1. Definición de términos:
Inteligencia: Facultad de comunicación y de traducción. Comprender es traducir lo que una inteligencia quiso decir. Embrutecimiento: Inteligencia ocluida por las explicaciones. Enseñanza universal: Igualdad de las inteligencias. Lenguaje: Todo. Verdad: Retórica Hombre racional Filosofía panestésica Viejo método Método socrático Virtud poética Orador Voluntad Razón Sinrazón Emancipar Maestro explicador Maestro ignorante Círculo de la potencia
1.
«Toda burrada viene del vicio 1»
Joseph Jacotot (1770 - 1840), recuperado por Jacques Rancière [1987], nos asegura 2 que todos tenemos la misma inteligencia 3 en potencia. Es decir, si queremos, todos podemos librar el potencial oculto de nuestra inteligencia, logrando cualquier cosa (con la práctica suficiente) que otro ser humano haya logrado. Esto, siempre y cuando entendamos el lenguaje 4 que ese hombre utilizó [p. 90]. “Un individuo puede todo lo que quiere” proclama Rancière [p. 78]. Sin embargo, ese «querer» no es el del libertinaje, sino el de la voluntad: Entendemos por voluntad ese retorno sobre sí del ser razonable que se conoce en la medida que actúa. El ser razonable es, antes que nada, un ser que conoce su potencia, que no miente sobre ella (…) El individuo no puede mentirse, sino sólo olvidarse. Así, «no puedo» es una
frase de olvido de sí, de donde el individuo razonable 5 se ha retirado (ibíd., p. 79).
Rancière cree que las inteligencias son iguales: ese es el resultado de los hechos que Jacotot ha observado. Las inteligencias no difieren en sí mismas, sino en sus manifestaciones. ¿Y cuál es el origen, entonces, de la aparente desigualdad de las inteligencias que reina en el mundo? El embrutecimiento . Este surge, según Rancière (1987: 72), cuando el niño se acostumbra a ver a través de los ojos de otro; peor aún: a aprender a través de la inteligencia de otro. A un principio, un niño no tiene quién le explique lo más básico del ser humano: comunicarse 7. El niño no sabe hablar aún, ni tampoco sabe las reglas del lenguaje. Necesita toda su atención para aprender, por sí mismo, una infinidad de símbolos arbitrarios 8. Después, a través de esos mismos símbolos, las personas a su alrededor comienzan a explicarle las cosas. Entonces, ya no 6
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[Rancière, 1987: 79] Realmente no lo asegura. Dice que es una opinión, nada más (p. 81). “Así, «enseño lo que ignoro» es una verdad. Es el nombre de un hecho que ha existido, que puede reproducirse” (p. 81). Frente a estos hechos pueden ensayarse múltiples hipótesis, una de ellas: la igualdad de las inteligencias despertada y ejecutada. 2
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“(…) el mito pedagógico divide (…) la inteligencia en dos. Existen, (…) una inteligencia inferior y una
inferior. La primera registra según el azar de las percepciones, retiene, interpreta y repite empíricamente, dentro del estrecho círculo de hábitos y necesidades. Es la inteligencia del niño pequeño y del hombre del pueblo. La segunda conoce las cosas mediante las razones, procede metódicamente, de lo simple a lo complejo, de la parte al todo” (Rancière, 1987: 21 y ss.). La inteligencia, para Rancière, es una e indivisible. Siempre es la misma en todos sus actos y movimientos. 4 Todo es lenguaje. Matemáticas, pintura, biología, artes marciales, y cualquier otra actividad del ser humano, es susceptible de ser entendida en términos de lenguaje. Y todo lenguaje es logrado con la misma inteligencia. Por tanto, en cada obra intelectual, se encuentra el todo de la inteligencia. Jacotot llamó a esto: filosofía panecástica (Rancière, 1987: 98). 5 El hombre emancipado es aquél capaz de servirse de su propia razón y voluntad, que son sinónimos, según Rancière [1987: 98]. Así como lo son igualdad e inteligencia (p. 98). 6 Entiéndase embrutecimiento como el olvido del propio potencial humano que yace en nuestra inteligencia. También como falta de voluntad intelectual o coincidencia inexorable de nuestra órbita de verdad con la de un maestro explicador. Apresuradamente diremos: un hombre embrutecido es un hombre-masa. Un ser que ha alienado su inteligencia en el explicador de turno, especializado en su área. 7 Primero hablando, luego escribiendo, naturalmente. Algo que llamó mucho la atención a Rancière es que los niños aprenden mejor el lenguaje hablado, pues lo imitan, y nadie les explica cómo hacerlo, a diferencia del lenguaje escrito, que tiene reglas que sólo el maestro conoce y que irá revelando gota a gota al niño sin luz. 8 “La verdad no se dice. Es una y divide el lenguaje; es necesaria, y las lenguas son arbitrarias” (Rancière, 1987: 82).
busca por sí mismo: prefiere preguntar. Cada que recibe una respuesta, su voluntad se adormece, pues la necesidad cesa y su atención decae. Llámese a este estado: embrutecimiento. 9
Decir «no puedo» le ahorra energía al niño; así, alguien más vendrá en su rescate para decirle cómo puede hacerlo. Es más eficiente que finja impotencia a que busque en su propia inteligencia. Es parte de nuestro logocentrismo occidental: aplaudimos a un niño cuando escuchamos que habla bien y que hace muchas preguntas; creemos, así, que su inteligencia se ejercita. Nada más lejos de la realidad, según Jacotot. Ahondemos, pues, en este punto unas líneas más: Tomemos como ejemplo un libro en manos del alumno. Ese libro está compuesto por un conjunto de razonamientos destinados a hacer que el alumno comprenda una materia. Pero entonces aparece el maestro, que toma la palabra para explicar el libro. Construye un conjunto de razonamientos para explicar el conjunto de razonamientos que constituye el libro. ¿Pero por qué el libro necesita de tal ayuda? En lugar de pagar a un explicador, ¿el padre de familia no podría simplemente darle el libro a su hijo y que el niño aprenda directamente los razonamientos del libro? Y si no los comprende, ¿por qué comprendería mejor los razonamientos que le explicarán lo que no comprendió? ¿Son estos últimos de otra naturaleza? Y en ese caso, ¿no habría que explicarle también la manera de entenderlos? (…) Lo que le falta al padre de familia, lo que siempre le faltará al trío que forma con el niño y el libro, es el arte singular del explicador: el arte de la distancia. (Rancière, 1987: 19).
Así, las explicaciones crean una distancia entre la inteligencia del niño y el libro. El problema es, entonces, mediar la inteligencia del infante (o de cualquier persona 10) en favor de un maestro explicador , una autoridad del saber. En esta relación, el maestro obtiene poder intelectual en la misma medida que el alumno lo pierde. El primero reserva su saber, lo vuelve más lejano, mientras construye un discurso espurio, de segunda mano, con calidad rebajada, es decir, «para profanos», «para todo público», que por su misma deficiencia entre lo que quiere decir y cómo lo dice, embrutece. Si hablamos por mucho tiempo a un adolescente cual si fuera un niño, si no damos lugar a su desarrollo psicológico, si no lo aceptamos como el adolescente que es, paralizamos su personalidad, la volvemos más infantil. Lo mismo pasa con las explicaciones. El embrutecimiento continuará siempre y cuando traten a los niños como a estúpidos. Pues así, no liberarán jamás su inteligencia; por temor a fracasar ante la mirada de los demás (p. 79). Sentirán su impotencia a la hora de intentar los actos intelectuales más aventurados, más difíciles de alcanzar; y, en realidad, es ahí donde ponen 11
Joseph Jacotot, nos cuenta Rancière , al encerrar a sus estudiantes, en lo que él llama “el círculo de la potencia”, fuerza una necesidad: la de aprende r por sí mismo. En circunstancias excepcionales, cuando la necesidad manda, la inteligencia obedece. Como le sucede a un niño. La misma tarea puede realizarla, y aún mejor, la voluntad. 10 Sabemos que no todo hombre es alumno o estudiante. Pero, como bien Zygmunt Bauman (2012: 14) apuntó: “(…) la «educación durante toda la vida» (Paideia) pasó de ser un oxímoron (una contradicción 9
en sus términos) a un pleonasmo (…)”. Es decir, un verdadero maestro es un eterno estudiante. Y un hombre, en tanto hombre, jamás deja de apr ender. 11
“El embrutecedor no es el viejo maestro obtuso que atiborra el cráneo de sus alumnos con
conocimientos indigestos, ni el ser maléfico que aplica una doble verdad para así asegurar su poder y el orden social. Por el contrario, es mucho más eficaz en la medida en que es sabio, iluminado y actúa de buena fe. Cuanto más sabio, más evidente le resulta la distancia entre su saber y la ignorancia de los ignorantes” (Rancière, 1987: 22).
verdaderamente a prueba su intelecto. Lo mismo pasa con cualquier músculo de nuestro cuerpo: sólo crece cuando se lo ejercita y exige al máximo. Rancière no niega que «la práctica hace al maestro». El ejercicio mental es crucial para desarrollar la inteligencia. Y mientras ésta esté en forma, en constante crecimiento, podrá realizar actos intelectuales cada vez más difíciles. ¡Por supuesto! Nadie dice que las integrales dobles sean igual de fáciles que una simple suma. Lo que Rancière dice es que la misma inteligencia actúa tanto en las operaciones simples como en las complejas. Y que, como tal, esta inteligencia es capaz de realizar ambos tipos por sí misma. No necesitamos de un profesor escolar para aprender a sumar; la necesidad misma de repartir manzanas, por ejemplo, puede enseñarnos, intuitivamente, a sumar. La voluntad hace el resto. Pues desarrollar la habilidad es cuestión de repetición, atención y búsqueda; así, hasta llegar a las matemáticas avanzadas, entre otras forma de lenguaje. Los pasos necesarios para lograr aprender algo son meras falacias, pues siempre hay atajos. Y donde éstos se manifiestan, ponen en evidencia lo superfluo de los pasos. Un mismo genio puede ser a la vez un eximio músico y un matemático prolijo. Y como su inteligencia está ejercitada, puede pasar de una escala a otra sin problemas. La inteligencia que maneja las letras y los números es la misma. Los únicos pasos que hay son los que demanda el músculo, en este caso: el cerebro. No decimos que un niño pueda ser astronauta, pues no tiene aún su cerebro desarrollado completamente. Decimos que todo niño puede llegar a serlo. La clave está en el ejercicio. El desarrollo fisiológico del cerebro llega a su cúspide a cierta edad; el ejercicio de la inteligencia no tiene más límite que aquél que le impone la pereza a la voluntad. La hipótesis es: mientras más alto se apunta, más lejos se llega. Y lo que hace el maestro explicador es mantener la mira baja, debajo de la suya. Hay un juego de poder entre inteligencias a la hora de educar. Foucault lo llamó voluntad de saber , siguiendo a Nietzsche. Pero, según Rancière, el hecho de que haya este juego, que sea posible ganar o perder, demuestra la igualdad de las inteligencias 12. Pues las mentes “inferiores” para que sean tal, necesitan ser domadas, anquilosadas: educadas. Si realmente existieran inteligencias superiores, reinarían sobre las inferiores sin necesidad alguna de escuelas o universidades; como el hombre, que manda sobre los animales a su gusto (ibíd., p. 68). Si giramos alrededor de la verdad, si nos mantenemos en su órbita, estaremos lo más cerca de ella posible, aunque jamás del todo. Ahora bien, ninguna órbita de verdad es igual a otra. Cada quién tiene su camino. Y la coincidencia fatal de órbitas, por mucho que estén girando en torno a la verdad, es síntoma de embrutecimiento (p. 81). Lo que para uno es verdad, para otro puede ser mentira. Lo más importante es cómo se ha llegado a esa verdad: siguiendo a alguien más o a uno mismo.
«Demuestra» es una palabra atrevida, ya que Rancière (1987: 66) dice: “(…) nuestro problema no consiste en probar que todas las inteligencias son iguales, sino en ver qué se puede hacer partir de dicha 12
suposición”. Ésa es la tarea de Rancière. El camino de Jacotot fue distinto: fue empírico. Observó dicha igualdad y a partir de su observación, desarrolló toda su teoría.
2. El hombre-masa o el hombre embrutecido i) Genios y estúpidos: Darwin y Kant Ahora que conocemos la fuente del embrutecimiento, bien podemos identificar otros embrutecimientos, o el mismo con otros nombres. El hombre-masa, proponemos, es el hombre embrutecido. Para entender nuestra postura es necesario no proceder buscando las diferencias (que las hay), sino las semejanzas. Lo que une a ambas posturas filosóficas, la de un tipo de hombre [masa: condición psicológica13] con una condición psico-pedagógica [la del embrutecimiento], es: una voluntad heteronómica, en términos de Kant. Es decir, una voluntad regida, normada, por una entidad que no es sí misma, sino ajena. El hombre-masa aliena su voluntad a la mayoría 14. En rigor, no tiene voluntad propia. Un hombre egoísta puede creer que sigue su propia voluntad, o que se obedece a sí mismo, pero si la mayoría es egoísta, entonces ese egoísmo que supuestamente garantiza su voluntad propia es, en realidad, ajeno, externo, heterónomo. Es el mandato de la mayoría. ¿Acaso no puede, siguiendo su voluntad, un conjunto bastante grande de personas coincidir en su carácter, objetivo, sentimiento, etc.? Coinciden, dirán los críticos, y eso no quiere decir que sean un rebaño. Sin embargo, respondemos que no hablamos de grupos grandes de personas coincidiendo, sino de tipos de mentes, que bien pueden darse en individuos aislados. Hablamos de configuraciones psicológicas que tienden a la pereza de ser uno mismo. Prefieren ser otro, el que creen mejor, pero otro. Y, una vez más, normalmente esta condición es subconsciente. Ahora bien, el alumno embrutecido es una persona que no confía en su potencial intelectual y que, por lo tanto, no lo desarrolla. Está divagando en los niveles y los pasos necesarios. Su rigurosidad les da la sensación de autonomía, pero es falsa. Porque esa falta de confianza que padece este alumno, está originada en la confianza no en sí mismo, sino en lo que el otro nos enseña. Nos enseñan a decir «no puedo» para enseñarnos a pedir ayuda; en definitiva, para afianzar nuestra dependencia. El ser humano es el mamífero más maleable psicológicamente que existe en la Tierra. Por tanto, si a un hipotético humano gigante se lo cría para ser un niño eternamente, muy probablemente este gigante sea sumiso, pese a su fuerza. Algo así sucede con el homosapiens-sapiens: somos el animal más inteligente, creemos antropocéntricamente. Y sin embargo, no hay primate ꟷgracias a su instintoꟷ que pueda llegar a ser tan estúpido en condiciones normales. Es decir, entendemos que un chimpancé con un trauma cerebral sea considerado «estúpido» por no cumplir las funciones básicas que le demandan su medio. Pero, en condiciones normales, un chimpancé no es estúpido. En cambio, en el ser humano, hasta podría decirse que es su condición normal, si equiparamos la estupidez (falta de razón) con el embrutecimiento (falta de voluntad intelectual) del que
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José Ortega y Gasset (1930: 69). Así lo hacemos todos, según las filosofías contractualistas. Sin embargo, esa alienación es política; consensuada, en principio. En cambio la alienación de la que hablamos, de la que trataré en el siguiente subtítulo, es subconsciente. Un alienado jamás admitiría que lo está. El hecho de que esté convencido es gracias a que su ego, su sí-mismo, lo que dicta qué hacer a su voluntad, eso es lo que está alienado. El velo de Maya de Schopenhauer aclara muchísimo más esta cuestión, pero tengamos paciencia hasta el subtítulo (). 14
nos habla Rancière. Eso no es casual. Al ser el hombre el homínido más inteligente también es, a la vez, por lo menos en probabilidad, el más estúpido. Y esto porque somos demasiado susceptibles psicológicamente cuando somos niños y nos formamos ideas que nos dominan por el resto de nuestras vidas sin que siquiera nos demos cuenta. El tema, es pues, subconsciente. Entonces, diremos, en términos darwinianos, el alumno embrutecido de Rancière es un homo sapiens-sapiens que no confía en aquello que lo hace humano: su cerebro. O, lo que es lo mismo (por ahora), su «espíritu»15. Si un hombre-masa, reduciendo al máximo el concepto, es considerado como una persona sin voluntad propia, entonces bien podríamos decir que el alumno embrutecido es un hombre-masa. Repetimos: lo que los une es una voluntad heteronómica. Una estupidez común. La racionalidad instrumental no es, propiamente hablando, razón. La razón no es más que una parte de la inteligencia 16, la que hace a la mente meditar sobre sí misma. La consciencia no puede existir sin razón, porque para ser conscientes de nosotros mismos tenemos que reflexionar, es decir, volcar nuestra razón sobre nosotros mismos. Una vez que la inteligencia, gracias a la razón 17, se sepa a sí misma como igual al resto, podrá actuar en consecuencia. No significa que toda la inteligencia que vaya a librarse sea racional. Podrá o no serlo, dependiendo de la voluntad detrás. La libertad de la voluntad hace que no todos puedan ser racionales al mismo tiempo18, porque pueden elegir no serlo. Pero, para ser consciente de su
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No es lo mismo, por supuesto. En realidad el espíritu es inmaterial y el cerebro material. Así, como todo el cuerpo, el cerebro es el medio de expresión del espíritu, según toda la filosofía espiritista de Allan Kardec. Los consideramos así, como idénticos, por principios prácticos: Poco importa si somos materialistas o espiritualistas en este asunto. Cuando se habla de potencia, se habla de la capacidad intelectual que podría librar el homo sapiens-sapiens si se lo propusiera. Y, por supuesto, si el ambiente se lo demandaría, resultaría ser un genio nato. “La divinidad le ha dado a la criatura voluntad e inteligencia para responder a las necesidades de su existencia” afirma (Rancière, 1987: 102). Pero la voluntad puede exigirnos mucho más. Y esa exigencia es la que importa, no si la voluntad es fundamentalmente material o inmaterial. De todas formas, en el subtítulo (7) trataremos más a fondo esta distinción, intentando descubrir dónde yace la voluntad, si en el cerebro o el espíritu. 16 Una persona con razón instrumental puede ser muy inteligente, a su modo. Eso, si consideramos la inteligencia como potencia. Pero esta potencia es una específica, no de la que habla Rancière. Esta es, a saber, la capacidad de razonar calculando una mejor opción, en base a la dicotomía de medios y fines. ¿Qué fines? La felicidad sublimada, por ejemplo. Lo que tienen en común quienes razonan así es que ven a la vida, la naturaleza y al hombre mismo como medios para otros fines, como el dinero. El dinero, para el homo economicus, es el medio fundamental para alcanzar la felicidad. En definitiva, la potencia de la que habla Rancière es mucha más amplia que esa visión instrumentalizada de la realidad. Por lo tanto, la inteligencia que desarrolle alguien con una visión así, es una minúscula parte la inteligencia de la que habla Rancière. ¿Cuál es ésta? Imaginen aquella creación del hombre que más los desplome y piensen que ese genio no era más que un hombre, tal como nosotros, y que, como ser humano, tenemos la misma capacidad que cualquier genio. Capacidad en potencia, claro. En función a la práctica de dicha potencia. Pero, en principio, podemos lograr cosas similares, si nos lo propusiéramos. Si, simplemente, para comenzar, nos conociéramos a nosotros mismos (Rancière, 1987: 79). Sobre este punto nos extenderemos en el subtítulo (8). 17 Por eso Rancière (1987) nos habla de un “ser razonable que retorna sobre sí mismo, que se conoce en
la medida que actúa” (79). Pues “La virtud de nuestra inteligencia no es tanto la de saber, sino la de hacer. (…) Pero ese hacer es fundamentalmente acto de comunicación” ( p. 88). 18
Pueden haber voluntades que no sean libres, claro. Pueden creerse libres, pero en realidad obedecer a condicionamientos sociales o psicológicos. Los hombres-masa, por ejemplo. Es por eso que aunque todos estos sean racionales, instrumentalmente hablando, al mismo tiempo, en términos de Rancière, no son hombres racionales. Es decir, no son hombres de voluntad autónoma para actuar. Pero, aunque esta libertad sea espuria, se ejerce: y eso basta para que cueste demasiado la coincidencia de la
capacidad, debe razonar primero. Pero, lo más importante: debe hacerlo por sí mismo. Una voluntad heterónoma no es más que una inteligencia anquilosada, una razón domada. No hay genios y estúpidos: sólo hay hombres. El fenómeno del hombre-masa es el mismo que el del embrutecimiento. José Ortega y Gasset parte del principio de desigualdad, dice: hay hombres-masa y minorías selectas. Lo que Rancière quiere decir es que todo hombre-masa es tan hombre como el resto de genios en la historia, sólo que está embrutecido. Al fin y al cabo, ambos autores coinciden en que se trata de una condición psicológica, sólo que Ortega y Gasset la considera irremediable, mientras que Rancière lucha para cambiarla. La autonomía de la voluntad en Kant lleva al imperativo categórico. En Rancière, a la inteligencia emancipada. En Ortega y Gasset, a ser parte de la minoría selecta.
ii) El señorito satisfecho y el niño embrutecido No hay genios y estúpidos: sólo hay hombres. El fenómeno del hombre-masa es el mismo que el del embrutecimiento. José Ortega y Gasset parte del principio de desigualdad, dice: hay hombres-masa y minorías selectas. Lo que Rancière quiere decir es que todo hombre-masa es tan hombre como el resto de genios en la historia, sólo que está embrutecido. Al fin y al cabo, ambos autores coinciden en que se trata de una condición psicológica, sólo que Ortega y Gasset la considera irremediable, mientras que Rancière lucha para cambiarla. La autonomía de la voluntad en Kant lleva al imperativo categórico. En Rancière, a la inteligencia emancipada. En Ortega y Gasset, a ser parte de una minoría selecta. Que no se diga que toda minoría selecta tiene la inteligencia emancipada. En lo absoluto. Pues esa minoría puede estar embrutecida también. Como dice Rancière [1987: 78]: “Aquello que los ambiciosos ganan en poder intelectual al no juzgarse inferiores a nadie, lo vuelven a perder por considerarse superior a todos”. Por otro lado, Rancière no da un tono ético a su emancipación, por lo que podemos dejar descansar a Kant en paz.
iii) Mímesis, ¿bendición o condena? Sólo hay un tema más en el que debemos detenernos a razonar antes de pasar al análisis marxista: la repetición.
3. 4. 5. 6. 7.
Enajenación (Marx) y emancipación (Jacotot) La ignorancia del sabio La sabiduría del ignorante La voluntad y el Velo de Maya ( Schopenhauer) La voluntad y el espíritu ( Kardec)
Quiero mirar y veo. Quiero escuchar y oigo. Quiero tantear, mi brazo se extiende, se desplaza por la superficie de los objetos, o penetra en su interior; mi mano se abre, se expande, se extiende, se cierra; mis dedos se separan o se acercan para obedecer a mi voluntad. En el acto del tanteo, sólo conozco mi voluntad de tantear. Es voluntad no es ni mi brazo, ni mi mano, ni mi cerebro, ni el tanteo. Esa voluntad soy yo, es mi alma, mi racionalidad auténtica. La instrumental, por su parte, al ser impuesta por el sistema, es más fácilmente homologable, porque es espuria justamente.
potencia, mi facultad. Siento esa voluntad, está presente en mí, es yo mismo; en cuanto a la manera en que soy obedecido, no la siento, no la conozco sino por sus actos (p. 76).
«Cerebros y hojas»
8. El mandato de Apolo en Delfos: «γνῶθι σεαυτόν» «Conócete a ti mismo» ya no quiere decir, a la manera platónica: conoce dónde está tu bien. Quiere decir: vuelve a ti mismo, a aquello en ti que no te puede engañar. Tu impotencia no es sino pereza para caminar. Tu humildad no es otra cosa que temor orgulloso de tropezar ante la mirada de los demás (p.79). Lo esencial es no mentir, no decir que se ha visto algo cuando en realidad se traían los ojos cerrados, no contar nada más de lo que se ha visto, no creer que se ha explicado cuando sólo se ha nombrado (p. 81). El individuo no puede mentirse, sino sólo olvidarse. Así, «no puedo» es una frase de olvido de sí, de donde el individuo razonable se ha retirado (p. 79).
Lo curioso es que ambos autores, a su manera, dan mucha importancia a un mismo tema. Para Platón, el conocimiento consiste esencialmente en recordar lo que alma vivió antes de encarnar: el mundo de las Ideas. Y, para Rancière, como vimos, la idiotez, o el no conocer la propia potencia humana, no es más que el olvido de sí mismo. Así que, de cierta forma, quien no quiera «mentirse a sí mismo», debe recordar quién es. Una vez más: la memoria hace su parte en el conocimiento. Pero vayamos más a fondo. Platón creía que nadie era malo voluntariamente; todo mal proviene de la ignorancia, y nadie es ignorante a propósito. Pues bien: Rancière cree que la idiotez tampoco viene de la voluntad; nadie es tonto porque quiere: Actuar sin voluntad o sin reflexión no produce un acto intelectual. El efecto resultante no puede clasificarse entre las producciones de la inteligencia ni ser comparado con ellas. En la inacción no se puede ver mayor o menor acción. No hay nada. El idiotismo no es una facultad, es la ausencia o el sueño o el reposo de esa facultad (Jacotot citado por Rancière, p. 77).
Ahora bien…
9. ¿El lenguaje de la verdad o la veracidad del lenguaje? El lenguaje: Platón (El Crátilo) y Nietzsche ( Sobre verdad y mentira en sentido extra-moral )
10. El lector ignorante El métodoJacotot 19 es, básicamente, la capacidad de enseñar algo que ignoramos. De ahí que Rancière titule su obra “El maestro ignorante”. Sin embargo, no hay que confundir el método con la meta. Es decir, el camino de la emancipación intelectual con la emancipación misma. El método Jacotot es el camino de la iluminación. La verdadera 19
El método consiste en: ver, tantear, comparar, adivinar (“La voluntad adivina la voluntad” afirma Rancière [p. 85]), crear, improvisar, traducir, componer, descomponer, repetir, etc. Operaciones básicas del espíritu; todas presentes en un niño cuando necesita aprender algo, por ejemplo, el lenguaje. Y como todo es lenguaje, el hombre es capaz de todo.
luz consiste en poder enseñarse a sí mismo. Es decir, la luz viene de adentro; como en Platón. Quien puede esto, no necesita del maestroexplicador . Pero no sólo se trata de poder enseñarse a sí mismo, sino de querer hacerlo. De hecho, es al revés: para poder auto-educarse es necesario querer hacerlo primero. Entonces, quien pueda aprender por sí solo y tenga la fuerza de voluntad para enseñarse de forma incesante: ése ya no necesita de maestro alguno, ni del maestro ignorante. He ahí el paso último: poder mandarse a sí mismo. La obra de Jacotot, presentada por Rancière, tiene un tono algo incómodo. Está escrita para personas embrutecidas. Es decir, para quienes necesitamos de aquella emancipación. La obra misma nos habla del vicio de las explicaciones ( queembrutecen), y sin embargo, todo el libro de Rancière está escrito con ese único propósito: explicar la filosofía de la igualdad de Jacotot y su método de emancipación intelectual. Una persona mentalmentelibre no necesita conocer esta pedagogía; una embrutecida, sí. He aquí el riesgo: si bien Rancière quería emancipar con su libro, pudo haber logrado lo contrario. Y es que la emancipación no depende de él, sino de la voluntad del estudiante. Quien no quiera emanciparse, quien se halle cómodo siendo hombre-masa, jamás podrá alcanzar dicha luz. El hecho de que haya un maestro ignorante que esté sobre nosotros empellándonos a la búsqueda insaciable de la verdad, obligándonos a verificar nuestra inteligencia a cada paso, preguntándonos qué hemos aprendido, y pidiéndonos que le enseñemos nuestros hallazgos; este hecho no es el importante, es secundario. Nosotros mismos podemos ser ese maestroignorante que nos guía. Si se trata de la necesidad de una autoridad superior que nos demande la emancipación, basta un Súper-yo (Freud) arraigado en nuestra mente. Pero el alma de este método no es obedecer, sino mandar. Se trata de dirigir ꟷnosotros mismosꟷ nuestra potencialidad inteligente, sin que nadie nos compela a aquello. Por lo que, la instancia del maestro ignorante es sólo necesaria en los niños o jóvenes (en los que el método no es patológico), o en todo caso, en quien no posee la suficiente voluntad autónoma para mandar sobre sí mismo. Eso es: casi todo el mundo. O, en palabras de Ortega y Gasset: la gran masa que sigue a la minoría selecta. Los que mandan, los que dirigen su propia inteligencia, están emancipados intelectualmente. Aquellos que tienen la mente acostumbrada a seguir borregamente a alguien más, no están liberados y para ellos está el método Jacotot. Para hombres-masa. La función del maestro ignorante es mostrar al alumno que no carece de luz, y sobre todo, ser una figura efímera, destinada a desvanecerse en la medida en la que haga su trabajo. Pues un hombre mentalmente libre no necesita de dicho maestro. Le basta su propia voluntad de auto-enseñanza. Así entendido el método Jacotot, es un paso a la emancipación. Porque, todos los maestrosignorantes, para ser maestros, tienen que estar emancipados, es decir, tienen que confiar en la igualdad de las inteligencia y actuar en consecuencia. No enseñar, sino mostrar la meta del aprendizaje, y dejar que el estudiante descubra su camino. Es más, podríamos decir que el maestroignorante no muestra realmente el fin, sino que sólo recalca aquel que el estudiante tenía en mente. Un ejemplo: Partimos del hecho que quiero aprender a tocar piano. No soy capaz de enseñarme a mí mismo; busco un maestro. Me encuentro con uno que tampoco es capaz de tocar piano pero sí de enseñarme a hacerlo. ¿Me enseña a tocar piano? No; me enseña a poder educarme a
mí mismo. Al final, termino tocando piano y enseñando a mi maestro lo que he aprendido. Pero esto es lo importante: lo aprendí gracias a mí, no a él.
Si comprendemos la tesis de Rancière, en realidad no necesitamos de este artículo para comprender a Rancière. De hecho, bastaría con leerlo a él directamente y no a través de mí. Yo sería una especie de maestroexplicador , al que tanto criticó Jacotot. Pero, a la vez, tendríamos que forzosamente darnos cuenta que la inteligencia que actuó en este artículo es la misma que escribió el libro El maestro ignorante. Por tanto, poco importa si nos acercamos a Rancière directamente o a través de mí, lo crucial es darse cuenta que no me necesitan para comprenderlo a él. Yo no soy un maestroexplicador . Soy un mero un interpretador o traductor, con sus propios razonamientos y dificultades. Al que, no obstante, no tendríamos motivo alguno para no escuchar, sino al contrario: porque, escuchándolo, podemos tomar consciencia que, en cuanto a inteligencia se trate, todos somos iguales. Y si pudieron entenderme a mí, no hay motivo por el que no puedan entenderlo a él. Es más: si entendieron a Rancière no hay por qué no puedan entender a Jacotot, incluso si (aún) no saben francés. En vez de pensar en aprender francés para luego leer libros en francés, según esta filosofía panecástica20, serviría más aprender este idioma en el proceso de leer y entender a Jacotot, sin necesidad de pasar por Rancière primero ni por una escuela de idiomas. Tampoco habría motivo por el que no pudiésemos aprender griego antiguo, chino o sumerio, con el sólo hecho de intentarlo constantemente, relacionando y comparando sin descanso].
Lista de citas de Rancière: 1.
“Y así va la creencia en la desigualdad. No hay mente superior que no encuentre otra más superior para rebajarla; no hay mente inferior que no se tope con otra más inferior para
2. 3.
despreciar” (p. 59). “Quien plantea la igualdad como objetivo por alcanzar a partir de la situación no igualitaria la plaza de hecho al infinito” (p. 9). “Instruir puede, entonces, significar dos cosas exactamente opuestas: confirmar una incapacidad en el acto mismo que pretende reducirla o, a la inversa, forzar una capacidad, que se ignora o se niega, a reconocerse y a desarrollar todas las consecuencias de este
4.
reconocimiento” (p. 9). “Ya no hay proletarios, sólo recién llegados que no logran adaptarse al ritmo de la modernidad, o atrasados que, por el contrario, no se supieron adaptarse a las aceleraciones de ese ritmo. La sociedad se presenta así como una vasta escuela que tiene sus salvajes que civilizar y sus
5. 6. 7. 8.
20
alumnos con dificultades de aprendizaje” (p.12). “Aprender y comprender son dos maneras de expresar el mismo acto de traducción” (p.24). “(…) al acoplar dos palabras griegas, (Jacotot) bautizó panecástica (su filosofía) porque busca el todo de la inteligencia humana en cada manifestación intelectual” (p. 58). “La voluntad adivina la voluntad” [p. 85] “Un individuo puede todo lo que quiere” [p. 78]
En boca de Rancière [1987]: “(…) al acoplar dos palabras griegas, (Jacotot) bautizó panecástica (su filosofía) porque busca el todo de la inteligencia humana en cada manifestación intelectual” (p. 58).
Bibliografía: Jaques Rancière. 2007 (1987). El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre emancipación intelectual. Buenos Aires, Argentina: Libros del Zorzal. Erich Fromm. 2012 [1961]. Marx y su concepto del hombre. México: Fondo de Cultura Económica. José Ortega y Gasset. 2014 (1930). La rebelión de las masas. Madrid, España: Alianza editorial. G. M. A. Grube. 1987 (1973). El pensamiento de Platón. España: Gredos. Zygmunt Bauman y Ricardo Mazzeo. 2012. Sobre la educación en un mundo líquido. Lectulandia (online): ePub base r1.2