LA EPOPEYA DE TARAPACÁ, TACNA Y ARICA Recordando al héroe de Arica: 7 de junio de 1880 Hugo Vallenas y Luis Zaldívar Del libro: Tacna: 200 años de peruanidad 1811-2011
(Banco de la Nación, 2011)
PARA LA DEFENSA de Moquegua, Tacna, Arica, Tarapacá e Iquique, el alto mando peruano formó el “I Ejército del Sur”, con unos 7.500 efectivos. Su comandante general fue el general Juan Buendía, al mando de seis divisiones, cada una de 1.250 hombres como promedio. La II División tuvo como jefe al coronel Andrés Avelino Cáceres; la III División tuvo como jefe al coronel Francisco Bolognesi. A dicho ejército se sumó el contingente, de unos 4.500 hombres, del ejército boliviano aliado. Esta fuerza de tierra mantuvo durante la campaña naval un esquema estrictamente defensivo y no entró en combate. Mientras tanto, el ejército chileno, en los seis meses que duró la campaña naval, entrenó para la invasión del sur del Perú una fuerza expedicionaria no menor de 15.000 efectivos, haciéndola diestra en operaciones ofensivas. Varios batallones como el Buin, el 2do de Línea, el 3ro, el 4to y el Santiago, fueron elevados a la categoría de regimientos, con unos 900 hombres cada uno. Cada regimiento chileno constaba de dos batallones, cada cual con cuatro compañías de 200 soldados cada una. El general Justo Arteaga era comandante en jefe; con el general de brigada Erasmo Escala al mando de la infantería; el general de brigada Manuel Baquedano al mando de la caballería; y el coronel Emilio Sotomayor como jefe de las reservas.
De Pisagua a Tarapacá Tres semanas después de la derrota de Grau en Angamos, el 2 de noviembre de 1879, desembarcaron en Pisagua unos 10 mil soldados chilenos, apoyados por toda la escuadra de guerra y diez transportes. Condujo el desembarco el general Erasmo Escala. La guarnición peruana de Pisagua ofreció resistencia, que costó 330 víctimas al ejército de ocupación. Un fuerte contingente partió hacia el norte y otro hacia Iquique. El 19 de noviembre las fuerzas aliadas de Perú y Bolivia se enfrentaron al ejército chileno en las alturas del cerro de San Francisco. Si bien la infantería aliada era superior en número (7.400 peruanos y bolivianos contra 6.000 chilenos), los primeros contaban sólo con 18 cañones contra 34 modernas piezas de artillería del adversario, que además había logrado ocupar la cima del cerro San Francisco. Francisco. En este combate destacó la acción valerosa del batallón Zepita, al mando del coronel Andrés Avelino Cáceres, que logró alcanzar la cumbre del cerro y apoderarse de dos
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cañones adversarios. Hubo durante varias horas una esforzada disputa cuerpo a cuerpo por el dominio del cerro, en la que Cáceres recibió el apoyo del batallón del coronel Leoncio Prado. A las 17:00 horas, extenuada y falta de refuerzos, la avanzada aliada se replegó sin poder concluir la toma del cerro.
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Las fuerzas aliadas se replegaron hasta Tarapacá, con el fin de aprovisionarse e iniciar una contraofensiva. El comandante chileno, el general Escala, envió a presentar batalla una expedición de 3.900 hombres, al mando del coronel Luis Arteaga. En horas de la madrugada del 27 de noviembre de 1879, la fuerza chilena tomó posición ofensiva en las colinas al oeste de la ciudad de Tarapacá, con la intención de cortar la salida a los aliados y evitar toda t oda comunicación con Arica. El coronel Andrés A. Cáceres, jefe de la II División peruana, dividió los 3.000 hombres bajo su mando en tres columnas, con orden de actuar enérgicamente en grupos de guerrilla hasta desplazar de las alturas a los chilenos. La batalla se inició alrededor de las 9:15 de la mañana. Luego de una carga con bayoneta el batallón Zepita alcanzó la cima de una de las colinas, logrando capturar cuatro cañones y todas las municiones de los adversarios. Desde esta ubicación, los aliados infligieron un daño severo a la infantería chilena, hasta que el intenso asedio la obligó a retroceder en desorden tres millas atrás de las colinas. Ante la llegada de refuerzos peruanos, entre ellos el batallón Iquique Nº 1, cuyo jefe era Alfonso Ugarte, Cáceres ordenó perseguir a los chilenos. Los aliados atacaron con fuerza a los invasores por el sudeste de Tarapacá. Una columna chilena se apartó y entró sorpresivamente en la ciudad, pero fue vencida por los defensores aliados luego de una cruenta lucha casa por casa. Los batallones de la II División, al mando del coronel Bolognesi, tuvieron un papel decisivo en este tramo de la batalla, distribuyéndose entre la defensa de la ciudad y la parte más dura de la lucha cuerpo a cuerpo en la primera línea. Luego de casi 8 horas de enfrentamiento, las fuerzas peruanas y bolivianas lograron imponerse. Los chilenos sufrieron 800 bajas y los aliados cerca de 500. Sin embargo, por falta de recursos, los peruanos no pudieron consolidar la victoria en términos de una mayor recuperación territorial. Los chilenos mantuvieron el control sobre Pisagua e Iquique, hostilizaron los puertos de Ilo e Islay y reconcentraron sus fuerzas para una ofensiva más efectiva. Mientras tanto, en Lima, magnificadas las noticias de la ocupación chilena del sur, cundía el desgobierno, acrecentado el 18 de diciembre por la inexplicable partida del país del presidente Mariano Ignacio Prado. Hubo sublevaciones en Lima y Callao que finalmente impusieron en el poder, el 22 de diciembre, al caudillo civil Nicolás de Piérola, que a la larga tampoco aportó una mejor administración ni una superior conducción militar. En Bolivia también fue reemplazado el presidente Hilarión Daza por el general Narciso Campero.
Campaña de Tacna El 25 de febrero de 1880, el alto mando chileno dio inicio a su segunda campaña invasora, desembarcando en Moquegua un ejército de 12.000 hombres al mando del general Manuel Baquedano. El plan chileno era asegurar un rápido dominio del vasto escenario comprendido entre el puerto de Ilo y los ríos Azapa y Azufre por el sur. Para tal efecto, Baquedano decidió consolidar posiciones en Moquegua, con el fin de cercar
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El puerto de Arica, ubicado a 65 kilómetros al sur de Tacna, tenía una importancia crucial para la estrategia chilena por ser, prácticamente, un punto obligado de navegación. El ejército peruano volcó todo su esfuerzo en fortificarlo. En 1880 el mando de Arica pasó del coronel Camilo Carrillo al coronel Francisco Bolognesi. Los trabajos defensivos, sobre todo un sistema de minas, fueron encomendados a dos militares y a un civil, el ingeniero Teodoro Elmore. En lo alto del Morro, una posición fortificada tenía una importante dotación de artillería y en la rada, el monitor Manco Cápac, inmovilizado en el puerto, cumplía las funciones de batería artillera naval, apoyada por la lancha cañonera Alianza cañonera Alianza.. También contaba la plaza con tres baterías de artillería rasante, apuntando hacia el mar y hacia el valle de Chacalluta, y una red de parapetos y casamatas en los flancos norte y sur. En el flanco este, sobre el llano, había siete baterías ubicadas en dos fortines, llamados Este y Ciudadela, con puntería hacia el mar y hacia el valle de Azapa. Detrás del fuerte Este había 18 reductos para fusileros unidos entre sí. Más atrás se ubicaba el punto fortificado llamado Cerro Gordo, y tras él, el Morro de Arica, custodio natural de la ciudad y el puerto.
Soldados chilenos muertos en el campo del Alto de la Alianza El 27 de febrero el enemigo intentó tomar Arica por mar, siendo rechazado con éxito. El monitor Manco Cápac logró acertar con sus proyectiles sobre el monitor Huáscar , ahora nave chilena, matando a su capitán. Sin embargo, la escuadra chilena mantuvo a prudente distancia un estricto bloqueo de la bahía. El 17 de marzo, con gran audacia, la corbeta Unión, Unión, al mando de capitán Manuel Villavicencio, ingresó al puerto y pudo desembarcar pertrechos y provisiones, para luego partir con rumbo norte, protegida por sus propios cañones y por la artillería de tierra.
Batalla del Alto de la Alianza Habiendo sido rechazado el ataque naval del 27 de febrero, los chilenos decidieron
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al mando de las fuerzas aliadas el contralmirante Lizardo Montero y el general Narciso Campero, presidente de Bolivia. A las 11:45 am, se iniciaron las acciones, en base a un ataque masivo de la infantería, la caballería y la artillería ligera chilenas. Distintas columnas y batallones se alternaban en el ataque a los aliados para no darles descanso. Tras agotar las municiones y sufrir numerosas bajas, a las 3:30 pm las fuerzas aliadas abandonaron vencidas y dispersas el campo de batalla. Aquí el ejército chileno puso en práctica su tristemente célebre “repase”, ultimando con bayonetazos a los rendidos y los heridos. A las 5 pm, el ejército chileno ocupó la ciudad de Tacna, dando lugar a un inenarrable vandalismo. La resistencia de los civiles en las calles fue inútil ante a la fiereza del numeroso ejército invasor. Tras la derrota las fuerzas bolivianas se replegaron al altiplano y el 26 de mayo se declararon oficialmente fuera del conflicto. Tomada Tacna, el ejército chileno había asegurado posiciones a todo lo largo de la costa peruana desde Moquegua hacia el sur, con la sola excepción de Arica.
Las fuerzas enfrentadas En Arica, la fuerza militar peruana era de poco más de 1.600 combatientes efectivos. Frente al ejército chileno, tenía como desventaja no ser una fuerza homogénea en cuanto a entrenamiento y experiencia y tampoco tener armamento unificado. Había fusiles y carabinas de diferente modelo, calibre y alcance, lo cual dificultaba el rendimiento táctico colectivo y, por supuesto, creaba contratiempos con el suministro de municiones. Muchos oficiales peruanos habían demostrado su valor en el campo de batalla pero pocos eran militares profesionales. Los coroneles Bolognesi e Inclán eran militares experimentados, pero Alfonso Ugarte, Ramón Zavala, Ricardo O'Donovan, y el argentino Roque Sáenz Peña, eran civiles jóvenes, que se habían incorporado voluntariamente al ejército al declararse la guerra y pronto ganaron grados militares por su desempeño en combate. Dos días después de la derrota del Alto de la Alianza, la noche del 28 de mayo, los peruanos celebraron un consejo de guerra, en el cual todos los oficiales, con una sola excepción, la del coronel Agustín Belaúnde, acordaron resistir hasta las últimas consecuencias y aprobaron un plan de defensa. El coronel Belaúnde, un político pierolista arequipeño a quien se otorgó rango militar por favoritismo, no sólo fue la voz discordante sino que poco después desertó junto con al gunos oficiales de su entorno. Por su parte, el contralmirante Montero había realizado en Tarata un consejo de guerra para decidir las acciones a adoptar. Este consejo resolvió proseguir la marcha hacia Arequipa vía Puno. Aquí el voto discordante fue el del coronel Andrés Avelino Cáceres, quien insistió ante Montero bajar hacia Arica para socorrer a Bolognesi. Los defensores de Arica nunca supieron que sus esperanzas de refuerzos y socorro eran vanas. El 2 de junio, el general chileno Baquedano ordenó movilizar desde Tacna hacia Arica las tropas de reserva que no combatieron en el Alto de la Alianza más algunos cuerpos de elite. Eran aproximadamente 6.500 hombres. La estrategia de Baquedano consistía en avanzar rodeando la cordillera, apareciendo en Arica sobre el valle de Chacalluta. Para el día 4 de junio el ejército chileno había rodeado todos los flancos de la defensa de Arica. Ese día Bolognesi envió uno de sus tantos mensajes sin respuesta,
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a los cuales cerraré el paso a costa de la vida de todos los defensores defe nsores de Arica, aunque el número de los invasores se duplique”. Ante la falta de respuestas, el fogueado coronel consideró su obligación mantener la plaza en pie, a la espera de una contraofensiva peruana o, en el límite, para salvar el honor del Perú.
Inclán en 1878, Bolognesi en 1864, fotografías fotografías del Estudio Garreaud Bolognesi: “hasta quemar el último cartucho” A las 8:00 horas del sábado 5 de junio de 1880, las baterías chilenas iniciaron un nutrido bombardeo contra las defensas de primera línea y contra el fuerte Ciudadela. Las baterías peruanas en el morro y en el llano apenas contestaron el fuego, esperando que la infantería chilena entre en acción. Luego hubo una calma chicha. Los jefes chilenos del sitio de Arica, si bien eran concientes de su superioridad numérica, no desestimaban el poder de fuego de la plaza peruana. Consideraron prudente solicitar la rendición mediante un grupo de parlamentarios, encabezados por el mayor de artillería Juan de la Cruz Salvo. La propuesta consistía en dejar partir hacia territorio no ocupado por Chile a todos los efectivos peruanos, incluso portando armamento ligero, dejando a cambio la artillería, los explosivos, los torpedos y el monitor Manco Cápac. De la Cruz Salvo y sus acompañantes fueron recibidos cerca del mediodía por el coronel Ramón Zavala, jefe del batallón Tarapacá, quién condujo solo al líder del grupo hasta la sede del estado mayor peruano, ubicado en el jirón Ayacucho de la ciudad de
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que cumplir”, y que los cumpliría “hasta quemar el último cartucho”. Allí concluyó la entrevista. El parte oficial sobre esta campaña chilena, firmado el 21 de junio en Arica por el general Baquedano, reseña con toda claridad la célebre respuesta del jefe peruano: "El señor Bolognesi respondió, después de consultar con sus jefes compañeros, que estaba dispuesto a salvar el honor de su país quemando el ultimo cartucho”. Es pertinente señalar que, pocos años después, el mayor De la Cruz Salvo negó que fuera cierta la célebre respuesta de Bolognesi. Mediante un artículo firmado el 18 de setiembre de 1885 (luego incluido en la séptima serie de sus Tradiciones), Tradiciones), Ricardo Palma tuvo el acierto de responder con pruebas irrefutables que obligaron a De la Cruz Salvo, desprestigiado, a guardar silencio.
El morro de Arica con pertrechos militares en la época de la l a guerra.
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En el llano, la infantería chilena intentó un avance desde las pampas del Chinchorro hacia el flanco norte de los peruanos, pero el fuego de la artillería peruana la obligó a retroceder. A las cuatro de la tarde, el ataque chileno fue suspendido. Esa misma noche, el comando chileno decidió enviar una nueva propuesta de rendición a los peruanos. Esta vez se escogió como emisario al ingeniero peruano Teodoro Elmore, quien se hallaba prisionero en el cuartel general chileno desde el 2 de junio. Elmore había dado a los chilenos su palabra de honor de volver al campamento enemigo con la respuesta, pero Bolognesi no quiso recibirlo y su esfuerzo a favor de la rendición fue mal visto por los demás jefes peruanos.
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cuerpo. Al aumentar el número y el ímpetu de los atacantes, los combatientes de ambos fuertes decidieron retroceder hasta la línea de trincheras y parapetos de Cerro Gordo, a 200 metros del Morro. El cabo de artillería Alfredo Maldonado Arias, con el fin de cubrir el repliegue de sus compañeros, prendió fuego al polvorín del fuerte Ciudadela, muriendo en la explosión. Después de Cerro Gordo ya no había retroceso posible. Allí tuvo lugar un prolongado y sangriento duelo en el que no se dio ni se pidió cuartel, hasta que ya no hubo peruanos sobrevivientes. En ese tramo de la batalla se sacrificaron heroicamente los coroneles Inclán, Arias y Ricardo O’Donovan y perdieron la vida todos los efectivos del batallón Artesanos de Tacna.
La batalla de Arica, pintura de Juan Lepiani.
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inmoló el coronel Alfonso Ugarte, cuya muerte no ocurrió arrojándose al mar a caballo y con la bandera en las manos, como el sentimiento popular ha querido imaginar, sino a pie firme, empuñando la pistola y el sable. También murió al lado de Bolognesi el capitán naval Juan Guillermo More, este último comandante de la fragata Independencia, Independencia, que encallara durante el combate de Iquique. El otro sector de las fuerzas chilenas, luego de tomar los fuertes y parapetos de los flancos norte y sur, se concentró en el perímetro de la ciudad, donde fueron contenidas por minas y otros explosivos, y por los disparos de efectivos dispersos de la infantería peruana reagrupados en las escaleras de la catedral, donde se improvisó un parapeto fortificado. Pronto la superioridad numérica chilena l os doblegó. Quemado el último cartucho y agotadas las fuerzas de sus 63 años, Francisco Bolognesi cayó después de recibir dos descargas de fusilería. Mientras se desangraba fue rematado a culatazos por un soldado chileno. Al saberse vencedora del Morro, la tropa chilena estalló en febril algarabía, atacando con crueldad a heridos y contusos, y arrojando muchos de ellos, vivos todavía, barranco abajo. El llamado al orden de los jefes contuvo esta insanía y salvó la vida de los pocos oficiales sobrevivientes, como fue el caso de los comandantes Manuel de la Torre y Roque Sáenz Peña. Cerca de las diez de la mañana, desde la rada del puerto, constatada la derrota peruana, el capitán del Manco Cápac , José Sánchez Lagomarsino, hundió la nave antes de rendirse. La cañonera Alianz cañonera Alianz a logró escapar hacia Pacocha, pero fue capturada por la marina chilena.
Después de la batalla, la ignominia En la ciudad de Arica, una vez concluida la batalla, las tropas chilenas, al mando del coronel Pedro Lagos, se comportaron con ensañamiento inaudito contra los civiles — peruanos y de otras nacionalidades— y contra los pocos efectivos encargados del orden público que, ajenos a los hechos de guerra, imploraban el respeto de las vidas inocentes. Varias decenas de ciudadanos refugiados en sedes consulares fueron extraídos a viva fuerza y fusilados. La población reunida en la catedral y la plaza de armas fue abaleada a mansalva. Se incendió viviendas y edificios públicos. Se ultrajó a mujeres y niños. Un grupo de civiles escondido en un pozo fue ultimado a pedradas por la soldadesca. El embajador norteamericano en el Perú elevó a su gobierno un informe donde denunciaba, a propósito de Arica: “Las tropas chilenas se han conducido
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Tacna no se rindió Las siguientes generaciones de peruanos hicieron de Bolognesi una figura simbólica del patriotismo. Hoy es el patrono del ejército. La posteridad también ha rendido homenaje al heroísmo del pueblo tacneño: a los cientos de voluntarios que combatieron en los batallones Artesanos de Tacna, Tarapacá e Iquique, casi sin dejar sobrevivientes; a los ciudadanos anónimos que hicieron frente a los vandálicos ocupantes de Tacna y de Arica cuando todo estaba perdido; y a los que siguieron defendiendo la peruanidad durante el cautiverio. Pero hubo otros más todavía. El historiador chileno Vicuña Mackenna consigna que entre el 7 y 18 de abril de 1880, un mes antes de la batalla del Alto de la Alianza, el primer avance chileno hacia la ciudad de Tacna, comandado por el coronel José Francisco Vergara, fue obstaculizado por la acción de una brigada de montoneros o guerrilleros, armada en su mayoría con picas y machetes, y dirigida por el tacneño Gregorio Albarracín. Atacó desde Locumba hasta Tacna, dando lugar a que un destacamento especial de la avanzada chilena se encargue de perseguirlos y eliminarlos. Fueron identificados como campesinos del lugar, como “40 o 50 cívicos o cultivadores de algodón” sin mayor entrenamiento militar. Dieron su batalla final el 18 de abril, cercados por casi 500 jinetes chilenos, entre los pajonales próximos a la ciudad de Tacna. Fueron los primeros mártires, anónimos, de la campaña de Tacna.