Las especiales características del tiempo en el neocapitalismo han creado un conflicto y tal vez una disociación entre carácter y experiencia, la experiencia de un tiempo desarticulado que amenaza la capacidad de la gente de consolidar su carácter en narraciones duraderas. La consigna que se instaura, indica Richard Sennett es “nada a largo plazo”. Y eso trae consecuencias: desorienta la acción planificada, disuelve los vínculos de confianza y compromiso, y separa la voluntad del comportamiento. El imperativo “arriesgarse”, asumir riesgos, está divulgado fuertemente por el discurso neoliberal. El riesgo aparece como una prueba del carácter de la persona más allá de que todo indique que fracasará a largo plazo. Desde el terreno psicológico se ha planteado que, a consecuencia de estos nuevos imperativos, los individuos producen una suerte de “disonancia cognitiva”. El trabajo continúa siendo un organizador simbólico de la vida social para los individuos y grupos, aún para aquellos que están en los márgenes, sin trabajo. Los sujetos no se resignan a quedar fuera de toda posibilidad de inclusión social. Complementariamente a este análisis de Sennett, el otro teórico al que hicimos referencia anteriormente, Pierre Bourdieu, tiene como centro del estudio de la cultura la cuestión de la distribución desigual del poder en la sociedad y, en particular, la del poder simbólico. Su sociología ha buscado, sobre todo, sacar a la luz los misterios de las instituciones sociales, los ritos culturales y sus relaciones con el poder. El complejo diagnóstico de la sociedad contemporánea, elaborado por el autor, saca a la luz la brutal reconcentración del poder a escala mundial, impuesta por el neoliberalismo, que tuvo como consecuencia la creciente destrucción de una civilización y la exclusión de un amplio sector de la población de los derechos a la educación, la salud, la cultura, la seguridad o bienestar social. Lo novedoso del análisis de Bourdieu sobre la tragedia social radica en el señalamiento de que este orden social se mantiene y llega a ser eficiente sólo con la complicidad de los propios dominados, esto es, a través de la violencia simbólica. Bourdieu examina el papel central de la violencia simbólica en la preservación de la normalidad social y las formas de acción política capaces de enfrentar el orden simbólico dominante (Bourdieu, 1999). En este sentido, Bourdieu ha intentado ofrecer instrumentos de expresión y de crítica capaces de posibilitar una auto-reflexión autónoma en los seres huma-