MIRADA PANORÁMICA
PARTE
II
De Gregorio Vil a Bonifacio VIII (1073-1303)
MIRADA PANORÁMICA
Razón tenemos para iniciar una segunda parte de la Edad Media.con la subida al trono pontificio d e Gregorio VII (1073), fecha que sin dificultad podría adelantarse algún tanto, según expusimos al principio de este libro. Y a Otón de Freissing (f 1158) tenía conciencia d e haber entrado en un nuevo período histórico, radiante y prometedor, muy distinto del "nubilosum" que acababa de pasar. Q u e en el siglo XI se produjo un renacimiento o resurgimiento tanto en lo espiritual como en l o social, cultural y artístico es evidente. Javier Bettinelli, crítico y literato del siglo* xvm, titulaba uno de sus libros, muy apreciado por G. Schlegel, Del visorgimento ú'Italia negli stttdii, nelle aríi e nei costumi dopo il Mille (1775). T a n t o o más que Italia resurgían las demás naciones del occidente europeo. E s e período, que abarca dos siglos y medio, señala tel triunfo más rotundo de la Iglesia. La vida moral y religiosa se renueva en los países de Europa, y con ella se transforma profundamente el ambiente social. El sentimiento de la fraternidad cristiana empieza a modificar el derecho y a cristianizar el régimen político de los pueblos; la justicia se impone sobre la fuerza bruta, y el orden social triunfa gracias a la fe y a la caridad. El pontificado romano alcanza la cumbre de su flore-, cimiento y de su poder no sólo en lo espiritual, sino en lo temporal, ejerciendo una especie de tutela paterna sobre los monarcas y los reinos cristianos, los cuales ste organizan en una gran unidad moral bajo la autoridad del Vicario de Cristo. Cuando el papa lo ordena, soldados d e todas las naciones se alistan en las Cruzadas contra el gran enemigo de la cristiandad, el Imperio otomano. A la sombra de la Iglesia, y por creación pontificia, surgen las instituciones de enseñanza que llamamos (universidades, y se va fraguando la maravillosa cultura que tiene sus más espléndidas manifestaciones en la teología y filosofía escolásticas, basta recordar la Suma de Santo T o -
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más: en el Derecho, ahí están las Partidas d'e Alfonso el Sabio y la Colección de las Decretales', en el arte, lo testifica el arte gótico de las catedrales; 'en la poesía, que puede brindarnos poemas como la Chanson de Roland, el Cantar de Mío Cid, el Patzival y la Divina Comedia, y, finalmente, en casi todas las manifestaciones del espíritu humano. Resucitan contemporáneamente la industria y el comercio, y se va.formando la burguesía o clase media, que la Iglesia tratará de organizar cristianamente con un régimeni de trabajo que ¡producirá excelentes frutos: el de los gremios. Entran en la órbita de la cristiandad pueblos nuevos, como los wendos, los de Pomerania, Prusia y los rosos del Báltico; misioneros católicos penetran entre los mogoles y en la misma China, y no faltan tentativas de misionar el norte de África. En cambio, arraiga cada vez más el cisma de Oriente, a pesar d'e las esporádicas tentativas de unión. El Imperio, lejos de responder a su primera finalidad de proteger al papa y a la Iglesia, entra frecuentemente en luchas con el Pontificado, turbando tristemente los mejores períodos de la Historia. Fuera del círculo imperial empiezan a constituirse, de un modo absolutista y en rivalidad con el Imperio, otras nacionalidades poderosas, que cambiarán la faz político-eclesiástica de Europa. Mirando más de cerca esta segunda parte de la Edad M e dia, veremos que el siglo xi es el siglo de las Investiduras y el de la Reforma eclesiástica; el xn, es el dte las Cruzadas (1095 ss) y de los orígenes de la Escolástica, con el fuerte contrapeso de la Mística; siglos de lucha, en pos d e los cuales viene la magnífica síntesis del siglo xm, en que todas las corrientes, aun las más opuestas, se armonizan, para que triunfe la Iglesia y campee la civilización cristiana. T a n dichosa época de fe, de unidad, de concordia y prosperidad se cierra o, por mejor decir, se disuelve—lentamente, como todas las épocas históricas, y por fel desenvolvimiento natural de elementos disolventes que germinaban en su interior—a los comienzos del siglo xrv. La triste muerte de Bonifacio VIII (1303) es verdaderamente simbólica.
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CAPITULO I La reforma
gregoriana*
N o s toca iniciar esta segunda época medieval con una de las figuras más nobles'y valientes d e la historia del Pontifica^ do: Gregorio VIL D e él toma nombre la gran reforma eclesiástica, que, comenzada por sus antecesores con la ayuda eficaz de santos monjes y de insignes prelados, fué llevada a cabo por sus inmediatos sucesores. Pero el punto más tenso y culminante d e esa curva reformatoria lo señala Gregorio V I L Por eso se habla de la "reforma gregoriana". I.
LAS CAUSAS DEL MAL
1. La investidura laica.—Para formarnos idea de las dificultades de la empresa y del valor q u e se necesitaba para aco* FUENTES.—DUCHESNE,
Liber Pontificalis, vol. 2; WATTBRICH,
PontAficum Romanorum vita-e vol. 1; ERICH CASPAR, Das Register Gregors VII (Berlín 1920-1923), edición crítica del Registro original de Gregorio VII, que anula la de Jaffé; JAFFÉ, Morvu> menta Gregoriana (Berlín 1865), donde están, después del Registro, las Epistolae oollectae; BONIZO DE SUTRI, Ad amicum, en MGH, De lite I, 568-620, publicado también en Watterich y en Jaffé; Guiño DE FERRARA, De schismate Hildebrandi, en MGH, De lite I, 532-567; LAMBERTO DE HERSFELD, Anuales, en MGH, SS, V, 152-263; BERTHOLDO DE REICHEÍÍAU, Annales ibíd. V, 264-236; BRUNO, De bello sáxonico ibíd. V, 329-384; BERNOLDO, Chronicon ibíd. V, 427467; ARNULFO, Gesta episcoporum mediolanensium ibíd. VIII, 6-31; LANDULFO,Historia mediolanensis ibíd. VTII 36-100; BENNON, Scripta contra Gregorium VII et Urbanum II, en MGH, De lite II, 366422. Allí mismo pueden verse otros libelli de lite, relativos a la lucha entre el Pontificado y el Imperio. BIBLIOGRAFÍA.—A. FLICHE, La reforme grégorienne. T. 1: La formation des idees- grégoriennes; t. 2: Grégoire VII (Lovaina-París 1924-1925); H. X. ARQUILLIERE, Grégoire VII. Essai sur la conception du pouvoir pontifical (París 1934); W. M. PBITZ, Das Originalregister Gregors VII im Vatilcanischen Archiv, en "Sitzungsberichte der k. Akademie der Wissenschaften zu Wien", phil. hist. Klasse, t. 165 (1911); O. BLAUL, Studien ssum Regíster Gregors VII, en "Archiv für Urkundenforschung" 4 (1912) 113228; T. OBSTREICH, The Personality and Character of Gregory VII in recent historical researrh, en "The catholic historical review", n. s., I (1921) 35-43; H. GRIBAR, Die Investiturfrage nach ungedrutfcten Schriften Genhrhohs von Reichersberg, en "Zeitschrift für kath. Theologie" 9 (1885) 536-553; E. BERNHEIM, Investitur und Bischofsioahl im 11. und 12. Jahrhundert, en "Zeitschrift für Kirchengeschichte" 7 (1885) 303-333.—Finalmente, véanse los recientes Studi Gregoriani raccolti da G. B. Borino (Roma, abadía de San Pablo, 1948-56, cinco volúmenes con las más acreditadas firmas); para la historia de España, el art. de L. DE LA CALZADA, £ a proyección del pensamiento de Gregorio VII en los reinos de Castilla y León ÜI, 1-87.
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meterla, preciso es describir algunas de las consecuencias morales y canónicas que acarreó a la Iglesia el feudalismo, con la intrusión de los príncipes y señores feudales en sus iglesias y monasterios propios, Indicado queda en, otro lugar cómo los monarcas alemanes, sobre todo a partir de Otón I, se apoyan sobre los obispos para combatir las rebeldías y ambiciones de los otros señores feudales. Otón el Grande dio el arzobispado d e Colonia a su hermano1 Bruno; el de Maguncia, a su hijo Guillermo el Bastardo; el de Tréveris, a uno d e sus primos; el d e Salzburgo, a uno de sus favoritos; al arzobispo Bruno le confió la cancillería imperial; obispos o abades ejercen los principales cargos de su corte. Otón II perfeccionó este sistema, que hacía de la Iglesia un eje o pieza esencial d e su gobierno. O t ó n IIL siguiendo la misma política, entrega en feudo condados enteros a los obispos de Würzburgo, Bremen, Colonia, y se d a a sí mismo el título de "servus Christi", casi como un pontífice. Enrique II el Santo utiliza los mismos resortes; tanto o más que sus antecesores, dispone d e los obispados a su arbitrio, impone a las abadías reales los abades que más le placen, delimita el territorio de las diócesis, convoca y preside los concilios; no sin razón escribe Ruperto, abad d e Deutz: "non electione, sed dono regis episcopus fiebat". Pero hay que reconocer que estos emperadores, y lo mismo se diga d e Enrique III, amaban a la Iglesia y escogían por lo general personas muy dignas. El sistema, sin embargo, era ten sí desastroso p a r a el régimen de la Iglesia, a la cual esclavizaba; y en manos de otros monarcas, como Enrique I V , se convirtió e n ulna fuente de cornupción x . Cosa idéntica sucedía en Francia 2 . Sólo que en Francia el rey nombraba los obispos en sus dominios directos {provincias eclesiásticas d e Sens, Reims, Lyón y Bourges)', mientras que fcn Nocmandía, Bretaña, Gascuña y Languedoc los obispos eran nombrados por los duques o condes de los respectivos territoSon terribles las frases con que Geroch de Reichesberg pinta la desvergüenza de Enrique IV en vender o regalar los obispados a los cómplices de sus torpezas, y cita versos como éstos: "Abbatissarum reginarumque subactor per adulterium suimpsit episcopium."
(Syntagma -le statu ecclesiae: ML 194, 1457.) l0
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a ? ? *' ** Enrique IV puede generalizarse y aplicarse » otros: "Iste vero iam imperatoria benedictione percepta, aequaem potestatem sibi in spiritualibus ac temporalibus vindicabat. fiam spretis electionibus, is apud eum dignior caeteris episcopatus nonore habitus est, qui ei vel familiarior exstitisset, vel.plus obseHUU aut pecuniae obtulisset" (Ibíd. p. 1467-68). _ . Lo demuestra bien claramente, por no citar más que un «Motor clásico, IMBART DE LA TOUR, Les élections episcopales dans. r &glise de France du IX" au XII° siécle (París 1890),
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rios. Ellos elegían la persona y ellos le daban las insignias de su cargo. Hay que tener en cuenta, como ya en otro lugar dijimos, que en la alta Edad Media la mayoría de las iglesias rurales eran de fundación privada y, por consiguiente, propiedad de un señor, el cual designaba el sacerdote que debía vivir a su servicio en aquella posesión. El mismo derecho se fueron arrogando los príncipes respecto de los obispados incluidos en sus dominios temporales. Dejó de intervenir el pueblo y el clero en el nombramiento de los obispos, para no actuar más que el señor temporal, confiriendo al candidato la investidura, que implicaba no sólo la posesión de los bienes episcopales, sino el ejercicio de las funciones pastorales: "curamque ei báculo committens pastoralem", decía Qtón I en uno de sus documentos 8 . Según explicamos al tratar del feudalismo, investidura propiamente se decía el acto jurídico por el que el dueño o propietario de una iglesia la confiaba, a título de beneficio, al eclesiástico que debía servirla. Solía hacerse por medio de un símbolo, que, cuando se trataba de un obispado, era la entrega del anillo y del báculo pastoral. ¿Vacaba un. obispado? El príncipe o señor temporal buscaba entre sus parientes, o amigos o partidarios, al más adicto y fiel, no precisamente al más apto, o bien aguardaba a ver quién le ofrecía por el c a r g o mayor suma de dinero. Luego le otorgaba la investidura, entregándole—cosa que antes pertenecía al metropolitano—el báculo y el anillo, símbolos de la autoridad espiritual, mientras el electo prestaba jurar mento de fidelidad y vasallaje. Con esto empezaba a administrar la diócesis y a disfrutar de sus bienes y posesiones. Sólo faltaba la consagración para el desempeño de sus funciones puramente espirituales. El metropolitano, con los obispos de la provincia, no se había de negar. 2. Simonía y nicolaitismo.—Bien comprendió el cardenal Humberto de Silva Candida que la raíz d e los desórdenes introducidos en la Iglesia había que buscarla en la investidura laica. En efecto, la primera consecuencia que de ahí se derivaba era 'a simonía. Todos cuantos ambicionaban un episcopado prometían de antemano cosas indignas o injustas, o bien lo compraban sencillamente a precio de oro. Esto era tan ordinario, que solía hacerse notariaimente, sin el menoir escrúpulo. Así vemos que en 1040, viviendo todavía el obispo Amiel de Albi, un tal Guillermo aspira a esta sede para cuando el obispo muera; el vizconde Bernardo accede a la petición y levanta acta notarial, entregándole el obispado a cambio de 5.000 sueldos de oro, "de tal forma que Guillermo' lo posea durante su vida, ora reciba él la consagración episcopal, ora haga que se consagre oteo en su lugar" 4 . D e hecho, sabemos que Guillermo llegó a ser • ML 143, 1149; MGH, IAbri de lite I, 205. ' L. DE LAGGBR, Aperen, de la reforme grégorienne dans Valbis geois, en "Studi Gregoriani" II, 216.
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obispo de Albi. De su sucesor, Frotard, consta que pagó por el mismo obispado "quince caballos de gran precio" B. El vizconde de Narbona recibió por el nombramiento arzobispal de Guifredo de Cerdeña (1079) 100.000 sólidos. E n 1016 Adalgero, abad simoníaco de Conques, vendió los bienes de su monasterio para poder comprar la sede arzobispal de Narbona. D e igual modo se portaban algunos reyes de Francia, como Enrique I (f 1060) y su hijo Felipe I (f 1108). El obispo que así entraba en la diócesis se adeudaba, y para pagar a su acreedor vendía curatos, diaconías y demás beneficios al mejor postor y exigía cantidades injustas de dinero por conferir las órdenes sagradas, administrar los sacramentos, etc., y aun se atrevía a vender tablas de pinturas, cruces, relicarios, cálices, patenas y otros objetos del culto. El resultado era una cadena interminable de pecados de simonía. Esto mismo era frecuente en los que compraban el título de abad, para pagarlo a costa de los monjes, como dice Ruperto de Deutz: "de carne et ossibus monachorum soluturus". La segunda consecuencia de la investidura era el nicolaitismo. Hombres que así entraban en el estado eclesiástico non ptopter regnum caelorum, imposible que tuviesen la virtud y austeridad necesarias para guardar el celibato y la continencia. Viviendo, además, encuadrados en el feudalismo de la época, participaban de casi todas las taras morales propias de los señores feudales. D e ahí lo que se ha llamado nicolaitismo (alusión a los nicolaíitas mencionados en el Apocalipsis) o clerogamia. La mayor parte de los clérigos, al menos en Lombardía, Francia y Alemania, vivían con su mujer y sus hijos; en lo cual no hacían sino seguir el ejemplo frecuente de sus obispos, algunos de los cuales se transmitían la diócesis en herencia de padres a hijos y nietos, formando verdaderas dinastías episcopales. "Todos los sacerdotes y levitas—exclamaba Anselmo de Lucca—tienen mujer". San Pedro Damiani lo aseguraba de no Pocos obispos de Italia y protestaba de que algunos lo declarasen lícito a sus clérigos. Los de Milán, duramente combatidos Por los monjes de la Camáldula y de Vallombrosa, y luego, por ios patarinos, resistían tenazmente a la "intrusión romana", ^ g a n d o falsamente sus "privilegios ambrosianos". Tenían de s u parte a los nobles, a los valvasores y capitanei, que, gustosos, casaban a sus hijas con personajes del alto clero. Attón de Vercelli lamentábase en carta a sus sacerdotes que muchos viV*an no ya con una mujer o concubina, sino con meretrices. *^n el siglo x hasta los monjes de Farfa tenían sus concubinas, Primero en secreto, después pública y paladinamente. Lo mismo consta de los canónigos de Brema y de otros de •Alemania en el siglo x y xi. Un manuscrito de Augsburgo (si* Ibid.; p. 217. Historia
de la Iglesia
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glo XI) dice que el clérigo, "en seguida que recibe la unción sacerdotal, y por indigno que s£a, se encarga de una parroquia, lo primero que procura es ut sumát uxocem" '6. N o todo, ni mucho menos, ha de atribuirse a inmoralidad y corrupción. Quizá influía el ejemplo de la Iglesia griega, en lá cual los sacerdotes, diáconos y subdiáconos no podían, es Verdad, casarse después de su ordenación, pero se les permitía, como se les permite hoy, vivir matrimonialmente con sus mujeres, si habían contraído matrimonio antes de recibir las órdenes sagradas. Solamente a los obispos s e les exigía—y exig'e— absoluta continencia. D e todos modos, no se entenderá bien aquel abuso tan) general en todo el Occid'ente si no se recuerda, al menos someramente, la historia de la ley eclesiástica sobre el celibato '7. Desde los tiempos apostólicos el celibato fiué estimadísimo y tenido como gala y honor de la Iglesia. Se recomendaba a todos los sacerdotes, mas no se imponía. Por Tertuliano y Orígenes vemos que en el siglo ni 'era frecuente, mas no general. Es en el concilio de Elvira, poco después d'el año 300, cuando aparece la primera ley obligatoria del celibato o contenencia para los obispos, presbíteros y diáconos. Esta disciplina que , se impone en España regía también probablemente en Roana ya en esa época, cierto desde el concilio romano de 386, y en la Galia y en África, en lo cual no hacían esas iglesias sino acomodarse a lo que enseñaban los Santos Ambrosio, Jerónimo, Agustín y León I. Hasta el siglo v, y en algunas partes hasta el vil, los subdiáconos no estaban incluidos en la ley del celibato. Los que al recibir las órdenes mayores tenían espesa legítima debían separarse de ella, o vivir juntos como hermanos, bajo pena de excomunión, o por lo menos de deposición. Se habla de diaconissa, pcesbytera, episcopissa, porque siendo esposas del diácono, presbítero u obispo, se les 'permitía a veces habitar en la misma casa, tamquatn sórores, lo cual no dejaba de constituir un serio peligro. Durante 'el siglo vm experimentó una grave crisis' en Francia la disciplina del celibato, pues consta que las caídas eran frecuentes, aunque se castigaban con rigor. Algo semejante debió de ocurrir en la España visigótica de los tiempos de Witiza. Bajo los carolingios el nivel moral se eleva. Los subdiáconos son equiparados a los diáconos en la ley del celibato. Pero con el declinar d'el siglo IX padece triste
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eclipse la disciplina. N o sólo cohabitan, con sus esposas los presbíteros y diáconos anteriormente casados, sino que aun los otros se casan anticanónicamente y viven 'en una especie de concubinato *. León VII se lamen t a de que los ministros del Señor "publice ducant uxores" °. Víctor III dice que lo mismo practican algunos obispos 10. Cuando arzobispos, como los de Rouen, no tenían escrúpulo 'en vivir públicamente con su mujer e hijos, puede imaginarse la conducta del clero sometido a tales autoridades. Como el matrimonio de los sacerdotes, aunque ilícito, no había sido aún declarado inválido, se comprende que muchísimos, viendo que sus obispos n o urgían la prohibición, viviesen con tranquilidad de conciencia. De la gran extensión del mal no puede dudarse, sobre todo en aquellos tiempos en que más se degradó el sacerdocio, dedicándose los ministros de Dios a negocios mundanos, a la caza, al com'ercio y a oficios menos honestos, como testifica del norte de Italia el Beato Andrés d'e Vallombrosa en la Vida de San Arialdo y San Brlembaldo rí. Muchos, naturalmente, abogaban por que se les concediese el matrimonio legítimo, y trataban de justificar su conducta con textos de San Pablo y del Evangelio o bien con el ejemplo de los sacerdotes del Antiguo Testamento y de la' Iglesia griega, cuando no se refugiaban en la imposibilidad d e vivir riru angelorum. Pero la Iglesia no cesaba d e condenar aquellos desórdenes, y a veces con dureza propia de la época. Así, leemos en el concilio de Augsbürgo (952) un decreto que manda coger a la concubina, azotarla con varas y cortarl'e los cabellos. Y en el de Bourges {1031), una orden de que nadie se case con la hija de un presbítero o diácono. Benedicto VIII legisla en el sínodo de Pavía (1018) que los hijos e hijas de sacerdotes coheubinarios sean reducidos a esclavitud o servidumbre. León IX, N i colás II y Alejandro^ II mandan a todos los fieles que eviten el trato con tales sacerdotes, y excomulgan a éstos si se atreNo siempre que se habla de concubinas se entiende en el sentido peyorativo actual. En algunos documentos, la palabra concubina significa mujer legitima, pero de inferior categoría, sin los derechos y dignidad de uxor. Cf. DUCANGE, Glossarium mediae et infinae latinitatiSj v. Concubina. ° MANSI, Concilia 18, 379.
* PAUL FOURNIER, Le décret de Burchard de Worms, en RHB 12 (1911) 672. Del estado lamentable del celibato eclesiástico en Alemania, cf. CARI, MIRBT, Die Publizistik im Zeitalter Gregors Vil (Leipzig 1894) p. 251s. ' E. VáCANDARr, Les origines du célibat écclésiastique, en "Etudes de critique et d'histoire religieuse" (París 1913), serie 1, 121-155; F. X. FUNK, Cólibat nnd Priesterehe im christUchen Air :¿ tertum, en "Kirchetigesch. Abhandlungen und Untersuchungen" (Paderborn 1897) I, 121-155.
. ™ Dialogorum liber tertiiifi: ML 149, 1003. Lo repite Bonizon «e butri: "Sed ipsi pontífices passim concubinati haberentur, ut 58(T> USUf5 a l > o l e r e t infamiam" (Ad amicum 3: MGH, De lite I, " "Nam alii cum canibus et ancipitribus huc illueque pervagantes, suum venationi lubricae famulatum tradebant, alii tabernaní et nequam villici, alii impii usurarii existebant, cuncti fere cum publicis uxoribus sive scortis suara ignominiose ducebant viam... nullus ordo vel gradus haberi posse nisi sic emeretur quomodo emitür pecus" (ML 143, 1441).
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ven a decir una misa, a la cual nadie deberá asistir. En lo mismo insistirá, como veremos, Gregorio VIL La legislación canónica sobre el celibato quedará definitivamente trazada ten el concilio de Letrán (1123), estableciendo que el matrimonió de los sacerdotes y de los diáconos y subdiáconos n o solamente es ilícito, sino inválido. II.
E L HOMBRE PROVIDENCIAL
1. Hildebrando.—Tanto el nicolaitismo o clerogamia como la simonía eran vicios inherentes a la feudalización de la Iglesia, porque ésta s'e hallaba en aquel régimen esclavizada y sin libertad para escogerse sms ministros dignos: eran como dos hijos mellizos de la investidura laica. ¿Quién tendrá fuerzas y arrestos suficientes para atacarlos de frente y matar la raíz de donde proceden? E n la historia de la Iglesia todas las grandes empresas las realizan los santos, capitaneando generalmente a nuevas órdenes religiosas-. Buen augurio podía ser que ya en el siglo x se vieron surgir pléyades de santos y nuevos institutos monásticos. Al frente de todos iba Cluny, con una serie de abades venerados por su santidad. Vinieron luego San Nilo de Rossano, con sus ermitaños d e Calabria; San Romualdo, con sus camaldiulenses; San Juan Gualberto, con los de Vallombrosa; San Pedro Damiani y tantos otros santos de Alemania, España, Francia e Inglaterra, que hemos mencionado en otro capítulo. Y continuando la l'enta, pero eficaz campaña reformista de los papas León IX, Víctor II, Esteban IX, Nicolás II y Alejandro II, o, más bien, continuando y reforzando la propia acción reformadora que venía desarrollando en los cinco pontificados anteriores, Hildebrando, paladín de la santidad sacerdotal y de la libertad de la Iglesia. Entré todos los papas providencialmente suscitados por Dios para extirpar abusos, luchar contra las potestades del mundo y hacer cumplir las leyes eclesiásticas, ninguno tal vez ha sentido en su conciencia tan imperiosamente la voz del Señor a su profeta: "Ecce constituí te hodie super gentes, et super regna, ut evellas, et destr.uas, et disperdas, et dissipes, et aedifices, et plantes" (Iex. 1, 10). Hildebrando, que en su exterior era de pocas apariencias ("homuncionem exilis staturae", le llama Guillermo de Malmésbury), pero de una inteligencia clara, de un corazón generoso, de un. alma mística y de una tenacidad indomable, había nacido en una aldea de Toscana hacia el año 1020. N o hay que creer al maldiciente Benzo, obispo de Alba y adulador de Enrique IV, cuando canta de Hildebrando: "Natus matre suburbana, de paire caprario, oucullatus fecit nidum in Petri solario", pues más
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bien par'ece que su padre, Bonizo, pertenecía a una familia de la nobleza romana 112 . D e niño se educó en el monasterio de Santa María en el Aventino, del que era abad un tío suyo, teniendo por maestros a Lorenzo, arzobispo de Amalfi, y a Juan Graciano, futuro papa Gregorio V I , a quien seguirá siempre con fidelidad admirable. En su juventud vio con horror los escándalos que se sucedían en la Cátedra de San Pedro. U n muchacho de acaso 'dieciocho años (doc'e, según algunos) subió al trono pontificio con el nombre de Benedicto IX (1033), iniciando una época de desórdenes, que pareció tener fin cuando Juan Graciano (Gregorio V I ) adquirió la tiara d e una manera aparentemente simoníaca (1045). N o fué sólo Hildebrando quien se alegró con el nuevo papa; fué también San Pedro Damiani y los monjes de Cluny, que esperaban de él un comienzo d"e reforma. Mas no logró imponer en Roma su autoridad, por lo cual el emperador Enrique III, a fin de restablecer el orden y la paz, lo hizo conducir a Alemania, después de haberlo depuesto en el sínodo de Sutri. "Invitus ulfcra montes cum Domno Papa.Gregorio abii", dirá más tarde Hildebrando. N o sabemos si fué el mismo emperador quien le mandó salir de Roma en 1047 para seguir la suerte de su antiguo ma'estro y amigo. T r a t a d o con mucha deferencia por el emperador y por el arzobispo de Colonia, estuvo algún tiempo en esta ciudad y en W o r m s , no mucho, porque, según Bonizon de Sutri, se fué luego de la muerte de Gregorio V I (1048) a Cluny, en c u y o ¡monasterio "monachus effectus est" 18 . M Así, las últimas investigaciones de G. MARCHETTI-LONGHI, Richerche sulla famiglia di Gregorio VII, en "Studi Gregoriani" H, 287-333. En cuanto a Benzo, sabido es que su Panegiricus rhytmicus Hewrici IV es un polímetro curioso, con mezcla de prosa, en donde la sátira se rebaja a groserías, como la última de estos versos:
"Saonensis Buzianus est quidem homuntio, ventre lato, crure curto, par podicis nuntio." El así descrito parece ser Hildebrando, saonense, a quien en otros pasajes denomina M&rdiprandus, Stercorentius, diabolicus inonachellus, Ule draco tortuostts anguis de propagine, haereticus, adulter fornicarius, etc. (MGH, SS, XI, 591-681). Si por parte de oíadre tenia sangre judía, no aparece del todo claro. Cf. PALUMBO, £ ° scisma del MCXXX (Roma 1942) p. 102 s. M La estancia en Cluny es rechazada como leyenda por w. Martens, el cual niega asimismo que Hildebrando fuera jamáa oíonje, y por Fliche; éste, sin embargo, admite la profesión monástica de Hildebrando, sin precisar dónde. Quizá tomó la cogulla ya en su adolescencia en Roma, pero no negamos toda probabilidad a la opinión de los que están por algún monasterio alemán °6 Renania o por Cluny. Que fué monje se prueba por las muchas Veces que los cronistas de la época lo afirman. Cf. DOM BERLIÍIRB, Grégoire VII, fut-il moinef, en "Revue bénédictine" 10 (1893) a 36 ss. Dom Berliére no cita unas palabras del mismo Grego-
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Lo cierto es qu'e en seguida le vemos ir a Roma con Bruno, obispo de Toul, s'eñalado por el emperador para ceñir la tiara pontificia llamándose León IX (1049). "Sed magis invitus cum domino meo papa Leone ad vestram specialem ecclesiam redii", dirá en el sínodo romano de 1080. Nombrado rector y administrador o ecónomo del monasterio d'e San Pablo, muy necesitado de reforma, Hildebrando restableció el orden y la disciplina claustral, al mismo, tiempo que restauraba la hermosa basílica. E s o le valió el nombramiento de subdiácono de la Iglesia romana y el desempeño de una legación pontificia 'en Francia, donde trabajó con admirable prudencia por la extinción de la herejía d e Berengario y por la reforma de los abusos eclesiásticos (sínodos de Macón y Lyón, 1056). La misma habilidad para los. negocios demostró en otra legación que des'empeñó' en Alemania, muerto Víctor II, con el fin de obtener de la emperatriz Inés la confinmación del nuevo papa Esteban IX. Arrebatado éste rápidamente por la muerte, negoció Hild'ebrando con la misma emperatriz y con la Curia romana el nombramiento de Nicolás IÍ (1058), quien le agradeció sus servicios otorgándole la alta dignidad d e archidiácono de la Iglesia romana. Todavía en estos años no alcanzaba probablemente Hildebrando el prestigio y autoridad del cardenal Humberto, pero ya en el siguiente pontificado. lo> vemos en la cumbre más alta de los honores, al lado del papa, como brazo derecho y ministro omnipotente de Alejandro II. Bien lo expresó su amigo y auxiliar Pedro Darniani en aquel dístico hiperbólico: Papam rite coló, sed te prostratus adoro; Tu facis hunc dorninum, te facit iste deum. Muere Alejandro II el 21 de abril d e 1073. El pueblo, con una calma inusitada, se pone en manos d e Hildebrando, el cual ordena las exequias del difunto y prescribe un ayuno d e tres días y la recitación de las letanías, a fin de obtener de Dios el acierto en la próxima elección. Celebraban el día 22 los funerales en Letrán, cuando de repente se levanta un enorme clamoreo de la multitud: "¡Hildebrandoí ¡Hild'ebrando.. obispo! ¡Hildebrando 'es el que San Pedro elige pon sucesor!" Cediendo al entusiasmo casi frenético del pueblo, se reúnen los cardenales en la iglesia de San Pedro ad Vincula, proclamando al archidiácono Hildebrando, por sus muchas virtudes, ciencia y prudencia, pastor y pontífice supremo. "Placet vobis?" La muchedumbre de clérigos y monjes, de hombres y mujeres, allí rio VII, que pueden aludir a sus votos monásticos, en carta a Hugo de Cluny: "Eum qui me suis alligavit vinculis et' Romam invitum reduxit... expecto" (Registr. II, 49, p. 190), ni el testimonio del propio Hildebrando, que en el concilio romano de 1059 firma: Hildebrandus monachus.
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presentes contestan: "Placet. —Vultis eum? —Volumus. —Laudatis eum? —Laudamus". Recibió el presbiterado el 22 de mayo. Fué consagrado obispo y solemnemente entronizado los días 29 y 30 de junio.. E n recuerdo de su maestro y bienhechor, quiso llamarse Gregorio, séptimo de este nombre. Al día siguiente de su elección escribe al" abad Desiderio de Montecasino, invitándole a venir a Roma y pidiéndole oraciones, porque se siente desfallecer bajo el peso que ha caído sobre sus hombros; y al príncipe Gisulfo d e Salerno, con igual fecha, le dice lo mismo, y 'en días sucesivos al arzobispo d e Ravena, a la duquesa Beatriz d e Toscana, al abad d e Cluny, al arzobispo d e Reims, al rey d e Dinamarca, al abad de Mars'ella, les ruega insistentemente que oren y hagan orar a otros para que pueda llevar la carga "quod mihi invito el valde reluctanti impositum est". Y más adelante dirá en ocasión solemne: "Deinde valde invitus cum multo dolore et gemitu ac planetu in throno vtestro. valde indignus sum collocatus" 14 . 2. El alma' mística de Gregorio VII.—Se ha calumniado tanto a este papa, se le ha comprendido, tan mal, pintando su figura con colores chillones y dibujo, caricaturesco, que aun el día de hoy n o faltan quienes, diciéndose sus admiradores por lo que tiene de tenaz su carácter y por lo amplio y universal de su visión, no saben contemplarlo más que desde el ángulo político, ignorando las zonas más íntimas, profundas y amables de su espíritu. D e sus ideas político-eclesiásticas- hablaremos luego. Ahora nos place proyectar un poco de luz sobre su vida sobrenatural y siu piedad mística, que le merecen un puesto distinguido entre los predecesores de San Bernardo. La fe—una í'e vigorosa y ardiente—llena todos los senos de su alma y le mueve en todas sus empresas; todo lo espera "de Dios omnipotente, de quien proceden todos los bienes", y "del Espíritu Santo, que todo lo puede"; siervo de Dios se llama y desea serlo (dicimus et esse cupimus); ve a Dios en todos los acontecimientos y se entrega dócilmente a la divina voluntad. El, tan fiero e intrépido ante los enemigos de la Iglesia y ante los violadores de las leyes morales, se humilla delante d e Dios como un niño desvalido; siente que por sí nada puede, y confía ' e n las oraciones de los santos y en la .misericordia infinita de 14 Registr. VII, 14a, p. 483. Citaremos siempre el Registro de Gregorio VII por la edición de Caspar. El P. Peitz demostró sn 1891 que, contrariamente a lo que antes se creía, el manuscrito del Vaticano, es el Registro original, redactado al día por la Cancillería pontificia, salvo el último libro (EX) y el final del III. Y ^n 1912 señaló O. Blaul, de todos esos documentos, cuáles eran obra directa del mismo Gregorio y cuáles habían sido redactados "ajo su inspiración por los oficiales de la Cancillería. Son, en realdad, _ muchos los documentos en que se revela la persona y el °orazón del papa, muy importantes para conocerle íntimamente.
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Nuestro Señor (uí nulla remaneat spes salutis nisi de sola misericordia Christi); sus cartas rebosan sentimientos d e humildad y confianza en la oración d e los demás; y con la humildad une la caridad; humildad y amor recomienda a Matilde, reina de Inglaterra; al rey dé Mauritania le dice: "El Dios omnipotente, que quiere que todos los hombres se salven1 y ninguno perezca, nada aprueba tanto en nosotros como el que nos amemos mutuamente". — El amor de Gregorio V I I se extiende a todos, aun a sus mayores enemigos, como Enrique IV, a quien escribe: "Si no te amase como conviene, en vano confiaría en la misericordia de Dios por los méritos de San Pedro... Si todavía dudas de la sinceridad de mi amor, al Espíritu Santo me remito, que todo lo puede, a fin de que él te indique a su modo cuánto es lo que te quiero y amo". El celo de las almas le atormenta y consume; por eso dice al rey de Noruega que "nuestro deseo es enviaros algunos misioneros fieles y doctos que os instruyan en la ciencia y doctrina de Cristo Jesús", el cual—añade poco antes—, conforme a la voluntad de Dios, Padre eterno, y con la cooperación del Espíritu Santo, se hizo hombre por la salvación del mundo y nació de la Virgen inmaculada, reconcilió por siu muerte al mundo con Dios, borró nuestros pecados por la redención, mediante su propia sangre, y, venciendo a la muerte en sí mismo, nos convivificó y resucitó, dándonos la esperanza, viva de una herencia inmarcesible, incontaminada e incorruptible. Efecto del mismo celo es el dolor de los pecados y cismas que ve en la Iglesia (Circumvaltaí enim me dolor immanis et tristitia universalis, quia orientális ecclesia instinctu. diáboli a cathoÜca fide déficit, et per sua membra ipse antiquus hoátis christianos passim occidit)-, así escribe a Hugo de Cluny, con quien frecuentemente, desahoga su pecho. La devoción tiernísitna a la humanidad de Cristo se transparenta mil veces, partiaularmente cuando trata de la pasión y muerte de Nuestro Señor: "Sed, pues, imitadores—escribe a los de Cartago—de aquel que por vosotros quiso ser feamente escupido, puesto en cruz entre ladrones, llagado por vuestras culpas y morir según la carne para lavaros de vuestros pecados... Si os acontece sufrir entre las armas de los sarracenos, no os asustéis, sino alegraos siempre que padezcáis por Cristo"; la imitación de Cristo debe ser la vida del cristiano. La carta pastoral y ascética que dirige a la condesa Matilde de Toscana merecería copiarse íntegra: "ya te indiqué que recibieras la Eucaristía freouentemente y te entregaras con plena confianza a la Madre del Señor... Debemos, ¡oh hija!, acudir a este singular sacramento y apetecer esta excelente medicina. T e escribo esto, carísima hija de San Pedro, para que tu fe y tu esperanza crezcan más y más al recibir el cuerpo de Cristo... Pues de la M a d r e del Señor, a quien principalmente te encomendé y te en-
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comiendo y jamás cesaré de encomendarte hasta que la contemplemos como deseamos, ¿qué te diré? Los cielos y la tierra la. alaban sin cesar y no pueden alabarla como ella se merece. T e n esto por seguro, que cuanto es mejor y más alta y más santa que las demás madres, tanto es más bondadosa y dulce para con los pecadores y pecadoras que se convierten". "Escribe en tu corazón—así amonesta a la reina de Hungría—que la suprema Reina del cielo, elevada por encima de todos los coros angélicos, es la gloria y el honor de todas las mujeres, más aún, la salvación y la nobleza de todos los elegidos, porque ella sola mereció, virgen y madre, dar a luz al que es Dios y hombre, vida y cabeza de todos los buenos". C o n el amor a la Eucaristía y a la M a d r e de Dios juntaba Gregorio .VII el amor a la Iglesia romana, "mater vestra et totius christianitatis, ut satis, magistra", amor del que dio pruebas bien notorias en toda su vida, y que casi siempre se identificaba con el amor y devoción a San Pedro, príncipe de los apóstoles, "qui me ab infantia mea sub alis suis singulari quadam pietate nutrivit et in gremio suae clementiae fovit". Angustiado por tantas calamidades como presenciaba', prorrumpía en suspiros como el de San Pablo: quiero morir y estar con Cristo. "Al cual muchas veces clamo: Apresúrate, n o tardes, date prisa, no te detengas; y libértame por amor de la Bienaventurada Virgen María y de San Pedro". Esta piedad tan íntima, totalitaria y ferviente se nutría en la meditación y se fortificaba con la austeridad de vida, de la que testifican varios de sus contemporáneos. Gregorio XIII lo canonizó y Benedicto XIII extendió su fiesta a toda la Iglesia. Alimento de su intensa vida espiritual era, como ya indicó Fliche, la Sagrada Escritura, particularmente los Salmos y el Nuevo Testamento, mucho más que la lectura de los Santos Padres, de los cuales debió de tener escaso conocimiento, si exceptuamos a San Gregorio Magno, a quien saluda con los epítetos de sancüssimus, mitissimus, humillimus, dulcifluus, egregius, y a quien cita, según el cómputo de Arquilliére, no menos de 58 veces. Conocida ya el alma de aquel intrépido luchador, nos será más fácil interpretar sus acciones. 3. El reformador, — Nadie más a propósito que Gregorio VII para emprender desde la Cátedra de San Pedro la reforma moral y religiosa de la cristiandad. Sus embajadas y viajes por diversas naciones, su larga experiencia de gobierno con diversos papas y su conocimiento de las personas y de los problemas le capacitaban maravillosamente para el destino que la Providencia le había asignado. Amaba la paz y estaba dispuesto a sacrificarse por ella, pero amaba también la verdad y la jus-
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ticia, ut vélimus, nolimus, ómnibus geníibus, máxime christianis, veritatem eí iustitiam annutiare compellimur 15 . Claro y definido era el programa de su pontificado: "Magnopere procuravi ut sancta Eoclesia, sponsa Dei, domina et mater nostra ad proprium rediens d'ecus, libera, casta et catholica permaneret" 1G. Devolver a la Iglesia, nuestra madre y esposa de Cristo, su libertad y su hermosura. También pensaba desde el principio ten restablecer la unidad del cristianismo', reconciliando a Bizancio con Roma. El espectáculo que presentaba la Iglesia occidental era lamentable. El mismo nos lo describe con trazos sombríos y con acento de inconsolable dolor 17. Escribe cartas aprtemianies a los obispos y a los príncipes para que colaboren con él en el empeño de exterminar el nacolaitismo. Reúne concilios en Roma que restablezcan los' antiguos cánones relativos a la observancia del celibato. El primero que celebra bajo su inmediata dirección es en la Cuaresma de 1074. Las decisiones tomadas son: que ningún clérigo promovido simoníacamente pueda ejercer sus ministerios en la Iglesia; que perderá su cargo quien lo obtuvo a precio de dinero; que los incontinentes, sean presbíteros, diáconos o subdiáconos, cesarán ten su oficio y el pueblo deberá apartarse de sus funciones, a fin de que aquéllos se avergüencen y siquiera por la infamia se corrijan. En esto no hacía Gregorio V I I más que repetir lo que. habían ordenado ya sus antecesores. Sólo que 'el nuevo papa no se contentaba con palabras. Y para ejecutar estos decretos envió sus legados a todas partes, a fin de que ellos convocasen, otros sínodos en hombite del pontífice y destituyesen a los obispos renuentes o los remitiesen a.Roma. En Alemania los legados Gerardo d e Ostia y Huberto de Pr'eneste fueron recibidos favorablemente por Inés, madre de Enrique IV, y por este mismo monarca, el cual, aunque excomulgado por Alejandro II,- quiso ahora reconciliarse con la Iglesia, porque el levantamiento de los sajones le había puesto en durísimo aprieto. La resistencia se encontró en el clero. Bien es verdad que el celoso Altmann, obispo de Passau, hizo todo lo posible por que stus clérigos se sometiesen a la ley del celibato, pero otros se portaron de manera muy diferente: Liemaro de Brema se negó a promulgar los decretos romanos; Sigfrido de Maguncia blandeó demasiado con los sacerdotes de su diócesis, y Otón de Constanza dejó 'en paz a los sacerdotes casados y permitió casarse a los que no lo estaban. Más violenta fué la resistencia del clero inferior, pues todos ellos—así lo afirma Lamberto de Hersfeld 'en su Crónica—bramaron de co15 M
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Registr. I, 15, p. 23. Pri. JAFFÉ, Monumento, Gregoriana epist. 46, p. 574. Ibíd. 573; y Registr. I, 42, p. 64-65.
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raje contra el decreto del papa, acusando a éste de hereje, pues iba claramente contra las palabras del Señor: " N o todos son capaces de ello" (Mt. 19, 11), y contra las del Apóstol: "Mejor es casarse que abrasarse" (1 Cor. 7, 9), y protestaban que antes abandonarían el sacerdocio que el matrimonio 1,8 . N o fué mejor la acogida que se dio en Francia a las. decisiones del concilio romano. El rey F'elipe I, simoníaco empedernido, no hacía el. menor caso de las leyes eclesiásticas. Gregorio VII le ñama en carta a los obispos "non rex. sed tyrannus", "que ha manchado toda su vida con pecados y crímentes,, y el infeliz y miserable dirige inútilmente el gobernalle del reino", y da pésimo ejemplo a sais subditos "con el pillaje dte las iglesias, con adulterios, con rapiñas nefandísimas, con perjurios y con multímodos fraudes"; reprocha luego a los obispos que "se esconden eru el silencio como perros que no saben ladrar" 19 . Los legados pontificios Hugo de Die y Amadoi de Oleróo luchan contra la simonía tanto como contra la clerogamia. Hugo principalmente reúne en París un sínodo, mas la asamblea, al oír qu'e el papa prohibía asistir a la misa de un clérigo simoníaco o concubinario, proclama que eso es absurdo e imposible, y San Galterio, abad d e Poiiitoise, que defendió las decisiones pontificias, fué injuriado, atropellado y finalmente encarcelado por los soldados del rtey. También en Cambray los eclesiásticos se negaron a obedecer, y en unión con los de N o yón expusieron a Roma sus quejas. Por una carta del papa venimos en conocimiento que ten el mismo Cambray un hombre que habló contra los simoníacos y concubinarios fué arrojado a las llamas. De Italia tenemos pocas noticias, pero sabemos que en la misma Roma se formó un foco de oposición a los decretos contra la simonía y la clerogamia. Y aunque en Milán los pátaros, agrupados ten torno a su jefe Earlembaldo, redoblaron su actividad, mas no parece que se operase ningún cambio importante en el estado lamentable del clero lombardo. En Inglaterra hubo ciertamente dificultad en acteptar los decretos gregorianos de parte de los clérigos, pero el rey Guillermo se puso de parte del papa, con tal de podter conferir él los obispados, y los obispos, con Lanfranco al frentte, secundaron las iniciativas del pontífice y del monarca. E n España no existía el problema de la simonía y el nico18 "Adversus hoc decretum protinus infremuit tota factio clericorum, hominem plañe haereticum et vesani dogmatis esse clamitans, qui oblitus sermonis Domini, quo ait: Non omnes capiunt hoc verbum; qui potest capere capiat; et Apostolus: Melius est nubere quam uri, violenta exactione nomines vivere cogeret ritu angelorum... malle se sacerdotium quam coniugium deserere" (MGH, SS, V, 218). Véase también MANSI, Concilio, XX, 415-416. " Registr. II, 5, p. 131.
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laitismo tan agudo como en otras partes; así que Gregorio V I I no tuvo que preocuparse de ello. Solamente en Cataluña, por la vecindad de Francia, se sentía el contagio; por eso el concilio de Gerona (1078), bajo el legado Amado de Olerón, depone y excomulga a los clérigos concubinarios y simoníacos. U n segundo concilio romano reunió el papa en noviembre de 1074; es de suponer que con la misma finalidad, mas no s'e han conservado sus actas. Podría -parecer que los esfuerzos de Gregorio V I I resultaban baldíos por la oposición que se levantaba en todas partes; y así cab'e entender, la carta que escribió a Hugo de Gluny el 22 de enero d e 1075, habiéndole de la gran tribulación que le acongoja, y deseando que el buen Jesús ("pauper lesus, per quem omnia facta sunt") le alargue la mano y, compadeciéndose de él, le saque d e la presente vida. E n estas efusiones de su alma hallaba consuelo y se confortaba paca proseguir varonil-, mente la lucha. Lamberto d'e Hersfeld asegura que "a pesar de todo, Gregorio insistía en su campaña y con asiduas legaciones reprendía la desidia y negligencia de todos los obispos" e 0 . E n efecto, las cartas y los concilios siguientes prueban que la t e nacidad del papa n o cedía ni se doblegaba por uní fracaso o por una adversidad. Algo por lo ¡menos había conseguido, a saber, el sacudimiento de las conciencias aletargadas. . M a s comprendió que los resultados n o serían estables si no se acababa d e una vez con la simonía, la cual .radicaba en la investidura laica. Por eso, aunque sigue atacando fuertemente al nicolaitismo, desde 1075 vemos que concentra sus mayores esfuerzos en combatir la simonía y las investiduras. N o podría haber un sacerdocio casto y santo si quienes entraban en él iban movidos por el dinero y el interés, y no se obtendría esta reforma del clero mientras no se emancipase al episcopado d e la servidumbre de los señores feudales. Reunido, pues, un nuevo concilio romano en febrero de 1075, después de excomulgar a varios obispos, entre ellos cinco consejeros del monarca alemán, y lanzar anatema contra Roberto Gulscardo, duque de Apulia, infiel a sus promesas, decreta, si hemos de crear a Hugo de Flavigny, lo siguiente: "Cualquiera que en lo sucesivo reciba un obispado o abadía de mano de una persona seglar n o será tenido por obispo o abad. Perderá 20
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guncia le anima apelando a motivos altamente espirituales, lo cual demuestra que Gregorio VII era algo más que un legislador: "Multum namque debet nobis videri pudendum quod quilibet saeculares milites quotidie pro terreno principe suo in acie consistunt, et necis perferre discrimina vix expavescunt; et nos qui sacerdotes Domini dicimur, non pro illo nostro Rege pugnemus, qui omnia fecit ex nihilo, quique non abhorruit mortis pro nobis subiré dispendium, nobisque promittit meritum sine fine mansurum?" (Registr. n i , 4, p. 250).
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la gracia de San Pedro y n o podrá entrar en el templo. Igualmente, si un emperador, duque, marqués, conde o cualquier otra autoridad osare dar la investidura de un obispado o de otra dignidad eclesiástica, sepa que incurre en idénticas penas". Esto era enfrentarse con todos los que esclavizaban a la Iglesia y especialmente con Enrique I V de Alemania. La guerra entre el Pontificado y el Imperio era inminente. N o tardaremos en presenciar las más dramáticas escenas d e lo que se ha llamado "la lucha de las investiduras". 4. Centralización eclesiástica* — Para la ejecución de sus planes d'e reforma del clero pronto se percató Gregorio V I I de que le era necesario y urgente un régimen d'e centralización eclesiástica que estrechara los vínculos de unión de las diócesis con Roma y le permitiera al papa actuar en. todos los países de una manera directa y eficaz l2 °*. A esto contribuyó en primer lugar el envío constante d e legados o representantes del pontífice. T o d a la historia de Gregorio V I I se podría estudiar en la historia de sus legados. Unos son estables y permanentes, como Hugo de Die en Francia y Almann de Passau en Alemania; otros llevan una comisión particular y concreta en esos mismos países, o en España, Inglaterra, en Polonia, en la misma Bizancio. Casi todos ellos reúnen sínodos y promulgan los edictos del papa. Otra medida centralizadora empleada por Gregorio V I I consiste en suprimir, si le es posible, o por lo menos atenuar, las funciones que en cada país desempeñaba el primado nacional. Reducida su jurisdicción, el arzobispo primado de Cartago, el de Canterbury, el de Toledo y el mismo de Lyón, creado por él en sustitución del de Sens, apenas son más que otros tantos metropolitanos, ya que los asuntos más importantes quedan reservados a la Sede Apostólica. La misma figura de los metropolitanos v a achicándose, por la acción de los legados en los sínodos provinciales y por el afán del papa de ponerse en frecuente comunicación con ellos y de hacerles venir a Roma a recibir el pallium. etc. Rueda esencial en el gobierno de la Iglesia es el obispo. Gregorio V I I lo repetirá a menudo, pero los vigilará atentamente, los obligará a frecuentes visitas ad limina, y con objeto de favorecer la reforma claustral, promoverá la exención de los monasterios, restringiendo así la jurisdicción episcopal, al par que añadiendo nuevos resortes al centralismo romano. M * La expone con su maestría reconocida A. FLICHE, La forme Grégorienne et la reconquéte chrétienne (p. 1946) t, 8 d "Hist. de l'Eglise", p. 84-109.
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GREGORIO VII
FRENTE A ENRIQUE
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1. La lucha de las investiduras'.—Eran los obispos, como ya dijimos, principalmente en Alemania, verdaderos señores temporales con anchos dominios y jurisdicción,, aunque sometidos al príncipe o a otro señor feudal; por consiguiente, vasallos al par que jerarcas eclesiásticos. Parece que nubi'era sido fácil venir a un arreglo o compromiso entre ambos poderes, de suerte que la Iglesia confiriese la dignidad espiritual y el principe o señor en cuyo territorio estaba enclavado el obispado se contentase con dar la investidura del dominio temporal. A esa solución se llegará con el tiempo, p'ero en tiempo de Gregorio VII a nadie se le ocurrió» al menos de una manera clara y precisa. Lo espiritual y lo temporal de un obispo les parecía indisoluble. Por tanto, o la Ifllesia nombraba al obispo de tal ciudad y tales dominios con todos los derechos inherentes a 'ese título concreto, o era el príncipe quien lo nombraba como a vasallo suyo, sin que al papa le tocase más que dar su aprobación. ¿Cuál de los dos poderes había de prevalecer? N i el papa ni los reyes estaban dispuestos a ceder de sus derechos. Y menos el monarca alemán, de quien dependían todos los' obispados del Imperio y qu'e ya había visto mermados sus pretendidos derechos .sobre el Pontificado con el decreto de Nicolás II acerca de los cardenales. El conflicto 'estalló, mas no por culpa de Gregorio VII, que, si bien es cierto que estaba resuelto a llevar a cabo la reforma de la Iglesia, tenía suficiente ductilidad y prudencia para amoldaffse en lo posible a las circunstancias y ahorrar cheques iñútil'es. Bien lo mostró en su política con Francia, interviniendo tan sólo en casos de flagrante simonía, y con Inglaterra, donde o! siquiera hizo promulgar sus decretos, porque de las investiduras que hacía el rey no se seguían graves males. Con Alemania intentó también un arreglo pacífico, pero allí reinaba un monarca corrompido, cruel y tiránico, con quien Gregorio VII n o podía avenirse en modo alguno, por más que quisiera. Subió al trono Enrique I V siendo todavía un niño. Desde su juventud se acostumbró a n o tolerar frenos morales. D e su increíble disolución dan testimonio los cronistas coetáneos 2 i . N o se le pueden negar ciertas buenas cualidades, actividad y talento, pero su gobierno resultó desastroso por el desorden * Están indicados en GFBOERER., Papst Gregor und sein Zeitálter (Schaffhausen 1850-64), cuyos siete volúmenes son fundamentales para este período. Cf. II, 102-103. El mismo Gfroerer dice que Enrique IV era*"un perfecto calavera", "libertino y cruel", que tenía a la vez dos o tres concubinas y no había doncella ni mujer hermosa que estuviese segura de sus concupiscencias.
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administrativo que introdujo, dando los cargos a sus cómplices, g'ente advenediza e irresponsable 22 . De la buena voluntad del papa y de su deseo de vivir en paz con Enrique IV dan claro testimonio las primeras cartas de aquél, "videlicet, ut sacerdotium et imperium in unitate concordiae coniungantur", qu'e son como los dos ojos de la cristiandad. Y efectivamente, vivieron en armonía los dos primeros años, a pesar de las arbitrariedades y crímenes del monarca, reconocidos humildemente.por él mismo 'en carta al papa. Este repetía a sus corresponsales que "ningún emperador dirigió jamás palabras tan llenas de dulzura y de obediencia a un pontífice como las que Enrique nos 'escribe a nosotros". Era que Enrique I V aún no había alcanzado la carona imperial, d e la cual necesitaba para presentarse ante los príncipes alemanes con suficiente prestigio y cons'eguir la sumisión de los sajones, que se habían levantado en armas contra él, obligándole a huir y refugiarse en la abadía de Hersfeld. Gregorio VII procuró la pacificación de los insurrectos, pero aconsejó al monarca no se dejase guiar por malos consejeros. E n carta del 7 de diciembre de 1074 le testifica su sincero amor y le da cuenta de la cruzada que qui'ere emprender contra los mahometanos de Oriente, pidiéndole su consejo, y añadiendo que, si por fin se decidiera a marchar personalmente, dejaría la Igl'esJa romana confiada a la custodia de Enrique I V (si üluc ivero, posi Deum tibi Romanam ecclesiam relinquo ut eam ctós~ todias). N o podía dajcle mayores muestras de afecto y d e confianza. Con todo ello, sin embargo, no consiguió nada. Los decretos del concilio romano de 1075 contra las investiduras produj'eron una irritación violenta en el monarca alemán, que creyó lesionados sus derechos de patronato. Precisamente por entonces empieza a sentirse seguro en el trono, pues ha d'errotado a los sajones, de los cuales ha tomado cruel y sangrienta venganza. P a r a consolidar más su posición distribuye las diócesis alemanas a criaturas suyas. Por sí y ante sí nombra al obispo de Espira, al d'e Lieja, al de Bamberg, al de Espoleto, al de Fermo y se empeña en imponer a Colonia un candidato rechazado por el clero y por el pueblo. E n la plaza de Milán cae ases : nado el jefe de los pátaros, Erlembaldo*, los milaneses adversarios de la reforma eclesiástica se dirigen a Enrique I V Pidiéndole un arzobispo, pues se ni'egan a reconocer a Attón, aprobado por Roma; Enrique les da por el gusto, nombrando a Teodaldo, subdiácono de aquella iglesia. Tales atropellos de las leyes eclesiásticas no podían ser tolerados por 'el Sumo Pontífice, el cual, sin embargo, escribe al monarca en tonos bastan-x te blandos, indicándole la posibilidad de modificar el decreto GFKOERER,
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sobre las investiduras y anunciándole el envío de legados pontificios. Llegaron éstos a Goslar el 1 de enero de 1076, y, en nombre del papa, le amonestan a que se arrepienta y cambie de conducta, emp'ezando por echar lejos de sí a los excomulgados por Gregorio VII. Viendo la contumacia y deslealtad de Enrique, lo citan a comparecer para dar cuenta de sí en el concilio romano de la Cuaresma próxima. Gustábale al rey pasar temporadas con los canónigos de Goslar, corrompidos y disolutos como él, d'e entre los* cuales escogía frecuentemente sus obispos. Allí se persuadió que buena parte de} clero y aun del episcopado estaba en su favor, con, lo que se atrevió a afrontar las amenazas de Roma. M a s no sabía el rey alemán qute también se iba consolidando la situación de Gregorio V I I en Italia. Por lo pronto, tenía de su parte, como siempre, todo el poder de la gran condesa Matilde, la Débora de Italia, dispuesta a empl'ear todas sus fuerzas generosamente en defensa del Pontificado y especialmente de Gregorio VIL Al sur estaba Roberto Guiscardo, sobre el oual pesaba ciertamente una excomunión, pero temeroso del crecimiento del partido imperial en Italia, trataba por aquellos días de reconciliarse con su señor, el pontífice de Roma. En la misma Ciudad Eterna un atentado de que fué objeto Gregorio V I I robusteció más la autoridad d'e éste. Aconteció que mientras celebraba el papa la misa de Navidad (1075) en Santa María la Mayor, un pelotón, de forajidos, capitaneados por Cencío, amigo del antipapa Cadaloo, irrumpe en el templo, llega hasta el altar, maltrata al pontífice y lo arrastra por las caires hasta encerrarlo en una torre. Inmediatamente el pueblo romano, lleno de indignación, corre tras los criminales, los asedia y exige la liberación del papa. Cencío se rinde y pide perdón. Gregorio VII, magnánimo como siempre, le perdona, imponiéndole la penitencia de ir en peregrinación a Tierra Santa. Y, como si nada hubiera sucedido, vpelve a la basílica y continúa la misa. Cencío, por su parte,,sale de Roma, pero no con dirección a Tierra Santa, sino a W o r m s , en Alemania, donde Enrique I V ha reunido una dieta en enero de 1076 con objeto de prevenir al concilio romano de la próxima Cuaresma. Más que Cencío intrigó y llevó la voz cantante en la asamblea de W o r m s , delante de numerosos obispos alemanes, el excomulgado cardenal Hugo Cándido, que había desempeñado varias legaciones pontificias en España, y Guillermo, obispo de Utrecht, ardoroso partidario del rey y enemigo del papa. Aquel conciliábulo, que se dirige a Hildebrando como a un simple obispo, "Hildebrando fratri", tiene la osadía de lanzarle a la cara las más burdas calumnias, metiéndose hasta en su vida privada, para notificarle que no le reconoce como verdadero papa, sino como intruso y perturbador de la Iglesia. Los obis-
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pos simoníacos de Lombardía, movidos por Enrique IV, se adhieren a esta declaración cismática del conciliábulo de W o r m s . Y el mismo soberano escribe una impudente carta, encabezada por estas palabras: "Enrique, rey no por usurpación, sino por piadosa ordenación de Dios, a Hildebrando, n o y a sucesor de San Pedro, sino falso monje". Y cuya conclusión es -de esta forma: "Yo, Enrique, rey por la gracia de Dios, a una con t o dos nuestros obispos, te decimos: Desciende, desciende a ser condenado por todos los siglos" 2S . 2. Solemne anatema y deposición de Enrique IV»—Estos documentos fueron presentados ante el concilio romano de la Cuaresma de 1076 por el audaz emisario Rolando d e Parma, el cual habló así: "Mi señor el rey y los obispos de ultramontes y de Italia te mandan bajar dte esa cátedra que has usurpado con simonía y violencia". Vuelto a los Padres allí reunidos, les notificó que el rey los aguardaba para que en Pentecostés eligieran un papa legítimo, que fuera pastor y. no lobo rapaz como éste. Los nobles romanos allí presentes se lanzaron indignados contra el emisario real, y mal lo hubiera pasado si el papa con su autoridad no lo hubiera defendido. Se interrumpió la sesión,, mas al día siguiente Gregorio V I I , después de lanzar contra los conspiradores obispos alemanes e italianos la excomunión, prorrumpió en esta solemne imprecación y anatema contra Enrique I V . "¡Oh bienaventurado Pedro, Príncipe de los apóstoles, inclina, te nuego, tus piadosos oídos hacia mí y escucha a tu siervo, a quien criaste desde la infancia y libraste hasta hoy de la mano de los impíos, que me han odiado y odian por mi fidelidad para contigo! Testigo eres tú y mi señora la Madre de Dios y San Pablo, tu hermano entre todos los santos, de que tu santa Iglesia romana me obligó, rehusándolo yo, a gobernarla; ni subí por codicia a esta tu sede, sino que más bien deseé acabar mi vida en un monasterio (in peregrinaiione)... Por tu favor me ha concedido Dios la potestad de atar y desatar en el cielo y en la tierra. Animado con esta confianza, por el honor y defensa de tu Iglesia, en el nombre de Dios omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, con tu poder y tu autoridad, al rey Enrique, hijo del emperador Enrique, que con inaudita soberbia se alzó contra tu Iglesia, le prohibo el gobierno de todo el reino alemán y d e Italia, desobligo a todos los cristianos del juramento de fidelidad que le han prestado o Prestarán, y mando que nadie le sirva como a rey..., y le cargo de' anatemas, a fin de que todas las gentes sepan y reconozcan que tú eres Pedro y sobre esta piedra el Hijo d e Dios vivo M
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edificó su Iglesia, y las puertas del infierno n o prevalecerán contra ella" 24 . Esta decisión de Gregorio V I I , por la que el monarca alternan queda desposeído de su reino-, es un hecho trascendental en la Historia. Es la primera vez que un sucesor d'e San Pedro se atreve a enfrentarse con un monarca tan poderoso como Enrique I V para decirle: tus leyes son tiránicas, injustas, anticristianas; por tanto,-ningún cristiano puede en conciencia obedecerlas. Esto es lo mismo que declarar al rey destituido. Pero nótense dos cosas: primera, que esta destitución no es irrevocable; puede Enrique todavía arrepentirse, volver al camino de la justicia.y recobrar sus derechos si no se opone el bien del pueblo; el mismo Gregorio, lejos de aconsejar a los alemanes la elección d e un nuevo rey, les escribe diciendo que está dispuesto a usar d e la misericordia y benevolencia si el monarca se arrepiente. Segunda, este poder ejercido por 'el papa en las cosas temporales n o es un poder directo' ni es u n poder político. Se trata de un poder espiritual, concedido p o r Cristo a San Pedro como Vicario 1 suyo y 'transmitido a todos sus sucesores (Mt. 16,19; lo. 21,17), y a él apela Gregorio V I I como a fuente y origen de su derecho. Pero-ese poder, que en sí fes espiritual y que actúa directamente sobre las conciencias, indirectamente puede tener repercusiones en las cosas temporales, caviles y políticas. El papa no puede deponer a un rey directamente, como depone a un obispo; mas cuando lo exige el fin propio de la Iglesia, que es la salvación de las almas, pu'ede, en virtud de su poder divino de atar y desatar, y como pastor supremo de los cristianos, suspender el gobierno de un monarca y librar a los subditos de la obligación d e obedecerle 2S. Enrique I V no solamente es depuesto por el papa, sino excomulgado, p sea eliminado del cuerpo de la Iglesia.. Y también por este capítulo perdía el rey su carona, y a que la excomunión solía incluir la prohibición d e que los cristianos comunicasen con el excomulgado,-lo cual le imposibilitaba a éste el ejercicio de su autoridad. Las mismas leyes civiles ordenaban M a
Registr. III, 10a, p. 270-271. Tales ideas, corrientes en la Edad Media, las formuló Suárez en esta forma: "Quamvis temporalis princeps eiusque potestas in suis actibus directe non pendeat a.b alia potestate eiusdem ordinis... nihilominus fieri potest ut necesse sit ipsum dirigí, adiuvári vel corrigi in sua materia, superiori potestate gubernante homines in ordine ad excellentiorem finem et aeternum; et tune illa dependentia vocatur indirecta, quia illa superior potestas circa temporalia non per se aut propter se, sed quasi indirecte et propter aliud interdum versatur" (Defensio fidei 1. 3, 5,2: "Opera omnia" [ed. Vives, París. 1859] t. 24, 224-225). Y el capítulo 23 del mismo libro va enderezado a probar "Pontificem summum potestate coercitiva ih reges uti posse, usque ad depositionem etiam a regno, si causa subsistat" (Ibid. p. 314).
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que, si al cabo d'e un año el excomulgado n o obtenía la absolución, perdía oficio y beneficio' 2G. "Cuando el anatema pontificio llegó a oídos del pueblo —anota Bosom—, todo el o
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liarse ante el bondadoso papa y arrancarle de este modo la absolución antes de que vinies'e a la dieta de Augsburgo. N o había tiempo que perder. Con el mayor sigilo salió de Alemania poco antes de Navidad, acompañado de su esposa Berta y de su hijito Conrado. Bajó hacia Ginebra y escaló los Alpes por el paso de Mont-Cenis. Crudo era el invierno y la nieve cubría todos los caminos. En una especie de trineo, hecho con una piel de buey, fueron arrastrados el niño y la reina. El r'ey, con unos pocos de su séquito, caminaban a veces reptando con manos y pies o deslizándose por los resbaladeros, con peligro de su vida, hasta dar vista a Turín y descender a la llanura lombarda. Gregorio VII, que estaba y a de viaje para Augsburgo, al saber la llegada de Enrique, se retiró al castillo de Canossa, próximo a Reggio, propiedad de la condesa Matilde, Allí se presentó Enrique el 25 de enero vestido con hábito de penitencia, deposito omni regio cultu miserabiliter utpote discalciattís et lañéis indutus. Son palabras del mismo Gregorio VII, quien añade que el rey, con largo> llanto» imploraba consolación y favor del pontífice. Tres días estuvo así ante las puertas del castillo desde el amanecer hasta la puesta del sol 2T. Entre tanto, no le faltaban poderosos intercesores que negociasen con el papa. Dudaba éste en da* crédito a los propósitos de enmienda de un monarca que tantas veces había sido infiel a. su palabra. M a s al fin, vencido por las muestras de compunción y por las instantes súplicas de la condesa Matilde y de Adelaida de Saboya, prima y suegra, respectivamente, de Enrique, no menos que por los ruegos del abad Hugo de Cluny, padrino de bautismo del rey, le abre la puerta y le perdona, recibiéndole en) la comunión de la Iglesia. Inmediatamente Gregorio da comienzo a la santa misa, durante la cual le administra la Eucaristía al monarca arrodillado. N o s parece completamente inverosímil que el papa quisiera decidir el proceso con una ordalía eucarística, como indica Lamberto de Hersfeld, analista más elegante y ameno que crítico y exacto. ¿Quién triunfó en aquella memorable ocasión? ¿Gregorio VII o Enrique IV? N o cabe la menor duda que el triunfo moral fué del papa. T a n imponente se revela su grandeza sacerdotal y pontificia, que el rey más pod'eroso de Europa se ve obligado a postrarse a sus pies, implorando perdón y misericordia. Y Gregorio VII, que podía con toda justicia proceder como juez y condenar a su enemigo, no quiere actuar más que como padre y como pastor. Aquí culmina la magnanimidad, casi di" Per triduum dice Gregorio VII (Registr. IV, 12, p. 313). E s probable que a la mañana del tercer día lo recibió, antes de misa, con lo cual el tiempo que Enrique IV hizo penitencia queda notablemente reducido. Menguada penitencia para tantos crímenes. Y todavía hay quien se escandaliza, d.e, \% crueldad del papa.
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riamos la debilidad de su corazón. Porque Gregorio V I I no salió ganando nada. Diplomáticamente el triunfo fué del astuto Enrique IV. Gracias a aquel gesto teatral, Enrique ganó su cetro y su corona. Hemos dicho "gesto teatral", y acaso esa expresión sea inexacta, porque bien pudo ser que los sentimientos de penitencia de Enrique fueran sinceros, aunque superficiales. Sólo que aquel rey era tan voluble, que apenas se vio rodeado de sus partidarios, qu'e le echaban en c a r a ' s u apocamiento y humillación ante Gregorio V i l , volvió a las andadas. ¿Cuál fué el carácter de la reconciliación de Canossa? ¿Puramente religioso o también político? Tres años más tarde dirá Gregorio VII que su intención fué solamente readmitir a Enrique 'en el seno de la Iglesia, n o devolverle sus funciones reales M . El papa, según Arquilliére, distinguió entonces y separó perfectamente el aspecto religioso y el político del problema. A Fliche,- en cambio, n o l'e parece la cosa bastante clara, porque Gregorio VII siguió tratando a Enrique como rey, y en el documento que hizo firmar a éste en Canossa (Ego Heinricus Rex) n o consta con toda la precisión que fuera de desear la obligación en que estaba de abstenerse del gobierno mientras no compareciese a dar cuenta de sí en la dieta de Augsburgo. Aqu'ella dieta no pudo celebrarse por culpa del rey y de sus partidarios los obispos simoníacos de Lombardía, que interceptaron las rutas del pontífice. Entonces los príncipes alemanes, disgustados del gesto absolutorio de Canossa, y en la persuasión de que seguían libres del juramento de fidelidad a Enrique I V por la decisión del concilio romano (1076), se reúnen en Forscheim, junto a Bamberg (marzo de 1077), proclaman depuesto a Enrique y eligen por rey de Alemania a R o dolfo de Suabia. 4. Por la verdad y la justicia hasta la muerte,—Estalló la guerra civil. Al papa le disgustó la nueva elección, no porque Rodolfo no estuviera animado de los mejores sentimiento s para con la Iglesia, sino porque él debía ser el arbitro, conforme a lo determinado por la dieta de Tribur, y porque todavía tenía esperanzas de que Enrique se arrepintiese de veras y conservase la corona. Ahora procuró mantenerse neutral, y así se lo encomendó a sus legados. A pesar de todo, visto el proceder antieclesiástico de Enrique, el legado Bernardo de Marsella, de acuerdo con el arzobispo de Maguncia y otros prelados, lanzó contra él sentencia de excomunión y reconoció la legitimidad de Rodolfo (noviembre de 1077). Los dos monarcas rivales mandan sus representantes al concilio romano de la Cua28 "Solunv ei communionem reddidi, non tamen ín regno, a
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resma d e 1078, en el que se dan leyes contra la simonía y la investidura laica. En el de 1079 los enviados de Rodolfo acusan al partido contrario d e graves ofensas a la religión. Pero el papa no quiere decidirse en pro ni en contra de ninguno hasta que el cardenal obispo de Albano y el obispo de Padua vayan a Alemania y, en un coloquio con los príncipes, se informen CÍIÍ amplius iustitia faveret. Pero Enrique, con estorbos al viaje de los legados y con otras maniobras, logra impedir el susodicho coloquio. Entonces Gregorio VII convoca ero Roma el ordinario concilio d'e Cuaresma, y el 7 de marzo de 1080 fulmina de nuevo el anatema solemne "contra Enrique, a quien llaman rey, y contra todos sus fautores", le priva de toda potestad y dignidad real y manda que ningún cristiano le obedezca. Concede, en cambio, la potestad y dignidad del reino a Rodolfo. Desgraciadamente, no por esto se dio por concluida la guerra que ardía en Alemania. Enrique había recobrado muchos partidarios y, apoyado por las disciplinadas tropas de Bohemia, se había adueñado de casi toda Baviera, Franconia y el Rhin, nombrando en estas regiones los obispos a su antojo. Rodolfo tuvo que refugiarse en Sajonia y Turingia. Al anatema del papa respondió Enrique con un conciliábulo en, Brixen (25 de junio de 1080), al que asistieron 30 obispos alemanes y lombardos. "Los allí congregados firmaron un decreto de deposición contra Gregorio VII, acusándolo d e herejía, magia, simonía y pacto con el demonio. Luego, en presencia de un solo cardenal, ya depuesto y excomulgado, Hugo Cándido, eligieron antipapa al excomulgado Guiberto, arzobispo' de Ravena, que tomó el nombre de Clemente III. La suerte definitiva se había de decidir en el campo de batalla y del modo más imprevisto. El 15 de octubre los ejércitos de Enrique traban dura pelea en las orillas del Elster y son derrotados por los sajones, pero entre las bajas del campo enemigo está Rodolfo, herido de muerte. Y a Enrique se siente bastante poderoso para bajar a Italia. Y lo hace en la primavera del 1081, llevando consigo al antipapa. Celebra la Pascua en Verana y se hace coronar rey de Lombardía en Milán. El 21 de mayo s'e hallaba a las puertas de Roma. ,No pudiendo entrar porque sus fuerzas eran escasas y los romanos se mantuvieron fieles a Gregorio VII, se hizo coronar emperador por el antipapa bajo un pabellón fuera de las murallas. . Retornó a Lombardía y movió guerra a la condesa Matilde, mientras en Alemania se alzaban sus adversarios y, con el apoyo de los sajones, elegían rey a Hermán de Luxemburgo, elección poco acertada, contra las normas que diera el papa a sus legados. Bajó otra vez Enrique a Roma en la primavera siguiente y trató de poner fuego a la basílica d'e San Pedro,
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[ aunque inútilmente 29 . La tercera vez vino con más poderoso .i ejército' y logró adueñarse de la basílica Vaticana y de la ciuI dad leonina, mientras Gregorio resistía en el castillo de Santángelo (3 de junio 1083). Quiso el rey entrar en negociaciones con el pontífice, mas éste se negó a ceder en lo más mínimo hasta tanto qu'e aquél diera pública satisfacción a Dios y a la Iglesia de sus delitos. Enrique se retiró a Toscana para presentarse de nuevo, por i cuarta vez, en marzo de 1084. Ahora, a fuerza d'e armas y de "í dinero, se apoderó de casi toda la ciudad, no quedándole al papa más que la fortaleza de Santángelo. Guiberto d e Ravena, el antipapa Clemente III, entronizado ya en Létrán, puso la •' corona imperial sobre la cabeza de Enrique IV y de su esposa (31 de marzo, fiesta de Pascua). Roma era suya. Pero Enrique n o había conseguido tener de su parte a los normandos, y el duque de éstos, Roberto Guiscardo, reconciliado ya con Gregorio VII, deja sus luchas contra los bizantinos en las costas ¡¡líricas para venir con un fuerte ejército en defensa del papa. Enrique y el antipapa huyen a Toscana a combatir contra la condesa Matilde. Los normandos entran, al grito d e "¡Guiscardo!", en la ciudad aterrorizada. Millares de romanos son hechos prisioneros o vendidos como esclavos. Los invasores se entregan al saqueo, con lo.cual no hacen sino comí; prometer la autoridad del papa y malquistarlo ante el pueblo : de Roma. Gregorio VII toma posesión de su- palacio de Letrán; mas no juzgando prudente y oportuna su presencia en la ciudad, * se retira a Montecasino y luego a Salerno, cuyo arzobispo, San Alfano, antiguo monje casinatense, había cantado en enérgicos versos su intrepidez frente a los poderes de la tierra: i f ';•
Quanta vis anathematis! Quidquid et Marius prius quodque Iulius egerant máxima nece militum voce tu módica facis; y ahora le hospedó con las mayores atenciones. » En este tiempo dirigió Enrique un n i a « ^ o í r « afirmando el derecho divino de los reyes y a n a d l ^ d ° q 1 g i o * ^ por la que se conoce que el poder del rey emana de Diosi es la heredHariedad, sancionada por el «mttai
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Gregorio VII no se daba por vencido, ni siquiera cuandoji supo que Clemente III había entrado en Roma y había celebra-i do la misa en San Pedro el día de Navidad de 1084. Entonces j mismo reunía, él un concilio en Salerno para continuar la lucha ,¡: contra la tiranía y el cisma, excomulgando d e nuevo a Enrique f y al antipapa. C o n objeto de notificar a los católicos esta sen- [ tencia, envía sus l'egados: Pedro de Albano a Francia y Eudoj de Ostia a Alemania. Y sintiendo que el día de su muerte esttaba próximo, escribe una encíclica conmovedora y solemne a : toda la cristiandad, exhortando a sus hijos fieles a amar y venerar a la Iglesia de Roma, madre y maestra de todas las iglesias, implorando para todos la bendición de Dios y la gracia y juntamente la luz del espíritu, el amor y la caridad. Con todo, la- impresión de sus últimos días paréete ser de soledad y, como él dijo, de destierro. Sus últimas palabras, si hemos de creer a Pablo de Bernried, fueron: "Amé la justicia y odié la iniquidad; por eso muero en el destierro". Era el 25 de l mayo de 1085 cuando el gran luchador entró en la Jerusalén.celeste a recibir el premio de sais fatigas. Aquel mismo día el rey. Alfonso VI de Castilla hacía su entrada en la ciudad de Toledo. v IV.
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1. Ideario político-eclesiástico de Gregorio V ü . — Se l e ' acusa frecuentemente a Gregorio VII de haber procurado con todas sus fuerzas un imperialismo hiferocrático, con aspirado- '• nes a dominar en todo el mundo y a fundar una monarquía universal de los papas, en que los reyes fuesen vasallos de Roma. N a d a más ajeno a su pensamiento, profundamente fespiritualista y siempre remontado a la esfera de lo sobrenatural. Admitía la donación de Constantino, pero no creía poder valerse de ella sino en caso de reconquista contra los infieles o cuando lo exigiese el bien espiritual de la cristiandad. Mil ve- , ees repitió que "lo único que queremos es que los impíos se conviertan y vuelvan a su Creador; lo único que deseamos es que la santa Iglesia, conculcada y turbada en todo el mundo, í y en muchas partes desgarrada, recobre su prístino decoro e integridad; lo único que ambicionamos es que Dios sea glorificado en nosotros, y que todos, sin excluir a los que nos persiguen, merezcamos llegar a la vida eterna" s o . Motivos de orden sobrenatural le impulsaron siempre en su 453. Cf. MIRBT, Die Publisistik in Zeitalter Gregors VII (Leipzig " 1894) y R, W.-A. J. CARLYLE, A history of mediaeval theory in the West (Edimburgo-Londres 1930-1936) t. 4, 222 s. " Begistr. IX, 21, p. 602. Para mejor entender la ideología político-eclesiástica de Greg. VII, véase G; LADNER, The concepts of Ecclesia and Christianitas and their relations to the idea of . papal Plenitudo potestatis from Greg. VII to Bonif. VIII: "Mis- \ cell. Hist. Pont." (Roma 1954) 18,49-77.
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conducta con los reyes, y si diplomática y políticamente fracasó, fué porque no tenía corazón de rey temporal y de político ambicioso, sino de padre que perdona y d e sacerdote que absuelve. Insistió muchas veces en que sus ideas no eran inventadas por él, sino tomadas de la tradición eclesiástica. Y esto vale tanto para su programa reformista como para sus teorías sobre las -relaciones de la Iglesia y el Estado, si bien es cierto que él supo darles un perfil neto y preciso, y él sobre todo se esforzó más que nadie por llevarlas a la práctica. ' Las doctrinas más llamativas, las que más han encandalizado a los que no las entendieron debidamente, están contenidas en la famosa carta al obispo H'erman dé Metz (15 marzo 1081) y en los Dictatus papae. Aun algunos católicos le han acusado de teocracia, de absorber los derechos y poderes del Estado, en su concepción eclesiástica, de arrogarse el poder directo aun en cosas temporales. Ya indicamos cómo esto último es falso al tratar de la deposición de Enrique I V . ¿Que Gregorio no admite más que una sociedad, la cristiana? Transeat! Esa absorción del derecho natural en la justicia sobrenatural, del derecho del Estado en el derecho de la Iglesia, fes lo que se ha llamado, con Arquilliére, el agustinismo político. En consecuencia, debe haber una suprema autoridad y ésa será necesariamente la espiritual. T a l era la concepción más típica del medievo • antes de Santo Tomás. P e r o Gregorio V I I no anula ni suprime la autoridad temporal, ni siquiera le merma sus prerrogativas. Ambas vienen de Dios. Haciendo suyas unas palabras que el libro de la Sabiduría (6, 4) dirige a los reyes, escribe el papa a los monarcas de España: "Data est a Domino potestas vobis et virtus ab Altissimo". Casi lo mismo había recordado antes a Adelaida de Saboya y lo repetirá a Guillermo el Conquistador, a Haroldo de Dinamarca, a Alfonso V I de Castilla y al mismo Enrique IV, "quera Deus in summo rerum posuit culmine". Nunca dice que las dos espadas, en el sentido de las dos potestades, están en manos del papa; esa teoría se formará más tarde entre los canonistas. Jamás defendió que la Iglesia pudiese a su arbitrio quitar o repartir coronas, °* que la potestad del Estado proceda de Satanás. U n a frase de la carta a Hermán de Metz debe entenderse en su recto sentido. Dice allí que la dignidad real "ha sido inventada por hombres del mundo que a veces hasta ignoraban a Dios", y Pregunta luego: "¿Quién no sabe que los reyes y príncipes tuvieron origen de hombres que ignoraban a Dios y que con soberbia, latrocinios, perfidia, homicidios y toda clase de crímenes, bajo la inspiración de Satanás, príncipe d'e este mundo, ^tentaron dominar ambiciosamente y con intolerable presun• c*ón sobre sus iguales?"
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Para interpretar este pasaje hay que tener en cuenta que las palabras "tuvieron origen" (principium habuisse) deberían tra-' ducirse "descienden", dándoles un sentido puramente histórico. N o habla Gregorio V I I del principio trascendente de la autori-" dad, que supone ser Dios, sino de los primeros fundadores d'e los imperios, que muchas veces fueron tiránicos, injustos y crueles, según había escrito antes San Agustín en La Ciudad de Dios. Comparando 'este origen histórico de la potestad real con el origen también histcirico de la potestad pontificia, quiere realizar la superioridad de esta última, pues mientras aquélla fué _ fundada por hombres, ésta lo fué por el mismo HijO' de Dios, que dio a San Pedro el podfer d e atar y desatar y le hizo pastor universal de los cristianos. Comparando luego la naturaleza del Imperio con la del sacerdocio, hace ver cómo la dignidad temporal debe someterse a la espiritual, que es más alta. Gregorio VII desea que los reyes se le sometan en las cosas que atañen al bien d'e las almas y provecho de la cristiandad. Si les exige cuenta de su gobierno y de sus leyes, la razón es porque son cristianos, y como tales deben obedecer al Vicario de Cristo lo mismo que los demás fieles. El tiene la obligación de amonestarlos, para que obren conforme a la ley d'e Dios, y deberá dar cuenta a Dios d e ellos en el día del juicio. Interviene, pues, en sus asuntos por un imperativo de conciencia y desde un punto de vista puramente sobrenatural. H a y un documento singularísimo, en el que pretendió G r e gorio VII compendiar todos sus derechos y prerrogativas pontificales. M e refiero al titulado Dictatus papae. Su forma rígidamente lapidaria se explica bien en la teoría propuesta por K. Hoffman¡n, G. B. Borino y otros, según la cual esos veintisiete dictados del papa serían los títulos o epígrafes de otros tantos capítulos, que no se conservan, y que formarían toda una colección canónica, sacada de la Escritura, de los Padres, de los antiguos cánones y de las Decretales, en confirmación d e las ideas gregorianas. Por lo pronto, hay que admitir la autenticidad del documento, después de los estudios del P. W . Peitz, el cual demostró que no era obra del cardenal Deusdedit o de algún otro personaje coetáneo, sino del mismo Gregorio VII, que lo incluyó en el libro II, 55a de su Registro. Lo traducimos literalmente : "Dictados del papa. 1. Señor. 2. 3. 4. puede ferior.
Que la Iglesia romana ha sido fundada solamente por el Que sólo el Romano Pontífice debe ser llamado universal. Que sólo él puede deponer o absolver a los obispos. Que su legado preside a todos los obispos én concilio y dar sentencia contra ellos, aun cuando sea de grado in-
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5. Que el papa puede deponer a los ausentes. 6. Que no debemos permanecer en la misma casa con- los que han sido excomulgados por él. 7. Que sólo él puede, según las circunstancias, establecer nueva3 leyes, reunir nuevos pueblos o parroquias {novas plebes), hacer de una colegiata una abadía o viceversa, dividir un obispado rico y juntar obispados pobres. 8. Qué sólo él puede usar de insignias imperiales. 9. Que el papa es el único cuyos pies besan todos los príncipes, J10. Que su nombre es el único que se recita en las iglesias. 11. Que su nombre (de papa) es único en el mundo. 12. Que tiene facultad para deponer a los emperadores. 13. Qué tiene facultad para trasladar a los obispos cuando la necesidad lo reclama. 14. Que puede ordenar a un clérigo de cualquier iglesia. 15. Que el ordenado por él puede gobernar otra iglesia, mas no tomar las armas; y que no debe recibir de otro obispo un grado superior. 16. Que ningún sínodo, sin su mandato, puede llamarse general. 17. Que ningún capítulo ni libro canónico sea recibido sin su autoridad. 18. Que nadie debe reprobar la sentencia del papa, y que sólo él puede reprobar las de todos. 19. Que por nadie puede ser juzgado. 20. Que nadie ose condenar a quien apeló a la Sede Apostólica. 21. Que las causas mayores de cualquier iglesia deben remitirse a la Sede Apostólica. 22. Que la Iglesia romana no erró nunca, ni errará en lo por venir, según consta por la Escritura. 23. Que el Romano Pontífice, si ha sido ordenado canónicamente, se hace indudablemente santo, como lo testifica San Ennodio, obispo de Pavía, de acuerdo en esto con muchos Santos Padres, según consta en los decretos del papa San Símaco. 24. Que por orden, suya y con su licencia es lícito a los (clérigos) inferiores acusar (a sus superiores). 25. Que tiene poder para deponer y absolver a los obispos, sin reunir asamblea sinodal. 26. Que no es tenido por católico quien no siente con la Iglesia romana. 27. Que puede desligar a los subditos del juramento de fidelidad prestado a los inicuos" sl. 2. Vasallos y tributarios de la Santa Sede,—A la interpretación espiritualista d e la política de Gregorio VII suele oponerse frecuentemente el hecho de que aquel papa reclamase con ,ai • El texto latino véase en Registr. II. 55a, p. 202-208, donde Eric Caspar ha ido anotando cada dictado con las citas de los autores contemporáneos de Gregorio y con. los textos de los antiguos cánones, especialmente de las Decretales del Pseudo-Isiuoro. El n. 8 depende de ,1a falsa Constitutio Constantino que en el siglo xi se creís. auténtica. El 23 se ha de entender no de la santidad personal, pues Gregorio VII, al igual que todos los papas, se reconoce constantemente pecador, sino de la santidad del °ficio o dignidad, por lo cual aun el día de hoy todos hablamos ae l "Santo Padre" o de "Su Santidad". Los nn. 12 y 27 quedan aclarados en páginas anteriores.
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insistencia sus derechos de propiedad y soberanía sobre naciones que de ningún modo le pertenecían. A fin de aclarar esta cuestión, es preciso recorrer brevemente los principales documentos que a ella se refieren. Por lo pronto, no hay duda que cuando Gregorio VII subió al trono pontificio se encontró con que varios estados eran vasallos de la Santa Sede, y naturalmente les exigió a sus debidos tiempos le diesen algunas muestras de su vasallaje. Ya vimos cómo en el pontificado de Nicolás II se hicieron feudos de Roma los estados normandos de la Italia meridional. Sabido es también que la gran condesa Matilde, tan fiel y devota de la Iglesia, le hizo donación plena y absoluta de todas sus tierras y posesiones de Toscana 3 2 . A los jueces de Cerdeña les escribía Gregorio VII el 14 de octubre de 1073, amonestándoles por su olvido de las relaciones con Roma, con el consiguiente daño de la religión, de la cual él se declara solícito, así como de ".la salvación d e vuestra patria". A los nobles y obispos de Córcega les recuerda que no han dado ninguna s'eñal de servicio, fidelidad, sujeción y obediencia a San Pedro, por más que sean propiedad de la sede romana 3 3 . ¿Qué menos podía exigir un soberano feudal a sus feudatarios? Gregorio VII, aquí como en otras partes, se contenta con cualquier cosa, con un mero símbolo d'e sumisión á San Pedro, y es que nunca pretende ventajas materiales ni aumento de poderío, sino que todos los pueblos estrechen sus lazos de unión con el centro de la cristiandad, a fin de que la Iglesia pueda más fácilmente realizar"su divina misión. Del reino de Hungría nadie dudaba en el siglo XI que era feudo de la Santa Sede. Y el emperador Enrique III y los mismos reyes húngaros lo proclaman paladinamente, si bien hoy día se duda de la- autenticidad del documentp atribuido al rey San Esteban. Por eso, con razón, se queja Gregorio V I I al rey Salomón (28 octubre 1074) de que preste vasallaje al rey de Alemania, y cuando Geisa se apodera del trono, el papa se apresura a reconocerle, pero ni a éste ni a su hermano y sucesor Ladislao I les exige más que subiectionem et fidelitaíem, devoción a San Pedro y protección a la Iglesia. Zwonimiro, duque de Croacia-Dalmacia, puso sus estados bajo la protección apostólica, a cambio de lo cual Gregorio V I I lo hizo coronar rey, de donde no resultó sino provecho para la paz de aquellos países. Lo mismo se diga del rey de los rusos, Dmitri, que envió a Roma a su hijo Jaropolk con objeto B MGH, Const. et Acta I, 654-655. " "Non solum vobis sed et multis gentibus manifestum est insulam, quam inhabitatis, nulli mortalium nullique potestati nlsi sanctae Romanae Ecclesiae ex debito iuris proprietate pertinere" (16 sept. 1077) (Registr. V, p. 351).
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de entregar su reino al apóstol San Pedro, siendo aceptado por el papa, "ut beatus Petrus vos et regnum vestrum omniaque vestra bona sua apud Deum intercessione custodiat". En estos casos ni siquiera se hace mención de pagar un censo anual, en señal de sumisión, como era costumbre en otros análogos. Tampoco se habla de ello en la carta que escribe a Sven II de Dinamarca (17 abril 1075) recordándole la petición hecha anteriormente de obtener el ..noble patrocinio de San Pedro. Gregorio VII le dirige palabras de aniucho afecto y estima para él y para su fottísima nación, y una vez muerto el rey, escribe a su hijo Harald Hein, suplicándole proteja al cristianismo en su país y muestre la misma fidelidad y amor que su padre a la Sede Apostólica. N o exige otra cosa. D e Noruega no desea sino que Olaf III envíe, jóvenes nobles a Roma, donde podrán educarse e instruirse, de modo que luego lleven a su patria la doctrina de Cristo. A Wratislao II, duque de Bohemia, le da gracias por la gran •devoción y fidelidad que le ha mostrado, ofreciendo a San Pedro
mento de fidelidad fué un imprudente legado pontificio, a quien el Conquistador opuso' la más rotunda negativa. El rey dio cuenta de lo sucedido al papa, al mismo tiempo que le enviaba el dinero de San Pedro, o sea aquel denaritis sancti Petri que cada familia desde la conversión de los anglosajones se comprometió a pagar anualmente, por devoción a San P e d r o y a la Iglesia romana. M á s curioso es lo relativo a la Bretaña francesa. El 25 de marzo de 1078 escribía el papa: "La Bretaña, según testifican algunos de vuestra nación, fué puesta bajo la tutela y defensa de la santa Iglesia romana no sólo por los emperadores, sino también por sius mismos habitantes... Esto, que hasta ahora ha Permanecido en el olvido, queremos recordároslo" 8 4 . Gregorio V i l estaba en un error, mas no hablaba sin fundamento, W menos por ambición. E n una crónica de Nantes del siglo XI (Publicada por R. Merlet en 1896) se cuenta que Nominoé, se^°r de Bretaña, pidió al papa León I V licencia de hacerste rey. l é g a s e l a el papa, otorgándole tan sólo el título y las insignias 34
Gollia christiana
(1.* ed.) 553: ML 148, 684.
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de duque. Nominoé, sin embargo, afirmó ante sus hombres que el papa le había autorizado a nombrars'e rey y restaurar el reino de Bretaña, por lo cual fué consagrado como tal por un arzobisp o de Dol, T o d o esto es pura leyenda, pero en el siglo XI era creído, y basta para explicar el documento de Gregorio VII 35 . N o cíeemos que en Francia consiguiese el pago de un censo . anual que, según los documentos del archivo de la Curia romana, debían pagar los franceses desde el tiempo de Carlomagno 36 ; de todos modos, si el papa lo recuerda no es movido de la codicia y ambición, sino d'e otras aspiraciones más elevadas, según queda explicado, y la prueba está en que, lejos de protestar ' y amenazar cuando no se le da lo que pide, queda perfeotamente satisfecho si de cualquier modo llega al fin más alto y espiritual a que se ordenaba su petición. 3. ¿Soberanía sobre España?—La más sorprendente de las exigencias de Gregorio VII es la que formuló en dos ocasiones respecto del dominio de los papas 'en toda la península Ibérica. " Merecen copiarse esos textos, que han dejado perplejos a muchos historiadores y que más de una vez han sido interpr'etados torcidamente. El 30 de abril de 1073 escribe a los nobles de Francia que se disponían a emprender una cruzada contra los moros de Espaíía: " N o se os oculta que el reino de España fué desde antiguo de la jurisdicción propia de San Pedro, y aunque ocupado tanto tiempo por los paganos, pertenece todavía por ley de justicia a la Sede Apostólica solamente y no a otro mortal cualquiera" bT. Cuatro años más tarde, el 28 de junio d'e 1077, se dirige "a los reyes, condes y demás príncipes de España" para, decirles: "Además queremos notificaros una cosa que a nosotros no nos es lícito callar, y a vosotros os es muy necesaria para la gloria venidera y para la presente, a saber, que el reino de España, por antiguas constituciones, fué entregado en derecho y propiedad a San Pedro y a la santa Iglesia romana (regnum Hispa* B. A. POCQUER DU HAUT JUSSE, La Bretagne at-elle été vasalle du Saint Siéget, en "Studi Gregoriani" I, 189-196. 33 "Dicendum est ómnibus gallia et per veram oboedientiam praecipiendum ut unaquaeque domus saltem unum denarium annuatim solvat beato Petro, si eum recognoscunt patrem et pastorem suum more antiquo. Nam Carolus Imperator, sicut legimus in tomo eius qui in archivo Ecclesiae beati Petri habetur, in" tribus locis annuatim colligebat mille et ducentas libras ad servitium apostolicae sedis, id est, Aquisgrani et apud Podium Sanctae Mariae et apud sanctum Egidium, excepto hoc quod unusquisque propria devotione offerebat. ídem vero magnus Imperator Saxoniam. obtulit beato Petro, cuius eam devicit adiutorio et posuit signum devotionis et libertatis sicut ipsi Saxones habent scriptum et prudentes illorum satis sciunt" (Registr. VII, 23, p. 566-567). 37 Registr. I, 7, p. 11.
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niae ex antiquis constitutionibus beato Petro et sanctae Romanae Ecclesiae in ius 'et proprietatem esse traditum). Lo cual hasta ahora ha sido ignorado a causa de las dificultades de los tiempos pretéritos y por cierta negligencia de nuestros predecesores. Pues luego qu'e ese reino fué invadido por los sarracenos y paganos, y se interriumpió—por la infidelidad y tiranía de éstos—el servicio que solía tributar a San Pedro, empezó juntamente a perderse la memoria d'e los hechos y de los derechos... Hemos cumplido, por la gracia de Dios, con lo que pertenece a nuestro oficio y la justicia reclama... Vosotros veréis qué,es lo que os corresponde hacer; deliberad prudentemente, disponed y determinad lo que debéis hacer, movidos por la fe y cristiana devoción de vuestra realeza, y a imitación de los más piadosos reyes" aB . Tales son los textos, ¿Cómo interpretar estas pretensiones y exigencias, al parecer tan desmedidas? Aseverar con Ramón Menéndez Pidal que Hild'ebrando se preocupaba d e afirmar la supremacía efectiva y soberana de la Sede Apostólica sobre todos los poderes de la tierra, pugna con lo qu'e sabemos de la personalidad y de los móviles sobrenaturales de la política gregoriana. N o es lícito hablar, con el ilustre autor y a mencionado, de "extrema ambición d e poder mundano", ni de aspiraciones a una "monarquía universal" 3S . Aquel dístico de un anónimo italiano, Subdita erit vobis reverenter Hiberia fortis, Romanas leges Cantaber excipiet si se refi'ere a un imperio político, n o expresa en modo alguno el pensamiento gregoriano y pontificio. Gregorio VII no hacía más que cumplir con un deber que le imponía su conciencia de soberano. P e r o ¿es que tenía algún derecho sobre la península Ibérica? Ninguno.. Entonces, ¿cómo se explican tan extrañas pretensiones? Baronio imaginó que los reyes visigodos se habían puesto bajo la obediencia temporal de Roma, mas esta suposición es completamente inverosímil y sin fundamento. Conocemos perfectamente las posesiones que por aquella época, en el pontificado de San Gregorio Magno, tenía la Iglesia de Roma tanto en la península italiana como en las islas y costas mediterráneas, mas allí no aparece el nombre d e ningún territorio español. Conocemos asimismo las donaciones bien particularizadas de Pipino, Carlomagno, Ludovico Pío y Otón I a los pontífices, 38 89
Registr. TV, 28, p. 345-346. ^ „nofti La España del Cid (Madrid 19¿9) ol. 1, 256 y 257. Véase, en cambio, el estudio que. luego citamos de Mansilla, y el de B. LLORCA, Derechos de la Santa Sede sobre España. El pensamiento de Gr. VII: "Miscell. Hist. Pont. 18 (1954) 79-105.
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pero estos monarcas ni podían disponer de territorio' ajeno, | como España, ni de hecho hicieron mención de ella en sus do- • naciones. En la Coüectio canonum del cardenal Deusdedit, co- ' menzada por orden d'e Gregorio VII, aunque terminada bajo ' Víctor III, se transcriben literalmente las palabras de Gregorio :; a los reyes españoles, sin aducir nuevos títulos para la pose-sión de España. Un dato importante añade el cardenal Deus- ; dedit: "En el Registro de Alejandro I—dice—se lee que el conde de Urgel, JRaimundus Guiüermi (¿será Armengol?), ofreció a San Pedro dos castillos de siU condado, el uno llamado .1 Lobariola y el otro Salterola, con .la obligación de pagar cuatro onzas de oro" 40 . También hay que decir que el reino de Aragón se consagró al servicio d'e la Sede Apostólica en el reinado de Sancho Ramírez, en 1068 41 , pero esto .rio basta para justi-: ¡¡ ficar las universales reclamaciones que acabamos de oír, aun cuando se agreguen los monasterios e iglesias que desde la v e - ' nida de los cluniacences a España se ponían bajo la protección 1 ; de San Pedro. El condado de Barcelona no se ofreció a pagar" ' tributo al Apóstol hasta el año 1091. ¿Cuál fué, pues, el título jurídico en que apoyaba Gregorio VII sus instancias? N o otro, a nuestro parecer, que el i Constitutum Cónstantini. D e este apócrifo documento hemos . tratado en el capítulo de los orígenes de los Estados pontificios. E n esa "donación de Constantino" se concede al pontíficede Roma, entre otras extrañas prerrogativas, el dominio y posesión de "todas las provincias, lugares y ciudades de Italia y de las regiones de Occidente"; por lo tanto, también de E s p a ñ a . ; Así lo entendió Gregorio VII y así lo creían comúnmente los , hombres del siglo xi, que leían aquel falso documento en las i colecciones canónicas. ! U n a interrogación surgirá en seguida en el ánimo del lector:' ¿Cómo es que Gregorio VII, teniendo en su favor un título tan' * W. VON GLANVELL, Die Canonessammlung des Kardinals, , Deusdedit (Paderborn 1905) m , 272, p. 379. También el conde de Besalú, Bernardo II (1066-1097), se ofreció como "peculiaris milea | sancti Petri", prometiendo a la Santa Sede un censo anual de 11 mancusos de oro; pero no sucedió sino en 1077, bajo el pontificado del mismo Gregorio VH. PAUL KEHR, Papsturkunden i» Spanien, I. Katalonien (Berlín 1926) p. 147. 41 Esto sucedió cuando el rey aragonés se declaró en Roma ;, "miles sancti Petri", aunque sin comprometerse por entonces a pagar tributo alguno. Sólo en tiempo de Urbano II el mismo rey,.; Sanuho Ramírez se hizo verdaderamente feudatario' de Roma' (1088-1089), obligándose por si y por su hijo a pagar anualmente; 500 mancusos de moneda jaquesa. Véase el trabajo de PAUL KEHSJ Wie und wann wurde das Reich Aragón ein Lehen der roetnischen Kirche (Berlín 1928). Existe traducción española en "Es-, tudios de Edad Media de la corona de Aragón" (Zaragoza 1945). Lóase también el Exóurso TV titulado Gregor VII ais Lehnsherr, Aragons en la obra de C. ERDMANN Die Entstehung des Kreu&~ augsgedarikens (Stuttgart 1935) p. 347-362.
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claro y universal, no lo utiliza cuando quiere hacer valederos sus derechos de soberanía sobre otras naciones de Occidente, apelando, en cambio, como hemos visto, a los ofrecimientos particulares de diversos príncipes? Responde acertadamente D . Mansilla: "Al reclamar el homenaje de sumisión y obediencia de otros soberanos de Europa, el papa aduce generalmente los fundamentos más recientes que posee es su favor y que más fuerza podían ejercer en el ánimo de los interesados" 42 . Pero podemos dar otra respuesta, por la que en parte queda destruida la objeción hecha. N o es verdad que solamente res; pecto de España apele Gregorio V I I al Constitutum Cónstantini. "Recuérdese la epístola a los bretones, citada poco ha. En ella :$e dice que los emperadores entregaron la Bretaña o la pusieron bajo la tutela y defensa de la Santa S e d e 4 3 . ¿A qué do• nación imperial se alude? Indudablemente a la de Constantino, •sin excluir de es'e número plural tal vez a Carlomagno. Recordemos que también de Guillermo el Conquistador exigió el le'gado pontificio Teuzón el vasallaje de Inglaterra a la Santa ''Sede. Gregorio VII no cr'eyó oportuno insistir, pero aquella ^exigencia se fundaba, más que en promesa alguna del rey, en el dominio supremo que creía poseer el papa por la Constitu;,Gión de Constantino. En este mismo documento se apoyan palpas posteriores, como U r b a n o II, Adriano IV, etc., para r e d a maciones semejantes sobre otras tierras, 4. N a d a de ambiciones terrenas.—Sea de ello l o que quiera, ^insistimos en que la intención de Gregorio V I I no mira a conquistar reinos temporales, sino a buscar los medios de hacer !f 4ás efectiva la misión apostólica de instruir a todas las gentes, corregir los abusos, amonestar paternalmente a los reyes y lev a n t a r el prestigio social de la Iglesia católica. en % Jyunca los documentos de Gregorio. V I I brillan miras •ambiciosas. Lo admirable es cómo aun a los estados que son Realmente sus feudos lo que principalmente les inculca es lo i^PMtual y sobrenatural, la obediencia al Vicario d e Cristo más ísTíi-k s u m i s i ó n a l papa-rey. Creemos que Carlos Erdmann ; utüi 2 a excesivamente y saca las cosas de quicio cuando se em;P^ n a e n mostrarnos la mentalidad y la acción d e Gregorio VII ^W>m0 S i fueran i a s j e u n g u e r r e r o (Kriegsmann). Su idea cenWe i y ^ o m i I i a n t e fué > como h a demostrado Arquilliére, la idea j| la justicia, y el triunfo d e lá justicia sería el triunfo de •ff Paz. ,fe
1 u*. D B M E T Í U O MANSILLA, La Curia Romana y el reino de Castilla • « momento decisivo de su historia (Burgos 1944) p. 55. 't
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C o n la asidua correspondencia epistolar que mantenía, según hemos visto, con. todos los soberanos de Europa, recordándoles sus deberes, dándoles normas de gobierno, aconsejándoles la justicia y la paz, reprendiendo paternalmente sus excesos y crímenes, vigilando su conducta y eniviándoles legados, Gregorio V I I realizó una maravillosa obra de civilización respecto de naciones que estaban saliendo de la barbarie, levantó en alto la bandera de la moral cristiana, consolidando y ampliando de este modo la reforma emprendida en el clero, y rodeó la cátedra apostólica de tan resplandeciente nimbo de autoridad, como nadie hubiera podido imaginar medio siglo antes. Es un protestante, J. Voigt, quien, resumiendo concienzudas investigaciones, escribió estas palabras: "Su gran pensamiento — y no tenía más que uno, al que convergían todas sus ideas, aspiraciones y deseos—está a la vista: la independencia de la Iglesia. Este es el sol de su vida, cuyos rayos se extienden a todo el mundo... Si Gregorio reclamó derechos sobre España '$ y Francia, sobre Dinamarca, Rusia, Dalmacia, Hungría, C o r - • cega y Cerdeña; si creyó poder exigir un tributo a Inglaterra, en todo ello el pensamiento que le guiaba era el mismo: la' libertad de la Iglesia" **. Gregorio V I I vio la necesidad de¡ que toda Europa estuviese unida, como una gran familia de pueblos y naciones. N o se podía soñar en una organización política de tipo unitario ni en restaurar, como pretenderán después algunos imperialistas, el antiguo Imperio romano. La idea de Gregorio V I I fué que t o - ' dos los pueblos cristianos, sin perder nada d e su justa independencia política, estuviesen sometidos a una idea sobrenatural, personificada en el Vicario de Cristo, constituyendo así un Imperio espiritual, una gran, familia de naciones bajo el arbitraje del papa, quien, como cabeza d e la Iglesia, sería el jefe espiri-., tual del mundo cristiano. Sus intenciones eran rectas, puras y santas. Con todo, quizá se metió en un camino peligroso, pues al influir tanto en el gobierno de las naciones, aunque sólo persiguiese fines éspiritua** J. Vora-r, Hildebrand ais Papst ®orius der Hiébente und sein Zeitalter (Viena 1819) p. 631-633. No faltan, sin embargo,, todavía en el mundo protestante voce3 apasionadas, como la del)' eruditísimo Hauck, que describe a Hildebrando como a un loco (KirchengesoMchte Deuschlands III, 769), haciendo de alguna manera eco a los centuriadores mágdeburgenses, que le apellidaron no Hildebrando, Bino "Hollenbrand" (incendio del Infierno)^, Pero ¿qué historiador dejará de sentir la verdad y la sinceridad; de estas palabras del gran pontífice? "Testis nobis est Deus, quia nulla nos commoda saecularis re-1 spectus contra pravos principes et impios sacerdotes impellunt, sed consideratio nostri officii et potestas, qua cotidie angustamurv apostolicae sedis" (Registr. II, 49, p. 163). "Ego enim saepe Ultra*? (Iesum) rogavi... ut aut me de praesenti vita tolleret, aut raatr* omnium per me prodesset" (Ibid. 1, 47, p. 66).
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les, le redundaba o podía redundarle a la Iglesia y al Pontificado un cúmulo tal de honores, dignidades, riquezas, boato y poderío, que en papas menos santos que él conduciría a la mundanidad y al olvido del espíritu genuinamente evangélico. V.
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EN SUS RELACIONES CON OTROS REYES CRISTIANOS
1. C o n Felipe de Francia y con Guillermo el Conquistador. Menos agudo que en Alemania se presentó el problema eclesiástico-político en el reino de Francia. Las investiduras no eran aquí tan opresivas para la Iglesia. Con todo, el rey Felipe I, de costumbres disolutas, fomentaba la simonía con la venta de los obispados, abadías y otras dignidades, al par que se hacía reo de otros mil delitos, despojando a las iglesias de sus bienes y cometiendo otros desafueros anticanónicos, por lo que el papa le coraninó repetidas veces con graves castigos, incluso con la excomunión. M a s nunca adoptó el monarca actitudes de rebeldía; procuraba eludir las censuras eclesiásticas, dando buenas palabras de enmienda, sin corregirse jamás. En diciembre de 1073 Gregorio V I I le intimó que, si n o renunciaba al tráfico simoníaco, desobligaría a los franceses de la obediencia debida a su rey. N o queriendo el papa proceder violentamente contra él, rogó a los obispos y nobles expusieran al monarca las quejas de Roma. El resultado fué nulo. Como algunos obispos se mostraban tibios y cobardes y aun se p o nían de parte del rey, ordenó el Romano Pontífice a su legado Hugo de Die procediese con energía contra los prelados reos de simonía. Bajo la acción vigorosa de este célebre legado, más gregoriano que Gregorio V I I " , es decir, más duro e intransigente, los arzobispos de Burdeos y de Sens con otros obispos simoníacos e inmorales fueron depuestos y excomulflados. En 1080 alcanzó la excomunión al escandaloso metropolitano de Reims, Manases, protegido del monarca. Gracias ^ celo constante y tal vez excesivamente rigorista del legado, nuevos obispos, bien elegidos, suceden a los indignos, y mediante la actividad reformatoria de sínodos y concilios provinciales, se va poniendo algún remedio al concubinato de los clérigos, a la simonía y al recibir las iglesias de manos de los laicos. A la excomunión d e Felipe I n o se llegó sino en el pontificado siguiente. El duque de Normandía, vasallo del r'ey de Francia, reinaba ^ Inglaterra. P o r su medio se introducía la reforma eclesiástica y se consolidaba la cultura latina entre los anglosajones. Sabido es que el duque Guillermo, a la muerte de Eduardo ^ Confesor, desembarcó con sus hombres en las costas ingle^ s . y, vencedor en la batalla d e Hastings (1066), se apoderó
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del r'eino. El papa Alejandro II favoreció su empresa, dándole1, para ella el vexillum S. Petri, y Gregorio VII le escribió siem-i pre en términos de buena amistad. La política del nuevo rey ¡> ' consistió en traer de Normandía bu'enos obispos que ocupasen? las sedes de Inglaterra y contribuyesen al sostén de la corona, !Entre otros, llamó al abad del monasterio de Bec, al celebré; maestro Lanfraneo, haciéndole aceptar la sede primada de Cantorbery (1070). Era Guillermo el Conquistador, aunque impulsivo y vio-' lento, buen cristiano; oía misa diariamente, protegía a la Iglesia, • y conforme al programa gregoriano, combatió la simonía y el • concubinato; hizo que se pagasen los diezmos al clero y reanudó el pago del dinero de San Pedro, aunque se negó como ya, dijimos, a prestar juramento de fidelidad y vasallaje al Romano;' Pontífice. Celoso d'e su independencia y de sus prerrogativas reales, persistió en seguir nombrando obispos y abades, contra las normas canónicas, dándoles por su 'mano la investidura con1.? el anillo y el báculo, cosa que creía ser derecho de la corona,; pero sin incurrir en simonía; solía elegir las personas que le> parecían más dignas, después de consultar a los prelados, se^ gún asegura Orderico Vital. Por eso, Gregorio VII, más toleri rante de lo que se piensa, mantuvo relaciones con él bastante,í cordiales. :!| Lanfranco se aprovechó de su crédito con el monarca para'} aconsejarle en el nombramiento de obispos y para celebrar, símodos y fomentar la reforma del clero secular y regular, si* bien juzgase prudente mitigar algún tanto el rigor de la ley,; verbigracia, dejando en paz a los sacerdotes ya casados. • i N o faltaron algunos conflictos con Roma, sobre todo cuan-,: do Guillermo estorbó el viaje ad limina de los obispos, y cuan-) do encarceló a su propio hermano, Odón, obispo de Bayeux,; acusado de deslealtad y de maniobras, políticas (1082). A las.;, protestas de Odón y del papa, que- le argüían con el Derecho;, canónico, Guillermo respondía: "Yo no condeno al clérigo ni al obispo, sino al conde, a quien puse al frente de mi reino"-; Faltaba en Inglaterra un partido pontificio; el mismo Lanfranco; hábil diplomático, sabía comprender las razones del rey; p o í todo lo cual hubo de condescender Gregorio VII. más de ifr que hubiera deseado. ••"! 2. La reforma gregoriana en España.—No hay'que aguarádar al pontificado de Gregorio VII para descubrir en Españaí los primeros movimientos de restauración eclesiástica y de re* novación moral y religiosa. Es natural que se iniciasen a una .con la restauración política, en la alborada de la undécima cen^ curia, poco después de la pesadilla de Almanzor. ¿Era también; un electo de la nueva savia inyectada en el tronco nacional po^ los condes de Castilla y por la dinastía navarra contra el anquí? losamiento tradicionalista leonés? Los concilios de León (1020);
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y Pamplona (1023), más especialmente los d'e Coyanza (1050) y Compostela (1056), y después los de Gerona y Vich (1068), señalan el progreso de una conciencia cada día más vigilante, con afanes de más perfecta organización y reforma. Antes de la venida de los cluniacenses se notaba en todos los reinos españoles esta renovación interna, de la que sé hizo campeón y representante Sancho el Mayor de Navarra (10001035), fomentándola no sólo en sus» reinos pirenaicos, sino en Castilla y León, cuyas coronas llegó a ceñir este "rex ibericus" con título de emperador. De sus relaciones con Roma en orden a la organización eclesiástica de sus estados no se conservan pruebas documentales. Viendo en los monjes de Cluny aptísimos instrumentos para infundir nueva vida religiosa en abadías y obispados, los protegió cuanto pudo,, sintonizando así el movimiento español con el ritmo de Europa. Pero nótese que si introdujo la reforma cluniacense, según parece, en los monasterios de Leyre, Albelda, San Millán, Irache, Cárdena, etc., como en San Juan de la Peña y San Salvador de Oña, no por eso los puso bajo la dependencia de Cluny, como fué costumbre más adelante. Manteniendo su autonomía española, pudieron bajo las nuevas costumbres seguir nutriéndose de la antigua savia espiritual. Bajo Fernando I (1037-1065), rey de Castilla y León, vemos de modo bien claro el ansia de restauración religiosa, con anterioridad a la reforma gregoriana. M á s aún, podemos decir que esa reforma, en lo que toca a sus puntos capitales, nicolaísmo y simonía, no fué tan necesaria en España como en otras partes. Dos asuntos ocuparon en España la actividad de Hildebrando, ya desde los tiempos en que él dirigía toda l a política papal bajo el pontificado de Alejandro II: la cruzada del conde Ebulo de Roúcy y la abolición de la liturgia o rito mozárabe. De la primera de estas cuestiones diremos algo en el capítulo de las Cruzadas. D e la. segunda trataremos aquí. 3. Discusiones sobre la liturgia.—Sabido es cómo en la península Ibérica existía una liturgia nacional, que a veces se "ama mozárabe y a veces toledana, y visigótica, o bien isidoriana, y que sin duda tiene orígenes antiquísimos, aunque no sea precisamente la misma que trajeron los primeros evangelizadores o varones apostólicos, sino más bien una derivación de a quélla y fruto de paulatina evolución, que recibió sai forma típica de mano de los Padres visigodos. Esta liturgia española o visigótica conservada, tras la invasión sarracena, tanto por los mozárabes como por los españoles hbres del Norte, difiere bastante de la romana, tiene afinidades Cc *n la antigua galicana y presenta también reminiscencias orientales. Distingüese por la abundancia y aun redundancia de su ^tilo, en contraposición con la romana, tan concisa y grave;
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sus oraciones y preces tienden a lo patético y grandilocuente, complaciéndose en cierta realismo minucioso, en las antítesis, en cierto conceptismo barroco; pero es siempre notable p o r la brillantez, el vigor y afecto cálido de la expresión, así como por la riqueza de fórmulas de hondo sentido teológico. Su calendario ofrece algunas peculiaridades: el Adviento empieza inmediatamente después de San Martín (11 de noviembre) y comprende seis semanas; la Epifanía va precedida de tres días de letanías o rogativas; la Cuaresma constaba en un principio' de tres semanas, luego de seis. La misa, ya desde la preparación, presenta no pocas divergencias. La doxología "Gloria et honor •Patri..." difiere algún' tanto d'e la romana. Antes de la epístola se recitan unas preces diaconales. A la lectura del evangelio sigue un cántico (Laus o Lauda) y un versículo, y en Cuaresma una oración por los penitentes. La colecta, dirigida frecuentemente a Cristo, es a v'eces una paráfrasis del Gloria in excelsis. L a hostia se fracciona en nueve partes simbólicas. El credo se canta después del canon o antes del Patet noster. En la administración de los sacramentos se observa una riqueza de preces y ceremonias superior a la del Ritual romano. Fué esta liturgia algún tiempo sospechosa d e herejía, por haber buscado en ella apoyo para sus doctrinas adopcionistas Elipando de Toledo; .pero el papa Juan X , hacia el año 924, '.! o poco antes, reinando en León Ordoño II (910-924), después ; de mandarla examinar por el presbítero español Zanelo, que había ido a Roma con una comisión del obispo Sisnando : de Santiago, la confirmó y alabó, imponiendo tan sólo un retoque en las palabras de la consagración; para acomodarlas a la costumbre romana 4 5 . Es natural que los españoles mirasen con amor y devoción su propia liturgia, n o sólo por ser nacional, sino porque estaba hondamente entrañada en la vida religiosa del" pueblo. Además aquellos ritos, aquellas oraciones, eran la .más viva expresión de la religiosidad visigótica e isidoriana, y y a sabemos cuan » grande era el empeño de reconstruir a España según los moldes visigóticos. En el plan unificador del Pontificado, tales diferencias litúrgicas significaban una discordancia. Seguramente que los primeros en notarla y en experimentar ciertas complicaciones y moles- -¡i tias en los oficios del coro fueron los cluniacenses venidos de Francia: "Hispamia Toletanam, non Romanaim legem recipie40 "Officium. Ispanae ecclesiae laudaverunt et roboraverunt ety hoc solum placuit addere, ut more apostolicae ecclesiae celebra- ; rent secreta missae. Ergo hac auctoritate" mansit ratum et laudabile officium ispanae ecclesiae usque ad tempus domini Alexandri secundi papae" (Chronioon Iriense, en FLÓREZ, España sagrada 20, 603; apend. III, p. XXX). Es la primera noticia cierta que tenemos do las relaciones entre España y Roma.
bat", dice un francés o adicto a Francia en la Historia Compostelaría. Y es muy verosímil que los monjes franceses tuviesen en este punto algunos roces con los monjes cordobeses establecidos en León y partidarios d'e un mozarabismo a ultranza, de tipo nacionalista estrecho, y que ellos informasen a Roma desfavorablemente, desenterrando viejas acusaciones contra el rito toledano y español •i6. El papa Alejandro II, que tenía a su lado al enérgico y cen* tralizador Hildebrando, se aprovechó de esta ocasión para extender a España su programa reformador y unitario. Envió, pues, a su legado el cardenal Hugo Cándido por los años de 1064-1065, con el fin, entre otras cosas, de implantar la liturgia ." romana, suprimiendo la mozárabe. Era Hugo Cándido (le Blanc) uno de los cardenales más . hábiles e influyentes. D'e carácter revoltoso e inquieto, había seguido un tiempo al cismático Cadaloo. Reconciliado ahora (1064) con el papa legítimo, fué escogido para venir a Castilla, donde podía desplegar sus dotes diplomáticas. Este planteó al piadoso rey Fernando I (1037-1065) la cuestión del rito de la . Iglesia española, proponiéndole la abolición. P e r o fué tal la . resistencia que opusieron los obispos castellanos, diciendo que . nuestra liturgia había sido examinada por la Sede Apostólica y declarada perfectamente ortodoxa, que el legado n o creyó , prudente insistir. N o sabemos qué cuestiones se discutieron en dos concilios •'. reunidos p o r el mismo Hugo Cándido, según investigaciones de P. Kehr, el primero en Nájera (1065) y el segundo en Llantadilla, junto al Pisuerga (1067). Que vinieron otros legados con el mismo intento de suprimir el rito mozárabe, lo afirma el Códice Emilianense publicado por Flór'ez, si bien Kehr lo juzga improbable. Lo cierto e ,s que la jerarquía española, conociendo los propósitos _de Roma, creyó conveniente adelantarse y prevenir el golpe. A este objeto, determinó enviar a la Ciudad Eterna una comisión de obispos, integrada por Muño, de Calahorra; Jimeno, o Eximeno (o Simeón), de Oca-Burgos, y Fortún-, d e Álava; los cuales presentaron al papa los principales libros litúrgicos, el Líber Ordinum del monasterio de Albelda (probablemente el editado " Acaso exageraron su desestima, mirándola como una liturgia degenerada; eso parece deducirse de las palabras durísimas de Alejandro II "Accepimus in partibus Hispaniae catholi.cae fidei umtatem a sua plenitudine declinasse et pene omnes ab ecclesiastica disciplina et divinorum cultu interiorum aberJjasse". Privilegio a San Juan de la Peña, en JAFFÉ, Regesta I. -.•¡••^raibién Gregorio VII dirá a Alfonso VI: "Sicut suggerentibus, re ligiosis viris didicimus, quaedam contra catholicam fidem injerta esse" (Registr. IX, 2, p. 570). Sobre la ortodoxia de la liturgia mozárabe cf. J. F . RIVERA, La controversia adopcionista <*eZ siglo VIII y la ortodoxia de la liturgia mozárabe, en "Ephe"Jerides liturgicae" 47 (1933) 506-36,
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por Dom Férotin), el Líber Missarum del monasterio de Santa Gema (Estella) y el Libellus orationum, con el Antiphonarium, de Irache. Examinados cuidadosamente dichos libros ten) un concilio romano, fueron declarados inmunes de toda mácula de heterodoxia y se ordenó que nadie volviera a molestar a la Iglesia española 4 r . Cuando en 1068 entró H,ugo Cándido ten Aragón y Cataluña, trató de muchos negocios, mas no quiso remover el de la liturgia. Sostiene Higinio Anglés, con gran copia de erudición, que la causa de no tocar este asunto en Cataluña fué que ya hacía tiempo qute en la Marca Hispánica la liturgia romana había desplazado a la mozárabe, lo cual no parece del todo exacto, pues todavía en el siglo x y primera mitad del xi se habla allí de códices litúrgicos visigóticos, aunque tal vez carecían de la notación musical mozárabe 4 8 . Opina J. F. Rivera que "hubo en el uso cultual convivencia de ambos ritos" **. Esto bastaría a explicar la prudente abstención del legado, esperando que el tiempo y las circunstancias trabajarían en su favor. ' Y temería que, atacando a fondo con exigencias de eliminación completa, se produjese una reacción violenta, como en Castilla. ] E n Aragón había obrado con igual cautela, sin duda porque • allí vio que la fruta caería del árbol por su propio peso, ya que el rey Sancho Ramírez mostraba hacia la Santa Sede la mayor devoción. E n sus conversaciones con este gran monarca se arregló el viaje que el aragonés hizo a Roma en 1068 para en- ,, tregarse personalmente al servicio de la Iglesia romana y del •) Príncipe de los Apóstoles como miles sancti Petri. 4. Abolición del rito mozárabe.—Vuelto a Roma, Hugo ; Cándido informó al papa de la situación española. Entonces,, Alejandro II le encomendó una nueva legación al reino de,: Aragón, y como tel monarca era tan devoto de Roma, el éxito fué rápido: el 22 de marzo de 1071, a la hora de sexta, se em- .,' pezó a rezar el Oficio divino por el rito romano en el monas'- i terio d e San. Juan de la Peña, reformado por los cluniacens'es.jdesde 1025. Aquel año, el mismo monasterio, junto con los de,. San Victoriano y San Pedro de Loaxre, se pusieron bajo la protección de San Pedro, pagando un tributo anual: nuevo mé- ; *"• "Bene catholicos et omni haeretica pravitate mundos inve- * nerunt et ne quis amplius officium Ispanae ecclesiae inquietaret • vel damnaret vel mutare praesumeret, apostólica auctoritate pro-, hihuerurtt et etiam. interdixerunt" (Códice Bmilianense, en PLÓ--! REZ, España sagrada 3: apend. III, p. XXI). En las fuentes de,, carácter general, señaladas al principio de este volumen, pueden;, verse los principales libros litúrgicos mozarábicos. 48 H. ANGLÉS, La música a Catalunya fins al segle XIIIj e&':, "Instituí d'estudis catalans" (Barcelona 1933) p. 26-39. 40 J. F. RIVERA, Gregorio VII y la liturgia, mozárabe, en "Rev. Esp. de Teol." (1942) 16.
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rito del legado. Cinco años más tarde es introducida la liturgia romana en Jaca por el muevo obispo don García, hermano del rey Sancho Ramírez. Cuando en 1076 N a v a r r a se unió con Aragón, también el reino navarro decidió adoptar el rito romano, no antes, pues los documentos dte Alejandro II al prelado Sancho de Leyre son falsificaciones tardías. Lo 'cierto es que hasta el año 1083 no se implanta la liturgia romana en la catedral de Pamplona y ten el monasterio de Leyre 50. Faltaba Castilla. Empeño difícil después de lo que años antes había sucedido. Pero desde 1072 se sentaba en tel trono castellano-leonés un nieto de Sancho el Mayor, casado con mujer . francesa. Es claro que nos referimos a Alfonso VI, cuyas sim• patías galicanas y cluniacens'es eran de todos conocidas. Y por otra parte gobernaba y a la Iglesia universal Gregorio V i l (1073-1085), inspirador de la política pontificia en los últimos años y resuelto ahora a llevarla adelante con toda la energía, de su carácter. Dos grandes ideales llenaban su alma: unir más estrechamente a toda la cristiandad con Roma y con el papa, a fin de asegurar la reforma, y promover una gran cruzada contra las fuerzas amenazadoras del islam. Bajo ambos aspectos podía Castilla jugar un papel de importancia, siendo como era el más poderoso rteino de la Península y el posible uráficador de toda : España, según se preveía en la Curia pontificia. Al tratar de escoger el hombre a propósito, se fijó en Hugo Cándido, que había caído, según parece, en desgracia dtel papa ; anterior por desavenencias con los monjes de Cluny. Gregar i o V i l , que le debía en parte su ascensión al trono, le nombró legado suyo en España (1073). Esta misión fracasó, no sabemos cómo. Hugo Cándido se marchó con los secuaces de Enrique IV, militando desde entonces entre los adversarios del papa. El cardenal Giraldo, obispo de Ostia, y el subdiácono Raimbaldo, que habían sido legados pontificios en Francia, futeron .' jos elegidos para la misión, española. A ellos se les encomendó ; Ja doble empresa de organizar en Francia una cruzada contra •*°s -musulmanes de España y de mover al rey de Castilla a acep• , * a liturgia romana. Este segundo punto se fué arreglando a .Voluntad del pontífice, casi sin. intervención de los legados, y aun diríamos que a pesar de su imprudente actuación. Consta í ;?IJ? ten un concilio de 1073 provocaron el enojo y la indigna'\ |. ^ e l ° s obispos españoles, a varios de los cuales depusieron ,;/ ^comulgaron. uc eron a íii ^ Roma personalmente algunos obispos castella;i j ° s y navarros y asistieron al concilio romano en la Cuaresma £ ^ 1 0 7 4 . Allí don Muño de Calahorra fué absutelto de la exco" *• A. URBTETO ARTETA, La introducción del Rito romano tragón y Navarra, en "Hispania sacra" I (1948) 299-324.
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munión. Suscitada la cuestión de la unidad litúrgica, aquellos obispos españoles, en vez de defender sus puntos de vista, se. comprometieron por escrito a introducir el rito romano 'en sus iglesias. Así lo atestigua Gregorio V I I en carta a Alfonso V I de Castilla y Sancho' I V de N a v a r r a (19 marzo 1074) 50 *. Pr'etendía el papa con estas letras captarse las voluntades de los dos reyes. Otra carta dirigió al obispo Jimeno de Oca-Burgos agradeciéndole sus esfuerzos en pro* de la liturgia romana y animándole a proseguir hasta que se implantase en Galicia y en toda España. También don Muño trabajaba activamente. Estando ya la dirección del negocio fcn manos españolas, se podía esperar que lo conducirían sin tropiezo 1 hacia la solución deseada por el papa y el rey. N o fué así, porque si antes la oposición provino del episcopado, ahora fué el pueblo el que alzó la protesta, y se hubo de apelar, por voluntad de los caballeras, "militari pertinacia decemente", a un juicio de Dios, de los que entonces estaban en uso. Túvose 'en forma de duelo, según nos lo refieren los Anales Compostelanos, el Cronicón Burgense y don Rodrigo Jiménez de Rada. U n caballero de la casa de Matanzas, junto al Pisuerga, fué escogido por los nobles y el pueblo para combatir en defensa del rito mozárabe o toledano; y otro' caballero, natural de T o ledo, para más vergüenza, y escogido por el rey, salió a luchar por el rito romano. En el palenque de Burgos, el día 9 de abril; domingo de Ramos de 1077, los dos caballeros lidiaron bravamente. El pueblo aplaudió con júbilo al defensor del rito mozárabe, que salió victorioso, pero el rey anuló la victoria, diciendo que el duelo no tenía valor jurídico. Añade don Rodrigo—él solo, sin indicar en qué fuentes se inspira, quizá en una leyenda popular—que fué preciso recurrir a otra prueba. Las circunstancias de su narración hacen suponer que el suceso ocurrió en Toledo, siendo arzobispo don Bernardo y, por tanto, después d e 1085. Dice que en medio de la plaza se encendió una gran hoguera, y que en ella fueron arrojados el libro de la liturgia mozárabe y el de la romana, y que mientras éste se consumía entre las llamas, el otro saltó fuera sin quemarse. Mas el rey, no dejándose vencer por este milagro, persistió en imponer su voluntad, conforme al adagio: M * "Demum tamen ut matrem revera vestrara Romanain ecclesiam recognoscatis, in qua et nos fratres reperiatis, Romanae ecclesiae ordinem et officium recipiatis, non Toletanae vel cuiuslibet aliae, sed istius quae a Petro et Paulo supra firmam petrana per Christum fundata est et sanguine consecrata... sicut • caetera regna occidentis et septentrionis teneatis. Unde enim non dubitatis auscepisse religionis exordium, restat etiam ut inde recipiatis in ecclesiastico ordine divinum officium... quod etiam episcopi vestri ad nos nuper venientes iuxta' constitutionem concilii per scripta sua faceré promiserunt et in manu nostra firmaverunt VCA&PAR, Das Begister I, 64, p. 93-94).
"Allá van leyes, do quieren reyes" ("Quo volunt reges, vadunt feges"). Cronistas posteriores modifican ligeramente las circunstancias y aun adornan el cuadro, agregando que, al saltar el libro mozárabe, el rey le dio con el pie, volviéndole a meter en el fuego. Todo ese episodio, por legendario que se le suponga, nos revela que aquel cambio litúrgico se ejecutó en Castilla por la decidida voluntad del rey y en contra del sentir popular. Las crónicas anotan el hecho sin comentarios: "Era M C X V I (año 1078) intravit romana lex in Hispania" S1', testifica el Crom'cdn Burgense. Y la Historia Compostelana: "In hoc tempore (de Diego Peláez, 1077-1088) apud Hispanos lex toletana obliterata est et l'ex romana recepta" 52. N o se vaya a creer que esto sucedió en todas partes de la noche a la mañana. Hubo todavía muchas peripecias. V i n o con este objeto un nuevo legado pontificio, 'el cardenal Ricardo (1078), y otra vez en 1079, hasta que en el concilio de Burgos de 1080 se confirmó el Oficio romano en todo el reino. La invasión cluniacense, cada día más caudalosa y fu'erte, aseguró para siempre el triunfo litúrgico de Roma. Al ser conquistada Toledo por Alfonso V I en 1085, quedaron allí seis parroquias con la liturgia mozárabe. Esta fué con el tiempo olvidándose y cayendo en desuso, y hubiera desaparecido totalmente si el cardenal Cisneros n o la hubiera restaurado, reeditando sus libros y fundando en Toledo una capilla con 13 capellanes (que en el siglo xix se redujeron a ocho) obligados al oficio y misa mozárabes. 5. Otras reformas y novedades,—A lo largo del siglo XI toda España da un viraje- en su marcha tradicional, o, mejor, abre sus ventanas a nuevos aires que vienen d e Europa por los puertos del Pirineo navarro, que franqueó Sancho el Mayor, el fundador en Castilla de la dinastía vasconavarra, abierta al panorama de Francia y al espíritu cluniacense. Recuérdese que de las cinco mujeres legítimas de Alfonso V I , las dos primeras (Inés y Constanza), y probablemente las dos últimas (Beatriz e Isabel)', eran francesas; y que sus hijas le imitaron, yendo a buscar maridos en Francia. Alfonso entregó las mejores abadías y las principales sedes episcopales a franceses o francófilos. Naturalmente, esos abades y obispos que / venían de aliente el Pirineo eran monjes de Cluny, los cuales n Chronicon Burgense, en FLÓREZ. España sagrada 23, 309. 372. " Hist. compost.j en FLÓREZ, 20, 16. Según las investigaciones de P. DAVIDJ Eludes historiques sur la Galice et le Portugal (P. 1947) pp. 391-430, lo del duelo y la hoguera sería una pura leyenda; el rey Alfonso VI aceptó el rito romano a instancias de San Hugo de Cluny; no se suprimió el rito mozárabe de golpe, sino paulatinamente se fué extinguiendo; los últimos en abandonarlo serían Lusitania y la Castilla occidental.
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entraron en España con aire de reformadores, siendo así que la reforma no era en España tan necesaria como ellos se imaginaban. Que hici'eron cosas buenas, es innegable, a pesar de algunos desatinos y de cierto menosprecio de lo español, que se revela, por ejemplo, en la Historia Compostelana, N o hay duda que metieron vida y dinamismo en la Iglesia española, rígidamente tradicionalista dentro de su clausura peninsular. Hasta dónde fué laudable su acción reformatoria, es discutible. Autores hay que piensan, con Masdéu, que su influencia fué perjudicial. ¡Exageración nacionalista! Otros, en- cambio-, les dan en todo la razón, como si con ellos hubiera venido la luz, la ortodoxia, la cultura, lo cual peca por el extremo contrario' 63 . Que al nacionalismo español le doliesen ciertas reformas, no es extraño, v. gr., en la liturgia y en la escritura de los documentos y códices. Estas dos, más que reformas, fueron cambios o sustituciones. La antigua letra visigótica, que aparece en todos los manuscritos españoles anteriores al siglo xn, letra o escritura nacional de rasgos firmes y vigorosos, con la a abierta p o r arriba como una u actual, con la e semejante a una epsilón con el trazo central muy alargado, con la g que parece una c continuada por una j , con la s muy semejante a la r y con la í formada por una tau, cuyo trazo transversal se prolonga hacia atrás en figura de c, no dejaba d e tener elegancia y belleza, más que la lombarda y más que la merovingia, aunque ciertamente no era tan hermosa y clara como la Carolina, que traían los cluniacenses y que por influencia dte éstos fué, poco a poco, desterrando de su patria a la visigoda. Alfonso V I siguió la tradición leonesa-visigótica de aspirar al imperio de toda la Península; por eso se titulaba "Imperator totius Hispaniae", aunque el espíritu que le animaba era el auténticamente castellano, innovador, europeo y universalista. "Rey de España" y "Glorioso Rey de los españoles", le decía Gregorio V I I en sus cartas 5*. Emperador, con el mismo signi53
Pienso que muchas de las reformas y mejoras que indudablemente se hicieron durante el remado de Alfonso VI, se han de atribuir, tanto o más que a la acción de los monjes y obispos cluniacenses, a la perfecta paz y sosiego que la mano fuerte de aquel monarca impuso en sus dominios. Con la paz interior, antes tan turbada por violencias y rapiñas, vino el orden y la seguridad, la cual fué tarta, que, al decir de la Crónica de don Pélayo, obispo de Oviedo, podía una mujer sola recorrer toda España, por montes y campos, habitados o desiertos, sin temor a que nadie la tocase ni le hiciese algún mal, aunnue llevase en las manos buena cantidad de oro y plata (ed. B. Sánchez Alonso [Madrid 1924] p. 83-84). H Es probable la opinión de Menéndez Pidal, de. que Alfonso VI empezó a usar el antiguo título leonés Ego Aldefonsus imperator totius Hispaniae como réplica a las pretensiones de Gregorio VII sobre España. Lo que no es exacto es ver en el rey castellano la personificación del nacionalismo español frente a las miras universales de Roma. Y podemos añadir que las p¿-
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ficado nacional, se llamó su yerno Alfonso el Batallador, no mientras era simple rey d e Aragón, sino desde que se casó con doña Urraca. ¡Lástima que sus desavenencias conyugales impidieran la unión de toda la Península bajo un solo cetro! Y finalmente, con el nombre d e "el Emperador" es conocido Alfonso VII, desde que, como tal, fué coronado en León en 1135. Esta supremacía de Castilla sobre los demás reinos 'españoles parecen apoyarla los papas sucesores de Gregorio V I I , otorgando la primacía a la sede toledana y favoreciendo especialmente a los monarcas castellanos frente a las aspiraciones de Aragón y del naciente Portugal, sin duda porque en Castilla veían la dirección más universalista y eficaz de la cruzada e s pañola. 6. Gregorio VII y el Islam.—Es muy probable que en lá cruzada o expedición militar contra los moros d e Barbastro, organizada e indulgenciada por Alejandro II (1064), trabajara activamente Hildebrando, porque desde qué sube al trono pontificio le vemos preparar otra del mismo estilo y con idénticos fines. Por la carta que dirige a Giraldo y Raimbaldo, sus legados en Francia (30 abril 1073), y p o r la que, con la misma fecha, envía a los barones franceses, venimos en conocimiento de su plan, que era el siguiente: El conde de Champaña, Ebulo de Roucy, yerno de Roberto Guiscardo y hermano de la reina Felicia de Aragón, debía capitanear la expedición militar, compuesta—a lo menos, en gran parte—de caballeros franceses, y poseer luego bajo su señorío los territorios españoles que liberasen del yugo sarraceno. COJLforme a un pacto escrito de Ebulo con el papa, el conde de las tierras p o r conquistar las poseería en nombre de San Pedro, es decir, se declararía feudo de la Santa Sede. Jefe pontificio de la expedición y legado apostólico sería el cardenal Hugo C á n dido, buen conocedor de la situación española desde su legación en Aragón. Deseando Gregorio V I I utilizar las habilidades diplomáticas de este cardenal, le había levantado la excomunión que sobre él pesaba y trataba ahora d é reconciliarle con «1 monasterio de Cluny y con su abad Hugo, ya que monjes cluniacenses debían activar la expedición y acompañar al legado como consejeros. El silencio de los documentos sobre esta cruzada 5 5 nos labras del papa en 1081: Glorioso Regí Hispaniae, pueden signi• ficar una tácita aprobación y reconocimiento de aquel título imperial. En un diploma de Alfonso VII para la abadía toledana de San Servando se llama "gratia Dei imperator super omnes Span »ae nationes" (Cartulaire de Saint-Victor de Marseille t. 2, 184186). „ •" H¿ce una alusión a ella Sugerio. abad de Saint-Denis, en Ja vida de IÍUÍS el Gordo; pero si es que llegó Ebulo a entrar en España "con un poderoso ejército", no sabemos que conquistara ^
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mueve a pensar que no llegó a realizarse. ¿Es que hubo roces y disentimientos entre Hugo Cándido y Cluny? ¿Se resistieron ] acaso los barones de Francia a ponerse bajo el caudillaje de Ebulo de Roucy? ¿O bien surgieron dificultades de parte de los reyes españoles, que, naturalmente, no podrían ver con buenos ojos la intrusión de un extranjero en. la obra nacional de la Reconquista? La Historia no da respuesta cierta a ninguna de estas preguntas. Tan sólo en la leyenda y la epopeya es lícito rastrear alguna confusa alusión, particularmente en la Crónica rimada del Cid, donde los juglares hicieron del Campeador el héroe nacional que defiende la independencia de España contra el emperador, el papa y el rey de Francia, cuyos ejércitos coligados vence, logrando luego apoderarse de París M . En su afán de atender a los cristianos, cuya fe peligra bajo la dominación sarracena, Gregorio VII entabla relaciones amistosas cora el r'ey Anazir de Mauritania. Escribe animando, reprendiendo y dando paternales consejos al clero de Cartago y de Bujía. Vigila por la conservación de la pureza de la religión en Armenia. Y principalmente le preocupa la suerte lastimosa de los cristianos de Palestina y Asia Menor, oprimidos por los turcos seldjúcidas, cuya amenazadora cimitarra se reflejaba ya en las aguas del Bosforo 57. El 9 de julio de 1073 se dirige al "gloriosísimo" emperador bizantino Miguel VII, cuya buena voluntad conoce, prometiéndole hacer lo posible por renovar la concordia y unión de las dos Iglesias. En Constantinopla, desde los tiempos de Focio y Cerulario, han cambiado no poco los sentimientos. Ya no es allí despreciado el pontificado romano, cuyo esplendor y prestigio actual se impone a la admiración de todos. Por otra parte, el Imperio bizantino va siendo devorado "por los repetidos mordiscos de los sarracenos", como dice el papa. Y éste, escuchando los clamores de tantos cristianos que perecen o están a punto de perecer en Oriente, exhorta a los fieles de Occidente a que tomen las armas, dispuestos a luchar y aun a morir por la fe y la caridad. El mismo Gregorio VII se siente con bríos para marchar perso- = : nalmente y tiene ya equipados en Italia no menos de 50.000 soldados, según participa el 7 de diciembre d'e 1074 al emperador ¡ de Alemania. Se comprende la ilusión generosa del magnánimo pontífice. ¿No fué siempre su ideal la unión de toda la cristiandad bajo la paterna dirección del Vicario de Cristo? Ahora veía factible y próxima la reducción de los griegos al redil de la Iglesia roninguna plaza. Aquel señor feudal, dedicado al salteamiento y pillaje, tenía poco de cruzado. K La Crónica rimada del Cid puede leerse en el apéndice IV al Romancero Ü-eneral de Duran: BAE, t. 16, 647-662. " Véanse los documentos en el Registro de Gregorio VIÍ> especialmente m , 21, p. 287; III, 19 y 20, p. 285-286; VIH, 1. p. 511-514; I, 1S, p. 29-30.
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mana, y unidas las fuerzas de Oriente y Occidente tal vez lograrían' arrojar de Tierra Santa a los enemigos de la cristiandad. Desgraciadamente tales perspectivas se oscurecieron muy pronto. Destronado Miguel V I I por el usurpador Nicéforo III, cambiaron totalmente las relaciones políticorreligiosas, tanto, que en noviembre de 1078, según testifica el Líber Pontificalis, el nuevo basileus fué excomulgado por el sínodo de Roma. De todos modos, a Gregorio VII le pertenece la' gloria de haber planeado la primera Cruzada contra los turcos. En la historia de los papas su figura se alza con relieve extraordinario. Más que un político fué un apóstol y un santo. Lo que le hizo grande y admirable no fué el prestigio humano y temporal que recabó para el Pontificado, sino la caridad ardiente y abnegada y el alto espíritu sobrenatural que le movió en todas sus empresas. Acaso nadie tuvo un concepto más claro que él de lo que debía ser la Europa cristiana, y acaso nadie colaboró más eficazmente en la realización de aquel católico ideal, alma de la Edad Media M .
CAPITULO II Los
papas
gregorianos*
Poco antes d e morir Gregorio V I I , a fin de prevenir las turbaciones y cismas que podrían sobrevenir a la Iglesia, designó tres candidatos, que a su juicio eran los más aptos para M Sobre el sentido de la palabra Christianitas, véase, además del citado Ladner, F. KEMPF, Papsttum und Kaisertum bei Innocentins III: "Miscell. Hist. Pont." 19 (Roma 1954) 184-85. Sobre el significado de gladius viaterialis, A. STICKLER, II potere materiale della chiesa nella riforma gregoriana secondo Anselmo di Lucca: "Studi Gregoriani" II (1947) 235-85; II gladius nel registro di Gregorio VII: "Studi Gregoriani" III (1948) 89-103. • * FUENTES.—E:-n general, las fuentes narrativas de este capítulo se reducen a las Crónicas, con el Liber Pontificalis; las fuentes-documéntalos son más. variadas: cánones conciliares, diplomas pontificios e imperiales, epístolas, etc. Casi todas ellas están publicadas en la Patrología de Migne y más críticamente en "Monumenta Germaniae Histórica". Anotemos algunas mas aportantes. . ^rn-cr PETRUS DJACONUSJ Chronica monasterii CassinensiSj en MGH, Script. VII, 551-844 (también en ML 173); HUGO DE FLAVIGNY, Chronicon, en MGH, Script. VIII, 280-503; BENZO DE ALBA., Liber «ti Beinricum IV. en MGH, Script. XI, 591-681. Chronicon Bernoldi, en MGH, Script. V, 400-467; EKÍOSHARDUS DE AURA., Chronicon universale, en MGH, Script. V, 33-267 (tamben en ML 164); Vita Ludovici Grossi: ML 186. , Para la lucha de las investiduras es preciso consultar los trabajos de. Guido de Ferrara, Benon, Bernoldo de Constanza, Hugo de Fléfry, Rangerio de Luca, Plácido de Nonantola, dodo-
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gobernar la nave de Pedro en aquellas difíciles circunstancias. Probablemente—pues los cronistas no están de acuerdo al enumerar los nombres—los tres aludidos fueron Anselmo, obispo de Lucca; Hugo, arzobispo de Lyón, y Eudes, cardenal-obispo de Ostia, no precisamente Desiderio de Montecasino, aunque lo aseveren Guido de Ferrara y Pablo de Bernried. Sin embargo, el que ciñó la tiara no fué otro que el abad de Montecasino, Desiderio. Largos fueron los trámites de esta elección, hasta que al fin'se impuso la fuerza fe influencia del principe normando Jordano de Capua. Acaso por esta manera de proceder, poco conforme al espíritu gregoriano—aunque exfredo de Vendóme, Ivo de Chartres, etc., contenidos en MGH, Libellí de lite H. Los epistolarios de Urbano II, Pascual ÍI y Calixto II se verán en MLi 161 y 163. Pero antes consúltese JAFFÉ-WATTENBACH, Regesta Pont. Rom. Para Calixto II, v. U. ROBERT, Bullaire du Papae Calixte II (París 1891) 2 vols. La Historia Gompostelana, en FI.ÓREZ, t. 20.
Las "Constitutiones et acta" de Enrique IV" y Enrique V, en MGH, Leges sect. IV, t. 1. Para los concilios, MANSI, Gonciliorum amplissima collectio. Además de L'UCHESNE, Lib. Pont., véase para esta época J. M. MARCH, Líber Pontificalis, prout exstat in códice manuscripto Durtussensi (Barcelona 1925), y WATTERICH, Pontificum romanorum vitae t. 2, con fragmentos de. los cronistas. BIBLIOGRAFÍA.—Nos limitaremos a unos cuantos trabajos fundamentales, en los cuales se podrá hallar más abundante literatura. Además de las obras ya citadas de A. Fliche y de H. X. Arquilliére, pueden verse: J. GAY, Les Papes du XI siécle et la CJirétienté (París 1926); F, STERN, Zur Biographie des Papstes Urbana II (Halle 1883); B. LETB, Urban II el l'Orient byzantin, en "Etudes" 212 (1933) 660-680; N. GRIMAI.DI, La Gontessa Matilde e la sua stirpe felídale (Florencia 1928); F, CHALADON, Bistoire de la domination normande en Italie et en Sicile (París 1907) 2 vols.; G. MEYBR VON KNONAU, Jahrbücher des deutschen Reichs unter Beinrich TV und Heinrich V (Leipzig 1899 ss) 7 vols.; H. BOEHMER, Kirche und Stxat in England und in der Normandie in XI. und XII. Jahrhundert. Bine historísche Studie (Leipzig 1899); O. SCHUMANN, Die püpstlichen Legaten in Deutschland zur Zeit Heinrichs IV, und Heinrichs V, 1056-1125 (Marburg 1912); G. SAEBEKOW, Die Papsilichen Legationem nach Spanien und Portugal bis zur Ausgang des XII. Jalirhunderts (Berlín 1931); P. KEHR, Das Papstum und der katalanische Principat bis zur Vereinigung mit Aragón, en ''Abhandlungen der Berliner Akademie", phil. hist. Classe (1926) fase. 1; ID.J Das Papstum und die Koenigreiche Navarra und Aragón bis zur Mitte des XII. Jahrhunderts: ibíd (1928) fase. 4; F. MICHELINI, La lotta delle investidure e Pasquale II (Savigliano 1932); P. FOURNIBR, Bonizon de Sutri, Vrbain II et la comtesse Mathilde, en "Bibliothéque de l'Ecole de Chartes" 76 (1915) 265-298; E. BERNHEIM, Zar Geschichte des Wormser Konkordates (Goeticgen 1877); ID., Das Wormser Konkordat und seine Vorurkunden (Breslau 1906); ULYSSE ROBERT, Histoire du Pape Caliste II (París 1891); C. MIRBT/ Die Publizistik im, Zeitalter Gregors VII (Leipzig 1894). Para todos los papas gregorianos, como para el mismo Gregorio VII, debe consultarse A. FLICHB, La Reforme grégorienne et la Réconquéte chrétienne (P, 1946) t. 8 de la "Hist ¿te l'Eglise" dirigida por Fliche-Martin.
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ternamente se salvaron las apariencias canónicas—, tuvo escrúpulos Desiderio en admitir la suprema dignidad. Al cabo de un año, en mayo de 1086, el monje protegido por los normandos fué elegido papa, dignidad que no aceptó hasta diez meses después, tomando el nombre de Víctor / ] / (1086-1087). Era cardenal desde el pontificado de Nicolás II y le unían lazos de amistad con los principales reformadorfes gregorianos, pero su atención se dirigía casi exclusivamente a realzar el esplendor de su abadía. La sala capitular, la biblioteca, el dormitorio, la principesca cámara abacial y la fastuosa basílica, más rutilante que fel templo de Salomón, al decir del poeta Alfano, obras fueron del ilustre abad, en quien la magnificencia competía con el gusto artístico. Apenas consagrado y entronizado en Roma, el nuevo papa, de carácter ¡más bien tímido y vacilante, abandona la Ciudad Etferna a los secuaces del antipapa Clemente III (Guiberto de Ravena), retirándose a Montecasino. La condesa Matilde viene a saludarlo; le presta filial obediencia y homenaje y le exhorta a volver a Roma, ofreciéndole tropas suficientes para apoderarse del castillo de Santángelo y arrojar al intruso de la basílica de San Pedro. Así lo hace. Dueño de la ciudad, convoca un concilio en Benevento (agosto 1087), desde dondfe renueva los anatemas contra Enrique IV. Pocas semanas más tarde moría en su amada abadía casinense. En su breve pontificado ocurrió la conquista de la ciudad de Mehdia por los písanos, genovfeses, amalfitanos y romanos, a cuyas tropas entregó Víctor III el vexiüum Sancti Perrí, dando a toda la campaña el carácter de cruzada (1087).
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El verdadero continuador de la reforma gregoriana había de ser Eudes de Chatillón, elegido rápidamente fen Terracina. de Campania, que había d e hacer inmortal su nombre de Urbano 7/(1088-1099). 1. Primera actuación.—Eudes había de ser un nuevo Gregorio VII, dotado tal vez de misticismo menos ardiente, pfero de igual energía en la prosecución de los mismos ideales, de un conocimiento de los hombres más realista y seguro y dfe una diplomacia que unos llamarán más dúctil y otros más oportunista. Discípulo del austero San Bruno en las escuelas de Reims, archidiácono y canónigo de aquella catedral, monje fervoroso y prior de Cluny, fes nombrado cardenal obispo de Ostia en 1078. En su legación de Alemania (1084-1085) trabaja por mantener unidos a los adversarios de Enrique IV, y consagra obispo de Constanza a Gebardo. que será él jefe del partido gregoriano en fel Imperio.
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Apenas elegido papa, en marzo de 1088, comunica a los obispos alemanes su elección y sius propósitos con estas palabras: "Confiad en mí, lo misino que en el bienaventurado Gregorio, cuyos vestigios seguiré exactamente; rechazo todo lo que él rechazó, condeno todo lo que él condenó, abrazo con toda el alma todo cuanto él amó". Urbano II tuvo que empezar luchando por la posesión de Roma, en donde dominaba el antipapa Clemente III, apoyado por el emp'erador. N o tenía fuerzas para 'expulsar al intruso y por otra parte graves proyectos diplomáticos le impulsaban a reunirse con Roberto I de Sicilia. Dirigióse, pues, a la isla normanda. Habló con aquel príncipe de la reorganización de la Iglesia siciliana, le hizo amplísimas concesiones, y ya en esta primera entrevista, según parece, entabló Urbano, por mediación de Rogerio, negociaciones con el Imperio bizantino, logrando que el basilaus Al'ejo Coimnenp no se dejase arrastrar por Enrique I V a un acuerdo con el antipapa, y que en los dípticos de Constantinopla se repusiese el nombre del pontífice romano, primer paso hacia la unión de las Igl'esias. Vuelve camino de Roma, y en noviembre de 1088, con ayuda d e los normandos, se apodera de la isla del Tíber; a fines de junio de 1089 da un asalto a la ciudad y la arrebata a los imperiales y cismáticos, con gran alegría del pueblo x . N o podrá sostenerse mucho tiempo, porque el excomulgado emperador Enrique IV, triunfante en Alemania, desciende a Italia en 1090, y aunque la condesa Matilde de Toscana, siempre fidelísima al pontífice, resiste cuanto puede a las tropas del emperador, éste sfe adueña de Mantua y de otras plazas, amenazando a los Estados pontificios. Urbano se retira a la Italia meridional, dejando que en Roma entre el antipapa. N o por eso se desalienta. Con Matilde al norte y los normandos al sur, puede decirse que casi toda Italia está de su parte. E n el concilio de Amalfi recibe el homenaje feudal de R o gerio, duque de Apulia y Calabria,, y se ve rodeado de 70 obispos, que lanzan anatemas contra la investidura laica, contra la simonía y contra el matrimonio de los presbíteros, diáconos y subdiáconos. E n Bari consagra la cripta, donde es sepultado el cuerpo de San Nicolás, traído poco antes de Mira, ciudad conquistada por los turcos. En el concilio de Benevento (marzo 1091) renueva las excomuniones y censuras contra el antipapa Clem'ente III y sus secuaces. Entre tanto, la intrépida condesa Matilde, casada con el jo1 Véase el relato en la bula de Urbano II, descubierta y publicada por P. Kehr en "Archivio della R. Societá romana di Storia patria", XXII (1900) p. 277-280. Una vida bien detallada de Urbano II os la que compiló Dom Ruinart y está publicada en MIJ 151, 9-266. Véase también L. FAULOT, VrbaAn II (París 1903).
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vencito Güelfo, hijo del duque de Baviera, enemigo de Enrique IV, emprende la ofensiva contra el ejército imperial, qu'e tiene que replegarse y abandonar lo conquistado. A instancias de Urbano II, se constituye la primera Liga Lombarda (Milán, Cremona, Lodi, Plac'encia) contra los obispos nombrados por el emperador, cuyo hijo Conrado, rebelándose contra su padre, se hace coronar rey d e Italia en Milán 2 . La estrella de Enrique comienza claramente a declinar. Avanzan en Alemania los gregorianos bajo la dirección de Gebardo de Constanza. Y Urbano II entra en Roma, huésped al principio de los Frangípani y luego dueño y señor absoluto de toda la ciudad (1093-1094). 2. Legados permanentes y concilios reformadores.—Es el momento en que, sintiéndose fuerte y vencedor,, porque el cisma está a punto de extinguirse, se decide el papa a seguir de veras las huellas de Gregorio V I I . D e la oscuridad en que estaba arrinconado Hugo de Lyón, el antiguo legado de Francia, representante del más ardiente gregorianismo, lo saca Urbano para nombrarlo otra vez "legado de la Santa Iglesia Romana", como lo era Gebardo en Alemania. También para España escoge un legado permanente en la persona del prim'er arzobispo de Toledo, Bernardo. Y hubiera hecho otro tanto en Sicilia si no se hubiera opuesto a esta institución el conde Rogerio. De todos modos, se ven resurgir los métodos y procedimientos gregorianos. Bajo la presidencia de estos legados se congregan sínodos y concilios que velan por la pureza de las costumbres y por el mantenimiento exacto de la disciplina eclesiástica 3 . El mismo papa quiso celebrar uno de mayor importancia, y para eso, después de visitar personalmente las iglesias de Pisa, Pistoya, Florencia y Cremona, inaugura el día primero de marzo de 1095 el concilio de Placencia 4 , al cual habían sido invitados, además de los obispos de Italia, los de Borgoña, Francia y Alemania. Tuviéronse las sesiones en pleno campo, ya que en ninguna iglesia había lugar para tantos participantes: cerca de 4.000 clérigos y más de 30.000 laicos, según el cronista Bernoldo. Allí se presentó Práxedes, la eslava esposa de Enrique IV, a querellarse públicamente de su marido, que la obligaba a vergonzosas deshonestidades. A fin de desarraigar en l o posible el inveterado abuso de las ordenaciones simoníacas y cismáticas, el concilio reprueba y declara irritas las ordenaciones hechas por el pseudopapa 2
Consúltese la Crónica de Bernoldo de Constanza, a. 1093, en MGH, Scnp. V, 456. * HEFBLB-IÍBCLERCQ, Histoire des Oonciles V, 379-388. 4 Nos lo ha narrado Bernoldo de Constanza, a, 1095, en MGíi, Script. V, 461-463.
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Guiberto y por los pseudoobispos que él ordenó; condena igualmente las ordenaciones hechas por obispos herejes o excomulgados, de manera que en adelante ni los sacerdotes así consagrados ni los que recibieren las órdenes a precio de din'ero podrán ejercer función alguna sacerdotal. En otros cánones se anatematizó el nicolaísmo y se dictaron normas sobre la administración de los sacramentos. En Placencia se presentó también una embajada de Alejo 1 Comneno suplicando instantemente "al papa y a todos los fieles cristianos" de Occidente socorro para la defensa de la Iglesia contra los turcos. La Europa latina escuchó entonces las penalidades que padecían los cristianos orientales sometidos al yugo islámico, y es de creer que Urbano II, impresionado por aquellos relatos, empezó a planear la gran cruzada que predicará en Clermont. D e Placencia se dirigió a Cfemona, a Milán y a otras ciudades lombardas. En agosto de aquel año lo hallamos en Valence. Probablemente desde que salió de Roma llevaba el propósito de llegarse a Francia, su patria, donde el nicolaísmo, la simonía de los obispos y otros graves problemas de orden eclesiástico reclamaban pronto y decisivo arreglo. Todo ello se complicaba con la situación matrimonial del rey, que seguía en público adulterio, a pesar de que ya en Placencia le había señalado el concilio un plazo fijo para su arrepentimiento y enmienda. Le arrastraba además al antiguo monje cluniacense la nostalgia de su gran abadía. 3. Hacia el gran concilio de Clermont.—La fiesta de la Asunción de la Virgen la pasó en Puy, cuyo 'obispo, Ademaro de Moniteil, que había estado en Tierra Santa, informó al papa del estado de aquel remoto país. Se hace muy verosímil la cornjetura de Fliche de que, pasando Urbano II por Saint-Gilíes-, trató con el conde Raimundo IV—futuro héroe de las Cruzadas—y con otros caballeros de Pro venza acerca de la posibilid a d de una expedición militar a Palestina. Sigue peregrinando por diversas ciudades de Francia, atendiendo solícitamente a la reforma de los cabildos y procurando que adopten en todas partes la regla de San Agustín; hasta que el 25 de octubre lo vemos en Cluny consagrando el altar mayor de la gran basílica abacial 6 . P o r medio de aquellos monjes, que tanto influjo tenían en España, recibiría, indudablemente, noticias del estado de la Iglesia española. Y por fin, el 18 de noviembre la arrogante figura de Urbano, entre centenares de obispos, entre ellos el de Toledo, con 8
531 proceso verbal de aquel solemne acto puede verse publicado en el Chronicon cluniacense; «'J^ecueil dea historiens de. France" t. 14, 109.
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el de Tarragona y una. multitud inmensa de clérigos, d e caballeros y de gente popular, inaugura el concilio de Clermont y arenga con voz sonora a sus oyentes, invitándolos a tomar las armas para la liberación de Tierra Santa °. La importancia de este' concilio—vértice supremo del pontificado de Urbano II—no consistió sólo en dar origen a la primera cruzada. Su labor fué muy intensa y eficaz en otras cuestiones. Resuelve los conflictos existentes entre diversos obispos, ' declara a Lyón sede primacial de Francia, contra las resistencias de Sens; otorga grandes privilegios a numerosos monasterios—entre ellos al de Sahagún—, sustrayéndolos a la jurisdicción del obispo y poniéndolos bajo la dependencia directa y protección de la Santa Sede mediante un censo anual; renu'eva los decretos contra el nicolaísmo, castigando con la deposición y otras penas a cualquier presbítero, diácono o subdiácono que viva en concubinato; repite las condenaciones de toda clase de simonía, y redobla los golpes contra la investidura laica, fuente de tantos abusos e irregularidades, prohibiendo severamente que ningún eclesiástico reciba dignidad alguna de manos de un laico; ningún obispo o sacerdote preste homenaje de vasallo a un rey o señor feudal, y ningún rey o príncipe se arrogue el derecho d'e conceder la investidura de cargos eclesiásticos. También ordena a los laicos que no retengan .para sí los diezmos ni las rentas de las iglesias o altares, y manda que nadie ose atacar violentamente a los monjes, a las mujeres y a los niños en ningún día d'e la semana, ni guerrear con otro cualquiera en los cuatro días semanales señalados por la Paz o Tregua de Dios. Predicando la Cruzada recorre Urbano II el oeste y mediodía de Francia—en el norte no había que pensar por caer bajo el influjo y dominio directo del excomulgado rey Felipe I—; escribe a los caballeros de Flandes, exhortándolos a tomar las armas y unirse con los demás cruzados; d'e Limoges, donde preside un concilio, pasa en enero de 1096 a Poitiers y de allí a Burdeos, Toulouse, etc., y, por fin, en los calores del verano sale de Nknes para Italia, atravesando los Alpes. Las ciudades de Pavía, de Milán, Cremona, Luca, le tributan a su entrada grandes honores, que manifiestan cuánto ha subido el prestigio del papa desde el concilio de Clermont. Acompañado de la condesa Matilde se dirige hacia Roma, donde siguen encastillados los partidarios de Clemente III, y aunque es verdad que hasta 1098 no son expulsados los cismáticos del último reducto, pero ya puede decirse que Roma ha vuelto a ser asiento del sucesor de Pedro y corazón de la catolicidad. 0 Volveremos sobre esto, al. tratar en otro capítulo de las Cruzadas. Véase el discurso del papa en las diversas versiones transmitidas por los cronistas, en B. LEIB, Rome, Kiev et Byzance á la fin du XI siécle (París 1924) p. 182-185.
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Ya en en'ero de 1097 celebra Urbano II un concilio en la basíHca de Letrán, sale al año siguiente para presidir otro en Bari, rodeado de 185 obispos, y en Pascua de 1099 reúne un tercer concilio con 150 obispos y abades en San Pedro, insistiendo en su gran tarea reformatoria contra la simonía, el nicolaísmo y la investidura laica. El 29 de julio de 1099, en la casa d e Pierleoni, junto al Tíber, moría el papa de las Cruzadas, sin saber que quince días antes la ciudad santa d'e Jerusalén había caído en manos cristianas. 4. Un rey adúltero y un reino en entredicho.—Cuando Urbano II entregaba a Dios el alma, su competidor Guiberto de Ravena, el antipapa Clemente III, desamparado de casi todos, se había retirado a su secbe episcopal, donde le alcanzó la muerte en 1100. El cisma podía darse por terminado. En Alemania muchos obispos se apartan del excomulgado emperador para obedecer al Romano Pontífice. Tampoco los príncipes seculares, en general, siguen con entusiasmo la política amtipapal de Enrique IV. La situación de la Iglesia en Alemania seguirá turbada todavía por muchos años. D e otro carácter era el conflicto suscitado en Francia por Felipe I. Este monarca provocó graves' escándalos al repudiar a siu legítima esposa Berta, para vivir adulterinamente con Bertrada de Monfort, fugitiva d e su marido Fulco, conde de Anjou, fingiendo unirse con ésta en matrimonio que bendijo el cortesano obispo de Senlis. Fué entonces el papa Urbano II quien reprendió al episcopado1 de la provincia de Reims (1092) por su cobardía ante el rey adúltero. Hugo de Lyón, el austero legado pontificio, pronunció en el sínodo de Autun (octubre de 1094) sentencia de excomunión contra Felipe por su crimen de adulterio público o de bigamia. El propio papa, dentro de Francia, durante el concilio de Clermont, fulminó igualmente la excomunión contra Felip'e y contra "su maldita mujer" Bertrada, prohibiendo a los fieles todo trato con ellos. El rey dio muestras de arrepentimiento y de querer apartarse de su concubina, tanto que Urbano lo reconcilió con la Iglesia en el concilio de Nimes (agosto de 1096); pero pronto reincidió en su pecado, y entonces Hugo de Lyón volvió a lanzar contra él la excomunión, poniendo en entredicho todos aquellos lugares en los que residiese el rey. Cuánta eficacia tenían en aquellos tiempos las censuras eclesiásticas s'e ve por lo que refiere Orderico Vital. Casi once años, en los pontificados de Urbano y Pascual, duró el entredicho. E n todo ese tiempo nunca el rey se ciñó la corona, ni se vistió el manto de púrpura, ni asistió como soberano a ninguna solemnidad. E n todas las aldeas y ciudades por las que pasaba, apenas llegaba la noticia al clero, cesaban de sonar las campa-
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ñas y se interrumpía el canto del Oficio divino. Mientras el monarca se hallaba en aquel territorio no se celebraba el culto del domingo sino privadamente. Con permiso de los obispos del reino se le concedió al soberano, en atención a su dignidad, tener un capellán que le dijese la misa en privado 7. Sólo en 1104 Felipe I, arrepentido, hubo de presentarse con los pies descalzos ante los obispos reunidos e n un sínodo parisiense, y, con la mano sobre los evangelios, juró no volver a tener- tratos ilícitos con Bertrada. Entonces se le concedió la absolución. 5. U n rey tiránico y un santo.—Más difíciles fueron las relaciones de Urbano II con el rey de Inglaterra, quien acaso hubiera seguido los caminos del emperador Enrique I V de no haberse encontrado con una personalidad tan relevante y de tanta autoridad e n el reino como San Anselmo, y con un papa que supo tirar y aflojar mirando al bien más universal de la Iglesia. A la muerte de Guillermo I 'el Conquistador, entró a sucederle su hijo Guillermo II el Rojo (1087-1100), que se portó con la Iglesia despóticamente. Empezó por declararse neutral en la cuestión del cisma, sin decidirse ni por Guiberto ni por Urbano. Consiguientemente se negó a pagar a Roma el dinero de San Pedro. El arzobispo Lanfranco, que, según el papa, era "uno de los hijos más fieles de la Iglesia romana", le amonestó, aunque inútilmente 7 *. M u e r t o Lanfranco en mayo de 1089, se empeñó el rey en dejar vacante la sede primacial de Canterbury para disfrutar de sus rentas, despojó de sus bienes a muchos monasterios e iglesias, vendió simoní acámente las dignidades eclesiásticas y cometió otros brutales atropellos, hasta que, acometido por grave enfermedad, y temiendo la justicia divina, cambió de conducta. Por consejo unánime de los nobles y obispos llamó a Anselmo de Bec, que era abad de aquel célebre monasterio, como antes lo había sido Lanfranco, y le obligó a aceptar el gobierno de la iglesia de Canterbury (1093)', esquilmada y sin pastor desde hacía cuatro años. L a venida de San Anselmo fué una bendición para la Iglesia d'e Inglaterra. Como teólogo y filósofo, no conocía rival en sú siglo. Tenía un alma pura y santa y un carácter firme e inflexible 8 . ' ORDERICTJS VITALIS, Historia ecclesiastica, III, 19 J ^ ^ 188, 617. Lo mismo cuenta Hugo de Flamigny que sucedió cuando Felipe y Bertrada pasaron quince días en Sens (Chron. J-J-, «" MGH, Script. VIII, 493-94). . t h .< '* Véase sobre Lanfranco el art. del "Dict. de T h e o l o at^n. y A. ,J. MACDONALD ¿aw/rawc. A study of hus I^fe, worK ana witing (Oxford, Londres 1926). w r ^ p - M Ru8 Sobre la vida y obra de San Anselmo' pueden verse• iv^ ¿™. M, The Life and Times of St. Anselm 2 vols., J * £ ^ c u £ a ¿ ¿ P. RAGHY, Histoire de Saint Anselme (París 1890) y el articulo ae
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Las relaciones que, según él, deben existir entre los príncipes y la Iglesia han de ser las de los hijos con su madre, no de los amos con su esclava. Escribiendo al rey Balduino de Jerusalén, le decía: "No hay cosa en este mundo que Dios ame más que la libertad de la Iglesia... Dios quiere a su esposa libre, no esclava" s *. Pronto se vio en' la precisión de amonestar al rey las arbitrariedades que cometía, pues repartía o administraba ..a su talante los bienfcs de las abadías e iglesias, y ponía dificultades a que el primado celebrare cada año un concilio nacional para la reforma de la disciplina y las costumbres. Al mismo San Anselmo, que deseaba ir a Roma a prestar obediencia a Urbano, único papa legítimo, y recibir d'e sus manos el pallium, se lo prohibió terminantemente. Reunióse con esta ocasión la dieta o concilio de Rockingham (1095), a fin de discutir si el juramento de fidelidad al monarca era compatible con la obedi'encia al papa. Dijeron los obispos cortesanos que ambas cosas eran inconciliables y pidieron al primado que acatase la voluntad regia. Respondió el santo que en las cosas espirituales sólo al vicario de Cristo debía obedecer. Por inspiración de algunos prelados pensó el rey en desterrar a San Anselmo; pero los magnates, que sufrían a duras penas el despotismo de aquél, abogaron en pro del arzobispo, por lo qu'e, no atreviéndose Guillermo a mandarlo al exilio, limitóse a advertirle severamente que un arzobispo de Canterbury no debía someterse a la obediencia del pontífice de Roma. Guill'ermo II. sin embargo, acabó por reconocer al papa U r bano, el cual, deseoso de paz y concordia, envió legados a Inglaterra, a fin de que arreglasen los conflictos entre el rey y la Iglesia. N a d a consiguieron, pues los abusos y arbitrariedades del monarca y sus intrusiones en cosas sagradas continuaron como antes. En 1097 aquel "toro indómito", según expresión del cronista Eádmerq, biógrafo y amigo del santo, volvió a molestar al primado, llamándolo a juicio y acusándolo de no haber suministrado soldados hábiles para la guerra con el País de Gales. San Anselmo se negó a comparecer, y despreciando la prohibición real, aun bajo la amenaza de perder Siu sede, se embarcó para Roma. En todas partes fué brillantemente acogido, tanto en Francia como en Italia, sobre todo dfe parte del Romano Pontífice, a quien informó de todo lo ocurrido. Quiso Anselmo reP. Richard en "Díct. d'Hist. et Géogr. écclés.". De los cronistas antiguos, el mejor informado es Eadmero, especialmente en su Vita Ansélmi, publicada en ML 158, 50-118, y más modernamente por M. RULE a continuación de la Historia, novorum in Anglia (Londres 1884). "* ML Í59, 206.
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nunciar a su mitra, pero habiéndoselo el papa prohibido, se quedó algún tiempo en Italia, bien ocupado en sus trabajos teológicos. Al venir de paso por Cluny, tuvo ant'e aquellos monjes una conferencia sobre la bienaventuranza del cielo; en Italia terminó su famoso tratado sobre los motivos de la encarnación fCtír Deus Homo), y en el concilio de Bari (1098), al cual asistió por voluntad de Urbano II, pasmó a los obispos allí pr'esen-. tes por su maravillosa sabiduría, ^refutando las teorías de los griegos sobre la procesión del Espíritu Santo. En este concilio, en el que recibió las más altas muestras de estima y veneración, se habló" de excomulgar al rey d e Inglaterra, y sólo por seguir el parecer de San Anselmo se optó, finalmente, por dar al monarca un plazo de penitencia. La muerte prematura de Guill'ermo II en 1100, considerada como un castigo del cielo, puso inesperadamente fin al conflicto,, en el cual la política del papa Urbano, con extrañeza de algunos, no siguió siempre la misma línea. Quizá con sus momentán'eías transigencias evitó que aquel violento y autoritario monarca rompiera abiertamente con la Santa Sede. 6. Urbano II y España.—En este pontificado que vio el origen de la primera cruzada, hay que hac'er constar que la multisecular cruzada española, o reconquista de la Península, da un gran avance, después de la toma de Toledo (1085), extendiéndose hacia levante, gracias a las hazañas, inmortalizadas por la epopeya, de Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, que fundó un nuevo estado cristiano en la costa del Mediterráneo con la conquista de Valencia (1092). T a l vez estos triunfos influyeron en que U r b a n o II se decidiera a predicar la cruzada contra los turcos. Este papa, buen cluniacense, n o podía menos de tratar a Alfonso V i , tan amigo y favorecedor de Cluny, con toda clase de atenciones y deferencias 9 . Así vemos que le felicita por la conquista de Toledo, hablándole, em un tono más cordial dfel usado por Gregorio VII, si bien las ideas político-eclesiásticas son las mismas, como puede advertirse en estas líneas: "Dos dignidades, |oh rey Alfonso!, gobiernan principakrrente este mundo: la de los sacerdotes y la de los reyes; pero la dignidad sacerdotal, hijo carísimo, aventaja tanto á la potestad regia, que de los mismos reyes tenemos nosotros que dar exacta cuenta al Rey de todos. D e ahí nuestra solicitud'pasitoral", e t c . 1 0 El 15 de octubre de 1088 expide una bula, en la que otorga el pallium arzobispal a Bernardo d'e Toledo y por primera vez Proclama formalmente los derechos primaciales de la iglesia t o ledana, heredera de la antigua sede visigótica, sobre todas las ' De Alfonso VI leemos en Bernoldo de Constanza: " R e x Hispaniae, Adefonsus, in fide catholicus et in conversatione cmnlacensis Abbatis obeditentiarius" (MGH, Scrip. V, 457). ' • w r ML 151, 289.
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Españas. Con esto y con su favor al rey Alfonso, qu'e se titulaba "emperador de todas las naciones de España por la gracia de Dios", consolida la soberanía de Castilla, rectora de la Reconquista, frente a las aspiraciones d e Aragón y Portugal. Él rey aragonés Pedro I, ap'enas subido al trono, ratifica y confirma con nuevos ofrecimientos el vasallaje con que su padre Sancho Ramírez (f 1093) se entregó a la Santa Sede en 1089, a lo que Urbano II contesta desd'e el concilio de Placencia (1095) tomando el reino bajo su protección, previo el censo de 500 mancusos, de suerte que ningún obispo ni arzobispo ni legado romano podrá excomulgar a los reyes de Aragón sin mandato especial del papa X1. También a los condes de Barcelona les recuerda que son vasallos de la Sede Apostólica, desde que entregaron la ciudad y el condado "al bienaventurado Pedro y a sus sucesores", pagando un censo anual de cinco libras de plata. 7. La monarquía siciliana.—Feudo de la Santa Sede son también los normandos de Italia. Y ciertamente desde el pontificado de Gregorio V I I no cesan de ayudar en los trances difíciles a la Iglesia romana. M á s que en Rogerio, duque de Apulia (hijo de Roberto Guiscardo y hermano del cruzado Bohemundo), se apoya" el papa en Rogerio I de Sicilia (hermano de Guiscardo), que ha conquistado aquella isla con el vexillum S. Petri, en lucha épica contra los musulmanes. E n junio de 1098 Urbano II le hace una concesión excepcional: le promete no enviar a Sicilia legado apostólico alguno sin su consentimiento y que para arreglar los asuntos que ocurran acudirá directamráfte a él, que hará las veces d'e legado X2; juntamente le concede que a los concilios convocados por el papa pueda enviar los obispos y abades que quiera, reteniendo a los demás. Este privilegio singularísimo limitado a Rogerio y . a sus dos hijos, si le suceden legítimamente, fué renovado y confirmado por Pascual II el 1 de octubre de 1117 en favor de Rogerio II, con declaraciones y restricciones, a fin de evitar los abusos 13 . Sin embargo, los soberanos de Sicilia no sólo se apropiaron esta prerrogativa como si fuera territorial, sino que la extendieron desmesuradamente, interpretándola como si se tratara de una legación o vicaría pontificia, ejercida por los príncipes, y aun procediendo como verdaderos papas con ilimitada jurisdicción-espiritual sobre los obispos, arzobispos y sobre todo el 11 P. KüHRj Cómo y cuándo se hizo Aragón feudatario de la Santa Sede, en "Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón" (.Zaragoza 1945) y aparte, p. 20-22. " "Quae per Legatum acturi sumus, per vestram industriam, hegati vice exhibere volumus (G. MALATESTA, Historia sicula: ML 149, 1210). Véaae además BARONIO, Annales, a. 1097, n. 23; SENTÍS, Die Monarchia Sicula (Friburgo 1869) apéndice 1. " JAFFÉ-WATTENBACH, Regesta I, 766, n. 6562.
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clero. En el siglo xiv surgió además un tribunal de la monarquía o legacía, que juzgaba en última apelación las cosas eclesiásticas 14 . II.
LA LUCHA DE LAS INVESTIDURAS BAJO PASCUAL II
(1099-1118) A la muerte del papa Urbano, la elección dfe su sucesor fué cosa fácil y sencilla. N o hubo ningún peligro de cisma, y siendo el partido reformista de la curia de Roma, con mucho, el predominante, no se dudó en el'egir un papa que siguiese el camino de Gregorio V I I y Urbano II, un cluniacense. 1. Carácter y primeras actividades de Pascual DL—El cardenal Rainerio había nacido en el castillo de Bleda, provincia de Ravena, y niño aún había ingresado en un monasterio cluniacense. Venido a Roma en su juventud, Gregorio V I I se fijó en él y lo elevó al cardenalato. M á s adelante desempeñó una legación en España y el 13 de agosto de 1099 subía a la Cátedra de San Pedro com el nombre de Pascual II. Su pontificado s'erá la continuación de la reforma gregoriana, con varias alternativas en la lucha par la libertad de la Iglesia frente a los príncipes seculares. Si en algún momento crítico le faltó la tenacidad de Gregorio VII o la habilidad diplomática de Urbano II, siempre le alentó el mismo espíritu y dio ejemplos admirables de desinterés y d e amor a la verdad y a la justicia. Aunque el temor del cisma había desaparecido, los tiempos eran difícil'es, porque la lucha de las investiduras volvió a enconarse con virulencia terrible, tanto que en algún momento pareció que la empresa de Gregorio VII iba a terminar en una derrota. Pero al fin de este largo pontificado vemos que las ideas se van aclarando, triunfa la Iglesia en casi todos los países, menos en Alemania, y aun aquí se empieza a entrever la forma de un posible acuferdo entre el emperador y el pontífice. T r a s las primeras dificultades con Francia, vino la paz y concordia cuando el rey Felipe I se reconcilió con Dios y con la Iglesia en 110-4. Las relaciones con este reino mejoraron en todo lo relativo a la elección de los obispos al subir al trono el prudente y piadoso Luis V I el Gordo (1108), ya antes asociado al gobierno de su padre. Parece que este monarca renunció a la investidura de los obispos per annulum, et baculum, distinguiendo "entre los dere14 El card. Baronio pensó que el documento de Urbano I I era espurio o, por 16 menos, falsificado; lo mismo creyó pósteriorr mente Balan. Hoy está demostrado que se trata de un documento auténtico. El discutido v privilegio fué definitivamente revocado por Pío IX en 1864.
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chos espirituales, cuya colación compete exclusivamente a la Iglesia, y los derechos de regalía, que debía conferir el r'ey después de la consagración episcopal y a cambio del juramento de fidelidad. En aclarar estas ideas, que se impondrán generalmente bajo Calixto II, tuvieron buena parte en Francia el sabio y santo obispo Ivo de Chartres, que debió de aprender estas doctrinas en la escu'ela de su maestre Lanfranco, y en, otros países los muchos opúsculos que sobre esta controversia se escribieron, verbigracia, los de Guido de Ferrara y otros 1B. 2. Destierros y triunfos de San Anselmo de Canterbury.— El nuevo rey de Inglaterra, Enrique I (1100-1135), hermano de Guillermo el Rojo e hijo como él del Conquistador, era hombre recto, prudente, amante de la verdad, más sem'ejante a su padre que a su hermano. Lo primero que hizo fué llamar a San1 Anselmo, que se hallaba desterrado en Lyón, junto a su amigo el arzobispo Hugo. Augurábas'e un porvenir pacífico y tranquilo, pues Enrique I era partidario de la reforma de la Iglesia, en lo cual colaboraría con San Anselmo, y por otra parte había prometido respetar los bienes eclesiásticos y aun las elecciones episcopales. Esto no obstante, el antiguo conflicto no tardó en renovarse. Influido el rey por las ideas del Anónimo de York (De consecratione pontificara et regum) pensaba que el rito de la unción regia confiere a los monarcas un carácter cuasisacerdotal, por el que pueden disponer de las dignidades eclesiásticas, ya que no de las cosas puramente espirituales. En consecuencia, exigió a San Anselmo le reconociese éste su derecho divino. El primado de Canterbury se negó rotundamente. Empeñado Enrique en conservar sus prerrogativas, acude a Roma, suplicando una mitigación de los cánones contra la investidura laica. La respuesta es negativa. Vuelve a insistir, amenazando con rehusar la obediencia y el dinero de San Pedro. Idéntica contestación del papa. Pero sucedió que los embajadores ingleses, dos obispos áulicos, que llevaron esta negativa, afirmaron en Londres haberles manifestado el Sumo Pontífice que otorgaría el derecho de investidura si el rey se portaba bien en lo demás. San Anselmo, que conocía perfectamente la mente de Pascual II, rechazó tal embuste y pidió información a Roma. Pronto se patentizó la falsedad de los dos embajadores, que fueron excomulgados por el papa en diciembre de 1102. El santo arzobispo estuvo a punto de ser expulsado de Inglaterra. D e hecho emprendió el viaje a Roma, y lo hizo de acuerdo con el monarca, pero prácticamente aquello tuvo traM Pueden consultarse, juntamente con otros de carácter extremista, en MG-H, Libelli de lite II.
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zas de destierro. Se detuvo algún tiempo en su querida abadía de Bec. Luego se encaminó hacia la Curia pontificia, con objeto de tratar con el papa los asuntos ingleses (1103). Y cuando, conocida la firmeza intransigente de Pascual II, regresaba a Inglaterra por Francia, recibió orden del rey de no desembarcad en la' isla si no venía con las concesiones que se deseaban. Anselmo no pasó de Lyón. Pero, el pueblo inglés sentía vivamente la ausencia del primado cantuariense, y Adela de Blois, hermana de Enrique I, movió a éste, cuando se hallaba en sus dominios de Normandía (1105), a tener algunas entrevistas con el santo desterrado, llegando por fin a un acuerdo, pues parece que el conflicto se debía, más que al monarca, a sus áulicos y consejeros, excomulgados poco antes por el concilio Lateranense. Por otra parte, el papa, sin retractar sus antiguas normas, indicó a San Anselmo la manera de condescender algún tanto con la voluntad real. Vuelto el santo pastor a su diócesis de Canterbury, hizo que en la dieta de Londres (agosto de 1107) se firmase un concordato, por el cual renunciaba Enrique I a investir a los obispos con el anillo y el báculo, mientras que la Iglesia se comprome¡tía a que ningún obispo fuera consagrado antes de que jurase al monarca fidelidad de vasallo en razón de sus dominios feudales. Fórmula o compromiso que distingue ló temporal de lo espiritual, y se irá imponiendo como solución del problema de las investiduras. Los últimos años del santo transcurrieron tranquilos. Confiaba tanto Enrique en su lealtad, que lo nombró regente del reino mientras su estancia en Normandía, y apoyó las medidas reformatorias tomadas por aquél contra los clérigos incontinentes en el sínodo londinense de 1108. El 21 de abril de 1109 murió lleno d e méritos San Anselmo. Con un alma ardientemente mística, poseía una de las inteligencias más privilegiadas de la Edad Media, por la que ocupa un puesto eminente entre los fundadores del escolasticismo. 3. Enrique de Alemania»—En el Imperio, germánico la lucha de las investiduras fué más tenaz y prolongada que en parte alguna. Cuando Pascual II subió a la Cátedra de San Pedro reinaba todavía el tiránico y disoluto Enrique IV. Muerto en 1101 su hijo Conrado, parecía no tener ya rivales ni enemigos. Por otra parte, al desaparecer Guiberto de Ravena (Clemente III, 1100), no mostró el monarca ningún deseo de favorecer a los presuntos sucesores del arilipapa. Hasta se habló de que iría a reconciliarse con Pascual II y tomaría la cruz para marchar con un ejército a Palestina. Así lavaría todas sus culpas y pecados. Pero antes era preciso 'humillarse, y por ahí no pasó. Entonces se alzó en rebeldía contra él su hijo Enrique. Pretextando la contumacia del emperador excomulgado y tratando'
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de engañar al papa con apariencias de religiosidad, púsose al frente de los descontentos sajones, suevos y bávaros, y por medios fraudulentos logró aipod'erarse de la persona de su padre, le obligó a abdicar y lo encerró en el castillo de Bókelheim (1105). Enrique I V consiguió evadirse, y se disponía a entablar con su hijo una sangrienta guerra, cuando la muerte le sorprendió en Lieja el 7 de agosto de 1106. . El papa Pasciual II se ilusionó al principio con ¿l nuevo emperador Enrique V , creyendo qu'e había combatido por amor a la Iglesia y no por ambición. Sus esperanzas le salieron fallidas, porque Enrique no tenía más escrúpulos que su padre 1 *. Bien es verdad que la cuestión de las investiduras solía entonces presentarse de una y otra parte muy confusamente. Renunciar- a las investiduras de los obispos parecíale al soberano renunciar al dominio de la corona sobre los feudos anejos de los obispados. Los más severos reformistas, al contrario, veían en la investidura laica del anillo y el báoulo una intrusión cesaropapista que disponía anticanónicamente de las dignidades eclesiásticas, aun en lo espiritual, porqu'e decían que el rito de la investidura era un signo del sacerdocio, cuando no un verdadero, sacramento. D e ahí la intransigencia de unos y de otros. En el sínodo de Guastalla (1106) renovó Pascual II las condenaciones de la investidura laica, en el mismo tono que Gregorio V I I y Urbano II. Los embajadores germánicos allí presentes le rogaron, en nombre de su soberano, subiese a Alemania con objeto de entenderse con Enrique V . Sabedor de las aviesas intenciones de éste, torció su riumbo Pascual II y se dirigió a Francia. Celebró la fiesta de la Navidad en el monasterio de Cluny, pasó luego a tener una 'entrevisía con el obispo Ivo de Chartres y, por fin, en Saint-Denis (1107) invitó al rey francés a hacer de mediador con el de Alemania. Hallándose en Chalons-sur-Marn'e, se le presentó una embajada imperial, presidida por el arzobispo de Tréveris, exigiendo para su señor el derecho de conferir la investidura y de recibir el homagium dte los prelados. Ante la negativa rotunda y enérgica del pontífice, los embajadores le amenazaron que el emperador entrará espada en mano en la ciudad del Tíber y dispondrá de la; tiara a su talante. El papa n o se intimida. DesM
En 1111 escribirá Pascual II a Enrique V, lamentando que la investidura laica r-onvierta a los obispos en cortesanos y guerreros, haciéndoles olvidar sus ministerios espirituales y pastorales: "Ministri-vero altaris, ministri curiae facti súnt, quia civitates, ducatus, marchionatus, monetas, turres, et caetera ad regni servitiuui pertinentia a regibus acceperunt. Unde etiam mos Ecleslae inolevit ut electi episcopi nullo modo consecrationem acciperent, nisi per manum regiam investirentur... Oportet enim episcopos euram suorum agere populorum, nec ecclesiis suis abesse diutius" (ML 163, 283). HAUCK., Kirchengeschichte Deutschlands III, 881-912; WATTERICH, Pontifioum rom. vitae II 1-91.
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pues de celebrar un concilio en Troyes, que proclama la nulidad del matrimonio de los sacerdotes y castiga con la deposición a todo el que reciba de un laico cualquier dignidad eclesiástica, s'é dirige a Roma, y al año siguiente le hallamos en el concilio de Benevento (1108) condenando con la misma energía las investiduras laicas y declarando que jamás concedería ese derecho a ningún príncipe de la tierra. Semejantes a éstos fuetron los decretos que se dieron en el concilio Lateraruense de 1110. M . Tratado de SutrL el "pravilegio".—Entre tanto Enrique V , ansioso de obtener la corona imperial, entró en negociaciones con el pontífice. Este mostróse dispuesto a concedérsela, con tal que dejase en libertad a la Iglesia. Rodeado de un poderoso ejército de 30.000 soldados, emprendió Enrique la expedición a Italia, resuelto a hacerse coronar emperador. Acercándose a la Ciudad Eterna pasó aviso de su venida al papa, el cual, temiendo la prepotencia germánica, pensó en huir, pero le detuvo el temor de que nombrarían un antipapa. Despachó, pues, una comisión, exigiendo al monarca alemán la renuncia a las investiduras, si quería recibir la diadema imperial. Como Enrique rechazase tal condición, alegando sus antiguos derechos y los extensos feudos y posesiones temporales de los obispos alemanes, los. comisionados pontificios hicieron, en nombre de Pascual II, una propuesta que por lo nueva, ines-, perada y radicalmente evangélica' debió dejar a todos estupefactos: la Iglesia, a cambio de la libertad de elección, devolvería al monarca todos los feudos, posesiones y jurisdicciones temporales de los obispos, todo lo que originariamente proviniese de la corona; los obispos dejarían de ser cortesanos y magnates para ser solamente pastores de las almas, quedando reducidos sus ingresos a los diezmos, a las ofrendas de los fieles y a sus posesiones propias no feudales. Pascual II, con alto y generosp espiritualismo, con abnegación admirable, prometía demasiado; no conocía bien las condiciones de Alemania y se imaginaba que los obispos aceptarían esa renuncia que les arrebataba su poderío político y económico. También al emperador se le crearía con eso un grave problema, porque si en vez de eclesiásticos ponía señores laicos en fesos feudos podía estar seguro que a las pocas generaciones no le habían de guardar ia fidelidad ni la gratitud de aquéllos . A pesar de todo, Enrique aceptó la propuesta, sin duda porque sabía que el papa no podría cumplir lo prometido y, consiguientemente, recaerían sobre él todas las odiosidades de los opulentos obispos alemanes. Consintió, pues, en concertar un tratado o convenio, el tratado de Sutci (i de febrero de 1111)', ten el que se estipuló lo siguiente: El rey, desde el día. de su coronación, renunciaría, a toda investidura d e cargos (eclesiásticos. Las iglesias quedarán
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librfes, contentándose con solas las iofrendas de los fieles y con sus propios bienes. El rey eximirá a los pueblos del juramento de fidelidad a los obispos, como a señores feudales. El Patrimonio de San Pedro será reconocido por el empferador, como lo hicieron sus antecesores. El papa, por su parte, mandará a todos los obispos entregar al rey los señoríos feudales, prohibiéndoles en adfelante adquirir cualquier clase de regalía, id est, civitates, ducatus, tnarchias, comitatus, monetas, teloneum, mercatum; advocarías regni, etc. N o inquietará más al rey sobre este asunto; y le promete, una vez firmado este tratado, coronarle con la corona imperial. Se procedió, pues, en seguida al solemne acto de la coronación en San Pedro (12 de febrero, domingo de Quincuagésima). Pero en el momento de renunciar públicamente a las investiduras, Enrique exigió primero que el papa hiciese dejación de todos los feudos. En efecto, hallándose todos reunidos en la basílica, Pascual II anunció que la Iglesia se despojaba voluntariamente de todos los- derechos feudales en Alemania. Enrique se retiró con sus obispos para deliberar, y éstos debieron de protestar tan enérgicamente ante su señor, con firme decisión de no abandonar sus señoríos, que retornando el rey a la basílica declaró que la propuesta pontificia era completamente irrealizable y aun herética. Oyendo esto el papa, interrumpió, bruscamente las Ceremonias; instó Enrique por que se cumpliese el rito de su coronación; rehusólo Pascual resueltamente; mandó aquél a sus soldados se lanzasen sobre el pontífice y lo cogiesen prisionero; así lo hicieron, apresando juntamfente a varios obispos y cardenales. Indignados los romanos ante tal abuso de fuerza se levantaron contra los alemanes, matando a varios de ellos e hiriendo en la frfente al mismo rey. Arrastrado Pascual II al campamento imperial, trató Enrique V de doblegarle, amenazándole con un cisma y con nuevas violencias si no accedía a la coronación y a dejarle tranquilo en sus pretendidos derechos. Durante sesenta días resistió el Sumo Pontífice a promesas y amenazas, hasta que, destituido de todo auxilio, tuvo un momento de flaqueza y cedió, prometiendo coronarle emperador, no lanzar contra él la excomunión y otorgarle el derecho de conferir la investidura vitgulae et annuli a los obispos elegidos sin violencia ni simonía. " M e veo forzado—exclamó suspirando y con lágrimas en los ojos—a sufrir y permitir por la libertad y paz de la Iglesia lo que jamás, ni por salvar la vida, consentiría". Otorgado este privilegio, que luego se llamará en Roma con más verdad pravilegio, fué puesto Pascual II en libertad. Poco después, el 13 de abril, tenía lugar la coronación imperial. El obispo de Ostia ungió al monarca en las espaldas y en el brazo derecho; el papa le puso la corona y le dio de comulgar bajo las dos especies, en señal de paz y reconciliación.
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Aquello era una derrota no sólo del pontífice, sino del Pontificado en la lucha con el Imperio, en aquella lucha iniciada tan vigorosamente por Gregorio VIL Pero la derrota había de sfer solamente momentánea. 5. Reacción eclesiástica» — En Roma unos rechazaban el convenio como vergonzoso, vituperable y aun herético; otros lo tenían por lícito; los demás lo juzgaban sencillamente nulo, por haber sido arrancado a la fuerza. Pascual II, arrepeatido de lo hecho, muy afectado por la oposición que se lfevantaba contra él* y no viendo cómo remediarlo, pensó en renunciar a la tiara y retirarse a hacer vida eremítica. Reunióse entonces un sínodo latferanense (marzo de 1112), en el que, por iniciativa de Gerardo, obispo de Angulema, 12 arzobispos, 114 obispos, 15 cardenales presbíteros y ocho cardenales diáconos firmaron Un documento declarando nulo el privilegio, o por mejor decir, el pravilegio arfaneado a la fuerza. E n Francia, al lado de la corriente moderada, representada por Ivo de Chartres, Hugo de Fléury y el autor anónimo de la Defensio Paschalis papae, se manifestó otra tendencia extremista y rigurosamente intransigente, en la que figuraban el abad Godofredo de Vendóme, el arzobispo Josseran d e Lyón y especialmente el arzobispo de Viena, Guido, que sferá más adelante Calixto II. Estos censuraban ásperamente a Pascual II por su debilidad y condescendencia, sostenían que la investidura laica era verdadera herejía, y se hubieran alzado en jueces del pontífice, con el peligro de un cisma, si lá sabiduría y prudencia de Ivo de Chartres no les hubiera restado fuerza e influencia, dilucidando doctrinalmfente la cuestión. D e todas partes se elevaron voces contra la despótica conducta del emperador. E n la misma Alemania fué creciendo la oposición por la rebelde actitud de Sajonia y Frisia y principalmente por parte de los arzobispos de Colonia y Maguncia y no menos del legado pontificio Conón dfe Preneste, recién venido de Oriente, que en diversos concilios de Alemania y Francia iba lanzando anatemas contra Enrique V . Lo mismo hizo en el sínodo de Goslar (1115) el cardenal Teodorico, venido de Hungría, repitiendo la excomunión) que tres años antes había fulminado Guido de Vienne en su archidiócesis. La condesa Matilde acababa dfe morir (1115), después de haber entregado a San Pedro en reiteradas ocasiones todos sus dominios, algunos de los cuales eran feudo del emperador. Esto le.bastó a Enrique para irrumpir fen Italia y, conculcando los derechos de la Sede Apostólica, incautarse de la herencia matildiana. Mientras las tropas imperiales pasaban los Alpes, el papa Presidía un concilio en Letrán (marzo dfe 1116), renovando los antiguos decretos contra la investidura laica y condenando una v e z más el pravilegium, del que ahora se avergonzaba y arreHiftori0
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pentía: "Obré como hombre, porque soy polvo y ceniza. Confi'eso que hice mal; pero os ruego a todos que oréis a Dios para que me perdone". De nada sirvieron las negociaciones que, por medio del habilidoso abad Poncio de Cluny, quiso el emperador entablar con el pontífice a fin) de s'er absuelto de las censuras. A principios de 1117 se decidió a penetrar en Roma. N o se atrevió Pascual II a esperarle y huyó a Benevento. E n la basílica de San Pedro quiso Enrique V ser de nuevo coronado, y no hallando otro jerarca más a propósito, • recibió la corona de manos del indigno arzobispo de Braga, Mauricio Burdino. Libre Roma de la prepotencia imperial, regresó el papa a su sede el 14 de ternero de 1118, logrando entrar por lo menos en el Vaticano y el castillo de Santángelo, para morir santamente siete días después. 6. Relaciones de Pascual II con otros Estados.—Pascual II, en medio de sus éxitos y de sius fracasos, mantuvo' siempre encendidos sus fervores reformistas, como un digno sucesor de Gregorio VII, sin descuidar los intereses eclesiásticos en ningún rteino cristiano, bien fuese del Oriente, bien del Septentrión. En 1117, escribiendo al rey de Dinamarca y señor de toda E s candinavia, le exhortaba a colaborar con el metropolitano de Lund y con los demás obispos en la reforma de la Iglesia de aquellos lejanos país'es. Con el basileus Alejo Comneno entabló negociaciones en orden a restablecer la unidad cristiana, mas no pasaron de tentativas. E n Palestina se iban consolidando felizm'ente las conquistas de los cruzados. Lo que le dio trabajo fué el establecter la jerarquía latina en las tierras conquistadas. Viendo que era preciso socorrer con incesantes refuerzos militares a los nuevos Estados que allí surgían, exhortó a los cristianos de Occidente a no desamparar aquella gran empresa. Sólo a los españoles les desaconsejó la Cruzada de Ultrar mar, por qute no descuidasen la que tenían en casa. Pascual II conocía perfectamente la situación de España, desde que en tiempo de Urbano II había desempeñado aquí (1089-1091) una legación; y desde entonces debió trabar aimistad con el gran Diego Gelmírez de Compostela, a quien tanto favoreció después. Siendo ya papa, se le presentaron graVes problemas españoles, como la restauración de diócesis, las pretensiones de Santiago de Compostela, las rivalidades de T a r r a gona y Toledo, la cuestión de la sede metropolitana de Braga, etcétera. Confirmó la posición de .Toledo, declarando legado pontificio al arzobispo Bernardo; ptero las comisiones de mayor confianza se las encomendó a Diego Gelmírez, v. gr., en el
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negocio del ilícito matrimonio contraído por Alfonso el Batallador con su pariente doña Urraca de Castilla. 7. De Moatecasino a Clunyj Gelasio II (1118-1119).—A los tres días de la muerte de Pascual II, con rapidez impuesta por las circunstancias, salió elegido papa el cardenal diácono Juan de Gaeta—ahora Gelasio II—, que había sido monje en M o n tecasino y canciller de la Iglesia romana durante los-últimos pontificados. v Los imperiales dominaban todavía en la mayor parte de la ciudad, así que no bien entendió Cencío Frangipani que la elección había recaído sobre un personaje como Gelasio, de genuino espíritu gregoriano, forzó las puertas de la iglesia donde se hallaba aún reunido el clero y el pueblo, arrastró y maltrató al recién elegido y lo hizo encarcelar; pero alzándose Pierleoni, con el prefecto- de la ciudad y otros nobles, en favor del papa, lo libertaron y en un caballo blanquísimo lo llevaron a Letrán, donde fué entronizado. La consagración no se hizo entonces, porque Gelasio era todavía simple- diácono. Poco más de un mes había transcurrido, cuando súbitaimente y en el silencio de la noche se presenta en Roma el emperador. Gelasio se esconde, y a la noche siguiente, 2 de marzo de 1118, bajo> una deshecha tempestad de truenos y relámpagos, de lluvia y de granizo, el anciano pontífice se desliza en una barca por el Tiber. El día 5-desembarca en Gaeta, su patria. Burlado así el monarca alemán, monta en cólera y proclama un aritipapa en la persona del arzobispo bracarense Mauricio Burdino (Gregorio V I I I ) . El verdadero sucesor de San Pedro contesta desde Capua con la excomunión de Enrique y del pseudopontífice. Corre Conón de Preneste a promulgar estos anatemas en Alemania. Y Enrique V, preocupado del desasosiego que cundía en su reino, repasa los Alpes. A los pocos días (julio de 1118) Gelasio estaba en Roma. Celebraba los divinos oficios en Santa Práxedes, cuando los Frangipani volvieron al ataque, del que a duras penas se salvó. Pensó entonces que el conflicto había que resolverlo a fondo y directamente» entendiéndose con el emperador, para lo cual necesitaba los buenos oficios del rey francés. Por eso huye ahora de Roma, no hacia el sur, sino hacia el norte, detiénese unosi días en Pisa, Para consagrar la catedral, y sigue por mar a Marsella (fines de septiembre). Concierta una entrevista con Luis V I en Vézelay, ptero sintiéndose enfermo en el camino, se hace llevar a Cluny, en donde muere santamente con pobre hábito de monje el 29 de enero ° e 1119. Pocos días antes, pasando por Vienne, había celebrado un concilio. A la -hora de ía muerte propuso como sucesor suyo
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a Conón de Preneste, mas como 7 éste lo rehusase, señaló a Guido de Vienne w . III.
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Dos cardenales obispos, Lamberto de Ostia y Conón de Preneste, s'e hallaban presentes a la muerte de Gelasio II, y ésos dos fueron los que, viendo las dificultades de convocar el conclave en otro lugar," por la dispersión de los demás cardenales, determinaron proceder allí mismo a la elección de nuevo pontífice, con el propósito de pedir en seguida su ratificación al clero y pueblo de Roma. Así lo hicieron el 2 de febrero ? y el el'egido fué Guido de Vienne, que se llamó Calixto 11 (11191124). N o s dice su biógrafo Pandulfo que Calixto no quiso vestirse la capa de púrpura hasta que vinieron noticias de haber sido aclamado por los romanos el 1 de marzo de 1119 en la basílica de Letrán. Se podría pensar que un hombre que, siendo arzobispo, había mostrado tanta tiesura e intransigencia ante la debilidad j de Pascual II con el emperador, no era el más a propósito para resolver el grave conflicto existente entre el Imperio y el Pontificado. Pero Calixto II demostró con el tiempo que su firmeza de carácter sabía aliarse con el talento político y con el. sen. tido de la realidad. Por otra parte sus electores vieron en el ;í • arzobispo de Vienne al eclesiástico de más prestigio y de más influencia en las cortes europeas, porque este hijo del conde de Borgoña estaba emparentado con la familia imperial, con las casas reinantes de Francia, de Inglaterra y de Saboya, mientras •" que, por el casamiento d e su hermano Raimundo de Borgoña i con doña Urraca, venía a ser tío de nuestro Alfonso V I I , rey ^ de Castilla, León y Galicia. 1. Principio de su pontificado*—Empezó su pontificado recorriendo el mediodía de Francia. En julio de 1119 celebró un concilio en Toulouse, donde fué condenada la herejía reciente de los petrobrusianos y s'e dictaron varios cánones disciplina.res. Poco después tuvo un coloquio en Etampes con el rey Luis V I , con el cual debió tratar la manera de acercarse en son ' de paz al emperador. A este efecto envió dos ilustres embajadores, Guillermo de 11 Sobre Gelasio II existe una monografía de R. KRÓHN, Der , • püpstliche Kanzler Johannes von Gaeta (Marburg 1918). Lo que ele su persona y pontificado cuenta Pandulfo puede verse en WATTERICH, Vitae Pontificum Ronuinorum II, 91-104. Del interés que Gelasio tenía por España son testigo sus cartas. El 21 de marzo de 1118 nombra a San Olegario arzobispo de Tarragona • y le envía el pallium. El 16 de junio escribe al poderoso Gelmírez pidiéndole algún subsidio para la Iglesia de Roma. El 18 de diciembre concede indulgencia plenaria a los soldados de Alfonso el Batallador que sucumban en la conquista de Zaragoza.
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Champeaux, obispo d e Chálons, y Poncio de Cluny, que hablasen coru Enrique V y disipasen, en lo posible, sus prejuicios. El monarca alemán!, que desde hacía varios meses se iba inclinando hacia el arr'eglo con Roma, pues veía que sus propios obispos se oponían a la investidura laica y que la pacificación del país se volvía difícil, oyó atentamente a los representantes pontificios y mostró deseo d e llegar a un acuerdo. Sabido esto por Calixto II, despachó al cardenal de Ostia y al cardenal Gregorio, que ultimasen las negociaciones. Reunidos entre V e r dún y Metz con Enrique, éste firmó un documento renunciando a las investiduras, mientras la Santa Sede lo recibía "en su comunión a él y a todos los suyos. U n a entrevista del papa y el emperador coronaría este convenio, precisándolo y aclarándolo. Por entonces Calixto II presidía la apertura del concilio de Reims (20 de octubre), al que asistían también, algunos obispos alemanes y españoles. D o s días más tarde salía al encuentro de Enrique V en Mouzon. Al encontrarte allí con un ejército de 30.000 alemanes, temió el papa algún intento de violencia y se encerró en el castillo de la ciudad, rehusando llevar él directa y personalmente las negociaciones.- Su representante principal fué también esta vez Guillermo día Champeaux, que con todo su ingenio y destreza no logró desvanecer el ambiente d e desconfianza que envolvía a unos y a otros. C o m o el emperador s'e negase a firmar la fórmula propuesta por el papa sin antes consultar sobre ello a la dieta general, Calixto II interrumpió las gestiones alegando la necesidad de su presencia en el concilio de Reims. N o es fácil de explicar esta brusca retirada, aunque se suavizase con buenas palabras d e cortesía, y menos aún la condenación explícita de Enrique V en la última sesión del concilio remense el 30 de octubre. Según el relato de Hesson, entre los obispos y abades se repartieron 427 candelas, y cuando el papa lanzó los anatemas contra los simoníacos y contra los que se arrogaban el derecho de investidura, nombrando entre otros al pseudopapa Burdino y al emperador, todos los presentes con gesto simbólico apagaron 1 sus candelas y las volvieron boca abajo. El rey de Francia expuso1 allí sus quejas contra Enrique I de Inglaterra, por lo cual el papa se dirigió a Gisors y en una entrevista .con el inglés trató d e arreglar las diferencias entre am-. bos monarcas, al par que otros problemas de carácter eclesiástico. E r a ya hora de tomar posesión de la sede romana, y así se puso e n camino para Italia, cruzando el Piamonte en marzo de 1120. Todas las ciudades rivalizaban en festejarle cuando Pasaba. Roma lo recibió bajo arcos de triunfo el día 3 de junio. Razón tiene su biógrafo, el diácono Pandulfo, al decir que
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jamás se habían visto tantas honras y glorificaciones como las qu'e el pueblo romano tributó al papa en esta ocasión. Burdino, o el falso Gregorio VIII, huyó a Sutri, pero fuerzas de Roma salieron contra esa ciudad, obligaron a sus habitantes a que les entregasen la persona del antipapa y organizaron con él una farsa. E n vez de la hacanea blanca de otros tiempos, le hicieron montar un mal camello, de espaldas y con la cola del animal entre Jas manos, a manera de riendas. Así entró en Roma, mientras la turba le increpaba con frases humillantes. Calixto lo relegó a un monasterio, donde vivió oscuramente largos años. 2. El concordato de Wormsv—Si el emperador se inclinaba hacia la paz y la rteffionciliación con el pontífice, era porque Alemania anhelaba cada día más el orden y la estabilidad, que sin la unión con Roma eran imposibles. Reunidos los príncipes en la asamblea de Würzbuxgo (septiembre d e 1121), después de deplorar que la persona del monarca, siguiese en la excomunión, decidieron que Enrique V debía reconciliarse con el R o mano Pontífice. Viajaba éste por la Italia meridional, recibiendo los homenajes de los normandos, cuando le llegó una embajada imperial. Calixto II contestó en seguida al emperador, recordándole afectuosamente sus lazos de parentesco y diciéndole: " N o temas, Enrique, que la Iglesia te vaya a arrebatar ningún derecho; no ambicionamos la gloria imperial ni la de los reyes. Qu'e a la Iglesia se le dé lo que es de Cristo y al emperador lo que es del emperador. Si quieres escucharnos, alcanzarás el apogeo de tu poder imperial y juntamente la gloria del reino eterno". E n caso contrario el papa tomaría sus medidas. El emperador se rindió esta vez. En septiembre se abrió la -dieta de Wcxrms, a la que acudieron tres cardenales represen^ tantes del papa, y en ella, tras largas conversaciones, se llegó por fin a la redacción del faimoso concordato, contenido "en dos documentos. E n el primero, el emperador, por amor de Dios, de la Iglesia y del papa Calixto1, y por la salud de,vsu alma, reH .nuncia a la investidura per annulum eí baculum, deja a las iglesias la plena libertad de elegir y consagrar a sus obispos, promete a la sede romana estar en paz con ella, ayudarla y restituirle los bientes y posesiones de .San Pedro. En el segundo documento (Edicttim Calixtintim), el papa consiente que la elección de prelados tenga lugar en presencia del emperador o de su representante, con tal que se'excluya toda violencia y simonía; permite que. el monarca decida en las elecciones dudosas o controvertidas, pero conforme a la saniot pars y siguiendo el parecer del metropolitano y de los obispos provinciales; transige con que en Alemania, n o en Borgoña ni en Italia, confiera la investidura a los obispos antes de la consagración, sólo per sceptrum; finalmente, otorga la absolución al temperado* y a sus partidarios.
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Ambos documentos se firmaron en "Worms el 23 d e septiembre de 1122 ante una multitud infinita de pueblo, exultante de gozo 1 8 . El cardenal Lamberto de Ostia celebró una misa pontifical, en la que dio de comulgar por sus propias manos a E n rique V . Aquella larga y enconada lucha por las investiduras que se había entablado entre el Pontificado y el Imperio en los días de Gregorio 1 VII podía darse por terminada. Hildebrando hubiera mirado con satisfacción d e vencedor el documento imperial, pero acaso hubiera fruncido el ceño al leer las cláusulas, tan imprecisas como generosas, de Calixto II. Sabemos que algunos, como el arzobispo Adalberto de Maguncia, pensaban que Gregorio VII no hubiera aceptado tal concordato, que no aseguraba a la Iglesia la independencia necesaria. D e todos triodos, la paz estaba f i r m a d a l s y los pueblos cristianos respiraban tranquilos, dispuestos a consagrarse con alacridad de espíritu a empresas cada vez más altas y espirituales. El siglo XII es uno de los más hermosos y fecundos de la Historia. 3. El primer concilio ecuménico occidental»—Muy acertadamente observa Agustín Fliche que el blanco a que tendían los famosos decretos de Gregorio VII, Urbano II, Pascual III y Calixto II contra la investidura laica no era otro que la reforma moral del clero, particularmente del episcopado, y el deseo de extirpar de la Iglesia la simonía y el nicolaísmo'. Por eso, una vez removido el principal obstáculo por el concordato de W o r m s , n o se durmió el papa sobre inútiles laureles, sino que pensó en actualizar la reforma eclesiástica, por la que tanto se habían a£añado sus antecesores. Con este fin convocó en' Roma un concilio ecuménico, reanudando la serie de estas asambleas generales d e la Iglesia, la última de las cuales se había reunido en Constantinopla en 869, antes del cisma. El concilio IX universal (el primero de Occidente) se inauguró en la basílica Lateranense el 18 de marzo de 1123, tercer 1B El texto del concordato de Worms, en MGH, Leges sect. IV, Constitutiones et Acta I, 159-161. Y una paz, de suyo, definitiva. Asi, a lo menos, la entendió el pueblo cristiano, incluso el gremio de los letrados, algunos de los cuales saludaron aquella fecha como el comienzo de una nueva era. Nótese, sin embargo, que el Edicto de Calixto^ quizá con redomada y cautelosa política, se expresa en tales términos, que Pudieran interpretarse como un privilegio personal hecho a Enrique V. En cambio, el documento imperial afirma categóricamente que la renuncia se hice a Cristo e in perpetuum. De ahí las diversas interpretaciones modernas del concordato. D. SCHAEFFER, ~ur1 Beurteilung des Wormser KonTcordats (Berlín 1905), le da Jv valor restringido, como privilegio personal, mientras que insiste en su vigencia absoluta y perpetua M. RUDORPF, Zur Erkla7 'wn*7 des Wormser KonTcordats (Weimar 1906), y HAUCK, Kirwengeschicli.te Deutschlcmds III, 1047-49,
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domingo de Cuaresma, con una magnífica concurrencia de P a dres, venidos de todas las naciones. Según el abad Sugerio, pasaban de 300 los obispos, y según Pandulfo, se contaban 997 entre obispos y abades. Se condenó toda ordenación o promoción simoníaca; se prohibió el concubinato d e los clérigos y se declaró nulo cualquier matrimonio de presbítero, diácono o subdiácono; se mandó que ningún laico' dispusiese d e las cosas eclesiásticas; fueron juzgadas como írritas las ordenaciones hechas por Burdino "el heresiarca"; se ordenó que ningún obispo consagrase sino a los canónicamente electos; se concedió indulgencia plenaria a los cruzados que marchasen a Palestina y se les aseguró la protección de sus casas y familias; también se dio un decreto en favor . de la Cruzada española: se legisló contra'los que quebrantasen la tregua de Dios y contra los acuñadores de moneda falsa; se prescribió que los monasterios y sus iglesias estuviesen sometidos a los obispos, etc. Como se ve, mási que crear una nueva legislación canónica, lo que hizo este concilio fué codificar, resumir y puntualizar la antigua. Finalmente—y esto le da un valor especial a esta asamblea— se leyeron en público los documentos d'el concordato de W o r m s , para que los Padres solemne y oficialmente les diesen su ratificación 2 0 . Fué demasiado corto el pontificado de Calixto II p a r a que produjera todos los frutos qute de tal papa se podían esperar. Su nombre irá indefectiblemente unido en la Historia al concordato de "Worms. A este punto de arranque tendrá que referirse el historiador que pretenda explicar la magnífica floración de la Iglesia alemana en los años subsiguientes. Y algo semejante se puede decir de la Iglesia francesa y de la española.
le escribía el 14 de julio de 1119 pidiéndole algún subsidio o limosna para la Iglesia romana, al mismo tiempo que le recomendaba apoyase con todo su poder a su sobrino 'el rey. El 26 de febrero trasladaba la antigua metrópoli d e Mérida a Compostela, y al día siguiente nombraba a Gelmírez arzobispo compostelano y vicario apostólico para las provincias d e M é rida y Braga. Pocos días después ordenaba al obispo de Salamanca Jerónimo de Périgord (el don Jeróme d e El Cantar de Mió Cid) y a Gonzalo de Coímbra se sometiesen a Gelmírez, del cual dependerían en adelante y no del arzobispo de Toledo, lo cual irritó al toledano Bernardo, que además de primado se decía legado apostólico sobre toda la Península. Recordemos, entre los actos de este pontífice, que negoció con Juan Comneno la unión de las Iglesias; que animó a San Otón de Bamberga en la evangelización de Pomerania, siendo rey de Polonia Boleslao II; reunió la diócesis d e Santa Rufina (Silva Candida) a la de Porto, reduciendo a seis las diócesis suburbicarias. Los romanos le querían por su generosidad y por la esplendidez principesca con que dotó a San P e d r o y a otras iglesias. Su biógrafo coetáneo Pandulfo llega a soñar en una edad áurea y en una paz octaviana, que n o se logró ¡por la muerte prematura del papa. "Ya casi retornaban—dice—los tiempos del antiguo Octaviano, y a Cristo iba a nacer en los corazones de los fieles", cuando inesperadamente aquel Padre de la paz, llorado por todos, se fué a descansar en paz el 13 de diciembre de 1 1 2 4 a .
4. . España y otros países.—Por España no podía menos de interesarse muy de corazón, y a que su hermano don Raimundo de Bbrgoña,, padre de Alfonso V I I , vino a ser el jefe y cabeza de la dinastía borgbñona en Castilla y León, y el imismo papa estaba encargado de la tutoría del joven príncipe. Contra las intrigas de su cuñada la reina doña Urraca, sostuvo Calixto II con energía la causa de su propio sobrino y pupilo. Y fíente al aragonés Alfonso el Batallador, en pugna con el joven Alfonso V I I de Castilla, se mostró más bien reservado y frío. N o fué ciertamente Calixto el autor del famoso Codex Ca~ lixtinus, centón de piezas litúrgicas, relatos milagrosos y noticias útiles para los peregrinos de Compostela; pero fué sin duda uno de los grandes propulsores de la devoción a Santiago, y a su santuario. Bien se aprovechó de estos sentimientos del papa el gran Diego Gelmírez, activo, sagaz, de grandes planes, ambicioso y dueño de abundantes medios económicos. Calixto m MANSI, Concüíorwm amplissima collectio XXI, 277-286; HBx FEl.íJ-LíJCLHRCfy mstoire des concites V, 630-644,
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Cruzadas
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Si el siglo xi es el siglo de lucha d e las investiduras, en que contienden entre sí los dos poderes, el político y el eclesiástico, el siglo xn es el de las Cruzadas, por más que éstas tengan su a WATTERICH, Pontificum rom. vitae II, 115-153; J. MARCH, Líber pontificalis Dertusensis (Barcelona 1925) p. 192-202. * FUENTES.—La más importante colección de fuentes narrativas y documentos que se refieren a las Cruzadas es la Collection de VHistoire des Croisades (París 1872-1906) en 14 volúmenes: 5 vols. con los Historiens occidentaux; 4 vols. con los Historiens orientaux árabes; 2 vols. con los Historiens grecs; 1 vol. con Documsnts armeniens; 2 vols. de Lois. Proyectáronla en el siglo xvni los Maurinos y la ha realizado la "Académie des Inscriptions et Belles Lettres". La colección de BONGARS, Gesta Dei per Francos (Hannover 1612), en dos tomos, es incompleta y anticuada. Alguna utilidad pueden prestar todavía los extractos, y resúmenes en francés de MICHAUD., Bibliothéque des Croisades (Pa-
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nacimiento en la centuria a n t e r i o r y s e p r o l o n g u e n en la siguiente. S e h a dicho c o n r a z ó n q u e las C r u z a d a s fueron "las gu'erras exteriores d e la c r i s t i a n d a d " , g u e r r a s s a n t a s , p r e d i c a d a s en rís 1829); los tomos 1 y 2 son de crónicas de F r a n c i a e Italia; el 3, de Alemania, Escandinavia, Grecia y T u r q u í a ; el 4, de crónicas árabes t r a d u c i d a s por Reinaud. E n esta materia, como en otras, la Patrología de Migne, particularmente la latina, es un tesoro inexhausto de fuentes y m a t e riales históricos. E n los tomos 156, 166, 185, 188, 201, 212, etc., pueden leerse las principales crónicas d e las p r i m e r a s Cruzadas, v. gr. las siguientes: RAIMUNDO DE AGILE, Historia Francorum qui ceperunt Hierusalem; FULQUF.RIO DE CHARTRES, Gesta Francorum Bierusalem peregrinantiiim; ROBERTO EL MONJE, Historia Hierosolymitana; RAÚL DE CAEN, Gesta Tancredi; ALBERTO AQUENSE (DE AQUISGRÁN), Historia Hierosolymitana; GUIBERTO DE NOGENT, Gesta Dei per Francos; BAUDRI DE ÍSOL, Historia Hierosolymitana;. ODÓN
DE DEUIL o DE DIOCILO, De profectione
Ludovici
VII regis
Franco-
ruin in Orientem; ORDERICO VITALIS, Historia E eclesiástica; GUILLERMO DE TIRO, Historia rerum transmarinarum; EKKEHARD DE AURA, Hierosolymita; FVJLCO Y GILÓN PARISIENSE, Historia gesto-
rum viae nostri temporis Hierosolymitanae; GUNTHERUS, De rebus gestis Friderici I, etc. V a r i a s historias se v e r á n m á s críticamente publicadas en "Mon u m e n t a Germaniae Histórica". I, Scriptores, incluso a l g u n a s que no e s t á n en Migne, como CAFFARO, Annales Genuenses (MGH, SS, XVI); OTÓN DE FREISSIW;, Gesta Frederici Imperatoris (MGH, SS, X X ) ; ANÓNIMO, Historia de expeditione Frederici Imperatoris (MGH, SS, V ) ; Annales Palidenses (MGH, SS, X V I ) ; Annales Coloniensis maximi (MGH, SS, X V I I ) , Clironicon Praesbyteri Magni (ibid.) y otros que citaremos en el texto. Ediciones particulares se h a n hecho de l a Gesta Francorum et aliorum HierosolymAtanorum (edición y traducción francesa de L. BRÉHIER, Histoire anc\nyme de la premiere Cr'oisade (París 1924); RICARDO DE CAEN, Itinerarimn peregrinantium (edición de Stubbs, Londres 1884); HAYMARO EL MONJE, Carmen tetrasticum de expugnata Accone (ed. R i a n t , Lyón 1866); AMBROSIO, Histoire de la güerre sainte (ed. Gastón P a r i s , P a r í s 1897), poema de 12.000 versos escritos p o r u n juglar del séquito de Ricardo Corazón de León; RICARDO DE DEVISES, De rebus gestis Ricardi I (ed. Howlett, Londres 1886). P a r a consultar a JACOBO DE VITRY, Historia Orientalis, fuente importantísima, h a y que acudir a BONGARS, Gesta I, o bien a MARTÉNE, Thesaurus novus anecdotorum I I I . I n t e r e s a n t e es la antología de F . GABRIELI, Storici arabi delle crociate a cura di... (Turín 1957), E n t r e las fuentes documentales recordamos los Assises de Jérusalem, leyes, estatutos, usos y costumbres, que se 'empezaron a codificar en seguida de l a conquista y están publicados en "Recueil des historiens des Croisades" (Lois: I, Assises de la Hautc-Cour. I I . Assises des bóurgeois). Los Assises d'Antioche fueron publicados en Venecia en 1876, traducidos del armenio al francés. P a r a las Ordenes militares es de importancia el Oartulaire des Hospitaliers de Si. Jean de Jérusalem (París 1894, 4 vols., editados por Delaville-Laroulx) y Tabulae Ordinis Teutonici (edición de Strehke, Berlín 1869). Los documentos pontificios véanse registrados en JAFFÉ-WATTENBACH. Regesta Pontificum Romanorum, con las ediciones allí consignadas. Véase t a m b i é n H. HAGENMEYER, Epistulae et chartae
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n o m b r e d e l a Iglesia y l l e v a d a s a c a b o p o r ejércitos y caballeros d e t o d o s los países c r i s t i a n o s c o n el fin d'e salvar a l a c r i s tiandad a m e n a z a d a y r e s c a t a r el s e p u l c r o d e C r i s t o eni J e r u s a l é n del p o d e r d e los m u s u l m a n e s . ad historiam primi belli sacri spectantes... Die Kreuzzugsbriefe aus den Jahren 1088-1100 (Innsbruck 1901). Los "Archives de l'Orient l a t í n " (2 vols., 1881 y 1884) contienen muchos textos y estudios sobre las Cruzadas, y desde 1893 fueron sustituidos por la " R e v u e de l'Orient latin", que adfemás h a c e el análisis de t o d a s las obras publicadas sobre este a s u n t o . O t r a s fuentes, e n L. BUÉJTIER, L'E alise et l'Orient aiu moyen dge. Les Croisades (París, 5." ed., 1928) introduction, y m u c h a s m á s en A. WAAS, Geschichte der Kreuzzüge (Freiburg 1956) vol. 2. BIBLIOGRAFÍA.—No p r e t e n d e m o s sino d a r los títulos de algunas obras m á s i m p o r t a n t e s q u e t r a t a n de l a s p r i m e r a s Cruzadas o de t o d a s en general, omitiendo p o r fuerza l a s infinitas m o nografías que existen y se publican c a d a dia sobre p u n t o s particulares. U n a l i t e r a t u r a a b u n d a n t í s i m a limitada g e n e r a l m e n t e a la p r i m e r a Cruzada, ofrece el registro bibliográfico de l a citada obra de H a g e n m e y e r . L a m i s m a obra de Bréhier, poco h a mencionada, recoge numerosos títulos en su introducción y al principio de c a d a capítulo, en notas. Muy leída fué d u r a n t e el siglo x i x l a r o m á n t i c a , a m e n a y superficial, a u n q u e a p o y a d a en los cronistas primitivos, Histoire des Croisadas de MICHAUD, q u e en su s e g u n d a edición (París 1924-29) consta de 7 volúmenes. D o c u m e n t a d í s i m a y exacta es l a de R. GROUSSBT, Histoire des Croisades et du royaune de Jérusalem (París 1934-ÍG36) en 3 vols.' Véase del m i s m o GROUSSET, L'Epópée des Croisades (París 1939). B i z a n t i n i s t a como Grousset, a u n q u e más ameno. STEVEN RUNCIMAN, A History of the Crusades (3 vols., Cambridge 1951). Con el m i s m o título se publica en Filadelfia (1955) u n a historia de l a s Cruzadas, en 5 vols., p o r diversos especialistas, bajo l a dirección de K e n n e t h M. Setton. E n conjunto la m á s recomendable nos parece l a a l e m a n a a r r i b a c i t a d a de A. W a a s . E . BRIDREY, La condition juridique du Croisé et le privilége de Croix (París 1901); G. BUCKLER, Anna Comnena (Oxford 1929); F . CHALANDON, Les Connénes. Etudes sur VEmpire byzantin au XI et XII siécle (París 1912); ID., Histoire de la premiere Croisade (París 1925); J . DELAVILLE-LAROTJLX, Les .Hospitaliers en Ierre sainte et á Chypre ( P a r í s 1904); G. DODTT, Histoire des institutions monarchiques dans le royaume latin de Jérusalem (París 1894); C. ERDMANN, Die Entsiehung des Kreuzzurgsgedankes ( S t u t t g a r t 1936); ID., Der Kreuzzugsgedanke in Portugal, en "Historische Zeitschrift" 141 (1930) 23-53; A . - F L I C H E , Les origines de l'action de la Papante en vue de la Croisade, en " R e vue d'Histoire écclésiastiqué" 34 (1938) 765, 775; H . HAGENMEYER, Peter der Eremite. Ein critischer Beitrag sur Geschichte des ersten Kreuzzugs (Leipzig 1879); B . KUGLER, Studien zur Geschichte des zweiten Kreuzzuges (Tubinga 1878); B. LEIB, Rome, Kiev et Bizance á la fin -du XI stecle (París 1924); ID., Un pape francais et sa politique d'union Vrban II et l'Orient bizantin (1088-1099), en " E t u d e s " 212 (1942) 660-680; L. DE MAS LATRIE, Les Patriarches latíns de Jérusalem et les Patriarches latins d'Antioche, en " R e vue de l'Orient" (1893-1894); MOELLER, Godefroy de Bouillon et l'avouerie du Saint Sépulcre, en "Mélanges Godefroy K u r t h " (Lieja 1890); P . RIANT, Expéditions et pélerinages des Scandinaves en Terre sainte aux iemps des Croisades (París 1865); R. ROERICHT, Geschichte der Kreuzzüge im Umriss ( I n n s b r u c k 1898); A. V O N RUVILLE, Die Kreuzzüge (Bonn 1920); G, SCJILUMBERGER, Byzance
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1. "Origen de la idea de cruzada"»—Con este título publicó Carlos Erdmann en 1935 un interesantísimo libro, que ilustró con nueva luz el origen de las Cruzadas. Hasta entonces se había buscado la causa y origen de éstas en la creciente y amenazadora ¡marea turca de una parte¿ y d e otra en la costumbre de los cristianos .de hacer peregrinaciones a Palestina, a fin de expiar sus propios pecados 1 y venerar los santos recuerdos del Salvador. Sin' negar la influencia de esta doble causa en la solemne decisión, tomada por los cristianos de Occidente bajo la inspiración e impulso de Urbano II, Erdmann ve germinar y desarrollarse paulatinamente la idea de cruzada desde mucho antes. La religión cristiana no es de suyo favorable a la guerra. Algún tiempo hasta miró con recelo el oficio de soldado. San Agustín declaró lícita la guerra contra el agresor injusto y también, tras largas vacilaciones, la intervención armada del poder público contra los enemigos de la unidad de la Iglesia. A la militia saecularis la Iglesia oponía la miliíia Christi, que no lucha con espada material ni derrama sangre 1 , y que es la milicia de los que perdonan a los enemigos y guerrean contra sí mismos en la continua lucha espiritual y ascética. Poco a poco fué mirando con ojos más benignos la ^profesión militar; empezó a dar su bendición a los soldados, a los estandartes, a las espadas. Y así encontramos en la. liturgia del siglo vil la Benedictio in tempore belli, que pide a Dios sean derrotados los enemigos de Roma y de los francos, una misa pro rege in die belli contra paganos, y poco más tarde la Oratio super militantes, la Benedictio armortím, especialmente la Benedictio ensis succinti y Benedictio vexilli bellici, y, en fin, la Oratio pro exercitu ü. Sigue luego fcn. Occidente el culto a los santos proet les Croisodes (París 1927); ID., Renawd de Cliatülon, Prince d'Antioche (París 1898); SOBERHKIM, Ealadin, en "Encyclopédie de l'Islam"; E. VACANDARD, Vie de Saint Bernard (París 1927); M. Vn> LBY, La Groisade. Essai sur la formation d'une théorie juridique (París 1924); T. WOLFF., Konig Balduin I von Jerusalem (K6nigsberg 1884); R. B. YEWDALE, Bohemond I Prince of Antioch (Princeton .1924); P. ROUSSET, Les origines et les caracteres de la primiére Croisade (Neuchátel 1945). Escrito al mismo tiempo que el de Erdmann, aunque publicado más tarde, merece tenerse en cuenta el trabajo de E. DELARUELLE, Essai sur la formation de l'idée de Croisade, en "Bulletin de littérature écclésiastique" (1941) 24-25; 86-102; (1944) 3^6; 73-90. Para la historia, instituciones, etc., del Islam, debe consultarse FÉLIX M. PAREJA, Islamologia (R'oma 1951), edición española, Madrid. 1 "Christi ego miles sum, pugnare non licet", decía San Martín,2 según refiere en su vida Sulpicio Severo (c. 4: ML 20, 162). Véase l en ERDMANN, Die Entstehung des Kreuzzugsgedarir Jcens, todo el capítulo 1 y el excursus 1. Ya indicamos en otra
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tectores de la guerra y a los que en vidaí fueron soldados, culto que en Oriente es bastante anterior. Y la liturgia militar se completa con los ritos de consagración de los caballeros. La guerra se justificaba cuando se hacía por defender a la Iglesia o por amparar a los débiles y desvalidos inocentes; después, igualmente cuando era contra los paganos. El cardenal Humberto de Silva Candida defendió el uso de la espada aun contra los herejes, si bien por el mismo tiempo otro miembro del Sacro Colegio, San Pedro Damiani, sostenía ideas totalmente contrarias. El Decreto de Graciano canoniza las guerras contra herejes, cismáticos y paganos. Esta diferente actitud se explica quizá por el hecho histórico de haber entrado en la comunidad cristiana los pueblos germánicos, cuya más alta gloria era el heroísmo bélico, y más aún por las invasiones de pueblos paganos, normandos, húngaros, eslavos y musulmanes, contra los cuales la guerra no solamente se hizo justa y necesaria, sino que revistió carácter religioso, porque era en defensa de la fe y del cristianismo; se hizo una "guerra santa". Entonces la expresión "militia Christi" dejó de significar el combate espiritual y ascético y empezó a tomarse como sinónimo de la "Iglesia militante" o el conjunto de los pueblos cristianos; y al iniciarse las Cruzadas, que representan el último eslabón de este proceso ideológico, "miles Christi" se llamó al guerrfero que tomaba la cruz para luchar contra el islami, y "militia Christi" fué el ejército de los cruzados. Al origen y nacimiento de las Cruzadas contribuyeron, muchos y muy diferentes factores. Al lado de esta evolución ideológica que acabamos de indicar hay que poner el precedente de la Cruzada contra los árabes de Sicilia y de España en el pontificado de Alejandro I I 3 ; el auge de la caballería, con el exceso parte que no compartimos ^ ^ ^ ^ ^ ¿ ^ 1 lidad guerrera de Gregorio VIL Tampoco ieseguiui puntos de menor importancia. Nos; «aravUla^la ifec^ ta a la bula de Sergio IV (1011) P> ° ° l a ™ ^ r ° UI
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Además del estilo y la ideología esa " ^ ^ P ^ d e T e s p a s i a n o papa de las leyendas del ciclo bretón, a Proposito « » » P i ó ^ V ^ T Í c o S ^ d e T u e f r a ^ t a l gTrrf s X . ^ a s e %° gvJ^rVeZnZdes gerechten undH^gen gHegesJn
Gegenwart und Vergangenheit (Freiburg 1915) y en GRABMANN^ FestscKrift (1935). Volveremos sobre esto al tratar ae las u i Militares en el cap. 12. , n _ j p n t e era • La semejanza de la Cruzada española con la de OrMnte^•> clara' y manifiesta a los hombres de enton<^, como se ™ ¿ ° | supuesta carta de Alejo Comneno al. conde Roberto I d e « n a "Rogamus quoscumque fideles Christi bellatores... m t é r r a ^ adqlirere poteris, ad auxilium mei et graecorum•**$*%*%££ huc deducás, et sicut Galiciam et caetera Oo^taUumregna anno praeterito a iugo paganorum aliquantulum »£erav u; ita et nunc ob salutem animarum suarum regnum graecorum
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consiguiente de guerreros cristianos, paralizados en parte por la paz o tregua de Dios, los cuales necesitaban un campo de batalla donde desplegar noble y meritoriamente sus energías P instintos bélicos; las multitudes, cada día mayores, de peregrinos que acudían a Tierra Santa, ávidas de expiación y penitencia y llenas de devoción hacia la humanidad sacratísima del Salvador, devoción que en aquellas postrimerías del siglo xi Orecía prodigiosamente en todos los! corazones cristianos; y uni•do a eso, el firme convencimiento de que quien tomaba la'cruz seguía a Cristo y luchaba por Cristo, obtenía la plena remisión de sus pecados 3 *. 2. Precedentes históricos. Peregrinaciones.—No con carácter cristianamente universal, ni dirigidas por el jefe de la cristiandad, hubo en Oriente guerras que, por tender a la reconquista del suelo palestinense, profanado por los enemigos de la cruz, podían en alguna manera llamarse santas, si bien es verdad que generalmente predominaba en ellas la finalidad política. M e refiero a las guerras del Imperio bizantino contra árabes y turcos. En los siglos VIII-IX son más bien escaramuzas o ligeras incursiones que entre el Bosforo y el Eufrates bordan el campo coa hazañas de romances fronterizos y son cantadas en retóricos poemas griegos. Dos emperadores de Bizancio, a cuál más belicoso y brillante, iluminan el siglo x con el brillo de sus victorias sobíe el islam: son Nicéforo y Juan I Tzimisces. El primero, llamado "azote de los infieles", de alma apasionada y propensa al misticismo, conquista en 965 la provincia de Cilicia, con la ciudad de Tarso, además de la Siria del Norte, con las ciudades de Laodicea, Hierápolis, Emesa y Antioquía (969). El segundo, aunque subido al trono por el crimen, marcha a Palestina como un cruzado y, conquistada Beyrut y Damasco, entra en Nazaret y en Cesárea, venera los lugares santificados por el Salvador y por su M a d r e santísima y llega en fulminante acometida hasta las puertas' de Jerusalén, de donde retrocede pronto cargado de reliquias. Su deseo era "liberar el santo sepulcro d e Cristo de los ultrajes de los musulmanies", según declaraba él mismo al rey de Armenia. Sin embargo, en adelante serán los musulmanes los que tomarán la ofensiva, sobre todo desde mediados del siglo xi, poniendo a los bizantinos en gravísimo aprieto. Como Bizancio era la barrera oriental de toda la cristiandad, no es extraño que berare temptent" (H. HAGENMEYER, Epistulae et chartae ad Historiam primi belli sacri spectantes. Die Kreuzzugsbriefe aus den Jahren 1088-1100 [Innsbruk 1901] p. 133). Otros textos en M. VILLEY.,3 La Groisade p. 82 * Entre las causas de las cruzadas, A. Waas pone de relieve muy justamente el espíritu cristiano y la religiosidad de los caballeros.
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muchos occidentales corriesen a aquel frente, deseosos de luchar contra "los paganos". Solían ir mezclados con las tropas bizantinas y bajo jef'es griegos. Así vemos hacia 1040 al rey de Noruega, Haraldo Hardrada, y a otros caballeros normandos, franceses y alemanes, que generalmente hacían una visita a los Santos Lugares antes de regresar a sus tierras. A los peregrinos nio les ponían dificultad en Palestina. E r a n estas continuas peregrinaciones una fuente de ingresos p a r a los árabes, aunque no fuese más que por los' pasaportes que debían presentar, pagando una suma d'e dinero en cada ciudad quí visitasen. En Jerusalén y otros Lugares vivían muchos cristianos sin recibir molestia de nadie y practicando pacíficamente su religión desde los tiempos de la reconquista por los árabes (636). Y a desde Carlomagno ejercían los francos una especie de protectorado moral sobre Tierra Santa o, mejor, sobre los cristiano? que allí vivían. El mismo emperador compró- el "campo de. la sangre", o Haceldama, para construir en él un hospicio de peregrinos, un mercado, una biblioteca y una basílica. Iglesias y monasterios eran frecuentes en Palestina, incluso de monjes latinos. Los patriarcas de Jerusalén solían pedir limosnas a los fieles de Occidente, con los que mantenían ordinario contacto. La afluencia de peregrinos comenzó a crecer con el siglo x. Quién por el ansia de expiar algún grave crimen, quién por mortificar su cuerpo con las fatigas del viaje o por venerar y obtener reliquias de santos, eran muchos los que se ponían en camino, atraídos por el amor a Cristo y por la fascinación que ejercían los nombres d'e Jerusalén, Belén, Nazaret, Tiberíades, el Jordán. 3. Persecuciones y guerras santas.—Con la revolución política que puso toda Palestina en manos de los fatimitas de Egipto (969), n o cambió la situación de los cristianos, al menos por el momento. El llamamiento que hacia el año 1000 dirigió la Iglesia jerosolimitana a la Iglesia latina, y que se encuentra en el epistolario de Silvestre II, si es auténticoi, d e lo que algunos dudan, significaría un momento angustioso y quizá un peligro inminente *. La que nos parece espuria, pese al crédito que le concede Erdmann, es la huía qué en 1011 se dice haber dirigido Sergio IV, ómnibus catholicis, reyibus, archiepiscopis, abbaíibus, praesbyteris, diaconibus, subdiaconibus omnibusque Xn cleros constitutis, ducibus, comitibus, maioribus ac minoribus, manifestándoles que el sepulcro del Señor ha sido destruido por los 4 Aceptan la autenticidad Sybel y otros, incluso Bréhier, taientras Jaffé-Wattenbach piensa que se trata de una ficción retorica. Allí se dice: "Enitere ergo, miles Christi, esto signifer et coiupugnator, et quod armis nequis, consilio et opum auxilio subVeni" (ML 189, 208).
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paganos, y anunciándoles que él—el papa—con los venecianos y genoveses desea equipar mil naves que vayan contra Siria B. Realmente las circunstancias eran gravísimas para fel nombre cristiano en Tierra Santa. El califa fatimita de Egipto AlHakem, fanático, cruel y extravagante, dio orden al gobernador de Siria de destruir el Santo Sepulcro y aniquilar en Jerusalén todo cuanto tuviese algún sabor d e cristianismo. Inmediatamente fué obedecido. Basílicas y monasterios cayeron bajo la piqueta demoledora. Y de 1009 a 1020 cristianos y judíos vitaron sus casas saqueadas y sus personas ferozmente perseguidas. N o pocos huyeron, otros apostataron, y a los que prefirieron quedarse se les obligó a llevar sobre sí distintivos infamantes 6 . La persecución duró poco más de diez años, pues el mismo califa revocó sus decretos, y en 1027 su hijo Al-Zahil mandó que se reconstruyesen los Santos Lugares, a cambio de que en Constantinopla se restaurase una antigua mezquita. El renovado concurso de peregrinos, con sus ofrendas y limosnas, fué causa de que los santuarios se reedificasen con rapidez. Pero el protectorado franco es suplantado por el bizantino. Con la conversión de Hungría al cristianismo, los viajes por tierra se facilitan; pero desde que el cisma oriental se consuma por obra dtel patriarca Miguel Cerulario (1054), los latinos que se dirigían a Tierra Santa se sienten molestados era eJ viaje por los griegos cismáticos. N o por eso se entibia el fervor de los cristianos occidentales, que, como testifica Raúl Glaber, "por aquel tiempo comenzaron a afluir de todo el mundo muchedumbres innumerables al sepulcro del Salvador, como nadie hasta entonces hubiera podido esperar; primeramente eran peregrinos de la ínfima plebe; luego, de la clase media; más tarde, los reyes más altos y condes y obispos; finalmente—cosa desusada—, mujeres nobilísimas y pobres. Muchos preferían morir antes de retornar a sus tierras" T . S e refiere el cronista al año 1033, pero antes y después la concurrencia de peregrinos era extraordinaria. Así vemos que en 1026-1027 el abad Ricardo de Saint-Vanne parte al frente de 700, e independientemente dfe él marcha el conde Guillermo de Angulema con numerosos abades y nobles franceses. En 1035 va Roberto el Diablo, duque d e Normandía, con muchos de sus subditos; y en 1064 sale de Alemania y otros países la más numerosa peregrinación, que según la crónica de Mariano Scoto pasaba de 7,000 personas, a la cabeza de las cuales iba el obispo * Publicado en "Bibliothéque de l'Ecole de Chartes" (1857) 249, y en A. GIEYSTOR, The Génesis of the GrusadeSj en "Mediaevalia et Humanística" fase. 6 (1950) p. 33-34. ' G. ScHi-ciíBERGER, L'épopée bigantine (París 1898-1905) t. 2, 442-444; el cual se apoya en la crónica del médico árabe Tahia Tbn-Said, testigo ocular de lo ocurrido en Jerusalén. ' R. GLABEEJ Historia sui temporis: ML 142, 680.
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Gunter de Bamberga, con el arzobispoi de Maguncia y los obispos de Ratisbona'y de Utrecht. Sus peripecias nos las contó Lamberto de Hersfeld en sus Anales. Y en prueba de que tampoco faltaban peregrinos aislados, tenemos el caso de ese cronista Lamberto, que abandonó su monasterio sin contar con el abad y no regresó sino después de haber visitado Jerusalén, atravesando buena parte de Europa y Asia 8 . El voto de peregrinar, a los Santos Lugares era muy frecuente. , Cuando las peregrinaciones se convirtieron fen expediciones armadas, por intervención del papa, la nueva guerra santa revistió caracteres especiales y tuvo origen la Cruzada. 4. ¿Qué se entiende por Cruzada?—Es muy común el dar este nombra a toda guerra santa, es decir, a aquella guerra que se emprende por causa d e la religión y en defensa de la Iglesia, sea quienquiera el que la predica y acaudillfe. P e r o ya el Ostierasel, en su Summa áurea, distingue la verdadera Cruzada de otras guerras santas que se emprenden sine crucis signáculo. A nuestro entender, el nombre de "Cruzada" se debe reservar . exclusivamente a aquellas guerras santas predicadas y en cierto modo dirigidas por el papa en cuanto cabeza y jefe de toda la cristiandad. Tienen, consiguientemente, un carácter supranacional y universal, y por eso suelen participar en ellas soldados de diversas naciones cristianas. El papa invita a los fieles a participar era ellas, concediendo indulgencia plenaria de los pecados a cuantos se alisten bajo el estandarte de la Cruz, estandarte que el propio Romano Pontífice entrega a un legado o representante suyo para que lo lleve en el combate (vexitlum Cracis o vexillum Sancti Petri). El vexillum Sancti Petri, que los papas solían entregar a algunos defensores de la Iglesia, llegó a ser el símbolo oficial de la cruzada. Finalmente, creemos que para que una. guerra tenga carácter de Cruzada es menester que vaya dirigida contra los enemigos de la cristiandad, en cuanto tales. Por n o llevarse bajo 'la dirección pontificia, no llamamos Cruzadas a las guerras d e los bizantinos en el siglo x, por la conquista de Jerusalén. Por no ir propiamente contra enemigos del nombre cristiano, negamos ese apelativo a la invasión de Inglaterra por Guillermo el Conquistador, a pesar de que marchaba en el nombre del papa y con el vexillum Sancíi Petri. Por falta de carácter universal nos parece que no alcanzan la categoría de Cruzadas las expediciones de los písanos c nt ° r a los árabes en 1087, que, con la ayuda de las tropas pon-' tificias y con el vexillum Sancti Petri, recobraron para la Sede v L. LALANDBJ Des pélérinages en Terre sainte avant les Croisades, en "Biblioth. de l'Ecole de Chartes" (1845-46) p. 1-35. Sobre •la peregrinación como penitencia; GOETZ, Studien zur Geschichte m?n Buss~Sacramenten, en "Zeitschrift für Kirchengeschichte" U896) 541-589. Abundante bibliografía sobre peregrinaciones trae •POM LECLBRCQJ Pélérinages, en DACL.
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Apostólica la isla de Cerdeña e hicieron tributaria la ciudad de Mehdia, en África; acaso ni la finalidad de estas dos 'expediciones fué específica y predominantemente religiosa. D e la conquista de Sicilia por los normandos bajo el estandarte de San Pedro en 1063, puede dudarse por el fin primero que motivó aquella campaña, que se inició independientemente del Romano Pontífice y sin que en ella se interesasen los demás pueblos cristianos. Sobre el carácter que se debe, atribuir a la conquista de Barbastro. (provincia de Lérida) por caballeros franceses, normandos, italianos y españoles, andan dispersas las opiniones. Otorgante el nombre de verdadera Cruzada, entre otros, Boissoranade, Menéndez Pidal, Ercknann, Mansilla y el piismo Fliche, que, por otra parte, insiste en que Sius móviles únicos eran codicias y ambiciones terrenas. Niégale, en cambio, esa categoría M. Villey, a nuestro parecer no sin fundamento' 9 . Piensa este historiador que aquella expedición no fué más que "el golpe de mano de una banda de aventureros". Ciertamente, si hemos de creer a dos cartas de Alejandro II y a las animaciones d e Ben Haiyán, la conducta de aquellas tropas fué feroz e inhumana en el camino y sumamente cruel, licenciosa y rapaz en el saqueo de la ciudad conquistada; en una palabra, indigna de cristianos. Afirma, con todo, M. Villey que fué guerra santa y que Alejandro II aprobó aquella empresa en repetidas ocasiones; pero lo que niega, o por lo menos dice no' haberse demostrado todavía, es que el papa tuviese la iniciativa y la dirección de la misma. Convenimos con el erudito francés en que la frase del' historiador cordobés Ben Haiyán, que Menéndez Pidal y Erdmann traducen así: "el capitán de la caballería d e Roma", puede ser traducida de esta otra forma: "el capitán de los caballeros rumies" o cristianos, lo cual quita toda la fuerza al argumento con que se quiere demostrar qu'e al frente de la ex" Las fuentes principales para aquella expedición militar son el historiador árabe Ben Haiyán o Ybn-Chaiyan (cf. DOZY, Recherches sur l'histoire et la littérature de VEspagne pendant le moyen age [Leyden 1881], y el monje normando AMADO DE MONTECASSINO, Ystoire de li Normant (edición de O. Delarc, Rouen 1892), cuyo original latino no se conserva. Consúltese F. FITA, Cortes y usatges de Barcelona en 106/fj en "Boletín de la Acad. de la Historia" 17 (1S90) 392-420: P. BOISSONNADB, De nouveau sur la Ohanson de Roland (París 1923); Cluny, la papante et la premiére grande croisade internationale contre les Sarrusins d'Éspagne: BarbastrO; en "Revue des questions historiques" 60 (1932) 257; VILLEY., La Croisade; ERDMANN, Die Entstehung des K.; FLICHB, La reforme grégorienne et la reconquéte chretienne t. 8 (París 1946) de la "Hist. gen. de VEglise" dirigida por Fliche-Martin, p. 51-53.
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pedición iba'"el gonfaloniero pontificio" llevando el vexillam Sancfí Peíri. Reconocemos también que la fuente principal para nosotros, la Ystorie de li Normant, de Amado de Monitecassino, escrita antes de 1086, parece indicar que la iniciativa no provino* del papa: "par inspiraíion de Dieu s'accordérent en une volonté li noy e li conté e li prince en ung conseill". Qu'e el legado Hugo Cándido viniese por entonces.,a España representando a Alejandro II no demuestra nada, pues no consta que participase en modo alguno en la expedición guerrera. Reconstruyendo brevemente los sucesos, podemos decir que, al ser asesinado por un moro el rey Ramiro I d e Aragón el 8 de inayo< de 1062, algunos caballeros borgoñon'es y normandos, con el duque Guillermo de Aquitamia y el normando Roberto Crespin a la cabeza, decidieron entrar en tierras de moros para vengar al rey aragonés y enriquecerse con el botín. E n el camino cometieron grandes crueldades y desafueros con los judíos, hasta el punto de tener que salir los obispos en defensa de estos infelices, acción que elogió calurosamente el p a p a 1 0 . Por entonces—ignoramos la fecha precisa, pero se supone que fué el mismo año 1063—dirigió el Romano Pontífice una carta al clero vulturnense (?)' anunciando una indulgencia plenaria a cuantos participasen en la campaña contra los sarracenos españoles 311 , indulgencia que, según N . Paulus, es la más antigua indulgencia de Cruzada que se c o n o c e m . Al mismo tiempo, los condes y obispos de Cataluña se comprometían a guardar la paz o tregua dfe Dios durante todo el tiempo que durase la campaña contra Barbastro 18 . Esta ciudad se rindió en 1064, mas no fué posible retenerla mucho tiempo. Hagamos, para terminar, una- consideración. D e todas las empresas militares llevadas, a cabo en'el pontificado de Alejandro II—conquista de Sicilia, d'e Barbastro y de Inglaterra, que 10 "Placuit nobis sermo quem nuper de vobis audivimus, quomodo tutati estis iudaeos qui Ínter vos habitant, ne interimerentur ab illis qui contra Sarracenos in Hispaniam proficiscuntur". Esta carta de Alejandro II lleva esta dirección: "Ad omnes episcopos Hispaniae", pero algún manuscrito dice "Galliae", y creemos^ que esto último es lo más acertado, pues las tropelías se cometían no en Barbastro, sino en el camino para España. Del mismo papa hay otra carta al vizconde de Narbona, alabándole igualmente por haber defendido la vida de los judíos al paso de las tropas (ML. 146, 1386). " "Clero Vulturnensi significat, se eis qui in Hispaniam (contra sarracenos) profecturi sint, remissionem peccatorum indulgere ' (JA-ÍTFÉ-WATTENBACH, Regesta I, 573, n. 4530). Se supone que ese clero Vulturnense será el de Castellum maris (ad Vultumum)¡ e n Italia, aunque Erdmann piensa que tal vez se refiera a algún obispado francés, cuyo nombre se ha desfigurado. . " N. PAULUS, Geschichie der Ablasse im Mittelalter (PaderDorn 1922) I, 194-95. la F, FITA, Cortes-y usatges de Barcelona^ en BAH (1890) 392,
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para Erdmanm son verdaderas Cruzadas—, ninguna debe atribuirse en sus orígenes al papa, si bien es cierto que éste las aprobó y alentó con su palabra o con el envío del estandarte pontificio. Verdadera y legítima Cruzada hubiera sido—de haberse realizado, cosa que no se demuestra—la qué planeó Gregorio VII. y encomendó al conde Ebuld' de Roucy en 1073. Es verdad que Sugerios abad de Saint-Denis, afirma que Ebulo partió hacia España con un poderoso ejército digno d'e un monarca!, pero no dice que conquistara ninguna ciudad ni realizara proeza alguna memorable aquel conde, a quien el cronista dibuja con rasgos truculentos y sombríos 114 . T o d a s estas empresas militares, fruto de una idea antigua, tantamente madurada, que tendía a santificar la guerra en defensa de la religión, deben tenerse en cuenta para explicar históricamente el origen de las verdaderas Cruzadas; y si además consideramos el auge del Pontificado, que con la reforma gregoriana se había puesto al frente de todas las naciones cristianas, por encima de los reyes y del emperador, y no olvidamos la tradición secular de las peregrinaciones á Tierra Santa, comprenderemos fácilmente cómo al sentirse la cristiandad grave-, mente amenazada por la Media Luna reaccionó con una guerra santa de características especiales, predicada por el Vicario de Cristo, que invitaba a todos los fieles a tomar la cruz y la espada con la promesa de un plenísimo jubileo. T a l fué la génesis de las Cruzadas 1S . 14
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Incidentalmente habla de sus tropelías y rapacidad en el c. 5: "Tyrannide fortissimi et tumultuosi Baronis Bboli Ruciacensis... qui quanto militiae agebatur exercitio (erat enim tantae magnanimitatis, ut aliquando cum exercitu magno, quod solos reges deceret, in Hispaniam proficisceretur) insanior et rapacior" (De vita Ludovici Grossi: ML 186, 1260). Probablemente también asistió a la conquista de Barbastro, nueve años antes. Véase lo que hemos dicho al tratar de Gregorio VII. De ordinario no salían malparados los que venían de fuera a participar en la reconquista del suelo español. Díganlo los de Barbastro. Entre los que vinieron a Castilla señalóse el conde de Borgoña, don Ramón, que se casó con doña Urraca, recibiendo, como dote de ésta, varias ciudades, entre otras Salamanca y el condado de toda Galicia (1090). Enrique de Borgoña se llevó el condado de Portugal al casarse con Teresa, hija de Alfonso VI (1093). Más tarde vendrá en auxilio de Alfonso el Batallador el conde de Rotron y otros franceses, que lograrán pingües tierras en Pamplona, E3sj tella, Zaragoza, etc. La eficacia de la colaboración extranjera fué casi nula. Lo veremos también con ocasión de las Navas. u Al principio no se decía cruzada, sino via, profectio o ewpeditio transmarina, iter hierosolymitawuin o ultramarinum o sanctí sepulcri, peregrinatio contra paganos, etc. El cruzado se llamaba miles cruce signatus, crucem portans, crucifer o simplemente signatus. En el lenguaje canónico del Hostiense (siglo x m ) cruce significa cruzada. La palabra cruciata no aparece hasta el siglo xrv, en la crónica de Guillermo Thorne (ca. 1380).
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1. " j D i o s J o quiere!"—Súbitamente se transforman las condiciones del Oriente cuando los turcos seldjúcidas, originarios del Turquestán y convertidos a la religión de Mahoma, obtienen en 1064 el califato de Bagdad. Cuatro años después pasan el Eufrates y se apoderan de Cesárea de Capadocia^- saqueando la tumba e iglesia de San Basilio. Retíranse los bizantinos para cobrar fuerzas y atacar luego con redoblado empuje. E n vano. Los 100.000 hombres de Romano I V Diógentes son aniquilados en la batalla de Manciquerta (1071) y el propio emperador cae prisionero. Los turcos entran en) Damasco (1076) y expulsan de Palestina a los fatimitas de Egipto, quienes se ven forzados a entregar la ciudad de Jerusalén en 1078. C o n el fanatismo de los nuevos señores son difíciles1, y peligrosas las peregrinaciones de los cristianos. N o solamente los lugares santificados por Nuestro Señor y por la Virgen María!, también las iglesias más célebres de la antigüedad van sucumbiendo a la invasión musulmana. Antioquía en 1084; tres años antes, Nicea; Esmirna en 1092. Constantinopla tiembla bajo las sombras de las cimitarras. E n 1073 ed emperador Miguel V I I pide auxilio a Gregorio V I I , prometiéndole acatar tel primado romano. ¿Cómo iba a desaprovechar aquel gran papa esta.magnífica coyuntura de unión de las Iglesias? Inmediatamente se pone al habla con los príncipes y señores de Occidente, y el 7 de diciembre de 1074 le notifica a Enrique I V de Alemania que y a tiene dispuestos 50.000 soldados para la expedición, al frente d e los cuales irá él a liberar el sepulcro del Señor; pero l o q u e más le mueve es la esperanza de reducir la Iglesia griega y las otras d e Oriente a la unión con Roma 1,6 . Aunque n o habla de conceder indulgencia a los que tomen las armas, el solo intento de tal texpedición militar—que no se realizó porque la áspera lucha de las investiduras le impidió al papa alejarse de Roma—significa un paso decisivo hacia la futura Cruzada. La alianza con los normandos, enemigos d e Bizancio, pondría también obstáculos a la realización) de aquel proyecto. N o era Gregorio V I I , sino su segundo sucesor Urbano II, el destinado por Dios para levantar en vilo las fuerzas de Occidente y lanzarlas contra el terrible enemigo de la cristiandad. Existe una célebre carta, que se supone escrita por Alejo 18
"\&m ultra quinquaginta millia ad se praeparant, ut si me non possunt in expeditione pro duce ac pontífice habere, armata ?nanu contra inimicos Dei volunt insurgere, et usque ad sepulcrum •Doniini, irso ducente, pervenire. Illud etiam me ad hoc opus praetoaxime instigat, quod Constántinopolitana ecclesia de Sancto Spiritu a nobis dissidens concordiam apostolicae Sedis exspectat. Arm e n i etiam..." (Registr, U, 31 [ed. Caspar] p. 166-67),
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Comnieno, emperador de Constantinopla, al conde Roberto I de Fland'es, describiendo crudamente las atrocidades que cometían los turcos contra los cristianos, pidiéndole desesperadamente auxilio {"currite ergo cum tota gente vestra... dum sint infiniti, adhuc L X milia exspectantur cotidie") y procurando atraerle con el señuelo de preciosísimas reliquias y de inestimables tesoros al7. Hagenmeyer le atribuye la fecha probable de 1088 y ha sido traída más de una vez 'como determinante de la primera Cruzada. Sin embargo, tal como la conservamos en su forma latina es indudablemente apócrifa y de fecha posterior. El primer llamamiento o grito de socorro que Alejo. Comneno lanzó al papa y a los caballeros d'e Occidente fué el d e 1095, en ocasión del concilio de Plasencia, según dijimos al tratar de Urbano II. Y es entonces cuando este gran pontífice, heredero de las ideas gregorianas, concibe el proyecto de ayudar militarmente a Constantinopla y a los1 cristianos d e Oriente, proyecto que irá madurando' y formulando de una maniera precisa en las conversaciones con el obispo de Puy, Ademara de M o n teil, y con el conde de Toulouse, Raimundo de Saint-Gilíes, poco antes del concilio d e Clermoint. Cuando testa solemnísima y trascendental asamblea se inauguró el 18 de noviembre de 1095, con la asistencia de 14 arzobispos, 250 obispos y cerca de 400 abades, Urbano II tenía ya tomada la resolución de predicar la Cruzada. En efecto, terminado el concilio, quiso hablar a la multitud infinita de clérigos, condes, caballeros y gente de todas clases sociales que aquellos días se habían aglomerado en la ciudad y sus contornos. Ninguna iglesia era capaz d e contener tan inmenso gentío. Urbano II congregó a toda aquella muchedumbre en la llanada que existe fuera de las murallas, al este de la ciudad, y empezó a hablar de) la triste situación en que se hallaban Jerusalén y' el sepulcro del Salvador. "Las palabras que pronunció aquel día—escribe H. von Sybel—han encauzado la vida de un mundo por nuevos derroteros; pero como los comienzos de la vida quedan siempre envueltos en la oscuridad, de aquel discurso apenas, nos es posible rastrear las huellas. Muchos testigos de vista intentaron resumirlo de memoria y aun esos mismos renunciaron anticipadamente a la exactitud literal" 1S . " Editada críticamente por H. HAGENMEYER., Die Kreuzgugsbriefe p. 130, con minucioso estudio sobre su posible, parcial, autenticidad. Parece que el falsario que la amañó hacia 1098, según conjetura P. Riant, tuvo delante otras del mismo emperador, recordándole al conde las promesas que le había hecho al regresar de una peregrinación a Jerusalén. "Véase P. RIANT, Inventaire critique des lettres historiques des croisades, en "Archives de l'Orient latin" I (París 1881); CHALANDON, JEssai sur le régne d'Ale' xis Oomnéne (París 1890) p. 325. M H. VON SYBEL, Geschichte des ersten Kreuzeugs (Leipzig' 1881) p. 185. El discurso del papa se. nos ha transmitido por los cronistas Roberto el Monje y Fuiquerio de Chartres, que estuvie-
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Exhortó con ardientes palabras a poner finí a las luchas fratricidas de cristianos contra cristianos y a reservar sus ímpetus guerreros para la liberación de sus hermanos de Occidente y para la conquista de la Tierra Santa, ahora profanada por los infieles. Morir en tan sagrada empresa era morir por Cristo. La figura procer de Urbano II, que se agigantaba moralmente con. el triunfo sobre el cismático emperador de Alemania y con los decretos reformatorios del concilio, uno d'e los cuales contenía el anatema contra el adúltero rey de Francia, se apareció a los ojos de aquellos ardorosos cristianos como si fuera el mismo Cristo el que l'es arengaba a libertar a Jerusalén, a conquistar los Santos Lugares y a llevar al Oriente la luz de la verdadera fe. .Indescriptible fué el entusiasmo que se apoderó de todos los oyentes. El grito de "Deus lo volt! Deus lo volt! Deus lo voLt!" (¡Dios lo quiere!) resonó de boca en boca, y fueron innumerables los que allí mismo hicieron voto, d e marchar a Palestina 1 9 . 2. E l papa iniciador de la Cruzada: Urbano II»—El primer predicador de la Cruzada y su único verdadero iniciador fué . Urbano II, no el asceta o ermitaño Pedro, natural quizá de Amiéns, o al menos de la Picardía, cuyo nombre se hizo pronto legendario, pero que ni siquiera debió de asistir al concilio de Clermont. Nótese que hasta el siglo xi la defensa de la cristiandad la asume el emperador, obligado por el título de Advocatus et Protector Ecclesiae. Ahora, en cambio, es el pontífice romano el qu*e se encarga de organizar la defensa arpiada, o por lo menos de promover y dirigir este movimiento, que si es espiritual en sus fines o intenciones, parece en su ejecución puramente militar y terreno y extraño, por lo tanto, al carácter espiritual y .sobrenatural de la Iglesia. N o se puede, sin embargo, acusar a Urbano II de belicismo ni de miraSi políticas. Lo que él pretende n o es sino la liberación d e las Iglesias d e Oriente y el recobro d e los Santos Lugares. "Ad liberationem Orieutalium ecclesiarum... sollicitavimius", escribe en diciembre de 1095 a los de Flandes, y en su carta a los d e Bolonia no habla de guerra contra los enemigos de la cristiandad) aunque sea santa, sino de la liberación de la iglesia. Su vicario o representante en la Cruzada no tendrá jurón presentes; por Guillermo de Nogent, Guillermo de Tiro, y por el manuscrito vaticano que copia Baronio (ad a. 1095). Pueden verse recogidos en ML 151, 582. Las notables diferencias que presentan entre sí pueden explicarse en parte, suponiendo que Urbano II repitió el discurso con casi las mismas ideas en diversos tiempos y lugares. 19 El grito Deus lo volt!, tres veces repetido en lengua vernácula, lo consigna la Ghronica monasterii Cassinensis 1. 4, M (MGH, SS, VII, 765). Otros cronistas lo dicen generalmente en latín: Deus vult!
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risdicción militar o política sobre los conductores de la guerra, sino que la dirigirá con su autoridad espiritual y su moral supremacía. Otra cosa merece advertirse, y es que el papa no demanda auxilio para esta empresa a los reyes cristianos. E s verdad que sobre Felipe I de Francia pesaba la excomunión, como sobre el emperador, y Guillermo II el Rojo de Inglaterra estaba baje la sombra amenazante del anatema. Pero ni siqísiera son invitados a que se reconcilien con la Iglesia tomando la cruz. Urbano II quiere apoyarse únicamente en los caballeros y en los señores feudales, que le siguen con decisión y entusiasmo. Fué esto un gran acierto del papa. Primeramente, porque le convenía conservar la iniciativa y dirección, cosa ifnuy difícil si participaban en la empresa los monarcas. Y en segundo lugar, porque la caballería, en aquellos tiempos de clásico feudalismo, constituía una fuerza poderosa en casi todos los estados, fuerza que también podría sostener una guerra como aquélla, de carácter universal y cristiano. E r a preciso, además', abrir un cauce por donde se desahogara el instinto batallador de los caballeros, siempre en guerra con sus vecinos, y ninguno mejor que la peregrinación al Oriente, en que la pasión religiosa se hermanaba admirablemente con el espíritu errabundo y aventurero. Así se lograba la pacificación de los países cristianos, mal conseguida con la tregua d e Dios, y se daba un fuerte matiz religioso a la institución d e la caballería, que se iría idealizando más y más. Cuando Urbano II escuchó la voz del pueblo que clamaba "Deus lo volt!" (¡Dios lo quiere!), añadió por su parte: "Esas palabras tan unánimes, como inspiradas por Dios, serán! vuestro grito d e guerra y vuestra consigna en la batalla". La promesa del papa a los que tomasen las armas para la conquista de la Jerusalén terrestre les aseguraba la entrada gloriosa en la Jerusalén celeste, mediante una indulgencia plenaria y presupuesta la confesión sacramental' 20 . Esto, para aquellos ™ Ya que no conservamos las palabras textuales pronunciadas por el papa a este respecto en Clermont, véase lo que escribió el 19 de septiembre de 1096 a los de Bolonia: "Sciatis autem eis ómnibus, qui illuc non terreni commodi cupiditate, sed pro sola animae suae salute et Ecclesiae liberatione profecti fuerint, poenitentiam totam peccatorum de quibus veram et perfectam confessionem fecerint, per omnipotentis Dei misericordiam. et Ecclesiae catholicae preces... dimittimus" (HAGENMEYER, Die Kreuzantgsbriefe p. 137). Este jubileo de Cruzada no es cosa nueva. Ya de antiguo era persuasión general en la Iglesia que quien peregrinaba a los Santos Lugares expiaba perfectamente sus pecados; de los que mueren luchando por la religión afirman los papas León IV y Juan VHI, y luego el decreto de Graciano, que son recibidos en el cielo. Véase VILLEY, La Crois'ade p. 29. El himno de los cruzados era una profesión de esta fe. Refiriéndose al
hombres de fe profunda e ingenua, tenía un atractivo increíble. Fué preciso poner cortapisas al entusiasmo popular. Ningún monje ni clérigo debía alistarse sin permiso de su abad u obispo. Los mismos laicos de las parroquias debían pedir la licencia y bendición del sacerdote. Los casados jóvenes n o podrían partir sin.la connivencia de sus esposas. Q u e n o temiesen por sus bienes, hacienda y familia, porque quedaban bajo la protección de la Iglesia, y los obispos lanzarían la excomunión contra quienes usurparan cualquier cosa perteneciente a los cruzados. T o d o s cuantos se incorporasen al ejército expedicionario debían hacer espontánea y libremente el voto y juramento de marchar hasta Jerusalén!, sin. retroceder jamás, por muchos obstáculos con que tropezasen. Este voto e r a inviolable y obligaba, bajo pena de excomunión. Uno d e los primeros en pronunciarlo allí mismo, delante del papa, fué el obispo d e P¡uy Adeanaro de Monteil. Puesto de rodillas se comprometió a no cejar en tan gloriosa empresa. Siguiéronle millares d e caballeros y de gentes d e toda condición. Aplicándose el dicho del Evangelio, citado por Urbano II en sti discurso: "El que n o toma su cruz y me sigue no ..es digno de mí", todos empezaron a tomar como distintivo la cruz, una cruz roja, formada con dos bandas de tela, que se cosíjan sobre el hombro derecho; de ahí el nombre de cruce signatus o cruzado. 3. Los predicadores? "Si quis vult post me venire..."—El papa escogió cómo vicario o representante suyo en la expedición al valeroso obispo Ademaro de Monteil, que tenía fama de ser muy hábil jinete (gracilis ad equitandtfrn), además de buen político, y que conocía las dificultades del camino por haber hecho poco antes la peregrinación a Palestina. L a fecha de la partida que se señaló fué el 15 d e agosto, fiesta d e la Asunción de la Virgen María, del a ñ o siguiente, 1096. Detúvose el Romano Pontífice varios meses en el mediodía de Francia predicando por sí mismo la Cruzada, reuniendo concilios y escribiendo cartas que llevasen a todas partes el eco de aquel trueno, según expresión de un cronista. Aconsejado probablemente por el conde tolosano Raimunsepulcro de Cristo, dice así una "Adhortatio ad bellum sacrum", conservada en un manuscrito del siglo x n . Illud debemus pergere, nostros honores venderé, templum Dei acquirere, saracenos destruere. Illuc quicumque tenderit mortuua ibi fuerit, caell bona receperit, et cum Sanctis permanserit. (G. DBEVES, Analecta hymnica t. 45 b, p\78.) i . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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do de Saint-Gilíes, avezado guerrero, pidió a Genova el concurso d'e sus naves; luego' pasó él mismo- a Italia, acentuando en su predicación los motivos religiosos y sobrenaturales de .la Cruzada. Antes de abandonar la ciudad de Clermoni había encargado a los obispos- que anunciasen en sus diócesis la peregrinación armada a Palestina, con la indulgencia general a cuantos la emprendiesen con las debidas condiciones. Cuenta Baudry de Dol, en la vida del Beata Roberto d'Arbrissel, que este célebre asceta y predicador de la pobreza fué encargado personalmente por Urbano II de predicar la Cruzada; pero el más fogoso de los predicadores populares, el que unió su nombre indisolublemente a la primera Cruzada, fué otro asceta que caminaba con los pies descalzos y no comía pan ni carne: llamábase Pedro y ha pasado a la Historia, y mucho más a la novela, con el nombre d e Pedro el Ermitaño. Había anteriormente intentado el viajte a Tierra Santa, mas no había podido llegar por las dificultades con que tropezó en Oriente. Ahora, al oír predicar la guerra santa, se asoció con tal entusiasmo, que los aldeanos y campesinos le seguían fanatizados, llegando a veces a arrancarle a su mulo algunas crines como reliquia. U n a religiosidad más ardiente que nunca comenzaba a inflamar lo;; corazones sencillos de aquellos, hcxmjbres de fines del siglo xi; era un deseo vivísimo d e pobreza y de penitencia, que veía su ideal adorable en Cristo pobre, y en Cristo paciente. Recuérdese que es el tiempo en que los cistercienses reaccionan contra los poderosos monjes dte Cluny, y en que florece en la cristiandad una tiernísima devoción hacia la humanidad del Salvador y hacia todo cuanto con ella se relaciona: su Madre benditísima, la tierra en que vivió, su sepulcro de Jerusalén... La certeza d e 'expiar plenamente sus pecados y de llegar a la Jerusalén celestial por el camino de la terrestre les impulsaba a dejar la mujer, los hijos1, la hacienda, para tomar la cruz y las armas. Hay que añadir un aspecto muy humano, a fin de no idealizar demasiado la Historia. Aunque según algunos cronistas, como Raúl de Caen, el año 1096 fué excelente para la cosecha, al menos en Italia, que es donde el cronista escribía, pero el 1095 y los anteriores, si hemos de creer a Guiberto de Nogent, fueron en Francia desastrosos. El hambre hacía estragos en la población, el precio de los granos andaba por las nubes, los comerciantes avaros especulaban con la miseria de todos, el pan era escaso y caro, los pobres se alimentaban de raíces y hierbas del campo. Esto pudo ser causa de que muchos pobres, hambrientos, se pusieran en camino con la esperanza de mejorar su situación'. Lo cierto es que las condiciones de la vida cambiaron por el momento radicalmente. Malvendíanse los campos y las bestias
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a quien los quisiese comprar, pues lo que necesitaban los expedicionarios era dinero. Lo que antes era carísimo, ahora se daba a cualquier precio; los graneros antes cerrados, ahora se abrían de par en par, poniendo todo a la venta; siete ovejas se daban por cinco denarios. Sólo era caro lo que servía para el viaje; lo demás, baratísimo. 4. La Cruzada popular.—Del entusiasmo suscitado por la predicación de la Cruzada nos refiere el mismo «cronista que se contagiaron hasta las mujeres, doncellas, niños y ancianos, los cuales decían a los jóvenes: "Vosotros manejaréis la espada; nosotros, si es preciso, sufriremos el martirio" ("Martyrium spondent, gladiis vel colla daturos"). Y emprendían la marcha sin saber hacia dónde. "Era d e ver—añaden—una cosa prodigiosa y que mueve a risa: algunos pobres, después de herrar sus bueyes a manera d e caballos, los 'enganchaban a un vehículo de dos ruedas, ponían sobre él a sus hijos pequeños y sus reducidos haberes, y adelante con su carruco; y los niños, cuando llegaban a cualquier castillo ó ciudad,, todo era preguntar: "¿Es ésta la Jerusalén adonde vamos?" Con la primavera de 1096, grandes multitudes amorfas, en las que se mezclaban ancianos y mujeres, contra lo< ordenado por el papa, se pusieron en movimiento. Al frente de las más numerosas iba Pedro el Ermitaño, cuya autoridad era la única que s e imponía a aquella turba de desharrapados y hambrientos, crédulos y tal vez visionarios, mezclados con caballeros individualistas, tan aventureros como valientes, pero en los que no vemos sincero ideal religioso. N i el papa ni ninguna persona sensata aprobaría aquel reclutamiento atropellado de ilusos y vagabundos. El primer cuerpo del ejército—si ejército podía llamarse aquella tropa abigarrada—salió del este d e Francia bajo el mando de un intrépido caballero alemán, por nombre Gualterio Sans-avoir (Senzavehor, Sine pecunia). En unión con otros venidos de Lombardía llegó pacíficamente hasta Hungría, donde tuvo que sufrir "mucho de parte de los húngaros y luego sobre todo d e los búlgaros. E r a n en su casi totalidad soldados d e a pie, con' muy pocos de a caballo, impotentes para enfrentarse con un ejército organizado. Aguardaron, pues, en Constarutinopla a que llegara la segunda y más fuerte mesnada, que era la que acaudillaba Pedro el Ermitaño. Las tropas de éste, con más copiosa caballería, al decir de Alberto de Aquisgrán (Aquensis), eran innumerables, como las arenas del mar, y se componían de franceses, loren'eses, suavos y bávaros. E n Hungría quisieron vengar a sus compañeros que les habían precedido, y en un combate con- los naturales del país, que, naturalmente, se defendían de aquellos desagradables huéspedes, mataron a cuatro mil, con pérdida d e sólo cien, desvcontados los heridos. Temiendo represalias, apresuraron su
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marcha hostigados constantemente por el enemigo, se perdieron por bosques desconocidos y lugares abruptos, muriendo muchos miles de ellos, aunque todavía pudo Pedro el Ermitaño recoger a 30.000 con los que entró en Constantinopla. Estas cifras no pueden tomarse en serio, aunque por otra parte carecemos de datos ciertos para una estadística. Repuestos de sus trabajos y unidos con los de Gualterio Sans-avoir, atravesaron el Bosforo, y empezaron a luchar sin orden ni concierto con las tropas musulmanas; éstas los desbarataron en repetidos ataques, y sólo con la. ayuda que les envió desde Constantinopla Alejo Coomeno pudieron salvarse tres mil. Gualterio Sains-avoir cayó atravesado de saetas y otros muchos perecieron, según dice el cronista, sitrúli martyrio. Lo más triste es que muchas doncellas o monjas y muchachos imberbes de buen parecer fueron a parar en los harenes d e los turcos. T u v o Pedro el Ermitaño la dicha de entrar en Jerusalén con los vencedores, y más tarde regresó a Francia para encerrarse en un monasterib. E l tercer cuerpo del ejército, que el cronista hace subir a 15.000 entre caballeros e infantes y demás gente de toda edad y sexo, lo guiaba Gotescalco, presbítero alemán. Siguieron el mismo camino hasta. Hungría; aquí cometieron tantos robos, pillajes y actos de crueldad, que el pueblo húngaro S"B alzó contra ellos como contra facinerosos y los persiguió hasta aniquilarlos por completo. Finalmente la sección más indisciplinada y heterogénea de la Cruzada popular iba mandada por- el conde Emicón. Seguían a este aventurero muchedumbres de alemanes, flamencos, franceses e ingleses. Como nube de langosta caían sobre los pueblos del camino, robando las casas y forzando a mujeres y doncellas. Ensañábanse principalmente contra los judíos, a quienes en tierra de Lorena y en ciudades como Colonia, Maguncia, W o r m s y Praga acosaron como a perros rabiosos, matando a muchos con re fina mi eruto y crueldad. Dieron refugio a los infelices hebreos variosi obispos, mas ni en los palacios episcopales se vieron libres de los asaltos de aquellos que se decían cruzados. Temblaron los húngaros cuando sintieron venir aquel nublado sobre sus fértiles llanuras. Armáronse para repelerlo por la fuerza, y tras larga serie de combates*, que tiñeron de sangre las aguas del Danubio, lograron exterminar aquellas bandas de forajidos. 5. Cruzada de los caballeros.—Entre tanto, se organizaba la Cruzada de los caballeros. Había pensado Urbano II en un solo ejército, que debía partir d e Francia el 15 d e agosto y cuyos jefes habían de ser el obispo de Puy, como representante del papa, y el conde d e Toulouse, supremo caudillo militar de la expedición: el Aarón y Moisés de la Cruzada, según Baudry de Dol, Uno y otro se habían ofrecido generosamente a la em-
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presa desde el primer momento; Ademaro de Monten, inmediatamente después del discurso de Urbano II en Clermont; Raimundo de Saint-Gilíes, por medio d e una embajada, antes de que se disolviera el concilio. Ambos eran la expresión viva de dos-elementos tradicionales que venían a integrar y constituir esta nueva creación que llamamos Cruzada: el obispo, peregrino de los Santos Lugares, aportaba la tradición de las peregrinaciones a Oriente; el conde, soldado que había militado en España contra los moros, traía el sentido de la guerra santa tal como se había desarrollado en la cristiandad bajo la inspiración del Pontificado. E n vez del ejército único, ideado por el papa, formáronse cuatro, que por diversos caminos convergirían a Constantinopla. Este fué el lugar de cita desde el cual marcharían unidos a guerrear con los turcos. Los primeros en aprestarse para la campaña y en iniciar el viaje fueron los loreneses, franceses del N o r t e y alemanes,, que s¡e pusieron bajo las órdenes -del duque de la Baja Lorena (Bélgica) Godofredo de Bouillon y de su hermano Balduino de Flandes. Siguieron la ruta d e Ratisboma, Sirmio, Sárdica, Constantinopla. Mucho sufrieron al atravesar Hungría, pero Godofredo, que en las luchas d e las investiduras había estado de . parte de Enrique I V y que al partir vendió au castillo de Bouilloni al simoníaco obispo de Lieja, se portó en adelante como el más genuino caballero cristiano, digno de que él Tasso lo inmortalizase en su epopeya, porque fué siempre "dux G o dofredus homo totus bellique Deique", según el verso de Raúl •de Caen. El 23 de diciembre entraban aquellos occidentales semibárbaros e ingenuos en la deslumbrante y refinada ciudad del Bosforo, donde tendrían que aguardar largos meses hasta la llegada de sus conmilitones. Las tropas provenzales, acaudilladas por el conde de Toulouse Raimundo, a quien acompañaba el legado pontificio Ademaro de Monteil con muchísimos clérigos, n o abandonaron la Provenza hasta octubre de 1096; y pasando los Alpes entre Lyón y Milán, continuaron por las cercanías de Venecia, descendieron entre grandes penalidades por las costas de Dalma-. cia hasta Durazzo, y de aquí, por encima de Tesalónica, se dirigieron a Constantinopla cuando apuntaba y a la primavera de 1097. Un tercer cuerpo de ejército, no menos compacto que los anteriores, atravesó los Alpes entre Vienne y Genova, bajó hasta Roma y pasó el invierno en Apulia y Calabria. Eran sus jefes el hermano del rey Felipe I de Francia, Hugo de Vei> mandois, Roberto Courteheuse, conde de Normandía, que empeñó sus tierras a su hermano el rey de Inglaterra por una suma de 6.666 libras de plata; Roberto, conde de Flandes, y Esteban de Blois. En Bari desertaron no pocos, que se acobar-
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daron con la vista de los sufrimientos que les esperaban; otros muchos naufragaron tristemente al embarcarse para Durazzo; y de aquí, penetrando en Bulgaria, como los provenzal'es, se acercaron a Constantinopla, en cuyos arrabales tuvieron que acampar por orden de Alejo Comneno. Sólo a grupos aislados se les permitía visitar la gran ciudad, a cuya vista exclamaban llenos de pasmo con el cronista FulqueriO' de Chartres, que les acompañaba: "O quanta civitas, nobilis et decora!" (¡Oh qué gran ciudad, noble y hermosa; cuántos monasterios y palacios encierra, con arte maravilloso fabricados!) N o sólo las obras de arte y las riquezas excitaban su admiración, sino también, y acaso más, la abundancia de sagradas reliquias. El cuarto ejército lo formaban los normandos de Italia meridional, mandados por Bohemundo dfc Altavilla o de Tarento, hijo de Roberto Guiscardo, y por su sobrino Tancredo, cuyas heroicas gestas nos relata, n o sin elegancia y emoción lírica, el cronista Raúl de Caen. Eran estos normandos, y lo serán en adelante, enemigos de los bizantinos, a quienes habían expulsado de Italia. Hallábase Bohemundo sitiando a Amalfi cuando supo la llegada de los cruzados de Francia, e inmediatamente, dejando que el conde Rogerio continuase el asedio, se puso a reclutar un ejército de 10.000 'Caballeros y copiosísima infantería, según Alberto de Aquisgrán (acaso sea más exacto decir que 10.000 era el número total de soldados), para marchar también él a la conquista de Palestina. Ana Comneno le atribuye fines puramente ambiciosos, y del mismo parecer son varíos cronistas occidentales. Quizá su ambición llegaba hasta intentar apoderarse del Imperio, como lo había soñado su padre. Con él se juntó Tancredo, su sobrino, o primo, según otros; en la primavera de 1097 transfretaron el canal de Otranto, de Brindisi a Vallona, siguiendo luego por Tesalónica a Constantinopla a i . 6. Actitud de los bizantinos.—Es natural que el emperador bizantino se alarmase al Ver entrar en sus dominios estos cuatro ejércitos, que no veníaln en plan de sumisión y de ponerse a las órdenes de Bizancio, sino con objetivos de conquista que no se adecuaban a los deseos y peticiones que él había manifestado al papa Urbano II. Desde el primer momento se vio claro que un hondo desacuerdo dividía al emperador y a los jefes occidentales. Alejo Comneno no permitió durante mucho tiempo que los cruzados entrasen en la capital bizantina, temeroso de que las tropas indisciplinadas se entregasen a saqueos y depredaciones, y aun en el viaje de llegada los hizo vigilar por soldados del Imperio. 21 La caracterización de los diversos jefes está bastante indicada en B. LBIB_, Borne, Kiev et Bysance á la fin du XII" siécle p. 208-220, y en WAAS., GescMchte der Kreuzzüge I, 123-28.
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Unas veces con promesas de riquísimos presentes, otras amenazándoles con privarles de toda clase d'e recursos, consiguió que Hugo de Verimandois, los dos Robertos y Esteban de Blois le prestasen juramento de fidelidad. Godofredo de Bouillon s'e resistió enérgicamente, pero al fin cedió y fué recompensado con espléndida munificencia. El único que se negó siempre a rendir homenaje feudal al emperador bizantino fué Raimundo de Toulouse—y con él Tancredo—•, afirmando que "él n o había venido para militar "en servicio de un señor distinto de aquel por quien había abandonado su patria y sus bienes". Lo que Alejo' Comneno pretendía era que, declarándose vasallos suyos los cruzados, pusiesen bajo su dominio supremo, y no bajo el del papa, todos los territorios que conquistasen. . 7. Cifras probables.—¿Cuál era el número total de caballeros y soldados que habían salido de Occidente bajo la enseña de la cruz? La cifra máxima, completamente inverosímil, que han lanzado ciertos historiadores, es la. de 600.000 infantes y 100.000 caballos. E s o hubiera sido la despoblación de muchas provincias europeas. Roberto el Monje asegura en su Historia Hierosolymitana que los que juraron tomar la, cruz cuando el concilio de Clermont serían como 300.000. E s e mismo número señala Ekkehart para el ejército que se reunía en Constantinopía, descontada la innumerable multitud de niños, mujeres y ancianos. Eran aquellos historiadores de las primeras Cruzadas infantilmente crédulos y d e una fantasía sobreexcitada con los recuerdos legendarios y las noticias de países lejanos. Entre esas crónicas, relatadas muchas veces por testigos d e vista, y las fabulosas novelas de caballerías que vendrán poco después, existe muy poca diferencia. Ana Comneno, la hija del emperador, en su famosa Alexiada, panegírico de su padre y d e sí misma, afirma que el ejército d e Godofredo de Bouillon constaba de 10.000 caballeros y de otras 70.000 personas. Algo de exageración habrá en la primera cifra y mucha en la segunda, pero aun suponiendo que se exprese con exactitud, hay que advertir que no todos los de a pie, ni muchísimo menos, eran soldados. Había muchas mujeres, niños, ancianos y otros que, aun teniendo disposición y voluntad de luchar, carecían de armas aptas para ello. N o eran guerreros, sino peregrinos. Tal vez no se aleje mucho de la verdad quien afirme que el número total de guerreros que participaron en la primera Cruzada ascendía a 30.000, descontando la turba inerme que a su sombra caminaba. Y téngase en .cuenta que además de las expediciones ya referidas hubo otras más pequeñas que, partiendo de diversos Países, se agregaron a alguna d e las principales. D e España, Por ejemplo, aunque n o era voluntad del papa que abandonasen la Cruzada nacional por la de Oriente, no faltó una digna rePresentación. Así sabemos que don Ramiro de Navarra, con la
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flor de sus caballeros, peleó al lado de Godofredo de Bouillon, y en las mismas campañas se hallaron presentes Berenguer Ramón, conde de Barcelona; Gerardo, conde del Rosellón, y Guillermo Ramón, conde de Cerdeña, con otros muchos. Más tarde vemos partir al conde Fernando de Galicia en dos ocasiones, al gobernador de Toledo Rodrigo González con otros castellanos en 1134, al cardenal leonés Pelayo Galbán en 1219, etc. 8 2 Hacia 1102 pasaba por Constantinopla, rumbo a Palestina, el rey Erik de Dinamarca con numerosas tropas. Y bien conocidas son las aportaciones de ciertas ciudades italianas, como Pisa, que en 1099 enviaba su flota, comandada por el arzobispo Daimberto, personaje curioso que se hizo tan amigo de Bohemundo como enemigo de los griegos y llegó a ser patriarca de Jerusalén; o como Genova y Venecia, que en 1100 ayudaron también con sus naves a los cruzados de Palestina. 8. Antioquía y la santa lanza. — Avituallados por Alejo Comneno, después del juramento de fidelidad, los cuatro cuerpos de ejército atravesaron el Bosforo y a principios de mayo de 1097 acampaban al pie de los muros de Nicea. Esta iba a ser su primera conquista. E r a Nicea una gran ciudad, de antiguo renombre en la Historia eclesiástica por su famoso concilio contra Arrio, y se sentía fuerte "con más de trescientos torreones y con maravillosas murallas", según escribía a su esposa el conde de Chartres. Pero los cruzados levantaron enfrente altas torres de madera y dieron el asalto a la ciudad, poniendo en fuga al "infinito ejército de turcos" que la defendían. Era el 19 de junio. "De Nicea hasta Jerusalén—dice el conde a su esposa—llegaremos en cinco semanas, si Antioquía no se opone a nuestro paso". ¡Y tanto que se opuso! Más de dos años tardarán en apoderarse de Jerusalén, y el ejército triunfador quedará reducido a menos de la mitad. Nicea, por una estratagema de Alejoi Comneno, qute logró enarbolar sus estandartes antes de que los cruzados se adueñasen de la ciudad, sufrió muy poco de la rapiña y crueldad de los vencedores, y quedó en poder de los bizantinos. El emperador se aprovechó de aquellas circunstancias para reconquistar las islas del archipiélago y las costas del mar de Mármara y del Egeo, mientras los cruzados se adentraban ufanos en Asia Menor. El 1 de julio batían a los turcos en la llanura de Dorilea y daban comienzo a su terriblemente penosa odisea por las estepas abrasadas y desiertas de Anatolia, hostigados constantemente por los turcos y mucho m á s por el hambre y la sed. Hombres y mujeres, y hasta Jos caballos, caían 22 Algunos nombres, no todos, recogió Martín Fernández Navarrete en el tomo 5, 37-140, de las "Memorias de la Real Academia de la Historia", Qué parte tomaron los españoles en las Cruzadas. Véase también VERA IDOATEJ Navarra en Z«s Cruzadas (Pamplona 1931).
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muertos de cansancio y extenuación. Y para colmo de males la disensión entre los jefes asomaba su cabeza de víbora. El 15 de agosto la ciudad de Iconio les abría las puertas; antes de mediado octubre la población dfe Marasoh los recibía como a sus libertadores. Unos días antes, Tancredo y Balduino se habían separado del grueso del ejército. Cruzando la cordillera del Taurus, Tancredo puso en fuga a los turcos de Tarso; mas al * entrar en la ciudad patria de San Pedro, se presentó Balduino con mayores fuerzas, reclamando' su parte en la conquista. T a n credo tuvo que ceder. Poco después Balduino atravesaba el Eufrates, llamado por los armenios, y se hacía proclamar sucesor del príncipe Thoros. Asesinado éste en marzo de 1098, Balduino ocupa todo el país, pone su capital en Edessa y, casado con una princesa armenia, funda el primer principado latino en Oriente. Tras durísimas penalidades, por fin el 20 de octubre de 1097 dieron vista a Antioquía de Siria, defendida por el emir Yagisian con 16.000 soldados y guarnecida fuertemente por una muralla de 450. torres. Para mayor seguridad, el emir, al acercarse los cruzados, había echado fuera a todos los cristianos (griegos, armenios y sirios) que pudiesen rebelarse y hacerle traición, reservándose las mujeres, los niños y el patriarca, a quien puso en prisiones. ' Los sitiadores carecían de máquinas de guerra para lanzarse al asalto de los muros. Al cabo de un mes, el hambre diezmaba sus batallones. T o d o s los contornos estaban ya saqueados y no podían suministrarles más víveres. D e trance tan apurado vinieron a sacarles los armenios con buen surtido de vituallas y una flota genovesa e inglesa, en la que venían carpinteros e ingenieros hábiles para construir torres de madera y otras máquinas de guerra. El cerco se hizo más apretado, hasta tanto que el turco Firuz, de acuerdo con Bohemundo, les abrió las puertas de una torre, por donde entraron torrencialmente los cristianos la noche del 2 de junio de 1098, acuchillando sin piedad a la guarnición. Bohemundo, el normando, se creía ya dueño y señor de la gran ciudad, cuando de pronto el emir Kerboga de Mosul se acercó con poderoso ejército, sitiando completamente a los vencedores. La peste y el hambre hacían terribles estragos. N o sólo de los animales muertos, sino hasta de los cadáveres de los turcos se alimentaban aquellos hambrientos 23 . " Gilón, el cronista poeta, hace una vivida descripción del hambre, en hexámetros pareados como los siguientes: Jflrga £am«si crudelis adest, «rudelior oimni p e s t e ; viri vigilant -fugiuntque ieiunia somni. Deformas facies vultus, nigrio-ra sepultas osslbus ossa m i e a n t ; a p p a r e n t viscera wiultis. Historia, ole !* Iqlesiq¡ 2
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Algunos lograron huir descolgándose con cuerdas por las murallas, entre otros el conde Esteban de Blois. Los demás perseíveraban en su heroica resolución gracias a las exhortaciones de Ademaro de Monteil, que procuraba infundirles el más alto idealismo cristiano. Y la fe les dio el triunfo. U n provenzal, Pedro Bartolomé, hombre sencillo y pobre, se presenta un día delante del obispo de Puy y de Raimundo de Toulouse, anunciándoles que ha tenido unas visiones en que el apóstol San Andrés le ha revelado 1 ' el sitio preciso de una iglesia en que se oculta la santa lanza con que fué traspasado 'el pecho de Nuestro Señor en la cruz. Se nombra una comisión que haga las excavaciones en el lugar determinado, de la que. formaba parte el capellán) y cronista Raimundo de Agües, quien lo refiere todo muy por menudo. Al principio nada "encuentran, pero bajando a la fosa el vidente o visionario, alza en sus manos el sagrado hierro, con pasmo d e los circunstantes, que se postran de rodillas para besarlo. E n seguida lo llevan a los jefes. "Yo vi lo que digo'—testifica el cronista—y yo mismo llevé la lanza del Señor" Zi. El efecto fué mágico. Locos de entusiasmo los soldados con este favor d e Dios, y con la seguridad de que con esta lanza eran invencibles, después de confesar humildemente sus culpas, se arrojan con bravura temeraria sobre el campamento de los turcos, aniquilando al eintemigo o dispersándolo (28 de junio). U n triste suceso vino a 'enlutar las alegrías del triunfo: la muerte del representante del papa. Entre los muchos que sucumbieron a la epidemia, ninguno tan llorado como Ademaro de Monteil, porque acaso ninguno tan benemérita de la primera cruzada. El mantuvo el espíritu religioso y la moral de los soldados; él impidió con su prudencia y autoridad que los iefes riñeran entre sí, arrebatados por el egoísmo y la codicia; él, finalmente, trabajó por unificar o por lo menos armonizar la acción de los ejércitos cristianos, haciéndola más eficaz. Muerto él, estallan las rivalidades violentas entre los jefes, principalmente entre el caudillo d e los normandos, Bohemundo, y el de los provenzales, Raimundo d e Toulouse. Y como aquél era enemigo irreconciliable dfe los bizantinos, éste se pone de parte de Alejo Coimneno, a pesar de. que en Constantinopla y Nicea había sido el más tenaz en rehusarle el juramento' de fidelidad, Vulgus iners herb&s dubias letumque minantes vellit et in •áy.iro luctantur cespite dent.es... Multa quidem «Mmedunt horninum non cognita mensis. Árida facta manus vix pontea sustinet ens(s. .Ora movent pueri matresque vecant morientes, aera pro solitis opiulis aurasque tenentes. (Historia gestorwm i^iae: MIi 155, 974.) 21 Raimundo de Ágiles fué quien entregó la lanza a las autoridades, pero el encargado de llevarla a la batalla fué, según refiere Ana Comneno, el conde Raimundo de Toulouse, por ser el más casto de los señores.
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¿Creyó Ademaro que el hallazgo de la lanza había sido cosa sobrenatural? Fulquerio de Chartres, que se hallaba en Edessa con Balduino, y que por su parte no daba crédito a las visiones, afirma que el legado pontificio lo tuvo por superchería: "falsum esse putabat". Sin embargo, procedió como si creyese en la autenticidad de la reliquia, quizá porque entendió el gran partido que se podía sacar de aquel hallazgo. Los jefes militares no dudaban del prodigio en la carta que desde Antioquía escribieron al papa el 11 de septiembre 215 . Los partidarios de Bohemundo se mostraron luego bastante escépticos. E n la cristiandad entera se recibió la noticia con júbilo. Muchos, se animaron a tomar las armas, y es probablemente entonces cuando se compuso un Himrío de Cruzada que decía asi: Ierusalem, laetare, quae flebas tam amare dum serva tenebare. Rex praecipit ut gentes gladiis renitentes te visitent gaudentes. Procedant ipsae tutae bigno crucis indutae, caeli regem secutae. Lancea regis caeli genti datur fideli ut sit mors infideli...
a
La ciudad de Antioquía no fué entregada, como Nicea, al emperador bizantino, sino qu'e Bohemundo la tomó para sí, creándose allí un principado, que venía a satisfacer en parte sus antiguas ambiciones. 9. "jjerusalén, Jerusalén!"—Raimundo de Toulouse, descontento del proceder de Bohemundo, dio órdenes a sus tropas 35 "Epístola' Boemundi, Raimundi Comitis S. Egidii, Godofridi ducis Lotharingiae, Roberti Comitis Normandiae, Roberti Comitis Flandrensis, Eustachii Comitis Boloniae ad Urbanum Papam". Relatando sus sufrimientos y triunfos, dicen: "Ita desolati et adflicti omnes fuimus, quod fame et multis alus angustiis morientes, equos et asinos nostros famélicos interficientes, multi nostrorum comederunt; sed interim, clementissima Dei omnipotentis misericordia nobis subveniente et pro nobis vigilante, lanceara Dominicam qua Salvatoris nostri latus Longini manibus perforatum fuit... invenimus; cuius inventione aliisque multis divinis r evelationibus ita confortati ct roborati sumus, u t qui antea adflicti et^timldi fueramus, tune ad proeliandum audacissimí..." (HAGENMEYERJ Die Kreuzzugsbriefe p. 163). Termina la carta suplicándole venga a~ tornar posesión de la cátedra de Pedro en Antioquía y a recibir la obediencia de los que esperan conquistar to da la Romanía (sic), Cilicia, Asia y Siria, separándose de la obediencia del inicuo emperador bizantino. Se ve que la carta ha sido redactada por un amigo de Bohemundo.
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de marchar hacia Jerusalén, verdadero objetivo de la Cruzada, que parece lo iban olvidando entre calamidades y victorias. Era ya 'el mes de abril de 1099. Siguieron al conde tolosano el valiente Tancredo y Roberto Courteheuse. Poco después se juntó también con ellos Godofredo de Bouillon, que había ido a Edessa a visitar a su hermano Balduino. Sin tropezar con grave obstáculo en su marcha bajaron .-por Beyrut, Sidón y Cesárea; se internaron hasta Eanaús, y el 7 de junio, desde un altozano apellidado Mons Gaudii divisaron a lo lejos la suspirada ciudad, con tanto gozo de sus corazones, qu'e, olvidando todos los padecimientos, peligros y muertes de tanlargo camino, prorrumpieron en lágrimas gritando: "¡Jerusalén, Jerusalén!" Tales sentimientos, atestiguados por los cronistas Roberto el Monje y Alberto Aquense, los expresó exactamente el Tasso en los conocidos versos de su Gemsalemme liberata: « Ecco apparir Gerusalem si vede, Ecco additar Gerusalem si scorge, Ecco da mille voci unitamente Gerusalemme salutar si senté. Los cristianos que había en Belén los recibieron como a sus libertadores. Estos visitaron devotamente la basílica de la Virgen y el lugar de la gruta donde nació el Redentor. Llenos de fe y exaltados por nuevas visiones, que narran ingenuamente los cronistas, se lanzaron a la conquista d e Jerusalén. Esta, que de las manos de los turcos seldjúcidas había vuelto a las de los fatimitas de Egipto, resistió heroicamente. La sed atormentaba a los sitiadores, pues no disponían más que de la fuente de Siloé, y aun ésta se hallaba turbia y emporcada con el tu^ multo de los que se precipitaban a beber y con cadáveres de hombres y animales. Faltaban también máquinas d e guerra con que dar el asalto; pero aquí, como en Antioquía, tuvieron la suerte d e recibir 'el socorro de los genoveses, desembarcados poco antes en el puerto de Jaffa. "Los obispos y príncipes—dice eru su carta al papa el arzobispo Daimberto de Pisa—exhortaron a todos a marchar en procesión con los pies descalzos alrededor d e la ciudad, a fin de que el que entró humilde en ella, viendo nuestra humildad, nos abriese las puertas a nosotros para hacer justicia de sus enemigos" B6. Renovaron el asalto el 14 de julio y lo continuaron con el mismo fervor heroico al día siguiente, que era viernes y les traía el recuerdo d e la pasión y muerte de Nuestro • Señor en aquellos mismos lugares. Godofredo de Bouillon fué el primero en aproximar a la muralla su.torre d e madera con ruedas y echar el puente levadizo, por donde saltó a la ciudad, acompañado de su hermano mayor Eustaquio d e Boulogne. N o HAQBNMEYBR, Die Kreuzzugsbriefe
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se
quedó atrás Tancredo', que al mismo tiempo abría una brecha en la puerta de San Esteban; ni Raimundo d e Toulouse, : q U e se apoderaba de la torre de David, negociando con la guarnición egipcia. Las escenas que siguieron a la entrada torrencial de los cruzados en la ciudad santa son de una fiereza salvaje, lo cual no obsta para que aquellos cronistas que las presenciaron las cuenten poco menos que como actos de piedad y religión. Mientras Tancredo saqueaba la mezquita de Ornar, perdonando a los sirios griegos que se habían refugiado en la basílica del Santo . Sepulcro, los demás corrían por las calles descabezando musulmanes, sin perdonar a nadie. "En el templo y pórtico de Salomón—dice Raimundo de Agile—las olas de sangre llegaban hasta los frenos de los caballos". Daimberto de Pisa viene a decir lo mismo: "En el templo d e Salomón los nuestros cabalgaban, llegando la sangre de los sarracenos hasta el corvejón de los caballos". Roberto el Monje añade.que los cadáveres flotaban sobre el pavimento. Exageración sin duda, pero que \ nos hace entrever el espectáculo de la ciudad vencida y nos manifiesta el temple de aquellos hombres, que al día siguiente . subían al Calvario de rodillas y lloraban con ternura infantil sobre el sepulcro del Salvador del mundo. El gozo de la cristiandad fué indescriptible; lo vemos transparecer de la jubilosa carta que Pascual II dirigió a los cruzados el 28 de abril de 1100. 10. Godofredo, el "defensor del Santo Sepulcro"*—Cuenta ' Raimundo de Agil'e que antes del último asalto se pensó en elegir uní rey de Jerusalén, pero que el clero se opuso, diciendo que no estaba bien que se nombrase un rey allí donde Jesucristo había llevado corona d e espinas. Bastaba con elegir un "Advocatus civitatis Dei", un protector o defensor. ¿A quién se le conferiría la autoridad suprema? ¿A Raimundo de Saint-Gilíes, conde de Toulouse? Esto parecía lo más natural, pero lo rehusó, según el cronista últimamente citado. P r o bablemente n o se la ofrecieron, poique su estrecha alianza con el emperador bizantino le había mermado la antigua populari, dad, particularmente entre los eclesiásticos. El elegido* resultó t vodofr'edo d e Bouillon, duque de Lorena y uno' d e los caracteres más nobles y desinteresados de aquella Cruzada. Al ser ,u n ^ Qido no quiso llamarse rey, sino "defensor (advócalas) del kanto Sepulcro" (22 de julio 1099). El verdadero soberano del nuevo reino de Jerusalén sería el Papa, Vicario de Cristo. Esta significación tenía la ceremonia ^rificada a fines de aquel año, cuando el arzobispo de Pisa, daimberto,«legado de la Sede Apostólica, entró e n Jerusalén ^ ° n Bohemundo, y tanto este príncipe como Godofredo de •Oouillomj se arrodillaron delante del legado, prestándole hcwn'e, n a j e d'e vasallos. E l mismo juramento le prestó Tancredo,
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príncipe de Galilea. N o consta que Daimberto obrase, al adaptarlo, de acuerdo con el Romano Pontífice.. Como el patriarca griego de Jerusalén acababa de morir en Chipre, fué elegido un patriarca latino 'en la persona de Ar~ nulfo de Roliez, capellán de Roberto Courteheuse; mas llegando Daimberto, demostró que aquella elección era anticanónica' y se hizo nombrar a sí mismo. Como familiar de Bohemundo, se hizo notar por su aversión • a los bizantinos, y rápidamente fué sustituyendo en toda la jerarquía eclesiástica el clero griego por el latino, empezando por el patriarca de Antioquía, que tan benévolo se había mostrado con los occidentales, y siguiendo por los arzobispos de Tiro, Cesárea, Nazar'et, Petra. N o podía entre tanto Godofredo' dormirse tranquilamente ' sobre sus laureles. Merodeaban todavía por Palestina bandas de beduinos salteadores y varios puertos quedaban; aún en po-. •' der d e los musulmanes. U n poderoso' ejército egipcio', paitiendo de Gaza, trató d e recobrar Jerusalén, pero Godofredo* con 5.000 soldados de a caballo y 15.000 d e a pie, después de invocar rodilla en tierra el auxilio divino, trabó tan fiero combate que ; si hubiéramos de creer al hiperbólico Daimberto, que es quien:1 nos da las anteriores cifras, nada menos que 100.000 cabalrcros y 400.000 infantes—como en los más fantásticos poemas caba- • llerescos—habrianí sido puestos en fuga y más de 100.000 sa- ! : Trácenos habrían caído degollados por la espaída de los cristial- '• nos. Tal fué la batalla de Ascalón (12 de agosto 1099). ;¡ El magnánimo' y piadoso Godofredo tuvo la satis facción de '•' ver todos sus dominios pacificados, desde el Mediterráneo has-. • ta el Jordán y el mar Muerto; reconstruyó y fortificó el puerto " de Joppe (o Jafa), levantó iglesias, fundó monasterios fe hizo', grandes ofrendas al hospital de Jerusalén. Así que no es extra- ••' ño que su muerte, ocurrida al año siguiente {18 de julio 1100); '•' fuese llorada sinceramente por todos. Dante lo contempló en i el paraíso junto a Carlomagno y a Roldan. El reino de Jerusalén se organizó feudalmente, con estatu- ' tos, usos y costumbres en todo semejantes a los de Occidente,, ' como puede verse en los Assises o "Asientos", importante com— * pilación legislativa. •; Por vínculos de hermandad, de comunes intereses y de v a ^ ; sallaje, se unían al reino de Jerusalén los diversos principados, y múltiples señoríos o condados que surgieron por efecto de la'"., conquista de los cruzados, como Galilea y los condados de Edessa y de Trípoli. El principado de Antioquía se consideraba/ políticamente independiente. Ésta falta de unidad había de s'er , fatal para la conservación de aquellas conquistas. Cuando luego;.. se constituyan las Ordenes Militares para la defensa; de Tierra t Santa, tendrá ciertamente el reino d e Jerusalén un ejército ad~ i mirable, más regular que tel de los caballeros feudales, pero ,*
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como esas Ordenes estarán sometidas directamente al papa, no al rey, tampoco se logrará entonces la perfecta unidad d e mando, tan. necesaria cuando el reino, se halla en peligro 127 . 11. Balduino I, rey de Jerusalén (1100-1118)*—Que la situación de los nuevos estados latinos en Oriente no era muy slegura, lo prueba el hecho d e que en julio de 1100 Bohemundo, príncipe de Antioquía, fu'ese hecho prisionero por los turcos y sólo tretf años más tarde fuese rescatado. Tancredo dejó Tiberiades para encargarse entre tanto del gobierno de Antioquía. El conde Raimundo d e Toulouse, que se hallaba p o r entonces en Constantinopla, condujo- al Asia Menor un ejército de lombardos-, al que se agregó luego otro de franceses con el conde Esteban de Blois, y de alemanes con el condestable imperial, Conrado. Desgraciadamente fueron derrotados por los musulmanes, como les aconteció a otros conducidos por el duque Guillermo IX de Aquitania, el* Trovador, y por Gü'elfo I V de Baviera, del que formaba parte el cronista Ekkehard. E n 1105 moría el conde Raimundo, en el momento que sitiaba la ciudad d e Trípoli y ponía los fundamentos dtel condado tripolitano, que regirá su hijo Bertrand. Balduino había cedido el condado de Edessa a su primo Balduino de Bourcq, cuando él fué llamado a suceder en el reino de Jerusalén a su hermano Godofredo. E n Belén fué coronado y se hizo dar el título d e rey. E n una serie de magníficas victorias, Balduino I conquistó, con la ayuda d e Tancredo y los genoveses, toda la costa de Siria, deshaciendo a los enemigos en Ascalóni y adueñándose de Arsuf y Cesárea (1101), de Apamea (1106), Laodicea (1109), Sidón y otras plazas. En Occidente no. decrecía el "entusiasmo por la Cruzada, y nuevas tropas, se alistaban bajo la enseña de la cruz para luchar contra los musulmanes. Así vemos que en 1112 el rey de N o niega, Sigurd el Jorsalafarir, después d e invernar en Londres y hacer escala en Galicia y Ñapóles, vino a ponerse al servicio de Balduino I. Este emprendió una última campaña contra Egipto, después, de la cual murió el 2 de abril de 1 1 1 8 M . Le sucedió el conde Balduino de Edessa, su pariente, con el nombre de Balduino II (1118-1131), varón piadoso y de cositumbres puras, que peleó con fortuna contra Togtekin, emir de damasco, y llegó hasta las ciudades de Haleb y Maridin, en, Acerca de la situación política, militar, social, económica, etcétera, de aquellos estados, véase brevemente BRÉHIER, L'Eglise f£ lOrient p. 88-100, y mejor WAAS, Geschichte der Kreuzzüge, H, 158-195. ..p,"" Guillermo de Tiro nos dejó este retrato de Balduino I: *~orpore 'valde procerus,- fratre multo maior... capillo et barba iuscu S( carne, tarnen mediocriter niveus, naso aquilino et prominente pusillum labro superiore... chlaraiden semper deportans ab nuttierig... carnis dicitur lubrico impatienter laborasse... impiger e . t sollicitus" (ML 201, 456). •
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sanchando considerablemente su reino. Balduino II se interesó mucho por la fundación de los Templarios, a quienes cedió parte de su palacio. A su muerte subió al trono Fulco de Anjou (1131-1143), por estar casado con la princesa Melisenda, hija de Balduino. Tras una corta, pero muy agitada vida d'e guerras continuas, falleció, dejando un hijo de trece años: Balduino III (1143-1162). E n su minoridad gobernó su madre Melisenda, ayudada por el condestable Manases, y como la regente persistiese en qu'erer continuar al frente del gobierno, estallaron) desagradables diferencias entre madre e hijo. Balduino III fué un infatigable luchador, no siempre afortunado en las batallas. Aunque el rey^de Jerusalén se hizo amigo y aliado de. los bizantinos:., no pudo evitar que en 1144 Imad-ed-din Zenki se apoderase de Edessa, y más tarde 'Nur-ed-din, hijo de Zenki, entrase en Damasco (1154), si bien es verdad que ten 1158 el mismo Nur-ed-din fué derrotado por Balduino III.
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SEGUNDA CRUZAIDA
(1147-1149)
1. Su origen y desarrollo.—Difícil era la situación de los cuatro estados cristianos, Jerusalén, Antioquía, Edessa y T r í poli, ante el ataque constante de los .musulmanes. Por la ambición de unos jefes, aquellos principados habían surgido independientes entre sí, y esa misma ambición impedía que se llegase a una compacta unidad política. Sus viejas rencillas con los bizantinos y las quejas de éstos porque no se les entregaban, ni siquiera en forma de vasallaje, aquellos territorios que un tiempo dependieron de Bizancio, hacían que el desamparo dé los latinos de Oriente fuera mayor. D e Europa seguían afluyendo peregrinos en gran número, mas no guerreros aptos para engrosar" las fuerzas defensivas y ofensivas. O t r a causa de debilidad, si hemos de creer a algunos cronistas, sobre todo a Jacobo d e Vitry, que sin duda acumula con exceso las tintas negras, consistía en la creciente inmoralidad de los cristianos, que bajo el clima oriental y en contacto con pueblos paganos se habían contagiado de sus vicios, tornándose muelles y afeminados. E n las mismas ideas abundaba tel concilio de Naplusa. Bien es verdad que también los musulmanes andaban bastante discordes entre sí, luchando a veces los árabes de Egipto contra los turcos de Siria y divididos éstos en varios emiratos, como- los de Damasco, Alepo, Mosul, etc. Pero bastó que dos emiratos se unieran en la persona de Imad-ed-din Zenki, para que uno de los más fuertes bastiones del Oriente latino, la ciudad de Edessa, se rindiese al enemigo (25 de diciembre 1144).- Su guarnición de 1.000 hombres fué
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pasada a cuchillo. Y aunque al año siguiente cayó asesinado el emir de Mosul y Alepo, pero en su hijo Nur-ed-din Mahmud (f 1174) tuvieron los cristianos un adversario todavía más ttemible. Donde primero se sintió el pánico, por efecto de esta derrota, fué en Antioquía, cuyo príncipe Raimundo comisionó al obispo" Hugo de Cabala (Djebeleh) para que hablase al papa y pidiese auxilio a todo 'el Occidente. Acababa d e ceñir la tiara Eugenio III, cuando se presentó ante él en Viterbo el obispo gubulense, notificándole la caída de Edessa. Decía que, si los cristianos acudían en defensa d e Palestina, tendrían un poderoso auxiliar en el preste Juan, "rex et sacerdos", descendiente de los Reyes Magos y monarca opulentísimo que reinaba más ajila d'e la Persia, "in extremo Oriente", y que estaba dispuesto a Venir en ayuda d e Jerusalén 129 . ¿Pasó el obispo con este mensaje hasta Francia y Alemania? N o lo sabemos. Lo cierto es que el rey francés tuvo noticia de la caída de Edessa durante el año 1145, y cuando reunida la corte en Bourges oyó a Godofredo, obispo de Langres, trazar un proyecto de Cruzada, lo acogió favorablemente, pues y a de antiguo meditaba peregrinar a Palestina con obj'eto de cumplir un voto que su hermano difunto n o había podido realizar. Así al menos lo afirma Otón de Freising. O t r o cronista asegura que deseaba peregrinar a Tierra Santa en expiación de las muertes de que se hizo responsable con1 el incendio de la iglesia de Vitry. Buscando el rey un predicador d e la Cruzada, puso sus ojos en el abad de Claraval. N o había en toda la cristiandad ni orador más fervoroso ni personaje de mayor prestigio ante los reyes y los papas que San Bernardo. Públicamente y en todas partes era venerado como un apóstol, un profeta y un taumaturgo. Con su doctrina iluminaba la Iglesia y disipaba las hehejías; con su inmensa autoridad había librado' a la cristiandad de las desgarraduras d'e un cisma; el rey de Jerusalén se dirigía a veces al santo, pidiéndole consejo; y por indicación de Balduino II y del fundador d e los Templarios había redactado para éstos el Li&er ad milites Templi, interesante, entre otros títulos, por la justificación que hace de la guerra santa. ¡No se atrevió San1 Bernardo a tomar sobre sí tarea de tanta responsabilidad sin antes acudir al Romano Pontífice, que lo era entonces su discípulo el cisterciense Eugenio III. Este papa, que probablemente y a se había adelantado al mismo rey francés en proclamar la Cruzada con su encíclica Quantum praecZecessores s o , aprobó calurosamente el propósito d e Luis V I I y la elección de Bernardo. 50
30
OTÓN DE FREISING., Ohronicon
VII,
33:
MGH,
SS,
XX,
266.
Véase JAFFÉ-WATTENBA.CH, Regesta II, 26, n. 8796, y a d e m á s , sobro el orden cronológico de los hechos, G. HUFFER., Dte Anfan-
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E n la asamblea de Pascua de 1146, tenida en Vézelay (31 de marzo), el santo abad de Claraval subió a un pulpito improvisado en el campo y arengó a los nobles y al pueblo con tan inflamada elocuencia, que la multitud enardecida levantó un enorme clamoreo gritando: "Cruces, cruces, dadnos cruces", y no bastando las jiras de tela ya preparadas para tantos como querían cruzarse, fué preciso que el mismo Bernardo rasgase sus hábitos para hacer otras y satisfacer a las demandas. El primero en ofrecerse a la Cruzada fué el rey, tomando una preciosa cruz enviada por el papa. Siguiéronle la reina Alienor, el obispo de Langres y el de Lisieux, el conde d e Toulouse, Alfonso de Saint-Gilíes, el conde Teodorico de Flandes, el hijo de Teobaldo de Champagne y otros muchos varones y caballeros. 2. Un místico, predicador de la guerra: San Bernardo»— En nombre del Romano Pontífice, San Bernardo dejó las soledades de los monasterios para meterse 'en las cortes y ciudades predicando la Cruzada. Quizá nunca haya visto Europa un predicador de palabra tan arrebatadora y tan prodigiosamente eficaz. A su voz, obradora de prodigios sin cuento, se alzarán ejércitos de hombres dfe todas las clases sociales con ansia de exponer su vida expiando sus pecados. San Bernardo hizo en la segunda Cruzada mucho más que Pedro el Ermitaño' en la ' primera. Su concepción d e la guerra contra los paganos o sa- | rracenos fera también mucho más alta y grandiosa que la de aquél. La Cruzada no sería un desorganizado movimiento popular, sino una empresa sublime d e ensanichaimiento del reino de Cristo, la realización de la unidad moral de la cristiandad por medio de la ordenada cooperación de los reyes cristianos y, en fin, la espiritualización d e la política internacional de ;' Europa. N o sólo se lanzaría un ataque formidable contra el islam por la parte de Oriente, sino que al mismo tiempo se lfe acometería por el occidente español, y aun habría fuerzas para ¡ presentar batalla al mundo pagano del N o r t e en las orillas del Elba. Dirigióse primeramente a Alemania, con el fin de mover al •; emperador Conrado III. E n Maguncia tuvo que salir en defensa dte los. judíos, perseguidos a muerte por las turbas, a las que excitaba un imprudente predicador de la Cruzada, el monje cis- ? tercíense Raúl o Rodolfo, a quien Bernardo hizo volver a su . monasterio. E n W o r m s fueron muchísimos los que tomaron IB i cruz arrastrados por la fuerza d e su palabra. E n Francfurt del [ Main s'e encontró con el emperador, cuya resistencia se esforzó ge des zweite Kreuszuges, en "Hist. Jahrbuch" VIII (1887) 391 ¡ , VACANDARD, Via de Saint Bernard (París 1927) p. 272-79; VnxEY, ; La Croisade p. 97-99. Recuérdense aquí las palabras del cronista. Bemoldo: "Cuiua expeditionis dominus Papa maximus auctor •; fuit" (MGH, SS, V, 585).
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inútilmente por vencer, a pesar de los milagros que se producían . a su paso y que hacían enloquecer a las multitudes. C o n el obispo de Constanza bajó a predicar en esta ciudad, y despertando en todas partes nunca visto entusiasmo', pasó a Zurich y Basilea. De allí subió a Estrasburgo y luego se trasladó a la dieta de Espira, en donde volvió a encontrarse con el emperador en 24 de diciembre. Aquí realizó Bernardo lo que él llamaba el "milagro de los milagros". Si a su paso por las ciudades los 'paralíticos se ponían en pie y le seguían, los ciegos abrían sus ojos a la luz y los 'enfermos se curaban; milagro de Espira fué que el reluctante emperador, conmovido hasta las lágrimas1, se decidiese a tomar la cruz, y tras él otros muchos príncipes y nobles, descollando sobre todos su sobrino Federico de Suabia (futuro Federico' I Barbarroja) y no pocos obispos, "entre los que se distinguía Otón de Freising, el historiador. Este último nos da una noticia curiosa, que puede explicar el fracaso final de la expedición militar. Dice que "era tan' grande la multitud de ladrones y salteadores que corría a alistarse en . la Cruzada, que nadie podía dejar de reconocer la mano de Dios en tan repentina e insólita conversión". M á s tarde se vio que no eran estos elementos los más a propósito p a r a la disci. plina de un fejército. El santo predicador y taumaturgo popular continuó inflamando a las gentes de Colonia, Aquisgrán, Maestricht, Lieja, Moms, y todavía se detuvo' bastante tiempo en Flandes antes ' de entrar en Francia. A donde n o llegaba fel eco de su voz iban sus cartas, n o menos encendidas: a Inglaterra, a Bohemia, a Baviera, a Italia. "Hermanos—les escribía—, éste es el tiempo propicio, éste fes el día de la salvación copiosa... Ceñios virilmente la armadura y empuñad la espada triunfadora". ¿Cuántos podemos calcular que tomaron las armas en esta segunda Cruzada? Odón de Diogilo asegura que los griegos llegaron a contar er * Constantinopla hasta 900.566 alemanes, ni uno más ni uno m enos. Naturalm'ente aquí entrarían no sólo los soldados, sino la turba variadísima de los peregrinos. Otros cronistas dan la absurda cifra d e "septuagesies centum millia", que aun leyendo septies" en vez d e "septuagesies" nos parece excesiva. Guillermo de T i r o reduce el ejército imperial a 70.000, y lo mismo v ienen a decir los Anuales Palidenses, exceptuando por supuest o la plebe y el vulgo inerme. Las tropas del rey francés igua,1^ a n , poco más o menos, a las germánicas, y es frtecuente en lo s modernos historiadores calcularlas también en 70.000. Si ^1:^ndernos a la escasa, por no decir nula, eficiencia de aquel orillante ejército, al que Eugenio III y San Bernardo rfecoimenta aban austeridad y nada d e fasto y aparato, y si tenemos en Cu emta, la tendencia de los medievales a las hipérboles numériCa s, nos. sentimos inclinados a reducir todavía el número de los
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soldados. De todos modos, aun suponiendo que Conrado III acaudillase 50.000 alemanes y Luis VII 50.000 franceses, no hay duda que para aquellos tiempos constituían un formidable con- ; tingente militar, dirigido por los monarcas más poderosos de la cristiandad. A éstos podemos añadir los 13.000 ingleses que se embarcaron en 64 navios, rumbo al Mediterráneo, y la muchedumbre innumerable—hablamos así vagamente", en vez de lanzar, como algún cronista, el número redondo y fascinador de 100.000— qu'e, saliendo de Suecia, Noruega, Dinamarca, Sajonia, Moravia, Polonia y Rusia, se dirigieron a luchar contra los paganos del norte de Alemania. 3. Fracaso de los monarcas.—La segunda Cruzada no fué tan espontánea como la primera. L a predicó un santo d e pala-.; bra de fuego, un santo que parecía hablar en nombre de Dios por los muchos milagros y profecías qu'e de él se contaban. N o • la componían grupos de caballeros o de nobles feudales, de:' aquellos que cabalgaban un poco a, Dios y a la ventura, sino;^ que la organizaron dos reyes coni la flor de sus cortes y mirando a un objetivo bien concreto. Y sin embargo... Veamos a qué se redujo tan brillante expedición. Puestos de acuerdo Luis V i l y Conrado III, entablaron negociaciones con el emperador de Bizancio, pufes querían hacer de aquella capital la base de sus operaciones militares contra el turco. Má¿ niuel I Comneno se ofreció a ayudarles, a condición de que le- j jurasen fidelidad. Por lo pronto consiguió que Rogerio II de' Sicilia, el perpetuo enemigo de los bizantinos, no entrase en la " alianza de los dos reyes. Conrado III emprendió la marcha antes que el francés. En mayo de 1147 partió con su fejéreito de Bamberga a Ratisbona, y de aquí, por la orilla derecha del Danubio, llegó a Belgrado, penetró en Bulgaria y el 9 de septiembre divisó las murallas de ¡» Constantinopla. Mucho sufrió en este camino y mucho hizo su- i frir a los pueblos por donde pasaba. Por esto, por las eternas-rencillas de griegos y latinos y por puntillos de etiqueta y cere- < monial, los dos emperadores dejaron de entrevistarse, y el ale-*' man, sin prestar homfenaje al bizantino, siguió adelante hasta í Nicea. Atacado por los turcos cerca de Iconio, aquel ejército mal' avituallado tuvo que retroceder miserablemente y con grandes pérdidas a Nicea. Una columna mandada por Otón de Freising,-^ que había bajado por la costa hasta Laodictea, no tuvo mejor.? suceso. '.'i, Entre tanto, Luis VII, recorriendo casi el mismo itinerariOr; llegaba a Constantinopla el 4 de octubre, y aunque recibido honoríficamente por Manuel Comneno, mantenía con él rela-:. cion'es frías y tirantes. N o pocos de sus nobles le aconsejaron: aliarse con Rogerio II y apoderarse del Imperio bizantino, ten*''?
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tación muy seductora que él rechazó, apresurando la travesía del Bosforo sin aguardar a las columnas de Amadeo III de Saboya y Guillermo V d e Monferrato, y a próximas. E n N i e t a saludó muy afectuosamente, a principios de noviembre, al emperador Conrado, que se hallaba enfermo y abatido. N o quiso el rey francés aventurarse fen las estepas del Asia Menor, sino que dirigió su ejército hacia Esmirna, Efeso, Filadelfia y Attalia, donde sufrió un descalabro luchando con los turcos. Quebrantado "además por la fatiga y la epidemia, dejó que parte de sus tropas continuasen el camino por tierra, mientras él se embarcaba para Chipre, donde vio morir a Amadeo III, y de allí para Antioquía, donde arribó finalizando el mes de .marzo. Poco después se encaminaba a Jerusalén para deliberar con Balduino III y con fel emperador alemán. Este había seguido hasta Efeso, pero, habiendo caído enfermo, regresó a Constantinopla, siendo recibido afablemente por M i guel Comneno, quien le prestó naves para trasladarse a Pales-, una (abril de 1148). Y a tenemos a los tres monarcas juntos, elaborando su plan de campaña. N o sintiéndose con fuerzas para atacar y reconquistar la ciudad de Edessa, Balduino les propuso ir contra Damasco. Dirigiéronse, en efecto, contra ésta ciudad, pero en vez' de lanzarse inmediatamente al asalto, se entretuvieron mucho tiempo saqueando los vergeles de los alrededores, lo que dio tiempo a los musulmanes para hacerse fuertes. E l ataque del 28 de julio fué un error táctico que gastó inútilmente las fuerzas de los sitiadores. También su moral se debilitó. Desalentados, alzaron eí sitio. Conrado III en su epístola al abad Wibaldo atribuye el desastre a traición de quien menos se podía temer 3 1 . También la crónica siríaca de Abulfaradi habla de que los cristianos se dejaron sobornar. Se trató allí mismo de una expedición contra Ascalón, pero quizá no fué más que un ardid de los propios traidores para qu'e se retirasen las fuerzas del sitio de Damasco. N o se hizo nada. Conrado III emprendió la vuelta a su patria el 8 de. septiembre. Siguiéronle los nobles de Francia. Luis V I I se quedó en Palestina hasta la Pascua de 1149. El rotundo fracaso de una Cruzada en la que se cifraban tantas esperanzas, y sobre la que habían corrido tantas y tan halagadoras profecías—que Luis V I I se enseñoraría de Constantinopla y de Babilonia; que, nuevo Ciro, extendería su cetro sobre todo el Oriente—, produjo en Europa el más amargo desencanto 312 . Muchos levantaron su voz contra San Bernardo, 51
"Traditio a quibus minime cavimus facta est' (ML 189, 1219). En otra carta anterior le cuenta al mismo los sucesos principales de la Cruzada flbid. p. 1178-79). * Desencanto y dolor que tuvo su expresión literaria y poer
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echándole la culpa de todo, porque con sus ilusionadas promesas había lanzado a tantos hombres a la muerte. T u v o él que defenderse, afirmando que si había predicado la Cruzada había sido por obediencia. N o había hecho más que cumplir su deber. La causa del fracaso—decía—hay que buscarla en los crímenes y pecados de los expedicionarios. N o s otros podemos añadir que no resplandeció mucho el heroísmo y el espíritu sobrenatural; que ninguno de los dos monarcas »• demostró cualidades de gran estratega; y que la calidad moral de muchos d'e sus soldados, antiguos bandidos, n o podía fundirse en la unidad compacta y disciplinada de un ejército que tenía que operar en países extraños y remotos. Algún triunfo se apuntaron los cruzados que se dirigieron hacia el norte, Venciendo a los wendos, pueblos aún paganos de Mecklemburgo y Pomerania, con lo que facilitaron a los misioneros la entrada en aquellas tierras. Y también los cruzados ingleses y holandeses, que, arrojados por una tormenta a las costas portuguesas, pudieron, antes de continuar su viaje a Palestina, ayudar a Alfonso I Henríquez en Ourique y Santarem y en la conquista d e Lisboa.' (octubre de 1147). IV.
TERCERA CRUZADA (1189-1192)
1. La caída de Jerusalén.—Los años que siguen a la segunda Cruzada son de franca decadencia, n o tanto por la exigüidad de fuerzas bélicas, cuanto por las escisiones intestinas dentro de la misma familia real; por las perpetuas disensiones entre los reyes, las Ordenes Militares y los patriarcas de Jerusalén; y, en fin, por la falta de un programa político y militar. Abandonado a sí mismo, Balduino III siguió peleando caar tra Nur-ed-din, que dominaba y a en toda la Siria, y hasta tuvo la fortuna de reconquistar Ascalón en agosto de 1153. Le sucedió su 'hermano Amalrico I (1162-1173), quien estrechó aún más las relaciones con Bizancio, casándose con, una princesa porfirogéneta, hermana d e Miguel Comnieno. Esta alianza podía ser la salvación del reino' de Jerusalén, aunque de ello se siguiese su vasallaje para con ed basileus. Efectivamente, Amalrico, aprovechándose de las discordias que ardían en Egipto, cobró ánimo, y de acuerdo con los bizantinos se distica en aquel "Lamentum lacrymabile", en que Francia llora a . sus hijos caídos en Oriente. Arta faittes, diuturna sitis. violentior hostis, vobis, Francigenae, causa f,uere nucís Bt tu fraude nocens, Coiistantinopolis exlex... mo«ret in exilio plebs mea pressa Higo (MARTÉNÜJ Veteruvi scriptorum et mowumentorum..^ oollectio t. 5 [ P a r í s 1729] p. 541-42),
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puso a conquistar aquel país, poniéndose de parte de uno de los dos visires que se disputaban el favor del califa y el gobierno efectivo. Pero Nur-ed-din, el señor de Siria y Mesopotamia, quiso también intervenir en los asuntos d e Egipto y mandó allá a uno d e sus mejores generales, Shirkuh, que en 1164 y en 1167 estorbó a Amalrico la penetración en tierra egipcia. Por tercera vez atacó el rey de Jerusalén, y no> sin esperanza d e victoria, en 1168; tomó por asalto la plaza d e Bilbeis y^.avanzó sobre El Cairo, mas también ahora s e le adelantó Shirkuh, rechazando a las tropas cristianas y proclamándose gran visir d e Egipto. N o disfrutó mucho tiempo d'el cargo, porque murió en ¡marzo de 1169. E n su lugar apareció un personaje extraordinario, cuyo nombre ha dejado un rastro luminoso e n la Historia y en la leyenda: Saladino (Salah-ed-din), sobrino de Shirkuh. Este brillante campeón del islam, tan buen administrador y político como afortunado conquistador, tuvo qu'e empezar por resistir con todas sus fuerzas al rey d e Jerusalén, que invadió de nuevo el Egipto y sitió a Damieta, mientras una flota bizantina bloqueaba las bocas del Nilo (1169). Por discordias entre los sitiadores hubo de levantarse el asedio al cabo de dos meses. Muerto el califa, subió Saladino al poder, inaugurando la nueva dinastía d e los Ayyubitas. Nur-ed-din, su antiguo señor, empezó entonces a mirarle como a un rival, j>ero la muerte de aquél dio a éste ocasión de apoderarse d e toda Siria y d e la región del Eufrates. También el Yemen, cayó e n sus manos, de suerte que el reino de Jerusalén se vio cercado por todas partes, menos por el mar. D e Bizancio n o podía Venirle auxilio, por-, que allí la causa de los latinos iba de mal en peor desde la muerte d e Manuel I Comneno (1180). Y en la misma Jerusalén pululaban sin cesar, las banderías y discordias después de muerto Amalrico I s s . . El nuevo rey Balduino I V (1173-1184), llamado el Mesel o Leproso por la enfermedad que le aquejaba, empuñó el cetro cuando, no contaba más que trece años. Adornábanlo buenas cualidades morales, mas al perder la vista en 1183 hubo de entregar las riendas del gobierno a Guido d e Lusignan, casado con Sibila, hermana del enfermo monarca. Frente al regente se alzó el partido de Raimundo, conde d e Trípoli. E l misino joven rey, poco antes d e morir (1184), quiso impedir a su cuñado. Guido de Lusignan el acceso al trono, para lo cual hizo coronar a Balduino V (1184-1184), niño de cinco años te hijo d e Sibila y del propio Guido, poniéndolo bajo la tutela del conde de Trípoli. 33 P a r a los r e t r a t o s de todos estos reyes, véase Guillermo Tiro; p a r a los hechos, el m i s m o cronista, testigo presencial muchos sucesos, y R. ROERICHT, Geschichte des Komgretchs rusalem 1100-W91 ( I n n s b r u c k 1898); A. WAAS, Geschichte der K. 109-36.
de de JeII,
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El niño coronado murió en seguida, y Guido de Lusignan con su esposa Sibila subieron al trono de Jérusalén (1186-1195). Eli reino se hallaba en paz por una tregua firmada en 1180 con Saladino, p'ero sucedió que Renaud de Chátillon, él valeroso y caballeresco gran maestre de los Templarios, aquel que en 1182 tuvo la audacia de ocupar el puerto de Aila, a orillas del mar Rojo; de avanzar hasta Aden y amenazar a la ciudad santa de Medina, aprisionando a los. peregrinos que iban a la Meca, en 1187 sorprendió a .una caravana, capturando así 'a la hermana de Saladino. Esto dio motivo a que el califa predicase la guerra santa en todo el Oriente. U n hijo del califa entró por Galilea. El mismo Saladino vino en persona a adueñarse de Tiberíades. Lo consiguió después de batir a los cristianos en la terriblemente heroica y desesperada batalla de Hattin, bajo el sol abrasador de julio dfe 1187, en la que cayeron prisioneros Guido de Lusignan y Renaud de Chátillon. A este último le dio muerte con la cimitarra el propio Saladino, como lo había jurado. Desde aquel momento Jérusalén podía darse por perdida. El 2 d e octubre entraba en la ciudad santa triunfalmente el califa. Arrancó cruces y campanas, intentando borrar toda señal de cristianismo; destruyó los monasterios y convirtió las iglesias en establos, a excepción de la del Santo Sepulcro, que fué confiada a los griegos a cambio de un tributo anual de 40.000 monedas de oro. El rey Guido de Lusignan, prisionero, alcanzó la libertad bajo la promesa de que abandonaría el país y jamás lucharía contra Saladino. A los cristianos no les quedó más que las ciudades de Arutioquía, Trípoli, T i r o y Maorgat, castillo de los Hospitalarios o Sanjuanistas. La obra de un siglo se había desmoronado en cuatro meses. 2. Tercera Cruzada.—Guillermo, el historiador y arzobispo de Tiro, vino a traer la triste noticia a Guillermo II de Sicilia. Pronto cundió por toda Europa el rumor de que Jérusalén, la ciudad santificada por el Redentor, había caído en. poder de los infieles; que el rey estaba cautivo; que los obispos y los más aguerridos caballeros de las Ordenes Militares habían sido bárbaramente degollados. "La voz de la tórtola, la voz del dolor y del gemido—exclaman los Aúnales Colonienses—se dejó oír en todos los países cristianos, hasta en los confines del mundo". Parece que el papa Urbano III la oyó en su lecho de muerte (20 de octubre 1187). Al día siguiente fué elegido pontífice d e Roma Gregorio VIII, y el 24 del mismo mes escribía una conmoyedora encíclica a todos los fieles, exhortándoles a la Cruzada. La impaciencia del papa se pone de manifiesto en las repetidas epístolas que dirige con el mismo objeto en los días siguientes. Ordena oraciones públicas, prescribe ayunos y abstinencias, proclama una tregua de Dios por siete' años, anuncia
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la plena indulgencia a cuantos tomen la cruz y envía sus legados, especialmente el cardenal de Albano, a estimular a los príncipes. N o llegó a dos meses su pontificado, pero< él fué el principal promotor de la tercera Cruzada, favorecida luego por Clemente III. Los cardenales hicieron voto de vivir de limosna y no montar a caballo hasta que se recuperase Jérusalén. Procuró el *papa que Pisa y Genova hiciesen las paces; que Venecia y . Hungría depusieran las armas; que Sicilia y Bizancio dejaran de combatirse. Y a esto fué un gran triunfo de Clemente III. E l cardenal de Albano consiguió que Felipe Augusto de Francia y Enrique II de Inglaterra se reconciliasen y prometiesen partir a Palestina. E n marzo de 1188 Guillermio II d e Sicilia envió una flota, bajo el almirante Margarit, que impidió a Saladino la ocupación de Trípoli. N a v e s de Escandinavia con 12.000 soldados costearon Europa, ayudaron a los portugueses en la conquista de Alvor y continuaron su largo periplo hacia el Oriente. Muerto el rey inglés Enrique Plantageaet sin cumplir su promesa, toma en su lugar la cruz su hijo y sucesor Ricardo I Corazón de León. La expedición se retrasa hasta 1190. Entre tanto, el cardenal de Albano despierta en los alemanes un fervor nunca visto por la Cruzada. El emperador Federico Barbarraja, que t a n grandes disgustos había causado a los Romanos Pontífices, quiere expiar sus culpas en la guerra san• ta, y sintiendo reverdecer en su pecho el entusiasmo de la juventud, cuando marchó a Palestina e n la segunda Cruzada, derrama lágrimas de consolación) al recibir la cruz d e manos del obispo de W u r z b u r g o en la dieta d e Maguncia (27 d e marzo 1188). C o n él, hacen voto d e cruzada su hijo Federico de Suabiá, el landgrave d e Turingia y muchos príncipes, obispos y caballeros. Nunca se había visto un ejército tan serio y bien organizado. A todos los nobles y caballeros que quisiesen alistarse les puso el emperador como condición que llevasen consigo la suficiente caballería y dinero para mantenerse por sí durante dos años. " N a d a más instructivo"—escribe Bréhier—que la organización de esta Cruzada, que revela en Europa condiciones políticas completamente diferentes de las de fines del siglo xi. El entusiasmo es todavía grandísimo y sigue produciendo verdaderos milagros,, pero está estrechamente contenido y limitado por los intereses d e los soberanos. La diplomacia, que había jugado su papel en 1095, ocupa un lugar c a d a día mayor en la preparación de la Cruzada. La cristiandad en su conjunto tiene una política exterior. Los papas tienen de ello plena conciencia y defienden los intereses universales contra los litigios particulares, que debilitan su acción. Antes de lanzarse ciegamente a los caminos de Palestina, los jefes de la Cruzada tratan de asegurarse con negociaciones, la alianza d e los príncipes por cuyas
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tierras han de pasar. Felipe Augusto y Ricardo' Corazón de León son amigos del rey de Sicilia; Federico Barbarroja envía sus embajadores a los reyes de Serbia y de Hungría, al emperador Isaac Angelo, al sultán d e Iconio, enemigo de .Saladino, y al mismo Saladino le dirige un ultimátum. En fin, de la parte musulmana también la lucha cambia de carácter. Hasta entonces los cristianos tenían que habérselas con fragmentos de estados, separados unos de otros por celos políticos y religiosos; ahora tienen delante de sí un jefe que dispone de las fuerzas de Egipto y de Asia juntas, y a quien la conquista' de Jerusalén ha cubierto de gloria en el mundo musulmán. Contra los cristianos, Saladino hace predicar la guerra santa y organiza una especie | de contracruzada. Jamás los adversarios se habían enfrentado con tan perfecta inteligencia de la importancia de la lucha que se iba a entablar; jamás la Cruzada había revestido tan netamente el carácter de duelo entre la cristiandad y el islam" S4 . 3. Ocaso triste y glorioso de un emperador.—El primero 'en partir fué Federico I Barbarroja con un gran ejército, perfteotamente equipado y disciplinado. ¿Cuántos guerreros llevaba consigo? Cien mil, repiten a coro muchos historiadores medievales. Cierto parece que su número asombró a los contemporáneos. Sin embargo, el presbítero M a g n o calculaba que serían unos 80.000 o más 3 5 . Los Ármales Colonienses comparan las catervas de cruzados, infantes y caballeros, a las estrellas del cielo y a las arenas del mar; pero cuando' describen la salida de Ratisbona (11 de mayo 1189), dicen que el ejército imperial constaba en aquel momento de 30.000 hombres, entre los cuales había 15.000 soldados escogidos 3 6 . Siguiendo la ruta acostumbrada d'el Danubio y Bulgaria, aquel ejército bien dividido en batallones, con un consejo de guerra d e 60 señores, que se reunían en torno al emperador, llegó a fines de agosto a Filipópolis, de donde siguió en plan de guerra a Andrinópolis; pasó el invierno en estas ciudades y en sus alrededores, cuyos habitantes se mostraban rebeldes, y estuvo preparándose para un ataque en regla al Imperio bizantino, d e donde procedían todos los obstáculos. El emperador de Constantinopla Isaac II Angelo (1185-1195) había pactado con Saladino que él detendría el paso d e los alemanes a cambio de las iglesias de Tierra Santa, las cuales serían entregadas a los griegos. E n una carta a Federico Barbarroja le negaba el título 34
BRÉHIERJ L'Eglise et VOrient p. 121. * "Ad 80 et amplius milia computabatur" (Chronicon Magni PraesbyteH, en MGH, SS. XVII, 517). x "Erat autem exercitus eius 30 milia hominum, Ínter quos erant 15 milia electorum militum" (Aúnales Coloniensis maximi, en MGH, SS, XVII, 797).
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de emperador y le exigía la mitad de sus conquistas en Skia. Federico1 escribió a su hijo mayor, Enrique, rtegenite de Alemania, que equipase en Italia una buena armada p a r a lanzarla contra Bizancio, mientras el ejército' cruzado atacaría por tierra. Isaac II, atemorizado, hubo de ceder, y el 21 de tenero de 1190 prometió a Federico vituallas para el ejército y naves para el paso del estrecho de Gallípoli. El 30 de marzo las tropas altemanas se reorganizaban en la costa asiática e iniciaban su marcha por el interior de Anatolia. Su primera conquista fué la d e Iconio (17 d e mayo)', ciudad en la que Federico, peleando en su caballo con ardor de joven —el presbítero Magno lo compara con un león y con Judas Macabeo—, arengaba a sus caballeros gritando: "Christus Vivit, Christus regnat, Christus imperat!... Venid, conmilitones míos, que salisteis de vuestra tierra a comprar con vuestra sangre el reino de los cielos". Bien aprovisionados a costa del sultán d e Iconio, partieron los cruzados alemanes a través del Asia Menor por ásperas montañas y pasos difíciles, tolerando con excelente espíritu y aun con alegría las infinitas penalidades de aquella ruta; pero he aquí que entrando en la Armenia Menor (Cilicia) y quterien. do el emperador pasar a caballo el río Selef, desapártelo súbitamente entre las aguas, de dondte fué extraído y a cadáver (10 de junio). " O abyssus multa iudiciorum Dei!", exclama aquí el cronista Guillermo Neoburgense. "Aquel varón tan insigne que, arrebatado de un divino fervor y abandonando las delicias y .riquezas del Imperio, había expuesto su persona a los peligros, desaparece en tan súbito y desgraciado accidente. Quizá era su pecado (de cesaropapismo, que le puso en conflicto con los papas) tan grande, que no podía expiarse en medio de los triunfos imperiales, y por eso fué conveniente, para evitar el castigo eterno, con piadosa providencia dte EHos, ser castigado duramente en esta vida" 3 7 . Grave desastre, que acaso decidió d e la suerte de toda la Cruzada, porque Federico* I, con su autoridad suma, con su valentía y experiencia, era en aquel momento el jefe más prestigioso y la mejor esperanza de la cristiandad militante. Desalentados con tal pérdida, muchos de su ejército se volvieron atrás. C o n los restantes siguió Federico de Suabia, llevando consigo el cadáver dte su padre hasta Antioquía, donde le dio sepultura en la iglesia de San Pedro. Al cabo de tres meses, el 7 d e octubre, losl escasos restos de " WILHELMI NBOBURGENSISJ Historia, en MGH, SS, XXVII, 238. El presbítero Magno: "In illa die cecidit corona, c a £ " « nostn « gloria decusque Imperii Romani periit" (MGH, GSS, XVll, «"•?.'• Igual sentimiento de dolor expresan los Anuales °l°m™l*s_j£ hoc autem loco et relatu tristi stilus déficit et sermo mutua est (MGH, SS, XVII, 800),
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aquel brillante ejército alemán fueron a reunirse con los demás ;' cruzados al pie de los muros d e San Juan de Acre. En el asedio ; de esta ciudad murió de peste, como otros muchísimos, Federico de Suabia. 4. Ricardo I Corazón de León.—El rey de Francia y el de Inglaterra se habían citado en Véztelay de Borgoña, para partir desde allí juntos a Palestina. Juntos hicieron el camino hasta Lyón en julio de 1190. D e Lyón Felipe Augusto se fué a embarcar a Genova y Ricardo Corazón de León a Marsella. Por septiembre se reencuentran en Mesina, donde pasan la invernada. Al apuntar la primavera salen para el Oriente. El 20 de ;i abril de 1191 se hallaba Felipe Augusto con los sitiadores de San Juan de Acre. Ricardo no llegó hasta el 6 de junio, porque ten el camino se había detenido con sus 8.000 hombres y 100 naves para conquistar la isla de Chipre, arrebatándosela a los bizantinos. El asedio, que duró dos años, de la ciudad d e San Juan de Acre, es de los más épicos que registra la Historia, lleno de ¡ episodios caballerescos que bien pudieran formar parte de nuestros romances fronterizos. Guido de Lusignan, el destronado rey de Jerusalén, lo había comenzado en agosto de 1189. Vino en seguida a prestarle auxilio la flota de Pisa bloqueando tel puerto. Llegaron luego las naves de Dinamarca, Suecia y N o ruega con otra flota inglesa, comandada por el arzobispo de Canterbury. Conrado de Monferrato trajo un buten ejército, al que se agregó, según dijimos, el resto de las tropas alemanas, Saladino envió en auxilio de la ciudad una flota egipcia y él mismo plantó su campamento en el monte Sarón, al norte. La llegada del rey inglés con poderosas fuerzas reavivó la actividad de los sitiadores, que ibaru sufriendo graves pérdidas por el fuego griego que lanzaban los sitiados y por la pteste, que diezmaba las tropas. El 13 de julio de 1191 capituló por fin aquella ciudad, que era la más fuerte del antiguo reino de S Jerusalén. Saladino se comprometió a pagar 200.000 montedas ; de oro, entregar la verdadera cruz (es decir, un fragmento encontrado en Jerusalén) y poner en libertad a los prisioneros cristianos. Las discordias entrte el francés y el inglés y sus rivalidades ,• ten el negocio del reino de Jerusalén fueron causa de que no ;; se emprendiese una rápida y eficaz ofensiva contra Saladino. A Guido de Lusignan' le disputaba el derecho al trono Conrado de Monferrato, casado con una hermana de la reina Sibila. E n pro de Conrado se declaró el rey de Francia, mientras Ricardo Corazón de León favorecía a Guido, que se había adelantado a prestarle vasallaje. Por fin, el asunto se arregló de esta forma: reinaría Guido de Lusignan, pero a su muerte le sucedería
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Conrado, quien posteería entre tanto las ciudades de Beynut, Tiro y Sidón 3 8 . M u y apropiado y justo era el apelativo que llevaba el rey inglés de Corazón de León; lo demostraba siempre que salía al combate, sólo que le faltaba la lealtad caballeresca y a veces se dejaba llevar de la crueldad. E n la toma de San Juan de" Acre, Leopoldo de Austria plantó su estandarte en una de las torres; Ricardo lo arrancó y lo echó ignominiosamente al foso. Leopoldo no tardará en vengarse, y por lo pronto decide abandonar la Cruzada. También por divergencias con el inglés, el 31 de julio F e lipe Augusto se embarca para Francia entre las burlas y desprecios de los peregrinos, que lo tildaban de desertor, según el obispo Sicardi: Vah, qui fugis er íervam dominicam derelinquis! Desde aquel momento el jefe supremo de la Cruzada e s Ricardo Corazón de León. La fortuna le acompaña siempre ten los combates; la audacia le guía; la temeridad le hace meterse en graves riesgos, que terminan en proezas inauditas, admiradas del mismo Saladino te inmortalizadas en la leyenda y en el folklore oriental. Se gloriaba de salir de la batalla erizado de flechas enemigas, como un acerico; y a un emir que lo desafió públicamente, lo hendió con la espada, cortándole de un solo golpe la cabeza, un homfbro y un brazo. Magnífico soldado sin dotes de caudillo 8 9 . E n vez de atacar inmediatamente a Jerusalén, se dirigió contra Ascalón, pero Aladino se adelantó a destruir la ciudad antes que cayera en manos cristianas. Marchó, por fin, hacia Jerusalén, pero deteniéndoste primero a conquistar a Cesárea (7 de septiembre). Después de poner en fuga a Saladino, entra en Jaffa, Cuando quiere encaminarse a Jerusalén, y a los musulmanes han tenido tiempo para traer tropas de Egipto y fortificar la ciudad, por lo cual las Ordenes Militares le desaconsejan á Ricardo el ataque. A Saladino, que se empeñó en conquistar a Jaffa, le hizo levantar el sitio, haciendo prodigios de valor. Dudó en emprender una campaña contra Damasco o contra El Cairo, hiriendo - Causa de este fracaso fueron: la división en cuatro prmci_ pados o condados, sin un mando c e n t r a l ú n i c o y fuertefo* acierto de no poner bajo el rey de Jerusalén ^ ^ f ^ f a veces que dependían directamente del papa las rencillas qu e_ dividieron a Hospitalarios y Templarios si ^ ^ ^ e r í o lasar que estas Ordenes fueron el « a s torne sos ten oei p trai_ tino en Oriente; los celos de ^ n o s a.s c c^ 1 S d ^ e n ? r e griegos y clonando a veces la causa común; \ °^iendas e n t ^ s ^ ^ latinos que ahondaron el foso del cisma, en VB finalmente, el decaimiento del entusxasmoA en Occidente. ^ ^ » Los mismos turcos decían de el • ¿aecu i u m eiug no es el tum talem militem apparuisse^. * t «m £ Kre^süge I, sustineat incolumis" Cit, en WAAS, GescKictite «•« 211,
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al enemigo en el corazón, pero se entretuvo en negociaciones con Saladino, que tuvieron por resultado una tregua de tres años (2 de septiembre 1192). En ella se convino que los cristianos poseerían a Antioquía, Trípoli y la región de Tiro hasta Jaffa, con el derecho de visitar el Santo Sepulcro; en cambio, la ciudad dfe Accarón sería destruida. Pensó entonces Ricardo en regresar a Inglaterra, donde su hermano Juan Sin Tierra conjuraba con- los nobles y se ponía de acuerdo con Felipe Augusto para desposeerle del reino. El 9 de octubre de 1192 se embarcó con la esperanza de volver más tarde y ocupar (toda Palestina. E n vez de tomar puerto en Marsella lo hizo Cerca de Aquilea y quiso atravesar de incógnito Austria y Alemania; poro el duque Leopoldo lo hizo prisionero y lo entregó al emperador Enrique V I , quiten lo encerró en un castillo, y sólo en 1194 lo ^puso en libertad, mediante un rescate de 150.000 marcos de plata. 5. La Cruzada germánica.—Saladino murió en Damasco en marzo de 1193. E r a la ocasión más propicia para que los latinos emprendiesen otra Cruzada. El anciano papa Celestino III, que varias veces se había interesado por los defensores de T i e rra Santa, lanzó un férvido llama/miento en abril d e 1195. Respondió favorablemente el emperador Enrique VI, no porque tuviese sincera voluntad de luchar contra los infieles, sino' porque se ilusionaba que así se ganaría el corazón del papa y obtendría de él transacciones y privilegios, que hasta entonces le habían sido negados. D e hecho, el 31 de mayo tomó la cruz en Bari y reafirmó su propósito meses después en 'Worms. M u chos alemanes bajaron a Apulia y se dirigieron por mar a Chipre y San Juan de Acre bajo el mando de Conrado^ de Witelsbach, arzobispo d e Maguncia (septiembre 1197). Lucharon en Beyrut y Sidón y etí otras ciudades a las órdenes del duque d e Lorena y de Enrique de Champagne, y esperaban-, apenas llegase el emperador, entrar vencedores en Jerusalén, cuando de pronto la noticia de la muerte de Enrique VI vino a desalentarlos y a paralizar sus esfuerzos. Lo único que se logró fué una tregua de cinco años y ocho meses entre Amalrico II (1198-1205) y el hermano de Saladino, Malik-el-adil, por la que se concedía a los cristianos la ciudad de Béyrut.
V.
RESULTADO GENERAL Y FRUTOS DE LAS CRUZADAS
Llegados a este punto, hagamos algunas breves reflexiones sobre los efectos de las Cruzadas; pues aunque no hemos referido aún) toda su historia—remitimos la cuarta, quinta, sexta y séptima Cruzada a los pontificados de Inocencio III, Hono-
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rio III, Inocencio IV y Clemente IV—, y a desde ahora podemos adelantar que en las siguientes expediciones militares no se consiguió nada efectivo* y duradero, y que al llegar el último decenio del siglo xm los cristianos no poseían ninguna plaza en Palestina. Confesemos, pues, qu'e el objetivo militar y político que se perseguía con las Cruzadas no se alcanzó- en definitiva, ya que el reino de Jejusalén, tras el paréntesis de una centuria, siguió en manos enemigas del nombre cristiano. Advirtamos, con todo, que aun militarmente se consiguió mucho; se quebrantó el dominio musulmán en el Mediterráneo y pudo el Occidente navegar con más seguridad hacia tel Oriente; además, p a r l a fuerte ofensiva cristiana, los- temidos turcos no avanzaron sobre Corastantinopla, reduciéndose durante varios siglos a la defensiva, mientras en España s'e daba impulso decisivo a la Reconquista. Comercialmente las Cruzadas fueron increíblemente fructíferas para Europa; los países germánicos y escandinavos, antes recluidos en sí mismos, abrieron nuevas rutas terrestres y marítimas, con ricos emporios comerciales; Genova y Pisa acrecentaron en gran manera su poderío, Venecia consolidó su gran Imperio, fundado en el comercio oriental. Consiguientemente los productos dtel Oriente se dieron a conocer en E u r o p a y prosperó la industria. Socialmenite, con el progreso de la industria y con la ausencia de nobles caballeros se van transformando las condiciones económicas y la organización de la sociedad; el feudalismo recibe un golpe d e muerte, mientras la burguesía se desarrolla y exige derechos que antes eran exclusivos de los nobles y del clero. Culturalmente, se ensancharon los horizontes espirituales tanto como los terrestres; se avivó la curiosidad y empezaron a despertar la ciencias; cobró auge la geografía, la náutica, la medicina, las matemáticas, la astronomía, la literatura y la filosofía al contacto coa la cultura griega d e Bizancio y con los sabios musulmanes y judíos; también las artes se enriquecieron de formas y de ideas. Espiritiualmente, se 'hicieron infinitos actos heroicos de penitencia, d e abnegación, d e piedad y de fe, hasta morir gozosamente por Cristo; se fomentó la vida piadosa popular con las indulgencias, las reliquias de los santos, la devoción a la cruz y al Calvario., que cuajará más adelante en la práctica del vía crucis, etc.; se hicieron grandes limosnas y se crearon obras admirables de beneficencia, como hospicios, hospitales y otras instituciones de caridad; con la fundación de las Ordenes Militares, que llevaron el heroísmo al límite de lo sobrehumano, se desarrolló el espíritu caballeresco y el idealismo cristiano, que perdura en muchos caballeros hasta el siglo xvi.
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Añadamos, por encima de todo esto, que con las Cruzadas se estrecharon los vínculos de fraternidad cristiana entre los pueblos y sobre todo se acrecentó gigantescamente la figura del papa, como verdadero guía y jefe de la cristiandad, a cuya voz se ponían en marcha multitudes inmensas y poderosos ejércitos, a veces los mismos reyes; se extendió también la Iglesia por el Oriente, creándose nuevas diócesis, que luego darán nombre a obispos in pattibus in[idelium; se dedujeron al seno de la Iglesia romana algunos pueblos orientales desunidos por el cisma y la herejía, especialmente los maronitas y armenios; y, en fin, se encendió más el celo por la conversión de los infieles, empezando la labor evangélica por los propios musulmanes de África y Oriente y pasando luego a los tártaros. En contraposición a este lado luminoso, no hay que olvidar la crasa ignorancia religiosa y las supersticiones, que muchas veces movían a los peregrinos a tomar la cruz y dirigirse a Tierra Santa; la ambición de muchos jefes, los atroces actos de crueldad y salvajismo cometidos en el camino o en la misma guerra, la inmoralidad reinante en los ejércitos, etc.; y fes preciso confesar igualmente que en Europa, al contacto con el Oriente, cundió la relajación de las costumbres, principalmente " entre los señores y en las ricas ciudades comerciales; se infiltraron ciertos gérmenes d e maniqufeísmo, .que pulularon con los albigenses, y se empezó a ver el mundo y las cosas de una manera más humana, es decir, menos sobrenatural, más positiva y terrena, lo cual, desarrollándose en un nuevo clima histórico, pudo influir en los orígenes del Renacimiento y de la Edad Nueva40.
C A P I T U L O IV La reconquista
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española
de los siglos
XII y XIII *
La conquista de Toledo (1085), según queda dicho, marca e| inicio de la segunda fase de la reconquista española, que se extiende por todo el siglo xn y la primera mitad del xm, hasta * FUENTES.—J. SÁENZ DE AGUIRRE, Oollectio máxima Conciliorum Hispaniae et novi orbis (Roma 1753-1755) 6 vols; Historia Compostelana, en FLÓREZ, España sagrada t. 20 y ML 170; LUCAS DE TÜY (EL TUDENSE), Crónica de España. Primera edición del texto romanceado, preparada y prologada por Julio Puyol (Madrid 1926); ALFONSO VIII, Epístola ad Innocentíum III: ML 216, 699-703; RODRIGO JIMÉNEZ DE RADA, Historia gótica (o Chronica re-
rum gestarum in Hispania) trad. cast. en los tomos 88, 105 y 106 de "Documentos inéditos para la Historia de España". El texto latino en LORENZANA, Patrum Toletanorum opera t. 3; ALFONSO EL SABIO, Primera Crónica general, o sea Estoria de España que mandó componer Alfonso el Sabio, t. 1 (ed. de R. Menéndez Pidal, en NBAE, V, Madrid 1906); MARQUÉS DE LA VEGA INCLÍN, Guia de\
que las victorias de San Fernando y d e Jaime I n o dejan en manos de los moros sino el pequeño reino de Granada, y aun ése, tributario de Castilla. A mediados del siglo xm la recuperación de España podía darse por casi consumada; lo que faltaba era la unidad política, que no se logrará hasta los Reyes Católicos. Es una época d e prepotencia cristiana, iluminada por grandes triunfos, sin que falten algunos fuertes reveses, como los de Sagrajas, Uclés y Alarcos* I.
GRANDES CONQUISTAS CRISTIANAS
1. El Cid Campeador,—Enorme resonancia alcanzó la caída de Toledo en el mundo musulmán. Apurados los emires o reyezuelos de Sevilla y Badajoz, llamaron en su ayuda a los almorávides, tribu guerrera d e Berbería, que con su fanatismo viaje o Santiago (Madrid 1927) con traducción española del libro 5 del Codex Calixtinus; W. WHITEHILL, Líber Sancti Iacobi. Codex Calixtinus (Santiago de Compostela 1944), con estudios de Dom Germán Prado, O. S. B., y de Jesús Carro García. Otros documentos se encontrarán en los libros de López Ferreiro, de Vázquez áe Parga-Lacarra-Uría, González Falencia, etc. BIBLIOGRAFÍA.—M. DEFOURNEAUX, Les frangais en Espagne aux XI et XII siécles (París 1949); A. GONZÁLEZ FALENCIA, LOS mozárabes de Toledo en los siglos.XII y XIII (Madrid 1926-1930) 3 vols.; A. Hmci, Estudio sobre la campaña de las Navas de Tolosa (Valencia 1916); J. GOROSTERR'ATZU, Don Rodrigo Jiménez de Rada, gran estadista, escritor y prelado (Pamplona 1925); D. MANSILLA, Iglesia castellano-leonesa y Curia romana en los tiempos del rey San Fernando (Madrid 1945); A. M. BURRIEL, Memorias para la vida del santo rey don Fernando III (Madrid 1800); L. DE RETANA, Fernando III y' su época (Madrid 1941); J. GONZÁLEZ, Las conquistas de Fernando III en Andalucía, en "Hispania" VI (1496) 515-631; Primer congreso de historia de la corona de Aragón, dedicado al rey don Jaime I y a su época (Barcelona 1909-1913) dos tomos de monografías. Sobre Jaime I, véase también el capítulo que le dedica PUIG Y Puro, Episcopologio de la Sede Barcinonense (Barcelona 1929) p. 183-213; A. GORDÓN BIGQS, O. S. B., Diego Gelmirez, First Archbishop of Compostela (Washington 1949); J. BEDIER, Les légendes ¿piques (París 1926-1929); GASTÓN PARÍS, De pseudo Turpino (París 1865); C. DAUX, Sur les chemins de Compostela (Tours 1909); F . FITAA. FERNÁNDEZ GUERRA, Recuerdos de un viaje a Santiago de Galicia (Madrid 1880); G. GODDARD KING, The Way of St. James (Nueva York 1920); A. KJNGSLEY FORTER, Romanesque Sculpture of the Pilgrinage Roads (Boston 1923); A. LÓPEZ FERREIRO, Historia de la Santa 'A. M. Iglesia de Santiago de Compostela (Santiago 1898-1909) 11 vols.; L. VÁZQUEZ DE PARGA-J. M, LACARRAJ. URÍA, Las peregrinaciones a Santiago de Compostela (Madrid 1948-1949) 3 vols., obra definitiva, completísima bajo todos los aspectos, incluso el documental, artístico e ilustrativo; P . DAVID, Etudes sur le livre de Saint Jacques, attribué au pape Calixte II, en "Bulletin des Etudes portugaises", 4 art. de 1946 a 1949; J. VIELLIAKD, Pélerins d'Espagne & la fin du moyen age, "Homenaje a Rubio y Lluch" (Barcelona 1936) II, 265.
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religioso había constituido un gran Imperio en Marruecos y el Sudán. Acaudillados por el temible, y a muy anciano, Yussuf Ben Texufin, desembarcan en Algeciras, Vencen en la batalla de Zalaca o de Sagrajas (1086) a Alfonso V I y consolidan su dominio en toda la España musulmana. D e poco sirven, en aquel momento crítico, las tropas extranjeras que vienen de Aquitania. Languedoc y Provenza, capitaneadas por el duque Eudes de Borgoíia y por el conde de , Saint-Gilíes, Raimundo de Toulouse, el futuro héroe de la primera Cruzada. Sólo fel burgalés Rodrigo Díaz d e Vivar, llamado "el Campeador" (Campidoctor) por su destreza enl los combates y apellidado Cid (Señor) por los árabes, sólo este ínclito guerrero con geniales condiciones d e caudillo sabe resistir y desbaratar a los almorávides. El es el único que no se deja sorprender por la nueva táctica militar de aquellos que, contra el individualismo combatiente de los caballeros cristianos, pelean en masa compacta, con acometidas rítmicas y ordenadas, al redoble de los tambores y con. señales de banderas. N o nos toca a -nosotros describir 'el carácter de este personaje tan noble, tan austero y piadoso, tan mesurado y humano, tan "cumplido y leal", tan generoso y magnánimo con el vencido, qute sus mismos enemigos se ven forzados a aclamar sus virtudes; y la epopeya, al escogerle por protagonista de nuestro primer poema épico (El Cantar de Mió Cid), n o tuvo que idealizar sus rasgos, sino describirlo realísticamente. "|Dios, qué buen vasallo, si hubi'ese buen señor!" E s t o decían los borgaleses cuando le veían partir al destierro por intrigas d e cortesanos y "mestureros"; y esto decimos ahora, lamentándonos de que Alfonso V I , aquel rey que tuvo tan clara, visión política dfe España, n o tuviera pupila para descubrir a los hombres más aptos y servirse de ellos e n los momentos críticos de la patria. El Cid, con sus mesnadas aventureras y fidelísimas, liego a ser tan. poderoso como .un rey; el reino moro de Zaragoza estuvo prácticaimenite bajo su poder, o, si se quiere, bajo su protección; dos Veces hizo prisionero al conde de Barcelona; y dirigiéndose hacia levante, sus fuerzas fueron las únicas que cayeron sobre los almorávides, arrollándolos victoriosamente ten repetidos encuentros. El a ñ o 1094 conquista a Valencia, donde pone de obispo al cluniacense don Jteróme, "arreciado de pife e de caballo", "bien entendido en letras", que después ocupará la sede de Z a m o r a y finalmente la de Salamanca 1 , adonde llevará como valioso recuerdo el Cristo del Cid. 1 La obra clasica sobre el Cid es la conocida de R. Menéndez Pidal, ya varias veces citada. Que el Cid juegue en la historia de España un papel de héroe verdaderamente nacional, no lo negaba modernamente nadie; se había convertido en un tópico. Reaccionando contra ciertas idealizaciones ingenuas, la brillante y
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2. Nuevos avances.—El Cid murió el mismo año que Urbano II, el d e la conquista d e Jerusalén (1099)'- Poco antes, en 1096, el rey d e Aragón y N a v a r r a Pedro I se apoderaba dte Huesca, con gran júbilo del papa 12 . E n 1101 el mismo monarca entraba definitivamente en Barbastro y transformaba la mezquita en catedral. Cuando tel conde Berenguer Ramón II ponía sitio a T a r r a gona y se adelantaba a entregársela al papa (1090-1091) antes de conquistarla, Urbano II, por su parte, prometía el pallium a los obispos que allí se estableciesen, y algo más tarde—lo más pronto en 1096—s'e dirigía a los señores de Cataluña para ordenarles que no partiesen a la Cruzada d e Oriente, sino que en vez de intentar la conquista d e Jerusalén luchasen por conquistar a Tarragona; los méritos delante de Dios serían iguales 3 . También Pascual II, en abril d e 1109 y en octubre de 1110, exaltada pluma de José Camón ha ido al extremo opuesto, interpretando la figura cidiana como la de un mozárabe particularista, sin visión de totalidad nacional, y, por consiguiente, como una mentalidad retrasada a su siglo. Véase í l CMJ /Jñ^ün-^nn mozárabe, en "Revista de Estudios Políticos" 2CVII (1947) 109141. El estudio es digno de tenerse en cuenta, pero creemos que exagera y saca de quicio los hechos. Si Rodrigo D i a z d e vivar combate y vence al rey de Aragón y al conde de Barcelona unidos, no es porque pierda de vista la empresa nacional, sino porque éstos apoyan a un príncipe musulmán
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tuvo que prohibir a los españoles el que marchasen a la Cruzada de Palestina. Mientras en Castilla se producían mil trastornos, ocasionados por el matrimonio d'e doña Urraca con Alfonso de Aragón, matrimonio que tan próspero y augural podía haber resultado para la unidad nacional de no haber sido desgraciado conyugalmente, quiso la Providencia que los almorávides no atacaran por aquel costado, SÜK> que lanzasen sus acometidas hacia Cataluña, llegando a Barcelona"'en 1114. Ramón Berenguer III el Grande (1096-1131) supo hacerles frente, y el rey aragonés distrajo hábilmente las fuerzas enemigas amenazando a Zaragoza y adueñándose de Tudela (1114) con ayuda d'e algunos franceses, que le abandonaron ante las murallas zaragozanas. Nuevos triunfos reportaron las armas cristianas en años sucesivos. Ramón Berenguer se trasladó a Genova y Pisa para organizar una flota que echase a los musulmanes de las Baleares. Pisa y Luca mandaron sus naves, y en 1115 pudieron el conde y el obispo de Barcelona emprender la conquista de Mallorca, que al año siguiente estaba terminada, si bien cayó en seguida bajo el poder de Yusuf el almorávide. Aquella expedición marítima había tenido carácter de Cruzada, yendo en ella, como representante de Pascual II, el cardenal Boson. También Gedasio II quiso imprimir el mismo carácter a la conquista de Zaragoza emprendida por Alfonso el Batallador. Dicen los cronistas que el papa anunció esta Cruzada en un concilio de Toulouse, del que n o queda el menor vestigio; lo cierto1 es que el 10 de diciembre d e 1118 escribió al monarca aragonés y a sus tropas, que sitiaban a Zaragoza, ofreciendo la indulgencia y perdón completo de los pecados a cuantos cristianamente muriesen en la conquista de la ciudad *. Zaragoza se rindió el 19 de diciembre de aquel año. En pos de ella cayeron Alagón, Borja, Tarazona, Calatayud, Daroca, Monreal, Belchite, etc. Y n o encontrando y a enemigos en su reino, Alfonso el Batallador acometió aquella audacísima expedición por Andalucía que le llevó hasta Granada, a la que puso sitio, y hasta Vél'ez-Málaga, donde simbólicamente tomó posesión del mar y regresó libertando a millares de familias mozárabes. Un cuñado suyo, don Gastón, vizconde de Bearn, que había participado en la conquista de Jerusalén y más tarde en la de Zaragoza, corrió también a la toma de Tarragona (1119)', ciu<* JAFF¿;-WATTBNBACH, Regesta I, 777, n. 6665: ML 163, 508. Que participasen tropas francesas se explica, más que por tratarse de una Cruzada, por el hecho de ser los condados de Toulouse y Rodez, con las ciudades de Narbona, Cahors, Carcasonne, Albi, etcétera, vasallos de Alfonso, quien algo más tarde, cuando tomó a Bayonne, se intituló "Rey desde Bayona a Monreal". Sobre' la cautela con que hay que leer, en este punto, a Orderico Vital, véase V. LAFUBNTE, Historia eclesiástica de España XV, 58 nota.
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dad que fué entregada por el conde Ramón Berenguer III al obispo de Barcelona, San Olaguer, para que la repoblase y gobernase. Un año antes, en 21 d'e marzo de 1118, Gelasio II confería el palliam a San Olaguer, nombrándole metropolitano de toda la provincia eclesiástica tarraconense. En 1120 es recobrada Tarazona. Ramón Berenguer I V (1131-1162), llamado el Santo, se apodera de T o r t o s a (1148), dé Lérida (1149) y de otras plazas. Días dé paz interior y de triunfos exteriores alboreaban para Castilla y León, unidos bajo el cetro de Alfonso V I I el Emperador (1126-1157), de quien se declararon vasallos los demás reinos españoles (Aragón con Ramiro II el Monje, Cataluña con Ramón Berenguer IV, N a v a r r a con García Ramírez, Portugal con Alfonso Enríquez). Hasta Gascuña y Provenza vinieron a prestar homenaje al monarca castellano-leonés. Y como en la Península se desmoronaban uno tras otro los reinos musulmanes ante las cabalgadas de Alfonso, éste pudo soñar en que su título de "Emperador de toda España" iba a hacerse efectivo. En sus algaras, siempre victoriosas, por los campos de Andalucía, Alfonso V I I llegó hasta Cádiz, entrando en Córdoba y otras ciudades, que luego hubo de abandonar, y realizando en 1147 la conquista de Almería, inmortalizada en un poema latino 4 *. Su mayor desacierto lo cometió al dividir sus estados entre sus hijos, entregando León a Fernando II y Castilla al primogénito, Sancho III el Deseado. E l leonés conquistó en 116Q a Ciudad Rodrigo; el castellano murió muy pronto, dejando el trono a su hijo Alfonso VIII el Noble (1158-1214), que será el héroe de las N a v a s . U n o de los vasallos de Alfonso V I I , el conde y luego rey de Portugal Alfonso Enríquez, nieto de Alfonso V I por parte de madre, se cubrió de laureles en la guerra contra los muslimes, persiguiéndolos allende el T a j o (Alemtejo); venció a los almorávides en la batalla d e Ourique (1139) y fen Santaram (1147), y apoyado por los cruzados ingleses, holandeses y alemanes, a quienes la tempestad había arrojado a las costas portuguesas, conquistó Lisboa en 1147. Tantas victorias contra el enemigo de la cristiandad le valieron el reconocimiento del título real de parte de Alejandro III en 1179. Estos avances de las armas cristianas, que parecían decisivos, estuvieron, a pique d e perderse con la nueva marea musulmana que subió de África: de los almohades. Reprochando a los almorávides su interpretación demasiado literal, grosera y antropomórfica del Corán, se alzaron los almohades, proclamando la guerra santa en el norte africano. Conquistaron el 4 * L. SÁNCHEZ BELDA., Chronica Adefonsi imperatoris (Madrid 1950) edición crítica, con el Poema de Almería p. 165-86.
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Mogreb y pasaron a España. E n 1148 Córdoba se rendía a es- ,'¡ tos fanáticos del desierto; ten 1153, Málaga, y al año siguiente, ••; Granada. Los cristianos, del Norte sintieron el peligro y trata- •• ron de unirse y aun de pedir auxilio al Romano Pontífice. 3. Batalla de las Navas.—Turbulentos fueron los años de la menor edad de Alfonso VIII, mas apenas llegó a los catorcte ' años y pudo gobernar por sí mismo, demostró que poseía cualidades de gran monarca y alma de cruzado. Defendiéndose de sus rivales los rey'es de Lean, N a v a r r a y Aragón, atendió principalmente a la empresa nacional y religiosa d e la Reconquista. En 1177 ocupó la ciudad de Cuenca, y de sus muchas campañas recordaremos la de 1194, en que llevó sus hutestes hasta los muros d e Algeciras, desafiando al emperador de Marruecos y califa de los almohades Aben-Yusuf-Yacub-Almansur, que atravesó fel Estrecho y en la batalla de Alarcos (1195) venció e hizo retroceder a las tropas castellanas. .No se desanimó Alfonso con este revés, sino que reanudó sus expediciones victoriosas. P a r a lograr un triunfo definitivo \ necesitaba testar en paz con los otros reyes españoles y aun recibir su colaboración. Quien más le ayudó en esta tarea fué Rodrigo Jiménez de Rada, consejero un tiempo del rey d e N a varra y después arzobispo d e Toledo y canciller mayor de Castilla. El concertó en 1206 la paz d e Guadalajara entre Castilla, Aragón y Navarra; a él se debáó el tratado navarro-aragonés en 1209 s . Habiendo invadido la Península el nuevo emperador almo- í hade Abu-Abdala An-Nasir, por otro nombre Amir-Amumenin- ' Mohamed, al frente de un formidable ejército, pensó Alfonso j que era preciso pedir la colaboración d e toda la cristiandad, y [ con este objeto envió al arzobispo don Rodrigo a la corte de ¡I 6 Rodrigo Jiménez de Rada, uno de los más eminentes prelados que han ocupado la sede primacial de Toledo, es a la vez el mejor historiador de su época y uno de los políticos de visión más \¡ aguda y de conciencia más clara de la unidad nacional, por la que trabajó intensamente toda su vida. Nadie antes que él expresó tan claramente el destino unitario de los pueblos hispánicos. La primera historia integral de España la escribió él con noticias recogidas de los antiguos historiadores y cronistas, de ,. la tradición popular, sin olvidar loa cantares de gesta, y utili- ' zando sabiamente las fuentes árabes. Como arzobispo, a él se le debe la construcción de esa maravilla de piedra gótica que es la catedral de Toledo y el reflorecer de aquella escuela de traductores, a la que diera vida don Raimundo, para esplendor de la filosofía y de la ciencia. Murió don Rodrigo en el Ródano, vol-. viendo de Lyón, el año de 1247. Los datos principales de su vida, nos los da concisamente el epitafio de su sepultura en el monasterio de Huerta:
Mater Navarra, nutrix Castella, Taletum sedas, Parislus studiupii, niors HJiodanus, H o r t a mausoleuimi, caelum rtequies, ñamen lloderieus.
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Roma, suplicando al papa Inocencio III la concesión de las Indulgencias de Cruzada. Accedió gustosamente el Romano pontífice. Y salió don Rodrigo por tierras de Italia, Alemania y Francia predicando la Cruzada española y reclutando tropas. Como siempre, fueron los franceses del mediodía los más generosos y entusiastas. Vinieron muchos caballeros con los arzobispos dé Narbona y Burdeos y con el obispo de Nanites. Lucharon bien en la conquista de Malagón y de Caiatrava, pero su fanática crueldad con los vencidos repugnaba a los españoles, y bien fuese por estos disgustos, bien por la molestia del excesivo calor, en. julio y en Castilla, lo cierto es que abandonaron la empresa y se volvieron casi todos a su país anites del principal y decisivo encuentro con los muslimes. E n cambio, no faltó en la hora del peligro nacional Sancho el Fuerte, rey de Navarra, por más que personalmente estaba enemistado con Alfonso; tampoco podía desinteresarse el rey Pedro II d e Aragón. Ambos aportaron un contingente de caballeros, más selecto que copioso. El arzobispo don Rodrigo en su Historia y el rey de Castilla ten su minuciosa carta al papa nos dejaron la relación más autorizada que podríamos desear de aquel trascendental acontecimiento. Dejando el desfiladero d e Despeñaperros, que por testar defendido con guarniciones moras era imposible d e atravesar, andaban perplejos los cristianos, sin saber qué camino seguir, cuando de pronto u n campesino o pastor desconocido *, que la leyenda coíwirtió después en un ángel o en San Isidro Labrador {fallecido éste en Madrid hacia 1130), vino* a mostrarles unas veredas por las que pudieran fácilmente ganar las alturas de Sierra Morena y dar vista a unas navas o llanuras, las N a v a s de Tolosa, donde, había sentado sus reales el emperador almohade. Pasados dos días, sábado y domingo, en escaramuzas, por fin el lunes, 16 de julio d e 1212, determinaron los nuestros atacar a fondo. "El arzobispo de T o l e d o y los otros obispos que y eran—cuenta el rey Sabio—andidieron por las posadas de las campannas... predicándoles et avivándolos et esforzándolos .a la batalla tet perdonándoles todos sus pecados muy omillosamente et muy con Dios... Confesáronse et tomado el consagrado,cuerpo de nuestro Señor J'esucristo, guarnescieronse de todas sus armas, como era ¿mester. Bt salieron a la batalla, ordenadas sus haces... Don Diago López de Haro, con los suyos, ovo la delantera et los' primeros colpes; el haz de medio, £t esta era la de una costanera, ovo el Conde Don Gonzalo Núñez con los freyres del Temple «t del Ospital et de Uclés e t de Calatrava... En la postremera haz fue el noble Don AlB "Ad indicium cuiusdam rustici", dice Alfonso VIII en su carta a Inocencio III (ML 216, 701).
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fonso rey de Castiella et D o n Rodrigo arzobispo de Toledo con él, et los otros obispos". En el ala izquierda iba el rey de Aragón y en la derecha el de Navarra, el cual, avanzando hasta el campamente* del califa marroquí, que las crónicas llaman vulgarmente Miramamolíni —campamento que se hallaba "en somo del mont", rodeado por una muradla humana de recios moros atados entre sí con cadenas—, rompió con su maza aquellos hierros, mientras los musulmanes se 'defendían desesperadamente. Hubo un momento difícil, en que el rey Alfonso se dirigió a don Rodrigo, diciéndole; "Arzobispo, aquí mueramos, ca tal muerte conviene a nos et tomarla en tal artículo. et en tal angostura por la ley de Cristo; et mueramos en él". Respondió el arzobispo: "Señor, si Dios plaze essé, corona vos viente: de victoria, esto es, de vencer nos, et non de muerte, nin morir mas vevir; pero si de otra guisa ploguiere a Dios, todos cojnunalmiente somos parados para morir convusco" T. Poco después Aniir-Amumenim-Mohamed-An-Asir huía galopando a uña de caballo, mientras en el campo cristiano resonaba el clamor jubiloso de un Te Deum, cuyos ecos alegraron a toda la cristiandad. Aunque es verdad que el rey castellano atribuyó a milagro de Dios el éxito de esta batalla, nos parece inadmisible la diferencia de pérdidas de uno y otro bando. Escribe al papadiciéndole que de los moros sucumbieron en la pelea más de 100.000 y que 182.000 cayeron prisioneros, mientras que de los cristianos tan sólo murieron 25 o a lo más 30. Ciertamente fué aquella victoria el golpe más decisivo de la reconquista española. C o n razón la llamaron los árabes "la batalla d e la desventura". Inmediatamente se rindieron Baeza y Ubeda. Por su parte el rey de León Alfonso IX, que se había negado a participar en las Navas, ocupó Cáceres (1227), Badajoz (1227) y Mérida (1230). Y n o le será difícil a San Fernando, hijo del leonés y nieto del castellano, someter todo el resto del territorio a su dominio o vasallaje. 7 Primera crónica general (ed. de Menéndez Pidal,- p. 699-702). En su carta ya citada, dice Alfonso VIII que al frente del ejército cristiano iba la cruz y la imagen de María: "ímpetu equorum processimus, signo crucis Dominicae praeeunte* et vexillo nostro in quo erat imago beatae Virginia et filii sui" (ML 216, 702). Sobre el papel de Jiménez de Rada en la Cruzada y batalla de las Navas, cf. J. GORROSTERRATZU, Don Rodrigo Jiménez de Rada p. 67-90, 91-123.
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1. Significación de España»—Desde el siglo vm al xi España vive y lucha desconectada de Europa. Del xi al xm Europa viene hacia España por el camino d'e Compostela y con los caballeros que se ofrecen a participar en nuestra Cruzada. Cluny nos vincula estrechamente al resto de la cristiandad. E n todo este ti'empo España recibe más que da. Es cierto que en la duodécima centuria España instala en la frontera arábigo-cristiana esa aduana intelectual que es la escuela de traductores de Tol'edo, por la que los sabios de O c cidente reciben los tesoros de la ciencia griega, árabe y judía. Pero hasta el siglo xm podemos decir que el influjo español no se hace sentir fuera de la Península. Entonces sí, cuando San Fernando medita en conquistar el norte de África y su sobrino Jaime I de Aragón afirma su potencia marítima en el Mediterráneo; cuando los hijos y sucesores de ambos reyes intervienen decididamente en el concierto europeo—Alfonso X con sus aspiraciones al Imperio romano-germánico y Pedro III el Grande con la dominación de Sicilia—; cuando el rey Sabio levanta el monumento d e las Siete Partidas, la más gigantesca sistematización legislativa de la Edad Media, y San Raimundo de P e ñafort recibe de Gregorio I X el encargo de compilar las D e cretales; finalmente, cuando Santo Domingo de Guzmán ofrece a la Iglesia y al mundo su Orden de Predicadores y Ramón Lull enseña en la Universidad de París su Arte Universal y promueve la creación de escuelas orientales para la conversión del mundo musulmán, entonces no hay duda que los hijos de España significan algo en la historia general de Europa. Y es que en el siglo xm la gran tarea española, la de la reconquista del territorio nacional, podía darse p o r casi terminada. Unido Aragón con Cataluña desde 1164, dilata sus dominios bajo el cetro de Jaime I el Conquistador (1213-1276), apoderándose de las Baleares y anexionándose Valencia y otras ciudades, como Castellón, Gandía, etc. León y Castilla se unieron definitivamente, como cantaba Berceo, En el tiempo del Rey de la buena ventura, Don Ferrando por nomne, sennor de Extremadura, nieto del Rey Alfonso, cuerpo de grant mesura. 2. Conquistas de San Fernando,—San Fernando, uno de los mayores reyes españoles, rival de su primo San Luis d e Francia en las virtudes cristianas, en el espíritu caballeresco y en el celo por dilatar el reino de Dios; más afortunado que él en las guerras, contestó en cierta ocasión al hijo de doña Historia
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Blanca, que le invitaba a la Cruzada parestinense: "No faltan musulmanes en mis tierras". Quería ante todo dar remate a la Cruzada española. Habiendo hecho bendecir su espada y colocar la. Imagen de Nuestra Señora ten el arzón d e su caballo, temprendió una serie de campañas militares a cuál más gloriosa. Bajando hasta el Guadalquivir, ocupó la rtegión de Andújar y puso sitio a Jaén, que hubo de interrumpir porque le llegó la noticia de la muerte de su padre (Alfonso I X de León, f 1230); puso orden en el nuevo reino que lé venía a las manos, y, volviendo a Andalucía, tomó a Baeza y Ubeda (1233), mientras las Ordenes Militares se iban adueñando de otras plazas importantes. E n junio d'e 1236, fiesta de San Pedro Apóstol, entró triunfador en. Córdoba, la capital del antiguo califato; plantó la cruz sobre los minaretes, convirtió en catedral la gran mezquita y restituyó a Santiago de Compostela las campanas que Almanzor había arrebatado a la basílica del Apóstol. E n la expedición de 1240 conquistó las ciudades d'e Santaella, Zafra, Osuna, Marchena y otras. Hallándose enfermo, mandó a su hijo, el infante don Alfonso, contra Murcia, d e la que tomó posesión en 1243. Con esto Castilla cortaba el paso a los avances de Aragón, que ya no podía expansionarse más sin tropezar con el reino castellano, lo cual significaba que todo el resto del territorio peninsular quedaba para que lo conquistase Castilla. Murcia, además, como puerto mediterráneo, le venía muy bien a San Fernando para sus planes sobre África. En 1246 se le rinde Jaén, y el rey d e Granada se adelanta a tributarle vasallaje, pagándole 150.000 maravedís anuales y ofreciéndole tropas para las empresas militarles. Al año siguiente, conquista Carmona, dirige su ejército contra el reino de Sevilla, ante cuyos muros se presenta amenazador, mientras, remontando la corriente del Guadalquivir, la flota castellana, mandada por Ramón Bonifaz, derrota a la flota musulmana y rompe el puente de barcas que unía la ciudad con el barrio de Triana. Al cabo de un año de resistencia, Fernando III entra en la grande y próspera ciudad del Betis {noviembre de 1248) y hace de ella su residencia habitual. El resto de Andalucía viente sin dificultad a sus manos: Cádiz, Jerez, Sanlúcar, Santa María del Puerto, etc. Piensa entonces en dar el salto del Estrecho y penetrar en África. El papa aprueba la .expedición africana con fines misionales y para socorrer a los cristianos cautivos, que allí vivían con relativa tolerancia. La ocasión p a r a intervenir en Marruecos se le presenta espontánea. U n o de los pretendientes al trono marroquí le había pedido auxilio, y el rey castellano se lo prometió 8 . Desgraciadamente la muerte lte alcanzó, a los cincuenta y tres años, antes de realizar la empresa africana. Murió en el alcázar s Bibliografía sobre este p u n t o en MANSILLA, Iglesia Humo-leonesa p. 59-64.
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de Sevilla en 1252. "Et pues que este bienaventurado et santo rey dom Fernando vio que era complido el tiempo de la su vida et que era llegada la hora en qu'e había de finar, fizo traer y el su Salvador, que es el Cuerpo de Dios... E t cuando vio venir contra sí el freiré que lo aducie, fizo una maravillosa cosa de gran humidat: ca a la hora que lo asomar vio, dexóse .derribar •del lecho< en tierra, et teniendo los hinojos fincados tomó un pedazo de soga qtfe mandó y apegar et echóselo al cuello... Pues que tel cuerpo de Dios hobo recibido, como dicho habernos, fizo tirar d e si los pannos reales que vestie... Luego primeramente fizo acercar a sí D o n Alfonso su fijo et alzó la mano contra él, et santiguólo et diol su bendición... E t dixol más: Sennor te d'exo d e toda la tierra de la mar acá, que los moros del Rey Rodrigo de Espanna ganado hobieron; et en tu sennorio queda toda: la una conquerida, la otra tributada. Si la en este estado en que te la dexo la sopieres guardar, eres tan buen rey comino yo; et si ganares por ti más, mejor que.yo; et si desto menguas, non eres tan buteno como y o . . . E t dando ende grandes gracias et loores a Nuestro Sennor Jesu Cristo, demandó la candela que todo cristiano debe tener ten mano al su finamiento... et demandó perdón al pueblo et a cuanto® y estaban... Bt baxó las manos con la candela et adoróla en creencia dte Sancti Spiritu. E t mandó a toda la clerecía rezar la ledanía et cantar el Te Deum latxdamus en alta voz. D e sí, muy simplemente et muy paso, e n d i n o los ojos et dio el espíritu a Dios" 9 . San Fernando, que tenía un concepto claro "de la unidad nacional, nunca quiso guerrear con otros reyes, cristianos. Procuró estrechar los lazos d e amistad y de parentesco con el rey de Aragón y aspiró a incorporar el reino de Navarra. P a r a eso favorteció la subida al trono del cortesano trovador Teobaldo I (1234-1253), poniéndole la condición de que el primogénito y heredero del rey castellano se casase con la heredera del navarro y reuniese así ambas coronas. N o se verificó, por fin, este concierto; y Navarra, que y a n o podía extenderse hacia el sur, porque le habían cortado el paso los reinos de Castilla y Aragón, en vano se esforzó y suplicó por obtener alguna participación en las conquistas que se hacían a los moros. S e fué encerrando en si misma, y gobernada por una dinastía francesa, cuyos monarcas residían en su condado de Champagne y aun en París tanto como en Pamplona, es natural que volviese las espaldas a la Península para mirar a Francia; tanto, que cuando sus reyes desean luchar contra el islam, se van a la Cruzada de Oriente o a la de Túnez, con San Luis. Así, Teobaldo I y Tteobaldo II (1253-1270).
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crónica
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3. El alto rey don Jaime (1208-1276).—La figura de Jai- , me I, llamado con razón "el Conquistador", podría dignamente 1 ' emparejarse con la de San Fernando de Castilla y con la de ; San Luis d e Francia, si la pasión de la sensualidad no hubiese i empañado el brillo de su glorioso y largo reinado. Fué, con • todo, un monarca sinceramente piadoso y acérrimo defensor de la fe cristiana. Dotado de brillantísimas cualidades en lo moral* y en lo _ físico, "l'alt rei en Jaume", supo ganarse el amor, la 'estima y 1 la veneración de sus pueblos. Sojuzgó a la nobleza, y después de reunir "les corts" en Barcelona y obtener su entusiasta apoyo, 'emprendió en 1229 la conquista de Mallorca, que a c a b ó , ; en 1235 con la sujeción de todas las islas Baleares, nidos de ; piratas hasta entonces. De 1232 a 1238 realizó la conquista del reino de Valencia. s ] Apoyó generosamente a su yerno Alfonso X en la lucha !• contra los moros y le cedió el reino de Murcia, conquistado por • él en- 1266. Dícese que fundó hasta 2.000 iglesias. También, i. llevó a cabo una gran obra legislativa y administrativa ayudado • | por sus canonistas y legistas. .¡ El fué quien abrió a la historia d'el reino de Aragón los ho- 'I rizontes mediterráneos. Y una vez cumplida en la Península la ;: parte que le tocaba en la reconquista nacional, pensió en una } cruzada transmarina, de la que a su tiempo hablaremos. 4. Restauración eclesiástica española.—Por lo que hemos referido de la reconquista del territorio nacional, se ha podido ' entender la restauración paulatina de las iglesias y diócesis, ; pues lo eclesiástico solía marchar al mismo ritmo que lo político, ;¡ militar y civil. Buen cuidado tenían los monarcas de ir resta-. $ Meciendo los obispados y dotando a las catedrales en seguida \ que eran libertadas las antiguas sedes episcopales. ,' Surgieron, como se deja entender, muchos obstáculos y d i - . . ficultades en la delimitación de las provincias eclesiásticas. iL A pesar del empeño por conservar exactamente las circunscrlp-. ? ciones visigóticas, esto no fué siempre posible por la marcha t, desigual de la Reconquista. ' .} Hubo diócesis qu'e no pudiendo depender d e su legítima me- ;.¡ trópoli, por hallarse ésta bajo el dominio musulmán, se some- -.;! tieron a otra. Se crearon también algunas diócesis nuevas, provocando conflictos de circunscripción y de jurisdicción. Hemos descrito anteriormente el estado d e las diócesis y provincias eclesiásticas españolas a fines del siglo xi. Durante ,. los siglos XII y xra el ¡mapa se redondea y completa, con modificaciones importantes, no todas definitivas. La provincia tarraconense, restaurada por San Olaguer en , 1118, cuando la conquista d e la metrópoli, comprendía 13 dio- ;: cesis: Tarragona (1118), Barcelona, Gerona, Vich, Huesca
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(adonde se trasladó la de Jaca en 1096), Lérida (por haberse trasladado allí la d'e Barbastro en 1149), Tortosa (1148), Urgel, Zaragoza (1118), Pamplona, Calahorra, Tarazona (1120) y Valencia (1238), que en su segunda reconquista pasó a depender de Tarragona 1 0 . La provincia toledana, después d e la liberación d e Toledo (1085), no logró restaurar todas sus antiguas sedes. Su jurisdicción se 'extendía a las siguientes, 'además d e la metrópoli, Palencia, Osma (1088)', Segovia (1123), Sigüenza (1128), Cuenca (1177, que sustituía a las antiguas de Escavica y Valeria,), Segorbe (1245, aunque sus obispos desde 1172 s e llamaban de Santa María de Albarracín, donde residían hasta los tiempos d'e San Fernando), Córdoba (1236) y Baeza, que, restaurada en 1228, pasó a Jaén en 1246, sustituyendo a las antiguas Castulo Mentesa, Tucci y Egabrun, imposibles de restaurar por falta d e población o por haber sido completamente destruidas. La Iglesia compostelana, independiente d e Braga y exenta desde 1095, obtuvo en 1120 categoría-de metrópoli, reemplazando a la antigua Mérida de Lusitanda, y recibió las sufragáneas d e Salamanca (1102), Avila (1087), Coria (1142, 1200), Ciudad Rodrigo (1171), Plasfcncia (1188), Mérida (1234), Badajoz (1255), Lam'ego (1144), Guarda (1192-1215), adonde se trasladó la de Egitania o Idaña; Lisboa (1147) y Evora (1166). Como se ve, fuera de la ¡metrópoli, todas las diócesis d e Íai pro>vincia d e Compostela se hallaban lejos, en Castilla y Portugal. Las demás d'e Galicia pertenecían a Braga 1 0 *. La provincia bracarense comprendía, además d e la metrópoli (1071, 1090), las sedes de Mondoñedo, Lugo, T ú y , Orense, Astorga, Oporto (1113), Viseo (1057), Coímbra (1064): A estas cuatro provincias eclesiásticas h a y qu'e añadir la hispalense, que tuvo obispos mozárabes hasta mediado el siglo xii, y Vicente Lafuente piensa que nunca perdió el carácter metropolitano. Reconquistada en 1248, no vio Sevilla restauradas muchas de sus antiguas diócesis sufragáneas, como Ecija, Cabra, Niebla, Itálica, Marros, y por el momento rii siquiera Málaga, Guadix, Elvira, o Granada, y Adra (en Almería). Las que se le adjudicaron fueron Silves (Ossonova o Faro, resucitada pasajeramente fea 1188 y de un modo definitivo en 1253) y Medina Sidonia (1261), trasladada a Cádiz en 1267. 30 El primer documento que determina las diócesis sufragáneas de Tarragona es el de Anastasio IV en 25 de marzo de lio* (KEHR, Papstwhwnden in Katalonien I, 338, n. 65). No cita todavía a Valencia. A. UBIETO, Disputas entre los °°™P":clos ?? Huesca y Lérida en el siglo XII: "Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón" 2 (1946) 187 s. , „ , , * „ i l i p r o de *>* Zamora dependió en el siglo XII de Toledo, luego de Braga y por fin de Compostela. Sus vicisitudes véanse en MAN^ i l Disputas diocesanas entre Toledo, Braga y Compostela. "Anthologica Annua" (Roma 1955) 89-114.
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Diócesis exentas fueron declaradas en 1105 Oviedo y León. Habían gozado de muy alto prestigio' en los primeros siglos de la Reconquista, para soportar ahora la autoridad d'e la metrópoli toledana; y adujeron a su favor que en los tiempos visigóticos ninguna metrópoli había tenido derechos sobre ellas, que eran de creación posterior. También Burgos obtuvo el privilegio d'e la exención (1096), ya que el rey de Castilla no podía tolerar que esta ciudad dependiese eclesiásticamente de Tarragona. Conquistada Mallorca en 1229, surgieron conflictos entre los obispos de Barcelona y Tarragona, cuya solución fué que la nueva diócesis se declarase exenta (1237). Y finalmente Cartagena (1241), disputada tenazmente por las metrópolis de T o ledo y Tarragona, obtuvo d e Inocencio I V en 1250 no depender sino del Romano Pontífice; su. obispo se trasladó a Murcia en 1289 1T. 5. Prelados insignes, San Olegario (10607*1137),—Al reconstruir el. mapa eclesiástico hemos visto surgir tres grandes provincias o archidiócesis a fines del siglo xi y principios del xn. Al frente de esas tres provincias se alzan tres figuras gigantescas, cuyo relieve' merece destacarse n o sólo en la historia eclesiástica, sino en la política de España. Empecemos por la más pura y santa representación d e los prelados españolas de aquella época: S a n Olegario (u Olaguer). Nacido probablemente en Barcelona hacia 1060, aparece y a en un documento d e 1087 como notario eclesiástico y en 1093 como sacerdote. Ansioso de mayor perfección, entró en los Canónigos Regulares de San Agustín en San Adrián del Besos, y d e allí pasó a la casa matriz, o sea al monasterio de San Rufo, en la Provenza (1110), en donde n o tardaron en hacerle prior. Habiendo muerto en la campaña de las Baleares el obispo de Barcelona, quisieron los condes doña Dulce y don Ramón Berenguer III que viniese a sucederle San Olegario. Fué preciso que Pascual II le obligase en conciencia a aceptar la mitra barcelonesa (1116). Devotísimo del Romano Pontífice, hizo la visita ad limina, y al conocerle el nuevo papa Gelasio II, le nombró arzobispo d e Tarragona, concediéndole el pallium y los derechos metropolitanos (1118), con gran satisfacción del conde Ramón, que poco antes le había constituido a Olegario dueño y señor feudal de la ciudad reconquistada. Trabajó cuanto pudo en la reconstrucción y repoblación de Tarragona; mas para n o distraerse demasiado e n negocios impropios d e su cargo, renunció sus derechos feudales en p r o del caballero normando Roberto Aguiló. Su atención se concentró en la reforma ecle11
Consúltese el documentado capítulo que dedica Mansilla p. 91-137, a las "circunscripciones eclesiásticas en la España de San Fernando". Es muy útil el mapa adjunto. Las fechas son a veces discutibles. Compárese, por ejemplo, con FABRE-DUCHESNE., Le IAber censuum p. 211-217.
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siástica y en la reedificación d'e iglesias y monasterios. Modelo de todas las virtudes sacerdotales, se distinguía en la caridad con los menesterosos y en el celo por la religión. El maestro Renallo, su biógrafo coetáneo, lo llama "predicador al estilo de los apóstoles y erark> del Espíritu Santo" ll2 . Orderico Vital, tratando del concilio d e Reims (Toulouse 1119), en q u e intervino San Olegario, nos l o describe así: "El último día del concilio, el obispo d'e Barcelona, de mediano cuerpo y macilento, pero insigne por. su erudición, elocuencia y religiosidad,* pronunció un discurso sutil y profundo acerca d e la dignidad real y sacerdotal, seguido c o n suma avidez por todos cuantos pudieron oírle" a 3 . E n "el concilio Lateranense d'e 1123 fué elegido por Calixto II legado a látete, y c o n este cargo acompañó al conde Ramón Berenguer en la expugnación de Tortosa y Lérida, "consolando a los guerreros y confesándolos sacramentalmente con gran fruto", según dice su biógrafo. P o r devoción a Nuestro Señor, visitó los Santos Lugares d e Palestina, siendo recibido muy afablemente por el patriarca d e Jerusalén. A principios d'e 1125 y a estaba de vuelta. Luego le vemos en el concilio d e Cairián (San Zoilo, 1130), discurriendo con el legado cardenal Humberto y con el arzobispo d e Compostela Gelmírez sobre los problemas d e la Iglesia española. D e allí pasó directamente al concilio d'e Clermont (nov, 1130)., donde habló con San Bernardo, de quien era muy estimado, y donde reconoció al legítimo papa Inocencio II. Gozó San Olegario d é suma autoridad ante Ramón Berenguer III, con razón apellidado el Grande, quien en los- últimos días de su vida tomó el hábito de los Templarios, y así murió en los brazos del santo obispo, que había sido su amigo y consejero. Recordemos, además, que San Olegario intervino corno pacificador entre Castilla y Aragón a la muerte de Alfonso I el Batallador; defendió, e n carta a Inocencio II, l a buena memoria de San Ramón Guillem, obispo d e Roda (f 1126), y, en fin, presidiendo el sínodo d e Barcelona (nov. 1136), sínodo que solía reunirse d o s veces al año, anunció su próxima muerte, acaecida el 6 d e marzo d e 1137. Su cadáver permanece hasta el día d e hoy incorrupto 1 4 . ra Véase un ejemplo de su predicación en VILLANUEVA, Viaje literario t. 19, 271. a "Barcinonensis episcopus, corpore quidem mediocrls et macilentus, • sed eruditione cuín facundia et religione praecipuus, subtilem satisaue profundum sermonem fecit de regali et sacerdotal! dignitate" (ML 188, 881). 14 La fuente principal para la historia de San Olegario es la Vita Sancti Ollegarii, compuesta por el maestro Renallo, contemporáneo suyo y autor de otros escritos no despreciables. FLÓ-
HEZ, España sagrada t. 30: S. PUIG Y FUIG, Episcopologio
•tede barcinonense p. 133-153.
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6. Don Bernardo, arzobispo de Toledo,—No es fácil dfe enjuiciar la figura de este monje cluniacense y arzobispo toledano, que en la historia de España juega un papel de tanta importancia, ya que le tocó actuar en los momentos más decisivos de la reconstrucción nacional. Movido Alfonso V I de Castilla por el deseo d e hacer de Sahagún una especie de Cluny castellano, pidió a San Hugo Abad un monje que diera forma y gobierno a este monasterio. El escogido por San Hugo fué un tal Roberto, "monje cortesano, más para reformado que para reformador", en frase de Vicente Lafuente, y "pseudomonje", en expresión de Gregorio V I L Captóse Roberto con malos medios la voluntad de Alfonso V I y aun le instigó a rechazar el rito romano, ya admitido. Acusado a Roma por el legado Ricardo, reaccionó Gregorio V I I violentamente contra él, mandando a San Hugo que lo removiese inmediatamente de la abadía de Sahagún y lo recluyese en Cluny 1 5 . Los mismos monjes sahagunenses se habían negado a recibirlo. E r a preciso enviar otro, y el escogido fué Bernardo, nacido en Sauvitat de Aquitania, entre 1040 y 1045, que había seguido de joven la carrera de las armas y luego entrado en el monasterio d e San Aurencio de Aux, de la obediencia d e Cluny, de donde lé llamó San Hugo para enviarte a España. Presentado por Alfonso V I a los de Sahagún, éstos le aceptaron como abad en presencia del legado Ricardo (1080).Apenas implantó aquí la costumbre cluniacense, partió a Roma, con el fin de obten'er la exención y demás prerrogativas que el papa concedía a los que se ponían bajo la protección de San Pedro. Desde entonces Sahagún quedaba exento de toda jurisdicción que no fuese la de la Santa Sede, y sus abades recibirían la bendición directamente del Romano Pontífice, o bien del obispo que ellos prefiriesen. Alfonso V I le concedió el d o minio temporal de los territorios dependientes del monasterio, el cual prosperó tanto, que llegó a tener bajo sí a otros 120; pero el fuero concedido por el rey a la nueva villa, al dictado de don Bernardo, "fué tal—escribe Vicente Lafuente—, que en la colación y cartas pueblas de España n o se encuentra otro más bárbaro, tiránico y atrasado". E n consecuencia, motines y levantamientos contra los monjes reformadores 10 . Fué don Bernardo quien negoció el casamiento del rey con Constanza de Borgoña. Así que no es extraño que, conquistada Toledo, fuese el abad de Sahagún promovido a aquella sede, puesto el más alto de la jerarquía española. Violando la promesa, hecha a los moros por el monarca, de respetar su mezquita, don Bernardo se apoderó de ella por la fuerza. E n un viaje que hizo a la curia romana en 1088 recibió del papa el "
CASPAKJ Das Register Gregors VII 1. 8, 2, p. 517-18. Tenemos una buena y documentada historia en R. ESCALONA, Historia del Real Monasterio de Sahagún (Madrid 1782). w
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pallium arzobispal y los derechos primaciales para sí y para su sede. En 1092 fué honrado por Urbano II con el oficio de legado apostólico en España y en la provincia Narbonense. En 1096 le vemos otra vez junto al papa en Francia. Y en 1099, arrebatado de un entusiasmo non secundum scientiam, olvidado de la Cruzada nacional, hace voto d e tomar la cruz y trasladarse a Tierra Santa. Abandonando su sede, parte para Roma; pero aquí el papa le absuelve del voto, o, mejor, se lo conmuta, mandándole regresar y entregar a la Iglesia de Tarragona, cuya reconquista se creía inminente, la suma que hubiera debido gastar e n su viaje a Pal'estina 17 . E n Toledo los canónigos se habían rebelado contra el prelado ausente, sabido lo cual por don Bernardo recogió de paso en Francia numerosos paisanos suyos, con los que entró en Toledo, y a los que fué colocando como obispos en no pocas diócesis españolas. Casi todos eran excelentes personas, menos uno, por nombre Burdino, que de arcediano de Toledo pasó a ser obispo* de Coímbra y Braga, llegando luego a ser antipapa " Es interesantísimo el documento literario "Tractatus Garsiae Toletani canonici de Albino et Rufino", sátira humorística contra don Bernardo y contra la Curia romana, escrito, según parece, en esta ocasión. Su autor se dice Garsias, compañero del arzobispo en el viaje a Roma; probabilísimamente un canónigo toledano, literato de gran cultura clásica y agudísimo ingenio, que maneja los textos de la Biblia con el mismo dominio y con el mismo desenfado que los de Terencio, Horacio, Juvenal, Persio y Salustio, haciendo una obra regocijada y saladísima, con sal un poco rabelaisiana. La descripción del banquete pontificio es en verdad pantagruélica. Hay que ver con qué riqueza de vocabulario y fuerza de expresión pinta los diversos manjares y bebidas, junto con el apetito y avidez de los comensales. Todo es una tramn ingeniosa de citas bíblicas del más fino, aunque inocente, volterianismo, y con alusiones a poetas de la antigüedad, que producen con su doble sentido una impresión fuertemente humorística. Bernardo entra en Roma "munitus pretiosorum martyrum Albini atgue Rufini reliquis". Ya se adivina que lo de Albino se refiere a la plata, y lo de Rufino al oro que ofrece al papa. Por eso añade que, agradecido el pontífice, concedió a Bernardo cuanto pedia y guardó aquellas "reliquias" en el "gazofilacio de la santa Codicia, junto al propiciatorio de la bienaventurada AvidÍ3ima, su hermana, no lejos de la basílica de Avaricia, madre de ambas". Y el cardenal Gregorio Papiense, en una especie de brindis, exclama:' "Petite ergo per Albinum et accipietis, quaerite per Rufinum et invenietis; púlsate per utrumque martyrem et aperietur vobis... Sic ergo currite ad Romanum Pontificem ut comprehendatis". He aqui la caricatura del arzobispo de Toledo: "Tantae gravitatis persona, tam pinguis, tam rotunda, tam delectabilis... fortis ad bibendum vinum, turgebat enim venter extentus non modicum, utpote ubi salmonera totum uno prandio sepeliré consueverat" (MGH, IñbelH de lite II, 42535). No sabemos que se haya tenido presente este ingenioso monumento literario para la historia de la sátira en España. Sólo de referencia conozco un art. de María Rosa Lida de Malkiel sobre la Qarcíneida. en "Nueva Revista de Filología Hispánica" VII (1953) 248-68.
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al servicio del emperador Enrique V . Entre los demás que vinieron con Bernardo hay que hacer mención de San Pedro, obispo d e Osma, sobrino suyo, que fué el verdadero restaurador de la diócesis oxomense; de San Giraldo de Moissac, a quiten hizo chantre de Toledo y luego primer obispo de Sigüenza; de Pedro, arcediano d e Toledo, a quien puso en la sede de Segovia al ser restaurada aquella diócesis (1120); de Bernardo de Zamora, etc. Alguna vez se ha dicho que juntamente vino el famoso don J eróme, el fidelísimo compañera del Cid en las batallas, pero probablemente se había reunido ya anteriormente al Campeador. A manejos de don Bernardo se debe en buena parte la definitiva abolición dtel rito mozárabe; él presidió el concilio de León (1091) que suprimió la escritura, visigótica. Muerto Alfonso V I en 1109, hubo de intervenir en los disturbios que afligieron a Castilla por el casamiento infeliz de doña Urraca con el rey aragonés. Como este matrimonio fútese declarado inválido por Pascual II, manifestó el toledano que los cónyuges debían separarse so pena de excomunión; pero por más que convocó un concilio en León (1114) y otro ten Patencia el mismo año, no obtuvo el menor resultado 3 8 , y los reales esposos tan pronto se hacían la guerra como se reconciliaban inesperadamente. Quien más guerra le dio fué Gelmírez, disputándole algunas diócesis y no sometiéndose a su autoridad de legado apostólico de España. Tras un pontificado de más de cuarenta años, falleció don Bernardo en Toledo en 1126. 7. Don Diego Gelmírez de Compostela*—Frente al arzobisp o de Toledo, primado de las Españas, se alza a principios del siglo XII la personalidad más prepotente de la España de entonces, el prelado compostelano Diego Gelmírtez. "Ostentoso, magnífico, amante de grandezas y honores temporales, envuelto ' en perpetuos litigios, revolvedor y cizañero, quizá hubiera sido notable príncipe- secular; pero en la Iglesia española .parece algo extraño, si se piensa en los Mausonas y en los Leandros"; así habla Menéndez y Pelayo en los Heterodoxos, a quien debemos acotar, diciendo que también los tiempos eran muy distintos. Verdad tes que por los mismos años Barcelona nos da el dulce y caritativo San Olegario; pero nótese que aun el asceta barcelonés es un cruzado, un guerrero y repoblador de las ciudades, y nunca se vio envuelto en el turbio oleaje político, en el que forzosamente hubo de bregar Gelmírez. Nacido antes de 1070, de familia noble, como hijo del conde 18 También los papas so preocuparon de la situación interna de España, como se ve por los frecuentes legados que mandaron aquellos años: el cardenal Ricardo, que ya había estado antes, y el arzobispo de Arles, Gibelin, vienen en 1110; el abad de San Miguel de Chiusi (1113), /él cardenal Boson (1117), que reunió concilios en Burgos y Gerona; el cardenal Deusdedit (1118), y de nuevo los cardenales Boson (1121) y Deusdedit (1124).
Gelmíitez, se crió en el palacio de Alfonso V I , al lado de doña Urraca, y fué luego canciller del marido' d e ésta, Raimundo. E n 1093, siendo simple clérigo, es nombrado administrador de la sede vacante hasta la elección del cluniacense Dalmacio para la diócesis de Iria-Composttela. Dalmacio obtuvo en el concilio de Clermont (1095) que la sede iriense pasara a Compostela, quedando ésta exenta de otra metrópoli que no fuera la romana. Conseguidos estos privil'egios, muere Dalmacio (13 de diciembre 1096) y es elegido por segunda vez Diego. Gelmírez para administrar la diócesis. Hallándose de visita en Roma es ordenado d e subdiácono por el papa Pascual II, y a su vutelta a España consagrado obispo en el año 1100, Desde aquel momento, la más ardiente pasión de su vida será el ansia de engrandecer y dar el siumo esplendor nacional y mundial a la sede apostólica (del apóstol Santiago) d e Compostela 1B. Empezó por organizar su cabildo, rodeándose de 72 canónigos, que se decían cardenales (siete presbíteros y 65 diáconos), personas dignas, según le aconsejaba Pascual II 1 ? 0 , a cuyo vestuario y sustentación abandió convenientemente; hizo magníficas obras en la basílica de Santiago; restauró particularmente el altar del apóstol con suntuoso tabernáculo; reconstruyó el palacio episcopal; levantó claustros, colegiatas, monasterios, hospicios, escuelas., una iglesia para enterramiento de los peregrinos; realzó el culto divino y enriqueció el santuario de preciosas reliquias, aun a costa d e la Iglesia de Braga, a la que 'expolió "piadosamente", como dice la historia cornpostelana. E n 1104 Gelmírez v a a Roma, pasando por Cluny con fastuosidad de príncipe y liberalidad típicamente gallega. P a s cual II, que y a le había otorgado extraordinarios privilegios, le concede ahora el paltium y. estrecha los lazos de amistad con. teste gran prelado, cuyo poder e influencia en España podrían redundar en gran provecho de la Iglesia, L a adhesión firme y afectuosa d e Gelmírez a la sede romana n o se desmintió nunca. Bien es verdad que dte ella no recibió más que honores. Si se mostró manirroto en sus largiciones de dinero a Roma, creemos que pecan de maliciosos los que no ven en edlo más que intenciones simoníacas o sobornos disimulados. Geknírez procedía así siempre y Con todos. Lo mismo hizo con Alfonso V I I . Abundaba el oro en sus arcas y se complacía en mostrarse libeM Ya en 1049 había prohibido León IX, bajo pena de excornunión, el arrogarse tal título al arzobispo (sic) de Compostela, "quia contra fas sibi vindicaverit culmen Apostolici nominis" (JAFFÉ-WATTENBACHJ Regesta I, 533. n. 2176). 50 Historia Compostellana p. 33-34. Pascual II le concedió,, el 24'de octubre de 1105, que los principales personajes de su iglesia pudiesen llevar mitra "gemmata", al estilo de los cardenales romanos.
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ral y dadivoso. Si luego el oro sembrado a manos llenas fructificaba, tanto mejor. Y hay que advertir que a veces eran los mismos papas los qu'e se adelantaban a pedirle alguna donación. / Hasta Jerusalén llegó la fama de la generosidad de Gelmí- ¡ rez, y su patriarca acudió a él en demanda de socorros. Cuando en 1109 muere Alfonso VI, dejando a su nieto Alfonso VII, el hijo de doña Urraca, heíedero de Galicia, es Gelmírez el encargado de la educación del niño. Esto le fuerza a mezclarle en la política, "para desgracia suya. Al casarse en segundas nupcias doña Urraca con Alfonso I de Aragón, algunos nobl'es proclaman rey de Galicia al niño Alfonso VII,' mientras otros se declaran en contra. La conducta de Gelmírez en un principio pareció vacilante; después se puso decididamente de parte del joven rey de Galicia; rompe abiertamente con doña Urraca y llega un momento en que es pérfidamente encarcelado, pero se r'econcilia con la reina y lucha contra el aragonés. N o es cierto que la ruptura y el divorcio definitivo—después de tantos vaivenes—entre Urraca y Alfonso el Batallador s'e debiera a Gelmírez. Entre las innegables tropelías del ejército aragonés en los reinos de la esposa y la conducta veleidosa de ésta, que gobernaba tyrannice et nwlie~ briter, un día en paz y otro en gu'erra con el marido, no era fácil a ningún político hallar un camino medio y seguro, aunque tuviese el talento, la habilidad y diplomacia de Gelmírez. El mayor auge y engrandecimiento de ést'e data de la subida al trono pontificio de su amigo Calixto II, tío de Alfonso VII. Este papa se le ofrece espontáneamente, preguntándole si necesita de algo, "si Romanae Ecclesiae consilio vel auxilio indiges"; traslada la sede metropolitana de Mérida (todavía no reconquistada) a Compostela en febrero de 1120, y no contento con hacer a Gelmírez metropolitano con Avila, Salamanca y Coímba de sufragáneas, le nombra legado pontificio" para las provincias eclesiásticas de Mérida y Braga; cuando protesta don Bernardo de Toledo, alegando que él es el legado para toda España, interviene el papa en favor d'el compostedano, declarando que la legacía de Bernardo n o debe extenderse a Braga y Mérida. Tal vez Diego Gelmírez s'e excedió un tanto en sus atribuciones, pues lio contento con presidir concilios provinciales y ejercer su jurisdicción dé legado en los distritos que le pertenecían, dictó disposiciones de carácter general para toda España w, lo cual no podía soportar el de Toledo. Q u e a los con21 En el concilio de Compostela (abril 1124) manda que en toda España se observe la paz o tregua de Dios: "Mandamus ergo et Apostólica auctoritate constituimus ut... Pax Dei... in toto Hispaniae regno ab ómnibus christianis inviolabiliter teneatur" (Hist. Oomp. 417-418). ¿Y no se excede también territorialmente, cuando en el concilio compostelano de enero de 1125, dirigiéndose sin limitación ninguna, como en una encíclica papal,
cilios convocados por éste dejase algunas veces Gelmírez de asistir, se explicaba perfectamente, dada la rivalidad entr'e ambos existente. Tal es, en breves trazos, la figura del insigne prelado com'postelano, que s'e afanó cuanto pudo por circundar a su Iglesia de Santiago de un prestigio, más que nacional, europeo y universal B2 . • Los papas, excepción hecha d e Honorio II, lo protegen, reconociendo su grandeza, y tratan con él como con un rey. Los * r'eyes le respetan y solamente le persiguen, cuando no pueden tenerle de su parte. En cuanto señor temporal de sus dominios, Gelmírez se preocupa de la guerra contra los sarracenos y promueve la Cruzada; aun a los ingleses pid'e auxilio militar por medio de San Anselmo de Caniterbury; él defiende las costas gallegas contra los normandos, dando el primer impulso a la marina de guerra; construye un acueducto, r'egula los precios de los alimentos y del calzado en beneficio de los peregrinos y lleva a cabo otras mil obras, que proclaman su talento emprendedor y su grandeza de ánimo, a pesar de ciertos rasgos injustificables de ambición y de su tormentosa vida política, en la cual echamos de menos la ancha visión nacional que distinguirá en el siglo siguiente al gran Rodrigo Jiménez de R a d a 2 3 . "dilectas in Christo fratribus archiepiscopis, episcopis, abbatibus, unversisque sanctae Ecclesiae praepositis, regibus quoque, comitibus, caeterisque principibus, et omni populo christiano", prometía la protección apostólica a cuantos participasen en la Cruzada española, igualándolos en todo a los cruzados de Oriente, y concedía la indulgencia plenísima de todos los pecados? ¿Llegaban a tanto los poderes de un legado pontificio, restringido a dosM provincias? (Hist. Gomp. p. 428-30). "Hic itaque Ecclesiam suam adeo feliciter decoravit et moribus instruit, ut quanto luna stellis lucidior existit, tanto eam, praeter Romanam universae Ecclesiae in térra peregrinantis Dominam et praeter alias huic consimiles, in cunctis Dei gratia clarissime exaltavit" (Hist. Comp. 568). Sin embargo, sobre la gran indulgencia que se supone haber conseguido de Calixto II, véase N. PAUHIS, Berühmie, doch unecJite Ablasse, en "Hist. Jahrbuch" (1915) 498-501. M
' Fuente principal para la vida y hechos de Gelmírez es la Historia Compostéllana, que él encargó escribir a cinco de sus paniaguados (Hugo, Ñuño Alfonso, Podro Anaya, Giraldo y el maestro Rainerio). L. SALA BALUST, LOS autores de la "Historia Compostéllana", en "Hispania" 10 (1943) 16-69. Literaria y documentalmente es la mejor crónica de su tiempo. Parcial, ciertamente, y panegirista de su héroe; por eso el crítico debe prescindir de los juicios y encomios que en ella se encuentran, para atender a los hechos y a los documentos preciosísimos que nos brinda con admirable fidelidad. Véase ANSELM GORDON BIGGS, Diego Gelmírez, First Archbishop of .Compostela, obra muy útil para entender bien la Historia Compostéllana. Una regesta sistematizada de los 188 documentos allí aducidos puede verse en A. X. GARRIGÓS, La actuación del arzobispo Gelmírez a través de los documentos de la Historia Compostéllana, en "Hispania" (1943) 355-408. Otra bibliografía en A. Gordon Biggs.
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8. La invención del sepulcro de Santiago.—Es hora que digamos algo del santuario más célebre de España en la Edad Media y uno de los más concurridos de toda la cristiandad. Según hemos indicado ya, España, desde la invasión arábiga, vivía su propia historia trágica y solitaria, menos articulad que los demás países cristianos en la máquina polítJco-eclesiásj tica de Europa. Siempre ha tenido nuestra Patria algo de maríginal y fronterizo, como le sucedía en los siglos medios por ^1 lado apuesto a Bizancio. * / Sancho el Mayor abre en el siglo xi los puertos del Pirineo a las corrientes europeas, y su dinastía será la alentadora de este nuevo espíritu en Castilla, frente al tradicionalismo visigótico de León. Los monjes cluniacenses y los papas gregorianos aunan sus esfuerzos en el mismo sentido. M a s lo que acaba de sacar a España de su aislamiento es el Camino de Santiago, arteria pujante de religiosidad, de arte y de cultura, ancho cauce internacional por el que fluyen y refluyen ríos de peregrinos de todos los países y d e todas las clases sociales: reyes de E s paña, de Francia y de Portugal; duques de Flandes, de Aquitania y de Sajonia; arzobispos d e Alemania y de Italia; emperatrices, princesas 1 de Inglaterra y de Suecia; abades, clérigos, sabios, juglares, nobles, mendigos, mercaderes, artesanos, santos y pecadores... L a peregrinación al sepulcro del apóstol Santiago entra en la devoción popular como la peregrinación a las tumbas d e San Pedro y San Pablo en Roma, o al Santo Sepulcro de Nuestro Señor en Jerusalén. Retrocedamos un poco en nuestra historia. Al reinado de Alfonso II el Casto (f 842) se atribuye en Compostela a 4 un fenómeno prodigioso1, que muy pronto atraio las miradas de toda la cristiandad. Siendo obispo de Iria Flavia Teodomiro (f 847), se descubrió un monumento sepulcral con tres cuerpos, que se supuso eran de Santiago el Mayor y de dos discípulos suyos. Los primeros documentos auténticos que de ello hablan son de Alfonso III, y corresponden a los años 885 y siguientes; la crítica d e Barrau Dihigo no admite otros diplomas reales M El origen etimológico de Compostela no es, como tantas veces se repite, campus stellae, el campo en que apareció la estrella, milagrosa anunciadora del sepulcro del apóstol, sino Compostum y tellus, como dice la Crónica Iriense, o más bien, compostüe, que significa o puede significar el sitio en que se depositan los cadáveres. De hecho las excavaciones más recientes han demostrado que allí existió un cementerio antiquísimo, como que se remonta a la época del Imperio roma.no. El primer documento narrativo cierto que alude al sepulcro de Santiago es la Crónica Albeldense, que menciona en el año 881 al obispo "Sisnandus Iriae Sancto lacobo pollens'' (M. GOMES MORENO, Crónicas latinan de la Reconquista, en el "Boletín de la Real Academia de la Historia" t. 100 [1932] 606). Esta crónica, llamada de Albelda, se escribió, al menos Ja parte que nos interesa, en los últimos de-* ceñios del siglo ix.
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i \ anteriores. La primera narración detallada con los milagros que \ acompañaron al descubrimiento data de 1077. Cierto es que ya Ven la primera mitad del siglo ix se propagó por aquélla región 'de Galicia la noticia del milagroso hallazgo del cuerpo del apóstol, y pronto cundió por países más remotos, puesto que la recoge el Martirologio de Adón (857-860) y el adicionador de ¥
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-. Si diéramos crédito en este punto al Chronicon Sampiti (siglos x-xi), el papa Juan I X habría urgido a Alfonso III para que fuese consagrada una basílica, reedificada por este rey . sobre la tumba de Santiago 2 5 . E s t a consagración ciertamente L revistió gran solemnidad, realzada con la presencia de los obisf pos de Huesca, León, Astorga, Oviedo, Salamanca, Coila, Coímbra, Lamego, Viseo, Oporto, Braga, T ú y , Orense, Lugo, Britonia y Zaragoza con el propio d e Iria, llamado Sisenanp d o a 6 . También se dice que los monjes de T o u r s en Francia haI cia el 906 escribieron a Alfonso III deseando informes concretos I sobre el sepulcro del apóstol, al p a s o que solicitaban una limosa I na pecuniaria, que el monarca se la concedió de buen grado 2 7 . I Alfonso III hizo donación a la veneranda basílica d e Santiago de varias iglesias y monasterios, de villas y bosques, dando así comienzo a las infinitas dotaciones y privilegios con que la irán enriqueciendo los monarcas posteriores. El caudillo árabe Almanzor destruyó en 997 la basílica; se llevó las campanas, pero respetó el sepulcro del apóstol. Inmediatamente es reconstruida, y en 1075 el obispo Diego' Peláez planea y ponte la primera piedra d e la espléndida catedral románica, que coronará la magnificencia d e Diego Gelmírez. A principios del siglo xn dirá Calixto II que la tradición compostelaina en torno al sepulcro d e Santiago es recibida y venerada por todos los pueblos cristianos. Conocemos peregrinos desde 950. Y con los años v a creciendo el caudal de las riadas humanas. El siglo xn es el de mayor afluencia de peregrinos extranjeros. Los cantares de gesta, nacidos muchas veces a lo largo del camino que conduce a Santiago, inmortalizan el santuario gallego y propagan la devoción al hijo del Zebedeo. Los monjes cluniacenses. colaboran en la misma empresa con más eficacia que nadie. Ellos levan-
el poder de los sarracenos. jt « FLÓKHZ, tt>id. 19, 346-49. Allí les hace ei i<*"*
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tan conventos, hospederías y hospitales en la ruta que seguirán los peregrinos 2S. 9. El enigma del descubrimiento del sepulcro de Santiago*— Muchas veces nos hemos preguntado, sin hallar respuesta satis1factoría: ¿Por qué razón aquellos compostelanos o irienses de siglo ix dijeron que el cuerpo por ellos descubierto en un arca funeraria era precisamente del .apóstol Santiago? El sagaz ¡y brillante historiador benedictino Fr. Justo Pérez de Urbel propuso una explicación ingeniosa, que nosotros, en la primera edición de este libro, admitimos como hipótesis, pero que hoy rechazamos por infundada 8 9 . E n breves términos, la teoría urbeliana se reduce a lo/siguiente. Sabemos por una inscripción que en un templo de Mérida se veneraban durante la época visigótica varias reliquias de santos, entre ellas del apóstol Santiago. En la Compostela del siglo ix hallamos, con otras muchas reliquias, algunas que parecen coincidir con las de Mérida; en la hipótesis de Fr. Justo serian las mismas que fueron trasladadas a Galicia cuando la invasión sarracena. A fines del siglo vni, San Beato de Liébana difundía por las montañas, en momentos difíciles para la causa nacional, la noticia, aprendida quizá en el Breviarium apostolorum, d'e que Santiago había predicado en España: Regens Iohannes dextra solus Asiam, eiusque frater potitus Hispaniam. y presentaba al santo como patrono y protector de los españoles : Caput refulgens aureum Hispaniae tutorque nobis vernulus et patronus. Esto que oyeron los compostelanos, se entusiasmaron diciendo: aquí, en nuestra iglesia, poseemos nosotros el cuerpo 28 Pueden verse algunos documentos de fundación de hospitales para peregrinos en la obra de VÁZQUEZ DE PARGA-LACARRAURÍA, Peregrinaciones a Santiago, t. 3. Casi todos los monasterios de la ruta (Leire, Irache, Nájera, Cárdena, Santo Domingo de la Calzada, Frómista, Carrión, Sahagún, etc.) tenían hospitales adjuntos. 29 La, teoría levantó enorme polvareda, sobre todo en Galicia. Tuvo Fr. Justo el mérito de lanzarse el primero a la solución de un oscuro problema histórico y de estimular a otros a su estudio. La más apretada y precisa refutación se debe al canónigo compostelano M. I. Sr. D. José Guerra en la revista "Cohipostellanum", que luego citaremos. Admiramos la clara inteligencia, la exactitud, perfecta información y fuerza dialéctica del polemista, aunque no siempre estemos de acuerdo en la interpretación histórica de los hechos. El P. Urbel expuso-su teoría en la "Historia de España" dirigida por R. Menéndez Pidal, t. VI, España cristiana. Comienzo de la Reconquista (Madrid 1956) 51-57; y antes en las revistas "Hispania sacra" V (1952) 1-31 y "Arbor" 12 (1953) 501-25.
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del santo apóstol; venid a venerarlo". E n realidad no poseían más que una pequeña reliquia, quizá un simple brandeum. Y a esto se redujo la invención del sepulcro de Santiago, que tan célebre había de ser en ad'elante. Examinadas despacio las cosas, pensamos hoy: a) que no existe probabilidad alguna de que las reliquias compostelanas \proeediesen de Mérida (más bien vendrían de Oviedo, como ha demostrado D. José Guerra); b) ej, que en uno y otro lugar haya reliquias de algunos santos comunes, nada prueba; c) lo que se descubrió en Compostela—y esto tiene mucha fuerza— no era un brandeum ni una reliquia cualquiera, mezclada con otras de igual importancia, sino un cuerpo o esqueleto entero; d) finalmente, no comprendemos por qué los compostelanos se habían de alzar con la exclusiva del apóstol, siendo así que en otras ciudades de España y del extranjero se veneraban reliquias iguales del mismo santo, v. gr„ "en la cámara santa de Oviedo, en el monasterio de Saint Riquier, en N o t r e Dame de Jouarre y en otros lugares 30 . Rechazada esta tentativa de explicación, el enigma jacobeo sigue en pie, desafiando al historiador. Y repetimos la pregunta: ¿Cómo se les ocurrió a aquellos compostelanos del siglo IX de'cir que el cu'erpo por ellos descubierto era precisamente el del apóstol Santiago, hijo del Zebedeo? ¿Sabían ellos qué Santiago hubiese predicado en España? Probablemente no. Es posible que ant'es del 800 no hubiesen oído semejante noticia, y a que no existía de ello tradición española 81 '. ¿Sabrían acaso por tradición local que el- sepulcro 30 En Oviedo había ya en tiempo de Alfonso II el Casto reliquias "de ómnibus apostólas" (España sagrada 37, ,287-88). En Jouarre de Francia, "de ossibus sancti lacobi apostoli... De Iacobo fratre Domini", etc. (A. WILMART, Analecta Reginensia: "Studi e testi [Ciudad del Vaticano 1936] 59, 17). En el monasterio de Céntula o de Saint Riquier, "de reliquiis apostolorum lacobi, Philippi. Thomae", etc., según nos cuenta Angilberto, muerto en 814 (ML 99, 845). ¿Eran éstas últimas de Santiago el Mayor o del Menor? Probablemente no lo sabrían los mismos que las guardaban. 81 Los Padres de la Iglesia hispanorromana y visigoda nada sabían ; a ciencia cierta ni por tradición de la predicación de Santiago en la península Ibérica. Véase GARCÍA VILLADA, Híst. eclesiást, de España I (Madrid 1929) 46-56. Ya hemos visto en otro capítulo de esta HISTORIA que en el siglo X algunos obispos de la Marca Hispánica no admitían la venida de Santiago, y luego veremos que en el siglo XIII la impugnaba nada menos que la Iglesia toledana. Y es curioso que la tradición o leyenda nazca fuera de España. El primer documento que atestigua taxativamente la predicación de Santiago en la Península lo tenemos en los Catálogos bizantinos, o, hablando con exactitud, en lo que se llama su traducción latina, Breviarium apostolorum, que empezó a correr por Occidente a mediados del siglo vn. Las palabras textuales del Breviarium las citaremos en seguida. Es de notar que en este punto no son traducción de los Catálogos bl-
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del apóstol se conservaba oculto 'en aquel país? N o queda el más mínimo rastro. Ademas, no hay tradición oral—meramente oral—que no se corrompa antes de un siglo, si no la apoya y sostiene un documento escrito. Se dirá que pudo haber, a tra- I vés de los siglos, continuidad de culto, lo cual bastaría para / asegurar la tradición oral. Suposición enteramente gratuita. N o se demuestra que hubiese en Iria ningún culto a Santiago—ni las excavaciones arqueológicas lo han demostrado hasta ahora—;.' de haber 'existido el culto, hubiese sido sobre el sepulcro del santo; ahora bien; todos tienen que admitir que el lugar del se¿ pulcro era ignorado al tiempo de la invención. U n o de los mejores propugnadores de la tradición jacobea arguye de esta forma: "El desconocimiento d e éste '(lugar preciso), debido a un abandono temporal, se hace muy verosímil, atendiendo a las vicisitudes históricas de la región: ¿no sucede en Roma que textos antiguos nos aseguran la existencia de un cementerio en una zona y junto a una vía determinada, y, no obstante, su localización precisa ha costado muchos esfuerzos o sigue todavía ignorada?" 3!2. Pero, desgraciadamente, esos ferros antiguos son los que faltan en nuestro caso. Permítasenos ahora reconstruir, a manera de hipótesis, mientras n o se haga nueva luz, lo que debió de acontecer en Coanpostela. Nadie, en aquella diócesis de Iria, sabría nada de la predicación y del sepulcro de Santiago, fuera de lo que refieren los Hechos Apostólicos, cuando un buen día llegó a manos de algún monje o clérigo un códice en que se leían estas o parecidas palabras: "Iacobus filius Zebedaei... Hispaniae et Occidentalium loconum gentibus evangelium praedicavit... Sepultus in Marrnarica", o bien: "Sepulfcus est in Achaia marmarica" 6a . O fué quizá un códice más antiguo, venido de Francia, intitulado Breviarium apostolorum, que decía: "Hic (Iacobus) Spaniae Occidentalia loca praedicat, et sub Herodis gladio caesus occubuit, sepultusque est in Achaia marmorica" 34 . Dos cosas debieron sorprender e impresionar a los de Iria zantinos, pues el catálogo griego que más se le asemeja tan sólo dice lo siguiente: "Jacobo, el del Zebedeo, anunció el Evangelio a las doce tribus de la Diáspora, fué muerto por la espada de Herodes tetrarca y fué sepultado en la ciudad de Marmarica" (En pólei tés Marmarikés). Ninguna mención de España. Lofl textos griegos, en GARCÍA VILLADA I, 50, 62 32 J. GUERRA, El descubrimiento del cuerpo de Santiago en Gomnastela. seoiín la "Historia •de España" dirigida por Menéndez Pidal: "Compostellanum" I (1956) 548. Quien deseé informarse sobre el culto litúrgico del apóstol Santiago en los siglos VIII-IX deberá consultar A. FÁBREGAJ Pasionario hispánico (Madrid-Barcelona 1953) 198-200. 38 Estas palabras pertenecen al opúsculo De ortu et obitu patrum c. 71: ML 83, 151 y 1288. Lleva el nombre de San Isidoro, aunque se puede dudar de su plena autenticidad. 04 Palabras textuales del Breviarium apostolorum, en GARCÍA VIIXADA, I,. 61.
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en el relato de ese venerando códice latino: ,una, que el hijo del Zebedeo había predicado en Occidente y en España; ellos entendieron el occidente de España, esto es, Galicia. ]Qué magnífica gloria regional! Santiago era su apóstol. Y otra cosa verdaderamente misteriosa, que excitaba sus imaginaciones, era eso de que Santiago' estuviese sepultado en Marmarica, o Marmorica, o Achaia marmorica. ¿Qué lugar sería ése, tan enigmático? Nadie lo sabía descifrar entonces, como tampoco los historiadores y geógrafos modernos. La solución no tardó en venir. Alguien propondría la interpretación de "Arcas marmóricas" (el historiador tiene también derecho a lanzar conjeturas), y se acordaron de que en las proximidades de la ciudad había >una necrópolis antigua, cubierta de maleza, entre la que, a trechos, se descubrían ciertas arcas marmóreas. ¿No sería éste el lugar de la sepultura del apóstol? 35 . Absurdo nos parece hoy día ese pensamiento y esa convicción basada en pruebas tan fútiles, pero sabemos que cosas más extrañas y con menos fundamento imaginaban y creían los hombres medievales, sobre todo tratándose de reliquias de santos. Y si luego vino un ermitaño—como se contaba en el siglo xr— afirmando que los ángeles le habían revelado el lugar preciso de la sepultura del apóstol, ¿cómo iban a dudar aquellos gallegos de que en su tierra tenían el cuerpo de Santiago? S6 . Conocemos en la Historia innumerables casos semejantes, en que por medio de sueños y avisos celestiales se descubren cuerpos de mártires, objetos maravillosos y sagradas reliquias; 35 Que a las palabras "Achaia marmarica" les dieron un significado toponímico, refiriéndolas a un lugar de su ciudad, se ve por los diplomas de Alfonso III, los auténticos y los dudosos y espurios. Escribe, v. gr., en una donación del año 885, admitida por Barrau-Dihigo como auténtica: "Iacobo apostólo, cuius sancta et venerabilis ecclesia sita est in locum arcis marmoriois, ubi Corpus eius tumulatum esse dignoscitur territorio Galléele" (LÓPEZ FERREIROJ Historia II, apénd. 17). En las actas de consagración de la iglesia del año 899 leemos: "Edificatum est templum sancti Salvatoris et sancti Iacobi apostoli in locum arcis marmoricis" (LÓPEZ FERREIRO, Historia II, apénd. 25). Frases idénticas ibid., apénd. 14.15.19.21.22.24.27. Para distinguir los diplomas auténticos de los no tales, véase L. BARRAU-DIHIGO^ Etude sur les actes des rois asturiens, 718-910: "Revue hispanique" 46 (1919) 1-192. 34 Leemos en la Concordia de Antealtares del año 1077, entre el obispo Diego Peláez y el abad San Fagildo, lo siguiente: "Cuidam anachoritae, nomine Pelagius, qui non longe a loco in quo apostolicum corpus tumulatum iacet, degere consueverat, primitus revelatum esse angelicis oraculis dignoscitur. Deinde sacris luminaribus quampluribus fídelibus in ecclesia sancti Fe~ licis de Lovio commorantibus ostenditur; qui inito consilio Iriensem episcopum dominum Theodemirum arcessiverunt, sanctam visionem illi detegentes. Qui inito triduano ieiunio, fidelium coetibus agregatis, beati Iacobi sepulchrum marmoreis lapidibu.s CQ?V tectum invenit" (LÓPEZ FERREIROJ Historia III, apénd. 1),
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y vemos que los más ilustres obispos—llámense Ambrosio o Agustín—creen a pies juntiñas tales invenciones 3 7 . En el caso compostelano lo que se descubrió fué un esqueleto antiguo, que se dijo ser del apóstol Santiago, junto a otros dos, que—no sabemos por qué, acaso por la revelación del ermitaño—se atribuyeron a dos discípulos del santo. El obispo; Teodomiro (muerto el año 847 t según lo atestigua su lauda se/ . pulcral, descubierta en 1955) dio aviso del milagro al rey astui- i riano. Y Alfonso II el Casto (793*-842) se apresuró a mostral: í su devoción, levantando sobre el sepulcro un pequeño templo, : opere parvo, que al finalizar aquel siglo daría lugar a otro más suntuoso, construido por Alfonso III. Las riadas de peregrinaciones, desdfe más allá de los Pirineos, no tardarían en ponerse i en movimiento. Serán los cluniacenses sus más férvidos prcpa- ? gandistas y conductores. 10. E l itinerario de los peregrino® hasta Galicia,—En el monasterio.de Cluny, hacia 1140 o poco antes, surge, por mano d e Aimerico Picaud, una compilación ascético-liistórico-litúrgica X que tiene por objeto el fomfcntar las peregrinaciones á Santiago. '•• E s el Lz'fcer Calixtinus, así llamado porque su compilador se lo 1 atribuyó al papa Calixto II, queriendo autorizar la obra con el ; nombre de este pontífice, hermano del condfc de Galicia Rai- ,•* mundo, y que elevó la sede de Santiago, como hemos visto, a \ la dignidad de metropolitana. Comprende el.códic'e calixtino: j sermones y oficios litúrgicos en honor de Santiago, milagros del •, apóstol, el relato de la traslación de Santiago desde Jerusalén . hasta Galicia, la crónica del Pseudo-Turpín y una guía d"e los f peregrinos 3 8 . i E n la última parte se describen los caminos que debían s&j ¡, " El doctísimo bolandista H. Delehaye escribe: "Ce n'était-' pas plus la tradition des Eglises que Ton invoquait, mais des! présomptions ou des vraisemblances, souvent, helas, moins que; tout cela, pour établir l'identité d'un cadavre... Ces découvertesí se compliquent des songes et d'avertissements surnaturels" (Les: origines du cuite des martyrs [Bruselas 1933] 73). Y sigue na-; rrando muchos casos concretos de descubrimientos per som-wiww/1 que podrían fácilmente multiplicarse. Tan frecuentes llegaron' á-ser en la Edad Antigua, que el concilio Cartaginés, del 398, re-,?probó el culto mal fundado en sueños y vanas revelaciones: "per, somnia et per inanes quasi revelationes quorumlibet hominum| ubique constituuntur altaría" (MANSI, Concilio, III, 971). Si esto? ocurría en el siglo iv, piense el lector qué sucedería en el rne^ dioevo, cuando la credulidad era mucho más pueril, la !magln&-í ción trascendía los límites del absurdo y el afán de poseer r*; liquias llegaba a la superstición. ';v 88 Editado íntegramente• por W. Muir Whitehill en Sa.nüᣠde Compostela, 1944. El libro 5, que es una especie de Btied#kr¿ medieval, ha sido varias veces editado y traducido. Sostiofí P . David que la compilación fué hecha hacia 1130 y es anterior^. Plcaud; éste la copió bellamente y añadió algunas canctoaea <*; peregrinos. Los elementos más antiguos perSa» de 1110.. ' ''
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guir los peregrinos desde Francia, con curiosas indicaciones topográficas, calidad del agua de las fuent'es, carácter de los habitantes, reliquias y santuarios que se podían visitar, etc. Cuatro rutas venían- de aílende los Pirineos a unificarse en Navarra. La primera tomaba esta dirección: Saint-Gilíes, Montp'ellier, Toulouse, Canfranc, Jaca, Leire, Mónreaí. La segunda: Le Puy, Conques, Moissac, Ostabat, San Juan de Pie del Puerto, Roncesvalles, Vi'scarref, Zuviri, Pamplona. L a tercera: V é zelay, Limoges, Périgueux, Ostabat... La cuarta: Tours, Poitiers, Saint-Jean d'Angély, Saintes, Burdeos, Ostabat... Juntábanse las cuatro 'en Puente la Reina; y desde allí el camino era único, por Estella, Los Arcos, Logroño, Navarrete, Villarroya, Ñajera, Santo Domingo de la Calzada, Redecilla del Camino, Belorado, Villafranca, Montes de Oca, Atapuerca, Burgos, T a r dajos, Hornillos del Camino, Castrojeriz, Itero del Castillo, Ftómista, Carrión, Tiendas, Mansilla, León, San Martín del Camino, Puente de Orbigo, Astorga, Rabanal del Camino, Irago, Molina Seca, Ponferrada, Cacabelos, Valcárcel, Castro Sarracín, Villaus, Cebrero, Linares del Rey, Triacastela, San M i guel, Barbadelo, Puertomarín, Salas de la Reina, Paiaz del Rey, Lebureiro, Boento, Castañola, Villanova, Ferreiros y, por fin, Compostela, "apostólica urbs excellentissima, cunctis deliciis pl'enissima, corporale talentum. beati Iacobi habens in custodia; unde felicior et excelsior cunctis Yspanie urbibus". E n trece jornadas hacían el camino desde las gargantas del Pirineo hasta la tumba del apóstol. E s t o cuando lo hacían a caballo, porque a pie tardaban más del doble. Había, naturalmente, en España otros ramales o caminos afluentes, que no se describen en el Códice Calixtino, v. gr., el d'e Bayona, Irún, Vitoria, Burgos, y el de la costa cantábrica, que penetraba por Oviedo hacia Lugo. Antes de emprender el viaje,, los per'egrinos de lejanas tierras se procuraban a veces un salvoconducto del rey o señor de su país 8 9 ; iban luego a un monasterio a confesarse, hacían testamento si habían de tardar en regresar, depositaban sus •alhajas y dinero en manos del abad y recibían de éste un bordón, tal vez una calabaza para llevar agua o vino, acaso una esclavina o una escarcela, y partían después de hecha su oración. Por el camino recordaban los milagros obrados por Santiago con sus devotos, escuchaban los romances y cantaras de los juglares y se animaban mutuamente con el Canío de Ültreya: E ultreia! E suseia! decantemus iugiter! 89 Véase algunos de estos salvoconductos o pasaportes • d«n, expedidos en diversas naciones a los peregrinos, en i e Vázquez de Parga-Lacarra-Uría, t. 3.-
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Herru Sanctiagu! Grot Sanctiagu! E ultreia! E suseia! Deus, adiuva nos!4" Al llegar a Tricastela tenían la costumbre de recoger piedras1' calizas y llevarlas hasta Compostela, donde se hacía cal para la construcción de la basílica compostelana. E n Ferreiros redob l a b a n la marcha, para llegar cuanto antes al Monte del p o z o , desde donde porfiaban a correr disputándose la honra de divisar antes que ningún otro las torres santiagu'esas. Antes de entrar en la basílica lavábanse los pecadores en una fuente- o piscina, y esperaban luego de rodillas hasta que el legado, con otros sacerdotes, l'es daba la absolución. Entre los cantos litúrgicos resonarían estrofas como éstas: Flos apostolorum, decus electorum, lacobe, iuva!
Te clamant cunctorum voces saeculorum, lacobe, iuva!
Gallecianorum dux et Hispanorum, lacobe, iuva!
Sis peregrinorum salvator tuorum! lacobe, iuva 41 .
11. Policromía racial y unidad de espíritu.—Describiendo la variedad de gentes que a Santiago acuden, agota el supuesto Calixto (Aimerico Picaud) sus conocimientos geográficos. S e ve que no ha querido olvidar ningún nombre, por bárbaro que sea, de país o de raza, en su interminable letanía. "Allí se reúnen —dice—de todos los climas del mundo: francos, normandos, escoceses, irlandeses, galeses, alemanes, iberos, gascones, baleares, navarros impíos (por ésta y otras frases más fuertes se advierte que le trataron mal en su paso por N a v a r r a ) , vascos, godos,, provenzales, los de Warasqute, lotaringios, caítos, anglos, bretones, los de Cornuailles, flamencos, frisones, los del Delfinado y la Sabaya, italianos, pulieses, los de Poitou, aquitanos, griegos, armenios, dacios, noruegos, rusos, georgianos, los de Nubia, partos, romanos, gálatas, efesinos, medos, róscanos, calabreses, sajones, sicilianos, asiáticos, del Ponto, de Bitinia, de la India, cretenses, jerosoliímitanos, antioquenos, galileos, sardos, chipriotas, húngaros, búlgaros, esclavones, africanos, persas, alejandrinos, egipcios, sirios, árabes, colosenses, moros, etíopes, filipenses, capadocios, corintios, elamitas, de Mesopotamia, libios,, cirenenses, de Panfilia, de Cilicia, de Judea y otras innumerables gentes dte toda lengua, tribu y nación, que llegan por compañías * "¡Señor Santiago! ¡Gran Santiago! ¡Y adelante! ¡Y arriba!". Ultreya viene del francés medieval outree, que signme*. adelante (lat. ultra), y su.?eia del francés susee, arriba (lat. SUT4¡
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' W. MUIR WHITEHILL., jj%bcr ¡Sancti Iacobi I, 227-228.
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y falanges; y con acciones de gracias cumplen sus promesas al Señor, ofreciéndole alabanzas. Llénase de gozo y de admiración el que contempla los coros de los peregrinos Velando en torno del sacro altar del bienaventurado Santiago. De una parte se colocan los alemanes, de otra los francos, y de otra los italianos, todos con cirios encendidos en las manos, de suerte que la iglesia toda brilla como el sol ten un día espléndido. Cada- cual permanece con sus compatriotas en vigilia y oración. Unos salmodian al sonfde las cítaras; otros, al son de las liras; éstos, en acompañamiento de tímpanos; aquéllos, de flautas, y los de más allá dte pífanos, o de trompeta^, o de arpas, o de violas, o de ruedas británicas y gálicas, o de salterios, y d e variados instrumentos músicos. Quién llora sus pecados,, quién recita salmos, quién d a limosna a los ciegos. Se oyen allí diferentes géneros d"e lenguas y los diversos ciar mores y cantilenas de los extranjeros, alemanes, ingleses, griegos y de las demás tribus y naciones de todos los climas del mundo. N o hay lenguas ni dialectos cuyas voces allí no resuenen. Tales vigilias se observan con la mayor diligencia, pues unos van, otros vienen, y todos presentan sus sacrificios. Si alguno entra triste, sale alegre. U n a ininterrumpida solemnidad, una fiesta continua es la que allí se celebra... N i de día ni de noche se cierran las puertas de la basílica, y en ella nunca es de noche, porqufe con luz esplendorosa de candelas y cirios brilla como un mediodía. Allá van los pobres, los ricos, los bravos caballeros, los plebeyos, los magnates, los ciegos; los mancos, los optimates, los nobles, los proceres, los prelados, los abades; unos con los pies descalzos, otros sin nada propio, y otros ligados con cadenas de penitencia. H a y quien lleva la cruz en las ¿nanos, como los griegos, y quien reparte sus bienes a los pobres, y quien trae hierro o plomo para la obra de la basílica del apóstol" *2. U n botafameiro o colosal incensario, suspendido de la techumbre, se movía oscilando, mediante un mecanismo, a fin de purificar el aire en las largas vigilias de grandes aglomeraciones. Cumplidas sus devociones y pregarías, poníanse de nuevo en marcha los peregrinos hacia su tierra o hacia nuevos santuarios, n o sin antes proveerse en los comercios de la dudad de las típicas conchas o veneras sarutiaguesas, con que adornaban sus esclavinas. |Y a pisar otra vez aquellas rutas empedradas a trechos de grandes lastras! N o s dice la crónica silense Que Sancho el M a y o r abrió el camino desde los¡ Pirineos a Nájera,, rectificando el trazado, que antes torcía por Álava. Los puentes d'e Logroño a Compostela los levantó o restauró Alfonso V I . •
Ibtd. I, 17, P- 148-149.
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Y Santo Domingo de la Calzada lleva este apellido por haberse consagrado a construir y reparar el camino de Pamplona a Nájera y Burgos, tarea de caridad y beneficencia en qu'e tuvo por sucesor a San Juan de Ortega. 12. "¡Santiago y cierra España!"—Santiago el Mayor, el "Hijo del trueno", según expresión del Maesitro, el protomártir de los apostóte, entra en la historia de España como un español más, como el primero de nuestros compatriotas, como el héroe máximo de nuestra Reconquista, y esto por obra de la devoción y de la fantasía, que también hacen historia. A mediados del siglo xm decía muy ufano y jactancioso tel monje castellano autor del 'Poema de Fernán González:
•" Primera crónica general de España, c. 629 (ed. Menéndez Pidal) p. 369. El texto latino de Jiménez de Rada omite las palabras de Cristo al rey. LORBNZANA, Patrum Toletanorum opera > n i , 87.
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gelista, el haber disfrutado con él y con San Pedro de la predilección .del Maestro y las especiales relaciones que lo unían con la Santísima Virgen (máxim'e. desde que a fines del siglo xm empezó la tradición del Pilar de Zaragoza), lo hacían más amable al corazón de los españoles. Ningún otro apóstol fué tan popular. E n la historia del arte (iglesias, altares, estatuas, cuadros), en la historia de las instituciones (Ordenes de caballería, cofradías, hospitales) y en el folklore, Santiago es de una importancia incalculable 4S . ¡Cuántas veces la leyenda, metiéndose en la tradición y en el alma del pueblo, llega a s'er más eficiente y fecunda que la .misma historia! ¿No aconteció algo semejante en Grecia con los poemas homéricos?
Fuertement quiso Dios a Espanna honrar, cuando al Santo Apóstol quiso y enviar; d'Inglatierra e Francia quiso la mejorar, sabet non yaz apóstol en tod aquel logar (estrofa 155).
j Los monarcas, los caballeros, la nación entera, y particularmente sus ejércitos, se pusieron bajo su patrocinio. Y cuando en el reinado de Felipe III.se nombró a Santa Teresa patrona de España "después del apóstol Santiago", aquel ardiente español que se llamó don Francisco de Qüevedo protestó enérgicamente en un memorial, defendiendo la exclusiva del apóstol ••' en el patronato nacional. La leyenda, que todo lo adorna y a todo suministra'expli- , cación y fundamento, no podía faltar. En el siglo xm la. recogió '; Jiménez de Rada y la glosó el Rey Sabio, al contarnos cómo s Ramiro I de León (843-850), viéndos'e en gran aprieto por ha- ,; berse negado al fantástico tributo de las cien doncellas, invocó ,! a Santiago, y éste, apareciéndosele en sueños, le confortó así: í, "Sepas que Nuestro Señor Jesucristo partió a todos los otros apóstoles, míos hermanos, et a mí, todas otras provincias de la tierra, et a mí solo dio Espanna que la guardase et la amparasse d'e manos de los enemigos de la fe... E t por que non dubdedes ' ji nada en festo que yo te digo, veer medes eras andar y en la lid, i¡ en un caballo blanco, con una senna blanca et grand espada reluzient en la mano. E t vos luego por la gran mannana confessarvos hed'es... E t pues que esto hobiéredes fecho, non dubdedes nada de ir ferir en la hueste de los bárbaros, llamando a ¡Dios, ayuda, et .Sant Yague!" 43 . .. Este grito de guerra se transformó en el que después per- •' duró en la tradición de los ejércitos: "¡Santiago y cierra, Bs" paña!" M a s n o sólo bajo el aspecto de "Matamoros" lo veneró el pueblo español. El hab'er sido hermano de San Juan Evan- '-¡
5.
CAPITULO V El Pontificado
hasta
Inocencio
III *
A poco del concordato de W o r m s , que clausuraba el período de las luchas de las investiduras, murieron los dos jefes de la cristiandad: Calixto II el 13 de diciembre de 1124, y Enrique V el 23 de mayo de 1125. 44
Véase G. SCHREIBER., Deutschland und Bpanien (Dusseldorf 1936) el capítulo dedicado a Santiago en el arte, p. 72-129. . * FUENTES.—Las principales fuentes narrativas están recogidas en WATTERICH, Vitae Bomanorum Pontificum vol. 2. Además de DUCHESNE; Líber Pontificalis t. 2, debe consultarse, para los años que preceden al cisma de Anacleto, J. MARCH, S. I. Líber PontijicaliSj prout extat in códice manuscripto Dertusensi (Barcelona 1925). Otra documentación en P H . JAFFÉ, Bibliotheca rerum germanicarum: t. 1 Monumenta Corbeiensia (Berlín 1864); t. 5 Monumenta Bambergensia (Berlín 1869). Auxiliar imprescindible será siempre JAFFÉ-LOEWENFELD, Regesta Pontificum Romanorúm (hasta 1198, Leipzig 1885-18881. Las epístolas, privilegios, etcétera, de Honorio II, en ML 166, 1217-1316; los de Eugenio n i , en ML.180; los de Adriano IV, en ML 188, 889-1088; los de Alejandro Ilt, en ML 200; J. C. ROBERTSON, Materilas for the history of Thomas Becket (7 vols., Londres 1875-1885). BIBLIOGRAFÍA.—P. F. PALUMBO, Lo scisma del MCXXX (Roma 1924); VACANDARD, Vie de Saint Bernard (París 1910); H. GLHBER, Papst Eugen III (Jena 1936); A. DE S. STEFANO, Arnaldo da Brescia ed i suoi tempi (Roma 1921); Riformati ed eretici del medioevo (Palermo 1938); F. Tocco, L'eresia nel Medio Evo (Florencia 1884); G. VOLPEJ Movimenti religiosi e sette ereticali nel Medio Evo (Florencia 1924); F. GREGOROVIUS, Storia della cittá di Roma- nel Medio Evo, trad. italiana (Roma 1912) vol. 2, 1. 8; U. BALZANIJ Italia, Papato e Impero nel secólo XII (Messina 1930); H. BOEHMER, Kirche únd Staat in England und in der Normandie im XI und XII Jahrhundert (Leipzig 1899); J. MORRIS, T*f Life and Martyrdom of Saint Thomas Becket (Londres 1885); E. M. ALMEDINGENJ The english Pope Adrián IV (Londres 1925); P. BREZZI, Lo soisma inter regnum et sacerdotium al tempo di
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Diñase que era llegado el momento d e costechar en la paz todo el fruto de los esíuerzos precedentemente realizados en pro d'e la reforma eclesiástica. Sin embargo, el Pontificado había de pasar una oscura tormenta y sostener ásperas contiendas antes de entrar en orno d e sus más áureos períodos. I.
E L CISMA DE
1130
1. Honorio II (1124-1130).—Nadie, al parecer, más apto para suceder a Calixto que el cardenal Lamberto d'e Ositia, nacido cerca d e Imola, hábil diplomático, que tanta parte había tenido en el concordato de "Worms. Efectivamente, fué elegido, aunqu'e no sin complicaciones y obstáculos. A mediados de diciembre de 1124, en la iglesia de San Pancracio, convinieron los cardenales en el nombramiento del cardenal de Santa Sabina, Teobaldo Boccadipecora (Buccapecus), que tomó por nombre Celestino II; mas n o llegó a reinar, porque apenas se había puesto la capa de oro y púrpura y se empezaba a canta? el Te Deum, oyóse la voz de Roberto, jefe de la familia Frangipani, que aclamaba a su candidato Lamberto de Ostia. La mayoría se adhirió repentinamente a éste, y el propio Celestino II se retiró por bien de paz. Como la nueva elección podía parecer anticanónica, Honorio II no quiso ser consagrado sino después de repetirse la ceremonia con la pacífica aquiescencia de todos los cardenales 1 '. Tranquilo y feliz se deslizó este pontificado. Tuvo Honorio II la suerte de que al egoísta y maquiavélico Enrique V le sucediera un emperador tan noble, cristiano y caballero como Lotario III (1125-1137), respetuoso de los derechos de la Igle-' sia en las elecciones episcopales, celosísimo de la evangelización y germanización de los eslavos, devoto de la Santa Sede, obediente a las inspiraciones del arzobispo Adalberto d e Maguncia. Cuando frente a Lotario de Sajonia se alzó Conrado de Federico Barbarossa, en "Archivio Soc. Romana di Storia patria" 63 (140) 1-98; HEFELE-LIECLERCQJ Histoire des conciles, vol. 5-2 (París 1912). P a r a todo lo referente al imperio, J. HAUCK, Kirchengeschichte Deutschlands t. 4; y los "Jahrbücher der deutschen Geschichte", gran colección, publicada por la Academia de Munich; BERNHARDI, Lothar von Supplinburg (1879); BERNHARDI., Konrad III (1883); SIMONSZELD, Jahrbücher des deutschen Reiches unter Friedrich I (1908); TOECHÉ, Kaiser Beinrich VI (1867); WINCKELMANN, Philipp von Schwaben und Itto von Braunschweig (2 vols., 1873-1878); H. REUTER, Geschichte Alexanders des dritten und der Kirche seiner Zeit (3 vols., Leipzig 1860-64). 1 Véase la Vita HonorU, cuyo texto original, importantísimo para este período, fué descubierto y publicado por el P. JoSÉ MARCH, IAber Pontificales, pront extat in ood. vis. Dertusensi p. 203-217.
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Hohenstaufen disputándole el cetro, apresuróse el papa Honorio a sostener al legítimo monarca, excomulgando al arzobispo Anselmo de Milán por haber puesto la corona de hierro d'e Lombaxdía sobre la cabeza de Conrado. En Francia Luis V I el Gordo, rey absolutista y sensual, f procedía generalmente con moderación en su política eclesiástica, de suerte que el papa se mostró siempre propenso a la benignidad! en el trato con él y dictaminó en ocasiones más favorablemente de lo que hubiera deseado San Bernardo, el cual, tal vez con excesiva dureza, llamaba al soberano "nuevo Her e d e s " ^ perseguidor de los obispos 1 *. También con Enrique I de Inglaterra estuvo en buenas relaciones; mandó un legado que presidiese el concilio de W é s t minster en 1125, y vigiló el proceder dfe los obispos 2 . A ruegos de Alfonso V I I de Castilla y León envióle el papa Honorio un legado en la persona de Humberto d e San Clemente, ed cual, después de una entrada en Portugal, celebró en Carrión (1130) un concilio nacional, con asistencia del monarca, del arzobispo Gelmírez, d'e San Olegario de Tarragona y de otros muchos prelados. Siguiendo la política d e Calixto II—menos en sus relaciones con el poderoso Gelmírez, a quien Honorio n o favoreció frente a las exigencias d'e Bernardo de Toledo—, pudo ver con satisfacción el progreso de la reforma en casi todas las naciones cristianas. Pero también alcanzó a ver, o por lo menos a pres e n t i r , las escisiones internas de Roma, que traerían un cisma a la Iglesia. 2. Anacleto II contra Anastasio II.—-Dos familias se disputaban la supremacía en el Colegio Cardenalicio y en toda la ciudad: los Frangipani, amigos del emperador germánico, y los Pierleoni, d e tendencia más bien popular. Ambas poderosas familias habían procedido pacíficamente y d e acuerdo hasta la muerte de Pascual II, en 1118. La ruptura violenta se produjo en la elección de Gelasio II, defendido por los Pierleoni, contra la injusta violencia de los contrarios. Cuando Honorio II, en febrero de 1130, estaba para morir, se preveía que la tiara vendría a caer sobre la cabeza del cardenal Pierleoni (Petrus Leoni)., que tenía a su favor: la mayor parte de los cardenales y del pueblo. Contra él estaban, además de los Frangipani, algunos cardenales, sobre todo el influyente francés Aimerico, canciller de la Iglesia romana, que fué muñidor de todo el tíegocio. Por lo pronto, hizo trasladar al moribundo Honorio al monasterio de San Gregorio en el monte Celio, quizá para que no se supiese ** A.
1
LUCHATREJ Louis VI le Gros BOEHMER. Kirche und Staat in
tnandie p. 300-301.
(París 1890) p. 111-130. England und in der Nor-
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con precisión la hora de su .muerte. Así podría acelerar la elección del nuevo papa, cosa que, según los cánones, no se podía hacer sino después de sepultado el pontífice difunto. Cómo las dos facciones no podían entenderse, convinieron, por fin, en que la elección se confiase a un arbitraje de ocho cardenales. Estos se reunieron a la cabecera d'el moribundo Fio- .; norio,' espiando el instante de su fallecimiento. El pueble se aglomeró al pie de las ventanas, pensando que ya el pontífice había muerto, tanto que éste hubo de asomar su cabeza para » desmentir el falso rumor. Cerró finalmente los ojos en la noche del 13 al 14 de febrero, o quizá en la mañana del 14, precisamente cuando se habían ausentado los cardenales Pierleone y Johatás, qu'e formaban parte del comité de los ocho. Los otros seis, dirigidos por el cardenal Aimerico, se apresuraron a enterrar al difunto para hacer inmediatamente la elección, que recayó en uno de ellos, ten el cardenal Gregorio Papareschi (Inocencio II), a pesar de las protestas de uno de los electores. Aun teniendo en cuenta las virtudes innegables de Inocencio IIP y aun salvando la buena fe de Aimerico y de sus ¡' compañeros, aquella elección precipitada y contraria a las noav mas establecidas por Nicolás II no podía decirse canónica. Apenas el partido de los Pierleoni tuvo noticias de lo ocu- '] rrido, convocó a sus 23 cardenales, si ya no lo estaban, en la iglesia de San Marcos, a la cual concurrió igualmente gran muchedumbre del pueblo, y por aclamación lunánimfe fué desig*nado como pontífice el cardenal Pierleone, que se llamó Anacleto II. Lo legal hubiera sido que la mayoría del Colegio Cardenalicio, allí pr'esente, hubiese declarado nula e ilegal la anterior elección de Inocencio, y consiguientemente hubiese anun- i ciado otra conforme a las prescripciones canónicas. Probabi- [ lísimamemte el elegido hubiera sido Anacleto II, y nadie le ~*. podría disputar el triunfo. Pero los reunidos en San Marcos \ creyeron más conveniente proceder en seguida a su erección, haciendo como que ignoraban la que había tenido lugar en el Celio. Sería cerca d'el mediodía. Ya para entonces1 Inocencio II había corrido a instalarse en el palacio de Letrán, donde, reves>tido de ornamentos pontificales, fué proclamado p a p a 3 . a Las fuentes principales para el estudio de este cisma son el Codex Udalrici n. 240-261, p. 412-418, en JAFFÉ, Monum. Banber.gensia, 418s; las cartas de Inocencio y de Anacleto, recogidas en ML 1T9, 53-732; la epístola o narración enviada por Anacleto al arzobispo Diego Gelmírez (FLÓREZ, España sagrada 20, 513-517; reproducida con otros documentos por WATTERICH II, 187-190); la relación de Huberto de Luca, que puede verse en el mismo Watterich y el Codeso Udalrici, n. 246, p. 425; las biografías de los papas por el card. Boson, en DUCHESNE, lÁber Pontificalis. t. 2; las epístolas de San Bernardo, ML 182. El más completo estudio es el de P. F. PALUMBO, LO scisma del MGXXX, quien no oculta sus simpatías hacia Anacleto. Deben consultarse, ade-
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La familia de los Pierleoni era la más rica y fuerte dfe Roma, N o había tenido hasta entonces ningún papa y no iba a dejar que en esta ocasión se le escapase la tiara. Armó a sus hombres y los lanzó contra la fortaleza dfe los Frangipani en el Palatino, refugio de Inocencio II. N o logró, por el momento, dominarla; lo que sí consiguió fué apoderarse de la basílica V a ticana, en la que fué consagrado solemnemente Anacleto II. Este, poco después, di® un asalto a la de Letrán, adueñándose de ella, como de Santa María la Mayor y del tesoro pontificio. Roma entera se pronunció en favor de Anacleto, incluso los Frangipani le prestaron obediencia, de tal suerte que Inocencio, abandonado, tuvo que buscar asilo en su palacio familiar del Trastevere y poco después huyó por mar a Francia. Francés era Aimerico y al partido francés debía el fugitivo su prim'er encumbramiento. Si en Roma ha triunfado Anacleto, en el resto de Europa perderá la batalla. ¿Qué tenían contra él? La pluma d e San Bernardo y casi toda la literatura política de aquel tiempo no hicieron sino amontonar acusaciones contra el "antipapa". En realidad, n o podía hablarse de antipapa, porque si Anacleto no poseyó nunca títulos legítimos para el pontificado, tampoco su adversario los tuvo hasta que, años más tarde, el voto unánime de la Iglesia sancionó y legitimó su elección. Fué acusado Anacleto de violencias, depredaciones y sacrilegios. Se comprende que fen los primeros días de la lucha, cuando ambos bandos se disputaban la posesión de Roma, cometieran los partidarios de aquél ciertos actos de rapiña y faltas de reverencia en los lugares sagrados; "era lo suficiente para que sus expoliados enemigos invocasen la ira de Dios contra el ladrón y sacrilego. ¿Que se enriqueció con exacciones? Frases como ésta nada significan en el hervor de la contienda, y muy semejantes eran las que lanzaban los anacletistas contra Aim'erico e Inocencio, tan alabados por San Bernardo. ¿Que amaba el fasto y el derroche? Sin duda que hay que reconocer aquí un fondo de verdad, muy explicable, primeramente por la opulencia de su familia, y luego por la necesidad en que se vio de mostrarse liberal y dadivoso, a fin d e captarse simpatías y acrecentar el número de sus secuaces. Quizá fué esto lo que más le p'erjudicó en el campo contrario, principalmente ante San Bernardo. Sabido es cuánta importancia concedían a la pobreza los reformadores de aquella época. Fácilmente se identificaba la pobreza con la santidad y la justicia. Ahora bien, ño cabe duda que bajo este aspecto Inocencio II representaba, ante los ojos de los seguidores del movimiento pauperístico, el ideal del Vicario d e Cristo, mucho más, E. MÜHLBACHBR, Die streitige Papstivahl des Jahres USO (Innsbruck 1876), y VACAHDARD, Vie de Saint Bernard, con el artículo del mismo en DHG, v. Anaclet II.
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mejor que Anacleto. En hecho d'e verdad, tanto A n a d e t o como Inocencio pertenecían a la corriente o tendencia reformatoria de los papas gregorianos, y no hay fundamento para afirmar que moral y eclesiásticam'ente se presentasen uno y otro con programas diferentes. Bien ha notado Palumbo que hasta los nombres escogidos por ellos—Anacleto, Anastasio, nombres de papas antiguos—querían significar el empeño de rteducir la Iglesia a los ejemplares tiempos primitivos. Inocencio, de costum* bres integérrimias, había servido fielmente a la Iglesia y tomado parte activa ten el concordato de W o r m s . Anacleto, después de estudiar en París y tomar el hábito monástico' en Cluny, desempeñó, siendo cardenal, varias legaciones en Inglaterra y Francia. También le hizo daño a Anacleto su linaje hebreo. Era nieto de aquel rico judío, por nombre Pedro, que, al convertirste y ser bautizado por manos de León IX, quiso llamarse Petrus Leonis (Pier Leone). Desde entonces los Pi'erleoni, adictísimos a la Santa Sede, fueron los banqueros de todos los papas reformadores hasta Calixto II, inclusive. Y acaso esta procedencia judaica hubitera caído en olvido de no haberla tomado como un arma los enemigos de Anacleto. 3. Argumentos en pro de Inocencio,—Los dos papas, en seguida de su elección, trataron de corroborar su propia legitimidad mediante la aprobación del emperador. U n o y otro esr cribieron en este sentido a Lotario III y le enviaron legados, ofreciéndole su amistad y benevolencia. (Tentadora ocasión para un emperador germánico de intervenir en los asuntos de Italia y de la Iglesia! Ptero Lotario juzgó sabiamente que en tal asunto era la Iglesia la que debía hablar. Y no quiso decidirse. Entre tanto, Inocencio había buscado refugio en Francia. • Ante la disyuntiva de seguir a un papa o a otro, el rey Luis V I vaciló un momento y pensó qute lo más prudente era oír a sus obispos, a los cuales convocó en el concilio de Etampes. N o s cuenta Sugerio, abad de Saint Denis, que el rey no miraba a cuál de las dos elecciones era más ltegal y canónica, sino a cuál de los elegidos era más digno. Y como en cuestiones de santidad ningún juez más calificado que el santo abad de Claraval, también él fué llamado al concilio. Acudió San Bernardo y» haciéndose teco de los rumores que corrían sobre la vida de los dos contendientes, con palabra encendida y arrebatadora deci- dio el voto de la asamblea en favor de Inocencio II. Sus argu- •' mentos pueden reducirse a trtes: a) Inocencio había sido elegi- ••,, do antes que su rival; ahora bien, mientras la primera eleccióri; no se invalide judicialmente, cualquier otra que se haga d'espuf^ ; resulta nula, y aunque la mayor parte del Colegio Cardenalicio ^ se había declarado por Anacleto, la pars sanioc estaba pot ej;\primero; b) Inocencio había recibido la consagración pontifr*-^ de mataos del cardenal obispo de Ostia, que era el diputado leg%T
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tunamente para ello; c) Inocencio se distinguía por su piedad, pureza de costumbres y modestia, por lo cual no' ste podía temer fraude o simonía sino de parte de su adversario, que tenía fama de ser un precursor del anticristo. Aunque ninguno de testos argumentos eran de gran consistencia, pues aun el primero era discutible, y aquello d e pars sanior siempre fué criterio sumamente peligroso, toda Francia aceptó el dictamen de San Bernardo, y en pos de Francia lo hicieron Inglaterra, Aragón y Castilla. Al poderoso arzobispo de Compostela, Gelmírez, trató Anacleto de ganárselo con palabras de afecto y estimación, pero inútilmente. San Norberto de Magdteburgo jugó en Alemania un papel semejante al de Sarii Bernardo en Francia. Convocado por Lotario un concilio en Wurzburgo (octubre de 1130), el episcopado alemán se inclinó hacia Inocencio II. E n situación tan desesperada, y no teniendo de su parte más que al duque de Aquitania, Anacleto n o tuvo otro remedio que acogerse al amparo de los normandos del sur de Italia, Tal vez con su apoyo podría defenderse en Roma. Desde el primer momento soipo granjearse la amistad del duque Rogerio II de Sicilia, que ambicionaba el título d e rey y aspiraba a ensanchar su soberanía por la Italia meridional. Anacleto le envió un legado, que le coronó en Palermo, confirmándole los derechos sobre Apulia, conquistados casi por la fuerza en tiempo de Honorio II. De esta mantera quedó firmemente constituida la monarquía napolitana, feudataria del Romano Pontífice. 4. Inocencio II sigue ganando terreno,—Inocencio no permanecía inactivo. Se entrevistó con Luis V I de Francia, con Enrique I de Inglaterra en Chartres y con el emperador Lotario ten Lieja. Este le dio palabra de conducirlo victoriosamente hasta Roma. Su mayor triunfo lo obtuvo Inocencio en el concilio de Reims (octubre de 1131), donde le prestaron obediencia los obispos de Francia, Inglaterra, Aragón y Castilla, con los embajadores de estos reinos y otros dos especiales qiue vinieron de parte del emperador. E n la primavera d e 1132 se hallaba camino de Italia, con la esperanza de entrar en Roma. Celtebró un concilio en Placencia y se estableció en Pisa. Milán se mantuvo rebelde. Hasta noviembre no pudo encontrarse con Lotario, qute tardíamente, y con un pequeño ejército, bajaba de Alemania. A principios de 1133 viene a juntársele San Bernardo, cuyos sermones enardecían a las gtentes. Y llegada la primavera, mientras las flotas de Genova y de Pisa conquistaban a Civitavecchia, el emperador penetraba en Roma y colocaba a Inocencio en Letrán. Como Anacleto se encastillase en Santángelo y siguiese dominando en San Pedro, la coronación del emperador y de su esposa hubo de ser en la basílica lateranetrase 'el 4 de junio de 1133,
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después de lo cual Lotario III se retiró a Alemania, no teniendo fuerzas militares para oponerse a Rogerio de Sicilia. N o pudo Inocencio II mantenerse mucho tiempo en Roma; así que en septiembre tuvo que poner su residencia en Pisa, Por Pentecostés de 1135 celebró en esta ciudad un importante concilio, al que asisti'eron 113 obispos de casi todas las naciones cristianas y otros muchos abades, de los cuales el más activo, el más 'elocuente y el más venerado por su santidad era San Bernardo. Al prestigAp taumatúrgico y a la elocuencia ardorosa del abad de Claraval se debió en buena parte que Müan se sometiese a Inocencio II. Vuelve Lotario en 1136 con más poderoso ejército, se apodera de las principales ciudades del norte de Italia, y sin atacar a Roma, ciudad qu'e Anacleto había hecho casi inexpugnable, desciende hacia la Apulia, derrota a las tropas de Rogerio y obliga a este príncipe normando a abandonar las ciudades de Gapua, Barí y Benevento y retirarse a Sicilia en 1137. Desavenencias entre el emperador e Inocencio fueron cau-. sa d e que no se sacase de aquella campaña todo el fruto que se esperaba. Apenas retirado el emperador Lotario, que murió el 4 de diciembre de aquel año, volvió Rogerio a recobrar en la península el territorio perdido. Pensó entonices Inocencio II que el mejor medio de poner término al cisma sería conseguir del normando que d'ejase da prestar auxilio a Anacleto. Con este propósito le envió nada menos que a San Bernardo, el personaje más venerado en. toda la cristiandad. Cuando el gran santo se presentó en el campamento de Rogerio, éste le hizo la siguiente proposición: "Vengan aquí tres testigos de la elección de Inocencio y otros tres de la de Anacleto, y según sus testimonios, juzgaré cuál de las dos elecciones tenidas en Roma en 1130 fué la legíti^ ma". Así se hizo. Tanto Inocencio como Anacleto mandaron sus delegados, de cuya disputa no se sacó en limpio nada. Por fin, la discusión se entabló entre el cardenal Pedro de Pisa, de parte de Anacleto, y San Bernardo, de parte d'e Inocencio. Aquél insistió en el aspecto jurídico, favorable a Anacleto, con una habilidad canónica y dialéctica que el abad de Claraval fué el primero en reconocer; pero éste daba más fuerza al hecho de que toda o casi toda la Iglesia y las Ordenes religiosas y los príncipes, a excepción de Rogerio, reconocían como verdadero papa a Inocencio. Rogerio no se dio por convencido, y el cisma se hubiera prolongado si la muerte no hubiera venido a soltar el nudo, lie- vándose repenitinaimente a Anacleto el 25 d e enero de 1138. "En realidad—afirma Palumbo en un tono que puede parer cer apologético—desaparecía una de las mayores personalidades d'e aquel tiempo, Anacleto, hombre de energía, de constancia, de cultura y de fascinante esplendidez en las obras y
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en la vida, político sagaz y hábil, renovador d e las mejores tradiciones de la cancillería y de la curia" *. Todavía se intentó darte un sucesor en el cardenal Gregorio (Víctor I V ) ; mas éste, aconsejado por San Bernardo, no tardó en postrarse a los pies de Inocencio II, pidiéndole perdón. Aun los hermanos Pierleoni le prestaron obediencia, con lo qu'e el cisma pudo darse por terminado, quedando desde entonces Inocencio II por el único papa de hecho y de derecho. 5. Concilio II de Letrán (1139).—Pacificada así la Iglesia, determinó Inocencio convocar el décimo concilio ecuménico (segundo concilio universal de Letrán), cuya apertura tuvo lugar en abril d'e 1139, con asistencia de más de 500 obispos, según los Anales Melicenses; de cerca de 1.000 prelados, según Otón de Frisinga. Casi toda la cristiandad se hallaba allí representada para rendir homenaje d'e sumisión y de obediencia al verdadero Vicario de Cristo. E s de lamentar que en aquel momento culminante de su pontificado, cuando y a nada tenía que temer de sus adversarios, se ensañase Inocencio II contra ellos, tratándolos como obstinados, cismáticos y herejes. Contra todos los clérigos que Anacleto por si o por sus represontantes había consagrado y ordenado dictó sentencia dfe suspensión y degradación. Por lo demás, el concilio II de Letrán, después de excomulgar a Rogerio II de Sicilia por usurpador y fautor del cisma, legisló sabiamente en las cuestiones más necesitadas de reforma. Condenó la simonía, el lujo en el vestir de los eclesiásticos, el concubinato de clérigos y monjes; prohibió a estos últimos el estudio de la medicina y de las leyes; amenazó con severas penas a los laicos qu'e percibiesen los diezmos de la Iglesia o despojasen a ésta de sus bienes; estigmatizó a los usureros, a los que violasen- la tregua de Dios, a los que expusiesen su vida en duelos y torneos caballerescos, a los que pusiesen sus manos en los clérigos o monjes (privilegiwn canonis); prohibió con rigor los matrimonios entre parientes, anatematizó al hereje Pedro de Bruys y reprimió las tendencias revolucionarias de Arnaldo de Brescia. 6. Fin de Inocencio II. Primer conato de revolución.—Los últimos años de Inocencio II no fueron muy felices. Queriendo someter a Rogerio de Sicilia, que de nuevo señoreaba el sur de Italia, salió, en compañía de Roberto de Capua, a guerrear contra aquél, con tan mala suerte que, cayendo en manos de sus enemigos, fué llevado prisionero al campamento de Roge. rio. Allí le trataron con el mayor respeto. Echáronse a los pies del p a p a humildemente el rey y sus hijos pidiéndole perdón, y, en efecto, lo consiguieron. N o sólo alcanzaron la absolución de las censuras eclesiásticas en que habían incurrido, sino que *
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por el tratado de paz del 27 de julio de 1139 obtuvo Rogerio el reconocimiento de su título de rey de Sicilia y la investidura de la Apulia y de Capua, prometiendo de su parte fidelidad y homenaje, con un censo anual al Romano Pontífice. Poco antes de morir vio Inocencio que la pequeña, pero bien fortificada ciudad de Tívoli, se rebelaba contra Roma. Logró el pontífice sojuzgar el espíritu de independencia de los tiburtinos, sin arrasar bárbaramente aquella ciudad, como pretendían los romanos vengativos. Lo que no supo Inocencio II fué satisfacer las ansias de libertad del pueblo romano, que en 1143, bajo la influ'encia fascinadora de los recuerdos clásicos, suspiraba por que renaciese, la antigua Roma republicana, se restableciese el Senado, suprimiendo la Prefectura urbana, y se quitase al papa todo poder temporal, para encomendar el ejercicio de la autoridad a un patricio de la ciudad: a Giordano Pierleone, hermano de Anacleto II. En las monedas acuñadas por este gobierno comunal vemos renacer la antigua fórmula: S(enaíus) P(opuZus) Q(ae) R(omamis). • Mientras que la ciudad reemprendía la guerra contra Tívoli, Inocencio II moría tristemente el 24 de s'eptiembre de 1143 6 . Su cuerpo está enterrado en Santa María del Trastevere, iglesia por él restaurada. Hay que decir, para acabar' áe caracterizar este pontificado, que la autoridad del papa se iba corroborando y haciendo cada día más efectiva en todas las naciones. A pesar de todas las turbulencias del cisma, Inocencio II influye muy activamente en los negocios eclesiásticos de Alemania, d e Inglaterra, de Francia y aun de España—aquí no tanto como los pontífices anteriores—, en general sin grandes resistencias y por medio de sus regados. Y como expresión y ratificación jurídica de la creciente autoridad pontificia, aparece hacia 1140 el Decretum Gratiani, colección canónica que se impondrá en todas las escuelas y universidades, como las Sentencias de Pedro Lombardo, publicadas también por entonces, se leerán en todas las cátedras d e teología. II.
REVOLUCIÓN ROMANA. EUGENIO
III (1145-1153)
Los pontífices siguientes gozaron d e un reinado tan efímero, que no pudieron hacer sentir siu autoridad en la Roma rebelde. • Acerca del movimiento comunal de Roma, además de la literatura sobre Amoldo de Brescia, véase E. HALPHEN, Etude sur l'administration de Rome au moyen age, 752-1257 (París 1097); las breves indicaciones de L. HOMO, Rome médiévale, Í76-1420 (París 1934), y OTTO DE FRISINGA., Chronic. VII, 27, en MGH, SS,
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Celestino II (1143-1144), antes cardenal Guido de Castellis, varón docto, discípulo de Abelardo, murió a los cinco meses en el monasterio de Palladium, fortaleza de los Frangipani, cuya sombra protectora tuvo que buscar en aquellos días peligrosos 6 . A los seis días de la muerte de Celestino, o sea el 14 de marzo, fué elegido y consagrado Lucio II (1144-1145), que no llegó a reinar un año, porque al intentar, con ayuda de algunos nobles, asaltar el Capitolio, sede del Senado y centro oficial de la República, cayó herido de una pedrada, d e cuyas consecuencias falleció el 15 de febrero de 1145. 1. E l dsterciense Eugenio III (1145-1153).—Bernardo se llamaba, como su maestro el abad de Claraval, aquel humilde monje, retirado del mundp, que del monasterio de San Vicente y San Anastasio, en las afueras de Roma, fué ascendido a la sede de San Pedro por la voluntad de los cardenales el 15 de febrero de 1145. Apenas lo supo San Bernardo, escribió al Colegio Cardenalicio: "Dios os perdone; ¿qué habéis hecho?... ¿Con qué juicio y razón os habéis lanzado, muerto el Sumo Pontífice, hacia un hombre rústico, y habéis aprehendido al que estaba oculto, y obligándole a soltar la hoz, y el hacha y el azadón, le arrastráis al palacio, y le alzáis en la cátedra, le revestís de .púrpura y seda, y le ceñís la espada para hacer justicia de las naciones?... ¿No había entre vosotros alguno de ciencia y de experiencia a quien le cayese bien todo esto? Ridículo parece, ciertamente, escoger a un hombrecillo andrajoso para presidir a " Con Celestino II dan comienzo las célebres Profecías de Ban M alaquias, que ningún historiador puede tomar en serio. Son 111 expresiones o emblemas, que tratan de caracterizar a cada uno de los papas: desde el de Celestino II ("Ex castro Tiberis") hasta los últimos, que son: ''Pastor et nauta" (el papa actual Pío XII), "Flos florum", "De medietate lunae", "De labore solis" y "De gloria olive". Las palabras que siguen son probablemente una añadidura de Chacón: "In persecutione extrema £3, R. Ecclesiae sedebit Petrus Romanus". Tales profecías no eran conocidas hasta 1595, año en que las publicó el benedictino Amoldo Wion en su Arbor vitae (Venecia). Debieron de componerse hacia 1590 por un falsario anónimo. De ahí que los 74 papas anteriores a esa fecha estén bastante bien caracterizados, atendiendo generalmente al país de nacimiento, la familia, blasón, etc. Las siguientes son vagas e imprecisas, aunque no se puede negar el fortuito acierto en algunos casos, verbigracia: "Peregrinus apostolicus" (Pío VI), "Crux de cruce" (Pío IX), "Lumen in cáelo" (LEÓN XIII), "Ignis ardens" (Pío X), "Religio depopulata" (Benedicto XV); pero la mayoría o no tiene conexión alguna con el interesado, o son tan generales, que. podrían aplicarse a cualquiera. ¿Qué significan, por ejemplo, "A.nimal rurale" (Benedicto XIV), "Canis et coluber" (León XII)? Véase el texto e n C. MIRBT, Quellen zur Gesahichte des Papstums und des roemischen Katholieiamus (Tubinga 1934) p. 353-54. Cf. VACANDARD., La prophétie de Malachie. sur la succession des Papes, en "Revue Apologétique" (1922) 82-122.
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los príncipes, imperar a los obispos y disponer sobre reinos e imperios. ¿Ridículo o más bien milagro?" De milagro o de providencia especialísima de Dios hablaron no pocos de sus contemporáneos, siguiendo al santo abad de Claraval, el cual le decía al nuevo papa Eugenio III lo siguiente: "Hablaré a mi señor, ya no me atrevo a decir hijo, porque el hijo se ha cambiado en padre y el padre en hijo..., aunque, si no lo desdeñas, diré que en cierto modo por el Evangelio yo te he engendrado. ¿No es ésta nuestra esperanza, nuestra alegría y la corona de nuestra gloria?... Mi hijo Bernardo sterá en adelante mi padre Eugenio". Y después de darle sabios consejos, se regocija pensando que poír medio d e teste papa monje se reformará la Iglesia y recobrará la pureza evangélica: "¡Quién me dará que pueda, antes de morir, contemplar la Iglesia d e Dios como en los tiempos primitivos, cuando los apóstoles echaban la red para ptescar, y n o para pescar plata y oro, sino almas! ¡Cuánto deseo que, como has heredado la sede, heredes también la voz del que dijo: Pecunia tua tecum sit in perditio~ netnl (Act. 8, 20). ¡Oh voz de tru'enol ¡Oh voz d e magnificencia y de poder!... Muchos dicen entre sí: Y a la segur estápuesta a la raíz de los árboles. Muchos dicen en su corazón: Flores brotaron d e nuestra tierra; llegó tel tiempo de la poda, en que los sarmientos estériles serán cortados, a fin de que los frutos sean más abundantes. ¡Cobra, pues, ánimo y fuerzas!... Pero en todas tus obras acuerdarte que eres hombre y el temor de Dios esté siempre ante tus ojos... Entre los halagos de esta gloria pasajera no dejtes nunca la meditación de tus postrimerías, porque a los que sucediste ten la sede seguirás sin duda alguna en la muerte". A Eugenio III le aguardaba un pontificado nada tranquilo ni suave. Pero el papa monje, sin ser un luchador ni un diplomático, afrontó con decisión los obstáculos, y muchos de ellos acertó a superarlos con habilidad. Roma era un htervidero de pasiones políticas. Instado el nuevo pontífice a que aprobase la Constitución republicana y í confirmase el Senado, negóse rotundamente a tal abdicación de sus propios poderes, por lo cual tuvo que salir de Roma y recibir la solemne consagración pontifical en el monasterio de Farfa el 18 de febrero. Estableció luego su residencia en Viterbo, desde donde lan- { zó la excomunión contra el patricio Giordano Pierleone, que dominaba en la ciudad de Roma, y contra sus senadores, bajo cuya autoridad la plebe saqueaba impunemente los palacios y torres de cardenales y magnates, asesinaba a mansalva, a g r e día a los mismos peregrinos y plantaba en San Pedro sus máquinas de guerra 7 . ' BOSON, Vita Eugenii, en WATTERICH, Vitae 457-458, y D U C H E S N E , I I , 386.
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Rom.
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Nadie, ni siquiera el emperador Conrado III, dio un paso por auxiliar al papa. Este, sin embargo, maniobró hábilmente con los fíeles d e la campiña romana, para impedir el avituallamiento d e la ciudad, en forma que el Senado tuvo que capitular. Firmóse un pacto o compromiso, en el cual el pueblo juraba fidelidad a Eugenio III y aceptaba la soberanía pontificia, a condición de que el papa reconociese la Constitución democrática y su órgano oficial, el Senado, si bien los 56 senadores no debían entrar e n función sino con la autorización del Sumo Pontífice, ni arrogarse otros derechos que los puramente municipales. L a Prefectura urbana fué restablecida. Arnaldo de Brescia, el cabecilla más temible de los revoltosos, fué a postrarse humildemente a los pies del papa en Viterbo. Y Eugenio III, el 20 de diciembre de 1145, pudo entrar procesionalmente en Roma y celebrar allí con solemnidad las Navidades. 2. Arnaldo d é Brescia frente a San Bernardo.—Antes de un mes la concordia empezó a agriarse. Querían los senadores abatir para siempre a la rebelde Tívoli, no dejando piedra sobre piedra, a lo que el papa se opuso enérgicamente, permitiendo que a l o más se demoliesen sus muros. Ante la persistencia del Senado, Eugenio III se retiró al Trastevere y luego a Viterbo. Desde allí pidió ayuda al emperador, aunque inútilmente. F u é entonces, 1146, cuando San Bernardo, haciéndose eco d e la cristiandad, escandalizada por el destierro del papa, escribió a los nobles y al pueblo d e Roma: "¿Cómo os habéis atrevido a ofender, ¡oh romanos!, a los príncipes de este mundo, vuestros especiales patronos? ¿Por qué al Rey d e la tierra, por qué al Señor del cielo provocáis contra vosotros con furor tan intolerable cuanto irracional, osando atacar sacríltegamente a la sacra Sede Apostólica?... ¡Oh fatuos romanos!... Vuestros padres sometieron el orbe al yugo de vuestra urbe; vosotros hacéis d e la urbe el ludibrio y la fábula del orbe. Al hertedero d é P e d r o lo expulsáis de la sede y d e la ciudad de Pedro... ¡Oh pueblo necio e insensato! ¡Oh- paloma seducida y sin corazón! ¿No era aquél t u cabeza? ¿No eran aquéllos tus ojos? Y ¿qué es ahora Roma sino un cuerpo trunco y decapitado, una frente privada d e los ojos, una faz tenebrosa?... Congregaos, ovejas dispersas; volved al pasto, volved al pastor y obispo d e vuestras almas Reconciliaos con Dios, reconciliaos con vuestros príncipes, es decir, con Pedro y Pablo, a quienes pusisteis en fiuga al echar a su vicario y sucesor Eugenio... Reconcilíate, ciudad ínclita, ciudad d e fuertes, con los millares d e mártires que están contigo, pero que están contra ti por el gran pecado que cometiste y en el que aún perseveras. Reconcilíate con toda la Iglesia de los santos, que en todo el mundo se escandalizaron de tu conducta". Ninguna impresión hicieron e n los rebeldes romanos las pa-
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labras de esta arenga, porque otras palabras no menos encendidas les predicaba allí, en las mismas plazas de Roma, el asceta y demagogo Arnaldo de Brescia, con la ventaja de que, este enemigo y rival de San B'ernardo hermanaba la pasión mística con la pasión política y ponía el ideal evangélico como base de su revolución democrática. '•' Nacido en Brescia hacia el 1100, siguió en París las lecciones filosóficas de Abelardo, a quien profesó siempre gran v e neración y estima. Vuelto a su patria en 1119, se imbuyó plenamente en la corriente pauperística de reacción contra los eclesiásticos que amontonaban riquezas y adquirían simoníacamente dignidades y beneficios, descuidando lo esencial del Evangelio y la imitación de Jesucristo. E r a clérigo, aunque nunca se ordenó de sacerdote; de alma ardiente, de costumbres puras, de porte ascético. Denunciado por su obispo en el 'concilio II Lateranfense, le fué preciso abandonar Italia. Encontróse en> Francia con su maestro Abelardo, y le acompañó en el concilio de Sens (1141), donde San Bernardo triunfó sobre el filósofo amante de Eloísa. Mientras Abelardo, acusado de herejía, era confinado en un monasterio, Arnaldo sentó cátedra en Santa Genoveva de París, despotricando sin reparo contra la avaricia de los obispos y contra la vida mundana de los clérigos, no perdonando en sus recriminaciones a l mismo San Bernardo. El, por su parte, daba ejemplo de austeridad, viviendo de limosna y.ayunando frecuentemente, como sus nu- ;; merosos discípulos y secuaces. Arrojado de Francia por Luis V I I , a ruegos del abad de Claraval, se refugió entre los canónigos agustinianos de Zurich. Ni siquiera en los sombríos valles helvéticos dejó dfc perseguirle San Bernardo, el cual, cuando supo que Arnaldo se hallaba bajo la protección del obispo de Constanza, dirigió a éste una carta en que decía: "Hablo de Arnaldo de Brescia, cuya "' doctrina ojalá fuese tan sana como es austera su vida. Porque es un hombre que ni come ni bebe, que sólo con el diablo hambrea y apetece sangre de almas. Es uno de aquellos de quienes dijo la vigilancia del Apóstol que aparentando piedad están en realidad muy lejos de ella. ... Cismático insigne, execrado por Pedro Apóstol, se ad- J; hirió a Pedro Abelardo, empeñándose pertinazmente con él en defender todos sus errores, y a notados y condenados por la Iglesia... Y ahora oímos que perpetra sus iniquidades entre vosotros.... Si la Escritura aconseja, con razón, cazar las rapo- • sillas que destruyen la viña, ¡cuánto más el lobo grande y fiero, a fin de que no asalte el aprisco y mate las ovejas!" Arnaldo huyó, buscando la protección del legado d e Bohe" • mia, cardenal Guido de Castello. Acaso éste, o bien el abad: í Gerhoh de Reichersberg, le reconcilió con Celestino II, discí-
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pulo que había sido igualmente d e Abelardo. L o ciferto es que en 1 H 5 lo hallamos en Roma. 3: Arnaldo predica la revolución.—Ya vimos cómo prestó obediencia a Eugenio III. Pero Arnaldo, que hasta entonces se había mantenido en el terreno puramente espiritual, empieza a participar en la política, adopta las ideas republicanas de los revolucionarios de Roma y se convierte en su jefe más destacado e impetuoso y en 'el mayor enemigo* del poder temporal del papa. "Con frecuencia subía al Capitolio y arengaba públicamente a la multitud. Hablaba mal de los cardenales, diciendo que por su soberbia, avaricia, hipocresía y toda clase de torpezas no e r a la Iglesia de Dios sino casa de negociación y cueva de ladrones, sucesores de los escribas y fariseos en el pueblo cristiano; que el mismo1 papa no era lo que el nombre dice, varón apostólico y pastor de las almas, sino varón sanguinario, que con incendios y homicidios se hace respetar, verdugo de las iglesias, atormentador de la inocencia, que no hace en el mundo más que apacentar su carne, llenar sus bolsillos y vaciar los ajenos" 8 . Añadía que, siguiendo los ejemplos d e los antiguos romanos, era necesario reconstruir el Capitolio, renovar la dignidad ° senatorial, reformar el orden ecuestre; que al Romano Pontífice no le correspondía el gobierno d e la ciudad, debiendo contentarse c o n la jurisdicción eclesiástica B . Esta separación del poder temporal y espiritual la extendía a todos los eclesiásticos, a los cuales el Evangelio—decía—no permite poseer bienes de este mundo. Todos los bienes terrenos pertenecen a los laicos y fundamentalmente al príncipe, del cual reciben aquéllos su derecho. Los clérigos que no viven en absoluta pobreza n o pueden decirse seguidores de Cristo, ni constituyen la verdadera Iglesia. L o s abades deben renunciar a sus derechos feudales, y lo mismo los obispos. N i éstos ni los papas tienen derecho a ejercer sus funciones si no viven como los apóstoles. Arnaldo admitía la legitimidad de los,diezmos para la sustentación del clero. D e errores contra la fe le acusa O t ó n de Frisinga, "especialmente contra el bautismo y la Eucaristía. N o es extraño que con tales ideas, y dado su temperamento inquieto, se pusiese Arnaldo de parte d e la república romana 9 Así se expresa el anónimo autor de Historia Pontificalís, ajnlgo dp San B e r n a r d o , en MOH, SS. 20, 538. E n general está. "ien informado, a u n q u e en la p á g i n a anterior dice de Arnaldo que era sacerdote ("dignitate sacerdos, habltu canonicus regularxs ), contra lo q u e afirma Otón de Frisinga, "clericus ac lector tantum o r d i n a t u s " (G-eata JFVid. I I , 20, en MGH, SS, 20, 403).
* ,OTÓN DB FRISINGA,
Imperatoris
itnd., p . 404.
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y juntase su ideal de reforma eclesiástica con el de restauración de la grandeza política de la urbe. 4. Etugenio III en el destierro,—Ante la insurrección de los romanos, Eugenio III se vio precisado a escapar. A principios de 1147 salió de Viterbo, donde había pasado más de medio año, y después de atravesar la Lombardía, entró en Francia. Hizo primero una visita al monasterio de Cluny. Celebró la Pascua en París y conversó con Luis VII, que meditaba entonces su expedición a Tierra Santa; presidió allí un sínodo y al año siguiente otro en Reims, en los que San Bernardo atacó duramente las doctrinas trinitarias de Gilberto de la Porree; estando en Tréveris examinó las visiones y escritos de Santa Ildegarda y consta que la animó a seguir escribiendo lo qute le dictase el Espíritu Santo, si bien la carta del papa a la santa abadesa de Bingen, tal como hoy se lee, parece apócrifa. El 15 de julio de 1148 'expidió una bula contra el "cismático" Arnaldo de Brescia, que revolucionaba el pueblo de Roma. Pensó entonces en conquistar por la fuerza la Ciudad Eterna, y habiendo visitado el monasterio de Claraval, se puso en camino para Italia. E n diciembre se hallaba en Viterbo, el 8 de abril en Frascati. Allí, á las puertas de Roma, recibió una embajada de Rogerio de Sicilia, que le brindaba introducirlo victorioso en la capital. Temerosos. los romanos de esta alianza del papa con el normando, quisieron ganarse al emperador, recién venido de su fracasada expedición palestinense y enemigo, :; de Rogerio. ' ; Lo que nosotros pretendemos—le decían—es la restauración del Imperio romano, de este Imperio confiado por Dios i a .vuestro gobierno, y su exaltación a la cumbre del poder, tal' ) como la alcanzó bajo Constantino y Justiniano, los cuales por" > voluntad del Senado y del pueblo romano tuvieron el señorío \ d'el mundo. Le añadían que si ellos se habían adueñado de muchos castillos y fortalezas de los nobles era porque éstos, en unión con el siciliano y con el papa, se preparaban a resistir •: al emperador l0 ." Vaciló el monarca alemán, sin inclinarse a ninguno de los dos partidos, y como aspiraba a recibir de manos del pontífice la corona imperial, entabló con él negociaciones pacíficas ¡me- . 10 Se acogían al emperador, pero salvando su a u t o n o m í a re-'-; publicana: " s e n a t u pro his ómnibus Del g r a t i a r e s t i t u t o " . Terml-v n a b a n la c a r t a con estos cinco hexámetros, en que niegan al p a p a todo poder t e m p o r a l :
Res valeat; quidquid cupit obtlneat auper hosta?; Imperlum teneat, Romae sedeat, regat orbam Princeps terrarum ceu fecit Iustinianus. Caesaris accipiat Caesar quae sunt sua Praespl, Ut Chrlstus iussit, Petro reddiinte tributan.
eWATTR&icH, Tttae pont. rom. II, 285-280.)
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diante su canciller el abad W í b a l d o d e Corvey, mientras a los romanos les daba buenas palabras sin' comprometerse a nada. Eugenio III había entrado en Roma, protegido por las tropas sicilianas, el 28 de noviembre de 1149; ipero en junio d d año siguiente había tenido que retirarse a, Anagni, porque las ideas revolucionarias de Arnaldo d'e Brescia se imponían en la ciudad. N o satisfecho eniteramente d e Rogerio, aproximóse más hacia el monarca alemán, aunque inútilmente, porque Conrado III, infortunado en todas sus empresas, nunca llegó a realizar el proyectado viaje a Roma. ' 5. Federico Barbarroja*—Murió el emperador el 15 de febrero de 1152, dejando el cetro en manos de su sobrino Federico I (1152-1190) Barbarroja, así llamado por el color.de su barba. D e las cualidades del nuevo monarca mucho se podía esperar. "Nuestro Príncipe (Federico I)—escribía Wíbaldo al papa—no ha cumplido, según creo, los treinta años, es de ingenio penetrante, de miucho juicio, feliz en la guerra, ávido de gloria y de empresas afduas, incapaz de tolerar la menor injusticia, afable y generoso, y disertador brillante en la lengua de su propia gente". Y Acerbo Morena, que le conoció personalmente, lo describe así: "De mediana estatura y bella presencia, d e miembros bien dispuestos, rostro blanco teñido de color rosado, cabellos casi rojos y crespos, semblante alegre, de forma que parecía siempre querer reír; dientes blancos, manos hermosísimas, boca agraciada; era Federico belicosísimo, tardo para la ira, audaz e intrépido, rápido, elocuente, generoso sin prodigalidad..., temeroso de Dios, fácil en dar limosnas..., tan perfecto en todo, que desde hace mucho tiempo ningún emperador hubo que pueda con razón comparársele" i a . Le veremos abusar de sus grandes dotes, haciéndose el campeón de un cesaropapismo qu'e le empujará a lamentables contiendas con Roma. Sin embargo, en los seis primeros años, mientras al frente de la cancillería imperial estuvo el abad Wibaldo, las relaciones con los papas fueron amistosas. Con su apoyo logró Eugenio III volver de nuevo a la Ciudad Eterna en noviembre de 1152. En el pacto que firmaron el Sumo Pontífice y el monarca alemán, éste prometió que nunca ajustaría paz ni tregua con los romanos o con Rogerio II de Sicilia sin el consentimiento y voluntad del p a p a Eugenio o de sus sucesores; que obligaría a los rebeldes romanos a prestar obediencia al papa; que defendería la dignidad pontificia del sucesor de San Pfedro; que no cedería ningún territorio de la Italia meridional al emperador bizantino. Eugenio III, por su parte, M L a c a r t a de Wibaldo e n JAFFÉ, Bibl. rer. germ. I. Monum. Corbeiensia, p . 505. Las p a l a b r a s ' de Acerbo M o r e n a en la continuación de l a crónica de su p a d r e OTÓN, De rebus Laudensibus; MGH, SS, 18, 640.
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prometía honrar a Federico I como a hijo carísimo de San P e ~ j U ^ ¡ dro, coronarle emperador cuando viniese a Roma y a y u d a r l e í j ^ debidamente en el aumento y dilatación del honor de su corona.| Parecía que con este pacto de mutuo sostén entre las dosj cabezas de la cristiandad la situación de Eugenio III y de sus i sucesores podía darse por asegurada. Pronto vertemos que nof ' $ fué así. Es cierto que Eugenio pudo vivir tranquilo los últimosjb meses de su agitada vida, pero el compromiso pactado con el a Senado romano se demostró frágil e inestable. 6. " D e consideratione",—Por encargo de Eugenio III había -í$ San Bernardo predicado la Cruzada en Francia y Alemania, ;" impulsando a los dos monarcas más poderosos de la cristianr -í dad a» marchar al frente de sus tropas contra los turcos de Siria'. y Palestina. En otro capítulo hemos referido el triste fracaso ;;• de aquella doble expedición. Aunque de tan vergonzoso desas-« tre no puede, hacérsele responsable a San Bernardo, éste se y creyó obligado a excusarse y dar explicaciones ante el papa conj un tratado ascético y doctrinal que intituló De consideratione.! N o es eso, sin embargo, lo que nos interesa en dicho tra-j tado. Lo mencionamos aquí porque es uno de los principales) escritos del abad de Claraval y porque nos pinta magnífica-,•; mente el retrato de un papa reformador y reformado, tal camo-ij se lo imaginaban y lo .querían los más fervientes cristianos de:] aquella época. j .San Bernardo dirige a su discípulo Eugenio III esta obrita,! llena de graves consejos, recordándole sus deberes en tono pa-ví ternalmente afectuoso. Quiere que haga un examen de concien-j cia, reflexionando sobre sí mismo y sobre las cosas que e s t á n | a su cargo. Lo primero que debe ser objeto de la consideración J del papa es su propia persona. El santo le recomienda la pie^J dad y la contemplación, de donde brotarán todas las virtudes1;*; especialmente insiste en la virtud de la humildad, que es el m á s | hermoso ornato de un pontífice, que en medio de los más altos.a honores se considera desnudo, pobre y miserable. A los papas! antiguos, no a los recientes, debe tomar como modelos. L e | presenta el ideal y la dignidad incomparable del Vicario de-1 Cristo, pastor universal, juez, arbitro pacificador de los pue-;| blos, y le exhorta a no perder el tiempo en fruslerías y chanzas/: "que en boca del sacerdote son blasfemias". ; j En segundo lugar considerará su propia casa, es decir, su?Jj allegados, sus cardenales y demás funcionarios subalternos d e | la curia romana; le indica cómo debe elegirlos y cómo se ha dej portar con ellos, como señor y como padre. ••:% Tercer punto de consideración y examen ha de ser la rgfej sia universal. El papa no está para dominar, sino para traer 4 todos al seno de la Iglesia; no para codiciar bienes terrenos| sino para procurar el bien espiritual de todos, por lo cual deb? mirar por el cumplimiento de> los decretos eclesiásticos y p ° l
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que florezcan las virtudes' y la sumisión a la jerarquía; condena las frecuentes apelaciones a Roma, los abusos de las exenciones, las exageradas pretensiones de los legados pontificios. Y no> sólo a los fieles debe atender el papa: se ha de preocupar también de los infieles, de los herejes y cismáticos. Como soberano temporal, pues además d e sucesor de San Pedro es sucesor de Constantino, debe examinar también sus deberes para con el pueblo romano, tan protervo y difícil de gobernar. Escoja bien sus oficiales y coadjutores, sea modelo Se los prelados y proceda en todo con modestia y sin pompa vana. Reclama para el pontífice las dos espadas, que son la potestad espiritual y la potestad coactiva (no la política): "spiritualis scilicet gladius et materialis", pero sólo de la primera debe usar directamente: "exercendus ille sacerdotis, is militis manu, sed ad nutum sacerdotis et iussum imperatoris" T2. Finalmente, en el libro quinto se extiende en consideraciones místicas sobre los ángeles, sobre Dios y el misterio de la Santísima Trinidad. San Bernardo y Eugenio III desaparecieron casi al mismo tiempo. Eugenio murió en Tívoli el 8 de julio de 1153, dejando en la Iglesia el grato perfume d e sus virtudes, y su maestro el 20 de agosto. IIL
FEDERICO I BARBARROJA. Y EL PAPA ADRIANO
IV
1. Adriano I V (1154), ünico papa inglés,—El sucesor de San Eugenio III se, llamó Anastasio I V (1153-1154), romano, que reinó tan sólo un año y cinco meses. A su muerte, acaecicida el 3 de diciembre de 1154, le fué conferida la tiara pontifical a Nicolás Breakspeare, nacido en Langley de un clérigo llamado Roberto. Niño pobre y desamparado, pasó a Francia y entró a servir en el monasterio de San Rufo. Distinguióse por su talento y virtud, hizo la profesión y llegó a ser abad de aquellos canónigos regulares en- 1137, Venido a Roma para pedir a Eugenio III la aprobación de la severa reforma que pensaba introducir en su monasterio, el papa lo retuvo consigo y lo hizo cardenal obispo de Albano (1149). Bajo Anastasio I V desempeñó con prudencia y éxito una legación en Sueciá y Noruega, elevando a metropolitana (con diez sufragáneas) la sede de Tronthjem (Nidaros) en 1152, y a su re™ De consideratione TV, 3:.ML. 182, 776. H. GLEBER, Papst Mugen III, hace de Eugenio un campeón de la teocracia. No es el único juicio errado que encontramos en esa obra de una erudición meticulosa. Léase, en cambio, M. MACCARRONE, Potestas directa e potestas indirecta nei teoloc/i del XII e XIII secólo: "Miscellanea Hist. Pont." 18 (Roma 1954) 27-47; y especialmente A. STICKLER, II gladius negli atti dei concilii e dei Romani Pontefici sino a Graziano e Bernardo de Olairvaux: "Salesianum' 4 13 (1951) 414445.
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greso' mereció ser levantado a la Cátedra de San Pedro con el nombre de Adriano IV. El primer conflicto que hubo de resolver fué el de la revolución romana, en cuyos rescoldos, siempre "encendidos, sopla-, ba la elocuencia demagógica de Arnaldo de Brescia. Del mismo modo que las florecientes ciudades del norte de Italia s'e habían constituido en repúblicas autónomas, alzándose la burguesía, enriquecida por el comercio, contra la nobleza y el clero^ así Roma aspiraba a desposeer al papa de sus poderes temporales y a resucitar la antigua forma republicana bajo el gobierno del Senado. Si a la transformación política de las otras ciudades habían coadyuvado ciertos restos de la antigua constitución municipal, nunca enteramente desaparecidos, en Roma sucedía lo mismo con más fuerza, y allí estaba el venerando monumento del Capitolio como un símbolo perenne y una incitación al gobierno popular. Arnaldo de Brescia añadía la necesidad de una reforma eclesiástica, cuyo primer postulado era la pobreza evangélica, según la cual ni papas, ni obispos, ni abades, ni simples sacerdotes, podían poseer bienes terrenos. Viendo Adriano I V que los tumultos populares no se acababan nunca y que en uno de ellos-el cardenal de Santa Puldenciana, Guido, había sido herido gravemente por un arnaldista, tomó una resolución nunca vista hasta entonces en Roma, la de fulminar el "entredicho contra toda la ciudad. E n consecuencia, todas las ceremonias del culto se suspendieron, a excepción del bautismo y del viático a los moribundos. 2. Muerte de Arnaldo de Brescia en la horca.—Se echaba encima la Semana Santa y aquel pueblo religioso n o pudo sufrir el estar privado de los oficios divinos en tales días. Por eso, aunque algunos obstinados querían resistir, no tuvo el Senado más remedio que humillarse ante el papa, pidiéndole perd ó n Adriano I V levantó el entredicho, a condición de que Arnaldo saliese desterrado. Por lo pronto, el cabecilla fué metido en prisión, de la que luego le sacaron, llevándolo consigo los vizcondes de Canrpagnatico, fanáticos seguidores suyos. El desenlace, sin embargo, se avecinaba. Federico Barbarroja ambicionaba ceñirse cuanto antes la corona imperial. Solicitado por el Senado y por Adriano, bajó a Italia dispuesto a abrazar el partido del papa (octubre 1154). N o era amigo de las libertades municipales, y cuando una comisión del Senado le vino al encuentro con la oferta de coronarle emperador en el Capitolio, Federico I respondió: "Me brindáis la gloria de vuestra ciudad, la prudencia d"e vuestro Senado, el valor de vuestra juventud; peí o yo os diré con uno de vuestros poetas: Roma pasó (fttit quondam)". Barbarroja ciñóse la corona lombarda en Pavía. Muchas ciudades se le sometieron; otras, como Milán, se le resistieron tenazmente; él
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siguió avanzando hasta Roma. Temeroso el papa de las intenciones del monarca, le envió una legación para indagar sus intentos. Como prometiese aquél defender los derechos y la libertad de ia Iglesia, se celebró orna entrevista en Nepi el 9 de junio entre. Federico y Adriano. Púsole el papa como condición de la coronación imperial la entrega de Arnaldo, a lo que accedió Federico sin dificultad. Por orden del monarca fué Arnaldo entregado al prefecto de la ciudad, el cual le hizo< ahorcar inmediatamente. "¿De qué te valió, docto Arnaldo, toda tu ciencia? ¿De qué tantos ayunos y trabajos?" Así exclamaba un poeta anónimo, cantor de Federico 1 3 . El cadáver fué entregado a las llamas y sus cenizas arrojadas el Tíber, a fin de que el pueblo no lo venerase como a santo. 3. Adriano I V frente a Barbarroja.—Libre de este enemigo, tuvo Adriano I V que luchar con otro más fuerte: el propio Federico Barbarroja, que, a pesar de sus sentimientos cristianos y de sus brillantes dotes caballerescas, tenía la cabeza llena de ideas absolutistas y aun cesaropapistas. Y a en su primer encuentro con Adriano I V habíase negado a conducir de las riendas el caballo del papa, según el antiguo ceremonial, y sólo cuando los nobles le dijeron que ésa era la costumbre de los emperadores y que así lo había hecho Lotario III con Inocencio II, se prestó a ello. Entrados en Roma, se celebró en seguida, con la litúrgica solemnidad de siempre—recuérdese la descripción que de ella hicimos al tiempo de Otón I—, e n la basílica de San Pedro la coronación imperial (18 de junio de 1155). Exasperados los romanos porque el emperador había rechazado sus ofertas democráticas, empuñaron las armas contra los soldados alemanes, y aunque fueron rechazados con grandes pérdidas, siguieron dominando en la orilla izquierda del Tíber, mientras el emperador se volvía a Alemania. El acuerdo entre las dos cabezas de la cristiandad no era muy firme, ni podía serlo, dadas las ideas absolutistas de F e derico. La bienhechora influencia del canciller Wibáldo y de sus amigos Otón de Frisinga y Eberardo de Bamberg dejó de sentirse en la corte imperial cuando en 1156 entró en la Cancillería Rainaldo de Dassel, hombre tan erudito e infatigable en el trabajo, cuanto ambicioso, enemigo de la curia romana y del papa, cuya potestad quería se sometiese enteramente a la del emperador. Y de las mismas ideas participaban sus amigos Otón, conde palatino, y los obispos Daniel de Praga y Hermán de Verden. 18 "Docte quid Arnalde profecit litteratura—Tanta tibí? Quid tot ieiutiia totque labores?" (Gesta di Federico, verso 851-2, en "Fonti per la Storia d'Italia" [Roma 1887] p. 55).
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Como hijo fiel de la Iglesia, no pretendía Federico, al menos en un principio, romper las buenas relaciones de amistad y concordia entre el Imperio y el Pontificado, pero su ambición y las ideas absolutistas que se le fueron infiltrando le condujeron a rompimientos y hostilidades extremas,. Apoyado por la nobleza alemana, alcanzó un poder mayor que el de cualquier antecesor suyo en el trono germánico, p o , der que él acrecentó y robusteció casándose con la heredera de Borgoña. Reinó Federico en un tiempo en que el estudio del derecho romano entusiasmaba a los juristas d e Italia, los cuales ensalzaban las figuras de antiguos cesares, como Trajano el Justo, Marco Aurelio el Filósofo, Constantino el Grande, Justiniano el Legislador, mientras en Alemania florecían las leyendas sobre Carlomagno. Y. ese derecho, esa historia y esas leyendas nutrieron su mente y avivaron su fantasía, infundiéndole la persuasión de que la voluntad del emperador es la fuente de todo derecho humano (Quod Principi placuit, legis habet vigorem), y de que él estaba llamado a restaurar el antiguo Imperio, reconquistando a Italia entera, incluso Roma, y protegiendo y dirigiendo al papa, como a un obispo más, para lo cual buscaba apoyo en los ejemplos de su modelo Carlomagno. La primera disensión con el papa tuvo lugar con ocasión del litigio y pacto final entre Adriano I V y Guillermo I de Sicilia. Este Guillermo había sucedido en el trono a su padre Rogerio II (26 de febrero 1154), sin consultar al papa, de quien el reino siciliano era feudo. Envióle Adriano un cardenal con unas letras apostólicas, en las que le llamaba "Señor de Sicilia", n o rey. Guillermo se negó a recibir al legado, y no contento con esto, invadió militarmente los Estados pontificios, con lo que se atrajo la excomunión. Atacado en Sicilia por los bizantinos, trató de reconciliarse con el papa: éste, sin embargo, estimulado por los cardenales, negábase a cualquier transacción, hasta que, por fin, las armas victoriosas de Guillermo le obligaron a firmar el tratado, d e Benevento (18 junio de 1156). En este tratado Adriano I V absolvía de la excomunión a Guillermo I; lo reconocía por rey de Sicilia y duque de Apulia, exigiéndole, como a vasallo de la Sede Apostólica, un censo anual de 600 escudos de oro; se reservaba el derecho d e visitar las iglesias, enviar legados y aceptar apelaciones, solamente en las provincias de Calabria, no en la isla de Sicilia, en la que seguiría vigente el privilegio de Urbano II; finalmente ponía en seguro la libertad de las elecciones eclesiásticas, aunque sometiendo al rey la aprobación de las personas vi. Muy mal llevó el emperador estas concesiones, que juzM
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El tatado de Benevento véase en MGH, Leg. TV; Oonst. et Acta I, 588-91; H. SIMONSFBLD, Jahrbuch des deutschen Reiches unter Friedrich I, vol. I I (Leipzig- 1908) p. 454.
gó contrarias al pacto de Constanza, por él firmado con E u genio III en 1153. En realidad lo que le irritó fué que de esta manera se le "escapase el reino de, Sicilia, cuya conquista meditaba. Sus relaciones con Roma se agriaban de día en día. Violaba frecuentemente el concordato de W b n n s , haciendo deponer a los obispos que no eran de su gusto y sustituyéndolos por otros, amigos y partidarios suyos. E n cierta ocasión d e claró que la excomunión lanzada en un negocio de bienes eclesiásticos sók> era válida si el r e o era condenado, por un tribunal civil. 4. E n la Dieta de Besancon.—Aconteció que el arzobispo Eskil de Lund (Dinamarca), regresando de Roma a su patria, fué salteado por unos facinerosos, junto a Thicowille, despojado y hecho prisionero, sin que el emperador se preocupase de libertarlo y quizás alegrándose de tan enorme atropello contra el primado de Dinamarca y Suecia, dignidad que antes pertenecía al arzobispo alemán de Hamburgo-Bremen. Indignado el papa, le mandó una carta a la Dieta (octubre de 1157) por medio de los cardenales Bernardo, del título de San Clemente, y Rolando, de San Marcos (futuro Alejandro I I I ) , amonestándole severamente por lo sucedido y diciéndole: "Debes traer a la memoria, ¡oh gloriosísimo hijo!, con cuánto placer y alegría te recibió el a ñ o pasado tu madre la sacrosanta Iglesia romana, con qué cordialidad t e trató y cómo te confirió (contulerit) la plenitud de la dignidad y del honor, concediéndote (confetens) gustosísimamente la insignia de la corona imperial... Y lejos de arrepentimos d e haber cumplido en todo tus deseos, nos alegraríamos de que tu excelencia hubiese recibido, a ser posible, mayares beneficios (maiota beneficia) de nuestra mano, considerando cuántos bienes y provea chos nos pueden venir por tu medio á N o s y a la Iglesia de Dios"15. El documento, en medio de todo, era afectuoso y nadie hubiera hallado en sus expresiones el menor tropiezo, de no haber intervenido la suspicacia o mala voluntad del canciller Rainaldo de Dassel, que al trasladarlo al alemán tradujo beneficium por lehen (feudo) y dio al verbo con/erre el .significado de investir, con lo cual hacía decir a las letras pontificias que la Santa Sede había dado en investidura a Federico la dignidad imperial como en feudo, y que en consecuencia el empera.dor era vasallo del papa. Al oír tal interpretación, un fuerte rumor de descontento corrió por la asamblea de los príncipes. "¿Conque el imperio de la ciudad y el reino itálico—decían.—es donación del pontífice?" Parece que uno de los legados exclaM En MGH, Leg. TV: Const. et Acta I, 229; MANSI, Concilia 21, 789.
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mó: "¿Pues de quién tiene el emperador su Imperio sino del papa?" Tales palabras excitaron la ira de Otón de Wittelsbach, conde palatino, que sacando la espada amenazó de muerte al legado pontificio. Intervino Federico I para calmar el tumulto y ten seguida despachó ignominiosamente a los cardenales camino de Roma con el precepto de no torcer ni a la diestra ni a la siniestra. En una circular que mandó el emperador a todo su reino, y en otra particular a los obispos, se quejaba de la arrogarncia de los legados pontificios ten la Dieta, al querer someter la potestad imperial al papa, como si de él la hubiese recibido en feudo, siendo así que el monarca alemán no recibe el reino y el Imperio sino de Dios; la corona le viene por beneficio divino mediante el voto del arzobispo de Maguncia y dte los otros príncipes electores; al arzobispo de Colonia le corresponde dar la unción real y al papa la imperial, pero nada más. A continuación protesta, como anttes lo hizo en Roma, de la inscripción que leyó en el palacio de Letrán sobre una pintura que representaba a Lotario, en la que se hacía a este monarca subdito y vasallo (homo) del p a p a 1 6 . " N o n patienxur, non sustintebimus", terminaba diciendo a sus obispos. Estos se pusieron de su parte, y asi lo indicaron a Adriano I V . Quiso el prudente pontífice apaciguar la tempestad y se apresuró a dar explicaciones, aunque protestando con gravísimas palabras de la injuria, descortesía y maltratamiento inferido a tan insignes cardenales y legados. Después explicaba: "Esa palabra beneficium se dteriva ex bono eí fado y entre nosotros no significa feudo, sino un bien que se hace a otro. E n este sentido se usa continuamente en la Sagrada Escritura. Y el haberte impuesto nosotros la corona será estimado por todos como un beneficio (bonum factum) que te hicimos". Dtebió de sosegarse un poco el ánimo de Federico con estas razonables palabras; pero su ambición y sed de poder iban creciendo en tal manera, que pronto le veremos conculcando abiertamente los derechos sagrados de la Iglesia. 5. E n la Dieta de Roncaglia.—Cuando Federico Barbarroja, siendo joven, acompañó a su tío Conrado III en la Cruzada, tuvo ocasión de conocer el régimen despótico de los musulmantes y el cesaropapismo de los bizantinos. Quizá de entonces datan sus primeras aspiraciones absolutistas. Alentado luego por los cultivadores del derecho, pensó en restaurar las ideas 18 L a inscripción l a t e r a n e n s e referente a l a coronación de Lot a r i o I I I p o r Inocencio I I decía:
Eex veult ante fores... Post, hamo fit papae; sumit quo dante cononam. Cf. WATTERICH, Vítete
I I , 358; OTÓN DE FRISINGA, Gesta
rici m , 10: MGH, 20, 422.
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jurídicas de los antiguos cesares, como si el Sacro Romano Imperio fuese la continuación del dte Constantino y no una creación nueva, esencialmente medieval y cristiana. Para él y a no tenían sentido los derechos feudales d e tondtes, obispos, ciudades. Sabido es que contra el s,entido cristiano del hombre medieval, que lentamente iba adaptando el antiguo derecho a las nuevas condiciones sociales, los discípulos de Irnejio—el fundador de la escuela jurídica de Bolonia—, continuando la obra de su maestro, detienen y paralizan tesa evolución fecunda, rompen con el derecho consuetudinario y con la vida práctica de su tiempo y olvidan las concepciones cristianas de la justicia y del poder, esforzándose por dtescubrir y propagar el derecho absolutista del tiempo de Justiniano. Federico colma de favores a los legistas boloñeses, aprueba la constitución corporativa de su Universidad, confirma los privilegios de los escolares y de los maestros, hasta el punto que desde ese m o mento la escuela de derecho eclipsa a todas las dtemás escuelas de la ciudad. Aquellos juristas, por su parte, sostienen y empujan la política absolutista del emperador. El año 1158 emprende Ftederico su segunda expedición a Italia al frente de poderoso ejército; obliga a los milaneses a rendirse, y poco después, el 11 de noviembre, reúne una ctelebérrima Dieta en los campos d e Roncaglia. Allí promulga la Constitutio de vegalibus, preparada por doctores de Bolonia, proclamando los dertechos soberanos del emperador. Todos los derechos feudales adquiridos legítimamente por los duques, condes, obispos, ciudades, ratificados anteriormente por Enrique V , los reclamaba ahora Federico Barbarroja, r e servándose para sí la facultad de nombrar los cónsules en Milán, las diversas magistraturas en, las otras ciudades y exigiendo a los nobles, así laicos como eclesiásticos, la rtenuncia a sus regalías, percepción de impuestos, alcabalas, peaje, pontazgo, monedaje, derechos de las minas, de la pesca, de los bienes confiscados, etc.; y aunque es verdad que a muchos se; los devolvió en seguida en forma de feudo, pero fué imponiéndoles tributos y censos incomparablemente más gravosos que antes 1T. Duques y obispos reconocieron la supremacía imperial, diciéndole por boca de Otbterto, arzobispo de Milán: Tua voluntas ius est. L o mismo hicieron las ciudades, creyendo que p o • i fn c o n s e r v a r s u autonomía, aun confesando teóricamente que el Imperio era la única fuente dte derecho público. Mas cuando se llegó a la práctica, Milán se alzó en rebeldía y a su lado Piernona y Genova.
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MGH, Leg. TV. Const. et Acta I, 207-209.
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También el papa Adriano levantó su voz contra Federico, que en la D M a de Roncaglia había violado los derechos de la Iglesia. Efectivamente, Federico obligaba a los obispos de Italia a que le prestasen juramento no sólo de fidelidad, sino de vasallaje (hominium), lo cual iba contra el concordato de Worms; se arrogaba la soberanía sobre las tierras de la condesa Matilde, reconocidas solemnemente por Lotario III como feudo de la Santa Sede, y se las entregaba al conde Güelfo V I de Baviera, contra los derechos del papa; daba al mismo Güelfo el título de príncipe de Córcega y Cerdeña, siendo así que estas islas, por donación de los corolingios, pertenecían a la Santa Sede; mandaba emisarios a Toscana, Campania y otras tierras pontificias a ejercer el fodcum (derecho de requisar víveres y forrajes para las tropas); reivindicaba para sí la jurisdicción sobre la misma ciudad de Roma, como consiguiente a su título de emperador 1 B ; fiinalmente, hasta en los documentos de la Cancillería posponía el nombre del papá al suyo y le hablaba en singular, mientras que de sí decía siempre nos, contrariamente al uso de los emperadores desde Otón I. A esto hay que añadir abusos particulares, como el de elegir para arzobispo de Ravena a un subdiácono, sin contar con el i papa, y el de conceder la sede coloniense a su canciller Rainaldo de Dassel, enemigo capital de Adriano IV, el cual nunca quiso confirmar tal nombramiento. 6. Nuevos, roces con el papa.—En vano intentó el pacífico Adriano detener al emperador en este camino; en vano le fenvió primero unas letras por medio de un "hombre oscuro y despreciable" (probablemente un monje), y después una legación de cuatro cardenales, proponiéndole las' condiciones de paz. Federico respondió con nuevas quejas y recriminaciones. Al. último aviso, del 24 de junio de 1159, reaccionó el orgulloso ! emperador diciendo que todo el poder temporal del papa era pura concesión imperial de Constantino, que los cardenales legados se dedicaban a aunar toda la plata que podían y que el ¡¡ papa escandalizaba a todos con su soberbia. i Gomo Adriano tuviese informes ciertos de que Federico se ' aliaba con los rebeldes de Roma e incluso con algunos cardenales, con intención de caer en seguida sobre la Ciudad Eterna, trató de parar el golpe, asociándose con Milán y buscando el .t apoyo del siciliano Guillermo, a quien el año anterior había reconciliado con Bizancio. Retiróse en el verano a Anagni, y ; había determinado lanzar la excomunión contra el emperador, ¡ cuando le sorprendió la muirte el primero de septiembre de \ 18
"Inane utique porto nomen ac sine re, si urbis Romae de manu nostra potestas fuerit excussa" (RAGBWIN, Gesta Friderioí '<•• IV, 10, en MGH, SS, 20, 450).
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1159. Sus últimas palabras fueron para recomendar su pobre madre a la caridad de la iglesia de Cañterbury. Alaban los coetáneos del papa inglés su hermosa presencia, su facilidad de palabra, su suavidad y mansedumbre. Los hechos de su pontificado dan testimonio de su prudencia, tenacidad y fortaleza, Favoreció a infinitos monasterios con la exención y otros privilegios. Al conde Ramón Berenguer I V dfe Barcelona, a quien había conocido en 1148 durante la conquista de Tortosa, siendo él abad de San Rufo, lo tomó najo su protección, apoyándolo decididamente, a fin de que el'ilustre conde, devotísimo de la Iglesia, pudiese llevar adelante sus luchas contra los sarracenos 1B. Algunos han puesto en duda, sin motivo, la autenticidad de la carta dirigida por Adriano I V al rey Enrique II de Inglaterra alentándole a ocupar la isla de Irlanda y reivindicando para la Santa Sede todas las islas donde se hubiese predicado el Evangelio. IV.
FEDERICO
I
Y ALEJANDRO
III (1159-1181)
1. Elección de Alejandro III y del antipapa Víctor IV.— La ofensiva contra Federico I Barbarroja, iniciada por Adriano IV, la conduciría adelante, hasta el triunfo pleno, el austero y doctísimo Alejandro III (1159-1181), aquel Rolando Ban- .. dinelli que siendo cardenal llevó a la Dieta de Besancon la ' protesta pontificia. Sienes de nacimiento, descolló como praecepfor maximus en su cátedra de teología i de la Universidad de Bolonia. Dos monumentos científicos de alto valor atestiguan sus dotes de profesor: una Suma de Derecho canónico (Stroma), que es probablemente, después ded de Pocapaglia, el primer comentario del decreto de Graciano, y una Suma teológica (Sententiae), en que sigue la escuela y la orientación de Abelardo, corrigiendo al maestro en bastantes puntos' 20 . Al ser elevado a la Cátedra de San Pedro ocurrieron graves desórdenes, que brevemente reseñaremos. Muerto Adriano IV, querían muchos cardenales que, pues había fallecido en Anagni, allí fuese enterrado y allí se celebrase con plena libertad y calma la nueva elección. Otros cardenales, amigos del emperador, pretendían que la elección se celebrase en Roma, donde ellos tenían más partidarios, y finalmente lo consiguieron, gracias al empeño del Senado romano. Hallábase deliberando el Colegio Cardenalicio en la basílica de San Pedro (del 4 al 7 de diciembre de 1159), estando presentes a un lado los sena10 JAFFÉ-POTTKAST, Regesta II, 134, n. 10419: ML 188, 1570. "Para la bula sobre Irlanda y la teoría omni-insular, véase Luis WBCKMANN, Las bulas alejandrinas de H9S (Méjico 1949) p. 109-155. *? Cf. AMBROPIUS GIETL, Die Sentenzen Rolands (Friburgo de Brisg. 1891).
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dores, al otro el clero de la ciudad y atrás la masa del pueblo. La mayoría de los cardenal'es optó por el canciller Rolando Bandinelli; los pocos que seguían al cardenal Oétaviano, viendo su causa perdida, propusieron el que se elegiése un tercero, extraño al Colegio Cardenalicio. Opusiéronse los de la mayoría (que si no al principio, al menos poco después formaban más de dos terceras partes), y para precipitar los hechos se adelantaron 1 a echar el manto de púrpura^ sobre los hombros de Rolando, y a Alejandro III. Esto que vio Octaviano, lanzóse sobre el manto antes de que su adversario se lo endosara y se lo puso a sí propio. Indignado un senador se lo arrebató, mas no faltó un capellán que le trajo otro nuevo, y como contaba con el partido imperial y con gran parte del Senado y del pueblo, fué conducido procesionalmente hasta Letrán y entronizado con el nombre de Víctor I V (1159-1164), dando así origen a un cisma 2 1 . Alejandro III, temiendo por su vida, se refugia con los suyos en el castillo del Vaticano y luego en una torre del Trastevere. Liberado por Otón Frangipani, sale de Roma hacia el sur, y el 20 de septiembre es consagrado en el pueblecito de Ninfa por tibaldo, cardenal obispo • de Ostia. Ocho días después, desde Terracina fulminaba el anatema contra el antipapa Víctor, que en el monasterio de Farfa se había hecho consagrar por el obispo de Tusoulo. Ambos coriunicaron al mundo católico su elección. ¿A cuál de los dos seguirían los príncipes cristianos? 2. Fallido concilio de Pavía.—Federico Barbarroja, que desde el primer momento dio a Víctor I V tratamiento de Sumo Pontífice, mientras que a Alejandro III le decía "canciller Rolando", trató de fingir perfecta neutralidad; declaró que él obraría de acuerdo con los reyes de Francia y de Inglaterra, pero que íá decisión la dejaría a la Iglesia, para lo cual convocaba un concilio en Pavía. Abrióse esta asamblea el 5 de febrero de 1160, a la que asistieron los partidarios de Víctor IV, no los de Alejandro III, aunque fueron invitados. N i Enrique II de Inglaterra ni Luis VII de Francia enviaron sus prelados, d e modo' que aquel concilio, que aspiraba a ser ecuménico, se vio reducido M
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Las fuentes para el estudio de esta doble elección son primeramente las declaraciones públicas de ambos contendientes y luego los testimonios y decisiones de los concilios tenidos de una parte y otra. Casi todos los textos pueden leerse en RAGEWIN, Gesta Friderici IV; en WATTERICH, Vitae Pontificum II, 377 ss; en Const. et Acta I, 250-270. En octubre de 1159 son 23 los cardenales que firman una carta a Federico defendiendo la causa de Alejandro III; en 1160 son 25 los que se dirigen a toda la Iglesia propugnando lo mismo. En pro de Victor abogaban en 1159 solamente cinco cardenales, de los que uno se pasó muy pronto al bando contrario. Cf, WATTKRICH, Vitae TI, 464-466, 493-499.
a 50 obispos, entre alemanes y lombardos. Federico inauguró las sesiones invocando los ejemplos de Constantino, Teodosio, Justiniano, Carlomagno y Otón I. Luego, los -obispos manejados ocultamente por el emperador, oyeron a los testigos, discutieron la prioridad de la "enmantación" y vinieron a concluir que la "sanior pars", los mejores cardenales, habían dado su voto a Víctor IV. ¿Y quiénes eran los mejores a juicio de aquellos obispos? Los que habían elegido al mejor papa, y el mejor .papa era el más adicto al emperador. Decidióse, pues, que Víctor I V era el único papa legítimo; el otro quedaba
excomulgado. H a y que hacer notar que tal decisión no fué libre y unánime. E l "patriarca de Aquilea, con otros obispos lombardos y alemanes, manifestaron que su voto de aprobación no era definitivo, sino que lo sometían a lo que la Iglesia decidiese ulteriormente. A todos los obispos de su Imperio ordenó Federico que reconociesen a Víctor IV. N o todos le obedecieron ni en Alemania ni en Italia. El valiente Everardo de Salzburgo se negó rotundamente a seguir al cismático y consiguió mantener bajo la obediencia de Alejandro III a n o pocos del norte de Italia, de Estiria, de Hungría, etc. Aquel gran humanista y filósofo, el inglés Juan de Salisbury, esgrimió su elegante pluma contra la causa de Víctor I V y contra el emperador alemán; muchos de Inglaterra y Francia pensaban como él, así que no es de maravillar qute esas dos naciones se adhiriesen oficialmente en 1160 a Alejandro III. Lo mismo hicieron Castilla y Aragón y al año siguiente Tierra Santa. E l 27 de febrero de 1160.Juan d e Anagni, caardenal y legado pontificio, pronunció en la catedral de Milán la solemne excomunión del emperador y del antipapa. Lo mismo hizo en Anagni Alejandro III, el cual en junio pudo entrar en Roma; mas para poco tiempo, pues casi todos sus estados se hallaban en poder de los cismáticos. Naves sicilianas lo condujeron a Genova en enero de 1162, y como tampoco allí se sentía seguro, pues Milán acababa de caer en manos del emperador, pasó a Francia, donde fué recibido honotíficaimente. 3. Destrucción de Milán.—En Toulouse obtuvo Alejandro III el gran triunfo de reconciliar a, los reyes de Francia y de Inglaterra, con lo cual evitó el peligro de que Luis V I I cayera en las redes que le tendía Federico Barbarroja para atraerlo a su partido. E n niayo de 1162 celebró un sínodo en Montpellier y en mayo de 1163 otro más solemne en Tours, con 17 cardenales, 124 obispos, centenares de abades y representantes de Francia, Inglaterra, España, Italia.y Qir}ente, que vinieron a rendir homenaje de fidelidad y obeí¡ie?í¿i§, al papa. Federico, entre tanto, metía bajo su pesado, yugo el norte
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de Italia. La máxima preocupación del emperador era Milán, Ahora bien, los milaneses, acosados por el hambre, empavorecidos por las crueles venganzas "ejercidas en los prisioneros', tuvieron que rendirse incondicionalmente, a merced del vencedor (1 de marzo de 1162), el cual exigió como retenes las personas de los cónsules y 4.000 caballeros' (iudices)} mandó luego a todos los ciudadanos abandonar la ciudad con lo que cada uno pudiese HeVar y dio orden de que las murallas y los edificios, inclusoí las iglesias y parte de la catedral, fuesen arrasadas sin piedad, barrio tras barrio. E n Pavía se celebró con solemnidad la fiesta de la victoria y el emperador dató algunos de sus documentos post destracíionem Mediolani. Atemorizadas otras ciudades, como Brescia y Placfencia, se sometieron en seguida; las que se habían mantenido fieles fueron premiadas; las autoridades imperiales, a fuerza de organización y de hábiles maniobras políticas, veían más robusto que nunca su poder en Lombardía. Dos ciudades marinearas tan ricas y fuertes como Pisa y Genova, ponían sus flotas al serviRio de Federico; Pisa, de tradición imperialista, lo hizo espontáneamente; Genova, a disgusto, y ambas recibieron extraordinarios privilegios, base de su futura prosperidad. Desde Alemania, adonde se había retirado el emperador victorioso, bajó por tercera vez a Italia en octubre de 1163. N o traía ejército. Le precedía su canciller y ministro, el áspero Rainaldo de Dassel, y también el antipapa Víctor IV. Llegó Rainaldo hasta la Italia central, imponiendo en todas partes un régimen imperialista, duramente fiscalizados, y construyendo nuevos castillos, que guamiecía con jefes alemanes. 4. Nuevo antipapa: Pascual III (1164>1168)*—Ocurrió entonces inesperadamente la muerte' de Víctor IV en Lucca (20 de abril de 1164). Era el momento propicio para que el emperador se reconciliase con Alejandro III, y pensó en ello. Pero Rainaldo de Dassel se presentó rápidamente en Lucca, mandó hacer las exequias al difunto, a quien los canónigos de la catedral, como a excomulgado, no habían querido dar sepultura, y sin consultar a Federico hizo elegir otro antipapa en la persona de Guido de Cremona, que se llamó Pascual III. Políticamente tal medida fué desgraciada, pues muchos de los obispos alemanes se negaron a obedecer al nuevo papa, cismático; hubo amigos del emperador que dieron claras muestras de disgusto. Es verdad que la causa de Alejandro perdió un firme sostenedor con la muerte de Everardo de Salzburgo, tío de Federico, pero su sucesor, Conrado, hasta entonces obispo de Passau, se adhirió al papa legítimo, sin cuidarse de las represalias que tomó el emperador. Y lo mismo hizo el arzobispo Conrado de Maguncia, que perdió su sede, aunque era hermano de Otón de Wittelsbach, y prestó obediencia a Alejandro I I I ' cuando iba en peregrinación a Compostela,
A fin de que el pseudopapa Pascual III ganase las simpatías de los alemanes, propúsole Rainaldo de Dassel el canonizar al emperador Carlomagno, y, en efecto, se tuvo en Aquisgrán la ceremonia de la canonización, nunca aprobada por Roma. Al mismo' Dassel lo consagró arzobispo de Colonia, a cuya iglesia hizo transportar desde Milán las supuestas reliquias de los.Reyes Magos. 5. Cuarta expedición de Federico a Italia.—^Gracias al Imperio prosperaba Venecia, siendo la puerta por donde entraban en Alemania y norte de Italia los productos de Oriente. Pero : el absolutismo de Federico le infundió temores por su propia independencia, la cual se vería seriamente amenazada en caso que el emperador realizase sus proyectos de conquistar el sur de Italia. Empezó, pues, a negociar con Bizancio y con los "normandos, al mismo tiempo que movía a Verona, Padua y V i cenza a coligarse contra las desmesuradas exigencias imperiales (1164). E n Roma mismo gran parte d e la ciudad se decía-' raba por Alejandro III y lo llamaba con insistencia. Este creyó llegado el momento de dar la batalla a su adversario detatro de Italia y se embarcó rumbo a Sicilia. Guillermo le prestó sus naves y el 23 de noviembre d e 1165 hizo el papa su entrada triunfal en Roma. Pascual III, su adversario, se hallaba instalado en Viterbo. Alejandro reanudó la amistad con Sicilia, en donde él joven Guillermo II sucedió a su padre aquel mismo año de 1165. El emperador bizantino Manuel Comneno le prometió al papa la paz de Italia y la unión de toda la Iglesia, incluso la griega, a condición de que se le impusiese a e l l a corona imperial y no a Federico. Esto hubiera sido restaurar el Imperio de Justiniano, y probabilísimamente ni griegos ni latinos lo hubieran tole- . rado a la larga. Alejandro III se contentó coii entablar negociaciones, agradeciendo la buena voluntad d e aquel monarca. Temiendo Federico Barbarroja que Roma viniese a ser el centro de la resistencia antiimperial en Italia, bajó por cuarta vez a la península, dispuesto a instalar al antipapa en la Ciudad Eterna y aun a conquistar el reino de Sicilia. Mandó por delante a sus dos legados, los arzobispos Cristian de Maguncia y Rainaldo de Dassel, los cuales, con ayuda de las tropas tuscu. lanas, infligieron a los romanos una formidable derrota el 29 de mayo de 1167. Entre tanto, el emperador se dirigió contra la plaza estratégica d e Ancona, que resistió tres semanas, después de las cuales hubo de capitular, dejando libre a Federico el paso hacia Roma. Unido con sus legados, asalta los muros de la ciudad leonina, pone fuego a Santa M a r í a in Tavvi e invade con sus tropas la basílica vaticana, profanándola con violencias y muertes. Allí pudo ser entronizado Pascual III y coronado de nuevo Federico con su esposa Beatriz el 30 de julio
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El papa Alejandro III se puso en1 salvo primeramente en la isla tiberina, a la sombra de los Gaetani, y luego en. las fortalezas de los Frangipani, junto al Coliseo, hasta que mediado agosto pudo escaparse vestido de peregrino a Benevento, territorio normando. Dueño entonces Federico de toda Roma, triunfador de la urbe y del orbe, en frase de Juan de Salisbury, se imaginó en la cumbre de su poderío, mas la fortuna dejó muy pronto de sotireírle. La* malaria comenzó a hacer estragos en su ejército. El emperador vio con espanto cómo sucumbían, a la epidemia su sobrino el duque Federico de Suabia y su primo el joven Güelfo VII, y antes que ellos, entre otras mil víctimas, el instigador del cisma y de la política cesacopapista Rainaldo de Dassel (14 de agosto). Eran tantos los cadáveres, que muchos quedaban insepultos. Según el analista Romualdo Salernitano, fué tan claro el castigo de Dios contra el profanador de la' basílica d e San Pedro, que el mismo Federico hubo de reconocerlo, y con unos pocos se retiró hacia el norte tristis eí moerens. Santo Tomás Cantuariense, haciéndose eco de todos los fieles cristianos, exclamaba en caita á Alejandro III: "Jamás se ha visto el poder de Dios más manifiesto". 6. Liga Lombarda*—El 12 de septiembre, pasados dificultosamente los Apeninos, el emperador se hallaba ara Pavía, camino de Alemania, adonde entró por fin en'marzo de 1168. Al atravesar la Lombardía se dio cuenta d e la formidable liga de ciudades que se estaba fraguando contra él. Incitada por Venecia, ya desde la primavera anterior, la ciudad de Cremona se habia puesto al frente de un movimiento, cuya finalidad no era negar los derechos imperiales, sino reducirlos a como estaban antes dé la Dieta de Roncaglia. Para eso en marzo de 1167 había formado con Mantua, Brescia y Bérgamo la llamada Liga Lombarda, en la que en seguida entraron los milaneses dispersos y luego Placeneia y Parma, e incluso Lodi, ciudad tan devota, de Federico. Aunque algo recelosas de la prepotencia milaiiesa, juraron levantar de nuevo a Milán, uniéronse con el grupo de ciudades coligadas en 1164 (Verona, Padua, Vicenza), prometiendo n o firmar tregua ni paz sino de común acuerdo, y aclamaron1 como a su alto protector al papa Alejandro IIIv . Nunca el particularismo de las ciudades italianas había renunciado como ahora a sus propios minúsculos intereses y a sus tendencias anárquicas. Sin constituir todavía una masa compacta, representaban una fuerza y una cohesión no vista hasta entonces en Italia. Cada ciudad nombró sus cónsules, en vez de los podestá o magistrados imperiales, y entre todas nombraron un gobierno federal que dirigiese la Liga y recaudase impuestos para la guerra. La Liga Lombarda fundó en 1168, en las cercanías de Asti, una ciudad nueva bien amurallada,
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que en honor de Alejandro III se llamó Alejandría, la cual se comprometió a pagar un censo anual a la Santa Sede a cambio de la protección apostólica. T o d o esto parecía significar que el poderío del emperador en Lombardía se venía abajo; sin embargo, en el centro de la península se mantenía, gracias a las disensiones intestinas, y en la misma Roma pontificaba su hechura Pascual III. Este murió el 20 de septiembre de 1168 y en su lugar fué elegido por sus secuaces el abad Juan de Struma (Calixto III, 1168-1178), reconocido en seguida por el emperador. N o hay duda que la actitud cismática perjudicaba a Fedev rico políticamente. Trató de entenderse con Alejandro III. A este fin le envió, en marzo de 1169, dos embajadores muy bien escogidos: los abades del Cister y de Claraval. Y en pos de ellos, con carácter más oficial, otros dos: Everardo, obispo de Bamberg, y Cristiano de Maguncia, que se entrevistaron con el papa en Veroli en marzo de 1170. Tal vez lo que pretendía Federico era apartar a Alejandro de la Liga Lombarda. T o d o fué inútil, y tenía que serlo, mientras no acatase al pontífice legítimo. 7. Quinta expedición de Federico. Batalla de Legnano» Paz de Venecia,—En septiembre dé 1174 emprende el emperador su quinta expedición a Italia. Incendia la ciudad de Susa y asedia durante seis meses a Alejandría, fracasando en su empeño de rendirla. Como los lombardos le oponen un fuerte ejército, Federico entra en negociaciones con ellos, procurando hábilmente desunirlos, pues ya algunas ciudades, como Cremona, empezaban a separarse de la Liga. También hubo coloquios con representantes del' papa en la ciudad imperial Pavía. M a s no se llegó a ningún acuerdo. . Pidió el emperador a su primo Enrique el León refuerzos militares para subyugar a Italia; mas 'el duque de Baviera y Sájonia, el más fuerte de los príncipes alemanes, ocupado en la germarázación de los países orientales, se negó a dárselos. Disponía, pues, Federico de tropas no muy copiosas, cuando el 29 de mayo de 1176 se encontró en Legnano con las milicias lombardas. Dura fué la batalla, aunque no decisiva. Herido mortalmente el caballo del emperador, éste cayó a tierra, y a punto estuvo de ser capturado por sus enemigos*. Humillado y abandonando grueso botín, tuvo que retirarse en derrota 2B. Sus mismos amigos y partidarios, especialmente los obispos, le aconsejaron volverse al papa humildemente en busca de un arreglo. Así lo hizo, y en octubre de 1178 delegados de una y otra parte prepararon ten Anagni los preliminares de la paz. Federico reconocía la legitimidad del papa Alejandro. Al " Aúnales Medialanewtes, en MGH, Scriptores 18, 377; BomooZdi annales. ibíd, 19, 441; Anuales Colonienses Maximi, imd. 17, 789,
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antipapa se le concedería benignamente una abadía y a sus cardenales se los dejaría fen los puestos que ocupaban antes del cisma. El papa disfrutaría de plena libertad en sus estados y se le restituirían los dominios de la condesa Matilde. Se firmaría también una paz con los amigos del papa, es decir, con la Liga Lombarda y con Sicilia. El lugar d'e reunión para la paz propuso Federico que fuese Ravena. Los lombardos -preferían Bolonia. El papa optó por Venecia, ciudad que se había mantenido fiel a Alejandro III, aunque los lombardos la tachaban de infiel a la Liga. En mayo de 1177 se hallaba en la ciudad de las lagunas Alejandro III con los plenipotenciarios de Sicilia. También llegaron los magnates del Imperio que representaban a Federico. Se ratificaron las cláusulas del tratado de Anagni, con la variante de no mencionarse los bienes matildinos, diciéndose solamente que el emperador restituiría al papa todos los territorios que le había arrebatado. Con los sicilianos se firmó una paz de quince años, reconociéndole a Guillermo II el titulo de rey; con la Liga Lombarda sólo se llegó a una tregua de seis años, durante los cuales el emperador no se entrometería en los asuntos particulares de los municipios lombardos', ni "exigiría juramento de fidelidad al Imperio, ni pronunciaría sentencia contra ningún miembro de la Liga. El 24 de julio los cardenales, en nombre del papa, dirigiéndose al lugar donde se hallaba Federico, lo declararon absueltp de todas las censuras eclesiásticas en que había incurrido. Entonces fué cuando se le permitió entrar en Venecia. A las puertas de la iglesia de San Marcos se postró para besar los pies del Romano Pontífice. Este lo tomó en sus brazos y le dio el beso de paz, llorando de emoción. Mientras el clero alemán cantaba el Te Deum, el pontíficte y el emperador, cogidos de la mano, entraron en el templo. Al día siguiente, fiesta de Santiago, quiso Federico oír la misa solemne del papa. Quitándose el manto impterial, recibió a Alejandro cuando éste llegaba a San Marcos, y haciendo de ostiarms lo condujo" dentro de la basílica. Oyó con gran atención lá homilía que el papa pronunció desde el pulpito, y. terminada la función hizo de palafranero (stratorif officium), conduciendo un trecho por las riendas el caballo blanco de Alejandro III, hasta que éste se despidió, dándole la bendición. . En la última conferencia del 1 de agosto tuvo lugar la sovlemne promulgación de la paz. A la derecha del papa se sentó el emperador, sin la "fiereza leonina" de otros tiempos, y a la izquierda el arzobispo salernitano Romualdo, que es. quien con más particularidades nos ha contado esta historia. T o d a la cristiandad se regocijó y dio gracias a Dios por la terminación del cisma y por el triunfo del Pontificado. Federico qufedó impresionadísimo de la benignidad y magna--
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nimidad de Alejandro III y en adelante le profesó siempre sincera veneración. El 16 de octubre salió Alejandro de Vertecia; se detuvo en Anagni y en Frascati y finalmente, a ruego de los senadores romanos que l'e juraron fidelidad, entró triunfalmente en la Ciudad Eterna el 12 de marzo de 1178. 8. Concilio n i de Letrán.—Conforme se había estipulado en Anagni y Venecia, determinó Alejandro III convocar un concilio ecuménico en que estuvies'e representada toda la cris- t "tiapdad. Celebróse en el palacio de Letrán en marzo de 1179 y fué el tercero Lateranensfe y el undécimo general. Afirma un cronista que en él participaron más de 600 obispos; pero el cér lebre historiador Guillermo de Tiro, allí presente, asegura que fu'eron 300, sin contar los abades y otros clérigos. Dictáronse 27 cánones o decretos, el primero de los cuales, para precaver futuros cismas y disensiones, establece que en adelante no s'ea tenido por papa legítimo sino el que haya obtenido en la elección por lo menos dos terceras partes de los votos. Se fijan en el tercero las condiciones que deben reunir los obispos y los que se dedican a la cura de almas. Prescribe luego el concilio que nadie se ordtene sin título cierto. Condena las exacciones simoníacas y prohibe las expectativas. Reprime la insolencia de algunas Ordenes militares, acaparadoras de privilegios, fíente a los obispos. Inculca la pobreza a los monjes y la continencia a los clérigos. Reprueba la pluralidad de dignidades y de iglesias parroquiales en una sola persona. Manda dar algún competente beneficio al maestro que "enseñe gratis a los escolares y clérigos de la catedral. Vitupera.los torneos peligrosos. Condena la piratería y la usura. Anatematiza a los cataros, patarinos y otros herejes, etc. Fué aquel concilio el último triunfo de la tenacidad, prudencia y sabiduría de Alejandro III, pontífice que si batalló dura y largamente por la libertad y unidad de la Iglesia, tuvo la fortuna de salir siempre vencedor. 9. Tomás Becket y Enrique II de Inglaterra.—Es preciso detenerse un momento, antes d e cerrar la historia de Alejandró III, para relatar sumariamente un episodio doloroso y brillante de feste pontificado: ,1a lucha y el martirio de esa gran figura de la Iglesia medieval que es Santo Tomás Becket o N i X T o m á s hacia 1118, en Londres, de un noble cabaEero llamado Gilberto. N o merfece crédito la leyenda de que su ma dre Matilde fuese hija del sarraceno Amurat, ^ c u y a casa bría estado cautivo Gilberto durante la primera Cruzaoa . ; •*• Las vidas a n t i g u a s de T o m á s B e c k e t p u e d e n j e r s e ^ en^ ^ 190 y 191, seguidas de l a s epístolas del Santo. 4* en PoT. fuentes coevas e n la "Bibl. H a g i o g r . L a t i n a > ¿ £ £ s a ¿ * l a m a y o r THAST, BibUoth. hist. medií aevi, 1602-1606, impie»
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" Estudió primero en Londres y luego' en París con Roberto de Melun. En 1141 le vemos en Cañterbury, donde se captó las simpatías del arzobispo Teobaldo. Hace un viaje a Bolonia, con objeto de perfeccionar sus estudios jurídicos, y a su regreso es nombrado archidiácono de Cañterbury. Recomendado por el arzobispo, obtiene fen 1155 el nombraimiento de lord canciller de Enrique II y la plena confianza del joven monarca, en cuyas diversiones participaba, acompañándole, en la caza y en la guerra. En 1161 murió el arzobispo, y para sucederle fen la sede primacial cantuariense escogió el rey a Tomás Becket, juzgando que en él tendría un servidor incondicional. Resistióse éste, previendo futuros roces y conflictos, mas hubo, por fin, de consentir en su ordenación y consagración, que tuvieron lugar en 1162. Por lo pronto renunció a la Cancillería y se sujetó a una vida santa de ascetismo, de oración, de pobreza y beneficencia. En una asamblfea de obispos y barones convocada en W e s t minster en octubre de 1163, se trató del privilegium fori, pidiendo al rey que cuando el archidiácono actuase como juez en nombre del obispo se le agregasfe un funcionario real, y que los clérigos reos de crimen grave fuesen juzgados por el tribunal civil. Como todo's los obispos, movidos por el primado, se negasen a aceptar fel segundo punto, el rey se sintió ofendido y propuso entonces, en términos generales, que se aprobasen "las costumbres antiguas", o sea los derechos consuetudinarios del rey en materias eclesiásticas. Prometieron los obispos observarlas, "salvo el orden y derecho de la Iglesia". Consiguió Enrique II meter la discordia entre los obispos, desterró a algunos amigos del primado, como Juan d e Salisbury, y divulgó unas cartas falsificadas del papa q.ufe parecían justificar las pretensiones reales. E n la asamblea de Clarendon (30 de enero 1164) hizo sancionar los 16 artículos que contenían las llamadas, "antiguas costumbres", que venían a.reducirse a las siguifentes: derecho regio d e patronato en algunas iglesias; jurisdicción civil sobre los clérigos contra el príwi/eglum fovii prohibición de salir los obispos del reino sin permiso del monarca; limitación de las censuras eclesiásticas contra los ministros y vasallos del rey y restricción d e las apelacionfes al papa; derecho del rey a los frutos d e las prelaturas vacantes; obligación de recibir los prelados antes de su elección la aprobación rfeal y de jurar al monarca fidelidad y vasallaje antes
de ser consagrados. Con excesiva condescendencia y sin suficiente reflexión, Tomás Becket y los demás obispos aprobaron dichos artículos. El papa, en cambio, los rechazó, sabido lo cual por el arzobispo de Cañterbury lloró su debilidad, imponiéndose severas penitencias y aun absteniéndose de decir misa, hasta que el mismo Alejandro III le escribió consolándole y mandándole celebrar el santo sacrificio. Desde entonces arrostró con la mayor valentía la persecución del rey, que le impuso multas, le citó ante su corte y le acusó de traidor y perjuro. Tomás Becket huyó en octubre de 1164, y entrando en Francia, se presfentó en Sens, donde se hallaba el Romano Pontífice. Hasta 1166 residió en la abadía cisterciense de Pontigny, y como hasta allí llegase la acción persecutoria de Enrique II, hubo dfe retornar a Sens. Alejandro III, lejos de aceptar la dimisión que le había ofrecido el arzobispo cantuariense, le nombró en 1166 legado pontificio de toda Inglaterra, exceptuada la diócesis de York.
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parte en J. A. GILES, Vita 8. Thomae Canterb. (Londres 1846), y. en J..C. ROBERTSON, Materials for the history of Thomas Becket.Cf. E. ABBOTJ Saint Thomas of Cañterbury (2 vols., Londres 1918); P. A. BHOWK, The Uevelopment of the Legend of Thomas BecJcet (Philadelphia 1930); R. FOREVILLE, L-'affaire Thomas Becket, en "Hist. de l'Eglise", por Fliche-Martin, t. 9, 2, 84-114,'con fuentes y bibliografía.
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10. Asesinato en lia catedral»—Tomás Becket, en virtud del nuevo cargo, comenzó a proceder con severa energía, excomulgando a no pocos de sus adversarios y amenazando al rey con el entredicho. Las circunstancias ferari peligrosas en aquellos años de cisr ma, porque Enrique II andaba en tratos de amistad con Federico Barbarroja, a quien llegó a prometer que reconocería al antipapa Pascual III. Por eso, el proceder de Alejandro III fera más diplomático y menos tajante que el d e su legado. Gracias a eso y a la mediación de Luis V I I de Francia (22 de julio de 1170), pudo Tomás Beckfet restituirse a su iglesia de Cañterbury, reconciliado con su rey y aclamado por el pueblo. La paz, sin embargo, no era perfecta, pues si el primado cantuariense había prometido dar el debido honor al rey, no había dicho nada fen pro de las "antiguas costumbres", compiladas en los estatutos de Clarendon. M á s aún, desde la nave que lo llevaba fulminó el anatema contra los obispos (Rogerio de York, asistido de los de Londres, Salisbury y.Rochester) amigos de Enriqute II, que* habían coronado al príncipe heredero violando los derechos de la sede cantuariense. " N o habrá paz en Inglaterra mientras Tomás esté con vida", exclamó el obispo de York en presencia dfel monarca, y ^ste, en un arrebato de cólera, se dejó decir: "Sostengo y favorezco en mi reino a hombres tan cobardfes y miserables que toleran vergonzosamente las ofensas que hace a su señor un clérigo plebeyo". Esto que oyeron cuatro barones d e la corte, corrieran' a la catedral de Cañterbury, donde el santo arzobispo recitaba con los canónigos el oficio divino, y. forzando las puertas, le degollaron bárbaramente el 29 de dicitembre de 1170. Este fué el
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"asesinato de la catedral", que prestó argumento' al famoso drama moderno de T . S. Eliot. Inmediatamente comenzó el pueblo a dar culto al santo mártir. En 1172 Santo Tomás Beck'et fué canonizado por Alejandro III, un año antes que San Bernardo. Su culto se extendió rápidamente por otras naciones, de suerte que antes de fin de siglo se le erigía un templo románico en la lejana Salamanca.. Y asi en otras partes. Enrique II, reconciliado con e^ papa, a quien pidió perdón del crimen—cometido, según dijo,'' contra su voluntad—, derogó los estatutos d e Clarendon, prometió ayudar a la Cruzada d e Ti'erra Santa, y el 12 d e julio de 1174 se le vio llegar como peregrino al sepulcro del santo y hacer oración a aquel que había sido su canciller y su víctima 2*.
V.
CINCO, PONTIFICADOS EFÍMEROS
Al glorioso pontífice Alejandro III, que murió lleno d e mé-, ritos el 30 de agosto d e 1181,' siendo "luz del cl'ero, gloria de la Iglesia, padre de la urbe y del orbe", según reza la inscripción d e su sepulcro, sucedieron otros cinco en el breve plazo' de diecisiete años. Lacio III (1181-1185). Enzarzado eni litigios jurisdiccionales con el Senado romano, Lucio III se refugió en Verona, donde celebró un sínodo en 1184, con asistencia del emperador, condenando a los cataros, paterinos, humillados o pobres d e Lyán, arnaldistas, etc. El año anterior, Federico Barbarroja, que había bajado por sexta vez a Italia, firmó con los lombardos la Paz de Constanza, en que suprimía los decretos d e Roncaglia y consideraba a las ciudades federales del norte de Italia como repúblicas autónomas, no exigiendo más que un tributo y el juramento de fidelidad de parte de los magistrados, libremente elegidos. Conel papa n o se pudo entender respecto del patrimonio de lacondesa Matilde; el concordato de W o r m s se mantuvo intacto. La habilidad política del emperador logró compensar las pérdidas sufridas en el norte d e Italia con las ganancias del sur,, incorporando al Imperio la Apulia y Sicilia por el matrimonió ; de su hijo Enrique con Constancia d e Altavüla, tía y heredera de Guillermo II. Urbano III (1185-1187) no pudo entrar jamás eni Roma; , Vivió exilado en Verona, descontento del emperador, porque ; éste no le restituía los bienes matildinos y renovaba los anti- i guos desafueros contra la Iglesia. Graves preocupaciones le, •' trajeron las noticias d e Palestina. Jerusalén había caído en maM La tumba de Santo Tomás Becket fué profanada y desr '•': truída en 1538 por orden de Enrique VIII.
5.
„R, HASTA INOCENCIO III EL PONTIFICAD2_JÍ-
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,. .,f<«¡ 3 C fueros d e la Iglesia contra la* * ambicioso emperador, veían de parte d e un joven, cP ~Je de su padre Barbarroja, Al saber Enrique V I la J*»i . ( _ a s a i n m e d i a t a m e n t e a hacese proclamar rey en M¡39 u i b , e \a corona imperial de : ..Italia y entra en Roma, d o n ¿ f ^ ^ d e 1 1 9 1 g ? j a hasta la manos de Celestino III el 15 c e - r d n o n o r m a n d o , que decía Apulia con intento d e recobra* Constanza; pero tropieza 0 ¿Q d e Lecce, a quien el papa ; Pertentecerle por su matrimoiü :, «>n la resistencia del conde T a j 1 " m V e s t i d u r a d e aquel reino. Uemente III le había c o n c e d i ¿ ° J en s t l ejército, vuelve í." como además la peste hac e " ^ grupas y retorna a Alemania. JJJ c o n ^ repetidas viola: .'• Mucho hizo sufrir a Cel'eS« n c o n v a r i o s c r í, m e fies, comodones del concordato de W o * *? s ¿ j - a y l a . p r i s i ó n injusta d e g muerte del obispo Alberto <*J ¿ ^ J h i ¿ c a u t i V a r , regresando R i c a r d o Corazón de León, a V*_^io d d d u q u e Leopoldo d e r m (, ^ la Cruzada palestinense, p<=> ; S ia ^" xr ' d e 1194, volvió Enrique a ItaV ••.. Muerto Tancredo en febre* ° ". { Sicilia, v cometió tales ••J». se apoderó d e la Apulia, < ^ a b r l a y í n C Ü i a ' Y : ^~^~Z— r-iemente I I I y Celestino I I I h a Respublica christUma mi i¿87 s,j„„.. Sobre los pontificados d ^ ~~ . =f°mo P. ZEKBI, Papato, Imver° e (Milán 1955),
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C. 6. INOCENCIO m
venganzas y crueldades, que probablemente su misma esposa Constanza se juntó a los sicilianos, que alzaban bandera de rebelión 2 6 . C o n blandas palabras engañaba al anciano papa, y le prometía equipar una fuerte expedición contra los turcos aquel joven déspota, de cuya brutal inhumanidad, al decir de Gregorovius, sólo se encuentran ejemplos en la historia d e los sultanes asiáticos. Murió inesperadamente en Mesina el 28 de septiembre de 1197, dejando un niño de tres años (Federico II) que sterá digno de tal padre. Ocho meses más tarde bajaba al sepulcro Celestino III, a los noventa y dos años de edad. Al timón de la navecilla de Pedro iba a ponerse, por pro-'., videncia de Dios, un hombre joven, de altas miras, de singu-. lar perspicacia, docto, magnánimo, perseverante, eximio diplomático y político de envergadura; uno de los más grandes , pontífices dte la Historia y sin duda el más brillante de la Edad Media.
CAPITULO VI Inocencio
/ / / , el Augusto
del
Pontificado
*
._ '
H e m o s llegado a la cumbre más alta y luminosa d e la E d a d : M e d i a . I n e x a c t a m e n t e h a sido d e s i g n a d o este p e r í o d o c o n el; título d e "triunfo d e l a t e o c r a c i a " . S u s g r a n d e s títulos dfe g l o - ' *
GOTIFRKDO DE VTTERBO, Oesta HenHci
VI, versos 133-136.
Ponlt ln patíbulo Comltem de Cerra. Quosdam caedit gladlo, quosdam secat serra,»' quosdam privat lumine. Silet omnis térra. Timet omiiis civitas, non"-est ulla guerra. (MGH, Beript. 22, 337.) • FUENTES.—Las obras de Inocencio I I I se hallan reunida^ en M L 214-217 y a b a r c a n , después de l a a n ó n i m a Oesta Inno ( centii Papae, casi todos los escritos del g r a n papa, a s a b e r : Rege$\ ta sive Epistolae; Excerpta de rebus gallicis; Registrum Domiri Innooentií III auper negotio Romani Impertí; Supplementum aífr Regestum; Sermonea; Díalogus Ínter Deum et peccatorem; D% contemptu mundi; lAbellus de eleemosyna; Enoomium charitatia' Mysteríorum... et sacramenti Eucharistiae líbri VI; Oratione. etcétera. E s m u y dudoso que le pertenezca el comentario a to Salmos penitenciales. E l Registro de Inocencio h a sido reprodu^ cido fotográficamente y publicado en facsímil por W. M. FiíiTZf, Registrum domini Innocentti papae super negotio Romani impartí ( R o m a 1928) con u n a introducción; editado críticamente po P . KEMPP, Regestum Innocentii III super negotio Romani Impef', (Roma 1947), en "Mlscellanea Historlae Pontificiae" vol. 12, n. 2M J. F . BOEHMBB-J. FICKBR- E . WINKELMANN, Regesta
Impertí.
Bd. yí
Die Regosten dea Kaiserreichs unter Philipp von Bchwabe. OttQ IV und Friedrich U (Innsbrucl? 1892); A. FOTTHAST, Regest t
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ría consisten en la unidad de Europa o d e la cristiandad, como una familia de pueblos, bajo la espiritual y paternal dirección del Romano Pontífice; en la reforma de la Iglesia y fen la maravillosa fecundidad de ésta, al engendrar tantos varones santos y sabios y tan originales instituciones que llenarán la Historia de los siglos subsiguientes. Las dos cabezas dfe la cristiandad habían desaparecido casi Pontificum Romanorum inde ab anno... 1198 (Berlín 1874-75) r e gistra 5.316 documentos de Inocencio I I I . L a s crónicas y otras m u c h a s fuentes de esta época las e n u m e r a ZOEPPFEL, Innocentius, en "Realenzyklopadie für p r o t e s t a n t i s c h e Theologie", y FLICHEMARTÍN, Hist. de VEglise, t. 10, p . 5. BIBLIOGRAFÍA.—F. HUHTER, Geschiohte Papst Innocencia und seiner Zeitgenossen (3 vols., H a m b u r g o 1841 - 43). Existe trad. francesa e italiana. A. LUCHAIRE, Innocent III (París 1907-8). Seis tomitos ligeros, de fácil lectura, sin-citas, cuyos títulos s o n : I. Rome et l'Italie. II. La croisade des albigeois. I I I . La Papante et Vempire. TV. La question d'Orient. V. Les royantes vassalles du ftaint-Siége. VI. Le concile de Letran et la. reforme de VEglise. E. B m s , Innocent III (Londres 1931) J . CLAYTON, Pope Innocent III and. his time (Milwaukee 1940); FLICHE-MARTIN, Histoire de VEglise: T. 10. FLICHE-THOUZEILLIER-AZAIS, La chrétienté romaine 1198-l£7.'f (París 1950); H.. ZIMMERMANN, Die papstliche-Legation in der ersten Halfte des 1S. Jahrliunderts (Paderborn 1913); M. MACCARRONE, Innocenzo III prima del Pontificato, en "Archivio «della R. Deput. di storia p a t r i a " 66 (1943) 59-134; G. MARTINI, Traslazione del Impero e donazione di Costantino nel pensiero e nella política .di Innocensn III, en "Arch. R. D. storia p a t r i a " 56-57 (1933-S4) 219-362; E . v. STRUBE, Innocencia poUtische Korrespondenz und die religio.se Herrschaftsidee der Kurie (Berlín 1936); E . W. MEYER, Staatstheorien Papst InnocenCIII (Bonn 1919); L. DELISLE, Itineraire d'Innocént III dressé d'aprés les actes de ce Pontife, en "Biblioth, de l'Ecole d e s c h a r t e s " (1857) 500534; otros artículos sobre este pontificado, en la m i s m a revista, años 1863, 1873, 1885, 1896; F . BAETHGEN, Die Regentschaft Papst Innocencia im Konigreich Sizilien (Heidelberg 1914); W. H U N T R r LAÑE POOLE, The political History of England (en 12 vols.) T. 2. 'G. B . ADAMS, The history of England from the" Norman oonquest to the death of John, 1066-1216 (Londres 1931); D. M A N SÜ.LA, Iglesia castellano-leonesa y curia romana en los tiempos del rey don Fernando (Madrid 1945); E . ENGEI.MANN, Philipp von Bchwaben und Papst Innocenz III (Berlín 1896); M. MACCARRONE, O/iiesa e stato nella dottrina di papa Inocenzo III (Roma 1940); * . KEMPF, Die Register Innocenz III. Eine palaograplúsch-diplamatische U n t e rDs-u c h u n g ( R o m a 1945), en "Miscell. Hist. P o n t . " n "?*• "' ' *"' * ' Papsttum und Kaisertum bei Innocentius III: Mise. Hist. P o n t . " 19 ( R o m a 1954); P . DE ANQELIS, Innocenzo III e íjj fondazione dügli Ospedali di Sto. Spirito w, Sassia (Roma 1948); o¿ t' R E I N L B I N > Papst Innocenz der Dritte und sein Schrift "De ~lfrl!¡lem?tu e r mundi", ein Béitrag zur Geschichte des Geistes ini m~ r < E rGl a i i g e n 1871); W. NORDEN, Der vierte Kreuzzug 898)
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al mismo tiempo: Enrique V I y Celestino III. E s una exageración, basada en prejuicios teológicos, decir, con G. Ficker,^que el puesto de ambos lo iba a ocupar el papa Inocencio III, "emperador espiritual no sólo de Occidente, sino del universo" x . I.
INOCENCIO III Y LOS DIVERSOS ESTAIDOS CRISTIANOS
1. "El papa demasiado joven".—Antes de subir a la Cátedra de San Pedro su nombre era Lotario, hijo de Trasimundo, conde de Segni, y de Claricia > Scotti. Pertenecía, pues, a la alta nobleza romana y había nacido en Anagni en 1160. Dotado de relevantes cualidades, de buena presencia, de voz agradable para el canto, de palabra fácil y elocuente, de temperamento vivo y costumbres sencillas, empezó a estudiar teología < en la naciente Universidad de París bajo Pedro de Corbeil, de donde pasó a Bolonia, célebre por sus cátedras de Derecho. Inocencio III será siempre más jurista que teólogo. Vuelto a Roma en 1185, fué nombrado canónigo de Sari Pedro, y ¿n 1187 su tío Clemente III le hizo cardenal. Bajo el breve pontificado de Celestino III, enemigo de su familia, hubo d e retirarse a la sombra, y fué entonces cuando tuvo tiempo para componer algunos libritos espirituales, como Dé. coníempíu mundi, sobre la miseria de la condición humana en lo físico y en lo moral, tema harto repetido en aquella época y t r a t a d o por el cardenal Lotario con crudo realismo; Myste-' rtomtn legis evangelicae et sacramenti Eucharistiae libri sex, consideraciones de orden teológico-litúrgico, con la explicación d e las ceremonias de la misa; De quadripartita speoie nuptiarum, o sea sobre las nupcias del hombre y la mujer, de Dios y el alma, del Verbo y de la naturaleza humana, de Cris-, to y d e la Iglesia. Sin que concedamos gran valor teológico a estas obras, preciso es decir que su composición revela en el joven cardenal • un espíritu despegado de las cosas terrenas, atento a las espi- .; rituales y bien versado en la Sagrada Escritura. N o era su vocación la de escritor, sino la de rector y go- bfernante de la Iglesia universal. Para eso Dios le había prevé-?, nido c o n dotes extraordinarias de inteligencia rápida y pe- \ netrante, visión clara de la realidad, habilidad diplomática y ' fino sentido práctico, voluntad firme, decidida y serena, con- í 1 E . FIOKER, Das Mittelaltev (Tubinga 1912) p. 125, en "Hand*: buch der Kirchengeschichte" de G. Krüger. Casi lo mismo afirma A. HAUCKJ Kirchengeschichte Deustchlands IV (Leipzig 1913>i ^ p. 715, y j . LoaBSRTH, Geschichte des spateren Mittelalters (Muí í nich 1903) p. 9. Un completo retrato, físico y moral, de Inocencio ^ puede verse en Gesta Innocentii III col. 17; es una lar&a relación.;* hecha por un contemporáneo, según los archivos pontificios, pu*-í|' blicada en ML 214, 17-238.
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ciencia clara de su altísima dignidad y d e sus graves deberes, a lo que se añadía prestancia física y elocuencia. Como a todo hombre grande y victorioso, le acusarán de ambición, pero la de Inocencio III no será otra que la del triunfo d'e la justicia y de la paz, con el engrandecimiento de la sede romana. N o conoció el egoísmo ni las miras rastreras. Supp ser príncipe, conservando sl'empre un corazón sacerdotal. Si Gregorovius le caracterizó como "el Augusto del Pontificado", también le llamó "Sumo Sacerdote de fe sincera y ardiente". El día que se celebraron las exequias de Celestino III, 8 de enero de 1198, el cardenal Lotario, por elección unánime, entró a sucederle con 'el nombre de Inocencio III. Contaba sólo treinta y siete años, lo que arrancó a W a l t e r de Vogelweide aquel famoso verso de queja: "[Ay!, el papa es demasiado joven". Y fera juventud lo que necesitaba entonces el timón de la nave de Pedro, gobernado últimamente por manos trémulas d e ancianos decrépitos. . 2 . Reformador de la Curia romana y de los Estados pontificios»—Luego de su coronación, y antes de acometer las grandes empresas universales que proyectaba en su mente, se dio a reformar con espíritu netamente eclesiástico y evangélico la corte pontificia, impuso normas de sobriedad y sencillez, castigó severamente a los curiales que traficaban con la falsificación de bulas y otros documentos y, en general, a todos los reos de Venalidad en el ejercicio de sus funciones; reorganizó la Cancillería, saneó el erario y acentuó la centralización administrativa de los bienes de la Iglesia, renovó el uso, que se iba perdiendo, de presidir el pontífice tres veces por semana las reuniones del Colegio Cardenalicio, permitió que todos tuvieran libre acceso al papa, el cual diariamente se sentaba como juez para decidir en forma inapelable las cuestiones de todas las iglesias del mundo. Y a ' htamos visto cuan inestable era la soberanía pontificia en la ciudad de Roma desde las primeras predicaciones republicanas de Arnaldo. Inocencio III impuso firmemente su autoridad, haciendo que le acatasen tanto el prefecto de la ciudad, representante del emperador, como el Senado, representación del pu'eblo. Por medio de su hermano Ricardo, que erigió junto al Foro la fuerte torre de los Conti, dominó a los nobles de la ciudad. Ni sólo en Roma; también en los Estados pontificios, d e los que puede llamarse restaurador, hizo valer sus derechos, recuperando los dominios arrebatados por Enrique V I , o sea el antiguo exarcado de Ravena y la Pentápolis (Romagna y M a r ca de Ancona), el ducado del Espoleto y parte de T o s c a n a 2 . * En carta del 17 de marzo de 1199 a los cónsules y pueblo de íes» reseña las regiones que va recobrando'(ML 214, 541-542).
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Siguiendo la política de Alejandro III, trató de ponerse al frente de la Liga Lombarda, y en parte lo consiguió (sólo Pisa persistió en su gibelinismo), por más que nunca las repúblicas del norte de Italia se le mostrasen muy dóciles. De hecho el poderío imperial en Italia quedó reducido a pura sombra. Donde Inocencio triunfó totalmente fué en la Italia meridional. La emperatriz Constanza de Altavilla, viuda de Enrique V I , viéndose abandonada de los grandes vasallos alemanes y no pudiendo arreglar por sí misma el enorm'e desconcierto de su reino de Sicilia, se echó en brazos del papa, quien, aprovechándose de las circunstancias, hizo abolir los privilegios de la monarquía sícula contrarios a los derechos eclesiásticos y tomó bajo su protección al príncipe Federico, niño de cuatro años, hijo de Constanza y nieto de Barbarroja. Al morir la emperatriz en noviembre de 1198, dejaba en su testamento a Inocencio III por supremo señor feudal de Sicilia, tutor del niño Federico y regente del reino. Con este doble título de soberano y tutor intervino en los asuntos políticos sicilianos, no perdonando fatigas y sacrificios hasta lograr la reconquista d'el reino, que le disputaban a Federico algunos barones alemanes, como Marcualdo de Anweiler y Duitpoldo de Vohburgo, aliados con ciertos normandos desleales. Tras diez años de lucha, Inocencio tuvo la satisfacción de poder entregar la herencia de Sicilia al joven Federico II, quien, llegado a la mayoría de edad, tomó pacífica posesión de su corona. El papa le había procurado una buena educación literaria, gracias a la cual aquel precoz e inquieto soberano llegó a ser ünp de los monarcas más cultos de la Edad Media. 3. El negocio del Imperio.—A la muerte de Enrique VI los príncipes electores no respeta-ron la sucesión hereditaria, según la cual la corona debía recaer sobre Federico de Sicilia, y pensaron que Alemania no estaba para ser gobernada por un niño, a quien ciertamente habían prestado juramento en 1196, juramento que decían inválido por tratarse de un infante aún no bautizado. Se volvieron, pues, hacia prohombres de edad, autoridad y experiencia. Desafortunadamente no hubo unanimidad en la elección, pues mientras la mayoría de los príncipes elegía a Felipe de Suabia, hermano del difunto emperador, otros, con el temor de que la corona se hiciese hereditaria en la familia de los Hohenstauf en, optaron por el duque Otón de Brunswick, hijo del valeroso Enrique el León. Inmediatamente se encendió la guerra civil. Otón el Güelfo y sus partidarios acudieron al papa, comunicándole la elección \ en el sentido que a ellos les favorecía y suplicándole se dig- j nase concederle al elegido la corona imperial. En pro de Otón, j que daba grandes esperanzas de mantener la libertad de la Iglesia, estaban el rey de Inglaterra, el conde de Flandes y los milaneses. Felipe, en cambio, representaba la política cesaro-
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INOCENCIO ni
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papista de los Hohenstaufen y se abstuvo de comunicar a Roma su elección hasta muy tarde, haciéndolo finalmente por medio de algunos príncipes alemanes en tono arrogante y casi amenazador 3 . La respuesta de Inocencio III es precisa y enérgica. Después de resumir la carta que le han escrito y de dolerse de la discordia, les asegura que está bien enterado de las cosas y de las personas; se lamenta de que ciertos "hombres pestilentes" quieren turbar la paz entre la Iglesia y el Imperio, acusando al papa de trabajar contra éste, siendo así que su mayor empeño es el de exaltar y defender al Imperio, mucho mejor de lo que se guardan y respetan los derechos pontificios. Respondiendo a la petición de la corona imperial para Felipe, dice que obrará conforme a las costumbres y leyes que establecen se conceda la corona imperial al que legítimamente hubiere sido elegido y coronado rey de Alemania 4 . Poco después escribe a todos los príncipes, exponiendo las razones en pro de uno y otro candidato y recomendándoles obrar con prudencia y dar sus votos al más digno. Y a fines de 1200, cuando la guerra cundía por todo el país, publica su famosa Deliberatio Domini Papae Innocentii, enumerando y sometiendo a examen más detallado los pros y los contras de los tres pretendientes: el niño Federico, Felipe de Suabia y Otón de Brunswick 5 . Eliminado, al menos por el momento, el niño Federico, discute las razones que abonan o invalidan la candidatura de F e lipe. En pro: 1) fué elegido por mayor número de príncipes; 2) dispone de más tierras, gentes y riquezas que su rival. N o dice que también el rey de Francia estaba de su parte. E n contra: .1) fué excomulgado justa y solemnemente por Celestino III y parece que todavía pesa sobre él la excomuniónr, 2) prestó juramento de fidelidad al niño Federico, por lo que sería reo de perjurio si ocupase ahora el- trono; 3) después de haber reinado su padre y su hermano, diríase que recibe el Imperio por herencia y no por elección y gratuitamente, como es de ley; 4) es de familia de perseguidores de la Iglesia y él mismo la ha perseguido y ha usurpado sus patrimonios. Si esto hizo antes, ¿qué hará siendo emperador? Razones de Otón. En contra: 1) no obtuvo.mayoría de votos; 2) su partido es menos fuerte. E n pro: La dignidad de la Persona, muy superior a la de su adversario, lo cual debe pesar más que el número de los electores, y con ello la mayor idoneidad para regir el Imperio. N o dice aquí—sí en la carta anteriormente citada—que en pro de O t ó n militaba el haber sido , ' "Ad iura Imperii manum cum iniuria nullatenus extendatis"
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coronado ten Aquisgrán (2 de julio de 1198), lugar establecido por la costumbre, y de manos del arzobispo de Colonia, que era siempre el designado para tal ceremonia; mientras que Felipe había sido coronado posteriormente 'en Maguncia (8 de septiembre), lugar indebido, y por un extranjero', el arzobispo de Tarantasia, sin poderes para ello. En consecuencia, el Romano Pontífice ste inclinaba por el güelfo Otón, quien multiplicaba las señales de deferencia hacia la Santa Sede, cediéndole Ravena, Espoleto y otras posesiones ocupadas todavía por tropas alemanas. Inocencio III, que había querido .mantenerse neutral, exhortando repetidas veCes a los príncipes a que ellos por sí mismos resolviesen el problema de la elección real, que era incumbencia de los electores alemanes, cuando se persuadió que la unanimidad no se lograba en modo alguno y vio fracasada su tentativa de componer amigablemente la cuestión por medio de Conrado, arzobispo de Maguncia, se decidió a tomar cartas en el asunto. Manda a Alemania en calidad de iegado al cardenal Guido, obispo de Palestina, el cual se afana por ganar las voluntades de los grandes señores en favor de Otón; les- amonesta en nombre del papa que procedan con la mayor concordia en la elección del más digno, y si no pueden llegar a un acuerdo, dejen en manos de Inocencio la última decisión, "salva in ómnibus tam libértate vestra, quam Imperii dignitate", porque nadie más apto para ser mediador y arbitro que el Romano Pontífice, el cual proveerá lo que fuere justo y útil, después de conocer los pareceres y deseos de todos. Por otra parte, es bien sabido que el negocio del Imperio pertenece al papa príncipalitec et finaliter; en principio e históricamente fué la Iglesia romana la que, procurándose un defensor, trasladó el Imperio de los griegos a los germanos;; y en último término, porque„,si la corana de rey la recibe de otro, la de emperador nosotros se la concedemos 6 . 4. Inocencio III en favor de Otón W . — P o r fin el 1 de marzo de 1201 Inocencio III se pronunció abiertamente en favor, de Otón de Brunswick, reconociéndole solemnemente como rey y prometiéndole la corona imperial. E n julio el cardenal legado fulminó sentencia de excomunión contra Felipe y sus partidarios. Diríase que la causa estaba terminada. Sin embargo, las armas tenían que decir su palabra. E n septiembre de 1201, y lo mismo al a ñ o siguiente, los * "Cum et negotium Imperii ad Nos principaliter et finaliter pertinere noscatur; principaliter quidem, quia per Romanara Ecclesiam fuit a Graecia pro ipsius specialiter defensione translatum; finaliter autem, quoniam etsi ab alio regni eoronam r.ecipiat, a Nobis tamen córonam Imperii recipit Imperator" (Regist. n. 31: ML 216, 103U).
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secuaces de Felipe d e Suabia protestaron enérgicamente contra la decisión de Roma. "¿Dónde habéis leído, ¡oh Sumos Pontífices!, dónde habéis oído, ¡oh Padi'es santos, oh cardenales de la Iglesia universal!, que vuestros antecesores o sus representantes se hayan mezclado en la elección del rey de romanos, haciendo las Veces de los electores o examinando como jueces la validez de la elección? Creemos que esta pregunta n o tiene respuesta. M á s bien era prerrogativa de los emperadores el intervenir en la elección pontificia, de'suerte que ésta no podía hacerse sin la aprobación de aquéllos" 7 . La respuesta de Inocencio no se hizo esperar. "Acusáis —decía—a mi legado de haber metido la hoz en mies ajena, haciendo de elector y de juez en el negocio del Imperio, pero no tenéis razón. Nosotros amamos los derechos de los príncipes como los nuestros, y reconocemos qu'e a ellos les pertenece el derecho y la potestad de elegir rey; pero también nosotros tenemos el derecho y la potestad d'e examinar al elegido, para ver si es digno' o no de ser ungido, consagrado y coronado emperador por el Romano Pontífice. Pues norma universalmente practicada es qu'e el que impone las manos pueda examinar la persona de que se trata. ¿Pensáis acaso que si los príncipes eligieran por rey a un sacrilego, a un excomulgado, a un tirano, a un loco, a un hereje o un pagano, deberíamos nosotros ungir, consagrar y coronar a un hombre tal? Absit omnino" s. También el rey de Francia, Felipe Augusto, escribió al papa •extrañándose mucho de que Inocencio III protegiese a un príncipe como Otón, enemigo del reino de Francia. Sepa el Romano Pontífice que' esto será para los franceses una injuria y para todos los reyes católicos una ignominia. Terminaba dando garantías de que Felipe de Suabia, elegido emperador, no maquinará cosa alguna contra la Iglesia. Respondió Inocencio con amables palabras, aconsejando al rey francés cambiar la amistad de Felipe por la de Otón. La posición del papa era inconmovible. Ardía la guerra por los campos alemanes. En 1203 el landgrave de Turingia y el rey de Bohemia dejaron el bando d'e los Hohenstaufen para pasarse al de Otón. Este, en cambio, veía cómo al año siguiente le abandonaban algunos de sus más po~ d'efosos partidarios, empezando por su propio hermano Enric e de Brunswick y Adolfo, arzobispo de Colonia. Estos reveses y la actitud conciliadora de Felipe hicieron que el papa, por amor a la paz, pensase otra vez en mantenerse n 'eutral. Parecía que la Santa Sede iba a llegar a un acuerdo c o n Felipe, absuelto de la excomunión en 1207, cuando^ este • Príncipe cayó súbitamente asesinado bajo el puñal de O t ó n de 7
Regist. n. 61: ML 216, 1063-1064. Regist. n. 62: ML 216, 1065.
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Wittelsbach, conde palatino de Baviera {21 de junio 1208), en Bamberga. Ya no había que dudar. Otón de Brunswick era el único candidato a la corona, y no tardó en ser reconocido universalmente, sometiéndose a una nueva el'ección en las Dietas de Halberstadt y de Francfort (septiembre y noviembre de 1208). Garantizó en un documento (22 de marzo 1209, en Spira) todos los derechos de la Iglesia: libertad en las elecciones eclesiásticas, apelaciones a Roma, fronteras de los Estados pontificios, tal como las exigía Inocencio III. Y a fin de ser coronado emperador, pasó los Alpes en el verano de 1209 al frente de un considerable ejército. La unción y coronación tuvieron lugar en San Pedro el 4 de octubre. M a s apenas tuvo asegurada la corona cambió de conducta, y demostrando una ingratitud inimaginable, entró en conflictos con el papa, a quien todo se lo debía. La ambición le movió a querer dominar en toda Italia. Rogó a Inocencio no protegiese a Federico de Sicilia, y después de arrebatar varias provincias a los estados de la Iglesia, penetró con sus tropas én la Apulia, parte integrante del reino siciliano. A las amonestaciones del papa, recordándole sus promesas y juramentos, responde el emperador que en lo temporal no reconoce superior. 5. En favor de Federico II.—Inocencio III, que no se amedrentaba con amenazas ni sabía ceder a las violencias imperiales, fulminó contra Otón el anatema en noviembre de 1210, renovado el Jueves Santo
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proclamado rey por los príncipes, en presencia del legado apostólico (5 de diciembre de 1212). Siete meses después, en la Dieta de Eger, se compromete a cumplir respecto al papa todo cuanto Otón había jurado en Spira. Felipe II Augusto se pone de su parte. En vano las tropas de Otón, reforzadas con las de Juan sin Tierra, rey de Inglaterra y tío suyo, salen al campo, porque el inglés, derrotado en Roche-aux-Moines, tiene que reembarcarse, y poco después el mismo Otón frente al ejército francés sufre un terrible y definitivo descalabro en las llanuras de Flandes (batalla de Bouvines, 27 de julio 1214). N o tuvo más remedio que retirarse a sus estados hereditarios de Brunswick, mientras Federico II recibía en Aquisgrán la corona real de Alemania (25 de julio 1215). El principal triunfador no era otro que Inocencio III, quien podía presentarse aquel mismo año en el concilio de Letrán con el más alto prestigio que tal vfez haya rodeado la figura de un papa. ¡Quién le había de decir que aquel joven emperador, que ahora se mostraba tan obsequioso y condescendiente con la Sede Apostólica; aquel David de sus predilecciones, por él educado, protegido y exaltado, había de ser muy pronto escándalo de los cristianos y tribulación y azote de la Iglesia! Dios ahorró a Inocencio III estos desencantos, sacándolo de esta vida cuando se hallaba 'en plena apoteosis el 16 de julio de 1216. 6. Inglaterra, feudo del papa,—No menores triunfos obtuvo Inocencio en, Inglaterra. Reinaba allí desde la muerte de Ricardo Corazón de León su hermano Juan sin Tierra (1199-1216), monarca cruel y licencioso, que sabía alternar la astucia con la violencia. Siguiendo la costumbre de sus antepasados, disponía a su talante de los obispados, de las abadías y de los demás beneficios eclesiásticos, muchas de cuyas rentas iban a parar a la caja real, sin preocuparse de los derechos de la Iglesia. Sucedió que en 1205 murió el arzobispo de Canterbury, y Para sucederle tuvo lugar una doble elección; mientras los monjes de Christ-Church se creían con derecho a elegir a uno de su monasterio, el rey nombraba al obispo de Norwich, Juan de K ^ 7 ' elevada I a causa a Roma, no se detuvo el papa a desemrollarla, sino que, anulando la doble elección, designó como arzobispo cantuariense al doctísimo maestro y cardenal Esteban j^jtigton. Juan sin Tierra negóse a reconocerlo, diciendo que ^ i g t o n era para él un desconocido, y amenazando con romper •2bk r e * a c i o n c o n R°ma, "pues Inglaterra posee bastantes ar.(J¿ j S p o s ' obispos y prelados instruidos para poder prescindir aer ? U e * * o m a n o s impone". Inocencio III le responde con ^fie ^ ? a r m e 2 a e l 2 6 d e mayo de 1207, avisándole que nó se ^ de los consejeros que quieren pescar en río revuelto "y no P°ngas en peligro, luchando contra Dios y contra la Iglesia
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en una causa por la que el bienaventurado mártir y pontífice Tomás [Becket] recientemente derramó su sangre" 9 . Juan sin Tierra juró "por los dientes de Dios" echar de su reino a todos los sacerdotes y cortar nariz y oi'ejas a los en-, viados del papa si éste, se empeñaba en lanzar el entredicho sobre Inglaterra. Con todo, el entredicho fué promulgado el 24 de marzo d'e 1208. Los obispos tuvieron que huir para no, incurrir en las iras del rey* los clérigos fueron expulsados de sus cargos y sus bienes confiscados. El papa contestó lanzando la excomunión contra Juan sin Tierra en 1209. La nobleza descontenta se levantó contra el r'ey, pero fué sojuzgada. Cometiéronse ' horribles atrocidades con las mujeres e hijas de las víctimas, lo que movió a Inocencio III a tomar las últimas medidas. Con aprobación de los nobles y obispos, desligó a los subditos del juramento de fidelidad y obediencia (1211); poco después (1212) depuso al rey y encargó a Felipe Augusto de Francia' el ejecutar la sentencia, conquistando Inglaterra en una expedición de cruzada. Inocencio III no pretendía otra cosa que atemorizar a Juan, sin Tierra y obligarle a ceder, cosa que obtuvo en seguida mucho mejor de lo que esperaba. Cuando ya el rey de Francia aprestaba gozoso una flota para apoderarse de Inglaterra, recibió la desconcertante noticia de que el papa se había recon-. ciliado con el inglés. En efecto, por temor del castigo, Juan sin Tierra se apresuró a humillarse ante Pandulfo, plenipotenciario del Romano. Pontífice, y a fin de asegurarse más contra los enemigos interiores y, exteriores, después de consultar a sus barones (communi consilio baronum nostrorum), el 13 de mayo de 1213 entregó todo su reino, Irlanda inclusive, a la Santa Sede, recibiéndolo luego de ella r ten feudo, como era costumbre, a cambio de un tributo anual { de mil marcos de plata 10 . El cardenal Esteban Langton sería reconocido por arzobispo de Canterbüry; los eclesiásticos des^ terrados volverían a Inglaterra y se les indemnizaría de todos los daños sufridos. La sumisión del monarca fué total y desde, | entonces gozó de la protección de Inocencio III. N o gustó a muchos nobles tal entrega del reino a la Santa • Sede, y para disminuir la autoridad real se aprovecharon de la ; ¡ derrota padecida por Juan sin Tierra en Francia y Flandes,' ya: indicada arriba. Así que, después de la batalla de Bouvines,.; obligaron por fuerza al rey a concederles una seri'e de liberta'. des que limitaban el poder soberano en beneficio de la nobleza,1; la Iglesia y la burguesía. El 15 de junio 1215 Juan sin Tierra hubo de firmar en lallanura de Runnymead, junto a Windsor, la' famosa Chacta,^ magna, por la que confirmaba los derechos de los nobles, otor-, 8
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ML, 215, 1327. Regesta pont. rom. I, 416 y 427, n. 4776 y 4889.
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gaba salvaguardia real a los mercaderes, reconocía los fueros y privilegios de las ciudades y villas, reglamentaba los impuestos, restringía el poder de los funcionarios, dejaba en plena libertad las elecciones eclesiásticas, permitía a los clérigos dirigirse a Roma sin autorización del rey, etc. L1 N o le faltó al monarca inglés el favor y la protección de Inocencio III, que desaprobó la Charta magna, como arrancada por violencia, y llegó a suspender al mismo Esteban Langton, que se había adherido a los rebeldes. 7. Inocencio DI y Felipe Augusto de Francia.—Veamos las relaciones de este gran pontífice con un monarca tan político, voluntarioso, realista y poco escrupuloso como el Capeto Felipe II Augusto. A la muerte de su primera mujer, había contraído matrimonio el rey francés con la princesa Ingeburga de Dinamarca, no por amor, sino por razones políticas, esperando de su cuñado Canuto V I ayuda contra Inglaterra. N o obstante la singular hermosura de Ingeburga, Felipe Augusto experimentó hacia ella desde 'el principio una aversión invencible, cuyas razones, por íntimas y personales, no son fáciles de precisar. Hubo quien pensó en. un maleficio. , L o cierto es que muy prorito pidió el divorcio, y algunos obispos franceses, demasiado impacientes, reunidos en Compiégne, pronunciaron sentencia de anulación, fundada en no sé qué lejano parentesco existente entre Ingeburga y la primera esposa del rey. Ocurría esto en 1193, siendo pontífice de Roma Celestino III, quien apenas lo supo protestó enérgicamente contra la. injusticia cometida y contra la sentencia, que declaró inválida. Sin cuidarse de la decisión romana, Felipe Augusto corrió a nuevas nupcias con Inés de Meranie, hija de un magnate d e Baviera. M a s al subir al trono Inocencio III, insistió en el parecer de su predecesor., saliendo a la defensa de la reina perseguida y lanzando el entredicho sobre Francia. Cerráronse todas las iglesias del reino y enmudecieron las campanas. El pueblo, herido, "en* sus más profundos sentimientos, no podía tolerar por mucho tiempo tal estado de cosas, y el rey hubo de ceder y echar d e su lado a Inés de Meranie. resistía, sin embargo, a recibir a Ingeburga. Al año siguiente, en el concilio de Soissons- (marzo de 1201), delante del legado pontificio, de los jurisconsultos enviados por el rey Canuto de Dinamarca, de Ingeburga y d'el propio Felipe Augusto, se discutió la legitimidad del matrimonio real.' Antes que se dictaminara nada el rey apeló al engaño; declaró públicamente que reconocía a Ing'eburga por su mujer y que jamás se sepa11 El texto puede leerse en C. BEMOKTJ Ohartes des libertes amglaises (París 1892). Cf. W. MAC KECKNTE, Magna charta: a co-mmentary on the Great Charter of King JoKn wiih an Mstorical introduction (2." ed'.,* Glasgow 1915).
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raría de ella; en seguida montó a caballo y , llevando a su esposa a la grupa, partió al galope, con lo que el concilio se disolvió. N o deseaba otra cosa Felipe Augusto, que en viéndose librte lo que hizo fué encerrar más estrechamente que antes a Ingeburga en la torre de Etampes, desde donde la reina desgraciada importunaba con sus quejas y súplicas a Inocencio III. Durante doce años hizo el papa lo posible por la reconciliación de los dos esposos; tal vez las circunstancias de la política europea le impidieron obrar con su energía acostumbrada. Sólo fen 1213, por.temor a las sanciones del papa y con la esperanza de ganarse el apoyo de Dinamarca en su soñada expedición a Inglaterra, recibió en su palacio a Ingeburga y la mantuvo hasta la muferte con todos los honores de reina y de esposa. Este monarca francés, que en cierta ocasión llamó dichoso a Saladino porque no estaba sometido al papa, violó más de una vez el fuero eclesiástico y privó de sus rentas a obispados y abadías o les impuso tributos injustificables; era, con todo, piadoso y celoso de la fe cristiana, como digno abuelo en esto de San Luis. En sus luchas con Inglaterra—recuérdese que, al j u b i r al trono Felipe Augusto, los reyes ingleses eran señores de Ñor* mandía, de Aquitania, de los territorios de Poitou y-Limoges— le salió al encuentro frecuentemente Inocencio III, unas veces para inducirle a firmar la paz de Vernón con Ricardo Corazón de León; otras veces, como en 1203, para interceder én favor: de Juan sin Tierra, acusado ante la corte de París de violación nes del derecho feudal; y otras, en fin, para animarle al rey de Francia, como hemos visto, a la Cruzada—qufe al fin no se emprendió—contra el monarca inglés 12 . Todo ello demuestra cuan decisiva era la influencia y autoridad del Sumo Pontífice ante uno de los más poderosos soberanos de Europa. 8. Inocencio y los reinos españoles.—Que los diversos monarcas de la Península estableciesen entre sí alianzas matrimoniales, se explica fácilmente por la necesidad que sentían de contraer alianzas políticas que asegurasen la paz interna y les diesen fuerza para luchar contra los sarracenos. Pero encontraban frecuentemente un obstáculo en el Derecho canónico, que prohibía entonces, con mucho más rigor que en tiempos posteriores, el matrimonio entre parientes. Durante el pontificado de Inocencio III se produjeron ciertos abusos y transgresiones, que el papa estigmatizó rápida y duramente. N o era d e costumbres muy austeras el monarca de Aragón a P a r a la historia de este reinado es fundamental la obra de A. CARTET.LIERI, Phílipp II, August, Konig vori Frankreioh (4 vola., Leipzig 18&9-1921).
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Pedro II, apellidado el Católico (1196-1213)'. Intentó casarse con su pariente Blanca de Navarra, de lo que hubo de desistir por la oposición del Romano Pontífice. E n 1204 se casó, no por amor, sino por deseo de incorporar a sus dominios los de la esposa, con María de Montpellier, de la que se mantuvo casi continuamente apartado. Aquel mismo año, deseando recibir la corona ifeal de manos del papa, se embarcó para Italia. Recibióle Inocencio III con qran pompa y solemnidad. En el monasterio romano de San Pancracio, en presencia de los cardenal'es, prelados y patricios de la ciudad fué ungido por el cardenal obispo de Porto y coronado poco después por el papa. Allí juró don Pedro fidelidad a la Iglesia, defenderla siempre y p'erseguir a la herejía. De San Pancracio se dirigieron a San Pedro, sobre cuyo altar depositó el monarca su cetro y su corona y recibió del papá la'. espada, armándose caballero. Hizo 'entonces entrega de su reino' a San Pedro, al pontífice y a sus sucesores, declarándose feudatario suyo y obligándose a pagar anualmente un tributo de 250' masmodines. Inocencio III lo tomó bajo su protección, lo hizo su alférez mayor y le concedió que en lo sucesivo los : reyes aragoneses pudieran ser coronados en Zaragoza por manos del arzobispo de Tarragona, alterándose así la vieja costumbre de recibir el rey de Aragón ).a corona sin especial ceremonia en el momento de armarse caballero, a la edad de veinte años o al tiernipo de casarse. Pedro entabló más adelante demanda de divorcio, alegando que*doña María de Montpellier había contraído anteriormente matrimonió con el conde de Cominges, el cual vivía aún, pero se demostró que aquel matrimonio había sido nulo por varios títulos, y el papa, que por otra parte abrigaba sentimientos de alta, estima y sincera benevolencia. hacia don Pedro, s e negó inexorablemente a concederle el divorcio. Por un motivo semejante intervino Inocenício III con Al-, fonso IX de León (1188-1230). Habíase este rey casado en? primeras nupcias con la infanta Teresa, hija de Sancho I de Portugal, su prima. ES papa Celestino III les mandó separarse, y como se resistiese a ello don. Alfonso, tanto el. reino de León cómo el de Portugal fueron puestos en entredicho. ,: El monarca leonés se vio obligado a capitular, apartándose de doña Teresa, la cual se retiró al monasterio de Lorban,,, dónde vivió y murió en olor de santidad. D o n Alfonso entre-, tanto pasó a segundas nupcias con doña Berenguela, hija de Alfpnso.VI.il de.Castilla. M a s también esta infanta castellana se hallaba unida a él con lazos de parentesco. -'• Amenazóles Inocencio III. y hasta-les envió mn legado apostólico, que puso a los*dos reinos en entredicho, y al r ^ v castigó con la excomunión por t a n "monstruoso incesto". Pidió Alfonso dispensa del impedimento'de. consanguinid^'i por. mediación
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del arzobispo de Toledo y d'e los obispos de Palencia y Zamora. En vano. El papa persistió en su rotunda negativa. Y al cabo de seis años tuvieron que separarse los cónyuges, no sin antes haber tenido varios hijos, entre ellos a San Fernando 13 . A Sanoho I de Portugal (1185-1211), apellidado o Povoa* dor, le reprendió severamente porque no cumplía sus deberes d'e rey y de cristiano; tardaba en pagar el tributo prometido por*su padre Alfonso Henriques, el fundador de Portugal, al papa Lucio II: disponía arbitrariamente de los beneficios eclesiásticos; había maltratado al obispo de Oporto y pronunciado palabras irrespetuosas contra la Sede Apostólica. Arrepentido "el monarca al fin de su vida, redactó su testamento a gusto de Inocencio III y se reconcilió con él. Inocencio se interesó vivamente por el problema fundamental de España, que era el de la Reconquista, a la cual concedió en determinada ocasión, como en las Navas de Tolosa, todos los privilegios de Cruzada. Repetidas veces escribió a los ob'spos, exhortándoles a hacer todo lo posible por que el rey de Castilla tuviese las manos libres para pelear contra los sarracenos l*. También procuró desarraigar algunos increíbles abusos, prohibiendo terminantemente y con palabras de pasmo y extrañeza la audacia de las abadesas de Buraos y Patencia, que oían las confesiones de sus monjas y predicaban el evangelio en sus iglesias 1S . 9. Otros reinos.—Basta echar una ojeada a los registros de Inocencio III para darse cuenta de que ningún reino cristiano escapó a su vigilancia y en todos actuó con mayor eficacia que los papas anteriores. En Noruega, en Suecia, en Dinamarca y hasta en Islandia se deja oír su voz, amonestando a los obispos o defendiendo la l'foeríad eclesiástica frente a las intrusiones de los príncipes. En Polonia promueve la reforma del clero, apoyando los esfuerzos del arzobispo Enrique de Gnesen; exige al pueblo él tributo anual a la Sede Apostólica, reprende severamente al rey Ladislao por sus atentados anticanónicos y por las vejaciones inferidas al susodicho obispo, ordena a los nobles no poner obstáculos al pago de los diezmos y toma bajo su protección al duque y ducado de Cracovia 18 . Interviene como arbitro en la guerra civil de Hungría, donde se disputan la corona desde 1197 Emerico y Andrés, hijos de Bela III. El vencedor Emerico, para mostrarse agradecido la 14
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Gesta Innocentii: ML 214, 105-106. Por eiemplo, en diciembre de 1210 y febrero de 1211 (ML 216, 353 y 379;. ™ MÍ, 216, 356. Quizá esas confesiones no eran sino acusaciones capitulares de faltas. Sobre los increíbles privilegios de algunas abadesas, recomendamos la obra de J. M. ESCRIVÁ, La abadesa de las Huelgas (Madrid 1944). 38 POTTHAST, Regosta Pontif. román, p. 251-252, n. 2948-2661,
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a la benevolencia y favor que le ha mostrado Inocencio III, sigue en el trono sus consejos y normas y colabora eficazmente con él en la extirpación de la herejía bogomila de Bosnia, En Bulgaria es su primer rey Kalojan, creador del reino búlgaro, quien se dirige en 1199 al papa Inocencio, pidiéndole bendiga su reino y su corona y prometiendo obediencia a la Santa Sede. Accedió el pontífice de buen grado en 1202, al mismo tiempo que otorgaba al arzobispo de Tirnovo el pallium y el titulo de primado. * Al duque Ottocar de Bohemia, precioso aliado del papa en el negocio del Imperio, concedióle Inocencio en 1204 la corona real y la facultad de erigir en Praga una sede metropolitana. Trabajó cuanto pudo, en unión con los -monarcas escandinavos, por prcpagar el Evangelio en las regiones de Livonia y Estonia, anexionándolas definitivamente al mundo cristiano. N o menos se preocupó del Oriente cismático. Vio con gozo la Unión de la Iglesia serbia. Envió al rey León de Armenia por un legado apostólico la corona real, logrando de él y del Cathólicos de aquella Iglesia se sometiesen a la obediencia romana, si bien razones políticas vinieron pronto a perturbar esta concordia. Su mayor ilusión hubiera sido ver entrar en el seno d e la Iglesia de Roma a Constantinopla con todo su Imperio, a fin de que todos los cristianos, unidos bajo un solo pastor, realizasen la voluntad de Cristo y pudiesen fácilmente arrojar a los musulmanes de Tierra Santa. Ésto, que parecía un sueño dorado, lo vio cuajado en pasmosa realidad de una manera inesperada con la caída del Imperio bizantino y la instalación de un patriarca latino en Santa Sofía por efecto de la cuarta Cruzada. Inocencio III condenó con toda su energía la desviación de los cruzados, hacia Constantinopla y los crímenes que allí se cometieron, pero no dejó de admirar en sus resultados la admirable providencia de Dios. II.
L A CUARTA CRUZADA. CONSTANTINOPLA
Rece fdemos que Saladino había muerto en 1193, repartiendo s u s estados entre sus 17 hijos, si bien su hermano Malekel-Adel legró adueñarse de Egipto y Siria. Nadie en. Occidente Podía oponerse al poderío del sultán, que en septiembre de 1197 arrebataba Jafa a los cristianos, si no era el hijo de» Barbarroja Enrique V I . 1. Primeros intentos de Cruzada.—Y el ambicioso emperador había prometido a Celestino III equipar una flota y mandar un, fuerte ejército a Oriente. N o era' el ideal religioso el que movía a Enrique V I , sino el .pensamiento cesáreo, absolutista, de hacer suyos todos los territorios cristianos de Palestina
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g 1 _n i _J>g_GREGORIO ,V1I A BONIFACIO VIII
y Siria y de hacer valer su título imperial en Oriente lo mismo que en Occid'ente. Como señor de Sicilia y heredero de los normandos, abrigaba la idea tradicional en éstos de combatir primeramente contra los bizantinos y de arrebatar la corona, si pudiese, al emperador de Constantinopla. En las Dietas de Gelnhausen y de W o r m s (octubre y diciembre de 1195) se ultimaron los preparativos de la Cruzada. , Duques y arzobispos alemanes bajaron con sus tropas al ' sur de Italia y en,septiembre de 1197-partieron de Mesina por mar hacia San Juan de Acre, mientras Enrique VI armaba una ' poderosa flota que se dirigía hacia Oriente. ¿Quién sabe a qué objetivo? Los cruzados alemanes, acaudillados por el duque de Loreria, conquistaron Sidón y Beyrut, y habían decidido marchar hacia Jerusalén, cuando les vino la desalentadora noticia de que Enrique VI, cuya formidable armada esperaban de un día para otro, había fallecido el 28 de septiembre. Los mediocres resultados de la expedición alemana y el fracaso de la proyectada por Enrique VI avivaron en Inocencio III, que acababa de subir al trono pontificio, el anhelo de promover una gran Cruzada con la cooperación de todos los reinos cristianos. Es emocionante leer, ya desde sus primeras encíclicas, las frases encendidas de amor a Cristo con qu'e habla y arenga a todos los cristianos. Había que reconquistar Tierra Santa, "la tierra de Jesús, para el mayor engrandecimiento de la cristiandad y de la Iglesia ciertamente, mas también para demostrar personalmente amor y agradecimiento a nuestro Salvador. "Vosotros—escribía al episcopado de Francia—no sólo no habéis rasgado hasta ahora vuestros corazones; pero ni siquiera habéis querido abrir vuestras manos, por más que tantas veces os lo he demandado, para venir en ayuda del pobre Jesucristo y vengar el oprobio que cada día le infieren los enemigos de nuestra fe. Miradle de nuevo crucificado en la cruz, de nuevo flagelado y herido con azotes, de nuevo insultado y afrentado por sus enemigos... Y vosotros, al menos la mayoría—lo sabemos y decimos con dolor—, ni siquiera un vaso de agua fresca ofrecéis a Cristo, que os lo pide insistentemente, de suerte que los mismos laicos, aquellos a quienes vosotros exhortáis con palabras, no con obras, a la reverencia de la santa cruz, repiten el dicho evangélico: Imponen a las espaldas de los subditos • cargas pesadas, que ellos ni con un solo dedo quieren mover. Y os echan en cara que del patrimonio de Jesucristo dais con más gusto a los juglares y comediantes que a nuestro Señor, y gastáis más en mantener halcones y perros que en las cosas santas... ¿Así agradecéis lo mucho que El os dio? ¿Así le mostráis el amor? Los que habíais de poner la vida por vuestras ovejas ni siquiera queréis dar la cuadragésima parte d e vufcs-
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tras rentas a Cristo, siendo así que muchos de vosotros debeIríais no sólo dar la cuadragésima parte, según nuestro mandato, sino la tricésima, que prometisteis en el concilio de Dijon" " . Siguen nuevas ordenaciones sobre la Cruzada y las indulgencias de costumbre. .- Inocencio III entabló relaciones con el emperador bizantino Alejo III en orden a la unión de las Iglesias, y con la esperanza de que aquel monarca fuese uno de los mejores auxiliadores d£ la Cruzada contra los turcos, a lo que el bizantino parecía acceder por miedo de que Felipe de Suabia renovase el proyecto de su difunto hermano Enrique VI. Pidió el papa informes sobre la situación de Tierra Santa a los grandes maestres de las Ordenes militares; tomó bajo su protección al rey de, Jerusalén Amalrico II, sucesor de Enrique de Champaña; negoció con el rey de Armenia, que estaba ya en unión con la Iglesia romana, y le envió un estandarte bendecido; obtuvo la paz entre Ricardo Corazón de León y Felipe Augusto (enero 1199); en fin, mientras exhortaba a todos los reyes, príncipes, obispos y abades, trataba de recoger subsidios pecuniarios y enviaba predicadores de la Cruzada. Los reyes no respondieron al llamamiento. Los dos pretendientes al trono alemán se hacían la guerra mutuamente y el monarca francés prefemá seguir al lado de Inés de Meranife. Dos fueron los más distinguidos y elocuentes predicadores de la Cruzada. Llamábase el uno Martín y era abad cisterciense de París (junto a Colmar), que con la bendición del papa y del abad de Citeaux recorrió el sur de Alemania y el norte de Italia, arrancando lágrimas a sus oyentes y moviéndoles a tomar la cruz 18. Acompañó luego a los cruzados hasta Constantinopla, donde influyó notablemente con su buen juicio, prudencia y ejemplo de vida. Más brillante, o por lo menos más aparatosa, debía de ser la predicación del francés Fulco, párroco de Neuilly, qu'e, convertido a una vida santa y penitente, electrizaba al pueblo, más que con el fuego de su palabra,* con su acción taumatúrgica. Numerosos discípulos repetían sus sermones por toda Francia y aun por Inglaterra. N o siguió a los cruzados, pues la muerte le alcanzó en 1202 1B. Reunidos los nobles de Champagne en Ecry para un torneo (noviembre de 1199), tes predicó Fulco con tal entusiasmo, que duchos de aquellos jóvenes caballeros se resolvieron a tomar 11 u
Gesta. Innocentii: ML 214, 132 s. Un ejemplo de su elocuencia nos lo h a conservado el monje GÜNTHEH. Historia captae a latinis Constantinopoleos 3 : ML 213, 227-228. • .. 19 G. DE VIU..EHARDOUIN, De la conquéte de Constantinople, en BOUQUET, Recueil de historiens des Gaules X V I I I , 432. De estas Mérnoires de Villehardouin existe u n a mejor edición, h e c h a p o r Natalia de Wallly en 1872.
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la cruz y dirigirse a Tierra Santa, entre ellos el conde Teobaldo d'e Champagne, el conde Luis de Blois, Simón de Montfort y I Godofredo de Villehardou'n, el insigne historiador de la Cru- í zada, que nos dejó en sabroso francés un relato maravillosa- / mente ingenuo, sencillo y épico, pintoresco y verídico 2 0 . Si-/ guiéronle otros grandes feudatarios d'e Francia y Flandes, descollando sobre todos Balduino, conde de Flandes y cuñado dq' Teobaldo, con sus dos hermanos Eustaquio y Enrique. ¿Quién acaudillaría la expedición? Convinieren en que Teobaldo de Champagne. Haría la ruta por mar y s'e dirigirían sus primeros ataques contra Egipto, ya que de poco serviría triunfar en Palestina, mientras el corazón de las fuerzas islámicas, que era Egipto, permaneciese intacto. 2. Negociaciones con Venecia,—A principios de febrero d'e 1201 Villehardouin con otros cinco caballeros fueron a V e necia a ajustar un pacto cen aquella República, tan poderosa en el Mediterráneo, solicitando de ella barcos y marineros qu'e transportasen el ejército a Oriente. El dux Enrique Dándolo, anciano d'e ochenta y cuatro años, pero vigoroso aún de cuerpo y de espíritu, previo el partido que podía sacar de aquella, empresa, -y tras larga deliberación contestó que Venecia pondría barcos de transporte para 4.500 caballos, con otros tantos caba* lleros, 9.000 tescuderos y 20.000 infantes con vituallas para nueve meses, a condición que los cruzados le pagasen 85.000 marcos de plata en cuatro plazos, antes de mayo de 1202. Adelinas la República armaría 50 buques de guerra a su costa para participar ten la empresa, de cuyas conquistas se le daría la mitad. Informado Inocencio III de este contrato, lo aprobó con tal que los expedicionarios no atacasen a ningún cristiano 21 . La, falta de idealismo r'eligioso de los venecianos y su torcida v o luntad se manifestó cuando rechazaron indignamente al cardenal Pedro de San Marcelo, que el papa quería enviar como legado apostólico en la Cruzada. Nos cuenta Villehardouin cómo al regresar él a Francia con la noticia del pacto firmado encontró al valeroso Teobaldo de Champaña gravemente enfermo. Murió el 6 de mayo de 1201 aquel joven y animoso conde, y fué preciso escog'er otro jefe. R'esultó elegido Bonifacio, .marqués de Monferrato, hermana, de aquel Conrado de Monferrato que tantas proezas realizó 20 Villehardouin en sus Memorias justifica la conducta de los jefes en desviar la Cruzada hacia Constantinopla; en cambio ROBERTO DE CLARIJ La prise de Constantinople (en C. HOPF, Chroniques gréco-romanes, Berlín 1873), representa la opinión media de' los cruzados, entre los cuales militaba, acusando a los altos se-, ñores de haberse apropiado lo mejor del botín; escribe en estilo mása popular y completa a Villehardouin. Gesta Innocentii: ML 214, 131 y 1S9.
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en Palestina y que cayó as'esinado en 1192, al ser nombrado rey de Terusalé». Bonifacio aceptó el mando de la expedición y se fué al .monasterio de Citeaux para tomar la cruz. La mayor par f e de los cruzados iban bajando hacia Italia en el Verano de 1202. Concentrados en San Nicolás del Lido, aguardaron la v e nida de los barcos venecianos. Su situación se tornaba cada, día más angustiosa, porque los jefes rao habían podido pagar más que 50.000 marcos a Venecia, y ésta se negaba al embarque mi'entras no satisficiesen toda la deuda. Renunciar a la expedición se les hacia imposible; tampoco deseaban morirse allí de hambre. Hubieron de rendirse a una intriga veneciana. Condescendió la República 'en que se retrasase el pago hasta d e s - ' pues de las conquistas que esperaban hacer, pero a condición de que los cruzados ayudasen a Venecia a recobrar del rey de Hungría la ciudad de Zara, ten Dalmacia. Hubo protestas de parte de algunos caballeros, que recordaron la prohibición del papa de atacar a ningún cristiano bajo la pena de excomunión, mas al fin, con el ansia de salir cuanto antes d e Venecia, los jefes accedieron. El 9 de noviembre la gran flota, dirigida por el misino dux Enrique Dándolo, s'e situó frente a Zara, y tras un asedio de varios, días capituló la ciudad. E n señal de protesta, algunos cruzados abandonaron la expedición. Invernaron los demás en en las costas de Dalmacia, aguardando al marqués de Monferrato, entretenido en conversaciones y disputas con Inocencio III sobre los proyectos y fines de la Cruzada. "El oro se ha convertido en escoria—escribía el papa—y la plata se ha cubierto de orín cuando, apartándoos del recto camino y de la pureza de vuestro primer propósito, abandonasteis el arado y mirasteis hacia atrás, como la mujer de Lot". Reprendía ásperamente a los cruzados, especialmente a los venecianos, por la conquista y saqueo de Z a r a , ciudad cristiana, y les conminaba con la excomunión si seguían destruyéndola y n o restituían lo robado a los embajadores del rey de Hungría 2 2 . 3. Cambio de rumbo.—El 2 de diciembre el marqués Monferrato se juntó a su ejército. ¿Continuarían el viaje rumbo a Egipto, conforme al primer propósito y según la voluntad del papa? En Ven'ecia los jefes militares de la expedición habían sucumbido a otra intriga política de mayor envergadura que la anterior. Ind-'quemos brevemente los ocultos manejos que torcieron «1 rumbo de la Cruzada hacia Constantinopla. L a revolución : * ML 214, 1178-1179. Casi lo mismo en la epístola eiguAente, 'éase también la carta a Dándolo en. ML Zlo. ¿ux-
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bizantina de 1195 había elevado al trono a Alejo III, quien se ; apoderó del emperador, hermano suyo, Isaac II y del príncipe Alejo, metiéndolos a ambos en prisión. Alejo el Joven logró evadirle y huyó a Occidente en 1201. Se presentó primeramente en Roma, pidiendo auxilio al pontífice para echar a su tío del trono y liberar a su padre Isaac. Inocencio III se mostró, neutral, pues estaba en relaciones diplomáticas con Alejo III y,' por otra parte, temía que el triunfo de .-Alejo el Joven y de Isaac II contribuyese a robustecer la autoridad y el poder de Felipe de Suabia en Alemania, porque es de saber que este pretendiente al trono alemán estaba casado con Irene, hermana del joven príncipe bizantino. Dejando, pues, la ciudad de Roma, subió Alejo a entrevistarse con su cuñado Felipe de Suabia y tratar con él del modo de destronar a Atejo III. Felipe lo recibió muy favorablemente. Ambos pensaron que el modo más fácil de realizar sus deseos ' era dirigir contra Constantinopla el poderoso ejército de cruzados, que se disponía a partir contra los musulmanes de Egipto. N o les costó mucho, trabajo traer a su parecer al marqués : de Monferrato, que debía conducir la expedición. La familia Monferrato estaba emparentada con princesas bizantinas, y Conrado, el hermano de Bonifacio, había colaborado eficazmente a la entronización de Isaac II. Se comprende que la idea de reponerle ahora en el trono pareciese bien al jefe de los • cruzados. Había que contar con los demás jef'es y* sobre todo con V e n e c i a M . " D e ésta no había que dudar. El dux Dándolo acariciaba el plan de vengar las injurias que a él personalmente le habían hecho los bizantinos y de restaurar con un golpe de fuerza la' influencia y el comercio de Venecia en Oriente, harto merma- 1 dos desde que muchos de sus mercaderes fueron expulsados de Constantinopla en 1171 y otros asesinados en 1182. Embajadores de Felipe de Suabia llegaron, a Zara en enerode 1203, con las propuestas del príncipe Alejo. Comprome-¡ tíase éste a darles a los cruzados, en compensación de su ayuda militar, 200.000 marcos de plata y la seguridad de que, una' vez conquistado el trono de Constantinopla, prestaría obediencia a la iglesia romana; contribuiría además a la Cruzada con-^ , tra los turcos con 10.000 soldados y dejaría en Palestina un presidio permanente de 500 caballeros. Disputaron largamente .; los que aceptaban el plan de ir a Constantinopla con los más "; idealistas, que sólo deseaban partir cuanto antes a pelear con-, ; tra los islamitas de Egipto. Cuando los jefes, contra la volun?? tad del papa, decidieron aceptar la oferta del príncipe bizantino, no menos de 2.000 cruzados, con Simón de Montfort a la cabe* í ** Todas estas maquinaciones ocultas las revela Inocencio I I I en su interesante epístola a Aleja III. de £ de noviembre de 120* (MI, 1123-1125). -.» **n «*
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za, abandonaron el campo, para volver a Italia' y embarcarse por su cuenta rumbo a Palestina. La gran armada zarpó de Z a r a el 20 de abril, llevando consigo al príncipe Alejo. Tres semanas pasó en la isla de Corfú, quizá mientras se disipaban los últimos escrúpulos dé algunos renuentes, y el 24 de mayo se hicieron a la vela. Cuatro días antes expedía Inocencio III una carta a los cruzados prohibiéndoles terminantemente atacar al Imperio bizantino so pretexto de que no obedecía a la Sede Apostólica o de que el emperador había usurpado el poder, cegando y encarcelando a su ¡hermar no12*. Era demasiado tarde. 4. Al asalto de Constantinopla.—El 23 de junio arribaba la flota a San Stéfano, tres leguas de Constantinopla, y ante los ojos ingenuos y atónitos dte los cruzados aparecía deslumbrante la capital bizantina, "Y sabed—nos cuenta Villehardouin—que mucho miraban a Constantinopla los que jamás la habían visto; y no podían creer que hubiese en el mundo ciudad tan rica, viendo, como veían, aquellos altos muros y aquellas ricas torres, "entre las cuales está encerrada completamente a la redonda, y aquellos ricos palacios y aquellas altas iglesias, tan numerosas que nadie lo pudiera creer si no lo viese al ojo, y lo largo y ancho de la ciudad, que de todas las otras es soberana. Y sabed que ninguno hubo tan ardido a quien no le temblasen las carnes, y no era maravilla, pues nunca fué acometida empresa tan grande desde que el mundo fué creado" í S . Desembarcaron primeramente en Calcedonia, en la costa asiática; luego en Scútari, desde donde entablaron negociaciones con el emperador Alejo III. Fracasadas éstas, el 7 de ju, lio, después de recibir la comunión y hacer testamento, subieron los cruzados a los barcos, y al redoble de cientos de tambores y trompetas enfilaron las proas hacia la bahía profunda que se llama Cuerno de Oro. Rota la cadena que impedía la entrada, saltaron al agua los caballeros y se apoderaron del puerto de Gálata, en la orilla izquierda. Algunas naves fueron capturadas y quemadas. El resto de la flota penetró en el puerto, y mientras los caballeros acampaban en una colina frente al palacio de Blanquernas, Alejo III se retiraba sin combatir a detrás de las murallas. El asalto general tuvo lugar el 17 de julio de 1203. El yerno del emperador, Teodoro Láscaris, luchó con valentía, causando no pocas bajas en el ejército asaltante. Los venecianos ocuparon 25 torres, y atacados por los griegos, pusieron niego a algunos barrios de la ciudad ?fl. Desde el primer mo*
ML 215, 106. G. DE VILLBHARDOUIN. De la conquéte
. <«JET, X V I I I , 447.
de Const.3
en Bou-
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" L a descripción p o r m e n i z a d o r a del a s a l t o y de la defensa, en v - VILLEHARDOUIN, p. 450-453. Más s o b r i a m e n t e en. NICRTAS., S u t o r i a • ?
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mentó el- cobarde Alejo III no pensaba más que en huir, y así lo hizo después de arramblar todo el oro y pedrería qu'e pudo. Cuando a la mañana siguiente se dio cuenta el pueblo de la fuga de su soberano, corrió a las cárceles y abrió la puerta al ciego Isaac II, lo revistió d'e ornamentos imperiales y le prestó juramente de obediencia. El príncipe Alejo se apresara a entrar en la ciudad, pero los cruzados, dueños de la victoria, no se lo permiten hasta qu'e su padre garantice las promesas que el príncipe les hiciera. Así lo hace, y poco después el joven es asociado al trono y coronado con el nombre de Alejo IV. El triunfo de la exp'edición parecía definitivo. En la opulenta Constantinopla encontrarían oro para todos; los venecianos verían el auge de su potencia comercial; los cruzados recibirían constantes refuerzos para atacar a los musulmanes; y el Romano Pontífice 'ejercería su autoridad suprema sobre la Iglesia griega, igual que sobre la latina. De estos dos últimos motivos hicieron uso ante Inocencio III los conquistadores, queriendo justificar la desobediencia a los mandatos del papa con el deseo d'e la exaltación de la fe. . La primera desilusión de los cruzados sobrevino pronto. Pedían el pago inmediato de las sumas prometidas, y Bizancio, empobrecida, no pudo, por lo pronto, darles más de 100.000 marcos de plata, de los cuales los Venecianos tomaron 50.000 y además otros 36.000 que les debían los cruzados desde el comienzo de la expedición. Entre latinos y griegos había continuos roces, si bien el ; ejército se alojaba en los suburbios por prudencia de-los jefes, y voluntad de Alejo IV. Cuando cierto día se enteraron los cruzados de que en la ciudad existía una mezquita, quisieron destruirla y prenderle fuego, matando a la colonia de árabes y turcos; fel incendio se extendió a gran parte de la ciudad, devorando los palacios magníficos, bazares, templos y pórticos de estatuas. Al pueblo se le iban haciendo intolerables aquellos extranjeros que se presentaban como protectores, y no mtenos antipáticos les eran los dos emperadores, padre e hijo, supeditados en todo a los latinos. Una noche los bizantinos lanzaron estopas inflamadas fentre los barcos de los cruzados, y sólo la presencia de ánimo de los venecianos salvó la flota d e . u n completo desastre. Otro día (5 de febrero 1204), el ambicioso y. desleal Atejo Ducas, por sobrenombre Murzuflo o cejijunto, excitando los sentimientos nacionalistas del pueblo y de los soldados de palacio, promovió un motín sangriento, hizo estrangular a Alejo IV, m'etió en la cárcel al viejo Isaac II, que no tardó en morir de tristeza, y se proclamó emperador, nombrándose Alejo V , Constantinopla empezó a armarse para la defensa contra byzantina: MG 139, 926-927, E s t e último a c e n t ú a la cobardía de Alejo I I I .
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los invasores, reconstruyendo los muros y elevándolos más que antes: También los cruzados se aprestaron al ataque. El mes de marzo lo pasaron en preparativos. El dux veneciano, el marqués de Monferrato, los condes de Flandes y de Blois, tras madura reflexión, tomaron la determinación de apoderarse por la fuerza de la ciudad y de todo el Imperio bizantino, a pesar de que no contaba con más de 20.000 hombres. Convinieron en que después de la victoria una comisicn*de doce electores, seis de Venecia y seis de los francos, habría de elegir un emperador latino, a quien se concedería la cuarta part'e del Imperio, con los palacios de Bucoleón y Biaquernas; de los otros tres cuartos la mitad pertenecería a Venecia y la otra mitad se les distribuiría a los caballeros en forma d'e feudos. Los venecianos se reservaron además el derecho de nombrar el patriarca de Constantinopla. El 9 de abril se dio el primer asalto. Fracasó. El desaliento cundió por el ejército y algunos cruzados hablaban d'e partir para Siria. 5. La conquista,—A los dos días se celebraba el domingo de Pascua. Todos se confesaron y comulgaron. Y el 12 repitie- ' ron el ataque con nuevo brío. Murzuflo dirigía personalmente la defensa. Las dos naves unidas del obispo de Soissons y ctel de Troyes chocaron violentamente contra una torre, a la que se aferraron algunos caballeros hasta escalarla; detrás vinieron otros, y al caer fel sol estaban ya dentro de la ciudad. Pusieron fuego a varias casas, y durante día y medio innumerables monumentos perecieron entre las llamas. Murzuflo huyó, y un nuevo emperador, Teodoro Láscaris, proclamado apresuradamente por algunos funcionarios, buscó también la salvación fen la fuga. Al salir el sol el día 13 las calles aparecieron desiertas. Sólo una procesión de clérigos venía por las calles a implorar la piedad de los vencedores. Tumultuosamente los cruzados se derramaron por la ciudad imperial, saqueándola de una manera bárbara y sistemática; entraban a mano armada en los palacios, en las iglesias, en las casas particulares, asesinando a cuantos ponían alguna resistencia y apoderándose d'e los tesoros y riquezas con desenfrenada rapacidad. Les fué totalmente imposible a los jefes contener a la soldadesca. Cuenta Nicetas cómo eran raptadas y violadas las mujeres y niñas y cómo él mismo tuvo que ensuciar con cieno el rostro de las muchachas hermosas para que no excitaran la concupiscencia de los que iban corriendo por la ciudad como lobos hambrientos 2 7 . La codicia piadosa de otros se saciaba en los templos, robando a manos llenas infinidad de preciosas reliquias más o menos auténticas con que enriquecer las iglesias de su patria, "
NICETAS,
De rebus post captam urbem: MG 139, 974.
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por ejemplo, el obispo de Halberstadt echó mano a las reliquias de la capilla imperial, una parte de las cuales hubo de restituir más tarde. D e las obras de arte antiguo, estatuas, piezas de orfebrería, esmaltes, joyas, sedas y brocados, muebles de lujo, manuscritos preciosos y otros mil objetos destruidos y quemados, no tenemos exacto conocimiento, pues Villehardouin y Balduino hablan en términos bastante generales, y Nicetas se limita a describir las estatuas más artísticas o más colosales, como la de Hércules, obra maestra de Lisipo; la de Juno, la de Helena, la de Belerofonte cabalgando sobre Pegaso y otras que embellecían el hipódromo, y cuyo bronce fué fundido para hacer moneda 2S. Bonifacio de Monferrato se ganó el afecto' de los bizantinos, oponiéndose cuanto pudo al saqueo. E n él hubiera recaído la corona imperial si los venecianos no le hubieran negado el voto. El nuevo emperador de Romanía fué Balduino, conde de Flandes, elegido el 9 de mayo por la noche y coronado el 16 en Santa Sofía, según el espléndido ceremonial bizantino, pintorescamente descrito por Roberto de Clari 129 . Revestido del largo pallium recamado de piedras preciosas, de la clámide bordada de águilas, jubón con botonadura de oro, calzas de seda y sandalias esmaltadas de pedrería, avanzaba majestuosamente, con los dos brazos sostenidos por dos obispos y precedido del conde de Blois y del conde de San Pablo, que portaban, respectivamente, el estandarte imperial y la espada. Franqueó Balduino las puertas del iconóstasis y se arrodilló ante el altar. U n obispo le abrió el jubón para hacerle las unciones, y luego todos los obispos, tomando la corona del altar, la impusieron sobre la cabeza del nuevo emperador. Este, el cetro ten la mano y el globo de oro en la otra, subió al trono, y después de la misa, montado en su caballo blanco, fué conducido al Bucoleón, donde recibió el homenaje de orientales y occidentales, sentado en el trono de Constantino. El. Imperio bizantino se feudalizó externamente de la noche a la mañana. M á s de la mitad de Constantinopla se dio en propiedad al emperador. El resto, con la basílica de Santa S o fía, a los venecianos. El marqués de Monferrato, a quien le tocaba el Asia Menor, obtuvo, en cambio, el reino de Tesalónica y Macedonia. El emperador armó 600 caballeros el 1 d e octubre de 1204, y a ellos, como a los demás barones, les repartió diversos feudos de mayor ó menor importancia, según las tropas que cada cual había mandado. Los venecianos se reservaron principalmente las costas con el Epiro, el Peloponeso, las islas Jónicas y el archipiélago; los puertos de Tracia, ffl
runt: "
NICETAS, De statuis lbíd. 1041-1057.
quas Franei
ROBERTO DE CLAKI, La Frise
Chroniques
p . 73-75.
GonstantinopoU
de Oonstantinople,
destruxeen C. H O P F ,
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Gallípoli, Heraclea .y, en el interior, Andrinópolis; poco después consiguieron también la isla de Creta. Así, Venecia se constituía en la potencia marítima más poderosa de su tiempo. Al anciano dux Enrique Dándolo se le concedió el título bizantino de Déspota, con dispensa de prestar homenaje al emperador. 6. El Imperio latino de Constantinopla.—Constituídp así el Imperio de Romanía, Balduino se dio prisa a redactar un largo informe, que tiene algo de narración épica, para Inocencio III, describiendo con muchos detalles la conquista de Constantinopla, el fin del Imperio bizantino; que sólo había sabido. honrar a Cristo en las pinturas y que despreciaba a los latinos como a perros; le daba cuenta de su propia coronación imperial; le invitaba a ponerse, como príncipe y caudillo, al frente de esta gloriosa empresa, que redundará en alabanza eterna del Pontificado y de la acción de Inocencio; y le suplicaba que en esta ciudad, ilustrada por los antiguos concilios, convocase u n concilio ecuménico presidido por Su Santidad, a fin de ratificar la unión de la nueva con la antigua Roma 8 0 . Aunque los primeros sentimientos del papa, al conocer la desviación de la Cruzada, habían sido de dolor, mas luego, a medida que le iban llegando noticias del increíble triunfo de los latinos, se contagió, del entusiasmo de los vencedores, y, aceptando los hechos consumados, engrandeció la providencia de Dios, que por estos medios castigaba la deslealtad cismática de los griegos y abría una puerta inesperada hacia Tierra Santa. E n esto último se ilusionaba, como también al pensar que la unión de las Iglesias era ya una realidad. El problema del cisma no se había resuelto con la efímera y forzada unión política, ni con el nombramiento—sin contar con el papa—de un patriarca latino, que fué el veneciano " T o más de nombre, de mediana estatura y de mayor obesidad que la de un puerco bien cebado", según lo retrata el bizantino Nicetas 31 . M á s bien el problema se agravó al exacerbarse los rencores entre griegos y latinos, lo cual además tendría la repercusión políticorreligiosa de facilitar el triunfo final de los turcos. Añadamos aquí que el emperador Balduino y el conde d e Blois, con otros muchos caballeros, desaparecieron en la batalla trabada contra, los búlgaros delante de Andrinópolis (abril de 1205). Entre los que se salvaron estaba el viejo Dándolo', que murió a los pocos días, y el mariscal del Imperio e historiador Villehardouin. Enrique de Flandes, hermano de Bal-r duüio, varón de grandes virtudes y dotes de gobierno, fué c o 80 M L 215, 447-454. E n l a s p á g i n a s siguientes pueden leerse l a s contestaciones del p a p a a Balduino y a los obispos, a b a d e s y demás clero q u e h a b í a n Ido en la Cruzada.
"
NICBTAS, De statutis:
ibíd. 1042.
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roñado 'emperador el 20 de agosto de 1206. Su reinado fué brillante, pero efímero, pues sólo duró diez años. Pronto se convenció Inocencio III de que el proyecto de hacer de Constantinopla una cabeza de puente contra los turcos tropezaba con insuperables dificultades. Así que desde 1207 empezó a pensar en organizar en Europa una nueva Cruzada cuya dirección 'estuviera enteramente en manos del papa; sólo él podía hacerla eficaz. A fines de abril de Í213 dirigió- a los obispos de Europa un patético llamamiento con las palabras de Cristo: Si quis vult post me venire,..., tollat ctucem suam ef sequaíur me32. Por diversas circunstancias se fué difiriendo, hasta qu*e en 1215 flotó de nuevo la idea, cuando el '25 de julio Federico II, luego de su coronación en Aquisgrán, bajó a la cripta de Carlomagno y en presencia de los legados pontificios tomó solemnemente la cruz 3 3 . Y el 11 de noviembre, en la apertura del concilio ecu-rménico de Letrán, Inocencio III hablaba a los Padres allí reunidos del tránsitos o paso a Ti'erra Santa, exhortando a los fieles a tomar la cruz. Fijóse la partida para el día 1 de junio de 1217. Había de salir la expedición de los puertos de Brindis y Mesina. El mismo papa iría allí a bendecir a los cruzados y a tomar su dirección, acompañándolos en el viaje si era preciso. La paz entre los príncipes cristianos se había proclamado por todos los,ángulos de Europa. Inocencio III soñaba gloriosamente. Tenía cincuenta y seis años. El ideal de su vida estaba para realizarse. Pero eran demasiadas glorias. Dios le llamó a sí el 16 de julio de 1216. 7. La Cruzada de tos niños.—La idea de Cruzada llenaba todos los ambientes: Cruzada contra los albigenses de Francia,, Cruzada contra los almohades de España, Cruzada universal contra los turcos de Oriente. Caballeros, monjes, aldeanos, obispos, simples clérigos, tomaban la cruz y marchaban... ¿Hacia dónde? También los niños, se entusiasmaron con la idea d e partir 32
El llamamiento a la Cruzada empezaba así: "Porque ahora es mayor que trunca la necesidad de socorrer a Tierra Santa, y del socorro se espera resultará mayor provecho que en tiempos pasados, henos aquí que con renovado clamor clamamos. a vosotros, y clamamos en pro de Aquel que, muriendo en la cruz, clamó con gran voz... Si un rey temporal fuese expulsado del reino por sus enemigos, y sus vasallos no expusiesen por él sus personas y sus cosas, ¿acaso, al recobrar el reino perdido, no consideraría como infieles a aquellos malos vasallos? Así el Rey de reyes, Nuestro Señor Jesucristo, que os dio el cuerpo y el alma y todos los demás bienes, os condenará por el vicio de ingratitud y por el crimen de infidelidad si no le socorréis a El, arrojado en cierto .modo del reino que compró con el precio de su sangre" (ML 216, 817; MANSJ, Concilio, 22, 956). M
RICHARDUS DE SANCTO GERMANO,
MGH, Script. 19, 337.
Ohronica regni Sicilíae, en
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a Tierra Santa, y no faltaron entre las personas mayores quienes se ilusionasen pensando que a los inocentes niños l'es concedería Dios el triunfo que a los demás, por sus crímenes, les había negado. Esteban, pastorcillo de Vendóme, creyó oír la voz del Señor que le llamaba a capitanear muchachos y niños. El mar se abriría ante ellos como ante los israelitas. Contra el parecer de los padres y de los sacerdotes, una tropa infantil abandonaba los hogar'es y se dirigía a Marsella, engrosada en el camino por una abigarrada multitud de campesinos, clérigos, mendigos y gente de toda laya, incluso muchachas y mujeres adultas. Siete naves se pusieron a su disposición para la travesía; dos 'de ellas naufragaron en el Mediterráneo, ocasionando la muerte de muchos; los demás, en las costas de Bugía y de Alejandría, fueron vendidos como esclavos, y sólo más tarde, en 1229, fueron en part'e rescatados por un pacto entre Federico II y Malik-el-Kamil. Por el mismo tiempo otro muchacho de Colonia, que se decía Nicolás y tenía éxtasis, pasó en el verano de 1212 los Alpes al frente de 20.000 niños camino de Brindis. Aquí el obispo de la ciudad no les permitió embarcarse. Muchos habían perecido de hambre y de cansancio, otros se fueron a Roma a pedir la bendición del papa y sólo muy pocos regresaron a sus tierras.
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L A CRUZADA CONTRA LOS ALBIGENSES
. U n a terrible amenaza se cernía sobre la Iglesia dentro de Europa al ceñir la tiara Inocencio III: la herejía de los albigenses. El papa afirmó que estos herejes eran más peligrosos que los sarracenos, y modernos historiadores no vacilan en afirmar que la Iglesia corrió entonces un riesgo no menos grave que el de la invasión islámica en el siglo VIII. , 1 . Los. cataros y albigenses.—Los cataros habían inficionado a Europa con su doctrina, más que herética anticristiana. Extendíanse desde la desembocadura d'el Danubio hasta los Pirineos, formando concentraciones en Lombardía y en el sur de Francia. Un poderoso núcleo, además del de Milán y Toulouse, fe *a la ciudad de Albi, de donde les vino el nombre de albigenses. D e su origen y doctrina tratáremos en el capítulo de las herejías. Baste decir aquí que enseñaban un dualismo de carácter gnóstico. • Alimentaban un odio feroz contra la Iglesia católica, odio ^que en muchas ocasiones se mostraba en el saqueo de templos, e n atentados sacrilegos, asesinato de clérigos y fieles. Resulta-
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ban ad'emás peligrosos para la sociedad por sus doctrinas contrarias al matrimonio y a la propagación de la especie. En las regiones de Languedoc y Aguitania la mayor parte de la nobleza les era favorable, entre otras razones porque la. secta albigfense, al negar a la Iglesia el derecho de poseer bienes terrenos, justificaba su despojo. Como esos nobles actuaban a modo de príncipes soberanos del país, ya que en aquellos tiempos feudales la autoridad y la potestad directa del rey eran casi nulas, y como él clero no gozaba de mucho prestigio por sus mundanas costumbres, la herejía encontraba fácil pábulo y grandes facilidades de propagación. Ante la seriedad del peligro, cada día más grave, varios concilios de los siglos xi y xn dictaron medidas severas contra ' ciertos herejes que pudieran estar emparentados con los cataros. Y el papa Alejandro III, en el último capítulo del concilio Lateranense III (1179), fulminó el anatema contra los que públicamente enseñaban su error y seducían a muchos cristianos in Gasconia, Albegesio et partibus Tolosanis, exhortando a los nobles a tomar las armas para la defensa del pueblo fiel contra ¡ los herejes. Al año siguiente el cardenal legado Enrique de Albano fué enviado al frente de una Cruzada contra Roger II, conde de Béziers y Carcasona. Otro decreto expidió el papa Lucio III contra los cataros en la reunión que tuvo con el emperador Federico I en Verona el año de 1184. Inocencio III, al principio de su pontificado, no se mostrar ba partidario dfe la represión violenta, diciendo que deseaba "la conversión de los pecadores, no su exterminio", y conforme a estos criterios de blandura y suavidad, intentó atraerlos al recto camino por medio de misioneros que los disuadiesen de su error. En 1198 envió como legados pontificios a los cistercienses Rainerio y Guido. Rainerio murió pronto, después de un viaje a España, y en 1200 fué sustituido por Juan Pablo, cardenal dfe Santa Prisca, a quien ayudó el conde de Montpellier, uno de los pocos nobles sostenedores de la ortodoxia. En 1203 volvió el papa a enviar a dos monjes cistercienses de la abadía de Fontfroide, "cerca de Narbona, llamados Pedro dfc Castelnau y Raúl o Rodolfo de Fontfroide, a los cuales se juntó luego el abad del Cister Arnaldo Amaury con autoridad de legado apostólico, ya que el cardenal de Santa Prisca dfejó pronto de figurar. Debían estos misioneros enseñar la doctrina verdadera, castigar a los clérigos que tuviesen trato con los herejes, disputar con. los extraviados, a fin de convencerlos con razones, y, en último caso, excomulgar a los contumaces. 2. Martirio de Pedro de Castelnau*—Las autoridades civiles de Toulouse prometieron a los cistercienses defender la fes la burguesía se mostró indiferente y siguió favoreciendo a la secta. El rey de Aragón Pedro II, soberano de varios territo-
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rios del Languedoc, llamó a los herejes a un coloquio religioso, donde los oradores ortodoxos pudieron refutar los falsos dogmas de aquéllos. Pero ciertos obispos, como los de Narbona y Béziers, celosos de los poderes de los legados, les hicieron sorda oposición. '*!.-•: Pronto se persuadieron los predicadores de la fe, empezan- do. por Pedro Castelnau, que su labor sería infructuosa si no se^depuraba la jerarquía y se atacaba a los herejes con la.fuerza de las armas. Pidieron los legados al papa la deposición del arzobispo de Narbona, Berengario; éste apeló a Roma, y aunque reprendido por Inocencio III, consiguió mantener su sede; a fin de dar alr auna satisfacción al papa, entregó al campeón de la ortodoxia contra los albigenses, Domingo de Guzmán, la importante iglesia de San Martín de Limoux, que desde entonces perteneció •sierapr'e a los dominicos. Entre 1204 y 1205 dimitieron o fueron retirados de sus diócesis los obispos de Viviers, Béziers, Agdfe y Toulouse. N o por eso disminuyó la fuerza de la herejía.. Viendo el escaso éxito de los misioneros cistercienses, el obispo español Diego . de Osma y su compañero Santo Domingo de Guzmán llegaron ada convicción de que una de las causas del fracaso era la vida fastuosa de aquellos; prelados. Por eso ellos dieron comienzo a> un apostolado más evangélico, predicando con el ejemplo tanto más que con la palabra, llevando una vida de extrema pobreza y humildad, de austeridad y penitencia, táctica que fué del agrado de Inocencio III, quien la aprobó y recomendó el 17 de noviembre de 1206 3 *. Hubo conversiones, aunque n o muchas. El obispo Diego, iniciador del nuevo apostolado, tuvo . que emprender un viaje a su diócesis en 1207, y murió poco después. „ Santo Domingo continuó predicando con los cistercienses y reuniendo compañeros, con los que fundó allí la Orden de Frailes Predicadores. Las tentativas de hacer intervenir al rey de Francia con fuerzas militares resultaron totalmente infructuosas 3 6 . Amparados por los nobles, seguían los albigenses cometiens do atropellos, se adueñaban de los templos católicos, utilizándolos para sus reuniones; saqueaban monasterios e insultaban a los frailes. Un día el legado Pedro de Castelnau increpó duramente a Raimundo VI, conde de Toulouse, porque, lejos de Prestar su apoyo y. favor a la ortodoxia, - como lo había hecho 102K
Carta
** monje Raúl, legado apostólico, en ML 215, 1024-
l-l"* Invitábale el papa a emprender una cruzada contra los albigenses asegurando su reino bajo la protección apostólica (MLi «•••o, 1246). La misma carta dirigió a los condes, barones y cabañeros de Francia, particularmente a los condes de Troyes, Vermandols y Blois.
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su padre Raimundo V (1144-1194), contemporizaba con los herejes y no cumplía las promesas hechas. Al día siguiente, 15 defebrero de 1203, Pedro de Castelnau caía muerto de un lanzazo por un subdito del conde 3 6 . Acaso no fué Raimundo el responsable del crim'en, pero es cierto que todos los católicos a él le echaron la culpa. El mismo papa lo da por seguro cuando en carta de 10 de marzo a los obispos del sur de Francia, después de hacer la apología * —que es como una canonización—del santo mártir, manda declarar a los subditos del conde de Toulouse libres de todo jura- ¿ mentó de obediencia y sumisión. N o era ésta la primera vez que sobre Raimundo se lanzaba la excomunión. Ahora fué cuando Inocencio III se convenció de que los. medios suaves a nada conducían. Era preciso emplear la fuerza. Dice la Chanson de la croisade des albigeois que el papa "con la grande aflicción, llevándose la mano a la barba, invocó a Santiago de Compostela y a San Pedro d'e Roma". E n seguida escribió al rey y a los condes de Francia que saliesen a luchar contra el conde de Toulouse para deposeerle de sus dominios, e hizo que el legado Arnaldo, abad del Cister, predicase la Cruzada en todo el reino. , Felipe Augusto, en guerra con Jtgan sin Tierra y con Otón IV, n o creyó conveniente distraer sus fuerzas militares,' '•• y no dio un paso contra Raimundo; Arnaldo, en cambio, logró : reunir en Lyón (junio de 1209) un "ejército de caballeros y sol-; dados, a los que él mismo acaudilló contra la ciudad de Béziers. El 12 de julio caía ésta en poder de los cruzados; Narbona y otros castillos se rindieron sin oposición; Carcasona capituló ? el 15 de agosto, y su vizconde Raimundo Roger murió en la prisión. ..; 3. Campaña contra el conde tolosano.—El conde Raimun-'i do de Toulouse, viéndos'e en peligro de perder sus. estados, se > sometió de nuevo al legado pontificio Milón, suscribiendo to-, • *? La descripción del martirio puede verse en la carta de Ino—; cencío III, de 10 de marzo de aquel año (ML 215, 1254). Las fuenf tes para la historia de la Cruzada albigense son, juntamente con , el epistolario inocenciano, el monje cisterciense, testigo presen--.. cial de los hechos, PETRUS SARNENSIS,. Historia de factis et triuni;.; phis memorabüioribus nobilis viri SÍmonis comitis de Monteforii (ML 213, 543-712; MGH, Script. 26, 398-403; BOUQUET, 19); y Gui-:, LLERMO DE PUYLAURENS (de Podio Laurentii, capellán del cond^ Raimundo VI), Historia Albigenshim (BOUQUET, 19, 193-225). Hall: hecho estudio crítico, y generalmente favorable, de estas fuentes^ el bolandista D E SMEDT, Sources 'de l'histoire de la croisade contra'. les Albigeois, en "Revue des questions historiques" 16 (1874) 433^, 484; y PAUL MEYER, Chanson de la croisade contre les álbigeo™ (2 vols., París 1875) en la introducción. Como estudio de conjunte;,; véase A. LUCHAIRE, Innocent III, vol. 2, La croisade des albígeaU*. (París 1905). Más bibliografía en el extenso artículo de J. GvM RAÜD, Albigeois (croisade contre les) en DHGE; y en HEFBM LECLERCQ, Hist. des concites V, 1187 y 1260-1303.
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das las proposiciones que se le presentaron y entregando, como prenda de seguridad, siete de sus castillos de Provenza. C o n esto, el 18 de julio de 1209 fué absuelto de la excomunión. • Al tratar de nombrar un señor que dominaste en los países recién conquistados, muchos de los nobles rehusaron el ofrecimiento. Simón de Montfort, que acababa de regresar de Palestina, aceptó, por fin, el 16 d'e agosto y quedó desde aquel momento constituido en jefe y caudillo de la Cruzada. Su situación pareció al principio bastante comprometida, pues la mayor parte de los cruzados se volvieron a sus casas. Con todo, pudo Simón de Montfort conquistar algunas otras ciudades, y abusando de la autoridad de los legados, emprendió una campaña contra el conde de Toulouse, cuyos territorios codiciaba. • • <-.; El concilio celebrado en Aviñón el 6 de septiembre de 1209 por el legado Milón y su colega Hugo, obispo de Rietz, con asistencia del episcopado y de los abades de Provenza, excomulgó a Raimundo y dictó severos decretos disciplinares, a fin de extirpar las causas y ocasiones d'e la herejía, empezando por declarar que los primeros culpables eran los obispos, mercenarii potius quam pastores. El conde de Toulouse se presentó en Roma, justificándose an*é el papa y pidiendo se le devolviesen los siete, castillos que había entregado a la Santa Sede en fianza de su fidelidad. Inocencio III le recibió con benignidad y le prometió la devolución éti el caso que cumpliese las condiciones que sé le impondrían. A este fin ordenó que, reunidos los legados en un concilio, examinasen si efectivamente el conde había abandonado la fe católica y si tenía complicidad en el asesinato d e Pedro de C a s 'tejnau. E n dicho concilio (Saint-Gilíes, septiembre 1210) los legados desconfiaron de las buenas palabras de Raimundo y AP dieron crédito a sus razones. E n otra reunión tenida en N arpona (enero 1211) sólo se le impuso la condición de expulsar a» los herejes de sus dominios. ' I- Como esto se le hacía al condfe demasiado duro, no se llegó á;su reconciliación con la Iglesia. Condiciones semejantes se impusieron al conde de Foix, y como también se resistiese, el *©y Pedro II de Aragón, que era soberano de la mayor parte .'••de-aquel condado, ocupó el castillo de Foix y prometió poner í: al conde en manos de S:.mcn de Montfort si aquél se apartaba :• de la Iglesia, promesa que luego no cumplió. V Las condiciones qu'e al de Toulouse se le impusieron en el ;,Mtiodo de Arles (1211)eran tremendamente duras; no sólo debía ; arrojar de sus tierras a todos los herejes y arrasar los castillos &"v, s plazas fuertes de su condado, sino que se le imponía la bil #':2 9ación A* de «n^nv partir „a Tierra '-Santa y no regresar sin .permiso í^Qbliaarir^ 1: - l ¿ e 9 a d o apostólico. Raimundo, tomando el documento, que contenía 14 precep<; ¡ O S ' 6 cuál más riguroso, se lo enseñó a su cuñado, el rey Pe-?
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dro II d e Aragón, presente en el concilio. Como el rey se limitara a decirle una palabra que venía a significar "cómo te han reventado", Raimundo, indignado, salió de la asamblea y, excomulgado nuevamente, huyó a su ciudad de Toulouse, la cual en masa se decidió a resistir. Simón de Montfort emprendió la Cruzada con redoblado : brío, y con él apoyo de grandes refuerzos que le vinieron de Francia, de^Lombardía, de Austria, se apoderó de Lavaur y otras fortalezas, hostigando a los herejes hasta tal punto, que si no abjuraban iban derechos a la hoguera. La mayor parte prefería la muerte. Es triste advertir que este Simón de Montfort, jefe de los cruzados, a quien el cronista Petrus Sarnensis nos lo pinta adornado de todas las virtudes naturales y sobrenaturales, en lo físico de estatura procer, de magnífica cabellera, de rostro agraciado, de cuerpo hermoso, ágil, humilde,. justo, etcétera, acompaña sus conquistas con acciones de increíble fanatismo y crueldad. Y como el jefe, eran los caballeros que militaban bajo su mando. Al mismo Fulco, arzobispo de Tou- i louse desde 1205, que había sido trovador antes de hacerse, monje cisterciense, tuvo el papa que moderarle los ímpetus, recomendándole mayor benignidad. Por doquiera que pasaban aquellos cruzados dejaban como trofeos cadáveres de caballte-, ros enemigos colgados de los árboles, montones de cuerpos car-: bonizados, pobres mujeres arrojadas al fondo de los pozos. Con* razón se ha hecho notar que la Cruzada francesa contra los albigenses ofrece un carácter de fanatismo cruel que jamás se. encontrará en la Cruzada española contra los moros. 4. La batalla de Muret.—Decidió Simón de Montfort dar' .' un primer ataque a la ciudad de Toulouse, defendida por Raimundo y por los condes de Foix y de Comminges. Pero como? en auxilio de los sitiados se aproximase un ejército enviado' por el rey de Inglaterra, Simón se vio obligado a levantar el cerco. El mismo papa Inocencio III, en el verano de 1212, creyó qué debía en justicia tomar bajo su protección los bienes del conde de Toulouse, ya que la acusación de herejía lanzada contra él no se demostraba claramente. i Entonces Simón de Montfort dirigió su ofensiva contra los; v condados de Foix, Bearn y Comminges. El papa hubiera pre-' ferido dar por terminada la Cruzada albigense y que sus tropas se encaminasen a combatir en la Cruzada española. Pedro II de Aragón, que acababa de cubrirse de gloria en la batalla de las Navas contra los almohades, se quejó ante elj. Romano Pontífice de que las tropas de Simón de Montfort jfi, de Arnaldo Amaury (arzobispo de Narbona desde marzos; de 1212) extendían su rapacidad sobre los feudos aragonesesy aun sobre tierras donde no había ni sombra de herejes, y» añadía que el conde tolosano estaba dispuesto a cumplir todas . las condiciones impuestas por el papa y a combatir a los infle-'
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] e s lo mismo en Oriente que en España, s ó l o que Simón de Montfort ponía todos los obstáculos posibles a la reconciliación de aquél con la Iglesia. Inocencio III mandó, en enero de 1213, que se examinase bien este asunto, y por lo pronto prohibió al arzobispo continuar predicando la Cruzada, mientras que a Simón le ordenó prestar vasallaje a Pedro II. Este mismo monarca, desde Toulouse, donde a la sazón se hallaba, escribió al concilio de Lavaur proponiendo a íos obispos allí reunidos diversos medios para la reconciliación de su cuñado el conde de Toulouse, d'e su primo el conde de Foix y de sus vasallos los condes de Comminges y Bearn. Luego, vien. do que estas intercesiones resultaban infructuosas, apeló al papa, y desd'e entonces se constituyó en protector decidido de dichos condes. Inclinábase al principio Inocencio III en pro de Pedro II, pero al recibir las informaciones precisas del concilio ' de Lavaur, cambió d'e opinión y envió u n a seria epístola al rey aragonés conminándole a no seguir apoyando a los herejes (21 mayo' 1213). Este no hizo caso y marchó con su ejército a la conquista del castillo de Muret, orillas del Garona, donde se había hecho fuerte Simón de Montfort. N o creyéndose seguro el jefe de los cruzados, trató de abandonar la fortaleza, y al salir cargó con tal ímpetu sobre los escuadrones delanteros de Pedro II, que los arrolló completamente. El valeroso rey, que se hallaba e n la vanguardia, se sintió abandonado d'e muchos de sus caballeros franceses y se batió bravamente hasta desaparecer en la pelea, terminada la cual apareció su cadáver desnudo y despojado por los soldados vencedores. Era el 12 de septi'embre d e 1213 3 7 . Tal fué la triste muerte de Pedro el Católico, rey que, como dice Menéndez y Pelayo, "hubiera quemado vivo a cualquier albigense o valdense que osara presentarse en sus Estados". Raimundo V I de Toulouse no podía pensar en resistir más tiempo después de la muerte de su poderoso protector, asi que se entregó al papa sin condiciones, poniendo en manos de la Iglesia "su cuerpo, el de su hijo y todas sus posesiones". El concilio de Montpellier y a continuación el de Letrán concedieron el condado de Toulouse a Simón d'e Montfort. Alguna parte del territorio'se la dejaron al hijo del vencido, para cuando fuese mayor de edad. D e hecho Raimundo V I I recobró luego buena parte de los dominios paternos. La misma ciudad de Toulouse lo llamó y le abrió sus puertas. E n vano Simón -
" La descripción de la batalla en PETRUS SARNENSIS, Historia «e factis... c. 71 y 72: ML 213, 668-674; BOUQUET, 18, 84-87; G-. m -
LAYRBNS, Historia
Albiqensium
c. 22, en BOUQUET, 18, ¿u»- - ^
Poema de Guillermo de : Tudela extractado en MENÉNDEZ Y í™-*™, Historia de los heterodoxos españoles (Madrid 1917) t. á, ío^-io». Htítoria de !n Iglesia 2
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de Montfort vino a sitiarlo, porque desde la muralla le asesta- ; ron una pedrada en la frente, de la que cayó muerto el antiguo héroe de la Cruzada el día 25 de junio de 1218. El viejo conde; Raimundo V I murió en Toulouse de apoplejía en 1222. Su hijo ¡ tuvo, por fin, que entenderse con el monarca francés Luis el.; Santo, cediéndole parte de sus territorios y sometiéndose total-; mente a los deseos de la Iglesia. La cuestión de los feudos del mediodía de Francia, país tan i devastado por la guerra, s*e resolvió definitivamente en el tratado de París-Meaux de 1229 a favor de la monarquía francesa, que de 'esta manera dio un paso decisivo hacia la unidad nació- • nal. El sur de Francia se fundió y aglutinó perfectamente con ,: el norte bajo la dinastía de los Capetos, al mismo tiempo que 1 la nación cristianísima se libraba del grave peligro de escisión religiosa que significaba el catarismo de los albigenses. Desde que el ccncilio I V Lateranense condenó la h'erejía de los perfectos y aun de los simples creyentes, esta secta fué desapareciendo bajo la acción constante de la Inquisición eclesiástica. IV.
CONCILIO
IV
DE LBTRÁN
(1215)
1. Convocación del concilio,—La gran figura pontifical de Inocencio III había de obtener el más brillante de los triunfos en un concilio ecuménico, a la cabeza de una concurrencia; nunca vista de obispos, y abades de todo el mundo, dictaminando sobre los problemas más vitares de la cristiandad. Allí recogió el fruto de tantos afanes propios suyos y de los papas> anteriores por la libertad de la Iglesia y la exaltación del Vicario de Jesucristo. En la gran curva absidal que se remonta con Gregorio VII y desciende con Bonifacio VIII, el I V concilio Lateranense, y dentro de él Inocencio III, ocupa el punto más i céntrico y culminante. D e los gravísimos problemas que se le habían planteado 3: Inocencio III en su pontificado, varios estaban ya felizmente liquidados, otros en vía de solución, que, sin embargo, le pre- : ocupaban hondamente. Necesitaba del concurso de. toda la Iglesia, iluminada por el:: Espíritu Santo, para Resolverlos con acierto y de un modo du-:^ radero y universal. ' -\ Con este objeto, el 19 de abril de 1213 expidió las letras;: de indicción de un concilio ecuménico que se celebraría dos años.; más tarde en la basílica constantiniana d'e Letrán. A Dirigiéndose a todos los patriarcas, arzobispos y obispos' de Oriente y Occidente, les decía: "De todos loa anhelos de mi:, corazón, dos son los que principalmente me acucian en esta vida: la recuperación de Tierra Santa y la reforma de la Iglesia; universal...
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Con frecuencia ofrecemos a Dios oraciones y lágrimas suplicándole humildemente nos revele en estos dos puntos su beneplácito, nos inspire el afecto, nos encienda el deseo, nos confú'me el propósito y nos preste la oportunidad y el poder de realizarlos convenientemente". Exhorta luego a todos 'los obispos a que vayan preparando y r'edactando los medios de atender a la reforma y al auxilio de Tierra Santa, les amonesta que ninguno se excuse de tan santa obra y ordena que aun los cabildos de todas las catedrales y colegiatas envíen algún representante al concilio. Sólo dos obispos podrían quedar en cada provincia eclesiástica para arreglar los negocios ocurrentes. Todos los demás deberían estar en Roma para "el día primero de noviembre de 1215. Lo mismo se escribió al emperador de Constantinopla, a los reyes cristianos, a los grandes •ma'estros de las Ordenes de caballería, a los generales de las Ordenes monásticas, al cabildo de Constantinopla (ya que el nuevo patriarca latino no había recibido la confirmación pontificia), a los patriarcas de Antioquía y Jerusalén y al "Católicos" de Armenia. M á s de 400 obispos—según Lucas d e Túy, 71 .primados o metropolitanos y 407 obispos—, con 800 abades y priores, gran número de representantes de obispos y de cabildos y los embajadores del Imperio del Oriente y del de Occidente, de Aragón, Francia, Hungría, Inglaterra, Jerusalén, etc., acudieron al Uamami'ento del papa. Sólo de la península Ibérica estuvieron presentes, entre obispos y arzobispos, 37, cada uno con nume- rosa comitiva de eclesiásticos y seglares. 2. Rodrigo Jiménez de Rada en el concilio,—No tiene la Iglesia españela del siglo xm figura que pueda hombrearse con la gigantesca del arzobispo, historiador, político y constructor, que se-llamó Rodrigo Jiménez de Rada. Mucho se ha discutido sobre la presencia o ausencia del arzobispo de Toledo en el concilio de Letrán. No vamos a renovar viejos litigios, p'ero como se trata de una cuestión importantísima para la Iglesia española, no podemos abstenernos de decir unas palabras. Hoy no es posible sostener la epinien del eruditísimo P . Fita V de otros historiadores ilustres que negaban, contra Duchesne, la asistencia de don Rodrigo al concilio aa. Es cosa averiguada Que efectivamente asistió y que poco antes de las primeras sesiones, delante d'e Inocencio III, el Colegio Cardenalicio y de ,: F. FITA, Santiago de Galicia. Nuevas impugnaciones y wueí í a defensa, en "Razón y F e " 2 (1902) 34-35, 178-195; (1903) ±9-«l» UCH:lsSNi! í íí'o,5 > Saint Jacques en Goíice, en "Annales du Midi" 12 • \-ia00) 154-179. Como Fita siente D. VICENTE DE LA FUENTE, Historia Z°lesiástica de España (Madrid 1873) t. 1, 47, por no citar otros, .¿oao este problema ha sido clara y definitivamente dilucidado Por el p . JAVIER GOROSTERRATZU, C. SS. R., Don Rodrigo Jiménez « e Rada (Pamplona 1925)" p. 160-184.
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muchos obispos, abogó por la primacía de la sede toledana en España. A. Luchaire, el moderno historiador de aquel pontífice, descubrió en Zurich la lista de los Padres asistentes al concilio I V Lateranense, y entre ellos figura "el arzobispo de T o ledo" con un séquito que por otro documento sabemos constaba de 10 eclesiásticos y 17 seglares. En unas actas latinas redactadas en Toledo hacia la mitad del siglo xm leemos lo siguiente: "S'epan«cuantos leyeren la presente página que, celebrando el papa Inocencio III concilio general en Letrán el año 1215 de la encarnación del Señor, vino al mismo concilio don Rodrigo, arzobispo de la sede toledana, primado de las Españas, e impetrada .audiencia del mismo papa, propuso en pleno consistorio, delante del mismo y de los cardenales y de muchos arzobispos, obispos, abades,, canónigos y otros clérigos, su querella contra los arzobispos de Braga, Compostela, Tarragona y Narbona, porque no querían obedecerle como a primado; y para probar su primacía sobre ellos, mostró y leyó los privilegios de Honorio, Gelasio, Lucio, Adriano y del mismo Inocencio III, pontífices romanos, en los que se contenía y manifestisimamente se probaba que el arzobispo de Toledo era primado de las Españas. Añadió también el mismo arzobispo toledano que tenía otros muchos privilegios y documentos y escritos, que mostraría, por los cuales se probaba que él era primado de las Españas. Mostró también el mismo día y leyó allí la sentencia del cardenal Jacinto, legado de la Sede Apostólica, pronunciada contra el arzobispo de Braga si no obedecía al arzobispo de Toledo como primado suyo; leyó también la orden ejecutoria del mismo Jacinto dirigida a los sufragáneos de la Iglesia compostelana, en la que mandaba p r e s t a r l a debida obediencia y reverencia al arzobispo toledano como primado suyo. Mas el arzobispo de Braga, que para esto había sido citado, como luego sé le probó suficientemente por el mismo papa y por testigos legítimos, respondió al dicho arzobispo de Toledo, aceptando el pleito en presencia del mismo papa. El compostelano, por su parte, respondióle el mismo día que aunque fuese primado de las Españas—lo cual era falsísimo—, no por eso sus sufragáneos le debían obedecer en nada; de donde se dijo por muchos y se creyó que el mismo composte~ laño, con, tal respuesta, había aceptado el pleito. En nombre del arzobispo tarraconense, que estaba ausente, ; respondió el obispo de Vich, sufragáneo suyo, por sí y por los i demás sufragáneos, muchos de los cuales estaban presentes, ' diciendo que el arzobispo de Toledo no era primado de ellos ni tenían obligación de obedecerle en nada. El de Narbona no se halló presente aquel día, pero respon"
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dio en el consistorio otro día que tenía derecho ele regresar a casa, pues no había sido citado para esto" 3B. De la veracidad de este documento no hay motivo alguno nara dudar. N o se puede decir tanto de otro documento similar, mucho más extenso, que debió de componerse en Toledo entre 1250 y 1260. Como ha sido el objeto principal de las discusiones y críticas a que arriba aludíamos, y como en las colecciones conciliares, como Mapsi, y aun en las historias, como la de Hefele-Leclercq, se aduce o extracta sin sospecha de su autenticidad, indicaremos aquí lo sustancial. 3. Discusión sobre Santiago Apóstol.—Después de transcribir íntegramente el primer documento—si en realidad el más breve es el primitivo—, añade el segundo las contrarréplicas del arzobispo toledano a las contestaciones del bracarense y del compostelano. Respondiendo al bracarense, se extendió don Rodrigo eri narrar la vergonzosa historia del antipapa Burdino (don Mauricio, arzobispo de Braga), a fin de desacreditar con eso aquella sede 40. Pero no es esto lo que nos interesa, sino lo que sigue; es a saber, la respuesta que el toledano da al arzobispo de Compostela, quien había calificado de risáble la pretensión de aquél. Traduzco literalmente: "Si mi petición parece risible, al necio lo será, no al sabio. Si alega la antigüedad de la Iglesia compostelana, ésa se limita .al espacio de ciento nueve años, lo cual pruebo de esta manera El papa Calixto, a instancias d e l príncipe, del clero y del pueblo de España, trasladó a ella el derecho metropojitano de la antigua y famosa ciudad de Mérida el año del Señor 1124, bien porque entonces Mérida estaba bajo el dominio de los sarracenos, bien por hacer que floreciese más y mejor la devoción de los peregrinos (que allí concurren) en reverencia del bienaventurado Santiago, cuyo cuerpo se cree que allí está sepultado. Pues hasta estos tiempos, el lugar donde ahora se alza el templo compostelano era un pequeñísimo oratorio. Es, pues, más antigua la iglesia toledana, fundada en el ti'empo de Eugenio, discípulo del apóstol Pablo. Si alega la nobleza por el título del bienaventurado Santiago, cierto, el nombre de cualquier santo da nobleza a una iglesia, principalmente si es apóstol; y más noble es si se honra c ° n el nombre de la bienaventurada Virgen, particularmente •F
* El texto latino, en FITA, Santiago de Galicia: "Razón y e " (1902) 41-42. _, . aa Exprese o no las ideas de don Rodrigo, ciertamente se •nuestra buen conocedor de la Historia eclesiástica de fines aei «glo xi y comienzos del xn. Tan sólo hay un desliz en os nombres del papa y del emperador: en vez de Calixto IÍ Qice •^ejandro II, y en vez de Enrique V pone Otón.
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la iglesia toledana, a la que se dignó visitar corporalmente la bienaventurada Virgen cuando, celebrando un día San Ildefonso 'el santo sacrificio, se le apareció a él y a todos cuantos allí oían misa. Si alega el próximo parentesco con el Señor, ciertamente ningún hombre cuerdo ignora cuánto más próximo es el de la bienaventurada Virgen, que concibió al Señor, lo parió, lo alimtentó y lo acompañó hasta la pasión. Si alega la primera predicación del Evangelio en España y la conversión de muchos a la fe cristiana, hablen los que conocen la Sagrada Escritura. Y o solamente he leído que se le dio potestad de predicar en España; pero mientras predicaba en Judea y Samaría, bajo Herodes, fué decapitado en Jerusalén, entregando su espíritu al Señor. ¿Cómo, pues, predicó allí donde n o llegó a entrar? ¿Y cómo convirtió a algunos, si no predicó? Recuerdo, sin tembargo, que en los años de mi niñez oí decir a ciertas monjas y viudas piadosas que el bienaventurado Santiago, entrando en España, había encontrado gente de duro coirazón, de suerte que tan sólo convirtió con su predicación a una mujer vifeja; y así, desconfiando de aprovechar más con sus sermones, volvió a su patria,* donde murió. Si alega la nobleza de la sepultura del mismo apóstol, creo con los que creen—si bien algunos dicen que en Jerusalén descansa tel cuerpo—que fué robado por sus discípulos y traído a Compostela. Pero lejos de mí el afirmar, por esta gloria d e la primacía, qué el cuerpo de la bienaventurada Virgen haya sido jamás sepultado en la iglesia toledana, p a r a ser pisado diariamente por pies humanos, creyendo firmemente, como creemos, que está glorificado con el Señor ten el cielo. Antes me dejaría descuartizar hasta perder la vida miembro a miembro. Vea. pues, el compostelano con qué razón afirma qute no tiene que someterse a la Iglesia de Toledo" 41 . Don Vicente de la Fuente llamó a este documento "estúpidamente apócrifo" y el P . Fita derrochó ingenio y erudición!, intentando demostrar que se trata de unas "actas espurias". El sabio director de la Academia de la Historia partía de un supuesto falso, cual era el pensar que don Rodrigo no había asistido al concilio de Letrán. Lo qute no se demuestra ciertamente es que el arzobispo compusiera ese documento. Entonces, ¿quién fué su redactor? N o lo sabemos; quizá algún eclesiástico toledano de los que acompañaron al prelado en su viaje a Roma. D e todos modos, si se disputó delante del papa —y de esto no se puede dudar—acerca de la primacía de T o ledo, los discursos, y argumentos qute allí usaría el arzobispo
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serían poco más o menos los mismos que los de nuestro documento. Si alguna frase parece menos digna de don Rodrigo^ el p . Fita llega a hablar exageradamente d'e "anacronismo, lenguaje indecoroso y sandios argumentos"—, no habría inconveniente en atribuírsela exclusivamente al redactor, porque a la verdad tampoco debemos pensar que estas actas expresen literalm'ente lo que en Roma se discutió. Viniendo al punto más concreto, ¿pronunció don Rodrigo las frases candentes sobre Santiago? N o nos parece del todo imposible, pues el mismo documento, "absolutamente considerado", aun suponiéndolo espurio, es un testimonio de que a mediados del siglo xm en la ciudad de Toledo se daba poco crédito a la predicación jacobea en. la Península, aunque se admitía el hecho de que en Compostela se hallaba tel cuerpo del apóstol. Lo cierto es que aunque el papa Inocencio III se inclinaba a favorecer todo lo posible a Rodrigo Jiménez de Rada, no dictó sentencia en la cuestión de la primacía d'e Toledo; le otorgó, sí, grandes privilegios, y más tarde Honorio III, no menos benévolo para don Rodrigo, sin dirimir por sentencia el pleito mandaba lo siguiente: "Siendo de nuestra incumbencia llevar el' cuidado de todas las Iglesias, recibimos benignamente a nuestro hermano Rodrigo, arzobispo de Toledo, que vino a Nos, y examinados los privilegios de nu'estros ..predecesores, le confirmamos, al tenor de los mismos, la dignidad de primado en todos los reinos de España" 4a. 4. Intervención personal de don Rodrigo en el concilio»— Añadamos, para terminar, que como encabezamiento de las actas más extensas que hemos analizado se pon'en unas cláusulas relativas a la actuación del arzobispo de Toledo en las sesiones mismas del concilio general, y que, por lo tanto, debían ir, cronológicamente, al fin dtel documento y n o al principio. T a m bién esto, a pesar de la intención panegirista, nos parece bien fundado y digno de crédito. Dice así: "El año del Señor d e 1215, en el mes de noviembre, se celebró el.santo y universal sínodo en Roma, en la iglesia de San Salvador,- que se llama Constantiniana, presidiéndolo el papa Inocencio III en el año dieciocho de su pontificado. Asistieron dos patriarcas, el de Constantinopla y el de Jerusalén; el de Antioquía, detenido por grave enfermedad, no pudo venir, pero envió por vicario suyo al obispo de Antárodo; tampoco pudo Venir el de Alejandría, por estar bajo el dominio de los sarracenos, pero envió como vicario a su hermano el diácono Pedro. Asistieron a teste concilio, entre primados y arzobispos, 71, y ' obispos, 412; abades y otras religiosas personas, y decanos, Priores, prepósitos, arcedianos y clérigos seculares, y procura-
41
El texto en FITA, íbid. 190-194. Véase traducido lo principal 174-175. El texto publicado por que retocó a su gusto García de Loaysa cuando lo publicó en 1593.
en
GOROSTBRRATZÜJ Don Rodrigo MANSI, Conoü. 22, 1071-1075, es el
n Bula del 4 de febrero de 1218, publicada parcialmente por GOROSTERRATZU, Don Rodrigo p. 430, apénd. n. 59.
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dores de príncipes, de concejos y de comunidades de diversas partes d'el mundo, se congregaron innumerables. Y en este sínodo universal, Rodrigo, arzobispo de Toledo y primado de las Españas, con licencia de Inocencio, pontífice de la sede romana, anunció la palabra de Dios, empezando y acabando en l'engua latina. Mas como allí se habían juntado clérigos y laicos de diversas partes del mundo, para satisfacer a todos hizo en el discurso pausas e interrupciones, exponiendo para los laicos e iliteratos en las lenguas maternas, a saber, 'en la de los romanos, en la de los teutónicos, en la de los franceses, en la de los ingleses, en la d'e los navarros (o vascos) y en la de los españoles, las autoridades y argumentos que había propuesto en latín. Agradó a todt,s esta exposición, juzgándola ingeniosa y admirable, pues d'esde los tiempos de los apóstoles apenas se creía, ni se escuchaba ni se veía escrito en parte alguna, que nadie hubiese expuesto así la palabra d'e Dios, predicando en tanta variedad de idiomas o lenguas" 4S. Sospechaba Gorosterratzu que la famosa intervención de don Rodrigo en el concilio de L'etrán tuvo lugar "cuando se discutió la universalidad de la participación de los pueblos católicos a la Cruzada general y su cooperación correspondiente". "Indudablemente, don Rodrigo, que obraba en nombre d'e todos los Padres españoles en el concilio, al decretarse la universalidad del concurso a la Cruzada general, reclamó contra la igualdad d'el concurso en favor de España, que tenía dentro de su territorio una incesante y costosísima Cruzada contra los sarracenos" **.. N o lo sabemos, pues en el decreto no se hace restricción alguna; pero podemos pensar que evocaría la más grande victoria obtenida por la cristiandad contra los sarracenos, de la que él había sido el más glorioso héroe; y aquel vencedor de las Navas, unificador de reyes y caudillo de cruzados, no podría menos de arrancar los aplausos de aquella venerable concurrencia de Padres. 5. Discurso del papa y decretos conciliares,—La magna asamblea ecuménica se inauguró solemnemente el día de San Martín, 11 de noviembre de 1215. N o hubo más que tres sesiones: la de ese primer día y la del 20 y 30 del mismo mes. Eué tanta la multitud que se aglomeró en las naves de San Juan de Letrán, que el arzobispo d'e Amalfi murió del sofoco y de los 48 En FITA, ibid. 182-184. Que además del vascuence y del es- ; pañol (lenguas maternas) y del latín hablara Rodrigo el francés y el italiano, se explica por sus estudios y viajes por esas naciones; y el inglés lo pudo aprender en el frecuente trato con los ingleses de Bayona, Burdeos y otros lugares de Francia so- ' metidos a Inglaterra. De su conocimiento del alemán no sabemos positivamente nada, aunque suele decirse que viajó por tierras del Imperio; tal vez en el concilio no habló en estas últimas lenguas más que unas palabras preparadas de antemano. 44 GOROSTERRATZU, Don Rodrigo p. 172.
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apretujones de la concurrencia. Inocencio III subió al trono, y ante aquella "flor y gloria de todo el clero" enunció el lema de desideravi s u discurso con estas palabras de Cristo: Desiderio hoc pascha manducare vobiscum, aníequam patiar. ¿Tuvo algún presentimiento de su próximo fin? Se hallaba en la madurez de sus cincuenta y cinco años y habló así: "Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte ganancia, no rehuso, si Dios así lo dispone, b'eber el cáliz d e ' l a pasión, ya s'e me brinde en la defensa de la fe católica, ya en la Cruzada de Tierra Santa o en la lucha por la libertad de la iglesia... Yo invoco el testimonio d'e Aquel que es testigo fiel en el cielo que mi ardiente deseo de comer esta pascua con vosotros no es carnal, sino espiritual; no por comodidad terrena o gloria temporal, sino por la reformación de la Iglesia universal y especialmente por la liberación da Tierra Santa: que tales son los objetivos que principalmente me propuse al convocar este concilio... Preguntaréis quizá: ¿qué significa esa pascua que deseas comer- con nosotros? Pascua tiene en la Sagrada Escritura diversos significados... Pascua en hebreo se dice phase, que es lo mismo que tránsito... Léese en el libro de los Reyes, y cla" rísimamente en los Paralipómenos, que el año 18 del r'eino d e Josías se restauró el templo y se celebró una pascua como no se conocía en Israel desde los días d'e los jueces y de los reyes. Ojalá esa historia sea parábola del momento presente, para que en este año 18 de mi pontificado se restaure el templo del Señor, que es la Iglesia, y se celebre la pascua, o sea este solemne concilio, por medio d'el cual se haga el tránsito de los vicios a las virtudes, como no se hizo en Israel desde los días de los jueces y de los reyes; es decir, desde los tiempos de los Santos Padres y de los principes católicos en el pueblo cristiano... Una triple pascua deseo celebrar con vosotros: corporal, espiritual y eternal; corporal o tránsito de un lugar a otro, para la liberación de la infortunada Jerusalén; espiritual o tránsito de un estado a otro, para la reforma de la Iglesia universal; eternal o tránsito de esta vida a la otra, para alcanzar la gloria celeste". Estos son los tres puntos que desarrolla con cálida elocuen. c ia, manejando hábilmente numerosos textos escriturísticos. Del tránsito corporal dice, entre otras cosas: "Todos los lugares santos están profanados, y el sepulcro del Señor, que solía- ser c spléndido de gloria, yace sin veneración. Donde se adoraba si unigénito Hijo de Dios, Jesucristo, ahora se da culto a Mahoma, hijo d'e perdición... ¡Oh qué vergüenza, qué confuS1 °n, qué ignominia, que los hijos de la esclava, los vilísimos p á r e n o s , tengan cautiva a nuestra madre, esclavizada la madre de todos fieles! Heme aquí, queridos hermanos, me ofrezco a Vosotros, me entrego a yosotros totalmente; dispuesto, si vosotros lo juzgáis conveniente, a abrazarme con cualquier trabajo
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personal, a ir a los reyes, y príncipes, y pueblos, y naciones, y aun más allá para despertarlos con potente voz y hacer que se levanten a pelear las batallas del Señor, a vengar la injuria del Crucificado". Del tránsito espiritual, o de la reforma de las costumbres, habla con íntimo fervor: "Pasad por medio de la ciudad siguiéndole a El (a Cristo), Sacerdote sumo y Caudillo, Príncipe y Maestro, castigando con*el entredicho, la Siusp'ensión, la excomunión, según lo exija la cualidad de la culpa, a todo aquel a quien no hallareis sellado con la thau (efe la cruz de su fren- l t e ) . . . Pero herid de modo que deis la salud... T o d a la corrupción d'el pueblo procede principalmente- del sacerdote... D e aquí han dimanado todos los males al pueblo cristiano. Perece la fe, la religión se deforma, la libertad se perturba, la justicia se pisotea, pululan los herejes, se insolentan los cismáticos, se enfurecen los pérfidos,, prevalecen los agarenos". Y, finalmente, toca con brevedad el tercer punto del tránsito eternal, a cuyo propósito trata de la comida eucarística y de la comida gloriosa: "Esta última es la que principalmente deseo comer con vosotros, de suerte que sea nuestro transito del trabajo al descanso, del dolor al gozo, d e la infelicidad a la gloria, de la muerte a la vida, de la corrupción a la eternidad, por gracia de Nuestro Señor Jesucristo, a quien sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén" 45 . Y empezaron las deliberaciones, cuyos resultados se promulgaron en las sesiones solemnes en un articulado de 70 números o 70 decretos. El primero es una profesión de fe contra los cataros y valdenses, en la cual vemos que el concilio canoniza, por decirlo así, la palabra "transubstanciar", conltra la \ herejía de Berengario. Sigue la condenación de la doctrina tri- y nitaria del famoso calabrés Joaquín de Fiore, impugnador de • Pedro Lombardo. Para la extirpación de los herejes, ordena la Inquisición episcopal, amenazando con penas al obispo que la descuide. Reconoce a la iglesia patriarcal d e Constantinópla sus privilegios y el segundo lugar después de Roma, la cual es "mater universorum Christi fidelium et magistra", a la que deberán obedecer los patriarcas, tanto de Constantinópla como de Antioquía y de Jerusalén. Todos los metropolitanos celebrarán cada año sínodos provinciales con sus sufragáneos. Cuiden los prelados de reformar las costumbres de sus clérigos. Cuando los obispos no pueden predicar por sí mismos, señalen varones idóneos que prediquen y administren el sacramento de la penitencia. N o sólo en cada catedral, sino en toda iglesia que tenga recursos se designará un magister para los clérigos y para •: otros escolares pobres. N o se instituyan órdenes nuevas, y quien ; desee fundar una nueva casa religiosa, reciba la Regla d e otra \ m
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Sacromm conciUorum... 22, 968-973.
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religión ya aprobada 416 . Los clérigos evitarán los oficios de cómicos y juglares, los juegos, las tabernas, la caza, los vestidos inconvenientes, y serán castigados conforme a los antiguos cánones los de vida incontinente. Frecuenten la misa y el oficio divino. Todos los fieles de uno y otro sexo, en llegando al uso de la razón, hagan confesión de sus pecados, al menos u n a Vez al año, y la comunión por Pascua. N o sean elegidos prelados ni otros clérigos con cura de almas sin maduro examen, y nunca ignorantes, rudos o indignos. N a d i e podrá poseer más de un beneficio con cura de almas. A nadie se excomulgará sin monición previa. La prohibición eclesiástica d e contraer matrimonio se restringe a los cuatro primeros grados de consanguinidad. Prohíbense los matrimonios clandestinos y todo matrimonio será anunciado previamente en la iglesia por el sacerdote. S e corrigen ciertos abusos jurisdiccionales de los abades. Nadie expondrá nuevas reliquias al culto sin la aprobación del papa; los cuestores de limosnas deberán presentar letras apostólicas y no predicar sino lo que en ellas se contiene. N o se puede exigir tasa alguna por la consagración de obispos, bendición d e abades y ordenación de clérigos. N i se pedirá dinero por el rito de las exequias y de los matrimonios. Se dictan órdenes severas contra los judíos usureros. Judíos y sarracenos vestirán de forma diferente "ele los cristianos, a fin de que las mujeres cristianas eviten el contraer matrimonio con ellos. Tales son los decretos más importantes del I V concilio de Letrán (duodécimo de los ecuménicos). Todos pasaron a incorporarse en la legislación del Corpus iuris. Ellos nos revelan, en su conjunto, las admirables dotes legislativas de Inocencio III y su magnífico programa de reforma eclesiástica. Con sólo urgir estos decretos, ¡cuántas calamidades se hubiera ahorrado la Iglesia de los siglos xiv y xv! El concilio ratificó, al final, solemnemente el decreto del papa sobre la Cruzada de Tierra Santa, prescribiendo u n a paz de cuatro años a todos los príncipes y naciones cristianas; arregló también la cuestión de los bienes conquistados en la Cruzada albigense; intentó mejorar la situación religiosa de los maronitas, cuyo patriarca asistía al concilio, y confirmó la elección de Federico II al Imperio. Por eso Santo Domingo, al presentarse por entonces al Sumo Pontífice para solicitar la aprobación de la Orden de Predicadores, hubo de escoger la Regla de San Agustín, con las adiciones de San Norberto.
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V.
CONCEPCIÓN ECLESIÁSTICA Y POLÍTICO-RELIGIOSA DE INOCENCIO III
La concepción eclesiástica de Inocencio III no ofrece nada nuevo; está entretejida de ideas perfectamente tradicionales. Sólo cambia a veces la manera de argumentar, demasiado apoyada en frágiles simbolismos, o la expresión siempre neta y . acertada, como cuando introduce el título de "Vicario de Cristo" para designar al papa, que anteriormente solía llamarse "Vicario de Pedro" '*T. Como representante del Dios-Hombre en la tierra, el papa es el pastor universal de la Iglesia católica con plenitud de poderes, sin que ninguna iglesia particular, aunque sea la patriarcal de Constantinopla, pueda sustraers'e a la supremacía romana. Toda la eclesiología inocenciana, principalmente la doctrina del primado, la encontramos ya en el libro sobre el sacramento de la Eucaristía, escrito por Inocencio antes d'e ser papa, y más desarrollada en la epístola que dirigió el 11 de noviembre de 1199 al patriarca griego de Constantinopla* 8 . Conforme a estas ideas, ejerció su jurisdicción inmediata sobre arzobispos y obispos y otros clérigos, anulando elecciones episcopales hechas por los cabildos, como en el caso de Esteban Langton o en el de Pedro d'e Corbeil, su antiguo maestro parisiense, a quien nombró directamente arzobispo de Sens; mandó a ciertos prelados venir a rendir cuentas de su conducta, haciéndolos suspender, sin contar con los metropolitanos y disponiendo directamente por sí de los beneficios vacantes, etc. Y no sólo interviene en las iglesias de Occidente; hace lo mismo ten las de Bulgaria, Serbia, Bizancio y Armenia. Tampoco es un innovador en sus ideas político-religiosas, si bien hay que reconocerle el mérito de haber sistematizado perfectamente la doctrina que aprendió de joven en sus estudios de Derecho canónico y de haber perfilado con exactitud de jurista los conceptos, deduciendo lógicamente todas sus con-, secuencias prácticas. Pero en lo fundamental no adtíanta nada que no estuviera ya en las Decretales pseudoisidorianas, en el Decreto de Graciano, en el Dictatas Papae de Gregorio VII, en San Bernardo, en Alejandro III. Partiendo de la idea de que el papa representa a Cristo, el " Inocencio III nunca quiso apellidarse, como otros papas anteriores, "Vicario de San Pedro", sino "Vicario de Cristo"; véase, por ejemplo, ML 214, 769. 777. 779. Según Ducange (v. Vicarios), existe un documento del siglo ix en que los obispos son llamados "Vicarii Christi". El abad Joaquín de Fiore (Expositio , in Apoc. c. 5) llama al Romano Pontífice "Vicarium caeli Imperatoris"; citado por C. OTTAVIANO, Ioachimi abbatis líber contra Lombardum. (Roma 1934) prefacio, p, 25: ML. 214, 758-761. « ML 214, 758-761.
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cuál es; además de Sacerdote sumo según el orden de Melquisedec, Rey de reyes y Señor de los que dominan, afirma que el Romano Pontífice tiene que participar de la potestad espiritual y d'e la temporal. La espiritual es ilimitada, la temporal es de dos clases: la directa se circunscribe a las fronteras de los territorios pertenecientes a la Santa Sede; la indirecta, como fundada en la espiritual, puede extenderse a todo el mundo 48 . Melquisedec, sacerdote y rey, que bendijo a Abraham y recibió d'e él, como inferior, el pago de los diezmos, es figura del pontífice de Roma. El papa sólo maneja la espada espiritual; pero la espada material debe s'ervir, en manos del emperador, para la paz de la Iglesia y castigo de sus enemigos. Mas no sólo por medio del emperador puede la Iglesia actuar en los negocios temporales. Si el alma es superior al cuerpo, la Iglesia, que gobierna las almas, s'erá superior al Imperio y a cualquier estado, que sólo gobierna los cuerpos. Entre el poder temporal de los monarcas y el espiritual del papa existe la misma relación qu'e entre la luna y el sol; aquélla es inferior a éste, de quien recibe la luz. El pontífice ejercita su autoridad sobre los príncipes, primeramente y de modo directo en las cosas espirituales; por 'eso interviene amonestando, enseñando, reprendiendo, corrigiendo en todo lo que se relaciona con el dogma y con la moral. Derivación de este poder es el que "ejerce indirectamente en los asuntos sociales y políticos. Cuando ordenó a Felipe Augusto reconciliarse y hac'er paces con Juan s : n Tierra, el cual era acusado de violaciones del derecho feudal respecto del soberano francés, éste íespondió indignado que "en cuestiones de derecho de feudo y de vasallaje no había obligación de atenerse al cons'ejo v mandato de la Sede Apostólica", pero Inocencio replicó: "Mucho nos hemos admirado y turbado con el parecer que tomaste y con la respuesta que diste contra la potestad de la S'ede Apostólica, como si quisieras o pudieras coartar su jurisdicción, concedida por Dios, o mejor, por Dios-Hombre en las cosas espirituales" 50 . " Véase las cartas a los legados de Felipe de Suabia y al emperador Alejo de Constantinopla, en ML 216, 1012-1015 y 11821185; también a los cónsules y pueblo de Iesi: ML 214, 541. Una breve síntesis de la ideología de Inocencio III, en A. LUCHAIRB, Innocent III, vol. 1, Rome et VItaMe p. 24-34. Tres estudios recientes han venido a demostrar que Inocencio III no confundía v los dos.,poderes ni aspiraba a un imperialismo teocrático; M. MACARRONK, CMesa e Stato nélía dottrina. di Papa, Innocenzo III (Roma 1940); HELENE TILLMAN, Zur Frage des Verhaltnisses von Kirche und Staat in Lahre und Praxis Innocenz'III, en "Deutsches Archiv f. G. des M.-A." (1951) 136-191; y más fundamentalmente F. KEMPF, Papsttum und Kaisertum bei Innocentius III: MHP, 19 U.954), donde se estudian los fundamentos espirituales y jurídicos de su política. 50 Carta del 31 de octubre de 1203, en ML 215,. 176-180,
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Inocencio sostiene que ratione et occasione peccati puede el papa desposeer a un príncipe de su reino o tren dar la corona a un nuevo rey, como lo expuso en carta a Kalojan, príncipe búlgaro 51. Respecto del Imperio, pensaba que los papas, en virtud de " ese poder indirecto sobre lo temporal, habían trasladado el Imperio de Oriente a Occidente (transla'io Impertí) con la consagración de Carlomagno, y en virtud d'e ello podían disponer de * la corona imperial con particulares títulos: principaliter et finaliter. N i 'su ideología ni su actuación práctica en los, asuntos políticos desentonaba en 'el ambiente doctrinal y en el concierto europeo, cristiano, de su época. Puede decirse que entonces todos, lo misino los teólogos y canonistas que los hombres de Estado—éstos con raras excepciones—, sentían en el fondo como el papa. Y a nadie se le ocurría tacharle de ambicioso o interesado, ' porque sabían que no t'enfa más móviles que la justicia y el de- ' recho. Tan sólo sus enemigos políticos en Alemania le acusaron •! de usurpar derechos imperiales que no le pertenecían, de lo cual Inocencio III se defendió con vehemente elocuencia. Y aun esos adversarios discutíanle ciertos derechos históricos, no su potestad indirecta de intervenir por motivos religiosos en las cuestiones de orden temporal. Los que hoy día pretenden desdorar su gloriosa figura pontifical afirmando que se portó siempre como rey más que ermo sacerdote, no han sabido penetrar en el alma de aqu'el papa, que vivió consumido por el celo de la casa de Dios y que hubiera dado s¡u vida, como lo diio él más de una vez, antes de«f?ltar en lo más mínimo a sus deberes de pastor universal d'e la Irrlesia. •* Si de hecho actuó en los más graves negocios de casi todas las naciones cristianas, tampoco descuidó los más mínimos, si eran de su incumbencia. Ten^a costumbre de pronunciar homilías al cl'ero y al pueblo en el santo sacrificio de la misa, al modo de los Santos Padres; nunca se distingu r ó por la prodigalidad, pero era generoso en sus limosnas a los pobres, a las viudas, a las muchachas indigentes, a los huérfanos; obra suya fué el gran hospital romano de Sancto Spirito in Sassia, al que dotó espléndidamente; proveyó a las igl'esias necesitadas de mobiliario litúrgico; deteníase a resolver en sus cartas las más menudas consultas de dogma, moral o derecho aue le proponían clérigos de cualquier país; los stábados solía lavar los pies a doc'e mendigos, se los besaba y les daba unas monedas de limosna; procuró en todas partes la reforma de las costumbres conform'e al espíritu del Evangelio y alentó con su palabra a los grandes fundadores Francisco de Asís, y Domingo de Cuzmári, "' WL 215, 277-280.
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C. 7. LOS SUCESORES DE INOCENCIO III
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Personalidad rica y fuerte, ha pasado a la Historia como 'mbolo de lo más alto y luminoso de la Edad Media, como el consolidador de aquella construcción jerárquica, en que el papa ncuraba la cúspide de la pirámide social, y el emperador y loi oríncipes ponían sus espadas al servicio de la Iglesia y hacían obs'ervar las leyes canónicas lo mismo que las civiles. Mientras se afanaba por pacificar a los genoveses, lombardos y písanos, y ultimar los preparativos de la cruzada, aquel nontífice sumo, de quien la Iglesia y Europa podían aún esperar largos años de triunfos y de creciente prosperidad falleció en Perusa rendido por una fiebre maligna el 16 de julio de 1216. "Estupor del mundo", lo llamó el monje inglés Bartolomé de Cotton. Y en un Catalogas Pontificum, se te: "Fulgent emm splendida facta eius in Urbe pariter et orbe B -
CAPITULO VII Los sucesores de Inocencio III, en lucha con Federico 11 * A la muerte de Inocencio III la lucha entre el Pontificado y el Imperio no tarda en renovarse y en agravarse por culpa de Federico II, que lleva al colmo las ambiciones y exigencias cesaropapistas de los Hohenstaufen, uniéndolas con el absolutismo despótico de los normandos sicilianos. El contacto con el mundo musulmán y el resplandor científico y literario d e su ** MGH, Script. 22 362. * FUENTES.—Las epístolas de los papas Honorio I H y siguientes hasta Clemente IV, inclusive, están publicadas en MGH, •Epist. s. XIII t. 1-3. Las obras completas de Honorio III, en C. A. HOKOY, Medii aeoi bibliotheca patrística (París 1879-1888) Vol. 2-5; P . PABRB et L. DLTCHESNE, Líber censuum
Eclesiae r
inanae (Roma 1885); P. PRESSUT, Regesta Honorü papae III iussu et munificentía Leonis XIII (Roma 1888); L. AUVRAY, Registres de Grégoire IX (París 1890-1918) 12 fase; J. M. MANS-J. E. R Ü CABADO, Decretales de Gregorio IX, versión española medieval (Barcelona 1940-1943); G. LEVI, Registro del Cardmale Ugolino d'Ostia.
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corte le añaden matices nuevos, que hacen de este emperador uno d'e los personajes más originales y curiosos de su época. I.
HONORIO III Y GREGORIO
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1. Federico II, el transformador de su siglo.—El inglés Cortón llamó a Inocencio III "immutator saecuíi", y otro inglés, el cronista Mateo Paiis, le aplicó ese título a Federico II, acaso con mayor fundamento, porque realmente f.ué este monarca el que transformó los rasgos típicos del m'edioevo y cambió la faz de su tiempo. Nacido en Isei, de la Marca de Ancona, de madre italiana, educado por italianos y admirador • del paisaje meridional, se consideró siempre, más que alemán, hijo de Italia, cuya cultura promovió y en cuya dulce lengua se atrevió a versificar. Sus brillantísimas dotes intelectuales y políticas se compensaban con vicios y defectos d'e no menor relieve. De ingenio precoz y bien amaestrado, amaba las ciencias y las artes, gustábale rodearse de poetas provenzales y de filósofos, y aprendió todos los idiomas de sus subditos y algunos más: el italiano y el al'emán, con el francés, el árabe, el latín y el griego. Pero' moralmente era hipócrita, doblado, escéptico, dispuesto a / la traición, si le convenía a sus intereses; cruel y despótico, tan ávido de placeres sensuales como d'e los goces más refinados y altos del espíritu; frecuentaba, al modo de los árabes, el baño; se divertía con las bailarinas; tenía im harén en su palacio de Palermo, y al viajar quería a Veces que le acompañasen un elefante, una jirafa, varíes leopardos y otras fieras de su parque zoológico. N o extrañará, pues, que lo llamasen "el sultán cristiano", siendo amigo, como lo era, de Malik-el-Kamil, con qui'en disputaba por cartas de cuestiones matemáticas. serreielis, 1.198-1272; Abt. 1. hrsg, von J. Ficker (Innsbruck 1892); Abt. 3 und 4 hrsg. von Ficker und E. Winkelmann (Innsbruck 1892-3894). Constitutiones et Acta publica Imperii, en MGH, Legos II, 54-389. BIBLIOGRAFÍA.—P. T. MASETTI, / pontefici Onorio III, Ore-', gorio IX ed Innocenzo IV a fronte del Imperatore Federico II ÍRoraa 1884); J. CLAUSEN, Papst Honorius III: 1216-1227 (Bonn 1895); W. KNBBEU, Kaiser Friederich II und Honorius III (Münster 1905); N. MENGOZZI, Onorio III e le sue relasioni col regno d'Inghilterra (Siena 1911); J. FELTEN, Papst Gregor IX (Friburgo ' de Br. 1866); P. BAIAN, Storia di Oregorw IX e suoi tempi (M°dena 1872); E. BERGER, Saint Louis et Innocent IV (París 1887) introd. al tom. 2 de los Registros; R. ROERICHT, Der Kreuzzu>9 Louis IX gegen Damiette (Berlín 1870); M. H. MARC-BÓNNET, Le Saint Si&ge et Charles d'Anjou sous Innocent IV et Alexandre TV (1245-1261), en "Revue historique" 200 (1948) 38-65; A. DE STEFANO, ¡ Federico II e le correnti spirituali del suo tempo (Roma 1923)»'; E. WINKELMANN, Kaiser Friedrich II (2 vols., Leipzig 1889-1898);••' M. SCHIPA, Sicilia e Italia sotto Federico II (Ñapóles 1929).
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Aquel curioso franciscano y admirable cronista de su tiempo que se decía fray Salimbene de Parma, nos dejó este perfecto retrato: " N o t a que Federico casi si'empre quiso tener discordias, con la Iglesia, atacando de mil modos a la que le había criado, defendido y exaltado. N o tenía pizca de fe, era hombre astuto, sagaz, avaro, lujurioso, malicioso, iracundo; y a veces era hombre de valer; cuando quería mostrar su bondad y cortesía, placentero, risueño, industrioso; sabía leer, escribid, cantar cantilenas y trovar canciones; era hombre hermoso y bien formado, de mediana estatura. Le conocí personalmente y en ocasiones le amé... También sabía hablar en muchas y diversas lenguas. Y por decirlo brevemente, si hubiera sido buen católico y amado a Dios, a la Iglesia y a siu alma, pocos iguales a él hubi'era habido en el Imperio y pocos en el mundo" 1. Y sigue contando sus supersticiones, crueldades, hechos epicúreos y dichos volterianos, valiéndose de textos de la Escritura. Dice, entre otras cosas, que cuando Federico arribó por primera vez a Palestina, exclamó: El Dios de los iudíos no había visto mis tierras de Calabria, Sicilia y Apulia. D e otra suerte no les hubiera alabado tanto la Tierra Prometida, diciendo que manaba feche y miel. A Federico se le acusó, ya en vida, de irreligiosidad, pero en el fondo era creyente. Aceptaba los dogmas de la Iglesia, parte por tradición, parte por política, y murió recibiendo los santos sacramentos, aunque en vida era amigo de judíos y musulmanes, lo que dio a sus ideas religiosas cierta tolerancia para con las demás religiones, incomprensible y escandalosa a los ojos de sus contemporáneos. En cambio, con los herejes se mostró intransigente y duro, sin duda por conveniencias políticas; los puso fuera de ley en 1220; les intimó a los de Lombardia la pena de muerte en la hoguera (1224), y lo mismo hizo a los de Sicilia (1231), a los. de Alemania (1232) y a los de todo el Imperio (1239). El tratado De tribus impostoribus ño es suyo, aunque parece cierto que en conversaciones humorísticas se mofó de ciertos dogmas y acaso llegó a decir que Moisés, Cristo y Mahoma habían sido tres engañadores de la humanidad. Mientras vivió Inocencio III, su tutor y defensor, mantúvose en paz con la Iglesia, movido de un elemental sentido de gratitud y dominado por la inmensa autoridad d'e aquel omnipotente papa. Fué en el pontificado siguiente, sobre todo después que ciñó la corona imperial, cuando empezó a descubrir lo que era. 2. Honorio m (1216-1227). Quinta Cruzada. — A l tercer •™a de la muerte d'e Inocencio III, fué elegido para sucederle Honorio III, un bondadoso y piadosísimo anciano, muy senci1
SALIMBENE, Chronica a. 1250, en MGH, Script. 32, 348-349.
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lio y benigno, que había repartido entre los pobres casi todo lo que poseía. Siendo cardenal (Cencío Savelli) se había señalado por su destreza en los negocios, y como esmerarías y administrador de los bienes de la Iglesia, había redactado el conocidísimo Líber censuum, que contiene, .entre otras cosas, un catastro de todos los patrimonios, posesiones, censos, fetc, de la sede romana. Deseoso de continuar los planes de su antecesor y de cumplir los decretos del concilio de Letrán, "escribió al rey de Jerusalén, al emperador de Constantinopla y a varios príncipes de Occidente, exhortándoles a disponerse para la Cruzada. Federico obtuvo en la Dlteta de Nuremberg (diciembre 1216) que se le permitiese diferir el cumplimiento de su voto hasta el restablecimiento de la paz en Al'emania. N o por eso renunció el papa a la Cruzada, fijada para el 1 de junio de 1217. Predicáronla en Francia Jacobo de Vitry y luego el legado Simón, arzobispo de Tiro, y Roberto de Councom, sin notables resultados. En cambio, tomó la cruz con noble fervor y entusiasmo Andrés II de Hungría; en el Imperio, el duque Leopoldo de Austria con muchos obispos y señores de los Países Bajos. D e Escandinavia partieron dos expediciones: una vino a unirse en Italia con los húngaros y alemanes y otra fué por mar en peregrinación a Santiago de Galicia, ayudó a los portugueses en la lucha contra los moros y se juntó, por fin, con los demás cruzados en mayo de 1218. Tres eran los jefes expedicionarios dte esta quinta Cruzada: los reyes de Hungría, de Chipre y de Jerusalén, pero puede decirse que no había una cabeza que unificase las fuerzas y los mandos. Tras algunos ligeros triunfos en Palestina, víveres y recursos comenzaron a faltar, por lo cual en el ejército cundió el desaliento. Andrés de Hungría, creyendo cumplido su voto, regresó por Armenia y Asia Menor a su reino, llevándose una buena carga de reliquias, como las seis ánforas de las bodas de Cana. Hugo I de Chipre murió en la flor de su edad. Sólo Leopoldo de Austria con sus tropas se quedó al lado del rey Juan de Brrenne. Este, habiendo recibido algunos refuerzos, resolvió en 1218 atacar a Egipto. La flota cristiana penetró por la desembocadura del Nilo y dejó a los cruzados en la orilla derecha, frente a Damieta. El primer triunfo no supieron aprovecharlo, hasta que al año siguiente, viniendo nuevos cruzados de Francia e Inglaterra, atravesaron animosamente el Nilo, y en la noche del 5 de noviembre de 1219 s'e apoderaren de la dudad. Gran victoria que levantó el espíritu de todos los cristianos. La magnífica mezquita, de 150 columnas de mármol, se consagró a la Santísima Virgen. El botín fué considerable. Pero aquella qufe debía ser la puerta para todo el Egipto vino a ce-
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rrarse por las divisiones, que sólo con la venida, tan esperada, de Federico II se hubieran calmado. Aquellos cruzados cayeron en la inacción, y a fin'es de julio de 1221, tras un fuerte ataque, los sarracenos reconquistaban la ciudad 2 . Conociendo Federico II la impaciencia del papa por el deseo de la Cruzada, le escribió el 12 d'e enero de 1219, alardeando de un celo ardentísimo por emprenderla cuanto antes, y pidiendo la excomunión para todos los príncipes y señores que no se pusi'esen en camino antes de la fiesta de San Juan Bautista (24 de junio). Luego rogó que se prolongase el plazo hasta marzo de 1220, a lo que Honorio accedió con graves quejas, recordándole la amenaza de la excomunión y la responsabilidad que contraía si por su culpa fracasaba la expedición de D a mieta. En abril de 1220 Federico, violando 1 * promesas hechas a Inocencio III y despreciando la prohibición de Honorio, hizo que su hijo Enrique, de siete años de edad, ya coronado' rey dfe Sicilia, fuese elegido rey de Alemania y rey de romanos en la gran D'eta de Francfort. Con esto se aseguraba la unión de Sicilia y el Imperio, cosa que la política de los papas había porcurado siempre evitar. Federico lo consiguió con doble artimaña: por una parte, engañando a Honorio III, diciéndole qu"e ni por sueños había él pensado jamás en unir esos dos reinos, los cuales se gobernarían y administrarían con absoluta independencia; y por otra, concediendo a los príncipes alemanes, principalm'ente eclesiásticos, toda clase de privilegios. Esta generosidad, que significaba un gran desinterés de la vida nacional alemana, fué causa de que los territorios de los príncipes crelcieran y se desarrollaran más y más, con el consiguiente menoscabo de la autoridad monárquica. Tan halagadoras fu'eron las frases de amor a la Iglesia y de sumisión filial dirigidas por Federico II a Honorio, que éste se dejó engañar con las zalemas de su antiguo discípulo, a quien seguía queriendo, aunque no podía ocultar su creciente desconfianza. Y cuando aquel monarca falaz y trapacero bajó a Italia V comenzó a dar decretos favorables a la Iglesia romana, con( firmándole todos los derechos, libertades e inmunidades y jurando tomar la cruz en agosto del año próximo, no es de extrañar que Honorio accediese a concederle solemnemente a él y . a su esposa Constanza la corona imperial en San Pedro el 22 de noviembre de 1220. La Cruzada se iba alejando con nuevas dilaciones, y la pér* Continuación francesa de la Historia de Guillermo de Tiro, ~> 67-68, en ML 201, 990-1002. Memoriale Potestatum Regiensium, «n MURATORI, Rerum ital. scriptores 8, 1085-1104. San Francisco S® Asís vino a Damieta, al campamento de los cruzados, en 1819, "espués de fracasar en su tentativa de convertir al sultán de f'-'gipto, viendo los escándalos de los paismog pfis.tlane.s, se volvió, a «alia.
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dida de Damieta, el 29 de junio de 1221, alarmó a Honorio III, quien en noviembre escribió una severa y dolorosa carta a Federico, echándole ten cara su demora y haciéndole responsable de los males de la cristiandad en Oriente. La impresión que causó en Europa la caída de Damieta fué dolorosísima: "Succubuit Christianitas", lloraba Ricardo de San Germano, en Sicilia. A fin de calmar ál papa, el temperador se entrevistó con él, primero en Veroli (abril de 1222) y luego en Ferentino (marzo de 1223), repitiendo las mismas promesas con las bellas palabras de siempre. Delante del Romano Pontífice y en presencia del patriarca y del rey de Jerusalén juró tomar la cruz y conducir a Palestina un poderoso ejército, para cuya preparación se le concedieron dos años. A fin de comprometerle más en la empresa de la^Cruzada, ofreciéronle, a éi que desde 1222 estaba viudo de su esposa Constanza de Aragón, tel casamiento con Yolanda (o Isabel) de Brienne, hija y heredera del rey de Jerusalén. Aceptó la proposición, y el 9 de noviembre de 1225, al celebrar el matrimonio, obtuvo de su suegro el título de rey dte Jerusalén, mas ni por ésas se decidió a.salir de Sicilia. Precisamterite unos meses antes, al cumplirse el plazo señalado para la expedición a Palestina, había conseguido del papa en el con-.. venio de San Germano (junio de 1225) una nueva prórroga hasta agosto de 1227, comprometiéndose esta vez a armar un número determinado de naves y a incurrir en excomunión y perder todos sus dominios si no cumplía su juramento. El buen papa Honorio, ya muy anciano, se quejaba amar- : gamente de la conducta desleal e hipócrita del emperador, maá ¡ al fin acababa por rendirse a las palabras dte aquel astuto monarca, que unas veces alegaba un motivo, otras otro, y en ocasiones hasta sabía darle al papa la razón. El, entretanto, organizaba autocráticamente su querido rei-'; no de las Dos Sicilias con las características de un Estado mo-; derno, ayudado por tel jurista Rofredo de Viterbo y por el notario Pier de la Vigna; centralizaba la administración, quebrantaba el poder de la nobleza feudal, fomentaba el comercio, la; agricultura, la industria, las artes. Y como si fueran pocos los sinsabores propinados al papal en la cuestión de la Cruzada, proveía a capricho las diócesis sicilianas, sin aguardar la confirmación pontificia, o dejaba otras sin provteer, a fin de incautarse de sus rentas; expulsabaa los obispos nombrados por el Romano Pontífice; trataba & los subditos del Estado de la Iglesia como a vasallos propios!) tiranizaba de tal manera a las ciudades italianas, que las d ombardía se coligaron contra él, como antes lo hicieron c ° n 1 tra su abuelo Barbarroja. Fué preciso que el bondadoso Ho* norio III intervinies'e como conciliador, haciendo que Federít _ revocase las condenas, y en cambio, \& Í4ga Lombarda cont^f
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buyesc con su servicio anual de 400 caballeros a la expedición palestinense. Murió por fin Honorio III el 18 de marzo de 1227, sin ha¡bter visto el logro de sus más vivos afanes: la realización d e la Cruzada. También promulgó la Cruzada contra los albigenses, continuando la obra de Inocencio III; exhortó a tomar la cruz al rey Luis VIII, hijo de Felipe Augusto, y confirmó a Amalrico de Montfort en los dominios conquistados por su padre. Gloria de Honorio es el haber aprobado la Regla de los franciscanos, de los dominicos y d'e los carmelitas. 3. El conflicto de Federico II con Gregorio IX.—Si el papa Honorio no procedió con suficiente decisión y energía en sus tratos con el empterador, semejante reproche en modo alguno puede hacerse a su sucesor Gregorio IX (1227-1241). Era Gregorio IX pariente de Inocencio III y se asemejaba a él en el talento, en el carácter, en la concepción del Sumo Pontificado, aunqute a-la verdad su figura, su actuación y sobre todo su viril intrepidez, más bien parecen las de su homónimo Gregorio VII. Como éste se apoyó en los cluniacenses, así Gregorio, IX se valdrá de los frailes mendicantes, a quientes profesó singular estima, muy especialmente a San Francisco de Asís y a Santa Clara. Tendría unos ochenta años al subir al trono pontificio, pero conservaba intacta la reciedumbre del carácter. Ya siendo cardenal (Hugolino de Ostia) había dirigido las negociaciones para la empresa de la Cruzada, y ahora lo primero que hizo fué, el 23 de marzo, recordar al emperador Federico sus compromisos y juramentos, bajo p'ena de excomunión. El 22 de julio , le amonestaba que no se dejase enredar en los placeres sensuales, al mismo tiempo que le explicaba el simbolismo dte las insignias imperiales. De prcnto, y sin que nadie lo esperara, no menos de 40.000 cruzados ingleses afluyen a la Apulia, adonde también concurrten nobles y barones alemanes, capitaneados por Luis, landgrave de Tur.ngia, marido de Santa Isabel; magnífico ejército que era la ilusión y la esperanza del papa y de todos los bueh nos, porque reforzado por Federico II pedía fácilmente recobrar toda Paltestina. El emperador vino a Brindis, donde las naves le aguardaban para zarpar en seguida; pero el embarco se fué retardando, sin duda porque Federico andaba en negociaciones secrtetas c o n el sultán de Egipto, a quien le prometía su auxilio contra el sultán de Damasco, a condición de que le entregaste la ciudad santa de Jerusalén. Entretanto, se declaró una epidemia a bordo. Con todo, el día de la Natividad de la Virgen (8 de septiembre 1227) Federico hizo levar el ancla. Había navegado unas millas, cuando anunció que se sentía enfermo» mandó virar
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en redondo, y al tercer día desembarcó en Otranto. C o n eso, aquel ejército, reunido a costa de tantos esfuerzos, comenzó a disolverse, volviéndose los caballeros a sus casas. El landgrave de Turingia falleció el 11 de septi'embre, díjose que envenenado por Federico, sospecha poco fundada. Gregorio IX rehusó dar crédito a las excusas del emperad o r 3 . Si realmente se puso enfermo, sería cosa muy ligera, ya que a los pocos días andaba sano y fácilmente hubiera podido continuar la empresa. Por eso Gregorio IX no vaciló en fulminar la excomunión contra él (27 de septiembre), y a los pocos días 'envió al mundo cristiano una encíclica vituperando la vergonzosa conducta de aquel hijo ingrato que tan indecible dolor causaba a la Iglesia. Federico reaccionó de modo violento. "La Iglesia—decía— se ha convertido para mí en una madrastra"; él había hecho todo lo posiblfe por la Cruzada y sólo una grave enfermedad le había retraído del viaje, que volvería a emprender en mayo del año siguiente; había sido, pues, injustamente condenado por Roma, "cuya curia—añadía en carta al rey d'e Inglaterra—es una sanguijuela insaciable"; y amenazaba confiscar en sus estados los bienes de todos los clérigos que obedeciesen el entredicho impuesto por fel papa 4. Contestó Gregorio IX en el concilio romano del 23 de marzo de 1228, excomulgándole de nuevo y lanzando el entredicho sobre todos los lugares en que residiere. Los Frangipani de Roma, aliados del emperador, promovieron un alboroto popular, insultaron al papa en las calles y le obligaron a refugiarse en Rietti. 4. Pacto del emperador con el sultán de Egipto.—Muerto el sultán de Damasco El Muazzan por noviembre de 1227, creyó Federico que era buena ocasión para dirigirse a Palestina, y en efecto, habiendo mandado por delante 500 caballeros y ordenado el n'egocio de su sucesión, en caso de sobrevenirle la muerte (nombraba heredero de la corona imperial y juntamente de la de Sicilia a su hijo Enrique, y a falta de éste, al recién nacido Conrado, contraviniendo a lo que tantas veces había jurado), por fin, fel 28 de junio de 1228, con 100 caballeros y 40 navios de guerra, se hizo a la vela en el puerto de Brindis. Las insignificantes fuerzas que llevaba consigo revelaban sus intenciones de no combatir en serio. Ciertamente aquello no era una Cruzada, ni podía serlo, ya que iba excomulgado, 3
El papa le acusó de haber regresado por el atractivo de las delicias de su reino (Registrum Gregorli IX, en MGH, Epist. s. XIII, I, 283). Otros contemporáneos tampoco creyeron en la enfermedad de Federico, v. gr., ALBERICO DE TROIS FONTAINES, Chronica, en MGH, Script. 23, 920. 4 A. HÜILLARD-BRÉHOLLES, Historia diplomática, Friderici II, t. 3, 37-48 y 51.
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en rebeldía contra el papa y dispuesto a negociar con los musulmanes. Al partir, había dejado en Italia un destaeamfento, compuesto en parte de sarracenos, al mando del duque Rainaldo de Espoleto, con orden de que cayese sobre los dominios del papa. Tuvo Gr'egorio IX la suerte de encontrar en Juan de Brienne, ex rey de Jerusalén, un experto capitán, que con la ayuda de la Liga Lombarda no sólo repelió a las troigas invasoras, sino que las persiguió, conquistándoles muchas plazas de Ñapóles y Apulia 6 . El emperador, entretanto, pasand© por Chipr'e había desembarcado en San Juan de Acre (Tolemaida) el 7 de septiembre de 1228, Los'cruzados que le habían precedido sfe- habían apoderado de Cesárea, pero ahora muchos de ellos regresaron a sus tierras. Por otra parte, los templarios y hospitalarios se nfegaban a combatir bajo las órdenes de un excomulgado. Este entró en pactos de amistad con el sultán El-Kamil, y por mediación del emir Fakr-Bddin, a quien concedió la orden de caballería, obtuvo en el tratado de Jafa (4 de febrero d'e 1229) la posesión de Jerusalén, Belén y Nazaret, con los caminos entre estas ciudades y San Juan d e Acre. E s dfe notar que estas ciudades pertenecían al sultán de Damasco, recientemente fallecido, sobrino y rival del de Egipto; y que los musulmanas seguían siendo dueños de la mezquita de Ornar y de todos sus bienes en Jerusalén. Federico, por su parte, se comprom'etía a impedir que los príncipes de Occidente atacasen a Egipto. Ambos juraron no violar jamás tal tratado; antes el emperador sfe comería su mano derecha y el sultán renegaría de Mahoma por' la Santísima Trinidad. El 18 de. marzo por la mañana entró Federico en la iglesia del Santo Sepulcro, escoltado p o r sus caballeros, y tomando del altar una corona de oro, sin ceremonia alguna litúrgica, se la puso sobre la cabeza. Y a era rey de Jerusalén. Pronunció un discurso en italiano, acusando, como siempre, al papa y mostrándose deseoso de hacfer paces con la Iglesia, después de lo cual celebró con su corte un banquete, en el que participaron algunos jefes musulmanes. Al día siguiente, por encargo del patriarca d'e Jerusalén, vino el de Cesárea y lanzó el entredicho sobre la iglesia del Santo Sepulcro. El 1 de mayo Federico se embarcó en San Juan d e Acre, dejando desamparados a los cristianos de Oriente. E n diversas cartas dirigidas a los milanesfes, a San Luis de ^ • Hasta se pensó en nombrar a J u a ^ ^ f , ^ 1 1 empleador ^ Dos Sicilias. A la muerte de Roberto *» Coutena^^emP ^ Constantinopla o de Rumania (1219-1228), me e s B r i e i m e , que cederle, aunque sólo en calidad de regente, Juan ue heredero se dirigió ,a Bizancio en 1231 y caso a su hija con Balduino Cfv RINALDI, Ármales ecclesiastiei ad a. I A U , "• »<•
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Francia y a Leopoldo de Austria, el papa Gregorio IX rechaza el indigno tratado del emperador con el sultán respecto a los Santos Lugares, y el 20 de agosto fulmina nueva excomunión, "enumerando los principales crímenes de Federico y relevando a todos sus subditos del juramento de fidelidad 6 . N o causaron gran efecto estas penas, porque Federico activó en seguida la campaña militar y la condujo cen éxito, recobrando en poco tiempo las plazas perdidas en su ausencia y ll'egando, por fin, a un acuerdo con el papa (paz de San Germano, 23 de julio de 1230), en que prometía aquél restituir todos los bienes arrebatados a la Iglesia, no molestar al clero y garantizar la libertad de las elecciones eclesiásticas; Gregorio, a cambio de tales concesiones, le levantaba la excomunión T. N o tardó aquel monarca falaz en quebrantar este pacto. Las l'eyes que luego dictó no respetaron los derechos de la Iglesia. Por orden suya compiló en 1231 su famoso colaborador Pier de la Vigna las Constitutiones regum regni Siciliae utriusque, que establecen un absolutismo legislativo, impropio de la Edad Media, y restringen 'el poder y la influencia de la Iglesia, negándole toda intervención en los asuntos políticos. 5. Triunfos imperiales en Alemania e Italia.—El despotis-, mo de Federico no se contentó con someter a su arbitrio y reorganizar según sus principios absolutistas 'el reino de las Dos Sicilias; pretendió extender la misma dominación a toda Italia. En la Dieta imperial celebrada en Ravena en noviembre de 1231 renovó las seVerísimas leyes, publicadas ya en el momento de su coronación (1220), por las que condenaba a la hoguera a toda clase de herejes, leyes que le sirvieron para oprimir tiránicam'ente a los lombardos, entre los cuales había : muchos valdenses y cataros o albigenses. En la primavera • de 1232 exigió a las ciudades y municipios de Lombardía le prestasen juramento de vasallaje, a lo cual los lombardos, celosos de su libertad, se resistieron tenazmente s , y reorganizaron la antigua Liga, como en los tiempos de Alejandro III. El papa hubo de mandar al dominico fray Juan de Vicenza, fogoso orador popular, que procurase la reconciliación de ambos partidos; algo hizo en el año 1233, mas los resultados fueron efím'eros. E n Alemania se había rebelado contra el emperador su hijo Enrique, joven de dieciséis años, en connivencia con los de Milán. Si el papa hubiera secundado esta insurrección, la situa8
Registrum Gregorn IX 1. c. I, 318-19. ' RICHARDUS DE SANTO GERMANO, Anuales (o Chronica regnü Siciliae), en MGH. Script. 19, 362; MGH, Leges IV, t. 2, 181;. FALCO, I preliminar* della pace di S. Germano, en "Archivio della Soeieta romana di storia patria" 33 (1910) 441-479. "Pax ficta potius quam perfecta", escribió el abad Guillermo en su Chronica Andreneis: MGH, Script. 24, 769. » MGH, Leges II, 190-195; 199-209.
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clon de Federico hubiera sido crítica, pero Gregorio IX creyó de justicia sostener la autoridad de su mayor enemigo, y así, hizo publicar la excomunión centra el príncipe rebelde, amenazando con censuras a los eclesiásticos que se pusiesen de su parte. Enrique cayó prisionero de su padre y fué enviado a las cárceles de Apulia, en las que pasó los últimos años de su corta vida (f 1242). Vencedor en Alemania, el ejército imperial bajó a Lcanbar*día, y en la batalla d'e Cortenuova (27 de noviembre 12370 desbarató las tropas de la Liga. Iban entre los imperiales hasta 10.000 sarracenos, que cometieron infinitas crueldades, y el terrible Ezzelino III, podestá de Verona, que luego se casó cotí Selvaggia, hija natural del emperador. Fueron dominadas muchas ciudades; otras, sin embargo, como Milán, Alessandría y • Brescia, no se dieron por vencidas, y la guerra siguió su curso, por más que 'el papa trabajó cuanto pudo para aplacar a F e derico. En 1238 se le quejó de kís atropellos contra la Iglesia: de haber despojado de sus bienes algunos monasterios de templarios y hospitalarios; de haber impedido el nombramiento de obispos para sedes vacantes; de haber encarcelado y dado muerte cruel a varios sacerdotes; de haber destruido iglesias • por mano de soldados sarracenos; de haber excitado a los rof' manos a la rebelión; de haber hecho arrestar a .un sobrino del rey de .Túnez, Abdul-Aziz, que en 1236 se dirigía a Roma a recibir el bautismo; de haber declarado guerra injusta a los lombardos, como si fuesen herejes, inutilizando así todos los esfuerzos en pro de la Cruzada de Tierra Santa 9 . Todo esto no hubiera provocado un nuevo y más agudo conflicto de no haber Federico II cometido un nuevo abuso en 1238, cuando, contra .:• la voluntad del papa, que tenía derechos de suprema soberanía sobre Cerdeña, nombró r'ey de la isla a su hijo natural Enzio, casándolo con la princesa sárdica Adelasia. 6. El nuevo Hildebrando.—Irritado Gregorio IX, lo excomulgó una vez más y lanzó el entredicho sobre todos los lugares en que residiese el emperador (20 de marzo 1239). Este trató de defenderse en circulares a los príncipes cristianos, colmando de injurias al Romano Pontífice y n'egándole la facultad de excomulgar. La respuesta del papa Gregorio es una tremenda requisitoria de los crímenes perpetrados por Federico II, cargando la mano sobre todo en la cuestión de la Cruzada. Empieza asi: Sube del mar la bestia llena de nombres de blasfemos, que con zarpas de oso, fauces de leen y los demás miembros como de ;.. leopardo, se embravece y abre su boca vomitando blasfemias j, contra el nombre de Dios, sin dejar de arrojar venablos contra A. HuiLiARD-BíifcHoi.i.Es, Historia,
diplomática
ti 5, 249-256.
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el tabernáculo del Altísimo y contra los santos que moran "en el cielo. Queriendo destrozarlo todo con sus garras y dientes férreos y conculcarlo todo con sus pies, en otro tiempo preparaba ocultos arietes contra el muro de la fe católica; hoy arma sus máquinas a la luz del día, construye gimnasios inmaelíticos que matan las almas y se alza contra Cristo, redentor del humano linaje, cuyas tablas del testamento trata de abolir, según testifica la fama, con el "estilo de la herética pravedad". Sigue el largo capítulo de las acusaciones contra el que se jacta de llamarse "preámbulo del anticristo", y al fin se hace eco de lo que se murmuraba de Federico, "rey d e pestilencia, que afiímó haber sido todo el mundo engañado por los tres impostores (a tribus barattatoribus): Cristo Jesús, Moisés y Mahoma, dos de los cuales murieron en gloria, mientras que Jesús fué colgado en un madero; además, con clara voz s'e atrevió a mentir que son fatuos todos cuantos creen que pudo nacer de una virgen el Dios que creó la naturaleza y todas las cosas, confirmando tal herejía con este error, que nadie puede nacer si no i ha sido concebido por la unión de hombre y mujer, y que el hombre n o debe creer sino lo que la razón y la facultad natural puede demostrar" 10 . Le declaraba el papa una especie de guerra santa, que los frailes mendicantes se encargaron de predicar en todas las ciudades. Federico se enfureció como nunca y cometió los más violentos desmanes contra obispos y monjes; intentó apoderarse de Milán y Bolonia, pero fracasó; algunos triunfos consiguió en Toscana, y se encacminó contra los Estados pontificios aproximándose a las murallas de Roma y amenazando j apoderarse de la persona misma del papa. Lo que hizo Gregorio IX fué tomar la santa cruz y las ca- : bezas de los apóstoles Pedro y Pablo y salir con ellas en pro- ; cesión solemne por las calles el 22 de febrero de 1240. Esto despertó tal entusiasmo en los romanos, que tomaron las armas dispuestos a repeler con todas sus fuerzas al invasor, quiten, no atreviéndose a dar el asalto, se retiró a Ñapóles. Hacía tiempo que el emperador había apelado a un concilio, en el que" demostraría su inocencia ante los cardenales con ar« gumentos evidentes. Ahora el papa (9 de agosto 1240) le toma i por la palabra y convoca el concilio general de toda la cristiandad para la Pascua del año siguiente. Temeroso Fed'erico de que allí se examinasen las acusaciones lanzadas contra él, y de que pública y solemnemente lo depusiesen, trató de impedirlo a toda costa. Por lo pronto, mandó interceptar los pasos de los Alpes y cerró la frontera con Francia. Y como Gregorio IX les asegurase a los obispos franceses, españoles, ingleses 1 e italianos la venida a Roma por mar en naves genovesas, F e 10 Esta epístola debió de escribirse el 1 de julio, no el 20 de junio, como a veces se afirma (Regtstrum Gregorii: MGH. Evist-i s. XIII t. 1, 646-654).
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derico dio orden a su hijo Enzio de ponerse al frente d e la flota siciliana y pisana y atacar a los barcos de Genova, en que venían los Padres conciliares. N a d a menos que tres cardenales y un centenar de obispos y arzobispos, con los abades de Cluny y del Cister, fueron capturados junto a la isla de Elba (3 de mayo de 1241) y conducidos presos al sur de Italia 1 1 . Algunos murieron por la espada o ahogados en el mar; otros lograron escapar; los demás fueron sometidos a durísimo trato en los castillos de la Apulia. Federico marchaba victorioso sobre Roma—sin cuidarse de que en el oriente del Imperio irrunir pían los tártaros—, cuando el viejo pontífice, que contaba n o venta y cuatro años, sucumbió a la muerte el 21 de agosto en Grottaferrata, exhortando a todos a¡ resistir y a confiar, con un gesto de indomable, perseguido*, que recuerda la muerte d e Hildebrando. Federico cantó victoria con acentos bien poco caballerescos. 7. Actividad multiforme de Gregorio IX»—Antes de continuar la relación del conflicto entre el Imperio y el Pontificado, anotemos lo más sustancial de la actividad d e Gregorio I X en otros campos. Los cronistas de su época nos dicen que era "de . hemnosa pres'encia, d e perspicaz ingenio, eminenlte en la ciencia del Derecho, lector asiduo de la Sagrada Escritura, orador elocuente, celoso de la fe, amante d e la castidad y ejemplar d e toda virtud" ll2. D e cardenal había sido protector de los franciscanos; a él se debió en buena parte la aprobación de la Regla por Honorio III; y siendo papa, su acción decidió el giro que fué tomando el franciscanismo. E n septiembre de 1230 declaró que 'el testamento d e San Francisco no era obligatorio y que la pobreza debía atenuarse, lo cual favorecía la tendencia d e fray Elias, pero luego fueron tales las protestas de la tendencia espiritualista, que juzgó necesario deponer a fray Elias y hacer elegir ministro general a fray Alberto de Pisa (1239). Canonizó a San Francisco d e Asís (1228), a San Antonio de Padua (1232), a Santa Isabel de Turingia (1235). También protegió a los frailes predicadores y canonizó a Santo Domingo de Guzmán (1234), apoyó la reforma de los cluniacenses y confirmó la nueva Orden de los Mercedarios. Bajo su pontificado se organizó la Inquisición episcopal, quitando al poder laico la peligrosa facultad—de la que abusaba 11 Véase la carta de los prelados españoles al papa en MGH, Epist. s. XIII t. 1, 713-714, y las siguientes. El mismo Mateo aris, generalmente adverso a Roma, cuenta con dolor los padecimientos a que fueron sometidos los prelados cautivos h i s toria Anglorum: MGH, Script. 28, 213). _. _ A . ^ MURATORI, Rerum itdl. scriptores III, 517; RINALDI, Aunóles ad a. 1227, n, 13. p
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Federico II—de defender por sí mismo la ortodoxia, y en abril de 1233 confió "el negocio de la fe contra los herejes" a los frailes dominicos, a los cuales quiso se agíegasen más tarde ios franciscanos. En pro de la ciencia, y más concretamente de la filosofía cristiana, declaró que la prohibición de enseñar la filosofía aristotélica sólo era válida hasta que se enmendasen las obras del Estacjirita. cosa que procuró se hiciera pronto. Al dominico espanol San Raimundo de Peñafort l'e encomendó la compilación sistemática del código de las Decretales en cinco libros, que forman la continuación del Decreto de Graciano. Un estudio diligente de su registro pu'ede iluminar otros muchos problemas de su pontificado, v. gr., sus relaciones con Bizancio, con Inglaterra, con Escandinavia y su programa respecto de la reorganización de las diócesis. II.
E L PAPA INOCENCIO
I V (1243-1254)
1. El! nuevo Romano Pontífice.—El inmediato sucesor de Gregorio IX se llamó Celestino IV, cisterciense, natural de Milán, que no sobrevivió dos semanas a su coronación, pues falleció el 10 de noviembre de 1241. Su rápida elección se debió al hecho de qufe los romanos encerraron a ios cardenales en el monasterio del Septizon:.o bajo llave (cum cíavi), clausura que suele ser considerada como el primer conclave de la Historia. A la muerte d'e Celestino IV, durante más de dos años y medio hubo sede vacante, ya que el Colegio Cardenalicio se .negó a proceder a la elección mientras Federico II no pusiese en libertad a dos cardenales que aún estaban en prisión. Tras varias tentativas de coaccionar al Colegio Cardenalicio, devas- ' tando la campaña romana, Federico hubo de ceder, e inmedia-':' tament'e se reunió el conclave, del que salió elegido por unanimidad el cardenal Sinibaldo Fieschi, habilísimo diplomático y uno de los canonistas más grandes de su siglo, como lo testifica su obra Appavatus in quinqué libros Decrcalium. Se llamó Inocencio I V y fué un extremoso continuador d'e la ideología política de Inocencio III, con un matiz de violencia en sus. ; decisiones que el otro n o tuvo ocasión de manifestar. i E r a el nuevo papa de noble y gibelina familia genovesa, í; amiga d'e Federico, el cual, cuando supo la elevación de Fieschi al Pontificado, dicen que dijo: "Pierdo un amigo y gano un enemigo". Lo primero que Inocencio hizo fué enviar legados a Fede- > rico que le indujesen a la reconciliación eclesiástica, para lo i, cual debía dejar en libertad a los prelados que aún tenía presos J y dar alguna satisfacción—la que juzgase más conveniente— a la Iglesia por las muchas excomuniones en que había incU' rrido.
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Respondió aquél en forma negativa a todas las propuestas y exigiendo ser absuelto de las Censuras. Andando todavía en estos tratos, Federico molestó al pontífice haciendo incursiones en los estados de la Santa Sede y moviendo tumultos en la misma Roma por medio de los Frangipani. Tadeo de Sessa, doctísimo jurisconsulto, y Pier della Vigna, canciller y juez supremo, los dos principales consejeros del emnerador, vinieron a Roma a entablar negociaciones, prometiendo cumplir cuanto Inocencio exigía; pero el papa se persuadió de que en las palabras de Federico y de sus ministros no podía confiar. Esto lo vio más claro qute sus antecesores. Convinieron, por fin, los dos jefes de la cristiandad en tener una entrevista en Narni. Hacia allá se dirigía Inocencio, cuando de pronto, temeroso de caer en las manos del astuto monarca, qu'e es quien había solicitado la entrevista, torció el rumbo, y en Civitavecchia, el día de San Pedro, se embarcó para Genova, de donde pasó a Lyón (diciembre de 1244). La ciudad de Lyón pertenecía, nominalmente nada más, al Imperio, y fera limítrofe de los dominios de San Luis, rey de Francia, en cuya protección confiaba el papa. Era, pues, ciudad segura y a propósito para un concilio ecuménico que resolviese los graves problemas que tenía planteados la cristiandad. 2. El concilio ecuménico de Lyón.—Por una bula del 3 de enero de 1245 se invitaba a todos los prelados, reyes y príncipes, incluso a Federico II, a venir a Lyón o mandar sus representantes con vista a un concilio general que se abriría en la fiesta de San Juan Bautista. Federico envió al más hábil y discreto orador de sus consejeros, T a d e o de Sessa, con el encargo de querellarse de-la conducta ilegal de Inocencio I V y d'e apelar a Dios, al futuro papa, al concilio ecuménico, a los reyes cristianos. En la reunión preliminar, celebrada el 26 de junio en fcl monasterio de San Justo, se hallaron presentes tres patriarcas: el de Constantinopla, el de Antioquía y el d'e Aquileya; 18 arzobispos y 140 obispos, principalmente españoles y franceses, número que fué creciendo en los días siguientes hasta llegar, según la crónica d'e Erfurt, a 240 13 . Allí estaban también el emperador Balduino de Constantinopla, el conde de Toulouse y los a b a j a d o r e s de los reyes. Tadeo de Sessa prometió, en nombre de su señor, combatir enérgicamente a los tártaros, a los musulmanes y a todos lo s enemigos de la Iglesia, mejorar la situación de Palestina y restituir a la Santa Sede todos los territorios que se le habían arrebatado. Bellas palabras—respondió el papa—qute, jamás ser án cumplidas. Ahora que la segur está puesta a la raíz, no MGH, Script.
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servirán sino para engañar al concilio, disolverlo y dejar para más tarde la sanción w . Tadeo se calló tristemente. La primera s'esión propiamente dicha se tuvo el 28 de junio en la catedral. Terminada la misa, sentóse Inocencio IV en el trono, teniendo a su derecha al emperador de Constantinopla y a su izquierda a varios príncipes seglares. Entonó el Veni Creator Spiritus y pronunció un elocuente sermón sobre los cinco dolores, o las cinco llagas, que afligían al papa y a la cristiandad: 1) Los pecados de los prelados y de sus súbdifos. 2) La insolencia de los infieles era Tierra Santa. 3) El cisma de los griegos y la situación apurada del Imperio latino de Consr tantinopla. 4) Las terribles devastaciones de los tártaros en Hungría. 5)' La persecución del emperador Federico contra la Iglesia. El último punto lo desarrolló largamente, enumerando por menudo los crímenes, traiciones, imposturas y vida sensual y escandalosa del monarca, en tal forma, qu'e los oyentes quedaron profundamente conmovidos y el mismo papa tuvo que interrumpir varias veces su discurso por la fuerza de las lágrimas y de los sollozos. Entonces se alzó impertérrito Tadeo de Sessa y emprendió con argumentos y con documentos la defensa de su señor: explicó algunas de las acusaciones, excusó otras d e modo pocp SEitisfactorio; hizo recaer sobie la Santa Sede la culpa de ciertas acciones y perjurios de Federico y suplicó que esperase el concilio algún tiempo hasta que el emperador viniese personalmente a defenderse por sí mismo. "De ningún modo—exclamó Inocencio—; temo los lazos que con dificultad evité. Si viene, yo me marcho. Todavía no deseo derramar la sangre, ni me siento preparado para el martirio o. para la cárcel". A instancias de los representantes de Francia, y principalmente de los de Inglaterra, s'e le concedieron a T a - ' deo dos semanas para que informase a su señor y le invitase a venir; pero Federico no creyó prudente presentarse en él concilio, con lo que muchos se apartaron de su causa. En la segunda sesión (5 de julio) habló un obispo del sur de Italia refiriendo la vida ignominiosa de Federico desde su< juventud y cómo su intención era reducir al clero a la pobreza, de la Iglesia primitiva. Alzaron luego su voz los arzobispos d¿ Tarragona y de Compostela, animando al papa a proceder con'; tra t i emperador y prometiendo que "todos los prelados de: España, que tan magnifica y generalmente más que cualquier " Las principales fuentes para el estudio del concilio LugdU' nense aon un tratado anónimo, titulado Brevis nota eorum Q'uayj in primo concilio Lugdunensi generan gesta sunt (MANSI, Sacrón rum conciliorum... 23, 610-613) y la Historia Anglorum de MateO Paris (los fragm. relativos al concilio, en MANSI, 23, 633-647).
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otra nación habían concurrido al concilio, ayudarían al papa con sus personas y sus cosas" 1S . Respondió Tadeo de Sessa al italiano con injurias personales, y a los arzobispos españoles diciendo que como extranjeros no podían darse cuenta de la situación, y como sacerdotes, no debían aconsejar la guerra, sino la paz. En la tercera sesión (17 de julio) se dieron algunos decretos sobre la forma de los juicios eclesiásticos, sobre la conservación de los bienes de cada iglesia, sobre el modo de ayudar al Imperio de Constantinopla y a Tierra Santa, sobre el modo de defenderse contra los tártaros que han invadido Rusia, P o lonia y Hungría, sobre la Cruzada, sobre apelaciones, elecciones y abuso de las penas eclesiásticas. 3. Anatema solemne contra Federico II.—Viendo Tadeo de Sessa que 'el papa trataba de condenar al emperador, hizo un último esfuerzo, derrochando apasionada elocuencia en pro de Federico; se adelantó a declarar que la sentencia condenatoria sería nula, porqu'e nula había sido la convocación del concilio ecuménico; apeló, finalmente, al futuro concilio y al futuro papa y a los príncipes y prelados. . Inocencio I V le refutó en breves términos,, y luego con p a labras que parecían rayos, según escribe Mateo Paris, fulminó la Sententia contra Federicctm Imperatorem, después de hacer una recapitulación de todas las imputaciones, las cuales redujo a cuatro capítulos fundamentales: "Porque perjuró muchas veces (quebrantando los juramentos hechos a los papas); violó temerariamente la paz establecida entre la Iglesia y el Imperio; perpetró también sacrilegio, haciendo apr'esar algunos cardenales de la Santa Romana Iglesia y otros prelados y clérigos, tanto religiosos como seculares, que venían al concilio convocado por nuestro predecesor; y es sospechoso d'e herejía, no •• con indicios leves .y dudosos, &"no graves y evidentes". Se extiende Inocencio en este último capítulo recordando • las relaciones de Federico con los musulmanes, y acumula ai fin una serie de excesos nefandos, como las tiranías cometidas Por el monarca en su reino de Sicilia. P o r todo lo cual, como Vicario de Jesucristo y sucesor de San Pedro, declara a Federico príncipe indigno, incapaz de reinar por sus muchas iniquidades, depuesto y privado, por ley de Dios y por sentencia a Postólica, de todo honor y dignidad; cuantos le prestaron ju^.... yamento de fidelidad quedan desligados para siempre de tal juramento; y manda, bajo pena de excomunión, que en adelante •• nadie- le mire, le obedezca o preste favor o consejo como a emi . Perador o rey; los electores del Imperio elijan librem'ente un ^ s u c e s o r y el papa proveerá del reino de Sicilia116. *
MANSI, Sacrorum conciliorum... 23, 612: MGH, Leges II, 263. MANSI, ,ibid. 23, 613-61U; Registrum InnocentU IV: MGH, '***. «. xiTI II, 88-94.
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Todos los Padres del concilio apagaron sus hachas, volviéndolas contra el su'elo. El terror de la escena dejó estupefacto a Tadeo de Sessa, que, golpeándose el pecho, exclamó, según cuenta Mateo París: Dies ista, dies ¿rae, calamitatis eí miseriae. El concilio XIII d'e los ecuménicos (Lugdunense I) habia terminado. •4. Polémicas y teorías*—El contraataque de Federico no se hizo esperar. Bajo la inspiración de Pier della Vigna dirigió en seguida a lo's príncipes y magnates de Europa una Encyclica contra depositionis sententiam, dándoles cuenta, a su manera, d'e lo ocurrido. Empezaba reconociendo que el papa goza de poder omnímodo en las cosas espirituales y religiosas, mas no en las temporales y políticas. Ninguna ley humana ni divina le concede la potestad de cambiar los imperios o de juzgar a reyes y príncipes, privándolos d'e sus coronas. El proceso que ha entablado contra nosotros es injusto e ilegal; dice que nos condena por crímenes notorios, pero a ningún juez le basta decir que el crimen es notorio para condenar sin más al reo. Los testigos . que han actuado—un obispo italiano y dos españoles—son del todo incompetentes; nuestros procuradores fueron considerados ilegítimos, y se dictó sentencia en ausencia del acusado, por lo cual el proceso resultaba inválido. E s ridículo dar una ley contra aquel "qui legibus ómnibus imperialiter est solutus". A él no puede llamársele hereje, pufes'; admite y cree todo el símbolo de la fe. Ha sido conculcada injustamente la autoridad imperial; testad alerta, porque esto no es más que el principio, y del emperador se pasará' a los reyes.; Defendiendo, pues, nuestra causa, defenderéis la vuestra" aLa siembra de tales ideas, contrarias a la potestad del papa; en asuntos temporales, causó un daño incalculable, no precisa-; menté a Inocencio IV, sino a todo el Pontificado; sus efectos se notarán más tarde en las controversias de Felipe el Hermoso; (Flotte, Nogaret) con Bonifacio VIII y de Luis de Baviera,(Ockham, Marsilio de Padua) con Juan XXII. Esta circular imperial obrará como un barreno de dinamita e n las entrañas pétreas de la Edad Media. N o contento Federico con esta ofensiva doctrinal y moral,; inició una activa campaña diplomática y militar. El conde de Saboya le permitiría pasar los Alpes 'y con tropas de la alta Italia llegaría hasta Lyón para prender al papa. Engañábasepensando que Luis IX de Francia se pondría de su parte, por* que si bien el santo rey, en su deseo de mantenerse neutral, seguía dando a Federico el título de emperador, no podía tole rar que el Vicario de Cristo sufriera violencia de nadie y aS se lo comunicó al papa, asegurándole contra cualquier ataqu. de Alemania o de Italia. Inocencio, en afectuosas cartas, agf3 "
MGH, Leges secfc. IV, t 2, 361-366.
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deció al rey y a su madre doña Blanca de Castilla la decisión de venir a ayudarle con sus p'ersonas y con su ejército, si era preciso. P o r entonces la situación de Federico en Italia empezó a ser crítica. El papa no tenía nada que temer. En carta al capítulo general de los cistercienses sostuvo Inocencio I V la legalidad del proceso contra el emperador lB , pero mucho más solemnemente explicó su conducta en la circuílar, a todos los reyes y principes cristianos de fines de mareo de 1246 l 9 . "La noble esposa del Cordero—decía el papa—misteriosamente formada en el costado del que en la cruz quedó dormido, dotada de perlas incomparables y consagrada por su sangre vivificante, se eleva con justo título por encima de todos los príncipes de la tierra. La Santa Madre Iglesia católica .impera en todos los lugares del mundo, pues en todos los climas reina y domina su noble Esposo Jesucristo, por el cual reinan los reyes y de quien procede toda potestad. Atacar a la Iglesia es atacar al autor mismo de la salvación. Todo hombre sensato puede advertir qué espíritu le anima a este hijo de perdición, a este precursor del anticristo, monstruo de iniquidad respecto de la Iglesia, que le ha criado y educado desde su infancia, el cual en las cartas que os ha escrito, ¡oh reyes y príncipes!, ha imitado el endurecimiento de Faraón. Pretende que hemos obrado contra sus derechos, como si la Iglesia n o tuviera el derecho de juzgar en lo espiritual .de las cosas teme porales. Federico ha atacado a Cristo al atacar a Pedro y a sus sucesores. V e d ahora si los crímenes contra la Iglesia pueden quedar impunes. El que maldice a su padre o a su madre merece la muerte. Tomad, pues, las armas para castigar, n o para defender, al que ha sido privado de la bendición materna por haber perseguido a su Madre". (i. Sabemos que Inocencio I V compuso además un opúsculo r ] sobre la jurisdicción del Imperio y la autoridad pontificia", que quiso titular Apologéticas. N o sin razón Huillard-Bréholles lo identifica con el tratado Aeger cui lenia, publicado por H o tle r so ^ H J r e £ u í a j a s jjggg j g Federico y ¿e s u ministro Pier della Vigna, estableciendo que él Vicario de Cristo ejerce, una delegación general (legatio generalis) . del Rey de reyes, que dio al príncipe de los apóstoles la plenitud del poder de atar y desatar en la tierra non solum quemcumque, sed quidcumque. ~* el sacerdocio de la antigua ley podía transferir la realeza *
A. HÜILLARD-BR&HOLES, Historia
diplomática
t. 6, 346.
„,,, 1 . I 'a encíclica Agni Sponsa nobilis no se halla en el Registro WWicado Por MGH, sino en A. HUILLARD-BRÉHOLLES, t. 6, 395-399. ' IV C HOFLER, Albert von Behan und Regesten Papst Innoen tfB > b 1847 "Bibliothek des literarischen véreins in Stuttgart" ¡A*, ' > P- 86-92. Un breve análisis de sus ideas ofrece •^ANN.. inn0Cqnt
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Historia de ¡.a Iglesia 2
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de un sujeto a otro, con cuánta más razón tendrán este poder los herederos del sacerdocio de Cristo. Puede, pues, el Romano Pontífice, por lo menos 'en ciertos casos (saltem casualüer), ejercer su jurisdicción pontificia sobre cualquier cristiano, máxime ratione peccati, puede ordenar que un pecador sea ten'.do por étnico y publicano, extraño al cuerpo místico dfe los fieles y privado, al menos consiguientemente, de cualquier poder temporal, pues fuera.de la Iglesia no hay potestad legítima. Se dirá: ¿pero fel poder temporal del papa no radica en la donación de Constantino? En modo alguno. Existía y a anteriormente en los pontífices naíuraliícr et potentialiter; más bien que donación, fué la de Constantino una restitución. La Iglesia posee las dos espadas, la espiritual y la temporal, aunque de ésta no use directamente el papa sino por mano del emperador. 5. Guerra a muerte.—Obedeciendo al papa, los príncipes alemanes ofrecieron la corona al landgrave de Turingia Enrique Raspe (22 de mayo 1246), quien al poco tiempo alcanzó una gran victoria, junto a Francfurt, sobre Conrado, hijo de Federico. La Cruzada promulgada por Inocencio I V contra Federico, y predicada por franciscanos y dominicos con las mis- ? mas indulgencias que la de Palestina, se iniciaba con buenos ' auspicios, cuando de pronto a Enriqufe Raspe le sobrevino la muerte (16 de febrero 1247), siendo reemplazado por el conde ; Guillermo de Holanda, que prosiguió la guerra civil contra Con- • rado, aunque gozaba en Alemania de fescasa autoridad. La necesidad del papa de recaudar grandes sumas de diñe- ;ro para la guerra le obligó a exigir censos e imponer tributos,, a los clérigos que postían beneficios en Italia, en Francia, en . Polonia, en Alemania; y no sólo a los obispos que quería atraer i a su partido, sino al mismo candidato imperial les concedió la décima parte de los frutos eclesiásticos por un año. D e aquí se originaron n o pocos abusos, que dieron a la lucha un funesto color económico, como si sfe tratara principalmente de interesesterrenos. " • Dos veces se acercó Federico, por mediación de Luis IX,al papa buscando una reconciliación y prometiendo para ello el ; emprender una Cruzada, el. conquistar todo el antiguo reino dél Jerusalén y—si hemos de creer a Mateo París—el renunciar a v la corona imperial en favor de su hijo. Esto tercero no parece; cierto que lo prometiera nunca, y en cuanto a los otros dos¿ puntos, ¿quién se iba a fiar de quien tantas veces había jurado lo mismo? Si la guerra ensangrentaba los campos germánicos, otro tan, to sucedía en los de Italia. Güelfos y gibelinos peleaban t n t , sí con más saña que nunca 121 . Y los batallones sarracenos 'd'„ " Los. dos partidos de güelfos y gibelinos puede decirse qu. entran en la Historia en 1216, como consecuencia de la rivalid-;l
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Olí
la ciudad de Lucera, conducidos por Federico o por su hijo Enzio, pasaban por la península como una jauría de lobos. En Sicilia muchos de los antiguos partidarios del emperador le abandonaban. Para auxiliar a los insurrectos de Apulia vino el cardenal de Albano con un ejército, mas no logró evitar la catástrofe de los partidarios del papa. La fortaleza de Capaccio sucumbió • el 18 de julio de 1246 y fué entregada a las llamas mientras a sus defensores les arrancaban los ojos y les cortaban las manos, pies, orejas y nariz. En cambio, frente a los muros de Parma comenzó a declinar la estrella de Federico.. Dirigidos por un sobrino del papa, los güelfos de aquella ciudad lograron imponerse y arrojar a los gibelinos. Súpolo el emperador, y, no queriendo perder esta magnifica plaza, -vino con poderoso ejército a ponerles sitio, construyendo enfrente una ciudad de barracas, a la que dio el nombre de Victoria. Más de siete meses duraba 'el asedio, cuao: do de repente, el 18 de febrero de 1248, irrumpieron los par% mésanos con violento ímpetu sobre los sitiadores, prendiendo fuego a los campamentos y barracas y cogieron tres mil prisioneros y rico botín; entre otras cosas, la corona y el sello imperial. En el combate murió T a d e o d e Sessa. Federico huyó a Cremona, y al año siguiente, encomendando a su hijo Enzio la ; campaña de Lonibardía, se dirigió personalmente al sur-, donde se enfureció con los frailes mendicantes que predicaban ardorosamente la Cruzada contra él. 6. Ocaso del tirano.—Al llegar a Ñapóles tuvo noticia de , que Enzio había caído prisionero d e los bolo&eses en la batay lucha entre dos grandes familias de Florencia: la de Buon. délmonte y la de Arriglii, partidaria aquélla del candidato impel a ! gibelino (Federico II) y ésta del güelfo (Otón de Brunswick), parece que su origen data, en Alemania, del siglo xri. Al ex: ¡¡inguirse la dinastía de Franeonia"' por la muerte de Enrique V ( (1125), el duque de Baviera Welf (o Güelfo), con los suyos, se ¡ Puso de parte de Lotario de Suplimburgo, mientras que de la r Parte contraria aspiraba al trono Conrado de Suabia (Hohens1 j-aufen), señor del castillo de Waibling, en latin G-uaXbeUnga, de "onde los italianos formaron el derivado gibelino. Los gibelinos finieron a significar los del partido imperialista, qué querían * l Papa sometido en lo temporal al emperador y ambicionaban ra Py¡ éste una monarquía universal, mientras los güelfos, menos J^yperi alistas o menos absolutistas, aspiraban a una concordia e i emperador con el papa, según el concordato de Worms, y conü 1 ; n . *B mas libertad a las ciudades italianas. Trasplantadas a • iftv¿rlai a ei sí st ta as yd o s banderías, representaban los gibelinos el partido ^ H germánico; los güelfos, el partido popular y papal. "'d(Ts ^ t a l i a estaba dividida; habia ciudades gibelinas y ciuda,r- .güelfas, y en cada ciudad surgían familias güelfas contra >ú.,muias gibelinas, haciéndose continua guerra durante los si¡ P * « XIH y XIV. ,
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Ha de Fossalta (26 de mayo 1249). Hizo lo posible por libertarlo, pero inútilmente: veintitrés años permaneció el infeliz1 príncipe en la cárcel, hasta que murió 'en 1272. Las defecciones que cada día experimentaba exasperaron su ¡ ánimo cruel. Cometió ferocidades inhumanas, no sólo contra los frailes y contra los obispos, algunos de los cuates, como el í¡J de Arezzo, fueron bárbaramente degollados, sino aun contra las • mujeres y niños de sus adversarios. Y con la crueldad aumentó su suspicacia, hasta el punto de mandar arrancar los ojos a su * mismo canciller y logoteta de Sicilia Pier della Vigna, acusado í de haber querido emponzoñar una bebida del emperador. Aquel agudo teórico de las ideas imperialistas y mordaz escritor con-;. tra la Santa Sede parece que en el calabozo se suicidó desesperado. Poco después llegaba a su desenlace esta tragedia con la * muerte de su protagonista. El 13 de diciembre de 1250, en Fiorentino de la Apulia, víctima de la disentería, moría Federico II1:: cristianamente, después de recibir los santos sacramentos. Esto 1 ¡ prueba que en el fondo nunca había perdido la fe, a pesar dé 1 ' ciertos alardes de indiferencia y aun de irreligiosidad. Dante, • sin embargo, lo condenó al infierno. \ N o había cumplido cincuenta y seis años. En su testamento \ dejaba por heredero del Imperio y de Sicilia a su hijo Conrado, J y en caso de faltar éste, a su otro hijo Enrique, niño aún, tenido de su última mujer Isabel de Inglaterra; y si éste muriese , sin sucesión, al bastardo Manfredo. El artículo 17 decía: "ítem," mandamos que a la santa Iglesia romana, nuestra madre, se le í restituyan todos sus derechos, dejando a salvo en todo y por ; todo el derecho y el honor del Imperio y de nuestros herederos y de nuestros vasallos, con tal que la misma Iglesia restituya'•' los derechos del Imperio" 'za. Parece mentira que Federico II sea contemporáneo dej Luis IX. Por su mentalidad y conducta representa el rey fran«;', cés la Edad Media; el emperador, la Edad Nueva. En aquel í. siglo en que algunos papas, inspirados por lo que se ha llamado t; "agustinismo político", aspiraban a que el Estado, dentro de l a ' Civitas Dei, se supeditase perfectamente a la Iglesia, Federico, l> llevado de un cesaropapismo heredado de sus mayores, se era-¿ peñaba en absorber a la Iglesia dentro del Estado. Las conse¡-.;' cuencias fueron perjudiciales para ambos. -* En los últimos años de su vida trabajó el emperador por llevar a la práctica la tendencia reformista, predicada por Ar-| naldo de Brescia y por el grupo de los espirituales, de despojan a la Iglesia y a los eclesiásticos de todos sus bienes terrenos^ para reducirlos a la pobreza y santidad primitiva. • Las grandes cualidades naturales de que se hallaba dotado.'* 33
MGH, Leges sect. IV, t. 2. 387.
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este monarca son innegables. C o n todo, hay que decir que fra,casó miserablemente. Se equivocó muchas veces en el empleo de los medios para llevar a cabo su política antieclesiástica. Ya el cronista Salimbene se puso a enumerar los "infortunios" o errores de Federico, cuya equivocación fundamental consistió en haber desconocido el inmenso poder moral que todavía conservaba el Pontificado. 7. Los sucesores de Federico H.—A la muerte de su terrible enemigó creyó Inocencio que el horizonte se despejaba y cantó jubilosamente un himno de victoria. Sin embargo, todavía quedaban los hijos de Federico, que le darían mucha guerra; Conrado IV, con sus aspiraciones al trono de Alemania, y Manfredo, con el reino de Sicilia, del que había tomado posesión apenas, muerto su padre. El papa encargó a un fraile dominico predicar la Cruzada en Alemania contra • Conrado; y cuando Guillermo de Holanda vino a Lyón en 1251 y celebró la Pascua con Inocencio IV, éste le confirmó solemnemente el título de rey de romanos. El 19 de abril dejó el Sumo Pontífice aquella ciudad, que durante seis años y medio había sido su residencia, y regresó a Italia; pasó por Genova, visitó Milán, Brescia, Mantua, Bolonia y se detuvo en Perusa y Asís hasta 1253, no entrando en Roma hasta el 6 de octubre. Era su principal preocupación el reino de las Dos Sicilias, feudo de la Santa Sede, que pensaba arrancar de las manos de los hijos de Federico. Varias ciudades importantes, como Ñapóles y Capua, manifestaban deseos de hacer la paz con el papa. Pero Conrado, bajando de Alemania a principios de 1252, vino en ayuda de su hermano Manfredo y consolidó su situación, si bien la concordia entre ambos no era firme. Inocencio IV se afanó por encontrar un rey a quien enfeudar el reino siciliano; mas ni Carlos de Anjou, hermano de San Luis, ni Ricardo' de Cornualles, ni el príncipe Edmundo de Inglaterra quisieron aventurarse en la empresa. D e Conrado recibía el pontífice las mismas quejas que de su padre. Citóle a Roma para que le rindiera cuentas de su deslealtad y protervia; y no habiendo comparecido, el día de Jueves Santo (9 de abril 1254) lo declaró excomulgado. Poco después, el 21 de mayo, en la ciudad de Amalfi murió Conrado IV de unas fiebres malignas, a los veintiséis años de edad, dejando en Baviera un niño, a quien llamaron Conradino. Y cosa notable: al morir ponía a su hijo Conradino bajo la tutela y Protección del papa. La política de Inocencio dio entonces un brusco viraje. Aceptó la tutela del hijo y nieto de sus perseguidores y le reconoció al niño Conradino como rey de Sicilia, rey dte Jerusalén y duque de S¡úabia. Y a tenemos al nietecito de Federico II bajo
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la tutoría de Inocencio IV, como lo había estado su abuelo bajo Inocencio III. A Manfredo le conctedió el título de príncipe de Tarento y vicario de la Santa Sede para el reino de Sicilia, que era como hacerle regente "durante la menor edad de Conradino. M'anfrfedo prestó obediencia al papa, mas luego se indispuso con él y ianzó un ataque contra las tropas pontificias de Foggia, resultando vencedor. Cinco días después, el 17 d e diciembre de 1254, fallecía en Ñapóles Inocencio IV. Fué, indudablemente, un gran pontífice, hábil diplomático, carácter entero, de voluntad inflexible y tenaz, de inteligencia clara y de un altísimo concepto de su dignidad pontificia. Triunfó del más formidable adversario d e la Santa Sede en mom'entos peligrosísimos, y no fué una victoria meramente personal sobre Federico II, sino sobre la entera dinastía de los Hohenstaufen, "raza de víboras", que tanto había molestado y perseguido a la Iglesia romana y que a la muerte de Inocencio I V podía decirse que se hallaba pisoteada y destruida. Con todo, es preciso confesar que ese meterse en todos los negocios políticos de Europa, aunque en realidad fuese por fines religiosos y para salvaguardar la libertad eclesiástica, iba también, mezclado con intereses temporales que, aunque justos, restaban algo de idealismo y espiritualidad a la acción del pontífice; con lo cual—sobre todo si se añaden los fuertes tributos que tuvo que imponer por causa d e su continua ausencia de sus Estados—fué perdiendo un poco del prestigio y del afecto que el Vicario de Cristo disfrutaba en toda la cristiandad. Su larga permanencia en Lyón nos hace pensar en la traslación d e la curia pontificia a Avignon medio siglo después. Añadamos, p a r a terminar, que Inocencio I V mostró sentimientos de humanidad superiores a los d e muchos de sus contemporáneos, reprimiendo los abusos que a veces se cometían en la persecución de los herejes y sobre todo protegiendo a los judíos, ferozmente hostigados en el sur de Francia. E n este pontificado los caballeros teutónicos acabaron con los últimos restos del paganismo en Prusia, Livonia, Estonia, y fué Inocencio I V quien organizó la jerarquía eclesiástica de aquellos países, creando las diócesis de Culm, Pomerania, E r meland y Sameland. También entabló relaciones con D a n i e l principe d e Kiel, y envió embajadores a los tártaros en orden a su conversión, aunque con poco resultado. III.
SAN LUIS Y LA CRUZADA DE EGIPTO
1. Semblanza de San Luis.—Inocencio I V tuvo la suerte de ver en Francia al mejor de los reyes, a cuya sombra tuvo ' que ampararse en los momentos más críticos de su pontificado. Luis I X , hijo d e Luis V I I I y d e aquella mujer extraordinaria
que se llamó Blanca de Castilla, n o s ofrece, como su primo San Fernando, uno de los tipos más puros y elevados del caballero cristiano. Físicamente nos lo describe fray Salimben'e, que lo conoció en 1248, en estos términos: " E r a el rey delgado y fino', bastante flaco y esbelto; tenía un semblante angélico y una cara agraciada" M . Moralmente n o tenía n a d a d e femenino y blando. E r a enérgico, valeroso y justiciero. La justicia, a veces ruda y severísima, y el valor caballeresco, juntamente con la probidad y cordura—lo que más deseaba ser era •pvmXhomsme:, palabra q u e le llenaba la boca al pronunciarla—, constituían sus rasgos característicos. Aun respecto d e su mujer y de sus hijos era seco y austero. v Recibió d e su madre una educación severa y piadosa. P o r su voluntad hubiera abdicado el trono para encerrarse en un convento. Reverenciaba a los religiosos; favoreció especialmente a los franciscanos y dominicos; conversó con San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino; visitaba con gusto los.monasterios y hacía oración como un monje. Sus consejeros eran: "el famoso fundador de la Sorbona, Roberto d e Sortón; el obispo de París, Guillermo d'Auvergne, y Guido Foulquois, futuro papa Clemente IV. Contra los blasfemos, herejes y judíos provocativos dictaba castigos tan terribles que h o y parecen crueldades. P a r a los e n fermos, en cambio, y p a r a los pobres e r a todo caridad y generosidad, humillándose a servirles y agasajarles. Sentía pena de no amar bastante a Cristo crucificado y de n o sufrir bastante por El. E n la guerra era un magnífica soldado. Vivió siempre con la vista clavada en el Santo Sepulcro, y murió murmurando: "Jemisalén". ' Había fracasado, o poco menos, la Cruzada d e Teobaldo I V , conde d e Champagne y rey d e N a v a r r a , emprendida en 12391240. Tampoco la de Ricardo de CornuaMles, en 1240-1241, había obtenido otra cosa que la liberación d e algunos centenares de prisioneros. Ocurrió en 1244 la pérdida d e jerusalén, y fué S a n Luis d e Francia el único príncipe que, ardiendo en santo coraje, se c o sió la cruz en el hombro y empuñó la espada. E n el concilio 23 Chronica Fratris Salimbene, en MGH, Script. 32, 222. La ^lejor fuente para conocer a San Luis la tenemos en las memorias de su íntimo amigo, senescal y gran maestre de la casa de Champagne, JUAN DE JOTNVÍLLEJ Le Uvre des saintes paroles et dns bonnes actions de Saint Lowls, ed. N. de Wailly (París 1874), Publijo. también en BOUQUET, 20, 191-304. Tiene su valor: GAUFRIDO D o BBAIJLIEU (confesor del santo rey), Vita et sancta conversatio Ludovici regís, en BOUQUE-EJ 20, 3-27; GUILLERMO DE CHARTRES, Vita et miracula, ibíd. 20, 28-44; GUILLERMO DE NANGIS, Gesta Ludovi«* IX, ibíd. 20, 309-465, y en MGH, Script. 26, 632-667, y GUILLERMO D
E SAINT PATHUS, Vie d,e Monseigneur
sborde (París 1899),
Saint-Loys,
ed, H, ¥\ De-
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de Lyón habló Inocencio IV de las cinco llagas de la Iglesia,; una de las cuales era la invasión de los mogoles o tártaros y • otra la pérdida de perusalén. • ¿Qué había sucedido en Oriente? Gengis-TChan o Temudjin, el gran conquistador mogol, uno de los guerreros más formida- i bles de la Historia, murió en 1227, después de haber sometido;' a su cetro de hierro todo el centro del Asia, conquistado el in- ' menso imperio de la China y sojuzgado el Imperio turco de' ; Kharezm, rival del califato áe Bagdad. Dos de sus generales, partiendo de Samarcanda, llegaron al Volga, se adueñaron de Moscú y de Kiew y en 1240 se asomaron a la llanura húngara. M u y pronto su veloz caballería, vencidos todos los obstáculos, pisaba las playas del Adriático. Afortunadamente esta marfea que amenazaba sumergir a Europa se replegó hacia su centro natural, que era el Asia, contentándose con guardar para sí so- •/ lamente Rusia. Efecto dfe este empuje hacia Occidente fué que 10.000 kharezmitas, huyendo de los mogoles, vinieran a ponerse al serví- • ció del sultán de Egipto y en septiembre de 1244 arrebatasen la ciudad de J'erusalén a los cristianos. Conmovido el papa Inocencio IV, exhorto a los reyes y pueblos en el concilio Lugdunense a tomar la cruz, asignó a la Cruzada la vigésima parte de las rentas eclesiásticas y prohibió los torneos cruentos. Sólo el monarca francés fescuchó la voz • del Vicario de Cristo. 2. Triunfos y fracasos.—Luis IX, lleno de fe, se entrevista • con el papá en Cluny (noviembre de 1245), y mientras Inocen- :• ció I V envía embajadas de paz a los tártaro-mogoles, el rey apresta una bufena flota contra los turcos. El 12 de junio de 1248 sale de París para embarcarse en Marsella. Le siguen sus tres ; hermanos, Carlos de Anjou, Alfonso de Poitiers y Roberto de Artois, con el duque de Bretaña, el conde de Flandes y otros caballeros, obispos, etc. El 17 de septiembre los hallamos en Chipre, sitio de concen- ••' tración de los cruzados. Allí pasan el invierno; y el 15 de mayo de 1249, con refuerzos traídos por el duque de Borgoña y por '.\ el conde de Salisbury, se entunaban hacia Egipto. "Con el es- ;: cudo al cuello y el yelmo en la cabeza, la lanza en el puño y I el agua hasta el sobaco", San Luis, saltando de la nave, arre- ¡ metió contra los sarracenos. Pronto era dueño de Damieta (7 de junio 1249). Pero no había contado con la crecida del Nilo, y hubo dfe aguardar muchos meses en la inacción, con perjuicio , de la disciplina militar. En vez de atacar a Alejandría, deter- ; minó internarse y avanzar contra El Cairo (Babilonia). Lavan»- ¡ guardia, mandada por el conde Roberto de Artois, se adelantó. temerariamente por las calles dfe Mansurah, siendo aniquilada, ? a excepción del gran maestre de los templarios, que se salvo/ con 200 caballeros (8 de febrero 1250). E n durísima batalla.;
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vino a quedar fel campo por San Luis, pe«> un nuevo ataque del sultán les cortó a los cristianos las comunicaciones con el puerto de Damieta. El hambre comenzó a hacer estragos en el ejército. Cuando trataban de regresar a Damieta s'e vieron de nuevo sorprendidos por los sarracenos, que degollaron a muchísimos cristianos, cogiendo preso al monarca, a su hermano Carlos de Anjou y a Alfonso de Poitiers y a los principales caballeros (6 de abril). Por su rescate hubo de pagar el rey d e Francia la inmensa suma de 167.103 libras tornesas (la mitad de lo convenido en un principio) y entregar la ciudad de Damieta. El 13 de mayo desembarcaba en San Juan de Acre con los restos de su ejército y con la esp'eranza de continuar la Cruza- . da en recibiendo refuerzos de Europa. Cuatro años se quedó el santo en Palestina, fortificando las últimas plazas cristiana?, San Juan de Acre, Azoto (Arsut), Cesárea, Jafa y Sidón, y p*e'. regrinando con profunda y tiernísima devoción a los áantos lugares de Nazaret, Monte Tabor y Cana. Sólo en 1254, cuando ' supo la muerte de su madre doña Blanca, se decidió a volver 2 a Francia *. 44 Mientras San Luis se hallaba en Palestina surgió. en el sur de Bélgica y norte de Francia el movimiento revolucionario de los pastorcülos con aire de cruzada. Un tal Jacobo, de unos sesenta años de edad, de aspecto reverendo, que decía haber sido monje cisterciense en Hungría, y que hablaba corrientemente el latin, el alemán y el francés, se presentó en el norte de Francia anunciando de parte de la "Virgen María una Cruzada" compuesta de pastores. Ya que los nobles nada conseguían, estaba reservada a los pobres la liberación de Tierra Santa, adonde ellos pasarían por el mar, como los israelitas, a pie enjuto. Pronto se le juntaron millares de pastorcülos y aldeanos, con otros muchos vagabundos y gente de ínfima ralea. Saqueaban los pueblos, atacaban a los nobles y ricos y mucho toas a los obispos y a toda la jerarquía; predicaban a su manera el Evangelio y ejercían diversas funciones y ritos sagrados. El 3efe, Jacobo, seguido de unos 30.000 pastorcülos, fué bien recibido en Amiéns en la primavera de 1251. De alli unos pasaron a Rouen, otros a París. -La reina doña Blanca, creyendo que se trataba de verdaderos cruzados, les abrió las puertas de París y trató honoríficamente a su jefe; mas cuando vio los excesos de éste, los crímenes de sus secuaces y la furia antieclesiástica de todos ellos, se decidió a reprimirlos por la fuerza. También en Tours cometieron muchos desafueros y crueldades. Y lo mismo ocurrió e & Orleáns, adonde entraron el mes de junio. En Bourges y otras ciudades, los habitantes se alzaron contra los pastorcülos, y en Villeneuve-sur-Cher un carnicero mató al jefe, Jacobo, de un hachazo. De sus secuaces, esparcidos por gran parte de Francia, unos íueron presos, otros ahorcados y algunos pocos se embarcaron para Oriente. Refiere el cronista Mateo Paris que un tal ?Uh weham apareció en Inglaterra y reunió en torno de sí unos ° Q pastorcülos y campesinos, pero la gente se alzó contra ellos ^ a c a b a r o n mal. Cf. TILLEMO:«T. Vie de Saint Louis (París 1848) ¿í*. 429-439; y R. ROERICHT, Die Pastoréllen (1251), en "Zeitschrift *«r Kirchengeschichte" 6 (1883) 290-296, con la enumeración de t*s crónicas que de ello tratan (p. 291 nota 1).
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PAPAS Y EL IMPERIO
1. Alejandro I V (1254-1261). La cuestión siciliana y el interregno imperial» — El 7 de septiembre de 1254 regresaba Luis I X a París y a los dos mes^s moría el papa Inocencio IV, El hijo de los condes de" Segni, llamado a sucederle en el trono pontificio, tomó el nombre de Alejandro I V . Gregorio IX, su tío, le había elevado al cardenalato, y era varón pacífico y amabife, sin las dotes extraordinarias de sus antecesores. Fracasadas las negociaciones que entabló Manfredo con el nuevo papa, éste ofreció la corona d e Sicilia a Edmundo, hijo del rey de Inglaterra (9 d e abril 1255), mientras excomulgaba a Manfredo como a usurpador del reino. P e r o el bastardo hijo de Federico II derrotó a las tropas enviadas contra él y supo dominar y gobernar con experta mano política el reino siciliano. N o contento con el título de regente, hizo esparcir fel i rumor de que en Alemania había muerto el niño Conradino, en cuyo nombre él gobernaba, y el 11 de agosto de 1258 fué p r o - ' clamado y ungido rey en la catedral de Palermo. Esto era una violación de J o s derechos feudales del papa, quien solemne- b mente le excomulgó el 10 de abril de 1259. Las ambiciones de Manfredo no ste limitaban al sur d e Ita- : ; lia. Unido con los gibelinos de Florencia y de Siena venció en Montaperti, el 4 de septiembre de 1260, a los güelfos d e Tos-, cana, y cuando la Santa Sede predicó la Cruzada contra el-v impío y feroz Ezzelino de Romano, dueño de gran parte de la^ Italia septentrional, no dudó Manfredo en aliarse con los ene--,migos de aquel temible gibelino. Ezzelino murió en la prisión^ en octubre de 1259. D e los dos candidatos a la corona de Alemania, Conrado I V de Suabia falleció, según vimos, en 1254; antes de dos añosi (28 de entero 1256) desaparecía también Guillermo de Holanda-*. Y empezó el largo interregno, que durante casi veinte años s u ^ mió a Alemania en la anarquía, en un continuo estado de gue-: rra con sus desórdenes y desastrosas consecuencias morales..} M á s de 400 pequeños estados se dividen entonces el terri-' torio alemán, y muchas ciudades se declaran libres, alcanzando algunas notable prosperidad económica gracias a las asociación nes comerciales que por entonces surgen, como la Liga del Rhin. (Colonia, W o r m s , Maguncia...) y la más célebre de la Hansa,. que empezó por Lübeck y Hamburgo y contó pronto hasta s"; tenta ciudades. Ningún candidato se presentaba que tuviese voluntad fuerza para empuñar el cetro de Alemania y del Imperio. En* tonces tomó la iniciativa la República d e Pisa, bien conocid por su gibelinismo.
2. Candidatura de Alfonso el Sabio. — E l 18 de marzo de 1256 un embajador pisano se presentaba en Soria ofreciendo a Alfonso X de Castilla el nombramiento d e emperador "en nombre del Imperio romano y d e su pu'eblo". Esto parecía significar que los ciudadanos d e Pisa, como más tarde Dante, P e trarca y Cola de Rienzo, veían en Italia,, n o en Alemania, la sede natural y propia del Imperio. P o r otra partte, los písanos, al obrar así, no miraban más que a los intereses de Italia y procedían en forma ilegal contra las costumbres jurídicas establecidas desde antiguo. T a l vez en protesta, reunidos los príncipes alemanes en las Dietas de 28 d e junio y 8 d e septiembre de aquél mismo año, establecieron que el derecho de elección imperial competía exclusivamente a los arzobispos d e Maguncia, Colonia y Tréveris, juntamente con el conde palatino del Rhin, el duque de Sajonia, el imarqués de Brandeburgo y el rey de Bohemia. A este último le disputó algún tiempo el voto el duque d e Baviera. Al fijarse los písanos en Alfonso el Sabio habían tenido ten cuenta, más que sus dotes personales y su poder-político, el .parentesco que le unía con los Hohenstaufen, y a que su madre, Beatriz d e Suabia, era hija de Felipe d e Suabia y, por consiguiente, prima carnal d e Federico II. E l mismo papá Alejandro I V había escrito a los obispos y magnates suabos el 4 de febrero de 1255 exhortándolos a reconocer a Alfonso como duque de Suabia. E n septi'embre de 1256 la ciudad d e Marsella siguió el ejemplo d e Pisa. El Rey Sabio aceptó con entusiasmo la idea de ceñir la corona imperial, y a fin d e preparar el ánimo de los electores alemanes despachó en seguida, como embajador, al arcediano García Pérez, hombre habilidísimo y activo, bien provisto de doblones de oro. Con ricas dádivas y doradas promesas consiguió que el 1 de abril d e 1258 el arzobispo de Tréveris, el duque d e Sajonia, el marqués de Brandeburgo, con el consentimiento del rey de B o hemia, declarasen a Alfonso emperador electo en pr'esencia de los embajadores d e Bohemia, Hungría, Francia, Aragón, N a v a rra y Portugal. U n contrincante poderoso le había salido al rey castellano e n l a persona de Ricardo de Cornuailles, hijo del monarca inglés y cuñado de Federico II. Ricardo se había adelantado naciéndose elegir—mediante largas sumas de dinero—por los arzobispos de Colonia y de Maguncia y por el duque de Baviera (dieta de Francfurt, 13 de enero de 1257), a los que se agregó Olas tarde el rey Ottocar de Bohemia. M á s que Alemania, el teatro d e la lucha sería Italia, y especialmente la curia pontificia. Nadie podía ser emperador sin contar con el papa. Alejandro I V se inclinó primeramente d e ,1a parte d e Alfonso, después favoreció la causa del inglés. Lo
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único que le interesaba al Romano Pontífice era que no triun- i.-: fase la candidatura de Conradino, niño de cuatro años aún,. pero "de raza de víboras", como hijo de Conrado I V y nieto de Federico. Dejando sin rtesolver esta cuestión, como tantas otras, murió el devoto, benigno, austero e indeciso Alejandro I V en Viterbo el 25 de mayo d e 1261.
C. 8. " EL PONTIFICADO BAJO EL SIGNO DE FRANCIA
rey santo y amantísimo de la Iglesia como Luis IX. El paso dado por Inocencio IV, saliendo de Italia para establecerse en Lyón durante varios años y celebrar allí un gran concilio ecuménico, le hizo relacionarse más íntimamente con la dinastía francesa, de la que pensó ten servirse, principalmente en Sicilia, contra los Hohenstaufen. I.
CAPITULO El Pontificado
bajo
el signo
VIII de Francia *
En los graves conflictos que surgieron entre el Pontificado y tel Imperio después de la muerte de Inocencio III es natural que los papas se volviesen hacia el monarca francés buscando apoyo y protección, sobre todo desde que ciñó la corona un * FUENTES.—Los Registros de los papas" de este período han sido publicados en gran parte por la "Bibliothéque des Ecolea francaises d'Athones et Rorae": J. GUÍRAUD (Reg. de Urbano VI
y de Gregorio X ) ; E. JORDÁN (de Clemente IV); E. CADIBR (de
Juan XXI); J. GAY (de Nicolás I I I ) ; M. PROU (de Honorio IV); E. LANGLOIS (de Nicolás IV). Seguirá siendo de consulta imprescindible POTTT-IAST, RegesPi vont. rom. Las crónicas contemporáneas véanse citadas en "Realenzykl. f. protest. Th" (nombre • resp. de cada Pontífice). Tiene particular valor: TOLOMEO DE LUCCA, Historia ecclesiaMica; en MURATORI, Rerum ital. script. 11, 7531216; SABA MALASPINA, Rerum sicularum historia, en MURATORI, 8, 785-794; RICORDANO MALESPINI, Storia florentina, ibíd. 881-1028; en el mismo MURATORI, t. 3 a y b, se hallarán las vidas latinas de los papas de esta época. Para San Celestino V véase Acta 88. mai IV, 419-536, y "Analecta Bollandiana" 16 (1897) 393-484; RiNALDJ, Aúnales eccl.,. aduce, según su costumbre, muchos documentos in extenso; F. X. SEPPELT, Monumento Caelestiniana (Paderborn 1921); DENIFLB-EHRLE, diversos art. y docum. en "Archiv für Literatur und Kirchengeschichte des Mittelalters" t. 1-5, que se citarán con precisión en su lugar; CIPRIANO BARAUT, O. S. B., i ün tratado inédito de Joaquín de Fiore: "Analecta Sacra Tarraconensia" 24 (1951) 33-122. BIBLIOGRAFÍA.—O. JOELSON, Die Papstioahlen des 1S. Jahr- ' hunderts bis zur Einführung der Conclaveordnung Gregors X (Berlín 1928); A. ZISTERER, Gregor X und Rudolf von Hábsburg (Friburgo de B. 1891); W. NORDEN, Das Papstwm und Byzanz (Berlín 1903); O. CARTELLIERI, Peter von Aragón und die sizüianische Vespere (Heidelberg 1904); J. P. MOTHON, Vie du bienheureux Innocent V (Roma 1896); A. DEMSKI, Papst Nicolaus III '.. (Münster 1903); PAULICKI, Papst Honorius IV (Münster 1896); ; G. SORANZO, II Papato, VEuropa cristiana e i tartari (Milán 1930); i. J. CELIDONIO, Vita di San Pietro del Morrone, Celestino Papa V, scritta su'documenti coevi (Sulmona 1896); ANTINORI, Celestino V ed il VI Centenario detla sua incoronasione (Aquila 1884); " H. SCHULZJ Peter von Murrone (Papst Colestin V) (Berlín 1894); L. MARINO, Vita e míracoli di S. Pietro del Morrone, giá Celestino '-• papa V (Milán 1630), con no pocos textos antiguos; H. SCHUXZ,
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URBANO
IV
Y CLEMENTE
I V (1261-1268)
La subida al trono pontificio de Urbano I V y de Clemente IV, con el consiguiente robustecimiento del eltemento francés en el Colegio Cardenalicio, aproximó decisivamente la política de los papas a la de Francia. Y hasta un pontífice italiano como Gfegorio X eligió la ciudad de Lyón para la celebración de un nuevo concilio ecuménico. 1. Urbano IV (1261-1264), papa francés.—Muy reducido andaba el Sacro Colegio, ya que no constaba más que d'e ocho cardenales cuando a la muerte de Alejandro I V se trató de elegirle sucesor. Unos deseaban la alianza inglesa, otros quterían la reconciliación con Manfredo. Convinieron, al cabo de tres meses, "en escoger un personaje qute no era cardenal ni co, nocía a Italia, pero que estaba dotado de grandes cualidades de inteligencia, voluntad, carácter firme y resuelto y actividad incansable. Santiago Pantaleón, hijo de un zapatero de Troyes, antiguo canónigo de Laón y arcediano de Lieja, había desempeñado una legación ten Polonia, Prusia y Pomerania durante el pontificado de Inocencio IV, quien le hizo arzobispo de V e r dún y luego le envió con otra legación a Tierra Santa. E r a patriarca de Jerusalén y hallábase casualmente ten la curia cuando fué llamado a la Cátedra de San Pedro" el 29 de agosto de 1251. Fué la elección en Viterbo; al año siguiente se trasladó a O r vieto; teste papa no pondrá los pies en Roma. De los catorce cardenales que creó en dos promociones, escogió, como no podía menos, algunos representantes d e la nobleza romana y un intrépido teorizador de la omnipotencia Pontificia, Enrique Bartolomei de Susa (Hostiensis); pero lo ••nás digno de notarse es que de los nuevos elegidos seis eran de Francia, los cualtes empezaron a formar en el Colegio Cardenalicio un partido francés. Desde el primer momento se encontró Urbano I V con que Peter von Murrhone ais Papst Colestin V,' en "Zeitschrift für kirchengeschichte" 17 (1897) 363-397; G. DIGARD, Philippe le Bel «* le Saint-Siége de 1S85 á ISOJf (2 vols., París 1936); HOLZAPFHL, «awtfbucJi der Geschichte des Franziskanerordens (Friburgo de •°- 1909). Trad. lat. Manuale Historiae Ordinis Fratrum Minorum '• .«oíd.); J. M. Pou Y MARTÍ, O. F.i M., Visionarios, beguinos y fraticelos catalanes (Vich 1930); F BABTGBN. Der Engelpapst (Leipzig 1943). .
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la mayor parte de Italia estaba bafo la mano hábil y fuerte di Manfredo. Este, no queriendo indisponerse con el nuevo papaVi que daba muestras de singular energía en la pacificación de los Estados pontificios y en sus tratos con los ciüelfos de Toscana y Lombardía, le ofreció una suma de 300.000 onzas de oró a; cambio de que fel pontífice le reconociese la diqnidad de reyi de las Dos Sicilias. Urbano I V se negó a ello. N o quería por; rey de Sicilia ni a Manfredo ni a Conradino, ni siquiera al' príncipe Edmundo de Inglaterra, a quien los dos papas anteriores le habían hecho la oferta del reino. Pensó en Carlos de ! Anjou, conde de Provenza y hermano del rey de Francia, y le brindó la corona siciliana. 2. Planes sobre el reino de las Dos. Sicilias.—Naturalmente había que contar con el rey Luis IX, el cual, como cristiano • de delicada conciencia, tenía escrúpulos en que le diesen a su hermano un reino que, aunaue feudo de la Santa Sede, había sido ya ofrecido al inglés Edmundo y que acaso pertenecía e n ; derecho a Conradino. El papa, por m'edio de su notario, maes^' tro Alberto, disipó las dudas del rey santo a fines de 1262. Hubo un paréntesis de negociaciones entre Urbano IV y Man-: fredo, porque éste, que había casado a su hija Constanza con Pedro III de Aragón, disponía dfe gran poder y autoridad, y parecía que su consolidación en Sicilia era el mejor medio de reconquistar a Constantinopla,' de donde había sido arrojado el emperador Balduino II por Miguel VIII Paleólogo (25 dfe '; julio 1261). T a n t o fel emperador destronado como Venecia que- ' rían unirse con Manfredo de Sicilia, pero sus negociaciones con el papa fracasaron al fin. Urbano I V comisionó a Simón de Brie para que predicase' la cruzada contra Manfredo y firmó un tratado con Carlos de Anjou en que se estipulaba que fel próximo año de 1264 vendría Carlos a Italia con un ejército para conquistar el reino de Sicilia con la Apulia, hasta Benevento inclusive; que se decía- \ raría luego vasallo de la Santa Sede, a la que pagaría anual- ¡ mente un censo de 8.000 onzas de o r o . y cada tres años una hacanea en señal de homenaje; que aseguraría la completa libertad dfe las elecciones eclesiásticas y los privilegios de foro y de exención; que restituiría a las iglesias todos los bienes in-'; justamente arrebatados por los Hohenstaufen. Tal fué el acontecimiento más trascendental del pontificado ^ de Urbano IV. Como la expedición militar de Carlos de AnjotM sufrió algunas demoras, el papa no llegó a ver sus resultados,.] pero él es el primer responsable de la instalación de la dinastía; anjevina en Nápolfes y Sicilia. La empresa n o parecía a primeara vista muy descaminada, pues tendía a impedir la absorción: del sur de Italia dentro del Imperio, absorción siempre ambicien nada por los emperadores alemanes para complemfento de sus:: dominios y casi realizada desde que Barbarroja casó a su hij^:
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Enrique V I con Constanza, heredera de los reyes normandos. Inocencio III se había tesforzado tenazmente por separar el sur de Italia del Imperio, apartando a Federico II de la corona de Alemania y extendiéndose los Estados pontificios desde el mar Tirreno hasta el Adriático, en tal forma qu'e cortasen en dos la península italiana. Ahora Urbano I V tomaba una medida más radical, implantando en Sicilia una dinastía extranjera que extirpase toda tradición alemana y que, por otra parí'e, se sintiese estrechamente vinculada a la Santa Sede por lealtad feudal y por agradecimiento 1 . En realidad, lo que hizo fué sustituir un déspota por otro y crear en Italia una nueva fuente de disturbios y guerras. Ni siquiera la Santa Sedfe ganó nada con el nuevo vasallo, pues éste, que moralmente era superior a Federico II, rivalizó con él en violencias y opresiones; n o fué libertador, sino opresor de los papas. En toda Italia, y n o sólo en Sicilia, el nombre francés llegó a ser más odioso y aborrecido que antes el alemán2. 3. Clemente IV (1265-1268) y Carlos de Anjou.—Uno de los cardenales franceses nombrados por Urbano I V se llamaba Guido Foulquois, que cuando era laico y casado se había distinguido como jurisconsulto en la corte de San Luis. Al quedar viudo recibió las órdenes sagradas, llegando a alcanzar las más altas dignidades; y mientras regresaba de Inglaterra, donde había desempeñado una difícil legación para apaciguar las discordias surgidas entre Enrique III y sus barones a propósito de la Magna charta Ubertaíum, recibió la noticia de haber sido elevado al sumo pontificado. Quiso llamarse Clemente IV. E r a piadosísimo y austero. Su programa político, el mismo de su antecesor: llamar a C a r los de Anjou, qufe viniese a liberar a Italia del poderío creciente de Manifredo. Habiendo ya Luis de Francia dado el permiso a su hermano y Enrique III de Inglaterra renunciado a los derechos que pudiera tener su hijo Edmundo, pensó Carlos dfe Anjou que con sólo alargar la mano alcanzaría el cetro y la coro1 Véase el libro fundamental de E. JORDÁN, Les origines da fa dominatíon angevine en Italie (París 1909), especialmente desde la P. 291. 3 En la cuestión del Imperio, Urbano IV no quiso decidir nada. Véase POTTHAÜT., Regesta pont. II (1485) n. 18272, en donde contesta a Alfonso X. Tanto al rey de Castilla como a Ricardo d e Corñuailles les dio el título de "rex electus Romanorum" (POTTHAST, ibid. II [1511] n. 18633-35). Confiesa que Alfonso fue elegido por los príncipes con anterioridad a Ricardo, pero este cc >n mayor número de votos, y desea que ambos pretendientes s e entiendan entre sí. . , .. . . Uno de los últimos actos de Urbano IV fué instituir la fiesta del Corpus Christi, que tanto había de influir en el desarrollo fl el culto público al Santísimo Sacramento (POTTHAST, 15<58-39, «• 18998-99 y 19016; MANSI, Concil. 23, 1076-77).
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na. Así que en Pascua de 1265 aquel ambicioso e inquieto prín- > cipe, narigudo y valiente como lo pintará Dante, sale de París / y con escasas fuerzas se dirige por mar a Roma. / Esquivando la vigilancia de los barcos enviados por Man-^ fredo, penetra por la desembocadura del Tíber. El 21 de mayo está en San Pablo, el 13 entra en Roma. Como el papa sigue • en Perusa, los cardenales delegados dan a Carlos la investidura del reino de Sicilia. Pronto Clemente I V empieza a disgustarse por la arrogancia de Carlos, que se 'establece en los palacios de Letrán, y por sus desmedidas exigencias de soldados y dinero. En otoño un ejército francés baja por tierra a engrosar.las fuerzas del pretendiente. Genova no l'e pone resistencia; Milán se declara en su favor. Señal de que los gibelinos van abandonando a Manfredo. Carlos pide ser coronado solemnemente, pero ni el papa quiere ir a Roma ni él a Perusa. En nombre de Clemente I V cinco cardenales en San Pedro coronan a Carlos y a su esposa Beatriz el 6 de enero de 1266. Las tropas francesas cometen mil brutalidades y sacrilegios contra personas y cosas, mientras Carlos sigue exigiendo dinero y violando los derechos de la Iglesia. El papa le escribe: "Te hacemos saber que no te hemos llamado para que te arrogues los derechos de la Iglesia... N o podemos satisfacer a tus ¡ deseos, porque no tenemos montañas áureas ni ríos de oro" 8 . , Carlos salió de Roma el 20 de enero. El 10 de febrero conquistó San Germano," al pie de Montecasino, y el 27 del mismo . mes tuvo un violento encuentro en. Benevento con las tropas de Manfredo. Este peleó bravamente, hasta que, viendo que algunos de sus condes le traicionaban, se. arrojó desesperado . en medio de la batalla, alcanzando la muerte en el campo. "Biondo era e bello e de gentile aspetto", dice Dante en el ter- ; cer canto del Purgatorio, describiendo a este hijo de Federico, • ¡ que tenía los vicios de su padre, pero a quien Dios perdonó, según el sumo poeta. El cronista Saba Malaspina refiere los actos de salvajismo cometidos por el ejército vencedor y el refinamiento de cruel-, dad con que aquellas tropas se ensañaban, atormentando y roa-' ' •; tando hombres, mujeres y niños *. El mismo Clemente I V creyó de su deber amonestar seriamente a Carlos de Anjou 6 . Este no tardó en apoderarse de las principales plazas, incluso de la fortaleza de Lucera con su guarnición de musulmanes, y entrar victorioso en Ñapóles. En seguida se le rindió el país de uno y otro lado del estrecho. Carlos gobernó el reino de las Dos Sícilias con igual o ma- •
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yor despotismo que los Hohenstaufen. Con su duro sistema de exacciones, tributos nuevos, vejaciones de toda clase, paralizó la actividad del comercio, aniquiló los derechos de las corporaciones y gremios, coartó la libertad de los magistrados, procediendo de una manera arbitraria, caprichosa y cruel, que le enajenó los ánimos de todos. N i siquiera guardó sus compromisos con la Santa Sede, rehusando pagarle la suma convenida. El papa le escribía: "Nos maravillamos ciertamente de que no lleguen a tus* oídos tantos gemidos, lamentos y clamores de los afligidos; tantos y tan pesados gravámenes de las iglesias y de las personas eclesiásticas; tantas violencias y violaciones no sólo de solteras, sino de casadas y de vírgenes; tantos despojos hechos a los pobres, extorsiones a los ricos, injurias „y calumnias a todos; finalmente, tantas rapiñas y depredaciones" *. La reacción popular no se hizo esperar, y las gentes suspiraban: "¡Oh rey Manfredo, no te conocimos vivo y te lloramos muerto; te creíamos un lobo rapaz entre las ovejas de estos ;.' pastos, pero a vista de la tiranía actual... pensamos que fuiste un manso cordero!" 7 4. Trágico fin de los Hohenstaufen.—Muchos señores y . ciudades de Italia volvieron los ojos a Conradino, joven entrado en los catorce años, que al oír las v ocies de sus partidarios italianos se proclamó rey de Sicilia, y contra la voluntad del .. papa, que le amenazaba con la excomunión, atravesó los Alpes en 1267 con un ejército de 10.000 hombres; entró en Verona, donde se detuvo tres meses; siguió por Pavía y Pisa; dejó a un lado a Viterbo, donde se hallaba Clemente IV, y fué recibido triunfalmente por el senador de la ciudad, Enrique de Castilla, 1 enérgico, ambicioso y errante aventurero, hermano dfe Alfonso >1 Sabio (28 de julio de 1268). El papa le excomulgó con frases harto duras* y ultrajantes; sin embargo, casi toda Sicilia y gran parte de Apulia levantó bandera de su parre. Conradino, el último vastago de los H o henstaufen, descendió con su ejército a la Apulia, y el 23 de ...agosto presentó batalla a Carlos de Anjou en el campo de T a gliacozzo. Dios, que quería hacer desaparecer de la Historia a aquella familia alemana, perseguidora del Pontificado, dio la • ytetoria a los franceses; y el joven Conradino, con su amigo Federico de Badén, logró escapar hasta Roma, de dond'e penSa ba ir por mar a Sicilia, pero uno de los Frangipani, ingrato V traidor, lo entregó a Carlos de Anjou. Este mandó que se le *
" RINALDI, Annales eccl. a. 1266, n. 6 y 9; POTTHAST, H, 1577,: •! n. 19515. 4 Rerum Sicularum Mstoria, en MUIIATORI, Rer. ital. script. S,'¡.; 828-29. s RINALDI, AnnaXesf a. 1266, n. 16-21,
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RINALDI, ibíd., a. 1268, n. 36. ' ' Rerum Sicularum historia, en MÜRATORI, 8, 932. ,, RINALDI, a. 1268, n. 4-16. En modo semejante se expresa en " c ° raardt lan a los florentinos, de 10 de abril 1267, donde al joven : " £ ? i U o° .s a lnue tantas simpatías despertaba entonces, le llarna ido de ÍQTIB • la raíz de la serpiente venenosa (Federico XJ.) w ^ e inficiona con su aliento la Toscana", . s s
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formase proceso. Menos uno, todos los juristas consultados; optaron, por que ste le perdonase, ya que el infortunado príncipe había defendido su derecho de buena fe. Pero Carlos, echando un negro borrón a su propia historia, de la que muchos n juzgarán sino por esta fea página, ordenó qtie tueste degollad públicamente en la plaza del mercado de Ñapóles (29 d e od-i tubre 1268). < Conradino murió cristianamente. Si aquella muerte fué un castigo dte Dios, que hace expiar a los hijos los pecados de los padres, no se puede negar que fué un castigo bello y misericordioso. H o y todavía nos conmueve el desenlace d e aquella tra- l: gedia. Isabel de Witfelsbach, madre de Conradino, hizo levan-;1 tar una iglesia sobre el lugar del suplicio^ y en el siglo xix, por encargo de Maximiliano II de Baviera, el escultor Thorwaldserr le alzó un clásico monumento de mármol. Clemente IV, varón piadoso, amante de la reforma y com-'pletarnente inmune de todo nepotismo, falleció en Viterbo el 28 de noviembre de 1268. Dividido el Colegio Cardenalicio entre italianos y franceses;:' la Sede- Apostólica estuvo vacante durante dos años y medio.. Alemania seguía en caótico estado p o r causa del interregno;. imperial. II.
L A SÉPTIMA CRUZADA
1. Situación de los latinos en Oriente*—Vimos cómo fra> casó la sexta Cruzada, que se redujo a la conquista y pérdida de Dámieta. Cuando San Luis abandonó Palestina en 1245 quedaron' los cristianos de aquellas partes en el mayor desamparo, y con rivalidades intestinas. Del Occidente no llegaban refuer1 zos y allí hervían las disidencias. Los templarios, los caballeros teutónicos, los venecianos y los písanos con el príncipe Bohe^ mundo V I de Antioquía, reconocían por rey d'e Chipre y titularde Jerusalén a Hugo II de Lusignan, hijo de Enrique I (f 1257) ¿ mientras los hospitalarios, con los genoveses y catalanes, estaban por Conradino. En estas luchas perecieron hasta 20.00Q cristianos y no menos de 32 navios genoveses fueron incendiados por los venecianos frente a San Juan d e Acre. Consecuencia de estas guerras entre Genova y Vtenecia fué¡ la caída del Imperio latino de Constantinopla, teniendo que huir. el emperador Balduino II para no caer en manos de Miguel VIII Paleólogo (25 de julio de 1261)'. El avance del kan de los mogoles, Hulagu, que después d e conquistar Bagdad y de someter la Armenia menor invadió la^ Siria, apoderándose de Alepo y de Damasco en febrero de 1260$ debilitó la presión musulmana. Pero Hulagu, que se mostraba favorable a los cristianos, hubo de retornar al Extremo Orieii''1
te, dejando en Siria al general Kitboga. Este fué vencido y ínúerto por los musulmanes de Egipto en 1260. El nuevo dominador de Egipto, Siria y Palestina se llamaba Bibars (la Pantera), nombre que le fué impuesto por su gigantesca estatura, fuerzas hercúleas, audacia y energía. D e origen mogol, había sido vendido en Damasco por esclavo y llevado a Egipto por los mamelucos, que se apoderaron, del poder al desaparecer en 1250 la dinastía fundada por Saladino. Bibars, uno de los jefes de la revolución, se distinguió por sus victorías, y en 1260 fué proclamado sultán de Egipto-. E r a un mahometano fanático, y se propuso acabar con los cristianos. D e vastó primeramente el principado de Antioquía, que había aceptado la soberanía de los tártaros-mogoles, y en 1262 incendió en Seleucia la flota de Bohemundo. E n 1263 destruyó la iglesia de Nazaret; en 1265 se apoderó de Cesárea y de Axsuf; en 1268, de Jafa y de Antioquía, asesinando o vendiendo como esclavos a todos sus habitantes. N o les dejó a los cristianos más que Trípoli, perteneciente a Bohemundo, y San Juan de Acre y Sidón, pertenecientes al rey de Jerusalén, que desde 1269, muerto ya Conradino y también Hugo II dé Lusignan, se decía Hugo III, sobrino de Hugo II. Al llegar al Occidente la noticia de los victoriosos avances de Bibars, el papa Clemente IV, preocupado de la triste situar ción de Tierra Santa, comunicaba al rey de Aragón sus temores de que, si no se enviaban pronto auxilios, la ruina de aquellos cristianos sería irremediable 8 . 2. Tentativa de Jaime el Conquistador.—Puede parecer extraño que el papa, contra la costumbre tradicional de todos sus antecesores, se dirija a un rey dte España exhortándole a la Cruzada de Oriente. Pero si se tiene en cuenta la personalidad de Jaime I de Aragón, sus circunstancias históricas y las íntimas relaciones que le unían con casi todos los príncipes, se comprenderá la razón que tuvo Clemente I V para invitarle a armar una flota que auxiliase a los cristianos de Tierra Santa. La fama de sus victorias sobre los moros españoles se exr tendía por toda Europa. E n la rteconquista española, Aragón había cumplido su tarea. Podía, pues, emplear sus fuerzas en *a Cruzada ultramarina, cosa hasta entonces imposible. Aún así, no le faltaron dificultades de parte del rey de Castilla, que le disuadía dte la empresa de Oriente. E n cambio, el ejemplo de los reyes de Francia y de Navarra, que se disponían a la Cruzada, y las amistosas embajadas que recibió • Exhorta a la Cruzada ál rey Teobaldo de Navarra (9 de jnayo 1267), a'Alfonso de Poitiers (12 de junio), al arzobispo de Toledo (11 de julio), u r g e n t e m e n t e a Jaime I de Aragón (26 de enero 1268). Véanse en POTTHAST los lugares respectivos.
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en 1267 del kan de los mogoles, Abaga, y de Migufel Paleólogo, ofreciéndole su concurso, le decidieron a tomar la cruz l ü . Hízose el rey a la vela en Barcelona el 4 de septiembre de 1269 con lo más granado de su reino. "Era la armada—escribe Zurita—de treinta naos gruesas y algunas galeras, e iban fen ella más de ochocientos hombres de armas, gente muy escogida, y las mejores compañías de almogávares, y ballesteros, y los maestros del Temple y del Hospital, el obispo de, Barcelona, el comendador mayor de Alcañiz... y otros ricos hombres y caballeros hasta 'el número de trescientos" " . Algunos hacen subir el número de soldados a 20.000. Desafortunadamente, un furioso temporal que se desencadenó al tercer día, dispersó la armada y forzó al rey a desembarcar fen las costas de Provenza. Don Jaime se volvió a Barcelona por tierra, mientras parte de la armada proseguía su viaje por el Mediterráneo hasta San Juan de Acre, donde fué recibida en noviembre con gran regócijo, porque aquella guarnición se moría de hambre y las naves aragonesas iban abundosamente provistas. Algunos se quedaron en Palestina, compartiendo la suerte dfe aquellos heroicos cruzados; otros "hallaron la tierra muy estragada y perdida", y prefirieron regresar a España en 1270.
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3. San Luis, en Túnez, — Entre tanto, los dos hermanos Luis IX de Francia y Carlos dé Anjou, rey de Sicilia, meditaban dos expediciones de signo contrario, por más que en último término las dos se dirigirían, más o menos, a la liberación d e Tierra Santa, Existía, con todo, el peligro de que la una neutralizase a la otra o la imposibilitase. Al asentar su trono en las Dos Sicilias, sintió Carlos de Anjou. que revivían en su alma los planes de conquista oriental acariciados por los normandos y aun los sueños dfe dominación j universal alimentados por los Hohenstaufen. D e la Cruzada ,| propiamente dicha, se cuidaba muy poco. Por una parte, reclamaba para sí los derechos de Federico II y de Conradino al 10 J. ZURITA, Anales de la corona de Aragón (6 vola,, Zaragoza 1610), dedica a Jaime I, en el vol. 1, los fols. 103-227. m Consúltese también R. ROBRICHT, Der Kreuzzug des Koenigs Ja- | cob I von Aragonien 1Z69, en "Mitteilungen des Instituís oesterreich. Geschichtsforschung" t. 11, 372-395. A. Huici ha publicado en dos volúmenes la Colección diplomática de Jaime el Conquistador (Valencia 1916-1919). 11 ZURITA. Anales vol. 1, 1. 3, fol. 195 r. El rey de Castilla Alfonso X sé ofreció a acompañarle "con ciento de a caballo y con cien mil maravedises de oro"; en su testamento dejó escrito: "Otrosí, mandamos que luego muriéremos, que nos saquen el corazón y lo lleven a la Tierra Santa de Ultramar a que lo sotierren en Jerusalén, en el monte Calvario, allí donde yacen algunos de nuestros abuelos". Y ordena que con el corazón lleven sus armas y mil marcos de plata para que se funden capellanías en el Santo Sepulcro (MONDÉJAR, Memorias hist. del rey D. Alfonso el Sabio l Madrid 1777] p. 434-435).
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fieino de Jfexusalén; por otra, firmaba un pacto con el destronado emperador Balduino II, comprometiéndose a armar un •ejército que reconquistase Constantinopla. Esto había de ser a condición de que Balduino, repuesto en su trono, le cedifese un tercio de las conquistas, más la soberanía de Acaya, del Epiro l . y de casi todas las islas del archipiélago; en el caso en que Balliduino y su hijo Enrique murifesen sin descendencia, Carlos de Anjou heredaría el Imperio constantinopolitano. Tales planes chocaban con los de su hermano Luis IX de Francia, cuya única ilusión era que todas las fuerzas cristianas se uniesen para combatir eficazmente a los turcos y recobrar el Santo Sepulcro de Nuestro Señor. • i; Además, mientras Carlos negociaba con el destronado Balduino, el papa se entendía con el emperador reinante, Miguel Paleólogo, con vistas a una reconciliación religiosa de la Iglesia griega con la latina, que sería sumamente provechosa a los .intereses de Tierra Santa 12 . pí Sin fembargo, muerto el papa Clemente en 1268, Carlos apresuró sus preparativos, y en mayo de 1270 tenía 25 navios bien ...equipados y dispuestos a partir. P e r o San Luis, q u e también |- tenía preparada su flota en el puerto de Aigues Mortes, ordenói, i] como jeffe de la Cruzada, a su hermano desistir por el momento de la expedición a Constantinopla y le invitó a reunirse con él para marchar juntos contra los musulmanes d e Túnez. Carlos 'accedió. El rey francés había tomado la cruz y a en marzo de 1267 delante de los grandes de su reino, a quienes presentó la coroitiu de espinas de Nuestro Señor—corona que guardaba él como iiin tesoro desde 1239 en la Santa Capilla—animándoles a qufe I le siguiesen. Siguiéronle sus tres hijos, y además el rey T e o I baldo II de Navarra, Roberto de Artois y otros señores. Algunos, como su fifel amigo Joinville, se negaron obstinadamente, |diciendo que aquello era pecado mortal. E n general, la predicac i ó n de la Cruzada en Francia fué recibida con frialdad, que ,)contrastaba con el fervor caballeresco y.cristiano del monarca. £ n Inglaterra el príncipfe heredero, Eduardo, se resolvió tamb e n a tomar la cruz. ;., . ¿Por qué San Luis enderezó las proas de sus naves hacia ;.jM norte de África y no hacia el Oriente? Parece que en ello >.-° terció maquiavelismo alguno de su hermano Carlos, sino ¿jj*z obedeció a las noticias que de Túnez le enviaban los miÍ¿1 e r o s " ^ * ' e n u n c o n v e n t 0 1 de dominicos, fray Ramón Martí, |£1 autor de Pugio fidei, enseñaba el hebreo y el árabe y manSobre la política oriental de Carlos de Anjou, breves indi? ? e2s 1 )e np L 233 - BRÉHIER, L'Eglise et VOrient au moyen-dge CPa*$•&* ? = más„preciso y documentado, W. NORDBN, Das ["•Pstu-m. und Byzans p. 457-486, 619-633.
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tenía buenas relaciones con el sultán, el cual hizo saber a S Luis que estaba dispuesto a abrazar la fe católica. N o era esto más que una engañifa, tramada piobablemen por Bibars con intento de retener a los cruzados en el norte África. El 4 de julio zarpó la flota de Aigues Mortes; el 17 d embarcaba San Luis en la ¡península d e Cartago. La antig ciudad de este nombre con su castillo cayó sin resistencia manos de los cruzados. Sólo entonces empezaron los ataqu violentos de parte de los sarracenos. Pero el mayor enemigo fué la peste, ocasionada por el cal y por los alimentos averiados o putrefactos. El 3. de agos murió el segundo hijo de San Luis, Juan Tristán, nacido i Damieta en 1250. Cuatro días después sucumbió el legado po tificio, y el 25 del mismo mes la muerte arrebataba al mis rey, héroe principal de la Cruzada, a los cincuenta y seis añ de edad y cuarenta de reinado. Pocas horas más tarde arrib ban las naves de Carlos de Anjou, que asumió la dirección d la empresa. Carlos se limitó a firmar un tratado con el sult i ' de Túnez, /por ed que éste se comprometía a pagar el tribuí que debía a Sicilia y para en adelante una suma doble de § que pagaba a Federico II. / Con esto, los cruzados regresaron a Sicilia. D e ellos só' Eduardo de Inglaterra partió en la primavera de 1271 con .«•_ rección a Palestina, donde luchó como pudo, hasta que el añ siguiente vino a tomar posesión del trono de Inglaterra. Carlos de Anjou quedaba libre para proseguir sus ambípi, sos proyectos contra Constantinopla, pero la sede vacante tía a terminar y el nuevo papa tenía también sus planes sobre Oriente, inconciliables con los del monarca siciliano. Y la el ción de un nuevo emperador alemán, que no tardaría en ve ficarse, cambiaría el panorama de la política feuropea. '.
III.
GREGORIO X Y EL CONCILIO II DE LYÓN
1. Gregorio X (1272-1276) y la elección imperial.--No •ra joro la situación d e la Iglesia romana con la desaparición los Hohenstaufen. En su lugar se alzaba, no menbs dominado y absorbente, la figura de Carlos de Anjou, que se permi frecuentes intrusiones en los asuntos eclesiásticos y dispo de influyente y poderoso partido en el Colegio Cardenali De ahí que los 18 cardenales congregados en Viterbo. , lograban ponerse de acuerdo en la elección del papa que ¡hab de suceder a Clemente IV, muerto el 29 de noviembre de 12 N i siquiera con la medida violenta que tomó el pueblo Viterbo, de encerrar a los cardenales en el palacio episcopal^ racionarles la comida, se vencían las disidencias entre italian
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,v franceses, hasta que, según parece, por consejo de San Buena• V entura, general de los franciscanos, se optó por un compromiso, remitiendo la elección a seis cardenales, los cuales el j j a 1 de septiembre de 1271 coruvinteron en la persona del piadoso Teobaldo Visconti, nacido en Piacenza, arcediano de Lie'ja, que a la sazón se hallaba en Tolemaida (San Juan de Acre)', ; C on la Cruzada de Eduardo de Inglaterra. Feliz y acertada elección, como lo demostraron los breves, peros fecundos años de su pontificado. Inmediatamente se puso en camino, con la idea fija d e trabajar todo lo posible por, la liberación de Jerusalén y por la unión de las Iglesias. El 1 de enero desembarcó en Brindis; Carlos de Anjou le acompañó hasta Capua, y el 10 de febrero estaba en Viterbo. Rodeado de toda la curia se trasladó a Roma, donde el 19 de marzo fué ordenado de sacerdote y el 27 consagrado y coronado papa en San Pedro. Ya antes de ceñir la tiara escribió diversas cartas al rey y a la reinai de Francia y a las Ordenes militares, procurando subsidios para la Cruzada. Sobre ello insistirá, como veremos, : en el concilio II de Lyón. Amigo de la concordia, del orden y de la caridad, se afanó por pacificar las cruentas facciones de güelfos y gibelinos en Italia 1 3 y por resolver el caos político que reinaba en Alemania. 2. Rodolfo de Habsburgo.—El 2 de abril de 1272 moría Ricardo de Cornuailles. Su rival Alfonso X de Castilla se imaginó que con eso se le despejaba el campo y envió un emba... jador al papa, reclamando para sí la corona imperial. Gregoí: rio X obró muy cuerdamente. Se dio cuenta d e lo peligroso y temerario que era imponer él a la nación alemana un monarca extranjero, que ni siquiera una vez había pisado suelo alemán, y se abstuvo de inmiscuirse positiva y directamente en el asunto. También rechazó las súplicas de Carlos de Anjou, que le Podía la corona para su sobrino el rey de Francia, Felipe III ^ Atrevido. Lo dejó, pues, ten manos de los príncipes electores. Sonaban principalmente los nombres de Ottocar de Bohemia, que s, i llevaba las simpatías del papa, y Luis de Baviera. Pero re, De los esfuerzos que hizo el Sumo Pontífice por apaciguar ?•*u discordias italianas, trata RINALDI, Anuales a. 1273, n. 28. *~ on i mismo puede leerse el famoso fragmento del discurso que ££ unció ante los florentinos, según lo refiere LEONARDO BRUÑÍ ' ? AREZZO, Historiarum florentinarum Ub. J.8: "Ghibellinus est, , 5* christianus, at civis, at proximus. Ergo haec tot et tam valida v, iii U n c t i o n i s n o n U n a ghibellino succumbent? E t i d unum atque ¿ . a t l e nomen (quod qu^d significet, nemo intelligit) plus valebit c ? odium, quam ista omnia tam clare et tam solide expressa ad ¡ bBi^a s1 ^*^ 601 '" ^' ^ ' ^ e n *asiado ciceronianas nos parecen estas ' wd?,i Palabras para que sean literalmente de Gregorio X. Sin u 1 a el Aretino les dio su forma clásica,,.
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T>. n. DE GREGORIO VII A BONIFACIO Vin no, trayendo consigo su tratado Contra errores graecorum. Obedeció el Doctor Angélico, saliendo de Ñapóles a fines de enero de 1274, mas al llegar a la abadía de Fossanuova murió el 7 de marzo. Celebróse la apertura, después de un ayuno de tres días, el 7 de mayo de 1274, en la iglesia catedral de San Juan. Sentóse el papa en su trono, teniendo a su lado al único rey que asistía ¿personalmente al concilio, Jaime I de Aragón. En torno estaban los cardenales diáconos; en medio de la nave, los patriarcas latinos de Constantinopla y de Antioquía; a la derecha, "los cardenales obispos, y a la izquierda, los cardenales presbíteros; detrás, unos 500 obispos, 60 abades y 1.000 prelados de orden inferior, con los embajadores d'e Francia, Alemania, Inglaterra, Sicilia y reinos españoles. Cantadas unas antífonas y oraciones, empezó el Romano Pontífice su discurso, proponiendo el triple objetivo del concilio: el socorro de Tierra Santa, la unión de los griegos y la reforma de las costumbres. La segunda sesión, fijada para el día 14, no pudo tenerse hasta el 18, y en el ínterin fué llamando el papa privadamente a cada uno de los arzobispos, acompañado de un obispo y de un abad d'e cada provincia, para hacerles prometer que durante seis años destinarían a la Iglesia de Oriente el diezmo de las rentas eclesiásticas. Uno de aquellos días se recibieron con júbilo cartas de Constantinopla, que fueron leídas en la catedral delante de todos los Padres conciliares, y con esta ocasión predicó San Buenaventura sobre aquel texto de Baruch: Exurge, Ierusalem, sta in excelso, et circumspice ad Orientem et inde collige filios tuos ab Oriente usque ad Occidentem. En la segunda sesión promulgóse un decreto dogmático, puntualizando que "el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, no como de dos principios, sino como de un principio único, y con una sola espiración, no con dos".
sultó elegido el conde Rodolfo de Habsburgo (1 de octubre de 1273), tan piadoso como valiente, aunque fiel servidor de los Hohenstaufen. C o n él empieza a subir sobre el horizonte de la historia europea la casa de Habsburgo o de Austria, que tanta gloria había de dar al catolicismo. Por las dotes personales del elegido y más, sin duda, por la alegría de ver acabado el largo interregno, florecieron en el pufeblo ilusiones y esperanzas, que Schiller traducirá en su i balada Der Graf von fíabsburg. Obispos y concilios alemanes ' colaborarán en la obra de restauración y reforma. El 24 de octubre fué coronado rey era Aquisgrán y el 6 de junio juró todos los privilegios otorgados a la Iglesia por otros emperadores alemanes. Con él apunta una nueva política: la de renunciar a los sueños imperialistas sobre Italia y contentarse con ser un monarca efectivo y fuerte de Alemania. Gregorio X le reconoció su dignidad real el 26 de septiembre de 1274: " T e Regem Romanorum nominamus". Al año siguiente se entrevistó con él en Lausana y convinieron - en que Rodolfo iría a Roma a ser coronado emperador en la fieslta de la Purificación de la Virgen. La prematura muerte del papa lo estorbó. 3. El concilio II Lugdunense (1274).—El hecho más tras- • cendental de este pontificado tuvo lugar en el concilio II Lug"dunense. El 13 de abril de 1273 anunció el papa a los obispos'' y a los príncipes de la cristiandad su propósito de reunir un ¡i concilio ecuménico en la ciudad d'e Lyón. N o dejó de invitar al emperador Miguel V I I I Paleólogo y al patriarca griego de Constantinopla, exhortándoles a la unión y concordia con los ; latinos. Respondió gozoso el emperador que enviaría a su tiem-" i po sus representantes, pues nada deseaba más ardientemente '-., que la unión de las Iglesias; y en verdad eran sinceras sus pa- • labras, pues tiempo hacía que estaba en tratos con Luis IX de í Francia, si bien hay que confesar que los más fuertes motivos eran políticos, no religiosos. Sabios prelados, como Bruno de Olmutz, dotado de altas cualidades políticas, y Humberto de Romans, general de los dominicos, redactaron por encargo del papa sendos memoriales sobre el modo de reformar o evitar los males y peligros de la Iglesia 14 . Antes de emprender el viaje de Orvieto a Lyón, Gregorio X promovió. al cardenalato a varios personajes insignes, como San Buenaventura, general de los franciscanos, y Pedro i de Tarantasia, O. P. {futuro Inocencio V ) . Quiso que viniera••.; al concilio el más eminente teólogo d'e su siglo, Toimás d e Aqui- ,
Aunque tanto Alfonso X de Castilla como Rodolfo de Habsburgo tenían sus representantes en el concilio, el papa se declaró- decididamente por el segundo, y asi se lo manifestó a lot cardenales en consistorio; agradecido el canciller de Rodolfo, en nombre de su señor y en unión de los arzobispos y obispos alemanes, prometió el 6 de junio fidelidad, conforme al juramento hecho anteriormente por el rey de romanos, repitiendo la declaración de los príncipes (Francfort, 1220). La tercera sesión, fijada para el 28 de mayo, se tuvo el 7 de junio.. Predicó Pedro de Tarantasia, y se promulgaron doce Capítulos sobre las elecciones, postulaciones y provisiones eclesiásticas (c. 3-9), sobre las órdenes sagradas (c. 15), sobre •los procesos (c. 19), sobre las promulgaciones (c. 24), sobre las ^comuniones y los entredichos (c. 29-30).
14 ItoiALDi, Alíñales a. 1273, n. 6-18; MANSI, Concil. 24, 109-132. ' Breve resumen en HEFELE-LECLERCQ, Histoire des Concites VI, 164-
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4. Acercamiento del Oriente,—Para explicar el magnífico triunfo religioso- obtenido por Gregorio X en la cuarta sesión' conciliar—la más solemne de todas—, en que los griegos acá-, taron la fe y obediencia de Roma, poniendo fin al cisma secular que separaba al Oriente d'el Occidente, preciso es bosquejar; primeramente el estado d e la cuestión) 15 . 1 Y a desde la conquista de Constantinopla por los latinos en-, la cuarta Cruzada, se iniciaron tentativas d e unión, por más' que 'el odio y la hostilidad de los griegos a los latinos se exacer- '• barón con las violencias por éstos cometidas y con el sistema; jerárquico que se impuso en Siria, Chipre, Palestina, poco favorable al rito griego. La política hábil y conciliadora de Inocencio III no dio bastante fruto. Retirados a Nicea, Trebisonda y Epiro, los 'emperadores vencidos pronto empezaron a intere-' sarse ipor la unión de las iglesias. Teodoro I Láscaris, emperador d e Nicea (1204-1222), casado en 1219 con la hija del emperador latino d e Constantino-;, pía, invitó a los cuatro patriarcas, orientales a reunirse para; ponerse d'e acuerdo con Roma. El metropolitano d e Epiro se' opuso violentamente. \ Independientemente de esto, sabemos, por una carta de Gre-í goriq I X de 1232, que el príncipte de Epiro y rey de Tesalónica, • Manuel, se había reconciliado con Roma y su influencia iba creciendo. Entre tanto el nuevo emperador d e Nicea, Juan Vatatztes (1222-1254), a quien los griegos han canonizado, temiendo los~ ataques del valeroso y temido Juan de Brienne, tutor en 1231 d'e Balduino II, manifestó a Gregorio I X su.intención de resta-; blecer la unión con la Iglesia latina. Aunque la carta escrita. por el patriarca Germán II estaba concebida en términos amar-: gos, respondió el Romano Pontífice aceptando las negociado*'. nes y enviando nuncios a Nicea, los cuales fen diversos coló-; quios y disputas que tuvieron en 1234 n o llegaron a ningún ; resultado. ',. Atacado el mismo Vatatzes, a instigación de Gregorio IX) (1240), por Bela IV, rey de los húngaros, se indispuso con los latinos. Y a se comprende que en el primer concilio de Lyón.' (1245) manifestase Inocencio I V que u n o de sus grandes de»-i lores era el cisma griego. Su pensamiento era entonces la CrU'. zada contra los bizantinos, aliados de los Hohenstaufen. •' Sin embargo, en 1249 Inocencio I V reanudó las relaciones' amistosas con Vatatzes y envió cerca del patriarca d e Nicea, como legado, al general de los franciscanos Juan d e Paraná, • ffl Véase S. VAILHÉ, Constantínople (Eglise de), en DTC, cori; riquísima literatura. Los proyectos de unión de Teodoro I Jjáa* caris y de su yerno Vatatzes, en W. NORDKN, Das Papstum un Byzanz p. 341-378; la política unionista de los papas hasta «1 feliz resultado del concilio II Lugdunense, íbíd. 409-536.
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%;que se hizo venerar mucho de los griegos por su santidad, pero ..¡'que no consiguió apartar al emperador de su alianza con F e d e r i c o II. Amenazado por los mogoles, Vatatzes envió emba.! jadores a Roma, que hicieron ofertas y concesiones más generosas qufe nunca. Inocencio I V los recibió muy amablemente y 'accedió a todo lo que pudo, incluso a suprimir el Imperio latino f.de Constantinopla, si por cualquier caso esta ciudad venía a poder de los griegos, y* a permitirles a éstos cantar el Símbolo sin la adición del Filioque, con tal que, obedientes al papa, ad:;' ñutiesen la fe romana sobre la procesión del Espíritu Santo. Risueñas por demás eran las perspectivas, cuando infortunadamente murieron fen el mismo a ñ o Inocencio I V y Juan de ; Vatatzes (1254). Si el nuevo papa, Alejandro I V , estaba dispuesto a seguir el camino de su antecesor, n o así el nuevo emperador, T e o doro II Láscaris (1254-1258). Con la nu'eva dinastía inaugurada por Miguel VIII Paleó; logo (1259-1282) los acontecimientos tomaron nuevo rumbo. ;E1 25 de julio de 1261 el general Estrategopulos con poco más í-de un millar de hombres entraba vencedor en Constantinopla, • acabando con el Imperio latino o de Romania. Esto parteció • abrir más el abismo entre Bizancio y el Pontificado, tanto que 'Manfredo de Sicilia planeó tina expedición contra Constantinopla, y el mismo Urbano I V proclamó la Cruzada y excomulgó a los genoveses que ste ponían d e parte de Miguel Paleólogo. ¡: Sin embargo, poco después, atendiendo a las proposiciones de ;Paz y de unión que el Paleólogo le sugería, le envió legados y pensó en un concilio universal, que la muerte le impidió convocar. 5. Fin del cisma griego.—Grave peligro amenazó al emperador bizantino cuando Carlos de Anjou, ambicioso de la corona imperial de Constantinopla, se alió con el destronado Bal5 duino II en 1267, sometió el Epiro y conquistó la isla de Corfú. i' Acudió aquél al papa Clemente I V , prometiendo de nuevo la tan anhelada unión, y cuando la Sede romana quedó vacante, Se dirigió a Luis I X de Francia, el cual puso el asunto en manos de los cardenales. Estos enviaron una legación, mientras la Cruzada d e Túnez retrasaba los proyectos de Carlos d e Anjou. Desde qufe este ambicioso monarca casó a su hijo {1271) c ° n Isabel, hija de Guillermo, príncipe de Acaya,, y a su hija ^°n. el hijo de Balduino II, y sobre todo desde que él mismo *ué nombrado rey de Albania (1273) y firmó alianzas con el rey ° e Serbia y con los príncipes de Tesalia y de Bulgaria, una formidable tormenta se cernía sobre Bizancio. Roma, que se había opuesto a las ambiciones imperialistas de Manfredo, se ^Pondría igualmente a las de Carlos de Anjou, porqufe en la : u nión de la Iglesia griega veía el medio más sfeguro de conquista* Tierra Santa.
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Poco podía esperar Miguel Paleólogo de sus alianzas co Alfonso de Castilla, con los lombardos y con los gfcnoveseá; su única esperanza se cifraba en el nuevo papa Gregorio X-' De una parte y de otra se cruzaron embajadas en 1272. Enor/ mes obstáculos hubo de vencer el emperador, apelando a V cárcel y aun a la muerte para allanar la oposición que le hací el clero bizantino, hostil y refractario a toda unión con Rom ' El primero en resistir era el patriarca José, *que hubo d ' ser por la fuerza recluido en un monasterio; y más empeder nido se decía Juan Beccos, que pasaba por el teólogo más docto del Oriente. Beccos fué igualmente arrojado en prisión, y allí estudiando la historia del origen del cisma y leyendo la obras de los Santos Padrfes, llegó a la conclusión de que la ver-i dadera doctrina sobre el Espíritu Santo no era otra que la que enseñaba la Iglesia romana. Cuando los ánimos empezaron a calmarse, Miguel Paleó-* logo escogió una brillante representación, integrada por el se-r, nador y logoteta (canciller) Jorge Acropolita, el antiguo pa, triarca de Constantinopla Germán III, el metropolitano d¿ s Nicea, Teófanes, y dos oficiales de la corte. Estos llegaron al concilio de Lyón el 24 de junio. Todos li„, Padres salieron a recibirlos y los acompañaron al palacio dej papa. E n nombre de la Iglesia griega, y aun de la búlgara y serbia, afirmaron los embajadores su adhesión, y "omnímod obediencia" a la fe y al primado de Roma. El 29 de junio, fies* ta dte los santos apóstoles Pedro y Pablo, celebró Gregorio % la misa. Se cantó la epístola, .el evangelio y el credo en latín1 y en griego, repitiéndose en esta última lengua tres veces 1 frase d'el Filioque. Predicó San Buenaventura. Pero el acto más significativo tuvo lugar en la sesión cuártó del concilio (6 de julio de 1274). Puede decirse que fué el me*1 mentó cumbre de aquella asamblea tecuménica y uno de los má altos y simbólicos de la Edad Media. Manifestó el papa su goz . por la vuelta de los griegos a la Iglesia romana, e hizo leer tre^ cartas, del empferador, de su hijo el príncipe Andrónico y dé los obispos griegos, aceptando los primeros el Símbolo que les había enviado Roma, y anunciando los últimos su entrada en la unidad de la Iglesia. Acto seguido Jorge Acropolita juró en, nombre de su señor tel abandono del cisma y la perfecta obe^ díencia al Pontífice romano, ouya doctrina y cuyo primado aca^í taba. E s de notar, con todo, que el logoteta no exhibió ningúS documento escrito que 1? autorizase a prestar tal juramento eé nombre de su emperador. ,•} Finalmente el papa entonó el Te Deum, hizo un sermón 3¡ cantó en latín con todo el concilio el credo, que luego fué can.^ tado por los griegos en su lengua, repitiendo las palabras; Q"í ex Paire Filioque procedit.
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6. Conclusión del concilio,—La quinta y sexta sesión, úlí: timas del concilio, se asignaron a los días 16 y 17 de julio. En los días precedentes trabajó el papa, y al fin lo consiguió con fuerte resist'encia de los cardenales, por que se dictase un decreto que eliminase la posibilidad de otra sede vacante tan larga como la última. Establecióse, pues, para en adelante, que los cardenales se reúnan en la ciudad o palacio donde haya muerto el Romano Pontífice diez días después que quede vacante la Sede Apostólica, sin agua/dar más tiempo a los cardenales ausentes; se congregarán todos en una misma' sala (conclave), absolutamente separados del mundo exterior, sin comunicacióni oral ni escrita con los de fuera, y teniendo un solo sirviente cada uno; transcurridos los tres primeros días; n o recibirán en los cinco siguientes más que un solo plato en la comida y en la cena; y si después de feste plgzo no ha tenido lugar la elección, no se les dará más que pan, vino y agua (c. 2 ) , decreto que por su excesivo rigorismo fué abolido por Juan X X I . Al amanecer del día 15 murió San Buenaventura, qu"e gozaba por su amabilidad y ciencia de las simpatías de todos, particularmente de los griegos. Gregorio X asistió aquel mismo ]' día a los funerales con todo el concilio y en la misa predicó Pedro de Tarantasia, entre los llantos de muchos, concurrentes, sobre las palabras de David: Doleo super te, fraíer mi Ionatha (2 Reg. 1, 26). Al día siguiente abrióse la quinta sesión. Antes de la llegada del papa se bautizaron solemnemente un embajador de .Tartaria y dos personajes de su comitiva. Habían venido con otros embajadores del Gran Kan Abaga, biznieto de Gengis-Kan, con objeto de aliarse con los cristianos en contra áe los musulmanes; y si hemos de creer al cronista fray Nicolás (Glassberger) de Moravia, el embajador que se bautizó, teniendo de padrino al papa, tera el hijo del Gran Kan. Promulgáronse luego varias constituciones o decretos, como el de la elección pontificia, recepción de las órdenes sagradas, apropiación de bienes eclesiásticos, contra los bigamos, contra los usuraros, beneficios vacantes en curia, dignidad del culto divino y reverencia al nombre de Jesús, etc. Las últimas ordenaciones, que versaban sobre las nuevas Ordenes religiosas (c. 23), quedaron para el día siguiente. E n esta sesión de clausura declaró el papa que de los tres fines del concilio dos se habían logrado felizmente, cuales eran la unión c o n los griegos y las medidas en favor de Tierra Santa. E n ;, c uanto a la reforma de las costumbres, deploró la mala vida de duchos prelados, por cuya causa todo el mundo corría a la ruina; exhortóles a todos a corregirse; áe lo contrario él actuar í a con severidad-—días antes había destituido a varios obispos,. ^ t r e ellos al escandalosísimo de Lieja—; y prometió conti-
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nuar por sí la obra de la reforma, que n o se había podido cora-,: pl'etar en el concilio. •]. Con las preces acostumbradas y la bendición papal se dio, por terminado el .segundo concilio de Lyón, decimocuarto de '-í los ecuménicos. En su viaje de regreso' a Italia, Gregorio X se entrevistó en Beaucaire (mayo de 1275) con Alfonso X de Castilla, a.¡ quien hizo perder las esperanzas de obtener el trono de Alemania, y para suavizarle el disgusto le otorgó por seis años el \ diezmo de las rentas eclesiásticas, como subsidio para la guerra . contra los moros. Al pasar por Lausana, en el mes de octubre, vino Rodolfo de Habsburgo al encuentro del papa, prometiéndole emprender la Cruzada de Tierra Santa, luego que rfeci- ; biese en Roma la corona imperial. . Y en llegando a la ciudad de Arezzo, este pontífice amable '.• y pacífico, piadoso y santo—la Iglesia ha confirmado su culto—, ¡'; entregó su alma a Dios el 10 de enero de 1276. •j'Breve fué su pontificado, pero tranquilo y fructífero. Des- ': graciadamente la unión de las Iglesias, por la que él tanto se afanó, tuvo una duración muy efímera, como apoyada que es- •; taba de parte de Bizancio en cálculos políticos y utilitaristas\ más que en razones religiosas. 7. Disensiones con Bizancio.—Era el otoño de 1274 cuando los embajadores bizantinos regresaron a su patria, acompa^ ;• nados de varios legados pontificios. Inmediatamente el nombre '• del papa se puso en los dípticos litúrgicos, y el 16 de enero-, de 1275 la unión d e las Iglesias se proclamó solemnemente eój, la misa que se cantó en el palacio imperial. Epístola y evange-;] lio se recitaron en griego y en latín, y el diácono invitó a orar '.*• "por Gregorio, pontífice supremo de la Iglesia 'apostólica y " papa ecuménico". El patriarca José fué depuesto, siendo lia- .* mado a sucederle en tan alta dignidad el virtuoso y doctísimo.;. Juan Beccos, paladín d e la unión. \ El clero, griego, cismático en su mayoría, reaccionó violen-' taimente, ayudado por los monjes, que ejercían influencia deci-j; siva en el pueblo. N o sólo en Constantinopla, sino en otras '., partes del Imperio se produjeron sediciones y cismas, que Mi- '•' guel VIII Paleólogo pudo reprimir con rigurosas medidas. í A fuerza de prudencia y de tacto acaso se hubiera podido ; consolidar la buena armonía entre Bizancio y Roma. Pidió el emperador al papa que excomulgase a los partidarios de Anjou U en el Imperio, a lo que Inocencio V contestó vagamente, trai-t bajando por otra parte en favor dfe la paz entre el soberano ' de Constantinopla y el de Sicilia. Y tanto Inocencio V corno. su sucesor Juan X X I exigieron que el emperador, de palabra ¡ o por escrito, renovase delante d'e los legados pontificios el ju- í ramento de fidelidad y obediencia prestado en el concilio de?. Lyón. Así lo hizo, juntamente con su hijo y con el patriarca
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y&eccos, en abril de 1277. Consiguientemente se produjeron nuev a s turbaciones de parte d e los antiunionistas, a los cuales el patriarca excomulgó. Elevado Nicolás III a la Cátedra de San P e d r o , aunque ¿•prestó un gran servicio al Paleólogo, prohibiendo a Carlos d e fAnjou marchar contra Constantinopla, pero tal vez en otras > ocasiones fué demasiado exigente. N o se prueba que él impusiese por vez primera la inserción del Filioque en disímbolo, pues parece que y a Inocencio V y Juan X X I lo habían reclamado; de todas maneras, n o hay duda que irritó a los bizantitinos con otras exigencias. El emperador y su hijo debían levantar acta de sus juramentos sobre el símbolo d e Lyón; el • emperador haría lo posible por que el patriarca y sus prelados jurasen el mismo símbolo (sin tener en cuenta la repugnancia "del clero bizantino a cualquier forma de juramento )•; los griegos no conservarían de sus ritos sino los que a juicio de la ySanta S'ede fuesen conformes a la fe; nuncios del papa visitarían las principales ciudades del Imperio; un cardenal legado •Tesidiría en Constantinopla; todos los griegos debían solicitar "de los nuncios la absolución de su adhesión al cisma, y todos los antiuñionistas serían castigados con la excomunión y el entredicho; el patriarca y todos los obispos ptedirían a Roma la confirmación en sus cargos. ;
8. Se rompe la unión.—Tales exigencias, acaso excesivas, ponían en peligro la obra realizada, mas el emperador y el clero se sometieron. .. Ocurre en 1281 la subida al trono pontificio de Martín IV, y este papa, dócil a la política de Carlos d e Anjou, a quien •debía la tiara, empieza por recibir de mal grado a los embajadores de Miguel Paleólogo, de cuya sinceridad religiosa desconfiaba, y el 18 de noviembre lanza contra él la excomunión, prohibiendo a todos los príncipes cristianos prestarle auxilio. . D e este modo pretendía preparar el camino a la Cruzada que ; Carlos de Anjou planeaba contra Constantinopla y contrarrestar la política de aqu'el emperador, que se había puesto de acuerdo con Pedro III d e Aragón y con Juan de Prócida para arrojar a Carlos .y a todos los franceses de la Italia meridional. Encolerizado, Miguel VIII pensó en retornar al cisma, pero se contentó con borrar de los dípticos el nombre de aquel papa enemigo de Bizancio. El 11 de diciembre las tropas imperiales derrotaban a Carlos de Anjou en Albania; y poco después las sangrientas "Vísperas sicilianas" y la proclamación de Pedro .de Aragón como rey de Sicilia le aseguraban la tranquilidad exterior. f rf ^ X c o m u l g a d o otras dos veces, en mayo y en noviembre f Qe 1282, murió aquel mismo año, sin querfer jamás el rompi^tento.con Roma. Pero las cosas cambiaron súbitamente, porque apenas subió
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al trono su hijo Andrónico II Paleólogo (1282-1328), rehusó 1 obediencia al Romano Pontífice; hizo que a su propio padre s le negase la sepultura eclesiástica por haber muerto en la comunión latina; restableció en su sede patriarcal al exilado Jos J y persiguió a Juan Beccos, que fué de los pocos que se man,', tuvieron inquebrantablemente unidos a lá cátedra romana, 'yj murió en el destierro el año 1298 16 . IV.
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A NICOLÁS
I V (1276-1292)
1. Inocencio V (1276)* primer papa dominico.—El primer. papa dominico fué Pedro de Tarantasia, que se llamó Inocen| d o V, elegido en Arezzo para suceder a Gregorio X . Era fraijf cés y había estudiado en la Universidad de París, probable:, mente bajo Alberto Magno. Allí mismo fué profesor de teolo, ! gía y colega de Santo Tomás, mereciendo por su saber el títulffi de" Doctor famosissimus. Profesor de la Orden, nuevament profesor de París, arzobispo de Lyón en 1272 y al año siguíen¿ te cardenal, des'empeñó un gran papel en el concilio Lugdu nénse, y tanto por su sabiduría como por su prudencia y santi dad se le auguraba un próspero pontificado, si éste no se hy biera reducido a sólo cinco meses. Mostró excesiva benevolencia para con Carlos de Anjou, quien concedió poder retener el título d e senador de Roma ^ vicario de Toscana; procuró restablecer la concordia -entit güelfos y gibelinos de Italia y se preocupó de la suerte de Es?; paña, invadida en 1275 por un formidable ejército de benimt^ riñes, acaudillados por el sultán de Marruecos Abenjucet ^r Murió el 18 de agosto, asistido por el médico valenciano Ai naldo de Villanova. Más fugaz fué el pontificado de Adriano V, que, elegido julio, murió en agosto de 1276, antes de ser consagrado y si recibir la ordenación sacerdotal. 2. U n sabio portugués en la Cátedra de San Pedro*-, Juan X X I se llamó, por error de algunos cronistas, el suceso de Adriano V . N o existe en la lista de los papas uno que s llame Juan XX, y se debía corregir el error, dando a los últ¿? mos Juanes la enumeración que les corresponde. Sabemos que Juan X X I nació en Lisboa y que su nombi., familiar era Pedro de Julián. En la historia de la ciencia se I 16 Las obras teológicas de J u a n Beccos, en MG 141, 1C-103 Sobre la r u p t u r a de la unión recomendamos los t r e s artículo del p a d r e Viller en "Rev. d'Hist. écclés." (1921 y 1922). ,.: " RINALDIJ Ármales a. 1276, n. 20-22. Sobre la prodúcelo teológica de P e d r o de T a r a n t a s i a , cf. P . F B R E T / La Faculté # théologie de Paria (París 1894-1910) II, 487-495; H . LAURBNT, fi bienhereux Innocevt Y (Fierre de Tarantusie) et son temps (Cl t a del Vaticano 1947).
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conoce por el de Petras Hispanus o Pedro de España. Estudiando en la Universidad de París, aprendió de su maestro Guillermo de ShyresV/ood todas las sutilezas silogísticas encerradas en versos, como aquellos que se hicieron famosos: Terminus esto triplex: medius maiorque mlnorque Barbara, Celarent, Darii, Ferio, Baralipton, etc. Allí, en las escuelas del barrio de Fouarre, concibió el plan de sus famosísimas Summulae logicales, que fueron el texto de la lógica menor o de dialéctica en todas las universidades europeas durante casi tres siglos 18 . Se puede decir,que con este libro enseñó Pedro Hispano a toda Europa, del siglo xm al xvi, a raciocinar con agudeza, precisión y claridad. N o es pequeño título- de gloria. La teología debió de estudiarla bajo el maestro franciscano Juan de Parma, que luego propendió hacia los Espirituales y hubo de ser defendido por su discípulo, siendo éste papa. Una tara afición se le despertó ya entonces a nuestro Pedro de E s paña: la medicina, que solía ir íntimamente unida con la física, estudiada en el curso de artes. Antes de 1250 lo encontramos en Siena, como profesor en el estudio de aquella ciudad y escribiendo el manual de Súmulas, al mismo tiempo que sus primeros tratados de medicina. En 1261 lo vemos en el séquito del influyente cardenal Ot'. tobono Fleschi (futuro Adriano V ) . E r a ya entonces deán de Lisboa, cargo que permutó hacia 1268 con el arcedianato de Vermuy, en la archidiócesis de Braga. Aquel mismo año, apeg a s consagrado papa Gregorio X, lo nombró su médico de calcara. Entonces escribe su principal libro, sobre todas las enfermedades del cuerpo humano (Thesaurus pauperum), y acaso también otros, como el de los remedios de la gota (De medenda Ppdagra), comentarios a Galeno, Hipócrates, Isaac ben So(eimán, Constantino el Africano' y un tratado sobre las enfermedades de los ojos (De oculo), que ha sido estudiado por el Fernán A. M, Berger y le h a merecido un puesto entre los oftalmólogos. Como médico seguía la corriente empírica y conservadora. Eni otros muchos ramos desplegó su actividad científica. .ffl El bizantino J o r g e Scholarios (1400-1464) las t r a d u j o al i F ' ^ o en su Sinopsis de la lógica aristotélica, obra a n t e s a t r i t a a Miguel Psellos. E r r ó n e a m e n t e pensó C. PRANTL, Ge^Khte d e der Logik vm Abendlande (Leipzig 1927) II, 33, que la de t n i e nPt ee d lroo Hispano e r a t r a d u c c i ó n de Psellos; demostró evi••íínt nes XXI contrario C. T h u r o t y después R. STAPPER, Papst %st* (Munster 1898) p. 1018, donde se remite a otros % Cu-tuos m á s especializados. T e n e m o s edición crítica de J. P . M U L ¡Í.TIÍÍTJ The Summulae Logicales of Peter ot Spain (Notre Dame, b a d i a n a 1945). N Sutoria, de la Iglesia,- 2
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Baste recordar su Comentario al libro de Aristóteles sobre j animales, que se guarda en un códice de la Biblioteca Nació ' de Madrid; el Comentario a la celeste jerarquía del Pseu Dionisio, descubierto por Grabmann en Munich, y el libro anima, que es probablemente el más valioso de sus escritos En la primavera de 1273 el cabildo d'e Braga lo eligió pa: arzobispo de aquella sede, y, antes de que tomase posesió queriendo Gregorio X retenerlo consigo, lo nombró carden obispo d'e Túsculo. ¿A qué se debían tan rápidos ascensos? S1 duda a su fama de científico. Esto es lo que, al fin, le granj la suprema dignidad, siendo elegido papa en Viterbo el 8 septiembre de 1276. Propter florem scientiarum, dice el Che: nicon Bertinianum. Y los Anales de Colmar no sólo hablan , ciencia, sino de magia: Iohannes Papa magos. 3. Actuación de Juan XXI.—Era de una sencillez extr mada, que a algunos parecía necedad. Hablaba con alguna pr cipitación, y, según Tolomeo d'e Lucca, amaba poco a los reí giosos. Daba audiencia a pobres y ricos por igual y a cualqui hora- Se mostraba especialmente afable y generoso con los e tudiantes y con los hombres doctos. H a y que confesar que,* p'esar de su natural bondad y mansedumbre de carácter, vál'^ más para el estudio que para el gobierno. Sin embargo, es ve,' daderamente pasmosa la actividad pórtico-eclesiástica que d ' arrolló en los ocho meses de su pontificado. Repasando las /? gestas d'e Potthast, tropieza uno con más de un centenar documentos que salieron en ese breve tiempo.de la canciller^ de Juan XXI. ;; E n la cuestión del Sacro Romano Imperio mostró pó\ deseo de reconocer los derechos d'e Rodolfo de Habsburgo, ' en cambio, significó claramente sus simpatías a Carlos de Á r jou, rey de Sicilia. ! En el conflicto bélico surgido entrfe Felipe el Atrevido'"" Alfonso el Sabio por causa de los infantes de la Cerda, niet del rey de Castilla y sobrinos del francés, intervino con p1 dencia y energía, amenazándoles con la excomunión si no ar glaban pacíficamente sus disensiones. En cambio, nada obtuv del monarca portugués Alfonso III, que había roto las relado nes con Roma y expoliaba las iglesias de su reino, a pesar d una carta harto benévola de Juan X X I , en que le decía suave mente que reformase sus costumbres y i'espetase los derecho de la Iglesia y de los eclesiásticos. Soñaba en la Cruzada contra el turco, pero como ésta r J quería una base económica, estableció impuestos, que le susd taren no pocos disgustos; llegó por fin a recaudar fuertes suma de dinero, que a punto estuvieron de parar en manos de Cail<| ™ MANUEL ALONSO, Obras filosóficas de Pedro Hispano, mentarios al "De anima" de Aristóteles (Madrid 1914).
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Anjou, ambicioso de conquistas en Bizancio más qu'e en ierra Santa. El kan de los tártaros Abaga le hizo una demanfo de misioneros en noviembre de 1276 para su lejano país, Proponiéndole al mismo tiempo una guerra contra la Media juna. Dentro de la teología escolástica, el agustinismo tradicioa ! y el aristotelismo renaciente disputábanse la hegemonía. luán X X I no entró* por las nuevas vías, y parece que fué él qtifen llamó a Rema e hizo maestro del sacro palacio al gran teólogo franciscano Juan Pecham. Veló igualmente por que n o se contaminase la filosofía tradicional con el aristotelismo yerroista. Siendo él aristotélico en la lógica, no lo era en la isica y*matemáticas; y habiendo oído qu'e "París, fuente viva de la sabiduría, ha enturbiado sus limpísimos raudales" con los ^nuevos errores, dirigió al obispo Esteban Tempier una bula ;{18 de enero 1277), llamándole la atención sobre fello y ordenándole abrir una investigación, de la cual resultó la condenación, hecha por el propio obispo parisiense, de 219 tesis defendidas por los aristotélicos de aquella Universidad. Juan XXI, como buen médico que sabe prevenir las enfermedades, deb'a de gozar de excelente salud, pues nos dice Guillermo d'e Nangis qnie, hablando con los demás, solía prometerse largos añes de vida, cuando de pronto, y de la manera más impensada, le sobrevino la muerte. Entrando un día en una nueva cámara que él había hecho edificar en el palacio dfe Viterbo, todo el techo, con piedras y maderos, se vino abajo, opr'miendo al papa bajo los escombres. De resultas de las heridas, al sexto día, que fué el 20 de mayo de 1277, recibidos los sacramentos, expiró. . Su nombra, como queda indicado, se inmortalizó en la historia de la filosofía más que en la de los papas. Sus coetáneos .lo admiraron como un prodigio del saber. Alfonso el Sabio, Que quizá le profesó particular amistad, alude a él en una canc ó n festiva del Cancionero de Colocci-Branouti: E ben vo-lo juro por Sancta María, que Pero d'Espanha, nem Pero García nem Pero Galego, non irán comego. Dante lo contempló en el Paraíso entre un coro de teólogos «Celsos. 3. El romano Nico!ás DI (1277-1280).—Por consejo del ardenal Orsini revocó el papa Juan X X I la constitución del Concilio Lugd úñense sobre el conclave. Las consecuencias se Palparon inmediatamente, pues la feleocicn del nuevo pontífice *ie prolongó por más de seis meses, hasta el 25 de diciembre fle 1277, en que resulto elegido aqu'el mismo cardenal Juan O r "^•' de una de las más nobles familias romanas. c
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Había desempañado importantes legaciones en las diversas;] cortes europeas, y por su talento y experiencia era uno de los! más capacitados para el gobierno de la Iglesia. Tolomeo de¡ Lucca, que alaba su piedad y sus virtudes, nos lo pinta lleno; de atractivos naturales, como "uno de los clérigos más hermo-; sos del mundo", apellidado vulgarmente por sus modales y S' compostura el Composto 20. Poseído de altos ideales y empeñado en exaltar la grandezay el poder del Pontificado, el papa Orsini, que se llamó Nico-las III, abandonó la política de sus tres antecesores, favorable a Carlos de Anjou, porque se persuadió que la ambición de este monarca se entrometía más de lo justo en los negocios dej: la Iglesia y no tanto protegía cuanto oprimía a la Sede Apos^ tólica. Sin embargo, en la delicada cuestión de la Iglesia griega siguió los ejemplos harto rígidos de sus inmediatos antecesores, según vimos. .• Ordenó que ningún extraño podría en adelante ostentar la; dignidad de senador de Roma sin el consentimiento del pap ni por más de un año; así que cumplido el decenio que se 1 había concedido a Carlos de Anjou, tuvo éste que abandona: el cargo. Senador vitalicio fué nombrado el mismo papa (eflS cuanto ciudadano romano), quien ofreció esta dignidad a su¡ sobrino Mateo Rosso Orsini para el año 1278-1279 y a Juan; Colonna para el siguiente. N o consta que pretendiese introducir en la constitución de! Imperio las novedades que le atribuye Tolomeo de Lucca modernamente el alemán A. Busson. Según éstos, era intenció: ' del papa dividir el Imperio en cuatro partes, a saber: el rein> de Alemania, que sería hereditario en los Habsburgos; el reiro de Arles (o Vienne), que sería entregado en dote a Clemenci; hija de Rodolfo, casada con Carlos Martel, hijo de Carlos Anjou, y dos nuevos reinos independientes, el de Lombardía el d e Toscana, cuyos soberanos no estaban aún señalados Hizo cuanto pudo por establecer una paz firme entre el r< de romanos y el de Sicilia, basada en "el matrimonio de lo¡ hijos de ambos; Carlos aseguraba sus derechos sobre Provenz y Forcalquier, y Rodolfo quedaba sin competidor para arr glar las cuestiones de la Italia septentrional. . El pacto no se firmó hasta el pontificado de Martín IV. Dispuesto se hallaba el papa Nicolás para coronar empero dor en Roma a Rodolfo, y si al fin no lo realizó fué por 9' prematura muerte. Recibió, en cambio, de él la plena jurisdi* 50
"De pulchrioribus clericla mundi" (TOLOMEO DE LUCCAJ H"* toria ecclesiastica 1. 23, c. 26; en MURATORI, Rerum ital. scrip& 11, 1179). " "La Civiltá Cattolica", 16 de enero de 1895, p. 286-302. padre Savio dedicó al estudio de este papa nada menos que trecí artículos en la citada revista, años 1894-1895.
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ción1 sobre Romaglia y varias ciudades del exarcado, con la renovación d'e todos los antiguos privilegios otorgados a los papas por los emperadores. \ Con la vista fija en la Cruzada palestinense recogió, por medio de sus colectores, abundantes recursos pecuniarios, pero sobre todo se esforzó por que los reyes cristianos se mantuviesen en paz Z2. Envió en la primavera de 12Z8 una misión de cinco franciscanos al kan de Khambalik (Pekín) en respuesta de la embajada de Abaga, si bien los misioneros no pudieron pasar de Persia. Protegió decididamente a los religiosos, especialmente a los franciscanos; confirmó la Orden de las Clarisas, no obstante el decreto del concilio Lugdunense, y por la bula Exiit qjii seminaf (sobre la que más adelante disputarán tenazmente espirituales y conventuales) aprobó la Regla de San Francisco, dándole .una interpretación! más bien rigorista 'en la debatida cuestión de la pobreza. Como buen romano, se trasladó luego de su elección a Roma, de donde salía para Viterbo en los meses de verano. Construyó un magnífico palacio en el Vaticano, con grandes jardines rodeados de muros, y restauró la basílica de San Pefdro. También hizo importantes reparaciones en Letrán. . • i Murió repentinamente de un ataque de apoplejía en el castillo de Soriano el 22 de agosto de 1280. Atento a la grandeza |- de los Orsini, enalteció a los de su casa, por lo que Dante y Tolomeo de Lucca le acusan de nepotismo; mas no puede decirse ni que cometiera injusticia ni que perdiese d e vista el bien universal de la Iglesia. 4. Martín IV (1281-1285) al servicio de Carlos de Anjou.— f¿ N o pudo el rey siciliano tolerar el postergamiento sufrido du|,>: rante el pontificado de Nicolás III, y a la muerte de éste se 1; Presentó en Viterbo para seguir de cerca la nueva elección. E n unión con el podestá de la ciudad promovió una revuelta, en la que fueron aprisionados los dos cardenales Orsini. Así pudo | prevalecer en el Colegio Cardenalicio el partido francés y r&k ^ t a r elegido, a propuestas de Carlos de Anjou, el cardenal I simón de Brie (22 de febrero 1281). La sede vacante había x a u r a d o seis meses. nu St rw e v o papa, que había estudiado en París y debía la |J Purpura cardenalicia a su compatriota Urbano IV, recibió el | » st Intervino^ en Hungría, amenazada dentro y fuera (POTTHAST, ^dlKt :JI t i c o [1794] n. 21660-63). Puso en movimiento a sus mejores s ara ¿IB y P apaciguar las discordias surgidas entre Fran; e l , Castilla, donde al problema dinástico se había agregado ¡•Ia= Navarra, reino que a la muerte de Enrique I despertaba wpr, ambiciones de Alfo'nso el Sabio y de Enrique el Atrevido l^-Jp^AST, Regest. U, 1720. 1723. 1724. 1727. 1729. 1730). Cf .DBMSKI, pst Nikolaus III p. 261.
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nombre de Martín IV, y así fes llamado todavía, por más que ¿j deberíamos decir Martín I I 2 3 . Era varón piadoso, pero en su gobierno fué muy dtesafortu- ; nado, por haberse puesto como instrumento dócil en las manos ' de Carlos de Ahjou, Entregó la administración de los Estados; pontificios a caballeros franceses, lo que ocasionó continuas re- ; beliones; y d'e nueve cardenales que creó, cuatro eran de Franc i a . Desde los primeros días delegó en el monarca siciliano la dignidad de senador y rector de Roma, con extensos poderes sobre el gobierno de la ciudad. El papá no puso jamás los pies en su capital. Su residencia ordinaria fué Orvieto; los últimos meses, Perusa. Carlos de Anjou proyectaba una guerra contra Constantino»*'' pía. A fin de darle carácter de Cruzada, consiguió que Martín I V lanzase, el 18 d'e noviembre de 1281, su fatal excomu- •! nión contra Miguel VIII Paleólogo, de la que anteriormente. hemos hecho mención. Fué una imprudencia lamentabilísima que;. bastaría por sí sola para ennegrecer la historia d'e cualquier.pontificado. N o es sólo el católico de nuestros días quien de-;:: plora aquella sentencia que reabrió la herida mal cicatrizada); del cisma; fué también un historiador de la época, Tolomeo dtej Lucca, quien atribuyó a castigo divino las desventuras que llo-íj' vi'eron luego sobre Carlos de Anjou y sobre la Iglesia romana.j 5. Las "Vísperas sicilianas"*—El gobierno francés de Car-» los de Anjou fué tan arbitrario y despótico, tan rapaz y cruel,? sobre todo en la isla de Sicilia, qu'e acabó por desesperar a los; sicilianos, principalmente a la nobleza. El futuro almirante Ro~'* ger de Lauria, en compañía de Juan de Prócida, se presentó en!'' Aragón pidiendo auxilio para guerrear contra los anjevinos y. recordándole al rey- Pedro III el Grande (1276-1285) sus d&» rechos a la corona de Sicilia por su casamiento con Constanza,; hija de Manfredo. Sucedía esto en tel pontificado de Nicolás III¿| poco afecto a Carlos de Anjou, y como, por otra parte, se con^ taba con el favor del emperador de Bizancio, la empresa ofre-, cía buenas perspectivas. El monarca aragonés acrecentó cuanto pudo sus armamerK tos militares y navales, fingiendo que planeaba una campaña contra el norte de África. Cuando el nuevo papa Martín I V deseó conocer el objetivo concreto de tantos preparativos, et rey contestó: "Antes me cortaría la lengua". La sublevación siciliana contra Carlos de Anjou estalló, po fin, el lunes de Pascua dte 1282, con ocasión de unos desmáncometidos por ciertos soldados franceses a las puertas de 1 iglesia de Santo Spirito, en Palermo, a la hora en que las cam; ** No existen en el catálogo de los papas ni Martín I I *f Martín III. El error estuvo en algunos cronistas de la Ed: Media, que dieron estos nombres a Marino I y Marino II.
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panas llamaban al pueblo a vísperas. D e ahí el nombre de "Vísperas sicilianas". Todos los franceses de aquella ciudad cayeron bárbaramente asesinados. El grito de "¡Mueran los franceses!" se extendió por la isla. Ni los frailes de los conventos fueron respetados en aquella criminal matanza, que duró del 30 de marzo al 21 de abril. Sicilia se proclamó libre del dominio francés y se entregó a la Santa S'ede. Martín IV, el amigo de Qarlos de Anjou, negóse a ejercer la soberanía de aquella isla y apoyó con todas sus fuerzas al anjevino, el cual se hallaba en Ñapóles preparando la expedición contra Constantinopla; pero al tener noticia dte lo ocurrido se dirigió con sus barcos a poner sitio a Mesina. Excomulgados por el papa, los sicilianos ofrecieron su reino a Pedro III de Aragón. Hallábase éste en Alcoll, pequeño puerto africano, adonde se había dirigido con una poderosa armada de 150 naves y 25.000 soldados para combatir a los berberiscos; y al recibir la embajada siciliana decidió, contra el parecer de los nobles que le acompañaban, hacer valer sus derechos a la corona de la isla. El 30 de agosto de 1282 desembarcaba en Trápani y al día siguiente era coronado en Paltermo. Al frente de sus bravos y temidos almogávares 24 conquistó rápidamente toda Sicilia, obligando a Carlos de Anjou a levantar el sitio de Mesina. Poco después, el 14 de octubre, la armada aragonesa deshizo a la anjevina en Nicotera. Pasaron los almogávares a Calabria y se apoderaron de Reggio en enero de 1283. Viéndose Carlos de Anjou derrotado en tierra y mar, apeM Sobre los almogávares escribe Zurita, siguiendo a los cronistas Ramón Muntaner y Bernardo Desclot: "Eran, como dicho e s, soldados que siempre se exercitaban en la guerra; y aunque f-h una ley de Partida se hace mención de almogávares de caballo, está sabido que era gente de pie..., y su vida era de aquella ganancia, y las armas ordinarias, lanzas y dardo o azcona, íiue era arma enastada de montería, de la cual se usaba mucho e n la guerra. Estaban usados a sufrir grandes trabajos y miserias; y lo que otras gentes no podían sufrir, les era como regalo y r Pasatiempo, porque solían pasar dos y tres días, si necesario ~ a, sin comer sino yerbas del campo. Su traje, según Muntaner ^acribe, era ir muy desarrapados y con antiparras en las piernas, jlue Aclot llama calzas de cuero, y con abarcas en los pies, y °n sombreros de redes, que también por Aclot se entiende que ex? na .sombreros de cuero muy trepados. Por este hábito tan pe- a<^ °os y salvaje Y porque iban muy negros y magros y mal a„? * y » n ol° ac rsicilianos estuvieron en grande admiración y cuieían ftuír'
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ló al ardid de retar al rey aragonés y decidir la suerte de Si-. cilia en un lance personal. Aceptó Pedro III el desafío, que, debería tener lugar ten Burdeos, ciudad del rey de Inglaterra. Desaprobólo el papa, y el duelo no se llevó a efecto; mas no porque faltase valentía al aragonés, que cabalgó disfrazado hasta Burdeos, en cuyo campo se prtesentó el 31 de mayo de 1283, y no encontrando a su adversario, hizo levantar acta de que él había comparecido dentro del plazo señalado. M 6. El papa- contra Aragón.—La actitud de Martín I V en todo este negocio fué la que se podía sospechar dte su política. Ya el 18 de noviembre de 1282 le formó proceso a Pedro de Aragóni, excomulgándolo por haber invadido el reino dte Sicilia, propiedad de la Sede Apostólica, y por haber atacado a Carlos de Anjou cuando éste se preparaba para la Cruzada 25 . Renovó la sentencia el 21 de marzo y el 18 dte noviembre de 1283, privándole del reino de Aragón, como feudo que era de la Santa Sede por donación de Pedro II, y entregándolo a cualquier rey católico que quisiera conquistarlo. El 5 de mayo de 1284 se lo ofreció particularmente a un hijo del rey de Francia, Carlos de Valois, quien cometió la torpeza de aceptarlo. : También prohibió Martín I V a Venecia, Genova, Pisa, Ancona ; y demás ciudades italianas mantener comercio "con Sicilia y con í el "ex rey" de Aragón. Entre tanto, la reina Constanza se había trasladado a la isla con el infante don Jaime, hijo segundo dte don Pedro, recono-:' cido por los sicilianos como heredero de aquel trono. Su go-' bierno procedía felizmente y sin obstáculos, máxime después." que el almirante Rog'er de Lauria hubo desbaratado a la escuadra anjevina, primero en la isla de Malta y imás tarde en el golfo de Ñapóles (5 de junio de 1284). En este último combate, Carlos el Cojo, hijo de Carlos dteAnjou e inferior a su padre en valentía, según confesión de! Dante, cayó prisionero de los aragoneses. La guerra ardía desde 1283 en los Pirineos, porque Feli- ; pe III el Atrevido, en nombre del papa, lanzó un formidable; ejército de cruzados contra Aragón, aspirando a conquistar' aquel reino para su hijo Carlos de Valois, con lo que el Mediterráneo se convertiría en un mar francés. Invadió el Rosellón con la ayuda del rey Jaime de Mallorca y se apoderó de Perpiñán; entró luego en Ampurias, Figueras y otras plazas, incluso en la ciudad de Gerona, aunque aquí con grandes pérdidas. En cambio, por mar era aniquilada en repetidos encuentros la armada francesa que aprovisionaba al ejército de tierra. La situación de éste llegó a ser apurada. Para colmo de males, Enrique III moría de la peste el 5 de oc<, 50
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POTTHAST,
Regest. II (1773), n. 21947;
ZURITA.
Anales I, 25:
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tubre de 1285, y su hijo ordenaba a las tropas la inmediata retirada. N i Carlos de Anjou, ' il nasuto , ni el Romano Pontífice conocieron el desastroso final de la Cruzada antiaragonesa, porque aquél había fallecido el 7 de entero y Martín I V el 28 de marzo de 1285. Carlos II de Anjou (el Cojo) renunció en la prisión a sus derechos sobre la isla en favor del infante Jaime de Aragón. ^ _* El ej'emplo de las "Vísperas sicilianas" cundió por otras partes de Italia, donde los naturales del país se alzaron contra los franceses. En Roma los Orsini asaltaron el Capitolio y se adueñaron de la ciudad, arrebatando a Carlos su dignidad senatorial. El papa Martín IV murió em Perusa con fama de virtuosa En Alemania y Austria s*e le miraba como enemigo de los teutónicos 20t 7. Honorio IV (1285-1287).—Reunidos los cardenales en Perusa, eligieron por unanimidad, el día 2 de abril, al anciano cardenal Jacobo Savelli, que en recuerdo de su tío Honorio III tomó el nombre de Honorio IV. E n seguida se trasladó a Roma, donde ste hizo consagrar, y constituyó senador de la ciudad a su hermano Pandolfo, recto y justiciero. Es éste un pontificado de poco relieve. Aunque gobernó con más prudencia y moderación que su antecesor, no estuvo .acertado al seguir predicando la Cruzada contra Alfonso I V de Aragón—su padre Pedro III acababa de fallecer—e instigando inútilmente a Felipe el Hermoso a ocupar aquel reino *". Depuso a los obispos que en Sicilia habían coronado al infante don Jaime, y trabajó por la liberación de Carlos II de Anjou, durante cuya prisión dictó el papa prudentes disposiciones para el gobierno de la Italia meridional. A su muerte (3 de abril 1287) vacó la sede romana por más de diez meses. 8. Nicolás IV (1288-1292), primer papa franciscano;—El calor del estío y las enfermedades obligaron a los cardenales a dejar el palacio pontificio de Santa Sabina, ten donde se habían reunido para la elección del nuevo papa, y retirarse cada cual a su casa. Sólo permaneció en su puesto Jerónimo de Ascoli; Y cuando, pasado el invierno, volvió a congregarse el Colegio Cardenalicio, el elegido por voz unánime fué ese iriismo Jeró58 Así 1®. afirma el Chronioon Austriacum; la Continuatio Vin«obowewsis (de los Anales AdmuntensesJ añade: "Tenía tal odio a los teutónicos, que con frecuencia deseaba ser cigüeña, de tal suerte que los teutónicos fuesen ranas en los pantanos, para Poder devorarlos" (POTTHAST, Regest. II, 1794). „ * M. PROU, Registres d'Honorius IV (París 1888) n. 395, p. 284¿ ao). DIGARD, Phüippe le Bel et le Saint Siége I, 31-44.
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nimo de Ascoli, que tomó el nombre de Nicolás, IV, en agrá decimiento a Nicolás III, qu'e le había hecho cardenal. ; El nuevo papa era fraile franciscano. Había entrado muy joven en la Orden, en la que había enseñado filosofía y teolo-i gía, llegando a ser uno de sus maestros más egregios, como L, testifican sus escritos. Desempeñó importantes legaciones pon* tificias en Constantinopla, de donde condujo hasta Lyón a los embajadores, bizantinos en 1274. También acompañó y presen-i tó ante aquel concilio a los embajadores tártaros. Habiendo sido; San Buenaventura elevado al cardenalato, fué elegido él para-' sucederle en fel cargo de ministro general de la Orden fran-.: ciscana. ¡i Desde los primeros días de su pontificado se puso de acuer^' do con Rodolfo de Habsburgo para celebrar la coronación im*' perial. Esta vez fué Rodolfo quien aplazó la fecha para má$j¡ tarde, a causa dfe los alborotos de Hungría y de la muerte dedos de sus hijos. Y como Nicolás I V fué con el tiempo inclinándose hacia la política anjevina, la tan esperada coronacióii' imperial no tuvo lugar; Rodolfo murió en 1291, dejando el título! de duque de Austria, rey de Alemania y emperador a su hijo". ? Alberto I. Consiguió el papa de los aragoneses que dejasen en líber-: tad a Carlos II de Anjou, después dfe renunciar éste al trono* de Sicilia, en 1288, y al año siguiente lo coionó en Rieti como: rey no sólo de Apulia y Calabria, sino de Sicilia; no pudo, sin" embargo, hacer que la isla pasase a manos anjevinas. Nicolás I V amaba entrañablement'e a su Orden, a la que:J otorgó muchos privilegios; hizo cardenal a fray Mateo de Ac- > quasparta, insigne filósofo y teólogo; redactó la Regla de \3\ Orden tercera de Penitencia; favoreció a la Inquisición; luchó, contra los espiritualistas y joaquinistas y condenó a los "herma,-';1 nos apostólicos" del fanático Segarelli. '»; 9. Heroísmo y tragedia de San Juan de Acre,—Su más hon- ':. do dolor se lo produjo la ruina total de las posesiones cristia-¡.¡ ñas de Oriente. Es verdad que Bibars, el fanático sultán "Pan-* -T tera" de Egipto, había muerto en julio de 1277; pero tras algu-> [ nos disturbios y disensiones entre los musulmanes, le sucedió • Malik-el-Mansur (Kelawun), que venció a los mogoles y arrebató a los cristianos la ciudad de Trípoli (26 de abril 1289)." La Cruzada que desde el concilio II de Lyón se venía preparando no llegó a ponerse fen marcha. Enrique II de Chipre : y de Jerusalén solicitó auxilios urgentes. Nicolás IV predicó la :¡ Cruzada el 5 de enero de 1290, contribuyendo a ella con barcos y dinero. Felipe el Hermoso de Francia se mostró indife- ; rente. Cuando la flota cristiana arribó a Tolemaida (San Juan';} de Acre), comprendió que su acción sería inútil, y se retiró./; El peligro era cada día más inminente y la discordia entrfe loa'•;!' cristianos palestlnenses no cesaba. D e nuevo el papa, con acen-
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conmovido, exhortó a los príncipes de Occidente a tomar ;¡Jgs armas (29 de marzo 1291). Sólo fel rey de Inglaterra promeÍ;tí6 acudir, pero ya era demasiado tarde. .';':. Melik-el-Eschraf, el terrible hijo de Kelawun, se presentó W 5 ¿e abril.de 1291 ante las murallas dfe San Juan de Acre, el •'más firme baluarte que les quedaba a los cristianos y en el que *'gz habían refugiado los fugitivos de las otras plazas. Con la ^discordia de los jefes pululaba allí también la inmoralidad de los habitantes. En mayo el rey Enrique II de Chipre trajo por : ; mar un buen refuerzo de víveres y soldados, mas al ver las disensiones de písanos y genoveses, templarios y hospitalarios, vse fugó ocultamente con otros muchos. : Era imposible resistir fel formidable ejército de mahometa> nos que sitiaba la ciudad por tierra y con sus máquinas de guerra iba destruyendo las torres y minando los fundamentos de los muros; hubo faquires y otros fanáticos musulmanes que i se echaron con sacos de arena a los fosos para llenarlos con sus cuerpos y servir de puente a los asaltantes. Entonces pasó por los sitiados una ráfaga de heroísmo. Dos '.caudillos sobresalieron entre todos: el gran maestre de los tem'f. plarios, Guillermo de Beaujeu, y el mariscal de los hospitala,;' rios, Mateo dfe Clermont. Ambos se batieron como leones y ; ambos sucumbieron en lo más recio de la lucha. Siempre las ,- Ordenes militares dieron en la guerra contra los infieles el más alto ejemplo de bravura, de arrojo temerario y de. sacrificio. El 18 de mayo los musulmanes se lanzaron al asalto e ini vadieron la ciudad. Muchos de los cristianos, al tratar de huir i por mar, perecieron entre las olas; la nave en que iba el paf- triarca sfe hundió por exceso de gente, y sólo se salvó uno, que i llevaba la cruz y la imagen d'e Cristo crucificado. Eí saqueo fué atroz. Robos, incendios, asedios, violencias. Las monjas clarisas, a fin de no provocar la liviandad de los sarracenos, cortáronse la nariz, siguiendo el ejemplo de su superiora, y con la cara ensangrentada saliferon al encuentro de los invasores. Los frailes de Santo Domingo fueron sacrificados mientras cantaban en el coro la Salve Regina. Con San Juan de Acre, última llamarada de aquella inmensa hoguera de f'e y de heroísmo que despertaron las Cruzadas, sucumbieron las últimas plazas, Tiro, Sidón, Beyrut, Tortosa. Hi N o les quedó a los cristianos más que la isla de Chipre y ArV menia. i; Con la triste noticia de la pérdida total de Palestina y Siria, • ivr accidente s e sintió consternado, y más qu'e nadie él papa Nicolás, que en vano se empeñó (1, 13 y 23 de agosto de 1291, 23 de enero y 12 de febrero de 1292) fen reavivar el entusiasmo caballeresco y el espíritu de fe para intentar otra vez la conquista del Santo Sepulcro. La Edad Media llegaba a su ocaso.
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EMBAJADAS Y MISIONES A LOS TÁRTAROS Y MOGOLES
Al terminar tan trágicamente las expediciones militares de ; las Cruzadas, comienzan los teorizadores—arbitristas, utópicos, . misionólogos—a idear nuevos caminos y procedimientos dife-,' rentes, a fin de obtener el mismo objetivo, o sea la recupera- , ción de los Santos Lugares y el alejamiento del peligro musulmán. -• 1. Primeros conatos,—Sin renunciar a la conquista por la ' fuerza, unos proponen el bloqueo comercial de Egipto hasta acabar con su potencia económica; así el franciscano Fidencip de Padua y el veneciano Marino Sañudo el Viejo 2S. Otros, en ; cambio, venían abogando, desde San Raimundo de Peñafort y ;: Ramón Martí, por la evangelización de los musulmanas; el :•,. campeón de esta Cruzada espiritual será Ramón Lull, de quien , trataremos ampliamente en otro capítulo. Con el tiempo, la misión de paz sucederá a la guterra de cruzada. Pero las misiones entre los mahometanos serán tardías y dificultosas. Lo que se inicia en el pontificado de Nicolás I V es la evan- • gelización de los pueblos mogoles. ; La invasión tártaro-mogólica sobre tel Próximo Oriente y ";• sobre las naciones eslavas, por obra de los generales de Gengis-Kan, reveló a los ojos atónitos de Europa el lejano mundo asiático, del que apenas tenía una confusa noción. Putede decirse que entonces se produjo el descubrimiento de Asia, como a fines del siglo xy el de América. Y su influjo se dejó stentir muy pronto. Los primeros enviados del papa no eran propiamente misioneros, sino legados o embajadores; buscaban la amistad dé aquel Imperio, conocter sus fuerzas militares y ver si de allí les i podría venir auxilio efectivo en la guerra contra los musulma- ; nes, aunque más o menos veladamente llevaban también ideas y propósitos de predicación cristiana. Eran los mogoles tole* ¿ ranttes en religión, nada fanáticos, más bien indiferentes; mos^ • traban simpatía por los cristianos y permitían la predicación;; del Evangelio. ¿Cómo no intentar su conversión o por lo me^* nos evitar que abrazasen el mahometismo? Si esto último lie-'* gaba a verificarse, surgiría una terrible amenaza para toda laí cristiandad. 1 — — — — —
M
i:
Sobre las ideas de Pedro Dubois y su libro De reouperatíone'; Terrae sanctae, véase R. SCHOI.Z, Die PubUzlstilc sur Zeit PhilippS* des Schñnen und Bonifaz'VIII ( S t u t t g a r t 1903) p. 375-443; y E. RUS NAN, Piei-re Dubois, légiste, en "Hist. litt. de la F r a n c e " 26, 503*; 524. Especial interés p r e s e n t a n las ideas' del chipriota Haytorii príncipe de Corghos, en Armenia, y luego monje cisterciense, <&f, proponía la alianza de los cristianos con los mogoles c o n t r a W sultán de Egipto. Cf. P . PARISJ Hayton, Prince d'Arménie, hts>,torien, en "Hist. litt. de la F r a n c e " 25, 479-507.
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El 5 dte marzo de 1245 Inocencio I V manda cartas Regí et populo Tartarorum, por medio del franciscano Lorenzo de Portugal, proponiéndoles los principios de la religión cristiana, con una exhortación a recibir la fe de Cristo. N o sabemos que fray Lorenzo realizara su proyectado viajé. Los. portado-es de tesas cartas, o de otras idénticas, fueron Juan de Piano Carpini y Benedicto de Polonia, también franciscanos, que salieron de Lyón el 16 de abril y, pasando por Bohemia, Polonia y Rusia, llegaron a las orillas del Volga, donde encontraron al general de los ejércitos mogoles, llamado Batu. D e allí ste dirigieron al centro del Asia, entrando en Karakorum, capital del Imperio tártaro, en julio de 1246, pocos días antes de celebrarse la solemne coronación dtel Gran Kan Kuyuk. Al leer éste las palabras del papa, en que le exhortaba a hacer penitencia, se tensoberbeció indignado y respondió en términos altaneros, diciendo que él—"'el Kan oceánico del gran pueblo"—invitaba al papa a venir a tributarle homenaje 2*. Juan de Piano Carpini hubo de regresar por el mismo camino, logrando en su paso por Kiew la unión de las Iglesias disidentes con la Iglesia romana. Por Egipto y Siria marchó otra embajada, del dominico' Anselmo o Aseelin, con otros dos, sin que obtuvieran mejor resultado. 2. Longjumeau y R u b r o u c . — También San Luis, rey de Francia, entabló relaciones con los tártaros. Respondiendo a un deseo de los embajadores persas, envió desde Chipre (enero de 1249) a tres dominicos, tel principal de los cuales era Andrés de Longjumeau, conocedor del árabe, del persa y del siríaco. Iban a tratar con Kuyuk de un pacto de amistad, mas a su llegada al Imperio de la Horda de Oro, en 1249, ya el Gran Kan había salido de testa vida; y como la viuda regente no les dispensase acogida favorable, la legación no procedió adtelante, dándose por fracasada. Poco después corrió el rumor de que el príncipe Sartak se había convertido a la fe cristiana, e inmtediatamente el franciscano flamenco Guillermo de Rubrouc (1253-1255), poseído de ardiente celo apostólico, se puso en camino como simple misionero, no como legado, aunque con una carta recomendatoria dte San Luis. N o bien llegó a Kiptschak, tierra del príncipe, se enteró de que el rumor era falso. Sartak lo remitió a su padre Batu; Batu lo tencaminó al Gran Kan de Tartaria, Mangu, sucesor de Kuyul, que residía en Karakorum. Empezó el intrépido Rubrouc a exponer la fe cristiana, diciendo que quienes rehusasen creer las enseñanzas dte Cristo serían eternamente condenados. Asombrado el mogol de tan •*• El documento persa, con su traducción francesa, lo publicó M. PELIJOT, Les Mongols et la Papauté, en "Revue de l'Orient Oirétlen" 23 (1922) 18-23; RINALDI, Anuales eccles. ad a. 1245. a. 16-21.
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singular manera d'e mover a la conversión, respondió: "Cuando;; una nodriza quiere hacer mamar al niño, échale primero unas, gotas de leche en la boca, para que el pequeño, al sentir la dulzura de la leche, ap'etezca más, y entonces ella le ofrece el pecho. Así es como debías haber procedido para persuadirnos, una doctrina que nos es extraña y no comenzar por las ame-"' nazas del fuego eterno" 3 0 . Tuvo, sin embargo, el Gran Kan la dignación d'e entrar en la capilla de los nestorianos, que servía también a los franciscanos para los oficios litúrgicos, y se complació oyéndoles can- . tar >un salmo y el Veni, Sánete Spiritus. A mediados de julio de 1255 emprendió Rubrouc la vuelta,, con cartas de Mangu para el rey d'e Francia. Detúvose algún'., tiempo en San Juan de Acre, donde escribió el relato de su via-.:.} je, y tornando a París, pudo hablar con Roger Bacon, a quien comunicó numerosas noticias geográficas 3 1 . 3. Con los moqoles de Perria,—En la Per=ia conquistada por Gengis-Kan se había constituido un reino moqol que, ame- :: nazado por el sultán de Eaipto, manifestó con frecuencia de- i seos de aliarse con los crist-'anos, especialmente con los reinos ' de Armenia y Georgia, con tel fin de asacar y destruir el poderío musulmán. Y, naturalmente, eran los mogoles persas los más a propósito para echar un cable de salvación a las últimas reliquias de los cruzados en Palestina y Siria. A punto estuvieron de abrazar la fe católica, y de haberlo hecho a tiempo, rnuy otra hubiera sido la suerte de Tierra Santa y aun del cristianismo en Oriente. Dentro de la misma Persia no escaseaban los cristianos, so- .,._ bre todo cismáticos, nestorianos y jacobitas. N i siquiera ten el.í' palacio imperial. El kan de Persia Huíagu, cuya mu'er era cr'stíana, pidió a Roma un hombre piadoso y sabio que fuese a bautizarlo v recibirlo- en la Iglesia. Lleno de júbilo le contestó Alteiandro I V en 1260, congratulándose con él y encomendando al patriarca , de Terusálén tratase por sí directamente este asunto. Hulagu ;• murió antes d'e recibir el bautismo. Su sucesor Abaga, o Abalea, estaba casado con una hüa del „> emperador bizantino v envió sus embajadores al concibo II de .;'.* Lyón, según vimos. Aunque no llenó a conver+irse, vemos en y sus monedas, lo mismo que ten las de su hijo Argun, el signo 05 F R . DE RBSSF!V*LLE, TT*stoírp. atnóral" de VOrdre de Saint- '•'•• Fiangois, t. 2 (Tje Puv-en-Velay 1937) p. 622. •' ;:* 31 T,a rplación o Itinerarium WilJrlmi d.p- Rufr^nn. en A. VAN 'fi DEN WYNGAERT, . Sínica franciscana (Quaracchi 1929) I. 164-332. f Para las misiones del Imperio chino es fundamentalísima esta ^ colección de Hiñera et Relationes, cuyo primer volumen se refiere; ¡* a los siglos xnr y xrv. ,¡
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d'e la cruz y esta inscripción: En el nombre del Padre y del Hijo y del Esphitu Santo. Fué Argun quien se puso en comunicación con el.papa N i colás IV, en 1290, por medio de un embajador recién convertido. Andrés Chagan o Zagan. Dos franciscanos partieron de • Orvieto, en agosto de 1291, con más de treinta cartas del pontífice para diversos principes orientales y prelados católicos. N o sabía 'el papa que cuando escribía su carta a Argun y a el Gran Kan había dejado de existir. Le sucedió su hijo Kaibatu, muy benévolo para los cristianos, y en pos de éste re ; nó Kassan (1295-1304), vencedor de los sarracenos, aunque él profesó la religión mahometana. Subió lutego al trono Carpenda, por otro nombre Olgiatu, hijo también de Argun y bautizado en su infancia por los franciscanos. Mientras vivió su piadosa madre conservó la fe de Cristo, pero después se hizo musulmán y, proclamado emperador, persiguió algún tiempo a los cristianos. El Evangelio no dejó de propagarse en P'ersia durante los años siguientes, si bien desde mediados del siglo xiv entran aquellas misiones en franca decadencia. 4. Miñón de Monte Corvino a Turquestan y China.—Del remoto Impterio mogol en China llegaron noticias curiosas con demandas de m'sioneros por medio de dos comerciantes venecianos que se habían in'ernado hasta el corazón del Asia. E r a n hermanos y se llamaban Nicolás y Maffeo Polo. D e la r'egicn del Volga inferior, donde traficaban en joyas, se adentraron hacia el Turquestan. En Bukara se juntaron con unos embajadores mogoles que el Gran Kan de P'ersia Hulagu mandaba al supremo señor de los mogoles Kubilai, gran conquistador, que de Karakorum había trasladado su capital a Khambalik (Pekín). Llegados a la residencia imperial, los hermanos Polo fueron rnuy agasajados por Kub : lai, quien los d'espidió con cartas para el papa, en las que le suplicaba le enviase "cien hombres sabios en la ley cristiana que supiesen las siete artes" y pudiesen mostrar al pueblo la superioridad del cristianismo. En 1269 regresaban a Venecia los dos mercaderes, contando maravillas que 'exaltaron la imaginación de un hijo de Nicolás, el famos'simo Marco Polo, muchacho entonces de quince años, que,quiso acompañar, a su padre y a su tío en el segundo ^iaje. En 1271 salían los tres de San Juan de Acre con cartas del recién electo papa Gregorio X para el Gran Kan de China. Pasando por Mosul y Bagdad, llegaron a Ormuz, de donde, • siguiendo a las caravanas que marchaban al centro del Asia, Penetraron en la región de Catay, que es como Marco Polo en su celebérrima relación llama a China. No nos toca a nosotros referir las peripecias que los viajetos venecianos experimentaron, ni los honores con que fueron
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recibidos, ni las maravillas que el más joven dte ellos describid años adelante en su libro 3 1 *. •;; Noticias de la buena disposición religiosa del Gran Kan de. la China se esparcieron por Persia y Armenia. Allí las oyó un franciscano, por nombre Juan de Monte Corvino, que las refirió al papa Nicolás I V cuando en 1289 vino a la corte pontifi cia con una misión tal vez política de parte del rey de Armeni Hayton II. Nicolás I V escuchó con" gozo este gran movimiento de lo mogoles hacia la Iglesia católica, y no dejó que se le escapase'; ocasión tan propicia para la expansión del Evangelio. •;• En vez de limitarse a contestar al rey de Armenia, lo quef' hizo fué abrir todas las puertas posibles a los que intentabari/i entrar en la Iglesia. Monte Corvino era un fraile vigoroso, de¿i cuarenta y dos años de edad, de sólida virtud y temple de hé~¡roe, emprendedor, intrépido y buen conocedor del Oriente. EI| papa se fijó en él y lo envió hasta las más lejanas tierras, en,llas que ningún sacerdote católico había puesto el pie. Con car-'. tas para los patriarcas de los jacobitas y d e los georgianos,¿ para los reyes de Georgia, Persia, Etiopía y China, se embarcó^ rumbo a Antioquía de Siria. D e allí, por camino d e caravanas,", peregrinó hasta la capital de Armenia. •; Cumplida su misión con el rey Hayton, siguió la vía deí Erzerum y Tabriz (o Tauris) de Persia/ donde había un con-? vento habitado por franciscanos y dominicos. E n aquella capi-'-; tal residía Argun, a quien entregó la carta del papa, felicitán-v dolé por el favor que prestaba a los misioneros y animándole? a recibir el bautismo. f En Ormuz tomó una nave, que lo condujo a Quilón, en la'[ costa de Coromandel. Entonces escribió su primera carta, des-K cribiendo el viaje. U Después de trece meses en la India, continuó su itinerario^ 1 no sabemos con precisión por dónde, hasta desembarcar en uní puerto de China. Hacia 1293 debió de entrar en Khambalik^ (Pekín). Entregó la carta del papa a Kubilai, el cual, aunque*' tolerante, estaba demasiado sumergido en los errores de la ido--:* latría para convertirse a la verdadera fe. Aquel gran soberano,; sin duda el más culto e ilustrado de los sucesores de Gengis-, 1 Kan, murió en 1294. ''• 5. Apostolado de fray Juan de Monte Corvino»—La pala-^, bra fervorosa d'e Monte Corvino obró numerosas conversiones;: a pesar de la tenaz oposición que le hacían los nestoríanos, 3;' quienes, como a los budistas, mostraba buen semblante el em>perador. Creíanse los nestorianos los únicos depositarios de W verdadera fe cristiana y tenían la Sagrada Escritura en lengua^; siríaca, aunque la leían maquinalmente, sin entenderla, pues eran;
muy ignorantes y vivían contagiados d e los vicios paganos. D e sus persecuciones y de sus calumnias triunfó finalmente el misionero. Jorg'e, príncipe de Tenduc y nestoriano de religión, se convirtió al catolicismo, trayendo consigo al redil de la Iglesia a la mayor parte de sus subditos. Desgraciadamente, la muerte del príncipe en el campo d e batalla fué causa de que aquella cristiandad de Tenduc, desamparada, volviese al nestorianismo. Érale impasible a Monte Corvino atender a las ciudades distantes, y en la misma Khambalik n o podía alargar mucho su radio de acción. Se hallaba solo, y para suplir la falta de colaboradores, se le ocurrió la idea d e educar a los niños paganos. Compró unos cuarenta niños, eatre los siete y once años; los instruyó, los bautizó, les enseñó el latín, las ceremonias y rúbricas del oficio divino, para lo cual él mismo tuvo que transcribir dos ejemplares completos del breviario y treinta del salterio y del himnario. Ellos cantaban en el coro las alabanzas de Dios con sus v o cecitas angelicales, a distintas horas del día, tan placenteramente, que el mismo emperador Timur acudía a oírlos algunas veces por lo mucho que se deleitaba con su canto. Así trabajaba en su soledad, hasta que en 1303 asomó p o r aquellas tierras otro frailé franciscano. " Y o he estado solo—es»cribía Monte Corvino a Europa—en esta peregrinación, sin confesión, durante once años, hasta que ha venido fray Amoldo, alemán de la provincia de Colonia, ahora hace dos años. Edifiqué una iglesia en la ciudad de Khambalik, donde está la residencia principal del rey, la cual acabé hace seis años, y en ella puse un campanario con tres campanas. También bauticé allí, según creo, hasta ahora unas seis mil personas; y a no ser por las susodichas infamaciones de los nestorianos, hubiera bautizado más d e treinta mil y sigo bautizando con frecuencia" 8 2 . El entusiasmo despertado por las dos cartas que Monte Corvino expidió a Europa desde China fué enorme, sobre todo *si las Ordenes mendicantes; los mismos cardenales, con el Romano Pontífice, las leyeron llenos de admiración. E r a papa . Clemente V , quien encargó al general de los franciscanos escoger siete virtuosos y doctos misioneros que, consagrados obispos, partiesen para Tartaria. Ellos debían consagrar a Juan d e Monte Corvino arzobispo de Khambalik, como en efecto lo hiñeron apenas llegaron a aquellas tierras (1309-1310), tras infin t a s penalidades. Monte Corvino murió en 1328 en opinión de santidad a la ^ a d de ochenta y un años 3S . ;
.
"
l- jajiíf;
A. VAN DEN WYNGAERT, Sínica Les
Su
L. Dnsv, Marco Polo chez le grand
Khan
(París 1047).
franciscains
en Chine
franciscana
aux XIII-XIV
I, 347; J . DE GHHL-
siécles
(Lovaina
:'nK" s últimos años caen fuera de n u e s t r o período. Véanse los Dros y a citados de Sessevalle y W y n g a e r t , y a d e m á s A. G. Mou-
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Nuevos apóstoles vienen a continuar la obra del fundador'.'¡¡¡í1 en las diócesis de Yangchow, Hangchow y sobre todo en Zal~ '•'%. ton, que era la más floreciente. Pero 'en 1348 la peste negra, ' al despoblar los monasterios y conventos de Europa, cegó la fuente de misioneros, y los que Urbano V quiso mandar en 1370 , se encontraren con que la dinastía mogol, tan benévola para.. los cristianos, había sido suplantada por la dinastía indígena! Ming, que cerraba herméticamente la entrada a todo extranjero. Cuando en el siglo xvi vuelvan a abrirse las puertas del Celeste;;; Imperio, no quedará ni el recuerdo de los antiquos cristianos.' Digamos, para terminar lo referente al pontificado de Nicolás IV, que este prim'er papa franciscano empleó a los frailes, de su Orden no sólo en las misiones de los mogoles, sino tam-;! bien en la reconciliación del reino de Armenia con la Iglesias romana, y que bien merece un puesto distinguido en la historia. de las misiones católicas. Murió el 4 de abril de 1292 en el pa~,| lacio que él había edificado junto a Santa María la Mayor. VI.
CELESTINO
V (1294).
EFERVESCENCIA RELIGIOSA
Volvamos los ojos al centro de la cristiandad para presen-,. ciar la tremenda crisis espiritual, ideológica e institucional que^ se dejó sentir en la última década del siglo xin, y que parece. señala la agonía de la Edad Media. •,) 1. Celestino V (1294).—Apenas celebrados los funerales"'. de Nicolás IV, reuniéronse en conclave los cardenales, pr'mero 1 en Santa María la Mayor, después en el Aventino, finalmente^ en Santa María sobre Minerva. Imposible llegar a un acuerdo,'^ porque el bando de los Colonnas, capitaneados por los card¡&£| nales P'edro y Jacobo, de esta noble familia, disputaba al ban-íj! do de los Orsini el candidato a la tiara pontificia. Con el calori del verano todos se dispersaren. Volvieron a Roma en septiem^J bre y continuaron sus discusiones hasta el nuevo año de 1293:$ Como ninguno de los partidos pudiese obtener la mayoría^ necesaria, pronto se desbandaron de nuevo. '.1 La lucha ardía ahora 'en las calles. Orsinis y Colonnas gué^l rreaban entre sí, atacándose en sus propios palacios y hasta eijf| las iglesias. El temor de un cisma obligó a los cardenales á|j congregarse en la más tranquila ciudad de Perusa (octubr#>| de 1293), pero la discordia la llevaban consigo. ' j En la primavera de 1294 el rey Carlos II de Anjou, el Cojo/' y su hijo Carlos Martel, rey titular de Hungría, se presentaría en Perusa con objeto de acel'erar la elección y sacar proveche(| de ella. A su regreso a Ñapóles, pasando por Sulmona, p a r e c í LE, Christian in China hefore tJie year 1S50 (Londres 1930); A, vAJíjjj DB WY*OAEKT, Joan de Mont Corvin (Lille 1924).
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directa o indirectamente se entrevistaron con el, ermitaño Pedro de Morrone, el cual escribió una carta a los cardenales exhortándolos a dar pronto a la Iglesia un supremo pastor. El decano d'el Sacro Colegio, Latino Malabranca, muy devoto del santo ermitaño, mostró la dicha carta en el conclave y surgió el nombre de Pedro de Morrone como futuro pontífice. Cosa rayana en prodigio: aquellos cardenales que en veintisiete tneses no habían logrado avenirse, apenas oyeron ese nombre, para muchos desconocido, convinieron en seguida unánimemente en que el papa sería aquel viejo de casi ochenta años que vivía consagrado a la oración y a la penitencia en las soledades del monte Morrone, junto a Sulmona. La elección tuvo lugar el 5 de julio de 1294. Pedro de Morrone, que se llamará Celestino V , había sido abad benedictino en Faifoli (1276-1279), de donde se había retirado al monte Maiella para fundar una Congregación de ermitaños que luego se apellidaron "Celestinos" y cuyos estatutos había aprobado Gregorio X. Hallábase en el eremitorio de San Onoíre en el monte Morrone, cuando oyó con estupor y con lágrimas en los ojos el anuncio que le traían los diputados del conclave" 4 . Rogábanle los cardenales viniese a Perusa para la consa. gración y coronación, mas el ingenuo e inexperto anciano, apresado desde el primer momento en las redes del rey de Ñapóles, declaró que la ciudad por él escogida era Aquila. Los cardenal e s tuvieron que ceder y venir a prestar obediencia al nuevo Vicario de Cristo. 2. ¿El papa angélico?—Espectáculo nunca visto el que contemplaron las gentes del país el día 27 de julio de 1294. Aquel ermitaño con fama de santo, humilde, macilento, vestido de pobre cogulla, caminaba montado en un ru'n jumentillo, de cuyas , tiendas tiraban dos reyes, Carlos II de Anjou y su hijo Carlos Martel, mientras a su alrededor se agolpaba una multitud in** El cardenal .Tacobo Stefaneschi nos describe así la impresión que aquel anciano pálido, de barba hirsuta, demacrado por los ayunos, les causó a los que se asomaron a las rejas de su I peída para comunicarle la elección: Grantlaevuim, vidpre senem per secta ftenestrae attonitum tantaque Buper novitate morantem; hirsutum barba, moestum pallore, flaura atque penis maeiera ieiunnque membra ferentem, sed túmidas licrimis, oculi velaminn nigri, palpébras, rigídumque toga, vultuque vexendum. i'p.Opjts metricum v. 242-247, en Acta Sanctorum, mai IV, 416. JQlción moderna en F . X. SEPPELT, Monumento, Caelestinia.na (Paj.^erborn 1921), aunque imperfecta. Lo relativo a la elección de i ^elestino V está perfectamente tratado en H. FINKE, AUS den í ¿«fle* Bonitas VIII (Munster 1902) p. 24-43; SEPPELT, Studien £B í.m Pontifikat Papst Calestins V (Berlín 1910). Rica literatura s^Obi-e Celestino en L.. OLIGEB, Celestino V: "Enclcl. Cattol.
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mensa. "Más de doscientos mil hubo en su coronación, y •$ estaba entre ellos", nos dice Tolomeo de Lucca 85 . "Y lo re fextraño—continúa el mismo testigo—era ver que aquellas gen tes venían no a demandar prebendas, sino a pedir la bendició del nuevo papa, el cual cuando llegó a Aquila tenía que est ' todo el día a la ventana, vencido por el clamoreo dfe los quj suplicaban les bendijese. El 29 de agosto tuvo lugar la solem coronación. A fin de tenerle más supeditado a su política, < rey Carlos-d'e Anjou lo llevó consigo a Ñapóles, adonde tuvi ron que seguirle por fuerza los cardenales. N o hallándose ,;' gusto en el palacio, mandó Celestino V que le acomodaran un humilde cámara o celda, donde trataba de amalgamar la dobl vida dfe anacoreta y de jefe supremo de la Iglesia. Fué mucho tiempo: un enigma—y hoy día sigue siendo,« problema interesante—el porqué de aquella elección de un pap que, ni por su linaje, ni por su edad, ni por sus cargos públie ni por su carácter, talento o ciencia, parecía destinado a la s prema dignidad del Pontificado. Era de una timidez huraña, de una ingenuidad rústica, . una absoluta inexperiencia de los negocios, de escasísimo c nocimiento de los hombres y dte tan poca ciencia, que apen sabía latín, lo que le ponía en un estado de inferioridad cuan tenía que responder a ilustres personajes. Faltándole, pues, todos los títulos humanos, ¿por qué reeay en él la tiara pontificia? La respuesta más obvia se deduce lo ya dicho: como independiente de los Colonnas tanto cor de los Orsini, pareció la única solución al intrincado e üiacal ble debate de los electores en el conclave, a lo que s"e han . añadir las maniobras del rey de Ñapóles en pro de un súbdi suyo que se dfejara gobernar a su antojo. Pero ¿no influyó en el ánimo de los cardenales otra ras" más alta y espiritual, a saber, la persuasión íntima de que 1, papas, atentos a engrandecer el prestigio d'e la Santa Sede, habían preocupado abusivamente de los negocios temporales, políticos, dando importancia a los valores humanos con perj"'. ció de los sobrenaturales, por lo cual se recomendaba un ca bio de rumbo con aspiraciones más evangélicas? ¿No hizo furl za en los electores la idea, tan insistentemente predicada $ los "espirituales", de que una reforma de la Iglesia era neces, ria e inminente, para cuya realización había de venir un "pa angélico", con fel que la santidad, y especialmente las virtu.... de la pobreza evangélica y de la humildad, subiesen al tro. más alto de la tierra, para dar ejemplo a todos los cristianos conducirlos por la senda del Evangelio? Que algún génert>( fascinación ejerció en ellos la fama de santidad del persofl.^ parece indudable. De todos modos, si los cardenales no pe¡? * TOÍ.OMEO DE LTJCCA. Historia, Qete$iqs.ticaJ en rum itat script. 11, 1199.
MURATORI/
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\ ron de esta suerte, así por lo menos lo interpretó el pueblo, , • que se conmovió profundamente y saludó con extraordinarias ,j muestras de júbilo la elección del humilde, austero y santo ana'.. coreta. Los "Espirituales", por supuesto. Y buen número de monjes que habían abrazado la Regla de Pedro de Morrone, con otros muchos partidarios entusiastas de Joaquín de Fiore, 5 no dudaron lo más mínimo de que Dios les enviaba, por fin, en Celestino V el suspirado papa angélico. 3. " E x plenitudine simplicitatis".—Rodeado de unos monjes excéntricos y de políticos intrigantes, sin consultar negocio alguno con los cardenales, pronto manifestó con los hechos que í la candidez dfe su alma no era para vivir en una corte y menos para evitar las trapacerías de los que le circundaban. D e un plumazo creó doce nuevos cardenales, de ellos siete ! franceses, tres d'e Ñapóles y todos adictos al monarca napoli' taño. Al hijo de Carlos de Anjou, joven d e apenas veintiún • años, lo promovió al arzobispado de Lyón, colmándole de be•'.. neficios. Favorito del mismo rey era el conde de Marsica, a, ; quien el papa nombró senador de Roma. A los monjes de M o n ,, tecasino les obligó a admitir la Regla de la Congregación por él fundada, a la cual otorgó numerosas gracias y privilegios. Distribuía los favores y dispensas con larga liberalidad, y hubo vez en que, engañado por sus oficiales, confirjó un mismo beneficio a tres o cuatro pretendientes. Pretendió, además, reducir a los cardenales a un tenor d'e vida más modesto y austero. Por todo lo cual empezó a murmurarse que la dignidad de la ; curia se rebajaba 3 6 y que Celestino V gobernaba y mandaba no tanto "ex plenitudine suae potestatis", cuanto "fex plenitui diñe suae simplicitatis". I La cosa llegó a tal punto, que varios cardenales le aconse5 - jaron buenamente que renunciase a su alta dignidad y se reti/ rase a la vida privada, porque de otra suerte el gobierno de la Iglesia iría de mal en peor. Al oír esto, el santo anciano empezó a sentir e n . s u conciencia la intranquilidad de los escrúpulos. I Cuando sus íntimos adivinaron que el papa pensaba en la renuncia, se esforzaron por disuadirle de tal propósito. Los más ; empeñados en retenerlo en el trono eran sus monjes Celestinos, e l cardenal Mateo Orsini y el rey Carlos de Anjou. Pero como los escrúpulos seguían inquietándole y él com;• Prendía su ineptitud para el gobierno, volvió a consultarlo con * "Multa talia faceré voluit, qualla modo non patitur status •• «t dignitas Romanae Ecclesiae... unde multa fecit sine maturitate ' ?t praeter usitatum ordinem curie" (MGH, Script. 9, 750). Y Stelaneschi exclama: O quam multíplices Indocta potentia formas edtdit, lndnlgens, donan»., faeiensque recessu atque vacaturas cancectens atque v a c a n t e s ! (Ópus metriowirk, 268-270.)
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personas doctas en Derecho canónico, tespecialmente con el car4' denal Benedicto Gaetani, los cuales sin vacilar le aconsejaron' la dimisión. N o bastaba, como pensó alguna vez, declinar el : peso del gobierno sobre tres cardenales; era preciso deponer; sencillamente la tiara y retirarse. .' : Había muchos entre-los exaltados que negaban al Romamfc Pontífice la facultad de poder abdicar. "La unión del papa cori; la Iglesia d*e Roma—decían—es un matrimonio indisoluble, que1' no conoce divorcio". A fin de prevenir las peligrosas conse-•'< cuencias de esta falsa idea, Celestino V hizo componer unía.' bula declarando que el papa puede r'enunciar a su dignidad, y.í el 13 de diciembre de< 1294 la leyó, en público consistorio. Acto seguido se hizo la gran renuncia—il gran rifitito, que Dante le', reprochará para hundirlo en el infierno—y los cardenales se la: aceptaron. . 5 Los que se revolvieron furiosamente contra tal decisión y:;'! particularmente contra Benedicto Gaetani, a quien hacían íes-1 ponsable de ella, fu'eron los monjes Celestinos, y los "Espirir !• tuales", y los joaquinistas, y todos los exaltados reformadores, v que tenían la cabeza llena de ideas apocalípticas. Y su indigna-' : cióni empezó a tomar carácter revolucionario cuando, diez días'--*! más tarde, sfe enteraron de que precisamente el cardenal de San-',» Silvestre y San Martín, Benedicto Gaetani, tras un.breve con-? clave, había sido elevado al trono de San Pedro (24 de diciem-4 bre) con el nombre de Bonifacio VIII 3 7 . | Por tenor a que el papa dimisionario—ahora simplemente-^ Pedro de Morrone—se dejase embaucar por una partida de fa<' náticos, retractando tal vez lo hecho y ocasionando un csma,'? le prohibió Bonifacio VIII retirarse a su amada soledad del; eremitorio de Morrone. Pero el viejo ermitaño se escapó ocultamente hacia el mon^¡ te Gargano, quizá con la intención de pasar a Dalmacia o Gx&/\ da. En la misma costa del Adriático fué detenido por los emi-:^ sarios d'el nuevo pontífice y conducido al castillo de Monte { Fumone, cerca de Alatri, donde permaneció seguro, en "honesta Ó reclusión", llevando vida de contemplativo hasta que murió el ! v 19 de mayo de 1296. N o se debe dar crédito a las absurdas le- '^ yendas que luego se inventaron sobre la severidad y rigor oon J que fué tratado, hasta decir algunos exaltados que se le había | dado muerte por orden del papa Bonifacio, perforándole el crá-•;•• neo con un clavo 3S. "
Véasf> la primera encíclica de Bonifacio VIII en A. Tiro-üS Les registres de Boníface VII t (París:; 1907) I. 2-3. Sobre su elección, FINKE, AUS den tagen B 65-74; V.% sobre la renuncia de Celestino, ibld. 44-54. Sobre las virtudes del |' anacoreta véanse los textos recorridos por G. DIGARD, PKilipP&i
MAS-M. FAUCON-G. DIGARD,
le Bel et le Saint ís
Siége
(París 1936) I, 175.
:¡|]
Sloria di Bonifazio VIII e dei suoi templ (2 voIsvfJ Boma 1346) I, 111. San Celestino V (o mejor, San Pedro de MÍKTJ. TOSTI,
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4. Joaquín de Fiore y los "Espirituales",—Hemos aludido repetidas veces a los "Espirituales" y joaquinistas. Imposible comprender el pontificado de Cel'estino V y de sus inmediatos sucesores sin tener alguna idea de lo que significa y representa esa tendencia monástica, espiritual, pauperística, reformatoria, de inmediatas esperanzas mesiánicas. En otro capítulo, al tratar de la Orden de San Francisco, exponemos les opuestos* movimientos y las divisiones que se produjeron en el franciscanismo poco después de la muerte del fundador. Prescindiendo del ala izquierda, de tendencia laxa, escasamente representada, y que apuntó de algún modo en fray Elias viviendo aún San Francisco, contentémonos, por ahora, sin matizar mucho, con distinguir dos grandes corrientes: lá del centro o moderada, que se llamó de "la Comunidad", y se proponía seguir la pobreza franciscana con la fidelidad posible, dentro d'e ciertas adaptaciones y acomodamientos, impuestos tanto por el crecimiento de la Orden como por las nuevas formas de apostolado; y la de la extrema derecha, la de los rigoristas o celantes, que, intransigentes con cualquier adaptación, preferían atenerse literalmente al Testamento de San Francisco. Estos son los que ahora nos interesan; los que, ali'ededor de 1274, se apellidarán "Espirituales", en oposición a "la C o munidad". Abogaban por la más estricta y rigurosa pobreza, sin admitir propiedad de nada, ni de las cosas que se dicen primo uso consumptibiles, las cuales no fera lícito almacenar, o hacer acopio de ellas, para las contingencias de la vida claustral. Esta pobreza absoluta se identificaba con la perfección evangélica, observada por Cristo y los apóstoles, de la cual ni el papa podía conceder dispensa. Agudizóse el conflicto inicial desde que algunos extremistas franciscanos adoptaron fanáticamente ciertas ideas joaquinistas o que se atribuían a Joaquín de F i o r e 3 9 . Tone, pues la bula de canonización nunca le da el nombre de Celestino, sino de Pedro) fué elevado a los altares por Clemente V, gracias no sólo a las virtudes heroicas del siervo de Dios, sino89 también al en>peño tenaz de los enemigos de Bonifacio VIII. Las primeras fuentes narrativas sobre Joaquín de Fiore Pueden verse en Acta Ranctorum mai VII, 91-121. Otras en JORWN, Joachim de Fiore: DTC, y en E. SCHOTT, Joachim der Abt
wow Fioris, en "Zeischr. f. R G " 22 (1901) 343-361; 23 (1902) 157-186. G
- HUCK, Joachim von Floris und joachitische IAteratur (FriburBo de Br. 1938). Del Tractatus super IV Evangeliá de Joaquín nos «a dado una edición moderna E. Buonaiuti (Roma 1930), autor de *nuchos estudios sobre el abad de Fiore. La edición de las principales obras la viene desde hace años preparando H. Grundmann. Sobre los "Espirituales", EHRLE, Die Spiritualen, ihr Verhültnte f"»» Franciscanerorden und su den Fraticellen, en "Archiv für Llw . und K G des M.-A" (1885) 508-569; I I (1886) 106-133; 249-336; •UI (1887) 553-623; IV (1888) 1-190. Amplia bibliografía en OLIQEE, *>pirituels: DTC. '
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¿Quién era este personaje tan venerado por los "Espiritua les"? II calavrese abate Gioacchino, di spirito profetico dotato. responde D a n t e en el canto 12 del Paradiso. Nacido hacia 1130 en Célico de Calabria, pasó algunos años de su juventu en la corte normanda de Ñapóles, de donde partió para Qrien •"te; visitó Constantinopla, Tierra Santa y la Tebaida de Egipto para regresar a Sicilia y Calabria, dispuesto a seguir la vid monástica. Hizo la profesión en el monasterio cisterciense de Corazzq del que fué nombrado abad hacia 1177. Aunque apartado d^, los negocios mundanos y entregado plenamente a la vida con templativa, quizá fueron sus mismas meditaciones apocalípticas las que le indujeron a preocuparse del mundo y de la Iglei? sia y le movieron a visitar al papa Lucio III en Veroli ;" a Urbano III en Verona. Una carta de Clemente III en 118 le animaba a terminar su Exposición del Apocalipsis y a man dar sus escritos al Romano Pontífice. En el invierno de 1190 ' 1191, hallándose en Sicilia, habló con Ricardo Corazón de Leo' y con Felipe Augusto, que pasaban a Palestina con la Cruza. da, y consta, por testimonio de los cronistas Rogerio de Ho? venden y Benito de Peterborough *°, que el monarca inglés 1 hizo curiosas preguntas sobre el Apocalipsis. • Ansioso de consagrarse más enteramente a la contempla'1 ción, Joaquín abandona en 1191 su abadía de Corazzo, y con? tra la voluntad de los cistercienses se retira con un compafr ro a la soledad de Pietralata, en el monte Sila, junto a Cosen. za, en donde funda el monasterio de San Juan in Fióte, cun" de la Orden Plorensis. confirmada por Celestino III en abril' de 1196. Antes de entregar su alma a Dios (30 de marzo 1202), pro? testó de su fidelidad al Romano Pontífice, a cuya censura ordenó se entregasen todos sus escritos. Dejó fama de santo, % pesar de que sus doctrinas se prestan a serias reservas. '• 5. El joaquinismo,—Y en primer término sus enseñanza^ sobre la trinidad y unidad de Dios. Las expuso en un opúscü lo que no se conserva, pero que fué condenado en 1215 p o r ' é | concilio I V de Letrán. Siguiendo tal vez a Gilberto de la Porree^ atacaba el abad Joaquín la doctrina trinitaria de Pedro Lontó *° Rerum Britannicarúm medii aevi scriptores (Londres 18T6 n i , 75-79: II, 150-154. De las conversaciones que tuvo tambié, sobre el Apocalipsis con el abad Adam de Perseigne en la cortffs pontificia, trata el cronista Raúl de Coggeshale, ibíd. I, 67. ¿^jjf serian los eclesiásticos del séquito de Ricardo Corazón de Le°"¿ los que llevaron a Gran Bretaña el profetismo joaqüinista y-' 1 esperanza mesiánica que vemos pulular en. los poemas del ciclo de la Tabla Redonda (Artús, Merlín, Perceval) ?
bardo, sosteniendo por su parte que el Padre, el Hijo y el E s píritu Santo, siendo tres personas distintas, son también una í-sola esencia, una sola naturaleza divina, pero con una unidad ; que no parece verdadera y propia, sino colectiva y similitudij-Miaria. porque la compara a la colección de hombres que constituyen un pueblo o al conjunto de fieles que constituyen una \ Iglesia 41 . D e Joaquín de Fiore tres son las principales obras: Exposi• tio in Apocalypsim, Concordia Novi et V-eíerís Testamenti, Psalterium decem chordarum. Conservamos también: Concordia % evangélica. Contra iudaeos. De articulis fidei, y llevan sus nombres otras muchas, que son dudosas o apócrifas. En correspondencia con las tres divinas personas de la T r i ,\ nidad, Joaquín de Fiore divide la historia dé la humanidad en l tres edades: la del Antiguo Testamento, en que manifestó su \. gloria el Padre; la del Nuevo Testamento, en que se reveló el f, Hijo, y la del Evangelio eterno, que será el reino del Espíritu ;. Santo. Joaquín llama "estados" a dichas edades o períodos. E l primero fué el estado de los casados, que vivían según la carne; el segundo es el de los clérigos, que viven según la carne y el espíritu, y el tercero será el de los monjes, que vivirán sel: gún el espíritu. El primero comenzó con Adán, produjo sus Í frutos después de Abraham y duró hasta Cristo; el segundo, tras un período preparatorio, que empieza con el profeta Elíseo o con el rey Ozías, se extiende hasta el año 1260 de la era cristiana; el tercero, que tuvo un precursor en San Benito : ( t 643), se prolongará hasta el fin del mundo. E n el primero, los hombres vivían bajo la ley, con temor servil; en el segun'•;. do viven bajo la gracia, con obediencia filial y con fe; pero en el tercero vivirán en la abundancia de la caridad y de la gracia divina, con perfecta libertad de espíritu. Cada una de estas edades se subdivide en siete épocas y termina con una crisis violenta de persecución, que sirve de prueba a los buenos y . de castigo a los malos. Como le preguntasen una vez al abad Joaquín si tenía el ; don de profecía, respondió que no;- el Espíritu Santo le había comunicado tan sólo el don de inteligencia para interpretar la Sagrada Escritura. Apoyándose fen el. texto de San M a t e o t (1.17) que señala d e Abraham a David "gentoationes quatuordecim" y otras tantas de David a la transmigración de Babilonia, y desde este suceso hasta Cristo también 14, o sea, en total, £2 generaciones, el abad Joaquín calcula otras 42 desde Cristo "•asta la nueva edad del Evangelio eterno; y dando a cada ge41 F. FOBERTI, GHoacchímo de Fiore e il gíoacchinísmo antico e V "Moderno (Padua 1942), ha intentado una interpretación católica | l e las doctrinas del abad Joaquín, aun en la cuestión trinitaria, rechazando la autenticidad del tratado que condenó el concilio
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neración treinta años, resulta el año 1260 como la plenitud d los tiempos, en que el Espíritu Santo empezaría a derramarse • sobreabundaníemente sobre el mundo. Nótese, sin embargo, que, a diferencia de otros partidario! de la división trinitaria de la historia, Joaquín de Fiore no por$ inminente el fin del mundo. Aunque en su tiempo ya había ná| cido, según él afirmaba, el Anticristo, no parece que le dier-É una significación estricta» y definitivamente escatológica, sino la] de un gran perseguidor de la Iglesia en las postrimerías de lá segunda edad. El año 1260 había de ser el comienzo de los] nuevos tiempos, el principio de la espiritualización de toda Uij ; historia humana. 6. Evangelio eterno.—"Entonces—dice—nacerá una Ordet religiosa, de la que fueron precursores los monjes desde lo días de San Benito; a esta Orden, como parece anunciarlo ú'f pasaje de Daniel (7, 27), le será dado todo poder debajo d ha reposado hasta ahora en el silencio del desierto con los moni jes y solitarios, pero que surgirá, por fin, en todo el brillo de s í | resplandeciente hermosura... Y esta Iglesia, de estéril, se volverá fecunda; sus hijos servirán a Dios hasta en las convulsio; nes supremas que provocará el despertar del espíritu del mal" ^ E s de justicia afirmar que Joaquín de Fiore no anuncia iu3§| tercer Testamento que anule el antiguo y el nuevo, ni una nue/j va revelación, ni una nueva Iglesia que sustituya a la Iglesia de Cristo. ;J Expresamente lo niega 4 3 . Y, de todos modos, él sierapr'ftl 43 Resumen de las ideas de Joaquín, hecho por P. FouRNiráBf íltudes sur Joachim de Fiore et ses doctrines (París 1909). Estí8, estudio, sustancialmente, lo había publicado en "Revue des 'que;# tions historiques" (1900) 457-505, sin el Liber de vera philosophiQy que aquí añade. ••'• '4 <3 "Non tria Testamenta, sed dúo esse scribuntur, 1U<Í?Í1!5]B concordia manet integra" (Exp. in Apoc. introd., c. 13). -"N?.sS ig-itur, quod absit, deficiet Ecclesia Petri, quae est thronus C1 ""JS| ti... sed commutata in maiorem gloriam manebit stabilisin ae*e~g num" (Concordia V, c. 65). De los sacramentos dice: "Mansuríja sunt in aeternum, non tamen in eo statu in quo sunt" (Cono,
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quiso someter sus opiniones a la autoridad del que es "Vicario ¿el Emperador del cielo". El abad de Fiore amaba a la Iglesia romana tanto como aborrecía el cisma y la herejía. Esto no le impedía criticar acerbamente los pecados del pueblo cristiano, y particularmente de los sacerdotes, así como -la simonía, la soberbia y pereza de ciertos prelados; ni ensañarse contra Pedro Lombardo, representante" de la teología escolástica; contra el Derecho de Graciano, representante del Derecho canónico; contra la enseñanza de las artes liberales; contra los fariseos que enervan la palabra de Dios, supeditándola a las tradiciones puramente humanas; y, en general, contra el orgullo y vana ciencia de los maestros "qui scholastica inflantur disciplina", sin que acierten a descubrir los misterios de la divinidad, revelados a los par- , vulos. Todos estos abusos desaparecerán cuando en la Iglesia espiritualizada, se anuncie el Evangelio eterno. Evangelio, que no es un libro nuevo, sino la inteligencia o interpretación espiritual del Antiguo y Nuevo Testamento bajo la luz del E s píritu Santo. Evangelio eterno es, para Joaquín de Fiore, lo mismo que Evangelio espiritual. La espiritualización del hombre en la nueva edad será tal, que "no sólo las almas, que por su naturaleza son sutilísimas, sino también los cuerpos, se espiritualizarán". E n qué consistirá, eso, no lo declara. ¿No será ésta la raíz de aquella espej¡; ranza de una edad paradisíaca, que vemos en muchos soñadoí res del siglo xm y que desde el xiv se mezcla y confunde con la edad de oro, por la que suspiran los humanistas del Renacimiento? En Cola di Rienzo el joaquinismo es palmario y de todos reconocido. 7. Desviaciones del joaquinismo.-—"La multitud de los fiej, les—añadía el abad de Fiore—tendrá un corazón y un alma f'. sola, y ningún particular poseerá cosa alguna como propia, sino ; que todo será común". Este espíritu de pobreza no podía menos de agradar a los. hijos de San Francisco. Y como se afirmaba que la predicación del Evangelio eterno y la consiguiente reforma o espiritualización de la Iglesia había de verificarse o. 74). Qué es lo caduco y perecedero no lo expresa con claridad. ^ ° naa mismo acontece cuando habla de la Jerarquía, pues aunque ••S - a l P a P a "Vicarium caeli Imperátoris", y a la Iglesia romana •Regina, mater et domina universorum, et ei ab ómnibus debetur nonorl a et sublectio filialis" (In Apoc. II, c. 4), otras veces indica 9™ Orden de loa Espirituales sucederá a los obispos, y que p e l mismo modo que la jerarquía clerical se simboliza en San •Cedro, así la Orden de los contemplativos espirituales en San ¿;l.at*; y aunque es verdad que en el oíicio del apostolado no se g f i a m a s a Pedro sin Juan, pero Juan sobrevivió mucho tiempo .?• -Pedro. Sobre estos reparos que se pueden poner a la doctrina joaquiaista, cf. FOURNIER, Etwdes p. 38-39.
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por medio de una Orden de varones espirituales, nada tiene de* extraño que los más rigoristas de los franciscanos, aquellos quél luego se apellidarán "Espirituales", abrazasen con ardor las:! doctrinas del abad Joaquín y proclamasen con entusiasmo qué; la Orden franciscana era la profetizada por aquél. í Uno de ellos, por nombre fray Gerardo de Borgo San Don*! niño, maestro de teología en la Universidad de París, escribió,; en 1254 el libro Introductorias in Evangeliunv aeternum. Glosaba los escritos del abad Joaquín y depravaba su sentido, ys que, según este intérprete, tanto el Antiguo como el Nuevo "I Testamento tienen que desaparecer desde 1260, para ceder e] puesto al Evangelio eterno, constituido por los tres libros fundamentales de Joaquín de Fiore (La concordia. La Exposición del Apocalipsis y el Salterio de diez cuerdas). A pesar del carácter herético que presentaban tales doc-, trinas, el éxito que obtuvieron en París fué enorme. N a d a menos que Juan de Parma, general de los franciscanos (1247-;¡ 1257), muy estimado de Alejandro I V por su sabiduría y piedad, se contagió de estas ideas, por lo que hubo de resignar eV, cargo. a, Desarrollaba por entonces una violenta campaña contra losl frailes mendicantes el conocido profesor parisiense Guillermo* de Saint-Amour, y aprovechó la ocasión que se le ofrecía dé| infamar a la Orden franciscana, denunciando al Romano Pon*! tífice una serie de proposiciones del Introductorias. Alejan-I dro IV, condenó, en octubre de 1255, el libro de Gerardo, .des¿if pues de haberlo hecho examinar en Anagni por una comisiónl de teólogos 4 *. N o se crea que con tales medidas se extirpó eljj joaquinismo del círculo exaltado de los "Espirituales". 8. P . J. Olivi, libertino de Cásale y Ángel Clareno,—Des-| pues de fray Hugo de Digne (f 1255?), "maximus Ioachita";s según Salimbene, vemos que el gran teólogo provenzal frayf Pedro Juan de Olieu (Olivi) entra de lleno en el joaquinismo^ aceptando la teoría de las tres edades y asegurando que li edad del Espíritu empezó con San Francisco de Asís, persona)' que en la concepción de Olivi adquiere proporciones casi mC; siánicas, muy superiores a las del mismo abad Joaquín, de suér/fl te que el joaquinismo viene a quedar absorbido dentro de -lp| que llamaríamos "franciscanismo espiritual". Por eso ínsist0í: tanto en que los franciscanos observen con rigor la absoluta] pobreza que profesó y enseñó su fundador. La Regla franciij1 cana se identifica con la perfección evangélica y es la cumbw hacia la cual tendían como a su fin último las otras religiones;-;. ** Véanse loa documentos y los estudios de H. DBNIFLE, #<*3¡jji Evangelium aeternum und die Kommission von Anagni, en "-^^3 chiv für Lit. und KG des M-A" I (1885) 49-142. Al abad Joaquín S | le perdonó en aquella ocasión, pero poco después el concilio a ; | Arles de 1263 proscribió sus obras.
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Esta pobreza será combatida por el seudopapa, por el papa hereje; pero la Iglesia carnal, la gran meretriz del Apocalipsis, apegada a este mundo, a sus riquezas, a sus delicias y al diablo, la Babilonia, perecerá, para que en los años siguientes sea exaltada la cruz de Cristo. Poco antes se convertirán los sarracenos y los demás infieles 45 . Discípulo de Olivi, en el tiempo en que éste enseñaba teología en Florencia (1287-1289), fué fray Ubertino de Cásale, autor de la obra, dividida en cinco libros, Arbor vitae crucifixae lesa, meditaciones devotas sobre la vida de Cristo y sobre la historia de la Iglesia, de estilo inflamado y violento contra la corrupción de la Babilonia romana. Se asimila perfectamente las ideas xle Olivi, expresándolas con toda la fuerza de su temperamento exaltado. Solamente se aparta de él en la cuestión de la legitimidad del papa Bonifacio VIII, admitida por Olivi y rechazada enérgicamente por Ubertino, que pinta a aquel pontífice como a la bestia apocalíptica, con suya señal van marcados todos los que le rodean. Y más que su maestro, usa y abusa de esa fraseología cruda, cuyas imágenes reaparecerán con peor intención en Lutero: ("Cayó, cayó la gran Babilonia y es ahora habitación de los demonios y cárcel del espíritu inmundo"; "mala bestia y no papa, Anticristo"; "la prostituta de Babilonia, que quiere ser esposa del Cordero y ha contraído unión adúltera con el Anticristo místico"). Otro grupo de "Espirituales" imbuidos en ideas joaquinistas hallamos en la Marca de Ancona. Rigoristas en materia de pobreza, se rebelaron contra las decisiones de la Orden y fueron castigados por sus superiores y dispersados por diversos eremitorios, algunos encarcelados como herejes; puestos luego en libertad en 1289, fueron enviados a evangelizar la Armenia Menor (Cilicia), donde trabajaron bien como misioneros. U n o de v ellos murió después mártir en la isla de Salsete, y es hoy el Beato Tomás de Tolentino. Otros volvieron a Italia, como Pedro de Macerata (Liberatas) y Ángel Clareno, que será el cabecilla de los "Espirituales" y nos trazará sus andanzas y querellas en la Historia septem tribulationum *6. Estos, después de consultar al gran loco (Bizzocone) y juglar de Dios Jacopone de Todi, se dirigieron en 1294 al papa Celestino V , pidiéndole los separase de la Comunidad franciscana. Aquel pontífice-anacoreta acogió benignamente sus deseos y los eximió de la obediencia de sus superio* E H R L 3 , Petrus Ioannes Olivi, sein Leben und seíne Schrif- _ . *ew, en Archiv. f. Liter." III (1887) 409-552. Consúltese t a m b i é n la Llttera magistrorum in theologia contra Olivi, los Articuli prooationnum contra fratrem Ubertinum de CasaXi y la respuesta üe éste en BALUZE-MANSI., Miscellanea (Lucca 1761) II, 258-280. , * Editado en buena p a r t e por el P . EHRLE en "Archiv für Ut. und KG" I (1885) 509-569; II (1886) 106-164;
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res; en a d e l a n t e guardarían la R e g l a d e San F r a n c i s c o , m a s n se llamarían minorítas o franciscanos, sino "pobres e r m i t a ñ o ^ del p a p a Celestino". Breve fué su triunfo, p u e s a p e n a s Bonifa?' ció V I I I h u b o ceñido la tiara, c u a n d o anuló t o d a s las c o n c e i siones d e su anterior. í Sus peripecias y condenación definitiva p o r Juan X X I I n f son d e .este lugar. Baste lo dicho p a r a explicarnos la r a z ó n dé, aquel frenético entusiasmo con que m u c h o s franciscanos y monv jes t o c a d o s ' d e joaquinismo recibieron la elección d e P e d r o d e M o r r o n e al sumo pontificado. Y a h o r a se c o m p r e n d e r á la furia'•[ d e s e s p e r a d a d e aquellos fanáticos al c o n o c e r la r e n u n c i a deí' Celestino V . ;'.i! L a c a m p a ñ a d e difamación y d e calumnias que emprendie^, r o n c o n t r a Bonifacio V I I I , t r a t á n d o l o d e s e u d o p a p a y papa*;' herético, dio origen- a gravísimos p r o b l e m a s d e eclesiología, que.f t a r d a r á n en solucionarse c l a r a m e n t e v a r i o s siglos, y q u e entre^: t a n t o desorientarán a m u c h a s c a b e z a s , contribuirán al despres-f. tigio del Pontificado y alimentarán las fuentes p r i m e r a s d e -la? d o c t r i n a conciliarista.
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IX *
E n t r a m o s en u n a é p o c a t o r m e n t o s a y trágica. E l pontificas';; d o d e Bonifacio V I I I , q u e p u d o ser la c u m b r e augusta del me»! d i o e v o , t u v o m á s bien el a s p e c t o d e u n d e r r u m b a m i e n t o , pio«j,d u c i d o p o r súbito cataclismo. * FUENTES—Les registres de Boniface VIII, publ. p o r G. ÍJÜ? g a r a , M. Faucon, A. T h o m a s , R. F a w t i e r en la "BibHothéntMK. des Ecoles frangaises d'Athones et de R o m e " (Paría 1884-1939Í' 4 vols.; A. POTTIIAST, Regesta Pontificum Romanorum t. 2 (Beif lin 1875); GHLASTO GAETANI, Regesta chartarum. Documénti del'AiH eluvio Gaetani (San Casciano 1927-1929); de los seis volúmenes^ nos interesa a h o r a sólo el p r i m e r o ; H. DENIFLE, Die Denkschrifte^' d *r Colonna ¡jegen Bonifas- VIH, en "Arch. f. Lit. und K g . " Va 493-529; MGH, Scriptores 28, 622-628: Relatio de papa Bonifaá zio VIII capto et Uberato; RILEY, Scriptores rerum Brit. medíf aevi t. 28 (Londres 1865) 483; G. DIGARD, Un nouv.au récit d£lattentat d'Anagni, en "Rev. des quest. hist." 43 (1888) BB7-56.QF A. MAIER, Due documénti nuovi relativi alia lotta dei Cardinal^ Colonna contro Bonifazio VIII, en " R i v i s t a di St. della Ch. lüi It. 3 (1949) 344-364; H. F I N K E , Acta Aragonensia, 3 vols. (MiinÜ* t e r 1908-1923); ver F I N K B en l a bibliografía; MÜRATORI, Rer. itdi.it scnptorbs; en los vols. 3, 9, 11, 15, 18 contiene importantes b^. 1 ' grafías a n t i g u a s y relaciones r o b r e Bonifacio V I I I : VILLANI, G*$, nica, ed. por Cipolla en " F o n t i per la Storla d'Italia" .(Rorft 1908); GUILIELMUS DE NANGIACO, Ohronicon,
publ. en
BOUCUJET-D,,
LISLE, Recueil des historiens des Gaules XX, 543-583; CARD, J, S T . FANESC«I, Opus metricum, p u b l . P ° r F . X. SEPPELT, Manum&ní
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^ i- 1 « „ « V — e l n u e v o P o v e r e l l o , e n a m o r a d o d e l a p o C o n Celes m o V e l ; n J f d o u n m o m e n t o l a tendencia est e z a evangdica-lmUa tnunraa a n g é l i c o " y en u n a piritualista de los q u e s ° ™ ™ * ™ ¿ ingenuidad d e u n o s , l a igReforma sm í « « « f ¿ g a p a s i o n a d a d e los m á s , m e z S o t e co e n°os° i n t e r e l f S a r d c S d e m u c h o s , h i c i e r o n i r r e a * Caelestíniana (Paderborn 1921). A b u n d a n t í s i m a documentación se h a l l a r á en Dupuy, Rainaldi, Balan, Tosti, F i n k e y otros g.utorea citados en la bibliografía. BIBLIOGRAFÍA.—P. D U P U Y , Histoire du_ différend entre le pape Boniface VIII et Philippe le Bel (París 1655) con "Actes et preuves" de inestimable valor; H . F I N K E , AUS den Tagen Bonifaz VIII' (Münster 1902); la s e g u n d a m i t a d son "Quellen" del Archivo de la Corona de Aragón (Barcelona); G. DIGARD, P h i lippe le Bel et le Saint-Siege ü vols. (París 1936), obra postuma, documentadísima; Digard es uno de los principales editores de los Registros de Bonifacio V I I I ; GELASIO CAETANI, D o m u s Coietana. Storia d o c u m e n t a t a della. famiglia Caetani (San Casciano 1927-1933); de los dos volúmenes, nos i n t e r e s a sólo el p r i m e r o ; L. TOSTI, O. S. B., Storia di Bonifazio VIII e dei suoi tempi 2 vols. (Monte Casino 1846), m u y b u e n a p a r a su tiempo, a u n q u e de tendencia panegirista; T. S. R. B'OASE, Boniface VIII (London 1933), m o d e r n a y exacta; S. SIBILIA, Bonifacio VIII (Roma 1949), muy de segunda m a n o ; M. CURLEY, The conflict between pope Boniface VIII and King Philip IV (London 1827); E . RENÁN, Etudes sur la politique religieuse du régne de' Philippe le Bel (París 1899); E. BOUTARIC, La France sous Philippe le Bel (París 1861); C. V. LANGLOIH, Philippe le Bel et Boniface VIII, en la Histoire de France, dirigida por E . Lavisse, t. 3-2 (París 1901); E . DUPRE-THESEIDER, Roma dal Commune di popólo alia Signoria pontificia, ÍS52-ÍS77 (Bologna 1952), vol. 11 de la "Storia di R o m a " ; L. MOEHLER, Die Kardinale Jacob und Peter Colonna: ein Beitrag sur' Geschichte des Zeitálters Bonifaz VIII ( P a d e r b o r n 1914); A. BAUMHATIER, Phüipp der Schóne und Bonifaz VIII (Leipzig 1920); KUKVYN DE LETTENHOVE, Recherches sur la part que l'Ordre de Citeaux et le Conté de Flandre prirent. á la lutte de Boniface -VIII, en "Mómoire de l'Acad. Royale... de Belgique" .0.854), reproducido en la Patrologia de ML 185, 1833-1920; V. SALABERT Y ROCA, El tratado de Anagni y la expansión mediterránea de Aragón, en " E s t u d i o s de E d a d Media en la Corona de A r a g ó n " V (Zaragoza 1952) 209-360; V. MARTIN, Les origines du Gallioanisme 2 vols. (París 1939); J. RIVIÉRE, Le probléme de VEglise «t de VEtat au temps de Philippe le Bel (Louvain 1926); H . X. A R QUILLIERE, L'appel au Concile sous Philippe le Bel et la genése des théories conciliaires, en " R e v . ' des quest. hist." 89 (1911) 23-55; A. FRUGÓNI, II giubileo di Bonifazio VIII, en "Bullettino uell'lstituto storico i t a l i a n o " 62 (1950) 1-121, estudio acabadísimo fl el primer jubileo; G. PILATI, Bonifazio VIII e iZ potere indiretto, : e n " A n t o n i a n u m " V I I I (1933) 329-354; T. BOTTAGISIO, Bonifacio VIII e un celebre commentatore di Dante (Milán 1926); H E ^ELE-LECLERCQ, Histoire des Concilés t. 6-1; RAINALDI, Anuales ec~ clesiastici (continuación de B a r o n i o ) ; P . FEDELE, Per la storia fell'attentato di Anagni, en "Bullettino dell'Istituto storico ita-( " a n o " (1921) 195-232; W. HOLTZMANN, Wilhelm von Nogaret, Rat ••JÍJ* G-Tossiegelbeixiahrer PMUpps des Schónen von Frankreich r*reiburg i. B . 1898); R . FAWTIER, L'attentat d'Anagni, en "Mé«wiges. d'Archéol. et d'Histoire" 60 (1948) 153-179; P . BALAN, II •. vrocesso di Bonifazio VIII ( R o m a 1882).
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lizable la ansiada reforma y hasta imposible el gobierno de la Iglesia. Hemos visto cómo, persuadido de su inexperiencia e incapacidad, el viejo Morrone, que ni siquiera había puesto los pies en Roma, se despojó del manto pontifical para retornar a su amada vida eremítica. Q u e en este acto procedió con plena libertad, sin coacción externa, es indudable 1. , Puramente legendaria y fantástica es la frase profética gue se dijo había pronunciado Celestino V dirigiéndose al cardenal Gaetani: "Intrabis ut vulpes, regnabis ut leo et morieris at canis" 2 . Reunidos en el Casíel Nuovo de Ñapóles los 24 cardenales que se hallaban en la ciudad (14 italianos y ocho franceses), al tercer escrutinio salió elegido el cardenal de San Silvestre, Benedicto Gaetani, que tomó el nombre de Bonifacio VIII. Era el 24 de diciembre de 1294. Es de notarse que no le faltaron los votos de los Colonna, que serán muy pronto sus más encarnizados enemigos. N o hay que dar crédito a Villani cuando afirma que debió la tiara a las promesas que hiciera servilmente a Carlos II de Anjou, rey de Ñapóles.
I.
PRIMERAS ACTUACIONES
1. Juventud*-—Había nacido en Anagni, de la noble familia de los Gaetani, por los años de 1230 ó 1235 3, Alto y robusto de cuerpo, daba impresión de fuerza, tanto física como moral, con un aspecto severo y majestuoso, manos largas y 1 Ocurrió la renuncia el 13 de diciembre de 1294: "Ego Caelestinus papa V, motus ex legitimis causis... sponte ac libere cedo papatui et expresse renuntio loco et dignitati, oneri et honori" (RAINALDI, Anuíales, ad a. 1294, n. 20). Es cierto que se asesoró, entre otros, del cardenal B. Caetani; pero si éste le aconsejó la renuncia, no forzó en modo alguno su voluntad. Tolomeo de Lucca y otros coetáneos afirman que la idea de la renuncia partió' del Colegio cardenalicio. Analizando todas las fuentes, tanto H. Schutz fPeter von Murrone ais Papst Cólestin V: ZKG 17 [1896-97] 477-507) como Finke (Aus den Tagen Bonifaz 39), demuestran que la primera idea brotó de la cabeza del propio Celestino cuando se persuadió de su ineptitud. Sobre "11 gran rifiuto" de Celestino, véase Finke.pp. 44-54; P. X. SBPPBLT, Studien zum Pontifikat Papst Caelestins V (Berlín, Leipzig 1911), y A. PRUGONI, Celestiniana (Roma 1954). El alma visionaria de Celestino se revela en su extraña Autobiografía (FRUGONI, p. 25-67). - Otros suponen que la profecía se hizo después de la elección: "Papatum ut vulpes subiisti, regnabis ut leo, morieris ut canis" (F. PIPINI, Chronicon, en MUBATORI, Rer. ital. script. IX, 741).3 Finke (p. 4) se inclina n^ás bien hacia el 1235, mientras que los antiguos cronistas, como Villani, suponen que nació en 1220, G. GAETANI, Domus Oaietana, juzga más probable el 1230.
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finas, mirada dura y altanera. Gozaba fama de buen canonista, muy experto en los negocios de la curia. Esa experiencia la había conseguido en los altos y variados cargos que los Romanos Pontífice» le habían encomendado. Por concesión de Alejandro I V obtuvo en 1260 una canonjía en Todi, de donde era obispo su tío Pedro. Allí pudo conocer al notario Jacobo de Benedetti, que andando el tiempo será, con el nombre de Fra Jacopone, uno de sus más exaltados enemigos. En Todi cultivó los estudios jurídicos, que'perfeccionó luego en la Universidad de Bolonia. En la de París no es probable que frecuentase ningún curso, a pesar del testimonio de algunos historiadores antiguos. . Enviado a Francia (mayo de 1264) como secretario del cardenal Simón de Brie (futuro Martín I V ) , conoció personalmente y admiró las virtudes del rey Luis IX, a quien más tarde pondrá en el catálogo de los santos. Con el mismo oficio siguió al cardenal Ottobono Fieschi (futuro Adriano V ) en su legación a Inglaterra (1265-1267); entre las peripecias que allí le ocurrieron, él se complacía en contar cómo una vez estuvo asediado por el conde d e Gloucester en la torre de Londres, de donde fué liberado por Eduardo, príncipe heredero 4 . El papa Nicolás III lo nombró notario apostólico y lo empleó en delicadas comisiones. Martín I V lo creó cardenal en 1281, y dos años más tarde lo envió a Francia, donde se hallaba Carlos I de Anjou, con el fin de impedir que este monarca se batiese en duelo caballeresco con Pedro III de Aragón. E n las letras credenciales se le describe como "varón de alto consejo, fiel, perspicaz, laborioso, prudente y férvido partidario de la casa de Anjou" B. Por partidario y amigo de los franceses era generalmente tenido, según él mismo confesará en 1302: "Ego semper, quamdiu fui in cardinalatu, fui gallicus"; de tal suerte que los cardenales romanos se lo echaban en cara*. 2. E l cardenal Gaetani, en París,—Omitiendo otros cargos y comisiones brillantemente desempeñados por Benedicto Gaetani, tenemos que decir algo de su primer contacto con Felipe el Hermoso, porque, al mismo tiempo que nos revelará la fuerza agresiva y temeraria de su temperamento, nos descubrirá una de las raíces del gran conflicto posterior. 4 BOASEj Boníface VIII p. 11-13. • "Dilectum filium nostrum Benedictum S. Nicolai in carcere Tulliano diaconum cardinalem, virum utique profundi consilii, virum fidelem, oculatum, industrium, circumspectum ac honoris tui et exaltationis regiae zelatorem fervidum" (RAINALDI, ad ann. 1283, n. 12). Á ' DUPUY, Histoire du différend... Actes et preuves, p. 78;
FINKE, AUS den Tagen B. 12.
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Pretendía Nicolás I V levantar una cruzada que viniese en ayuda de los últimos restos del poderío cristiano en Palestina, lo cual no se podría alcanzar si los príncipes de Occidente no se ponían de acuerdo. A fin de negociar una paz firme entre Francia y Castilla, de una parte; Aragón y Sicilia, de otra, mandó el papa una legación a París en marzo de 1290, al frente de la cual iba el cardenal Gaetani en compañía del cardenal Gerardo de Parma. Estos debían también poner remedio a ciertos ( abusos que cometían los oficiales del rey invadiendo los bienes i de las iglesias 7 . í. Parece que, en este último punto, la diplomacia de los le- ; gados obtuvo por lo menos buenas palabras y promesas por " parte del rey de Francia, con lo que el clero de aquella nación no pudo menos de sentirse contento y agradecido al cardenal Gaetani. Pero la simpatía se convirtió en aborrecimiento cuando en el sínodo nacional de París,, convocado por el; í representante del papa, .se agitó la espinosa cuestión de las relaciones entre el clero secular y las Ordenes mendicantes, El documento que nos refiere lo que allí se trató fué en- ";|i contrado y publicado por Finke. Para entenderlo hay que saber que el privilegio concedido por Martín I V a los religiosos de poder administrar a los fieles el sacramento de la confesión, ¡-r sin contar para nada con los párrocos 8 , había suscitado gran- '¿¡ des inquietudes en el clero francés, el cual se ilusionaba pensando que en el sínodo nacional sería revocado semejante privilegio. Pero el cardenal Gaetani estaba de parte de las Ordenes mendicantes, como vamos a ver. Si el documento a que nos re-, ¡jj f erimos es fidedigno y exacto—de lo que Finke no duda—, es ;; preciso decir que, en aquella ocasión, Benedicto Gaetani afron- 1 >' tó la oposición de sus enemigos con una audacia, una impetuo- ,' sidad, una dureza y una imprudencia que no se conciben e n ; ' ; un diplomático. Habló primero el obispo de Amiéns, exponiendo las quejas del clero, y en particular de los maestros de la Universidad, •• contra los privilegios de los frailes. E n favor de éstos se de- '» claró el joven obispo Morinense. jacobo de Boulogne, Inte- .¡¡ rrogado el cardenal Gaetani, dijo: "Hermanos coepíscopos, conn. "' fieso que no tenemos facultad para revocar el privilegio contra--/-' 7
Las regestas de los documentos y facultades, en E. LAN- ;-f Les registres de Nicolás TV (París 1905) n. 4254-4302. "Ad früctus uberes" (13 diciembre 1281) (Chartulariu-m Vniversitatis Paris. I, 592). La actuación de Bonifacio ya papa fue,,'. en este respecto mucho más moderada que cuando cardenal; -; Véase su bula Supor cathedram (18 febrero 1300), en Du BOULAYJ^J Historia Universítatis Parisiensis III, 545-547. Y para el conflicto;/.; de las Ordenes, mendicantes con el clero secular en aquel ponj"-j tificado, K. L. HITZFELD, Krise in den Bettelorden im Pontiflft&r.iBonifas VIH, en "Hist. Jahrbuch" 48 (1928) 1-30.
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el cual ladráis, sino para confirmarlo... Quisiera que estuviesen «quí presentes todos los maestros parisienses, cuya fatuidad se ha puesto en claro al pretender interpretar presuntuosamente dicho privilegio con temeraria y criminal osadía. Sepan de cierto que la curia romana no tiene pies de pluma, sino de plomo (non habet pedes plúmeos sed plúmbeos). Piensan dichos maestros que tienen fama de sabios entre nosotros, siendo así que son m,ás necios que los necios, porque están llenos de pestífera ^ doctrina, que han esparcido por el mundo entero". Al día siguiente, hablando delante de la Universidad, se expresó así: "Vosotros, maestros parisienses, habéis hecho necia vuestra enseñanza y doctrina, turbando el orbe de la tierra, lo cual no haríais si conocieseis el estado de la Iglesia universal. Os sentáis en la cátedra y pensáis que con vuestras razones se debe regir Cristo. Con vuestros frivolos argumentos lastimáis la conciencia de muchos. N o así, hermanos míos, no así. Puesto que se nos ha encomendado el mundo, debemos pensar, no qué es lo que conviene a vuestro capricho, sino qué es lo que conviene al orbe universo... En vez de disputar de cuestiones útiles, disputáis sobre cosas falsas y frivolas... E n verdad os digo: antes de anular el privilegio de los frailes, la curia romana está dispuesta a .desbaratar al Estudio parisiense. Nuestra vocación no es para la ciencia y la ostentación gloriosa, sino para la salvación de nuestras almas. Y porque la vida y doctrina de los frailes salva a muchos, su privilegio quedará siempre a salvo". Y la Universidad de los maestros inclinó la cabeza 9 . Al famoso Enrique de Gante, que había publicado un libro sobre la cuestión, lo privó de la cátedra. Cuando Benedicto Gaetani ascienda al supremo pontificado, fácil les será a sus adversarios soliviantar contra él a la Universidad de París. Bonifacio VIII no se arredrará. Atacará de frente y sin miedo, aunque también sin suficiente tacto y prudencia. Se empeñará en destruir a fuerza de rayos, como un Júpiter tonante, a cuantos le pongan resistencia, hasta caer oprimido bajo el peso de sus propios errores y de la iniquidad de sus contendientes. D e vuelta para Italia pasó por Tarascón, donde negoció hábilmente con los representantes de Aragón y Sicilia, hallándose presente Carlos II de Anjou. E n el verano de aquel año, 1291, se ordenó de sacerdote en la ciudad de Viterbo. Pocos meses antes, su hermano Rofredo era nombrado senador de Roma.
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El documento latino, en FINKE, AUS den Tagen B. Quellen 1, ni-vn. Las negociaciones que los legados tuvieron luego en Tarascón con los plenipotenciarios del rey Jaime de Sicilia y del aragonés Alfonso III, brevemente apuntadas en BOASE, Boniface vm p. 23-25; más extensamente, en ZURITA, Anales de la Corona de Araqón 1. 4, c. 120; .RYMER, Foedera, conventiones I, 37; DIGARD, Philippe le Bel et le 8. S. X, 119-124.
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Le estrella de los Gaetani se remontaba brillante hacia el cénit; pues, tras el meteórico pontificado de Celestino V, subía a ocupar la Cátedra de San Pedro el docto y experimentado y alto sonañor de grandezas pontificales Bonifacio VIII. A un papa santo, humilde y sin dotes de gobierno sucedía un pontífice jurista, político, dominador y de ánimo imperial. 3. Coronación en Roma.—Carlos II de Anjou no logró retener en Ñapóles al nuevo papa. M á s aún, hubo de acompañarlo a Roma. El viaje se dispuso rápidamente. El 4 de enero de 1295 salió del Castel Nuovo la brillante comitiva pontificia. Al pasar junto a Anagni tuvo Bonifacio la satisfacción de ver que sus compatriotas salían a festejarlo con bailes y regocijos. Otro tanto hicieron los nobles de la campiña romana, los Colonna, los Orsini, los Savelli, incorporándose al cortejo papal. Entrando en Roma, vino a su encuentro el prefecto de la ciudad. Delante de la basílica Vaticana, el cardenal Mateo Rosso de Orsini le impuso la tiara pontificia. De allí se dirigió la pomposa cabalgata a la basílica y palacio de Letrán, sede habitual del Romano Pontífice. Montaba Bonifacio VIII una blanca hacanea, de cuyas bridas tiraban dos reyes, Carlos de Anjou y su hijo Carlos Martel de Hungría 1 0 . E n medio de tanta gloria hubiera llorado amargamente si hubiera previsto el humillante y doloroso viernes santo que le aguardaba en un plazo no lejano. Uno de los primeros actos de Bonifacio fué el de poner orden en el caos administrativo dejado por el buen Celestino V. Revocó los privilegios que éste había otorgado con excesiva facilidad, las dispensas, las concesiones de prebendas y beneficios y aun ciertos nombramientos de obispos mientras no se regularizase todo legalmente en la curia. Al influyente laico Bartolomé de Capua lo echó de la cancillería. Ya puede imaginarse el griterío de protestas de parte de los numerosos personajes que con más o menos razón se dieron por ofendidos.
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10 Carlos Martel (t 1296) no llegó a reinar en Hungría a pesar del apoyo que le prestó Bonifacio; en cambio, su hijo r Carlos Roberto, gracias al papa, obtuvo la corona. El cardenal í Stefaneschi, que debió de hallarse presente a aquella pompa ,;<¡' triunfal, escribirá en versos no muy clásicos: "Tum lora tenebant illuitres galliqíue duces, Carolusque secundus rex Slculus, Carolusque puer prolesque luventa floridus Hungariae... Sifc igitur vadens redimltus témpora regno."
(MURATORI, Rer. itol. soript. III-l, 651-652. Edición moderna: del Opus metricum en SEPPELT, Monumento, caelesUniana,, Fader- ;. born 1921). La profesión de fe que algunos atribuyen al nuevo 1ij papa es totalmente apócrifa (FINIOS, p. 54-55). Sobre el cardenal; Stefaneschi, siempre fiel a Bonifacio, véase FRUOONI. Cale$tinia?tb í p. 69-124.
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M á s urgente era el remedio que había que poner a la sedición y cisma que amenazaba con ocasión de la renuncia de Celestino. Los espirituales y partidarios del santo eremita, junto con los Colonna, manifestaban abiertamente su oposición al nuevo papa en sátiras y memoriales. Campaña peligrosa, porque podían convencer al ingenuo y viejo Pedro de Morrone que él seguía siendo papa. Ya vimos cómo' Bonifacio creyó necesario apoderarse de la persona del ermitaño y recluirlo "in custodia non quidem libera, honesta tamen", como dice Tolomeo de Lucca, o, según la expresión del cronista Villani, "in córtese prigione". N i siquiera con la muerte de Pedro de Morrone (19 mayo 1296) pudo descansar tranquilo Bonifacio, pues la campaña propagandística siguió, como luego veremos* 11 . 4. Estado general de Europa.—No se presentaba muy halagador el estado de Europa a los ojos del nuevo pontífice. E n Alemania, la muerte de Rodolfo de Habsburgo (f 1291) había dejado vacante el trono imperial, que sé disputaban en guerra dos poderosos rivales: Adolfo de Nassau y Alberto de Austria. Ardía también la guerra entre Francia e Inglaterra a causa de la Aquitania y la Gascuña. El rey de Dinamarca, Erico VIII, violaba las inmunidades eclesiásticas, encarcelando al arzobispo dé Lund. Cosa semejante hacía en Portugal el rey don Diniz, esposo de Santa Isabel, invadiendo los bienes del clero y dando las primeras leyes que se conocen contra la amortización. Sicilia, con el sur de Italia, era teatro de luchas sangrientas entre anjevinos y aragoneses. Hungría, a pesar de decirse feudo de la Santa Sede, se negaba a recibir por monarca al candidato papal. Venecia, Genova y Pisa se combatían por causa del predominio en Oriente; y las ciudades de Toscana se desgarraban y ensangrentaban con las facciones de blancos y negros, güelfos y gíbennos. Finalmente, en Palestina, después de la caída de Tolemaida o San Juan de Acre (1291), no les quedaba a los cristianos un solo palmo de Tierra Santa. ¿Qué hacer en presencia de tal espectáculo? Bonifacio VIII, que siempre tuvo un carácter retador y confió excesivamente en sus propias fuerzas, no se desalentó lo más mínimo 1 2 . Y en la hermosa encíclica que, a poco de su coronación, dirigió a los reyes cristianos, describe retóricamente la nave de la Iglesia, que entre oleajes y tempestades vence los ímpetus del viento 11 El absurdo rumor' de haber dado muerte Bonifacio a su antecesor rompiéndole el cráneo mientras dormía se encarga de refutarlo L. TOSTI, Storio, di Bonifazio VIII t. 1, 111. u Entre las infinitas y enormes acusaciones que se lanzarán contra él, una era ésta: "ítem, ante papatum et post habuit daemonem vel daemones inclusos, quorum consilio utebatur in ómnibus. Unde dixit et dicebat, quod si omnes homines de mundo essent ex una parte, et ipse solus ex alia, ipse potius deciperet omnes, et de iure et de facto, quam deciperetur ab ipsis" (DUPUY, BistoWe du différend, Preuves, p. 354).
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y boga segura sobre la furia fragorosa del mar. Elegido por Dios para regir esta nave, confía, más que en su propia virtud, en la misericordia divina, la cual espera conseguir por las oraciones que humildemente pide a todos los fieles. Suplica también a los reyes. favorezcan con todo su poder a la Iglesia 13 . El 13 de febrero, interviniendo en los negocios políticos internacionales como un nuevo Gregorio VII, escribe a las repúblicas de Venecia y Genova, que se hallaban en guerra, imponiéndoles una tregua so pena de excomunión y recordándoles el deber de unirse para reconquistar la Tierra Santa 14 . También pretende en vano reconciliar a Genova con Pisa. • Al rey Eduardo de. Inglaterra le recomienda poner fin a la guerra que sostiene con el rey de Francia, al mismo tiempo que le anuncia el envío de dos cardenales para el arreglo de la paz*5. El resultado—ya lo veremos—fué nulo. M á s feliz fué en pacificar a Francia y Aragón, aunque su empeño por devolver el reino de Sicilia a los anjevinos no se logró por fin, como él quería. Recordemos que a la muerte de Pedro III el Grande le sucedieron sus dos hijos: Jaime en Sicilia y Alfonso III en Aragón. Este último moría en 1291, a los veintisiete años de edad, dejando sus dominios españoles a su hermano don Jaime, con tal que renunciase al reino siciliano en favor de su hermano menor, don Fadrique (Federicas), muy amado de los isleños, a quienes gobernaba como virrey. Pero don Jaime II retuvo para sí la corona de Sicilia, defendiéndola victoriosamente contra los ataque de Carlos II de Anjou (el Cojo), a quien sostenía con todas sus fuerzas el papa. Apenas Bonifacio VIII subió al trono pontificio, convocó en Anagni a los embajadores de Francia y a los representantes del monarca aragonés con el fin de negociar una paz entre los dos Estados y decidir sobre los destinos de Sicilia. Podía darse el pontífice por satisfecho con los primeros resultados. E n el tratado de Anagni (1295) se estipuló que Jaime II se casaría con Blanca, hija de Carlos II de Anjou, repudiando a Isabel, hija de los reyes de Castilla; se firmó una paz duradera entre Francia y Aragón; Sicilia y Calabria pasarían otra vez a manos de Carlos de Anjou; y, en cambio, el papa levantaba la excomunión y el entredicho que pesaban sobre don Jaime y don Fadrique y sobre sus respectivos territorios; el príncipe francés Carlos de Valois, que había recibido del papa Martín I V la investidura del reino de Aragón cuando Pedro III incurrió en excomunión la La misma carta dirige al arzobispo de Sens y a sus sufragáneos, fecha 24 de enero 1295 (RAINALDI, ad ann. 1295, n. 7-9; Bullarmm romanum XV, 1246). » POTTHAST, Regesia pontif. II, 1924. Intimación y amenaza quea tendrá que repetir más tarde inútilmente. POTTHAST, Regesta II (1925).
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a consecuencia de las "vísperas sicilianas", renunciaba a sus < pretensiones ilusorias; a .trueque de Sicilia, el mismo Bonifacio VIII ofrecía en feudo a Jaime II—con dudoso derecho—las islas de Córcega y Cerdeña, prometiendo ayudarle en su conquista i e . M a s no se había contado con la voluntad de los sicilianos, los cuales, indignados contra don Jaime y no tolerando a los anjevinos, proclamaron rey a don Fadrique de Aragón (25 de marzo 1296), y en larga lucha contra franceses, aragoneses e italianos, dóciles a Bonifacio VIII, se batieron con desigual fortuna (teniendo de su parte a Roger de Flor, y en contra suya, al temible almirante Roger de Lauria) hasta arrancar a Carlos de Valois la paz de Caltabellotta (1302), en cuyo tratado se establecía que don Fadrique contraería matrimonio con Leonor, hija de Carlos II, y así podría conservar el reino de Sicilia hasta su muerte; añadíase la condición de que luego pasaría la isla a poder de los anjevinos,' cláusula que de hecho no se cumplió. II.
FELIPE EL HERMOSO, FRENTE A LAS EXIGENCIAS PONTIFICIAS
H o r a es ya de presentar a Bonifacio V I I I en su primer conflicto con el rey de Francia. Aquí veremos al papa Gaetani actuar con miras altas, dignas de un Inocencio III, y moderar sus primeros ímpetus temperamentales con una prudencia que casi parece debilidad, y que ciertamente le faltó en otras circunstancias de su agitada vida. Se inicia con este conflicto, agudizado en una segunda y tercera etapa, el violento contraste entre la Edad Media, representada por el Romano Pontífice, y la Edad Nueva, que se levanta, con aspiraciones laicas absolutistas, personificada en Felipe IV el Hermoso. 1. ¿Una estatua?—Son muy diferentes los juicios que se dan sobre este monarca, teniéndole algunos por un gobernante d e excelsas cualidades, de gran iniciativa, verdadero conductor de la política nacional, y reputándole otros como hombre de 10 ZURITA, Anales de la Corona de Aragón 1. 5, c. 10; DiOARD, PhUippe le Bel 1, 222-225; 290-291. Con más bibliografía en A. BALLESTEROS, Historia
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carácter débil, dominado por una camarilla de consejeros y legistas. H a y quien le juzga enemigo de la Iglesia, exagerando su laicismo, y no falta quien lo estima como extremadamente piadoso en su conducta y defensor del clero. N o hay duda que en su vida privada era sinceramente religioso y que aspiraba a ser tenido por el protector nato de la Iglesia y del Pontificado con tal que éste se doblegase y sirviese a los intereses de Francia. Era ambicioso y tenaz, práctico y ordenado; supo rodearse de consejeros sin escrúpulos, y no será fácil determinar si sobre éstos, en primer término, o sobre la persona misma del rey debe cargar la responsabilidad de las grandes iniquidades que se perpetraron en su reinado aT . Hijo de Felipe III el Atrevido y nieto de Luis I X el Santo, entró a reinar en 1285, siendo un guapo muchacho de diecisiete años, esbelto, rubio, de ojos azules y fríos, de rostro blanquísimo y de extraordinarias fuerzas físicas. Llamáronle por eso "el Hermoso", y con este apelativo ha p a s a d o . a la historia. Víctor Martín le ha calificado modernamente de "el gran silencioso", inspirándose en lo que de este monarca decía un coetáneo, Bernardo Saisset, obispo de Pamiers: "El rey es un pájaro hermoso y grande...; no es hombre ni bestia; es una estatua". Desde el primer momento se propuso poner orden en la administración, en la justicia, en las finanzas; centralizando todos los poderes, cuanto lo permitían las circunstancias históricas. Para ello era preciso tener sujeta a la nobleza feudal y apoyarse en la burguesía, llamando al consejo real a los abogados y doctores en leyes, partidarios del absolutismo regio. Entre los legistas que más eficazmente cooperaron a la obra de Felipe I V figuran el elocuente Pedro Flotte, el audaz Guillermo de Nogaret, Guillermo de Plaisian, el soñador Pedro Dubois, Raúl de Presles, Enguerrand de Marigny, etc. Bajo la influencia de estos hombres, el rey cobra conciencia de su poder absoluto, como si él fuese la ley viviente de la nación, y así como no se juzga inferior a ninguna otra autoridad humana, v. gr., al em" De un monarca tan frío, calculador, absolutista, celoso de sus derechos, y a quien algunos pintan como desaprensivo, avaro, hipócrita y cruel, nos traza su ministro y consejero Nogaret el siguiente retrato: "Persona humilis et benigna, misericors et mansueta, timorata apud Deum et apud homines, semper timens peccare in agendis, magnae religionis et fidei ardore succensa vacans diebus singulis orationi et divinis officiis, summae patientiae atque modestiae, nec unquam ad vindictam inimicorum suorum guerras movit vel favit" (DUPUY, Hist. du différend. Preuves, p. 438). Esos escrúpulos Ctimens peccare) desaparecieron bajo el influjo de los legistas Flotte y Nogaret. Creyó que, siendo un fiel cristiano en la vida privada, podía en la vida política mirar solamente a la grandeza nacional y al robustecimiento de su poder; por eso chocó violentamente con el papa, que le reprendía las violaciones del derecho natural y eclesiástico,
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perador, tampoco tolera en las cosas temporales la tutela o l a . intromisión de la Iglesia. 2. "Caballeros en leyes"»—Como los juristas juegan papel tan importante en la política de los primeros monarcas absolutos y en la preparación de la Edad Nueva, no será superfluo caracterizarlos brevemente desde ahora 1S. Son los primeros hombres de letras que no pertenecen al clero, y traen una mentalidad laica, no raras veces antieclesiástica. Llamábanse legistas o caballeros en leyes. Muchos de ellos eran profesores de universidades, como Bolonia, Toulouse, Orleáns, y actuaron como abogados, cancilleres y consejeros de los monarcas. Empapados en el espíritu del Derecho romano, fueron los primeros en atacar los fundamentos de la Edad Media, que se basaba en el Derecho regional, consuetudinario y cristiano. Con una lógica abstracta, que recuerda de lejos la de los racionalistas y revolucionarios del siglo xvni, hicieron guerra a la organización feudal, al régimen de propiedad hasta entonces vigente, a la misma realeza cristiana y a la constitución jerárquica de la sociedad, que reverenciaba al emperador y atendía las directrices del Romano Pontífice, fomentando, en cambio, el absolutismo regio. La influencia del antiguo Derecho imperial—no bastante cristianizado en el Código de Justiniano—se deja sentir en los pueblos germano-romanos, partiendo de la escuela jurídica de Bolonia, cuyos maestros, desde el siglo xn, infundieron en los innumerables discípulos que se aglomeraban en torno a sus cátedras una veneración casi supersticiosa hacia el Derecho romano. Ocurrió a los juristas y glosadores boloñeses con el D e recho lo que a ciertos humanistas con la literatura clásica. Subyugados por la belleza estructural del Derecho romano, por su precisión de conceptos y definiciones, por su consecuencia rigurosamente lógica, por su aplicación matemática a todos los casos y por su severa disciplina formal, se compenetraron completamente con la manera de pensar jurídica de los romanos y declararon racional, justo y bueno lo que desde aquel punto de vista parecía tal, aunque tal vez estuviese en pugna con el Derecho cristiano. Si bien las naciones medievales habían ido poco a poco codificando sus leyes, precisando su alcance y determinando sus diversas aplicaciones, todavía existían muchos derechos y obligaciones no reglamentados más que por la costumbre. Las mu18 Para esta caracterización empleamos elementos que apuntan ciertamene hacia 1300, pero que no se revelan plenamente hasta tiempos posteriores. La anticristiana influencia de los juristas en los Estados alemanes la puso de relieve, tal vez con excesiva fuerza, J. JANSSBN, Geschichte des deutschen Volkes I (Freiburg i. B. 1897) 548-579. Algo más mitigado, V. MARTIN, Les origines du Gallicanisme I, 133-148.
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tuas relaciones entre señores y vasallos, entre nobles y siervos, entre el mismo papa y sus feudos, entre reyes y ciudades y universidades, etc., no estaban a veces definidas más que por el uso ordinario y la tradición; y aunque estuviesen perfectamente delimitadas y constasen en leyes escritas, pero había poca uniformidad, variando las costumbres en las diversas instituciones, corporaciones obreras o mercantiles, ciudades, feudos, señoríos. Este Derecho múltiple y consuetudinario se le"s hacía insoportable a los legistas, enamorados de la precisión, claridad, lógica y universalidad del Derecho escrito de la antigua Roma. La organización feudal se constituía de agrupaciones jerárquicas, cuyas relaciones, si no estaban determinadas por la costumbre, se estipulaban por medio de" contratos; así, los nobies pactaban con el rey la cuota de los censos, la magnitud de las huestes puestas a su disposición y servicio, la duración de la cabalgada, etc. Los pleitos y litigios entre la gente del pueblo se zanjaban equitativa y cristianamente en tribunales presididos por el obispo o por el señor feudal, según el juicio át hombres prudentes y teniendo en cuenta las circunstancias, las costumbres populares, los usos establecidos; y esto se hacía ejecutivamente, sin enredos que alargasen costosamente los pleitos. Pero los juristas, introducidos poco a poco en los tribunales como abogados, notarios, escribanos, protestaban tam-. bien contra esta diversidad de costumbres y contra todas las libertades locales, proponiendo la uniformidad legal, y dictaminando según las opiniones de Azón, Accursio, Bartolo y otros glosadores, extraños al espíritu y a las usanzas de la región, y complicando con agudezas, subterfugios y artimañas los pleitos, que así se alargaban en interés de los mismos juristas, odiados del pueblo por esta razón más que los usureros. Respecto al derecho de propiedad, es bien sabido que el feudalismo distinguía entre dominio directo y dominio indirecto, y ni siquiera el primero era absoluto, pues se hallaba limitado por las obligaciones del señor para con el rey y para con los colonos; el sentido cristiano de aquellos hombres veía en la propiedad una función social, en relación, por tanto, no sólo con' la utilidad individual, sino con el bien público y con la caridad del prójimo, que obliga en circunstancias a la limosna. En cambio, el Derecho romano, que sólo entendía de dueños despóticos y esclavos, consideraba la propiedad como un derecho absoluto, como si el dueño pudiese disponer de sus bienes arbitrariamente (ius utendi, fruendi et abutendi); los mismos contratos, que en el Derecho cristiano y eclesiástico son convenciones subordinadas a la ley moral y al interés social, prohibiéndose el precio injusto, la usura, el salario insuficiente, reducíanse en el Derecho romano a una lucha de> dos egoísmos.
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3. Absolutismo o fegaHsmo,—Insistamos, sobre todo, en el origen del absolutismo y del regalismo. E n la E d a d Media, los reyes cristianos se comprometían, por el juramento de su consagración, a respetar todos los derechos y a reprimir todas las injusticias; existían entre rey y pueblo relaciones jurídicas que aquél no podía violar; no era justa la ley que fuese contra el bien común, y los reyes eran responsables del ejercicio de su poder ante Dios, ante el pueblo y, en ciertos casos, ante los papas. Pero los legistas proclamaron que el soberano de una nación debe ser el princeps en el sentido romano de la palabra, fuente y origen de toda ley (Quidquid principi placuit, legis habet vigorem), y, como jefe del Estado, debe disponer de t o dos los medios apropiados para proteger el bien de todos, ¿1 honor y la libertad de todos. E n nombre de este bonum commurte, no le reconocían límites a su poder, ni en lo militar, ni en lo judicial, ni en lo legislativo, ni en lo administrativo; ya se ve que la intrusión regalista en el campo religioso era facilísima^ Así nació el absolutismo. E n el campo internacional, el príncipe, según los legistas, no debía reconocer autoridad ninguna superior a la suya; cada E s tado gozaba de una autonomía absoluta. El emperador era como un príncipe cualquiera, y el papa no podía inmiscuirse en asuntos que no fuesen estrictamente espirituales. La potestad del rey provenía directamente de Dios, ante el cual únicamente era responsable; y en modo alguno era tolerable la opinión de ciertos canonistas, compartida por algunos papas, según la cual aquella potestad procedía de Dios, pero mediante el Romano Pontífice 19 . N o contentos con acentuar la separación y mutua independencia de los dos poderes, algunos legistas, contagiados de regalismo, como Pedro Flotte, Dubois, Nogaret, etc., extendían el ius regium hasta l a "reformatio regni et ecclesiae gallicanae", permitiendo al monarca la colación de prebendas, el usufructo de los beneficios vacantes y aun la abolición de la propiedad eclesiástica. Así, con el pretexto de defender a la iglesia nacional, restringen la libertad del Romano Pontífice, impiden el w Que la plenítudo potestatis pontificia se ejerce válidamente tan sólo in divínls, lo defendió a principios del siglo xin el jurista PILLIO, Ordo de civilium atque crimirialium causarum htdiciis (Basilea 1543) p. 57. También el famoso Francisco Accursio (t 1260) decía que el papa no debe entrometerse en las cosas temporales, como tampoco el monarca en las espirituales (Corpus iuris civilis [Lyón 1562] p. 41). Y semejante es la' doctrina de Enrique de Bracton (t 1268) en Inglaterra, y de Felipe de Beaunianoir (f 1295) en Francia. Bien claramente se expresó el anónimo autor de la Disputatio ínter clericum et militem: "Et quemadmodum terreni principes non possunt aliquid statuere de vestris spiritualibus, super quae non acceperunt potestatem-, sic nec vos de temporalibus eorum, super cfuae non- habetts auctoritatem" (M. GOLDAST, Monarchia saori romani. impertí I, 13).'
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contacto de las iglesias particulares con Roma (el intemediario será el parlamento, donde imperan los legistas), se injieren en la administración de diócesis, abadías y parroquias y niegan que el papa pueda desligar a los subditos del juramento de fidelidad al rey. Conocida la ideología de los consejeros del rey de Francia, nos será más fácil comprender sus roces y conflictos con Bonifacio VIII, representante de la tesis hierocrática, según la cual tanto la espada espiritual como la temporal competen al' Romano Pontífice, vicario de Cristo 2 0 . M
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Véase lo que dijimos' sobre la espada material, símbolo de la potestad coactiva, no de la política, al tratar de San Bernardo y de Inocencio III. Sin embargo, desde el siglo XIII son muchos los que entienden por la espada material la potestad o soberanía política, y se la atribuyen erradamente a la Iglesia. Alano de Gales, hacia 1210, comentaba las Compilationes antiquae con estas palabras: "Dicunt quídam quod potestatem et gladium habet. Limperator] tantum a principibus... Verius est quod gladium habeat a papa. Est enim corpus unum Ecclesiae, ergo unum solum caput habere debet" (G. GLEZ, Pouvoir du pape, en DTC, t. 12, 2725) .Vicente el Español había enseñado que el papa no debe entrometerse en la jurisdicción temporal, nisi Indirecte, ratíone peccati, doctrina justa y exacta que se impondrá en el siglo xvi; pero su discípulo Tancredo (+ 1325) volverá a la tesis hierocrática :"Petro enim apostólo terreni et caelestis imperii iura a Deo commissa sunt... Verumtamen executionem gladii materialis, quoad iudicium sanguinis, imperatoribus et regibus Ecclesia commisit" (F. GILLMANN, en "Archiv für kath. Kirchenrecht" 98 [1918] 408 409). El cardenal ostiense Enrique B. de Susa (f 1271), llamado "pater canonum", "fons et monarcha iuris", escribe: "Sicut luna recipit claritatem a solé, non sol a luna, sic regalis potestas recipit auctoritatem a sacerdotali.-nón e contra... Imperator ab Ecclesia imperium tenet et potest dici officialis eius, seu vlcarius... Unus debet tantum esse caput nostrum, dominus spiritualium et temporalium, quia ipsius est orbis et plenitudo eius... Petrus utrumque gladium habuit" (¡}umma áurea 1. 4, rúbr. "Qui filii sint legitimi" [Lyón 1568] fol. 319). De Egidio Romano es substancialmente la doctrina que expondrá Bonifacio VIH en la bula Unam sanctam (según veremos), doctrina que expresará con mayor fuerza el discípulo de Egidio, Jacobo de Viterbo, en el tratado que dedicará al mismo Bonifacio. En los siglos xrv y xv aun los jurisconsultos, como Bartolo de Sassoferrato y Baldo de Ubaldis, se dejarán influir por los canonistas y se harán hierócratas: "quaecumque potestas est sub cáelo, est in summo pontífice", dice Baldo ¿En qué fundaban tan desmedidas pretensiones? Unos, en ciertas. frasea del Evangelio; otros, en la necesaria unidad jerárquica de la sociedad cristiana, que no puede tener dos cabezas; otros, en que el papa es vicario de Cristo, el cual, como . rey y sacerdote que era, transmitió sus poderes a Pedro y a sus sucesores; otros, por fin, en cierto agustinismo político, según el cual el poder de los reyes, aunque materíaliter et inchoativey procede de la inclinación natural de los hombres, pero perfectivo et formaliter no se da sino por la aprobación y confirmación que de él hace el poder espiritual: "nulla communitas dicitur veré re3publica, nisi ecclesiastica". Así Jacobo de Viterbo (ARQUILLIÉKE, Le plus anden traite de l'JSglise: Jacques de Viterbe "De regir
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4. Francia contra Inglaterra.—-En su afán absolutista de poseer bajo su dominio directo todos los territorios franceses, Felipe I V el Hermoso se apoderó de la Gascuña, propiedad de Eduardo I de Inglaterra, su vasallo. En 1294 estalló la guerra entre los dos monarcas, y fueron inútiles las tentativas de Bonifacio VIII y de sus legados, los cardenales Simón de Beaulieu y Berardo de Goth, en pro de la pacificación. La flota inglesa sembraba el terror en las costas de Francia desde la Rochela hasta Bayona. Esta última ciudad se rindió el 1 de enefo de 1295 21 , mientras Felipe hacía supremos esfuerzos por reunir una grande armada con que atacar al adversario, "proponiéndose abolir la lengua inglesa de la sobxehaz de la tierra" 2S . Eduardo I, que, apoyado también en los legistas, aspirabaa una gran monarquía unitaria, pidió una contribución a la nobleza y al clero. Como las circunstancias eran apuradas, no hubo dificultad en concedérsela. El arzobispo de Canterbury, de acuerdo con el episcopado, ofreció al rey la décima parte de las rentas eclesiásticas sin contar con el papa. Lo mismo hizo en Francia—y con más rigor—Felipe IV. A. expensas del clero trató de acumular el oro que necesitaba para la guerra. E r a frecuente que los papas concediesen a los reyes cristianos el diezmo de los beneficios eclesiásticos cuando se preparaba una cruzada contra los infieles o en otras ocasiones de verdadera necesidad. Felipe el Hermoso, ya en 1292 había suplicado a Nicolás I V autorización para exigir nuevos diezmos a las iglesias. El papa se había opuesto decididamente. Ahora él rey echó mano de todos los medios que estaban a su alcance. Acudió al arbitrio de alterar el valor de la moneda; impuso a clérigos y laicos fuertes contribuciones; aun a las Ordenes religiosas que, como la del Cister, gozaban de la inmunidad de las cargas extraordinarias, les reclamó insistentemente el pago de los diezmos. Los cistercienses en 1294 concedieron generosamente el diezmo de dos años. Ante nuevas extorsiones del rey, creyeron de su deber apelar, en nombre propio y de todo el clero francés, al papa Bonifacio VIII 23 . mine chrisliano" [París 1926] p, 131). Con el mismo espíritu agustinista escribía Lorenzo el Español: "Unde quicumque est approbatus ab Ecclesia, sive rex, sive imperator, et est catholicus, eum credo imperatorem vel regem. Extra Ecclesiam nullum credo imperatorem, qui habet de ñure gladium materialem, qui a Deo processit" (P. GILLMANN, Des Laurentius Hispanus Apparat [Maguncia 1935] p. 138). Volveremos sobre esto más despacio al tratar de la Unam sanctam. Ver entre tanto S. MOCHI, Ponti canonlstiche dell'idea moderna dello Stato (Milán 1951) p. 9. al
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DIGARG, Philippe le Bel I, 250.
La frase es de Eduardo I en Westminster a los representantes de la nobleza y del clero (DÍGARD, Phíl. le Bel I, 253). M Véanse los documentos que aporta KBRVYN na LETTBNHOVB, De la part que VOrdre de Clteaux et le Conté de Flandre prir rent á la lutte de B. VIII et de PMl. le Bel, en ML 185, 1833-1920.
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Felipe entre tanto obtenía de algunos obispos débiles y con- ' descendientes, reunidos en diversos sínodos provinciales, los anhelados subsidios. U n antiguo cisterciense, el abad Simón de Beaulieu, obispo de Palestrina, desempeñaba entonces en Francia las funcio-* nes de legado apostólico. Este ordenó a los arzobispos de Reims, Sens y Rouen convocar en París un concilio nacional el 22 de junio de 1296. Dos obispos fueron escogidos por el concilio para llevar a Roma las quejas del clero contra el rey. Pero, antes que se pusieran en camino, ya el papa había intervenido en el negocio con una brusquedad y dureza propias de su carácter. 5. La bula "Clericis laicos".—El 24 de febrero de 1296, Bonifacio VIII fechaba la bula Clericis laicos, no dirigida especialmente contra el rey de Francia, a quien ni siquiera se le nombraba, sino redactada en términos generales contra las injerencias abusivas de la autoridad laica en el campo eclesiástico. Y, a fin de poner coto a las intrusiones de los príncipes, fulminaba la excomunión contra todos los laicos, "emperadores, reyes, príncipes, duques, condes, barones, potestades, capitanes, oficiales o gobernadores de ciudades", etc., que sin autorización de la Sede Apostólica exigiesen del clero cualquier tasa o tributo. Y con la misma pena son castigados los prelados o personas eclesiásticas que prometan o paguen tales subsidios y tributos a los laicos 124 . Substancialmente nada tiene de particular esta defensa de las inmunidades eclesiásticas. Los concilios III y I V de Letrán y el II de Lyón habían dado edictos semejantes. Lo nuevo aquí era el tono hiriente, las frases tajantes, absolutas, sin atenuantes. Creía Bonifacio que, poniéndose de parte del clero de Francia contra el rey, éste se vería forzado a ceder, y, privado de los subsidios eclesiásticos, tendría que avenirse a la paz con Inglaterra. La reacción que se dejó sentir en Francia y en Inglaterra no fué igual en los dos países. El monarca inglés recurrió inmediatamente a la violencia. El 3 de noviembre de 1296 decretó nuevos impuestos extraordinarios para continuar la guerra contra Felipe el Hermoso y contra Escocia. Cedió la nobleza, cedió también la burguesía; pero el clero, acaudillado' por Roberto de Winchelsea, arzobispo de Cánterbury, se alzó enérgicamente contra tasas tan excesivas escudándose en la bula Clericis laicos. El rey amenazó a los obispos obstinados con ponerlos fuera de la ley, despojándolos de todos sus feudos. EmM Les Registres de Boníface VIII n. 1567. Bonifacio incorporó ese texto al Liber sextus de las Decretales III, tít, 49, De im-munitate eccles. c. 4. Debía Bonifacio haber distinguido entre bienes eclesiásticos y bienes feudales de loa eclesiásticos.
pezaron las contemporizaciones. Llegaban noticias de las derrotas sufridas por los ejércitos ingleses en Gascuña y de la invasión realizada por los franceses en Flandes, cuyo conde, Gurdoi de Dampierre, era aliado de Inglaterra. Eduardo I hubo de restituir los bienes confiscados y prometer respeto a las inmunidades d'el clero, mientras éste condescendía ofreciendo' al rey ciertos subsidios, supuesta la licencia de Roma, que no se haría esperar 25 . M á s hábilmente procedió Felipe el Hermoso. Sin gestos de violencia y hostilidad, por una ordenanza del 17 de agosto de 1296, prohibió terminantemente cualquier exportación de oro y plata en lingotes o en moneda, en vasos, ornamentos, etc., con lo que descargaba un golpe durísimo contra las finanzas pontificias. Las ingentes sumas de dinero que cada año se recogían de los beneficios eclesiásticos en favor de la Cámara Apostólica no podrían ir a Roma. Se prohibía igualmente sacar del reino piedras preciosas, víveres, armas, caballos y cualquier negociación con letras de cambio sobre bienes franceses. Ningún extranjero podía permanecer en Francia sin permiso del rey; consiguientemente, los legados pontificios, los colectores de diezmos y otros censos, los italianos que disfrutaban de beneficios eclesiásticos en Francia, debían repasar la frontera 2 6 . D e nada sirvió que el papa por la bula Ineffabilis amoris (20 de septiembre) amenazase al rey con la ira de. Dios, "cuyo martillo reduce a polvo a sus adversarios", es decir, a los que atenían contra la libertad de la Iglesia; ni que se lamentase amargamente de la, ingratitud de Felipe para con la Santa Sede; ni que le echase en cara el haber perdido el don inestimable del corazón de sus subditos, ni que tratase de intimidarlo aludiendo a los reinos de Inglaterra, Alemania y España, que, siendo potentes y belicosos, rodean a Francia, y podrían caer pesadamente sobre ella el día que la Iglesia romana le retirase su favor 2T. 6. Reacción polémica*—No tardó en surgir la polémica contra las dos bulas. U n publicista anónimo lanzó por entonces un .escrito dialogado, en el que un clérigo defiende con argumentos escriturísticos y teológicos la teoría hierocrática, y un caballero le v a refutando punto por punto todas sus afirmaciones, empeñándose en demostrar con estilo vigorosamente lógico, claro, realista y a veces irónico que la soberanía universal del papa por encima de todos los príncipes y reyes no puede sustentarse, que los privilegios eclesiásticos son de carácter contingente, que la realeza no depende sino de Dios y que el 25 HEFELE-LECLERCQJ Blstoire des Concites VI-1, 362-364. " DUPTJY, Hist. du différend. Preuves, p. 13, no trae toda la ordenanza; parte la conocemos por las bulas posteriores de Bonifacio. " Les Registres de Boníface VIII n. 1653.
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poder espiritual no puede entrometerse a poner estorbos y limitaciones al poder temporal, ya que ambos deben guardar perfecta separación e independencia 2S. De la misma corte del rey salió otra respuesta más dura e intemperante á las bulas pontificias, con una justificación de la conducta de Felipe IV, que empezaba así: "Antes que hubiese clérigos, el rey de Francia poseía la jurisdicción sobre su reinó, y^podía dar edictos para precaverse contra los daños y acechanzas de sus enemigos... La Iglesia es de todos los cristianos y no patrimonio de los clérigos... Si a éstos les concedieron los papas, con la autorización o tolerancia de los príncipes, ciertas libertades o privilegios, no por eso pueden quitar a ios mismos príncipes el derecho de gobernar y defender sus reinos, tomando las medidas más útiles y necesarias a juicio de los hombres prudentes... ¿Cómo los clérigos, que no pueden combatir, rehusarán auxiliar con su dinero al rey y al reino?... El vicario de Jesucristo prohibe dar el tributo al cesar", etc.' 26 7. Bonifacio retrocede.—Crítica debía ser la situación de Bonifacio VIII cuando le vemos que, en vez de exasperarse, conforme a su temperamento irascible, se calma y empieza a retroceder. En la bula De tempocum spatiis (7 de febrero 1297), aunque protestando de nuevo y pidiendo la revocación de la ordenanza real del 17 de agosto, se abaja a dar explicaciones de la constitución Clericis laicos, diciendo que admite interpretaciones menos estrictas y rígidas de lo que piensan algunos consejeros del rey. H a y que entenderla humana y razonablemente, y si el rey cesa en sus hostilidades, su madre la Iglesia le abrirá los brazos como a un hijo queridísimo y le concederá de buena gana los subsidios que necesite 3 0 . Y con la misma fecha expide la bula Romana matee Ec~ clesia, insistiendo en sus deseos de conciliación y lamentándose de que la astucia o necedad de algunos haya dado al. documento una interpretación que no responde a la mente del autor. Si alguna persona eclesiástica, voluntariamente y sin coacción, quisiere prestar al rey los tales subsidios económicos, puede 28
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Disputatio ínter clericum et militem super potestate praelatis Ecclesiae atque principibus terrarum commissa, sub forma dialogi. En M. GOLDAST, Monarohia sacri romani impertí (Hanno ver 1612) I, 13-18; M. RIEZLER, Die Uterarischen Widersacher der Püpste zur Zeit Ludwigs des Bayerns (Leipzig 1874), piensa que su autor es el legista Pedro Dubois. Para la mayoría sigue siendo anónimo. • M "Antequam clerici essent, rex Franciae habebat custodiam regni sui et poterat statuta faceré, quibus ab inimicorum insidiis et nocumentis sibi praecaveret... Ecclesia non solum est ex clericis, sed etiam ex laicis" (DUPUY, Bist. du différend 21-23). 30 Esta bula solía citarse antes por el falso incipit: "Exiit a te", pues así la traen Dupuy y Rainaldi, pero estos autores desconocían la primera parte, que puede verse en Les Registres de Boniface. VIII n. 2308.
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hacerlo con segura conciencia, mucho más si se trata de derechos feudales que algunos obispos- deberán pagar por razón de vasallaje y juramento de fidelidad31. Pocos días antes de redactarse estas dos bulas, y por supuesto antes que fuesen conocidas en Francia, el clero galicano había manifestado públicamente su decidida voluntad de obedecer a su monarca. Y lo había hecho en carta al Romano Pontífice, firmada por los arzobispos de Reims, Sens y Rouen (31 de enero 1297). Tanto el reino comt> la iglesia de Francia —decían—se hallan rodeados de enemigos. Es natural que, en tan- peligrosas circunstancias, el rey demande nuestro auxilio. La bula Clericis laicos no parece que deba aplicarse en casos tan apremiantes. E n consecuencia, el clero francés suplica .al papa le permita suministrar al rey los subsidios que juzgue necesarios para la defensa de la nación 32 . Bonifacio VIII se apresura a contestar con otra bula, Coram illo fatemur (28 de febrero 1297), desbordante de benevolencia: "Desde nuestra juventud ha sido siempre el ilustre reino de Francia objeto especial de nuestro afecto sincero y manifiesto... Así, pues, si este reino o sus iglesias y habitantes padecen turbaciones y ataques de enemigos exteriores y amenazas de vasallos rebeldes en el interior, nuestro corazón se llena de amargura y permite a los obispos el pagar la congrua subvención al monarca" S3 . Finalmente, como si todo esto fuera poco, manda promulgar una declaración auténtica—que es más bien una pública derogación—de la constitución apostólica Clericis laicos, y lo hace con palabras de elogio y de afecto para con el cristianísimo reino de Francia y para con el ilustre rey y carísimo hijo en Cristo, Felipe 3 4 . Contentísimo debió de quedar éste con tales muestras de favor y benevolencia del Romano Pontífice. Las necesitaba en aquellos momentos, en que la guerra parecía prolongarse indefinidamente, y el conde de Flandes apelaba contra él a la Santa Sede, y tanto en el interior como en el exterior surgían nuevas dificultades y complicaciones políticas. Por otra parte, los diezmos y demás tributos que le ofrecían los prelados y clé31
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RAINALDT, ad ann. 1297, DIGARD, PMl. le Bel I,
n. 49. 305.
Les Registres de Boniface VIII n. 2333. Solamente los diezmos, que era el modo más ordinario de contribución fiscal del clero, le producía al rey una exorbitante cantidad de ajuero. Un embajador aragonés calculaba el diezmo de un ano en 30O00U libras tornesas (FINKE, Aus den Tagen B. p. xxxi). Otros echaban más. Véase el inventario o Tabula de Roberto Mignon (132D), con los siguientes documentos: Valor decimarum y Ratio dec^marum, en 84BOUQUET-DELISUS. Hitstoriens des Gaules t. 21, 5l»-&¿», ow-ooo. Bula EtS'i de stxtu (31 julio 1297); Les Registres de B. n. 2354.
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rigos de su reino venían a colmar sus arcas del oro que ambicionaba. Se avino, pues, también él a dar por nula aquella ordenanza que prohibía exportar los capto)es o rentas de los beneficios que solía cobrar la Cámara Apostólica. Y para sallar la reconciliación entre ambas potestades, nada pareció más a propósito que la canonización de San Luis, rey de Francia, abuelo de Felipe el Hermoso. Veníase trabajando en ello desde hacía veinticuatro años. El mismo Bonifacio, siendo cardenal, había tomado parte en las indagaciones para iniciar el proceso canónico, y ahora, siendo papa, tenía la satisfacción de elevar al honor de los altares a un rey cristiano de los tiempos áureos del catolicismo; a un rey a quien él personalmente había conocido y admirado; a un rey que debía ser propuesto a todos los príncipes, y particularmente a Felipe el Hermoso, como modelo a quien imitar. La canonización tuvo lugar en Orvieto el 11 de agosto de 1297. Ensalzó Bonifacio las virtudes de San Luis, y en el diploma pontificio que luego publicó expuso largamente su vida, sus merecimientos en pro de la Iglesia, sus heroicas cruzadas contra los enemigos de la cristiandad, su celo contra las herejías, su justicia y equidad, su piedad y penitencia, su caridad para con los pobres y enfermos; en una palabra, sus virtudes privadas y públicas, proponiéndolo como modelo a los reyes N de Francia 3 5 . 8. Breve reflexión sobre la conducta del papa.—Hemos visto cómo Bonifacio V I I I se decide a intervenir en las cuestiones internacionales movido de un alto ideal: pacificar a los reyes cristianos a fin de que en perfecta unión y concordia puedan dirigir sus fuerzas contra los enemigos de la cristiandad. Interviene luego en los negocios de Francia impulsado por la justica y en defensa de las inmunidades eclesiásticas, y sus decisiones TÍO se diferencian gran cosa de las que otros Romanos Pontífices habían tomado. Pero le vemos emplear un lenguaje duro y acerbo en demasía. Y de pronto se ablanda, empieza a ceder, las palabras hirientes se tornan acariciadoras, y termina concediendo todo cuanto antes había negado y prohibido. ¿Cómo se explica semejante proceder? Con todo su talento y experiencia, Bonifacio VIII obraba muchas veces irreflexiva y precipitadamente. Y aunque era, a nuestro juicio, un papa recto, íntegro y honesto, como luego explicaremos, pero no era un papa santo. N o lo era a la manera de Gregorio V I I ni aun de Inocencio III. Por eso en sus decisiones influían más los motivos humanos y políticos que los puramente espirituales. D e ahí sus politiqueos y sus virajes imprevistos. 35 El final tiene la entonación lírica de la angélica pascual* "Gaudeat igitur domus inclyta Fraticiae, quae talem ac tantum principem genuit... Laetetur devotissimus Franciae populus..."» etcétera (RAINALDI, ad. ann. 1297. n. 59-67).
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En su primer conflicto con Francia, Bonifacio se engañó, tristemente, imaginando que tenía de su parte a la mayoría d d clero francés, cuando apenas contaba más que con los cistercienses y pocos más. Creyó que, respaldado en el clero, podía hablar fuerte contra el rey, y se excedió en la manera. Los hechos vinieron a abrirle los ojos y a demostrarle que^ había padecido una ilusión: los obispos estaban con el rey más que con el papa. La reacción de Felipe el Hermoso significaba una grave pérdida, casi una ruina, para las finanzas pontificias. N o pudiendo sacar dinero de Francia, le era muy arduo y costoso el sostener la desastrosa guerra de Sicilia contra don Fadrique y en pro de Carlos II. Había, pues, que contemporizar. Todavía fué más decisivo el temor d e . que Felipe I V se aliase abiertamente con los Colonna y provocase un cisma en la Iglesia y le derribasen a él violentamente del pontificado. E n seguida veremos cómo los Colonna se hallaban en guerra con Bonifacio VIII desde principios de 1297, le negaban la obediencia y proclamaban que no era papa legítimo. Había, pues, que impedir a toda costa tan peligrosa alianza ganándose al monarca francés. Y, en efecto, parecía que, en el verano de 1297, la reconciliación y la paz se habían logrado a satisfacción de ambas partes. III.
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COLONNA Y LOS ESPIRITUALES, CONTRA BONIFACIO VID
Nuevos adversarios se alzaban en Italia contra Bonifacio VIII. A poco de subir al trono pontificio, tropezó violentamente con la secta de los espirituales, monjes fanáticos, secesionistas en su mayoría de la Orden de San Francisco, que no podían tolerar que el nuevo papa les hubiese privado de los privilegios otorgados por Celestino V , y particularmentede la exención de la Orden o Comunidad franciscana- Ellos, lo mismo que los ariscos ermitaños Celestinos, con quienes durante el pontificado anterior habían estado unidos, se habían ilusionado con el "papa angélico", reformador de la l 9 ^ j a ^ mundo por medio de la pobreza evangélica, entendida a su modo, y afirmaban ahora que Bonifacio era el anti c r * s t o - *3 u e había subido a. la Cátedra de San Pedro por la violencia^ y por el fraude, contra todo derecho. ¿No estaba demostrando, por su fastuosidad, avaricia y soberbia, que pertenecía a la sinagoga de Satanás? 36 ™ Véase lo que en el capítulo, anterior dijimos de; ^ ^ ^ L ^ í u cipales cabecillas de los espirituales: Pedro de Olivi, y°e*™**° °f. Cásale y Angelo Clareno. P. Olivi reconocía la legmmiq.aa aei
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1. F r a Jacopone.—Entre los espirituales, adversarios de Bonifacio VIII, descollaba por su fervor y fanatismo un hombre a quien podríamos llamar santo—no falta quien aún hoy le cuente entre los beatos—, si la exaltación religiosa no le hubiera llevado a excesos más propios de un poeta que de un místico. E l era, a la vez, poeta, y místico, y loco: loco de Cristo y juglar de Dios se definía a sí mismo. "Que Jacopone de T o d i fuese un animal perfectamente razonable, no me atrevería y o a sostenerlo", escribió el crítico italiano A. d'Ancona. Nacido Jacobo de Benedetti en la ciudad de Todi en 1236, estudió en Bolonia, y ejercía el cargo de notario o abogado en su ciudad natal, cuando una desgracia familiar vino a interrumpir su vida alegre y licenciosa. Mientras asistía a una fiesta mundana, hundióse el tablado en que se hallaba su esposa, pereciendo ésta entre las ruinas. Al extraerla hallaron que tenía sobre su delicado cuerpo un áspero cilicio, lo cual impresionó tanto a Jacopone, que renunció a todos los placeres del mundo, para llevar una vida penitente, vagabunda, selvática,., rimando y cantando baladas populares sobre la vanidad del mundo, el aborrecimiento de los pecados, la muerte y la "santa nichilitate". Así pasó diez años, hasta que en 1278 entró de lego en la Orden de San Francisco. Y a puede suponerse que, dado su extremismo y su apasionado amor a la pobreza ("Povertade poco amata, pochi t'hanno desponsata"), se había de alistar entre los secuaces de Angelo Clareno y de libertino de Cásale. Sus diatribas contra la curia papal, contra las riquezas y aun contra la ciencia humana, representada en Aristóteles, Platón y en la Universidad.de París (Assisius contra Parisius), alternan con cantos líricos de una ternura religiosa inefable, en los que el poeta parece salir fuera de sí mismo ("Ciascuno amante che ama il Signore, — venga alia danza cantando d'amor e " ) , y, se derrite en lágrimas ardientes junto a la cuna del N i ñ o de Belén lo mismo que ante el Cristo del Calvario. Si no es suya—como pretenden ciertos autores—la secuencia litúrgica del Stábat maíer dolorosa, por lo menos es cierto papa Bonifacio VIH, De éstos, y más exactamente de los que luego se llamaron fraticelos, escribió el cronista Juan de San Víctor: "Multi tam Minores quam Begardi, de tertio ordine sancti Fra.ncisci, publice asserebant dominum Papam et omnes ei obedientes haereticos esse et de secta Antichristi, non de Ecclesia Cbristi, sed de synagoga Satanae, pertinentes ad meretricem magnam Babylonem, per Dominum reprobatam; in illis solis Ecclesiam Ghristi remanere, qui vitam Christi pauperem et humilem observabant" (Memoríale historiaru-m ad a. 1317, en BOUQUET-DELISLE, Recueil des Mstoriens des Oaules XXI, 664). Algunos espirituales- de Provenza vinieron a Roma en 1297, queriendo proclamar un "papa angélico" en lugar de Bonifacio, pero se vieron forzados a huir a Sicilia, donde fueron bien recibidos de don Fadrique y de doña Sancha, su mujer.
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que el llanto d e María al pie de la cruz le inspiró alguna '
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Si estos versos parecen compuestos de sollozos más que de palabras, en la boca de Jacopone de T o d i resuenan otros encendidos de ira y amargos de ironía y de sarcasmo. Buena muestra nos ofrecen las sátiras contra Bonifacio V I I I :
•,
O papa Bonifazio,. molt'hai jocato al mondo; pensó che jocondo non ti potrai partiré. El mondo no a usato lassar li suoi serventi, che a la sceverita se partano gaudenti. ... Vizio enveterato convertese en natura; di congregar le cose grande n'ha avuto cura; or non ti basta el licito a la tua fame dura. ... Come la salamandra vive dentro lo foco, COSÍ par che lo scandalo
te sie sollaz' e joco; dell'anime rédente par che ti curi poco".
81 JACOPONE DA TODI, Le laude. Con introduzione di G. Papini (Florencia 1923); A. D'ANCONA, Jacopone da Todi il giulare di Dio (Todi 1914); E. UNDERHILL, Jacopone da Todi, Poet and Mystik (Liondon, Toronto 1919). Abundantísima bibliografía en el art. de MARÍA STICCO Jaoopone, en la "Encicl. catt. ital.". E n favor de Jacopone hay que decir que no le pertenecen las estrofas mas rabiosas de esta composición, v. gr., la que dice:
"liuzifero novello — a sedere en papato ; lingua de blasfemia — che '1 mondo hai venenato, chis non se trova specie — bruttura de peccato, n . la "ve tu se" enfamato — vergogna é a preferiré. "...e Dio t'ha sommerso — en tanta ccnfuslone,n che onom ne fa canaone — tuo nonie a maleaire. La composición, tal como suele publicarse, consta de 20 estrofas, sin contar el primer dístico; pero parece cierto que seis
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Que un hombre así saludara con gozo a Celestino V y levantara su voz contra Bonifacio VIII, que apartaba de sí a los espirituales y los privaba de sus privilegios, nada tiene de particular. En seguida lo veremos unirse facciosamente a los Colonna, atizando sus odios y confirmándolos en su rebeldía. 2. Los Colonna contra los Gaetani,—En este segundo acto de la tragedia, la noble familia de los Colonna va a intervenir como protagonista, complicando el enredo y añadiendo una pasión dramática, que el papa tratará de sofocar con la fuerza, y lo conseguirá temporalmente, mas para estallar con redoblada violencia en la catástrofe final. Eran los Colonna una de las más altas y poderosas familias romanas. Desde que Nicolás I V les había prestado su favor, habían ido creciendo y prosperando, mientras los Annibaldi y ios Frangipani estaban en fase de decadencia. T a n sólo los Orsini, sus perpetuos rivales, podían contrabalancear su creciente poderío. En la ciudad de Roma dominaban toda la re- gión que se extiende por la falda del Quirinal, junto a la iglesia de los Santos Apóstoles y detrás de la iglesia de San M a r celo. D e las varias ramas familiares, la más importante era la que poseía, además del palacio romano, los castillos de Palestrina (39 kilómetros al sudeste de Roma), Zagarolo, Colonna, Capranica y otras plazas fuertes, que formaban una casi inexpugnable e irrompible cadena defensiva. N o s conviene conocer los hombres de los cuatro hermanos: Jacobo, Mateo, Otón y Landulfo, los cuales tenían seis sobrinos: Pedro, Agapito, Esteban, Sciarra, Juan y Otón. El más viejo de los tíos y el primero de los'sobrinos, Jacobo y Pedro, eran cardenales. La nobleza ciudadana de los Colonna no podía menos de mirar con recelo el engrandecimiento paulatino, pero seguro, de la nobleza campesina de los Gaetani, uno de los cuales, Rofredo, había entrado en el Senado romano en 1291, obteniendo de Carlos de Anjou poco después el condado de Casería; y dos hijos suyos, Francisco y Pedro—sobrinos del papa Gaetani— avanzaban rápidamente por el camino de las dignidades y del poder: el primero fué nombrado cardenal de Santa María in Cosmedin, y el segundo heredó el condado de Casería y alcanzó los señoríos de Sermoneta, Norma y Ninfa, además de la Torre de las Milicias, en Roma 3 *. Bonifacio V I H engrandeció a su familia cuanío pudo. Facilitó a los Gaeíani la adquisición de tierras, casas y castillos, estrofas (4 y 12-16), las más envenenadas, no son de Jacopone; ciertamente se escribieron con posterioridad a las restantes y muerto ya Bonifacio (G. M. MONTI, Una sátira di Jacopone da Todi contra Bonifazio VIII. en "Miscellanea Enríe" III, 67-87; "Studi e testi"* 39). 88 F. GRBGOROVIUS, Storia della cittd, di Roma (trad. ital. Roma 1942) IX, 307. Y laa obras, arriba citadas, de G. Caetani.
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maniobrando con extraordinaria habilidad en provecho de los suyos, cuando otras familias nobles se hallaban en crisis o con discordias iníesíinas. En estas cuestiones administrativas y económicas demosíró más íalento que en las diplomáticas y políticas. " U n moderno hisíoriador, que no es excesivameníe benévolo para con Bonifacio, ha hecho esía atinada observación: "Junio a su falía de escrúpulos, que a veces debió rayar en la imprudencia, Benedicto Gaetani hacía alarde de un formalismo legalístico escrupulosísimo. Por una paríe, tuvo siempre cuidado de no confundir las cuestiones concernientes al gobierno de la Iglesia con la esfera d e los intereses privados; por otra, procuró siempre con suma aíención que los títulos de adquisición de tierras y castillos fuesen perfectameníe legales e inatacables; y esto para poner la naciente señoría al reparo de toda querella o reivindicación. Lo cual le resultó ían perfecíamente, que el núcleo principal de la señoría por él fundada ha atravesado intacío los siglos, logrando superar especialmente la furibunda ofensiva que contra ella se desencadenó inmediatamente después de la muerte «del papa. Tenemos interesaníes pruebas de esía sagaz manera d e proceder. Cuando se hundieron los Colonna, el papa se guardó bien de apropiarse ni siquiera una mínima paríe de sus tierras, para que no pareciese que había obrado por interés personal" 8 9 . A pesar de esta rápida ascensión de la familia Gaeíani, partidaria de los anjevinos, no íuvieron inconvenieníe los C o lonna en favorecer la elección pontificia de Bonifacio V I I I . Le hospedaron festivameníe en su castillo de Zagarolo cuando se dirigía de Ñapóles a Roma y lo acompañaron, "sicuí papam et dominum", hasía su eníronización y coronación. Pensaban, sin duda, que podrían servirse de él para sus planes. Pronío se persuadieron de lo conírario. E n vez de apoyarse en los Colonna, gibelinos por íradición y partidarios de la dinastía aragonesa de Sicilia, buscó el papa la amisíad de los Orsini. Por oíra parte, Bonifacio VIII prescindía en su gobierno de los cardenales, no obsíanle el disgusto y proíesía de los mismos, especialmente de los dos cardenales Jacobo y Pedro Colonna 40 . A los Colonna en particular, lejos de favorecerlos, 38 E. DUPRÉ THESEIDER, Roma dal commune di popólo díla Signaría p. 301. 40 Esta fué una de las acusaciones más fundadas que luego lanzaron contra él: Ipse a cardinalibus non petebat sequenda consilia, sed exigebat consensus ad id quod volebat" (DUPUY, Hist. du différend p. 339). Son tiempos en que el absolutismo apunta dondequiera. Sobre el modo como trataba a los cardenales, FINKE, Aus den Tagen B. 90-95. Como en cierta ocasión se rumorease que debía nombrar nuevos cardenales, dijo el papa: "Alicmi dicunt et credun.t, quod nos debeamus creare cardinales. Nobis videtur magis tempus aliquos deponendi quam creandl". Lo anota en su diario el párroco Lorenzo Martini (ibid. p. L).
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los trataba dura y fríamente, novercaliter41. D e ahí que éstos, después de estrechar sus relaciones con don Fadrique de Sicilia, se uniesen a los exaltados espirituales, repitiendo con ellos que Bonifacio no era papa legítimo por haber sido injusta y anticanónica la abdicación de Celestino V. 3. Latrocinio a las puertas de Roma.—Y sucedió que el día 2 de mayo de 1297, mientras una larga reata de muías transportaban de Anagni a Roma una ingente cantidad de oro, plata y objetos preciosos pertenecientes al papa y a su nepote Pedro Gaetani, y destinados a comprar tierras y castillos, una cuadrilla de gente armada, conducida por Esteban Colonna, salteó la caravana de acémilas, arrebatándoles los tesoros que llevaban, por valor de cerca de 200.000 florines según los Anales de Cesena. Apenas el Romano Pontífice tuvo noticia de tal latrocinio, convocó urgentemente el consistorio del Sacro Colegio. Los dos cardenales Colonna negáronse a asistir. El día 4 volvió a convocar el consistorio para aquella misma tarde en San Pedro. Aquéllos, que se hallaban en Palestrina, hicieron constar por un notario que les era imposible acudir a la cita a causa de la excitación tumultuosa que reinaba en las calles de Roma. Sin embargo, luego cayeron en la cuenta que lo mejor seria excusarse ante el papa, demostrando que ellos no habían participado en el atentado y saqueo. Comparecieron, pues, el día 6 de mayo. Después de oírles, Bonifacio exigió que el tesoro robado fuese inmediatamente restituido; que Esteban, el autor del robo, se entregase prisionero; que las fortalezas de Palestrina, Zagarolo y Colonna pasasen a poder de la Iglesia romana. Las dos primeras exigencias eran justas. La tercera pudiera parecer tiránica a quien no reflexione que el papa conocía perfectamente los manejos de los Colonna contra él, la campaña cismática que hacían en unión con los espirituales y cómo andaban buscando apoyo en Felipe el Hermoso y en la Universidad de París 412 . 41
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"Ipse nihilominus, ut erat homo pertinax et implacabilis, nullis eos [Colonna] honoribus seu gratiis promovebat, sed novercaliter potiua eos pertractabat" (P. PIPINI, Chronícon c. 45, en MURATORI, Rer. ital. script. IX, 744). Si el cardenal Mateo de Acquasparta afirmó que entre el Colegio cardenalicio y el papa, su cabeza, "nulla est dissenslo", se debe referir a los tiempos en que la autocracia de Bonifacio se impuso, no atreviéndose nadie a contradecirle; y se explica también, porque Acquasparta era de los partidarios de Bonifacio. ** Sabemos que, antes de esa fecha, la Universidad, a ruegos del rey, había tenido una "Determinatio" sobre la imposibilidad de la renuncia- a la tiara (DBNIFLB-CHATBLAIN. Chartularium Univ. Par. II, 77-78).
4. El manifiesto de Lunghezza.—El tesoro fué restituido; pero, en vez de cumplir las otras condiciones, se hicieron fuertes en sus castillos, desafiando las iras del pontífice. M á s aún: el 10 de mayo, "in aurora, ante solis ortum", después de una noche de agitación febrú y de consultas y meditaciones, los dos cardenales Jacobo y Pedro Colonna, reunidos en ¿1 castillo de Lunghezza con cinco clérigos, capellanes de la familia, y con tres franciscanos, lanzaban al mundo un memorial ("Uniyersis pfaesens irístrumentum publicum inspecturis"), en el que hacían saber que Benedicto Gaetani no era legítimo papa, puesto que la renuncia de su antecesor había sido inválida y anticanónica, lo cual intentan probar con trece argumentos; en consecuencia, debía convocarse un concilio general a fin de que la verdad resplandezca y se provea al bien de la Iglesia; entre tanto, todos los procesos deben suspenderse y nadie obedecerá al intruso. El primero de los tres franciscanos que firman como testigos, y acaso "el instigador más apasionado y ardiente de aquél documento, era Fray Jacopone de Todi *3. Este manifiesto revolucionario, llevado rápidamente a Roma, fué depuesto en el altar de San Pedro y fijado en las puertas de las principales iglesias probablemente el mismo día 10, mientras el papa reunía en el Vaticano a los cardenales y clérigos de curia y les echaba un discurso restallante de indignación contra los rebeldes **. Allí traza la historia de los Colonna, su política gibelina, contraria a la Santa Sede; su orgullo, sus rapiñas, y, finalmente, como castigo de tantos crímenes, anuncia la degradación de los dos cardenales, destituyéndolos de todo oficio y beneficio, y privando a todos su parientes, hasta la cuarta generación, de todo beneficio eclesiástico; si perseveran en la rebeldía, serán excomulgados y tenidos como cismáticos. Terror debió de producir en los oyentes aquella terrible invectiva, salpicada de agudos sarcasmos y de bíblicas maldicipnes. Acaso ningún otro papa haya fulminado censuras y diatribas de tan feroz violencia. 5. Excomunión de los rebeldes.—Como, terminado el plazo que se les había concedido, ningún Colonna se presentase ante Bonifacio VIII, éste se decidió a ejecutar sus amenazas 4S . ** Lo publicó DENTFLI!, Díe Denhschriften der Colonna gegen Bonifaz, en "Arch. f. Lit. u. Kg." t. 5, 509-515. 44 Publicado en forma de bula, In excelso throno (Les Registres de Boniface I, 961-967, n. 2388). Sobre los dos cardenales Colonna debe consultarse la obra de L. MOEHLBR Die Kard. Jacob und Peler Colonna (Paderborn 1914). Jacobo era hermano de la Beata Margarita Colonna (f 1284). " Lejos de someterse, los dos cardenales Colonna lanzaron desde Palestrina un segundo manifiesto al mundo cristiano, declarando que "Benedicti Gaietani, qui se dicit Romanum Pontificem. tyrannidem et saevitiam secure exprimere non valemus"; y añadiendo que no es papa legítimo; que se porto corno parri-
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El día de la Ascensión del Señor, 23 de mayo, publicó, bajo forma de un proceso solemne, una nueva bula, i,apis abscissus *6, en la que confirma la anterior, renueva los castigos y censuras en un tono más exasperado, si es posible; los declara cismáticos, blasfemos, excomulgados; todos sus bienes serán confiscados. La sentencia condenatoria nombraba expresamente a los dos cardenales Jacobo y Pedro y a los cinco hermanos de éste: Agapito, Esteban, Sciarra, Juan y Otón. N o se dieron por vencidos los Colonna, sino que desde su plaza fuerte de Palestrina lanzaron un nuevo manifiesto a los príncipes cristianos, y en particular al rey de Francia y al canciller, maestros y escolares de la Universidad de París, que empezaba: "Intendite quaesumus" (15 de junio). N o es Bonifacio un pontífice—dicen—, sino un tirano que ocupa criminalmente la sede romana; es un lobo rapaz, no un pastor; arrancó por fraude la renuncia a Celestino, haciéndole luego morir en la cárcel; ha cometido mil iniquidades e injusticias contra obispos, abades y otros clérigos, no rigiéndose por otra ley que la de su querer, "cum sibi solum sit pro ratione voluntas"; es venal en la colación de beneficios; no atiende a los cardenales y arruina a la Iglesia; narran los hechos que arriba quedan referidos, y terminan pidiendo "ut cito congregetur universale concilium" 47 . 6. Los cardenales» en defensa del papa,—Con tanto repetir que Bonifacio VIII no era papa legítimo, el peligro de un cisma se agravaba, sobre todo si se tiene en cuenta la hostilidad que abrigaban para con Bonifacio el rey de Francia, el rey don Fadrique de Sicilia y Alberto de Austria, candidato al imperio. A fin de precaver tan grave riesgo, y saliendo por los fueros de la verdad, creyó oportuno el Sacro Colegio hacer una declaración pública. En respuesta a los falsos rumores que propalaban los Colonna, 17 cardenales—12 de los cuales habían participado en la renuncia de Celestino V y en la elección de Bonifacio VIII—dan fe de que la abdicación de Celestino fué espontánea y ciertamente legítima, así como fué perfectamente canónica la elección de Bonifacio, el cual salló por mayoría de votos, incluso con los de Jacobo y Pedro Colonna. ¿Cómo se atreven, pues, éstos a negar ahora la validez que entonces de mil maneras reconocieron y acataron? Seguidamente acusan a los Colonna de rasgar la unidad de la Iglesia y de ser verdaderos cismáticos, aunque con más exactitud se les debe llamar locos, "non tam schismaticos quam insacida cruel, haciendo morir a Celestino V en la cárcel, y que con ellos se ha portado inicuamente. En consecuencia, apelan "acl futurum Romanae Ecclesiae verum Pontificem et genérale Concilium" (DENIFLE; Die Denkschriften V, 515-518). * Les Registres de Jioniface VIII t. 1, 967-972, n. 2389, " DSNIFLE, D%e Denkschriften V, 519-924,
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Esta respuesta cardenalicia debió ser a fines de junio (DÉibid. 524-529). La había publicado antes BALAN, II processo di Bonifazio VIII, p. 79-83. El problema canónico de la licitud o ilicitud de la renuncia papal lo agitaron entonces los principales teólogos, empezando por P. J. Olivi (1295), Godofredo de Fontaines'(1295), Pedro de Auvergne (1296), Egidio Romano (1297) y Juan de París. Todos ellos están por la licitud. Cf. J. LECLERCQ., La renonciation de Célestin V et Vopinion théologique en Franco du vivant de Bonijace VIII, en "Rev. Hist. Ecl. en France" 25 (1939) 183-192. En 9l mismo sentido se manifestó el cardenal Nicolás de Nonancourt en los sermones del 8 de septiembre de 1297 y 23 de enero 1298 (A. MAIER, Due documentí nuovi relativi olla lotta dei cardinali Colonna contro B. VIII, en "Riv. di Storla della Chiesa in Italia" III [1949] 344-364). /1Qn_ 10 E. MARTENE, Thesaurus noinis anecdotovwm t. 4 (1896). El Beato Nicolás Boccasini sucederá a Bonifacio VIH con el nombre de Benedicto XI.
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Jaime II de Aragón, almirante de la Iglesia, tenía bastante con la guerra desagradable de Sicilia. Por otra parte, Bonifacio estaba muy necesitado de recursos, y la predicación de la cruzada se los facilitaba 50. Los principales contribuyentes fueron las Ordenes militares. N o faltaron soldados que viniesen, aun de Toscana y de Umbría, a la guerra santa. Todas las plazas fuertes de los Colonna fueron asediadas. Nepi, que desde 1293 les pertenecía, fué la primera en rendirse al asalto de las tropas pontificias. Bonifacio se la dio en feudo a los Orsini. Tras un prolongado sitio, el castillo Colonna fué conquistado (junio de 1298) y luego entregado a las llamas. La misma suerte le cupo a Z a garolo. Sólo resistió por largo tiempo Palestrina, nido de águilas, en donde se habían refugiado Agapito y Sciarra Colonna con los dos cardenales y, entre otros, el juglar loco de Dios, Fray Jacopone de Todi. Cuenta la leyenda, inmortalizada por Dante en el canto 27 del Infierno, que el papa sacó de su convento al antiguo gibelino Guido de Montefeltro, sagaz y valeroso capitán, que había vestido dos años hacía el hábito franciscano, y le preguntó la manera de apoderarse de aquella plaza, difícil de conquistar por la fuerza. Guido le dio "il consiglio frpdolente" de entrar en negociaciones con los sitiados, haciéndoles grandes promesas, para no cumplirlas cuando la plaza estuviese en su poder. Así—según el poeta—entró Bonifacio en Palestrina como zorra y no como león. Todo lo cual es enteramente falso, porque ni el papa pidió consejo a Guido de Montefeltro, muerto en Asís en septiembre de aquel mismo año, ni Palestrina se rindió por capitulación o pacto, sino a discreción e incondicionalmente. El 15 de octubre, los dos cardenales, con Agapito, Esteban, Sciarra, Juan y Otón, prisioneros y con una cuerda al cuello, se echaron a los pies del Sumo Pontífice, suplicando perdón y misericordia, retractándose y reconociendo la legitimidad del papa. M
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D a n t e estigmatizó severamente este proceder de Bonifacio: "Lo' príncipe de' nuavi farisel, avendo guerra presso a Laterano, e non con Saracln' ne «on Giudel."
81 Jacopone en la cárcel pidió repetidamente perdón al papa, y siempre en vano. Así en el Cántico de la sua pregionia:
"Che farai, fra Jacopone? — Se* venuto al paragone. Fiusti al monte palestrina — a n n c a mezzo en disciplina; pigiiasti loco malina — onde hay mo l a pregione."
Y en otro lugar hace hablar así a San P e d r o :
Né che le chiavi, che mi fur concesse, divenisser signáculo in vessillo, che contr' a' battezzati coimibattesEie." (Parad, XXVII, 46-51.)
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Este los recibió en su palacio de Rieti sentado en un trono, circundado dfe cardenales y ostentando sobre la frente una diadema o "regnum", símbolo, como él decía, de la unidad de la Iglesia. Bonifacio no se mostró cruel con los vencidos. Los hizo hospedar decorosamente y, en espera de ulteriores disposiciones, les señaló como lugar de confinamiento la ciudad de Tívoli A Esteban Colonna le impuso la particular penitencia —que nunca cumplió—de peregrinar a Santiago de Compostela. Entre los prisioneros cayó el fraile poeta y místico, que ya conocemos, Jacopone de Todi. Bonifacio lo miraba como uno de sus más temibles enemigos, ciertamente el más exaltado y ardiente. Por eso lo metió en la cárcel, de donde no había de salir hasta el pontificado siguiente 51 . Amigo siempre de las ceremonias pomposas y simbólicas, el papa triunfador quiso significar su victoria total sobre los enemigos con un gesto de antiguo romano. La ciudad de Palestri- . na, construida en un lugar enriscado, sobre templos y palacios que guardaban el recuerdo de Julio César, fué arrasada casi completamente, dejando intacta la catedral. Hizo el papa que uri arado trazase unos surcos de extremo a extremo de la ciudad, y los sembró de sal, símbolo de la esterilidad, "ad veteris instar Carthaginis, ut nec rem nec nomen aut titulum habeat civitatis", anota él mismo clásicamente en la bula. Ante tal espectáculo de venganza, los Colonna, confinados en Tívoli, temieron por sus vidas, y juraron vengarse también ellos. Todos clandestinamente se fugaron el 3 de julio de 1299. Nadie supo cómo, ni lo sabemos nosotros. Los dos cardenales huyeron hacia el norte, por caminos diferentes, a la sombra de amigos gibelinos. Desde Padua, ambos se trasladaron a Francia. Esteban, lejos de peregrinar a Compostela, buscó refugio en Sicilia—si hemos de creer al Petrarca—, y luego en Francia y quizá en Inglaterra. Sciarra y Agapito fueron vistos en G e nova preparando su viaje a Sicilia. D e hecho en Sicilia murió Agapito en enero o febrero de 1302. D e Sciarra, en cambio, refiere la leyenda que, cautivo de los piratas, remó durante cua-~ tro años como un galeote, hasta que, abordando a las costas de Marsella, fué rescatado por el rey de Francia.
(Imf. XXVII, 85-87.)
"Non fu nostra Intenzion ch'a destra mano del nostri successor p a r t e sedeare, p a r t e dall'altra, del popol cristiano;
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Y en una epístola a Bonifacio .
VHI:
"O papa Bonifazio, — lo porto el tuo prefazio e la maledizione— e scommunicme... P e r g r a d a te peto - . c h e m i ffldd^ ^ v e t o e l'altre peno me l a s s i — ' f i n cn- l a u c i ***
... l ^ ;
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En 1303, Esteban y Sciarra Colonna se hallaban en la corte de Felipe el Hermoso, huéspedes de Guillermo de Nogaret y de "Guillermo de Plaisian. Los juristas franceses y los fuoruscúi italianos maquinaban una de las venganzas más abominables y trágicas' que registra la historia. Y el papa Gaetani—la gr,an víctima^-se creía triunfador. IV.
OBRAS DE PAZ
Interrumpamos estos espectáculos de lucha y odio con episodios pacíficos, que no faltan en el pontificado de Bonifacio V I I I . 1. Legislador y arbitro*—Recordemos en primer lugar su meritoria labor en la codificación del Derecho canónico. Al tratar de la ciencia cristiana en el capítulo 15, expondremos el origen de las Decretales, compiladas por San Raimundo de Peñafort bajo las órdenes de Gregorio IX. Después de esa fecha se fué acumulando abundante materia para una nueva compilación, con las últimas epístolas y constituciones del mismo Gregorio IX y de sus sucesores hasta Bonifacio VIII inclusive y con los cánones de los dos concilios de Lyón. A propuesta de la Universidad de Bolonia, el papa Bonifacio nombró en 1294 una comisión de tres insignes canonistas para que preparasen el nuevo material de decretos y constituciones pontificias y lo añadiesen, como un sexto libro (Líber sextas), a los cinco que hasta ahora tenía el Corpas iuris canonici. Los elegidos para tan delicada tarea fueron Guillermo de Mandagot, arzobispo de Embrun; Berengario Frédol, obispo de Béziers, y Ricardo Petroni, vicecanciller de la curia romana, ayudados por el famoso jurista Diño de Mugello. El 3 de marzo de 1298, Bonifacio publicó solemnemente esta nueva colección y la transmitió a las universidades a fin de que sirviera de texto en la enseñanza 5!2. Hacía tiempo que el papa se esforzaba en restablecer la paz entre Inglaterra y Francia; el rey Eduardo I tenía por aliados al conde de Flandes, Guido de Dampierre, y a Adolfo de Nassau, candidato al Imperio; mientras Felipe el Hermoso tenía de su parte desde 1296 a Juan Baliol, rey de Escocia. La tregua conseguida dificultosamente por los legados pontificios
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se había roto, y d e nuevo ardía la guerra. Pero, por fin, los dos monarcas de tendencias absolutistas accedieron a escoger a Bonifacio VIII como arbitro, con la condición que dictase su fallo no como pontífice (para que no se dijera que actuaba en virtud de su plenitudo potestatis), sino como Benedicto Gaetani. El 27 de junio de 1298 se leía en público consistorio, en la sala mayor del palacio vaticano, la sentencia arbitral, que tres días más tarde se incluía en una carta del papa a los reyes FeUpe y Eduardo 53 . En dicho arbitraje se determinaba que una paz estable y perpetua se firmase entre los dos monarcas. Para consolidarla, el rey de Inglaterra se casaría con Margarita, hermana de F e lipe el Hermoso, (llevando quince mil libras en dote, y el pri-* mogénito de Eduardo I, por nombre también Eduardo, recibiría en matrimonio a Isabel, hija de Felipe, con una dote de dieciocho mil libras. L a Aquitania o Guyenne debía seguir en manos del rey inglés, como antes de empezar la guerra, aunque siempre como feudo del francés. Por el momento, todo se. debía poner en manos del obispo de Toulouse, representante de Bonifacio VIII, hasta que el papa resolviese ciertas - dificultades. Nada se decía del conde de Flandes ni del rey de Escocia, los cuales quedaban expuestos a los ataques invasores de parte de Francia y de Inglaterra, respectivamente. Inútiles fueron las protestas de los embajadores flamencos en Roma. La decisión arbitral de Bonifacio condujo al tratado de Montreuil (1299), mas no por eso pudo decirse que la paz entre los dos reinos estaba asegurada. 2. E l primer jubileo cristiano.—El acontecimiento verdaderamente pacífico y pacificador, que marca la cumbre más alta y luminosa del pontificado de Bonifacio VIII, es el jubileo del año 1300, el primer año santo o jubilar que se conoce en la historia de la Iglesia. Se han querido buscar móviles financieros o económicos, políticos y aun de puro orgullo personal en la decisión bonifaciana de celebrar el primer jubileo, como si el papa hubiera pretendido principalmente llenar sus arcas exhaustas con el oro y plata de las limosnas de los peregrinos, o como si todo hubiera sido un arbitrio ingenioso para consolidar sus posiciones políticas ante los príncipes cristianos, o, finalmente, como si una loca manía de grandezas le hubiera impulsado a organizar el año santo con solemnes fiestas religiosas, en las que podía él desfogar sus morbosas aficiones a la pompa y ostentación**.
a> POTTHAST., Regesta pontif. rom. II, 1971; FRTSDBERGJ Corpus
iuris can. II, 934. Se ha querido ver una confirmación del gobierno autocrático y despótico de Bonifacio en este comienzo de una de sus decretales: "Licet Romanus Pontif ex, qui iura omnia in scrinio pectoris sui censetur habere" (I, tít. 2, 1). Véase la explicación más obvia en P. NILLES, Ueber den Brutschrevn Bonifaz VIII, en "Zeitschrlft f. cath. Th." (1895) 1-34, el cual la remonta hasta el Código de Justiniano.
•* Les Registres de Boniface VIII n. 2826. No se pueden admitir, sin más ni más, las hablillas y murmuraciones que Arnaldo Sabastida comunicaba a Jaime I I de. Aragón. Dice haber sabido por una carta de Roma que. Bonifacio se presentó en público (no precisa el tiempo ni la ocasión), calzando zapatos dorados con espuelas de oro y . vistiendo indu-
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T o d a s estas suposiciones son gratuitas y faltas de fundamento, ya que no fué Bonifacio VIII el iniciador del jubileo; sólo fué el encauzador y el organizador. ¿Cuáles fueron, pues, los orígenes de aquel g¿¿n movimiento religioso, que desde entonces se ha perpetuado en la historia de la Iglesia? f Los hotnbres del medioevo, llenos de fe y conscientes de sus pecados, nada deseaban tanto como las indulgencias que golía conceder el papa a los que, bien arrepentidos de sus^ culpas, practicasen determinadas obras de devoción. La indulgencia más cabal y plenaria solía otorgarse a los que marchaban a la cruzada. Pero también se impartían abundantes indulgencias a los que hiciesen alguna grande obra de caridad, a los que daban alguna limosna, a los que peregrinaban a Tierra Santa o a los santuarios más célebres de la cristiandad. Nicolás I V concedió en 1289 una indulgencia de siete años y siete cuarentenas a cuantos en determinados días visitasen la basílica y sepulcro de San Pedro. La indulgencia de cruzada y la de peregrinación a Tierra Santa difícilmente se podía ganar en el pontificado de Bonifacio VIII, ya que, desde 1291, el último palmo de tierra que les quedaba a los cristianos en Palestina había caído en poder de los musulmanes, y ningún príncipe cristiano estaba dispuesto a tomar las armas para una nueva cruzada. Eso hizo que las miradas de los fieles se orientasen más insistentemente hacia Roma, hacia los sepulcros de los príncipes de los apóstoles.
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3. Ansias de perdón c indulgencia»—De hecho, sabemos que a fines de 1299 las multitudes de peregrinos o romeros^iban en aumento, y su fervor y número alcanzó proporciones nunca vistas y verdaderamente impresionantes los días 24 y 25 de diciembre, fechas que, según el estilo de la curia romana, marcaban el fin del año viejo y el comienzo del nuevo. ¿Por qué en esa ocasión tal afluencia de devotos a la tumba de San Pedro? N o sólo por la conmoción popular que suele traer siempre la medianoche en que se despide el año. Entraba la humanidad en el año 1300, y siempre el año 100 tiene algo de escatológico, de apocalíptico y, por lo mismo, de temeroso o de esperanzados Si, además, se tiene en cuenta la expectación anhelante de una gran reforma eclesiástica y social, de terribles castigos de Dios, a los que seguiría una edad
ae oro de tipo milenarístico—expectación difundida en toda Europa por las profecías del mago Merlín, de San Cirilo y, sobre todo, de los joaquiríistas y espirituales—, se comprenderá que en aquel año de 1300 se agudizasen las ansias de renovación, los deseos de perdón y de indulgencia. Indulgencia y perdón de sus pecados era lo que buscaban aquellos infinitos peregrinos que se agolpaban en torno al sepulcro d e San Pedro. Preguntados sobre'la causa de tanta concurrencia, hubo alguno que respondió—sin poder dar razón de ello—que en aquel día se ganaba indulgencia plenaria, y no faltó un viejo saboyano de ciento siete años que decía acordarse de que, cuando era niño, cien años atrás, había sucedido lo mismo,. ¿Sería, por tanto, una tradición secular la indulgencia del jubileo? Aí oírlo Bonifacio VIII, como hombre de gran fe que era y no el escéptico que pintaron sus adversarios, se conmovió; mandó hacer investigaciones en el archivo de la curia, mas* en ningún documento del año 1100 ni del 1200 se hallaron rastros de tal jubileo. Esto no obstante, su reacción fué la de un gran pontífice romano. Encauzó aquel entusiasmo popular y confirmó con su autoridad aquella supuesta indulgencia, estableciendo que en todo el año 1300 y en los centenarios sucesivos pudiesen todos los fieles, bien arrepentidos y confesados, ganar "non solum plenam et largiorem, imo plenissimam omnium suorum veniam peccatorum", con la condición de que hiciesen, si eran romanos, treinta visitas a las basílicas de San Pedro y de San Pablo, y-solamente quince si eran forasteros 5 5 . Bonifacio se demostraba verdadero padre de la cristiandad, abriendo los brazos a todos sus hijos y comunicándoles, en cuanto era de su parte, el perdón de Dios, las gracias del cielo, y la paz del alma, al mismo tiempo que exaltaba el nombre de Roma, ciudad de San Pedro, y la convertía en centro efectivo de los cristianos. El día 22 de febrero, fiesta de la Cátedra de San Pedro, rodeado el papa de.sus cardenales, pronunció en la basílica v a ticana una brillante alocución a la multitud; luego hizo leer la bula y la depositó sobre la tumba del Apóstol. La bula empezaba así: "Antiquorum habet fida relatio, quod accedentibus ad honorabilem basilicam Principis apostolorum d e Urbe con-
mentaría toda de seda escarlata; y, tomando en la mano una espada, preguntó a todos (los cardenales y abades allí presentes) si creían que él era emperador. Respondiéronle afirmativamente. Yo, dijo el papa, me he vestido así porque soy superior a toda la cristiandad", etc. Esta comedia tal vez sea la caricatura popular de algún gesto arrogante de Bonifacio. Con diversas variantes la refieren los cronistas F. Pipini y Ferreto de Vicenza (FINKB, Acta Aragonensia I, 133-135).
K La indulgencia del jubileo y su historia la estudió perfectamente N. PAULUS, Gesohiahte des Ablasses im Mittelalter II (Paderbom 1923) 101-114. Del jubileo bonifaciano la mejor monografía que conocemos es la de A. FRUGONI, citada al principio. El mismo E'rugoni ha editado el libro De centesimo armo iMbilaeo (II libro del giubiléo del oard. StefaneschiJ (Brescia 1950). Libro de lectura fácil sobre los años santos el de P. BREZZI, Storia degli anni santi (Milán 1950).
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cessae sunt remissiones magnae et indulgentiae peccatorum. Nos igitur..." Gfi Las peregrinaciones venían de todos los países en oleadas humanas, inundando todos los caminos y cantando las letanías en latín, otros cantares en la propia lengua. Al asomarse a la Ciudad Eterna desde el monte Mario, unos cantarían el tradicional himno de los romeros: " O Roma nobilis"; otros entonarían, a modo de cantilena, los tres hexámetros leoninos que tíh escritor de la curia, llamado Silvestre, acababa de componer: Annus centenus Eomae semper est iubilenus. Crimina laxantur, cui paenitet ista donantur. Hoc declaravit Bonifacius et roboravit. El Romano Pontífice organizó perfectamente el hospedaje y abastecimiento de las inmensas muchedumbres que entraban por las puertas de la ciudad. Los cronistas hacen resaltar que a nadie faltó nada, ni pan, ni vino, ni carne, ni pescado, ni avena para las caballerías, aunque, según algunos, el pienso de éstas resultaba caro. La cosecha había sido copiosa y los caminos estaban en paz. Puestos a computar el número de peregrinos, casi todos los antiguos autores se dejan llevar de la admiración que les produjo ver caravanas tan interminables de viandantes y de gente a caballo por todas las carreteras de Italia. Villani llega a decir que a veces se reunían en Roma 200.000 personas en un día, mientras otros iban o venían por los caminos. Más modesto, un diarista alsaciano calcula que en, un día entraron y salieron de la ciudad unos 30.000. Es exagerado el total de dos millones que suponen algunos. 4. Albores de renacimiento.—Roma empezaba entonces a florecer como iniciando un renacimiento, que calamidades posteriores impidieron llegase a sazón; basílicas e iglesias se reconstruían y se decoraban con los mosaicos de Jacopo Torriti, con los tabernáculos y esculturas d e Arnolfo de Cambio y con las pinturas de Pietro Cavallini y de Giotto. A este genial artista, iniciador de la nueva pintura, se le atribuye el fresco de San Juan de Letrán que representa a Bonifacio V I I I promulgando el jubileo. El cardenal Stefaneschi, docto y piadoso poeta, captó el ambiente de aquellos días, saturado de anhelos y esperanzas de una edad de oro, y, al cantar en verso heroico el año del m Bullarium romanum IV, 156-157. Debe notarse que la bula tiene valor retroactivo desde el 25 de diciembre. La fechó el 22 de febrero en honor de San Pedro, cuya cátedra se celebra ese día. La data de la bula era en un principio el 16 de febrero y se decía emanada en San Juan de Letrán, pero luego la retrasó una semana y la dató en San Pedro (Dalum S. PetHJ para más atraer la atención de los fieles hacia el Príncipe de los Apóstoles. Esculpida en mármol, la fijó en las paredes de la basílica vaticana; hoy se encuentra junto a la puerta santa.
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gran perdón, un resplandor clásico parece iluminar sus ásperos y toscos hexámetros:
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Áurea centeno consurgunt saecula phoebo, et radiat caéleste iubar, miseratus ab alto Filius aeterni Patris de Virglne carnem indutus, redemitque suo de sanguine culpas. Grande datum miseris, Romam qui limina Petri (cui reserare polos datur et concludere caelum) deproperant, Paulique ducis pia templa revisit 1 "
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Impresión semejante nos ha transmitido el mejor cronista florentino de entonces, Juan Villani, quien, después de describir él jubileo, escribe: , "Hallándome yo, cuando aquel bendito peregrinaje, en la santa ciudad de Roma, viendo sus antiguas y grandes cosas y leyendo las historias y grandes hazañas de los romanos, escritas por Virgilio, Salustio, Lucano, Tito Livio, Valerio, Paulo Orosio y otros maestros de la historia, los cuales escribieron así las cosas pequeñas como las grandes de los romanos y aun de los extraños del universo mundo para dar memoria y ejemplo a los venideros, seguí yo el estilo y forma d e ellos, aunque, como discípulo, no fuese digno de hacer tan gran obra... Y así, mediante la gracia de Cristo, tornando de Roma en el año 1300, comencé a compilar este libro", etc. 5 S N o consta que se hallase entonces en la Ciudad Eterna Dante Alighieri, por más que algún pasaje de la Divina comedia lo sugiera y en el año del jubileo bonifacianó sitúe la visión que lo sacó de la selva del pecado, poniéndolo en el camino de la purificación. También se conexiona con el primer jubileo la primera novela de la literatura española, El libro del caballero Cifar, en cuyo prólogo se describen las ceremonias y circunstancias del Año Santo; más aún, en uno de los códices manuscritos, vemos una miniatura que representa a Bonifacio VIII con el arzobispo de Toledo, Gonzalo Díaz (sobrino del cardenal G. García Gudiel), y con el obispo de Burgos, Pedro, y el arcediano de Madrid, Fernando Martínez. Empieza así: "En el tiempo del honrado Padre Bonifacio VIII, en la era de mil e trezientos años, en el día de la nacencia de Nuestro Señor Jesucristo, comenzó el año jubileo, " De anno centesimo seu iubüaeo, en "Bibl. max. Patrum XXV, 942. Ver Frugoni, arriba citado. Aun el mesianismo de los judíos se exaltó, según testifica Arnaldo de Villanova: Nam populus iudaicus in principio huius centenarii iam sollemniter exultavit, quoniam per Scripturas cognoscit in hoc¡centenario adventurum, quem ipse in redemptorem exspectat^ (FINKE, AMS den Tagen B. CLXXXVIII). El mismo Amálelo creía que el n n del mundo era inminente, y sería precedido de la conversión de los gentiles. 08 VILLANI, Storie fiorentine 1. 8, c. 36.
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el cual dicen centenario..., en el cual año fueron otorgados muy grandes'perdones, e tan cumplidamente cuanto se pudo extender el poder del Papa, a todos aquellos cuantos pudieron ir a la ciudad de Roma" 59. Añrma el historiador Gregorovius que el año jubilar fué para los romanos un año de oro. Es natural, dada la muchedumbre de peregrinos, que en Roma y en las ciudades de tránsito buscaban alojamiento y se proveían d"e víveres y de otros objetos, principalmente piadosos, que traían a sus tierras. M a s no se demuestra en modo alguno que Bonifacio abarrotase sus arcas de oro, y menos que ésa hubiese sido la intención del jubileo. Impresionados algunos cronistas del tiempo con los montones de monedas que los fieles depositaban ante el sepulcro de San Pedro, y que dos clérigos rastrillaban día y noche 60 , hablaron, como Villani, de "molto tesoro", o, como Ventura, de "pecuniam infinitam"; pero ya advirtió el cardenal Stefaneschi que era limosna de gente pobre, los cuales no echaban ducados y doblones, sino calderilla menuda. De todos modos, el papa empleó buena parte de su tesoro en provecho de las iglesias y ele los que atendían, al culto. Por eso pudo gloriarse —con un poco de fanfarronería, como era su carácter—delante de Arnaldo de Villanova: "Nos auximus gloriam Ecclesiae R o manae in tanto auro et in tanto argento et in his et in illis; et ideo nostra memoria erit in saeculum saeculi gloriosa"' 81 . Verdaderamente gloriosa sería su memoria si la muerte le hubiese sobrevenido en aquellos días pacíficos y triunfales de fines de 1300 o primera mitad de 1301 Desafortunadamente, su vida se prolongó dos años más, para alcanzar un desenlace trágico. 5. La Universidad de Roma,—No menos que de las artes, puede con razón llamarse Bonifacio VIII favorecedor de la ciencia por su codificación del Derecho canónico y principalmente por la fundación de la Universidad de Roma. Es cosa extraña que los papas, fundadores o confirmadores y privilegiadores de tantas universidades en otras naciones, no se preocupasen de fundar una en la capital de sus propios Estados. Existía en Roma, por lo menos desde el ponti59 Ezio LBVI, ti giubileo del MGGO riel piú antico romaneo spagnuolo, en "Archivio della Soc. rom. di storia patria" 56-57 (1938-34) 133-155. Acaso el autor de la novela sea el mismo arcediano, Fernando Martínez, que refiere en el prólogo cómo en el año 1300 llevó de Roma hasta Toledo el cadáver del cardenal Gonzalo García Gudiel, muerto en la curia de Bonifacio VIII. í0 "Papa innumerabilem pecuniam ab eisdem recepit, quia die ac nocte dúo clerici stabant ad altare S. Pauli (?), tenentes in eorum manibus rastellos, rastellantes pecuniam infinitam" (S. VENTURA. Ohronicon Astense c. 26, en MURATORI. Rer. itál. soript. XI, 192). 81 FINKE, Aus den Tagen B. Quellen, p. CLXXxni.
ficado de Inocencio IV, una "Señóla Palatina" o "Studium Romanae Curiae", donde se enseñaba el Derecho canónico y el civil a los muchos clérigos que de todas partes venían a la u liria **. N o contaba esta escuela con morada fija, pues acompañaba al papa adonquiera que fuese, y lo mismo tenía sus clases en el palacio apostólico^ que en cualquier otra parte, dentro o fuera de Roma. Culturalmente, la ciudad de los papas iba muy a la zaga de otras ciudades de Italia, como Bolonia, que a tantos estudiantes y maestros atraía desde el siglo xn, o Padua desde 1222, o Ñapóles desde 1224. Fué Carlos I de Anjou quien, al ser nombrado senador romanó, publicó un edicto, el 14 de octubre de 1265, declarando que establecía en la Urbe un "Studium genérale" (o Universidad), donde se enseñarían ambos Derechos, además de las artes (o filosofía). Pero ese Estudio general no dio jamás señal de vida. El verdadero fundador de la Universidad de Roma no fué otro que el papa Bonifacio V I I I , el cual por su bula In suptemae praeeminentia dignitatis (6 de junio 1303) ordenó la fundación en Roma de un "Studium genérale" para alumnos procedentes "de diversis mundi partibus", con todos los privilegios de las demás universidades 163 . 6. El desterrado de Florencia»—En la próspera y rica ciudad de Florencia, cada día más aburguesada, las antiguas facciones políticas de gibelinos y güelfos fueron substituidas hacia 1300 por dos nuevas banderías que dividían y desgarraban la ciudad: la familia de los Donatí (los blancos) y la de los Cerchi (los negros); Los blancos representaban la rica burguesía de los grandes mercaderes (il popólo grasso), y, sin ser nobles, había entre ellos muchos que simpatizaban con los gibelinos, amigos del emperador. En cambio, los negros, "piü antichi di sangue, ma non si ricchi", como dice Diño Compagni, se gloriaban de descender de los antiguos magnates, se apoyaban en la plebe y en los pequeños artesanos (il popólo minuto), y, lo 62 FRIEDBERG, Corpus inris can, II, 1083; Sexti decretalium 1. 5, tít. 5, c. 2. 121 Stv.dium romanae curiae no debe confundirse con la Schola Lateranensis, donde se educaba el clero diocesano. *> "Genérale vigeat Studium in qualibet facúltate, cum ómnibus privilegüs, libertatibus et immunitatibus", etc. í?™}1"™?™™™^ num IV, 166-168; DENIFLE, Die Entstehung der Umver^tMen^ Mittelalters LBerlín 18851; F. M. ^mAZZi, Stana ^UUnmenitA degli studi di Roma, á voto., Roma 1803-1806). Parece> que desde* el principio se hallaba en el barrio de la parroquia de f ^ auBU^uio, cuyo arcipreste tenía alguna jurisdicción sobre ella. La ausencia de los papas en el siglo XTV fué un duro ^ £ . " . 2 ™ dad romana. En Aviñón floreció la Schola palaUna o Studium curiae. . .
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mismo que los güelfos, serán fieles seguidores de la política papal. Con los Ordenamientos de justicia de 1293, los ricos burgueses se afianzaron en el poder; con todo, uno de ellos, Giano dalla Bella, fué desterrado de la ciudad en 1295 a causa de sus venganzas personales. Tratábase de llamarlo en 1296, cuando intervino el papa Bonifacio V I I I , amenazando al podestá y a los priores con la excomunión si no revocaban el edicto de destierro. En esto procedía el Romano Pontífice como si tuviese autoridad y jurisdicción sobre Florencia. En efecto, sus aspiraciones al dominio directo de la ciudad del Arno las manifestó categóricamente en carta al duque de Sajonia el 13 de mayo de 1300. El partido de los negros estaba de su parte. Tres de éstos, que se hallaban en Roma, conspiraban contra el gobierno de los blancos, hasta que, denunciados a la Señoría, ésta dictó contra ellos severísimas multas. Intercedió el papa, deseando salvar a sus amigos y protegidos, pero en vano. Entonces mandó al doctísimo cardenal franciscano Mateo d'Acquasparta con la misión de .pacificar a blancos y negros y evitar que la ciudad, reaccionando contra el papa, se echase en brazos de los gibelinos. Lo que consiguió fué excitar más los odios y rivalidades, y, mientras el cardenal abandonaba la ciudad en entredicho, prevalecían los blancos (entre los cuales figuraba Dante, el sumo poeta), desterrando a los principales del partido contrario. Entre tanto, había llegado a Roma 'Carlos de Valois, el hermano del monarca francés, prosiguiendo luego hasta Anagni, donde a la sazón se encontraba el papa. Pensó Bonifacio VIII que para calmar al pueblo florentino, devotísimo de Francia, ninguno más a propósito que un príncipe de aquella nación, y así envió a Carlos de Valois como pacificador. Sólo que "il Válese", como le apellidan las crónicas italianas, aunque aspirante al trono de Constantinopla por su matrimonio con Catalina de Courtenay, era tan inepto para la paz como para la guerra. El 1 de noviembre de 1301 entra en Florencia. En vez de apaciguar los ánimos, se pone decididamente de parte de los negros, cuyo jefe, Corso Donati, que estaba en el exilio, ingresa orgullosamente por la puerta de la ciudad entre el clamoreo exultante de los suyos. Se apodera de la Señoría y da comienzo a las venganzas. Dueños del poder, los negros van 'desterrando uno tras otro hasta 600 conspicuos ciudadanos de los blancos, entre ellos Dante Alighieri, que en el destierro se unirá con los gibelinos para implorar la venida del emperador Enrique V I I . Aquí radica en parte la terrible aversión de Dante contra el papa Bonifacio, a quien juzgaba responsable de las iniquidades cometidas en Florencia, en lo cual se engañaba. Carlos de Valois sólo será pacificador donde no debía ser-
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lo. Enviado por Bonifacio con fuerte ejército en 1302 contra don Fadrique de Sicilia, capitulará vergonzosamente ante el aragonés en la paz de Caltabellotta, frustrando todos los esfuerzos del papa en aquella guerra. 7. El emperador y el papa.—A la muerte del emperador Rodolfo de Habsburgo en 1291, los príncipes electores, temerosos de que siguiese fortaleciéndose el poder central en la familia de los Austrias, en vez d e conceder la cotona a Alberto, hijo del difunto, se la dieron a Adolfo, conde de Nassau, hombre débil, aunque valeroso y caballeresco. Poco firme en sus promesas, no satisfizo el nuevo monarca a sus electores, los cuales, en junio de 1298, lo depusieron, eligiendo a Alberto de Austria (1298-1308). Pocos días después, el 2 de julio, se encontraban los dos rivales en la batalla de GoJlheim, en la que Adolfo perdió la corona y la vida. Pero he aquí que Bonifacio VIII, a quien los electores no habían pedido el consentimiento para la elección, se negó a reconocerlo como emperador, sobre todo desde que Alberto firmó «un pacto de alianza con Felipe el Hermoso (5 de septiembre 1299). M á s aún, el papa nombró arzobispo de T r é v e - , ris a un hermano de Adolfo de Nassau, Diether, O. P „ que, uniéndose con el de Colonia y el de Maguncia, luchó cuanto pudo contra Alberto t e 4 .' La tensión entre -el papa y el emperador se prolongó varios años, hasta que Alberto de Austria, vencedor de sus enemigos, da señales de estar dispuesto a separarse del rey francés con tal. de obtener del Romano Pontífice la confirmación de su dignidad imperial. N o deseaba otra cosa Bonifacio V I I I , y, aprovechando hábilmente la. ocasión, le tendió la mano amistosa y protectora. E n el consistorio del 30 de abril de 1303, cuatro meses antes del atentado de Anagni, pronunció delante de los enviados del rey germánico un discurso elocuente, como todos los suyos, en el que desarrolló la idea tradicional de que el papa y el emperador son los dos luminares del firmamento: el papa es el sol, y el emperador la luna, "et sicut luna nullum lumen habet, nisi quod recipit a solé, sic nec aliqua terrena potestas aliquid " No merece mucho crédito, al menos en sus detalles, la anécdota contada por el cronista Pipini sobre el modo como recibió Bonifacio a los embajadores de Alberto de Austria: "Sedens etiam ipse Bonifacius in solio armatus, cinctus ensem, et caput diadematum, stricto dextra capulo ensls accincti, dixerat: Nonne possum Imperii iura tutari? Ego sum Imperator!" (F. PIPINI, Ghronicoyi, c. 41, en MURATORI, Rer. ital. script. IX, 739). Véase arriba, nota 54. Bonifacio expuso sus ideas sobre el origen pontificio del Imperio en carta al duque de Sajonia Apostólica sedes (13 de mayo 1300) (A. THEINER, Oodex diplomatíous dóminii témporas 8. Seáis ÍRoma 1861 j I, 371-372),
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habet, nisi quod recipit ab ecclesiastica potestate". T o d a potestad procede de Cristo, "et a Nobis tanquam a Vicario Iesuchristi". El papa fué quien efectuó la traslación del Imperio de los griegos a los germanos, para que los mismos germanos, es decir, los príncipes electores, puedan elegir como rey de romanos al que luego será coronado como emperador y monarca de todos los reyes y príncipes terrenos: "Nec insurgat hic superbia Gallicana, quae dicifc; quod, non recognoscit superiorem. Mentiuntur; quia de iure sunt et esse debent sub Rege Romano et Imperatore" fe5. Semejantes .ideas expuso en la epístola Patris aeterni Filius, que con la misma fecha dirigió a Alberto de Austria, confirmándole en su dignidad y exhortándole a cumplir sus deberes de protector de la Iglesia' 66 . Bien necesitaba en aquellos momentos de la espada imperial, pero ésta no se desenvainó en defensa del pontífice; y los esbirros de Felipe el Hermoso pudieron desplegar su fuerza libremente para lanzarse como fieras sobre el inerme, imprudente y desgraciado Bonifacio, que no disponía más que de anatemas (inútiles cuando se trataba del Rey Cristianísimo), de gestos hieráticos y de voces. altilocuentes. 8. El médico del papa,—Dos españoles gozaron de la familiaridad e intimidad de Bonifacio VIII: Pedro el Español, obispo de Burgos y luego referendario pontificio y cardenalobispo de Santa Sabina, fidelísimo compañero de las horas difíciles, y Arnaldo Vülanova, médico del papa. Este segundo personaje, uno de los más curiosos tipos de aquella época, merece en este lugar algunas palabras. Dudóse algún tiempo del lugar de su nacimiento. Frecuentemente es llamado catalán, como otros muchos de la corona de Aragón; pero es indudable que tuvo su cuna en la ciudad o territorio de V a 167 lencia . M P. DE MARCA, Concordia Sacerdotii et Impertí (Ñapóles 1771) I, 210-212. El documento está insertado por Esteban Baluze al final del capítulo 3 del libro 2. Modernamente, en MGH, sect. 4, t. i, I, 139. Téngase presente que pocos mese3 antes habia sido expedida la bula Unam sanctam, tan mal recibida en Francia. Comentando Su Santidad el papa Pío XII ante los historiadores reunidos en un congreso internacional (7 de septiembre 1955) esas expresiones de Bonifacio VIII, advierte que "no se trata aquí normalmente sino de la transmisión de la autoridad en cuanto tal, no de la designación de quien la detenta" (AAS [1925] 678). 66 Les registres de Bonifuce VIII n. 5349; Bullaríum romanum87 IV, 159. "Magister Arnaldus de Vülanova, clericus [uxoratus] Valentinae dioecesis, physicus noster" son palabras de Clemente V en 1312 (Rcgestxim Clementis papae V, n. 8768). Menéndez Pelayo, que estudió profundamente la figura de Arnaldo, pensó que era natural de Lérida, dejándose engañar por un códice en que se lee "Confessjo Arnaldi Ilerdensis"; pero el Ilerdensis no concierta
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En 1285 aparece como médico de Pedro III, y probablemente por ese tiempo tenía cátedra de medicina en la Universidad de Montpellier, aunque giro vagase por muchos países. Estudió algo de teología, como lo demostró en sus comentarios al Apocalipsis y en otros muchos libros; el griego apenas lo saludó; el árabe y el hebreo parece que los conocía bien. Y en la medicina descolló sobre todos los de su tiempo. Esta ciencia era para él una de las más nobles y altas; el médico es el compañero de la naturaleza (naturae socius). Añadía no vulgares conocimientos físicos, químicos y astrológicos, y poseía medicamentos de propia invención, tan importantes como un elixir destilado de sangre humana, que podía a un hombre muerto restituirle la vida el tiempo suficiente para que hiciese una buena confesión. Y esperaba hallar en sus alquimias la piedra filosofal. Este galeno, enamorado de la observación y de la experiencia, aunque apoyado siempre en la tradición árabe, era al mismo tiempo un soñador y profeta apocalíptico, con vocación de reformador social. Viviendo en un medio ambiente espiritualista, tenía que dejarse arrastrar por los entusiastas seguidores de Joaquín de Fiore. Jaime II le envió con una embajada a París (1299-1301) a fin de resolver con el rey de Francia ciertos litigios sobre el Valle de Aran y Aigues Mortes. U n sabio como él no podía menos de entrar en contacto con la Universidad; en efecto, presentó a los teólogos un libro que había escrito, De advenía Antichristi, en el que, además de criticar las costumbres de los clérigos, anunciaba el fin del mundo para antes de doscientos años y la aparición del anticristo para el año 1378168. T a n audaces proposiciones fueron causa de que el libro fuese condenado a la hoguera, y su autor a la cárcel. Apeló a su rey y al papa. Y, habiendo obtenido pronto la libertad, se dirigió a la curia pontificia para obtener allí la aprobación del libro. Bonifacio VIII, que estaba en Anagríi, lo hizo examinar por uno de los censores ordinarios. N o fué muy favorable la censura, pues parece que. el papa y los suyos se reían escépticamente de aquellos vaticinios. • N o gozaba el Romano Pontífice de buena salud tefl , y aconcon Arnaldi, sino con la confessio hecha en Lérida p ^ ^ . » AJ*S den Tagen B. p. cxxn). Otros documentos en favor de valencia, íbid. p. 193. . ' ~ . M Nótese que en ese año 1378 tuvo lugar el gran c l f ™|iflde "N" cidente; con todo, es posible que el texto original dijese id/o U>INKE, Aus den Tagen B. p. 210). ,• _ _, - Sobre la mala salud del papa, FINKE, AUS den Tagen B. p. 200. El cardenal Landolfo decía: "Non temen habet t o n t o ; guam et oculos, quia in alus partibus totas ert^putrrfMtuB (FrNKE, Acta Aragonensial, 104). Lengua incisiva y grandilocuente,
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teció que precisamente por aquellos días sufrió un ataque dolorosísimo de mal de piedra o cólico n'efrítico. Esa era una de las especialidades de Arnaldo de Villanova; así que inmediatamente fué llamado a la cabecera del papa. Arnaldo le construyó un braguero (bracale), en el que iba cosido un sigillum, que el enfermo debía aplicarse a los ríñones o a la vejiga, y el papa se curó, o, por lo menos, dejó de sentir los dolores 70 . Ese sigillum parece que era una morfeda o sello de oro purísimo, con la imagen de un león y unas expresiones bíblicas; para ser eficaz este amuleto o talismán tuvo que ser elaborado el día en que el sol entraba en la constelación del León. Lo cierto es que Bonifacio VIII parecía rejuvenecido. N o es extraño que se aficionase a la persona y a la ciencia maravillosa de su médico. Le dejó, para su habitación y recreo, el castillo de la Sgurgola, frontero a Anagni, y en aquella apacible soledad, visitado de cuando en cuando por el referendario Pedro Hispano o por •• t los embajadores de su patria, escribió Arnaldo su tratado D e rnysterio cimbalorum en el otoño de 1301, anunciando como una misteriosa campana el próximo advenimiento del Salvador 7 l . „9. Vaticinios de Arnaldo*—'Desde la ventana de su estudio miraba a lo lejos, sobre el valle, el palacio papal, y adivinaba su futuro, y escribía vaticinios, algunos de los cuales no tardaron en cumplirse. Arnaldo estaba seguro que escribía por inspiración divina. En la primavera de 1302 partió probablemente para España, y a fines de agosto, hallándose en Niza, quizá de regreso, envió a Bonifacio VIII un nuevo tratado, Philosophia catholica et divina, con una carta notabilísima, pues en ella, después de asegurar que ningún otro mortal le ama tanto como él, le cuenta una, visión e inspiración que ha tenido, fruto de la cual es el escrito que.le envía. "Considera, santísimo Padre, cuan piadosamente te trata la Eterna Suavidad... Y aunque yo podría notificarte cosas próximas y estupendas, .' lo dejo para cuando mis ojos se alegren con la presencia de tu semblante. Ahora, repitiendo mi aviso, te conjuro por la sangre de Jesucristo que no tardes en divulgar la obra que te envío y y ojos penetrantes y dominadores: dos rasgos esenciales, que valen por un retrato de Bonifacio VIII. 10 "Inveni enim unum Catalanum, facientem bona, scilicet Magistrum Arnaldum de Villanova, qui fecit michi sigilla áurea et quoddam bracale, quae defero, et servant me a dolore lapidis et multis alus doloríbup, et facit me vivere" (FINKE, A-its den Tagen B. p xxx'u). ¿Sería acaso la enfermedad del papa alguna hernia o un riñon caído? El testimonio de Bonifacio contra los catalanes véase en la nota 119. 11 También escribió en la soledad de la Sgurgola (Scurcola) un tratado De regimine sanitatiSj que dedicó a Bonifacio: "Quem '.-.' cum Papa vidisset et legisset coram quibusdam cardinalibus ex- y clamavlt: lste homo maior clericus mundi est" (FINKE, AUS den :í Tagen B. p. xxx).
en poner en ejecución lo que a ti se refiere, en la absoluta seguridad de que, si lo haces con diligencia, puedes esperar fe-' lices sucesos; todos tus enemigos caerán en tu presencia y serán aplastados. Pero, si despreciares o no hicieres lo que te digo, el amor y el temor me fuerzan a anunciarte cosas duras... Serás desterrado y arrojado de tu puesto y de tu dignidad, y el'monumento sepulcral que te has construido, quedará vacío; tus enemigos lo destruirán y profanarán" 72 . N o era la primera vez que Arnaldo de Villanova vaticinaba una gran catástrofe que iba a sobrevenir muy pronto en los Estados de la Iglesia. Indudablemente, el médico filósofo y teólogo valenciano sabía meditar sobre los acontecimientos políticos e intuía las consecuencias prácticas que podían derivarse de las ideas que esparcían los legistas de la corte de Francia' 73 . V.
NUEVOS CONFLICTOS. L A "UNAM SANCTAM"
Parece que fué en la segunda mitad del año 1300 cuando el abogado de Coutances Pedro Dubois presentó a Felipe el Hermoso un escrito titulado Summacia, brevis et compendiosa doctrina felicis expeditionis et abbteviationis guerrarum ac litium regni Francorum74, en el que le proponía un fantástico proyecto de monarquía universal bajo el cetro del rey de Francia; monarquía universal de la que formarían parte los Estados de la Iglesia e incluso el Imperio de Constantinopla. Todos los bienes inmuebles eclesiásticos serían confiscados y el papa disfrutaría de la suprema autoridad tan sólo en el orden espiritual. N o agradaron al rey tales planes, por halagadores que fue73 "A ministerio simul atque loco pelleris in exilium transportatus" (FINKE, Aus den Tagen B. p. CLXII). Compárese esta predicción, que no se verificó sino de un modo vago e imperfecto, con la que el año anterior había hecho 'al embajador aragonés: "Pro certo constet vobis, quod status Ecclesiae cito mutabitur, et citius quam credatis... Videbitis mirabilia in brevi" (FINKE, AUS den73 Tagen B. p. x x x n ) . Obras de consulta: ARNALDO DE VILLANOVA, Obres catalanes, ed. M. Batllori y J. Carreras Artáu (Barcelona 1947); H. FINKE, Aus den Tagen Bonifas VIII p. 191-226 y cxvn-ccxi; M. MBNÉNDEZ Y PELA YO. Historia de, los heterodoxos esp. (2.a ed., Madrid 1817) III, 179-225 y apénd. document.; B. HAUREAU, Arnauld de Villeneuve, tnédecin et alchimiste, en "Hist. litt. de la France" 28 (1881) 26-126; J. M. Pou, Visionarios, beguinos y fraticelos catalanes (Vich 1930) p. 34-110; A. RUBIO Y LLUCH, Documents per l'historia de la cultura catalana mitjeval (Barcelona 1908) t. 1 passim. También FINKE, Acta Aragonensia t. 1 y 2. 71 Publicado por N. DE WAILLY en "Mémoires de l'Acad. inscript. et b^lles-lettres" xvm (1859) 435-494. Sobre Pedro Dubois véase la edición de su tratado De recuperatio Terrae sanctae, hecha por C. V. Langlois en "Collect. de textes" (París 1891) y el art. de E. RENÁN Fierre Dubois, en "Hist. litt, de la France" xxvi, 471-536.
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sen, ya que Felipe, más que los sueños utópicos y las empresas aventureras fuera de su reino, amaba lo positivo y concre-, to: la sujeción de sus vasallos, el orden en su reino y el oro en; sus arcas. Oro y plata era lo que él codiciaba para sus fines políticos. El rey, que en 1291 había despojado a los banqueros lombardos y en 1306 alterará el valor de la moneda y después pretenderá incautarse de los bienes de los Templarios, se valía de todos los medios, aun de las concesiones pontificias, interpretándolas abusivamente, para vejar al clero con impuestos cada día mayores. Los principios del Derecho canónico eran abiertamente conculcados, a veces brutalmente, por los oficiales regios, en tal forma, que muchos obispos, como los de Lyón, Rouen, Tours, Angers, etc., se vieron obligados en conciencia a protestar públicamente 75 . 1. Legación del obispo de Pamiers,—De todo tenía exacta noticia Bonifacio VIII, el cual, sintiéndose ya seguro en su sede después de la victoria sobre los Colonna y del triunfo del jubileo, se decidió a amonestar severamente al monarca francés. En 13Q1 envió al obispo de Pamiers, Bernardo Saisset, en calidad de nuncio a París. Debía este legado pontificio exhortar al rey a respetar los derechos de la Iglesia y a emplear los diezmos, annatas y otros censos y rentas de los beneficios eclesiásticos en preparar la cruzada, no en otros fines seculares 7(i. Bonifacio cometió una increíble torpeza al escoger como nuncio a Bernardo Saisset, Los procedimientos de éste debieron de ser Bastante imprudentes, e irritaron al rey hasta tal. punto, que, cuando, terminada la legación, se retiró Saisset a su diócesis de Pamiers, los espías y comisarios regios empezaron a recoger denuncias y acusaciones contra el obispo. Ya de antiguo se sabía que Bernardo Saisset murmuraba contra Felipe el Hermoso diciendo que era un bastardo, no descendiente de Carlomagno, y que bien se veía en la manera de reinar; que ni era hombre ni bestia, sino una estatua; que dejaba el gobierno en manos de quienes vendían la justicia; que era un monedero falso, afanoso de engrandecerse sin mirar cómo; .que toda la corte estaba corrompida por dentro y por fuera; que el condado de Pamiers no pertenecía al reino de 13
Datos concretos en DIGARD, PJiilippe le Bel II, 16-18; BouLa France sous Phil. le Bel (París 1861) p. 69-70. " El papa estaba entonces muy ilusionado con la cruzada contra los turcos. La ocasión parecía de perlas, ya que el khan de los mogoles y rey de Persia, Kassan, se había apoderado de Siria a fines de 1299 y había enviado embajadas amistosas a los príncipes cristianos invitándolos a unirse con él para conquistar a Palestina. Accedió el rey cristiano de Armenia, pero no los reyes de Europa, a pesar de las exhortaciones de Bonifacio VIII (RAINALDIJ Anuales ad ann. 1301, n. 34; T. S. R. BOASB, Boniface VIII p. 222-227). TARICJ
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Francia; que todos los franceses eran enemigos de los tolosanos, y en particular de la lengua provenzal, etc! " Diríase que Saisset, muy estimado de Bonifacio V I I I , tenía, como éste, el grave defecto de la intemperancia en el lenguaje. El 12 de octubre de 1301 fué citado a comparecer delante del rey, mientras todos sus bienes, castillos, tesoros y libros eran embargados. Y el 24 de octubre, en Senlis, el consejero real Pedro Flotte dio lectura a todos los cargos que se hacíaxi contra él: crimen de lesa majestad, traición al rey, simonía, herejía y blasfemia. Parece que estos tres últimos pecados escandalizaban especialmente a Felipe el Hermoso y a sus ministros, como iremos viendo en esta historia 7 8 . Juzgó el, consejo que el obispo merecía ser encarcelado y depuesto de su oficio; mas, como el reo rechazaba la competencia de un tribunal laico para juzgar a un eclesiástico, declaró el monarca que, mientras él se ponía de acuerdo con el papa, quedaría Bernardo Saisset bajo la custodia del arzobispo de Ñarbona. Apenas llegaron estas noticias a oídos de Bonifacio V I I I , éste se sintió herido en lo más vivo de su ser. En la bula Salvator mundi (4 de diciembre) revocó inmediatamente todos los indultos, concesiones y privilegios otorgados al rey de Francia para la defensa de su reino en momentos críticos, prohibiendo en adelante a los eclesiásticos pagar cualquier contribución, lo cual era como reponer en vigor la constitución Cíerícis laicos 7B. "
Estas acusaciones, recogidas posteriormente, véanse en DiII, 52-54, y en RAINALDI, Anuales ad ann. 1301, n. 27. Sobre Bernardo. Saisset, canciller y vicario general de Toulouse desdo 1264, obispo en 1265 de Pamiers, sobre cuyo dominio condal contendía con el conde de Foix, teniendo de su parte al papa y en contra del rey, véase el estudio de MRG. J. M. VIDAL Bernard üaisset, evéque de Pamiers, en "Rev. des Sciences religieuses" V (1925); VI (1926), y aparte en forma de libro (Toulouse, París 1926). La impudente hipocresía de Pedro Flotte se evidencia en las letras que envió a Bonifacio VIII, asegurando que el obispo era simoníaco manifiesto y hereje; que había sostenido no ser pecado la fornicación ni siquiera en los clérigos; que había dicho que "nuestro santo Padre Bonifacio, soberano pontífice, es el diablo encarnado", etc. Calumnias despreciables, que en seguida lanzarán, aprobadas por Flotte, contra el propio Bonifacio (DUPUY, Hist. du différend 628-629). 70 Enjuiciando este arbitrario y brutal proceso, escribe Mgr. Vidal: "Nulle forme n'est gardée. Sous pretexte de lése-majesté at de trahison, le roi s'en prend a une persorine d'Eglise constltuée en dignité. II viole le privilége du for. II s'approprie les méthodes sommaires de l'Inquisition. Ñi citation, ni accusation, ni défense de l'accusé... Or, cette procédure incoherente et exceptionnelle, la remarque a deja eté faite, c'est celle des grands Procés de vengeance, comme celui de Boniface VIII... ou, comme celui de l'evéque de Troyes, Guichard, qui eut lieu en 1308 et 1309; celle des procés d'hipocrite fiscalité, comme celui des Templiers (1307-1312). Dans ees entreprises les legistes royaux, et le GARD, ,B
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2. La bula "Ausculta, fili"»—Con fecha 5 de diciembre salía de Roma otra bula, que es, sin duda, de las más importantes para conocer las ideas político-religiosas de Bonifacio VIII y los sentimientos personales de éste para con Felipe el Hermoso. Empezaba por las palabras "Ausculta, fili charissime" ("Escucha, hijo queridísimo, los preceptos de tu padre"). In-t sistía en la unidad de la Iglesia, fuera de la cual no h a y salf vación, y en la necesidad de que todos cuantos en ella han entrado por el bautismo obedezcan a su cabeza, que es el vicario de Cristo, sucesor de San Pedro. Es una locura pensar que los reyes, como los demás cristianos, no están sometidos al sumo jerarca de la Iglesia 8
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El absolutismo regio predicado por los legistas impregnaba ya el ambiente nacional. El soberano de Francia era dueño absoluto de su territorio y no dependía en su gobierno y ad\ministración sino de Dios. P o r otra parte, como rey cristiano ; que era, ¿no tenía el derecho y aun el deber d e mirar por el ibien de las iglesias francesas? El galicanismo hundía sus raíces muy hondas en la historia. La bula de convocación del concilio señalaba la apertura de éste para el 1 de noviembre de 1302 S1. 3. Respuesta francesa.—Portador de la bula Ausculta, fili era el romano Jacobo de Normanni, archidiácono de Narbona. Refieren varios autores coetáneos que la bula pontificia, arrebatada con violencia por el conde de Artois, fué públicamente quemada 82 . Lo cierto es que los reales consejeros, apenas leyeron lo • que el pontífice decía de ellos y la autoridad con que Bonifacio se proclamaba juez universal de los cristianos y director, de la conciencia de' los mismos reyes, pensaron que tal documento no podía publicarse. Debió ser el canciller del reino, Pedro Flotte, quien sugirió a Felipe I V la idea de falsificar la bula, o, mejor, de publicar otra completamente falsa y espuria, que excitase el odio y la indignación contra el pontífice. De hecho hizo correr un documento concebido en estos términos: "Bonifacius episcopus, servus servor,um Dei, Philippo Francorum regi. Deum time et mandata eius observa. Scire te volumus, quod in spiritualibus et temporalibus nobis subes. Beneficiorum et praebendarum ad te callatio nulla spectat, et si aliquorum vacantium custodiam habeas, fructus eorum successoribus reserves; et si quae contulisti, collationem huiusmodi irritam decrevimus, et quantum de facto processerit, revocamus. Aliud áutem credentes haereticos reputamus. Dat. Latera- . ni non. decembr. Pontificatus nostri anno 7" 88 . Este apócrifo documento falseaba la mente del papa. Nunca Bonifacio V I I I había dicho que Felipe estaba sometido aun en las cuestiones temporales al Romano Pontífice de una maro "A.ntP rcromotionem nostram" (5 de diciembre 1301) (Les " t f - Z S 5 j S f « t r . otro», Tolom.0 de ¿ u c c . •» »» « g j litterae in ipsa regis et magnatorum praesentia quod a n u u o Sist. du diff. Preuves, 80) N o n o s , convencen ia a contrario de DIGAKD Phil. le Bel II, 95. Quiza « la solemnidad dramática que algunos le atribuyen,^p
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ñera absoluta y directa; siempre se había referido al aspecto moral y espiritual: sub ratione peccaü. Tampoco las restantes proposiciones expresaban con fidelidad el pensamiento bonifaciano, sino que más bien lo caricaturizaban. El efecto apetecido se obtuvo. Ante el pueblo francés apareció el papa como un ambicioso, que se arroga derechos qu no le pertenecen, y como un peligroso enemigo. P o r eso se recibió con risas y aplausos una respuesta—apócrifa ^también] pues jamás fué enviada oficialmente—que decía así: "Philippus Dei gratia Francorum Rex, Bonifacio se gerenñ pro summo Pontífice, salutem modicam seu nullam. Sciat máxima tua fatuitas in temporalibus nos alicui non subesse, E c clesiarum ac praebendarum vacantium collationes a d nos iure regio pertinere, fructus earum nostros faceré; collationes a nobis facías et faciendas fore validas in praeteritum et futurum, et earum possessores contra omnes viriliter nos tueri; secus autem crecientes fatuos et dementes reputamus. Datum Parisiis", e t c . 8 i 4. Los estados generales de 1302.—El ambiente estaba preparado. E n la seguridad de ganar a toda la nación para su causa, Felipe el Hermoso convocó los Estados generales, los primeros "Estados generales"^ que se conocen en la historia de Francia. E s entonces cuando por primera vez son llamados a deliberar, junto a la nobleza y el clero, los representantes de la burguesía, el tercer "estado, que cinco siglos más tarde (1792) se alzará contra-un sucesor de Felipe I V y contra la monarquía. La asamblea nacional se celebró en la iglesia de N ó t r e Dame el 10 de abril de 1302. Presidía el monarca en persona. Y parece que fué Pedro Flotte quien tuvo el discurso principal, querellándose de que el papa pretendía someter a toda Francia bajo su poder aun en lo temporal, haciendo del rey un vasallo suyo. Y esto no era pura palabrería, pues y a había convocado a Roma a todos los prelados y doctores del reino, privando así al monarca de sus mejores auxiliares con el pretexto de reformar los abusos, como si no fueran mucho más graves los abusos que él comete cada día contra el reino y la iglesia de Francia con tantas reservaciones, colaciones arbitrarias de sedes episcopales y de beneficios importantes concedidos a extranjeros, subsidios excesivos, exacciones de toda especie, etc. Nuestro rey—añadía—no puede soportar esto por más tiempo, y está dispuesto a reformar el reino y la iglesia de Francia a gloria de Dios y de la Iglesia universal. M
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DUPTIY, ib-id. 4:4-; Du BOULAY, Historia Univers, Paris. TV, 11.
Por miedo a la excomunión, Felipe entregó al legado la persona del obispo de Famiers, con la prohibición de que retornara a Francia.
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Felipe, tomando entonces la palabra, preguntó a los obispos y a los nobles: 1 —¿De quién tenéis vuestros obispados? ¿De quién tenéis Vuestros feudos? —Del rey—contestaron todos unánimemente. \ —Pues nosotros—continuó Felipe—tenemos nuestro reino de Dios solo; y por sostener esta verdad empeñaríamos nuestro patrimonio, nuestra persona y nuestros hijos. Q u e cada uno de los estados medite sobre ello y dé una respuesta precisa y definitiva. La respuesta de adhesión al rey la expresó cada uno d e los estados en sendas cartas a Roma. La del clero francés, dirigida al papa, es importante, porque nos da a conocer ,todo, lo sucedido en la asamblea y nos revela los escrúpulos e incertidumbres que trabajaban el ánimo de aquellos obispos galicanos, temerosos de descontentar a Su Santidad, pero tan débiles, que no osaban oponerse a su rey aun cuando éste caminase hacia el cisma. Después de exponer todos los argumentos de Pedro Flotte y la requisitoria del monarca, relatan cómo la nobleza y la burguesía habían aplaudido y agradecido a Felipe su actitud y decisión, poniéndose incondicionalmente de su parte contra Roma. Cuando nos llegó a nosotros—dicen—el turno, pedimos un plazo mayor para deliberar, el cual nos fué negado, amenazándonos con que sería declarado enemigo del rey y del reino quien no participase de la opinión general. Intentamos demostrar que Vuestra Santidad no había querido en modo alguno atentar contra la'libertad del reino y el honor del rey; pero luego, previendo los males y escándalos que se seguirían de una respuesta poco grata a los barones y al monarca, declaramos que, en virtud del homenaje feudal que ligaba- a algunos de nosotros y del juramento de fidelidad que todos habíamos prestado, estábamos dispuestos a ayudar al rey, a defender los derechos del reino, con nuestros consejos y nuestra cooperación. Deseosos de obedecer a Vuestra Santidad, hemos solicitado autorización para dirigirnos a Roma, pero se nos ha negado rotundamente. P o r lo cual suplicamos a Vuestra Santidad, con voz sollozante, que anule y revoque la convocación del concilio 85 . _. Es decir, que el clero francés, por ser fiel a Felipe I V , hacía traición a Bonifacio V I I I . Los nobles no se dignaron escribir al papa; lo hicieron al Colegio cardenalicio, sin duda para poder insultar más libremente a Bonifacio. Hacían suyo el discurso de Pedro Flotte, deploraban los abusos cometidos por el Sumo Pontífice, a quien acusaban de "mala voluntad y enemistad antigua, bajo sombra »
DUPUY.,
ibid. 70-71; Du
BOULAY,
Hist. Univ. Par. TV, 19-21.
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de amistad, e injustas extorsiones", en daño de Francia. Tale^ acciones de "aquel que preside actualmente el gobierno de lsl Iglesia" (no le llaman nunca papa o Sumo Pontífice) no sucedieron jamás ni sucederán en lo por venir, si no es con el antj.cristo. Pedían, por fin, que Bonifacio fuese castigado debidamente, y firmaban 32 de los más nobles de Francia en nombte de todos 88 . / N o conserva/nos la carta del tercer estado, dirigida igualmente a los cardenales y redactada probablemente en los mismos términos. Respondió el Colegio cardenalicio rechazando como falsas las acusaciones de haber usurpado el papa la jurisdicción del rey 87 , y respondió también Bonifacio VIII a los prelados, doliéndose acerbamente de su defección en negocio tan grave para la Iglesia. Bien sabe el papa lo que contra él ha dicho "ese Belial que se llama Pedro Flotte, tuerto en los ojos del cuerpo y totalmente ciego en los del alma"; pero lo que más le aflige es que los prelados, por temor del rey terreno, hayan despreciado al celestial y hayan erigido una cátedra contra el vicario de Jesucristo 88 . 5. El consistorio de 1302,—La verdadera respuesta, la más categórica y solemne, fué la que dieron, en público consistorio, el más docto de los cardenales y el mismo papa Bonifacio. Aprovechando la circunstancia de hallarse en Roma los delegados del clero francés, se les invitó a una solemne audiencia con el Sumo Pontífice y con el Colegio cardenalicio el día de San Juan Bautista (24 de junio). El gran teólogo franciscano cardenal Mateo de Acquasparta, discípulo insigne de San Buenaventura, tomó la palabra: E s verdad—dijo—que han llegado a Roma quejas de los muchos desórdenes que se producen en Francia contra las inmunidades eclesiásticas, y que sobre ello el papa escribió al rey una carta. Lo hizo de acuerdo con el Sacro Colegio, porque es preciso que se sepa que entre el Soberano Pontífice, que es nuestra cabeza, y nosotros los cardenales no existe la menor discordia, divergencia o desunión; pongo por testigo al Espíritu Santo. Según algunos, afirmábase en aquella carta que el reino de Francia es feudo de la Iglesia. Jamás el papa ni los cardenales han dicho semejante cosa. E n cuanto a los beneficios y prebendas, no hay duda que su colación o provisión no pertenece a los seglares. Si el rey goza, además del patronato, de " DUPUYJ ibid. 80; Do BOULAY,. Biat. Univ. Par. TV, 22-24; HEFBLB-LECLEECQJ Histoire des Concites VI, 410-414. 67 "Unde propositio quam fecit Petrus Flotte... arenosum et falsum habet fundamentum" (DUPUY, ibid. 71; Du BOULAY, Bist. Univ. Bar. TV, 26). 88 La carta empieza por las palabras "Verba delirantis filiae" (DUPUY, ibid. p. 24-25).
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algún privilegio en este punto, yo no lo sé, pero en todo caso no puede tenerlo sino por delegación (ministerialiterj. Contra el mundo entero me atrevo a defender, aun con riesgo de mi vida, que el Sumo Pontífice, vicario de Cristo, tiene la plenitud de la potestad, porque Cristo, que es el Señor de todos, ha dejado sus poderes a Pedro y a sus sucesores. Quéjase el rey de que el papa concede los beneficios a extranjeros. Verdad es que ha nombrado arzobispo de Bourges a Egidio Romano, en cuyo elogio no me detengo, y obispo de Arras a un "doctor en derecho civil y canónico. Ñ o recuerdo que otro italiano haya sido promovido en Francia. Y el papa está en su derecho. Como cabeza única de la Iglesia, es señor de lo espiritual y de lo temporal. Hay. dos jurisdicciones: el Sumo Pontífice tiene la espiritual, recibida de Cristo; el emperador y los reyes poseen la temporal, y, con todo, al papa compete conocer y juzgar cualquier causa temporal por su relación con lo moral o espiritual (ratione peccati). La jurisdicción temporal, en cnanto a 'su ejercicio y uso, no le pertenece, aunque le pertenezca de derecho S9 . A continuación habló Bonifacio VIII. Empezó por enaltecer la unión de la Iglesia y del reino de Francia, con las grandes ventajas, aun económicas, que de tal unión se han derivado para aquella católica nación. Pero un hombre se ha empeñado en desunirlas, un hombre diabólico, un nuevo Aquitofel, mitad ' ' .vinagre y mitad hiél (acetum-fel), que con sus consejos al rey está arruinando a toda la nación. Ese hombre demoníaco es Pedro Flotte, que tiene como cómplices al conde dfe Artois y otros. Pedimos a Dios que nos conceda castigar convenientemente a ese Pedro, a esfe Aquitofel, que falsificó nuestra carta al rey. Hace cuarenta años que practicamos el derecho, y sabemos que existen dos poderes ordenados por Dios. Pues ¿quién podrá creer que tal necedad y locura haya pasado por nuestra cabeza? Afirmamos que nuestra voluntad n o es usurpar lo más mínimo de la jurisdicción del rey, como lo acaba de decir el cardenal de Porto. Pero el rey no puede negar, como cualquier otro cristiano, que nos está sujeto ratione peccafi. En cuanto a la colación de beneficios, queremos hacer al rey t o das las concesiones posibles. Si hemos cometido algún error o B
" Hemos dado tan sólo un breve resumen de tan importante discurso. De él son estas frases textuales: "Summus Pontifex habet plenissimam fpotestatem]; nullus est qui possit eam limitare... lile dicitur esse dominus omnium temporalium et spi. ritualium... Planum est quod nullus debet revocare in dubium quin possit iudicare de omñi temporali ratione peccati... Iunsdictio temporalis potest considerar! prout competit alicui ratione aotus et usus, vel prout competit alicui de iure. Unde iurisdictio temporalis competit Summo Pontifici, qui est- Vicarius Cnristi et Petri, de iure... Quantum ad eccecutíonem actus non competit et" (DUPUY, "ibid, 73-76; Du BOULAY, Hist, Univ, Par, TV, 28-31).
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agravio, que se nos demuestre honradamente, y prestos esta-/ mos a corregirlo y remediarlo. Muchos de los que aquí están presentes saben que ya durante nuestro cardenalato éramos tan amigos de Francia, que los cardenales romanos nos lo reprochaban, y en nuestro pontificado hemos amado mucho a su rey, como lo demuestran los favores que le hemos hecho. E n > trance difícil se vería el rey ante la coalición de alemanes, ingleses y algunos de sus vecinos y ..más poderosos vasallos si nosotros no hubiéramos sido rigurosos con sus adversarios. Nuestros predecesores depusieron a tres reyes de Francia (¿Childerico III, Felipe I y Felipe II Augusto?), y si bien valgamos nosotros menos que el pie de nuestros predecesores, habiendo cometido el rey todo lo que aquéllos cometieron y mucho más, lo depondríamos como a un lacayo, aunque con dolor y tristeza. En lo tocante a la convocación de los prelados, os decimos a vosotros, que habéis venido en su nombre, que, lejos de revocarla o suspenderla, la renovamos una vez más. Si no pueden venir a caballo, que vengan a pie. Si algunos no vienen, los depondremos y degradaremos 90 . 6. La derrota de Courtray.—El castigo de Pedro Flotte, que Bonifacio deseaba infligirle por su propia mano, fué Dios quien fulmíneamente lo ejecutó. El día 11 de julio, aquel "hombre diabólico" que dirigía la política de Francia caía muerto en la desastrosa batalla de Courtray. Empeñado Felipe el Hermoso en anexionarse la tierra de Flandes, tenía preso en París al conde Guido de Dampierre. Pero dos hijos suyos y un nieto se pusieron al frente de los flamencos, irritados por las injusticias y desmanes de los invasores. La insurrección cundió por el país, empezando por Brujas. El ejército francés, concentrado en Lilles, partió a socorrer a la guarnición que resistía en el castillo de Courtray. Allí se empeñó una batalla decisiva, y acaso hubieran cedido los flamencos si una imprudencia del mando francés no hubiera empujado hacia los fosos, llenos de agua, a los escuadrones de la caballería. Miles de caballeros se precipitaron locamente en los fosos, donde eran rematados por sus enemigos a golpes de maza. Entre los muertos se ha00 "Iste Achitophel est quidem diabolus vel diabolicus homo, quem Deus iam in parte punivit, caecutiens corpore caecus mente, scilicet Petrus Flotte, homo acetosus, homo fellious, homo haereticua... Quadraginta anni sunt, quod nos sumus experti in iure, et scimus quod duae sunt potestates ordinatae a Deo. Quis ergo débet credere vel potest, quod tanta fatuitas, tanta insipientia sit vel fuerit in capite nostro? Dicimus quod in nullo volumus usurpare iusrisdictionem r&giSj et sic frater noster Portuensis dixit. Non potest negare rex, seu quicumque alter fidelis, quin sit nobis subiectus ratione peccati... Praedecessores nostri deposuerunt tres reges Franciae, et ipsi hoc habent in chronicis suis et nos in nostris... Nos deponeremus regem sicut unum garcionem, licet cum dolore et tristitia magna" (DUPUY, ibid. Actes et preuyes, p. 77; Du BOULAY., Híst. Univ. Par, TV, 31-33),
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liaron el canciller Pedro Flotte, Roberto de Artois y otros instigadores de la campaña antigontificia. Apenas llegó la noticia a Bonifacio VIH, aunque era bien entrada la noche, saltó de júbilo e hizo despertar al embajador de Flandes, Miguel As Closkettes, para comunicarle el tremendo desastre del ejército francés y la muerte de los enemigos del papa. La situación .política de Felipe el Hermoso empezaba a bambolearse. Si Bonifacio entonces hubiera maniobrado hábilmente, utilizando las, alianzas de Alemania, Aragón y Sicilia, además de la ayuda de Inglaterra, es muy probable que la corte francesa hubiera venido humildemente a darle la razón al papa. Desgraciadamente para Bonifacio, contaba poco la habilidad diplomática; era más de su gusto la aseveración rotunda y categórica de los principios doctrinales. Estos habían de ser expuestos • claramente en el sínodo romano que se abriría el 30 de octubre de aquel año 1302. La mitad del episcopado francés, ante la humillación militar de su rey, tuvo el suficiente valor para obedecer al Pontífice: cuatro arzobispos (los de Tours, Bourges, Auch y Burdeos), 35 obispos, seis abades y muchos doctores y maestros se presentaron en Roma 91 . Ignoramos en qué forma se desenvolvió tan importante asamblea. Sólo sabemos que se formuló un decreto, publicado en Letrán el 18 de noviembre, en el que, sin nombrar expresamente al rey de Francia, se renueva la excomunión contra todos aquellos que retienen con la fuerza o causan daños a los que se dirigen a la Sede Apostólica. Ese mismo día, 18 de noviembre de 1302, está fechado uno de los documentos más famosos de la cancillería pontificia, la" bula Unam sanctam, que es—nótese bien—fruto de las deliberaciones del clero francés, reunido en sínodo bajo la suprema autoridad de Bonifacio V I H . 7. La bula "Unam sanctam".—-Merece conocerse y estudiarse esta célebre bula, sobre la cual se han dicho infinitas inexactitudes. Y todavía en nuestros tiempos se sigue discutiendo sobre su verdadera interpretación. Esquemáticamente presentada, se reduce a lo siguiente: 1) Una sola Iglesia santa, católica y apostólica existe en el mundo, fuera de la cual no hay salvación. Esa Iglesia representa un solo Cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo y su vicario, sucesor de Pedro. . 2) En esta Iglesia y en su poder hay dos espadas: una espiritual y otra temporal. La espiritual es manejada por el sacerdote, o sea, por la Iglesia; la temporal es manejada por los n Los nombres en DUPUY., ibid. 86. Las actas de la asamblea no se conservan; fueron destruidas posteriormente para complacer a Felipe el Hermoso. *
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príncipes, pero en bien de la Iglesia, según la indicación o el permiso del sacerdote. 3) Y como Dios ha ordenado todas las cosas con subordinación de las inferiores a las superiores, así la espada o potestad temporal debe subordinarse a la espiritual, que es más excelente. La potestad espiritual tiene que instituir a la potestad terrena y juzgarla si no fuese buena o se desviase de la justicia; en cambio, si se desvía la suprema potestad espiritual (eclesiástica), sólo Dios puede juzgarla. Quien resiste a esta potestad, establecida así por Dios, resiste al mismo Dios. 4) "Finalmente, declaramos, afirmamos y definimos que es necesario para la salvación el que toda criatura humana esté sujeta al Romano Pontífice" B2. Tan sólo esta última proposición tiene valor de definición dogmática. En todo el resto de la bula no hace el papa sino exponer en forma concisa, clar# y tajante la doctrina tradicional de los teólogos, canonistas y Sumos Pontífices de la Edad M e dia. Bonifacio no expresa ninguna idea nueva, ni siquiera un matiz personal; todo estaba dicho anteriormente, incluso con las mismas palabras. La bula Unam sanctam es un mosaico de textos, sacados principalmente d e San Bernardo, Hugo de San Víctor, Egidio Romano, Santo Tomás, etc. La doctrina de las dos espadas era corriente en la literatura eclesiástica, por lo menos desde Godofredo de Vendóme (f 1132). Teólogos y canonistas otorgaban al vicario de Cristo utrumque gladium. La dificultad está en explicar qué sentido daban al gladius temporalis &2*. La superioridad de los papas ra Aunque el original de la bula no se conserva, su texto se encuentra en el registro vaticano, y fué incorporado al Corpus inris can. 1. 1, tít. 8, "Extravag. comm." c. 1 (FRIEDBERG, II, 1245). De su autenticidad hoy día no puede disputarse. Sobre sus muchas interpretaciones, F. BHRMANN, Die Bulle "Unam sanctam" des Papstes Bonifacius VIII (Munich 1896); RIVIÉRE, Le probléme de VEglise et de VEtat p. 150-155; G. PILATI, Bonifazio VIII e il potere indiretto, en "Antonianum" 8 (1933) 329-354; FINKE_, AUS den 2 Tagen Bonifas VIII p. 146-190. ° * Según el P. Alfonso Stickler, S. S., en Graciano y otros canonistas del siglo xn, el gladius temporalis significaba originariamente tan sólo la "potestad coactiva material" de la Iglesia. Esta posoe una doble potestad, coactiva: la espiritual, sobre las almas de los cristianos, y la material, sobre los cuerpos. De la espiritual puede usar directamente (v. gr., del anatema), no así de la material (ius gladii), del cual hace entrega a los príncipes a fin de que éstos la empleen ad nutum Ecclesiae. Cf. STIC- ' KLERJ De Ecclesiae potestate coactiva materiali apud Magistrum Gratianum, en "Salesianum" 4 (1942) 97-119; ID., II potere coattivo materiale della Chiesa nella R.iforma Gregoriana secondo Anselmo di.Luccaj en "Studi Gregoriani" II (1947) 235-285; ID V Sacerdocio e regno nei decretisti e decretalístij en "Miscellanea Histórica Pontificiae'' (Universidad Gregoriana, Roma) XVIH (1954) 1-26, con otra bibliografía del mismo autor. El ius gladii se identificó posteriormente con la potestad civil
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sobre los reyes aun en cosas temporales era creencia tan aceptada, que los mismos príncipes la reconocían y la profesaban públicamente 93 . N o había, pues, motivo para alarmarse por una afirmación más de la supremacía pontificia. Pero la corte francesa, aun después de la muerte de Flotte, estaba empeñada en interpretar torcidamente el pensamiento de Bonifacio V I I I , dando a sus palabras de sentido teológico un significado feudal que no era el de su autor. Y: así, apenas illegó a su conocimiento el texto de la bula, el rey con sus juristas pusieron el grito en el cielo, como si la libertad de Francia estuviese en peligro, siendo así que ningún otro rey había dado importancia alguna al documento. 8. Su verdadero sentido,—Persuadidos, los que rodeaban a Felipe el Hermoso de que Bonifacio aspiraba a una hierocracia universal, en la que los príncipes fuesen vasallos del pontífice, acusáronle de que en su bula se arrogaba potestad directa en todas las cosas temporales. La misma acusación repitieron en el siglo X V I I los galicanos, y en nuestros días los que no acaban de entender la mente de aquel papa. Y a entonces Bonifacio V I I I protestaba contra semejante incomprensión, y declaraba por sí mismo y por sus fieles intérpretes, como Acquasparta, que él no pretendía quitar a los reyes nada de su jurisdicción ni mermar en lo más mínimo su soberanía; que el uso y la ejecución de la potestad temporal no pertenece al pontífice; que si éste a veces debe intervenir en lo civil y político, es solamente por su relación con lo espiritual, racione peccati, para defender la moral y la religión **. de los príncipes, dando origen a muchas y graves confusiones doctrinales, aunque no creemos que esa confusión sea la causa única de las teorías hierocráticas que surgieron entre los teólogos y canonistas, exagerando la potestad de la Iglesia y del Romano Pontífice en lo temporal. Bonifacio, como otros papas del siglo xin, no sólo reclama el ius gladii en su sentido primigenio, sino que afirma que toda autoridad, en una u otra forma, depende del vicario de Cristo. 83 Por ejemplo, los embajadores del conde de Flandes hacían esta declaración el 29 de diciembre 1299 "Summus Pontifex iudex est omnium, tam in spiritualibus quam in temporalibus... est enim Christi omnipotentis Vicarius" (KERVYN DE LETTENHOVE., Rapport de Vambassade flamande, en "Mémoires Acad. Roy. de Belgique" xxvin, 421 y 604). El emperador Alberto reconocía en un diploma del 17 de julio 1303 "quod ius eligendi romanum regem, in Imperium postmodum promovendum, certis principibus ecclesiasticis et saecularibus est ab eadem sede [apostólica] concessum, a qua reges et imperatorcs, qui fuerunt et erunt pro tempore, recipiunt temporalis gladii potestatem" (THEINER, Oodex diplomaticus I, 390). Esto era conceder demasiado; sin duda, poco sinceramente. 94 Si la espada temporal no está, como dice Bonifacio, en manos del • pontífice, parece claro que no la posee directamente; luego no posee la potestad directa en lo temporal. Y, sin embargo,
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Verdad es que esta doctrina de intervenir ratione peccati, aunque sostenida por todos los doctores y papas medievales, y en sí teológicamente inatacable, tiene peligro de que se ensanche arbitrariamente y se cometan abusos. Con todo, históricamente se demuestra que los abusos cometidos no fueron tantos ni tan grandes como voceaban los galicanos. Mucho más graves fueron los que en sentido contrario cometieron los reyes con la doctrina regglista de intervenir en lo eclesiástico ratione Status, o sea, por lo que más tarde se llamará razón de Estado. Se ha dicho que en la bula Unam sanctam se halla una frase totalmente inadmisible y falsa, indicio de una desmedida ambición imperialista; aquella que dice: "Spiritualis potestas terrenam potestatem instituere habet". .No han faltado tímidos exegetas que han querido traducir el instituere por instruir o adoctrinar, suavizando así el pensamiento del papa. Mas también deformándolo. Instituere significa aquí, lo mismo que en Hugo de San Víctor, de quien „está tomado el texto y el contexto, instituir, establecer, fundar. Pero ¿no es una exageración y una falsedad decir que el papa tiene el poder de instituir, establecer, dar legitimidad a. un monarca? En nuestro modo natural de hablar, sí; no en el de aquellos hombres, imbuidos de lo que Arquilliere Mamó "agustinismo político", para quienes sólo era cristianamente valedero lo elevado al plano sobrenatural. Cuando Bonifacio adjudicaba al poder espiritual la institución del poder temporal, pensaba, sin duda—como Hugo de San Víctor—, en Israel, cuyo primer monarca, Saúl, fué instituido por la autoridad religiosa de Samuel, y pensaba también en la costumbre medieval de ser el pontífice quien consagraba y bendecía al rey, dándole, por decirlo así, su forma institucional (formans per institutionem) al admitirlo en la comunidad cristiana. esta potestad depende de él. ¿En qué manera? Distingamos, con Bonifacio, dos dependencias: dependencia in iure y dependencia in usu.De la dependencia in iure tratamos en el texto, y la explicamos por el agustinismo politico. La dependencia in usu se explicaba entonces ratione peccati, es decir, indirecte, según expresión de Vincentius Hispanus (cf. supra, nota 20). San Roberto Belarmino será el primero en desarrollar y puntualizar teológicamente esta explicación en el siglo xvi: Gersón había escrito: "Potest superioritas illa ncminari potestas directiva et ordinativa, potius quam civilis vel iuridica" (Opera II, 147). Como estas ideas se barajan igualmente al tratar de Gregorio vir, véase lo que sobre este papa dijimos en la p. 370. Notemos que aquellos que interpretan la bula Unam sanctam como una afirmación de la potestad directa (Finke, Riviére, Glez, etc.) no saben conciliaria con las afirmaciones evidentemente contrarias que hizo Bonifacio en diversas ocasiones. Ahora bien, el papa no cambió nunca de opinión; era de ideas fijas como clavos.
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Instituere no significa, para Bonifacio V I I I , conferir la legitimidad natural, que es de derecho humano, sino la legitimidad cristiana, sobrenatural, significada por un rito eclesiástico (unción, consagración, bendición...), que hace de un poder civil un órgano auténtico de la cristiandad. En el agustinismo político sólo esa legitimidad sobrenatural es perfecta; los príncipes paganos sólo imperfectamente pueden decirse legítimos 95 . En confirmación o aclaración de estos conceptos, podríamos aducir numerosos textos de teólogos contemporáneos de Bonifacio VIII. Bastarán unas palabras de Egidio Romano, discípulo de Santo Tomás. "Adveniente tamen lege nova..., nulli fuerunt de caetero reges ( vel principes qui non fuerint per Ecclesiam, vel non fuerint per eam digní et veri reges... et sine diminutione reges. Sed si non omnes facti-sunt per Ecclesiam principes sive reges, omnes tamen per Ecclesiam facti sunt veri et digni tales, quia, ut diximus, apud infideles nec est proprie imperium ñeque regnum... Nullus est qui non debeat suum regnum recognoscere ab Ecclesiav pet quam iuste regnat, et sine qua iuste regnare non poterat" 98 . Y estas otras, más breves y precisas, de Jacobo de Viterbo: "Nulla potestas est omnino vera sine fide. Non quod sit nulla et omnino illegitima, sed quia non est vera ñeque perfecta; sicut nec matrimonium infidelium perfectum est et ratum, licet sit aliqualiter verum et legitimum" B7. 60 G. PILATI, Bomfazio VIII e il potere vndiretto, p. 346; C. JOTJRNBT. La jurisdiction de l'Eglise sur la cité (París 1931) p. 177-182. La expresión de Hugo de San Víctor es más fuerte que la de la bula Unam sanctam. Dice así: "Nam spiritualis potestas terrenam potestatem et instjtuere habet ut sit,. et iudicare si bqna non fuerit" (De sacramentis fidei 1. 2, p. 2.", c. 4, en ML 176, 418). Bonifacio omitió ut sit, tal vez porque le pareció demasiado radical y absoluto. Pensaría, como muchos teólogos de su tiempo, que no se debía decir ut sit simpliciter, sino ut sit perfecte. Véase infra, nota 90. 00 De ecclesiastica potestate 1. 3, c. 2; ed. R. Scholz (Weimar 1929) p. 153-154. Todo el libro 2 trata de lo mismo. "' H. X. ARQUILLIERE, Le plus anden traite de l'Eglise: Jacques de Viterhe, De regimine christiano (París 1926) p. 232. Sobre el agustinismo político véase la obra del mismo ARQUILLIERE, L'Augustinisme politlque. Essai sur la formation des théories politiques du moyen dge (París 1934). Jacobo de Viterbo, lo mismo que Egidio Romano, dedicó su tratado a Bonifacio VIII, y no se diga que, siendo ambos autores de la Orden de San Agustín, sus ideas serían exclusivas de su Orden; porque en las mismas abunda el más egregio teólogo tomista del siglo xv, Juan de Torquemada, O. P., de quien son estas palabras: "Potestas saecularis veram et perfectarn rationem potestatis sortitur ex formatione seu ex derivatione potestatis spiritualis. Pro1 que- notandum est quod, quemadmodum virtutes morales s*™ ..*™* c n r ííf t l non habent rationem completam virtutis, quia, ut dicit Htus. i nomas in Prima Secundae, non ordinant hominenvaa nnem uitimum simpliciter..., ita videtur dicendum de potestate regmva
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Creemos que dentro de esta mentalidad se explica la repetida afirmación bonifaciana de que de él dependen y reciben su autoridad los príncipes y reyes, y que, sin embargo, la independencia y jurisdicción temporal de éstos no sufre por ello el más mínimo menoscabo, pues, aunque se le otorgue al papa una jurisdicción universal, se le niega la ejecución y el uso de tal jurisdicción nisi ratione peccati. Tal doctrina, como se ve, podrá ser discutible, mas nadie dirá que es peligrosa para los príncipes cristianos, ni la expresión teórica y jurídica de inmoderadas ambiciones políticas. 9. La legación del cardenal Le Moine.—Durante el sínodo romano en el que se fraguó la Unam sanctam llegó a Roma una embajada del rey francés, deseosa de suavizar las relaciones entre ambos poderes. Con la desaparición del canciller Pedro Flotte y con el fracaso militar de Courtray, parecía que Felipe el Hermoso entraba por caminos de conciliación y arreglo pacífico. El embajador, obispo de Auxerre, aseguró al papa de las buenas disposiciones del rey. También Carlos de Valois, tan favorecido de Bonifacio en sus aspiraciones al reino de Sicilia, intervino en favor de su hermano. Y quién sabe si los mismos obispos del concilio le confirmaron en la idea de entablar conversaciones con el monarca francés a fin de resolver a buenas los litigios 98. Lo cierto es que, en noviembre de 1302, Bonifacio se decidió a mandar a Francia un legado,, que fué el cardenal Juan le Moine (Monacus), insigne canonista y francés de origen eB. populi... Patet ergo, quod potestas saecularis in república christiana in sua perfectione, modo iam dicto, pendeat a potestate spirituali etiam in genere causae efficientis quasi ab ea formata" (Summa de Ecclesia, 1. 1, c. 90 LVenecia 1561] fol. 101 b). 08 No vamos a exponer aquí las opiniones que alrededor de aquella fecha se manifestaron en pro o en contra de la doctrina de la bula Unam sanctam. Pueden verse en la obra fundamental de R. SCHOLZ Die Publizistih sur Zeit Phiüpps des Schónen und Bonifaz VIII- (Stuttgart 1903) fase. 6-8 de "Kirchenrechüiche Abhandlungen '. A principios del siglo xiv, el dominico Guido Vernani de Rímini, que refutó el tratado De Monarchia, de Dante, escribió un comentario a la Unam sanctam, publicado por M. GRABMATsr.fi, Studien über den Einfluss der aristutelischen Philosophie auf die mittelalterlichen Theoríen über das Verh<nis von Kirche una Staat (Munich 1934) p. 144-157. Acerca del comentario atribuido al cardenal Lemoine, véase FINKE, AUS den Tagen B. 177-186 y apénd., p. c-exvi. También SCHOLZ, l. c, 274-75. El comentario de RIVTÍÍRIÍ, Le probléme p. 79-87, no lo juzgamos siempre acertado. Sobre Egidio Romano, Jacobo de Viterbo y otros agustinos véase UGO MARIANI, Chiesa e Stato nei teologi agostmiaw del secólo XIV (Roma 1957) p. 75-88; 151-174, etc. ™ Sobre este personaje, moralmente muy discutido, y sobre sus obras canónicas, así como sobre su fundación del colegio Lemoine en la Universidad de París, véase F. LAJARD, Le Cardinal Le Moine, en "Hist. litt. de la France" 27 (1877) p. 201-224; C, JOURDAIN, Le collége dti card. Lemoine, en su libro Excwr-
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Dióle poderes para que—si el rey lo suplicaba—le absolviese de la excomunión y otras censuras en que había incurrido. Y le encargó presentar al monarca doce artículos, pidiéndole alguna satisfacción por los agravios allí consignados. Deseaba el papa, entre otras cosas, que Felipe derogase su prohibición de salir los obispos para Roma; que reconociese formalmente el poder supremo del papa en la colación de los beneficios, de cuyas rentas y productos no se debía incautar Felipe sin permiso del Romano Pontífice; que permitiese al papa enviar libremente nuncios a Francia y poner a las iglesias los • tributos convenientes; que no pusiese trabas a la jurisdicción de los prelados ni hiciese juzgar a los clérigos por tribunales laicos; que reparase la injuria hecha a la Santa Sede al quemar unas letras apostólicas que llevaban la efigie de San Pedro y San Pablo. La respuesta de Felipe (a principios de marzo de 1303) consistió en buenas palabras, afirmando que de ningún modo había pretendido ofender al papa ni violar los sagrados cánones; que, por lo demás, en la cuestión de los beneficios, e t c . él seguiría los usos y costumbres de sus antepasados, en particular del rey San Luis. Naturalmente, Bonifacio no se dejó engañar por estas respuestas insinceras y ambiguas, y el 13 de abril de 1303 expidió unas letras al legado ordenándole que exigiese una respuesta más satisfactoria y que, si hallaba resistencia, pronunciase contra Felipe la excomunión y la publicase por todo el reino, advirtiendo a todos los eclesiásticos que también ellos incurrirían en la misma pena si intentaban celebrar la misa delante del rey o administrarle los sacramentos. Portador de estas letras era el archidiácono d e Coutances Nicolás de Bienfaite, quien no pudo entregarías a su señor el cardenal legado, porque, al llegar a Troyes, fué arrestado y echado en prisión. Juan le Moine salió corriendo de Francia para informar al papa. Bonifacio, que no conocía la paciencia ni la moderación, decidió herir a Felipe I V de Francia no sólo en lo espiritual, sino en lo temporal, y de una manera fulmínea. Estrechó cuanto pudo los lazos de amistad con Alberto de Austria, haciéndole romper el pacto que éste había firmado con el rey francés, y en el consistorio del 30 de abril, que arriba hemos referido, se desató en injurias contra el orgullo galicano, que mentirosamente niega su dependencia del emperador. Y poco después, slons hístoríques (París 1888) 265-308. No podemos dar crédito a las declaraciones que más adelante, en el proceso de 1311, nizo Juan Le Moine, testificando que ya durante su legación habla hablado al rey de las herejías de Bonifacio VIII. Tal traición la suponemos inventada por su debilidad de carácter. En todo caso, la vileza del personaje es evidente. Sus declaraciones, en C. HOFI.BR., Rilckbliclc auf P. Bonifacius VIII p. 53.
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pasando de las palabras a los hechos, se esforzó con toda su autoridad por apartar del vasallaje de Francia y adjudicar al Imperio los territorios que de éste habían dependido en otro tiempo, como Borgoña, Lorena, Provenza, el Delfinado, etc. 10° Terrible golpe contra Felipe el Hermoso si éste no se hubiera dado prisa a prevenirlo y a impedir sus efectos, descargando rápidamente un contragolpe decisivo y mortal. Su brazo de hierro fué el legista Guillermo Nogaret, que, después de Flotte, se apoderó totalmente del ánimo del rey y orientó su política contra la supremacía papal, como deseoso de vengar J—hijo de un albigense—la condena inquisitorial de su padre 1 0 1 . 10. Apelación a un concilio.—Debió ser entonces cuando Nogaret concibió la idea audacísima de emplear la fuerza contra el Romano Pontífice. D e acuerdo con los Colonna, que seguían diseminando en Francia toda suerte de calumnias contra Bonifacio VIH, planeó bajar a Italia, apoderarse violentamente de la persona del papa y arrastrarlo a Francia, donde sería juzgado, condenado y depuesto por un concilio. Poco antes de emprender este aventurado viaje asistió al Consejo extraordinario que el rey celebró en su palacio de Louvre el 12 de marzo de 1303, en presencia de los arzobispos de Sens y de Narbona, de los obispos de Meaux, Nevers y Auxerre; de Carlos de Valois, hermano del monarca; del duque de Borgoña y otros nobles. Nogaret tomó la palabra y lanzó contra Bonifacio cuatro gravísimas acusaciones: l." N o es legítimo papa; non intravit per ostium. 2.* Es hereje manifiesto, y como tal, separado del cuerpo de la Iglesia. 3. a Es un simoníaco horrible, tal como no ha habido otro desde el principio del mundo. 4.a Ha cometido infinidad de crímenes enormes; es incorregible y no puede ser tolerado sin que la Iglesia se arruine. En consecuencia, requiere al rey de Francia a intimar a los prelados, a los doctores, a los pueblos y príncipes, y sobre todo a los cardenales, a ponerse de acuerdo para convocar un concilio general, en que el abominable Bonifacio sea condenado y la Iglesia proveída; por los cardenales, de un legítimo pastor. A fin de que esto pueda realizarse con paz y sin peligro de cisma, conviene que el rey se apodere previamente de la persona del papa y lo ponga a buen recaudo. 100 Lo intentó en su bula luxta verbum propheticum (31 de mayo 1303) (Les registres de B. n. 5353). IU1 Sobre Guillermo de Nogaret, profesor de derecho en Montpellier en 1291, miembro del Consejo real desde 1296, canciller o vicecanciller en años sucesivos, véase H. HOLTZMANN, Wilhelm •von Nogaret (Freib. 1898), y E . RENÁN, Guillaume de Nogaret> en "Hist. litt. de la F r a n c e " X X V I I (1877) 233-271, reimpreso en Etudes sur la politique religieuse du régne de Phil. le Bel (Pa-
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Dirigiéndose a Felipe el Hermoso, allí presente, le conjuró a obrar así por su fe de cristiano, por su dignidad real, por su juramento de defender las iglesias del reino, por su patronato que ejerce sobre esas mismas iglesias, por el ejemplo de sus antepasados 102 . Nogaret, con más habilidad canónica que otros apelantes al concilio, lo había hecho de forma que nadie pudiera tenerle por insumiso y rebelde a la suprema autoridad eclesiástica. En efecto, había insistido en declarar que Bonifacio era reo de herejía, y, como tal, dejaba de pertenecer a la Iglesia; perdía, pues, su dignidad pontifical. N o hacía falta deponerle; siendo hereje, quedaba i'pso facto depuesto. Esta doctrina, que hoy puede pajecer revolucionaria, o por lo menos peligrosa, era opinión común en la Edad Media; se había infiltrado incluso en el Corpus inris; teólogos y canonistas habían disputado sobre los posibles conflictos a que podía dar lugar el caso de un papa hereje, ya que nadie dudaba del principio que dfecía: "Papa a nemine iudicatur". N o siempre las respuestas dadas a tan angustiosa, cuestión eran lógicas ni concordes, ,pero todos convenían en afirmar con Agostino Trionfo: "Papa si clare sit haereticus seque emendare nolit, ipso facto est depositus". ¿Quién puede declararlo mejor que una gran asamblea de cardenales, obispos, doctores y príncipes cristianos? Por eso Nogaret creía proceder conforme a derecho al pedir que se convocase un concilio. En esta convocación de un "concilio sin papa", ¿no está ya implícito el conciliarismo? 103 Ganado de antemano a los proyectos de Nogaret, el rey se mostró plenamente convencido. Cinco días antes, el 7 de marzo, le había confiado una misión secreta "a ciertos países para ciertos negocios", con poderes omnímodos para tratar oficialmente "con cualquier personaje eclesiástico o laico a fin de estipular cualquier pacto o alianza". Se le dieron tres compañeros o auxiliares, entre ellos el gran banquero florentino M u s ciatto Guidi de Francesi, y se le asignó, "en atención a sus servicios pasados y futuros", una renta de 300 libras tornesas, reversibles so,bre sus herederos. 11. El papa, a la pública vergüenza»—Mientras Nogaret baja al huerto de Italia ("il giardin deU'Impero", que dijo Dante) con una banda de aventureros, dispuesto a apresar al vicario de Cristo, veamos qué hace el rey de Francia. El 13 de junio de 1303 reúne en su palacio de Louvre a 102 DUPUY, Hist. du différend p. 56-59. » Véase ARQUIIAIÉRE, L'appel au concüesous PMl.je *« et la genése des théories conciliares, en "Rev. ^es questions dame hist." 89 (1911) 23-55. I.a obra m á s f ? « £fVn^cintri^no y h a s t a a h o r a se h a escrito sobre los orígenes del « " " » £ £ £ s ^ l sobre la doctrina medieval del papa-hereje es l a de B R « N IIER NEY, Foundations of the Conciliar Theory (Cambridge l a a a j .
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cinco arzobispos, 22 obispos, 11 abades y gran número de nobles y de doctores, escogidos entre los más devotos de su persona, y dispone que, en ausencia de Nogaret, otro célebre legista, Guillermo de Plaisian, renueve y refuerce la requisitoria contra Bonifacio VIII. Empezó por jurar sobre los santos evangelios que no afirmaría sino la verdad y que estaba dispuesto a probar todas las acusaciones contra Bonifacio. Luego pidió al rey, como protector de la Iglesia, trabajase por la convocación de un concilio, y rogó a los prelados diesen su firma aprobatoria. Comprendiendo éstos que se trataba de un negocio muy delicado y peligroso* "non solum arduum, immo arduissimum", alegaron que querían deliberar más despacio. Difirióse, pues, la sesión al día siguiente. Reunidos de nuevo el día 14, Guillermo de Plaisian recitó una tremenda letanía acusatoria de 29 puntos, lanzando el -nombre del papa a la pública difamación. Resumiremos aquí las acusaciones más importantes: "1) Quia non credit immórtalitatem seu incorruptibilitatem animarum rationalium... 2) ítem non credit fore vitam aeternam... Et per hoc asserit quod deliciare corpus suum quantumcumque deliciis non est peccatum; .... dicere et praedicare non erubuii, se magis velle esse canem vel asinum... quam gallicum, quod non dixisset, si crederet gallicum habere animam... 4) N o n credit quod, verbis a Christo institutis, a fideli et recte ordinato presbytero dictis in forma Ecclesiae super hostiam, sit ibi Corpus verum. E t hinc est quod nullam reverentiam vel modicam ei facit, cum elevatur a sacerdote. 6) ítem fertur dicere fornicationem non esse peccatum... 9) ítem, ut suam damnatissimam memoriam perpetuam constituat, fecit imagines suas argénteas erigí in ecclesiis, per hoc homines ad idolotrandum inducens. 10) ítem habet daemonem privatum, cuius consilio utitur in ómnibus... 12) ítem publice praedicavit Papam non posse committere simoniam, quod est haereticum dicere... < 15) ítem sodomitico crimine Iaborat, tenens concubinarios secum... 16) ítem plurima homiddia clericorum in praesentia sua fecit fieri... 18) ítem compulit sacerdotes aliquos, ut sibi revelarent corufessiones hominum... 26) ítem diffamatus est publice quod antecessorem suum Caelestinum... inclusit in carcere et ibi eumdem celeriter et occulte morí fecit...
29) ítem diffamatus est, quia non quaerit salutem animarum, sed pérditionem earum" 104 . Creemos que nunca, en circunstancias tan solemnes, se haan pronunciado tan grandes atrocidades contra un Romano ontífice, jurando y perjurando decir solamente la verdad y comprometiéndose ante la nación y ante la cristiandad entera a demostrarlas en un concilio universal. Intervino Fglipe el Hermoso para decir que él hubiera preferido "cubrir con su manto las vergüenzas de su padre", pero su, fervor por la fe católica, el ejemplo de sus antepasados, tan devotos de la santa Iglesia, y el deseo de poner término al escándalo de la cristiandad le obligaban en conciencia a decidirse de una vez. Accediendo, pues, a las demandas de N o g a ret y de Plaisian, prometía, "guardando el honor y reverencia que se deben a la Sede Apostólica", hacer todo lo posible por la reunión de un concilio universal, al cual asistiría él en persona. Los cinco arzobispos allí presentes y 21 obispos, con 10 abades, declararon que juzgaban útil la convocación del concilio. T a n sólo Bartolomé, obispo de Autún, y Juan, abad del Cister, se opusieron tenazmente a dar su asentimiento. N o bien había salido del palacio real, el valiente obispo fué detenido por un esbirro, aunque en seguida se le dejó en libertad. E n cambio, el abad del Cister fué encerrado en un calabozo, contra lo cual protestará luego Bonifacio V I I I . Leído el proceso verbal de la asamblea de Louvre ante la Universidad de París, esta autorizadísima corporación se adhirió a la firma de los obispos el 21 de junio. Lo mismo hizo el cabildo de la catedral. Y el día 24 se celebró una gran manifestación popular en los jardines de palacio a fin de que toda la ciudad ratificase la decisión del rey. Acudió la multitud en procesión; un obispo predicó; un clérigo leyó las actas con las vergonzosas acusaciones contra el papa, y un fraile dominico arengó a las turbas a defender al rey, en la extirpación de las herejías, contra el papa, enemigo de Francia. Cuando al día siguiente unos oficiales regios fueron al convento de los franciscanos a pedir la opinión de los frailes, hubo escisión entre éstos, pues los extranjeros se negaron a aprobar las actas. Inmediatamente los refractarios fueron expulsados del reino. Cosa semejante acaeció en el convento de los dominicos. A fin de presentarse el rey con la fuerza de una especie de plebiscito popular, envió comisarios que recogiesen votos, aunque fuese por la fuerza, en todos los ángulos de la nación; en 1W Du BOULAY, Historia Universitatis Parisiensis IV, 42-44; DttPUY, ffist. du diff. Actes et preuves, 101-106. Sobre estas acusaciones se levantará, en 1310, el escandaloso proceso de Bonifacio VIÍÍ. I.,» examinaremos en el pontificado de Clemente V.
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Turena, en Bretaña, en todas las provincias del centro, en las de Picardía, en el Languedoc, organizando así la propaganda del cisma en toda Francia 105 . Y no contento con esto, mandó embajadores a los reyes de España y Portugal y a Italia, particularmente al Colegio cardenalicio, que debería tomar la iniciativa en la convocación del concilio. N o s consta que por lo menos los reyes de Aragón y de Mallorca, á pesar de su parentesco con Felipe? se escandalizaron de las graves acusaciones, quae dicenda non sunt, lo cual quiere decir que les parecieron inauditas e increíbles; a ellos, especialmente al rey de Aragón, que por medio de sus sagaces embajadores estaba mejor informado que nadie de la persona del papa y del ambiente de la curia romana 1 0 6 .
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E r a a principios de mayo de 1303, cuando Bonifacio VIII, para evitar los calores romanos, se retiró a su ciudad natal de Anagni, donde poseía, junto a la catedral, un poderoso palacio. Allí mismo se alzaba la imponente fortaleza de su sobrino Pedro Gaetani, apellidado el Marqués, que dominaba en la ciudad y había en pocos años extendido su señorío a todo el Lacio inferior y parte de la Campania. En ninguna parte podía el papa encontrarse más seguro. Y precisamente sobre aquella alta torre vino a descargar el rayo fraguado en Francia. 1. Bonifacio se defiende*—Graves y alarmantes noticias llegaban al papa, no del atentado violento que se tramaba contra su persona, sino de los escandalosos sucesos de París, tan infamantes para la Sede Apostólica. La reacción indignada y colérica de Bonifacio VIII se maM ° "La propagande du schisme était ainsi organisée dans toute la France" (G. DIGARD., PMUppe le Bel II, 173). 108 El 20 de julio de 1303 escribía él rey Jaime de Mallorca a Jaime II de Aragón: "Praeterea ad nostram audientiam pervenit, quod dictus rex Franciae fecit aliquem processum in modum appellationis contra dominum Papam, accusando eum. de gravibus et pluribus capitulis, quae non sunt dicenda, licet ad vestri audientiam et etiam oranium hominum credamus praedicta pervenire. Propter quod videtur magnum scandalum suboriri'. Y responde el rey aragonés, con fecha 30 de julio: "De facto autem ipsius regis Franciae, quod scripsistis non modicam turbationem assurapsimus, quia ultra genérale debitum, sicut scitis, sumus sanctae matri Romanae Ecclesiae specialiter obligati, et vos et nos praenominato regí Franciae coniuncti propinqua linea parentelae... Vigili cura praemeditari velitis, si quid per vos et nos tanto et tana gravi periculo, quod totum videtur tangere statum fidei christianae, remedium vel saltem alleviamentum poterit adhiberi... Ad sedandum et tollendum huiusmodi scandalum parati sumus pro viribus laborare" (FINKEJ Acta Aragonensia I, 136-137). Véase también el documento de la p. 138-140,
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nifestó en una serie de bulas, fechadas el 15 de agosto. D e seando castigar de algún modo la actitud subversiva de los prelados franceses y de la Universidad parisiense, ordena que todos los beneficios eclesiásticos de Francia queden reservados al Romano Pontífice y quita a todos los maestros y doctores de la Universidad la facultad de dar grados académicos. El documento dirigido al rey, Nuper ad audientiam 107 , refleja, dentro de su majestuosa dignidad,, el dolor y el pasmo que embargó el ánimo del papa al saber que su nombre había sido vilipendiado públicamente y su autoridad desacatada. Parece como si no lo acabase de creer. "Sed ubi auditum a saeculo est, quod haeretica fuerimus labe respersi? Quis, nedum de cognatione nostra, imo de tota Campania, unde originem duximus, notatur hoc nomine?" "Ayer y anteayer -prosigue Bonifacio—, cuando le hacíamos beneficios, el rey nos tenía por católico; hoy nos colma de injurias. ¿Por qué? Porque con el nitrato potásico (nitrum) de nuestra reprensión queríamos limpiar las llagas de sus pecados", Pone luego de relieve la gravedad de tal insulto contra el Santo de Israel, que es el vicario de Dios y sucesor de. Pedro; la mala fe del acusador y el riesgo que correría la Iglesia si cualquier príncipe pudiese, para escapar al castigo del papa, acusar a éste de herejía y convocar un concilio general contra el mismo, "sine quo congregari non potest". Justifica su proceder con el ejemplo de otros papas y santos y anuncia ulteriores medidas. Efectivamente, algunos días más tarde redactó una nueva bula, Super Petri solio, a la que anticipadamente le puso la fecha del 8 de septiembre, porque ese día debería promulgarse. En ella, Bonifacio, después de hacer la historia de toda la querella, subrayando las arbitrariedades, tiranías y violaciones del derecho cometidas por Felipe el Hermoso, protector de excomulgados y apresador de obispos y abades, declara al rey incurso en excomunión, y a todos sus vasallos y subditos, libres del juramento de fidelidad y de toda obligación de obedecerle mientras Felipe siga en la excomunión 1 0 8 . Los acontecimientos de última hora rodaron tan precipitadamente, que hicieron imposible la promulgación de la bula. JOT Dado el 15 de agosto 1303 (Les registres de Boníface n. 5383). Lo trae también Rainaldi, como los otros documentos arriba aludidos. 108 El comienzo era de una solemnidad mayestátlca, con el énfasis propio de Bonifacio: "Super Petri solio, excelso throno, divina díspositione sedentes, illius vices gerimus, cui per Patrem dicitur: Filius meus es tu et ego hodie genui te, postula a me et dabo tibi gentes hereditatem tuam et possessionem tuam términos terrae" (Dupuv, Hist. du diff. Actes et preuves, 182; Du BOULAY, Hist. Univ. Par. TV, 57). Todavía en esta bula no se le deponía formalmente al rey, aunque se desligaba a los subditos del juramento de fidelidad; sólo se le amenazaba con una pena definitiva si no se arrepentía.
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2. El atentado de Anagni* Muerte del papa*—Desde abril, Guillermo Nogaret se hallaba en Italia con píenos poderes diplomáticos y con largos recursos económicos para reclutar soldados. Desde el castillo de Staggia, en Toscana, propiedad del afrancesado banquero florentino Juan Musciatto, se movía N o garet comprando a unos, estimulando a otros, despertando entre los barones de la Campania odios y rivalidades contra los dominadoi'es •"Gaetani y atizando en todas partes la hoguera de la rebelión. Rinaldo de Supino, podestá de Ferentino, le aseguró el concurso de esta ciudad. Otros barones hicieron lo mismo. El mayor contingente de fuerzas le vino con Sciarra Colonna, que había salido de Francia detrás de él, y que entre sus familiares y partidarios del centro de Italia reclutaba numerosos satélites 1<)9 . Se planeó un ataque de sorpresa a Anagni. Adinolfo de Matteo e incluso algunos cardenales se encargaron de abrir las puertas de la c i u d a d l l c . Antes de amanecer el día 7 de septiembre, más de un millar de asaltantes avanzaron hacia la ciudad bajo el estandarte flordelisado de Nogaret 1 X 1 . Y antes de salir el sol penetraron como lobos aullantes por calles y plazas, despertando a los que dormían y gritando: "¡Viva el rey de Francia y vivan los Colonna!" Reunido el pueblo a toque de campana, Adinolfo de Matteo, enemigo del papa, se hizo proclamar capitán o podestá de la ciudad. Entre tanto, Sciarra Colonna luchaba duramente contra los sobrinos de Bonifacio V I I I , que habían organizado la resistencia en sus altos palacios y en las casas vecinas a la catedral a t ó . 108 "Eodem anno Schiarra, filius D. Iohannis de Columna, venit de Francia Romam; et requisitis consanguineis et amicis, tam in Urbe quam in Campania tota, colligatio baronum eiusdem regionis fit" (TOLOMEO DE LUCOAJ Hist. eccles., en MURATORI, XI, 1223). El predominio de Pedro Gaetani, sobrino del papa, máxime en la Campania, había despertado muchas envidias y descontentos. Ahí se originaban no pocas de las odiosidades contra Bonifacio. 110 "Adinulpho Matthiae Anagniae introitum liberum els praebente... quibusdam cardinalibus concordantibus" (Chronica Urbevetana, en A. HIMMBLSTBINJ Eine angebliche und eine wircTcliche Chronik von Orvieto [Estrasburgo 1822] p. 34). 111 Del atentado de Anagni tenemos dos importantes relaciones de testigos oculares. La más larga, escrita por un curial de Bonifacio VIII, fué publicada por RILEY, Scriptores rerum brittannicarum (Londres 1865) 28, 483-491, y por KERVYN DE LETTENHOVEj en "Rev. des quest. hist." 11 (1872) 511-520. La más breve, acaso de un español al servicio del cardenal Petrus Hisparius, fué publicada por G. DIGARD en la misma revista (43 [1888] 557-561). En esta última se dice que Nogaret y Sciarra entraron en Anagni "cum sexcentis hominibus equitantibus et cum mille et quinquaginta clientibus armatis". Exageración sin duda. R. HOLTZMANN, Wilhelm von Nogaret, p. 74, apoyándose en otros cronistas, opina quells serían 300 los jinetes y cerca de 1.000 los de a pie. Una carta topográfica de ese recinto de la ciudad puede verse en G. CAETANI, Domus Gaietana I, 172,
El papa demandó una tregua para negociar. Respondiéronle que tenía que rehabilitar a los cardenal-es Colonna, devolverles todos sus bienes, renunciar al pontificado y rendirse sin condiciones. "Hoi me!—exclamó Bonifacio—; durus est hic sermo". El asalto se redobló con nuevo brío ; Pusieron fuego a las puertas de la catedral, y ésta fué invadida. Viendo el marqués Pedro Gaetani, sobrino del papa, que no podía prolongar más tiempo la defensa en su palacio, frontero al dé Bonifacio, se entregó, a condición de salvar su vida, la de stts hijos Francisco, Rofredo y Benedicto y la de su hermano el cardenal Francisco. Lloró Bonifacio al ver inevitable su ruina, y más aún al ser abandonado por sus propios domésticos, que desde el interior gritaban: "[Viva el rey de Francia y los Colonna!" T a n sólo dos personas le guardaron fidelidad hasta el fin: el cardenal penitenciario, Pedro de España, y el cardenal—obispo de O s tia—Nicolás Boccasini, que luego se llamará Benedicto X I . Y aún podemos decir que en los momentos más críticos fué el español el único compañero inseparable. Cuando Sciarra Colonna y Rinaldo de Supino, vencida toda resistencia, se precipitaron al palacio pontificio, Bonifacio ordenó a sus acompañantes: "Abrid las puertas de la sala; quiero sufrir el martirio por la Iglesia de Dios". Y, lejos de acobardarse, demostró entonces una grandeza de ánimo admirable. El cronista Giovanni Villani pone en sus labios estas palabras: "A traición me han cogido preso, como a Cristo; pues, si he de morir, al menos quiero morir como papa". Y para que el ultraje sacrilego se pusiese más de relieve, se revistió del manto pontifical, se puso la corona áurea de Constantino sobre la cabeza y, cogiendo en las manos la cruz y las llaves de San Pedro, se sentó en el trono. Así, con gesto hierático y en silencio, aguardó a sus agresores. Estos no se atrevieron a poner sus manos sobre el anciano pontífice. Lo único que hicieron fué baldonarle con palabras contumeliosas y amenazarle con la muerte. E s absolutamente falso que Sciarra Colonna le abofetease. Lo desmienten todos los testimonios más antiguos. Preguntóle si quería renunciar al papado. La negativa fué categórica: antes se dejaría decapitar. Y agregó en su dialecto vulgar: Ec le col, ec le cape, que quiere decir: "He aquí mi cuello, he aquí mi cabeza" 113 . "' G. VILLANI., Storie fiorentine VIII, 63. Una narración muy particularizada de los hechos, en E. RENÁN, Guillaume de Nogaret, en "Hist. litt. de la France" XXVII, 249-259. Recientemente ha estudiado críticamente el suceso, quitándole importancia histórica. R. FAWTIERJ L'attentat d'Anagni, en Melanges d Archéologie et d'Histoire" 60 (1948) 153-179. Según Fawtier, el papel de Nogaret no fué tan odioso ni tan decisivo como generalmente se dice. Nogaret era un hombre religioso hasta el fanatismo, que creía servir a Dios y a la Iglesia en su empresa contra Bom-
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E r a y a el a t a r d e c e r d e aquel t r á g i c o día. L o s esbirros de'.<¡¡ N o g a r e t , y S c i a r r a , y S u p i n o , y A d i n a l d o e n c e r r a r o n al p a p a j en s u c á m a r a , mientras aquellos cabecillas s a q u e a b a n los ingentes t e s o r o s d e los G a e t a n i , p r o f a n a b a n los relicarios y d i s p e r s a b a n los d o c u m e n t o s del a r c h i v o . E l p a p a — n o s dice u n t e s tigo p r e s e n c i a l — p a s ó m a l a n o c h e . Y n o m e n o s a n g u s t i o s a m e n t e t r a n s c u r r i ó t o d o el d í a siguiente, fiesta d e l a N a t i v i d a d d e N u e s t r a S e ñ o r a , mientras los jefes d i s p u t a b a n e n t r e sí s o b r e l a suerte d e Bonifacio. Q u e r í a n u n o s c o n d e n a r l o a m u e r t e ; s e e m p e ñ a b a n o t r o s e n t r a n s p o r t a r l o a F r a n c i a p a r a h a c e r l o juzgar allí p o r u n concilio, y n o f a l t a b a n a l g u n o s nobles a n a g n i e n s e s que s e o p o n í a n a q u e saliese d e s u ciudad. A l a m a n e c e r d e l t e r c e r d í a (9 d e septiembre) s e v i o q u e s la opinión del p u e b l o h a b í a c a m b i a d o . L e h o r r o r i z a b a l a m u e r - i te d e u n p a p a y temía incurrir en s e v e r a s c e n s u r a s eclesiásti- •! cas. A s í q u e , sin c o n t a r c o n s u c a p i t á n , t u v i e r o n los c i u d a d a - j nos u n a reunión, e n la q u e d e t e r m i n a r o n a l z a r s e c o n t r a F r a n - •• cia y libertar al R o m a n o Pontífice. T r o p e l e s d e gente a r m a d a , [ bajo l a dirección d e l c a r d e n a l Fieschi, a s a l t a r o n el p a l a c i o p a - ¿ pal g r i t a n d o : " ¡ V i v a el p a p a y. m u e r a n los e x t r a n j e r o s ! " M a - v t a r o n a los q u e hicieron resistencia, y , a p o d e r á n d o s e d e B o - J nifacio V I I I , lo condujeron t r i u n f a n t e s a la p l a z a d e la c a t e - ; dral. N o g a r e t h u y ó h e r i d o . T a m b i é n h u y e r o n algunos q u e h a - ; bían t r a i c i o n a d o al p a p a , c o m o los c a r d e n a l e s N a p o l e ó n Orsini y R i c a r d o P e t r o n i . E l á n i m o d e Bonifacio, entristecido y t e meroso todavía, n o estaba como para tomar venganzas d e n a - ? die; m á s bien p a r e c í a d i s p u e s t o a l a p a z y a l a conciliación. S e s sentía enfermo, y , n o c o n s i d e r á n d o s e d e l t o d o s e g u r o en A n a g n i , •[, d e t e r m i n ó e n c a m i n a r s e a R o m a e s c o l t a d o p o r u n ejército d e , j caballeros. ¡ Salió d e A n a g n i el 13 d e s e p t i e m b r e . N o e n t r ó en la C i u d a d ;' E t e r n a h a s t a el 18, y p r i m e r a m e n t e s e alojó e n L e t r á n ; pero.; el d í a 20, c e d i e n d o , según p a r e c e , a l a s instancias d e l c a r d e n a l ,¡ M a t e o Rosso Orsini, se trasladó al Vaticano. U n ataque de.r uremia le a r r a n c ó la v i d a el 11 o quizá m á s e x a c t a m e n t e el 12 d e o c t u b r e d e 1303. N o murió v o m i t a n d o e s p u m a d e d e s e s p e r a c i ó n y m o r d i é n d o s e l a s m a n o s , c o m o p r o p a l a r o n s u s enemigos, sino c o n n o ble y serena p i e d a d , d e s p u é s d e h a c e r p r o f e s i ó n d e fe y d e r e fació. Su viaje a Italia no tenía otro fin q u e el de negociar con.:: el papa, no el de hacerle violencia (p. 165-166). F u é S c i a r r a C o - ; lonna quien le impulsó a esto, y en p a r t e el mismo Bonifacio ¡ con l a s amenazas al rey de F r a n c i a . N o se compagina Bien esta,-; benigna interpretación con las decisiones t o m a d a s antes en í30-*:' rís. Cierto parece que en Anagni desempeñó N o g a r e t u n papel, secundario y acaso moderador. E l análisis de las fuentes, "" HOLTZMANM, Wilhelm van Nogaret 66-74.
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cibir los s a n t o s s a c r a m e n t o s . E l c a r d e n a l Stefaheschi, q u e se hallaba p r e s e n t e , n o s l o atestigua 1 1 1 1 4 . Su c a d á v e r , a d o r n a d o d e preciosísimas v e s t i d u r a s litúrgicas, fué s e p u l t a d o e n la t u m b a d e la capilla g a e t a n a , q u e p o r e n c a r go del mismo Bonifacio h a b í a c o n s t r u i d o a ñ o s a n t e s el e s c u l t o r A m o l d o d e Cambio 115. 3. E l v e r e d i c t o d e l a h i s t o r i a . — A c a s o n i n g ú n p a p a h a y a sido t a n f e r o z m e n t e c a l u m n i a d o c o m o Bonifacio V I I I . E l o d i o de los C o l o n n a s , d e l o s espirituales y d e l o s franceses s e d e s fogó en i n f a m a n t e s y v e r g o n z o s a s a c u s a c i o n e s , p a r t i c u l a r m e n te en el último a ñ o d e l p a p a G a e t a n i . Y', n i la m u e r t e p u d o calmar el r e n c o r d e s u s e n e m i g o s , q u e h u b i e r a n q u e r i d o d e s enterrar el c a d á v e r y c o n d e n a r s u m e m o r i a p a r a siempre. E n el e s c a n d a l o s o p r o c e s o q u e F e l i p e el H e r m o s o e n t a b l ó c o n t r a él e n 1310, n o h u b o crimen q u e n o s e le •imputase. L a historiografía oficial d e F r a n c i a , e m p e z a n d o p o r el m o n je d e S a i n t - D e n y s G u i l l e r m o d e N a n g i s y sus c o n t i n u a d o r e s dio c r é d i t o a los r u m o r e s d e la c o r t e , y , c o n s i g u i e n t e m e n t e , tra114
"...Lecto postratus anhelus procubuit, fas*iusque fidem, curamque proíessus Romanae Ecclesiae. Christo tuno redditur almus spiritus, et saevi iam nescit iudi-cia iram, sed mitem placidanique patris, ceu credena fas est." (RAINALDI, ad ann. 1303,. n. 43.)
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Conocemos perfectamente los o r n a m e n t o s con que fué revestido el cadáver, porque en 1605, al s e r abierto el sepulcro, fué hallado el cuerpo incorrupto, y l a s r o p a s i n t a c t a s ; la s o t a n a era de l a n a b l a n c a ; el alba, de seda con bordados de oro, algunos - de los cuales figuraban escenas de la vida de Cristo; la dalmática, de seda negra, r e c a m a d a de oro y plata. E l m a n t o pontifical se halló m u y g a s t a d o ; l a s manos, con g u a n t e s adornados de perlas; el anillo en el dedo, con u n precioso zafiro; las sandalias, negras, p u n t i a g u d a s , de estilo gótico; en la cabeza, la mitra, de damasco blanco. L a descripción detallada, en RAINALDI, ad ann. 1303, n. 44. J u n t o a Bonifacio quiso s e r e n t e r r a d o pocos anos después su m á s fiel servidor, P e d r o Rodríguez (Petrus H i s Panus), cardenal dé S a n t a Sabina. H o y d í a reposa el p a p a Gaetani en la cripta vaticana. D e la a n t i g u a t u m b a n o queda m á s que la e s t a t u a y a c e n t e del p a p a ; el busto se halla en el Museo J- etriano. Ilustraciones del hermoso sepulcro primitivo, en G. CAETANI, Domus
Caietana,
y en A. CHACÓN (CIACCONIUS), Hist.
Pon-
**/• r o m . et card. (Roma 1677) I I , 317. N o pueden faltar aquí los conocidos versos de la Divina Comedia a n a t e m a t i z a n d o a los laK ? e s < S c i a r r a y N o g a r e t ) y a l nuevo P i l a t o s (Felipe I V ) , pues sa ° i d o es que D a n t e , a u n q u e decidido adversario de Bonifacio, sintió que se le conmovía p r o f u n d a m e n t e s u a l m a d e cristiano: "Wggio In Alagna entrar lo flordaliso, ;• nel Vicario Sjuo Cristo esser catto. Veggiolo uo'altra volta esser deriso ; veggio rinnovellar l'aceto e il fele, e t r a viví ladroni esse anciso. Veggio 11 n'uovo F i l a t o si crudeto, che cid nol sazia." •
„„ „ (Pv,rg. XX, 86-92.)
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tó de defender al monarca y a sus juristas, echando toda la culpa del conflicto a Bonifacio VIII. Incluso la historiografía italiana y pontificia, al menos en parte, se dejó contagiar de la animosidad contra el papa Gaetani, sin duda por la imposibilidad de verificar críticamente las acusaciones que se oían en todas partes. El mismo Juan X X I I le acusó de fatuidad ("lile fatuus Bonifacius"), quizá por la única razón de haberse opuesto al rey francés. E n tiempo del cisma de Occidente, cuando triunfaba el conciliarismo, no es de maravillar que el gran propugnador del primado pontificio con todas sus prerrogativas fuese objeto de malévolas recriminaciones, hasta el punto de que Pedro d'Aiily le llamase "alter Herodes". Al rtebrotar el galicanismo con Luis XIV, aparece Bonifacio V I I I como el típico representante de las ámbicioijes imperialistas del papa contra las libertades de Francia; tal se refleja en la documentadísima y todavía hoy imprescindible obra de P . Dupuy, bibliotecario del rey1M. Solamente los modernos historiadores han empezado a hacer justicia a Bonifacio, dándole la razón en el conflicto con Felipe el Hermoso y desechando por absurdas y mal fundadas las horribles acusaciones que se fraguaron en París. H a y . t o davía algunos que le incriminan de haber aspirado al dominio del mundo; y el mismo Finke, cuyas investigaciones hacen época en la historiografía bonifaciana, no acierta a interpretar debidamente las diversas expresiones del papa sobre su poder y autoridad. M á s extraño es que este profundo conocedor de la historia de aquella época, tan certero juez en el inicuo proceso de los Templarios, se haya mostrado un poco indeciso y vacilante en rechazar los crímenes de inmoralidad que se achacaron a Bonifacio 117 . Rarísimo será el que, como K. Wenck 1 1 *, se atreva a sostener que Bonifacio V I I I era un hereje, y más que hereje, si es que no creía en la Trinidad, ni en la Encarnación, ni en la Eucaristía, ni en la virginidad de María, ni en la vida futura. Tuvo aquel papa la valentía de no plegarse a los deseos y 1M "Gli argomenti del suo accusatore, Filippo IV, re di Francia, hanno formato l'opinione degli storici—si puó diré—fino ai terapi nostri" (FRIEDRICH BOCK., Bonifazio nella storiografia fran- ¡;. cese, en "Rivista di Storia della Chiesa in Italia" VI [1952J 248-259, p. 249). Véase también F. FEDELE, Rassegna delle pwblicazioni su Bonifazio VIII e sull'etá sua, degli anni 191Jf-192l, en "Archivio della R. Soc. rom. di stor. patria" 44 (1921) 311-332. \ 1,1 Sigue fundamentalmente a Finke, con ciertos equilibrios habilidosos sobre el carácter del papa, E. DUPRÉ-THESEIDERJ citado .• en 118 la bibliografía. K. WBKOK, War Bonif as VIII en Ketzerf, en "Hist. Zeit-: schriít" 94 (1904) 1-66, a quien contestó, refutándole, R. HOLT&MÍNN, .Papsl Bonif asi VIII ein Ketzert, en "Mitteil. des Inst. !• oester. GeschicMsforschung" 26 (1905) 480-498; 27 (1906) 185-197.
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planes de Felipe I V de Francia; trató de evitar la guerra francoinglesa; defendió enérgicamente los derechos de los clérigos, arbitrariamente conculcados; se opuso al regalismo absolutista de un príncipe que pretendía subyugar al Pontificado, haciéndolo servir a la hegemonía francesa, como había de acontecer poco después en Avignon. Y ésta fué la causa de que se desencadenase aquella tempestad de odios, de calumnias, de violencias, bajo cuya terrible pesadumbre sucumbió heroicamente Bonifacio VIII. La grandeza trágica de su muerte le purifica y redime a este papa de los no pequeños defectos que afeaban su conducta y de los rasgos antipáticos de su carácter impulsivo y arrogante. 4. Reproches y alabanzas»—Hemos visto las graves imprudencias que cometió, sobre todo en el hablar con dureza y desconsideradamente; hirió con sus improperios la sensibilidad de algunos cardenales y del rey de Francia; la palabra ribaldas (bribón, bellaco) le venía frecuentemente a la boca; de los franceses, de los napolitanos y de los catalanes solía decir frases despectivas 1 1 9 ; no sabía crearse amistades y amenazaba a sus enemigos con que había de vivir hasta aplastarlos a todos a 2 °. En cambio, el amor a sus hermanos, sobrinos y otros parientes creemos que fué excesivo, enriqueciéndolos y elevándolos a las más altas dignidades; no es fácil juzgar si en ello cometió alguna injusticia, pero es lo cierto que no dio buen ejemplo, y que eso le acarreó nuevas odiosidades y envidias 12,1 . Sus enemigos le achacaron que se dejaba llevar de una soberbia desmesurada y de un amor a la gloria incompatible con la humildad cristiana, puesto que se hacía levantar estatuas, como un pagano. Hasta le acusaron de fomentar con eso la idolatría l 2 2 . Bonifacio, en efecto, fué. el primer papa que se "' Los embajadores de Aragón comunicaban a su rey los sentimientos poco favorables del papa. Cf. FINKE, AUS den Tagen B. Quellen, p. xxvn ss. "Nuper dixit papa regi Karolo: Invenisti unquam Catalanum benefacientem et qui bona operaretur? Respondit rex: Pater, multi Catalani sunt boni. Dixit Papa: Immo est magnum miraculum, quod aliquis Catalanus faciat bonum" (ibid. p. xxxvi). iso „YH dicit quod vivet, doñee sui inimici omnes fuérint suffocati." Lo escribe el párroco Lorenzo Martínez a principios de 1302
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(FINKE, O. C, XLVII).
El embajador aragonés Gerardo de Albalat escribió a Jaiine I I en septiembre de 1301: "Papa enim non curat nlsi de tribus... ut diu vivat [porque seguía las prescripciones de Arnaldo de Villanova] et ut adquirat pecuniam, tertium ut suos uitet, magnificet et exaltet. De aliqua spiritualitate non curat" (FINKE, O. C, XXXI).
™ Véanse más arriba las acusaciones de Plaisian. Más tarde oirá Arnaldo de Villanova: "Studebat aedificare sibi memoriam gloriosam". Y pondrá en boca del papa estas palabras: "Nos auximus gloriam Ecclesiae romanae in tanto auro et in tanto ai>
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hizo construir monumentos, con la propia imagen, en vida. En lo cual se adelantó a los papas del Renacimiento, demostrando una estima del arte que sus contemporáneos no supieron comprender. Para los historiadores modernos no redunda ello en deshonor, sino en alabanza del magnánimo Bonifacio 1 2 3 . Reprocháronle—cosa muy frecuente en la Edad Media cuando se trataba de sabios y científicos—que tenía trato con el demojnio, como con un consejero íntimo; tan familiar, que lo llevaba siempre consigo encerrado en un anillo. N o vamos a refutar estas ridiculeces. Que el trato con Arnaldo de Villanova le metiese en la cabeza ciertas credulidades ingenuas en cosas referentes a medicina y alquimia, quizá también a astrologia, es posible. Adviértase, sin embargo, que Bonifacio VIII era de una mente clara, razonadora, poco amiga de profetismos seudomísticos y de sueños fantásticos; por eso se reía de los vaticinios apocalípticos del mismo Arnaldo y de los espirituales: "Cur fatui exspectant finem mundi?" a 2 4 Su manera de hablar, franca y despreocupada, salpicada a. veces de paradojas e hipérboles, pudo prestarse a malas interpretaciones; quizá a eso se refería un embajador aragonés cuando le reprochaba las diabluras que decía y hacía X2,5 . Sus contemporáneos nos lo describen como hombre de penetrante ingenio, de gran audacia, de indomable energía, de altos ideales eclesiásticos, pero arrogante, violento y desdeñoso. Uno que le conocía muy bien, su médico Arnaldo de Villanova, lo retrató en estas gráficas expresiones: "Vigebat in eo intellectuabilitatis aquilina perspicacia, scientiarum eminens peritia, cunctorum agibilium exquisita prudentia, in aggrediendis arduis audacia leonina, in prosequendis difficilibus stabilis con-, stantia" 126 . Magnífico retrato. Los rasgos leoninos' y aguilenos son evidentes; únicamente nos permitiríamos, con Finke,' dudar de esa "exquisita prudencia". Tolomeo de Lucca nos ofrece solamente un aspecto del carácter bonifaciano: "Factus est fastuosus et arrogans ac omnium contemptivus" X27. En Bernardo Gui hallamos una frase de admiración y desgento et in hiis et in illis, et ideo nostra memoria erit in saeculum123saeculi gloriosa" (FINKE, O. C , CLXXXIII).
Sobre la iconografía de este papa en pintura, escultura, miniatura y monedas, un simple recuento en S. SIBILIA, Bonir fazio VIII (Roma 1949) p. 294-296. *** C. HOFLER, Rückblick aud P. Bonifaz YIII und die Literar',^ tur seiner Geschichte p. 64. , •:" ** "Breviter, domine, omnes desiderant mortem suam et dolent de dyaboliis, quas facit et dicit" (FINKE, O. C , XXXV). Ni en su fe ni en sus costumbres se puede fundadamente poner macula. ,m E n su memorial a Benedicto XI (FINKE, O..C, CLXXVTTI). .
'" En MIJRATORT, Rer. itat. soript. XI, 1203.
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encanto: "Fecit mirabilia multa in vita sua; sed eius mirabilia in fine mirabiliter defecerunt" yzs. Iperio, el cronista de Saint-Bertin, le Mama "virum subtilem et industrium et unum de maioribus clericis iuristis totius orbis" 1 2 9 . En la crónica florentina de Diño Compagni leemos: "Sedea in quel tempo nella sedia di San Pietro papa Bonifacio VIII, il quale fu di grande ardire e alto ingegno, e guidava la Chiesa a suo modo, e abbassava chi non lo consentía". Y en la de Giovanni Villani: "Questo papa Bonifazio fu savissimo di Scrittura e di senno naturale, e uomo molto. avveduto e pratico, e di grande conoscenza e memoria; molto fu altiero e superbo, e crudele contra a suoi nimici e awersari; e fu di grande cuore, e molto temuto da tutta gente, fe alzó e aggrandi molto lo Stato e ragioni di santa Chiesa... Magnánimo e largo fu a gente che gli piacesse, e che fossono valorosi, vago molto della pompa mondana secondo suo stato; e fu molto pecunioso, non guardando né faccendosi grande né strfetta coscienza d'ogni guadagno, per aggrandire la Chiesa e' suoi nipoti... E dopo la morte di papa Bonifazio, loro zio, furono franchi e valenti in guerra, faccendo vendetta di tutti i loro vicini e nimici, ch'aveano tradito e offeso a papa Bonifazio, spendendo largamente, e tegnendo al loro proprio soldó trecento buoni cayalieri catalani, per la cui forza domarono quasi tutta Campagna e térra di Roma" 1 8 °. N o terminaremos esta semblanza de un papa tan discutido sin hacer una observación, y es qué, si Bonifacio V I I I siguió la línea de Gregorio V I I e Inocencio III, buscando el máximo enaltecimiento del poder pontificio aun en lo temporal, en orden al más libre ejercicio de sus derechos y deberes espirituales, no siempre procedió con la pura intención sobrenatural de sus dos ilustres antecesores. Se movió en ocasiones por motivos humanos y económicos y fundó más de una vez su esperanza en los valores terrenos, olvidando los del espíritu 1 M . 5. E l ocaso del medioevo.—La figura de Bonifacio VIII, tal como la pintó Giotto en San Juan de Letrán o como la esculpió hieráticamente un discípulo de Amoldo de Cambio en la catedral de Florencia, se yergue pontifical, doctoral e imperativa entre dos edades que pugnan entre sí. Miró al Renacii»
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MURATORI, o. c^, III, 670. MARTÉNE, Thesaurus DIÑO COMPAGNI, Crónica,
En
novus anecdot. III, 774. 1. 1, n. 21; G; VILLANI, Btorie fio-
rentine 1. 8, c. 64. 181 Parecen indicar este defecto los mismos cardenales, defensores de la memoria de Bonifacio en 1308: "Permittit ergo •t^eus tales pastores quandoque in manus persequentium Eccles iam incidere, ut discant omnes, arma Romanorum Pontificum n on deberé esse carnalia, sed spiritualia". Y poco después: "quia ípse agebat, ac si spem suam poneret in nomine, et ac si spes ft °minis fallí non posset" (FINKE, O. C, LXXXVI y LXXXIX).
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miento, pero se aferró al medioevo y se desplomó con él. De-í fendió un agustinismo político que había de ser derrotado por un aristotelismo más o menos racionalista y averroísta. La gran contienda entre el absolutismo eclesiástico, hierocrático, de la Edad Media, personificado en el papa Bonifacio, y el absolunj tismo político, laico, de los nuevos tiempos, representado p o r | Felipe el Hermoso, se decidió en favor del último. N o que en*'" adelante no hubiera más tentativas del Pontificado por imponer a los príncipes, bajo graves penas y censuras, normas cristianas de' gobierno; las hubo, pero de escasa influencia. El Estado, independizándose cada día más de la Iglesia, tenderá poco, a poco, primeramente, hacia el regalismo opresor, y luego ha-, cia el laicismo oficial. Esta concepción laica del gobierno y de la política se inicia; en Francia, Alemania e Inglaterra por obra de los legistas. Ai los profesores de Derecho romano y a los consejeros de los reyes que salen de Bolonia y de otras universidades, agrégansé ciertos filósofos y teólogos independientes, de tipo nominalis-;| ta, como Marsilio de Padua y Guillermo de Ockham, que ata-1 can al Pontificado, restringiendo su autoridad en favor de los!; príncipes o de la comunidad cristiana. Esos pensadores—y noi'; los pobres humanistas, discípulos de Petrarca—son los que de^j terminan el nuevo giro y orientación del Renacimiento y Edadlj Nueva.
CAPITULO La jerarquía
X
eclesiástica
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1. El Pontificado.—Desde que con el pacto Calixtino Ój concordato de W o r m s se pone fin a la lucha de las Investida-; ras, la autoridad del papa va creciendo, creciendo sobre una! * FUENTES.—Además de las colecciones de concilios, el Buhí larium Romanum, los búlanos de las diversas Ordenes religio-l sas y otras fuentes que abajo se citan, véase: A. Ro sito VAN Y$ Romanus Pontifex tamquam Primas Ecclesiae et Princeps civiMsi e monumentis omnium demonstratus (Nitra 1867-1879); de Ios| 20 volúmenes, el primero es el que contiene los documentos d$| la Edad Media. J. B. LO GRASSO, Ecclesia et Status... Fontegí selecti (Roma 1952); A. FRIBDBERG., Corpus iuris canonici {Leipzig1! 1879-1881). -| BIBLIOORAFIA.—J. HERGENROETHERJ Katholische Kirohe M M< Í| Ghristlich.es Staat in ihrer gesohichtlichen Entwichlung (Friburgo| de Br. 1873); existe traducción italiana e inglesa; G. PniM-íPaV Kirchenrecht (7 vols., Ratisbona 1855-1869); F. SCADUTO, Stato $ Chiesa negli scrttti politici dal 11S2 al 1S47. (Florencia 1872), m w liberal; E. FRIEDBEUG, De finium ínter Ecclesiam et civitatem. f8í| gundorum iudicio (Leipzig 1861); L. THOMASSIN, Vetus et novú Ecclesiae disciplina circa beneficia (3 vols., París 1688); J. B. SAÍ« MÜLLER., Die Tatigkeit der Kardinale bis Bonifaz VIII (Friburgj| de Br, 1896); V. MARTIN, Les Cardinaux et la Curie (París 1839'^
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Iglesia ya en parte reformada, y actuando más que nunca hasta entonces su misión de centram unitatis, como se evidencia en el hecho de haber celebrado durante los siglos xn y xm nada menos que seis concilios ecuménicos, en los que toda la cristiandad confesó y reconoció el primado del Romanó Pontífice, la plena jurisdicción espiritual del príncipe de los pastores, sucesor de Pedro y Vicario de Jesucristo en la tierra. Con acent© oratorio y casi lírico, San Bernardo canta las prerrogativas de la sede romana en su libro D e consideratione y en la epístola a los milaneses. Lo mismo viene a decirles a los griegos el obispo premonstratense Anselmo de Havelberg (f 1158) en sus Dialogi; y el Decretum de Graciano recoge las decretales anteriores, auténticas o espurias, que determinan los derechos primaciales. Teólogos y canonistas comentan el Tu es Perras, deduciendo del texto evangélico la suprema jurisdicción del papa en las cosas espirituales y alargándola a veces hasta las temporales. Y por no citar más que un hecho bien significativo, es la Iglesia griega la que por medio del emperador Miguel Paleólogo envía a Gregorio X en el concilio II de Lyón esta profesión de fe: ítem quoque sancta Romana Ecclesia summum et plenum primatum et principatum super universam Ecclesiam catholicam obtinet, y reconoce al papa como sucesor de Pedro cum potestatis plenitudine'1. El axioma "Romanus Pontifex a nemine iudicatur" resuena en todos los labios, aun en los del discutido abad Joaquín de Fiore. J. FORGET, Cardinaux, en DTC; T. ORTOLAN, Cour romaine, en DTC; W. VON HOPPMANN, Forschungen zur Geschichte der Jcurialen Behbrden (2 vols., Roma 1914); A. PÜSCHL, Bischofsgut und Mensa episcopalis (Bonn 1908-12); J. FAURE, L'archipréte, des origines au droit décrétalien (Grenoble 1911); A. DESPRAÍRIES, L'élection des évéques par les Chapítres au XIII siécle (París 1922); P. FOURNIER, Les origines du Vicaire general (París 1922); A. WERMINHOFF, Verfassungsgeschichte der deutschen Kirche im Mittelalter (Leipzig 1913); B. BUSCH, Die Behorden und Hofbeamten der papstlichen Kurie im 1S. Jahrhundert (Koenigsberg 1936) ; E. SCHNEIOER, Die roemische Rota nach geltenden Recht auf geschichtlicher G-mndlage dargestellt (Paderborn 1914); E. CERCHIARi, Capellani Papae et Apostolicae Sedis Auditores s&u sacra Rota ab origine ad a. 1870 (4 vols., Roma 1919-1921); R. L. POOLE, Leotures on the History of the Papal Chancery dovm to Innócent III (Cambridge 1915;; H. SCHAFER, PfarrMrche und Stift ñn deutschen Mittelalter (Stuttgart 1903); P. ANDRIEU, Pour servir a Vhistoire des Doyens ruraux des origines au XIII síéele
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El magisterio infalible, en materia dogmática, del Vicario de Cristo, maestro supremo y doctor de la Iglesia, se afirma generalmente, sin discusión, y lo proclaman en alta voz San Bernardo, Santo Tomás de Aquino, Ramón Lull, Egidio Romano y otros. Centralizando más y más la administración eclesiástica, ejercita el primado sus poderes con una eficiencia y amplitud que no había mostrado en épocas anteriores. Semejante centralización responde a la necesidad de los tiempos—lo mismo hacían en lo político y civil los demás príncipes—y en muchos casos se impone por la urgencia de cortar o prevenir abusos que ni los sínodos ni los obispos pueden o quieren remediar. Así vemos que queda reservada exclusivamente a la sede romana la canonización de los que mueren en olor de santidad 2 , la aprobación de las reliquias y de Ordenes religiosas B, la absolución de ciertos crímenes, la erección de nuevas diócesis, la confirmación de los metropolitanos, los cuales debían jurar obediencia al papa, y de los obispos, a quienes desde 1234 se les urge la visita ad limina; la dispensa de ciertas leyes, el nombramiento para muchos beneficios y prebendas, etc. D e aquí la continua y siempre creciente apelación a Roma con súplicas, consultas, causas jurídicas, que a veces se prolongan y retardan desesperantemente; todo lo cual da origen al incremento y proliferación de la burocracia en torno a los tribunales pontificios y a la mayor organización de la curia romana, como en seguida diremos. N o hay que extrañarse de que entre los curiales se introdujeran notables abusos, ignorados tal vez por los mismos papas, abusos principalmente de venalidad, que, sin embargo; no eran tan grandes como en otras cortes no eclesiásticas. 2. "Sacerdotium et regnum".—Lo espiritual tiene una fuerte irradiación sobre lo temporal, mayormente en aquella época que va de Gregorio VII a Bonifacio V I H , y que marca el apogeo de la potestad pontificia; limitando un poco más la cronología, podemos afirmar que el cénit se halla entre Alejandro III y Gregorio X. N a d a se hace ni se intenta en la Europa cristiana sin la dirección o consejo de los papas. Si ellos organizan las Cruzadas contra los enemigos de la cristiandad, ellos son también los que crean o confirman con su autoridad las universidades, dando a sus títulos validez internacional. Ellos fomentan las ciencias y las artes, ellos dirigen la evangelización del mundo, ellos reprimen los errores y herejías, ellos amonestan a los rea
Aunque la primera solemne canonización hecha por el papa sea la de San Ulrico en 993, pero hasta Alejandro III no se reservó la Santa Sede este derecho (T. ORTOLAN, Canonisation, en 3DTC). Conoilium Lateranense TV (U15): MAfTSl, 22, 1050 y 1002.
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yes cuando éstos conculcan la justicia o la moral cristiana o las leyes canónicas, E n las contiendas de los príncipes no hay otro mediador y arbitro que el papa, cuya sentencia demandan y acatan los pueblos. Desde que el pontífice de Roma concedió la corona imperial a Carlomagno con la advocatio Ecclesiae, al papa le compete el derecho de examinar la elección de emperador y determinar si el sujeto es digno de la corona y apto para defender a la Iglesia. Aun sobre los otros reyes es tan grande su autoridad como jefe de la cristiandad, que más de una vez interviene para corroborar oficialmente e internacionalmente la soberanía de un príncipe, incorporándolo a la gran familia de los pueblos cristianos. Así vemos que Inocencio III otorga la dignidad', real a Kalojuan de Bulgaria, se la devuelve a Juan sin Tierra y se la asegura a Pedro II de Aragón, quien había seguido el ejemplo de Sancho Ramírez en poner su reino bajo la protección de San Pedro; y Alejandro II se la confirma a Alfonso Enríquez de Portugal, separado de Castilla, y Urbano I V se la otorga generosamente en Sicilia a Carlos de Anjou. Summus vindex llama Pedro de Blois al Vicario de Cristo; pero no sólo es juez, sino padre, que protege y defiende a todos los inocentes, a los débiles, a los injustamente perseguidos *. El hombre del medioevo, lleno de espíritu cristiano, se movía en un plano de fe y de vida sobrenatural; su existencia en este mundo no tenía más objeto que el de realizar el reino de Cristo; de ahí que le pareciese lo más obvio el que su vicario interviniese en todos los actos de la vida social y política. N o sólo el individuo, sino la sociedad, en cuanto tal, debía gobernarse por las normas de la religión. Su profunda mentalidad cristiana no concebía la separación de la Iglesia y del Estado. Por encima de todas las naciones de la cristiandad se elevaba la doble autoridad universal del papa y del emperador, éste como brazo armado de aquél. Desgraciadamente el Imperio, empeñado locamente en sojuzgar al Pontificado o en independizarse de él, degeneró muy pronto d e , s u primitivo ideal y se debilitó en estériles luchas y en una política ruinosa. Todavía, sin embargo, la concordia y armonía de ambas potestates supremas eran consideradas como la condición necesaria para el buen orden social y la salvación del mundo. 4 Ivo de Chartres escribe: "Quoniam apud Sedem apostolicam viget misericordia et iustitia, a quibuslibet oppressis humilrter ad eam recurrendum esf' (car(,a a Pascual II: ML> 162 2bá). Casi lo mismo ibíd. 278. San Bernardo llama al papa "refugium oppressorum, pauperum advocatum, miserorum spem, tutorem pupiüorum /De consideratione IV, 7: ML 182, 778).
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3. Las dos espadas.—Esa concordia y armonía—que no es mezcla ni fusión—solía expresarse con varias metáforas, figuras y-símbolos. Para Gregorio VII las dos potestates son como los dos ojos del cuerpo; para Inocencio III, como los dos querubines de oro que cubrían con sus alas el arca del Testamento, o como las dos grandes columnas alzadas por Salomón en el vestíbulo del templo. Aunque unidas ""y en perfecta armonía ambas potestades, debía la temporal estar subordinada a la espiritual, como la mujer al varón, según Inocencio III; como el cuerpo al alma, como la tierra al cielo, según Ivo de Chartres, Honorio de Autún, Hugo de San Víctor, Alejandro de Hales, Santo Tomás; o según la expresión corriente, repetida por Gregorio VII, Inocencio III, Dante y otros muchos, como la luna (laminare minas) está sometida al sol (laminare maius), de quien recibe su fulgor 5 . D e esta sublimidad del reino de Dios sobre los reinos de este mundo deducían lógicamente que el Sumo Pontífice tiene potestad para juzgar a los reyes y a las leyes, cuando lo reclamase la salud de las almas, e intervenir en los negocios temporales tatione peccati 6 . Hubo canonistas y algunos teólogos que le concedieron, sin fundamento, la potestad directa sobre todas las cosas temporales, haciéndole dominas orbis y fuente de toda jurisdicción y soberanía, v, gr„ el cardenal Ostiense (Enrique de Susa), Guillermo Durand, obispo de Mende, y otros muchos posteriormente. Pero la parte más sana y autorizada de los teólogos, con San Buenaventura y Santo Tomás, sólo le concedió la potestad indirecta o directiva; y los mismos papas—excepción hecha de Inocencio IV, que no se expresa con claridad— no se arrogaban más potestad en las cosas temporales que la indirecta: tatione peccati casuáliter. Lejos de aspirar a una monarquía universal de carácter hie5 Esta subordinación la expresó ya el concilio parisiense de 829, haciendo suyas las palabras de San Gelasio I (492-496) al emperador Anastasio I (MANSI, Concilio, 14, 537-538). Otros textos medievales en HERGENROETHER^ Katholisohe Kirche und christUches Staat..., y en FR:TEDBERG., De finium ínter Ecclesiam..., y en G. 6GLEZJ Pouvoir du Pape, en DTC. "Canonum enim vigor se extendit ad causas saeculares, ex quibus et in quibus animae periculum versatur. Quantum enim ad hoc ut animae provideatur, omnes personae spcctant ad forum ecclesiasticum" (PETR. BLESENSIS, Spec. iur. c. 16). Aducimos esta cita de Pedro de Blois tal como la encontramos en HERGENROETHER, Handbuch der allgemeinen Kirchengeschichte (Friburgo de' Br. 1925), II, 492, y en la otra obra del mismo Kathol. Kirche und christl. Staat I, 409-410; pero confesamos que no hemos podido dar con ese texto en los escritos de Petrus Blesensis. Sobre la "concepción eclesiástica y políticorreligiosa" de Inocencio III, de Inocencio IV y Bonifacio VIII, véase lo que dijimos en sus lugares respectivos.
rpcrático, los papas respetaron siempre y reconocieron positivamente la autonomía e independencia de los monarcas en sus dominios, no interviniendo en los negocios temporales sino cuando éstos se rozaban con lo espiritual o cuando lo reclamaban los derechos de la Iglesia. Desde el siglo xi, los papas reclaman para sí las dos espadas, la espiritual y la material. Y casi todos los escritores eclesiásticos posteriores, San Bernardo, Pedro él Venerable, * Plácido de Nonántula, Honorio de Autún, Simón de Toarnay, Juan de Salisbury, Godofredo de Vendóme, Enrique de Gante, San Buenaventura, Santo Tomás, etc., aceptan ese símbolo de las dos espadas (tomado del Evangelio: Ecce dúo gladii hic, Le. 29,38) para representar la jurisdicción espiritual y la temporal, al menos parcialmente. Hubo algunos que extendieron la metáfora de las dos espadas a los' dos poderes supremos, el civil y el temporal. Esto es lo que ha extraviado a tantos autores modernos, que acusan de imperialismo hierocrático a los papas que reclamaban para la Iglesia no sólo la espada espiritual, sino también la material. Pero, si se estudian los textos de canonistas, como Graciano, Anselmo de Lucca, y de otros escritores y pontífices de su tiempo o inmediatamente posteriores, se ve que para ellos ía espada material no es expresión y figura del poder civil supremo, sino de la poíesíals coacríva que tiene la Iglesia para-castigar a sus enemigos o para hacer .guerra a los infieles. P e r o todos hacen constar que esta espada o potestad punitiva, aunque la posee la Iglesia, no puede usarla y ejercitarla con su mano. Quien • puede y debe ponerla en acto y ejecución, ad nutam sacerdotis, es sólo el príncipe temporal. E n cambio, la espada espiritual, o sea la potestad coactiva espiritual, que se manifiesta principalmente en la excomunión y el anatema, ésa sí puede actuarla directamente el pontífice 6 *. 4. La excomunión.—En los casos más graves, cuando el pontífice chocaba con un rey obstinado, su más poderosa arma era la excomunión, la cual, en el derecho civil, entonces vigente, implicaba el desligar a los subditos del juramento de fidelidad y naturalmente podía traer consigo la deposición del rey,* declarado por el papa fuera de la comunión de la Iglesia 7 , y 8 * Quien ha puesto en claro estas ideas ha sido A. STICKX,BR, II gladius negli atti deí concilii e dei Romaní Pontefici sino a Graziana e Bernardo de Clairvaux: "Salesianum", 13 (1951) 414-45; y en otros estudios citados al tratar de Gregorio VII. ' Las leyes civiles reconocían que el príncipe excomulgado no podía gobernar. El mismo Federico II, tantas veces excomulgado, estatuyó en 1220, conforme a lo admitido por todos, que si el monarca no era absuelto de la excomunión antes de seis semanas, debía ser proscrito, y si se obstinaba' durante un año, perdía el derecho a la corona. Lo mismo establecieron Conrado IV en 1240 y Rodolfo I en 12Í81 (HERGENROTHER, Kathol. Kirche und christl. ¿Staat I, 38).
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con la excomunión, el entredicho, que se fulminaba frecuente/ mente contra una ciudad y a veces contra una nación entera, como ocurrió en 1198 cuando Pedro de Capua, legado de Inocencio III, puso en entredicho a Francia entera: todas las iglesias del reino debían clausurarse, sin admitir a nadie, como no fuese, para bautizar a algún niño; no se celebraría sino una misa semanal, el viernes, para consagrar la Eucaristía, y ¡ésa privadamente, con la única asistencia del monaguillo; el domingo se tendría solamente predicación; rio se daría la comunión sino a los enfermos en peligro de muerte; la confesión sólo se permitía en el pórtico de la iglesia o en la entrada misma, si no había pórtico y llovía; la extremaunción, a nadie; ni tampoco la sepultura según el rito eclesiástico 8 . Reconozcamos que con excesiva frecuencia los pontífices usaron y abusaron del poder de la excomunión, anatematizando a muchas personas por motivos de poca monta, sin aviso previo, como lo lamentaba ya San Pedro Damiani, y en casos en que no se veía clara la culpabilidad del reo, con lo cual lo que consiguieron fué que la excomunión perdiese su eficacia y aun illegase a ser despreciada. Símbolo magnífico de los poderes del papa era la tiara pontificia. Desde el siglo vil u VIII usaban los papas una especie de bonete o gorro blanco y puntiagudo. Hacia el siglo x se le ciñó a ese" gorro de lana una corona o diadema de perlas. Bonifacio VIII es representado con tiara de dos coronas. El primero que ostentó la triple corona parece que fué Clemente V (f 1314), triple corona o triregnam, cuyo significado puede ser el primado, el patriarcado y la soberanía temporal, y según otros interpretan, el sacerdocio, el magisterio y la realeza 9 . 5. Autoridad de los cardenales.—También los cardenales, consejeros natos del papa y sus auxiliares en todos los asuntos . de importancia, adquirieron en esta época gran autoridad e influencia, sobre todo desde que por el decreto de Nicolás II (1059) tuvieron en sus manos la elección del Romano Pontífice, elección que casi siempre recaía en uno de ellos. Por otra parte, el papa era quien los nombraba, frecuentemente después de oír el parecer del Sacro Colegio, o bien a propuesta de los príncipes católicos. El rojo capelo que usan en raras solemnidades fué concesión de Inocencio I V en 1245 a los no religiosos, extendida más tarde por Gregorio XIII a todos. El manto de púrpura parece que data dé Paulo II (1464), si bien algunos lo estiman muy anterior. e D
El texto en ML 214, p. 97, nota 60. Schatz, Bibliothek und Archiv der Papste im XTV Jahrhundert, en "Archiv für Lit. und KG" I (1885) 3; E. MÜNTZ, ha tiare pontificóle du VIII au XV1 siécle (París 1897). La tiara es ornamento de autoridad que se usa en las ocasiones más solemnes; no es litúrgico, como la mitra. EHKLE,
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En el Colegio Cardenalicio entraban los personajes que mayores méritos habían contraído en pro de la Iglesia por su celo >y sus trabajos, por su doctrina teológica o canónica, por sus dotes bien probadas de gobierno; también por la nobleza de su linaje y su valimiento con los príncipes. El nepotismo era entonces raro. Entre los cardenales se escogían los legados a látere, los protectores de las Ordenes religiosas, los más altos dignatarios de la curja, como el vicecancelario, el camarlengo, el penitenciario mayor, el inquisidor general, etc. Eran llamados "senadores de la Santa Sede" y "padres de la Iglesia romana"; gozaban de muchos privilegios y ejercían en sus iglesias titulares jurisdicción cuasi-episcopal. Aunque el papa fué siempre, por derecho divino, un monarca absoluto, se valió del Colegio Cardenalicio como de un elemento constitucional—especie de senado—en la legislación y administración de la Iglesia, no tomando decisión alguna de trascendencia sin consultarlos y, si el asunto lo requería, sin convocarlos ante sí en consistorio (causae consistoriales). Desde 1100 pertenecían a los cardenales siete obispados (de las diócesis suburbicarias), 28 títulos presbiterales y 18 diaconías de Roma, en total 53, aunque siempre había bastantes puestos vacantes; y hubo ocasión en que el número de cardenales no pasaba de 10. Sólo en el siglo xvi, Sixto V fijó el máximo de 70 (seis obispos, 50 presbíteros y 14 diáconos). Económicamente, además de las rentas procedentes de sus pingües y a veces numerosos beneficios, percibían colectivamente, desde 1289, la mitad de los censos de los bienes de la Iglesia romana y la mitad de los servitia commtmia que pagaban a la Cámara Apostólica los obispos y abades con ocasión de su nombramiento, consagración, confirmación o traslado de sede. Administraba estos fondos comunes el camarlengo de los cardenales, que no ha de confundirse con el camarlengo del papa. 6. Otros dignatarios de la curia romana,—Además de los cardenales formaban la curia otros dignatarios y oficiales, cuyos nombres y cargos evolucionan con el tiempo. En el siglo ix vemos en la basílica de Letrán algunos altos clérigos romanos ministros del papa, como los siete notarios regionales o iudices palatini: el primicerias, que estaba al frente de la cancillería para la redacción de los documentos y despacho de los negocios más graves; el secundiceritts; el arcarius o cajero, con el sacellarius o pagador general; el profoscnm'us;, el primus defensor; el nomenclátor o maestro de ceremonias. El cargo de vestararius o tesorero y guardador del mobiliario lo desempeñaba en el siglo x un personaje tan prepotente como el senador Teofilacto, marido de Teodora la Mayor, que tenía !a superintendencia de Ravena. Al primicerias sucede en la
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cancillería, desde 983 hasta 1088, el bibliothecarius o bien algún obispo o clérigo romano, pero desde esa última fecha siempre desempeñaba el oficio de cancellarius (o vicecancellaritts) un cardenal. A su servicio estaban los scriptores sacri et notarii, que escribían las letras y privilegios apostólicos, en papiro hasta el siglo XI, "después en pergamino, según las fórmulas consignadas en el Liber Diurnus10 y conforme a las regias de la Stvnma dictaminis de Alberto de M o r r a (Gregorio VIII) y de Tomás d e Capua. Al lado de los notarios, o en sustitución d e ellos, se ven en el siglo xm, bajo la dirección del canciller o vicecanciller, los abbreviatores, que son los que trazan la minuta o borrador de los documentos pontificios; los 'scriptores litterarum apostolicarum, que hacen la redacción definitiva y la ponen en limpio (ingrossarej; más tarde vendrán los scriptores registri, encargados de conservar una copia en los libros del registro; y los bullatores o plumbatores, que ponían al pergamino una bula o sello de plomo, con el nombre del pontífice en un lado y la efigie d e San Pedro y San Pablo en el otro. L a cancillería pontificia sirvió de modelo a otras muchas de Europa. 7. La Cámara apostólica y la Penitenciaría,—La administración de la Cámara apostólica estaba, desde el siglo XII, encomendada al cardenal camarlengo (cámevarius), que tenía a su servició otros muchos oficiales. Cambiadas las circunstancias económicas y financieras de Italia, cuando el dinero sustituyó a las riquezas naturales, la administración de los Estados pontificios hubo de modificarse profundamente. A los ingresos que antiguamente (v. gr„ en tiempo de San Gregorio Magno) producían los patrimonios de Sicilia y sur de Italia, sucediéronse las contribuciones y demás derechos que se percibían de los Estados de la Iglesia, si bien estos ingresos, por causa de los tumultos, revoluciones y ausencias de los papas, distaban mucho de ser normales. ; Otra fuente de ingresos eran los censos, cuyo catastro (Li-: ber censuum) nos dejó el cardenal Cencío Savelli, futuro Ho-'? norio III. Muchos monasterios, iglesias particulares, ciudades y aun naciones se pusieron bajo la protección de San Pedro', obteniendo, como explicamos en otro lugar, la inmunidad ó' exención (libertas romana), al mismo tiempo que se comprometían a pagar un censo o tributo anual a Roma en señal de sumisión o vasallaje ; u . 10 ML 105, 1-120. Edición m o d e r n a : T. VON SICKEL, Liber diurnas ro7nanorum Pontificum (Viena 1889); L. GRAMATICA-G. GAL-; BIATI, II códice ambrosiaiio del Liber diurnus (Milán 1921)1; W. PBITZ, IAber diurnus, Beitr&ge ¡sur Kenntnis der papstliohen Kanzlei, en "Sitzungsberichte der W i e n n e r A k a d e m i e " t. 185 (Vie*1 n a 1918); DOM LECLERCIJ, Líber diurnus, en DAG 1. 11 P . FABRE-DUCHESNE, Le Liber censuum de l'Eglise rotnaine.
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Añádase el óbolo de San Pedro (denarius sancti PettiJ, que en testimonio de amor y devoción a San Pedro enviaban cada año a Roma los pueblos de Inglaterra, Dinamarca, Suecia, N o ruega, Polonia, Croacia y otros. Como todas estas fuentes no bastaran para mantener la creciente burocracia de la corte papal, hubo que imponer al mundo cristiano otra especie de contribuciones o impuestos, que se llamaron servitia (donativos en la provisión de beneficios), annatae (frutos de*un año) y otras tasas, de que se hará mención al tratar d e los papas aviñoneses, pues fué en el siglo xiv cuando el fiscalismo se incrementó hasta el exceso. P a r a recaudar los censos y demás contribuciones, tasas y limosnas, eran enviados los colectores, que, ayudados de otros oficiales subcolectores, recogían el dinero, hacían las operaciones de cambio y rendían cuentas a la Cámara Apostólica. Tenían a veces poderes superiores a los del obispo, abusaban de la excomunión, y con su modo de proceder sembraban en los pueblos antipatías hacia Roma. Los asuntos relacionados con el sacramento de la Penitencia eran despachados en la Penitenciaría. Los orígenes de este tribunal deben rastrearse en el siglo XII, cuando la absolución de ciertos delitos mayores se reservó al Romano Pontífice. Siendo muchos los que acudían en peregrinación a Roma buscando el perdón de sus pecados, o dirigían allá sus súplicas por escrito con variedad de casos de conciencia, decidió el papa delegar sus facultades en un cardenal (paenitentiaritís maior), que desde el siglo xm aparece establemente con poder de absolver pecados y censuras, dispensar de irregularidades e impedimentos, conmutar votos, etc., y también de llamar a su tribunal a ciertos reos y castigar a los inobedientes. Tenía bajo sí un regente de la Penitenciaría, un consultor canonista, varios auditores que examinasen las causas, además de otros oficiales inferiores (scriptores, distributores, correctores, sigillatores). Hasta fines del siglo xm no se constituyó con los auditores el tribunal de la Rota Romana para recibir las apelaciones a la Santa Sede (Audientia causarum in pálatio apostólico). 8. Metropolitanos y obispos,—De los metropolitanos tan sólo hay que decir que su autoridad empieza a menguar en el ' siglo ix, a causa de la arrogancia y soberbia con que algunos de ellos oprimen a sus sufragáneos, los cuales buscan su defensa en Roma. Conservan, sin embargo, muchas de las prerrogativas que les reconocen las falsas decretales, v. gr., el derecho de aprobar y consagrar a los obispos sufragáneos (si ( R o m a 1895); P . FABRE, Etude sur le Liber diurnus ( P a r í s 1892). Sobre el denarius Sancti Petri cf. J. GRISAR, Gompendiwm Historíete Guriae románete, a d u s u m p r i v a t u m a u d i t o r u m ( R o m a 1937) P. 162-68.
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bien, éstos en el siglo xm suelen pedir a Roma la confirmación y se intitulan "obispos por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica"); el de convocar y presidir sínodos provinciales; la facultad de actuar por sí mismos en la sede sufragánea cuando el obispo descuida algún negocio o en caso de apelación, etc. Crece, en cambio, el poder de los obispos. Desde que se acabó la lucha de las investiduras, el papa vigila más directamente las elecciones episcopales. Todavía en los comienzos del siglo xn forman el cuerpo electoral los obispos de la provincia eclesiástica, los abades de la diócesis, los clérigos de la catedral, algunos laicos y delegados del rey, y, en fin, los canónigos, que hacen la convocación y son los primeros en votar. La influencia de los cabildos va aumentando y el concilio IV d'e Letrán (1215)- les reserva a ellos solos el derecho de elección. Ayudado por el archidiácono, y desde fines del siglo xn por otros oficiales delegados del obispo, ejercía éste su jurisdicción no sólo en las causas de los clérigos (inmunes de la jurisdicción civil por el privilegium fori o pcivilegium clericaturae), sino en otras infinitas causas que eran de su incumbencia ratione materiae, v. gr., los procesos tocantes al matrimonio (desposorios, divorcios, adulterios, legitimidad de los hijos, régimen de bienes-matrimoniales); los procesos por crímenes religiosos (sacrilegio, blasfemia, brujería, simonía, etc.) o por violación de alguna ley eclesiástica; y los procesos por cuestión de testamentos, legados piadosos, limosnas, di'ezmos y beneficios eclesiásticos. Como se ve, la jurisdicción episcopal era extensísima y se mezclaba frecuentemente con la civil, de suerte que no era fácil delimitar las fronteras, por lo cual más de una vez alzaron los reyes enérgicas protestas, reclamando para sus tribunales el derecho de hacer justicia. Los obispos juntaban ordinariamente, sobre todo en Alemania, a sus dignidad espiritual la de señores temporales, como cualquier duque o conde, ejerciendo jurisdicción sobre amplios territorios y prestando vasallaje al monarca. Con frecuencia los vemos participar en las expediciones militares al frente de sus tropas, y aunque los cánones les prohibían el uso de las a r m a s / n o faltaban algunos qué tomaban parte en la pelea. N o hay duda que la vida castrense les quitaba algo de la mansedumbre evangélica y los distraía de sus obligaciones de pastores de almas. Si muchos de ellos, en vez de seguir el partido de sus reyes con apasionamiento y servilismo de cortesanos, hubieran atendido más al bien espiritual de sus subditos y a las normas de Roma, cuántos conflictos entre la Iglesia y el Estado se hubieran ahorrado o resuelto con facilidad. Con todo, es preciso confesar que al lado d e obispos cortesanos y guerreros, distraídos en pasatiempos mundanos, en la caza y aun en torneos, ignorantes de la teología y de los cá-
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nones, que celebraban el santo sacrificio de la misa, a lo sumo, cuatro veces al año, había muchísimos que honraron el episcopado con su saber y virtud, como Otón de Bamberg, Engelberto de Colonia, Anselmo de Havelberg, Norberto de Magdeburgo, Ivo de Chartres, Anselmo, Tomás y Eduardo de Canterbury, Malaquías de Irlanda, Giraldo de Braga, Olegario de Tarragona, Diego de Osma, Rodrigo Jiménez de Rada, primado de Toledo; Tello de Patencia y otros ciento, algunos de los cuales resplandecieron con santidad heroica. Algunos de diócesis muy extensas, o impedidos por la enfermedad y la vejez, se procuraron, con autorización de la Santa Sede, obispos coadjutores, con derecho de sucesión, a los cuales no hay que confundir con los obispos auxiliares, ni menos con los titulares. Aconteció que, al perder los cristianos algunas ciudades episcopales del Oriente, sus obispos tuvieron que buscar refugio en diócesis occidentales, siendo a veces acogidos por sus hermanos en el episcopado como auxiliares y conservando su título. A su muerte, con la esperanza de recobrar aquellas diócesis orientales y a fin de que no se extinguiera su recuerdo, se transmitió su título a otros, originándose de aquí la elección de obispos titulares (in pavtibus infidelium). 9. Los cabildos.—A semejanza del Colegio Cardenalicio, el cabildo de las catedrales crece en autoridad y poder desde que, según hemos indicado, adquiere el derecho de elegir al obispo, elección que debía ser confirmada por el metropolitano. Y precisamente en esa época es cuando la vida común (cañó' nica) de los canónigos de la catedral desaparece del todo, contemporáneamente a la primera floración de los canónigos regulares. Tras el florecimiento que sigue a San Crodegando, empieza rápidamente la decadencia de los cabildos: en Francia por las invasiones normandas y las expoliaciones de los magnates, en España por las duras condiciones de los tiempos de guerra* 2 , y en todas partes por la costumbre introducida de tener su peculio cada canónigo y- de administrarlo para sí mismo. Cada miembro del cabildo se procuró habitación propia e independiente, reuniéndose todos sólo para comer (mensa communis) y para el coro. Después, las comidas comunes se redujeron a. los días de ayuno; y por fin, aun éstas se suprimieron, desapareciendo la vida canónica cuando de los bienes capitulares se hicieron prebendas para el mantenimiento de cada canónigo. . Inútilmente se esforzaron concilios, como el de Coyanza 13 El documento por el que se constituye la canónica en Barcelona (9 de marzo 1009) testifica que las invasiones ^de los sarracenos, especialmente de, Almanzor, habían destruido la. que hasta entonces existía (S. FuiQ Y PUIO, Episcopologio de ía Sede Barcínonense [Barcelona 1929] apénd. XXVIII, p.'368)..
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.(1050) en la diócesis de Oviedo; pontífices, como Nicolás II y Alejandro II; obispos y santos de Italia, Francia, Alemania y España, por restaurar la vida común en colegiatas y catedrales. El resultado fué muy escaso, y 'llegado el siglo xin, los canónigos no tenían más obligación común que el canto del oficio divino. Desde entonces constituyen el cabildo: los canónigos capitulares, con voto ten las deliberaciones, sitial en e t coro y prebenda; los canónigos domicelares (domiceltij, jóvenes que desde los catorce años son mantenidos en la catedral y adoctrinados por el maestrescuela, y los canónigos 'supernumerarios, que viven de las rentas del cabildo mientras aguardan a que les toque alguna prebenda o beneficio. Las actas sinodales y conciliares dan mucha luz sobre la disciplina eclesiástica, y en particular sobre los abusos que se deslizaban en los cabildos catedralicios. Hay quejas como éstas: que los canónigos a veces no asisten personalmente al coro, alquilando por dinero a otros clérigos que canten por ellos el oficio divino; que acumulan demasiadas prebendas; que viven mundanamente, sin recibir las órdenes sagradas; que no admiten, especialmente en Alemania, sino a los de bien probada nobleza o no reciben sino a los domicelli que se educan en la catedral (capitula clausa); que son arrogantes y resisten a los obispos, etc. La primera dignidad del cabildo era el deán o preboste (decanos o praepositus}; seguíale el arcipreste (atchipresbyter), encargado de sustituir al obispo ausente en sus funciones sacerdotales; pero el que más actúa, y, por lo tanto, el que más figura en los documentos, es el arcediano (archidiaconus), dignidad que generalmente se confería al mismo deán. El arcediano era una especie de vicario del obispo, con jurisdicción para hacer, en nombre de éste, la visita canónica; para dictar sentencia por propia autoridad en los juicios sinodales; para examinar a los ordenandos; para conferir parroquias y otros beneficios. Frecuentemente, los obispos, atentos a la política, dejaron la administración de la diócesis en manos de los arcedianos, los cuales acabaron por hacerse odiosos al pueblo, al cabildo y al propio obispo. Y hubo que cercenar sus facultades. Para eso, Inocencio III concedió a la diócesis de Canterbury que instituyese tres arcedianos a la vez; en otras partes se determinó que el cargo no fuese vitalicio, y algunos prelados crearon diversos arcedianatos, subdivididos en arcipxestazgos, continuando al lado del obispo el antiguo arcediano con poderes restringidos. Quien les restó más facultades fué el vicario general,- creado en el siglo xm con carácter amovible. Podía éste dictar sentencia en las causas de matrimonio, concubinato, de simonía, etc., dejando al arcediano las de menor importancia. Como entre ambas dignidades se multiplicaban los
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roces y conflictos, optó el concilio de Trento por quitar al arcediano su jurisdicción. Otras dignidades del cabildo eran: el chantre (cantor), que dirigía la liturgia, y el maestrescuela (scholasticus), que muchas veces se identificaba con el primicerius y estaba al frente de la escuela catedralicia; el tesorero (cusios ef sacrista), y desde 1215, el canonicus paenitentiarius, y en las iglesias metropolitanas, el canonicus theologus. 10. Las parroquias y los bienes eclesiásticos,—La diócesis se dividía en parroquias, regidas y administradas normalmente por párrocos. Pero acontecía no raras veces que estos beneficios no se concedían a una persona física, -sino a una persona moral, a un monasterio, a un cabildo, a un hospital, a una universidad, y estas corporaciones gozaban de los bienes parroquiales, mientras delegaban para la cura de almas a un monje o a otro sacerdote, en calidad de vicario mal retribuido y, consiguientemente, de inferior categoría social y cultural, lo cual redundaba en perjuicio de los fieles1113. Desde el siglo xi, también las ciudades episcopales se dividen en parroquias autónomas, con su pila bautismal y su administración propia, no como antes, cuando todas las iglesias de la ciudad dependían directamente del arcipreste de la catedral. Las riquezas del clero se acrecentaron notablemente a partir de las Cruzadas. Muchos de los que tomaban la cruz para encaminarse a Tierra Santa, previendo que no volverían, vendieron sus tierras y posesiones generalmente a las iglesias, que eran, indudablemente, las que les ofrecían más favorables condiciones, librándoles de las garras de los judíos usureros. Otros, llevados de su fervor, hacían generosas donaciones a los santos de su devoción. El pueblo cristiano seguía pagando a sus-pastores los diezmosi, o sea la décima parte de los frutos del campo, y aun de las rentas o ganancias, a lo que se añadía la ofrenda de las primicias de las cosechas, en testimonio, según decía el concilio I V de Letrán, de que toda la tierra pertenece al Señor. Dicho concilio ordenó que aun lqs campos adquiridos por los monasterios debían pagar diezmos a las parroquias 51 ' 3 *. Tales riquezas, aunque amenguadas por las usurpaciones de los nobles y d e los reyes, facilitaban a la Iglesia el ejercicio » Véase lo que dijimos en la primera parte de este libro s las "Iglesias propias". Los concilios de Letrán H l ^ ¿ ¿ ¿ ^ (1215) y el de Aviñón (1209), entre otros. ^ » g /on daño de los abusos que cometían los patronos d.f * a V # 22 226-227; 1019. los párrocos o vicarios (MANsr, Concilio, *-*, -"• 1030; 787). Tr^^ofia desde la época visigótica, »* Sobre los diezmos tin España, <^sae^ %iesmo eoZesidsvéase el cuidadoso estudio de X SAN JVLAKTIXN ^ tico en España (Falencia 1940).
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de la munificencia y de la caridad en la fundación de hospitales y hospicios para los pobres y ancianos, y asilos para huérfanos y peregrinos; en la construcción de magníficos templos: en la sustentación del clero; en la erección y conservación de escuelas; en la ayuda a las Cruzadas y en otras mil obras de beneficencia. Inocencio IV, en el concilio I de Lyón, reglamentó minuciosamente la administración y empleo de estos bienes eclesiásticos. .. 11. Costumbres del clero.—Poseemos más datos para juzgar de la moralidad del clero secular que del regular. Es demasiado fácil extractar de los concilios y crónicas y libros polémicos multitud de rasgos poco edificantes, pero se corre el riesgo de ensombrecer el cuadro más de lo justo generalizando los casos particulares y dando carácter histórico a lo que soló es • preventivo o conminatorio. Que la disciplina y moralidad del clero dejó bastante que desear, aun después de la reforma emprendida con tanto vigor por Gregorio VII, es cosa admisible, dado el ideal tan alto que la Iglesia propone y exige a sus ministros. Las mismas riquezas del clero alto y de algunos cabildos incitaban al lujo, a las comodidades y placeres, al boato en el vestir y en todo el porte exterior, mientras la pobreza y miseria del clero inferior era causa de que muchos se ocupasen en menesteres indignos. El concubinato es la plaga de toda la Edad Media. Varios concilios dictan penas severas contra los obispos que lo toleran; hubo gran dificultad en extirparlo de los países del este y del norte de Europa. El Lateranense II decretó que él matrimonio de los clérigos mayores (desde el subdiácpno) no sólo era ilícito, sino completamente inválido y nulo. La Iglesia vigilaba atentamente, y por eso no faltaron leyes contra los escandalosos, contra sus concubinas (focariae) y contra las sirvientas no muy entradas en años que viviesen en la misma casa del sacerdote. Los decretos conciliares exigen al menos veintinco" años de edad a los que se han de dedicar a la cura de almas; a todos los clérigos se les obliga a llevar hábitos honestos, tonsura, no portar armas, abstenerse de las cacerías y de los juegos inconvenientes, ejecutar con piedad y devoción las funciones litúrgicas. 12. Luchas y disputas del clero secular con el regular,— Porque no abundaban los párrocos de celo y de doctrina, hubo quien, como Gerhoh de Reichfcrsberg, pretendió reemplazarlos con monjes o canónigos regulares. Y lo que se logró fué reencender la antigua disputa . sobre la preeminencia del clero secular o del regular 1 4 . Los más acerbos flageladores de los M GERHOH DE REICHERSBEKG, Líber de aedífíoío Dei c. 28: "Vita clericorum inferior non est vita m o n a c h o r u m " , donde t r a t a de
sacerdotes eran aquellos predicadores itinerantes que en el siglo xn iban de ciudad en ciudad tronando contra los vicios y exhortando a la penitencia y a tomar la cruz contra los infieles: un Roberto de Arbrissel, un Bernardo de Thiron, un Vidal de Savigny, los tres de vida santísima y austera, y un Enrique de Lausana, de ideas extremistas y heterodoxas 15 . Contra la tendencia y pretensión de los párrocos de excluir a los monjes de la cura de almas y aun de la predicación, alzaron su voz, juntamente con los ya citados, Ruperto de Deutz (Tuitiensis) en sus opúsculos Aítercatio monachi et clerici quod liceaí monacho praedícare y Q u a ratione monachorum ordo praeceUit ordinem clericorum i e ; Kunón o Conrado de Ratisbona, amigo del anterior y maestro de San Norberto; Anselmo de Havelberg 1 T , Idungo de San Emerán en su tratado D e quattuor quaesíionibus18; Honorio de Autún, o mejor, de Ratisbona, en su opúsculo Utrum monachis liceaí praedícare19, y otros. Este último escritor, interesantísimo bajo muchos aspectos, resolvía el pueril litigio (semejante al de los apóstoles en el Cenáculo) entre clérigos y monjes, diciendo que la ordenación h e r m a n a r y pacificar a clérigos y monjes, pero en su Epístola ad Innocentinim, papam missa, quid distet ínter clericos regulares et saeculares, lanza en f o r m a de diálogo u n t r e m e n d o alegato c o n t r a los seculares, diciendo que deben ser sustituidos e n la c u r a de a l m a s por los regulares (B. P Ea Z , Thesaurus anecdotórum novissimus [Augsburgo 1721] t. 2, p. 2. , p. 340-343 y 439-503). P a r a las disputas sobre el s a c r a m e n t o de la confesión pueden verse P . K I R S C H , Der Sacerdos proprius in der abendlandíschen JCirche vor dem Jahre 1215, en "Archiv für k a t h . R e c h t " 84 (1904) 527-37. Sobre los derechos de las p a r r o q u i a s en la E d a d Media, cf. H. SCHAEFER, Pfarrhirche und Stift ím deutschen Mittelalter ( S t u t t g a r t 1903); P . BROWE, DieCommunion in der Pjarrltirche, en "Zeitschrift für Theologie" 53 (1929) 477-516. u Marbod de R e n n e s r e p r o c h a b a a S a n R o b e r t o de A r b r i s s e l ' que menospreciaba demasiado a los sacerdotes (J. VON WALTKR, Die ersten Wanderprerdiger Erankreichs [Leipzig 1903] p. 187). P o r lo demás, el s a n t o fundador de F o n t e v r a u l t tampoco perd o n a b a a los monjes: "Clerici s u n t multi hypocritae, m o n a c h i et eremitae, u t placeant hominibus, longas orationes s i m u l a n t " (WALTER, O. C. 121 w
y
125).
ML 170, 537-542; 663-668. " Anselmo de H a v e l b e r g interviene en ia d i s p u t a p a r a a l a b a r a las dos p a r t e s : monjes y clérigos, monjes y canónigos regulares, pues t a m b i é n este segundo binomio suscitó contiendas. A ' la p r e g u n t a : ¿"Quién es m a y o r ? " , r e s p o n d e : " E l que sea m á s santo". P e r o en su Líber de ordine canonícorum regularium .titula así el c. 37: "Ideo h a e r e t i c u m est pertinaciter defenderé m o n a s ticos Ecclesias non deberé r e g e r e " (ML 188, 1117). 18 "Quaestio rV: Si monachis Uceat habere vocem pra&dicationis in Ecclesia". Responde a f i r m a t i v a m e n t e ; m á s aún, aboga por que rijana y a d m i n i s t r e n p a r r o q u i a s (B. P E Z , Thesaurus anecdot. II, p. 2. , 528-545). •„ " Publicado en J. A. ENDRES, Honorius Aug-nstodunensís (Munich 1906) p. 147s. N o se h a l l a . e n t r e las obras publicadas por ML 172, 9-1270. El De incontinentia sacerdotumt en MGH, ZAper . de lite I I I , 29-80,
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sacerdotal los hace iguales y la profesión hace superiores a los religiosos. Pero fuera de los claustros predominaba la opinión contraria, como se ve en el doctísimo Ivo de Chartres 20 . Si el conflicto se produjo cuando los monjes habitaban lugares solitarios y apenas se dedicaban a la predicación y a la administración de los sacramentos, fácilmente se comprenderá que estaillase con mucha mayor violencia desde el momento en que aparecieron las Ordenes mendicantes, las cuales invadieron villas y ciudades, se adueñaron espiritualmente de la clase media, abrieron sus iglesias al pueblo y se consagraron con fervor a la predicación, a la administración de la penitencia y a las funciones litúrgicas. Venían a suplir las deficiencias de personal y de método que se hacían sentir en las parroquias. Pero los párrocos y sus defensores no toleraron tal intrusión, temiendo acaso ser eliminados por los recién venidos, que arrastraban tras de sí a las gentes, y en su enérgica reacción llegaron a sostener, erróneamente, que los párrocos eran de institución divina y miembros necesarios de la jerarquía.' Como,, por otra parte, los mendicantes venían cargados de privilegios y en determinados casos pudieron perjudicar económicamente a los párrocos, no es de extrañar que éstos se las tuvieran tiesas. Argüían diciendo que se les mermaban los diezmos, ya que los fieles ofrecían estos y otros donativos y limosnas a las iglesias que frecuentaban; que disminuían también los derechos de estola, pues muchos querían enterrarse con hábito de fraile y que en iglesias d e frailes se hiciesen sus funerales; finalmente, que se violaba el canon 21 del concilio. I V Lateranense en lo que atañe a la confesión anual con el "propio sacerdote". Debió de haber abusos de parte de algunos mendicantes, que incluso llegaron a despreciar a los obispos. La ofensiva de los párrocos se desplegó entonces en toda la línea. Pretendían tener derecho a oír ellos las confesiones de los religiosos y a imponerles penitencias; afirmaban que los frailes no podían exponer la sagrada Eucaristía en sus iglesias ni reservarla en sus oratorios; no les permitían celebrar misa sino en las parroquias, y eso en determinados días; ni tampoco los fu20 Epist. 36 al obispo Pedro: ML 162, 48-49. La lucha entre monjes y clérigos, entre abades y obispos,' no era puramente teórica sobre cuál de los dos estados era de más perfección. Se trataba de una verdadera lucha de clases o, si se quiere, de jerarquías. En el concilio I de Letrán (1123) los obispos y arzobispos allí reunidos protestaron contra los monjes, diciendo: "Nil aliud superesse nisi ut, sublatis virgis et anulis, deservirent monachis; illi enim eccleaias, villas, castra, decimationes, vivorum et mortuorum oblationes retment... Decidit pudor canonicorum, honestas ablittevata est, clericorum religio cecidit, dum monachi, contempto caelesti desiderio, iura episcoporum insatiabiliter concupiscunt" (Chronica Montis Gassinensis, auctore Petra TV, 78. en MGH, SS, VII, 802).
11.
EL MONAÜUISMO BENEDICTINO
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nerales de los frailes difuntos, ni siquiera tener cementerio propio
z,í
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E n defensa de los mendicantes salió el papa Gregorio IX con su bula Nimis iniqua, de 21 de agosto de 1231, en la que se acusa a los párrocos de ciega ambición y de avaricia 2 2 . Continuó, sin embargo, la rivalidad y lucha, más o menos latente en varias partes, hasta que el torrente de lava tuvo su erupción en la Universidad de París con las acaloradas y vehementes invectivas de Guillermo de Saint-Amour, de las que hablaremos a su tiempo 23 .
CAPITULO El monaquisino Los canónigos
XI
benedictino. Los cistercienses. regulares de San Agustín *
Siempre fueron las Ordenes religiosas instrumento eficacísimo de la reforma eclesiástica; lo hemos visto en la época carolingia y en la época gregoriana. Siempre fueron los monas11
C. E. DÜ BqtTLAYj Historia Universitatis Parisiensis (6 vols., París 1665-73) III, 148. K "Caeca cupiditate seducti, propriae aviditati subtrahi reputantes quidquid praedictis fidelium pietas elargitur" (J. H. SBARALBAJ Bullarium Franoiscanum IRoma 1759] I, 74). 23 De Guillermo de Saint-Amour y de Gerardo de Abbeville. Del último son los tratados De perfectione et excellentia status clericorum, y Líber apologeticus.,. contra adversarium perfectionis christianae, de cuyas ideas puede leerse un breve resumen en V. LB CLERC, Guillaume de Saint-Amour et Gérard d'Abbéville, en "Hist. Littér. de la France" XXI, 468-499. * FUENTES.—Las vidas antiguas y también otras fuentes para los santos fundadores de que aquí se trata, como San Esteban de Muret, San Roberto Arbrissel, San Bruno, San Bernardo, San Norberto, San Juan de Mata y San Félix de Valois, etc., búsquense en la gran colección de los Bolandistas, Acta Sanctorum (cada cual en su día respectivo). El texto de las Reglas y costumbres monásticas, en L. HOLSTENIDSJ Godex regularum, monasticarum et canonicarum ed. de M. BROCKXE (6 vols., Augsburgo 1759). Se encontrarán algunas en la Patrología latina de Migne, v. gr., Regula Eontisbraldí: ML 162, 1079-1036; Charta charitatis: ML 166, 1377-1384; I/sws antiquiores Ordinis Gisterciensis: ML 166, - 1385—1502; Exordium magwum Ordinis Gisterciensis: ML 185, 9951198; Gonsuetudines (Garthmsiae): ML 153, 635-760; la llamada Regula S. Augustini: ML 32, 1378-1384; A. C. VEGA, La Regla de San Agustín. Edición crítica precedida, de un estudio sobre la misma y los códices de El Escorial (Él Escorial 1933). Tirada aparte del "Archivo Agustiniano"; Gonsuetudines Canonicorum regularium sec. Regulam, S. A.., en MARTÉNB., De antiquis Ecclesiae ritibus (Amberes 1736) t. 3, 306-320. BIBIOGRAPIA.—M. HEIMBUCHER, Die Orden und Kongregationen der hatholischen Kirche (2 vols., Paderborn 1933). Más manual y moderna la obra colectiva, M. ESCOBAR, Ordini e Gon-
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terios focos de luz, de calor religioso, de vida litúrgica, que no sólo mantuvieron encendida la íe y el fervor en les pueblos cristianos, sino que evangelizaron y civilizaron a naciones enteras, ganadas para la Iglesia de Roma. Llegados al cénit del medioevo, veremos cómo su fecundidad se manifiesta en nuevas formas, adaptadas a las exigencias de los nuevos tiempos, y cómo su actividad, lejos de agotarse o de retraerse por las muchas ^dificultades, se multiplica prodigiosamente. I.
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PRIMEROS CONATOS DE REFORMA. L O S CISTERCIENSES
1. Fontebraldenses, Grandimontenses. Silvestrinos, Celestinos*—Todavía en el siglo XII, cuando la sociedad europea, superadas las turbias contiendas y las.difíciles crisis de las dos anteriores centurias, orientaba su vida por caminos más altos y despejados, observamos que la Regla de San Benito persevera dentro de las nuevas formas monásticas. Benedictina es en lo fundamental, aunque más rigurosa, la Regla dada por el anacoreta y luego ardiente predicador San Roberto de Arbrissel a su fundación de Fontevraald (11001101) para monjes y monjas, con la rara particularidad que nombró superiora general a la noble dama Petronila de Chemillé, dándole jurisdicción incluso sobre los monasterios de vagregazioni religiose (2 vols., Turín 1951-53). Anticuada, aunque en raros casos puede ser todavía de utilidad, P. H. HELYOT, Histoire des ordres rnonastiques, religieux et militaires et -des congrégations séculieres (8 vols., París 1714-1719). La misma obra puesta en forma de diccionario por M. L. BADICHE,' Dictionnaire des ordres religieux, fué publicada por Migne en los tomos 20-24 de su "Encyclopédie théologique"; DOM MABILLON, Anuales Ordinis S. Benedicii t. 6 (Lúcca 1745); A. MANRIQUE, Oisterciensium... annalium t. I-IV (Lyón 1642-1659); B. TISSIER, Biblioteca Patrum Oisterciensium. (3 vols., Bonnef ontaine 1660); J. O. DUCOURNEAU, Les origines cisteroiennes (Ligugée 1953); U. BERLIERE, Les origines de Citeaux et l'ordre bénédictine au XII° siécle, en RHE (1900) 448-471; (1901) 253-290; ID., L'ascése bénédictine des origines á la fin d'U XII' siécle (París 1927); E. VACANDARD, Víe de Saint Bernard (París 1927), con crítica de las fuentes y buena bibliografía; F. H. GROSSELY, The english abbey, ist Ufe and worlc In the rniddle age. (Londres 1935); J. PÉREZ DE URBEL, Historia de la Orden benedictina (Madrid 1914); Los monjes españoles de la Edad Media ( 2 vols., Madrid 1933-1939); F. VERNET, La spiritualité médíévale (París 1929); L. GOUGAUD, Dévotions et pratíques ascétiques du moyen-dge (París 1925); B. TROMBY, Storia critlcocronologico-diplomatica del patriarca San Brunone e del suo ordine Cartusiano (10 vola., Ñapóles 1773-1779); N. MOLIN, Historia carthusiana ab origine Ordinis (3 vols., Tournal 1903); J. TRULLO, Ordo canoniforum regularium (Zaragoza 1571); A. MIRAEUS, Canonicorum regularium O. S. A. origines et progressus (Colonia 1614); E. AMORT. Vetus disciplina Canonicorum regularium et saeculariwm ex documentis ineditis usque ad saeo. XVII (2 vols., Venecla 1747).
roñes. Estos estaban consagrados a San Juan Evangelista, como los d e monjas a Nuestra Señora, y frecuentemente junto al monasterio se estableció una leprosería. A la muerte del fundador (1117) había "pobres de Cristo"—así solían apellidarse— en Maine, Anjou, Poitiers, Limoges, Péiiyord, Toulouse, Orleáns, París, etc., pasando en seguida a Inglaterra y España. Subsistió la Orden hasta la Revolución francesa. Algunos años antes había surgido la Orden de Grandmont (1077), por obra del ermitaño San Esteban de Muret, muerto en 1124. Habiendo'viajado por Calabria, conoció a los anacoretas de aquellas montañas, y vuelto a Francia estableció una fundación muy semejante a la de la Camáldula en la soledad de Muret (junto a Limoges), trasladada años más tarde al desierto de Grandmont. También los "Bons hommes" grandimontenses duraron hasta la Revolución francesa. A la Orden de San Benito pertenece la Congregación de los Silvestrinos, nacida en el monte Fano (Italia central), merced a San Silvestre Gozzolini (f 1267), y aprobada en 1242 por Inocencio I V . Visten hábito azul turquí. Uniéronse en el siglo xvn con los de Vallombrosa, para separarse poco después. D e los Celestinos, fundados por Pedro de Morrone (Celestino V ) , hemos hecho mención al tratar de este santo pontífice. Trataban de unir la vida benedictina con la anacorética. En Francia desaparecieron con la Revolución; en Alemania, con el protestantismo, al cual se pasaron muchos de aquellos monjes. 2. E l Cister frente a Cluny.—Ya vimos el gran papel desempeñado por la reforma cluniacense en la Iglesia y en la sociedad del siglo xl, y admiramos las múltiples actividades d e aquellos monjes, como auxiliares de los papas gregorianos. El esplendor de los cluniacenses era nunca visto en la historia del monacato. Puede decirse que no había potencia mayor en el seno de la cristiandad, de suerte que los mismos obispos manifestaron al papa Calixto II el temor de quedar obscurecidos por aquellos abades, que lo invadían todo. Sus diez mil monjes, esparcidos por toda Europa, poseían monasterios opulentos, con posesiones inmensas; y disfrutando del favor de los reyes y de los papas, ejercían poderosa influencia, tanto en lo religioso como en lo político, én lo social, económico y cultural. Sus monasterios, de magnífica arquitectura románica, atestiguan todavía su antigua grandeza, con sus riquísimos templos de ábside semicircular y torres esbeltas, en torno de los cuales se abrían los claustros y se apiñaban las oficinas y demás departamentos monacales. E n sus granjas y .fincas rurales se explotaban la agricultura y la industria por medio de siervos y colonos. Sus escritorios fueron un tiempo talleres de hervoroso trabajo intelectual y artístico.
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Con todo, al alborear del siglo xn es preciso reconocer que.; la. riqueza y la ociosidad habían sumido a Cluny en cierto! torpor espiritual y aun en lamentable decadencia religiosa y", cultural. Y como los monasterios se multiplicaron tanto, n o : era fácil visitarlos ni vigilarlos de lejos, y así fué languide- ¡ ciendo la observancia. N o se puede tomar a la letra, ni menos i unlversalizar, las violentas requisitorias de San Bernardo con- • tra la conducta de los cluniacenses en la comida, en el ves- i tido, en el boato externo' 1 . Tampoco hay que ver el tipo del abad en aquel inquieto, ambicioso y desequilibrado Ponce de Melgeuil, que rige la gran abadía de 1109 a 1119, arrogándose el título de "abad de los abades" propio del de Montecasino; renuncia con indignación a su cargo delante del papa en Roma; ; pasa a Jerusalén, y al regresar le entran ganas de empuñar otra vez el báculo de Cluny, gobernado ahora por el espíritu noble y sereno de Pedro el Venerable; recluta gente de armas y se . lanza al ataque de la abadía; fuerza sus puertas, invade sus "( claustros y durante seis meses reina tiránicamente sobre aque- i líos monjes, hasta que un legado del papa Honorio II, declarando sacrilegos, rebeldes y excomulgados a Ponce y a los suyos, repone en su dignidad abacial a Pedro el Venerable, figura egregia que ni con su mucha sabiduría ni con su tacto y prudencia pudo detener la decadencia cluniacense 4 . E s curioso advertir que en esa decadencia influye de algún modo el exceso de lo que parecía más santo y sustancial de la Orden: la liturgia. "Su complicada reglamentación, su p r o lijidad exagerada, debían traer como consecuencia la desapa- ; rición del espíritu interior. La organización, que al principio hizo el renombre de Cluny, se había • convertido en un ejerció cío mecánico Con sus letanías, con sus preces, con sus procesiones, con sus continuas oraciones por los reyes, los abades, los bienhechores y los difuntos, el oficio había llegado a p r o longarse de tal modo, que el monje apenas tenía tiempo para hacer otra cosa. Era lo contrario al espíritu de San Benito, cuando ordenaba con tanta discreción que la oración en comunidad debía ser breve, regla de oro de la cual sólo podía salirse el individuo por impulso especial de la divina gracia. H a s ta Pedro el Venerable nos habla del aburrimiento y de la p r o ,
.i ; Apología ad Guillelmum: ML 182, 896-918. 'i Pedro el Venerable (1092-1156) salió a la defensa del ideal ; religioso cluniacense en dos largas cartas al abad de Claraval, rechazando las críticas de éste. Sus demás obras de caráctef teológico, especialmente apologético contra judíos y musulmanes, véanse en ML 189 (P. DE TJEBBL, Historia de la Orden benedictina: p. 296). Lo mismo viene a decir S. HILPISCH^ Geschichte der í>enediktinischen Mdnchtums (Friburgo de B. 1929) p. 204. Lo si-». lencia P H . SCHMITZ., Histoire de l'Ordre de St. Bénoit (6 vois,, Lovaina 1942-1951). 1 a
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lijidad. El oficio lo absorbía todo: el estudio, el trabajo y hasta la ascesis. El cansancio de la oración impedía ayunar". Ocupados todo el día en el aparato externo de las funciones, atendieron poco a la vida interior y a la adoración en espíritu y en verdad. Afanosos de disponer de numerosos oficiantes y de magníficos coros, los abades abrieron la mano y dejaron entrar mucha turba de niños y otra gente sin formar, que al cabo de una o dos semanas de noviciado ingresaban y engrosaban la comunidad, mas de tal forma, que"" la mayoría ni siquiera era capaz de leer un libro. La reacción vino pronto, antes de acabarse el siglo xi, pues reacción monástica, aunque externa a Cluny, debe llamarse el movimiento pauperístico, penitente, popular, a veces anacorético, representado por Roberto de Árbrissel, por Bernardo de Abbeville, por Vital de TierceviUe (f 1122), fundador de la Congregación de Savigny; por Guillermo de Vercelli (f 1142), que fundó la de Monte Vergine, y por otros predicadores apostólicos que, como éstos, se retiraron a la soledad para instituir congregaciones benedictinas de rígida observancia. La gran renovación del ideal monástico se encarnó en San Bernardo. Y porque reaccionaba clara y decididamente contra Cluny, hubo escisión interna y hubo lucha. Frente a los monjes negros surgieron los monjes blancos o grises, que llenaron el siglo xn y principios del xin, hasta el advenimiento de las Or- , denes mendicantes 13 . 3. San Bernardo en el Cister y en Claraval,—San Roberto de Molesme era un. monje benedictino que, tras haber desempeñado el cargo de abad en Moutier-la-Calle y de prior en Saint-Ayoul, se retiró con trece compañeros a unas ermitas de Molesme, cerca de Troyes, con el intento de vivir austeramente, practicando la Regla de San Benito (1075). Debían vivir de lo que producían los campos, por ellos mismos personalmente cultivados, sin recibir diezmos ni ejercitar ministerio alguno fuera del monasterio. Como a la larga no pudiese realizar este programa, el año 1098 abandonó Molesme, y en compañía del prior Alberico, del secretario Esteban Harding y otros, se dirigió a un breñal desierto y a trechos pantanoso y con juncos, que se decía Citeaux * El más impresionante manifiesto del Cister contra Cluny es «* Apología, ya citada, de San Bernardo a Guillermo de Saint Thlerry. Véase, además, el Dialogus Ínter cluniacensem monacíium et cisterciensem, escrito en contra de Cluny por Un clsterciense, en MARTÉNB, Thesaurus novus anecdotorwm t. 5, 15711654. De la parte opuesta véase, además de las cartas de Pedro £1 Venerable, el texto publicado por A. WILMART, Une riposte de ¿anden monacliÁsme au manifesté de Saint Bernard, en "Revue oenédictine" (1934) 296-344. Para toda la controversia, U. BERMBRE., L'Ordre mona&timie des origines att JCJJ slégle (Maredsp'us 19?4) p. 188-310,
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(en latín Cisterciam), a cinco leguas de Dijón. El duque Borgoña le cedió los bosques inmediatos, y una mañana el, marzo empezó a florecer en aquellos lugares el benedictinishr" reformado. Al año siguiente, llamado por sus antiguos subdito^ retornó a Molcsme, donde murió en 1110. N o había sido su intención fundar una Orden nueva; , tampoco pensaron en ello, según parece, sus dos primeros sii cesores en el 'Cister. Fué el primero San Alberico (f 1009}¡ que obtuvo de 'Pascual II la confirmación del monasterio .y redactó los primeros estatutos (Instituía monachoram de Mol lismo venientium). Al segundo sucesor, San Esteban Harding (f 1134), natu ! ral de Inglaterra, se le debe la primera organización duradera; por medio de la Chacta charitatis, aprobada por Calixto 1 en 1119, y por ella es acreedor al título de fundador del Qste& si bien este honor puede disputárselo, o compartirlo con él¡. San Bernardo de Claraval, cuya eminente personalidad con? tribuyó a la rápida propagación y al prestigio de la Orden cuyo espíritu informa toda aquella institución. -.-¿ Esteban Harding fué quien prescribió a los cistercienses elí hábito que les distinguía: túnica de lana natural, blanca o gris,1. con escapulario negro. El rigor con que en el Cister se observaba la Regla de San Benito asustó a muchos, que preferían? entrar en otros monasterios, por lo cual el Cister en vez de au-; mentar fué viniendo a menos, especialmente desde la pest; de 1111. La situación era, pues, bastante crítica, cuando en abril; de 1112 entró por sus puertas un novicio de veintiún años, dej blonda caballera y aspecto casi tímido, acompañado de treintajóvenes caballeros—entre ellos sus cuatro hermanos mayores| y uno de sus tíos—, a todos los cuales había persuadido a in-< gresar con él en la religión. Llamábase Bernardo de Fontaine^; y era de noble familia borgoñesa. Había estudiado en la es-j'" cuela de Chátillon. Por su preclara inteligencia; por su carácter;i ardiente y amable, por la aristocracia de su sangre y de su es- : ; píritu, podía prometerse el más risueño porvenir. A todo re-¡ nuncio generosamente apenas vio los primeros peligros del mundo, y arrastrando consigo a sus amigos y parientes—prueba pri-. ; mera de sus grandes dotes seductoras—, corrió a encerrarse eii • el monasterio del Cister. Tres años vivió allí bajo la dirección y obediencia de Es-1;! teban Harding, que, como los demás monjes, pronto se dio:, cuenta de la joya que tenían en aquel joven entregado a la.-'j? oración, al recogimiento, a la práctica de las virtudes heroicas;-* El Cister crecía en vocaciones y era preciso formar nuevos,* enjambres cistercienses. En 1113 partieron algunos a fundaí,^ el monasterio de la Ferté; al año siguiente, otros a Pontighyíif' en 1115 le tocó a Bernardo hacer la fundación de Clafrvaiiíí.;
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o ClaravaL lugar agreste, donde entraron los monjes hacha en . mano y donde construyeron ellos mismos un monasterio, que * empezó a regir Bernardo cuando sólo contaba veinticinco años '• de edad. Eran en total doce monjes; se alimentaban de sopa í. hecha con hierbas del campo y comían pan de cebada o de ! centeno. Probablemente en agosto de aquel año, el joven abad í' -recibió la ordenación sacerdotal de manos de Guillermo de Champeaux, quien desde aquel momento concibió por él gran estima. A la fama de santidad que rodeó en seguida aquel monasterio acudían numerosos jóvenes, deseosos de seguir a Cristo en pobreza, humildad y penitencia; y al cabo de algunos 1 años oraban y trabajaban en el silencio de aquel claustro, bajo la'dirección del joven fundador, no menos de 700 monjes, entre ellos el hermano mayor y el padre mismo de Bernardo. Claraval llegó a ser el centro de mayor irradiación cisterciense, como lo prueba este dato: de los 343 monasterios que tenía la Orden a la muerte del Santo (1153), no menos de 160 habían sido fundados por Claraval o por sus filiales (68 por el mismo San Bernardo); los restantes dependían de las otras cuatro abadías-madres. En ningún monasterio podía haber menos £. de sesenta monjes. 4. La personalidad de San Bernardo.—No hay en todo l aquel siglo personalidad más relevante, más activa y más con/ templativa que la del abad de Claraval. Es el director espiritual de Europa, el Moisés de la cristiandad, el que está siempre en oración y siempre batallando contra los enemigos de la fe romana. Escribe cartas a los reyes, a los papas, a los obispos, a los monjes; cartas que parecen arengas militares o maternales caricias, empapadas en lágrimas; redacta tratados de teología, de ascética, de reforma eclesiástica, de hagiografía y hasta de caballería cristiana para los templarios; predica en Francia, en Alemania, en Italia, en Flandes, en las cortes, en los concilios, en las universidades, en las salas capitulares; y ; su oratoria encendida, rebosante de unción, atravesada continuamente por los nombres embelesadores de Jesús y de María, e *a "miel en la boca, en el oído melodía, en el corazón júbilo", y ardor, y elevación, y transformación espiritual. Los Sermones sobre el Cantar de los Cantares son de lo más alto y divino que ha producido la mística cristiana. No son suyas, como algún tiempo se dijo, las tiernísimas e strofas del poemita Iesu, dulcís memoria. Quizá sean de una abadesa del siglo xiv, pero no hay duda que en San Bernardo es tán inspirados esos versos *. Gracias al abad de Claraval, el Cister actuó en la cristiandad del siglo xn como Cluny en la centuria precedente. Si en s u reacción anticluniacense llegó a extremos discutibles, que no * E.
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Vie 4e Saint Berwird H, 101: ML 184, 1307.
Historia
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todos aprobarán, como la rigorista exclusión del arte de los claustros e iglesias, preciso es decir que con el tiempo también el Cister se hizo accesible a las bellas formas que elevar, el espíritu. De todos modos, las violentas invectivas de Bernardo contra los abusos del monacato de su tiempo tuvieron la virtud de contener a éste por algunos años en la pendiente de la relajación. Por consejo de San Bernardo -se formó la abadía de San Dionisio, gobernada por Sugero, consejero y biógrafo de Luis VI, ministro y administrador del reino durante la Cruza- '; da de Luis VII s . 5. Reformador y polemista.—Se preocupó el Santo también de la reforma del clero secular, predicando a los estudiantes de la Universidad de París acerca de la conversión 6 y dirigiendo al arzobispo de Sens una larga epístola, que es un tratado D e moribus et officio episcopomm 7 . Recordó sus deberes a los reyes Luis VI el Gordo y Luis VII el Joven cuando con sus intrusiones en lo eclesiástico violaban el derecho y la justicia. Y ya expusimos en otro capítulo cómo en el libro De consideratione redactó para su discípulo Eugenio III el manual del perfecto pontífice romano. Aunque San Bernardo reconocía y predicaba la necesidad de una renovación interior de la Iglesia y de la sociedad, defendió vigorosamente los derechos inalienables del papa en lo temporal y combatió cuanto pudo al revolucionario Arnaldo de Brescia, que exageraba el espirítualismo y pretendía reformar la Iglesia privando al papa y a los eclesiásticos de todo poder político y civil. E n otro lugar de este libro hemos puesto de relieve el papel primerísimo que jugó San Bernardo en la predicación de la segunda Cruzada y en la cuestión del cisma que dividió a la Iglesia entre Anacleto II e Inocencio II, haciendo, por fin, triunfar la causa de este último. Surgen por entonces ciertos espíritus noveleros, concediendo demasiada importancia a la dialéctica, en contra de la teología tradicional y mística del abad de Qaraval. El Santo lo :' primero que hace es entrevistarse amigablemente con el jefe de aquella tendencia, Abelardo, celebérrimo maestro en las escuelas de Santa Genoveva, el cual le promete la retracta- .?. ción, mas luego, alentado por el aplauso de sus discípulos.y seguidores, provoca a San Bernardo a pública disputa en el concilio de Sens (1140). Vaciló el abad de Claraval en aceptar el reto, pero al fin i 5 La vida y los escritos del gran abad y gran político Suger, en ML 186, 1193-1468. A su muerte se escribieron estos versos: "Tullius pre, Cato meritis et pectore Caesar,—consilio reges, regna-'í regebat ope" (Ibíd. 1219). "1 De conversione cid clericos: ML 182, 883-856. ML 182, 809-834.
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decidióse a presentarse en el concilio. Expuso allí públicamente la doctrina, que él juzgaba herética, de Abelardo, conjurando a: éste a retractarse. El envanecido maestro rehusó dar explica¡ciones y apeló a Roma. N o le valió, porque el concilio, después de condenar 19 proposiciones suyas sobre las personas de la Trinidad, sobre Cristo, sobr'e el libre albedrío, etc. 8 , mandó también a Roma los alegatos de Bernardo, y el Sumo Pontífice Inocencio II volvióla condenar a Abelardo, imponiéndole perpetuo silencio. Algunos de esos errores rebrotaron poco después en Gilberto de la Porree, obispo de Poitiers. Denunciado ante el concilio de Reims en 1148, hubo de comparecer y oír la recriminación de Bernardo, que le acusaba de enseñar una doctrina filosófica poco conforme con el dogma de la Trinidad. Gilberto se sometió, firmando una profesión de fe ortodoxa. 5. La Regla cisterciense.—Reaccionando, según hemos visto, contra los cluniacenses, quisieron los cistercienses volver a la estricta observancia religiosa de la Regla de San Benito, pero acercándose en algunos puntos de organización a Cluny. Así, por 'ejemplo, escogieron un término medio entre el aislamiento de los primitivos monasterios benedictinos y la centralización cluniacense, conservando la federación monasterial, aunque con bastante autonomía. Según la Chacta charifatis, a la cabeza d e toda la Orden debe estar el abad del Cister, el'egido por los monjes de esta abadía y por los abades de las abadías filiales. Asesorado por los protoabades (los de las cuatro más antiguas filiales del Cister), ejerce una-vigilancia universal, mientras cada abadía atiende a todos los monasterios de ella derivados. C a d a año el abad del Cister nombra visitadores generales, que rinden cuentas al capítulo general. Este se reúne anualmente, integrado por todos los abades; sin embargo, los de León y Castilla no estaban obligados a asistir más que cada tres años; los de Portugal, Irlanda y Grecia, cada cuatro; los de Siria, Suecia y Noruega, cada cinco; los de otros países lejanos, cada siete. El capítulo general oy'e los informes del abad del Cister y de los visitadores, impone castigos cuando conviene y tiene poder hasta para deponer al abad del Cister si hay unanimidad de pareceres 8 *. A diferencia de Cluny, que tan ávidamente buscaba para sus monasterios la 'exención de la jurisdicción episcopal, dependiendo sólo del papa, el Cister quiso seguir dependiendo de los 8 MANSIJ Sacrorum Concüiorum... collectio 21, 568. Ya en 1121 el concilio de Soissons había condenado otros errores de Abelardo. 8 m * Buena parte de los capítulos generales en MARTÉNE-DURAND, Thesaurus vovus IV, 1243-1646; y en HOLSTBNIUS II, 385-428.
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obispos, los cuales, sin embargo, apenas tenían ocasión de in-, tervenir en la vida de los monasterios. Característico del Cister es el apartamiento del mundo,» el retiro, la soledad, el silencio, el alejamiento de todo contacto humano, pero esto lleva consigo la renuncia al apostolado y a la cura de almas; por eso los cistercienses no tienen predica*ción ordinaria ni regentan parroquias. Consiguientemente, no admiten diezmos ni vasallos; se sustraen a la organización feudal eclesiástica. Aquellos grandes señoríos de los abades cluniacenses no se conocen en el Cister; los monj'es grises poseen ciertamente granjas cultivadas por hermanos legos, de las que sacan lo necesario para vivir, mas no aquellos latifundios que los monjes negros arrendaban a colonos y censatarios. La más rigurosa pobreza reinaba en los nuevos monasterios; sus iglesias eran pobres y desnudas, aunque a fuerza de sencillez y de elevación alcanzaron las más puras líneas del estilo ojival; sin torres, sin mosaicos, sin la profusión escultórica, ridicularizada por San Bernardo; sin nada que supiese a vana superfluidad y soberbia o padeciese contrario a la pobreza. Por eso se excluían del culto las cruces de oro y plata; los candelabros e incensarios debían ser de cobre o hierro; las casullas, de fustán; las albas y amitos, de lino 9 . Desde el 15 de septiembre hasta Pascua no hacían más que una comida al día, si se exceptúan los domingos, y ésa, tan frugal como antes indicamos. Dormían vestidos y con ceñidor sobre una tabla. Levantábanse a media noche para maitines y ya no volvían al dormitorio. El oficio divino seguía siendo el • centro de su vida diaria, aunque sin lasi 'exageraciones de Cluny. Dedicaban también algún tiempo a la lecíio divina y al trabajo manual, conforme a la Regla de San Benito. La concepción cisterciensé de la vida religiosa es muy austera; consiste 'en renunciar al mundo y a todos los bienes terrenos, en castigar el cuerpo con la penitencia y vivir sólo para el espíritu, teniendo como ideal a Cristo paciente. Así, no es de maravillar que la santidad floreciera en casi todos los monasterios y en todos los países; que el pueblo los venerase y que los Sumos Pontífices los escogiesen para los más altos puestos de la jerarquía y para las legaciones de matyor importancia. En el siglo xm Inocencio III los alaba como los mejores auxiliares de la Iglesia, mas ya entonces, con el bienestar económico, decaía el espíritu de pobreza y se insinúa-, ban otros abusos y aun disensiones internas, llegando al extremo de que los abades del Cister y de Claraval contendiesen * Exordíum coenobii et Ordlnls Cisterciensis: ML 166, 1509. • Aquí y más largamente en Exordium magnum Ord. Gisterc. (ML 185, 995-1198) se narran los orígenes del Cister y la vida de San Bernardo.
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entre sí por cuestiones de preeminencia, con escándalo de los d'emás. 6. La propagación del Cister.—La rapidísima multiplicación de los monasterios cistercienses es un fenómeno tan notable, que el historiador no puede menos de preguntarse la causa que lo expliqu'e. Sin duda influyó muchísimo la personalidad de San Bernardo, venerado en toda Europa por su santidad, por sus milagros, por su elocuencia arrebatadora, por su intervención en los más graves negocios de la cristiandad. Consta, además, que el Santo era propagandista incansable de su ideal religioso, y siempre que tornaba al monasterio después de sus viajes y predicaciones, venía acompañado de un buen grupo de jóvenes, clérigos 'estudiantes, canónigos, nobles, que deseaban servir a Dios en el silencio del claustro. Otra causa de la atracción del Cister estaba en la misma severidad de su ascetismo y en su alejamiento del mundo, porque las almas sedientas de perfección—y eran entonces muy numerosas—preferían la asper'eza cisterciensé a lai vulgar y más o menos confortable mediocridad de otros conventos. Y, en fin, creemos ver una tercera causa, de las más eficaces, en la nueva espiritualidad que caracterizaba' a San Bernardo y a sus hijos. En el siglo xn se enciende prodigiosamente la'hoguera de la devoción a la humanidad de Jesucristo y a su Madre purísima; y San Bernardo es el más denodado adalid de esa devoción. Sobre esto volveremos en seguida. Baste ahora decir que desde San Alberto y San Esteban Harding, la Virgen Nuestra Señora tiene un altar en el corazón de los cistercienses al lado del de su divino Hijo;, todas las iglesias de la Orden están consagradas a la Asunción de María, y San Bernardo ha sido apellidado, con razón, el citarista de la Virgen (citharista Mariae). A las primeras abadías derivadas inmediatamente del Cister, como la de Ferté, Pontigny, Clairvaux (Claraval) y Morimond (1115), siguen en casi todas las diócesis de Francia otras ciento: Preuille (1118), Bcnnevaux (1119), Trois Fontaines, Fontenay, Foigny (1121), Igny (1126), Reigny (1128), Cherlien (1131), Auberibe, Arribour, Nerlac, Belloc, Clermont, e t c . 1 0 En Inglaterra, el primer monasterio cisterciensé fué el de Waverley (1128), al que siguieron Rievauls, Fountains, Tintern. En Irlanda, Mellifont (1142), por obra de San Malaquías, arzobispo de Armagh, cuya vida escribirá precisamente San 10 Pueden verse los nombres, el tiempo y la ocasión de los que se fundaron en vida del Santo en VACANDARD, Vie de Saint Bernard I, 400-403; II, 404-427. El nombre y año de las fundaciones alemanas en HEIMBÜCHER., Die Orden I, 336, y las españolas fn PÉREZ DE URBEL, Historia de la Orden benedictina p. 308-309.. Peí mismo autor, Los monjes españoles en la Edad Media II, 486-526. Un mapa de Europa con las principales fundaciones cistercienses en la "Enciclopedia cattol.", v. Cisterciensé-,
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Bernardo'. La primera y más afamada abadía cisterciense de Suecia es Alvastra, fundada en 1143 por devoción del rey Sverker y su esposa. L a de Esrom, en Zelandia, tuvo muy pronto seis monasterios bajo sí, entre otros los de Dargun y Colbatz, en Pomerania. Los primeros que surgieron en Alemania son: Camp (1123), Lützel (1124), Ebrach (1127), Walk'enried (1129), Reun (1129), Freisdorf (1130)* Nauburg (1130), Eberbach (1131), Volkenrode (1131), Heilsbronn (1132), y así sucesivamente casi año por año, y a veces dos y aun tres en un mismo año. E n Polonia, en Hungría, en Palestina, vio San Bernardo multiplicarse sus monasterios. Y en Italia los monjes blancos entran en 1120 para establecerse en Tiglieto, y luego en Ghiaravalie y Cerreto, Fossanova, Cassamari, T r e Fontane de Roma, etc. 7. En España y Portugal).—'Por la península Ibérica se ex- ..' tiende una tupida, red de monasterios cistercienses desde que ;• en 1132, por voluntad de Alfonso VII, favorecedor del Cister, como Alfonso V I lo había sido de Cluny, el hábito blanco sucede al negro* en Moreruela (Zamora), antiguo monasterio fundado por San Froilán. E n 1140 vienen monjes d'e Clarával a organizar la comunidad de Osera (Orense), que alcanzó gran prosperidad. Al año siguiente se fundan Fitero- (Navarra) y Monsalud (Cuenca). E n 1142, Sobrado (Compostela) y Melón (Túy) pasan a ',; la Regla cisterciensfe. De 1143 son Meira {Lugo) y Valbuena * (Valladolid), casi lo mismo que Escala Dei y Sagramenia (Segovia). E n 1144 comienza el monasterio de Cantabos, que veinte años más tard'e será trasladado a Santa María de Huerta- • (Soria). El noble don Pedro de Ataré funda el monasterio deVeruela (Zaragoza)' en> 1146. Doña Sancha, hermana de Alfonso VII, trae monjes blancos a La Espina {Valladolid) en 1147. Al año siguiente, el misino monarca l'evanta el monas- . terio de Rioseco (Burgos), y Ramón Berenguer I V el d e L& Oliva (Navarra). Este último príncipe funda en 1150 la gran' abadía de Poblet (1150)', a la que sigue la de Santas Cteus .:. (1151), ambas en Tarragona. Contemporánea es la de Jungue"' ra (Huesca), trasladada a Rueda en 1177. Monte del Ramo (Orense) y Valparaíso {Zamora), cuyo primer abad fué tel Beato Martín Cid, datan de 1152. Y siguen las fundaciones al mismo ritmo en los últimos decenios de aquel siglo. U n santo ermitaño portugués, que luego se juntó a los hijos •: de San- Bernardo y que más tard'e fundará la Orden militar ; de Evora o de Avís, Juan de Cirita, organizó en 1132 el mo- ';;; nasterio de San Cristóbal de Alafóes (Vizeu), d e donde proce-J; dio al año siguiente el de San Juan de Tarouca (Lamego). Eó;:^ ello había intervenido el fundador de la monarquía portuguesa,;' Alfonso Enríquez, devotísimo de ,San Bernardo, para cuyos.!.
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hijos hizo construir la magnífica abadía de Alcobaca (1148), cerca de Lisboa. Al finalizar la duodécima centuria, se contaban en la península Ibérica unos 70 monasterios que seguían la Regla del Cister; en Alemania y Francia eran bastante más numerosos. Su influencia benéfica fué grande, particularmente en la conversión de los -pueblos paganos del norte y oriente de Europa, .así como én el progreso de la economía agraria y aun en si comercio. Pero su gloria más alta y divina "está en los santos que produjo y 'en la piedad que difundió por todas partes. Santos son los tres primeros fundadores; santos son en el primer siglo del Cister 'un hermano de San Bernardo, por nombre Gerardo; dos abades d e ClaraVal, llamados Gerardo y Pedro Monóculo; San Juan de Aleth, San Amadeo d e Lausanna, San V^aleno' de "Wardonia, San Roberto de Northumberland, Ion santos arzobispos Edmundo de Canterbury, Eskilo de Lund y Malaquías d e Armagh, que se retiraron a vivir humildemente como simples monjes, y otros cuyos nombres llenan las páginas del menologio de la Orden. En España tenemos a San Raimundo de Fitero-, fundador d e la Orden militar qte Calatrava; S a n Martín Cid de Valparaíso, San Florencio d e Carracedo-, San H e r o de Armentera, San Martín de Huerta, consejero' d e Alfonso VIII y obispo de Sigüenza; San; Gonzalo de Azebeiro, San Pedro de M o reruela, San Roberto de Matallana, San Bernardo Calvo, abad de Santas Creus y obispo de Vich, consejero de Jaime el Conquistador, y aquel San Bernardo de Alcira, hijo de un príncipe moro de Valencia, que, convertido al cristianismo, entró en el monasterio de Poblet y murió mártir a manos de su hermano por predicar la fe católica (1180). 8. Monjas bernardas,—Nada hemos dicho de las monjas cistercienses, porque desde que fundaron su primer monasterio en T a r t (junto a Dijón, en 1120) se extendieron todavía más que los varones, sobre todo por Alemania y Francia, y ostentan flores de santidad, como' Santa Humbelina, hermana de San Bernardo; Santa Ascelina, pariente suya; Santa Lutgarda de Brabante, célebre por sus éxtasis y revelaciones; Santa Eduvigis, duquesa de Silesia y de Polonia; Santa Franca de Piacenza, Santa Sofía de Walbergerg, Santa Berta de Marbais, la Beata Teresa, hija de Sancho I de Portugal y esposa d e Alfonso I X de León; Santa Juliana d'e Mont-Cornillon, que algunos hacen premonstratense, iniciadora de la festividad del CorPus; las grandes monjas de Helfta; Santa Gertrudis y Santa Matilde de Hackerborn, hermanas; Santa Matilde de Magdeburgo y Santa Gertrudis la Grande. Entre todos los monasterios femeninos, bien merece una especial mención "en España la real abadía de Las Huelgas (Burgos), fundada por Alfonso VIII de Castilla para que fuera panteón de su familia, como Leire lo era de los reyes de Navarra
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y Poblet de los de Aragón. Todavía en 1873 escribía don Vi-i ctente de ia Fuente: "La abadesa de Las Huelgas llegó a tener; una jurisdicción eclesiástica exenta y muy notable, y ser también superiora de una importante jurisdicción cisterciense, y la dirección del célebre y grandioso Hospital del Rey, contiguo al monasterio. Tiene jurisdicción casi episcopal en estos edificios y sus territorios y en los varios pueblos y cotos redondos qué posee dentro y fuera del arzobispado de ..Burgos. Instituye beneficios y da la colación de ellos, aun de los curatos; da licencias dte predicar, confesar y decir misa; conoce en causas graves, no sólo matrimoniales, sino criminales de los clérigos; los hace recluir y castigar con censuras, a ellos y a los legos de su jurisdicción, dando también sus testimoniales a los clérigos que salen de ella. Ejerce estos actos por m'edio de un provisor, que tiene su tribunal, el fiscal y todos los auxiliares necesarios. Ni aun los legados a latere pueden entrar a visitar el monasterio y cohibir su jurisdicción, pues, como cabeza de Congregación, tiene también los privilegios de los abades magnos" a i . 9. Espiritualidad benedictina.—La espiritualidad de los cis-. tercienses venía a ser la tradicional de los benedictinos, cori ciertos matices nuevos, muy característicos de San Bernardo,, Tomando el agua de más arriba, diremos que, después de San Agustín, cuya espiritualidad ha sido definida como una altísima especulación inflamada ten amor al Verbo, a la Verdad hecha hombre (O Ventas, Ventas!), y para quien la perfección del cristiano está en asemejarse a Cristo por cierta conformidad de los miembros del Cuerpo místico a su Cabeza, los Padres subsiguientes acentúan, sin descuidar el dogma, el aspecto moral de la religión y de la vida, y se representan a Cristo' Salvador con cierto hiteratismo, más apto para la reverencia que para la intimidad. Un reflejo puede verse en el arte bizantino de los mosaicos basilicales y de los primeros evangeliarios miniados, que representa a Cristo bajo la figura de rey en su trono, rodeado de arcángeles, de apóstoles y otros santos en forma simétrica y en actitud rígida, invitando a la adoración y ; al respeto más que a la imitación y a la confianza. Algo parecido se siente al leer los majestuosos discursos d e San León sobre la encarnación o sobre la pasión del Señor. u
"Aún tenía esa jurisdicción la señora abadesa de Las Huelgas cuando esto se escribía a fines de 1873; pero ya no la tiene al imprimirlo a mediados de 1874, suprimida por Su Santidad; como la de las Ordenes y otras exentas" (nota del mismo V. W FUENTE, Historia eclesiástica de España t. 4 [Madrid 1873] p. 17Eí)¡ Inocencio III el 11 de diciembre de 1210 se refería quizás a LaS Huelgas cuando amonestaba a los obispos de Palencia y Burgos que no tolerasen ciertos abusos inauditos y absurdos, como el J que algunas abadesas oyesen en confesión a sus subditas y pi'Sr'jg dicasen en público (MI. 216, 356). "Véase lo que dijimos en el c. &•';, " J, M. ESCIÍIVA, La abadesca de Las Huelgas (Madrid 1944),
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San Gregorio Magno insiste aún más que los anteriores en el aspecto moral, pastoral y práctico. Por otra parte, recogte la tradición ascética de Casiano, y principalmente de San Benito, puntualizando los diversos estadios que debe recorrer el alma que aspira a la perfección y recomendando la consideración de la propia alma, de las perfecciones divinas y de los misterios de Cristo—encarnación y pasión—para elevarse a la contemplación y conocimiento de la naturaleza divina. La espiritualidad benedictina se distinguió siempre por su piedad práctica y litúrgica, mucho más afectiva que especulativa. N o se apoya en sutiles teorías; n o es amiga de conceptos abstractos, sino que se nutre realística y sustanciosamente, de la liturgia: santa misa y canto del oficio. La- sucesiva conmemoración de los misterios de la vida y muerte del Señor: nacimiento, pasión, resurrección, ascensión, y la costumbre de meditar estas escenas evangélicas, fomentan en el alma la devoción de la humanidad de Cristo, devoción que vemos desarrollarse con pujanza ten todas partes desde el siglo xi. Sin ella no puede explicarse, al menos de una manera plena y satisfactoria, el gran movimiento de las Cruzadas. Queda en otro capítulo indicada la parte que le corresponde a San Pedro Damiani en el florecimiento de esta devoción a la humanidad de Nuestro Señor. H o y día se le atribuye máxima importancia al cluniacense Juan de Fécamp (1028-1078), escritor inflamado y jugosísimo, que h a resucitado gloriosamente de la penumbra en que yacía su nombre al demostrarse que son suyas las tan divulgadas Meditaíiones Sancti Augustini y parte de las Meditaíiones Sancti Anselmi'1'2. Otros representantes de la piedad benedictina son San A n selmo (1033-1109), monje de B'ec y arzobispo de Canterbury, cuya tendencia afectiva conserva un fuerte matiz agustiniano, altamente especulativo, como "Padre de la Escolástica", y el abad Ruperto de Deutz (f 1135), cuya d'evoción a la Santísima Trinidad se descubre en su voluminosa obra De Tcinitate et eius operibus, que es una exégesis espiritual d e la Biblia, y en la qu'e se trata d e ilustrar la acción de Dios en el mundo< y en las almas 1S . " Véase, además, La complainte de Jean de Fécamp sur les fins derniéreSj en WILMART, Auteurs spirituels et textes dévots du 18moyen-dge latín (Paris 1932) p. 126-137. Dedica nueve libros a los dones del Espíritu Santo. Sus escritos, precedidos de una biografía, llenan cuatro volúmenes <*e ML 167-170. Recordemos aquí a las dos místicas benedictinas, Santa Isabel de SchSnau (1129-1165) y Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179). La primera nos dejó el Liber viarum con sus visiones V las Revelationes de sacro exercitu virginum coloniensium; en esta última se encuentran muchas cosas extrañas e inaceptables. ^ a redacción literaria es de su hermano Egberto d 1884), autor de Stimuhts amoris, atribuido antiguamente a San Bernardo, y de otros trataditos espirituales, que pueden leerse en ML 195. Santa
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10. Espiritualidcd cisterciense»—Quien da su forma y su carácter a la espiritualidad cisterciense es San Bernardo, cuyos.*; escritos, empapados en la más tierna devoción a Cristo, han : ; influido en la piedad cristiana más que los de cualquier otro,: autor de la Edad Media. El abad dfe Claraval continuó la tra- : , dición benedictina, acentuando la austeridad de la vida y la^' tendencia a la contemplación 1 mística. Se separó algún tanto',?' fomentando ej devocionalismo, con las prácticas piadosas de >' oración individual, lectura, meditación. Su rasgo más típico y'; esencial consiste en el entusiasmo con que predicó la devoción -: a la humanidad de Jesucristo, como medio rápido y seguro para¡ la unión con Dios. El enseñó a sus monjes a enternecerse con las primeras lágrimas y los primeros vagidos del Niño-Dios en' el pesebre d e Belén y a llorar de compunción y amor, puestos •••'> en cruz, ante el divino Crucificado. El les recomendó siempre ; el acercarse confiadamente a Cristo y el tomarlo como modelo' y maestro de todas los -virtudes. D e cada paso d e la vida de>. Jesús aprende Bernardo una lección, y cuando predica o ins- ' truye presenta indefectiblemente el ejemplo d'el Salvador. Si ' exhorta a la humildad, es por imitar a Cristo humilde; si inculca. ;r la paciencia, es por imitar a Cristo paciente; y así en las demás ' virtudes. El solo nombre de Jesús le embelesa y transporta: Jesús, nombre de amor y consolación, que es miel y música y júbilo^ nombre del Esposo, semejante al óleo en que alumbra y alunen- ; ta y suaviza. , ' •\ Cristo es amor, y nos lo mostró humillándose en el nacer y í. en el morir; por eso el hombre debe manifestar también, su í amor en la humildad, a 'ejemplo de Cristo; humildad que va , unida a la pobreza, a la abnegación, a los oprobios, y es base ..de la espiritualidad cisterciense, pero humildad impregnada de : amor, que culmina en la cruz: "Haec est mea sublimior philo- ', sophia, scire Iesum et hunc crucifixum". A Jesucristo hay q u e amarlo duíciíer, prudenter, foctitec, con amor sensible, que es el que se dirige a la humanidad del • Salvador, y con amor espiritual y místico>, que es el que se dirige al elemento divino. El amor sensible, según San Bernardo, es un don muy estimable, alimento del espíritu y camino para el otro más perfecto y unitivo; generalmente, los dos van juntos. E n la unión del alma con el Esposo y en la ascensión con-, templativa, señala San Bernardo tres grados, tres besos que da Ildegarda fué en vida sumamente venerada de obispos, abades, príncipes y papas. Fué llamada "la Sibila del Rhin" por sus profecías y visiones, muchas de las cuales están contenidas en sus Epistolae, en el libro Scivias (de scire vias Domini) y en Líber divinorum operum; tanto éste como el titulado Physioa, seu Hber subtüitatum demuestran un conocimiento enciclopédico de las ciencias naturales, cosa rara en una monja contemplati va
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Jesús y de él recibe el que le quiere imitar: el beso de los pies de Cristo, el beso de sus manos y el beso d e su boca. En el beso de los pies reciba el alma recién convertida, como la M a g dalena, la palabra de perdón, que es como el primer beso que se recibe del Redentor; 'en el beso de sus manos divinas sienten los proficientes la fuerza para continuar produciendo frutos de penitencia; y en el^beso' de la boca experim'entan los perfectos en 'el fondo de su alma tal dulzura, que sólo ellos podtán expresar w . Contemplando a Cristo, y a Cristo crucificado, es natural que Bernardo descubra la llaga del costado y se adentre hasta el corazón de Jesús 15, Con la devoción a la humanidad de Cristo va el culto a todo cuanto con aquélla se relacione. Y- al lado de Jesús está siempre María. Por eso se explica muy bi'en que, como una prolongación, como un desbordamiento del amor a Nuestro Señor, encontremos en el alma de Bernardo el amor a Nuestra Señora, madí'e de Jesús. Dos virtudes de María le atraen particularmente: la humildad y la virginidad. Todos los grandes privilegios de María los funda en su maternidad divina. Insiste mucho en su cualidad de medianera y dispensadora de todas las gracias. Y aunque sus ideas sobre la transmisión del pecado original l'e impidieron aceptar la concepción inmaculada desde el primer instante, fomentó cuanto pudo el culto a la asunción corporal d'e María, dogmas ambos no definidos en aquel tiempo. Cuando Dante, llegado al empíreo, contempla la candida rosa d e los bienaventurados, ruega a su guía Beatriz {la ciencia teológica) le explique lo que tiene ante sus ojos; pero nota que Beatriz ha cedido el-puesto a San Bernardo, que simboliza la contemplación más alta: Credea veder Beatrice, e vidi un Sene vestito con le genti glorióse, Difuso era per gli occhi e per le gene di benigna letizia. Y el devoto por excelencia de la Virgen, "il suo fedel Bernardo", "a quien María hermoseaba con su luz", conduce al poeta hasta lo más luminoso de la rosa celeste, le hace fijar los ojos en el rostro clarísimo de María, "el que más se asemeja al de Cristo", y después, cuanto es posible, en el mismo fulgor de la divinidad, en "el primer amor", para entonar juntos, al fin, aquella plegaria sublime que escuchan en silencio y con las manos juntas todos los bienaventurados: M 10
In Cántica Cant. serm. 3, "4 y 8: ML. 183, 794-798 810-814. In psalm. 90 serm. 7, y m á s expresamente In Cántica Cant.
serm, 61; ML 183, 208-209 1072,
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Vergine madre, figlia del tuo figlio, umile e alta piü che creatura, termine fisso d'eterno consiglio... ...In te misericordia, in te pietate, in te magnificenza, in te s'aduna quantunque in creatura é di bontate. Los más importantes escritos espirituales de San Bernardo son los Sermones, de los cuales 84 forman Vm comentario místico; In Cántica Canticorum, Tractatus de gradibus humilitatis eí superbiae, De diíigcndo Deo, etc. Todos destilan suavidad y están 'esmaltados de pensamientos ascéticos y de efusiones místicas, sin orden ni método, en lenguaje personal y ardiente, que funde en una continua llamarada lo que a veces podría pa- '•> recer mosaico de expresion'es bíblicas 1G. 11. Las dos Matildes y Santa Gertrudis.—Para completar la idea, aunque sumaria, de la espiritualidad cisterciense es preciso echar siquiera una mirada al monasterio de Helfta (Turingia), donde tres grandes santas, dotadas de extraordinarios dones místicos e influenciadas espiritualmente por San Bernardo, florecen maravillosamente al calor de la devoción al Corazón divino de Jesús X1. Santa Matilde de Magdeburgo (1212-1283), primero beguina en» Magdeburgo y desde 1270 monja en Helfta, era ya una gran contemplativa cuando tomó el hábito blanco del Cister. Escribió, además de poesías que son joyas de la literatura mística alemana, un libro sobre la luz que fluye, como un río, de Dios a las almas (Das fliessendes Licht der Gottheit), y en sus éxtasis contempló muchas veces a Cristo, que le entregaba su corazón en gaje de eterna alianza. Refiere Santa Gertrudis que, cuando Matilde estaba para expirar y toda la comunidad oraba por la moribunda, vio ella, Gertrudis, que Nuestra Señora, vestida con manto de púrpura, se inclinaba tiernamente hacia M a tilde y, tomándole la cabeza entre las manos, la colocaba de :; forma que pudiese exhalar el último aliento hacia el corazón abierto de Jesucristo, allí presente. El monasterio de Helfta, con las tierras circundantes, pertenecía a los nobles Luis y Alberto de Hackeborn, que lo entre- 1 garon en donación a su hermana Gertrudis de Hackeborn, pri- f " Consúltese J. C. DIDIER, La dévotíon á Vhumanité de Christ f dans la spiritualité de Saint Bernard (París 1929); E. GILSON. La théologie mystique de Saint Bernard (París 1934); P. POURRAT/" La Spiritualité chrétienne vol. 2 (París 1924) p. 29-116. Al lado d?;;' San Bernardo hay que nombrar a sus dos amigos Guillermo dé,. Saint Thierry (f 1148), autor del De vita solitaria, atribuido ún.ji tiempo al abad de Claraval, y Guerrico, abad de Igny (t 11ST)-;* (ML 185, 9-214). % 11 C. RICHSTAETI3R, Herr-Jesu-Verehrung des deutsclien Mittetr^ 0~lters (Munich, Ratisbona 1924) p. 75-94; U. EIÍRI.IÉRE, La, dévO*® tíon au Sacré-Coeur dans l'Qrdre de Saint Bettoit (Maredso^S 1923).
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mera abadesa. Con ser ésta una admirable superiora, no es de ella de quien queremos hablar, sino de su santa hermana M a tilde de Hackeborn y de su homónima Santa Gertrudis la Grande, todas subditas'suyas. Santa Matilde de Hackeborn (1241-1299) tenía una voz angélica, por lo que le encomendaron el coro y la educación de las oblatas que recibía el monasterio. Alma límpida, tierna, encantadora, amiga del silencio, se sintió desde joven favorecida por el divino Esposo con carismas celestiales y con la visión del Corazón de Cristo glorioso y resplandeciente. Sólo al fin de su vida se atrevió a dar noticia de tales favores a Santa Gertrudis, la cual inmediatamente puso por escrito aquellas confidencias y resultó el Li'&er specialis gratiae. Ella por sí n o escribió nada. Gertrudis la Grande (1256-1302) era una niña de cinco años cuando entró en el monasterio de Helfta y fué pu'esta bajo la dirección de la cantora Matilde. M á s intelectual que ella, más ardiente e impetuosa, más dominadora, Gertrudis se dedicó con pasión al estudio de los autores profanos, hasta que el lunes 27 de enero de 1281 se le apareció por prim'era vez el Salvador, atrayéndola a su amor para siempre;. Desde entonces no frecuentó otro estudio que el de la oración y el de la Sagrada Escritura, con los escritos de San Agustín, San Gregorio, Hugo de San Víctor y San Bernardo. Gertrudis es, al par que el abad •de Claraval, la santa pregonera de la devoción a la humanidad de Cristo. Rinde culto especialísimo a la Eucaristía y a la pasión del Señor, teniendo siempre el corazón dentro de la llaga del costado divino y en continua comunicación con el Corazón de Jesús, que se descubre a sus ojos envu'elto en luces triunfales. En 1284 recibe, aunque invisibles, los estigmas del Crucificado, y poco antes de su muerte su corazón es vuln'erado con una flecha de amor. E n la sagrada liturgia hallaba pábulo su espíritu para altas contemplaciones místicas, y con ocasión de un versículo, de una antífona, de un responsorio, de un canto o de una acción ritual, se elevaba y se unía a Dios con el amor más encendido. En 1289 escribió sus visiones y revelaciones en el libro Legatus divinae pietatis. Acaso su obra maestra sean Exercitia spiritualia, con admirables paráfrasis de textos ^litúrgicos; ejercicios espirituales que, como dice Mr. Gay, "están rebosantes de exactitud teológica, al mismo tiempo que de espléndida poesía, y recuerdan la riqueza del Areopagita y la precisión de Santo Tomás" 1J3. , w En VERNET, Gertrv.de la Grande, art. del DTC con abundantísima bibliografía. Cf. G. LEDOS, Sainte Gertrude (París 1902). En la obra publicada por los benedictinos de Solesmes' Revelationes Gertrudíanae et Mechthildianae (2 vols., FOltiers,-fans 1875-1877) pueden leerse: I. S. Gertrudis M
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L A ORDEN DE LOS CARTUJOS
La figura d e San Bruno, que vive en Francia y muere en Italia, se yergue en la segunda mitad del siglo XI alta, blanca y silenciosa como la nieve de las montañas. Su hábito blanco tes anterior al de los cistercienses; su silencio—al menos en la Historia—es mucho mayor, pues n o hay duda que la Orden cartujana es la Orden que m'enos ruido ha metido en el mundo, y con ser tan santa, ni siquiera con la santidad d e sus hijos ha buscado el campaneo sonoro, ni el panegírico solemne, ni el devoto rumor multitudinario. 1. San Bruno el Silencioso. — Recorramos brevemente la vida del fundador. Nacido de noble estirpe 'en Colonia por los años de 1030, fué enviado en su juventud a la renombrada escuela de Reims, en donde se entregó con entusiasmo a. los estudios de artes y teología. Vuelto a Colonia, se ordenó de sacerdote y obtuvo un canonicato. El buen recuerdo que había dejado en Reims fué causa de que en 1057 el arzobispo Gervasio lo llamase para hacerle director de aquella escuela, cargo que desempeñó con brillantez durante casi veinte años. D e entonces datan los pocos escritos qu'e de él conservamos: Expositio in psaímos1B. U n o de sus1 discípulos fué el futuro Urbano II; y otro, San Hugo, obispo d e Grenoble. A la muerte d e Gervasio, habiendo conseguido aquella sede por medios simoníacos el obispo M a nases de Gournay, no perdió Bruno su posición, sino qu'e la mejoró con la cancillería del arzobispado, pero el nuevo arzobispo seguía negociando simoníacamente con los beneficios eclesiásticos, por lo cual el íntegro canciller y .maestrescuela se le opuso con energía y respeto, denunciándole ante el sínodo de Autún (1077). El obispo le desposeyó de su cargo. También Manases había sido depuesto por el sínodo d'e Autún, y aunque el papa Gregorio V I I lo rehabilitó, de nuevo el sínodo de Lyón volvió a deponerle, y poco después, en 1080, el pontífice confirmó esta sentencia. Pudo entonces San Bruno retornar a su puesto, pero al ver que el sucesor de Manases entraba simoníacamente, disgustado del mundo tomó la resolución d e consagrarse totalmente a Dios, retirándos'e a la soledad. En el siglo xin se formó la leyenda de que, hallándose él santo en París, en los funerales de un celebérrimo doctor d'e aquella Universidad, alzó el difunto su cabeza del ataúd y gritó con espanto d e la multitud: " P o r justo juicio d e Dios, estoy . ™ Están en ML 152, 637-1420. Fuera de esto no se conservan ;; de San Bruno más que unos insignificantes versos latinos del , tiempo de sus estudios y dos breves cartas. La Expositio in •Epist. S. Pauli no es de Bruno. Cf. A. LANDGRAF, Einführung ip.••.'• die Gesohichle der theol. Literatur (Ratisbona 194?) p. 93,
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condenado en el infierno". Decíase que esto había sucedido tres días consecutivos y que tal había sido' la causa de que Bruno renunciase a la ciencia y a las dignidades. D e esta leyenda se apoderaron los hagiegrafos noveleros y también los poetas, ent r e los que sobresale el alemán Jacobo Bidermann, S. I., con su impresionante drama latino Cenodoxus. Después d e pasar algún tiempo con San Roberto, fundador de los cisterci'enses, en Molesme, se retiró con dos discípulos al próximo lugar de Séche-Fontaine. Luego, buscando mayor soledad, se trasladó con seis compañeros, entre ellos el Beato Landuino de Lucca, a Grenoble. Pidió al obispo ,un lugar a propósito, y San Hugo le s'eñaló un valle cercado d e peñascales, que se llamaba la Chartreuse (Carthusia, Cartuja), a tres horas de Grenoble, en las montañas del Delfinado. Allí surgió, en 1084, la primera Cartuja, la Gran Cartuja, que en un principio se reducía a un oratorio dedicado a N u e s tra Señora d e Casalibus {o dei las Cabanas), alusión a las cabanas o chozas en que vivían como ermitaños. Continua era su oración y penitencia, manteniéndose del trabajo de sus manos en 'el campo y de un rebaño que poseían. Tres días a la semana ayunaban a pan y agua. Sólo para el rezo del Oficio divino reuníanse en el oratorio, y los domingos también se juntaban en la mesa, pero en silencio. E l saludo, cuando se encontraban, era: Memento morí. Aquella dulce paz contemplativa fué interrumpida por el llamamiento de Urbano II, a fines de 1089. Quería el p a p a tener junto a sí a su maestro Bruno, y éste tuvo que obedecer. D e jando a Landuino como superior de la Cartuja, se puso, en camino para Roma ten la primavera de 1090. Por más que Urbano II le concedió la iglesia d e San CiriaCO', junto a las termas de Diocleciano, Bruno se encontraba fuera d e su ambiente en la Ciudad Eterna. Por eso, cuando huyendo d e Enrique I V viajaba con el papa por la Italia meridional, rogó a éste le permitiese quedarse en aquellos parajes solitarios, tan amados y frecuentados d e anacoretas. Accedió el Romano Pontífice. Bruno entonces se dirigió al conde Roger, hijo de Roberto Guiscardo, el cual le encaminó a su tío., llamado igualmente Roger, conquistador de Sicilia y señor d e la Apulia y la Calabria. Este príncipe normando s e hizo muy amigo de San Bruno y le concedió unos terrenos yermos, que se decían la Torre (1091), cenca de Squillace. La fama del santo y de sus ermitaños atrajo a otros muchos, de suerte que hacia 1098 fué necesario fundar otro eremitorio cercano, el de San Stéfano in Bosco, y en 1099 el d e Santiago de Mentauro, donación del conde Roger. San Bruno, que n o pretendía fundar otra nueva Orden monástica, no impuso a sus s'eguidores Regla alguna. M u r i ó en la Torre el 6 d e octubre de 1101. Su culto no fué aprobado has-
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ta 1514 por León X. y en 1623 Gregorio V I I lo extendió a toda la Iglesia 20. 2. La Regla cartujana,—Ln Orden de San Bruno es demasiado áspera y humilde para que se extienda y dilate mucho por tel mundo. Las* cartujas, más que a puertos de refugio para los náufragos de la vida, deben compararse a islotes enhiestos,., imperturbables entre las olas del siglo. En 1300 eran 63, pero en los cien años siguientes, tan turbulentos, ste fundaron muchísimas, una por año; después van disminuyendo. Ajustándose a los recuerdos del fundador y a las usanzas practicadas desde el principio, el cuarto prior de la G r a n Cartuja, Guido o Guigues, redactó en 1127 las Consuetudines*1, impuestas a toda la Orden por el capítulo de 1142 y completadas luego por otros capítulos generales. Esas han venido a ser su Regla. Los cartujanos son una mezcla de cenobitas y de ermitaños. Eremíticamente viven 'en departamentos individuales e independientes, con su celda de estudio y oración, su obrador o taller de trabajo, su depósito de carbón y leña y unas brazas de tierra d e cultivo. Cenobíticamente se reúnen en el coro para el rezo largo y solemne de maitines y laudes a media noche, para la misa conventual y para vísperas (las demás horas las rezan en privado); júntanse también en lá mesa los días festivos1, aunque en silencio; y en recreación común los días que l o permite la Regla. Los hermanos legos viven en comunidad, bajo la dirección d'el padre procurador. Su liturgia sencilla, austera, desnuda de elementos decorativos y musicales, data del siglo xin y es particularmente original en los maitines y en vísperas. El cartujo reza además el Oficio d e la Virgfen diariamente y el de difuntos, a excepción de ciertas festividades. Al morir es enterrado sin más ataúd que sus propios hábitos; sólo una cruz de madera, sin nombre, se coloca sobre la sepultura. Porque la vida del cartujo es dura, no se admite en ella a quien no haya cumplido los veinte años, edad militar, como dicen las Consuetudines, para luchar en estos campamentos de Dios contra los enemigos del alma. Nunca prueban la carne. Ayunan a pan y agua, poco más o menos como los cistercienses. D e todas las Ordenes medievales es la única que nunca ha *° H. LÜBEI,, Der Stifter des Karthttuserordens, der heilige Bruno aus Koln (Münster 1899) con estudio crítico de las fuentes; B. BADMAN, Les Chartreux (París 1929); F. LEFÉBRE, Saint Brunon et l'Ordre des Chartreux (2 vols., París 1883); X, La Cartuja, San Bruno y sus hijos (Barcelona 1933). 11 Q-uigonis Prioris Carthusiae consuetudines: ML 153, 635760; Statuta ordínis Garthus., en HOLSTENIUS II, 310-42.
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necesitado reforma: "Carthusia nunquam reformara, quia nunquam deformata". Cada monasterio es independiente y autónomo, dependiendo tan sólo del capítulo general, qu'e se reúne cada año en la Gran Cartuja de Grenoble. El prior de ésta es también prior general de toda la Orden, preside los capítulos, asistido por sus ocho definidores, y nombra cada dos años visitadores, que hacen la visita canónica de las cartujas. Desde" 1147 ha}' también cartujas para mujeres, fundadas bajo la dirección del Beato Juan de España {y 1160) y d e San Anselmo (f 1178)., séptimo prior de la Cartuja y luego obispo de Belley 22 . III.
CANÓNIGOS REGULARES
1. La Orden Blanca Premonstratense»—Otro fundador alemán de habito blanco nos sale al paso en los primeros decenios del siglo xn. M á s qu'e a San Bruno, su celosa predicación y su actividad reformatoria le asemejan a S a n Bernardo. E r a un canónigo noble de la comitiva de Enrique V , que en 1111 acompañaba al emperador en su viaje hacia la Ciudad Eterna y presenciaba el asedio y la prisión del papa Pascual II en la basílica Vaticana. Se llamaba Norberto, natural de Xanten (Renania) y llevaba una vida áulica y mundana, cuando un día de 1114 le sorprendió una tormenta en los caminos de Westfalia; espantado el caballo por un rayo que cayó delante, echó al jinete a * tierra. Norberto prometió cambiar d e vida. E n efecto, poco después se r'etiraba a la abadía de Siegburg para prepararse ensoledad y penitencia a recibir la ordenación sacerdotal, que le fué conferida en Colonia el 17 de abril de 1115. El día de su primera misa habló a sus colegas, los canónigos de Xanten, conjurándolos a í'eformar la vida. N o coinsiguió nada. Sus predicaciones n o hicieron sino exacerbar los ánimos. Ante el sínodo de Pritzlar (1118) le acusaron de llevar hábito monacal, no siendo monje, y de predicar sin autorización. El supo reivindicar su derecho, pero se persuadió que no debía continuar en aquel país. Renunció a su canonjía en manos del obispo, vendió sus bienes para dar su producto a los pobres, y reservando para sí diez marcos d e plata y una caballería, se puso en camino hacia el sur de Francia. E n noviembre de 1118 se entrevistó en Saint-Gilíes con el papa Gelasio II, el cual, después de oír su confesión general, le concedió plenos poderes para predicar en cualquier parte del mundo. Desde aquel momento empieza su carrera apostólica, incansable, de predicador itinerante. n
Sobre los hombres ilustres y otras particularidades de la
Cartuja, cf. HBIMBTTCHER, Die Orden I, 376-391; T. PBTREIUS., Bi-
oliotheca Carthusianá DTC.
(Colonia 1619); S.
AUTORH,
Chartreux, en.
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A compartir sus fatigas y sus privaciones se le juntaron compañeros, que serán, los fundamentos de la naciente Orden religiosa, entre ellos Hugo de Fosses, capellán del obispo, d e Laón. E n el sínodo d e Reims (1119), el nuevo' papa Calixto II le renovó los poderes. Propusiéronle la reforma de los canónigos de San Martín de Laón y la intentó sin resultado. U n bello relato encontramos en todas las biografías del santo y en la tradición más antigua de sus discípulos. Norberto se hallaba en el norte de Francia, en un valle selvoso de las cercanías d e Laón que se decía Coucy, junto, a una capilla en ruinas. Después de una noobe pasada en oración tuvo un sueño profético, en que le pareció contemplar un grupo de monjes vestidos de blanco con cruces y cirios, cantando en torno d e la capilla. Entendiendo l a voluntad d'e Dios, pidió al obispo le permitiera construir un monasterio en aquel sitio que en la visión se le había "pre-mostrado" (praemonstvatum). Se avino a ello el obispo gustosísimo, y consagró la restaurada capilla. Con trece compañeros!, entre los cuales se contaba Hugo d e Fosses y San Evermod, futuro obispo d e Ratzeburgo, organizó San Norberto la vida comiún en la más edificante pobreza. C o menzaron a llamarse los "premonstratenses", y puede decirse que desde 1120 una nueva Orden había nacido en la Iglesia, por más que la primera intención del fundador n o era sino reformar la vida canónica d e los cabildos y formar un clero se•lecto. 2. Apostolado de San Norberto,—Sin cuidarse mucho de la naciente institución, salió a predicar por diversas provincias, rivalizando en fervor apostólico, en fama d e taumaturgo y en frutos d e conversión con San Roberto de Arbrissel y con San Bernardo. Al regresar en la Navidad de 1121 a sus "premonstratenses", traía consigo nada ¡menos que cuarenta clérigos y un número mayor de legos, dispuestos a seguir sus normas y ejemplos. Los ataques de Ruperto de Deutz y de otros monjes contra la nueva Orden clerical no le impidieron a ésta crecer y multi-.' plicarse d e un modo sorprendente. Norberto estaba dotado de un carácter enérgico, indomable y d e talento organizador. Sus pies d e misionero recorrieron los caminos d e Francia, d e Bélgica y de Alemania. E n unión de San Ev'ermod predicó fructuosamente en Amberes el año 1124 contra Tanquelino, hereje, semiloco, que rechazaba la validez de los sacramentos adminis-; trados por sacerdotes indignos, y viviendo él en el lujo y l a ' lujuria, se nombraba hijo de Dios, esposo de la Virgen y lleno' de la virtud del Espíritu Santo 3 3 . E n la liturgia de la Orden se, - Vita Norberti c. 16, en MGH, Script 12, 690; I. DOELLINGBB/: Beitraege zur SeTctengeschichte des Mittelalters (2 vols., Municn, 1890) I, 104-110. •••-'•• '
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perpetuó este triunfo sobre la herejía el t'ercer domingo después de Pentecostés, Por el mismo tiempo se pone d e parte del abad de Claraval, su amigo, en la lucha contra Abelardo. E n la Dieta de Spira (1126) Norberto es elevado, contra su voluntad, a la sede archiepiscopal de Magdeburgo. El sermón con que se despidió de sus discípulos d e la comunidad premonstratense, exhortándolos a las virtudes esenciales del religioso, h a quedado como uno d e sus mejores documentos espirituales. Como arzobispo, pudo San Norberto actuar con más autoridad y eficacia en la reforma d e los canónigos y del clero, conforme al ideal de su vida. La colegiata d e Sania M a r í a de Magdeburgo la transformó en monasterio premonstratense, con t e rrible oposición d e los canónigos y de la ciudad. Combatió lá simonía e inmoralidad del clero tanto como las intrusiones d e los principes en los asuntos eclesiásticos. Participó en los sínodos de Wurzburgo (1127 y 1130), Lieja y Reims (1131). E n este último s'e pronunció en favor de Inocencio II, lo mismo que San Bernardo, y con el abad d e Claraval acompañó al emperador Lotario II en su viaje a Roma p a r a reponer a Inocencio en el trono de San Pedro. Con poderes d'e metropolitano, que se extendían teóricamente sobre toda Polonia, retornó a Magdeburgo. en la Cuaresma d'e 1134 y murió el 6 de junio, venerado d e todos como santo. Sin embargo, no fué canonizado hasta 1582. 3. Expansión de los canónigos premonstratenses,—La O r den fundada por San Norberto n o es d e monjes, sino d e canónigos regulares. El programa primitivo del santo n o precisaba, ni bajaba a muchos detalles. Sólo s'e trataba de que sus discípulos se santificasen en vida de comunidad, hermanando la vida contemplativa con la actividad apostólica. Las mismas ausencias d e Norberto impedían la organización minuciosa, y la Regla que impuso no< fué otra que la llamada Regla d e San Agustín, tan general y vaga, qu'e puede ser adoptada por institutos religiosos de muy diverso carácter. Se debió al Beato Hugo d e Fosses (f 1164), primer discípulo y sucesor del fundador, el encuadrar la naciente Orden dentro d e un marco más estrictamente monástico, tomándoles prestadas n o pocas cosas a las Consuetudines Cistercienses, como puede verse en los primeros estatutos 3A. E s propio d e los premonstratenses—y significó entonces una innovación—fel regentar parroquias y dedicarse a otras variadas formas de apostolado activo. Sus abadías gozan de un' régimen de independencia semejante a los cistercienses, con sujeción al poder central, que está en manos del capítulo general, integrado por * R. VAN WAEFELGHEM, Les premiers statuts de l'ordre fyémontré, en "Analectes de l'Ordre de Pvémonté" 9 (1913)..
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todos los abades. El de Príémontré posee el título de abad general, con escasos poderes. f La expansión de la Orden premonstraten.se o norbertina fué increíblemente rápida, semejante en esto también a la de San Bernardo. Y las causas no fueron muy distintas. E n primer lugar, hay que poner la personalidad reformadora de San Norberto, de santidad impresionante y de palabra ardorosa, a quien profesaban alta veneración los papas y los príncipes alemanes. El mismo carácter apostólico del nuevo instituto con sus ministerios parroquiales contribuyeron a darle popularidad. En fin, San Norberto, como San Bernardo, era devotísimo de la Madre de Dios, y la propagación de este culto atraía a sus claustros numerosísimas vocacion'es. Sabido es que los premonstratenses, desde el principio de la Orden hasta nuestros, días, juntan al. Oficio divino en el coro el rezo del Oficio de Nuestra Señora. Con razón escribía fel autor de la Continuatio Praemonscra- •; tensis, relatando los hechos del año 1131: "Por estos-años la Orden canónica de los premonstratenses y la monástica de los cistercienses, como dos olivos en la presencia del Señor, suministraban al mundo la lumbre de la piedad y la grosura de la devoción, y como vides fructuosas propagaban por doquiera los sarmientos de la religión" 25 . Cuando se celebró en 1137 el primer capítulo general en \ Prémontré, se contaban más de 120 monasterios. Multiplicáronse rápidamente por Francia, Países Bajos y, sobre todo, por los territorios alemanes. D e 1130 data la famosa abadía de •' Tongerloo. Ese mismo año' entran en Hungría por voluntad dtel rey Esteban II. Las fundaciones italianas empiezan por Tori, en 1133. Dos nobles castellanos, Sancho de Ansúrez y Domin-A go Gómez de Candespina, arrebatados por la santidad y pala- ; bras de Norberto, profesaron en Laón, de donde vinieron a España en 1143, para fundar el primero la abadía de Retuerta' 1 y el segundo el monasterio de la Vid, sobre el Duero. Poco; después se fundaba en Portugal la abadía de San Vicente, jun-*: to a Lisboa (1147). Para entonces había ya por lo menos tres fundaciones pi&-'l monstratenses en Palestina, y otras muchas iban surgiendo eni Polonia, Escandinavia, Inglaterra, etc., tanto que 'en 1230 s¿:¡! contaban alrededor de 1.000 y al mediar el siqlo xiv cercaí de 1.700. •"•/ Grandes fueron sus méritos en la evangelización de los wenfí dos y de los eston'es; en la defensa de la fe centra los herejes^ en la devoción a la Santísima Virgen y a la Eucaristía; en H ciencia sagrada y en la reforma del clero parroquial. Qo?itínuqtio Praen\pnstratensis,
en MGH, Script, 6, 450.
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El instituto de los premonstratenses influyó en Santo D o mingo de Guzmán y en su Orden d'e Predicadores. San Norberto recibió también mujeres bajo su Regla, y es digno de notarse que fué el primero que fundó una Orden tercera para seglarfes, que se comprometen a guardar ciertos estatutos y llevan bajo el traje civil un pequeño escapulario blanco 2 6 . 4. La Orden de la Santísima TrinidacL—Entre los canóni- •• gos regulares de San Agustín cuajaron muy diversas formas de vida; una de ellas, la de los trinitarios. Fué su fundador un provenzal, San Juan de M a t a (1160-1213). Estudió artes y feología en París en los años en que se organizaba aquella célebre Universidad, que todavía no tenía el nombre de tal, si bien sus escuelas de artes en Santa Genoveva y las de teología en Notre . Dame eran las más renombradas de Europa. Ordenado de sacerdote, celebró su primera misa en París el 28 de enero de 1193. Dícese qu'e entonces le reveló el Señor la primera idea de la Orden que había de fundar, con la visión de un ángel vestido de blanco y una cruz azul y roja sobre el pecho, que ponía su manó sobre unos esclavos encadenados. Retirado a la soledad, se fencontró con un anciano sacerdote que llevaba vida de anacoreta y se llamaba Félix de Valois 557 . Nieblas de leyenda flotan sobre estas figuras. Muchas veefes había oído Juan de Mata, desde su juventud en el puerto de Marsella, la dura suerte y los peligros para el alma que corrían los cristianos cautivos en África. Unido ahora con Félix de Valois, determinaron ambos, después de tres años de meditaciones, consagrarse a la liberación y rescate de esos cautivos. A fin de roclutar seguidores de la misma vocación, redactó San Juan de M a t a una Regla, a base de la de San Agustín, y la presentó al papa Inocencio III, quien la aprobó en-1198, poniendo a la nueva Ord'en bajo la protección de la Santísima Trinidad: "Ordo SS. Trinitatis de redemptione captivorum" M . M F. PETIT, L'Ordre de. Prémontré (París 1927), y B. GRASILL, l)ie Pramontitratenser-Orden, en "Analecta Praemonstratensia" 10 (1934). Para los varones ilustres de la Orden, L. GOOVAERTS, JScrivains, artistes et savants de l'Ordre de Prémontré (4 vols., Bruselas 1900-1911); J. IJS PAIGE, Bibliotheca Praemonstratensis (2 vols., París 1633). * Por el apellido de Valois se le quiso emparentar con la familia real de Francia, pero no consta tal parentesco. Sobre San Félix (1127-1212) puede consultarse CALIXTB DE LA PROVIDBNCE, Vie de Saint Félix de Valois (París 1878), y especialmente ANTONIO DE LA ASUNCIÓN, Les origines de l'Ordre de la Tres Saint Triníté, d'aprés les documents (Roma 1925). 26 N. SCHUMACIIER, Der heílige Johannes von Matna (Klosterneuburg 1936); P. DESLANDRES, L'Ordre des Trinitaires pour le •rachat des oaptifs (2 vols., París 1903). Muchas noticias pueden sacarse de los antiguos cronistas: DOMINGO LÓPEZ, Noticias históricas . de las tres provincias del Orden de la Santísima Trinidad, rej dención de cautivos en Inqlalerta, Escocia y Hioernia (Madrid
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Debían llevar hábito blanco, con una cruz azul y encarnada cosida al pecho y manto negro. El régimen de vida era de gran austeridad y abstinencia. Comprometíanse a trabajar 'en la redención de los cautivos, empleando en ello un tercio d e sus bienes, todo lo que recogiesen en sus postulaciones de limosnas a este fin y, si era preciso, su propia libertad individual, quedándose en cautiverio por los que d e otro modo' n o .pudiesen redimir. Vueltos a Francia ambos fundadores, el uno de ellos, San Félix de Valois, se entretuvo en la fundación del •primer convento y casa matriz de la Orden, Cerfroid (diócesis d e Meaux), mientras Juan de Mata preparaba, la primera expedición al norte de África, en 1199. Por una comisión especial que le encargó el papa, no le fué posible incorporarse a los misioneros (Juan f Anglik y Guillermo Scot), que obtuvieron un éxito rotundo: regresaron con nada menos que 186 cristianos libertados de las mazmorras berberiscas. Esta obra difícil, a veces heroica, de beneficencia y misericordia, hizo a los trinitarios; sumamente simpáticos y venerados en aqu'ella sociedad medieval, tan expuesta por lo peregrinante y guerreadora a caer en triste cautiverio de los musulmanes. Fué notable la difusión de la Orden en Inglaterra. E n Francia ya se supone, y también en España, donde el contacto con los sarracenos era mayor. San Juan de M a t a vino a la Península y fundó, en 1201, en Aviñana (Lérida) el convento de Nuestra Señora d e los Angeles, que más adelante, en 1236, había de pasar a la fama femenina, O' segunda Orden de Trinitarias, de estrictísima clausiura, cuando ingresaron en él doña Constanza, infanta de Aragón, y su hermana doña Sancha '29. >., En Francia los trinitarios eran llamados maturinos, porque su primer convento de París se alzaba junto a la antigua y bien conocida iglesia de San Maturino. Allí murió San Félix de Valois en 1212. Al año siguiente fallecía en Roma San Juan de Mata, después de haber padecido hartas penalidades, 'especialmente en su segundo viaje a Túnez en 1210. Los trinitarios levantaron también "casas de misericordia" para hospedar a los que, obtenida la libertad, se encontraban totalmente desamparados. ,Se dedicaron con igual fervor al cuidado de los 'enfermos en los hospitales y n o descuidaban la cura de almas ni las misiones de infieles. Realizaron admirables obras 1714); DIEGO DE LA MADRE DE DIOS, De la crónica de los Padres
Descalzos de la Santísima
Trinidad
(Madrid 1652), continuado \
por ALEJANDRO .DE LA MADRE DE DIOS y por LUCAS DE LA PURIFI- .' CACIÓN. 28
.
'
Doña Constanza (f 1252), hija de Pedro II de Aragón, pasa y por la fundadora de las Trinitarias. Cf. ANTONIO DE LA ASUN- '•'-, cióN, Historia docv,mentada del convento de Avinyana (Roma j,
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de caridad y de heroísmo, sobre todo en Argel y Túnez, pero también en Constantinopla y Egipto y aun en la lejana Tartaria, r'escatando prisioneros, alentando a los que quedaban, convirtiendo a muchos renegados y apóstatas, fundando hospitales, donde cuidaban de los apestados; entregándose en rehenes o definitivamente para libertar a otros y sacrificando muchas veces su vida en aras de la caridad. Calcúlase que 'hasta el siglo xvm habían rescatado más de 500.000 cristianos. España y el mundo nunca les agradecerán bastante a fray Antonio d e la Bella y fray Juan Gil el haber rescatado en Argel, el 19 de septiembre d'e 1580, por una suma de 500 escudos, al príncipe de las letras españolas. D e la Orden de la Merced, fundada en España con fines casi • idénticos a los d e los trinitarios, diremos algunas palabras al tratar de las Ordenes de carácter caballeresco*. 5. La Regla de San Agustín.—No vamos a hablar ahora de la Orden de Ermitaños de San Agustín, d e la que trataremos en el capítulo siguiente, sino de aquellas congregaciones que t o maron por fundamento la Regla del santo Obispo d e Hipona, y cuyos miembros se designan por el nombre de "canónigos regulares de San Agustín". Hemos trazado un breve cuadro d e los premonstratenses y de los trinitarios, que son los que mostraron vitalidad más pujante y caracteres más específicos. Fijémonos ahora en aquel bullir y pulular de colegiatas y otras comunidades d e canónigos regulares, que en infinito número van apareciendo dondequiera desde la segunda mitad del siglo XI hasta los comienzos del xm. Empecemos por advertir que San Agustín n o fué, en sentido estricto, fundador de ninguna Orden religiosa. Nunca pensó en ello ni escribió una Regla o unas Constituciones de las que bastan para dar forma y carácter a alguna institución duradera. Pero sí dejó algunos escritos, que fueron como el germen y el núcleo d e Reglas y Constituciones monásticas posteriores; en primer lugar, la conocida carta a su hermana y a las monjas que con ella vivían, carta que, con la supresión de las primeras líneas, se transformó en lo que después recibió el título de Regula Sancti Augu.stiniao. " Epist. 211: ML 33, 958-965. Comparar con la Regula ad servos Dei: ML 32, 1378-1384; CSEL 57, 359-371. Esa carta puede y de hecho suele dividirse en doce capitulitos: 1. De la caridad de Dios y del prójimo.—2. De la humildad.—3. De la oración y el Oficio divino.—4. De los ayunos y abstinencias.—5. De la compasión hacia los enfermos.—6. Del hábito exterior y modestia.— 7 > De la corrección fraterna.—8. De la pobreza.—9. De la limpieza del cuerpo y de los vestidos.—10. Del pedir perdón por las faltas.— U. De la obediencia al prepósito.—12. De la observancia y lectura de esta Regla. Sobre la Regla de San Agustín véase el estudio crítico del P . MANDONNET, Saint Dominique, Wdeé, l'Uomme, l'oeuw e (París 1938) II, 103-162, y L. CILLERUELO, O. S. A., El monacato <*e San Agustín y su Regla (Valladolid 1947).
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Añádanse los dos sermones D e vita et moribus clericorutn suotum y las Enavrationes super psalmum 132 31 . San Agustín nos dejó, además, su ejemplo de vida ascética en comunidad con sus clérigos, descrita por su discípulo P o sidio. Y el ejemplo actuó tanto como la Regla. Con el decaer de la vida común d'e los cabildos catedralicios coincide el afán de otros clérigos por consagrarse y vivir comunitariamente bajo un canon o regia. Nacen los canónigos regulares. Y esa Regla es en todas partes, casi sin excepción, desde el siglo XI, la de San Agustín 3 2 . Se asemejan a los antiguos canónigos, organizados por San Crodegando y por el sínodo de Aquisgrán del 816, en que viven en comunidad, cantan en el coro el Oficio divino y no se sustraen a la jurisdicción del obispo. Se diferencian de aquéllos en que profesan pobreza, es decir, no. pueden individualmente poseer bienes ni disponer de ellos sin permiso del superior, al cual prestan obediencia. Debióse este gran movimiento canonical en gran parte a la reforma gregoriana, que así como hizo triunfar en el clero sfecular la ley del celibato, siempre esencial de todo monaquisino, así también impulsó a los clérigos a acercarse más y más a la vida de los monjes. ¿No abogaba San Pedro Dainiani por que todos los clérigos en absoluto profesasen vida monástica? 83 D e hecho vemos que desde el siglo xi surgen canónigos regulares en todos los países, al principio sin vínculos de unión corporativa, aun tratándose de las filiales respecto de las fundaciones; después, sí, con verdadera dependencia/ en forma de congregaciones. Enumeraremos las de alguna importancia 8 4
denó que fuesen sustituidos en la basílica de L'etrán por canónigos seculares. 2. Conocidísima fué en España y Francia la Congregación de San Rufo, iniciada en Avignon por cuatro canónigos, que al abandonar sus colegas la vida romíín quisieron ellos conservarla en la iglesia d'e San Rufo (1039). En 1130 contaba más de 30 abadías y de 80 prioratos. La iglesia de San Adrián de Barcelona se les adhirió en 1086, y de aquí salió San Oleqario u Olaguer para ser abad de San Rufo. Al ser nombrado arzobispo de Tarragona, introdujo esa Regla 'en aquella sede y la propagó a otras partes. 3. La Congregación de Santa Cruz surgió en Coímbra, a imitación de la de San R.ufo, hacia 1132, por obra de un archidiácono de la catedral. Entre los " c r u d o s " (así se llamaban) fiquró San Antonio de Padua, o de Lisboa, antes de seguir al Poverello de Asís. 4. Los canónigos del Santo Sepulcro, o "sepulcrinos" (Fratres cruciferi sancti sepulcrí Hierosolumitani), nacen en Terusalén en 1114, bajo el patriarca Arnulfo de Rohes, y se extienden por Occidente después d e la caída de Jerusalén {1187), atendiendo a hospitales para peregrinos. E n 1489 se unieron con los Hospitalarios de San Juan. 5. La Conqregación de San Víctor, fundada en 1110 por Guillermo de Champeaux en un monasterio de las cercanías de París, consagrado al mártir San Víctor d e Marsella, se hizo célebre por sus grandes teólogos y místicos Hugo v Ricardo de San Víctor y por el poeta y liturgista Adán {f 1192). E n 1148 la famosa abadía parisiense de Santa Genoveva, en la que había canónigos regulares desde 1059, fué reformada por los Victorinos. 6. Los cruciferos (Ordo Sanctae crucis) existían en diversas naciones baio distintas formas: a) la rama italiana, fundada por Alejandro II en 1119 y cuya casa madre estaba en Bolonia; b) la de los Países Bajos, fundada por T e o d o r o de Celles (1166-1236) cerca de Huy; c) la de Bohemia, nacida eri Praga de una hermandad de hospitalarios y aprobada canónicamente en 1235 (Crucigeri cum rúbea stella); d) y la de Polonia, de mediados del siglo xin, cuyos miembros ostentaban un corazón rojo cosido al escapulario, y cuyo monasterio principal era San Marcos de Cracovia. 7. Los gilbertinos deben su origen a San Gilberto de Semprimgham (f 1189), en Inglaterra 8 5 . 8. Los hospitalarios del Espíritu Santo, procedentes de Montpellier (1195), se extendieron por Francia, Inglaterra, E s Paña, Italia, Alemania y Hungría; Inocencio III les tenconlehdó
6. Congregaciones de canónigos regulares agustinos.—1. Los antiguos canónigos lateranenses, o de San Salvador de Detrán, parece que recibieron la Regla de San Agustín bajo Alejandro II (1061-1073). Por la fama de aquella basílica —la catedral del papa—y por los privilegios de que gozaba, se extendiéronlos canónigos lateranenses a otras provincias y países, conservando el nombre aun después que Bonifacio VIII en 1299 or31 Sermones 355 y 356, en ML 39, 1568-1581; Enarrationes in psalm. 132 (sobre los monjes) en ML 37, 1729-1736. 32 Quien más clara y documentalmente expone este proceso y diferenciación del clero secular y regular es el P. L. HERTLINQ, Kanoniker, Augustinusregel und Augustinusorden en "Zeitschrift für 33katbol. Theologle" 54 (1930) 335-359. Por ejemplo, en su tratado De communi vita canonicorum:
M L34 145, 503-512.
Seguimos a
HEIMBUCHER,
Die Orden nmd
Kongregationen
t. 1, 409-432, donde podrá e n c o n t r a r el que la desee a b u n d a n t e bibliografía sobre cada Congregación. Según M a n d o n n e t II, 113, l a Kegla que adoptaron las p r i m e r a s comunidades de Canónigos fué' la llamada Disciplina monasterii, brevísima (ML 32, 1449-52), falsamente a t r i b u i d a a San Agustín.
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* Regulae GiTbertinorum- canonicorum, en
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HOLSTBNIUS,
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el grao Hospital romano del Borgo Sto. Soirito' (Santo Spirito in Sassia), que luego, separado de Montpellier, fué el centro de los hospitales de Italia, Alemania e Inglaterra. 9. La Congregación de San Mauricio (St. Maurice d'Agaune)', en Suiza,' se organizó, por voluntad del conde Amadeo III de Saboya, en tiempo de Honorio III (1124-1130). Aquella abadía era entonces de canónigos seculares. 10. Los canónigos o "monjes de San Bernardo", en Suiza, deben su nombre y origen a San Bernardo de Menthon (f 1081); tenía hospicios en diversos pasos de los Alpes. 11. La Congregación de Marbach (junto a Colmar)' data de 1094; su Regla, redactada probablemente por Manegoldo de Laitembach, fué adoptada por otras fundaciones alemanas. 12. Hildemaro y Roger de Tournaí, con el futuro cardenal Kuno de Praeneste, fundaron en Arrouaise, del obispado de Arras, la Congregación de Arrusia hacia 1090. 13. La Congregación de San Marcos fué instituida en 1194 por Alberto Spinola de Mantua. 14. La Congregación de la Madre del Puerto (Conoregatio Portuensis), en Ravena, fué creación de Pedro de Honestis (t 1 H 9 ) . 15. Los canónigos de San Eloy, en León, se dedicaban al servicio de los peregrinos en hospitales, lo mismo que los que instituyó San Juan de Ortega antes de 1128 en la iglesia de San Nicolás d e Ortega. Los leones'es se fundieron con los Caballeros de la Orden de Santiago hacia 1170 8 ' 6 .
CAPITULO Las cuatro
grandes
Ordenes
XII mendicantes
*
U n a nueva forma de vida monástica aparece providencialmente en la Iglesia al alborear el siglo XIII, fes decir, cuando la burguesía empieza a triunfar sobre el feudalismo, alterando proM En León existían otros canónigos regulares agustinianos en la iglesia de San Marcelo y en el monasterio de San Isidoro; los' de San Marcelo fueron sustituidos por canónigos seculares en tiempo del obispo Manrique (1181-1205) cuando entre ellos estaba el insigne taumaturgo y escritor San Martín. Véase A. VIÍUYO, San Martín de León y su apologética antijudía (Madrid 1948) p. 34 y 233-237. * FUENTES.—Para el estudio de Santo Domingo y su Orden recomendamos la obra publicada en la "Biblioteca) AXuiores) CÁrlstianos) por los PP. Miguel Gelabert, José María Milagro y José María de Garganta, O. P., bajo el título Santo Domingo de Guarnan visto por sus contemporáneos (Orígenes de la Orden ae Predicadores, por el Beato Jordán de Sajonia. Proceso de canonización, Biografías del Santo, por Pedro Ferrando - y Cons-
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fundamente la organización social y las costumbres del hombre europeo; cuando el Pontificado, en su gobierno cada día más centralizado, necesita instrumentos más dúctiles y adecuados a Ja tarea enorme y difícil que se le presenta; cuando el racionatantino de Orvieto. Relación de la Beata Cecilia. Vidas de los Frailes Predicadores. Obra literaria de Santo Domingo. Reconstrucción física de su figura). Iodos los documentos se dan traducidos literalmente al español; los escritos de Santo Domingo, también en su original latino. Muchos de esos documentos pueden consultarse, críticamente editados por Laurent, Walz, Scheeben, etc., en M(omtmenía) Oirdinis) Viraedicatorum) H(isforica). También para San Francisco de Asís nos hemos valido, aunque no exclusivamente, de la edición de la BAC: San Francisco de Asís. Sus escritos. Las Florecillas. Biografías del Santo por Celano. San Buenaventura y los Tres compañeros. Espejo de perfección,edición de los PP. Juan R. de Legísima y Lino Gómez Cañedo, O. F. M. (Madrid 1949). El texto latino de los escritos del Santo y de otras fuentes primitivas puede verse en H. BOEHMER, Analelcten sur Geschichte des Franciscus von Assisi (Tubinga 1904). Los franciscanos de Quaracchi nos han dado magníficas ediciones de Opuscula Sancti Patris Francisci Assisiensis (Quaracchi 1904) y Legendae S. Francisci Assisiensis saec. XIII et XIV conscriptae, en "Analecta Franciscana" t. 10 (Quaracchi 1926-1941). Para los carmelitas, B. ZIMMERMAN, O. C. D., Monumenta histórica Carmelitana (Leríns 1907ss); el tomo 1 contiene la Regula Carmela., las Constituciones de 1324 y las Acta Capitulorum generalium desde 1327; F. RIBOT, Speculum Ordinis Carmelitarum, seu libri decem de institutionibus et particularibus gestis religiosorum Carmelitarum (Venecia 1507). Para los agustinos, L. BMPOLI, Bullarium Ord. Erem. S. A. ab Innocentio III usque ab Urbanum IV cum Catalogo Priorum, Capitulorum,, Procurat. General., etc. (Roma 16281; R. MAIOCCHIN-N. CASACCA, Codex diplomaticus Ord Erem. S. A. (Pavía 1907). BIBLIOGRAFÍA.—El primer estudio crítico que se hizo sobre Santo Domingo se debió a los Bolandistas, concretamente al P. Cuypers, en la primera mitad del siglo x v m : AASS augusti, I, día 4; aunque ya le había precedido en parte ECHARD, Scriptores O. F. P. Vino luego el P. MAMACHI, Annales Ordinis Praedicatorum vol. 1 (Roma 1756). Y en los tiempos modernos son tantos los historiadores que han estudiado detenidamente los orígenes de la Orden dominicana, que nos es imposible citar ni siquiera los principales. Véanse: P. M ANDONNBT-VICAIRE_, Saint Dominique, l'idée, l'homme et l'oeuvre (París 1938); H. SCHEEBEN, Der heilige Dominikus (Friburgo de Br. 1927); L. A. GETINO, Santo Domingo de Guzmán, prototipo del apóstol medieval (Madrid 1939); H. F E TITOT, Vida de Santo Domingo trad. del francés (Vergara 1931). Otras muchas en el tomo de la BAC arriba citado. Para las cuestiones generales, A. WALZ, Compendium Historiae Ordinis Praedicatorum (Roma 1930). La persona de San Francisco de Asís podemos decir que se puso de moda desde que el protestante Paul Sabatier publicó su Vie de Saint Frangois (París 1894), reeditada luego muchas veces. Nueve años antes veía la luz una obra de interés para el arte y la cultura, escrita por otro protestante, HENRY THODE, Franz von Assisi und die A'nfange der Runst der Renaissance im Italien (Berlín 1885). Acaso la biografía más conocida sea la del literato danés J. JOURGENSEN, Der heilige Frans af Assisi (Copenhague 1907), que supo juntar el encanto poético con la crítica de las fuentes y fué traducida a todas las len-
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lismo aristotélico, inficionado de averroísmo, comienza a cundir en las universidades, y nu'evas herejías de carácter revolucionario hacen estragos en el pueblo. Con el auge del comercio y de la industria se multiplican o^ se agrandan las ciudades y villas, en las que prosperan los gremios y en g*eneral la clase media, que empieza a figurar en la administración y en el gobierno al lado de los nobles. La fuerte masa social que se forma en los municipios abunda más o menos en riquezas, goza de un bienestar económico superior al dte • los antiguos colonos y siervos de la gleba, y ciertamente se afana más que sus padres por los intereses materiales, lo cual puede alejarle del Evangelio y de lo espiritual. La Iglesia no podía despreocuparse de ella. Es vterdad que por el mismo tiem- ' po se multiplican las parroquias rurales, focos de cristianización; pero los párrocos y vicarios no siempre tienen fuerza para atraer a todos los fieles, y esos sacerdotes de escasa formación' ni exponen ni saben exponer la doctrina cristiana. Por eso no se cuidan de la predicación, que tradicionalmente era incumbencia dte los obispos. Hasta ahora, los monjes les han suplido y ayudado con frecuencia, especialmente los cistercienses. Pero los monjes están lejos, en sus grandes monasterios solitarios. La nueva actividad de los premonstratenses no basta. La Providencia divina reserva para esta nueva época las Ordenes mendicantes. Al monje (monachus) que vive en la soledad campestre de su abadía—como un señor feudal en su fortaleza—consagrado a la liturgia y a la contemplación, sucede el fraile (frater), que mora y fraterniza con la gente del pueblo o de la ciudad, predicando, administrando los sacramentos, texguas; al español la tradujo Ramón de Tenreiro (Madrid 1916). La famosa novelista Emilia Pardo Bazán, asesorada del P. Pita, escribió con afecto su San Francisco de Asis (Madrid 1882); pero i la mejor biografía del Santo en español es la de Luis DE SARASOLA, San Francisco de Asís (Madrid 1929). Para los orígenes de la Orden, cf. H. HOLZAPFEL, Handbuch der Oeschichte des Franeiscanerordena (Friburgo de Br. 1909); existe una traducción la- i tina; es autor tendencioso en pro de los Observantes; J. B. LE- .; ZANA, Anales sacri prophetici et EUani Ordinis B. V. Mariae de Monte Carmelo (4 vols., Roma 1645-1665); ANDRÉS DB SAINTB MARIB, jL'Ordre
e his- .
toria de la santa Montaña (Madrid 1924); MELCHIOR DE SAINTE- I MARIEJ Carmel, en DHGE; O. PANVINIO, Chronicon seu commentarium rerum Augustiniani Ordinis (Roma 1550); A. RODRÍGUEZ* • La Ord*n agustiniana durante quince siglos (Pamplona 1927) y •} M. T. DISIER, Augustin (Premier Ordre dit de Saint), en D H G E , ; con copiosa bibliografía. Finalmente, la obra general d e ' con^. sulta para la historia de todas las Ordenes y Congregaciones ¿ religiosas, M. HBIMBUCHER; Dio Orden und Kongregationen der-<. katholischen Kirche (2 vols., Paderborn 1933). Otra más sencilla,- •.' pero muy útil y de Información segura por ser obra de diversos: ,;: especialistas, es la dirigida por MARIO ESCOBAR, Ordini e oon^ gregazionb religióse (Turín 1951).
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hortando, consolando, dando ejemplos de virtud. Y estos frailes populares pueden profesar pobreza, no sólo individual, sino c o munitariamente, y sus conventos renunciar a poseer bi'enes raíces y rentas, porque las villas y ciudades en que viven les pueden subvenir abundantemente con limosnas. Es la hora dte las O r d e nes mendicantes. Y estas Ordenes predican con el ejemplo y con la palabra el despego de las riquezas a una sociedad excitada por la codicia y por el afán de lucro. _, Por su misma constitución, más centralista y monárquica, pueden los mendicantes ponerse al servicio del papa, de un modo más universal y rápido, dondequiera que éste los quiera emplear, aun en los países más lejanos; y por §u educación intelectual en ambientes universitarios están preparados muchos de sus miembros para refutar los 'errores d e las herejías y para exponer científicamente los dogmas. T a n vario cometido lo han desempeñado en parte los cistercienses, pero no h a y duda que su vocación 'era otra. I.
ORDEN DE LOS PADRES PREDICADORES
1. Santo Domingo de Guzmán, canónigo regular de Osma» Los hombres del siglo xm, con inquietudes nuevas y con luces no conocidas hasta entonces, enredados y a en los graves problemas morales y filosóficos, que complicarán el siglo xiv y los siguientes, tenían qu'e ser atraídos a la verdad evangélica y católica por los caminos del corazón y por los de la inteligencia. Para lo primero, Dios hizo un regalo a su Iglesia en "el mínimo y dulce Francisco de Asís"; para lo segundo, le dio un hijo d e la meseta clara d'e Castilla. L'un fu tutto seráfico in ardor©; l'altro per sapienza in térra fue di cherubica luce uno splendore (Par. XI, 37-39). Después d e San Norberto, fundador d e los Canónigos R e gulares premonstratenses, se comprende mejor el paso de avance qu'e en la evolución del monacato significa Santo Domingo de Guzmán. Nació este gran español en Caleruega (obispado de Osma, provincia de Burgos) el año 1170, reinando en Castilla—en a quedla Castilla bastante europeizada y que "ejercía y a un papel hegemónico en la reconquista peninsular—el joven rey Alfonso VIII, el que dará a los moros el golpe definitivo' en la batalla d'e las N a v a s y creará en Palencia la primera universidad española. Los padres d e nuestro santo, Félix de Guzmán, señor de Caleruega, y Juana de Aza, venerada hoy como Beata, pusieron a l tercero de sus hijos el nombre d e Domingo*, ten honor d e
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Santo Domingo de Silos, taumaturgo- de mucha devoción en aquella comarca. Pronto florecieron bellas leyendas en torno al nacimiento del primogénito d'e los Guzmanes de Caleruega, como la de haber soñado su madre que en el seno llevaba un cachorro, portador de una antorcha encendida, con cuyas llamas, al salir del vientre materno, incendiaba al mundo, o la de hab'er aparecido una estrella sobre la frente del recién nacido. Tras la primera educación hogareña y las primeras enseñanzas de carácter eclesiástico, que recibió de un arcipreste tío suyo, pasó a estudiar las artes liberales en el Estudio—que todavía no era Universidad—de Palencia. "Después que creyó haber asimilado lo suficiente estos conocimientos-—escribe el prim'er biógrafo dominicano, Beato- Jordán de Sajonia—, dejando esta clase de estudios, como si temiese emplear con menos fruto la brevedad del tiempo, se entregó al estudio de la teología y empezó con ardor a saborear las divinas enseñanzas, más dulces a sus labios que panales de miel" x. Cuatro años d'edicó a la teología; a las artes no sabemos cuántos; los modernos historiadores suponen que seis, por más que las fuentes primitivas parecen indicar que abrevió aquellas disciplinas, que no le atraían tanto como las sagradas 2 . Hacia 1194 ó 1195, quizá cuando terminaba sus estudios, pues de su magisterio en Palencia no consta, "llegó su fama a oídos del obispo de Osma, quien, habiendo indagado diligentemente el fundamento de la misma, lo llamó para hacerlo canónigo regular de su iglesia" 8 . E r a obispo Martín de Bazán, quien poco antes- había reformado aquellos canónigos oxomenses, que vivían bajo la Regla de San Agustín. En 1201 aparece Domingo de Guzmán en un documento como superior del cabildo. Habiendo muerto en ese mismo año el obispo Martín, entró a sucederle en la sede episcopal el que hasta entonces era prior de los canónigos, Diego de Acebes. Por su caridad para el prójimo y por su celo de las almas, Domingo- despertaba la admiración de cuantos le trataban, n o menos que por su vida de austero ascetismo, para el que sacaba fuerzas de la oración y de la lectura de las Colaciones de Casiano. 1 Libellus de principiis Ordinis Praedioatorum c. 3; Santo Domingo de Guarnan. Su vida. Su Orden. Sus escritos: BAC, p. 165. Seguiremos generalmente esta edición española de la BAC (Madrid Í947). Sobre las escuelas de Palencia en aquel tiempo véase la crítica y documentada monografía de J. SAN MARTÍN La 2 antigua Universidad de Palencia (Madrid 1942). Véase PKDRO FERRANDO, Legenda sancti Dominici c. 4: Santo Domingo (BAC;, 339. 3 JORDÁN DE SAJONIA, De principiis Ordinis Praedioatorum c. 1'BAC 169. Sin embargo, parece cierto que^ya era canónigo cuando estudiaba en Palencia (BAC 65).
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2. Viaje a las Marcas, —• "Aconteció por aquel tiempo dice Jordán d'e Sajonia—que el rey Alfonso de Castilla deseaba casar a su hijo Fernando con una doncella noble de las Marcas. Con este motivo- se dirigió al mencionado obispo de Osma, rogándole hiciese de procurador en aquella gestión" 4. Ese hijo d'e Alfonso VIII tenia en 1203—fecha probabilísima del primer viaje—catorce años. Bajo el nombre de las M a r cas, que a tantos historiadores ha despistado, se entiende el reino de Dinamarca, cuyo rey Canuto V I acababa d'e morir sin hijos, dejando por sucesor a su hermano- Valdercaro II el Victorioso. La novia buscada era quizá, según conjeturas de J. Gallen, una sobrina del rey danés. Esta embajada matrimonial a país tan remoto no extrañará a quien conozca las estrechas relaciones y vínculos de parentesco que unían a Alfonso VII, Sancho III y Alfonso V I H de Castilla con los reinos del norte de Europa. Ese mismo rey de Dinamarca, Valdemaro, se casó en terceras nupcias con la princesa Berenguela de Portugal. Prosigue así el Beato Jordán: "Accedió el prelado a la demanda regia, y rodeándose de honrada compañía, según lo exigía su gran virtud, tomó también consigo al varón de Dios Santo Domingo, superior de su iglesia, y emprendiendo el viaje, llegó a Tolosa. En cuanto advirtió que los habitantes del país habían caído en la herejía (albigense), llenóse de gran compasión su pecho misericordioso, considerando las innumerables almas que vivían miserablemente engañadas. La misma noche en que llegaron a la ciudad, mantuvo el superior una larga discusión con el hospedero, hombre hereje, y habló con tal fuerza de persuasión y calor, que, no pudiendo resistir al espíritu y sabiduría con que hablaba, le redujo a la fe por la misericordia de Dios. Saliendo de allí, después de muchos y grandes trabajos y dispendios, llegaron al lugar donde vivía la doncella; habiendo expuesto el objeto de su embajada y obtenido el consentimiento, regresaron presurosos para comunicarlo al rey. Después que el obispo manifestó el éxito- feliz de las gestiones y la aceptación de la joven, ordenó el soberano que volvieran nuevamente con mayor boato y magnificencia y condujesen con todo honor a la prometida de su hijo". Este segundo viaje se Verificó en 1205. El contrato matrimonial no llegó a cerrarse. ¿Fué porque los santos embajadores castellanos encontraron en su segundo viaje que la doncella había muerto, según afirma terminantemente Jordán de Sajonia, o bien porque la desposada se volvió atrási e ingresó en un monasterio? Esta segunda hipó4
IUd. c. 9: BAC, 170. En la cuestión del viaje a la Marca, seguiremos en parte al historiador finlandés JARL «ALM¡N> ¿ O Province de Dacie de l'Ordre des Fréres Précheurs ^JHetoAgtora 1946), que rectifica y aclara varioa puntos h t a ^ 0 a ^ r a c ^ X e s t a Los autores del tomo de la BAC no han tenido en cuenta, í?sta obra.
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tesis, rastreada sagazmente por Gallen en documentos antiguos, tiene también su probabilidad. Lo cierto es que Diego de Osma despidió a su comitiva para que fuesen a informar al rey Alfonso, mientras él, con Domingo de Guzmán, torció el camino hacia Roma. ¿A arreglar elij asunto matrimonial con el papa? Las fuentes primitivas dan¡] otra razón. Dicen qu'e el obispo quería que el Sumo Pontífice; le librase de la- carga del episcopado y aprobase su resolución \ de consagrarse a la evangelización de los cumanos {algunos textos antiguos n o dicen carnarios, sino paganos). Probabilísimalmente a donde pretendía ir Diego de Osma no era a los cumanos, pueblo turco que en el siglo XI penetró en Europa por Ucrania y Rumania hasta Hungría, sino a los prusianos, todavía paganos, de cuya oposición al cristianismo habría oído hablar en la corte de Dinamarca. Inocencio III no aceptó la propuesta del obispo de Osma. ¿Le impuso el volver a su diócesis? Creemos que no. L o que probablemente hizo el papa fué enderezar su Celo apostólico •hacia la conversión de los albigenses, herejes del mediodía de-j Francia, que constituían un gravísimo problema para la Iglesia h .3 El apóstol del Languedoc.—En su camino de regreso pasaron Diego y Domingo por la abadía del Cister 6 . En mayo de 1206 se hallaban en Montpellier, donde el legado pontificio Arnaldo Amaury, abad del Cister, con otros dos enviados del papa, Pedro de Castfelnau y Rodolfo de Fontfroide, juntamente con doce abades de la misma Orden cisterciense y otros pref ' lados, deliberaron sobre la manera de reprimir la herejía albí-j, gense. Invitado el obispa de Osma a la asamblea, habló c o n | gran libertad a los legados y predicadores, diciéndoles que s u | fausto prelaticio, la pompa y riqueza que les acompañaban, no eran a propósito para predicar el Evangelio; de ahí la esteriliV| dad y el fracaso fen sus sermones: " N o es éste, hermanos, a ¡mi¡' juicio, no es éste el camino, C r e o imposible que vuelvan a l,f| fe sólo con palabras estos hombres, que se apoyan más bieitói en los ejemplos. Ved los herejes, que so color de piedad, sl¿! mulando ejemplos de pobreza y austeridad evangélica, seducen! a las almas sencillas. Con un espectáculo contrario edificaréis^ • SCHKBBKN, Der hettige Dominihus p. 27, rechaza esta conjerí| tura con desprecio, como si una orientación misionera dada póí§ Inocencio III mermara Ja originalidad de Santo Domingo. •"•••$ 0 Afirma Jordán de Sajonia—y no será sin fundamento—qUff el obispo Diego de Osma tomó allí el hábito cisterciense. Sip| razón alguna lo niega modernamente el crítico Scheeben en W citada obra (p. 429). Ciertamente parece extraño que se hiciese;e monje un obispo que no pensaba llevar vida monástica y Q^c no se detuvo en aquel monasterio más que unos días. Pero P hay que juzgar con nuestros criterios modernos. Quizá el tornad; el hábito blanco del Cister no fué una incorporación c a n ó n i c a * la Orden, sino un simple acto de devoción a San Bernardo.
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poco, destruiréis mucho y no lograréis nada. Sacad un clavo con otro clavo, oponed la Verdadera religión a una fingida santidad; sólo con sincera humildad puede ser vencido el fausto engañador de los pseudoapóstoles". Y a las palabras añadió los hechos. Pues inmediatamente, dando orden a su comitiva que marchase a España con las acéimilas, quedóse él con Domingo de Guzmán y unos clérigos. Y empezó a poner en práctica su método de pobreza, austeridad y abnegación evangélica. Los abades cistercienses le imitaron. Domingo se identificó perfectamente con su obispo y desde entonces comenzó a llamarse no "el Suhprior", sino fray Domingo. Como simples misioneros recorrieron las ciudades de Servían, Bézifers, Carcassonne, Montreal, Fanjeaux y Pamiers, convocando a disputas y controversias públicas a los herejes, refutando sus errores con argumentos claros y presentándose a los ojos del pueblo como verdaderos seguidores de Cristo. En fel otoño de 1206 el obispo Diego, "con objeto de recibir a algunas nobles mujeres, a quienes sus padres, venidos a menos en fortuna, entregaban a los herejes p a r a que las educasen y mantuviesen, fundó un monasterio, situado entre Fanjeaux y Montreal, en el lugar llamado Prulía (Prouille)"'. Primer monasterio-de monjas dominicas, dirigido d'esde el primer momento por Santo Domingo. "En estos ejercicios de predicación permaneció el obispo por espacio de dos años, transcurridos los cuales (es decir, en octubre de 1207), temiendo que pudiera ser argüido de negligente en el gobierno de su Iglesia oxomense si prolongaba su ausencia, determinó volver a España con el propósito de, una vez visitada su diócesis, tomar consigo algún dinero y volver para concluir el monasterio de religiosas y ordenar en aquella región, con asentimiento del papa, algunos varones idóneos para la predicación, que se dedicasen a confutar los errores de los herejes y estar siempre prontos para defender la verdad de la fe" 8 . Pero Dios había dispuesto que el fundador de la Orden de Predicadores fuese Domingo, no Diego, el cual, después de cruzar Castilla a pie, llegó a Osma, donde murió con fama de santidad el 30 de diciembre de 1207. Quedó en tierras tolosanas Domingo casi solo. Le apoyaban el obispo Fulco de Toulouse y el caudillo del ejército cruzado contra los albigenses, Simón de Montfort. Se respiraba un aire de guerra inminente. N o eran las circunstancias más favorables para que el apostolado entre los herejes fructificase. El 14 de enero de 1208 caía asesinado el legado pontificio Pedro de Castelnau. El año siguiente Simón de Montfort movía sus huestes contra Béziers, Carcassonne, Muret, Toulouse, y con la guerra iba, 7 8
JOKDAN DB SAJONIA,
Ibíd. 176. Historia de ¡a Iglesia 2
De Prinoípiís c, 16: BAC 175. 26
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como suele, el hambre. Domingo, mientras tanto, no- cesaba de predicar como podía, sufriendo mucihas veces injurias y afrentas dfe parte de los herejes. Entre 1213 y 1214 fué vicario general de Carcassonne. Dos veces rechazó la dignidad episcopal que le ofrecieron. Desde la toma de Toulouse por los cruzados (1213), Domingo hizo de esta ciudad el centro d'e su apostolado. Cuando Simón de Montfort le regaló el castillo de Cassenufeil, pensó era llegada la hora de fundar una Orden de predicadores para la conversión de los albigenses. Dos tolosanos se le agregaron en 1215: Tomás y Pedro Seila (Cellani); este último puso a su disposición su propia casa, que era grande y señorial. Allí, en compañía de otros que en seguida s'e les juntaron, echaron los fundamentos d e una Congregación de predicadores,, que el obispo Fulco aprobó gustoso, asignándoles la sexta parte de los diezmos de la diócesis. 4. La Orden de Frailes Predicadores» — E n 1215 Inocencio III convocaba el I V concilio de Letrán. Sus fines eran: "reforma de la Iglesia universal, corrección de las costumbres, extirpación de la herejía y confirmación de la fe". A Domingo le pudó parecer el programa de su propia vida. Fulco, el obispo de Toulouse, generoso protector suyo, lo tomó consigo y lo llevó a Roma. Ya en la Ciudad Eterna, antes de inaugurarse el concilio, Domingo habló con Inocencio III, solicitando del p a p a ' l a aprobación de la obra que traía entre manos. El pontífice aprueba la fundación de Santa María de Prouille con su prior, frailes y monjas 9 , mas nada dice de la casa madre dfe Toulouse. N o era voluntad de Inocencio III, como se vio luego en el concilio, que se multiplicasen excesivamente las Congregaciones religiosas, y a que muchas iban surgiendo en aquel tiempo con plena desorganización. L o que l'a aconsejó fué que eligiese, con el consentimiento unánime de sus frailes, una Regla de las ya aprobadas y volviese para recibir la confirmación de todo. Aguardó a que concluyera el concilio para regresar a Toulouse con su obispo. De los setenta decretos conciliares, sin duda le interesaron particularmente cuatro: el tercero, de haereticis, o sea d'e la institución de predicadores, J " 'í 0 1 ?'"! 0 -' Cartulaire de Notre Dame de Prouille (París S " ' P- 2; J - L A UK?NT, Historia diplomática S. Dominici (Parid 1933) p. 70, en MOPH, t. 15.
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a la conversión de los herejes y a la enseñanza de la ciencia ;i teológica? En febrero de 1216 se hallaba ya en Toulouse. Reunió a sus compañeros, y todos de común acuerdo eligieron la "Regula Sancti Augustini", añadiéndole algunas observancias más austeras y tomando no pocas cosas de las costumbres de los pre>monstratenses 10 . En consecuencia quedan obligados a la vita canónica, o la recitación coral def Oficio divino-, al estudio y a la predicación. Hasta 1240 no dejarán el nombre de canónigos regulares. El obispo Fulco les confió la iglesia d e San Román de Toulouse, libre de obligaciones y derechos parroquiales, junto, a la cual levantaron el primer convento formal de la Ord'en (julioagosto 1216). Honorio III acababa de subir al trono pontificio. ¿Cuál sería su actitud ante la fundación dominicana? E n octubre Santo Domingo va camino de la Ciudad Eterna. El' nuevo papa se le muestra no menos favorable que Inocencio III: el 22 dfe diciembre toma al nuevo instituto bajo su protección, "esperando que sus frailes serían en lo futuro púgil'es de la fe y verdaderas lumbreras del mundo". E n febrero de 1217 se despide Domingo de su especial protector el cadenal Hugolino y vuelve a T o u louse. Consuela a los suyos, pero siente que la atmósfera político-religiosa se está cargando d e electricidad y que es inminente una revolución y guerra de los partidarios del vencido conde Raimundo contra el. vencedor Simón de Montfort, 5. Expansión y organización de la Orden dominicana,— Dado lo peligroso de la situación política en el Languedoc, determinó que sus hijos se esparcieran por otros países. D e los dieciséis frailes que entonces eran, cuatro salieron destinados para España: fray Pedro de Madrid, fray Sufero Gómez, fray Miguel d e LIcero y fray Domingo el Chico; siete fueron a París, entre ellos fray Manes, hermano del fundador. El propio Santo Domingo se dirigió a Roma, donde recibió el convento fe iglesia de San Sixto; tuvo en el claustro de la basüica de San Pedro lecciones sacras sobre San Mateo y San Pablo, como> la vez anterior que visitó Roma, y predicó con tal fruto, que a los tres meses pasaban de veinte los discípulos que se le agrfegaron. El más ilustre fué fray Reginaldo de Orleéns. En el otoño de 1218 salió para España, pasando por Bolonia, adonde poco antes había enviado cuatro de sus frailfes, y después de visitar las casas de Toulouse y Prouille, entró en la Península. Las Navidades las pasó en Segovia. D e allí siguió en enero a M a M Lo demuestra DENIFLC, Die Konstitution der Predigerordens vom Jahr. 1828, en "Arch. f. Lit. u. KG des M-A" 1 (1885) 193-227. Compárese cqn el juicio moderado de MANTOQNNET-VICAIRE, Saint Dominique, l'idée... I, 52. - . . . • •
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drid y Guadalajara, asentando conventos de Frailes Predica- ", dores. En abril lo hallamos otra vez en Francia. Cuando llega a París se encuentra con una comunidad de treinta frailes en el convento de Saint-Jacques. Antes dte partir a Italia dispone la fundación de los conventos de Reims, Metz, Orleáns, Poitiers y Limoges y dirige espiritualmente a Jordán de Sajonia, que al .» año siguiente vestirá el hábito dominicano y será el segundo maestro general de la Orden. Antes de terminar el año 1219 está en la curia pontificia. Honorio III le concede el convento e iglesia dte Santa Sabina en Roma, adonde pasan los frailes de San Sixto, dejando éste para las monjas de la segunda Orden. Entre los varones ilustres que se alistan bajó su Regla se cuentan San Jacinto de Polonia y Hermann el Teutónico, quienes partieron en seguida a implantar la Orden en sus respectivas patrias. Probablemente en 1220 Domingo de Guzmán y Francisco de Asís se conocfe- ; ron en Roma. Para la fiesta de Pentecostés (17 de mayo)' los priores de todos los conventos debían reunirse en Bolonia, a fin de celebrar el primer capítulo general y puntualizar las Constituciones de la Orden. En aquella trascendental asamblea se elaboraron las Constituciones llamadas de 1228, al menos en su segunda v parte, que contienen lo más característico de los Frailes Predicadores; la primera, sustancialmente, puede datar de 1216. >\ Se insistió particularmente, conforme a la voluntad de Domingo, ten la pobreza, renunciando a todas las rentas y posesiones. Al año siguiente (30 de mayo 1221), el segundo capítulo general de Bolonia completó la organización de la Orden, dividiéndola en ocho provincias. Los priores conventuales dependerían de los priortes provinciales, y éstos a su vez del maestro ? general. Este maestro, elegido por el capítulo general, era en los primeros tiempps vitalicio; hoy dura en su cargo doce años. El capítulo, que en sus orígenes era anual, se celebra actualmente cada tres o cuatro años. Ya en el prólogo de las primeras Constituciones se presenta el fin de la Orden, con esta advertencia sobrte la dispensa legal: "Tenga el prelado en su convento facultad de dispensar a los frailes cuando lo creyere conveniente, principalníente en todo aquello que pareciese impedir el estudio, la predicación o el [ provecho de las almas, ya qufe nuestra Orden sabemos que fué instituida especialmente desde el principio para la predicación '• y la salvación de las almas". Tratando del coro, se anota: "Todas las horas deben recitarse en la iglesia breve y sucintamente (breviter et sucincte), '• de tal forma que los frailes no pierdan la devoción ni sea im- i pedimento para su estudio". Este estudio, tan recomendado se i refiere al de las ciencias sagradas: "En los libros de los genti-
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les y de los filósofos no estudien, aunque los. hojeen algún rato; no aprendan las ciencias seculares ni tampoco las artes que llaman liberales, sino que tanto los jóvenes como los demás l'ean solamente libros de teología" 1!1'. N o se puede demostrar que en la cuestión de la pobreza, virtud tan testimada del santo fundador, hubiese influencias franciscanas. Q u e en la práctica encontró grandes dificultades, lo prueba la historia de la Orden ya en el siglo xin. „ El 6 de agosto de 1221, en el convento de San Nicolás de Bolonia, moría Santo Domingo de Guzmán, rodeado de sus frailes. El cardenal Hugo-lino presidió sus funerales, el mismo que con el nombre de Gregorio I X "lo canonizará solemnemente el 3 de julio dte 1234. Nicolás d e Pisa, el iniciador en escultura del Renacimiento italiano, labróle en mármol un maravilloso sepulcro. La segunda Orden de Santo Domingo trae su origen del convento de monjas de ProuÜle (1206), del de Madrid (1219) y sobre todo de San Sixto (1219), para cuyas religiosas escribió unas Constituciones que aún se conservan 1 2 . El primer sucesor de Santo Domingo en el cargo de maestro general fué el Beato Jordán de Sajonia, en cuyo tiempo alcanzaron los dominicos las primeras cátedras en la Universidad de París. El segundo sucesor, San Raimundo de Peñafort, emiptente jurista, acabó de codificar las Constituciones que los capítulos generales irán poniendo al día. Gloria máxima dte la Orden de Predicadores es el Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino (1225-1274), cuya doctrina tan hondamente h a caracterizado la espiritualidad y tan decisivamente detterminado la orientación intelectual de la Orden. a Liber consuetudinem: BAC, 900. Los dos textos anteriormente citados, ibíd. 864 y 880. Comparar estas Constituciones con las redactadas por San Ramón de Peñafort, en DÉNTELE, Die Konstitutionen des Predigerordens in der Redaction Raimunds vonM Peñafort: "Aren. f. Lit. u. KG" 5 (1889) 530-64. Santo Domingo de Chisman: BAC, 908-926. La Orden tercera no parece que se derive de la Militia Christi, fundada por el obispo cisterciense Fulcd de Toulouse (según Raimundo de Capua, por el mismo Santo Domingo) para combatir a los cataros y albigenses, sino de las asociaciones o cofradías nacidas en Italia a principios del siglo x n i con el nombre de "Orden de la penitencia" y reunidas luego en grupos regionales bajo una Regla, retocada por un dominico hacia 1225. Estas asociaciones cayeron, más o menos, bajo la dirección de dominicos y franciscanos. ÜJ grupo afiliado a la Orden de Predicadores recibió una Regla peculiar del general Munio de Zamora en 1285.
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ORDEN DE LOS FRANCISCANOS
1. Movimiento pauperístico»—El amor ardiente a NuestroSeñor y el pensamiento fijo en su divina persona encendieron -; la devoción de los cristianos a todo' cuanto de cualquier mane-; ra estuviese relacionado con el Cristo evangélico, por ejemplo,: a los-Santos Lugares, donde había vivido y donde se hallaba';, su sepulcro; de ahí, las Cruzadas. Ese mismo amor y la medi-, tación constante en las virtudes, en el hábito y modo d'e vivir ' de Jesucristo, despertaron en los fieles un gran movimiento in- • dividual y social, una- gran aspiración a implantar en la Iglesia la pobreza evangélica. Es lo que .Schnürer denominó Armutsbe~ vjegung, o movimiento pauperístico 13 . Había que imitar al Salvador en la pobreza y en la humil- * dad. Y n o sólo individual, sino colectivamente. El brillo externo y el prestigio social que la Iglesia iba alcanzando desde Gregorio VII; su poder político, que crecía con el aparato y • lujo consiguientes, así como el poder y las riquezas de obispos ' y abades, dieron que pensar a ciertas alanas profundamente re- : íigiosas e idealistas, temerosas de que el espíritu evangélico de pobreza y humildad desapareciese de la Iglesia por no seguir ' los ejemplos de la vida de Cristo y de los apóstoles. Y mientras unos veían en ese triunfo social del cristianismo el ideal ; de sus aspiraciones religiosas y la edad de oro del Pontificado; aquéllos pensaban que el ideal de la Iglesia estaba en que los jerarcas reprodujesen al vivo el modo de vivir angélico, en abr soluta pobreza y humildad. Era, pues, preciso continuar y per< ; feccionar la campaña libertadora de Gregorio VII; éste había -i libertado a la Iglesia de la tiranía de los emperadores y señores ; • temporales; ahora había que libertarla de la esclavitud interna, ¿ de la codicia de riquezas y de la ambición de honores y digni* k dades. Estas dos corrientes extremas encerraban cosas buenas, pero [ cada una de 'ellas era peligrosa tomada con exclusión de la con*.; traria. Aspiraban los unos a señorear el mundo para que en él triunfase Cristo Rey, a quien el arte figuraba con las insignias • de la realeza aun en la cruz. Anhelaban los otros espiritualizar la Iglesia, hacióndola renunciar a todo lo mundano, a • fin de que en los corazones reinase Cristo pobre, Cristo humilde, ; Cristo paciente. La solución—difícil a n o dudarlo—estaba en ,•' armonizar ambas corrientes, porque si la Iglesia es reino espi- •;' ritual, es también sociedad visible, y Cristo pide adoración en -" espíritu, ¡mas n o por eso deja de exigir culto social de pueblos y naciones. Ya vimos cómo San Bernardo con sus cistercienses inicia, ** G. SCHNÜRER, Kirche und Ktütur im Mittelalter derborn 1929) 328-372.
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o mejor, refuerza el movimiento de pobreza evangélica, reaccionando contra las riquezas y el boato de los cluniacenses, al ¡' mismo tiempo que Arnaldo- de Brescia prepara la revolución contra el poder temporal de los pontífices. Otros muchos seguían semejante rumbo, aunque los caminos fuesen muy diversos. Y ocurrió que esta tendencia espiritualista y reformatoria, í al atacar los excesos de papas y obispos, tomó en ocasiones •( carácter herético y rebelde) como en los "Pobres d e Lyón", ; "Pobres de Lombardía" o valdenses, que predicaban a todos la pobreza evangélica y en su extremismo espiritualista rechazaban los sacramentos administrados por sacerdotes indignos. Dios suscitó entonces un santo que recogiese todo lo bueno y evangélico que entrañaba este movimiento y lo pusi'ese en conformidad con la más pura ortodoxia y con las normas de la jerarquía. Ese fué San Francisco, "el Pobrecito de Asís". Como San Bernardo predicó la pobreza evangélica a los monjes encerrados en sus monasterios, como San Norberto de Xanten la impuso a sus canónigos regulares, y como .San Roberto de Arbrissel y otros predicadores ambulantes la recomendaron a todos los clérigos, de modo análogo San Francisco de Asís enseñó la pobreza, con el ejemplo y con la palabra, al pueblo cristiano, a aquel pueblo' que se conmovía profundamente cuando le hablaban del Redentor humilde, paciente y pobre. 2. "D Poverellb d'Assisi'\— A diferencia del movimiento pauperístico valdense, que desde Lyón se'extendía por el norte de Italia con gesto de rebeldía herética, el movimiento franciscano se encauza desde el primer momento, aunque tan popular y espontáneo, dentro d e las márgenes de la obediencia y respeto al sacerdocio católico. N a d i e más sumiso que el humilde Francisco al papa, a los obispos, a los sacerdotes, de suerte que si ellos me persiguen, a ellos siempre he de recurrir", porque "ellos son mis superiores" (domini mei suni). Es digno de notarse que este enamorado de la pobreza sale de aquella clase media, burguesa, que se enriquecía con la industria y el comercio, entregándose a veces con avidez poco cristiana al lucro y al dinero. Nace en Asís de Umbría en 1182 (según otros, a fines de 1181), mientras se hallaba ausente en la P r o Venza su padre Pedro de Bernardone, comerciante en paños, de los más ricos de la ciudad. Su "honestissima" madre le puso £ Por nombre Juan, mas apenas regresó el padre, satisfecho, sin duda, de sus negocios en Francia, quis'o que se llamara Francisco (Francesco, que es como francesito), en recuerdo y adS. , ^ ^ a c i ó n de "la tierra de los grandes mercaderes y dé las granas ganancias", como dice la Legenda Mam sociorum. £. Aprendió el niño la lengua latina con los sacerdotes de la , Parroquia de .San Jorge y alcanzó también bastantes cbñociWientos del francés y el provenzal, pues le gustaba'cantar las
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canciones de los trovadores y los romances de las gestas carolingias o arturianas. Su padre le metió pronto en los negocios de casa, lo cual no era estorbo para que el joven, de temperamento alegre y generoso, amigo de la música y d e los festines, disipase su espíritu en los placeres mundanos. El cuadro que de estos años nos traza la prim'era biografía, de Tomás de Celano, es de tintas oscuras, aunque vagas, que parecieron excesivas a los p r i - ' meros discípulos, pues tanto la Legenda tdum sociorttm como la de San Buenaventura vienen a declarar que las locuras juveniles se reducían a turbar con alegres canciones el sueño de los pacíficos habitantes de Asís,, trajearse con elegancia y lujo, derrochar el dinero entre sus amigos, sin desviarse nunca a cosas de lascivia ni permitir que en su presencia se pronunciasen palabras menos castas. Y bien lo podemos creer, dada la natural elevación de su alma, privilegiadamente hermosa, caballeresca, ingenua, poética, angelical. D e temperamento estético, de sensibilidad finísima, de una afabilidad y cortesía encantadoras, de corazón animoso, caballeresco, idealista, ansioso de gloria, le sedujo la caballería, cantada por los poetas, y tomó las armas en la ludia de los de Asís contra los perusinos. Cayó prisionero ten 1202. Puesto en libertad al año siguiente, volvió a su patria, a esparcir de nuevo la alegría entre sus amigos con cantos, fiestas y otras vanidades juveniles. Una grave enfermedad le- hizo entrar dentro de sí mismo y meditar sobre el sentido de su vida. Pero, ya restablecido, los sueños de gloria y la esperanza de ser armado caballero le mueven a alistarse voluntario bajo las banderas del conde Gualterio de Brienne, bendecidas por el papa. Lleno de ilusiones cabalga hacia la Apulia, contra lasi tropas del alemán v Marcoaldo, aspirante a la regencia del reino de las Dos. Sícilias, ; y al llegar a Espoleto, un acceso de fiebre le obliga a déte-. • nerste. En sueños escucha una voz que le manda regresar a su ':. ciudad nativa, y obedece. Desde aquel momento (1205) empieza ' a madurar su conversión a Dios, no abandonando del todo a sus amigos, pero retirándose de vez en cuando a una cueva ctercana para meditar en soledad. Repugnábale extraordinariamente la vista de los leprosos. Francisco, encontrándose con uno d'e ellos, lo besó amorosamente. En un viaje a Roma cambió sus ricos vestidos por los da un pobre y se puso a mendigar a la puerta de la iglesia. Ignoraba todavía qué rumbo dar a su vida, hasta que oran- :; do un día en la iglesia de San Damiano, al pie de la ciudad de Asís, oyó de los labios d'e un crucifijo bizantino que allí se | venera: "Ve y repara mi casa, que amenaza ruina". Entendiendo las palabras literalmente, púsose a restaurar aquella ruinosa • iglesia de San Damiano, lo mismo que la de San Pedro y la de
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Santa María de los Angeles, con el dinero que sacó de la venta de su caballo y de algunos paños del comercio de su padre. Este no pudo tolerar más tiempo las prodigalidades del hijo, su familiaridad con leprosos y mendigos y su extraño modo de vivir, que daba motivo para que sus antiguos compañeros lo apellidasen "el loco". Lo que hizo fué encerrarle en un cuartucho debajo de la escalera. Libertado por su madte cuando Pedro de Bernardone estaba ausente, se fué a vivir a San Damiano. Indignado su padre a la vuelta, lo citó ante los cónsules d e la ciudad. Francisco se negó a comparecer, apelando, en ouanto servidor de la Iglesia, al tribunal del obispo. Esto parece indicar que había recibido las órdenes menores, o al menos la tonsura clerical. Sería el mes de abril de 1207 cuando padre e hijo comparecieron delante del prelado. Y de pronto sucedió una escena dramática. Francisco se desnuda de todos sus vestidos, quedándose tan sólo con un cilicio sobre las carnes, y se los entrega a su padre con el poco dinero que le restaba, pronunciando estas solemnes palabras: "Desde ahora diré con toda libertad: Padre nuestro, que estás en los cielos; no padre mío, Pedro de Bernardone, a quien n o sólo devuelvo su dinero, sino todos mis vestidos; desnudo seguiré al Señor". Estaba en la flor de su juventud, pues contaba entonces veinticinco años, cuando así celebró sus esponsales con la "Dama Pobreza . 3. El heraldo del Gran Rey,—Inmediatamente se aleja de su ciudad y de la casa de sus padres, cantando por los montes, hacia Gubbio. A unos ladrones que le saltean en el camino y le preguntan quién es, responde: "Soy el heraldo del Gran Rey". E n Gubbio un amigo le provee del vestido que desea: un hábito como de ermitaño, túnica corta y áspera, cinturón de cubro, sandalias y bastón. Francisco vive en el hospital, lavando los pies y curando las úlceras de los leprosos. Al poco tiempo vuelve a restaurar las iglesias d e Asís. Era el 24 de febrero de 1209, fiesta del apóstol San Matías. D e mañanita ayudaba a misa en la capilla de Santa María de los Angeles (llamada la Porciúncula), y erevangelio del día rezaba así: "Andad a predicar diciendo: Cerca está el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, lanzad demonios; de balde lo recibisteis, dadlo de balde. N o llevéis oro, ni plata, 'ni cobre en vuestras fajas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni zapatos, ni bastón, porque el obrero es acreedor a su mantenimiento. Y en la ciudad o aldea en que entréis, averiguad quién hay en ella digno, y quedaos.alh hasta que partáis. Y al entrar en la casa, saludad; y si la casa,
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fuere digna, venga vuestra paz sobre ella, y si n o lo fuere, tór-T" nese a vosotros vuestra paz" 14. ¡Y' Francisco escuchó estas palabras como una revelación de' Dios y se sintió llamado a ser el heraldo, el mensajero, el anun-if ciador d e ese reino; su saludo será siempre: "Dios te dé la paz'V Deja el bastón y las sandalias, cambia el cinturón por ungí cuerda, y empieza en seguida a predicar la penitencia, porque! el r'eino de Dios está cerca. Pronto se le juntan discípulos, a r r e ' batados por la fascinación que ejercía el candor y la pobreza: de Francisco, puros reflejos del Cristo evangélico. El primero que sigue sus pasos es el comerciante Bernardo dle Quíntavalle, qu'e distribuye sus bienes a los pobres y se¡ abraza con la pobre za; el segundo, un docto canónigo, P e d r o d e Cattani; a los pocos1 días, el jov'en Egidio (o Gil), que merecerá el apelativo de "extático", peregrinará cantando las alabanzas de Dios desde Cora-: póstela hasta Palestina y dialogará con las tortolillas, contó Francisco. Suyos son estos versos: O Santa Castidade, quanta é la tua bontade! Veramente tu é'preziosa e tale e tanto soave il tuo ardore,. che chi non ti assagia, non sa quanto vale. Impe.ro l¡ stolti non conoscono il tuo valore. D e dos en dos iban predicando aquellos virí paenitentialeM de Asís, que moraban 'en una cabana de la iglesia de la Por-; ciúncula; y lo que predicaban con palabras sencillas, pop Lijares" y eficaces, era la penitencia o conversión, el temor y amor de Dios. Fray Francisco se hacía acompañar d e fray Gil, a quien! llamaba su "caballero d'e la Tabla Redonda". Los dos iban cantando por las Marcas las alabanzas divinas, y cuando Franciscas terminaba su exhortación al pueblo, añadía ingenuamente siT compañero: "Haced lo que os dice este mi p a d r e espirituall porque dice cosas muy buenas". 4. La primitiva Regla dé los Frailes Menores.—Creciendo el núm'ero de compañeros, hubieron de buscar alojamiento. e | un tugurio de Rivo Torto, insignificante localidad a veinte iri¿| ñutos de Asís. Allí compuso San Francisco, "con sencillez, pocas palabras, la forma de vida o Regla, valiéndose principa mente de frases del santo Evangelio". Organización fija, parecí qu'e no contenía ninguna; se limitaba al texto evangélico arribf citado, juntamente con Mt. 19,21; Le. 9,2-3; Mt. 16,24. El i d f religioso era altísimo y purísimo. Inmediatamente Francisco quiso someter su Regla o forinj de vida a la aprobación de la Sede Apostólica. És el pi&!$| fundador que pide 'esto explícitamente, cuando todavía no ¿ffi ' iM 14 Mt. 10,7-13. Actualmente el evangelio de ese día ea otffl De esta iglesia tomó su nombre la célebre indulgencia de la ¡WJ ciÚQ«u\la, concedida por Honorio III a ruegos de Francisco.
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indispensable tal autorización. Pero Francisco quiere empezar haciendo acto de sumisión a la jerarquía, para diferenciarse de tantas sectas reformatorias y heréticas que se alzaban en contra de la autoridad eclesiástica; quiere al mismo tiempo satis'facer su devoción a San Pedro y San Pablo y al papa, a quien prometerá obediencia; finalmente desea obtener el permiso de predicar dondequiera, permiso que podía parecer extraño en los que, como Francisco y sus compañeros, n o eran sacerdotes, pero que ya antes había sido concedido a un Pedro Valdo y á otros. . En el verano de 1209—no de 1210, como proponen Sabatier y Joergensen—los penitentes de Asís circulan por la Ciudad Eterna. Su propio obispo, Guido, los recomienda al cardenal Juan de San Pablo, de la familia Colonna, el cual hace que Francisco obtenga una audiencia del papa Inocencio III. Este lo recibe con benignidad, manifiesta su admiración hacia aquella forma de vida, p e r o le parece superior a las fuerzas humanas si se trata de imponerla a toda una corporación. Del mismo parecer son los cardenales. Sólo que Juan Colonna les habla en estos términos: "Este hombre pide solamente que le permitamos vivir conforme al Evangelio; ahora bi'en, si declaramos que tal conformidad es superior a las fuerzas humanas, afirmaremos que es imposible a los hombres seguir el Evangelio y seremos acusados de blasfemar contra Jesucristo, verdadero inspirador del Evangelio". Tales palabras causaron profunda impresión. Cuentan aquí algunos biógrafos que Inocencio III tuvo aquella noche una visión, en que se le presentó la basílica de Letrán cuarteándose, y que sólo se sostenía gracias a un hombrecillo de aspecto mezquino, en el que creyó .reconocer a Francisco. L o cierto es que, llamándole de nuevo, le concedió a él y a sus compañeros la licencia de predicar, diciéndoles: "Andad con Dios, hermanos, y predicad a todos la penitencia, según El misimo os inspirará". Regresaron alegres a Rivo T o r t o . .Echados de allí, tornaron a la iglesia de la Porciúncula, generosamente cedida por los c amaldulenses del monte Subasio. Francisco impuso a los suyos el nombre d e "Frailes (o Hermanos) Menores", queriendo con ^ste apelativo asemejarlos a los que en la ciudad de Asís se decían "minores", los siervos de la gleba, que estaban al servicio d e los "maiores", de los más ricos y poderosos. 5. E l franciscanismo naciente,—De Francisco de Asís, como . . u t l a fuente maravillosa, brota una corriente fecunda de espiritualidad evangélica, que latía ciertamente en toda la tradición eclesiástica y que se había manifestado fuerte y, pujante •ai él siglo XII, pero que en., el "Poverello" d e Asís asume maí c e s particulares de pobreza alegre, de sencillez «apostólica, de
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abnegación total, pero apacible y sin gestos heroicos; de amor:'s apasionado ,a Jesús y a María, d e caridad verdaderamente fra-; • ternal a todos los redimidos por Cristo, con reflejos hacia t o - , das las criaturas de Dios. Y este franciscanísimo, amasado' de amor a Cristo, a la pobreza y a la humildad, a veces1 idílico, ingenuo e idealista, no se contiene dentro de la Orden francis- f cana, sino que se difunde, a favor de su carácter popular y co- < municativ-o, p o r toda la cristiandad. Aunque la tesis de Henry ? Tihode merece muchas acotaciones y serios reparos, podemos afirmar, con ese historiador protestante, que "la persona de . San Francisco de Asís representa el punto culminante de un •' poderoso movimiento del mundo occidental, y d e un movimien-. \ to que, lejos de circunscribirse al dominio religioso, ha sido -¿ uno de los más verdaderamente universales d e cuantos ha co- ' nocido nuestra cultura moderna" 15 . "> Uno de los rasgos de que más abusan los profanos es el , sentimiento de la naturaleza, confundiéndolo con un vago y\ morboso sentimentalismo panteísta y con una afeminada zoofi- Í lia. E n Francisco de Asís el sentimiento d e la naturaleza no. r tiene nada de panteísmo; jamás confundió a la naturaleza ni a ; sí mismo con Dios; jamás anheló fundirse vagamente, con las A fuerzas ciegas del cosmos; lo que él siente es amor y venera- >< ción a las perfecciones divinas que se reflejan en las criaturas, % y es amor ternísimo a Cristo, de quien le hablan todas las cosas,, •: buenas o malas: "Hacia los gusanillos—nos dice Celano, que l e v trató muy. íntimamente—sentía un amor excesivo, porque había r leído aquello que se dijo del Salvador: Ego sam vermis et non homo. Y por eso los recogía del camino y los escondía en lugar' i seguro, a fin de que no los pisasen los transeúntes" ^ . :f Cosa semejante debe afirmarse del gozo que sentía con la.V hermosura y fragancia de las flores, porque le traían a la me-' f moria aquella Flor que brotó de la raíz d e Jesé. Cualquier árbol t le recordaba el de la cruz. Ponía con respeto su pie sobre lai'í piedra, porque pensaba en la "piedra angular" d e que habla l a Escritura. Y lo mismo se diga de su amor a las mieses, a los ; ', viñedos, a las selvas, a los.huertos, a las fuentes, a la tierra y al fuego y al viento, como respetaba a las mismas letras del alfabeto, aunque estuvieran mal escritas, porque con ellas se'% j podía componer el gloriosísimo nombre del Señor. í ; E n la viveza de este sentimiento entraba no poco el exqui- j sito temperamento poético de Francisco. U n día que caminaba * por el valle d e Espoleto tropezó con bandadas d e aves diver- :* m H . THODÍI, Saint Frangois d'Assise et les origines de l'art' de la Renaissanoe en Italie t r a d . del alemán por G. Lefcvre (Pa,-'¡,. rís s. a.) I, p. I X . .f M
THOMAS DE CELANO, Vita
prima
S. Francisci
G. 29, en "ke-,i
gendae S. F r a n c i s c i Assisiensis saec, X O T et XIV conscriptao' Ti". I, 60.
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sas, palomas, cornejas, grajos, que no se espantaban a su paso-; y saludándolas aíegrem'ente les dijo entre otras cosas: "Hermanos pájaros, mucho debéis alabar a vuestro Criador y amarle siempre, porque os dio plumas para vestir, alas para volar y todo cuanto os era menester. Dios os hizo nobles entre sus criaturas y os dio morada en la pureza del aire, y sin que sembréis, ni seguéis, ni os preocupéis de nada, él os protege y gobierna". Y las aves oían atentas, estirando el cueÜlo^y ahuecando las alas, y se quedaban mirándole fijas, hasta que el santo las bendijo y se despidió de ellas 17 . Anécdotas como ésta se multiplican en su vida. U n día predica a los peces; otro, manda callar a las golondrinas, que a su mandato cesan de chirriar; invita a cantar al ruiseñor y a la cigarra, que se le posa en la mano; mima a las abejas y trata con cariño a los pechirrojos, que picotean en su mesa, al hermano Conejito, cazado por un fraile de Greccio; al faisán, que no acierta a separarse de su bienhechor; al halcón, que e n el monte Alvernia le despierta para la oración... T o d o esto, ateniéndonos a los testigos inmediatos, sin meternos en el campo ingenuamente poético y legendario de las "Florecillas" (Fioretti o Actus beati Francisci et sociomm eius). Francisco de Asís es un juglar d e Dios, que traspone a lo divino los cantos de amor que había aprendido y que solía cantar en su juventud trovadoresca. T o d a su vida es un continuo cántico, y cantando recibe a la hermana Muerte. 6. Ambiente espiritual creado por Francisco.—El retrato físico que de él nos dejó fray Tomás d e Celano no es ningún modelo de belleza corporal. Después d e decirnos que era "dulce en las costumbres, apacible de carácter, afable e n la conversación, oportunísimo en la exhortación..., gracioso en todo..., rígido consigo mismo, piadoso con los demás, discreto en todo, fecundísimo en el hablar, de rostro alegre", prosigue: " E r a d e estatura media, o más bien pequeña; tenía la cabeza redonda y mediana, el rostro algo largo y oval, la frente llana y estrecha, los ojos no grandes, negros e ingenuos; el cabello oscuro, las . cejas rectas, la nariz fina y derecha, las orejas erectas y p e queñas, las sienes aplanadas, la lengua llena de mansedumbre, pero ígnea y aguda; la voz vehemente, dulce, clara y sonora; los dientes bien unidos, iguales y blancos; los labios pequeños y finos, la barba negra, no enteramente poblada; el cuello delgado, los hombros rectos, los brazos cortos, las manos delicadas, los dedos largos, las uñas oblongas, las piernas gráciles, los pies pequeñitos, el cutis fino, la carné escasa, el vestido áspero, el sueño brevísimo, la mano liberalísima. Y porque era humildísimo, mostraba toda mansedumbre a los demás, acornó» " Ibíd. e. 21, p. 44r45. Véase A. ZIMBL, La conoecione della natura ín San Francesco d'Assisi (Roma 1929).
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dándose a todos. Entre los santos parecía el más santo, y entre los pecadores casi uno de ellos" M . \ Conocida la persona, entremos en el ambiente espiritual que ella creó en torno de sí. Clásico es el testimonio de Jacobo de Vitry, que pasó por Italia en 1216 camino de Palestina, donde fué nombrado obispo de Acre, y a la vuelta, cardenal-obispo de Frascati. El único consuelo que dice haber encontrado en la curia romana es la muchedumbre de personas que renunciaban al mundo y a las riquezas y se llamaban "frailes menores". "Estos para nada se ocupan de los bienes temporales, sino' que con fervorosos deseos y vehemente afán trabajan diariamente por atraer a -las almas que perecen, apartándolas de las vanidades del siglo... Ellos viven según la forma d'e la primitiva Iglesia, y de ellos se dijo: La multitud de los creyentes no tenía más que un corazón y una sola alma. Durante el día entran en las ciudades y villas, dedicándose a la acción para ganar a algunos; por la noche vuelven a su soledad o eremitorio, vacando a la contemplación... Creo que Dios, antes del fin- del mundo, quiere salvar muchas almas por medio de estos hombres sencillos y pobres, para vergüenza de los prelados, que son como perros mudos que no saben ladrar. Y tan diligentemente procuran reformarse según la religión, pobreza y humildad de la primitiva Iglesia, bebiendo con sed y ardor de espíritu las aguas puras de la fuente evangélica, que no sólo tratan de cumplir los preceptos, sino también los consejos del Evangelio, imitando exactamente la vida apostólica, renunciando a todo lo que poseen, negándose a sí mismos, tomando sobre sí la cruz y siguiendo desnudos a Cristo desnudo... De dos en dos son enviados a predicar... A ningún fraile de esta Orden le es lícito poseer nada. N o tienen monasterios, ni iglesias, ni campos o viñas, ni animales, ni casas, ni posesiones, ni donde reclinar la cabeza..; Si alguien los convida a su mesa, comen y beben lo que se les ofrece. Si se les da alguna cosa por misericordia, no la reservan para el día de mañana... A los que se les agregan, les proporcionan una túnica con una cuerda; lo demás se deja a la divina Providencia... Tal es la santa Orden de los 18 Ibíd. c. 29, p. 62. Sobre el temperamento psicológico de San Francisco cf. A. GBMELLI, II Francescanesimo (Milán 1932) p. 8, y F. CALAMITA, La persona di San Francesco d'Assisí, note di antropología (Asís 1926). El más antiguo retrato que se conserva de San Francisco es el del monasterio benedictino de Subiaco, pintado hacia 1228 (antes de la canonización, pues carece de aureola) por alguno que sin duda le conoció en la visita que Francisco hizo a aquel monasterio. En medio de sus rasgos bizantinos tiene una viveza en los ojos claros, una dulzura en el rostro y un sentido realista, retratístico, que echamos de menos en otras pinturas posteriores de aquel siglo.
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Frailes Menores, religión de varones apostólicos, digna de admiración y de imitación" 19 . N o es otro, el cuadro que nos pinta Tomás de Celano cuando describe cómo corrían hombres y mujeres, clérigos y religiosos, a oír a Francisco: "Diríase que en aquel tiempo, bien por la presencia, bien por la fama de San Francisco, una nueva luz bajaba del cielo, disipando la oscuridad de las tinieblas, las cuales de tal forma habían ocupado casi toda la tierra, que apenas se sabía adonde íbamos a parar" '20. 7. Segunda y tercera Orden de San Francisco.—Predicaba Francisco en su ciudad de Asís la Cuaresima de 1212. Entre sus oyentes más asiduos se encontraba una linda muchacha de diecisiete años, Clara Scifi, de aristocrática familia. Había sido ya pedida en matrimonio por jóvenes distinguidos, pero ella estaba resuelta a guardar virginidad perpetua. Al oír a Francisco hablar con tanto fervor de la pobreza, de la penitencia, del desprecio del mundo, de la pasión de Cristo, se persuadió que Dios la llamaba a vivir según el espíritu y las normas de su paisano Francisco. Se puso bajo su dirección, y luego planeó con él su fuga de la casa paterna. El 18 de marzo de. 1212, domingo de Ramos, se puso su mejor traje y esperó a que la noche cayese sobre la ciudad. Salió entonces furtivamente, y por las callejas en sombra se enderezó hacia la Porciúncula, donde los frailes la aguardaban con hachas encendidas. Arrodillada ante la imagen de la Virgen, hizo renuncia al mundo "por amor al santísimo y carísimo Niño envuelto en pobres pañales y reclinado en un pesebre"; cambió sus lujosos' vestidos por una burda túnica de lana: su ceñidor de perlas, por .una cuerda nudosa, y sus chaipin es de seda, por unas sandalias de madera. Las tijeras de Francisco hicieron caer de la cabeza de la joven fugitiva la hermosa cabellera blonda. Se le impuso un velo negro, y a continuación pronunció la doncella los votos d e pobreza, de castidad y de obediencia a Francisco como a su superior. Aquella misma noche sor Clara fué conducida por Francisco a un monasterio no muy distante de religiosas benedictinas. E n vano se empeñaron sus familiares en arrancarla de la vida conventual. A los dieciséis días de la fuga d e Claras su hermana Inés seguía sus pasos y se presentaba con igual resolución ante Francisco. Más adelante las imitó su hermana Beatriz, y finalmente, al quedar viuda, también su madre Hortelana. Los camaldulenses les dieron la iglesia de San Damiano con la casa adjunta, y allí surgió el primer convento de clarisas, al principio bajo la Regla benedictina, aunque desde el principio 19
R. RODRICHT, Bríefe des Jacobus de Vltriaco, XZ16-U21,&a "Zeitschrift für KG" 14 (1894) 103-104. También en H. BOHMER, AnaJeMen zur Geschichte des F. von Assisi p. 98-10¿. • 20 Vita prima c. 15, en "Legendae Sancti Franciscí AssisienSis" I, 29,
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les dio San Francisco una forma vivendi'23-, completada por ' Santa Clara con unas Observantiae regulares Z2. Allí—escribe un biógrafo coetáneo—, como en las grietas ' de un muro, Clara, la argentada paloma, puso su nido, y engendró para Dios .una parvada de vírgenes; allí "permaneció durante cuarenta y dos años, quebrantando a fuerza de disciplinas el alabastro de su cuerpo para que la casa de la Iglesia,, se llenase de la fragancia d'e sus perfumes" 23 . Q u e el espíritu de Santa Clara era el mismo de San Francisco, se ve en aqueila '{ respuesta que dio a Gregorio I X cuando éste le ofreció "espontáneamente una dispensa en materia de pobreza: "Beatissime (; Pater, in aeternum non desidero dispensan ab imitatione Christi" **. Aunque probablemente la Orden tercera no se constituyó ••; hasta 1221, anotemos y a aquí sus orígenes. Con la predicación '; franciscana eran numerosísimas las personas de ambos sexos í que se movían a penitencia, y no pudiendoi todos, por estar casados o por otros motivos, abrazar la vida religiosa, procura- ¡ ban, viviendo en el mundo, adoptar cuanto podían el espíritu ; franciscano. Difícil es determinar cuándo aquellas multitudes de seglares se asociaron de modo estable, y cuándo San Francisco les dio por escrito la Regla o Memorial de los hermanos y hermanas de la penitencia, que viven en sus propias casas aB. Además de los preceptos sobre la oración y los ayunos, mandaba esa Regla a ;•' los terciarios vestir modestamente, abstenerse de fiestas y bailes, auxiliarse mutuamente, socorrer a los pobres y enfermos, pagar las deudas, hacer a tiempo el testamento, apaciguar las riñas, no llevar armas ni jurar sin necesidad. Posteriormente se hicie- 5 ron algunas adiciones. Se mencionan un tesorero y dos ministros, qufe cesaban en su oficio cada año. Había también un visitador y un religioso, que les daba instrucciones espirituales. 8. Misiones y peregrinaciones»—La intención de Francisco de Asís era que sus frailes predicasen a todas las gentes y- se • esparciesen por todo el mundo. Los primeros años no salieron ; de Italia. Iban de dos en dos predicando la penitencia y el des- i precio del mundo, alojándose en los hospitales o en míseras cabanas del campo, y sólo dos veces al año regresaban a la casa madre de la Porciúncula. D e 1210 a 1212 Francisco recorrió la Toscana, en compañía de fray Silvestre de Asís, el primer sacerdote de la Orden. Poco 51 32 M M 33
En
BOHMEK, Analekten p. 35. SBARALBAJ Bullarium franoiscanum
I (Roma 1759) p. 4. Acta Sanctorum, augusti n , 756. Ibíd. BOHMERJ Analekten p. 97. BOHMER., Analekten p. 73. Cf. P. MANDONNET., Les regles et '*• le (jouvernement de l'Ordre de Paenitentia au XIII síécle (París 1902); FREDEOANDO DE ANVBRSA, II Terz'Ordine secolare di San Francesco (Roma 1921).
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después de recibir a sor Clara bajo su obediencia, se trasladó a Roma, donde entabló una santa amistad con doña Jacoba, joven esposa de un Frangipani, mujer de carácter viril, a quien Francisco llamará fray Jacoba. Aquel mismo año intentó pasar al Oriente y con este cbj'eto se embarcó en Ancona. U n a tempestad arrojó la nave a las costas de Dalmacia, y hubo d e retornar al puerto de partida. M á s de treinta compañeros nuevos se le juntaron en la Marca Anconitana; el más notable de ellos era un célebre poeta, Guillermo Divini, llamado "el rey d e los versos", que en adelante sería fray Pacífico. El año de 1213 evangeliza, acompañado de su querido fray León, la Umbría, la Romagna, la Emilia. Probablemente ese mismo año se embarca en Pisa o Genova para Barcelona. D e seaba predicar el Evangelio al sultán de Marruecos Mohamedben-Náser, vulgarmente conocido como Miramamolín, "señor de los creyentes", el derrotado poco antes en la batalla de las Navas. Del paso de San Francisco por España quedan muchas tradiciones populares. Dícese que peregrinó a Compostela, pero una enfermedad le impidió llegara hasta Marruecos, y regresó a Italia. E n la Porciúncula dio el hábito a muchos jóvenes nobles y letrados, entre ellos a Tomás de Celano, su futuro biógrafo, autor probable del Dies irae. N o consta que en 1215 se presentase en Roma con ocasión del concilio Lateranense. Activo apostolado desarrolló, el año siguiente, en los campos de Ñ a póles, Abruzzos y Apuüa. E n 1217 reunió a los suyos en capítulo, a fin d e controlar de algún modo aquella multitud siempre creciente de fraiíes y de conventos o eremitorios. Fué entonces cuando tomó la decisión de enviar misioneros a tierras lejanas. Fray Elias de Cortona fué enviado como ministro provincial a Siria; fray Bernardo de Quintavalle, a España; para sí escogió Francia; mas al llegar a Florencia fué detenido por el cardenal Hugolino, quien le aconsejó quedarse en Italia. Ardía en ansias de predicar el Evangelio y dar la vida por Cristo. Así que después del capítulo de 1219, en que envió cinco d e sus frailes a Marruecos, nadie pudo detenerle, y se puso en viaje para Egipto y Palestina, acompañado de fray Pedro • de Cattani. E n otro capítulo dijimos cómo se juntó en Damieta con el ejército de los cruzados y cómo trató de convertir al sultán de Egipto en una conversación particular con él. N i lo convirtió ni tuvo la suerte, por él tan suspirada, de derramar su sangre por Cristo, como les había acontecido a los S^nco n&sioneros de Marruecos, protomártires de la Orden. N o sabemos si Francisco se llegó hasta Palestina para dar pábulo a su devoción en Belén y en el Calvario. E s probable, aunque tal
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vez las noticias que le llegaron de Italia le obligaron a acelerar el viaje de regreso. 9. Desviaciones e inicios de organización.—Era evidente, que a la larga no había de bastar la Regla primitiva, la de 1209, j que apenas merecía el nombre de tal, pues parece que se reducía * a unos cuantos textos evangélicos. A medida que la gran familia ¿ franciscana crecía y se multiplicaba, se iba sintiendo la necesidad de dar alguna organización jurídica a los miles de personas de todas clases que de la noche a la mañana se vestían un pobre hábito y se lanzaban a peregrinar, como predicadores apostólicos, o se recogían a orar en algunos eremitorios. Es verdad que Francisco imponía a los suyos los votos religiosos y un fin determinado, pero de' todos los fundadores de « Ordenes religiosas acaso ninguno ha tenido menos sentido de j) la organización, por lo mismo que ninguno ha tenido un carácter tan espiritualista, tanto que en la misma organización veía un peligro para el buen espíritu evangélico y para la espontaneidad del sentimiento religioso. Cuando el conde Orlando d e , Chiusi regaló a Francisco el bosque de la Alvernia, el Santo ,j lo aceptó, porque le gustaba mucho aquella soledad para hacer j oración, pero jamás toleró que esta donación se legalizase con í documento notarial. Este detalle revela, sí, espíritu de pobreza —ni él ni sus hijos habían de tener propiedad alguna—, pero también su refractariedada lo jurídico. Pronto se le presentaron en el gobierno de su Orden graves problemas, en los que no había pensado; y para resolverlos empezó desde 1216 a reunir periódicam'ente a sus frailes en la Í Porciúncula por Pentecostés principalmente y por San Miguel' \ Arcángel. En el capítulo general de Pentecostés de 1217 dividió la Ord'en en provincias, al frente de las cuales puso ministros provinciales con facultad de recibir novicios: primer intento de organización'. Los dos vicarios que dejó en Italia cuando él se partió para j Oriente, fray Mateo de Narni y fray Gregorio de Ñapóles, in-,5 trodujeron innovaciones poco conformes con el espíritu del ,1 fundador, mitigaron la pobreza e impusieron a los frailes ciertas costumbres monásticas demasiado rígidas, v. gr., en Jos % ayunos. Además, fray Felipe se había constituido en abogado J de las clarisas y fray Juan 'de Campello pretendía fundar iima nueva Orden para leprosos. :..••; Con estos abusos se encontró Francisco, a su regreso en 1202, | ¿Qué hacer? Por lo pronto, suplicó al papa le diese como protector de la Ord'en al cardenal Hugolino, con cuyo consejo suprimió las irregularidades e introdujo el año d e noviciado, a fui' de no admitir a los inhábiles, al mismo tiempo que dificultó lasalida de la Orden. En el capítulo d e ese mismo año (29 de septiembre) hizo,
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ttn acto de la más profunda humildad. Resignó sus poderes de general de la Orden, nombrando por sucesor y vicario suyo a fray Pedro Cattani, y muerto éste en 1221, a fray Elias de Cortona, varón de carácter y de indudables dotes de gobierno, cuya actuación, sin embargo, fué probablemente funesta. El retiro de San Francisco, ¿puede decirse verdadera renun-' cia? Mientras él vive, sus sucesores se llaman unas veces ministros generales y otras sólo vicarios. Francisco sigue conservando entre los suyos la autoridad máxima de padr'e y fundador, y la Curia pontificia no deja de considerarle como cabeza de la Orden. Pero lo cierto es que él se retira del gobierno y del mando; pr'efiere obedecer. ¿Cómo explicar este retraimiento? En primer lugar, por su debilidad corporal y muchas enfermedades, especialmente la de los ojos. También porque se persuadió que él no era el más a propósito para dirigir aquel vasto movimiento religioso, por él mismo suscitado; tanto su amigo y protector el cardenal Hugolino como el papa Honorio le exhortaban a encuadrar aquellas muchedumbres por medio de una Constitución más fija y una codificación precisa y detallada, lo cual no respondía a su manera de concebir la vida religiosa, y hasta parece que le insinuaban suavemente la conveniencia de que pusiese el timón en otras manos; el Poverello, siempre sumiso, no dudó en acceder a ello. Se deja, además, adivinar en el santo' fundador un íntimo descontento del modo como evolucionaba la Orden; su altísimo ideal no se realizaba plenamente; se sustituía el puro Evangelio con normas de prudencia humana. Y la grandeza de la' santidad de Francisco se pone de relieve cuando se le ve obedecer dócilmente en retocar la Regla primitiva,, que era como aguar el vino generoso. 10. La Regla de San Francisco. — Durante, el invierno de 1220-4221, con ayuda de fray Cesáreo de Spira, compuso la nueva Regla, que a veces se dice primera, porque la primitiva no se conserva™. En el capítulo general de Pentecostés de 1221 la publicó delante de todos los frailes. Constaba de 23 capítulos, adornados con textos bíblicos y citas de los Santos Padres. Siendo fundamentalmente de San Francisco, no le po-* día faltar la fragancia evangélica. Lo qu"e en ella se echó de menos fué concisión y organicidad 2 7 . Se le pidió que hiciese una nueva redacción más breve y sistemática. El Santo se retiró al eremitorio de Fonte Colombo, junto a Rieti, acompañado-del cardenal Hugolino, que a sus conocimientos de jurista unía la vida pobre, sencilla y espiritual de un franciscano. Cercenando lo que el cardenal le mandaba 56 Empeñóse en reconstruirla, entre otros, K. MÜLLBR., Die ^•nfiinae des Minorítenordens und der Bussbrudersohaften (Fritnirgo~de Br. 1885) p. 185ss. 27 Puede leerse en BOHMBR; AnáleJcten p. 1-26 y en L. "WADDXNG, •4-nnales Minorwm I (Lyón 1625) p. 67,
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cercenar, añadiendo lo que aquél le aconsejaba añadir, redactó la Regla definitiva en 1223, la Regala bullata, así llamada porque el 29 de noviembre de aquel año fué confirmada por bula de Honorio III. Consta de 12 capítulos. Y empieza así: "La Regla y vida dte los Frailes Menores es ésta, a saber, observar el santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, pobreza y castidad". Se inculca desde el principio la obediencia al Romano Pontífice y a los ministros generales • 'de la Orden. Deben peregrinar por el mundo, mostrándose mansos y humildes, pacíficos y respetuosos, y saludando al entrar en cualquier casa con las palabras del Evangelio: Pax huic domui; y sólo en caso de enfermedad usarán de cabalgaduras para el camino. Dinero no tomarán en modo alguno, ni directa:,; ni indirectamente, ni como recompensa de su trabajo ni como ¿ limosna. N o tendrán propiedad de cosa alguna, ni del edificio i en que viven; mendigarán cuando del trabajo de sus manos n o . puedan vivir. Los que por divino impulso deseen marchar a : tierras de sarracenos y de otros infieres pidan permiso a sus '{ respectivos ministros provinciales. '.;'• Como se ve por estos breves rasgos, aun con todas las atenuaciones impuestas por las circunstancias, este programa reli».^ gioso de Francisco de Asís, programa intensamente vivido por- í él y por sus más fieles compañeros, era el mismo que pregonó J Nuestro Señor en el monte de las Bienaventuranzas, e implica- .:i; ba una valoración d e la vida radicalmente contraria a la dtel f mundo, en rudo contraste con la sociedad de su época, cuando J las prósperas ciudades italianas ponían en primer plano, los in->/ tereses económicos, y los poderes políticos y eclesiásticos cifra- i. ban su virtud ten la ambición y sed de grandeza terrena. >••*, Al poderío feudal o absolutista, los Frailes Menores opo- , nen la humildad; a la codicia de la rica burguesía, la pobreza;,! a los egoísmos, odios y diferencias de clases, la caridad, la fra-'if ternidad de los hombres en Cristo, el amor de Dios y d e las v criaturas. ,;. 11. El estigmatizado.—'Aprobada la Regla por el papa, t u v o / Francisco la idea de celebrar la Navidad de 1223 en una gruta-: rocosa que él conocía cerca de Greccio. A un su amigo de aquel); pueblo le tescribió pidiéndole preparase allí un pesebre provisto? de heno, con un buey y un asno. Francisco y sus frailes subie- < ron a aquel bosque la noche del 24 de diciembre con hachas^ encendidas en las manos. Un sacerdote celebró la misa sobre el;¡" pesebre, y Francisco, que hacía de diácono, después de cantar,;, el evangelio, predicó'—según dice fray Tomás de Oelano—"con* voz vehemente, con voz dulce, con voz sonora, destilando purasmieles, acerca del nacimiento del Rey pobre y de la pequeñal ciudad de Belén. Y cuando quería nombrar a Cristo Jesús, p 0 ^ el excesivo amor en que ardía, le llamaba el Niño de Belén, %/; pronunciaba la palabra Befen como el balido de una oveja ';4
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Se ha dicho que aquél fué el primer pesebre o "belén" de las fiestas cristianas, lo cual no es exacto. Y a antes celebraba el pueblo con rústicas representaciones el nacimiento del Salvador 28 , como complemento de los oficios litúrgicos de la noche de Navidad. L o que hizo San Francisco fué lograr del papa la revocación del decreto de Inocencio III que prohibía tales representaciones por la frecuencia de abusos, e infundirle a esta fiesta cristiana y popular la vitalidad y el, encanto del espíritu franciscanoi Con no menor devoción que la Navidad, quiso Francisco conmemorar la pasión del Señor. Y acercándose la Cuaresma de 1224 se retiró a la soledad, para consagrarse más enteramente a la contemplación, atraído por Dios a las dolorosas dulzuras y a las oscuridades luminosas de las experiencias místicas. La historia sabe poco de lo que en este bienio sucedió a Francisco, pero afortunadamente no ignora lo más alto y sublime. U n día de verano de 1224 subió la cuesta del monte Alvernia (La Ver na, diócesis de Arezzo), acompañado de su íntimo fray León, "la ovejuela de Dios", deseoso de celebrar allí la Asunción de Nuestra Señora y de prepararse luego con un ayuno dfe cuarenta días a la fiesta de San Miguel Arcángel (29 de septiembre). Y mientras en completo aislamiento, interrumpido tan sólo por la dulce "ovejuela de Jesucristo", que a mediodía le llevaba pan y agua y a medianoche: le llamaba a maitines, se entregaba a todos los transportes de su fervor extático, sucedió el gran milagro, de cuya verdad histórica no se puede dudar, garantizada como está por testigos inmediatos 2 9 . Hacia la fiesta de la Exaltación de la Cruz (14 de septiembre) oraba Francisco fuera de su cabana, probablemente antes del amanecer, cuando de pronto vio venir del cielo la imagen de un serafín con seis alas de fuego, dos de las cuales se alzaban sobre la cabeza, dos se extendían para volar y las otras dos cubrían todo el cuerpo; y pudo claramente distinguir que el serafín tenía la forma de un hombre crucificado. Atónito con tan maravillosa visión, inundada el alma dei gozo indecible, pero al mismo tiempo herida de compasión y de dolor por el espectáculo del Crucificado, no entendía lo que M Cf. STBPANUCCIJ Storia del Presepe (Roma 1944); G. HAGERJ £>ie Weihnachtslcrippe (Munich 1902); A. ANDRÉS DE PALMA DE MALLORCA, Man/uál del pesebrista (Barcelona 1924). " Atestiguan la estigmatización: Fr. Tomás de Celano (Vita prima c. 3 y Tractatus de miraoulis c. 2), Fr. León y los Tres compañeros" (Legenda trium socior'um c. 5), San Buenaventura ("Legenda, maior c. 13), Jacobo de Vitry (Sermo ad Fratres Mir ñores, ed. H. Felder, Roma 1903); Fr. Elias alude a ella en una circular de 1226, y Gregorio IX en una constitución del. ¿ 1 ^ taarzo de 1937; Alejandro TV, en un sermón de 1 ¿ 0 4 ' ¿ ^ L ^ Z *ula de 1255, testifica haber visto los estigmas. Modernamente el mismo Sabatier, protestante, reconoce ^historicidad• <•£-!. cotmx, Saint Francote •d'Ásaiac; mude medícate CFarw lísaoj,. »
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veía, hasta que notó en sus propias manos, y en sus pies, y en su costado, abrirse sendas llagas cruentas, como- aquellas de la visión. Desde aqufel momento no sólo en el espíritu, sino' en el cuerpo, parecía transformado en Cristo. Pocos de¡ sus frailes tuvieron la suerte de ver y palpar aquellas heridas, especialmente la del costado, que a Veces sangraba y humedecía la túnica con que se vestía. El santo las ocultaba cuanto podía, y sólo a fray Elias y a fray Rufino les hizo el favor de mostrárselas. Es ésta la primera estigmatización visible y externa que conoce la historia! Siglo y medio más tarde se hizo cél'ebre la de Santa Catalina, pero en la santa sienesa no eran visibles los estigmas. En agradecimiento cantó Francisco aquella laude que empieza: "Tú'eres Santo, Señor Dios; T ú eres Dios sobre todos los dioses; T ú eres el único autor de milagros"; laude que Francisco escribió en un pergamino para fray León y que éste guardó sobre el pecho hasta su muerte en 1274. 12. El canto del hermano Sol y el ocaso del Santo*—En su 4 asnilla, porque, no podía posar en el suelo las plantas de los pies, bajó Francisco del monte Alvernia, despidiéndose de él :, con un adiós conmovedor. Las gentes decían al verlo pasar: i Ecco il Sanio; y él les predicaba, deteniéndose entre los leprosos. Santa Clara le aguardaba en San Damiano; contigua a la iglesita había hecho levantar una cabana, y allí se alojó el 'estigmatizado. Los dolores del estómago y del hígado, y sobre . todo de los ojos, se le recrudecieron aquellos días. Una mañanita, habiéndose levantado temprano] dijo a unos frailes sentados junto a él: "Si el emperador me hubiese dado todo él Imperio romano, no debería alegrarme mucho; pero he aquí que el Señor, mientras vivo aquí abajo, me h a prometido el reino celeste; así que en todas mis tribulaciones debo alegrarme gran- ., ¿ demente y dar gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo". •; Y concentrándose un momento y haciendo como una florida •; síntesis de toda su vida—que no había sido otra cosa que un cántico al Señor y a sus criaturas—se puso a cantar: Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las laudes, la gloria y el. honor de toda bendición. A Ti solo, Altísimo, te corresponden, y ningún hombre es digno de nombrarte. Loado- seas, mi Señor, con todas tus criaturas, especialmente micer el hermano Sol, el cual hace el día y por él nos iluminas, •' y él es bello, y radiante con grande esplendor; i) de Ti, Altísimo, trae significación. :\" Loado seas, mi Señor, por la hermana (sora) Luna y las Estr'é .<' en el cielo las has formado claras y preciosas y bellas. [lias, •^•' Loado seas, mi Señor, por el hermano (frate) "Viento, y por Aire y Nublado y Sereno y todo Tiempo, por el cual a tus criaturas das sustentamiento.
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. Loado seas, mi Señor, por el hermano Fuego, por el cual iluminas las noches, y él es bello y jocundo y robusto y fuerte. Loado seas, mi Señor, por la hermana nuestra Tierra, la cual nos sustenta y gobierna y produce diversos frutos con flores de colores y hierba. Alabad y bendecid a mi Señor y dadle gracias y servidle con gran humildad. Así cantó, fíente al pintoresco valle de Asís, su inmortal Cántico del hermano Sol. P o c o antes d e morir, añadió dos estrofas, alabando al Señor en nombre de los que perdonan por su amor, de los qu'e sufren con paciencia y de la hermana Muerte corporal, de la que nadie puede escapar. Obedeciendo al cardenal Hugolino y a fray Elias, buscó remedio para su enfermedad de los ojos fen un médico de Rieti y en otro de Siena. T o d o fué en vano. Retornó a Asís, exclamando: "Ben venga la mia sorella M o r t e " . Quería morir en la Porciúncula. Redactó su Testamento, que es un legado admirable de su espíritu, en el que, hecho un breve recuento d e su vida, exhorta a sus discípulos a reverenciar a los sacerdotes, a venerar la Eucaristía en todas las iglesias del mundo, a n o pedir dispensas de la Regla, a observar la más estricta pobreza, acabando con una emocionante bendición a todos sus hijos. Fray León y fray Ángel le cantaban, al son de la cítara, el Cántico del hermano Sol. D e los labios del moribundo salió el último verso: "Loado sea mi Señor por nuestra hermana Muerte". Cantó luego tel salmo 141, y entre las plegarias, de sus frailes, la tarde del 3 de octubre d e 1226 voló su alma seráfica al abrazo de Dios B<) . Contaba cuarenta y cinco años. Su carne —dice fray Tomás de Celano—, que era morena, se tornó blanquísima y r'esplandeciente, y en medio de las manos y de los pies, no. ya las heridas de los clavos, sino como unos clavos de carne con su cabeza negra. El día siguiente, el pueblo de Asís, con todo su clero, vino a llevarle el cuerpo del santo. El cortejo fúnebre pasó por el convento de San Damiano, donde se detuvo un momento, abriendo el ataúd para que Clara y sus monjas pudiesen contemplar el cu'erpo estigmatizado del que había sido su padre y maestro. Sepultado provisionalmente en la iglesia de San Jorge (hoy Santa Clara), fué más tarde trasladado' al espléndido' templo de San Francisco, levantado por fray Elias. El 15 de julio de 1228 era canonizado por su amigo Hugolino, ahora papa Gregorio -IX, fel cual encomendó a fray T o 30 Aseguran varios coetáneos que las alondras mañaneras,, tan amigas de Francisco, vinieron al anochecer a dar el último adiós al moribundo y se pusieron sobre el techo a cantar y hacer ruido con las alas, no sabemos—dice Celano—si en señal de tristeza o de alegría (Tract. de miraculis, en "Legendae Sancti Francisci' I, 284).
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más de Celano poner por escrito la vida del santo, y a fray Elias construir la gran basílica. •\ 13. Espiritualidad franciscana.—Recuérdese lo que dijimos» sobre la espiritualidad cisterciense, porque la franciscana es una' prolongación de aquélla, con matices nuevos de gozo espiritual, de sencillez, de elevación a Dios por las criaturas y de popularidad. La espiritualidad de San Bernardo era para monjes; la de. San Francisco, para todos los cristianos. Aquélla, en medio de sus dulzuras extáticas, se caracteriza por un rigorismo fuerte, que predica la fuga del mundo y el d'esprecio de las criaturas; ésta presenta rasgos más humanos y optimistas y sabe juntar al más grande despego de todo lo mundano la más amable fraternidad con las criaturas. Ambas son eminentemente cris- , tocéntricas, como fundadas ten la devoción al Verbo humanado. Al igual que San Bernardo, se conmueve tiernísimamente San Francisco ante Jesús niño, pero con una mayor ingenuidad gozosa y popular, que acaso proceda de su carácter italiano; y lo mismo que el abad de Claraval, pero con más insistencia y : enamoramiento y com-pasión (en el sentido etimológico de la * palabra), medita en Cristo crucificado y lo tiene siempre ante ; sus ojos y trata de asemejarse lo más posible a El. E n todos los actos de su vida intentó Francisco asemejarse a Cristo, y esto nó sólo en lo interior del alma, sino aun en la vida exte-' rior. Con sus palabras y sus obras volvió a dar al Evangelio ; su acento más primitivo y fresco. De su amor apasionado a Cristo procedía aqu'ella v'enera' ción a los representantes de Cristo, por aquella "tan grande fe que Dios me dio en los sacerdotes que viven según la forma > de la Santa Iglesia Romana"; son palabras de su Testamento. Y con ese amor va unida su devoción a la Eucaristía, porque "el Señor me dio tal fe en las iglesias, donde El está presente, que allí yo lo adoraba sencillamente diciendo: T e adoramos, Señor Jesucristo, que estás en todas las iglesias esparcidas por ; todo el mundo, y te bendecimos porque redimiste al mundo con } tu santa cruz". D e las virtudes dte Cristo, las que Francisco más vivamente trató de imitar y recomendó a los suyos fueron el amor, la huí- ,' mlldad y la pobreza; amor a Dios y a los hombres; humildad, ; que implica obediencia a los mayores, y pobreza—Madonna '•: Povertá—•, su dama caballerescamente amada, virtud qute quiso ; imponer no solamente a los frailes, individualmente considera- •; dos, sino a toda la Orden en cuanto tal, y en esto aportó una ¡ novedad, que muchos juzgaron utópica. ••'• Tal enamorado dte Cristo no podía menos de amar ardien- l temente a la M a d r e del Salvador, en testimonio de lo cual nos'.íbastaría traer aquellas laudes bellísimas que el "juglar de Dios" compuso en alabanza de todas las virtudes qufe adornaron a *; María y que deben adornar a todas las almas santas. Comien- í
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zan: ".O madonna •S?.p4en7?>!, il Signore salvi te e la tua sorella la santa e pura Semplicitá. O santa madonna Povertá!... O santa madonna Carita! " Y prosiguen: "Ti saluto, o Fortezza!, regale di Dio..., tete.S1 El seráfico doctor San Buenaventura fué quien sistematizó y dio forma definitiva a la espiritualidad franciscana. Y toda la Orden se encargó de propagarla entre el pueblo cristiano con una eficacia y una universalidad nunca vistas, lo cual ste explica perfectamente si se tiene en cuenta el carácter afectivo de esta espiritualidad y la inmensa popularidad que ganaron los franciscanos ten todos los países. Baste decir que a fines del siglo xin contaban más de 1.500 conventos o eremitorios, con un total aproximado de 30.000 a 40.000 frailes. 14. Rigoristas y mitigados»—La concepción de la vida religiosa, tal como aparece en San Francisco de Asís, principalmente en su Testamento, es maravillosamente espiritual y pura, y tal qute arrebata la admiración d e cualquiera. Pero algunos de sus preceptos, como el d e no recibir jamás dinero ni tener cosa alguna en propiedad, ni siquiera el edificio! en que se vive, ¿no eran impedimentos para el desarrollo de la actividad apostólica, para la buena formación científica y para ciertas actuaiciones que una Orden religiosa tan pujante y extendida no podía esquivar? Entre los discípulos del fundador surgieron las primeras discrepancias. U n santo franciscano como Antonio de Padua (o de Lisboa)', un general tan piadoso como Juan Párente, y poco después el mismo San Buenaventura, pensaron que el cumplimiento literal de la Regla con el Testamento no podía exigirse en las nuevas condiciones históricas, imprevistas por el fundador. Esas condiciones históricas eran:- 1) El enorme crecimiento de la Orden con tantos millares de frailes, los cuales necesitaban de grandes convtentos, que sustituyesen a los míseros tugurios de antes. 2)' La necesidad d e recibir una sólida formación teológica y moral, d a d o que en la Orden iban prevaleciendo los sacerdotes sobre los legos, y consiguientemente se imponía el ministerio de las confesiones y la predicación dogmática; ahora bien, para recibir esa formación era preciso poseer libros y bibliotecas y estudiar .largos años en las universidades, lo cual ño era factible sin dinero. 3) La voluntad de los papas, que deseaban valerse de los franciscanos en otras actividades de importancia para el bien dte la Iglesia y en empresas de gran envergadura, imposibles d e realizar sin alguna mitigación de la Regla. La disensión de pareceres apareció claramente en el capítulo de 1230, bajo el ministro general Juan Párente. Allí se vio que los rigoristas, opuestos a cualquier mitigación, eran minom
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ría; por lo cual el capítulo^ 'envió una comisión, en la que iba San Antonio, a pedir al papa una declaración sobre la obligatoriedad de la Regía en lo referente a la prohibición del dinero y de toda propiedad. Respondió Gregorio IX el 28 d'e septiembre, reconociendo que efectivamente en la Regla había cuestiones oscuras y dificultades inextricables que acongojaban a ciertas conciencias;; por lo cual él, que conocía íntimamente la institución de San Francisco por haber sido su colaborador en la redacción de la Regla, declaraba que el Testamento no tenía fuerza obligatoria, ya que el Santo no tenía entonces por sí solo, sine consensu ministrorum, potestad legislativa; que los frailes no estaban obligados a más' consejos evangélicos que los que se contienen en ia Regla, aunque del texto parezca deducirse otra cosa; y, en fin, que para aligerar la prohibición del dinero instituía "nuncios apostólicos", que pudiesen recibir dinero y expenderlo en nombre de los bienhechores a ben'eficio de los frailes. En cuanto al dominio de propiedad, afirmaba que ni en particular ni en común les es lícito poseer cosa alguna, siéndoles permitido tan sólo el usufructo del ajuar, de los libros y de los conventos necesarios; el derecho a los bienes inmuebles será siempre del donador. Tal decisión tranquilizó a la mayoría, es decir, a los partidarios de la observancia mitigada; pero no faltaron rigoristas —los que más adelante se llamarán "espirituales"—que levantasen su voz con escándalo, diciendo que el aceptar esa glosa y concesión no era sino una impía y vergonzosa deserción d'e la mente de San Francisco. 15. De fray Elias a San Buenaventura.—A fray Juan Párente sucedió fray Elias de Cortona {1232-1239), quizá por expreso deseo del papa, que le estimaba como a íntimo del fundador y hombre de gran talento de gobierno, dinámico y autoritario. A la verdad, se hizo benemérito de la Orden por lo mucho que la difundió, por las misiones y los estudios que fomentó, por los altos ministerios apostólicos a que la preparó. Pero él llevaba una vida poco' franciscana, mostraba excesiva inclinación al fausto y al buen trato corporal, recogía grandes cantidades de dinero, bien que en su mayor parte para la construcción de la gran basílica de San Francisco, y hasta era acusado de aficiones alquimistas. N o siendo sacerdote, se apoyaba en los legos, más dóciles y sumisos que los clérigos, y evitaba la convocación del capítulo general para no ser depuesto. Procedió dura, y tiránicamente contra los rigoristas, exasperando a los d e este partido de tal forma que aun los mitigados se pusieron contra él. Dond e más protestas levantó su gobierno fué en Francia, Inglaterra : y Alemania, tanto que el papa hubo de convocar el capítulo
general de Roma 'en 1239, en el que fray Elias fué destituido. ;
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Refugióse en la corte de Federico II, enemigo del pontífice, por lo cual Gregorio I X y luego Inocencio I V lo excomulgaron, pero murió fcn 1253 reconciliado .con la Iglesia ai. Su sucesor, Alberto de Pisa, fué ei primer sacerdote que entró a gobernar la Orden como ministro general; desde entonces no ha ejercido ese cargo ningún lego. Como por efecto del gobierno de fray Elias la facción mitigada se había relajado algún tanto, la rigorista adoptó una actitud más intransigente y separatista. A fin de calmar las disputas de ambas sobre la interpretación de la Regla, el papa Inocencio IV, el 14 de noviembre de 1245, tomó en propiedad de la Sede Apostólica todos los bienes muebles e inmuebles de los frailes, de suerte que éstos podrían usufructuarlos, mas no enajenarlos sin consentimiento deí Romano Pontífice. N o por eso sobrevino la paz. El ministro general Juan de Parma (1247-1257), con fama de santo y de sabio, propendió al rigorismo, favoreciendo a los fanáticos entusiastas de Joaquín de Fiore. Y tuvo que venir San Bu'enaventura para evitar un cisma doloroso. En su largo generalato (1257-1274) logró.poner paz y concordia entre los hijos dé San Francisco, suprimió los abusos y relajaciones de algunos, urgió convenientemente la observancia de la pobreza y la austeridad de vida, al mismo tiempo que promovió decididamente los estudios, sin tener reparo en pedir a la Santa Sede los privilegios necesarios; en una palabra, gobernó con delicada prudencia y con alto espíritu sobrenatural, sabiendo reprimir a los separatistas tanto como a los laxos. Que la paz no fué duradera, ya lo sabemos. El gravísimo conflicto y la honda escisión interna que en años posteriores estalló entre la Comunidad y los Espirituales, quedan narrados en-el pontificado d e Celestino V .
III.
L O S CARMELITAS Y AGUSTINOS
1. E l Carmelo*—La tercera Orden mendicante es la del Carmelo (Ordo Fratrum B. M. Mariae de Monte Carmelo). Si los frailes carmelitas descienden de los anacoretas del Carmelo {montaña que se eleva al oeste de Nazaret y se asoma al mar desde la parte meridional de Fenicia); más aún, si remontan su origen a los profetas Elias y Elíseo, es una cuestión que fué durante siglos apasionadamente debatida. Conocida es la polémica suscitada en 1668 por el P . Daniel Papebroch, uno de los más famosos bolandistas, que fué el primero en negar m
HOLZAPPBL, Historia de Br. 1909) p. 19-25.
Ordinis Fratrum
Minorum
(Friburgo
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P. fl. DÉ GREÓÓRIÓ Vil A BONIFACIO VIH
la tradición de que Elias fuese el primer Padre de la Ord'en carmelitana 8a . Hoy nadie duda que la crítica del docto bolandista era acertada y que la fundación de la Orden propiamente dicha no debe ponerse antes del siglo xil. Lo que no> puede negarse es que ya en la sexta centuria (según el Itinerario del peregrino de Piacenza) hubo anacoretas que pusieron sus ermitas en el monte Carmelo, atraídos tal vez no sólo por la belleza del paisaje, sino por el recuerdo del profeta Elias, que era mirado como modelo de contemplativos. Tales anacoretas, ¿se remontaban por sucesión ininterrumpida, hasta los profetas Elias y Eliseo? Históricamente no puede demostrarse. Es cosa averiguada que hacia 1156 San Bertoldo, caballero cruzado, hijo del conde de Limoges, se retiró a la soledad del monte Carmelo y se estableció en una cueva que se decía del profeta Elias. El monje griego Juan Focas, que hizo una peregrinación a Tierra Santa hacia 1177, escribió ocho años más tarde lo siguiente: "Hace varios años, up monje de dignidad sacerdotal, de cabellos blancos, oriundo de Calabria, después de una revelación del profeta, que lo llamaba al montte, consr truyó una pequeña tapia alrededor de las ruinas de un antiguo monasterio, edificó una torre y una iglesia n o muy grande, y allí habita todavía con unos diez compañeros" 8*. Llamábanse "Ermitaños de 'Nuestra Señora del Monte Carmelo". A Nuestra Señora estaba consagrada' su iglesita. Y siempre será la devoción a Nuestra Señora la devoción predilecta 33
Papebroch (o Papenbroeck) en Acta Sanctorum, 6 y 29 de marzo (Vita S. Oyrüi, Vita S. Bertholdi), lo que hizo fué demostrar que San Bertoldo había sido el primer superior de la Orden y San Cirilo el tercero, sin decir nada de la supuesta antigüedad '.¡fl de los carmelitas. Combatióle vivamente Fr. Francisco de Buena j | Esperanza, ex provincial de Flandes (Historico-theolagicum Carméli armamentarium, sive argumenta in Ordinis antiquitatem 2 vols., Amberes y Colonia 1669-1677). Mantuvo Papebroch sus posiciones en la Vita S. Alberti (8 abril) y en el tomo 2 de abril, p. XXXII-XL. Replicóle esta vez Fr. Daniel de la Virgen María (Speculum Carmelitarum, 3 vols., Amberes 1680) defendiendo que. Elias fundó la Orden del Carmelo, propagada luego por los "hijos de los profetas" (4 Reg. 2). Orden eremítica que reapareció en los esenios. La polémica continuó. Cf. Acta Sanctorum mal I, Apología praeliminaris. La Inquisición española, tomando partido S en favor de la tradición, prohibió en 1693 los tomos de las Acta Sanctorum. Más prudente fué el papa Inocencio XII, que el 20 de noviembre de 1698 impuso silencio a las dos partes. " MG 133, 961. Puede verse igualmente en AASS, mai II, p. IX. J También Jacobo de Vitry, obispo de San Juan de Acre, habla. ' de los anacoretas palestinenses, y dice que "unos, siguiendo el. ejemplo de Cristo, se retiran al desierto de la Cuarentena; otros, a ejemplo e imitación del santo y solitario Elias, viven anacore-, ticamente en el monte Carmelo..., junto a la fuente de Elias (Historia Orientalis c. 52, en J. BONQAERS, Gesta Dei per Franco»; [Hannover 1611] I, 1074-1075).
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de los -carmelitas, que por algo se llaman "Frailes de la Orden de la Bienaventurada Virgen María". Debemos añadir que no sin fundamento llaman su Padre a Elias, porque los fundadores, y después todos los carmelitas, miraron siempre a aquel profeta como a modelo y ejemplar, e inspirados en él modelaren sus reglas y constituciones. Moralmente, pues, ha influido el profeta Elias en la Orden carmelitana casi tanto como San Agustín en los diversos institutos que llevan su nombre y se glorían de tenerle por Padre. Como los seguidores de Bertoldo de Calabria iban en aumento, fué preciso darles una Regla apropiada. Sucesor de San Bertoldo (-j- 1198) fué Brocardo, en ouyo tiempo el patriarca latino Alberto de Jerusalén les trazó la primera Regla hacia 1208 o poco después; Regla austera, aprobada el 30 de enero de 1226 por el papa Honorio III. E n ella se ordena que haya un prior, elegido unánimemente, al cual presten obediencia; que los ermitaños vivan en celdas separadas, dedicados a la meditación y al rezo del Oficio divino; que n o tengan cosa propia, sino que todo sea común; que haya capítulo de culpas los domingos; que ayunen desde la Exaltación de la Cruz hasta el domingo de Resurrección; que nunca coman carne, si no es en caso de enfermedad; que guarden estricto silencio desde vísperas hasta tercia del día siguiente 35 . 2. Los carmelitas en Occidente.—La difícil situación de los cristianos en el Oriente no podía menos de tener su repercusión hasta en las solitarias celdas de los ermitaños del Carmelo; los cuales, a fin de no perecer bajo las cimitarras turcas, fueron poco a poco abandonando aquellos lugares tan venerandos y queridos. En 1238 los monjes de Chipre retornaron a su isla; los de Sicilia, a la suya; los franceses, a Marsella. El conde Ricardo de Cornuailles trajo consigo a varios ingleses en 1240. En 1254, San Luis llevó seis monjes del Carmelo a Francia, y en París les construyó un monasterio. Reunido el primer capítulo general en Aylesford, de Inglaterra, el año 1245, resultó elegido superior general San Simón Stock (j- 1265), a cuyo largo gobierno debe la Orden su constitución definitiva y en gran parte su extensión por Europa. Comprendió el santo general que era necesario adaptar a las circunstancias de Occidente el carácter puramente contemplativo y el modo de ser anacrónico de los carmelitas. Con estie objeto envió sus representantes al papa Inocencio IV, que se hallaba e 9 el concilio de Lyón (1245). El papa comisionó a dos dominicos para que revisasen las * Institutio primorum monachorum. Son en_Ji2*aJL*? ^P^.H" M, que pueden verse en AASS, aprilis I, 778-779 (Vita B. Al-
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Reglas primitivas del Carmelo. El resultado fué que se modifi-, carón algunos puntos, se introdujeron algunas mitigaciones, como el refectorio común, la facultad de comer carne en los'' viajes, la reducción del silencio riguroso; y la que antes era una Orden de teremitás quedó transformada en una Orden de ce?-, nobitas. Inocencio I V la confirmó el 1 de septiembre de 1247 36¿ Desde este momento pudieron dedicarse los frailes carmelitas a los ministerios apostólicos, como las otras Ordenes men-; dicantes, si bien en esta'del Carmelo prevaleció siempre la vidacontemplativa sobre la activa. N o faltaron graves dificultades en esta transformación, y': según refiere 'en su Crónica Guillermo de Sandwich, O. O , de^ finidor de Tierra Santa en 1287, volvieron entonces los frailes' sus ojos y sus plegarias a la Santísima Virgen, la cual, aparea ciéndose a San Simón Stock, le animó a acudir al RomanoPontífice, en quien hallarían de nu'evo protección y amparo *T.;¡ Los carmelitas no tardaron en propagarse por Europa. Entiempo de San Simón Stock llegaron a tener en Inglaterra 4Q-. conventos. D e Inglaterra pasaron a Escocia, Irlanda y Países ; Bajos; como de Mars'ella a Narbona, Aquitania y España, y) 38 Bullarvum Romanum III (Turín 1858) p. 535-546; y "Ana1;; lecta Ordinis Carmelit." II, 556-561. 37 De la gran promesa de la Virgen a los que lleven el habitó: o escapulario del Carmen, nada se dice en este relato—el más antiguo—de la visión de San Simón Stock. El primer testimonio! explícito aparece en un códice de fines del siglo XIY O principio; del xv, que sin duda os eco de otros anteriores. El privilegio: sabatino, históricamente considerado, se funda en la supuesta vi-i sión del papa Juan XXII, que no era precisamente un santtíj' referida en una bula, evidentemente espuria, de 3 de marzo <$, 1322. La mayoría de los historiadores no carmelitas se muestra,!* escépticos respecto de ambas promesas marianas, sobre todo de. la segunda. El ilustre historiador, carmelita descalzo, B. Zini'., merman (The origin of the Scapular... froin original SouYcefy en "The Irish Ecclesiastical Record" 9 [1901] y 15 L1904]) sostie ne la historicidad de la visión de San Simón Stock, aunque pon" dificultades a ciertos documentos, y afirma que la promesa de 1 Virgen fin hóc moriens aeternum non patietur incendium) se, refiere al hábito de los frailes, no al escapulario de los seg]ar.e& El que con mayor aparato científico, aunque cum studio y;•',.'711 & veces cum ira, ha intentado demostrar la solidez de la tradició carmelitana es el P. BARTOLOMÉ XIBERTA, O. C, De visione S. 8' monis Stock (Roma 1950). Hacemos nuestras las palabras del mariólogo Emilio Campana: "Per noi il valore dello Scapolara^ di quello del Carmine, come di ogni altro, non stá tanto nell^ sua origine, quanto nel suo significato... Né diverso é il sety cimento della Chiesa... E l'aprobazione della Chiesa da alia su volta ad una devozione un prestigio incomparabilmente superior-?, a quello che le potesse derivare da non importa qual insiga** visione privata". Y las que antes escribiera Papebroch: "Impra bus porro sit qui neget, multis Romanorum Pontificum gratíl ac. privilegiis ornatam, multis etiam divinis beneficiis compás batam fuisse istam Scapularis Mariani devote gestandi devotip nem". Cit. ambos en XIBERTA, De visione p. 26-27.
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de Sicilia, a la península italiana. Entraron también en los' grandes centros universitarios, como Cambridge (1249), Oxford (1253), París (1254) y en otras ciudades de florecientes escuelas, como Colonia (1256), Tréveris (1286), Maguncia (1288), etcétera. Hasta el siglo xiv no empezaron a descollar sus grandes doctores 3 8 . 3. La Orden de Ermitaños de San Agustín.—De los canónigos regulares de San Agustín, cuya Regla y forma de vida hemos descrito en otro capítulo, hay que distinguir cuidadosamente a los "Ermitaños de San Agustín", cuarta Orden mendicante, constituida a m'ediados del siglo xm y registrada entre las mendicantes desde 1303 por bula especial de Bonifacio VIII. N o sólo los cabildos, sino muchas congregaciones de ermitaños y otras comunidades libres surgidas en el siglo XII, en vez de atenerse a la Regla de San Crodegando, seguían a su manera la llamada Regla de San Agustín. Como estas pequeñas fundaciones se multiplicaban, principalmente en Italia, de modo anómalo y arbitrario, el I V con1cilio Lateranense (1215)' hubo de prescribir ten el canon 13 lo siguiente: "A fin de que la excesiva diversidad d e religiones no cause grave confusión en la Iglesia, prohibimos que en adelante se instituya nueva religión, sino que quien desee entrar religioso abrace una de las Reglas aprobadas. D e igual modo, el que quiera fundar una nueva casa religiosa reciba la Regla y Constitución de las religiones ya aprobadas" B9. Inspirado en este espíritu, y a fin d e evitar desavenencias y otros inconvenientes entre las diversas Congregaciones autónomas de ermitaños de San Agustín, el papa Al'ejandro IV, a principios d e 1256, convocó en Roma, en el coinvento de Santa María del Popólo, a los representantes de los Guillermitas, de los Juanbonitas, de los Britinianos, át los Ermitaños Toscanos de la Santísima Trinidad y de los Ensacados o Hermanos, de la Penitencia, y, tras algunas deliberaciones, les mandó, por medio de Ricardo, cardenal de Sant'Angelo, unirse en una sola Orden, bajo un sup'erior general que residiese en Roma. Así se constituyó la "Orden de Ermitaños de San Agustín". La elección del general recayó en la persona de Lanfranco de Milán, hasta entonces prior de los Juanbonitas. 38 Cf. DENIITT.EJ Quellen zur Gelehrtengechichte des Karmetttenordens in 1S. und 11,. Jahrhundert, en "Arch. f. Lit. und KG" 5 U889) 365-384; B. XIBERTA, De scriptoribús scholasttcís ex Ordíne Varmelitanorum (Lovaina 1931) y otros trabajos del mismo P. Xioerta, en "Analecta Ordinis Carmelitarum" (1926ss); COSME DE ^ILLIBRSJ Bibliotheca Carmelitana, notis critícis et dissertationibus Mus trata (2 vols., Orleáns 1752; reproducida anastáticamente, «•orna 1927); B. ZIMMERMAN, Carmes, en DTC. Sobre la espiritualidad carmelitana léase el art. de TTTUS BRADSMA, Carmes, en •Dict. de Spir.". * MANSI, Sacrorum Conciliorum--- colleotio t, 22, 1002,
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Eran los Juanbonitas .una Congregación muy austera fundasda por el Beato Juan Bono de Mantua (1168-1249) y extendida; por once conventos de Italia. Los Britinianos llevaban estenombre de su primer eremitorio, San Blas de Brittini, en la.: Marca de Ancona. El papa confirmó la unión con la bula Licet Ecctesiae (9 dé abril 1256) « : •• Aunque la nueva Orden seguía la Regla d e San Agustín,» tenía también Constituciones propias, confirmadas en los capí4 tulos generales de Florencia (1287) y Ratisbona (1290). N o se crea que esta agrupación de varias Congregaciones»* en una pasase sin obstáculos. Hubo muchas discrepancias sobrtf el modo de vestir, sobre el régimen de vida, etc. Los guiller-, mitas no tardaron en separarse. Era ésta una Congregación del ermitaños iniciada por el anacoreta San Guillermo de Maleva}' (f 1157) en una isla cercana de Pisa, luego en la montaña de¡ Pruno y finalmente en el valle desierto de Maleval, no lejosj de Siena. D e los Ensacados (Fratres saccati), así denominados por el tosco hábito que llevaban, semejante a un saco, no todos sg1; adhirieron a la nueva Orden, y aun alcanzaron una bula ponti-: ficia para continuar en Congregación independiente. Con el ape*í ! lativd de "Boni nomines" teran conocidos en Inglaterra. Propagáronse muy rápidamente por toda Europa los ermi\ taños de San Agustín, de tal suerte que en la primera mitad del siglo xiv llegaban a 15.000, repartidos en veinticinco provincias, y cerca dfe 300 conventos. Y al mismo ritmo fueron creciendo'' hasta la revolución protestante. U n a de las causas de este rail pido crecimiento pudo estar en que no sólo se mulíiplicabafí como otras Ordenes, por enjambrazón o trasplante de monas. tterio a monasterio, sino también por anexión de otras entera' Congregaciones. D e los primeros en incorporarse, a los agiistl nos fueron los "Pauperes Catholici" o Congregación de Pobr Católicos, fundada por Durando de Huesca para trabajar e',' la conversión de los "Pobres de Lyón" o valdfenses. Durand de Huesca, antiguo valdénse, retornó a la verdadera fe en 120$ en unión con seis compañeros, recibió en Roma de Inocencio I? la primera organización, pero Gregorio I X les aconsejó incoir porarse a otra Orden' religiosa. Los franceses se unieron co_: los dominicos, y más tarde (1 de agosto 1256) los italianos s," juntaron a los agustinos. Las cuatro Ordenes mendicantes de dominicos, francisc^ nos, carmelitas y agustinos fueron expresamente excluidas .... la prohibición dada por el concilio II de Lyón fen 1274 ca!, « POTTHAST., Regesta Pontíficum Romanorum II, 1341, n. 1$
Las Constituciones, en HOLSTENIUS, Oodex regularum
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tra todas las Ordenes instituidas después del concilio IV de Letrán 41 . 4. Los servirás.—Digamos unas palabras sobre la "Orden de los Siervos de la Bienaventurada Virgen María", que tuvo •su origen en Florencia, en una época bien turbulenta para las ciudades italianas, cuando las luchas entre güelfos y gib'elinos ensai.-rentaban las calles y sembraban discprdias en todas partes. La providencia de Dios suscitó en aquellas circunstancias algunos varones santos, que con su palabra y su ejemplo predicasen a todos la caridad y la penitencia. . El principal de ellos se llamaba Bonfiglio Monaldi, natural de Florencia. Movidos por sus virtudes, otros seis florentinos •ricos e influyentes, miembros como él dr una cofradía dedicada a honrar a Nuestra Señora, se le juntb.-<ún, y estando todos un día, que era el de la Asunción de la Virgen (15 de agosto de 1233), haciendo oración, cuéntase qufc se les apareció la Virgen Santísima y les animó a renunciar al mundo. Ellos en seguida repartieron sus bienes a los pobres, y el 8 de septiembre, retirados a una iglesita de las afueras de la ciudad, cambiaron sus vestidos por un hábito gris. Los nombres de los siete fundadores eran, además de Bonfiglio Monaldi, que aparece como superior, Juan de Bonagiunta, Bartolomé de Amidei, Manetti dell' Antella, Ricovero de Uguccione, Geraldino de Sostegni y Alejo Falconieri 4 2 . Importunados por el gentío que venía a visitarlos de la cercana Florencia, se retiraron el 31 de mayo de 1234 al monte Senario, donde vivían anacoréticament'e, conforme a la Regla de San Agustín. El viernes de Pascua de 1240 hicieron sus votos religiosos en manos del obispo, de quien recibieron un hábito negro y el nombre de "Servi B. V . Mariae", de donde el pueblo los apellidó servitas. Bonfiglio Monaldi redactó en 1244 unas Constituciones propias, que luego fueron completadas por .San Felipe Benizzi o fenicio (f 1285), quinto general de la Orden. De aquella primera vida contemplativa en el monte Senario Salieron en 1250 para juntar la vida apostólica por medio de js predicación de la caridad en la ciudad de Florencia (convento r e la Anunciata); en seguida pasaron a otras ciudades de Italia v de Francia, Alemania, etc. Característica de los servitas era la Propagación del culto a la Virgen de los Doloi'es. El ya citado San Felipe Benizzi, sucesor de San Manetti MANSI, Sacrorum Conciliorum t. 23, 96-97. n E^.1 . £J& historicidad de los seis compañeros de San Felipe Befií-sl '•' P r e s t a en d u d a por los Bolandistas (Propylaeum ad Acta ¡: ^ Bt c f i ™ Decevibris: Martyrologium Romanum LBruselas 1940] | j j »>, h a sido decididamente sostenida por F . SPBDAIJBRT, S. I-, lesiatr infallibüitate in canonizatione sanctorum (Roma ¡£ 49> P. 31-63. Aún quedan puntos oscuros. • WM*o»-£íf AR la Iglesia. 2
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1 dell' Antella en el generalato de la Orden, contribuyó a que éstas: se dedicase con fervor al cultivo de la ciencia, envió sus frailesi a Polonia, Hungrir y aun a las lejanas misiones de Tartaria y | la India; en Italia logró muchas reconciliaciones entre güelfosi y gibelinos, y en Alemania predicó en la corte del emperador! Rodolfo de Habsburgo, el cual con la emperatriz se afilió entre! los terciarios servitas. 1 La rama femenina,-o segunda Orden, recibió los primer--s': estatutos de San Felipe, el cual también puede considerarse, ni. menos parcialmente, como fundador de la Orden tercera de¡a monjas\ que en Italia llaman Mantelatas, ya que fué el director! espiritual de la madre fundadora, Santa Juliana de Falconieril (f 1341) 4S . 5. Ataques a las Ordenes mendicantes,—Hemos visto enj otro capítulo las disensiones entre los clérigos saculares y 1§ monjes, y entre éstos y los canónigos regulares. Los recelos y discrepancias ya existentes entre el clero secu¿| lar y el regular explican perfectamente que al presentarse corii empuje arrollador de apostolado las Ordenes mendican f es, des*>j tinadas expresamente a trabajar activamente en el pueblo y n
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?; los frailes mendicantes a jurar unos estatutos, fueron excluidos .'• totalmente del gremio universitario. Una bula de Inocencio IV, dada el 1 de julio de 1253, reclamó ante la Universidad los derechos de los frailes. Pero los maestros universitarios dirigieron un manifiesto a todos los arzobispos, obispos, etc., tratando de í ' ganar adeptos para su causa (4 de febrero de 1233), y envia' ron a Roma, como representante de la Universidad, al más enconado adversario de los mendicantes, Guillermo de SaintAmour. Este logró del papa Inocencio IV, hasta entonces favorecedor de los frailes, una bula contraria a ellos (21 de noviembre 1254), por la que prohibía a los fieles, bajo pena de excomunión, oír la misa dominical en cualquier iglesia de religiosos, y a éstos les prohibía predicar en sus propias iglesias durante la misa parroquial y en cualquier otra iglesia sin permiso' del párroco. Pocos días después fallecía el papa Inocencio, y con la subida de Alejandro I V a la Cátedra de San Pedro cobraba nuevo aspecto la- contienda. En la capital de Francia tenían también los frailes un regio protector' en San Luis, ya de vuelta de Palestina. 6. La embestida de Guillermo de Saint-Amour.—Fué probablemente aquel año de 1254 cuando el canónigo y maestro parisiense Guillermo de Saint-Amour compuso un tratado que lleva por título Lifcer de Antichristo et eiusdem ministeis45. Docto y apasionado, Saint-Amour no estaba solo en la guerra contra los mendicantes, pues había en la Universidad muchos maestros, como Siger de Bravant, Lorenzo Langlais (Anglicus), Nicolás Lisieux, Gerardo d'Abbeville, enemigos resueltos de los frailes. Tenía, además, ahora un punto sólido en que apoyarse, y era el libro Introductorias in evangeliam aeternum, publicado por el franciscano Gerardo de Borgo San Donnino. Ya dijimos los errores que este glosador del abad Joaquín de Fiore propaló por medio de ese escrito. Guillermo cíe Saint-Amour se lanzó contra las ideas apocalípticas y otros errores del Introductorias, envolviendo en su Condenación a todos los franciscanos e incluso a los dominicos, a quienes llamaba predicadores del anticristo, fariseos hipócritas, falsos profetas, falsos hermanos, de los que dice San Paffa lo (2 Tim. 3,6) "que se cuelan por las casas y se llevan cauti! rttawts: "Rev. d'Hist. de l'Egllse de France" 11 (1925) 309-335; l ,,'5~495. Un claro resumen dé la controversia y nueva biblloera***, en A. TEETAERT, Quatre questions de Oérard d'Abbeville: "Arcnivio italiano per la storia della pietá" 1 (1951) 82-178. Publicado en MARTENE, Veterum scriptorum et monumento"Mn.... amplissima collectio t. 9 (París 1733) col. 1213-1246. Nótese Ue 2 Marténe atribuye ese libro a N. Oréame, pero Le Clerc ha demostrado en "Histoire litt, de la France" XXI, 470s, que su ; autor es Guillermo de Saint-Amour. Sobre este personaje .véase ;: * bibliografía citada por E¡. AMANN, Saint-Amour, en;i3J.o. ,.••.,.
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vas a mujercillas cargadas de pecados". Y no contento con • esto, atacó a las Ordenes mendicantes en su ideal evangélico, de pobreza y en su modo d'e concebir la perfección, queriendo ! demostrar que la mendicación, lejos de ser una virtud, encierra gravísimos peligros para la Iglesia. A responderle salió San Buenaventura en sus lecciones pií*! blicas (De paupertate Chrísti) y más 'tarde Santo Tomás de ' Aquino (Cónica impugnantes Dei cultum et religionems 1256). Saint-Amour no se calló. D e palabra en sus s'ermones seguía combatiendo a los mendicantes, aunque sin nombrarlos expresamente. Escribió también varios tratados, el principal de los cuales se titulaba Libellus de perictdis novissimotum teñí-: potum, r'epitiendo en forma más condensada las ideas del Líber de Antichristo, que fué muy leído 4G. Pero Alejandro IV, que poco antes había hecho condenar,1' por una comisión en Anagni el libro de Borgo San Donnincv tomó el 14 de abril de 1255 una actitud resuelta contra los perseguidores de las Ordenes mendicantes, y mandó a la Univer-, sidad parisiense que recibiese en su seno, bajo pena de excor-munión, a los maestros dominicos y franciscanos, no obstante'; la decisión de Inocencio. IV. La Universidad no obedece, y a fin de no incurrir en exp. comunión, se disuelve, al menos aparentemente. Los maestros. escriben al papa que antes que admitir a los mendicantes pi'e-i fierén exilarse de París. Sabiendo Alejandro I V que el princi^ pal instigador era Guillermo de Saint-Amour, ord'ena a los obis> pos de Orleáns y Auxerre que si el agitador no se arrepiente 1 lo declaren suspenso de oficios y beneficios. La intervención del rey hizo que se llegase a un compromiso entre mendicante, y maestros el 1 de marzo d'e 1256: subsistirían las dos cátedra, de los dominicos, pero separadas del gremio universitario. [?Declaró el papa el 17 de junio que tal compromiso era nulo y privó a Saint-Amour y a otros tres maestros de toda digni. dad y beneficio. Mandó, además, al monarca expulsar del reing a Saint-Amour. Y para poner fin a la contienda, el 5 de octu, bre de 1256 condenó a la hoguera el libro D e penculis no»i$.símorum temporum, proscribiéndolo por injusto, criminal, ex crable y de doctrinas falsas y nefastas. Por más que Saint-Amour s'e defendió personalmente ant la curia pontificia, no se le permitió retornar a su patria. Q& por fin se le permitiese bajo Urbano IV, lo afirma Du Boúl. sin fundamento 4 7 . Desterrado, murió Saint-Amour en 1271.V E n París se hizo la calma, aunque nunca fué muy cornple¡ - •% *• P. GLORIEUX, Répertoire des maítres en théologie de F a (París 1933) I, 345, enumera los manuscritos que se conservan* ^ " C. E. BULAIÜÜSJ Historia Universitatis Parisiensis III. 36n-\
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Santo Tomás y San Buenaventura pudieron instaurar tranquilamente sus lecciones en sus respectivos conventos, incorporados oficialmente a la Universidad *8.
CAPITULO Las Ordenes
XIII
militares
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Una palmaria demostración de la espiritualidad ascética y monacal que iba invadiendo toda la sociedad europea desde la reforma de la Iglesia en el siglo xi, y con más fuerza desde San Bernardo, la tenemos en las Ordenes militares, mezcla y 48 Sobre la actividad literaria de Santo Tomás, San Buenaventura, J. Peckham, etc., en esta cuestión, cf. M. BTRRBATTM, Bettelorden und Weltgeistigkeit an der Universitat Paris. Texte und üntersuchungen zum literarischen Armuts-und Exemptionstreit des 1S Jahrhunderts, 1855-1272 (Münster 1920), además del ya citado libro de Sep^-lt y el estudio de Teetaert. La polémica ae reanudará en el concilio de Vienne, combatiendo Egidio Romano contra los exentos, y defendiéndolos el cisterciense Jacobo de Thérines, sobre lo cual esperamos un • documentado trabajo del P. Isacio Rodríguez, O. E. S. A. FUENTES.—J. DELAvrLLG LE ROULX, Cartulaire general de l'Ordre des Hospitaliers de Saint-Jean de Jérusalem (4 vols.. París 1894-1906); G. SCHNUERER, Die ursprüngliche Templerregel (Friburgo de B. 1903); J. H. HENNBS, Codex diplomáticas Ordinis S. Mariae Theutonicorum (2 vols., Maguncia 1845-1851); Bullarium Ordinis Militiae de Calatrava (Madrid 1761); Definiciones de la Orden de Alcántara con la historia y origen della (Madrid 1563); J. M. CANJVEZ, Stalnta Capitulorum generalium Ordinis Cisterciensis (6 vols., Loyaina 1933-1938). Otras fuentes se citan en su lugar. BIBLIOGRAFÍA. — H. PRUTZ, Die christlichen Ritterorden (Berlín 1908); E. PARODI, Storia dei cavalieri di San Giovanni di G-erusalemrne (Bari 1907); L. CAPPELLETTI, Storia degli Ordini cavallereschi (Livorno 1904); V. FERNANDEZ GUERRA, Historia de las Ordenes de Caballería (Madrid 1864); J. DELAVILLE LE ROULX, Les hospitaliers en Terre Sainte et á Chypre, U00-1S10 (París 1904); H. PRUTZ, Entuñcklung und Untergang des Templerordens (Berlín 1888); G. ScHNüitER, Znr ersten Organisation der Templer, en "Historiches Jahrbuch" (1911) 298-316; 511-546; A. REITEKBR, Das deutsche Kreuz, Geschichte des deutschen Ritterordens (Graz 1922); J. M. MIRET i SANH, Les cases de Templer<¡ i Hospitalera *n Catalunya (2 vols., Barcelona 1910-1913); F. BETHANCOURT, Historia heráldica de la monarquía española (Madrid 1902); FREY *\ DE RADES Y ANDRADA, Crónica de las tres Ordenes y Caballé' ñas de Santiago, Calatrava y Alcántara (Toledo 1572); R. REVILLA VUELVA, Ordenes militares de Santiago, Alcántara, Calatrava y Wontesa (Madrid 1927); M. P. DE GCILLAMAS, Reseña histórica del origen y fundación de las Ordenes militares y bula de in- J <~srporación a la corona de España (Madrid 1951) ;.• A. -ARGELI-N,. Marimona et les milices chevaleresques d'Mspagna- et de Ppnwgal (Chaumont 1864); E. DEL CASTILLO Y ALBA, Las Ordenes mistares portuguesas de San Benito de Avis, del Ala de. San Miguel,
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fusión íntima de soldados y monjes;. Los caballeros abrazan una Regla monástica no para retirarse a la soledad, sino para mejor cumplir su ideal caballeresco. Acaso ninguna edad histórica ha producido un símbolo tan expresivo y adecuado de su propio espíritu. Los caballeros de las Ordenes militares eran monjes, porque bajo una Regla, aprobada por la Santa Sede, hacían los tres votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia (con la excepción que luego diremos en la Orden de Santiago), a los cuales solían añadir un cuarto voto de consagrarse enteramente a la gucrro contra los infieles. Y al mismo tiempo eran soldados, "formaban un ejército permanente, 'dispuesto a entrar ten batalla dondequiera que amenazasen los enemigos de la religión cristiana. Generalmente ste distinguían tres clases de miembros: los sacerdotes, que nloraban en sus conventos como auténticos monjes; los caballeros nobles, que se dedicaban a la guerra y con . frecuencia llevaban vida dte campaña; y los sirvientes, hermanos legos que ayudaban a los caballeros en el servicio de las armas o bien a los sacerdotes en los oficios domésticos. Todos llevaban una gran cruz bordada sobre la túnica, y los caballeros también en el manto. En los siglos XII y xm, ten ciertos episodios del xiv, y en España también durante la centuria xv, la historia de esas Ordenes encierra lo más glorioso y heroico que se realizó en la lucha contra los sarracenos, sacrificándose y dando generosamente su sangrfe lo mismo simples caballeros que grandes maestres—éstos frecuentemente de sangre real—en servicio de la cristiandad y de la propia patria. Ellos constituían el nervio . más vigoroso de las tropas regulartes en Oriente, lo mismo que ••'.' en la península Ibérica. Debióse su decadencia a las rivalidades . internas y con los reyes, al ocio forzoso en que se vieron cuan-' do les fué preciso abandonar el Oritenté y no tenían enemigos que combatir, ocio que emplearon en disfrutar de sus cuantiosas riquezas y en mezclarse en las luchas de banderías senaria' les. Como los maestrtes eran verdaderos príncipes, dueños d e : | ricos caudales y de extensos territorios, ya se comprende que : tan sólo en un régimen feudal podían prosperar. Hacían somj*"| bra a los monarcas. Asi que cuando éstos quisieron adoptar un régimen absolutista, tuvieron qute enfrentarse con las Ordenes: militares. Así se explica la campaña tenaz y sistemática d e | Felipe I V el Hermoso, que llegó a la supresión de los templade Santiago de la Espada y de Nuestro Señor Jesucristo (Madrf*¿ 1872); A. PADUA, GZi Ordini cavallereschi del regno di Portugaiim (Ñapóles 1908); J. M. CANIVEZ, Galatrava, en DHGE; G. VA¡»u»£S NÚÑEZ. Manual de Historia de la Orden de Nuestra Señora de tm Merced (Toledo 1931); G. COHÉN, Histoire de la Chevalerie «#|j France au moyen-dge (París 1949).
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ríos, y la decisión de los Rteyes Católicos de incorporar a la corona el maestrazgo de las Ordenes militares españolas. Veamos el origen de las principales.' I.
ORDENES MILITARES PALESTINENSES
1. Su origen»—El origen de las Ordenes militares está en las Cruzadas, y sin las Cruzadas no tienen razón de ser. Cosa digna de notarste es que las más antiguas no nacen con fines estrictamente militares y guerreros, sino más bien con una finalidad caritativa y benéfica, defensa de los peregrinos y cuidado de los mismos cuando enfermaban. Un moderno escritor, más agudo y brillante que sólido, más filólogo que historiador, opina—siguiendo a algunos arabistas españoles y extranjeros—que las Ordenes militares "serían ininteligibles sin el modelo oriental", y, por tanto, su origen hay qute buscarlo en la ideología islámica, en la guerra santa de log musulmanes y en la institución de los almorávides o santones, que alternaban la ascesis con la defensa de las fronteras *'. Ciertamente, las aparentes afinidades puedten deslumhrar a quien ignore la larga y lenta evolución del concepto de milicia desde el christianus miles de la Igltesia antigua hasta el miles monachus de las Ordenes de Caballería. El influjo en «110 del Islam nadie lo ha demostrado todavía, si bien podrán admitirsa ciertas imitaciones y dependencias cristianas en rasgos accidentales. Carlos Erdmann ve difícil la influencia decisiva islámica, teniendo en cuenta, que "la primera fundamentación teorética de la guerra santa en Occidente aparece ya en Agustín y Gregorio I, o sea anteriormente a Mahoma" 2 . Adviértase, además, que para los cristianos la guerra santa es, en sus móviles, muy 1 AMIÍJRICO CASTRO, España en su historia (Buenos Aires 1948) p. 189. La segunda edición lleva otro título, tan inexacto como el primero: La realidad Histórica de España, (Méjico 1954). Este libro, brillante, erudito y sugestivo, abunda en exageraciones, asertos categóricos privados de fundamento, descoyuntamientos de sucesos históricos, pruebas basadas en palabras y filologías más que en hechos positivos, cotejos y acercamientos espejeantes y engañadores. Américo Castro sabe mucho, pero su libro no pasa <3el ensayo sugerente a la historia objetiva y documentada. Ignora o silencia Ja historia interna de la Iglesia, de su doctrina, de su liturgia, de sus instituciones y el influjo que han ejercido en la formación de la mentalidad española. Apunta ciertamente muchas ideas originales y dignas de tenerse en cuenta, pero su obsesión por lo árabe y lo judío—descuidando no solamente la fuente cristiana, sino la raiz ibérica—le lleva a exageraciones inaceptables. a C. ERDMANN, Die Entstehung des Kreuzzugsgedankens (Stutteart 1935) p. 27. Sobre este interesantísimo y fundamental trabajo, como sobre las ideas aquí expuestas, véase lo que dijimos a n el capítulo 3, tratando de las Cruzadas,
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diferente dfe la avasalladora "guerra santa" (Djihad) de losf muslimes. La unión de lo militar y lo religioso no tuvo que esperar a•! que vinieran los árabes. Milites Christi eran llamados en la an-:' tigüedad los mártires; en la Edad Media, los monfes. Aquellos' santos que en vida habían sido soldados, empezaron pronto a' sier tenidos por patronos de los que iban a la guerra; primero., en Oriente, donde San Jorge "es invocado ya en el siglo vi por, el general Belisario, y al igual de San Jorge, también San Teodoro, San Demetrio, San Sergio. En Occidente, donde los p a - ; pas, aun en los siglos vin y ix, condenan severamente la guerra i y prohiben a los clérigos cualquier uso de las armas, el culto y ' la devoción a los santos guerreros—San Jorge, San Sebastián, ••' San Mauricio, San Martín de Tours—no aparece hasta poco después del año 1000. Agrégaseles en el siglo xi San Dionisio, como patrón d'e Francia, y Santiago el Mayor, como protector, de España. M e refiero al culto de esos santos, en cuanto "pa- ; tronos de los guerreros". Del mismo Santiago no consta que lo imaginasen como un guerrero "Matamoros", a caballo, con espada y estandarte, sino siglos después d'e la supuesta batalla de Clavijo. Con esto se destruye la teoría dioscúrica de Américo Castro, construida a base de fantasmagorías. Quizá el primer patrón de los caballeros de Occidente sfea San Miguel Arr cángel,. princeps militiae caelestis, cuya imagen flameaba en los , estandartes de Enrique I (919-936) y en los d'e su sucesor Otón el Grande. El concepto peyorativo y reprobatorio de la guerra, tan común en la Iglesia latina, se modificó favorablemente—en opi-,^ nión d'e Erdmann—merced al influjo de los germanos. La Igle-í sia trabajó por moderar y encauzar éticamente los instintos; bélicos de aquellos pueblos, terminando por santificar la misma" profesión militar, cuando se orienta a la guerra contra los in-i fieles o en defensa del Pontificado. La unión de lo religioso con lo militar es consecuencia de la unión de lo religioso con. lo civil, o de la Iglesia con el Estado. Por eso la hemos vistoapuntar primero "en Bizancio y después en el imperio de Carloí,' magno. Triunfó esta mentalidad en el siglo xi. Bastó la coyun-j tura propicia de las Cruzadas para que en los inicios del XII sej produjera esa personificación de lo guerrero y lo monacal, qué' es la Orden religiosa militar. 2. Los sanjuanisías. — La primera cronológicamente es la. Orden militar de San Juan de Jerusalén o de Caballeros Hospi"? talarios. Y a en 1048, medio siglo antes de la primera Cruzada* unos mercaderes de Amalfi habían fundado en Jerusalén un hos pital bajo la advocación d'e San Juan Bautista (de San Juan 4 | Limosnero, según Jacobo de Vitry) para recoger a los p er ^V s grinos qufe enfermaban. Al frente de aquellos hermanos hoS$ pitalaiios vemos en las postrimerías del siglo a un tal Gerari
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(+ 1120), bajo el cual prosperó mucho aquella institución de caridad, sobre todo desde que llegaron los cruzados con Godo, fredo de Bouillcn. Hizo este caudillo grandes donaciones al hospital jerosolinrtano, y muchos de sus caballeros se afiliaron en la hermandad hospitalaria, gracias a lo cual pudo ésta fundar filiales en Italia y Francia. Estos hospitalarios de San Juan Bautista tomaron forma de congregación religiosa bajo la Regla de San Agustín, con aprobación d'e Pascual II, en 1113. A la muerte de Gerardo, entró a gobernarla el caballero francés Raimundo du Puy, que hacia 1137 la transformó en Orden militar, comprometiéndose sus miembros a empuñar las armas en defensa de la religión. El mismo Raimundo redactó la nueva Regla, que, compl'etada por Rogerio de Moulin hacia 1181, fué confirmada por el papa Lucio III en 1184. Al tomar el carácter militar, no hicieron sino imitar a los templarios, fundados poco antes. Los sacerdotes atendían al culto divino y al servicio de los enfermos en los hospitales, mientras los caballeros se batían bravamente con los turcos por la conquista y defensa de Tierra Santa. Al caer la última plaza de Palestina (San Juan de Acre, 1291), el gran maestre Juan de Villiers, gravemente herido, se retiró con los suyos a la, jsla de Chipre. Desde allí el maestre Fulco de Villaret atacó a Rodas y la conquistó en 1310. Se les dio entonces el nombre de "Caballeros de Rodas", y estaban divididos en siete lenguas o naciones (Provenza, Auvernia, Francia, Italia, Aragón, Inglaterra y Alemania)', a las que en 1484 se añadió, como octava lengua, Castilla y Portugal. Los altos dignatarios, representantes de estas lenguas, elegían al gran maestre vitalicio. Las lenguas se subdividían en 12 bailías y en 27 priorados; los priorados, en cerca d'e 700 encomiendas. En España fueron singularmente favorecidos por Pedro II de Aragón y García Ramírez de Navarra. Arrojados de Rodas Por Solimán II en 1522, tras una heroica defensa de seis mes'es e n que hizo prodigios de valor el gran maestre Felipe Villiers de l'Isle-Adam, recibieron de Carlos V la isla de Malta (1530), e n donde permanecieron hasta 1798, y de donde les viene el nombre actual de "Caballeros de Malta". El no haber abandonado nunca dtel todo su carácter hospitalario, conforme al cuarto Voto de consagrarse in obsequiara pauperum et tuitionem Udei, les atrajo muchas simpatías. La cruz blanca que adornaba s u manto negro era la llamada de Malta, de ocho puntas. ^ En 1489 se les agregó, por. voluntad de Inocencio VIII, la ^ i d e n dte los Sepulcristas o Caballeros del Santo Sepulcro, que "saban la cruz roja potenzada en el manto, y la patriarcal de d os traviesas, en el pecho. Su fundador había sido en 1114 el Patriarca Arnulfo de Jerusalén 3 . •.« ° El rey Ramón Berenguer IV ingresó en la Orden del. Santo sepulcro y le hizo importantes donaciones. Cf. JosiS MIPBRAY-y.
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3. Los templarios.—Como Orden militar, los templarios son los más antiguos, pues datan de 1119, año en que el caballero Hugo de Payens (de Paganís), con Godofredo de SaintAudemar y otros siete compañeros, fundó en Jerusalén una asociación religiosa que intentaba armonizar la vida claustral y ascética del monje con la profesión militar, y tenía por fin la defensa de los peregrinos qu'e llegaban a Tierra Santa. En cuanto monjes, seguían la vida de los canónigos regulares de San Agustín, con la obligación del coro y de otras prácticas conven- . tuales; en cuanto caballeros, prometían, además d'e los ventos religiosos, el de proteger a los peregrinos contra los sarracenos. Vivían pobremente, con tanta escasez, que Hugo de Payens y Godofredo de Saint-Audemar no disponían más que de u n . caballo para los dos. El rey de Jerusalén Balduino II les cedió . parte de su palacio, 'erigido, según se creía, donde el antiguo templo de Salomón; de ahí que se les denominase caballeros del Templo (Equites Templi) o templarios. El 13 de enero d'e 1128, Hugo de Payens, el primer gran, maestre, se presentó en el concilio de Troyes buscando favor5; y ayuda. Allí se les impuso como distintivo un manto blanco," al que poco después Eugenio III añadió la cruz bermeja octo-i gonal (paté). En el mismo concilio les dio San Bernardo la Re-j gla, por él compuesta; Regla que más adelante será ampliaday completada por el patriarca Esteban de Jerusalén 4 . El mis?, ino abad de Claraval compuso un libro. En alabanza de la nueva milicia, con lo que muchos caballeros vinieron a poners bajo la obediencia de Hugo de Payens (f 1136). La organiza* ción definitiva la recibieron de Inocencio II en bula de 29 d marzo de 1139. Los Romanos Pontífices los colmaron de privi legios, y la Orden alcanzó riquezas tan inmensas, que hací sombra a los reyes, siendo sus castillos y fortalezas las más se: guras bancas donde depositar los capitales y joyas de valor. Uno de sus poderosos favorecedores fué en España Rarr Berenguer III el Grande, que tomó el hábito militar y pronir ció los votos de templario sin abandonar el gobierno de S". Estados 8 . Sabido es que Alfonso el Batallador, poco antes .morir, hizo testamento, por el que nombraba herederos de tod sus Estados a los Caballeros del Santo Sepulcro¡ del Hospital-i Establecimiento, vicisitudes y significación social dej sagrada Orden militar del Santo Sepulcro en tierras espow™ en el tomo del "Congreso de Genealogía y Heráldica" de Ba lona (B. 1929). La urden del Santo Sepulcro, aunque incorpor a la de San Juan, tuvo en Hispana y Alemania cierta a u t o n £ j Pío IX la restauró en 1847 y Pío X reservó el maestrazgo papa en 1907. ««Í'' * MANSI, Sacrorum Conciliorum... t. 21, 259-372; Regula J*»* Templariorum, en HOLSTISNIUSJ II, 429-40. • ••:¿ " C. DE ODRIOZOLA, Ramón Berenguer, Conde de Baro%. (Barcelona 1921).
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del Templo, pero ni los aragoneses ni los navarros toleraron tan impolítica decisión. Estos últimos eligieron a García Ramírez y aquéllos a Ramiro II el Monje', hermano del monarca difunto. Al unirse poco después Aragón con Castilla bajo el cetro de Ramón Berenguer IV, tanto los sepulcristas como los sanjuanistas y los templarios hiciéronle cesión de sus pretendidos derechos al reino, recibiendo en cambio importantes donaciones y beneficios. El valor de los templarios en la guerra contara los sarracenos se hizo proverbial. La Regla del templario en este punto era rigurosa: el caballero debía aceptar el combate, aunque fuese uno contra tres, y no rendirse jamás. Su historia en Oriente es gloriosísima. En ellos vino a encarnar el prototipo y el ideal caballeresco, y como tal fueron cantados por la poesía medieval, particularmente por Wolfran de Eschenbach, ya que los caballeros del grial no son otros que los templarios (terripleisen), cuyo rey llega por fin a ser el héroe Perzival. Su decadencia empezó por las disensiones con los sanjuanistas, ya lamentadas por Alejandro III 6 . N o hay que atribuir demasiada importancia a las serias amonestaciones que les hizo •Inocencio III en 1207, acusándoles de cometer graves abusos ut impleant voluptates....eí cum debuissent aliis esse odor vitae in vitam, facti sunt odor mortis in morremV porque esos escándalos que les reprendió el pontífice eran la falta del respeto al legado apostólico y a los entredichos de ciertas iglesias. Los horrendos crímenes de que se les acusó en la campaña difamatoria emprendida por Felipe el Hermoso de Francia no pueden demostrarse. Clemente V juzgó político y conveniente suprimirlos, como lo hizo en el concilio de Vienne {1312). 4. Los caballeros teutónicos.—Tuvieron su origen durante la tercera Cruzada. Unos cuantos peregrinos de Bremen y Lübeck instalaron un hospital en el campamento militar de San Juan de Acre para atender a los soldados y peregrinos enfermos de lengua alemana. Sitiaba entonces esa ciudad Federico de Suabiá, quien aprobó gustoso la institución y nombró directores a su capellán, Conrado, y a su tesorero, Burcardo, en octubre de 1190. En la esperanza de reconquistar pronto la ciudad de Jerusalén y de establecerse allí, se llamó "Hospital de Nuestra Señora de los Alemanes en Jerusalén". El 6 de febrero de 1191 el papa Clemente III aprobaba aquella asociación a base de las Reglas sanjuanistas, a quienes mucho se parecían*. Al igual que los templarios, llevaban capa • ML 200, 1243-1245. ' ML 215, 1218. • . . . • Pero en lo militar y clerical miraban a los templarios, como lo afirmó Inocencio III al confirmarles la Regla: Iuxta rnodum Templariorum In clericis et milltibus, et, ad exemplum Hospitaliorum in pauperibus et infirmis" (ML 214, 525). Honorio H I los
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blanca, pero con cruz negra. Su carácter militar aparece desde 1198, quedando postergado el hospitalario. Una de sus campañas más brillantes fué la del asedio de Damieta en 1219. El gran maestre de la Orden Teutónica Htermann de Salza (12101239) fué elevado por Federico II a la dignidad de príncipe del Imperio. Coincidió esto con la entrada de los caballeros en Prusia, llamados por el duqute Conrado de Masovia en 1226 para que le ayudasen a conquistar aquel país bárbaro y reducirlo al Evanqelio. En 1237 se les incorporaron los "Caballeros Ensíferos o Portaespadas", que habían sido fundados en 1202 con igual objeto por el obispo Alberto de Riga y por el cistterciense Teodorico. A la Orden Teutónica se debe la civilización de los prusianos y su conversión al cristianismo. Cuando en 1525 el gran maestre Alberto de Brandeburgo se hizo luterano, convirtiendo aquel gran territorio de la Orden en un ducado laico y protestante, pudo darse por acabada dicha Orden de Caballería, si bien una rama católica pterduró en Mergentheim y luego en Austria, y otra protestante en los Países Bajos. II.
ORDENES MILITARES ESPAÑOLAS Y PORTUGUESAS
1. La Orden Militar de Calatrava,—Las Ordenes de San Juan, del Templo y del Santo Sepulcro penetraron muy pronto ten España, donde hallaron el mejor palenque para los combates contra los sarracenos y ocasión siempre propicia para los heroísmos. Y allí perseveraron aun después de fundarse dtras de carácter nacional y de preponderante prestigio entre la no>bleza española. La ciudad de Calatrava, en la orilla izquierda del Guadiana, había sido conquistada en 1147 por Alfonso V I I el Emperador y entregada a los templarios, pero a la muerte de aquel monarca los almohades se fueron acercando con tan poderosos contingentes de tropas, que los templarios juzgaron imposible • mantener la plaza, y la devolvieron al rey de Castilla, qute era Sancho III. Este la ofreció a quien la quisiera. Sólo dos monjes tuvieron el coraje y casi la temeridad, de compromdterste a la defensa de aquel puesto estratégico, que podía amenazar a Toledo. Estaba en la corte castellana el abad de Fitero Raimundo Serra (luego San Raimundo, -j- 1163) con un compañero, cisterciense como él, llamado Diego Velázquez. Este, noble bur-, gales, que había sido soldado, movió al abad a acometer aquella empresa. Con mil amores hizo tel rey Sancho donación de equiparó con los templarios y hospitalarios en todos sus pri- • vilegios,
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Calatrava a la Orden del Cister por un decreto de enero de 1158. Contagiados por el entusiasmo de los monjes, muchos de los guerreros se pusieron a las órdenes de fray Diego Velázquez y bajo la obediencia de San Raimundo, dando así origen a una Orden religiosa militar, que no sólo defendió victoriosamente la ciudad de Calatrava, sino que desempeñó un paptel importantísimo en la Reconquista española. Vestían sus caballeros el hábito cisterciense, acomodado a la milicia, y a fuer de cruzados, bordaban sobre tel manto blanco una cruz- carmesí, flordelisada, o sea compuesta de cuatro lirios unidos. Su austeridad de vida era digna del monaquismo cisterciense: guardaban silencio en el monasterio, dormían Vestidos y ceñidos; ño podían comer carne más que los martes., jueves y domingos y ayunaban con frecuencia. A la muerte de San Raimundo dte Fitero fué eleg-'do gran matestre el navarro fray García, el cual se dirigió al capítulo del Cister para oue les trazase la norma de vida. Ese mismo año de 1164 la Orden de Calatrava recibió la aprobación d'e Alejandro III. El 28 de abril de 1199 Inocencio III la tomó bajo su protección y confirmó sus costumbres y estatutos secundam consilium Motimondensis ábbatis °. En este documento el papa hace la enumeración d'e unas cien villas, fortalezas, iglesias, etcétera, • que pertenecen a Calatrava en los reinos de Aragón, Navarra, León, Castilla y Portugal. Y este número de lugares y castillos fué creciendo en los años subsiguientes. Por efecto de la aciaga batalla de Alarcos (11 de julio de 1195), los calatravos, diezmados en la pelea, tuvieron que abandonar la vieja Calatrava, cuna de la Orden, rearándose al castillo de Salvati'erra, en la p r ovincia de Ciudad Real. El desquite no .empezó hasta la batalla de las Navas, en 1212. Ellos participaron activamente en las campañas victoriosas del rey San Fernando; ellos más adelante ocuparon Tarifa, y su maestre Ruy Pérez Ponce d'e León (1284-1295), tutor de Fernando IV, sucumbió cubierto de laureles bajo los muros de Granada. Calatrava gozaba de cierto derecho de superintendencia y visita de las Órdenes de Alcántara, Avís y Monttesa, lo cual no produjo sino discordias y descontentos. Ella, a su vez, dependía de la abadía cisterciense de Morimond, cuyo abad solía hacer la visita canónica. En el siglo xvi. cuando ya el maestrazgo d e j a s Ordtenes militares estaba incorporado a la corona de España, Paulo III •permitió el matrimonio a los caballeros de Calatrava y de Alcántara, sustituyendo el voto de castidad perfecta por el de » ML 214, 590-593. Las Reglas véanse en Mk 200, 310.
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defender la Inmaculada Concepción de María (3 de agosto i de 1540). 2. Caballeros de Alcántara.—Fueron sus primeros fundadores dos caballeros salmantinos, don Suero Fernández Ba- • rrientos y su hermano don Gómez, que consagraron su vida a ¡ la defensa de los cristianos en la frontera del reino de León: contra los moros de Extremadura, y construyeron con este ob- [ jeto una fortaleza junto a la ermita de San Julián del Pereiro, cerca de Ciudad Rodrigo. Sucedía esto hacia 1156, según fray Ángel Manrique 10 . Pocos años después, a ruegos de Suero Fernández, los ca- .' balleros que obedecían a este primer maestre recibieron del cis- ' tercíense Ordoño, obispo de Salamanca, una Regla semejante ; a la de Calatrava, que fué confirmada en 1177 por el papá ) Alejandro III. Llamábanse "Freires de San Julián del Pereiro". Cuando . en 1211 conquistaron Trujillo, ciudad que les fué cedida por s Alfonso VIII, se tes llamó Caballeros de Trujillo. pero el nombre definitivo les vino de Alcántara, en la provincia de Cáceres, cuando recibieron de manos de los calatravos aquella plaza ' fuerte, lo cual aconteció siendo maestre don Ñuño Fernández, >. en 1213. Hubo entonces un pacto de hermandad entre. ambas;; Ordenes militares de filiación cisterciense, y los de Alcántara 5 se sometieron para en adelante a la visita canónica del maestre';: de Calatrava, lo cual no produjo sino disensiones v aun luchas \ sangrientas. La cruz que llevaban sobre el manto blanco era la misma flordelisada de Calatrava, pero de color verde. • La historia de Alcántara es tan gloriosa como la de Cala- ? trava o Santiago y corre paralela a éstas. 3. Caballeros de Santiago de la Espada.—Conocido es el enorme concurso de gentes cíe todas las naciones que Ven f an; peregrinando al sepulcro de Santiago de Compostela. Comoí Santo Domingo de la Calzada y San Juan de Ortega construían 1 en la Rioja cam'nos y puentes para servicio de peregrinos; como'.' San Lesmes edificaba en Burgos un hospital para los mismos:;1 y se consagraba a atenderlos y cuidarlos, así también los cañó-/ nigos regulares de San Eloy en León se dedicaban a semejan-' tes obras de caridad. Y como ellos otros muchos. Hacia el año 1161 parece que trece caballeros, con objeto^ de defender a. los peregrinos de Santiago aun con las armas,/ decidieron organizarse establemente y constituir, en unión con'' los canón'gos legionenses de San Eloy, una asociación eclesiás-^ tica y militar bajo la Regla de San Agustín. Los clérigos lleva-* rían vida conventual, pero los caballeros1—y esto "es una paf'í ticularidad de los santiaguistas—podrían contraer matrimonia 10
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O, C„ Ármales Cistercienses t. 4 (Lyón 16*É>;
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A la cab'eza de la Orden había un gran maestre, que podía ser removido en caso de ineptitud, y a cuya muerte el prior de los capellanes tomaba la suprema dirección. Estaba asesorado por un Consejo de trece caballeros y cada año debía convocar el capítulo general. En 1174 el rey Alfonso VIII de Castilla le cedió al primer gran maestre, Pedro Fernández d'e Fuentecalada, la ciudad de - Uclés, para que se estableciera allí con sus caballeros y defendiera aquella zona fronteriza. Y un decenio más tarde Ffernando II de León, al conquistar la ciudad de Cáceres, hizo de ella donación a la nueva milicia, por lo que algún tiempo sus miembros fueron conocidos como "Freires de Cáceres". El papa Alejandro III en julio de 1175 tomó a la Orden bajo su protección y aprobó sus estatutos y forma de vidai Resumiendo este documento pontificio, escribe Vicente de la Fufente: "Los caballeros deben ser humildes y pobres, sin propiedad alguna, caritativos con los huéspedes necesitados, y sin murmuración ni discordia, prontos siempre para socorrer a los cristianos, y en especial a los canónigos, monjes, templarios y hospitalarios. La comunidad les pasará lo necesario en salud y enfermedad, y lo mismo a sus hijos y mujeres. Cuando enviuden, éstas pedirán licencia al maestre o comendador respectivo para volverse a casar, si quieren hacerlo, como también los caballeros, pufes tanto los unos como las otras quedaban sujetos a la misma ley, y no podían volver al siglo sin licencia del maestre. Los clérigos de la Orden vivirán juntos en los pueblos, obedeciendo a un prior, y encargándose de la educación de aquellos hijos de los caballeros que se les confiaren; vestirán sobrepelliz y se mantendrán de las décimas de todo lo que ganaren los caballeros. En los pueblos que éstos sacaren de mano de los sarracenos o poblaren de nuevo, nada se dará al obispo, •excepto en el caso de que haya que fijar iglesia catedral en ellos, pues entonces se dejará lo necesario para el obispo y los clérigos, siendo lo restante de la Orden; mas en las parroquias que ya tenían n o se privará a los obispos de sus derechos. Finalmente, quedan bajo la inmediata protección de la Santa Sede, sin que ningún obispo pueda ponerles censura ni entredicho". Tal fera, en resumen, la organización enteramente monástica de aquella célebre Caballería, que, bajando del camino de Santiago a las llanuras de Castilla la Nueva, se formó con las puntas de sus lanzas un pequeño Estado entre los montes de Toledo, Sierra Morena y la frontera de Portugal X l . La cruz que distingue a los santiaguistas es roja, con tres
- V. D, LA. F t w Historia
drid 1873) p. 165, El documento de l e j a n a Pedr.o Fernández, en ML 200, 1024-1030.
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Iises en los tres brazos superiores, y el cuarto alargado en forma de espada. 4. Orden de San Benito de Avía.—Reinando Alfonso Enríquez, primer monarca de Portugal, surgió una milicia religiosa en 1162 por obra de Pedro Alfonso, hijo del r e y 1 2 . Ese año el abad de Tarouca Juan Cirita, en pres'encia del rey Alfonso I y del obispo Hostiense, legado apostólico, les dio los primeros estatutos, que fueron confirmados por Alejandro III en 1180. "El oficio de esta milicia d'e caballeros—se dice allí—será el de defender la religión en la guerra, ejercitar la caridad en la paz, guardar la castidad en el matrimonio y devastar en continuas algaras las tierras de los moros" 13. Tendrán siempre ante los ojos la Regla de San Benito y llevarán un hábito religioso, que puede ser diverso según las circunstancias, con tal que siempre s'e conserve el escapulario negro. El segundo maestre, Gonzalo Viegas (1166-1202), recibió del rey la ciudad de Evora, por lo que los caballeros tomaron algún tiempo el nombre de "Freirtes de Santa María de Evora", pero desde que en 1211 Alfonso II les cedió la villa de Avís, se les llamó Freires o Caballeros de Avís. En 1213 fel maestre de Calatrava les entregó dos palacios que poseía en Evora, a condición que se sometiesen a la visita, reforma y Regla de Calatrava; lo que fué aceptado voluntariamente,, permaneciendo unidas ambas Orden'es hasta la batalla de Aljubarrota (1285); las diferencias y rivalidades entre castellanos y portugueses fueron causa de que Calatrava y Avís se s'eparasen de nuevo. Su encomienda y venera es la de Alcántara: cruz verde flordelisada. En 1550 quedó su maestrazgo incorporado a la persona del monarca, como había acontecido a las Ordenes militares españolas 14 . 5. Orden de Cristo» Orden de Montesa.—Al ser suprimida en el concilio de Vienne la Orden d'e los Templarios, el rey de Portugal don Dionís, a fin de reten'er sus cuantiosos bienes, obtuvo del papa Juan X X I I que todas las posesiones de los templarios en Portugal pasas'en a una nueva Orden, instituida con este objeto en 1319. Su insignia es una cruz roja, de brazos iguales, que rematan triangularmente en una especie de yunque. " "Petrus proles regia, par Francorum et magister novae militiae" firma en el documento fundacional, que trae MANRIQUE, Ármales t. 2, apénd. 46-52, y ML 188, 1672. " ML, 188, 1669. " Por el mismo tiempo que la de Avís, se fundó en Portugal la "Orden de San Miguel o del Ala", sometida a la abadía cisterciense de Alcobaga. Sus cabalieros llevaban manto blanco y un ala de púrpura sobre el corazón. Véanse sus primeros estatutos en ML 188, 1674.
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En el siglo xvi se convirtió en una institución meramente no>biliaria. Lo mismo ocurrió en Aragón al desaparecer los templarios. Los embajadores del rey Jaime II trabajaron muy activamente, ante el concilio de Vienn'e y ante el mismo papa Clemente V por que los bienes de aquellos caballeros no pasasen a los sanjuanistas, demasiado poderosos ya, sino a poder del rey o dte una nueva Orden. Resistiese Clemente V , a pesar de la gran amistad que le unía al monarca aragonés. Sólo Tuan XXII, el 10 de junio de 1317, p'ermitió que las numerosas posesiones de los templarios en el reino de Valencia pasasen a la "Orden de Montesa", fundada por don Jaime. El primer maestre fué Guillermo de Eril, que rfecibió el hábito de manos del comendador mayor de Aragón de la Orden de Calatrava el día 22 de julio de 1319. La nueva Orden tomó su nombre del castillo de Montesa que el rey le dio en la frontera sur de Valencia. Seguía la Regla de los calatravos. a los cuales estaba sometida, y se distinguía al principio por la cruz flordelisada, negra, que fué sustituida por la cruz llana, roja, de los caballeros de San Jorge, cuando en 1400 la decad'ente "Orden de San Jorge de Alfama", instituida por Pedro II en 1201, se juntó a la de Montesa. N o fué incorporada a la corona hasta el 15 de marzo de 1587. 6. Orden de Nuestra Señora de la Merced.—A continuación de las Ordenes militares queremos poner a una Ord'en que en su origen es ciertamente militar y caballeresca, aunque desde el siglo xiv predominó en ella el carácter específicamente religioso, y desde el 9 de julio de 1725 fué canónicamente reconocida como Orden mendicante. Su principal fundador fué San Pedro Nolasco (f 1258), originario de Mas-Saintes-Puelles, *en el Languedoc, que desde su juventud residió en Barcelona, al lado del joven rey Jaime I. Empezó por reunir un grupo de caballeros y de sacerdotes ^ufe consagrasen todos sus esfuerzos y cuidados a remediar la triste condición de tantos cristianos que en aquel tiempo sulfilan cautiverio entre los musulmanes y estaban expuestos a ; 9*aves peligros de apostasía. Para ello deberían d'efender las "•. postas contra los ataques berberiscos y visitar los puertos de ; áfrica, con el fin de ayudar espiritual y corporalmente a los esclavos, procurando su rescate. Pedro Nolasco, con el favor í*e Jaime I y con el consejo de San Raimundo de Peñafort, puso. l °s fundamentos de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, 0 d'e la Misericordia, en una fecha no anterior a 1218 a 5 . H a 15
Son muy oscuros e inciertos los orígenes de la Orden mer^edaria. Queriendo ennoblecer y hermosear el nacimiento de la
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cía 1233 se hallaba establecida en la iglesia de Santa Eulalia de Barcelona y en 1235 recibía la aprobación del papa Grego¿ s rio IX, por influencia y mediación de San Raimundo de Peñafort, el cual había influido—no sabemos ten qué medida—en su constitución, basada en la Regla agustiniana. En el capítulo general de Barcelona de 1272 se publicaron los estatutos o constitucionee, que estuvieron vigentes has^ ta 131,8. " Dícese que el rey don Jaime y el obispo de Barcelona B..*-. renguer de Palóu impusieron a San Pedro Nolasco la toga mi-^ litar y el escapulario blanco. Como la Orden era de Caballería,. el monarca le otorgó el uso de su escudo de armas: las cuatro barras encarnadas en campo de oro, y sobre ellas la cruz blanca. En seguida el fundador impuso el nuevo hábito a un gru'J1 po de jóvenes nobles, como frey Guillermo de Bas, frey Bernardo de Corbera, frey Pedro Pascual, etc. Los mercedariosr-' militares, que habían de tomar parte en las guerras contra los sarracenos, llevaban túnica corta, escapulario blanco hasta las rodillas, mangas ajustadas, espada al cinto, capa corta y el escudillo de Aragón al pecho. Los clérigos no empuñaban las armas y vestían de blanco para entrar más fácilmente en los países mahometanos. El mismo San Pedro Nolasco organizó cofradías de la redención, con el fin de recaudar en las parroquias las sumas de; dinero necesarias para el rescate de los cautivos. En el capítulo general d e , cada año nombrábanse las "redentores", que habían de salir a tierra de infieles. Hasta 1318 todos los maestres generales fueron caballe" ros legos, como el mismo fundador, pero el 5 de junio de esa año el papa Juan X X I I .mandó que en adelante dicho cargo supremo recayese en un sacerdote. Desde entonces la Orde " mercedaria dejó de ser militar; los caballeros legos se pasaron; a la naciente Orden de Montesa. Los merecimientos de los mercedarios son semejantes a lo de los trinitarios, distinguiéndose principalmente en España du j rante la Reconquista, y después en la evangelización de Amé' rica. Merced, las leyendas lo han cubierto de fantasías y de sombra Véanse las obras del mercedario FAUSTINO GAZULLA, La Orde de Nuestra ¡señora de la Merced. Estudio histórico (Earcelori,, 1934), y del dominico E. VACAS GALINDO, San Raimundo de Peñifo fort, fundador de la Orden de la Merced (Roma 19Í9) con 1^ observaciones de "Analecta Bollandiana" 40 (1922) 442-445. rey D. Jaime II, escribiendo en 1300 a Bonifacio VIII, expor clara y sencillamente el origen y fundación de la Orden. E'iNir Acta Aragonensia I, 113-115.
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IDEAL DE LA CABALLERÍA
1. Su origen en la Edad Media*—No se comprenderá bien el espíritu de las Ordenes militares sin conocer el ambiente caballeresco en que nacen y florecen. Parece demasiado remontarse a los "eupátridas" de Atenas, que Solón llama caballeros, y aun a los "equites romani", para dar con el origen de la Caballería medieval. Tampoco es enteramente cierto que proceda de las costumbres germánicas, atestiguadas por Tácito, de entregar las armas solemnemente al hijo noble, cuando éste llegaba a la edad de poder guerrear, si bien ciertas ceremonias usadas en la concesión del grado de caballero bien pueden derivarse de aquéllas. En los comienzos del siglo vin, los pueblos d e Occidente, a fin de luchar sin desventaja contra los árabes, empezaron a constituir su ejército casi exclusivamente de hombres de a caballo, de suerte que más adelante la palabra miles (soldado) vino a significar caballero, ligado con juramento a s>u señor. En la edad feudal el caballero (eques, caballadas) era un guerrero de distinción, pues el solo hecho de que pudiera sufragar los gastos del mantenimiento de un buen caballo, con uno o varios sirvientes, los correspondientes bagajes y algún otro caballo de recambio, era señal de que no se trataba de un rústico o villano cualquiera, sino de quién pos*eía algún feudo o patrimonio. Y como el mismo combatir a caballo suponía mayor entrenamiento en el manejo de las armas y cierta instrucción militar, todo esto vino a otorgar a los caballeros cierta preeminencia y distinción. La Caballería, como institución, se fué formando del siglo ix al xi, principalmente en Francia, en donde el feudo era indivisible, heredándolo siempre el primogénito, aunque dejando a los hermanos menores el usufructo de alguna parte de la herencia, lo suficiente para equiparse debidamente y poder ejercer la profesión militar a caballo 16. Estos milites o caballeros libres, no sujetos a ningún señor feudal, porque no eran propietarios, nacidos, sí, del feudalismo, pero extraños á él, se ganaban la vida en aventuras de guerra y de violencia, formando una clase social turbulenta y anárquica. ¿Cómo refrenar sus ímpetus desorbitados y caóticos? ¿Cómo encauzar esas energías tumultuosas dfentro de la sociedad cristiana de su tiempo? Ayudada por el Estado, la Iglesia fué la que realizó tan maravillosa transformación, haciendo del caba» Otros ponen al menos un núcleo originarlo de ^ C a b a l l e r í a en los "ministeriales", categoría de guerreros sin e n v a r a m i e n t o feudal, creada por los Estados alemanes y « ^ « ^ " 5 * ,£2 Ac Pequeñas cortas, aA seryfcip directa de loa príncipes, duques, etc.
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llero el modelo del soldado cristiano, y de la Caballería "la forma cristiana de la condición militar", s'egún la definición de ; León Gautier 1T. El cristianismo infundió a los caballeros una , concepción más humana y más cristiana de la fuerza y del va* . lor; presentó a sus ojos el ideal religioso como el más alto fin de sus empresas; sublimó sus costumbres y ritos caballerescos, impregnándolos del más elevado espiritualismo; les persuadió que era abominable el uso bruta] de la fuerza, la cual debía pon'erse al servicio de la justicia, de la inocencia y de la religión, en defensa de.todos los desvalidos, de los huérfanos, de í las doncellas, de los sacerdotes. Al caballero se le exigía no solamente agilidad de miembros, fortaleza física, valor e intrepidez y maestría en el manejo de las armas, sino lealtad, humildad, '; castidad, generosidad 18. Las Cruzadas brindaron campo magnífico a los ideales y a ] la acción de los caballeros. Ellas fueron también la ocasión de'.: que la Caballería se desarrollase y propagase por todos los paí- ,;• ses de la cristiandad, organizándose a la manera de los caba- ;i Ueros de Champaña, que era tal vez donde más florecía. i La Caballería era una clase social abierta a todos los q u e , la mereciesen, pudiendo entrar en ella no sólo los nobles, como i era lo ordinario, o los hijos de los caballeros,' sino hasta los •;: villanos. N o se transmitía por herencia, sino que había que ga- ' narla a punta de lanza; cada caballero se sentía depositario d e l / espíritu de la institución, y por eso se juzgaba con derecho para.; armar caballero a cualquier otro, si bien luego se solía pedir la confirmación real. ; 2. Educación del caballero,—Desde la infancia se le edu- ! caba al futuro caballero en las virtudes propias de este estado, :-í que para los hombres d'el medioevo era el más perfecto después* del sacerdocio 19. • % Pasada la niñ'ez en la casa paterna, solía luego ser enviado , al castillo d'e un señor feudal o al palacio del rey, donde recí- • bía la instrucción correspondiente a su clase, ocupándose mierHi. tras tanto en sus oficios de doncel (dominicellas o domicelltis),k paje o garzón (v&ssalettus). " L. GAUTIER, La Chevalerie (Parí-i 1895) p. 2. Véase también,: S. PIVANO, Lineamenti storici e giundici della caválleria. medié' r vale18 (Turín 1905). " Véase cuan hermosamente alo dice Ramón Lull en su Libro de la Orden de Caballeria p. 2. , n. 10 y 11, en la BAC, Obra& literarias de Ramón Lull (Madrid 1948) p. 114-115. j 10 "Caballero es un hombre escogido entre mil para teñe?! un oficio más noble que todos" (R. LULL, Libro de la Orden d$\. Caballería pról., n. 12, p. 108>. Lo mismo afirma el rey Alfonso el Sabio en las Partidas, ley 1, partida 2, tít. 21, y DON JUAN MA^J KUEL, Libro del caballero et del escudero c. 18: "Bt por ende .vo9j digo que el mayor e más honrado estado que es entre los legOj es la Caballería" (ed. BAC [Madrid 1928J p. 236).
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Servía a su señor en palacio, escanciándole el vino en los banquetes, y le acompañaba en las cacerías, soltando y llamando al halcón, etc. También se ejercitaba en el manejo del caballo y de las armas, en el aprendizaje de la música y de la poesía, al mismo tiempo que recibía del capellán la conveniente enseñanza religiosa. Cumplidos los catorce años, podía pasar el doncel a la categoría de escudero, (armiger, scutarius). Sus padres o padrinos le conducían al altar, donde el sacerdote le ceñía la espada, después de bendecirla, y otro de los presentes le calzaba las espuelas.' Entonces solía ponerse al servicio personal de un caballero, acompañándole en sus campañas militares y en sus cacerías, teniendo cuidado de su caballo y de sus armas, ayudándole a vestir la coraza, el yelmo, las calzas de hierro,y demás piezas del arnés; sujetándole el estribo, al montar a caballo, auxiliándole cuando le veía en peligro y aprendiendo de él los usos y costumbres, "la Regla y Orden de la Caballería". Si. demostraba ser valiente, leal, honrado y buen cristiano, a los veintiún años podía ser armado caballero, generalmente después de cumplir algún "fecho de armas" o empresa guerrera. Y el ingreso se hacía con ritos y ceremonias de carácter religioso, que se asemejaban a un sacramento. 3. La vela de las armas,—Aunque el ceremonial variaba según las diversas épocas, naciones y circunstancias, recogeremos aquí lo más característico 2 0 . "Primeramente, el escudero, antes de entrar en la Orden de Caballería, debe confesarse de las faltas que ha hecho contra Dios... Para armar un caballero conviene que se destine una fiesta de las solemnes del año, para que por razón de la fiesta se congreguen aquel día muchos hombres en aquel lugar. Debe ayunar el escudero la vigilia de la fiesta en honra del santo de quien se celebra. Y la noche antecedente al día en que ha de ser armado, ha de ir a la iglesia a velar, estar en oración y contemplación y oír palabras de Dios y de la Orden de Caballería" 21 . En algunos países, sobre todo en Inglaterra, era costumbre tomar un baño la víspera, al anochecer. El baño significaba la Pureza de cuerpo y alma del candidato a la Caballería. Allí se despojaba de sus vestidos de escudero, y cuando estaba ya limpio y lavado, le vestían de blanco, como a los catecúmenos, y e ncima le echaban un manto rojo, que simbolizaba su propósito dfe derramar su sangre por la religión cristiana. En compañía de- sus padrinos y de otros personajes, entre músicas y cantos, 50 Además del libro clásico de L. Gautier, ya citado, seguimos los muchos cronistas y poetas medievales a los que ^ e ^ r e i e *encia DUCANOE en su. conocido-vCTossartaw, mediae et infimae •totinitatis, y también a R. Lull. , , . . „ Sj, i, io« M R. LULL, Libro de la Orden de Caballería.p. =*.%•.«,••.*#. .p-.iíize. a
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era conducido a la iglesia del castillo o a la capilla de palacli donde le dejaban pernoctar, velando las armas, especialme'i la fespada, que al entrar el novel caballero había colocado sob el altar, y teniendo delante un cirio encendido. Después del rezo de maitines se celebraba la misa y en eÉ tenia lugar la solemnfe ceremonia. En seguida del evangelio^ sacerdote, obispo o simple monje bendecía la espada con eSl oración: " T e rogamos, Señor, que escuches nuestras .prezes te dignfes bendecir con la diestra de tu majestad esta espad con la que este tu siervo desea ceñirse, para que sea defen¡ de las iglesias, de las viudasi, de los huérfanos y de todos I servidoras de Dios, contra la crueldad de los paganos, al mi, mo tiempo que terror y espanto de cuantos le pongan asecha' zas, prestándole tú la virtud y poder en el moderado ataque' en la justa defensa. Por Cristo Nuestro Sfeñor. Amén". Luego recitaba el sacerdote otra más larga oración, impl¡ rando de Dios, cuya saludable disposición permitió a los bol bres el uso de la espada, valor y fuerzas para que el nufevo so! dado defendiese la fe y la justicia; y aumento de fe, esperanz y caridad; humildad, perseverancia, obediencia, paciencia, ju ticia y caridad con el prójimo. Recitado lo cual, tomaba jdj altar lá espada desnuda y se la alargaba diciendo: "Recibe esta espada en el nombre del Padre y del Hijtf del Espíritu Santo, y usa de ella para tu defensa y de la san Iglesia de Dios, para confusión de los enemigos de la cruz Cristo y de la fe cristiana y de la corona del reino de...; y r e ; cuanto la humana fragilidad te lo permita, a nadie ofendas i justamente. Dígnese concedértelo Aquel que con el Padre y .• Espíritu Santo vive y reina por todos los siglos de los sigk Amén". Una vez envainada, se la ceñía, mientras pronunciaba estpalabras: "Cíñete tu espada sobre tu muslo, ¡oh potentísimo^ en el nombre de Nu'estro Señor Jesucristo, y ten presente gil] los santos señorearon reinos, no por la espada, sino por la feAhora el caballero desenvainaba su espada, la blandía vir mente tres veces y, pasándola sobr"e el brazo para limpiarla, metía en la vaina. Acto seguido, el sacerdote le daba el bes¡: de paz, diciéndole: "Sé caballero pacífico, valeroso, fiel y co sagrado a Dios". Y añadía, dándote un ligero sopapo en mejilla: "Despierta del sueño de la malicia, y vigila en la de Cristo y en la buena fama. Amén" 22 . Dentro de la misa, después del sacerdote, comulgaba el c^í ballero novfel. Durante el último evangelio tenía en la mano cirio encendido. Los nobles allí presentes le ponían las espuelas doradas, a M. ANDRIEU, Le pontifical romain au moyen-áge t. 3 (VOTM cano 1940) - p. 447-450. Más brevemente en A. FRANZ, Die Kirohf ' chen Benediktionen (FribuvgQ de Br. 1090) II, 29S.
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cota y el yelmo. El padrino le daba con la mano una "pescozada", sustituida después por el "espaldarazo" o golpe de plano con la 'espada en la espalda. Finalmente, el sacerdote le bendecía, entregándole, donde fuese costumbre, un estandarte. "Después que el caballero espiritual y terrenal ha cumplido con su oficio en armar el nuevo caballero, debe éste montar a caballo y manifestarse así a la gente... En aquel día se debe hacer gran festín, con convites, bohordos y torneos" 23 . Naturalmente, no siempre s'e seguía ceremonial tan complicado y prolijo. Algunos eran armados caballeros en medio de la batalla, como premio a sus hazañas, y entonces bastaba el espaldarazo y la entrega de las armas. 4. El caballero cristiano,—Bien dice León Gautier que la Caballería, a los ojos de la Igtesia, no era otra cosa que la fuerza armada al servicio de la Verdad desarmada. Y Ramón Lull: "Oficio de caballero es mantener la santa fe católica, por la cual creemos que Dios Padre envió su Hijo a tomar carne fen la gloriosa Virgen nuestra Señora Santa María... Oficio de caballero es favorecer a viudas, huérfanos y desvalidos" 24 . "Al caballero se da espada, que está formada a semejanza de una cruz, para significar que, así como Nuestro Señor Jesucristo en la cruz venció la muerte en que habíamos incurrido por el pecado de nuestro primer padre Adán, así el caballero con la espada debe vencer y destruir los enemigos de la cruz... Por la fe que tienen los caballeros bien acostumbrados, van en peregrinación a la Tierra Santa de ultramar, pelean contra los enemigos de la Cruz y son mártires cuando mueren por exaltar la fe católica" 25 . Cuando Erasmo, al principio de su Enchiridion, describe la profesión cristiana, lo hace con términos tomados dfe la antigua Caballería: tanto se habían compenetrado las dos ideas. Con razón podía llamarse modelo de verdadero, cristiano el caballero que guardase perfectamente su código, sintetizado por L. Gautier en estos diez mandamientos: 1. Cumplir la ley cristiana.—2. Proteger a la santa Iglesia.—3. Defender y respetar a todos los débiles, especialmente a las mujeres, viudas y huérfanos.—4. Hacer guerra sin cuartel a los sarracenos.—5. N o mentir jamás.—6. Sfer casto.—7. Obedecer a su señor y cumplir los deberes feudales, mientras no sean contrarios a la ley de Dios y de la Iglesia.—8. Ser humilde.—9. N o retroceder ante el enemigo.—10. Oír misa, ayunar los viernes, hacer limosnas. Y como resumen de todo ello, mantener el honor caballeresco 26 . " R. LULL, Libro de la Orden de Caballería p. 4.*, n. 12-13, P. 128. M Ibíd. p. 2.», n. 2 y 19, p. 112 y 117. " Ibíd. p. 5.°, n. 2, p. 129; p. 6.*, n. 3, p. 133. " Bonizo de Sutri, autor^del siglo xi, reduce loa deberes del
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N o se concebía un caballero sin una "dama de sus pensamientos", a la que ofrecía sus hazañas y prCezas, y cuyo nom- bre invocaba al entrar en combate. Esta especie de adoración idolátrica no es de los tiempos primitivos, sino de los de decadencia, introducida artificiosamente por los poetas. Este amor a una princesa o duquesa era casi siempre un amor platónico y a veces imposible, por la desigualdad de clase social, pero j debe considerarse en sí, como inconveniente y peligroso por tratarse frecuentemente de una dama ya casada. De todos modos, no cabe duda que la Caballería contribuyó a fomentar el resp'eto a la mujer, suavizó en parte las costum- •< bres bárbaras de la edad anterior, cultivó las buenas maneras, ,: la afabilidad; en una palabra, la cortesía. Y creó lo que todavía \, seguimos llamando caballerosidad, es decir, la dignidad, el decoro, la nobl'eza, el desinterés, el sentimiento del honor, la fidelidad a la palabra dada. En la historia de la Caballería han distinguido algunos tres épocas: la época heroica, la época de afemlnamiento y galantería y la época artificiosa de la decadencia. Cuando empezó a decaer en el siglo XII, fué cuando empezó a ser cantada y glori- • ficada fen mil poemas y relatos fantásticos, como los del ciclo carolingio y los del ciclo bretón o d'e la Tabla Redonda. Lo mejor de la Caballería perduró,, consagrado al ideal religioso, en las Ordenes militares.
CAPITULO La lucha
de la Iglesia I.
contra
XIV
el error
y la herejía
*
¿
HEREJÍAS ORIENTALES
De las vicisitudes del cisma griego, antes y después del con- } cilio II Lugdunense, hemos dado cuenta en el capítulo de los % papas. \ Armenios y maronitas.—De las herejías orientales, que casi . desaparecieron en este período gracias al prestigio de la sede j
l
caballero a siete: lealtad para con los señares; no ambicionar el botín de guerra; poner la vida por defender la de su señor? hacer lo mismo por el bien de la nación; guerrear contra herejes y cismáticos; defender a los pobres, viudas y huérfanos; no violar la palabra dada. Cf. C. ERDMANN, Die Entstehung des Kreuezugsgedank.es (Stuttgart 1934) p. 235. * FUENTES.—MONETA DE CREMONA, Adversus catharos et Wal~ denses, ed. Ricchini (Roma 1743); GREGORIO DE FLORENCIA, Dispif tatio inter catholicum et patarinum haereticum, en MARTÉNE, Thesaurus novus anecd. V, 1705-1758; RAINERIO SACCONI, Summa de .,, catharis, ibid. V, 1761-1776; EOBERT DE SCHONAUGEN, Sermones con- •/ tra catharos, en ML 195, 11-98; BOÑACCURSI, Manifestatio haeresis
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romana y al influjo de las Cruzadas, recordemos el monofisismo de los armemos y el roonotelismo de los maronitas. Tanto los patriarcas de Constantinopla como los Pontífices Romanos intentaron repetidas veces ganarse a la Iglesia armenia, caída 'en el error monofisita desde 596. El katholikós Gregorio Martirófilo envió un respetuoso mensaje al papa Gregorio VII hacia 1080, y recibió de él, juntamente con el pallium, un afectuoso breve, en que le rogaba subscribir al concilio de Calcedonia, ponl'endo fin a la herejía. Esta tentativa de acercamiento se vio favorecida poco más tarde con el establecimiento de los cruzados en Palestina. Así vemos que el katholikós Gregorio III mantiene relaciones cordiales con los papas Inocencio II y Eugenio III, y en 1140 promete en Jerusalén, ante el legado pontificio, la reforma de su Iglesia conforme al dogma y a la 'disciplina de Roma. E r a la Armenia Menor (occid.) la que, buscando la protección de los cruzados, se aproximaba a la fe romana, mientras catharorum, en ML 204, 775-792; ILARINO DA MILANO, II IAber supra stella del piacentino Salvo Burci contra i Catari: "Aevum" 1942. 1943. 1945, tres art.; A. DONDAINE, Un traite néo-manichéen du XIII* stécZe: le IAber de duobus prinoipiis (Roma 1939); ID., Les actes du concite albigeois de Saint-Félix de Caraman: "Studi e testi" (1946) 324-355; I. DOELLINGER, Beitrdge sur Sektengeschichte des Mittelalters. I. Geschichte der gnostisch-manicháischen Sekten. II. Qnellen (Munich 1890), importante por las fuentes, más que por el relato. N. EYMERICH, Directorium Inquisitionis... cum commentariis F. Pegnae (Roma 1578) con documentos entreverados en el texto y colección de letras apostólicas en el apéndice; G. MOLLAT-DRIOUX, Bernard Gui. Manuel de Vinquisiteur (París 1926-27); C. DOUATS, Documents pour servir a l'histoire de l'Inquisition dans le Languedoc (2 vols., París 1902); F. BAER, Die Juden im christlicHen Spanien (2 vols., Berlín 1929-36), valiosa colección documental para la historia de los judíos en los reinos peninsulares. Otras fuentes se citan luego. BIBLIOGRAFÍA. — P. AI.PHANDÉRY, Le gnosticísme dans les sectes medievales: "Revue d'hist. et de phil. religieuse" (1927) 394411; F . Tocco, L'etesia nel medio evo (Florencia 1884); G. VOLPE, Movimenti religiosi e sette ereticali nella societá italiana (Florencia 1922); A. DONDAINE, Nouvelles sources de l'histoire doctrinélle du Néo-Manichéisme au moyen dge: "Revue des sciences Phil et théol." 28 (1939) 465-86; ID. La hierarchie cathare en Italíe: "Archivum Fr. Praedic." (1949) 280-312; (1950) 234-324; ILARLNO DA MILANO, L'eresia di Ugo Speroni nella confutazione del maestro Vaoario, Testo inédito con studio critico e dottrinale (Cittá del Vaticano 1945) n. 115 de "Studi e testi"; H. GBÜNDÍIANN, Religibse Bewegungen im Mittelalter (Berlín 1935), útil Para las relaciones de la herejía con las Ordenes mendicantes V los movimientos místicos medievales. P. BELPERRON, La croisade contre les Albigeois et l'union du Languédoo- á la France (París •••942); S. RINCÍMAN, The Medieval Manichees. A study of the Christian dualist heresy (Cambridge 1947); H. MAISONNEUVH, Etudes sur les origines de l'Inquisiíion (París 1942); E. VACANDARD, L'Inquisition (París 1914); E. C. LEA, A History of the Inquisition °f the middle ages (Nueva York 1887); J. GUIRAUD, Histoire de l'Inquisition au moyen age (2 vols., París 1935-38),
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la Armenia Mayor (orient.) sufría la influencia bizantina. La: figura más excelsa de la Iglesia armenia en este tiempo, ef katholikós Nerse o Narsés I V (1166-1173), gran orador y ce-;. lebrado poeta religioso, pareció aceptar, en sus negociaciones*' con Bizancio, la doctrina tradicional de las dos naturalezas de!' Cristo, y saludó al papa Alejandro III como a "santo presiden-^ te de todos los arzobispos..., sucesor del apóstol Pedro". ,j Su sobrino y sucesor, Gregorio Defa, en 1184, se sometió,,, filialmente, con otros obispos, al papa Lucio III, de quien reci^ii bió el pii'ilium y la mitra. í A Inocencio III le cupo la suerte, en 1203, de ver entrar en;> el redil de Cristo a toda la Armenia por medio del legado Pedro de San Marcelo. Es verdad que luego sobrevinieron dÍsen-> siones y censuras eclesiásticas, pero la unidad de fe parece!' que no se rompió. Desde 1284 los franciscanos, y en seguida! "también los dominicos, trabajaron activamente entre los arme-, nios no unidos. El rey solía ser el más interesado en la unión,; por temor del avance sarraceno. Destruida la ciudad de Rom-.; kla, la sede del katholikós pasó a ser la ciudad de Sis, en donde el año 1307 se celebró iun concilio nacional, con cuatro arzobis>1 pos y más de veinte obispos, que estrecharon más y más sus? lazos con Roma 1. •• Los maronitas del Líbano y Antelíbano, monotelitas desde? el siglo vil, se unieron con la Iglesia romana en 1182, siendo 1 patriarca latino de Antioquía Almerico (1142-1187). Cierto qu^ luego el patriarca maronita Lucas (f 1209) puso resistencia,: pero su sucesor,1 el patriarca Jeremías, vino personalmente a Roma, donde permaneció varios años, tomó parte en eJ conci-;' lio IV de Letrán (1215) y, regresando a su tierra con el car'-: denal Guillermo, llevó a perfecto término la obra de la unión.. Alejandro I V otorgó al supremo jerarca de aquella Iglesia el' título de "patriarca antioqueno de los maronitas". Estos cris^ tianos se han mantenido fidelísimos a Roma hasta nuestros días/, aun en medio de las más terribles perseouciones 2 . Mucho menos halagüeños fueron los resultados obtenidos:; entre los jacobitas de Siria, a pesar de los esfuerzos hechos por.;; Gregorio IX, Inocencio I V y Nicolás IV. Y lo mismo se digé'í de los nestorlanos de Persia 3 . 1 MANSIJ Sacrorum conciliorum ampí. collectio 25, 133-146. So^, bre la Congregación dominicana de misioneros indígenas "FratreSj1 Uniti", véase A. MORTIER, Histoire des Maitres Généraux de VO?- ; Are des Fréres Précheurs t. 3 (París 1907) p. 320 s. Sobre la Armenia en general, L. PETIT, Arménie, Histoire religiev.se, en DTGíi 3 P. Din, Maronite (églisej, en DTC. ••'.';! * Entre los jacobistas de este tiempo florecen dos obispos $8 alta sabiduría: Dionisio Bar-Salibi (f 1171), fecundísimo autor 4® escritos dogmáticos y exegéticos, y Gregorio Abulfarag, Bafc hebreo (1225-1286), gran filósofo, teólogo e historiador. Cf. K. 1^3 VAL, La Littérature syriaque (París 1920), y E. HERMANN, Ü6«|! faragj en DHGE; entre los nestorlanos, el doctísimo escritor 36
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1. Herejías panteísticas.—Empecemos por las herejías panteísticas, de más significación en la historia de la filosofía que en la de la Iglesia, por haber arrastrado a muy pocos secuaces, y menos entre el pueblo cristiano. Doctrinas panteísticas defendió en su cátedra de la Universidad de París Amaury de Chartres, o de Béne, así apellidado por el lugar de nacimiento. Influenciado por las ideas de J. E s coto Eriúgena, por los comentarios árabes de Aristóteles, por los judíos españoles Avicebrón y Maimónides y por el realismo exagerado de Gilberto de la Porree, afirmaba, según refiere Santo Tomás, que Dios es el principio formal de todos los seres. Sostenía, según Gejsón, que el Criador y la criatura son una misma cosa; que todas las cosas s'e reducen a una sola y todas son Dios, siendo Dios la esencia de todo; que Dios puede decirse fin de todas las cosas, en cuanto que todas confluyen a él y en él formarán un solo individuo, inmutable. Es natural que el defensor de tales ideas sostuviese el realismo más exagerado en la controversia de los universales, afirmando la unidad e identidad perfecta de esencia entre los diversos individuos. Según el cronista Rigord, Amaury y sus discípulos decían también que el cuerpo de Cristo está en la Eucaristía como en cualquiera otra parte, negaban la resurrección y el culto de los santos, añadiendo que. el hombre identificado con Cristo y con el Espíritu Santo no puede pecar 4. Bien dice Menéndez y P a layo que estas últimas doctrinas nos llevan "muy lejos de Avicebrón, pero muy cerca de los cataros, albigenses, valdenses y pobres de Lycm y hasta los begardos y alumbrados" 6 . Denunciado Amaury en París apeló a Roma, pero el papa le obligó a retractarse. Murió poco después, hacia 1206. N o murió con él la herejía, porque en el clero universitario abundaban sus secuaces, entre los que descollaba David de Dinant, panteísta como su maestro, aunque con leves matices de diferencia, al afirmar que Dios era la materia prima de todas las cosas, identificándolo con el principio constitutivo de los cuerpos y de las almas. Desarrollando la doctrina de Amaury, que no veía en la Trinidad más que tres manifestaciones sucesivas de la esencia divina, David de Dinant consideraba la Historia como dividida en tres edades: la primera, la del Antihabñísimo versificador Ebedjesus Bor-Bor4fca ft 1318), me^ropolitano de Nisibe. Cf. F. ÑAU, Ebedjesus, en DTC; ASSBMANI, Bir ' ^ ^ ^ - ^ ^ ^ ^ H S ^ r i r t » - ™ ! ! - * * . * * — — t 3 (Pa-
^ V T $&£>£? fióles
P ™ , Historia de los heterodoxos espa-
( M a d r i d 1917) t. 3, 136-137 ; v
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guo Testamento, fué la actuación del Padre, qus. se encarnó Abraham; la segunda, la del Nuevo, fué la de! Hijo, que se é1 carnó en Cristo; la tercera, y final, fes la d d Espíritu Sant' que se encarna en los fieles, por lo cual todos somos dios como Cristo y Abraham. Condenados estos errores en el sínodo de París de 121 ordenó Felipe Augusto que varios de los que los profesaba muriesen en la hoguera; otros fueron degradados del sacerdoci y reducidos a prisión""perpetua; los libros de física de Arisit teles fueron vedados, so pena d*e excomunión °. 2. Petrobrusianos y otros herejes.—Apenas merecen me ción algunos herejes semilocos que pululan en el siglo xn, com' los luciferianos de Maestricht, así llamados porqu'e se les oc rrió decir qu'e Lucifer había sido injustamente condenado ., infierno, por lo que era preciso rehabilitarlo, derribando a S~ Miguel. Se les acusaba de enseñar doctrinas maniqueas ' y d adorar al dios Asmodeo en figura de gato negro. Loco d'e remate parece a veces, aunque aficionado a los bal quetes espléndidos, el laico y sin letras Tanquelmo (f 1115), Tanquelino, que rechazaba la jerarquía, llamaba lupanares a l . templos, se decía hijo de Dios con la plenitud del Espíritu Santo, y perpetró la comtedia sacrilega de sus desposorios c o n ! . Santísima Virgen. Rodeado de regio fausto y de fuerte comí* tiva, predicó en Utrecht, Brujas y Amberes, despertando en su." secuaces tal fanatismo, qu'e muchos no vacilaban en beber r agua en que aquél se bañaba. Finalmente, fué asesinado por uij clérigo. San Norberto de Xanten refutó sus errores. ¡r Tampoco debía de estar en sus cabales un francés por noroj bre Eudo, o Eón de Stella, condenado en el concilio de Reim;' (1148) porque se proclamaba hijo de Dios y juez del mundoi sacando argumento de la liturgia, que en .una oración de lo" exorcismos dice: "Eum (Eon!) qui iudicaturus est vivos ej? mortuos". En la historia eclesiástica merece recordarse el casq de Eón, por ser la primera vez que la Iglesia condenó a un he<| reje a penas temporales. Murió en la cárpel hacia 1150 8. :'¿ Alguna mayor importancia tuvieron por el mismo tiempo' los petrobrusianos, cuyo jefe y fundador, el sacerdote Pedro' de Bruys (f 1138?), recorría las ciudades de la Provenza y % Gascuña, descristianizándolas con sus predicaciones revolución • DENIFLE-CHATELAIN, Chartularium Universitatis ParisiensisXp 70-72; MAN8I, Concilio, 22, 801; C. JOURDAIN, Mémoire sur les sait. ees philosophiques des hérésies d'Amaury de Clw/rtes et de Davm de Dinant, en "Mómoires de rAcadémie des Inscriptions et bello lettres" XXVI (5870) 467-498. Otra bibliografía en M. DE Wuuf. Bistoire de la philosophie médiévale CLovaina 1934) I, 240-45. ,»., 7
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MANSI, Concilio, 23, 241; MGH, SS, 23, 932.
¿
Concilio, 21, 720. Sobre Eón de Stella y Tanquelrtí* DOELLINGER, Beitrage zur Sektengeschichte des Mittelalters ( W nich 1890) I, 98-104; 104-110. MANSI,
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narias durante veinte años, hasta qu'e lo denunció a los obispos el abad cluniacense Pedro el Venerable. Del tratado que éste escribió contra los petrobrusianos, d e ducimos cuáles eran los principares errores de aquel hereje: que el bautismo es inútil para los niños, por lo cual es preciso rebautizarlos cuando llegan al uso de razón; que hay que derruir todos los templos, pues lo mismo se ora a Dios en la taberna,, en el establo o en la plaza; que la cruz no merece respeto, sino destrucción, pues fué causa de los tormentos de Cristo; que sólo en la última cena se cambió el pan y el vino en la carne y sangre del Señor, no después; que las misas, sufragios, oraciones y limosnas no aprovechan a los difuntos; que se deben suprimir todos los cánticos sagrados 9 . Mientras predicaba tales doctrinas un día de Viernes Santo y se disponía a asar un trozo de carn'e sobre una hoguera o pira de cruces, indignado el pueblo por tal escándalo, lo arrojó a él mismo a la hoguera, donde murió. Habiéndose puesto al frente de los petrobrusianos el fanático predicador Enrique de Toulouste o . de Lausana, antiguo monje y ahora elocuente declamador * contra los pecados del clero, la Iglesia condenó sus errores de un modo general en *el canon 23 del concilio II Lateranense (1139). Al desaparecer aquella secta, dejó fel terreno bien abonado para que germinase otra herejía más radical y peligrosa: la de los cataros o albigenres. 3. E l fundador de los valdenses.—¿Cómo explicar esta pululación de herejías en un siglo de tanta fe y de tanta prospe. ridad de la Iglfesia? Nótese, en primer lugar, que muchas de tales desviaciones dogmáticas, con actitudes revolucionarias, brotan del ansia misma de espiritualismo que cunde en el pueblo cristiano; espiritualismo, sin duda, exageradamente reformista. Otras crecen y se desarrollan al calor del laicismo n a ciente y de la burguesía que despierta, creando un nuevo clima y anunciando de lejos una nueva edad. Tal vez podríamos añadir—aunque para afirmarlo sería preciso un estudio más detenido—que la reforma gregoriana, aunque eficaz, no había sido bastante profunda, al níenos' en sus últimas ramificaciones, y a que el clero de cortos países abandonaba sus deberes pastoraje s y se apoltronaba en el disfrute de sus riquezas, por lo cual era menospreciado y aborrecido por muchos, que tendían a . identificar el Evangelio auténtico con la práctica de la pobreza. Por los años de 1177 encontramos en Lyón una multitud niás o menos organizada de gente sencilla que se deja impresionar por la predicación de ciertos ascetas populares, qu'e alar„ * PEDRO EL VENERABLE, Contra Petrobrusslanos:
ML 189, .723-
850. Abelardo habla brevemente de los petrobrusianos en Introduct. ad theol. II, 4: ML 178, 1056; BARONIO, Aúnales eccl. aa a. 1126, n. 26;.A. DOELLIKGBR, Beitrage I, 75-97.
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deán de atenerse al Evangelio de Cristo más que a la jerarquía , eclesiástica. Llamábanse pauperes spiritu y también, a veces, ;. pauperes Christi, o simplemente pauperes, con el sobrenombre 1 del país ten que vivían. .1 Iniciador de aquel movimiento y cabeza de los asociados • era Pedro Valdés, comerciante de Lyón 10 . i Este comerciante lugdunense puede considerarse como uní; precursor del Povetello, hijo a su vez de un comerciante de .v Asís; sólo.que el prim'ero, desgraciadamente, no tuvo humildad * bastante para obedecer a sus superiores eclesiásticos, y el que ; iba para santo acabó en hereje; mientras que el segundo supo, dar la mano a "Madonna Povertá", bajo la bendición del sacerdote, del obispo, del Vicario de Cristo en lá tierra. Según el' cronista anónimo de Laón, que escribía hacia 1219 x l , era un domingo del año 1173, cuando el com'ercian-i te Pedro Valdés, llevado de la curiosidad, se acercó a una mu- '• chedumbre de gente que escuchaba a un juglar. Lo que éste í recitaba era un cantar o romance de San Alejo. Conmovido Valdés con los episodios hagiográficos que llegaron a su oído; rogó al juglar viniese a su casa a repetirle'y completarle l o s ' pormenores de la leyenda. Al día siguiente se presentó ante un maestro de teología» ' preguntándole: "¿Cuál es el mejor y más seguro camino para'; ir a Dios?" Respondióte el teólogo con las palabras de Cristo: v "Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo': a los pobres" (Mt, 19,21). Vuelto a su casa, dijo Valdés a sumujer que tomase de su fortuna cuanto le pareci'ese conveniente, porque del resto quería disponer él en favor de los pobres. Así lo hizo. Dotó a sus dos hijas,- niñas aún, para que entrasen en la abadía d'e Fontevrault, repartió sus demás bienes entre 1 los menesterosos, durante una gran hambre que afligió a aquel! país, y se puso a mendigar por amor de Dios. , '*• En 1177 consta que tenía ya seguidores, que le imitaban en^ hacer voto d'e pobreza total y en predicar, aunque fuesen laiccsyi el Evang'elio. Ahora bien, la predicación en la Edad Media er^'-; deber y oficio propio de los obispos, los cuales delegaban salazmente en los sacerdotes. Se preveía, pues, el conflicto, p o r q u e los nuevos anunciadores de la palabra de Dios, además de pi«rí: M Su verdadero apellido era Valdés Cen francés con acento? grave) y no Valdo. No es tan cierto que su nombre fuera Pedro,' (A. DONDAINE, Aux origines du Valdéisme. Une profession de foi¿ de Valdés, en "Archivum FF. PP." 16 [1946] p. 215). " Chronicon universale anonymi Laudunensis, en MGH, SS. 26¿ 247-249. Algo diverso es el relato de la conversión de Valdés qiwí trae ESTEBAN DE BOURBON, Tractatus de septem donis Splritüst; Sancti, escrito hacia 1260, cuyos fragmentos más Importante*pueden verse en C. DI'PLESSIS D'ARGENTRÉ, Colleotio iwlicioruW> dfi • novia erroribus t. 1 (París 1728) p. 86-87; P H . POUZET, Les origi^f^ lyonnaises de la sede des Vaudois: "Rev. Hist. Egl. de Franca (1936) 6-37.
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dlcar públicamente la penitencia, confesando sus propios pecados, lanzaban invectivas contra los que tenían el corazón apegado a las riquezas. Valdés y los suyos hicieron que dos clérigos de Lyón les tradujesen a la lengua vulgar el Evangelio y otros pasajes bíblicos, así como algunas sentencias de los Santos Padres. Con este bagaje literario ya podían hacer más eficaces sus prédicas y sus disputas con los sacerdotes,. Por lo demás, su conducta era ejemplar, desprendida de todo lo terreno; vestían humildemente y calzaban una especie de sandalias rústicas (sabot); de donde les vino el nombre de irisabattati, aunque más comúnmente se les denominaba pauperes de Lugduno o lugdunenses. N a d a tiene de extrañó que en el ardor de su predicación —siendo además gente sin letras—se excediesen en las palabras y profiriesen errores e impertinencias. El arzobispo los llamó y les prohibió en adelante predicar. Golpe terribl'e, porque se sentían con vocación de apóstoles. Como su intención hasta entonces era recta y querían permanecer fieles a la Iglesia romana, pensaron en apelar al papa. En la primavera de 1179 se celebraba el concilio III Late'ranense. Allí se presentó Valdés con algunos compañeros. Si hemos de creer a W a l t e r Mapes, que asistió a aquella ecuménica asamblea, este ingenioso y mordaz inglés los examinó y los puso en ridículo por su ignorancia teológica delante de los Padres conciliares. Sin embargo, la pintura que de ellos hace es digna de los primeros franciscanos: " N o tienen casa propia—dice—, ca>minan de dos en dos, con los pies descalzos, sin provisiones; ponen todo en común, a ejemplo de los apóstoles, y siguen desnudos a Cristo desnudo" 12 . Cuando Valdés presentó a la aprobación del papa su "propositum vitae", Alejandro III, benévolo, le dio un abrazo, aprobando .su voto de pobreza, pero le ordenó que no predicase sino cuando se lo permitiesen o se lo pidiesen los obispos y sacrdotes. Parece que al principio Valdés acató esta prohibición. La crisis que empezó a sufrir la comunidad de los Pobres de Lyón no la conocemos bien. Lo cierto es que en 1184 la Iglesia condena terminantemente la herejía de los valdenses. Es probable que, disgustados de la decisión romana, algunos de los seguidores de Valdés se pusieran en contacto con los petrobrusianos y con los cataros, contagiándose de sus herejías. Consérvase en la Biblioteca Nacional de Madrid una profesión de fe de " WALTER MAPES., De nugis curialium, ed. T. WRTQH (Londres 1850) p. 64-65. Para mayor información sobre los valdenses, E. COMBA, Storia dei Valdesi (Torre Pellice 1930); O..<*»•»•*>Af¿ bliografia valdese (Torre Pellice 1953) t. 73 del "Bollet. Soc. Storia Valdese".
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Valdés, publicada por el P . Dondaine, O. P.', quien la sit'ientre 1179 y 1184. Es un admirable documento de la más pu' ortodoxia, en el que, después de afirmar todos los artículos d credo y de reprobar, uno por uno, los errores de los albigensé1 y de otros herejes de aquel ti'empo acerca de la Iglesia cat lica y de los sacramentos, los cuales tienen validez aun adrií nistrados por sacerdotes pecadores; después de admitir los 'pr; mios y castigos "eternos, el valor de las buenas obras, sin la cuales la fe és muerta, etc., declara que él y sus discípulos h¿ cen profesión de pobreza conforme al Evangelio, "quod si fort contigerit aliquos venire ad vestras partes, dicentes se esse e; nobis, si hanc fidem non habuerint, ipsos ex nostris non fore! pro certo sciatis" 13. C 4. Sus errores,—Es indudable que entre los valdenses, ca-/ rentes de una dogmática bien estructurada, se infiltraron cor( el tiempo no pocos errores. Cuáles eran éstos no es fácil de-í terminarlo. Los antiguos polemistas católicos, como Alain d' Lille, Ermengaud y Bernardo dé Fonícaud, les reprochan mxxU titud de doctrinas heréticas, incluso aquellas que son típicas de' los petrobrusianos y cataros, y d'e las cuales los valdenses es-í taban inmunes al principio. ¿Es que las adoptaron corriendo los; años, o más bien fueron los petrobrusianos los que se incorpo^ raron al movimiento valdense? Nos parece más probable Ió" primero. Las más típicas y originarias suvas pueden reducirse'. a las siguientes: todos los discípulos de Cristo han recibido Ia ; misión de predicar el Evangelio y de anunciar la palabra divina en las asambleas eclesiásticas, aun los laicos y las mujeres; la validez del sacramento depende de la santidad del que lo ad^ ministra; de nada sirven las indulgencias, las bendiciones y otros ritos de la Iglesia; no se ha de rezar otra oración que el Pate't \ nostec. i La primera d'e estas afirmaciones tal vez sea la más antif • gua entrelé ellos, y por sí sola basta a explicar el anatema eclesiástico . " A. DONDAINE, Anx origines du Vdldéísme p. 232. Es muy semejante a la Professio fidei propuesta por Inocencio III a Durando de Huesca. Cf. DENZTNGER, Enchiridion symbol. 420. A continuación publica el mismo Dondaine otro documento también ortodoxo y de la misma época, escrito por un discípulo de Valdés contra los herejes, principalmente albigenses. Se ve que éstos acusaban a los valdenses de sostener a la Iglesia meretricia á¿ •; Roma: "Nos autem respondentes dicimus: Non fornicationem nef ., que alia illicita rhanu tenemus, ñeque prava sacerdotum vel alio^ •? rum opera excusamus, sed potius redarguentes resistimus. Qua de causa ab ipsis exosi multas patimur persecutiones" (DONDAIÍ^/ Aux origines p. 235). Esto prueba que al principio, aun perseguidos por las autoridades eclesiásticas, querían mantener incólume su fe. " El mismo Joaquín de Fiore escribió en su tratado De ar- •; tioulis fidei: "Mérito anathematizat Ecclesia' lugdunenses haere1*-.,.;
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D e hecho el arzobispo de Lyón, Juan Bellesmains, los arrojó de la ciudad, y poco después, en 1184, el concilio d'e Verona, presidido por el papa Lucio III y honrado con la asistencia de Federico Barbarroja, los anatematizó, envolviendo a los humillados y pobres de Lyón con los cataros, patarinos, arnaldistas y otros herejes. 5. Humillados de Lombardia,—Los humillados (humijiati) tenían su origen en Lombardia, y eran una de tantas sectas reformistas brotadas en aquel tiempo, de caracteres muy semejan*tes a los de los valdenses. Al igual que éstos, pidieron su aprobación al papa, y Alejandro III les ordenó que ni formasen conventículos ni predicasen en público. Gran parte de ellos, no todos, desobedecieron las órdenes pontificias y se agregaron a los discípulos de Valdés, constituyendo la rama lombarda de los valdenses (paaperes de Lombardia); otros se mantuvieron dentro de la ortodoxia, y con ellos se formó la Orden religiosa de los Humillados (Ordo Humiliatorum), que perduró hasta los tiempos de San Carlos Borromeo. Propagáronse los valdenses de Francia e Italia a las naciones vecinas; no hubieran progresado mucho si los reyes hubiesen reaccionado tan violentamente como Pedro II de Aragón, que en 1197, dirigiéndose a todos los arzobispos, obispos, prelados, rectores, condes, vizcondes, vegueres, merinos, bailes, hombres de armas, burgueses, etc., de su reino, les anuncia que, fiel al ejemplo de los reyes sus antepasados, y obediente a los sagrados cánones, que separan al hereje del gremio de la Iglesia y del consorcio de los fieles, manda salir de su reino a todos los valdenses, llamados vulgarmente "enzapatados" o, por otro nombre, "pobres de Lyón", como enemigos de la cruz de Cristo, violadores de la fe católica y públicos enemigos del rey y del reino. Si alguno fuere hallado después del Domingo de Pasión, será quemado vivo, y de su hacienda se harán tres partes: una Para el denunciador y dos para el fisco. Y acaba con estas palabras, que Menéndez y Pelayo llama realmente salvajes: "Sépase que "si alguna persona noble o plebeya descubre en nuestros reinos algún hereje, y le mata, o mutila, o despoja de sus bienes, o le causa cualquier daño, no por eso ha de temer nin9ún castigo, antes bien, merecerá nuestra gracia" 15 . ticos, qui Indifferenter et indiscrete, tam viri quam mulleres, sine doctrina, sine gratia, sine ordine non tam annunciant, quam adulterant verbum Dei". Cit. en G. GONNET, II Valdismo medievale (Turín 1942) p. 71-72. Otros errores de los valdenses, en DOEIXINQB ¡R, Beitrüge II, 304. 328. 331, etc. Escribieron contra ellos Bernardo de Fontcaud (ML 204, 793-840) y Alano de Lille (ML 210, 377-99) y otros. 18 MENÉNDZ Y FCLAVO, Hist. de los heterodoxos españoles (Madrid 1917), IH, 149-150; el documento latino en el apénd. VIII. Historia de la Iglesia 2
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Inocencio III, que vio a los pobres de Lyón y de Lombar- '$ttrtx,í día divididos por internas disensiones, intentó atraérselos sua«;| vemente, transformando su organización en una asociación ca- •: tólica, para lo cual en 1212 aprobó y concedió indulgencias a.'} los "pobres católicos", dirigidos por Durando de Huesca, el>| cual se había arrepentido de sus antiguos errores. Pero la s e c t a j valdense pers'everó en Milán, "fovea haereticorum", y en e l | Piamonte, y en el siglo xvi vino a nutrir -las filas del calvinismo., Dentro de aquel clima espiritual de amor a la pobreza evan-' gélica brotó y se desarrolló—con signo ortodoxo.—el francisca-" nismo, según queda "expuesto. Y fué gran mérito de los frailes, menores el encauzar dentro del dogma y de la disciplina ecler ; siástica aquella corriente peligrosa, asimilándose lo mejor de su espíritu, como lo fué d'e los frailes predicadores el rebatir, con su doctrina y poner un dique a la n o menos peligrosa ave-; nida de los albigenses. 6. Importancia de la herejía speronista»—'Antes de pasar ali mediodía de Francia para conocer los estragos que allí produjo i;¡ la secta de los cataros, detengámonos un momento fen esa "cue-". va de herejes" que era Milán, y en Piacenza y - otras ciudadesde Lombardía, donde más que en otra parte efe Italia proiife--: raban las herejías. • \r Había entre ellas una, la de los speronistas, muy mal cono-»!') cida hasta nuestros días. N o se tenía noticia de su fundador^;; y en ouanto a sus doctrinas:, nadie sabía distinguirlas con pre-ij cisión dentro de aquella ebullición heterodoxa de valdenses, a r ^ | naldistas, albigenses, patarinos, etc. Unos la clasificaban enitr£;.| las sectas de tipo pauperístico, otros entre las de carácter gnós-ff tico. Y ninguno acertaba, hasta que en 1945 el P . Ilarino d a | Milano, O. M . C , al publicar un texto inédito del siglo XII, nos/j ha dado a conocer al fundador de los speronistas, ha t r a z a d o ! claramente las líneas fundamentales de su doctrina y ha pro- 1 bado con evidencia que se trata de una herejía aparte, de ras^ gos muy típicos y diferenciados 'm. n La importancia histórica del speronismo está en sus sorprendentes semejanzas con las ideas que dos siglos más tafde habían de predicar Wicleff y a una distancia de casi cuatro siglos ha^í bía de enseñar Calvino. Este insospechado anticipo ha desper-| tado la curiosidad de los historiadores. ' ;í¡¡ Del fundador y de sus discípulos es poco lo que sabemos.^ Hugo Speroni debía de ser natural de Piacenza y estudió juri^rf prudencia en Bolonia por los años de 1140, en compañía 50 amistad del que luego sferá maestro Vacario, a quien debeniof w P. ILARINO HA MILANO, L'eresia di Ugo Speroni nella °f/„ futasione del maestro Vacario (Cittá del Vaticano 1945). Ese Y | | cario era un jurista, maestro algún tiempo en el Estudio de B*p lonia e íntimo amigo en su juventud de Hugo Speroni, a qUieJj ahora refuta. '
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la refutación y, a través de la refutación, el conocimiento de los errores de su antiguo compañero. Cónsul de Piacenza en 1164, en 1165 y en 1171 aparece un Hugo Speroni, probablemente nuestro jurista, que ya entonces meditaba su nueva concepción del cristianismo. En el decreto pontificio-imperial de Verona (1184) no se nombra aún a los speronistas, señal de que todavía no se habían dado a conocer o ÜO constituían verdadero peligro. Pero desde aquella fecha, Hugo Speroni conquistaba adeptos y los instruía, infundiéndoles un esplritualismo mucho más radical e interior que el de las sectas pauperísticas, que intentaban la reforma por medio de la renuncia a los bienes materiales, y una mentalidad antijerárquica y antisacerdotal mucho más honda y absoluta
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ción entre laicos y clérigos es contraria a la unidad de la Iglesia y es una detu. pación de su belleza y santidad. Sólo el justoíf y 'el santo es verdaderamente sacerdote. Ese mismo espiritualismo le impulsa a rechazar todos los
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de 1220 contra los "cataros, patarinos, leonistas, speronistas, arnaldistas" y otros herejes fué confirmada e incluida en la bula de Inocencio I V de 31 de octubre de 1243 y repetida por otros papas en documentos posteriores w . III.
HEREJÍA DE LOS CATAROS O ALBIGENSES
1. Cataros o albigenses.—De las múltiples herejías que brotan y rebrotan en aquellos siglos de fe y d'e religiosidad, la más temible es la de los cataros o albigenses. ¿Cómo se explica este fenómeno que una herejía de raíces próxima o remotamente ori'entales prosperase tanto en tierras de Occidente y en países profundamente católicos? , Empecemos por confesar que no conocemos bien sus orígenes y, por tanto, se nos escapan. algunos elementos para dar con su perfecta explicación histórica. Podemos, sin embargo, adelantar varias razones, El catarismo arraigó tan hondamente en la Francia meridional, primero, porque no se trataba de una herejía puramente gnóstica, al modo alejandrino o persa, de altas especulaciones filosóficas y de complicadas fantasías religiosas, sino de un movimiento herético de consecuencias prácticas y morales, que aseguraba a los fieles la remisión total' de lo» pecados y la salvación eterna; segundo, porque adquirió un carácter popular y fanático, que ayudó mucho a su difusión; tercero, por su aspecto reformista y acusador de los abusos de la nobleza eclesiástica, cuyas riquezas y costumbres mundanas escandalizaban al pueblo y daban en rostro a la burguesía laica, harto irrespetuosa y libre, como se echa de ver en los trovadores; cuarto, por los restos de viejas herejías, que no habían sido del todo exterminadas; quinto, porque justificaba la codicia d'e bienes eclesiásticos y favorecía las ambiciones políticas de ciertos señores feudales, deseosos de acentuar la oposición de los languedocianos contra los francos de langue doil i». El apelativo de cataros (que en griego significa puro) se tes dio a estos herejes, generalmente en Alemania, durante el siglo, xn, según lo refiere por primera vez el abad Egberto de Schonaugen. Razón de tal denominación fué sin duda las semejanzas que les encontraban con los novacianos, designados como cataros en el concilio de Nicea del año 325. El pueblo los llamaba en algunas partes gazzaci (de dondfe se deriva en alemán ketzer, hereje) y también catharini o pa-\ tadni, quizás por confusión con los fervientes católicos de la "18 MGH, Sobre Protestante, Funde und Zeitschrlft"
Leges II, 264; Bullarium Romanum III, 503-507. las interpretaciones de tipo nacionalista o político, socialista y ocultista, trae literatura A. BORST, Neue Forschungen sur Geschichte der Katharer: "Hist. 174 (1952) 17-30, con bibliografía.
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Patada milanesa, que combatían 'el matrimonio de los clérigos; en la Francia del Norte se les decía bougres o bulgari, como originarios de Bulgaria, y en otras partes, publicani, corrupción •'< de pauliciani; pero el nombre que prevaleció fué 'el de albigen-' ses, porque la ciudad de Albi (la antigua Albiga, de donde en francés, albigeois, y en latín', albigensis) procedían los que se apoderaron dé Toulouse, baluarte principal de la secta. En el norte de Italia se les denominó albanenses y concorenses, de las ciudades de Alba y Concorezzo. 2. Naturaleza y origen de la secta»—Si hemos de creer a los primeros polemistas católicos que escribieron contra los cá- ,1 taros o albigenstes, la doctrina de estos herejes tiene origen maniqueo. Esto es lo que hasta nuestros días se ha venido afir- \, mando casi unánimemente. Decíase que los maniqueos, tan perseguidos en el Imperio romano, perduraron ocultos en el Oriente, reaparecieron en los paulidanos de Siria y Frigia, en los herejes gnósticos del siglo vil y siguientes y en los bogemilos . de Bulgaria, fundados "en el siglo x por un bogomilo (traduc- , ción búlgara del griego Theophilos, amigo de Dios), al frente de los cuales figuraba, en tiempo de Alejo Comneno {1081-1118), un tal Basilio, a quien por sus errores gnósticos mandó quemar el emperador. D e Bulgaria se habrían extendido por Dalmacia a Italia y Francia, y por Hungría a Bohemia y Alemania. Hace ya un siglo que Carlos Schmidt, historiador protestante y no siempre respetuoso' de la Iglesia católica, pero conocedor profundo, crítico y concienzudo del catarismo, se adelantó a n'egar que hubiese continuidad perfecta desde Manes hasta los albigenses. Estos últimos no tienen la metafísica com- , pleja de los maniqueos, ni su mitología astronómica, ni su sim- : bolismo pagano, ni el culto a Manes, a quien casi adoraban aquéllos, mientras éstos, ignoran su nombre 119 . En contra de Schmidt, insistió Juan Guiraud en sostener el parentesco de cataros' y maniqueos. Es verdad que coinciden en la concepción fundamental del dualismo y en sus corolarios dogmáticos y morales, pero esto puede decirse común a todos los gnósticos. Bien dice el P . Dondaine que, si los polemistas católicos jde la Edad Media hubiesen estado bien informados sobre las otras gnosis dualistas de origen cristiano, como lo estaban sobre el ; maniqueísmo, no hubieran afirmado tan tajantemente el carácter •• •• maniqueo del catarismo 2 0 . M C. SCHMIDT, Histoire et doctrine de la sede des CatHareS' . (París 1848) I, 1-2; 7-8; II, 252-270. Sobre los bogomilos puede verse L. LEÜER, L'hérésie des Bogomiles en Bosnie et en Bulgaria ..; au moyen age, en "Revue des questions historiques" 8 (1870),!; 479-517, y recientemente D. OBOLENSKY, The Bogomüs. A studj/' in Balkan Neo-Manichaeism (Cambridge 1948). 20 A. DONDAINE, Nouvelles sources p. 467. •';
El carácter dualista, y por lo tanto, gnóstico, de la doctrina de los albigenses es indudable. ¿Hay que buscar su origen en la herejía búlgara de los bogomilos, como se dice generalmente? N o tenemos pruebas suficientes. Y aun era el caso que esto se demositrara, todavía n o aparece claro que el bogomilismo dependa de los antiguos cataros y menos de los maniqueos. Schmidt, con todo, es de parecer que la herejía vino de los países eslavos^ y que allí nació, tal vez en algún convento búlgaro, hacia el siglo x. Otros opinan que el fenómeno se explica sini conexiones con el Oriente. C. Douais apunta al priscilianisimo y P . Alphandéry piensa más bien en el marcosianismo o herejía de Marcos el Gnóstico, cuyos discípulos predicaron en el vallé del Ródano, según escribe San Ireneo. Pero ¿en qué país de E^uropa se puede rastrear de algún modo la pervivencia oculta de esas sectas? Antes del año 1000 no tenemos noticia de la aparición del catarismo en la Europa occidental. A fines de ese año, según testimonio de Raúl Glaber, se presenta aislado el caso de un tal Leutardo, en Chalons, cuya aversión al Antiguo Testamento, al matrimonio y a la imagen de Cristo, puede tener alguna relación con el catarismo. Lo mismo es lícito sospechar d'e una herejía procedente de Italia, o al menos de una mujer italiana que, según el mismo cronista, aparece en Orleáns en 1023 21'. . ¿Tenían algo que ver con los cataros los herejes arriba nombrados: Tanquelmo, Eón de Stella, Pedro Bruys? Y si tenían algunos puntos comunes, ¿eran puramente casuales o se debían a idéntica procedencia? N o es fácil la respuesta. Se ha conjeturado—y no sin fundamento—que las herejías del movimiento cátaro-albigense son de origen enteramente medieval, sólo que sus seguidores, a fin de autorizarlas con un nombre ilustre, trataron de entroncarlas con las sectas más espiritualistas de la antigüedad y acentuaron deliberadamente el parecido. También cabe imaginar que algunos maestros de las escuelas de Francia, estudiando en las obras de los Santos P a dfes las doctrinas de los antiguos herejes, se hubieran contagiado de sus errores. Lo cierto es que si en el siglo xi se dan casos esporádicos de herejía, en el siglo XII pululan en todas partes, especialmente en Francia y en el norte de Italia, de tal manera, que las autoridades civiles se alarman y apelan a procedimientos severísimos de represión. San Bernardo recorre la Aquitania y el Languedoc, v n o ve más que templos sin fieles, fieles sin sacerdotes, sacerdotes sin honor, cristianos sin Cristo. Se dirá que eso es oratoria, pero escúchese algo más tarde, en 1177, la voz de un laico, el conde Raimundo V de Toulouse,' en su súplica al abad , del Cister: -
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R.
GLABER,
643 y 659-663.
Bist'oriarwm, sui temporis W>H quinqué :-MLi 142, •
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"La herejía ha penetrado en todas partes. H a sembrado la discordia en todas las familias, dividiendo al marido de la mujer, al hijo del padre, a la nuera de la suegra. Las iglesias están desiertas y • se convierten en ruinas. Y o por mi parte he hecho lo posible por atajar tan grave daño, pero siento que mis fuerzas no alcanzan a tanto. Los personajes más importantes de mi tierra se han dejado corromper. La multitud sigue su ejemplo, por lo que y o no me atrevo a reprimir el mal, ni tengo., fuerzas para ello" 2Z . 3. Doctrinas gnósticas o dualistas.—No había uniformidad perfecta d'e ideas entre todos los secuaces del catansmo. Los de tendencia más moderada, particularmente los italianos de Cóncorezzo, no admitían sino un dualismo muy relativo. H a - , biaban de dos principios, pero sólo el principio bueno era eterno; el otro, 'el principio malo, no era un ser supremo y eterno, sino un espíritu caído, rebelde, es decir: Satanás. Tampoco la materia era propiamente eterna, porque la había creado Dios, principio del bien, al crear los cuatro elementos—tierra, agua, aire y fuego—, con los cuales el principio del mal había luego plasmado y formado el mundo. Y también los espíritus habían sido creados de la nada por Dios, principio del bien. El origen del alma humana lo explicaban así: Dios permitió a Satanás que encerrase a los espíritus caídos en los cuerpos materiales que acababa de formar del limo de la tierra; Satanás se alegró; porque de esa manera creía asegurarlos para siempre bajo su i dominio, mas no previo que por la penitencia y otras pruebas ' se librarían de la prisión del cuerpo, retornando al paraíso perdido M . ; La mayoría de la secta profesaba un dualismo absoluto, con j . todas sus consecuencias. Así, por ejemplo, el Líber de duobús • principas, dado a conocer en 1939 por el P . Dondaine, libro. • de origen cátaro que ha venido a corroborar lo que ya sabíamos por otras fuentes, enseña que hay dos principios supremos, increados, eternos, entre los cuales existe una oposición radical e irreductible: el principio del bien, del cual procede el reino del espíritu, y el principio del mal, del cual procede el reino de '• la materia. Éstas procedencias, ya tengan carácter de emanan u ción, ya de creación, ambas son eternas. N o existe la Trinidad, : en el sentido cristiano, porque el Hijo y el Espíritu Santo son _ emanaciones o quizá criaturas superiores, subordinadas al P a dre. Dios no es omnipotente, porque su acción está limitada por •: el principio del mal, que se introduce en todas sus criaturas. .•••.•'. Del espíritu bueno procedan todos los seres espirituales Yv¿ a A. LUCHAIRB, Innocent ITI et la croisade (París 19051 p. 7-8<:^ El cronista Ademaro de Chaubannea a s e g u r a que en 1022 fuerort:; reprimidos ciertos herejes maniqueos en Toulouse (ML 141, 71)>; a3
saurus
RAINERIO SACCONIJ Swnma
novxis aneodot.
de. catharis,
en
MARTENE, Th^-¡¡
t. 5, 1774; DOELLIKGER, Beitrüge
II, 273-*™r
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el alma humana, mientras que el cuerpo del hombre y todos los seres materiales proceden del principio malo. Por un pecado, qu'e se explicaba en manera muy varia, buen número de '.os espíritus cayeron del mundo suprasensible al mundo de la materia, y/ fueron encarcelados en cuerpos sometidos al "principio de este mundo". Compadecido de los espíritus cautivos, el Dioá misericordioso envió a Cristo para redimirlos. Cristo, emanación suprema de Dios, tomó un cuerpo meramente aparencial en María, la cual no era mujer, sino puro ángel. Entró en ella p j r un oído y salió por el otro en forma humana, sin contacto, alguno con la materia, que es esencialmente mala. N o podía, por lo tanto, sufrir ni morir sino en apariencia. La redención consistió 'en manifestar Cristo a los hombres la grandeza originaria del elemento espiritual que en ellos se encierra, y en enseñarlos-a librarse del elemento material. Por supuesto, negaban la resurrección de la carne; admitían, en cambio, la metempsicosis, o transmigración de los espíritus de un cu'erpo a otro, hasta cumplir el ciclo de sus expiaciones y remontarse al cielo. N o hay otro infierno que el reino de la materia. Todo sucede fatal y necesariamente en el mundo sensible como en el suprasensible: ni en Dios ni en las criaturas se da libre albedrío. Algunos aceptaban toda la Biblia; otros el Nuevo Testamento en su integridad, y del Antiguo sólo los libros proféticos. Generalmente abominaban de la Sinagoga y de la Ley mosaica, identificando al Dios d'e los judíos con Satanás. 4. La moral de los perfectos. L a "endura",—Como para salvarse era preciso liberar el alma del cuerpo, el espíritu de la materia, se comprende que la moral y la ascesis derivadas l ó gicamente de aquella teología, fuesen inhumanamente duras. E n efecto, a fin de incorporar lo menos posible de materia y disminuir progresivamente la acción del cuerpo sobre el alma, practicaban ayunos prolongados de cuarenta días tres veces al año, y en las comidas se abstenían completamente de carnes, huevos y lacticinios. Unos guardaban este régimen casi exclusivamente vegetariano, por horror a la materia; otros por su creencia en la metempsicosis, pues pensaban que en los animales residían las almas de los hombres que no pertenecieron a la secta. Tenían por el acto más material de todos, y por tanto el más aborrecible, el de la generación, aun entre esposos legítimos; de ahí su horror al matrimonio, que al propagar la vida multiplica los cuerpos en servicio de los intereses satánicos. E l uso del matrimonio era para ellos más gravemente pecaminoso que el adulterio, el incesto o cualquier otro acto de lujuria, porque se ordena directamente a la procreación de los hijos, l o cual es esencialmente demoníaco.
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Lejos de haber sido instituido por Dios, el matrimonio fué prohibido en el paraíso, cuando 'el Señor vedó a Adán y Eva comer la fruta del árbol central. El catarismo, pues, imponía una castidad perfecta y perpetua. N o contento con destruir de este modo la familia, combatía no pocas instituciones sociales, como el juramento de oficio, la participación en cualquier proceso criminal, la pena de muerte y todas las guerras, aun las defensivas. Esta condenación del ejército y de la justicia ¿no era abrir puerta al anarquismo y a la ruina de la sociedad? Su pesimismo radical ante la vida los conducía, con perfecta lógica, hasta el suicidio. Había quienes se hacían abrir las venas en un baño y morían suavemente; otros tomaban bebidas emponzoñadas o se daban la muerte en diversas maneras. La más usada era la endura, lento suicidio, que consistía en dejarse morir de hambre. De los casos que conocemos, algunos acabaron su vida al cabo de sólo seis días de ayuno absoluto; otros duraron siete s'emanas e inmediatamente eran venerados como , santos y propuestos al.pueblo como modelos. Esa moral y esa ascesis que hemos descrito obligaban solamente a los perfectos, no a los simples creyentes, que eran la mayoría. 5. "Consolamentum" y otros ritos.—Es preciso distinguir entre los adeptos de la secta dos clases fundamentalmente diferentes: la de los perfectos y la de los simples creyentes o simpatizantes. Los únicos verdaderamente cataros eran los perfectos. Constituían como un monacato o una orden religiosa dentro del pueblo fiel. , Vivían en comunidad, vestían de negro, guardaban castidad y pobreza,' ayunaban, viajaban de dos en dos y llevaban por. :. sí solos la dirección de la secta. Se entraba en la categoría de , los perfectos mediante el consolamentum, especie de bautismo \ espiritual, o de profesión religiosa, o más bien, rito mágico,. \ que perdonaba todos los pecados, aun sin arrepentimiento 1 verdadero; libraba de la materia y se requería indispensablemente para la salvación del alma. Recibíanlo después de una preparar' ción de tres días de ayuno. Consistía el rito en que los. ministros de la secta imponían las manos sobre la cabeza d'el nuevo-profeso, el cual prometía cumplir los preceptos moral'es, arriba enumerados, de castidad y abstinencia de carnes durante su;, vida. Lo mismo acontecía con las mujeres, las cuales vivían igualmente en común, separadas de los hombres. -r^ Si después de recibir el consolamentum, que le purificabaplenamente, alguno de los perfectos o perfectas cometía un p&:i cado, recaía bajo el poder del mal hasta tanto que recibiese l&i reconsolatio animae, o reiteración del consolamentum, que su5av, mente en casos excepcionales y tras difíciles pruebas se con, cedía. Por eso, lo que hacían algunos inmediatamente de sant:
ficarse con el consolamentum, era someterse a la endura para morir en seguida con la certeza de su salvación. Esta certeza, sin embargo, nunca era absoluta, porque la eficacia del rito, según ellos, dependía de la santidad del ministro, d'e lo cual nadie podía estar completamente cierto. • Los perfectos, a quienes el pueblo llamaba "boni hqmines", tenían el derecho exclusivo de rezar el Paíer noster, n o siendo propio de los creyentes sino el encomendarse a sus oraciones; aquéllos, eran también los que hacían en torno a una mesa la bendición del pan, que, repartido a los creyentes, era comido con respeto y en parte guardado piadosamente, como cosa santa. Y a hemos indicado que la inmensa mayoría de los que seguían la secta permanecían en el estado vulgar de creyentes, los cuales podían contraer matrimonio y tener hijos, y aunque; se dejasen arrastrar a graves desórdenes sexuales, estaban seguros de la indulgencia d'e los perfectos; comían carnes de animales, poseían bienes propios, no dudaban en ir a la guerra, , en participar en los procesos, etc., y exteriormente se confundían con. los católicos en la vida ordinaria y en las funciones de los templos, de tal suerte que a veces era difícil discernirlos. Comprometíanse a venerar, dar hospitalidad y socorrer a los perfectos. Congregábanse en cualquier lugar seguro, sin cruces, ni imágenes sagradas, ni ornamento alguno para sus ceremonias religiosas, las cuales consistían en una lectura del Nuevo Testamento, homilía o discurso de uno de los perfectos; y una vez' al mes tenían el apparelhamentum, o sea confesión genérica de los pecados, seguida de la bendición impartida a la asamblea por los perfectos. Siempre que algún creyente comparecía ante un perfecto, hacía la adoratio o genuflexión, e inclinado ante él, le pedía la bendición y se encomendaba a sus oraciones, para que Dios le concediese morir dentro de la secta. Esta adoración, llamada a veces meliorámentum, se suele describir como un rito preliminar del consolamentum. Se ha demostrado que las ceremonias religiosas de los cataros eran un remedo de la liturgia católica. Todos, por lo general, hacían delante de los perfectos promesa de recibir el consolamentum en la hora de la muerte. Esta expresa manifestación de su voluntad se decía convenentia y lá ratificaban frecuentemente en sus reuniones. El que moría sin pasar de creyente se condenaba como cualquier infiel. Despreciaban los sacramentos de la Iglesia 'católica y negaban especialmente la presencia real de Cristo en la Eucaristía. 6. Organización y difusión.—Dentro de la clase de los per- ' fectos había una especie de jerarquía, consistente en obispos ' o diáconos, N o existia un jefe supremo,, como a. veces se. hia
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dicho, sino que la secta era una federación de iglesias. En Francia se contaban cuatro: las del país de Zangue d'oii, á'z Toulouse, de Albi y de Carcassonne, según la enumeración que hace Raincrio Sacconi, el cual no nombra la iglesia de Razés, quizá porque en su ti'empo no se había organizado todavía. En Italia, según el mismo autor, eran seis: la de Alba o Desenzano, junto al lago de Garda; la de Baiolo, de Concorezzo, de Vicenza, de Florencia y del Valle d'e Espoleto. Y otras seis en Oriente: la latina y la griega de Constantinopla, la de Eslavonia, la de Filadelfia, la de Bulgaria y la de Drugucia o Traghu, en Dalmacia 24. Al frente de cada una de estas iglesias o diócesis había un obispo. Siempre que el obispo se hallaba presente era él quien presidía las asambleas. Como ayudantes y sustitutos, tenía a su lado dos vicarios (filius maior y filias minor). Por debajo de ellos estaban los diáconos, que feran los prepósitos de cada feligresía o comunidad. Estos diáconos viajaban sin cesar por los pueblos de su región, predicando y enseñando la auténtica doctrina de la secta a los creyentes y a los perfectos; podían conferir el consolamentum y presidir otras reuniones litúrgicas. Todos los perfectos tenían obligación de hacer lo posible por ganar adeptos, y p'ecaba gravemente el que, tratando con un individuo extraño a la secta, no intentase convertirlo. Así se explica su enorme proselitismo. De mil maneras hacían la propaganda: frecuentemente ejercían la profesión de médicos para introducirse más fácilmente en las familias y para obligar al enfermo, si era creyente, a recibir el consolamentum; también mantenían talleres y oficinas, especialmente de tejidos, para influir como patronos sobre los aprendices. De ahí que el nombre de tisserand (tejedor) en Francia fuese sinónimo de hereje. N o poseamos datos concretos y seguros para trazar una estadística de su difusión en los diversos países. Se afirma que el número de perfectos esparcido por Europa serían unos 14.000 25 , una insignificante minoría si se los compara con el de creyentes. La región más poblada de cataros era sin duda el mediodía de Francia. D e su fuerte densidad herética se puede juzgar por los contingentes de tropas que levantaron contra los cruzados de Simón de Montfort. Guillermo de Tudela, el autor de la Chanson de la Croissade, asegura que los alzados en armas contra los católicos pasaban de 200.000, cifra indudablemente exagerada. Reducida a la cuarta parte, todavía nos da fundamento para suponer que la herejía había echado largas y profundas raíces en una región que espontáneamente lanzaba al combate 50.000 hombres. " Sobre cada uno de ellos véanse algunos datos en J. GulRAUD, Histoire de l'Inc/uisition I, 197-208. * GuiRAUDj Hist. de l'Inquisition I, 232.
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7. La Cruzada contra los albiaenses.—Ya el papa Alejandro III (1159-1181), comprendí endo la gravedad del peligro, envió en 1178 una misión, presidida por 'el cardenal de San Crisógono, a los Estados del conde de Toulouse, que, no obstante el favor oficial, obtuvo escasos resultados. En el concilio III de Letrán, que se celebró en 1179, juzgó que debía proceder con mayor energía, y después de anatematizar a todos los herejes y a los que í'es ayudaban, concedió la indulgencia de Cruzada a los que tomasen las armas para combatirlos 2G. Como los más fanáticos eran los de las comarcas de Albi y de Toulouse, que incendiaban iglesias, pisoteaban hostias consagradas y cometían otras mil tropelías contra los católicos, hacia allí se dirigió en 1181 el legado pontificio, Enrique de Albano, antiguo abad d'e Claraval, al frente de .un ejército de cruzados. Aquellos herejes se hallaban bajo la protección de Roger II, vizconde de Béziers y Carcassonne, pero éste fué vencido y hubo de someterse. Algunos dfe los "boni nomines" ' hicieron abjuración de su error; otros muchos cayeron bajo la espada de los jefes militares. El mismo arzobispo de Narbona, Pons de Arsac,. fué depuesto con el fin dfe dar inayor cohesión y eficacia al episcopado. Efímera fué la represión, porque no bien se retiraron las tropas cruzadas, levantaron cabeza los herejes;- a pesar d'e la excomunión y severas medidas que lanzó contra ellos el papa Lucio III en Verona (1184). Y a hemos referido, al tratar de Inocencio III, cómo este pontífice con la energía y decisión qu'e le eran propias tomó en serio el negocio de los albigenses. N o vamos a repetir aquí todo lo que allí expusimos. Baste indicar que tras varias tentativas y misiones pacíficas d'e los legados pontificios y de los dos españoles, Diego, obispo de Osma, y Santo Domingo de Guzmán, hubo que apelar a la fuerza. Uno de los. legados, Pedro de Castelnau, cayó asesinado en enero de 1208. Sospechoso de complicidad, el conde Raimundo V I d'e Toulouse, muy distinto de su padre Raimundo V respecto de los herejes, fué excomulgado. Inocencio III, que en 1204, en 1205 y en 1207 había pedido el auxilio militar del rey de Francia, viendo que éste lo difería y ponía condiciones inaceptables, se dirigió a los arzobispos, obispos, condes, barones y demás señores feudales de aquel país, los cuales aprestaron copiosas tropas y emprendieron la Cruzada deseada por el papa. Si es verdad que los soldados cometieron reprobables violencias, exageradas en número y en r ? h namiento de crueldad por la fantasía del cronista Cesáreo de Heisterbach, también es cierto que Inocencio III hizo lo posible por moderar la furia de aqu'ellos cruzados y por que a nadie se condenase sin examen. MANSI, Concilio, 22, 321.
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Batalla de Muret, el 12 de septiembre de 1213. Las tierras •;;§!L conguistadas al conde de Toulouse pasan al dominio de Simón '. de Montfort, caudillo de los cruzados. ;No per eso queda el incendio exíinquido. El mismo Simón sucumbe con las armas en la mano (1218). Al morir Raimundo V I de Toulouse en 1222,* sus antiguos dominios son devueltos a su hijo, Raimundo VII, con lo que vuelven a levantar cabeza los albigensfcs, precisamente en el momento en que muere Felipe Augusto, decidido por fin a recoger el'fruto político de la Cruzada. Fué su hijo Luis VIII (1223-1226) quien declaró la guerra a los herejes, poniéndose al frente de las tropas de Amaury, hijo de Simón de Montfort. La victoria final se consiguió durante la minoría de Luis IX el Santo, gracias a la habilidad diplomática de Blanca de Castilla, quien de acuerdo con Gregorio IX ajustó en Meaux-París (abril de 1229) un convenio con Raimundo V I I , en virtud del cual el joven conde de Toulouse prometía extirpar totalmente la herejía, ordenando la inquisición de los herejes; prometía además emprender una cruzada de cinco años contra los sarracenos, fundar cátedras de teología en Toulouse y entregar al rey francés el bajo Languedoc, con las senescalías de Carcassonne y de Beaucaire. La monarquía de Francia salía con eso más unitariamente robustecida. , Quebrantada la fuerza de los que apoyaban a los albigenses, éstos estaban llamados a desaparecer, sobre todo desde que se organizó de una manera sistemática la Inquisición, como veremos en seguida al tratar expresamente de ella. Al finalizar el siglo xin no se habla ya de los albigenses. S. Los albigenses en Esoaña.—Pedro II de Aragón, aunque murió en la batalla de Muret, peleando por su cuñado, el conde de Toulouse, protector de los albigenses, odiaba de todo corazón a la herejía en cualquier forma que se presentase y dictó severísimas leyes contra las sectas heréticas. Su hijo Taime I quedó al principio bajo la tutela de Simón de Montfort, pero por mandato de Inocencio III fué inmediatamente entregado a los catalanes. Apenas alcanzó la mayoría de edad, se apartó de la alianza con el conde tolosano. En sus Constituciones de 1225 y 1228 se declara enemigo de todos los herejes, y en las de 1233 da leyes concretas contra ellos y organiza la Inquisición w. Pensamos, sin embargo, que estos herejes pers'eguidos en Cataluña y Aragón no eran tanto los albigenses, casi desconocidos en la Península, cuanto los valdenses, contra los cuales se celebró en 1242 el concilio de Tarragona. Decimos que los albigenses eran casi desconocidos en la Península, y creemos que esto puede sostenerse aun después de leer el tratado de MENSNDEZ
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PELAYO.,
íTísf. de Jos heterodoxos
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Lucas de T ú y De altera vita fideiqae controversiis adversus Albigensum errores, tratado histórico-apologético descubierto y dado a conocer por el P . Mariana, en el cual refiere nuestro viejo cronista que la herejía de los cataros había logrado penetrar hasta en la ciudad de León por los años de 1216. Con sus cuentos y patrañas, no menos que con sus errores, blasfemias y sacrilegios, traían a la plebe inquieta y desasosegada, y aunque el obispo, don Rodrigo, expulsó de la ciudad a los cabecillas de la secta, ésta volvió a pulular a la muerte de aquel prelado, ocurrida en 1232. Fué, según parece, el mismo Lucas de T ú y el que con más ardiente celo se levantó contra las falsedades de aquellos herejes. Ignoramos cuántos adeptos consiguió la herejía. Sólo sabemos que el que la importó de allende los Pirineos er-a un francés que se llamaba Arnaldo y copiaba libros de Santos P a dres, mezclando con el texto original sentencias heréticas. D e su doctrina se nos dice que "era maniquea: "Con apa* riencia de filosofía quieren pervertir las Sagradas Escrituras...; gustan de ser llamados filósofos naturales, y atribuyen a la naturaleza las maravillas que Dios obra cada día..'. Niegan la divina Providencia en cuanto a la cr'eación y conservación de las especies... Su fin es introducir el maniqueísmo, y enseñan que el principio del mal creó todas las cosas visibles... Algunos de estos sectarios toman el disfraz d'e presbíteros seculares, frailes o monjes, y en secreto engañan y pervierten a muchos... Públicamente blasfeman de la virginidad de María Santísima, tan venerada en España... E n las fiestas y diversiones populares se disfrazan con hábitos eclesiásticos, aplicándolos a usos torpísimos... Hacen mimos, cantilenas y satíricos juegos, en los cuales parodian y entregan a la burla e irrisión del pueblo los cantos y oficios eclesiásticos" "zs. Si en varios de "estos rasgos se pueden reconocer los albigenses, en cambio presentan otros que no parecen tan compatibles con aquella herejía. Así, por ejemplo, se nos dice que, aunqu'e eran iconoclastas, veneraban la cruz con tres clavos y tres brazos, a la manera de Oriente; que ponían en duda la eficacia de la intercesión de los santos; que el fuego del infierno no es material ni corpóreo, por más que se halle en la-parte superior del aire, en la esfera del fu'ego, y que sius penas son temporales, no «ternas; que las almas de los que mueren no van al cielo ni al infierno antes del día del juicio, etc. ¿Extendiéronse ^aquellos herejes de León a otras ciudades? N o lo sabemos. D e todos modos es muy difícil que sobrevivieran a San Fernando (1217-1252), quien,-al decir de Marrana, "de los herejes era tan enemigo, que, n o contento con hacerlos M
MENÉNDEZ y PELAYOJ Hist. de los heterod. III, 172. Algunos fragmentos de la obra de Lucas de Túy, en FLÓREZ, España sagrada t. 22, 285-290.
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castigar a sus ministros, él mismo con su propia mano les arrimaba la leña y les pegaba fuego". A lo que añad'e Menéndez y Pelayo: "En los fueros que aquel santo monarca dio a Córdoba, a Sevilla y a Carmona, impónens'e a los herejes penas de muerte y confiscación d'e bienes. N o hubo en Castilla Inquisición, y quizá por esto mismo fué la penalidad más dura. Los Anales Toledanos refieren que en 1233 San Fernando enhorcó machos homes e coció muchos en calderas" 2e . IV.
OTROS HEREJES
1. Gerardo Segarelli y Fra Dolcino.—Cuando la herejía albigense podía dars'e por extinguida, vemos rebrotar en el norte de Italia una tendencia sediciosa y heterodoxa, que tenía raíces antiguas en aquella tierra; la secta de los Aposfó/fcos. Nada tenía que Ver con otras del siglo anterior, que se daban el mismo nombre y que enseñaban errores semejantes a los de los cataros en Colonia hacia 1143 y en Soissons hacia 1144. Los apostólicos de Italia más bien se han de emparentar con los valdenses y con los más exaltados discípulos de Joaquín de Fiore. Era su jefe o iniciador Gerardo Segarelli (o Segalelli), nacido en Parma hacia 1260, hombre de poquísima cultura y de alocada imaginación. Por sus excentricidades de carácter no fué admitido en la Orden de Frailes Menores. Creyéndose llamado por Dios para reformar la Iglesia, fundando un nuevo colegio apostólico, convenzo a reclutar discípulos que observasen la pobreza mas absoluta, porque la de los franciscanos decía que no era bastante perfecta. Desprendióse del poco dinero que tenía, y vestido con el traje, un poco extraño, con el que había visto pintados los apóstoles, salió por calles y plazas mendigando y predicando penitencia a la manera del Bautista, cuyas palabras deformaba ignorantemente al repetir: Penitenzagite! Penitenzagite! A fin de hacerse niño, como dice el Evang'elio, y así entrar en el reino de los cielos, tuvo la ocurrencia de hacerse circuncidar y fajar y amamantar como un recién nacido. Y aun se atrevió a innominables hazañas con objeto d'e demostrar su inconmovible castidad. Gentes de la ínfima capa social y moral—si hemos de creer a Fra Salimbene, que parece regodearse irónicamente en esta caricatura de los verdaderos Espirituales—marchaban en pos de Segarelli, sin organización alguna, rústicos y vagabundos, idiotas y holgazanes, hombres y mujeres. Su fanatismo fué causa de que Honorio I V en 1286 con* 38 MENÉNDEZ Y PELAYO, Hist. de los heterod. III, 177-179; A.nOr les Toledanos, en España sagrada t. 23, 407.
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denase aquel movimiento de falsos apóstoles; SsjjsrsIH en Parma fué encerrado en prisión, si bien parece que ei obispo, compadecido, lo retuvo en su palacio como bufón. Como sus secuaces continuasen predicando contra la Babilonia apocalíptica, Nicolás' IV renovó en 1290 la condenación de los apostólicos. Varios de ellos, obstinados, fu'eron quemados en la hoguera por decreto del Consejo municipal de Parma en 1294. El mismo Segarelli, sometido a proceso, fué condenado a cárcel perpetua. Finalmente la Inquisición lo entregó a las llamas en 1300 30 . Cierto Ricardo predicó en España doctrinas análogas; otros se extendieron por Alemania y fueron condenados en el concilio de Würzburgo de 1287. Al mes de la muerte de Gerardo Segarelli, vemos que en Italia toma la dirección de los apostólicos un fraile elocuente, audaz, de indudable talento natural, a quien llamaban F r a Dolcino, nacido cerca de N o v a r a 31, El fué quien formuló los principios que latían en la vida de Segarelli, proclamando la necesaria reforma de la Iglesia, la emancipación de la jerarquía eclesiástica, la oposición de la Iglesia espiritual a la carnal. Insistía en que todos los clérigos debían guardar absoluta pobreza, como los apóstoles, y en que el Evangelio se ha de entender al pie de la letra. Dividía la Historia universal en cuatro períodos: el primero comprendía el Antiguo Testamento hasta la venida de Cristo; el segundo, la Iglesia de los mártires, época de fervor, hasta San Silvestre; el tercero, la decadencia de la Iglesia, a pesar de estériles tentativas reformatorias de San Benito, San Francisco y Santo Domingo; el cuarto, desde Segarelli, electo de Dios, hasta el fin de la Iglesia. Anunció que Bonifacio sería el último papa; entonces vendría el anticristo, y en 1305 se inauguraría el reinado del Espíritu Santo. Tres veces lo apresó la Inquisición y tres veces lo puso en libertad, después que Fra Dolcino abjuró sus errores. Obligado a salir de las ciudades italianas, se refugió primero en Trento y luego en Dalmacia, de donde regresó en 1304, acompañado siempre de cierta Margarita (que para los iniciados llevaba el nombre místico de María, de significación casi divina), a la que llamaba hermana espiritual. En las cercanías de N o v a r a predicó su doctrina, llegando a acaudillar una turba de más de 1.500 hombres y mujeres, que vivían dei robo y del pillaje. N o pudiendo vencerle por otros medios, el obispo Rainerio de Vercelli, por orden de Clemen80
Véase la crónica de Salimbene en MGH, SS, 33, •2W-2M,! 619-620; J. M. VIDAL, Apostoliques, en DHGE. r>«V^«.i'"'••-nú-'" •' Sobre Fra Dolcino véase la Historia FratrisDuloin^ m blicada por MURATORI, Rerum ital.^ script. IX, 425-460. .boDre su^ doctrinas, DOELLINOER, Beitrüge II, 603-510. •,:,-;,,
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te V, pregonó contra él una Cruzada, y congregando un ejér- í cito, le declaró sañuda guerra, sitiándole en el escarpado monte Zebello. Al cabo de dos años logró rendirlo por hambre y co>gerlo prisionero el 23 de marzo de 1307. T a n t o él como su compañera Margarita, con otros muchos, murieron entre tormentos, sin retractarse. 10. Begardos y beguinas,—No están aún bastante claros los orígenes del begardismo y del beguinismo. Las beguinas parecen algo más antiguas que los begardos. Su país de nacimiento debe buscarse en las diócesis de Lieja y Colonia; el de su florecimiento fué todo el territorio de los Países Bajos, oeste de Alemania y norte de Francia. Como en Italia el espíritu evangélico se manifiesta entre los siglos XII y xm con una fuerte predilección por la virtud de la pobreza, así 'en los Países Bajos el fervor cristiano del pueblo se señala por el cultivo especial de la continencia y virginidad. De este modo se explica que en aquellas provincias norteñas tantas doncellas y viudas, y de otra parte tantos hombres que no sentían vocación para el claustro, se recogiesen a guardar vida de castidad en comunidades menos cerradas y severas que las de los monasterios. Los primeros Centros de beguinas deben situarse, según parece, en el circulo de personas piadosas que hallamos en torno a la Beata María de Oignies (f 1213), ciudad' de Nivelles 32 , y fen el ambiente espiritual d e las monjas cistercienses y premonstratenses, hacia 1200 o poco antes. Eran los beguinajes una especie de beateríos, donde mujeres piadosas, libres de votos religiosos y tan sólo con promesa de castidad y obediencia, vivían en comunidad bajo la dirección d'el párroco o de un fraile de la localidad. Las muchachas que deseaban seguir esa vida n o entraban en el beguinaje sino después de una prueba de noviciado de dos años. Se comprende que en aquella época de las Cruzadas quedasen viudas no pocas mujeres jóvenes, las cuales podían recogerse en los beguinajes. Dedicábanse al cuidado d"e los enfermos, a la enseñanza d e las niñas, a dar albergue a los peregrinos, a amparar a las viudas y huérfanos, a oficios manuales y a fomentar en sí y en otros la piedad r'eligiosa bajo la obediencia de una "maestra general", asesorada de un consejo de mujeres prudentes. Como algunos de estos beguinajes se convirtieron en1 centros 33
De hecho, en Nivelles (sur de Brabante) se fundó un beguinaje en 1200, y es el primero que conocemos. Jacobo de Vitry, entusiasta admirador de los beguinajes, escribió la vida de María de Oignies (Acta Sanctorum iun. IV, p. 637). Sobre el ambiente espiritual en que surgen, cf. J. GREVEN, Die Anfange der Beginen (Münster 1912) con dos art. del mismo en "Historiches Jahrbuch" (1914).
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de heterodoxia, el concilio de Vienne (1311) los prohibió; mas como otros muchos gozaban de buena fama, fueron permitidos por Juan XXII y aún subsisten algunos en Bélgica y Holanda. E s absolutamente falsa la opinión de que las beguinas hubiesen sido fundadas por Santa Begga, hija de Piplno de Landen y muerta en el año 694. Tampoco se puede sostener hoy día que el fundador fuese el presbítero de Lieja y ardiente predicador Lamberto li Beges (o le Bégue, el Tartamudo), que falleció en 1189. E n Lieja no hubo beguinas antes de 1207. La primera vez que aparece el nombre d e begaina es en Cesáreo d'e Heisterbach, refiriéndose a un hecho del año 1199. Tampoco tiene probabilidad la teoría de que la palabra begaina se derive de beggen (orar, pedir, mendigar). Probabilísimamente beguino y beguina fueron apodos d e significación heterodoxa, con los que el pueblo designaba a ciertos herejes; después pasaron a significar los adeptos de un movimiento de fervor religioso. Y de ahí el confusionismo que se nota en la literatura eclesiástica antigua al emplear este v o cablo. Según J. van Mierlo, especialista en la materia B a , beguino y beguina proceden etimológicamente de "al-í>í'g'en^sis"; por eso originariamente tienen la significación de "hereje". Hasta 1243 no sabemos que la palabra beguino aparezca con buen sentido religioso. Entre 1209 y 1215 aparece algún texto en que los albigenses son denominados beggtni. Y el mismo Lamberto li Beges, de quien se dijo que había fundado y dado nombre a las beguinas, probabilísimam'ente recibió el nombre de li Beges (después le Béghe) no porque fuese tartamudo, que ciertamente n o lo era, sino porque se le acusaba de herejía, y por eso se le llamó Lambertos haereticus; creemos, pues, que su sobrenombre li Beges es una corrupción de al-bigensis. El nombre de begardo es más reciente que beguino, pues no lo encontramos hasta la segunda mitad del siglo xm. Fácil sería derivarlo de Beggaerí ('el que ora o pide), pero como en los textos más antiguos aparece en diferentes formas, y alguna vez se escribe beginhardus, parece que debe considerarse como la forma masculina, germanizada, de begaina. Comunidades de begardos o beguinardos no tardaron en organizarse en los Países Bajos, a semejanza de las beguinas, y de allí se extendieron a las naciones limítrofes. E n 1253 hallamos una comunidad en Brujas. Vivían juntos, aunque sin comunidad de bienes. Se ocupaban en oficios manuales, especialmente en el tejido d e la lana, acaso por imitar a San Pablo 3*, ** J. VAN MIERLO, Bógardisme y Béguines, dos artículos fundamentales en DHGE. Tiene además sobre este asunto varlaa obras en holandés. , , M Muchos herejes de aquel tiempo se empleaban en industrias textiles* Ya vimos cómo tisserand era sinónimo de c&taro y nere-
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y aunque al principio contrajeron grandes méritos por su cari- •;{. dad y laboriosidad, pronto se dejaron contagiar—mucho más que las beguinas—d'e ideas heterodoxas, poniéndose en contacto con los "Hermanos del libre ^espíritu". En 1277 (no 1227) el concilio de Tréveris ordenó que de ningún modo predicasen las gentes iliteratas, begardos o conversos. En 1290 los begardos fueron detenidos como herejes en Colonia y Basilea. En febrero de 1306 el arzobispo de Colonia los identificaba con otros heterodoxos Apostoli vulgaritet appelláti. El nombre de begardo vino a significar lo mismo que hereje, o bien fanático y de fingida piedad, siendo aplicado a muchos que en su origen nada tenían de común con los begardos. Clemente V en el concilio d'e Vienne (1211) condenó suserrores, que eran los mismos que más tarde enseñarán los alumbrados y quietístas S5 . V.
LOS JUDÍOS EN LA EDAD MEDIA
1. Orígenes del antisemitismo.—Antes de que pasemos a hablar de la Inquisición es preciso decir unas palabras acerca d'e los judíos. Las relaciones entre judíos y cristianos han sufrido muy diversas vicisitudes a lo largo de la Historia. Si en la Edad Antigua existía un judaismo anticristiano, en cambio en la Edad Media, sin desaparecer aquél, puede hablarse más bien, al m'enos en determinados casos, de un cristianismo popular antijudío. En seguida veremos las causas. Ya los antiguos emperadores cristianos, como se ve en el código de Teodosio y en el de Justiniano, trataron de restringir los derechos d'e los judíos en materia de propiedad, de sucesión y en sus relaciones sociales. Análogas restricciones hallamos erí los concilios de la Francia merovingia y de la España visigoda. Porque en estas naciones se tomaban.medidas violentas contra los hebreos, coaccionándolos tal vez a la conversión, el papa Gregorio I, hacia el año 600, expidió un decreto, por el que prohibía terminantemente tales violencias, aunque por otra parte inculcaba la separación de judíos y cristianos. Si-
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je. Cf. L. ZANNONI, Gli Umiliati nei loro rapporU con Veresia, .:• Vindustria della lana ed i communi nei secoU XII e XIII (Mi- i lán 35 1911). '•% DENZINGERJ EncliAridion symbolorum n. 471-478. A la época J siguiente pertenecen más bien Eckart (Denzinger n. 501-529) y 7 los Hermanos del libre espíritu, o de la libre inteligencia, eeu- ••>. domísticos pantoístas, bastante numerosos en Alsacia y Renania, i\ que negaban la creación, la redención, las penas de ultratumba, \ todo régimen eclesiástico y aun la moral (DOELLINGER, Beitr&ge ' H, 410; H. HAUPT, Beürage zur Geschichte der Sekte vom freien :-¡ Geiste und des Reghardentums, en "Zeitschrift fur Klrchenge- -:¡ schichte" [1885] 515-544; [1890] 85-90).
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guieron a este decreto otras muchas letras pontificias, en que los papas protegían a los judíos, al par que les garantizaban la libertad de conciencia y los d'erechos civiles. Básica en este sentido fué la bula Sicut iadaeis, de Calixto II, confirmada por Eugenio III, por Celestino III y especialmente por Clemente III y por Gregorio IX 3e . Si este último papa en la compilación, de las Decretales dio nueva fuerza a las antiguas disposiciones, que restringían los derechos de los judíos, no lo hizo sino con ' el fin de proteger a los cristianos. Desd'e el siglo xn, los judíos debían habitar separados de los cristianos en un barrio de los suburbios, que se decía en España judería y en otras naciones ghetto. Para que la distinción fuera más clara y consiguientemente se pudiesen evitar con •más facilidad el trato mutuo y los noviazgos entre personas de una y otra religión, se les obligaba, máxime desde el concilio I V d'e Letrán, a llevar en el traje un distintivo, consistente en un gorro puntiagudo y una franja amarilla o roja cosida al vestido. Prohibíaseles el cohabitar con mujeres cristianas en calidad de mancebas (el matrimonio era nulo) o como criadas, a fin de evitar a éstas el peligro de apostatar; así como el comprar o vender esclavos cristianos y el forzar a nadie a la circuncisión. N o podían desempeñar cargos oficiales, si bien esta ley fué violada frecuentemente por voluntad de los mismos reyes. Lo mismo se diga de la prohibición qu'e tenían los cristianos de consultar a los médicos o cirujanos judíos, a no ser en caso de necesidad. El culto judaico no podía celebrarse en público, ni era lícito construir nuevas sinagogas donde no las hubiese, pero sí restaurar las existentes. Gregorio I X y Honorio I V mandaron recoger los libros del Talmud, por el odio que respiran y las horrendas calumnias que contienen, contra Cristo y el cristianismo. Se ha dicho que los judíos, no pudiendo comprar tierras y así hacerse propietarios, tuvieron que dedicarse al comercio, a los negocios de dinero, al agiotaje; esto no es exacto. Lo que el régimen feudal y corporativo les impedía era llegar a ser grandes propietarios; pero Santo Tomás pensaba que los judíos deberían trabajar en cualquier oficio honesto, y Federico III en 1237 les tuvo que imponer el trabajo agrícola. E n general gozaron hasta el siglo xni del favor de los monarcas, con particulares privilegios y exenciones. ' En Alemania, desde mediados del. siglo xin, al frente de ia tesorería imperial solía estar un judío, y los de su raza y religión disfrutaban de la protección del emperador. En Inglaterra la chartá iudaeotum ponía sus personas y propiedades bajo el " J BONSIRVEN, Sur les ruines du Temple (Paria lp 2 8 ^ P- 26 Sobre los medios y maneras con que la Iglesia trataba de convertir a loT ludios, véase P. BROWB, Die P&pste und die luden, mission irn, Mittektlter (Roma 1942).
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amparo del rey. E n 1205 reconvenía Inocencio III a Alfonso VIII de Castilla, porque parecía amar a la Sinagoga más que a la Iglesia. 2. Usura y otros crímenes,—Con todo, el pueblo los aborrecía y en muchas ocasiones se levantó contra ellos y derramó su sangre. Estas persecuciones cruentas tenían por causa unas veces la religión, otras la irritación popular contra la usura, y también la venganza de ciertos crímenes cometidos por aquéllos. La 'caza feroz contra los judíos comenzó en los momentos de mayor exaltación de las Cruzadas. Así vemos que ocurren grandes matanzas en las regiones del Rhin y del Mosela hacia 1096, cuando la primera Cruzada. Otro tanto acontece en Alemania, con ocasión de la segunda en 1146, y en Inglaterra durante la tercera, en 1190, y en Francia al tiempo de la cuarta, en 1198. Pero el motivo más frecuente de las persecuciones solía ser económico. Eran los judíos, con los templarios y lombardos los banqueros de Europa. Todo el dinero' iba a parar a sus manos, y ejercían la usura de modo escandaloso, arruinando a los que se veían obligados a acudir a ellos. La Iglesia prohibía a los cristianos, como usurario, cualquier préstamo e interés; a los judíos, en cambio, se les toleraba el ejercicio de la usura, y eran los mismos papas y los príncipes los que les demandaban empréstitos. A las bolsas de los judíos, repletas' de oro, tenían que acudir los que, en la precisión de hacer una compra, no tenían dinero, y los que, como Rodrigo Díaz de Vivar, necesitaban seiscientos marcos para pagar el sueldo a sus mesnadas. Ya era mucho que Felipe Augusto les concediese en 1206 cobrar el 43 por 100; pero sabemos que rara vez se contentaban con eso, sino que exigían el 52, el 86, el 174 por 100; y lo más sorprendente y escandaloso es que un estatuto de Francia les permitía el 170, mientras Ottocar d'e Bohemia les daba omnímoda libertad de prestar al interés que quisiesen. En Castilla Alfonso el Sabio, por su "Carta pragmática" de 10 de marzo de 1253, les prohibió prestar dinero con lucro superior a "trfes por cuatro". Lo mismo se decía en el fuero de Briviesca S7 . A la terrible odiosidad que engendraban tan exorbitantes usuras ten los pobres esquilmados, añadíase de cuando en cuando el rumos de crímenes espantosos perpetrados por aquellos mismos judíos que chupaban la sangre del pueblo. La mayoría 57 F. CANTERA, La usura judia en Castilla, en "La Ciencia Tomista" 43 (1931) p. 15. Es interesante la variedad de derechos y costumbres en villas y ciudades del mismo reino, según los particulares fueros. T. MUÑOZ Y ROMERO, Colección de fueros municipales y cartas pueblas de Castilla, León, Corona de Aragón y Navarra (Madrid 1847). "Véase también M. VALDECILLO AVILA, Los judios de Castilla en la Alta Edad Media: "Cuadernos de Historia de España" (Buenos Aires 1950) XIV, 17-110,
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de las veces tal rumor era falso, pero el vulgo es crédulo y fácil 'en tomar venganza. E n tiempos de peste y epidemia no era raro que las multitudes exasperadas se levantasen contra los judíos, acusándolos de haber 'envenenado las fuentes públicas. T a n horrendo crimen nunca lo cometieron los judíos, pero se daba algún motivo para sospechar de ellos, y era que, aconsejados por sus médicos, se abstenían en estas ocasiones de beb'er en norias, balsas y cisternas, buscando sólo el agua corriente. Con más fundamento se les acusaba otras veces de mofarse de la religión cristiana, de profanar sacrilegamente las hostias consagradas, de asesinar el Jueves Santo a algún niño cristiano, en sustitución del cordero pascual, o de crucificarlo el Viernes Santo en burla y escarnio de la muerte d'e Cristo 3 a . Envueltos siempre en una niebla de misterio, con fama bien probada de usureros y aun de sacrilegos y criminales, no es extraño que los descendientes de aquellos que crucificaron a Cristo excitasen la imaginación popular y pasasen a los ojos de los cristianos como gente maldita, provocando en determinados casos matanzas y fechorías, que la justicia y la caridad condenan. Y fueron los papas los que alzaron más alto su voz de protesta contra tales iniquidades, cometidas en nombre d e la religión S9 . El antijudaísmo va creciendo desde el siglo xn. E n 1290 los judíos son expulsados de Inglaterra y sus bienes confiscados. Lo mismo ocurre en Francia en 1306, reinando Felipe el Hermoso, codicioso de sus riquezas. Austria y Baviera también los consideran como indeseables desde 1298. Alemania los va desterrando de una y otra ciudad durante el siglo xiv. Donde son acogidos favorablemente es en España, principalmente en C a taluña y Aragón; en las tierras del papa, con especialidad en el condado de Venaissin o Avignon, y por supuesto en los países sometidos al Islam. 3. Los judíos españoles,—Acaso en parte alguna encontraron tanta paz y seguridad como en la península Ibérica, lo mismo en el mediodía, dominado por los moros, que en el norte cristiano. Sabida es la notable participación de los judíos en la ciencia, arte y cultura arábigo-española. Recuérdese al cordobés Maimónides (Moisés ben Maimón, f 1204), .uno de los mayores filósofos de la Edad Media, y al no menos célebre malagueño Avicebrón (Yehuda ben Gabirol, f 1070); al poeta Abudhassan » S o t ) r e el "asesinato ritual" y la.historicidad de,*¡e™*f, casos, véase F. VERNET, Juifs et chrétiens, en Dict. dApoiog. P>
" Ó í GRAYZEI, The Church and the Jews **%$*££?% " A Study of their relations dnring the years ^ Z f % ^ % ^ . the Papal Letters and the Conciliar Decrees of the period tfTu ladelphia 1933).
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Yehuda (f 1143) y a tantos otros que en las letras y en las ciencias, especialmente en la medicina, dejaron un nombre ilustre. Cuando en Andalucía los de raza hebrea fueron perseguidos por el fanatismo de almorávides y almohades, hallaron r*efugio y protección entre los cristianos de Aragón y Castilla. Alfonso VI tenía por consejero al judío Cidelo, y por médico y administrador de sus ejércitos a Aben Xalib. N a d a menos que 40.000 judíos luchaban en las haces de aqu'el monarca en la batalla de Zalaca. Consejero de Alfonso VII y su almojarife o recaudador era el poeta Aben Ezra. Ramón Berenguer I V en 1149 concedió en Tortosa un sitio fortificado para que se estableciesen sesenta familias hebreas. La aljama de ciertas ciudades tenía varias sinagogas, como Tudela de Navarra, de donde salió a 'explorar el mundo el célebre viajero Benjamín de Tudela (j- 1173). El rey San Fernando favoreció a los judíos, mereciendo que a su muerte el rabí Salomón le hiciera honorífico epitafio, pero aun prosperaron más las aljamas españolas bajo Alfonso el Sabio, ten cuya labor científica colaboraron varios hijos de Israel 4 0 . N o faltaron algunas persecuciones populares; éstas fueron más duras y frecuentes en el siglo xiv. Con todo, es cierto que siempre el nombíe de judío era infamante, y en el siglo xn atestigua el converso Pedro Alfonso, de Huesca, que solía decir la gente cuando juraba no hacer una cosa: "Judío seré yo si hago semejante cosa" 41 . Las conversiones al cristianismo en España eran bastante, frecuentes. La Iglesia, que los respetaba mientras permanecían fieles a la ley de Moisés, procedía severamente contra ellos, como contra her'ejes y apóstatas, si, después de convertidos al cristianismo, reincidían en su antiguo error, Y nunca dejó de haber apologetas y teólogos que defendiesen los dogmas católicos contra los prejuicios judíos y demostrasen la mesianidad y divinidad de Jesucristo. De los más notables fueron Pedro Alfonso (antes de la conversión, Moisés Sefardí, f 1140), San Martín de León (f 1203) y Ramón Martí (f 1286) **. * Estas y otras noticias más concretas, en A. BALLESTEROS, Historia de España y su influencia en la Historia universal t. 2 (Barcelona 1920) p. 461-469; 585-587; 721-723; t. 3 (1922.) 453-457; 619-624; y en J. AMADOR DE LOS RÍOS, Historia social, política y religiosa de los judíos de España y Portugal (3 vols., Madrid 1875-76). Sobre los judíos españoles léase el largo e interesante'capítulo de A. CASTRO, España en su historia (Buenos Aires 1948) p. 470-586. 41 "A christianis turando dicitur, cum aliquid quod nolunt faceré rogantur: iudaeus sim ego, si faciam" (ML 157, 578). 43 Las obras de Pedro Alfonso, en ML 157, 535-708; las -de San Martín, en ML 208 y 209. Abundante bibliografía en la tesis doctoral de A. VIÑA YO, San Martín de León y su apologética antijudía (Madrid 1948). El libro de N. LÓPEZ MARTÍNEZ Los judai-
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L A INQUISICIÓN MEDIEVAL
La Iglesia tiene el deber de conservar intacto el depósito de la fe cristiana, de ser la maestra de la verdad, de no permitir que la revelación divina se oscurezca o s'e falsee 0 en las mentes de los fieles; le asiste también el deber de atraer a sus hijos extraviados. Y esto ¿cómo? En primer término, por mtedios de persuasión y dulzura, por la predicación, la enseñanza, la amonestación, etc. ¿Que estos medios no son bastante eficaces, porque el subdito se obstina en sus terrores, inficionando con ellos a otros cristianos? Entonces la Iglesia apelará a las censuras, privándole de los bienes espirituales. La más grave de •todas es la excomunión, qu'e aparta al obstinado de la comunión de los santos, amputándole del cuerpo místico de Cristo y echándole del seno de la Iglesia. Cuando se pronuncia con especial solemnidad se llama anatema. 1. Poder coercitivo de la Iglesia.—Que la Ig1esia tiene también poder coercitivo (vis inferendae poíestatem) para aplicar penas temporales a sus subditos, lo afirma Pío IX en el Syllabus, proposición 24, y lo confirma el Código de Derecho canónico en el canon 2214, § 1: "La Iglesia tiene derecho connatural y propio, independiente de toda autoridad humana, a castigar a los. delincuentes subditos suyos con penas tanto espirituales como también temporales" 4 3 . Muchos autores, con W e r n z Vidal y A. Ottaviani, 'lo entienden a -la letra; porque la Iglesia, como sociedad perfecta, tiene que estar dotada por su divino Fundador de todo lo que es necesario para su conservación y propagación, y por tanto puede dar leyes y castigar a quien no las cumpla; otros, minimistas, en sentido condicional, por ejemplo: "Pagad esta multa, si no queréis incurrir en excomunión o ten otra censura de orden espiritual". En el derecho o poder coercitivo de la Iglesia, ¿entra también el tus gladii? Teólogos y canonistas dte los siglos xvi y xvil lo aseveraban comúnmente, siguiendo a Santo Tomás de Aquino. Los modernos, por lo general, lo niegan, como contrario al espíritu maternal de la Iglesia y no exigido explícitamente por ningún documento pontificio. mantés castellanos y la Inquisición (Burgos 1954), aunque se refiere al siglo xv, es útil para entender todo el problema de ios judíos en España. . , . 43 Pero a continuación añade en el art. 2 esta advertencia aei concilio de Trento: "Meminsrint Episcopi aliique Ordinarn se pastores, non percussores esse, atque ita praeesse sibi subdltls oportere, ut non in eis dominentur, sed illos t ^ u a m filios et fratres diligant", etc. (Conc. Trid. sess. 13 de ™f°™%¿>L£?5S la potestad^coactiva de la Iglesia, D ^ Z I N O E R , * « " * £ £ ? » ^ ° £ n. 499 contra Marsilio Patavino; n. 1504-1505 contra el sínodo Pistoriense; n. 1724 contra los modernos errores.
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C. 14. LUCHA Dfi tA IGLESIA CONTRA EL ERROR Y LA HEREJÍA Pero si a la Iglesia no le incumbe el aplicar la última pena, posee por lo m'enos el derecho de reclamar el concurso del brazo secular, o del Estado, exigiéndole poner los medios coercitivos eficaces para impedir que el error y la herejía cundan y se propaguen tentre los fieles. Esto es lo que hizo en la Edad Media. Otras penas temporales, más moderadas, tampoco las empleó por sí antes de 1148, en que el concilio de Reims mandó encarcelar al hereje E ó n de Stelia. M á s tarde Inocencio III, en el concilio I V de Letrán, dictó contra los albigenstes la confiscación de los bienes, y Alejandro IV "extendió semejante medida aun a los herejes ya difuntos. 2. La Iglesia y el castigo de los herejes.—Norma fué de la Iglesia antigua valerse solamente de las censuras o penas espirituales. Decía Lactancio a principios del siglo iv: "La religión no puede imponerse por la fuerza; no hay qute proceder con palos, sino con palabras" **. Conocido es el caso de Prisciliano, condenado a muerte por el emperador Máximo, a instancias de los obispos Hidacio e Itacio (385). T a n t o San Ambrosio y San Martín de Tours como el papa San Siricio protestaron indignados contra semejante pena capital, no porque en absoluto reprobasen la ley romana ni la sentencia imperial, sino porque no les., parecía bien que la Iglesia, por medio dte los obispos—-y en este caso tan apasionados—tomase parte activa en una condenación a muerte. ' En cuanto a San Agustín, consta que al principio se horrorizaba de los suplicios decretados por el emperador contra los donatistas; mas luego retractó su primera opinión, cuando se persuadió que aquellos enemigos de la unidad de la Iglesia y de la paz social sólo con graves castigos podrían reprimirse 4'5. Y San León Magno, en carta a Santo Toribio de Astorga, establece tel principio de que el derramamiento de sangre repugna a la Iglesia, pero que el suplicio corporal, aplicado severamente por la ley civil, puede ser buen remedio para lo espiritual 46 . ** Divin. instit. 5, 20: ML 6, 613. Todo el capítulo es interesante por el espíritu de libertad que proclama, aunque se refiere propiamente a los paganos, no a los herejes. 45 Pero, admitiendo la justicia de la pena de muerte, hizo todo lo posible por que no se aplicase. Así recomienda la lenidad cristiana al procónsul Donato: "Potestatem occidendi te habere obliviscaris, et petitionem nostram non obliviscaris" (Epist. 100: ML 33, 366). Lo mismo al tribuno Marcelo (Epist. 133: ML 33, 509610). Cf. Epist. 93: ML 33, 321-347, etc. La evolución del concepto y la práctica de la potestas coactiva en los papas puede verse en el trabajo de Stickler, citado en los c. 9 y 10. 49 "Quae etsi sacerdotali contenta iudicio, cruentas refugit ultiones, severis tamen christianorum principium constitutionibus
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En Ori'ente San Juan Crisóstomo decía que la Iglesia no puede matar a los herejes, aunque sí reprimirlos, quitarles la libertad de hablar y disolver sus reuniones m. El concilio XI de Toledo (año 675) en su canon 6 prohibe bajo las más rigurosas penas "a aquellos qute deben, administrar los sacramentos del Señor, actuar en un juicio dé sangre e imponer directa o indirectamente a cualquier persona una mutilación corporal. El mismo Inocencio III, tan celoso perseguidor de los herejes, era enemigo de que se les aplicase la pena de muerte, y ten 1209 ordenó que la Iglesia intercediese eficazmente para que en la condenación quedase a salvo la vida del reo, lo cual se introdujo en el Derecho común y debía observarlo' todo juez ecl'esiástico que entregaba al brazo secular a un reo convicto y obstinado 4 8 . E n el primer milenio la Iglesia se inclinó a la benignidad en el trato de los herejes. El año 800 abjure»—no sabemos si con sinceridad—Félix de Urgel sus errofes adopcionistas en el concilio de Aquisgrán. Esto bastó para que fuera restituido a su sede episcopal, sin mayor castigo. Medio siglo más tarde los concilios de Maguncia (848) y de Quierzy (849) declararon al monje Godescalco incurso en la herejía predtestinacionista. Godescalco no se retractó y hubo de sujetarse a las penas temporales de la flagelación y de la cárcel. P e r o Hincmaro, presidente del. concilio de Quierzy, declaró que la pena de los azotes se le imponía "secundum regulam Sancti Benedicti", en conformidad con las prescripciones de la Regla benedictina, que señala tese castigo a los monjes incorregibles y rebeldes. La prisión fué la de un monasterio. Y nótese de paso que la prisión, como castigo o expiación de un crimen, es una medida adiuvatur, dum ad spirituale nonumquam recurrunt remedium qui47timent corporale supplicium" (ML 54, 879). In Matth. homil. 46: MG 58, 477. 48 La decretal Novimus dice: "Et sic intelligitur tradi curiae saeculari, pro quo tamen debet Ecclesia efficaciter intendere, ut citra mortis periculum circa eum sententia moderetur" (Corpus l Airis canomci 1. 5, tít. 40, c. 27; ed. Friedberg, Leipzig 1922, col. 924). Las fórmulas con que se hacían pueden verse en G. Gui, Practica Inquisitionis, ed. DOUAIS, p. 127-128; 133-136,^ y en N. E Y MERICHJ Directori/um inquisitorum p. 515-519. Se dirá: "Pero esto era mera fórmula, ya que más de una vez los papas amenazaron con la excomunión a los jueces que rehusasen aplicar la ultima pena a un hereje". Ciertamente, no sabemos lo que hubiera ocurrido en el caso de una negativa del juez. Lo más_prot>aDie es que se le habría acusado de connivencia con los herejes, ^preso no es exacto decir que todo lo que había de severidad y terror en el tribunal de la Inquisición se debía al *e¡£*°J x ,* todo lo que había de clemencia pertenecía a 1» Igj^ia, ^°^ °ti° afirma J. DE MAIBTRB, Lettres á un ^ « « ^ ^ ^ S S f t ^ o 0 f ¡ * X quisition espagnole: "Oeuvres completes" t. 3 (Lyon 1889) P. ¿95 y F. J. RODRIGO?Historia verdadera de la ^ T ^ á o ^ l l l ^ l I, 176. Si la sentencia era justa y legal, ni_el n.staao ni la iglesia tienen por qué declinar su responsabilidad.
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relativamente mitigada y suave, como que es de origen monacal y eclesiástico; el Derecho romano no la conocía. Hasta el siglo xn no piensan los papas en que la herejía tiene qu'e ser reprimida por la fuerza. Es entonces cuando, alarmados por la invasión de predicadores ambulantes, que sembraban la revolución religiosa y a veces también la revolución social, mandan a los príncipes y reyes que procuren el 'exterminio de las sectaS. Así vemos que Calixto II en el concilio de Toulouse (1119), canon 3, e Inocencio II en el de L'etrán (1139), canon 23, no contentos con excomulgar a los herejes,, como hasta entonces se había hecho, encargan su represión al Estado: "per potestat*es exteras coerceré praecipimus", represión que probabilísimamente se refería tan sólo al destierro o a la cárcel, de ningún modo a la pena de muerte. Eugenio III, en el concilio de Reims (1148), se contenta con que los reyes no den asilo a los herejes. Alejandro III, en 1162, dice que más vale pecar por exceso de benignidad que de severidad 49 . Al año siguiente, en el concilio de Tours (1163), vista la perversidad de los albigenses, permite a los príncipes católicos que los cojan presos, si pu'eden, y los priven de sus bienes. Y lo mismo viene a decir en el concilio Lateranense III (1179), concediendo además indulgencias a los que tomen las armas para oponerse virilmente a tantas ruinas y calamidades con que los cataros, patarinos y otros perturbadores del orden público oprimen al pueblo cristiano. En esta línea de rigor siguieron avanzando los Romanos Pontífices, impulsados, como se ve, no por prejuicios dogmáticos, sino por el peligro social de aquellos instantes, y más de una vez contra sus propios sentimientos. N o fué ésta la única causa del cambio de actitud de la Iglesia respecto de los herejes. Intervino también, y de una manera decisiva, el ejemplo de la potestad civil. 3. La legislación civil1 contra la herejía*—Vamos a ver cómo la represión sangrienta de la herejía no arranca de los Pontífices, sino de los príncipes seculares; n o del Derecho canónico, sino del civil. Y es precisamente un emperador pagano el primero que debe figurar en la historia de la Inquisición contra los herejes. Diocleciano, así como persiguió sañudamente a los discípulos de Cristo, del mismo modo trató de .exterminar a los maniqueos con un decreto del año 287, registrado en el Código teodosiano, según el cual "los jefes serán quemados con sus libros; los discípulos serán condenados a muerte o a trabajos forzados en 40 Carta a Enrique arzobispo de Reims, refiriéndose también al rey de Francia (ML 200, 187).
las minas". Este decreto lo agravará en cierto modo Justinianc, al decretar, en 487 ó 510, pena de muerte contra todo maniqueo dondequiera que se ' encuentre, siendo así que el Código teodosiano tan sólo los condenaba al ostracismo E0. Constantino el Grande les confiscó los bienes a los donatistas y los condenó al destierro (316); al hereje Arrio y a dos obispos que rehusaron suscribir el símbolo de Nicea los desaterró al Ilírico (325). El gran Teodosio amenazó con castigos a todos los herejes (380), prohibió sus conventículos (381), quitó a los apolinaristas (388), eunomianos y maniqueos-(389) el derecho de heredar e impuso la pena capital a los encratitas y otros herejes (382), leyes confirmadas por Arcadio en 395, por Honorio en 407, por Valentiniano III en 428, a las que Teodosio II (408-450), Marciano (450-457) y Justiniano I (527-565) añadieron otras, declarando infames a los herejes y condenan-' .dolos al destierro, privación de sus derechos civiles y confiscación de sus bienes. Los emperadores bizantinos del siglo ix dictaron séverisimas leyes contra los paulicianos; y Alejo Comneno (1081-1118), al fin de su reinado, mandó buscar al jefe de los bogomilos, Basilio, y a sus secuaces; muchos de éstos fueron encarcelados y aquél quemado en la hoguera. E n Occidente, tal vez porque no surgieron sectas de tipo popular y sedicioso hasta el siglo xi, no tuvieron.que padecer " mucho los herejes. Recuérdese lo dicho de Félix de Urgel y de Godescalco. El mismo Berengario pudo libremente, durante largos años, predicar sus errores aun después de haber sido condenado por varios sínodos. Sin embargo, ya por aquellas fechas corrían vientos de persecución, no en el mundo eclesiástico, sino en el civil y político. E r a que las nuevas herejías que empezaron a pulular por todas partes, sobre todo las de carácter gnóstico o maniqueo, como entonces se decía, se presentaban con aire revolucionario aun en lo social. Refiere Raúl Glaber que en 1023 trece eclesiásticos de Orleáns convictos de maniqueísmo fueron degradados, excomulgados y quemados vivos "por. mandato del rey Roberto y con el consentimiento de todo el pueblo" 61 , Si el castigo que se les daba en Francia era el fuego, en Alemania, la horca. Así en 1052 el emperador Enrique III, que pasaba las Navidades en Goslar, mandó ahorcar a un grupo 60
J. HAVET, L'hérésie et le bras séculier au moyen age fusqu'au XIII" siécle (París 1896) p. 121; HERGENROETHER, Kathouscng Kirche und christlióher Staat (Friburgo de B. 1872) p. 04^-0^0. " ML 142, 659-C64. Ademaro de San Cirardo (o de onaDannes; habla de diez canónigos de Orleáns condenados a l ace ««güera• Por maniqueísmo en 1022 (ML 141, 71). ™t ™&lX£tesb£te Glaber, quien refiere además la muerte de • °¿ r ° s _^ ¿ J e * J** Cia 1034, por orden de los magistrados, no sólo en Francia, sino en Italia, Cerdeña y España. ' • - ' ']
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de cataros, según testifica la crónica de Kermann Contracto. N o 'era mucho más suave la pena en Inglaterfa, pues el rey Enrique II en 1166, habiendo sabido que hsbU'n aparecido como una treintena de herejes, los hizo marcar en la frente con uri hierro al rojo vivo, y después de azotarlos en público, los echó fu'era, con prohibición de que nadie les diera alojamiento, por lo que en invierno murieron de frío 52 . Consta igualmente que en Flandes, el conde Felipe, en 1183, extremaba la crueldad, confiscando los bien'es y mandando a la hoguera a nobles y plebeyos, clérigos y caballeros, campesinos, doncellas, viudas y casadas. El bárbaro rigor de Pedro II de Aragón contra los valdenses lo conocemos ya. D e Felipe Augusto de Francia sabemos que hizo quemar a ocho cataros ten Troyes en 1200, uno en Nevers al año siguiente, otros muchos en 1204, y, obrando "tanquam rex christianissimus et catholicüs", hizo quemar a todos los discípulos de Amaury de Chartres, hombres, mujeres, clérigos y laicos 58 . Bastan estos ejemplos para pon'er ante los ojos cómo las autoridades civiles se adelantaron a las eclesiásticas en el castigo de los herejes. ¿A qué se debía aquella severidad de los reyes y príncipes en un asunto que a primera vista parecía caer fuera de su jurisdicción? Vivían profundamente la fe religiosa de sus pueblos, los cuales no toleraban la disensión en lo más sagrado y fundamental de sus creencias. Y esto no se atribuya a fanatismo propio y exclusivo de la Edad Media. Todos los pueblos d'e la tierra, mientras han tenido fe y religión, antes de ser víctimas del escepticismo o del indiferentismo, igual en Atenas que en Roma*, en las tribus bárbaras que en los grandes imperios asiáticos, han dictado la peña de muerte contra aquellos que blasfeman de Dios y rechazan el culto legítimo. Los cronistas medievales refieren muchos casos en que el pueblo (exigía la muerte del hereje y no toleraba que las autoridades se mostrasen condescendientes y blandas, por ejemplo aquel que cuenta Guillermo Nogent: descubiertos en Soissons (1114) algunos herejes, y no sabiendo qué hacer el obispo Lisiardo de Chálons, dirigióse en busca de consejo al concilio de Be,auvais; en su ausencia asaltó el pueblo la cárcel y, "dericalem verens mollitiem", sacó fuera d'e la ciudad a los herejes detenidos y los abrasó entre las llamas **. Explícase también la severidad de las leyes civiles por el renacimiento que en el siglo XII experimentó el Derecho romano. Ya vimos cómo los códigos de Roma y Bizancio condenaban el maniqueísmo cofl la pena de muerte. Del maniqueísmo era "
Lo cuenta Raúl de Diceto en Imagines historiarum. bras sécuüer p. 137. et le bras séaulier p. 142. Otros casos en VACANDARDJ L'Inquisition p. 42, 45, 60.
HAVETJ L'hérésie et le "' HAVET, L'hérésie M
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fácil pasar a otras herejías, máxime existiendo otra ley antigua que castigaba con el último suplicio el delito de lesa majestad humana; la herejía para el hombre medieval era más: era delito de lesa majestad divina. El influjo del Derecho romano se descubre en las constituciones antiheréticas de Federico I y Federico II, y sea por influencias jurídicas, sea por reflejos del sentir popular, la pena capital contra los herejes aparece en todos los códigos medievales: >'en el de Sajonia (Sachsenspiegel, 12261238), en el de Suabia (Sohwabenspiegel, 1273-1282), en las Partidas de Alfonso el Sabio, aunque con cierta vaguedad, en las ordenanzas de Luis VIII y de Luis IX el Santo. 4. Orígenes de la Inquisición»—No cabe duda que el rigorismo de los príncipes influyó poco a poco en las decisiones pontificias. El arzobispo de Reims, Enrique, era hermano de Luis V I I de Francia y no estaba de acuerdo con el papa en la benignidad y blandura que éste le aconsejaba respecto de los herejes de su diócesis. Habló de ello con 'el rey, y éste escribió en 1162 a Alejandro III pidiéndole que dejase las maños libres al arzobispo para acabar en Flandes con la peste de la herejía maniquea. El papa, que, obligado a huir de Roma y de Italia, se había refugiado en los dominios de Luis VII, pensó que convenía tomar en consideración los deseos del monarca, y en el concilio que convocó en Tours (1163) se trató' de "la herejía maniquea, que se ha extendido como un cáncer" por la Gas1ouña y otras provincias. Allí se dictaron medidas enérgicas con,tra los herejes, encargando a los príncipes seculares que, una vez descubiertos los albigenses, sean aprisionados y castigados con la confiscación de sus bienes. Y en el concilio III de Letrán (1179), después de fulminar el anatema eclesiástico contra los cataros, trata de otros herejes peligrosos de Brabante y del sur de Francia, "de B'ravantionibus et Aragonensibus, Navariis, Bascolis, Coterellis e Triaverdinis", que cometen barbaridades contra 1 los cristianos, sin respetar iglesias ni monasterios, sin perdonar a viudas, pupilos, ancianos y niños, devastándolo todo, a la manera de los sarracenos. Contra éstos el papa predica la guerra con honores e indulgencias de Cruzada. Un paso de verdadera importancia se dio en el convenio p dieta de Verona (1184) por parte del papa Lucio III y del emperador Federico I Barbarroja. Este último, entre las alabanzas de los suyos, que enaltecían su celo por la fe, se puso en pie y, extendiendo sus manos hacia los cuatro puntos cardinales, arrojó al suelo su guante con gesto d e amenaza contra todos los herejes. D e acuerdo con el emperador, el papa promulgó la consti»; tución Ad abolendam, anatematizando a los cataros y patariños,. a los humillados o pobres de Lyón, a los pasagginos, josefiños y arnaldistas, y dejándolos al arbitrio, de la potestad secular para que los castigase con la pena correspondiente (mim&dver-
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sione debita). N o mencionaba la pena de muerte. La animadversio debita contra un hereje no era todavía el último suplicio, como lo será más tarde; lo legal entonces era el destierro y la confiscación d'e los bienes, Y a continuación, "por consejo de los obispos y por sugestión del emperador", ordena el papa que todos los arzobispos y obispos, por sí o por medio del arcediano, visiten las parroquias sospechosas una o dos veces al año, en ellas escojan tres o más testigos de buena conciencia, que, bajo juramento, denuncien a los herejes ocultos. Si se descubre alguno, exíjasele la retractación, y si s'e negare a ello o recayere en su error, sea castigado por el obispo. Ayúdenle a éste los condes, barones y demás autoridades y concejos de las ciudades, so pena de excomunión y entredicho. A los obispos se les concede plena autoridad en materia de herejía, lo mismo que si fuesen legados apostólicos. Este severo edicto fué insertado en las d'ecretales. N o se puede afirmar que ésta sea la carta constitutiva de la Inquisición medieval. Manda, sí, buscar, indagar, averiguar si hay herejes para castigarlos, y eso dfc una manera organizada y sistemática, pero no instituye ningún nuevo tribunal. Lo más que puede decirse es que aquí se organiza y perfecciona la Inquisición episcopal, ya fexistente desde antiguo, pues siempre fué el obispo, dentro de su diócesis, el juez ordinario en materia de herejía. Esta Inquisición episcopal recibe un último retoque de detaire bajo Inocencio III en el concilio de Avignon de 1209 y bajo Honorio III en el de Narbona de 1227 5B. En el Lateranense de 1215 no se hizo más que urgir los decretos del de Tours y de Verona. ' Con esto los obispos avivan su celo tan la búsqueda y pesquisa de los herejes, mas no pueden cumplir satisfactoriamente su oficio. Por eso Inocencio III se ve obligado a enviar delegados apostólicos, que actúen como inquisidores en determinadas circunstancias; por ejemplo, a Pedro.de Castelnau con otros cistercienses, y al mismo Santo Domingo, de quien escribe Bernardo Gui que "con autoridad de legado de la Sede Apostólica ejerció el oficio de inquisidor in partibus tolosanis". Erraría, sin embargo, quien le llamase el primer inquisidor. La verdadera Inquisición pontificia no estaba creada aún. Su creador fué Gregorio IX, y como fecha fundacional debe señalarse el año 1231. Va'mos a verlo. 5. Gregorio IX y Federico II.—Si el papa fué realmente el que instituyó el tribunal extraordinario de la Inquisición, quien lo movió a dar ese paso fué el emperador, y un emperador tan indiferente en materias religiosas como Federico II. Es un punto éste que los estudios de Mons. Douais pusieron en evidencia. "s HEFELE-LECLERCQ, Sistoire des oonciles t. 5, 1283-84, 1454.
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Según este concienzudo historiador, lo que Federico II planeaba era avocar a sí el juicio y represión de la herejía para alcanzar una situación privilegiada y ventajosa sobre la misma potestad del Romano Pontífice. Gregorio IX comprendió sus intentos y, a fin d'e atajarle los pasos, quiso-adelantarse, reivindicando para la Iglesia el derecho exclusivo de juzgar a. ,lo,sherejes en cuanto tares, para lo cual creó un tribunal de excepción, que, al mismo tiempo que juzgaba las doctrinas, tutelaba las personas contra las arbitrariedades del poder civil. A ello se llegó paso a paso. El 22 de noviembre de, 1220 promulgó el emperador una constitución confirmando lo estatuido fen el concilio I V Lateranense contra los herejes;, éstos son condenados a destierro, infamia perpetua, confiscación' de" sus bienes y pérdida de sus derechos civiles. Nada dé pena d'e muerte. Cualquiera diría que al astuto monarca l'e movía el más puro celo religioso, cuando en realidad sus móviles eran' pólíti-' eos, además de la razón de orden público y la avaricia 'dé.; dinero. .'">' Bajo el influjo de los. legistas, fempeñados en resucitar el" antiguo derecho romano, Federico dio un paso decisivo. Y a sabemos cómo el Derecho romano señalaba la pena del fuego para los maniqueos; ahora bien, los modernos herejes, los más peligrosos, es decir, los cataros o albigenses, ¿no profesaban el maniqueísmo? Además, en la legislación de la antigua Roma se castigaba con la muerte a los reos d'e lesa majestad humana; ¡cuánto más merecían tal castigo los herejes, "cum longe gravius sit aeternam quam temporalem offendere maiestatem"! Conforme a festos principios, en marzo de 1224 condenó a todos los herejes de Lombardía a ser quemados vivos o, al menos, a que se les cortase la lengua B0 , suplicio, por otra parte, frecuente en Francia, como hemos ya visto, y no d'el todo inusitado en Alemania, pues consta que en 1212 nada menos que ochenta herejes fueron quemados en Estrasburgo. La trascendencia de estfe decreto estuvo en que más tarde Gregorio IX, a instancias tal vez del Beato Guala, O. P., obispo de Brescia, lo hizo incluir en su registro. Otros edictos imperiales de fecha posterior insistían en la pena del fuego para los herejes. En algunos de ellos Federico alude a la "plenitud de su poder", al "origen divino de su autoridad", a su "misión d'e proteger a la Iglesia", y afirma que "el sacerdocio y el Sacro Imperio tienen el mismo origen divino e idéntica significación", de donde se podía sospechar—y los hechos lo eyiden^• MGH, heges IV, II, 126. Para los que se escandalizan deque Gregorio IX aprobase esta ley Imperial, diremos que. la pena, de muerte la juzgaba justa Santo Tomás por el solo hecho de obstinarse el hereje en un error dogmático, prescindiendo de' la peligrosidad social que dicho error podía significar: "Haeretici, statim ex quo de haeresi convincuntur, possunt non solum excommunicari, sed et iuste occidi" (2-2 q. 11- a 3). Historia
de la Iglesia 2
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ciaban—que el emperador quería arrogarse los d'erechos civiles y eclesiásticos. Podría, pues, dictaminar en cuestiones de religión y, procediendo contra los herejes con más ardor y Celo que el mismo papa, se presentaría ante la cristiandad como el campeón de la fe; él, sobre cuya cabeza se cernían tantos anatemas. Gregorio I X reaccionaba contra esta política religiosa, declarando una y otra vez que juzgar de la herejía sólo a la Iglesia compete. Antes de asumir éí la alta dirección en todo este n'egocio será útil conocer lo que pasaba en Francia. 6. Persecución de la herejía en Francia*—Concluida la Cruzada albigense con el rendimiento y sumisión de Raimundo V I I , conde de Toulouse, celebróse un tratado de paz en Meaux, que fué firmado en París en abril de 1229, 'en presencia del carde;nal legado, Romano Frangipani. Allí se estipuló, entre otras cosas, que Raimundo se mantendría fiel a la Iglesia y al rey de Francia hasta la muerte; que trabajaría con todas sus fuerzas por extirpar la herejía de sus Estados; que harta buscar a los herejes y a todos sus partidarios, según el método que los lega-' dos le indicasen, etc. P o r su parte, Luis I X de Francia, bajo la tutela de su madre, doña Blanca, prometió actuar del mismo modo, haciendo pesquisa de los herejes para castigarlos, animadversione debita, después que hubiesen sido condenados por el obispo o por otra persona revestida de autoridad eclesiástica 5T. Si la "animadversio debita" significaba, desde Federico I, la proscripción y confiscación de bienes, ahora, desde Federico II, implicaba la pena de muerte. Aquel mismo año de 1229, en noviembre, el legado apostólico, cardenal Romano, reunió el concilio de Toulouse, al que asistieron los arzobispos de Narbona, Burdeos, Auch, con muchísimos obispos, y Raimundo V I I con otros condes y barones. Allí' el legado de Gregorio I X hizo aprobar y publicaí 45 capítulos, d e los que extractamos los siguientes: Los obispos y abades exentos deben designar en cada parroquia un sacerdote y dos o tres laicos de buena reputación, que indaguen y pesquisen las casas y escondrijos de los herejes, y, en descubriendo a alguno de éstos, lo delaten al obispo y al señor de la ciudad para que sean castigados debidamente. Si alguien acogiere en sus granjas o heredades a un hereje, sea privado de sus posesiones y castigado corporalmente. Los oficiales y jueces que descuiden su deber de pesquisar herejes sean desposeídos de sus oficios. Nadie sea condenado por hereje mientras no le declare tal el obispo o su delegado, Si alguno de los herejes se convirtiese, mas no espontáneamente, sino por temor a la muerte, métasele en la prisión episcopal para que haga penitencia y no seduzca a otros; los incorregibles sean m
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castigados con las censuras eclesiásticas y entregados al brazo secular ad debitam poenam. Todavía con esta legislación no se modifica sustancial mente la precedente. L a Inquisición sigue siendo puramente episcopal, ya que en manos del juez ordinario, que era el obispo, se deja la represión de la herejía. 7. Nace la Inquisición pontificia.—Pero llega «1 año 1231, y Gregorio I X se decide a instituir un juez extraordinario, que actúe en nombre del papa, haciendo inquisición y juicio de los herejes. Tendremos con ello la Inquisición medieval, en su sentido estricto. El momento de su creación debió de ser en febrero de 1231, coincidiendo con el decreto que expidió Gregorio I X contra los herejes d e Roma, entregándolos ¡a la justicia secular, a fin de que ésta les infligiese el merecido castigo BS„ Pensamos que fué en esa fecha, porque poco después, o al mismo tiempo, se publicaron los Capitula Anibaldi Senatorís.,-.et populi romani, capítulos en los cuales se habla de "los inquisirdores nombrados por la Iglesia" 59 . Esos inquisidores pontificios habían sido escogidos entre •los frailes predicadores, de los cuales el papa dijera en otra ocasión que habían sido "suscitados por Dios para reprimir la herejía y reformar la Iglesia". Gregorio I X dirá, en abril de 1233, a todos los prelados de Francia que la razón que le movió a nombrar a los frailes predicadores como delegados suyos en la persecución de la herejía fué el ver que los obispos estaban tan abrumados d e ocupaciones que les era casi imposible cumplir este oficio, por lo cual enviaba a dichos frailes, in tegnum Franciae et circumiacéntes provincias *°. Pero, en realidad, lo que más vivamente deseaba era impedir que la autoridad civil del emp'erador se arrogase derechos sacros que no eran suyos, porque los últimos decretos de Federico II contra "los herejes que intentan desgarrar la túnica inconsútil de Nu'estro Señor" parecían los de un pontífice 6 1 . 68 L. AUVRAYJ Les Registres de Grégoire IX (París 1896) I, n. 539. 56 El Sanado y el pueblo romanos ordenan que en adelante cada año, al tomar posesión de su cargo, el senador debe proscribir de la ciudad a todos lbs herejes. "ítem haereticos qui fuerint in Urbe reperti praosertim per Inquisitores datos ab Ecclesia, vel alios viros catholicos, Senator capere teneatur et captos etiam detinere, postquam fuerint per Ecclesiam condemnati, infra octo dies janimadversione debita puniendos" (L. AUVRAY, Les Registres de Grégoire IX, n. 540; DOUAIS, L'Inquisition p. 133; RINALDI,, Anno.les eccles. ad a. 1231, n. 16). M POTTHAST, Regesta Romanorum PonUficum I, n. 9143; R^POLL-BRBMOND, Bullarium Ordinis Fratrum Praedicatorum (Roma 1729) I, 45. .. ,„ ÍT1 e •» El 22 de febrero de 1231 firmaba en Padua °.4 J ^ u i ü é a m corporado en seguida al código siciliano: "Incon&uUiom
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Y todos los herejes, aun los levemente sospechosos de herejía, quedaban expuestos a la pasión política, a la ignorancia y a la arbitrariedad de los magistrados imperiales. Por eso Gregorio IX pensó que era necesario encauzar la represión de la herejía dentro de normas jurídicas y eclesiásticas, con lo cual salían favorecidos los mismos herejes. Y eso es lo que indujo a Mons. Douais a afirmar que, al instituir el tribunal de la Inquisición, Gregorio IX, en su época, trabajó por la civilización, ya que para proteger al hereje la Iglesia no tenía más que un medio: juzgarlo ella misma, "La Iglesia tenía la obligación de sustraer al reo a las violencias a que estaba expuesto. Sabemos cuáles eran esas violencias: de una parte, actos de salvajismo de la población amotinada; de otra, la confiscación arbitraria de sus bienes, que el juez secular, al servicio de un señor exigente, pronunciaba precipitadamente, después de haber dado con no menor precipitación sentencia de herejía. La Inquisición tenía que ser institución pontificia; sólo el papa, juez universal de la Iglesia, tenía autoridad para instituirla" l82. "Evidentemente, sin la herejía, Gregorio IX no habría nombrado el juez inquisitorial. Pero yo pienso que quiso., oponerlo al emperador, y que si éste no le hubiera movido, y en parte forzado a ello, ese juez, de quien nadie sentía necesidad, no hubiera sido instituido. Aquí está, a mi ver, todo el nudo del porqué histórico de la Inquisición" b 3 . Por análoga razón había afirmado Menéndez y Pelayo, al tratar de los severos decretos de Pedro el Católico, que la Inquisición era un evidente progreso al lado de semejante legislación. 8. Los primeros inquisidores.—Tenemos noticia de que ese mismo año de 1231 empezó a funcionar la Inquisición no sólo en Roma, sino en Sicilia y Milán, a favor de las leyes severisimas. de Federico II. En febrero de 1232 el papa encomienda este oficio a los dominicos de Friesach. E n marzo el emperador habla de inquisidores, refiriéndose a todo su imperio. E n mayo Dei nostri dissuere conantur haeretici... Contra tales sibi, Deo et hominibus sic infectos, continere non possumus motus nostros, quin debitae ultionis in eos gladium exseramus... Crimen haereseos... crimine laesae maiestatis nostrae debet ab ómnibus horribilius iudicari... Et ut ipsorum nequitia... detegatur, nemine etiam deferente, investigare volumus diligenter huiusmodi sceleris patratores, et per officiales nostros, sicut et alios malefactores inquirí; ac inquisitione notatos, etsi levis superstitionis argumento tangantur, a viris ecclesiastieis et prelatls examinar! iubemus". ¿No era esto fundar una Inquisición laica, aunque los reos fuesen luego examinados por varones eclesiásticos, pero dependientes al fin y al cabo del emperador? El documento lo trae EYMEIUCII>: Directorium inauisitorum apénd. p. 14. 62 C. DOUAIS, L'Inquisition. Sea origines. Sa procédure 'París 1906) p. 143. °* DOUAISJ Z/Inquisition p. 123. i :
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del mismo año unas letras del papa exhortan al arzobispo de Tarragona a organizar allí la Inquisición por medio de los frailes predicadores o de otras personas idóneas. En noviembre va fray Alberico, O, P., a la Lombardía con el título de inquisiíúv hazreticae pvavitatis. En abril de 1233 decide Gregorio IX enviar frailes dominicos como inquisidores a Francia y países Vecinos. San Pedro de Verona, O. P., _que en 1252 rubricará su misión inquisitorial con el martirio, hacía insertar en los estatutos de Milán, ya en 1233, las constituciones de Gregorio IX y del senador Anibaldo, y ese año, dicen las Memorias M e diolanenses, "comenzaron los de Milán a quemar herejes". N o todos los inquisidores procedieron con prudencia, justicia y benignidad. El presbítero secular Conrado de Marburg, director espiritual de Santa Isabel de Turingia, recibió dos veces la comisión (1227 y 1231) de perseguir a los herejes de Alemania, especialmente a los luciferianos, secta gnóstica semejante a la de los bogomilos, acusada de profesar un culto ridículo y depravado a Satanás. El 11 de octubre de 1231 le daba el papa estas normas: E n llegando a una ciudad, convocaréis a los prelados, al clero y al pueblo, y les dirigiréis una solemne > alocución; luego llamaréis aparte a algunas discretas personas y haréis con toda diligencia la inquisición sobre los herejes y sospechosos o delatados como tales; los que se demuestre o se sospeche haber incurrido en herejía deberán prometer obediencia a las órdenes de la Iglesia; si se niegan a ello, procederéis según los. estatutos que N o s recientemente hemos promulgado contra los herejes. Conrado de Marburg, arrebatado de su impetuoso celo, se excedió en la aplicación de tales normas. Los cronistas le acusan de no dar al reo facilidades para la defensa y de proceder demasiado sumariamente; si el hereje confesaba su error, se le perdonaba la vida, pero se le arrojaba en prisión; si lo negaba, al fuego con él. Y como el austerísimo Conrado no vacilaba en hacer comparecer ante su tribunal aun a los caballeros, éstos se vengaron, cayendo sobre él en las cercanías de Marburg y asesinándolo el 30 de julio de 1233 ^ M á s antipática es la figura del primer inquisidor, per uní' versum regnum Franciae, Roberto le Bougre (el Búlgaro o el Hereje), así apellidado porque antes de convertirse y entrar en la Orden de Santo Domingo había sido cátaro. Llevado de un fanatismo ciego contra sus antiguos correligionarios, se presentó siendo inquisidor en el lugar de Montwimer (o Montaimé, sobre el Marne). En una semana hizo el, proceso de todos los acusados de herejía y el 29 de mayo de 1239 unos 180 herejes, « B. Oui, Practica Imuisitionis Directorium p. 534-535 y 547.
P- 231-233; N,
EYMEKICH,
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con el obispo Moranis, perecieron en las llamas. Q u e cometió injusticias objetivamente gravísimas, parece indudable. El clamor de protesta que se alzó contra el terrible inquisidor llegó hasta Roma. El papa examinó las acusaciones y, en consecuencia, destituyó a Roberto le Bougre de su cargo y luego lo condenó a prisión perpetua* 5 . Mientras en Francia se aplicaban tan espantosos suplicios, en muchas ciudades de Italia parece que se contentaban con la proscripción y la confiscación de bienes, según el código penal de Inocencio III. 9. Poderes y cualidades del inquisidor»—El inquisidor era uti juez apostólico extraordinario. Juez apostólico, porque del papa recibía directamente los poderes en calidad de delegado suyo, para juzgar la herejía, y juez extraordinario, como creado por la Santa Sede al lado del juez ordinario, que era y siguió siendo el obispo, a quien no sustituía, sino ayudaba. LaInquisición medieval nunca fué un tribunal ordinario, estable, en una u otra región; ni existió una "Inquisición de Francia", o una "Inquisición de Toulouse", o una "Inquisición de M i lán", sino un "Inquisitor in regno Franciae", "Inquisitor in partibus Tolosanis", etc., aunque en algunos países se sucedieron unos a otros inquisidores casi sin interrupción. • El inquisidor no mermaba, pues, los derechos del obispo, y generalmente iban de acuerdo, aunque tampoco faltaron conflictos entre uno y otro. Siendo éste un cargo de tanta responsabilidad, los escogidos para desempeñarlo debían estar adornados de cualidades no vulgares. Gregorio IX recomendaba a Conrado de M a r burg prudencia y celo, el segundo temperado por la primera. Los Manuales o Directorios que se escribieron para los inquisidores suelen dedicar un capítulo o sección a hacer el retrato del perfecto inquisidor, y nos lo pintan lleno de fervor y celo por la verdad religiosa, por la salvación de las almas y por la extirpación de la herejía; sereno y pacífico en medio de los alborotos y de las dificultades; intrépido en el peligro hasta la muerte, pero sin precipitación ni audacia irreflexiva; inflexible a los ruegos e incorruptible a las ofertas, pero sin endurecer su corazón hasta el punto de rehusar aplazamientos y mitigaciones de la pena; en las cuestiones dudosas, cauto y circunspecto, sin obstinarse en su propio parecer; fácil y pronto a escuchar, discutir y examinar todo con cuidado y paciencia, hasta que se haga luz; tal, filialmente, que en sus ojos brillen el amor a la verdad y la misericordia, virtudes propias de todo juez, de suerte que sus decisiones nunca parezcan dictadas por 60 B.- KALTNERJ Konrnd von Marburg und die Inquisition Deutschland (Praga 1882).
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la codicia ni por la crueldad te6. Las Cíemeniinas exigen para el oficio de inquisidor una edad de cuarenta años. Y otros documentos pontificios anteriores requieren dotes de talento, ciencia teológica y canónica, probidad y pureza de costumbres. Aunque en 1248 el papa Inocencio I V concedió a los franciscanos el privilegio de actuar como inquisidores, y antes habían actuado ya en algunos casos, sin embargo, puede decirse que desde el principio, y particularmente desde 1235, el inqui- * sidor se escogía de la Orden de Santo Domingo. 10. Introducción de la Inquisición en España,—Nos referimos, naturalmente, a la Inquisición medieval, creada por Gregorio IX. Ya hemos visto con qué rigor, tanto Pedro II como su hijo Jaime I de Aragón, persiguieron a los herejes en su reino. Consejero del rey conquistador era San Raimundo de Peñafort, que en 1230 se dirigió a Roma, donde Gregorio IX le nombró su capellán y penitenciario pontificio y le encomendó la compilación de las Decretales. Conocedor del peligro heretical en los dominios del rey aragonés, intervino con Jaime I y con el papa a fin de que se instituyese allí la Inquisición en su nueva forma pontificia. Por efecto de estas gestiones, Gregorio IX dirigió desde E s poleto, el 26 de mayo de 1232, una bula, Declinante iam mundi vespere, al arzobispo tarraconense Espárrago de Barca (f 1233), en la que, acumulando imágenes bíblicas, describe "cómo cunde la herejía y ha entrado en algunos lugares de la provincia tarraconense; por lo cual os avisamos y exhortamos cuidadosamente con estas letras apostólicas y os ordenamos con estricto precepto, invocando al divino Juez, que ya por vos mismo, y a por medio de los frailes predicadores o por otros que os parezcan idóneos, os informéis con diligente solicitud acerca de los herejes y de los tachados de herejía, y si hallareis algunos culpables o infamados que se nieguen a obedecer sincera y absolutamente a los mandatos de la Iglesia, procedáis contra ellos, conforme a los estatutos. que recientemente hemos promulgado contra los herejes" 67 . Aunque no aparece del todo claro, parece que el delegado pontificio para la provincia de Tarragona era el mismo arzobispo o la persona que éste designase. Como el arzobispo murió al año siguiente, no sabemos a punto fijo qué es lo que se hizo. El rey don Jaime, en febrero de 1233, promulgó unas constituciones contra los herejes, en las cuales se ordena que las M
P. FREOEKICQ, Robert le Bougre (Lieja 1892). •*v El texto latino, en B. LLOKCA, Bulario pontificio de la Inquisicón española en su período constitucional (Roma 1949) p; 3;
LLORCA, La Inquisición
en España (Madrid 1936) p. 55; J. VINCKB-
Zur Vorgeschichte der spaninchen Inquisition. Die Inquisition íw Aragón, Katalonien, Mallorca und Valencia wührend des XIII • und XIV Jahrhunderts (Bonn 1941).
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casas de los fautores de herejes, siendo alodiales, sean destruidas, y siendo feudales o censuales, se apliquen a su señor; que nadie pueda decidir en causas de herejía, sino el obispo diocesano u otra persona eclesiástica que tenga potestad para ello (alusión al inquisidor); que en los lugares sospechosos de herejía, un sacerdote o clérigo, nombrado por el obispo, y dos o tres laicos, elegidos por el rey o por sus vegueres y bailes, hagan inquisición de los herejes y fautores, con privilegio para entrar en toda casa y escudriñarlo todo, por secreto que fuese' 88 . Gregorio IX, en 1234, y San Raimundo, en 1235, enviaron a Tarragona sendas instrucciones sobre el modo de castigar a los herejes. Y en el concilio tarraconense de 1242 se reglamentó lo relativo a la Inquisición, después de pedir consejo al mismo Raimundo de Peñafort, autor de un Directorio para inquisidores. Para el reino de Navarra se nombraron, en 1238, dos in-" quisidores, uno dominico y otro franciscano, que no debieron actuar gran cosa. En Castilla, donde Alfonso el Sabio aceptó para su código de las Partidas los decretos de Gregorio IX contra los herejes, no sabemos que se estableciese nunca la Inquisición medieval. En Portugal no se introdujo hasta 1376, para caer en seguida en desuso. De otros países, exceptuada Italia y sobre todo Francia, debemos decir que no les molestó mucho la Inquisición. En Alemania actuó muy poco después del asesinato de Conrado de Marburg. En Inglaterra sólo funcionó para el proceso de los templarios. En Escandinavia no existió nunca. En Flandes y en Bohemia fué verdaderamente activa en el siglo xv. VIL
LOS
PROCEDIMIENTOS
INQUISITORIALES
Hay que advertir que los procedimientos de la Inquisición, cuyas normas generales se codificaron en el libro 5 de las Decretales y en las Clementinas, se fueron puntualizando más y desenvolviendo paulatinamente por obra de los grandes inquisidores, que pusieron por escrito el resultado de sus experiencias. Por eso lo que digamos—siguiendo principalmente la Practica inquisitionis, de Bernardo Gui (f 1331), y el Directo' rium inquisitotum, de Nicolás Eymerich (f 1399)—no se ha de creer que estuviese vigente desde primera hora. Hubo tanteos y retrocesos, y no en todas partes se procedió de igual modo. •»
MDNÉNDEZ T PBLAYO,
Historia de los heterodoxos JIIf 161 y
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1. Objeto de la Inquisición y sus pxaceulüikíyíGñ,—Empecemos por determinar el objeto acerca del cual versaba la Inquisición y el juicio de los inquisidores. Al principio sólo se habla de la herejía, y entre los herejes que.se nombran están las sectas de los cataros y albigenses, valdénses y pobres de Lyón, passaginos, josefinos, speronistas, arnaldistas, pseudoapóstoles, luciferianos, begardos y beguinas, hermanos del libre espíritu, etc. Los judíos no eran perseguidos mientras observaban religiosamente la ley mosaica, sino sólo cuando se convertían falsamente al cristianismo, conservando sus antiguos dogmas o cuando apostataban de la nueva religión. Lo que la Inquisición perseguía y condenaba era el acto externo y social, la profesión externa de una creencia anticristiana y su difusión proselitista. Como sospechosos de herejía, sometidos por tanto a juicio e inquisición, se consideraban los que conversaban frecuentemente con los herejes, los que escuchaban sus predicaciones, los que los defendían, ocultaban o no denunciaban, y los excomulgados que, al cabo de un año, no procuraban obtener la absolución. Además del crimen de herejía era castigado todo lo que de alguna manera, saperet haeresim, tuviese sabor herético; de ahi los procesos contra los que practicaban sortilegios y pactos demoníacos, contra las brujas, adivinos, hechiceros, nigromantes, etc. b B .. Desde el siglo xlv se incluían igualmente ciertos crímenes de derecho común, como usura, adulterio, incesto, sodomía, blasfemia, sacrilegio. 2. Preparativos del proceso.—El inquisidor, recibida la delegación pontificia, se trasladaba al lugar sospechoso de herejías, presentaba sus credenciales al señor del país o de la ciudad, le recordaba su deber de ayudar a la Inquisición, y le pedía letras de protección y algunos oficiales. En los primeros tiempos hacía una gira por pueblos y ciudades donde esperaba descubrir herejes, pero pronto se vio que tal viaje de exploración era muy peligroso, porque podía ocurrir lo que al inquisidor Guillermo Arnault, que en 1242 fué asesinado con todos sus compañeros. En la ciudad escogida se constituía la corte o tribunal inquisitorial, formado por el inquisidor y sus auxiliares. El inquisidor tenía derecho a nombrarse un vicario o sustituto, que le ayudaba haciendo sus veces en muchas de las funciones judiciales. Tenía también a su lado un socio, religioso de su propia Orde^n, que le acompañaba, sin poder jurídico alguno. V e nia luego el cuerpo de boni vid, oficiales subalternos, jurispe68 J. HANSEN, ZaMheroahn, Inquisítion mttelalter (Munich 1900). *
und Hexenprozess
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ritos, lo mismo laicos que eclesiásticos, encargados de examinar las piezas del proceso, testimonios, defensas, etc., para ilustrar a los jueces. El oficial más importante era el notario, que ponía por escrito los interrogatorios, redactaba las actas y demás documentos oficiales, legalizaba las denuncias y anotaba cuanto fuese útil al proceso. Por fin, al servicio de la Inquisición estaban otros ministros o comisarios, espías, esbirros, carceleros, todos con juramento de guardar secreto. Constituido el tribunal, o mientras se constituía, el inquisidor hacía un sermón público, en el que promulgaba dos edictos: el edicto de fe, intimando a todos los habitantes de la provincia a denunciar a los herejes y a sus cómplices, sin perdonar a los propios parientes y familiares; y el edicto de gracia, concediendo un plazo de quince a treinta días (tempus gratiae), durante el cual todos los herejes podían obtener ei perdón facilísimamente, mediante una penitencia canónica, como en- la confesión. Los que no compareciesen espontáneamente tendrían ,que atenerse a sanciones gravísimas. En este tiempo se activaba la pesquisa o búsqueda de los herejes y sospechosos de herejía (causa per inquisitionemj, se recibían las denuncias de los particulares (per denuntiationem) o la razonada acusación del fiscal, cuando la causa era per accusationem. 3. Desarrollo del proceso.—Expirado el plazo o tiempo de gracia, se abría el proceso, citando ante el tribunal del Santo Oficio, a todos los culpables y sospechosos. La citación se hacía una, dos y aun tres veces por medio del sacerdote del lugar, o por aviso a domicilio, o desde el pulpito en la misa del domingo. Si los citados no comparecían, ni siquiera por pro-r curador, o hacían resistencia, o emprendían la fuga, agentes ci; viles se encargaban de arrestarlos; si ya estaban en la cárcel, los esbirros los conducían al tribunal. En el centro de la sala se alzaba una larga mesa (mensa Inquisitionis), en cuyos extremos se sentaban el inquisidor y el notario. Colgado en una de las paredes se veía un gran crucifijo. Al acusado se le notificaban los cargos que había contra él, descubriéndole los nombres de los acusadores, siempre que no hubiese peligro de represalias de parte del reo o de sus amigos y parientes. El acusado juraba sobre los evangelios decir la verdad pura y entera, tam de se quam de aliis; si no, se agravaban las sospechas que había contra él, tanto más que el juramento lo repudiaban casi todas las sectas de entonces. Si era culpable y lo confesaba, la causa se concluía pronto. Generalmente negaba su culpabilidad. Entonces, como nadie podía ser condenado sin pruebas claras, y como en los casos de inquisición o pesquisa oculta, sólo la confesión del reo . era prueba clara y evidente, inducíales el inquisidor a confesar
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paladinamente, ora arguyéndole, ora haciéndole promesas de libertad, o por el contrario, amenazándole con la muerte y encerrándolo en la cárcel, en la cual unos días le reducía el alimento, otros le enviaba compañeros, máxime si eran conversos, que le persuadieran a confesar la verdad. También se le aplicaba la tortura, como en seguida diremos. La audiencia y deposición de los testigos no era pública. Aunque la delación obligaba incluso a los parientes, disputaban los doctores sobre si un hijo debía o no denunciar a su padre cuando éste era hereje oculto. D e hecho tales casos se dieron. Y hoy nos produce tristeza leer que un niño de diez y de doce años acusó a sus propios padres. Por otra parte consta que varones expertos pesaban el valor de los testimonios, los cuales se consideraban inválidos cuando procedían de enemigos del acusado, o cuando el testigo no ofrecía garantías morales, v. gr., si era ladrón, homicida, adivino, 'etc. Por lo demás, bastaban dos testigos para hacer fe; se exigía un número mayor cuando el reo gozaba de buena reputación. El acusado tenía derecho a defenderse respondiendo a las acusaciones. Aun a los muertos se les otorgaba ese derecho, que solía ser ejercitado por sus hijos, y herederos. Es verdad que en ciertos documentos se excluye el uso del abogado defensor, y a ellos parece atenerse Bernardo Gui, pero en otros muchos se habla de haber actuado uno y dos abogados, ayudándole al reo en todas las fases del proceso; y Nicolás E y merich dice que no se le debe privar de las defensas de derecho, sino que se le debe conceder un abogado y un procurador. A las audiencias, sin embargo, no asistía el abogado. También entraba en los derechos del acusado rechazar el juicio del inquisidor para atenerse al del vicario, y apelar al obispo y aun al papa, no contra la sentencia, sino contra el procedimiento T0. 4. La sentencia.—Hasta que se dictaba la sentencia solía quedar el reo en libertad, bajo juramento—pues no había prisión puramente preventiva—de estar a las órdenes del inquisidor y de aceptar la pena que se pronunciase contra él, saliendo fiadores, entre tanto, algunos de sus amigos y familiares. El inquisidor no era un juez arbitrario y despótico. Deliberaba largamente con el obispo, consultaba a sus asesores ordinarios, que a veces eran más de treinta personas, y a otros, jurisperitos ocasionales, todos los cuales, después de jurar que obrarían conforme a la justicia y a la voz de su conciencia,; se pronunciaban sobre la naturaleza del delito y el grado de culpabilidad. Este juicio, de valor puramente consultivo, era » Y más de una vez se le dio en Roma la razón ^acusado^. Cf. J. VIDAL, BuVaire de VInquisMon frangle w &TJ*4ol<} (París 1913) p. 80-83. ~:'.n-h'::l H ^: : ,.
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comúnmente aceptado por el inquisidor y por el obispo. La sentencia, naturalmente, variaba según los casos. Si no se demostraba que realmente el acusado era culpable, se le absolvía y liberaba inmediatamente. Si existían graves indicios acusatorios, pero él se empeñaba en afirmar su inocencia, se le sometía a la vexatio y aun al tormentum. Consistía la vexatio en el encarcelamiento más o menos riguroso, con cadenas en manos y pies, reducción del alimento, etc. Cuando ningún otro medio bastaba, empleábase la tortura. Por más que el papa Nicolás I en 866 había reprobado la tortura aun en las causas no religiosas, de hecho se practicaba en los tribunales del medioevo, a lo menos la flagelación. También se habían introducido las ordalías, de origen germánico, repudiadas constantemente por los papas a causa de su carácter supersticioso y bárbaro. Con el renacer del Derecho romano, los legistas restablecieron la antigua tortura. Y fué Inocencio I V quien, movido por la ventaja de acelerar el proceso, dio el desgraciado paso de aceptar en los tribunales eclesiásticos la tortura que ya se aplicaba en los civiles. Dio su autorización en la bula Ad extirpanda (15 de mayo de 1252), con la condición de que se evitase el peligro de muerte y no se cercenase ningún miembro 71 . Los tormentos eran, además de la flagelación, el potro, ecúleo o caballete, en que se le distendían los miembros, hasta dislocarle a veces los huesos; el trampazo o estrapada (in c/iorda levatio), el brasero con carbones encendidos y la prueba del agua. Estaba mandado que más de media hora no durase la tortura; si en ella no confesaba, debía ponérsele en libertad, aunque imponiéndole la abjuración del error. Y si confesaba, la confesión en tales circunstancias no merecía entera fe, por lo cual se le interrogaba, libre ya de toda constricción violenta, si confirmaba lo dicho. H a y que advertir que el empleo de la tortura era poco frecuente. E n los casos en que contra el acusado no había más que leves sospechas (leviter suspectus), se le hacia abjurar la herejía y cumplir una penitencia, la cual era más grave cuando el reo era vehementemente sospechoso (vehementec suspectus), y mucho más si era violenter suspectus, en cuyo caso se le imponían ciertos castigos y humillaciones, como disciplinas y presentarse en la iglesia en las fiestas solemnes con cruces de tela colorada cosidas sobre el vestido, o bien la prisión perpetua. Había dos clases de prisión: la de muro estrecho, que era un angosto calabozo, y la de muro ancho, cárcel holgada con claustros y patios donde pasear. En casos de enfermedad y en otras ocasiones de conveniencia familiar se le permitía pasar algunas temporadas en su casa. "
N.
ETMERICH,
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Si el reo confesaba ante el juez su culpa y se arrepentía de ella, se le obligaba a hacer abjuración de la hereiía y se le recibía en la iglesia ad misericordíam, imponiéndole penas semejantes a las del violenter suspectus. Si era relapso o recidivo, la Iglesia no aceptaba en el foro externo su posible arrepentimiento y lo abandonaba al brazo secular, al cual se le • comunicaba la sentencia inquisitorial con el ruego de que la mitigase. En realidad, como dijimos, esta súplica de benignidad era pura fórmula. La sentencia civil era siempre de muerte. Si el reo confesaba su crimen, obstinándose én él, se le recluía en cárcel rigurosa, con cadenas y sin más trato que con el carcele'ro, el inquisidor y unas pocas personas que venían a exhortarle a la conversión. Al cabo de seis o doce meses de tales pruebas, si se convertía, se le aplicaba el castigo de los confesos y arrepentidos, pero si no, se insistía de nuevo hasta que finalmente se le entregaba al brazo secular. • El sortilegio, la magia, la invocación de los demonios, eran pecados que se castigaban incluso con prisión perpetua; cier-, tos sacrilegios contra la Eucaristía merecían prisión temporal y la pena de llevar sobre el pecho y la espalda la imagen de una hostia en tela amarilla. Todas las penas pronunciadas por Id Inquisición eran medicinales, y con frecuencia se mitigaban; carácter vindicativo sólo tenia la pena de muerte. 5. El auto de fe o "sermo generalis".—El último acto del proceso era el sermón general, llamado también sermo fidei. En España se dirá más adelante aufo de fe: auto da fe es expresión portuguesa, que ha pasado a otras lenguas. Los más ignorantes enemigos de la Inquisición lo pintan como una, fiesta de fanatismo, de fuego y sangre. En realidad, en el auto de fe no había hogueras ni verdugos. Por la mañanita, después de darles de comer a los sentenciados, se los conducía a casa del inquisidor, mientras repicaban las campanas de la catedral. Iban, rapada' la barba y cortados los cabellos, llevando jubón y calzones de tela negra, listada de blanco, encima el sambenito y capotillo, diverso según los reos, y en la cabeza. una especie de mitra, coroza o capirote. Leídos los nombres de los reos, empezaba a desfilar la procesión, precedida., de los frailes predicadores con el estandarte del Santo Oficio, hasta lá iglesia o la plaza señalada. Inmensa multitud de pueblo se agolpaba a contemplar el auto de fe. En el altar mayor ardían seis ririos. En un trono lateral se sentaban los eclesiásticos, es decir, el inquisidor con sus auxiliares; en otro frontero, las' autoridades civiles. En un banco de en medio, los reos acornpa-' nados de sus fiadores. Si era temprano, se celebraba la santa misa. Un predicador desde el pulpito pronunciaba'el sermo fidei sobre la fe y la herejía, y a continuación se proclamaba I? indulgencia a los reos que y a habían cumplido la penitencial
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a otros se les hacía abjurai públicamente sus errores, y se promulgaban las sentencias, empezando por las más suaves: ayunos, diversas obras pías, multas en dinero, peregrinaciones, cruces en el vestido, cárcel y entrega al brazo secular. A excepción del último suplicio, las demás penas se aplicaban con relativa benignidad y frecuentemente se conmutaban o suavizaban por motivos de buena conducta, de enfermedad, de vejez, t> a petición de los parientes. E n cuanto a la pena capital, la Iglesia la difería y retardaba todo lo posible, con la esperanza de que el reo finalmente se arrepintiese, mas si lo veía obstinado y contumaz, permitía que se le aplicase la ley civil. Cuando el condenado a muerte era sacerdote, sufría primero la degradación. N o se crea que las condenaciones a muerte fuesen muy numerosas. Según cálculos exactos de Mons. Douais, en los dieciocho sermones generales, o autos de fe, que en el espacio de quince años (de 1308 a 1323) presidió el inquisidor Bernardo Gui, pronunció 930 sentencias, de las cuales sólo 42 fueron de pena capital, mientras que las absoluciones con libertad inmediata del acusado fueron 139, y las penas de cárcel 307. Ascendían a 90 las que se dictaron contra personas ya difuntas. D e las penas restantes, varias de las cuales podían recaer en una misma persona, la mayoría eran penitencias como peregrinar a Tierra Santa, militar contra los sarracenos, llevar cruces distintivas en el vestido. 6. Juicio sobre la Inquisición.—Si la Inquisición parece un medio duro y violento, téngase en cuenta lo siguiente: 1) que hacía falta un reactivo enérgico y un esfuerzo supremo para librarse de aquel contagio moral que amenazaba a la sociedad cristiana-, 2) que la iniciativa y el primer impulso procedió de los príncipes seculares, los cuales tenían derecho a defender la paz de sus Estados; 3) que la Iglesia, al instituir la Inquisición, regularizó y dio forma más jurídica y humana a los pre- . cipitados y bárbaros suplicios a que estabas expuestos los herejes de parte del pueblo y de los reyes; 4) que el tribunal de la Inquisición- fué el más equitativo de los tribunales, señalando un verdadero progreso en la legislación penal, incluso en el modo de emplear la tortura. Además, ha de advertirse que entonces todos los tribunales imponían a cualquier clase de delincuentes castigos tanenormes, que hoy nos parecen excesivos e injustos. La sensibilidad de aquellos hombres estaba mucho más embotada que la nuestra; el ver morir entre las illamas a un reo, aunque fuese un niño o una mujer, no les intranquilizaba el ánimo, con tal que la pena fuese justa, y para el hombre medieval, de creencias tan inconmovibles, nadie merecía tanto la muerte como el
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que se alzaba contra la fe cristiana, fundamento de aquella sociedad. Se ha hablado y escrito mucho contra la Inquisición. Lo que hay q
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XV *
LAS ESCUELAS DEL SIGLO xn
Según dijimos al tratar del primer período de la Edad M e dia, las escuelas entonces vigentes podían reducirse a tres clases: escuelas monásticas, escuelas episcopales y escuelas palatinas. Estas últimas sólo alcanzan cierto esplendor en la corte de los carolingios y en la fe de los Otones. D e las escuelas * FUENTES.—DENIFLE-CHATELAIN, Chartularium Universitatis Parisiensis (4 vols., París 1889-1897). Una comisión de eruditos ha realizado el Chartularium Stnclii Bononiensis (8 vols., Bolonia 1909-1927); F. EHRLE, I piú antiohi Statuti della Facoltá teológica dell'Universitá di Bologna (Bolonia 1932), en "Universitatis Bononiensis Monumenta" I; C. MALAOOLA, Statuti delle Uníversita e collegi dello Studio bolognese (Bolonia 1888); H. DENIFLE, Statúten der Juristenfakultát Bolognas, en "Archiv f. Liter. und Kirchengeschiehte des M-A" 3 (1887) 196-386; FRIEDLANPER-MALAGOLA, .dicta TSÍationis Germanicae Universitatis Bononiensis (Berlín 1887);-DENIFLE, Urhunden sur Goschichte der mittelalterttchen Universitaten, en '-'Archiv f. L,it. und Kirchengeschichte" 4 (1888) 239-262; 5 (1889) 167-348; M. FOURNIER. Les statuts et priviléges des Unir ver sites frangai&cs depuis leúr fondatíon jusqu'en 1789 (4 vols.,
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p r i v a d a s y a u n quizá municipales, q u e florecieron principalmente en Italia, a p e n a s c o n o c e m o s sino su existencia p r o b a b l e *. 1. E s c u e l a s m o n a c a l e s y e p i s c o p a l e s . — E x t r a o r d i n a r i a m e n t e p r o s p e r a n las escuelas m o n a c a l e s h a s t a el siglo xi, p e r o en esa é p o c a d e c a e n un t a n t o , p u e s C l u n y n o s e p r e o c u p a m u c h o P a r í s 1890-1894); H. ANSTEY, Monumenta académica (Documents ülustrative of academical Ufe and studies at Oxford), en ROLLS, Rerum Brittannicarmn medii aevi scriptores (Londres 1868) I ; C. H. COOPBR, Documents velutina to the Úniversity and Colleges of Cambridge (3 vols., Londres Í852); MANSI, Sacroriím. conciliorum... amplissima collectio (Florencia 1759ss); Bullarium privilegiorum ac diplomaium Rom. Pontificum, ed. COUQUELINES (Rom a 1739ss.). L a s ediciones de los autores del siglo Xii^ en ML; las del XIII, en publicaciones particulares, que se c i t a r á n en su lugar. Aquí sólo queremos recordar D U N S SCOTUS, Opera omnia... studio et cura commissionis scotisticae... praeside P. Carolo Bailo (Ciudad Vaticana 1950), y las ediciones bilingües, publicadas por la BAC, de S a n Anselmo, Santo T o m á s , S a n B u e n a v e n t u r a , R. Lull, etc. BIBLIOGRAFÍA.—G.
PARÉ-A. B R U N E T - P . TREMBLAY, La
renais-
sance du XII siécle. Les écoles et Venseignement (París 1933); ST. D'IRSAY, Histoire des Vniversités (2 vols., P a r í s 1933); H A S KINS, Studies in the Hisiory of Medieval Science (Cambridge 1927); J. MILLAS VALLICROSA, Assaig d'historia de les idees fisiques y matemátiques á la Catalunya medieval (Barcelona 1931) ; M. GRABMANN, Geschichte der scholastischen Methode (2 vols., F r e i b u r g i. B . 1909-1911); ID., Mittelalterlidies Geistesleben (Munich 1926); ID., Geschichte der katholischen Theologte (Freiburg 1933); H . DENIFLE, Di¡3 Entstehung der Universitáten des M-A bis lJfOO (Berlín 1885); P . GLORIEUX, Repertoire des maitres en théologie de Paris au XIII siécle (París 1934); H . RASDALL, The Í7niversities of bluropa in the Miedle Age (2." ed., 3 vols., Oxford 1936); M. DE W U L F , Histoire de la philosophie scolastique (Lovaina 1931-1947); UEBERWEG-GEYEic,.Die patnstischc und scholastische Philosophie (Berlín 1928); E. ESPERABÉ . ARTIAGA, Historia pragmática e interna de la Universidad de Salamanca (2 vols.* S a l a m a n c a 1914); J. DE CHELLINCK, Le mouvement théqlogique du XII' siécle (París 1914); O. LOTTTN, Psychologie et mótale aux XII et XIII siécles (Lovaina 1942); H. HURTER, Nomenclátor litterarius (6 vols., I n n s b r u c k 1926); M. GRABMANN, I divieti ecclesiastici di Aristotele sotto Innocenzo III e Gregorio IX (Roma 1941) en "Miscell. Hist. P o n t . " vol. 5, n. 7; M. Batllori nos h a dado u n a bibliografía sistemática de R. Lull en las Obras literarias de éste (Madrid 1948); P . POURRAT, La spiritualité chrétienne t. 2 Le Moyen-dge (París 1924); F . MAASSEN, Geschichte der Quellen und Literatur des kanonischen Rechts im Abendlande (Graz 1870); F . VON SCHULTE, Geschichte der Quellen und Literatur des kanonischen Rechts von Gratian bis auf die Gegewwart (3 vols., S t u t t g a r t 1875-1881); I. ZEIGER, Historia Inris Ganonici (Roma 1939-1940); P . FOLRNIERL E BRAS, Histoire des collections canoniques en Occident (2 vols., P a r í s 1931-1932). 1 E r a n de Retórica y Derecho, prolongación de las escuelas del Bajo Imperio. Véase D'IRSAY, Histoire des Vniversités I, 74-78. Niega que hubiera en Italia escuelas privadas G. MANACORDA, Storia della scuola in Italia. II medioevo (Palermo 1913). Disiente TIRABOSCHI, Storia della letteratura italiana (Milán 1823) I I I , 407 ss.; F . NOVATI, L'influsso del pensiero latino sopra la civiltá galiana del medioevo (Milán 1899).
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d e la ciencia, y el C i s t e r n o q u i e r e escuelas p a r a los d e fuera; en cambio c o b r a n v u e l o las e p i s c o p a l e s o c a t e d r a l i c i a s o c a p i tulares, q u e d e p e n d i e n d o del o b i s p o , e r a n dirigidas j u n t o a la c a t e d r a l p o r un m a e s t r e s c u e l a , o c a n c e l a r i o . F r e c u e n t e m e n t e los concilios y s i n o d o s a m o n e s t a b a n a l o s p r e l a d o s y los e x h o r t a b a n a q u e instituyesen y f o m e n t a s e n e s t a s escuelas p a r a clérigos, en l a s q u e se i m p a r t í a g r a t u i t a m e n t e la instrucción y e d u c a c i ó n c l e r i c a l 2 . L a o r g a n i z a c i ó n y m é t o d o , sin s e r iguales en t o d a s p a r t e s , p r o c e d e r í a n p o c o m á s o m e n o s del mismo m o d o q u e dijimos al t r a t a r d e las escuelas m o n á s t i c a s , p e r o a m u c h o s clérigos n o s e les e n s e ñ a b a sino l o imprescindible p a r a ejercer s u s a c r o ministerio. E l concilio d e C o y a n z a (1050) sólo exige a l o s o r d e n a n d o s q u e s e p a n p e r f e c t a m e n t e t o d o el salterio, l o s h i m n o s y c á n t i c o s del b r e v i a rio, las epístolas, las o r a c i o n e s y los evangelios d e la liturgia. P o c o m á s exige el d e C o m p o s t e l a 3 seis a ñ o s m á s t a r d e . L a s escuelas d e g r a m á t i c a e m p i e z a n a florecer en m u c h a s c i u d a d e s . H a b í a escuelas e n el siglo x n en l a s que la e n s e ñ a n z a de las artes y d e la S a g r a d a E s c r i t u r a s e d a b a en f o r m a t a n magistral como cien a ñ o s m á s t a r d e s e d a r á en las u n i v e r s i d a d e s , c o n la ventaja d e u n a b a s e h u m a n í s t i c a q u e faltaba a los escolásticos p o s t e r i o r e s . E n la escuela d e C h a r t r e s ejercieron el magisterio v a r o n e s t a n s a b i o s c o m o T e o d o r i c o y B e r n a r d o d e C h a r t r e s , "flos l i t t e r a r u m in G a l l i a " . E n la d e O r leáns, l l a m a d a el " N u e v o P a r n a s o " p o r los insignes p o e t a s y o r a d o r e s q u e produjo, s e e n s e ñ a b a el griego y t o d a s l e t r a s h u m a n a s j u n t a m e n t e c o n l a s d i v i n a s *. C o s a a n á l o g a a c o n t e c í a e n L a ó n , Bourges, etc. E n P a r í s enseñan A b e l a r d o , G u i l l e r m o d e C h a m p e a u x , G i l b e r t o d e la P o r r e e , A l a n o d e Lille, P e d r o L o m b a r d o , y e s t u dian Juan d e Salisbury, P e d r o d e Blois, O t ó n d e Freising. E s c u e l a s catedralicias florecientes hallamos en los países g e r m á n i c o s (Colonia, M a g u n c i a , V i e n a , U t r e c h t , L i e j a . . . ) ; en E s p a ñ a (Vich, Compostela, Palencia, Lérida, Urgel, León, T o l e d o . . . ) ; en P o r t u g a l , I n g l a t e r r a , Italia, e t c . S u c e d í a a v e c e s q u e , c r e c i e n d o y m u l t i p l i c á n d o s e el n ú m e J E l concilio I I I de L e t r á n (1179) m a n d a que en dichas escuelas se pongan maestros competentes (MANSI, Concilia t. 22, p. 279). * ' E l concilio de Coyanza, en MANSI, Concilia 19, 788; el de Compostela (1056), ibíd. 19, 856. * De ella escribió Mateo de V e n d ó m e : " P a r i s i u s logicam sibi iactitet; Aurelianis-Auctores elegos; Vindobonense solum" ( L E S NB, Hist.. de la propriété t. 5, 189). Alejandró de Villedieu, el Gramático, lanza u n a invectiva c o n t r a los orleaneses, que, saturados de letras clásicas, "ofrecen sacrificios a los dioses" (LESNE, ibíd.). U n trovero del siglo x m , E n r i q u e de Andeli, c a n t a en u n a epopeya alegórica "la batalla de las siete a r t e s " , donde se ve a Orleáns, ciudad de los h u m a n i s t a s , sostener los asaltos de los dialécticos de P a r í s (L. PAETOW, The battle of the seven arts, Berkeley 1914).
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ro de alumnos, era preciso amplificar la escuela, por lo cual el- cancelario, en nombre del obispo, permitía que otros maestros abriesen nuevas escuelas no lejos de la catedral. Y hubo maestros que se sometieron a un examen, a fin de obtener la facultad de establecer escuelas en otras partes y de enseñar en las y a constituidas. Solían estas escu'elas llamarse Studium. Y como de día en día aumentasen las escuelas o estudios y la doctrina de algunos maestros no fuese del todo ortodoxa, fué preciso que los obispos exigiesen garantías del saber y competencia de los docentes, por lo cual algunos concilios, como el de Rouen en 1074, ordenaron que los incipientes maestros se sometiesen a una prueba, mediante la cual podían obtener la licentia docendi. En 1179 el obispo de Reims concede al cabildo de Sainte-Pharailde la dirección de las escuelas de Gante, "prohibiendo que nadie sin su permiso y licencia regente escuela alguna en la ciudad de Gante y sus alrededores" 5 . Así. se inicia la adquisición de grados oficiales académicos, preludio de las universidades. La enseñanza y a no es del todo gratuita como antaño. 2. Organización de la enseñanza,—Lo que se enseñaba en esas escuelas, a lo menos en las más adelantadas, eran las siete artes liberales: gramática, retórica, dialéctica (trivium: artes sermocionalesj, y aritmética, astronomía, música, geometría (qttatrivium: artes reales), después de lo cual venían los estudios de cánones y de teología. Los autores que se leían eran Donato y Prisciano, Cicerón, Boecio, Porfirio y Aristóteles en el trivio; y en el cuadrivio el mismo Boecio, Capella, Higinio, Tolomeo, Columela, San Isidoro, etc. Se ha hablado de un Renacimiento clásico y humanístico en el siglo xii, y con razón, sobre todo en las escuelas de Chartres y Orleáns. Juan de¡ Salisbury (f 1200), Alano d e Lille (-j- 1202) son perfectos humanistas, y aun Abelardo, los Victorinos, etc., cultivan las artes y la retórica con elegancia. N o digamos nada de ciertos poetas goliardescos, clérigos vagabundos (clerici vagantes), cantores del vino, de la mujer y de la primavera, v. gr., el anónimo "Archipoeta", autor de la Confessio Goliae; Hugo, primado de Orleáns; Galtier de M a p , Galtier de Chatillón, el canciller de N o t r e Dame, Felipe, etc., que en versos fáciles, rebosantes de sensualidad o de punzante crítica, saben juntar un dominio absoluto del latín con resabios populares e influencias de la nueva lírica romance 6 . El estudio del Derecho canónico se limitaba a leer y re3 L. MAITREJ Des éooles episcopales et motiastiques (París 1865) p'. 121. 0 J. A. SCHMEM.ER, Carmina huraña (Stuttgart 1928); A. Hnv* KA-O. SCHUMANN, Carmina b'urana, I. Poesías satírico - morales (Heidelberg: 1930); O. DOBLACHB-ROJ DESVENSICY, Les poésies des goliards (París 1930).
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petir el Codex Canonum de Dionisio el Exiguo y las decretales de la Collectio pseudoisidoviana, hasta que en el siglo xil las compilaciones de Graciano le dieron una orientación más seria y ci'entífica. El Derecho civil no se estudió bien hasta que •—en Amalfi, según se dijo—descubrióse el Digesto de Justiniano, dando origen al renacimiento de los estudios jurídicos. La teología consistía en explicar Jos textos de la Sagrada Escritura, aplicando sentencias extractadas de los Santos Padres y un ligero raciocinio con que demostrar los dogmas de la fe 7 . D e filosofía propiamente no se estudiaba más que la dialéctica del Trivium, siguiendo los manuales de Boecio, la Isasoge de Porfirio y el libro de las siete artes liberales d e M a r ciano Capella. A fines del siglo xi y principios del xil ocurre la gran disputa de Universalibus, en la que Roscelin, canónigo de Compiégne y luego de Besancon, sostiene que los conceptos universales y abstractos no tienen realidad objetiva, no son más que flatus vocis, sin más universalidad que la puramente nominal para designar a muchos objetos; mientras que su adversario Guillermo de Champeaux, fundador de la escuela de San Víctor (monasterio de las afueras de París) y amigo de San Bernardo, se pasa en un principio al extremo contrario, afirmando un realismo exagerado, según cuenta Abelardo, para venir después al realismo moderado de Aristóteles y de los tomistas. Abelardo, enemigo de Guillermo de Champeaux, combatía el realismo exagerado de éste, sin caer p r o piamente en el nominalismo puro de Roscelin, sino más bien en otro más mitigado, que se suele llamar conceptualismo, porque pone la universalidad e n l o s conceptos (no tan sólo en los nombres) y admite ideas universales, que son como imágenes que reflejan la conveniencia o semejanza de diversos objetos. Esta controversia dio gran vuelo a la dialéctica, y como a esto se añadió por la misma época el conocimiento de los escritos aristotélicos, de ahí que la enseñanza de la filosofía se desarrollase en las escuelas, dando origen a la filosofía escolástica. , La, medicina estaba casi completamente en manos de los radíos y de los árabes. Sólo en el siglo xi empieza a divulgarse' su estudio, gracias a las traducciones de libros arábigos / y hebreos. E s evidente que a la aparición de las universidades precedió un gran movimiento intelectual de honda vitalidad, que arranca desde que en el siglo ix se despierta el pensamiento original con Escoto Eriúgena, y principalmente desde que en las centurias xi y xil surgen pensadores de la talla de Abe7
D E GHELUNCK, p . 311-338.
he mouvement
théologlque
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lardo, Guillermo de Champeaux, Guillermo de Conches, Juan de Salisbury, Pedro Lombardo, Alano de LiAle, San Bernardo, San Anselmo, los Victorinos, etc. Paralelamente se enriquece la enseñanza con nuevas materias de estudio y se perfecciona y define el método que se dirá escolástico. Los estudiantes aumentan, sienten la necesidad de asociarse en corporaciones, y nacen las primeras universidades, en las cuales culmina y cuaja definitivamente la organización de la enseñanza. 3. La escuela de traductores de Toledo, — Un elemento transformador de la ciencia europea y de decisivo influjo en la elaboración de la escolástica fué sin duda alguna la influencia greco-arábiga, que se verificó en gran parte por medio de España. Los árabes fueron grandes transmisores de cultura, más que creadores. Bajo la dinastía de los Abasidas, fundada en 750, que trasladó su capital de Damasco a Bagdad, casi teda la ciencia y filosofía helénica es traducida al árabe, unas veces directamente, otras mediante el siríaco. Euclides, Arquím'edes, Tolomeo, Hipócrates, Galeno, Aristóteles, Teofrasto, Alejandro de Afrodisia y otros autores griegos pueden desde entonces ser leídos y estudiados por los árabes. Estos los comentan y escriben también obras originales, particularmente de medicina, alquimia, historia natural. Toda esa literatura arábiga se había de dar a conocer a los sabios cristianos de Occidente gracias al que A. Jourdain denominó "Colegio de traductores toledanos" 8 . "La introducción de los textos árabes en los estudios occidentales—escribió Renán—divide la historia científica y filosófica de la Edad Media en dos épocas enteramente distintas... El honor de esa tentativa, que había de tener tan decisivo influjo en la suerte de Europa, corresponde a Raimundo, arzobispo de Toledo y gran canciller de Castilla desde 1130 a 1150" B. Desde que en 1085 la ciudad de Toledo cayó en poder de los cristianos, comenzó a ser un centro cultural, de donde la ciencia árabe y judía, traducida al latín, se irradiaba a todo el Occidente. Bajo la protección del arzobispo don Raimundo de Sauvetat trabajaba un grupo de hombres doctos y de s'mples traductores, que iban vertiendo al latín los libros arábigos más célebres: "libros de matemáticas, astronomía, medicina, alquimia, física, historia natural, metafísica, psicología, lógica, moral y política: el Organon de Aristóteles, glosado o compendiado por filósofos árabes, tomo Alquendi, Alfarabi, Avicena, Algazel y Averroes; las obras de Euclides, Tolomeo, 8
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JRec7ierch.es critiques sttr Vdge et Vorigine des anciennes traductions latines d'Aristóte (París 1843). * RENÁN, Averroes ef Vaverro'isme (París 1861) 201. AMABLE JOURDAIN,
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Galeno e Hipócrates, con comentarios y notas de El Joarizmí, Albatenio, Avicena, Averroes Alpetragio" 10. Los dos más notables traductores se llamaban Domingo González (Dominicas Gundisalvi, o Gundisalius), arcediano de Segovia, y Juan Hispalense o Hispanense, llamado también Avendeath y Avendauth, judío converso, que frecuentemente dictaba la traducción del texto árabe en lengua vulgar, para que el docto Gundisalvo lo escribiese en latín. Así traducían en amigable colaboración los libros de Avicena (Libros del alma, de la Física y de la Metafísica), la Filosofía de Algazel, Laf fuente de la vida de Avicebrón o Avencebrol (Salomón ibn G e birol), al fin de cuyo códice se lee: Libro prescripto, sit laus et gloria Christo, Per quem finitur quod ad eius nomen initur. Transtulit Hispanis interpres lin'gua Ioannis Tune ex arábico, non absque iuvante Domingo". Gundisalvo no se contentaba con traducir; componía también libros originales, como De immortalitpte animae, De processione mundi. De unitate, De divisione philosophiae 12. D e Juan Hispalense existen también traducciones de varias obras de Tolomeo, de la Isagoge astrológica de Abdelaziz, de un tratado de quiromancía, etc. Apenas estos resplandores de la ciencia greco-árabe se difundieron por Europa, corrieron a Toledo muchos eruditos, ávidos de conocer y de usufructuar aquellos tesoros. Poco o nada versados en lengua árabe, estos extranjeros se valían de . algún judío o mozárabe para hacer sus traducciones. El italiano Gerardo de Cremona tradujo libros de Tolomeo, de Avicena, de Abubekker, de Juan Serapión, de Abulcasis, de Alquindi, de Alfarabi, etc. Miguel Escoto, con su intérprete Andrés, judio converso, trasladó al latín varios tratados de Averroes y de Aristóteles, El inglés Roberto de Retines y Hermán el Dálmata, ayudados por el judío Maese Pedro de Toledo, tradujeron el Alcorán por encargo de Pedro el Venerable. Hermán el Alemán, después obispo de Astorga, tradujo algunos comentarios de Averroes sobre la retórica, la poética y la moral a Nicómaco de Aristóteles. A imitación de la escuela de T o ledo surgió otra en la corte de Sicilia de Federico II y de su hijo Manfredo. D e este modo la filosofía árabe, representada principalmen"> A. GONZÁLEZ FALENCIA, Historia de la literatura arábigoespañola (Barcelona 1928) 289. Cf. G. MDNÉNDEZ PÍDAL, La escuela de traductores de Toledo; en "Historia de las literaturas hispanicas", de Díaz-Plaja, I, 277-89. . ^ •"
M. MENÉNDEZ Y FELAYO, Historia
de los heterodoxos
espa-
ñoles (Madrid 1933) t. 3, 120. „, , . „ . a Bibliografía sobre Gundisalvo, en UEBEBWEO-QHYKR, Die pa~ tristische und scholastisvhe PhilpsopMe p. 358.
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te por Averroes, pasa los Pirineos e irrumpe conquistadora en el alcázar universitario de París ."disfrazada no pocas veces con el nombre de Aristóteles, llegando a entablar una dura y porfiada lucha con la teología y la filosofía cristianas. II.
L A ENSEÑANZA UNIVERSITARIA
1. Origen de las universidades,—Federico Savigny, fundador de la escuela histórica del Derecho, en su excelente obra sobre la historia del Derecho romano en la Edad M e d i a " , sostiene que la causa de las universidades medievales fueron ciertos profesores ilustres, que dieron nombre a su cátedra y atrajeron hacia ella a numerosos alumnos de todas las naciones, lo cual provocó la organización de éstos y dio a la escuela el carácter de Studium genérale. Casi lo mismo había defendido antes C. Meiners, aduciendo el caso de Abelardo en París. A esta teoría se opone decididamente Denifle arguyendo: "¿Cómo es. así que no surgieron universidades en algunas escuelas en que enseñaron maestros célebres, como en Chartres, Laón, Bec y otras?" 1 4 Sin ser del todo concluyente, el argumento tiene su fuerza, por lo cual creemos que la teoría de Meiners y Savigny no es satisfactoria, y solamente en parte puede ser aceptable, si se la toma como concausa, no como causa única o principal. D e hecho en Bolonia y en París influyó, más que un maestro, la serie de maestros insignes y especializados. Sostienen otros que las universidades brotaron de las escuelas catedralicias por simple evolución de éstas, como si sólo significaran un grado superior de florecimiento y de enseñanza. Pero entonces ¿por qué muchas escuelas de evidente prosperidad y esplendor no llegaron nunca a constituirse en forma de universidad? ¿Y por qué las principales universidades surgieron al lado de la catedral, eso sí, mas no dentro de la escuela catedralicia? La Universidad de París, por ejemplo, aunque dependiente del Cancellarius Ecclesiae Parisiensis, no puede en modo alguno identificarse con la antigua espuela de Notre Dame, ni decirs'e adecuadamente continuación de ella. Es una creación nueva. N o negamos, sin embargo, que en algún caso particular se diese tal evolución, que llegase la escuela catedralicia a tal florecimiento y prestigio, que poco a poco fuese reconocida como Studium genérale, con facultad deimpartir la Ucentia docendi ubique, y que después viniese un diploma del papa o del soberano a confirmar los privilegios y i
" SAVIGNY, Geschichte des roemischen Rechts im Mittelolter (Heidelberg 1834); C. MEINERS, Geschichte der Entstehwng. der hohen Schulen (Gottinga 1802-5). 14 DBNIPLBJ Die JEntstehwng der Universit&ten p. 42. ;
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derechos que tenía ex consuetudine. Esto lo admite Denifle, como también el hecho de que, siendo falsa en su sentido a b soluto la teoría que dice que las universidades fueron creadas ex nihilo por voluntad pontificia o del rey sin dependencia de las escuelas precedentes, todas las universidades que se instituyen del siglo xm en adelante nacen con un documento del pontífice o del monarca, y aun las mismas universidades antiguas de origen impreciso se procuran la autorización oficial de los poderes supremos. l i n a causa única y común a todas las universidades no se da. E n unas influyen unos factores, en otras otros. Ciertamente podemos aseverar, con el mismo Denifle, que muchas universidades surgieron con ocasión de las escuelas preexistentes, a veces con influjo directo de ellas, v.gr., cuando el esplendor de sus estudios mueve al rey o al papa a otorgar el diploma que las erige en universidad. Otras veces son las autoridades ciudadanas las que, no queriendo que su patria carezca de la gloria de tener universidad, se dirigen al Sumo Pontífice y al emperador (Colonia en 1338, Erfurt en 1389) suplicando l a erección de un estudio general con facultad de dar grados o Ucentia ubique docendi. Esta licencia es el elemento propio y específico de la universidad y lo que la distingue de un Síudium particulare. Podemos afirmar que la causa fundamental por la cual entre los siglos xii y xm surgen y se organizan las primeras universidades, hay que ponerla en las circunstancias y condiciones de la época, del lugar, del ambiente cultural y social. Sumariamente reduciremos los acontecimientos históricos que determinan ese fenómeno a los siguientes: 1) La pujante efervescencia intelectual de la época, unida a la paz y prosperidad civil y económica, que sucede a las tinieblas del siglo x y a las turbaciones político-eclesiásticas del xi; florecen las grandes ciudades y los ánimos de los ciudadanos se tranquilizan para dedicarse al estudio de la ciencia; estos estudios son fomentados lo mismo por el emperador que por el papa, pues ambos necesitaban hombres sabios, peritos en leyes, en los cánones y en la teología, que defendiesen las pretensiones de sus señores. 2) La necesidad de ampliar y unlversalizar las antiguas escuelas, cuyas enseñanzas eran demasiado sencillas e incapaces de dar cabida a las nuevas y complicadas ciencias que dilataban inmensamente el campo del saber humano: la filosofía de Aristóteles, el derecho romano, la medicina, alquimia, astronomía e historia natural d e los árabes. 3) El nuevo método más racional y científico con que se enseñan esas disciplinas, pues -es el momento en que se forma, plenamente el método escolástico. 4) La tendencia de toda esa época a la asociación, ai gremio, a la corporación estatutaria, con el fin de unir sus fuerzas, hacer más efectiva su labor y defender sus derechos
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y privilegios. Los artesanos en las villas se organizaban igual que los estudiantes en las universidades, con exámenes y grado. Esta circunstancia histórica, esta tendencia social, creemos que fué de las más decisivas en la organización y crecimiento de las universidades más antiguas. Nótese, además, que la primera organización jerárquica de las universidades coincide con la reorganización de la curia pontificia y con la hegemonía del Romano Pontífice sobre los príncipes y naciones de Europa, lo cual explica el influjo que los papas tuvieron en el origen, naturaleza, régimen y . constitución de aquellas instituciones. Cuando la escuela de una ciudad estaba bien organizada y cobraba fama por su enseñanza, no tardaba en convertirse en universidad. "Las universidades—escribe D'Irsay—tuvieron una causa material: el incremento magnífico del saber humano en el curso del siglo XII, que ponía a disposición de los espíritus un fondo súbitamente acumulado de conocimientos de toda especie; y también una causa formal: el desarrollo del movimiento corporativo y la rápida aglomeración de hombres animados de las mismas ambiciones y aspirando al mismo fin. Estas dos causas se produjeron al mismo tiempo, y en el momento en que se añadía una causa eficiente, suceso fortuito, contingencia varjable, resultaba formada una universidad. Esta tenía también una causa final: el atractivo de las grandes carreras indispensables a la sociedad, y en último término, una aspiración sublime a servir a Dios y a la Iglesia, cumpliendo los deberes que ellos exigían a los que quisiesen ser útiles a la sociedad" 15 . 2. • Las universidades más antiguas. Su naturaleza.—El nombre "Universitas" significaba originariamente lo mismo que corporación o comunidad o totalidad de personas agrupadas bajo cierto régimen, y era sinónimo de Corpus, consortium, collegium. communio, societas. "Universitas" no quería decir que allí se enseñasen todas las disciplinas (universae facultates), sentido que prevaleció* modernamente en muchas partes, sino que todos los maestros o alumnos se hallaban de algún modo asociados. " N o s Universitas magistrorum et scolarium Pariciensium", dice en un documento de 1221 la corporación universitaria de París 10 . Hasta el siglo xiv no empezó a usarse rola la palabra "Universitas". Anteriormente la denominación ordinaria era Studium genérale, o sea, lugar de estudio, abierto a los alumnos de cualquier país. Toda institución universitaria tenía carácter universal en dos sentidos: en cuanto que admitía estudiantes y maestros de todas las naciones, y en cuanto que daba títulos o grados valederos umversalmente, de tal 38
1B
ST. D'IRSAY. Histoire des Universités
I, 4-5.
Al hacer una donación de terreno Chartularium Uníversltatis Parisiensis I, 99).
(DENIFLE-GHATJJLAIN,
C
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suerte que el que recibía en una universidad la licentia docendi podía sin más requisitos enseñar en cualquier universidad del mundo. Pero como esta licencia de enseñar ubique terrarum es claro que no la puede conceder de un modo eficaz y.jurídico sino una autoridad universal, solían dirigirse al Sumo Pontífice (a veces al emperador o a los reyes) para que con sus bulas :y diplomas ratificaran ese derecho. Y como el Vicario.de Cristo tiene por-oficio velar por la pureza de la doctrina, es natural que él se preocupase de la erección, aprobación y confirmación, de las universidades, y que todos los cristianos reconociesen en él la autoridad suprema en lo que atañe al régimen y organización de los estudios. Legados del pontífice eran con-fre^ • ruencia los que modificaban y aprobaban los estatutos universitarios. D e ahí que todas las antiguas universidades fueran en cierto sentido pontificias, aunque también fuesen nacionales, o mejor reales, ya que del rey partía a veces el hecho de-la erección y fundación, o bien la aprobación y concesión de privi- • legios. Algunas veces, por ejemplo en Palencia y en Ñapóles, el rey se adelantaba a conceder a un Studium carácter univer- . sitario, si bien la licentia ubique docendi sólo podía tener valor dentro del reino, mientras no viniese la aprobación del papa, o en algunos casos, la costumbre inmemorial unida al prestigio científico. La fecha de las más antiguas universidades no es posible precisarla. Salerno, Bolonia, París, Montpellier, Orleáns remontan sus orígenes al siglo XII, A la centuria décimatercera pertenecen las francesas Angers y Toulouse (1229), la inglesa Cambridge (1209), las españolas Palencia (1212), Salamanca (antes de 1230), la de Valladolid (quizás 1293) y Lérida (1300); la portuguesa de Coimbra o Lisboa (1288); las italianas P a dua (1222), Ñapóles (1224), Siena y Plasencia (1246). Roma y Avignon tuvieron universidad desde 1303. La primera de Alemania fué Heidclberg (1385); de Austria, Viena (1365); de Polonia, Cracovia (1364). 3. Salerno y Montpellier.—Los orígenes de la Universidad de Salerno, encrucijada del mundo árabe, griego y latino, y a cen envueltos en la oscuridad. U n a antigua leyenda atribuía su fundación a cuatro personajes: un cristiano de Occidente, un griego o bizantino, un judío y un árabe. Leyenda que declara bien los cruzamientos culturales que allí se obraron. Ya en el siglo ix se habla del centro medical salernitano. E n . e l tiempo en que estudiaban Alfano y Desiderio—aquél, futuro arzobispo de la ciudad (•(• 1086), y éste, futuro papa Víctor III (f 1087)'—brillaba como la escuela más célebre de medicina. Y sin duda era continuación de una escuela antigua grecorromana, pues sabido es que en la Italia meridional, perduro mucho tiempo la lengua helénica, con el consiguiente conocimien-,
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to de los autores griegos (Hipócrates y Galeno). Su mayor fama y esplendor data del médico cartaginés Constantino Africano, que introdujo en la medicina salernitana la ciencia arábiga, traduciendo los más importantes libros de medicina que había conocido en sus viajes por Egipto. Muchos de sus escritos sirvieron de texto en las escuelas medievales hasta el siglo xv, por ejemplo de febtibus, de urinis, de diaetis. Fué secretario de Roberto Guiscardo y en 1086 entró monje en Montecasino. En 1130 Roger de Sicilia otorgó a los maestros de Salerno el derecho de examinar a todos los que pretendiesen ejercer la medicina. Federico II ordenó en 1231 que fuese aquella escuela la única que enseñase medicina en el reino; pero ya en 1224 el mismo emperador fundaba la Universidad de Ñ a póles, que contribuyó sin duda al oscurecimiento de Salerno. Para entonces hacía tiempo que la palma de la ciencia médica se la llevaba Montpellier, ciudad del Languedoc, "abundante en toda suerte de mercaderías... y frecuentada por gentes de diversas naciones", según atestigua el rabino Benjamín de Tudela en 1174. La situación geográfica de Montpedlier, casi asomada al mar Mediterráneo, la hacía muy accesible a los influjos salernitanos; y de otra parte sus relaciones políticas y comerciales con Aragón era una puerta ancha por la que podían entrar todas las novedades científicas de los árabes españoles. Y no menos las de los sabios judíos. Perseguidos éstos en Andalucía por la invasión almohade (1140), huyen hacia Aragón y Cataluña, desde donde se comunican fácilmente con las ciudades de Provenza y Languedoc. Y en seguida vemos que la próspera Montpellier se convierte en un centro intenso de cultura intelectual, en el que florece espe-. cialmente la medicina con un carácter menos empírico y más escolástico que en Salerno. Médicos salernitanos vinieron en 1170 a Montpellier, atraídos sin duda por la celebridad de la escuela de medicina. Sus estudios, con todo, debieron de organizarse entre 1180 y 1220 17 . 4. Bolonia»—La importancia y florecimiento de la escuela de Bolonia se debió a haberse especializado en el estudio del Derecho. La ciencia jurídica se enseñaba también en otras ciudades italianas, como Pavía y Rávena, mezclándola con la retórica, para la formación de notarios, jueces, abogados, etc., pero fué en Bolonia donde cobró mayor auge. ¿Por qué? Decíase que a causa del descubrimiento hecho en Amalfi por Lotario II (1135) de un códice de las Pandectas o Digesto de,. Justiniano. La verdad es que el código justiniáneo nunca fué • desconocido en la Italia meridional, y que anteriormente a dicha fecha el famoso profesor Irnerio (muerto hacia 1138) lo. " A. GBRMAIN, Cartulaire (2 vols., Montpellier 1890-1913).
de
l'Universtíé
de
Montpellier^
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habla tomado como base de sus lecciones en Bolonia. Este célebre jurista, apellidado "lucerna iuris", introdujo en su cátedra el estudio integral del Corpus iuris civilis, glosando el texto y añadiéndole explicaciones interlineares y marginales. Poco después el monje camaldulense Graciano (muerto hacia el 1159) compuso la colección de cánones que lleva su nombre: Decretum Gcatiani, y desde entonces puede decirse que la Universidad boloñesa estaba firmemente establecida. Graciano enseñaba teología en su monasterio de San Félix y fué el primero en separar de ella el Derecho canónico, haciendo de esta ciencia una disciplina autónoma. Y Bolonia fué muy pronto tan estimada por sus decretistas como por sus legistas. JUas artes se enseñaban en la antigua escuela episcopal. Y de estos tres centros se formó la Universidad. El Derecho civil romano, enseñado por Irnerio, y el canónico por Graciano, atrajeron gran cantidad de estudiantes, que en otras escuelas no podían recibir esa enseñanza de un modo científico. Por otra parte uno y otro Derecho eran cada día más necesarios por causa de las contiendas político-eclesiásticas y por el auge de la industria y del comercio. Así Bolonia, bien situada además en una fértil llanura, en el cruce de los caminos de Roma y Rávena, de Pisa y Pavía o Venecia, estaba llamada a ser la más frecuentada y autorizada fescuelá dé D e recho. Le vino entonces el favor imperial con la siguiente ocasión: Federico I Barbarroja invadió en 1155 la Lombardía, haciendo valer sus pretensiones imperiales. Los estudiantes bolofíeses, muchos de ellos alemanes, con sus maestros, acudieron al emperador con la súplica de que los protegiese y amparase frente al concejo municipal de Bolonia, mejorando sus condiciones en lo tocante al hospedaje, etc. Comprendió Federico que aquellos juristas le podían ser útiles en su empeño de vincular su soberanía imperial con la de los cesares romanos, y les otorgó muchas immunidades y privilegios, que se incorporaron al Corpus iuris civilis. E n 1158 invitó a los doctores boloñeses a la dieta de Roncaglia para restablecer los derechos del Imperio. Abundaban en Bolonia los estudiantes extranjeros, o mejor, forasteros, que se decían Scholares forenses, a diferencia de los naturales de aquella ciudad, que se llamaban Scholares cives. Los forenses, a fin de defenderse del municipio y alcanzar los derechos de que carecían por su condición de.» forasteros, se organizaron o agremiaron en Nationes (catorce naciones en 1265:. franceses, picardos, provenzales, españoles, alemanes, toscanos, lombardos, romanos, etc.), fijando en sus estatutos los derechos y obligaciones. A, principios del siglo xin esas naciones aparecen'repartidas e n ' d o s grandes grupos o asociaciones: la "Universitas" de los citramontanos (los de Italia) y la
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"Universitas" de los ultramontanos (los de otros países), presididas cada una de ellas por un rector scholarium. Cuando por los años de 1268 se agremiaron también las dos Facultades de Artes y de Medicina, se constituyó una tercera "Universitas" con su rector propio, que gozaba de jurisdicción civil y penal sobre los miembros universitarios. Refiere Odofredo, profesor de Derecho civil, que hacia 1300 eran unos diez mil los estudiantes, la mayor parte extranjeros. El conjunto de todos los citra y ultramontanos formaban la "Universitas scholarium" o corporación de los estudiantes. Nótese que no era "Universitas magistrorum", por lo cual asumía aquella Universidad un matiz democrático típicamente suyo. M á s aún, al principio hasta los alumnos y maestros de la propia ciudad estaban excluidos del consorcio universitario, por la sencilla razón de que la "Universitas scholarium" se había constituido con el fin de defender sus fueros e intereses; ahora bien, los..estudiantes bóloñeses y sus maestros, en cuanto ciudadanos, estaban protegidos por los estatutos comunales. Más adelante todos gozaron del mismo fuero y todos estaban sujetos a los mismos estatutos universitarios, con independencia cada día mayor del municipio. Los estudiantes de cada "Universitas" nombraban a uno de sus miembros por, rector; pero la dirección de todo el estudio seguía en manos de los doctores, que presidían los exámenes y concedían la licentia docendi. Luego creció la autoridad de los tres rectores, siendo ellos los que regían a los profesores, con lo cual quedó el profesorado en una situación de dependencia respecto del elemento escolar. Para explicar este carácter democrático hay que advertir que los estudiantes de Bolonia eran, por lo general, de más edad que los de otras universidades, gente madura que desempeñaba algún cargo civil o eclesiástico. La Iglesia no se interesó mucho al principio por aquel Estudio, por razón de su carácter eminentemente laico, pero desde que empezó a florecer el Derecho canónico intervino con frecuencia y terminó por ligarlo a sí con estrechos vínculos^ El papa Honorio III tomó bajo su protección en diversas ocasiones a los estudiantes, y en 1219 modificó las costumbres universitarias, otorgando al arcediano, como representante dé la Iglesia, el derecho de conferir la licencia, previo examen* lo mismo que hacía en París el cancelario. Inocencio I V en 1253 confirmó por medio de su delegado los estatutos redactados por la Universidad. Su prestigio era cada día mayor. "Bononia docet", "Bononia mater studiorum", rezaba el exergo de algunas monedas. Y un poeta anónimo de Como cantaba: "Doctas suas secum duxit Bononia leges". Por el estudio de las leyes se inmorta^ lizó Bolonia.
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Hacia 1200 se fundó la Facultad de Medicina y se dio categoría a la de Artes o Filosofía; esta última no prosperó mucho hasta el siglo xiv. En 1360 se implantó de una manera oficial la Facultad de Teología, con grados valederos universalmente; sus estatutos se copiaron de la de París, por lo cual tuvo carácter menos democrático que las otras Facultades. Los grados que confería la Universidad eran; primeramente el de legista (doctor iuris o doctor legum), el de canonista (doctor decretorwn), el doctorado de Medicina fdocíor medicinae), el de Teología (doctor theologiae o sacrae paginae) y el de Filosofía (magister artium). Al doctorado precedía la licencia; el bachillerato no era propiamente un grado académico, al menos originariamente; era un simple título que designaba a un escolar que cursaba en una' Facultad. Una vez que el arcediano confería la licencia a los graduandos, éstos juraban haber cursado los años reglamentarios (ocho para el derecho civil, seis para el canónico) sufrían un examen ante los respectivos profesores, sostenían una disputa y recibían el birrete doctoral con solemnes festejos, que les ocasionaban grandes gastos. Desde los primeros tiempos existieron en Bolonia colegios o residencias de estudiantes. Dichos colegios no aparecen bien organizados hasta el siglo xiv. Eran fundaciones para becarios ordinariamente pobres. E n febrero de 1256 el obispo Zoen de Avignon fundó el Colegio Aviñonés, casi al mismo tiempo que se fundaba en París el de la Sorbona. E n 1326 el arcediano bolones Guillermo de Brescia fundó el Colegio de Brescia. Y en 1364 el cardenal Gil Carrillo de Albornoz fundó el Colegio Español de San Clemente para 24 españoles estudiantes y dos capellanes, colegio por el que han pasado figuras prominentes de nuestra ciencia jurídica y que todavía subsiste. 5. La Universidad de París.—Contemporánea de la de Bolonia, fué la fundación de la Universidad de París, sin que se pueda precisar cuándo empieza a ser reconocida por todos como Studium genérale. Como en Bolonia existían las antiguas escuelas de Derecho, que se transformaron en Universidad por la afluencia de discípulos y por el prestigio de afamados profesores, así en París descollaban las escuelas de la catedral (No^ tre Dame), dirigidas por un scholasticus o cancellarius en nombre del obispo, y en ellas tendrá su cuna, en la isla del Sena, la Universidad. Un poco más al sur, a la orilla izquierda del río, funcionaban otras escuelas en la abadía da San Víctor y en la canónica de Santa Genoveva. , Entre los canónigos regulares de San Víctor.puso."cátedra Guillermo de Champeaux (f 1122), el que antes (hacia 1103) había enseñado en la escuela episcopal y combatido contra el nominalismo de Roscelin. E n ,1a misma abadía, regentó la e s -
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cuela, de 1125 a 1141, el alemán Hugo de San Víctor, gran teólogo dogmático, místico y filósofo-humanista., a quien sucedió el escocés Ricardo de San Víctor. En Santa Genoveva, monasterio de canónigos seculares, existía igualmente una antigua escuela. A su sombra vendrá a levantar cátedra de Artes el joven Abelardo, en 1108, y por segunda vez en 1136. Pero la escuela que atraía más discípulos de toda Europa seguía siendo la episcopal de Notre Dame. Allí Guillermo de Champeaux había tenido por discípulo a Abelardo. Allí el mismo Abelardo le sucederá los años 1113-1118 en la cátedra de teología, deslumhrando al mundo escolar con la audacia de su genio y con la brillantez dialéctica áe sus lecciones. Allí Pedro Lombardo, "el Maestro de las Sentencias", explicará durante ventitrés años la ciencia sagrada y compondrá el mejor y más sistemático tratado de teología que conocieron las escuelas antes de la Suma de Santo Tomás (Sententiavum libri IVJ, el que servirá de texto en todas las Universidades hasta el siglo xvi y será comentado por todos los grandes teólogos. Pedro Lombardo murió en 1160, al año de haber sido nombrado obispo de París. También Alano de Lille (f 1202), Guillermo de Auxerre (+ 1231) y Guillermo de Auvergne o Parisiense (f 1249) ilustraron aquella cátedra de la escuela de N o t r e Dame. La teología era, si no patrimonio exclusivo, sí la especialidad de esta escuela episcopal. M a s no por eso dejaban de enseñarse allí las Artes; más aún, consta, por testimonio de Guido de Bazoches, que hacia 1180 había maestros de Derecho canónico y de Derecho civil; esta última disciplina se prohibió poco después, en atención, probablemente, a la Universidad de Orleáns, especializada en los estudios jurídicos. Según Feret, las escuelas de Notre Danre, de Santa Genoveva y de San Víctor pueden ser consideradas como la triple cuna de la Universidad parisiense 1 8 . N o compartimos esta opinión, porque no consta que en la primera asociación corporativa entrasen maestros y estudiantes de San Víctor ni de Santa Genoveva. La escuela de San Víctor podía darse por extinguida, al menos para los extraños, con la muerte de los ilustres Victorinos del siglo xil. Y en Santa Genoveva, desde la reforma de 1148, que introdujo en la antigua canónica canónigos regulares de San Víctor, no sabemos que hubiese lecciones públicas de Artes o Filosofía. Por eso nos parece más acertada la opinión del P. Enrique Denifle, para quien la cuna única de la Universidad fueron las escuelas que florecían en la isla del Sena, a la sombra de " P. FERET, La Faculté de Théologie de Paris et ses docteurs le plus célebres t. 1, p. XIII-XIV.
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N o t r e Dame, y bajo la dependencia del cancelario de la E s cuela episcopal 1B . París, la Universidad que creó la ciencia teológica, ofrece un matiz aristocrático, que difiere notablemente del democrático d e . Bolonia, creadora de la ciencia jurídica. E n París no fueron los escolares los primeros en .asociarse, sino los maestros, aquellos maestros que enseñaban Artes, Teología, D e cretos y, probablemente, Medicina en la isla del Sena (iníec daos poníes), bajo la jurisdicción del cancelario de la catedral. A fines del siglo xn se habla del consortium magistroram Parisiensium'20, lo cual parece indicar que la Universidad estaba y a constituida corporativamente. El prestigio de que gozaba en Artes y Teología era superior al de cualquier otro centro de estudios. En un documento de 1221, la corporación universitaria se presenta como integrada también por ios estudiantes 21 . La Facultad de Artes o Filosofía era, con mucho, la más¡ numerosa y también la más rebelde a la autoridad del cancelario. Por dificultades en prestarle juramento de fidelidad al tiempo d é la licencia, por el crecido número de cátedras que iban ^urgiendo a la sombra de N o t r e Dame y por sfer demasiado angosto el espacio de la isla para la inmensa población escolar, hacia el año 1220 gran parte de los artistas sacuden la jurisdicción del cancelario de N o t r e Dame y se pasan a la orilla izquierda del Sena, en la cuesta que sube a Santa Genoveva (in Monte), donde ponen sus escuelas bajo la autoridad de aquel monasterio. Hiciéronse famosas aquellas escuelas de artes en esa parte sur de la ciudad, en los barrios de Fouarre (Vicus Straminum) y de Garlande, origen del famoso Quarrier-Larin. Desde entonces el abad de Santa Genoveva viene a ser, durante algunos decenios, como un segundo cancelario, que concede la licentia docendi a los que cursan en su territorio. Por los años de 1227, también los teólogos y los canonistas emigran a la orilla izquierda, rompiendo las amarras que los ligaban a la primitiva escuela catedralicia, aunque el cancelario de Notre Dame conserva la suprema potestad y jurisdicción universitaria. Reyes y papas compiten en otorgar a cuál más privilegios a la Universidad parisiense. El rey Felipe Augusto, en 1200, exime a maestros y alumnos de la jurisdicción civil—salvo caso de flagrante delito—, debiendo ser juzgados tan sólo por el t r i bunal de la misma Universidad. El papa.Honorio III, en 1219, M M
Chartulari'um Univ. Paris. I, p. XVIII. Chartularium Univ. Paris. I, 65, nota, y p. IX de la introducción. • M "Nos Universitas maglstror..um et scholarium Parisiensium" ÍChart. I, 99). Antes, en 1207, eP obispo Odón alude a Ja "communitas scholarium" (Ofiart. I, 65), • •
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prohibe al cancelario excomulgar a miembro alguno de la Universidad sin previa autorización de la Sede Apostólica, Gregorio IX, en 1231, les concede a los maestros el privilegio de declararse en huelga, suspendiendo las lecciones, siempre que no se les haga justicia 22. Dos años antes interviene pacificador el mismo papa en una querella de la Universidad contra el obispo y recomienda a éste respetar los derechos de la misma y no empeñarse en torcer el curso de "este río, cuyas aguas riegan y fertilizan el paraíso de la Iglesia universal". También aboga ante Luis IX y doña Blanca en pro de la Universidad "Parens scientiarum Parisius velut altera Cariath Sepher, civitas litterarum". Alejandro IV la Mama el árbol de la vida del Paraíso, el candelero de la casa de Dios, la fuente de la vida. Nicolás III dio preferencia a sus maestros sobre los de las demás Universidades. Los reyes de Francia la llamaban su hija predilecta. T o d o el mundo reconocía su autoridad en materias teológicas. La Universidad de París era la tercera potencia de la cristiandad, al lado del Pontificado y del Imperio 23. 6. Su organización.—Al frente de la Universidad se hallaba, como hemos dicho, el cancelario de la catedral, con facultad de otorgar los grados académicos. Su autoridad se mermó algo al tener que compartir la jurisdicción con el abad de Santa Genoveva y todavía más cuando los frailes 'mendicantes hicieron su entrada oficial en la Universidad. Poco a poco fué suplantado por el rector, que al principio sólo mandaba en la Facultad de Artes. Estaba dividida la Universidad en cuatro Facultades o ramos de la ciencia: tres superiores, la sacratísima de Teología, la consultísima de Decretos o Cánones, la salubérrima de M e dicina, y una inferior, la preclarísima de Artes. "Facultad" se decía la corporación de maestros pertenecientes a una determinada disciplina. La Facultad de Maestros era la llamada a dar testimonio del grado de ciencia del alumno, pero su testimonio no tenía fuerza si no llevaba la aprobación del cancelario, el cual se informaba del nacimiento, vida, costumbres y erudición del interesado. De todas las Facultades era la de Artes la más numerosa, pues a ella pertenecían no sólo todos sus maestros y alumnos, sino aun los licenciados y maestros en Artes que estudiaban en otras Facultades. Esta enorme multitud de "artistas" se dividía en naciones, " C. DU BOULAY, Historia Universitatis Parisiensis (París 1665ss.) III, 141. Chartularium Univ. Paris. I, 137-138. 23 Así lo expresaba el cronista Jordán: "His Itaque tribus, scilicet Sacerdotio, Imperio et Studio... catholica Ecclesia spiritualiter mirificatur, augmentatur et regitur. His itaque tribus, canquam fundamento, pariete et tecto, eadem Ecclesia tanquam materiallter proficit". Oit. por E. GILSON, La philosophíe au moyen age (París 1944) p. 395.
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según el país nativo de los estudiantes: los franceses constituían la Honoranda Natío Gallicana, a la cual se agregaban también los españoles, italianos y griegos; los originarios de la Picardía y de los Países Bajos formaban la Fidelissima Natío Picarda: los de Normandía, la Veneranda Natío Normandiae, y los de Inglaterra, países germánicos, norte y oriente de Europa, la Constantissima Natío Anglicana, o bien, Alemaniae. Al frente de cada nación estaba un procurador, y gobernando a todas ellas, es decir, a toda la Facultad de Artes, el rector, el cual, desde mediados del siglo xm, llegó a ser el jefe y cabeza de la Universidad entera. Era elegido por los cuatro procuradores de la Facultad de Artes (los artistas solían votar por naciones; las otras facultades, por individuos) y gozaba de los máximos honores, administraba justicia con los cuatro procuradores en su tribunal, pero no duraba en su cargo más que tres meses. Los primeros estatutos oficiales de la Universidad los hizo el cardenal legado Roberto Courcon, en agosto de 1215 2*. Con el tiempo se fueron puntualizando más, modificando y complementando. El curso de Artes duraba, según Courcon, seis años, luego se redujo a cinco y desde el siglo xv a tres años y medio.. Ordena Courcon que se lea la gramática de Prisciano, la dialéctica de Aristóteles y, en los días festivos, las ciencias del Quadrivium, el Donato, la Etica y el libro I V de los Tópicos del Estagirita; pero se prohibe de Aristóteles la Metafísica, la Física y sus compendios, así como los escritos de JDavid de Dinant, del hereje Amalrico de Chartres y del español Mauricio. Cursados estos estudios, y cumplidos los veintiún años de edad, podíase obtener el bonete de maestro (magister artium), acto que revestía gran solemnidad. El curso teológico, en los estatutos de 1215, duraba ocho años (cinco de simple estudiante y tres como bachiller, dando lecciones, mas no a la hora de prima, en que leían los maestros). E n el siglo xiv la carrera teológica se alargó hasta catorce años (seis de mero oyente, tres de bachiller bíblico, uno de bachiller sentenciario, cuatro en diversos actos académicos y disputas' escolásticas, en la última de las cuales, más solemne y reñida, se lograba la licenciatura);'el doctorado no era, respecto de la licencia, sino lo. que el banquete de bodas es al sacramento del matrimonio, según decía Pedro d'Ailly. El nuevo doctor debía haber cumplido los treinta y cinco de edad. D e los canonistas y médicos nada dice Roberto Courcon. Sabemos por otros documentos posteriores que en la Facultad de Decretos se exigía al que deseaba conseguir el bachillerato sesenta meses de curso, repartidos en seis años, treinta meses para el estudio del Decretum Gratiani y otros treinta M
Publicados en Chartulariunv'Univ.
Historiare
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para las decretales, y después, si quería alcanzar la licencia,! cuarenta meses, repartidos en cuatro años, en los que el ba- > chiller leía públicamente no el texto puro, sino diversos co- .; mentados y a diversas horas que los doctores. El coronamien- , to de todo era el doctorado, después de tres actos públicos. En el siglo xv, la carrera se redujo a siete años. .' Maestros de Medicina los tuvo París, ya en el siglo XII,,..' bastante notables e influidos por las escuelas de Salerno y de : Montpellier. En la Facultad de Medicina de París se requería, para ser bachiller, haber cursado treinta y ocho meses en cua- ; tro años; luego, durante dos años (dieciocho meses), debían los .;• bachilleres tener lecciones públicas bajo la dirección de los doc- • tores, a cuyas disputas académicas tenían que asistir. Cumplido el plazo, el cancelario les confería la licencia (tan sólo los años { pares, a diferencia de los teólogos, cuyo año jubilar era siem- t pre impar). Por fin, después de tres años públicos, recibían so* lemnemente el doctorado. * Aunque los términos magister y doctor se usan a veces In*/.; distintamente, en París prevaleció la costumbre de reservar e l , magister a los filósofos (magister artium) y el doctor a las Fa-,< cultades superiores. Los doctores parisienses, sólo cuando Sé i referían corporativamente a la Facultad teológica, decíanse "má- ? gistri nostri". ' '; 7. Los colegios»—Al tratar de la organización de la Uní-;, versidad de París, no se pueden pasar por alto los colegios, ., que eran los que integraban y componían la Universidad. Esta, í en cuanto tal, no disponía de un edificio común y propio paraifi las clases y demás reuniones académicas. Las congregaciones J generales se tenían en la iglesia de San Maturino, propiedad! de los trinitarios; las disputaciones solemnes y exámenes pú-.." blicos de teología, en la sala del palacio episcopal y luego en '* un aula del colegio sorbónico. •..•; i Eran los colegios originariamente albergues instituidos poi.f sus fundadores para asegurar el alojamiento y la manuten-; ción de los estudiantes de escasos medios de fortuna. El más; ; célebre, por su enseñanza teológica, era el colegio de la Sot-i. bona, fundado en 1253 por Roberto de Sorbon; como en él se tenían las promociones de los doctores, vino con el tiempo a,f identificarse con la Facultad de Teología, y sólo desde el si"';; glo xvi se designa con el nombre de¡( Sorbona toda la Univeí-í sidad de París. Rival de la Sorbona, y casi su igual, era el co", legio de Navarra' fundado en 1304 por Juana, reina de Francia y de Navarra, en el que se enseñaba la Teología y las Artesa; Origen más oscuro tuvo el colegio de Monteagudo (Montaigu h:! fundado en 1344 y restaurado con nuevo carácter a fines det> siglo xv por Juan Standonck. Y así otros. En los colegios Sfy llevaba una vida casi monacal, vistiendo todos (hospites ys&r:
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di) hábito talar, sometidos a unos estatutos severos, bajo la dirección de un "principal". A los colegios podemos equiparar los conventos y monasterios, donde había escuelas públicas, agregadas a la Universidad; el más famoso era el de SaintJacqúes o de los jacobitas (dominicos), donde enseñaron T e o logía San Alberto Magno y Santo Tomás; el de los cordeleros o minoritas, donde enseñaron San Buenaventura y Escoto; el de los maturinos, bernardinos, agustinos, etc. Los estudiantes de Teología acudían a los colegios de la Sorbona o de Navarra o bien a las clases de algún convento; los de Decretos, a las cátedras del Clausum Bruneti, y los "artistas", a las escuelas comunes que había en la calle de Fouarre; pero desde el siglo xv, cada colegio tendrá sus profesores propios, a cuyas lecciones podrán asistir los demás estudiantes que moran en pensiones o casas particulares. Esta era la Universidad de París, la más famosa de la Edad Media, sobre todo por la enseñanza de la Teología, y que tanto influyó en todas las demás Universidades por sus estatutos y por los maestros y doctores que en ella se formaron. 8. Universidad de Oxford»—Que Oxford se modelara según la forma parisiense, no es extraño, porque a París debe en buena parte su origen. Existía en el siglo XII la escuela monacal de Oseney y la del convento agustino de Santa Frideswyde, ambas en la pequeña ciudad de Oxford, que ni siquiera era sede episcopal. Alrededor de estas escuelas se fueron fundando cátedras, regentadas por clérigos seculares o regulares, de señalada doctrina, como el filósofo Adelardo de Bath (f 1130), el teólogo Roberto Pulleyn (f 1150), formado en París; el jurista Vacarius, discípulo de Irnerio, etc.; pero no prosperaban gran cosa, hasta que buen número de ingleses, que Cursaban estudios en París, expulsados de la capital de Francia hacia 1167, se dirigieron a Oxford. Por el mismo tiempo el rey Enrique II prohibió a todos los clérigos cruzar el Canal, lo cual hizo se acrecentase el número de estudiantes en Oxford. Al organizarse entonces aquella escuela a la manera de París, cobró fama y se convirtió, por una especie de reconocimiento universal, en Studium genérale o Universidad. En 1208-1209, los ciudadanos dieron muerte a dos escolares inocentes. Entre la ciudad y el estudio se acentuaron antiguos conflictos, que fueron causa de que tres mil estudiantes, o poco menos, según refiere Mateo Paris, emigrasen a otras ciudades, especialmente a Cambridge. A esta emigración se debió el nacimiento de la Universidad cantabrigense. Las graves discordias, ocurridas en París los años de 1229 y siguientes, por las cuales se dispersó momentáneamente aquella Universidad, beneficiaron a Oxford, adonde se trasladaron muchos, de los parisienses. Inocencio I V tomó a la Universidad oxoniense bajo
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la protección apostólica. Maestros y discípulos disfrutaban de los mismos privilegios que París. La suprema autoridad estaba en manos de un cancelario, residente en Oxford y representante del obispo de Lincoln, en cuya diócesis estaba enclavada la ciudad. Hasta 1225-1230, en que fué cancelario el célebre filósofo y teólogo Roberto Grosseteste, reformador allí de la Teología, parece que la ciencia sagrada no se cultivaba tanto > como el Derecho canónico y la Medicina. Floreció luego gracias a los franciscanos, que eran en Oxford lo que los dominicos en París. 9. Universidad de Sa'amanca.—En España va dijimos que existían florecientes escuelas catedralicias, dirigidas por un canónigo maestrescuela (magister scholarum); pero hasta el siglo XIII ninguna de ellas se organizó establemente con rentas fijas, estatutos, fueros y privilegios, ni alcanzó del rey o del papa categoría de Studium genérale. La primera Universidad fué la de Palencia, fundada hacia 1212 por el rey Alfonso V I I I de Castilla, siguiendo las inspiraciones y consejos de don Tello Téllez de Meneses, obispo de la ciudad. Asegura Rodrigo Jiménez de Rada que Alfon- < so V I I I reunió maestros de todas las Facultades y dotó sus i cátedras espléndidamente, mientras • el Tudense habla sólo de .;* maestros de Teología y de las Artes liberales 25. Tras una rá-, •= ' pida decadencia, el mismo don Tello, con San Fernando, la íh reorganizaron, y el papa Honorio III, en 1221, la aprobó y tomó ••; bajo su protección. Pero muerto don Tello, fundador, alma, í mecenas y sostén de ella, no tardó en desaparecer, probable- \í mente por escasez de rentas con que mantener a los profeso- 5 res 2B y porque no pudo, unidos en un solo reino León y Cas- : tilla, sostener la competencia con !a naciente y rica Salamanca: : { Al extinguirse oscuramente, ya funcionaba y tenía vida prósr' ',* pera la de Salamanca. ¿Cuándo nació esta Universidad de tan rj glorioso destino? Probablemente a raíz de la de Palencia y•'•) como una respuesta de Leen a Castilla. El primer documento .^ que la menciona es de 1243 ("Era [hispánica] milésima dusen- ;,¡" tésima octogésima prima") y pertenece a San Fernando, pero".'isupone que ya existía la Universidad desde los tiempos de su ••'•*' padre, Alfonso IX de León. Dice así el santo rey en 1243:' { "Porque entiendo que es pro de myo regno e de mi tierra, otorf ;¿ 25
RODRIGO JIMÉNEZ DE RADA, De rebus Híspanme
1. 7, c. 84, •;"'
dice así: "Sapientes a Galliis et Italia convocavit, ut saplentiaej disciplina a regno suo nunquam abesset, et magistros omniurn' ií facultatum Palentiae congregavit, quibus et magna stipendia est largitus, ut orani studium cupienti quasi manna aliquando in os,.; influeret sapientia cuiuslibet facultatis", en "Patrum ToletaHÜ^.;. rum... Opera" t. 3 (Madrid 1793) p. 174. ;J 20 De la Universidad palentina tenemos una monografía J í f e ' délo: JESÚS SAN MARTÍN, La antigua Universidad de Palencia CMm'-/ drid 1924)¿
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go e mando que aya escuelas en Salamanca, e mando que t o dos aquellos que hy quisieren venir a leer, que vengan seguramente, e io recibo en mi comienda e en myo defendimento a los maestros e a los escolares que hy vinieren e a sos omes e a sus cosas quantas que hy troxieren, e quiero e mando que aquellas costumbres e aquellos fueros que ovieron -los escolares en Salamanca en tiempo de myo padre, quando estableció hy las escuelas, tan bien en casas como" en las otras cosas, que essas costumbres e essos fueros ayan" 27 . Como el padre de San Fernando falleció el año de 1230, la fundación salmantina tuvo que ser anterior a esa fecha. Por bula de 6 de abril de 1255, el papa Alejandro I V concedió todos los derechos y prerrogativas de Studium genérale al de Salamanca, "ciudad ubérrima, según dicen, y con gran salubridad de aires". Asegura Lucas de T ú y que Alfonso I X "llamó 'maestros muy sabios en las sanctas Escripturas y estableció que se fiziessen escuelas en Salamanca" 28 . Sin embargo, no h a y noticias de que hubiera cátedra de Teología o Sagrada Escritura. Por una ordenación de Alfonso el Sabio, dada el 8 de mayo' de 1254, este gran favorecedor de la Universidad salmantina dotó las siguientes cátedras: " U n maestro en leys", con un salario anual de 500 maravedís, el cual maestro tendría bajo sí un "bachiller canónigo" (lector de cánones); "un maestro en decretos", con 'un salario de 300 maravedís; "dos maestros en decretales", con 500 maravedís cada año; "dos maestros en lógica", con 200 maravedís; "dos maestros en la gramática", con igual salario; "dos maestros en física" (medicina), también con 200 maravedís, y además manda que haya ' u n estacionario" (librero), "que tenga todos los exemplarios buenos e correchos", a quien se le pagará un sueldo de 100 maravedís; un "maestro en órgano", con 50 maravedís, y "un apotecario" (boticario), con igual sueldo. Conservadores del Estudio nombra a dos sujetos, uno de los cuales el deán del cabildo, que reciban 200 maravedís; al deán se le darán otros 200 para gastos del estudio" 29 . En total, concede el rey 2.500 maravedís anuales, suma que Denifle. juzga enorme para aquellos tiempos. La distribución del salario la hacían los conservadores tres veces al año: al principio del curso, por Pascua de Resurrección y por San Juan, y no se les negaba, aunque estuviesen enfermos los maestros la mayor parte del curso. Entre otros privilegios, las Partidas 27
E.
ESPBRABÉ,
Historia...
de la Universidad
de Salamartoá
' ' » ' "E desde aquel día más se enderezó la salud de la * " j " « 5 en su mano" (Ju^io PUYOL, Crónica de España por Lucas, obispo de Túy [Madrid 1926] c. 89, I>Í 422). «„inmrimrn T 21-23 *"" í» ESPERASE, Historia... de la Unvo. de Salamanca I, 21-23.
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otorgan el honor y tratamiento de condes a los maestros de Leyes que hayan leído veinte años. En el documento que acabamos de extractar no se mencionan los maestros de Teología o Sagrada Escritura, acaso por-, que no eran de nombramiento real o quizá porque no existían. Esto último parece extraño, pues a lo menos quedarían en la catedral las lecciones de la antigua escuela. Con todo, suele afirmarse—y lo corrobera el testimonio de Domingo Báñez (In 2~2 q.l a.7)—que en Salamanca no se enseñó Teología hasta que en 1416 Pedro de Luna dio Constituciones a la Universidad. Es de notar que Alfonso el Sabio omite la cátedra de T e o logía, aun cuando habla en general de los Estudios y Universidades, lo cual no prueba que careciesen todos de esa cátedra. "Estudio—dice en las Partidas—es ayuntamiento de . maestros e de escolares, que es fecho en algún lugar, con voluntad e entendlmento de aprender los saberes. E son dos maneras del. La una es, a que dicen Estudio general, en que hay maestros de las Artes, así como de Gramática, e de la Lógica, e de Retórica, e de Arismética, e de Geometría, e de Astrologia; e otrosí en que hay Maestros de Decretos, e Señores de Leyes. E este Estudio debe ser establescido por mandato del Papa, o del Emperador, o del Rey". "De buen aire e de fermosas salidas, debe ser la villa, do quisieren establescer el Estudio, porque los Maestros que muestran los saberes, e los escolares que los aprenden, vivan sanos en él, e puedan folgar e rtecebir placer en la tarde, cuando se levantaren cansados del estudio. Otrosí debe ser ahondada de pan, e de vino, e de buenas posadas" 30 . De todo esto debía gozar entonces Salamanca. La organización y régimen de la Universidad debió de ajustarse, más o menos, a la manera de Bolonia; después influyó bastante la de París. 10. Importancia de las Universidades,—La importancia cultural de las Universidades medievales es indiscutible. Sin conocerlas, no se entiende lo más brillante de la Edad Media. Hoy abundan los libros y los medios de adquirir seria cultura en cualquier parte, y es fácil el acceso a las bibliotecas; en la Edad Media, no. Entonces no era posible alcanzar una educación científica sino en centros donde abundasen los copistas, los estacionarios, etc., como en las Universidades. D e ahí que la carrera universitaria fuese tan larga, mucho más que la nuestra, aunque lo que tenían que estudiar era más reducido que hoy día. N o en vano prolongaban tanto los estudios, pues en 80 Las siete Partidas del Sabio Rey Don Alfonso, con las glosas latinas de Gregorio López (Madrid 1789) t. 1, 642; part. 2.\ tít. 31, ley 1 y 2.
saliendo de Ja LIniversidad, se acababa la posibilidad de formación. D e ahí que fuera tan relativamente crecido el número de los alumnos y que entre aquellos millares de estudiantes abundasen los ya maduros. Recuérdese que en París no se podía obtener el doctorado en Teología antes de cumplir los treinta y cinco años. Esto daba un carácter muy distinto del actual a las Universidades y, por supuesto, más eclesiástico. Entre aquellos altos centros de cultura existía activo Ínter- _ cambio de ideas y de personas. "El papa y el emperador, las ciudades y los príncipes rivalizaban en la fundación de Universidades, que pertenecían a las más bellas y grandiosas creaciones de aquella época" 31 . Porque la Edad Media amaba la luz, por eso se enorgullecía de sus Universidades, que a principios del siglo xiv eran más de 20 y se duplicaron antes de terminar el siglo xv, y las colmaba de privilegios y de honores. A la Universidad se llevaban todos los graves problemas ideológicos o políticos, y la decisión de sus maestros era escuchada con atención por los papas y por los reyes. Hasta que surgen las Universidades no se produce en Europa "la sistematización científica de los conocimientos humanos, ni se provoca la gran efervescencia intelectual, que se extiende a todos los países y pone los fundamentos de la civilización moderna. III.
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1. Nombre, carácter y método.—Las Universidades medievales fueron los alcázares de la Escolástica. Scholastictts significaba en la antigüedad hombre erudito e instruido, y todavía el Vocabularium de Papías én el siglo xi hace a ese vocablo sinónimo de eruditus, litteratus, sapiens. E n el siglo xii era llamado scholastictts el maestrescuela, generalmente un canónigo, que regía la escuela episcopal. Doctores schoíastici y Doctrina schoíae significaron, desde el siglo xm, los maestros de escuelas superiores (Universidades) y la doctrina que GOmúnmente daban esos" maestros en sus lecciones públicas y en sus escritos. D e esta manera, la ciencia escolástica vino a ser concretamente la doctrina filosófica y teológica que se enseñaba en las Universidades medievales. Los humanistas fueron los que injustamente dieron a la palabra "Escolástica" un sentido de sofistería, pedantería, barbarie, vacuidad y cosa abstrusa. Los modernos historiadores, desde Kleutgen, Stockl, Haureau, Baeumker, Grabmann, De Wulf, etcétera, "han salido por los fueros de aquella ciencia medieval, y hoy nadie se atreve a despreciar ni su método ni su 31
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-der Unvversititten,
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grandiosa síntesis doctrinal, aunque se reconozcan sus limitaciones y deficiencias. ¿En qué consiste lo esencial de la Filosofía escolástica? Es cuestión discutida si se ha de poner en el método solamente, o más bien en un conjunto de principios fundamentales que pueden considerarse como el patrimonio o Gemeinguí de todos los grandes pensadores de la Edad Media (San Anselmo, Abelardo, Alejandro de Hales, Tomás de Aquino, Buenaventura, E n rique de Gante, Duns Scoto, Guillermo de Ockham), pertenecientes a tend'encias y a sistemas filosóficos muy divergentes entre sí. Quede para los historiadores de la filosofía el determinar esta cuestión. Sólo diremos que la Filosofía escolástica es una filosofía cristiana, en un sentido negativo, en cuanto que no acepta ningún principio abiertamente contrario a la revelación y también en cuanto se orienta hacia la teología para servirle de instrumento racional en la explicación de los dogmas (ancilla theologiae); es una filosofía preferentemente aristotélica, y es una filosofía para las. escuelas y, por consiguiente, didáctica y metódica. D e ahí que a veces se la tache de excesivamente tradicional e impersonal. La rama más aristotélica fué la estrictamente tomista. Sin embargo, Santo Tomás, como todos los grandes doctores católicos, maneja los elementos aristotélicos con entera libertad, mezclándolos con otros de diversa procedencia, con lo que llega a una sistematización peculiar suya. La veneración al "príncipe de los filósofos", Aristóteles, fué extremada, casi idolátrica; su autoridad llegó a ser dictatorial y despótica ( 'magister dixit"), al menos en los autores de inferior categoría, porque los demás repiten la frase de Juan de Salisbury: " N o todo cuanto escribió Aristóteles se ha de tener como sacrosanto, porque en varias cosas se demuestra que erró; pero en la ló~ glca no tiene igual" 32 . Así combatieron sus doctrinas sobre la eternidad del mundo, sobre la providencia de Dios, etc. Con el triunfo del aristotelismo coincide el triunfo de la dialéctica, cuyo ejercicio se lleva hasta la virtuosidad, creando al mismo tiempo un tecnicismo de lenguaje, que si es admirable por su precisión y exactitud, degenera luego en infinitas sutilezas y en pueriles sofismas de bárbaro latín, sobre todo en los fijósofos nominalistas de los siglos xiv y xv. El Humanismo retórico y ciceroniano del siglo XII se hunde bajo tierra para no reaparecer sino mucho más tarde. La Teología escolástica, con su método didáctico y el importante papel que concedió a la razón, puso trabas a la corriente mística, que con tanta pujanza atraviesa el siglo de n Metalagicon XV, 27: ML en el Policraticus VII, 6: "Sic in ius suum, ut a possessione sisse" (Policratici... libri VIII
199, 932. El mismo Salisbury dice rationalem (philosophiam) redegit illius videatur omnes alios exclu[Oxford 19Q9] II, 112).
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San Anselmo, San Bernardo y los Victorinos. D e la teología vigente hasta entonces se diferencia la Escolástica, en que no sólo trata de probar el dogma católico, apoyándose siempre en la revelación, con autoridades y testimonios, sino que sistematiza la doctrina de una manera más orgánica y racional, valiéndose de los principies filosóficos, a fin de esclarecer algo más la doctrina revelada por medio de deducciones, analogías, etc. Así elabora una construcción científica del dogma, utilizando los materiales que encuentra en la Sagrada Escritura, en el magisterio eclesiástico, en la tradición, en los concilios y en los Santos Padres, especialmente en San Agustín. E n la filosofía fué donde San Agustín sufrió un retroceso o un eclipse. Antes de Santo Tomás casi todos los escolásticos se suelen denominar agustinianos, no porque formen una escuela coherente en pos del Obispo de Hipona, sino porque siguen cierta inspiración agustiniana, en que la especulación se mezcla y armoniza bien con el vuelo afectivo; se concede cierta preeminencia a lo bueno sobre lo verdadero, a la voluntad sobre la inteligencia; se admite la necesidad de una acción iluminadora e inmediata de Dios para ciertos actos intelectuales; lo natural no se separa o distingue bastante de lo sobrenatural, y el método es menos silogístico. Con San Agustín entraron en la Escolástica no pocos elementos .platónicos; pero en el siglo xm se traba reñida batalla entre el agustinismo tradicional y el renacido aristotelismo, viniendo a triunfar este último por obra sobre todo de San Alberto Magno y de Santo Tomás 33 . El método escolástico, que se impuso en todas las Universidades, puede resumirse en la lectio y en la disputaíio. El maestro (lector) leía en clase una obra de filosofía o de teología (Aristóteles, Pedro Lombardo, un libro de la Biblia) que servía de base a sus explicaciones 84. A fin de dar con la verdadera sententla auctoris en el texto preleído y corroborarla con nuevos argumentos, dividía el tema en diferentes cuestiones (Utrum...) y cada cuestión en varios artículos, estudiando en ellos la doctrina desde diversos puntos de vista, aduciendo las ruzones y argumentos en pro y en contra de la tesis, y finalmente deduciendo una conclusión o resolución, en pos de la cual venía la refutación de los argumentos aducidos en contra. Así procede Santo Tomás en la Suma teológica. E n las Universidades tenía suma importancia la Disputatio pública y a veces muy solemne. Un bachiller o licenciado, asistido por un maestro, después de sentar las definiciones fundamentales y de exponer el estado de la cuestión, respondía metódicamente y 83 F. EHRLB, L'Agostinism-o e VAristotelismo nella Scolastica del secólo XIII, .en "Xenia Ttiomistica" (Roma 1925) p. 517-588. " DBÍÍIFLK, Quel livre servait de base á l'enseiffnement acs •maitres en thóaloqie dans VUniversité de Paris, en Rovue Thomiste" 2 (1894) 149-161.
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en forma silogística a uno o varios arguyentes que le atacaban igualmente en forma rigurosamente silogística. El público seguía con apasionamiento este torneo intelectual, en el que tanto el defendiente como los arguyentes alardeaban de una habilidad dialéctica, rayana en el virtuosismo, hasta que el maestro que presidía resumía brevemente la cuestión y decía la última palabra (determinatio magistri). Este método escolástico de la lectio y de la disputatio, aptísimo para precisar las ideas por su desmenuzamiento analíti- ¡co de una cuestión o problema, lo es también para aguzar el entendimiento y para exponer toda la doctrina con perfecta perspicuidad hasta en sus mínimos detalles. N o hay mayor enemigo de la ambigüedad, de la imprecisión, del confusionismo y, por tanto, del sofisma; mas no es tan apropiado para la síntesis y para la concepción orgánica del problema. Tiene el peligro del ergotismo, del formalismo y de las soluciones aparentes. 2. Primeros tiempos de la Escolástica. Abelardo,—Hasta el siglo ix vemos que se ya remansando la ciencia antigua de los Santos Padres en florilegios, catenas patrísticas y en enciclopedias como las de San Isidoro (f 636), San Beda (f 735), Alcuino (f 804), Rabán Mauro (f 856), en los cuales hay de todo, filosofía y teología, sin marcada distinción. Desde esa época, concretamente desde Juan Escoto Eriúgena (f post 877), que para algunos es el primer escolástico y para otros el pa-. dre de la Antiescolástica, se empieza a trazar una clara demarcación de la filosofía y de la teología, desarrollándose ambas ciencias independientes entre sí, aunque actuando la una sobre la otra. Contribuye a ello el planteamiento de graves problemas teológicos, como el de la predestinación, el de la transubstanciación, y filosóficos, como el de los conceptos universales, que repercute en el de la Trinidad, y el de materia y forma con ocasión de las controversias eucarísticas. Juntamente se va formando el método escolástico. San Anselmo de Aosta o de Canterbury (1033-1109) da el primer paso de gigante. El sabe que hay dos fuentes de conocimiento a disposición del hombre: la razón y la fe. "Coatra los dialécticos, afirma San Anselmo, que es preciso cimentarse firmemente en la fe, y rehusa, por lo tanto, someter las Sa- í gradas Escrituras a la dialéctica. La fe es para el hombre el j dato básico. Es la revelación la que le suministra el hecho que i! hay que comprender y la realidad que su razón puede interpretar. • í N o se comprende para creer, sino que se cree para compren- l der: ñeque enim quaero intelligere ut credam, sed credo ut in~ % telligam. En una palabra; la inteligencia presupone la fe. Pero Inversamente, San Anselmo toma partido contra los adversarios, irreductibles de la dialéctica. Para el que se ha cimentado ni- : ;'
memente en la fe, no hay inconveniente en esforzarse por comprender racionalmente lo que cree. Entre la fe y la visión beatífica, a la cual todos aspiramos, hay aquí abajo un intermediario, que es la inteligencia de la fe" a 5 . "Bajo el lema Fides quaerens intellecttim abrió San Anselmo la caballería del espíritu, es decir, la lucha por la plena posesión de la verdad cristiana; lucha virilmente seria y audaz, guiada por el entusiasmo de una fe infantil y animada del más tierno amor, mientras él, siguiendo a San Agustín, trataba de dar a algunos dogmas capitales, en forma concisa, estrictamente lógica, un penetrante y. sistemático desarrollo de su contenido, examinando sus más íntimos fundamentos" S6 . La metafísica de San Anselmo—añadiremos con D e Wulf— se resume en una vasta teodicea. Típico suyo es el argumento ontológico para demostrar la existencia de Dios 3 T . "Su espíritu es más sistemático que el de San Agustín, su maestro favorito. La síntesis por él construida está lejos de ser completa, pero traza las sendas que otros ensancharán y es la primera que puede rivalizar.con la filosofía de J. Escoto Eriúgena. Anselmo hace pensar en Gregorio V I I , que en el orden religioso y político organiza la Iglesia, define sus relaciones con el E s tado y prepara la obra de un Gregorio IX o de un Inocencio III; él es el Gregorio VII de la Escolástica" 88 . En la elaboración del método el impulso decisivo lo dio Pedro Abelardo (1079-1142), filósofo inquieto, temerario, retador, agudo y genial. Sus Glosas a la Isagoge, de Porfirio, a las Categorías y al Perihermeneias, de Aristóteles, bastan a coronarle príncipe de los filósofos de su siglo. Con su obra Sic et non, en la que recoge los testimonios, al parecer contradictorios, de la Escritura y de los Santos Padres en torno a 158 cuestiones, contribuyó a la formación del método escolástico. Su finalidad no era socavar la autoridad de los Padres de la Iglesia, sino excitar el deseo de resolver la cuestión armonizando los testimonios en pro y los testimonios en contra. V a rios canonistas habían empleado ya semejante sistema. Sus principales escritos teológicos son: Theologia chttstiana, Introductio ad theologiam, Dialogus ínter Philosophum, lu~ daeum et Christianum y la correspondencia epistolar con Eloísa. "Es inexacto sostener que Abelardo haya pretendido sustituir la razón a la autoridad en las materias de teología. Es *
E . GILSON, La philosophie au moyen dge p . 242-243. M. GTUBMANN, Geschichte der katholischen Tlieologie p. 29-30. " Lo expuso principalmente en el Proslogium. T a n t o este libro como el Monologium, que t a n t o r e c u e r d a a San Agustín; el De vertíate, Cur Deus homo, De libero arbitrio, etc., Pueden leerse en su texto latino y traducción castellana en la BAC, Obras completas. 4 e San Anselmo, ed. de J. Alameda, p . S. B. (Madrid M
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" D E W U L F , •"Bistoire
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cierto que los teólogos, los únicos competentes en la materia, están de acuerdo con San Bernardo en decir que Abelardo ¿rró en su esfuerzo por interpretar racionalmente los dogmas, especialmente el de la Trinidad. Pero si él desgraciadamente confundió a veces la filosofía y la teología, jamás vaciló en este principio, que la autoridad aventaja a la razón; que la utilidad principal de la dialéctica es el esclarecimiento de las verdades de la fe y la refutación de los infieles;, que la salud del alma, en fin, nos viene de la Sagrada Escritura, no de los filósofos. Yo no quiero—escribía a Eloísa—ser filósofo, contradiciendo a San Pablo, ni ser un Aristóteles para separarme de Cristo, porque no hay otro nombre bajo el cielo en el cual yo me pueda salvar. La piedra sobre la cual he fundado mi conciencia es aquella sobre la cual Cristo ha fundado su Iglesia: fundatus enim sum super firmam petvam. Estas palabras, qu'e son confirmadas por la vida de Abelardo y por el emocionante testimonio de Pedro el Venerable sobre sus últimos años, no son las de un hereje. Pudo haber cometido errores teológicos, que no es lo mismo que herejía; pudo también—cosa más grave en un cristiano—no haber tenido el sentido del misterio, pero la leyenda de Abelardo librepensador hay que relegarla al almacén de las antiguallas" 30 . 3. E d a d áurea de la Escolártica. Sus causas*—Si la formación de la Escolástica se verifica lentamente en el espacio que va del siglo ix al XII, su cénit y apogeo se logra a todo lo largo del xin, para declinar en el xiv y en el xv. Los factores que más influyen en el gran florecimiento escolástico son tres: la fundación de las Universidades, el conocimiento pleno de Aristóteles y la intervención en el campo científico, universitario, de las Ordenes mendicantes. Con la fundación de las Universidades se organizan y amplían los estudios, se agrupan maestros eminentes y confluyen millares de estudiantes hacia las cátedras más célebres, todo lo cual es causa de que la ciencia cobre mayor vuelo. En la teología, al método escriturístico y de autoridades se añade el método dialéctico, con el que se analizan los elementos racionales del dogma y la autoridad divina de la Escritura se confirma con el argumento de razón o de congruencia. Esto origina entre los teólogos vivas controversias,' pues mientras los reaccionarios, siguiendo a San Bernardo, se declaran contra la intromisión de la dialéctica en la teología, son muchos los que la admiten de buen grado, aunque con diversos matices: los más tímidos dan a la filosofía la sola misión de hacer resaltar lo racional del dogma; otros, reconociendo el valor autónomo de la filosofía, la emplean a fondo en la explica80
GILSON, La phílosophie au moyen age p. 281.
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ción y sistematización de los dogmas. Esta corriente acEníuada por Abelardo triunfa con Santo Tomás. Abelardo no conoció de Aristóteles más que la Lógica ve* ius (las Categorías y el Perihermeneias) en la traducción de Boecio. Del resto apenas se tenía noticia en Occidente, hasta que en el siglo xii, a través de los árabes, según queda dicho, penetran en el mundo latino los libros aristotélicos de la Lógica nova (Tópicos. Analíticos posteriores...), la Física, los tratados De cáelo et mundo, De generatione et corruptione, los Meteoros, el tratado De anima, la Metafísica, la Etica N'icomaquea, los Magna Moralia, la Retórica y otros muchos falsamente atribuidos al Estagirita. Aquello era una invasión de aristotelismo, que hizo gritar a Pedro Cállense: " N o plantemos junto al aliar la selva aristotélica" 40. Y no sin alguna razón se podía lamentar, pues las traducciones del árabe venían inficionadas con resabios neoplatónicos y de los comentadores árabes (Averroes, y 1 i98; Avicena, f 1037; Avempace, f 1139; Abu-Kekr o Abentofail, t 1185; Alpetragio, f 1204, y del judío cordobés Maimónides, f 1198). Influidos por ciertos errores del averroísmo (eternidad de la materia, emanación de Dios, inteligencias que son almas de los astros, negación de la sustancia personal del alma después de la muerte, teoría de la doble verdad), dos .maestros parisienses, Amalrico del Bene (f 1204) y David de Dinant (f 1215), enseñaron públicamente el panteísmo, por lo cual fueron condenados en el concilio provincial de París, convocado por el arzobispo de Sens, Pedro de Corbeil, en 1210; juntamente se prohibió la lectura pública y privada de los escritos de Aristóteles "de naturali philosophia" y los de Averroes. Cinco años más tarde, el legado pontificio, Roberto de Courcon, prohibe los escritos aristotélicos de física y los de metafísica, reiterando la condenación de David y de Amalrico. Esta no es valedera más que para la Universidad de París. En 1231 Gregorio IX encarga a tres maestros la tarea de enmendar los escritos aristotélicos prohibidos. Repite el encargo Urbano I V en 1263; mas ya en 1255, según consta por los Estatutos de París, se permitía la lectura de todos los libros de Aristóteles " . Su victoria definitiva se logró poco después, gracias a les dominicos. A ruegos de Santo Tomás, Guillermo de Moerbeke tradujo los escritos aristotélicos diré .tamente del texto original griego, facilitándole así al Doctor An" "Et non est nemus avistotelicum plantan•• . ','Í'L " GRABMANN, Guglielm-o di Moerbeke, O. P-, « tvaduttor'é. dale opere di -AYistotele, en "Miscellanea Historiae ,í>o*i*i±iciae .--Utoma 1946) vol. XX; n. 20. ' ., •'•• ' •'*?• •: ^-> '
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gélico la eliminación de los errores averroístas 43 . La teología adquirió un carácter más científico por la unión con la filosofía peripatética, y cobró un auge insospechado desde que las Ordenes mendicantes hicieron su entrada en la Universidad. Las Constituciones dominicanas de 1228, publicadas por Denifle, recomiendan el estudio de las ciencias sagradas; desde el primer momento los hijos de Santo Domingo se entregaron con entusiasmo a la teología escolástica. Aunque San Francisco de Asís no hacía gran estima de la ciencia humana, ya en el capítulo de 1221 los fratres scientiati impusieron su opinión favorable al estudio. Tanto los frailes predicadores como los menores, luego que tuvieron conventos en ciudades universitarias, trataron de alcanzar alguna cátedra oficial 43 . Los dominicos no tardaron en conseguir en París dos cátedras en la Facultad de Teología (1229-1231); los franciscanos una en 1231,' desempeñada por Alejandro de Hales y luego por Juan de Parma, San Buenaventura, etc. Después de Rolando de Cremona, O. P., enseñaron allí San Alberto Magno y Santo Tomás. No obstante el prestigio y celebridad que las Ordenfes mendicantes dieron a la Universidad de París, los maestros y doctores: seculares les declararon dura guerra, según hemos referido en otro capítulo. 4. La escuela franciscana.—Los antiguos teólogos, Pedro Lombardo, San Anselmo, los Victorinos, los Carnotenses, Pedro de Poitiers (Pictaviense, f 1161), Roberto de Melun ( t 1167), Pedro Cantor (f 1197), Simón de Tournai (f 1201), Alano de Lille (f 1202), Guillermo de Auxerre (Altisiodoren.. se, f 1231), Guillermo de.Aurillac (Parisiense, f 1249) y aun alguno de los primeros dominicos, como Hugo de Saint-Cher (f 1264), conservaban la tradición platónico-agustiniana, tomando de Aristóteles lo menos posible. Por supuesto, los doctores franciscanos se adhirieron en masa compacta a la tendencia agustiniana, aunque naturalmente con influjos aristotélicos. Esta es la corriente conservadora frente al aristotelismo puro e impuro que empezaba a invadir las escuelas. Presentemos a los más destacados doctores. En la Universidad de Oxford empezó a formarse la escuela franciscana alrededor de la cátedra de Roberto Grossetfeste (f 1253), el más sabio maestro oxoniense, buen conocedor del griego y traductor de Aristóteles. Pero el que la constituyó y le dio su carácter definitivo fué Alejandro de Hales (f 1245). Nacido en el condado de Gloucester, hizo sus estudios en ía P. MANDONNET, De Vincorporation des Dominicains dans l'anoienne Université de Paris, en "Revue Thomiste" 4 (1896) 133-170; H. FELDUR, Geschíchte der wissensohafhchen Btudien im Franziskanerorden bis um die Mitte dea 1$. Jahrhunderts (Freiburg i. B. 1904).
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París, donde obtuvo el grado de doctor y una cátedra de T e o logía. Entonces tomó el hábito de San Francisco (1230) sin renunciar a sus lecciones universitarias. T u v o la gloria de contar entre sus discípulos a San Buenaventura, que será ei nombre más egregio de la escuela franciscana, aunque el fundador de la escuela1 es él con su Summa universae theologiae, comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo. Es una de las Sumas teológicas más completas y admirables „de la Edad Media, si bien no alcanza la precisión y armonía del Aquinate. Sus maestros preferidos son: San Agustín, San Anselmo, Hugo de San Víctor, sin que falten elementos aristotélicos poco asimilados. El plan es de gran claridad y amplitud: Parte I, de Dios uno y trino; II, de la creación; III, de Cristo redentor y de la gracia, y IV, de los sacramentos. Muchos teólogos le seguirán en el método. Profunda es la doctrina, en la cual aparecen ya dos teorías típicas de la escuela franciscana: la composición hilemórfica de todos los seres contingentes y, por tanto, también de los ángeles o sustancias espirituales, y la pluralidad de las formas sustanciales en un mismo ser, doctrinas inspiradas en Avicebrón más que en San Agustín. De la fama que disfrutó Alejandro de Hales algo dice-su título de "Doctor irrefragabilis". También le apellidaron " T h e o logorum monarcha". Después no fué tan apreciado como se merecía, eclipsado en parte por su discípulo San Buenaventura y por el Ángel de las Escuelas. San Buenaventura (1221-1274) es acaso la figura más alta y pura del franciscanismo después del fundador. Su nombre de familia era Juan Fidanza, nacido en Bagnorea, cerca de Viterbo. Joven aún, fué enviado a París, en cuya Universidad andaban a la sazón muy en boga las doctrinas aristotélicas aliadas con el averroísmo, que le sorprendieron y le chocaron fuertemente (Incepit concuti cor meum... quomodo potest hoc esse). Ese gesto de antipatía hacia el aristotelismo le acompañará toda la vida. Terminadas las Artes hacia 1240, se decidió a entrar en la Orden d'e San Francisco, movido por la devoción al Poverello, por el ejemplo del profesor Alejandro de Hales, a quien profesó siempre gran veneración, y porque siendo un alma pura, deseosa de perfección, vio en la Orden franciscana, según él mismo confiesa, la imagen más perfecta de la Iglesia primitiva. Hecha la profesión, siguió los estudios bajo Alejandro de Hales, quien decía de su discípulo que era "un verdadero israelita que no había pecado en Adán". Oyó también a otros profesores, mas ninguno influyó tanto en él como este su "padre y maestro". Bachiller bíblico en 1248, empezó sus lecciones públicas sobre el evangelio de San Lucas. Dos años después, como bachiller sentenciario, leyó las Sentencias de Lombardo. Discútese el año que obtuvo la licencia y el doctorado. Eran tiempos di-
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fíciles aquéllos para los franciscanos y dominicos, por la lucha terrible en que estaban enzarzados contra los miembros de la Universidad; y San Buenaventura tuvo que intervenir contra Guillermo de Saint-Amour, refutándole en una determina' tío pública y solemne, tenida por orden de San Luis, y que dio origen a sus Quaestiones disputaíae de perfectione evangélica. Terminada la carrera, y contando treinta y seis años escasos, el 2 de febrero de 1257- fué elegido ministro general de los franciscanos. Eran momentos críticos para la Orden por las exaltadas ideas de los que se decían espirituales, secuaces del joaquinismo. San Buenaventura logró resolver la crisis, apartando a la "Comunidad" de esa tendencia, extremista y peligrosa. P e " otra parte, manteniendo íntegro y ferviente el espíritu evangélico, supo hermanar con el puro franciscanismo el cultivo de las ciencias. A fray Gerardo de Borgo San Donnino, que rehusaba retractar sus ideas joaquinistas, lo aisló en un convento, impidiéndole toda comunicación con los frailes, y al mismo Juan de Parma, maestro en Teología y su antecesor en el generalato, acusado de defender las ideas apocalípticas de Joaquín de Fiore, le formó proceso hasta que, después de 'explícitas declaraciones de ortodoxia, le permitió retirarse a un eremitorio. Recorrió el santo varias provincias de la Orden en Italia, estableciendo en todas la más perfecta disciplina, y volvió a establecerse en París. En el capítulo general de Narbona de 1260 promulgó las Constituciones Narbonenses, de gran influencia en la legislación franciscana. A ruegos del mismo capítulo, escribió la Legenda Beati Francisci y luego la Legenda minor, que son de las principales fuentes para conocer la vida maravillosa de San Francisco de Asís. Hizo otro viaje a Italia, y en el capítulo general de Pisa (mayo de 1263) ordenó que los frailes predicasen al pueblo la costumbre de saludar a Nuestra Señora al sonar la campana de completas (origen del Ángelus). A fines de ese año regresa a Francia, y poco después entra en España, donde preside el capítulo de J a provincia de Aragón. En la cuaresma de 1267 lo encontramos en París, predicando sus célebres conferencias o Collationes de decem praeceptis contra el movimiento aristotélico-averroísta, que ponía en peligro la teología cristiana. Otra vez en Italia, insiste en el capítulo general de Asís (mayo de 1269) en que se predique al pueblo la devoción a la Santísima Virgen. Vuelto a París, lucha, en unión de Juan Peckham, O. F. M., y de Santo Tomás contra Gerardo de Abbeville y Nicolás de Lisieux, adversarios de las Ordenes mendicantes. El papa le encarga preparar las cuestiones del próximo concilio de Lyón. Del 9 de abril al 28 de mayo de 1273, pronuncia en París sus Collationes in Hexaemeron, en las que delante de
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toda la Universidad de París da la batalla al averroísta Sigerio de Brabante, levantando un grandioso monumento a la verdad católica, interrumpe estas lecciones públicas al tener noticia de su el'evación al cardenalato y ser llamado por Gregorio X a su presencia. En compañía del papa se dirige a Lyón. interviene en el concilio que umó a las dos Iglesias, y durante el mismo entrega a Dios su alma el 15 de julio de 1274, a los cincuenta y cuatro años de edad. El concilio en pleno lloró su muerte. El papa mandó a todos los sacerdotes del mundo aplicar una misa por fray Buenaventura. Dante lo pone entre los santos del P a raíso. Fué el papa Sixto I V quien lo canonizó. También lo colocó entre los doctores, aunque la declaración solemne y expresa de doctor de la Iglesia la hizo Sixto V en 1587 44 . 5. Escritos principales de San Buenaventura.—Recordaremos algunos. El Breviloquium, escrito antes de 1257 para satisfacer el deseo de varios religiosos que le suplicaron redactara un compendio o suma de las verdades teológicas para aquellos que no podían cursar todos los estudios universitarios, es realmente una suma en siete partes: 1) D e la Trinidad de Dios; 2) D e la creación del mundo, ángeles y hombres; 3) D e la corrupción del pecado (original y actuales) 4) D e la encarnación del Verbo; 5) D e la gracia; 6) D e los sacramentos; 7) D e las postrimerías. Esta pequeña suma de teología, en capitulitos breves, expositivos, sin forma escolástica, fué muy leída y saboreada, como lo demuestran los muchos manuscritos que de cha se conservan. Era como un resumen vulgarizado de su obra más extensa, Commentarii in 4 libros Sentemiarum, comenzada cuando aún era bachiller sentenciario; en ésta va analizando metódicamente cada una de las distinciones del texto y sus artículos subdivididos en cuestiones; vence en profundidad a su maestro el Hálense, mereciendo ponerse al lado del Comentario de Santo Tomás. Del Itinerarium mentís in Deum y de otros tratados espi- • rituales haremos mención al tratar de la mística. Sigue en belleza y alteza de conceptos al Itinerario el opúsculo De reductione artium ad theologiam, escrito hacia 1251, que es una clasificación de las ciencias, porque todas sus luces—la luz inferior de las artes mecánicas, la misma del conocimiento sensitivo, la luz interna del conocimiento filosófico y la luz supe'*' Recomendamos la magistral edición que la BAC ha hecho de gran parte de las Obras de San Buenaventura en seis tomos, texto latino y castellano (Madrid 1945-1949) con excelentes introducciones y riquísima bibliografía. Sigue siendo clásica y modelo de ediciones la de los franciscanos de Quaracchi: Doatoris Seraphici S. Bonaventurae Opera omnia (Quaracchi 1882-1902) en 10 vols. Allí mismo se ha publicado la Summa thealogiae de Alejandro ,de Hales (1924-1948) en 4 vols., con larga introducción de P. Doucet, O. a1. M., quien sigue publicando,' con otros colaboradores, la Glossa in quattuor libros Sententiarum (1951ss>.
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rior de la Sagrada Escritura—se reducen a la luz de la Teología, a la luz de Dios, "Padre de las luces". Si, como demostró en el Itinerario, todas las cosas llevan impresas la huella de Dios, los conceptos que formamos de las cosas la llevarán también, y no menos las ciencias que se organizan agrupando conceptos. De ahí que todas las ciencias contengan algún destello de luz, que dice relación a algún conocimiento teológico, y todas se orienten hacia la teología. Muy típico de San Buenaventura es el sermón Chrtstus tinus omnium magister. pronunciado seguramente ante un auditorio de teólogos universitarios, en el que viene a decir que Cristo es el principio fontal áe la iluminación de todo conocimiento humano, bajo su triple forma de fe, razón y contemplación, y por este contacto íntimo de Cristo con nuestro entendimiento, Cristo es supremo Doctor y Maestro del género humano. Complemento de este sermón es otro De excellentia magisterii Christi. Particular atención les deben merecer a los teólogos esos discursos mariológicos o Sermones de B. Vicgine Maña, en que el alma enamorada de Buenaventura canta las prerrogativas de la Madre de Dios a propósito de sus principales festividades: Natividad, Anunciación, Purificación y Asunción. D e más profundidad son las Quaesüones disputatae de mysterio Trinitatis, en que el pensamiento bonaventuriano se remonta con alas de serafín hasta las más oscuras luminosidades del misterio trinitario, y las Collationes de septem donis Spiritus Sancti, uno de los más bellos monumentos de teología espiritual, al decir de Longpré. San Buenaventura es la más alta representación del agustinismo franciscano, que se diferencia del aristotelismo tomista por la tendencia a considerar las cosas en relación con Dios más que en sí mismas. Difiere del tomismo en dar la primacía a la voluntad sobre el entendimiento, en no poner distinción real entre el alma y sus facultades, en la teoría de la iluminación, pluralidad de formas sustanciales, materia y forma de los ángeles, etc. A pesar de estas divergencias doctrinales, San Buenaventura trataba como amigo a Santo Tomás, nunca se mezcló en la lucha de ciertos agustinistas contra el Doctor Angélico y ambos combatieron juntos en defensa de las Ordenes mendicantes y del ideal evangélico. Alguien caracterizó agudamente a los dos grandes teólogos diciendo que San Buenaventura cultivó la teología del amor y Santo Tomás el amor de la teología. E n efecto; si el uno es el Doctor Angélico por la elevación de su inteligencia, el otro es el Doctor Seráfico por el abrasamiento de su alma contemplativa. Es agustiniano, pero con un matiz más afectivo y práctico, dentro de una forma mucho más escolástica y a veces esquemática. Fiel discípulo de su humilde padre San Francisco,
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no por eso deja de ser un gran metafísieo, aunque toda iluminación intelectual la somete a la devoción: Multa enim scire et nihil gústate, quid valet? En sus especulaciones y en sus contemplaciones espirituales se nutre de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres, sobre todo de San Agustín, del Pseudo-Areopagita, San Bernardo, los Victorinos y dé sus propias experiencias e iluminaciones. Entre sus principales discípulos o seguidores de la escuela bonaventuriana figuran el gran teólogo y cardenal Mateo de Acquasparta (f 1302), Ricardo de Mediavilla (o de Middletown, f 1308), Juan Peckham (f 1294), Roberio Bacon (f 1294), "Doctor mirabilis", y el mismo Juan Duns Escoto. 6. Juan Duns Escoto y el escotismo. — Pongamos aquí a J. Duns Escoto, por más que su puesto debería ser después de los tomistas, ya que su labor característica fué la crítica del tomismo. Su título de Doctor subtilis lo retrata perfectamente, aunque acaso se olvide con eso su formidable empeño constructivo. Como lo indica su apellido, Escoto nació en Escocia, probablemente en Maxton o Littledean, descendiente de una familia de Duns (Inglaterra), entre los años 1263-1266. Entró joven en la Orden franciscana, estudió en Oxford y se ordenó de sacerdote en 1291. Su maestro de Teología fué Guillermo de W a r e , O. F. M., a quien sucedió en la cátedra universitaria el año 1300. Debía de ser tan sólo bachiller, y como tal le vemos en 1303 comentar las Sentencias en la Universidad de •París. Fidelísimo al Romano Pontífice y al magisterio eclesiástico, negóse a suscribir una. apelación al concilio, lanzada por Felipe el Hermoso en sus luchas con Bonifacio VIII, por lo cual se vio forzado a salir de París, pero volvió al año siguiente con una calurosa recomendación de Gonzalo de Balboa, y alcanzó el doctorado en 1305. Comenzaba con desusada brillantez su carrera de profesor cuando—no sabemos por qué— se trasladó a Colonia, donde murió prematuramente el 5 de noviembre de 1308. Vida breve, pero de enorme actividad\intelectual. Parece imposible que en tan cortos años escribiera tanto y con tan potente originalidad. Cuando él se presentó, en el campo científico, ya habían brillado las más excelsas figuras de la Escolástica, ya Santo Tomás había construido sus inmortales síntesis; por eso le era difícil a Escoto ser original y nuevo. El se empeñó en serlo y en abrir rutas inéditas. D e hecho él fué el forjador del sistema filosófico-teológico que se ha denominado "escotismo", aunque muchas de sus opiniones ya las defendieron Alejandro de Hales y San Buenaventura. Continuó, pues, la tradición de la Orden sin- el carácter positivo y mesurado del Hálense, sin el vuelo místico y afectivo
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del Doctor Seráfico, pero con más rigor lógico en las demostraciones, con carácter más filosófico, o sea, más aristotélico, con más penetrante crítica de los adversarios y con algunas teorías nuevas, que dan coherencia y originalidad al sistema. Dotado de un formidable espíritu crítico, somete a su examen los escritos de los mayores escolásticos que le precedieron: Santo Tomás sobre todo, que es su principal adversario, aunque rara vez lo nombre, y también Enrique de Gante, San Anselmo, Ricardo de San Víctor. M a s no se detiene en la labor crítica y negativa. Aspira a una construcción orgánica y sistemática, sólo que en materia diferente del Aquinate. Para éste—escribe Grabmann— el mundo es un perfecto organismo animal, en el que todas las partes se mantienen íntimamente unidas por el alma y en mutua comunicación vital, mientras que para Escoto el mundo es un organismo vegetal, en el que las partes se ramifican en diversas direcciones, partiendo de la raíz. La obra capital de Escoto es el Opus Oxoniense, amplio comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, fruto de sus •primeras lecciones en Oxford. Vienen luego los Reportata Patisiensia, fruto de sus lecciones en París sobre el mismo Lombardo. Auténticas son las Quaestiones in metaphysicam (los nueve primeros libros), el tratado De anima, el opúsculo ascético-místico De primo Principio, las Collationes, los Theoremaía, el Quodlibet y los comentarios a Porfirio y a las Categorías y Perihermeneias, de Aristóteles; pero se ha demostrado que no le pertenecen la Grammatica speculativa (de T o más de Erfurt), el tratado De rerum principio (de Vital de Furno), las Conclusiones ex XII libris metaphysicorum (de Gonzalo de Balboa), las Exposiíiones de los mismos (de Antonio Andrés) y otros escritos ciertamente espurios 45 . A Escoto le perjudica, para ser muy leído, lo difícil y oscuro de su lenguaje, junto con lo enrevesado de su estilo, consecuencia a veces de su carácter polémico. El Doctor Sutil no tiene tanta confianza en la razón humana como Santo Tomás; de ahí cierto escepticismo respecto^ del valor de algunos argumentos racionales; por eso, su teoio-^ gía, más que en pruebas de razón, se apoya en testimonios positivos de la revelación, en el magisterio de la Iglesia v en los Santos Padres, especialmente en San Agustín. Frente al intelectualismo tomista alza la bandera del v o luntarismo propio de la escuela franciscana. El acto principal 3
Hace tiempo que una comisión internacional prepara en Roma la edición crítica de Escoto. Ha salido un tomo hasta ahora. V^ase entre tanto la erl. de L. WADDING, lohannis Duns Scoti... Opera omnia (Lyón 1639) en 12 vols., reproducida por Vives (París. 1891-1893) er. 26 vols.; M. FERNANDEZ GARCÍA, B. J. Duns Bcoti Commcntaria Oxoniensia (Quaracchi 1912-1914); ID., Lexicón scholasticum (Quaracchi 1910).
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de la voluntad es el amor, y el amor es el quicio de su concepción teológica: amor en la Santísima Trinidad al principio de sus obras "ad extra"; amor como condición de la vuelta de los seres al primer principio; amor, en fin, que constituirá esencialmente la felicidad de los elegidos. En filosofía lo más típico del escotismo es el "formalismo" o teoría de las formalidades; él introdujo la distinctio formális a parre reí (distinción media enere la real y la de razón), que establece en una misma sustancia individual formalidades o realidades que se encuentran en ella diferenciadas independientemente de todo acto intelectual. Se caracteriza también por la multiplicación de entidades, consiguiente a su distinción formal; por el principio de individuación, que, según él, es la hecceidad; por el pluralismo de las formas sustanciales (subordinadas unas a otras) en los seres vivos; por su voluntarismo en psicología, teodicea y ética, y, en fin, por negar las tesis específicas—no las básicas — del tomismo, dentro de la Escolástica. Habiendo muerto tan joven, no tuvo tiempo para explicar mejor y limar y redondear su sistema, que con tener por base el aristotelismo (en la doctrina del conocimiento, por ejemplo, ' rechaza la teoría' de la iluminación) retiene no poco- del platonismo agustiniano, tradicional en su Orden. Así surgió el escotismo como un gran sistema, opuesto al tomismo, cuyo examen crítico realizó con innegable agudeza; y ésa fué la causa de ciertas rivalidades entre dominicos y franciscanos; rivalidades que se acentuaron cuando los franciscanos tomaren como propia la piadosa opinión de la concepción inmaculada de María, defendida por Escoto, al paso que los dominicos sostenían con Santo Tomás la contraria. Y no sólo en este punto, sino en casi todos los demás problemas doctrinales, se agudizó más de lo justo la oposición y se ensanchó la distancia entre el tomismo y escotismo. El moderno florecer de la neoescolástica postergó demasiado a Escoto, presentándolo como precursor de casi todos los errores, a pesar de que Paulo V había declarado su doctrina inmune de toda censura eclesiástica y otros muchos papas la habían aprobado implícitamente. La estima y buen nombre que Escoto disfruta en la Iglesia, decía Catarino, O . P., en el siglo xvi, tan sólo dejan de verlo los de mala voluntad. La teología católica puede todavía beneficiarse del estudio profundo y comprensivo de Duns Escoto. La escuela escotista se formó empezando desde sus primeros discípulos, como Antonio Andrés (f 1320) y Francisco de Meyronñe (f p. 1328). El capítulo general de Valladolid en 1593 declaró al gran teólogo "Doctor de la Orden franciscana".
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7. El aristotelismo extremista. Siger de Brabante.—En el polo opuesto de la corriente conservadora agustiniana, representada por los franciscanos, se mostraba la corriente innovadora y heterodoxa del aristotelismo averroísta, que vino a caer •:• en el panteísmo y en otros errores. Ya vimos cómo, influenciados por las traducciones hechas en Toledo y en Sicilia, defendieron ideas panteístas Amalrico de Béne y David de Dinant, condenados en el concilio L a t e r a n e n s c I V de 1215. N o se extinguió con ellos la corriente averroísta, como lo hemos podido observar en el empeño que tuvo San Buenaventura—y más aún Santo Tomás—en refutarlos. El hombre que acaudillaba en la Universidad de París a todos los partidarios del "nuevo Aristóteles", en el sentido averroísta integral, aun en aquellas doctrinas que repugnaban a la fe cristia- í na, era un belga, maestro de Artes en las escuelas de Fouarre, Siger o Sigerio de Brabante (f 1282), a quien seguían, entre otros, Boecio de Dacia y Bernier de Nivelles. E s ' exrtafio que Dante glorifique, junto a los príncipes de la Escolástica, a "Sigieri—che leggendo nel vico degli strami—sillogizzó invidiosi veri" y ponga esta mención honorífica precisamente en los labios del Doctor Angélico. Durante más diez años fué Siger el alma de las agitaciones que turbaron los ámbitos universitarios con la predicación de las nuevas ideas que se decían aristotélicas. Antagonista d e Santo Tomás y de San Alberto Magno, contra ellos dirigió su escritos: "contra praecipuos viros in philosophia Albertum et Thomam". N o sólo en su cátedra de i' Artes, a la orilla izquierda del Sena, sino también por medio de sus libros, se empeñó en levantar bandera contra la Escolástica ortodoxa, haciendo un brillante alegato de las tesis averroístas, y esto, más que por audacia juvenil o ansias de singularizarse, porque estaba impregnado de averroísmo, y pen- rsaba que ésa era la interpretación más fiel y verdadera del "sumo filósofo Aristóteles". Y por lo tanto, no podía tolerar se diese del aristotelismo una interpretación mitigada, como la que hacían Alberto Teutónico y Tomás de Aquino. El tratado de Tomás De unitate intellectus contra ayer| roistas, y el de Siger, De anima intellectiva, parece que fueron '? publicados el mismo año de 1270; ambos nos dan la impresión í no de un torneo caballeresco, sino de un combate cuerpo a ; cuerpo entre dos enemigos mortales. Ese mismo año (10 de;'';% diciembre) se pronunció la sentencia del obispo de París, Es- '.? teban Tempier, contra los averroístas. Siger no abandonó su ?¡ cátedra de Fouarre y siguió propalando las mismas ideas, has- !l ta que en marzo de 1277 una nueva condenación del obispo,obedeciendo a las instancias del papa Juan X X I , le prohibió
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terminantemente la enseñanza, y el 23 de octubre el inquisidor general de Francia le citaba ante su tribunal 46 . Siger apeló a la Sede Romana y se puso en camino. Aunque no tenemos noticias seguras sobre su muerte, si hemos de creer a Martín de Troppau, murió en el viaje a Roma, asesinado por su clericüs, que se había vuelto loco. Bien dice De Wulf que la filosofía de Siger no sólo es antitomista, sino antiescalástica. Realmente niega los principios fundamentales de cualquier filosofía cristiana, v. gr., la inmortalidad personal del hombre, al defender la doctrina averroísta de la inteligencia única, separada del cuerpo viviente, al cual se une para el acto del pensamiento; sin embargo, no está del todo separada de los cuerpos humanos, porque en ella vive la esencia de la raza; el hombre, el individuo, muere, la humanidad es inmortal. En su tratado De aeternitate mundi defiende la eternidad del mundo y la imposibilidad de un primer productor de seres materiales o inmateriales; la causa primera sólo puede producir inmediatamente una inteligencia, ésta producirá otro ser inferior, y éste, otro, hasta la materia; niega, pues, la posibilidad de un Creador y de un Dios inmutable y libre; sostiene la inutilidad de las penas futuras para los individuos, etc. ¿Cómo pudo admitir tan graves herejías, mientras se empeñaba en no romper con la Iglesia? Sencillamente, por la teoría de las dos verdades, teoría absurda, según la cual puede una proposición ser verdadera en teología y falsa en filosofía, porque la filosofía y la razón—él pensaba en la de su Aristóteles—es irreductible a la fe y a la revelación. El polo opuesto de lo que defendía San Buenaventura en la Reductio attium ad theologiam. Pero téngase en cuenta, para no calumniar a Siger de Brabante, que éste, aun admitiendo las dos verdades, afirma que la verdad revelada es superior a la verdad puramente filosófica. 8. Corriente aristotélica mitigada. San Alberto Magno.— En vez de oponerse rotundamente y ciegamente a la filosofía aristotélica, que venía mezclada con tantos errores, lo que hizo la Escuela albertino-tomista fué tratar de purificarla, ajustando el aristotelismo a las verdades del dogma católico. Primero, la despojó de las adherencias averroístas y después la purificó en sí misma, hasta armonizarla con la teología. El iniciador de esta ingente tarea se llamó Alberto Magno; el que la coronó genialmente, Tomás de Aquino. Alberto, nacido en Lauingen de Suabia, diócesis de Augsburgo, de una familia de caballeros, no de los condes Bollstadt (11-93?, 1206?), estudió en la Universidad de Padua, donde conoció al sucesor d e Santo Domingo en el generalato, « Chartularium Univ. París. I, 486-478; 543-555; P. MANDONNBTJ Biger de TBrwoant et l'Averroisme latín (Lovaina 1911).
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Jordán de Sajonia, quien le atrajo a la Orden de Predicadores el año 1223. Después de enseñar en varios conventos de Alemania, fué enviado a la Universidad de París para obtener el grado de doctor en Teología. Allí le hallamos en 1245 leyendo las Sentencias en el convento de Saint-Jacques, agregado a la Universidad. Fué entonces, sin duda, cuando estudió a fondo las doctrinas de Aristóteles y conoció las traducciones arábigolatinas. Líamado en 1248 a organizar y dirigir el centro de estudios que los suyos tenían en Colonia, enseñó allí y escribió numerosas obras hasta 1260, con el paréntesis de tres años (1254-57), en que desempeñó el cargo de provincial. Durante su magisterio de Colonia tuvo la suerte y la gloria de contar entre sus discípulos al joven Tomás de Aquino. Nombrado obispo de Ratisbona en enero de 1260, gobernó sabiamente la diócesis, hasta que en la primavera de 1262 renunció a la mitra para seguir consagrado a los estudios. Fué nuncio de Alemania y predicador de la Cruzada con poco éxito, aunque muy estimado en la curia pontificia, por su sabiduría y por su celo infatigable. En 1267 reanudó sus lecciones en Colonia. Asistió en 1274 al concilio Lugdunense y en una visita a París en 1277 defendió su posición aristotélica y la de su discípulo Tomás de Aquino. Vuelto a Colonia, falleció en edad avanzada el 15 de noviembre de 1280. Con razón le dieron el título de "Doctor Universalis", porque su saber lo abarcó todo: las ciencias naturales y matemáticas; la lógica y la metafísica, la moral, la teología, la Sagrada Escritura; sus obras sen innumerables, tanto que pocos escolásticos medievales podrán competir con él en fecundidad. "Como comentador de Aristóteles, de los árabes y de los neoplatónicos, prestó a su siglo servicios incomparables. Como hombre de ciencia, es uno de los creadores de la ciencia experimental... Como Rogerio Bacon, Alberto proclama altamente y en numerosas ocasiones los derechas de la observación, de la experiencia y de la inducción, enseñando así a sus contem? poráneos a dirigir sus miradas hacia la naturaleza... El está familiarizado con la geografía, la astronomía, la mineralogía, la. alquimia, la medicina, la zoología, la botánica. En estas dos últimas ciencias sus aportaciones son notables" *7. E. Gilson nos lo retrata en estas palabras: "Alberto se lanzó sobre todo el saber greco-árabe con el gozoso apetito de un coloso de buen humor... Hay algo de pantagruelismo en su caso, o más bien hay albertinismo en el ideal pantagruélico del saber. Si escribe tratados de omni re scibili, y hasta un manual del perpecto jardinero, es—nos dice—porque resulta agradable y útil... Poner al alcance de los latinos toda la física, la metafísica y las matemáticas, es decir, toda la ciencia acumulada hasta enDB WULFJ Hisioire de la philosophie médiévale I, 379-380.
tonces por los clérigos y por sus discípulos árabes y judíos, tal era la intención de este extraordinario enciclopedista: riostra iníentio est omnes dictas partes [acere Latinis intelligibiles *8. Hay un sentido humanista y romano en esta empresa, porque Alberto no es un mero erudito, ni un mero naturalista, sino una mente filosófica y un alma de teólogo y de santo. Verdad es que en sus escritos coexisten elementos tradicionales, platónicos y árabes, sin fundirse orgánicamente con el aristotelismo. "La gloria y la influencia de Alberto consisten, más que en la construcción de un sistema de filosofía original, en la sagacidad y esfuerzo que desplegó para difundir entre los letrados de la Edad Media el resumen de los conocimientos humanos ya adquiridos, crear un nuevo y vigoroso movimiento intelectual en su siglo y ganar definitivamente para Aristóteles a las más preclaras inteligencias de la Edad M e dia" 4". . Esto último, sobre todo. Su labor consistió en descubrir el pensamiento genuino de Aristóteles, apartando las construcciones añadidas por los filósofos árabes y judíos, especialmente Averroes y Avicena, sin rechazar algunas aportaciones útiles de éstos. Con más precisión aún que San Anselmo señala la distinción formal entre la ciencia y la fe, la imposibilidad de creer y al mismo tiempo conocer científicamente la misma verdad bajo el mismo respecto; él demostró que las verdades reveladas pueden justificarse y defenderse por medio de la ciencia y de la filosofía, en particular por la aristotélica, puesta al servicio de la teología, preparando así el camino a su discípulo Santo Tomás. El albertinismo se prestaba a múltiples desarrollos científicos de riquísima variedad. Uno de ellos fué el tomismo 60 . 9. E l Doctor Angélico.—Sin Alberto Magno no hubiera podido surgir la figura culminante de Tomás de Aquino. N a ció éste en el castillo de Rocasecca, cerca de Aquino, en el reino de Ñapóles, a principios de 1225. Llamábase su padre Landolfo, noble gibelino, partidario de Federico II, y su madre Teodora, de origen normando. Desde muy niño fué destinado al claustro por sus padres, que pretendían elevarlo a abad de Montecasino, asegurándose de este modo la hegemonía en todo aquel territorio. A los cinco años de edad, acompañado de su nodriza y de otros servidores, fué entregado como ptter oblatos a los monjes de aquel célebre cenobio,, de los cuales " GILSON, La philosophie au moyen dge p. 504. «M P. MANDONNM, Albert le Grand, en DTC, I, 672-673. Sobre San Alberto Magno véase C. H. SCHEEBEN, Albert der Grosse (Bona 1932); F. FELSTER, Kritische Studien zum Leben und zu den Schríften Alberts des Grossen (Freiburg 1920); M. GRABMANN, Mittelalierliches Geisteslfben (Munich 1936) t. 2, 324-412.
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recibió la primera educación hasta los catorce años. Excomulgado el emperador por el papa, expulsó a los benedictinos de su abadía, convirtiéndola en plaza fuerte. El joven Tomás hubo de regresar a su familia, y a poco fué enviado a Ñapóles a continuar sus estudios en la Universidad erigida por Federico II. Allí conoció a los hijos de Santo Domingo, cuyo hábito blanco vistió en 1243 ó 1244. Previendo los frailes la resistencia de los padres del novicio, y quizá la del emperador, lo enviaron a Roma. Y de allí ef maestro general lo mandó más al norte. Afligida la madre de Tomás, ordenó a dos hermanos del Santo, que militaban en el ejército imperial, en la Toscana, se apoderasen por la fuerza del joven. Así lo hicieron junto a Acquapendente, encerrándolo en el castillo de Monte San Giovanni, junto a Frosinone (mayo de 1244), donde debió de ocurrir el hecho que cuentan sus antiguos biógrafos de rechazar con un tizón a una mujer introducida allí por sus hermanos para tentar la castidad del novicio. Por aquella victoria Guillermo de Tocco le dio el título de Angelicus. E n vano la Orden protestó ante el papa y ante el emperador. U n iaño lo tuvieron internado en Rocasecca, hasta que viéndole inflexible en su propósito, la familia lo devolvió al convento dominicano de Ñapóles. La cronología empieza a ser muy incierta. Stegún Eckard, Mandonnet, Grabmann y Glorieux, se trasladó en seguida a París, donde permaneció tres años (1245-48); según Denifle y Pelster—opinión que nos parece más fundada—fué enviado de Ñapóles a Colonia, donde ciertamente cursó teología bajo Alberto Magno, quien pronto descubrió la potencia intelectual de su discípulo. En Colonia se ordenó probablemente de sacerdote y el 15 de agosto de 1248 pudo asistir a la colocación de la primera piedra de la catedral. Teniendo la Orden que nombrar un bachiller para el Stadium genérale del convento de Saint-Jacques de París, el maestro general consultó con Alberto Magno, quien le recomendó celosamente al joven Tomás de Aquino. Este se dirigió a París en 1252, y en la escuela de los extranjeros, que los dominicos tenían en Saint-Jacques, paralelamente a la escuela de la provincia de Francia, dio principio a su magisterio como bachiller bíblico, leyendo algún libro de la Sagrada Escritura, y luego, como bachiller sentenciario, leyendo al Maestro de las Sentencias. Eran difíciles aquellos años para los Mendicantes por la guerra que les movían en la Universidad algunos maestros, entre los que descollaba Guillermo de Saint-Amourí Santo Tomás tuvo que intervenir en la lucha, publicando su libro Contra impugnantes Dei cultum et religionem (1256). En la primavera de 1256 fué admitido al acto solemne de la licencia en teología y el 15 de agosto de 1257 fué recibido entre los doctores. Sus lecciones no cesaron, sólo que ahora, en su categoría de
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maestro, las hacía a base de un libro de la Sagrada Escritura. El maestro tenía, además, la obligación de predicar en determinados días a la juventud universitaria. La enseñanza de Santo Tomás en París (1252-1259) llamó extraordinariamente la atención de alumnos y maestros por la novedad de su método, claro, preciso, rigurosamente 'lógico; por la calma y serenidad de la exposición; por la audacia de sus ideas aristotélicas, ajustadas a la más pura ortodoxia; por la hondura y madurez del pensamiento. Fruto de esta enseñanza primera son los comentarios In IV libros Sententiarum Petri Lombardi (1253-1255), en los que todavía no ha cuajado el aristotelismo puro, mezclándose algunas ideas del agustinismo tradicional, aunque ya aparece su profundidad, claridad y fuerza de síntesis. A la misma época pertenecen De ente et essentia (1250-56), De principiis naturae (1255), De veníate (12561259) y otras Quaestiones disputatae. En París empezó también, en 1259, la Sitmma contra Gen' tiles, a ruegos de San Raimundo de Peñafort, que deseaba un manual de apologética para los misioneros. Y eso es, una A p o logética y no una Suma filosófica, como a veces se la ha llamado. Tiene por objeto reducir a los mahometanos a la verdadera religión, para lo cual trata en los tres primeros libros de Dios en sí, de Dios creador, de Dios fin último, o sea, de las cuestiones comunes a musulmanes y cristianos; y en el cuarto, de los misterios específicamente cristianos, como la Trinidad, la Encarnación y los Sacramentos. Dilucida no pocos problemas puramente filosóficos y precisa las relaciones de armonía entre lo natural y lo sobrenatural, la razón y la fe. La concluyó en Orvieto en 1264. 10. La "Suma teológica", — Pero sigamos con su vida. En 1259 se abre un nuevo período, desde que abandona la Universidad y se dirige a Italia. En adelante llevará como compañero y secretario a fray Reginaldo de Piperno. Sigue como teólogo pontificio a la curia, primero en Anagni (1259-61), luego en Orvieto (1261-65), donde escribe por encargo de U r bano I V el oficio del Corpus Christi (1264); durante dos años enseña en el convento de Santa Sabina (1265-67) y comienza el tratado De regimine Príncipum, que deja inacabado; vuelve a la escuela de la curia pontificia en Viterbo (1267-68), mas pronto las turbulencias de París le reclaman. Allá va en„el otoño d e 1269 con la más genial d e sus obras a medio escribir. Es la Stimma theologiae (1267-1273), la más brillante síntesis de teología católica, que supera con mucho a todas las que antes de él se escribieron y que no ha sido superada por los que detrás han venido. Consta de tres partes. E n la primera trata de Dios en sí, uno y trino, y de Dios creador, principio de todas las cosas.
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En la segunda, dividida en dos (prima secundae y secunda secundae), trata de Dios como fin de todos los seres, de la bienaventuranza, de los hábitos y virtudes con que las criaturas racionales se vuelven a Dios; y de las virtudes así teológicas como morales, de los dones y gracias extraordinarias, de la vida activa y contemplativa, etc. En la tercera parte trata de Dios en sus relaciones con las criaturas, de la persona de Crist o en su vida y en sus obras, y finalmente de los sacramentos. Sólo llega hasta el de la penitencia, pues dejó la obra inacabada. El suplemento con que se completa se debe a su fiel discípulo y secretario Regináldo de Piperno, el cual sacó los elementos de otros escritos del santo. Cada parte comprende muchas cuestiones y cada cuestión se divide en artículos. Es la más perfecta sistematización de todo el material teológico, con una coherencia de las partes tan bien trabada y armónica, con una lógica tan consecuente hasta los últimos detalles, con un sentido metafísico tan alto y con un método tan claro y sencillo, que siendo un manual de fines didácticos, dirigido á los alumnos, será siempre una obra de meditación y consulta para los sabios y perdurará eternamente majestuosa y austera como las pirámides del desierto, según la comparación de Lacordaire. De 1269 a 1272 le hallamos en París como profesor y regente de estudios del convento de Saint-Jacques, trienio fecundo en que comenta a San Juan y a San Pablo, escribe diversos quodlibetos, glosa varios libros de Aristóteles, y ve entre sus discípulos a los agustinos Egidio Romano y Agustín Trionfo y a seglares como Pedro Dubois. Tiene entretanto que luchar con Siger de Brabante (De unltate intellectus contra Averroistas, 1270), con los enemigos de las Ordenes mendicantes (Contra pestiferam doctrinam retrahentium homines a religionis ingressu; De perfectione vitae spirituaUs, 1270) y con les reaccionarios agustinistas, los cuales maquinan una condenación oficial de la doctrina filosófica tomista, envolviéndola con la de los averroistas. Probablemente para sacarle de aquel abejar alborotado y librarle de la amenaza que se cernía sobre él, los superiores le llamaron a Italia, para encomendarle la dirección de las escuelas de la provincia romana. Tomás pensó fundar un centro de estudios en Ñapóles, valiéndose de la protección y favor de Carlos de Anjou. Allí dio lecciones comentando varios libros aristotélicos, escribió un Compendium theologiae, predicó sobre el credo, el paternóster y el avemaria y se propuso continuar 4a Summa theologiae. Sus trabajos fueron interrumpidos por el llamamiento del papa. Por la fama de su gran sabiduría y porque había escrito años antes un libro Contra errores graecorum, Gregorio IX le ordenó asistir al concilio Lugdunense de 1274, en el que se iba a tratar de la unión de las dos Iglesias. E n el camino se sintió indispuesto, por lo que hubo de dete-
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nerse en el castillo de Maenza, propiedad de una sobrina suya. Agravándose la enfermedad, pidió ser trasladado al vecino monasterio de Fossanova, dw.'de los cistercienses lo agasajaron con fina caridad. A petición de los monjes, les expuso sucintamente el Cantar de los Cantares. El enfermo empeoró a principios de marzo y al amanecer del día 7, recibidos con devoción los últimos sacramentos, exhaló dulcemente 'el último suspiro. Tenía cuarenta y nueve años. El sentimiento de su muerte fué universal. La Facultad de Artes de la Universidad de París escribió una carta de condolencia al capítulo general de los dominicos, reunido en Lyón. E n un códice oxoniense del siglo xin se leen estás palabras del copista al final de la Suma teológica: "Hic moritur Thomas, O mors, quam sis maledicta!" 51 11. El tomismo.—Hemos explicado en páginas precedentes el intelectualismo tomístico, contrario al voluntarismo franciscano. Si para San Buenaventura era la teología una ciencia más práctica y excitadora del afecto que puramente especulativa, para Santo Tomás, al revés, tiene carácter más especulativo que práctico. ¿Por qué? "Quia principalius agit de rebus .divinis quam de actibus humanis; de quibus agit secundum quod per eos ordinatur homo ad-perfectam Dei cognitionem, in qua aeterna beatitudo consistit" (1 q.l a.4). Para el Doctor Angélico la filosofía es una ciencia aparte, con objeto propio, métodos propios y principios peculiares suyos. Es, pues, independiente de la teología, aunque puede decirse ancilla theologiae, en cuanto que la ciencia sagrada, como ciencia más alta, se vale de la filosofía para relacionar y sistematizar los dogmas, los principios y lasf conclusiones teológicas, justificar los motivos de credibilidad, refutar los argumentos contrarios, aclarar con analogías y semejanzas las verdades reveladas, etc. En filosofía el gran mérito de Santo Tomás consis61 Como la bibliografía sobre Santo Tomás es infinita, nos limitaremos a citar algunas obras más generales y orientadoras, en algunas de las cuales se hallará toda la bibliografía apetecible: I). PRCJMMKR, li'onies vitae Sancti Thomae (Toulouse 1912-1928), continuadas por M. H. LAURISNT (Saint Maximin 1934-1937); P. MANDONNBT, Saint Thomas d'Aquin, 7 artículos en "Revue des Jeunes" (1919-1920); F. PELSTER, La giovinezza di San Tomasso, la familia di San Tomasso... Studio critico delle fonti, en "Civiltá. cattolica" (1923) 385-400; 401-410; 299-303; M. GRABMANN, Tomás de Aquino trad. española de S. Minguijón (Barcelona 1930); H. P E TITOT, Santo Tomás de Aquino. La vocación. La obra. La vida espiritual, trad. de A. Suárez, O. P. (Almagro 1929); A. WALTZ, San Tomasso d'Aquino. Studi biografici (Roma 1945); A. Toso, Tomasso dJAquino e il suo tempo (Roma 1941); A. PIDAL Y MOH, Santo Tomás de Aquino (Madrid 1875); S. GOMA, Santo Tomás de Aquino. Época. Personalidad. Espíritu (Barcelona 1924)¿ S. RAMÍREZ, Introducción general a la "Suma teológica" bilingüe publicada por la BAC (Madrid 1947).
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tió en cristianizar a Aristóteles. D e procedencia aristotélica son las principales tesis tomistas, v. gr., la doctrina del conocimiento, que acepta la necesidad del dato sensible para el acto mental (omnis cognitio incipit a sensu); de las representaciones sensibles o fantasmas abstrae el entendimento agente las especies inteligibles o ideas, unlversalizando aquellas representaciones, iluminando con ellas al "entendimiento posible" (potencia pasiva), cuya función es recibir esas ideas o especies universales y percibir los objetos en ellas representados; entendimiento agente y posible, que son como dos manifestaciones de una misma potencia intelectual. Acerca de la objetividad del conocimiento, Santo Tomás no admite la menor duda. E n el problema de los universales se caracteriza por un realismo moderado: los universales no existen a parre reí en su misma universalidad, pero sí son reales fundamentalmente, en cuanto que existe la naturaleza o esencia común de las cosas; formalmente, o sea su misma universalidad, es producto del entendimiento, que es quien percibe lo que hay de esencial en los individuos de una especie. En metafísica sostiene que el principio de individuación, o sea, de la distinción numérica, es la materia sellada por la cantidad; de donde se sigue que, careciendo de materia los ángeles, como sustancias espirituales que son, no pueden diferenciarse numéricamente, sino que cada individualidad constituye su especie. El acto es perfección y Dios es acto puro, necesario y espiritualísimo; todos los demás seres se componen intrínsecamente de potencia y acto. La esencia, o realidad constitutiva de una cosa, se diferencia realmente de su existencia, o del acto por el cual existe, se entiende tratándose de seres creados. En psicología defiende con Aristóteles la unidad de la forma sustancial, rechazando la pluralidad de formas; por eso el alma se une esencialmente al cuerpo como su único principio de vida, no sólo intelectiva, sino sensitiva y vegetativa. Existe distinción real entre el alma y sus facultades. E n cosmología Santo Tomás es de opinión que el mundo fué creado en el tiempo, o, mejor, con el tiempo, pero no le parece absurda la creación ab aeterno. En ética, la moralidad de los actos la hace consistir en su conformidad con la razón humana, que es irradiación de la Razón divina o Ley eterna, norma suprema de la moralidad. Y el fin del hombre es Dios, Bien sumo, cuya posesión fruitiva, que causará nuestra felicidad, consiste esencialmente en el acto del conocimiento, no en el del amor, como quería Escoto, o en ambos, conocimiento y amor, como decía San Buenaventura. Su sistema teológico puede decirse que es el de todos los doctores católicos, exceptuando aquellas cuestiones en que influyen sus particulares teorías filosóficas. La teología después de Santo Tomás ha avanzado en el conocimiento más exacto y profundo de las fuentes del dogma, y en la sistematización
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y desarrollo de ciertos tratados, como el de Eccíesia y la M a riología. La mayor originalidad y mérito del sistema filosófico-teológico de Santo Tomás no reside en cada una de las doctrinas u opiniones, pues en todas tuvo precursores distinguidos, sino en haber logrado un conjunto maravillosamente orgánico y coherente. A los ojos de los teólogos conservadores y a descritos el aristotelismo tomista pareció revolucionario y peligroso para la fe, porque lo confundían—o al menos lo juzgaban emparentado—con el aristotelismo averroísta. Y a los ojos de los entusiastas de Averroes, como Siger de Brabante, era una interpretación falsa y arbitraria del verdadero Aristóteles. El ataque fué, pues, muy violento por el ala derecha y por l a . i z quierda. Á los averroístas, como a heterodoxos, no les tuvo miedo el Doctor Angélico; combatió denodadamente y en público contra ellos, hasta darles el golpe mortal. E n cambio no pudo defenderse de los que le atacaban en nombre de la religión y de San Agustín. Tres años después de la muerte del Santo, en 1277, y a hemos visto cómo el obispo Esteban Tempier proscribió 219 proposiciones averroísticas, entre las que se hallaban algunas de Santo Tomás, v. gr., la del principio de individuación. E n ese mismo año es un dominico, el arzobispo de Canterbury, R o berto Kilwardby, quien, de acuerdo con los maestros de O x ford, condena 30 tesis filosóficas, entre ellas algunas del Doctor Angélico, como la que defiende en el compuesto humano la unidad de forma sustancial. Y su sucesor en la sede arzobispal, el franciscano Juan Peckham, confirma la condenación en 1284 y la extiende a otras ocho tesis tomistas en 1286 52 . Poco antes, el franciscano inglés Guillermo de la M a r e lanzaba su Correctprium fratris Thomae (1282), tachando de falsas 117 proposiciones de las obras de Santo Tomás. Los franciscanos son los que dirigen la campaña, no tanto por animosidad contra los dominicos, cuanto porque era una novedad que juzgaban peligrosa. Así, en su capitulo general de Estrasburgo (1282) mandan que no se facilite la Suma de fray Tomas sino a los lectoras notabiliter intelligentes, y aun a éstos con las declaraciones de fray Guillermo de la M a r e (f 1298). Y poco después vino el ataque más a fondo de Duns Escoto. Contra esta ofensiva, los dominicos se arman para la defensa de su teólogo más representativo; alguno, como Juan Quidort o Juan de París (f 1306), responden a los censores o críticos con un Cortectorium corruptora. Y los capítulos ge•* J. KocHj Philosophísche und theologische Irrtumslisten von 1S70-X329, en "Méla.nges Mandonnet" 2 (París 1930) p. 313. Las condenaciones anteriormente aludidas véanse en el Chartularium Univ. Parte. I.
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nerales, empezando por el de Milán de 1278, van insistiendo en recomendar e imponer a toda la Orden las doctrinas y los escritos de Tornas de Aquino, hasta que consiguen del papa Juan XXII, en 1323, que le otorgue la aureola de los santos 5 8 ; canonizado el santo, es canonizada su doctrina. Desde entonces la autoridad de Santo Tomás como Doctor sánelas va creciendo aun fuera de la Orden. San Pío V le dio oficialmente el título de Doctor Angélico, y por fin León XIII le nombró Patrono de todas las escue'as católicas. Ya desde fines del siglo xiil se le decía "Doctor communis". 12. OÍTCQ teóloqos.—La evolución que dentro de la Orden dominicana se produjo hacia el tomismo. D e Wulf la ha notado en el catalán Ramón Martí (f 1286), d'scípulo en París de Alberto Magno y gran orientalista, eme en su obra juven'l Explanaíio srimboli aposíclorum (1257) rechaza la posibilidad de la creación ab aeterno, mientras que la admite, siguiendo a Santo Tomás, en su obra de madurez, Pugio fidei (1278). Este libro es una apología de la fe cristiana para uso de los frailes predicadores en el desempeño de su misión entre cristianos y gentiles y especialmente entre judíos y musulmanes. Es .curioso que en sus grandes líneas se afuste a un plan trazado por el teólogo árabe Algazel. Aduce textos del Antiguo Testamento, del Tslmud y hasta del C c r r n . Se advierten muchas coincidencias literales entre e! Pugio fidei y la Summa contra gentiles de Santo Tomás. H o v se ha demostrado del todo improbable la hipótesis de Asín Palacios, cruien sospechó que el Doctor Angélico dependía de Ramón Martí, no viceversa 54 . Fuera de la Orden de Santo Domingo, reclutó también eí tomismo, desde primera hora, algunas adhesiones: la más importante fué la del agusfno Egidio Romano (f 1316), "Doctor fundatissimus", aunque su tomismo sea en ocasiones vacilante y ecléctico. Los maestros y doctores pertenecientos al clero secular se mantuvieron siempre en cierta independencia doctrinal. Es verdad que desde la aparición de las Ordenes mendicantes 'en la 03 El proceso de esta defensa del tomismo puede verse en R. Cr. VIU.OSI.ADA, T,a Universidad de Paria durante los estudios de 34Francisco d* Vitoria (Roma 19P-8) p. 281as. M. ASÍN PALACIOS, El averroísmo teológico de Santo Tomás de Aquino, pn '"Homenaje a D. Francisco Codera" (Zaragoza 3904) p. 320-323. La controversia sobre este punto, en los hermanos CARRERAS ARTAÜ, Historia de la filosofía ' española (Madrid 1939) I, 182-166. Sabido es eme Ramón Martí escribió la primera parte del Pugio fidei en latín, las dos restantes en latín y en hebreo. Su^ influencia en Pascal está demostrada. Al lado de Ramón Martí, queremos citar, aunque sea de paso, al apologista y teólogo San Pedro Pascual (f 1300), obispo de Jaén, que escribió en lemosín y castellano.
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Universidad, aquellos maestros como que se retiran o se eclipsan. Uno de sus pensadores más profundos y personales, Enrique de Gante (f 1293), empieza desviándose de la tradicional corriente agustinista y acercándose al aristotelismo tomis-ta, sin afiliarse a ninguna escuela,- a pesar de que él fué uno de los que movieron a Esteban Tempier a la condenación de las 219 tesis. En el siglo xvi, los servitas, sin ningún fundamento histórico, hicieron de este "Doctor sollemnis" su doctor oficial. Más dentro del tomismo se halla el canónigo de Lieja Godo fredo de Fontaines (f 1303), quien criticó abiertamente el Syllabus de E. Tempier, y, aunque decidido enemigo de los dominicos en el terreno eclesiástico, elogió altamente a Tomás de Aquino y su doctrina. Dotado de honda penetración filosófica y de criterio independiente, no comparte la teoría del Aquinate sobre la distinción real de la esencia y la existencia. Otro maestro secular, próximo al tomismo, es Pedro de Auvergne (f 1304), dado a conocer recientemente por E. H o cedez, S. I. Y no falta quien ponga entre los tomistas, en cuanto maestro de lógica aristotélica, a Pedro Hispano, que, siendo papa con el nombre de Juan X X I , animó al obispo de París a proceder contra los averroístas. D e él hemos tratado en el capítulo de los Romanos Pontífices 55 . IV.
L A TEOLOGÍA MÍSTICA
Al hablar de San Bernardo, abad de Claraval y lumbrera máxima de la Orden cisterciense, vimos la grandeza de su genio religioso, lo • admiramos como monje reformador, como predicador ardiente, como consejero de reyes y de papas y también como una de las cumbres más sublimes de la mística medieval. De los Victorinos como de teólogos egregios sólo hicimos ligeras alusiones en la sección de la Escolástica, reservándoles una referencia más completa en este apartado de los místicos. El más sabio y genial de los Victorinos es Hugo; el más.contemplativo, metódico y sistematizador, Ricardo; el más poeta, Adán. Precursor de esta mística especulativa fué el espiritu agustiniano del gran San Anselmo (f 1109), de quien diversas veces hemos hablado. A la misma tendencia debe afiliarse el abad y teólogo cisterciense Isaac de Stella (f 1169), pensador inglés de tendencia platónica, autor de sermones admirables sobre el Cantar de los Cantares y de una Epístola de ánima, con pensa* 50 Un erudito estudio biográfico y doctrinal sobre Fedro_Hispano, en CARRERAS ARTAU, Historia de la filosofía española.^I. Vvlosofía cristiana de los siglos XIII al XV (Madrid 1939) p. 101-144.
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mientos tan sutiles como profundos. Los Victorinos requieren particular estudio y atención. 1. Hugo, "el segundo Agustín".—Al monasterio de San Víctor, en las afueras de París, llegaba, poco antes del año 1100, un joven de Sajonia, que se decía Hugo. E n 1133 dirigía los estudios de sus monjes y enseñaba con gran éxito la ciencia sagrada. E r a amigo de San Bernardo y murió joven, en 1141. A esto se reduce lo que sabemos de su vida. Es quizá el teólogo más eminente del siglo xn, un teólogo dogmático y místico con temperamento de filósofo y humanista. Se le llamó "alt'er Augustinus". Dotado de poderosa inteligencia, fantasía brillante y de muy vastos conocimientos, escriturísticos, patrísticos y filosóficos, reprueba los excesos del método dialéctico y sus intrusiones en la teología. Ama la ciencia y las letras. "Aprendedlo todo, decía, y lu'ego veréis que nada resulta inútil". Pero quería que la ciencia humana no se separase nunca de la teología; todos los conocimientos debían ir orientados hacia la cumbre de la contemplación. Así pudo él armonizar las dos tendencias opuestas que se combatían en su siglo: la Escolástica y la Mística. Su mística es especulativa, y la Escolástica pierde en él su carácter abstracto y dialéctico. Como teólogo, sobresale por la obra D e sacramento cftrístianae fidei, que mejor diría De mysteciis\, pues entiende por sacramento todas las cosas santas significadas en la Escritura y todos los misterios de Dios (tota divinitasj. E s una Suma teológica de grandes proporciones, bastante original y sistemática, dividida en dos partes: en la primera trata de la obra de la creación, de Dios y de SÍUS criaturas; en la segunda, de la obra de la redención, de Cristo y de su Iglesia, de los sacramentos, de las postrimerías del hombre y del fin del mundo. Como ferviente discípulo d e San Agustín, se complace en estudiar la Iglesia en relación con Dios y con Cristo, presentándola como casa de Dios, ciudad del Rey, cuerpo de Cristo, esposa del Cordero inmaculado, objeto principal de la Escritura, como Cristo mismo. E n su Didascalion, que es una introducción al estudio de las artes liberales y de la Sagrada Escritura, reduce las ciencias a cuatro: ciencia teórica, ciencia práctica o moral, ciencia mecánica y ciencia lógica; las más dignas de estudiarse son las del trivio y del cuadrivio, y d a normas sobre la lectura de los libros. Como místico, sigue la línea del Pseudo-Areopagita, cuyos libros De caelesti hierarchia comenta prolijamente. La ciencia perfecta está en la contemplación, que el hombre perdió por el pecado original y que puede recobrar por medios sobrenaturales. E n la ascensión mística Hugo concede importancia a la meditación y la describe en el opúsculo áureo, brevísimo, De meditando. Entiende por meditación la frecuente cogitación que
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investiga el modo y la razón d e ser de las cosas, y distingue tres géneros de meditación: por las criaturas, por las Escrituras y por las costumbres. La meditación se perfecciona en la oración (opúsculo De modo orandi), para la cual es indispensable. Sólo ouando se medita con piadosa devoción, se o r a verdaderamente. Sólo entonces se enciende el fuego del amor, que consume las pasiones desordenadas y fortifica y sosiega el espíritu. H a y tres especies de oración: súplica, que es un ru'ego Jiumilde y devoto, sin petición determinada: postulación o petición p r o piamente dicha, e insinuación, que consiste en la manifestación de los deseos a Dios, por mera narración, sin pedir nada. L a oración se levanta al cielo con dos alas, que son la miseria del hombre y la misericordia del Redentor. Supone algún esfuerzo; ella busca lo que por la contemplación se posee. H a y dos maneras de contemplación: la contemplación activa (perspicax animi contuitus), imperfecta, propia de principiantes, llamada propiamente especulación, y la contemplación perfecta o infusa, que es una cierta visión del Creador con una iluminación interior, dada por Dios, diferente de la visión beatífica y del solo conocimiento d'e la fe. E n esta contemplación, el alma, unida a Dios, se transforma y transfigura por la llama del amor divino, como la madera por el fuego. L a contemplación es la cima de la ascensión mística, y el amor es la cima de la contemplación. Estas ideas las expone en la obra De sacramentis y en las homilías sobre el Eclesiastés. La unión mística la describe principalmente en su bellísimo Soliloquium de attha animae, conversación entre el hombre interior y su alma sobre el amor del celeste Esposo; en el titulado De amóte Sponsi ad sponsam, comentario de unos versículos del Cantar de los Cantares, y en las inflamadas efusiones De laude c/zaritatis 5B. 2. Ricardo el Contemplativo,—•Discípulo de Hugo fué Ricardo de San Víctor, de origen escocés, que gobernó algunos años la abadía como prior y que murió en 1173. Ricardo es, como su maestro, una simpática mezcla de teólogo, filósofo y místico, menos profundo y original que Hugo, pero fen la M i s tica, más teorizador y metódico que aquél. Entre sus tratados teológicos, sólo uno hay verdaderamente importante, el De Trinitate, en seis libros, de carácter anselmiano y agustiniano, con ideas que el P . D e Regnon supone aprendidas en los Padres griegos, pero que acaso le vinieron por el Pseudo-Areopagita. E n cuanto místico, la tradición lo h a considerado siempre " Un estudio analítico de las obras de Hugo de San Víctot, con bibliografía casi exhaustiva, en F. VERNET, Hughes de SaintVíctor, en DTC;' W. PREGER, Géschichte der deutschen Mystik im Mittelalter (Leipzig 1874) t. 1, 227-241. Las obras de Hugo, en ML 175-177.
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como "magnus contemplator", y hoy día se le sigue teniendo por el primfer místico teórico de la Edad Media, parejamente a San Bernardo, que es el primer místico práctico. Ricardo continúa las ideas ascético-místicas de Hugo, desarrollándolas ampliamente, precisándolas, sistematizándolas con más método y orden. Sus mejores obras en este aspecto son el Benjamín minor (De ptaepavatione animi ad contempiationerp) y Benjamín maior (De grafía contemplationis). El Benjamín minor toma su nombre del salmo 67, v. 23. "Benjamín adolescentulus in mentís excessu". Eso es para Ricardo la contemplación, un mentís eotcessus, un éxtasis y también un exceso o crecimiento de la penetración intelectual, obtenido por vía afectiva y por la caridad, independientemente de la actividad propia. Trata en este libro de la necesidad de reprimir las pasiones, purificarse y adquirir las virtudes, prfeparándose para la contemplación. El Benjamín maíor, así llamado por ser de mayor extensión e importancia que el primero, empieza recomendando la contemplación y distinguiendo sus propiedades en comparación con la cogiiatio y la meditatiq. "La cogitación—dicfe—se arrastra por el suelo (sevpit); la meditación anda o camüía (incedit) y a lo más corre; pero la contemplación todo lo circunvuela, y cuando quiere se cierne en las alturas. En la cogitación no hay trabajo ni fruto; en la meditación ¡hay trabajo con fruto; en la contemplación todo es fruto sin trabajo. En la primera hay fevagación de la fantasía; en la segunda, investigación de la razón que medita; en la tercera, admiración de la inteligencia que contempla". T a n t o mejor será la contemplación, cuanto más acompañada vaya dfe admiración y exultación. Los objetos sobre los cuales versa la contemplación pueden ser muy varios. Ricardo distingue seis: 1) las cosas corporales, percibidas por los sentidos (cosas, obras, costumbres); 2) la verdad de las mismas, percibida por la razón; 3) las cosas invisibles de Dios, reflejadas fen las visibles de este mundo; 4) las esencias invisibles e incorpóreas, como los ángeles, ¿1 alma humana en su aspecto natural y sobrenatural; 5) Dios conocido por la fe, en sus atributos, que son supra non contra rationem, y en el misterio d e j a Trinidad, que parece contra rationem. Al fin festudia tres formas de contemplación: la humana; que es el fruto de la actividad; del hombre; la divino-humana, que es obra de la iluminación; divina y de las fuerzas humanas, y la divina, que es fefecto de la operación de Dios en el alma enajenada. En estas dos últimas se da el mentís excessus, producido por el fervor de la devoción, por la grand'eza de la admiración y por la intensidad de la exultación. La Explicátio in' Cántica Canticorum es una exégesis del libro salomónico en sentido puramente místico, aplicándolo a
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la unión de Cristo con la Iglesia y con las almas. Se cierra con un canto rítmico a la Asunción de María. El tratado De gradibus chavitatis expone la insupferabilidad de la caridad; la insaciabilidad del amor; que el amor está sin cesar viendo al amado, y que el amor exige inseparabilidad. Y ~el De quattuor gradibus violentae charitatis describe aún con más fuerza la violencia e insaciabilidad del amor. D e carácter más bien ascético son los dos tratados D e statu interioris hominis y De eruditione interioris hominis. Adán de San Víctor (f 1192) es autor d'e varias obras poco conocidas en prosa y sobre todo de secuencias, que se introducen en la liturgia, según costumbre originaria de San Gall, y cuya forma poético-litúrgica es Adán quien la fija y estructura 5-r. Los Victorinos, como dice Pourrat, tienen una concepción simbolista del universo, que es la base de su sistema místico. El término es la contemplación, y su método la meditación intuitiva. En las criaturas n o ven más que imágenes y signos para subir a Dios. La creación es la obra del Verbo, su palabra exterior, o como un libro inmenso que contiene las enseñanzas divinas: cada criatura es la expresión sensible de un pensamiento d'el Hijo de Dios, es una palabra que encierra un sentido divino ss. 3. La mística franciscana.—Como en el siglo xn la Mística es cisterciense y victorina, así en el xm puede decirse franciscana y en el xiv será dominicana. San Francisco de Asís, que fué uno de los mayores místicos experimentales, favorecido por Dios con dones tan extraordinarios como la estigmatización, no nos dejó en sus opúsculos doctrina alguna sobre la Mística, pero sí nos transmitió su espíritu y el ejemplo práctico de sus virtudes, y de esta fuente viva mana la espiritualidad afectiva y cristocéntrica que observamos en sus hijos. II Poverello d'Assisi se caracteriza primeramente por su amor a la pobreza, a la que solía dar el nombre de Madre, de Esposa y, más frecuentemente, de "mi Señora". Pobreza absoluta, según la letra del Evangelio; pobreza que fes el fundamento de la humildad y la raíz de toda perfección, por lo cual se la recomendaba tanto a sus "frailes menores". Otra nota del alma seráfica de Francisco fes el amor apasionado a Cristo, conside51 Así empieza, por ejemplo, la de la Conversión de San Pablo: "Corde, voce, pulsa cáelos,—Triumphale pange melos,—Gentium Ecclesia!"...; y la de San Pedro Apóstol: "Gaude, Boma, caput roundi.—Primus Pastor in secundi—Laudetur victoria" (ML 196, 1479 y 1492). M P. POURRAT, La SpiHtualité chrétienne. II. Le mayen age p. 161-166. Sobre Ricardo publicó en la "Vie spirituelle" (Supplement 1924) una serie de artículos, que luego recogió en libro, E. KULESZA, La doctrine mystique de Richard de Saint-Victor (Saint Maximin 1925).
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rado en su humanidad, especialmente en los misterios de Belén y del Calvario; basta recordar la cueva de Greccio y el serafín alado de la Alv'ernia. San Francisco es, en cierto modo, el continuador de San Bernardo en su devoción a la humanidad de Cristo, con un matiz más popular, pues mientras el abad de Claraval habla principalmente a monjes que viven en la soledad, el Pobrecito d'e Asís conversa con el pueblo^ sencillo; aquél insiste en la humildad, como éste en la pobreza; pero ambos no tratan más que de copiar en su vida al Cristo evangélico; sólo que San Francisco pone ,un no sé qué de ingenuidad y de candor, de alegría y ternura, que mitiga cierta rudeza de San Bernardo. Tercera nota de la espiritualidad franciscana es la contemplación y amor de la naturaleza, en cuanto obra de Dios, expresión de su poder, sabiduría, bondad y belleza. Si los místicos anteriores miraban las cosas como símbolos y palabras del sentido divino, Francisco las mira como realidades vivas, pertenecientes a la gran familia de Dios, hijas del Padre celestial y alimentadas por su providencia; consiguientemente, las ama como a hermanas: el hermano Sol, la hermana Agua, el hermano Fuego, el hermano Viento, la hermana Muerí'e. 4. El Doctor Seráfico,—San Francisco sentía desdén por la ciencia 'especulativa; su Orden, nacida en el apogeo de la Escolástica, no pudo menos de participar de esta corriente uirtelectual, y fué San Buenaventura quien logró hacer la síntesis de la ciencia y de la piedad. A la espiritualidad franciscana, ya descrita, añade San Buenaventura la doctrina del ejemplarismo, considerando las criaturas, no tanto en sí mismas, cuanto en su causa, la esencia de Dios, en las ideas divinas, que son el eterno ejemplar de lo creado. Mientras que en 'el Breviloquium todo lo contempla desde Dios, en el lünexacium mentís in Deum sigue camino inverso, semejante al de Ricardo de San Víctor en su Benjamín maior. El Itinerario de la mente hacia Dios es una de las joyas de la literatura filosófico-teológica y mística, u n o de los libros más típicos y sublimes de San Buenaventura (que lo escribió en octubre de 1259), al par que hondamente agustiniano. Como lo indica el mismo título, se trata d'e un Itinerario del alma que,, ejercitando primero sus potencias sensitivas, después sus potencias intelectuales y por fin lo más alto de la inteligencia, el ápice de la mente, va subiendo en tres jornadas, por las huellas de Dios, que son las criaturas, hasta el Ser eterno y espirifcualísimo. Le vino la idea mientras estaba en el monte Alvfcrnia, pues, r'ecordando la visión que tuvo allí San Francisco de un serafín con seis alas y en figura del Crucificado, pensó Buenaventura que esas seis alas significaban seis iluminaciones escalonadas, que levantan al alma desde las criaturas hasta Dios, en quien nadie tentra rectamente sino por la puerta del Crucificado. Por eso dividió su libro en seis capítulos, a los que
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añadió un séptimo, que los corona todos: 1)' T r a t a de los grados de la subida a Dios y del primero de todos, que es la especulación de Dios por sus vestigios 'en el universo, ya que las criaturas son como un espejo de las perfecciones divinas; 2) Especulación de Dios en sus vestigios del mundo sensible, considerado no en su realidad material, como en. el primer grado, sino en su ser intencional o cognoscitivo, pues trasladadas las cosas al interior del alma mediante la .aprehensión, la delectación y el juicio, nos es da,do contemplar a Dios n o sólo por ellas, sino también 'en ellas, por cuanto en ellas está por esencia, presencia y potencia; 3) Especulación de Dios por su imagen impresa en las potencias naturales dfel alma (entendimiento, memoria y voluntad, imagen de la Trinidad); 4) E n la misma imagen del alma, reformada por los dones gratuitos de la gracia; 5) Por el nombre primario de Dios, que es el Ser, de suerte que el alma, traspasando lo creado, conoce a Dios en la idea innata que de El lleva, en la noción del ser necesario, purísimo, eterno, actualísimo, perfectísimo y unicísimo; 6) En el nombre de la Beatísima Trinidad, que es el Bien, y como el Sumo Bien es sumamente difusivo, sfe explica el proceso trinitario; 7) Exceso de la mente, o éxtasis místico, en que el alma da descanso al entendimiento, reduciendo al silencio las facultades cognoscitivas, y conctentradas todas las energías en el ápex affectus, o vértice de la voluntad, se traslada ésta totalmente a Dios y se transforma en El. " Y si preguntares cómo suceden estas cosas, interrógaselo a la gracia, n o a la doctrina; al deseo, no al entendimiento; al gtemido de la oración, no al estudio de la lección; al esposo, no al maestro; a Dios, no al hombre; a la calígine, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que inflama totalmente y traslada a Dios con excesivas unciones y con ardentísimos afectos" M . Para conocer el pensamiento espiritual de San Buenaventura hay que tener en cuenta también otros libros, como el De triplici via (Incendium amorís), donde se encuentra por primera vez una exposición completa d'e las tres vías o grados ! de la vida espiritual, vía purgativa, vía iluminativa y vía .unitiva, que el alma recorre por la meditación, la oración y la contemplación. El concepto que tiene San Buenaventura de la contemplación activa y pasiva es muy semejante al de los Victorinos. La Santísima Trinidad ha dejado sus vestigios en las criaturas materiales; su imagen, en las espirituales, y una semejanza de sí misma en el alma deiformada porcia gracia, y así el mundo es una escala mística, por la qu'e el alma contemplativa se eleva hasta Dios. El opúsculo De sex alis Seraphim no es místico; podíase titular "manual del perfecto superior", pues va recorriendo las 00
Itinerctriitm mentís in Dcum ventura, ed. BAC, I, 632.
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virtudes que deben adornar a los superiores religiosos. El padre Claudio Aquaviva, general de la Compañía de Jesús, lo estimaba sobremanera. Imitando a Hugo de San Víctor, escribe su Sotiloquium a manera de diálogo, ten que el alma pregunta y el hombre interior responde, sobre los efectos del pecado, la instabilidad de los bienes de este mundo, la muerte, el juicio final, el infierno y la bienaventuranza eterna. El Árbol de la vida (Lignum vitae) contiene 48 breves inteditaciones sobre el círculo completo del misterio de la Encarnación, desde que el Verbo de Dios ste hace hombre hasta que la Humanidad triunfante de Cristo, unida al Verbo, vuelve al seno del Padre. Le preceden una imagen del árbol con su fruto divino y unos versitos latinos, que luego se van explicando. Libertino de Cassale (1328) adoptará esta misma concepción en su cél'ebre Atbov vitae ccucifixae, y le tomará ideas y expresiones. Típicamente franciscana es en San Buenaventura la devoción tiernísima a la pasión del Salvador. Donde más efusiva y amorosamente se derrama su afecto es en tel tratado de la Vitis mgsíica, particularmente en los capítulos, rezumantes de unción divina, en que nos descubre los tesoros del Corazón dte Jesús vulnerado por la lanza. Durante largo tiempo se atribuyeron al Doctor Seráfico las divulgadísimas Mediíationes vitae Chrisüi. Ciertamente no son suyas, pero están impregnadas de su espíritu y marcan, como dijo Vernet, "el punto culminante de la literatura pseudobonaventuriana" '00. Pero en esa devota compilación se incluyte un tratadito que lleva por título Meditationes de Passione lesa Christi, y que parece pertenecer a San Buenaventura, por más que n o lo acepten los editores dte Quarácchi 6 1 .
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5. Otros místicos franciscanos.—Cronológicamente, debíamos haber colocado antes de San Buenaventura al gran taumaturgo portugués, popularmente denominado San .Antonio de Padua (1195-1231), aunque nació en Lisboa. D e joven, entrte los canónigos regulares de San Agustín, sobresalía por sus conocimientos de la dialéctica, de la teología y Sagrada Escritura. • • • Al tener noticia del martirio de cinco franciscanos en Marrue- •;* eos ten 1220, se decidió a entrar en¡ la nueva Orden con el ansia .* . m F. VERNET, La spirituallté medieval (París 1929) p. 55. Creía- i; se que au autor era Fr. Jua'n de Caulibus, autor, según parece, de otras Meditationes. El P. Columbano Fischer, O. F. M., ha f; demostrado que pertenecen al franciscano Jacobo de Cordone, -. quien las escribió originariamente en italiano. FISCHER, Die Me- ; i ditationes vitae Christi. Ihre handschriftliche Ueberlieferung und í die Verfasserfragej en "Arehivum Franciscanum Historicum" 26 "'' (1932) 4 artículos. a Véanse los argumentos aducidos por los editores de la ^AC, Obras de San buenaventura t. 2 (Madrid 1946) 735-747.
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de partir también él a Marruecos y derramar su sangre por la fe de Cristo. Así lo hizo aquel mismo año y se dirigió en seguida al África. La enfermedad le obligó a regresar. Aportó la nave a Sicilia, de donde Antonio ste dirigió al capítulo general que se celebraba en la Porciúncula de Asís (1221). Allí pudo ver la vida maravillosa del fundador y escuchar sus palabras. Retirado algún tiempo el eremitorioi de Forlí, se dtedicó á la penitencia „y a la contemplación, hasta que los superiores le encaminaron a la vida activa. Predicó con extraordinario concurso del pueblo en tel norte de Italia y en el mediodía de Francia. Enseñó teología, con permiso d e San Francisco, a sus frailes en Bolonia, en Montpellier, en Toulouse. Fué guardián de Limogés y ministro provincial en Italia. Pero su ocupación principal fué la predicación; predicación popular, como de buen franciscano; predicación docta y bien fundada en la Sagrada Escritura y en los Santos Padres, como de teólogo profundo e instruido. Se ha dicho de él que era el teólogo de la oratoria, porque sabía exponer la doctrina teológica de una manera elocuente, viva, práctica y atrayente. Una vez, al oírle predicar en Roma, el papa Gregorio I X le llamó "Arca del Testamento y armario de la Sagrada Escritura". Murió el 13 dte junio de 1231 y a los once meses era canonizado. T a l era la fama de su santidad. Los milagros se multiplicaron, sobre todo en Padua, ciudad que le alzó una basílica monumental. Publicó Sermones dominicales y Sermones de Sanctis. Su teología y su espiritualidad son cristológicas, mariológicas y voluntaristas, a la manera franciscana. Es más práctico que especulativo y más ascético que místico; .aunque en sus sermones no deja de tratar las cuestiones místicas, insist'e en el espíritu de oración, base de la vida contemplativa, y opina que todos los fieles están llamados a la contemplación infusa. Pío X I I lo declaró "doctor de la Iglesia" en 1946 62 . Otro representante de la escuela franciscana es David de Augsburgo (f 1272), fervoroso predicador, lector de teología en el convento franciscano de Ratisbona y maestro de novicios, para los cuales compuso los tratados De compositiona hominis exterioras. De composiiione hominis interioris, De septem processibus religiosi status (siete procesos, que son: el fervor, el trabajo, la consolación, la tentación, el remedio, la virtud y sabiduría). Este último libro fué algún tiempo atribuido a San Buenaventura, como también el De tríplice statu religiosorum, en que habla de los incipientes, proficientes y perfectos. 82 L. DE KERVAL, Sancti Antoníni de Padua vitae duae (París 1904); Acta Sanctormn, iunii II (13 de junio); V. FACCHINBTTI, Antonio di Padova. II Santo, VApostolo, il Taumaturgo (Milán 1925); J. HEERINCKX, Sanctus Antoninus Patavinus auetor mystvcus, en "Antonianum" (1932) 39-76; 167-200. Véanse, ademas, las 16 conferencias publicadas en San Antonio, Dottore della Ohiesa (Roma 1948).
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Fué amigo y quizá maestro d'el mejor predicador de Alemania en aquei siglo, Bertoldo de Ratisbona, O. F . M . (j- 1272). El mismo David de Augsburgo, considerado como el primer místico de lengua germánica, escribió en claro y hermoso alemán diversas obras, como El espejo de la virtud, Las cuatro alas de la contemplación espiritual. De la visión de Dios, Del conocimiento de la verdad. De la insondable plenitud de Dios 63. Un eco del magisterio bonaVenturiano resuena en los escritos de la Beata Angela de Foligno (1248-1309), elogiada por Libertino de Cassale en el prólogo del Arbor vitae crucifixae Iesu y apellidada por algunos "Magistra theologorum". Habi'endo muerto tempranamente su marido y sus hijos, se apartó de las vanidades mundanas, vendió sus bienes y entró en la Orden Tercera de San Francisco. Desde entonces su vida fué oración y caridad, distinguiéndose en las obras de misericordia con los enfermos y aun con los leprosos. Aunque amiga de los Franciscanos Espirituales, se mantuvo por encima de las disensiones que surgi'eron en el franciscanismo. Sus revelaciones y experiencias místicas las dictó en italiano a fray Arnaldo, quien las puso en latín bajo el título de Líber sororís Lelle de Fulgineo de tertio ordine S. Francisci*4. Describe los favores divinos que 'experimentaba y las visiones de carácter intelectual, en las que su alma subía desde la contemplación de Cristo paciente, cuyos tormentos y dolores pinta con trazos realistas, hasta el conocimiento y amor de la Santísima Trinidad. Dios es para ella el Bien-Total, y su unión con el alma 'es como un abrazo (amplexaiio), acompañado de humildad y de amor. Angela siente y contempla en sus visiones, más "que la pasión de Cristo, la trascendencia de Dios; ve a su modo y admira los atributos divinos, la inm'ensidad, la incomprensibilidad, el poder, la justicia, la sabiduría, el amor, la inefabilidad d e Dios, y trata de expresarlos con palabras balbucientes, que su amanuense o sfecretario no entiende. 6. Ramón Lull (1232-1316).-^A1 "Doctor Iluminado" podíamos haberle colocado entre los filósofos y teólogos del siglo xin, pues aunque su método difiera bastante del escolástico, tiene con ellos muchos puntos de contacto. N o es fácil clasificarlo. Pongámoslo, con todo, entre los místicos!, pues Ramón Lull, que fué filósofo, teólogo, apologista, poeta, novelista, sabio 83 D. STOCKERL, Bruder David von A'ugsburg (Munich 1914),; J. HEEKINCKX, Theologia mystica in scriptis fratris Davidis cid Augusta, en "Antonianum", 1933, 49-83; 161-192. 64 Con el título de Visionum et revelationwm liber se publicó en Toledo (1505). Otras veces se le ha dado el título de Theologia crucis (Pavía 1538). Véase IJ. LECLEVE, Sainte Angela de Foligno, sa vie, ses oeuvres (París 1936); A. BLASUCCI, II Cristocentrismq nella vita spiriUiale secondo la beata Angela di Foligno (Roma 1940): "Miscellanea Franciscana"; Acta Sanctorum, ianuar. I (4 de enero).
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enciclopédico y polígrafo, pedagogo, ermitaño, viajero, misionero y mártir; fué también místico, y de los grandes, de la Edad M e dia. Al encuadrarlo en alguna escuela, hay que adjudicarlo a la franciscana. En vida trató mucho con los franciscanos, los cuales le ayudaron en sus 'empresas, y de espíritu franciscano estaba imbuido su pensamiento, y mucho más su corazón. La vida de Ramón Lull se pobló muy pronto de leyendas poéticas, y no es extraño, dado lo fantástico y extraordinario de sus viajes, de sus empresas, de sus sueños, y n o m'enos de sus escritos, que se presentan como una selva indostánica, múltiple y espesa, entreverada d'e minúsculos jardines mediterráneos. Y otra causa de leyendas es que sus libros tienen en gran parte carácter autobiográfico', y siendo difícil discernir lo histórico d'e-la soñado, lo real de lo imaginario, fácilmente se atribuye a Lull lo que él refiere d e su protagonista novelesco. ¿Dónde está el límite? Todavía Menéndez y Pelayo parece aceptar la leyenda de la juventud de Ramón, pasada entre amoríos apasionados: que en seguimiento de una dama no dudó en penetrar una vez 'en la iglesia de Santa Eulalia a caballo, hasta que la ilustre dama, rechazando sus solicitudes, le descubrió los pechos devorados por un cáncer, lo cual motivó lá conversión del mundano caballero. Esta leyenda, sin fundamento, aparece en la primera biografía impresa, que es la Epístola in vitam Raymundi Lulli, de Carlos de Bouelles (París 1511). Nació Ramón Lull hacia 1235, en Palma de Mallorca, de noble familia. Joven aún, entró en palacio; primero de paje, y luego, con el cargo de senescal o mayordomo del infante don Jaime, hijo del • Conquistador. E l propio Lull nos cuenta que llevó una vida frivola y lasciva y que era amigo de trovar. Antes de 1257 contrajo matrimonio con Blanca Picany, de la que tuvo un hijo y una hija. El matrimonio no le hizo sensato. "A pesar de lo que me han ayudado los ángeles y me han predicado los religiosos, yo llegué a ser el peor de los hombres y el mayor pecador de toda testa ciudad y de todos sus confines" 6S. A. los treinta años de su edad sufrió una profunda crisis espiritual. La Vida coetánea refiere que, estando una noche el trovador en su cámara, entretenido en componer una canción a su amada, se le apareció Jesús crucificado con las cinco llagas, invitándole a darse totalmente a su servicio. Esto se repitió otras cuatro veces. ¿Fué alucinación o visión sobrenatural? El no lo dudó nunca. Su conversión fué súbita; no sabemos que hubiese un previo proceso- psicológico. ¿Cómo servir a Dios? "Entonces, todo encendido en ardor de amor hacia la * Libre de contemplado II, dist. 10, c. 37: Obres doctrináis del Illuminat Doctor Mestre Ramón Lull (Palma de Mallorca 1906ss.) II, 185. Esta edición de sus obras catalanas, a cargo de M. Obrador, M. Ferrá, S. Galmés, etc., comprende hasta ahora 21 tomos.
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cruz—escribe la Vida coetánea—, pensó que no podía hacer acto más "agradable eme traer a los infieles e incrédulos a la verdad de la santa fe católica y poner por este motivo su persona en peligro de muerte* 8 . Lull, que era poeta,, filósofo y caballero medieval, no tendrá en adelante otro ideal que el de promover la Cruzada a Tierra Santa y preparar misioneros que conviertan a los infieles. El será uno de esos misioneros, y todos sus escritos se ordenarán a ese fin. Quizás al principio tuvo dudas y oscuridades, y estuvo perplejo sobre el modo de realizar su ideal apostólico, porque era hombre casado y con hijos. Siguió algiín tiempo viviendo con su familia, "ocupado por los negocios temporales", hasta que, oyendo un día un sermón sobre la conversión de San Francisco, se decidió a vender parte de sus bienes, tomó el hábito de ermitaño de manos del obispo y se dio a peregrinar por varios santuarios, como Nuestra Señora de Montserrat (¿o de Rocamador?)', Santiago de Compostela, etc. D e vuelta de sus peregrinaciones, pensó en ir a la Universidad de París con intento de prepararse en los estudios para refutar los errores de los infieles; sus familiares y amigos, especialmente San Raimundo de Peñafort, se lo estorbaron. Quedóse, pues, en Mallorca con su familia, pero llevando una Vida de estudio, de humildad y recogimiento. Por lo pronto aprendió el árabe de un esclavo sarraceno. Debió de leer también algunos libros de Aristóteles, San Anselmo y Ricardo de San Víctor, pues los citará en seguida en sus primeras obras. 7. Sus primeros escritos. Método y estilo,—Por entonces escribió, "aún sujeto a orden de matrimonio", o sea antes de morir su muj'er, el Libro de contemplación, en árabe primero y luego en catalán, que es una suma o enciclopedia de conocimientos teológicos y naturales, de enormes proporciones—en la edición de Obrador abarca siete volúm'enes—, empezando por el ser eterno, sus atributos y operaciones, siguiendo por la creación y las virtudes de Jesucristo, mezclando luego la psicología y la moral, la teodicea y la apologética, para tratar ampliamente del amor y, finalmente, de la oración y contemplación; amalgama de mil cosas diversas, dichas con fuerte lenguaje expresivo y con expresiones desbordantes de lirismo. N o consignaremos los infinitos libros que van saliendo de su pluma. Hacia los cuarenta años se retira a la soledad del monte Randa y algunas temporadas al monasterio cisterciense de Santa María la Real. En la soledad de Randa, Dios le ilumina maravillosamente la inteligencia. Allí descubre el arte o método filosófico-teológico que empleará en sus obras. Allí recibe también, junto con una altísima luz intelectual para dispuM Vida coetánea, en Obras literarias editadas por la BAG (Madrid 1948) p. 49.
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tar con los infieles, una soberana ilustración de orden contemplativo. Por eso se le llamará "Doctor illuminatus". Allí pasa varios meses en contemplación y escribiendo el Ars magna o Ars generalis, base de todo su sistema filosófico y teológico, o más bien, método universal para todas las ciencias. Lull cree firmemente que su Ars magna se la ha inspirado Dios, y está persuadido de su eficacia contra los errores todos, especialmente contra los de los musulmanes. Como el averroísmo de los árabes separaba la ciencia del dogma* haciéndolos inconciliables, Lull quiere fundir en un todo orgánico la ciencia y el dogma, la filosofía y la teología. Como para los musulmanes nada valen nuestros argumentos dé fe y autoridad, Lull se propone probar de una manera racional, "per rationes necesa r i a s " , las verdades de la revelación cristiana. Esto—tal como suena—es destruir la teología y la fe, racionalizando los misterios, y por eso algunos antiguos teólogos, desde Nicolás Eymerich, y otros modernos, lo acusan de semirracionalista y heterodoxo; mas tampoco faltan quienes lo defienden y justifican con más comprensión y fundamento, porque el propósito de Ramón Lull, al querer demostrar a los infieles la verdad del misterio d e la Trinidad, del pecado original, de la Encarnación, de la resurrección de Cristo, etc., no es explicar el misterio en sí y hacer evidente a la razón el dogma, sino poner' la cosa de manera que nadie pueda racionalmente oponerse al dogma cristiano; es decir, que sus argumentos, son negativos -y suasorios, aunque él les dé forma p o s i t i v a y directa, presentándolos como absolutamente irrebatibles por la razón humana, en lo cual se equivoca; pero, como dice Menéndez y Pelayo, es error de método y de ningún modo error dogmático, como si confundiese las, dos esferas de-la razón y de la fe. "Pides est superius et intellectus inferius", repite muchas veces, "sicut oleum ascendit super aquam". T a l vez su error principal esté en conceder excesiva influencia a la fe iluminadora de la razón, o excesiva potencia a la razón Üuminada por la fe. ' Su estilo nada tiene de escolástico y erudito; es unas Veces popular y poético y novelesco; otras, demasiado esquemático, ilustrado con diagramas, figuras geométricas:, bastante compli- '•' cadas y representaciones gráficas, y cargado de simbolismos y alegorías; en ocasiones áridamente didáctico, con un juego fastidioso de términos y definiciones y reglas, aunque se valga de la métrica y la rima, como en la Lógica d'Algatzel, y con frecuencia, traspasado de saetas líricas o derretido en efusiones místicas. Algo de cabalístico' hay en Ramón, Lull; de la cabala toma el artificio lógico, las combinaciones de nombres y figuras, no los errores. La armonía de su sistema ideológico consiste en^ la trabazón con que relaciona y concatena todo lo existente, lo real y lo ideal,- Dios y las criaturas, el mundo de la materia y el del espíritu, la metafísica y la lógica, reducién-
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dolo todo a la unidad de la ciencia, tal como aparece encasillado en su Ars magna y simbolizado en su árbol, que con razón el Consejo Sup'erior de Investigaciones Científicas ha acogido/ como símbolo y lema. En siu libro Árbol de la ciencia (escrito en Roma en 1295), el más voluminoso después del libro de contemplación, resume su pensamiento, clasificando todos los conocimientos humanos en 'esta forma: Árbol elemental (metafísica y cosmología), Árbol sensual y Árbol imaginal (psicología), Árbol humanal (psicología, oficios y ciencias humanas), Árbol moral (de las virtudes y vicios), Árbol imperial (jerarquía social, tratado del príncipe), Árbol apostolical (sobre el papa, los sacramentos, la Trinidad, la creación, el credo)', Árbol celestial (sobre las constelaciones), Árbol angelical i(sobre los espíritus angélicos), Árbol eviterna! (de la gloria del cielo y los tormentos del infierno), Árbol maternal (mariología), Árbol de Jesucristo (cristología), Árbol divinal (de la naturaleza y de las personas divinas). Árbol ejempiifical (proverbios y ejemplos, con algo de fábula y de dialogismo, muy curiosos y poéticos, relativos a cada una de las partes del libro). Árbol cuestional (cuatro mil preguntas o dificultades, con sus respuestas y soluciones, correspondientes a todas las partes dfel árbol de la ciencia) '67. 8. Miramar. Obras y viajes.—Ramón Lull se hacía la ilusión de que su método científico para convertir infieles sería aceptado con entusiasmo por las Universidades, por los papas y los príncipes. Su vida fué una larga campaña de propaganda. El prim'ero que tuvo conocimiento de los escritos lulianos fué su rey Jaime II de Mallorca, quien, estando en Montpellier, hizo que un teólogo franciscano examinase el Libro de.contemplación. El teólogo lo aprobó y acaso entonces se graduó Lull d'e maestro, pues con este apelativo será en adelante conocido "el maestro Ramón". Ese mismo rey don Jaime, atendi'endo a los planes de Lull, fundó en Mallorca (1275) el Colegio de Miramar, donde trece franciscanos se consagraban al estudio de las lenguas orientales, árabe y hebreo principalmente; fundación confirmada al año siguiente por el papa Juan XXI. E n Miramar debió de vivir algunos años proveyendo a la obra material de la fundación, a su organización docente y planes de enseñanza. ¿Hasta 01 Véase alguna muestra de estas cuestiones: " 1 . Cuestión: Siendo el fuego de bondad de duración, ¿por -qué hace mal a las substancias que quema y por qué las consume?—Solución: Si el fuego no fuese consumativo, no sería generativo ni haría bien a los hombres". "144. Cuestión: Se pregunta si el príncipe debe dormir tanto como otro hombre.—Solución: En ningún gran peligro tienen los hombres sueño". "146. Cuestión: Se pregunta si el prelado es más temible que amable.—Solución: Más es prelado para la earidad que para quemar los herejes" (Arbre de sciencia, en Obres doctrináis III, 5. 20),
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cuándo? N o lo sabemos, porqu'e esta época es la más desconocida de la vida de Ramón. Antes de emprender su ruta aventurera compuso el Libro de caballería (1276) y probablemente la Doctrina pueril, para la instrucción cristiana de su hijo, el prim'er catecismo en lengua vulgar. Desde 1278 a 1282 se cree que viajó por Asia, África y Europa, realizando, en plan de exploración, su anhelado viaje a tierra de infieles. Ciertamente 'estuvo en Palestina y se supone que recorrió las tierras de Siria, Etiopía, Egipto, Mauritania, etc. Parece que en 1278 se hallaba en Roma, mientras el papa Nicolás III despachaba una embajada de cinco frailes franciscanos al Gran Kan de Tartaria; si Ramón Lull partió con ellos, no consta, pero sabemos que entonces propuso a los cardenales esta cuestión: "Si los cristianos son responsables de la ignorancia que los infieles tienen de la santa fe católica" '68. E n 1282 le hallamos en Perpignan, donde escribe el Lí&ro del pasaje, sobre la reconquista d'el Santo Sepulcro; y al año siguiente en Montpellier, corte del rey de Mallorca, empieza a componer el Libro de Evast y Blanquerna, una d'e sus grandes obras literarias, quizá la más original de todas, novela pedagógica y social, en gran parte utópica, y también en buena parte autobiográfica, en que recoge sus experiencias de ermitaño, sus cavilaciones de apóstol-filósofo, sus elevaciones místicas; describe los bosques y los desiertos con entrañable amor a la naturaleza y a la soledad; traza\un plan completo de reforma de la Iglesia y nos presenta en la persona de Blanquerna el ideal del matrimonio cristiano, las normas de la educación del niño, y el dechado del monje, d'el obispo, del papa. El capítulo 96, "De cómo el papa Blanqu'erna renunció al pontificado", refleja sin duda la renuncia de Celestino V . E n 1285, con el deseo de componer un libro más bello que el Corán, escribe Los cíen nombres de Dios en tercetos monorrimos, donde la efusión lírica se ahoga bajo la sequedad d'e las fórmulas lulianas, y los poemas Llanto de la Virgen y Horas de Nuestra Señora. Aquel año v a a Bolonia y asiste al capitulo general de los Frailes Predicadores, cr'eyendo que de ellos p o dría sacar gran provecho para sus colegios de lenguas orientales. E n 1286 se dirige a París, en cuya Universidad pretende "enseñar públicamente su Ars magna. Allí escribe el Félix de las maravillas, enciclopedia popular, que trata, en sendos libros, de Dios, de los ángeles, de los cielos, de los elementos, de las plantas, de los metales r de los animales, del hombre, del paraíso y del infierno; novela escrita en diálogos, cuyo protagonista busca la perfección por la contemplación de las maravillas del mundo, y en la qufe se intercalan numerosos apólogos de carácter oriental. <* Blanquerna
c. 77: Obras literarias p. 389.
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En París no escuchan sus razones, y se vuelve a Montpellier; luego, a Mallorca y Miramar. P e r o Ramón es un viajero empedernido, acosado siempre de su ideal apostólico, y en 1287 i se presenta en Roma (si es que este viaje romano no hay que/ ponerlo en 1285) con el propósito de suplicar al papa Hono-Í rio I V la fundación de colegios-seminarios de misioneros como el de Miramar. De allí pasa a París y propone los mismos planes al rey Felipe el Hermoso. N o obtiene éxito, y el buen maestro Ramón, desesperanzado, se decide a trabajar él personalmente con su acción directa entre los musulmanes; se convierte en misionero y apóstol (1291). Pasando por Montpellier, va a Genova con intención de 'embarcarse. Allí, después de una crisis espiritual tremendamente trágica, contada quizá con exageración por la Vida coetánea, en un estado interior de oscu-. ridad, de dudas, escrúpulos y casi completa desesperación, sin más que una lucecilla de esperanza en la Santísima Virgen, se embarca por fin, rumbo a Túnez, en 1293. V a solo, abandonado de todos, pero tiene que realizar su ideal apostólico que le devora y consume. En Túnez predica la fe cristiana, disputa con los sarracenos, y a consecuencia de su fervor intrépido, le escarnecen y golpean, le mesan las barbas y le condenan a muerte, pena que luego se conmuta con la de destierro. Derrotado, pero animoso, aquel hombre de larga barba blanca y ojos ilusionados desembarca en Ñapóles a fines de 1^93 o entro de 1294. Eran momentos de esperanzas reformatorias en toda la Iglesia por la elección de Celestino V . Ramón Lull le dirige un libro Petitío Rayrmtndi pro conversione infidelium, exponiéndole sus planes dé urgente evangelización de los infieles, particularmente de los tártaros, que si no se convertían a Crista, había peligro de. que se pasasen en masa al mahometismo, y si se unían a los cristianos, podían ser una ayuda decisiva contra los turcos. A fin de urgir el negocio, se traslada a Roma, pero ni Celes1»tino ni su sucesor Bonifacio VIII, a quien propone las mismas ideas, le prestan atención; seguramente lo miran como a un soñador. Es entonces cuando, presa de desengaños, y para consolarse con Dios, prorrumpe en las quejas y lamentaciones del Desconhort (Desconsuelo), acaso su mejor obra poética, poema lírico-didáctico, de alto valor psicológico y autobiográfico, en que Ramón dialoga con un ermitaño en el metro de los troveros. A la. misma época pertenece su principal obra teológica: De articulis fidei, y el Árbol de la ciencia, ya descrito. De Roma va a Genova (1296-1297), de allí a Montpellier, corte de: su rey; otra vez a París, donde permanece, dos años (1297-98). Métesfe de lleno en la polémica que traía enzarzados a los teólogos con los averroístas de aquella Universidad, y se constituye en héroe de aquella cruzada intelectual contra el averroís-
rao, redactando, entre otros escritos, la Declaratio Raymundí per modum dialogi, comentario y refutación, en 219 capítulos, de las proposiciones condenadas por Esteban Tempier. Y convencido de que no sólo con silogismos se vence al adversario, quiere convencerle "per manera d'amor", y escribe el Árbol de la filosofía de amor (1298), en el que el misticismo y la alegoría poética se visten de formas escolásticas para filosofar sobre las raíces, tronco, ramas, hojas, flores y frutos del amor. D e s ilusionado de París, se despide con el Capto de Ramón (1299), cántico superior en algunos pasajes al Desconhort por su fuerza emotiva, y en el que con honda melancolía evoca el fracaso de su vida y sus muchos dolores y tristezas. Pónese en camino hacia Mallorca. E n Barcelona dedica a Jaime II el Dictado de Ramón, en verso, sobre la manera de conocer a Dios en el mundo; y a la reina doña Blanca el libro de Oraciones de Ramón, obrillas que se le caen de las manos en la producción irrestañable y prodigiosamente fecunda de aquel viajero, que iba sembrando libros a centenares * 9 . Pasa a la isla de Mallorca, y con licencia de su rey se pone a disputar con los judíos en las sinagogas y con los moros en las mezquitas. Estaba escribiendo .una suma filosófica bajo el título de Principios de filosofía, cuando llega la noticia—con un año de retraso—de la derrota que los tártaros infligieron a los turcos en diciembre de 1299. T o d a la cristiandad exulta de alegría con la esperanza de recuperar el Santo Sepulcro y toda Palestina. Nuestro Ramón, loco de júbilo, se embarca proa a las tierras de Ultramar. E n llegando a Chipre se entera de que las noticias eran demasiado optimistas, porque el triunfo tártaro no había sido tan aplastante y los turcos han reaccionado pronto. ¿Qué hacer? Este caballero andante de la fe- y del amor no abandona nunca la espada de la pluma. E n el monasterio de San Juan Crisóstomo, escribe la Rethorica nova sobre el orden, la belleza, la ciencia y la caridad, interesante para conocer su técnica literaria. Suplica al rey haga venir a su predicación algunos herejes que hay en la isla, y se ofrece a visitar al sultán de Babilonia, y a los reyes de Siria y Egipto, para instruirlos en la fe católica. E n Famagusta es muy bien atendido por Jacobo de Molay, gran maestre de los templarios, que le hospeda en su propia casa. Después de internarse hasta la Armenia inferior, donde contrae una enfermedad, regresa a Occidente, nunca ocioso ni en el viaje, pues ahora, mientras navega por el Mediterráneo, escribe los Mil proverbios (1302) de carácter moral y popular, que no hay que confundir con los Proverbios de Ramón, colec-
M. Littré y B. Haureau ^ c e n reseña de m
^ Í S . ^ r S ^ ' l a ^ S S ^ ^ ^ ! ^ r ^ s brevemente cerca de 200.
obras de^Lu
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ción de 6.000 proverbios o sentencias, compilada en Roma en 1296, acerca de la naturaleza de Dios, la naturaleza de las criaturas y los vicios y virtudes. , En 1303 se halla en Genova, traduciendo al catalán su Nova lógica. En octubre lo vemos en Montpellier concluyendo el Li-j ber de dispvttatione fidei et intellectus, diálogo sobre si los misterios son susceptibles de demostración. En febrero del año siguiente vuelve a Genova y en abril de 1305 acaba allí su Líber de fine o De expugnaíione Terrae Sanctae, la obra más importante de cuantas se escribieron por entonces sobre la debatida cuestión de la conquista dte Tierra Santa T 0 . E n Barcelona pone el explicií a su libro De erroribus /udaeorum (agosto de 1305) y acompañando a su rey se dirige a Montpellier y a Lyón, para asistir a la coronación del papa Clemente V . Qu'ejándose de que ni el Santo Padre ni los cardénales prestan atención a sus proyectos!, se retira a Mallorca. O t r o cualquiera, agobiado por la edad y por los fracasos, se hubiera asentado definitivamente en su patria y su rincón, sin brío para acometer nuevas empresas. N o así este quijotesco maestro Ramón, idealista y abrasado d e amor divino, que en las dulzuras brevemente gustadas de su hermoso país nativo se siente rejuvenecer y prtepara inmediatamente otra misión personal suya entre los mahometanos de África. E n efecto, en la primavera de 1306 se da a la vela y desembarca ten Bugía de Argelia. Quiere anunciar a Cristo, y si es preciso, vestirse pQr el martirio "las vestiduras bermejas del Amado". En medio dte la plaza se pone a gritar: "La ley cristiana es la verdadera, santa y única agradable a Dios; la ley de los mahometanos es errónea, y yo testoy dispuesto a demostrarlo". Lo> llevan al muftí u obispo de los sarracenos. Entáblase luego una disputa pública, que termina con bastonazos, pedradas, escarnios. Ramón medio muerto es encerrado en la cárcel, con una cadena al cuello. Gestiones de genoveses y catalanes mejoran su situación. Entonces más sosegadamente sostiene una controversia teológica con el sabio Hlamar. Por orden de Abu-!Zacaria, que reinaba en Constantina, es expulsado de Bugía. E l barco naufraga y Ramón Lull pierde sus libros y su equipaje. Desprovisto de todo, casi desnudos, arriba el puerto de Pisa. Allí escribe la Disputatio Raymundi et Hamar sarracena (1308), que había empezado a redactar en árabe en Bugía. El Consejo pisano se interesa por sus planes de cruzada, tanto que escribe sobre ello a Clemente V . Genova le ofrece a Ramón auxilio pecuniario. Con estas favorables impresiones Lull se prtesenta en Avignon, después de pasar por Montpellier, donde recibe una subvención económica del rey don Jaime. En la primavera de 1309 Ramón ofrece al papa su nuevo libro De ™ L. BRÉHIERJ UEgUse et VOrient au moyen age. Les croisades (París 1921) p. 270.
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acquisitione Terrae Sanctae, proponiéndole un nuevo y arriesgado plan: la conquista de Constantinopla, para acabar con el cisma griego; la conversión de los sarracenos, judíos y herejes, cosa fácil si se argumenta con los métodos de su Ars magna; y en fin, la fundación de colegios dte lenguas orientales en Roma, París y Toledo, de donde saldrán los apóstoles del Evangelio. Aquel grande y católico r'ey que era Jaime II aprobó el escrito de su querido subdito, te hizo al papa el ofrecimiento generoso de su persona y de todo el poder de sus armas para la empresa de Oriente. Clemente V no toma ninguna decisión, y el viejo' Ramón de la barba florida—viejo por los años), que son setenta y siete cumplidos, n o por el desgaste físico ni menos por el cansancio del ánimo—camina hacia París, en cuya Universidad lete públicamente su Arte (1309-1311)' ante numerosos alumnos. T a m bién los maestros le escuchan con benevolencia y testifican que "el arte o ciencia inventada por el maestro Ramón Lull es buena, útil, necesaria y en nada repugnante a la fe católica, antes muy provechosa para confirmarla". A este diploma, firmado por cuarenta maestros, siguió otro del cancelario de la Univer-' sidad y una aprobación del mismo Ftelipe I V el Hermoso. E n agradecimiento al monarca, le dedicó Lull un bellísimo librito que acababa de componer, Líber naturalis pueri parvuli Christi, en que seis damas (la Alabanza, la Oración, la Caridad, la Contrición, la Confesión y la Satisfacción) se encuentran en tel camino con un viejo de larga barba y muy angustiado, que se llama Ramón, lo toman en su compañía y se dirigen al palacio real a pedir al monarca francés, en nombre de la Virgen y del N i ñ o divino, la realización de los eternos ideales apostólicos y doctrinales de Lull. E n contra del averroísmo publica su Lamentatio duodecim principiorum philosophiae en forma de diálogo, cuyos interlocutores son Forma, Materia, Generatio, C o r ruptio, Vegetatio, Sensus, Imaginatio, Motus, Intellectus, V o luntas, Memoria, y todos los once están acordes en confesar qu'e "philosophia est vera et legalis ancilla theologiae", Otros libros antiaverroístas d e su estancia en París son: Líber conrradictionis ínter Raymundum et Avetroisíam,- de centum syllogismis circa mysterium Trinitatis; Líber utrum fidelis possit solvere et destruere omnes, obiectiones qoas infideles possunt faceré contra sanctam fidem catholicam y Líber de existentia et agentta Dei contra Averroem. Reuníase aquel año de 1311 el concilio general de Vienne en 'el Delfinado, y el maestro mallorquín, animado con las aprobaciones parisienses, decidió presentarse en aquel gran sínodo, "él, que había compuesto más de 123 libros en honor de la Santísima Trinidad". Ofreció al concilio su libro De ente quod simpliciter est per se, contra errores At^errois y su Petitio Raymundi in concilio generáli. Sus ilusiones de aquel momento las
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expresó en su último poema El consejo, y el objeto de su venida en el diálogo Dispuíatio cleciei el Rayrrmndi phaníastici: Dos viaj'eros iban al concilio de Vicnne, el uno clérigo', el otro seglar; al encontrarse en el camino, pregunta el clérigo al seglar cómo se llama. ''Yo me llamo Ramón Lull", es la respuesta; "¡Ah!, dice el clérigo, tiempo hace que he oído hablar de ti como de un hombre muy fantástico; dime, ¿a qué vas al concilio?" "Voy, responde Ramón, a pedir a los Padres congregados tres cosas: la fundación de escuelas donde se enseñen las lenguas de los infieles, la reunión de todas las Ordenes militares en una sola y la extirpación del averroísmo en la Universidad de París". Al oír este discurso, se ríe el clérigo a mandíbula batiente y dice que ahora le tiene por el más fantástico de todos los fantásticos. "Quizá lo soy menos que tú", replica Rah món. Y comienza el debate. "He trabajado cuarenta y cinco años, dice, por el bien de la Iglesia y la paz de los príncipes cristianos; ahora soy viejo, ahora soy pobre, pero persisto en el mismo propósito, y en él he de permanecer hasta la muerte". Esta vez el fantástico y soñador maestro Ramón consiguió algo. Las tres proposiciones hallaron eco en no pocos de los congregados en aquella ecuménica asamblea. Y el concilio ordenó por lo menos que las caballeros sanjuanistas promovieran la Cruzada, y que las lenguas arábiga,, griega, hebraica y caldea se enseñasen, con fines misionales, en las cuatro grandes Universidades de París, Oxford,'Bolonia y Salamanca. 9. El mártir y el místico.—De vuelta del concilio, se retira a Mallorca, donde reside un año, componiendo nuevos libros filosófico-teológicos, apologéticos y hasta un arte de predicación, hasta que a principios de mayo de 1313 se embarca para Sicilia. En la naVe v a escribiendo el opúsculo De compendiosa contemplaíione, que terminó en Mesina. Allí publica nuevos tratados bajo la protección del rey Fadrique II, a quien el año anterior había dedicado el De participatione christianorum ei sarracenorum, pidiéndole se entendiese con el rey de Túnez para una conferencia religiosa de cristianos y musulmanes. Ramón Lull ha entrado en el octogésimo año de su vida,.y todavía tiene vigor mental para seguir escribiendo libros y más libros—en sólo un lustro ha compuesto nada menos que 70 obras, aunqu'e no de las largas—y vigor físico para viajar y emprender nueva misión entre los mahometanos. Al llegar la primavera de 1314 retorna a su isla natal, y el 14 de agosto con sus ochenta años a cuestas sube a la nave que lo llevará a las costas d'e Berbería, a aquellos mismos lugares en donde hace ocho años le maltrataron y encarcelaron. Pero la muerte no le mete miedo. El ha consagrado su vida a la conversión de los infiel'es, y ahora v a bien provisto de argumentos perentorios y de amor del Amigo al Amado. En Túnez redacta diversos tratados, como Ars consüii y has-*
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ta 15 opúsculos de controversia, y sale a predicar y disputar en público. A pesar de la carta de recomendación dirigida por Jaime II al rey de Túnez, acontece lo de siempre. La multitud se alborota y esta vez le apedrean de tal forma, que le abandonan malherido en la plaza. Unos genoveses lo recogen y lo embarcan para Mallorca, mas a vista de la isla muere probaV blemente el 29 de junio de 1316 r a . Los franciscanos lo enterraron en su iglesia, y todos los mallorquines lo veneraron como mártir y empezaron a tributarle culto. Pío IX le concedió misa y rezo propios con honores de Beato en 1847. Su fiesta se cteíebra el 3 de julio. Los escritos del Doctor Iluminado no han sido aún catalogados con precisión y exactitud. H a y muchos códices que requieren un estudio más diligente. La producción literaria de aquel apóstol, enamorado, poeta y filósofo itinerante es tal, que espanta. "Este hombre extraordinario halló tiempo, a pesar de los devaneos de su juventud y de las incesantes peregrinacic*nes y fatigas de su edad madura, para componer más de quinientos libros, algunos de no pequeño volumen, cuáles poéticos, cuáles prosaicos, unos en latín, otros en su materna lengua catalana" 7!z. Y algunos en lengua arábiga. Y lo mismo en fórmulas abstrusas y secas que en diálogos pintorescos, en atractiva forma novelesca, en proverbios, en fábulas, en oraciones, en conmovedoras efusiones líricas. Ramón Lull es • un escolástico popular, un tíovador dialéctico, un caballero andante de la ciencia al servicio de la fe, un sabio que canta al amor: "Pájaro que cantas de amor, di a mi Amado por qué me atormenta con amor, y a que me ha recibido por su servidor". Respondió el pájaro: "Si no soportas por amor los trabajos, ¿cómo amarías a tu Amado?" 173 Nuestro mallorquín es el primero que filosofa en romance. En su filosofía se notan rasgos agustinianos. Su misma posición decididamente antiaverroísta le coloca en la corriente conservadora; no sólo contra Averroes escribió, sino contra Siger de Brabante, Boecio-de Dacia y demás averroístas parisienses. También—y más aún—su teología es netamente franciscana. Como en Duns Escoto y en San Buenaventura, la idea de bondad es el eje alrededor del cual gira su teodicea, y al tratar de la encarnación del Verbo, no la subordina a la redención, o a la previsión del pecado original, sino que hubiera tenido lugar aunque Adán no hubiese pecado, por ser ella la mayor glorificación de Dios y por ser Cristo la corona de toda la creación. « No el 29 de junio de,1315, come.dice, la ^ i c j ó a pues sabemos que en diciembre de dicho an ^ t e r m i n á b a l e ^ tratados De maiore S^e%ntelle^svDeXJe terodo;pos e s p «,, «
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MKNÉNDEZ Y PELAYO, Historia
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notes (Madrid 1947) H, 327. ra Del Vbro del Amigo y Amado n. ¿^
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E n Mariología defiende la concepción inmaculada y es un cantor apasionado de María, ensalza maravillosamente su ple- ; nitud de gracia, su mediación universal y su realeza, celebra la belleza espiritual y aun la .corporal de la Virgen y compone un admirable poema lírico plañendo los dolores de Nuestra Señora. E s natural que la Mística de este enamorado del Amor siga por los mismos cauces, sin que le aparte del franciscanismo cierto matiz exageradamente intelectualista de su ciencia filosófico-teológica. Por otra parte, todas sus obras están salpicadas dfe lirismo y ungidas de esa afectividad, característica de los franciscanos... ¡Y qué amor tan inflamado a Cristo palpita en todas sus páginas, por ejemplo, en la oración a las cinco llagas, perla mística, con que cierra el Líber de Deo et Iesu Chrisío! Fundamental para el estudio de su espiritualidad es el Libro de contemplación en Dios, una de sus primeras obras, a la que ya nos referimos, "formidable enciclopedia mística, efusiva y ágil, de una vastedad penorámica", según la califica S. Galmés. Insiste en la aplicación de las tres potencias, memoria, entenidimiento y voluntad, y se eleva de las criaturas a los atributos divinos a la manera de San Buenaventura Tres clases de oración distingue Lull, seguramente las que él practicaba: una oración sensible, "quam fecit homo loquendo et nominando et orando tuas virtutes et tuas honorationes, p'etendo a T e gratiam et indulgentiam"; otra oración intelectual, en que el alma se acuerda de Dios devotamente, lo escucha, lo ama, lo goza y contempla sus virtudes y atributos, y encendido el corazón, aplica sus sentidos espirituales para aprehender a Dios; y en fin, otra oración práctica, que multiplica las buenas obras y hace que el hombre proceda virtuosamente. Estos tres modos, unidos, constituyen la oración perfecta. A continuación del Blanquerna, como apéndices, van dos libritosl que también suelen'publicarse separadamente, a saber: el Libro del Amigo y del Amado, preciosísimo breviario místico, de suma belleza literaria, compuesto de 365 poemitas mínimos en prosa y dialogados casi siempre- entre el Amigo y el Amado, escrito a manera de los cánticos de amor de los devotos musulmanes; y el Arte de contemplación, tratado didáctico en 12 partes, sobre las virtudes divinas, esencia, unidad, Trinidad, Encarnación, Paíer nosrer. Ave María, mandamientos, Miserere mei Deuis, sacramentos, virtudes y vicios. El Líber de prima et secunda intentione versa sobre los motivos perfectos e imperfectos de amar a Dios, llama a la ora* ción "alimento del alma" y la define diciendo que es "la operación por la cual el alma tiene a Dios en la memoria, en la inteligencia y en el amor". En el Ats amativa boni desarrolla una filosofía mística del amor del bien y del amor de Dios, demasiado silogística, según el artfe luliano. Las Flores int.elligentiae et amoris, que dedicó a Celestino V , son una mezcla de
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alegorías, metáforas y silogismos, con influencias trovadorescas, especialmente del "Román d'e la rose", viniendo a decir cómo la bondad y el amor ataron al Amigo y lo encarcelaron en la gloria del Amado, hasta que el Amigo prometió ir por •todas partes alabando y predicando al Amado. E n el Libro de Santa María tres personaj'es alegóricos alternan alabanzas a María, a la manera de San Bernardo, pero en el lenguaje florido de los trovadores. Mística y apologética a la vez es la obra que presentó a los doctores de París con 'el título de L>ontemplatio Raymundi o Líber de decem modis contemplandi Deum. Y su continuación parece ser Liber quomodo contemplatio transeat in raptum, en donde enseña que si la contemplación llega al éxtasis, es puro don de la gracia divina. Finalmente recordaremos el poema ascético Medicina del pecado, con más de 6.000 versos acerca de la confesión; contrición, satis^facción, tentación y oración; esta última parte sobre la oración es la más importante 7 4 . 10. Escuela mística dominicana,—Paralelamente a la escuela afectiva de los franciscanos, ponían los dominicos el fundamento de su espiritualidad especulativa. Santo Domingo, asceta y contemplativo, al fundar la Orden de Predicadores;, imprimió en el "espíritu de sus hijos aquella sentencia que luego formuló Santo Tomás en la 2-2: "mañas est contemplata alíis tr adere quam solum contemplar i" (q. 188, a. 6). Y fué el Doctor Angélico quien más contribuyó a caracterizar y perfilar la espiritualidad dominicana. N o escribió un tratado de ascética o de mística,, como otros autores que hemos analizado, y por eso no nos detendremos en el estudio de su doctrina espiritual, después de lo que hemos dicho de su teología. Pero en la Suma teológica y en otros escritos sentó las bases teóricas tanto de la ascética como de la mística. Enseña Santo Tomás que el principio de la vida espiritual es la gracia. "El hombre obra con sus facultades. Estas proceden de la substancia del alma y se ponen en movimiento por el concurso divinó natural, sin que éste les haga violencia. A este organismo natural se sobrepone, en el cristiano, un orw
El mejor estudio positivo que se ha hecho sobre la vida, psicología v doctrina de Ramón Lull y sobre la historia del lulismo se* lo debemos a J. y T. CARRERAS ARTAU, Hi&t. de la fil. esp. Filosofía cristiana de los siglos XIII al XV t. 1 (Madrid 1939), t 2 (Madrid 1943). Es todavía de imprescindible consulta el art. de E. LONGPRÉ Lulle (Raymond), en DTC. Para conocer el temperamento y la psiquis de R. L. recomendamos el magistral estudio de M. DE IRIAUTE Genio y figur.a del Beato Ramón JM.ll, en "Arbor" 4 (1945) 375-435; E. AIXISON PEERS, Ramón Lull. A Bio-. araphv (Londres 1929). Más amplia bibliografía en Obras literarias(Madrid 1948). Sobre el valor literario de los escritos catalanes, véanse las páüinas que le dedica Jorge Rubio Balaguer en la Historia de las literaturas Mspánicas, dirigida por G-. Díaz Plaja (Barcelona 1949) I, 687-698.
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ganismo sobrenatural, calcado en alguna manera sobre él y capaz de producir actos divinos. Lo forma la gracia, que se adhiere a la substancia del alma, deificándola, siendo como es ía gracia una participación de la naturaleza divina. De esta gracia se derivan las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo, cuyo fin es perfeccionar las potencias del alma y comunicarles un poder sobrenatural. Las virtudes infusas y los dones son en cierto modo las facultades sobrenaturales del cristiano. Este organismo sobrenatural, compuesto de la gracia que se adhiere a la substancia del alma, de las virtudes y de los dones que sobrenaturálizan sus facultades, tiene necesidad de la ayuda y del impulso d'e Dios, de la gracia actual, para pasar de la potencia al acto, para hacer evitar el mal y .producir el bien... El alma que tiene la gracia con las virtudes infusas participa de la vida misma de Dios; ella es también el templo de las ties Personas divinas, que toman posesión total de ella. Dotada así de energías sobrenaturales, puede cumplir los deberes de la vida cristiana" 75 . Según Santo Tomás, la perfección cristiana se aprecia por la caridad, virtud que nos une a Dios. E n la caridad, como en la vida cristiana, distingu'e tres grados: el de los incipientes, el de los proficientes y el de los perfectos. La vida perfecta se caracteriza por la caridad unitiva que saborea a Dios con el don de sabiduría. Aunque afirma decididamente el carácter esencialmente intelectual de la contemplación, cuyo fin, es la verdad inteligible, se complace el santo Doctor en inculcar la parte considerable que en ella le pertenece a la caridad, tanto en el deseo d e apetencia de la contemplación como en la delectación y disfrute de ella. También San Alberto Magno contribuyó con sus sermones y con sus comentarios al Pseudo-Areopagita a formar la escuela espiritual de la Orden; el Paradisius animae y el De adhaevendo Deo no le pertenecen. Rasgos característicos de la espiritualidad dominicana son, al decir de Cayré, los siguientes: 1. El estudio de carácter científico, considerado a la vez como medio de santificación y como preparación al apostolado, y particularmente el estudio de la teología en le escuela de Santo Tomás. 2. La doctrina agustiniana de la gracia, que somete por una parte al hombre a la moción divina, y por otra le exige la práctica de las virtudes, pero de tal forma, que la perfección de éstas se obtenga por una plena docilidad a la dirección del Espíritu Santo. 3. En fin, el apostolado doctrinal, sea por la enseñanza de la teología, sea por la predicación dotta o popular 7€ . Los grandes místicos dominicos surgirán en la Alemania del 75
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POURRAT, La CAYRÉ, Précis
spiritualité chrétienne II, 200-202. de Patrologie (París, Tournai 1980) t. 2,.696,.
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siglo xiv, "empezando por el maestro Eckart (1260-1327), y en ellos se sentirá, más que el influjo de Santo Tomás, el de Dionisio Pseudo-Areopagita. IV.
E L D E R E C H O CANÓNICO
El estudio del Derecho canónico floreció en los siglos xn y XIII, como el de todas las ciencias eclesiásticas. Puede afirmarse que se constituyó en verdadera ciencia, con método pro' pió, al mismo tiempo que la Escolástica, Y nació en Bolonia, en la misma cuna que el Derecho civil. Esas solas concomitancias bastarían a explicar su desarrollo y florecimifento, pero además hay que tener en cuenta que era la época en que la curia pontificia se organizaba y en que el poderío de los papas alcanzaba su máxima influencia en todos los órdenes de la vida social. Naturalmente, los Romanos Pontífices necesitaban una legislación clara, sistemática y bien definida. Y no solamente los papas, también- los obispos, los monarcas, las instituciones, todos cuantos en una forma o en otra pudiesen intervenir en procesos y conflictos jurisdiccionales ó de disciplina, se veían precisados a acudir a peritos canonistas. Estos en las nacientes Universidades forjaban la ciencia del Derecho de la Iglesia. 1. Fuentes primeras.—Las fuentes primarias del Derecho canónico son los concilios con sus cánones, decretos, constituciones, etc., y las actas, respuestas, epístolas y decretales de los pontífices. Entre las secundarias se cuentan el Derecho civil, especialmente el romano, los textos de ciertos teólogos, las Reglas monásticas, la liturgia, etc. Colecciones de cánones existieron desde muy antiguo. Sa>bemos que en el concilio de Calcedonia (451) se leyó una Colección canónica que comprendía los cánones d e Nicea ( 3 2 J ) , seguidos de los de Ancira (314), Neocesarea (314-20), Antioquía {328-32)-, Gangra (342) y Laodicea (347-48), a la cual un compilador del mismo siglo v añadió los cánones de Constantinopla (381)' y de Calcedonia (451). A este Syntagma canonum o Corpus canonum oriéntale le agregaron por delante los 87 cánones llamados apostólicos, compuestos hacia 360-80. A principios del 'siglo vi la Colección se enriquece con ciertos cánones de los concilios de Efeso {431) y de Sárdica (343). Esta Colección, traducida al latín, con ligeras modificaciones, se llamó Frisca o ítala y corría en Italia a fines del siglo v, como circulaban también por España, África y Galia otras colecciones-versiones de cánones griegos. • Con objeto de suplir las defici'encias que se notaban en las antiquas traducciones de cánones, el monje escita Dionisio .el Exiguo (f ca. 540), perfectamente romanizado, fue traduciendo
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por sí mismo y componiendo en diversas etapas la definitiva Cotlectio Dionysiana, incluyendo en ella los cincuenta primeros cánones apostólicos, los cánones griegos del Syntagma hasta el concilio de Calcedonia, y añadiendo los cánones de Sárdica (343), los del concilio de Cartago, del 425, y, en la última redacción, 38 decretales de pontífices, desde Siricio (384) hasta Anastasio II (498). Aunque esta última colección de decretales tuvo al principie vida independiente, luego se juntó con la- colección de cánones conciliares, resultando así la Colección dionisiana rr!.i Poco después, quizá el 553, y también en Roma, un autor desconocido formó la colección canónica denominada Avellana con documentos de los años 367-553, sobre todo cartas pontificias y rescriptos imperiales, colección importante porque cerca de 200 documentos incluidos en ella no se encuentran en otras colecciones. El año 774 la Collectio Dionysiana, completada con algún material nuevo, fué enviada por el papa Adriano I, casi con carácter oficial, a Cárlomagno. Considerada por fel monarca franco como auténtica, esa Colección (llamada a veces DionysiO'Hadriana) se difundió rápidamente, echando fuera a la Hispana, que hasta entonces regía en Francia, y con la cual se fundió en 810. 2. La "Hispana" y la "Pscudoisidoriana",—Otras muchas colecciones canónicas se conocían en Occidente. E n África, el Breviaríum Hipponense, del 397, y la Colección del concilio X V I I Cartaginense, de 419; en Francia, el Liber canonum de la iglesia de Arles {p. 560) y otras menores; en Gran Bretaña, los Paeniteníialia, atribuidos a Teodoro Cantuariense (686-690); en Irlanda, la Collectio Hibernensis, del año 700 poco más o menos; de España sabemos que en tiempo del papa Hormisdas (514-23) la Iglesia romana mandó a la española una colección de cánones. San Martín Dumiense, obispo de Braga, compuso por los años de 572 una colección de 84 cánones conciliares (Capitula Martini), griegos en su mayor parte, traducidos por él y divididos en dos secciones: deberes de los clérigos y deberes de " Dejamos a los especialistas la discusión de las nuevas y radicales teorías que sobre Dionisio y su colección expuso el P. W. M. Peitz en "Schweizer Rundschau" (1945-1946), traducidas al castellano por P. GALINDO ROMEO, Dionisio el Exiguo, como canonista, en "Revista Española de Derecho Canónico" II (1947) 9-32. Estudio sintético sobre Dionisio, el de J. RAMBAUD-BUHOT, Denys le Petit, en "Dict. Droit Can.". Sobre las colecciones canónicas occidentales hasta el siglo ix, es clásica la obra de P. MAASEN Qeschichte der Quellen und der Literatur des kanonischen Rechts im Abendlande I (Graz 1870). Los textos en C. H. TURNER, Ecclesiae occidentalis monumenta iuris antiquissima (Oxford 1899); P. HINSCHIUS; Decretales pseudoisidorianae et Capitula Angilramni (Leipzig 1863).
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los laicos. Poco antes del 600 aparece el Epítome español, abreviando los capítulos de San Martín de Braga y recogiendo cánones de los concilios de Oriente, África, Galia y España, con algunas decretales pontificias. M u y Semejante es la Collectio Novariensis, usada principalmente en Italia. Al convertirse el r*ey visigodo Recaredo, recomendó a los Padres del concilio Toledano III (589) la observancia fiel de los antiguos cánones y el dictado de nuevas leyes eclesiásticas!, si eran necesarias. Y en el concilio I V dé Toledo (633), celebrado bajo San Isidoro, se realizó una seria labor legislativa. Inmediatamente después, entre el 633 y el 636, aparece la gran Collectio Hispana, que da un paso de gigante en la compilación de las fuentes canónicas y aun en la sistematización d e las mismas. Porque se pensaba que era de San Isidoro, se la llamó isidoriana, y no faltan hoy día quienes, siguiendo al doctísimo Sejourné, persisten en atribuirla a la gran cabeza organizadora del santo arzobispo de Sevilla n a . Otros, como el catalán J. T a rré, opinan que su lugar de origen debe ser Arles, perteneciente entonces al Imperio visigótico"™. Cierto par'ece que no fué obra de un solo autor 8 0 . En esta amplísima colección, que se beneficia de la dioñisiana, se nos presentan n o menos de 42 concilios—generales y de Roma, África, Galia y España—, 104 epístolas d e papas, desde San Dámaso hasta San Gregorio Magno, en orden cronológico, dentro del geográfico, pero con un índice sistemático, que resume los diversos libros y títulos y su contenido, con llamadas numéricas a los textos, en tal forma, que pronto vino alguien a copiar los textos íntegros según el orden de los resúm'enes y resultó la Hispana sistemática. E l orden del índice es el siguiente: elección y formación del clero, disciplina monástica, procedimientos judiciales, liturgia, matrimonio, deberes de los clérigos, derechos y obligaciones de los gobernantes, religión, Iglesia, herejes, idólatras, misivas de paz. A la Hispana debemos muchos textos, que sin ella se hubieran perdido. N o había colección más completa, más ordenada y de más probada autenticidad. Pero desde el siglo ix fué suplantada en gran parte por una espuria colección que generalmente se denomina Pseudoisidonana o Falsas Decretales. Antiguamente fué atribuida por algunos a San Isidoro. Uno de los más viejos manuscritos empezaba así: "Incipit praefatio S. Isidoci episcopi libri huius. Isidoras Mercator servus Christi lectori conservo suo et parenti in Domino fidei salutem". E n otros códices se omite el Merca"> P. SEJOURNÉ,, Saint Isidore de Séville, son role dans Vhistoire du Droit canonique (París 1929). ™ J TARRÉ, Sur les origines arlésiennes de la collection canonique llispana, en "Mélanges Paul Fournier" (1929) 705-724. 80 A. ARIÑO-ALAFONT, Colección canónica Hispana (Avila 1941).
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ior y en algunos está corregido con Peccator, título de humil- '. dad, no raro en los obispos, por lo cual se creyó que procedía ',. de la pluma de San Isidoro; otros, en cambio, prefirieron de- , signarla con el nombre de Isidoras Mercator. Quién fué su '•• verdadero autor, no se ha averiguado aún con certeza. N o debió ser el diácono o levita Benito (de Maguncia?), que del 840 al 847 compuso una colección de falsas capitularas, sino algún clérigo francés, según Tardif, Lesne y Lot, de la provincia eclesiástica de Reims, pero más probablemente, según Fournier y Le Bras, de la de Tours, región de M a n s S1 . Las Falsas Decretales se ven citadas por vez primera en el concilio de Aquisgrán del 857 y quizá las conoció el de Soissons del 853. Y a en el siglo xv los cardenales Nicolás de Cusa y Juan de Torguemada denunciaron el carácter apócrifo de la colección. Hubo, sin embargo, católicos en las dos centurias siguientes que intentaron demostrar su autenticidad. Desde que en 1628 el calvinista D. Blondel publicó en Ginebra su disertación tan erudita como emponzoñada (Pseudo-lsidorus et ,, Tuctianus vapulantes), nadie dudó de su fals'edad. Los herma- •: nos Ballerini demostraron en el siglo xvm que son espurios incluso algunos documentos que Blondel tuvo por auténticos. Está dividida la Colección pseudoisidoriana en tres partes. Tras algunos documentos que forman la introducción, vienen .> en la primera parte los 50 primeros capítulos de los Cañones apostolorum, seguidos de una larga serie de decretales apócrifas, que se atribuyen a los papas, desde San Clemente hasta San Melquíades inclusive. Integran la segunda parte los cánones conciliares de la primera parte de la Hispana, a saber, los concilios griegos hasta el de Calcedonia, los concilios africanos, i| los concilios galorromanos hasta el II de Arles, los concilios de la península Ibérica hasta el XIII de Toledo (683). D e los cinco documentos introductorios de esta segunda parte, uno es | la famosa Donatio Consíantini. La tercera parte responde a la segunda de la Hispana y está formada por decretales d e 33 papas, desde San Silvestre hasta Gregorio II (f 731); se añaden 30 decretales apócrifas, que n o estaban en la Hispana, y aun los documentos auténticos llevan interpolaciones. ¿Qué objeto se propuso el falsificador? Galicanos, febronianos y protestantes afirmaron que aminorar la autoridad de los metropolitanos y acrecentar los derechos primaciales del Romano Pontífice. Hoy está demostrado que el fin primario del coleccionador era, como él mismo asegura, "quatenus ecclesias-tici ordinis disciplina in unum a nobis coacta atque digesta, et sancti praesules paternis instituantur regulis, et obedientes Ecclesiae ministri vel populi spiritualibus imbuantur exemplis et non malorum hominum pravitatibus decipiantur". Es decir, qué 81 P. FOURNIKR-G. en Occident I, 193.
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lo que pretendió fué sencillamente restablecer y consolidar la disciplina eclesiástica en aquellos puntos en que la veía decaída o amenazada, y reformarla conforme a la tradición romana. Como término inmediato, pretendía liberar a la Iglesia de la servidumbre en que había caído respecto del poder civil; impedir que los bienes eclesiásticos pasasen a manos laicas, apartar a los clérigos de ocupaciones mundanas, especialmente del oficio militas; la inmunidad de los clérigos ante los jueces civiles, el establecimiento sólido de la jerarquía y d'e toda la organización eclesiástica y el afianzamiento de la suprema potestad del papa y el robustecimiento de la potestad de los obispos en sus diócesis contra el poder absorbente de los metropolitanos. Para esto, lo que muchas-veces -hizo fué poner fechas antiguas a documentos recientes, a fin de darles más autoridad; dar carácter legal a ciertas locuciones de Santos Padres, atribuyéndolas a concilios; amañar textos de diversas procedencias, para componer uno nuevo; reconstruir documentos antiguos de los'que solamente se tenía vaga noticia, y aun forjar piezas tc*talmente nuevas de propia minerva; mas no para introducir costumbres o derechos desasados hasta entonces, sino para refrendar o legalizar con un documento público la disciplina tradicional romana. Precisamente porque no innovó nada, gozó de tan fácil y universal acogida, y sólo en algún punto insignificante, en que se apartó de las opiniones vigentes, no logró imponerse, verbigracia, en que no deben reunirse concilios provinciales sin permiso del papa. Sobre la fuerza obligatoria de los decretos pontificios, se expresa en los mismos términos que San Ciricio y San León I. Al establecer que las causae maiores ae reservan al papa, repite lo que ya había decretado Inocencio I. Sobre la Iglesia de Roma, sobre la obligación de enviar al Sumo Pontífice para que las apruebe las actas de los sínodos provinciales; sobre la naturaleza del episcopado y la dignidad de los metropolitanos, no hace sino recoger la tradición. E n suma/la Colección pseudoisidoriana no alteró sustancialmente la disciplina eclesiástica vigente hasta entonces; no creó un Derecho nuevo, ni acrecentó los poderes primaciales del Romano Pontífice. Contribuyó, sí, ciertamente, a que ciertos usos se perpetuasen, convertidos en leyes. E n España no tuvo vigencia esta colección canónica, y sin embargo el Derecho eclesiástico fué aquí como el de las demás naciones, 3. Los nomocánones bizantinos.—También en Oriente surgieron desde el siglo iv colecciones sistemáticas de cánones. N o es nuestro intento enumerarlas. Baste decir que la nota típica de aquella legislación eclesiástica griega es su íntima unión con la legislación civil, causa y efecto a la vez de la deplorable confusión—no armonía—de lo político y de lo religioso. Expresión de este dobl'e carácter es el Nomocanon, có-
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digo que contenía las leyes civiles (nótnoi) y las leyes eclesiásticas (kánones).' Juan el Escolástico (j 577), que llegó a ser patriarca de Constantinopla, compuso hacia el año 550, siendo abogado de Antioquía, una Colección de 50 títuto\s, disponiendo en orden sistemático los 85 cánones apostólicos, con 224 cánones conciliares, sacados de la Syntogma, y 68 de las epístolas de San Basilio a Anfiloquio. Después, siendo patriarca, hizo una nueva redacción hacia el año 570, añadiendo principalmente cánones de los Santos Padres. El mismo, a la muerte de Justiniano (f 565)', formó la Colección de 87 capítulos con los decretos imperiales de materia eclesiástica. Alguien reunió las dos colecciones en una sola obra durante el reinado del emperador Mauricio {582-602), resultando de ahí el primer Nomocanon, qu'e se llama el Nomocanon de 50 títulos. Cundió la costumbre de agregar a las colecciones canónicas las leyes imperiales, y así vemos que bajo el emperador Heraclio (610-641) un jurisperito de nombre Enantiófano, compiló el Nomocanon de 14 títulos, con los cánones conciliares, las epístolas canónicas de los Santos Padres y las constituciones imperiales, en orden sistemático. A veces esta colección se atribuye a Focio, el cual no hizo sino completarla el año 883. La misma r'edacción fociana fué más tarde adicionada con glosas y comentarios por el monje e historiador Juan Zonaras en 1120 y por el canonista bizantino Teodoro Balsamón en 1170. 4. "Decretum Gratiani",—Volvamos al Occidente, donde las colecciones canónicas influenciadas por la pseudoisidoriana, se iban multiplicando extraordinariamente. Y como surgen por iniciativa privada, sin la competente autoridad legal del papa o de los obispos, no es extraño que en vez de acabar con los textos apócrifos los aumenten, y cada día se hace más difícil la unificación del Derecho. Reginón, abad de Prüm, compuso fcn 905, a ruegos del obispo de Tréveris, Radboto, iAbti dúo de synodalibus causis et disciplinis ecclesiastícis con las reglas que se han de observar en los procesos canónicos durante la visita de las diócesis. Abdón, monje cluniac'ense y abad de Fléury, redactó en 42 capítulos, a fines del siglo X, la Collectio Abbonis, en defensa de la exención monástica de su abadía, notable por el método y por la genuinidad de los textos canónicos que aduce. E n Italia aparece por los años de 882 la anónima Collectio Anselmo (Mediolanensi) dedicata, muy bien ordenada en doce libros, de espíritu romano y pontificio, que influirá en la dé Bur cardo. Burcardo, clérigo de la iglesia de Maguncia y luego obispo, de W o r m s {f 1025), formó la colección que de su nombre se llamó Brocardus o Collectarium canonum y más ordinariamente Decretum Burchavdi. Dividió su obra en 20 libros, que com-
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prenden 1.785 capítulos, sacados de las principales colecciones canónicas anteriores, modificando a veces sus textos. Compilación Verdaderamente universal, que trata de todas las cuestiones eclesiásticas y se aproxima a un tratado de teología, como otras de aquel tiempo. T r a t a de facilitar el oficio del obispo en el régimen de su diócesis y apoya eficacísimament'e los principios reformatorios que el obispo W á z o n representaba en Lie ja. Disfrutó de gran autoridad y de hecho influyó notablem'ente en la reforma episcopal de la Iglesia germánica. Siguen las colecciones apellidadas gregorianas, porque son del tiempo de Gregorio V I I y persiguen el mismo fin de apoyar la reforma eclesiástica, recogiendo solamente los documentos de los papas y rechazando los usos corrompidos. Nombremos la Collectio.74 titulorum, nacida en la cancillería romana hacia 1074 y atribuida con poca probabilidad al cardenal Humberto de Silva Candida (f 1061); el Capitulare o Bceviarium, del cardenal Attón (f 1083?); la Collectio Anselmi Lucensis, obra de San Anselmo de Lucca {f 1086), sobrino de Alejandro II, en 13 libros, de que se sirvieron los polemistas en defensa de la reforma gregoriana; el Liber de vita christiana, de Bonizón, obispo de Sutri (f 1089-1095), la Collectio canonum, del cardenal Deusdedit (f 1099), dedicada a Víctor III, en ouatro libros con 1.175 documentos, que exponen la disciplina del clfero romano; el Polycarpus, del cardenal Gregorio {f 1113), que dedicó su obra en ocho libros al obispo d e . Compostela Diego Gelmírez; la Tripartirá, el Decretum y, sobre todo, la Panormia, colecciones atribuidas al gran canonista y teólogo San Ivo de Chartres (f 1116), quien quizá se valió para su composición de algunos discípulos. ° Muchas de estas colecciones canónicas son dignas de estudio aun bajo el aspecto teológico, pues desde el siglo XI el Derecho s'e desenvuelve al compás de la Escolástica, dándole a veces sus métodos y recibiendo sus doctrinas! S2 . Todas esas colecciones quedaron eclipsadas ante el Decretum Gvatiani, escrito en 1140 o poco después, que vino a abrir una nueva época "en la historia del Derecho canónico. Juan Graciano era un monje camaldulense "magister divinae paginae" en un monasterio de Bolonia. Enseñando teología, aten" día principalmente a la parte práctica, o sea al Derecho canónico, que con Graciano se separa de la ciencia teológica. Graciano debió morir poco antes de 1160. Redactó su obra vastísima, no a la manera corriente, como simple colección —aunque sistemática—de cánones y decretos, sino como un » Todas estas colecciones y otras muchas Pue^J 1 verse estudiadas en la obra de Fournier Le Bras, en las de Maasen y Ven Schulte ya citadas, y concisamente en Ivo ZEIGBB, mstorm luris Oanonici (Roma 1939-40), y B. KUMSOHBID-F. WILCHESI Htatorto Iuris Oanonici, Historia fontium et scientiae (Koma iyoá.>.
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verdadero tratado científico y práctico, con citas literales de los textos canónicos, con análisis de esos textos y concordancia de sus aparentes discordancias y anomalías. De aquí el título originario: Concordia discordantium canonum. Probablemente le ayudaron algunos otros monjes de su monasterio, especialmente Paucapalea. Consta de tres partes, que abarcan todas las materias de la disciplina eclesiástica. En la primera parte, dividida en 101 "distinctiones", trata de la noción .y división del Derecho, de sus fuentes materiales, de los concilios, de las decretales pontificias, de la autoridad de los Santos Padres, del Derecho romano y del civil vigente; y luego, del estado clerical en sus diversos grados y de sus prerrogativas y obligaciones, tespecialmente de las cualidades del obispo. En la segunda, dividida en 36 causas, o casos prácticos, los cuales a su vez se subdividen en cuestiones, trata de los n'egocios eclesiásticos (tribunales, potestad episcopal, bienes de la Iglesia y de los clérigos, simonía, usura, foro eclesiástico, derechos de los regulares, votos monásticos, juramentos, derecho de guerra, matrimonio, penitencia, de la cual escribe un verdadero tratado); presenta 36 casos de Derecho, con las cuestiones que pueden suscitar y los textos que las resuelven. En la tercera, dividida en cinco "distinctiones", discute todo lo concerniente al culto, a los sacramentos y a los sacramentales. T o m a los textos de las colecciones precedentes: Burcardo, Ivo de Chartres, etc. Generalmente son testimonios de los concilios, de los papas, de los Santos Padres, y también de la Sagrada Escritura, del Derecho civil, de la Historia, de la liturgia. Después de alegar las autoridades, expone en breves palabras la solución de las dificultades (Dicta Gratiani), influido por el método abelardiano del Sic et non. Aunque la Iglesia no le concedió valor oficial, la autoridad del Decretum Gratiani fué decisiva; se impuso como libro de texto de los doctores en todas las Universidades—.las Decretales era el texto de los bachilleres—, y Graciano vino a significar para el Derecho lo que su coetáneo Pedro Lombardo para la teología. 5. Las "Decretales" de Gregorio IX* "Corpus Iuris Canonici'\—Utilizando a Graciano y disponiendo el material en otro ordfen, con añadidura de algunas decretales nuevas, el cardenal Laborante (f 1190?) trabajó en una estimable Compilatio canonum, que no obtuvo la aceptación ni el influjo de la de Graciano. Entre los primeros decretistas o comentadores de Graciano deben figurar, en primter término, su discípulo, compañero y sucesor en la cátedra el canonista Paucapalea, nombrado obispo en 1146; Rolando Bandinelli (futuro papa Alejandro III, f 1181)', eminente profesor de teología y cánones en Bolonia
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antes de su cardenalato (1150); Ognibene (Omnebonus), que murió siendo obispo de Verona en 1185; Huguccio de Pisa, maestro en Bolonia de Inocencio III y que murió obispo en Ferrara (f 1210); Juan de Faenza (Faventinus, f 1190); Lorenzo Hispano, que fué maestro de Tancredo (f 1235) y de Bartolomé de Brescia (f 1256) y que compuso sus glosas entre 1208 y 1215. .. Las glosas o apostillas primeras, breves como eran, solían ponerse entrerrenglonadas con el texto y se decían Apparatus; luego, al ir creciendo, se sacaron al margen y, por fin, se convirtieron en Commentarñ o Summae independientes. Una de las glosas más autorizadas fué la de Juan Teutónico (f 1245), aumentada y corregida por Bartolomé de Brescia. Las disposiciones eclesiásticas que fueron saliendo después d'el Decretum Gratiani recibieron el nombre de Extravagantes, y con el tiempo se multiplicaron tanto, que fué menester coledcionarlas y sistematizarlas. El canonista Bernardo de Pavía (f 1213) hizo con las colecciones de Extravagantes lo que Graciano con las colecciones de cánones y decretales. Suya es la Compilatio' prima, que originariamente llevaba el título de Breviarium extravagantium, y desde el primer momento gozó del aplauso y estima de los maestros de Bolonia. En cambio obtuvo poca aceptación la del diácono Rainerio, monje de Pomposi, que en 1202 compiló las decretales de los tres primeros 'años de Inocencio III. La llamada Compilatio romana, en cinco libros, elaborada en los archivos de Roma por el español Bernardo de Compostela el Viejo, contenía los documentos de los diez primeros años de Inocencio III, y aunque la utilizaron los catedráticos boloñeses, nunca quiso aceptarla el papa, por incluir decretales no recibidas en la curia; razón por la cual Inocencio III mandó hacer otra de sus propias decretales a su notario Pedro de Benfevento en 1210, y terminada, la promulgó oficialmente, remitiéndola a la Universidad de Bolonia, donde se le dio el nombre de Compilatio tertia. La secunda íué la del maestro Juan de^Gales (Gallensis) compuesta en 1210 y 1215. Los decretos de Inocencio III posteriores a 1210, juntamente con los del concilio I V de Letrán, los recogió, por deseo de los Bononienses, en la Compilatio quacta Juan Teutónico. El papa Honorio III {1216-1227) ordenó también una colección de sus decretales, Compilatio quinta, por medio de Tancredo, archidiácono de Bolonia y famoso decretalista de aquella Universidad. Para los jueces y maestros que tenían tum y estas colecciones de Extravagantes, muy complicado y enojoso, pues además menes, abundaban en ellos muchas cosas y aun contrarias. Gregorio IX (1226-1241), muy perito ffltfnrió
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que utilizar el Decreresultaba su manejo, de ser muchos volúduplicadas, ambiguas en el Derecho canó32
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nico, palpó estas dificultades y deficiencias, y para remediarlas encomendó a San Raimundo de Peñafort el trabajo de reunir en un cuerpo las diversas compilaciones admitidas 'en las es>cuelas, añadiendo las más recientes. Raimundo, que murió centenario en 1275, había nacido en Peñafort, junto a Villafranca del Panadés, y después de estudiar y 'enseñar Derecho canónico en Bolonia, había regresado a su patria, obteniendo una canonjía en Barcelona. En 1222 tomó el hábito de Santo Domingo, y como gozase de gran fama de canonista, Gregorio IX lo hizo su capellán y penitenciario y le encargó la compilación de las decretales pontificias. Raimundo trabajó cuatro años (12301234), eliminando los textos que hubieran perdido vigencia o acomodándolos al Derecho moderno, suprimiendo todo lo superfluo y lo dudoso (nunca las prim'eras palabras de las decretales, pues por ellas se citaban), armonizando y conciliando los textos discordantes, añadiendo nuevas decretales, especialmente las constituciones de Gregorio IX, y distribuyendo todo el material sistemáticamente en cinco libros*3. N o llevaba título especial. Se le dio a veces el nombi'e de Líber exíra(vagantium)', o Compilatio sexta, pero ha prevalecido el de Decretales Gregorii IX. El Romano Pontífice promulgó esta compilación jurídica, enviándola a la Universidad de Bolonia, probablemente también a la de París, con la bula Rex pacificas, de 5 de septiembre de 1234, y ordenando que ninguna otra colección se reputase por auténtica. El argumento de los cinco libros lo resumió alguien en este verso: "Iudex, iudicium; clerus, connubia, crimen". Cada libro se subdivide en títulos y capítulos. Bonifacio VIII, considerando la incertidumbre que re'naba en torno a la labor legislativa de los papas posteriores a 1234, encargó a tres canonistas, como queda dicho al tratar de su pontificado, la preparación de una nueva compilación. Esta fué promulgada por la. bula Sacrosanctae Ecclesiae, del 3 dte marzo de 1298, y enviada a las Universidades. La nueva colección había de agregarse a los cinco libros de las Decretales y sería llamada Liber sextas. M á s tarde, Juan XXII, por la bula Qaoniam nulla iuris, del 25 de octubre de 1317, envió a las Universidades—modo ordinario de promulgación—las decretales de su predecesor m Sobro San Raimundo, véase F. VALLS Y TABERNER, San Ramón de Peñafort (Barcelona 1936); ID., Diplomatari de Sant Ramón de Penyafort (Barcelona 1932) en "Analecta Sacra Tarraconensia" v. 5; S. PUIG Y PUIG, Episcopclogio de la Sede Barfiinonense (Barcelona 1929) 215-224; P. MORTIER, Bistoire des Maitres généraux de VOrdre des Fréres Prédicateurs (París 1903) I, 254285; A. TEETAERTJ La Summa de poenitentia de Saint Baymond de Penyafort, en "Epheroerides Lovanienses" 5 (1928) 49-72.
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Clemente V I , que representan la labor reformatoria del concilio de Vienne, del 1311: son las que generalmente llamamos Constituciones clementinas (Clenientinae), aunque algún tiempo se las designó cerno Lz'&er septimus. Desde entonces no se recopilaron más Extravagantes en forma auténtica. Así quedó constituido el Corpus Iuris Canonici, integrado por el Decretara Gratiani, las Decretales Gregorii IX, el Líber Sextas Bonifatii VIH y las Constitutiones Clementinae 84 . Son de autoridad privada las colecciones que luego se añadieron al Corpus Iuris, a saber, las Extravagantes Ioannis XXII y las Extravagantes communes. 6. La ciencia del Derecho.—Siendo el Corpus Iuris Canonici la base de todas las lecciones universitarias, pronto se multiplicaron los Apparatus y las Glossae. Destacaron entre los más notables comentadores el maestro Vicente Hispano (f 1248); Godofredo Trani, que murió siendo cardenal en 1245; el gran jurista Sinibaldo Fiesco, que ascendió al pontificado con el nombre de Inocencio I V (f 1254); Bernardo Bottcni (f 1264), el celebradísimo "monarcha iuris" Enrique de Segusia, cardenal de Ostia, (Hostiensis, f 1271); Egidio Fosearan (f 1289), Guido de Baisio (f 1313), llamado el Archidiácono, obispo de Parma y cardenal; que tuvo en Bolonia de discípulo al famoso Juan Andrea (f 1348), autor de la Glossa ordinaria. El método que estos profesores bolonienses y otros maestros de otras universidades seguían en sus lecciones públicas y en sus comentarios escritos, interpretando el texto, lo expiesaron en este dístico: Praemitto, scindo, summo, casuraque, figuro, perlego, do causas, connoto, obicio. Infinitos fueron los comentarios que se publicaban. Según el carácter de la obra recibían diferentes títulos. Vinieron primero los amplios comentarios de las Summae o Distinctiones; después, en forma más compendiada, los índices, Margaritae, Flos decretorum, Breviarium, Excerpta. Otra clase de comentarios prácticos eran los Casas verdaderos o supuestos. A veces se deducían reglas jurídicas de los textos y se componían las Brocardae o Regulae canonicae. Con más libertad de exposición trabajaban los autores' de Quaestiones, Tractatus o Repetitiones, y hubo quien les dio por nombre el día de la semana destinado para sus lecciones: Mercuriales, Veneriales, Sabbatinae, Dominicales. Al lado de los canonistas o decretistas, elaboraron la ciencia del Derecho civil (romano) los legistas o doctores en leyes, quienes, favorecidos al principio por la Iglesia, acabaron M E. FRIEDBERG, Corpus Iuris Canonici (2 yols., Leipzig 18761882); ID., Quinqué compílationes antiquae (Leipzig 1882).
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por ponerse de parte de los emperadores y reyes, en contra de los pontífices, y desde sus cátedras dé Bolonia, principalmente, difundieron ideas cesaristas, poco conformes con la ética y la política cristianas. La enseñanza del Derecho civil en las Universidades la constituían las fuentes del Derecho romano, o sea, el Corpus Juris Civilis, integrado por las cuatro colecciones de Justhr.ano (f 565). Este gran emperador bizantino, con sus jurisconsultos, entre los que descollaba Triboniano, hizo redactar primeramente las Institutiones, mal llamadas Instituía, obra elemental y didáctica, dividida en libros y títulos, que vino a suplantar a las Institutiones del jurista romano Gallo -(s. n ) ; publicó luego el Digestum o Pandectae, codificación ordenada, en 50 libros, divididos en títulos, de todo el antiguo Derecho de los jurisconsultos; siguió el Código justinianeo (Codex répetitae pvaelectionis) recogiendo Jas constituciones imperiales en 12 libros y varios títulos; y en fin, las Noveílae o Consfitutiones post Codicem, es decir, las leyes promulgadas por el mismo Justiniano con posterioridad al Código. Tales fueron las cuatro partes del Corpus Iuris Civilis, base de la enseñanza jurídica y objeto de mil glosas y comentarios. Durante la Edad Media, mucho antes de la fundación de las universidades, el Derecho civil se enseñaba en el Trivium de las escuelas, pues en la retórica, con ocasión del genus iudiciale, se daban a los alumnos ciertos elementos jurídicos. Ya en tiempos de Casiodoro y de Venancio Fortunato el estudio de las artes, según testifican esos autores, se hallaba íntimamente ligado al del Derecho, mayormente en Italia. El siglo IX "es de decadencia, pero en él aparecen varias glosas y sumas, que crecen en importancia y en carácter doctrinal con el siglo xi. La escuela de retórica de Pavía vino a ser un centro de enseñanza jurídica; escuelas semejantes poseían las ciudades de Rávena, Placencia, Milán, Mantua, Verona, Vercelli, que cultivaban el Derecho romano juntamente con el lombardo. En alias se formaban los notarios, los jueces, los abogados. De ellas salió Lanfranco, que se hizo admirar por su ciencia jurídica en Bec y en Canterbury. Al declinar la escuela de Rávena, comienza a empuñar el cetro de todas las escuelas jurídicas la de Bolonia, que en el siglo XII dará origen a la Universidad. Hacia el año 1100 hubo en Bolonia un maestro, glosador del Derecho romano, por nombre Pepón, cuya fama quedó completamente oscurecida por el jurisconsulto Irnerio (f 1138?)', que pasa por el fundador de la escuela de glosadores. Irnerio fué, si' no el creador, sí el impulsor de la ciencia jurídica hploñesa, cuyos métodos perfeccionó. De maestro de artes pasó al estudio del Derecho, y por invitación de la condesa Matilde dio a conocer los textos justinianeos en su pura ingenuidad y
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los ilustró con sus glosas. "Primus illuminator scientiae nostrae" lo llamó el jurista del siglo xm Odofredo. Discípulo de Irnerio fué el gran jurisconsulto Búlgaro (j- 1167), apellidado "os aureum", uno de aquellos maestros bolonienses invitados por Federico Barbarroja a la Dieta de Roncaglia en 1158; el cual a su vez fué maestro dfel Placentino (f 1192), que se disputó con su rival Juan Bassiano de Cremona (f 1197) la palma del saber en la cátedra y en los escritos. El Placentino, antes de abandonar Bolonia para enseñar en Montpallier, contó entre sus discípulos al que había de ser el más agudo y brillante profesor Azón (f 1230), la noticia de que para escuchar las lecciones de éste se reunían cerca de 10.000 alumnos es indudablemente exagerada. Hugolino (f 1233?), autor de glosas y sumas, puso adiciones a la Suma de Azón y formó discípulos, como Odofredo, Roffredo de Benevento y Jacobo de Ardizzone. Finalmente, recordemos el nombre de uno de los más célebres glosadores, Francisco Accursio (1182-1260), que compuso la Glossa ordinaria, magna o magistralis, acatada reverentemente por todos los maestros, vademécum de todos los juristas. Como dijimos del Derecho canónico, así también del civil o romano se escribieron simples glossas interlineares y marginales, Apparatus, y luego Summae, índices, Margaritae, Breviaria, Casus, Brocardiae, Tractatus, Mercuriales, etc. Después de los "glosadores" vinieron los "comentaristas" o postglosadores, que más que glosar el texto de la tey comentaban las glosas de los otros maestros; solían decidir en caso de duda por la mayoría de los sostenedores de una opinión y abusaron de las formas dialécticas, entreniéndose en cuestiones baladíes y usando un lenguaje bronco y bárbaro. Por encima de la turba innumerable de los comentaristas se levanta la figura del jurisconsulto y poeta Ciño de Pistoya (1270-1336), amigo de Dante y del Petrarca, y posteriormente la del rey de los comentaristas, Bartolo de Sassoferrato (13131357), autoridad suprema e indiscutible ("nemo bonus iurista, nisi sit bartulista"), con quien solamente su ilustre discípulo Baldo de Ubaldis (1327-1400) pudo competir. 7. Las "Partidas"»—De los diversos códigos que, por iniciativa privada o pública, se elaboraron en las diversas naciones medievales, tan sólo mencionaremos uno; las Siete Partí' das {o siete partes), mandadas redactar y compilar por el rey de Castilla Alfonso X entre 1256 y 1265. T r a t ó este sabio monarca de unificar la abigarrada variedad de fueros, leyes y derechos locales, tomando como base y norma el Derecho romano justinianeo, el Decreto de Graciano y, sobre todo, las Decretales de Gregorio IX. Utilizó además abundantemente la Biblia, los Padres de la Iglesia, las doctri-
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ñas de los filósofos, siú despreciar los elementos vivos y aprovechables de los fueros castellanos, reuniéndolo todo con un fuerte sentido orgánico y sistematizador, propio de la escuela romanista. Así vemos que unas veces legaliza viejas costumbres; otras, corrige los antiguos usos, encauzándolos legalmente en forma moderna; y siempre aspira a plasmar una legislación definitiva. Con ser este código tan admirable4—y acaso porque se adelantó en muchas cosas a su tiempo—no cobró fuerza legal hasta después de un siglo, en 1348. Las Sr'ere Partidas no dejan nada por tratar. Abrazan sucesiva y ordenadamente el derecho natural y eclesiástico, el derecho público, el procesal, el civil y el penal. Colaboraron en la gran empresa el jurista Jácome Ruiz, el obispo Fernando Martínez y el maestro Roldan, bien conocidos por otros trabajos jurídicos. La obra que realizaron presenta un carácter doctrinal y razonado, y está escrita en rancio y sabrosísimo castellano, cuya lectura se hace grata hoy día aun a los profanos. N o solamente constituyen las Si'eíe Partidats uno de los monumentos más insignes de nuestro idioma y de nuestra cultura, sino que también ellas actuaron como instrumento de la unidad nacional.
CAPITULO Liturgia I.
y vida
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cristiana
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DESARROLLO DE LA LITURGIA
Nunca como en aquellos siglos áureos de la Edad Media (xil y xill) vivió el pueblo cristiano una yida tan litúrgica, ya que la parroquia con sus funciones religiosas absorbía y cen* FUENTES. — Abundante documentación oficial nos ofrecen los concilios, los libros litúrgicos, los bularios, etc. Los textos raros de la liturgia medieval han sido publicados en parte por la "Henry Bradshaw Society" de Londres (1891 ss). Los himnos, en G. M. DREVES-C. BLUME, Analecta hymnica medii aevi (54 t., Leipzig 1886-1915). Cf. U. CHEVALIER, Repertorium hymnologicum... en usage dans VEglise latine (6 vols., Lovaina 1892-1920). Las fuentes narrativas más importantes para este capítulo se hallarán en las Acta Sanctorum y en los cronistas, algunos de los cuales se citan en el texto. BIBLIOGRAFÍA.—M. RiGHBTTi, Historia de la liturgia (2 vols., BAC, Madrid 1955-56); L. EISENÍHOFBR, Handbuch der Liturgik (Freiburg i. B. 1932-33); J. S. ASSEMANI, Kalendaria Ecclesiae universalis (5 vols., Roma 1755); A. EBNER, Quellen und Forschungen sur Geschichte und Kunstgeschichte des Missale Romanum im Mittelalter (Freiburg i. B. 1896); J. MORIN, Gommentarius his-
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traba su principal atención,1- sin las distracciones mundanas de nuestros días, y el calendario litúrgico con sus variados ciclos del Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua florida, Pentecostés, y con las festividades de Nuestro Señor, de la Virgen M a ría y de los santos señalaba la pauta anual en el curso de su vida. Triunfa en toda Europa la liturgia romana desde que Gregorio V I I logra implantarla en España, desplazando a la visigótica, y en Bohemia rechaza las súplicas del duque W r a t i s lao II en pro de la liturgia eslava. Los doctos y piadosos tratados litúrgicos que en esta época se escriben, son numerosos. Basta citar a Ivo de Chartres (f 1117), al cluniacense Algerio (f 1135), a Ildeberto de Tours (t 1134), Juan B'eleth (f 1165), Isaac de Stelía (f 1169), Roberto Paululús (f 1184), Ruperto de Deutz (f 1135), H o norio de Autún {\ 1145), Inocencio II, Sicardo de Cremona (f 1215), Alberto Magno (f 1280), y especialmente Guillermo Durand ( j 1296), obispo dé Mende, que en su Rationale divinoxum officiorum compuso una verdadera suma litúrgica, retoricus de disciplina in administratione sacramenti paenitentiae (París 1651); P. A. KIRSCH, Zur Geschichte der hatholischen Beichte (Würzburgo 1902); A. FRANZ, Die Messe im deutschen Mittelalter (Freiburg i. B. 1902); J. A. JUNGMANN, El sacrificio de la misa. Tratado histórico - litúrgico (BAC, Madrid 1953); A. FRANZ, Die Kirchlichen Benedilctionen im Mittelalter (Freiburg 1909); H. KGLLNER, Eurtologie oder die geschichtliche Entwichlung des Kirchenjahres und der Heiligenfeste (Freiburg 1906); A. VILLIEN, Les sacraments. Histoire et liturgie (París 1931); J. CORBLET, Histoire dogmatique, liturgique et archéologique du Sacrém.ent de VEucharistie (París 1884); H. THURSTON, Early cultus of the Blessed Sacrament, en "The Month" (1907) march-april; E. DUMOUTET, Le désir de voir VHostie et les origines de la dévotion au (¡aint-Sucrément (París 1926); ID., Le Christ selon la chair et la vie liturgique au mayen age (París 1932); P. BROWE, Die Verehrung der Eucharistie im Mittelalter (Munich 1932); ID.J Die Entstehung des Bahramentsprozessionen, en "Bizantinisehe Zeitschrift" (1931) 97-117; ID., Sakramentsandáchten, en "Jahrbuch für Liturgiewissenschaft" 7 (1927) 83-103; ID.., Die Pflichtbeichte im Mittelalter, en "Zeitschrift für kath. Theologie" 57 (1933) 335-383; L. LALLEMANT, Histoire de la charité t. 3 (París 1906); C. NEYRON, Histoire de la charité (París 1928); F. MEFFERT, Garitas und Krankenwesen bis mum Ausgang des Mittelalters. (Freiburg i. B. 1927); A. RODRÍGUEZ VILLA, Resumen histórico de los gremios, y en especial de los de España (Madrid 1871); E. SEGARRA, Los gremios (Barcelona 1912); MARTÍN SAINT-LÉON, Histoire des corporations (París 1909); A. LECOY DE LA MARCHE, La chaire francaise au moyen age (París 1886); PETIT DE JULLEVILLE, Les mystéres (París 1880); R. YOUNG, The Drama in Medieval Church (Oxford 1933); G. GRUPP, Kulturgeschichte des Mittelalters (2 vols., Stuttgart 1894-1895); A. LECOY DE LA MARCHE, La société au XIII siécle (París 188U); C. LANGLOIS, La vie en France au moyen dge, de la fin du XI siécle au milieu du XIV siécle, d'aprés les romans mondaiñs du temps (París 1924); ID., La vie... d'aprés les m.oralistes (París 1925).
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copilando cuanto habían dicho los anteriores liturgistas, desde San Isidoro y Amalario, sin dejar de añadir cosas nuevas y dividiendo el inmenso material' litúrgico en ocho libros, que versan sobre los edificios eclesiásticos, su ornato, los sacramentos, los ministros sagrados, los divinos oficios, la misa, las fiestas y el calendario o cómputo 1. 1. La misa y el oficio.—Celebrábanse los sagrados misterios en parroquias y catedrales con solemnidad y pompa, asistiendo ia población en pleno. N o obstante la devoción a la misa, el I V concilio de Letrán, al mandar que todos los fieles reciban siquiera una vez al año ("ad minus in Pascha") el Santísimo Sacramento, se lamenta de que algunos sacerdotes no celebren más de cuatro veces al año. Otros concilios del siglo xin, para atajar los abusos, prohiben que cada sacerdote diga más de una misa al día, como tal vez se hacía por avaricia de estipendios; solamente se permitía celebrar varias misas en Navidad, en .Pascua, en Pentecostés, Todos los Santos y en la llegada de algún personaje ilustre, licencias que Inocencio III restringió, permitiendo la binación sólo en Navidad y Pascua y en caso de urgente necesidad, v. gr„ en las exequias de un difunto. El concilio de Tréveris (1227) prohibe terminantemente. la missa sicca, en que el sacerdote no consagraba, ni comulgaba o se abstenía de comulgar para dar las especies consagradas a otro; como también condena la estúpida costumbre de celebrar por los vivos la "missa pro defunctis", a fin de acelerarle la muerte a alguien. N o era lícita la misa bifaciata, trifaciata, etc., es decir, la misa con varios introitos, Varias epístolas, varios evangelios 2 . Los teólogos están ya acordes en admitir no sólo el hecho, sino aun la palabra transubstantiatio, autorizada por el I V concilio de Letrán, aunque todavía aparecen opiniones raras al declarar la naturaleza de la misma. E n el canon de la misa se introduce un rito nuevo: la elevación de la hostia y del cáliz después de la consagración, haciéndose una señal con la campanilla, a fin de que el pueblo adore al Santísimo Sacramento. Díjose un tiempo que esta novedad obedecía a una reacción contra la herejía de Berengario; luego trató el P . Herberto Thurston de probar que el obispo de París Eudo de Sully (1196-1208) había implantado esta costumbre de elevar la hos1
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Los títulos de las obras litúrgicas de todos los autores citados pueden verse en L. EISENHOFER, Handbuch der IAturgik t. 1, 128-130. Guillermo Durand, sénior, no debe confundirse con su homónimo ixmior, que fué también canonista, pero que vivió un siglo después. a Sobre la misa en la Edad Media, véanse Eisenhofer, Righetti, Jungmann. Sobre el Breviario, P. BATTIFOL, Hist. du Breviaire romaín (1911) 179-265.
tia para Ir contra la opinión de Pedro Comestor (f 1179) y Pedro Cantor (f 1197), quienes afirmaban que la transubstanciación no se verificaba antes de la consagración del cáliz. H o y está averiguado que no fué el obispo de París el que introdujo este rito. Y a existía en el siglo xn, sólo que de un modo arbitrario y expuesto a abusos, pues algunos elevaban la hostia antes de consagrarla—lo cual se prestaba a adoraciones idolátricas—, y teniéndola en alto la consagraban. Estos inconvenientes son los que quiso eliminar Eudo de Sully y tras él varios concilios, al establecer que soló después de consagradas se elevasen las sagradas especies. Significaba además este rito un paso más en el movimiento devocional eucarístico, que tanto auge cobró en aquella centuria por obra principalmente de los cistercienses. U n devoto furor se apoderó de las almas por el ansia de mirar a la hostia consagrada, imaginándose que con esta mirada recibían una virtud sobrenatural—opinión que t e nía el apoyo de Guillermo de Auvergne—, y aun incurriendo en errores doctrinales y en excesos prácticos, creyendo que la sola vista de la hostia preservaba de la muerte repentina y de otras calamidades 3 . E s natural que de esta devoción arranque en el siglo xm la práctica de la "exposición del Santísimo Sacramento" y después las procesiones con el Señor expuesto. Desaparece en este tiempo la antigua costumbre de ofrendar los fieles el pan y el vino que se habían de consagrar en la misa, ofreciendo, en cambio, frutos >del campo, y sobre todo cera y dinero. E n el ordinario de la misa se introducen ciertas plegarias, que anteriormente eran de carácter privado, y que el sacerdote recitaba por propia devoción, bien al dirigirse al santo sacrificio, como el salmo Iudica me Deas y el Confíteor; bien al prepararse para la comunión, o al retirarse al altar, como en el comienzo del evangelio de San Juan. En las grandes fiestas se recitaban las horas canónicas de la misa solemne, no sólo en las catedrales y monasterios, sino en las parroquias. Las horas canónicas eran en el siglo xi más largas para los monjes que para los canónigos y curas; aquellos recitaban en maitines 12 lecciones; éstos, nueve; poco después comienza a abreviarse el oficio (breviarium), fundiéndose en un solo libro los muchos que antes era preciso utilizar y simplificando el rezo, en lo cual influye el precepto, que se hace * Es muy interesante el libro de E. DUMOUTBT Le désir de voir l'Hostie... y sus artículos en "Revue Apologétique" de 1926, 1928 y 1931, que completan los estudios del P. Thurston. Quien conozca los poemas del ciclo de Artús o de la^ Tabla Redonda recordará que las mismas virtudes milagrosas se atribuían a la contemplación del santo grial. Supersticiones semejantes corrían respecto a ciertos talismanes y a la vista de ciertas imágenes de santos, como la de San Cristóbal: "Chrlstophorum videas, postea tutus eaa".
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general, de la recitación privada, aun en los viajes y fuera del coro. La principal abreviación se debió al general de los franciscanos Haymón de Faverham (f 1243), introducida por Nicolás III en todas las iglesias romanas. 2. Los sacramentos.—Es muy de lamentar que por la negligencia de los sacerdotes y por la costumbre primitiva de celebrarse pocas misas privadas no tuviesen los fieles facilidad ni estímulo para frecuentar", como es debido, esas dos fuentes de vida sobrenatural que son los sacramentos de la confesión y comunión. Los teólogos del siglo xn elaboran y perfilan la teología sacramental, formulando con exactitud, tras algunas vacilaciones, la definición y el número septenario de los sacramentos. Siete enumera ya Otón de Bamberga (f 1139), Hugo de San Víctor (f 1141), Gregorio de Bérgamo (y 1146), Pedro Lombardo, y después de él todos los teólogos. El bautismo, que hasta entonces se confería por triple inmersión, empieza a generalizarse en el siglo xn por triple aspersión, precediendo los exorcismos y, cuando era posible, la catequesis. Sobre la fórmula discutieron algunos obispos de Francia, y el concilio de Lille (1288) deploraba que a veces se difiriese largo tiempo el bautismo de los niños. M á s quejas hay de que se dilate y descuide la confirmación, para'la cual exigen ciertos sínodos el estado de ayuno. Siguiendo a Santo Tomás, se impuso la opinión de que, con facultad especial del papa, hasta los simples sacerdotes pueden administrarla, cosa que negaba el teólogo inglés Roberto Pulleyn (t H 5 0 ) . Como partes de la penitencia señala Pedro Lombardo la compunción del corazón, la confesión de boca y la satisfacción de obra, aunque todavía hasta el concilio I V de Letránsurge alguna disputa sobre la necesidad de la confesión oral. En dicho concilio prescribió Inocencio III que todos los cristianos llegados al uso de la razón se confesasen por lo menos una vez al año. N o habiendo sacerdote, aconsejaban muchos teólogos en caso de necesidad confesar los pecados a un se" glar, no para obtener de él la absolución, sino a fin de alcanzar más fácilmente de Dios el perdón de los pecados con esta muestra de humildad y arrepentimiento 4 . A la antigua fórmula deprecativa de absolución sucede la indicativa o judicativa. Urgíase el sigilo sacramental con graves penas, como se ve por el concilio de Peñafiel (1302), que castiga su violación con cárcel perpetua, sin otro alimento en toda la vida que pan y agua. La confesión anual debía hacerse al propio sacerdote (proprio sacerdoti), expresión que muchos obispos y párrocos entendieron de forma que tuviese que hacerse la confesión al * A. TEETAERT, La confession
au XIV
siécle (Brujas 1926).
aux la'iques dans VEglise du
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propio párroco y de ningún modo a un religioso sin licencia del párroco. Protestaron las Ordenes mendicantes y presentaron sus privilegios. Hubo resistencia en el clero secular y en la Universidad de París, hasta que el concilio de Reims (1287) acudió a la Santa Sede, la cual decidió en favor de los religiosos. El citado concilio de Peñafiel testifica que el precepto de no confesarse sino ante el párroco propio era causa de que muchos abandonasen la confesión. Aun los monjes frecuentaban poco la confesión, por atenerse literalmente a su Regla, que por ser antigua, del tiempo en que era difícil encontrar confesores, la exigía raras veces. La comunión de los fieles era tan rara como la confesión. Los casados, aun los más piadosos, no solían comulgar más de tres o cinco veces al año; San Luis rey de Francia lo hacía seis veces. C o n todo, no faltaban excepciones. Así el Beato Juan Buoni (y 1249), payaso un tiempo de los palacios de Italia, luego asceta y solitario de la Emilia, se confesaba muchas veces al día y comulgaba todos los domingos 3. Y la barcelonesa Santa María de Cervellón (y 1290) o del Socorro, primera superiora de las Terciarias Regulares de Muestra Señora de la Merced, comulgaba cinco veces por semana*. Las grandes místicas cistercienses, como Santa Gertrudis, Santa Matilde y Santa Lutgarda (1246)', así como las terciarias franciscanas Santa Angela de Foligno y Santa Margarita de Cortona (y 1279), parece que comulgaban semanalmente. El uso de comulgar bajo las dos especies, mojando la hostia consagrada en el sanguis, es prohibido en el concilio de Clermont (1095), afirmándose el dogma de que bajo cualquiera de las dos especies se recibe a Cristo entero; sin embargo, la antigua costumbre perdura en algunas partes y en determinadas ocasiones. A los personajes ilustres se les reservaba en la misa un cáliz con sanguis. Suprímese en el siglo xn la práctica general de dar a los niños la comunión inmediatamente después del bautismo, pero hasta el siglo xv no desaparece del todo. Al llevar la comunión por modo de viático a los enfermos, acompañan al Señor las gentes del pueblo con hachas encendidas, mientras suenan las campanas o se tocan las campanillas, y cuantos lo ven pasar se arrodillan o inclinan la cabeza. Antes de las batallas no era raro que los soldados cristianos comulgasen, como refiere el arzobispo don Rodrigo de la batalla de las Navas. » P. BROWEJ Die Kommunion der Heüigen im Mittelalter, en "Stimmen der Zeit" 97 (1929) p. 425. 6 BROWE, Die Kommunion p. 430. Más extraño y anormal parecerá el caso—no aplaudido por otro padre espiritual que por el Petrarca—de Cola di Rienzo, que desde su nombramiento de tribuno del pueblo romano en 1347 comulgaba todas las mañanas. El abandono de la coímunión desde el s. vil se echa de ver por , los decretos de los concilios.
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Acerca del sacramento del orden, por el que son apartados del pueblo los elegidos para ejercer las funciones del culto divino y pastorear las almas, discutíanse varias cuestiones, que con el tiempo se fueron poniendo en claro. Eran muchos los teólogos que afirmaban ser sacramento aun las órdenes menores (ostiariado, lectorado, exorcistado, acolitado, subdiaconado); otros, en cambio, le negaban ese carácter al diaconado mismo y al episcopado. Seguíase disputando si eran„válidas o no Jas ordenaciones conferidas por un obispo simoníaco o excomulgado, a pesar de los contundentes argumentos que en pro de la afirmativa habían aducido los defensores del papa Formoso (f 896). Exigíase a los ordenandos un título que asegurase su mantenimiento (beneficio, patrimonio, mesa episcopal o claustral) y además vida virtuosa, ciencia suficiente, nacimiento legítimo y la edad de veinticinco años para ser párroco; de treinta para obispo. Tales condiciones, por desgracia, se echaron innumerables veces al olvido. La legislación canónica de la Edad Media prescribía para el sacramento del matrimonio las proclamaciones públicas, la presencia del párroco y dos testigos, sancionando como ilícito el matrimonio clandestino, al.cual, sin embargo, consideraba como válido, conforme al axioma "consensus facit nuptias" y con tal que no mediasen otros impedimentos. Se prohibían las bodas solemnes desde Septuagésima hasta la octava de Pascua, las tres semanas antes de San Juan Bautista y desde Adviento hasta Epifanía (tempus clausum). Los impedimentos canónicos eran muy numerosos'. El concilio I V de Letrán restringió los dirimentes, reduciendo el de consanguinidad a los cuatro primeros grados y el de afinidad al primer género. El adulterio era muchas veces castigado con penitencia pública. Para recibir los santos óleos de la extremaunción requerían algunos sínodos la edad de catorce años. Los monjes de Cluny tenían la costumbre de administrarla repetidas veces, si era preciso, a una misma persona; otros defendieron que no se debía reiterar, por creer que formaba parte de la penitencia pública, la cual en la antigüedad no solía repetirse; pero Pedro el Venerable, Alano de Lille y los grand'es teólogos Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura vinieron a dar lá razón a los cluniacenses. Hubo algunos que, recobrando la salud después de la extremaunción, se abstenían del uso del matrimonio, no probaban la carne y andaban descalzos, lo cual fué reprobado por los concilios de Wórcester (1240) y de Exeter (1287), porque era causa de que otros se negasen a recibir este sacramento. 3. Disciplina eclesiástica.—La penitencia pública en expiación de graves pecados la vemos todavía practicada en algunos casos particulares. Así consta que la hicieron Enrique II
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de Inglaterra, Felipe I Augusto y el conde Raimundo de T o u louse. La excomunión y el entredicho seguían siendo harto frecuentes, incurriendo los obstinados en la proscripción, pérdida de sus dignidades y exclusión de todo comercio religioso y civil, como queda explicado en la primera parte de este libro, si bien tales consecuencias se fueron mitigando cada día más. La generosa concesión .de indulgencias, que se intensificó desde la época de las Cruzadas, pudo contribuir a que se redujesen las penitencias canónicas"" impuestas en la confesión, que solían ser ayunos, limosnas, oraciones, peregrinaciones, partir a la Cruzada, entrar en un convento y la flagelación. Inocencio III, en el concilio de Letrán, tuvo que quitar a los obispos la facultad de conceder indulgencia plenaria. Requeríase para ganar las indulgencias plenarias o parciales el estado de gracia y alguna acción piadosa, una limosna, ayunos o cualquier obra buena de utilidad pública, como el alistarse en la Cruzada, trabajar en la construcción de un puente (Toledo, 1122; Lyón, 1209; Maestrich, 1224; sobre el Neckar, 1286) o en el edificio de una catedral (Colonia, 1248; Upsala, 1250). Bonifacio V I I I instituyó en 1300 el primer jubileo. Q u e el afán de indulgencias ocasionó abusos en los fieles, no se puede dudar. Los teólogos, sobre todo Alejandro de Hales, no tardaron en explicar con precisión la razón y fundamento de las mismas, apoyándolas en el dogma de la comunión de los santos y en la superabundancia de los méritos y satisfacción de Jesucristo r . La disciplina del ayuno se mitigó algún tanto. La "Cuaresma segunda" (durante el Adviento), con tres días de ayuno cada semana como preparación de Navidad, quedó reducida a un solo día, conservándose entera tan sólo en algunas Ordenes monásticas. Suprimióse el ayuno del sábado, que escandalizaba a los griegos. Perduró el ayuno durante la Cuaresma (todos los días menos el domingo), ten los días de rogativas y en las cuatro témporas, que era cuando los clérigos recibían las órdenes sagradas y el pueblo pagaba los tributos que se decían Angariae. La misma, forma del ayuno mitigó su antigua dureza, permitiéndose el uso de pescados y lacticinios.-La única refección, que se tomaba a la hora de vísperas, es decir, al ponerse el sol, se fué adelantando, primero a la hora de nona (tres de la tarde) y después a la de sexta (mediodía), siendo lícito tomar al anochecer una pequeña colación. ' La historia de las indulgencias en la Edad Media ha sido trazada de mano maestra y de un modo exhaustivo por N. t"AULUS, Geschichte des Ablasses im Mittelalter (3 vols., FaderDorn 1922-1923).
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DEVOCIONES POPULARES
1. Devoción a ia Eucaristía.—El franciscano Juan de W i n terthur (f p. 1348) escribía que el Santísimo Sacramento de la Eucaristía era la principal devoción moderna ("devotio modernorum praecipua"). Y tenía razón en llamarla moderna y en estimar su primacía. En los diez primeros siglos, como siempre, la Eucaristía fué el centro y como el corazón de la vida sobrenatural de la Iglesia. Basta recordar el significado de la misa y de la comunión. Pero es un hecho averiguado que, fuera del santo sacrificio, al Sacramento no se le daba culto público. Solía guardarse ea una especie de sacristía (pastophorium, secretar ium) y aun en casas particulares. Desde el siglo viii se reservaba en un ángulo oscuro del templo, en un nicho, en una píxide en forma de "paloma" suspendida sobre el altar. Hasta el 904 no se tiene noticia de que se encendiese lámpara alguna ante el Sacramento. De un modo continuo parece que no la hubo hasta el siglo xn y no en todas partes. En esta centuria aparecen pequeños tabernáculos detrás del altar, que más tarde serán el centro de monumentales retablos. Es la época en que el suelo de Europa se esmalta de bellísimos templos, cada día más 'espaciosos, para la espléndida liturgia que propagan los cluniacenses; y en que los pechos cristianos se enamoran, como nunca, de la sagrada humanidad del Salvador, de su alma santísima, de su cuerpo benditísimo, de sus llagas, de su pasión. Y de este enamoramiento hacia la humanidad de Cristo brota, como en clima propicio, o se desarrolla pujante, la devoción a la Eucaristía. Ayudó, además, una circunstancia externa, la de que en ese mismo tiempo el maestro Berengario de Tours, apoyándose en argumentos filosóficos, negase la transubstanciación y aun quizá la presencia real de Cristo bajo los accidentes de pan y vino. Todas las sectas cataras eran también antieucarísticas. La reacción despertó en los fieles un fervor encendidísimo, que en los santos produjo incendios de la más alta caridad y en el pueblo ignorante se contaminó con supersticiones. Preciso es reconocer que desde los tiempos primitivos se conservaba ardiente la devoción fundamental, la de la santa misa. El pueblo en masa solía presenciar los divinos misterios todos los domingos y en las innumerables festividades del año. El papa Gregorio X ordenó que, fuer.a de los tiempos de Pascua y Navidad, se arrodillasen respetuosamente los fieles desde la consagración hasta la comunión. El obispo de Burgos don Mauricio (f 1238) estableció en su diócesis que en todas las misas conventuales, desde el Sanctos hasta la Postcommttnio, dos clérigos incensasen continuamente el altar en reverencia del Sacramento. Entre el pueblo sencillo no faltaban quie-
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nes procuraban oír cuantas misas les era posible. Y sobre esta costumbre corrían tradiciones y relatos milagrosos, como aquel que nos cuenta Alfonso el Sabio y que dramatizó Calderón en su auto sacramental La devoción de la misa. Trátase de un caballero, d'el conde Garci-Fernández de Castilla, que antes de la batalla entró por devoción en la iglesia de un monasterio y oyó una misa, pero antes de acabarse salió otro monje a celebrar, y luego otro, y otro, hasta ocho. El buen caballero, por "guardar so costumbre, non quiso salir de la eglesia et estudo y fasta que todas las ocho misas fueron acabadas; et siempre estudo armado y los ynoios ficados ante el altar". Y entre tanto batallaba el conde con los moros. Pero Dios hizo que un caballero misterioso tomase la figura del que se hallaba oyendo misa y luchase tan bravamente, que a él le correspondiese la parte principal de la victoria 8 . Con la devoción a la misa va unida la devoción al altar. De tiempos antiguos, quizá por rió conservarse la Eucaristía dentro del templo, la devoción de los fieles se orientó al altar. Poniendo las manos sobre el ara prestaban juramento en ocasiones; y colocando sobre el altar algún objeto simbólico, "cumplían otros actos jurídicos, como un contrato, la manumisión de una sierva, la donación de un inmueble, etc. La Regla benedictina ordenaba que al hacer la profesión el monje depositase sobre el altar el documento ya firmado, o lo firmase allí mismo. El novel caballero ponía sobre el altar su espada, comprometiéndose así a defender los derechos de la Iglesia. Guiberto de Gembloux (f 1211), al recibir unas letras de Santa Hildegarda, se fué gozoso a una iglesia, y colocando el papel sobre el altar, pidió al Espíritu Santo la gracia de leer la carta dignamente y comprenderla. Era frecuente que los fieles, incluso las mujeres, cuando buenamente podían, se acercasen al altar y lo besasen con respeto. "Las canciones de gesta nos muestran con frecuencia a un caballero depositando por sí mismo una ofrenda sobre el altar, sea al momento del ofertorio, sea fuera de la misa" 9 . 2. La fiesta del Corpus Christi.—Los. que más propagaron el culto eucarístico fueron los cistercienses. Relacionada con ellos aparece la Beata María de Oígnies (f 1213), entregada, de acuerdo con su marido, a una vida de caridad y de oración. Comulgaba lo más frecuentemente que le era permitido y no podía vivir alejada del Santísimo Sacramento. Suele decirse que quizá fué ella la primera que introdujo la piadosa costumbre de visitarlo, si bien conocemos algunos oasos de santos que ya -
ALFONSO EL SABIO,
Crónica general de España, ed. de Menén-
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yen age (París 1925) p. 52.
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en el siglo vin visitaban el altar de la iglesia, y en el s\J glo xn los benedictinos hacían una visita antes de los nocturnos y otra después de completas. Del altar pasó 'a devoción al tabernáculo, que contenía la Eucaristía. La misma María de üignies acostumbraba a comulgar espiritualmente en la forma recomendada un siglo antes por Anselmo de Láón; representándose con la imaginación un cáliz y deseando beber la sangre de Cristo. Nuevo impulso a la devoción eucarística prestaron algunos prodigios que se divulgaron por toda la cristiandad. Famoso en España el de los corporales de Daroca. Un millar de aragoneses sitiaban el castillo de Chio por los años de 1239. Una mañana en que el capellán Mateo Martínez decía su misa ante los capitanes que iban a comulgar, hicieron los moros una súbita irrupción en el campamento cristiano. Esto obligó al sacerdote a interrumpir el santo sacrificio, y envolviendo las formas consagradas en los corporales, las escondió debajo de una piedra, Al volver poco después los capitanes vieron todos que las formas estaban teñidas de sangre y pegadas al lienzo. Gritando milagro, los soldados se lanzaron llenos de entusiasmo a la pelea, .pusieron en fuga a la morisma y reconquistaron el castillo. Las sagradas formas, pegadas a los corporales, fueron llevadas a Daroca, dond'e se construyó un hermoso templo para su culto, que se ha perpetuado hasta nuestros días. Más resonancia alcanzó en la Iglesia y aun en el arte—donde lo inmortalizó Rafael—el milagro que se dice de Bolsena. Iba un sacerdote alemán camino de Roma en 1263. Celebrando en Bolsena lá santa misa, pidió a Dios le librase de las dudas que le asaltaban acerca de la Eucaristía, Y he aquí que de la hostia recién consagrada salieron unas gotas de sangre que empaparon completamente los corporales. Estos fueron llevados a Orvieto, donde se hallaba el papa Urbano IV, y poco después, para darles el debido culto, se empezaba a levantar la soberbia catedral gótica, "el más hermoso monumento de arquitectura policroma", al mismo tiempo que se instituía la fiesta litúrgica del Corpas Christi. Esta explicación de la nueva festividad no es exacta. Las primeras noticias del milagro de Bolsena son de mediado el siglo xiv. La festividad del Corpus Christi fué instituida primeramente en la diócesis de Lieia en 1246-47, a consecuencia de las visiones y revelaciones de la B'eata Juliana de MontCornillon (1193-1258), influenciada por el círculo de María de Oignies. Era entonces arcediano de Lieja Jacobo Pantaleón, que algunos años más tarde, ocupando la Cátedra de San Pedro con el nombre de Urbano IV, extendió a la Iglesia universal, por medio de la bula Transitaras (8 septiembre 1264), dicha fiesta, que debía celebrarse con gran júbilo el jueves después de la octava de Pentecostés.
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Aunque el cardenal Hugo de San Caro, en su legación alemana de 1252, propagó tal festividad, no consta que se difundiese en seguida, sino a ciertas diócesis de Alemania, Hungría y norte de Francia y a muchos monasterios cistercienses. E n los misales anteriores a 1320 no se registra el oficio del Corpas Domini. Clemente V renovó en el concilio de Vienne la bula de Urbano IV, y solamente desde 1317, en que Juan X X I I envió a las Universidades las Decretales de Clemente V , en que se incluía la bula sobre la fiesta del Corpus Christi, empezó esta solemnidad a extenderse por toda la Iglesia. E n España parece que fué Barcelona la primera en celebrarla,-el año 1319, pues en esa fecha se hizo un pregón convocando a los vecinos para tal solemnidad. Por el mismo tiempo se introdujo en Gerona. E n Vich, en 1330. Y de Valencia conocemos un pregón, por el que las autoridades, a principios de junio de 1355, mandan que "de aquí en adelante, en el día de la fiesta del Corpus Christi, a honor y reverencia de Jesucristo y de su precioso cuerpo, una general y solemne procesión por la ciudad de Valencia sea hecha, en la que estén y vayan todos los clérigos y religiosos, y aun todas las gentes de la ciudad con las cruces de sus parroquias" 10 . A las bellísimas oraciones eucarísticas que perfuman el siglo xili (Adoro te devote, O salutaris Hostia!) se juntan muy pronto otras más tiernas y patéticas (Ave verum Corpus, Ave salus mundi. Ave in aeternum sanctissima caro. Anima Christi...). Y si el corazón de los fieles arde en amor al Santísimo Sacramento, fácilmente se incendia su fantasía y ve dondequiera prodigios eucarísticos. Sólo en Alemania, dice el P . Browe, que en las dos centurias xm y xiv se cuentan cerca de cien casos de hostias sangrantes, que dan fe milagrosamente de la realidad del Sacramento i a . Sería fácil espigar innumerables curiosidades en la literatura milagrera del medioevo. T o d a s ellas—incluso las que pudieran parecer infundadas y aun supersticiosas—demuestran la ardentísima devoción popular a Cristo sacramentado: personas devotas, como las que describe Jacobo de Vitry, que se pasaban días y días sin otro alimento que el de la Eucaristía; casos como el del obrero -sepultado eii la mina, a quien, según San Pedro Damiani, una paloma le traía diariamente el sustento, porque su mujer ofrecía por él una misa cada día; curaciones de enfermos, de endemoniados, de ciegos, que recobraban la salud con la bendición eucarística o al solo contacto con los corporales, con la patena o con el agua de las abluciones; vi-
- Pregón en que
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Corpus, publicado por J. L. VIIXANUEVA,v alas de España, t. 2 (Madridtl804>jp. ^ u n (Breslau 1938).
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siones como la de San Gregorio Magno, que diciendo misa vio surgir del cáliz la figura de Cristo desnudo y llagado, como varón de dolores, "imago pietatis", que tanto influyó en el arte medieval, principalmente en miniaturas y tapices, y que pasará también a la literatura, v. gr., en La demanda del santo grial, versión española del más eucarístico de los poemas y novelas de Caballería: " E semejóles que venía un hombre todo revestido como obispo que quiere decir misa. Y traía una corona de oro en su cabeza, muy rica... Y a la siniestra parte estaba una mesa de plata, en que estaba el sancto Grial, cubierto de jamete bermejo, e ansí lo pusieron los ángeles sobre la cátedra... E cuando ellos vieron, miraron contra el sancto Grial, e vieron salir dente un hombre todo despojado, sino un paño de seda encima de la espalda siniestra, y era todo bermejo como sangre, y tenía calzados unos paños de lino; tenía los brazos e las manos, e las piernas, e los pies et todo el cuerpo sangriento, corriendo sangre que salía de una llaga que tenía en el costado... E dixo... pues yo quiero que sepas que ésta es la escudilla en que yo el jueves de la cena con mis discípulos fui servido... e por eso es llamado el sancto Grial... E la sangre que del salía caía en el sancto Grial" TZ. 3. Devoción a Cristo crucificado*—La Eucaristía es inseparable d'e la pasión del Señor. Cuéntase de San Edmundo de Canterbury (f 1240) que era tan devoto de Jesucristo crucificado, que todos los días adoraba cada uno de los miembros del Redentor (cabeza, pecho, manos, pies, etc.), saludándolos con las palabras Adoramus te, Christe; y a la hora de su muerte lavó con vino y agua las señales de las cinco llagas de su crucifijo, y haciendo luego la cruz sobre el líquido, lo sorbió devotamente. La devoción a las cinco llagas aparece en San Pedro Damiani y cunde de día en día. Refiérese de Alfonso Henríquez, primer monarca de Portugal, que, batallando contra cinco re- . yes moros en la llanura de Ourique (25 de julio de 1139), logró derrotarlos, y en agradecimiento a Cristo, que le había dado la victoria, hizo que en adelante los emblemas de las cinco llagas figurasen en el escudo del naciente reino. Lo que de un modo decisivo contribuyó a propagar la devoción a las M
La demanda del santo grial en la ed. de BONILLA Y SAN Novelas de caballerías, en NBAE, t. 6, 306-308. No sólo la anónima Queste del Saint Oraal (moderna ed. de A. Pauphilet, París 1932), sino también el Parsival de Wolfram de Eschenbach (f 1220) y Le Saint Graal, ov- Le Joseph d'Arimathie de Roberto de Boron (ca. 1200) están llenos de reminiscencias y de simbolismos eucarísticos. Véase H. 'JP HURSTON, L'Eucharistie et le Saint Graal, trad. de A. Boudinhon, en "Revue du elergé frangais" 56 (1908) 549-565. MARTÍN,
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cinco llagas fué "el gran milagro" ocurrido en el monte Alvernia un día de septiembre de 1224; cuando San Francisco de Asís, estando en oración, sintió su costado, manos y pies milagrosamente vulnerados y sangrantes. El pueblo cristiano comenzó a repetir con fervor apasionado aquella Oración rírm/ca atribuida a San Bernardo: "Da cor cordi sociari — Tecum Iesu vulneran". Plegarias devotísimas a las cinco llagas de nuestro Redentor florecen desde la segunda mitad del siglo xm en los eucologios y en los libros de horasr Los contemplativos orientan su devoción más extática hacia el costado de Jesús. Allí ponen su nido los místicos Juan de Fécamp, San Bernardo, Guillermo de Saint-Thierry, San Buenaven'ura. Allí gustó divinas dulcedumbres Santa Gertrudis la Grande, que bien puede llamarse, como Santa Matilde, "el ruiseñor de Cristo". Amatorium lavacrum llama Gertrudis al costado divino; "que en el diestro lado fué el buen fontanar", canta Berceo. Y por la herida del costado no tarda en llegar h a s t a . e l corazón de Jesús. Recuérdese lo que dijimos de las visiones de Santa Gertrudis, poetisa y profetisa de la devoción al Sagrado Corazón 1 3 . 4. El culto a Nuestra Señora. — Uno de los rasgos más simpáticos del medioevo es la devoción íntima y filial a la bienaventurada Virgen María, Madre de Dios. Como M a d r e de Dios, con el Hijo divin© en los brazos o sobre las rodillas, 'la representan comúnmente los artistas. Los teólogos, siguiendo a San Bernardo, la proclaman "omnipotentía supplex", invitando a todos a acudir confiados a su intercesión; ensalzan sus privilegios y virtudes, particularmente su maternidad divina, su plenitud de gracia, su virginidad perpetua, su intemerada pureza, su impecabilidad, y designan su culto con el nombre de hiperdulía, superior al que se tributa a los demás siervos de Dios (dulía), aunque esencialmente inferior al que se debe a la infinita Majestad divina (latría). Y los poetas no se cansan de invocarla, de inventarle nombres amorosos y títulos honoríficos, de entonarle canciones rebosantes de ternura y de ingenuidad. U n o de los primeros cantores de María es el cluniacense Bernardo de Morlaix (f ca. 1140), que escribe versos y versos con una fecundidad inagotable en su gtan poema lírico M a ría/e, al que pertenecen aquellos que repitieron con fervor innumerables labios: "Omni die —- dic Mariae — mea, laudes, anima" 1 4 . - TJ. BBRLTSRE, La clévofionau SacreiOo«*£™>* £ £ % £ Saint Benoit (París 1923) La j ^ u r g i a donamicana i s ^ && v tenia una fiesta de la Llaga delq Coscado el és escogio ta isl la octava del Corpus, o sea el día ™ »° i ¿ l u e Cora n e Iglesia para la fiesta del ^ / | a ¿ B T r ' n a r d o y a San Ansel14 Se atribuyeron falsamente a San í*ei«*
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Con las plegarias marianas del Ave Maris stella (s. ix), Alma Redemptoris mater (probablemente de Hermán Contracto) y la Salve Regina, se populariza y aun se introduce en la liturgia el Ave María, recomendada por los concilios desde fines del siglo xii, en esta forma breve: Ave María, gratia plena; Dominus tecutn: benedicta tu in mulieríbus, et benedictas fractus ventrís tai. En el siglo xm se le añadió Iesus, o lesas Christtís, Amen. . _, Frutos sabrosísimos de piedad mariana nos brinda la literatura popular en todas las naciones. Trovadores y troveros alternan sus canciones de amor mundano con dulcísimos virolayes (Virgini laus) y suplican a la Madre de Dios, como Teobaldo I, rey de Navarra (f 1253), les aparte de su boca el fruto verde del ptecado: "Mere Deu, par vostre doucor, — dou bon fuit me dones savor, —• que de l'autre ai Je sentí plus". Alfonso el Sabio se llama en sus Cantigas de Santa María •—compuestas algunas para ser entonadas en las iglesias—el "entendedor" de Santa María; sólo quiere trovar en honor de "Rosa das rosas et Fror das froes, Dona das donas, Sennora das sennoras, Esta donna que tenno por Sennor, Et de que quero seer trovador" (c. 10), abandonando por ella todps los otros amores; y aun en sus cantos primaverales se vuelve a la Señora: Ben venas, mayo, et con alegría por en, roguemos a Santa Maria . , que a seu filio rogue todavía que él nos guarde d'err et de folia. Ben venas, mayo.
del ahorcado. Y como éste, otros muchos ejemplos, que son incentivo de la devoción mariana. La introducción poética de tales Milagros es de una belleza incomparable y conocida de todos: "So maestro Gonzalo de Berceo nomnado yendo en romeria caecí en un prado verde e bien sencido, de flores bien poblado, logar cobdiciadero para orne cansado.
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Y Gonzalo de Berceo (f 1268) llora con el más intenso y conmovedor sentimiento en El duelo de la Virgen María o celebra los Milagros de Nuestra Sennora, que son misericordias de la Madre de Dios para con los pecadores que la invocan. Con la sencillez e ingenuidad de su verso mágico nos refiere el caso de un clérigo ignorante, que decía diariamente la misa de Santa María porque no sabía otra; el obispo, iracundo, le quita las licencias; pero "la Gloriosa" se aparece al prelado y le echa "un braviello sermón", mandándole devolver al buen clérigo la facultad de decir misa. Otro milagro: "Era un ladrón malo que más quería furtar—que ir a la eglesia nin a puentes alzar", pero que tenía "una bondat": saludaba a la imagen de Nuestra Señora y rezaba el Ave María; cayó en manos de la justicia, y cuando iba a morir en el patíbulo la Virgen lo impidió poniendo "las sus manos preciosas" bajo los pies mo, y es que uno y otro tienen oraciones a la Virgen que destilas, la más suave unción. DOM G. MORIN, L'auteur du "Mariale" et de Vhymne "Omni die", en "Revue des questions historiques" 40 (1886) 603-613; M. MANITIUS, Geschichte der lateinischen Literatur des mttelalters (Munich 1931) JH, 780-783.
En la romería de la vida mortal ese prado es "la Virgen gloriosa", prado siempre verde por la virginidad. Lo riegan cuatro "fuentes claras", que son los cuatro Evangelios. La sombra de los árboles "son las oraciones que faz Santa M a ría—que por los pecadores ruego noche e día". "Todos a la su sombra irnos coger las flores", flores que significan los títulos honoríficos de María: Estrella de los mares, guiona deseada, reina de los cielos, templo de Jesucristo, estrella matutina, salud, medicina, fuente, vellocino de Gedeón, honda de David, puerto de salvación, puerta del cielo, paloma, Sión, atalaya trono de Salomón, vid, uva, almendra, granada, oliva, cedro, bálsamo, palma. "Las aves que organan entre essos fructales—éstos son Agustín, Gregorio, otros tates", los profetas, apóstoles, cuantos escribieron loores de la Virgen, y los clérigos del coro: "Estos son rosennoles de grant placentería". Las arboledas del prado "que facen sombra dulz e donosa— son los sanctos mirados que faz la Gloriosa". Y concluye: "Quiero en estos árboles un ratiello subir—e de los mirados algunos escrevir. La Gloriosa me guia que lo pueda complir". San Bernardo, "el citarista de María", es el más fervoroso propagador de esta devoción. Todos los templos cistercienses están consagrados a la Virgen Nuestra Señora. Dígase otro tanto de las iglesias catedrales. Los frailes mendicantes predican al pueblo sobre la M a d r e de Dios y Abogada de los pecadores. Los siervos de María le consagran santuarios y fomentan la devoción a la Virgen Dolorosa. Los carmelitas son los más fervientes promotores del culto mariano, mediante la devoción del santo escapulario. Los franciscanos de Oxford se distinguen por su empeño en defender teológicamente el misterio de la concepción inmaculada, de cuya causa serán desde el siglo xiv los más resueltos campeones. El primer tratado en defensa de este misterio lo había escrito el benedictino inglés Eadmero (f 1124), discípulo de San Anselmo 1 5 . Los dominicos se muestran especialmente devotos de la Salvé, rezándola diariamente después de completas y en el oficio d e difuntos. Del rosario no hay todavía huellas ciertas y seguras. Se reza " De conceptionc Beatae Mariae Virginis (ML 159), publicado modernamente por H. Thurston y T. Slatter (Freiburg i. B. 1904). En 1281 el obispo de Barcelona mandó celebrar la fiesta de la Inmaculada CPUIG Y PÜIU, Episcopologio
de Barcelona
p. 212).
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y Alejandro III reservó a la Sede Apostólica la canonización ciertamente el Salterio mañano, compuesto de 150 avemarias, repartidas en décadas. N a c e entre los franciscanos de Arezzo la práctica del Ángelus, que se extenderá a toda la Iglesia en el siglo xv. El sábado era el día semanal consagrado a María; la liturgia rezaba desde el siglo xi la misa votiva De Beata ("Salve sancta Parens"), y los buenos cristianos ayunaban ese día, como también en las vigilias de las principales festividades: Purificación, Anunciación, Asunción, Natividad, y eji algunos lugares Concepción y más tarde Visitación. 5. El culto a los. santos.—El hombre medieval regía y contaba los acontecimientos de su vida por el calendario litúrgico, es decir, por las festividades de Nuestro Señor, de la Virgen y de los santos. Alrededor de 50, sin que entren en cuenta los domingos, eran las fiestas de guardar, en las cuales había que oír misa y sermón íntegramente, de tal suerte, que al parroquiano que faltase sin motivo le imponía el concilio tolosano de 1329 una multa de doce denarios turonenses. Ese mismo concilio de Toulouse señala como días festivos, además de todos los domingos d'el año, las fiestas de Navidad, Circuncisión, Epifanía, Purificación, Anunciación, Asunción, Natividad de María, Pascua, con^ los dos días siguientes; los ii'es de rogativas, Pentecostés, con los dos días siguientes, y además Juan Bautista, Invención y Exaltación de la Cruz, Santa María Magdalena, San Esteban, los Santos Inocentes, San Silvestre, la Dedicación de San Miguel Arcángel, cada uno de los doce apóstoles, San Lorenzo, San Martín, San Nicolás, la dedicación de cada iglesia, el patrono del templo. Añádase los patronos de cada gremio o cofradía y los santos locales o regionales, que eran variadísimos. Muy extendido estaba el culto de Santa Ana, de San Blas, de San Sebastián, de San Jorge, patron'o de los caballeros; de San Lucas y San Marcos, de San Lázaro, de Santa Catalina, Se celebraba también la fiesta de Todos los Santos, de los Fieles Difuntos, de la Cátedra de San Pedro, San Pedro in Vinculis, y los cuatro doctores de la Iglesia latina: San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín y San Gregorio. Los que se llevaban la preferencia eran los más próximos a Cristo y a Nuestra Señora, los dos Juanes, el Bautista y el Evangelista, sobre todo el primero. A San Juan Evangelista se le ponía junto a la Virgen de los Dolores, doble devoción que San Roberto de Arbrissel impuso a sus monjes y monjas de Fontevrault. Que hubo abusos en el culto de los santos, es innegable. El pueblo crédulo fácilmente se dejaba arrastrar a excesos e imprudencias y a materializar supersticiosamente las cosas más espirituales, por más que la jerarquía velaba por atajar toda superstición. San Anselmo de Canterbury se opuso al culto popular de aquellos cuya santidad no estuviese bien probada
de los santos. E n lo que más abusos se cometieron fué sin duda en las reliquias. Las de más valor y las más increíbles se trajeron del Oriente a principios del siglo xm. La piedad y buena fe de los cruzados se dejaba engañar por cualquier judío o negociante, que les ofrecía las más extrañas reliquias de Cristo, de la Virgen y de los santos antiguos. Constantinopla, conquistada por los latinos, se convirtió en un bazar de milagrerías y en una oficina de reliquias falsas, de las -que venían cargados los peregrinos, llevándolas a veces de país en país para devoción de todos. Y ¡ay d'el obispo que las pusiera en duda! Moisés de Garlande, obispo de Orleáns, estuvo a punto de ser linchado porque creyó que la cabeza de Santa Genoveva había sido suplantada por l a d e una viejecita de por ahí (vetulae cuiusdam). Alrededor de las reliquias y de las imágenes se multiplican las leyendas. U n a eflorescencia poética y devota crece pujante en todos los países, dando alas al sentimiento religioso y a la fantasía." Se escriben infinitos libros de Milagros y de Ejemplos contando prodigios y favores extraordinarios del cielo; y Jacobo de Varazze (f 1298) compone la Leyenda áurea (Legenda sanctorum), que será el encanto de muchas generaciones. La piedad ardiente y el deseo de expiar sus pecados, ganando indulgencias, o bien, la voluntad de domar las pasiones con las asperezas del largo caminar, fueron causa de las frecuentes peregrinaciones, que llenaban dé cánticos y romances los caminos, y de lágrimas y exvotos los santuarios más célebres de la cristiandad: Tierra Santa, Roma, Santiago de Compostela son los lugares más visitados umversalmente; pero hay turbas y comitivas continuas, que en hábito de penitencia, a veces descalzos y con cadenas al cuello, se dirigen al monte Gárgano '(santuario de San Miguel), a Colonia (los tres Reyes Magos), a Aquisgrán (reliquias de Cristo y de la Virgen), a Tréveris o Argenteuil (túnica de Nuestro Señor), a Brujas (Sagrada Sangre), a Rocamadour, Le Puy, Montserrat, Einsiedeln (imágenes milagrosas de Nuestra Señora), a Canterbury (sepulcro de Santo Tomás Becket), a Glastonsbury (reliquias de los apóstoles, de José de Arimatea, de David y hasta del rey Artús), al Purgatorio de San Patricio en Donegal, a Downpatrick (tumba del Patrono de Irlanda). "
III.
L A VIDA CRISTIANA
1. Instrucción religiosa. L a pre ^ ^ T T ^ %*$£ l a f progreso en la instrucción porque se^m P ^ ^ catedralicias;y aun las P < ^ ° ^ f ¿ i n s t r u c c i ó n religiosa de cismos-de doctrina cristiana para la
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los niños y del pueblo sencillo. N i eran necesarios, porque la mayoría de la gente no sabía leer. Recibían la enseñanza por medio de la liturgia, viviendo las festividades de los diversos ciclos, y también por medio del arte de la pintura y de la escultura en los templos. Pero muy especialmente, como es natural, por medio de la predicación. Esta cae en sumo abandono durante el oscuro siglo x. E n 1039 el concilio de Limoges deplora la falta de operarios en las mieses de Dios, inculcando a los obispos y párrocos la predicación en sus respectivas iglesias todos los domingos y días festivos, "porque el sacerdote que no predica es por divina sentencia reo de culpa mortal'' l t e . Con las Cruzadas surgen multitud de predicadores de penitencia, como San Bernardo, Roberto de Arbrissel, Norberto de Xanten, Fulco de Neuilly, Jacobo de Vitry, Conrado de Halberstadt, Martín de León; y crece su número con ocasión de las grandes herejías de los cataros y valdenses. La predicación entraba de lleno en el oficio del obispo y del párroco. Desgraciadamente, los encargados de predicar descuidaban su deber, unas veces por ignorancia—los sacerdotes que no habían cursado estudios universitarios poseían cultura muy escasa—, otras por hallarse distraídos con menesteres nada eclesiásticos. Para suplir esas deficiencias vinieron los dominicos, franciscanos y demás Ordenes mendicantes. Afamados predicadores fueron Santo Domingo de Guzmán, San Antonio de Padua, San Felipe Benizi, David de Augsburgo y Bertoldo de Ratisbona; predicadores y teóricos de la oratoria sagrada, Guillermo de Nogent (Liber, quo ordine sermó fieri debeat). Alano de Lille (Summa de arte praedicatoris), Humberto de Romans (De eruditione praedicatoram), etc. Recomienda el concilio de Gran, en 1114, que en las catedrales se predique el Evangelio y la Epístola; en las iglesias menores, el Credo y el Padre nuestro. Para los párrocos de pocos alcances, había homiliarios latinos, sacados de los Santos Padres, de los cuales podía tomar el predicador lo que creyese conveniente, para dárselo al pueblo en la lengua vulgar. Había también colecciones de ejemplos, como el Alphabetum exemplovum, de Esteban de Besancon, que utilizaban los predicadores para amenizar los sermones. E n el siglo xm abundaban los sermonarios, temarios y libros con títulos como éstos: Ars faciendi sermones, Ars docendi themata, Ars dilatandi sermones. Mézclase a veces en esta literatura parenética la Sagrada Escritura, copiosamente citada y caprichosamente interpretada, con agudezas escolásticas, versos rimados, especialmente en la proposición y división del sermón; historias e historietas, ejemplos morales, alegorías, vivas descripciones de los vicios, MANSI, OonoiUa 19, 644.
sátiras, rasgos de edificación, en un tono conversacional sencillo « . . Complemento de la predicación para la enseñanza religiosa eran las Biblias históricas, que congenian las partes narrativas «de la Sagrada Escritura; las Biblias rimadas, en verso; la Biblia pauperum, en imágenes, con explicaciones en latín o en lengua vulgar, cuyos manuscritos empiezan a fines del siglo xm y añaden a veces escenas d e historia natural, de la mitología o del folklore. 2. E l teatro religioso,—Otro instrumento de enseñanza e instrucción religiosa era el teatro, especialmente el drama litúrgico. L a fecundidad de la fe se muestra en todas las manifestaciones de la vida, hasta en las fiestas populares, que con frecuencia son para el hombre del medioevo prolongación de las fiestas religiosas. Con todo, no h a y que exagerar las cosas afirmando rotundamente, con no pocos escritores, que las diversiones teatrales y aun todo el drama moderno nace del seno de la liturgia. Esta influyó en los misterios, en los autos y r e presentaciones de carácter religioso, suministrándoles argumentos, situaciones y algo más. Que las funciones litúrgicas, pomposas, solemnes, dialogadas frecuentemente, impresionaban la imaginación y sensibilidad de los fieles, es indubitable, como también lo es que en la misma liturgia se introdujeron abusos profanos, que desarrollaron más su dramatismo. Y creemos que fueron mayores las intrusiones de la juglaría y de la pantomima en el templo que los influjos de éste en las mojigangas de la plaza pública. Conviene distinguir, con Bonilla y San Martín, dos clases de representaciones medievales: una religiosa y otra profana, aunque los autores y actores de ambas fuesfen casi siempre clérigos. Celebrábase la primara en las festividades de N a v i dad, Anunciación, Semana Santa y Resurrección, y debía t e ner lugar, según los concilios, en algún sitio digno, como el palacio de los obispos. Existían otras representaciones profanas más antiguas, "juegos de escarnios", que dicen las Partidas, continuación de las pantomimas y de los bufones de siempre, que perduraban en los juglares de las plazas y trataban de infiltrarse en los templos, a pesar de las conminaciones y anatemas' de los concilios. N o hay desdoblamiento de la liturgia ha» Consúltese M. DAVT Les sermons ™¡»%¡j¡£g£ S K e ,„ 12S0-1ZS1. Contribution & Vh^totrede^pre t e c h n l ( l ue des fparís 1931), sobre todo el c. 2: ^ a pratique « La cha%re ^rmons" P 23-76. Además, A. LKCOY » U i/exemgwm / S X «* ™°V™ &r- ( P a r S Tdo¿mueau mayen age OPans
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cia el teatro, sino más bien repetidos intentos de la comedia popular y juglaresca de ganar a los clérigos e introducir sus payasadas, bailes y otras profanidades en el templo 1 8 . La Iglesia lanza continuamente decretos prohibitivos de ciertas funciones carnavalescas, como la "fiesta de los locos" a principios de año, la "fiesta de los asnos" por Navidad, o bien el 14 de enero, conmemoración de la huida a Egipto, o el domingo de Ramos, y otras semejantes'que se tenían el primer día del año y en el de Epifanía, haciendo irrisión de las cosas santas; saliendo el "obispo de los locos", con su báculo y su mitra, rodeado de histriones disfrazados de clérigos, o entrando en la iglesia un asno albardado con hábitos de canónigo, en medio de canciones y bufonadas, o haciendo que un niño con hábitos episcopales (obispillo de los.inocentes) pronunciase un discurso, seguido de bailes en la iglesia, entreverados con antífonas l 9 . Cosa esencialmente distinta eran las solemnidades cuasidramáticas que ofrecía la liturgia cristiana por Pascua y N a vidad. Y a San Etelwoldo en el siglo x describe la fiesta de Resurrección en esta forma: en el altar hay una cruz y delan-" te una imitación de sepulcro; mientras se recitan las lecciones, entra un monje, revestido de alba (como un ángel), y, teniendo una palma en la mano, se sienta junto al sepulcro en silencio; vienen luego tres monjes con dalmáticas y con un incensario (representando a las tres mujeres). Cuando el primero los ve acercarse en actitud de quien busca algo, les pregunta: Quem qaaeritis? Responden cantando al unísono: Iesum Nazarenum. Replica el ángel: Non est hic. Resurrexit sicut dixit. Ite etcétera.' Y el coro canta jubiloso: Surrexit Dominas. Aíleluia! El ángel se levanta y, diciendo Venite et videte locum, descubre el sepulcro vacío, en el que sólo quedan los lienzos arrollados. Esta sencilla escena se fué complicando con la compra de los perfumes, la aparición a Magdalena y otras. Otro núcleo dramático ofrecía el pesebre de Navidad: aparición de ángeles que preguntan también Quem quaerítis?, no en el sepulcro, sino en el pesebre, a los pastores y a los Reyes 18 A. BONILLA Y SAN MARTÍN, Las Bacantes, o del origen del teatro (Madrid 1921) p. 40-70. Sobre los orígenes del teatro religioso y del cómico, cf. L. DE JÜLEVILLE^ Histoire de la langúe et de la littérature francaise t. II (París 1896) 399-445. " No faltaban clérigos que aprobaban esta liturgia de farsa y reglamentaban sus ceremonias. Véase la descripción de los ritos en MAUTENE, De antiquis Ecclesiae ritibus 1. 4, c. 13, n. 11; y en DUCANGE, Glossarium infimae et mediae latinitatis, cf. Festum y Kalendae, con el himno francés del asno. Contra los dramas aemilitúrgicos que se representaban dentro de la iglesia dice cosas curiosas GERHOCH DE REICHERSBERC, De investigatione Antichristi I, 5, en MGH, Libelli de lite III, 315-316. La Universidad de París en 1444 condenó las fiestas del asno y de los locos, como pervivencia de las fiestas paganas.
Magos que vienen a adorar al Niño; sigue la matanza de los Inocentes y un desfile de los profetas que testifican la divinidad de Jesús; el profeta Balaam, que se presenta espoleando su burra; Daniel, entre feroces leones; Moisés, con cuernos y larga barba; Aarón, con mitra; Habacuc, mascullando raíces; Juan Bautista, vestido de pelos de camello; todo dentro de una escenografía rudimentaria, con aparatos elementales, que en la fiesta de la Anunciación, por ejemplo, hacían bajar a San Gabriel por el aire desde una ventana hasta el ambón, cerca del cual la Virgen oraba de rodillas. También en otras festividades se celebraban semejantes representaciones. Y es que las mismas antífonas de Pascua y Navidad, con los cantos del coro y del oficiante, se prestan fácilmente al dialogismo; y dada la familiaridad que el hombre medieval tenía con las cosas santas, no es extraño que pronto introdujera en ellas sus gustos personales, dramatizándolas. E r a costumbre de monjes y sacerdotes, en las largas funciones litúrgicas, cantar con solemne vestimenta y aparato las epístolas que llamaban farcidas o tropadas, es decir, glosadas o parafraseadas, en tal forma, que mientras un subdiácono modulaba las frases del texto, cuatro cantores, revestidos de capas de seda, alternaban, bini et bini, el canto de los versos intercalares (tropos y farsias). T o d o esto pudo despertar el sentido teatral de ciertos clérigos, porque clérigos fueron los primeros autores de misterios, milagros * o moralidades, en que se escenificaban ciertos pasos de la pasión de Cristo, de la vida de la Virgen y de los santos. Del siglo x al xn aquellos esbozos de drama sacro se escribían en latín, después en lengua vulgar, a veces mixta, y no tenían lugar en la iglesia, sino en tablados que se armaban en los pórticos o en las plazas. Conocido es el misterio de Adán (Jeu d'Adam), con la escena del paraíso y del primer pecado; el de las vírgenes fatuas y prudentes (en alemán y en provenzal), el auto de los tres Reyes Magos (en español y en francés), el Jeu de Saint Nicolás, compuesto por Juan Bodel de Arras (f 1210); el Miracle de Théophile, debido a Ruteboeuf (f ca. 1284), con la antigua leyenda de quien vendió su alma al diablo, de cuyo poder se libró gracias a la intervención de la Virgen ,2°. 3. Obras de beneficencia y caridad. — La Iglesia ha sido siempre, y acaso entonces más que nunca, la gran bienhe20 Contra la opinión tradicional de C. MAONTN, Origine du théatre en Europe (París 1838), y M. SÉPET, Le árame chrétien au moyen &ge (París 1877), que derivan el drama moderno de la liturgia, .reaccionó O. CARGILL, Drama and liturgy (New York 1930), afirmando que los fundadores del teatro europeo son los clérigos vagantes, quienes tomaroft sus asuntos de la Biblia, de las tradiciones populares y de otras narraciones poéticas, poco y las traaRiionuB J J U ^ U ^ ^ - tardíamente de la liturgia.
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chora de la humanidad. N o se contentaba con dar normas de justicia y de caridad, sino que trabajaba por hacerlas cumplir, mitigando la rudeza e inhumanidad de las costumbres. N o podemos aducir aquí los infinitos cánones dictados contra las guerras entre cristianos' 21 , contra las ordalías o juicios de Dios, contra los homicidas, usureros, incendiarios, salteadores de los peregrinos, piratas, traficantes de esclavos, falsificadores de moneda, exactores de tributos injustos, nigromantes, raptores y adúlteros. Tanto el Derecho privado como el público, sobre todo el penal, se perfeccionó y humanizó por influjo de la legislación canónica, que era acatada en todas partes y fué el gran elemento civilizador. Siempre fué válido el antiguo adagio de que "los bienes de la Iglesia son los bienes de los pobres", y la Iglesia medieval no desmereció de la primitiva. Los monasterios benedictinos fueron siempre refugio de menesterosos, donde los desvalidos hallaban caridad y los trabajadores trabajo. Contigua al monasterio se alzaba la hospedería, donde el indigente era recibido y agasajado, como si fuera el mismo Cristo, según lo dispuesto por San Benito. El monje cellerarius y el limosnero debían cuidar de suministrarles el necesario alimento y a veces vestido. En un sínodo de Aquisgrán, en 817, los abades resolvieron distribuir a los pobres la décima parte * de todos los dones hechos al monasterio; el diezmo de todos sus campos y posesiones mandan repartir los monjes de Afflighem en el capítulo de 1110. Rabán Mauro, en su abadía de Reichenau, alimentó diariamente, en épocas de hambre, a 300 pobres. Cosa parecida se hacía ordinariamente en Hirschau. D e todos los santos de aquella época se nos cuentan maravillosos ejemplos de caridad y generosidad. Odilón de Cluny vendió los vasos sagrados y joyas de su iglesia, y aun la corona imperial del emperador Enrique, "juzgando indigno—como dice su biógrafo—rehusar estos objetos a los pobres, siendo así que la sangre de Cristo había sido derramada por ellos". Pedro el Venerable quería que al peregrino se le diese no solamente albergue y sustento, sino además media libra de pan, media pinta de vino y un denario al momento de partir. En ciertos días del año, Navidad, Pascua, Pentecostés, y especialmente durante la Cuaresma, se hacían distribuciones extraordinarias a los pobres, y a la muerte de un religioso se daba su parte a algún necesitado durante treinta días. Hubo año en que 17.000 indigentes recibieron en Cluny su sustento, y ordinariamente se alojaban en el monasterio 18 "pobres prebendados", a quienes proveía cuidadosamente el limosnero. Análogas prescripciones contenían los Estatutos de Bec. La abadía de Saint-Riquier 31 La Tregua de Dios, de que hablamos en otro capítulo, fué establecida y aprobada en los concilios de Gerona (1068), Clermont (1095), Letrán (1123, 1139, 1179), etc.
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sustentaba diariamente a 300 menesterosos, 150 viudas y 60 clérigos. San Popón, abad de Stavelot (f 1048), manda que el primer día de cada mes se dé alimento a 300 pobres 2 ' 2 . Seguros estaban los peregrinos y romeros de encontrar al* berguerías a todo lo largo de su ruta. Así, por ejemplo, los que pasaban el Pirineo camino'de Compostela, hallaban hospedaje junto a los monasterios de San Juan de la Peña, Leyre, Irache, y pasando el Ebro, los de Nájera, Santa Colonia, Burgos, Carrión, Frómista, Sahagún, Villafranca del Bierzo, Cebrero,' León... Y buenos hospitales para todo cristiano en la ciudad del Apóstol. D e la Orden del Cister escribía a principios dtel siglo xiv Jacobo de Therines: "La Otden dfel Cister brilla por su hospitalidad y la abundancia de sus limosnas, hasta el punto que se puede decir que los bienes de la Orden son propiedad de todo el mundo. Los monjes no comen solos un bocado de pan, alegres de repartirlo con el peregrino y el pobre. Si los juristas les atacan, los miembros de los desgraciados les bendicen, porque son los monjes quienes los cubren con la lana de sus ovejas". Y Cesáreo de Heisterbach: "En 1217—dice—1.500 peráonas recibieron un día limosna a nuestra puerta. Los días en que se podía comer carne, hasta la época de la siega, se mataba un buey y luego se le cocía en tres calderas con legumbres y se le distribuía a los pobres... Después se hizo otro tanto con los carneros. Los días de vigilia no se daba más que legumbres. Las limosnas de pan eran tales, que el abad temía que iba a faltar el grano antes de la recolección. Aconsejó al hermano panadero que hiciese los panes menos grandes. N o sé lo que sucede, respondió el hermano panadero; yo los meto pequeños en el horno y salen grandes" M . N i eran solamente los monjes. Igual fervor de caridad demostraban los obispos, los cabildos, las mismas autoridades civiles, los gremios, las cofradías. Para auxiliar a los peregrinos que pasaban los Pirineos por el puerto de Ibañeta, muchos de los cuales, como escribe Prudencio de Sandoval, perecían "ahogados en la ventisca de las nieves y otros despedazados de infinitos lobos' que criaba la tierra", fundó el obispo de Pamplona don Sancho de Rosas (f 1142) el hospital y la colegiata de Roncesvalles. Debido., a la prosperidad de las iglesias y a la mayor paz de que disfrutan, organizan desde el siglo xn cada día mejor las obras de caridad y beneficencia. Y se ven surgir infinitos hospicios, orfanatrofios, asilos, hospitales y leproserías, tan necesarias estas últimas desde las expediciones a Oriente, no porque *» DOM P H . SCHMITZJ Histoire de VOrdre de Saint Benoit t. 2 (Maredsous 1942), p. 38-46. •'• »* Ambos textos citadoa por J. PÉREZ DE URBBL, Historia de la Orden benedictina (Madrid 1941) p. 315.
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de allá importaran los cruzados el mal de San Lázaro—consta que existía en Europa siglos antes—, sino porque entonces parece que se propaga y difunde más esa espantosa enfermedad que aterrorizaba a los hombres de la Edad Media. La, creían terriblemente infecciosa, y sobre todo la veían desesperadamente incurable. Esto hacía que mirasen al leproso como un paria y lo apartasen del recinto de las ciudades.' Conocido es el diálogo de San Luis con el caballero Joinville: "Entre la lepra y el pecado mortal, ¿que escogeríais?", pregunta el rey. "Preferiría treinta pecados antes que ser leproso", responde aquél por otra parte cristiano caballero. "Pues yo, replica el santo monarca, pienso que no hay lepra tan asquerosa como estar en peoado mortal". Esta natural repugnancia hacia los gafos o leprosos no fué obstáculo para que la Iglesia tomase a estos enfermos bajo su protección, los pusiese bajo la protección de San Lázaro y tratase de consolarlos con ritos especiales y bendiciones, aun en el momento en que la sociedad los echaba de sí, entregándoles un distintivo para su vestimenta y una carraca o tablillas de madera, que debían sonar al acercarse a otra persona. Sólo en Francia se fundaron tantas leproserías, para atender a los enfermos de morbos contagiosos, que en 1225 Luis VIII hacía una gruesa limosna o legado a 2.000 leproserías de su reino. También los hospitales generales, o casas de Dios, disfrutaban de amplísimos privilegios y exenciones. A los que cuidaban de ellos se les concedían riquísimas indulgencias. Solían estar gobernados por comunidades de hermanos y de hermanas, con votos religiosos, a cuya cabeza se hallaba un maestro, prior o provisor, frecuentemente un sacerdote, nombrado por el patrono (obispo, cabildo o autoridades municipales). Las hermanas tenían una priora, consagrada día y noche al cuidado de los enfermos. Los estatutos de los diversos hospitales diferían muy poco entre sí, como que dependían casi todos de la Regla del Hospital de San Juan de Jerusalén. Los pobres eran recibidos con espíritu de fe y de caridad, y sólo se les pedía que rogasen por sus bienhechores y por toda la cristiandad. La gran sala de altas ojivas, destinada a los enfermos, solía estar separada de la iglesia por un cancel de madera, en donde muchas veces se instalaba un altar portátil, de tal suelte que los enfermos pudieran ver al sacerdote cuando celebraba la misa' 24 . Del hospital salían con frecuencia los hermanos "a visitar en sus casas a los pobres y enfermos dé la ciudad, llevándoles pan, vino y legumbres. M
Remitimos a la documentación citada por LÉON LE GRAND,
Les Maisons-Dieu. Leurs Staimts au XIII questions historiques" (1896) p. 95-134.
siécle, en "Revue des
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Fueron una bendición de Dios tantas Ordenes religiosas y Congregacion'es fundadas exprofeso para endulzar las miserias humanas y merecer las promesas de Cristo: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" y "Todo lo que hicisteis con alguno de mis pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis". Baste recordar a los Hermanos Hospitalarios de San Antonio (1095), los Hermanos de San Lázaro (s. XII), los -Hospitalarios del Espíritu Santo (1198), los del Santo Sepulcro de Jerusalén (1114), los Trinitarios, Mercedarios, las muchas Ordenes femeninas de caridad y otras que en otra parte hemos mencionado. Recordemos también aquí a los Fraíres Pontífices, fundados en Francia en 1189 con el fin de construir puentes y abrir caminos en beneficio de los viandantes y romeros; obras de beneficencia en las que alcanzaron grandes merecimientos en los Alpes San Bernardo de M e n thon o de Aosta (f 1081); en el camino de Santiago, Sanio Domingo de la Calzada (f 1163); San Juan de Ortega (f 1163) y el'Venerable Pedro de Dios, arquitecto de San Isidoro de León. La caridad privada es más difícil de consignar en la historia. Conocemos, sin embargo, innumerables donaciones de personas particulares en favor de los hospitales y casas de beneficencia; los legados y mandas para los pobres son frecuentes en los testamentos; y todos los cartularios están llenos d e donaciones y limosnas hechas a las iglesias y monasterios. N o había fiesta familiar—boda, bautizo, espaldarazo de caballero, aniversario de fecha memorable—en que la generosidad de los cristianos ricos no diese alguna participación a los pobres. Fuentes continuas y múltiples de beneficencia eran los gremios y cofradías. Veamos su organización. 4. Gremios y cofradías»—Pocas instituciones tan típicas del siglo xin como estas corporaciones, a las que la Iglesia supo infundir el concepto _cristiano del trabajo y el sentido de la fraternidad. Y a vimos cómo, al empobrecerse los señores feudales y emanciparse los siervos y colonos, crecieron las villas, prosperaron las ciudades, se formó la clase media y burguesía y se incrementó de un modo nunca visto la industria y el comercio. A la sombra de los municipios, y favorecidos por las franquicias, fueros y privilegios de éstos, organizáronse los industriales y artesanos, es decir, los patronos y obreros que ejercían un oficio manual o una industria, en corporaciones y gremios; el gremio de los zapateros, e l de los carpinteros, carniceros, ' curtidores, cardadores o pelaires, panaderos, mercaderes, sastres, albañiles, plateros, cerrajeros, sederos, etc. Era frecuente que los de cada oficio vivieran agrupados en la misma calle o barrio al que daban su nombre. "Desde el siglo xn el poder monacal decae; los maestros
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de la construcción—escribe un historiador de la arquitectura—, aunque educados muchas veces en las escuelas monásticas, son laicos en su mayoría, y los obreros seglares aumentan y toman importancia. Y como en la Edad Media el aislamiento es un peligro, nace la asociación de los obreros en corporaciones o cuerpos de oficios, cuya importancia en la sociedad medieval es enorme. La corporación es la forma peculiar de esta Edad; ..goza de todas las consideraciones y de todas las dependencias... Las asociaciones de obreros tienen en la época múltiples fines, como son: enseñar los oficios por modo formal y constante; sostener el crédito de éstos, impidiendo el fraude; pedir a los poderes las mejoras y defensas del gremio; crear montepíos y cajas de socorro que adelanten fondos a los maestros pobres y ayuden a los obreros en sus enfermedades y desgracias... Las asociaciones de obreros en España debieron comenzar con el siglo xn...; la de los tenderos en Soria, en 1126. En las de las artes constructivas aparecen ya constituidas en Barcelona, en 1211, la de los canteros y albañiles; en 1257, la de los carpinteros y la de los herreros; en 1296, la de los pintores, y en 1329, la de los herreros en Valencia; pero todas debían ser anteriores. El fuero de Cuenca, del siglo xn, aunque fundado sobre datos más antiguos, supone la organización de carpinteros, herreros y albañiles; las Ordenanzas de don Pedro I de Aragón, creando los consejeros de oficios, presuponen la existencia del gremio o cofradía, y las Ordenanzas de Oviedo, de 1247, detallando otras anteriores (1243), tratan de los carpinteros, serrallones y pedreros. El carácter primitivo de estas asociaciones es un poco nebuloso. En unas localidades aparecen con el de cofradías, con sólo fines religiosos y benéficos, bajo la protección de un santo (San Juan, la de artes y oficios de Sahaqún, 1238; San Eloy, la de plateros y herreros de Valencia, 1298, etc.); pero es probable que algunas tuviesen cierto carácter técnico... Poco a poco el Estado comienza a intervenir en los gremios, dándoles privilegios..., imponiéndoles deberes... e interviniendo en los estatutos" 2 5 . Por orden de San Luis, en el siglo xm, el parisiense Esteban Boileau codificó las costumbres de las corporaciones en un libro célebre, Livre des métiers, que nos permite reconstruir la vida de los obreros en la Edad Media. Dentro de cada gremio se distinguían tres grados o etapas sucesivas, según su estructura jerárquica, semejante a la d e las Universidades; aprendices, oficiales y maestros. Para entrar en un oficio o industria era preciso pasar primeramente el aprendizaje, cuya duración oscilaba entre dos y seis años. N o era fácil el ingreso como aprendiz en un taller, 80 V. LAMPÉRBZ y ROMEA, Historia de la arquitectura española en la. Edad, Media t. 1 (Madrid 1.908) p. 40.
cristiana
porque las ordenanzas limitaban fcl número de aprendices que debía tener cada maestro y porque se exigían condiciones de habilidad y buena conducta. La admisión se hacía mediante un contrato entre el maestro o patrono y el padre o tutor del aprendiz. Generalmente no pagaban nada los aprendices, pero casos debía haber en que sucediese lo contrario, pues dice el Rey Sabio en la partida V , tít. VIII, ley 11: "Resciben los maestros salarios de sus escolares, por mostrarles las sciencias, e así los menestrales de sus aprendices, para mostrarles sus menesteres". Trabajaba el aprendiz en el taller del maestro, comía y dormía en casa del mismo, el cual hacía con él las veces de padre y de educador, alimentándolo, vistiéndolo, corrigiéndole sus faltas. Cuando el aprendiz había alcanzado la debida pericia en el oficio, ascendía a oficial, mediante un examen o con sólo una ceremonia, en el que el maestro le daba una certificación de que había cumplido todos los requisitos. Desde ese momento era ya miembro de la corporación e intervenía con su voto en la administración de ella. Podía escoger libremente al maestro que le gustase y vivía con él, como si fuera de su familia; recibía jornal escaso, pero tenía asegurada la comida y la habitación. Aun cuando trabajase por cuenta propia, tenía que estar sometido al maestro, sin que le fuera permitido trabajar para sí en su casa en horas extraordinarias, ni separarse del maestro sin haber cumplido sus compromisos. Alguna vez iba de ciudad en ciudad, para perfeccionarse en el oficio, bastándole mostrar su consigna para que en todas partes le recibiesen como a hermano y le ayudasen los del mismo gremio. La oficialía duraba por lo menos la mitad del tiempo que el aprendizaje. Algunos permanecían toda la vida en el grado de oficial, por inhabilidad, por defectos morales o por falta de p a t r i m e nio para sostener un taller. P a r a ser maestro se exigía el pago de un tanto a la caja común del gremio y un examen de prueba, que consistía en presentar ante un jurado de veedores alguna obra maestra. Establecíase entonces por cuenta propia en su taller y contrataba a algún oficial y a varios. aprendices, a quienes enseñaba el oficio y educaba cristianamente. Elegíanse entre los maestros ciertos inspectores, que vigilaban los talleres y tiendas, castigaban al que no trabajase conforme a las ordenanzas del oficio, o fabricase algún producto perteneciente a otro gremio, pues cada uno tenía el monopolio en la ciudad. Esos inspectores componían las diferencias que surgiesen entre las diversas corporaciones. Reinaba entre todos los agremiados el más leal compañerismo. Estaban prohibidos los juegos de azar y se castigaba severamente la embriaguez y cualquier inmoralidad. - - . A estas 'corporaciones la Iglesia les imprimió un carácter Historia de la Iglesia Z
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profundamente religioso, priütípahrieníe por medio de las cofradías, que casi se identificaban con los gremios, pues aunque de suyo eran independientes, pero en la práctica eran muchas veces gremio y cofradía dos nombres que expresaban el aspecto técnico y religioso de una misma corporación. Cada una tenía su patrono: la de los herreros y orfebres, San Eloy; la de los carpinteros, San José; la de los carreteros, Santa Catalina de Alejandría; la de los médicos, San Cosme y San Damián; la de los perfumistas, Santa Magdalena. La imagen del santo patrono adornaba los estandartes de la corporación en las procesiones y fiestas, y en su capilla o altar particular hacían celebrar misas, en especial cuando moría alguno de los cofrades. Cuando caían enfermos, de la caja de la corporación eran ayudados. Y de ese mismo fondo salían grandes sumas para las limosnas a los indigentes y para la fundación de asilos, hospitales y otras obras de beneficencia y de piedad. 5. La vida moral.—En aquella edad de inquebrantable fe y de elemental cultura popular, de efervescentes pasiones juveniles y de costumbres semibárbaras, no es de maravillar que tropecemos con los más fuertes contrastes en la vida moral:, los actos más heroicos de abnegación, de penitencia, dfe ascetismo casi inhumano, de humildad, de desprendimiento evangélico, con la codicia insaciable de bienes mundanos, la rapacidad más brutal, la ambición, el egoísmo; la pureza angélica, la virginidad, el esplritualismo más noble, con los instintos más desenfrenados, el adulterio y el concubinato casi sin escrúpulos; la misericordia, la caridad y el amor al prójimo, con la crueldad, la extorsión y la usura; la piedad más ejemplar, con la más grosera superstición. El comentario de San Bernardo al Cantar de los Cantares sobre él amor místico casi coincide con las más apasionadas y sensuales novelas caballerescas, en que se exalta el amor libre, pecaminoso y adúltero, como en Tristán e Isolda. Siempre hubo delitos e inmoralidades en el mundo, y es muy fácil trazar cuadros de subido color pintando las costumbres de cualquier época. Acaso en la Edad Media resalten más ciertos rasgos y matices oscuros, precisamente por el concepto optimista que desde el Romanticismo tenemos de aquellos pueblos tan sinceramente cristianos, tan hondamente religiosos, aunque en ocasiones tan turbios y revueltos. Para explicar de algún modo el lado sombrío de esa pintura, téngase en cuenta que en la masa del pueblo, y aun en aquellos eclesiásticos que no cursaban estudios, reinaba la mayor ignorancia, y en las sombras de la ignorancia se incuban fácilmente los vicios más envilecedores. Notemos, además, que el hombre medieval vive en continuo estado de guerra. "Mis arreos son las armas, mi descanso el pelear", podían re-
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petir todos los caballeros. Los poemas épicos y novelas de caballerías son una sucesión ininterrumpida de combates. Aquellos hombres vivían en guerra y para la guerra, siempre alerta contra las incursiones de los enemigos en las luchas civiles y siempre soñando en fantásticas matanzas de infieles bajo los cielos de Oriente. Ahora bien, la guerra despierta las pasiones más violentas, y si es lejana y larga, relaja las costumbres. Finalmente no olvidemos que muchos de los crímenes, pillajes y depredaciones se explican por la deficiente organización de la vida civil y la falta consiguiente de eficaz justicia represiva. Los "fabliaux" (cuentos en verso) franceses nos dan una triste idea del temple moral de aquella sociedad, y n a es más favorable la impresión que se saca de los poemas caballerescos y de muchas canciones de los trovadores provenzales. El Chronicon de Mateo París, la Historia de Guillermo de Tiro, el Polycratictts de Juan de Salisbury, el Dialogus miraculomm de Cesáreo -.de Heisterbach, el libro De nugis curialium de Gualterio M a p y el Bonum universale de apibus, por n o citar otros escritos históricos y muchas obras canónicas, nos ofrecen copioso material de datos y anécdotas para una leyenda negra de la Edad Media, y no hay que perderlo de vista para no dejarse encantar por los relatos ingenuos de la leyenda dorada. En el pueblo cristiano de aquellas centurias suelen señalarse dos manchas más notables: la superstición religiosa y el desenfreno de las costumbres. Es natural que la superstición arraigara más en aquella mentalidad crédula, infantil e igriorarite. Los maleficios, la astrología, la creencia en las brujas y en la intervención casi diaria del demonio en el trato humano, eran cosas familiares y comunes. E n cuanto a la corrupción de las costumbres, no creemos que fuese mayor que en otros épocas; al contrario, entre el siglo x y el xiv la sociedad europea sigue una curva luminosa, aunque cruzada de nubes y tempestades. Los siete pecados capitales acompañan al hombre en su peregrinación por este mundo, entonces como ahora y siempre, pero en aquella edad las virtudes bajan del cielo más esplendidas y numerosas, elevando las almas a cimas portentosas de santidad. M á s extraño es el apartamiento diuturno de la comunión eucarística, aunque asistían sin falta los domingos, y aun quizá todos los días, a la-, misa. En general, conviene resaltar la fe y espiritualidad de aquellas gentes, que todo lo contemplaban sub specie aetemitatis, que conocían perfectamente su origen y su destino eterno y miraban todas las cosas del mundo como criaturas de Dios y reflejos parciales y pálidos de sus perfecciones infinitas; que creían., en- Dios, en su palabra revelada y en el Vicario de Cristo con adhesión total;, que amaban a Nuestro Señor y a su
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Madre santísima con apasionamiento y ternura; que invocaban a los santos del cielo con familiaridad y confianza; que si pecaban, no justificaban su pecado, sino que se arrepentían de veras y expiaban su culpa con austeridades y penitencias; que hacían actos heroicos, renunciando al mundo, luchando por la fe o consagrándose a obras de. caridad; que veneraban la santidad más que la ciencia, más que el poder o las riquezas, y veían en el santo el ideal y prototipo del hombre; y, en fin, que cantaron su fe en poemas inmortales y en maravillosas obras de sabiduría teológica y construyeron para honra de Dios esos monumentos del arte románico y ojival cuya belleza soberanamente espiritual todavía nos sobrecoge. E n España, más libre de feudalismos e investiduras, y menos corrompidos los nobles y los eclesiásticos por la tensión continua de la guerra contra el moro, no vemos los refinamientos de crueldad de otras partes, ni la frivolidad de trovadores y "ruinnensinger", ni las bufonadas sacrilegas de ciertas saturnales, ni la venta de esclavos, como en Inglaterra 2 6 , aunque sí ciertos rasgos de ferocidad bárbara, propia del momento histórico. Así vemos que en 1141 fué muerto a pedradas por sus clérigos el celoso obispo de Calahorra, don Sancho de Fu-, nes, y en 1171 asesinado en Cataluña el arzobispo de Tarragona, don Hugo de Cervallón—el mismo año en que caía martirizado en Inglaterra Santo Tomás de Canterbury—; y, en fin, el año 1194 otro arzobispo tarraconense, don Berenguer, fué muerto por él vizconde de Cardona, su cuñado. En la reforma del clero secular y regular trabajaron infatigablemente papas y concilios. Mucho consiguieron, aunque el ideal quedó siempre lejos. Las intrusiones del poder civil ponían en obispados, abadías, cabildos y parroquias a clérigos y monjes indignos y sin vocación, que abandonaban sus obligaciones pastorales, permitiendo que la indisciplina cundiese entre sus subditos, cuando no escandalizaban a éstos positivamente por la mundanidad, el concubinato y la simonía. La decadencia de los monasterios cluniacenses nadie la estigmatizó con más severidad y rigor que San Bernardo. En el libro De claustro animae, atribuido un tiempo a Hugo de San Víctor y perteneciente a Hugo de Fouilloi (de Folieto, -j- 1174), se lee: "Existen en el monasterio doce abusos, que perturban la vida religiosa: la negligencia del prelado, la' desobediencia de los discípulos, la ociosidad de los jóvenes, la testarudez de los ancianos, los monjes cortesanos, los que se consagran al foro y a los pleitos, los hábitos preciosos, los manjares exquia " El concilio Londinense de 1102, bajo San Anselmo Cantuariense, redactó este canon: "Ne quis illud nefarium negotium, quo hactenus in Anglia solebant nomines sicut bruta animalia venumdari, deinceps ullatenus faceré praesumat" (MANSX, Concilio, 20, 1152).
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sitos, el rumor en el claustro, la disputa en el capítulo, la disipación en el coro, la irreverencia en el altar" '27. Y continúa en sendos capítulos desarrollando la materia de esos abusos que él quiere reformar. Interesante por varios conceptos es el siguiente párrafo de Gerhoch de Reichersberg (f 1169): "Grande era, si miramos a sus muros, la iglesia de Áugsburgo, pero era pequeña e insignificante si miramos a la disciplina eclesiástica. Contiguo a la iglesia había un claustro bastante digno, pero vacío totalmente de religiosidad claustral, ya que ni los frailes dormían en el dormitorio, ni comían -en el refectorio, a no ser en días rarísimos de fiesta, sobre todo cuando se representaba la escena de Herodes, perseguidor de Cristo, matador de los niños, y cuando con otros juegos y espectáculos casi teatrales se llevaba la campana para celebrar un banquete en el refectorio, que casi todos los demás días se hallaba vacío" 2 8 . N o es raro en el siglo xm, aun después de los esfuerzos reformadores de Inocencio III, oír hablar de monjes fugitivos, de priores escandalosos. El concilio Lateranense de 1215 ordena que ningún abad lleve en su comitiva más de ocho personas y seis caballos. E n tiempo de San Bernardo había quien se hacía acompañar de más de sesenta caballos. E n Montandou de Francia, hacia 1200, hallamos un prior que escribe versos cínicos, al modo de los trovadores, y vive alegremente como ellos. Poco después nos sorprende un documento del monasterio de San Gall, en que consta que ni el abad, ni el prior, ni el mayordomo sabían escribir. Casos como éstos eran chocantes y rarísimos. 6. Cumbres de santidad»—Por mucho que espesemos: las sombras, hay que confesar que las luces predominan. Lo que en otros capítulos queda dicho sobre las Ordenes religiosas, sobre la ciencia teológica y la mística, sobre las grandes empresas cristianas, nos abre un resquicio para formarnos idea y juzgar de aquella sociedad. E n los hombres que crearon una civilización como la medieval, tiene forzosamente que prevalecer el espíritu sobre la materia, el ángel sobre la bestia. Si ahora quisiéramos, no ya narrar las vidas admirables de los santos, porción la más brillante de la historia de la Iglesia, sino sencillamente catalogar sus nombres, tendríamos que llenar páginas y páginas en interminable letanía.. Con Gregorio V I I , Eugenio III y Celestino V vuelve la santidad a resplandecer en el solio pontificio. Frente a los emperadores y príncipes que s§, valieron del trono para desafiar a los papas, tiranizar a sus vasallos y soltar la rienda a sus pasiones, se levantan las in27 28
De claustro' animae III, 11: ML 176, 1058. GÍEROCÍI DE REICHERSBERG, Comment. in -psalmos, opera et stuüio B. Pea (Augsburg 1728) p. 2040: ML 193-194.
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maculadas figuras de San Luis Rey de Francia (y 1270), con su madre Blanca de Castilla (f 1252); San Fernando (f 1252), Santa Isabel, condesa de Turingia (y 1231); Santa Teresa de Portugal (y 1250), esposa un tiempo de Alfonso IX de León, con sus hermanas, la virgen cisterciense Sancha (f 1229) y doña Mafalda (y 1257), que también acabó con el hábito del Cister; San Leopoldo, margrave de Austria (y 1136); Eduvigis, duquesa de Silesia (f 1243), y Santa Isabel de Portugal (y 1336). La galería de los obispos santos va encabezada por Anselmo de Canterbury (y 1109), Giraldo de Braga (f 1109), Ivo de Chartres íf 1Í15), O t ó n de Bamberga (y 1139), M a laquías de Armagh (f 1148), Tomás Becket (y 1170), Diego de Osma (y 1207) y tantos otros. La de los fundadores va adornada con los nombres de Bruno de Colonia (y 1101), R o berto de Arbrissel (y 1117), Worberto de Xanten (f 1134), Bernardo de Claraval (y 1153), Alberto de Jerusalén (j- 1214), Félix de Valois (f 1212) y Juan de Mata (y 1213), Domingo de Guzmán (y 1221), Francisco de Asís (y 1226), Juan Bono (•{• 1294); los fundadores de los Siervos de María, con San Felipe Benizi (f 1285). Con el título de doctores de la Iglesia han sido condecorados San Alberto Magno (y 1280), Santo Tomás de Aquino (y 1274), San Buenaventura (y 1274) y San Antonio de Padua (y 1231). E n el coro de las vírgenes sobresalen Isabel de Schoenau (y 1164), Hildegarda (+ 1179), Clara (f 1253), Matilde (y 1299), Gertrudis (y 1302), Clara de la Cruz (f 1308), con su hermana Juana de Montefalco ( t 1291). E n la imposibilidad d e consignar los nombres, n; siquiera de los más ilustres, recojamos algunos santos españoles, sobre los y a citados, empezando por los obispos; Pedro de Osma ( t H 0 9 ) , Odón de Urgel (f 1122), Ramón de Roda o Barbastro (+ 1126), Olegario de Tarragona (y 1137), Atón de Pistoya (y 1155), Julián de Cuenca (y 1208), Martín de Hinojosa, obispo de Sigüenza (y 1213); Pedro Pascual, obispo de Jaén (y 1300). Entre los monjes, frailes y canónigos regulares florece como siempre la santidad: ahí están para demostrarlo Iñigo de Oña (f 1068), García de Arlanza (y 1073), Domingo de Silos (f 1073), Sisebuto d e Cárdena (y 1086), Oria la Emparedada (y 1090), Veremundo de Irache (y 1092), D o mingo de la Calzada (f 1109), Pedro de Moreruela (f 1138), Martín Cid de Valparaíso (f 1152), Juan de Almansa, cartujo (f 1160); Juan de Ortega (f 1163), Raimundo de Fítero (y 1164), Bernardo de Alcira (f 1180), Roberto de Matallana (y 1182), Martín de León (f 1203), Lesmes, capellán de San Julián de Cuenca (f 1218)—San Lesmes de Burgos (y 1097) era natural de Francia—; Ramón N o n a t o (y 1240), Bernardo González Telmo (y 1248), Gonzalo de Amarante (y 1260), Raimundo de Peñafort (f 1275), Rodrigo de Silos (y 1280), M a -
ría de Cervelló o del Socorro
(y 1290), Pedro Armengol
(t 1304). Y; ni siquiera entre los seglares y casados faltan personas que aspiran a la perfección cristiana y den ejemplos de santidad, como San Isidro Labrador (y 1172?) y su esposa Santa María de la Cabeza (y 1180?)', a los que hemos dfe añadir el niño mártir Santo Dominguito del V a l (y 1250) y el Beato Ramón Luíl (f 1316). Es verdad que varios de los arriba mencionados tan 'sólo recibieron culto en alguna diócesis, en alguna Orden religiosa, en alguna iglesia; pero esta limitación canónica y litúrgica no quita que sus virtudes fuesen verdaderamente heroicas, que sus figuras sean altamente representativas d e una Europa cristiana, fuertemente unida bajo la cruz," y que todavía sigan fulgurando ante nuestros ojos "quasi sfellae in perpetuas aeternitates".
CAPITULO XVII Literatura
y arte.
El gótico *
N o intentamos aquí trazar un capítulo de historia literaria. Tan sólo pretendemos aludir de paso al hecho de que la literatura medieval, ora se exprese en latín, ora en cualquiera de las lenguas modernas, se muestra siempre influenciada por el cristianismo. * BIBLIOGRAFÍA.—M. MANITIUS, Geschichte der lateinischen Literatur des Mittelalters (3 vols., Munich 1919-31); A. BAUMGARTNER, Geschichte der Weltíiteratur. Bd. IV. Die lateinische und griechiscfie Literatur der christlichen Volker (Friburg de Br. 1905); E.' MALE, Art et artistes du moyen age (París 1927); L'art religieux du XII siéele en France (París 1928); L'art religieux du XIII siéele en France (París 1931); L. COURAJOD, Legons profesees a l'école du Louvre. I. Origines de l'art romaín et gothique (París 1899); P. LA-VEDAN, Histoire de l'art (París 1946) en "Clio" X, 2; H. ROSE, Die Baukunst der Gisterzienser (Munich 1916); G. H. WEST, Gotic architeettire in England and France (Londres 1927); H. SiErN, Les cathédrales gothiques (París 1930); R. DB LASTEYRIBJ L'architecture religieuse en France á l'époque gothique (2 vols., París 1926-27); C. ENLART, Origines frangaises de l'architecture gothique en Italia (París 1894); A. VENTURI, Storia dell'arte italiana (Milán 1901 ss.); P. TOESCA, Storia dell'arte italiana. II medio evo (2 vols., Turín 1927); V. LAMPÉREZ Y ROMEAJ Historia de la arquitectura cristiana española: vol. 2, Arquitectura ojival o gótica (Madrid 1909); A, L. MAYER, El estilo gótico en España, trad. del alemán por F . Vülaverde (BarcelonaMadrid 1929); E. LAMBER^ L'art gothique en Espagne auco XII et XIII siécles (París 19S1); P . LAVEDAIST, L'architecture gothique ei¿' Catalogue, Valence et Baleares (París 1935); K. KUNSTLEJ Ikonographier der christlichen fCunst (2 vols., Friburgo de Br. 192628); M'. D'V/ÍRAK/ Idealismus und Naturalismos in der gothischen
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L A POESÍA
Limitándonos ahora al género poético, podemos asegurar que frente a los cantores de Venus, de Baco y de la primavera en un latín rítmico y agilísimo—cantores todos ellos eclesiásticos, clerici vagantes, como Hugo Primas de Orleáns (f 1160), Gualterio de Chátillon y el Ar chipo eta—hay .una legión de monjes que cantan en la vieja lengua de Roma, acomodada a la liturgia, los misterios cristianos, la virginidad de María, la vida penitente y las virtudes de los santos. Himnos latinos de profunda religiosidad y de delicada unción compusieron Hüdeberto de Lavardin, arzobispo d e Tours (f 1133); Abelardo, Pedro el Venerable, Adán de San Víctor y otros mil, que pueden verse en la historia de M . Manitius y en las himnodias litúrgicas. Al mismo Santo Tomás de Aquino se le atribuyen el Pange lingua, Lauda Sion, Sacrís soltemniis y aun el Adoro te devote. N o consta que Tomás de Oelano {-)- 1260) sea autor del Dies ¿rae, ni Jacopone de T o d i (~\ 1306) del Stabat marer, himnos transidos de emocionante patetismo y de honda piedad, que la Iglesia ha adoptado como secuencias en la liturgia. La época medieval, aunque escoja argumentos nacionales y caballerescos, a veces muy alejados del tema cristiano, como los poemas germánicos Gudtun y Nibelungos (1200?), n o puede menos de sentir el influjo moral y religioso, que le viene del alma de sus autores. La Chanson de Roland, escrita a fines del siglo xi o principios del XII, está en íntima relación con las peregrinaciones y la ruta de Santiago, que entraba en España por Roncesvalles. Y el Cantar de Myo Cid es la exaltación heroica del caballero cristiano, tal como la veían y querían los clérigos y el pueblo todo de Castilla. En la épica española, a diferencia de lo que acontece en la de otros pueblos de Occidente—ha escrito acertadamente Montolíu—, "no es posible separar la bárbara grandiosidad de las figuras del caballero, ungido ya del espíritu misericordioso de la doctrina de Cristo y sabiendo ya encauzar las pasiones y los instintos no sólo por la senda de las leyes y de la justicia, sino por .los caminos interiores del amor divino y humano. N o es difícil desSkulptur und Malerei (Viena 1921); M. AUBERT, La soulpture frangaise au debut de Vépoque gothique (París 1930); L. PILLION, Les sculpteurs frangais du XIII siécle (París 1931); P. A. LEMOINEL. La peinture frangaise á Vépoque gothique (París 1931); R. KOECHLIN, Les ivaires gothiques frangais (2 vols., París 1924); H. MARTÍN, La miniature frangaise du XIII au XIV siécle (París 19281; G. WEISE, Spanische Plasttih (Munich 1924); G. ROUCHÉS, La peinture espagnole, le mayen age (París 1932); J. GUDIOL I CUNILL, La pintura mig-eval catalana (Barcelona 1927); I. LABARTE, Histoire des arts industriéis aiu moyen age (París 1887); MARQUÉS DE LIOZOYA, Historia del arte hispánico (Barcelona 193J-1945).
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cubrir en la figura del Cid legendario algunas duras escenas de la antigua rudeza de los primitivos héroes germánicos; pero en su personalidad todo queda redimido por la profunda humanidad de sus sentimientos y por la elevación de su alma generosa hasta la magnanimidad, que sabe transformar el furor de los instintos en una serena exigencia de justicia y reparación. Ciertamente el desconocido autor del Cantar... dejó penetrar el espíritu cristiano n o sólo' en las figuras patriarcales del pro* tagonista, de sus familiares y de los más destacados guerreros de sus mesnadas, sino en la misma concepción de la vida, que constituye la base y forma el ambiente moral de su poem a " 1 . Aun el ciclo de la Tabla Redonda, tan impregnado de amores pecaminosos y d e supersticiones paganas, acabó por henchirse de resplandores eucarísticos y de alto sentido cris^ tiano en el Parzival, de W o l f r a m de Eschenbach, y en la Demanda del santo grial. "La Demanda—ha escrito Gilson—puede ser la demanda del éxtasis, sin que esa novela deje d e ser la novela de la gracia... Que La Qttéste del Saint Graal se resume exactamente en dos palabras, ascetismo y mística, es la pura verdad, como también que ella es una descripción de la vida cristiana tal como la concebían en el Cister" 2 . Tras el mester de juglaría, épico-popular, nace la nueva escuela docta, un poco pedante, clerical y monástica, del mester de clerecía, cuyo más alto representante en España es Gonzalo de Berceo (•(• 1268), y ya se comprende que en esta poesía saldrán más claramente a la superficie los elementos típicamente eclesiásticos: "Mester es sin pecado, ca es de clerecía", dice el Libro d'Atexandre. E n cuanto a la lírica trovadoresca, pese al uso y abuso que de ella hicieron sus cultivadores, debe a la Iglesia mucho más de lo que generalmente se piensa. U n a teoría muy en boga modernamente sostiene que los orígenes y unidad del lirismo medieval, que es como decir de toda la lírica europea, no pueden explicarse sino por la comunidad sociológica de los poetas, que se revela en la posesión de una misma liturgia. L a misma palabra d e trovador, mási bien que de ttouver (hallar), parece derivarse originariamente de rropare, término eclesiástico, que significa componer tropos o glosas de textos litúrgicos, que a modo de antífonas cantaban los clérigos en el templo. Hasta en la forma externa, hay quien piensa que la sequentia y el iubilus influyeron en el lay, de estrofas no simétricas, y en la estampida, o canción danzada, 1 M. DE MONTOLÍU, La poesía heroicopopular castellana y el mester de clerecía, en la obra dirigida por G. DÍAZ P ^ A J A •f**" toriode las literaturas hispánicas vol. 1 (Barcelona 1949) p. 301. s E. GILSON, La mystique. de la grdee dans La Queste del Saint ..Graal, en el litoro del propio GILSON Les idees et les lettres (París 1932) p. 86.
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como el dialogismo litúrgico y la disputatio escolástica influyeron en la tensión de los trovadores. Que la dignificación amorosa de la mujer en aquella poesía cortesana sea un reflejo del culto marial, nos parece tan difícil de demostrar como la afirmación de que la alegría primaveral de muchos de sus. cantos responda al "Pascale gaudium" de la liturgia cristiana 8 . La más pura y divina poesía, toda amor y espíritu, alcanza una cumbre sobrehumana en los actos y palabras de Francisco de Asís, cuya más lírica condensación nos dejó en el Cántico delle creature o di Frate Solé. Franciscano de espíritu, trovadoresco en sus formas y maneras, aunque desbordante y caudaloso en su multiforme producción, pasa cantando por Europa, Asia y África la figura mística y apostólica de Ramón 'Lull, de quien hemos tratado largamente. Y, por fin, al medioevo pertenece, más que a la Nueva Edad, el sumo, el altísimo poeta, merecedor de todos los honores, Dante Alighieri (f 1321), que un día del año 1300—año del jubileo—se perdió en una selva oscura para bajar al infierno, recorrer el purgatorio y ascender de esfera en esfera, acompañado por Beatriz, que es la teología, hasta la "candida rosa" de los bienaventurados y llegar, por intercesión de María, hasta la contemplación de la Santísima Trinidad. El catolicismo, y aun la humanidad entera, no ha producido un poema de mayor hermosura y sublimidad que la Divina Comedia. II.
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,No acabaríamos de entender al hombre medieval si n o estudiáramos sus expresiones artísticas, y si tras la fortaleza serena, armónica, litúrgica y un poco sombría del románico, no contempláramos también las audaces, aéreas, espiritualtes y casi fantásticas elaciones del arte gótico. El uno sucede al otro por natural y progresiva evolución de la técnica y del espíritu de la época, no por creación súbita ni por crisis interna del testilo precedente. 1. Significación del gótico,—Es en el siglo xm, culminación gloriosa de la civilización cristiana medieval, cuando surgen las 3
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Expone brevemente las teorías y ofrece amplia bibliografía J. FILGUERA VALVBRDBJ Lírica medieval gallega y portuguesa, en la cit. Historia de las literaturas hispánicas I, 548-553. Que las melodías trovadorescas para las cantigas alfonsíes son en parte litúrgicas lo demostró H. ANCLES, Les "Cantigas" del rei N'Alfons el Savi (Barcelona 1927); II. La música de las Cantigas de Santa María del rey Alfonso el Sabio (Barcelona 1943). Véase también ANGLÍJS; La música a Catalunya fins al segle XIII (Barcelona 1935) p. 312-405. Sobre la escuela musical de Notre Dame de París en el siglo x n y San Marcial de Limoges, véase J. CHATLLEY, Hist. musicale du Moyen Age (París 1949) p. 106-111, 145-157.
grandes construcciones: las Sumas teológicas sistematizan la enseñanza de la ciencia sagrada ten las Universidades; el Corpus íuris y las Siete Partidas de Alfonso, el Sabio codifican ordenadamente las Leyes y el Derecho; los gremios y corporaciones organizan el trabajo y la producción; y ten el "poema sacro" del desterrado florentino se dan mano tierra y cielo para construir la más grandiosa síntesis poética, poniendo a contribución la teología y la historia, el Pontificado y el Imperio, el presente, 'el pasado y el porvenir, los crímenes de la humanidad y su expiación, los anhelos de reforma, tanto individual como social, y el sueño dorado y esperanza cierta de un reino de justicia, de paz y de amor. Al par qute esas enormes construcciones, y como simbolizándolas a todas, hay que colocar la arquitectura gótica de las grandes catedrales. E n el momento en que la cristiandad triunfa sobre los here¡jes albigenses y quebranta el poder amtenazante de la Media Luna en las N a v a s , vemos levantarse, como manos orantes que imploran a Dios la victoria o como arcos verdaderamente triunfales, las ojivas del arte gótico. Llamóstele gótico, que era como decir bárbaro, en señal de 'desprecio, por los escritores italianos del Renacimiento, incapaces de comprender las formas y el espíritu del medioevo; y ojival, por ser la ojiva uno de los elementos característicos, aunque secundarios (arcus atigivus, de augete), porque aumenta la resistencia. En el siglo xni, a diferencia de los anteriores', los obispos predominan social y políticamente sobre los abades, lo cual no deja de reflejarse en el arte, pues los monum'entos más suntuosos, que en el período románico eran las igl'esias de los monasterios, en el gótico son las iglesias catedrales. El problema que preocupa a los arquitectos góticos—muchos de los cuales son y a seglares o laicos, agrupados en hermandades y gremios—es el de cubrir sin excesivo peso, aunque sólidamente, grandes espacios, y el dar clara iluminación a las naves. T o d o eso y mucho más se logra felizmente por medio de la ojiva, r'esultando una arquitectura más esbelta, más espiritual, más diáfana, de mayores dimensiones que la románica, y al mismo tiempo más economizadora de piedra y materiales. Si en una predominan los macizos, en la otra los vanos. 2. Elementos característicos.—Ese mismo sistema de arquitectura (opus francigenum) parece qute empezó a elaborarse, hacia 1120, en Durhan de. Inglaterra casi al mismo tiempo que en Normandía, Picardía y sobre todo en la Isla de Francia. Si anteriormente fué conocida la ojiva en la nervatura de las cúpulas musulmanas, no tes cosa averiguada; lo cierto es que en Francia, se percataron los arquitectos de sus posibilidades técnicas! D e Francia se extendió con los cluniacenses a Espa-
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ña; en Italia penetró con mayor dificultad, por el arraigo de las tradiciones clásicas; en Aí'emania encontró al principio alguna resistencia por parte del estilo románico, y si se impuso al fin de la manera más espléndida, fué con un siglo d e retraso respecto de Francia, ya que aparece por prim'era vez en Magdeburgo en 1209. Coincidiendo la fundación de la Orden del Cister con los inicios del gótico, es natural que sus iglesias se acomodasen al nutevo arte. Pero San Bernardo, que tan acerbamente fustigó las fastuosidades de los cluniacenses y en particular el lujo y decorado de sus iglesias y claustros, no podía tolerar en sus propios conventos lo que no llevase el sello de la máxima austeridad. Por teso se ha dicho con razón que la arquitectura cisterciense hizo voto de pobreza, ya que su estilo—perteneciente al gótico primitivo—se distingue por sus bóvedas escuetas, pilares casi románicos, desnudez perfecta, sin decoración esculpida y absoluta sencillez en perfiles y detalles. Dura el gótico primitivo hasta 1200, poco más o menos, según los países; el siglo Xlil pertenece a la época d'el gótico puro, que sólo a mediados del xiv se descompone en los: adornos recargados del gótico florido y luego del flamígero. Con todo, en España persiste el arte austero y fuerte hasta los primeros decenios del siglo xv. Podemos señalar como elementos esenciales y característicos del gótico estos tres: la bóveda de crucería, el arbotante y tel arco ojival o apuntado. Ya vimos cómo tan sólo algunos arquitectos del románico acertaron a solucionar el problema de dar luz a la nave central construyendo altas bóvedas de aristas, y eso con limitaciones y artificios, por la dificultad de aparejar y construir esas aristas, que constituyen la parte rtesis1tente dej la bóveda. Ellos lo resolvieron construyendo cimbras de madera provisionales. Pero un modo nuevo, más seguro y definitivo, de resolver el problema era la cimbra permanente de piedra, como parte integrante de la bóveda. Así, los nuevos arquitectos idearon la bóveda de crucería, que era como un esqueleto o armazón de seis arcos: dos arcos formeros, dos transversales y dos diagonales. En naves dte amplia dimensión se añadieron los tercer etes, que son nuevos arcos, o segmentos de arco, que cruzan las superficies intermedias, y posteriormente se agregaron^ sin necesidad, sólo por el afán inmoderado de ornato y magnificencia, nuevos nervios secundarios con más molduras. D e este modo las bóvedas resultaban más fáciles de construir, y siendo menor su peso, era más reducido su empuje, el cual se acumulaba únicamente en los cuatro extremos, en donde se colocaban los apoyos. Consiguientemente se podían hacer delgadísimas las
paredes y aun suprimirlas del todo, o perforarlas con ventanales y rosetones, con ganancia de luz y de espacio. El arbotante tes el segundo elemento esencial. E n el templo románico se usaban los contrafuertes exteriores, en forma de pilares adosados al muro; en el gótico están aislados los botareles y sólo se unen con el muro por un arco de pitedra, o arbotante, en aquellos puntos concretos o impostas en que carga el empuje de la bóveda. E s t o nos demuestra qute la arquitectura gótica es de -suyo intrínsecamente frágil y caduca. Los botareles suelen adornarse con pináculos, que les dan más consistencia y belleza; frecuentemente con estatuas, doseletes y con una gárgola o cabeza de perro, león o monstruo, que arroja por la boca las aguas llovedizas. Tercer elemento característico es el arco ojival, que aunque no stea exclusivo del arte gótico, pues y a aparece en el último románico, resuelve ágilmente sus problemas mecánicos, aminorando los empujes, facilitando los anchos espacios de las naves y alcanzando las mayores alturas, de forma que los muros puedan dar acceso a luces abundantes. El arco ojival lltegó a ser el más claro distintivo del estilo gótico, al cual comunicó levedad y verticalidad, espiritualizándolo. Primitivamente era lancetado, poco airoso, luego se hizo un triángulo equilátero, y más tarde ten el flamígero del siglo xv se revistió de adornos!, recortándose en forma conopial, principalmente en ventanales y portadas. Los arquitectos del gótico siguieron la costumbre de adosar a los pilares tantas columnillas cuantos eran los arcos y nervios de la bóveda,.y sitendo éstos numerosísimos en :1a crucería ojival, las columnillas llegaron a formar un haz de juncos esbeltísimos, que se erguían con audacia y con gracia hasta los altos capiteles, los cuales por su misma altura perdieron la importancia decorativa que tenían en el románico. La planta dte las iglesias n o es uniforme. Unas son semejantes a las románicas, con los brazos del transepto n o muy alargados (Chartres, Reims, Amiéns, Colonia) y con una gran giróla, formada por la prolongación de las cuatro laterales, alrededor del ábside o capilla mayor; en la giróla suelen abrirse cinco capillas absidales; y el transepto queda hacia la mitad de la iglesia. Otras, como' Nuestra Señora de París y Toledo, son de las llamadas de planta-salón, porque propiamente no tienen crucero {a menos que ste dé este nombre a una nave transversal que corta la iglesia por la mitad, sin brazos salientes)'; esta sala rectangular tiene cinco naves, prolonqándose las laterales en giróla. Alguna, como Salisbury v Lincoln, ste: alzan sobre planta de cruz patriarcal, sin giróla. También carecen de ésta muchas iglesias cistercienses; en. cambio, abren capillas absidales en los brazos del transepto, que son muy salitentes. -•' L'^ cpstumbre de cerrar el coro con una celosía, que impide
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ver la celebración de la misa, data de mediados del siglo xm; en el xv fué trasladado a la nave mayor. Gran importancia adquiere el triforio, galería que corre sobre las naves laterales, con espléndidos ventanales abiertos hacia la nave central. La fachada, con tantas puertas abocinadas como naves tien'e el templo, revela la estructura interior. Un gran arco central c o rresponde a la arcada de la nave mayor y debajo de él se abre un inmenso rosetón. Las torres altas, maravillosamente labradas, adornadas de rasgados ventanales, con finos parteluces, tímpanos calados y gabletes, estatuas, doseletes y pináculos, espiritualizan toda la inmensa fábrica y levantan el corazón del que las contempla. 3. Monumentos más importantes.—La primera obra maestra del naciente estilo gótico es la iglesia abacial de SaintDenys, de París, obra del poderoso abad Sugerio, consagrada en 1144. La arquitectura cisterciense pasa a Italia y edifica las abadías de Fossanova, Casamari, Chiaravalle; entra en España y levanta las de Poblet, Veruela, La Oliva, Irache, Santa M a ría de Huerta, Las Huelgas de Burgos, Moreruela, y en Portu1gal el claustro de Alcobaca. Se ha dicho que los cistercienses son "los misioneros del gótico", como los cluniacenses lo fueron del románico. La edad áurea del arte ojival se inicia con Nuestra Señora de París, empezada en 1163 por iniciativa del obispo Mauricio de Sully y terminada en 1257. Sigue la catedral de Soissons, consagrada en 1212. Quemada por un incendio la primitiva de Chartres en 1194, se reconstruye magníficamente en 1194-1260. La de Reims (1211-1300) y la de Amiéns (1215-1288) son de las más armoniosas y perfectas construcciones de Francia. La última, tipo acabado del arte gótico, influye en la de Colonia y eñ la de.León. La de Bourges (1172) se inspira más bien en la de París. Bellísima es la de Beauvais, y aunque de más reducidas dimensiones, la Santa Capilla, de una sola nave, construida por San Luis en 1240-1248. Entre los monumentos ojivales ingleses, que se caracterizan pqr tener frecuentemente planta de cruz arzobispal, o de dos cruceros (más corto el del fondo que el otro), con tres naves muy alargadas y profundo presbiterio plano, sin ábsides, descuella la catedral de Canterbury, empezada en 1175 por un arquitecto de Sens, y no menos la de Westminster (1245-1200), la de York (1191ss), Salisbury (1220-1258), Lincoln, etc. En los -Países Bajos sobresalen la célebre iglesia de Santa Güdula, en Bruselas, empezada en 1220; la de San Salvador de Brujas, las catedrales de Tournai y Lltrecht. Los más hermosos monumentos de Escandinavia son las catedrales de Trondhjem y de Upsala. Gloria de la Germania medieval son la catedral de Tréveris {1227-1245)', con ábsides en los cuatro brazos de la planta - la de Colonia, comentada en 1248; la de Ratisbona,
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en 1275; Santa Isabel de Marburg (1235-1283), San Esteban de Vi'ena (s. xm-xiv), Metz (1220) y otras posteriores. Italia, atenuando el verticalismo gótico con clásico horizontalismo, nos presenta monumentos de tanta hermosura como la iglesia de San Francisco, en Asís (1229-1236); la de San Francisco, de Bolonia (1236-1283); la iglesia franciscana de Santa Cruz en Florencia, con su gemela dominicana d'e Santa María Novella en la misma ciudad; las catedrales de Siena (1245-1284) y de Orvieto (1264ss)', armoniosas y deslumbrantes con el ' juego de sus mármoles blancos y negros; la de Florencia (empezada en 1296) y otras, que siguen en parte fieles a la tradición basilical antigua, sin bóvedas de crucería ni pilares en haces de columnas. La arquitectura gótica española se ajusta a los modelos de Francia, con gran sobriedad de elementos decorativos. Unas iglesias tienen giróla; otras, a la manera cisterciense, abren capillas en la nave del. crucero. Las catedrales de Tarragona (1174-1287) y Lérida (consagrada en 1218) son todavía del período de transición; la de León, empezada a mediados del sí glo xili, ofrece el estilo más puro y clásico entre todas las ojivales; es la más clara y luminosa, gracias a sus 730 vidrieras, que ocupan una extensión de 1.800 metros cuadrados. La de Burgos, empezada por San Fernando en 1221, consta de tres naves con giróla; las bellísimas torres son del siglo xrv; sus flechas caladas, como un encaje de piedra transparente a los rayos del sol, pertenecen al xv, y el lujosísimo cimborrio se restauró completamente en el xvi. La catedral de Toledo, que por su grandiosidad y por la pureza de sus líneas debe figurar entre los más sublimes ejemplares del gótico europeo, fué comenzada por 'el arquitecto Petrus Petri, en presencia del arzobispo Jiménez de Rada y del rey San Fernando; no se terminó hasta el siglo xv; es de plantasalón con doble giróla. En la región catalano-aragonesa no florece plenamente el gótico hasta la centuria xiv. La catedral de Barcelona se inicia 'en 1298; todas las demás catedrales, salvo las nombradas de Tarragona y Lérida, son posteriores. La de Palma de Mallorca, con tres ábsides rectangulares, se empieza en el siglo xm, mas no se acaba hasta el xvi 4 . en sus empresas monumentales 0, según F o " u o e " ; u i r a floreciendo época la particularidad del f W - ^ f ^ ^ d f admitir en sus h u t a el siglo xvr No se desdeñod 1^ J ^ ^ j a r e s , moros somesantuarios la técnica y la labor « 55 11 ™ A ¿ g ó n y Andalucía .tidos a los reyes cristianos. En & g - t e ^ r f o r a d o s de ajisurgen graciosos campaniles, como ^ " " ^ 7 , *:,„«, conventos v mefes, y multitud de iglesias .capillas^ V " , ^ otros edificios, que se caracterizanjpoi•«« mur adornados vestidos d«? azulejos y otra cerámica ewiwii-ttu ,
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E n conclusión, siendo los pilares góticos mucho más esbeltos qu'e los románicos, los arcos más airosos, las naves de los templos más capaces, la iluminación más clara, el ornato más profuso, las estatuas más animadas, la pintura más humana y viva, y hasta la piedra más ingrávida, más- aérea, más celes-» tial, se comprende que una nueva espiritualidad ha puesto en acción las fuerzas creadoras del hombíe europeo. 4. La escultura gótica»—En las iglesias ojivales la decoración sigue en los comienzos las mismas normas del arte románico: servir de complemento y realce a la arquitectura, sin cortar ni alterar las líneas constructivas. Poco a poco la ornamentación plástica va ganando importancia, aunque sitempre como parte integrante del todo, y acentuando su carácter instructivo y simbólico, como complemento ilustrativo de la predicación ordinaria. U n hálito de vida viene a animar la antigua rigidez de los miembros; un ligero movimiento se insinúa en los plegados del vestido, y la luz de una suave sonrisa ilumina el semblante de las esculturas góticas. Se ve la tendencia a copiar del natural, a dar vida y expresión psicológica, aunque todavía el dibujo anatómico sfea deficiente. N o sin razón se ha hablado de un humanismo gótico. Lo ponen de manifiesto la belleza formal y la noble severidad de esos cristos de majestad; esas vírgenes amables y sonrientes; esos santos y ángeles, tranquilos y gozosos en su inmortalidad; e&e realismo idealista que baña las figuras, humanizándolas y .espiritualizándolas. Es de notar qufc el gótico evita de ordinario lo monstruoso, en que se complacía el románico; lo reserva, al menos durante el siglo xni, a las gárgolas. Figuras cómicas, ridiculas y realistas sí las hay eru esa centuria, mas n o obscenasi. Lo caricaturesco, satírico y fantástico se acentuará dfesde el siglo xiv. La iconografía terrible del Apocalipsis, tan amada del románico, ahora casi desaparece. Fauna y flora suelen ser las del país. - • "La iconografía del siglo xin renuncia a las visiones, a la epopeya, a lo oritental y a los monstruos. E s evangélica, humana, occidental y natural. Hace descender a Cristo casi al nivel de los fieles, erguido, pisando con el pie desnudo el áspid y el basilisco, en medio dte los apóstoles, que parecen apartarse para hacerle sitio y para dejárnoslo ver mejor, levantando, grave y dulce, la mano, como un maestro que enseña, benévolo como un padre joven. Cierto que en las alturas del tímpano aparece siempre sentado, presidiendo el despertar de los muerde flores, lazos y polígonos, o de escrituras enigmáticas; labores o r n a m e n t a l e s en yeso, llamadas de ataurique; arcos de ojiva túmida o de h e r r a d u r a y polilobulados; techos y artesonados de caprichoso alfarje.
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tos y las sanciones eternas, mas aun entonces sigue siendo el Cristo de los Evangelios y conserva su dulzura de humanidad. Ella ilumina plenamente la escena de la coronación, que junta tiernamente a la Madre con tí Hijo" s . De pie, como Luz del mundo y Maestro universal, suele representarse el Salvador en los parteluces de las puertas. Ninguno más bello qufe el "Buen Dios" de Amiéns, dulce y majestuoso, de ojos luminosamente -abiertos, nariz de perfil casi helénico, cabellera sedosa y barba corta y suave, con un libro len la mano izquierda y una bendición en la derecha. M á s grave, como más antiguo, es el Cristo de majestad, que en medio de los cuatro evangelistas ocupa el tímpano central de la fachada occidental de Chartres. La imagen de Nuestra Señora se torna, hacia 1280, más tierna, más femenina, delicada y maternal, al mismo tiempo> que tiende a separarse del encuadre monumental, para hacerse portátil y salir a las encrucijadas d e los caminos o a ocupar un nicho en la esquina de una calle. Con una mano sostiene al Niño y en la otra lleva un cetro o una flor. La Virgen dorada, de uno de los parteluces dfe Amiéns, sirvió de modelo a otras muchas. Bellísima composición mariana nos ofrece un tímpano de Nuestra Señora de París, que representa en la zona inferior el Arca de la Alianza fentre reyes y profetas; en la zona media, la dormición o tránsito de María, y en la superior su coronación en los cielos. Las figuras d e la portada d e Reims (Anunciación, Visitación y la Virgen esbelta y delgada del parteluz) son de una elegancia clásica. A ésas dfeben añadirse las estatuas de San Martín y de San Teodoro, vestido de cruzado, con escudo y lanza, en Chartres; San Fermín, con ornamentos episcopales, en Amiéns; los apóstoles, en la fachada de Rfeims. Semejante es la escultura gótica inglesa. Allí las fachadas de las catedrales abundan menos en estatuas, y cuando las presentan suelen ser en nichos superpuestos; los relieves son frecuentes no en los tímpanos, sino en las enjutas de las arcadas interiores, en los triforios y ventanas. La escuela alemana, que desde los albores del siglo xi disponía de talleres propios para forjar el bronce y tallar la piedra, manifiesta ahora la perfección de su técnica en la pila bautismal de Hildesheim, en los apóstoles apareados de la catedral de Bamberga y en otras estatuas de Münster, Estrasburgo, Magdeburgo, etc. En España se nos presenta el Pórtico de la gloria como la entrada deslumbrante del arte gótico, con las figuras sobrehumanas de Cristo, de los apóstoles y profetas, que en otro capítulo de éste libro quedan descritas. Al tratar del arte románico hemos mencionado también la portada occidental de B
thique
H . FOOILLON, L'art d'Oocident. (París 1938) p. 212.
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age romain
et go-
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San Vicente de Avila, que en el siglo xil se ilumina ya con la aurora del nuevo estilo. Estos bloques monumentales, tan misteriosamente dramáticos—dice Focillón—, parecen los contemporáneos de la Biblia, y se adelanta casi una generación a los precursores de la postada de Chartres. El acento hispánico—insiste el mismo a u t o r ^ e s más categórico y quizá más resistente en escultura que en arquitectura, por lo menos al comienzo del período gótico. ' „ Entre mil obras ma'estras, recordemos en la catedral de Burgos la portada del Sarmental, que rivaliza con la de París por la majestad y belleza de los apóstoles, sentados bajo la imagen de un Cristo apocalíptico; la portada opuesta, de la C o ronería, con los apóstoles en pie, la escena del juicio final, y entre los elegidos San Fernando, a quien se dirigen con un pliego en las manos Santo Domingo y San Francisco; la más fina puerta del claustro, y dentro, las estatuas de Alfonso el Sabio y de su esposa Violante de Aragón; ésta, sobre todo, de una expresión personalísima. La triple portada de la catedral de León trae al pensamiento la de Chartres, con los misterios de la vida de Cristo y de la Virgen, la gloria del Salvador en el juicio universal, y con la bellísima estatua de Nuestra Señora la Blanca, sonriente, teniendo al Niño en el brazo izquierdo, y policromada en el entrepaño central, bajo un doselete. D e admirable realismo son las escenas d'e la puerta del Juicio en la colegiata de Tudela: los pecadores reprobos a un lado, los justos y bienaventurados al otro. E n la talla del crucifijo se advierte dondequiera en el siglo xm una innovación; ya no aparece Cristo triunfante o Rey en la cruz, como en un trono, sino que con un realismo creciente se nos presenta al Varón de dolores, el Cristo paciente, con corona de espinas y con los dos pies taladrados por un solo clavo, lo cual por una parte parece dar a la imagen mayor unidad, y por otra más intensidad y dramatismo. Hacia 1239 protestaba contra esta costumbre don Lucas de Túy, diciendo qu'e era invención maniquea para ir contra la tradición y aminorar la reverencia que se debe a Cristo crucificado 6 , pero la costumbre se impuso, porque correspondía a la piedad más humana y menos mayestática de aquella época. La iconografía gótica de Italia triunfa principalmente en la labra de pulpitos, cuajados de figuras variadísimas y admirables por su expresión. Baste citar a Nicolás Pisano (1220-1280?) y a su hijo Juan, que son los precursores del gran Renacimiento italiano. 0 LUCAS TUDENSIS, De altera vita fideique controversiis adr versus Albigenses 1. 2, c. 9, en "Máxima Bibliotheca vet. Patrum" (Lyón 1677) t. 25, 222. Sobre el origen de este arte más patético, cf. r_i. BRÍJHIERJ L'art chrétien. Son développeinent iconograpMque (París 1928) p. 335.
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5. Pintura mural y translúcida»—La decoración pictórica no resulta muy favorecida en la arquitectura ojival, porque los frecuentes y grandes ventanales, rosetones, etc., no dejan amplios macizos o superficies planas en donde se despliegue la pintura. Esta tiende a desmenuzarse en cuadros, naciéndose más fragmentaria que en las iglesias románicas, e independizan-' dose de la arquitectura. Andando el tiempo, llegará en el s i ' glo xv a olvidarse de su fin decorativo y hacerse admirar por' su propio valor. A diferencia de la pintura románica, que era convencional, fantástica o geométrica, la de los tiempos góticos se inspira más en la naturaleza, es más realista y humana. Los colores preferidos son el rojo y el azul para el fondo, sobre el cual destacan las Vestiduras de las imágenes en verde, amarillo, violeta, púrpura; las bóvedas a veces, como en la Santa Capilla de París, se pintan de azul cobalto, con estrellas áureas y sus nervios también de oro. E n España perdura todavía en buena parte del siglo xm la pintura decorativa románica. N o debían d'e ser escasas las obras que se emprendían mediada aquella centuria, pues Alfonso el Sabio testifica que los obispos "Otrosí facen sobejanía... faciendo grandes gastos en labrar las iglesias, e en afeytarlas, e en trabajarse en facer las paredes dellas pintadas e fermosas" -7. La catedral vieja de Salamanca conserva en una de sus pared'es unas pinturas firmadas por Antón Sánchez de Segovia, el primer pintor español de nombre conocido, pues la fecha es de 1262. Sabemos que el pintor Alfón Esteban decoró, por encargo de la reina esposa de Sancho IV, la capúla de Santa Bárbara, de Burgos. D e fines del siglo xm o principios del xiv es la escena de la crucifixión en una tabla que posee la catedral de Pamplona. Italia, como más fiel a las iglesias de estructura basilical, en las que predominan los macizos, sigue la manera tradicional de las pinturas monumentales, pero en el siglo' xm abandona el hieratismo convencional y rígido del arte bizantino, demostrando un sentido más fino d'e la forma humana, y con la imitación de la naturaleza inicia el arte del Protorrenacimiento. Pedro Cavallini (1250-1330?) pinta el fresco del juicio final' en Santa Cecilia, de Roma, y mosaicos en Santa María in Trastevere; Duccio de Siena (1255-1319) adorna el retablo de la catedral sienesa con una Madonna en majestad, rodeada de ángeles y santos; Cimabué (1240-1304) funda la escuela florentina, y Giotto (1266-1337)' deja sus obras maestras en Santa Croce, de Florencia; en la Arena, de Padua, y en la basílica de San Francisco de Asís. Al reducirse los lienzos de pared en las iglesias góticas y .
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concederse ancho espacio a los ventanales, tenían que cobrar auge las vidrieras, que ya existían desde el siglo x, pero que los pintores góticos transformaron en "la más extraordinaria creación del arte de la Edad Media". Al principio no se pintaban los vidrios, sino que, uniendo piezas de diversos colores y formas con armadura de plomo, se componían figuras geométricas. E n el siglo XII se empiezan a pintar imágenes policromas en las piezas de vidrio, y desd'e el XII en adelante se desarrolla espléndidamente el arte á'z la vitraria. Los plomos oscuros sirven para dar energía a las formas y evitar que la irradiación de los cristales se mezcle en una confusa luminosidad multicolor. E s en Saint-Denys, de París, y en Chartres donde se forman las primeras escuelas, que difunden su arte a otros países. En un principio solían, poner escenas históricas repartidas en medallones circulares; después, en cada ojiva del ventanal se colocaba una figura bajo un doselete. S e fueron haciendo las vidrieras cada vez más grandes, las figuras más perfectas y los colores más vivos. El azul turquí, el rojo vivo, el violeta, el verde profundo, se abrillantaban más netamente con el contras t e de los plomos y esparcían por el templo, desde los anchos rosetones y desde los rasgados ventanal'es, una luz difuminada en rico juego de matices. "La abundancia de la vida, las diversidades de la vida humana, la riqueza de las historias se derraman en estas inmensas tapicerías solares, que incrustan en pleno cielo las Escrituras la leyenda dorada, la historia profana, la actividad de los oficios, sin romper la pureza del pensamiento arquitectónico... A un en los casos en que el violeta dominante llega a producir un efecto casi nocturno, tenemos siempre en esos frescos translúcidos una ofrenda a la luz" 6. 6. Simbolismo medieval*—Se ha dicho que la catedral gótica es una escala para subir de las criaturas a Dios. E n un hexámetro lo expresó el abad Sugerio al describir la iglesia de Saint-Denys, por él espléndidamente edificada: "Mens bebes ad verum per materialia surgit". El templo ojival es un poema armonioso y una oración petrificada en su ascensión a lo alto También puede decirse traducción en piedra de la Suma teológica, o mejor, según lo demostró E. Male, del Specutum maitís. de Vicente de Beauvais, enciclopedia natural, doctrinal, moral e historial del siglo XIII*. "En la Edad Media, el género humano no pensó nada importante que no lo escribiera en piedra así habló Víctor Hugo en su romántica novela Notre Dame de París1; y comenta el citado historiador del arte religioso: "Nos8 0
FOCIT.LON, L'art d'Occident p. 250. E. MALE, L'art reUgieux du XIII siécle p. 40-42 y aun tQ$o el volumen, Véase también t., JJP.ÉÍOTR, L'art ohrétien p. 300,
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otros hemos demostrado laboriosamente lo que el poeta había sentido con la intuición de su genio. Víctor Hugo dijo con verdad: la catedral es un libro. Donde mejor marcado quedó el carácter enciclopédico del arte de la Edad Media es en Chartres... Sus diez mil personajes pintados o "esculpidos forman un conjunto único en Europa". 1 0 . Si otras catedrales n o se han conservado *an perfectamente como ésta, n o por eso dejan de contener capítulos maravillosos de ese Speculum maius. Ejecutores de esos tratados teológicos, morales e históricos fueron los artistas, pero bajo la dirección iluminada del clero, porque los arquitectos, escultores, pintores y orfebrres no hicieron sino interpretar el pensamiento de la Iglesia. En aquel mundo de ideas simbolizadas, la catedral era una gráfica y viviente representación de la Iglesia militante, triunfante y purgante. Esta última hablaba a la imaginación y a los sentidos desde las tumbas de los muros y desde las losas sepulcrales del pavimento. La militante se agolpaba en las funciones religiosas y era todo el pueblo cristiano que allí recibía los sacramentos, asistía al santo sacrificio, escuchaba' la palabra de Dios y aprendía la doctrina cristiana en aquel catecismo plástico de las estatuas, pinturas, vidrieras. Finalmente, la Iglesia triunfante estaba representada en las imágenes de Cristo, de Nuestra Señora, de los ángeles y santos, que constituían todo un pueblo de seres sobrenaturales, al que se unía de. corazón el pueblo, que oraba en las naves: símbolo bien expresivo del dogma de la comunión de los santos. Hacia 1140 hace su aparición súbita en el arte el simbolismo. T o d o se simboliza y no hay cosa material que n o sea símbolo de otra espiritual. Sintetizando algunas bellas páginas de Emilio Male, e ilustrándolas con textos medievales, el P. Pourrat ha escrito sobre aquel simbolismo un capítulo que nos complacemos en extractar aquí: "La Edad Media compuso una verdadera Historia natural mística^', que explotaron los predicadores y los artistas que adornaron nuestras catedrales. Los minerales,' las plantas y los animales se presentan allí como símbolos de realidades cristianas... Entre los minerales son las piedras preciosas, por sus variados colores, las que mejor simbolizan las realidades sobrenaturales". Marbodo, obispo de Rennes (+ 1123), a continuación de su Líber de qemmis, explica el simbolismo místico 30 11
E. MALE, L'art reUgieux du XIII siécle p. 433. Una de las más célebres zoologías místicas es la que falspniente se atribuyó a HUGO DE SAN VICTOB, De bestüs et alUs rebus (ML ••177, 13-164). "Cui non placuerit (dice) simplicitaq picturae, placcát saltem moralitas geripturae" (1344),
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que él encuentra en las doce piedras preciosas que entran en la construcción del muro que cincunda la nueva Jerusalén 1 2 . E l jaspe de color verde significa la fe viva, vigorosa y llena de verdor. E l zafiro, color de cielo, tes la imagen de los cristianos, que piensan sin cesar en la celeste patria. Cada piedra es el símbolo de una virtud cristiana. Las plantas y sus frutos suministran también temas fáciles y abundantes a los autores místicos. Las rosas recuerdan, cuando son rojas, la sangre de los mártires, y cuando son blancas, la pureza de las vírgenes 18 . Honorio de Autún explica el simbolismo de la nuez en un sermón de la Purificación de Nuestra Señora... 1 4 . Las costumbres maravillosas y más o menos legendarias que los antiguos naturalistas atribuían a los animales, favorecían singularmente a las reflexiones morales. E n los Bestiarios, los animales d e la creación, reales o fabulosos, son otros tantos símbolos de las virtudes cristianas o d'e las verdades de la fe. E r a , en cierto modo, la enseñanza por la imagen, tan útil para los iliteratos... E l fiel que asistía a la misa en u n a catedral arrodillado junto a una columna, veía en la base d e ésta un reptil esculpido, que aplicaba una de sus orejas contra el suelo y se tapaba l a otra con la extremidad de la cola. E r a el áspid, emblema de l a prudencia. E l áspid es una especie d e víbora venenosísima que se da en las cavernas. P a r a matarlo es preciso encantarlo y así hacerle salir de su agujero. "Cuéntase—dice un Bestiario—que cuando el áspid empieza a oír al encantador que pretende con sus cantos sacarlo fuera, a fin de n o exponerse a salir, apoya una oreja en el suelo y se tapa l a otra con la extremidad de la cola. Así se hace insensible a los acentos mágicos y n o se entrega al encantador... Conviene imitar al áspid y cerrar los oídos a los cantos de las sirenas, es decir, a las solicitudes del placer y a los encantos engañadores de las pasiones, a fin de ser, según nos recomienda el Señor, prudentes como las serpientes" 15. Si de la base de las columnas alzaba el fiel sus ojos a las vidrieras, veía allí representada la leyenda simbólica del pájaro llamado caradius o charadrius. 13 Apoc. 21, 19-20. E l t r a t a d i t o d e Marbodo, en M L 171, 17711774, cuyas explicaciones místicas se r e p r o d u c e n en De bestiis et alus rébus I I I , 68. 18 PGTEUS DE MORA, cardenal y obispo de Capua, Rosa Alphabetica, e n "Spicilegium Solesmense" t. 3, 489; E . MALE, L'art religieux du XIII siéole p . 45. 14
HONORIO DB A U T Ú N , Speculum
Ecclesiae
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"Este pájaro es totalmente blanco—dice Honorio de Autún en su sermón de la Ascensión—y nos permite saber si los enfermos sanarán o no. Cuando lo aproximamos a u n enfermo, si éste h a de morir, el pájaro tuerce la cabeza; si h a de vivir, fija sobre él 'el caradius su mirada profunda, acerca el pico a su boca y absorbe el mal. Vuela largo por los aires, se expone a los rayos del sol y elimina p o r exudación la enfermedad que había absorbido. Y el enfermo, recobrada la salud, s'e alegra. El blanco caradius simboliza a Cristo, nacido de la- Virgen y enviado por su Padre al género humano, enfermo. E l Salvador apartó su rostro de los judíos, a quienes dejó en la muerte, y lo volvió hacia nosotros. E l nos arrebató a la mu'erte, portando nuestras enfermedades sobre l a cruz y sudando sangre. V o l ó luego con nuestra humanidad a lo más alto de los cielos, junto a su Padre, dándonos a nosotros la salud eterna" l e . N o lejos del caradius se veía otra vidriera representando una doncella montada sobre un animal. E r a la historia fabulosa del unicornio, propuesto como símbolo de la Encarnación. E l unicornio es un animal dotado de gran fuerza, que tiene un solo • cuerno, en medio d e la frente, y que es muy salvaje. Solamente una virgen puede apoderarse d e él. E n viendo a la doncella que le llama, el unicornio viene y se deja prender. D e igual modo, tan sólo la Virgen M a r í a h a podido traer al mundo al Hijo de Dios, que reposó en su seno, revistió la forma humana y se dejó prender p o r los hombres. Así, la ornamentación de las c a tedrales ofrecía a l a meditación del pueblo casi toda la zoología como ingeniosos símbolos d e las verdades d e la fe" w , 7. Miniaturas y esmaltes,—Si en los mosaicos y vidrieras, influyó primero el arte de la miniatura, después se invirtieron los términos. Conocido y a por los antiguos' pueblos orientales, especialmente por los egipcios, se cultivó bastante entre los bizantinos, de quienes lo aprendieron los monjes de Occidente. Esta pintura de los manuscritos tuvo su edad d e oro, paralelamente a la de las vidrieras, desde el siglo xm al xv. Y a hemos mencionado, al tratar de los escritos monacales, algunos de los más preciosos códices de los siglos x y xi. C o n la creación d e las Universidades les llegó un período de gran florecimiento. Todavía en la primera mitad del doscientos las figuras no son bastante armoniosas, por tener las cabezas demasiado grandes, pero en la segunda se hacen más proporcionadas y graciosas. Y a no aparecen las figuras en medallones, como las primitivas vidrieras, sino en diversos elementos arquitectónicos, con d o -
(ML 172, 850). ADÁN
DB SAN VÍCTOR, Sequentiae I I I , 45 (ML 196, 1433-34) expone el mismo simbolismo de la nuez. 15 De bestü.t et alus rebus I I , 30. E l m i s m o simbolismo, en u n s e r m ó n de Honorio de A u t ú n (ML 172, 914-15), Casi t a n t o como los Bestiarios influyó el Physiolog*uSj q u e explica l a s cualidades de 48 animales, p l a n t a s y p i e d r a s con s u s simbolismos. PAPX/Y-WIPSOWA, Realencyhlop.
c. 17.
v. X X , 1, 1074-1129.
El libro es todavía arquitectura, n o sólo por la disposición 18
HONORIO DB A U T Ú N , S p e c u l u m B c c l e s i a e : M L 172, 958. Cf.
bestiis
I I , 31. P . POURRAT, La spiritualité ( P a r í s 1921) p* 168-72. 11
chréUenne.
. I I . Le moyen
De
age
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de sus nobles márgenes, semejantes a jambas y dinteles de piedra blanca, por la regularidad de las columnas de texto, por la delicada red de letra menuda, engastando colores brillantes, como los plomos de las vidrieras, sobre un fondo de o r o viejo bruñido, sino porque la miniatura mismaj igual que los cofres de orfebrería y los muebles, es una composición de arquitecto por las columnitas y las arcaturas que la encuadran; pertenece al estilo monumental gótico por sus fondos sembrados de florecillas, sin perspectivas, y por su misma gama, ten que dominan los azules y los rojos, como en las vidrieras" 1S . Donde los miniaturistas hacían mayor alarde de fantasía y arte era en los títulos y en las letras iniciales de los capítulos. Biblias iluminadas con profusión de imágenes y ornamentación existen en n o pocas bibliotecas {Salamanca, Colombina de Sevilla, Madrid, etc.); p'ero las de mayor valor en la historia del arte son las Biblias moralizadas o historiadas, que son breves extractos del texto sagrado, acompañados de multitud de miniaturas. D e una redacción del siglo xm se conservan tres partes dispersas: la primera está en la Biblioteca Bodleyana, de Oxford, y consta de 1.780 ouadritos o medallones, preciosamente iluminados en 220 hojas; la segunda, en la Biblioteca N a cional de París y contiene 1.800 pinturas e n 22 hojas; la tercera, en el Museo Británico, adornada con 1.424 cuadros miniados en 178 hojas aB. O t r a Biblia semejante se conserva en Viena, con 1.964 medallones historiados. Al mismo género pertenece la Biblia paupentm, o Biblia en imágen'es, que presenta los principales episodios del Nuevo Testamento, flanqueados a derecha e izquierda por escenas del Antiguo, de forma que resalte la armonía entre ambos. Encima y debajo figuran los profetas que anunciaron a Cristo. Al pie van las aclaraciones, a veces en hexámetros leoninos. Son millares los manuscritos miniados que se guardan en las bibliotecas. Entre los más hermosos se cuentan el Salterio, de San Luis y de Blanca de Castilla; el de Felipe el Hermoso, iluminado por el maestro Hjonoré en 1296; la Biblia que para Alfonso X decoró Pedro de Pamplona; las Cantigas, del Rey Sabio, y los Juegos diversos de axedrez, de dados y tablas, del mismo monarca; el Li'&ro de los usatges, iluminado por Ferrer Bassa para Jaime II de Aragón, etc. El arte sacro se enriqu'eció prodigiosamente con las obras de esmaltería. E s el esmalte un barniz vitreo que diversamente coloreado y fundido se aplica a los metales, a la porcelana y a otras substancias, realzando su valor y hermosura. Los más 18 19
H. FOCILLON, L'art d'Occident p. 266; A. DE LABORDB, Les manuscrits á peintures de La Gité de Dieu de saint Augustin (3 vols., París 1909); La Bible moralisée conservée
á, Oxford
(5 vols., P a r í s 1911-1925).
C. 17.
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afamados esmaltes eran los de Limoges, aunque con casi igual perfección se elaboraban en Colonia, Aquisgrán, Maesmcivt y en casi todos los países. Podríamos citar el frontal del altar, procedente de Silos, hoy en Burgos; la Virgen de la Vega, de bronce y plata sobredorada, en Salamanca; la arqueta de cobre de la catedral de Huesca (románica, aunque del siglo xm)' y otros mil esmaltes de cruces, báculos, coronas, cálkfes, candelabros, relicarios, que se custodian .en los museos y en los teso>ros de las catedrales. U n a maravilla de riqueza y esplendor era, s'egún parece, el grandioso crucifijo que el influyente abad Sugero, consejero y ministro de Luis VI y de Luis V i l , hizo colocar sobre el sepulcro de San Dionisio en su abadía parisiense. La cruz, deslumbrante de pedrería, media siete metros de alta. Clavado en ella se mostraba el cuerpo d e Cristo, todo de oro, cuyas llagas eran rubtes. Apoyábase la cruz en un alto pilar cuadrado, guarnecido en sus cuatro lados con numerosos y finísimos esmaltes, que representaban la vida de Nuestro Señor, ilustrada con escenas y figuras del Antiguo Testamento alusivas a Cristo. E n la base, los cuatro evangelistas "escribían la historia de la Pasión, mientras arriba cuatro misteriosos! personajes contemplaban la muerte del Salvador 2 0 . N o puede darse expresión plástica más adecuada del ideal religioso de la Edad Media, ni mejor símbolo del corazón apasionado y generoso de aquellos hombres, a quienes el solo nombre de Jesús y de su cruz les infundía fuerza y entusiasmos para las renunciaciones más heroicas y para las más altas empresas. * SUGERIUS_, Líber ML 186, 1231s.
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ÍNDICE DE PERSONAS, LUGARES Y COSAS MAS NOTABLES
é mx
A
baga o Abaka 028. 637. 643. 654. Abba-oomites 282. Abbasidas, dinastía á r a b e 198. Abbón de Fléury 980. Abb.reviatores 754. Abdelaziz, caudillo árabe 196. Abdelaziz, filósofo 917. Abd-el-Malek 126. Abd-el Melek, m i n i s t r o de H i x e m 228. Abd»rriab.mán I d e Córdoba 104. 198. A b d e r r a h m á n I I 198. 200. A b d e r r a h m á n I I I 202. Abdul-Aziz 601. • Abelardo 307. 915. 926. 939-940. 941. Abentofail 940,. Abruzos 72. Absolutismo 083-684. Abillliassan Yebuda 887. Accursio, v. Francisco. Adalardo, S. 111. Adalberón, arzobispo de Wollin 62. Adalberto, hereje 48. Adalberto, marqués de Toscana 139. Adalberto, hijo de Alberico 143. Adalberto de P r a g a . S. 59. 61. 63. 160. Adalberto, obispo de Wollin 62'. Adalgado de Brema, S. 154. Adalgis, duque de Benevento 126. Adalinde, concubina de Carlomagno 88. Adán de Brema 322. Adán de San Víctor 965. Adela de Blois 413. Adelaida, Sta. 144. 153. Adelaida de Saboya 372. Adelardo de B a t h 931. Ademaro de Monteil 404. 4 4 1 . 444. 445. Adolfo de Nassau 711. Adón de Vienne 319. Adopcionismo 224-229. Adosinda, reina y monja 226. Adrevaldo, monje y escritor 240. Adriano I, papa 70. 7 1 . 82-84. 223 22G-22-7. Adriano I I 57. 60. 124-126. 252. Adriano I I I 130. Adriano IV 523-531. Adriano V 640. Advooatia Ecclesiae 100.
Agapito I I , papa 141. Aghalabitas de Túnez 115. Agilulfo, príncipe longobardo 76. Agnellus, franciscano 65. Agobardo 112. 316. Agustín, S., su Regla 7 9 1 . Agüstmismo político 3,77. 728-,729. Agustinivimo rígido, v. Gotescalco. Agustinismo tradicional 937-942. Agustinos (ErmitaEos de San Agustín) 831-832. Aimerico Picaud 500-502. Alarcos, batalla de los 478. Álava 205. Albano 1,74. Albelda, monasterio 205. 305. 329. Alberico, S. 768. Alberico de Bspoleto 139. Alberico el Joven 140-141. 285. Alberico de Túsculo 165. Alberto I, emperador 650. 711. Alberto de Livonia o de Riga, «4. 844. Alberto Magno, S. 834. 951-953. Alberto el Oso 6». Albigenses 571. 869-877. Albino y Rufino 489. Alboin, caudillo sajón 5 1 . Alcántara, Orden militar 846. Alcobaca, monasterio 775. Alcuino 90. 228. 300. 3 0 1 . 306. 313. Alejandría de I t a l i a 537. Alejandro I I , p a p a 17,4. 175. 358. 434. Alejandro I I I 274. 47,7. 531-542. Alejandro IV 618-620. 831. Alejandro de Hales 834. 942-943. Alejo, p a t r i a r c a de Constantlnopla 259. Alejo I Comneno1 402. 438. 446. Alejo I I I , Angelo 564. Alejo IV 566. Alejo V 566. Alfano de Montecasino 325. 375. 401. Alfarabi 916. Alferio (Alfieri), S. 295. Alfonso I el Católico 203. 204. Alfonso I I el Casto 105. 203. 204. 494. 600. Alfonso I I I el Grande 203. 204. 208. 495. 500. Aironso VI 206. 208. 289. 395. 474. 488. Alfonso VII el Emperador 477. 7,74.
105¿
ÍNDICE DE PERSONAS,,, LUGARES Y COSAS
Alfonso VIII de Castilla 478-480. 7&& 832 Alfonso I X de León 55,7. 833. Alfonso X el Sabio 619. «28. 631. 633. 638. 1012. Alfonso 1 el Batallador 476. 842. Alfonso I I I de Aragón 6/78. Alfonso IV de Aragón 649. Alfonso I Henríquez, primer rey de Portugal 462'. 47.7. 848. 1010. Alfonso I I d e Portugal 848. Alfonso I I I de Portugal 642. Alfonso de Saint-Gilíes, conde de 'Xoulouse 458, Alfredo el Grande 301. 310. Algazel 916. Alhacam o Alhakein, emir cordobés 198. Alhabem. califa de Egipto 432. Alienor, r e i n a de Francia 458. Aljama judia 888. Aljubarrota 848. Allodium 178. 185. Almanzor 206. Almohades 477. 4,78. Almogávares 647. Almorávides 473. Alpetragio 917. 9 4 1 . Altmann, obispo de Passau ,362. Alvaro de Córdoba 201. JCT0. 327. Alvastra ,774. Alvernia (La Verna) 821. Alzar, v. Elevación. Al-¡Zahir, califa de Egipto 432. Amadeo I I I de Saboya 460. Amado de Oleron, legado pontificio 363. 364. Amalario, diácono de Metz 240. ,318. Amalfi 126. 174. 446. 922. Amalrico I, rey de Jerusalén 462. Amalrico I I 470. Amando, S. 42. 56. Amaury de Cliartres o de Béne 859. 9 4 1 . Amoeneburgo, monasterio 45. Ana Conrneno 446. 447. Anacleto I I 508-512'. Anagni .738-740. Anastasio I I I , p a p a 139. Anastasio IV 523. Anastasio, p a t r i a r c a bizantino 216. 2X7. Anastasio el Bibliotecario 117,. 120. '124. 323. A n a t e m a s ' 3 6 9 - 3 7 1 . 4 2 1 ; v. Excomunión. Anaziz, rey de Mauritania 398, Ancona 535. Andrés I de Hungría 62. Andrés I I 594. Andrés Cretense. S. 218. Andrés de Longjumeau 653. Andrés de Vallombrosa, Bto. 355. Andrónico I I Paleólogo 640. Ángel Clareno 669. Angela de Foligno, Bta.| 970. Angers, universidad 921. Angilberto, S. 223. 279. Angilraino de Metz 106. Angiltrude, emperatriz 134. Annón de Colonia, &. 174. 293.
Anónimo de Córdoba 196. 326. Anónimo de York 412. Anscario, S. 53-55. Anselmo, S. 407. 408. 4:12-413. 938-939. Anselmo de llueca 9 9 1 ; v. Alejandro I I . Antagonismo Roma-Bizancio 7<5-,77. Antioquía 4X7. 449-450. 454./'627. Antonio Andrés 949. Antonio de Padua. S., 968-960. Alio mil 155-157." Apostólicos, herejes 880. Apocalipsis, comentado por Beato 305. 329. 343. Apuleyo 24. Aquisgrán 109. 110. 112. 114. 281. Aquitania 194. Arabismo 29. Aragón 410. Arcedianos o archidiáconos 107. 263. 758. ' Arciprestazgos 263. Arcipreste 758. Arelas, arzobispo de Cesárea 334. Argéntea, virgen y m á r t i r 202. Argimiro, monje, S. 201. Argun 654. Axialdo, S. 175. Aristóteles 914. 916. 929. 936. Aristotelismo 936. 941. 950. Armagh 268. Armenia 559; v. Cilicia. Armenios, monofisitas 856-858. Armentia 205. Arnaldo Amaury, legado apostólico 576. Arnaldo de Brescia 517-520. 524525, Arnaldo de Villanova 640. 712-715. Amoldo de Cambio 741. 745. Arnoul, arzobispo de Reims 157. Arnulfo de Carimtia 112. 130. 133. 134. Arnulfo de Jerusalén 841. A r t e románico 335-447. A r t e gótico 1034-1049. Arzobispos 106. 262. Ascalón, batalla da; 454. Ascárico o Ascario, obispo 225. Astolfo, rey longobardo 79-81. Astorga 204. Atila 75. Atilano, S. 297. Atondo 180. A t t ó n de Vercelli 324. Attón, arzobispo de Vich 152. 157. 206. 331. Áurea, virgen y m á r t i r de Córdoba 201. Austrasia 47. A u s t r i a 151. Autmaro, monje 54. Auto de fe 909-910. Auxilius, presbítero 137. Avaros 47. 56. Ave María 1012. Avempace 9 4 1 . Averroes 916. 917, 918. 941. Averroísmo 9 4 1 . 950-951. Aversa 169. Avicebrón o Abencebrol 887.
ÍNDÍCE DE PERSONAS, LUGARES Y COSAS Avicena 916. 917. 9 4 1 . Avila 342. 344. Avia, Orden militar 848. Aymaro, abad de Cluny 285. Ayunos 271-272. 1005. Azón, j u r i s t a 997.
1
B a g d a d 198. 437. Bailía 841. Baldo de Ubaldis 997. Balduino de Plandes 445. 449 ; rej» de Jerusalén 455. Balduino I I 455. 842. Balduino I I I 456. 462. Balduino IV 463. Balduino V 463. Balduino I, emperador de Romanía 568. 569. Balduino I I 605. 622. 626. 629. 635. Baleares 476. Bamberg 162. 163. Bangor, monasterio 4 1 . 301. Barbastro 176. 434. 475. Barcelona 105. 410. B a r d a s 245. Bari 126. 402. Bartolo de Sassoferrato 997. B ELSÍl 68. 40 Basilio I el Macedón 124. 126. 251. Basilio I I 289. Basilio Eseamandreno, p a t r i a r c a de Constantinopla 257. Baviera 40. 47. Bayané de F r i g i a (Eudocia, emperatriz de Bizancio) 256. Beato de Liébana, S. 226. 305. 308, 329. 3 4 3 ; v. Apocalipsis. Beatriz de Suabia, esposa de San, F e r n a n d o 619. Beatriz, duquesa de Toscana 359. Bec, abadía y escuela 325. Beda el Venerable, S. 309. » Begardos 882-884. Beguinas 882-884. Behetría 189. Beirut 430. Bela I, rey de Hungría 6 1 . Bela I I I 558. Bela IV 634. Benedicto I I I , p a p a 117. Benedicto IV 136. Benedicto V 150. Benedicto VI 152. Benedicto VII 153. Benedicto V I I I 163. Benedicto I X 365. 166. 357. Beendicto X 172. Benedicto X I 739. Benedicto de Polonia 653. Beneficencia y caridad cristiana 192-193. 1019-1023; del Romano Pontífice 7 4 ; de los monasterios 1020; de los obispos y de los gremios 1021-1023. Benefioium 198. Benevento 77. 115. 26. Benilde, Sta. 200. Benito, S. 277. Benito de Aniano, S. 280-281. Benjamín de Tudela 888.
1053
Berengario, marqués de F n u l 1^0. 133.' 136. 140. , Berengario, marqués de I v r e a i*»Berem'.axio rte Tours 240-244. Berenguela 557. Bereuguer R a m ó n I I 448. 475, v. Bermudo' el Diácono, rey asturiano 226. Bernardas, monjas 775-776. Bernardo de Alcira, S. 77o. Bernardo Calvo, S. 775. Bernardo de Clara val, S. 458-4.y9. 509-512. 515. 517-519. 5 2 2 , su espiritualidad 768-771. Bernardo de Compostela, canonista 993. Bernardo Gui 904. Bernardo de Hildesheim 159. Bernardo de Marsella, legado pontificio 373. _.. Bernardo de Menthon, S. l » a - < i r a Bernardo de Morlaix 1011. Bernardo Saisset 716. Bernardo de Septimama 111. Bernardo, monje espafíoi b~. Bernardo, arzobispo de Toledo 403. 4-RR 490 Bernon, abad de Gigny y de Ciuny 283. 284. Berta, reiua 406. Bertoldo, S., 828. Bertoldo de Ratisbona 97U. Bertondo de Carintia 3T1., Bertrada de Montfort 406. Besancon 527. ,..., Bestiarios medievales 104b. Bettinelli, Javier 348. Bibars, sultán de E g i p t o . 6 2 7 . 650. Biblia paAipewm 1017. 1U4S. Bibliotecas y escritorios 30¿. OVÓ. Bierzo 297. Biondo Flavio 24. Biorn, rey 54., B i r k a 54. „_ - . , . o t ; o . Bizancio 76. 84. 88. 115. 214. 258 , v. Con,«tantinopla. s Blanca de Castilla 615. 617. 87a. Blanquerna, palacio 5 6 5 ; novela Bobbio, monasterio 4 1 . 159. 3 0 1 . Boecio 27. 302. 914. 915. Bogomilos, herejes 870. ,, , Bogoris o Boris, caudillo búlgaro 59. 60. 128. 247-248. Bohemia 58-59. 381. . _ Bohemundo de Altavilla o de l a rento 446. 450. 455. Bohemundo VI de Antioquia 626. Boleslao de Bohemia 5 9 . Boleslao I de Polonia 59. «A Boleslao I I 381. 425. Boleslao I I I 62. _ Bolonia, universidad "d¿¿-v¿v. Bolsena 1008. Bonfiglio Bonaldi, S.. °*¡>Bonfilio (Bofill), obispo de GeroB S S & ,
S.
27/44-50.
79.
Bonifacio IV, papa Boniíacio VI 134. Bonifacio VII, a n t i p a p a 153.
1054
ÍNDICE DE PERSONAS, LUGARES Y COSAS
Bonifacio V I I I 3 1 . 662. 670-746; sus ideas político-eclesiásticas 723. 724. Bonifacio de Monferrato 562-568. Bonizón de Sutri 991. Boras, v. Bogoris. Borziwoi, duque de Bohemia 58. Borren, conde 152. 206. Boson, rey de Arles 127. Boson, cardenal legado 476. Bouvines, batalla de 553. B r a c a 2 0 4 ; provincia eclesiástica 20*4. 485. Brandeinburgo 62. 03. Brema 63. 54. 55. Breslau 59. B r e t a ñ a francesa 381. Breviario 269. Breviarium Hipponense 986. Britinianos 831, 832. Brixen 374. Brujas, ciudad 883. Brunequilda, o Brunilda 41. Bruno, S., fundador de los cartujos 782-783. Bruno de Colonia, S. 144. 151. 154. Bruno de Olmutz 632. Bruno de iQuerfurt, S-. 60. 64. Bruno de Toul, v. León IX. Buenaventura, S. 637. 834. 836. 943-947; el Doctor Seráfico 966968. Bugía 66. Bulgaria 59-60. 247-248. 559. Búlgaro, j u r i s t a 997. liullatores. Burcardo de 'Worms 322. 990-991. Burcardo, obispo d e Wurzburgo 46. Burckhardt, J . 27. Burdeos 648. Burdino, v. Mauricio. Burgos 205. 486 ; su catedral 1039. 1042. Burguesía 183: 796. Bussi, J . A. 24. KA aballería, Orden o profesión 851-856. Caballero cristiano, ideal 855. Cabildos 263. 757. Cáceres 480. 847. Cadaloo (Honorio I I , antipapa) 174. 391. Cafarnaitismo 239. Calabria 72. 141. Calahorra 205. Calatafiazor 206. Calatayud 202. Calatrava, Orden militar 844-846. Calendario litúrgico 272. Calixto I I 420-425. Calixto I I I , a n t i p a p a 537. Camaldulense, Orden 291-292. Cámara apostólica 754. Cambridge, universidad 921, 931. Camino francés o de Santiago 494. 500-501. Campanas 269. Campania 72. 77. Cancelario' o canciller 754. Canónigas 265.
Canónigos capitulares y domicela res 264. 265. 7 5 8 ; regulares de San Agustín 791-794; Lateranen ses 792. Canonización de los santos 154. Canossa 371-379. Canterbury 541. Canto gregoriano 108. 117. Cántico del hermano Sol 822-823 Canuto I el Grande 55. 165. Canuto I I el Santo 55. Canuto VI 555. 799. Capitulares de Carlomagno 108 222. Carcassona 194. Cardenales (diáconos, presbítero: obispos), origen e influencia 173 1-74; autoridad 752-753. Cardenales de Compostela 4 9 1 . Cárdena, monasterio 297. Carintia 56. Carlomagno 51. 82-110. 300. 311 312. 535. Carlomán, hijo de Carlos Martí 1 47. 48. 49.» Carlomán, hijo de Pipino el Bre ve 80. Carlos el Calvo 111. 112. 125. 127 233. Carlos el Gordo 112. 127. 130. Carlos el Simple 112. Carlos I de Anjou 616. 622. 623 625. 628. 630. > 635. 646-648. Carlos I I de Anjou 648. 649. 658. 676. Carlos Martel 43. 44. 47. 4 8 . 7í 194. Carlos, rey de Provenza 236. Carlos de Valois 648. 678. 679. 710 Carmelitas 827-831. Carrión 298. 487. 507. Carta caída del cielo 48. Cartago 194. 630. Cartuja 783-785. Casia, poetisa bizantina 333. Casimiro, rey de Polonia 59. Casiodoro 306. Cataros, v. Albigenses. Catay (China) 655. Causas mayores 121. Celestino I I 506. 515. Celestino I I I 470. 664. Celestino IV 604. Celestino V (Pedro Morroño) 658 662. 672. Celestinos 765. Celibato eclesiástico 354-356. Cencío dei Crescenci 368. Cencío Savelli, v. Honorio I I I . Censos 751-755. Céntula, monasterio 279. Centralización eclesiástica 365. 795 Cerdeña 72 163. 380. 434. 601. Cesárea de Capadocia 437. Cesarlo, abad de Montserrat 206 Cesaropap'ismo bizantino 216. 2 5 8 ; de Carlomagno 109. 122, Cicerón 302. 914. Cid Campeador, v. Rodrigo Díaa. Cilicia (Armenia Menor) 467. Cimabué 1043. Ciño de P i s t o y a 997.
ÍNDICE DE PERSONAS, LUGARES Y COSAS
Cinriano. arcipreste cordobés 329. -i Cirilo, ¡1 56-58. I Cisma de Oriente 244-261. Cisma de Antidoto I I e Inocencio I I 500-513. Citeaux (Cistercium) 767-768. Ciudades 183. Cixila. arzob. de Toledo 326. Clara de Asís, Sta. 815. 817. Claraval (Clairvaux) 768-769. Clarendon 540. Clásicos de la Edad Media 34. 302. 322. 914 Claudio de Turín 224. 316. Clemente I I , papa 166 Clemente I I I 465. 664. 843. Clemente I I I , a n t i p a p a (Guiberto de Rayena) 375. 405. 406. Clemente I I I , papa 543. Clemente IV 623-626. Clemente V 657. Clementinas 995. Clerioi vagantes 914. Clérigos, su formación l i t e r a r i a 266. 9 1 3 ; sus costumbres 760., 10281029. Clermcnt 405. Clero secular y regular, discusiones 761-763. Clotario I I Cluniacense, a r t e 337-338. Oluniacensis ordo 287, Cluny 283-289. 293. 340. 404. 765 766. Codeas GaliatUius 424. 500-501. Códigos medievales 895. Cofradías, v. Gremios. Coímbra 204. ¡921. Colecciones canónicas 985-995. Colegios universitarios 925. 930. Collectio Diomjsiana 9 8 6 ; Hib'ernensís 9 8 6 ; Hispana -986-987; 'Pseudoisidoriana 987-989. Collectoros 755. Colonia 40. 48. Colonoia, Pedro y Jacobo 658. 694. 697. Colonna, Sciarra 31. 694. 698. 738740. Colonos, adscritos a la gleba 180. 181. Columba, virgen y m á r t i r de Córdoba 200. Columbano, S. 4 1 . 301. Comacchio 81. Comgall, monje 4 1 , Compiégne 112. Gümpüatio romana 993. Coníipostela 2 0 5 ; provincia eclesiástica 485. Comte, A. 23. Comunión frecuente 268. 1003 ; bajo las dos espDcies 269. 1003. Concilio cadavérico 134. Concilio I I de Nicea (VII ecuménico) 219. 222. Concilio I I I Constantinopolitano (VI ecuménico) 27. 210. Concilio IV Constantinopolitano (VIII ecuménico) 60. 128. 251. Concilio I Lateranense (IX ecuménico) 423-424.
1055
Concilio I I L a t e r a n e n s e (X ecuménico) 513. Concilio I I I Lateranense (XI ecuménico) 539. Concilio IV Lateranense (XIT ecuménico) 578-579. 584-587. Concilio I de Lyón ( X I I I ecuménico) 605-608. Concilio I I de Inyón (XIV ecuménico) 032-638. Concilio de Vienne 979. Conclave G3A-631. 637. 643. Concorezzo 870. 872. 876. Concubinas de Carlomagno 8 8 ; de . los clérigos 353-354. Confesión sacramental 2 7 1 . 1002. Conón de Preneste, legado pontificio 417. 419, 420. Conrado I I , emperador 165. Conrado I I I 182. 458. 460. 481. 520. Conrado IV 612-613. Conradino 613. 625-626. Conrado de Constanza 154. Conrado de Wittelsbach, arzob. de Maguncia 470. 534. Conrado de Marburg 901. Conrado de Massovia 64. 844. Conrado de Monferrato 468. Consolamentum 874-875. Constancia, v. Constanza. Constancio I I , emperador 76, Constantino, emperador 66-67. Constantino I , p a p a 77. Constantino V Copr'ónimo 80. 217. Constantino VI, emperador 103. 220. Constantino V I I Porfirogénito 84. 256. Constantino I X Monómaeo 259. Constantino Africano 922. Constantinopla 30. 3 1 . 446. 565569; v. Bizanrio. Constanza de Altavilla 542. 548. Constanza 41, 542. Constanza de Aragón 596. 622. 679. Constanza de Borgoña 488. Corazzo, monasterio 664. Corbie, abadía 53. 230. 278. Corbiniano, S. 40, Córcega 72. 83. 380. Córdoba 157. 197. 202. Corepíscopos 263. Coronación imperial 93. 144. Gorpvü, iuris 995. 996. Corvey (Nueva Corbie) 5 3 . 238. Cosenza 139. Covadonga 203. 296. Coyanza 210. 296. Cracovia 59. 558. 9 2 1 . Cremona 536 Crescendo, cónsul de Roma 152. Crescendo, J u a n , hijo del Nomentano 158. 161. 162. Crescendo I I Nomenitano 154. Crimea 57. Cristian, monje 64. Cristiandad 98. Cristóbal I, papa 136, Cristos-Majestades 345, 3 4 6 ; crucifijos con tres clavos 1042,
1056
ÍNDICE DE PERSONAS, LUGARES Y COSAS
de Merseburgo 154. Croatas 56. 61. 62. 380, i Dietmaro Diezmos 107. 759. Crodegando o Crodegango, S*. 108. Digna, m á r t i r , Sta. 200. 264. Dinamarca 53. 381. Cruzadas, nombre, origen y concepDiócesis españolas 205-206; 484to, 433-436 ; primera 437-456 : se485. gunda 456-462; tercera, 462-470; Diócesis suburbicarias 174. c u a r t a 559-56»; quinta 593-596; Dionís de Portugal 848. cruzadas de San Luis 615-617. Dionisio Bar Salibi 858. 626-630; cruzada de los niños Dionisio el Exiguo 985. 570-571; cruzada espafiola 475. Dmitri, monarca ruso 380. 476, 4 7 0 ; cruzada contra los alDolcino, F r a , hereje 881. bigenses 071-578. 877-878. Domlügo de Gwmi-.v.. Sto, 573. 797Cuaresma 272. * 803. 896. Cuenca 478. Domingo Lorigado, Sto. 205. Culto de las imágenes 212-214. Dominicos 803-805. Cultura medieval 33. Dominicus Gundisalvi 917. Cunegunda, Sta. 162. Donación de Constantino 66-70. Cunitrudis 46. 384. Curia romana 753-755. Donación de Plpino 80-81. Cuxá, monasterio 162. 291. 297. Donación de Carlomagno 83-84. Donación de Ludovico Pío 114. Donación de Otón I 148. C h a n t r e 265. 759. Donar, dios germánico 45. Gharta magna. 554. Donato, gramático 266. 302- 914. Chartrés 321. 929. Chilperico 49. 79. Dorkum 50. Chindasvinto 207. Dorilea, batalla de 448. Chipre 468. Drahomira, princesa 59. Dronthelm (Nidaros) 55. Dualismo gnóstico 872. Ducado de Roma 77. 78. D agoberto, rey 42. 43. Duccio de Siena 1043. Daimberto de Pisa, patriarca de JeDúmula, S. 203. rusalén 448. 453. 454. Dungal, monje 224. Dalmacia 126. Dunstan, S., abad y obispo 283. 310. Dalmacio, obispo de Irla 491. Duraburgo 47., Damasco 194, 437. Dámaso I I , papa 167. Durando de Huesca 832. 866. Damieta 594. 596. 616. 844. Durazzo 445. Daniel, príncipe de Rusia 614. Daniel, ob. de 'Winchester 40. 45. E a d m e r o 1013. D a n t e Alighieri 1034. Ebbón de Grenoble 236. Daroca 10O8. . Ebbon, arzob. de Reims -53. 54. 112. David de Augsburgo 969-870. 121. David de Dinant 859-860. 941. Ebulo de Rouey 397-398. 436. Dean, 265. 758. lEtadeWa propria, v. Iglesias. Decretales 992-995. Bchternach, monasterio 4 3 . Decretistas 996. E d a d Antigua 23. Denarius B. Petri 381. 755. E d a d Media 23. 27. 32. 36. Derecho canónico, sus fuentes 985E d a d Nueva 23. 9 9 5 ; su enseñanza 995. Edessa 449. 454. 456. Derecho civil 995-998. Edmundo de Canterbury, S. 1010. Desidemta, esposa de Carlomagno Eduardo, rey, S. 163. 82, E d u a r d o I de Inglaterra 685. 686. Desiderio de Momtecasino, v. Víc702. tor I I I . Eduvigis, reina de Polonia 65. 775. Desiderio, rey longobardo 82. -Egidio Romano 729-730. 960. Deusdedit, cardenal y canonista Egidio (Gil), F r a y 810. 384. 991. Egila, ob. de Granada 224. Devoción a los santos 272. 273. Eginardo (Einhard) 86. 316. 1014-1015; a Nuestra Señora Eichstaet 47. 1011-1014; a l a humanidad de Einsiedeln 295. Cristo ; a Cristo crucificado Eirico de Auxerre 318-319. 1010-1011; a l a Eucaristía 1006Elba, río 151. 1010. Elección pontificia 172-174. Dictatus papaet 376-379, Elevación de la hostia 1O00-1001. Diego Gelmlrez 418. 420. 424. 490Elfrido de Malmesbury, traductor 493. de la Biblia 310. Diego López de Haro 479. E l Hasan, emir 141. Diego de Osma, S. 573. 798-801. Elias y Elíseo 828. 829. Diego Peláez, ob, de Iría 499. Ellas, S., el Siciliano 289. Diego Porcelos, conde 303.
E<
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ÍNDICE DE PERSONAS, LUGARES Y COSAS Elias de Cortona, F r a y 603. 817. 819. 826-827. Elipando de Toledo 224-229. Eloy (Eligió), S. 4o. Elvira 196. Emerano, S. 40. Emerico, S. 61. Emerico I I , 558. Encomiendas 185-180. -oriae Encomiendas a San Pedro 18o-18b E n d u r a 873. 875. Eneas, ob. de P a r í s 250 Enrique I, emperador 55 Enrique I I el Santo 161-163. 190. 351•„„,. Enrique I I I 166. 167. Enrique IV 171. 351:, sube. aJ trono 366-368; es depuesto 3619-370 , en Canossa 371-373. gnrl q qu e eVI 4 4?o! 2 l43. 559-560 Enrique, hijo de Federico I I 600-
E s c r i t u r a visigótica 396. . Kisc-ielas monásticas y episcopales 300-307. 912-918. Escuelas municipales y parroquiaTCwueias palatinas 300-301. I l c ü e i a de traductores de Toledo E s 9 k M d e Lund, arzobispo 527. 775. Eslovaquia 56. g S S S f ^fniaterlal ^espMtual
Tarragona 903 Esperaindeo, abad 191. 198. Is^ÍrTtuales S y ir aPOcalípticos Espiritualidad benedictina Espiritualidad cisterciense Espiritualidad dominicana Espiritualidad franciscana
á£i.
663-670 "6-777. , 778-781. 983-985. 824-825.
Enriq'ue I de I n g l a t e r r a 412. Estados generales de F r a n c i a 720. Enrique I I Plantagenet 465. 540. Esteban, I I papa 80-8J. 541. Esteban I I I 82. 174. Enrique de Albano 877, Esteban IV 70. 96 113. Enrique de Borgoña 436. Esteban V 58. 130. Enrique de Castilla, senador de KOEsteban VI 134. 135. ma 625. Arm. Esteban V I I 140 Enrique de Champaña 4 ( 0 . Esteban VEII 141. Enrique Dándolo^, dux de Venecia Esteban I X 171. 1 ( 5 . , . „ 562-564. 569. Esteban, S., rey de H u n g r í a 6 1 . 168. Enrique de Gante 675 961. Esteban el Joven, S. 216. 218 Enrique el León 63. 537. Esteban de Blois, conde 445. 4o&. Enrique de Raspe, landgrave de TuEsteban Harding, S. 768. ringia 610. n _ Esteban Langton, cardenal &53. Enrique de Sus», v. Ostaense Esteban de Muret, S. 765. Enrique, ob. de Tréveris 154. Ensacados o Hermanos de la PeniEsteban Tempier 950. 95». tencia 831. 832. ^ . . Estefanía 124. Enseñanza, v. Trivium, Quatnwum Estercorianismo ¿f»v Universidades. Bstigniatización 8^1-8.". Entredicho 271 406 752 Estrabón, W., v. Walafrido. Bnaio, hijo de Federico I I 601. 603. Estrasburgo 40. „.. M 9Ro 6-11-612. Etel^oldo, S., abad y obispo 283. Eobano 46. Eterio, ob. de Osma 226 Evisoopium 184. Eucaristía, v. Sacramentos y Devo Eón de Stella 860. ción. • Bretrudis 40. Euclides 916. Eresburg 51. Eudes de Borgoña 474. •.,,,,, E r f u r t 47. . __ Eudo de Ostia (Mudes de < ^ * £ ° ? : Erico, S., de Suecia 55. Erico o Erik, rey de Dinamarca legado pontificio 376, v. Drba 448. Eudo de Sully 1001. . . _ _ + , „ . 2 5 6 Eudocia, emperatriz bizantina ¿o*. Erico I y I I 54. . „nR Eugenio I I , p a p a » * ' Eriúgena, J u a n Escoto 234. 308. Eugenio I I I 515-D¿ó. . „_ Eulogio de Córdoba, S. 2 0 1 . 3
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ÍNDICE DE PERSONAS, LUGARES Y COSAS
Everardo de Friul, conde 231. IDverardc, obispo de Salzburgo 533. Evora 848. Exarcado 83. Excomunión 2 7 1 . 608-751, v. Anatemas. Exención cluniacense 285. E x t r a v a g a n t e s 993-994. Ezzelino de Romano 618. Ezzelino I I de Verona 601, F a d r i q u e de Sicilia 678. 679. 691. 711. Fagildo, abad, S. 490. Faenza 293. Falsas decretales, v. Collectio. Fandila, mártir, S<. 200. Farfa, abadía 285. 295. Furff-nses consuetv diñes 295. F a s t r a d a , esposa de Carlomagno 88. F a t i m i t a s , dinastía 437. Federico I Barbarroja 459. 465-467. 521. 524-538. 923. Federico I I 548. 552. 553. 570. 592602. 606-607. 610-612. 897. Federico de Suahia, hijo de Barbarroja 465. 468. 843. Felipe Benizzi, S. 833-834. Felipe I de Francia 363. 387. 406407. Felipe I I , Augusto 465. 468. 469. 555-556. Felipe I I I el Atrevido 631. 648. Felipe IV el Hermoso 679-691. 715722. Felipe de Suabia 548-551. Felipe Villiers de l'Isle-Adam 841. Félix de Urgel 227-229. Félix de Valois, S. 789-790. Fenelón 25. Fernando I el Magno 210. 270. 273. 298. F e r n a n d o I I de León 477. Fernando I I I el Santo 481-483. 879. 880. Fernando de Galicia 448. Ferriéres, monasterio 233. Faroe, üilas 55. Feudalismo 17T5-184. Fidel, abad asturiano 226. Ftdencio de P a d u a 652. Fiestas litúrgicas 1014; del Corpus Christi 1007-1009; de los locos y de los asnos 1018. Filagato, J u a n 154. 159. Filioque en el Símbolo 248-250. 633. 635. 636. 639. Filippico Bardanes, emperador 77. Finlandia 55. 64. Fitero 774. Flagelación corporal 270. Fléury, monasterio 277. Flodoardo, canónigo de Eeims 320. Flora, virgen y m á r t i r 198. 327. Florencia, partidos 709-710. 833. Floro, maestrescuela de Lyón 234. 319 Focio' 124. 125. 128. 245-255, 333. Fodrum 530. F o n t e Avellana, monasterio 292.
Fontevrauld, v. Roberto de Arbrissel. Formoso, legarlo en Bulgaria 1 2 8 ; obispo de Porto 1 3 0 ; papa. 133134. F ó r m u l a de fe 39. Forncheim, cerca de Bamberg 373'. F o r t ú n , abad de Leyre 327. Fortún, obispo de Álava 391. Fossanova 774. 957. Fouarre, escuelas 927. 931. Francfort, conciljo 109. 223. 228. Franciscanos 003. 810. 8 1 5 ; rigor i s t a s y mitigados 663. 825-827. Francisco Accursio 997. Francisco det Asís, S., II Poverello 807-815; el estigmatizado 820 8 2 2 ; el cantor del hermano Sol 822-824; el apasionado de Cristo y de la Iglesia 824. ..'965. Francisco de Meyrone 949. Franconia 4 1 . Frangipani 507. F r a s e a t i 174. Fraxinetum (Freinet) 286. Freising 40. 47. Fridolino, S. 40. Fridugiso, maestro de Tours 318. F r i s i a 42-43. Froilán, S. 297. Froya, ob. de Vich 206. Fructuoso, S. 281. 296. Fueros 184. Fuero universitario 927-928. Fulberto de Cbartres 321. Fulco de Anjou, rey de Jerusalén 450. Fulco, ob. de Toulouse 576. 801 803. Fulco dé Neuilly, predicador dé cruzada 5 6 Í . Fulco de Villaret 841. Fulda, monasterio 50. 278. 317. Fundus 72. G a e t a 126. 127. Galeno 916. Galindo Prudencio, ob. de Troyes 233. 234. Galterio, &., abad de Pontoise 363 Gall o (?alo, &. 4 1 ; v. San Gall. . Gante 42. García, rey de Navarra 330. García Ramírez, rey de N a v a r r a 477. 843. García, monje de Cuxá 273. García, don» abad de Ofla 297-298 García, don, obispo de J a c a 393. García Toledano, autor satírico 489 Garellano 139. Gargantúa 25. Gebardo, ob. de Constanza 4 0 1 . 403 Geisa, rey de Hungría 61. Geismar 45. Gelasio, papa, S. 72. Gelasio I I 419. 476. Gelmírez, v. Diego. Genadio de Astorga, S. 296. 297. 303. Gengis-ll
ÍNDICE DE PERSONAS,, LUGARES Y COSAS Genserieo 75. GeograXia, v. Mapamundi. Gerardo de Abboville 835-944. Gerardo, ob. de Angulema 417. Gerardo de Borgo San Donnino 668. 836. Gerardo de Cremona, t r a d u c t o r 917. Gerardo de Csanad, S. 61. 62. Gerardo de Ostia, logado pontificio 362. v. Giraldo. Gerardo del Ros^lón. conde 448. Gerardo, abad de Koussüion 284*. Gerardo Segarolli 880-882. Gerardo de Toul S. 169. Gerberto de Aurillac 240. 301. 321. 331, v. Silvestre I I . Germán de Constantinopla, S. 215. 216. 218. Germán Til, p a t r i a r c a 636. Germanismo 38. 44. Gerona 105. Gersuina, concubina de Carlomagno 88. Gertrudis l a Grande, Sta. 781. Gewilieb de Maguncia 48. Gibbon 25. Gibelinos 631, v. Güelfos. Gibraltar Gilat», príncipe magiar 61. Gilbertinos 793. Gilberto de l a Porree 520. 771. Giotto 706. 745, Giraldo de Moissac, S., obispo de Sigiienza 490. Giraldo de ¿istia, legado pontificio 393. Gisulfo, .príncipe longobardo 77. Gieulfo 359. Glaber, v. Raúl. G-lossa antiqua 266. Glosm ordinaria 995. 997. Glosadores 993. 995. Gnesen (Polonia) 59., 160. Godofredo de Bouillon 445. 452-454. Godofredo de Satat-Audemar 842. Godofredo de F o n t a i n e s 9 6 1 . Godofredo de "Vendóme 417. Godofredo de Vlllehardouin 562. Gómez, conde de Carrión 298. Gómez de Gomara 3 1 . Gonzalo de Berceo 1012-1013, Gosslar 368-417. Gotescalco (Gottschalk), hereje predestinacionista 229-237. 305. Goticismo político leonés 207-209. Graciano, canonista 429. 923. 929. 990-992. Grados académicos, v. Licentia doGran, sede metropolitana 6 1 . Granada 202, Grandmont, v. Esteban de Muret. Gregorio Magno. &. 27. 72-74. 76. Gregorio I I 45. 77, 216. Gregorio I I I 46. 78. 216. Gregorio IV 54. 115. 116. Greg<$rio V 154. Gregorio VI 166. Gregorio V I I 33. 243. 2 8 8 ; su vida 356-359; su espiritualidad 359361.; sus medidas reformadoras
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001-376 ; sus ideas político-eclesiásticas 376-387. Gregorio V I I I 464. 543. Gregorio Vií'í, a n t i p a p a (Mauricio Burdjno) 419. 422. Gregorio I X 597-604. 896. 897. 899. Gregorio X 630-633. 636-638. Gregorio Abulfarag, Barhebreo 858, Gregorio Astosta, metropolitano de Siracusa 244-245. Gregorio de Brogne S. 282. Gregorio de Tltreeht 46. 52. Gregorio de Vercelli 169. Oreifcios de artesanos 1023-1026. Grenoble 785. Grial, santo cáliz 1001. 1010. 1033. GI'ÍVTOS, sacerdotes paganos de P r n sia 63. Groenlandia 55. Grote, G. 32. Grottaferrata 290. Guadalete 196. Gualterio Sanis-Avoir 443-444. Guarín, abad de Cuxá 291. Güelfo de Baviera 403. Güelfo IV de Baviera 455. Güelfo V I I de Baviera 536. Güelfos y gibelinos 610-611 Guilberto de Ravena, v. Clement e I I I , antipapa. Guido de Arezzo 324. Guido de Baislo 995. Guido, duque de Espoleto 127. 130. 131. 133. Guido de Iiueignan, rey de Jerusalén 463. 464. 468. Guido, marqués de Tuscia 140. Guido de Milán 176. Guido, a r z . de Vienne 417, v. Calixto I I . Guillermitas 831. 832. Guillermo I el Conquistador 175. 387-388. . Guillermo I I el Rojo 407-409. Guillermo I de Sicilia 526* • Guillermo I I de Sicilia 464. 465. 535. Guillermo de Angulema, conde 432. Guillermo, duque de Aquitania 435. Guillermo I X de Aquitania el Trovador 455. Guillermo Arnault, inquisidor 905. Guillermo de Auxerre (Antisidorense) 926. Guillermo de Champeaux, obispo de Chalons 421, 915. 925. Guillermo Durando 999. Guillermo de Eril 849. Guillermo de Hirsau, S. 296. Guillermo de Holanda, candidato al Imperio 610. 613. 618. Guillermo de Maleval, S. 832. Guillermo de Montreull, conquistador de Barbastro 176. Guillermo de Moerbeke 941. Guillermo Nogaret 732-740. Guillermo Parisiense (de Aurillac o de Auvergne) 926. Guillermo de Plaisian 734. Guillermo Ramón, conde 448. Guillermo de Rubroc 653-654. Guillermo de Saint-Amour 835-836, 954.
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ÍNDICE DE PERSONAS, LUGARES Y COSAS
Guillarme
-Haalcon, rey 55. H a l b e r s t a d t 53. Halinardo, arzob. de Tjyón 167. Hamburgo 54. 55. 63. H a r a l d o Blaaland, rey de Dinamarca 55. H a r a l d o Hein,, principe de Dinam a r c a 381. H a r a l d o I I , rey de Dinamarca 53. Harún-al-Raschid 105. Hastings, batalla de 387. H a t t i n , batalla de 464. Hautvillers, monasterio 232. Havelberg 63. Haymón de Halberstadt 240. 318. H a y ton I I de Armenia 656. H a y ton de Corghos 652. Hébridas 5 5 . Hegel 23'. Heidelberg 921. Heidenheim 46. Helfta, monasterio de 780. 781. Heliand, poema germánico 53. Heligoland 53. Horaclio, emperador 213. H e r m a n n Contracto 322. Hermamm el Dálmata, t r a d u c t o r 917. Hermann. de Luxembttrgo 374. H e r m a n n , ob. de Metz 377. H e r m a n n de Salza 64. 844. Hesse 45. Hidalgos 180. H i e r i a 217. 218. Hieroteo, monje 61. Hildeberto de Lavardin 244. Hildebrando 174. 356-359; v. Gregorio VII. Hildesheim 53. Hilduino, abad helenista 308. Himno de cruzada 4 5 1 ; de los peregrinos 501-502 ; del jubileo 706 ; v. O Boma nobiUs. Hincmaro de Reims 121. 122. 123. 125. 232-236. Hipócrates 916. Hlirsau, abadía 296. Hixem I, emir de Córdoba 198. Hol8tein 63. Homarjium 178. Homiliarios 269. Honorio I I . p a p a 506-507. Honorio I I , antipapa, v. Cadaloo. Honorio I I I 593-597. Honorio I V 649. Honorio, emperador 74. Honorio da Autun 3 046. Horacio 34. 302. H o r a s canónicas 269. Hornbach, monasterio 42.
Hospicio.1; y hospitales, v. Beneficencia. . Hospitalarios, caballeros, v. SanjuaíiistaS. Hostegesis, hereje 202-328. Hastíense, v. Ostíeav e. Huberto de Preneste 362. Hucbaldo de Saint-Amand 269-320. Huelgas, abadía de las 558. 775. Huesca 475. Hugo I de Chipre 594. Hugo I I de íAisig'iiu;. 026. Hugo I I I 627. Hugo Cándido, cardenal 33R. 391. 392. 393. Hugo Capeto 157. Hugo, abad de Cluny 304. 372. Hugo de Die. o de Iiyón, legado pontificio 363. 403. 406. Hugo de Digne 668., Hugo, abad de F a r f a 295. Hugo de Fléury 417. Hugo de Fosses, Bto. 786. 787. Hugo de Payens 842. Hugo d e P r o venza 140. Hugo de Saint-Cber 942. Hugo de San Víctor 962-963. Hugo Speroni 866-868. Hugo de Vermandois 445. Huguccio 993. Huizinga 3 1 . Hulagu, mogol 626. 654. Humbelina, Sta. 775. Humberto d e Romans 632., Humberto de San Clemente, legado pontificio 507. • Humberto de Silva Candida 168. 171. 172 259., 429. Humillados de Lombardía 865-866. H u n g r í a 6 1 . 169. 380 ; húngaros 283. Hunos 56. Husein Ansarí 104. I b r a h i m - i b n - A h m e d 139. Iconio 449. 467, Iconoclasmo 214-224. Iconos sagrados 212-214. Iglesias propias 107. 187-189. Ignacio* S., p a t r i a r c a 124. 125. 128. 244. Igor, príncipe de Rusia 60. Ildegarda, esposa de Carlomagno 84. Ildegarda de Bingen, Sta. 520. 777. Illyñcum 128. Immunitas 178., Imperio visigótico 207. Imperio leonés 208., 386. 477. Imperio romano-germánico 33. 99101. 144-148. 159. 161. Indulgencia de Cruzada 4 3 5 ; indulgencias plenarias o parciales 270. 1005. Inés, emperatriz 171. Infanzones 180. Ingeburga, reina 555. Inocencio I I 62. 508-514. 842. Inocencio I I I 64. 544-587 ; sus ideas político-religiosas 549-553. 588590. Inocencio IV 64. 65. 604-618; sus ideas político-religiosas 608-610.
ÍNDICE DE PERSONAS, LUGARES Y COSAS
Inocencio V (Pedro de T a r a n t a s i a ) 640. Inquisición episcopal 895-896; Inquisición pontificin S96-'900 ; sus procpdimii.'ilos 904-910; juicio de ella 910-911. Inquisidor, sus cualidades 902-903. Interregno iniperial 618. Investidura 178. 179. 350. 352. Iñigo, S., abad de Ofia 298. Iñigo Arista, caudillo n a v a r r o 327. I r a c h e o Hirache 298. Irene IT. emperatriz SI. 99. 103. 219. 220., I r i a o P a d r ó n 204. I r l a n d a 308. Irmiltrude, mujer de Carlomagno 88. Irminsul 51. Irnerio 922-923. 996. I s a a c de Bstella 961. Isaac I Comneno, emperador bizantino 261. I s a a c I I Angelo, emperador bizantino 466. 407. 504. Isabel de Schoiiau 777. Isabel de Turingia, Sta. 597. Isidoro, S. 27. 987. Isidro Labrador, S. 479. Islandia 55. Ivo .de Chartres, S. 412. 417. 991. J a c a 392. Jacinto de Polonia, S. 64. 804. Jacobo de Varazze (de Vorágine) 1015. Jacobo de Viterbo 729. Jacobo de Vitry 594. Jacopone de Todi 669. 673. 692-694. 701. J a f a o Joppe 559. Jaquelón (Wratislao) 65. Jaime I el Conquistador 4S3-484. 627-628. 633. 850. 878. J a i m e I I 678-679. Jaropolk, príncipe ruso 380. Jaroslao 60. Jerónimo de P'érigord (Dom J é r 6 me) 267. 425. 474. 490. Jerusalón 194. 195. 440. 452. 616. Jimeno ob. de Oca-Burgos 391. 394. Joaquín de Fiore 663-667. J o n á s de Orleáns 112. 224. 319. J o r d á n de Sajonia, Bto. 805. Jordano dl2 Capua, príncipe normando 400. Jorge Acropolita 636. Jorge de Chipre 218. J o r g e Sincelos 333. José Hispano 331. José el Himnógrafo 333. J u a n VI, papa 77. J u a n V I I I 58. 126-129. 133. 252. 253. 254. J u a n I X 135. 136. 495. J u a n X 139. 184. J u a n X I 119. 138. 140. 141. J u a n X I I 141-144.. 149. J u a n X I I I 151-152. J u a n XIV 153. J u a n XV 154-160.
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J u a n XVI, a n t i p a p a 154. J u a n X V I I 162. J u a n X V I I I 162. J u a n X I X 163.165. J u a n XXI 640-643. J u a n Sin T i e r r a 470. 553-555. J u a n I Tzimisces, emperador bizantino 1.52. J u a n I I Comneno, emperador de Bizancio 425. J u a n I I I Vatatzes, emperador 634. 635. J u a n Andrea 995. * J u a n Beccos 636. 638. 640. J u a n b o n i t a s 833. J u a n Bono de Mantua, Bto. 832. J u a n de Brienne, rey de Jerusalén 594. 599. " J u a n de Caulibus 968. J u a n de Cirita, S. 774. 848. J u a n Damasceno, S, 217. 218. 332. J u a n Diácono, Hymónides 323. J u a n Duns Escoto 947-949. J u a n el Escolástico 990. J u a n de España, Bto. 785. J u a n de F é c a m p 322. 777. J u a n Graciano, v. Gregorio VI. J u a n Gualberto, fundador de Vallombrosa, S. 292. J u a n Hispalense 326. 917. Juan, de Mata, S. 789-791. J u a n Mauropos, poeta bizantino 334. J u a n de Moino, cardenal 730. J u a n de Monte Corvino 656-657. J u a n de Ortega 794. J u a n de Paraná 668. 827. J u a n Peckham 944. 947. 959. J u a n de Piano Carpini 653. J u a n Quidort (Parisiense) 959. J u a n de Ravena, arzob. 120. J u a n de Salisbury 533. 540. J u a n de Sevilla (Said A l m a n t r á n ) , arzobispo 326. J u a n Teutónico 993. . Juan, ob. de T r a n i 259. J u a n Vatatzes, emperador 634. J u a n de Villiers 841. J u a n d e Vicenza, predicador 600. J u a n a la- Papisa 117-119. Jubileo 703-706. Judíos en la E d a d Media 884-888. Judit, mujer de Ludovico Pío 111. Julián (conde Olián de Ceuta) 195. J u l i a n a de Faleoneri, Sta. 834. J u l i a n a de Mont-Cornillón, Beata 775. 1008. Júniores 182. Justiniano, emperador 75. 922. 996. Justiniano I I 76. , J u t l a n d i a 54. Juvenal 34. 302. K alojan, rey de Bulgaria 559. K a m b a l i k ' ( P e k í n ) 645. 655. 657. Kammin, diócesis 63. K a r a k o r u m 653. Kiew 60. Kiliano, S. 41. IKitxingen, abadía 46. Kolberg, diócesis 62. Kotkero Bálbulo 319.
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ÍNDICE DE PERSONAS, LUGARES Y COSAS
Litania Carolina 83. 93. 147. Lituania 65. Liturgias diversas 268. Liturgia celta 4 1 . Liturgia eslava 58. Liturgia mozárabe o visigótica 389395. L a Cava, monasterio y congregaLiturgia romana 108. ción 295. Liturgistas medievales 999. Ladislao, S., rey de Hungría 6 1 . 62. Liudgero, S. 52. Liutgarda, esposa de Carlomagno Ladislao, rey de Polonia 558. 88." 103, Lamberto le Begue 883. jjiudpraif'do, v. Luitprando. Lamberto de Bspoleto 127. 133. Livonia 64. Lamberto de Hersíeld, monje croLodi 536. nista 433. Longjumeau, v. Andrés de L. Lamberto de Ostia, cardenal 4 2 3 ; Lorsch 40. v. Honorio I I . Lorenzo Hispano 993. Lamberto de 'Zaragoza, S. 202. Lotaringia, o Lorena 122. Landolgo, subdiáe. de Milán 175. Lotario I, emperador 96. 111. 112. Landón I, papa 139. 114. Lotario I I , rey d e Lorena 122-125. Lanfranco 241. 242. 324. 388. 407. Lotario I I I , emperador 506. 512. Langue d'oil 876. Lübeck 63. Languetloc 800. 878. Lucano 34, L a Oliva, monasterio de Navarra Lucas de Túy 879. Luciferianos 860. 774. Lucio I I 515. laudes (Bincmari) 83. 93. 147. Lucio I I I 542. 664. 841. Lebuino, S. 51. 52. Ludovico Pío 95. 96. 110-113. Lectio y disputatio 307. 937. Ludovico I I , emperador 112. 116. Leeh, batalla de 61,. 144. 120. 123. 125-127. Legistas 680-684. Lugo 204. 492. Legnano, batalla de 537. Luis el Germánico 111. 112. 125. Leidrado de Lyón 281. Luis el Joven 112. 130. Leocricia, virgen y mártir 201. 328. Luis el Niño dé Alemania 112. Luis de Provenza, emperador 130. León, ciudad y reino 204. 208. 346. 136. 485. Luis el Tartamudo, rey de Francia León, I el Magno 75. 112. 127. León I I I , papa 90-98. 113. Luis VT el Gordo 411. 507. León IV 116-117. Luis V I I el Joven 460. 461. 895. Luis V I I I 597. 878. León V 136. Luis IX el Santo 614-617. 628-630. León VI 140. León V I I 141. 673. 690. León V I I I , antipapa 149. Luis de Turingia, landgrave 587. León I X 167-170. Luitprando, rey longobardo 45. 78. León I I I el Isáurico, emperador de 79. Bizancio 78. 214-217. Luitprando de Cremona 324. León IV el Cázaro 219. Luitwardo, ob. de Vercelli 130. León V el Armenio 220. Luí, ob. de Maguncia 46. 50. L u n d 418. v. Bskil. León V I el Sabio 255-257. 334. Lupito (Llobet) de Barcelona 331. León de Armenia 559. Lupus, legado pontificio 65. León de Acrida, arzob. búlgaro 259. Lutgarda, Sta. 775 Leopoldo de Austria 469. 470. 594. Luxeuil, monasterio 4 1 . 301. Leovigildo, presbítero 328. , Lyón 405. 605. Leptines 47. Lérida 477. 921. Lesmes, S. 846. M a e s t r e s c u e l a 759. Letonia (Latvia) 64. 65. Magdeburgo 787. Letrán, basílica en ruinas 135 ; síMagiares 6 1 . nodo 1 7 2 ; escuela 323; v. ConciMaguncia 40. 49. lio Lat. Maimónidss 887. 941. Málaga 196. 202. Leyre 298., 327. 342. Malaqulas, arz. de Armagh 268. 515. Líbano 858. 773. IÁber Galixtin\un, v. Codr.x. Malik-el-Kamil 470. 592. Malik-el-Mansur 650. ZAber oensuum 72. 594. 754. Mallorca 476. 486. Liber Miimus 754. Malta 125. 841. lAoertas romana 186. 187. 754. Manases, arzob. de Eeims 387. Líbri Oarolini 222. IÁcentia docenái 914.' 919. 924. 929. Liga Ltmoges Lincoln, Lioba, Lisboalombarda hanseática Sta. 462. diócesis 347.46. 477. 104Í9. 536. 618. 932. 921.
Kotkero Labeo 319. Kubilai 656. Kulm 64. 614. Kuyuk 653.
ÍNDICE DE PERSONAS^JAIGARES Y COSAS Manetti dell'Antella. S. 833-834. Manfrcdo. rey de Sicilia 613. 614. 618. 022. 624. Maniqueos 870. Manresa 105. Manuel I Comneno 460. 461. 463. 565. Mapamundi 308. Marbodo de Rennes 1045. Marca Hispánica 105. 392. Marciano Capella 306. 914. 915. Marco Polo 655-656. Marcos el Gnóstico 871. Marfiles 345. Margarit, almirante 465. Margarita, reina de Escocia 268. Margarita, compañera de Dolcino 881 María" de Cervellón, Sta. 1003. María de Montpellier 557. María de Oignies, B t a . 882. 1007. María de P'aflagonia, emperatriz 1003. Marino Anacoreta 291. Marino, diácono y legado pontificio 248. 251. Marino I, papa 129. 130. 255. Marino I I 141. Marino Sañudo 652. Mario Victorino 307. Maronitas, monotelitas 858. Marozia 138. 139. 140. Marruecos 65. Martín I 43. 76. Martín IV 639. 646-649. 674. Martín Dumiense o . de Braga, S. 986-987 Martín Cid, Bto. 774. Martín de Huerta, S. 775. Martín de León,, S. 794. 888. Martirologios históricos 274. 319.- • Maesa 72. M&strlcnt 42. Mateo de Acquasparta 7 2 2 . 947. Matilde, condesa 368. 372. 380. 401. 402. 405. 417. Matilde de Hackeborn, Sta. 781. Matilde de Magdeburgo, Sta. 144. 780. Mauregato, rey de Asturias 226. Mauricio Burdino, arzob. de Braga 418. 419. 422. 489. Mauritania 398. Mayólo (Mayeul) S., abad de Cluny 286. Medina Sidonia 196. Medicina 307. 921-922. Meinardo, obispo misionero 65. Melisenda, reina de Jerusalén 456. Mercedarios 849-850. Mérida 196. 202. Merseburgo 144. Mesina 115. Mester de clerecía 1033. Metodio, apóstol de los eslavos, S. 57-58. Metodio, patriafca, S. 221. Método escolástico 307. 937. Métodos misionales 38. 39. 52. 66. Metropolitanos 106. 120.. 261. 365, 755 Metz 106. 123. "
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Miecislao de Polonia 59. Migecio, hereje 224. Miguel I r.iu'.gabfi, emperador de Bizancio 103. 220. Miguel I I ei T a r t a m u d o 220. Migue) I I I el Beodo 56. 124. 245. Miguel VI Stratioticós 260. Miguel VII Dukas 398. 437. Miguel V I I I Paleólogo 622. 626. 629. 632. 635. 636. 638. 639. Miguel Cerulario 259. Miguel Escoto, t r a d u c t o r 917. Miguel Psellos 334. 641. Milán 175 534. 866. Miles christíanus 83©-840. v. Caballero cristiano. Militia Christi 429 ; de Livonia 64. Minden 53. Mindow, principe lituano 65. Miniaturas 305. 1047. Ministeriales o pequeños feudatarios 165'. 851. Missa sicca 1000. Misxi dominici 108. 115. 148. Módena 323. Moduino, ob. de Auxerre y poeta 311. Mogoles 616. 652. 654. Mohamed I de Córdoba 200. Moimir, rey de Moravia 56, Monarquía sícula 410. Monasterios civilizadores y colonizadores 278-279. Monasterios españoles 296-297. Monasterios cistercienses en Europa 773-775. Monasterios decadentes 108-280. Monasterios señoriales 281. Mondoñedo 204. Monferrato 461-468. Monjes sacerdotes 279. 284. Monte Casino 277. 278. 283. Monte Corvino v. J u a n de Montecorvino. Monte Gargano 161. Montesa, Orden militar 849. Montpsqnieu 25. Montpellier 5 3 3 ; su estudio de Medicina 922. Montserrat 297. Monumentos románicos 335-347 ; góticos 1038-1040. Moravia 56. 58. Moreruela, monasterio 774. Moscú 6 1 . Moyenmoutier 171. 283. Mozárabes • 197 ; v. Liturgia. Muladíes 197. MundpbUTdis o JMnncliburdio 45, 178. Munich 63. Miinster 53. Muño, ob. de Calahorra 391. 393. Muratori 26. Murbach, monasterio 42. ' Muret; batalla de 576-577. Música 307. 3 2 0 / 322. 3 2 4 ; v. Canto gregoriano. Muza-ben-Nosair 194. 195. 198. K $ £ a 7 6 ? 5 Í 1 6 . 126. 622. 921.
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ÍNDICE DE PERSONAS, LUGARES Y COSAS
Narbona 194. 206. N a v a r r a 483. Navas, batalla de las 478-480. Nerse o N,arsés dé Armenia 858. Ñestovio 215. Neüstria 48. Nicea 448. Nicéforo, 9., p a t r i a r c a de Constantinopla 833. Nicéforo I, emperador 10*. 220. Nicéforo I I Focas 152. 274. 289. Njcéforo I I I . Botaniatew 399. Nicetas (Stethatos, Pectoratus) 334. Nicolaitismo 353-355. Nicolás I 57. 60. 119-124. 246-248. Nicolás I I 172-174. Nicolás I I I 639. 643-646. Nicolás IV 649-650. 651. 652. 674. Nicolás de Cusa 70. Nicolás Eymerich 904. Nicolás de Lisieux 835. 944. Nicolás el Místico, patriarca de Constan.tinopla 257. Nicolás Plsano 1042. Nidaros (Tronthjem) 55. Niemen, río 64. Nilo el Ermitaño, S. 160. 289. 290. Nimes 194. Nitardo, abad lego de San Ricardo 300. Nivelles 882. Nombres de los papas 142. Nominalismo 915. Nonibcánones bizantinos 989. Nonántula 283. Norberta de Xanten, o de Magdeburgo, S 511. 785-787. Nórica 40. Normandos 283 ; en Italia 169. 170 ; vasallos de la Santa Sede 174. Noruega 55. 381. Notarios regionales 753. Noting, ob, de Verona 231. Novalls 26. Novogorod 60. N(oyon 43. Nunilo (o Nunilona) y Alodia, Sant a s 202. Nur-ed-rtin 456. 462. Nursling, monasterio 44. ObiRpos 107. 262. 7 5 6 ; in partious infidelium 757 ; ilustres 154. 7 5 7 ; coadjutores 757. Obispados vacantes por las invasiones 283. Oca (Auca) 205. 391. Octavian», v. Juan X I I . Octaviano, cardenal, v. Víctor IV. Oder, río 151. Odilón. S.„ abad de Cluny 286-287. 298. Odilón, duque de Baviera 47. Odoacro 40. Odoario, abad de S. "Zacarías 327. Odón, abad de Bayeux 388. Odón, S , abad d e Cluny 141. 190. 284-285. Olaf I Trigvason, rey de Noruega
Olaf II el Santp 55,
Olaf I I I , rey de Suecia 55. 381. Olaguer u Olegario, S. 420. 477. 486-487. Oklemburgo' 63. O i,™'.'., princesa 60. Olimpio, exarca 76< Oliva, abad de Eipoll 163. £31. Oliva monasterio prusiano 6 4 ; 'v. L a Oliva. Olivi, v. Pedro J u a n de. Ornar 195. Omar-ben-Afsun 202. Omeyas (Omnáadas) 194. 198. ** Ofia, monasterio 297-298. Oporto 205. Oppas, arzob. de Sevilla 196. Orbais, monasterio 230< 232. Oreadas, islas 55. Ordalías o juicios de Dios 190-192. 394. Orden de Cristo 848. Ordenes mendicantes 66. 794-797; atacadas por el clero secular 834837 Ordenes militares 64. 837-840. Orden Teutónica 64. 843-844. Ordenes terceras 789. 805. 816. Ordofio I I 204. 208. Orense 204. Orihuela 196. Orleáns 189 ; Escuela 913. O Roma nobilis 324. Orosio 22. Orvieto 1008. Osma 490. 798. 801. Osnabruck 53. Ostia 1 1 6 ; diócesis suburbicaria 174. Ostiense (Enrique de Susa) 433. 436. 621. 684. 9.95. Ostrogodos 76. Ott'redo, autor de Krist 319. Otón I 55. 59. 6 1 . 143-144. 351. Otón I I 61. 152. 153. 351. Otón I I I 69. 154. 351. Otón de Bamberg, S. 62. Otón de Brunswick 548-553. Otón de Constanza 362. Otón de Freissing 348. 459. 460. Otón de Wittelsbach 534. 551. Otranto 73. Ottocar, duque de Bohemia 559. Ourique 462. 477. Ovidio 34. 302. Oviedo 204. 346. 485. Oxford, Universidad 931-932. " a c e n s e (Isidoro de Beja) 196. 326. Pacífico, F r a y 817. Paderborn 5 1 , 5 3 . 92. 104. 105. P a d u a 921: Palencia 205. 7 8 8 ; su Universidad 932. Palermo 115. P'alestrina 699. 701?. Pallium arzobispal 106. Pamplona 104. 225. Pannonia 40. 57. 61. Panteísmo, v. Amaury. Papa-rey 65-66; primado 261.
ÍNDICE DE PERSONAS, LUC^RES_Y_COSAS_
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Penitencia pública y privada 270. Párdulu, ob. de Laón 233. 235. París, Universidad 925-931. Ptoitriñciale*. libros 270. 322. 986. P a r m a 881. Penitenciaría 754. 755. Parroquias rurales y urbanas 107. ' 263 759. I t E f c f f i J o unión de los cinco paP a r t i d a s (las siete) 997-998. t r i a r c a s 250. . r-A^rtn Parzival 1033. Pefiamelaria, monasterio de CórdoPascasio Radberto, S., abad de CorP W t a a c i o n e s 272. 1 0 1 5 ; peregribie 238-240. » nación, a Santiago 500-503. Pascual I 96. 114. Pérez de Urbel, J u s t o 496 Pascual I I 410-418. Periodización histórica ¿i-¿<*. Pascual I I I , a n t i p a p a 534. 535. Persia 654. Passau 47. Petrarca 31. Pastorcillos revolucionarios 617. Petrobrusianos 860-861. P a t a r i a 175. 363. Pier della Vigna 596. 600. 605. 608. P a t a r i n o s 869. 870. 612. P a t e r n o , abad 297. Pierleoni 507. 510. / Patriarcados orientales 218. 258. Pimenio, S. 41-42. Patridus Romanorum 80-81. 9 1 . Pipino de Heristal 43. PatrimoTt/ium Petri 67-68. 71-72. Pipino el Breve 48. 49. 70 79 Paulino de Aquilea 314. • Pipino, rey de A q u i t a m a 111. n ¿ Paulo I, p a p a 82. . p'irminio, v. Fimenio. Paulo Alvaro, v. Alvaro de Córdoba. Pirenné, E . 27. 28. Paulo Diácono 269. 314. Pisa 76. 4 0 1 . 448. 534. Pavía 80. 140. 163. 532. 996. Placencia (Piacenza) 403-404. 867. Payeses de remensa 181. Paz de Dios 189-190. 921 Platón. S. 220. Ptedro I de Aragón y N a v a r r a 410. Plinio 307. . 475. Poblet, monasterio 774. „.„_.„ Pedro I I de Aragón 479. 557. 572. Poder y autoridad del papa 746-748. 575. 576. 577. 865. Poder coercitivo de l a Iglesia 889Pedro I I I el Grande 622. 646-648. 8 9 0 ; v. Espada material. Pedro de Albano, legado pontificio Poesía cristiana 1032-1034. 376. Poeta Sano 319. Pedro Alfonso de Huesca 888. Poetas goliardescos 914. Pedro I I I de Antioquía, p a t r i a r c a Poitiers 28. 195. 260. Polonia 59. 381. 558. Ptedro de Bruys 860-861. Polypticus o catastro 72. Pedro de Castelnau, S. 572. 574. Pomerania 62. 462. 614. 774. Pedro Cavallini 1043. Pomposa, virgen y mártrr de córPedro de Corbeil 546. doba 200. l n Pedro Crasso, j u r i s t a 375. Ptonce o Poncio, abad de Cluny 418. Pedro el Calibita, m á r t i r 218. 421. Pedro Damiám,, S. 170. 171. 292-295. Pontliion, t r a t a d o de 80 127. 324-325. 358. 429. . Poppon, ob. de Brixen 167. Pedro Dubois 652. 715. Porciúncula 809. 818. Pedro el E r m i t a ñ o 439. 442-444. Porfirio 914.. 915. Pedro P l o t t e 717. 719. 724. Pornocracia 137-143. . Pedro Hispano, v. J u a n X X I . Porto, diócesis suburbicaria m . Pedro Hispano, cardenal y obispo de Portugal 436. Burgos 712. Posen 59. . .. „„ Pedro J u a n de Olivi 668-669. I Potestad directa e indirecta, v. .asPedro Lombardo 926. padas. „„„ Pedro de Macerata 669. Petro de Mesonzo, S. 330. PraelemLa 265. 282. Pedro Nolasco, S. 849-850. P r a g a 59. Pedro de Auvergne 961. PravilegiAim 415-411. Práxedes, esposa d e Enrique IV 403. Pedro, ob. de Osma, S. 490. Preboste 265. 758. Pedro de P i s a 314. Predestinacionismo 230-¿á7. Pedro de T a r a n t a s i a 632. 6 3 3 ; v. Predicación 107., 1015-1017. Inocencio V. Premonstratenses 786-789. Ptedro Urseolo, S. 291. ' Ptesburgo 169. Pedro Valdés 862-865. P r e s t e J u a n 457. Pedro el Venerable 766. 861. Prestimonio 180. ' Pedro de Verona, S. 901. Pribina, príncipe eslovaco 06. Pelagio I I papa 76. | primado romano 746-748. Pelayo, niño, S. 202. Primicerio 753. 759. Ptelayo Galbán, cardenal 448. Príncipes alemanes 1 5 ¿ . Pelegrín o Pilgrín de Passau, S. 6 1 . Prisciano 302. 914. • Pena capital contra los herejes Prisciliano 890. 892-895.
ÍNDICE DE PERSONAS^UGARES Y COSAS 1066
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ÍNDICE DE PERSONAS, LUGARES Y COSAS
Prisión expiatoria 891-892. Privilcgium Jori 267. 540. Privilegiwm Ijudovici 114 ; v.' Donación. I'rivilegium Ottonis 148. Profecías de Malaquías 515. Protección apostólica 284. Prudencia Galindo, ob. de Troyes 316. P r u l l a (Prouilie) 801. 805. Pl-usia 63-64. 844. Ptolemaida, v. San* Juan do. Acre. Puy 404. ^Cuadrivkim 914. 929. Quiercy (Carisiacum) 79-81. 235. Quinisexto, concilio 27.
232.
R a b á n Mauro 112. 230. 231. 239. 317. Rachis, rey longobardo y iifonje 79. Radbodo, duque de los frisones 43. 44. Raimbaldo, legado pontificio 393. 397. Raimundo de Borgofia 420. 424. 436. Raimundo IV de Saint-Gilíes, conde de Toulouse 442. 444. 445. 447. 450. 455. 474. Raimundo V de Toulouse 574. Raimundo VI de Toulouae 573. 577578. 871. Raimundo VII de Toulouse 577. 878. 898. Raimundo de Fitero, S. 844. Raimundo de Peñafort 850. 904994. Raimundo de Piiy 841. Raimundo de Toledo, o de Sauvet a t 616. Rainaldo de Dassel, canciller imperial 525. 527. Rainerio, cardenal legado 4 1 1 . Ramiro I de Aragón 435. Ramiro I I el mon.io 477. 843. Ramiro I de León 504. Ramiro de Navarra 447. Ramón Berenguer I I I el Grande 476. 842. Rrmon Berenguer IV el Santo 477. 531. Ramón Guillen, santo, ob. de Roda 487. Ramón Lull. Bto. 652. 970-972; sus escritos 972-974 ; viajes 974-980 ; el místico 980-983. Ramón Marti 629. 888. 960. Ranulfo, conde normando 169. Raterio de Verona 240. 324. Ratisbona 40, 47. Ratislao, v. Wratislao. Ratramno, monje de Corbie 233. 239 250 Raúl o Rodolfo Glaber 337. Ravena 76-79. 83., 600. 996. Realismo craso en. la doctrina euearística 238.
I Recafrodo, metropolitano de Sevilla 199. I Recemundo, ob. de Elvira 329. I Reforma monásLica anianeneo 280281. Reforma cluniacense 283-289. Reforma gregoriana en España 395397. ¿teggio 141. Tteginalclo de Eichstadt 154. Reginaldo de Piperno 955. 956. I Reginón de F t ü m 990. Regla de San Agustín 791. Regla de S a n Benito 42. 47. 2 9 6 ; de San Benito de Aniano 281. Regla de San Columbano 42. Regla de San Fructuoso 290. Regla de los Templarios 842. Regla de los Santiaguistas 846. Reglas del caballero cristiano 855. Regula canonicorum 108. Reichenau,'monasterio 42. 302. 307. 318. 322. Reims 111. 114. 157. Reliquias de los santos 273. 1015. Reliquias de Santiago Apóstol 496497. Remigio de Lyón 236. Renacimiento earolingio 312. Renacimiento del siglo X I I 914. Renallo de Gerona 244. 487. Renaud de Chatillon, gran maestre templario 464. Restauración del Imperio 143. Reyes holgazanes 48. 79. Ricardo I Corazón de León 465. 468-470. Ricardo, cardenal legado 395. Ricardo de Aversa 174. Ricardo de Cornuailles 615. 619. Ricardo de Mediavilla 947.. Ricardo de Saint-Vanne, abad 432. Ricardo de San Víctor 963-965. Ricos hombres 180. Riga 64. 65. Rimberto, obispo 55. Ripoll, monasterio 297. 303. Roberto I de Sicilia 402. Roberto Aguiló 486. Roberto de Arbrissel, S. 442. 764765. Roberto Bacon 947. Roberto de Bougre 901-902. Roberto de Courcon 929. Roberto Courteheuse 445. Roberto de Courtenay, emperador de Romanía 599. Roberto Crespin, caballero normando 435. Roberto el Diablo, duque de Normandfa 432. Roberto de Flandes 438. 445. Roberto Grosseteste 932. 942. Roberto Guiscardo 169. 170. 175. 375. Roberto Kilwardby 959. Roberto de Molesme, S. 767. Roberto el Piadoso 189. Roberto Pulleyn 931. Roberto de Sorbon 930. Rockingham 408. - Roda 2 0 6 ; v. San Pedro de Roda,
Rodas, isla 841. Rodolfo dé Hahsburgo 631-632. 633. 638. 650. Rodolfo de Suabia 373. Rodrigo, rey visigodo 195. Rodrigo Díaz de Vivar (el Cid Campeador) 398. 409. 473-475; el Cantar del Mío Cid 474. 1032. Rodrigo González 448. Rodrigo Jiménez de Rada 478-480. 579-584. Rofredo de Viterbo. jurista 596. Roger o Rogerío, jefe .normando 175. 402. 410. Roger de Flor 678. Roger de Lauria, almirante 646. G79. Roger I I . vizconde da Béziers 877. Rogerio I I de Sicilia 410. 511. 513514. Rolando de P a r m a 369. Roldan (Roland) 104. Roma oaput mundi 1 6 5 ; Universidad 708. 9 2 1 ; partidos políticos 113. Romanismo 38. 44. Romanistas 98. Romano I, papa 135. Romano IV Diógen«s, emperador bizantino 437. Romano, meloda bizantino 333, Romano, prior -de San Millan 329. Romanticismo 26. Romualdo S. 290-292. Romualdo, duque longobardo 77. Rómulo Augústulo 99. Roncaglla 529. Roscelin 915. Roncesvalles 51. 1 0 4 . ' Rosario 1013. Rossano 290. Rosvita de Gandersheim 320. Rota romana 755. Rothado, ob. de Soissons 121. 232. Rotruda. hija de Carlomagno i84. Rouen 48. 355. Rubroc, v. Guillermo de R. Ruperto S. 40. Ruperto de Deutz 777. 786. Rurik, •caiudillo ruso 60. Rusia 60. Rutas comerciales 336. Ruy Pérez Ponce de León, 845. ¡3 abas, monje 290. Sabina 72. Sacramentarios 108. Sacrameutos 1002-1004. Sacramento eucarístico, disputas 238-244. Saeeulum obsounun 113. 131. 319. Sahagún, monasterio 298. 488. Saint-Denis,. monasterio 80. Sajonla 51-53. Saladino, califa de Egipto 463-466. Salamanca 2 0 2 ; Universidad 932934 galerno 1 2 6 ; Universidad 921-922. Salomón, rey de H u n g r í a 380. . Salutati, C. 32. Salve Regina, su a u t o r 330.
Salvo, abad de Albelda 330. Salzburgo 40. 47. Saniíucanda 616. Sameland 614. SaniOH 296. Sampiro de Astorsa 329. San Apolinar de Classe, monasterio 290. 291. San Baudilio de Berlanga 346. San Bertfn, monasterio 283. San Cucufate (San Cugat) 206. Sancho Ramírez de Aragón 270. 392. Sancho I de León 273. Sancho el Mayor de N a v a r r a 208. 298. 389. 395. Sancho IV de Navarra 394. Sancho el Fuerte 1 de N a v a r r a 479 Sancho I I I de Castilla 477. 844. Sancho, prelado de Leyre 393. Sancho de Rosas, obispo de Pamplona 1021. Sancho I de Portugal 557. 558. San Gall, monasterio y escuela 141. 283. 319. San Germano, convenio de 596. 600. Sangüesa 342. San J u a n de Acre (Ptolemaida) 468. 650-651. 843. San J u a n de la Peña, monasterio 297. 392. Sanjuanistas 840-841. San J u l i á n del Fereiro, ermita 846. San Martin de Tours. monasterio y escuela 301. 313. San Millán de l a Cogolla, monasterio 205. 345. San Miniato, monasterio 292. San Pablo extramuros, monasterio de Roma 285. San Pedro de Roda, monasterio 329. .San Pedro de Loarre, monasterio 392. Saii Ricario (Saint-Riquier), monasterio y escuela 301. 303. San Sabas, monasterio dé Jerusa-' lén 217. 332 Sansón, abad cordobés 202. 328. Santa María de H u e r t a 774. Santángelo, castillo 140. 315. 401. Santarem 462. 477. Santa Rufina, diócesis suburbicaria 174. Santiago Apóstol 2 0 6 ; Invención de su cuerpo 494-500; «¡ Santiago F cierra, Efipiña!» 5 0 4 ; discusión •
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ÍNDICE DE PERSONAS, LUGARES Y COSAS
San Zoilo, monasterio de Córdoba 198. 201. Savoniére 236. Sehlege) 26. Schleswig 54. Scriptores 754. Sebastian de Salamanca 329. Seckingen 40. Secuencias 269. Sedulio el Irlandés 319. Selef, Salef, rio (Ciduo) 467. SP.lii40T.Etn.ilt 3 1 7 .
Seminarios sacerdotales 303. 304. Senado romano 75. 76. 516. .519. Séneca 302. Sens 1 48. 405. Sep;: cristas ó caballeros del Santo Sepulcro 841. Sergio I I , papa 116. Sergio ITT 3 30-138. Sergio IV 162. Sergio I I , patriarca de Constantinopla 257. Servato Lupo 233. 318. Servitas 833-834. Severino, S.' 40. Sevilla 65. 2 0 2 ; provincia eclesiástica de 65. 485. Sibila, reina de Jerusalén 464. Sicardo de Aquileya, legado pontificio 362. Sicilia 115, 139. 195. 290. 410. 434. 600. 647 ; v. Monarquía sícula. Siena 921. Siervos de la gleba 181. Siger de Brabante 946. 950-951. Sigílenla 490. Sigurd, rey de.Noruega 455. Silo, rey de Asturias 303. Silos, v. Santo Domingo de. Silva Candida, diócesis suburbicaria 174. Silvestre I I 61. 155. 157-161. Silvestre I I I 165. 166. Silvestre Gozzolini, S. 765. Silvestrina, leyenda 66. Silvestrinos, v. Silvestre Gozzolini. Simancas 206. Simbolismo medieval 1O44-Í047. Simeón Metafraste 334. Simón, de Montfort 562. 575-578. Simón Stock, S-. 829-830. Simonía 352-353. Sinibaldo Fieschi, v. Inocencio IV. Siponte 72. Siria 194. 858. Sirmio 57. Sisnando, ob.- de Santiago 390. Sisinio I I , . patriarca de Constantinopla 257. Smaragdo, comentador de la Kegla benedictina 313. Soberanía política del papa 66. Soissons 48. Spea'onistas, v. Hugo Speroni. Spira 40. Spitignief, duque de Bohemia 58. S. P . Q. E. 514. Stacio 34. Stefaneschi, cardenal 70fi.
Studioio, monasterio de Constantinopla 220. 222. Sturm, abad de Fulda 46. 50. Subiaco 277. Suburbicarias, diócesis 174. &uecia 54. Suero Fernández Barrientos 846. Suger de Saint-Benys 770. 1044. 1049. Suidas, lexicógrafo 334. Suleimán ben Alarabí 104. , Sumía teológica, v. Tomismo. ¡Summa díbiaminis 754. Supersticiones 47. 273. 316. Sutri 78 ; sínodo de 166. 415. Sven II, rey de Dinamarca 381. Swatopluk 58. ¡Szabolcs 6 1 . T adeo de Sessa 605. 607. Taifas, reinos de 206-207. Tancredo el Cruzado 446. 447. 455. Tancredo de Hauteville 169. Tánger 66. Taniquelmo 860. Tarasio,' p a t r i a r c a bizantino 219. Tarazona 477. Tarento 115. Táric 195. 196. Tarragona 105. 476 ; metrópoli 205. 477. 484. Tarso de Cilicia 430. Teatro religioso 1017-1019. Tecla, abadesa 46. Tello Téllez de Meneses ¡932. Templarios 842-843. Teobaldo I de N a v a r r a 483. 1012. Teobaldo I I 483. 627. 629. Teobaldo IV 615. Teobaldo, conde de Champagne 458. 562. Teodolinda 40. Teodomiro, abad 224. Teodomiro, obispo de I r i a 494. 500. Teodón, duque 40. Teodora, emperatriz 221. 244. Teodora, esposa de Teofilacto 137. Teodora la Joven 138. 151. Teodorico, monje misionero 64. 844. Teodorico I I de Borgofia 4 1 . Teodoro I I , papa 135. Teodoro I Lásearis 565. 567. 634. Teodoro I I Lascaría 635. Teodoro Studita 220. 222. 333. Teodoro de Tarso, arzob. de Canterbury 270. 309. 986. Teodulfo de Orleáns 89. 106. 314. Teófanes el Confesor, historiógrafo 333. Teófanes Graptos, monje poeta 221. 333. Teófano, princesa bizantina casada con Otón I I 152. Teófano, emperatriz de Bizaneio 256. 274. Teofilacto, patriarca, de Constantinopla 257. Teofilacto, teólogo 334. Teofilacto, senador 137. Teofilacto de Túsculo 163. 165. Teófilo, emperador de Bizaneio 220.
ÍNDICE DE PERSONAS, LUGARES Y COSAS___
Teomar abad cassinense 278. Teótimo, subdiárono 77 Teresa, infamia de Portugal 436. 557. 775Terrores del año mil 155-157. Tesalónica 56. Teudula, obispo de Sevilla 226. Teutherga, mujer de L o t a n o l¿¿. 123. Theiss, río 56. Thionville, sínodo 121. Thor dios germánico 46. „ Tiara papal" 120. 752. Tichonhif. 329. „,,„„,. Tietgando, arzobispo de T r é v e n s 122. 123. Timur, empiiraCoi' mogol 6 5 i . Tito Livio 34. Tivoli 514. 517. . Todmir o Teodomiro 196. . . Toledo 202. 207.. 4 0 9 ; -Provincia eclesiástica 205. 485 ; escuela 916918. Tolomeo 914 916. Tomás de Aqumo, Sto. 6dó. Vi>¿9 5 5 : su sistema filosofico-teológico 956-960; su doctrina mística 983-984. . _„ Q Tomás Becket, Cantuariense, S. 5«*9542. Tomás de Celano 817. Tomás Tolentmo, Bto. 669. Tomismo 957-960. Torres del Río 343. Tortosa 105. 477. T o r t u r a judicial 908. Touíouse 533. 573-575. 803 ; Universidad 921. Tournai 42. Tours 533. Transilvania 61. Translatio Imperii 9®. 12 °>„?9U. Trausubstanciación 244., 1000. Trasamondo o Trasimondo, duque de Espoleto 78. Tregua de Dios 189. Trento 40. Tribur 130. 373. Trinitarios 789-791. Trípoli 454. Trivium 914. Tropos 269. Trosly, concilio 282. Trovadores 1012. 1033-1034. Troyes, concilio 842. Trujillo 846. Trullano, concilio 27. Tucci (Martos) 202. Tudela 476. Túnez 65. 630. 980. Turingia 4 1 . 45. 46. Turcos Seldjúcidas 4 3 i . Tuscia 77. Tusculanos 161. 163. , Túsculo, -diócesis suburbicaria 174. U b e r t i n o de Cassale 669. TJclés 847.„n_ TJlrico de Ratisbona, S. 295.
l ^ f
TJlrico de Augsburgo, primer santo canonizado rjolcmnRtnente 154. TJltreya, canto 501-502. Unan sanotam 725-730. Unción imp.v:ial 144. 140. Universidades, origen 9 1 8 ; n a t u r a leza 9 2 0 ; organización 923-925. •928-930; importancia 934-935. Unni, arzobispo de Brema 55. Uipsala 55. Urbano I I 288. 401-410. Urbano I I I 464. 542. 664. Urbano IV 621-623. 1008. Urgel 205. "Orraca, reina 303. 420. 436. 476. Usuardo 319. Usura judía 886. Utr.ocht 43. alaquia 6 1 . Valdejunquera 202. Valdemaro I I de Dinamarca 799. Valdenses 861-864. Valence 236. Valencia 409. 474. Valentín I, papa 115. Valpuesta 205. Valvasores lombardos 165. 182. Valla, Lorenzo 70. Valladolid 921. Vallombrosa, congregación d e 292. Vela de las armas 853-855. Vellehrad 58. Venecia 76. 535. 564. 626. Vercelli 242. Verden 5 1 . 5 3 . Verdún, t r a t a d o de 112. Verona 323. 324. 865. 895. Veruela, monasterio 774. Teañllum B. Petri 433. Vezelay 458. Vicario de Cristo 588. Vicelin, misionero y obispo de 01demburgo 63. Vicente Hispano, canonista 995. Vicente de Beauvais 1044. Vico, J . B . 23. Víctor I I p a p a 170. Víctor I I I 401. Víctor IV, antipapa 513. 532-534. Victorinos 793. 961. Vich 105. 152. 157, 205. 206. 347. Vida moral del pueblo 1026-1028. Viena 921. Vigila, monje escritor y miniatur i s t a 329. 330. Vikingos 54. Virgilio 34. 302. Virgilio de Salzburgo 56. . Viseu 204. Vísperas sicilianas 646-647. Vístula, río 64. Vital de Tierceville 767. Voetius, G. 23. Voltaire 25. Vulgarius, presbítero 137. Vúltura, Sta. 203. agríanos 63. Wala, monje y cortesano 111. 112. Walafrido, Estrabón 307. 318,
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ÍNDICE DE PERSONAS, LUGARES Y COSAS
Walfrada, concubina de Lotario 122. 123. 124. 125. Walkirias 54. Walpurgis, abadesa 46. Walter de Vogelweide 547. Warnefrido, v. Paulo Diácono. W a t (Vadianus) J. 24. Wazón de Lieja 172. Wenceslao, S., de Bohemia 59. Wendos, eslavos de Pomerania y Mecklemburgo 62. 462. Westfalia 30. Westminster 540. Wibaldo, abad, canciller imperial 521. Widukind, caudillo de Sajonia 51. Widukind, monje historiador 321. Wigberto 46. Wilfrido, S. 43. Wilibaldo, S. 277. Wilibrordo, S. 43. 45. Wiligis de Maguncia 154. Winchester 55. Winfrido 44. Wipon, poeta 321. Witiza, rey visigodo 196. Witiza, monje, v. Benito de Aniano Wladimiro de Rusia 60. Wolfango, ». 61.
Wolfram de Esehenbach 1033. Wollin, diócesis 62. Worms 40. 422. Wratislao 56. 57. 58. 62. 65. 381. Wunibaldo 46. Wurzburgo 4 1 . 47. . imeno, v. Jimeno, ob. de Oca. «tgisian. emir 449. Yezid I I 214. Yolanda de Brienne 596. York 301. Yusuf Beto Texufin 474. Z aearías, S. 47. 49. 78-79. Zalaca, batalla 474. Zanelo 390. ¡Zaragoza 104. 202. 205. 476. Zelandia 774. Zoé, emperatriz 256. 274. Zoé Carbonopsina 256. Zuidersee 50. Zurich 4 1 . 'Zwonimizo, duaue- de Croacia 380. Zara, ciudad de Dalmacia 563.
ACABÓSE DE IMPRIMIR ESTA SEGUNDA EDICIÓN DEL VOLUMEN SEGUNDO DE LA "HISTORIA DE LA IGLESIA" DE LA BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS, EL DÍA 2 0 DE AGOSTO DE 1958, FIESTA DE SAN BERNARDO, EN LOS TALLERES DE SUCESORES DE RIVADENEYRA, S. A., MADRID
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