes del Movimiento se di solvió, pasando sus aviones a Getafe y Barcelona. Escuadra número 3-— Mando en Barcelona: G rupo 13, en Barcelona, de caza Nieuport, y G rupo 23, en Logroño, de Breguet X IX . Fuerzas aéreas de Africa. — Con sendas escuadrillas de Breguet X IX , en Tetuán, Melilla y Larache, más una escuadrilla de hidros Dornier, en Atalayón, y una escuadrilla mixta, en el desierto del Sahara. Escuadrillas de instrucción. — Y - l, en la Escuela de Observadores, e Y -2, en Los Alcázares, donde también estacionaba el Grupo número 6, de hi dros, con dos escuadrillas de Dornier. El material estaba en sus bases, pero días antes de la sublevación se ordenó la concentración de gran número de aviones en Madrid, donde afluyeron dos de las tres escua drillas de Logroño, una de León y una de caza de Granada. Otra rama de la aviación militar era la aeronáutica naval. Esta disponía de una base principal en San Javier, donde existían ocho escuadrillas de aviones muy diversos. Hidros Dornier y Saboya-62, cazas Martynside, aviones de entre namiento Hispano E-30 y torpederos Vickers-Vildebest, el más moderno material aéreo que teníamos en España, de los que había tres escuadrillas, con 26 aviones en vuelo. Además de estas escuadrillas, una novena repartida entre Marín y Mahón para el reconocimiento de las costas galle gas y baleares. En conjunto, 107 aviones, entre los que predominaban los Saboyas-62, de los que existían 35, si guiéndoles los Vildebest, con 27, y los hidros Macchi-18 y Dornier, con 10 29. Además de este conjunto de aviones militares existían erj España los comerciales de la LAPE (Líneas Aéreas Pos ta es Españolas), que contaba con 22 aviones de distintos •pos, de ellos cuatro Douglas DC-2, aviones de caracterísKas muy superiores a las de los militares; de ellos, tres on del lado del Gobierno y 5 trimotores Fokker R
r> i mi ,Al AIL D,; LA G u a r d i a , '
U|i / i . o n .
Crónica de la aeronáutica naval española
t 2
V il 30, transformados en bombarderos, dieron notable juego al principio de la guerra. Recapitulando, tenemos que en zona republicana queda ron: la unidad especial trimotor, la escuadrilla Junkers, el grupo de hidros, todas las escuadrillas de caza y nueve de las de reconocimiento. En zona nacional, una escuadrilla especial, la del desierto, y ocho de reconocimiento. Esto en cuanto a la Aviación militar se refiere. De la aeronáu tica naval, sus nueve escuadrillas quedaron en territorio republicano. En zona nacional, una patrulla, reforzada, de la tercera escuadrilla de reconocimiento. De los aviones comerciales, todos menos uno en zona republicana. En conjunto, todo esto suponía del orden de los 450 aviones, de los que más de 350 quedaron en territorio gu bernamental, y menos de los 100, aunque próximo a esta cifra, en zona nacional. La relación de potencia se estable cía en 3,5 a 1. Era, en general, material anticuado y de escaso valor militar, que contaba, por añadidura, con muy reduci das reservas de bombas y municiones; pero como esta si tuación era idéntica en ambos bandos, predominaba úni camente el número, porque, cuando se enfrentan aviones de similares características, es éste el que decide. Por aña didura, las fábricas aeronáuticas españolas se encontraban todas ellas en territorio gubernamental, y siguieron fabri cando al ritmo de un caza diario. Al estallar la guerra, las fuerzas aéreas no sufrieron los traumatismos que habían padecido sus compañeros de Tie rra y Mar, y apenas varió su organización, que siguió siendo la de preguerra, es decir, las escuadras 1.a, 2.a y 3.a, con los Grupos 11 y 13 de caza, 31 de reconocimiento y las escuadrillas de las Escuelas de Observadores, de Vuelo y Combate y de Tiro y Bombardeo; del Grupo 6.° de hi dros y las escuadrillas de los Grupos de Logroño y Sevilla, concentradas en Madrid. A medida que se iba recibiendo material extranjero, se formaron las escuadrillas España y Ia 30 Además de estos 10 aviones, un Breguet 26T, un B .A. Eagle, un D .H 89A , tres D ornier Wal, un Ford 4A T , tres Ju G -2 4 , un S-62 y l"J Ju F -1 3- Es decir, 12 bim otores y trim otores terrestres, que constituía0 e mayor fuerte potencial de bombardeo existente en España. El resto, trtS hidros bimotores, un de Havilland, también bimotor, y cinco m ooo^w ’ res, tenían un valor militar inferior. Salvo un D C-2 capturado en Scvil *>• todos formaron parte de la Aviación republicana.
2.a Lafayette, la «escuadrilla internacional» y los grupos de Potez y Marcel Bloch; y ya en el otoño, el Grupo 12, en el que se reunió todo el personal y material del cuerpo aéreo soviético del general Douglas. Al formar Gobierno Largo Caballero, se constituyó el Ministerio de Marina y Aire, y se encargó de la nueva Sub s e c r e t a r ía del Aire el coronel Angel Pastor Velasco; del mando de las fuerzas aéreas, el teniente coronel Ignacio Hidalgo de Cisneros, y de la jefatura de Estado Mayor, el teniente coronel Riaño Herrero. Es entonces cuando se inicia la transformación del viejo Servicio de Aviación en el nuevo Ejército del Aire. Las tres escuadras que compo nían las fuerzas aéreas dan origen a una organización te rritorial en Regiones Aéreas. La 1.a radicó en Madrid; la 2.a, en Los Alcázares, en sustitución de Sevilla, y la 3.a, en Barcelona. Las escuadras seguían existiendo, pero libres de toda servidumbre del terreno. La organización se diversifi caba; de un lado, las fuerzas operativas, y, de otro, el apoyo logístico y de infraestructura a las mismas. Cada una de estas Regiones Aéreas servía de asiento a las unidades operativas que actuaban en un determinado frente de combate. La 1.a atendía a los frentes del Centro y Extremadura; la 2.a, a los de Andalucía oriental y Teruel; la 3.a, al de Aragón. Exigencias geográficas impusieron la creación de las fuerzas aéreas del Cantábrico, que darían lugar a la aparición de una nueva Región Aérea, aunque allí seguían de momento fusionadas las organizaciones operativa y territorial, y el jefe superior aéreo en el Norte llevaba el título de jefe de las Fuerzas Aéreas del Norte. Ya en 1937, el 18 de enero, la 2.a Región Aérea se di vide. Conserva su responsabilidad de los frentes del Sur, y su cabecera radica en Los Alcázares; pero aparece una nueva, con sede en Valencia, para las necesidades de los rentes levantinos. Esta será la 4.a Región Aérea. Esas razones son las que aconsejan el nacimiento de la • Región Aérea, desgajada de la 1.a, para atender a los rentes del Sur-Tajo-Extremadura, y comprendiendo las provincias de Badajoz, Córdoba y Ciudad Real. La 6.a será a que sirve de asiento a las fuerzas aéreas del Norte. Y la a l i Una nueva’ con cabecera en Albacete, que atenderá nin\ZOna ‘nter‘o r>
talmente logística: alimentar a las tuerzas aéreas, mantener constantemente una reserva general, atender a las repara ciones de material y ser sede y asiento de la Jefatura Superior de las Fuerzas Aéreas. No terminaría así la expansión de esta organización te rritorial, y cuando en el otoño de 1937 nacen los Ejércitos de Andalucía y Extremadura, la 2.a Región Aérea sufre u n a n u e v a fractura para hacer frente a las necesidades que se presentan, y surge la 8.a Región Aérea, al servicio del n u e v o Ejército de Andalucía, que tendrá su cabecera en Baeza. Hecho que, por otra parte, no modificará el número total de Regiones, porque en ese momento ya había des aparecido la 6.a con el Ejército del Norte, con las fuerzas aéreas del Cantábrico y con todo su territorio. Las fuerzas aéreas seguían con una organización en gru pos y escuadras, como antes de la guerra; pero, a medida que se iban formando nuevas unidades, éstas recibían una numeración, que colmaba los huecos vacantes en la de preguerra, y así nacen el Grupo 12 y los siguientes, conti nuándose la numeración en la segunda decena e incluso en la tercera. Más tarde aparecerían los de la 7.a Esto modifi caba los criterios anteriores, que eran de que cada grupo fuera identificado por una cifra de dos números, de los que el primero indicaba el número que le correspondía en la escuadra, y el segundo, el indicativo de ésta; es decir, tfje los grupos terminados en 1 pertenecían a la primera es cuadra; los terminados en 2, a la segunda, y los terminados en 3, a la tercera. Ahora, Hidalgo Cisneros decide que la numeración se haga correlativa, pero a partir de las cifras ya existentes. Se empezó a enumerar por el 12, el desapa recido grupo de Granada, y se siguió hasta el 31, el de León. Luego se partió, para el material francés, del 71. Las exigencias de la guerra producían la ce n tra liz a c ió n en uii mando y una dirección única. La aeronáutica naval se funde le hecho, desde la primera hora, con la rama militar, y esta situación será refrendada por disposiciones orgánicas adecuadas. El 13 de marzo cesa en la Subsecretaría del Aire el coronel Pastor y le sustituye el coronel Camacho. Al ^ siguiente se dispone la unificación de las dos ramas de I* aeronáutica castrense, y se ordena que pase a d e p e n d e r de
mando aéreo, en lo táctico y administrativo, la defensa an tiaérea. Por último, y dentro todavía del mandato de Largo Ca ballero, el día 16 de mayo, cuando éste ya se encontraba dimitido, se publica el decreto que de hecho da nacimiento al Ejército del Aire, aunque todavía se le llame Arma de Aviación. En virtud de ese decreto se unificaban la avia ción terrestre, la aeronáutica naval y la defensa contra ae ronaves. Pasaría a la nueva Arma todo el personal des tinado en los anteriores servicios y se constituían sendas corporaciones con sus escalas respectivas, que serían el Cuerpo General del Aire, con escalas de aire y tierra; el Cuerpo Auxiliar, el Cuerpo de Maestranza y el de Defensa contra Aeronaves. La creciente necesidad de personal técnico y especialista obliga a la realización de cursos, que inicialmente fueron prácticamente improvisados, para dar paso después a una organización de escuelas, que se inicia con el mandato de Indalecio Prieto. Se crean las escuelas de Pilotos, en San Javier; de Caza, en El Carmolí; de Mecánicos, en Valencia, y de tripulantes y bombarderos, en Los Alcázares 31. Si guiendo el ejemplo del Ejército, también la Aviación mo difica su uniforme, incorporando la estrella roja de cinco puntas y sustituyendo las barras a las tradicionales estrellas; y la diferenciación entre los procedentes de milicias y pro fesionales se establecía en que los milicianos llevarían las barras en rojo con ribete dorado, y los profesionales ente ramente dorado. El elemento distintivo del Ejército del Aire consistía en que la barra superior hacía una inflexión en su centro para formar un ángulo recto hacia arriba. En zona nacional, el desarrollo orgánico es, en cierto modo, paralelo. El día 18 de agosto, el decreto número 52 de la Junta de Defensa Nacional organiza las fuerzas aéreas nacionales. Como en zona republicana, se unificaban todos los servicios anteriores y desaparecen tanto el Servicio de Aviación Militar, como la aeronáutica naval. El mando suLuego se ampliarían, y la 2 .“ Región Aérea se especializaría en esta rMrafía (San Clemente), de pilotaje elemental (Alcantarilla, El transformación (San Javier, Lorca), cata (Archena), alta velocitán ü ;l 1C arm° l ‘ X poli motores, vuelo nocturno y tiro y bombardeo (To* tana’ W Carmolí, Los Aleteares).
Datos d t la n u e rra i h ’i l
perior lo ostentaría el jefe del Aire, que contaría con un Estado Mayor, la aviación del Ejército y la aviación autonoma. La aviación del Ejército estaría dotada con escuadri llas de caza, reconocimiento, bombardeo e hidros; la autó noma, con escuadrillas de bombardeo y transporte. La aviación del Ejército dependería tácticamente de los mandos terrestres operativos, y técnicamente, del mando de Aviación. La autónoma, exclusivamente del mando aé reo. También se consideraba la organización territorial que habría de servir de base y apoyo a las fuerzas aéreas, y se articulaba en tres frentes, que darían nacimiento a otras tantas Regiones Aéreas. Inicialmente, la del Norte, la del Centro y la del Sur. Más tarde aparecería una 4.a Región, la de Zaragoza, para atender a los frentes de Aragón, y que se llamaría Región Aérea de Levante. Las enormes dificultades que entrañaba la división de las escasas fuerzas aéreas entre los mandos terrestres, hizo que esta organización no cuajara y que el conjunto fuera único, integrado y bajo el mando centralizado del jefe del Aire. Para la realización de operaciones concretas, el mando, normalmente, afectaba a la totalidad o una fracción de las unidades, al apoyo de la gran unidad terrestre que debería realizar el esfuerzo principal; pero la subordina ción no duraba más que el tiempo exigido para la realiza ción de la misión, y, cumplida ésta, las fuerzas aéreas que daban en libertad para ser destinadas a cualquier otra acti vidad en cualquier otro sector y en apoyo de cualquier otra gran unidad que lo necesitase. Los grupos cambiaron totalmente su denominación, aun cuando su organización se mantuvo idéntica a la de pre guerra. Estos se enumeraron correlativamente a partir de! número 1 iniciándose la numeración para cada tipo de aviones: cazas, bombarderos, asalto, transporte, etc. Se guía la letra «G», significativa de que se trataba de la uni dad grupo, y se terminaba con una cifra que era la que se había asignado al modelo de avión en concreto de que se trataba. Estos modelos de aviones llevaron los n ú m e ro s del 1 al 10, si eran de caza; del 10 al 20, s< eran de asalto; del 20 al 30, si eran de bombardeo, y así sucesivamente Por ejemplo: el 1G-2 sería el primer grupo de aviones t¡P° caza, y estaría dotado de aviones del modelo 2; c o n c re ta mente, Heinkel 51; el 6G -28 sería el sexto grupo de bofl1'
bardeo y dispondría de aviones tipo 28, que eran los S a b o y a s -7 9 .
De forma paralela, forzados por las circunstancias, repu blicanos y nacionales iban dando nacimiento al Ejército del Aire, integrando en él a todas las fuerzas aéreas y a todos los medios aéreos existentes para lograr de aquéllas y con seguir de éstos el máximo rendimiento y la mayor flexibi lidad. Era una tarea añorada de antiguo, y a la que infruc tuosamente habían pretendido dar cima todos los gobier nos que se habían sucedido en España desde Miguel Primo de Rivera. En zona nacional, las fuerzas aéreas se subdividen en tres agrupaciones perfectamente diferenciadas: la Legión Cóndor, con personal y material alemán; la aviación Legio naria, con mando y tripulaciones italianas, y la que se de nominó aviación Hispana, que reunía a todo el personal español. Esta organización se mantuvo a lo largo de toda la guerra, aunque con sensible variación en su composición respectiva. La Legión Cóndor mantuvo desde su constitu ción, en noviembre del 36, la misma dimensión: un grupc de caza, un grupo de bombardeo, una escuadrilla de reco nocimiento, una escuadrilla de hidros y una experimental; nueve escuadrillas, que en ocasiones fueron 10, porque hubo momentos en que el grupo de caza tuvo cuatro es cuadrillas, y que se mantuvo siempre en el orden de los 100 aviones operativos. La aviación Legionaria, que expe rimentó un notable incremento en la primavera del 37, llegando a estar constituida por una escuadra de caza (stormo en la terminología italiana), otra de bombardeo, con sendos grupos de bombarderos rápidos y pesados, una escuadrilla independiente de bombarderos rápidos y un grupo de reconocimiento y asalto. La aviación Hispana inició su despegue desde unas posiciones iniciales muy desfavorables y con material escaso y anticuado; poco a poco fue recibiendo aquello de lo que se desprendían itaianos y alemanes, y terminó siendo la mayor de las tres ‘Wupaciones. Primero constituyó grupos independientes; nias tarde, los grupos se fueron articulando en escuadras, y P°r último en brigadas, de las que llegó a haber tres, complementadas con el Servicio de Antiaeronáutica, que reglamentó por orden de 19 de febrero de 1937, consti paron el embrión del Ejército del Aire.
En zona republicana, Prieto, que pasa a ser ministro de Defensa Nacional en el Gobierno de Negrín, mantiene la línea orgánica que anteriormente había iniciado como titu lar del Ministerio de Marina y Aire, y llega a una organiza ción estable y con vistas al futuro, que plasma en el de creto de 8 de enero de 1938, que remodelaba el Arma de Aviación, recientemente creada, modificando los artículos 4, 5, 6 y 8 del decreto fundacional de 14 de mayo del 37. El naciente Ejército del Aire, todavía Arma de Aviación, quedaba constituida por el Cuerpo General del Aire, con escalas de Aire y Tierra, los Cuerpos de Mecánicos, Radio telegrafistas y Meteorólogos, Armeros, Ingenieros de Ae ronáutica, Intendencia, Sanidad (escalas de médicos y prac ticantes), tropas y servicios, conductores de Aviación y cívico-militar de Maestranza. En esa misma fecha se da una nueva estructura a la defensa contra aeronaves y a los servi cios complementarios de escucha y radio. Se derogaba el decreto de 3 de marzo de 1937, que ponía estos servicios bajo dependencia del mando aéreo y pasaban a integrarse de nuevo en el Ejército de Tierra. En zona gubernamental, como más tarde en la zona nacional y en España entera posteriormente, sería muy difícil la coexistencia de dos Armas dentro del Ejército del Aire. La llegada de Negrín al Ministerio de Defensa Nacional, con el consiguiente cambio de subsecretario y jefe de Es tado Mayor, puestos que ocuparon Núñez Mazas y Martín Lunas, trajo muy ligeros cambios en la organización, que se limitaron casi exclusivamente a situarse en la línea de seada por el Estado Mayor Central, de una mayor unifica ción de unidades y servicios. Los de Sanidad se integraron por decreto de 2 de mayo del 38, bajo la dirección del doctor José Puche Alvarez; los de Intendencia, el 18 de noviembre, siendo designado intendente general el diri gente socialista Trifón Gómez San José; y las industrias, por decreto de 18 de agosto, que, como ya hemos seña lado en otra ocasión, tuvo su precedente en disposiciones de Prieto. La organización centralizada de la sanidad dio lugar al nacimiento de la Dirección General de Sanidad de Guerranombrándose director general de la misma al doctor che, que ya dirigía el servicio. Esto ocurría el 11 de di t icmbre, en las postrimerías tic la guerra, momento en qll(
también se disolvieron las Asesorías Jurídicas de las Subse cretarías de Tierra, Marina, Aviación y Armamento, y se centralizaban los Transportes por Carretera en la Direc ción General del Servicio de Retaguardia y Transportes, que incluía los medios de los Cuerpos de Carabineros y Se guridad y de las tres ramas de la Defensa Militar, excluyendo únicamente al Parque Móvil de los Ministerios Civiles. En zona nacional, el desarrollo era exclusivamente prác tico, puramente pragmático, y no fue acompañado de dis posiciones orgánicas que dieran contenido legal a una si tuación de hecho. Cuando terminó la campaña del Norte, y paralelamente al nacimiento de las grandes unidades te rrestres, nace la 1.a Brigada Aérea Hispana; la Legión Cóndor mantenía su organización, aunque habiendo mo dernizado íntegramente su material, y ia aviación Legiona ria redondea su organización en los stormos o escuadras de caza, mixta de bombardeo y grupo de cooperación 32. Toda esta organización no daría lugar al nacimiento de ar mas, cuerpos y escalas hasta finalizada la guerra, cuando en octubre del 39 se crea el Ministerio del Aire, y, con él, el Ejército del Aire. Las Regiones Aéreas pasan entonces a ser cinco, y en cada una de ellas tienen asiento una serie de grupos estructurados en regimientos aéreos y herederos de los que han realizado la campaña. Una y otra aviación dependieron, a lo largo de toda la guerra, de los suministros extranjeros, tanto de material —de forma en este caso prácticamente exclusiva— como de personal; inicialmente y mayoritariamciite, procedente del exterior, y más tarde, en forma creciente, español, pero formado, en buena parte, en escuelas extranjeras. La política de los contendientes estaba influida, funda mentalmente, por la de los países abastecedores. En Es paña había poco material y anticuado; el personal era es caso en zona nacional y muy justo en zona republicana, y de ahí el que unos y otros, al hacer sus pedidos, hicieran hincapié en que el material viniera con el personal capacita do que hubiera de tripularlo. Esto, por otra parte, era grato a •as naciones abastecedoras, pues les permitía, de un lado.
«’n la primavera del 58, la escuadra mixta de bombardeo se desdobló 11 Piulas escuadras de bombarderos rápidos y pesados.
el experimentar sus aviones en condiciones de empleo mi litar y, por otro, les ofrecía una cierta garantía en cuanto a su correcta utilización. Gobiernos, funcionarios, militares y aviadores extranjeros tenían un denominador común: su prepotencia, su complejo de superioridad y su menospre cio hacia España y ios españoles; y en ello está, en gran medida, el que la aviación se mantuviera en manos extran jeras durante períodos muy prolongados. En zona republicana, el cuerpo aéreo soviético, que mandaron sucesivamente Douglas, Julio y José 33, fue no tablemente reticente a la aceptación de personal español en sus dotaciones de élite, pero la política soviética o las necesidades del personal para otras atenciones más peren torias, como eran la frontera con Mongolia y el Manchukuo, hizo que modificaran sustancialmente estos criterios a medida que avanzaba el año 37 y que a partir del verano fueran sustituyendo sus pilotos por otros españoles forma dos en la Unión Soviética. En julio llegó el primer grupo de pilotos que allí habían recibido instrucción y entrena miento, y más tarde llegarían hasta dos grupos más con un total del orden de los 500 pilotos. En Francia se formaron algo más de un centenar, y el resto de los que dispuso la aviación republicana se formó en las escuelas españolas, donde también recibieron reen trenamiento los procedentes del exterior. Con ello, a par tir del año 38, las formaciones aéreas republicanas dejaron de depender del personal aéreo extranjero, que se redujo a un mínimo de dos escuadrillas de caza y otra de bom bardeo. En zona nacional, por el contrario, alemanes e italianos mantuvieron permanentemente el control de sus unidades, aunque a partir de 1937 no experimentaron crecimientos apreciables. La Legión Cóndor, como ya hemos dicho, conservó siempre su formación inicial. La aviación Legio naria experimentó un notable crecimiento en 1937, para aceptar ei? 1938 la reducción de las dimensiones de sus stormos de caza y bombardeo. La aviación Hispana vio, sin embargo, crecer de una manera paulatina, pero continua, el número de sus unidades, e incluso en aquellas decre cientes de italianos y alemanes iban apareciendo tripula* n Los oficiales soviético» Smushkevich, Fumpur y Kopets.
ciones españolas. De todas formas, éstos mantuvieron su personal y se mostraron sumamente celosos en conservar el control de los aviones más modernos que suministraban. La Legión Cóndor pasó por la grave crisis de la primavera del año 38, en la que las exigencias de la situación en el centro de Europa paralizó las aportaciones de personal y material, y la aviación Legionaria redujo en algo su volu men a partir de la repatriación de los 10.000 italianos en octubre de 1938 34. Como precisaremos al estudiar las ayudas exteriores, éstas se mantuvieron bastante equilibradas en uno y otro bando. Las mayores posibilidades industriales de zona re publicana permitieron que gran parte de los suministros soviéticos se hicieran en material y que en España se cons truyeran o montaran gran parte de los aviones de aquella procedencia. Se enviaron materiales para construir 400 «chatos» y 200 «moscas», de los que antes de concluir la guerra llegaron a entregarse 287 y 10 respectivamente. En zona nacional no se construyeron más aviones que los de escuela elemental, y los talleres existentes o creados se limitaron a la reparación, revisión y mantenimiento de aviones, lo que hizo que en este trabajo se alcanzaran nive les altos de eficacia. Unos y otros, partiendo prácticamente de cero, lograron mantener en vuelo sendas aviaciones, que en sus momen tos más brillantes llegaron a disponer del orden de los 400 aviones en vuelo. Lo que supone un notabie esfuerzo, unido a una gran capacidad de adaptación, imaginación, en tusiasmo y acierto. Los republicanos alcanzaron su máximo en la primavera-verano de 1937. La caída del Norte de terminó un bajón, del que jamás se recuperarían, aunque al verano siguiente recuperaron la paridad en caza, lo que les permitió luchar de nuevo por la victoria. Los nacionales mantuvieron un continuo incremento paulatino, lento, Pero seguro, en el número y calidad de sus unidades, y ograron su nivel más alto en la fase final de la guerra, cuando el número de sus aviones operativos llegó a supe rar ampliamente la cifra de los 400, que sus rivales habían a cansado más de un año atrás. ^ csa pareeieron el grupo de caza la Gamba di Fierro y el Stormo de
La uncial superioridad gubernamental, con cuatro escua drillas de cazas, a las que se sumaron los 50 aviones france ses de la especialidad recibidos entre julio y agosto, duró sólo mes y medio. En septiembre, sendas escuadrillas de H e-5l y Fiat CR-32, de características superiores al Nieuport, pero no al de Dewoite, barrieron a éstos del cielo pese a su superioridad numérica, y la supremacía aérea pasó a los nacionales, que la conservaron por el mismo breve espacio de tiempo. La llegada al frente de Madrid de dos escuadrillas de «chatos» Y - 15 y de una tercera a Bilbao fue suficiente para invertir de nuevo el sistema. Los «chatos», inicial mente solos y reforzados por los «moscas», desde media dos de noviembre recuperaron el mando perdido y lo mantuvieron en los sectores principales hasta el verano, aunque lo perdieran localmente en el Norte al comenzarla primavera. La caída de este frente, que arrastró consigo la destrucción de las fuerzas aéreas del Cantábrico, rompió definitivamente el equilibrio, aunque las fuerzas aéreas de Hidalgo de Cisneros lucharon tesoneramente por recupe rarlo, y estuvieran a punto de lograrlo en varias ocasiones, en las que fuertes remesas de aviones modernos situaron en condiciones de paridad a los cazas enfrentados. Durante muchos meses, la lucha aérea fue un asunto casi exclusivamente de extranjeros, pero al final predominaban los españoles a bordo de los cazas, especialmente en el lado republicano, en el que el relevo de los soviéticos fue casi total, i n el bando nacional, los pilotos extranjeros dominaron numéricamente hasta el final, con nueve escua drillas de caza, tripuladas por pilotos italianos y alemanes, frente a ocho netamente españolas. Después de Cataluña, es decir, cuando la guerra prácticamente terminaba, los es pañoles toman también la delantera en este campo.
LA INTERVENCION EXTRANJERA Y LAS AYUDAS EXTERIORES
1. El pacto de No-intervención Al producirse la situación que hacía inevitable la guerra, ésta se presentía como posiblemente larga, y, dado que el país carecía de recursos suficientes para librarla, las partes enfrentadas se vieron obligadas a buscar en el mercado in ternacional los medios que no era posible obtener en la propia retaguardia y que resultaban imprescindibles; fun damentalmente, aviones, artillería, tanques y municiones, entre los elementos específicamente militares, y transpor tes a motor, medicamentos, vestuario, alimentos y com bustibles, en el renglón de los suministros no incluidos en la consideración de material bélico. Era una decisión obligada, y extraña el que alguien haya podido asombrarse de ella. La única limitación en las aspi raciones de los presuntos compradores vendría determi nada por sus disponibilidades de medios de pago, financie ras o crediticias, o por la buena o mala disposición que encontraran en sus eventuales vendedores. La propaganda, que ha embrollado y sigue embrollando c»ios temas, ha prestado desmedida importancia a algo tan accidental como determinar quién fue el primero en pedir o recibir ayudas, y quieren hacernos creer que la conducta inicial de •os contendientes no supuso sino una mutua respuesta a acciones previas del enemigo. Esto, en ambos casos, no fue sino el pretexto; la realidad es que la decisión de recurrir 1 cxtranjero fue simultánea, necesaria y, por tanto, obvia. ,'n fiempo correspondió la primacía al Gobierno, pero Ricamente a causa de su privilegiada situación. Al retener etí Sus manos los resortes del poder, disponía de los cauces '-ecuados para cursar en forma rápida sus pedidos. Las re-
laciones normales establecidas con las naciones extranjeras a través del conducto diplomático, le hacían un interlocu tor válido e inmediato, lo que no sucedía a los sublevados, que se veían obligados a utilizar canales irregulares e improvisados. Así las cosas, el mismo día 17 de julio, el ministro de Estado español solicitó ayuda inmediata del Gobierno francés, y el día 19 concreta su petición, demandando 20 aviones Potez con sus tripulaciones, 1.000 fusiles Level, un millón de cartuchos de fusil, 50 ametralladoras, 12 millo nes de cartuchos para ellas y ocho cañones del 75 con sus accesorios y municiones l. Léon Blum acogió la petición favorablemente, pero exigió que se tramitara oficialmente. Esta formalidad, puramente protocolaria, estuvo a punto de dar al traste con el negocio y desencadenó una formi dable tormenta política. La resistencia a cursar el pedido por parte del embajador en funciones, partidario de los sublevados, y la publicidad que dio al mismo el agregado militar, también opuesto al Gobierno, pusieron en acción una serie de oposiciones internas y presiones externas muy difíciles de vencer. Francia, cada vez más temerosa del rearme alemán y la remilitarización de Renania, tenía muchas razones para de sear el triunfo de los gubernamentales españoles. Política mente, ambas naciones estaban gobernadas por frentes populares afines. Estratégicamente, España era puente en tre Marruecos y Argelia, de un lado, y la metrópoli, de otro. Militarmente, una eventual presencia de alemanes e italianos en bases españolas, que en Francia se daba por segura, suponía un grave riesgo. T odas estas consideracio nes geopolíticas avalaban un apoyo incondicional al Go bierno español, pero existía el contrapeso de una fuerte opinión interior favorable a los sublevados y la absoluta necesidad, dada la debilidad gala, de mantener la alianza con Gran Bretaña e impedir el acercamiento ítalo-alemán Gran Bretaña, carente de preparación militar, quena evitar a toda costa una guerra que no deseaba y, p o rsu' 1 fil día 17, sin que exista confirmación conocida, Barcia, ministro^ fcstado en el G obierno Casares, recuerda a su colega francés clue.ei, pendiente una adquisición española de material de guerra aprobada el® precedente. Dos días más tarde, el mismo Barcia, ahora ministro de fado de Giral, después de un día sin serlo, renueva c*l pedido.
mantener el equilibrio europeo que regía. Alemania, comprometida en su rearme y necesitada de romper el cerco diplomático a que estaba sometida, tam bién veía como muy poco deseable cualquier conflicto que pudiera poner en peligro una paz que necesitaba de m o mento, aunque no le disgustaba la perspectiva de un con flicto que podía poner dificultades a la alianza francobritánica y deteriorar las ya malas relaciones de franceses e italianos. Estos últimos recelaban de los frentes populares y esta ban aún irritados por las sanciones de que habían sido ob jeto con ocasión de la invasión de Abisinia. Por añadidura, una España amiga consolidaría su posición en el Medite rráneo occidental. Todas estas razones le impelían a ayudar a los rebeldes, pero supeditando su apoyo a sus posibilida des y, sobre todo, al temor de crear situaciones que pudie ran extender el conflicto. Los soviéticos, absorbidos por una grave crisis, conse cuencia de la lucha por el poder, veían en España un mag nífico campo para experimentar sus recientes tesis sobre frentes antifascistas y la solidaridad de los movimientos obreros. La decisión inicial de Stalin fue la de sostener ideológica y políticamente al Gobierno a través de las or ganizaciones exteriores del Partido, y en especial de la Komintern, pero sin intervención estatal. No quería con flictos que pudieran desatar una guerra, tanto menos de seable cuanto que podía poner en peligro 5 a todavía no consolidado poder. Por añadidura deseaba llegar a un en tendimiento con las potencias democráticas, y esto le hacía ser muy cauto. Todas las grandes potencias coincidían en una intención general: aislar el foco español e impedir su propagación, pero haciéndola compatible, hasta donde fuera posible, con la ayuda al bando de sus particulares simpatías o con veniencias. I , ? cjla julio, la Embajada española en París formaM?r,l|Ped.Kl(’ CÍ5 su Gobierno, y ese mismo día zarpó de det\)7 /C* ^ ,Uí^a^ Tarragona, escoltado por el torpegu ‘0 . transportando el primer envío de material de regr ^ i^Ue SC produ>° A ra n te nuestra contienda. Blum cauM*^ CSe.m‘smo día ele Londres, donde le aconsejaron e a’ V rec>bió a Fernando de los Ríos, enviado personal puesto,
del presidente español, al que dio seguridades de que al día siguiente, o, a lo más tardar, el lunes o el martes, es decir, el 27 o el 28, se entregarían los aviones, aunque no sus tripulaciones. Al día siguiente, 25, se celebró un Con sejo de Ministros, y en él prevaleció el criterio de permitir ventas de material a la industria privada, pero eludir entre gas del propio Gobierno, pues de esta forma «se evitaba el poner parte de la fuerza del poder público del Estado li brador a disposición de una autoridad extranjera», lo que suponía una intervención y se dificultaba que otros países reconocieran a los insurgentes, creando una situación grave. Cuando días más tarde, el 30 de julio, 12 aviones S-81 italianos salieron desde Cagliari, en Cerdeña, con destino a Melilla —de ellos sólo llegarían nueve—, los franceses reac cionaron levantando la prohibición establecida el día 25 en Consejo de Ministros celebrado el 1.° de agosto. Simultáneamente, Francia ponía en movimiento la pro puesta de establecer reglas comunes de no-intervención, pero con la amenaza de exportar armas si otros países lo hacían. El lunes, 3 de agosto, se autorizaba el envío a Es paña de 14 Dewoitines, seis Potez de bombardeo y seis Amiot, aviones que ya se habían despachado, y el día 4 el nuevo embajador formaliza los nuevos pedidos. Todo este material se sirvió entre los días 31 de julio y el 1.° de agosto, según nos confirma Gisclon, y, en este caso, los aviones llegaron con tripulaciones francesas. Unos días más tarde, el 5 de agosto, se celebraba en Londres una conferencia naval franco-bjitánica, presidida por los almirantes Chatfield y Darían, a iniciativa francesa, con la finalidad de intentar una intervención que diera fin al conflicto e impidiera la consumación del designio, que daban por cierto, de ocupar Canarias y Baleares por parte de alemanes e italianos respectivamente. Los ingleses creen que las cosas no son tan graves, y consideran que se trata de simples presunciones, aunque comparten muchos de los temores franceses. En un nuevo Consejo, celebrado el 8 de agosto, se ex tiende la prohibición de exportar armas incluso a las em presas privadas, pero manteniendo reservado el decreto hasta el establecimiento del pacto. Ese mismo día despega0 de Pau 15 Dewoitines, según testimonio de Jules Moch
Antes habían salido los Potez que equiparon a la escuadri lla Malraux 2. . Los sublevados no perdían el tiempo mientras esto su cedía, y el día 22 de julio, tres después de la iniciativa de Giral’ y Barcia, Franco solicita de Italia, a través de su cón sul en Tánger, la entrega de 12 aviones de bombardeo o transporte. Tres días más tarde envía a Italia a Antonio Bolín, que coincide en Roma con Sainz Rodríguez, Goicoechea y Zunzunegui, emisarios de Mola. Estos monár quicos ya habían tenido relaciones con Mussolini en años precedentes, y Ciano los recibió el día 25, llegándose a un acuerdo que puso en franquicia la misión de Bolín. La pe tición, mal acogida inicialmente, se vio atendida, tal vez bajo la influencia de lo que sucedía en Francia. A los 12 S-81 despachados el 30 de julio se agregaron, a mediados de agosto, una escuadrilla de CR-32, y poco después nueve aviones (tres cazas y seis bombarderos enviados a Mallorca a finales de agosto). A principios de septiembre llegó a la Península una nueva escuadrilla de CR-32. Las relaciones con Alemania fueron inicialmente labo riosas y confusas. Como en el caso italiano, hubo comisio nados de Franco y Mola, y en este caso también de Queipo de Llano, y todas estas actividades se desarrollaron inde pendientemente, lo que contribuyó a la mala impresión inicial que causaron, aunque también aquí terminaron sa tisfactoriamente. Los emisarios fueron recibidos el sábado, 25 de julio, en Bayreuth, y la ayuda se concretó al día siguiente. El asunto se llevaría adelante por una empresa constituida al efecto, con autorización gubernamental, pero sin intervención di recta del Estado. Los aviunes entregados serían civiles, de transporte y desarmados. Así, se enviaron 20 Junkers, que ueron armados, en cuanto llegaron a España, con material embarcado en el vapor Usaramo, en el que también se transportaron seis aviones de caza H einkel-51. El primer Junker llegó a Tetuán el día 29 de julio y se completaron as cntre£as el 15 de agosto. Días más tarde llegó a aguas MUc í o ' n k ^aurean (L'Ariatton republtcaine espagnoU, París, 1 9 ' 8 ) afirm a ,reKa s' (\Woinnes suministrados en agosto fueron sólo 26 y que su en^k’ntro”M*1 ^la ^or to n tra
del Estrecho el vapor alemán Kamerun, que fue intercep. tado por el crucero Libertad, protagonizando un grave in cidente diplomático, al que vino a sumarse el producido por la toma de tierra en Azuaga de uno de los Junkers procedentes de Alemania. El Kamerun y el Wilburg, que le seguía, se dirigieron a Lisboa, y allí desembarcaron el día 22 de agosto siete Heinkel-51 y 16 Heinkel-46, que pasa ron a España el 14 de septiembre cuando ya estaba en vi gor el acuerdo de No-intervención. Las negociaciones para conseguirlo se prolongaron du rante todo el mes de agosto. Italianos y alemanes deseaban extender el compromiso no sólo a la prohibición de expor tar, reexportar y permitir el tránsito de material de guerra con destino a España, sino también a otras ayudas indirec tas, y muy especialmente al enrolamiento de voluntarios y a las cuestaciones y subvenciones a beneficio de cualquiera de los bandos. Temían que el acuerdo significara el final de sus envíos a Franco, pero no el del paso de material a tra vés de la frontera francesa con destino a los gubernamenta les, pues era evidente que resultaba más difícil vigilar la extensa frontera franco-española que cualquier itinerario marítimo, y demoraron la conclusión del acuerdo para con tinuar sus entregas el mayor tiempo posible. Sólo cuando creyeron que esta conducta podía beneficiar más a sus enemigos que a sus amigos consintieron la puesta en mar cha de un sistema que pensaban evitaría situaciones críticas como las producidas por el aterrizaje en Mátirid y Azuaga del Junker alemán retenido por los gubernamentales y la acción naval de la flota en el Estrecho en su intento de mantener el bloqueo de los puertos africanos 3. El Gobierno había declarado zona de guerra a todas las costas y puertos en poder de los rebeldes y ordenado su bloqueo. Alemania no reconoció validez a esta decisión y negó el derecho de visita a los navios de guerra de la flota. Sin embargo, el crucero Libertad detuvo, como vimos, al va por alemán Kamerun y procedió a su registro; este barco y el Wilburg se vieron obligados a variar su ruta al prohibir* seles su arribada a puertos españoles. Los alemanes reac cionaron dando órdenes a sus buques de guerra de prote1 La iniciativa francesa se produce el día 1 de agosto; el 15 hay yo documento conjunto anglo-francés. Italia se adhiere el 2 1, la URSS el 23 y Alemania el 24 ívéase D.D.F. t.III).
_ su navegación por todos los medios y negaron al G o h>rno el derecho a actuar fuera del límite de las tres m i llas. G ran Bretaña y Norteamérica defenderían un punto
de vista similar. Durante el período que va del 19 de julio al 9 de sep tiembre, unos y otros recibieron suministros esenciales, aunque modestos, como modesta era todavía la dimensión del conflicto, y finalmente triunfó la tesis francesa. El 9 de septiembre se reunía por primera vez en Londres la C om i sión creada para vigilar el cumplimiento del pacto. Dos días antes, Francia había dado fuerza ejecutiva a sus acuer dos del 8 de agosto, y con la entrada en vigor del pacto daba fin la primera y más importante fase de la interven ción extranjera en la guerra de España, aquella en que las potencias fijaron sus respectivas posiciones y la conducta que habrían de observar en el futuro. En Francia, Araquistain sustituyó a Albornoz, al frente de la Embajada española, el día 27 de septiembre, y ese mismo día se hizo cargo de una recién constituida Com i sión de Compras que tenía como finalidad primordial bur lar el pacto. Su predecesor, Albornoz, había protestado enérgicamente del acuerdo, que, en su opinión, perjudi caba a la República,y formulaba la doctrina del G obierno. «La prohibición debe afectar únicamente a los rebeldes, pues la no-intervención debe consistir en el manteni miento del régimen jurídico establecido, con desconoci miento de unos insurgentes sin personalidad jurídica al guna». De este punto de visid. se deducirá en adelante el escándalo ante cualquier entrega a los rebeldes, puro con trabando, y ante las dificultades propias, que entenderán como una traba ilegal a un comercio legítimo. Las entregas durante este tiempo fueron bastante igualaas. Un centenar de aviones a cada bando, con lo que se •niciaba un equilibrio móvil al que los gobiernos se sentían seT lnaCjOS’ y ^ue ^as potencias debían restablecer cuando e produjeran desviaciones peligrosas. Naturalmente, el j^cto no consiguió cortar el flujo de armas hacia España. pro r r Pr° mÍSO a^clu*r^ 0 Por l ° s firmantes era el de Esn ~?,r ^ cxP °rtac^ n directa o indirecta de armas hacia cancí'1*1 ^ero s‘empre cabía el subterfugio de librar la mert(-4rra'a a terccros V descargarla en puertos españoles. InglaPropuso que se impidiese también ese comercio, y
llegó a votar una ley que prohibía el tráfico de armas hacia España en buques británicos; pero la codicia hizo que de jara muy frecuentemente de cumplirse. Los contendientes seguían necesitando elementos esenciales, y sus angustio sas peticiones encontraban eco allí donde sus fines eran mirados con simpatía o donde ofrecían fáciles y sustancio sas ganancias. Por añadidura, a la demanda normal se unía la derivada de la delicada y apremiante situación militar de los gubernamentales, que no permitía demora. 2.
La escalada del otoño
La pésima utilización de los medios aéreos disponibles y la baja calidad del personal francés que los tripulaba hizo que el dominio del aire, que ejercían los gubernamentales desde el principio de la guerra, empezara a declinar. Bastó para ello la presencia de sendas escuadrillas de Heinkel-51 y CR-32 —la primera de Fiat desapareció muy pronto por averías y accidentes—, para que, paulatinamente, la supre macía pasara al bando nacional. Araquistain consiguió importantes adquisiciones en Eu ropa: siete barcos descargaron en puertos españoles du rante el mes de septiembre, pero no era bastante. Fue el momento de la URSS. El día 6 de octubre, el Gobierno británico atrajo la atención del Comité sobre la documen tación aportada por el Gobierno español referente a la ayuda recibida por los sublevados de Alemania, Italia y Portugal. La nota de Madrid tenía fecha de 2 de octubre, y en ella fe consignaba una serie de supuestas infracciones al pacto cometidas por estas naciones en fechas comprendidas en tre el 8 de agosto y el 29 de septiembre. Casi todas las acusaciones eran ciertas y aunque respon dían a envíos anteriores a la entrada en vigor del pacto, muchos de ellos llegaron a España después y fueron sufi cientes para dar pretexto al Gobierno soviético para desli garse de los acuerdos. Con fecha 7 de octubre remitió una nota a Londres recabando su libertad de acción, y para en tonces va tenía en pleno desarrollo un plan de envíos ma sivos ai Gobierno, que alcanzó una magnitud que superaba ampliamente todo lo anterior. Estas aportaciones y la enorme diligencia que se dio
Largo Caballero para poner en pie con ellas un nuevo ejér cito, iban a poner en dificultades a las tropas que ya m an daba Franco. El equilibrio estaba a punto de restablecerse e incluso de vencerse peligrosamente del lado contrario. La aceptada ley de compensaciones exigía que este reto no quedara sin respuesta. A la presencia en España del cuerpo aéreo del general Douglas y de la agrupación de tanques del coronel Krivoshein replicó Alemania con el envío de la Legión Cóndor. Todavía el 17 de octubre, el general Von Blom berg creía suficiente que la aportación alemana se redujera a la pre sencia de aquellas pocas tripulaciones que volaban una parte de los Junker y los H einkel-51, todas ellas a las ór denes del general Warlimont, que actuaba hasta entonces como jefe de la misión alemana y prácticamente como en cargado de Negocios de su país. Catorce días más tarde, el 30 de octubre, se dirigía a Canaris y Sperrle para poner en marcha a una fuerza ale mana que había de mandar este último. Para enviarla se imponían a Franco varias condiciones; fundamentalmente, que cambiara la forma de combatir de sus tropas, que con sideraban poco racional y escasamente activa, y que todas las formaciones alemanas se integraran en un nuevo cuerpo aéreo alemán a crear y que se denominaría Legión Cóndor. Las dimensiones de este cuerpo se mantuvieron prácticamente inamovibles durante toda la guerra. La osci lación en el número de los aviones que la componían se debió únicamente a problemas logísticos. Era máxima a la llegada de los relevos y mínima en vísperas de ellos. Su número normal era de 100 aviones, repartidos en ocho es cuadrillas (tres de caza, tres de bombardeo y dos de reco nocimiento). Excepcionalmente llegaron a 10 y durante al gún tiempo fueron nueve. El total de sus medios aéreos no sobrepasó jamás los 125 aviones y con mucha frecuencia no llegaron a los 80 3*. La llegada de la Cóndor se sitúa en la primera quincena de noviembre, y su primera acción fue el bombardeo de la base naval de Cartagena el día 16 de noviembre. Cuatro días antes, el 12, los británicos presentaban al Comité un proyecto de control de los envíos con destino a los bandos A las formaciones normales se unía la presencia de una escuadrilla tx Perimental por la que desfilaban los modelos en prueba.
españoles. El 2 de diciembre se acordó someterlo a los i contendientes. La presencia alemana había producido clamor en Europa, pero no fue suficiente para intro ducir un nuevo factor de desequilibrio en España, pues el cuerpo soviético era de dimensiones superiores; sus en tregas hasta entonces se elevaban a 133 aviones de muy superior calidad y dos batallones de tanques, que no tenían enemigo en las pobres tanquetas italianas y los débiles Panzer-I, tripulados por españoles, y, por añadidura, en di ciembre llegó a España la brigada de tanques del general Pavlov, que sustituyó a Krivoshein al mando de los blinda dos gubernamentales. A estos hechos se añadía el que para entonces ya se en contraban en línea dos brigadas internacionales y otras cua tro completaban su organización e instrucción en la base de Albacete, lo que, unido al remozamiento de los mandos madrileños y a una inesperada y extraordinaria reacción moral, dio al traste con las esperanzas nacionalistas de una guerra corta. Los alemanes e italianos abandonaron entonces su deci sión de demorar el reconocimiento de Franco hasta des pués de la ocupación de la capital, y lo precipitaron como único medio de justificar medidas de apoyo más eficaces. El reconocimiento se produjo a las 18 horas del día 18 de noviembre, coincidiendo con la aparición de la Legión Cóndor en los frentes madrileños, donde habría de fraca sar al comprobarse que sus medios eran totalmente anti cuados y poco satisfactorios. El equilibrio se consolidaba, lo que desagradaba profundamente en Berlín y Roma, donde llegaron al convencimiento de que Franco y sus hombres eran incapaces de salir del punto muerto en que se encontraban, y de ahí la decisión, deseada por Franco, de enviar a España unidades de la milicia fascista y del ejército italiano que contrarrestaran la presencia de las Brigadas Internacionales 4. Los primeros voluntarios italianos zarparon de Gaeta el 18 de diciembre, y fueron seguidos de otros embarques, que elevaron pronto su presencia en España a cifras consi derables. A mediados de enero eran del orden de 6.000; a fines de ese mes pasaban de 20.000 y superaban los
j
4 Franco quiso la presencia de voluntarios, pero le desagradó profun damente el que éstos se encuadraran en unidades propias.
40 000 hombres en vísperas de la ofensiva de Guadalajara. encuadrados en tres divisiones de la milicia y una del ejército y nutrieron además los cuadros de dos briga das de «flechas», en las que casi la totalidad del personal era español. Esta ayuda italiana, al igual que la precedente alemana, se supeditó a la aceptación por Franco de ciertas exigencias, que se recogieron en el tratado secreto ítaloespañol, firmado el día 1.° de diciembre y denominado Acuerdo Anfuso. Para garantizar la libertad de sus movi mientos hacia España, los italianos decidieron protegerlos con sus submarinos, y dentro de esa campaña se enmarca el ataque al crucero Cervantes en Escombreras el día 23 de noviembre. Hasta entonces, rusos y alemanes habían sido los más importantes abastecedores de los frentes españoles. A par tir de ese momento, los italianos realizarían un enorme es fuerzo, que alcanzaría su cénit a finales de febrero. Los alemanes cedieron de buen grado la delantera a los italia nos, y no sólo para facilitar un entendimiento que iba afirmándose, y que finalizaría con el establecimiento del eje Roma-Berlín. Su presencia en España había producido una tremenda reacción. Los países occidentales, que no se alarmaron por la aparición en las tierras de España de las formaciones aéreas de Douglas, de los blindados de Pavlov y de la artillería de Voronov, pusieron el grito en el cielo ante la presencia de un cuerpo alemán de las modestas proporciones de la Legión Cóndor. Los italianos escandali zarían por su aparatosa permanencia en España, pero tam poco causarían excesivas preocupaciones. Era la presencia alemana la que resultaba intolerable. Gran Bretaña reaccionó con una serie de propuestas, canalizadas unas a través del Comité y otras por la vía di plomática, con las que trataban de poner freno a una situa ción que se estaba volviendo explosiva. Su propuesta fun damental era el establecimiento de un control que impi diera la llegada a España de armas y voluntarios. Simultá neamente, trató de imponer a los contendientes una solu ción negociada. Las conversaciones no resultaron difíciles en el primer punto, pues todas las potencias temían la ex tensión del conflicto. Francia había adoptado una enérgica postura ante la presencia de alemanes en Marruecos, y Alemania comprendió que el más ligero deslizamiento po E s ta b a n
dría suponer la guerra. La iniciativa británica de mediación fue desechada por gubernamentales y nacionalistas, que en aquel momento repudiaban cualquier intento de abrazo de Vergara. Las discusiones fueron largas, porque, como en agosto, todos querían diferir el acuerdo hasta haber dejado a sus amigos en condiciones de afrontar con optimismo la entrada en vigor del embargo. Se estableció una carrera contra reloj, durante la cual los envíos alcanzaron cifras muy importantes. Los gubernamentales llevaron la delan tera en suministros de material y los italianos se pusieron en cabeza en el envío de voluntarios. Eran los dos temas. Cuando en España no había más de 6.000 italianos, eran ya 3 5 .744, de creer a Castells, los internacionales que milita ban en las brigadas, y cuando la cifra de éstos el 31 de marzo de 1937 llega a la de 46.313, los italianos la equili braban 5. Estos creen en febrero que su programa está ya cumplido y cesan en su táctica dilatoria, al tiempo que reti ran sus submarinos del Mediterráneo occidental, y de esta forma el 21 de ese mes se llega al acuerdo de prohibición de la salida de voluntarios hacia España. 3.
Del establecimiento del control al acuerdo de Nyon
El establecimiento del control se demoraría aún dos me ses. En este caso era la URSS la que deseaba ganar tiempo para que sus envíos llegaran a puerto. El pretexto lo dio la discusión sobre el reparto de las zonas marítimas a vigila» por cada potencia y la petición soviética de que se asignara una a su Marina, a lo que renunciaría después. Cuando termina el período, la intervención extranjera había alcanzado su máximo. Los alemanes tienen completa la Legión Cóndor, los italianos llegan a la dimensión mayor que tuvo el CTV y los soviéticos refuerzan sus formacio nes aéreas y blindadas de forma espectacular. Estas aportaciones tan dosificadas no logran romper el equilibrio alcanzado en noviembre, que, por el contrario, se afirma en el primer trimestre del 37, después del de rrumbamiento de la Comandancia Militar de Málaga y fracaso de los italianos en Guadalajara. Fue entonces 5 A n d r f .U C a s t fl l , Las (A rie l, 1973) p.378-379.
Brigadas Internacionales de la guerra de España
Franco tomó la decisión de abandonar Madrid y dirigirse al Norte. . . . ... Gran Bretaña, muy interesada en el comercio con Viz caya, puso en práctica su doctrina sobre el derecho de los contendientes a la guerra naval, idéntico al defendido por Alemania en julio del 36. Se reconocía la existencia de un estado de guerra entre bandos contendientes, pero no su condición de beligerantes, lo que les negaba la facultad para decretar ningún tipo de bloqueo o para actuar fuera de sus aguas jurisdiccionales. Esta limitación ocasionaría graves problemas, como el del Palos, vapor alemán apre sado por los gubernamentales en el Cantábrico. En cualquier caso, los acuerdos de establecimiento del control supusieron un nuevo apaciguamiento, que redujo la elevada tensión internacional y dio fe, una vez más, de la eficacia de la política de No-intervención. La entrada en vigor del control en la noche del 19 al 20 de abril coincide con acontecimientos cruciales de la guerra: la unificación decretada por Franco y los acontecimientos que desembo carían en el mayo barcelonés. El deseo gubernamental de mantener activos los frentes principales, conservando en ellos una constante iniciativa que sirviera de ventosa a la acción franquista en el Norte, obligó a recurrir de nuevo a la importación de equipo bé lico, que habría de hacerse necesariamente burlando la vi gilancia del control naval, lo que originaría de nuevo graví simos incidentes en el Mediterráneo. Durante los meses de abril y mayo y en menor grado en ios siguientes, fuertes convoyes alcanzaron los puertos mediterráneos protegidos por la flota, mientras en los medios internacionales el Ínte res se centraba en la cuestión de la retirada de los volúnta nos, envenenada por la intransigente postura italiana, que no quería hablar de ello antes de que sus fuerzas se hubie ran resarcido y recuperado el prestigio que perdieron en uadalajara, actitud que hace languidecer las discusiones, turbadas por acontecimientos tan notorios como el bomardeo de Guernica, las agresiones gubernamentales a los uques italianos y alemanes situados en las aguas de Balea res, la represalia alemana en Almería y los torpedeármen os por submarinos sin identificar del crucero alemán cu a n d o
Leipzig.
s una fase sinuosa que comienza con la tensión provo-
cada por la postura italiana, pasa por el apaciguamiento producido por el establecimiento del control, sube de nuevo con los acontecimientos de mayo, se reduce tras el gravísimo incidente del Deutschland y alcanza límites de ruptura al fracasar las negociaciones «a cuatro» cuando ya habían llegado a un principio de acuerdo, desvanecido a causa de los ataques al Leipzig, y vuelve la calma al coinci dir todos en que había que salvaguardar la paz a cualquier precio. La base del nuevo acuerdo es la propuesta británica del restablecimiento del control, del que se habían retirado Alemania e Italia, y el reconocimiento de los derechos de beligerancia a los contendientes, supeditándole a la reti rada previa de los voluntarios. Los nacionales mantenían su ofensiva en el Norte y la Unión Soviética trataba de remediar el progresivo dete rioro gubernamental manteniendo e incluso incremen tando sus suministros durante el verano, lo que provocó una nueva reacción italiana, solicitada por Franco, con la consiguiente agravación en las tensiones internacionales. Reaparecieron en el Mediterráneo central y oriental las pa trullas de submarinos que entorpecían el tráfico soviético hacia España. La reacción franco-británica fue muy decidida, y tuvo su colofón en la convocatoria de la Conferencia de Nyon, que finalizó con el acuerdo de 11 de septiembre y el complementario del 14 del mismo mes, por el cual las potencias signatarias, todas las mediterráneas, excepto Ita lia, se comprometieron a proteger la navegación y a atacar y destruir a cualquier submarino que navegara en inmer sión. El acuerdo complementario extendía las represalias a las acciones llevadas a cabo por los elementos de superficie o aéreos. Mussolini ordenó la retirada de sus submarinos y Alemania e Italia suscribieron los acuerdos. Nuevo apaciguamiento de las tensas relaciones interna cionales, que iban perfilando de forma cada vez más pre cisa los bloques antagónicos y que fueron punto de partida para un intento franco-británico de debilitar el aún no con solidado eje Roma-Berlín y atraerse de nuevo a Italia. Las conversaciones «a tres» no condujeron a nada y los italia nos rehusaron tratar la cuestión española fuera del Comité de No-intervención, donde se volvía al tema de l a retirada de los voluntarios, complicado con la eterna sospecha de su puestas intenciones italianas contra la integridad del tern-
torio español. Los ingleses no parecían creer en ellas, pero sí en cesiones de puntos de apoyo marítimo en el M edite rráneo, las Canarias y Marruecos, lo que dificultaba cual quier avenencia.
El problema se plantea, por último, de forma restrin gida. Alemanes e italianos proponen que se repatríe a un número sustancial e idéntico por ambos bandos, y así se llega al final de la campaña del Norte. Las aportaciones soviéticas permitieron a los gubernamentales poner en pie de guerra un ejército de maniobra con cinco cuerpos de ejército, con lo que equilibraban numéricamente a las fuerzas nacionales que habían quedado disponibles des pués de la campaña en el Cantábrico. Sin embargo, esta corriente de abastecimiento iba a ser cortada. Su ruta habi tual, la del Mediterráneo, que no pudieron barrear los submarinos italianos, paralizados por los acuerdos de Nyon, iba a ser yugulada por la escuadra nacionalista, que, libre de preocupaciones en el Cantábrico, se concentró en la isla de Mallorca, donde se constituyó la que se llamó flota del bloqueo; formada por una división de cruceros y sendas flotillas de destructores y submarinos, que forzaron los encuentros de cabo Cherchel (8 de septiembre), de la derrota de Barcelona-Mahón (17 de sept.) y la destrucción del San Agustín a la altura del cabo de Rosas (10 de o ct.), en Argelia, obligó a la flota republicana a refugiarse en Carta gena, con lo que las rutas del Mediterráneo quedaron cor tadas. Los soviéticos se vieron forzados a buscar un nuevo camino: el del Artico, muy excéntrico y que obligaba a una serie de trasbordos hasta llevar las mercancías a su des tino. El paso de una a otra ruta produjo una solución de continuidad en el sistema de abastecimientos, que no tar daría en recobrar su ritmo, que fue normal en el invierno, para hacerse anormalmente alto en la primavera. Los suministros italianos y alemanes a Franco mantuvie ron su nivel habitual. La Cóndor finalizó el período con todo su material renovado. Atrás quedaba el viejo arsenal, sustituido por los modernos M e-109 B, He-111 y D o-17. -a inferioridad de 1936 daba paso a una clara superioridad cualitativa, que también se hizo cuantitativa después de las uertes pérdidas que ocasionó al bando gubernamental la de*TOta tn ^ orte' ^os italianos reducían sus divisiones c c cuatro a dos, pero su calidad mejoraba, y lo mismo su
cedía a su aviación, donde los Saboyas-79 y Fiat BR-20 sustituían a un material de menor calidad, aunque en caza se mantenía el duro y eficaz CR-32, a pesar de sus caracte rísticas netamente inferiores a las de los «moscas» soviéti cos y Messer alemanes. 4.
Europa, al borde de la guerra y final de la española
Cuando comenzaba el año 1938, los acontecimientos en el centro de Europa relegaron los de España a un segundo plano. Su posible repercusión era temida por los naciona les y deseada por los republicanos. En esos días, una espec tacular ofensiva nacionalista derrumbaba el frente arago nés, ocasionando cambios sustanciales en el orden político y militar. Los nacionales estrenaban Gobierno y los repu blicanos lo cambiaban. La guerra parecía próxima a su fin cuando Hider invadió Austria el día 11 de marzo, en Francia dimite Chaute.mps y forma Gobierno Léon Blum. Chautemps había prestado un apoyo discreto a los guber namentales con una discreta política de frontera entre abierta y vista gorda al contrabando. Blum la abriría de par en par y se dispondría a intervenir directamente en el conflicto, pero cayó al mes justo de tomar posesión, y su sustituto, Daladier, mantuvo una política de apoyo, pero se negó a intervenir. Fue entonces cuando se produjo la crisis, y Franco, que veía la victoria al alcance de la mano, creyó llegada la hora de desprenderse de sus auxiliares extranjeros, que no sólo aceptaban el proyecto, sino que plantearon, a su vez, el problema de la proximidad de sus fuerzas a la frontera francesa. Los alemanes piden que no se les desplace a dis tancias inferiores a 50 kilómetros y Mussolini exige que el CTV no repase el Ebro. El Generalísimo tomó la decisión de marchar sobre Valencia. Las dificultades que encuentra exigen la presencia, al menos, de los aviadores extranjeros, y la retirada de los voluntarios se demora una vez más. En ese momento, el Ejército Popular se rehace con las masivas aportaciones de la primavera, en tanto la Legión Cóndor se encuentra en el punto más bajo de su historia como consecuencia de Ia
total paralización de los envíos alemanes. Su reanudación resultaba imperiosa para las fuerzas españolas, cuyas reser vas estaban prácticamente agotadas, y para la Legión Cóndor, y el remozamiento se acordó a mediados de junio; los
alemanes presionaron a Burgos hasta conseguir una inter pretación favorable a sus intereses de la Ley de Minas de 8
de junio. Una nueva crisis ensombrecía el panorama europeo: la de los Sudetes. Franco, hondamente preocupado, declara su neutralidad en caso de guerra, con el consiguiente en fado de alemanes e italianos, lo que puso muy difíciles las cosas cuando solicitó en octubre, en plena batalla del Ebro, el envío de 50.000 fusiles, 2.000 ametralladoras y 100 ca ñones para armar tres nuevas divisiones. Las negociaciones se prolongaron hasta que se reconocieron los derechos mineros reclamados por la HISM A. Era el 11 de diciembre, y los envíos se retrasaron hasta el 20, después de que Jo rdana declarara que nunca hubo intención de internar a la Legión Cóndor. Tres días más tarde, los nacionales ataca ban Cataluña. La remesa alemana llegó muy avanzado enero, y las divisiones 56, 57 y 58 no tuvieron ocasión de combatir. Dos meses antes habían llegado a un acuerdo sobre la retirada de voluntarios, con el convenio de repatriar 10.000 hombres de cada bando, seguido de la decisión de Negrín de prescindir de todos los que había en sus filas, lo que no llegó a hacer, y la de Mussolini de retirar la divi sión Veintitrés de Marzo. En la URSS, un importante sector del P artid o , capita neado por Litvinov, deseaba abandonar honorablemente la causa republicana, pero prevaleció la tesis contraria, y se dio acogida al pedido cursado por Hidalgo de Cisneros de una magnitud que dejaba en mantillas cualquier prece dente. Comprendía 1.908 cañones de campaña, 128 de marina y 120 antiaéreos, 413 aviones de combate, 4 .0 0 0 ametralladoras, 6.000 fusiles ametralladoras, 400.000 fusiles y repuestos de ese orden de magnitud 6. Los suministros partieron vía Murmansk y alcanzaron los puertos franceses del Atlántico a primeros de diciembre. Los retrasos produ cidos por la larga ruta, los transbordos y las formalidades Cj /¿erra v revolución en España t.4 (Moscú 1977) p.328-329.
administrativas hicieron que no llegaran a España hasta la primera quincena de enero del 39, cuando el frente catalán estaba definitivamente roto. Gran parte del material quedó en Francia y fue malvendido por Negrín o devuelto a la Unión Soviética. De esta forma, las últimas entregas resul taron infructuosas. Recapitulando, se llega a la conclusión que durante toda la guerra funcionó con notable éxito un sistema de com pensaciones, al que las potencias, especialmente Gran Bre taña, ponían límite en cuanto las entregas o la conducta de las potencias rebasaban una línea crítica peligrosa que re sultaba intolerable. La batuta, siempre en mano de los in gleses, que cuidaban, vigilantes, ei equilibrio, estaba atenta a las señales de alarma e imponía el frenazo en el momento oportuno. En agosto del 36, por medio del pacto de No intervención, que indudablemente puso freno a una esca lada peligrosa; en diciembre, poniendo coto y límite a la situación tensísima que provocó la presencia alemana en Marruecos, por reducida que fuera, con la negativa a esta potencia a cualquier intento de intervención directa; en abril, dando fin al período de acumulación de materiales y voluntarios; en septiembre, con una clara advertencia a Mussolini, y en adelante procurando reducir la presencia ex tranjera en España y cuidando siempre un sistema de com pensaciones que equilibrara la balanza, favoreciendo mo deradamente al Gobierno. El freno británico actuó permanentemente sobreseí mó vil ítalo-alemán, a pesar de que se haya escrito machaco namente que la ayuda de estos países no tuvo ninguna li mitación. Siempre fueron extralimitaciones de éstos las que provocaron firmes intervenciones del Reino Unido, que apenas se sintió alarmado cuando la escalada se producía en el bando contrario. En agosto del 36, los británicos concedieron suma im portancia a la presencia de aviones y tripulaciones alema nas e italianas en el bando nacional, sin que sintieran exce sivos escrúpulos ante la presencia de personal francés en el contrario. Como tampoco los tuvieron a la aportación de voluntarios internacionales o a las cuestaciones en favor de la causa republicana. En ese momento, el tema de la pre sencia de extranjeros en España no era motivo de alarma,
ue> sin embargo, lo fue, y muy acusado, en noviembre y diciembre, aunque tampoco lo hubiera sido en octubre,
cuando llegaron a zona republicana fuerzas militares sovié ticas, tan encuadradas y tan regulares como las que un mes más tarde traería la Legión Cóndor. Los rusos no provocan la reacción airada que suscitan los alemanes con su presencia. Basta la existencia de una sola escuadrilla de hidros, con un valor militar escasísimo, en aguas de Mar Chica, en M e lilla, para que los franceses estén al borde de la invasión del Protectorado español. Es en ese momento cuando el asunto de los voluntarios pasa al primer plano, a pesar de que los internacionales rebasaban ya los 30.000 y entre alemanes e italianos no llegarían a ser en España más del millar. Tampoco despierta demasiadas preocupaciones en Lon dres la presencia de submarinos italianos en el Mediterrá neo, y esto es más de extrañar. El torpedeamiento del Cer vantes pasa discretamente inadvertido en las cancillerías, e incluso la multitudinaria presencia de «camisas negras» ita lianos a finales de año en los puertos del sur de España no provoca la reacción que podía esperarse. Quien inquietaba claramente era Alemania, y evidentemente había razones para ello, como luego la historia demostraría. Estos hechos son, sin duda, los que envalentonaron a Mussolini, que creyó, equivocadamente, que todo el monte era orégano, y de ahí su descarada actividad en aguas del Mediterráneo en la primavera del 37, frente a la no menos descarada actividad soviética, que desde el esta blecimiento del control incrementó notablemente los en víos a zona republicana. Por supuesto que el Gobierno, entonces en Valencia, no había aceptado el control, ni en principio toleraba limitaciones comerciales, por lo que no se sentía obligado en los términos del pacto. La presencia de los submarinos legionarios y de los dos que Italia vendiera a España, se hizo sentir, y aquí sí se provoca la reacción británica. Abanderada de siempre de la i ^ertad de los mares, la Conferencia de Nyon pone tér mino absoluto a la intervención italiana, que resultó mode radamente eficaz. En todos los momentos en que la situau°n resultó peligrosa para la paz europea, Inglaterra, con autoridad suficiente para ello, ponía coto, y su actitud deernunaba un parón en la escalada. Por supuesto, el co-
mercio continuaba, era inevitable, puesto que unos y otros precisaban de él para continuar viviendo, y no renunciaban a ningún procedimiento a su alcance para conseguir man tener abierta la espita a los abastecimientos que preci saban. Las entregas a uno y otro bando fueron muy similares, y se vencieron ligeramente del bando gubernamental; por razones evidentemente obvias, el Gobierno dispuso siem pre de mayores posibilidades de pago inmediato, lo que le permitía contratar con mayor libertad, y, además, su desfa vorable situación autorizaba rupturas del equilibrio del comercio exterior en favor de la recuperación del perdido equilibrio interno. El sistema, contra cuanto se ha dicho, tuncionó eficazmente tanto en cuanto a la cantidad y cali dad de lo comerciado como en cuanto al número de per sonas a las que de hecho se autorizó para incorporarse a uno u otro bando. En este problema del personal, la Nointervención funcionó más tardíamente; pero eso es todo. En cuanto a las entregas de material, el sistema se inició muy prematuramente; ya el 1 de agosto los franceses en viaron nota a las cancillerías europeas proponiéndoles el acuerdo de No-intervención, pero no sería hasta diciembre cuando se planteara sobre ei tapete el problema de la limi tación en el número de voluntarios, que hasta entonces había permanecido libre, y, por tanto, sin ser objeto del pacto. 5.
Las aportaciones materiales
A pesar de los notables trabajos que van enriqueciendo nuestros conocimientos sobre el tema, todavía quedan no tables lagunas por aclarar en cuanto al volumen que alcan zaron estas ayudas provenientes del exterior. La cuantía del comercio republicano nos es desconocida. Vamos te niendo una idea cada vez más exacta de las aportaciones soviéticas, y ello nos obliga, día a día, a situarlas en volú menes superiores a todo lo que de ellas se había escrito con anterioridad. Sigue en una densa bruma el conoci miento de lo que vino a la zona republicana procedente de Francia y los restantes países de la Europa occidental. Los testimonios de Juan Gisclon y Jules Moch, y más recién-
temente el estudio de Patrick Laurean, nos van sacando de dudas; pero éstas, aunque más limitadas, persisten. La falta de acceso a los documentos franceses y el silencio intere sado de los más directos implicados en el contrabando a través de la frontera franco-española, empezando por el propio Pierre Cot, mantienen la incertidumbre en torno al tema. Pero, como en el caso ruso, las cifras que vamos descubriendo indican que la cuantía de estas aportaciones fue superior a lo que cabía imaginar, cosa que hoy apa rece clara después de que Angel Viñas nos haya situado en su verdadera dimensión el volumen de los pagos efectua dos en el vecino país con oro de las reservas de nuestro Banco de España. Lo que a la España nacional aportaron alemanes e italia nos se conoce con una notable exactitud. Siempre nos queda un ligero margen de incertidumbre, pero éste re sulta muy reducido en este caso. Así como la estimación puede conducir a errores, incluso groseros, en las cifras francesas y la valoración de la aportación rusa todavía deja márgenes apreciables al error, en el caso de Alemania e Italia éstos quedan reducidos a una fracción práctica mente despreciable. D e todas las maneras, lo conocido nos permite asegurar, sin temor a equivocarnos, que las cuan tías de las aportaciones recibidas por uno y otro bando fueron muy semejantes, aunque claramente inferiores en el bando nacional. El comercio exterior de España, en regresión constante desde 1929, siguió descendiendo a partir de que se iniciara la guerra, y esto ya nos da una primera idea de lo que aconteció. España recibía menos aportaciones exteriores de las que habitualmente llegaban a sus puertos o aduanas, y como el volumen de las adquisiciones para el ramo de la guerra creció evidentemente, resulta claro que el país tuvo que renunciar a muchos artículos esenciales, que adquiría habitualmente en el exterior y que había dejado de recibir. Normalmente, se descargaban en los puertos españoles al rededor de los 10 millones de toneladas /año, cifra que en e a,^° 1929 rebasó los 13. De estos millones de toneladas, aproximadamente un poco más de la mitad correspondía al trafico interior de cabotaje, siendo las mercancías importa1 ds exterior del orden de los cinco millones, cifra que n° Se a^canzó en 1933 y que se rozó en los años siguientes,
en los que se produjo una ligera recuperación en nuestro comercio exterior con aumento en el volumen de las im portaciones, aunque no en el de las exportaciones. Estas descendieron desde más de 10 millones de toneladas en 1929 a aproximadamente las seis en 1933. Pues bien, los datos que poseemos respecto al volumen del comercio exterior durante la guerra se reducen a los publicados por los almirantes Cervera y Moreno. Según el almirante Cervera, llegaron a puertos republicanos 2.825 buques de un total de 3.240 que tenían ese destino, y, por tanto, el 87 por 100 largo de los que lo intentaron, y transportaron 7.035.000 toneladas, que representan el 90,65 por 100 de las mercancías despachadas, que fueron " . ‘’óO.^SS. La diferencia, es decir, 725.000 toneladas, fue ron hundidas, confiscadas o apresadas. Ello supone la arri bada a puerto de 2.638.312 toneladas anuales, cifra que se sitúa en algo menos de la mitad de la que habitualmente llegaba en ese período de tiempo a los puertos de la totali dad del litoral español. Por su parte, el tráfico marítimo nacional señala la lle gada a puerto de 8.543.768 toneladas entre el 18 de julio de 1936 y el 31 de diciembre de 1938; pero aquí los datos del almirante Moreno engloban la totalidad de los buques entrados en los puertos de la zona nacionalista, y, por tanto, las mercancías importadas y las mercancías en tráfico de cabotaje. En la preguerra, el tráfico de cabotaje era un poco superior al de importación, y de ahí debemos deducir honestamente que de esos ocho millones y medio de tone ladas es muy fácil que la mitad, o cerca de ella, se debnn al tráfico marítimo interior, muy especialmente al que desde el Protectorado y las islas Canarias se dirigía hacia la Pe nínsula, y viceversa; hecho que se pone de manifiesto en que la carga transportada por buque es únicamente de 223,9 toneladas, en tanto que la de los barcos que proce dentes del exterior alcanzaron los puertos republicanos es de 2.490,4; 11,12 veces superior. La razón estriba en que el tráfico del cabotaje se hacía en pequeños barcos, mu chos de ellos incluso con carga inferior a las 100 toneladas, en tanto la navegación de altura se hacía con grandes bu ques, con tonelajes casi siempre, superiores a las 3.000 to neladas de arqueo. Estas reflexiones reducen el volumen real de las impor-
taciones por puertos nacionales, que quedaron en una cifra similar a aquella que indican las aportaciones a los puertos republicanos. Es de advertir que en ambos casos se habla de toneladas de arqueo; las de carga serían sensiblemente in feriores. Las descargadas en puertos republicanos las eva lúa el almirante Cervera en 2.345.833 toneladas, y las apresadas y confiscadas, en unas 160.000, siendo 8 0 .0 0 0 las hundidas. A estas toneladas habría que añadir las que alcanzaron el suelo nacional a través de sus fronteras te rrestres. Portugal apenas comerció con España, primero por su escasa capacidad de producción y en segundo lugar por la presión británica. Sin embargo, la frontera francesa, sobre todo en determinados períodos de la guerra, fue el camino habitual para el suministro del Ejército Popular. Muy especialmente a partir de octubre de 1937, cuando la ruta del Mediterráneo se vio notablemente dificultada por la presencia de la flota del bloqueo en la isla de Mallorca. A partir de ese momento, apenas llegaron por mar otros recursos que aquellos que estaban al margen del acuerdo de No-intervención. El Mediterráneo se dedicó, casi ex clusivamente, al tráfico de mercancías no incluidas en las listas de material de guerra, reservando para estos suminis tros la ruta del Norte. Las armas procedían de Murmansk y su transporte se hacía en navios soviéticos o de la France Navigation, sociedad constituida por los comunistas fran ceses para burlar la vigilancia del control. Las mercancías eran desembarcadas en Francia y alcanzaban España por carretera o tren, con el beneplácito de las autoridades francesas,que para la ocasión inventaron el sistema que ac tualmente se conoce internacionalmente como T IR (trá fico international routier). Por este, sistema llegaron a Es paña los equipos bélicos, de tonelaje, naturalmente, muy inferior al de las materias primas, que seguían utilizando las rutas marítimas de Nyon, fundamentalmente bajo pa bellón inglés. El tráfico de exportación también disminuyó. No cono cemos datos del tonelaje exportado desde zona republi cana. El que salió de los puertos nacionales, según el almi rante Moreno, llegó a la cifra de 16.231.058 toneladas, con un promedio anual de 6 .602.464 y una carga unitaria c e *35,83 toneladas por buque, todavía baja, pero casi el c oble del promedie) en el caso de las entradas, lo que su-
pone que en este tráfico aumentaba considerablemente el porcentaje de la exportación, siendo muy reducido el de cabotaje. Ya antes de la guerra éste apenas era la quinta o sexta parte del total, y durante ella quedaría por debajo de esa cifra. Me aventuraría a afirmar que apenas llegaría a ser una décima. Lo que supone que se exportaron desde zona nacional del orden de los seis millones de toneladas anua les, en paridad a la totalidad de las mercancías salidas de España en los años precedentes, lo que da idea del enorme esfuerzo exportador que se hizo en zona nacional. El precio de estas mercancías, casi todas ellas minerales, era reducido, y, por tanto, el valor de las exportaciones no guardaba relación con su tonelaje. Este valor fue también inferior durante el tiempo de guerra, que en los años ante riores, incluso en el comercio con aquellos países que más traficaron con la España en guerra. Los niveles exportado res de España sólo señalan cifras superiores a las de pre guerra en el valor de las mercancías dirigidas a Francia en 1936, a Italia en 1938 y a Holanda también en 1936. El valor de las exportaciones hacia Alemania nunca alcanzó las cifras de 1935, y lo mismo ocurrió con nuestro comer cio con Gran Bretaña, USA y Argentina, que eran, con las citadas, las potencias que más comerciaban con España. Algo semejante sucedió también con las importaciones, a pesar del alto valor unitario que alcanzaron determinados artículos bélicos, como aviones, carros de combate, artille ría, direcciones de tiro, etc. Solamente en 1937 se aprecia un incremento en el valor de nuestro comercio con He landa y Portugal en relación con las cifras de preguerra; en todos los demás casos y con todos los demás países, el pre cio de nuestras importaciones fue inferior en los años 36, 37 y 38 al que habían tenido en el año 35 y precedentes. En fin, el año en que el comercio con Alemania fue más intenso, las importaciones procedentes de nuestro país no llegarían a rebasar el 74 por 100 de las realizadas en 1935, y las francesas de 1936 se sitúan únicamente en el 88 por 100 de las referidas al año anterior, siendo éstos los casos en que las cifras del comercio se mantienen en niveles mas próximos a los de preguerra. Naturalmente, nos falta co nocer cuál fue el incremento del volumen de tráfico con la Unión Soviética. Toda esta actividad comercial es indicativa de una mode-
ra d a c o r r i e n t e d e
abastecimientos en dirección a ios ban que alimentaban sus esfuerzos de guerra aquello que precisaban para continuar la
dos c o n te n d ie n te s ,
s u m in is trá n d o le s lu c h a .
_
Lo que recibieron los nacionales procedía, en su práctica to ta lid a d , d e Alemania e Italia. De Italia llegaron, en nú m e r o s redondos perfectamente válidos, 700 aviones de c o m b a t e , 1.000 cañones, 4 .2 5 0 camiones, 1.700 remol q u e s y tractores, 150 tanquetas, 270 vehículos ligeros, 1.200 motocicletas, 3.500 ametralladoras, 5.200 fusilesa m e t r a l l a d o r e s , 2 20.000 fusiles, varios millones de proyec tiles de artillería, un centenar de millones de cartuchos y 5.000 toneladas de pólvora y explosivos. De Alemania llegaron 593 aviones, una cifra similar de cañones — de los que aproximadamente la mitad, 290, eran piezas contracarros de 45 mm., y el resto cañones de cam paña de 77 mm., 40 excelentes piezas antiaéreas de 88 mm. y 84 más antiguas de 75 mm., 102 carros de com bate Panzer I, que posiblemente fueran algunos más, pero no por encima de 120— . La primera cifra es un mínimo comprobado, y la segunda, un máximo inalcanzado; 100 ametralladoras pesadas antiaéreas de 20 mm., 5.000 ame tralladoras y otros tantos fusiles ametralladores y 200.0 0 0 fusiles, además de materias primas para la fabricación de granadas, bombas y explosivos 7. Las aportaciones soviéticas dejan márgenes mayores a la incertidumbre; de forma oficial, los comunistas han decla rado que de la Unión Soviética llegaron a España 806 aviones, 362 carros de combate, 120 blindados, 1.555 pie zas de artillería, 500.000 fusiles, 340 morteros, 15.113 ametralladoras, 3 .4 0 0 .0 0 0 proyectiles de artillería, 500.000 bombas de mano, 826 millones de cartuchos y otros materiales, como lanchas torpederas, reflectores, ra diotransmisores, etc. Estas cifras, pese a su importancia, no resultan aceptables, y para analizarlas nos hemos de mover, en algunos casos, en el terreno de la conjetura razonable 8. La cifra de aviones es muy posible que sea exacta, si Para el lector que quiera entrar en detalles le recomendamos los lijros de Jesús Salas, Coverdale y Merkes. Especialmente el primero, tituauo Intervención extranjera en la guerra de España (Ed. Nacional, 1974).
Solidaridad de los pueblos con la República española. p.302 de la ed. ital. ° reproduce de la Retista btstónco-militar soviética n.7 p.7 *)).
hacemos abstracción de la última y cuantiosa entrega efec tuada ya en 1939. Como es muy bien conocido, los sovié ticos enviaban los aviones en grupos de 31 unidades, y la cifra reconocida por ellos corresponde a 26 de estos módu los. Hasta agosto de 1937, es decir, durante el primer año de guerra, entregaron 465 aviones, es decir, 15 módulos completos, que se distribuían así: 62 «katiuskas» SB-2, 124 «natachas» y «rasantes» RZ; 155 «chatos» Y - 15 y 124 «moscas» Y - 16, cuya recepción está confirmada por los documentos de Hidalgo de Cisneros, relación valorada número 5, comunicación de Prieto a Federica Montseny y documentos exhumados por el profesor Viñas 9. Hidalgo de Cisneros relaciona los aviones llegados hasta el 20 de diciembre de 1936. Prieto añade a éstos, que incluye en parte, los que vinieron entre el 17 de diciembre y el 17 de marzo de 193*7, y Viñas nos prolonga los datos hasta el 10 de agosto de este año. Hay pequeñas discrepancias entre ellos, que se resuelven al contrastar las cifras. A Hidalgo se le escapa uno de los «katiuskas», y reduce a 30 los 31 que con toda evidencia llegaron; a Prieto, que relaciona 233 aviones, se le escabullen estos 31 «katiuskas» y un «chato» al limitar a 30 los 31 que, sin duda, arribaron al Norte e incluye 19 de otras procedencias (Francia y Suiza). Las lle gadas hasta marzo tuvieron que ser las siguientes: 31 «ka tiuskas» (los indicados por Hidalgo de Cisneros, añadién dole el que éste omite), 62 «natachas» (los 31 que llegaron en octubre del 36 y los 31 que trajo el Aldecoa el 14 de febrero) y 124 «chatos» (Prieto los reduce a 122 y no nos aclara qué buques los transportaron. Fueron los 25 inicia les, los seis que descargó en Alicante el Rarmond, que fondeó el 21 de febrero, y que completan el módulo de 31; los 31 que llegaron al Norte, y que Prieto reduce a 30 y la mayoría de los autores a 15, y que fueron descargados en dos lotes, uno de 15 en Bilbao, transportado por el Andreu el 1.° de noviembre de 1936, y el resto, en el puerto de '* El documento original de Hidalgo Cisneros en AHM, arm.55 Ieg.532, cap. 5 doc.18. El documento de Prieto, en el mismo archivo, donde igualmente se conserva la relación valorada número 5. Los datos de identificación de ambos son: AHM, arm.47 leg.71 cap. I a 9 d o c.1 -6 . Con estas indicaciones subsano la omisión que detecta el profesor Viñas en su libro El oro español en la guerra civil, p.266, en el que en texto y cuadros nos facilita una preciosa documentación oficial.
durante el mes de enero, sin que haya constan cia d e si viajaron en el Sil, que atracó el 13 de enero, o en el Radmond o Rumbón, que lo hizo el 27 del mismo m es10. L o s 62 restantes llegaron a Cartagena también a principios d el a ñ o 37. Laureau afirma que 31 lo hicieron en febrero, m ie n tr o s 62 lo efectuaron a lo largo del mismo año; y c o m o s a b e m o s que los últimos 31 llegaron el 1.° y 8 de ju lio a b o r d o del Artea-Mendi (23) y Cabo de Santo Tomé ( 8 ) , q u e d a únicamente por dilucidar en qué barcos viajaron los r e s t a n t e s ; seguramente, en el propio Cabo de Santo Tomé, en el viaje que rindió en Cartagena el 6 de marzo. P o r último, los «moscas» se reducían a los 31 que llegaron e n tr e o c t u b r e y noviembre, de lo que dan fe Hidalgo de C is n e r o s y Prieto, y de los que 15 fueron descargados en C a r t a g e n a el día 4 d e noviembre del buque soviético Kipch. Luego llegarían los que nos relaciona el profesor Viñas, y que fueron: 31 «katiuskas» SB (21 en el Aldecoa el 24 de junio y 10 en el Artea-Mendi el 1.° de julio) n , 62 «natachas» (31 en el Cabo de Santo Tomé el 1 de mayo y otros tantos en el Cabo de Palos el 7 del mismo mes), 31 «cha tos» (23 en el Artea-Mendi y ocho en el Cabo Santo Tomé los días 1.° y 8 de julio respectivamente) y 93 «moscas» (17 en el Antonio Satrústegui el 21 de mayo, 14 en el Cabo Santo Tomé el 8 de julio y 62 en el Cabo de San Agustín el 10 de agosto), lo que hace un total, hasta esta última fecha, S a n ta n d e r
Los 31 aviones llegados al Norte no terminan de ser aceptados por los autores, pese al testimonio oficial de Prieto, que los reduce a 30 Un testigo presencial me ha relatado que en fecha que no recuerda con exac titud, pero dentro del mes de enero del 3 7, presenció en el puerto de Santander la descarga de 12 aparatos Y - 15, que fueron depositados en el seminario de Corván, donde fueron montados, constituyéndose una es cuadrilla totalmente rusa en mandos, intérpretes, técnicos, mecánicos y pilotos. El jefe de la escuadrilla se vio obligado a lanzarse en paracaídas en uno los vuelos de prueba, estrellándose el «chato» que pilotaba en e barrio de Cazoña. Por añadidura, el comandante Martín Lunas, jefe de aviación republicana en el N orte, indica la presencia de dos escuadrillas '-e «chatos», una en Bilbao, al mando del español Felipe del Río, y otra lusa en la Albericia (Santander). El profesor Angel Viñas los reseña como SB y CB. La razón es que en un caso el indicativo está en caracteres latinos y en el otro en cirílicos. trata del mismo avión «katiuska». Cf. El oro español en ¡a guerra civil P-27-1-276
y
285.
de 465 aviones; de ellos, 62 «katiuskas», 124 «natachas» o rasantes, 155 «chatos» y 124 «moscas». A partir de esa fecha vendrían cinco nuevos envíos de «moscas»; de ellos, uno dentro de 1937 y cuatro en 1938, que elevan el total global a 279; uno de «superchatos», que sumados a los Y -15, hacen 186; tres de «katiuskas», que hacen 155 de este tipo, y otros tantos de «natacha», que sitúan al conjunto de «rasantes» y «natachas» en 186. Llegamos así a los 806 aviones admitidos, que no incluyen todos los librados en 1939, de los que la mayoría no fueron desembalados o no llegaron, ni los construidos en España. El último pedido se elevaba a 200 «moscas», 60 «chatos» y 90 «katiuskas», además de 31 Y-17, 20 de gran bombar deo, seis de transporte y 21 de entrenamiento avanzado, algunos de los cuales llegaban a volar en España; los mate riales enviados eran los precisos para construir 400 Y-15 y 200 Y - 16, de los que se entregaron 287 «chatos» y 10 «moscas». Contabilizando únicamente éstos, el número de aviones soviéticos se elevaría a 1.103, que es una cifra mí nima que no contempla el último envío, a pesar de que hay testimonio irrefutable de que en parte rindió viaje y de que algunos ejemplares llegaron a actuar en la guerra 12. Las 1.555 piezas de artillería también deben ser conside rados como una cifra mínima, indicativa de las entregadas hasta fines de 1938; hay constancia de la recepción, con anterioridad al mes de agosto de 1937, de 1.204 piezas (el profesor Viñas detecta 889), de las que 555 se recibieron en 1936; 278 entre diciembre de este año y marzo del 37 (según testimonio de Prieto), 194 entre marzo y agosto y 177 en el Norte, de acuerdo con los datos del Parque de Artillería de Bilbao y Sancho Beurko. Voronof, el mariscal soviético, que fue asesor principal de la artillería republi cana, afirma que el Ejército Popular disponía en el mes de mayo de 1.681 piezas de campaña, lo que nos obliga a pensar en la existencia de otras fuentes de abasteci miento 13. El pedido final de Negrín, transmitido por Hi dalgo de Cisneros, incluía 1.908 cañones de campaña, 176 para carros de combate, 104 de marina, 24 de costa y 120 12 Guerra y revolución en España t.4 p. 328-329. 1 Hay constancia de la llegada a la España republicana de más de 2.000 cañones (véase cuadros).
antiaéreos, con un total de 2.332, y no resulta creíble el que fuera superior a todo lo recibido con anterioridad. Los 500.000 fusiles también pueden admitirse con idén ticas salvedades; el pedido final amparaba 400.000, y hay c o n s ta n c ia de que en enero se repartieron varias decenas de millares, que situarían el mínimo por encima de los 600.000. Los 482 vehículos acorazados (362 carros y 120 blinda dos) es inadmisible; Viñas registra 4 4 6 (406 carros y 40 blindados) 14, y la suma de las cifras que arrojan el docu mento número 5, Prieto, Beurko y el profesor Viñas sube a 632. El cónsul alemán en Ankara detectó el paso de 731 15, y la dimensión que alcanzaron las fuerzas blindadas republicanas — que inician su vida con la Agrupación Krivosheim, la continúan con la Brigada Pavlov, se refuerzan con el regimiento pesado de B T , del coronel Kondratiev; llegan a constituir dos divisiones, sin contar con el regi miento del Ejército del Norte, y alimentan en gran medida a las fuerzas nacionales, que llegan a tener cuatro compañías de carros rusos y tres de autoametralladoras cañón— elimi nan toda posibilidad de aceptar las cifras soviéticas. El número de carros de esa procedencia tuvo que estar muy próximo al millar en más o menos. Las ametralladoras pudieron ser las 15.113 que aceptan los soviéticos, pero siempre que no incluyan los fusiles ametralladores, que serían algunos más; el pedido final era de 6.000 de éstos y 4.000 de aquéllas, por lo que la cifra global de 30.000 armas automáticas no resultará en forma alguna exagerada. En enero se recibieron muchas de estas armas, con las que se equiparon las cuatro agrupaciones de batallones de ametralladoras constituidas en Cataluña 16. El valor de todas estas partidas es el que justifica la con sunción total del oro español depositado en Rusia. El pro fesor Angel Viñas nos ha demostrado que el Gobierno de 14 Angel Viñas, El oro españolen la guerra civil cuadro n.23 p .282-283. os 446 vehículos blindados a que se refiere son los detectados en el Periodo octubre 36/agosto 37. H, Intervención extranjera en la guerra civil española p.471. la i cuatro agrupaciones se componían de 20 batallones y al final de a '>atalla se organizó una quinta con cuatro. Las mandaron los tenientes oroneles 1 rigueros, Marenco y Capdevila y el comandante Guarner. La Etelvino Vega.
Negrín dio orden de venta de todo el depósito, pero esto no desvanece la duda, que permanece en el aire y que im pide cerrar el expediente. Sabemos que está justificada la venta del oro y conocemos las divisas papel que produjo la enajenación, pero sigue siendo una incógnita la contrapar tida de la inversión. Mientras no se presenten las cuentas y sigan siendo desconocidos al detalle la cantidad, calidad y precio de los artículos servidos y no se abra una negocia ción sobre este último extremo, el contencioso seguirá abierto. El precio mínimo que exige su cierre es el cono cimiento exacto de cada una de las partidas y la aceptación de su importe. Hoy podemos afirmar que las entregas supe raron los 1.000 aviones (806 entregados antes del invierno de 1938, y el resto después); materiales para montar en España, otros 600; 1.000 vehículos acorazados, 2.000 ca ñones, 30.000 armas automáticas, 12 lanchas torpederas y por encima de los 600.000 fusiles, entregas que se comple taron con centenares de millones de cartuchos, millones de proyectiles y cantidades indeterminadas de otros materia les, entre ellos 8.000 camiones. Si de la Unión Soviética pasamos a Francia, nación donde se canalizó, a través de la Comisión de Compras establecida en París, el tráfico de material de guerra con destino a España y procedente de todo el resto del mundo, la incertidumbre crece de forma abrumadora. No hay ma nera de saber, ni aun aproximadamente, lo que vino por ese conducto. Sólo que fue cuantioso. Nos sirve como in dicativo su elevado costo, detectado por mi h e r m a n o Jesús y definitivamente determinado por Angel Viñas. La cuan tía del oro depositado y vendido en Francia y de la plata enajenada en este país y los Estados Unidos alcanzó cotas muy altas, y su valor representa, cuando menos, la tercera parte del total, es decir, unos 250 millones de dólares; pero si conocemos ese dato, ignoramos qué es lo que con esa fabulosa cifra se pagó y desconocemos cuántos fueron los cañones, tanques, ametralladoras y fusiles que con él se adquirieron. Algo, sin embargo, nos va siendo revelado, y ese algo es el volumen real del número de aviones que la República adquirió en los mercados mundiales, y que nos era desco nocido, aunque ya se hubieran hecho evaluaciones tan
acertadas como las de Jesús Salas 17. La impenetrabilidad de los archivos franceses y la extrema discreción de los protagonistas envolvían en una densa bruma todo este co mercio. Gisclon, Jules Moch y más recientemente Pierre L a u r e a u nos han facilitado una preciosa información, que aclara mucho de lo que velaba Pierre Cot, el máximo pro tagonista francés, que en sus libros oculta mucho más de lo que dice. De acuerdo con los datos de Laureau, a la España repu blicana llegó un heterogéneo y numeroso material aéreo de las más diversas procedencias. Este localiza la llegada a nuestro país de 440 aviones no soviéticos, de los que 98 eran cazas, 132 bombarderos, 56 de reconocimiento y asalto, 27 de transporte, un hidro y 126 de entrenamiento y escuela, aunque incluye entre estos últimos a 29 Koolhoven, que fueron operativos. En resumen, 343 aviones de combate, haciendo abstracción de los de entrenamiento y escuela, que carecían de significación militar directa, y que tampoco hemos contabilizado en los casos anteriores. El valor de esta cuantiosa aportación fue bastante infe rior al que pudiera deducirse de su volumen y precio, pues la enorme diversidad de modelos y sus características, normalmente inferiores a las del material soviético, le hi cieron poco rentable. Contra lo que es opinión muy difun dida, la República hubiera hecho mucho m ejor invirtiendo sus recursos financieros en un único mercado, dando a la Unión Soviética el monopolio de su comercio exterior. Razones de política internacional movieron a la Repú blica a mantener ese comercio. El prestigio casi mítico que gozaban las democracias occidentales a los ojos de los re publicanos españoles y su ingenuo convencimiento de que su ayuda era imprescindible para ganar la guerra, fomenta ron unas adquisiciones que, salvo en casos muy aislados, como el de los Gruman norteamericanos, no dieron nin gún juego. Los socialistas se dejaron arrastrar por los re publicanos, que, aunque con escasa influencia en la base, disponían de cuadros con personal muy cualificado, y que influyeron notablemente en esta descabellada política, a la que únicamente se opuso Prieto, a pesar de que también él ,
17 Ji'SUs T-
Sai.as, ¡ntenvndón extranjera en la Guerra de España p.446-
creyera que atraer a franceses y británicos era razón de vida y supervivencia para el Frente Popular. Las entregas de artillería, material blindado y armamento de infantería de procedencia europea y americana nos son absolutamente desconocidas, pero tuvieron que ser nece sariamente coherentes con las de material aéreo. En conjunto, y como ya dijimos al principio, las entregas a uno y otro bando fueron muy similares, aunque algo su periores las recibidas por el Gobierno aun excluyendo los materiales que se libraron y no llegaron a su destino. La acción naval fue muy importante y afectó, como hemos visto, al 10 por 100 de los envíos por vía marítima; pero aun así, lo que alcanzó puerto y fue entregado al Ejército Popular de la República fue superior a lo que llegó a su destino en el bando contrario. 6.
Los voluntarios extranjeros
El sistema del acuerdo, expreso o tácito, que equilibraba las entregas para impedir cualquier desequilibrio que pu diera entrañar una competencia desenfrenada que condu jera a la guerra generalizada, quedó sancionado por la práctica y el sistema funcionó tanto en lo referente al ma terial como al personal. Es creencia general de que fue mucho mayor el número de extranjeros en el bando nacional, y así se ha repetido y se sigue repitiendo con insistencia. Los autores más en boga, por no decir los más solventes, vienen dando cifras abultadas de italianos, alemanes y portugueses, que elevan a centenares de millares, reduciendo, en igual medida, la de rusos e internacionales. Siempre me asombró, sin em bargo, el que esos mismos autores admitieran que el nú mero de extranjeros muertos en las filas gubernamentales fuera superior al de los que cayeron en las nacionales, si tuándolo por encima de los 10.000 internacionales, frente a 4.000 italianos. Los rusos dicen haber perdido 157, y los alemanes 271, de los cuales 174 en combate y los otros 97 restantes en accidentes de distinta naturaleza. ¿Cómo era esto posible? ¿Es que los extranjeros del bando nacional sesteaban en retaguardia? Jackson afirma lo contrario; para él Franco era el que tenía absoluta necesi'
extranjeros para conseguir una base humana de carecía. Era y son contradicciones tan acusadas, que no e s posible resolverlas más que poniendo en cuarentena la o p in ió n hasta hoy sustentada. Para la cifra de internacio nales s e ha admitido, generalmente, la de 35.000 en total, co n u n máximo de 15.000 en el momento de superior a flu e n c ia d e extranjeros. Son números que no resisten el análisis, pero que han hecho fortuna. En mi Historia popu lar del Ejército de la República afirmé que el número de hombres alistados en las brigadas fue superior al de 120.000, y que de ellos eran extranjeros no menos de 70.000. Basaba mi estimación en los efectivos que tuvie ron las brigadas a lo largo de su existencia, en las cifras de vivos y muertos de sus unidades y en los números conoci dos de personal filiado. Mis presunciones vienen siendo confirmadas día a día; en 1974 aparecía el magnífico libro de Andreu Castell Las Brigadas Internacionales de la guerra de España, y en él se contabilizan de manera irrefutable 61.582 extranjeros, de los que 59.380 serían interbrigadistas. D e estos volunta rios —siempre según Castell— , 9.934 resultaron muertos, 36.541 heridos y 7.686 desaparecidos, con un total de 55.161 bajas. Es decir, que el 92,89 por 100 de los brigadistas habrían sido bajas, y el 22,81, bajas definitivas, pues a los 9.934 muertos habría que añadir el 47 por 100 de los 7.686 desaparecidos, ya que Andreu Castell fija en el 53 por 100 los que lograron sobrevivir. Estas cifras resultan claramente incoherentes; ninguna unidad en la guerra de España, ni aun la Legión, ni aun la más castigada de las unidades de la 1.a División de Navarra o de la 13 División llegaron a esos porcentajes, y las internacionales es impo sible que los alcanzaran, habida cuenta de que eran unida des mixtas, en las que el porcentaje de los que servían en los servicios era muy alto. Millares de extranjeros estuvie ron siempre en puestos de escaso peligro; más de 3.000, permanentemente en el cuerpo de tren, y no menos de esa cifra en los servicios sanitarios, y fueron numerosísimos los que sirvieron en intendencia, ingenieros y artillería, en lu gares en los que el castigo resultaba muy reducido. Si en el conjunto se llegaba a esas cifras de bajas, querría decirse que en las unidades propiamente de Infantería se habrían canzado porcentajes de muertes metafísicamente imposidad d e lo s
la q u e
bles. El propio Castell nos confirma esto cuando se decide! a hacer el balance final; los números no le encajan, y la¡ suma de muertos, desaparecidos, evacuados y los que, se gún él, habían permanecido en España alcanzaba la cifra de 61.582; 2.200 más que los que tenía fichados, lo que le obliga a introducir una partida adicional de extranjeros no incluidos en las Brigadas, cuando realmente debiera de ha ber dicho «no detectados en las Brigadas». Cualquier investigación, por prolija que sea, no llega nunca a identificar a la totalidad de los miembros de los j que sirvieron en una unidad, algunos de los cuales apenas j si estuvieron horas, porque fueron bajas prematuramente í por enfermedad, por herida o por muerte, porque pasaron ! inadvertidos o porque no tenían historia. Castell, suma- j mente meticuloso, puede haber alcanzado cifras de apro- ! ximación muy elevadas, seguramente próximas al 90 por J 100; pero nada más y para el cómputo final comete el ¡ error de aceptar la cifra de 12.673 como la de internacio nales en la fecha en que fueron retirados del frente. Es una cifra muy repetida; dicen que la dio la Comisión Interna cional que envió la Sociedad de Naciones, pero no hemos podido comprobarla nunca y los testimonios son muy con fusos en este extremo. El general Gámir, que presidía la Comisión española, dice textualmente que «partiendo de los ficheros de las Brigadas Internacionales y del Nego ciado de Extranjeros del Ministerio de Defensa, para los no enrolados en aquéllas se viene a deducir que de los 24.000 hombres que en su totalidad pasaron por las filas del Ejér cito republicano, han sido retirados 12.000 aproximada mente en la zona catalana y unos 2.000 en la Centro-Sur», lo cual supone 14.000, y, por tanto, 1.540 por encima de los que acepta Castell 18. Antonio Cordón, subsecretario de Guerra, dice que «de los frentes fueron retirados 24.000 voluntarios en 13 con voyes durante los meses de noviembre y diciembre del 38, y un único convoy en febrero del 39, de los que sólo pu dieron ser embarcados 6.202», cifra que difiere muy poco de la que da Gámir, que es de 6.206; y el propio Castell nos indica que en enero de 1939 aún tenían las Brigadas Internacionales 25.099 hombres, con un 40 por 100 de JM
G
en eral
G
ámir,
De mis memorias. La guerra de España (París 1939)-
extranjeros 19. Es decir, que acepta que, después de la eva cuación, el número de éstos era, cuando menos, de 10 .0 0 0 , y si ésta afectó a 6.000, evidentemente el total mínimo en octubre no podía ser 12.673, sino otro bastante más elevado. Es muy probable que esos 12.673 fueran los que se quedaron ei 6 de enero del 39 después de la salida del último convoy que pasó la frontera y que, por tanto, los extranjeros en octubre pasaran de 1 9 0 0 0 . En este caso, y si se dan por buenas las cifras de retirados de Gámir y Cordón, los internacionales habrían sido 67.784, muy cerca ya de los 70.000 aventurados por mí, que sigo considerando un mínimo. Los soviéticos dicen que los voluntarios en octubre eran 32.109, de los que quedaron 12.144, y si esta cifra es real, el total de los internacionales ascendería a 81.018; entre ambas está la auténtica . Las cifras de Castell, las más fiables de todas, base de partida para cualquier investigación posterior, resultan cor tas de una manera evidente. En su cuadro contabiliza, por ejemplo, 1.512 voluntarios yugoslavos, y éstos, en su mo numental obra en cinco tomos Spanija 1936-39. nos ofre cen una relación nominal de 1.626, 114 más de los locali zados por Castell. Antonio Zambonelli, en Reggiani in difesa de la República espagnola, escribe en 1974 que los vo luntarios antifranquistas en su provincia, que siempre ha bían creído que fueron 45, eran 62. Y en fecha aún más reciente, Baumann eleva.a 43 los 32 peruanos que figuran en el cuadro de Castell 21. En los tres casos, las relaciones son nominales, y nos confirman que las cifríiG de éste son únicamente un mínimo comprobado. Por otra parte, la de 15.400 franceses que objeta Thomas no puede ser exage rada en modo alguno, si de verdad tuvieron 4.709 muer tos. La 14 brigada internacional se pasó cerca de un año en frente serrano estabilizado, en el que apenas tendría baja alguna. Con toda evidencia, el número de los internaciona19 A n t o n i o C o r d ó n ,
Trayectoria
(C o l. E b r o ,
197 1) p.435; A n d r e u
^-Astei.i, Las Brigadas Internacionales de la guerra de España p.374.
La sol¡dar teta dei popoli con la República spagnola (Moscú 1974) p.315 ed. ¡tal. A n t o n io Z
a MBONH.LI,
Reggiani in difesa de la República spagnola
(Recgio Emilia 1974); G e ROLD G iN O B a u m a n n , Extranjeros en la guerra (>nl apañóla. Los peruanos (Lima 1979).
les tuvo que ser necesariamente superior a los 70.000. De momento, aceptemos los 61.582 de Castell, con las reser vas indicadas. Más ditícil de establecer es el de los soviéticos que llega ron a España. Ellos confiesan la cifra de 2.064: 772 aviado res, 351 carristas, 222 consejeros e instructores, 77 mari nos, 100 artilleros, 52 militares de otros Cuerpos, 130 in genieros y operarios aeronáuticos radiotelegrafistas y 204 intendentes Evidentemente, la cifra no habla más que de oficiales y especialistas. Tenemos el testimonio de Lacalie, jefe que fue de toda la aviación de caza republicana, en el que nos afirma que las escuadrillas de caza soviéticas eran íntegramente rusas en la totalidad de su personal, excluidos, dice, los centinelas que prestaban servicio de protección en los aeródromos. En las cifras citadas no se habla para nada de armeros, de mecánicos, de soldados de manteni miento, de ningún tipo de personal de esta naturaleza. La Agrupación Krivoshein trajo dos batallones, con personal totalmente soviético; posteriormente, la brigada de Pavlov lo fue exclusivamente en todo su personal, y eran más de ^00 hombres, y el regimiento de TB-5, del coronel Kondratiev, que llegó en agosto del 37, era asimismo íntegra mente soviético; hasta esas fechas, prácticamente la totali dad de la aviación de caza y una fracción muy mayoritaria de la de bombardeo era soviética; soviético era el perso nal de las baterías antiaéreas de la defensa de las principa les ciudades españolas. El volumen del cuerpo soviético en España en número de escuadrillas, compañías de carros y baterías fue superior hasta muy adelantado el 37, al que en su momento mejor tuviera la Legión Cóndor. Resulta ab solutamente inaceptable el que la cifra de rusos fuera per manentemente inferior a la de alemanes, y éstos, se sabe perfectamente, fueron del orden de los 5.000. También algún día tendremos acceso a los archivos del Ejército Rojo, y conoceremos con exactitud esas cifras; no las que ellos nos facilitan, sino las reales, y en ese mo mento veremos que el número de soviéticos en E sp añ a, ” Solidaridad de ¡os pueblos con la República española (Moscú 1971) p M)l-302 de la ed. ital. (Milán 1976). Solamente la Brigada Pavlov, en su fracción combatiente, la componían 54 jefes y oficiales y 518 tripu lantes y sirvientes, sin contar personal de mantenimiento. S e is c ie n t o s setenta y dos hombres que casi duplican el aceptado por las fuente* soviéricas para roda la guerra.
que estaban en todas partes, tuvo que ser varias veces su perior al que ellos reconocen. El número de italianos está perfectamente establecido por Coverdale; del orden de los 70.000, de los que no más de 60.000 llegaron a figurar en las filas de las unidades com batientes, porque los restantes llegaron a España des pués de noviembre del 38, y, por tanto, sin oportunidad para participar en la guerra. Esos italianos dejaron en suelo español 4.157 de sus hombres, de los que 3.785 yacen en Zaragoza y 372 en El Escudo, cementerio italiano en trance de desaparición. Alcofar Nassaes añade a éstos 175 pilotos que perdió la aviación legionaria; en total, 4.332 bajas definitivas, que se corresponden muy bien con los 70.000 italianos participantes en la guerra. Comparemos estos números con los de los internacionales, y veremos que la contribución de éstos fue notablemente superior, pero que su cifra total no pudo ser inferior a la de los ita lianos, pues no es explicable que éstos, si fueron más, tuvie ran la tercera parte de pérdidas mortales que aquéllos 23. Los alemanes fueron del orden de los 15.000; Manfred Merkes contabiliza 15.999 pasajeros en dirección de Ale mania a España en 163 barcos que enumera, pero algunos de ellos serían efectivamente tales: pasajeros. En cualquier caso, aunque por exceso, resulta válida. Como éstos reali zaron tres relevos, resulta claro que el número de alema nes osciló entre 5.000 y 6.000. Los moros fueron 62.271, llegando a estar simultánea mente en la Península un máximo de 34.759. Una y otra cifra deben tomarse como aproximadas por defecto. En cualquier caso, es digno de señalar que estos marroquíes pertenecían al Ejército español, que estaban encuadrados en unidades regulares del mismo, y, por tanto, no podría calificárseles como jurídicamente extranjeros a efectos mi litares. Su pertenencia al Ejército español era anterior al estallido de las hostilidades, y, aunque durante ésta se es timulara de modo notable la recluta y aumentara hasta tri plicarse el número normal de sus tábores, el carácter de la C.overdale aún las reduce dejándolas en 3.8 W muertos, otras oti1wles italianas de la época y evidentemente cortas, lo que es normal en t ste tipo de documentos que contabilizan únicamente las correspondientes >i los partes que recibían en CTV. Muchos italianos murieron en hospitales españoles y de estos fallecimientos tendrían noticia tardía sus autoridades nacionales.
presencia en España de estas tropas resulta eminentemente distinto al que supone la llegada a la Península de unidades regulares de los ejércitos soviético, alemán e italiano 24. Finalmente, y echando un vistazo a los cuadros de hom bres movilizados en ambas zonas, comprobaremos que en ningún momento de la guerra, ni aun en la primavera del 37, llegaron los extranjeros a ser el 10 por 100 de los efec tivos de los ejércitos en lucha. Sus bajas fueron superiores a las correspondientes a su volumen, muy especialmente en zona republicana; lo que no es de extrañar, pues tanto las fuerzas indígenas marroquíes como las internacionales fueron unidades de choque. Los muertos extranjeros fueron el 17,7 por 100 del to tal, porcentaje que subió al 18,2 por 100 en zona republi cana y descendió al 16,8 por 100 en la nacional. E p íl o g o
A lo largo de las páginas precedentes hemos echado un vistazo a aquellos puntos que mayor trascendencia pueden tener para aclarar hasta qué extremos el mito y la leyenda se corresponden con la realidad. En todos los casos nos hemos apoyado en trabajos monográficos que ofrecen la máxima credibilidad y que aportan documentación irreba tible, consecuencia de trabajos profundos y meticulosos. Y hemos dejado de lado, por razones de espacio fundamen talmente, los puntos finales, aquellos que se refieren a la represión y el exilio. * A la represión, porque me remito al libro que tengo es crito sobre el tema, y al que realmente, de momento, no me encuentro en condiciones de hacer rectificaciones sus tanciales. Lo que en él dije sigo creyendo que es lo que más se aproxima a lo que sucedió, y ninguna nueva aporta ción permite modificar las conclusiones que con carácter provisional allí establecimos. En lo referente al exilio, por que Javier Rubio ha dejado prácticamente zanjado el tema con sus espléndidos trabajos 25. 24 J. M. GÁKATfi, La guerra de las dr.i Españas p.220/221. 75 J
avikk
R u b io ,
La emigración de la guerra civil de 1936-1939
(San
Martín, 1977;; lo., Asilos y canjes durante la guerra civil española (P laneta, 1979;; l a . La emigración española a Francia (Ariel, 1974); R a m ó n SALAS, Pérdidas de la guerra (Planeta, 1977).
Como resumen de unos y otros, incluimos unos cuadros que pueden servir de orientación aJ lector. El título de esta obra, pretencioso y hasta pedante, debe ser tomado en su justo valor, que no es otro que el de ofrecer no los datos exactos, a los que posiblemente no llegaremos nunca, sino los datos actuales. Datos que ya van siendo próximos a los reales. Con errores cada vez meno res, que van entrando en la zona de los prácticamente des preciables. Las diferencias entre las cifras absolutas y exac tas y las que aquí damos con el carácter de provisionales son ya muy pequeñas. Este es un hecho que todavía mo lesta a muchos, porque no son pocos los que se acercan al tema no en busca de la verdad, sino en busca de razones en que apoyar sus opiniones y sus prejuicios. Estos, de fraudados por lo que la investigación va desvelando, vie nen afirmando y haciendo un lugar común de esa afirma ción, que hay que desconfiar de los resultados de la inves tigación, pues ésta les ha sido negada a los más; sólo han podido efectuarla los menos, y éstos la han afrontado con un talante claramente partidista. Así se ha dicho que el documento ha resultado inaccesi ble para quienes honestamente se acercaban a aclarar los hechos y que las insalvables dificultades que puso el régi men franquista no han sido aún superadas. La realidad, mucho más modesta, es que, en la inmensa mayoría de los casos, estas afirmaciones no pasaban de ser un buen pre texto para eludir el ingrato trabajo de la búsqueda de in formación. Nuestro Ramón y Cajal ha dicho que, «para la obra científica, los medios no son casi nada, y los hombres lo son casi todo» 26. Y ya denunciaba a los quejumbrosos, a los que echaban de menos el local adecuado, la posibili dad de acceso a la documentación, la falta de bibliografía; a los que repiten una y otra vez la misma cantinela para jus tificarse con sus lamentaciones. Esto no dice, ni mucho menos, que sea fácil investigar en los archivos españoles; en los españoles ni en ningún otro, pues los nuestros no han sido más impenetrables que los foráneos. Es un debate que está abierto desde hace doscientos anos el de cómo llegar a un punto de equilibrio entre los 2h ~
S a n tia g o Ramón y C a ja l, Los tónicos de ¡a voluntad (Col. Austral)
derechos contrapuestos del acceso a la documentación cus tediada en los archivos, de un lado, y el de la conservación de los documentos, protección del tesoro documental y garantía de la tama de las personas en su honor, en su in timidad y en los de sus descendientes, de otro. Hoy día se está abriendo camino la tendencia de que estos intereses antagónicos deben conciliarse en unas nor mas que fijen los límites de unos y otros. En la actualidad se tiende a disminuir las restricciones, y, por lo general, los documentos se hacen públicos a partir de unos treinta años desde la fecha en que se produjeron, siempre que su mate ria no sea reservada, en cuyo caso los plazos se prolongan hasta por encima del siglo, y a degradar estos documentos reservados en plazos decrecientes en su duración. La UN ESCO aconsejó a sus países miembros, la reducción de éstos a veinticinco años para la documentación no clasifi cada, y a cincuenta para la reservada. Pero dejando libre el portillo para que se conceda el acceso, incluso a la docu mentación reservada, a determinadas personas que por su solvencia y discreción merezcan un permiso especial de la autoridad competente o de las personas afectadas. Es decir, pese a la tendencia a un claro aperturismo, resulta suma mente difícil acercarse a los documentos esenciales en pla zos inferiores a los cincuenta años. En España esto resulta particularmente confuso, puesto que no existe ninguna norma de carácter general que regule este derecho, y sub siste únicamente la de necesita^ una autorización expresa para acceder a la documentación reservada, aspiración limi tada a personas que ofrezcan garantías de competencia mo ral e intelectual. Desde hace años, esto es lo cierto, este tipo de autoriza ciones se están concediendo con notable liberalidad y pro digalidad; pero bueno será añadir que, dada la naturaleza de nuestra guerra civil, muchos de los fondos más impor* tantes a ella referidos se encuentran en manos privadas o de partidos y sindicales, y éstos, particulares o entidades, han sido tan celosas o más que el Estado en la protección de su propia documentación. Aun así, y enlazamos de esta forma con las frases de Ramón y Cajal, las posibilidades de investigar eran y siguen siendo muy amplias, como lo de' muestra el hecho de que podamos contar con espléndidos trabajos, pletóricos de información de primera mano con-
seguida por toda o frece la vida, en huellas escritas u
la rica multiplicidad de canales que nos dinámico desarrollo, y la proliferación de orales que permanecen en la sociedad a disposición de quien las busque con tesón y asiduidad. Esto no excluye el que vaya teniendo en nuestra Patria un carácter de urgencia y prioridad la promulgación de una Ley General de Archivos que regule la clasificación y con servación de los fondos y el acceso a los mismos de los investigadores, haciéndolos, en la medida de lo posible, transparentes y diáfanos para la sociedad en los plazos más breves compatibles con las exigencias de la discreción en el orden de la política y la administración o en la esfera de la intimidad de las personas. Entre tanto, y con el vehemente deseo de que la espera sea corta, no desdeñemos ninguna fuente de las que toda vía manan a nuestro alrededor y explotémoslas hasta su última veta. Nadie se verá defraudado, y todos los investi gadores encontrarán campo adecuado, fructífero y amplio para su trabajo, para su dedicación y para su participación en la tarea fecunda y común de encontrar la verdad.
CUADROS
ESTADISTICOS
Cuadro número 1 MOVIMIENTO
NATURAL CIFRAS
LA
POBLACION
ABSOLUTAS
DEFUNCIONES
NACIMIENTOS AÑO
DE
Matrimonios Varones
Mujeres
Total
Varones
Mujeres
Total
Crecimiento vegetativo
1931
175.233
3 3 5.439
313.837
649-276
209.805
199.172
408.977
2 4 0 .2 9 9
1932
158.772
346.489
324.181
6 70.670
199.717
189.183
388.900
2 8 1 .7 7 0
1933
148.175
3 4 4.036
323.830
6 6 7 .8 6 6
201.985
192.765
3 94.750
273-116
1934
146.178
327.665
310.256
637.921
199.848
188.977
388.825
2 4 9 .0 9 6
1935
150.648
325.065
307.470
632.535
197.710
186.857
384.567
24 7 .9 6 8
155.801
33 5 .7 3 9
315.915
6 5 1 .6 5 3
20 1 .8 1 3
191.390
3 9 3 .2 0 4
2 5 8 .4 5 0
Prom edio del quinquenio
PO BLA CIO N ESPAÑOLA QUE H ABITABA EN MUNICIPIOS DE MAS DE 2 0.000 HABITANTES Y EN CAPITALES DE PROVINCIA SEGUN LOS CENSOS OFICIALES DE 1900, 1910, 1920 Y 1930 POBLACION DE HECHO
TAN TO POR 1.000
G R U PO DE M UNICIPIOS En 1900
En 1910
882.921
9 5 2 .8 6 9
5 0 .000
563.503
De 50.001 a 100.000 De 100.001 a 50 0 .0 0 0
8 56.723 603.513 1.072.835
586.497 9 3 4 .8 5 0
De
2 0 .001 a
30.000
De
30.001 a
De más de 5 0 0 .0 0 0 P o b la c ió n
to ta l
los censos
867.303 1.187.218
En 1920
En 1930
En 1900
En 1910
En 1920
En 1930
1.122.133
4 7 ,4 8
47,82
1.391.325 1.163.036 1.555.435
30,30 46,07 32,46
29,43
36,97
5 9 ,0 4
1.213.629 1.106.083
46,91 4 3 ,5 2
56,97 51,92
4 9 ,3 6 66,01
1.461.231
1.958.397
57,70
59,59
6 8 ,6 0
83,11
214,01
227,27
1^8,44
174,37
2 60 ,2 3 191,25
2 1 8 ,9 2
9 7 5 .1 1 9 7 87.618
4 5 ,7 7
4 7 ,6 2
que arrojan
................................ 18.594.405 19 9 2 7 .1 5 0 2 1 .3 0 3 .1 6 0 25.563 867
%0 de habitantes en poblaciones de más de 20 .0 0 0 habitantes En c a p ita le s d e p r o v in c ia . .
3.132.171
FU E N T E : A nuario eitadiitico Je España. 1954
3-474.897
4 .0 7 4 .3 3 5
5 .0 8 7 941
Apéndice antológko de la primera mitad del siglo
305,14
K) 4^ 4^
Cuadro número 3 MOVIMIENTO EMIGRACION — AÑO
NU M ER O DE EM IG RAN TES
MIGRATORIO INMIGRACION —
SALDO DE LA MIGRACION
N U M ER O DE IN M IG R A N TES
—
En total
Por 100.000 hab.
En total
Por 100.000 hab.
1926
4 5 .183
201,2
39.949
177,9
-
5.234
1927
43.867
192,2
41.517
181,9
-
2.3 5 0
1928
48.555
209,8
38.563
166,6
-
9.992
1929
50.212
213,4
36.623
155,6
-1 3 -5 8 9
1930
41.560
176,4
41.563
176,4
3
1931
14.355
60,6
53.937
227,8
39.582
1932
10.152
42,7
47.528
199,8
37.376
1933
6.742
28,1
31.669
131,9
24.927
1934
15.655
64,4
20.013
82,3
1935
16.901
68,7
15.238
61,7
EM IG R A N TES
4.358-
1.723
COMERCIO ESPECIAL DE IM PORTACION Y DE EXPO R TA C IO N DE ESPAÑA
Valores de la importación y exportación entre los años 1926 y 1935
AÑO
EXPOR TACION
IMPOR TACION
EXCESO DE IMPOR TACION
EXCESO DE EXPOR TACION
Valor en miles de pesetas oro 1926 1927 1928 1929 1930 1931* 1932 1933 1934 1935 *
, ........... ........... ... ......... , ........... ......... .. .................. .................... .................... ....................
2 .1 5 3 .5 2 2 2.585.521 3 .0 0 4 .9 9 1 2 .7 3 7 .0 4 8 2 .4 4 7 .5 3 3 1.175 .8 9 9 9 7 5 .7 1 2 836.633 8 55.0 4 4 8 7 6 .1 4 0
1.60 5 .5 8 9 1.895.282 2 .1 8 3 .4 7 8 2 .1 1 2 .9 4 9 2 .4 5 6 .7 5 4 9 9 0 .3 0 9 7 4 2.314 6 7 3 .0 4 2 6 1 2 .5 3 4 588.220
547.933 6 9 0 .2 3 9 8 21.513 6 2 4 .0 9 9 — 185.590 233-398 163.591 2 4 2 .5 1 0 2 8 7 .9 2 0
— —
— — 9.221 — — — —
—
Hasta 1930, valores unitarios calculados; desde 1931, valores declarados según factura
FUENTE: Anuario estadístico de España. 1 9 5 1 .
RESUMEN DEL COMERCIO ESPECIAL DE IMPORTACION Y EXPO RTACIO N DE MERCANCIAS, AGRUPADAS SEGUN SU CLASE. AÑO 1935 VALOR EN MILES DE PESETAS ORO CLASE DE MERCANCIA
EXCESO Importación
I. II. III. IV. V. VI. VII. VIII. IX . X. X I. X II. X III.
Minerales, materias térreas y sus derivados ........................... Maderas y otras materias vegetales empleadas en la industria y sus manufacturas ............................................................................ Animales y sus despojos .............................................................. Metales y sus manufacturas .......................................................... Maquinaria, aparatos y vehículos ............................................... Productos químicos y sus derivados ........................................ Papel y sus manufacturas .............................................................. Algodón y sus manufacturas ........................................................ Cáñamo, lino, pita, yute y demás fibras textiles vegetales y sus manufacturas ................................................................................ Lanas, crines, pelos y sus manufacturas ................................. Sedas y sus manufacturas .............................................................. Productos alimenticios, comestibles y bebidas .................... Varios .................................................................................................... Artículos de comercio oficial y monopolizados .................. T
otal
Exportación
Importación
DE
Exportación
57.628
4 4 .1 0 9
13.519
—
35.593 30.339 53.215 161.902 139.443 27.802 9 7 .4 4 6
30.789 22.968 32.323 3-797 4 0 .3 8 0 8 .17 6 2 0 .9 1 0
4.8 0 4 7.371 20.892 158.205 99 .0 63 19.626 76.536
_ -------
18.526 13.456 21.00 0 122.355 23.537 73.898
2.749 5.612 1.213 37 3.808 1.381 5
15.777 7.844 19.787
---
22.1 5 6 73.893
—
8 76.140
588.220
2 8 7 .9 2 0
__
—
2 5 1 .4 5 3 —
I. II. III. IV. V. VI. VII. VIII. IX . X. XI. XII. X III.
Minerales, materias férreas y sus derivados ........................... Maderas y otras materias vegetales empleadas en la industria y sus manufacturas ............................................................................ Animales y sus despojos ............................................................... Metales y sus manufacturas ................................................. Maquinaria, aparatos y vehículos ............................................... Productos químicos y sus derivados ........................................ Papel y sus manufacturas .............................................................. Algodón y sus manufacturas ........................................................ Cáñamo, lino, pita, yute y demás fibras textiles vegetales y sus manufacturas ................................................................................ Lanas, crines, pelos y sus manufacturas .................................. Sedas y sus manufacturas ............................................................... Productos alimenticios, comestibles y bebidas .................... Varios .................................................................................................... Artículos de comercio oficial y monopolizados .................. T o tal
.................................................................................................
FU E N T E : Anuario estadístico di España. 1911. p. 3^5
ISJ
1.905.954
4.0 4 4 .2 6 7
4 1 7 .1 5 5 34.783 179.802 66.425 8 4 3 .1 9 8 171.454 101.864
91 .6 7 8 14.373 59.070 3.274 6 9 1 .1 8 4 19.859 8 .3 8 0
32 5.477 20 .4 1 0 120.732 63.151 152.014 151.595 9 3 .4 8 4
6 2.7 3 2 8.303 7.939 333.503 27.202 91 5 .6 7 2
2 .9 7 9 2 .7 8 3 109 1.425.564 438 14
59 .753 5.520 7 .8 3 0
5.0 7 5 .9 8 6
6 .3 6 3 .9 7 2
2 .1 3 8 .3 1 3
1.092.061 2 6 .7 6 4 9 1 5 .6 5 8 1 .2 8 7 .9 8 6
IMPORTACIONES (Millones de pesetas oro)
Alemania Francia ................ . . Gran Bretaña Italia USA
1929
1930
1931
1932
1933
1935
287,8 350,7 356,4 9 3 ,6 4 3 5 ,8
283,8 270,0 301,3 9 7,9 41 1,9
146,7 106,7 131,8 40,5 201,3
99,8 74,4 99,0 33,1 161,1
96,1 63,9 83,5 22,0 137,4
130,5 61,0 79,7 23,6 126,8
59,6 132,4 157,2 23,1 53,8
146,0 68,6 167,0 28,1 61,1
E X PO R T A C IO N ES (Millones de pesetas oro) Alemania Francia ................ .. Gran Bretaña Italia USA .................... . .
157,3 457,4 339,2 94,1 2 5 7 ,6
181,3 4 70,3 387,1 134,9 227,1
87,2 193,7 211,7 67,4 73,9
66,4 133,1 191,6 29,1 52,3
FU E N T E : El comercio exterior de 1 9 2 9 a 1 9 3 3 : Anuario estadístico 1934, p. 295-2 9 6 . Ibid., 1935; A N G EL VIÑAS y otros, Política comercial exterior de España, t. 1, p. 244. Cuad. 16 (reducido de R.M. a pesetas).
Cuadro núm ero 7 RENTA NACIONAL REN TA NACIONAL ANO
1926 1927 1928 1929 1930 1931 1932 1933 1934 1935
.... . ...
. ...
RENTA POR H ABITAN TE
Miles de
RENTA POR INDIVIDUO ACTIVO
Pesetas de cada año
Pesetas de 1929
Pesetas de cada año
Pesetas de 1929
Pesetas de cada año
Pesetas de 1929
2 3 .1 3 6 23-804 21.891 25.213 24.0 0 3 2 4 .2 0 4 2 5 .5 6 6 22.011 2 5 .4 6 5 2 4 .7 5 9
2 2 .1 8 8 23.781 22 .5 7 0 25.213 24.104 24.0 2 8 25.742 2 3 .1 9 6 26 .1 4 6 2 5 .2 8 9
1.033 1.051 957 1.092 1.029 1.027 1.075 917 1.051 1.012
99 0 1.051 987 1.092 1.033 1.020 1.083 967 1.078 1.033
2.720 2 .7 7 6 2.534 2.896 2.736 2.738 2.871 2.453 2.817 2 .7 1 9
2.608 2.774 2.612 2.896 2.747 2.719 2.891 2.585 2.890 2.776
l-l; F.NTF.: Anuario eitadistico de España. 1911, p. 139.
PRESUPUESTOS GENERALES DEL ESTADO 1931 Ley 3-1-31 Clases Pasivas Presidencia .................................. Guerra ........................................... Marina militar ........................... Gobernación ............................. Comunicaciones ......................... Marruecos .................................... Africa Occidental ....................
............. .............
2 1 9,64 4 ,9 0
............. 1.331,20 ............. 3 .690,94 de gastos militares sobre 1931 ( % ) ••• de gastos generales sobre 1931 {%) 209,86 Pública .................. ............. en gastos de educación (% ) ..................
T o tal
T otal g en era l
Incremento Incremento Instrucción Incremento
............. ............. ............. .............
145,28 29,99 459,33 180,36 291,70
............................. ......................
FU E N T E : A n u ario tuattiutco
1931 Modificado
1932
1933
1934
1935
31,34 374,13 168,78 196,65 127,22 184,89 4 ,9 0
271,34 34,76 387,87 230,77 2 1 2,80 139,37 171,96 4,53
284,32 37,41 4 3 3 ,5 9 260,69 416 ,6 8
294,22 76,30 391,49 229,92 240,71 161,19 158,34 2 ,26
314,23 116,83 4 0 4 ,4 4 192,09 313,51 163,58 63 ,9 3 7,94
1.359,25 3.966,57
1.453,40 1.469,86
1.554,43 4.680,61
255,23
267,15
1.592,65 4 .7 2 7 ,2 8 16,67 28,01 310,79 48,81
1.576,55 4.8 4 1 ,1 5 18,43 31,16 344 ,0 9
271,34
y Apéndice de la primera rrvrad del siglo. 19M .
157,69 2,27
34 1,16
PAGOS VERIFICADOS POR CUENTA DEL PRESUPUESTO
Clases Pasivas Presidencia Gobernación Guerra ............................................... Marina ............................................... ......... Comunicación Marruecos ........................................ .........
1930
1931
1932
1933
1934
1935
149,59 29,29 271 ,5 6 418,43 263 ,4 0
192,19 16,93 221,00 422,11 272,14 88,63 186,22
279,34 30,21 216,83 354,49 213,62 141,71 189,38
292,82 34,70 4 0 5 ,8 0 398,16 235,77
314,81 63,03 232,83 343,76 200,13 147,93 116,19
317,05 131,52 29 9 ,6 0 385,15 169,59 153,12 160,99
1.399,22 3.885,28
1.425,53 4 .290,99
1.418,72 4 .2 8 9 ,0 4
201,65
255,37
1.514,05 4 .4 2 2 ,3 9 34,23 12,33 295,95 6,69 58,64 20,01
1.617,02 4.5 5 7 ,7 5 35,48 19,97 326,94 7,17 75,25 23,78
215 ,5 0
......... 1.347,77 .................. ......... 3.681,91 % del total absoluto ................ Incremento sobre 1930. Gastos militares (% ) . . . . Instrucción Pública ...................... ......... 186,55 5,06 % del total de gastos ................ ......... Incremento gasto de educación sobre 1930 (% ) Incremento t o t a l de gastos (% ) ............................... T otal
...................................
T o ta l a b s o lu to
FU E N T E : Anuario estadístico de España. 195 1 . Apéndice antológico de la primera mitad del siglo.
146,80
304,83
PO TEN CIA INSTALADA (Millones de Kw/h.)
ENERGIA PRO D UCID A (Millones de Kw/h.)
Hidráu lica
Térmica
TO TAL
Hidráu lica
Térmica
TOTAL
986 1.112 1.190 1.208 1.330 1.443
399 427 453 440 461 466
1.385 1.539 1.643 1.648 1.791 1.909
2.381 2.489 2.646 2.7 64 2.993 2.598
300 315 251 263 279 203
2.681 2.804 2.897 3.027 3.272 2.801
a n o
1931 1932 1933 1934 1935 1936
... .
FUENTE: Anuario estadístico de España. 1 9 5 1 . Apéndice antológico de la primera mitad del sigio
C uadro núm ero 10 PLANTILLAS DEL EJERCITO Y FUERZAS DE O RD EN PUBLICO A Ñ O 1936 Generales
O rd en
TO TA L
101.455 117.385
1.683
1.572
30.383
33.641
2
527 607
246 567
12.713 4.131
13486 5.30"
96
11.668
9.373
6 2
1.516 676
2.127 1 115
30.742 13-456
34.391 15.249
450
543
16.667
17.660
60.865
67.300
T o t a l E jé r c it o
148.682 169.819
P ú
.........................
8
2.642
3.785
T otal g en era l ..
104
14.310
13158
b l ic o
Tropa
6.988
81 10 3
T o ta l
Suboficiales
8.851
Ejército pen. E.M .G. . . Asimilados ....................... Ejército Africa .............. Dirección General de Marruecos y colonias . Servicio de Aviación
Guardia Civil Carabineros .................... Cuerpo Seguridad y Asalto . . . .
Jefes y oficiales
209.547 237.119
, ^ ^as cifras se refieren a las publicadas en el Anuario militmr pera 1936, situación 1 ° de bil*1 ^ 6 » excepto las correspondientes a las fuereas dependientes de la Presidencia del G ow'V/10 qUC S° n ^as Anuario estadístico de 1934, y la referente a los asimilados, que omite el Anuarto ^ 1 ar> y tuyas plantillas se fijaron por ley de 9 -9 -1 9 3 l. Las cifras correspondientes a los Cuerpos de ‘ira eneros y Guardia Civil difieren algo de las consignadas en el presupuesto, que son. ,M )% n>s: tres ^cneral« » 7 70 jefes y oficiales, 1.169 suboficiales, 14 154 carabineros. Total: ^ ,Vl* st**s Minerales, 1 .2 0 8 jefes y oficiales, 2 .3 6 2 suboficiales, 3 0 .664 guardias. Total a* Personal del CASE (4 .2 8 5 en el ejército territorial, 594 en el de Africa y 35 i en las as ^ <•pendientes de Residencias), ru de la Banda Republicana (68).
P E R S O N AL
M I LIT AR
SITU A C IO N OFICIALES
S IT U A C IO N EN AC TIVO
E.M .G ....................................... E.M ............................................ Infantería T erdo .................................... Mar ........................................ Caballería ............................. Artillería ............................... Ingenieros ........................... Aviación ............................... Cuerpo Tren ...................... Guardia Civil .................... Carabineros ......................... Cuerpo Jurídico Militar Intendencia ........................ Intervención ...................... S.M. (médicos) .................. S /M .. C F a r m a c ía )
......................
.......................
GENE RALE Teniente general
3
General de di visión
A C TI V O
E N
30-4 -1936
s
O F I C I ALES G e n e ra l
de bri gada
57
24
Total
Coronel
Teniente coronel
19 123
60 256
Coman dante
Capitán
101 567
65 1.526
P A RTI C U L A R E
Teniente
1.677 8 2
*
Total por Cuerpos
Total jefes y oficiales
84
2
5 2 1 4 2 4
Alférez
s
89 91 92 96 98 102
24 51 19
53 76 61
143 265 140
318 578 292
30 18 21 13 14 15
1 75 40 14 47 27 38
3 126 84 33 113 79 180
17 333 172 26 252 29 337
15
28
4
57
399 926
363
544 294 9 309 79 19
1.133 1 6
135 417 208 83 94 415 177 60
245 5.282 11 8 1.072 2.313 1.083 83 115 1.523 785 103 794 149 649 123
245 5.527 5.538 5.546 6.6 1 8 8.931 10.014 10.097 10.212 11.735 12.520 12.623 13.417 13-566
14.215 }4 .3 3 8
i 4
60 1
35 1
4 73 4
1 2 40 18
418
824
2 .005
4 .648
5.260
2 .883
16.038
418
824
2.005
4 .648
5.260
2 .883
16.038
..................... .................................
Moros (infantería) ........... Moros (caballería) ........... Cuerpo eclesiástico ......... Inválidos ............................... Inválidos (equiparados)
1
103
2 1
8 2
113 116
3
27
86
116
31
47
263 47
457 534
2 70 59
8 04 863
725
863
4 19 49
10 39 16 10 28 190 7
B.O.T. (E .M .) M úsicos
5 7 — 63 3
15 62 70 17 43 661 34
1 5 .1 5 1
15.213 15.283 15.300 15.343 16.0 0 4 16.038
Primera reserva E.M .G ................................... Asimilados ....................... T o tal
...............
Segunda reserva E.M .G ................................... Asimilados .......................
30
Honorarios Armas ................................ Asimilados ...................... T otal
gen eral
.
34
104
NOTA.—Con la contabilidad del señor Azafia, es decir, incluyendo la primera reserva, Cuerpo Eclesiástico e Inválidos, los 8.000 de que hablara en las Cortes aumentan a J 6038, el doble, y los generales, a lió . Eso desapareciendo de la escala los 816 jefes y oficiales en reserva, que mejoraron su pensión. La suma de generales aumenta de 7 56 a 863.
PERSONAL MILITAR EN SITUACION DE RESERVA, RETIRADO O COMPLEMENTO RESERVA COMPLE MENTO
RETIRADOS ED ADES
Generales .............. Estado Mayor Infantería Caballería ............. Artillería ................ Ingenieros ........... Guardia Civil Carabineros Jurídicos ................ Intendencia Sanidad Farmacia ............... Veterinaria ........... T o tal
..
481 4 97 21 88 71 81 51 22 49 44 8 5 1.022
— 1.930 630 632 158 — —
65 238 252 56 65 4 .0 2 6
21 a 25 años 26 a 30 años 31 a 35 años 36 a 40 años 41 a 45 años 46 a 50 años 51 a 55 años 56 a 60 años 61 a 65 años 66 a 70 años 71 a 75 años 76 a 80 años Más de 80 años T otal
FU EN TE: Anuario estadístico. 1934, p. 662 y Anuario estadístico. 1933, p. 466.
...
. . . . . . . . . . . . .
269 605 1.274 2.064 3.268 1.914 1.807 1.273 525 188 285 121 49 13.642
LOS RESULTADOS DE LAS ELECCIONES DE FEBRERO DE 1936 SEGUN DIVERSOS AUTORES Frente Popular Gil Robles 1 ................ «Historia Cruzada» 2 . «El D eb ate» 3 .............. T hom as4 ....................... Madariaga s: No marxista ............ Marxista .................... Parlam entaria
P.9.
2 P.449.
10 P .242.
Centro
Derecha
325.197 325.197 340.073 681.047
4.187.571 4.187.571 4.356.559 4.176.156
130.000 130.000
449000 449-320 450.000 449.320
125.714
400.901
3.783.000 Miles 3997.000 3996.931 4.000.000 3.996.931 4.300.000 4.503.505
141.137 141.137 141.137
130.000
3 .1 9 3 .0 0 0 1 .7 9 3 .0 0 0
.............
Jackson 6 ......................... Brennan7 ....................... Bécarud8 ....................... Rama9 ........................... Ramos Oliveira 10 . . . . Tusell11 ......................... 1 P.523ss.
3 9 1 2 .0 8 6 3 -9 1 2 .0 8 6 4 .5 7 0 .7 4 4 3 .7 8 3 .6 0 1
Naciona listas vascos
4 .7 0 0 .0 0 0 4 .7 0 0 .0 0 0 4 .8 0 0 .0 0 0 4 .8 3 8 .4 4 9 4 .5 4 0 .0 0 0 4 .6 5 4 .1 1 6
3 2 6 .-2 -1 9 3 6 .
4 P .5 3 9 » .
5 P .1 3 4 .
6 P .1 6 7 .
7 P.298*s.
“ Javier TU SELL, Las elecciones del Frente Popular, t.2, p. 1 3-
FUENTE: Javier TUSELL, Las elecciones del Frente Popular, t.2 p. 13-15.
Datos de la guerra civtl
* P .I5 6 .
Circunscripciones electorales Alava .......... Albacete . . . . Alicante . . . . Almería . . . . Avila ............ Badajoz . . . . Baleares . . . Barcelona (c.) Barcelona (p.) Burgos ........ Cáceres Cádiz .......... Castellón . .. Ciudad Real Ceuta ........... Córdoba Cuenca ........ Gerona ........ Granada Guadalajara Guipúzcoa Huelva ........ Huesca ........ Jaén ............. La Coruña .. Las Palmas
León ......... Lérida
.........
Logroño
..-
l-URO .........
ELECCIONES c. Electores 57.901 182.189 335.571 196.108 126.715 410.893 240.302 600.143 502.863 188.825 253.928 273.926 205.291 269.752 19.361 363.093 175.831 201.059 333.263 117.056 173.118 211.815 147.380 359.482 455.746 130.520 243.102 Í84.581 1 1 4 .5 5 7
284.858
DEL
16
w Votantes
DE
FEBRERO Frente popu,ar
42.917 134.144 242.266 125.787 95.739 309.684 172.473 412.919 382.145 135.595 190.466 162.878 147.326 197.623 11.220 266.805 131.958 143.439 248.598 86.666 135.589 154.600 97.318 268.852 306.008 76.790 166.107 129.133
9.525 56.836 130.325 64.869 40.136 167.973 54.006 259.630 195.818 34.083 96.936 98.078 54.969 80.872 8.009 155.697 32.279 82.104 98.019 25.537 40.674 79.253 49.936 134.932 148.745 32.375 69.774 69.879
178.99S
^.O1s
8 5 .4 2 2
3 6 .0 3 5
DE
m u Derechas 24.711 70.799 111.775 54.532 55.573 141.711 117.415 151.761 145-039 96.662 93.530 64.749 61.528 102.063 3.243 104.598 82.820 60.224 147.899 58.043 44.815 75.347 45.500 133.920 109.560 15.575 87.094 58.095 4 6 .8 9 1
R4.205
1936 r
Centro 8.681 6.509 166 5.592
Votos nulos y ef) bUnco
794 1.052 1.528 41.288
4.850 51 27.921 11.492
2.908 3.196
4.367 13-224
2.143 3.635 1.111
2.680 3.086 50.100 897 47.703 28.840 9.239 1.159 990
flO./ÍO7
985
1.5 06
..................................... ..................................... Navarra ........................................... Orense ............................................. Oviedo .............................................. PaJencia ............................................ Pontevedra ..................................... Salamanca ....................................... Santa Cruz de Tenerife ............... Santander .......................................... Segovia .............................................. Sevilla (c.) ........................................ Sevilla (p.) ........................................ Soria .................................................. Tarragona ........................................ Teruel .............................................. Toledo .............................................. Valencia (c.) .................................... Valencia (p.) .................................... Vailadolid ........................................ Vizcaya ( c j ...................................... Vizcaya (p.) ...................................... Zamora ............................................ Zaragoza (c.) .................................... Zaragoza (p.) .................................. M urcia (c.) M u rcia (p.)
Resultados finales ................... % sobre n° de votantes ................. % de participación .........................
Resultados asignando al P.P. los vo tos de la candidatura al Centro Iz quierda de Lugo ........................... % sobre n.° de votantes ............... Votación de P.N.V. (incluida en
79.979 256.830 194.724 265.772 435.166 115.121 336.779 200.759 154.843 196.018 95.456 121.812 306.289 89.304 223 034 147.108 270.834 192.793 452.033 16Ó.512 184.787 95.417 165.804 99.388 206.153 13.530.815
69.095 167.438 155.699 170.363 322.189 91.566 197.676 153.797 88.230 147.388 73.261 118.735 181.450 66.689 161.724 109.056 213.370 167.533 308.694 129.722 143.868 71.219 118.163 85.178 152.985
86.678 33.759 30.780 170.815 24.744 89.270 48.405 36.165 60.781 23.395 74.707 100.045 19.882 93.036 37.333 79.668 83.687 139.250 47.258 69.363 10.322 35.135 44.648 65.451
9.716.705
4.430.322
4.519.929 46,52
4 1 .7 2 4
25.953 80.760 111.441 77.348 151.325 66.281 60.571 89.986 35.617 77.932 35.515 43.664 80.748 23.821 68.688 60.384 128.234 66.291 135.840 71.350 30.094 23.408 76.958 38.755 70.324
1.418 10.243 62.235 47.476 14.168 13.970 7.933 14.351
49 541 359 1.238 2.478 742 364 657 FE
22.986 11.200 5.468 15.427 32.109 6.579 43.444 36.113 1.130 1.046 14.521
2.128 1.495 4.535 967 1.376 4.940 731 2.689
4.511.931 46,43
682.569 7,03
91.897 0,95
4.511.931 46,43
592.962 6,10
91.897 0,95
148.581
139
Cuadro número 15 LAS ELECCIONES DE 1936 EN CATALUÑA CATALUÑA
Votantes
p ren[e Popular
Derechas
N¿ ° s. y otros
Barcelona (c.) ............. Barcelona (p.) Gerona ........................ Lérida ............................. Tarragona ....................
4 1 2 .9 1 9 382.145 143.439 129.133 161.724
259.630 195.818 8 2.104 6 9.879 93-036
151.761 1.528 145.039 41.288 60.224 1.111 58.095 1 159 68.6 8 8 ______
............. ..................
1.229-360
700.467 56,98 %
483-807 39,35 %
T otal
Porcentajes
45.086 3,67 %
F U E N T E Javier TUSELL, Las elecciones del Frente Popular. Elaboración propia.
Cuadro núm ero 16 LAS ELECCIONES DE 1936 EN EL PAIS VASCO-NAVARRO Votantes Alava ............................. Guipúzcoa .................... Vizcaya (c.) .................. Vizcaya (p.) ................ T otal
Porcentaje Navarra ........................ T otal
Porcentaje
g en era l
....................
„
,
Derechas
PNV
4 2.917 135.589 143-868 71.219
9-525 4 0 .6 7 4 69-363 10-322
24.711 4 4.815 30.094 23-408
8.681 50.100 43-444 36.113
393-593
129-884 (2 2 % ) 33-759
123-068 (3 1 ,2 7 % )' 111.441
138.338 (35 ,14 % ) 10.243
163.643 (29,79 %)
2 3 4 .5 0 9 (42,69 % )
148.581 (27,05 %)
155.699 54 9.292
FU EN TE: Javier TUSELL, Las elecciones del Frente Popular. Elaboración propia.
Cuadro número 17 DISTRIBUCION DE LA SUPERFICIE NACIONAL (estimada) ZONA GUBERNAMENTAL
Territorio íntegro de las provincias de Albacete, Alicante,
Badajoz, Barcelona, Castellón, Ciudad Real, Cuen ca, Gerona, Guadalajara, Guipúzcoa, Jaén, Lérida, Madrid, Málaga, Murcia, Oviedo, Santander, Tarragona, Toledo, Valencia y Vizcaya ........................................................................ 80 % de la provincia de Huesca .................................................. 70 % de la provincial de Teruel .................................................. 10 % de la provincia de Zaragoza. 50 % de la provincia de Córdoba ......................................... 70 % de la provincia de Granada ......................................... Isla de Menorca .............................................................................
Km2
A lm ería,
T
otal
2 2 5 .93 5 2 4 .619 6.800 8.771
686 266.811
Porcentaje del total nacional: 52,8. NOTA.— En esta estimación se desprecian las fracciones de las provincias de Guadalajara, Oviedo y Toledo que quedaron en zona nacionalista y las de Burgos, PaJencia^ León y Alava que permanecie ron en poder del Gobierno.
K>
c
PLANTILLAS DE PERSONAL Y DOTACIONES DE ARMAMENTO DE LAS UNIDADES (ZONA REPUBLICANA) ARMAMENTO
PERSONAL DIVISIONES ORGANICAS Generales
Oficiales
Suboficíales
~ Tropa
c Fusiles
Fusiles ametra- Ametra- Cañones uacjores lladoras y obuses (Fusam)
Morteros
PRIMERA DIVISION Y ADMINISTRACION CENTRAL Madrid Ministerio y Ad. Central ......... Gpo. I. M.° de la Guerra . . . . Guardia Presidencial. Batallón. Guardia Presidencial. Escuadrón. Infraestructura y Talleres ......... Jef. Aviación ................................. C.G. I DIVISION ...................... R.I. 1-2-4 ........................................ C.G. I B.1.......................................... P.A. de Div. y C .E........................ Gpo. Div. Inta ............................. Gpo. Div. S.M. (I Cdacía.) . . . UncL evac. vet. I Div....................... C.G . Div. C A B ................................ C ía ln t a D iv . C A B
.............................
Se. Amb."Div. CAB ......................
25
1 1
1
434 10
14 17
80 342
94 342
8
13 6 11 6 261 1 13 19 19
177 115 144 136 3.366 30 108 290 291 13 47
175 121 147 4.017 26 100 367 342 11 43
90
51
197 24 147 4 13 13 19 2 9 4
2
2 8 1
1 3,
11
48
24
51
Vehícu los ar mados
R .C . C .
R .Z .M
n tím .
I
...........................................
..................................................
Gpo. A e II................................... E.S.G............................................... C.T. y E.T. de Ig. .................... P.C. de Aut................................... Ac. S.M. ...................................... Taller de precisión .................... Lab. del Ejto................................... Est. Central Inta ........................ P. Inta ........................................... P. S.M............................................. Est. Central S.M........................... C.M.R. 1 ..................................... CR 1 y 2 .......................................
1
Tetuan D.C...Rem....................................... Vicálvaro RAL 2 ........................................... Carabanchel Esc. Aut. Hospital
^ £
Campamento E.C. T E. Eq............................................... R.A. Cab........................................ G.I.A. 1 ...................................... G .° DCA 1 ................................ B.Z.M. 1 .................................... Col. Mun. D. Cab........................
1 1
87 57
399 853
569 989
31 9 150 61
308 143 445 650
6 9
48 96
98
6 6
17 10
22 10
13
178
184
54
628
453
14
95
113
35 17 79 26 22 27 5
537 348 967 209 237 373 56
555 277 790 168 111 454 61
265 163 601 204
DIVISION ES ORGANICAS
PERSONAL ------------------------------------------ ---------------Generales
Oficiales
Suboficíales
~ pa
n , Fus,les
ARMAMENTO Fusiles ametra- Ametra- Cañones Mortelladores lladoras y obuses ros (Fusam)
Madrid (cont.) C. V ientos
Aviación * ........................
28
128
404
Getafe RAL 1 .............................. Aviación * ........................
32 40
54 149
624 548
453
56
92
783
920
Leganés R. Fe. 1 y 2 ......................
76
115
1.558
1.112
Aran juez G .° A.A.C.
16
17
174
214
5
Alcalá Bon ciclista ...................... B.Z.M. 7 ................................
36 19
74 27
789 373
635 454
28
El Pardo Reg. trans.
A v ia d ó n *
*
..............................
12
32
102
9
24
36
28
Vehícu-
, „ madCs
’c:ít'. ^3 r . . . . . . . vrr..
..~
Toledo Acá. I.C. Inr........................................ E. Gimnasia ....................................
68
C.R. 3 ..........................................
6
18
Badajoz C.G. 2B1 .................................... R.I. 3 .......................................... C.R. 6 ...........................................
C. Real C.M.R 2
1
4 49 6
.................................
13
C.R. 4 ...........................................
6
Cuenca C.R. 5 ...........................................
6
V. Serena C.R. 7 ...........................................
6
SEGUNDA DIVISION ORGANICA Málaga C.G. 4.a B.1..................................... R.I. núm. 8 ................................ C.R. 16 ........................................
1
4 49 6
Almería ^
Bon. Amet. 3 ............................ C.R. 19 ........................................
22 6
" '- " - y 260 52 5
240 63 5
30 1.166 5
26 1.339 5
3
17 5
21 5
3
5
5
3
5
5
1
30 1.122 5
1.339
48
24
156
4
24
27
12 3
1 33 3
6
87 3 14
3
386 5
3
26 51 5 4 5
NJ
CN
ARMAMENTO
PERSONAL DIVISIONES ORGANICAS Gene rales
Oficia les
Subofi ciales
Tropa
Fusiles
Jaén
C.R. 18 ........................................
6
3
5
5
Ronda C .R 17
6
3
5
5
Ubeda Dep. y scc. doma ........................ C.R. 9 ..........................................
3 6
1 3
31 5
31 5
24 204 74 19 13 .,9 2
6 350 125 27 19 19
136 4.548 1.412 373 290 289 13
218 5.422 1.046 454 367 205 11
TERCERA D IV ISIO N ORGANICA C.G................................................... Inf. (R. 1-9-10-11- 12R 2 C.G. B.I. Art. (RAL 5-6) P. Div+C.G. BA B .Z M .3 ........................................ Gpo. Div. Inta .......................... Gpo. Div. S.M. ........................ Ser. Mov. evac. vet........................
1 2 1
Fusiles ametra Ametra- Cañones Morteros lladores lladoras y obuses (Fusam)
Vehícu los ar mados
C.R. 2 0 -2 2 ....................................
12
6
10
5
Alcira C.JL 21 ...........................................
6
3
5
5
22
14
386
156
6
3
5
5
8 49 67
2 87 100
21 1.122 987
19 1.339 887
Murcia C.M.R. 6 ..................................... C.R. 24 .........................................
11 6
6 3
17 5
20 5
Aviación * .....................................
47
122
300
1 2
24 204
6 350
136 4.548
218 5.422
1
74 19
125 27
1.412 373
1.046 454
Castellón Bon Amet 1 Alicante C.R. 22 .......... .............................. Cartagena Cdcía. Mltr...................................... R J. 34 ......................................... R.A.C. 3 .......................................
1
4
24
48
24
3
51
192
96
12
104
18
72
4
CUARTA D IVISIO N ORGANICA C.G. íB) ...................................... fnf. (RI 13-14-15-16)+2C.G.B.I. C B.-BA . RAL. 7 y 8 P.A. (B) .. (Mataró) .................................. B.Z.M. n.° 4 (B) ..........................
NJ
O''
1 Comandancia militar, prisiones militares, campamento de Paterna, movilización e Industrias militares. Comandancia de obras y fortificaciones. Hospital militar. Equipo
v" / l
quirúrgico, Pagaduría, Farmacia.
NJ
O O ARMAMENTO
PERSONAL DIVISIONES ORGANICAS Gene rales
Gpo. Div. Inta (B) .................. Gpo S.M. (B) .............................. Sec. Mov. Vet. (B) .................. Servicios Centrales (B) ............ Brigada Montaña C.G. (GE) P.M. 1/2 B. Motn. (dus) (Ge. y Barb.) ...................................... Bones. Motñ. (4) (Ge-Barb.-FiguSeo.) .......................................... Art. (RAMn.+Col. mun.) (B) Cía. Inta B. Mtn. (Figueras) Sec. Inta B. Mtn. (G) .............. Sec. Mov-vet (B). Mtñ. (GE) . . . 2.° B. Cab. C.G........................... R. Cab. 3 y 4 (B) .......................... D.C. Remonta (dest.) (B) ......... G.J.A. núm. 2 ................................ Boa. mov. prac. y Reserv. R. Fe (B). (B )
...........................................................
1
1
Oficia les
Subofi ciales
13 9 2 88 4
19 19
Tropa
Fusiles
11 1
290 289 13 20 29
367 255 11 7 25
8
4
44
42
108 34 4 4 2 3 70 2 9
180 63 4 4 1 70 3 18
2.456 924 84 82 10 22 1.116 30 146
2.164 476 80 83 11 18 1.190 31 168
18
35
296
332
Fusiles Vehícu ametra Ametra Cañones Morte los ar ros lladores lladoras y obuses mados (Fusam)
64
32
30
16
6
4 24
68
Brigada Lérida C .M .R .8 ........................................
11
C.R. 28 ........................................
6
Tarragona C.R. 27
6
Gerona R.A.P. núm. 2
31
Manresa Bon. Amet. n.° 4 ......................
22
MENORCA Mahón Comd. Mltr..................................... R.I. 37 ........................................ C.R. 58 ........................................ Viliacarlos R.A.C. 4 ...................................... Gpo. Mx. Ig. núm. 2 ..............
1
17 49 6 51 13
Cí udadela Cía Bon Amet 1 contabilizada con ^
T o t a l is l a
.............................
1
136
17
20
5
5
60
576
266
42
362
156
3 87 3
30
30
1.122
1.339
5
5
92 18
803 208
752 255
203
2.168
2.381
24 24
48
24
51
52 (13 bat)
48
24
55
51
NJ
CN 00
ARMAMENTO
PERSONAL DIVISIONES ORGANICAS Gene rales
Oficia les
Subofi ciales
Tropa
Fusiles
4 4 27 2 6
1 2 45 3
29 22 614 13 5
25 21 541 11 5
31 19 6
60 27 3
576 373 5
266 454 5
87
1.122
1.339
Fusiles ametra Ametra- Cañones Mortelladores lladoras y obuses ros (Fusam)
NORTE Bilbao C.G. 2.a BMn............................... P.M 1/2 BMn.............................. Bon Mnt. núm. 6 .................... Sec. Mov. y evac. vet.................. C.R. 40 ........................................ S. Sebastián R.A.P. 3 ...................................... B.Z.M . 6 .................................... C.R. 38 ........................................ Eibar Banco Pruebas
Santander R.I. 21 ........................................
C .R. 32 .......................................... Santoña
1
16
8
1
6
24
24
3
3 49
6
3
5
5
48
Vehícu los ar mados
Gijóa R .I. 4 0
B.Z.M . 8
......................................
Cía. Trans. B. Mntn. * ................ Pravia C.R...55 ........................................ Trubia Cía.R.1. 32 .................................. Fábrica .......................................... Mieres I Bat. Gpo. A BMt..................... Felguera Crp° RI n.° 40 (contabilizado con su P.M.) ............................
1.a División .................................. 2.a División .................................. 3.a División .................................. 4.a División .................................. M enorca........................................ Norte ............................................ kí
c\ o
T o ta les ................................
________
33 1 5 6 1 I 47
49 19 4
87 27 7
1.122 373 128
1.339 454 128
6
3
5
5
3
6
94
77
3
7
103
34
48
24
3
4
51
4
1
4
2.000 108 654 798 136 247
1.951 118 900 1.066 203 378
19.399 1.594 9.941 13.312 2 .1 6 8 4.8 0 9
18.320 1.577 10.191 12.882 2.381 4 .9 8 8
129 52 244 290 48 116
133 48 162 198 24 63
128 3 151 136 55 35
130 55 159 180 51 123
95
3.943
4 .6 1 6
51.223
50.339
879
6 28
508
6 98
95
K) O
Cuadro número 18 (II) DISTRIBUCION FINAL DE LAS FUERZAS DE LA GUARDIA CIVIL
C O M P A Ñ IA S O E S C U A D R O N E S
C O M P A Ñ IA S O E S C U A D R O N E S Tem os
Comandancias
I cr f o . [Madrid t Avila
Comandancias
Tercios G obierno
Nacionales
5
— 2
—
G obierno
N acionales
2 — —
--4 2
( Madrid 14.° J O ( Madrid
4 5
—
4 3
—
(San Sebastián 13.° J 0 < Navarra ( Alava
Barcelona Gerona 3^ T O . Lérida Tarragona
6 3 4 3
---
( Murcia 15.° Y O (Alicante
-------
6 —
__
4 3
j Málaga 16.° J O ( Cádiz
ií Valencia (int.) 5 o y ° .(Valencia (ext.) (Castellón
-----
( Sevilla 17.° T o •j Sevilla (int.) ( Huelva
1
5 5 —
__
4 4
1[Coruña lLugo 6 .° T .° j Orense
—
3
—
2 2 2
H O
—
’o
|Toledo 2.° T .° (Cuenca
|Madrid l Madrid
l Pontevedra
3
*
4 —
__
3 18.°
o ( Córdoba (Jaén
19-°
o
Barcelona
(Guadalajara 20.° T.° ■(TerueJ
—
5
4
__
5 6
—
12
—
3
__
2
2
i
220
allad olid ^ 90 y o ii VVallado
t o
f Scgovia
2 ^o T o (Ciudad Real ( Albacete
„ _ ^ (Oviedo lü.° T .° . I León To
(Santander 'Vizcaya
3 4
5 3
240 T o JSanta
Cruz (Las Palmas
VBadajoz )Cáceres
Baleares
!
Burgos Logroño
Marruecos
Palencia
RE SU M EN
Fuerzas de Infantería
121 compañías con el Gobierno. l 90 compañías con los sublevados.
Fuerzas de Caballería
escuadrones con el Gobierno, escuadrón con los sublevados.
I?
N O T A .— De las unidades que quedaron en zona gubernamental, se supone que efectivos del orden de 19 compañías (unos 3 .0 0 0 guardias) se pasaron a los nacionales (cinco compañías de Jaén, dos de Huelva, un» de Córdoba, tres de Badajoz, tres de Valencia, una de Ciudad Real y hasta cuatro más en el resto del país). Se calculan las fracciones de las comandancias de T oledo, Avila, le ó n , Cádiz y Teruel y las fuerzas de los colegios de Valdem oro y las Cuarenta Fanegas* que quedaron con el G obierno, en unas tres compañías.
Distribución final estimada Gubernamentales .................................................................................. Nacionales ................................................................................................ ^
113 compañías o escuadrones 107 compañías o escuadrones
5 1 ,3 6 % 48,64 %
La cifra reaJ de los guardias que quedaron en las f ias del G obierno oscilaría entre la indicada y un 5 3 r/< del total a final de agosto. El mínimo no , ,r debajo del 52 r/ / , si incluimos las fracciones antes despreciadas y las fuer 7is en los colegios e inspecciones
creemos descendiera
DISTRIBUCION FINAL DE LAS FUERZAS DE CARABINEROS Gobierno Nacionales (Cías.) (Cías.) 1.
2.
3. 4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
Zona Barcelona. Com. Barcelona. Fracción Barcelona ............................................................. Fracción Tarragona ........................................... Com. Gerona. Fracción Figueras Fracción Ripoll ................................................. Zona Valencia. Com. Jaca. Fracción Huesca Fracción Lérida ................................................. Com. Valencia Fracción Valencia Fracción Castellón ........................................... Zona Alicante. Com. Palma. Fracción Palma Fracción Alicante ............................................. Zona Almería. Com. Murcia. Frac. Murcia. Com. Almería. Fracción Almería ............. Fracción Granada ............................................. Zona Málaga. Com. Málaga. Frac. Málaga Fracción Estepona ............................................. Fracción Algeciras ........................................... Zona Sevilla. Com. Cádiz. Fracción Cádiz . Com. Sevilla. Fracción Interior .................. Fracción Huelva ............................................... Zona Salamanca. Com. Badajoz. Fracción Badajoz ................................................................. Fracción Salamanca ........................................... Fracción Cáceres ............................................... Zona Madrid. Com. Madrid. Frac. Madrid. Com. Zamora. Fracción Zamora ................ Fracción Orense ............................................... Zona La Coruña. Com. La Coruña. Frac ción La Coruña ................................................. Fracción Pontevedra ......................................... Com. Asturias. Fracción Oviedo ................ Fracción Lugo .................................................... Fracción Santander ........................................... Zona San Sebastián. Com. San Sebastián. Fracción Guipúzcoa Fracción Vizcaya ................................................ Com. Navarra. Fracción Pamplona ........... T otal
..................................................
6 3 3 2 3 2 4 2 — 4 3 4 2 4 3 — — — - 4
— — — — 2 — — 5 — — — — — — 5 4 2 —
3 — — 2 — —*
— 2 2 3 3 2
— — 2 1 4
3 3 — 1 —
3 — 3 2__________ 3 69
_
40
NOTA.—Porcentaje gubernamental: 6 ^.3 Que subiría al 66 f'A al sumar los carabin^r*5* I «-Jos al Gobierno de Palma de Mallorca, Algeciras. Noya y Tuy. Los pasados de Orense, y (.Meres se equilibran con los que lo hicieron en sentido inverso. Hay que tener en cue también a los carabineros de los colegios del Cuerpo en El Escorial y los delM. de H*C'eni
GENERALES EN ACTIVO EL 18 DE JU LIO DE 1936 EJECUTADOS O ASESINADOS EN LA GUERRA CIVIL Muertos Genera en Z.N . les en activo Total %
Muertos en Z.R. Total1 'r
Total Total
r ■ ,'f
Ejército Estado Mayor General Asimilados ...................... Orden Público ............. , . . .
1
85 11 7
— 1
8,23 0,00 14,28
17 3 1
20,00 27,27 14,28
24 3 2
28,23 27,27 2 8 ,57
................... . . . .
103
8
1,76
21
2 0 ,3 9
29
28,15
Cuerpo General ........... Cuerpos Patentados ....
18 16
2 1
11,11 6,25
7
4
38,88 25,00
9 5
50,00 31,25
34
3
8,82
11
32,35
14
41,17
T otal E jército y A r mada ................. . . . 137
11
8,02
32
23,35
43
31.38
T otal
Marina
T otal
.....................................
Cuadro numaro 20 DOTACIONES ARTtUJRAS MOVILES
HIRHÍ lTO |)|( ANUI A
klMüto IhKRIIOHIAl, OnintiAn IHtr f»wl UMlltd
ZR
InfaMiría
Infamarla
40 rtrjp
4
H BofK-4 m»m« AitilWrm r«K lijtrrm rt$ (.aballa tt$. pc»«Uo« •. re# momafta jfrup DCA . Hfup mixto* urup A«fum»
16 1 4 i 2 4 1
120
l
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46 46 ¿4 24
5 76 46 96 4H H 16 20 12 12
TmAi
942
tx / r a c io n e s
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I 2 4 4
........
11 5
m 4
216 46 47 ¿4
460
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6 íiontfi, c m , , I 2 lt?#ionci ,., 4 5 «rup. FRl , 4 Hon. It'ni , , , , 4 Villa Clmoro», 2
6 6 i5 i 2
. Artillaría 2 Agrupación** 28
56
—
48 24 8 20 8 140
T otal
a r t il l e r a # dk
,,
«8
posícid W
ZR
HdtvrÍM
Pitean
6 14 16 14
¿4 52 64 52
64 52
192
116
ZN 24 52 —
— n
Aloma» .U t» m , >otHnhta itmbitn * »w»huitrín il# pntit tniwi liti ti rupit* miKMt» ti* la* iin lup^"1
u*/n %u MHt mH* u i t mn n Í H
G n d n » ■ á n e to
21
ESTADO GENERAL DE LA ARMADA (Saraaoóa 1-6-1936»
ca B
32 65 1» 264 1*5 18 24
CJC-Cmm
A *
..............................
To
••
Aa
3 4 11 14 10
2 5 12 15 13
—
—
6
V A -G D _________ ________ C A - G B ...................................... O i-C a r ....................... C M o l car ............... T N -C j * A » T « A F A If GM
^
m 1 4 10 31 30 34 2
eraros PATENTADOS % sa ü r .
“ — — — ■?
8 1
1 5 5 15 34 21
3 6 21 45 58 12
46 »
14
1 3 —
*
M és.
— — —
— — — — — —
112
16
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a * S rc.>
118
4
51
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321 4(4 234 8 24 «5 140 ' Sm rA O O K
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1 2 8 15 13 3
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1 19 21 #
31
13
*
8
35
"2
46
25
30
8
*
561
Cuerpo General Intendencia Sanidad .................................. Cuerpo Jurídico ................ Cuerpo de Máquinas Auxiliares navales ........... Auxiliares artillería ......... Auxiliares R .T ....................... Auxiliares electricidad . . . Auxiliares torpedos ......... Auxiliares máquinas ......... Auxiliares O .M ..................... Auxiliares Sanidad ........... Auxiliares serv. técnicos . Auxiliares buzos ................ Marinería ............................. Almaceneros ...................... Músicos ............................... Infantería ............................. F.N. Africa ......................... T o ta l
639 120 109 30 76 272 234 90 157 95 320 291 177 1.013 35 13.976 62 159 179 170
almirantes, generales, generales, generales, generales, oficiales y oficiales y oficiales y oficiales y oficiales y oficiales y oficiales y oficiales y oficiales y oficiales y
jefes y oficiales. jefes y oficiales. jefes y oficiales. jefes y oficiales. jefes y oficiales. suboficiales. suboficiales. suboficiales. suboficiales. suboficiales. suboficiales. suboficiales. suboficiales. suboficiales. suboficiales.
18.204
Hay que sumar los efectivos a extinguir de los Cuerpos de Ingenieros, Artillería, Infantería de Marina, Farmacia (leyes de 24-11-1931 y de 7-12-1934). Ingenieros Artillería . . . Infantería Farmacia . . . T o ta l
40 40 89 4
173 + 1.451 soldados de I.M. (2 gru pos + Bon.). RESUMEN
Cuerpos patentados Cuerpos a extinguir
generales, jefes y oficiales. generales, jefes y oficiales. generales, jefes y*oficiales. jefes y oficiales.
MARINA
9 7 4 generales, jefes y oficiales. 173 generales, jefes y oficiales. 1.147 generales, jefes y oficiales.
Cuerpos auxiliares Marinería y tropa
2.684 jefes, oficiales y suboficiales. 14.546 en presupuesto. 1.451 infantería, a extinguir.
Cuadro número 23 LA POBLACION ESPAÑOLA AL INICIARSE LA GUERRA P O B L A C IO N U R B A N A . C E N S O D E 1930
Ciudades Ciudades Ciudades Ciudades
e n tre 3 0 .0 0 0 y 5 0 .0 0 0 habit. e n tre 5 0 .0 0 0 y 1 0 0 .0 0 0 habit. e n tre 1 0 0 .0 0 0 y 5 0 0 .0 0 0 habit. d e m ás de 5 0 0 .0 0 0 h ab itan tes .
T otal
....................................................
37 18
1.391.325 1.276.264 9 1.555.435 2 1-958.397
66
Porcentaje: 26,1 % de la pobla-' ción total.
6.181.421
C IU D A D E S D E M A S D E 1 0 0 .0 0 0 H A B IT A N T E S
•Barcelona ................................................ •Madrid .................................................... •Valencia .................................................. Sevilla .................................................... •Málaga .................................................... Zaragoza ................................................ •Bilbao ...................................................... •Murcia .................................................... Granada .................................................. Córdoba .................................................. •Cartagena ................................................
1.005.565 95 2.8 32 320.195 22 8.7 2 9 188.010 173.987 161.987 158.724 118.179 103-106 102.518
Ciudades que quedaron en poder del G obierno.
D ISTRIBUCIO N DE LA POBLACION ESPAÑOLA EN JU LIO DE 1936 ESTIM ACION P O R E X C E S O D E LA P O B L A C IO N D E LA Z O N A G U B E R N A M E N T A L
Alava ......... Albacete Alicante . . . Almería . . . Avila ......... Badajoz . . . Baleares . . . Barcelona Cádiz ......... Castellón . . Ciudad Real Córdoba Cuenca Gerona Granada . . . Guadalajara
16.987 3 3 2 .6 1 9 5 4 5 .8 3 8 3 4 1 .5 5 0 7 7.00 0 7 0 2 .4 1 8 3 7 .9 3 9 1 .8 0 0 .6 3 8 6 8 .5 2 7 3 0 8 .7 4 6 4 9 1 .6 5 7 158.2 7 0 3 0 9 .5 2 6 3 25.551 3 1 7 .0 8 9 2 0 3 .9 9 8
Guipúzcoa ................ Huesca ...................... Jaén ........................... Lérida ......................... Madrid ...................... Málaga ...................... Murcia ...................... Oviedo ...................... Santander ................ Tarragona ................ Teruel ...................... Toledo ...................... Valencia .................... Vizcaya .................... Zaragoza .................. T o t a l .....................
302.329
168.216 67 4.415 314.435 1.383.951 61 3 .1 6 0 64 5 .4 4 9 716.392 364.147 3 5 0.668 185.163 4 8 9 .3 9 6 1.04 2 .1 5 4 4 8 5 .2 0 5 54.2 6 0
K>
Cuadro número 24 RECLUTAMIENTO Y REEMPLAZO DEL EJERCITO
Resultados generales del reclutamiento y reemplazo del Ejército. Años de 1924-1933 AÑO 1927
1926
1925
1924
1928
T otal de mozos comprendidos en el reemplazo *
2 4 4 .4 3 1
absoluta...
absoluta...
absoluta...
absoluta...
15 0 .1 1 6
6 1 ,4 9
153-885
6 4 ,5 3
1 3 9 .1 3 9
6 0 ,9 8
58,45
1 4 0 .2 7 5
59,9 0
1 5 0.116
6 1 ,4 9
15 3 .8 8 5
6 4 ,5 3
139139
6 0 ,9 8
6 ,18 5,43 5,43
7.8 3 3 3.1 6 8 3 .1 6 8 36 .3 5 2 4 4 .4 6 0 2 .0 8 9
3,35 1,35 1,35 15,52 18,99 0 ,8 9
7 .6 0 4 3.4 9 5 3 .4 9 5 37 .561 4 3 .4 3 8 1.938
3,11 1,43 1,43 15,39 1 7,79 0 ,7 9
6 .2 2 6 3.027 3.0 2 7 3 5 .0 0 1 3 8 .1 5 0 2.1 7 1
2,61 1,27 1,27 14,68 16 0,91
8 .3 4 9 5.851 1 1 .1 1 4 2 7 .2 0 1 3 5 .1 0 6 1.422
3,66
13,26 16,62 0 ,0 6
100
2 3 4 .1 7 7
100
2 4 4 .1 5 2
: Proporción por 100 alistados...
59,9 0
Cifra
140.275
Proporción por 100 alistados...
58,45
Cifra
Cifra
15.095 13.263 13.263 3 2 .4 0 2 4 0 .6 1 6 154
Proporción por UX) alistados...
N úm ero de mozos excluidos totalmente .................................................... Idem id. excluidos tem poralm ente .................................................................. Idem. id. aptos exclusivamente para servicios auxiliares ..................... Idem. id. exceptuados .......... N úm ero de prófugos ............ N úm ero de mozos excluidos y exceptuados por otros conceptos .
Cifra
D el reemplazo .......................................... N úm ero de mozos útiles . . . < | 142.901 kD e otros reemplazos ............................... & T O T A L ............ 142.901
Proporción por 100 alistados...
absoluta...
C O N C E P T O D E C L A SIFIC A C IO N
Cifra
00
100
2 3 8 .4 6 0
100
2 2 8 .1 8 2
^
c
,g « u — ir-a 2 o —
CL
2 ,5 6 4 ,8 " 1 1 ,9 2 15,39 0 ,6 2
100
AÑO 1930
1929
1932
1931
1933
................................................................................................
14*1.615
6 1 ,6 0
N úm ero de mozos excluidos totalmente Idem. id. excluidos temporalmente Idem. id. aptos exclusivamente para servicios auxiliares ..................... Idem íd. exceputados N úm ero de prófugos ............................................................................................... N úm ero de mozos excluidos y exceptuados por otros conceptos
8 .5 8 5 5.5 0 7
Total de mozos comprendidos en el reem plazo #
14 3 .9 3 2
6 0 ,7 0
1 5 0 .8 7 0
6 2 ,5 2
2,02
5 .2 0 8
2 ,1 9
6 .4 7 9
2,68
1 4 8 .5 2 2
6 2 ,6 6
1 1 8,123
6 1 ,1 2
1 4 9 .1 4 0
6 2 ,8 9
1 5 7 .3 4 9
6 5 ,2 0
8 .9 1 9 5 .2 0 9
3 ,7 6
8.122
2,20
11.122
4 ,6 9 11,56 14,72
5.651 20*917 2 5 .5 4 3 3 6 . 11 5 1.419
3*48 2,34 8 ,6 7 10,57 14,95 0 ,5 9
7 .6 9 8 5 .6 2 5 2 0 .9 4 5 2 5 .8 0 4
3,25 2 ,3 ? 8 ,8 3
8 .1 2 4 6 .0 P 19.993 2 5 .5 0 8 2 9 .0 5 9 1 .7 4 0
M 7 2 ,4 9 8 ,2 9 10,57 12,04 0 ,7 2
/
.................................
11.122 26 .4 2 2 3 5 .7 9 0 2.7 1 5 2 3 4 .7 5 6
3 ,6 6 2,35 4,74 1 1,25 15,24 1,16
100
2 7 .3 9 6 3 4 .9 0 3 968 2 3 7 .0 3 9
0,11 100
2 4 1 .6 5 0
En los años anteriores a 1931 se incluye en este rotal el número de mozos útiles de otros reemplazos.
100
31.806 1.329 2 3 7 .1 3 9
10,88 1 3 ,4 1 0 ,5 6
100
2
3 15 JS « c
0
2 4 1 .3 U
Proporción por 100 alistados...
Proporción por 100 alistados...
5 9 ,4 0
absoluta...
f 14 3-553 6 2 ,6 6 « ( 1 .8 7 0
Cifra
Cifra
TOTAL
Proporción por 100 alistados...
I D e otros reemplazos
absoluta...
148.5 22
t
Proporción por 100 alistados...
6 1 ,6 0
JD e l reem plazo N úm ero de mozos útiles
absoluta... Cifra
............................... ) 1 1 4 4 .6 1 5 ...............................
Cifra
Proporción por 100 alistados...
absoluta...
C O N C E P T O D E C L A SIF IC A C IO N
100
K> O
00
Cuadro núm ero 25 RELACION EN TRE BILLETES EN CIRCULACION Y EXISTENCIAS METALICAS AL 18 DE JU LIO DE 1936 Billetes en circulación: 5 .4 5 1 .5 5 6 .2 5 0
Garantía necesaria hasta 4 .0 0 0 millones Idem de 4 .0 0 0 a 5 .4 5 1 .5 5 6 .2 5 0 ........... T o t a l d e la r e s e r v a
m e t á l ic a
n e c e s a r ia
................................
Existencias metálicas: O ro en Caja .................................................... Oro en poder de corresponsales extranjeros en garantía de créditos ........................... Saldo de corresponsales y agencias
ORO
PLATA
1 .600.000.000 (al 40 %) 7 2 5 .778.125 (al 50 % )
2 0 0 .0 0 0 .0 0 0 (al 5 % ) 145.155.625 (al 1 0 % )
2 .3 2 5 .7 7 8 .1 2 5
345.1 5 5 .6 2 5
Sobre la reserva necesaria: 2 .1 9 8 .0 1 1 .0 1 4 ,4 7
Exceso oro ...................................................... Exceso plata ......................................................
1 1 2 .6 9 1 .5 9 5 ,4 3 3 1 1 -5 5 3 .0 7 7 ,5 9
..............
4 2 4 .2 4 4 .6 7 3 ,0 2
2 0 4 .1 8 6 .7 8 0 3 6 .2 7 1 .9 2 5 ,9 6 T o ta l
2.438*469.720,43
T o ta l o ro T o ta l pla ta
.........................................................
6 5 6 .7 0 8 .7 0 2 ,5 9
F U E N T E ; A G B E , Operaciones leg.944. D e Angel V IÑ A S , El oro español en la guerra civil, p.23-
V A L O R E S T IM A D O D E LA P R O D U C C IO N A G R ÍC O L A EN LO Q U E F U E Z O N A G U B E R N A M E N T A L
1932
Albacete ......... Alicante ........... Almería ........... Barcelona . . . . Castellón ......... Ciudad Real Cuenca .............. Gerona ........... Guadalajara . . . Guipúzcoa . . . . Jaén .................. Lérida ................ Madrid .............. Málaga .............. Murcia .............. Santander . . . . Tarragona Valencia ........... Vizcaya ........... Alava: 10 % Badajoz: 50 % Córdoba: 50 % Granada: 70 % Huesca: 8 0 % Oviedo: 70 % Teruel: 70 % . Toledo: 70 % Zaragoza: 1 0 %
P o r c e n t a je
2 2 0 ,1 2 2 8 ,1 1 11,2 3 5 4 ,7 2 1 5 ,4 3 1 8 ,9 2 7 6 ,9 1 1 5 ,9 13 3 ,8 4 4 ,4 355,7 208 1 5 8 ,8 2 2 6 ,1 244,8 3 1 ,2 2 5 1 ,7 4 6 8 ,3 6 9 ,3 5,2 157 ,5 158 ,7 192 1 38.1 1 23,7 1 0 6 ,7 2 26,1 3 1 ,8 5 .1 6 2 ,4 1 0 .4 1 4 ,8 4 9 ,5 6
193 3 187 1 9 4 ,9 107 ,5 3 5 5 ,1 1 4 9 ,2 2 0 7 ,7 2 2 7 ,3 102 ,2 1 1 2 ,6 38 ,2 1 7 7 ,8 2 1 3 ,5 1 4 3 ,6 1 9 1 ,6 2 5 4 ,9 3 0 ,8 244 ,6 431 ,3 65,1 4 ,8 1 3 2 ,9 9 9 ,5 168,7 133 .3 1 6 1 ,9 98 ,8 182,1 27,3 4 . 8 4 4 ,2 8 . 9 4 2 ,5 5 4 ,1 7
P R O D U C C IO N D E T R IG O EN Z O N A
G U B E R N A M E N T A L EN Q m 3
1932
Albacete .................................... ...................... Alicante .......................................... ........................ Almería .......................................... ........................ Barcelona ...................................... ...................... Castellón ........................................ ........................ Ciudad Real ................................. ........................ Cuenca ............................................................ Gerona .......................................................... Guadalajara ............................................................ Guipúzcoa .................................... ........................ Jaén ......................................................................... Lérida ............................................. ........................ Madrid .......................................... ........................ Málaga .......................................... ........................ Murcia .......................................... ........................ Santander ................................ .................... Tarragona ................................ ........................ Valencia .................................... .................... Vizcaya .................................... ........................ Alava: 10 % ............................ ........................ Badajoz: 50 % ............................. ........................ Córdoba: 50 % .......................... ........................ Granada: 7 0 % ......................... ........................ Huesca: 8 0 % ............................. .................... Oviedo: 7 0 % ........................ .................... Teruel: 70 % ............................. .................... Toledo: 7 0 % ......................... .. .................... Zaragoza. 1 0 % ...................... ........................ ...................................................... .................................... .......................................... P o r c e n t a je
T o ta l
T o ta l gen eral
(estimada) 1933
1 .7 5 6 295 2 0 4 ,5 487 3 2 9 ,2 1 .9 2 9 ,9 2 .7 1 3 4 0 0 ,3 1 .228,2 99 1.3 12,5 1.3 2 4 ,4 6 8 4 ,8 8 7 4 ,8 87 5 4 4 ,3 4 3 7 ,2 4 2 1 ,8 114,5 3 9 ,9 9 4 1 ,2 9 5 0 ,5 1 .4 3 5 ,7 1 .1 67,7 80,5 5 8 3 ,4 1 .5 1 7 ,6 1 8 6 ,9
1.650,5 3 22,5 3 1 6 ,6 519,2 337,2 8 1 6 ,4 2 .0 6 3 ,8 2 8 9 ,3 8 7 1 ,6 71,9
2 2 .4 3 4 ,8 50 .1 33 ,6 44,75
17.647,2 37.621,7 46,9
M e d ia :
742,7 1 .2 80,4 571 741,7 1 .2 3 5 ,8 4 4 ,6 4 2 3 ,9
444 121,1 34,2 6 72,1 376 1 .1 7 3 ,6 9 3 0 ,8 8 9 ,6 4 57,9
912,8 136
4 5 ,8 2 %
P R O V IN C IA S D E M A X IM A P R O D U C C IO N
Vid
Olivo Millones ptas. 1932
1933
•Ciudad Real . . . . 9 3 ,9 59,2 •Barcelona ......... •Tarragona ......... . 37,8 3 1,8 •Valencia ........... •Toledo ................ . 25
76,07 56,75 31,53 21,43 3 5 ,5 4
Millones ptas. 1932 •Jaén Córdoba Sevilla ‘ Tarragona •Badajoz .
Vino
1933
178,76 61,42 89,07 56,42 56,54 67,47 31,53 28,51 26,91 33,03 Aceite
Millones Hl. •Ciudad Real .. . •Barcelona . . . . •Tarragona ......... •Toledo ................ T o ta l n a c io n a l
3 .4 3 4 ,9 2 .6 1 2 ,2 1.251,9 1.140,7
..
19.763,7
Hortícola árboles
Qm. •Jaén Sevilla •Córdoba •Málaga
389,6 382,9 356,5 213,1
T o t a l n a c io n a l
116.66 6 9 ,2 4 62,72 4 3 ,8 0 6 3 ,6 3 55,44
Millones ptas.
•Barcelona •Tarragona •Valencia
1932
1933
70,6 45.2 34 ~
7"T,24 4 2 ,! 8 4 4 .3~
Limón
Naranja
Qm.
Qm. 'Valencia 'Castellón Alicante 'Murcia 'Málaga N A C IO N A L
...
3-101,7
Hortícola plantas
Millones ptas. ‘ Valencia ......... 146,26 ‘Castellón ......... 127,77 ‘ Alicante ........... 7 0,76 Tenerife ......... 6 8 ,0 3 ‘ ^furcia . . . 6 2,61 ‘ Barcelona . . . . 5 4,28
...
4 .6 6 3 ,3 2 .0 9 6 ,7 1.198,6 914,5 266,1
•Murcia •Málaga ‘ Alicante •Valencia •Barcelona
9 .6 7 1 ,8
T o t a l n a c io n a l
2 7 2 ,' 1 0 ',1 58.9 55.9 30,8 . •.
599,33
* ,ov|nuas que quedaron íntegram ente o en forma mayontaria en poder del G o b iern a
•
PROVINCIAS DE M AXIM A PRO DUCCION
ganado
BO VIN O
DE c a r n e (m iles de cabezas)
O VIN O
PORCIN O
716,7 449,3 353,8 240,0 203,7 198,4 193,0 146,7 137,9 99,2 97,8 95,4
‘ Badajoz 1.611,6 ‘ Teruel . . . . 769,5 719,7 Zaragoza Salamanca 701,5 665,5 ‘ Guadalajara Burgos . . . . 648,9 635,5 T o le d o . . . . 612,4 León ......... 606,7 Soria ......... 564,2 ‘ Huesca . . . Navarra .. . 538,2 ‘ Ciudad Real
T o ta l n a . 4 .214,7
T o t a l n a . 17.325,5
‘ Oviedo . . . Coruña Lugo ......... Orense . . . ‘ Santander Pontevedra León ......... Salamanca Cádiz . . . . *Gerona ‘ Guipúzcoa ‘ Vizcaya
g a n a d o d e t ir o
T o t a l n a c io n a l *
515,7 312,6 259,1 248,0 208,0 185,3 184,3 181,1 174,5 166,8
T o t a l n a . 5.141,4
(miles de cabezas)
MULAR Sevilla Córdoba ‘ Badajoz ‘ Toledo ‘Jaén ........... ‘ Ciudad Real Zaragoza ‘Teruel . . .. Granada ‘ Oriiadalaiara
‘ Badajoz Lugo ......... Córdoba Coruña Sevilla ‘ Oviedo .. . ‘ Valencia . . Orense . . . ‘ Barcelona Huelva . . .
CABALLAR 97,3 89,5 82,2 71,6 70,5 65,9 56,3 51,7 50,8 48,4 1.479,2
Sevilla ‘ Oviedo ‘ Barcelona ‘ Valencia Coruña Córdoba Lugo . . . ‘ Badajoz ‘Jaén ----Navarra T o ta l n a c io n a l
51,1 47,0 *8,8 J3,5 38,2 37,3 33,4 32,8 31,1 28,3 808,5
Provincias que quedaron íntegram ente o en forma mayoritaria en poder del G obierno.
LA R IQ U EZA ESPAÑOLA Y SU DISTRIBUCION EN T R E AM BAS ZO N AS (Datos del «Anuario estadístico» 1934) INDUSTRIA
PESQUERA
CAPTURAS
% Cantábrica ............ Surmediterránea Levante ................. . • ... Tramontana T otal
.......... . . .
30 ,2 9 7,09 3,01 10,19
% Noroeste ................ Suratlántica ........... Balear .................... Canaria .................. T otal
5 0 ,5 8
27,64 17,94 1,48 2,27
............
49,33
EXPORTACIONES
Miles ptas.
Miles ptas. Cantábrica ............ . . . Surmediterránea
Levante ................ Tramontana . . . . T otal
13.998,4 6 7 9 ,9
__
95
........... . . .
15.018,7 12.906,4
Noroeste ................ Suratlántica ........... Balear ......... Ganaría .............
14.7 7 3 ,3
T otal
_
3.216
............ . .
31-141,1
VALOR PESCADO ELABORADO
Miles ptas.
Miles ptas. Cantábrica ............ Surmediterránea . . . Levante ................. Tramontana ___ T otal
.......... . . . .
1 5.674,3 1.205,4 12,3 4 2 7 ,7
31.509.4 16.861,8
Noroeste ................ Suratlántica ........... Balear .................... Canaria ..................
17.319,7
T otal
__
2.995,2
............ ..
51.366,4
VALOR TOTAL Miles ptas.
Miles ptas. Cantábrica ............ . . .
... ... ...
7 8 .5 3 1 ,7 18.379,7 8 .0 3 3 ,1 2 6 .4 2 2 ,7
.......... . . .
131.367,2
Surmediterránea Levante
............
Tramontana T otal
Noroeste .................. Suratlántica ........... Balear .................... Canana ................ T otal
............ ..
Miles ptas. Exportación de conservas ........................... Pescado elaborado ........................................ Valor total ........................................................
45.914,4 68.686,1 259.228,3
71.643,4 46.501.4 3.830,7 5.885.6 127.861,1
Cuadro núm ero 31 ACEITUNA
Y
ACEITE
(Millones pesetas oro)
‘Jaén .................... ‘ Lérida Sevilla ................ “Tarragona ......... 'Toledo ‘ Valencia ^Córdoba 'H u esca .............. Zaragoza ‘ Murcia ................ ‘ Alicante ........... Cáceres ‘ Castellón ‘ Cuenca +Granada ........... ‘ Ciudad Real Huelva ‘ Teruel
... ... ...
... ... ...
...
1931
1932
1933
Total de los 3 años
Media anual
19,4 35,9 17,6 18,2 11,7 10,5 9,2 8,2 7,1 7,4 4,13 2,90 2,33 5,32 4,54 5,58 1,86 4,42
178,7 19,2 56,5 28,5 10,2 18,6 89,7 5,4 10,75 5,28 11,25 8,34 13,90 8,13 18,42 11,53 6,55 4,65
61,4 30,26 67,4 32,8 30 15,3 56,4 6,7 12,9 9,1 8,3 14,4 12,3 15,6 19,5 17,6 10,9 10,1
259,5 85,3 141,5 79,5 51,9 44,4 155,3 20,3 30,7 21,7 23,6 25,6 28,5 29 42,4 34,6 19,2 19,1
86,5 28,4 47,1 26,5 17,3 14,8 51,7 6,7 10,2 7,2 7,8 8,5 9,5 9,6 14,1 11,5 6,4 6,3
FU EN TE: A u n a r id estadístico de E spañ a cío 193^ y 19 3 I. N O TA Las provincias con * formaron parte íntegramente cié la zona gubernamental; las marcadas con lo hicieron en su mayor superficie.
Cuadro número 32 MOZOS DISPONIBLES PARA DESTINO A CUERPO REEMPLAZO DE 1933 *
(7)
( 1) Meseta Norte
(con Alava y Navarra) Alava ....................... Burgos .................. Logroño ................ Navarra ................ Soria ....................... Segovia .................. Avila ....................... Valladolid .............. Palencia ................ León ....................... Zamora .................. Salamanca .............. Cáceres ..................
841 2 .7 1 2 1.509 2 .7 0 3 1.173 1.476 1.587 2 .1 8 6 1.519 3-203 1-983 2 .6 1 7 3-012
___
2 6 .5 2 1
T otal
(2)
Galicia La Coruña ........... ...... 3-905 Lugo ............................. 3-792 Orense .................. ...... 3-338 Pontevedra ........... ...... 2.8 6 2 T otal
(3)
—
13-897
Andalucía Occidental Sevilla .................... ......5.362 Cádiz .............................2 .8 0 8 Huelva .................. ......2 .4 7 4 T otal
___
10.644
(4) Andalucía Central Córdoba Granada
(5)
Guipúzcoa Vizcaya .................. Santander .............. Asturias ................
13-257
Zaragoza ..............
3-972 2.022 1.891
Aragón Huesca Teruel .................... ....
7.885
Barcelona Tarragona Lérida .................... Gerona ..................
9.438 1.934 2.231 2.112
T otal
Cataluña
T otal
....
15.715
Albacete Alicante ................ Murcia .................. Castellón .............. Valencia ................
2.461 3.249 4 .0 ” 1.818 6.562
T o tal
18.167
Levante
....
Andalucía Oriental Almería ................ Jaén . . . . Málapa
4 .9 8 2 4 .4 6 2
T otai...........
9.444
Meseta Sur
Baleares ................ Tenerife ................ Las Palmas ...........
2 .3 3 8 2 .4 4 8 2 .0 2 0
___
6 .8 0 6
Madrid ............. Toledo ............. Ciudad Real Cuenca ............. Guadalajara Badajoz ...........
Archipiélagos
T otal
T otal
Africa Ceuta y Melilla
687
1.948' 2.967 2.611 5.731
....
T otal
................ ................
T otal
(6)
Cantábrico
T otal
g en era l :
....
.. ..
2.159 4. vi o 3-903 10.602 7 .383 3.641 3-6^8 2.243 1.591 5 .1 9 8 2 3 .7 3 4
157.359.
IH l-N lU : Anuario estadhttco de España. 1934. Si' toma com o testigo, por ser el reem plazo central de la totalidad de los m oviluados
20
Datos dt la guerra civil
MOZOS COM PRENDIDOS EN LOS LLAMAMIENTOS DE CADA REEMPLAZO APTOS PARA EL SERVICIO EN AMBAS ZONAS A LO LARGO DE LA GUERRA (citras promedio) Fecha Julio 1936 .................................... Noviembre 1936 ...................... Febrero 1937 ............................. Octubre 1937 ............................. Abril 1938 .................................. Julio 1938 .................................... Febrero 1939 .............................
.............. ............. ............. ............. ............. ............. .............
ZN
ZR
Incor porados
67.39 2 7 6 .399 81.081 9 2 .3 9 0 9 5 .667 98.527 113.193
89.967 8 0 .9 6 0 76.278 6 4 .9 6 9 61.6 9 2 58.832 4 4 .1 6 6
157.359 157.359 157.359 157.359 157.359 157.359 157.359
D e la situación inicial a noviembre la Z R pierde panes importantes de las provincias de Bada joz, Toledo, Avila, Madnd, Guadalajara, Córdoba, Granada y toda Guipúzcoa. D esde noviembre de 1936 hasta febrero de 1937, Málaga y otra parte de Córdoba. De febrero a octubre de 1937, todo el N orte. De octubre del 3 7 a diciem bre del 38, el Aragón republicano. D e marzo a julio del 38, Castellón y comarcas de Lérida y Tarragona. D e julio del 38 a febrero del 39, toda Cataluña. FU E N T E: IN E. Incorporados con el reemplazo del 33 que tomamos como base.
Cuadro núm ero 34 LA M O V IIIZA C IO N EN ZO N A REPUBLICAN A (Estimación del personal incorporado a filas) Reemplazos movilizados
Fechas
35-34 32-33-36 31 37 Vizcaya: 24-38 Asturias: 21-39 38-39-30 40-29 28-27-41 26-25 24-23 21-20-19-1817-16-15
Agosto 1936 Sep. 36-feb. 37 Mayo 37 Julio 37
J
Incorporados 180.000 2 4 0 .0 0 0 75.000 75.000
NORTE
80 .000
Sep. 37 Feb. 38 Abr. 38 Mayo 38 Julio 38
22 5 .0 0 0 130.000 180.000 120.000 120.000
Enero 39
300.000
T o t a l m o v il iz a d o s
...................
Totales parciales
4 2 0 .0 0 0 ♦ 6 5 0 .0 0 0 1 .005.000 ( - )
1.425.000 ( - )
1.750.000
Cifras por defecto, al estimar que las poblaciones de las comarcas perdidas quedaran en ellas en su totalidad, lo que no fue cierto ni en el N orte. La correspondiente a julio-agosto de 1937 sefl** cuando menos, de 8 0 0 .0 0 0 incorporados. Luego la pérdida d-;i N orte y la derrota de Ara#*111 reduciría los efectivos reales en 2 5 0 .0 0 0 hombres, sin contar muertos, heridos y d e s e r t o r e s
PERSONAL INCORPORADO A FILAS
(Estimación del autor) Reem plazos llamados*
Fecha de incorporación
Incor porados
33-34-35 32-36-31 37 30-38 39 29
Agosto 36 Sept. 36-feb. 37 Enero-abril 37 Abril-julio 37 Julio-agosto 37 Sept.-nov. 37
1 9 5 .0 0 0 2 2 5 .0 0 0 8 0 .0 0 0 1 6 0 .0 0 0 8 0 .0 0 0 9 0 .0 0 0
Dic. 37-enero 38 Feb.-marzo 38 Julio-sept. 38 Ag. 38-enero 39 Ag. 38-enero 39
1 0 0 .0 0 0 9 0 .0 0 0 9 5 .0 0 0 9 5 .0 0 0 5 0 .0 0 0
SU M A S P A R C IA L E S
4 2 0 .0 0 0
7 4 0 .0 0 0
R ecuperado
Norte 40 28 41 1/2 27
1 .0 2 0 .0 0 0
1 .2 6 0 .0 0 0
* El ejército nacional tenía en filas el día de la victoria 1 .0 2 0 .5 0 0 soldados; sum ados a ellos muertos, desaparecidos, prisioneros, mutilados y licenciados por diversas causas, incluidos los d e sertores y descontados los ex tran jero s en ese m om ento (6 0 .0 0 0 ), se llega a una cifra muy próxim a, lo que demuestra la validez de ésta.
C uadro n úm ero 3 6 ANEJO N U M ERO 2 A LA O R D EN C IR C U LA R C O M U N IC A D A (RESERVADA) DE 1.° DE O C T U B R E DE 1938 Plantilla de una brigada mixta , con expresión de las modificaciones
efectuadas con relación a la actualmente v ien te Je fe s
Cuartel general (a) Servicio D C G ......................... Cuatro batallones de Infante ría (b) .................................... Compañía de Depósito . . . . Sección de Caballería (c) Batería de acom pañam ien to (d) ....................................... Compañía de Transmisiones . Compañía de Zapadores Compañía de Sanidad (e) . . Compañía de Intendencia . . Servicio de Municionamiento ^rvicio de tren automóvil (f) .______ T o t a l
...................................
Oficíales
1 —
4 1
4
100 3 1
—
—
C A SE
2 —
20 —
—
— __ __ __ __ —
2
l
—
1
5
127
43
3
4 5 2
Sar
gentos 1 4
T ropa
37 28
__
__
---
—
244 2.944 200 4 250 --24 1 26
1
4 7
1 3
8 4
__
16
l 3
—
2
40 67 152 ll7 41 24 58
283
3 .7 8 2
__
G a- V e h íc u nado los
---
— __
— —
7 26
_
. __ ---
39
259
39
AN EJO N UM ERO 3 A LA ORDEN CIRCULAR COMUNICADA (RESERVADA) DE 1.° DE O C TU BR E DE 1938
Plantilla resumen de división, con expresión de las modificaciones efectuadas con relación a la actualmente vigente
T otal
O fi. . cíales
3
8
—
1
12
—
—
—
3
—
5
150
—
—
—
4
—
10
93
— — —
1 1 2
3 — —
3 — 2
60 1 15
— — —
33 — —
1
4
—
4
38
—
—
—
2
—
2
—
—
1
26
7
47
—
56
1
12
7
22
276
—
23
15
381
129
851
11.346
751
130
21
444
146
947
12.575
760
247
,- íc c C A SE
Sargentos
_ Tropa
— 00 4^
Cuartel general (a) .............. Compañía de tropas del Cuartel General (b) . . . . Compañía de Transmisio nes (c) .................................. Sección tren automóvil divi sionaria ............................... Estafeta postal ...................... Servicio DCG ...................... Base de instrucción divisio naria ...................................... Centro instrucción (sargen tos) ........................................ Batallón ametralladoras mo torizado (d) ...................... Grupo artillería divisiona ria (e) .................................. Tres brigadas mixtas (o dos, según casos) ......................
. , Je fes
G a- Vehicu, . nado los
9
5
ANEJO N U M ERO 4 A LA O R D EN CIRCU LA R C O M U N IC A D A (RESERVAD A) DE 1.° DE O C T U B R E DE 1938 plantilla-resumen de cuerpo de ejército con todos sus eUmntos, expresándose
las modificaciones efectuadas con relación a la actualmente vigente CA SE Je fe s
Cuartel General (a) ----Compañía de tropas del Cuartel General (b) Compañía de asalto (c) . Batallón disciplinario de combate ......................... Grupo de artillería pesada y PM de agrupación (d) Grupo SIA (e) ................ Un batallón de zapado res (a) ............................ Grupo de Transm isio nes (0 ........................... Tres divisiones (o dos, se gún los casos) (g) . . . Parque móvil de artillería y columna m unicio nes (c) ........................... Un batallón de Obras y Fortificaciones (i) . . . . Grupo de Intendencia Escalón sanitario de C. de E. (c) ....................... Servicio DCG ................ Compañía de TA o jefatu ra del s e rv ic io ................ Compañía de transportes .............. Hipomóvil (j) Central postal (incluidas carterías y estafetas) (h) Banda de música ............ Centro de instrucción (oficiales) . . . . T o ta l
..........................
O fi ciales
y even tual
Sar gentos
32
Tropa
G a nado
V eh ícu los
8
145
—
1
7 12
250 211
— ---
26
5
50
625
3 2
18 18
17 9
30 31
369 3 86
— ---
32 36
1
26
6
46
1.078
---
10
1
6
25
180
63
1.332
438
1
9
9
8
285
—
88
1 1
16 11
5
1.000 2 48
— —
7
—
20 13
7 —
40 2
25 —
19 1
540 15
__ —
56 —
1
9
6
13
238
—
122
—
—
13
29
— ---
4 5
1
—
__
—
—
---
2
4
—
97
1.560
567
---
2.841 37.725 2 .280
741
__
14 —
61
16
—
3 2
— ---
8
—
—
23
—
22
9
159 17
— —
— —
1
12
—
—
3.134 43.483 2 .349 1.153
BU Q U ES DE LA ARMADA EN 1936 Y SU D ISTRIBU CIO N EN AMBAS ZO N AS EN S E R V IC IO B U Q U E S P R IN C IP A L E S
EN R E P A R A C IO N O C O N S T R U C C IO N
total
ZN
ZR
ZN
ZR
ZN
ZR
Acorazados .................................. 1 Cruceros ...................................... 1 Destructores ................................ Submarinos .................................. .......... — Minadores .................................... ........ —
1 3 11 12 —
1 3 — — 4
— 5 1 —
1 4 1 — 4
1 3 16 13 —
7 1 4
—
—
— —
— —
4 4 5
7 1
—
—
1
—
—
—
—
2
—
—
1
1
—
—
—
2
—
—
—
— —
— —
—
—
—
1 1 8 4'
BU Q U ES APOYO (servicios especiales, protección de costas y aguas jurisdiccionales; elem entos auxiliares y de instrucción)
4 Torpederos .................................. 4 Cañoneros .................................... Guardacostas ............................. . 5 Guardapescas ............................. 1 Lanchas ........................................ Buques hidrógrafos .................. .......... — 1 Buques escuela ......................... Transporte ............................................ — Buques salvamento .................. .......... — Pontoneros ................................ ............ — Remolcadores ........................... ........... 3 Aljibes ...................................... .......... —
— 2 1 2 1 1 8 4
3 —
4
N O T A — D urante la guerra entraron en servicio en Z N el acorazado España inmediatamente. El crucero Canarias, el 27 de octubre de 1936. El crucero Baleares, el 26 de diciembre. Los minadores Júpiter, Vulcano y Neptuno, en enero de 1937, el verano de ese año y p r im a v e r a de 1 9 3 *, respectivam ente; el Marte, ya acabada la guerra; el crucero República, rebautizado Navarra, se hizo a la mar en junio de 1938. En Z R , los destructores Gravtna y Escaño entraron en servicio en septiem bre de 1936; el Ciscar, en octubre; el Ulloa, en abril de 1937, y e lJ o ^ e J u a n , en agosto de ese mismo año.
FUERON HUNDIDOS ZN Acorazadlo España, al chocar con una mina ............. 3 0 -4 -1 9 3 7 Crucero ..B aleares, torpedeado por un destructor 6-3 -1 9 3 8 ZR Destructor Ferrándiz, cañoneado por el C anarias .2 9 -9 -1 9 3 6 Submarino B-5, hundido en Estepona .........................Sep. 1936 Submarino B-6, hundido en el N orte .........................19- 9 -1 9 3 6 Submarino C - l , hundido en Barcelona ....................... 9 -1 0 -1 9 3 8 Submarino C-3, hundido en Málaga ............................. 12-12-1936 Submarino C -3, hundido eri el Cantábrico ................Dic. 1936 Submarino C-6, hundido en Gijón ................................2 0 -1 0 -1 9 3 6 Destructor Ciscar, hundido en Gijón ........................... 2 0 -1 0 -1 9 3 6 Acorazado Jaim e I, hundido en Cartagena . . .......... 17- (>1937 FUERON ADQUIRIDOS ZN Submarino Submarino Destructor Destructor Destructor Destructor Cañonero Lancha Lancha Lancha Lancha Lancha Lancha Lancha ZR Lanchas Lanchas Lanchas
Sanjurjo (Archimedes) ....................................Abril 1937 Mola (Torricelli) ................................................Abril 1937 Ceuta .................................................................... D ic 1937 Melilla ..................................................................Dic. 1937 Huesca ..................................................................Dic. 193". Teruel .................................................................... Dic. 1937 Calvo Sotelo (antiguo Zacatecas) ................Verano 1938 Requeté, 45 toneladas .................................... Enero 1937 Badajoz, 45 toneladas ..................................Enero 1937 Oviedo, 45 toneladas .......................................Enero 193" Toledo, 45 toneladas .......................................Enero 1939 Cándido Pérez, 28 toneladas ...................... Marzo 1937 Sicilia, 12 toneladas ...................................... Finales 193" Nápoles, 12 toneladas .................................... Finales 193" Dos GS-9 rusas ........................................... 1-5-193" Dos GS-9 rusas ........................................... 24-6-1937 Ocho más posteriormente.
Cuadro núm ero 4 0 AVIONES
SOVIETICOS
EN
ESPAÑA
(Según Jesús Salas y actualizado por el autor)
1936 1937 su m a -------------------------------------------------------------------- P A R .
Y -1 5 «Chatos» «Superchatos» Y -1 5 3 ............................................. Y -1 6 «Mosca» SB «Katiuska» R-5 «Rasante» R -Z «Natacha» ........................... T o ta l
Los núm eros romanos indican trimestres.
19 37
1938
1939
-------------------------------------------------------------------------------------
PAR-
III
IV
I
II
III
C 1AL
IV
I
II
III
IV
I
— —
40 —
84 —
31 —
— —
155 —
31 31 31 —
— — 31 31
93 31 _ 31
31 — — 31
155 62 62 93
30 — _ 31 31 — 16
60 — — — — — —
60 — — 93 62 — 15
60 — — 4 — — —
17 31 2 12 — — —
287
— — — —
60 — — — — — —
—
133
146
186
62
527
60
108
60
230
64
62
584
su m a TO TAL C IA L
140 93 31
442 3131 22 295 155 — 62 124 1.111
AVIONES DE PROCEDENCIA NO SOVIETICA QUE OPERARON EN ZO N A REPUBLICAN A (mínimo) 1936
193K
W
i9.w ----- t o t a l
TIPO DE AVION 11
i
IV
III
111
IV
1
II
III
IV
Observaciones
i
Cazas Blerior-Spad 51 Bristol-* Bulldog» D w -371/372 D w .510 ................................................ Fokker D .X X I y G .l .................. G .L.32 ............................................... Letov S-231 Loire-46 ............................................ .. To tal cazas
l 11 30 2 14 22 18 5
1 26
11 4 2
10 8 5
10
50
27
2
9
1
2
9
1
2
12
2
12
103
9
28
Compró licencia para 50 D .X X I y y cursaron pedido para 26 G. 1
Bombarderos 19
Aero 101 M .B 200/210 Breguet 4 6 0 ...................... Grumam * Delfín/* Fokker C .X G .L 6 3 3 .................... Northrop -Gamma»» Pote* 25 Leo 21 Potez 540/542 Vultee
7
7 1
\ 28
12 2
1 3 16 1 12
O tros 22 fueron capturados por k>s nacionales.
8
7 10
3
40 2 1 .3 16 l 20 13
Se contrataron 14.
Compraron 17. Perdieron 4 en el «Mar Cantábrico».
Koolhoven FK5 1
NJ NO
T o ta l bo m bardero s
21
24
10
18
17
51
28 3
37
14
167
(Continúa.)
AVIONES DE PRO CEDEN CIA NO SOVIETICA QUE OPERARON EN ZO N A REPUBLICAN A (mínimo)
NJ
VO C\
TIIH) OI AVION
- TOTAL
í >bsc rv¿u iones
Reconocimiento 6 Bellanca 28/96 ................................... Beechcratc ............................................ Caudrou «Goeland» ........................ F arman ................................................... Monos par ................................... Lockheed (diversos tipos) ............. Percival ................................................... Potez 5 & 58 .......................................... Severs Kg ............................................ Spartan .................................................. T o t a l r e c o n o c im ie n t o
.
l 2
1 l
l 5
M .B 300 .............................................. Breguet 470 y Wibanet .................. Pügnm 150 .......................................... Consolidated 17 ................................. Couzinet 101 .....................................
Dw.333 ............................................... Douglas D C1-D C 2 ........................... Fokker F1X y F X ............................. Latecoere 28 ........................................ Lockheed 5 .......................................... Northrop «Delta» ............................. T o ta l tra n s p o rte
..........
9
6
......................................
3
25
2
11
1
4
1
13 1 1 5 2 11 17 1 3 1 4 59
1 1 1 2 1 3 1
1
1
2
2 2
3 2
10 1
4 10
1
4
16
3
Hidros Sikorsky RS-1
3
1
................................................
Blerioc 111 .......................................
1
4
Transporte Avia 51
l 2 l 5 12 1 3
5
1
Contratados 20 y después 22.
Cuadro núm ero 42 AVIO NES ITALIANOS EN ESPAÑA (Según Jesús Salas) 1936
1937
AVIONES
Savoia S-79 - . . Romeo Ro-37 . Savoia S-81 . . . Fíat B R -20 Caproni C a-310 Breda Ba-65 Fiat G -50 ......... C ant-Z -50l C ant-Z-506 . . .
III
IV
I
II
36
33
—
—
—
35 4 21 15
46 10 10 13
---
—
—
—
-------
—
10 18
--1 ---
3 3 T otal
N> 'O '-J
..................................
71
9
SUMA - PAR III CIAL
15 22
IV 86 34 10 9
1939
I
II
III
28
42 8 4
27
— — — — — — — —
6 7
—
_____
—
____
_
IV
I
12
10
_____
_____
SUMA PAR TOTAL CIAL
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
— — — —
— — — —
—
—
—
—
—
139
36
54
59
12
22
322
656
8
—
3 6 —
— ■ l —
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
82
91
47
43
1938
3 48 100 68 64 13 16 15 12 10 4 3 3
4
3
165 36 50 49 6 12
1937
- 4
1
10 —
3 3 334
— —
—
4 — —
4
—
_____
_____
—
_____
—
_____
15
—
---
—
—
12
—
—
_____
—
4
183 64 18 15 7 4 15 12 4
NJ VO
Cuadro núm ero 43
00
AVIONES ALEMANES EN ESPAÑA (Según Jesús Salas)
1936 A
V
I
O
N
E
S
III Messersch. M e-109 .................. ... — Heinkel He-51 ........................... ...15 Heinkel H e-111 ............................— Junker Ju -52 ............................... ...24 Dornier D o-17 ..............................— Heinkel H e-45 ..............................— Heinkel H e-46 ........................... ...20 Heinkel H e-70 ..............................— Heinkel H e-59 ........................... ...— Heinkel H e-112 ............................— Junker Ju-87 ............................... ...— Henschel H s-126 ..........................— Henschel H s-123 ..........................— Junker Ju -86 ...................................— Heinkel H e-60 ........................... ...— T o ta l
..................................
1937
59
IV
I
II
III
2 41 — 36 — 15 — 12 7 — 1 — — — *—
12 30 3 — 3 — — 3 2 1 — — 6 4 —
— — 5 — 9 15 — 10 — — — — — — 8
15 — — — — — — 20 — —9 — — — —6 —4 —8
114
64
47
1937
su m a
----------------------------------------------------------------- p a r -
15
c ia l
29 86 8 60 12 30 — 25 2 1 1 — — — — 299
1938
1939
su m a
------------------- --------------------------------------------------------------------- p a r -
IV 23 23 50 — 9 3 3 — 7 —
120
I
II
— — — — — — — — — — — — — — —
24 16 — — — — — — — — — — — — —
—
40
III 10 — 25 — 10 — — — — — 3 — — — — 48
IV 10 — — 3 — — — — 4 2 — 6 — — — 25
I 40 — 10 — — — — — — 11 — — — — — 61
tota l
c ia l
107 39 85 3 19 3 — 3 6 13 10 6 — — — 294
136 125 93 63 31 33 20 28 15 14 11 6 6 4 8 593
Cuadro núm ero 44 AVIONES IMPORTADOS POR ESPAÑA AMBAS ZONAS
(Según Jesús Salas)
1937
1936 AVIONES DE O RIG EN
T o ta l
1937 IV
I
II
36 —
57 40
59 48
12 25
22 61
322 294 —
656 593 4
97
107
37
83
616
1.253
IV
I
II
III
71 59 4
43 114
82 64
91 47
47 15
334 299 4
139 120
13¿
157
146
138
62
637
259
III Italiano Alemán ......................................... Otros países ..............................
SUMA PAR CIAL
1938
36
1939 SUMA III
IV
I
PAR- TOTAL CIAL
(4 5 ,9 % ) Ruso ............................................. Otros países T o ta l
__ 96
133 61
146 48
186 67
62 18
527 290
50 5
128 53
50 2
220 14
96
194
194
253
80
817
55
181
52
234
54 —
54
82 —
82
584 74
1.111 364
658
1.475
(5 4 ,0 7 % )
sO sO
BU Q U ES EN TRA D O S
1929
Buques entrados (navega ción exterior) ................ 22.094 Buques entrados (navega ción cabotaje) ................ 39-917 Mercancías importadas (mi les de toneladas) ......... 7 .0 4 9 Mercancías entradas (miies de toneladas) .................. 6.347
19 3 0
1931
1932
1933
20.897
19.404
18.068
18.166
—
31-982
32 .3 8 6
32.340
5.134
5.082
4.523
5-661
5.517
5-551
6 .3 0 8 —
BUQUES SALIDOS
Buques salidos (navegación exterior) ........................... 19.534 Buques salidos (navegación cabotaje) ........................... 39-917
2 0 .0 4 8
18.060
18.412
18 104
—
31-982
3 2 .3 86
32.340
9.747
6.383
5.625
5.923
1.276
1.269
1.276
1.200
TOTAL Mercancías salidas (miles de toneladas): exporta ción .................................... 10.965 Mercancías salidas (miles de toneladas): cabotaje . 1.232 FU EN TE: A nuarto estadístico del Ejército. 1934.
Cuadro número 46 LA GUERRA AL TRAFICO (ZR) BUQUES
TONELADAS# P orcen
P orcen to ta l
Barcos que llegan a puerto
.
2 .8 2 5 92 225 98
.
3 .2 4 0
Hundidos .................................. Apresados .................................. Confiscados ................................
*
to ta l
taje 8 7 ,1 9 2 ,8 4 6 ,9 4 3 ,03 100
taje
7 .0 3 5 .5 0 0 2 4 1 .8 8 8 3 3 2 .7 6 7 1 5 0 .8 3 3 7 .7 6 0 .9 8 8
9 0 ,6 5 3 ,12 4 ,2 9 1,94 100
Toneladas de arqueo. Las de carga entradas en puerco fu eron 2 .3 4 5 .8 3 3 ; las apresadas y
confiscadas (aproximadam ente un tercio del to n elaje), 160 .0 0 0 , y las hundidas, 8 0 .0 0 0 .
FUENTE: Alm irante C E R V E R A , Memorias de guerra, p .4 2 2 .
C uadro núm ero 4 7 TRAFICO M ARITIM O N A C IO N A L (1 6 -7 -1 9 3 6 a 3 1 -1 2 -1 9 3 8 )
E N T R A D A S
Año
Buques
1936 . . . 1937 . . . . 1938 . . . . T o ta l
..........................
3 8 .1 4 9
Carga
Pasajeros
5 9 0 .1 1 2 3 .0 2 5 .1 4 1 4 .9 2 8 .5 1 5
1 1 .0 9 6 6 3 .4 9 6 1 0 0 .6 7 2
8 .5 4 3 .7 6 8
1 7 5 .2 6 4
1 .2 8 3 .9 2 5 6 .0 3 6 .3 6 4 8 .9 1 0 .7 6 9
1 5 .1 2 4 4 4 .9 5 7 7 8 .7 0 6
1 6 .2 3 1 .0 5 8
1 3 8 .7 8 7
S A L I D A S
1936 . 1937 1938 T o ta l
....................
ENTE: Alm irante M O R E N O , La gutrra en ti mar, p ,2 8 7 .
COMERCIO EXTERIOR DE ESPAÑA SEGUN LOS PART MAS IMPORTANTES (Millones de pesetas/100* IMPORTACION 1935
Alemania ................................ 130,5 Francia .................................... 6 1 ,0 Gran Bretaña ........................ 79,7 Italia ........................................ 2 3 ,6 4,1 Estados Unidos .................... 126,8
1936
1937
85,5 6 7 ,4 54,1 52,8 44,2 36,3 9,1 6 5 ,9 18,4
1938
9 6 ,6 34,4 51,1 17,1 37,5
Media
1936/38
8 3 ,1 6 4 7 ,1 0 4 3 ,8 6 10,10 4 0 ,6 0
EXPORTACION 1935 1936
Alemania ................................ 146,0 Francia .................................... 6 8 ,6 Gran Bretaña ...................... 167,0 Italia ........................................ 28,1 Estados Unidos .................... 61,1
1937
120,6 88,7 160,1 9 ,8 5 7 ,6
,938
124,8 39,5 129,2 19,5 43,7
,93^
114,1 119,8 17,0 48,4 85,7 124,9 2 8 ,6 27,5 29,2 4 3 ,5
FUEN TE: Angel V IÑ A S, Política comercial exterior en España. 1. 1 p.233 (en el original,
‘^V
SUMINISTROS A Z O N A R E P U B L I C A N A
H A STA
A G O STO D E
1937
(Mínimo identificado)
Datos de la guerra civit
Armas automáticas
Cañones
Vehículos acorazados
69.100 60.183 50.000
2.900 3.727 3.00
109 7 500
120 196 100
15 148 (30)
de Armamentos ...........................................
179.283
9.627
609
4 16
Suministros desde 17-12-1936 a 17-3-1937, según Prieto 4 . . . . * ...............................................
161.330
4.054
278
...............................
340.613
13.681
887
Suministros desde 17-3-1937 a 10-8-1937, según Viñas5 ......................................................................
75.000
4 .6 2 3 + 6 6
415.613
18.304
Fusiles
A Bilbao hasta enero de 1937 (Beurko) 1 ......... Suministros en 1936 Viñas)2 ................................ Suministros adicionales en 1936 (Viñas) 3 ..........
Aviones
Proyectiles (millares)
Municiones (millones cartuchos)
545 525
146,4 168,9
163
1.070
315,3
116
132 (19)
1.021
356,4
532
295
2.091
671,7
100
221
823
161,9
632
516 (4 9 )6
2.914
733,6
TOTAL hasta la creación de la Comisaría
T o t a l hasta 17-3-1937
TOTAL hasta 10-8-1937
...............................
194+65* 1.081 + 6 5 ’ •10
1 Tomamos de la relación de Sancho de B eu rk o lo transportado en los siete prim eros barcos, pues ninguno de ellos figura en la relación de Prieto. 2 v ’ Material .que figura en los cuadros 20 y 21 de Angel V IÑ A S , El oro español en la guerra civil, descontando la carga del Escoiant. * Suma de lo transportado en los buques "ela :iona/los por Prieto, deduciendo de los 233 aviones que consigna éste los que ya se incluían en la relación. de Beu rk o o en los cuadros del profesor Viñas. * Carga de los buques llegados con pnsteri indad al I 7 de marzo y que relaciona el profesor Viñas en el cuadro 23 de su obra citada y en las notas 107 a) 130. h Sólo figuran 49 aviones de procedencia no soviética, cuando éstos pasaron de 2 00 (mínimo, 205). (Son los que figuran entre paréntesis.)
7 Las piezas descargadas en Bilbao fueron I2)f y no 109, com o dice Beurko, según se com prueba en los partes de entrada en el Parque de Artillería de Bilbao. * Los 100 cañones del 45 que figuran com o transportados por el Cabo de Palos en su viaje de 7 de mayo, en la nota 123 del profesor Viñas, fueron 11 5 , según com unicación de Grigorovich a Largo Caballero, de 14 de mayo de 1937, confirmada por otra de V oronov en la que indicaba el destino que se había dado a todas ellas. Am bos docum entos se conservan en S.H M. L-542 - C .4 Y 5, respectivamente. ' FJ 11 de mayo llegaron a Cartagena 40 piezas de 107, según Grigorovich en el documento citado, en el que no consta el barco del que fueron descargadas, descargadas. 10 El Cabo de Santo Tomi desembarcó el 8 de julio, no 4 4 piezas, coftio indica el cuadro núm ero 23 del profesor Viñas, sino 56 (24 de 15,24, con las que se formaron i l baterías de 2 piezas, enviándose las 2 restantes a l orea y Valencia, y 32 de 1 5,5, que constituyeron 1 5 baterías, remitiéndose las dos piezas restantes a to rca y Valencia. — C on estas precisiones, el total de piezas recibidas por los republicanos hasta agosto de 1937 se eleva a un mínimo com probado de 1 .2 3 2 , cifm más en consonancia con las 451 baterías y 1.681 piezas que, según el Mariscal V oronov, dotaban a la artillería gubernam ental en mayo de 1937.
AVIONES LLEGADOS A LA ESPAÑA REPU BLICA N A LIQUIDADOS MEDIANTE PAGO EN MOSCU (Hasta 17-3-1937) Y -1 6
R-5 y R-Z
SB
25
31
31
30
122
31
61
124
31
62
Y - 15
Hasta 27-1 2-1936 (según Hi dalgo) ...................................... H asta 17- 3 - 1 9 3 7 (según Prieto) .................................... C if r a r e a l *
.........................
Otros
19 31
19
* Hidalgo J e Cisneros om ite un S B ; Pneco om ite dos Y -1 5 , tirv R -Z y los 31 SB . F I E N T E : D ocum ento H ID A L G O D E C IS N E R O S , A H M , arm "33 leg. 532 cap. 5 doc.18; P R IE T O , A H M . arm .-T leg.-71 cap.?.
Cuadro número 51 AVIONES SOVIETICOS DESEMBARCADOS EN PUERTOS REPUBLICANOS (Entre 17-3-1937 y 10-8-1937) Y -15 1-5-1937 21-5-1937 21-5-1937 24-6-1937 1-7-1937 8-7-1937 10-8-1937
Cabo Santo Tomé . Sac-2 .................... A. Satrústegui . . . Aldecoa .................. Artea-Mendi . . . . Cabo Santo Tomé . Cabo San Agustín.
Y -1 6
R-5 y R-Z
SB
Otros
31 31 17 23 8
21 *0 14 62
4*
......................................
31
93
62
31
4
221
gen eral desde 18-7-36 a 10-8-37 .
155
124
124
62
4
469
T o ta l T o ta l
FU E N T E: Angel VIÑ AS, PJ oro español en ia ^//erra i/t/l c.2.V Las cuatro que figuran en «'Otros» son los U T I, «moscas» biplazas de escuela.
BU Q U ES ID EN TIFICAD O S Q UE DESCARGARON MATERIAL DE G UERRA EN PUERTO S REPU BLICA N O S HASTA 10-8-1937
Fus.
1-11-36 4-11-36 20-11-36 20-11-36 17-12-36 13- 1-37 13- 1-37 14- 1-37 16- 1-37 18- 1-37 27- 1-37 2- 2-37 14- 2-37 17- 2-37 21- 2-37 3- 3-37 4- 3-37
O
A. Andreu (Bilbao) ..................... ................... Kipch (Cartagena) .......................... ................... York Brook ....................................... ................... Artea-Mendi (Gijón) . . ............. Warrod (Alicante) .......................... ................... Blanco (Cartagena) ........................ ................... Sil (Santander) .............................. ................... Dobesa (Alicante) .......................... Sac-2 (Cartagena) .......................... ................... Elaie (Alicante) .............................. Rambon (Santander) ..................... ................... Sarkain (Alicante) ........................ ................... Aldecoa (Alicante) .......................... Dovesa (Alicante) .......................... Rarmond (Alicante) ....................... Auton (Santander) ........................ Janu (Santander) ............................
Am et.
25.725 7.000 4.000
413 150 740
13.000 24.580 2.000
130 3 100 91 3 362 27 665 36
25.500 2.000 9.600
Cañones
46 6 57 9
cc
C artuchos (m illones)
120
38 24 2 20 11 4 20 56 24
Proyec. m illares
30
20,5
30,8 30,8 15
12 30 8 10 20 10,5 0,2 19
0,7 44 86 10
16
80 52,3 30,5
29 0,05 16
A viones
15 15
12? 50? 16? 31 8? 6 8?
O
G\
BUQUES IDENTIFICADOS QUE DESCARGARON MATERIAL DE GUERRA EN PUERTOS REPUBLICANOS HASTA 10-8-1937 (Continuación)
Fus.
6- 3-37 n 3-37 12- 3-3'’ 13- 3-37 13- 3-3"’ 17- 3-37 1- 4-37 29- 4-37 1- 5-37 7. 5-37 21- 5-37 21- 5-37 24- 6-37 1- 7-37 8- 7-37 10- 8-37 10- 8-37
Cabo Santo Tomé (Cartagena) .......... ............. Darro (Cartagena) .............................................. York-Brook (Bilbao) ................................. A. Satrústegui (Cartagena) ..................... Moma (Santander) ............................................ Sarkani (Santander) .......................................... Tagfe (Santander) .............................................. Escolano ......................................................... Cabo Santo Tomé ........................................ Cabo Palos ........................................................... Sac-2 ............................................................. A. Satrústegui ............................................ Aldecoa ......................................................... Artea-Mendi ................................................ Cabo Santo Tomé ........................................ Darro ............................................................. Cabo San Agustín ..............................................
T o ta l gen eral
.....................................................................
29.270 20.720
Amet.
Cañones
cc
60 40
1.077 1.923
Proyec. millares
Cartuchos (m illones)
353 17
65 43,5
264,6 12 25
56 15,4 21,6
Aviones
1.000
14.460 20.200 17.000
50.000
3.007
17 48 32 25 7 125 6 6 8 6 56 8 12
2 9 0 .0 .055
11.443
673
25.000
1.601 15
50
381,5 300 50,3 13 78
50
336
33,3 67,9 51,1 1,5 2,3 1,7 0,9 3,1 0,1
3?
31 31 17 21 33 26 62
1 .9 0 4 ,5
538,75
384
En los cañones se incluyen 10 piezas de marina y 55 ametralladoras navales (de calibre 37 o superior), lo que introduce una pequeña diferencia con el cuadro de suministros totales. Además de estos buques, sabemos que otros siete arribaron con anterioridad al 27 de septiem bre, fecha en que se hizo cargo de la Com isión de Compras Luis Araquistáin, según testim onio de éste; además llegaron, cuand a menos, tres a Bilbao, uno a Santander y otro a G ijó n , sin contar los que en octubre llevaron a los puertos del M editerráneo, al Cuerpo aéreo de Douglas y a la Agrupación de tanques de Krivosheim, por lo que las cantidades indicadas resultan inferiores a las del cuadro de su m in istro s, q u e, a su v ez, in dica un m ínim o. EY n ú m e r o d e a v i o n e s d e s c a r g a d o s s e c o r r e s p o n d e c o n e l d e la s u m a , p e r o p u e d e n o c o in c id ir c o n la fe c h a y b u q u e q u e in d ic a m o s c o n ¿ n re r r o g a c íó n . P ñ e r v o n o a c l a r a e ste e x tre m o . ___________________ ________ _______ ___________
45 2 4 -1 2 -1 9 3 7 1-1938 26- 1-1938 1- 2 -1 9 3 8 19- 2 -1 93 8 2-1 9 3 8
.................................. .................................. .................................. .................................. .................................. ..................................
75
76,2
77
__
100
V°7
115
127
150
152
155
170
45 — 1
__
__
__
__
__
--12
--9
--16
-----
—
to tal
90 40 14
__
__
--2
' ---
1
20 — 7
— —
--15 54 — 54
— 90
20 25
—
—
—
—
—
—
---
—
20
123
234
47
1
27
46
12
9
16
---
i
536
--
—
36
—
—
— 24
—
—
—
—
---
__
48
—
21
—
27 135
36 24 48 27 186
21
—
198
—
—
54
—
—
—
—
48
—
321
41
123
432
47
1
81
46
12
9
16
48
i
857
20 — —
—
i
175 40 78 54 20 169
T o t a l trim estre diciem
bre 37/febrero 38 . . . 13- 3-1938 1- 4 -1938 4- 5-1938 24- 6-1938 4-1 2 -1 9 3 8 T o t a l resto de 1938 T o ta l gf. nf. ral
.
30
FU E N T E : S.H .M . Documentación de la Inspección General Artillería, armario 55, legajos 541 y 5 12. N o indica medio de transporte ni procedencia, sino fecha de recepción, y las cifra» resultante* son mínimos comprobados Independientem ente, hay constancia de* la llegada de 10 A. A. de 20 mm. el 6 de abril* de 6 de I2 0 el 9 de mayo, de 12 de 40 y 7 de 155 el 27 de mayo y de í de 76,2 el 19 de julio. Sesenta y seis piezas más que elevan el total a 9 2 y a 387 las recibidas de marzo a diciem bre de 1938. ' El total general comprobado desde octubre de 1 9 *6 a diciembre de 19^9 asciende a 2.15 5, cifra que señala, por tanto, un mínimo
Uo O
Cuadro número 54
00
MATERIAL DE GUERRA ENVIADO A LA ESPAÑA NACIONAL POR ITALIA Y ALEMANIA (Según John F. Coverdale) Periodo
Hasta 28- 8-36 Hasta 28- 8-36 Hasta 28- 8-3 6 Hasta Hasta
1-12-36 1-12-36
Hasta
1-12-36
Hasta 18- 2-37 Hasta 18- 2-37 Hasta 18- 2-37 Hasta el final Hasta el final
Nación
Aviones
Cañones
Carros y blindados
Armas automáticas
Fusiles
Proyectiles í millones)
M uniciones (m illones;
40 50
8 .0 0 0
n. c. n. c.
n. c. n. c.
5
90
8 .0 0 0
n. c.
n. c.
54 166
35 60
102 300
n. c. n. c.
n. c. n. c.
16,5 37
280
220
95
4 02
8 .0 0 0 +
n. c.
53,5
130 60
4 88 276
46 60
3.3 2 0 n. c.
105.000 58.000
1,3 0,5
140 117
T o t a l ' ......................... . . .
190
764
106
3.722 +
163.000
1,8
257
Italia ...................................... . . . Italia (según J. Salas)
759 700
1.801 1.000
157 150
3-436 8.700
n. c. 2 2 0 .0 0 0
7,7 4 de art. + 3,5 carret. AA
320 320
Italia ...................................... Alemania .............................
39 41
12 20
5
80
32
118 162
.........................
Italia ...................................... Alemania .............................
T o ta l
Italia .................................... Alertiania ............................. T o ta l
N O T A S .— Las citras alemanas correspondientes a febrero de 1937 no son entregas, sino «material que se proponían enviar a España» (C O V E R D A L E , p .167). Figuran
12 dragaminas que jamás se entregaron. La cifra final de cañones italianos (1 .8 0 1 ) es inadmisible, salvo que incluya a los de los aviones, que, llamados así, eran ametralladoras pesadas de 12,7 mm. Lo mismo diríamos de la de proyectiles. La de aviones presenta los siguientes inconvenientes: Los R o - i l no fueron operativos, sino de escuela y los desconocidos í í aviones de ataque son difíciles de idenot'icar, oo así los 68 de reconocimiento, que eran R o -3 l (CO V ERD A LE, bebiendo en fuentes oficiales italianas, cita S í S -S l, 100 S-79, 13 B R -20, 16 Ca-3 10, 3 76 C R -32. R o- i l , 10 de otros tipos, 68 de reconocimiento, il de ataque y 10 hidros, cifras válidas con esas salvedades: los 10 otros serán Jos G -50).
28
Las arm as au tom áticas tu viero n que ser m ás; del o rd en de las 8 .5 0 0 .
C uadro núm ero 55 MATERIAL ALEM AN R EC IBID O POR LOS NACIONALES
Aviones Cañones '^metra lladoras
Hasta 5 -1 1 -3 7 Hasta 1- 4 - 3 9
.. 424 .. 593
441 737
1 .0 2 6 3.026
Fusiles
1 5 7 .3 0 6 2 0 7 .30 6
Tanques C u to ch o t ^ (millones)
91 111
Proyectiles (millares»
257 —
1,5 —
* La cifra de cañones es máxima, siendo más probable la de 702. D e ellos, 202 antitanques de 37 rnm. y 123 ó 112 antiaéreos de 20 mm. La verdadera artillería, la de calibres superiores a 45 mm., no superó las 4 0 0 piezas. FUEN TE: Jesú s SA LA S, l riten ención extranjera en la guerra de España, p. 330-3 39, y anejos 24 y 25, p.5 5 0 -5 8 3 .
C uadro núm ero 56 NIVELES DE REFU G IA D O S ESPAÑOLES EN FRANCIA Y DE REPATRIADOS DESDE D IC H O PAIS HASTA FINES DE 1939
EP O C A
Fines de 1 9 3 6 .................................... Agosto de 1 937 .................................. Octubre de 1 937 ................................ Primeros abril de 1938 ................. Fines de 1 938 .................................. Mediados febrero de 1 9 3 9 ......... Primeros marzo de 1 9 3 9 ............ Primeros abril de 1 9 3 9 ............... Mediados mayo de 1 9 3 9 ............ Primeros agosto de 1 9 3 9 ............ Mediados diciembre de 1 9 3 9
Núm ero de refugiados
. . Cerca de 1 0 .0 0 0 45.000 6 0.000 3 5 .0 0 0 De 4 0 a 4 5.000 475.000 44 0 .0 0 0 4 3 0 .0 0 0 4 1 0 .0 0 0 2 5 5 .0 0 0 1 4 0 .0 0 0
I I IF.NTF, Javier R U B IO , L a emigración de la guerra cu il 19 S6- >C). t i p. 12 4.
Repatriaciones desde 1-2-1939
__ — — — —
4 0 .000 "5 .00 0 85.000 1 0 5 .0 0 0 250.000 3 6 0 .0 0 0
BALANCE FINAL DEL TO TAL DE MUERTOS A CO NSECUEN CIA DE LA G UERRA CIVIL, INCLUIDAS LAS PERDIDAS SUFRIDAS EN LA SEGUNDA G UERRA M UND IAL Y EL MAQUIS (Cifras redondeadas por exceso) GUERRA Pérdidas nacio nales
Pérdidas gubernamencales
TOTALES P A R C IA LES
Porcentajes N
G
Desde 18-7-36 al i-4 -3 9 M ilita re s e s p a ñ o le s muertos en campaña Combatientes extranje ros muertos en cam paña ............................. Civiles muertos en ac ción bélica ................ Ejecuciones y homici dios ............................. T ota l g u erra
..
5 9 .5 0 0
6 0 .5 0 0
120.000
4 9 ,6 0
50,40
12.000
13.500
25 .5 0 0
4 7 ,0 6
52,94
4 .0 0 0
11.000
15.000
2 6 ,6 6
73,33
7 2.5 0 0
35.500
108.000
67,13
32,87
148.000
120.500
26 8 .5 0 0
55,12
44,88
2 3.00 0
23.0 00
6 .50 0 2 .50 0
11.000 3.000
40,91 13,21
1.000
100,00
Desde 1-7-39 al 31-12-61 Ejecuciones en la re presión ...................... Caídos en la segunda guerra mundial . . . . Caídos en la guerrilla . Homicidios en las gue rrillas ........................... T o ta l po sg u err a .
4.500 500 1.000
100,00 59,09 83,33
6.000
32.000
38.0 00
15,79
84,21
154.000
152.500
306.500
50,25
49,75
T o ta l de m u erto s DE G U E R R A
....
ENFERMEDAD •
(Sobremortalidad desde 18-7-36 al 31-12-43) ZONA ZONA G U BERN A N A C IO N A L M EN TA L
Porcentaje TOTAL ZN
ZG
Del 18-7-36 al 31-12-39 Del 1-1-40 al 31-12-43
16.000 75.000
149.000 84 .0 00
165.000 159.000
9,70 47 ,17
90,30 52,83
Sobremortalidad total por causas naturales .
9 1 .0 0 0
233 0 00
3 24 .0 00
28,1
71,9
2 4 5.0 0 0
3 85.500
6 3 0 .5 0 0
38,86
61, 14
T o ta l g en era l
...
_
ACABÓSE DE IMPRIMIR ESTE VOLUMEN DE «LOS DATOS EXACTOS DE LA GUERRA CIVIL», DE LA COLECCIÓN DRACENA, EL DÍA 4 DE JUNIO DE 1980, EN LA IMPRENTA FARESO, S. A., PASEO DE LA DIRECCIÓN, 5. MADRID