pueblo que vive en una r eg ión al sedeste de los pueblos utópicos", que después de haber conquistado un país vecino, rápidamente se con vencieron de todos los males engendrados por esa conquista. Hacie ndo caso a sus consejeros, su prudente monarca abandonó entonces el nuev o reino y se contentó con el antig uo. Del mismo modo, sería per fectamente inútil, aquí en Europa, persuadir al Príncipe de no entregarse a toda suerte de maquinaciones para acrecentar su tesoro. La avaricia de los reyes no tiene límites; los cortesanos inventan siempre medios inmorales y perniciosos con el fin de enriquecer al Principe en detrimento del pueblo a! que, sin embargo, s upuestamente protege, EsLo ucurre de un modo muy distinto en otro pueblo que el marino- filósofo había conocido. E l de los macañnenses, “que viven no demasiado lejos de la isla de la Utopía”. Su rey, “más preo cupado por el bienestar de la patria que por su propia riqueza”, impuso, de una vez por todas, un tope al tesoro real. De este modo gar antizó el bienestar de su país en el que,era “te mido por los malos y amado por los buenos” (ibid., p. 40). U n eje mplo incomprensible en Euro pa, pues “no hay lugar entre los soberanos para l a filosofía”. Moro- narrador replica al marino- filósofo que en materia política hay que saber adaptarse a las circunstancias. Si los esfuerzos del filósofo no logran transformar el mal en bien, que al menos sirvan para atenuar el ma!. Pero Hillode o se pregunta para qué otr a cosa servir ía hacer un pacto con c! mal, si no es para traicionar la verdad. Si se debe callar como insólito y absurdo todo lo que las perversas costumbres délos hombres han tornado extraño, habría que disimular entre los cristianos muchas de las cosas que enseñara Cristo, cuando, por el contrario. El prohibió que se ocultasen [ibid., p. 42]. T odas las refor mas que no combaten la raíz del mal no son más que paliativos, y Rafae l Hitlodeonodudaenmostr are !fo ndodesupensamiento: dondequiera que haya propiedad privada y se mida lodo por el dinero, será difícil conseguir que el Estado actúe con justicia y acierto, a no ser que crea usted que es actuar con justicia el permitir que lo mejor caiga en manos de los peores, y que se vive en felicidad allí donde todo se ha dividido cmre unos pocos que, mientras los demás mueren de miseria, disfrutan de lo mayor prosperidad. [...] Por eso estoy absolutamente convencido de que si no se suprime la propiedad no es posible distribuir las cosas con un criterio igua litario y justo, ni proceder con tino en Sas cosas humanas ¡ ibid., p. 44], Es ta es, en particular, la lección que aportan “las instituciones tan sabias y santas de los utópicos”. Sus inter locutores dudan de que los hombres puedan vivir a gusto bajo el régimen de la comunidad de bienes; Rafael Hitlodco replica que lo que les falla es la imaginación misma. E!, el viajante, no ne cesita ni imaginar ni soñar; pasó cinco años junt o a un pueblo feliz dei que se fue sólo para dar a conocer ese Nuevo Mundo a los que no lo vieron, A l final del primer libro, Rafael, bajo la insistencia de Moro- narrador, promete describir detalladamente la isla bienaventurada. Antes de ingresar en él, recordemos que ■ ,este seg undo libro, consagrado a la descripción de la