Nikolái Gógol (1809-1852) nació en Ucrania (entonces perteneciente al imperio ruso) y está considerado como uno de los padres de la novela rusa y uno de sus autores más influyentes. Trabajó primero como burócrata y más tarde como pro fesor de Historia en San Petersburgo, ciudad en la que situó buena parte de sus relatos, y también L a nariz. Su obra más importante fue Almas muertas. Vivió Vivió también en Italia y en Alemania. Alemania. En E n sus obras combinaba a menudo personajes y situacio nes reales con lo fantástico y el humor, y utilizó esa mezcla con intención crítica. El protagonista de esta historia un buen día descubre con gran preocupación que ha perdido su nariz, hasta que la encuent encuent.. a casualmente por po r la calle, dotada de vida propia... l a nariz es un relato «pie contiene muchos elementos liecuenies en la obra de Gógol: es hu morístico, muy divertido, disparatado, un tanto surrealista, y al al mismo tiempo está basado basa do en per per sonajes y ambientes muy reales, pertenecientes a la sociedad de su tiempo y situados en la ciudad en la que vivió, vivió, San Petersburgo. Utiliza Ut iliza esa com binación de realidad y fantasía para hacer hacer una ca
ricatura ricatura de la sociedad rusa de su tiempo. En par ticular, critica la vanidad, la ambición de poder y el exceso de preocupación por las convenciones sociales. La nariz es una excelente forma de em pezar a conocer a su autor. El compositor Shostakóvich creó una ópera basada en este relato. Las excelentes ilustraciones de l'stliei Sania Múzquiz iluminan esta edn ion
Ilustraciones de Esther Saura Múzquiz
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El 25 de marzo ma rzo tuvo lugar en San Petersburgo Petersb urgo un insólito suceso. U n barbero bar bero de la la avenida avenida Voznesenski, Iván Yákovlevich —se desconoce su apellido, el cual se había borrado y nadie se había molestado en volver a grabar sobre el rótulo del señor con la mejilla enjabonada y la leyenda «También se hacen sangrías»—, el barbero Iván Yákovlevich, decía, se despertó bastante tem prano y percibió el olor a pan caliente. Al incor porarse porar se ligeram ligeramente ente en en la cama, cama, com c ompro probó bó que su esposa, una dama bastante respetable a la que le encantaba encantaba beber café, sacaba del horno hor no en esc esc pre ciso instante instante el pan recién horneado. hornea do. 1loy yo, Praskovia Osipovna, no voy a tomar tom ar cale dijo di jo Iv.m Iv.m Yákovlevic Yáko vlevich h —, me ape tece mas comerme un panecillo caliente con ce bolla. En realidad, Iván Yákovlevich hubiese pre ferido una y otra cosa, pero sabía que era abso lutamente imposible exigir ambas a la vez, pues Praskovia O sipovna sipov na desaprobaba desaproba ba semejan semejante tess ca ii
prichos. «Que coma pan el idiota, mejor, así me quedará una taza más de café para mí» pensó su esposa al tiempo que arrojaba un pan sobre la mesa. Iván Yákovlevich, por decencia, se puso el frac sobre la camisa y, una ve/ sentado a la mesa, echó la sal, preparo dos eabe/as de ( ebolla, tomó en la mano mano un t in InIlii InIlii \ , (< m un un ges ge sto caracte rís rí stico ic o, eom eo m en /i i a ( ni lai el pan AI pai Iu el el pan en dos mitades, du ign>la uniaila al i enl i o y, para su sorpr sor pres esa, a, vio algo alg o blanque blan quecino cino.. Iva van n Y.ikovlevich luirlo cuidadosamente con el cucliillo y, a continuación, palpó con el dedo. «¡Está «¡Est á duro!», du ro!», —se d ijo— ijo —, «¿qué será?». será?».
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Hundió los dedos y sacó ¡una nariz! Iván Yákovlevieb Yákovlevieb se quedó anon adado y comenzó comen zó a frotarse los ojos y a toquetearla: ¡una nariz, una nariz auténtica! Pero es que, además, tenía la sensación de que la conocía de algo. El ho rror se dibujo en el rostro de Iván Yákovlevich. Sin embargo, ese lion or no era nada frente a la
indignación que se había apoderado de su esposa. —¿A quién le lias cortado esa nariz, animal? —empezó a gritar lucra de sí—. ¡Bribón! ¡Borracho! ¡Yo misma te te entreg entregaré aré a la la policía! ¡Me¡Me nudo bandido! A tres tres personas he oído decir que cuando afeitas tiras de tal modo de las narices que por po r poco poc o no se despre desprenden. nden. Pero Iván Iván Yákovlevich estaba e staba ausente. ausente. Sabía perfectamente a quién pertenecía aquella nariz, y no era a otro que al asesor colegiado Kovaliov, a quien afeitaba cada miércoles y cada domingo. — ¡Déjalo ¡Dé jalo ya, Praskovia Osipov O sipovna na!! La de jaré ja ré en un rincó rin cón n envuel env uelta ta en un trap tr apo: o: que qu e se quede allí un ratito, luego ya me la llevaré. —¡N i escucharte escucharte quiero! quiero ! ¿Q u e consienta consienta que haya en mi habitación una nariz cortada?... ¡Las cosas, en su sitio! ¡Dios mío, lo único que sabe hacer hacer es pasar pas ar la navaja por po r la correa corre a y, y, a este este paso, pronto no estará ni en condiciones de hacerlo, pendón, miserable! ¡Que responda por ti ante la policía!... ¡Sí, claro, precisamente por ti, pintamonas, cabeza de serrín! ¡Lucra de aquí! ¡Fuera! ¡Llévatela a donde quieras! ¡No quiero ni verla! Iván Yákovlevich permanecía en pie, como fulminado. Pensaba, pensaba, pero no se le ocuocu rría nada.
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—Tan solo el diablo puede saber cómo ha llegado a suceder esto —dijo finalmente mien tras tras se rascaba rascaba una una oreja con con la m ano—. an o—. N o p o dría afirmar con seguridad si ayer regresé regresé borra bo rra cho o no. Pero, Per o, aun así, así, aquí aq uí hay gato encerrado, pues si bien el pan es tema de horno, en absoluto lo es una nariz. ¡No entiendo natía!... Iván Y.íkovlcvieli se quedo en silencio. 1,a idea de que la poln u en» ontiaia allí la nariz y le acusara, estuvo a punto (le oí a nonade un des mayo. Ya casi podía ver el cuello esc.n lata visto samente bordado en plata, la espada..., mientras todo su cuerpo se estremecía. Finalmente, cogió su ropa interior y las botas, se puso todos esos harapos y, al compás de las severas exhortacio nes de Praskovia Osipovna, envolvió la nariz en un trapo y salió a la calle. Tenía intención de meterla en cualquier parte: tras un guardacantón, bajo una puerta, o dejarla caer, así como por descuido, y torcer por el primer callejón. Pero, para desgracia suya, to paba a cada instante con algún conocido que, de inmediato, empezaba a interrogarle: «¿A dónde vas?» o «¿A quien tienes que afeitar tan tem prano?», así que Iván Yákovlevich no pudo ha llar la ocasión. Poco después, consiguió incluso dejarla caer pero, desde bien lejos, un centinela le hizo una señal con la alabarda, mientras le ex-
hortaba: hortaba: «¡Recoge «¡Re coge eso! ¡Eso ¡Es o que se te ha caído!». E Iván Yákovlevich tuvo que recoger la nariz y esconderla en en el el bolsillo. L a desespera dese speración ción se fue apoderando de él conforme el gentío se multi plicaba incesantemente en la calle a medida que comenzaban a abrir las tiendas y los lo s puestos. puest os. Decidió ir al pílenle de San Isaac: ¿cómo no iba a eiieonii.il allí el modo de arrojarla al N e v a ? ... .. . I'em ¡ipu il«".i indo!, indo !, soy ‘.i ‘.in n duda du da cul pable de no li.il> li.il>i i Ir-, pi o p o n 10 101 1 i.ulo liasla ahora información ale,una sobre Ivan Yákovlevich, un homhii' respetable en muchos sentidos. Ivan Yákovlevich, como todo comerciante ruso i|uc se precie, era un borracho empeder nido. Y, aunque cada día rasuraba los cuellos de los demás, el suyo propio no conocía la navaja. Id Irao de lván Yákovlevich (Iván Yákovlevich nunca nunca iba con levita) levita) era multicolor. multicolo r. E s decir, que era negro, aunque estaba completamente cu bierto de lamparones marrones amarillentos y grises. Id cuello ya brillaba brillab a y en en el el lugar donde dond e otrora hubiera tres botones tan solo colgaban unos lulitos. Iván Yákovlevich era un gran cí nico. nico. ( i.ula vez vez que afeitaba al asesor ase sor colegiado co legiado Kovaliov, este le decía: «¡Iván Yákovlevich, no hay dia que no te huelan mal las manos!», e Iván Yákovlevich siempre contestaba con la misma pregunta: -¿Y a que huelen?». «No lo sé, her-
manito, pero apestan», replicaba el asesor colegiado mientras Iván Yákovlcvich, tras inhalar una dedada de tabaco, respondía al comentario enjabonándole el pómulo, la nariz, detrás de la oreja ore ja y el cuello, cuello, en una palabra, dond do ndee le daba la gana. N uestr ue stro o respetable respetable ciudadano se encontr encontraba aba ya en el puente de San Isaac. Miró alrededor y, a continuación, se inclinó sobre la barandilla, como si desease contemplar las aguas —¿pasarán muchos peces?—, y arrojó disimuladamente el trapo con la nariz. Tuvo la sensación de haberse quitado diez piula''' de encima. Iván Yákovlevich incluso sonrió. En lugar de irse a afeitar las barbillas de los funcionarios, se puso en camino hacia un establecimiento anunciado con la inscripción «Comida y Té» para pedir un vaso de ponche, cuando, de repente, en la cabecera del puente, descubrió la figura del inspector de distrito, un hombre de apariencia magnánima, con generosas patillas, sombrero triangular y espada. Le dio un vuelco el coi azon cuando el inspector comenzó a scnalai le con el dedo, diciendo: —¡Acércate aquí, querido!
* N. del T. Antigua medida rusa de peso equivalente a 16,38 kg.
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X.
Iván Yákovlevich, conocedor de las orde nanzas, se quitó enseguida el gorro y, aproxi mándose con premura, dijo: —¡Mis ¡M is salu s aludo dos, s, señoría! señoría ! —¡N o , no, hermanito, herman ito, nada de señoría! Dime Dim e qué hacías hacías allí pa parad rado o en el el puente. —I ,e juro ju ro,, señor, que me diri d irigí gíaa a afeitar afei tar a un dic d icn n ie y me del del uve uve un instante par p araa ver si había peces en el i n> —¡Míenle-., míenle-.! Asi no le escaparás. ¡Haz el I . IV I Vi tl tl d e i r - . p i u i d e i ! I-,si.n i.i eiu amado d e .den.u le «los veces a la scm.in.i, lies si lo desea, absolui.míenle gratis —respo re spond ndió ió Iván Yákovlevich Yákovl evich.. —¡N o , amigo, am igo, eso e so son disp d ispára árales! les! A mi mi ya me aleiian (res barberos simplemente poi el gran respeto que me profesan. ¿Vas a hacer el lavor de aclarai me qué estabas haciendo allí? Iv.ui Yákovlevich empalideció... I n esle ¡ l i s iante, el suceso queda absolutamente velado por la niebla y desconocemos qué ocurrió a ciencia cierta.
II
El asesor colegiado Kovaliov se despertó bastante temprano e hizo con los labios: «Brr...» —costumb cost umbre re que qu e repetía cada mañana al al despertar aunque ni él él mismo mism o pod p odía ía explicar exp licar cuál era era la causa de aquel comportamiento—. Kovaliov se desperezó desp erezó y ordenó orde nó que le acercasen acercasen un pequeño pequeñ o espejo que estaba sobre la mesa. Quería mirarse un grano gr ano que la noche anterior le había salido en la nariz; ¡sin embargo, comprobó estupefacto que en lugar de nariz tenía un paraje completamente mente desértico! desértico! Asust A sustado ado,, Koval K ovaliov iov ordenó que que le trajesen agua y se frotó los ojos con una toalla. ¡ b'ai electo, no está la nariz! Empezó a tocarse con la mano para convencerse de si estaba dormido o no. Al parccei, no estaba dormido. El asesor colegiado Kovaliov salto tic la cama y se sacudió la cabeza: «¡No está mi nariz!...». l)e inmediato, dispuso que le trajesen su ropa y salió volando sin dilación en busca del prefecto de policí policía. a. Pero antes resulta imprescindible mencionar algunas cosas sobre Kovaliov para que el lector 21
tenga conocimiento de la verdadera naturaleza de este asesor colegiado. A los asesores colegiados que obtienen su nombramiento mediante certifi cados académicos académicos en en modo m odo alguno es posible com c om
tenga conocimiento de la verdadera naturaleza de este asesor colegiado. A los asesores colegiados que obtienen su nombramiento mediante certifi cados académicos académicos en en modo m odo alguno es posible com c om pararlos con aquellos asesores colegiados que se hicier hicieron on a sí mismos mism os en el Cáu Cá u caso ca so*. *. Constituyen dos clases completamente diferentes. Los asesores colegiados de academia... Cuidado, Rusia es una tierra tan peculiar que si te pronuncias sobre un asesor colegiado, todos los demás asesores cole giados, de Riga a Kamchatka, se darán por aludi dos sin excepción. Claro, que lo mismo ocurre con todos los títulos y nombramientos. Kovaliov era un asesor colegiado del Cáucaso. Ostentaba su cargo solo desde hacía dos años y, por eso, no lo graba olvidarlo ni p or un minuto y, para pa ra darse más señorío e importancia, nunca se denominaba a sí mismo asesor colegiado, sino mayor. «Escucha, tórtola», decía habitualmente cuando encontraba por la calle calle a alguna alguna vieja vendien ven diendo do pecheras, «ve a verme a mi mi c asa. Mi apar ap arta tam m ento en to est e stáá en en Sadó Sa dó-vaya. vaya. Simplemente Si mplemente pt egunta: ¿Vive aquí aq uí el m ayor ay or Kovaliov Ko valiov?? < aialqm aialqmei ei a le indicará». Pero si se tra taba de una joven hermosa, además le dejaba en trever un encargo secreto: «Pregunta, querida ’ N. del T. Los asesores colegiados del Cáucaso eran funcionarios cuyo cargo era equiparable al rango de mayor en la escala militar.
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mía, por po r el el apartame apartamento nto del mayor may or Kovaliov». Ko valiov». Por este motivo, de ahora en adelante le llamaremos mayor en lugar de asesor colegiado. El mayor Kovaliov tenía la costumbre de salir cada día a pasear por la avenida Nevski. El cuello cuello de su pechera pechera lucía siempre inmaculado inm aculado y bien almidonado. Sus patillas eran iguales a las que hoy día .mu podemos ver en los rostros de los agrimrnsoi es pi oviiu iales y de distrito, los arquitecto-. \ lo*, medito*. medi to*. ta-.ii ta-.ii cuse cu ses, s, y también tambi én en los de aquello-. qu> o - . n man dileientes cargos polic po licial iales es v, v, en gc gcne neial ial,, cu lo lo-, di iod io d o s aquel aqu ellos los hombres de voluminosas v i o . - a g a n l e s mepllas que suelen (ligar muy bien al boston patillas que cru/aii por el centro de la mejilla piolon g.iudose basta la nariz. El mayor Kovaliov Ile vaba multitud de sellos de cornalina, tinos con escudos escu dos y ot ot ros en los lo s que q ue habían grabado: inic inicrr coles, jueves, lunes, lunes, etcéte etcétera. ra. El may m ayor or Kovaliov Koval iov llegó a San 1‘ete ‘e tersb rsbur urgo go po p o r necesida nece sidad, d, en en con creto p.ua buscar un puesto digno de su título: con suei te, de vicegobernador y, en caso contra rio, de administrador en algún reputado despa cho. I I mayor Kovaliov no descartaba casarse, casarse,
(•/ / 1111-1-1* di- naipes nacido durante el asedio in glés a la ciudad de Mn-anu durante la Guerra de la Indepen dencia csl.ulniimilriiM' N.
aunque solo en el supuesto de que a la novia la acompañara una dote de doscientos mil. Así pues, pue s, ahora ahor a puede pued e el el lector hacerse una idea de la la situación del mayor cuando vio en lugar de su nariz, bastante bonita y proporcionada, un paraje raje uniforme y desértico. Para acrecenta acrecentarr su infortunio, ni un solo coco chero se dejó ver ve r por la call callee y tuvo tuv o que ir a pie, envuelto en su capa y ocultando su rostro con un pañuelo, de modo que parecía que sufriese una hemorragia. «Quizá lo he imaginado todo: una nariz no puede perderse así de la noche a la mañana», pensó, deteniéndose en una pastelería con la intención de mirarse en el espejo. Por suerte, en la pastelería no había nadie; unos m uchachos limpiaban los salones y colocab col ocaban an las las sillas. Algunos, con ojos somnolientos, habían sacado bandejas de pastelitos calientes. Sobre las mesas y las sillas yacían abandonados los periódicos de la víspera impregnados de café. «Bueno, gracias a I )ios, no hay nadie», dijo, «así podré mirarme». Se accico irmciosn al espejo y echó un vistazo. «¡Ihablos, que asquerosidad!», prorrumpió después de dejar escapar un escupitajo, «si al menos hubiese algo en el lugar de la nariz, pero así, así, nada de nad n ada! a!...». ...». Mordiéndose los labios con preocupación, salió de la pastelería y decidió, en contra de su
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costumbre, no mirar ni sonreír a nadie. De repente, se quedó pasmado junto a la puerta de una casa. Sus ojos acababan de ser testigos de un hecho inexplicable: ante la entrada había parado una carroza, se habían abierto las portezuelas y un señor de uniforme había saltado de ella doblando el espinazo y había n liado a correr escaleras arriba. ¡(,)uc ¡(, )uc hm mi \ que eslupe esl upelae laeeio eion n experim pe rimen ento to k ova lio v al al iccon icc onoc ocei ei sil sil prop pr opia ia nariz! 'lia 'l iass pi esencia esenciall tan insólito espectác es pectáculo, ulo, tuvo la sensación de que lodo giraba ante sus ojos. Sentía que apenas podía mantenerse en pie. Sin embargo, con los temblores propios de un estado febril, decidió, pasase lo que pasase, aguardar su regreso a la carroza. Y, efectivamente ente,, dos d os minutos después desp ués la nariz salió. Vestía Vestía uniforme con bordados de oro y cuello alto, pantalones pantalones de ante ante y espada esp ada al al costado. costado . A juzg ju zgar ar porr el po el sombrero somb rero con pluma se podía deducir que ostentaba el rango de consejero civil, lira evidente que iba de visita a algún lugar. Miró a ambos lados y gritó al cochero: «¡Arranca!». Se sentó y partieron. El pobre Kovaliov apenas tuvo tiempo de volver en en sí. sí. N o sabía qué pensar pensa r de tan extraño extraño suceso. suceso . ¡Ciómo ¡Ciómo era posible pos ible que q ue una nariz que, en efecto, efecto, hasta hasta ayer lucía lucía en su su rostro r ostro,, que no podía po día montar ni caminar, anduviese ahora por ahí de
uniforme! Echó a correr tras la carroza, la cual, por fortuna, recorrió un breve trayecto antes de detenerse frente a la catedral de Kazan. Apresuradamente, kovaliov se abrió paso hacia la catedral por entre un grupo de viejas, indigentes de las las que tanto se había reído hasta en tonces porque llevaban los rostros completamente mente cubiertos cubiertos de vendas salvo por po r dos d os orificios orificios para los ojos, y entró en la iglesia. Había pocos feligreses feligreses en su inter interior ior.. Estaban Esta ban todos tod os congregados a la entrada, junto a las puertas. Kovaliov se encontraba en tal estado de abatimiento que ni tan siquiera tuvo lucrzas para persignarse: buscaba con la mirada a aque aquell señor por todas las las esquinas. Por fin, le vio allí de pie, a un lado. La nariz había ocultado por completo su rostro bajo su alto cuello y rezaba con devoción. «¿Cómo podría acercarme a él?», pensaba Kovaliov. «A juzgar por las apariencias, el uniforme, el sombrero, es evidente que se trata de un consejero civil. ¡Cómo diablos podría hacerlo!». Comenzó a tosei a su alrededor, pero la nariz no abandonó ni por un minuto su actitud devota y seguía haciendo reverencias. —Noble señor... —dijo Kovaliov, alentándose interiormente para darse ánimos —, noble señor...
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—¿Que se le ofrece? —respondió la nariz, dándose la vuelta. - M e causa causa ext extra rañez ñeza, a, noble noble señor señor mío. mío... .. Me parece... Usted debería conocer su sitio. Y, de repeine repeine,, le encuentro encuentro y.. y .... ¿dónde ¿dó nde?, ?, en la la igle igle sia. Convendrá usted... IVrdónemc, no alcanzo a comprende compr enderr qué qué pretende decir... I'xplique.se. «¿< iniiiii podii.i explicado?» pensó Kovallov v, v, t olm.mdoM olm.mdoM d r valoi, valo i, com co m enzó en zó:: h i i i - n o , y o . . . , y o , p o i olía parle, soy m a v o i Amlo sin nariz, y convendia n.sled que eslo e s una indecencia. Una vendedora cual quiera de esas que despachan naranjas peladas en el puente Voskresenski puede sentarse allí sin nariz pero, teniendo en mente conseguir... Ade más, estando relacionado con damas de muchas casas: ( .hejta .hejtarev reva, a, la la consejera conseje ra civil civil,, y tantas otras... Se hará usted cargo... No sé, noble señor. (En este punto, el mayor Kovaliov se en cogió de hombros). Disculpe..., analizándolo conforme a las reglas del deber y el honor..., usted mismo puede comprender... N o compren com prendo do absolutamente nada n ada —respondio l.i nariz—. Expliqúese mejor. Noble señor... —dijo Kovaliov adop tando .ú tilud de dignidad—, no sé cómo tomar sus palab pa labias ias.. I .as .as cartas carta s están sobr so bree la mesa,
creo que está todo claro... Aunque si lo pre fiere... Pues bien, ¡usted es mi propia nariz! La nariz miró al mayor y Irunció ligera mente las cejas. —E stá st á en un error, noble n oble señor. Yo soy yo mismo. Además, no es posible que entre lioso tros existan tan estrechas relaciones. A juzgar por los botones de su uniforme, usted debe de servir en otra Administración. Tras pronunciar estas palabras, la nariz vol vió a girarse y continuó rezando. Kovaliov quedó completamente confun dido, sin saber qué hacer, ni siquiera qué pensar. En ese preciso momento, mom ento, se dejó oír el el agra dable sonido del traje de una dama. Hacia el se aproximaba una señora de avanzada edad, edad, ador nada con encajes, y, a su lado, una joven delgadita dita con un vestido blanco blanco que q ue resaltaba resaltaba primo primo rosamente su esbelto talle talle y un sombrer som brero o de paja, paja, ligero como un pastelillo. Detrás de ellas se de tuvo un espigado espiga do sirviente sirviente con con amplias amp lias patillas patillas y una docena cnlcia de cuellos que, sin perder tiempo, ubi 10 su labaquei a. Koval Ko val íov se acerco ace rco aun mas, sacó sa có el cuello de batista de la pechera, se recolocó los sellos que colgaban de su cadenita de oro y, sonriendo en todas direcciones, centró su atención en la deli cada dama que, como una florecilla primaveral,
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se inclinaba ligeramente al arrimar a su frente una mano blanquita de dedos casi cristalinos. Creció aún más la sonrisa en el rostro de Kovaliov cuando este vislumbró bajo el sombrero su redondita barbilla de Mam m.i deslumbrante y parte de lina mejilla maquillada i un el color de una rosa de una madi ug.idm a |>i imavera. Pero, de repenl e , s a l í n a un ludí i, i mnn si le hubiesen qucm qucmai ai lili >. I labi labiaa 111 ni d uln i pie m lugar de nariz ya ni i l e m a a b s n l i i l a i i u 111 • nada, V las lágrimas b ro l ai n i i de s u s n | o s . S e v n l \ m i m i la mtenc tenciión de de» ule sm tapujos al eaballeio del umiorme ipie se estaba haciendo pasar por consejen* civil, que era un farsante y un canalla y que no era otra i-osa que su propia nariz... Sin embargo, la nariz ya no estaba. Había salido corriendo, segura mente para ir de nuevo a visitar a alguien. Kilo Kilo sumió sum ió a Kov K ovaliov aliov en la desesperación. Volvio sobre sus pasos y se detuvo un minuto bajo una columnata, mirando concienzuda mente a todas partes pero sin poder localizar la nariz. nariz. Recordaba muy bien que su sombrero som brero es taba coronado por p or una pluma y que llevaba llevaba un un uniforme con bordados dorados. No obstante, no había reparado en su capote, ni en el color de su carroza, ni de los caballos, ni tampoco si llevaba deii.r. lacayo y, en tal supuesto, cómo era su su librea librea.. Ademas, pasab pa sabaa tal tal cantidad de ca-
rrozas para arriba y para abajo y a semejante velocidad que resultaba resultaba casi casi imposible reco no no cer a nadie. Y en el caso de que hubiese reco nocido alguna de ellas, no habría tenido medios para detenerla. Era un día espléndido y soleado. Por la avenida Nevski se agitaba un sinnúmero de gente. IJna verdadera castada llora) de damas se desliz,iba a lo largo de nula la acera, desde el puente del Policía"' basta el de Anichkov. Por allí iba un conocido suyo, un conse jero je ro de la A d m inis in istr trac ació ión n a quie qu ien n solí so líaa llam lla m ar teniente coronel, principalmente si se encon traban entre extraños. Por allí pasaba Yarygin, jefe jef e de secc se cció ión n en el Sena Se nado do,, gran gr an amig am igo o suy su y o , el cual siem si empre pre hacía una mala m ala jugada juga da en el el bastón, cuando buscaba las ocho bazas. Algunos pasos más allá, otro mayor, el cual li.ibía obte nido el cargo de asrsoi en el
* N. del T. Puente Puente sobre el Moika, llamado así po porr en contrarse junto a la casa del del Jefe Jef e de Policía de la ciudad, ciudad, Chichcrin. Actualmente, es conocido como puente Verde, su nombre original.
Conforme Kovaliov se sentó en el dro/.hlcr', comenzó a gritar al cochero: «¡Vamos, a rienda suelta!». —¿Est ¿E stáá el p rcle rc lecc tod to d e policía? polic ía? grito al en trar en el edificio. —No, ya no —replicó el portero—, acaba de marcharse. —¡Qu ¡Q u é mala suerte! suerte ! —¡Sí —añadió el p o rter rt ero o —, porqu por quee no hace hace prácticamente nada que qu e ha salido. Si hubiese llellegado un minuto antes, seguro que le habría encontrado en casa. Kovaliov, sin retirar el pañuelo de su rostro, se montó en el coche y grite') con voz desesperada: —¡Vamos, se ha ido! —¿A dónde? —dijo el cochero. —¡Rec ¡R ecto to!! —¿C ó m o recto? Es una bifurcación: ¿a la derecha o a la izquierda? Aquella pregunta lii/o reaccionar a Kovaliov y le obligo a buscar una nueva salida. Sin duda, su situación le exigía apelar a la Dirección del Orden Público, no porque esta mantuviese una relación directa con la policía sino porque sus pesquisas podían ser mucho más ágiles que* que * * N. del T. Coche ligero de cuatro ruedas.
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en otras instancias; buscar satisfacción ante las autoridades de la Administración de la que la nariz se había declarado funcionario sería descabellado, pues de las mismas respuestas de la nariz se podía adivinar que para aquel hombre no existía nada sagrado y, en tal caso, podía laltar a la verdad del mismo modo que va lo había hecho al aíirmai que el mim a le había visto con anterioridad. Asi pues, estaba ya a punto Kovahov de disponei tpie partiesen para la Dirección del ( )i den den I*11 blico cuand cu ando, o, de nuevo, le asaltó la idea de que aquel farsante y estafador que había obrado durante su primer encuentro de modo tan deshonesto desho nesto pod p odía ía tranquilamente valerse del del tiempo ganado para, de alguna manera, largarse de la ciudad y, entonces, todas las pesquisas serían en balde o podrían prolongarse, ¡Dios santo!, durante todo un mes. Finalmente, el mismísimo cielo pareció hacerle entrar en razón. Decidió dirigirse directamente a una olieina de prensa y, sin demora, publicar una nota con la descripción detallada de todos sus rasgos característicos terísticos para que cualquiera que tropezase con él, pudiese de inmediato conducirlo a su presencia o, al menos, proporcionarle información sobre el lugar del encuentro. Así pues, decidido esto, ordenó al cochero que le condujese a una oficina de prensa y, durante todo el camino, no
dejó ni un instante de zurrarle con el puño en la espalda mientras decía: «¡Más deprisa, canalla, más deprisa, bribón!». «¡Eli, señor!-, decía el co chero, sacudiendo la cabeza mientras azotaba con la fusta a un caballo con el pelo tan l.ugo como com o el de un perro per ro de lana lanas. s. El E l drozhki por Iin se detuvo y Kovaliov Kov aliov entró corriendo corriendo y jadeando en una pequeña sala destinada al público en donde dond e un oficinista encaneci encanecido, do, ataviado con un viejo frac y anteojos, permanecía sentado a la mesa mientras sujetaba su pluma con los dientes y contaba las monedas de cobre recaudadas. —¿Q ¿Quién uién se encarga aq uí de los anuncios? anun cios? —gritó Kovaliov—. ¡Hola! —Mis respetos —dijo el oficinista canoso, levantando un segundo la vista para, de inme diato, volverla a posar sobre las ordenadas pilas de dinero. —Deseo publicar... — Disculpe. Discu lpe. Le ruego rue go que q ue aguard ag uardee un un po po quito qui to le interrumpió interrump ió el oficinist ofic inistaa anotando anotan do con un.t de sus manos una t ilia sobre un papel al tiempo que movía con los dedos de su mano iz quierda dos cuentas del abaco. Un lacayo con galones y aspecto de servir en una casa de la aristocracia que aguantaba en pie junto jun to al mostr mo strad ador or con una nota no ta entre entre sus manos consideró apropiad ap ropiado o eviden evidencia ciarr sus dotes sociales:
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—C rea re a usted, señor, que el perrucho perruc ho no vale vale ocho grivnas* grivnas * y, por supuesto, yo no daría po porr él ni ocho groshes**. Sin embargo, la condesa lo adora ad ora y, y, fíjese, a quien lo encuentre encuentre ¡le dará cien rublos! Honradamente, así a sí ent entre re nosotros, nosotro s, tengo que decirle que los gustos de las personas no dejan de ser de lo más extravagantes. Es com prensible que, si eres cazador, quieras recuperar un perro de muestra o un perro maltés y no su fras por p or quinientos o que llegues a dar mil, pues sabes que lo haces haces por un buen perro. El decoroso oficinista, sin abandonar sus cuentas, le escuchaba con muestras de curiosidad: cuántas letras letras tiene tiene este anuncio. anuncio. Por Po r todas to das partes partes había multitud de viejas, dependientes do distin tos negocios y porteros con sus anuncios. En uno ponía que se ofrecían los sei vicios tic un cochero abstemio; en olio, un »o» hei ilo apenas usado im portad» portad» >en INI I de l'ai is . i a minen se ol i ocia mu mu chacha dispuesta de diecinueve anos, experta en coladas, coladas, pata pata laicas domésticas y toda clase de tra tra bajos; dro/.hhi resistente dro/.hhi resistente sin un resorte; joven ca ballo fogoso con manchas grises de diecisiete años de edad; semillas jóvenes de nabo y rabanillo re-
* N. del T. Moneda habitualmente acuñada en plata que equivalía a diez kopeks. ** N. del T. Moneda de medio kopek.
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cién traídas de Londres; daclia con extenso terreno: dos establos para los caballos y espacio para plantar un excelente jardín de abedules o de abe tos; también había tina invitación para aquellos que deseasen comprar suelas viejas, los cuale s po dían presentarse en el mercadillo mercadillo cada c ada día de ocho a tres de la mañana. La sala en la que se agolpaba toda to da esta cofradía era pequeña pequeñ a y el aire aire en en ella ella estaba completame completamente nte viciad viciado. o. N o obstante, el el asesor colegiado Kovaliov no podía percibir el olor porque se había cubierto con un pañuelo y porque ¡sabe D ios cuál cuál sería sería el el paradero para dero de su nariz! —N o b le señor, permita que qu e le intein terrumpa... Me es muy urgente —dijo al fin con impaciencia. —¡Ahora ¡Aho ra mismo, m ismo, ahora mismo! mismo ! ¡Dos ¡D os rublos con cuarenta y tres kopeks! ¡Un minuto! ¡Un rublo con sesenta y cuatro kopeks! —decía el señor señ or del cabello encanecido mientras mientras arrojaba a las las caras de las las viejas viejas y los portero port eross sus su s respectivos anuncios . ¿Qu ¿Q u é desea usted? uste d? —dijo —dijo al fin dirigiéndose a Kovaliov. —Yo q u ieto ie to ... .. . di|<> K o v alio al iovv —, he sido si do víctima de una bribonada o un li ande, aún no he conseguido saber qué es lo que me han hecho. Yo quiero solamente que publiquen que aquel que me traiga a ese canalla recibirá una generosa gen erosa recompensa. 4 i
—Permita que le pregunte, ¿cuál es su ape llido? —No, ¿para qué precisa mi apellido? No puedo decírse decírselo. lo. Tengo Tengo muchos conocidos: co nocidos: Chejtareva, la consejera civil, Palagueia Grigórievna Podtócliina, oficiala del Estado Mayor... Si me reconociesen, ¡Dios me guarde! Puede poner simplemente: asesor colegiado o, aún mejor, al guien que ostenta el grado de mayor. ¿Y quién se ha escapado, alguien de su servicio? ¿Cómo alguien de mi servicio? ¡Eso no seria un agravio tan deshonroso! Se me ha esca pado... la nariz... — ¡Ilu ¡Il u m ! ¡Qué ¡Q ué apellido tan extraño! ¿Y «pié importante suma le lia i ohado este señor Ñau/? I a i i .ii i .• i ■. d r lt• «pie \r d a l a . . . ¡no ¡n o está es tá eompi l l al a l l i m i l d I a l i a n / , mi pi opia nariz se lia largado , m d.u uoinias. ¡El diablo quería bur larse de mi! ¿ f cómo cóm o se ha largado? largad o? N o acierto a enenteiulei del todo. Mire, yo no puedo decirle cómo, ahora bien, lo lundamental es que, en este preciso ins tante, está recorriendo la ciudad haciéndose pasar por un consejero civil. Es por esto que le ruego (pie acepte mi anuncio y, de ese modo, l-‘
quien le atrape pueda urgentemente conducirlo a mi presencia a la mayor brevedad posible. Sin duda, usted se hace cargo, ¿como voy a estar sin una parte tan visible del cuerpo? No se Hala del dedo meñique del pie, el cual podría ocultai en la bota bo ta para que nadie lo viese en el el caso de que me faltase. Yo acudo cada jueves a casa de Chejtareva, la consejera civil; Podtóchina Palagueia Grigórievna, oficiala del Estado Mayor, y su linda hija, también son buenas conocidas mías y, usted se hará cargo de que yo en este estado... En este estado no puedo presentarme ante ellas. El oficinista oficin ista meditaba, lo que equivalía equiva lía a que sus labios se apretasen con iucr/.a. —N o , no puedo pued o poner pon er un anuncio anuncio así en en los periódicos periódic os —dijo él transcurri transcurrido do un prolongad prolo ngado o silencio. —¿Cóm ¿C óm o? ¿Por qué qué?? —Porque Por que así as í es. es. El E l periódico perió dico puede pued e perder su reputación. Si cualquiera puede venir a publi car que se le ha escapado la nariz, pues... Sin ser así, ya se dice que se impiimen muchas incon gruencias y inmoles mlimdados. — ¿Y qué tiene este asunto de incongruente? N o veo nada de ello en en est estee caso. —A usted le parece que no. Pero, sin ir más más lejos, la semana pasada, pasa da, pasó pa só lo siguie siguiente. nte. Llegó aquí un burócrata que, del mismo modo que se
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ha presentado usted, traía un texto, pagó su cuenta de dos rublos y setenta y tres kopeks y, todo eso, para un aviso que consistía en que se le había había escapado esca pado un perro maltés de pelo negro. ¿Piensa que todo acabó ahí? Pues publicamos un libelo: el perro maltés en cuestión era el tesorero de no i re nenio qué establecimiento. Si, (oiiloime, pero yo no estoy redactando muguii .iiiiiiii io solue un perro maltés, sino subir mi pmpia lian/: asi que CS casi lo mismo que si lo liu irse soble mi. No, en nimio alguno puedo incluir un anuiH 10 como ese. ¡ Incluso siendo absolutamente cierto que se me lia escapado la nariz! Si realmente se le ha escapado, es un as unto 111éd ico. co. D icen que hay m édicos que p u eden poner una nariz con gran destreza. Pero, ademas, tengo la la sensación de que qu e usted debe de ser una persona de alegre talante que gusta de brome.u en sociedad. ¡Se lo juro a usted, por Dios santísimo! Oiii/as, si ya hemos llegado hasta aquí, podría demostrárselo. ¡Para qué molestarse! —prosegu pro seguía ía el el o ficinista ini e 111ras as aspi pira rab b a ta t a b a c o —. Aun Au n que, qu e, p o r olía pane, si no le incomoda —añadió con gesto d e i m iosn iosnl.n l.nll , g usto us toso so echaría un vistaz vis tazo. o.
El asesor colegiado retiró el pañuelo de su rostro. —¡lín efecto, es extraordinariamente asom broso! bro so! dijo el oficin ofi cinista ista— —, el lugar está completameiiie liso, como un blin* recién hecho. ¡Sí, está i .iii ¡daño que parece increíble! á bien, bien, ¿va usted a seguir seg uir discu di scutien tiendo do?? Ya )i >a mi m ismo que es im posible eluelu11.1 visi <»i e.i <•( I | a )i dii mi ¡tul'la mi n mi Y» le estaré esta ré partic pa rticular ularmen mente te agí ai leí leí nl<>, \ iini\ iini\ i i Hílenl Hílenloo de qu que est estaa circ circu unsl,ii l,iin n i i un luy lu y a pm pmpiH piHii limad lim adoo el el place pla cerr de coi i i Mei
le
Según se desprende de las palabras del mayor, decidió en esta ocasión lisonjear al ofimsta. —Su publica pu blicación ción,, claro, cla ro, es ya un tema tem a se se cundar cun dario io —dijo el ofic of icin inis ista ta— — y yo no le au guro con ello nada de provecho. Si es su verda dera intención, déselo a alguien que tenga una pluma hábil para describirlo como un extraño ,suce su ceso so y publi pu blica carr el el artículo artíc ulo en La abeja del inhaló inhaló un poco po co más de tab ta b aco ac o — para Norte bcnclicio de la juventud —se secó entonces la nai i/ o como com o simple simp le curiosi cur iosida dad. d. I11 asesor colegiado quedó absolutamente mirad a en la parte pa rte inferi inf erior or de 11um i ado. Posó la mirada /V /V ,1,11 I '.|'i' '.|'i'ii ir ile crepe.
un periódico, sobre la sección de espectáculos, y, al descubrir el nombre tic una actriz de su gusto, casi logra esbozar una sonrisa: se echó mano al bolsillo para comprobar si l e m a e n el un billete b illete a z u l * , pues pu es los olic ol icia iale less del I1',si ado Mayor, en opinión de Kovaliov, debían ir a bu tacas. ¡Sin embargo, el recuerdo de la nariz lo frustró todo! También el oficinista parecía compadecerse de la engorrosa engor rosa situación de Kovaliov. C on la intención de aliviar en cierta medida su aflicción, consideró apropiado dedicarle algunas palabras de apoyo: —Me parece realmente lamentable lo que le ha sucedido. ¿N ¿ N o le vendría vendría bien bien aspirar un poco poc o de tabaco? Acaba con los dolores de cabeza y la tristeza de espíritu. Incluso va bien para las hemorroides. Diciendo esto, el oficinista acercó a Kovaliov con bastante destreza la tabaquera, colocando bajo ella la tapa con el retrato de una señora con sombrero. Kslc acto instintivo saco de quicio a Kovaliov. —N o compren com prendo do cómo cóm o puede tener ganas de bromas —dijo él de corazón—, ¿acaso no ve * N. del T. Billete de cinco rublos.
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que careza>de eso precisamente con lo que tendría que aspirar? ¡Que el diablo se tome su tabaco! Ya no puedo ni mirarlo, y no solo su patético Bcre/inskr', no podría ni aunque me ofreciera ve verdac leí o rape.
Tras pronunciar estas palabras, salió pro buidamente enojado de la oficina de prensa y puso rumbo a casa del comisario especial de po ln ia, apasionado amante del azúcar. La antesala de mi domicilio, que también se usaba como comedor, estaba invadida por montañas de azúcar que le traían algunos comerciantes en señal de ■m 1 1 .i,id . La cocin coc inera era,, en aquel aq uel pre p reci ciso so m omen om ento to,, le eM.ib.i quitando al comisario las botas de mon i n ile ile mi uniforme. La espada y la coraza ya pendil n plácidamente plácidament e de alguna algun a esquina esqu ina mientras q 11e m 1 1111 i i o d c tres años se encargaba del temido m mibi ei o ii ungul un gular. ar. A s í pues p ues,, después despué s de la
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i ile i.ilue i.ilueo. o.
mortificante jornada de batalla, se preparaba para degustar los placeres mundanos. Kovaliov entró en su casa en el preciso ins tante en que este se acababa de tumbar y, giax nando, decía: «¡Alt, voy a dormir dos bol itas en la gloria!». De estas palabras se podía deducir que la llegada del asesor colegiado había sido completamente inoportuna. Dudo que hubiera sido recibido con mayor may or cordialidad si le le hubiese llevado algunas libras de té o de paño. El comisario era un gran admirador de todas las artesanías y productos manulaettirados, pero lo que prefería por po r encima de todo era el el papel moneda. «Sin duda», solía decir él, «no hay natía mejor: no pide de comer, apenas ocupa lugar, siempre cabe en el bolsillo y, si se cae, no se rompe». El comisario recibió con bastante sequedad a Kovaliov y le aclaró que después de comer no eran horas de instruir causa alguna, que la propia naturaleza imponía, una vez se había comido, un poco de descanso (de este modo el asesor colegiado pudo comprobar que el comisario especial de policía conocía peí lo lamente las sentencias de los sabios de la Antigüedad), que un hombre honrado no se desprendía de su nariz y que había en el el mundo muchos mayores que ni siquiera tenían ropa rop a interior interior en en un un estado decoros de coroso o y deamd eambulaban por po r toda clase clase de lugar lugares es impúdicos.
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¡Entre ceja y ceja! ceja! E s preciso prec iso advertir que KoK ovaliov e r a u n hombre extraordinariamente sus ceptible. E r a capaz de disculpar todo tod o cuanto le le ata ata ñese a el mismo pero, de ninguna manera, p e r d o n a r í a l o que s e refiriese al cargo o al título. P e n sa s a b a i n c l u s o q u e e n las obras de teatro se podía pod ía p n m i n i i o d o lo l o r c l c r r n i c a los oficiales pero, bajo n i n g ú n t o í o r p i o , s e d e b ía í a a r r e m e t e r contra los o l n u l e , di d i I I " . i a d i i M a v o i . I a a c o g i d a del comi sa i l o li d> | o l i l i d c si s i o í i i c i l a d o q u e m e n e ó la ca beza \ d i ]o i 11 t o ii o d ig ii o .i l i l e m p o 111it 1it ■es t ir a b a l i gia á m e n le los bi a/.os: <•( a mi ies ies< i qu e , d e sp u é s
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tan ofensivos p o r su su p a r l e , v e o i n c a p a z de añadir nada más...», y salió. Llegó a casa escuchando apenas los pasos bajo sus pies. Era ya la hora del crepúsculo. Su apartamento le pareció triste y particularmente desagradable después de todas aquellas pesqui sas lallidas. Al subir sub ir a la antesala antesala,, vio en el el sofá so fá de c u n o manchado a su lacayo Iván, el cual, tum bado boca arriba, escupía contra el techo lo grando dar con bastante acierto una y otra vez en el mismo punto. L a indolencia indolencia de aquel aquel hom hom bre le enfureció enfureció.. Le L e sacudió sacud ió con su sombrero som brero en la Irente, agregando: «¡Tú, cerdo, siempre estás ocupado con tonterías!». Ivan abandonó de un salto su posición y se lanzo a todo eonei a quitarle la capa. capa. míos comentarios
v i
Al entrar en su habitación, el mayor, can sado y abatido, se dejó caer sobre un sillón y, finalmente, transcurridos algunos suspiros, dijo: ¡I ) i o s mío! ¡Dios mío! ¿Es que merezco sen sen leíanl leíanlee desgraci des gracia? a? Si me hubiese qued qu edad ado o sin tan malo. Si hu un l>i a/ ti o una p i e r n a , n o sería tan aunq ue llevab i e s e n s i d o l a s 01 e j a s , s e r í a terrible aunque d e n i l ’i i u , s in i n n a i i / . n o se s e s a b e lo que es una peí si nía p a | a 11> m > es. t n i d a d a n o tampoco, ¡es p a t a <€>}■i i \ l u ai se p i n la v e n t a n a ! Si, al menos, me la hubiesen a m p u t a d o en e n la l a guerra o en un d u e l o , o si yo mismo fuese el responsable... Pero se h a largado así, sin ton ni son, se ha largado por pedi r un grosh... ¡Que no, no puede las buenas, sin pedir breve mente—. E s in ser! —añadió tras reflexionar brevemente—. concebible que se haya largado mi nariz. Por su puesto (¡lie es inconcebible. Seguro que lo he soiia iad di i ci, sencillamente, sencillamente, me lo he imagin ima ginad ado. o. Quiz izá, á, por error, bebí en lugar de agua el vodka que uso para loi ií Iica icarr la barba después des pués de afeitarme. El E l imtle Iván no lo retiró y, y, sin duda, me lo tomé. beei I tle Para asegurarse de que realmente no estaba boi boi i ai lio, el el may m ayor or se pelliz p ellizcó có con tanta tan ta violen violen cia que llegó a gritar. El dolor le confirmó que podía sentir y que, efectivamente, estaba despiei lo. Se aproximó sigilosamente al espejo con los ojos enioi nados y el deseo de que la nariz se
encontrara en su lugar pero, al ¡listante, se echó a un lado, diciendo: —¡Qu ¡Q u é aspe as pecto cto tan tan repugnante! Todo To do resultaba absolutamente absolutamente incomprcns incomprcnsii ble. Si se hubiese perdido un botón, una cucha rita de plata, un reloj o algo parecido, pero ¿quién podía perder p erder una nariz, nariz, quién podía pod ía per derla? ¡Y, además, en su propio apartamento!... El mayor Kovaliov, tras examinar todas las cir cunstancias, llegó a la conclusión de que segura mente la culpable de todo aquello había sido Podtóchina, la oficiala del Estado Mayor, puesto que esta deseaba casarlo con su luja. A él le gus taba cortejarla, pero eludía el compromiso defi nitivo. Cuando la oficiala del Estado Mayor le declaró abiertamente que deseaba desposarla con él, Kovaliov se desentendió del asunto con su acostumbrada sutileza, alegando que era dema siado joven, que necesitaba servir cinco ahitos más hasta que cumpliera exactamente los cua renta y dos años. Y, sin duda, por eso la oficiala del listado Mayoi, con .mimo di- venganza, había decid de cidido ido lastidi.uhlastidi.uh- y lubi lu biaa .u ndulo ndu lo a alguna algun a vieja bruja, pues lo que i estillaba incuestionable era que la nariz no había sirio crinada. Nadie había entrado en su habitación habita ción y el barbero Iván Iván Yákovlevich le había afeitado el miércoles y, tanto el resto del miércoles como durante todo
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el día del jueves, había conservado entera la nariz — l o recordaba, lo sabía muy bien—. Ade más, el dolor habría sido espantoso y, sin duda, la herida no podría haber cicatrizado tan rápidamcnir hast hastaa quedar tan plana como un blin. Iba trazando planes en su cabeza: denunciar a la ofi ciala del l’ Mado Mayor por los cauces judiciales lialni nalc. 11111 (••.••nial se en su casa y sonsacarle. sonsacarle. Sie. itll. \ii
h
í e s I n n i ........ leí i límpidas p o r u ñ a l u z
11111 pi iii iial>a iial>a a 11aves de iodas las ren r endi dija jass de la pin i la. de lo que dedujo «pie I van ya había eni elidido una vela en la antesala. I mncdi.Uamcntc, ap. i i crio el mismo Iván con ella en la mano ilu minando cada rincón de la habitación. El primer impulso de Kovaliov fue asir el pañuelo y ocultar el lugar donde hasta ayer mismo conservaba su nariz para, de ese modo, impedir que su estúpido sirvicnic se quedara con la boca abierta al ver semejanie anomalía en el rostro de su señor. Aun no había tenido tiempo Iván de mari lia i st* a su leonera cuando se escuchó en la ani esa la una voz desconocida que decía: ¿Vive aquí el asesor colegiado Kovaliov? I'.ntre. Soy el mayor Kovaliov —dijo Kovaliov levantándose de un salto y abriendo la puri la
funcionario de policía con buena u, pal illas no demasiado claras, tampoco
I iiim apaneiu
un
morenas, y mejillas rebosantes, aquel mismo que al comienzo de nuestro relato estaba en la cabe cera del puente de San Isaac. —¿Se lia perm pe rmit itid ido o usted pei p eide deii la nal rz? rz? —Exac Ex actam tamen ente. te. —Acab Ac abaa de ser hallada. hallada. —¿Q ¿Qu u é está diciendo? dicien do? —gritó el m ayor ay or Ko valiov. La alegría le había paralizado la lengua.. Miraba al inspector de distrito de labios y meji llas carnosos sobre quien, de pie frente a él, ful guraba la trémula trémula luz de la vela—. vela—. ¿C óm o ? —D e un mod m odo o extrañ e xtraño: o: la interc in tercepta eptaron ron a punto pu nto de fugarse. listaba listab a sentada sentada en una una diligen cia. Quería marcharse a Riga. Su pasaporte había sido expedido hacía ya tiempo a nombre de un funcionario. Pero lo extraño es que yo mismo, en un primer momento, la tomé por un caba llero. Pero, afortunadamente, llevaba los anteo jo j o s y, en segu se guid ida, a, me di cuenta de que qu e se trataba trata ba de una nariz. Sepa que soy miope, y si se pone usted justo delante de mí, solamente vería su cara, no disi ingnh ía ni una u.n i/, ni una barbilla, ni nada. Mi surgía, es dc»u, la madre de mi mujer, tampoco ve nada Kovaliov estaba Inri a de si —¿D ¿Dón ónd d e i sla:' ,d íonde íon deii1 Salgo corriendo ahora mismo. —N o se preocupe. Yo, imaginando que lañelañe -
cesitaría, la he traído conmigo. Y lo más extraño es que el principal implicado en este asunto es un barbero estalador estalad or de la calle calle Voznesenski, Voznesenski, que q ue está ahora cu comisaría. Hace mucho que sospechaba de él poi borracho borr acho y ladrón, y anteayer mismo mis mo escamoteo m u docena de botones botone s en un puestecillo. puestecillo. Su ti.111/ esta en el mismo estado en que la dejó. I >n m i d o esto, el el i nspe ns pect ct or tic distrito metió la mano ma no en el el bol b olsi si ll o \ sa saii o de de allí la nariz en vuel vue l ta en un pape pa pell i l o.
. ¡Sin duda, es ella! l ómese conmigo lina tacita de té. lis usted muy amable pero me es imposible' tengo que pasar por la penitenciaría... Muy mucho ha subido el precio de todos los alimentos... Tengo en casa suegra, es decir, la madre de mi mujer, e hijos. El mayor, en particular, despierta pierta gt gt andes esperanza espe ranzas: s: un muchacho mu chacho muy m uy inteligente, pero carezco absolutamente de medios pat a oliecer olie cerle le una u na educación... kova ko valiov liov adivinó y, y, tras tras coger co ger de la mesa un billete billete rojo"', rojo"', se lo puso pu so en las manos al inspector, liste liste se despidió desp idió con una reverenci reverencia, a, salió p o r la puei puei ta y, y, al momento, mom ento, K ovali ov aliov ov escuchó escuc hó su voz vo z en la calle, gritando en su jeta a un estúpido ¡Si, es ella! ella!
N.
gt tío k o v al i o v
llill llillele ele de diez rublos.
campesino que había estacionado la carreta en cima del bulevar. Después de irse el inspector de distrito, el asesor colegiado quedó conmocionado durante algunos minutos aunque, apenas transcurridos unos insumes, recuperó la capacidad de ver y seniii l.i suhii.i suhii.i felicidad le le había hab ía p rov ro v o cad ca d o seme|.m me|.mi. i. de-.i de-.iu.i u.ivo vo ( ogi o gioo afanosam afan osamente ente la nariz i «i ir n 11
es ella, sin duda du da,, es ella! decía dec ía el nía\ nía\ oí K ovali ov aliov ov— —. A quí, qu í, en el lado lad o izquierdo izquie rdo,, c ía el grano gra no que qu e me salió sali ó ayer. ayer. 1,1 1,1 mayor estuvo a punto pun to de echarse echarse a reír reír de alegría. alegría. ' ' IVro no existe en el mundo nada duradero y, pi >r es< i, dos do s minu mi nuto toss más tarde tar de ese sentim sen timien iento to de alegría no era ya tan vivo; a los tres minutos se halua apagado aún más y, por fin, se diluyó impei cepulilemente en el estado habitual del alma, coi coi no ei ei i el agua ag ua se diluye diluy e sobre sob re su serena superfi supe rfi cie cie el el círculo form for m ado p or la caída de una piedra. kovaliov comenzó a reflexiona reflexionarr y compren dió que el problema no había terminado: había ap.uei ap.uei ido la nariz nariz,, pero era preciso pre ciso pegarla, peg arla, volvei a ponerla en su sitio. no se pega? ¡Si,
m
Al hacerse esa pregunta, el mayor palideció. Con un sentimiento ¡miel¡nihle de pavor se abalanzó sobre la mesa y ahajo hacia si el espejo para evitar ponerse la nariz torcida. Sus manos temblaban. temblaban. Co C o n cuidado cu idado y precisión la coloco colo co en su lugar de siempre. ¡Oh, horror! ¡La naiiz no se pegaba!... pega ba!... Se la aproximó aproxim ó a la boca, la calentó calentó ligeramente con su aliento y la llevó, de nuevo, al desértico paraje que tenía entre sus dos mejillas. Sin embargo, la nariz no se agarraba bajo ningún ningún concepto. — ¡Vamos! ¡Vamos, ya! ¡Sujétate, tonta! —le decía él. Pero la nariz parecía que luera tic madera y caía sobre sobr e la mesa con un un extraño soni sonido, do, com c omo o si se tratara de un corcho. El rostro del del mayor may or se contrajo convulsivaconvulsivamente. —¿E s pos p osibl iblee que q ue no vaya a adherirse? — dijo él asustado—. Y, por más veces que la llevó hasta el sitio que le correspondía, cada uno de los intentos, al igual que el precedente, resulto improductivo. Llam Ll amo o a gi gi Hos .1 .1 Ivan Ivan v le le enví en vío o a busc bu scar ar al al doctor, el cual vivía cu el culi rsuclo de su edificio, cio , en en el mc] mc]oi oi apaii ap aiiam amen enio io.. I'l d octo oc torr era un hombre de buena pie.encía, tema unas bonitas patillas color azabache, una doetorcita lozana y vigoro vig orosa sa y, y, po porr las mañanas mañanas,, comía com ía manzanas fres fres
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cas cas y cuidaba cuidaba su boca con una higie higiene ne desacosdesaco stumbrada, enjuagándose cada día durante casi tres tres cuai cuai los tic tic hora y cepillándose cepillán dose los dientes dientes con cinco (¡pos diferentes de cepillos. El doctor apareció al minino. Tras preguntar hacía cuánto había mu etlido el ¡iilortunio, arrastró hacia sí al mavoi l' ov.iliov ov.il iov de la la barbilla barbil la y le p rop ro p inó in ó un l’olpi • o i i i I 1111 b .11 |iimo en el sitio donde ante i lio lio no un un i a d> i la ii.i ii.iii i. , de mod modo que el el m a y o r no o 11 11111 cili.ii cili.i i la i . i bc/ bc / a l ucia uci a al ras ras con co n tal lin i .1 <1 <111<• se golpeo la nuca conlia la pared. I I medico dijo que que no era nada nada y, aconse |.unióle que se separara un poco de la pared, le i Hdeno, primero, girar la cabeza hacia el lado de i. i lio y, tras palpar el lugar donde antes se en coniraba coniraba la nariz nariz,, dijo: dijo: «¡H u m l». A continuacontinuación, le ordenó girar la cabeza hacia el lado izquierdo y dijo: «¡Huml», y, como remate, le dio un nuevo golpe con el pulgar, de modo que el mayor Kovaliov estiró la cabeza como un caballo al que le están examinando los dientes. Una ve. realizadas realiz adas todas tod as estas prue pr ueba bas, s, el médic mé dico o meneo la cabeza cabez a y dijo: No, no es posible. Será mejor para usted
m a y o mismo podr po dría ía pegárs peg ársela ela ahora, peni le aseguro que sería peor para usted.
—¡Pero bueno! bueno ! ¿C ó m o voy a quedarm qued armee sin sin nariz na riz?? —dijo di jo Kovalio Ko valiov v . Peor que qu e ahora ya no puede ser. ¡Cómo va a ser peor! ¿En donde me voy a presentar con este aspecto? Tengo impoi tantes conocidos. Hoy mismo estoy invitado .1 dos veladas en sendas casas. Muchos me cono cen: la consejera civil Chejtareva, Podtóchina, ofici of icial alaa del del Estado Estad o M ayor ay or..., ..., aunque después después de su reciente actitud ya no tengo nada que tratar con ella salvo a través de la policía. Hágame ese favor —lepidio Kovaliov en tono suplicante—, ¿no existe algún medio? Pegúela como sea; aunque no sea muy bien, lo justo como para que se sostenga. No me importaría tener que sujetarla un poquito en las situaciones comprometidas. Además, no bailo, así que puedo evitar dañarla con algún movimiento imprevisto. En cuanto a lo que se refiere a sus honorarios en agradecimiento a su visita, esté seguro de que cuanto mis mis medios me permitan... —Créame —dijo el doctor en tono ni Inerte ni bajo aunque exti.iordin.il i.miente convincente y magnético magné tico , vo iiiiih ,i lie lie 11abaj 1ab ajaa do po porr interés. rés. Sería contrario con trario .1 .1 mis pinu qnos qno s y a mis mis c onocimientos. Sí, Sí, es cierto que que cobro co bro por las las visitas, pero p ero únicam únicament entee lo justo para no ofender con mi negativa. Por supuesto que podría pegarle la nariz, pero le aseguro por mi honor, puesto que 61
no confía en mi palabra, que sería mucho peor para usted. usted. I )eje )eje actuar a la naturaleza. Láv L áves ese e más a menudo menudo con agua fría y le aseguro que, aun sin la nariz, esiará tan sano como si la tuviese. Con rcspeeio ,i la nariz, le aconsejo que la ponga en un tarro <11<11 a! a ! ¡Disculpe! —dijo el doctor, despidiéndose dose , yo solo quería serle serle ú til... ti l... ¡Q u é se le va a hacer!... Al menos, ha sido usted testigo de mis esl iierzos iier zos.. \ I’i I’ i ( mui nciando estas palabras, el doctor salió de la habitación con aire de generosidad. Kova liov no ieparó en su rostro pues, sumido en una |iiolínula apatía, solamente vio los puños de su camisa blanca y limpia como la nieve que asomaban por las las mangas de su frac negro. neg ro. Al día siguiente sigu iente,, antes de pres pr esen enta tarr la de de mmi i .i , decidió escribir a la oficiala del Estado Mas oí por si si se aprestaba apres taba a devo de volve lverle rle po p o r las las b 11<*ii a l o que qu e le debí debía. a. M l e í k m de la carta era el siguiente:
s
«¡Querid «¡Qu eridaa señora señora Alex Alexan andr draa ( ¡rigoii ¡rigoiievn evna! a! N o alcanzo alcanzo a comprender su extraño extraño proceder. Puede estar segura de que, obrando de tal forma, no ganará nada y, por supuesto, no me forzará a casarme con su hija. Sepa que conozco de sobra so bra la historia historia de mi nariz, del mismo modo m odo que sé que es usted, y no otro, la principal responsable ile todo. Su repentina desaparición, huida y enm. en m.ii si , u a m i e n t o , p i o n e r o bajo el aspecto de un 1111 u ion. u io y, I m.dmente, bajo su propio aspeelo, no son olía eos.i que actos de brujería cometidos cometidos por uste usted d o po porr aquellos que se ejercitan en esas nobles artes tan semejantes a las suyas. Yo por mi parte considero una deuda deuda
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de honor advertirle: si la nariz en cuestión no es tuviese tuviese hoy hoy en su sitio, me veré veré obligad obli gado o a recu rrir a la dclensa y protección de las leyes. I’oi lo demás, tengo el honor de remitirle mis miopías muestras de respeto. Su atento servuloi Platón Kovalióv».
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s o i pi elidido extraordinariamente su
i a I .<• eoul eo ulie ieso so con con franq fra nque ueza za que en absolu abso luto to la esperaba, y, menos sus inmotivadas acusaciones. I e adelanto adelant o que nunca nunca he recibido recibi do en mi casa ca sa al luneionario que usted menciona, ni disfrazado ni bajo su verdadero aspectos Suele venir a visitarme, cieno, Pilip Ivánovich Potanchikov. Y aunque él, claro osla, pretendía la mano de mi hija haciendo intachables,, sobrieda sobr iedad d y gran gala de unos modales intachables sabiduría, sin embargo, nunca le he dado espei a iiza iza alguna. alguna. También Tamb ién se s e refiere ref iere usted usted a una un a nariz. nariz. Si con ello quiere decir que he pretendido darle a usi i-d cu las narices, es decir, hacerle h acerle llega ll egarr una una neg.niva Iorinal, me sorprende que se exprese en estos in minos, ya que mi intención, como usted bien sabe, ei a completamente diferente y, y, si lo que pieiendc ahora es pedir como Dios manda la mu
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mano de mi hija, estoy dispuesta a satisfacerle en este mismo momento, pues este lia sido siempre mi más anhelado deseo. ( !«>n la «spiian/a de «piedar siempre a su disposición, dispo sición, Alexandra Alexand ra Podtóchina Podtóchina
« N o » , dijo Kovalio K ovaliov v después de lee leerr la cart carta. a. «Ella no es la responsable. No puede ser. Una carta como esta no puede haber sido escrita por una persona culpable de un crimen». El asesor colegiado era un experto en estas lides, pues en más de una ocasión había sido enviado a instruir algún que otro caso en la región del ( Encaso. «¿Cómo, cuál será el propósito de nulo esto? ¡Solo el diablo lo sabe!» dijo él, finalmente, des corazonado. Mientras tanto, los rumores rum ores de este extraor extraor dinario suceso se difundieron por toda la capi tal, y, como corresponde, no sin aditamentos particulares. I\>i aipiel «•nioiuvs, las mentes de todos estaban espe« i.dmenle inteiesadas por lo extraordin.u ¡o: ¡o: 11a« 1.1 bien pino «pie los experi mentos sobre la a« « ion del magnetismo habían tenido entusiasmado al publico. Además, la his toria de las sillas «l.m/antes de la calle Koniúshennaya estaba toilavia i «viente y, por eso, no
hay que asombrarse de que se comenzara a co mentar mentar con con lauta presteza preste za que la nariz nariz del asesor colegiado Kovaliov Koval iov se paseaba, pase aba, exactamente exactamente a las tres, tres, poi poi la avenida avenida N evsk ev ski. i. Multitud Mu ltitud de curiosos curi osos se eon|',i «yaba cada día. día. Alguien dijo dij o que qu e la nariz y, entonces, solía m i v i m .i en la (¡enda Yunker y, b ente ,i ella se daba i iia (al gentío que debía acu dí! la pnln paia diMilvei la aglomeración. Un ni -gi h i mil di i .peí n i i r . pela ble, lili Upo con pal illa . ■111• ii mli i a la enl enl i ada del leal l'o gran vai irdad • I• p.e.ielill .e.ielilliis iis sei os, eoii sii u yo para la ocami mi unos líennosos y solidos bancos de madera 111n invitaba a ocupar a los curiosos a cambio de • .i líenla kopeks. Un coronel emérito salió antes de mi casa con el único propósito de presenciar aquello y, a duras penas, se abrió paso a través de la multitud. Sin embargo^ con gran indignación iomp i obo que en el escaparate de la tienda, en Ing Ingai de una nariz, había ha bía una vulgar vulg ar camiseta cam iseta de litografia da con la imagen de de lana y una estampa litografiada una muchacha remendando una media mientras un petimetre con chaleco solapado y barbita la ( oniemplaba desde detrás de un árbol, estampa, p o i otra parte, que llevaba colgada en el mismo •alio mas de diez años. Al alejarse, dijo con trispos ible le que el pueb pu eblo lo se deje te/.a:
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Después, se extendió el rumor de que la nariz nariz de del m ayor K ov aliov no paseaba paseaba po r la ave nida Nevski, sino por el jardín Tavricheski, que se eneonii.ib.i allí desde hacía mucho tiempo, tanto tanto que que i n.nul n.nuloo aún aún vivía allí a llí Jo zr e v -M irz a* esle qui'ili• \ .1 impresionado por aquel extraño c.ipni Io• Io • tli l.i n.iini.ile/.i. n.iini.il e/.i. Tambié Tam bién n algun alg unos os es11 n11.1111 .1111 • . 1. 11 A. A. .uli .uli un.i un.i Je J e < Ürugía Ürugía hacia hac ia allá se se ■ 111 imiM imiM ti i-ti i-ti Mui Mu i i mpi u i .mi e v res re s p e tab ta b le seim i i ■•11• un 111 111 • 111.11111 1.11111 tiu.i i ai i .i dii agida al celaili >i 1 1. I i u i luí ipie mosl i ase .i sus hi|os aquel raro li n.Miu no y, a ser posible, con una explicación • i ni nidia dia cómo cóm o en nuestr nu estro o ilustr il ustrado ado siglo sigl o podía po dían n 111! u i id i rsc tan ridiculas invenciones y que le sorIHi lidia que el Estado no prestara atención a tales i '.i«'. Este señor, evidentemente, pertenecía a mu
i/c/ / Mmeipe persa per sa que que encabezó encabez ó una embajada embaja da a S.ni I ’■i . i .bin .bi n
i i ii 1829.
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esc grupo de personas person as que desearía que el el Estado Estad o se inmiscuyera en todo, incluso en las riñas diarias con sus mujeres. Tras Tras esto es to.. .... I'cro I'cro aluna de de nuevo el el suceso queda absolutamente abso lutamente velado velado por la niebla y desconocemos qué ocurrió después.
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III
I iu'I mundo tienen tienen lugar lugar auténticos disparates. A vri rs estos carecen por completo de verosimiliii liiin nl ile ile repente, repente, esa esa mism mismaa nariz que qu e deam de ambu bu la Iu por ahí ostentando osten tando el cargo ca rgo de consej con sejero ero civil civil v lubía ocasionado tal revuelo cu la ciudad, apai o 10 sin ton ni son de nuevo en su sitio, es decir, insto entre las dos mejillas del mayor Kovaliov. I .lo ocurr ocurrió ió el el 7 de abril. Al despenar, se miró con desgana en el espejo y vio ¡la nariz! —la cogió con su mano—, ¡sí, la nariz! «¡Ja!», dijo Kovaliov embargado por la alegría y a punto de ai ranearse a patalear descalzo por toda la liabitai ion. Sin embargo, la irrupción de Iván se lo im pidió. pidió. ( >rde >rdenó nó que le trajeran trajeran inmediatamente la palangana para asearse y, mientras se lavaba, se unió una vez más en el espejo: «¡Mi nariz!». Miei iei n ras se seca s ecaba ba con c on una un a toalla toa lla vol v olvi vió ó de d e nuevo n uevo a mu ai se en el espejo: «¡Mi nariz!». Ivan Ivan,, mira, parece como com o si me hubiese sa s a lido mi glano en la nariz —dijo él, pensando: ■■¡One dc.giacia como diga Iván: “Pues no,
señor, no solo no hay grano, sino que tampoco hay hay nariz!” ». Sin cinlurgo, dijo Iván: N.ula, ni rastro de granos: ¡una nariz in maculada! ¡bien, qué diablo!», se dijo el mayor chas ese instante, instante, se se asomó asom ó por po r queando los dedos. En ese la pinna el barbero Iván Yákovlevich, tan rece loso i onio un gato al que acaban de zurrar por lohai tocino. Primero dime: ¿tienes las manos limpias? l e gritó d[esde lejos Kovaliov. Estáh limpias. ¡Mientes! —Por Dios, señor, están limpias. —¡Cu ¡C u idad id ado, o, eh! eh! Kovaliov se sentó. Iván Yákovlevich le cubrió con un paño y, en un segundo, con ayuda d e su brocha le embadurnó toda la barba y parte los pómulos con la crema que regalan en las onomásticas de los comerciantes.
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«¡Está ahí!», se dijo a sí mismo Iván Yáko vl ev evii ch contemplando la nariz y, acto seguido, el lado contrario siguiéndola gu o la cabeza hacia el la mirada. mirada. «¡A « ¡A h í est está! á! ¡Es ¡E s ella, ella, sin de soslayo con la duda! ¿«,>ué te parece?», proseguía, mirando denar iz. Al fin, suavemente, suavemen te, con c on tod t odo o temd a 111 en e ni e Ia nariz. el esim ío que podamos imaginar, levantó dos
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dedos ded os con co n el el prop pr opósi ósito to de cogerla por po r la punta. Tal Tal como siempre hacía Iván Yákovlevich. — ¡Bueno, bueno, bueno, (en cuidado! —gritó Kovaliov. Iván Yákovlevich bajó ba jó las manos, esl upe!ario, upe!a rio, turbado, como nunca le había sucedido. l\>r lin, empezó a pasar superficialmente la cuchilla por la barba. Y aunque le resultaba tremendamente incómodo cóm odo y dificultoso afeitar afeitar sin agarrar el el órgano olfativo, sin embargo, apoyando su áspero pulgar en la mejilla y en la encía inferior, venció finalmente todos los obstáculos y le aleitó. Una vez preparado, Kovaliov se vistió a toda prisa, tomó un coche y se lúe dircrio a la pastelería. Al entrar, gritó desde lejos: «¡Chico, una taza de chocolate choco late!». !». Y, a continuación, gritó frente frente al al espejo: espej o: «¡Teng «¡T engo o nari n ariz! z!». ». Se dio la vuelta vuelta alegrem alegremente ente y, y, con gesto burlón, miró, entornando ligeramente los ojos, a dos militares, uno de los cuales tenía una nariz no más grande que el botón de un chaleco. chaleco. Al instante, salió hacia la oficina del departamento en el que estaba gestionando su puesto de vicegobernador o, en caso de fracaso, el el di' di' administrador. Al atravesar el vestíbulo, se miró en el espejo: «¡Tengo nariz! nar iz!»» I )espués se fue a visitar visitar a otro asesor asesor colegiado, olio mayor, bromista sin solución, a cuyas espinosas t lianzas solía replicar: «¡Bueno, ya nos conocemos, ci es un pullisia!-. I )e camino iba pen-
sando: «Si el mayor no se parte de risa al verme es nn claro indicio de que todo continúa en su sitio». Y, en el celo, aquel otro asesor colegiado no advir tió nada inusual. «¡Bien, bien, qué diablo!», pensó para si si Kovaliov. En la calle se encontró encont ró con con la ofit*¡.,I .,I.i del del l istado istado Mayor, Mayor , Podt Po dtóc óchin hina, a, y su s u hija. La L as s<,lmlo c«»n una reverencia y fue recibido entre ex, l.nii.u iones de alegría. Parecía que no, que no tema n,,l|n,, l|-u un defecto. defecto. Llevaba Lleva ba un buen rato conversando c onversando t , ,i i ellas ellas cuando cua ndo sacó sacó adrede la tabaquera tabaquera y, delante , I,, filas, aspiró as piró prologada prolo gadamente mente el el tabaco tabaco por p or los l os dos do s ihi ios de^u nariz, pensando para sus adentros: .. Aquí estáis, mujeres, hatajo hataj o de gallinas! ¡Y con la 1|.i |.i no me caso ca so!! ¡Tan ¡Ta n senc sencil illo lo,, [ntr amour, por 11 Livor!». Desde aquel momento, el mayor Kovaliov volvió a dejarse ver como siempre por la avenida Ncvski, por los teatros y por todas panes. También También la nariz, como si nada hubiese pasado, estaba asen tada en su rostro, con aspecto de no haberse ido nunca por su lado. Y, después de aquello, siempre •> vio al mayor m ayor Kovaliov de buen buen humor humor,, soni n udo, persiguiendo incesantemente a todas las d.m ias ias hermosas hermosa s e, incluso, en cierta ocasió oca sión, n, en un l'ui .iecillo del Gostiny Dvor* comprando la banda distintiva de una orden, aunque no se sabe “ "i que liu, liu, pues pues no era caballero caballero de orden alguna. v i/c/ / < i.tlcr i.tlcría ía comercial comerci al de San Peters Pet ersbur burgo go cons-
• ><*iil.i. n , |
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|,, viii.
, I It ti 1111 1.1lir.ii ti i.i «| u<* sucedió en la capital M|ti( ti( ni i Hni ti >li mu •,un •,un v.i v. isio si o Ivst Ivstad ado! o! S o lo ,i Ih ii ,i.' i >iii Hnli i', \ .i 11ii 11i't '■ir> | ti ii menores, comI>i i il • imo i-. i-. 11111 Ii. Ii.i v i i i ella mili Im de inverosímil. Sin inriu loii.ii siquiera lo extraño que resulta la siili siiliii ellaiural volatiliza vola tilización ción de una nariz y su apai a ion en diferentes lugares bajo el aspecto de un consejero civil. ¿Cómo Kovaliov no cayó en la cuenta cuenta de que no es es posib po sible le reclamar reclam ar una un a nariz a t i .ivé .ivéss de una una oficina oficin a de pre p rens nsa? a? Y no me refiero refi ero a que me resultaría muy costoso pagar el anun cio: cio: eso es una una sandez, pues yo no me tengo por po r una peí sona avara. ¡Es que es improcedente, una loipeza, muy desacertado! ¿Y cómo llegó la uai i/ hasta hasta el el pan recién recién horneado hornead o y cóm có m o Iván Yakovlevich...? ¡No, no lo comprendo, decidi damente, no lo comprendo! Pero lo más extraño, lo mas incomprensible de todo, es cómo los autoi toi es puede pueden n elegir elegir argumentos argum entos como com o este. este. Co Con deso que me es completamente inconcebible, es justame just amente... nte...,, no, no, n o, no lo com co m pr pren end d o en abso ab so--
luto. En primer lugar, carece de utilidad alguna para la patria y, en segundo lugar..., en segundo lugar carece completamente de utilidad. Sencillamente, no sé que es... Y, sin embargo, incluso así, aunque, claro, es posib po sible le admil admil ir esto, eso y aquello, aqu ello, puede pued e incluso..., pues ¿hay lugar donde no sucedan incongruencias? Y con lodo, sin embargo, como habrás podido constatar, hay algo de verdad en todo esto. No digas quien o qué, pero episodios como este suceden en el mundo, rara vez, pero suceden.
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