Víctor Hugo, El Hombre Que Ríe, 1869 Hugo sitúa su intriga en la Inglaterra del siglo XVII. Gwynplaine, hijo de un alto Señor, fue raptado y desfigurado por bandidos cuando era niño. Le tallaron con un cuchillo una sonrisa permanente. Acogido por un comediante generoso y sabio, atrae las multitudes a espectáculos de acrobacias. Es riendo que Gwynplaine hacía reír. Sin embargo, él no reía. Su cara sonreía, sus pensamientos no. La especie de cara increíble que el destino o una industria bizarramente especializada le habían forjado, reía sola. Gwynplaine no se mezclaba con ella. El exterior no dependía del interior. Esa sonrisa que él nunca se puso en su frente, sobre sus mejillas, sobre sus cejas, sobre su boca, él no se la podía quitar. Se le había aplicado esa sonrisa para nunca jamás. Era una sonrisa automática, y un tanto tanto más irresistible que el quedarse quedarse petrificado. 1
Nadie le robaba esa sonrisa. Las dos convulsiones de la boca son comunicativas : la risa y el bostezo. En virtud de la misteriosa operación probablemente probablemente sufrida por el niño Gwynplaine, Gwynplaine, 2
todas las partes de su rostro contribuían con esa sonrisa, toda su fisionomía ahí conducía , como una ruta que se concentra en el eje; todas sus emociones, fuesen las que fuesen, hacían crecer esa extraña figura de felicidad, mejor dicho, la agravaban. Una sorpresa que pudiese tener, un sufrimiento que pudiese sentir, un enojo que le pudiese venir, una pena que pudiese 3
demostrar, no harían más que aumentar esa hilaridad de músculos ; si él hubiese llorado, si él hubiese reído; y, sea lo que sea que hiciese Gwynplaine, sea lo que sea que hubiese querido, sea lo que sea que hubiese pensado, desde el momento en que levantaba la cabeza, la multitud, si la multitud estaba ahí, tenía delante de sus ojos esa aparición: Carcajadas como truenos. 4
Podría imaginarse la cabeza de Medusa , feliz. Todo lo que se pudiera tener en mente se descarrilaba por ese imprevisto, y había que reír. El arte antiguo mostraba en aquél tiempo al frente de los teatros Griegos una cara feliz de latón. Esa cara se llamaba la Comedia. Ese bronce parecía reír y hacía reír, y era pensativa. Toda la parodia, que conduce a la demencia, toda la ironía, que conduce a la sabiduría, se 5
condensaban y se amalgamaban en esa figura; la suma de problemas, de desilusiones, de 6
disgustos y de dolores se hacía en esa frente impasible , dando ese lúgubre total, la felicidad; en una esquina de la boca se observaba, de lado del género humano, la burla, y en la otra esquina, del lado de los dioses, la blasfemia; los hombres venían para confrontar a ese modelo de sarcasmo ideal y ejemplar de ironía que hay en cada uno de nosotros; y la multitud, siendo renovada sin cesar alrededor de esa so nrisa permanente, se desmayaba de alegría delante la inmovilidad de esa sonrisa sepulcral. Esa sombría máscara muerta de la comedia antigua aplicada a un hombre, se podría casi decir que ahí estaba Gwynplaine. Esa cabeza infernal de la 7
hilaridad implacable , él la tenía sobre el cuello. ¡Qué carga para las espaldas de un hombre, la sonrisa eterna! 1. Los gestos de la cara. 2. A la sonrisa. 3. Los músculos que hacen sonreír. 4. Personaje femenino de la mitología greco-latina que petrificaba sus adversarios con su mirada. Medusa fue asesinada por Perseo que le hiso ver su propio reflejo con la ayuda de su escudo. 5. Mezclaban. 6. Indiferente. 7. La hilera de los músculos faciales.
Trusted by over 1 million members
Try Scribd FREE for 30 days to access over 125 million titles without ads or interruptions! Start Free Trial Cancel Anytime.
Trusted by over 1 million members
Try Scribd FREE for 30 days to access over 125 million titles without ads or interruptions! Start Free Trial Cancel Anytime.
8
Sonrisa eterna. Escuchemos y entendamos. Creamos en los maniqueos , lo absoluto se 9
dobla por momentos, y Dios mismo m ismo tiene intermitencias . Escuchemos también sobre la voluntad. Que ella pudiese algún día ser impotente, no lo admitimos. Toda existencia se 10
parece a una carta, que modifica el post-scriptum . Para Gwynplaine el post-scriptum era: con las fuerzas de su voluntad, concentrando toda su atención, y a condición de que ninguna emoción viniese a distraerlo y relajar su atención, él podía lograr suspender la eterna sonrisa y soltar una especie de velo trágico, y entonces ya no daba risa, sino estremecía. Ese esfuerzo, Gwynplaine, digámoslo, no lo hacía casi nunca, porque era una fatiga dolorosa y una tensión insoportable. Bastaba con la más mínima distracción y la mínima emoción para que, impulsado por el momento, esa sonrisa, irresistible como un reflujo, reapareciera en su rostro, y era más intensa que la emoción, fuera la que fuera, era más fuerte. En esta restricción, la risa de Gwynplaine era eterna. Cuando se miraba a Gwynplaine, se reía. Cuando ya se había reído, se volteaba la cabeza. Las mujeres sobre todo se aterrorizaban. Ese hombre era espantoso. La convulsión cómic era 11
como un tributo pagado ; Se experimentaba con alegría, pero casi mecánicamente. Después el cual, una vez las risas se calmaban, Gwynplaine, para una mujer, era insoportable verlo e imposible mirarlo. Del resto él era grande, bien hecho, ágil, sin deformidades, si no se trataba de la cara. Eso 12
era una indicación, a pesar de las presunciones , un indicio que dejaba ver a Gwynplaine más como una creación de arte que como una obra de la naturaleza. Gwynplaine, bello de cuerpo, tuvo probablemente un día una hermosa figura. Recién nacido tuvo que haber sido uno niño como cualquier otro. Se había conservado el cuerpo intacto y sólo se había retocado de la cara. Gwynplaine fue creado a propósito. Esto era al menos la probable verdad. Le habían dejado los dientes. Los dientes son necesarios para sonreír. La cabeza de muerto los sostiene. V. HUGO, L’homme qui qui rit, 1869