Gerardo Capellán Arenas
La lucha que hace grande al hombre El venerable Alberto Capellán Zuazo
1998
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“Sólo la gracia puede hacer convivir de una manera tan pacífica el cordero y el león. Eso era Alberto, un temple de acero, una bondad y un sacrificio sin límites. Tenía temple de caballlero y monje mediaval, y afanas apostólicos del más moderno apóstol seglar: Fue un santo de hoy. Estoy plenamente convencido de que el Sr. Alberto fue un hombre con una santidd heroica, pero sencilla y popular”. (P. Benigno Arroyo, en el Proceso Diocesano sobre las virtudes de Alberto Capellán Zuazo).
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ÍNDICE La lucha que hace grande al hombre...............................................6 Adoración Nocturna........................................................................ 10 Conferencias de San Vicente de Paúl.............................................13 1.- Nadie es profeta en su tierra....................................................16 2.- La verdadera grandeza del hombre. ........................................21 3.- La lucha que hizo grande a Alberto...........................................24 4.- Escenario de la lucha................................................................29 5. - Comienza la lucha....................................................................35 6.- Comienza la escalada................................................................42 7.- El secreto de su conversión......................................................57 8.- El cambio, la transformación de Alberto....................................68 9.- Alberto y Paco, hermanos, amigos y apóstoles.........................84 10.- Sus bodas de oro matrimoniales.............................................91 11.- Se acerca el final.....................................................................95 12.- Interrogantes ante la muerte de Alberto...............................101 13.- Interrogantes sobre su Proceso.............................................106 15.- Epilogo..................................................................................120 16. - Apéndices............................................................................123
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La lucha que hace grande al hombre
Presentación Quise, hace ya varios años, que me escribieran una vida de mi padre en cómics, para hacerla más popular con el lenguaje sencillo y expresivo de la imagen. Tenía miedo, por otra parte, de que se convirtiera en un TBO más, con artísticos y llamativos dibujos, pero vacío de ideas y de mensaje. Por esta razón, envié unos folios de texto con lo esencial de la vida de mi padre y de ese mensaje que queda transmitir a los lectores. La Casa a la que había mandado mi encargo me contestó, con claridad, que si respetaba el texto había que sacrificar los cómics; y si quería los cómics, había que sacrificar el texto. Me ofrecieron una nueva opción: hacer una historia ilustrada que diera entrada a mucho más texto. Y me enviaron un ejemplar de la Historia de una Fundadora que podía servir de modelo y con dibujos de calidad. Esto exigía, de mi parte, escribir una historia completa de la vida, lo que, de momento, no estaba animado a hacer. Y abandoné el proyecto. Han pasado cinco años y en éste de 1997 se da la circunstancia extraordinaria de que los Consultores de las Causas de los Santos han reconocido que las virtudes de mi padre son verdaderamente heroicas. Éste es un motivo fuerte para repensar el proyecto primitivo. Ponerme a escribir la vida de mi padre me hubiera exigido a mí, su hijo, entrar dentro de mí mismo y extraer recuerdos, vivencias, sentimientos que por ser más íntimos, podrían aportar algo nuevo a otras vidas que sobre él se han escrito, pero que de momento no podía realizar. Lo que he hecho, gracias a la colaboración de unos buenos amigos, es recoger los testimonios que se dieron en el Proceso Diocesano de Virtudes. Material rico, abundante y variado aportado por los 96 testigos; que miran desde ángulos muy distintos y que por lo tanto hacen más completa la visión de su persona. 6
Hemos escogido, especialmente y por razones obvias, aquellos testigos que ya no viven entre nosotros, y los indicaremos no con su propio nombre, sino con el número que ocupa su relato en el Proceso Diocesano. Ya sé que la grandeza de un hombre está en su interior y el interior difícilmente se puede ver desde el exterior, desde donde necesariamente le han de mirar los testigos que aducimos. Ya sé que los propios testimonios de mi padre resultan poco expresivo, porque, si es siempre difícil expresar con palabras las vivencias interiores más profundas, a él le resultaba especialmente difícil, ya que las palabras no podían fluirle con la abundancia y propiedad que otra persona que tuviera más cultura. Éste ha sido el material de que hemos dispuesto y con el que nos hemos puesto a trabajar. Quede claro que no intentamos hacer una Biografía de mi padre, pues ésta ya la tenemos completa y bien documentada, escrita por el P. Alberto Barrios Moneo, C.M.F. con el título de Los Pobres son Cristo. Estas páginas quieren ser una radiografía de le lucha dura y larga que hubo de sostener mi padre contra sí mismo, lucha que le exigió virtudes verdaderamente heroicas, como lo han reconocido los Consultores de Roma. Algunas de estas páginas pueden parecer un tanto polémicas. No buscan la confrontación, quieren sólo dar respuesta a algunas acusaciones e interrogantes que su vida y su Proceso han provocado. A algunos de éstos, será la Historia la que dé contestación. Dos cosas aparecerán claras en estas páginas: 1.- La plena confianza en Dios y el amor inmenso de mi padre hacia Él, manifestado en su devoción a la Cruz, la obra cumbre de su amor, y en su devoción a la Eucaristía, que no es la obra de Dios, sino el mismo Dios oculto bajo las especies de la Hostia: y con estos amores, el amor tierno a la Virgen, la Madre que nos dio a Jesús, que se le mostró durante tres noches y que no olvidó jamás. 2.- Su amor generoso, sacrificado a los más pobres, en quienes quiere volcar todo el amor que Dios ha volcado antes sobre él. Dios y el hombre, la cara visible de Dios, son los puntos sobre los que gira su vida. 7
La oración y la acción fueron el camino que siguió para responder al amor de Dios. Estos dos polos, unidos por un mismo amor, son los que enmarcaron la vida de mi padre después de su conversión. Por este motivo nos animamos a pedir dos prólogos para esta obra. Uno al Presidente del Consejo Nacional de la Adoración Nocturna Española, que resume todo su amor a Dios. Y otro al Presidente Nacional de las Conferencias de San Vicente de Paúl, que resume su amor y entrega a los más pobres de la sociedad. Espero y deseo que los lectores sepan descubrir y admirar la realidad de las virtudes de este hombre, que supo vivir una vida ordinaria con un espíritu extraordinario, y con hechos sencillos practicar unas virtudes eminentes y heroicas. Espero que el interés de estas páginas trascienda los estrechos límites de la pequeña región donde desarrolló su actividad, La Rioja, y llegue: • A todos aquellos que son sensibles y solidarios ante los sufrimientos de los hombres. • A todos aquellos que entregan su tiempo y entusiasmo a ayudar a los “más desvalidos de la tierra”. • A todos aquellos que, sintiendo alguna inquietud religiosa, no saben cómo llenar ese vacío de su corazón. • Y a todos aquellos que, con grandes deseos en su corazón, se han de contentar con pequeñas obras, porque no pueden hacer más.
Nota: Escrita esta presentación y poco antes de llevar el libro a la imprenta nos llegó una buena noticia. Los Eminentísimos Cardenales, en la Sesión del día 1 de abril de 1998, dieron el visto bueno a la Declaración de Virtudes Heroicas, y el 6 de abril de este mismo año, en el Consistorio celebrado en la Congregación para las Causas de los Santos y ante la presencia de su Santidad el Papa Juan Pablo II, se proclamó y se firmó el Decreto de 8
Virtudes Heroicas, con las que mi padre, Alberto Capellán Zuazo, puede ser considerado como Venerable.
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Adoración Nocturna
Adorado sea el Santísimo Sacramento. Ave María Purísima. Así empezaría Alberto Capellán todos los actos de adoración y así debe empezar el prólogo de este libro escrito por su hijo, Rvdo. P. D. Gerardo Capellán Arenas. Como muy bien queda reflejado en este libro, la vida de Alberto está totalmente ajustada al resumen de los Diez Mandamientos que se encierran en dos: “amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. La Eucaristía que Cristo nos dejó en la última Cena, como el mejor regalo de su presencia, ha sido para la Iglesia –a lo largo de los siglos– una fuente inagotable de gracia y de amor. Así lo entendió Alberto y ahora su hijo sacerdote. Como antes otros, han escrito reflejos de su vida, de su historia, formada por acontecimientos pasados externos y verificables que podemos reconstruir. Pero hay otra historia interior, construida por la oración y el diálogo con Dios a través de miles de horas en sus 660 vigilias de adoración nocturna, que son un secreto que sólo Dios conoce, una historia de amor y gracia que un día, pedimos a Dios que sea pronto, saldrá a la luz de los altares. Qué claro y sincero es Alberto cuando reconoce: “Dios estaba conmigo, pero yo no estaba ron Él”. Aquí está cumplido lo que nos dice el Señor “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca”. Dios va persiguiendo a las almas a pesar de las caídas de éstas. El Adorador tiene fe y confianza en el Señor. El fin de la Adoración Nocturna es adorar al Santísimo Sacramento en las horas de la noche en todas las parroquias y propagar la devoción y adoración a Cristo en su presencia real en la Eucaristía, don de luz, de vida 10
y caridad. En el diálogo con Dios hablarnos nosotros y llega un momento en que habla Dios. Pasar de ser “aquello que se celebra “para ser” aquello que se come”. Y si en nuestro mundo oímos muchas veces, sobre todo a las madres refiriéndose a sus hijos, ¡te quiero tanto, que te comería!; esto que no puede ser en la madre, puede ser para Cristo. Cristo se quedó en la Eucaristía para que lo comamos. Cristo tuvo valor para todo, incluso hasta para morir en la cruz, pero no tuvo valor para dejar a sus discípulos –entre los que nos encontramos– sin su presencia real; por eso se quedó en la Eucaristía y da mucha tristeza ver a los hombres que se olvidan de Dios. El culto a la Eucaristía es la adoración a Dios mismo, a su amor en la persona de su Hijo que se ha hecho pan sacramentado por nosotros. No hay adoración que no lleve a un apostolado activo y no hay evangelización que pueda llevarse a cabo si no está respaldada por la Eucaristía. Quienes se sienten especialmente vocacionados para una vida y apostolado eucarístico, necesitan entender, ahondar y traducir cada día más vivencialmente su propio carisma y nunca podremos construir eficazmente la vida cristiana de espaldas a esa realidad, que es la presencia eucarística en nuestros sagrarios. Nunca tendremos tanta caridad con nuestros hermanos los hombres como cuando nos compenetramos con el misterio eucarístico. Diría más: una comunidad, un pueblo, una ciudad, una parroquia, tienen el termómetro de su caridad fraterna con los hermanos en el florecimiento del culto eucarístico. Y Alberto Capellán se llenó de amor eucarístico y cumplió con “lo que hagáis a uno de estos, a mí me lo hacéis” y se dio de lleno a Dios. Estas páginas se ofrecen a almas inquietas, con hambre de sintonizar con Cristo Eucaristía en los deseos de Alberto y de darse en esta hora difícil por la salvación de todos. Su mensaje evangélico y lleno de humanismo nos lo hace presente en nuestros días con su perenne actualidad. Santísima Virgen María, convierte, como en las Bodas de Cana, nuestra pobre agua en vino de amor a los hermanos y a tu Hijo Jesús; y te 11
proclamemos Bienaventurada y entonemos el eterno Magnificar, gloria y honor a Jesús Eucaristía en el cual encontraremos el Camino, la Verdad y la Vida como Alberto Capellán Zuazo lo encontró. Rafael Carbonell Fenollosa Presidente del Consejo Nacional
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Conferencias de San Vicente de Paúl
Consocio Alberto Prologar un libro es siempre un reto apasionante y arriesgado. Incluso cuando, como en este caso, se trate de presentar la obra, el recuerdo, el ejemplo, que un siervo de Dios ha dejado en su hijo, en su hijo sacerdote. Ése es, quizás, el primer resultado en el autor de la cercanía de su vida con el candidato a la declaración eclesial de santidad: su opción radical por el evangelio a través del sacerdocio ministerial. Hoy, el autor quiere acercamos al personaje y, parodiando a los primeros cristianos, poder decimos: mirad cómo vivió el Sr. Alberto. Cómo oró y amó. Cómo se entregó y aceptó la acción del Espíritu sobre él. Es así frecuentemente en la vida de los santos: influyen rotundamente en aquéllos que viven y se enriquecen de su proximidad. En la vida del Sr. Alberto, del consocio Alberto, como decimos en las “Conferencias” de San Vicente de Paúl, habrá ejemplos muy frecuentes de esa transmisión, como por capilaridad, de la santidad. Transmisión, que sólo puede hacerla aquél que vive buscándola en todo momento en la oración y en la cercanía y el servicio con los más próximos representantes de Cristo en la tierra: los pobres. Aquéllos que nadie quiere y que, sin embargo, se convierten en amigos entrañables del Sr. Alberto. Es seguramente la gran preocupación desde su conversión: los pobres. Pudiera ser que mi padre no se sintiera tan grave, pues pensaba ir el domingo a las “Conferencias” (pág. 133) cuenta su hijo Gerardo. ¿Fue así o no quiso primar su indudable y posiblemente asumida gravedad frente a las necesidades del otro, del pobre? A estas alturas en las que se encuentra la investigación histórica sobre el siervo de Dios, posiblemente ya nunca sobremos la verdad de aquel íntimo sentimiento. A quien escribe estas líneas, permitidle el convencimiento de que fue el primar, conscientemente, la atención a la pobreza de los demás, antes que la suya propia. Muy al estilo vicentino, decimos en las “Conferencias”. 13
Cuenta el fundador (1) de la Sociedad de San Vicente de Paúl, de las “Conferencias”, que habiéndose prohibido mutuamente sus padres las visitas a los pobres con vivienda en los pisos altos, por estar ambos muy delicados de salud, en una ocasión en que a su padre, médico de profesión, le advierten de que se encuentra moribundo un asistido en un quinto piso y necesita asistencia, el padre duda si subir por el compromiso contraído con su espose. Al final, prima la asistencia al “reflejo de Dios” que lo necesita y sube trabajosamente los cinco pisos. Al entrar, agotado y sin aliento, observa que hay otra persona ya en la cabecera de la cama atendiendo al enfermo, que ha roto su promesa por el mismo motivo que él, su esposa. Esa radicalidad de vida, que hace cambiar tan notoriamente la biografía de un hombre como el Sr. Alberto, está centrada en el amor de Dios y por ello, nos recuerda el autor al hablar de su padre: educa en la comprensión, con rigidez en los primeros momentos de su conversión, y con mayor comprensión, según avanzaba en su autodominio. Autodominio presidido por el amor, añado. Es difícil ser cristiano, ser católico, y no ser tolerante para los demás y exigente para ti mismo. Como es difícil no estar alegres en base al infinito beneficio que has recibido. Esa tolerancia y alegría, a veces no encontrada con le frecuencia deseable en los miembros de la Santa Iglesia, es la que transmite sin duda nuestro consocio Alberto a los pobres a los que se acerca o a aquéllos que lo hacen a él. Hablaba San Vicente de la exigencia de los pobres y nos proponía abrazarla y aceptarla. Cuando el Sr. Alberto es maltratado por alguno de esos amigos en necesidad que se le acercan en demanda de ayuda, estoy seguro que recordaría al santo de la caridad a quien, al ingresar en las “Conferencias”, sin duda había adoptado por patrono y ejemplo de vida. He sentido un gran placer al leer el borrador del Padre Capellán sobre su padre. Me ha recordado muchas vidas de vicentinos admirables a los que he tenido la dicha de conocer y que se han entregado hasta el final de sus días a los pobres, en silencio, con parecida intensidad que el Sr. Alberto. Los laicos debemos tener ejemplos hoy de lo que se puede hacer, de lo que estamos obligados a realizar en respuesta al sacerdocio común que recibimos en el bautismo. De ahí la oportunidad de la publicación de 1
Beato Federico Ozanam, catedrático, padre de familia, filósofo y polemista brillante, defensor de la Iglesia y principal fundador de las “Conferencias” de San Vicente de Paúl. Beatificado por Su Santidad el Papa Juan Pablo ll el 22 de agosto de 1997 en París.
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esta biografía. La Iglesia, el Pueblo de Dios, donde con tanta frecuencia oímos reclamar el lugar que nos corresponde a los laicos, insistiendo ante la jerarquía para ello, está necesitada menos de hablar y más de apóstoles que, al igual que el consocio biografiado, tomen sobre sí una parte de esa responsabilidad eclesial y la ejerzan con la vista puesta en los mandatos evangélicos. Así encontraremos el puesto que todos tenemos reservado en el servicio al Pueblo de Nuestro Señor, sin exclusiones para nadie. Mostrémosle pues al Sr. Alberto a los hombres de hoy y ojalá consigamos aquello que desea el autor, y cuyas palabras hago mías para terminar este breve prólogo, si los lectores sacan de estas páginas deseos de superarse con una fe cada vez más confiada en Dios-Padre y un deseo de ayudar al hermano que sufre a su lado, sería unes satisfacción y el mejor pago para el esfuerzo que ha podido suponer el escribirlas. José Ramón Díaz-Torremocha VIII Presidente de la Sociedad de San Vicente de Paúl en España.
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1.- Nadie es profeta en su tierra
Era una noche templada del mes de julio de 1983. Por las calles de Sto. Domingo de la Calzada (La Rioja) desfilan cientos y cientos de personas con gran número de banderas. Todos cantan con entusiasmo. En las aceras de las calles hay curiosos que contemplan la manifestación, Un forastero pregunta a un vecino del pueblo, que está entre los curiosos, qué significaba aquello. El del pueblo contestó: No sé nada, no sé de qué se trata. Para informarse detienen al acompañante de una de las muchas banderas y le preguntan. —¿Para qué es esta manifestación? El interrogado les responde con afecto y entusiasmo: —Estos cientos de personas son Adoradores Nocturnos venidos de todas las partes de Espada para celebrar un gran acontecimiento. Hoy se abre el Proceso de canonización de un labrador de este pueblo y que era fervoroso adorador nocturno. Alberto Capellán. El del pueblo, al oído, interviene: —¿Quién has dicho? ¿El Sr Alberto, santo? Pero ¿no es un labrador que todos hemos visto en el campo, como a tantos labradores? ¿Y sus hermanos no son Paco, Miguel e Isidro, labradores también como él? Y a un labrador, sin gran cultura, sin influencia política ni económica, que no ha hecho nada de extraordinario ¿lo van a hacer santo? El adorador nocturno le dice, sin inmutarse: —Esas preguntas son las mismas que se hicieron, hace dos mil años, los vecinos de Nazaret sobre Jesús. Pensaban conocerle bien, porque conocían su profesión, a su madre, a sus parientes, y no podían creer en él. Es entonces cuando Jesús les dijo aquella famosa frase “Nadie es 16
profeta en su tierra”. Y como no creían, no hizo allí ningún milagro. El del pueblo insistió: —Yo no niego que fuera un hombre bueno, que hacía muchas obras buenas, pero ¿santo? No será de mi devoción, ni aquí tendrá devotos porque no tiene virtudes para santo. No repartió todos sus bienes a los pobres ni hacía milagros ni las cosas raras que dicen que hacen los santos. (P.D. de Virtudes. Testigo 91, pfo. 1.109, pág. 561). El adorador se incorporó a la manifestación, cantando con fervor. Yo me quedé pensando.
Los judíos no creyeron y siguen sin creer en Jesús como Mesías. 17
Jesús no hizo nada de lo que imaginaban que tenía que hacer el Mesías, como era la victoria sobre los romanos, bajo cuya ocupación estaban. Al contrario, murió fracasado, con muerte vergonzosa, la muerte de Cruz ¿Cómo creer en él? Algo parecido pasa con muchos cristianos. Se imaginan a los santos haciendo cosas raras, grandes y extraordinarias y no pueden descubrir la grandeza que se encierra en las cosas pequeñas. No saben descubrir lo extraordinario de una vida ordinaria y la santidad de una vida sencilla, pero llena de fe y de amor. Nos volvíamos a casa mi amigo Luis y yo, comentando lo que acabábamos de escuchar, y nos encontramos con otros dos calceatenses interesados en darnos sus opiniones sobre el caso. Uno de ellos, Manuel, nos dice: —Yo también he oído algo parecido. Dicen muchos que no se puede hacer santo a uno que muere rico y deja dinero a los hijos. Si hubiera dado todo a los pobres y él y su familia hubieran vivido pobres, entonces todos habrían creído que era santo. Jesús decía a los que querían seguirle: anda y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y luego ven y sígueme... Esto es cierto. También es cierto que Alberto no dio todos sus bienes a los pobres, luego no puede ser discípulo de Jesús ¿cómo podrá ser santo? (PD. de Virtudes. Testigo 88, pfo. 1.094, pág. 552). El otro calceatense que llamaremos Ángel, había conocido más íntimamente a Alberto y nos dijo: —Yo sé que el Sr. Alberto quiso vivir pobremente, que manifestó a varios sus deseos de vivir con los pobres si su esposa Isabel moría antes que él. Mientras ésta viviera no podía dar todos sus bienes a los pobres porque no eran suyos. La mitad de los bienes eran de su esposa y no podía disponer de ellos sin el consentimiento de ellos. Con la otra mitad había de atender, por deber de justicia a sus hijos. Era esposo y era padre y no podía ni debía renegar de sus deberes de esposo y de padre. Cuando vio que, sin faltar a sus deberes de padre, podía ayudar además a los pobres, así lo hizo. No hizo ninguna casa para sus hijos, pero si la hizo para los pobres. Y sabemos todos, porque lo veíamos, que sin desprenderse de sus 18
bienes vivía con gran austeridad sencillez no haciendo gastos que podría haber hecho y que los demás hacemos, y esto tanto en la atención de su persona como de su casa. A esto le replica Manuel, —Es verdad que hizo una casa para los pobres, pero eso era muy poco. Con tantos bienes como tenía podía haber realizado una gigantesca operación de caridad que culminara en una Institución Social que hubiera llevado el nombre de esta ciudad como algo insólito en este tiempo. (P D. de Virtudes. Testigo 89, pfo. 1.097, pág. 555). Ángel vuelve a intervenir: —El Sr. Alberto no quería hacer ninguna obra que inmortalizara el nombre de la ciudad y mucho menos su nombre. Simplemente vio un problema y lo quiso resolver buenamente como él podía. Vio que los pobres transeúntes recibían un poco de comida caliente en el pórtico del Convento de los Padres Claretianas, pero no tenían un cobijo para las noches frías de Sto. Domingo... y él se lo procuró. No pensaba en comodidades que ni los mismos labradores tenían. En aquellos años, los labradores el único W C. que tenían en sus casas era la cuadra; y la única agua corriente de sus casas era la bomba para sacar agua que solían tener en el portal o la cuadra. Y esto es lo que preparó el Sr. Alberto para sus pobres, con su cocina para calentarse y calentar la comida, su cama sencilla para descansar; aquello que no se les daba a los gallegos que venían a segar para los labradores, a los que se les dejaba dormir en el pajar. Era poco, pero los demás no tenían mucho más ni él hubiera podido hacer mucho más sin haber vendido sus tierras. Después de haberles escuchado con interés, mi amigo Luis les dice: —El Sr. Alberto, como le llamáis, quiso haber vivido como un pobre para sentir no sólo la escasez de comida, sino la escasez de aprecio y estima de los demás; vivió con sencillez y austeridad, sin gastos superfluos, vivió consagrado a sus pobres, dándoles su tiempo, su dedicación y en parte su dinero. ¿Qué queréis más? Santa Teresa del Niño Jesús quiso haber ido a misiones, pero, por su delicada salud, no pudo ir al Vietnam; vivió desde su enfermedad e impotencia su deseo misionero y eso bastó para que la Iglesia la declarara no sólo misionera, sino patrona de todos los Misioneros, con la misma categoría que San Francisco Javier 19
¿Por qué no ha de poder la Iglesia declarar seguidor de Cristo y santo al Sr. Alberto, que quiso ser pobre como los pobres y como el mismo Jesús, pero no pudo hacerlo del todo, por estar casado y con hijos; que vivió con austeridad, sin lujo alguno durante toda su vida después de su conversión y que además vivió entregado a los pobres? Se había hecho muy tarde y nos separamos.
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2.- La verdadera grandeza del hombre.
Se han apagado los ecos de la celebración del día anterior; los adoradores volvieron a sus distintas poblaciones de origen; el proceso de beatificación había quedado abierto solemnemente y la ciudad de La Calzada había vuelto a la calma, acaso al olvido de lo que había sucedido la noche anterior. Luis, deseando aclarar la conversación con el calceatense que había visto la procesión desde la acera y junto a nosotros, quiso encontrarse con él aquella mañana de domingo. No fue difícil dar con él en el paseo del Espolón. Después del primer saludo, le dice directamente: —Anoche quedé intrigado al oírte hablar del Sr. Alberto. Tú le conocías bien, era un vecino tuyo, y no veías en él nada grande como para merecer ser proclamado santo. ¿Qué es para ti un hombre grande? Y el vecino con naturalidad y sencillez le dijo: —¿Un hombre grande? Para mí es un hombre valiente capaz de enfrentarse a un riesgo grave, como el torero que con sólo su traje, su capote y su arte es capaz de ponerse delante de un toro bravo de 500 kilos de peso. ¿Un hombre grande? El que es capaz de hacer obras grandes en favor de la humanidad, el que con su ciencia y su perseverancia llega a descubrir una vacuna que puede librar a la humanidad de miles y miles de muertes. ¿Un hombre grande? Es nuestro santo, Sto. Domingo de la Calzada, por las grandes obras que realizó en favor de los peregrinos que iban a Santiago: Un puente sobre el Oja, un Hospital y un camino o Calzada. Los que hacen obras grandes, los que se enfrentan a riesgos grandes, esos son los hombres grandes para mí. Después de esta perorata que nos lanzó convencido el buen 21
calceatense, Luis intentó hacerle descubrir otra clase de grandezas que no están en el exterior. La grandeza del hombre no está fuera sino dentro de él; está en su corazón y, como tantas cosas importantes, no se ve a simple vista. Pequeño es el átomo, tan pequeño que es invisible a nuestros ojos y, sin embargo, encierra la fuerza más poderosa del mundo: la energía nuclear. Pequeña es la célula, invisible también a nuestra simple vista, pero encierra la más grande maravilla de la creación: la vida. Mi amigo Luis, gran devoto de Santa Teresita, acude enseguida a su testimonio. Teresita del Niño Jesús entró a su Monasterio siendo una niña, a los quince años. Muy joven cayó enferma de tuberculosis, que le impedía hacer nada; un paseo por la huerta era para ella como un martirio y murió a los 24 años. ¿Qué hizo esta joven y enferma monja cerrada? Hacer, lo que se dice hacer, casi nada; sobre todo si se la compara con la Madre Teresa de Calcuta. Pero Dios no mira las cosas con los ojos con los que las miramos los hombres. Jesús, sentado a la entrada del templo, observaba las limosnas que iban echando los distintos judíos al entrar. Unos echaban dinero abundante, que resonaba en el cepillo de la puerta y que todos podían oír. Vino una viejecita y echó unos céntimos. Ante este hecho, Jesús se emocionó: Esta anciana ha dado más que nadie. Los demás dan algo de lo que les sobra, ésta ha dado todo cuanto tenía y necesitaba para comer. ¡Esto es lo grande a los ojos de Dios! Lo grande no es dar mucho, sino el darlo todo, aunque este todo sea poco. Lo grande no es hacer grandes cosas, sino hacer todo lo que uno puede. Es el caso de Teresa del Niño Jesús: hizo “todo lo que pudo”, dio todo lo que tenía y lo dio con todo el amor de que era posible. No podía hacer ni dar más, esto es más que suficiente para que la Iglesia declare grande y muy grande a esta pequeña religiosa, y la declare santa. Tiene razón Luis, añadí yo. Lo que sucede es que las obras de fuera se ven y las obras de dentro, la grandeza interior, es más difícil descubrirla. Es fácil descubrir y admirar la lucha del hombre con una fiera, es más difícil descubrir la lucha del hombre consigo mismo, con esa fiera y pasión que lleva dentro. Y de hecho son más las víctimas de la droga, del alcohol, del juego, 22
del odio que las víctimas ante las astas de un toro. El Budismo dice que la única lucha que trae paz y satisfacción es aquella batalla en la que uno se conquista a sí mismo. “Un hombre puede conquistar en la batalla miles y miles de hombres, pero aquel que se conquista a sí mismo, sólo él, ese es el más grande entre los conquistadores”. Es fácil admirar la valentía del escalador que mete sus clavos en las hendiduras de la roca y cuelga de una cuerda, suspendido sobre el abismo; es más difícil descubrir la aventura del creyente que se esfuerza en desasiese de la tierra en que se apoya y suspenderse sobre el vacío de lo desconocido, pendiente simplemente de la cuerda de su fe en Cristo. Creer es un riesgo, es una aventura. Es dejar la tierra, en que apoyamos los pies con seguridad, para confiar en unas promesas que están en el aire, fundadas sólo en una palabra, aunque ésta sea Palabra de Dios. Arriesgarse y lanzarse al vacío con la fe puesta en Dios: esa es la grandeza del santo. No temer las cadenas o los barrotes de la cárcel, sino las cadenas que esclavizan el espíritu: esa es la grandeza del santo. Luchar valientemente, sin temer morir, temiendo más bien vivir sin dignidad: ésa es la valentía del santo. El santo es una filigrana, la filigrana de la mano del artista que es Dios. En un hombre sencillo, labrador, sin relieve social ni cultural; en un hombre que no hizo grandes cosas, podemos descubrir y admirar estas maravillas de Dios. ¿Hay algo de esto en la vida de Alberto Capellán? —pregunta Luis con interés—. Esto es precisamente lo que queremos descubrir.
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3.- La lucha que hizo grande a Alberto.
Lo que empezó por una simple curiosidad, acabó siendo un compromiso para Luis. Luis se había empeñado en averiguar si de verdad la lucha emprendida por Alberto era realmente una lucha que hace grande al hombre. Tomada la decisión, pensó que lo mejor era ponerse en contacto con el hijo sacerdote del Sr. Alberto. Era el primer hijo nacido después de la conversión de su padre y, por su formación sacerdotal, podía ayudarle mejor que nadie. El empeño fue vano y el mismo hijo le daba las razones: 1ª.- La convivencia de Gerardo con su padre había sido más corta y menos rica que la de cualquiera de sus hermanos. Desde niño había entrado al Seminario y de allí no salía más que en las vacaciones de verano. Y el tiempo de verano es el menos propicio por el mayor trabajo de los labradores. Su mismo padre, que desde su conversión asistía diariamente a la Misa, en verano dejaba de hacerlo en los días laborables por el mucho trabajo. Reconoce que la convivencia, aunque corta, fue más que suficiente para apreciar la fe profunda de su padre y su entrega generosa a los demás, en especial a los más necesitados y esto a pesar de que la Casa de los pobres se cerraba en verano por el peligro de que se produjera un incendio en las eras llenas de mies y porque, gracias a la buena climatología, les era más fácil encontrar un lugar donde pasar la noche. Había una segunda razón. Gerardo evitó tener una experiencia más íntima de la vida espiritual de su padre. Él mismo lo cuenta con estas palabras: Daba yo ejercicios espirituales, en Santurde de Rioja, para labradores. Entre ellos estaba mi padre. El segundo o tercer día, metidos de lleno en el proceso de su conversión, mi padre me entregó unos cuantos folios escritos por él. Confieso que no me atreví a leerlos y se los devolví al día siguiente. 24
Si lo que contaba eran los pecados de la vida anterior a su conversión, no los quería saber. Si lo que contaba era su vivencia espiritual y mística, que la tenía, me embargaba un respeto sagrado tan grande a aquella intimidad, que no me atreví u entrar en ella. Alguien podrá decirme que debiera haberlo leído ya que además de hijo era sacerdote. Puede ser; pero yo no me atreví. Los sacerdotes del A. T. no podían entrar en el Santa Sanctorum del Templo: sólo el Sumo Sacerdote y una vez al año. Así me sentía yo ante el misterio de la vida íntima de mi padre. Nunca supe lo que había escrito en aquellas cuartillas. Todo lo que he sabido de la vida interior e íntima de mi padre ha sido al leer los dos cuadernos que dejó escritos, a petición de su Director espiritual, el P. Benigno Arroyo. Ante esta confesión, y a falta de esta ayuda con la que contábamos, nos vimos obligados a buscar algunos testimonios de los que le conocieron y trataron y que encontramos recopilados en el Proceso Diocesano de Virtudes. No pretendemos hacer una Nueva Biografía de Alberto. Esta Biografía existe, muy completa y documentada, escrita por el P. Alberto Barrios Moneo, C.M.F. con el título Los Pobres son Cristo. Intentamos hacer no una biografía, sino una especie de radiografía de la lucha que Alberto sostuvo durante toda su vida. Es la lucha en que estamos implicados todos los hombres, todos sin excepción. Y es esta lucha la que puede hacernos grandes a los ojos de Dios y la que hizo grande y santo a Alberto a pesar de llevar una vida sencilla y ordinaria. Hay luchas que destruyen y degradan y hay luchas que construyen y engrandecen. La primera es una lucha contra los otros, queriendo triunfar sobre los demás, aunque para ello haya que aplastarlos y humillarlos. La segunda es una lucha contra sí mismo, como la de Alberto, para hacerse dueño de sí mismo. La primera es una lucha exterior, destructora, aunque fraguada en el interior, en el corazón ambicioso de un hombre. La segunda es una lucha, sobre todo interior, aunque se manifieste exteriormente en la entrega y el servicio a los demás. La dificultad de una lucha se mide por la fuerza del enemigo al que se ha de enfrentar. 25
Las fuerzas, a las que tuvo que enfrentarse Alberto, son las más poderosas y traidoras. Las fuerzas que hay dentro del hombre, si se desencadenan, pueden producir más desastres que todas las fuerzas de la Naturaleza juntas. La última guerra mundial, desencadenada por el orgullo y la ambición de unos hombres, trajo millones y millones de muertos y heridos, pueblos enteros destruidos, efectos más devastadores que los producidos por todas las inundaciones y terremotos juntos. Estas tres fuerzas son: • La pasión del tener, • la pasión del placer, • y la pasión del poder. La pasión del tener La ambición del dinero convierte al hombre en fiera; y a la tierra, en una selva donde los hombres se devoran y destrozan. Por dinero, los hombres engañan, explotan, atracan y matan Por dinero, por aumentar beneficios, se aumenta la contaminación, se degrada la naturaleza hasta hacer la tierra inhabitable. Por dinero, se corrompen guardias, políticos, militares y jueces. Por dinero, se organizan todas las mafias de la droga, de la prostitución, el juego, sin tener en cuenta las terribles consecuencias. La pasión del dinero rebaja al hombre y lo hace insensible ante el dolor, más insensible que una fiera. Este pensamiento queda ilustrado y confirmado con los siguientes versos: Yo he visto un lobo que de carne ahíto, dejó comer los restos de un cabrito a un perro ruin que presenció su robo. Deja, ah rico, comer lo que te sobre pues algo más que un perro será un pobre y tú no querrás ser menos que un lobo. Dicen que el dinero no tiene color, pero sí lo tiene. Es rojo, como el color rojo de la sangre. 26
La pasión del placer El ansia de gozar, del placer, conviene al hombre en bestia; y el mundo, en una pocilga donde se revuelcan. Gentes dominadas por la droga, el alcohol, el sexo las vemos convertidas en piltrafas de hombre, esclavos de sus vicios, seres sin libertad ni dignidad. Dominados por la droga, roban, matan con tal de obtener aquellos gramos de heroína que necesitan. Dominados por el sexo, violan a ancianas, a niñas y a sus propias hijas. No hay amigo que respeten ni esposa a lo que no traicionen. La pasión del poder El ansia de dominar convierte al hombre en demonio; y el mundo, en un infierno; infierno de odios, de enfrentamientos y de guerras donde se hace imposible la vida en paz, la convivencia fraterna entre los hombres. Con el poder como único deseo, el hombre no es un hombre, es un demonio sin conciencia, sin sentimientos, sin amor. Por el poder, por mantenerse en el poder, han matado, han oprimido, han quitado todas las libertades y han hecho desaparecer a miles de personas inocentes. Estos son los enemigos contra los que ha de luchar Alberto.
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4.- Escenario de la lucha.
El principal escenario de la lucha estaba dentro, en el corazón de Alberto; pero las pasiones buenas o malas se manifiestan al exterior con sus derrotas y sus victorias, con sus violencias y sus actos de generosidad. Y todo esto se desarrolla en una ciudad, en un barrio y en una familia. 1) La ciudad Alberto nace en Sto. Domingo de la Calzada el día 7 de agosto de 1888. Fue fundada por Sto. Domingo, que le dio la existencia y el nombre. Es la Ciudad del Camino, nacida para auxiliar a los peregrinos que pasaban por aquel lugar para visitar el sepulcro de Santiago de Compostela. Para el servicio de los peregrinos construyó una calzada que le serviría de apellido y que corregía y mejoraba el antiguo camino. Un puente para pasar el río Oja, que atraviesa sus campos. Un templo, junto al cual levantaría su sepulcro, incluido después dentro del recinto de la Catedral. Un hospital, donde recibían comida cuidados y alojamiento todos los peregrinos. Después de novecientos años, estas cuatro “joyas”, como dice la canción, siguen en pie. Una de ellas, el Hospital, transformado y convertido recientemente en Parador Nacional. Y lo más importante, perdura y sigue vivo el espíritu que animó al Santo. Hoy la Cofradía sigue acogiendo y atendiendo, con el mismo interés y cariño, a miles y miles de peregrinos que pasan en todo tiempo, esencialmente en los años Jacobeos. En esta Ciudad, fundada por un Santo, nació otro santo, San Jerónimo Hermosilla. Es uno de los más grandes misioneros en la fecunda historia misionera de la Iglesia. 29
Trabajó y murió mártir en Tonquín, el actual Vietnam, en el año 1861. Cuando sus reliquias llegaron a la Ciudad después de la Beatificación, Alberto, muchacho entonces, salió a esperarlas como uno más del grupo de danzadores. El Diccionario de MADOZ, al hablar de la Ciudad unos años antes del nacimiento de Alberto, dice: Tenía 800 vecinos con 3.449 habitantes. Había 740 casas, generalmente de un piso, aunque algunas tenían dos y tres con desván. Estaban repartidas entre el casco antiguo, el centro y tres arrabales en la periferia: San Francisco, La Puebla y Margubete. Había una escuela del Ayuntamiento con 150 niños y otra, con 115 niñas, llevada por las Hijas de Caridad y sostenidas ambas por el Ayuntamiento. La instrucción pública estaba más adelantada que en otras regiones a juzgar por las estadísticas. Sabían leer 1.600 hombres y niños y 504 mujeres y niñas. El Diccionario recoge la violencia de un año en el partido judicial. Fueron 29 delitos de homicidio y heridas. Uno con arma de fuego, cuatro con arma blanca permitida, dos con arma blanca prohibida, tres con instrumento contundente y once con instrumentos no determinados. 2) El arrabal de San Francisco. El barrio que hoy conocemos no tiene parecido con el que conoció y en el que vivió Alberto. La parte que se abría al Sur de su casa estaba llena de carros, arados y rastras y con barro, mucho barro en invierno; ahora es una larga y hermosa Avenida con anchas calzadas de ida y vuelta y en el medio un pequeño jardín a lo largo de toda la avenida. En la parte que da al Este de la casa, había una plaza marcada por el Convento, el Hospital y la carretera de Burgos; llena en verano de las pajas del trigo que caían de los carros y en invierno convertida en una charca de agua sucia, estancada por el difícil desagüe que cruzaba bajo la carretera. Hoy es una pequeña plaza, coqueta, con árboles, jardines y asientos alrededor del Monumento al Peregrino. Dos son los centros principales del barrio: ∗ El Hospital En una parte del Convento –como dice Madoz–se hizo un hospital 30
“lujoso y cómodo”. En el transcurso del tiempo se ubicó en él, un Hospicio para niños huérfanos, Escuela de niñas, habitación para las Hijas de la Caridad que lo atendían y allí se trasladaron los pobres del antiguo hospital. Hoy ha sido restaurado por fuera y por dentro y se ha convertido en una bonita y cómoda residencia señorial para jubilados.
∗ El convento de San Francisco El Barrio recibe el nombre de la Iglesia y del Convento de San Francisco, mandado construir por Fray Bernardo de Fresneda, según proyecto de Juan de Herrera, que construyó el Escorial. Unos años antes de nacer Alberto, se inauguraba en ese edificio un Seminario Mayor de los Padres Claretianos. Si la vida sacramental oficial se desarrollaba en la Parroquia-Catedral con bautizos, bodas y funerales, la vida espiritual personal se alimentaba, sobre todo, en el Convento, con sus predicaciones, novenas, confesiones, catequesis y Asociaciones de Hijas de María, Jueves Eucarísticos, etc. 31
En el marco incomparable del templo Herreriano de San Francisco, tenían lugar solemnes celebraciones, como la Novena del Corazón de María, animada por un gran orfeón. Estaba formado por las voces graves del Teologado, que contaba con cien Teólogos y las voces blancas del Seminario Menor, construido en otra zona de la ciudad y hoy desaparecido. El orfeón era dirigido por famosos músicos claretianos, como el P. Irruarizaga. Alberto pasó su vida de soltero y casado cerca de esta Iglesia. En ella estaba el P. Benigno Arroyo que le dirigió en sus pasos, después de su conversión. Aquel convento, un día lleno de vida y alegría con tantos jóvenes estudiantes teólogos, hoy está vacío. Hay un proyecto aprobado por importe de unos 500 millones de pesetas para construir en él un albergue, un museo e instalar definitivamente el Taller de restauración que funciona con éxito, desde hace algunos años y por el que han pasado importantes retablos de La Rioja y de fuera de ella. 3) La familia La familia Capellán, en aquellos tiempos, podía decirse que era una familia acomodada. Administrando sus bienes inteligentemente, llevaban una vida holgada, en comparación de la vida dura del labrador medio de Sto. Domingo. Podían permitirse “el lujo” de enviar a sus hijos a Colegios de pago en la Capital y tener a algunos de sus hijos estudiando carrera universitaria. Esto pudo influir en que algunos pensaran que “LOS CAPELLANES” gustaban de la vida cómoda y que no eran, por tanto, grandes trabajadores. En casa de Alberto era muy distinto. Vicente Capellán, el padre, era, como sus hermanos, tranquilo, sosegado, amante del buen vivir, sin ambiciones exageradas. Trabajar sí, pero trabajar para vivir; y no vivir para trabajar, como un esclavo. Lo importante era vivir, y por eso gustaba de tener sus ratos de tertulia en el café con los amigos. En religiosidad, dejaba con facilidad la asistencia a la Misa de los Domingos. Por eso, en su última enfermedad llego a decir a su hijo Alberto: “si me pongo bien, iré todos los domingos a Misa”. Benita Zuazo, la madre, era el polo opuesto. 32
Enérgica, trabajadora, ambiciosa, de espíritu emprendedor, siempre insatisfecha, trabajaba sin descanso y hacía trabajar a cuantos estaban a su alrededor. Benita vivía para trabajar. En cuanto a su religiosidad, asistía habitualmente a la Misa de los Domingos pero procuraba “perder” el menor tiempo posible. Ésta era una de las razones por las que prefería ir a la Catedral, que estaba más lejos, pero donde la Misa era más breve que en el Convento de San Francisco porque en ésta se predicaba y se cantaba. El genio que tenía Benita para el trabajo lo tenía para todo. Uno de sus hijos, Esteban, no lo pudo aguantar y se marchó de casa. Alberto, el hermano mayor, que ya estaba casado, hizo algunas gestiones para que volviera al pueblo, y lo consiguió: pero no fue a la casa de la madre, sino a la suya. Después de algún tiempo, viendo Esteban que aquello no era la solución de su vida, se marchó definitivamente. Durante algunos años escribió a Alberto, primero desde América del Sur y después desde California. Un día dejaron de llegar las cartas y no se supo más de él. Al morir la madre, y para el reparto de la herencia, se mandó, como es obligatorio, la nota del juzgado para confirmar si vivía o había muerto y no hubo contestación alguna. El genio de Benita era para hacer lo único que sabía y quería hacer, trabajar... Vivía para trabajar y para trabajar en el campo. No aprendió a escribir. Era trabajando, y no leyendo o escribiendo, como consiguió hacer dinero y aumentar sus tierras. A los hijos los prefería en el campo antes que en la escuela, y por eso los sacó muy pronto de ella. Cuando Alberto decidió que sus hijos hicieran todos los estudios primarios, sin sacarlos a trabajar, y animó a varios de ellos a hacer los estudios secundarios, la madre se lo reprochaba. Decía, disgustada, que estaba educando a los hijos “a lo señorito”. Hay una anécdota que manifiesta, al mismo tiempo, el afán de BENITA por el trabajo y su nula estima por los estudios. Cuando uno de sus nietos estudiantes volvía de vacaciones, ayudaba en los trabajos de la recolección. En muchas ocasiones tenía que “alimentar” la trilladora, la primera o 33
segunda que se había comprado en Sto. Domingo. Como los haces estaban segados a máquina, se ataban juntos la mies y los cardos, y era natural que, al coger la mies para echarla en la trilladora, se clavaran los cardos en las manos. Si al muchacho se le ocurría parar un momento para sacarse las púas de los cardos, la abuela gritaba enseguida: “Déjalo para el invierno que no tienes nada que hacer”. El estudio era para ella una manera de no hacer nada. Para hacer dinero no hacía falta estudiar, solía repetir. El trabajo y la posesión de la tierra llenaban su tiempo y sus preocupaciones. “Casa la que vivieres y tierra la que pudieres”. Esto era algo más que una frase para Benita, madre de Alberto, era todo un lema de vida. Y en este ambiente es en el que vivió y creció Alberto.
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5. - Comienza la lucha.
En picado hacia el abismo. Dominado, arrastrado por las tres grandes pasiones que se escondían en su corazón, Alberto caminaba hacia el abismo. 1) El primer enemigo, la primera pasión: el genio Alberto lleva en la sangre el genio fuerte de su madre. Es verdad que, de niño, tiene a veces sentimientos buenos que le llevan a entregar su merienda a algún pobre. Pero su genio lo estropea todo. No busca la pelea, pero tampoco la huye. “Si alguien le busca lo encontrara a él de frente”. Su genio y agresividad creció en contacto con algunos amigos, siendo ya joven. A uno de sus amigos lo mataron a cuchilladas; a otro, le pegaron un tiro; y un tercero se arrojó de un segundo piso. El mismo Alberto piensa que éste habría sido su final, de no haber cambiado a tiempo. ∗ Al borde del abismo. A los 16 años se enamora de Isabel Arenas, una guapa joven de su mismo barrio. Alberto no sabe hacer nada a medias y se entrega a su amor de lleno, con pasión. Es su primera novia y será la única. Alberto cuenta en sus escritos autobiográficos. Me tenía robado el corazón hasta el punto de que, si alguna vez, por cualquier tontería, ardíamos, se fraguaban en mi corazón pensamientos criminales contra el rival que se pusiera en medio. Nadie se casará con ella, pues si antes no pudiere, al salir de la Iglesia, lo mataría. 35
Y Alberto era capaz de hacer lo que pensaba si se sentía herido en su orgullo. Y la ocasión se presentó. Un día, Isabel acepta la invitación de otro muchacho para bailar. Alberto no lo soporta, y menos sabiendo que el otro es de más cultura que él y más “señorito”. Alberto lo cuenta así: Tan pronto lo supe me dio una vuelta el cuerpo. Mi corazón no pudo resistir la noticia. Perdí la razón y me fui a una tienda donde vendían armas. No discutí el precio. Compré un cuchillo horroroso de grande y me retiré a un lugar solitario, dando tiempo a la salida del baile. En aquellos desgraciados momentos no había en mi cabeza más que la idea del crimen, la muerte de mi rival. Como la hora de la salida del baile se acercaba, me fui a ocupar un sitio más seguro por donde ellos debían pasan No veía los momentos para cometer el crimen. Debía estar mi semblante descompuesto por la cólera. No tuve mucho tiempo que esperar. ¡Ya vienen! Me tercio el tapabocas para ocultar el cuchillo. Estaba oscuro. Me abalanzo sobre ellos. Y cuando ya estaba a dos pasos, me doy cuenta de que estaba equivocado. Era otra pareja de novios. ¡Qué horrorosa sería mi acometida, que aquel chico, que no tenía por qué temer, emprende a correr y yo detrás diciéndole: Vuelve con la novia, que contigo no va nada! La chica, asustada, se había quedado dando voces. Entonces reflexioné: ¡Qué bárbaro soy! ¡Si estaré ciego! Yo creo que la mano de Dios estaba de por medio. Reflexioné, me serené un poco y me dije: Lo menos que puedo hacer es oír al chico y si me dice, como es de esperar, que viene a acompañarla porque le da la gana y es su gusto y el de ella, lo mato. Pero debo oírle. Unos momentos más tarde veo que vienen. Me fijo y son ellos. Con el cuchillo en la mano, pero tapado y más sereno que antes, .salgo al encuentro y le digo: ¿Por qué vienes tú con ésta? Y él me contesta: Perdóname si te he faltado. Quédate con ella. 36
No. –le contesté– Ninguno de los dos, pues también ella me ha faltado. Me alargó la mano en plan de amistad y me invitó. Los dos fuimos a tomar unos vasos. En el camino tiré el cuchillo que vino a dar a las paredes del Convento de San Francisco. Más tarde volvería a recogerlo.
∗ Desafiando a Dios El matrimonio con Isabel no lograba suavizar la impetuosidad de su carácter. En medio de la felicidad de su matrimonio, una nube amenazaba siempre. “Tenía miedo –repetía Alberto– de que el día que alguien me faltara, no podría respondes de mí y, por tanto, trastornaría todo el bienestar de mi casa.” El genio lo dominaba, lo esclavizaba. Era el día de Jueves Santo. Salí por la mañana a trabajar al campo con intención de volver al mediodía y guardar fiesta por la tarde. Llegada la hora, enganché el carro y eché la rastra al mismo. Las mulas empezaran a dar guerra cruzando violentamente sus patas; desde el carro les pegué unos trallazos para que obedecieran y se enderezaran; pero comenzaron una loca carrera, desbocados. Como no había manera de detenerlas las saqué del camino, 37
metiéndolas en las fincas, para que las ruedas se agarraran en la tierra y no pudieran correr. De repente, se presentó un ribazo grande y volcó el carro. De no haber saltado rápidamente a tierra, de haber tardado unos segundos más, hubiera muerto aplastado por el carro o la rastra de hierro que llevaba, y que saltó por encima del curro. Debiera haber caído de rodillas para dar gracias a Dios por haberme salvado la vida, pero fue todo lo contrario. Lleno de soberbia, me tiré al suelo, mirando al cielo desafiante comencé a blasfemar contra Dios, contra la Virgen y todos los santos. Éste creo que fue el día en que más ofendí a Dios, y era Jueves Santo. Debiera haber caído de rodillas por no acabar aplastado, pero fue todo lo contrario, mirando al cielo, comencé a blasfemar.
* No aguanta la contrariedad Alberto se ve rebosante de fuerza y de salud. Cree que todo lo puede y que todo lo conseguirá con su esfuerzo. 38
Si algo se opone a lo que ha decidido, se rebela, aunque sea contra él mismo. Cierto día, viniendo del campo a comer a casa, sentí un dolor agudo. Era un fuerte cólico de riñón. Nunca lo habla sentido antes. Me acosté esperando que se pasara enseguida. Tenía mucha labor que esperaba y el dolor seguía. Empecé a impacientarme y, en un arrebato de rabia, me tiré de la cama para vestirme y marchar al campo. Según eché el pie en el suelo un dolor intenso me indispuso hasta marearme. Tuvieron que ayudarme a subir a la cama, pues no podía moverme. ¡Mi genio había quedado bien aplastado! ∗ Un genio que arruina la convivencia. Alberto víctima de su propio orgullo y genio, hacía víctimas a los demás. A mi pobre esposa, si las cosas no me salían bien, la trataba mal con palabras. No era con frecuencia. Ella siempre fue buena. Yo era el malo. Mi mal genio que lo había mamado y lo había presenciado en aquel hogar que dejé al casarme. (2) 2
Uno de mis colaboradores al leer frase me aconsejaba quitarla del texto. Le parecía muy dura y que podía traslucir un corazón amargado por aquella experiencia del hogar, y de su madre en concreto. No hay nada de eso. Alberto constata e, hecho que supo superar muy bien. Quería a su madre y la visitaba con frecuencia. Así lo afirma la testigo: Siendo yo niña y muchacha (desde los 4 años hasta los 17) vivía en casa de mi abuela Benita, que estaba ya viuda y la hacía compañía y la atendía en su ancianidad, ya que no tenía hijas, sino que todos sus hijos eran varones. Mi tío Alberto iba con frecuencia a visitar a su madre. (Testigo 73, pfo. 794, pág. 393). Y su hermana nos recuerda este hecho: Yo recuerda una noche de Navidad que la pasaba con mi hermana Carmen en casa de mi abuela Benita, ya anciana. Mi tío Alberto fue el único de los hijos que se acercó aquella noche a felicitar a su madre y de paso nos llevó a nosotras unos trozos de turrón y golosinas. Era amable con todos y yo creo que en él era fruto de la virtud de la caridad.
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Cuando las labores del campo me dominaban por no poder atenderlas como quería, me ponía de mal humor y descargaba contra mi mujer palabras y tratamientos que no merecía. ¿A dónde iría a parar si no me dominaba? 2) El segundo enemigo: la pasión del tener El genio, como es natural, lo tenía también para trabajar. Si a esto añadimos sus ansias de tener y de poseer más y más, lo hacían incansable. No se contenta con llevar las tierras propias, quiere llevar otras más a renta. No se contenta con cultivar esas tierras. Los días que tiene libres, los emplea para otras faenas como transportar para otros patatas a la estación del Ferrocarril de Haro. Por su trabajo personal y el de sus caballerías le daban diez pesetas. El ansia de aumentar su patrimonio le lleva “chillar” a su suegro cuando piensa que le resta algo de lo que le corresponde. Después confesará: El excesivo afán por las cosas de la tierra hacía que pensara tan poco en Dios y amargara mi vida y la de los otros con tantas preocupaciones. Acaso se refieran a esta etapa de su vida los testimonios de algunas personas que reconocen “que era roñoso” y no daba nada a nadie. (P.D. de Virtudes. Testigo 91, pfo. 1.106, pág. 560). 3) El tercer enemigo: la pasión del placer A partir de los 16 años –dice en sus escritos– me consideraba ya mozo y se deslizaba mi vida entre bailes y amoríos. Uno no pensaba en otra cosa que en los placeres, en las juergas con los amigos y en estar, siempre que tenía ocasión, con la novia. Por la noche, después de acompañar a la novia a casa, nos íbamos de ronda con los amigos. El baile fue para mí la ilusión de mi juventud Al entrar en un baile todo me lo robaba “un toque” bonito, una chica guapa y, sobre todo, que bailara bien. Las fiestas con los amigos traían unos gastos que “la paga” de la (Testigo 72, pfo. 789, pág. 390).
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madre no podía cubrir. Había que sacarlo de otro sitio. Para un labrador, el único sitio era el granero. Llenaba medio saco de trigo y lo llevaba a vender a escondidas. Esto, como es natural, sucedía mientras era soltero. Todo duró hasta que la madre, sospechando algo, le sorprendió un día con el saco a medio llenar. Mi parte más flaca –continúa– estaba en la sensualidad. Algún amigo me ganaba aún. Fue amigo el que me llevó o acompañó, por primera vez, a una casa de prostitución. Dado mi carácter podía haberse cumplido el refrán: Como amigo te llevé a la casa que yo amaba. Tan bien te enseñé el camino que, después, tú me llevabas. Por la gracia del Señor no fue así. Aquella sería la última vez. De no poner freno a esta triple fuerza que le arrastraba, el orgullo, la ambición y la sensualidad ¿a dónde hubiera ido a parar? Al abismó, ciertamente.
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6.- Comienza la escalada.
Desde el abismo a la cumbre. A los treinta años -confiesa Alberto- sintió una llamada extraordinaria del cielo, que le era imposible explicar. Desde ese día decide luchar sin cuartel contra las pasiones que le arrastraban. Luchará contra el genio que puede hundirle en el precipicio y en la violencia, en la que había visto caer a varios amigos suyos. Luchará contra la avaricia que le llevaba a la búsqueda insaciable de tierras y dinero y que le estaba endureciendo su corazón hasta hacerlo insensible a las necesidades de los demás. Luchará contra la sensualidad que le arrastraba, como una corriente impetuosa, al vicio y a enfermedades vergonzosas, como había visto en otros. Luchará contra aquella fuerza que le hierve dentro: pero no para matarla sino para domarla, como se doma un potro salvaje, aprovechando su fuerza en un trabajo útil. Quiere encauzar aquella fuerza en busca de otros bienes que había ignorado hasta entonces y que ahora empieza a descubrir. La meta la tiene clara. Y tiene claro que le espera una lucha dura y larga; pero no se echará atrás. 1) Primera batalla. ∗ Contra el orgullo y su genio. No quiere vencer a nadie, sino vencerse a sí mismo. No quiere dominar sobre nadie, sino dominarse así mismo. Ésta es la victoria que quiere en adelante. No va a acabar con nadie, lo que va a acabar es con su genio, que es su mayor enemigo. 42
∗ Domar su genio en el trabajo. Las cosas no siempre salen bien. Con su hermano Francisco ha comprado una máquina segadora-atadora. Sus frecuentes averías retrasan la siega, aumentan los gastos y acaba con la paciencia de todos... menos la de Alberto. ¿Si aceptamos de Dios los bienes y los éxitos por qué no aceptar los contratiempos y fracasos? Y muchas veces, ante la imposibilidad de reparar la avería, exclamaba: Alabado sea Dios. Recuerdo –dice un testigo– que una vez rompimos la máquina segadora mi primo Francisco y yo y estábamos desesperados por no poder realizar el trabajo. Llegó él a la finca y nos dijo, infundiéndonos serenidad: vamos primero a merendar y después lo arreglamos. Otras veces comenzaba a cantar cuando teníamos que interrumpir el trabajo hasta que, al día siguiente, un mecánico arreglaba la avería. Creo que tenía una gran serenidad consigo mismo y eso le venía de su conformidad con la voluntad de Dios. (P. D. de Virtudes 79, pfo. 926, pág. 463). ∗ Vencer su genio en su obra predilecta del Recogimiento. Le pusieron obstáculos en todas partes: los de fuera, los de dentro y los de la familia. - Dificultades de las defuera y de las autoridades. Tenemos varios testimonios: A causa del Recogimiento tuvo algunos problemas con las autoridades municipales que no veían con simpatía este servicio prestado a los pobres. En general los Ayuntamientos de izquierda respetaban su actividad, mientras que los de derechas lo criticaban porque se llenaba de pobres la ciudad y, con ellos, de inseguridad. (Testigo 79, pfo. 918. pág. 458). Puedo referir que, siendo yo Concejal en Santo Domingo de la Calzada en le década de los años cincuenta, en una sesión municipal se suscitó, con cierta violencia, una desautorización y ataque contra la obra que llevaba mi tío; y alegaban los ediles los perjuicios que ocasionaba aquella obra a Sto. Domingo y las quejas que llevaban los 43
vecinos del local y de los comerciantes. En aquella discusión intervine defendiendo la obra que realizaba mi tío Alberto diciendo que aquella labor era una obligación del Ayuntamiento, como lo había visto yo en otras ciudades de España, y que mi tío no hacía sino ayudar socialmente a esas gentes abandonadas por las autoridades civiles y que yo personalmente protegería a los pobres mientras no cometieran delitos. Hoy me ratifico en aquello que dije. (Testigo 46, pfo. 669).
Hay otro testigo que habla de la poca o nula colaboración que encontró en los medios oficiales: A veces las dos hicimos algunas diligencias para llevar algún pobre al hospital local, por encontrarse enfermo. Para algunos transeúntes habituales de su Recogimiento, buscaba la solución social de subsidio del Gobierno, e iba a Logroño a hacer los trámites. Alguna vez me dijo que le habían dado “con le ventanilla en las narices”: porque en las oficinas le preguntaban por la relación de parentesco que tenía con el enfermo o necesitado y al contestar que ninguna, le increpaban: Si Vd. no es ni familiar ni pariente, ¿a qué viene pidiendo aquí? (Testigo 49, pfo. 683, pág. 337) Con toda ilusión y esfuerzo logra construir el nuevo edilicio del Recogimiento para atender a los pobres y transeúntes, cada vez más numerosos, y que son su nuevo y apasionado amor. 44
Al poco tiempo, las Autoridades le cierran el Recogimiento para evitar la propagación del Tifus exantemático, que estaba brotando en la región. Había gastado dinero, tiempo y empleado mucho trabajo para hacerlo realidad: y ahora, todo se venía abajo ¿Cómo reacciona? El mismo Alberto lo dice: Ante toda esta serie de dificultades, mi corazón permanecía tranquilo, sereno, sin haber tenido un momento de vacilación o desmayo. - Hubo pruebas de los de dentro. Así lo cuenta un testigo presencial: Recuerdo una escena que presencié desde la entrada de mi casa, que estaba situada en el Paseo del Espolón. Casi enfrente, el Sr Alberto quería recoger a un mendigo algo borracho para llevarlo al refugio; pero él se negaba a dejarse llevar e incluso le pegaba. Algunos transeúntes quisieron maltratar al mendigo, pero el Sr Alberto lo defendió diciendo: ¡pobrecillo! Si no sabe lo que hace. (Testigo 50, pfo. 683, pág. 336). Hay otro testigo que afirma: Un mendigo a quien no se permitió estar más tiempo que el marcado para todos, en venganza, incendió la caseta. Al comunicar a D. Alberto el caso del incendio, en el que estabais actuando ya los bomberos para apagarlo, él, que estaba en la Adoración Nocturna, lo primero que me dijo fue: ¿Se ha quemado alguien? No, –le dije. Entonces contestó: Muy bien, porque así haremos otro nuevo y más bonito. Y así fue; pues levantó una casa de dos pisos de 7 metros de fachada por 11 de profundidad. (Testigo 10, pfo. 245, pág. 119). Entre los pobres a quienes acoge con cariño de padre, algunos se lo agradecen, pero otros marchan después de haber robado las mantas que les prestaba para abrigarse y algunos, como el contado por el testigo, después de haber incendiado diversos objetos del Recogimiento. Lo soporta todo con paciencia y aun comprendiendo y disculpando la actitud de algunos de ellos. - Dificultades de parte de la familia. Es un testigo de la misma familia el que lo confiesa: 45
Levantó una caseta de unos 20 metros cuadrados, con dos dependencias, en donde colocó una cocina y unos colchones de paja confeccionados y arreglados por él mismo. Como consecuencia de la Guerra civil española, surgieron mayores necesidades y la caseta se quedó pequeña para albergar el número creciente de mendigos. Sé que, entonces, trató con mi madre de la obra que iba a realizar. Ella se oponía por los gastos que habían de hacerse y porque la situación del hogar no era excesivamente holgada, pues los dos hijos labradores habíamos estado varios años en el servicio militar. También nosotros nos oponíamos, especialmente yo, porque el nuevo edificio iba a quitar espacio a la era que teníamos para trillar e impediría la entrada del viento del Este, que era necesario para aventar la mies. Por fin terminarnos todos colaborando ante el único argumento que esgrimía mi padre: También ellas son hijos de Dios como nosotros y merecen nuestro apoyo; y por otra pone, Dios nos ayudará. Nosotros trasportamos el material de la construcción y mi madre, más de una vez, preparó algo de comida para los pobres. (Testigo 4, pfo. 162, pág. 77). Otro punto conflictivo –dice otro testigo– fue la dedicación intensa de mi padre a lo que se ha llamada el Recogimiento. Pero quiero manifestar en obsequio de mi madre –que era una santa– que su disgusto no era tanto porque mi padre dedicara algún tiempo del día para esta obra, sino que se debía a que, al estar mi padre con los pobres y necesitados en el Refugio, se manchaba la ropa y cogía parásitos que, aunque mi padre procuraba quitar antes de llegar a casa, siempre llevaba algunos que mi madre veía o en la ropa o en la cama. Esta repugnancia que producían los piojos era lo que provocaba –diría yo– las “amables iras” de mi madre contra mi padre. (Testigo 37, pfo. 531, pág. 260). Cuando le echaban en cara los dineros gastados en la obra, dinero al que tenían derecho sus hijos y él se lo quitaba, Alberto callaba, comprendiendo que, sin una fe viva, tenían toda la razón del mundo. Él no perdía la paz, pues sabía en su fe que, dando a los hijos lo que necesitaban hasta para sus estudios, lo demás se debía a los pobres. 46
Aunque las dificultades y las críticas le llovían de todas partes, él sabía refugiarse en el Señor, en la oración y aguardaba en paz a que pasara la tempestad. - Dificultades en la casa de Ejercicios. Su hijo sacerdote había recibido una Casa-Palacio en Santurde de Rioja y la iba a convertir en Casa de Ejercicios. Envió los obreros desde Logroño, por la dificultad entonces de encontrarlos en el pequeño pueblo. Algunos obreros no trabajaban como debían hacerlo. Los ratos pasados en el bar se contaban, a veces como horas trabajadas. Las obras se retrasaban y el presupuesto se encarecía. Alberto, que visitaba las obras casi todos los días y ayudaba en ellas a pesar de vivir a unos seis kilómetros de distancia, no podía tolerar aquella pérdida de tiempo y aquel gasto inútil. En más de una ocasión llamó la atención al oficial albañil responsable de la obra. El oficial expresó su decisión de dejar el trabajo y volver a Logroño. Ante la dificultad de encontrar ningún otro que quisiera ir al pueblo a continuar las obras hubo que rogar a Alberto que no le dijera nada. Y si no iba a poder dominarse, que dejase de ir a la Casa de Ejercicios; pero eso sí, que siguiera pagando con su dinero el sueldo de los obreros hasta que el hijo encontrase las ayudas que estaba solicitando. ¡Ya está bien!
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Así lo cuenta una testigo: Por haber donado mi casa de Santurde de Rioja para habilitarla para Ejercicios o reuniones de apostolado, hubo necesidad de hacer obras de adaptación a lo que contribuyó él económicamente y, no pocas veces, con su trabajo. Él llevaba material desde Sto. Domingo –distante unos 7 kilómetros, y con mala carretera– en su carro de mulas, y retiraba los escombros de las obras con el mismo medio. Estábamos comisionados él y yo para vigilar las obras y tener cuidado del tiempo de trabajo empleado por los obreros, y se pudo constatar que ponían en las cuentas un número de horas bastante superior al realmente empleado. Al quejarse la dirección al maestro de obras sobre esta anomalía, se disgustó éste y, habiendo hablado con los obreros, conminó: O se marchan estos (el Sr. Alberto y yo) o abandono las obras. Entonces, el Sr. Alberto y yo marchamos de la obra; él con humildad y sin hablar del asunto, que jamás comentó después. Él se acercaba brevemente alguna vez, pero siguió abonando los gastos de las obras. Una vez terminada la obra de la casa y dedicada a ejercicios, él abonaba la estancia de gente humilde a los que aconsejaba y animaba a practicar los ejercicios. (Testigo 2, pfo. 58, pág. 29). - Problemas que ha de soportar a causa de la hija monja. Soporta con gran paciencia las dificultades en el caso de su hija monja. La hija pequeña, Teresa, decide un día, a sus dieciocho años, entrar en el Convento de clausura de Casalarreina. La madre, Isabel, había puesto sus ojos y su corazón en la hija pequeña para que los acompañara en la vejez y, después de su muerte, acompañara a su hermano sacerdote. A una muchacha alegre y a la que gustaba divertirse y bailar, no podía venirle, así como así, la vocación religiosa, y más de clausura. Tenía que haber un culpable... y todos señalan al padre. Es Alberto el que habría sido el inductor de la vocación. Éste fue el hecho que más tensión produjo en casa. Teresa tuvo que marchar sin despedirse de sus padres. 48
Durante meses, la madre estuvo tan dolida, que no quiso visitar a su hija monja. Por fin, después de ruegos de los hijos, aceptó ir el día de toma de hábito, con el corazón dolorido. Alberto supo llevarlo con calma, con paz, como una prueba que había que aceptar y comprendiendo a su esposa Isabel, por el dolor de su corazón de madre. Hoy esta hija se encuentra feliz y lleva cuarenta años en Perú. Siendo Madre federal de las Dominicas allí, fundó un nuevo Monasterio en Quillabamba (Perú) donde se encuentra actualmente como Priora del Monasterio. Hay una testigo de excepción que nos desvela algo de aquel drama; Jamás podré olvidar la conflictividad dura y amarga que hubo en casa con motivo de la vocación religiosa contemplativa de la hija más pequeña. Madre Teresa, actualmente religiosa dominica en Lima. Cuando mi hermana expuso en el hogar su problema de vocación religiosa y de ser religiosa “cerrada” –como decía mi madre–, ésta pensó seriamente que tenía mi padre parte de influencia en esa vocación y le reprochaba repetidas veces y con violencia esta decisión de mi hermana. No es que mi madre se opusiera a la vida religiosa de Teresa, pues ya tenía a mi hermano Gerardo, sacerdote y a mi hermana Gloria en la Alianza, sino que no quería que fuera “cerrada”. Había puesto mi madre sus ojos en ella, que era la más pequeña esperando dejar su vida en sus brazos, porque Gloria era maestra y yo ya estaba casada. Mi padre decía que debíamos estar contentos de tener tal clase de vocación en el hogar, que era un beneficio muy grande que Dios nos hacía; pero mi madre llegó a decirle, totalmente irritada: ¿Qué quieres? ¿Que todos se metan frailes y monjas? ¿Por qué no te metiste tú antes? Mi padre, durante todo este tiempo, que duró algunos meses, creo que incluso un año, suavemente, pero con insistencia, recriminaba a mi madre esa postura tan dura con su hija a la que los dos tanto querían; pero no se alteró y lo consideró, en todo momento, como una dura prueba a la que Dios sometía aquel hogar. Pienso que, indudablemente, mi padre pudo influir en la vocación de mi hermana, porque las conversaciones en casa eran profundamente religiosas y su conducta piadosa, fuera de serie. 49
Estuvo mi madre todo el tiempo del postulantado sin visitarla, hasta que consiguió mi padre ablandar aquel corazón de madre y asistió a la ceremonia de la Profesión religiosa, en la que hizo la primera comunión una hija mía. Madre Teresa salió del hogar sin despedirse de mi madre definitivamente, haciendo ver que marchaba –como otras veces– con Gloria, maestra entonces en Castañares. Mi padre ya sabía que marchaba al convento y la despidió a la puerta de casa con profunda amargura de su alma, sufriendo con buen talante aquellos duros momentos. (Testigo 37, pío. 529, pág. 259). El amor de mi padre a mi madre fue siempre intenso. Mi madre fue su primera y única novia, su único amor. La amó siempre con pasión. En un principio, cuando se dejaba llevar del genio, su amor era agresivo y violento. Violento contra los que podían intentar robárselo y violento, a veces, contra la misma esposa a quien amaba. Según fue avanzando en su conversión, según fue progresando en el vencimiento de sí mismo, su amor se fue transformando en un amor más sereno, más tierno, más delicado y más entregado. Amor vivido a base de pequeñas atenciones y frecuentes detalles, de amables servicios que no siempre le salían bien. Es este amor el que le ayudó a llevar con gran comprensión las dificultades que vio en el hogar con ocasión de la vocación de su hija Teresa. Comprendía el amor de Isabel para con su hija pequeña Teresa, comprendía el dolor de su corazón al ver que la dejaba para ir al convento, comprendió su enfado contra aquellos que creía responsables de su marcha de casa. Y porque comprendía, justificaba su actitud, y aceptaba con paciencia los disgustos que se produjeron por el mismo motivo. Aquí mostramos algunos testimonios de este amor delicado de Alberto con Isabel, su esposa: El Sr. Alberto se deshacía siempre en alabanzas a su esposa y en alta veneración a sus virtudes cristianas. Posiblemente todo esto provenía de que –como él decía– antes no hubiera sido del todo bueno con ella. También la veneraba porque le había cuidado en aquellas noches 50
duras de invierno en que los pobres le hacían salir de casa y ella sufría por si pudiera enfermar por el frío. También me confesaba que los días de invierno procuraba encender la cocina cuando salía de la Misa del Convento, para que su esposa tuviera ya caliente la cocina y no se enfriara al levantarse. (Testigo 29, pfo. 417, pág. 204). En cuanto al amor con mi madre, puedo manifestar que era todo un cúmulo de atenciones y cariño hacia ella. Toda clase de deferencias eran pocas, dejándole siempre el mejor sitio sin que nadie se diera cuenta, ayudándola en algunas cosas de la casa –cosa desacostumbrada entonces entre los hombres– incluso levantándose de la mesa, si faltaba alguna cosa, para ayudar así a su esposa y darnos ejemplo a los hijos que no lo habíamos hecho. (Testigo 36, pfo. 506, pág. 248). Me consta de cómo quería a su esposa Isabel. Iban los dos a mi casa los días de fiesta por la tarde; siempre la trataba con delicadeza, condescendencia para dejarla hablar, para que ocupara el puesto mejor o más cómodo. Por lo que oí, ése fue siempre su comportamiento con mi tía. (Testigo 72, pfo. 785, pág. 338). 2) Segunda batalla. ∗ Contra su ambición. Para despegar su corazón de la tierra y de las riquezas, empieza por dejar una parte de sus tierras que llevaba a renta. Con menos tierra podía seguir cumpliendo sus obligaciones de padre: alimentar, instruir y educar a sus hijos. El dinero dejará de ser lo primero en sus aspiraciones y “el ídolo” al que había que sacrificar todo. Sabrá sacrificar el dinero, sabrá perder un negocio por no mentir en algo tan fácil como es la edad de un animal que querían comprarle. Venció la tentación fácil y general en tiempo de crisis y de postguerra: la del estraperlo. Podía haber hecho dinero vendiendo productos agrícolas en el mercado negro. No lo hizo jamás y no lo dejó hacer a los suyos. Construye con su dinero y con su trabajo personal el Recogimiento 51
para los pobres. Dinero y trabajo a fondo perdido –humanamente– pues ningún beneficio material había de sacar de aquella casa. Ayudó con su dinero a construir la Casa de Ejercicios de Santurde. Ayudó económicamente a los obreros para que pagaran los gastos de estancia en los Ejercicios Espirituales. Cuando comienza a cobrar su pensión sabe compartirla con muchos que necesitaban una ayuda. Vive austeramente y no permite lujos ni gastos inútiles. Todo le parece mucho para él y todo le parece poco para ayudar a los pobres y necesitados. Si tuvo televisión –una de las primeras de Sto. Domingo– fue porque los hijos se la compraron para que la madre se distrajera, sobre todo después de la marcha del hijo sacerdote a África. Es así como intentaba combatir su ansia de tener y acaparar. Con gusto hubiera ido a vivir con los pobres como un pobre más. Quería tener su experiencia de pobreza, que no es sólo la carencia de unos medios materiales, sino la falta de atenciones, de respeto y de aprecio de toda la sociedad. Pensó y lo dijo a algunos amigos que, si Isabel moría antes que él, se iría a vivir al Recogimiento. 3) Tercera batalla. ∗ Su lucha contra la sensualidad. Lucha larga. El mismo Alberto confiesa: En toda mi vida no he tenido luchas más fuertes contra el sexto mandamiento como las que he tenido que afrontar después de los sesenta años. Y lucha dura. Cuántas veces, al cruzarse en el camino con una mujer la imaginación se la representaba desnuda. Sacrifica gustos y caprichos para tratar de domar su sensualidad. Deja de asistir o ya no frecuenta los espectáculos que antes le entusiasmaban, como los toros. Hablando de su austeridad en su vestir y vivir dice así un testigo: A la hora de enjuiciar a Alberto y resumir sus muchas virtudes, después de veinte años de su muerte, se me ocurre decir que era un hombre que atraía por su bondad y por su actitud humilde (en conversaciones, vestimenta y género de vida); yo tengo presente siempre su humildad a la hora de comprarme un troje, y me pregunto. ¿Por qué no 52
seré más sencillo en el vestir, como Alberto? Su sencillez de vida se reflejaba en la parquedad o sobriedad; no bebía, no fumaba ni entraba en los bares ni asistía a espectáculos; ni siquiera le vi comer caramelo, Era un nombre poseído por un ideal y a él se volcaba en cuerpo y alma: todo lo demás no tenía ninguna importancia para él. (Testigo 51, pfo. 695, pág. 342). Si estaba al calor de la lumbre, en las noches frías de invierno, se levantaba inmediatamente cuando un pobre llamaba a la puerta. Ni el frío ni la lluvia ni la nieve le impedían acompañar a los pobres al refugio, aunque había que hacerlo por un camino resbaladizo y sin luz. En lucha contra su sensualidad, hacía la limpieza del Recogimiento todas las mañanas. Muchas veces tenía que recoger los vómitos y excrementos de algunos de los pobres que habían llegado borrachos. Y toda esta basura tenía que llevarla hasta el río, no muy distante. En más de una ocasión hubo de cargar sobre sus espaldas a algunos transeúntes borrachos o enfermos y llenos con frecuencia de miseria. No hacía ascos, al contrario, se sentía contento de poder “llevar sobre sus espaldas al mismo Cristo”. Que los pobres eran Cristo era la visión de fe que le empujaba a ayudarles. No permitió que se sacrificara ninguno de sus hijos si alguna vez se ofrecían. Era misión suya y no tenía que cargarla sobre ningún otro. Los resultados de esa lucha sin descanso contra su sensualidad parecen evidentes. Alberto reconocerá con humildad que, después de su conversión, no tenía conciencia de haber ofendido al Señor gravemente, aunque las tentaciones no le dejaran en paz ni siquiera después de su jubilación. Así lo afirma el que fue su director espiritual: Ya he dicho que, después de su conversión, no volvió a cometer un solo pecado mortal. Tuvo tentaciones muy fuertes, pero ni una sola caída, ni de obra ni de pensamiento. Después de su conversión, evitó todos los espectáculos menos los toros y, con el tiempo, también éstos. (Testigo 85, pfo. 1045, pág. 524). Y todo esto un día y otro día, un año y otro año, sin desalientos ni fallos. Todos somos capaces de hacer un sacrificio en un momento determinado, pero hacerlo continuamente, a pesar de las muchas dificul53
tades que surgieron en su vida, esto es ya heroico. No se trata de hacer una hazaña en un momento, sino en hacer día tras día, las pequeñas cosas, los pequeños sacrificios, y siempre con la misma ilusión y el mismo amor. “La virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer.” 4) En el cómo, está la grandeza. No es lo que hacemos sino el cómo lo hacemos lo que nos hace grandes. Jesús no pide solamente que amemos a Dios, pide que lo amemos con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Es este cómo, con toda el alma, lo que hace grande el amor. Para Jesús, la viuda del Evangelio que entrega unos céntimos, da más que otros que entregan grandes cantidades; porque estos entregan algo de lo que les sobra y la viuda entregó todo lo que tenía. Es este modo lo que hace grande su limosna, Son muchos los que tocan la guitarra, pero pocos como Andrés Segovia. Son muchos los que pintan, pero pocos como Rembrandt o como Goya. Es en este cómo donde está el genio. Son muchos los que dan limosna y ayudan a los pobres, pero pocos como la Madre Teresa de Calcuta con total entrega, en cuerpo y alma y a todos los más necesitados... y en este cómo es donde está lo extraordinario. No es lo que hacemos, sino el modo como lo hacemos. Lo que hace grande a Alberto a los ojos de Dios y de los hombres que le conocieron: No es que rezara –son muchos los que rezan–, sino en ¡cómo rezaba!, con qué atención, con qué fe, con qué fervor, con qué recogimiento. No es que ayudara a los pobres –muchos lo hacen–, sino en ¡cómo lo hacía!, con todo el respeto, con todo el cariño, con toda paciencia. No es que luchara contra las tentaciones –muchos lo hacen–, sino en ¡cómo lo hacía!, con tal fuerza, con tal constancia que, según propia confesión, desde su conversión no tenía conciencia de haber cometido un pecado mortal. Es ahí donde está lo extraordinario. Había que verlo rezar en la Iglesia, ¡cómo oía la Misa mirando el altar y abstraído de todo lo demás! 54
¡Cómo cantaba, con qué fervor y con aquella voz fuerte, cuando eran pocos los hombres que cantaban entonces... y ahora! ¡Cómo oraba y meditaba en el campo, contemplando las maravillas de la naturaleza y admirando y alabando a Dios, que viste los lirios del campo y da de comer a los pajarillos que no han sembrado! ¡Cómo rezaba, a veces, con los brazos en cruz ante el Santo Cristo de su devoción y cuando la Iglesia estaba casi vacía por la hora temprana de la mañana! ¡Cómo se postraba ante el Sagrario y ante tantos Sagrarios de los pueblos que iba a visitar con las “Marías de los Sagrarios abandonados”, a quienes solía llevar en el carro! Habría que verle ¡cómo, con qué respeto y afecto, recogía a los pobres caídos en la calle por exceso de vino y los llevaba –con la misma fe que si hubiera llevado al mismo Cristo– al Refugio, o al Hospital si necesitaban algún cuidado médico! ¡Cómo escuchaba con atención, por las noches, cuando los pobres le contaban todas las dificultades que habían encontrado en los pueblos que habían recorrido! ¡Cómo se alegraba con ellos si el resultado había sido bueno o les preparaba unas patatas si el resultado había sido malo! ¡Cómo le hubiera gustado convivir con ellos si su mujer, Isabel, hubiera muerto antes que él! Alberto no sólo ayudaba a los pobres, sino que muchos lo identificaban con el buen samaritano, que atendía y cuidaba a los pobres que iban de camino. Por eso los vecinos del pueblo mandaban a él a todos los transeúntes que llegaban pidiendo un alojamiento para la noche. Así lo afirma uno de los testigos: La atención a los pobres encandila a unos y a otros con distintos motivos, porque unos comprenden que es una tarea estupenda y que está beneficiando a muchos pobres mendigos que deambulan por aquellas comarcas, a los que atiende, favorece, da de comer y, sobre todo, cobijo por la noche. Otros lo enjuician como molesto para el pueblo, porque los pobres molestan a las gentes, mendigando más que antes. Se lo echan en cara a Alberto; pero él, callando, sigue su labor Y los pobres, al llegar a Santo Domingo, no preguntan por el Alcalde ni por el Cura, sino que preguntan por el Sr. Alberto, porque saben que él les atenderá con paz y buen humor, que no se enfadará aunque sea tarde y los llevará al “Recogimiento”, para que pasen allí 55
la noche, (Testigo 87, pfo. 1.082, pág. 546). Hay una anécdota curiosa. Un día un transeúnte pregunta a un vecino de Sto. Domingo que le diga dónde podría pasar aquella noche. El vecino sin dudarlo le dice: —Allí cerca del Convento vive el Sr. Capellán, pregunte por él, y le atenderá muy bien y le dará un lugar para dormir El transeúnte llega a la casa indicada y llama. Al ver bajar a Alberto, con su pantalón de pana, su piel curtida por el sol y el aire del campo, pensó que no podía ser el Capellán, que sería seguro el Sacristán. —¿Es Vd. el Sr. Sacristán? —No, no –le dijo Alberto– pero el Sr. Sacristán vive ahí cerca. Y le muestra una casa, tres casas más allí de la suya, donde vivía Pedro Sacristán. Y allá se encamina el transeúnte —¿Es Vd. el Sr. Sacristán? —Sí yo soy; ¿qué desea? —Deseaba dormir esta noche en el Recogimiento. Y entonces el buen Perico Sacristán, le explica que no es él, que es el Sr. Alberto Capellán el que los recoge y que vive a dos casas de la suya, y le encamina a la que acababa de dejar, equivocado. Es el cómo, la paciencia, el cariño con que los atendía lo que era verdaderamente extraordinario, lo que hacía grande la obra más pequeña.
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7.- El secreto de su conversión
Hablar de la conversión de Alberto, era demasiado, me decía un amigo. Él llamaba conversión a la de Saulo, que de perseguidor se convirtió en seguidor y apóstol de Jesús. Llamaba conversión a la de San Agustín, que de joven libertino y alejado de la fe cristiana, a los 33 años pidió el Bautismo y, llegó a ser una gran Obispo y Santo. Pero Alberto había conservado la práctica de sus rezos y de la Misa dominical. ¿Dónde estaba su conversión? Mi amigo no sabía que, muchas veces, es más difícil la conversión, el cambio de un cristiano rutinario, vulgar, sin fe ni ilusión, que la de un fanático antirreligioso o de alguien que ha llevado una vida escandalosa. “Ojalá fueras frío o caliente, mas, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca” A una locomotora que corre rápida por una vía, no hay más que mover las agujas, cambiarle la vía, para que siga corriendo con la misma velocidad de antes. Es el caso de Saulo, con el mismo ardor con que había perseguido a los cristianos, ahora sigue a Cristo, habiendo cambiado la vía y dirección de su vida. A un vagón que está parado, que no se mueve más que al empujarle, de nada le sirve que le cambien de vía, seguirá parado. Si a un vagón que estaba parado lo vemos de repente correr y correr cuesta arriba, es evidente que ha habido un cambio fundamental: o lo han convertido en locomotora con energía propia o lo han unido a una de ellas. Pasar de una vida rutinaria, vulgar, sin fuerza ni ilusión a una vida cristiana fervorosa, ejemplar, que traduce su fe en obras, es una auténtica conversión. Así lo afirma uno de los testigos que conoció los secretos de su alma. La conversión del siervo de Dios de cristiano en santo fue sencilla, silenciosa, pero muy eficaz. Fue una gracia extraordinaria que le transformó interiormente y 57
aun exteriormente. A raíz de su conversión, cambió el rumbo de su vida. Socialmente se produjo un frenazo en su economía, ya que se desprendió de las tres cuartas partes de sus fincas (que llevaba a renta) para quedar más libre, para dedicarse más a la vida espiritual. (Testigo 85, pfo. 1.014, pág. 512). La lucha que Alberto ha comenzado contra sus más arraigadas pasiones no surge espontáneamente, no nace sin más. Hace falta una fuerza capaz de contrarrestar y superar la tuerza que le había arrastrado hasta entonces. ¿Cuál es el hecho que lo despertó bruscamente, que lo puso en movimiento, que lo lanzó a luchar contra lo que había amado, y a buscar con pasión lo que había tenido olvidado? 1) La aparición de la Virgen. La conversión de Alberto, como toda conversión, arranca de una fuerte experiencia religiosa que ilumina la mente, llena el corazón y renueva todo el ser del convertido. Comienza a ver las cosas con una nueva luz y comienza a sentirse con una fuerza nueva que le hace capaz de realizar lo que antes le resultaba imposible. Esta experiencia mística la tuvo durante tres días seguidos. Fue un secreto bien guardado que, sólo por mandato de su Director espiritual, lo contó en su cuaderno autobiográfico. Sus familiares se enteraron solamente después de su muerte, al leer el libro del P. Barrios Moneo, C.M.F.: LOS POBRES SON CRISTO, donde se recogen los escritos de Alberto. Ya habían pasado muchos años desde la experiencia tenida y, al escribirlo, no puede contener su emoción. Dejemos que nos la cuente (Cuaderno 1, pág. 15), No sé cómo empezar. La emoción embarga mi corazón; las lágrimas se agolpan a mis ojos. Suspendo el escribir. Las lágrimas corren por mis mejillas. He de limpiarme, pues me encuentro en el campo y el que pase puede sorprenderme llorando. Continúo mi dictado. Vuelve a impedírmelo la emoción. Prorrumpo en suspiros. ¿Qué es esto, Dios mío, qué es esto? ¿Qué ha de ser –me dice el corazón– sino el recuerdo de lo que voy a narrar, para hacer el ridículo, porque es imposible describir los consuelos, las dulzuras que 58
casi no podía resistir mi corazón, aquellos días de cielo, sentidos, disfrutados aquí en la tierra, aquellas visiones o no sé cómo llamarlas, de la Santísima. Virgen. A esta bendita Madre que, aunque en la confesión que estoy haciendo la he nombrado poco, la llevo toda mi vida en mi corazón.
En mi niñez, particularmente, la rezaba mucho. En mi juventud pecadora, no se pasaba, no me dormía una noche sin rezarle las tres Ave Marías con la oración de Oh Virgen y Madre de Dios... Y cuando intenté cometer el crimen, en mi pecho la llevaba. ¡Pobre Madre mía, qué mal te traté! Pues, como digo, no sé si es visión o cómo llamarla. Ocurrió lo siguiente. Todo esto fue al principio de mi cambio de vida. Una noche, después de acostado, de momento quedé como fuera de mí, contemplando, como a metro y medio de altura, pues casi llegaba al techo, una imagen. En mi interior una voz me dice: ¡La Virgen! Yo no hablé nada. Parece natural que yo, lleno de emoción, habría de haber dado un grito. Pues nada. 59
Desaparecer la visión y cogerme un profundo sueño, era todo. A la noche siguiente, lo mismo. Al comenzar las oraciones me quedaba en contemplación. No sé cómo decirlo. Y así por tres noches. Padre, Vd. que sabe y ha leído mucho se lo sabrá explicar Y a pesar de haber recibido, en otras ocasiones, más consuelos y dulzuras del cielo que en lo que termino de narrar, nunca la podré olvidar Al fin y al cabo, el Espíritu Santo es dueño de sus dones para derramarlos sobre sus criaturas, con más o menos dulzuras, según le parece. Todos estos consuelos me duraron, me acompañaron cierto tiempo. Y todo esto lo había ido preparando el Señor de una manera sencilla. Lo cuenta así: Un vecino muy bueno me dejó un libro titulado “Catecismo explicado” del P. Claret. Empecé a mirado por curiosidad. Y qué cosa tan rara. Sentía un gusto que no me sé explicar. Primero miraba, como los chiquillos, las estampas: en una, la resurrección de los muertos; en otra, unos jóvenes de juerga, merendando; en otra, un confesionario y dos penitentes. A uno le acompañaba un ángel después de haberse confesado bien; y al otro, atado con unas cadenas, como señal de haberse confesado mal. En otra estampa estaba grabada la muerte del justo y la muerte del pecador. Tanto me gustó que empecé a leerlo. Verdaderamente no había visto libro más atractivo. ¡Eran tan pocos los que había leído! Pero el atractivo principal era el dedo de Dios que suscitaba el primer chispazo de su gracia extraordinaria. Ya no era yo, era Cristo en mí quien se movía en todas las direcciones. Andando el tiempo pedí el ingreso en la Adoración Nocturna, Terciario de San Francisco y socio de la Conferencia de San Vicente de Paúl. Sentía en mi corazón grandes deseos de llevar almas a Dios. Así nos cuenta Alberto su encuentro con María, en silencio exterior, pero con una conmoción interior profunda que le cambió, como a Saulo en 60
su encuentro con Jesús en el camino de Damasco. La vivencia de aquel momento en que María se dignó visitarle y hablarle al corazón la tuvo siempre presente y alimentó una devoción tierna hacia ella durante toda su vida. De ahí arranca su deseo de intimidad con Dios, su necesidad de orar. Y de la oración sacará la fuerza para la lucha que tenía que emprender. Jamás hubiera podido perseverar él solo.
2) Su oración ante el Santo Cristo. Muchas veces se veía a Alberto, antes de amanecer, esperando ante la puerta de la Iglesia de San Francisco, todavía cerrada. Le gustaba estar en la Iglesia mucho antes de comenzar la 1ª Misa, que era la de la Comunidad de Teólogos claretianos que allí estudiaban. Aprovechaba aquella media hora en la Iglesia vacía para recorrer y meditar el Vía-Crucis y postrarse de rodillas ante el devoto Cristo, de expresión doliente, que estaba a la entrada. El Crucifijo es para Alberto más significativo y expresivo del amor de Dios que el Corazón de Jesús, cuya devoción se extendía por entonces. El cuerpo desgarrado de Cristo es algo más que un símbolo de amor, es la expresión real y viva de ese amor. No hay mayor amor que dar la vida por aquellos que se ama. Aquellas llagas eran gritos desgarrados que hablaban a sus ojos y resonaban en su corazón y que manifestaban, con obras, el amor inmenso 61
que Dios le había tenido y le seguía teniendo. Aquel cuerpo destrozado le hablaba con fuerza de sus pecados pasados, que habían sido la causa de aquella muerte atroz. “Por mis pecados murió en la Cruz”. Aquel Cristo crucificado le decía, sin palabras, no sólo lo que Dios había hecho por él, sino lo que él tenía que hacer por el Señor. Si había que amar a los demás como Él nos había amado, la cosa era clara, había que amarles hasta gastar la vida por ellos. Todos los días se postraba ante el Santo Cristo para que grabara en su corazón aquella importante y difícil lección. Es de la oración ante el Santo Cristo desnudo, ensangrentado y muerto por amor, de donde sacaba fuerzas para perseverar en el propósito que había hecho, a pesar de las dificultades que tuvo que superar. La devoción al Crucifijo fue una de sus grandes devociones. Por eso quiso entronizar en su casa al santo Cristo, y lo puso en una habitación que, en adelante, se llamaría el cuarto del Señor o del santo Cristo. Y para él, entronizar era ponerlo en trono de rey para que fuera el rey de todos los de la casa, para que de hecho su voluntad fuera la que se hiciera en adelante. Todavía recuerda uno de sus hijos los versos que recitó, siendo niño, en aquellos momentos. Oh crucifijo sagrario... que fijas el trono aquí no te alejes más de mí... guárdame siempre a tu lado esa llaga del costado... dame por habitación de mi alma y corazón... que en ella quiero morar, desde ahora hasta expirar... meditando tu pasión. Reina y muéstrate propicio… con todos los que aquí estamos que hoy constantes te juramos… ser fieles a tu servicio. Cual supremo beneficio... como recuerdo sin par del día tan singular, de tu Entronización... descienda tu bendición y haga feliz este hogar. En las bodas de sus hijos nunca faltaba un regalo: el del Santo Cristo para que lo entronizaran en sus casas. Quería que Cristo fuera el Rey en sus casas y que nada se hiciera en ellas que pudiera desagradar al Señor. 62
Y ante este Cristo de la Iglesia de San Francisco, ante quien se había postrado cientos de veces, es donde acudió, con el corazón partido, el día en que uno de sus hijos, atropellado por un carro cargado de mies, estaba muriendo en casa. El Cristo que había sufrido, sabría comprender mejor que nadie los sufrimientos de los hombres; y allí acudió para desahogase de su angustia. De aquella oración breve, pero intensa, se levantó animado, convencido de que su hijo salía salvo por aquella vez. Cuando llegó a casa, el hijo ya estaba fuera de peligro. 3) Su oración ante la Eucaristía. Si las llagas del Santo Cristo le impresionaban, la presencia real de Cristo en la Eucaristía le anonadaba. La Cruz le muestra lo que Jesús le amó; la Eucaristía le muestra que le sigue amando y que le ama “hasta tener sus delicias en estar con los hijos de los hombres”. Allí en la Eucaristía está dispuesto a acogerlo, a escucharlo y está también dispuesto a recibir la correspondencia a tanto amor. La Misa ya no será para él un rito frío e ininteligible, ya que se decía todo en latín; no será un rito al que hay que someterse cada domingo obligatoriamente; la Misa será para él su mayor placer; en ella encontrará el mar inmenso de amor donde sumergirse cada mañana, y del que participará por medio de la Comunión. Y cómo se llena su boca y su corazón cuando puede cantar con fervor: ¡Cantemos al Amor de los amores, cantemos al Señor, Dios está aquí! No es el latín el que le impide entender la Misa. En latín o castellano sabe que nunca podrá llegar a comprender aquel misterio de amor que se encierra en la Eucaristía. Tampoco entenderá el latín con el que se dirige a Jesús al rezar los salmos en la Adoración Nocturna. No se fija tanto en lo que dicen sus labios sino en lo que dice su corazón. Y esto sí que lo entiende el Señor, por muy mal que pronuncie el latín. Con palabras o sin ellas, en latín o en otra lengua, lo importante es estar junto a aquél que nos ama y a quien amaina. 63
Con ilusión y alegría –dirá Alberto– acudía lodos los días a oír la Misa y comulgar. No recuerdo haber faltado a Misa de no haber causa justificada, o sea, por estar enfermo o en el tiempo de verano. Le hubiera gustado también en este tiempo haber asistido; pero la primera Misa comenzaba a las 5:30 de la mañana y él tenía que salir a acarrear la mies a las 4 de la madrugada. Pero no estar presente físicamente no le impedía estar allí espiritualmente, y la iba acompañando con sus rezos mientras iba en el carro camino de sus fincas. Cuando el verano iba a terminar, contaba con ilusión los días que faltaban para poder asistir a la Santa Misa y poder recibir al Señor Sacramentado. La comunión diaria la consideraba como una gracia extraordinaria que le impulsará a apartarse, no de los hombres, sino del ruido y de las conversaciones vacías y materialistas, pura estar en el silencio y la soledad y así continuar su diálogo con Dios. Lo primero que pidió, una vez convertido, será entrar en la Adoración Nocturna. Siempre había admirado el sacrificio de aquellos hombres que perdían la noche para acompañar al Señor en la Eucaristía. Ante el Santísimo pasaría 660 noches como adorador. Son las Vigilias reglamentarias, pues pasaría otras muchas que, sin corresponderle por turno, iba también a acompañar al Señor, al menos, hasta la primera hora. Sólo faltó una noche, o mejor asistió, pero tuvo que marchase, porque fueron a llamarle al haber enfermado uno de sus animales. Sólo al llegar a los 70 años y estando débil por haber sufrido un ataque cardiaco y permitiéndolo así el reglamento, dejó de pasar la noche entera y se retiraba a casa después de la primera vela. Como de la abundancia del corazón habla la boca, se convirtió en un gran apóstol de la Adoración. Y si cuando entró, había dos turnos en Santo Domingo, después de varios años, siendo él Presidente, llegó a tener cuatro turnos la Sección de su Ciudad. Así escribe un testigo de excepción, (Testigo 43, pfo. 653, pág. 321): En cuanto a la Adoración Nocturna, quiero manifestar que el Sr. Alberto fue un adorador ejemplar, no faltando nunca a sus turnos y 64
asistiendo incluso a otros para ayudarles; de esto soy testigo. Atendía cuanto podía en el mejor servicio de cada vigilia, y él era ejemplar por su recogimiento en los actos de adoración y por la emoción que ponía en su canto y en las lecturas. Teniendo en cuenta que el oficio que se hacía entonces estaba escrito en latín, como sacerdote confieso que se decían muchas barbaridades materiales, pero observé que el Sr. Alberto ponía el máximo interés para pronunciar lo mejor posible. Recuerdo que en la toma de posesión de su cargo de presidente, en una de las ocasiones, al hacer la presentación, nos dirigió una charla o plática tan maravillosa, que los sacerdotes que estábamos allí nos quedamos maravillados de lo que decía, porque no leyó, aunque tenía un papelito con notas, sino que le salía del corazón todo aquel conjunto de orientaciones que demostraban la profundidad de su alma en el amor a la Eucaristía y en el amor a la verdad cristiana. Él hizo subir muchísimo el número de adoradores, de tal modo que, de dos pequeños turnos que había al principio cuando él ingresó, llegó a haber cuatro turnos bien cumplidos. Después de su muerte, por desgracia, ha llegado a convertirse en un pequeño turno. Lo único que buscaba y con entusiasmo era que cada vez hubiera más personas que quisieran acompañar, rezar y amar a Jesús sacramentado. De estas horas pasadas ante el Señor en adoración humilde de estas comuniones fervorosas de todos los días, es de donde sacó fuerzas para superar los obstáculos. Es el Señor el que le sostenía. Es el Señor la clave secreta de su perseverancia extraordinaria. Hablando de su vida espiritual y de su oración en concreto, habla así una testigo: Manifiesto conmovida cómo vivía el Sr. Alberto la espiritualidad o vida interior y con qué viveza de expresión hablaba de ella; cómo se entusiasmaba y cómo influía en mi espíritu para vivir mejor el orden sobrenatural. La oración que iniciaba, tan pronto se levantaba, con el rezo del Ángelus y en voz alta para que todos los de casa contestaran; yo creo que la seguía durante todo el día, mezclando la oración vocal con la reflexión u oración mental; porque cuando íbamos a la iglesia se recogía profundamente, rezaba después conmigo algún padre nuestro, alguna jaculatoria o avemaría y después nuevamente se recogía. Yo lo 65
miraba atentamente y lo veía orar con naturalidad, sin mover los labios, pero recogido y abstraído. Esto se me grabó profundamente. (Testigo 13, pío. 266, pág. 130). 4) Su oración en la soledad del campo. El que tiene dentro de sí a Dios lo ve en todas partes, en el monte, en el río, en el mar... Ha habido hombres de Dios que lo veían y alababan a través de la naturaleza. Las copas de los árboles, que se mecían al compás del viento, le invitaba a ponerse en las manos de Dios y dejarse mecer en sus brazos, dejándose llevar de su voluntad. El trino de los pajarillos le invitaba a cantar las alabanzas del Señor. Cuando Alberto confiesa en cierta ocasión: En esta pradera donde me encuentro muy a gusto y en esta soledad se siente uno más cerca de Dios. Pienso que Alberto, entonces, como cuando buscaba con tanta frecuencia el campo y el monte, no era para encontrar a Dios a través de las creaturas; lo que buscaba era el silencio. Y en ese silencio, sin ruidos que lo impidieran, se encontraba y oía a Dios que le hablaba en su interior. No buscaba a Dios, sabía que lo tenía dentro de sí, buscaba y necesitaba el silencio para mejor escucharle sin estorbo ni interferencias. En esta soledad -en el campo- se siente uno más cerca de Dios”. AM, en el silencio, recordaba con lágrimas de emoción y agradecimiento las pruebas de amor que el Señor le había dado desde su conversión. Allí, en el silencio, cerca de Dios, a quien sentía en su corazón, iba escribiendo sus apuntes espirituales que le había pedido su Director Espiritual. Allí se sentía el hombre más feliz. Y lloraba, con frecuencia, de dicha y felicidad. Ante esta felicidad se daba cuenta de la falsedad de la dicha y felicidad que podía haber puesto en otro tiempo en el dinero y en las diversiones. Cuando yendo en su carro y con sus mulas tenía que orillarse a la cuneta para dejar paso al coche lujoso que lo cruzaba, ante la mirarla entre 66
compasiva y despectiva del conductor hacia aquel pobre labrador, Alberto se crecía, se sentía orgulloso por ser más rico que nadie, más feliz que nadie, pues tenía por Padre nada menos que al mismo Dios. Con su pantalón de pana, su chaleco sin mangas y cubierto con su boina, se sentía alguien tan imponente, que el mismo Dios del cielo se fijaba en él y lo quería. Su grandeza no estaba en el exterior, en lo de fuera, en su carro o sus mulas o sus tierras, su grandeza estaba dentro, en su corazón, que servía de trono o de templo a Dios. Estaba lleno de Dios, rebosaba de Dios y cantaba feliz cuando estaba en su trabajo. De esta presencia de Dios sentida y vivida en su oración continua es de donde sacaba fuerzas para soportar todas las contrariedades Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta. Aquí está el secreto de su fidelidad y perseverancia, que llegan en él a un grado extraordinario.
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8.- El cambio, la transformación de Alberto.
La conversión cambia en Alberto la imagen que tenía de Dios. La imagen de Dios que le han dado los sermones y los libros de aquella época es la de un Dios justiciero y temible. En su propia vivencia espiritual ha experimentado a Dios como un Padre misericordioso, que le quiere, que le perdona, que le colma de favores a pesar de sus pecados. ∗ Esta nueva imagen de Dios cambia su manera de rezar. No será una práctica religiosa rutinaria, vacía, sin vida, por mero cumplimiento pascual o dominical o por miedo, para evitar el castigo que amenaza a los infractores. Su oración es un trato íntimo con Dios, trato de amistad con Dios, su Padre. Goza de hablar con Dios y constituye el centro de su pensamiento y de su conversación. Gusta de la soledad del campo y allí, en contacto con la naturaleza, se siente en contacto con Dios, con el aire que respira y el sol que acaricia su rostro. Le gusta la soledad del Templo: por eso prefiere las Misas de la madrugada; allí, en el silencio, parece escuchar mejor la voz de Dios. La gente de la calle no le impide esta presencia continua de Dios. Algunos pueden pensar que es un despistado y distraído, al pasar delante de personas conocidas y no saludarlas. No va distraído, va abstraído en sus pensamientos. ∗ La conversión produce en él un cambio en la comprensión del hombre. El otro no será un extraño, y menos un rival, en la lucha por la vida; será un hermano querido, hijo del mismo Padre; será “la cara visible de Dios invisible”, la presencia real de Cristo sufriente. Sabe, cree, que lo que hace a los demás se lo hace al mismo Cristo; y así lo vive. 68
Por eso afirmará convencido “que ha llevado Cristo sobre sus espaldas”, porque llevó sobre sus hombros a más de un pobre tendido en un charco. ∗ Esta fe cambiará totalmente su conducta. En adelante entregará su tiempo y su vida al servicio de los más pobres y abandonados, porque eso es servir a Cristo. Pero su conversión no cambiará sino que potenciará sus cualidades positivas, su pasión por la verdad, por la justicia, por el honor del nombre de Dios. 1) Su pasión por la verdad y la justicia. Nos cuenta esta escena el testigo y actor principal de este hecho. Hubo un Referéndum Nacional convocado por el Jefe del Estado, para votar un asunto de la máxima importancia pura el régimen político de aquellos momentos. El Gobernador cita a todos los Alcaldes de lo Provincia para dar una instrucción precisa: El Referéndum hay que ganarlo como sea, incluso falseando los resultados. El Alcalde de Santo Domingo convoca a su vez a todos los Presidentes de las Mesas para transmitirles la orden recibida del Gobernador. Entre los Presidentes de Mesa estaba Alberto. Alberto dijo con toda seriedad y firmeza al Alcalde que él no estaba dispuesto a falsificar los datos. A pesar de las gestiones que hizo el Alcalde para hacerlo cambiar de actitud, no lo logró. El mismo testigo confiesa que Alberto fue el único que se opuso terminantemente a las órdenes recibidas. En aquellas circunstancias hacía falta valor y gran amor a la verdad y a la justicia, es la reflexión del mismo testigo. (Testigo 35, pío. 486, pág. 238). Con este testimonio de amor a la verdad y la justicia no parece encajar este otro que tenemos delante. Que Alberto era la bondad personificada y que estaba siempre dispuesto a hacer un favor a cualquiera, lo demuestra el hecho que voy a contar. Siendo yo Delegado de Sindicatos en Santo Domingo, 69
tramitaba las instancias para el cobro de las pensiones de vejez. Me di cuenta de que muchas de estas solicitudes llevaban la firma de Alberto Capellán, que justificaba cómo aquella persona había trabajado en el campo para él. Con toda seguridad, él firmaba creyendo que con ello hacía un acto de caridad y de hecho era gente muy necesitada. Pero cuando yo le hablé y le advertí que no era justo lo que hacía, ya que muchas de aquellas personas no habían cotizado a le Seguridad Social, se echó las manos a la cabeza como con expresión de error y mal proceder, pero él, subjetivamente, creyó que había hecho una obra de caridad. Él por supuesto era incapaz ale cometer una injusticia contra nadie, sino que siempre fue justo, equitativo y lleno de bondad. (Testigo 60, pfo. 746, pág. 366). ¿Es que se pueden conciliar estos dos testimonios contradictorios? El atoar a la verdad y la justicia de parte de Alberto está demostrado a lo largo de toda su vida. Por no faltar a la verdad estaba dispuesto a perder un negocio como le sucedió. De haber mentido levemente en la edad de un animal que tenía en la feria y que gustaba al comprador, lo hubiera vendido; pero al decirle los años del animal perdió la venta y quedó tan contento. ¿Era capaz Alberto de mentir, de faltar a la verdad por hacer caridad? ¿Era capaz de engañar por hacer un bien al que está en necesidad? Sinceramente no lo creo. Nunca hubiera hecho un mal para conseguir un bien. En el tiempo en que sucede el hecho había muchos que habían trabajado toda su vida y a la edad en que ya no podían trabajar, debían pedir limosna para sobrevivir, por no haber jubilación. Los labradores cogían numerosos obreros en las distintas campañas de la remolacha, de la patata o de la siega. La mayor parte de aquellos que Alberto presentaba habían trabajado para él en algún momento. De otros acaso, aun no estando seguro, por dificultad de recordar las personas que a lo largo de los años habían trabajado para él; ante la afirmación insistente del obrero de que había trabajado en sus fincas, en un momento determinado, se inclinaba por creerle y firmaba el documento. No creo que hubiera firmado ningún papel en la seguridad de que no era cierto. Ni por su propio bien ni por el bien de los demás hubiera mentido nunca. 70
En la duda suya y en la seguridad que mostraba el otro, se decidiría a creerlo verdad y, como tal, lo firmaría. La misma valentía que mostró en defender la verdad y la justicia en las elecciones, la sabía mostrar, y con naturalidad, cuando se trataba de salir en defensa del honor de Dios. Nos lo cuenta quien lo oyó de un testigo directo: Al pasar por una de las calles del pueblo, con su carro de caballerías y acompañado del criado, vio y escuchó a un grupo de gentes que blasfemaban. Alberto paró el carro y se puso a cantar una canción, que le gustaba repetir como oración. Cuando oyereis blasfemar decid todos a una voz oh, Dios mío, as quiero amar o Alabado sea Dios. Los hombres quedaron asombrados y en silencio. Entonces, con paz y humildemente se acercó al grupo y les dijo: hay que mirar al cielo no para blasfemar sino para rezar. Y prosiguió su camino con el carro. El criado cuenta a su amigo –por el que lo sabemos– que pasó mucho miedo, por si irritados se lanzaban sobre ellos. Y el amigo le replica: ¿Cómo te iban a pegar a ti si eres de sus mismas ideas? El criado se justificó. Sí es verdad, pero estaba trabajando para otro que pensaba de manera distinta. (Testigo 14, pfo. 287, pág. 141). La hija pequeña, Teresa, se atreve a pensar que era por esta valentía por la que sentía afición por los toros. El torero, enfrentado a la fuerza bruta de la bestia que arremete contra él, ha de responder con serenidad y valor. 2) Un refugio en el camino. Las obras de una fe viva. La fe, si es verdadera, se convierte en obras y en amor. La oración, si es auténtica, nos lleva a la acción. Alberto ve, en el pórtico del Convento, filas de pobres esperando la comida que les repartían. Eran años de hambre. 71
Ve que les dan de comer, pero nadie les da un lugar donde pasar las noches frías de Sto. Domingo. Invita a los transeúntes a ir a dormir a su pajar. Allí estarán a cubierto y más abrigados. La gente protesta; un descuido puede provocar un fuego en el pajar y de allí pasar a los otros pajares que estaban al lado. Para evitarlo construye una pequeña caseta, algo alejada del pajar, pero en la misma propiedad. Allí tendrán un lugar para dormir y otro para cocinar, donde podrían calentarse cuando llegaban ateridos de frío y podían calentar la comida que habían recogido. Los pobres van en aumento y no hay espacio para todos. Son años difíciles, años de hambre, consecuencia de la postguerra. Y decide hacer una construcción mayor. Para reducir los gastos de la construcción, él trabaja como un peón de albañil, ayudando al oficial contratado. Éste es el testimonio del oficialalbañil que la construyó: Me encargó a mí la construcción del Recogimiento. Los hijos trajeron maderas de Haro, y otros maternales los acarrearon del mismo Santo Domingo. El Sr Alberto me ayudaba de peón durante toda la obra. Trabajábamos de sol a sol y tardamos pocos días. Recuerdo que me dio una propina por terminar pronto. En la planta baja hice cuatro departamentos contando la cocina. Para el piso superior hice la escalera por fuera para que tuviera más independencia y sé que puso allí unas camas. La planta baja es la que dedicó para albergue de los pobres y puso colchones de paja y algunos de lana. Puse una bomba para sacar agua del subsuelo, pero no había desagüe y una vez hice un pozo ciego. Yo sé que él limpiaba todos los días. A mí me mandó algunas veces encalar las paredes y arreglar aspectos de las mismas que habían hecho los pobres. (Testigo 34, pfo. 479, pág. 235). Cuando la obra terminó, comenzaron a traer camas, colchones y mantas, donación de Caritas de Logroño. En una de las grandes nevadas en que no podían salir del Refugio y menos aún los ancianos, los estudiantes teólogos del Convento de San 72
Francisco les llevaban una gran caldera de comida. Todas las mañanas va a desearles un buen día y a saludar juntos a Dios Padre para que les bendiga en la nueva jornada. Por las noches va a “despedirles”, a contentar con ellos lo que les ha pasado durante el día y a dar gracias al Señor. Si han recogido poco, les lleva unas patatas para comer algo caliente en aquella noche y mientras se preparan al fuego, muchas veces ha rezado el rosario con ellos. ¡Cuántas veces ha ayudado a descalzar y a lavar los pies de un pobre, llagados por el largo camino!
Con un cubo de agua limpiaba, con frecuencia, los suelos del Refugio, teniendo que recoger vómitos y hasta excrementos de alguno que había llegado borracho. Alberto era feliz entre los pobres y pensaba: Si muere Isabel antes que yo, me iré a vivir al Refugio con los pobres. Pongo aquí un impresionante testimonio de una mujer que vivió cerca de ellos: Sobre todo durante este tiempo de mi estancia en su vivienda, vi un poco de cerca la actividad que el Sr. Alberto realizaba con su Recogimiento y el gran servicio que prestaba a la gente necesitada. Lo vi llevando a algunos pobres a la espalda cuando esos no podían ir por su pie hasta el Recogimiento. 73
También lo vi con los recipientes de la limpieza camino del río para arrojar las inmundicias que los pobres habían dejado por la noche. La Sra. Isabel me contó confidencialmente que muchas veces llegaba a casa con parásitos en el cuerpo y que ella se había acostumbrado, con el tiempo, a sobrellevar la molestia de asearle la ropa, aunque a disgusto. Voy a contar un caso que contemplé, muy de cerca, con mis propios ojos y que no he podido olvidar En la misma esquina de mi casa estaba caído un pobre desgraciado; era de fuera del pueblo y estaba borracho. Yo, que presumo de católica practicante, no fui capaz de levantarlo ni de socorrerlo ni siquiera de compadecerme de él, a pesar de que era un día de invierno con mucho hielo. Los chicos del barrio le estaban rodeando curiosamente y como riéndose de él; a estos chicos les pidió el pobre, desde el suelo, que avisaran al Sr. Alberto. Al poco tiempo vino con toda amabilidad el Sr Alberto, lo levantó para llevárselo, pero no podía caminar por el hielo de las calles. Entonces volvió a casa para venir después con una caballería, y el carro; pero no podía él solo cargar en el carro a aquel hombre y pidió ayuda a mi marido. A pesar de sus escrúpulos y falta de valor mi marido le ayudó; y puesto ya en el carro el pobre, el Sr Alberto fue tirando con cuidado de las riendas de la caballería hasta llegar al Recogimiento. Realmente es para mí una vivencia que acusa mi falta de sentimientos para los necesitados y que pone de manifiesto la entrega del Sr. Alberto a esa actividad de socorrer a los más débiles; por eso creo todo lo que se cuenta de él en este sentido aunque yo no fuera testigo de ello. (Testigo 57, pfo. 729, pág. 359). No se contentaba can acoger a los que pedían un lugar para descansar; con frecuencia visitaba a los pobres de la ciudad. Los domingos, con los miembros de las Conferencias de San Vicente de Paúl, visitaban a los pobres del pueblo y les llevaban alguna ayuda. Todos los que sufrían eran objeto de su atención y de su afecto. Muchas noches pasó a la cabecera de los enfermos que lo necesitaban por no tener familiares que lo hicieran. Era el verdadero “padre de los pobres” y por él preguntaban los transeúntes que llegaban al pueblo, en la seguridad de ser atendidos. 74
Los quería, y por eso los aguantaba y los disculpaba. Era la mejor manera que veía de pagar a Dios el que le hubiera perdonado y aguantado tanto a él.
3) No sólo beneficencia, también justicia social A la Beneficencia se le suele acusar de paternalismo. Da pan para hoy y hambre para mañana. No piensa que, mejor que entregar un pez al que tiene hambre, es entregarle una caña de pescar y así, con su trabajo, remediar su propia necesidad. Alberto ayudaba porque en la necesidad urgente es lo único que se podía y debía hacer, pero además procuraba dar los medios para que con su trabajo pudieran progresar. Al criado que le ayudaba todo el año en las labores, además de darle el sueldo convenido, le cedía gratuitamente una tierra para cultivarla en su propio y exclusivo provecho. Otra finca la dividió en cuatro partes y las entregó a cuatro obreros para que, en sus ratos libres, sin perder jornales, las cultivaran para su provecho. Era un doble beneficio el que conseguía. Primero producir unas hortalizas que les ahorrarían un dinero al no 75
tener que comprarlas y segundo emplear unas horas en la huerta que, de lo contrario, habrían consumido en la taberna gastando una parte del jornal que necesitaban, y evitando el beber con exceso y daño de su salud. ∗ También en los Sindicatos. Había tensiones entre los obreros y los agricultores por las labores del campo y en concreto de la siega, que se echaba encima. Alberto fue nombrado Presidente de la Comunidad de Labradores. Y temiendo que sucediera, como otros años, que los obreros se declarasen en huelga con perjuicio para todos, Alberto procuró una reunión entre Sindicatos y Agricultores. Los dos responsables de los Sindicatos de la U.G.T. y C.N.T. eran amigos personales suyos. De esta manera el diálogo se hizo posible y se consiguió el acuerdo. Aquel verano no hubo huelga, con beneficio para obreros y labradores. ∗ Dentro de la misma Comunidad de Labradores. Grandes dificultades y tensas relaciones existían entre la Comunidad y su Secretario. El secretario era un hombre inteligente y de reconocida valía. Si hubiera querido –decían– hubiera valido más que muchos. Lo malo es que quería pocas veces. El chiquiteo por los bares le gustaba más que acudir a su despacho y cumplir con su deber. Los socios se quejaban, pero no se atrevían a dar la cara. El Secretario solía llevar pistola y como era de un carácter fuerte, no se decidían a denunciarlo. Muchas de las denuncias por los abusos de los pastores y de los mismos labradores que los Guardas hacían llegar a la Comunidad quedaban sin darles curso. Al no haber escarmiento, los abusos iban en aumento. Nombrado Alberto Presidente, en una de las primeras Juntas, se levantó y dijo al Secretario: Ante toda esta serie de cosas que están a la vista, no estamos dispuestos a tolerarlas ya más, y por tanto tú tienes la palabra. Si no estás dispuesto a ocupar el puesto con más interés, con más celo, levántate del asiento. 76
Guardó silencio. Por más o menos tiempo se notó en él, cierta reacción y más interés. Al final terminó mal. Un día pegó dos tiros al Alcalde de la localidad y, después de pasar en la cárcel el tiempo de su condena, salió libre, pero no volvió a la ciudad. Al poco tiempo, Alberto decidió dejar su puesto, no sin antes oír muchas protestas por su decisión de no querer continuar en el cargo. ∗ Desengaños en el campo de la política. Aunque sus padres eran liberales y votaban por ellos, Alberto decidió entrar en el Círculo Jaimista por el ambiente religioso que veía en el Centro, donde acudían sacerdotes y donde se rezaba el Ángelus a mediodía y por la tarde, y esto le gustaba. Pronto se desilusionó. - Primero por los dirigentes. Un dirigente político daba una conferencia-mitín y en un momento de entusiasmo y refiriéndose a otro político dijo: “Con ese indeseable no voy ni al cielo”. Aquello le pareció una bofetada a su fe que estaba viviendo con entusiasmo de recién convertido y al amor y respeto a los hombres que había descubierto. - Desengaño con otros miembros. Se acercaba el día 1 de mayo, la fiesta del Trabajo. En ese día los obreros solían ir de merienda; y a la vuelta, venían con más vino que el que podían soportar y con ganas de armarla por cualquier motivo. Para evitar enfrentamientos, los miembros del Círculo decidieron, prudentemente, juntarse en el Centro y evitar la calle y la provocación. Si asaltaban el Centro, como se rumoreaba, allí estarían para defenderlo. Pasó la tarde sin novedad y Alberto se fue a casa a merendar. No había terminado cuando un vecino entró, todo excitado y gritando: “Han asaltado el Centro y se están batiendo cuerpo a cuerpo”. En un minuto estaba Alberto en la calle. Llegó al Círculo, en la puerta había una pareja de la Guardia Civil y, después de saludarles, subió deprisa. Allí vio a un hombre herido por una cuchillada, y junto a él a su mujer. 77
No habían asaltado el Centro, como le habían dicho falsamente; había sido herido en una reyerta en la calle y, al verlo algunos de los que estaban dentro, temiendo lo peor, marcharon a sus casas. Como el herido no parecía de mucha gravedad decidieron que la mujer volviera a casa con sus hijos pequeños, a los que había dejado solos al enterarse de lo pasado a su marido. Fue Alberto el encargado de acompañarla a su casa. Y cuando la llevó, volvió al Círculo y allí pasó la noche junto al herido. Así lo cuenta la misma esposa del herido a través del sacerdote de su Parroquia, Quiero hacer constar que en una celebración eucarística habida en mi parroquia, siendo yo celebrante, una de las señoras asistentes a los cultos manifestó públicamente un recuerdo personal. Cuando ella vivía con su marido e hijos en Santo Domingo, hacia los años 1931-36, dieron a su marido, por la noche, unas cuchilladas que le dejaron malherido, siendo llevado de inmediato al Círculo Católico. Le acostaron en una cama y llamaron al médico, que lo atendió muy bien. Cuando ella fue llamada y llegó a los lugares del Círculo, entre otras personas encontró al Sr. Alberto, que “fue para mí como un ángel aquella noche, ya que cuando me dijeron de marcharme a casa, él me acompañó hasta el domicilio y recuerdo con qué cariño trató a mis niños pequeños y cómo me dejó a mí y a todos consolados”. Esta mujer refería todo eso para destacar la extraordinaria caridad de este hombre para con todos. Después de algún tiempo llamé a esta señora al despacho parroquial donde se ratificó de cuanto había dicho y me habló elogiosamente del Sr. Alberto. Yo he entregado un escrito sobre este hecho al Sr. Vicepostulador (Testigo 9, Pfo. 241, Pág. 117). Estos y otros acontecimientos que podían manifestar una falta de solidaridad o de valentía por parte de algunos miembros, fueran la gota de agua que hizo sobrarse el vaso. Había salido de casa corriendo y había ido al Centro jugándose la vida, a juzgar por las alarmantes noticias. Todo por algo que creía justo. Y el ver que otros, que estaban dentro, se marcharan al primer ruido y rumor de peligro, le desilusionó. Al poco tiempo se dio de baja; y, en adelante, su Centro será su hogar, la Iglesia y el campo en sus largos paseos en solitario.
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4) Catequista y evangelizador. De la abundancia del corazón habla la boca; y él hablaba a todos de lo que tenía dentro, del amor inmenso de Dios. El cristiano que toma conciencia de su fe, se hace misionero y evangelizador y Alberto vivía su fe y evangelizaba. En una habitación de su casa, reunía muchachos, en general pastores, que no podían ir a la escuela. Y por la noche, en las largas noches de invierno, les enseña lo más elemental que él conoce y les prepara a la comunión pascual. Es emocionante el testimonio de uno de aquellos muchachos que asistieron a sus catequesis: Yo voy a contar lo que vi en el Sr. Alberto, el trato que tuve con él. Vine muy niño de Argentina con mis padres y nos instalamos en Santo Domingo. Mi familia era pobre y yo también lo he sido toda mi vida; ahora cobro ya pensión de jubilado pero siempre he estado trabajando de jornalero temporero, a lo que salía; unas veces de peón en las Tejerías, otras de peón en las obras de construcción y casi siempre de temporero en las labores agrícolas, cambiando muchas veces de patrón, siempre a merced de quien me contrataba. Y así es como me relacioné con el Sr. Alberto. Siendo niño, o muchacho, nos recogía por las noches de invierno a varios de nosotros, hijos de pastores o peones, que no íbamos mucho a la escuela por la pobreza de nuestros padres o por falta de interés de ellos en mandarnos. Estábamos en su casa como dos horas cada noche y nos enseñaba algo de cuentas, de lectura, de escritura y de catecismo. Algo aprendíamos y también nos confesábamos y cumplíamos con Pascua. Lo que más recuerdo de esto es su mucha paciencia y bondad: era muy cariñoso con nosotros y no nos reñía ni pegaba; cuando hacíamos alguna cosa mal (un error en un« cuenta o una palabra mal escrita) decía: CACHETE; lo decía, pero no lo hacía, sino que siempre nos trataba como si fuéramos sus hijos. Otro recuerdo que tengo, también de niño, es las visitas que hacía a nuestra casa cuando mi madre estuvo enferma. No se me han olvidado las visitas que nos hacía por la noche y la amabilidad con que nos trataba. A todo el mundo hablaba con mucho 79
cariño. (Testigo 54, pfo. 716, pág. 352). Volviendo a su labor evangelizadora. Para Alberto la Misa es el alimento que sostiene en la vida. Y como hay muchos que no van a Misa, se suscribe a varias Hojas parroquiales y las reparte por algunas casas para que reciban con ella algo de la Palabra de Dios y alguna buena idea como semilla. En ello colaboraba su hermano Francisco con quien compartía estos afanes evangelizadores. Ponemos aquí el testimonio de quien le conoció perfectamente el P. Benigno Arroyo: Como complemento a lo que vamos diciendo voy a dar un dato, pequeño al parecen pero que prueba elocuentemente el celo apostólico del Sr. Alberto. Se celebraba una gran Misión en Santo Domingo dada por cuatro Padres Misioneros del Corazón de María. La misión tuvo una preparación esmerada. Un medio muy eficaz en la preparación y en el desarrollo de la misión fueron unos potentes altavoces instalados en el Café Suizo que dominaba toda la ciudad. Para aquellos tiempos fue una gran novedad. Varios elementos de Acción Católica, pero sobre todo el Sr. Alberto, me comprometieron para ir dándoles pensamientos a fin de crear primero y mantener después el ambiente misional. Durante la misión me hicieron comparecer ante el micrófono, al terminar los actos de la noche en I« Catedral y San Francisco: y cosa al parecer bien extraña cuando la gente debería estar cansada y no tratábamos más que de mantener el ambiente, la gente corría en bloque al lugar donde estaban instalados los altavoces. En vista de aquella aglomeración, el Sr. Alberto y sus compañeros me daban algunas ideas que convenía tocar cada día según oían hablar al público. Recuerdo que un día, interpretando la sugerencia del Sr. Alberto, dije poco más o menos: Estas verdades son para todos, no sólo para los que van a la misión, sino también para aquellos que no van, pero cuyos nombres –mal que les pese– están registrados en el Libro de Bautismos y que por ventura están ahora en los bares mofándose de la Misión. No sé lo que pasaría en los bares, pero lo cierto es que al día siguiente el Sr. Alberto vino radiante de alegría. Así de apostólico era el Sr. Alberto, tan amante de la soledad y del silencio y tan activo a la vez. Fusión maravillosa de la contemplación y de la acción. (Documento escrito IV, página 618). 80
Algunos de los que van al Refugio son parejas que se han juntado en el camino sin estar casados. Unos por no saber cómo preparar los papeles necesarios, complicados para ellos que estaban siempre en camino; y otros, por no darle importancia, pasaban años sin arreglar su situación. A muchos de ellos instruyó, ayudó a buscar los documentos necesarios, los acompañó a la Parroquia y sirvió después de testigo y padrino en la ceremonia de la Boda. Visitaba a enfermos a quienes no podían visitar los sacerdotes, por imposición de los familiares. Ésta es la confesión de uno de los coadjutores de la Parroquia: Yo estuve algún tiempo de coadjutor en la parroquia y tenía entonces relaciones con las Conferencias de San Vicente de Paúl, y recuerdo a Alberto Capellán como uno de sus miembro, puntual siempre, entregado con celo a su actividad caritativa; pero recuerdo, mejor aún, cómo los sacerdotes de la parroquia le hablábamos de enfermos difíciles, pobres o no, a los que no era fácil llegar y proponerles la recepción de las sacramentos: y él se brindaba a hacer de intermediario y lograba su propósito. (Testigo 51, pfo. 703, pág. 346). Más de una vez le permitieron a él visitar al enfermo, pero con el ruego de no decirle nada. Alberto aceptaba la condición, pues sabía que su sola presencia les hablaría y les ayudaría a recordar a Dios y a reavivar su fe dormida. Conociendo el bien inmenso que estaban haciendo los Ejercicios Espirituales que se daban en Santurde, en la Casa recién inaugurada, se convirtió en un gran propagandista de los Ejercicios. Son muchos los labradores y obreros que, gracias a su empeño, mintieron a los Ejercicios con gran alegría y muestras de agradecimiento. Hay un testimonio de otro sacerdote que completa la visión sobre la caridad de Alberto con los marginados (Testigo 58, pfo. 737, pág. 361): Yo recuerdo al Sr Alberto en los velorios de los difuntos pobres y humildes. Donde preveía que no iba a haber gente dando calor humano a la familia del difunto en esa noche con el cadáver de cuerpo presente, allí estaba el Sr. Alberto haciéndoles compañía; estaba un buen rato por la noche y volvía de madrugada, aprovechaba el momento más oportuno para rezar el rosario, etc. Una imagen del Sr. Alberto que yo guardo en mi memoren es 81
viéndolo en la Catedral rodeado de gitanos. En los entierros y funerales de las familias gitanas, él hacía como de monitor. Ellos se situaban en torno al Sr Alberto, que les animaba a comportarse dignamente en el templo, les iba diciendo lo que tenían que hacer y rezaba en voz alta por ellos que no sabían, etc. Ellos le buscaban para estos casos, porque se sentían con él como los pollitos alrededor de la gallina. Y así lo veía yo muchas veces desde el altar. 5) Padre comprensivo y educador exigente. La fe le llevó a ser padre comprensivo y educador exigente de sus cuatro hijos y tres hijas. Si importante era hacer cosas, mucho más importante era hacer de sus hijos, hombres sinceros, solidarios y cristianos. ∗ Educa en la verdad. No tolera la mentira. Dirá la verdad aunque le perjudique a él y exigirá a los demás que digan siempre la verdad. En cierta ocasión, –confiesa su hijo Gerardo– siendo niño, dije alguna mentira delante de él. No recuerdo qué mentira pudo ser, pero sí recuerdo el rostro severo de mi padre que me mandó a pedir perdón al Santo Cristo que teníamos entronizado en casa. Fue una lección que se grabó fuertemente en mi corazón y me hizo amar la verdad y repetir con frecuencia en mi conversación, que había que ser duros con la mentira. Tanto lo debía repetir que mis compañeros sacerdotes me decían, con guasa: Si; sí, hay que ser duros con la mentira. Para ellos ésa no era más que una frase, pero para mi; era una experiencia muy fuerte de mi vida. ∗ Educa en el amor. No con palabras sino con obras. Amor ferviente a Dios, a Cristo y a la Virgen y amor de entrega y generosidad a los demás, sobre todo a los más pobres; por los cuales sacrificaba su dinero, su tiempo y su comodidad. Y los hijos lo veían. 82
∗ Educa en austeridad. Es el primero en levantarse para hacer algo que le cuesta. Sabe que, si queremos ayudar a los demás con algo, nos lo hemos de quitar de lo nuestro; primero de lo superfluo, pero también de lo conveniente y necesario. ∗ Educa en la comprensión. Con rigidez en los primeros momentos de su conversión y con mayor comprensión, según avanzaba en su autodominio. ∗ Educa en la fe. Fe y confianza en Dios y no en el dinero ni en los bienes materiales. Fe y amistad con Cristo en la Eucaristía y en la Cruz, los signos más grandes de su amor. Devoción tierna a María, a quien saluda tres veces al día con el Ángelus y los hijos le contestan, aunque sea desde la cama. ∗ Educa en el afán de superación. Fe no significa “resignarse”, exige superarse, querer “ser” cada vez más, que no es lo mismo que querer “tener más”. Lee, e invita a leer a sus hijos, libros instructivos y religiosos. En tiempos en que las hijas de los labradores solían contentarse con la enseñanza primaria, él mandó ya a su hija mayor al Instituto de Segunda Enseñanza que acababa de abrirse en la ciudad y después la enviaría a hacer el Magisterio a las Teresianas de Burgos. Si algún hijo le descubre la vocación, no le estorbará ni le forzará, le acompañará con su consejo y oración.
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9.- Alberto y Paco, hermanos, amigos y apóstoles.
Queremos comenzar este capítulo con el testimonio de una de las hijas de Paco. Mis tíos Alberto e Isabel venían mucho a nuestra casa. Se querían mucho mi padre y él; estaban muy unidos, muy hermanados, congeniaban muy bien y tenían aperos de labranza a medias y se ayudaban en muchas cosas. Tanto mi padre como mi tío tenían un “libro de los muertos”, donde tenían apuntados los nombres y fechas de defunción de gente conocida; el leerlo les servía de meditación sobre la muerte. También se unían para hacer apostolado: reparto de propaganda. Conferencia de San Vicente de Paúl, etc. Se ayudaban en todo y creo que tuvieron mucha influencia mutua. Como prueba de este afecto que se tenían, al enterarse de su muerte mi padre dijo: ¡Quién cómo él! Alberto y Paco Capellán Zuazo, son los mayores de una familia de cinco hermanos, todos varones. Las mujeres de ambos, Isabel Arenas y Ana Cañas, han sido vecinas de un mismo barrio, y a cuatro portales de distancia la una de la otra. Aunque hermanos, tienen caracteres distintos. Paco es más abierto, extrovertido, con buen humor y con ganas de bromas. Alberto es de genio más vivo; y, después de su experiencia de Dios, se ha hecho más introvertido. La presencia de Dios que había descubierto dentro de sí le afectó de tal manera, que andaba por la calle más que distraído, abstraído. Ambos temían una misma afición a los toros. Acaso mayor en Paco, que llegó a subscribir a una revista taurina a uno de sus hijos religiosos. Al llamarle la atención por ello, se quedó extrañado y exclamó: ¿Es 84
que tiene algo malo? ¿Es que no puede enseñarles mucho bueno, como es la valentía y el sentido de riesgo que también los frailes han de tener? Ambos hermanos dejaron la asistencia a los toros por un mismo motivo: por hacer un sacrificio a Dios de algo que les gustaba. Ambos se unen para comprar una máquina agrícola, una segadoraengavilladora. Máquina que probó de veras la paciencia a los dos, por las continuas averías, en los momentos en que más urgían las tareas de la recolección.
Ambos, en un momento de su vida, tienen otros trabajos complementarios, además del principal que era el del campo. Paco monta una granja en la huerta y en su casa llegó a tener unas vacas y venta de cal y yeso Alberto, cuando las autoridades le cerraron el Recogimiento de los pobres por evitar el contagio de una epidemia, dedicó los locales a la instalación de un gallinero y poniendo una pequeña incubadora que era el recreo de los pequeños, que contemplaban con asombro el nacimiento de los pollitos. 85
Ambos tienen varios hijos consagrados a Dios. Paco tiene dos hijas, Carmen y Raquel, religiosas, Hijas de la Caridad, y dos hijos, Vicente y Gaspar, religiosos; el primero de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey, dedicados a los Ejercicios Espirituales; y el otro, religioso Claretiano. Vicente fue vocación tardía. Tuvo que dejar la labranza, que llevaba por ausencia del hermano mayor, Bautista, que pertenecía al Cuerpo de la Policía Armada Vicente y otros dos amigos habían hecho Ejercicios Espirituales, y los tres volvieron decididos a dejarlo todo y consagrarse a Dios. Uno de ellos lo hizo en la Cartuja de Zaragoza, otro en los Padres Claretianos y Vicente en los Cooperadores. Alberto tiene también dos hijas entregadas a Dios; la mayor, Gloria, perteneciente al Instituto Secular de Alianza en Jesús por María. La pequeña Teresa ingresa a los 18 años en el Convento de Clausura de las Dominicas de Casalarreina. A los pocos años de ingresar se ofreció con otras hermanas para ir al Perú a reforzar algún Convento de la Orden. Hace varios años que acaba de fundar un nuevo Monasterio en la ciudad de Quillabamba, Perú Y tuvo también un hijo sacerdote: Gerardo. Los dos hermanos gustan de anotar y meditar frases que han ido espigando de sus lecturas. Entre los labradores de aquel tiempo no era muy frecuente la lectura. Las frases de Paco están recogidas por sus hijos en número de 152. Las frases de Alberto las recopiló, ya hace tiempo, el P Alberto Barrios, C.M.F. en número de 260, y las publicó en un folleto titulado Alberto Capellán Zuazo, Yo he llevado a Cristo sobre mis espaldas. Paco ha copiado las frases más literalmente y con frecuencia conserva el verso primitivo, con el que la sabiduría popular se expresaba. Las frases de Alberto parecen a veces corregidas y adaptadas a su reflexión posterior. Algunas de sus frases son iguales. En ambos la mayor parte de sus frases versan sobre la caridad, sobre los pobres. ∗ El grado de bondad y de amor. Paco, d. 96: No es más bueno el que más da, sino el que sabe dar. 86
Alberto, n°. 154: No tiene más caridad el que más da, sino él que da con más amor. ∗ Prontitud en la ayuda. Paco, n°. 33: Cuando alguien te pida un favor que puedes, no digas vuelva mañana; hazlo inmediatamente, eso es hacer doble favor. Alberto, n°. 144: Socorrer pronto al desgraciado es socorrerlo dos veces. ∗ Los pobres y la Eucaristía. Paco, n°. 16: Profanar a Cristo en la persona del pobre me parece mayor crueldad que profanarlo en la Eucaristía. Alberto, n°. 248: No sirve de nada recibir a Dios en la Comunión si después, cerramos la puerta a aquéllos que sufren. ∗ Los pobres y Dios. Paco, nº. 20: Cómo vas a amar a Dios a quien no ves, si no amas al prójimo a quien ves. Los pobres son Cristo. Alberto, n°. 79: Los pobres son Cristo. El prójimo es imagen de Dios, respétales y ámales como al mismo Dios. ∗ Caridad y Justicia. Paco, n°. 142: Cuando des limosna, no digas que has dado, sino, que has pagado. Alberto, n”. 181: Dios ha creado los bienes de la tierra para todos sus hijos. ∗ Amistad. Paco, nº. 32: El amigo es aquél que adivina cuándo tienes necesidad de él. Alberto, nº. 15: Cuando se ama de veras, se atina con lo mejor en cada caso. Hay otra serie de frases que indican la preocupación que ambos tienen por llevar la fe a los demás; por llevarles no sólo unos bienes materiales sino otros mejores, humanos y espirituales. 87
∗ Mejor que darles bienes es hacerlos buenos. Paco, n.º 19: Dicen los libros que ser uno bueno es muy poca cosa; hay que hacer buenos a los demás. Hay que hacer propaganda. Alberto, n°. 159: No hay limosna más útil que la que contribuye a convertir un vicioso y vago en un hombre honrado y trabajador. ∗ Algunas frases tienen en Paco una actitud apologética y misionera; y en Alberto, una actitud profética. Paco, n° 70. Si no existiera Dios, habría que inventarlo para castigar tantas maldades como se quedan sin castigo en este desgraciado mundo. N°. 10: Las primeras ovejas en el interés de Dios son los otros, las que están fiera del redil. Alberto, n°. 43: El día en que la Iglesia dejara de preocuparse de los pobres, ese día dejaría Cristo de estar en la Iglesia. Nº 44: Si la Iglesia ha de evangelizara los pobres, ¿cómo podrá hacerlo si ella misma no es pobre, pobre? Hay otras frases que parecen exclusivas de Alberto, son las que hablan de la dulzura, de la cólera. Alberto era de genio fuerte y es natural que estas frases le impactaran más. Alberto, n. 231: La cólera es una ráfaga de viento que apaga la inteligencia. N. 225: Vas a conseguir más can una palabra afectuosa que con tres horas de pelea. N°. 226: La dulzura de carácter es más necesaria para reñir que para acariciar. ∗ Las mismas inquietudes apostólicas y evangelizadoras. Alberto se suscribe a varias hojas parroquiales que reparte gratuitamente entre algunas personas más apartadas de la Iglesia. Aquellas hojas solían tener pensamientos breves, expresados con estilo sencillo y popular. A veces, en un breve verso o refrán popular, compendiaban todo un comportamiento cristiano. Paco escribía sus propias octavillas y las hacía imprimir. Después las dejaba en los asientos de los coches de viajeros y otras las enviaba por correo, pero sin firmar. 88
Estaban escritas en un estilo directo y del gusto de aquel tiempo, como se empleaban en las famosas Misiones Populares. - Unas eran para hacer reflexionar a los ricos. No lo olvides: Sin caridad, es falso nuestro cristianismo. Tenemos miedo de condenamos por lo malo que hacemos; cuánto más nos condenaremos por lo bueno que dejamos de hacer Temblarán el día de la muerte; les sorprenderá sin avisar, con las manos vacías. - Otras eran contra la blasfemia. Muy Señor mío: Sepa Vd., para su satisfacción, que se tiene ficha de su excelente conducta; pero, según informes, tiene la debilidad de ser blasfemo. Por favor refrénese la lengua, pues debe saber que existe un campo de concentración que es el paradero de los blasfemos. Suyo affmo. - Otras octavillas eran dirigidas a no creyentes o no practicantes. El que piensa “obro mal y no me pasa nada” que recuerde aquella frase: Dios no castiga ahora, porque es eterno. Dios no tiene prisa; tarde o temprano, aquí o en la otra vida, caerás en las manos de Dios vivo, porque de Dios no se ríe nadie. - Otras octavillas, finalmente, invitaban al arrepentimiento. Por mucho mal que hayamos hecho, Dios todo lo perdona; pero hay que humillarse, no hay que descuidarse, la muerte no avisa. O CONFESIÓN O CONDENACIÓN. Los dos hermanos querían, a su modo, ayudar a los demás a vivir aquellas verdades que ellos intentaban vivir honradamente y con el deseo sincero de que los demás fueran tan felices como ellos lo eran con su fe. Alberto como Paco habían escuchado la misma predicación, la que entonces se usaba, una religión del miedo y del temor al infierno; pero Alberto había tenido su propia experiencia religiosa y mística. Y ésta había sido una experiencia de amor, del amor inmenso de Dios para con él. Dios le había amado cuando él no le amaba y aun en los mismos momentos en que le ofendía. Alberto no podía responder a ese amor sino amando a los demás. No quería infundirles temor, sino amor. Si él había sido cambiado por el amor de Dios, esperaba que los demás pudieran cambiar por la experiencia de ese mismo amor. Alberto volcó su 89
amor en los más pobres y apartados. Para ellos levantó el Refugio y en él les atendía con afecto; y con el mismo afecto supo juntar en su casa algunos muchachos que no tenían oportunidad de ir a la escuela, para enseñarles lo más elemental y ayudarles a preparar el cumplimiento pascual. Paco se volcó, de una manera especial, con los que se habían consagrado a Dios, pero que, por las circunstancias políticas y económicas de España, lo estaban pasando mal. Las Madres Bernardas de Santo Domingo podían decir mucho de él. Y lo mismo podían decir los Padres Claretianos del Convento Menor, que hoy ya no existe. Cuenta una de sus hijas que, en momentos difíciles en que se quemaban conventos e Iglesias, Paco dormía en la habitación que daba a la huerta, contigua a la de los Frailes. Por la noche ataba un ramal a la almohada que echaba después hasta la huerta. Si ocurría algo en el Convento, él bajaría a abrirles la puerta para que pudieran refugiarse en su casa. Hermanos, amigos y apóstoles esto fueron Alberto Y Paco. Testimonio que sigue siendo válido para los hombres del año dos mil.
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10.- Sus bodas de oro matrimoniales.
ABERTO contrajo matrimonio con Isabel Arenas el día 30 de junio de 1909. La familia de Isabel vivía en el mismo barrio y a pocos metros de distancia de la familia de Alberto. La posición familiar de ambos era semejante. Con más aprecio por la cultura en la familia de Isabel, ya que el único hijo varón lo enviaron a la Universidad a hacer Medicina. Ejerció de medico algunos años y murió muy joven. La práctica cristiana era más frecuente en la familia de Isabel, aunque su fe no sería mucho más profunda, pues, según algunos, los padres impulsaron al hijo a estudiar medicina cuando parece que había indicado sus deseos de ser sacerdote. Isabel era naturalmente buena, amable, cariñosa, de buen carácter; una mujer que vivía en paz e infundía paz. Según la fotografía de su boda, hecha en San Sebastián, y según las confesiones repetidas de Alberto, era guapa de veras. De ella se enamoró locamente: fue su primera y única novia y fue también el único amor de toda su vida, a pesar de los momentos de crisis que vivieron en el matrimonio. Al acercarse las Bodas de Oro de su matrimonio, escogieron el día 29 de junio por ser fiesta y más fácil para reunir a todos los hijos, nietos y amigos. Han pasado cincuenta años de su matrimonio y Alberto e Isabel se preparan para dar gracias a Dios por tantas cosas. Los amigos preparan los regalos con los que les van a obsequiar. Uno de los más apreciados para Alberto fue una imagen de la Inmaculada, regalo de la familia Gacía-Jalón. Los alumnos de la Institución de Los Boscos, donde su hijo sacerdote trabajaba, afinan sus guitarras y ensayan sus canciones para la fiesta. Tres nietos, dos niños y una niña, se preparan para la Primera Comunión, que 91
celebrarán en la misma fecha. Las Monjas del Hospital del Santo –que está enfrente de su misma casa– adornan la Capilla y el altar donde se tendrá la Eucaristía. Hijos, nietos y amigos llenan la capilla. Sólo falta la hija pequeña, Teresa, es monja dominica y está muy lejos, en Lima, Perú, en el Monasterio de Santa Catalina. Ausente físicamente, está muy presente con su afecto y su espíritu. La Eucaristía es el centro de la Fiesta. Lo que ellos no pueden agradecer suficientemente, lo hace el Señor por ellos desde el altar. Dice la Misa Gerardo, su hijo sacerdote. Después la comida familiar. Están también presentes algunos pobres del Refugio. ¡Cómo no! Los Boscos cantan acompañados de sus guitarras en la Misa y en la mesa. Padres y hermanos cantan a la hermana ausente aquella canción de moda entonces, Golondrino golondrina, tú que vas cruzando el mar, da un abrasa u nuestra hermana que allí en América está. Alberto reza la oración de gracias compuesta por él mismo para ese momento. ∗ El broche de oro. El broche de oro, no sólo de la fiesta, sino de toda su vida, fue la peregrinación a Lourdes con algunos de sus hijos y amigos. Hacen el viaje en una furgoneta, cedida generosamente por Fernández Hnos., para que todos pudieran viajar juntos. Alberto encuentra en Lourdes, reunidos, los tres grandes amores de su vida que llenaron su corazón desde el momento de su conversión. Encuentra la imagen de la Virgen, que apareció a Bernardita en aquella gruta, como se le había aparecido a él, durante tres noches, hacía ya muchos años. La explosión de fe y amor mariano que es Lourdes hizo rebosar su corazón. El deseo, la necesidad de estar más tiempo junto a la imagen de la Virgen le hizo madrugar y salir del Hotel mientras los demás dormían. No le importó no saber el camino y no saber cómo preguntarlo, al desconocer el francés. Estaba seguro de que llegaría. Allí, junto a la Virgen, le encontrarían más tarde los demás. 92
Su amor a Cristo crucificado lo vivió intensamente siguiendo, por el monte, el Vía-Crucis, con aquellas figuras de tamaño natural que le impresionaron. Le parecía estar viviendo la escena en cada una de las Estaciones. Su amor a los pobres y a los enfermos lo vivió emocionado en la explanada de la Basílica, al ver munidos allí tantos enfermos con muletas, en sillas de ruedas o en camillas. Verlos cómo miraban fijamente y con fe la Custodia mientras el obispo les impartía la bendición; escuchar aquellas invocaciones llenas de fervor, pidiendo la curación: ¡Señor, que vea! ¡Señor, ten compasión de mí! Reunidos en un acto, la Eucaristía y los enfermos eran as dos presencias del mismo Cristo que él había venerado por igual. Las emociones fueron tantas que necesitó irlas viviendo durante mucho tiempo. Así lo cuenta una persona que acompañó al Sr. Alberto en esta peregrinación a Lourdes: Para festejar sus bodas de oro matrimoniales fuimos a Lourdes el matrimonio, su hijo Pablo con su mujer, sus hijos Gerardo y Gloria, María Teresa Gil, amiga de la familia, y yo. Allí pudimos verlo profundamente ensimismado en la gruta desde las primeras horas de la mañana, gozoso y alegre de estar allí. Hizo el Vía-Crucis con gran devoción. Decía después que él quería volver a Lourdes como peregrino, a pie, pidiendo limosna por los pueblos, sembrando su palabra de apostolado a quien le diera limosna. Como es obvio, la familia y las amistades nos opusimos a esta idea, oposición que aceptó con humildad, aunque no dejó de exponer en otras ocasiones este deseo. Manifiesto que yo vi en Lourdes el Sr. Alberto, transfigurado y profundamente emocionado. (Testigo 2, pfo. 73, pág. 37).
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11.- Se acerca el final.
Es el 22 de febrero de 1965. Un día de los más fríos de aquel duro invierno. A pesar del frío, Alberto va contento para dar una buena noticia a un rentero que vive en el campo a 2 Km. de distancia. Va alegre y cantando como en otras muchas ocasiones. A la vuelta, en el camino y antes de salir a la carretera general de Santo Domingo-Ezcaray, siente un vivo dolor en la región precordial que le obligó a detenerse y echarse al suelo. No sabe el tiempo que estuvo echado con aquel frío intenso. Repuesto un poco, puede levantarse y, andando despacio, salió a la carretera. Anda con paso inseguro, él, que caminaba siempre con paso firme y ligero. Un vecino de Santo Domingo, que pasa con su camioneta, nota algo raro en su manera de andar y se para. Le ayuda a subir y le lleva hasta su casa. Isabel, su esposa, y Gloria, su hija, están extrañadas de su retraso y, al verle llegar en aquellas condiciones, se asustan y llaman al médico. El médico le examina y diagnostica “angina de pecho”. Con el tratamiento que se le aplica inmediatamente queda un poco más tranquilo. El practicante que le visita es miembro de las Conferencias de San Vicente de Paúl y Alberto le dice al marchar: “hasta el domingo en las Conferencias”. Y a los de casa les dice que vayan al cuarto de estar, más confortable para ellos. El Hno. Jesús Hernández, C.M.F. nos da el siguiente testimonio de aquellos momentos: Dos días antes de su muerte me enteré de que lo habían recogido en la carretera bastante grave a consecuencia de un infarto de miocardio. Inmediatamente pasé por su casa y lo encontré acostado y hablé alguna palabrita con él, que se mostraba sonriente y agradecido. Como el médico había mandado reposo absoluto, me retiré al momento y volví al día siguiente, encontrándolo algo mejor 95
Entonces le dije: —Sr. Alberto, le vamos a traer la comunión. A lo que él respondió: —Hermanito, muchas gracias, no se moleste. Yo insistí diciéndole que no era molestia; pero él no aceptó. Comprendo seriamente lo que manifiesto y digo que no fue esa negación por no querer comulgar, sino que era precisamente para evitar toda clase de molestias, máxime en aquel tiempo en que se acostumbraba a llevar públicamente el Santísimo con los ornamentos, velas, campana, etc. Todo esto es lo que impidió al Sr. Alberto el aceptar la comunión ya que era un montón de dificultades lo que llevaba consigo, además de que la noticia correría por el pueblo, lo cual el Sr. Alberto quería evitar. Pienso muchas veces cómo el Señor permitió que el Sr. Alberto que tantas veces y con tanto fervor asistió a llevar la comunión a otros enfermos, en ese momento suyo dejara la oportunidad de recibir por última vez al Jesús de sus amores. Ignoraba él –como es lógico– su gravedad; antes al contrario, sentíase mejor, conforme me lo manifestó Isabel, a la que había dicho por la mañana: Isabel ¡qué susto hemos pasado!; vete tú ahora a comulgar para dar gracias, que esto no va a ser nada. Pienso que si hubiera sabido su gravedad, habría pedido el Santo Viático y habría cantado al Señor entonces con aquella energía, aquella voz y aquella fervorosa devoción con la que lo hacía en todas las procesiones eucarísticas. Tuve la dicha de –ayudado por su hijo Francisco y de alguna otra persona– amortajar el cadáver del siervo de Dios, haciéndolo con devoción y cariño, pues que puedo decir que jamás recé por el eterno descanso de su alma, sino que desde entonces me vengo encomendando a él en mis devociones y puedo decir que he recibido ayuda. A lo administración de la Unción estuvieron presentes todos los familiares y algunos vecinos. Yo, como Sacristán del Convento, al anunciar antes de la Misa que había fallecido nuestro querido Sr. Alberto y señalar su sitio habitual vacío, derramé algunas lágrimas que fueron acompañadas por las de algunos asistentes. (Testigo 29, pfo. 435, pág. 213). 96
Día 24. Hay confirmaciones en la Catedral. Van a confirmarse unas niñas de las que es Catequista Gloria. Su padre le dice: —Hija, vete tranquila con tus niñas. Y a los que quedaban en la habitación, les ruega que vayan a la de al lado, porque quería descansar o hablar a solas con el Señor. Al llegar Gloria de la Catedral entra a ver a su padre. Arropado parecía dormir tranquilo pero ya descansaba en el Señor.
Un rayo de luz iluminaba su frente. Su rostro estaba sereno, en paz. Del sueño había despertado para ir a los brazos del Padre del cielo, a quien había querido más que a nada en el mundo. Metido en la caja su cadáver, uno se preguntaba ¿Es que ha acabado todo? Y una voz interior parecía respondemos: No, es ahora cuando comienza todo. En el momento de su muerte estaban ausentes dos de sus hijos: 97
Teresa, que estaba en el Monasterio de Madres Dominicas de Santa Catalina de Lima, Perú, y Gerardo, sacerdote que estaba de misionero en el Burundi, pequeña nación del Centro de África, hoy tristemente famosa junto a Rwanda y el Congo por los miles y miles de muertos, víctimas de los odios y enfrentamientos raciales. Los dos volverían a estar ausentes en la muerte de su madre, Isabel, acaecida tres años más tarde. Los sentimientos del hijo sacerdote por la muerte de su padre están expresados en la carta que escribió, con esa ocasión, a su madre y hermanos. Aunque haya sido publicada en la Vida escrita por el P. Alberto Barrios Moneo, no me resisto a transcribirla también ahora. Querida madre y hermanos: El mismo día que recibí la última carta de casa y en la que padre me decía que con la calefacción y la televisión se encontraba como los ángeles, recibí carta de un amigo de Madrid en la que me daba el pésame por la muerte de padre. Volví a mirar la dirección, por si se había equivocado de carta y no, era para mí, y estaba a mi nombre. Miré después las fechas y había una diferencia de diez días, lo que la hacía posible. Comencé a encomendarle, aunque pensando que pudiera haber sido equivocación. La semana siguiente mandé a buscar el correo, pues me encontraba en un “anejo” lejano y no tuve nada; pero cuando al día siguiente vi entrar en la Iglesia al señor obispo, acompañado del otro sacerdote español de la Misión, comprendí que la noticia era venial Le agradecí al señor Obispo su gesto, pues me encontraba en un anejo distante como Haro de Santo Domingo y sólo hasta la mitad se puede ir en coche; el resto hay que hacerlo a pie por sendas y atravesando varios montes. Dijo la Misa a mediodía, a la hora en que yo pensaba hacerlo; ofició la Misa de difuntos y habló a los cristianos. Les dijo que, según el Señor, los que colaboran con los apóstoles recibirán la misma paga de los apóstoles; que ninguno colabora más y mejor que los padres, sobre todo cuando han de hacer el sacrifico de ver lejos a sus hijos y por tanto, que era de esperar que padre se encontraría gozando del premio que el Señor mismo había prometido. 98
Gracias a Dios, los méritos de padre no se reducen a tener unos hijos religiosos o misioneros; sin ellos, tiene méritos más que sobrados para gozar de un cielo muy grande. Por eso mi preocupación no fue tanto por él como por madre, que quedaba. Me tranquilizaron las palabras de Gloria, que decía en su carta que se encontraba resignada y la carta de María Teresa que, ayer, a la vuelta del anejo, recibí con otras muchas. María Teresa me decía que madre había querido salir a dar el último adiós a padre y que había asistido a la Adoración que por él se celebró. Esto me alegra enormemente. Madre querida, nunca le ha faltado el cariño de sus hijos pero desde ahora lo tendrá doblado. Cuídese mucho. Si siempre, ahora más que nunca deseo volver a abrazarla. Que haya alguno entre vosotros que se preocupe de continuar las obras que padre tanto amaba. Su puesto no debe quedar vacío ni en la Adoración, ni en las Conferencias, ni en la Casa de los pobres. Sepamos explotar la herencia más grande que podía dejarnos, el ejemplo de su fe, de su desinterés, de su amor por la Eucaristía y los pobres. Su fe en los momentos de alegría y de prueba, que sabía dar gracias a Dios cuando las cosas salían bien y cuando salían mal... tantas veces con aquella vieja máquina de segar. El olvido de sí mismo, que nunca quería cargar o dar trabajo a otros y así lo ha querido hacer también a lo hora de la muerte. El amor a la Eucaristía en la comunión diaria y en la Adoración. El amor a los pobres, no sólo en las Conferencias y en la casa que para ellos hizo, que no es difícil, sino en que gozaba de estar con ellos y de sentarlos a su mesa, como lo hizo en mi Primera Misa y en las Bodas de Oro. Sepamos explotar esta preciosa herencia, de la que tendremos que dar cuenta al Señor. Yo me encuentro muy bien, a pesar de que tardé últimamente en escribir; espero que mi última llegaría antes de la muerte de padre. Conviene que guardéis los papeles que él tanta gustaba leer y las pequeñas notas que en los papeles solía escribir. Un abrazo para todos; y para mi madre, dos muy fuertes y con mi alegría de que esté valiente. 99
Procurad contarme los detalles del funeral, del entierro y de todo. (Carta escrita en Burasira-Ngozi el 15 de marzo de 1965)
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12.- Interrogantes ante la muerte de Alberto.
Es un doble interrogante: 1) Actitud de Alberto ante el Señor en el momento última de su enfermedad. Lo hemos visto en el testimonio del Hno. Jesús, en el capítulo anterior. Ante la decisión de Alberto de no aceptar la invitación a recibir la comunión, el buen hermano Jesús se siente extrañado e intenta darse y dar al Tribunal ante el que declara alguna explicación. Luis, que es el encargado de recoger y ordenar todos los testimonios que estamos aportando, me dice que tampoco él acaba de comprenderlo, y como en otras ocasiones acude a Gerardo, su hijo sacerdote. Sus palabras son éstas: En el momento de la muerte de mi padre me encontraba yo muy lejos, en el centro de África, en Burundi. Al no conocer la situación que se estaba viviendo entonces en casa, me es difícil adelantar una explicación de este hecho. El Hno. Jesús aporta algunas posibles explicaciones. Pudiera ser que mi padre no se sintiera tan grave pues pensaba ir el domingo a las Conferencias pero para alguien como él, que comulgaba diariamente y con tanto fervor, no le es necesario estar grave para aceptar la comunión como un gran favor y con sumo gusto. Pudiera ser que quería evitar las manifestaciones públicas que se preparaban con ocasión de un Viático. A él, que tan poco le importaba lo que la gente pudiera decir, no creo le preocupara entonces lo que pudieran comentar al conocer su grave enfermedad. ¿Que fue por evitar molestias? Ciertamente que algo influiría. No había molestado a nadie mientras vivió y no quería hacerlo en su enfermedad, sobre todo si pensaba estar bien para el domingo siguiente. 101
Ninguna de estas causas por sí solas, ni juntas, me explican suficientemente la negativa de mi pudre a recibir la comunión. Yo añadiría otra causa más, no exterior sino interior. Y lo digo porque yo la tuve cuando pasé por circunstancias parecidas con ocasión de mi infarto. Hace 17 años de aquella experiencia y que voy a describir con las mismas palabras que entonces lo hice en un artículo publicado: Lo que sentí cuando me sentí morir. Llegado el médico, me observó y él mismo salió a la Farmacia en busca de cafinitrina. Seguía mi mareo y la opresión, siendo yo consciente de que otro mareo podía ser el paso definitivo a la otra vida. Fue en esos momentos, los que duró la ausencia del médico, cuando tuve una vivencia de fe que me llenó de alegría y consuelo. El primer sentimiento fue de una confianza plena, total, alegre y feliz en Dios. Como el niño que sufre es cogido por la madre, puesto en su regazo, rodeado de sus brazos para calmarle y dormirle, así me sentía yo estrechado por los brazos bondadosos de Dios, el mejor de los padres. Hemos leído, y yo mismo he dicho alguna vez, que en aquellos momentos aparecerán en la conciencia con claridad nuestros fallos y pecados, de los que hemos de dar cuenta a Dios. Confieso lealmente que en aquellos momentos no me acordé para nada de ellos. Y no es que no los haya tenido. Pero ante la bondad de Dios que estaba contemplando y sintiendo, aquellos me parecían una gota de agua en medio del océano. Tampoco me acordé, en absoluto, de los méritos o buenas obras de mi vida, y alguna tendré... La bondad de Dios lo llenaba todo y la veía capaz de hacerme tan feliz, que no sé qué podrían añadir las pequeñas cosas que yo habría hecho. La segunda vivencia fue tan intensa que me hizo llorar de emoción y de alegría. Fue la vivencia de Jesús, que me miraba a los ojos, como dice un cántico muy conocido, y que sonriendo decía mi nombre y me invitaba a dejar mi pobre barca en la arena y a embarcarme con él, en busca de otro mar, el inmenso de la bondad y felicidad de su Padre. Ya que había predicado en tantos funerales la fe y la esperanza en Jesús que resucita y nos resucita, me sentí inmensamente feliz, al vivir y sentir lo que tantas veces había predicad, 102
Así describía mi experiencia hace 17 años. En aquel momento no pedí ni se me ocurrió pedir la confesión a algún compañero, me sentía acogido amorosamente en los brazos de Dios, mi Padre, y sentía como nunca su amor para conmigo, tan grande y tan tierno, que no se me ocurría dejar aquellos brazos que me sostenían para ponerme de rodillas, hacer examen de mis pecados y pedirle perdón. ¿Es que aquel amor no era muestra evidente de su perdón? No se me ocurrió pedir que me trajeran al Señor en la comunión cuando lo estaba sintiendo más presente, vivo y cercano que nunca. ¿Le pudo pasar algo parecido a mi padre? Lo cierto es que si el Señor está siempre con nosotros, lo está de una manera especial en los momentos de dolor, en la enfermedad. Puede ser que mi padre tuviera esta vivencia de la presencia del Señor Un motivo para pensarlo así es que pedía con frecuencia que le dejaran solo. No era para estar solo, sino para quedarse a solas con el Señor a quien sentía más cerca que nunca. Y sintiéndolo tan cercano y con tanta intimidad podía pensar ¿qué más le aportaría la presencia real de Cristo en la Eucaristía? Esto daría respuesta a ese interrogante inquietarse del Hno. No era indiferencia ante el Señor, sino el sentirse sumergido en el mar inmenso del amor de Dios a quien había entregado todo su vida desde la conversión. 2) La actitud de Dios para con Alberto. Como lo hemos indicado, Gerardo no pudo venir a acompañar y asistir a la muerte de su padre. Entre las muchas cartas de pésame que recibió, había algunas, hasta de compañeros sacerdotes, con algunos interrogantes que les había suscitado la muerte de su padre. He aquí algunos testimonios: Si tu padre, después de su conversión, se esforzó por no abandonar más a Dios, ¿por qué el Señor lo abandona, lo deja sólo en el momento de la muerte, cuando más podía necesitarlo? Si tu padre acompañó a tantos enfermos, en su enfermedad y hasta el momento de la muerte ¿por qué al llegar ese momento para él, no hay nadie que le acompañe? 103
Si tu padre entregó a dos hijos a Dios, un sacerdote y una religiosa de clausura y los dos os encontrabais lejos en esos momentos ¿no supone poca delicadeza de parte de Dios, el que ninguno de los dos pudiera acompañarlo? ¿Es que Dios no sabe pagar y agradecer a los hombres lo que éstos hacen por Él? Es difícil contestar a estos interrogantes y hay que aceptarlos en silencio y en la fe. A pesar de este aparente silencio de Dios en la muerte de Alberto, acaso podamos escuchar su voz que parece respondernos con los hechos que se han sucedido después de su muerte. Alberto es un hombre sencillo, sin relieve social ni político ni económico y, no obstante, al poco tiempo de su muerte, se escriben libros sobre él. ¿Por qué? Los pobres son Cristo es el primero y más importante libro de su vida, escrito por el P. Alberto Barrios Moneo, C.M.F. en 1969. Se hubiera escrito antes si la familia no hubieres rogado al autor que lo dejara hasta la muerte de la madre, que fue en ese año. Un labrador a los altares: Librito publicado por el P. Hilario Apodaca, C.M.F. En 1980 ya estaba en su segunda edición. Yo he llevado a Cristo sobre m6 espaldas: Es una serie de pensamientos que gustaba de meditar Alberto y recogidos por el P. Alberto Barrios, C.M.F. en 1980 Campesino riojano para santo: Librito escrito por Santiago Gil De Muro en 1984, y del cual se han hecho millares de ejemplares. Un obispo que no lo ha conocido, se interesa por él, al llegar a la Diócesis de Calahorra y la Calzada-Logroño, comienza el largo y complicado proceso de su Beatificación. Es D. Francisco Álvarez. ¿Por qué? La Adoración Nocturna Española acepta con cariño la causa de Alberto, que fue un adorador veterano, constante, y congrega en Santo Domingo, el día de la apertura del Proceso a cientos y cientos de adoradores de toda España. ¿Por qué? Los obispos españoles piden su beatificación y el Papa da cl Visto Bueno para la iniciación de la Causa. ¿Por qué? Se comienza el Proceso diocesano y se envían a Roma el centenar de 104
testimonios recogidos durante el Proceso. Lo estudian en Roma los Teólogos-Consultores para las Causas de los santos y hace muy poco tiempo, en junio de este mismo año 1997, han reconocido con unanimidad y entusiasmo que son heroicas las virtudes que practicó en su vida Alberto. ¿No es ésta una manera elocuente de responder Dios a todos los interrogantes, no con palabras sino con hechos? Dios no abandona a sus fieles. No los libra de morir, como no libró a Jesús, pero los libra de la muerte, los toma en sus manos para llevarlos con Él, junto a Dios, su Padre. ¿No es esto motivo para alabar la grandeza del Señor que eleva a los humildes y sencillos?
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13.- Interrogantes sobre su Proceso.
En una nación en la que el 85% de los habitantes pertenecen a una raza y los de la otra raza, que sólo tiene un 15%, son los que ostentan el poder ¿no nos hará sospechar que allí hay alguna anormalidad democrática y aun que puede existir alguna injusticia y opresión? En la Iglesia, la mayoría abrumadora de los cristianos son laicos, seglares. Si los santos canonizados son en su mayoría religiosos ¿no podremos pensar que hay alguna anomalía, que algo está fallando? Esta escasez de “santos declarados” entre los laicos ¿a qué se debe? Cuesta admitir que el camino de la santidad esté cerrado a los seglares, que son la mayoría de esta Iglesia. Entre ellos hay hombres y mujeres de una fe profunda, de una generosidad sin límites, de un sacrificio ejemplar, de una sencillez verdaderamente evangélica. ¿Qué es entonces lo que falta? Los religiosos tienen detrás de ellos tina Congregación, con personas de valer que pueden mover el proceso y con capacidad económica para hacer frente a todos los gastos. Y además, hay numerosos religiosos por todo el mundo donde pueden dar a conocer la causa e invitar a los cristianos a pedir por la Beatificación y suscitar la fe capaz de hacer el milagro que exigen en las Causas. Nadie debe escandalizarse de que el Proceso de Beatificación, como todo proceso largo, y más si ha de hacerse en el extranjero, cueste dinero. Lo que sí puede escandalizar es el que los más sencillos encuentren una barrera infranqueable en el dinero para el reconocimiento de su santidad. Es un contrasentido que necesiten dinero para demostrar que han vivido desprendidos del dinero, en austeridad y pobreza. Y algunos se siguen preguntando: Si en la Sociedad civil hay procesos para los pobres, con procedimientos gratuitos, con abogados de oficio que los defiendan ¿por qué no podría haber algo parecido dentro de la Iglesia? 106
Estos procedimientos existen en causas matrimoniales, cierto, pero se dirá que estas causas de Beatificación no son de verdadera necesidad, ni se trata de subsanar una injusticia. Y a los que han muerto en el Señor –es verdad– esto les importa muy poco; no les va a quitar de gozar de la visión y de la felicidad de Dios. Pero puede tener su importancia a los ojos del pueblo sencillo. Si los que han llevado una vida sencilla como ellos, aunque viviéndola con una fe viva y profunda, no son canonizados, podremos poner delante de sus ojos, santos a los que admirar, pero no santos a quienes poder imitar. Y puede tener importancia para los que aman a la Iglesia, tal como Cristo la quería y la misma Iglesia pretende ser: una Iglesia pobre. En una Iglesia pobre son estos, los sencillos, los pobres, los sin poder ni influencia, los que mejor podían ofrecer al pueblo el modelo de cristianos a imitar. En un breve artículo firmado por el P. G. Candanedo, en la Revista VIDA NUEVA n°. 1.864 se confirma este mismo interrogante que acabamos de exponer. Se han canonizado recientemente muchos santos. Pero vamos a ver, descontando los "históricos" (que andaban aparcados en vías muertas), los fundadores y fundadoras, los frailes y monjas y asimilados ¿qué nos queda? No veo ni un labriego ni un minero ni un militar ni un mecánico ni a un simple padre o madre de familia ni a un... a quien oficialmente venerar como no sea en el día de todos los Santos. A continuación dice que ha leído en una Hoja Informativa Diocesana de Calahorra, La Calzada y Logroño el nombre de Alberto Capellán Zuazo, labrador, cuyo expediente estaba terminado. Que sólo faltaba que la Santa Sede lo estudiara y lo aprobara... lo que era posible que tardara bastantes años; y ante esta noticia continúa: Me lo esperaba. No sólo es posible, es seguro. Alberto –como la asturiana esposa y madre de mineros, Práxedes– son gente de a pie; no pueden adelantar a nadie. Se necesita coche para llegar con mayor rapidez. ¿Qué responder a estos interrogantes?
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1) Respecto al dinero. Respecto al dinero necesario para las Causas de los Santos, una santa Fundadora, Santa Teresa de Jesús Jornet, fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, decía a sus hijas: Habrá en nuestras Comunidades hermanitas ejemplares y santas; pero no os gastéis nunca el dinero para su proceso de Beatificación. Quise saber lo que pensaba sobre esto el hijo sacerdote de Alberto, y se lo pregunté directamente. Esta fue su respuesta: Hubo un momento en el que la cuenta de la Causa estaba en números rojos. Había que enviar, con urgencia a Roma, un dinero para pagar una deuda al P. Postulador. El Vicepostulador y el Tesorero de la Adoración Nocturna me visitaron y me expusieron la situación. Entregué una cantidad para salir del apuro, una parte como limosna y otra, como me indicaron, en forma de préstamo, que irían devolviendo según fueran ingresando nuevas limosnas. Y recuerdo que les dije –acaso les escandalicé– ningún dinero he entregado más a disgusto que éste. El dinero que tenía entonces era de la herencia que me había correspondido de mis padres; yo quería hacer con él lo que sabía que habría hecho mi padre. Y pensaba que mi padre lo habría entregado a los pobres y nunca en algo que pudiera redundar en su comodidad o su honor, aunque fuera el de la Beatificación en la que por supuesto ni se le ocurriría pensar. Por eso la mayor parte la entregué a los pobres y a las Misiones donde se encuentran los más pobres de los pobres, y la otra la entregué a la Causa. Yo comprendo que otras personas pueden pensar de manera distinta y apoyados en el ejemplo del mismo Jesús. Jesús que no hubiera gastado nunca nada en cosas superfluas para Él, como podían ser unos perfumes, permitió que una mujer derramara un perfume carísimo sobre sus pies y la defendió contra las críticas de Judas, hechas con la disculpa de los pobres. Por esta razón recibo, con respeto y agradecimiento, las limosnas que me entregan para la Causa de mi padre, sabiendo que redundarán en gloria de Dios que quiere elevar a los sencillos y los humildes. 108
2) La tardanza en el Proceso. Respecto a la tardanza que puede provocar la falta de medios materiales y que al hablar en general, parece tener fundamento, en lo que se relaciona a la Causa de Alberto en concreto, no tenemos motivos para impacientarnos. El proceso diocesano se llevó a cabo con rapidez. El 9 de julio de 1983, a los 18 años de su muerte, se abría el Proceso en una solemne celebración en Santo Domingo de la Calzada. El 28 de junio de 1986 –tres años más tarde–, se cerraba el Proceso y el mismo día, D. José Miguel Rubio, Vicepostulador de la Causa, llevaba a Roma todos los documentos debidamente firmados, sellados y lacrados. Desde la muerte de Alberto en 1965 hasta hoy (1997) han pasado 32 años ¿es que son muchos para que nos impacientemos? Veamos algunos otros casos. Más de 80 años tardaron las Causas de tres grandes santos y amantes de los pobres: San Juan de Dios, San Camilo de Lelis y San Martín de Porres. Más de 60 años tardaron las causas de Santos tan extraordinarios como San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, Santa Micaela del Santísimo Sacramento y la fundadora de las Hermanitas de los Pobres. Más de 40 años, las Causas de Sta. Teresa de Jesús, San Juan Bosco y las de las dos videntes de la Virgen: Santa Catalina Labouré y Santa Bernardita de Lourdes. Sólo una entre las grandes santas y no mártires fue beatificada en menos años que los que han pasado desde la muerte de Alberto. Murió en 1897, cuando Alberto tenía 9 años y fue beatificada en 1923, veintiséis años después de su muerte, poco después de la conversión de Alberto. Este récord extraordinario fue para una monja que no hizo nada extraordinario en su vida, de la cual no podría decirse nada en el libro de Memorias de la Orden, según el testimonio de otra religiosa compañera suya. Ésta es Santa Teresita del Niño Jesús. Todo lo extraordinario de su vida estuvo dentro, como en tantas otras personas sencillas. No han pasado, como se ve, tantos años como para impacientarse. Con este motivo del Proceso, su hijo sacerdote me hacía esta confesión. 109
A mí me emociona y avergüenza a la vez encontrarme con personas que rezan a mi padre todos los días y que saben de memoria la oración. Yo he de confesar que, aunque participara en la composición de la oración, no me la sé de memoria ni la recito todos los días. Y ya escribí, con ocasión de mis infartos y consiguiente operación de corazón, que “no quise” llevar su estampa a la clínica ni pedirle por mi curación, aunque otros muchos lo hicieran por mí. Si no lo hice, no fue porque no creyera en la santidad de mi padre o dudara que estuviera gozando ya de Dios, fue por otra razón bien sencilla. Me fiaba totalmente de Dios, me sentía tranquilo en sus manos y en la seguridad de que aceptar su voluntad era, sin duda, lo mejor para mí. Porque estoy convencido de que es mejor aceptar la voluntad de Dios sobre mí, que hacer que Dios acepte mi voluntad o deseo, me cuesta animar a la gente a pedir, por medio de mi padre, una curación, un milagro que serviría también para su Beatificación. Que Dios nos ayude a aceptar con gozo su voluntad, es mayor milagro que ningún otro, aunque no pueda aducirse a la causa de los santos. Comprendo que muchos, agobiados por las dificultades y las pruebas, pidan a Dios un milagro que les libre de tanto sufrimiento. Cuando a mí me piden una oración con esa intención, pido, primero y ante todo, que el Señor les dé fuerzas para aceptar serena y valientemente la prueba o la enfermedad. Esto les servirá para acrecer y fortalecer su fe, sacando del mismo mal un bien tan grande que colme de paz y alegría su corazón, aun en medio del dolor. Sólo en segundo lugar pido que, si es ese el querer de Dios, les libre del mal que tanto les hace sufrir. 3) Interrogantes sobre el proceso de Beatificación. La Iglesia exige un milagro para la Beatificación y otro para la Canonización. Sabemos todos que no es el milagro el que lo va a hacer santo. Con la muerte ha terminado el tiempo de merecer y crecer en santidad. Son y serán para siempre lo que eran en el momento de entrar a gozar de Dios. 110
Lo que les hizo santos fue el Espíritu Santo que avivó en ellos la fe y encendió en ellos el amor, la verdadera caridad. ¿Por qué entonces exigir milagros? El milagro que se exige en la Beatificación no es para “hacerlo santo”, sino para manifestar a los ojos del mundo su santidad. La Sagrada Congregación de las Causas de los Santos ya ha confirmado, a través de numerosos testigos, la verdad de sus virtudes heroicas, pero quiere y pide que Dios avale y confirme, con una señal del cielo, con un milagro, la verdad del juicio de los hombres. Ante esta exigencia algunos se interrogan: ¿Tenemos derecho o hacemos bien al exigir a Dios una señal que confirme nuestro juicio? Es curioso que en la vida de Jesús los que pedían señales del cielo para creer eran los fariseos y maestros de la Ley. Marcos 8, 11: Le pidieron una señal que viniera del cielo. Jesús suspiró profundamente y exclamó: ¿Por qué esta generación pide una señal? A esta gente no se le dará ninguna señal, o como dice Mateo 16, 4: No tendrán otra señal que la de Jonás. La gente sencilla no pide señales, simplemente se acercan a Jesús para escucharle o tocarle con una fe profunda. No creen por haber sido curados, sino que son curados porque han creído, aunque la curación sirva para aumentar su fe. En la muerte de Jesús, son también los sacerdotes y maestros... y el mal ladrón los que, “burlándose”, le piden una señal. Lucas 21, 35: Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz o sálvate a ti mismo y a nosotros. El buen ladrón no pide señal alguna; lo que está viendo le basta para creer en Él, para confiar en Él. Lucas 23, 42: Jesús, acuérdate de mí, cuando estuvieres en tu reino. Otros se interrogan más: ¿Es conveniente, educativo y evangélico fomentar la oración de los fieles para pedir su propia curación, un milagro que sirva para la Beatificación? Manipular a Dios para ponerlo a nuestra disposición, para ponerlo de nuestra parte en una guerra, en un pleito o en la solución de nuestros pequeños problemas ha sido la tentación de todos los creyentes, paganos, judíos y cristianos. ¿Qué cosa más grande que tener a nuestra disposición todo el poder de Dios? 111
El cristiano que se pone en oración no puede, no debe olvidar que se pone en la presencia de un Dios, pero un Dios crucificado. Ante un herido y maltrecho en un accidente o en un atentado a nadie se le ocurre acercarse para pedirle nada, se acerca para ofrecerle su ayuda. Ante un Dios crucificado, indefenso, impotente, la única actitud digna parece ser la de acercarse, no para pedirle, sino para ofrecerle nuestra ayuda desinteresada. Si tiene los brazos clavados, debemos ofrecerle los nuestros para que pueda continuar su misión de “pasar por la tierra haciendo el bien”. Si tiene los pies sujetos al madero, debemos ofrecerle los nuestros para que pueda continuar recorriendo los caminos anunciando el Reino de Dios. Si tiene el corazón traspasado, debemos ofrecerle el nuestro para que pueda seguir amando a través de nuestro pobre corazón. Ante un Dios crucificado que hace milagros para poder sufrir por nosotros, ocultando su divinidad, ¿se concibe que un discípulo suyo vaya a pedir milagros para no sufrir? Ante un Dios crucificado se ha de ahogar nuestra petición egoísta y ha de brotar nuestro ofrecimiento generoso. Así lo comprende y expresa el himno de Vísperas del viernes de la primera semana del Breviario: En esta tarde, Cristo del Calvario, vine a rogarte por mi carne enferma; pero al verme, mis ojos van y vienen de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza. ¿Cómo quejarme de mis pies cansados, cuando veo los tuyos destrozados? ¿Cómo mostrarte mis manos vacías, cuando las tuyas están llenas de heridas? ¿Cómo explicarte a ti, mi soledad, cuando en la cruz alzado y solo estás? ¿Cómo explicarte que no tengo amor cuando tienes rasgado el corazón? Ahora ya no me acuerdo de nada huyeron de mí todas mis dolencias, el ímpetu del ruego que trata 112
se me ahoga en la boca pedigüeña. Y sólo pido no pedirte nada; estar aquí, junto a tu imagen muerta: ir aprendiendo que el dolor es sólo la llave santa de tu santa puerta. ¿Quiere esto decir, que no debemos pedir nada para nosotros al Señor? No. Podemos y debemos pedir y mucho. Tenemos que pedir luz para descubrir la voluntad de Dios, lo que Dios quiere en cada momento de nuestra vida. Tenemos que pedir fuerza para cumplir esa voluntad de Dios que hemos descubierto, fuerza para hacer lo que Dios quiere, y querer lo que Dios hace a través de los distintos acontecimientos. Podemos y debemos pedir algo tan grande que Dios, con ser Dios, no puede darnos nada mayor. Hemos de pedir que nos llene el Espíritu Santo, que es pedir al mismo Dios. No nos contentamos con las cosas de Dios, queremos al Dios de todas las cosas. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta. Hay otro interrogante que viene a la mente de muchos. El milagro que se pide para manifestar la santidad del futuro beato ¿manifiesta de hecho su santidad? El milagro ¿muestra la santidad de aquél a quien se pide, o muestra la fe de aquél que pide? Esa la fe del que pide a la que atribuye Jesús la curación, el milagro. Tu fe te ha curado. Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz. Todo es posible al que cree. Si no hay fe, aunque haya santo, no se consigue el milagro. ¿Quién más santo que Jesús de Nazaret? Pues Jesús, dice el Evangelio, no pudo hacer milagros en Nazaret porque los de su pueble no tenían fe en Él. Y si hay fe, ¿no se podrá obtener el milagro, aunque no haya santo? El Cura de Ars pedía y hacía pedir a sus feligreses a Santa Filomena y obtenía verdaderos milagros. Habrá algunos que han pedido con fe a San Jorge y habrán obtenido favores. Y hoy se pone en duda la existencia histórica de ambos santos. Entonces ¿cómo se explica? 113
Sencillamente que Dios no deja de escuchar una oración hecha con fe, aunque el intermediario por quien se ha hecho no haya existido. El milagro lo que manifiesta de verdad es la fe viva del que pide y la bondad infinita de un Dios Padre que nos escucha y no deja de atender toda oración hecha insistentemente con fe y humildad. Puede ser que haya algún cristiano que pretenda chantajear a la persona venerable a quien se quiere llevar a los altares. Dicen más o menos así: Tú me escuchas y atiendes, me haces el milagro de la curación que necesito y pido; y yo aporto al Proceso este milagro que necesitas para la canonización y aporto algún dinero para los gastos de la Causa. Por supuesto, si no hay favor, no hay limosna. Que los chantajes se den con frecuencia en las cosas de los hombres, tristemente es bastante frecuente; pero es ridículo intentarlo con Dios y los santos. El que pide así, está demostrando que no cree en la santidad de aquél a quien pide, pues espera que se mueva por los motivos humanos y materiales que ha expresado en su oración. En la Biblia Latino-Americana hay una nota al capítulo 11 de San Lucas, cuando habla Jesús sobre la oración, y que quiero transcribir aquí: Jesús nos invita a pedir con perseverancia. No para que Dios consienta a nuestros deseos, sino para que entremos mejor en los deseos de Dios. Jesús no habla de pedir a los santos. Porque muy a menudo el que pide a los santos no toma el camino de la oración verdadera. Lo que le interesa no es descubrir la misericordia de Dios, sino conseguir tal o cual favor. Poco le importa a quién se dirige con tal de encontrar un distribuidor eficaz y automático de beneficios. Entonces empieza la cacería de los santos, de los santuarios y de las devociones. Yo no intento con estas páginas un chantaje parecido. No quiero suscitar en los lectores la fe en Alberto, para que esta fe arranque el milagro y el milagro acelere su Causa de Beatificación. Sencillamente intento mostrar que una vida sencilla y ordinaria como la de Alberto se puede vivir de una manera extraordinaria y llevar a la santidad. Sólo he querido mostrar cómo se puede luchar contra unas pasiones fuertes, como las que podemos tener nosotros, y mayores, y salir victorioso en la lucha. Sólo he querido hacer ver cómo una sencilla pero intensa fe en un Dios Padre y una devoción tierna a la Virgen puede llevar 114
a un amor sincero y eficaz hacia los demás y en especial a los más pobres y necesitados, intentando encontrar una solución a sus problemas dentro de sus posibilidades. Si los lectores sacan de estas páginas deseos de superarse con una fe cada vez más confiada en Dios-Padre y un deseo de ayudar al hermano que sufre a su lado, sería una gran satisfacción y el mejor pago para el esfuerzo que ha podido suponer el escribirlas.
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14. - ¿Se conoce algún milagro de Alberto?
Milagro o no, lo cierto es que hay un hecho extraordinario en su vida. Es el 13 de julio de 1928. Tiempo de recolección. Alberto lleva de las riendas a las mulas que arrastran un gran carro de mies. A su lado va su hijo Francisco de 14 años. Al llegar a la altura de su casa, enfrente del Hospital del Santo, en el barrio de San Francisco, deja un momento las mulas a su hijo para dar un recado en casa. Francisco, para detener a un hermanito de pocos años que llega cogiendo con peligro de ser arrollado, se pone delante de las mulas. En este movimiento, una de las mulas le pisa su pie y le hace caer al suelo. Las mulas siguen avanzando y el carro pasa por encima de su cuerpo. Alberto está en ese momento detrás del carro sin poder hacer nada para salvar al hijo. Unos labradores, al ver la rueda que pasa por encima del cuerpo del muchacho, creen que lo ha partido o lo ha reventado. Alberto coge con cuidado al hijo, lo sube a casa y lo deja en la cama. La casa se llena de gentes y van a llamar con urgencia al médico y a un Padre del Convento cercano. Llega el médico, lo observa detenidamente y al ver al sacerdote a su lado le dice: Padre, dése prisa, que se va El médico sale para visitar a otros enfermos, pero con intención de volver enseguida. Alberto sale también en este momento para ir a la Iglesia de San Francisco que está a un paso. Llega a la Iglesia, se postra de rodillas ante el Santo Cristo a quien tanta devoción tenía y ora ron fe: Hágase, Señor, tu voluntad; pero me duele en el alma por ser yo en parte el culpable del accidente de mi hijo. Un momento breve pero intenso, en silencio y vuelve a casa inmediatamente. Regresa el médico, observa de nuevo al muchacho y queda sorprendido: ¿Qué ha pasado aquí? ¡No me lo explico! Pueden dormir tranquilos, porque el peligro ha pasado. 116
Algunos asistentes con emoción contenida espontáneamente: ¡Milagro, ha sido un milagro! Veamos cómo lo cuenta el propio interesado:
exclamaron
Puedo manifestar el caso en el que fui yo principal protagonista cuando tenía catorce años. Regresábamos mi padre y yo hacia mediados de julio transportando la mies en un carro grande y largo, con dos ruedas de llanta de hierro y tirado por dos mulas. Al llegar a la altura de nuestra casa, mi padre me dijo que prosiguiera yo el camino hasta la era, que distaba unos 150 metros, en tanto que él decía a mi madre que llevase la merienda a la era. Yo me puse delante de las mulas cogiendo las riendas de ellas. Inesperadamente se abalanzaba hacia mí mi hermano Pablo, que tenía entonces cuatro años. Entonces yo quise detener las caballerías poniéndome delante; pero no pararon y me atropellaron pasando una de ellas por encima de mí y pisándome primero el pie y, el caerme, la región lumbar A continuación una de las ruedas del carro pasó también por encima de mi cuerpo con tan mala fortuna que debajo de mi vientre 117
había una piedra no pequeña que, con el peso del carro, se me incrustó en la ingle, produciéndome una gran herida. Yo no perdí el conocimiento en ningún momento, y así pude darme cuenta de cómo mi padre me cogía en sus brazos y me llevó corriendo o la cama. Todo esto lo hizo con mucho cuidado, creyendo que me había partido por medio el carro. Avisado el médico, llegó a los pocos minutos y después de registrarme, le dijo: Éste se va; llamad a un sacerdote. Mientras me atendían curándome la herida del vientre producida por la piedra y el hematoma producido por el paso de la rueda en las espaldas y aplicándome calor en todo el cuerpo, ya que estaba yo completamente helado, llegó el claretiano Padre Caño y recuerdo que me confesé. Mientras, mi padre había ido a la Iglesia –según supe después– a pedir al Señor por mi salud. A la media hora aproximadamente llegó el médico y, al auscultarme, dijo sorprendido a mi padre: ¿Qué ha pasado aquí? Se encuentra bien. Tardé unos diez días en recuperarme, especialmente por la cicatrización de la profunda herida del vientre, que tenía una extensión de unos 10 centímetros. Manifiesto esto para expresar la profunda fe de mi padre. (Testigo 4, pfo. 177, pág. 86).
Del grave accidente no quedaron rastros de nada. Durante varios años cumplió su servicio militar en Africa, en Artillería de Montaña y ha gozado siempre de buena salud. Hoy tiene 83 años. (3) Cuando Dios interviene, no hace las cosas a medias, sino bien y completas. Esa fue la interpretación que hizo Alberto ante el caso.
Francisco falleció el 27 de febrero de 1998 en Logroño. Fue enterrado en Santo Domingo de La Calzada. 3
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15.- Epilogo.
Quiero terminar con palabras de dos personas de la máxima autoridad en lo relativo a la Causa de Beatificación de Alberto. Son éstos el P. Benigno Arroyo, Director espiritual de Alberto durante muchos años, y es D. Francisco Álvarez Martínez, que siendo Obispo de nuestra Diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, comenzó todo el Proceso de Beatificación. Dice el P. Arroyo: He aquí el espectáculo maravilloso de un hombre de nuestro tiempo que, trabajando muchísimo, le sobra tiempo para la piedad más intensa y para el apostolado más activo. Un hombre muy de casa, pero que se le encuentra en cuantas partes está de por medio el honor de Dios o el bien del prójimo. ¿Estamos ante el Santo del siglo XX que necesita la Iglesia postconciliar? Son palabras del Prólogo a la Obra del P. Alberto Barrios Moneo: Los pobres son Cristo. La primera biografía, la más completa y crítica que se ha escrito sobre Alberto Capellán. El mismo Padre añade en un escrito al autor de la Biografía: Sólo la gracia puede hacer convivir de una numera tan pacifica el cordero y el león. Eso era Alberto, un temple de acero y una bondad y un sacrificio sin límites. Tenía temple de un caballero y monje medieval y afanes apostólicos del más moderno apóstol seglar. Fue un santo de hoy. Más tarde y con ocasión del Proceso Diocesano de Canonización, el P. Arroyo envió por escrito al Tribunal el siguiente testimonio: Aunque su vida sea una cadena ininterrumpida de heroísmos, su santidad es diáfana; tan clara, que todo el mundo la puede comprender No se trata de un santo con fenómenos místicos de difícil 120
discernimiento, ni de penitencias asombrosas que no se pueden imitar ni de vidas extrañas que se deslizan por soledades umbrías, ni de santos que caminan por senderos misteriosos. El Sr. Alberto camina por la llanura, a pleno sol; todos los ojos le pueden divisar. Es un labrador que trabaja y vive feliz con su mujer y sus hijos. Puede ser modelo, y bien cumplido, de los ADORADORES NOCTURNOS. Con ámbito ya más extenso, modelo de familia cristiana. Esposo ideal. Padre modelo. Y como si esa ejemplaridad fuera poco universal, para todos es modelo de desprendimiento de las riquezas, enseñándonos a preferir los bienes del Reino de los Cielos a las riquezas de la tierra. Para todos es modelo de austeridad, para que no nos dejemos llevar del hedonismo que enerva a los cristianos, para que demos menos tiempo a las diversiones y algo más al pensamiento del cielo. Es modelo de piedad para todos, ya que, aunque no tengamos horas de contemplación como él, nos enseña a hacer el ejercicio del cristiano, a rezar el Ángelus, el rosario, oír Misa y comulgar, etc. Es modelo de caridad, pues aunque no hagamos refugios, sí debemos ver a Cristo en la persona del pobre y del necesitado. Termino afirmando que estoy plenamente convencido que el Sr. Alberto Capellán fue un santo con una santidad heroica, pero sencilla y popular. ¡Cuánto bien puede hacer esta vida puesta a consideración de los cristianos! Parece un regalo anticipado de la Divina Providencia a la llamada universal a la santidad. Y finalmente el testimonio de Mons. D. Francisco Álvarez, entonces Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño, en el Prólogo a la breve vida escrita por D. Santiago Gil de Muro con el título: Campesino riojano para santo. El Sr. Alberto es un seglar de nuestro tiempo, de chaqueta y pantalón, con la cara quemada por el sol y las manos endurecidas por el trabajo. Un hombre de traje raído, muy cercano a tantos que, como él, viven hoy en nuestros pueblos y aldeas. Un cristiano corriente, con ocho hijos que alimentar, vestir y educar. Y además un contemplativo que ve a Dios en el pobre y que lo siente en la naturaleza. 121
En definitiva, un creyente de la calle, un seglar de nuestro tiempo, pero que vive enamorado del Crucifijo, de la Eucaristía y de María, encarnado en sus hermanos marginados. Que estas páginas nos demuestren que la santidad no es sólo de curas y monjas, sino accesible a todos los seglares que han de vivir dentro del mundo las propias exigencias de su fe cristiana. Quizá estemos –Dios lo quiera– ante ese nuevo modelo de santo que hoy tanto necesita la Iglesia y el mundo, que sube a los altares después de haberse identificado con los dolores, gozos y esperanzas del cristiano normal y corriente.
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16. - Apéndices.
1) Resumen Esquemático de la Vida de Alberto. 1888 El 7 de agosto nace en Sto. Domingo de la Calzada (La Rioja). Son sus padres Vicente Capellán y Benita Zuazo. 1888 El 15 de agosto es bautizado en la Parroquia de la Santísima Trinidad. Se le impone el nombre de Alberto. 1888 El 1 de octubre es confirmado en la Iglesia de San Francisco por el Obispo de la Diócesis. 1909 El 30 de junio se une en matrimonio con Isabel Arenas, nacida el 5 de noviembre de 1888, hija de Pablo Arenas Y Juana Mahave. Se casan en la Catedral y Parroquia de la Santísima Trinidad. 1910 El 3 de junio nace la primera hija María Gloria. 1912 El 29 de enero nace la segunda hija María Milagros, que se casará con Pedro Ruiz Lozano e14 de noviembre de 1933. 1914 El 17 de septiembre nace Francisco, que se unirá en matrimonio con Amelia Rioja Junquera el 13 de septiembre de 1942. 1916 El 12 de noviembre nace Teresa, que vivió sólo 17 días. 1919 En la segunda quincena de enero se le aparece la Virgen durante tres noches. De ahí arranca con fuerza su cambio de vida. 1919 En enero se inscribe en la Adoración Nocturna Española. 1920 En enero se inscribe en las Conferencias de San Vicente de Paúl. 1920 El 23 de abril nace el quinto hijo, Gerardo, que se ordenará sacerdote en Comillas el 23 de julio de 1944. 1922 El 6 de mayo nace Juan Bautista, que se unirá en matrimonio con Presentación Arenas Ruiz de la Cuesta el 29 de octubre de 1949. 1924 El 17 de febrero nace el séptimo hijo, Pablo, que se unirá en matrimonio con Alicia Ojeda Prado el 30 de junio de 1953. 1927 El 30 de enero es elegido Presidente de la Adoración Nocturna de 123
Santo Domingo de la Calzada. 1927 El 13 de octubre nace Teresa, la última de las hijas. Entrará religiosa dominica en el Monasterio de Casalarreina el día 19 de febrero de 1951. 1928 Construye un pequeño local para acoger por la noche a los transeúntes, los pobres. 1928 Desde este año comienza a dar catecismo durante el invierno a algunos pastorcitos que no tienen ocasión de ir a la escuela. 1933 El 15 de febrero es elegido, por segunda vez, Presidente de la Adoración Nocturna. 1940 Construye el Recogimiento, edificio de dos plantas; la primera para cocina y dormitorios, separados para hombres y mujeres. La segunda planta es para casos de emergencia o de gran concurrencia de transeúntes. 1943 Elegido por tercera vez Presidente de la Adoración Nocturna. 1958 Presidente de las Conferencias de San Vicente de Paúl. 1960 Tiene un ataque de angina de pecho del cual se repone pronto. 1965 El 22 de febrero un nuevo ataque de angina de pecho. 1965 Muere de improviso el 24 de febrero, a eso de las 7 de la tarde. 1965 Funeral y entierro el 25 de febrero. 1968 El 28 de enero muere Isabel, su esposa. 2) Cronología del Proceso. Fallecimiento: El 24 de febrero de 1965, fallece a los 76 años de edad en Santo Domingo de la Calzada. Biografía 1ª: En octubre de 1969 publica su biografía Los pobres son Cristo el P. Alberto Barrios Moneo, valiéndose de los dos cuadernos manuscritos de Alberto y de una investigación profunda y completa de archivos y testigos. Exhumación de los restos: En diciembre de 1978, y por disposición del Sr. Obispo de la Diócesis, Francisco Álvarez Martínez, son trasladados al Cementerio de 124
Logroño para su examen y tratamiento médico. A partir de este acto comienza propiamente “El Proceso diocesano de Virtudes”. Apoyo de la Asamblea Episcopal: En noviembre de 1979 la Asamblea Episcopal Española da su total apoyo al Sr. Obispo de la Diócesis para que se dé inicio a la Causa de Canonización. La Adoración Nocturna se constituye en Promotora de la Causa: Ha de ser una Entidad o Asociación y no una sola persona física la que solicite, apoye el Proceso y lo respalde económicamente. Postulador: La Adoración nombra Postulador al P. Simeón de la Sagrada Familia O.C.D., natural de Quel y que es Postulador de la Orden Carmelitana. Inicio de la Causa: El 18 de febrero de 1980 se inicia oficialmente la Causa de Canonización. Solicitud del Sr. Obispo: El 17 de diciembre de 1981 el Sr. Obispo cursa preces al Santo Padre, solicitando el Nihil Obstat para introducir la Causa. La Sagrada Congregación: En la reunión ordinaria del 20 de diciembre de 1982 responde que Nada Obsta para abrir la Causa. El Santo Padre: El 13 de enero de 1983 su Santidad Juan Pablo II firma lo anterior, para que el Sr. Obispo pueda dar decreto de Introducción de la Causa. El Decreto: El 21 de febrero de 1983 se publica en el Boletín Oficial de la Diócesis. Vicepostulador: Es nombrado el sacerdote diocesano D. José Miguel Rubio Ibarra. Es el encargado de recopilar cuantos datos fueran posibles, escritos, fotografías y de difundir una Hoja Informativa dando a conocer la vida de Alberto y la marcha del Proceso. , 125
Apertura Pública: El día 9 de julio de 1983 se celebra en la Iglesia de San Francisco de Santo Domingo la solemne sesión de apertura. Se escoge esta Iglesia porque fue en esta Iglesia y en este barrio donde el siervo de Dios vivió y se santificó. Terminada la Ceremonia jurídica, se organizó la Procesión hasta la Catedral, donde se celebraría la Eucaristía. Acudieron unas 80 banderas de la Adoración y unos 800 adoradores de toda España y, en total, varios miles de fieles, que llenaron hasta abarrotar las dos Iglesias. Solemne Eucaristía: Unos cincuenta sacerdotes concelebraron con el Prelado, quien en su Homilía hizo una semblanza de la figura del siervo de Dios. Interrogatorio de los Testigos: A los pocos días se inicia el interrogatorio de los testigos. La mayor parte de las Sesiones del Tribunal se celebran en el Despacho del Hogar Sacerdotal de Logroño. Otras Sesiones tienen lugar en las Madres Bernardas de Santo Domingo para facilitar a los testigos de esa zona. Se sucedieron un centenar de Sesiones que culminaron con la declaración del Director Espiritual de Alberto, el P. Benigno Arroyo. Hizo su declaración en la Residencia Claretiana de Vigo, donde reside, previa autorización del Sr. Obispo de Tuy-Vigo. Era el 3 de julio de 1985, dos años justos de iniciada la Causa Documentación: Se habían preparado cinco voluminosas carpetas con toda la documentación, que componían “un grupo” con material que había de ser remitido a Roma. Otros tres grupos iguales, con el original y las copias que se archivarían en la Curia con todo lo referente al siervo de Dios. Sesión de clausura: El día 28 de junio de 1986 se cerraba solemnemente el Proceso con una gran concentración de Adoradores y de fieles. Firmados y sellados todos los documentos en el mismo Presbiterio de la Catedral, se retiraron las 14 cajas a la sacristía para terminar el lacrado y continuar así con la Eucaristía. 126
Aquella misma noche, ya en la madrugada del 29, festividad de San Pedro y San Pablo, los documentos salían para Roma. Y el día 30 de junio se entregaron todos los documentos al Postulados de la Causa en la Casa Generalicia de los Padres Carmelitas en Roma. De esta manera terminaba todo el proceso diocesano de la Causa. Quedaba esperar el día en que se estudiara en la Congregación para la Causa de los Santos. Los Teólogos y Consultores de la Causa de los Santos: Con fecha 19 de junio de 1997, en la sesión celebrada para estudiar la Causa de Alberto, los diez Consultores, por unanimidad y entusiasmo, han manifestado reconocer como heroicas las virtudes de Alberto. Informe que pasa a la Comisión de Cardenales. La Comisión de Cardenales: Los eminentísimos Cardenales dan su aprobación a las Virtudes Heroicas en la sesión celebrada el día 1 de abril de 1998. Proclamación y firma del Decreto por su Santidad Juan Pablo II: El Santo Padre proclama y firma el Decreto de Virtudes Heroicas de Alberto Capellán el día 6 de abril –lunes Santo– de 1998, a las 11:30 de la mañana. A esa misma hora las campanas de Santo Domingo de la Calzada – La Rioja– tocaban a gloria por uno de sus hijos.
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3) La Ruta turística que falta en La Rioja: Son muchas las rutas turísticas en la Rioja que se han dado a conocer a los posibles visitantes de dentro y de fuera de nuestra región. Están entre ellas: ∗ Las rutas de los dinosaurios. Que estudian las huellas más importantes de los distintos pueblos en que aparecen: Préjano, Enciso, Poyales, Navalsaz, Ambas Aguas, Igea, Grávalos, Villarroya, Muro de Aguas, Cornago. ∗ La ruta o Camino de Santiago. Que no comienza ni termina en La Rioja, pero en la que existe un trayecto importante por su extensión y por su historia. Logroño, Navarrete, Nájera, Azofra, Sto. Domingo y Grañón, todos con albergues bien preparados para acoger a los peregrinos. ∗ La ruta de los Monasterios. Visitados por numerosos turistas. Nájera, Sta. María la Real, Cañas, San Millán de la Cogolla (la Cuna del Castellano) y Valvanera, que alberga a la Patrona de La Rioja. ∗ La ruta del vino. Con los principales pueblos productores de La Rioja Alta, Fuenmayor, Cenicero, San Vicente de la Sonsierra, San Asensio, Briñas, Ollauri y Haro. En el folleto turístico están indicadas otras muchas rutas. ∗ La ruta Manca de Valdezcaray. ∗ La mula de las sierras. ∗ La ruta del Castellano. ∗ La ruta del Renacimiento y del Barroco. Entre tantas rutas riojanas falta la más importante. 130
Más importante por ser la más larga y extensa que atraviesa La Rioja de Este a Oeste y de Norte a Sur y abarca todos los tiempos, desde la Roma imperial hasta nuestros días. La más importante por la temática que estudia. Está bien admirar los fósiles o huellas de nuestra prehistoria; los productos únicos de nuestra rica tierra, el arte de nuestros monasterios, el paso de los peregrinos hacia Santiago de Compostela, pero es más importante descubrir y admirar la figura de unos hombres que fueron grandes ante Dios y ante nuestra propia historia. ∗ La Ruta que falta es la Ruta de los Santos Riojanos. No hago más que trazar esa ruta que atraviesa nuestra geografía para que otros la vayan llenando de contenido, de vida, de historia y del amor y devoción de nuestros pueblos. En las páginas que preceden he querido trazar algunos rasgos del último y más pequeño de estos hombres: Alberto Capellán Zuazo, cuyo proceso de Canonización sigue adelante.
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