Manuel Leguineche, vasco de Beléndiz-Gernika (1941), estudia Derecho y Fi losofía en Bilbao, Vailadoiid y Madrid. En 1956 publica sus primeros trabajos periodísticos. En 1958 trabaja en el semanario «Gran Vía» de Bilbao y dos años más tarde en el diario «El Norte de Castilla» de Vailadoiid, dirigido por Miguel Delibes. En 1960 comienza sus trabajos como enviado especial en acon tecimientos internacionales. Después lleva a cabo un viaje alrededor del mun do de más de dos años de duración, que da título a uno de sus libros de mayor E l cam c am in inoo m ás cort co rtoo (publicado por esta editorial). En 1965-66 es corres éxito, El ponsal del desaparecido diario «Madrid» en Vietnam y el Sudeste asiático. Permanece en Asia y el Oriente Medio hasta 1967 y a la vuelta dirige el sema nario «Tele-Guía». Ha sido enviado especial para prensa, radio y televisión en los cinco continentes. Trabajó en los programas de TV «Estudio Abierto» e «Informe Semanal». Es comentarista de política internacional en la cadena
¿Fue la de Gandhi una victoria pírrica? ¿Qué se ha hecho de los ideales de aquel tozu do hombrecillo que, sin más armas que el ayuno y la meditación, logró despojar a la corona británica de su perla más preciosa? En realidad, el propio Mahatma tuvo tiem po, antes de morir a manos de un exaltado, para decepcionarse del rumbo que la inde pendencia de la India iba cobrando (la sepa ración del Pakistán, las latentes tendencias secesionistas de otras regiones, la consolida ción del poder en manos de la casta brahamánica que, por cierto, ni siquiera el domi nio británico había erradicado). Deificado en vida, Gandhi es en la India de hoy una refe rencia abstracta, un mito que poco tiene que ver con las abrumadoras realidades del gi gantesco subcontinente, mosaico de abusos y pugnas, razas y religiones, milenarias rigide ces sociales y lacras que parecen invencibles.
MANUEL
L E G U IN IN E C H E
La destrucción de de Gandhi
ÍNDICE Prólogo ................................................ 1. El faki fakirr desn de snud udoo............................ 2. La caricatura sagrada sagrada ....................
37
La noche noche oscu os cura ra ............................
51
3.
4. La
rosa .......................................... 5. La cultur culturaa de guerr uerraa...................... 6. Los Los tres tres ism is m o s................................ s................................ 7. Conciert Conciertoo de Bangladesh .............. 8. El este y el o e s t e ............................ 9. El cic ci c ló lónn......................................... ...................................... ... 10. «La India puede con todos» .......... disparos de la metralleta etralleta «Sten «Sten»» 1 1 . Los disparos Los semidio sem idioses.......... ses............................... ..................... 12. Los ru ecaa......................................... ..................................... .... 13. La ruec pasión anim imaal........................... 14. La pasión 15. El enig en igm m a...................................... Glosario ............................................... Cronología...........................................
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21
69 83 99 107 107 115 125 139 139 147 147 159 159 170 170 183 195 195 207
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Manuel Leguineche, 1983 Barcelona-13 (España) Impreso en España - Printed in Spain
J.F. Horrabin ha descrito así su encuentro con Gandhi en el Palacio de Saint-James donde se celebraba la Conferencia de la Mesa Redonda de 1931: «Charlamos durante unos minutos en un pequeño vestíbulo. Después, al tropezar su mirada con un reloj recordó que tenía otra cita, se disculpó y se fue. Yo le vi desaparecer en uno de los largos pasillos de palacio con su túnica y sus sandalias que crujían mientras corría. ¿Me atrevería a de cirlo? —y estoy seguro de que ninguno de sus amigos se equivo cará sobre mis intenciones—: me recordaba de forma irresistible esas películas de Charlot donde se le ve alejarse rápidamente hacia el horizonte y desaparecer poco a poco». Esta observación no tiene nada de irreverente, al contrario pone el dedo sobre un secreto, explica el inmenso poder de Gandhi sobre sus compatriotas y el amor con que le distinguían. Charlot era el símbolo del hombrecillo del sombrero hongo en la sociedad industrializada de Occidente. Gandhi era el símbolo del hombrecillo en túnica de algodón de la India famélica. El Mahatma se daba perfectamente cuenta de ello. J. P. Patel le preguntó una vez qué había en él que suscitaba tal adulación. Gandhi respondió: «Cuando me ve el hombre de nuestro país se da cuenta de que vivo como él y que formo parte de él».
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Prólogo Sobre el pecho de los generales, corre una ringlera de conde coraciones. Ha habido ya guerras suficientes, cuatro desde la in dependencia, para la generosa distribución de la quincalla. El día de la República, el 26 de enero, da lugar a una de las ceremo nias militares de mayor prestancia de todo el mundo. La India se incorpora así con sus desfiles de carros, el zumbido de los heli cópteros, la ruptura de la barrera del sonido de sus aviones y la marcialidad de sus soldados los lanceros bengalíes, los esbeltos siks, a la iconografía militar de los grandes. En el Memorial de Guerra hacia donde conduce el desfile desapareció la estatua del Emperador Jorge V y en su lugar colocaron la de un hombre cuya filosofía no tuvo nada que ver con el estrépito de los caño nes y las marchas militares, el Mahatma Gandhi. En realidad esa distorsión, la manipulación de los símbolos empezó el mismo día en que lo llevaron sobre un armón de artillería hasta las orillas del río sagrado, el Yamuna, donde su cadáver fue incinerado. Cuatro días antes de su muerte Gandhi manifestó su desilusión y su conciencia del fracaso. Era el día de la Independencia pero Pakistán y la India se habían dividido. «Ha sido un desgraciado asunto, afirmó el Mahatma; al menos yo estoy desilusionado.»
Pero no lo estaba solo por la partición del Imperio de la India en base a criterios de religión, hindúes por un lado y musulmanes por otro, sino por la intuición de que la India independiente no acabaría con el contraste entre «los palacios de Nueva Delhi y las chozas miserables de los pobres». Los indios penetran en el mau soleo de Gandhi con los pies descalzos y colocan guirnaldas a su estatua como si fuera un dios más de la teogonia hindú. Pero su mensaje espiritual se ha disuelto en el mar con sus cenizas. «La no violencia de Gandhi, he leído en el libro Reflection Ref lectionss on iridian polines de M.M. Sankhdher, sólo vale como modo de comportamiento en un mundo perfeccionista; ahora lo que cuenta es la fuerza.» Este libro cuenta las tensiones que el autor ha vivido en la India independiente. Las luchas por el poder, el despegue pri mario hacia el consumo, la corrupción y las luchas políticas que se tradujeron muy pronto en la desmitologización, en la destruc ción del espíritu de Gandhi. El lector hallará dos partes diferen ciadas. en la primera consta el testimonio de esas batallas victo riosas en las que Gandhi es sólo un instrumento, un punto de refere? :ia moral donde la realidad de los hechos, guerras, ane xione-, ambiciones territoriales, agresivos reflejos de autode fensa desmienten al apóstol de la no violencia. En la segunda se analizan algunas de las contradicciones del personaje, deificado en vida. Este libro testimonial, divulgador, es el eco de una expe riencia sobre el terreno, alejado al mismo tiempo de la hagiogra fía y la tesis doctoral. Es la tranformación de un país a las reali
permanecía impávido ante los ayunos de Gandhi para evitar este tipo de violencias. En 1983 la India de Indira Gandhi estaba en condiciones, tras el estallido de su primera bomba atómica en 1974, de fabricar sus propios misiles balísticos intercontinentales de alcance medio. En el plano de las guerras de liberación, Frantz Fanón, la violencia como vector de la revolución derrota a Gandhi y los «condenados de la tierra» a los campesinos pacíficos de la mar cha de la sal. La violencia como liberadora de los complejos co loniales de inferioridad sobre el ascetismo, el magnetismo espiri tual, las marchas pacifistas, el boicot económico, las huelgas de hambre, la desobediencia civil aprendida de Tolstoi. Pero hoy los defensores de los derechos humanos, los pacifistas reivindi can a un moralista y estratega político olvidado en su propio país que prefirió la rueda de Ashoka a la humilde rueca como sím bolo de la bandera nacional. Se venden en los bazares calenda rios del Mahatma y los ilustres visitantes extranjeros acuden con ramos de rosas al mausoleo de Rajpat donde Gandhi ardió en la pira funeraria, pero para la India inmediata el Mathama es un personaje excéntrico y arcaico cuya estrategia y disciplina no son aplicables al complejo mundo de hoy. Un personaje tan extrava gante como el Gandhi que se disfrazó de inglés en un acceso de occidentalismo durante su tiempo en Londres o el abogado que trabajó durante 22 años en Suráfrica para mejorar las condicio nes sociales de los indios instalados allí. En realidad Gandhi para decepción de muchos de sus partidarios pactó con la autoridad
largo largo plazo y los veinte años que que han pasado son poc p ocoo tiem ti empo po para descubrir su influencia. Gandhi tendrá paciencia para esperar.» A pesar de todo hay que juzgar al personaje en sus dimensio nes reales y desmitificar algunas de sus costumbres. Por ejemplo, era un hombre que exigía demasiado de los demás, incapaz para la ternura con su propia familia, de la que había destruido la espontane espontaneidad idad.. Devadas, su hijo menor, menor, dijo una una vez1 vez 1 que vene ve ne raba a su padre, pero que «nunca había podido amarlo». Cuando le pidieron que se explicara eligió con cuidado las palabras: «No es necesario tener una inteligencia extraordinaria para comprender que está a millas sobre el resto de los hombres, pero en lo que concierne a sus hijos, es como si no hubiese existido. No nos dio jamás ternura; sólo sermones sobre la necesidad de ser buenos y veraces. Personalmente, me siento cansado, muy cansado de ser una figura de vitral. Quiero ser yo mismo. Creo que mi padre cae en el mismo error en que cayó Jesucristo: que todos los hombres nacen para sacrificarse por los demás. Porque si esto es así, ¿quién puede vivir?» Era un padre implacable, caprichoso, ciego en sus métodos, obsesionado por ejemplo con sus remedios para curar con agua y fomentos de lodo. Un amigo inglés que le visitó en su casa lo des ribió así: «He visto con mis propios ojos el nacimiento del caos. Este señor Gandhi está decidido a reducirlo todo a agua y lodo. Y temo que lo consiga. Reducir lo complicado equivale a destruirlo». Se guiaba por las premoniciones y su testarudez, que le permitió grandes éxitos como estratega político, llevó también
mera, describe su secretario Mahaved Desai. A veces se veía allí un taburete para uso de los que no dominaran el arte de sentarse sobre las piernas cruzadas. En su manía de coleccionar cosas inú tiles tenía el cuarto lleno de clavos, periódicos viejos o sobres usados. A las once de la mañana la choza se transformaba en comedor. Gandhi en persona supervisaba la alimentación. Leía el «Pensamiento del Día» del «Times» indio. Después de despa char la correspondencia echaba la siesta. Más tarde concedía en trevistas, tendido de espaldas y con una cataplasma de lodo en el abdomen, su tratamiento contra la hipertensión arterial. En los meses calurosos adornaba su cabeza con un vendaje de lodo. Luego se dedicaba a la rueca. A las cinco se servía la última comida en la cabaña cabaña y después despué s paseaba. Gandhi consideraba esta es ta hora como la más agradable.» Sardar Patel llamó «zoos» a ios «ashrams» fundados por Gandhi y para otros estas comunas es pirituales eran «asilos de alienados». Pero Gandhi se escandali zaba con las prácticas de los «sadhus», los santones en quienes vio a charlatanes espirituales. «Vio a hombres que torturaban su cuerpo para delicia de la muchedumbre inculta, escribe Ranjee Shahani. Un hombre yacía casi desnudo sobre un lecho de púas; otro estaba de pie, con una pierna atada a las ramas de un árbol; un tercero permanecía sumergido en agua de la mañana a la no che, y sólo se veía su cabeza y otros se mortificaban de diferentes maneras. Gandhi vio que ninguno de ellos tenía serenidad en el rostro, era evidente eviden te que actuaban actuaban para para la galería. galería. Les faltaba por completo el sentido de la santidad.»
años la había sometido a un exagerado cerco sexual; a partir de 1906 le impuso la continencia, quizá porque, como escribió Blake, «el camino hacia la moderación pasa por el exceso». En su lucha por aniquilar pasiones, inclinaciones, tentaciones con sumistas, impuso una dura ley de privaciones a los que le rodea ban. Una mujer europea que le conoció de cerca asegura: «En su presencia nadie actúa con naturalidad, todos tratan de parecer buenos. Algo espantoso. Gandhi fue un fracaso en su relación con sus hijos. Ante él se sentían horrorizados y se les trababa la lengua. Por alguna razón Gandhi se sentía culpable y quería ha cer aparecer culpables a los demás. En él estaba siempre la idea del pecado». Su mujer Kasturbai lloraba en silencio. La química del sexo preocupaba al Mahatma, le retorcía en inquietudes y sensaciones. «Sus cartas a una muchacha que había sido miem bro de uno de los “ashrams” son prueba fehaciente. En ellas aborda detalles que sólo puede permitirse a un médico de cabe cera o a un morboso. Su franqueza, cuenta un testigo, resulta perturbadora. Hubo quien le abandonó como protesta porque Gandhi dejaba que las mujeres se acercaran a él mientras el mé dico lo masajeaba totalmente desnudo. Aunque el médico se sentía escandalizado. Gandhi pasó por alto su objeción y conti nuó con esta práctica. Él, que quería ser el campeón del pudor, decepcionó a sus seguidores más puros. Si los alimentos y el sexo eran la obsesión de Gandhi, añade, no lo eran menos los ingleses a ios que admiró hasta el fin.» Pero éste no es el Gandhi glorioso y mitificado al que los defectos le hacen humano.
«Crear un número ilimitado de necesidades y satisfacerlas, escri bió Gandhi, me parece una ilusión y una insidia.» También en el aspecto de su visión de las aldeas, la potenciación del artesanado como ocupación de mano de obra sobre el gigantismo de los grandes complejos siderúrgicos gana terreno entre algunos eco nomistas enemigos de la economía salvaje y partidarios de una cierta civilización agraria y de las industrias pequeñas. Mientras tanto en la India, en el aniversario de Gandhi, los soldados dispa raban salvas; los millonarios enviaban unos millares de rupias a las asociaciones gandhianas para agradecer al apóstol de los po bres la bendición de su riqueza y durante unas horas hilaban en el artefacto del santo, la reliquia del Mahatma, y los defensores del control de natalidad dejaban por un día de regalar diafragmas o condones en honor del hombre que en 1906 hizo voto perpe tuo de castidad. Hasta los intocables reciben ese día un respiro al hostigamiento de las castas. Los que Gandhi llamó «harijans», hijos de Dios, no han mejorado sus condiciones de vida ni si quiera por la erosión a que el proceso industrializador ha some tido al sistema de castas, porque al cambiar algunas de las formas antiguas ha descubierto otras más ocultas pero quizá hasta más agresivas. Las formas se mantienen y pocos son los políticos que no visten el «khadi» aunque sea fabricado en Japón o utilizan su re cuerdo para las fortunas electorales. En esta relación Indira Gandhi es la que mejor suerte ha tenido, se llama como Gandhi sin tener ningún parentesco con el Mahatma. Todavía hoy hay
libros el Gita, el Nuevo Testamento o el de Ruskin Hasta el final o El El rein reinoo de los cielos cielos está está en ti de Tolstoi o su rueca o su dentadura postiza o su reloj inglés, es más cómodo como leyenda que como presencia viva. Su memoria lo permite todo, la conversión de los partidos en maquinarias de poder, la bomba atómica, las «guerras defensivas» una vez que sus cenizas se lan zaron al mar desde el vértice de la India en Cabo Comorin. Te nía razón, como escribió Nirad C. Chawudhuri, que no le había matado una sola persona «o una minoría reaccionaria de su pro pio pueblo sino un entorno geográfico, una sociedad, una tradi ción que actuó al unísono». Los que se decían herederos de Gandhi convirtieron el partido único en un aparato de ganar elecciones sin capacidad para gobernar al país. Un día en 1966 llegó Indira Gandhi y lo ocupó todo con mano de hierro. Desde entonces su carrera fue una sucesión de batallas contra el Parla mento, el Tribunal Supremo, el Pakistán, la vieja guardia del Congreso, la oposición, los periódicos hostiles, la rebelión maoísta de Bengala, las tentaciones secesionistas, los brotes de insurreción en Assam o el Panjab, las ambiciones, segadas en flor, de los jóvenes turcos. Indira, agresiva e inquieta, padece un sent’ iiiento de inseguridad y de persecución que el 26 de junio de .975 le empuj empujaa a declar declarar ar el estado estad o de exc e xcep epci ción ón.. En sus cartas desde la cárcel su padre el Pandit Nehru le puso en guardia contra los peligros del exceso de poder personal. Al citar una frase atribuida a Napoleón el Pandit Nehru escribía a su hija «amo el poder pero lo amo como artista, como un artista
dicho Indira Gandhi alguna vez. Nehru y Gandhi hallaron en la cárcel y en las cartas de reflexión escritas desde la celda, como B oezio oe zio,, la consolación consolació n de la filosofía. La cárcel, aunque breve fue también para Indira Gandhi en 1977 la señal del martirologio. «Me van a detener porque soy la defensora de los pobres» gri taba casi con desesperación en su recorrido de la India después de perder las elecciones. Merecía ser de nuevo la Diosa Durga a lomos de un tigre hasta que consiguió volver al poder. O yo o el caos. Esa filosofía le permitió detener de un golpe a 15.000 fe rroviarios o estallar la bomba atómica. La tentación nuclear es taba en el ánimo de los dirigentes políticos indios desde los años sesenta. Había que distraer unos cuantos miles de millones de la lucha contra la miseria para ingresar en el club nuclear, símbolo del prestigio internacional, el subimperialismo indio, la nueva muerte de Gandhi en el país de las 42 castas principales. A me diados de 1974 1974 las radios y los periódicos periód icos hablaron con júbilo del d el genio indio capaz de fabricar y estallar la bomba atómica. La India, mortificada por las las imágenes imágene s de miseria descubría descubría en aque aq ue lla bomba diseñada por el doctor Bhaba y sus discípulos la ca tarsis de su redención no lejos del enemigo tradicional, el Pakis tán. Para que el Mahatma Gandhi no sufriera demasiado, a la bomba la llamaron «ingenio» y la explosión fue sólo subterránea, o sea poco p oco peligrosa para para la atmósfera. Pero como com o dijo Indira Indira era un ingenio «con fines pacíficos». La idea final final la había había madurado madurado un año inseguro, 1971, cuando el doctor Bhaba había ya muerto
«una operación buena y limpia» a cien metros de profundidad en el Rajastán según la primera ministra. ¿Era la frustración de sen tirse mujer en una sociedad dominada por hombres la que le empujaba a declarar guerras, estallar «ingenios», encarcelar ad versarios o premiar a los secuestradores de aviones que protes taron contra los que llevaron ante los tribunales a su hijo Sanjay? Su padre Nehru gobernó el país en actitud contemplativa, con las dudas de un intelectual que fue capaz de escribir en un periódico de Calcuta y con seudónimo un artículo contra sí mismo y los peligros del cesarismo. Indira demostraba su espíritu pragmá tico, su idea de la Nueva India, su megalomanía, sus sueños de Juana de Arco, su predestinación, aquella obsesión por ser digna hija de Nehru que como él odiaba el ascetismo de Gandhi y la glorificación de la pobreza. Como Nehru su hija podría ser a lo sumo una aristócrata perfumada de socialismo que abolió los últimos privilegios de los marajás y nacionalizó los bancos, que condenó la intervención de los Estados Unidos en Vietnam pero no la de sus aliados soviéticos en Checoslovaquia. Un día Indira rompió con la clásica división de poderes y buscó un camino en la dirección opuesta a Gandhi, con el sentido de la jerarquía de una br-hmina encaramada al poder dispuesta a convertir aquel amarjo de castas, idiomas y dialectos, razas, confesiones religiosas en una potencia. No resultaba difícil descubrir al hablar con ella que el paternalismo y la piedad de Occidente hacia su país le hacían torcer el gesto. Ella hubiera quizá preferido mandar so bre el Japón pero a falta de un Imperio de gentes laboriosas, de
era el «tótem» de las nuevas generaciones. La industria pesada, la tradición hindú, la comodidad del sistema de castas se impo nían al heroísmo del sacrificio. Era el signo de los tiempos. M. L.
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El fakir desnudo Todos los días, cuando vivía en Calcuta, al dirigirme hada los parques mi mirada se detenía en la estatua de bronce de Mohandas Gandhi. Tenía la impresión de que la India, al cabo de los años, había convertido en estatua de sal al hombre que el poeta bengalí Tagore, el amigo de Juan Ramón Jiménez, llamó «Mahatma», o sea, Alma Superior. Los cuervos, los inevitables cuervos de la India, se habían adueñado de la estatua de Gandhi y se posaban posaba n sobre su cayado de bambú, sus gafas de montura de acero, su espalda encorvada, su taparrabos, sus orejas salientes, sus rodillas esqueléticas, sus zuecos de madera, su cabeza ra pada. Calcuta, «la ciudad de todos mis dolores de cabeza», como la llamó Nehru, la metrópoli de todas las miserias, aparecía en vuelta en una intensa capa de contaminación. La estatua de Gandhi se cubría poco a poco de un baño de anhídrido carbónico y la ciudad se movía en torno suyo con el delirio de la prisa, tranvías chirriantes que ding, ding, ding, atravesaban la
naxalitas quemaban sus retratos allí donde los encontraban; Indira Gandhi hizo estallar su primera bomba atómica en 1974, la fiesta duró más de una semana al cabo de la cual el pueblo pidió la de hidrógeno; los indios vendían su fecundidad por un transis tor, él que siempre combatió el diafragma, los anticonceptivos. Tres guerras estallaron entre los dos países que él nunca quiso separar, la India y el Pakistán. Los coches, los taxis conducidos por los barbudos siks, tan belicosos que pasaron a cuchillo en 1947 a trenes enteros, lanzaban de sus tubos de escape ráfagas de porquena sobre la estatua del «Bapu», el Padre «Gandhiji», que terminó por adquirir el color de los cuervos que la escoltaban. Por añadidura, los teóricos afirmaban que era el gran responsa ble de la crónica degradación de la India: había sacralizado la pobreza. Según George Orwell, Gandhi era «la aversión esté tica». El penúltimo virrey de la India, Lord Wavell, lo definía como «un viejo políticamente malévolo, astuto, obstinado, pre potente y en fin. con muy poca santidad dentro de sí». La figura del Mahatma, tan enemigo de la idolatría, sufrió tras su muerte en 1948 a disparos de la «Beretta» del extremista hindú Naturam Godse, la canonización de los retratos oficiales. Pero, cruel paradoja, las guerras contra Pakistán se habían he cho en su nombre y yo pude ver a los editorialistas de Nueva Delhi inflamados por la guerra contra Pakistán, expurgar sus es critos y elegir aquellas frases que más les convenían para conde nar al enemigo tradicional. En nombre de Gandhi, Indira, la primera ministra, justificó su tentación totalitaria y tan sólo los
Mohandas Karamchand Gandhi —el amor, la humildad, la «ahimsa», la no violencia—, la juventud india prefirió la rosa roja y agnóstica del Pandit Nehru, el intelectual educado en Harrow y Cambridge. Si Gandhi viviera hoy, me dijo uno de sus discípulos, Jayaprakash Narayan «hubiera ayunado hasta la muerte contra la corrupción y la terrible decadencia de valores en nuestro comportamiento público y político». A pesar de la traición de un continente, la historia no podía volverse atrás sobre la bondad de sus resultados: la independen cia había llegado sin el baño de sangre generalizado que espera ban todos y que el asesinato del apóstol el 30 de enero de 1948 logró evitar en una paralización de las tensiones. Por todo el ancho mundo se extendían hasta hoy sus armas no violentas, la resistencia pasiva o activa, las movilizaciones pacíficas, la fuerza del ayuno, las huelgas de hambre, la irradiación del espíritu, la fuerza de una autoridad puramente moral. En la inmensa India había perseguido desde su mansión de Calcuta hasta el lugar de su nacimiento en el Gujarat en su tumba en Rajpat a orillas del río Yamuna en Nueva Delhi, en la Casa Birla en la que fue asesi nado quince años después el fantasma de aquel hombrecillo frágil, contradictorio, malicioso, caprichoso, lleno de achaques pero dotado también de una milagrosa fuerza de voluntad que buscaba la paz en medio del desorden. Si el mensaje que había transmitido hasta su muerte a los 78 años (Oh Dios mío, «He Rama», exclamó al morir) estaba en baja en medio del volcán que era el mundo, su prolongación en la vida se podía descubrir
Shastri, un político de baja estatura, discípulo de Gandhi, que gustaba de vestir como él y seguía sus mismas o parecidas cos tumbres de frugalidad y hasta de ascetismo. Le llamaban «El Gorrión», y los espectadores se reían de él cuando aparecía en los noticiarios cinematográficos. Era la India que trataba de en gañarse a sí misma. Calcuta le había dado una respuesta a Gandhi por la otra vía, la ruda y tajante, la purificación por la violencia a finales de los años sesenta. Un día, en los muros del colegio Presidency, hogar de la joven intelligentsia bengalí, apa recieron pintadas de Mao Tse-tung. La consigna era aniquilar a los jefes de aldea y a los terratenientes, los «jotedars». Un viento de revolución cultural sopló desde las alturas de Naxalbari, en las sombras chinescas del Himalaya en el norte de Bengala. Un maestro de escuela llamado Charu Mazumdar conducía la re vuelta armada de los descamisados, de los campesinos sin tierra. La fragmentación de los comunistas en diecisiete partidos deci dió a Charu y a los suyos, armados de arcos y flechas, banderas rojas, azadas puntiagudas, cócteles Molotov, a acabar con el sis tema establecido, crear zonas liberadas, matar a los explotado res. El objetivo subliminal de los exaltados naxalitas o naxalbaris, como les empezaba a llamar la prensa india y la policía local, era el Mahatma Gandhi. No lejos del Presidency, Sanyal había tomado al Mahatma como sus compañeros maoístas, como un muñeco del pim pam pum: «Es un anacronismo, un payaso, el hombre que más daño ha hecho a la India, me decía, el hombre que ha impedido la revolución». El furor iconoclasta se desató
bló de «largas marchas», «tribunales populares», «aniquilación de las ratas latifundistas», «comunas de producción». De un len guaje entre Frantz Fanón y Mao Tse-tung y Lin Piao. Sanyal, el jove jo venn ingen ing enier ieroo burgués converti conv ertido do al naxalism na xalismo, o, ya no hablaba habla ba de los horizontes laborales o de los métodos tradicionales de lu cha política o del cine de Satyajit Ray. Siguió el mismo camino que su correligionario, el poeta Samar Sen, que un día nos dijo: «Mi poesía me aburre, no la escribo desde hace años y creo que no lo haré nunca más». Sanyal, de rostro muy moreno y pelo ensortijado con rastros de untuosa brillantina, no hablaba de un futuro de puentes o carreteras sino de la pura y simple revolu ción campesina de cuchillos largos, de bombas en el interior de las escuelas y de asaltos a las comisarías. La revuelta empezó el dos de marzo de 1967 aunque el partido comunista de la India (M de marxista) mandaba en Calcuta. En el curso de una mani festación pacífica pacífica de campesinos cam pesinos los soldados de la la Eastem Frontier Rifles abrieron fuego a discreción: murieron once mujeres y niños, entre ellos un recién nacido. Por eso ahora Sanyal, que había estudiado estudia do en Londres, L ondres, decidió volver vo lver a Calcuta Calcuta para para unirse al movimiento que convertiría al camarada Charu en el Gran Timonel de la India hasta poco antes de su muerte en 1973. Sa nyal era un criptonaxalita. Por las noches, armado de brocha y pintura desafiaba el «lati» de los policías para embadurnar las paredes de Calcuta con las frases escogidas del Libro Rojo. Bas taba según las consignas de Lin Piao, con liquidar a los jefes de las aldeas y a los enemigos de clase del proletariado rural para
tas, sus gritos no demasiado acompasados, sus voces débiles y subalimentadas y sus pancartas chillonas. Había quienes vivían de engrosar manifestaciones a cambio de unas rupias y unas anas. El Maidan era el lugar de las concentraciones y la calle Nehru, que todos llamaban Chowringhee, el paseo de las Mani festaciones y las sentadas. El espíritu de la «satyagraha» —de «sat» verdad y «agraha», fuerza— en el manual de Gandhi movía con con vigor vigor aquellos cuerpos cuerpos famélicos. faméli cos. Pero a fuerza fuer za de repe r epetir tirse se el el procedimiento había perdido su eficacia. El «hartal» gandhiano, la huelga general, se había transformado en algo así como una curiosidad turística. Calcuta, no lejos de la mansión en la que Gandhi se refugiaba para ayunar, meditar, era como un directo en el estómago, una estampa del Bosco, repetida en las aceras. Calcuta es el desagua hinterl erlan and d rural. dero del hint rural. Sus luces, mortecinas, atraen a los de pauperados hacia ese descenso a los infiernos de las aceras y las slums llenas de lodo. Aquí los estadísticos afilan calles de los slums p e r capita y sus armas. En la India se vive con seis, siete pesetas pe día. con más de ochenta millones de intocables, 40 millones de miembros de las tribus llamadas salvajes, siete millones de men digos, un millón de ciegos, medio millón de sordomudos y dos cientos mil locos de remate. Es, a los treinta y cinco años de la muerte de Gandhi y a pesar de los progresos, una humanidad en los escombros, perseguida por la explosión demográfica, la pla nificación casi imposible, el mal aprovechamiento de las tierras. Los virus flotan en el aire y las ratas roen los cables de los teléfo
tes, sus palacios Victorianos carcomidos de la plaza Dalhousie, sus escuálidas mansiones, su olor a «charcoal», brasero de car bón, a hojaldre hojaldre y pastel pastel recién sacado sacado del horno horno en los lo s soportales de la Nehru Road. Los ejércitos de ricksha rick shaws ws sudorosos tiran de sus carros y tocan sus campanillas al pasar por la estatua del Mahatma. El setenta por ciento de las familias viven en una sola habitación. El agua del Ganges está racionada, media hora por día. día. Existe Ex iste una mafia mafia del subproletariado, prestamistas, usureros afganos, que domina en las aglomeraciones de los suburbios, y hasta un racke rac kett de las basuras. La falta de un adecuado drenaje inunda de agua y lodo los cinturones de miseria y sobre la dudad maldita flota una cortina de deno que es la condensación de to dos sus humores. Para obtener una plaza en un transporte pú blico hay que luchar a brazo partido. Los tranvías se bambolean en su recorrido y los pasajeros se encaraman donde pueden para llegar a su destino. Calcuta, privada de la capitalidad de la India en 1911 y del yute de Bangladesh tras el «reparto Raddiffe», saca fuerzas de su flaqueza y se resiste a morir. Es aún el agente de circulación de las exportaciones del té del Assam y del yute, pero pierde bancos y textiles frente a la ofensiva de Bombay. Los maoístas del Camarada Charu supieron elegir el momento de su asalto a la gran dudad pero aunque decrépita, fétida y agoni zante, Indira Gandhi no podía perder Calcuta y los «maruaris», sus cerebros econ e conóm ómicos icos que hacen grandes grandes fortunas fortunas para para invertir las en otra parte, aún menos. Sus agentes se infiltraron en el mo vimiento revolucionario y aprovecharon la guerra con Pakistán
también aquí su sueño había sido traicionado. El impulso y la alabanza de la aldea había sucumbido al éxodo rural, a los cantos de sirena de la corte. Todos los años, unos doscientos mil campe sinos marchan sobre las aceras de Calcuta. Es la gran marabunta. Rene Dumont cuenta1por qué los campesinos prefieren abrirse camino en la gran metrópoli que pudrirse en sus aldeas. Ei campesino se instala en Calcuta, se hace peluquero pero no deja por ello de cultivar las tres hectáreas de terreno que deja en su aldea del Bihar en manos de sus jornaleros. Se lo puede per mitir porque gana diez rupias al día, cuatro veces más de lo que paga a sus obreros. Su mujer permanece con los hijos en la al dea. El peluquero vuelve con la cosecha, cuando el trabajo se paga más caro. ¿Por qué otros prefieren tirar de un carro de alquiler por ei que pagan cinco rupias diarias, correr bajo el monzón o quemarse las plantas de los pies en los días tórridos? Es la atracción de la gran ciudad. No importa que mueran a los treinta años de tuberculosis en alguno de los tres mil barrios de miseria de la capital de Bengala. A pesar de todo los sociólogos hablan de la vitalidad de Calcuta, de la «solidaridad de los po bres que la riqueza pervierte enseguida». Son tres las clases so ciale ciales, s, los que comen comen una, una, dos dos o tres veces vec es por po r día. D esp es p u és de la oleada promaoísta las aguas regresaron a su cauce, al someti miento, a la resignación. Ni siquiera quedaba el poso de la re probación gandhiana. Indira Gandhi lanzaba en 1972 su cruzada del "Garibi Hatao», la lucha contra la pobreza; pero sin reforma agraria, la abolición de las formas más opresivas de la explota
más de «honrar su memoria que de proseguir su labor»1. Los políticos han utilizado a Gandhi para justificar, en los medios rurales, en las aldeas perdidas, la opción de una India moderna que se aparta de su camino. Cuando el partido del Congreso se aferra al poder traiciona a Gandhi. Pero el Mahatma que no era un ingenuo, no se hizo demasiadas ilusiones al final de sus días, para que una vez lograda la independencia llegara la hora de la liberación de los hombres. Al fracasar su proyecto de un solo país y con la partición en dos del subcontinente, Pakistán y la India, al ver crecer en torno suyo las ambiciones de los políticos y la corrupción de los funcionarios y la violencia de los adminis trados, afirmó sin sin esperan esperanza: za: «El orden social de nuestros sueñ su eños os no llegará por medio del partido del Congreso». Porque Gandhi era con todas sus contradicciones, fijaciones y sus carencias, más un hombre práctico, práctico , un activista activista teórico que un filósofo: buscaba la verdad a través de la acción. «Juzgaba las teorías por los resul tados, escribe George Woodcock. Ponía a prueba sus ideas en la práctica y ésta le ayudaba a aclarar sus ideas hasta el punto que definía la vida como una serie de experimentos con la ver dad.» ¿Ha sido capaz el poder en la India, la «mayor democracia del mundo», como gustan de definirse los indios, de romper el tejido, el séptimo círculo del infierno de los intocables? Al mar gen de la política de gestos, una mala imitación de los impromtus de Gandhi y de una legislación desigual que no logra pasar de la teoría a la práctica, la posición de los intocables se ha movido
de Madras, a través de un proceso de concienciación y moviliza ción inspirado en la obra del brasileño Paulo Freire. Pero el testimonio del Mahatma iba a quedar sobrepasado, como él mismo imaginó y a los treinta y cinco años de su muerte, por el recrudecimiento de las tensiones y los enfrentamientos comunales al norte de Calcuta en el Assam, donde se dieron miles de muertos mientras se proyectaba la película Gandhi. Para entonces había muerto también su amigo, aliado, y admira dor. lord Mountbatten, cuyo yate voló con la dinamita del Ejér cito Revolucionario Irlandés (IRA). La filosofía antibelicista del Mahatma no tuvo mejor suerte: en 1983, de los 164 países de la tierra 45 vivían conflictos armados o guerras civiles, en total cua tro millones de hombres permanecían en pie de guerra con va rios millones de muertos, entre uno y cinco millones de cadáve res y el triple de heridos en combate. En el Oriente Medio ardían diez conflictos, otros tantos en Asia y África y siete en Latinoa mérica. El tráfico internacional de armas pasó de 6.000 millones de dólares en 1970 a unos 50.000 millones en 1980. Los destina tarios teóricos de la enseñanza de Gandhi, los países del Tercer Mundo,1 Mundo,1 empuja empujados dos por por los traficantes traficantes de la muerte mu erte firmaban contratos de armas por valor de 250.000 millones de dólares, que incluían la compra de 32.000 carros de combate, 55.000 piezas de artillería, 20.000 aviones, 1.200 navios de guerra y decenas de miles de misiles. Como triste paradoja, la teoría gandhiana era seguida con mayor rigor por las minorías occidentales en su lu zhz contra el proceso de nuclearización, o por Lech Walesa, que
los diarios indios recordaron los años aciagos, 1947-48, sólo que esta vez el hombrecillo de la rueca y el bastón de bambú no estaba allí para intentar que cesaran las luchas por medio de una huelga de hambre. Unas veinticinco tribus, muy distintas entre sí, habitan el Assam y a pesar de la fama que tienen los nagas de cortadores de cabezas y de la guerra constante que desencade nan a la autoridad central, los nagas y los mizos o los khasis son gentes, si se les sabe comprender, dóciles, inteligentes y hospita larias, como me aseguraban las misioneras españolas estableci das allí. Pero el Assam nunca había sido una región abierta y cómoda para Nueva Delhi. Para poder tomar el tren en la esta ción de Howrah en Calcuta, con dirección a Gauhati, Shiliong o Kohima se requiere cumplir numerosos trámites y pasar por su cesivos controles de identidad. Cuando por fin el permiso se obtiene, muchas veces con la ayuda del soborno, el tren o el avión nos conducen hacia la re serva natural de Kaziranga. Desde el bunga bu ngalow low nos llegan los aullidos de los animales en su caza nocturna, como Shere Kan, el tigre de Kipling, o los barritos de los elefantes en celo. La noche es larga en el Assam. De un momento a otro se espera la carga frontal de un rebaño de búfalos salvajes o el comienzo de una noche de cuchillos largos. Después de recorrer la jungla a lomos de elefante con ayuda del «mahut» y de atravesar los campos de té, el director de la reserva nos ofrece el libro de la selva, donde apuntamos el nú mero de los tigres, elefantes, leopardos, búfalos o rinocerontes
dos pueblos, el pakistaní y el indio, que el Mahatma, ante la intransigencia del elegante y fanático Ali Jinnah y el Pandit Nehru y los hombres del partido del Congreso, no había logrado convencer con sus métodos. En la guerra de Bangladesh, el Mahatma fue de nuevo asesinado y a través de aquel paisaje humano martirizado pude seguir el paso, desfalleciente, de mi llones de personas desde el Pakistán Oriental hacia la India en uno de los movimientos migratorios más aparatosos que re cuerda la historia. Los refugiados dormían en el interior de los tubos de uralita y no bastaba el ánimo de las monjas de la madre Teresa para aliviar el dolor de las víctimas del éxodo. Pasó el tiempo y muchos de los bengalíes del otro lado, a pesar de la independencia de Bangladesh, «Joy Bangla» gritaban eufóricos los guerrilleros que expulsaron a los militares pakistaníes, se quedaron en el Assam con la sana e imposible intención de inau gurar una nueva vida. La penuria de las dos Bengalas, tierras inundadas o resecas según los caprichos del monzón, hambru nas. epidemias, presión demográfica imparable, empujaron poco a poco hacia las alturas a las nuevas legiones de bengalíes. Para ellos el Assam era Eldorado y la fiebre del oro era susti tuida por la fiebre de las plantaciones de té, el olor del petróleo, los comercios prósperos. Los asameses vieron que aquella emigració::, propiciada por la autoridad central, podría desnaturali zar una cultura y una economía privilegiadas en comparación con el resto de la India. Esta masa de inmigrantes formaba tam bién una fuerza electoral. Los bengalíes, estómagos agradecidos
Roncesvalles en 1662. Luego lograron abrirse paso los birmanos y en 1825 los ingleses. Con el Imperio llegaban el té a horas fijas, el cricket, el whisky y las legiones con sus gaitas escocesas. Si los ingleses se llevaron el mejor té cultivado en terrazas recibieron por añadidura en su lucha contra el nazismo un inesperado re galo de las tribus nagas: en 1944 detuvieron el avance japonés que apuntaba a Calcuta y más tarde ayudaron a los aliados en su guerra de guerrillas y en las operaciones logísticas con la China nacionalista contra el enemigo común, las tropas de Hiro Hito. Por aquellos paisajes, las bellas y sinuosas rutas de montaña, los atardeceres frente al Himalaya, las canciones corales de la cosecha del té, el templo de Pahdan, donde se supone que Buda alcanzó el nirvana, allí donde hemos visto a los jaintias bailar el «laho» al son de los tambores, se tiñeron de sangre. A pesar de la opinión y las tesis de Mohandas Gandhi, el imperio se dividía en tres con la independencia del Pakistán (partido en dos al este y al oeste) y la India. Las guerras de religión estallaron en todo su furor y el viajero escucha todavía hoy la narración en Shillong o Calcuta de aquellos episodios de odio y violencia que el Mahatma lograba detener en ocasiones. Con la docilidad del encantador de serpientes hipnotizaba con su flauta a la cobra real. Los hindúes arrojaban huesos de cerdo a las mezquitas y los musulmanes y los siks forzaban a sus víctimas hindúes a comer carne de vaca. Desde la colina del Nilachal la diosa Kali distribuía sus poderes y mandatos de destrucción más allá de su objetivo real, la exterminación del demonio, hasta al
en sus danzas a los animales salvajes. El viajero toma una infu sión del té local, variedad «tang» o bouquet bouq uet servida con la son risa en los labios; pero las elecciones de 1983 trajeron la des trucción y la muerte ritual a bastonazos, golpe de azada con pun tas en forma de dientes de tigre, a orillas del Brahmaputra, el río del hijo de Brahma. Un periódico de Calcuta titulaba por aque llos sangrientos días de Assam: «¡ Vuelve Gandhiji!». Pero ¿qué puedo vo hacer? «Kya karun?» se preguntaría si volviera a la vida el hombrecillo místico y reformista al que Churchill llamaba con desprecio «Ese fakir medio desnudo».1Su presencia, mágica en Noalkali en medio de la agitación detuvo en el aire los cuchi llos. Después, el silencio, la peligrosa deificación, el mito, la apropiación indebida. «Lo único que queda de Gandhi en el par tido que gobierna es el nombre de la primera ministra», me dijo en su residencia de Delhi Krisna Menon. Una ironía más del que fue ministro de Defensa con Nehru porque, como es sabido, Indira Gandhi, hija de Nehru, utilizaba el nombre de casada tras su matrimonio con Feroze Gandhi, del que más tarde se separó. ¿Era la bomba atómica la única solución para la India?, como expresaban con brutalidad en los cócteles de Nueva Delhi dise ñada por Sir Edward Lutyens las clases privilegiadas, insatisfe chas con su patria y dispuestas a abandonarla como las ratas de un barco a punto de hundirse. O el estereotipo del diplomático norteamericano que Ved Mehta cita en su libro The new India2, que afirmaba sin rubor: «Si el indio medio tuviera que escoger entre el hambre y que su país no tenga armas nucleares escogería
cosechas. «La única respuesta posible, afirmaba un indio occidentaliz den talizado ado,, «es salir a la calle con un Martin Martinii en una mano y una una granada en la otra.» Pero la India, como Calcuta, es, en palabras del que fue em bajador de Kennedy en Nueva Delhi, John Kenneth Galbraith, «una anarquía que funciona». El propio Gandhi había definido a su país como a coun co untry try o f nonsense. ¿Qué había sido de su testa mento men to al cabo de los lo s años? Sus discípulos recorr recorrían ían sus caminos cam inos y predicaban su evange evan gelio lio.. Por eso un día tomé el prime primerr tren en la estación de Calcuta abriéndome paso entre vendedores de «chapattis», dulces apergaminados y plátanos a la plancha y me dirigí a una región que había conocido y recorrido bajo la calcinación y el hambre, el Bihar. Allí estaba un hombre de barba blanca, anciano y descalzo, llamado Vinoba Bhave, el representante vivo del «Bapu» en la tierra.
2 La caricatura sagrada El Bihar es un estado sin redención posible, un mito de Sísifo convertido en tierra. Desde el tren, mientras leía a ratos el Bha gava ga vadd-Gi Gita ta,, el libro predilecto de Gandhi, pensaba al contrastar los textos sagrados con el paisaje gris polvoriento del Bihar (de vihara, monasterio budista) la distancia entre la épica de los li bros sagrados del pasado imperial de Madasha, una epopeya ba rroca y la realidad de aquellos campos agostados, donde en épo cas de hambre los niños comen la tierra (Josué de Castro) para buscar las vitaminas necesarias. El venerable del Gita desgra naba sus pensamientos: «Esta es la ciencia suprema, el misterio supremo, el sacrificio más elevado, fácil de comprender, reli gioso, muy fácil de practicar y eterno. Los hombres que no tie nen fe en esta religión, joh tormento de tus enemigos!, retroce den sin poder alcanzarme y continúan dando vueltas en el mundo de la muerte. En mí están todos los seres».1El panteísmo del libro sagrado invade al viajero, sin embargo el paisaje que
vuelve a la realidad y al presente. El canto del Bienaventurado, el Bhagavad-Gita Bhagavad-Gita es una parte de la epopeya del Mahabarata, su libro sexto, setecientas estrofas. El príncipe Arjuna y Krisna, el octavo avatar de Visnú, dialogan sobre el mismo campo de bata lla. Para unos es un tratado de la violencia, para otros incluido Gandhi. un canto a la reflexión sobre la paz y la inmortalidad del alma. El príncipe desfallece sobre su carro de guerra pero sigue los consejos de Krisna y regresa al campo de batalla. Un teoría de casuchas de adobe desfila a nuestro paso. En las paredes los campesinos despliegan la etiqueta de su miseria, la bosta, el ex cremento del ganado pegado a las paredes de forma simétrica. Es el combustible de la India, la etiqueta del Bihar que Vinoba recorre desde hace muchos años. El espejismo de la religión manda sobre todas las demás circunstancias del hombre, apaga sus pasiones. Cree en los dioses del cine y en Krisna que es el justiciero justiciero,, el dios dios bueno que habla a través del d el Gita: «Cuando se produce la decadencia de lo justo y se exalta lo injusto, entonces aparezco yo para proteger a los buenos, destruir a los malvados y restablecer la justicia, para eso y para nada más regreso al mundo de cuando en cuando». Gandhi y Vinoba son los repre sen tantes tantes de Krisn Krisna. a. Vinoba Vin oba fue eleg el egid idoo por p or Gandhi Gan dhi en plen p lenaa campaña de desobediencia civil como el «“satyagrahi” número uno». Era un peripatético, el protagonista, con el Mahatma, de una larga marcha no violenta a pie y de aldea en aldea. A su paso ios intocables le reclamaban tierras. Vinoba se las daría a través de su movimiento, el «Bhoodan», la donación de tierras. En sus
donde incineraron el cadáver de Gandhi. Vinoba tenía entonces cincuenta y siete años y pesaba cuarenta y cinco kilos, la barba entrecana y anteojos Gandhi. Poco después Vinoba volvió a los caminos entre canciones y toques de tambor. Era el tam tam del Bihar. «Ha venido el dios que reparte tierras.» Sus palabras te nían el tono del ideario y los aforismos de Gandhi. «Un sediento que tiene ante sí un vaso de agua clara no beberá de la turbia. Los comunistas empiezan por matar a la gente para luego dictar leyes draconianas, pero yo quiero empezar por la misericordia. Yo quiero provocar una revolución en tres etapas. Primera, esti mular los sentimientos del pueblo, segunda, cambiar sus modos de vida y por último, modificar las estructuras sociales de nues tro país.» Eran muchos los que le invitaban a la acción directa desde el gobierno. Pero como Gandhi, su discípulo rechazaba la vía polí tica: «Si hay ya dos bueyes uncidos al mismo yugo, ¿por qué uncir un tercero? Yo puedo ser de más utilidad preparando el camino para que la carreta pueda avanzar en la dirección co rrecta». El recién llegado embajador norteamericano Chester Bowle Bo wless aplaudía con entusiasmo entusia smo el trabajo y las rutas rutas morales de este «esmirriado activista no violento», que con sus ejércitos agrarios de tres en fondo irrumpía en los campos recuperados a los señores feudales precedido de una yunta de bueyes engalana dos con guirnaldas de flores y uncidos a un arado para abrir sur cos en la tierra. Una joven india de dieciocho años envía una carta a su madre, amiga del embajador de los Estados Unidos,
setecientas mil aldeas indias. Los paseos de Vinoba, como los de Gandhi, se convertían de esta manera en sucedáneos de la au téntica revolución verde, de una reforma agraria en profundi dad. La India, como el Bihar, era más que nunca un país rico en recursos habitado por pobres de solemnidad. Las vacas sagradas, 67 millones, apenas daban 365 litros por año, menos que el pro medio español. Los problemas de irrigación, de fertilizantes, de productividad por hectárea, el paro, la desnutrición, no los re solvía Vinoba con sus incursiones en el Bihar. De las 800.000 hectáreas que le habían prometido sólo logró distribuir 56.000 en pleno clímax de su campaña, 1954-56, y gran parte de ellas po bres, arenosas. La campaña de Vinoba no era un remedio y la solución estaba, como siempre, en manos de Dios, de la oligar quía rural y de los usureros: la población sólo comía regular mente a lo largo de cuatro meses por año. Era, por lo demás, la perpetua carrera en la llanura indogangética de la producción contra la explosión demográfica, del hambre y la usura contra la supervivencia. Mi entrevista con el discípulo de Gandhi, Vinoba Bhave, cerca de Patna y a orillas del Ganges, adonde me llevó un pai sano jesuita, el hermano Uñarte, no arrojó demasiadas luces so bre la eficacia de estos métodos de redención y justicia. El perso naje, rodeado de acólitos arrogantes, carecía del sentido del hu mor y el carisma de Gandhi. Era su repetición mala, su calco en serie. letanía letanía sin sin fuerza. fuerza. La La India India se sometí som etíaa a sus mitos mitos y a lo loss fenómenos naturales, que le habían apartado, según René
desde 1951 1951 a razón de unos veinte ve inte kilómetro ki lómetross diarios para para pedir pedir a los que más tienen que se desprendan de lo que les sobra, de lo superfluo. Yo soy partidario, como usted sabe, de la “ahimsa”, de la no violencia y lo que he obtenido por medios pacíficos ha sido, con mucho, muy superior a los esfuerzos que he desarro llado y por los que Dios me ha recompensado ya con abundan cia.» El santón errabundo se dirige luego a los modestos propie tarios de tierras, más generosos que los «zamindaris», para de cirles: «He venido a robaros con amor. Quiero ablandaros el corazón para que cedáis las tierras que os sobran a aquellos que no tienen nada». A los jóvenes simpatizantes de los naxalitas de la Universi dad de Calcuta esta música les sonaba a puro patemalismo. «A Vinoba Bhave, me decían, sólo le han regalado tierras impro ductivas y así los latifundistas han hecho méritos ante el Go bierno y ante su reencarnación y de paso han tranquilizado su mala conciencia.» Vinoba es ajeno a las críticas. Parecía por en cima de lo divino y de lo mundano. «Me levanto a las cuatro de la mañana, me decía. Dedico las primeras horas a mis rezos y después después leo le o o medito m edito y recibo visitas, visitas, dialogo con los pobre pobress y los campesinos hasta las seis de la tarde. Almuerzo hacia el medio día, fruta, papaya con azúcar sin refinar y leche cuajada. Ese es mi menú del día.» El mismo más o menos que el de Gandhi. Al igual que el Mahatma su discípulo parecía un hombre más de obsesiones que de ideas. Su misión en la tierra era la de devolver a los hombres a las llanuras, a la religión «del polvo y la po
el voto de castidad y el celibato. Limpiaba las letrinas como Gandhi y se dejaba tocar por los parias; pero, sin dudar de su sinceridad o de la de los que le seguían, sus prédicas sonaban a indulgencia y exotismo espiritual. Una de las discípulas de Vi no va. que le había hecho entrega de su fortuna y caminaba con él por los senderos del Bihar. se quejaba a Ved Mehta porque se veía obligada a preparar su propia comida todos los días: «Todos saben, decía, que los musulmanes y los “harijans” (intocables) son sucios y tienen malas costumbres». Es el esnobismo espiri tual en movimiento, el éxtasis de la identidad religiosa en dos vertientes: el Gram-Raj, el autogobierno de la aldea, y el Ram-Raj, el nirvana, el reino de Dios alejado de las disputas y ambiciones terrenales. ¿Cuánto tenían los apóstoles de Gandhi de la definición que Cioran da de la santidad en sus «Aforismos de la amargura»? «Esa santidad que me escalofría, esa injerencia en los males y dolores de los demás, esa barbarie de la caridad, esa piedad sin escrúpulos...» Después de su almuerzo frugal y de su diálogo con los «ha rijans», el profeta del Ganges reemprendió su camino hacia otra aldea vecina. Su paso era a ratos vacilante, de un calculado des mayo. Es cierto que parece más una mascota que un mahatma. Un símbolo anacrónico más que una ideología o un programa personal. Su carisma, su defensa dialéctica era su ancianidad. Los viernes guarda silencio como el Mahatma, pero el sábado lo rompe para apoyar la suspensión de la Constitución y la declara ción por parte de Indira Gandhi del estado de emergencia. Los
ción a la figura de Bhave, el saltimbanqui de Dios? El ruido, la distracción de las masas que apenas escuchan al apóstol pertur badas por el mito, las malas comidas, la improvisación, el guiri gay. Es más un maratón olímpico, una «perversión del “dharma”», sin contenido espiritual que un testimonio fecundo y —lo que era más más necesar nec esario io antes de su muerte a los 88 88 años o su aban dono de la carretera— una visión práctica, duradera, eficaz. Es una parodia de Gandhi. Usa de sus mismas técnicas de lucha pero ha olvidado el sentido último de las huelgas de ham bre o de los obligados silencios del Mahatma, que en 1947 iba de conflicto en conflicto como un bombero de la fe para apagar todos los incendios de las guerras de religión entre hindúes y musulmanes. La última huelga de hambre de Vinoba Bhave en 1976 tenía una razón bastante menos metafísica , simplemente protestaba porque los carnívoros mataran las vacas sagradas para comérselas. En eso había quedado la filosofía del primer discípulo de Gandhi mientras Indira («Indira es la India, la India es Indira», gritaban los partidarios de la hija de Nehru), encarce laba a la oposición, cerraba periódicos, amordazaba periodistas, incendiaba suburbios como si la simple eliminación formal de la miseria acabara con sus raíces. Indira quería entender la pobreza como «maya», o sea ilusión. Con la ayuda de su hijo primogénito Sanjay, «el príncipe heredero», emprendió una violenta cam paña para recuperar el tiempo perdido y sacar al indio de su «mundo interior», de las pasiones de la especulación, de los uni versos metafísicos. En el otoño de 1975, la India se disponía a
cuta, en las playas de Kerala, en la Marine Drive de Bombay, Indira recordaba a su pueblo cómo debía comportarse por medio de estas lecciones, breves epístolas morales. La primera ministra utilizaba a todos los monstruos sagrados de la revolución, in cluido Gandhi, para justificar su «golpe de estado» de junio. Hasta Vinoba Bhave vino en su ayuda: el estado de excepción, la suspensión de la Constitución sólo podían interpretarse, según el heredero espiritual de Gandhi, como una «era de la disciplina». A lo que un ciudadano indio respondía desde Europa en una carta enviada a un periódico: «¿No justificó Adolfo Hitler su política diciendo al mundo que Alemania necesitaba una buena dosis de disciplina?» La oposición, paralizada, respondió con ti ros por elevación, entre ellos los poemas sobre la libertad de Tagore, «el de inmenso corazón», como le llamaba Juan Ramón Jiménez. De los 580 millones de habitantes que entonces tiene la India sólo ocho o diez participan de las preocupaciones políticas. El resto votan en las elecciones de acuerdo con las recomenda ciones de los «zamindaris», los terratenientes, o a cambio de unas rupias de los agentes de los partidos. Era inútil, por tanto, preguntar a estos ciudadanos indios su opinión sobre el MISA (Mantenimiento de la Seguridad Interior), que envió a la cárcel a miles de personas. Yo no lograba detectar en los grandes núcleos urbanos aquella pasión por el debate en la calle o las salvajes polémicas entre los editorialistas. Ni las manifestaciones tradi cionales. La burguesía vivía amedrentada, con miedo a exhibir sus riquezas. La majarani de Jaipur seguía en la cárcel, aunque
las canchas de palacio y luego tomaba su avión personal hacia Nueva Delhi para intervenir en un debate parlamentario. Era diputada por el partido conservador Swatantra. —¿Sabe cómo la llamaban los periódicos ingleses? —me de cía el marajá en su gabinete privado de Jaipur—: «La mujer que se atrevió a desafiar a Nehru». La hija de Nehru la envió a la cárcel y ese día murieron un poco más los privilegios de los marajás. Gayatri fue detenida en 1975 acusada al parecer sin pruebas de tráfico de divisas. La be lla mujer cuyos perros bebían agua de Evian entró a los 60 años en una cárcel junto a ladrones y prostitutas. «Es un error, error, permí tanme llamar a mi abogado» dijo cuando la detuvieron. No hubo permiso. Ingresó en la cárcel como prisionera de la clase C. Más tarde pasó a la clase A, era un privilegio, compartía la celda con solo un prisionero y pudo utilizar el W.C., reservado a ios con denados a la horca. La majarani cayó enferma pero Indira no permitió que los médicos la visitaran hasta que firmó un docu mento según el cual apoyaba el programa de 20 puntos de la primera ministra. Gayatri cree que se trató de una venganza per sonal. —No quiero ser primera ministra de la India —me decía la majar majaran ani— i— . A lo que q ue aspiro es a demostrar desde la oposición que los métodos de los Nehru son los del socialismo de la miseria. La majar majarani ani formaba, como com o los «sadhus», los dioses vengado vengado res, el Ram R amay ayan anaa o el Gita, los naxalitas, Gandhi o Nehru, parte de la India. Los rusos blancos huidos del Palacio de Invierno
«Aplaudamos y cantemos formemos un alegre círculo. Dios nos ha traído sano y salvo a nuestro dueño con preciosas lecciones aprendidas.» Según E.M. Forster, que fue su secretario particular, el marajá de Dewas era un santo varón se le mirara por donde se le mirara. Demasiado santo para gobernar aquella tierra en la que los brahmanes despreciaban al príncipe porque su madre ardiera en la hoguera del «sati», en la pira funeraria de las viudas. En la memoria de Forster «era una tierra de mezquinas traiciones y de reptiles que se mueven con excesiva cautela para hacerse daño mutuamente». Mientras Dewas se empobrece y la corrupción se extiende sin remedio, el marajá Rao, como un «Gatopardo» hindú reflexiona sobre la inevitabilidad del cambio. Era un prín cipe deseoso de afecto, pero al mismo tiempo demasiado orgu lloso para pedirlo. El ateo primer ministro Nehru había dicho en alguna ocasión que el peligro de la India era la deificación de la pobreza. Y la sacralización de Gandhi. El Mahatma logró convertir en sagrada la pobreza, «en la base de toda la verdad, en la única propiedad de la India», como escribe V.S. Naipaul, el indio de TrinidadTobago. Junto a este culto ininterrumpido a la pobreza subsistía la India impúdica de los marajás, muchos de ellos reducidos al avatar» de simples y dolientes hidalgos cuando el Gobierno central les retiró los subsidios o los castigó con el rejón de los fuertes impuestos. Hoy se les puede encontrar en los salones de
tad de España o tan diminutos como San Marino. Eran, según el tamaño de sus posesiones o el origen de su casta, marajá (gran rey), nizam (organizador), nabab (gobernador), rajá (jefe de Es tado), rado (duque soberano), sirdar (conde o barón), takjur (señor del feudo fe udo hereditario). heredita rio). Los ingleses los clasi clasific ficaro aronn en una estricta jerarquía y disponían de más o menos salvas de cañón según su rango, entre nueve los más bajos y veintiuna los de mayor alcurnia. A cambio de la cesión del poder absoluto en sus regiones, los marajás fueron aliados fieles de los ingleses. Esto no impidió que el marajá de Dewas dijera un día a sir Malcolm Darling, su tutor: «Tenemos la impresión de que los ingleses que viven en este país no pertenecen a la clase más aristocrática». A pesar de todo, el marajá de Baroda Sajaivi Rao, que leía a Platón en griego, saludó al príncipe de Gales con disparos de un cañón de oro macizo que pesaba 126 kilos, antes de alzarlo a la «howda», el palanquín también de oro, a lomos de un elefante alimentado con caña de azúcar y una pinta de jerez al día. Su palacio de Lamski era inglés desde la decoración hasta el último mayordomo, salvo el chef, que era francés y los conductores, que que eran eran italianos. Los inglese ing lesess adiestraban a su su ejército y la lencerí lenceríaa de mesa se fabricaba en Belfast. El marajá de Baroda sabía unir la cultura y el lujo al sentido de la caridad, un comentario inteli gente sobre Jeremy Bentham con su amor obsceno por las pie dras preciosas. Cuando alabé al difunto marajá de Jaipur el número y la prestancia de sus elefantes me respondió, con esa calculada mo
dad, los ejércitos privados para asegurarse la estabilidad del im perio. Lord Mountbatten, virrey de las Indias, les convenció para que fundieran sus estados con las nuevas naciones indepen dientes, la India y el Pakistán, para conservar así una parcela de su autonomía local. Llegaban tiempos duros y el nuevo orden político impuso el olvido de las extravagancias y los derroches del pasado. Los príncipes se presentaban sin rubor a las eleccio nes de la India democrática. El inmenso electorado indio era poco permeable a las ideas y a las técnicas de la democracia. El marajá de Cachemira, Singh, llegó a ser ministro y otros veinti cinco accedieron al Parlamento. El marajá de Bikaner, diputado a la Cámara Baja, afirmó, con la conciencia de que los tiempos habían cambiado: «Soy un indio más». Los maraiás habían mandado como señores absolutos, con sus soldados propios, sus orquestas propias, sus tribunales pro pios. Un marajá ordenó a su orquesta que tocara todas las no ches sin parar porque esta explosión sinfónica era la única ma nera que había de serenar su sistema nervioso. Fueron perso najes caprichosos y excéntricos aunque leyeran a Platón en griego. El de Patiala coleccionaba coches y compró 32 Rolls Royce. El de Baraptur se bañaba en su piscina con cuarenta chi cas desnudas provistas de velas: la que lograba que su vela no se apagara compartía esa noche la cama del príncipe. Tenía una inmoderada pasión por la caza. El de Bikaner disparó 11.000 cartuchos en una cacería que duró varias horas. El príncipe per seguía al antílope negro desde uno de sus Rolls descapotables,
elefantes, 2,8 vagones de ferrocarril privado, 3,4 Rolls Royce y un palmarés de 22,9 tigres abatidos.»1Las intrigas entre las favo ritas causaron catástrofes financieras, reveses políticos y la neu rosis profunda de más de un marajá. La única que burló las re glas de palacio y dominó a las demás favoritas fue, como cabría esperar, una española, Anita Delgado, bailarina malagueña amiga de Valle Inclán, casada con el marajá de Kapurtala, el dueño del topacio más grande del mundo. Cuando el autor de Divin Di vinas as pa p a la labb ras ra s trata de convencer a la madre de la bailaora de que le deje marchar a la India ésta le responde: «Zí, señó, tanto dinero dinero com co m o ofrec o frecee ese e se rey moro por mi Anita Anit a no deja de de ser ser una tentasión. Pero, ¿y la jonra?». Se habían conocido en un frontón de Madrid. La boda se celebró en Kapurtala y vivieron felices dieciocho años hasta que Anita, según cuenta en su libro Jack Lord, se la pegó con el nizam de Hyderabad. Aunque muchos muchos de los príncipes esperan todavía el visto bueno del astrólogo para entrar con bien en palacio, la nueva India les ha exigido una urgente adaptación a las circunstancias. Hoy los semidioses son plebeyos, ministros o diputados, han convertido en taxis sus «Rolls». Son industriales, militares, granjeros, cazadores profe sionales, productores de cine o viven del turismo, de su apellido, de los ritos de palacio, de una leyenda cuantificada en citas para cicerones. Han vendido, por unas rupias, entradas para visitar sus palacios, y el guía desgrana las estadísticas (en la India la estadística es la medida de todas las cosas) de la pasada opulen cia, miles de tigres muertos en cacerías, kilos de jarrones de Sé-
chos de las oficinas de los grandes industriales como los de Tata o los Bir Birla la.. «No «No se se puede luch luchar ar con éxito éxi to contra las nuev nu evas as fuer fu er zas si se imita al avestruz», había dicho sir Mirza Ismail, primer ministro de Mysore antes de la independencia. Tardaron años en hace hacerle rle caso. caso. La majara ajarani ni de Jaipur Jaipur escribió escribió en la cárcel cár cel de Tihar sus memorias. La prisión se convertía de nuevo y en sentido con trario al de Gandhi —pasó seis años de prisión, Nehru más de diez años entre rejas— en el símbolo de una clase social. La altiva hija de Nehru pasaba así la factura a los semidioses y con vertía en ministros a los que habían aceptado el cambio. El Mahatma Gandhi, con su culto a la pobreza, sus pies desnudos, su «dothi», el taparrabos de algodón y su horror al lujo, los había condenado a muerte.
3 La noche oscura Hay una fotografía para la historia de una niña de ojos gran des y oscuros, pelo lacio y nariz larga y fina al pie de la cama de Gandhi. Es Indira a los nueve años. Con el tiempo la hija única de Nehru intentaría romper con los beneficios-maleficios, sobre naturales y humanos del fakir semidesnudo envuelto en una tú nica de algodón. Su irresistible ascensión comenzó como minis tra en la guerra entre India y Pakistán de 1965. —Yo he tratado de seguir, me decía en un palacio de Cache mira, los consejos de mi padre, el ejemplo de Gandhi adecuado a mi personalidad, a mi realidad política. Mi padre, en sus cartas desde la cárcel, me recordaba siempre un deseo de emulación que sentí desde muy niña: parecerme a Juana de Arco; algo ha bía ya en mí que me predestinaba hacia una dedicación a mi país a costa de los sacrificios que fueran necesarios. Mi padre me decía: «Siempre que dudes deberás actuar de frente, sincera y abiertamente. Nunca hagas nada en secreto. El miedo es mal
cias marcan y soy sin duda hija de ellas. Sí, soy organizada y voluntariosa pero no orgullosa ni atea, ni fría como un tém pano, como dicen algunos. Que no me guste visitar los templos para rezar en ellos no significa que no tenga una idea propia de lo que es la religión. ¿Orgullosa? Esa es una acusación que también recayó en mi padre. Yo he seguido siempre mi camino y mantenido mis decisiones cuando Feroze Gandhi y yo nos casamos en 1942. Cuando anuncié mi boda rompí con todas las reglas del hinduismo, de la tradición social. El consejo paterno, «sé valiente», la condujo hasta los días gloriosos de la batalla de Bangladesh. Más tarde, al ingreso en el club nuclear en mayo de 1974, cuando sus sabios de Trombay hicieron estallar la primera bomba atómica india en algún lugar del desierto del Rajastán. Era la bomba de los pobres en uno de los períodos más sombríos de la historia de la India, en plena alarma roja de la crisis alimenticia. Indira se había gas tado 173 millones de dólares en el desarrollo nuclear, nueve billones de dólares en defensa, doscientos millones de dólares tan sólo en el programa de viviendas. Prefería la ciencia nuclear d ia ciencia de la paz del Mahatma Gandhi, el futuro nuclear a la revolución agraria, a la utopía de la aldea del Mahatma. La explosión de aquel ingenio nuclear revolvió el corazón de los gandhianos puros. Ved Mehta recoge en su libro la protesta de un funcionario retirado, M.C. Chagla, que habló en Ahmedabad: «Amigos, vivimos en un país al que llaman la tierra de üaiidhi. Gandhiji logró no sólo nuestra liberación del Impe
neo, basado en las reglas de la antigua convivencia de los asce tas de la revolución. Indira Gandhi, acosada desde los editoriales de los periódi cos y la intelligentsia liberal, decide un día de 1975 que las liber tades de pensar y expresarse son lujos burgueses para un país tan pobre. De acuerdo con esta manera de pensar, cierra periódicos y revistas, implanta la censura y se abre así para la India un túnel del tiempo orwelliano que duró diecinueve meses. La Empera triz triz se quedó que dó sola, mal aconsejada, aconsejada , hasta hasta que cometió el último e imperdonable error atribuible a su debilidad de madre: creyó que su hijo Sanjay, fracasado constructor de coches utilitarios, marca Maruti, según el nombre del dios del viento, serviría para prolongar la dinastía de los lo s Nehru. Neh ru. Sanjay trató trató de cam cambia biarr com pulsivamente el mapa social de la India con la destrucción física del chabolismo, sin viviendas de repuesto, las esterilizaciones obligatorias y masivas, «más árboles y menos niños», mientras que su madre, que mantenía muy firmes sus pasiones políticas, dirigía los pasos de su audaz heredero con el mismo cuidado con que Nehru había dirigido los suyos. En pleno estado de emer gencia mis crónicas desde la India debieron pasar los filtros de la censura y se me obligó a firmar un documento por el que me comprometía a no burlar las medidas de los censores. Nirmal Verma, un discípulo de Gandhi, escribió en el último número de la revista «Seminar», «Semin ar», cerrada por el gobierno: «Durante las las dos o tres últimas décadas, los que controlan los medios de informa ción no han conocido la experiencia del sufrimiento de los cam
prensa prensa y los derechos básicos básicos del ciudadano de d e tener libre acceso acc eso a todas las fuentes de información son simples “valores burgue ses" que pueden sacrificarse en beneficio de algunos míticos pro gresos, significa caer en otra forma de error, de engaño. Todos los proyectos de “reforma revolucionaria” se convierten en ins trumentos de opresión si al pueblo para el que están diseñados se le priva del derecho a juzgar o comentar en base a su experien cia. Lo que hay de común entre las sociedades evolucionadas de Occidente y los países pobres del Tercer Mundo es el supremo valor que conceden a la conciencia que el hombre tiene de sí mismo. No se podrá legitimar ninguna decisión del poder estatal que viole la realidad de esta conciencia, forzando al hombre a vivir en la realidad de los demás, una realidad censurada». La India con que me encontré en el estado de excepción de 1975 era dual, contradictoria. Para unos la medida de Indira era ia única respuesta para salir del oscurantismo y la corrupción, para otros una pura y simple dictadura, una traición más al espí ritu del Mahatma. «Conozco la India bien, me decía un amigo extranjero instalado en Nueva Delhi, y el país que yo amaba se desmorona por momentos. Yo creo, añadía, que la lucha contra la corrupción está bien y es aquí más necesaria que en otros luga res; pero no a costa de las libertades individuales, de la rígida censura de prensa, de los encarcelamientos, de la creación de un clima de terror psicológico. Nehru era un hombre autoritario y desdeñoso pero al menos guardaba las formas.» Otro interlocu tor respondía: «Pero Indira tiene razón, no se puede usar la de
Gobierno y a decirlo públicamente. En cambio ahora la Gandhi nos somete a todos a un lavado de cerebro, registra nuestras casas, nos obliga al silencio, a las sospechas mutuas. Ahora abres la radio y te enteras de las manifestaciones de apoyo al estado de excepción para hacer ver que toda la India está con ella, de la higiénica campaña que lleva adelante para combatir la corrup ción, de los proyectos de su hijo Sanjay para esterilizarnos a to dos, los quintales de arroz que han decomisado a los contraban distas de G o a , la lucha contra con tra la inflación, inflación , cuánto cuánto ha ha baj bajado ado en el bazar el papel higiénico de color rosa. Te deprimes cuando pien sas en los periódicos que hemos tenido en este país. Indira y los suyos dicen que es la CIA la que lo revuelve todo. Pero yo la he oído estos últimos años, desde que en 1969 rompió con los caci ques del partido del Congreso, acusar a la CLA de haber provo cado un ciclón en Bengala, una nueva epidemia de hambre en el Bihar, las inundaciones en Maharatstra y hasta de haber pin chado los preservativos que por aquí se reparten gratis y que dieron al traste por un tiempo con su programa de control de la natalidad». Los seguidores de Gandhi, como Narayan o Desai, estaban en la cárcel. El Tribunal Supremo revisaba por aquellos días la causa que se seguía contra Indira por delitos electorales. Mien tras tanto, la prensa oficial fabricaba con mimo, adjetivos elogio sos, horóscopos favorables la imagen del heredero, Sanjay Gandhi. Se le comparaba con el sol y la luna y sus partidarios del estado de Uttar Pradesh le colocaba a su llegada guirnaldas en
India, le asediarían peligrosas mujeres (nadie ocultaba su gua peza y su atractivo) y terminaría sus días ascéticamente, en el retiro. Todas esas previsiones de color de rosa se truncaron con su muerte en un accidente de aviación que sirvió para que Indira buscara refugio en su hijo mayor, el piloto de Air India, Rajiv. Mi entrevista con Sanjay fue tan breve como gris. En su des pacho de las juventudes del partido del Congreso, el hijo de Indira adornaba con fruición los perfiles de sus cuatro puntos que cambiarían en poco tiempo, según él, la faz y la piel de la India. Si su madre tenía un programa de veinte puntos, Sanjay los ha bía reducido a cuatro. Por lo demás, la introspección en el perso naje. ideas, opiniones, experiencias chocaba con sus monosíla bo y bos y su amor a la simplificación. El temible y energético boy (así le llamaban algunos irónicamente) ni sentía ni padecía. Pero al hablar de los cuatro puntos en cuestión era otro hombre, se transfiguraba. Era imposible saber cuáles eran sus lecturas, sus influencias, sus pasiones y todo él exhalaba una «suficiencia Gandhi». pero sin la sabiduría de su bisabuelo Motilal, la expe riencia y el charm charmee de su abuelo Nehru, la rebeldía simpática de su padre Feroze o las agallas y el estilo de su madre. Había sido un mal estudiante. Trabajó en Inglaterra para la Rolls Royce y regresó a la India con el sueño de dotar a los indios del equiva lente a un «600». El sueño de una India sin el pelo de la dehesa, indogangética, moderna a la fuerza, esterilizada y de clase me dia. De modo que ante la imposibilidad de extraer algo nuevo, noticioso, útil o interesante de su introversión o de su defensiva
de alfabetización, que se instalen en las aldeas y contribuyan a educar a sus conciudadanos». Esta era en síntesis la revolución cultural de Sanjay, juventud y egolatría, puesta en práctica a través de los bulld bu lldoz ozer erss y las clínicas ambulantes de esterilización, la demolición de las chabo las y la vasectomía. La sección quirúrgica de los conductos defe rentes. Los funcionarios debían dejarse esterilizar porque corrió la voz en las oficinas de Nueva Delhi que de no hacerlo y de tener más de tres hijos perderían sus seguros sociales. Los volun tarios de Sanjay se desplegaron por la India con sus tiendas de colores. colores. La vasectomía vasecto mía era una operación breve e indolora, indolora, cinco cinco minutos. A cambio se recibía entre ochocientas y dos mil pese tas, además de una botella de aceite o un reloj. El transistor, el regalo de las anteriores campañas era ya un objeto de consumo más o menos al alcance de todos los bolsillos. Los gandhianos, al menos algunos de ellos, desde la cárcel o desde fuera de ella elevaron sus voces contra estas prácticas. El único control de la natalidad que Gandhiji admitía era la absti nencia sexual. De esta manera Sanjay, convertido en el ángel exterminador de la fecundación (los musulmanes llegaron a creer que la operación les dejaría impotentes), logró entre marzo y septiembre de 1976 esterilizar a dos millones de personas. La India vasectomizada estaba formada ya tras las campañas de los últimos veinte años por 18 millones de personas. Pero la pobla ción crecía a un ritmo anual de quince millones de personas. En la dictadura dictadura cons c onstitu titucion cional al y esterilizada de Indi Indira ra Gand Gandhi hi
trólogos de Chadni Chowk, en la parte vieja de Delhi, consulta ron el signo de la India, que es Capricornio, y el de Indira Gandhi, Escorpión, fuerza, capacidad de trabajo, sentido del poder. Marco Polo cuenta que le sorprendió hallar 5.000 astrólo gos en la corte del rey de China. Desde Babilonia y los romanos, el astra astra ¿nclin linan ant,t, el dictado astrológico ha influido en los com portamientos de millones de personas. En las casas indias la vi sita del astrólogo o el palmista es a veces más frecuente que la del médico. Los astrólogos indios son buenos profesionales. Sus Maha barata. ta. antepasados figuran en la epopeya nacional, el Mahabara A la emperatriz Indira los astros y las predicciones de su yogi al que llamaban «Rasputín» le fueron favorables en el curso de la guerra de Bangladesh, como también lo fueron el 19 de enero de 1969, cuando frenó en seco las aspiraciones de su rival en el par tido del Congreso, el puritano Morarji Desai. Nada se concierta en la India (un matrimonio, un negocio, un viaje y hasta una decisión a nivel político) sin el visto bueno del palmista, el astró logo. el escudriñador de naipes, el adivinador del porvenir. Mientras nos tomábamos una copa en el Gymkama Club, pre guntaba a Malhotra si esta confianza en la conjunción de los as tros no estaba en contradicción con el empirismo de los dirigen tes indios. —Nehru era racionalista por educación, por vocación, me respondió, pero contaba con el movimiento de los astros para decidir en política y su hija Indira es el primer cliente de los astrólogo astrólogoss de Cha Chadn dnii Chowk. Ustedes Uste des los lo s occide occ identa ntales les creen cr een que
camino hacia Juana de Arco y convocaba elecciones generales. ¿Por qué? ¿Rumor de botas? ¿Temor a una insurrección de la burgu bur gues esía ía o de los b aron ar ones es de su parti pa rtido do?? C uand ua ndoo llegué lleg ué a Delh D elhii la capital capital hervía en un clim climaa de «tod «todos os contra Indira». A toda prisa la oposición había fortalecido un part pa rtid idoo-pa para ragu guas as,, el J a n a ta, ta , el «part «p artido ido del pueblo». Mítines, coches con altavoces, «namastes», saludos de bienvenida, dis cursos cursos incendiarios incen diarios,, guirnaldas de flores, duros ataques ataques persona les. les. Este E ste era el espectáculo. espectácu lo. Los observadores de de la la Caja de Pan dora que era la India vieron en la decisión de Indira de disolver el Parlamento y llamar a elecciones una nueva muestra de su sentido de la oportunidad. A la hija de Nehru sólo le quedaban dos opciones: o extremar las medidas de excepción y aumentar su poder personal o hacer concesiones, calmar a los críticos, que desde todos los rincones del mundo la acusaban de instalar en la «democracia más grande del mundo» una dictadur? y convocar a elecciones para el Lok Sahba, la Cámara Baja del Parlamento. Ni siqui siq uier eraa se p e rmit rm itió ió un tiem tie m po d e transició trans iciónn par p araa despe de spejar jar las malas vibraciones de sus casi dos años de ordeno y mando. La oxidada oxidada maq m aquin uinaria aria de la democracia dem ocracia se ponía de nue nuevo vo en mar mar cha. cha. La oficina de d e pro p ropa paga gand ndaa del «príncipe heredero» exh exhibi ibióó el catálogo de sus éxitos: la disciplina frente a una burocracia galo pante pa nte,, la ley y el o rde rd e n , el cont co ntro roll de las peligrosas peligros as ambicio ambiciones nes de politicastros y especuladores, el avance en la lucha contra la inflación, el analfabetismo y la explosión demográfica. Pero el Gran Esterilizador era el blanco fácil de los que saben que el
estado de excepción es la ley del país y una a una se sofocan las libertades consideradas como esenciales para el desarrollo de la democracia, pienso que estaré en paz conmigo misma si denun cio esta situación..., con lo poco que pueda hacer a mi edad, tengo setenta v seis años. Recuerdo cuando Mahatma Gandhi tomó al pueblo de la India en sus manos, entonces éramos menos que los pigmeos e hizo de nosotros unos gigantes... esos gigantes han sido de nuevo reducidos a pigmeos». La oposición, mal organizada, amalgamada a toda prisa en un bloque en el que se unían de forma confusa la izquierda y la derecha más nacionalista, volvió al ritorne rito rnello llo de las críticas a la dictadura: «Queremos la restauración total de los derechos indi viduales y de las libertades públicas». Por fin, el día 21 de marzo de 1977 Indira lo perdió todo tras once años en el poder: la mayoría de su partido en el Parlamento, su escaño de Rae Bareli por más de 55.00 .000 voto votos. s. Sanjay Sanjay perdió perd ió estre es trepi pitos tosam amen ente te en Amethi. Amethi. Corría Corría la cerveza cerveza en en las redacciones redaccione s de los periód per iódico icoss de Nuev Nuevaa Delhi Delhi y lo loss militant militantes es de la oposición, en pleno plen o ataqu ata quee de alegría colectiva recorrían las calles de la capital para dar rienda suelta a sus emociones. Por la mañana, en la residencia de Indira. donde decenas de policías vigilaban entre las buganvilias, pude pude ver ver cóm cómo tan sólo sólo un reducido grupo grup o de incondicionales dialogaba entre lágrimas. Pero la Emperatriz seguía, después de la dura campaña electoral, encastillada en su residencia del cen tro de Delhi. El partido del campesino con el arado al hombro, e) Janata, se preparaba para desmantelar la infraestructura legis
sión sin reservas y con espíritu de humildad. Las elecciones for man parte del proceso democrático al que estamos profunda mente entregados. Siempre he dicho que ganar o perder unas elecciones es menos importante que fortalecer nuestro país y asegurar una vida mejor para nuestro pueblo». Al saludár al nuevo gobierno del partido Janata, Indira tiene la esperanza de que «las bases de la India secular, socialista y democrática se refuercen. El partido del Congreso y yo estamos preparados para pa ra ayud ay udar ar con co n stru st ruct ctiv ivam amen ente te en los comunes comu nes objetivos de la nación. Estamos orgullosos de nuestro país». Al despedirse de los millones de personas que le apoyaron durante estos años ha bía una u na con co n s tan ta n te refe re fere renn cia ci a a la pre p rede desti stina nació ción, n, a su «karma», «karma», a su destino histórico: «Desde la niñez ha sido mi deseo servir al pueb pu eblo lo h a s ta el límite lím ite de mis posibili pos ibilidad dades. es. Seguiré haciéndolo». Corto y cambio. cambio . Al leer le er su carta car ta por po r la televisión, televisión, Indira Gandhi, Gandhi, a sus 59 años, con su sonrisa triste y su dulzura engañosa, no había, lejos de mí ese cáliz, cerrado la última página de su bio grafía política. El primer acto de la oposición vencedora fue reunirse sobre la tumba del Mah M ahatm atmaa Gandh Ga ndhii en el mausoleo mausoleo de Rajpat y depo depo sitar las flores de la victoria. El anciano Morarji Desai juró su cargo de primer ministro y al solicitarle una entrevista personal, aquel anciano de 82 años, que a mediados de los años cincuenta fue llamado de Bombay a Delhi por el Pandit Nehru para que formara parte de su gobierno, me convocó a las cuatro y media de la mañana, una hora gandhiana, en su residencia de Duplix
torno a los ideales del Mahatma que son los mismos que nos llevaron hasta la independencia. Nosotros somos hijos de Gandhi. A él se lo debemos todo. —S —Su partido, partido, el Janata, está formado por el Congreso, el partid partidoo que que uste ustedd fundó fundó como como una escisi escisión ón del bloque original, por por el ultrad ultradere erechi chista sta Jana Sangh, Sangh, por po r el socialista, socialista, por el BDL, B DL, además del resto de los aliados. ¿No cree que les separan dema siadas cosas filosófica y políticamente como para que ese go bier bierno no tan heterogéne heterogéneoo pueda pueda funcionar con una u na mínima armo arm o nía? Morarji me fulminó con la mirada. Tiene menos sentido del humor que su amigo el Mahatma. —Y —Ya esta estamo moss con con la misma isma canción canción.. Si en un prime pri merr mo mento éramos gente que pensaba de manera distinta, ahora so mos una misma cosa. Al hablar de divergencias y disparidades en nuestro partido ustedes hacen el juego a la dictadura. Dígame usted ¿el partido del Congreso le parece homogéneo? Indira Gandhi logró mantener la unidad a base del terror y ya ve usted los resultados que ha obtenido. Morarji vivía rodeado de fotografías del Mahatma. Hacía yoga y rechazaba como Gandhi la medicina convencional. Se ha blab blabaa de su mala mala salud salud de hierro.. hier ro.... —Y —Ya esta estamo moss otra vez con la salud, la salud. ¿Puedo ¿Pu edo yo pre guntarle por la suya? Me levanto a las cuatro y media de la ma cana, hago las abluciones, los rezos, desayuno con verduras, hago yoga y leo o trabajo en la rueca de Gandhi. Después recibo
Raj Narain basó su campaña en uno de los errores del estado de excepción, la esterilización obligatoria, el «nasbandí». Raj lleg llegóó a ver ve r cómo cóm o los campesin cam pesinos os corrían corría n (protegiendo el pene con con las manos) a la llegada de los agentes castradores del hijo de Indira. —Y o ten te n g o la lista lis ta,, m e decía de cía R a j, de una docena doc ena de dioses dio ses y diosas de la teogonia hindú que al parecer defendían la planifica ción ción familiar per p eroo sin las violencias violencias de este e ste gobierno de Satá Satán. n. —¿P — ¿Poo r qué q ué sucu su cum m bi bióó Ind In d ira ir a a la tentac ten tació iónn totali to talitari taria? a? —La —L a llev l levaa en e n la sang sa ngre re,, me resp re spon ondi dió. ó. Ell Ellaa creyó de pequeñ peq ueñaa que la India era el país de su abuelo, de su padre y luego por he rencia rencia el suyo suyo propio pro pio.. Pero Pe ro resulta re sulta,, como se se acaba de comprobar comprobar,, que éste es el país de Krisna, Krisn a, Bud B uda, a, Cristo, Mahoma y Gandhi Gandhi.. Indira pasó p asó a la reserva. res erva. «La han comparado comparad o con Hitler y Mussolini, me decía un conocido escritor, pero ninguno de los dos convocó nunca unas elecciones libres a riesgo de perderlas. Eso hay que reconocé reco nocérselo.» rselo.» De lo loss ciento cien to nove no venta nta y cuatro cua tro millones de personas personas que vota vota ron ron (el sesenta ses enta po p o r ciento ci ento del electo e lectorado rado)) con un sign signoo de de tinta tinta in in deleble deleble en la raíz de la uña uñ a par p araa evitar evi tar el doble do ble o triple triple paso paso por las las urnas, el cuarenta y tres por ciento lo hicieron para el Janata, el labrador labrador con el arad a radoo al hom bro, bro , y el resto al Congreso Congreso de de Indira Indira,, la vaca vaca y el tern te rnee ro, ro , el símbolo símb olo de su papele pap eleta ta de voto, el treinta y cinco por ciento. Un resultado que era más un voto de castigo a Indir Indiraa que un u n che c hequ quee en e n blanco a la heterogé hete rogénea nea opos oposic ició iónn que que no tardaría tardaría en despeda desp edazar zarse. se. Indira Ind ira se retiró al Aventino antes antes de pa
Su padre Jawaharlal Nehru fue también, a poco de nacer, bend bendec ecido ido por por los astro astros. s. Un adivinador adivinador del del porvenir le había vaticinado a Swarup Rani Nehru que su hijo llegaría con el tiempo al vértice del poder en la India. La señora Rani, famosa por por su belle belleza za en toda la provin provincia cia de Cachemira —se había hab ía ca sado a los 13 años de edad con un conocido abogado— sonrió ante la profecía. El futuro de aquel hijo educado a la europea y al que adoraba estaba asegurado. Era su primer hijo. Le llama ba ban Jawahar Jawahar y pasó pasó la infan infancia cia rodeado rodea do de institutrices i nstitutrices inglesas, entre la severidad de su padre y la condescendencia de Swarup Rani. Los antepasados de la familia, servidores de los mogoles, perten pertenecí ecían an a la casta casta superior de lo loss brahmanes. brahmanes . Su primer prim er nombre no había sido Nehru sino Kaul. El emperador mogol concedió a la familia en pago a sus desvelos, una residencia seño rial junto a los canales, los «nahar» de Cachemira. Por eso en adelante se les llamaría «Kaul Nadar» y más tarde Kaul Nehru. Con el paso del tiempo desapareció el primer nombre para que dar en Nehru. Este fue el apellido que heredó aquel muchacho testarudo y algo distraído. Tenía once años cuando nació su her mana. Era lo que había deseado en secreto: «Hacía mucho tiempo que sentía una tristeza íntima por el hecho de no tener hermanos, cuando a mi alrededor todo el mundo los tenía». El hijo del acaudalado abogado cachemir no podía por me nos de estudiar en la metrópoli. Ingresó en Harrow. El joven Nehru Nehru habí habíaa desemba desembarcad rcadoo en Inglaterra Ingla terra con algunos estudios prim primar arios ios reali realiza zado doss en Allahabad. Pero antes pasó por p or una esti esti
París París mientr m ientras as su pad p adre re elegía para pa ra él a una muchacha muchacha de la la cast castaa brah br ahm m ánic án ica, a, K amal am ala. a. Se casar cas aron on en 1916 1916 en Delhi. Del hi. U na boda b oda fas tuosa. Jawahar se entregó a su profesión de abogado. Era ele gante, occidentalizado, hasta que encontró su camino de Da masco. Visitaba una aldea próxima a la Allahabad cuando com probó pro bó la m iser is eria ia en que qu e vivían en la India In dia las castas inferiores. inferiore s. Nehru Ne hru des d escr crib ibir iría ía más m ás ta t a rde rd e en e n sus memori mem orias as escritas en la la cárcel1 cár cel1:: «Mee sentí «M sent í ave a verg rgon onza zado do de mi vida confort con fortabl ablee y fáci fácill y de los los poli ticastr ticastros os de la ciudad ciuda d que q ue ignoraban ignora ban a esta multitud multitud de hijo hijoss e hi hijas jas de la India que vivían semidesnudos. Sentí también una inmensa pena por po r la d e grad gr adaa ció ci ó n y la p o brez br ezaa deso de solad lador oraa de la India». Por aquellos años conoció (navidad de 1916) a Gandhi. «To dos nosotros, escribe Nehru, le admirábamos por su heroica lu cha en Suráfrica; pero nos pareció distante, diferente, despoliti zado. Rehusó tomar parte en la política nacional para concen trarse en la cuestión indoafricana. Pero sus marchas y sus victo rias de la no violencia en Champarán nos llenaron de entu siasmo. Nos dimos cuenta de que se preparaba para aplicar sus métodos en la India y de que lo haría con éxito.» Metido ya de lleno en el ardor de la insurrección, no echó de menos los años tranquilos en Cambridge. Como el mismo Gandhi, Nehru era hijo de las universidades inglesas y de los pensadores occidenta les. Desde el punto de vista familiar, fueron años de prueba. En un principio su madre reprobó la actividad política de Jawahar, que empezaba a conocer las prisiones británicas. Poco después, el viejo abogado Motilal estaba junto a su hijo tras abandonar el
«Kamala había conservado su aniñada y virginal apariencia. Casi podría haber sido la novia que vino a nuestra casa un día, hace ya tanto tiempo.» Al morir sus padres, Kamala enferma; sus dos hermanas y su hija Indira eran va su única familia. «Kamala, añade Nehru, era la dulce muchachita de siempre, nada influida por las costumbres mundanas. Casi no me di cuenta de que aquel delicado espíritu se estaba abriendo como una flor y necesitaba delicadas atencio nes. La convicción de que ahora había de abandonarme inevita blem blemente ente se se conv convirti irtióó en una una intolerable intolerable tortura tor tura.» .» Kamala murió en 1936 en brazos de Nehru, en un sanatorio alemán. «A pri mera hora de la mañana del 25 de febrero su corazón dejó de latir. La llevaron al crematorio. A los pocos minutos, aquel deli cado cuerpo, aquel bello rostro de niña estaban reducidos a ceni zas.» Dejó a su hija Indira, que tenía ya 19 años, en un colegio suizo y volvió a la lucha al lado de Gandhi. Se puso como él un gorro blanco, dicen las malas lenguas que cortado en los mejores sastres de Savile Road, en Londres. Fue nueve veces encarce lado y cumplió en total una condena de más de diez años. Estuvo en las barricadas de Barcelona para recibir a las Brigadas Inter nacionales. También Indira viajó hasta Barcelona. Nehru se siente fuertemente afectado por la experiencia de la República española y la revolución rusa, que descubre en un viaje a Moscú, !a emergencia de los fascismos en Europa, el poso ideológico del socialismo fabiano, sus lecturas sobre Garibaldi. «Las visiones de una hazaña parecida a la de Garibaldi en la India acudieron al
amigos, los libros, incluso los periódicos, excepto cuando se re ferían al trabajo que nos ocupaba. Antes leía algún libro recién editado, pero ahora no había tiempo para eso.» Gandhi lo domi naba todo y Nehru era su profeta.
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La rosa El agnosticismo de Pandit Nehru tenia poco que ver con el misticismo activo de Gandhi, pero se necesitaban, se querían. «Teníamos, confiesa a Tibor Mende1, una fe total en Gandhi y sus métodos. método s. Sabíamos Sabíam os que qu e teníam te níamos os razón raz ón y que qu e estábamos en la buena vía. Además, el hecho de que nos encarcelaran nos permitió permitió discutir disc utir entr en tree noso no sotro tross y leer lee r libros. Gandh Ga ndhii nos ha blab blabaa cons co nstan tantem temen ente te de d e los oprimid opr imidos. os. Lo hacía h acía,, no a la manera maner a socialista, no desde las perspectivas de la lucha de clases, pero hablaba de la opresión en que vivían los campesinos indios. Nos preocupaba la cuesti cu estión ón social p ero er o el ejemp eje mplo lo ruso no era er a para par a nosotros. Nos ayudó a pensar.» El paso de la URSS a este distanciamie tanciamiento nto se se destac de stacóó en e n los virulentos virulen tos ataqu a taques es de «Pravda «Pravda»» en en los años 1947-48 a Gandhi (un «reaccionario inconsciente») y a Nehru Nehru (un «lebrel «leb rel del de l imperia imp erialism lismo» o»). ). El Nehru que simpatiza con los socialistas utópicos, desen cantado ya de sus residuos teosóficos, tiene sus dudas sobre la
movimiento eran plenamente conscientes de la importancia de la cuestión social y deseaban tanto como yo los cambios sociales que yo hubiera querido. Y al decir esto no pienso en Gandhi, que era el que en medio de algunas divergencias mantenía la unidad de nuestro movimiento.» Los historiadores han analizado a fondo las relaciones de es tos dos hombres tan distintos, Gandhi y Nehru. En las últimas pági página nass de la autobiogr autobiografía afía de Nehru se aprecian algunas gotas de amargura, una zona de sombras en las relaciones entre am bo bos. El cariño cariño y el el respeto por el personaje pers onaje de «Gandhiji» no es incompatible con una crítica a sus ideas. «Gandhi, opina Nehru, tenía una asombrosa capacidad para reducir y vencer por medio de la suavidad. Nunca cedió en el fondo pero hacía concesiones en puntos sin importancia. Era un hombre admirable, pero tam bién bién un hombre hombre efic eficaz az.. Mi primera prim era experiencia de colaboración con el Mahatma fue durante las leyes marciales de Panjab. Yo hacía en cierto modo de secretario de Gandhi. Siempre me sor prendía prendía por su manera manera de analizar analizar la situación. Sabía lo que ha bía bía que que hacer hacer porque se identificaba identificaba con las masas indias.» Esta admiración no impidió que Nehru siguiera sus propios paso pasoss com como primer ministro inistro.. Al inaugurar inaugura r el pantan pan tanoo del d el valle valle de de Lamonar, Nehru pronuncia una frase que está en las antípodas de Gandhi: «Estos son nuestros templos». La filosofía del Mahatma le parecía viable en un tiempo de lucha pero no com prendía prendía por por ejemplo ejemplo su actitud ante la máqui má quina, na, la industria, product producto, o, segú segúnn di dice cenn algun algunos os especialistas, especialistas, de su visión visión de las
aspecto de negativismo de la filosofía gandhiana que le ha res tado aliento creador. Pero tenía a cambio el genio de descubrir el deno de nom m inado ina dorr común, com ún, de hallar hal lar el punto flaco flaco,, el el nudo nudo gord gordian iano. o. «Sabía atacar al enemigo, añade Nehru, en su flanco débil y rompía rom pía el fren fr ente te.. Su métod mé todoo no consistía consistía en irritar irritar a las las masas masas en sus convicciones más profundas. Aceptaba en gran medida esas convicciones, en parte porque las compartía. Pero cuando decide concentrar su ataque en un punto preciso su forma de pensar alcanza a todos los frentes. La mayor parte de sus discursos no estaban destinados a los intelectuales. Pensaba sobre todo en la reacción de las masas indias, a las que daba temas de reflexión sin por ello desanimarlas. Por eso utilizaba también expresiones simples y comparaciones familiares. Hablaba sobre todo de Ram Radja. Rama es el héroe de la mitología hindú, Ram Radja sig nifica el reino de Rama, una especie de Estado providencial. Para mí eso podría significar un regreso al estado primitivo, pero era algo que comprendían enseguida todos los campesinos.» Gandhi es el maestro en la lenta preparación de los espíritus, en la espiritualización de las masas. En el plano personal, Jawaharlal Nehru confiesa, en sus libros y en sus declaraciones, que Gandhi le ayudó a simplificar su vida. Se convierte al vege tarianismo y deja de fumar, pero sin ese afán dogmático, demos trativo o exhibicionista de muchos de los discípulos de Gandhi. «El hecho de que yo dejara de comer carne, cuenta Nehru, no tenía nada que ver con la filosofía. Simplemente ese hecho sim plificaba plific aba mi exis ex iste tenc ncia ia.. G andh an dhii cambió cam bió por po r completo nuestro modo de vivir.»
la anarquía. Cada uno tiraba por su lado. Porque la India es el re flejo de una rigurosa obediencia social basada en las castas y de una anarquía intelectual. Pero Gandhi nos enseñó el valor de la disciplina e influyó poderosamente en nosotros durante más de medio siglo. No sólo con su personalidad, sino como hombre de acción que traducía sus teorías en actos, que ayudó a los demás en los éxitos y en los fracasos y los condujo al éxito. Él concebía la rev olució oluciónn en en términos de continuid conti nuidad, ad, no de rupt ruptur ura. a. Fue en este este sentido un enorme factor de estabilización, al crear lazos estre chos chos entre lo loss elementos en conflicto. conflicto. Luchaba Luchaba cont co ntra ra los ingleses pero pero se se mos mostró tró siemp siempre re amis amistos tosoo con con ello ellos. s. Nosotros los los indios no pode podemo moss comprend comprender er la la mentalidad mentalidad de de la guerra fría, fr ía, añade añ ade Neh Neh ru. Gandhi nunca se detiene en los detalles, permanece fiel sobre la cuestión cuestión de principio, principio, pero hace hace concesiones concesiones sobr sobree lo accesorio, accesor io, mientras trata amistosamente al adversario.» Jawaha Jawaharlal rlal Nehru cree cree que que la fuerza del Mahatm Mah atmaa proc p rocede ede del hecho de que «sabotea a sus adversarios, psicológicamente ha blando blando.. al al tratarlos tratarlos como como amig amigos os.. La agresividad agresividad del adversario adversar io se se derrumba ante él. Al principio nosotros pensamos, como en todos los movimientos nacionalistas, utilizar el lenguaje fuerte. Pero llegó Gandhi y hablaba con suavidad. Nuestra primera reacción fue ésta: Gandhi es un débil y un abandonista. Pero poco a poco nos dimos cuenta de que era de acero». Como buen lector del Gita, Nehru sabe que los resultados son importantes importantes pero no a costa costa de una sacudida inte in teri rior or,, de una u na con vulsión, de un tramua. O sea, es preferible conservar un cierto
había intentado alguna vez imitar la dieta de Gandhi (requesón, leche cuajada), responde riendo: —¡Santo —¡ Santo cielo! cielo! ¿Alim ¿A limen entar tarme me de hierbas y de leche de ca bra? ¡Nunca, ¡Nunca , nunca! La India no fue del todo gandhiana. Era útil y necesario se guirle, escuchar sus discursos transmitidos por radio pero su ca suística valió en una época y una circunstancia. No tiene aplica ción universal. Después sus razonamientos, sus máximas resulta ban ban inservibles aunq au nque ue algunos ministros afírmen afírmen que la «voz «voz interior» del Mahatma guía sus pasos. Al recorrer Sheean el iti nerario de Gandhi, doce años después de su muerte, se ve obli gado a escribir: «Su extraordinario magnetismo, su habilidad para conven con vencer cer o seducir sedu cir incluso a sus adversarios, adversarios , el extraño extra ño éxtasis en que sumía a las vastas multitudes, la devoción que excitaba su presencia... todo eso se alejó con su vida. No obs tante, asombra un poco que en la vida cotidiana se le olvide por completo. Sólo es universalmente recordado en este día, el treinta de enero, Día de los Mártires, aniversario de su asesi nato, cuando la India rememora y medita». El Mahatma, según el hombre que lo trató, no pidió sin embargo a Nehru que cum plie pliese se sus sus deseos dese os y «menos que los adivinase después», y por lo tanto el laico Nehru hizo siempre lo que consideró justo. Dicen que era uno de los pocos indios capaces de sostener una conver sación de tres horas sin citar libros religiosos o textos sagrados. Al llegar al poder, desintoxica a la India del largo período de santificación y liturgias. Su hija Indira le ha seguido la costumbre
Por eso, cuando a comienzos de los sesenta se habla de la mala salud del Pandit, los diarios se preguntan soterradamente «After Nehru Nehru what? what?»» (Después de Nehru, ¿qué?). La obsesión de Indira Gandhi fue llenar ese vacío. A la elevación del alma de Gandhi, Nehru responde con pla nes quinquenales. Habían discutido con crudeza, sobre todo a caballo de la segunda guerra mundial. Los dos estaban del lado aliado pero diferían en la táctica. Según Gandhi, la India se vería envuelta en la guerra. «Algunos han sugerido, escribe Gandhi, que Jawaharlal y yo estamos distanciados. Serían precisas mu chas cosas más que las diferencias de opinión para que nos dis gustáramos. Hemos diferido en muchas cosas desde que empe zamos a colaborar y sin embargo he dicho desde hace años, y lo repito ahora, que no Rajaji1sino Jawaharlal será mi sucesor. Él dice que no comprende mi lenguaje; por otra parte sus palabras también me resultan extrañas a mí. Esto puede ser cierto o no serlo. Pero el lenguaje no es el lazo de unión de los corazones. Y lo que yo sé es que cuando me haya ido él hablará mi lenguaje.» Sólo lo hizo a medias. Había dejado de fumar, prohibió a los ministros que vivieran en el lujo y desplegaran banderas en los coches oficiales, no volvió a comer carne pero respondió a golpe de planificación y vagos programas socializadores. El partido del Congreso guiado por él logró la victoria abso luta en las primeras elecciones generales de la historia de la India en ei invierno de 1951-52. El partido que había llevado a la India a la independencia y a una transición del Imperio a la democra
de la industrialización en manos del gran capital (Tata, Birla, etc.) no daba para demasiadas aperturas al reformismo de iz quierda. Gandhi, que íntuía este peligro, defendió en vano la disolución del partido nacional, el Congreso, en beneficio de otras formaciones nuevas y la transformación del partido en una organización «servidora del pueblo». El programa del partido independentista recoge con Nehru algunas de sus preocupacio nes, reforma agraria, extensión del sector público industrial, pla nificación de la economía con el «socialismo» (socialí (socialíst st pa pattem ttem ) como un nebuloso objetivo final. He aquí el equívoco, analiza Char Charle less Bette B ettelhe lheim im,1 ,1 que ha conducido conducido a un bue buenn númer númeroo de observadores a considerar al Congreso como una especie de «partido socialista» o «progresista» adaptado a las condiciones indias. «Esta apreciación, escribe Bettelheim, no es aceptable desde el momento en que para evaluar la orientación de un par tido político no basta con leer sus declaraciones sino analizar sus acciones y buscar cuáles son las fuerzas sociales que más activa mente sostienen a ese partido y que más se benefician de las decisiones que toma cuando gobierna. En este sentido, el Con greso reso es el el único gran partid pa rtidoo de la burguesía burgu esía india.» india.» Esta depen depen dencia financiera del Congreso con respecto a la hábil burguesía indi in dia, a, que el prof pr ofes esor or B ettelhe ette lheim im considera como una de la las más inteligentes del mundo, hace que no tema aceptar, al menos en el terreno de las palabras, los métodos del capitalismo de Estado para para defe de fend nder er a los suyos. suyos . El prof pr ofes esor or recoge recog e las declaraciones declaraciones «gauchistas» del gran industrial Birla, que en 1956 no duda en
Prefería los paseos por las aldeas y el baño de multitudes a las reverencias del protocolo de Estado. Nació habituado a ellas y en ese sentido se había curado pronto de vanidades. Mantenía, eso sí, en sus gestos mesurados, en su sonrisa serena, el estilo de los Nehru; pero no le gustaba que se acercaran a él para besarle los pies o tocar su túnica. En realidad prefería ser respetado a ser amado. Vistió siempre del mismo modo, para diferenciarse de Gandhi, una levita abotonada, un pantalón ceñido «jodpur» y el gorro Gandhi. Su gesto más corriente era el tradicional saludo indio, las manos juntas a la altura de la frente con una leve incli nación de cabeza. No faltaba su toque de distinción, una rosa en el ojal. Los estudiosos de Nehru no han sabido interpretar el signifi cado de esta rosa de Nehru. Uno de ellos me contó una vez que una joven desconocida se asomaba todas las mañanas al jardín de su su casa para poder poder verle. Cuando al fin fin lo consiguió le entre ent regó gó una rosa. Nehru tomó la flor, subió a su coche oficial y desapare ció. Después, durante semanas la muchacha siguió montando guardia con una rosa en la mano. ¿Razones del corazón? En todo caso no hay que caer en la tentación de tratar de compren der la India. En un principio, al primer ministro le molestó aquel asedio, pero más tarde terminó por deslizar la flor en el ojal de su levita. A partir de aquel día la joven desconocida dejó de acudir a la cita. Desde entonces Nehru dio la orden a su jardi nero de que cada mañana le llevara con los copos de avena, los huevos, el pan tostado, el café o el té de su desayuno una rosa
porta po rtanc ncia ia al d in inee ro y no supo sup o qué qu é resp re spon onde derr cuando cua ndo un perio per io dista le preguntó cuánto ganaba, su sueldo como primer minis tro. Nehru no lo sabía. Nunc Nu ncaa fue un o rad ra d o r efecti efe ctista sta.. Apren Ap rendió dió de Gandh Ga ndhii la efica cia cia del leng le ngua uaje je sencillo sen cillo,, el alcance de d e las las masas campesinas o del del subpro sub proletar letariado iado industrial indus trial de Calcuta o Bombay Bombay,, pero rehuyó rehuyó las las grandes grande s frases, frase s, los ador ad orno noss retóricos. retóricos . Los especi especiali alista stass recuerdan que sólo en contadas ocasiones recurría al énfasis de las frases históricas. U n a de d e ellas al proclamarse proclam arse la independencia independencia en 1947, cuando afirmó: «Tenemos una cita con el destino», y otra, al morir Gandhi: «Se ha apagado la luz de nuestras vidas». El prim p rimer er minis mi nistro tro anunció anun ció repetidas repe tidas veces veces su «def «defin init itiv iva» a» re tirada de la política activa. Lo hizo al cumplir los 65 años, edad en la que el brahmán por costumbre se retira de los quehaceres diarios para dedicarse a la contemplación y a la educación o a aconsejar acons ejar a lo loss jóvenes jóve nes.. Pero Per o quizá porque porq ue había desp despre rendi ndido do el Cordón Cordó n Sagra Sa grado do de los brahm bra hman anes es se volvió volvió atrás de su d&ásió ásiónn. Le irritaba que le preguntaran «Después de Nehru, ¿qué?» «Esta pregu pre gunn ta, ta , afirmó, afirm ó, se ha h a convertido conve rtido en un desaf desafio io para mí y para par a la naci na ción ón e n tera te ra.. E s absu ab surd rdoo pens pe nsar ar que un gran país país de pende pen de de una un a o dos do s pers pe rson onas as nad na d a más.» más .» En el fondo le gustaba gustaba esa dependencia a pesar de que en los últimos años, una cierta fatiga, las dificultades de la política diaria, de la tarea de gober nar, hicieron que perdiera ej pulso. Gandhi había pasado a la historia y la era Nehru terminó el mismo día de octubre de 1962 en que las tropas chinas invadieron las fronteras del Himalaya.
India. Al producirse el ataque de las fuerzas chinas, los dos polí ticos acusaron al gobierno de Nehru de negligencia al no haber organizado los preparativos militares necesarios para hacer frente a la amenaza china.1 Después de aquella humillación, que los militaristas achaca ron a las secuelas del pacifismo de Gandhi, inadecuado para los nuevos tiempos, Nehru se convirtió en una sombra del político saludable v dinámico. Vivió todavía dieciocho meses pero sólo una existencia física. «Ya no estaba allí para conducir al país», escribe Kuldip Nayar.2 Se dormía en las reuniones del Consejo de minis ministro tros. s. El presidente presidente Kennedy afirmó afirmó en Nueva York, Yo rk, tras su entrevista, que Nehru era un hombre que había vivido dema siado. ¿Corría peligro la democracia más grande del mundo? ¿Caería en manos de los militares, como había sucedido en Pa kistán? El ejército indio soportó con estoicismo la humillación china y el ministro de Defensa Menon me desmentía algún tiempo después su responsabilidad personal en aquella derrota. Él fue uno de los defensores del rearme de la India como había hecho según me recordó con las fábricas de armas de Bangalore. El Pandit Nehru, por su parte, no veía en el horizonte de los gobiernos indios sables o botas, porque al margen de la gran extensión del del país el el ejército estaba estaba dividido en «castas y clanes». Nehru Nehru planteó planteó su su retirada retirada de la política política en 1954, cansado más «mental que físicamente». Pero al fin el hombre que trató de dirigir a su país desde la rueca y el mundo artesanal de Gandhi hacia el sigio sucumbió en Nueva Delhi. No quiso nombrar un x a
del Interior, de la cárcel de Jullundur, donde me habían inter nado a la espera de un juicio, Lal Bahadur Shastri, el candidato de la conciliación, e Indira Gandhi. El sucesor natural era Shas tri, capaz de seguir la política trazada por Nehru frente a un Desai que haría todo lo posible por destruirla. Morarji le recor daba daba demasiado a su rival rival etern ete rno, o, Sardar Patel. Patel. que tiraba de las las riendas riendas del del Congr C ongreso eso hacia ha cia la derech dere chaa mientras Nehru buscaba el el centro centro izquierda. Después Desp ués de los constantes enfrentamientos en tre los dos hombres, Gandhi evitó al superar uno de sus ayunos, la ruptura rup tura final. Morar M orarji ji era er a el hombre, homb re, como Patel, del del big busibus i ness, ness, y, como se decía por entonces, de los norteamericanos. Quedaba Indira Gandhi. Las opiniones se dividen sobre el papel que le asignaba Nheru. Días antes de morir el Pandit, afirmaba en una entrevista televisiva como «muy poco probable que hija le sucediera y desde luego no la estaba preparando para nada.» Las relaciones entre los candidatos eran por lo general malas alas,, sobre sobr e todo to do entre en tre Indira Ind ira y Shastri. Shastri. La hija del del Pandit Pandit tenía tenía en poco a aquel político de baja estatura y aspecto gandhiano. «No le gusto nada», repetía Shastri cuando le preguntaban por sus relaciones con Indira. A Shastri, por su parte, la hija de Neh ru le parecía demasiado «moderna y sofisticada». Había un out sider, sider, el socialista gandhiano Jayaprakash Narayan, pero renun ció a las las pompa pom pass y vanid va nidad ades es de la política activa. En la lucha por el poder Morarji y Shastri rechazaron a Indira. La saüda se des pejaba hacia haci a el hom ho m b re en apari ap arien encia cia más débil y manejable, menos polémico también, Lal Bahadur Shastri. El llamado «sin
Antes de jurar el cargo de primer ministro, Lal Bahadur Shastri acude al templo a rezar y recibe en la frente el «tika», la marca color azafrán. Sus primeras declaraciones son emblemáticas: «Soy un hombre hombre pequeño, peque ño, creo en los los pequeños pequeñ os proyectos proy ectos con po p o cos gastos que permitan rápidos resultados». Algo distinto al proyect proyectoo de Nehru Nehru:: «Invert «Invertir ir en máquinas máquinas para hacer máquinas». máquinas». Este era el hombre que en la reunión de los no alienados en el Cairo se preparaba sus comidas vegetarianas en la habitación del hotel Hilton, tras lo cual la dirección del hotel le exigió una in demnización para pintarla de nuevo. Shastri incluyó en su gabi nete como ministra de Información y Radio a Indira Gandhi. No era el desiderátum deside rátum de Indira, pero tanto ella como su equipo pen saban que que lo esenc esencial ial era poner pone r un pie en el el gobierno gobierno.. Ya llegarían llegarían tiempos mejores. Ella era la que había cambiado las previsiones del testamento de su padre para organizar una grandiosa esceno grafía, un funeral vistoso, una despedida histórica llena de «mantras» cantadas por los sacerdotes del templo de Kashi y made ma dera ra de sándalo para la cremación cremación a orillas orillas del Yamuna, Yamuna, a 300 300 metros metros de la tumba donde Gandhi había sido enterrado 16 años antes. Indira, que cambió cambió los los últimos últimos deseos deseos de su su padr pa dre, e, decidió el día del d el fune fu ne ral, de acuerdo con las previsiones de su astrólogo. Sanjay, el fu turo príncipe príncipe heredero, hereder o, malogrado malogrado en el el accidente del 23 23 de junio jun io de 198 1980. fue el encargado de prender prender fuego a la pira pira funera fun erari ria. a. E ra el 27 de mayo de 1964. La última voluntad de Nehru había sido: «No «No quiero de ningún modo modo que se celebren celeb ren ceremoni ceremonias as religiosas religiosas después de mi muerte. No creo en la ceremonia de la muerte y
simbólica como el encargado de dar fuego a la madera de sándalo sobre la que ardió Nehru, y esparcir sus cenizas. El juicio que la historia reserva a Nehru, entre las definicio nes de la derecha (era un ateo) y la izquierda (era un burgués), incide en su idealismo socialista, de corte occidental en la forma pero de un senti se ntim m iento ien to muy indio. indio . «Nehru, «Neh ru, escribe Michael Michael Edwardes,1buscó la modernización de la economía, el manteni miento de una administración secular dentro de la democracia, de la reforma social dirigida hacia las discriminaciones religiosas y la pobreza, las técnicas de la producción en masa, flexible en las ideas, partidario de la economía mixta.» Dadas las circuns tancias y la tradición, el determinismo de unas estructuras basa das en los cuatro principios del hinduismo —el «dharma» (el de ber), el «karma «ka rma»» (la acción acc ión), ), las castas c astas («vama») («vama ») y las las responsa responsa bilida bilidades des de casta cas ta («va (« vama mash shra ram m a dharma dha rma»)— »)— fue una admini adminis s tración con luces y sombras, bienintencionada. André Mairaux2 le recuerda, al lado de su rosa con «aquel rostro de romano o jefe jefe del maqui ma quis, s, con una un a cierta cie rta pesant pes antez ez en su labio inferior que que le daba a su en apariencia prefabricada sonrisa la seducción y la insinuación de inocencia que corresponden a un gran hombre». Mairaux recuerda la frase de Gandhi: «Es el coraje en persona.» Había creído que la modernización de la India, tras el asesinato de Gandhi a manos de la extrema derecha hindú, que no le per donó donó su su abomin abo minac ación ión de las castas y su mano tendid te ndidaa al al Pakist Pakistán, án, pasaba por po r la asociación asoc iación de la humilda hum ildadd con la épica. épica. «L «Laa India, escribió, debe activarse por sí misma, no por las órdenes del go
Gandhi, una crítica de la religión y su influencia en la política. Para él la palabra religión significaba ceguera de pensamiento, superstición, oscurantismo. «Mire, por ejemplo, señala, nuestro respeto por los animales. Usted sabe que no hay vacas sagradas: todas las vacas son sagradas. ¡Y ya ve cómo las tratan! ¿Y los monos? Si tuviéramos la suerte de que todos los monos se larga ran a China en una noche... Pesan sobre la India más que la pobrez pobreza. a. ¿Ha vis visto to el el templo templo de de los los monos monos de Benarés?» En una cosa estaban por completo de acuerdo Gandhi y Nehru: en su aversión a la ciudad santa de Benarés, el trampolín hindú hacia la inmortalidad. «Me temo que la rueca de Gandhi, añadió en otra ocasión, no es tan fuerte como la máquina.» Después de diecisiete años de maqumismo, la rueca de Gandhi, que figura en la bandera nacional, volvía con Shastri al poder. Sin embargo, por esas esas frecuente frecuentess paradojas de la historia, el diminuto, pru pr u dente, afable y recatado Lal Bahadur Shastri, en quien algunos veían el avatar, la reencarnación del Mahatma, fue el encargado de desatar los perros de la guerra contra el Pakistán. Esa era la India belicista que yo conocí a mi llegada en 1965. Después de cruzar el paso del Kyber, pude ver cómo los convoyes pakistaníes se precipitaban hacia Cachemira. Los militares indios se fro taban las manos.
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La cultura de guerra Era la guerr gu erra, a, la cultura cultu ra de guerr gu erra, a, la pasión por la dis discor cordia dia.. El primer ministro se convirtió de bufón, de epígono del gandhismo, en un héroe nacional. El tímido, frágil, humilde Shastri sabía hacer la guerr gu erraa y ganarla. U na tard ta rdee en Calcuta, por aque llos días, pregunté a Shastri si la explosión de agresividad nadonal, de patriotismo violento y de sumisión a la guerra no estaba reñida con el espíritu de Gandhi, por su culto a la no violencia. El Mahatma había dicho que si alguna sangre tenía que correr que «fuera la nuestra. Cultivad el ánimo silencioso de los que mueren sin matar. El hombre sólo puede vivir en libertad por su disposición a morir, si es necesario a manos de su hermano. La India deberá conquistar a sus agresores con el amor. Para noso tros el patriotismo significa lo mismo que el amor a la humani dad». Shastri me miró con una leve y sólo apuntada sonrisa. Tenía la respuesta preparada.
Al paso de mi tren hacia el frente, entre las charcas y los rebaños de búfalos bajo el obsesivo graznido de los cuervos, las muchachas de saris verdes y azul celeste, las madrinas de guerra se movilizaban para llevar té y «pañi» (agua) a los «jawans», a los gloriosos soldados del general Chawduri. Sonaban los gritos de «Jai Hind» (Viva la India) y «Shastri Zindabab», y los carteles de los andenes ponían en guardia a la población. El enemigo muy bien bien podía podía estar dentro. Los sesenta millone milloness de musulmanes se atrincheraban en sus casas con temor a que se repitiera la danza macabra de 1947. Los antiaéreos asomaban sus cañones entre los búfalos. Junto a las tiendas de campaña los soldados escribían a sus fami lias. El paisaje del Panjab había visto la brusca irrupción de las máquinas de guerra, de los carros de combate, de los campa mentos provisionales, de las sirenas de alarma aérea. Las ambu lancias cruzaban a toda velocidad posible sorteando animales, el zoo indio de la carretera nacional, la Grand Trunk Road, can tada por Rudyard Kipling. Como decía el geógrafo Halford Mackinder, «la India está gobernada por los monzones». El ciclo de las sequías y las inundaciones se repite como el ciclo infernal de las reencarnaciones, de la contaminación a las purificaciones. La India recibió a Shastri con una de las peores cosechas de los últimos años. En las aldeas camino de la guerra se percibía, en medio de las dificultades, la exaltación del conflicto, la necesidad física de una victoria. Entre las cabañas de adobe, la bosta ama sada para secar, los carros de dos ruedas, una mujer ajena a la
la intensa irrigación artificial a partir de los ríos provocó la su bida hasta ha sta dos metro me tross del nivel nivel de las aguas subt s ubterr erráne áneas. as. Ante la fuerza del sol, la humedad se evaporaba a través de las capas de tierra y se formaba una costra de sal en la superficie. Los agrónomos hablaban de un desierto de sal antes de medio siglo. Pero a los azares de la naturale natu raleza za había que unir, en las las condicio condicio nes de vida de las aldeas, los parásitos, las enfermedades, las bacterias bact erias,, el cóler có lera, a, la hepatit hep atitis, is, la transmisión de la tuberculosis por las las vacas. El M ahatm ah atmaa se rompió rom pió lo loss pies en sus sus peregrina pere grina cione cioness por p or los pueblos pueb los para p ara enseñar ense ñar los rudimentos de la higiene, el valor de la limpieza. Los niños mostraban sus tripas hincha das, los mayores los rastros de la viruela. El dolor, la enferme dad eran la obra del destino. Sólo un baño en el Ganges podría curarles. La muj m ujer er se veía relegada, releg ada, segregada a la hora del del parto. Sól óloo después de la cuarentena podría volver a la vida normal en el seno de la familia. El alumbramiento debía tener lugar en una cabaña especial, más pobre y estrecha que la normal. Es muy importante que el niño nazca sobre la tierra, el contacto desde el primer mome mo mento nto con ella. El cordón cor dón umbilical umbilical se cortaba con con una hoz y en los períodos del monzón la parturienta se estreme cía bajo las goteras, sobre el fango. Por aquellos años, el men saje del control de natalidad apenas penetraba en las aldeas. El hijo constituía muchas veces la única riqueza del pobre, para la familia equivalía a un par de brazos, el seguro para la vejez. Muchas veces la camioneta de la planificación familiar, que cru
tema. De vez en cuando, las masas indias salen de su letargo, de su aceptación de las cosas por decreto divino y estallan de forma incontrolable. No es cierto que el indio sea menos agresivo que el resto de los pueblos. Muchas veces su calma es consecuencia de la opresión, de la subalimentación. El agua se pierde. Cuando llegan las bombas de agua no hay electri electricid cidad ad para bombearla. Cuando se logra una buena bu ena cosecha cosecha va a parar en parte (arroz, trigo, fruta, legumbres, flores) a la *puja», la ofrenda a los dioses. Son los dioses mejor alimentados del mundo en el infierno de los «harijans», los intocables. Du rante las épocas de escasez, como la de 1965, la de 1967, los campesin campesinos os se se comieron las las simientes. El «tari», el alcohol de pal ma, les ayudaba a olvidar, hasta que el «zamindari», el señor de las tierras, les llamaba a los arrozales. Su existencia dependía del monzón y del landlord, el terrateniente. Mientras tanto los hom bres mastican mastican raíces raíces.. El terra te rrate teni nien ente te no tra t raba baja ja.. Para Pa ra su casta el el trabajo manual con las manos es degradante. No hay posibilidad de huir de la aldea, tan sólo a veces aparejar los bueyes y mar char hacia el bosque para recoger leña. «Si cambiáis de vida en este este mundo, amenazan lo los señores feudales, feudales , no n o seréis reencarna reenc arna dos en el otro.» Sólo en períodos electorales interesaban estas criaturas con derecho a voto. Los agentes electorales llegaban hasta el «zamindar» con sus papeletas y sus símbolos y su puñado de rupias. A lo largo de las estaciones los campesinos acudían para el reclutamiento, las mujeres con lo poco que ten t enía, ía, el agua, agua, el té, un manojo de legumbres, una flor.
ciudades del O este es te encendida ence ndidass por po r el el fanatismo fanatismo se se quema quemaban ban lo los semanarios norteamericanos. La vida en Delhi, tan llena de sos pechas pec has y rest re stri ricc ccio ione nes, s, se to torn rnóó inaguanta inag uantable. ble. Todo Tod o el mundo estaba de un humor de perros. La consigna a voces era «Crush Pak P akis ista tan n » (Aplastar Pakistán) y Gandhi el santo, el último avatar de Visnú V isnú,, una un a esta e statu tuaa de bronce en Calcut Calcuta. a. Ya en di dicie ciemb mbre re de 1961 Nehru ocupó ma m a n u m ililititaa ri los enclaves portugueses de Goa, Diu y Damao. Después, la revuelta tibetana, fomentada al menos en parte por la India, desencadena una oleada de senti miento antichino que le hace escribir a Tibor Mende1: «Era pa radójico y triste trist e observ ob servar ar que ningún grupo llam llamaba aba con con más más en carnizam carniz amiento iento a la guerr gu erraa con c ontra tra China C hina en aquella aquellass reg regio ione ness leja nas y casi inaccesibles que ciertos antiguos discípulos de Gandhi. De manera más o menos perceptible, la indignación justificada contra China se identificaba con la oposición a la coexistencia, a la neutralidad, a los conceptos socialistas de ia planificación in dia, en una palabra a todo lo que se asociaba al nombre y a la política de N ehru eh ru». ». En p lena le na cam ca m paña pa ña electo ele ctoral ral de 1962 lo loss manifest manifestantes antes exig exigía íann la defensa de las fronteras, el reconocimiento chino de la línea Mac-Mahon, la protección del «sagrado suelo» de la India. «Vo ces furiosas estigmatizaban toda tentativa de negociación si las reivindicaciones de la India no eran satisfechas de antemano.» Pero el abrazo de Nehru y Chu En-lai en Bandung pertenecía al pasado. pasad o. L a delim de limita itació ciónn de una un a front fro nter eraa de 3.700 3.700 kilómetro kilómetros, s, con argumentos legales válidos de un lado y otro, debía traer
Lasa, para instalarse en Nueva Delhi entre el entusiasmo de las masas indias, que le recibieron en triunfo. En agosto de 1959, un soldado indio de la guarnición de Longju, en la línea MacMahon, murió en el curso de una escaramuza. Después, diez soldados indios, que patrullaban por la zona desarmados, murie ron en el territorio en disputa de Ladak, a disparos de los guar dias chinos. La ruta estratégica a través de Aksai Chin, cons truida por Pekín, es un hecho. Nueva Delhi insiste en que el ejército popular chino quiere franquear la línea Mac-Mahon, la frontera «colonial» de la India, y que despliega un formidable dispositivo militar frente a unas humildes unidades inedias de vi gilancia de fronteras. El Estado Mayor indio concentra cinco di visiones de montaña, pero la conciencia de superioridad del mi nistro de Defensa Menon es tal que mantiene el ochenta por ciento de sus tropas en el frente del Pakistán. A la hora de la verdad, el 20 de octubre de 1962, una fecha negra en la historia de la India independiente, al producirse los comba combates, tes, las las div divisi ision ones es de de montaña mont aña de Neh N ehru ru se derr d errum umba ban. n. En Calcuta cunde el pánico, el flap fl ap,, como en El Cairo ante la lle gada de los carros de Rommel durante la segunda guerra mun dial. La India es vulnerable. La ambigüedad de la coexistencia y el rearme, entre la rueca de Gandhi y el cañón, se extingue en la guerra de 1965. Ese será hasta el conflicto por Bangladesh el pape papell de la hi hija ja de Nehru. Nehru. En el Himalaya Hima laya las tropa tro pass indias se baien baien en retirada. Todos Todos temen que Pekín prosiga pros iga su ofensiva y que Pakistán aproveche la ocasión. Nehru lanza un SOS a Was
fue suficiente para que Pekín considerara como cumplidos sus objetivos. En la India las calles hervían de indignación. Había que busca b uscarr un chivo expiatorio expiator io y muy muy a pesar suyo suyo Nehru Neh ru lo tenía ten ía a mano. El ministro de Defensa Menon cesó en octubre. La In dia, que ha jugado el papel de gran potencia, que extiende su autoridad moral por el Tercer Mundo en base a la coexistencia y a las difusas doctrinas de Gandhi, ve humillado a su ejército, permeab perm eables les sus fron fr onter teras as del nordeste nord este.. En la derro de rrota ta no le falta ron a la India las voces de ánimo. La Reina de Inglaterra quizá aconsejada por lord Mountbatten, el ex virrey de la India, dice en su discurso del trono: «Mi gobierno ha visto con indignación el asalto de las tropas chinas sobre territorio indio y apoya total mente la decisión de d e la India In dia de defen d efender der sus sus fronte fronteras*. ras*. El con servador «Daily Telegraph» titula: «El enemigo de la India es nuestro enemigo». Los chinos evacúan las posiciones conquista das. das. El monz m onzón ón se acerca, ace rca, registran regis tran fallos en sus sus líneas líneas de aprovi aprovi sionamiento de larga distancia, tem t emen en la intemacional intemacionalización ización del conflicto y se retiran. Para la India comienza un doloroso exa men de conciencia. Hay que elegir entre el «panch sila», la coe xistencia, y el rearme, entre los cañones y el arroz. Un pacifista, el sucesor de Nehru, elige los cañones. La prueba de fuego fue la guerra de 1965. En las estaciones, en las cantinas con té, pastas gratis y la «vara», una especie de buñuelo relleno de salsa de tomate, para loss «jawans» lo «jawans» las enorm e normes es teter te teras as soltaban soltaba n vapor v apor como como las las propia propiass locomotoras. Las tropas de refresco esperaban la salida en los
electrodoméstico, un reloj, un transistor y la euforia de la gue rra. «Me gustaría repetir sin cesar, dijo Gandhi en 1931, que no compraré la libertad de mi país al precio de la violencia. Mi unión a la “ahimsa” es hasta tal punto absoluta que preferiría suicidarme antes que cambiar de opinión sobre esta materia.» Las hostilidades se abrieron en el desierto de Rann del Kuch y en agosto de 1965 el entonces ministro pakistaní de Asuntos Exteriores, Bhuto, infiltró a sus comandos, «mujahids», en Ca chemira. Bhuto esperaba que su sola presencia en la Cachemira de mayoría musulmana provocaría una insurrección general. La operación se llamó «Gibraltar», pero en Cachemira no se movió un alma. Es gente más bien pacífica que prefiere vender pañue los que pasan por un anillo, alfombras, manteles, bufandas o recibir a los turistas que visitan el lago de Navin y sus casas flo tantes. Una mañana, sobre una «tonga», los agentes secretos del Frente del Plebiscito me llevaron con sigilo y unas excepcionales preca precauc ucio ione ness propias propias de una película película de misterio hasta has ta su diri diri gente el señor Hamadi. Me vendaron los ojos y pocos minutos después me encontré frente al Abd el-Krim asiático que, sentado en un jardín, fumaba el narguilé. —Ca —Cache chemi mira ra es y ha sido sido siempre musulmana musu lmana,, me dijo. Si la India está tan segura de que este pueblo le sigue, debe permitir un referéndum supervisado por las Naciones Unidas. —L —La India, India, señor señor Hamadi, ha estallad e stallado, o, advertí adv ertí,, por p or la pene tración de comandos pakistaníes que llegaban a liberar desde el
clutaron en una peluquería y me llevaron hasta allí se trocaron en hábiles comerciantes. Con el mismo ardor que defendían la Cachemira autónoma o pakistaní pasaron a ofrecerme el ca tálogo de sus chales y alfombras. —Le harem ha remos os un prec p recio io especial, ya que usted se interes inte resaa por nuestra causa. Al envío de los comandos siguió un ataque masivo en el sec tor de Jammu. A la operación Gibraltar de los «paks», Shastri respondió con la Operación Riddle. El Estado Mayor indio no tenía otra opción que reocupar el paso de Haji Pir, al que llegué con las primeras columnas de refuerzo, después de que me pu sieran en libertad en Jullundur. ¿De quién fue la orden de ata que al Pakistán en septiembre de 1965? Se dice en la India, y Kuldip Nayar recoge esta impresión, en su libro, que Shastri, el primer ministro ministr o del d el que qu e los indios se reían en los noticiarios noticiarios cine matográficos, necesitaba una prueba de fuego para demostrar su determinación y su coraje. ¿Por qué de Nehru nunca se reía na die? Shastri buscaba el «darsham» de Nehru, la comunión espiri tual con las masas, el flechazo del carisma, la fascinación de la mirada. El periodista Robert Trumbull, que vivió siete años en la India y siguió al Pandit en sus baños de multitud, nos cuenta las características del «darsham», del magnetismo de Nehru: «He observado a docenas de personas, todas harapientas, mien tras miraban fijamente a Nehru, durante más de una hora, sin apartar los ojos de su rostro ni un solo instante, sin apenas mo verse mientras le escuchaban, pronunciando un discurso en un
Nehru Nehru era partidario de mantener manten er la pólvora seca con Pakistán. Una guerra hubiera traído la ruina a todo el subcontinente y complicado sobremanera los problemas internos en el frente in terno indomusulmán. La guerra de los pobres duró poco tiempo y no dejó de ser una escaramuza de fronteras. Ninguna de las dos partes logró penetrar más allá allá de cinc cincoo o seis seis kilómetros en territ ter ritor orio io ene en e migo. Las incursiones aéreas cesaron pronto a falta de combusti ble ble y repues repuestos tos.. La guerra duró 21 días. días. Los estratega estra tegass sabían sabían que una guerra entre los dos países vecinos no podría prolon garse más allá del radio de acción de veinticinco o treinta kiló metros; pero el conflicto de 1965 demostró que para la India, Cachemira no era negociable. Las dos partes clamaron por la victoria. La India había dado el primer paso para quebrar la amenaza del Pakistán, que sentía desde el mismo día de la parti ción, cuando Ali Jinnah, el huesudo padre de la patria pakistaní, dijo: «Los hindúes adoran a las vacas, yo me las como». Indira Gandhi completó aquel primer paso al ordenar a sus legiones en 1971 que entraran en Bangladesh. Junto a los los camp campesin esinos os de la región hab h abía ía soldados solda dos con perros lobos para detectar paracaidistas enemigos. En Patankot tomé un autobús hacia Srinagar, la capital de Cachemira. Mi compa ñero de asiento, vestido como «Gunga Din», llevaba dos zorros disec di secad ados os en una cesta cesta y una escopeta esco peta de doce milímetro milím etros. s. Otros Otros cañones de escopetas de caza asomaban también en el resto de los asientos. «Las escopetas sirven habitualmente para cazar el
48 toneladas toneladas yací yacían an con con sus torretas desm desmoc ocha hada dass to zales. «Los pakistaníes no han aprendido a manejar los sofistica dos Patton. Son como analfabetos ante una edición de lujo de la Divina Comedia», me decía un experto indio en cuestiones de defensa. Pero otro tanto podía decirse de los militares indios. El nivel técnico de las dos fuerzas, surgidas del Ejército de las In dias y que seguían con fidelidad las tradiciones militares británi cas, era parecido, pero ambas tenían dificultades para emplear bien bien el mater m aterial ial mode mo derno rno a su alcance. Al recorr re correr er las trincheras comprobé que la moral de las tropas indias mejoró sobre las que huyeron ante el ataque chino en la NEFA. Si Pakistán reclutaba a sus hombres para la primera línea de fuego entre los feroces guerreros baluchis, patanes o panjabíes orientales, la India los buscab buscabaa ent e ntre re los rajpu raj puts, ts, los siks, siks, los panjabíe pan jabíess occidenta occidentales. les. La potencia de d e fuego era er a sin embarg em bargoo superio sup eriorr en e n el lado indio. indio. El ministro de Defensa Chavan decidió olvidarse de las reservas mentales de los gandhianos más fieles para construir un pode roso ejército. El presupuesto anual de defensa era de 220 millo nes de dólares. La guerra de 1965 puso en pie de guerra 830.000 hombres, a los que había que añadir 50.000 reservistas y otras fuerzas paramilitares, 40.000 territoriales y 100.000 del Cuerpo de Seguridad de las Fronte Fro ntera ras. s. La gran bata b atalla lla de carros se dio en Sialkot, considerada hasta entonces como la más salvaje desde El Alamein. La suerte de la guerra era ligeramente favorable a los pakistaníes, en especial si tenemos en cuenta que estaban peor peor armado arm ados, s, conta co ntaba bann con menos meno s municionamiento, carbu
aérea, divisiones blindadas y motorizadas, ofensivas y contrao fensivas. pérdidas irreparables del enemigo, cañones de 150, de fensas anticarro y toda la jerga bélica desconocida hasta enton ces. Pero aunque los periódicos no lo cuentan, la guerra de 1965 fue una nueva lección para las fuerzas armadas indias.-Se come tieron errores de táctica y estrategia. Un general sufre consejo de guerra por la destrucción del puente de Dera Baba Naval, Dunn será relevado del mando por su fracaso en Sialkot y el Jefe del Estado Mayor Chawduri no permanecerá mucho tiempo más en el mando. Decenas de oficiales son pasados a la reserva y en el momento de hacer un balance de las operaciones, el Estado Mayor indio comprueba que el general Ayub Khan podría haber lanzado a sus tropas al asalto de Cachemira o a sus blindados por la Grand Trunk Road hacia hacia Delhi de no habe ha berr falta fal tado do los suminis suminis tros. El Ejército indio hará que estas lagunas y debilidades no se repitan para poner en pie un ejército potente y moderno. «La ola de nacionalismo que descarga sobre la India, escribe Fran§ois Massa, exasperada por dos derrotas sucesivas, va a proporcio narle los medios financieros y políticos para esa transfor mación.» Aunque la derrota parcial no fue tan evidente para las masas, distraídas por la propaganda, el ejército extrajo sus consecuencias. Las pérdidas no habían sido cuantiosas en hom bres bres.. Russe ussellll Brine Briness cita fuentes norteam nor teameric ericana anass y habla, hab la, en su su libro sobre la guerra,1de 200 carros de combate destruidos, 150 dañados y averiados por parte pakistaní; o sea un tercio de su poten potencia ciall blindad blindado, o, y 20 aviones aviones destr d estruido uidos, s, para pa ra la India, Ind ia, entre tre
cación de la bomba atómica, la for fo r c é d e fra fr a p p e india. La bomba no entraría en los proyectos de Gandhi pero tampoco en los de Nehru Ne hru.. D esp es p u és de la g u erra er ra con Pakistá Pak istán, n, el primer ministro preg pr egun unta ta a la Comi Co misió siónn de En Ener ergí gíaa Atómic Ató micaa por el plazo plazo máximo máximo para la cons co nstru trucc cció iónn de la bomb bo mba. a. «Cuando supe, afirmó Gandhi, que la ciudad de Hiroshima había quedado aniquilada por una un a bom bo m ba atóm at ómic ica, a, no dejé de jé que qu e se transpa tran sparen rentara tara en mí ninguna emoción. Dije sencillamente: “La humanidad corre ha cia el suicidio si el mundo no adopta la no violencia”.»1En un documento que escribió y difundió clandestinamente «para guía de amigos y seguidores», el Pandit Nehru expuso también sus puntos pun tos de vista vis ta sob so b re la c a rrer rr eraa nuclear nuc lear:: «Esta «Es ta es la trágica trágica para doja de esta era atómica y de los spu sp u tn tnik iks. s. El hecho de que sigan haciéndose pruebas nucleares, aún sabiendo los grandes daños que causan en el presente y los que causarán en el futuro; el hecho de que se fabriquen y se almacenen armas de todas clases para p rod ro d u cir ci r la destr de struc ucci ción ón en masa, ma sa, sabiend sab iendoo que, utilizánd utilizándo o las, se podría llegar al exterminio de la raza humana, pone a la luz esta paradoja con aterradora claridad. Las ciencias adelan tan, añadía Nehru, mucho más allá de la comprensión de una parte muy g ran ra n d e del de l géne gé nero ro h uman um anoo , y plante pla ntean an problemas que muchos de nosotros no somos capaces de entender y menos aún de resolver. En esto radica la lucha y la conmoción internas de nuestr nuestroo tiempo tiem po.. P or una un a parte pa rte se manifiesta este este grande grande y predo minante progreso de la ciencia, de la tecnología y de las múlti ple pless cons co nsecu ecuen encia ciass de amba am bas, s, y po p o r o tra, tr a, un cierto agotamiento agotamiento
más pobres del mundo ingresó con el número seis en el privile giado club de los nucleares. Hubo alguna tímida y pronto olvi dada protesta. La India entró en el club sin mala conciencia. Todos los ministros estaban a favor de la bomba y nadie se atre vió a esgrimir la carta que Nehru envió en mayo de 1957: «Bajo ninguna circunstancia construiremos la bomba. Es increíble que mientras todo el mundo está de acuerdo en que una guerra en la que se utilicen armas termonucleares será fatal para la humani dad, las grandes potencias continúan con sus pruebas y almace nan sus bombas atómicas y de hidrógeno. La Unión Soviética ha pedido pedido que cese cesenn las las pruebas y que se destier d estierre re la posibilidad de una guerra nuclear y hace muy pocos días ha llevado a cabo nue vos experimentos en su territorio. Los Estados Unidos anuncian tambié tambiénn una serie serie de de pruebas y la Gran Gra n Bret B retañ añaa har h aráá estallar esta llar una bomba bomba de hidróg hidrógeno eno cerca cerca de las las isla islass Marshall a pesar pes ar de las protestas protestas genera generaliz lizada adas. s. Parece que no hay lógica lógica ni razón en todo esto, sólo miedo, sospecha y odio. El mundo no resolverá sus problemas si estos criterios son los que mueven a los gobier nos o a los pueblos. Einstein, que comenzó el desarrollo de la ciencia que condujo hasta la bomba de hidrógeno, dijo una vez que el único camino para controlar la fuerza nuclear era contro lar la mente y el corazón del hombre». Pero Shastri, en su papel recién estrenado de San Jorge que terminaría por vencer al dra gón chino y al pakistaní, hizo tabla rasa de las teorías de Nehru y ordenó que le fabricaran una bomba, de igual fuerza que la que Estados Unidos lanzó sobre Nagasaki. No tuvo el placer de dis
El El «darshan» de Gandhi. Las masas para para su purif pu rifica icació ción, n, p e r o el úl últim timoo bía predic pre dicad adoo en el desierto.
necesitaban verle y tocarl toc arlee com c omoo a un sarito añoo d e su vida añ vid a se sintió sin tió decep de cepcio ciona nado do.. Ha
A pie o en tren, en tercera, terce ra, G a n d h i reco re corr rrió ió él quería. Se pr p r o p u s o resuc res ucita itarr las ald aldeas eas..
miles mi les de kil kilóm ómet etro ross de la India qu quee
L o s dos Lo do s G andh an dhi. i. Indi In dira ra sentada al pie de la ca ma del Mahatma en uno de sus periódicos ayunos. Como primera ministra Indira rompe rá con las enseñanzas del Mahatma aunque se servirá de ellas cuando lo necesite.
Un día, al inaugurar un pantano afirmó: «Estos son nuestros templos». Nacía una nueva India. Indira Gandhi Gand hi y Gamal Gam al A b d e l Nasser, el espíritu esp íritu de B andu an du ng. ng . Indi In dira ra llegó llegó al pode po derr en 1966 1966 y pron pr onto to gobern gob ernó ó el país pa ís con m a n o de hierro hie rro.. Ella El la quería ser Juana de Arco. Arc o.
La La India para p ara los lo s turistas: turis tas: el enca en ca ntad nt ad or de serpie ser piente ntes. s. El El Maidan de Calcu Ca lcuta, ta, la atrac atr acció ción n de los viand via ndan ante tess los días en que qu e no hay ha y «hartal», huelga, o manifestación política.
Millones Millone s de carabaos y vacas vacas sagradas. La India In dia de las 700.000 700.0 00 aldea ald eass apenas si ha cambiado la piel. La India es la la décima potenc po tencia ia industr ind ustrial ial del de l m u n d o p e ro su dest de stin ino o se juega en en las las ald aldea eas, s, a ardías ardías de los grandes ríos, en una ec econ onom om ía de d e subsistencia subsiste ncia..
Estaci Estacione oness de la India. India . Indira Ind ira abolición de la pobreza, pero
La La cremación
G an andh dhii desa de sató tó el « G arib ar ibii H atao at ao». ». la luch luchaa p o r la el espectáculo no cambió en las aceras.
de un cadá ca dáve verr a orilla ori llass d el río sagr sa grad ado. o.
El autor cerca cerca del de l Ky Kyber ber Pass, Pass, entrada entra da a la Ind In d ia de todas tod as las inva in vasi sion ones es histó istó ricas.
Las represal represalias ias en Bangladesh, Banglad esh, 1971. 1971. Uno de los bihar bih aris is cola co labo bora racio cionis nistas tas con el régimen militar del Pakistán es «cazado» en la selva y torturado en la ciudad de Kulna.
El consultorio cons ultorio de control con trol de natalidad, natalidad , se h izo iz o siem si empr pree de fo r m a voluntaria voluntaria hasta que apareció el hijo de Indira Gandhi, Sanjay, con sus métodos de esterili zación. zaci ón.
mente», se había convertido en un hábil e inflexible negociador. Ahora, su cuerpo, más empequeñecido que nunca, estaba en una dacha de Tashkent sobre una inmensa cama. Los enviados especiales de los diarios indios vaciaron los búcaros de flores y las desparramaron sobre el cadáver de su primer ministro. Allí estaba, sobre el aparador, el termo de agua que había intentado abrir cuando sufrió el infarto, los platos de espinacas y patatas p robado ado.. Nayar cuenta que nada más más firma firmarr la que apenas había prob Declaración reunió a los periodistas indios para decirles: «Estoy en sus manos. Si escriben a favor, el país aceptará la Declara Des pués pidió pid ió que q ue le pusieran pusie ran con su su famili familiaa en en Delhi. Delhi. La ción». Después é sta ante a nte la firma firma era negativa. Su yerno habló habló poco, poco, reacción de ésta su hija Kusam respondió lacónicamente: «No nos has gustado». Lalita, su esposa, ni siquiera quiso ponerse al teléfono. «Ni a mi familia le ha gustado. ¿Qué dirán los demás?» La familia de Shastri todavía cree que fue envenenado. Ahora los políticos in pr egun unta taba bann «Y despu des pués és de Shastri, Shastr i, ¿quién?» La lucha lucha dios se preg po derr habí ha bíaa comenz com enzado ado de nuevo. por el pode
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Los tres ismos La batalla par la sucesión se planteó con crudeza y nudas artes. El debate ideológico tenía a Morarji Desai a la derecfea, Indira, la hija de Nehru, a la izquierda, en tm choque de perso nas y personalidades en el que intervino el tráfico de influencias. En esta batalla encubierta estaba permitido todo, intrigas de pa contra ra nat atuura. Indira sillos. promesas de doble filo, pactos cont Gandhi luchaba con el viento a favor. En el encarnizado cuerpo a cuerpo entre Indira y Morarji, hubo un personaje, Kamaraj, que no hablaba ni el inglés ni el hindi, que hizo el trabajo sudo para la hija de Nehru. Más tarde se arrepintió por la afición que Indira le tenía al poder absoluto y su cicatería en las recompen sas. Pero hizo una astuta exposición de su programa de gobierno con atendón a todos los tópicos al uso, Mahatma Gandhi, Neh-
gio de Nehru, la continuidad en el cambio. Los partidos políticos se dividieron. Para la derecha hinduista del Jan Sangh o el par tido de la patronal, el Swatantra, se había elegido a una peligrosa simpatizante de Moscú. La izquierda la prefería al «dinosaurio» Morarji Desai. El partido del Congreso no se recuperaría del efecto de esas escaramuzas. Algunos partidarios de Gandhi interpretaban criti camente las peleas por el poder y la codicia de los ministros que solicitaban coches de importación y ocupaban los mejores pala cios. Los problemas de la India seguían intactos, la economía, el secesiónismo, el galimatías lingüístico, la agitación entre hindúes y musulmanes, el desempleo, el déficit del comercio exterior. La primera primera fase fase de Indira en el control del poder pod er fue dubitativa, dubitativa, vacilante, como si el poder y el conjunto de los problemas la desbordaran. Después se afianzó con mano dura, una dosis fuerte de pragmatismo. En esto llegaron las elecciones genera les. El invierno de 1967 acaba de pasar sobre Nueva Delhi. En el Parque Central, a la sombra del monumento a Sardar Patel, el políti político co conservado conservadorr adversario adversario de Nehru Neh ru que hubiera hub iera ju juzg zgad adoo con disgusto las veleidades izquierdistas de Indira Gandhi, o so bre el el campus cam pus de la plaza Connaught, los burócratas de la capital echan echan la siesta, juegan a los los naipes, escuchan la radi r adio, o, pero per o sob sobre todo discuten de política. Congreso sí, Congreso no, Indira sí, Indira no. Muy al estilo Hyde Park, tumbados sobre el césped mastican el «pan», la hoja de betel con nuez de areca mientras hacen tiempo hasta que se abran las oficinas. Esta es la mejor
montes azules, las playas tranquilas. Son las cuartas elecciones en la historia de la India independiente. El juego limpio se ha acabado. Ahora mandan la pedrada y el ladrillazo. Las bandas extremistas del Jan Sangh apedrearon a las del Congreso cerca de la estación de Howra, en la margen derecha del río Hoogly, y los comunistas de izquierda lapidaron a los comunistas de dere cha en el estado de Andra Pradesh. En medio del furor no se libraron de las piedras ni los ministros, los candidatos, las cara vanas de los candidatos, ni el rostro de la futura primera minis tra, alcanzada en la plataforma electoral en Bubaneswar, la me trópoli de los templos. A nadie se le hubiera ocurrido en 1962 lanzar una piedra contra Nehru o Shastri, que hasta la guerra contra el Pakistán era más capaz de inspirar la compasión que la ira de su pueblo. Pero Indira heredó un país de 500 millones de habitantes en estado comatoso y un partido desgastado por la rutina y la corrupción, fragmentado e incapaz. En su campaña electoral, la hija única de Nehru repitió su argumento favorito: «O yo o el caos». El totum totum revol revolut utum um de la oposición, tan frac cionada o más que el Congreso, favorecería otra vez el triunfo del pa del partid rtidoo de la Independencia. Los jerarcas del partido (aun que dislocado por las luchas intestinas, era el mejor organizado) todavía discutían sobre Indira Gandhi. En los siete días que du raron las elecciones nacieron en la India 245.000 personas. A las zonas rústicas menos accesibles, los partidos, con una maquina ria electoral suficiente, llegaban con sus banderas, sus símbolos y sus rudimentarios métodos audiovisuales en petición de votos.
mamurty, clama desde Trivandrum, el paraíso tropical de las 600 clases de árboles, por-una «revolución cultural que transforme la India». Kerala, el primer lugar en el mundo donde los comunistas llegaron al poder en unas elecciones democráticas, es el es tado más alfabetizado de la India. El partido del Congreso volvió a ganar con 281 votos, mayo ría por 21 en la Cámara Baja del Parlamento, el Lok Sabha, frente a los 364 obtenidos en 1962. El partido perdió la mayoría en ocho estados. De nuevo se planteó la lucha por el poder y de nuevo fue Indira Gandhi la vencedora frente a un irreductible Morarji Desai. En su discurso de toma de posesión, Indira trazó un cuadro más bien nebuloso de su programa de gobierno, de mocracia, libertad, igualdad de oportunidades, laicismo, justicia social. Pronto acuñaría su emblema del «Garibi Hatao», la lucha contra la pobreza, que sus enemigos transformaron más tarde en «Indira Hatao», acabar con Indira. Los cronistas políticos de Delhi observan que la palabra mágica «socialismo» ha desapare cido de su discurso. Su segundo mandato se abre con la agitación en las calles de la derecha religiosa que protesta contra el sacrifi cio de vacas, toros y búfalos. Los «sudras», los artesanos, los «harijans» del Mahatma Gandhi, los intocables sufren el asalto de las tres castas dominantes, dominan tes, lo loss brahm b rahmane anes, s, lo loss guerre gue rrero ross «kas «kasht htri riya yas» s» y lo loss comerci com erciante antes, s, lo loss «vaisia «vaisias». s». Su gestión gesti ón está est á plaga pl agada da de barre barre ras y sustos. Los naxalitas alzan bandera revolucionaria al norte de Bengala. «E «Ell pod p oder er,, dicen como Mao Tse-tu Tse -tung, ng, está es tá en la la punta de la boca del cañón y no en la papeleta del voto.» Pero Indira,
izquierda; pero los empresarios y las grandes firmas industriales le acusan de que los trata «como leprosos». Por otro lado, las huelgas se multiplican. El partido del Congreso se agrieta en dos, derecha e izquierda. Para la derecha, Indira Gandhi se des plaza, con la ayuda ayu da de sus «consejeros «cons ejeros rojos», rojos» , hacia el comu nismo. Los jóvenes turcos apoyan a la primera ministra y Mo rarji Desai es su enemigo. Este es el esquema del gobierno de Indira Gandhi, las dificul tades propias del inmenso país de los quinientos idiomas distin tos y las sacudidas en el interior del viejo partido. Para colmo de males la muerte del presidente de la India, Zakir Husain, preci pita una u na nuev nu evaa lucha luc ha por po r el pode po der. r. E n el país de los 500 500 millon millones es de habitantes con que cuenta la India a finales de los años se senta las luchas políticas se centran siempre en los mismos hom bres bres.. M orar or arjiji Desa De saii quie qu iere re ahor ah oraa ser el presid pre siden ente te pero Indira patrocin patro cinaa a su leal Jagji Ja gjiva vann R am, am , el intocab into cable, le, al que con el tiempo, antes de su defección de 1977, le perdonará incluso que olvide durante tantos años pagar sus impuestos. Las consignas éticas del Mahatma, traicionadas de la A a la Z, se convierten ahora en combinaciones del poder, querellas intestinas de las que el candidato final de Indira V.V. Giri es el vencedor por un estrecho margen de votos. La alta tensión en el partido del gobierno se zanjó con la división en dos, por un lado la vieja guardia, el aparato del Con greso, el Sindicato, que pasó a llamarse Congreso (O) de Orga nización y el Congreso de Indira Gandhi, bautizado como Con
mil hombres, se registran centenares de muertos y heridos. Tan sólo en Bengala occidental se producen 200 muertos y 630 heri dos. La escisión en el Congreso benefició a Indira Gandhi. Su vic toria fue aplastante, con una mayoría de dos tercios. El Con greso (R) de la primera ministra obtuvo 350 escaños. Los 230 millon millones es de votantes decidieron un plebiscito para la hija de Neh Neh ru. El Congreso se convirtió así, diezmado el Sindicato, casti gado por las urnas, en el Congreso de Indira. En medio del te rremoto postelectoral la derecha clamó al fraude: Moscú habría enviado miles miles de de litros litros de tinta simpática que qu e imped im pediría iría la lectura lectura de las papeletas de voto desde el instante de votar hasta el escru tinio durante siete días y otro tipo de tinta invisible que después de marcar el voto desaparecería en el momento de abrir las urnas para pa ra el recu re cuen ento to.. La Ju J u n ta E lect le ctoo ral ra l C e n tral tr al rech re chaz azóó esta es tass acusa ciones. La victoria de Indira era limpia, sin mácula. Ahora la hija de Nehru tenía todo el poder en sus manos, legitimada por las elecciones. Necesitaba una guerra santa con tra el Pakistán para que su popularidad alcanzara el clímax. Por fin sería la Juana de Arco con la que soñó en su infancia. Esa oportunidad histórica se la dio una fulminante revuelta separa tista en el Pakistán Oriental contra el poder central instalado en RawaJpindi-Islamabad-Karachi, a mil seiscientos kilómetros de la capital Oriental, Dacca. Era la segunda guerra entra las dos naciones a menos de veinticinco años de la separación. Al llegar a Calcuta, uno de los cuarteles generales de la insurrección con
mismo lugar, las palabras que me dirigió Lal Bahadur Shastri cinco años antes: «Gandhi prefería la violencia a la cobardía». Nadie recordó record ó que qu e también tam bién dijo: dijo: «Como «Com o me opongo con fir firmeza meza a la guerra, nunca he manejado un arma. Resulta fácil enunciar los nobles pri p rinn c ip ipio ioss d e la “ah “a h im s a ” , la n o vi viole olenc ncia. ia. L a di dific ficul ul tad reside en comprenderla y practicarla en un mundo sujeto a las pas p asio ionn e s, a la v io iole lenn cia ci a y al o d io io.. N o v ald al d ría rí a la p e n a vi vivi virr la vida si la no violencia no fuera más que una palabra vacía». Na die se atrevió a record arlo. Como Com o tam poco nadie lo hi hizo zo en 1974 cuando la anexión del Principado de Sikim en el Himalaya. Na die inició una huelga de hambre.
7 Concierto de Bangladesh «Sonar Bangla, ami tomay bhalabashi» (Bengala dorada, te quiero) era el himno nacional, la Marsellesa de Bangladesh desde aquel día negro de 1971, el 25 de marzo. Al poema del beng bengalí alí R a b in d r a n a th T a g o r e le h a b ían ía n p u e s to m ú sica si ca a to todd a pris prisa. a. Las leg le g io ionn es ne n e c e s ita it a b a n un u n a ma m a rch rc h a triu tr iunn fal. fa l. A m a r «So «S o n ar Bangla», te amo, mi Bengala de oro. «Tus cielos y tus vientos son la música de mi vida. ¡Oh, madre! En la primavera, el perfume de tus bosquecillos de mangos vuelve a mi corazón loco de gozo. ¡Oh madre! En el otoño, en tus campos floridos, he oído oído el rum or de tu risa risa llena llena de d e dulzura. Qué belleza, qué amor, qué afecto he hallado a la sombra de los bananos
arrastraban millares de cadáveres de bengalíes. Las aves de presa pres a («¡Ya suena su ena el grito! ¡Caza abu ab u n d ante an te!» !»,, decí de cíaa el Lib L ibro ro de la Selva de Kipling) se lanzaban en flecha sobre los ríos. Tenían carne en abundancia. Los perros hozaban entre los cadáveres. Sobre el medio millón, el millón o los dos millones de cadáveres surgió una nación, Bangladesh. Era la gran tragedia de los últi mos años por encima incluso de otras como Vietnam, Oriente Medio, Biafra. En Nueva York, los Beatles compusieron la can ción del genocidio «Concierto de Bangladesh» y la población de Bengala, como la de Indonesia tras la represión de Suharto, se negaba a comer pescado de río. La guerra de independencia fue tan rápida que al pueblo, creo vo, vo, le costaba tomar tom ar conciencia conciencia de su libertad libe rtad recién re cién ganada sobre la pirámide de muertos. —Somo —S omoss libres lib res,, somos som os libre lib res, s, les oí oíaa g rita ri tarr d e sde sd e los autobu autobu ses de la carretera de Jessore a Daca. La nación de Bengala, eso significa Bangladesh, surgió a la sombra de Mujibur Rahmán, pero nadie hubiera dicho que la libertad, la catarsis de la independencia, llegaría después de ca torce días tan sólo. Para sentir que eran libres necesitaban gritár selo unos a otros. «Joi Bangla», «Joi Bangla», Viva Bengala. Veían también una necesidad de ajustar las cuentas, de vísperas sicilianas, de purificarse a través de la venganza. —A — A h o ra nos to toca ca a n o sotr so troo s («ít is our turn»), me decía en Jessore el 18 de diciembre de 1971 un guerrillero de liberación, un Mukti Bahini.
Khan. Esqueletos, cuerpos mal enterrados y en descomposición. Era un país descuartizado.
Las represalias no se hicieron esperar. Pronto se vieron en las las calles, en los bosques, las primeras víctimas de entre los verdu gos, los biharis, que cobraban veinte rupias, unas 200 pesetas y una bo b o tell te llaa d e licor lic or p o r la en e n tre tr e g a d e cad ca d a ben b enga galílí mu m u erto er to.. C o m o en el Ka alap arte, lo loss colaboracionist colaboracionistas as del régimen régimen del K a p u tt de M alaparte, Pakistán Oriental que se resistían a la independencia de Bangla desh guardaban en sus chozas sacos con ojos, orejas y pechos. Estos m usulmanes usulma nes llegados del Bihar B ihar indio indio y de otros puntos del subcontinente hicieron, muchos de ellos, causa común con el p a k ista is tann í d esd es d e la p a rtic rt ició iónn en 1947. D e esto es toss grup gr upos os se Ejército pa tam biénn las las fila filass de lo loss «razakars», voluntarios v oluntarios para la re nutrían tambié presión. La venganza de los Mukti Bahini y la población cayó ahora sin sin freno fren o sobre sob re soldados so ldados del P akistán, akistán , biharis y «razakar «razakars». s». Una revancha más sangrienta de lo que In dira Gandhi G andhi nos quería hacer ver. Desde la rendición de las tropas del general pakistaní Niazi m urieron muchas más de las veinte personas que la Gandhi nos anunciaba a los corresponsales en Nueva Delhi. La revancha de sangre era abierta. En ella tomaban parte hasta los niños. H e visto visto en Kulna cómo desped azaban a docenas docenas de biharis. Sin afán de justificar estas muertes, hay que pensar, sin embargo, que, según cifras dignas de fe, la población de Kulna quedó diezmada en un treinta por ciento en la matanza pakistaní. En la jungla se cazó a los colaboracionistas como se caza al tigre. Después los guerrilleros pasearon los cadáveres de
ció. Era la hora de los niños. Con punzones, clavos, palos finos de bambú los niños remataban la obra de los mayores, y anima dos por ellos perforaban los oídos, la boca, el ano de los biha ris. Nadie pudo detener las represalias. De inmediato surgía la relación de los horrores pasados, la defensa de la ley del Talión: —E — E ste st e mism mi smoo q u e ve aqu aq u í, me d e c ía u n c a m p e s in inoo d e Kuln Ku lna, a, es el responsable de la muerte de todos mis hermanos... Mientras el gobierno de Bangladesh, gobierno todavía provi sional puesto que el jeque Mujibur continuaba preso cerca de Islamabad, preparaba sus maletas en Calcuta para regresar a Dacca, los Mukti Bahini campaban a sus anchas en Bengala. Las tropas indias habían cubierto sus objetivos. La hija de Nehru hizo hi zo suyo, ya que no el auto de fe, el roman rom anticism ticism o de la vict victor oria ia.. En la India se hablaba estos días más de Bengala y del papel del ejército indio que de los problemas domésticos y de las parcas cosechas. Indira era por fin Juana de Arco, la Pasionaria. Ella, que cuando estudiaba en Londres, y era miembro del Comité de Ayuda a la España republicana, supo que llegaba la Pasionaria, esperó horas y horas bajo una lluvia cerrada el paso de Dolores Ibárruri. Antes h abía pronu pro nuncia nciado do discursos y vendid ven didoo sus joyas pa p a ra la cau ca u sa rep re p u b lic li c a n a . A h o r a las la s m a sas sa s in indd ias ia s la e spe sp e rab ra b a n a ella. ella. In dira actuó ac tuó en Banglad Ban gladesh esh sin con tem placio pla cione ness y según según los últimos gandhianos, sin escrúpulos. No tenía las dudas metódi cas de su pad re, aquella aqu ella lentitud len titud reflexiva reflexiv a en llegar lleg ar hasta ha sta el final. Ne N e h ru e r a com co m o h a e scri sc rito to P e rciv rc ivaa l S p e a r 1 d e m a s iad ia d o «impa «impa
de los intelectuales», pero la vacilación ante los problemas. El pe p e r p e tu tuoo H a m let le t del de l «ser «s er o no ser». ser» . Indira Gandhi dudó muy poco antes de empujar a sus «jawans» «jawans» hacia ha cia la saga de Bangladesh Ban gladesh.. El flujo de los los millones de refugiados refugiados que escapaban escapab an del hambre ham bre y la la represi represión ón del otro lado le sirvió de casus cas us belli. bell i. Eran ya diez, doce millones. Además, su ministro de Asuntos Exteriores lo había dicho sin ambages, «una guerra nos costará más barata que mantener durante meses a diez millones de refugiados». Pese a sus incertidumbres, el Pan ditt Nehru había di ha bía sido sido el primero en rom per con la tradici tradición ón paci fist fistaa de la Ind I ndia ia par p araa realizar re alizar su unidad unida d geográfica geográfica aún a costa de las leyes internacionales. En 1961 se anexionó Goa, Diu y Damao, los últimos enclaves portugueses en territorio indio. Era el mismo Nehru que había dicho: «La guerra es el asesinato de la verdad verdad y de la human hu manidad». idad». La ayuda huma hu manitaria nitaria a los los refugia refugia dos le sirvió a su hija de cobertura moral para el asalto de las r onteras. Por ello contó con la comprensión de hombres como f ronteras. Malraux o Pierre Mendés France. Este último, que visita a Indira Gandhi después del conflicto, describe su estado de ánimo en su libro Dia D ialo logg u es avec av ec VAsie VA sie d ’a uj ujoo u rd’ rd ’hui hui11: «En el fondo sigue destrozada por el abandono en el que se encontró en las horas sombrías de la crisis y del genocidio pakistaní, con sus tres mill millon ones es de asesina ase sinatos, tos, cuando cua ndo en la India Ind ia la cólera, cóler a, los rencores, el resentimiento del ejército, las fuerzas centrífugas de todo tipo empujaban em pujaban al país hacia ha cia la desesperació desesp eraciónn y el caos. caos. Sus gritos gritos de alarma y sus llamamientos a lo largo de 1971 no recibieron res
mana. Nada de eso ocurrió, los buenos principios se habían olvi dado. dado. Hoy Hoy se permiten reproc rep rochar har a la la hija de Nehru Ne hru su interven ción en favor de un pueblo asesinado en masa que pedía socorro; y la ONU se ha atrevido a condenar a la India. Indira está muy afectada. Si las grandes potencias, si las Naciones Unidas hubie ran cumplido cumplido con su su deber, deb er, hubiera hu bierann podido po dido salvarse millones millones de vidas humanas. Porque todos sabemos que ha habido tres millo nes de muertos civiles en Bangladesh. Todos estos recuerdos, concluye Mendés France, no incitan desde luego a la primera ministra al esfuerzo de tregua y apaciguamiento que yo le acon sejo y deseo». La impresión que Mendés France obtiene sobre el terreno es la correcta. Indira Gandhi se halla en el cénit de su prestigio. Tiene el apoyo de los jóvenes y de los miembros más avanzados del partido. Ha ganado y conservado la mayoría por el carácter demostrado en los momentos más difíciles y por su tenacidad siempre que ha debido combatir para alcanzar los objetivos so bre los cuales cua les movil mo viliza iza a la o p in inió iónn p ú b lica li ca.. «Se h a convertido, escribe el ex primer ministro francés, en el líder radical en lucha contra las fuerzas reaccionarias y conservadoras.» Su populari dad crece como el curso del Ganges bajo el monzón, tras la vic toria de Bangladesh, «cuando en medio de un callejón sin salida dio a todo el país la impresió im presiónn de que qu e lo había ha bía liberad libe radoo por po r fin de la amenaza pakistaní». Era una hazaña que no estaba exenta de críticas: al impulsar y ayudar al separatismo de Bangladesh la
tro pueblo en el comienzo de su liberación; el amarillo, porque es el color de las dos grandes riquezas de nuestra tierra, el arroz y el yute». La capital del Pakistán Oriental, Dacca, ardía por los cuatro costados cuando un comando de la resistencia ocupa una emi sora y lanza su proclama de la independencia: es el 26 de marzo de 1971. «Hoy, Bangladesh es un estado soberano e indepen diente. En la noche del jueves, las fuerzas armadas del Pakistán Occidental han h an atacado atacad o lo loss locales locales de la policía policía de Rajabargh R ajabargh y el cuartel general de los East Pakistan Rifles en Peeikhana, en Dacca. Dacca. M uchos inocentes inocen tes y civi civile less sin sin armas han resultado muer mue r tos en la capital y en otras ciudades de Bangladesh. Los East Pakistan Rifles sostienen violentos combates contra las fuerzas armadas de Rawalpindi. Raw alpindi. Los bengalíes combaten com baten al enemigo enemigo con con gran valor por la independencia de su patria. Resistid al ene migo, que está al acecho en todos los rincones. Que Dios nos ayude en nuestro combate por la libertad. Joi Bangla.»1 Después todo tod o sucede con la fatalidad fatalidad de una tragedia grie griega ga..
8 El este y el oeste Las imágenes de violencia de Bangladesh permanecen aún vivas en mi memoria y se entrecruzan en los sueños por encima de otras tragedias vividas. La revancha civil es a veces peor que la guerra. Ante aquella sucesión de biharis apaleados hasta la muerte, arrastrados en camiones, cazados en la jungla para el suplicio, podía imaginar con fidelidad lo que fue la separación de la India y el Pakistán a la que con tanto ardor se había opuesto el ¿Resultó mejor mejor el remedio de la part partici ición ón que Mahatma Gandhi. ¿Resultó la enfermedad de la tensa convivencia, de los enfrentamientos entre las comunidades hindúes y las musulmanas? En todo caso, el virrey Mountbatten, primer gobernador general de la India independiente, presidía el quince de agosto de 1947 en el salón del trono de Nueva Delhi la ceremonia de la separación. No ha bía visto otra solución para el Imperio que la división. Allí, es
quierdo, un bicornio a lo Nelson, con penacho de plumas de avestruz y, al estilo de la Marina británica, suspendido de su doble portaariete, el sable curvo, en la vaina de cuero charo lado.»1 Ahora veía yo en los campos de Bengala la repetición de aquel conflicto salvaje y cruel de 1947, que el Mahatma Gandhi detenía a duras penas a golpe de ayunos y el silencio absoluto de los viernes. Los jefes militares del Pakistán dieron la orden de matar bengalíes a discreción, en una campaña de terrorismo ofi cial sin freno que hizo huir a diez, doce millones de personas, bajo ba jo el sol del vera ve rann o de 1971, v e in intiticc u a tro tr o años añ os desp de spué uéss de la par p artitici cióó n , hacia ha cia el refu re fugi gioo de los cam ca m p o s d e sal en B enga en gala la.. Lord ord Mountbatten dijo de la India en 1947 que era «como un barco incendiado en medio del océano, con dinamita en la bodega». El gobierno socialista de Londres pensó que lo mejor sería abando narlo pronto y dividirlo. El Pakistán nació como un absurdo car tográfico al este y al oeste en base a una separación por razones religi religiosas osas.. Los hindúes hindú es sobre so brepa pasab saban an en un u n a propo pro porció rciónn de tres a uno a los musulmanes. Había que salvar a éstos y concederles una patria. El Islam, como el hinduismo, es algo más que una religión, una conducta, una condición, un modo de vida, una cultura, una pauta de comportamiento. Sería difícil hallar dos concepciones tan opuestas del mundo y de la vida entre el mono teísmo austero del Corán, la igualdad de los hombres ante las leyes y ante el dios del Islam y la miríada de dioses, el concepto flexible del dios del hindu hin duism ismo, o, cuyo cu yo sop so p o rte social es el sistema ¡
«Somos el país musulmán más grande de la tierra», me de cían ían cua c uand ndoo pasé p o r Pakistán Pak istán en 1965. Sobre ese ese sueño sueño se cons cons truye el «país de los puros», que eso significa en urdu Pakistán. Es al mismo tiempo el anagrama de Panjab, Afghania, Kashmir, Irán, Sind, S ind, T urka ur karistá ristán, n, Afganistán y Baluchi Baluchist stán. án. Los Los estudian tes musulmanes de Cambridge lo bautizaron así en los años treinta. P ero si la la India In dia logró m antener anten er su su democra democracia cia en medio medio de todos los vaivenes, Pakistán cayó muy pronto bajo la bota milit militar ar.. Su prim er ho m bre fuerte fu erte,, Ayub Ayu b Khan, creía creía que el ejér ejér cito era el único que podía salvar al Pakistán de la desintegra ción ción.. El di dicta ctado do r afirmó afirm ó una u na vez que la democracia democracia era incompa incompa tible con los climas cálidos («.Democracy cannot work in a hot eno s en un país partido partid o en dos y separado separado por más más clim cl imate ate») »).. Y m enos de mil quinientos kilómetros. Las recomendaciones del Mahatma Mahatm a cay c ayero eronn en e n saco roto: roto : «Estoy en contra de la la part partici ición, ón, recogió en su A u to b io g r a f ía . Vais a hacer jirones el país. Vais a instalar a un hermano enemigo a nuestras puertas. Es preciso que permanezcamos unidos entre nosotros. La India tiene nece sidad de todos sus hijos, tanto hindúes como musulmanes. Cons truyamos un Estado fraternal...» Pero en el holocausto de ur iero n a cuchil cuchillo lo alred edo r de medio mil milló lónn de perso perso 1947-48 m uriero nas y otros catorce millones se transformaron en refugiados. El Pakistán Occidental y el Oriental podían parecerse tanto como las Hurdes y las Rías Bajas de Galicia. El oeste árido, de colinas pelad pe ladas, as, p o c o h a b i t a d o ; el e s t e , v e r d e , cru cr u z a d o p o r ríos rí os y cana ca na les, muy poblado, con el mayor índice de concentración de po
imposible. Fracasó en medio de la agitación y la crisis econó mica, entre el caos social y la bancarrota. Los militares educados en Sandhurst, llamaban a las puertas del Congreso. En 1958, el golpe de estado del general Ayub Khan impuso, con el parla mento disuelto y abrogada la Constitución, la ley marcial. Como en tantos otros países del mundo, los militares en el poder sólo hicieron más agudas las crisis y no fueron capaces de evitar la desintegración por la que prometieron luchar. El círculo de la represión se cerró sobre los dos Pakistanes. «Ali Jinnah no lo hubiera permitido», comentaban los estudiantes de la Universi dad de Karachi. El mariscal Ayub mide casi dos metros, se levanta a las seis y se acuesta a las once. No para de trabajar. Cultiva su jardín, hace deporte. Es un apasionado de los libros de historia de las religiones. religiones. Ha sido el el organizado organ izadorr del ejérci ejé rcito to pak p akistan istaníí con con este axioma: «La máxima auste a usterida ridadd con la mayo m ayorr eficacia eficacia». ». Este mi mi litar elegante, britanizado, de ojos grises, mirada penetrante, se inventa toda una filosofía y una práctica de la política, la «demo cracia básica», que divide el país en miles de circunscripciones electorales. electorales. Pero esa democracia dem ocracia no incluye la libertad de ex expre sión ni siquiera un reformismo que distribuya mejor la riqueza en manos de las 22 familias del oeste. El virus de la corrupción pe p e n e tra tr a b a en to todd o s los seg se g m ento en toss d e la soci so cied edad ad.. L a protesta protesta ca m p u s universitarios. Hasta comenzó, como es natural, en los cam un mariscal del aire entró en la arena política para competir con Ayub con estas palabras que no dejaban dudas sobre la natura
del independentismo bengalí y jefe de la liga Awami. Estas me didas didas de gracia llegan tard ta rde, e, con el el país país estremecido estremecido po r las las huel gas generales y las manifestaciones. Sólo hay una salida, la que pide la calle ca lle,, la r e tira ti radd a de A yub. yu b. El ejér ej érci cito to pi pien ensa sa que qu e ante an tess de que que la la situación se deterio dete riore re aún más debe proced pro ceder er al al cambio de nombres nombres para pa ra salvar su permanen perm anencia cia en el el poder. Es por lo tanto tan to necesario el sacrificio de Ayub. En marzo de 1969 entraba en escena otro general discípulo de Ayub, Yahia Khan. Pero el st ronn g ma man, n, hombre fuerte, fue incapaz de hacer de dos nuevo stro nacio naciones nes separad sepa radas as una u na sola. Las desigualdades, desiguald ades, el trato de favor al oeste sobre so bre el este, el aband aba ndon onoo de d e los bengalíes siguen siguen en pie. «A pesar de las buenas intenciones de Yahia Khan, la misma catástrofe se repite con él, escribe David Loshak1, sólo que por razones de psicopatología en un proceso más rápido y cruel.» La explosión demográfica del este no era ajena a la profundización de la cri crisi sis. s. E n el mom mo m ento de la partición contab co ntabaa con 40 millo millo nes de habitantes, ahora con 18 más. 250.000 personas más al mes en un área la mitad que Inglaterra. Aquí se cumplían las previsiones previs iones d e M alth al thus us:: el crec cr ecim imie ienn to d e la pobl po blac ació iónn salt sa ltar aría ía por enci en cim m a d e la p o sib si b ilid il idaa d d e alim al imee n tarl ta rla. a. Había otros elementos de discriminación del oeste con res pecto pecto al es e s te, te , e n el sen se n o d el e jér jé r c ito it o , d e la adm ad m in inis istr trac ació iónn , de los poderes legi le gisl slat ativ ivoo y jud ju d icia ic ial.l. Las La s g rand ra ndes es in inve vers rsio ione ness se re r e serv se rvaa ban ban p ara ar a el o e s te. te . D e esta es ta m a n e r a , el P a k istá is tánn O r ien ie n tal ta l se con co n virtió en colonia del Occidental, en zona de explotación al al cance de las 22 familias, los Saigols y los Valikas (industrias quí
Lal La l Shalu, Shalu, describe la frustración del este1: «Que nadie se asom bre al ver tant ta ntaa agita ag itació ciónn e n tre tr e aque aq uello lloss q u e , a u n q u e arranca arra ncann cuanto pueden a la tierra, se ven acosados por el hambre. En esta región superpoblada donde el cielo es tan azul y los campos tan verdes, donde no hay rocas, ni piedras, ni arena, ni polvo, la insatisfacción es perpetua, la agitación intensa. Si no logran huir, sólo les queda luchar. La tierra no conoce reposo; exhausta, no recibe nada de los seres rapaces que le chupan la sangre. Son demasiado numerosos en este suelo violado, asolado, oprimido, que no puede producir ni dar nada más». El jeque Mujibur Rahman interpreta en el plano político la angustia y la amargura de los bengalíes: «Para superar la crisis po p o r la que qu e atra at ravv iesa ie sa la naci na ción ón es prec pr ecis isoo a n te to todd o busca bu scarr las causas. Estas causas son tres: la privación de la libertad política; el sentimiento de injusticia social experimentado por las muche dumbres de nuestro pueblo; pueblo ; el profundo profun do desco de sconten ntento to creado por las disparidades económicas cada vez mayores entre las regio nes». Así ofrece su plan de seis puntos: estado federal y parla mentario; el gobierno federal controlará sólo los asuntos de de fensa y de exteriores; elección entre dos monedas o una sola, per p eroo con u n a polí po lític ticaa fiscal s e p a r a d a q u e e v ite it e la evas ev asió iónn de ca capi tales del este hacia el oeste; el gobierno federal no marcará la polít po lític icaa impo im posit sitiv iva; a; cad ca d a u n o d e los e s tad ta d o s fed fe d e rad ra d o s podrá po drá lle lle gar a acuerdos comerciales con terceros países; los estados po p o d rán rá n e n c u a d r a r sus fuer fu erza zass m ilit il itaa res re s y p a r a m ilit il itaa res re s prop ropias. ias. A este plan Mujibur lo llama «nuestro derecho a la existencia».
lento, la contrafigura de un Gandhi, con mostacho poblado, gruesas gafas de concha. Ha pasado diez años en la cárcel, «su segunda casa», como él la llama. Es maximalista en las formas pero pe ro m o d e r a d o en la nego ne goci ciac ació ión, n, un cons co nser erva vado dor. r. El régi ré gim m en militar hace lo que puede para desacreditarle, para destruir su carrera política, y lo mezcla en una conspiración inexistente en combinación con la India, el «complot de Agartala». M ientras ientra s tan ta n to to,, el ejército ejér cito del este recibía del oeste la la lic licenc encia ia para m a tar ta r , p a r a a h o g a r en san sa n gre gr e la p rote ro test staa . Los tribu tri buna nale less popu po pular lares es d e la d emo em o crac cr acia ia básic bá sicaa q u em a ron ro n vivos a cient cie ntos os de condenados, los pasaron a cuchillo, decapitaron y crucificaron. El general Yahia Khan es un soldado que ha combatido con los aliados. No tiene experiencia política y conduce al país con su bastón de e m p u ñ a d u r a d e p lata la ta.. E s b e b e d o r y m uj ujer erie iego go.. La gravedad de la situación le dicta la iniciativa: se entrevistará en Dacca con Mujibur Rahman. Otro tanto hará Zulfíkar Ali Bhutto, fundador del PPP, Partido Popular Pakistaní, el único líd líder político pak p akist istan aníí de talla naciona nac ional.l. El objetivo obj etivo es el mismo: mismo: descubrir una salida al irredentismo del este. Bhutto será el homb hombre re que reem ree m place pla ce a los militares, la pieza de recambio recam bio civ civil il,, tras la derrota de Bangladesh. La entrevista de Yahia Khan con Mujibur estimuló algunas esperanzas. El nuevo presidente afirmaba que el ejército no te nía ambiciones políticas. Volvería pronto a los cuarteles. Nom bró bró un g o b iern ie rnoo e n el q u e fig fi g u rab ra b a n cinco cin co beng be ngal alíe íess y pro p rom m etió et ió
de entendim enten dim iento está lejos lejos de confirmarse con firmarse en la realidad . Según egún algunos, Bhutto teme la «bengalización» del Pakistán; según otros se produce algo más simple, el choque de dos polos opues tos, el progresista progresista Bhutto Bh utto y el conserv con servado adorr liberal M ujib. Esta es es una hipótesis convincente. Ali Buttho no desea rivales. Conocí a Bhutto en Lahore, la ciudad de Kipling, la de am plia pl iass a v e n id idaa s y edifi ed ifici cioo s c o lo lonn iale ia less d e lad la d rill ri lloo r o j o , d o n d e trece años después le condenaron a muerte. Odiaba a los militares, que le descabalgaron del poder, le acusaron, sin pruebas, de in tento ten to de asesinato a sesinato de un adversario ad versario político y por po r fin, fin, después de desafiar desa fiar las las peticiones de clem encia de d e tod to d o el m un do, do , el ge general Zia lo mandó a la horca. Zulfikar Ali Bhutto era un «animal político» contradictorio. Quizá por eso nos atraía tanto a los periodistas que le conoci mos... Tenía fuerza. Era brillante, de la estirpe de los Sukarno y de los Sihanuk. Como al primero, le gustaban mucho las mujeres y los golpes de efecto y como al segundo los gestos po pu p u lis li s tas ta s , los v iaje ia jess e n h e lic li c ó p t e r o a las la s r e g io ionn e s d e v a sta st a d a s para regalar juguetes a los niños. Y como ambos, siempre fue amigo d e los discursos, largos, vibrantes, melodramáticos, de los ba ños de multitudes. Era listo, arrogante, arbitrario, astuto, im pre p revv isib is ible le.. « H a n a c id idoo p a r a c o n v e n c e r, e n g a ñ a r y e s tá nutr nutrid idoo al mismo tiempo de olfato, de memoria y de un gran señorío», E n tre tr e v ista is ta c o n la h isto is tori riaa } Fasci escribió Oriana Fallad en su En naba a las periodistas occidentales. Había empezado su carrera po p o líti lí ticc a m p r o n t o a lo loss t r e i n t a a ñ o s c o m o m in inis istr troo de A b
pero pe ro le tem te m ían ía n , le adm ad m irab ir aban an en secr se creto eto.. No es extr ex traa ñ o p o r lo tanto que Indira Gandhi le hubiera llorado a la hora de una muerte tan cruel como injusta. El único político al que se le podía comparar es a Ah Jinah, muerto de tuberculosis después de la independencia. Bhutto despreciaba a los militares. No se lo perdonarían nunca. Era el único capaz de hacerles sombra. No era un político coherente y sabía organizar el «pucherazo» en unas elecciones, pero él mismo había dicho alguna vez, citando a John Locke, «la cohe rencia es una virtud de las mentes pequeñas». Era elástico, mó vil. «Ahora caliente, ahora frío», acostumbraba a decir. A pesar de sus evidentes defectos, sorprendía por su rapidez de reflejos, la seguridad en sí mismo, sus citas de Shakespeare. El ex vice presi pr eside dente nte n o rte rt e a m e ric ri c a n o R ock oc k efel ef elle lerr di dijo jo de él, tras tr as acom ac ompa pa b abyy kissing: «No me ñarl ñarlee en en uno u no de sus baños baño s de popularid pop ularidad ad y bab gust gustar aría ía ten erlo er lo enfre en frente nte en unas un as elecci elecciones» ones».. Bhutto B hutto admiraba a Genghis Khan y a Napoleón, pero al mismo tiempo se conside raba socialista, un materialista dialéctico, un marxista en lo eco nómico. Su campaña en las elecciones de 1970 que le dieron el triunfo (congelado por los militares), se hizo sobre la base de este slogan: «Pan, casa, ropa». Una vez en el poder, puso en marcha un programa de redistribución de tierras, salario mí nimo, seguridad social que asustó a los burócratas del Pakistan Civil Service, y a la clase dominante de las 22 familias que con trolan el aparato industrial. Se apoyó en los universitarios, los intelectuales, los campesinos y el lumpen de los trabajadores de
Zulfikar Ali Ali Bhutto Bhu tto murió m urió en la horca como había ha bía vivid vivido, o, c o n orgullo. No solicitó clemencia. Después de su entrevista entrev ista en Dacca Dacc a con M ujibur ujibu r afirmó crí crípt ptii camente: «No se pueden resolver en tres días los problemas de veinte años». Mientras tanto, un nuevo instrumento de aniquila ción ción se abate sobre el Pakistán O riental, rien tal, es el monzó mo nzónn en toda su furia. Los ríos se hinchan y arremeten como bestias heridas. Se llevan todo a su paso. El ciclón sobre Bengala es un jinete del Apocalipsis.
9 El ciclón Descubrí Desc ubrí el monzón mon zón en Lahor La hore. e. «Las «Las nubes, nub es, escribi escribióó el poeta hindú Kalidasa, avanzan como reyes entre tumultuosos ejérci tos; sus sus estan es tanda darte rtess son los relámpagos y los truenos, trueno s, sus tambo res.» La atmósfera se cargó electromagnéticamente en cuestión de segundos, los árboles se combaron ante la embestida del viento y todo el polvo del mundo se adueñó de la ciudad. Vola ban ban las las b a s u ras ra s , se arre ar rem m o lin li n a b a n los p ape ap e les, le s, se desga de sgañif ñifab aban an los gorriones y lad l adra raba bann de d e pánico p ánico los perros. perro s. Se hizo hizo la la noche noche de golpe. Los coches, bajo la barrera de agua encendían sus faros mie mient ntra rass se se corta co rtaba ba la luz luz ante el aparato apa rato de la tormenta. torme nta. El délo dé lo tembló como si lo cruzaran dos mil aviones a reacdón. Llovía apasionadamente y las gotas eran gruesas como cacahuetes. Las lluvias del monzón son tan breves como intensas. La tierra está ahita de agua. ag ua. C uand ua ndoo la lluvia cesa del todo tod o vuelve a escucharse con claridad el graznido de los cuervos. Después Después de tantos tan tos meses de sequía el monzón vino vino a restituir restituir
«En el extremo sur, escribe Sayed, son los grandes y profundos ríos los que dictan la ley. Los campos no aprisionan su lecho, como ocurre en el norte, donde la tierra es la reina y los ríos son esclavos. Los poderosos ríos del sur no admiten barrera alguna, ni siguen ningún curso definido. Durante la breve estación seca, apen ap enas as revelan rev elan sus con torno tor nos; s; es como com o si si se negasen nega sen a admit admitir ir sus límites. Con la llegada del monzón recuperan toda su fuerza, toda su violencia. Crecen y hacen ostentación de sí mismos, se mejantes a un ejército de conquistadores, devastando llanuras enteras, que parecen batirse en retirada ante el avance de las aguas.» La noche del 12 al 13 de noviembre de 1970 el ciclón cayó en tromba sobre el sur de Bengala. Era el mayor desastre sufrido por la humanidad desde la segunda guerra mundial. El dios de la fertilidad trae ahora la muerte. En menos de seis ho ras el ciclón se tragó a medio millón de personas. Según otras estimaciones a un millón. Los cadáveres recuperados fueron 277.000, pero no se sabe lo que el agua se llevó hacia el golfo de Bengala. L os viento vie ntoss sop so p laron lar on a 170 170 kilóm etros etr os p o r hor h oraa y a lo largo de la costa nada pudo resistirles, las chozas de bambú, los puentes más frágiles, los hombres, las bestias. El ciclón puso al descu bi b i e r t o u n a v ez m ás la v u ln lnee r a b ilid il idaa d , el a b a n d o n o del Pakistán oriental, su indefensión ante la naturaleza. Los satélites meteo rológicos advirtieron que el huracán se desplazaba hacia el nor oeste pero en Bengala nadie movió un dedo. Para un pueblo
lamidad. El furor y el resentimiento crecieron en todos los corazones de Bengala con la intensidad del huracán. El presi dente Yahia Khan, que se encontraba de visita oficial en Pekín, hizo un alto en Dacca para sobrevolar en helicóptero las áreas afectadas. Lo que vio desde arriba apenas le impresionó. Su comentario ilustra la insensibilidad de los políticos del Pakistán Occidental para comprender el alcance de aquel calvario: «No ha sido sido tan ta n to como com o me había h abíann dicho». Con los los equipos de rescate para pa raliz lizad ados os,, con co n un solo sol o heli he licó cópp tero te ro p a ra cubr cu brir ir una un a trage tra gedia dia tan extensa, Mujibur Rahman guardó un cauto y doloroso silencio durante unos días. Por fin estalló sin límites toda su indignación moral. Acusó al Gobierno de negligencia criminal. «Ellos, afirmó, son los responsables de un asesinato a sangre fría y merecen por ello el más severo de los castigos. Han sido lentos e insensi insensible bles. s. Lo Loss millonar m illonarios ios de la industria ind ustria textil no nos han dado ni un metro de tela para nuestras mortajas. Tienen un ejército numeroso pero han dejado que los marines mar ines británicos, llegados de Singapur, enterraran a nuestros muertos.» Al caer sobr so bree Beng B engala ala el primer prim er monzón que precedió al al gran huracán, el presidente decidió retrasar las elecciones. Esta vez Muji Mu jibu burr am enazó en azó con una un a guerra g uerra civil civil si el desastre natural daba dab a pie pie a un nu n u e v o apla ap lazz a m ien ie n to to.. D esp es p u é s pro p ronu nunc nció ió unas un as pro p rofét fética icass palabras: palabras: «Si el m ill illón ón d e m u e rto rt o s b a jo el ciclón no bast ba sta, a, sacrificaremos otro millón para que Bangladesh sea libre».1En Dacca, el presidente Khan convocó a los periodistas: «Mi go bierno bierno d ijo ij o , n o es u n g o b iern ie rnoo d e ánge án gele less p e ro hem he m os hech he choo lo
muertos, granjas destrozadas, postes caídos y algunos supervi vientes a la deriva agarrados a los búfalos hinchados. Las Las elecci elecciones ones se se celebra cele braron ron en diciem d iciembre, bre, a un mes del cicló ciclón. n. El índice de participación fue muy alto, 40 millones, y los resulta dos no sorprendieron a nadie. Mujibur Rahman y su Liga Awami ganaron 151 de los 153 escaños en disputa y en el oeste Zulfikar Ali Bhutto y su Partido Popular obtuvieron 81 de los 138 escaños. Sin embargo, la falta de entendimiento entre los dos vencedores decide al general Khan a aplazar la convocatoria de la Asamblea Constituyente. Su declaración declaración por p or radio ra dio cae como com o una un a bomba bom ba en el Pakistán Oriental: «Hoy el Pakistán se encuentra, dice el 1 de marzo de 1971, ante su mayor crisis política. La confrontación políti po lítica ca e n tre tr e los jefe je fess del de l P akis ak istá tánn O rie ri e n tal ta l (M u jib ji b u r) y el Pa kistán kistán Occidental (Bhutto (B hutto)) ha proy p royectad ectadoo una un a som bra de tris triste tezza sobre toda la nación. He decidido trasl t raslad adar ar a un a fecha post poster erio iorr la convocatoria de la Asamblea Constituyente». La muchedumbre, muchedumb re, armada arma da de varas de bam b ambú bú,, palos de hoc key, acude en Dacca al parque de Paitan. Acaba de escuchar el discurso del general. De pronto alguien grita «Joi Bangla» y en un efecto multiplicador mu ltiplicador de voces y espíritus espíritu s la capita ca pitall estalla bajo el grito nacional, «Viva Bengala». Se queman banderas pakista níes, se incendian comercios, se saquean almacenes. Mujibur, que ha estado reunido con sus consejeros, proclama la huelga general para el día siguiente. Es la revuelta institucionalizada. El pre p resi sidd ente en te K h an lo sab sa b e y p r e p a r a a su e jér jé r c ito it o p a r a lo peor. Acaba de nacer Bangladesh. Es el caos. Los voluntarios del ser
Los soldados engrasan sus fusiles. La carnicería se acerca. Los aviones comerciales de Karachi con dirección a Dacca hace semanas que salen llenos. Son soldados disfrazados de civiles. Así, con este puen pu ente te aéreo aér eo intensivo intensivo el ejército de ocupación ocupación del del Pakistán Oriental pasa de los 40.000 a los 60.000 hombres. El sábado, cuando cuan do el presidente presid ente pakistaní pronuncia su di disc scur urso so de apercibimiento, un hombre, rodeado de sus consejeros, lo escu cha con suma atención en su casa de Dacca. Era Mujib, que al día siguiente había convocado a su pueblo en el hipódromo. To dos, incluido el ejército pakistaní, esperaban la declaración de independencia de Bangladesh y po p o r lo tan ta n to el comi co mien enzo zo de una un a sangrienta guerra civil. Había que elegir entre la prudencia y la violencia. Mujibur eligió la primera. El día siete, a la hora pre vista, el hipódromo, enclavado en la zona residencial, está cu bierto de cientos de miles de militantes de la Liga Awami. «Esta es nuestra lucha de liberación», autonomía en lugar de abierta independencia. M ujib teme tem e las consecuencias consecuencias de un llamamiento llamamiento inmediato a la sedición, el baño de sangre, la anarquía. En su petición de cinco puntos insiste en la abolición de la ley marcial, so ldados os a sus cusírtel cusírteles, es, una un a investigación investigación sobre sobre el regreso de los soldad los actos de repr re presió esiónn del ejército ejé rcito y el cese del envío envío de unidades unidades desde el otro lado del Pakistán. Mientras tanto decreta la cam paña de desobediencia civil, la huelga general a cambio de una alternativa, eso sí, cada vez más estrecha, para la negociación con el Gobierno central. Las órdenes de Mujib se cumplen a
con la otra calma a sus partidarios cuando el presidente Khan llama a Bhutto para que se una a las negociaciones. Dacca está llena de banderas de Bangladesh. El 22 de marzo la baraja se rompe y sin más dilación, sin explicaciones, sin discursos de des pedi pe dida da,, el gene ge neral ral p resi re sidd ente en te y Ali B h u tto tt o regr re gres esan an a Karachi. Loss soldados cargan ahor Lo ah oraa sus fusiles y Mujib Mu jib pre p repp ara ar a a los los suy suyos para el sacrificio final. La úl últim timaa o p o rtu rt u n id idaa d de un acu ac u erd er d ó se había perdido. «Después, resignado, escribe Losak, se encerró en su casa para esperar lo inevitable. La mayor parte de sus con sejeros que no tenían madera de mártires corrieron hacia la fron tera para refugiarse en el santuario indio.» Esa noche comenzó el holocausto. Los generales, reunidos en cónclave al oeste, partidarios de la represión para acabar con el secesionismo bengalí, dieron esa misma noche la orden de matar. Pero antes tomaron las precau ciones suficientes para eliminar a los testigos. En la víspera sici liana ocuparon el hotel Intercontinental de Dacca y pusieron en un avión a todos los periodistas. Pero dos de ellos burlaron a la policía. Uno de ellos era er a un buen bu en amig am igo, o, el fotó fo tógg rafo ra fo fran franccés Michel Laurent, al que vi por última vez en Saigón pocos días antes de su muerte en la batalla de 1975. El general Yakub, hasta entonces gobernador general de la Bengala Oriental, cesa en el cargo, por su voluntad de negociar, por su indulgencia, y los generales envían al más duro de los suyos. Le llaman el verdugo de Beluchistán. Es Tikka Khan. «Déme las tropas suficientes, pide al sid si d la é ti bengalíes e
a la calle a sus habitantes y los ejecutaron en masa a las puertas tic sus casas. Pero el corresponsal del «Daily Telegraph», que se
encontraba junto a Laurent, cuenta que lo peor está por venir. «Poco antes de ocultarse el sol, escribe, el tiroteo se paró y un horrible silencio se apoderó de la ciudad. Al mediodía, de nuevo sin aviso pre p revv io colu co lum m n as de tro tr o p a s e n tra tr a ron ro n en la par p arte te vi viej ejaa de la ciudad y durante las once horas siguientes procedieron a des truirla de forma sistemática a sangre y fuego. Era allí donde el jeque Mujibur Rahman tenía la más firme base de apoyo. Fusila mientos, incendios, violaciones. Durante dos días continuó el pogrom pog rom extendido a todo el país.» Michel Laurent calculaba que unas siete mil personas fueron exterminadas en esos dos días de terror. Mientras continuaban las e jecu je cuci cioo nes, ne s, in indd iscr is crim imin inad adas as o selec se lectiv tivas as de la int i ntel elec ectu tual alid idad ad bengalí, el ejército ejérc ito hizo público un comunicado: «Dacca vuelve vuelve a la normalidad». La respue resp uesta sta de d e la resistencia no se se hizo hizo esperar: «El Movimiento Nacional de Liberación de Bengala Oriental, se se lee en una de las proclamas, ha comenzado. Propagad por todas estas partes esta buena nueva. Patriotas, revolucionarios, tomad las armas. Defensores, proveeros de las armas adecuadas para detener al enemigo. Cortad los caminos, puentes, vías férreas. Preparad bo b o m b a s , cóct có ctel eles es M ol olot otov ov en to todd a s las casas. casa s. R eco ec o r dad que el combate será encarnizado. Sin las tácticas de la guerra de guerrillas no podremos derrotar al enemigo. La victoria de Bangladesh es irreversible. Nos hemos quitado de encima el yugo del colonialismo pakistaní. ¡Joi Bangla!»
pues, pues , lo loss soldados de Tikka Khan continuaron con el uso de la fuerza y el terror. «Se ove primero el crepitar de las ráfagas de ametralladora, a las que responde el castañeteo seco de los dis paro pa ross de fusil, atesti ate stigu guaa Drey Dr eyfu fus. s. S u enan en an luego lue go las amet am etra ralla llado do ras ligeras, seguidas muy pronto por el lento y continuo tic-tac de las ametralladoras pesadas, instaladas en los vehículos. Final mente varias explosiones conmueven los barrios, mientras los incendios taladran las tinieblas. Luego se escucha el chirrido de las orugas y el motor diesel de los blindados. Los tanques acaban de entrar en acción.» Para la represión, la demolición de las pri meras barricadas, todas las armas son buenas: lanzallamas, lanzagranadas, artillería antiaérea. Los militares pasean a Ali Bhutto, que se encuentra en Dacca, por la ciudad despedazada. «Gracias a Dios, afirma al llegar a Karachi, la unidad e integri dad del Pakistán se han salvado de milagro.» Simón Dring trans mite a su periódico: «En nombre de Alá y de un Pakistán unido, la ciudad de Dacca está siendo aplastada en el terror». Es la paz de los cementerios. «La Gestapo entra en Dacca», titula su des pach pa choo un corre co rresp spon onsal sal.. Los refu re fugi giad ados os q u e lleg lle g an a la frontera india no ahorran detalles sobre el horror de lo que han visto. Sólo el genocidio de Pol Pot en Camboya es comparable cinco años después al drama pakistaní. El cuadro de las atrocidades cometidas por unidades del ejército no parece tener fin: «Casas incendiadas, pueblos aniquilados por los lanzallamas, niños de gollados, mujeres con las entrañas al aire, muchachas con los senos cortados, hombres castrados, rehenes con los ojos vacia
revolución». ¿Por qué la India?, se pregunta el que luego for p a r te d e los «nue «n uevo voss filósofos» filóso fos» frances fran ceses. es. « Porq Po rquu e tiene tie ne mará pa viejas cuentas que arreglar con Pakistán, porque el ejército arde en deseos de entrar en acción, porque la opinión presiona sobre el gobierno para que intervenga, porque el país se viene abajo con la pre p rese senn c ia d e los refu re fugi giad ados os y po p o rqu rq u e la vieja vie ja quer qu erel ella la d e Cachemira, caliente todavía, puede reanimarse, se necesita un
casu casuss b e lllli.i. .. Pero ¿por qué diablos la India se prestó tan fácil mente al juego? jueg o? O m ejor ejo r dicho ¿cómo la India de la no vi viol olenc encia ia y del respeto a la verdad y a la vida del Mahatma Gandhi pudo contradecir tan crudamente sus principios sacrosantos?»1 La India consagra consa gra ya al presupues presu puesto to de d e Defensa D efensa un tercio tercio del del presu pr esupu puest estoo n a cio ci o n a l. El h in indd ui uism smoo d e ja de ser se r aquí aq uí la religión religió n del amor. Pred Pr edica ica la resignació resign aciónn sólo a los los débiles y a los los oprimi dos. Para los demás, «las almas bien nacidas, brahmines y otros, aparece más bien como una doctrina de la dominación y una “exaltación de la voluntad de poder”».2 En esta frenética des tru trucció iónn de mitos, m itos, la India Ind ia militarista, m ilitarista, que aprovecha aprov echa la coartada para para d e b ilit il itar ar al P a k istá is tánn p a r a siem si em p re, re , rom ro m p e r el equi eq uilib librio rio de fuerzas en el subcontinente y resolver la cuestión de Cachemira, cuando la India, incluido Nehru, había aceptado un plebiscito bajo bajo la sup su p erv er v isió is iónn d e las N acio ac ione ness U n id idas as,, hay ha y o tro tr o aspec asp ecto to que q ue aparece al hilo de los acontecimientos. El pueblo bengalí, ves tido de «dothi», de apariencia indolente y pacífica, demuestra una preparación inusitada inusitad a par p araa la crueldad. Para Indira Gandhi, el conflicto por Bangladesh tiene una virtud suplementaria: le
Pakistan Rifles y el East Bengala Regiment. El resto son estu diantes y campesinos con armas antediluvianas. La India y el llamado «gobierno provisional de Bangladesh», instalado en Calcuta, se encargará de encuadrar y adiestrar a la guerrilla de los Mukti Bahini, a los que entregan armas modernas, y hacen operacional ya que no regular regu lar ese ejército. ejér cito. Las emisoras em isoras cland clandes es tinas funcionan también desde la India. La India tiene sumo cui dado en evitar la instalación de un caballo de Troya comunista o maoísta en Bangladesh. Este encuadramiento es el primer paso para pa ra una un a in inter terve venc nció iónn d irec ir ecta ta,, física, del de l e jérc jé rcititoo in indi dioo en Ban an gladesh, que el anciano líder maoísta Basani quiso convertir en un Vietnam. Pero desde el terreno comprobamos que los ins tructores indios estaban al otro lado desde agosto, en la organi zación de la guerra de guerrillas, fácil en un terreno con tantas defensas naturales, corrientes de agua, jungla, pantanos, y sobre todo en las operaciones de sabotaje. De esta manera, la India organiza todo un cinturón de seguridad sobre la frontera con Pakistá Pakistánn Oriental, O riental, una franja fr anja prop p ropia, ia, una un a zona zon a liberada libera da que con vierte en santuario y rampa de lanzamiento de sus operaciones. Hasta que los carros de combate dejan atrás a los guerrilleros y el general Auro Au rora ra avanza sobre sob re D acca ac ca y la la liber lib eraa el 16 de diciem bre de 1971 1971.. En junio, el paso hacia la organización de la guerrilla se ha dado desde los Mukti Fuj a los Mukti Bahini. Es una situación nueva, más popular que militar, «más una guerrilla que una gue rra». La India hará todo lo posible para que esta organización
pe p e n e tra tr a c i ó n d e lo loss b lin li n d a d o s del de l g ener en eral al A u ro r a y el esta es talli llido do de la guerra en el frente del Oeste. Cuando entré con los Mukti Bahini en Bangladesh, pude comprobar su grado de entrena miento y la utilidad de su armamento. Eran la comparsa de los carros indios. Su labor era muy útil en el hostigamiento y en la diversión de las fuerzas enemigas, pero no en el K.O. final. En los campos cam pos indios de adiestra ad iestram m iento ien to aprendieron ap rendieron los los rudimentos rudimentos del oficio guerrillero. Muchos de ellos conocen la complicada geografía del país y guiarán a las unidades indias a través de los riachuelos y los puntos más frondosos de la selva virgen. El com co m an dante da nte en jefe de la guerrilla guerrilla bengal bengalí, í, Mohamed Mohamed OsOsmandy, me explicó así el nacimiento de los Mukti Bahini: «Antes del 25 y 26 de marzo de 1971 no teníamos intención de poner en pie pie un e j é r c i to . S u rgió rg ió a q u e lla ll a n o c h e trá tr á g ica ic a en que qu e el ejér ej érci cito to paki pa kista staní ní lan la n z ó su c a m p a ñ a p a r a e x term te rm in inaa r a ios que qu e consi co nside de raba responsables del movimiento secesionista bengalí». Pregunté al coronel Osmandy por su ideología. —Y — Y o soy so y u n s o ld ldaa d o p rofe ro fesi sioo n a l, resp re spoo n d ió ió,, educ ed ucad adoo en la tradición de que el soldado no debe intervenir en política. El diecinueve de marzo, cuando comenzaron a extenderse los ru mores en torno a la intervención del ejército pakistaní, el jeque Mujibur me pidió que reclutara a los veteranos oficiales bengalíes. Les hice llega lle garr una un a circu c ircular lar clandestin cland estinaa con tres puntos: puntos: olví olví dense de la política, eviten que los desarmen y en caso de repre sión o ataqu ata qu e respo res po nd an con la mayo m ayorr rapidez posibl posible. e. Mi impre impre sión es que si los pakistaníes hubieran limitado su acción contra
transmitió el 25 de marzo el mensaje grabado de Mujibur, encar celado. El Pakistán Oriental se convirtió en la República Popu lar de Bangladesh. La orden orde n era reorganizar reorg anizarse se y ataca ata carr a los los «in in vasores». La tarea de los corresponsales de guerra se convirtió, con breves brev es incurs inc ursion iones es en Bang Ba nglad lades eshh p a ra reg re g resa re sarr a C alcu al cuta ta,, en un esfuerzo cotidiano por mantener la cabeza fría. La intoxicación de la prensa india era tal que algún periódico daba la cifra de 25.(XX) bajas enemigas por día. La realidad era bien distinta. El ejército pakistaní mantenía el control de las grandes ciudades y lo cedía en regiones de es casa casa o nula utilidad utilidad táctica táctica y estratégica estraté gica.. P or medio m edio del terror terr or ha ha bía desa de salo lojad jadoo de los arro ar roza zale less a la p obla ob laci ción ón civil q u e huía hu ía des pavo pa vorid ridaa hacia la India. Ind ia. E n abril ab ril los refu re fugi giad ados os era er a n ya más de de un millón. El presidente Yahia Khan, consciente de la moral de sus fuerzas, arenga a los soldados y les dice: «La nación está or gullosa de las Fuerzas Armadas, a las que quiere y admira. Incli nemos nuestras cabezas en señal de gratitud a Alá todopode roso». En agosto los refugiados en camino desesperado hacia la India eran nueve o diez millones. El ejército pakistaní está mandado por hombres cuya inteli gencia no convenía subestimar pero al mismo tiempo daban muestras de rudeza, de autosuficiencia, con el falso convenci miento de que representaban el espíritu nacional y el del Islam, todo ello traducido en un «militarismo agresivo». Pero su error más grave fue la ignorancia y su incapacidad de comprender al
fuera un hindú o un rebelde».1De norte a sur, camiones enteros del ejército transportaban cadáveres de civiles bengalíes para arrojarlos a los ríos o enterrarlos en fosas comunes. El en tretenimiento de algunos soldados consistía en lanzar a los niños recién nacidos al aire y ensartarlos con las bayonetas y matar a las niñas hundiendo sus bayonetas en las vaginas. «Durante seis días dedicados a recorrer el Pakistán Oriental con los oficiales de la novena división, he podido comprobar de cerca, escribe Mascarenhas, la extensión de la matanza. He visto hindúes persegui dos de pueblo en pueblo, de casa en casa, y asesinados al fin después de haber sido obligados a desnudarse para ver si estaban circuncidados, como lo están los musulmanes. He oído los gritos de dolor de aquellos a quienes se mataba a garrotazos en la co misaría de Comilla. He visto salir discretamente durante la no che, después del toque de queda, camiones cargados de cadáve res. Por la noche, en el bar de los oficiales, he oído con increduli dad a hombres, por lo demás decentes y honorables, alardear de su lista de víctimas del día. —Vamos, dilo ¿cuántos hoy? ¿Cuántos cerdos has matado?, pregunta el comandante Rathore. —Sólo doce. Al día siguiente, el comandante Iftikar me confía apesadum brado: —Sólo he podido incendiar sesenta casas. De no ser por la lluvia hubiera prendido fuego a todo el barrio. Esta es su «jihad», su guerra santa.
ble que
10 «La India puede con todos» «¿ Adonde le llevo?, me preguntó el taxista sik de Calcuta con su redecilla en permanente en la poblada barba, las fotografías de Guru Nanak sobre el parabrisas y el «kirpan», el cuchillo, escon dido en el salpicadero. --Al campamento de refugiados de Salt Lake City. El terror desencadenado por el ejército pakistaní provocó el movimiento de población más amplio de los tiempos modernos. Much Muchos os de d e ello elloss se concent concentraron raron en el campo de Salt Salt Lak Lakee cer cerca cano no a Calcut Cal cuta, a, «el lago de sal» sal»,, llamado así por la sedimen sedimentación tación de de sa sal consecuencia de las inundac inundacion iones es periódicas periódicas en la boc bocaa del del Gang Ganges es,, ti señor Madurai, director del campamento, hubo de hacer frente a graves problemas, desde que llegaron a Salt Lake los primeros refugiados huidos de las bayonetas del general Tikka Khan. —Hay —Hay refugiados que no se moverán nunca de aquí o que no volverán a su paí p aíss o que subirán hacía el Assam, de eso estoy se guro. Se han habituado a vivir aquí, pero el gobierno indio no
alambradas de espino, los refugiados, con el susto todavía mar cado en la pupila, esperaban entre los equipos de desinfección su taza de leche. Comprobé en el campo de refugiados hasta qué punt pu ntoo el instin ins tinto to com co m erci er cial al del de l h o m b re se d esa es a rro rr o lla ll a inclus inc lusoo en la la adversid adversidad: ad: había h abía refugiados que q ue tratab tra taban an de ven v ende derr su su tazón tazón de leche o su ración de maíz y soja por unas «anas» (céntimos) o cambiarla por algún objeto útil. Esto había obligado a la C r u z Roja India a situar situar vigilantes vigilantes en en las las cantinas cantina s con obj o bjeto eto de evitar este insólito tráfico. Los aviones que despegaban del aeropuerto de Dum Dum (donde se fabricaron por primera vez las balas rompedoras del mismo nombre) tenían su pasillo aéreo sobre Salt Lake. Los niños de diez años que aparentaban cuatro se entretenían en apuntar con un trozo de bambú sobre la costra de sal el número de aparatos que salían. Otros pintaban grotescos soldados armados de bayonetas. Otros, en fin, sus poblados in cendiados. Los bengalíes, en un auténtico hormiguero humano, se acercaban a mí con timidez. «Pregúntele al extranjero, decían a mi intérprete, si la guerra ha terminado, si ha pasado por nues tra aldea y si está destruida.» Les respondí que la liberación de Bangladesh estaba próxima. No me atreví a confesarles que ha bían sido d estr es trui uidd as seis m illo il lonn es d e casa ca sas, s, q u e sus su s tier ti erra rass po podían ían haber sido ocupadas por la ley del abandono de propiedad, que Jos pakistaníes acabaron con miles de cabezas de ganado, que los pue p uenn tes te s esta es taba bann d in inaa m ita it a d o s , las g r a n jas ja s in ince cend ndia iadd as. as . «Dono bad» resp re spoo n d ían ía n , grac gr acia ias, s, grac gr acia ias. s. P a r a e n to tonn c e s Bangladesh Bangladesh se se b eatle tle George Harrison. había convertido en una canción del bea
año 1948. El inspirador de la idea de los dos Pakistanes y de la par p artitici cióó n , ju junn to con co n el e stu st u d ian ia n te de Cam Ca m brid br idge ge R a h m a t Ali, Al i, fundador también de la Liga musulmana, Mohamed Ali Jinnah, habló en Dacca el 21 de marzo de aquel año de 1948. Y dijo en su estilo seco, suficiente, algo algo que decepcionó sobremanera sobrem anera a los pak p akis ista tann íes íe s del E ste st e : «El u rdu rd u será se rá en adel ad elan ante te la lingua franca del país. El que diga lo contrario será considerado como ene migo del Pakistán». Para Ali Jinnah, el hombre del monóculo, dos dos metros m etros de estatu e statura, ra, setenta seten ta kilo kiloss de peso, peso, el tubercul tuberculoso oso ob sesionado con el aseo, la elegancia en el vestir, y contra todas las reglas de la religión, del vino de Burdeos y la carne de cerdo, creía que la lengua era la compañera del Imperio. El elegante abogado que calificaba a Gandhi, su polo opuesto, de «zorro, algo así como un evangelista hindú», tenía horror a las masas pero pe ro r e s p e tab ta b a las form fo rmas as de la d emoc em ocra raci ciaa p arla ar lam m enta en tari ria. a. Los primeros disturbios estudiantiles comenzaron en Dacca a raíz de aquel desafortunado discurso de Ali Jinnah. Los que hoy se apresta ap restaba bann para pa ra la lucha con con M ujibur, encerrado en la pris prisió iónn pak pa k ista is taní ní d e L iall ia llpp u r, e sta st a b a n ya p o r ento en tonn ces ce s con co n él en las re re vueltas callejeras. Mujib fue detenido y condenado como agita dor. Puede decirse que en la defensa del idioma está la génesis del nacionalismo bengalí. Un tipo de nacionalismo que los marxist xi stas as llam an «burgu «bu rgués», és», surgido surgid o de las aulas de la universidad universidad de Dacca como sus propios jefes. Un movimiento, la Liga Awami, idealista como el partido del Congreso indio que carecía de una ideología apropiada para sostener una prolongada guerra de
bigote enca en cane necid cidos os,, de frent fre ntee d e s p e jad ja d a , m o flet fl etuu d o , de doble dobl e pap p apad adaa y dien di entes tes bl blan anqu quísi ísimo mos, s, decí de cíaa a su p u eblo eb lo frases fra ses sonora son orass v fácilmente asimilables: «Ellos tienen las armas. Pueden ma tarme. Pero que sepan que no pueden matar el espíritu de se tenta y cinco millones de bengalíes». Para los generales pakistaníes era el «enviado del diablo», el «traidor a la patria». Pero a través de la ordalía bengalí, el Pakistán que nació en palabras de Ali Jinnah «mutilado, truncado trun cado y con la boca comida» com ida» terminaría terminaría así hasta que el general Zia restableció el orden con los viejos códigos, horca, cárcel y la mano cortada a los revoltosos en nom bre del Islam. Islam . D esp es p ués, ué s, com co m o Ind In d ira ir a G a n d h i, h a ría rí a lo posible par p araa fabr fa bric icar ar la bom bo m ba atóm at ómic ica. a. Mujib es elegido, en ausencia, presidente de Bangladesh. «Nosotros, los los represen repre sentante tantess elegidos del pueblo pue blo de Banglades Bangladesh, h, unidos en nuestro hon h onor or por p or el m anda an dato to que qu e nos no s ha sido conf confia iado do po p o r el p u eblo eb lo,, cuya cuy a v o lu lunn tad ta d es s o b e ran ra n a , e n c o n trá tr á n d o n o s debi damente reunidos en Asamblea Constituyente y habiendo cele bra b radd o cons co nsul ultas tas m u tu tuas as,, p a r a p o d e r a seg se g u rar ra r al p u e b lo de Bananglacesh la Igualdad, la Dignidad hum hu m ana an a y la Justicia Socia Social,l, de de claramos claramos y constituimos constituimos la Repúb Rep ública lica de d e Bang B anglade ladesh sh como com o pueb pueblo lo soberano soberan o y confirmamos así la declaració dec laraciónn de indepe ind epende ndencia ncia,, he he cha cha ya ya por el el jeque M ujibur Rahm R ahm an.» La guerra gu erra abierta abie rta entr entree la India y Pakistán estalló en octubre. Los incidentes fronterizos se convirtieron en duelos de artillería y éstos en la guerra total. El clima de cruzada que se vivía en la India me convenció de que la guerra de 1965 no era un azar según el esquema de Jac-
es otra que la independencia». En cuanto al ministro del Inte rior, Mirdha, asegura ante el Parlamento: «El ejército indio está pre p repp a rad ra d o y a lert le rtaa p a ra pone po ners rsee en march ma rcha». a». El problema de los refugiados se convierte en el argumento supremo para justificar la necesidad de la guerra: «Si no se logra una solución al problema de los refugiados, estará totalmente just ju stifi ifica cado do q u e la Ind In d ia to tom m e to todd as las medid me didas as p ara ar a gara ga rant ntiz izar ar su seguridad y salvaguardar su vida social y económica». Como es natura natu ral,l, la oposición hindu hin duista ista y conservadora adopta posicio posicio nes aún más ultranacionalistas. La guerra con el Pakistán es ine vitable. El presidente del partido de ultraderecha, Jan Sangh, Atal Bihari Vajpayee, ataca, según compruebo en mis notas, la polític po líticaa d e m a s iad ia d o «t «tím ímida ida»» del de l gobi go bier ernn o de Indi In dira ra Gand Ga ndhi hi al hacer fren te a la crisi crisis. s. H e aqu a quíí lo lo que afirma: «La partición partición de la India ha sido un desastroso fracaso de nuestro movimiento na cional, pero la rueda del destino ha dado ahora la vuelta com pleta. ple ta. Se n o s p r e s e n ta u n a ocas oc asió iónn d e tran tr ansf sfoo rmar rm ar el desast des astre re de la partición... Una oportunidad así de cambiar el curso de la historia no se presenta a menudo». No es menos agresiva la de claración del director del Instituto de Estudios Estratégicos K. Subramanian, consejero cons ejero del Gobiern Go biernoo en materia de pol polít ític icaa ex terior: «Lo que la India debe comprender es que le interesa el estallido del Pakistán y una ocasión así no se volverá a presentar jamás». jamás ». R e g istr is troo algu al guno noss e jem je m p lo loss aislad ais lados os de resisten resi stencia cia al chauvi chauvini nismo smo y el patriotismo provocador. provoc ador. Por ejemplo, una pu blicación, blicaci ón, « T h e R adic ad ical al H u m anis an ist» t»,, se o p o n e a la interve inte rvenc nción ión
que asesinó a Gandhi, el editor ultranacionalista Naturam Godse, y uno de los los herederos hered eros del Maha M ahatm tma, a, se habían puesto de acuerdo. Sólo faltaba la bendición del aliado soviético. El ministro de Asuntos Exteriores Swaran Sing se entrevistó con Kosiguin en Moscú y le arrancó la promesa de un aumento sustancial de la ayuda militar a la India. Esa ayuda comienza a llegar secreta mente, aviones, carros, vehículos blindados, cohetes antiaéreos, piezas de reca re cam m bi bio. o. Es m ás, ás , el 9 de ju julilioo se firm fi rmaa la alia al ianz nzaa entre Moscú y Nueva Delhi, que los observadores interpretan como «el final de la política de no alineamiento de la India».1 Por fin llegó el deseado día de la guerra. «Fitiish Pakistan» gr affit fitii en las paredes. A los incidentes fronteri proc pr ocla lama mann los graf zos, a las provocaciones sucede el enfrentamiento. El tres de diciembre, la aviación pakistaní bombardeaba en el oeste siete aeropuertos militares indios desde Agrá a Srinagar. Radio Delhi comenzó a emitir marchas militares. Después, el llamamiento dirigido a toda la nación: «El Pakistán ha iniciado una guerra total contra nosotros. No tenemos otra elección que la de poner a nuestro país en pie de guerra». Al día siguiente, Indira Gandhi se dirige al Parlamento: «El Gobierno del Pakistán ha declarado la guerra a la India». La superioridad de la maquinaria de guerra India, 1.656 millones de dólares gastados en armas ese año, 24 divisiones en pie, es tal que el optimismo del general Yahia Khan se convierte en pocos días en un tigre de papel. «Ante los ojos de los juristas, escribe Dreyfus, el Pakistán es el agresor, pero
nías peg p egad adas as del de l taxi que qu e en e n cato ca torc rcee hor h oras as,, tant ta ntas as como com o días d ías dur d uróó la guerra, me llevaba desde Nueva Delhi a la guerra en Cache mira sorteando búfalos, camellos, pavos reales, algún elefante, cuervos, bu b u itr it r e s , m onos on os desc de scen endi dien ente tess del H anum an uman an del R a -
vacas sagradas, pero sobre todo búfalos de mirada miope y andar perezoso.
m a y a n a ,
11 Los disparos de la metralleta «Sten» Por la la carre ca rrete tera ra nacional número núme ro uno hay una soldadura, soldadura, una conurbación conurbación de d e pueb p ueblos los y aldeas alde as con miles miles de personas en movi movi miento. Las carretas de bueyes hacen sonar los ejes como en la canción de Yupanqui. Hileras de madrugadores se dirigen hacia los ríos armados del «Iota», el recipiente de cobre o de latón en el que recogen agua para el aseo personal y la limpieza después de las necesidades. Lo hacen con la mano izquierda, la mano impura. Por eso, mientras comen el pan ácimo, en forma de torta, el «chapatti», los «dal», las lentejas o el arroz con curry, es sólo la mano derecha la que funciona, mientras la izquierda per manece en suspenso, como muerta. A esta hora de la mañana, las cinco, cinco, los indios ind ios se restr re streg egan an los dientes con hierbas «inim» «inim» o con raíces. Búfalos y ciclistas flanquean ambos lados de la carre tera junto con las «tongas», los rikshaws riksh aws,, las mototaxis, las bicitaxis. Y miles de bicicletas. La India ha iniciado ya la escalada del transistor y la bicicleta.
Jansanth, Jansan th, el copiloto, me anuncia anu ncia su boda bo da para p ara den d entro tro de trtres meses. —No cono co nozc zcoo a mi m u jer. je r. Sólo Só lo sé q u e tie ti e n e quin qu ince ce años. años. —¿Cuá —¿C uánd ndoo cam ca m bi biar aráá esa es a c o stu st u m b re d e q u e los p adre ad ress elij elijaan la novia o el novio de los hijos?, pregunto ingenuamente. —¿Q — ¿Quu ién ié n ha di dich choo que qu e sea se a n e c e sari sa rioo cam ca m b iar ia r ?, conte contesta sta rápido Jatgar. A mí el matrimonio me va muy bien y no conocía a mi esposa hasta el momento de la ceremonia. Además, debe mos respeto a nuestros padres. Ellos saben mejor que nosotros lo que nos conviene. ¿O piensa pien sa uste u stedd de d e verd v erdad ad que qu e el sis siste tema ma de occidente funciona mejor que el nuestro? Hay más divorcios en loss Estados lo Estad os Unidos que q ue en la India Ind ia y somos som os much m uchos os más ha habitan tan tes. Sin embargo, esta clase de diálogo era una excepción, una fuga de la realidad. El temblor de la guerra es tan próximo, tan evidente que volvemos a los aviones, a la artillería, a los motivos de la cruzada, a la imaginería de los combates. Nadie puede sus traerse al influjo de la cultura de guerra. Esta es la gran ocasión de sacudirse el complejo, la humillación de 1962. Desde enton ces, la India emprendería una carrera hacia el rearme con la ayuda de la URSS y en menor medida de los Estados Unidos, joh jo h n K enn en n e th G a lb lbrr a ith it h , e m b a j a d o r d e K enn en n e d y , tiene tie ne páginas deliciosas sobre el tak ta k e o ffy ff y el despegue militar indio, el paso de la rueca de Gandhi o la espada mogol a la bomba atómica del doctor Homi Bhaba en Trombay. Pero cuando China estornuda la India se constipa. Desde que Pekín hizo estallar su bomba
Cuan Cu ando do en el mes de junio jun io de 1958 el presidente presid ente de la Acade Aca de mia Chin C hinaa de Ciencias anunció anu nció en Pekín que su país país se se disponía a entrar en trar en la era atómica, el Pandit Nehru respondió respondió desde Nueva Delhi: «La India acaba de entrar en la era de la bicicleta». La respuesta era de un puro humor gandhiano. Cuando de visita en la central cen tral de d e Trombay Trom bay pregu p regunté nté al al doctor Bhaba Bhaba:: «¿Para «¿Para cuándo la bom bo m ba?», ba? », me respondió respond ió sin sin dudar: «Nun «Nunca ca». ». Pero tenía todos los medios a su alcance, como luego se vio. «Nosotros tenemos plu p luto tonn io y u ran ra n io 235 en abun ab unda danc ncia ia», », añad añ adió ió.. Pero Pe ro antes ant es h abía ab ía que ganar esta guerra. La guerra como opio del pueblo y como evasión de otras frustraciones y complejos. Y está el pueblo que vive en un «océano de emotividad», en un mundo de experien cias casi irracionales y que no sabe lo que es una guerra. Aquí en el Oeste la guerra era de contención. Los objetivos reales estaba esta bann al otro lado, lad o, en Bangladesh. Bang ladesh. Por P or fin, fin, el el camión camión del del ejército tomó la carretera hacia Jammu, la línea de defensa del frente indio in dio.. No se despe des pejab jabaa la neblina extendida extendid a sobre sobre el vall valle. e. Un grupo de niñas en fila f ila... ... india saludaban saludaba n militarmente militarmente el el paso de los convoyes. Al llegar a Jammu se advertía el reflujo de los refugiados desde la zona de operaciones. Estaban alojados bajo los árboles. Algunos de ellos llevaban consigo a sus rebaños de cabras. Entramos pronto en un paisaje de aves carroñeras, de huesos de búfalo y vegetación dispersa. Este era el escenario de la guerra gu erra del d el O este es te,, como co mo el de El Alamein Alam ein en su su desnudez, ideal ideal para un c o m b a te d e carr ca rroo s. Sobr So bree el terr te rree n o pard pa rdoo y el verde ver de descolorido descolorido prop pr opio io de la estación seca brillaba de vez vez en en cuando
donde vivaqueaban las fuerzas de refresco. Todo el perímetro estaba ocupado por soldados con sus uniformes verdes de cam paña pa ña.. E ra la ho h o ra del de l ranc ra ncho ho.. Lo Loss rea re a c to tore ress d e las fue fu e rzas rz as aéreas indias hicieron varias pasadas sobre nosotros con ese énfasis que pone po nenn los pilo pi loto toss p a ra « epat ep atar ar»» p e rio ri o d ista is tas. s. E l coro co ronn e l nos no s invitó invitó a compartir el arroz, los «chapattis» y el «dal» con los soldados. La ración era abundante. Poco después proseguíamos la marcha. Atravesamos aldeas abandonadas. El ganado vagaba por entre las las piezas de artillería y las las trinch trin chera eras. s. E l fuego fue go de d e las baterías de 120 mm era ahora intermitente pero el frente parecía estabili zado. Al llegar al próximo campamento, el helicóptero de sani dad se disponía a evacuar a los heridos. Había una paz extraña en el ambiente. Nada de evacuaciones nerviosas como en el Vietnam. Aquí todo se hacía en calma chicha. Me acerco a las trincheras protegidas por redes de enmasca ramiento. En el fondo del pozo de tirador, hecho un ovillo, duerme duer me un soldado mezclado mez clado con el polvo. polvo . Suen Su enaa del fondo de la trinchera una música de sitar y tabla. Puede ser el virtuoso Ali Akthar. También por estos contornos suena el transistor y los soldados hacen la guerra con música. El ametrallador se llama Thangavelu y es de Madrás, 22 años. —L — L leva le vam m os c u a tro tr o dí días as y c u a tro tr o n o c h e s sin d o rmir rm ir.. La bata bata lla ha sido muy dura pero menos mal que los hemos echado al otro lado del río y ahora todo está más o menos en calma. Añade con nostalgia que se casó hace cinco meses. Mi lu de iel st L ú ic de l
Quinientos metros más lejos me detengo junto al parapeto. El soldad so ldadoo Prob P robahk ahkaram aram de Kerala yace yace tumbado tumbado con la cabeza cabeza apoyada en una caja de munición. El peine de la ametralladora pesa pe sadd a llega lle ga hast ha staa él y se le enro en rosc scaa como una un a serpi ser pien ente. te. Latas La tas vacías de pescado, vendas, algodones, botellas y cajetillas de ta baco bac o a p a rec re c e n d e spar sp arra ram m adas ad as en la zanja za nja.. Prob Pr obah ahka karam ram tiene tie ne unas m arca ar cada dass ojer o jeras as.. La tensión ten sión y la la vigil vigilia ia de estos últimos últimos días días sin duda han sido terribles. La trinchera con su nerviosa vigilan cia, la atención al menor ruido, el espanto del tiro de mortero, la falta de sueño, el temor a un asalto cuerpo a cuerpo desgastan al soldado. El rostro, el uniforme están cubiertos de una capa es pesa pes a d e polv po lvo. o. Es el polvo po lvo fino como com o el talco talc o de la meseta mes eta del Panja Pa njab, b, la de d e «los «los cinco cinco ríos», que qu e pen p enetra etra en el cuerpo y ensuci ensuciaa la ropa en cuestión de segundos. Cada disparo de cañón levanta nubes de polvo. «Polvo que se alza sobre el polvo», como decía Kipling. —¿ — ¿ C ree re e q u e va a ter t erm m in inar ar p ron ro n to to?? , me pre p regu gunt ntaa en un inglés inglés rudim rud imen entario tario con esas curiosas oscilac oscilacione ioness fonéticas fonéticas con con que ha blan el in ingl glés és los indios ind ios.. E l sold so ldad adoo de Kera Ke rala la es un veter ve teran ano, o, trece años en el ejército. La paga no es excesiva pero está al margen de los peligros del mercado de trabajo. Está casado y es padr pa dree d e tre tr e s hi hijo jos. s. Las La s refe re fere renc ncia iass a la familia fami lia son constant con stantes. es. Me cuenta su último sobresalto. —A — A las c u a tro tr o y m edia ed ia de la m añan añ anaa ha pasad pas adoo a pocos po cos me me tros de mí un reactor pakistaní, pensé que me quedaba sin la cabeza. Yo estaba seguro de que arrojaría una bomba, pero en
eran por entonces algo más de cien pesetas). El general Jaswant Singh nos esperaba en el cuartel general, en el umbral de su bunk bu nker er.. E stab st abaa al m and an d o del de l 10° 10° de Infa In fann terí te ríaa . E s un típico típi co ge neral sik, fornido, alto, barba muy oscura y cuidada. Le rodean sus asistentes. Uno de ellos mastica granos de anís mientras sos tiene el mapa del sector. —La — La g u erra er ra,, di dice ce,, em p ezó ez ó el d ía 3 con co n u n d enso en so fuego fue go de artillería desde el otro lado. El enemigo ha concentrado su ofen siva en este área con una intensidad no igualada en ningún otro sector del frente. Hemos resistido con firmeza y el enemigo ha dejado cientos de muertos sobre el terreno. Las escuadrillas enviadas por el mariscal del aire pakistaní Rahim Khan se encontraron con las baterías de SA-2 y SA-3. Su Pearl Harbour falló y también la «jihad» contra los infieles. La aviación india pasó al ataque y los carros tomaron de nuevo el camino de Lahore. Pero las dos fuerzas aéreas estaban mal pre par p arad adas as p ara ar a com co m b in inar ar sus o p e rac ra c io ionn e s con co n las tro tr o p a s de tierra tierra.. El general Singh nos concedió un salvoconducto para llegar hasta la línea línea de fuego a poca po ca distan d istancia cia del d el río Tavi. T avi. E l en enemig igoo, después de fracasar en su ofensiva, se reorganizaba al otro lado del río. A izquierda y derecha del sendero yacían algunos carros M 41 y M 24 del Pakistán, inferiores a los «Vijayanta» indios. Cientos de vacas, búfalos, cabras, ovejas y perros abandonados continuaban en el campo de batalla ajenos al zumbido de los aviones y a los impactos de los proyectiles de obús. Este era un terreno terren o de arbolado arbo lado disperso y cañave cañ averal, ral, óptim o para pa ra el enfren
tralladoras pesadas, obuses y artillería, antitanques, componían bajo las lonas de camuñaje un inexpugnable dispositivo adap tado a la defensa estática. Al acercarme al parapeto con el cuerpo al ras del suelo silbaron los proyectiles. ¡Shelling!, ¡shelling! gritaba el oficial de enlace, ¡cuerpo a — ¡Shelling!, tierra, disparan! La artillería india inició el fuego a nuestras espaldas. El ca pitán pi tán S arta ar tajj m e ten te n d ió los prism pr ismáti áticos cos.. Al o tro tr o lado todo tod o era e ra una un a vorágine de polvo y fuego y a duras penas logré distinguir a los artilleros pakistaníes entre las baterías y algunos viejos carros Sherman. Su ofensiva careció de mordiente. La superioridad de la India en efectivos y material era evidente. Media hora después de su comienzo el duelo artillero ter minó y sobr so bree la llanu lla nura ra se instaló un extraño extra ño silencio. silencio. De cucl cuclil illa lass los soldados comían el rancho, arroz con cordero y «chapattis». De vuelta cruzamos por el poblado de Palanwala. En el frontis picio de la esc es c uela ue la en grue gr uesa sass let l etra rass esta es tabb a escrito es crito:: «La disciplina es carácter». Un soldado sentado a la orilla de la carretera acari ciaba a dos cachorros de podenco, mascotas de aquella guerra. Había caído la noche sobre el frente. Cuando el camión militar que nos llevaba se detuvo en Jammu, la oscuridad era total. En el campamento base, el centinela, sorprendido por nuestra lle gada, nos dio el alto con un grito que cortaba la respiración. El conductor dio el santo y seña. Me dormí entre el llanto de las hienas y el ladrido de los perros en la inmensa llanura donde vigilaba el soldado en su trinchera. Regresé al otro lado. En
graneado de la artillería para socavar la moral de las tropas del general Niazi Khan. La aviación hizo el resto. Cerca de Jessore me llevaron hasta las fosas comunes donde yacían cientos de cadáveres en descomposición. Las aldeas ar dían como la tea y me decían los guerrilleros que durante la no che se escuchaban a la otra orilla del río los alaridos de las muje res raptadas. Después de forzarlas las pasaban a cuchillo y las arrojaban a la corriente o se las dejaban a los buitres para el brea br eakf kfast ast , el gran festín del amanecer. Eran las últimas horas antes de la rendición del general Niazi, la hora del ajuste de cuentas en aquel campo de exterminio. Los campesinos, que es p a d d y s de per p erab aban an el final de la carn ca rnic icer ería ía p a r a v o lv lver er a sus pa arroz, ponían p onían guirnaldas de caléndulas calénd ulas al cuello de sus libert libertado ado res. Les vi besar las bocas de los cañones y gritar luego «Joi Bangla». Bangla». Cuand C uandoo cruzaba cruzab a los los ponto po ntone ness que qu e sustituían su stituían a los los puen puen tes tes derribados, derrib ados, aturdido aturd ido por po r los gritos sabía sab ía que q ue la estadís estadístic ticaa de de la m uerte y la destrucción de Bangla Ba ngladesh desh sería espeluznante. espeluzn ante. La Las prim pr imer eras as víctima víct imass las vimos vim os cerc ce rcaa d e Jess Je ssoo re. re . L os cuer cu erpo poss de lo los par p aram amili ilita tare ress apar ap arec ecía íann colg co lgad ados os d e los p o ste st e s. Vi o tro tr o s cadáv cadáve e res alineados en los canales con las cabezas cortadas y las entra ñas esparcidas. Nubes de moscas zumbaban en torno a los cuer pos y algo al go más lejo le jos, s, en las a ld ldee a s, form fo rmaa c io ionn e s d e buitr bu itres es rev revo loteaban sobre el río de los despojos. En mi bloc de notas escribí en un alto en el camino: «Estamos en la hora de los buitres. Veo a las bandadas de pájaros planear sobre los ríos, sobre los cam pos, po s, sobr so bree los arro ar roza zale les. s. H o m b res re s a h o r c a d o s y b u itr it r e s, hom hombres bres
«franchipani» en los cascos. Los Mukti Bahini, los guerrilleros de la libertad bengalí, están aún en la «fase nómada» de que habla «Che» G ueva ue vara ra en su libro sobre la la guerra de guerrillas. guerrillas. Al llegar a Nihaya, los guerrilleros y las fuerzas vivas de la localidad llevan a los «razakars» y a los biharis a culatazos hacia el río para rematarlos allí. Algunos, arrastrados por cables, son masas san guinolentas, de polvo y carne viva. Los han cazado en la selva y descargan sobre la cuerda de presos sus varas de bambú. Van inmovilizados, con cuerdas de yute en el antebrazo. Los piso tean, los golpean, los ponen de nuevo en pie para que reanuden el camino. «Bihari, bihari», oigo que gritan. Muchos de ellos mueren en las acequias antes de alcanzar el río y quedan allí mutilados, degollados, con los ojos abiertos. La tarde del 16 de diciembre, una columna motorizada india entraba entra ba en la capital, Dacca. Por la mañana, mañan a, los generale generaless pakis pakis taníes negociaban la capitulación tras la guerra de los catorce días. En las calles, la población ofrecía flores a los soldados de Indira Gandhi. El acta de rendición se firmó en el hipódromo. Los generales Aurora y Niazi llegaron en el mismo vehículo. La ceremonia fue fu e breve. b reve. El general ge neral Niazi Niazi Khan se arrancó arrancó la charre tera de la manga derecha, vació el cargador de su revólver y entregó los cartuchos al vencedor. Se firmó el acta: «Niazi con una letra vacilante, Aurora con trazo rápido y voluntarioso». Al otro lado, Zulfikar Ali Bhutto llegó al poder y puso en libertad a Mujibur Rahman. Su regreso a Dacca en un avión de la RAF, ya que se había detenido en Londres y más tarde en
Mujib, fue asesinado en agosto de 1975. Esperé en vano desde Calcuta la posibilidad de viajar a Dacca. Mujib se había conver tido en un aprendiz de brujo y los años desde la independencia y la seces secesió iónn dem ostraron ostraro n que era er a el líder líder válido par p araa una un a etapa etap a de de la historia pero incapaz de ordenar, administrar y reorganizar el país. El «Ban « Bangla gla Band Ba ndu» u» cayó cay ó en los mism mi smos os vicio v icioss que qu e años añ os antes había había denunciado denunciad o en los adm inistradores inistrad ores de la ley ley marcial m arcial paki pakis s taní. Terminó por convertirse en un dictador y como el poder absoluto corrompe absolutamente, pervirtió los viejos y difusos ideales de la Liga Awami para instalar un poder personal cla quee paramilitar. Los primeros pasos que dio apoyado en una claqu Mujib no pudieron ser más alentadores: abrió de par en par las pu p u erta er tass de su casa cas a y escuc esc uchó hó las q u e jas ja s , las p a lab la b ras ra s d e aliento, las recomendaciones, las peticiones de ayuda. Después las puer tas se cerraron para siempre y Mujib, el primer ministro de Ban gladesh, se enclaustró protegido por su ejército privado de los Jatyo Raki Bahini, una Guardia Nacional al estilo de la de Somoza. Poco a poco su régimen cayó en la corrupción y el nepo tismo. En 1974 se hizo con todos los poderes, declaró el estado de excepción y suspendió suspe ndió las las liberta libe rtadd es civiles. La influencia cre re ciente de aquel ejército feudal al servicio de Mujibur molestó al ejército y a los jóvenes oficiales. Primero fueron las inundacio nes de 1971, después el ciclón devastador, más tarde el genoci dio. ia epidem epid emia ia de ham ha m bre de 1974 1974 y p o r fin la traición de Mu Mujib a los ideales de la independencia. Alguien comentó en Dacca: «Dios ha dado la espalda a nuestro país».
28 aniversario del día en que los ingleses abandonaron su Impe rio de la India. Fue un cuartelazo bañado en sangre. Los insu rrectos rode ro dearo aronn con sus tanques tanque s la resi residenc dencia ia de Mujib y cerca ron a los Raki Bahini, el ejército dentro del ejército. La «se gunda revolución» de Mujib, la «democracia de los oprimidos», tocaba a su fin. Permitió al hermano del primer ministro Nazir controlar las redes de contrabando del sur, a su mujer quedarse con pa p a r te d e la ayud ay udaa del de l B anco an co M undi un dial, al, a su hijo h ijo Rama Ra mall dirig di rigir ir a la mafia y a su sobrino sobrin o acum ac umular ular pode po derr y fortuna. El golpe golpe duró menos de veinte minutos. Poco después de sonar el primer dis paro, el comandante Dalim se dirigió por la Radio Nacional al país: «Soy el comandante Dalim. Hemos matado a Mujib. He mos decla de clarad radoo la ley marcial y las fuerzas armadas armad as han tomado el pode po derr ba jo la dirección de Kondakar Mustaq Ahmed». Bastaron 500 so lda d os, 13 tanques y piezas de artillería que no regresaron a los cuarteles porque luego la división estalló en el ejército entre la cúpula militar y los oficiales jóvenes y a este golpe siguió otro, otro, otro y otro más. E n la casa de Mujibur Rahman se produjo la matanza. El comandante Huda había llegado con un documento de dimisión para que lo firmara firm ara ei primer prim er ministro, pero pe ro Mujib le le hi hizo zo frente con firmeza. En el tiroteo que siguió, los hombres de Huda ma taron a toda la familia, de habitación en habitación. La «Sonar Bangla», la Bengala dorada y lírica de Tagore, murió a disparos de la metralleta «Sten» del comandante Huda.
12 Los semidioses En N ueva uev a D elhi, elh i, en 1977 eran pocos los los que apostaban apostaban por la la resurrección política de Indira Gandhi. En la oposición nadie lo hacía. Luego se demostró que el ambicioso Morarji Desai, enca ramado ramado por po r fin al pode po derr con aquella disparata disp aratada da coali coalició ciónn de par tid tidos llamad llam adaa Ja J a n a ta, ta , no sabría dirigir el país país sólo sólo con la ayuda de de la rueca de G andh an dhii y la libación de su propia pro pia orina. Jagjivan Jagjivan Ram, mini minist stro ro desd de sdee 1947, 1947, el intocable intoc able que qu e colaboró colab oró con Nehru y con su su hija ija Indira, Indira , desc de scart artóó según segú n me dijo que qu e esta última tuviera posi posibi bi lida lidade dess de resu re surg rgir ir de sus cenizas políticas. «Ella (Indira) tiene en el aspecto personal todos mis respetos. Sin embargo, como pri mera ministra llegó a pedimos demasiado a los miembros de su gobierno, que estuviéramos perpetuamente de acuerdo con sus decisiones. Por ejemplo, la declaración del estado de excepción representó para mí una gran pena. Puede decirse que me enteré de la noticia por los periódicos y nada pude hacer ya para opo nerme rme . Ya he dicho dich o en alguna algun a ocasión que yo apunté apun té ese día en mi agenda como un “día negro”.»
La India, en efecto, se había liberado del miedo como me decía Jagjivan Ram, pero no tardaría más de tres años en lla marla, en necesitarla. Las elecciones de enero de 1980 le dieron la oportunidad del regreso. La India, el hijo pródigo, volvía al regazo de Ma Indira. Ésta supo perdonar la humillación de 1977 y volvió al poder «con un tipo de obstinación que prácticamen te solo se encuentra en las mujeres, porque así se expresa en último análisis, alimentada por el amor y el orgullo una forma claramente claramente posesi posesiva va del del instinto m atern ate rno» o» .1E .1 E n cuanto c uanto a la la opo sición, Indira la fulminó con una palabra, «kichri», mezcolanza, batib ba tibur urril rillo lo.. El triunfo de Indira Gandhi en las elecciones de enero de 1980 por po r un margen marg en abulta ab ultado do sacudió sacu dió a la clase política po lítica en Nu Nueva Delhi con un escalofrío de pánico. Muchos de ellos habían ento nado un requiem por la carrera política de la Dama de Hierro. Pero la política es el arte de lo posible: Indira volvió. Morarji Desai, que nació cuando aún m anda an daba bann Bismarc B ismarckk y la reina reina Vic toria, basó su gestión en un confuso programa de gobierno. Le pre p reoo cup cu p aban ab an mas ma s los signo sig noss e x ter te r n o s, la ico ic o n o g rafí ra fíaa gandh gandhian iana, a, el desayuno con un vaso de su propia orina para regenerarse o las recetas homeopáticas facilitadas al pueblo para una vida sana en un cuerpo sano, que poner a trabajar a aquella cueva de polí ticos corruptos y ambiciosos. Además, cada uno de ellos era ideológicamente de su padre y de su madre. Cometió Morarji, po p o r a ñ a d id iduu ra, ra , un e r r o r im p e r d o n a b le d icta ic tadd o en p arte ar te por la las leyes, en parte por el rencor: envió a Indira Gandhi a la cárcel.
tismo tismo perso pe rsona nall de d e características carac terísticas casi casi reli religios giosas. as. Al carisma había hab ía que añadirle el apellido, la edad, 62 años, muy pocos compara dos con la gerontocracia de la oposición y también el sexo. Las deidades femeninas son legión en la India. La India volvió a ser la India de Indira. Los tres años del Janata en el poder con las querellas inter nas, la incapacidad para administrar y el azar de las malas cose chas de trigo, le pusieron a los pies de los caballos electorales. No No era e ra p o r ello ell o raro ra ro q u e la astu as tuta ta Ind In d ira ir a basa ba sara ra p a rte rt e de su cam cam paña en el «ant «a ntes es»» y en e n el «aho «a hora ra»» d e los precio pre cioss de d e los artículo ar tículoss de primera necesidad. Cuando ella «reinaba», las cebollas, por ejemplo, costaban 1,5 rupias el kilo, ahora 5 rupias. La «sanyasa», según los textos sagrados, es ese período de la vida en el qu q u e el hom ho m bre br e deb d ebee despr d esprend enderse erse de d e las las afici aficione oness y lo loss apegos terrenales. Morarji Desai había sobrepasado con mucho el límit límitee de d e la «sanyasa». « sanyasa». D escarta esc artado do Jagjivan Ram R am por po r sus sus osci osci laciones y por la resistencia de las castas hindúes a reconocer, a pesar pesar de la ley, le y, los d erec er echh o s de los pari pa rias as de los que qu e era er a cabeza cab eza visible, sólo quedaba una alternativa, la eterna e insustituible Indira. Las clases medias añoraban la mano fuerte y un control de las violencias tribales o las tensiones autonomistas y las masas le echaban de menos. En cuanto a la oligarquía de las finanzas y de la tierra, tierr a, estab est abaa con su hijo Sanjay, que qu e pretendió preten dió fabricar, en en un país de veinte millones de parados (sólo en las grandes ciuda des), un coche utilitario, utilitario , aventur ave nturaa que terminó term inó en un sonoro sonoro fra caso. También Sanjay obtuvo el acta de diputado en su distrito
que pasó viendo cine en el video, sobre todo Casablanca y Amar Am arco cord rd.. Después abandonó los vaqueros por el «sari». Un día su suegra la echó de casa, en la Safdarjang Road, porque se ha bía aliad ali adoo con c on los enem ene m ig igos os de su hi hijo jo y nuev nu evoo h e red re d e ro Rajiv. Rajiv . A par p artir tir de marzo ma rzo de 1982 982 la rup ru p tu tura ra e n tre tr e Ind In d ira ir a y M anek an ekaa se convirtió en tema de conversación para la India. La segunda acusó a la primera de grabar sus conversaciones telefónicas y censurar su correspondencia. «Sí, respondía Maneka, dicen que me parezco a ella pero he aprendido lo que no se debe hacer, he aprendido que no se debe recelar hasta la paranoia, que no hay que rodearse de consejeros mediocres que me digan lo que nece sito oír y sobre todo he aprendido de economía. 46 millones de pers pe rson onas as está es tánn en el p a ro. ro . Eso Es o d e la d in inaa s tía tí a G a n d h i es sólo ba ba sura. La India no la aceptará. Con el 61 por ciento del país por debajo la línea de la pobreza lo que quieren es pan, llenar sus estómagos. Ya no desean pompas ni espectáculos.» A pesar de todo, millones de indios creían que Indira era la única solución para sus problemas. «Sólo la hija de Nehru podrá salvarnos. No resulta resu lta fácil fácil ente en tenn d e r en qué qu é cons co nsiste iste ese es e so socialism ismo adaptad ada ptadoo a las las necesidades necesida des del d el país de d e que q ue nos habl ha bla, a, me de decía un prof pr ofes esoo r de econ ec onom omía ía en D elh el h i, p e r o no hay ha y q u e o lv lvid idar ar que fo for mamos 22 Estados, con centenares de idiomas, dieciséis de ellos oficiales, un sistema inamovible de castas y comunidades religio sas enfrentadas. Pero el peor problema es la demografía. Ahora somos 700 millones, el doble que en la independencia, y el año 2000 2000 llegaremo llegare moss a los mil mil millon m illones. es. A h o ra m ismo ism o son s on 300 300 los mi
Las encuestas previas a las elecciones demostraron una cosa. Los políticos que arrojaron del poder a Indira Gandhi eran, a pesar pes ar d e las exp ex p ecta ec tatitivv as d e cam ca m b io io,, gent ge ntee corr co rruu p ta y el pueb pu eblo lo lo sabía. Dos terceras partes de los consultados respondieron que los los políticos eran era n un hata h atajo jo de d e corrompidos corrom pidos y el 62 por po r ciento opinaron po r añad añ adidura idura que «no serví servían an para nada». nada». Y lo que es más significativo: el 64 por ciento creían con firmeza que el país estuvo mejor durante los años del estado de excepción. Ese es tado de opinión pública se tradujo en agitación social, huelgas, choques entre manifestantes y policías. Las masas indias en me dio del caos comenzaron a mirar atrás. «Ahora, afirmaba un obrero en Bombay, continúan la inflación, el paro, el desorden, la policía policía nos m ata lo mismo y pisotean pisotea n nuestros nuestro s derechos demo dem o cráticos. Así las cosas y con todos sus defectos preferimos a Indira Gandhi. Al menos ella es capaz de dirigir un Gobierno.» Las huelgas salvajes de Bombay y Calcuta demostraron que las masas rechazaban las líneas de actuación trazadas por los parti dos. En Bombay pude leer esta inscripción: «Todos nuestros di ga ngste sters. rs. No les importan nada ni los hindúes rigentes son unos gang ni los musulmanes, lo único que quieren es la poltrona (de pri mer ministro)». La imagen internacional internacio nal de Indira Gandhi Gan dhi por estas fech fechas as es buena. C u a n d o e n ago ag o sto st o d e 1982 v iaja ia ja a E stad st adoo s U n id idoo s en visita oficial y el presidente Ronald Reagan la recibe en la Casa Blanc lancaa, con la O rque rq uesta sta Filarmónica Filarm ónica de Nueva N ueva York Y ork dirigida dirigida por el «parsi» nacido en Bombay, Zubin Mehta, el «New York Ti
tas inversiones no respondían, como se encargaron bien de seña lar los relaciones públicas del Gobierno de Nueva Delhi, una escalada en la carrera armamentista. Según el Instituto de Estu dios Estratégicos, en la relación de gastos militares con el pro ducto interno intern o bruto, bru to, la India ocupa ocu pa con un 3,4 por po r ciento el lu luggar número treinta y siete. Mientras crecía la turbulencia interior, el Assam con sus tres mil muertos de 1983 o los disturbios en el Panjab con la lucha por una mayor autonomía política y religiosa de los siks, el papel de Indira Gandhi en la conferencia de los no alineados ampliaba su talla internacional. Seguía así los pasos de su padre Nehru en la conferencia de Bandung. La India ya no era el paradigma de una «inmensa C alcu ta», porq po rque ue entr en tree ot otra rass razon raz ones es la capi ca pita tall de la Beng Be ngala ala india, aun situada bajo la «línea de la pobreza», daba señales de querer escapar del desastre («t «the he po int o f breakdown»); breakdown »); con su vitalidad de las tres uves, vibrante, vigorosa y versátil. Aunque permane cen bolsas de desnutrición y manchas de la miseria tradicional, el editorial del «New York Times» resumía las mejoras logradas sin recurrir a los métodos de Mao Tse-tung en China, la autosufi ciencia desde el punto de vista alimenticio. Los largos períodos de sequía constitu co nstituían, ían, sin emba em bargo rgo,, una un a esp e spad adaa de Damoc Damocle les. s. En las calles de Madrás, los ciudadanos, excitados por la sed, se enfrentaban a golpes en las fuentes públicas. En compensación, ¡a modernización de la agricultura comenzaba a dar sus frutos, sobre todo en las regiones privilegiadas como el Panjab, donde la revolución verde permitió almacenar el 73 por ciento de la
Tamil Nadu (Madrás) o los telugus de Andra Pradesh reclama rían el mismo derecho. Ahora el eje del peligro se desplazó al sur. sur. El sur reclam re clamaba aba sus derechos sobre el el norte. En las eleccio nes, nes, lo loss estad e stados os meridionales castigaban castigaban el el férreo centralismo centralismo de la primera ministra y se perdían para el Congreso por primera vez. El sistema federal quedaba así pendiente de un hilo. Los estado estadoss sureños sureño s de Kam K amata ataka ka,, Kerala, K erala, Tam Tamil il Nadu y Andra Pra Pr a desh abandonaban a Indira Gandhi. El primer desafío surgió, después de la independencia, en el Estado de Kerala, que votó a los comunistas comunista s con c on gran preocupación del Pandit Nehru1 Neh ru1.. A par tir de entonces los partidos regionales han ido a más. La tenden cia es pedir más atribuciones a la autoridad central. Por fortuna hind i belt, el cinturón hindi, para para Indi In dira ra G andh an dhi,i, el llamado llam ado hindi donde este idioma es absolutamente mayoritario, Utar Pradesh, Bihar o Madia Pradesh resistió bien la tentación del secesionismo. De todos modos, los partidos nacionales perdían terreno con respecto a los movimientos políticos regionalistas. Había Hab ía surgido también tam bién un fenómeno paralelo de carac caracterí terísti sti cas folklóricas para unos y algo más profundas para otros. El desafío a la irreemplazable primera ministra por los semidioses de la sociedad india, ind ia, los actores de los estudios de Madrás, Bom ba bay o Calcu Ca lcuta. ta. P or ejem eje m pl plo, o, el actor act or Nandam Nan damuri uri Tarak Ta rakaa Rama Rao ha interpretado tantas veces a muchos de los dioses de la teogonia hindú —son más de tres mil en total— que sus admira dores del del E stado sta do de A ndra nd ra Pradesh Prades h terminaron termin aron por ver en él a la reencarnación de esos mismos dioses. Votaron por él en marzo
tensa de Indira y de su hijo Rajiv en el Estado se estrelló ante las urnas. La filosofía v el programa del actor conectaban mejor con las masas campesinas, tan vulnerables al cine y a sus mitos que los candidatos de Indira Gandhi, dispersos y obedientes más a la imagen todopoderosa de la primera ministra que a un proyecto o a un partido de sólidas bases sociales de apoyo. El actor Rama Rao atacó en los flancos débiles del enemigo, las libertades civi les, los derechos de la mujer, otro gran debate para la India de los años 80, la higiene administrativa y la condena de los corrup tos funcionarios funcionarios locale locales. s. Nueva Delhi D elhi empez em pezaba aba a dej d ejar ar de serla serla luz. el faro de la India entera. «No dejaremos a Delhi que decida sobre nuestro destino», afirmaba Rama Rao entre el delirio de sus seguidores. El mito estaba allí sobre el estrado, asequible, pres pr esen ente, te, con su puño pu ño crispad cris pado. o. U na razó ra zónn más p a ra su éxito electoral: Maneka, la nuera de Indira, estaba a su lado. Las ma sas rompían según el rito hindú el coco votivo antes de acudir a los colegios electorales. Rama Rao, calculador de sus efectos, antes de votar acudió al templo de Tirupati, se afeitó la cabeza y rezó al dios Venkatesvara. Midió bien todos sus pasos. Indira Gandhi subestimó la fuerza de los semidioses. «No hay que con fundir. dijo, la política con el espectáculo.» Pero el Estado es pectácu pec táculo lo es un hecho hec ho en el Ter T erce cerr M undo un do,, dond do ndee se vota vo ta por lo general más a las personas que a los programas. Como decía Malraux de Benarés, la India es un «bazar sobrenatural». Fun ciona el instinto, el contacto, la comunicación, elementos cada
tiano del cuerpo místico —según el cual todos los hombres son miembros del cuerpo de Cristo— se convierte en realidad de la mano de la tecnología a nivel electrónico». El cine es en la India la expresión del panteísmo religioso, su cuerpo místico. Otro ac tor gobierna en el estado de Tamil Nadu, M.G. Ramachandram, el más famoso en lengua tamil. El parlamento local parecía un estudio cinematográfico. El jefe de la oposición era un guionista y dos de los diputados, productores de cine. En pleno síndrome cinematográfico, que según los politólogos alcanzaría su clímax en las elecciones previstas para 1985, los actores influyeron tam bién bién en e n los resu re sultltad ados os de K arna ar nata takk a, donde do nde el partido parti do de Indira sufrió una derrota. De pronto, como en Hollywood, los partidos buscaron a sus cand ca ndid idato atoss en el «gotha» « gotha» cinematográfico. cinematográfic o. El par tido de Indira Gandhi preparaba a otro actor popular. Sijav Ganesan, para las tareas políticas. Cuando el más famosu actor en idioma hindi, Amitabh Bachman, sufrió un grave accidente mientras rodaba una película, Rajiv Gandhi, el hijo de la pri mera ministra, interrumpió el viaje que en aquellos momentos hacía a los Estados Unidos para correr a la cabecera del herido. Era su amigo de la infancia pero había otras razones extrasentimentales. El gesto de Rajiv conmovió a los admiradores del ac tor. Se traduciría en votos. Nunca Nunc a he visto vist o un públic púb licoo tan ta n recep rec eptiv tivoo para pa ra el cine como el indio. Aplaude, grita, se emociona ante las hazañas de sus ídolos del celuloide. La India ofrece así dos realidades, la suya y la del cine de Bombay, que es una sobrerrealidad llena de encantos,
dad y cuando se funda el partido Telegu Desam, «al llegar a los 60 años he decidido dedicarme por completo al servicio de la sociedad». El símbolo de su partido es la bicicleta, el vehículo del hombre de la calle, del campesino al que ofrece el arroz a un precio barato bar ato:: dos rupias rupi as el kilo. P rom ro m ete et e la comi co mida da a los niñ iñoos en edad escolar y defiende el derecho de la mujer a la herencia. A la acción directa del Mahatma Gandhi por los pueblos y las aldeas con el magnetismo de su presencia en una época en que los medios de comunicación apenas sí estaban desarrollados, el éxito de Rama Rao porque el actor se identifica a los ojos de los espectadores con las divinidades que interpreta. Rama Rao es el dios tutelar. Nadie duda de que podrá hacer milagros desde la arena política y los clubs clubs de adm ad m irado ira dores res se multip m ultiplica lican, n, 1.20 .200 en total en abril de 1983. Según cuentan los que le han visto en campaña, el lenguaje de Rama Rao es «primitivo y tranquiliza dor». Por añadidura ha amasado una considerable fortuna. Está, por po r lo tant ta nto, o, por po r encima encim a de las tent te ntac acio ione ness de corrupción corru pción.. No busca la fama o el dine d inero. ro. «Lo pose po seoo ya to todd o , di dijo jo en un miti mitinn y me presento ante vosotros con gran humildad para ponerme a vuestro servicio y restituiros al menos en parte lo que me habéis dado.» Y luego, en un eficaz traslado de intenciones, añade: «La corrupción acumulada en tantos años por el gobierno del Con greso de Indira Gandhi ha llegado al punto de que no puede lavarse ni siquiera con las aguas sagradas de todos los ríos de nuestro país. Ahora, gracias a vuestro voto la borraremos del mapa».
de sexo y violencia. Gandhi, el defensor de la abstinencia sexual se quedaría horrorizado hoy si tuviera acceso a las carteleras de Nueva Nue va Delh De lhii con películas pelícu las como Sexy boy o Dem D emon onios ios de la vio vi o lación.
Una vez más, la India se preguntaba, invalidado Rajiv para prol pr olon onga garr la di dina nastí stíaa de los Nehr Ne hru, u, por el futuro. Aft A fter er Indira Indir a , who? Después de Indira, ¿quién? «Quién sabe», respondió una vez el ministro de Alimentación y Agricultura de Nehru, aquel político de p u ra raza raz a decimonó decim onónica nica,, Patil, en el momento de es plen pl endo dorr de Pand Pa ndit. it. «El prim pr imer er ministro, ministro , según según refiere Galbraith Galbra ith en su Dia D iari rioo de un emb em b aj ajad ador or *, añadió, es como el gran árbol banian ban iano. o. Su som so m bra br a pued pu edee cobijar cob ijar a miles miles de personas, pero per o bajo ella no crece cre ce nada na da.» .» Aque Aq uella lla metáfo met áfora ra enfureció tanto tan to a Nehr Ne hru, u, quizá qu izá porq po rquu e era er a verd ve rdad ad,, que le retiró ret iró la palabra a su ministro durante varios meses.
13 La rueca En la administración de aduanas de Marsella, en septiembre de 1931 preguntaron al Mahatma Gandhi si tenía algo que decla rar. «Soy un pobre mendigo, contestó. Mis bienes terrenales consisten únicamente en seis ruecas de madera, unos platos de hojalata, una jarra de leche de cabra, seis taparrabos y unas toa llas fabricadas en el “ashram” y finalmente mi reputación, que no vale vale gran cosa.»1 cos a.»1 Su filosofía filosofía del desp de spren rendim dimien iento to y la ren renun ciación («sanyasa») procede del libro sagrado que no ha decla rado en las aduanas de Marsella. Pero lo lleva consigo, sobado en el sudor de las largas caminatas. «Oh Keeshava, dice el Bhag Bh agav avad ad-G -Gita ita,, no deseo ni reino ni placeres. Quien abandona todos los deseos, quien no tiene ni yo ni mío, alcanza la gran paz.» Si Sinn emba em barg rgo, o, G andh an dhii vive aún aú n cuan cu ando do N ehru eh ru se ve obli gado a tocar tambores de guerra en Cachemira. E n toda su vida nada le había preparado al primer ministro para tomar decisio nes nes militares. «Creía que un est e stad adist istaa m oder od erno no y civiliz civilizad adoo podía
contienda. El conflicto con China destruyó ese elevado papel de Nehru», escribe Galbraith. Pero ¿eran tan inocentes las in tenciones del primer ministro? Luego anexionó las tierras del n i z a m de Hyderabad, extendió su manto protector sobre Sikkim y Bhuttam, entró en el enclave portugués de Goa, intentó deses tabilizar el el reino re ino del Nepal N epal para par a instalar un gobie gobierno rno republi republicano cano y socialista. Su heredero, Lal Bahadur Shastri, y su propia hija desencadenan «guerras preventivas», la pax p ax india. El mundo no obedece ya a Gandhi y toma los senderos de la guerra, Vietnam, Laos, Camboya, Oriente Medio. La carrera desenfrenada hacia el consumo. «Quien no tiene ni yo ni mío alcanza la paz». En Washington asistí a las manifestaciones de resistencia resistencia pasiva encabeza enca bezadas das por po r los hermanos Berri Berrigan gan contra contra la guerra en Vietnam. Gandhi no estaba allí para caminar sobre los arrozales. Los «rockeros» pensaban que el mundo podía cambiarse, no con el Gita, sino con el rasgueo de una guitarra eléctrica. «Si Kissinger no puede imponer la paz en la tierra, había había dicho dic ho Mike Mik e Lo ve, el solista so lista de d e los Beach Boys, Boys, debemos debemos buscar buscar un u n a alte al tern rnat ativ iva. a.»» No la hab h abía ía.. La generació gen eraciónn de lo loss niños niños de las flores que se perdió en los senderos de la India tras las huellas de Gandhi dio paso al ritmo vital frenético, cínico, de sencantado. El sueño de Mike Love terminó con el asesinato de John Lennon en una acera de Nueva York. Pero el beatle re beld belde, e, que qu e di dijo jo un día: «Somos más famosos que Jesucristo», Jesucristo», murió sobre el asfalto de la megalópolis, violenta e insegura como un símb sí mbolo olo de la agresivid agre sividad ad y la neurosis desatados en una la
parece corr c orrer er detrás det rás de lo efímero». Su reino no es de este es te mundo, obsesionado por el consumo. «La producción en serie, dice Gandhi, no tiene tiene en cuenta las las verdaderas verdad eras necesidades del cons consu u midor. midor. Puede demostra dem ostrarse rse que la fabricación fabricac ión en serie lleva lleva dentro dentro de sí sus propios límites. La industrialización no es nunca indis pensable pensa ble y mucho menos en la Indi In dia» a».1 .1 A juicio juici o de Gand Ga ndhi hi,, «si mueren las aldeas, morirá al mismo tiempo la India. Habrá aca bado su misión en el mundo». mundo ». Pero Pe ro es el final de la inocen ino cencia cia,, del del optimismo, optimismo, de la utopía gandhiana. gandhiana . A pesar pes ar de la guerra frí f ríaa —el término inventado en 1946 por el escritor Herbert Swope— los años cincuenta y sesenta trajeron las bondades efímeras de la sociedad de consumo, la hipnosis de la televisión, la esperanza Kennedy, la músic músicaa pop, la llamada llamada sociedad s ociedad permisiva, permisiva , otra o tra de de rrota rrot a para p ara Gandhi; pero la nueva década déca da va a conocer cono cer la car caric icat atuurización de muchas de estas conquistas sociales. Hay por un lado una sociedad que derrocha, y por otra una humanidad doliente que ve morir a su ganado por la sequía. La ruptura de los tabúes no hace por po r eso más libre al hom ho m bre. br e. La ciencia cie ncia y la tecnología (l(la era del computador) no contribuyen, como Gandhi había pre visto, a la creación de sociedades más justas y equitativas. El hombre pone p one un pie en la luna. Gandhi Gan dhi record rec ordarí aríaa la indef indefens ensión ión y el abando aba ndono no de la aldea. Las calculado calcu ladoras ras electró ele ctrónic nicas, as, las tarje tarjeta tass de crédito, crédi to, las las máquinas máquina s galácticas, galác ticas, el video y la píldo píl dora ra se ex extien tien den por po r el mundo. El prime pri merr bebé beb é pro p robb eta et a nació na ció en 197 1978 cerc cercaa de Manchester, fecundado en laboratorio. El láser se impuso en el disco disco y la cirugía. cirugía. Se descubr des cubren en nuevos nuev os rem r emed edios ios contr co ntraa el dol dolor or y
La depresión y el stress str ess son dos grandes males de la época. El militarismo es una epidemia. En la primera mitad de 1975, eran cincuenta los países controlados por las fuerzas armadas. Los temores a la tercera guerra mundial, las bombas de neu trones, los azares del exceso de población, el desempleo, la an gustia frente a terremotos y sequías, la inflación como «fenó meno psicológico» (el consumidor aprendió a vivir por encima de sus posibilidades), el miedo cotidiano son otras tantas cons tantes sociológicas de la época. Nadie está para la hilatura ma nual o las alegorías del Gita. Hasta que la nuclearizadón de Eu ropa desató una nueva ola de pacifismo en las grandes ciudades del viejo continente. El temor al apocalipsis y el belicismo de Ronald Reagan provocaron manifestaciones multitudinarias en Europa y América, en protesta contra la instalación de misiles Persh Pershing ing 2 y Crucero. A hora ho ra Gandh G andhii dudaría duda ría del carácter divino divino de la naturaleza humana. «Una cosa es segura, escribió. Si esta loca carrera de armamentos tuviera que proseguir, no habría más salida que una matanza sin precedentes en la historia. Si resultara una nación victoriosa, su propia victoria le permitiría asistir en vida a su muerte. El único medio de librarse de esta espa espada da de Dam D amocles ocles consiste en aceptar a ceptar audazmente audazm ente y sin sin reser vas el método de la no violencia.» Ahora los pacifistas le hacían caso. Para Pa ra los demás, dem ás, como decía Macaulay. un acre en MiddlesMiddlessex es mejor m ejor que un principado en Utopía U topía.. Los destinos destinos del del hom bre bre está es tánn e n m anos an os de pers pe rson onas as que qu e desc de scon onoc ocen en las pasi pa sion ones es reales de los pueblos. El mundo, que alcanza los 4.000 millones
en el «más grande anacronismo vivo del siglo xx. Hay que creer, aún a riesgo de proferir una blasfemia, que la India de hoy se hallaría mejor sin la herencia de Gandhi». ¿Es esto cierto? Gandhi colocó su ideal, la Gran Ilusión, demasiado alto para las masas y los discípulos escogidos, a los que indicaba el camino que debían seguir. Su sola presencia ya no era suficiente para aplacar a las masas, como ocurrió en Noakali. Poco antes de su muerte sembraron el camino por el que debía pasar de trozos de cristal y botellas rotas. ¿Vivió demasiado tiempo como sostiene V.S. Naipaul? ¿Puede ser verdad, como afirman sus enemigos, que la «voz interior» de Gandhi fue responsable en su arbitrarie dad. al no poder controlar las fuerzas que logró poner en movi miento, «prolon «prolongó gó innecesariamente la lucha por la independen cia», retrasó el «swaraj», el autogobierno, veinticinco años? Sus constantes cambios de opinión y de estrategia exasperaban a sus amigos y correligionarios. Subas Chandra Bose, el nacionalista bengalí aliado de los nazis y los japo ja pone nese sess con la espe es peran ranza za de que liberaran la India del yugo inglés, escribe1que se hallaba en las luchas de 1920 con C.R. Das, al que encontró «fuera de sí, a la vez furioso y triste, de ver a Gandhi cambiar constantemente de órdenes». Hasta el amigo de Gandhi, Romain Rolland, reco noce los peligros de estas vacilaciones producto de los conflictos psicológicos del M ahat ah atma ma.. «Es pelig pe ligros rosoo ten te n sar sa r to todo doss los resor resor tes ue un pueblo, hacer que jadee de impaciencia ante una ac ción prevista, levantar tres veces el brazo para dar la orden y de pron pr onto to cuando cua ndo la form f ormida idable ble m áqui áq uina na se p o n e en m archa arc ha dete dete
escritor caribeño de origen indio, le defendió la vieja India, la misma India cuyas deficiencias políticas él había sabido ver tan bien con co n su m irad ir adaa desd de sdee Suráfrica. Suráfrica . El mensaje men saje racial se mez claba siempre con el religioso. Era literalmente un líder racial dando batallas raciales, pero ya no puede formular las lecciones raciales de Suráfrica. Se ve envuelto en lo que parecen contra dicciones, contra la intocabilidad pero no contra el sistema de castas, como un hindú apasionado que era, pero pidiendo por la unión con los musulmanes. Las difíciles lecciones que había aprendido en Suráfrica se simplificaron una y otra vez en la In dia: termina con manías de santón limpiando las letrinas, un tra bajo de in into toca cabl bles es,, visto sólo como un ejer ej erci cido do de humildad, haciendo un llamamiento de hombre santo para la hermandad y el amor. To Todo do Gand Ga ndhi hi term te rmina ina en nada». Según Según estas y parecidas parecidas tesis revisionistas, Gandhi ha debilitado la India, la ha vaciado ideológicamente. «Ahora la gente que combate por el no lucha por nada na da;; ni él ni la vi viej ejaa Indi In diaa tiene tie nenn soluciones para pa ra la crisi crisiss actu actual. al. Él fue la última últim a expresión expre sión de la vieja India; India; la llevó llevó hasta el final del camino. Todos los argumentos sobre el estado de excepción, todas las referencias a su nombre revelan el vado intelectual de la India, y la vaciedad también de la dvilización a la que pensó pen só que qu e darí d aríaa una un a nueva nue va vida. vida. La estabilidad estabilidad de de la India gandhiana era er a ilusión. ilu sión. La crisis crisis de la India Ind ia no es polí política tica o econó are a o f D a r k n e s s 1, es la de una dviliza mica, cree el autor de A n area ción en decadencia. En el niund, las teorías de la dialéctica de la liberadón de
Mohandas Karamchand Gandhi es un apóstol del pasado. Ha dejado de ser un modelo para el presente, creen algunos de sus partida par tidarios rios.. «Gandhi «Ga ndhi fue prim pr imer eroo ases as esina inado do y desp de spué uéss traicio nado, manifiesta Minu Masani, seguidor de Gandhi, 75 años y editor de de una revist revistaa en Bom B ombay bay.1 .1 Lo hemos matado mata do con un beso. India ha dado dad o la espal es palda da a G andh an dhii del mismo modo mo do que el el Occidente ha dado la espalda a Cristo». Sus teorías económicas, demolidas por Nehru, no sirven para el presente. «El estanca miento económico se debe en parte a que se da mucha importan cia a las ideas de Gandhi, afirma al “Observer” de Londres un conocido hombre de negocios de Bombay, Hayant Sirar, des pués de ver la película que rodó ro dó Rich Ri char ardd A tten tt enbb o rou ro u gh. gh . Poner Poner demasiado énfasis en industrias de mucha mano de obra como telares manuales y crear empleo gracias a tecnología obsoleta difícilmente va a promover el rápido crecimiento que necesita la India. Pienso que Gandhi hubiera cambiado de opinión si hu biera vivido lo suficiente suficie nte como com o para pa ra ver ve r que qu e la modernización modernización crea empleos en Corea, Hong Kong y Pakistán. La realización más grande de Gandhi fue el uso de la no violencia cuando la gente era demasiado débil para vencer por la fuerza, como hizo Martin Luther King en Estados Unidos. Pero la no violencia sólo funciona con un enemigo sensible a la opinión pública.» En el otro extremo se sitúan los que creen que Gandhi está vivo. Ramlal Parik, vicepresidente de la Gandhi Smarak Nidhi, afirmaba que Gandhi hizo algo grande: «Despertó en las clases explotadas un sentimiento de autovaloración. Antes la gente sentía: “He
que de casa en casa enseñan a tejer, a valorar la medicina natu ral, a constru con struir ir un retre re trete. te. Son una gota gota de agua agua sobre el océano océano.. La campaña del «khadi», la hilatura manual, fracasó ya en su época. Un parlamentario indio había dicho a Arthur Koestler: «Yo he visto el “khadi” como ve usted; muchos de entre noso tros, miembros del partido del Congreso, creemos que lo debe mos hacer pero nos cuesta tres veces más caro que el algodón corriente». La poeta Sarojini Naidu, seguidora de Gandhi, pro nunció una frase parecida: «Hace falta mucho dinero para per mitir que “Bapu” viva en la pobreza...» La poeta llamaba al Mahatma, como gran parte de los indios, “Bapu” (padre, en idioma gujarati) y en privado a veces Mick M ickyy Mouse. La rueca como solución a todos los problemas económicos fue el símbolo de su obsesión, su quimera. Aquel instrumento antiguo, el huso montado en un bastidor y accionado mediante un volante y una correa de transmisión, se convierte en el alfa y el omega de su filosofía económica, el símbolo místico que hace innecesaria y rechazable la «maldición de la máquina». Gandhi recita recita «Rama, «Rama, rama» (Dios, Dios...) mientras hila. En Young India (La joven India) el Mahatma escribe: «El llamamiento a la rueca es el más noble de todos mis llamamientos. Porque es la llamada del amor... La rueca es el estimulante que devolverá a la vida a los millones de nuestros compatriotas que están a punto de morir. Yo creo que si perdemos la rueca perderemos nuestro pulmón izquierdo y sufriremos por lo tanto de tisis galopante. La reapa ric rició iónn de la ruec ru ecaa dete de tend ndrá rá el progreso progre so de la implac implacabl ablee enferme enferme
La hilatura manual se convierte para Gandhi en un método de encuadramiento de las masas cuando todos a su alrededor le piden más más velocidad de acción. Hl M ahatm ah atmaa se atasc ata scaa en la rueca, en el trabajo manual, En plena represión británica sobre los manifestantes, el comité del Congreso se reúne en Bombay en noviembre de 1921 para establecer un plan de acción. Gandhi pone condiciones: condicion es: todo tod o el que qu e desee de see enro en rola lars rsee en el movimiento de no violencia deberá aprender a hilar. Cuando se hizo pública esta cláusula, el padre de Nehru se echó a reír y Kelkar y Patel prote pr otesta staron ron v io iole lenn tam ta m e n te.1 te .1 Poco desp de spué uéss G andh an dhii fue conde nado a seis años de cárcel en Yeravda. Sigue creyendo que «el sufrimiento voluntario es la fórmula más rápida y mejor para hacer desaparecer los abusos y las injusticias». Como es natural se lleva la rueca a la prisión y un manojo de libros, Thoreau, Tolstoi, La varie va rieda dadd de las expe ex perie rienc ncia iass religi rel igios osas as,, de Henry Ja mes, Bemard Shaw, H.G. Wells, el Fausto, Fa usto, de Goethe, las Bala Bala das de Kipling. La cárcel, como decía Tagore, es para Gandhi una terapéutica, una cura de reposo. Es precisamente el premio Nobel uno de lo loss pocos po cos in inte tele lect ctua uale less indios indio s que qu e ven en el culto al «khadi» un instrumento de regresión. El hilo de la rueca es para Gandhi el «hilo del destino». Gandhi, dominado por la idea fija, quiere que la India se convierta en un taller, en una industria textil a domicilio. No es por lo tanto nada raro que aquellas ideas artesanales produjeran por contraste auténtica fascinación en los periodis perio distas tas y fotóg f otógraf rafos os nort no rtea eam m eric er ican anos os.. Les a tra tr a ía la paradoj paradojaa de un abogado que estudió en la Universidad de Londres y que
—Tiene —Tie ne que qu e apre ap rend nder er a hilar, hila r, le dicen. —Pe — Pero ro yo no he veni v enido, do, prote pr otesta sta,, para p ara hilar con el el Mahatm Ma hatma, a, yo he venido para fotografiar al Mahatma hilando. —¿Có —¿ Cóm m o pued pu edee ente en tend nder er entonce ent oncess el simbolismo de Gandhi trabajando en su rueca? ¿Cómo puede entender el sentido inte rior de la rueca, la «charka», a menos que antes aprenda los rudimentos rudim entos del arte de hilar? O sea que no sabe sabe uste ustedd nada sobre hilatura manual... —Sólo —S ólo sé sacar sa car fotograf foto grafías. ías. Pero Pe ro ¿cuánto tiempo se tarda ta rda en aprender a hilar? —Ah —A h , eso d epen ep endd e de su coeficiente coef iciente de inteligencia, inteligencia, respon respo n dió la secretaria de Gandhi. Cuando por fin Margaret aprendió a manejar la rueca fue pr esen enci ciaa del M ahatm aha tmaa y se le permitió permit ió fotografiarle llevada a pres mientras éste echaba pestes de la máquina que «crearía una na ción de esclavos». Sorprendía un poco que para condenar el maqumismo Gandhi utilizara un micrófono o altavoces que di fundían sus deseos y sus palabras a través de Radio Nacional o que al abandonar su plegaria o su día de silencio subiera a un moderno coche «Packard», que le había prestado uno de los empresarios más ricos de la industria textil de la India, el señor Birla. T rein re inta ta años más tard ta rde, e, en el Irán, Irá n, el ayatolah ayatolah Jome Jome mi condenaba también el maqumismo salvaje, pero se sirve de las cassettes cassettes para difundir su mensaje de revolución. La apelación de Gandhi al ayuno, a las huelgas de hambre tuvo mejor aco gida que la reivindicación de la rueca. «El ayuno del Mahatma,
por la idea de «llenar los pulmon pul mones es con la brisa bris a vivificado vivif icadora ra del despertar nacional», pero lo que ve le deja horrorizado y no lo oculta: «Lo que descubrí al llegar a Calcuta me desmoralizó. Una atmósfera opresiva parecía caer sobre el país. Consideremos el hecho de quemar los tejidos. ¿Cuál es la naturaleza de la razón que os empuja a hacerlo? ¿No se trata de otra fórmula mágica? La cuestión de saber si se debe o no utilizar un tejido fabricado en tales o cuales condiciones pertenece ante todo a la ciencia económica. Y es en el terreno de la ciencia económica en el que debería desarrollarse la discusión discusión entre entr e nuestros nue stros compatriotas. compatriotas . Si el país ha contraído hábitos espirituales tales que no le es posible pensar pen sar con precisión preci sión,, enton en tonces ces nues nu estr troo prim pr imer er com co m bate ba te debería debería tender a suprimir hábitos tan fatales que constituyen el pecado original del que proceden todos nuestros males. Pero lejos de ir en ese ese sentido nos nos mantenem man tenemos os en el erro err o r, a partir pa rtir de d e la fór fórm mul ulaa mágica según la cual los tejidos extranjeros son impuros. De esta manera se pone de lado a la ciencia económica y se la reemplaza por po r un engañoso enga ñoso dogma dogm a moral. mo ral. C uand ua ndoo el M a hatm ha tmaa Gandhi Gan dhi de clara la guerra a la tiranía de la máquina1que oprime al mundo entero, todos nos ponemos bajo su bandera. Pero debemos re chazar como aliada a la mentalidad esclava a base de ilusión y demagogia que está en la raíz de todas las miserias e insultos que hacen gemir a nuestro país.» Pero ante la acusación de misti cismo e irracionalidad del poeta y premio Nobel, Gandhi no se
dos importados para purificarme y vestir el “khadi” fabricado por mis vecinos». vecin os». En o tro tr o mome mo mento nto añadió: «Yo no quiero que el poeta renuncie a su música, el granjero a su carreta y el mé dico a su bisturí. Sólo les pido que hilen durante media hora en espíritu de sacrificio. sacrificio. Al hombre hom bre que q ue se muere muere de hambre hambre le le pido pido que hile par p araa vivir, vivir, al campesino pobre que hile hile media media hora para salir salir de la penu pe nuria ria». ».11 Extravagancia Extrava gancia o reali realismo smo para Gandhi, y Nehru Ne hru,, que qu e la llam lla m aba ab a la «insignia de la libertad», la rueca sim sim bolizab boli zabaa con co n to todd a su aure au reol olaa román rom ántic ticaa una nueva política política eco nómica rural. Era el modo del Mahatma para identificarse con los más pobres: «Cuanto más entro en las aldeas es más violento el choque que me produce la mirada vacía de los campesinos. A fuerza de traba tra baja jarr jun j unto to al ganado han termina terminado do por pare parece cers rsee a él. La India se muere; si queréis salvarla haced lo poco que os pido. T o m a d la ruec ru ecaa o morid». mo rid». Pero Pe ro la rueca ruec a no era el único único anacronismo del hombre que llamaba a las vacas «tiernos poe mas».
14 La pasión animal El Mahatma Gandhi contaba 37 años cuando hizo voto de castidad para toda la vida. Lo cumplió obsesionado con la idea de caer en la tentación y una mañana, horrorizado, ya anciano de 77 años, se despertó en Bombay con el sexo en erección.1Se había casado con Kasturbai, mujer simple, iletrada, la esposa elegida para él a los 13 años. Gandhi descubrió el amor físico con «la impetuosidad del huracán». El hijo del primer ministro de Porbandar, Porban dar, el lugar luga r donde do nde nació, se convirtió convirtió en en un cel celos osoo enfer mizo. Kasturbai le hizo frente con gentileza pero también con determinación. «Fue de mi mujer, dirá más tarde, de quien re cibí las primeras lecciones de no violencia. Al verla cómo me hacía frente y al mismo tiempo sufrir por mi estupidez terminé po por senti se ntirr verg ve rgüe üenz nza. a.»» G andh an dhii fue un enamo ena morad radoo ardient ardi ente, e, insa ciable, siempre fiel hasta que sintió el complejo de culpabilidad del sexo en un episodio traumático que marcó su vida. Lo cuenta 1 Según su biógraf b iógrafoo ofici
óa
isión semin
ue lo dejó
A u to tobb io iogg raf ra f ía l: «Tenía yo dieciséis en el capítulo noveno de su Au años. Mi padre sufría de una fístula. Yo hacía de enfermero, le vestía, le daba su medicina. Cada noche le daba un masaje en las piernas. Nunca dejé de hacerlo hac erlo.. Mis obligac obli gacione ioness se repartían entre la escuela y el cuidado de mi padre. Esta era la época en que mi mujer esperaba un niño, una circunstancia que, tal como hoy lo veo, representa una vergüenza doble para mí. No lograba controlarme. El deseo carnal prevaleció sobre mi deber de estu diar y, lo que era aún más importante, la devoción hacia mis padres. Cada noche en que mis mano ma noss esta es taba bann ocupa oc upada dass en el masaje de mi padre mi imaginación estaba en la cama en un momento en que la religión, la ciencia médica y el sentido común prohibían prohib ían el acto sexual. Siemp Sie mpre re sent se ntía ía aleg al egría ría cuan cu ando do dejaba deja ba el el masaje y me iba derecho a la cama después de rendir obediencia a mi mi padre, que estaba esta ba más enferm enfe rmoo cada c ada día. H asta as ta que q ue llegó llegó la espantosa noche. Mi tío, que se hallaba entonces en Rajkot, vol vió enseguida al recibir noticias de que mi padre empeoraba. Mi tío se sentaba cerca de la cama de mi padre y dormía a su lado después de enviarnos a todos a dormir. Nadie hubiera pensado que aquella sería la noche señalada». Son unas páginas ofuscadas por la inquietud del recuerdo: «Eran, prosigue Gandhi, las diez y media o las once de la noche. Yo estaba dando el masaje. Mi tío se ofreció a relevarme. Me gustó la idea y corrí hacia la cama. Mi mujer, pobrecilla, dormía profun pro funda dame mente nte.. Pero Pe ro ¿cómo ¿cóm o p o dría dr ía d o rmir rm ir si yo esta es taba ba allí? llí? La desperté, pero a los cinco o seis minutos el criado llamó a la
vida. Le hubiera estado dando masaje y hubiera muerto en mis manos. En cambio era mi tío el que tuvo ese privilegio. Quería tanto a su hermano que tuvo el honor de ayudarle en la última hora. La vergüenza era el resultado de mi lujuria, incluso en la hora crítica de la muerte de mi padre. Fue una mancha que nunca pude olvidar o borrar. Mi mente estaba en aquel mo mento en la luju lu juria ria.. Me costó co stó mucho liberarme de las las cadenas cadenas de la lascivia y hube de pasar por muchas pruebas antes de supe rarme». E n el espacio esp acio de los trece tre ce a los diecioch dieciochoo años años,, su mujer Kasturbai había estado con él solo tres años, el resto lo pasó entre Inglaterra y Suráfrica. Confiesa que a los veinticuatro años el deseo camal le había abandonado casi por completo. En 1906 hizo voto de castidad, la «bramacharya». Según la concepción social hindú la vida del individuo pasa por tres etapas, la «bra macharya» en la que estudia y se prepara para la vida de adulto, la segunda abarca el matrimonio, los hijos y el cumplimiento de sus deberes en el mundo, la «grahasthashram». En el tercer pe ríodo, «varnashram» se despega de sus deseos y obligaciones y en la últim últi m a «sanyasa «san yasa»» ren r enun unci ciaa al mundo, mun do, se consagra consagra a la la medi medi tación y £e prepara para la muerte. La mujer de Gandhi, Kasturbai, aceptó mejor la abstinencia m o d u s v ive iv e n d i que le ofreció a continuación, la sexual que el mo austeridad, austeridad, el despr de spren endim dimien iento. to. Las razones del del voto voto de casti castida dadd que nace cuando Gandhi trabaja como voluntario en las ambu lancias durante la rebelión de los zulúes en África del Sur en cuentra, además de una base moral, la justificación sociológica,
expulsar expulsar el deseo del del subconsciente. subcon sciente. De vez en cuand cu andoo soñaba soñ aba en en los placeres del pasado y no podía abandonar la vigilancia un momento. momento. Pero después de nueve años añ os de continen con tinencia cia le ocur ocurrió rió,, sobre todo después de volver a la India en 1915, la llamada del demonio carnal y la victoria no fue fácil.»1 Gandhi se lanzo a la predicación de la continencia sexual por que entre otras cosas veía en la «pasión animal» un daño físico y un pecado. Se puede comprobar el caso que le hizo la India tam bién en este aspecto asp ecto.. A lo loss tre tr e in inta ta y cinco años añ os de su muerte muerte dobló la población. Su única técnica de planificación familiar era. absurdamente, la abstinencia que recomendaba incluso a los casados. La visión del mundo y de la vida de Gandhi era un universo de gimnastas vírgenes siempre en lucha contra las pa siones, algo así como los guardianes de la República Ideal de Platón. Aconsejaba cualquier alimento, ejercicio, abluciones, lecturas y distracciones que ayudaran a vencer el instinto carnal. Y si a pesar de todas estas precauciones las defensas de la virtud se debilitaban, había que arrodillarse ante Dios y pedirle protec ción. Aquí Gandhi había sufrido, al margen de sus traumas juve niles y sus experiencias en África del Sur, la influencia intelec tual de su amigo Tolstoi. «El hombre, escribió el autor de Gue rra y p a z , sobrevive a los temblores de tierra, a las epidemias, a todos los sufrimientos, pero la tragedia más dolorosa es y será la de la cama.» Después de la Sonata a Kreutzer, Tolstoi aseguró que el ideal cristiano del amor de Dios y del prójimo era, como recoge Nanda, «incompatible con el amor carnal y el matrimo
prof pr ofun unda da fe hi hindú ndú le perm p ermitió itió supera sup erarr todas las pruebas. Sin em bargo bar go,, la ley de la abstine abs tinenci nciaa era un descubrimiento descubrim iento de Gandhi recibido de Tolstoi. Los dioses hindúes se casan y tienen una intensa vida sexual. Aunque había renunciado al amor físico, no por ello G andh an dhii alejó ale jó a las mujere muj eress de su lado, lad o, bien por p or el con trario, se rodeó de ellas en abundancia y se convirtió en el cam peón de la emanc em ancipa ipació ciónn social y política de la mujer, «hasta devolver a las indias su dignidad y hacerlas conscientes de su fuerza». Un psicoanalista norteamericano, el doctor Erik H. Erikson,1es el que mejor ha iluminado el sistema de pensamiento de Gandh Ga ndhi,i, el espirit es piritual ual y metafísico a través de los los desc descubr ubrimie imientos ntos del psicoanálisis. El doctor defiende las razones psicohistóricas de la castidad gandhiana. Reconoce que hubiera sido más feliz de haber sido un líder espiritual virgen, pero su familia le em pujó al mat m atri rim m onio on io a los trece trec e años. Después Des pués,, impulsado por una una sexualidad fuerte, pasó días muy angustiosos para conservar su castidad mientras estudiaba en Londres, pero al mismo tiempo nunca confesó que estaba casado para evitar que aquellas señori tas que tanto le preocupaban se alejaran de él. Gandhi adoraba ponerse pone rse a p rue ru e b a , nece ne cesi sita taba ba de la tentac ten tación ión,, aunque como como en este caso fuera gratuita. ¿Desviación? ¿Platonismo? ¿Una «cura natural» como decía su médico Sushila Nayar? El doctor Erikson hace un esfuerzo por no juzgar a Gandhi con el rasero de otros hombres. Se habla de complejo de Edipo. de sadismo, «pero aunque sería fácil adjudicarle toda clase de
pide a su sobrin sob rina-n a-nieta ieta Manu Man u que duer du erm m a a su lado. lado . Es lo que que llama llama «caminar «caminar sobre el filo filo de la espada». espada ». El escánda esc ándalo lo se cierne cierne sobre el anciano moralista que repitió la experiencia con otras jóvenes y atractiv atra ctivas as mujere mu jeres. s. H uérf ué rfan anaa desd de sdee muy pequeñ peq ueña, a, Manu fue educada con los Gandhi. Al morir Kasturbai en la cárcel dos años antes se la encomendó al Mahatma: «Cuida de ella», dijo. El desafio de Gandhi al pedirle que compartiera su cama (al parecer lo hacía desde años antes), tenía una dudosa doble función: la muchacha era virgen, como le confesó un día y el anciano no sucumbió en ningún momento, tras su voto en 1906, a las tentaciones de la carne. Decidieron probarse los dos en el camino de la perfección. En realidad Manu veía en el Mahatma a un padre y a una madre. Cuando escribe un libro sobre sus experiencias al lado de su tío abuelo le pone un título significativo: Bapu, Bap u, m y m o th thee r .1 Gandhi disfrutaba poniéndose a prueba y poniendo ponien do a prueba pru eba,, como en este e ste caso hizo con Man Manuu y otras mujeres, Abha o su médico personal, Sushila Nayar. Era alg lgoo «anormal «anormal y antinatural» antina tural» según segú n Nehru Ne hru.. Pero Pe ro que q ue algunos dis cípulos, entre ellos el profesor Nirmal Kumar Bose, autor de Mis Mis inter terpre pretar taron on como una un a caída en la la tentac tentació iónn días con Gandh Ga ndhi,i, lo in sexual, hasta el punto de que le abandonaron. Por ello Gandhi respondió: «No comprenden. El perfecto hombre casto es el que puede pue de dormir dor mir al lado de una un a Venu Ve nuss en to todd o el espl es plen endo dorr de su desnudez sin experimentar la menor turbación mental o física». Al extenderse el rumor de que el Mahatma había renunciado a su «bramacharya», a su voto de abstinencia sexual, el anciano se
Es discutible la utilización que Gandhi hizo de su sobrinanieta como conejillo de Indias de su resistencia al impulso se xual xual.. G andhi and hi había hab ía escrito: «M «Mii mujer mu jer era un ser inferior inferior cuando era instrumento de mi lujuria». Con respecto a Manu, este an ciano obsesionado con el sexo pronunció una frase para los psi coanalistas: «Yo he sido un padre para mucha gente pero soy una madre sólo para ti, soy una madre». Gandhi hizo por ella «todo lo que una madre hace para su hija. Vigiló su educación, su alimentación, sus vestidos, su descanso, su sueño. Para mejor vigi vi gila larl rlaa hizo que q ue com co m partiera pa rtiera su cama. cama. Una muchach muchachaa perfecta perfecta mente inocente nunca se siente turbada cuando duerme con su madre». madre». En ningún m omento om ento Manu, Ma nu, en cuyos cuyos brazos brazos murió murió en el atentado de la Casa Birla de Nueva N ueva Delhi, se sinti sintióó turbada. turbada. Era ella la que le bañaba «en el momento del baño, escribe la sobri na-nieta en su libro, “Bapu” me hablaba y me daba consejos mientras me acariciaba la espalda...» En este ejercicio de auto control Gandhi buscaba, según él, no sólo el nirvana, el «moksha», «moksha», la supera sup eració ciónn de lo terre te rrena nal,l, la liberación liberación del del cicl cicloo de las reenca reen carna rnacio cione nes, s, sino la Verda Ve rdadd con mayúscul mayúscula. a. Si tenía tenía éxit éxitoo en la superación de las tentaciones camales daría un ejemplo de su fortaleza al mundo. «Su sinceridad, escribe su amigo y secre tari tarioo Pyar P yarelal, elal, impre im presion sionaría aría a los los musulmanes, sus enemig enemigos os de la Liga Musulmana e incluso a Ali Jinnah, que dudaban de su sinceridad, en perjuicio no sólo de Gandhi sino de la India.» Debía convencer a la Liga Musulmana de su buena fe y de su condición de instrumento de Dios, el Dios de todos en la tierra.
a lo largo de la vida, la palabra y la obra de Gandhi. La mujer es «víctima» y «objeto». Cuando alguien le recuerda que también las mujeres sienten el impulso sexual, Gandhi responde: «Pues que transfieran su amor al conjunto de la humanidad, que olvi den que puede ser el objeto de la concupiscencia del hombre». Gandhi se sitúa a la derecha de la Iglesia católica en materia de control de nacimientos. Ni siquiera acepta la llamada «ruleta va ticana», el método de Ogino. Gandhi podía haber contribuido con su autoridad moral a resolver el asfixiante problema de la explosión demográfica de la India. Cuando la doctora norteame ricana Margaret Sanger, pionera de la planificación familiar, le visita en 1936 obtiene la impresión por lo demás extendida entre los que le conocen de que el Mahatma escucha pero nunca se apea de sus convicciones. «Seguía con su idea, escribe Margaret Sanger, y después de una pausa la reanudaba como si no le hu bieras biera s enten ent endid dido. o. A unqu un quee p rete re tenn dí díaa ser de espí es pírit rituu generoso, estaba orgulloso de no cambiar nunca de opinión. Se acusaba a sí mismo de conducirse como un bruto porque en su juventud ha bía desead des eadoo a su m ujer. uje r. Las relac rel acio ione ness sexua se xuales les e ran ra n para pa ra él ac ac tos degradantes, necesarias sólo algunas veces para la procrea ción. Opinaba que no eran precisos más de tres o cuatro hijos por po r familia y que en consec con secuen uencia cia el m atri at rim m onio on io no debí de bíaa man man tener relaciones sexuales más de tres o cuatro veces a lo largo de su vida conyugal.» Gandhi impuso su código de la abstinencia en todos sus «ashrams», como condición para una «vida espiritual más elevada».
la gravedad de su falta más que si me imponía una penitencia a causa de ella. Así, decidí ayunar durante siete días y sólo comer una vez al día durante cuatro meses y medio. Mi penitencia apenó a todo el mundo pero despejó la atmósfera. Todo el mundo pudo darse cuenta de lo terrible que era caer en el pe cado.» En Gandhi la actividad política, social, sus experiencias con la verdad forman un todo. La «ahimsa», la «satyagraha», la «bramacharya» se apoyan una en otra. Pero sin eliminar a las demás en esa lucha metaforizada por Koestler entre el yogi y el comisario, dos teorías se enfrentan, en el primer caso la transfor mación desde el exterior, la revolución (el comisario) y el yogi, el mundo debe cambiar desde el interior sin recurrir a la violen cia con la ayuda del racionalismo y el misticismo.1Todo depende de la experiencia con Manu. Es el punto crítico de la historia de la India, las tensiones de junio-julio de 1947. Como desviación del peligro o como apologética, el Mahatma decide escribir seis artículos sobr so bree la abst a bstine inenci nciaa sexual. Nada más alejado alejado de la rea lidad lidad que su ensa e nsayo yo con Manu. Man u. El Mahatma Ma hatma escribe escribe ai presi preside dente nte del Congreso, su amigo y colaborador Acharya Kripalani: «Esta es una carta muy personal pero no de carácter privado. Manu Gandhi, mi nieta, comparte la cama conmigo. Por esta razón me han abandonado mis colaboradores más queridos. He reflexio nado nado profu pro fund ndam amen ente te sobre esta cuestión. cuestión. Podrá aband abandon onar arme me el mundo entero pero no renunciaré a lo que yo creo que es la Verdad...» Fue por fin Manu la que pidió a Gandhi que durmie
la sexualidad. Por un lado, el culto al «lingam» (el sexo), las esculturas eróticas de los templos, el Kama Sutra y las «farma cias sexuales» donde se venden toda clase de afrodisiacos. De otra parte la hipocresía, el homenaje sin convicción al ideal de la castidad y el temor a perder el fluido seminal porque debi lita. «Si las esposas, dice Gandhi, resistiesen a sus maridos sería perfect per fecto.» o.» Cuan Cu ando do tiene tie ne un sueño sue ño erót er ótic icoo se castiga cast iga con seis se se manas de penitencia. Algo tan difícil de entender para una mentalidad occidental como su bivalencia con respecto a su nieta, de la que es el padre y la madre. «Lo amplio e insólito de sus posibilidades internas, ha escrito Otto Wolf, catedrático en Tubinga (Alemania) y profesor en la escuela de predicadores de Ranchi al norte de la India,1surge en los rasgos fundamen tales que acierta a combinar en su carácter: sensibilidad hasta la ternura, y, por otra parte, severidad hasta la aspereza, extrema capacidad de adaptación e inconmovible rigidez de principios, una testarudez que se resiste a la lógica vulgar y un calculador aprovechamiento de las circunstancias rayano en la astucia. A su ingenua alegría de vivir, que le hace amar a niños y flores, se contrapone un riguroso ascetismo que le lleva a declarar la gue rra a todo lo sexual.» En Gandhi se debaten el «yin» y el «vang» chinos, el par y el impar, aplicado a las tendencias mas culinas y femeninas. Para el político inglés H.N. Brailsford, que colaboró con él, «su originalidad residía en buena parte en que las tendencias femeninas en su estructura espiritual eran por lo menos tan fuertes como las masculinas. Aquéllas se manifesta
tras que el instinto masculino de lucha le convierte en rebelde y reformador». El amor del Mahatma Gandhi a los niños fue una tendencia extrapolada y tardía. Con sus hijos, en especial con el hijo mayor, fue un padre tiránico, agresivo, cruel e injusto. Los hizo víctimas de sus teorías. Desfoga su conciencia de culpa sexual sobre el hijo primogénito, Harilal. No envía a sus hijos a la es cuela porque quiere formarlos a su imagen y semejanza. Como ha renunciado a las relaciones sexuales, desea que sus hijos ha gan otro tanto. Cuando Harilal cumple dieciocho años, entra en rebeldía con el padre autoritario, el centro de las costumbres familiares del hinduismo. El hijo mayor desea casarse pero Gandhi se niega a concederle el permiso y reniega de él. A pesar de todo Harilal se casa. Cuando su mujer muere en la epidemia de gripe de 1918, Harilal Gandhi, que cuenta treinta años, soli cita la bendición del padre para casarse de nuevo. Una vez más Gandhi se la niega. El hijo excomulgado se entrega al alcohol, a las prostitutas, se convierte al islamismo y publica un artículo contra su padre con el seudónimo de «Abdulla». Esta actitud despótica la explica el propio Gandhi: «Yo era un esclavo de la pasió pasiónn cuan cu ando do H aril ar ilal al fue concebido conce bido.. H e llevado una vi vida da car nal, una vida de lujuria durante la infancia de Harilal». Hay una esce escena na paté pa tétitica ca con Kastu Ka sturba rbaii en el lecho de muerte . Sol Solic icititaa que que le traigan a su hijo mayor, tanto tiempo separado de la vida fa miliar. Harilal se presenta en la cabecera de la moribunda com pletamente pleta mente b o rrac rr acho ho Kast Ka sturb urbai ai murió llorando lloran do mientras se gol gol
Louiss Fischer,1 decidi Loui decidióó ayunar ayu nar por po r mis mis pecados pero me pasé toda la noche suplicándole que no lo hiciera y por fin aceptó mis súplicas. Cuando los dejé, mi querida madre y mi hermano Devadas lloraban con desconsuelo.» La venganza venganza de Gand G andhi hi contr co ntraa sus hijos se hace más palp palpab able le si se tiene en cuenta el trato que recibe su primo en segundo grado, Maganlal, Maganlal, al que declara her h ered eder eroo por p orqu quee acepta la conti nencia sexual como regla de vida. «Fue el primero, dice Gandhi en la oración fúnebre cuando Maganlal muere a los cuarenta y cinco años, que sintió la belleza del voto de castidad.» El padre de la no violencia aplicó la crueldad en sus propios hijos. Prefirió la injusticia al desorden sexual.
15 El enigma «¿Mi impresión sobre Gandhi? Es lo mismo que si me pre guntara sobr so bree la imp i mpres resión ión que me causa el Himala Himalaya ya», », dijo dijo de de él él G. Bernard Shaw. Como para los que le conocen, para los que no le conocen es un enigma, simple y extraño, sincero hasta la sospecha, cautivador, desconcertante, un cuerpo esmirriado so bre bre unas una s pi pier ernn as de zancu za ncuda, da, boca desdenta desd entada, da, nariz nariz de nabo nabo caído sobre un labio carnoso y un alma de acero. Había en él algo, escribe Jawaharlal Nehru, que «forzaba a la obediencia», con aquellos ojos tranquilos y graves que os analizaban hasta el fondo del alma. Su voz neta, limpia, penetraba, se insinuaba hasta el corazón y removía las entrañas. Nada de aspereza o de tensión, todo lo contrario un sentido del humor siempre pre sente, una deliciosa sonrisa, una risa contagiosa.1 Pero también una presión moral, fetichista, puritana, calvi nista. Respira el poder y la autoridad, da órdenes que hay que ejecutar. La veneración que le rodea le permite una constante llamada llamada al h al sacrifici and iño del sh
dice, la muerte y el sufrimiento a la vida.» Gandhi impone la autoinmolación. Su amigo Mahaved Desai un día no puede con tenerse y comenta: «Vivir en el cielo con los santos es una bendi ción y una gloria; vivir con ellos en la tierra es otra cosa».1Esta intransigencia le permitió hacer de una banda de desharrapados un ejército de mártires. Todo pasa por su garlopa, los hospitales, la medicina occi dental, los abogados, los ferrocarriles, el teléfono, la máquina maldita. Él que es hijo del Sermón de la Montaña, de la obra de Ruskin (las virtudes de la fisiocracia), Tolstoi, Thoreau, la Uni versidad de Londres, la cultura occidental, cree «que la civiliza ción india es la mejor y la europea es sólo una maravilla pa sajera. Gandhi creía que si se dejara de utilizar el tren, el mismo tren del que se servía para sus largos desplazamientos por la In dia, se evitarían las las confusiones. G andh an dhii cree cre e que q ue con la loc locomo tora el hombre ha sobrepasado sus límites, es una institución muy peligrosa y el hombre se halla desamparado, se ha alejado aún más del Creador». El héroe de su libro preferido, el Bh Bhagavad-Gita , recibe el mismo consejo de Dios cuando el noble Arjuna monta en su carro de guerra: «No vayas más allá de donde tus pies puedan llevarte». Otra de sus paradojas: él, abo gado largo tiempo en ejercicio, afirmaba que los hombres per dieron la virilidad y se hicieron cobardes desde el momento en que recurrieron a los tribunales. En su rigor Gand G andhi hi cree cre e en e n las virtud vi rtudes es de la enfermedad enferm edad y en los peligros de la medicina moderna. Las enfermedades apare
hospitales perpetúan el vicio, la miseria, la degradación y la es clavitud.» Esta ciega obediencia a los métodos tradicionales de curación y una alimentación rígida, leche y verduras, no evitan la prolife pro liferaci ración ón de la enfe en ferm rmed edad ad a lo largo de su existenc existencia: ia: fístu las, apendicitis, malaria, anquilostomiasis, disentería amebiana, hipertensión, depresiones nerviosas. Cuando alguien le pregunta si sufre de los nervios, Gandhi responde: «Haga esa pregunta a mi mujer, ante la gente estoy de excelente humor, pero con ella...»
El M ahatm ah atmaa rechaza rech aza la medicina de Occiden Occidente te pero pero ha ha term termi i nado por recurrir a ella al borde de la muerte. Fue el caso en 1924, cuando se hallaba detenido en la cárcel de Yeravda con instrucciones precisas del virrey de la India: «Que le traten como un prisionero más y que no viva en pensión a cuenta del Estado». Pero el Mahatma sufrió una crisis aguda de apendicitis. Los mé dico icos de la l a pris p risió ión, n, aterro ate rroriz rizad ados os ante las consecu consecuenc encias ias que que en en la India India soliv so livian iantad tadaa ten t endr dría ía una muerte mu erte en la cárcel, cárcel, se se acerc acercaro aronn a él para salvarl sal varlee como co mo fuera. fue ra. Gandhi Gan dhi se muestra muest ra reac reacio io a la opera opera ción pero pe ro en su hab h abitu itual al capacidad capacid ad de perdón escrib escribee y firm firmaa un documento en el que se elogia el comportamiento de los docto res británicos. Pero el 12 de enero a las diez de la noche, con el enfermo en mal estado, los médicos le operan en el hospital de Puna. La luz eléctrica se cortó de pronto y hubo que seguir con una linterna que también se apagó cuando la operación termi naba. Todo salió bien y los médicos enviaron un telegrama a Kasturbai: «Gandhi operado ayer tras una crisis de apendicitis
cente, peligrosa. «Un campesino, explica, se gana la vida honra damente. Sabe cómo debe comportarse con sus padres, con su mujer, con sus hijos, pero no puede escribir su nombre. ¿Qué os proponéis prop onéis hacer hace r con él educ ed ucán ándo dole le?? ¿Aña ¿A ñadi diría ríais is un punt pu ntoo a su felicidad? ¿Queréis que se muestre un día descontento con la choza en la que vive?» La educación superior tampoco resiste el análisis del Mahatma: «He estudiado, dice, la geografía, la astronomía, el álgebra, la geometría, etc... ¿Y qué beneficio he podido obtener de esas disciplinas? ¿En qué me ha beneficiado a mí o a los que me rodean? Yo no creo por nada del mundo que mi vida hubiera fracasado de no haber recibido una educación superior o infe rior. Y aún admitiendo que yo haga un buen uso de ella, a las masas no les servirá de nada. Nuestro viejo sistema escolar es suficiente. Enseñar inglés a las masas significa esclavizarlas». A pesar pes ar de esta tende ten denc ncia ia anti an tiin inte tele lect ctua ual,l, G andh an dhii vivió rodead rod eadoo en parte pa rte de intelec inte lectua tuales les educ ed ucad ados os en las m ejor ej ores es univers uni versidad idades es de la metrópoli, como Nehru, tan influido por los socialistas fabianos. El hombre que eligió para sucederle, Jawaharlal Nehru, perte pe rtene necí cíaa a la élite univ un iver ersi sita taria ria ingles ing lesa, a, al m undo un do de los Bernard Shaw, Harold Laski, R.H. Tawney. «Era un mundo, es cribe Galbraith, en donde la bondad, la compasión, la amplitud de miras de la inteligencia se combinaban con la creencia de que la naturaleza del orden económico, era, sobre todo, cuestión de compromiso moral. Allí el socialismo no planteaba difíciles pro blemas adminis adm inistrat trativos ivos Tal optim op timis ism m o en cuan cu anto to a las persp perspect ecti i
budistas budista s de d e Tri Tr i Ti Q uang ua ng,, que desafiaban desafiaba n sentados sentad os a los poli policías cías,, hasta las inmolaciones por el fuego, las manifestaciones en Was hington, las masas iraníes enfrentadas a pecho descubierto al ejército del Sha, Danilo Dolci en Italia, los ecologistas, con sus «Green Peace» en defensa de las ballenas, las madres de la Plaza de Mayo en Buenos Aires, Adolfo Pérez Esquivel, las huelgas de hambre universales, las manifestaciones antinucleares desde la de Aldermaston en los años cincuenta en Inglaterra, han puesto en práctica las enseñanzas de Gandhi. Su mérito ha sido más el descubrimiento de la «ahimsa» que la liberación de la India. Se repite repite con frecu f recuenc encia ia que la India hubiera hubier a accedi accedido do a la indepen indepen dencia mucho antes, sin Gandhi. El testimonio del Mahatma, aceptado por los espíritus más racionalistas, su descubrimiento de la no violencia aunque ya se había utilizado por ejemplo por el Sinn Fein irlandés, como arma política es un ele el e m ento en to nuev nu evoo en el paisaje paisa je de las lucha luchass políti políti cas. Pero estos métodos sólo pueden aplicarse dentro de unos lími límite tess y el dra d ram m a p a ra Gandh Ga ndhii fue descubrir que q ue esos esos lím límites ites «le dejaban un estrecho margen de maniobra». Era un noble juego que sólo se podía utilizar frente a un adversario respetuoso de algunas reglas. En el caso contrario era la incitación al suicidio de masas».1 Hay ocasiones, sobre todo al principio, en que ese control sobre las muchedumbres enfervorizadas resbala, se le escapa de las manos. En 1919 desencadena una campaña de desobediencia civil que termina en graves disturbios y huelgas en todo el país.
al cuerpo, el «satyagrahi» no se impacienta por ver el triunfo de la verdad en el cuerpo presente». Los sucesivos renacimientos, reencarnaciones, harán crecer el potencial de los no violentos. Según los estrategas, al analizar las condiciones concretas ópti mas para que las técnicas de la no violencia tengan éxito es nece saria una ecuación según Suzanne Panter-Brick, en su libro Gandhi contra Maquiavelo, «donde la eficacia está en función del número de los participantes, del punto de aplicación (ley pre cisa y vulnerable), de la calidad del plan propuesto así como de la disciplina general». Es una no violencia a ras de tierra, diseccionada, demasiado racional para el espíritu y la espontaneidad de Gandhi, pero todas esas condiciones se dieron en la marcha convocada por el Mahatma para desafiar el monopolio de la sal de los colonizadores ingleses. En otras ocasiones Gandhi no pudo impedir imp edir que la «ahimsa» «ahim sa» d e g e n e rara ra ra en violencia viole ncia.. De he cho el Mahatma reconocía que la desobediencia civil era anor mal en sí, «perversa, culpable; en cuanto al arma del ayuno... toma fácilmente el camino de la violencia si no la emplea alguien que sea hábil en ese arte». Gandhi es capaz de mantener la calma, de marchar solo según el himno de Tagore, «si nadie res ponde pond e a tu llama lla mada, da, m archa arc ha solo». solo» . Es de una un a milagros mila grosaa in intu tui i ción: «Si muero, dice a sus colaboradores, no me lloréis. Si caigo con el nombre de Rama (Dios) en los labios y el perdón a mis agresores en el corazón, moriré feliz». No era meno me norr su sang sa ngre re fría. E n la g u e rra rr a de los boers boers de 1899. en África del Sur, donde se encuentra, recluta a 1.100 vo
plenitud espiritual y física. Todo lo había abandonado, los place res sensuales, la comodidad, la ambición, el dinero, el orgullo para llegar hasta el fondo de la verdad. Por eso fue un enemigo peligroso para pa ra los ingleses. Nada Nad a ni nadie podía comprarle. Re
chazó la contemplación y nunca se retiró al Himalaya como los hombres santos de la India. Llevaba su cueva a cuestas, como dijo en una ocasión. Todo lo que hizo en su vida obedecía a un impulso, «ver a Dios cara a cara». La marcha de la sal desde Ahmedabad hacia Dardi comenzó tras las plegarias de la ma ñana del 12 de marzo de 1930. «Nuestra causa, afirmó Gandhi ante los que le rodeaban, es sólida, nuestros medios son puros y Dios está con nosotros. No hay derrota posible mientras obedez camos a la verdad.» La larga marcha de 380 kilómetros que le conduciría al mar empezó a las seis y media de la mañana bajo el fuerte calor que precede prec ede al monz mo nzón ón.. Gand Ga ndhi hi fue el único que pudo conc concili iliar ar el sueño durante la noche. El Mahatma se puso enseguida por de lante de los más jóvenes. En el trayecto cumplió con sus costum bres. bres. Se leva le vant ntab abaa a las cuat cu atro ro de la mañana, mañan a, rezaba, hablab hablabaa a su paso pas o p o r las aldeas ald eas dond do ndee le recibieron con flore flores, s, hila hilaba ba en su rueca, escribía artículos y respondía a la correspondencia. Pero nada le apartaba de su objetivo: la abolición del impuesto y del monopolio inglés sobre la sal. Las autoridades seguían aquella marcha con preoc pre ocup upaci ación ón y asombro pero creían creían que que se se sal salda daría ría con el fracaso. A su paso por las aldeas, los campesinos se unían muchas veces con sus mujeres al cortejo gandhiano. Por fin
pasados pasad os en la cárcel cárcel (la prim pri m era vez en un cala ca labo bozo zo (Je Africa del Sur, la última en el palacio del Aga Khan), se convertía así cu leyenda. WMKM) perso pe rsona nass fuero fu eronn deten de tenid ida* a* e n tre tr e lo lo** que marcha* ron hacia el mar, entre ellas (iandhi, por una ley de 1827, H e n o r de ( iandhi fue fue creer cre er que qu e la técnica de la no coopera* era* ción y la desobediencia civil sería aplicable en todas las circuw* tandas, rebeliones, guerras, y geografía», lin plena extermina ción de los judíos en Alemania escribe: «Me atrevo a afirmar que si los judíos pueden recurrir a la “fuerza del alma”, que procede sólo de la no violencia, entonces Hitlcr se inclinará ante su va* lentía y deberá reconocer que es superior a la de ras mejore» SS» lin su fuga de la la real re alid idad ad de I hechos y la barbarie del nazismo, con seis millones de judíos gaseado» en los campo# de concentración, (iandhi insiste en 1946: «Los judíos debían de haberse ofrecido al cuchillo del carnicero. Debían de haberse arrojado al mar desde los acantilados. Esto habría soliviantado al mundo y al pueblo alemán». Cuando Francia se derrumba ante la Wchnnacht, el Mahatma elogia a Pétain porque ha te nido el valor de rendirse. Hl 6 de junio de 1940 en su llama miento a todos los británicos que recoge Arthur Koestler, invita a estos a seguir el ejemplo de los franceses. La capitulación es la mejor mejo r salida «Yo «Yo no creo, cre o, dice en un mens me nsaj ajee entreg entr egad adoo al Vi rrey de la India, para que lo haga llegar al Gabinete de guerra en Londres, que la Gran Bretaña deba salir victoriosa en una brutal prueba prue ba de fuer fu er/a /a.. Yo quie qu iero ro que qu e c o m b atan at an al nazismo nazi smo sin sin arm armas o con las armas de la no violencia. Deseo que depongan la» ar on
especial de la revista norteamericana «Life» le pregunta; //¿Cómo //¿Cómo harí haríaa usted usted fren frente te a la bom bomba ba ató atóm mica? ica? ¿C ¿Con la la no no vio* lencia?» Gandhi responde: «No correré hacia ningún refugio. Saldré al descubierto y dejaré al piloto que compruebe que no hay animosidad hacía él. El piloto no podrá ver nuestros rostros desde la altura, lo sé, pero el deseo profundo de nuestros corazo nes Hubirá hacía él y le abrirá los ojos». Las matanzas a las que asintió en el baño de sangre de la partición le hicieron luego cam* biar de idea: «La violencia, dijo, es horrible y paralizante pero se puede recurrir a ella en caso de legítima defensa». En estas fra ses tuvo la India independiente la cobertura moral suficiente para ir a la guerra sin asomo de vergüenza. En la reunión histó rica del partido del Congreso, a mediados de junio de 1947, el presidente Kripalani decidió que la India abandonaba el ideal de la no violencia. Gandhi, su amigo, le escuchaba con atención pero su rostro rostro no reflejab reflejabaa el disgusto Acharya Acharya Krip ripala lanni hab habló ló con firmeza y claridad de exposición: «Por desgracia para noso tros, aunque Gandhi pueda formular una política, ésta debe apli carse frente a terceros y ésos pueden no haberse convenido a su manera de pensar. pensar. En estas estas penos penosas as circun circunstan stancias cias he apr aprob obad adoo la división de la India». Entre la curiosidad general, el Mahatma (¡andhi tomó la palabra. Su mensaje fue de aprobación: «A ve ces hay que tomar decisiones aunque sean desagradables». El hombre que defendió la unidad de la india, la mano tendida a los musulmanes, el pago de la indemnización británica a la indepen dencia concedida también ai Pakistán y congelada por Nehru,
de las nobles y utópicas ideas de Gandhi: «Hubo un tiempo en que la India escuchó a Gandhi. Hoy se había convertido en un hombre hombre sin importancia. importancia . Le explicaron explicaro n que no había h abía sitio para él él en el nuevo orden, en un país que necesitaba las máquinas, una marina, una aviación, etc. Nunca podría adaptarse». Su filosofía no resistiría el choque con el tiempo, con la realidad, con las necesidades modernas. La máquina deshumaniza pero la rueca no es una solución práctica para resolver los problemas del ham bre y la desnutri desn utrició ción. n. De pron pr onto to el Mah M ahat atm m a G andh an dhii se sintió un inadaptado. Su rostro traducía ya, como señala su secretario Pyarelal, «una espantosa angustia interior». El idealismo dio paso al realism real ismo, o, ha pasa pa sado do la h o ra del sacrificio. sacrif icio. Se sentía sen tía de rrotado. Jawaharlal Nehru, pero en mayor medida su hija Indira Gandhi, le darían el golpe de gracia al Mahatma. G.K. Reddy, columnista del respetado periódico de Madrás «The Hindú», re conoce que «si Gandhi viviera hoy, los que están en el poder le considerarían como un “chiflado infernal”. Gandhi está mejor en el olvido. Hoy es tan sólo un símbolo para la oratoria de so bremesa». bremesa». Nadie niega, sin embargo, que mientras Stalin ma taba kulak ku lakss y la Alemania de Hitler se rearma, Gandhi ofrece a su pueblo el único camino posible. A la salida de un cine de Bombay, donde se estrenaba la película, pelícu la, Gandhi, un reportero del semanario británico «The Observer» preguntó a Prafulla Chandra Sen, de 86 años, discí pula de G andh an dhi,i, qué opin op inión ión ten te n d ría rí a éste és te sobr so bree la Indi In diaa de 1983: «Gandhi, responde aquélla, estaría horrorizado si volviera hoy.
contra Gandhi como estás en contra de tus padres». Pero en mis viajes viaje s por po r la India In dia he visto los retratos retra tos del del «fakir «fakir desnu desnudo do». ». Es la aldea india. En los charcos los campesinos lavan con mimo a sus vacas y búfalos de agua. Los niños se columpian o lanzan sus cometas con destreza. Otros vuelven al cabañal desde los cam pos, pos , con sus carr ca rret etas as de bueyes o sus arados, com como Gandhi que ría, no observo en éstos ni un solo trozo de metal. Anochece y las hileras de campesinos o transhumantes caminan a uno y otro lado de las interminables carreteras..¿De dónde vienen y hada dónde van en su larga marcha? La India es todavía un país que camina. En las zonas próximas al corazón sagrado del Himalaya y al Ganges, grupos de juglares recitan páginas del Ramaya Ramayana. na. Es la paz de la religión al aire libre en la noche de los poblados indios. indios . M e hac h acen en un sitio a su lado y me ofrecen ofrecen té, «bid idis is»» (cig (ciga a rrillos) y granos de anís. La orquesta la componen címbalos de metal, una flauta de caña, una tabla, un tambor y un armonio por p ortá tátil til q ue m anti an tien enee entr en tree sus piernas un camp campesin esinoo barbud barbudoo con su «tika», el círculo rojo en la frente. Cantarán sus «mantras» d u ran ra n te horas ho ras y horas. Esta Es ta es su músic músicaa para la luna luna y para para el caminante ansioso por descubrir la India lejos de las tentacio nes de la sociedad de consumo. No hay luz eléctrica, radio, tele visión. Tan sólo estos instrumentos antiquísimos y las voces que suenan entre el acompañamiento de los grillos y otros animales nocturnos y el olor a vaca sagrada, especias, estiércol quemado, bete be tel,l, nuez nu ez de arec ar eca, a, humo hum o de carbón car bón y madera, jazmí jazmín, n, bosq bosque ue,, choza, bosta, estiércol, arado, manteca. Al fondo de la cabaña,
GLOSARIO Ach A cha: a: quizá la expresión india más común, significa «Bueno»,
«Está bien». Ah A h im imsa sa:: la no violencia, la fuerza del amor. Ausencia de «todo deseo de matar». on aste teri rio, o, el retiro ret iro del santo. santo. La ermita ermita del Gura y el Ash A shra ram m : m onas centro de sus actividades. Vida en comunidad sometida a unas reglas. Es también el nombre de las cuatro fases de la vida hindú, el estudio, la lucha por la vida, una fase más contemplativa, y la renuncia. Av A v a ta tarr : la encarnación de un Dios. Bearer: Bea rer: el criado de confianza que se ocupa de la compra y la co cina, pero que llamará al «coolie» para que lleve las maletas. Betel: Bete l: la hoja que se mastica junto con trozos de nuez de areca. Bh B h ag agav avad ad-G -Gitita: a: literalmente la Canción de Dios. Poema Sa grado o canto del Bienaventurado. Una parte del Mah Mahab abaa rata en la que el Señor Krisna enseña a Arjuna las bases de una vida desinteresada y el amor al prójimo. Bidis: Bid is: cigarrillos indios. Brah Br ahmá má lo Universal, el Absoluto bajo su forma suprema.
Chapatt: pan de harina y agua, base de la alimentación en las lla
nuras del Norte. Charka: la rueca. Charpoy: cama. Coolie: el porteador, de la palabrar tamil «Kuli» que significa sa lario. Darshan: el contacto visual con un salto o persona importante llena de virtud a quien mira. com porta rtam m iento, ien to, el deber. deb er. Ley del Dharma Dha rma:: la ética, el código de compo universo que dicta el orden cósmico y el personal. La ley mo ral según las castas. Dothi: Do thi: pieza de tela que se cruza bajo las piernas y se ata a la cin tura. Guru: el maestro espiritual. Hanuman: Hanu man: el mono aliado a Rama en la epopeya del Ramayana. nomb re que qu e dio Gandh Ga ndhii a los intocable intocables. s. Hartjan: hijos de Dios, el nombre Hatha yog y oga: a: complejos ejercicios físicos que transmiten la ilumi nación espiritual y poderes ocultos, así como la salud física a quienes lo practican. Khadi: Kha di: el tejido hecho a mano. Karm Ka rma: a: la ley del encadenamiento de las causas y'de los efectos. Esencia de la transmigración. ava tar de de Visnú. Para la mayor parte pa rte de los «bahkta «bahktas», s», Krisna: un avatar Dios mismo, absoluto en su dominio espiritual y no sólo una encarnación. Kashtriya Kash triya:: la casta guerrera.
M lecha lec ha,, el «bárbaro», el situado al margen de la sociedad hindú. Mo M o k sha sh a : Superación Supe ración del ciclo ciclo del nacimie nacimiento-m nto-muerte uerte-nacim -nacimiento, iento,
la condición del hombre ya realizado. Pan: Pan : pequ pe queñ eñoo paquet paq uetee de de hoja de betel y trozos trozos de nuez de are areca ca.. Pand Pa ndit it:: el hombre ilustrado. Paria Pa rias: s: casta de intocables del sur de la India que tocan el tambor en los entierros. Puja: Pu ja: ceremonia religiosa ante la imagen del dios. Pura Pu rana nas: s: son 18 y contienen la mitología del hinduismo y están consi conside derad radas as como co mo un unaa guía de conducta cas casii tan tan im impor portante tantess como los Vedas o los Shastras. Purd Pu rda: a: el velo de las mujeres. Ram R ama: a: la séptima encarnación de Visnú. El héroe que derrotó a Ravana después de que éste raptara a su esposa Sita. Ram R amay ayan ana: a: la segunda gran epopeya hindú con las victorias, vir tudes y locuras de Rama. Sadhu: el santón, asceta, monje. Se calcula que hay entre cinco y diez di ez mi millllon ones es de sadhus en la India. India. Generalmen Generalmente te viste viste tún túnica ica de color azafrán. Sahib: señor. Men M ensa sahi hibb , señora. Samadhi: el esta es tadi dioo más alto de la meditación meditación en la qu quee se alc alcaanza la unidad con lo absoluto. Samsara: el ciclo de las reencarn reencarnacion aciones. es. Sanyasa: la úl últi tima ma fase fase de la vida hindú en en la que el hom hombre ab aban* dona todo lo terrenal y espera a la muerte en la contempla* ción.
Swami: maestro o señor, título con el que se distingue al hombre
santo. Sweper: el que limpia las letrinas. Tonga: coche tirado por caballos. Vaisia: la tercera de las cuatro castas, comerciantes y agriculto res. Varna: casta. Vedanta: literalmente el final de los vedas, los textos sagrados más antiguos, conocimiento último de la sección final de los vedas, los Upanishads, la filosofía basada en estas escritu ras. Visnú: el segundo dios de la trinidad hindú, el preservador, sus encarnaciones son conocidas por sus victoriosas luchas con tra el demonio. Yoga: lazo, unión. Karma yoga: por la acción desinteresada; Jnana yoga: por el conocimiento; Bhakti yoga: por la devoración.
CRONOLOGÍA 1869 1869 Nace Na ce Moh M ohan anda dass Karamch Kara mchand and Gandhi en Porbanda Porbandar, r, la ca ca pita pi tall de d e un pequ pe queñ eñoo principa prin cipado do en Guja G ujarat, rat, bajo sob sobera eranía nía bri b ritá táni nica ca.. Su padre pad re es el «dewan», «dewan», administrador jefe jefe o pri m er mini m inistr stroo en e n Porba Po rband ndar. ar. Su madre Putlib Putlibai ai es una mujer mujer muy religiosa. Mohandas, tímido y apocado, crece en el culto al dios Visnú, con una fuerte influencia del jainismo, q u e pred pr edic icaa la no violencia y la conciencia conciencia de que que todo en en el el universo es eterno. Del jainismo, Gandhi aprende también las virt v irtud udes es del ayuno y de la vida vida vegetari vegetariana. ana. 1876 Sus pad p adre ress lo prom pr omete etenn con Kasturbai cua cuand ndoo su su padre padre es jefe je fe de la adminis adm inistrac tración ión de Rajkot. Raj kot. Como Como estudia estudiante nte G andh an dhii dem de m uestra ue stra una buena b uena conducta, conducta, buena buenass not notas as en in in glés y malas en geografía. La reina Victoria es proclamada Empera Em peratriz triz de la India. India. 1882 Se casa con Kasturb Kas turbai. ai. 1884 M uere ue re su su padre pa dre Karamchand. 1886 Fund Fu ndac ació iónn del Congreso Con greso Nacional Nacional Indio. Indio.
1891 Se licencia en derecho y regresa a la India. Trabaja en Bombay y en Rajkot. 1892 Toma Tom a contacto con tacto con el nacionalism nacion alismoo indio. El profes pro fesor or Gokale le inicia en la «ahimsa», no violencia.. 1893 Viajá a Suráfrica como abogado defensor de un comer ciante indio. Lee la Biblia y el Corán. Protesta contra la discriminación de que son objeto los indios. En los tribu nales de Durban se ve obligado a abandonar la sala cuando el magistrado le pide que se quite el turbante. En el ferro carril le expulsan de primera clase y luego de los hoteles reservados «para europeos». 1894 Regreso a Durban. Funda el Congreso Indio de Natal. 1896 Vuelve a la la India por p or espacio espac io de seis meses. T rab ra b aja aj a a fa vor de los indios residentes en Suráfrica. Se entrevista con los Jefes del Congreso indio, Tilak y Gokale. Escribe The The Indian Indi an frartchi frart chise se y Ap A p p e a l to e v e ry B rita ri tain in in So Sout uth h Africa Afr ica.. 1897 Vuelve a Natal (Suráfrica) con su familia. 1898 Trabaja en un dispensario. 1899 Guerra contra los boers. Organiza una Cruz Roja India. Trabaja como camillero. 1901 Vuelve Vuelve de nuevo a la India. Ind ia. Asiste As iste a la reun re unión ión del Con Con greso. Present Pres entaa una moción moc ión en favor fav or de los indios en Áfri África ca del Sur. 1902 Abogado en Bombay. Regreso a África del Sur. 1903 Abogado en Johannesburgo.
1908 Condenado a dos meses de cárcel en Johannesburgo. Puesto en libertad, es encarcelado de nuevo. Ha protes tado contra la obligación de que los indios se inscriban en un registro especial. 1909 Viaja a Londres. Primera carta a Tolstoi. Pide a Londres que reconozca los derechos de los indios que viven en Africa del Sur. 1910 1910 Segu Se gund ndaa cart ca rtaa a Tolstoi, Tolsto i, al que envia envia su libro libro «Hind Swa raj».
1913 1913 A yun yu n o de d e una u na semana sem ana para pa ra expiar un «pec «pecad ado» o» cometid cometidoo po p o r dos d os de sus discípulos de la colonia colonia de Féni Fénix. x. Marcha Marcha de los indios hacia Natal. Condenado a nueve meses de cárcel. Premio Nobel de Literatura a Rabindranath Tagore.1914 El general Smuts cede a la no violencia de Gandhi y su prim pr imee el impu im pues esto to de tres libras para par a los indi indios os.. Los asiá asiáti ti cos po p o d rán rá n instalarse insta larse en Natal. N atal. Después Después de vei veint ntee año años en en África, vuelve a la India, vía Londres. 1915 1915 Inco In corp rpoo raci ra cióón al movimiento nacional indio. indio. El El poeta Tagore le llama «Mahatma», alma grande. Funda un «ashram» (monasterio) en Ahmedabad y recibe a una familia de intocables. No existe la propiedad privada. Se prohíben los vestidos extranjeros y las comidas con especias. 191 1916 V iajes iaj es y mítines. mítine s. Habla Ha bla en la apertur ape rturaa de la Univ Univer ersi sida dadd de Benarés. Conoce a Nehru en la reunión del Congreso en
del general Dyer disparan contra los manifestantes en Amritsar. Investiga en Panjab acompañado del padre de Nehru Ne hru,, Motilal. Lanza Lan za la id idea ea de no colab co labora oració ción. n. 1920 A la muerte mu erte de Tilak asume la dirección direcció n del Congr Co ngreso eso y del movimiento nacional indio. Devuelve al virrey sus conde coraciones. Nuevas huelgas y resistencia pasiva de hindúes y musulmanes juntos. Campaña a favor de la rueca y el «khadi», el tejido hecho a mano. 1921 Quema de tejidos extranjeros. Gandhi viste el «dothi» y una túnica. Cinco Cinco días días de ayuno por po r los los disturbios disturbio s de Bom bay. El Congre Con greso so Nacio Na ciona nall pide pid e el «swara «sw araj», j», la auton au tonom omía ía para pa ra la India. Ind ia. Gand Ga ndhi hi insiste insi ste en la nece ne cesi sida dadd de d a r una batal ba talla la pacífica. Cuan Cu ando do el Prínc Pr íncipe ipe de Gales Ga les desem des emba barca rca en Bombay boicotea las ceremonias oficiales. 1922 Detenido. Proceso en Alahabad, seis años de cárcel. El fiscal le acusa de los disturbios de Chauri-Chaura, pero Gandhi había ayunado durante cinco días por ellos. Consi dera la sentencia «como un honor». 1923 Cárcel de Yeravda. Escribe Satygraha in South Africa y Au A u to tobb io iogg rap ra p h y. Lee, hila y escribe. 1924 Elegido presidente del Congreso indio a su salida de la cárcel tras ser sometido a una operación de apendicitis. Veintiún días de huelga de hambre después de los enfren tamientos entre hindúes y musulmanes en Kohat. 1925 Gandhi se retira al «ashram» para meditar. Deja la
1931 E nt ntre revv ista is ta de siete s iete horas hor as con con el el Virrey. Virrey. Viaja a Londres Londres par p araa nego ne gocia ciarr en nombre nom bre del Congreso en la reunión reunión de la Mesa Redonda acompañado de la poetisa Naidu. Durante la Conferencia de la Mesa Redonda recibe la noticia de la violación de la tregua firmada con Lord Irwin. Vuelve la represión. Viaja a París, Suiza, Italia. Encuentro con Ro main Rolland, Mussolini, etc. Llega a Bombay. 1932 1932 E ncar nc arce cela ladd o en Yerav Y eravda. da. Inicia una nueva huel huelga ga de ham bre b re p ara ar a obte ob tenn er el derech de rechoo al voto de los los intoc intocabl ables es en las las elecciones legislativas. 1933 1933 A yun yu n o de d e purificació purif icaciónn de veintiún días días.. Puesto Puesto en libertad. libertad. Desobediencia civil individual. Primeros números de «harijans». Filosofía: independencia de la India, armonía en tre hindúes y musulmanes, prohibición del alcohol, la rueca, el «khadi», trabajo en las aldeas, artesanado. 1934 1934 Acció Ac ciónn a favor fav or de los intocables. Giia por Trava Travancore ncore para que se abran los templos a los parias. Atentado con una bo b o m b a cont co ntra ra el Mahat M ahatma. ma. Se retira retir a del Congre Congreso. so. Funda Funda la Asociación Panindia de las Industrias de las aldeas. 193 1935 Se instala insta la en Ward W ardha. ha. Rueca, educación educación de base base.. 1936 Viajes, reuniones, intento de asesinato de Gandhi. 1937 1937 L a vict v ictor oria ia del Parti Pa rtido do del Congreso sign signifi ifica ca el recha rechazo zo a la Constitución Federal fabricada por los británicos. Gandhi reclama una Asamblea constituyente. 193 1938 N ehru eh ru vuelve v uelve de d e Eur E urop opaa (Moscú, (Moscú, Barcelona Barcelona en plena plena gue gue rra civil), y pide a Gandhi que participe de una forma ac
Abandona la dirección espiritual del Congreso y predica por po r las aldeas la no violencia. violen cia. 1942 Los japoneses ocupan Birmania. Los británicos se ven obligados a hacer concesiones al movimiento nacional in dio. Sir Stafford Crips promete la independencia de la In dia al al fina finall de la guerra. guer ra. El Congreso Cong reso influido por po r Gandh Ga ndhii y Nehru Ne hru rechaza rech aza la ofer of erta ta.. La India Ind ia pide pid e la in inde depe pend nden enci ciaa inmediata. Campaña de Quit India (Abandonad la India) Detención de Gandhi en el palacio del Aga Khan en Puna. 1943 Ayuno Ayu no de tres semana sem anas. s. 1944 Su mujer Kasturbai muere de bronconeumonía en la cárcel. Gandhi enfermo y puesto en libertad. Fracaso de las negociaciones entre Gandhi y el líder de la Liga Musul mana, futuro fundador del Pakistán, Ali Jinnah. 1945 Asiste en Simia a las reuniones entre el Virrey, el Con greso y la Liga Musulmana que pide un Estado indepen diente separado de la India. 1946 Gobierno Gob ierno provisional de Nehru. Nehru . Violen V iolentos tos incidentes entre las comunidades hindú y musulmana sobre todo en Noa pr emie ierr kali y el Bihar. Huelga de hambre en Calcuta. El prem británi brit ánico co Atle At leee anunc anu ncia ia al P arla ar lam m e n to el pl plan an de partición partici ón del Imperio de la India. 1947 La India se divide divide en dos. El Con C ongre greso so indio in dio y la Liga Mu sulmana firman el acta de independencia del Gobierno
lugar de la oración el fanático hindú Naturam Godse dis pa p a ra cont co ntra ra Gand Ga ndhi hi que va acompañado por sus dos dos nietas nietas Manu y Alma. «He Rama» (Oh Dios mío) son las últimas pal p alab abra rass que pronunc pron uncia ia el Mahatma. Nehru besó lo loss pies ies de Gandhi antes de que sus cenizas se esparcieran en con fluencia de los tres ríos más sagrados, el Ganges, el Yamuna y el Sarawasti. Muerte de Ali Jinnah en Pakistán. 1949 1949 A lto lt o el fuego fueg o en Cachemira Cache mira por mediación mediación de la ONU que defiende un plebiscito. Reconocimiento del gobierno chino. 1950 1950 C onsti on stituc tución ión de la Repúblic Rep úblicaa de la Unión Unión India India dentro de la Commonwealth. 195 1955 C onfe on fere renc ncia ia de d e Bandu Ba ndung ng en Indonesia. Indonesia. Nehru uno uno de lo loss líderes de los no alineados. Guerrillas en Nagaland. 1961 O cupa cu paci ción ón de la colonia de Goa G oa y otros encla enclave vess portugue portugue ses. 1962 1962 Inva In vasió siónn po p o r las tropa tro pass chinas de la línea línea Mac Mac-M -Mah ahon on en el Himalaya. Derrota del ejército indio. Alto el fuego y reti rada china. Nuevo gobierno de Nehru. 1964 1964 M uert ue rtee de d e Nehr Ne hruu por hemorra he morragia gia cerebral y paro card cardía íaco co.. Le sucede Lal Bahadur Shastri. Indira Gandhi, hija de Ne N e h ru, ru , minis mi nistra tra de Información. Incidentes entre hindú hindúes es y musulmanes en Cachemira. 1965 G u erra er ra entr en tree la India y Pakistán por Cach Cachem emira ira.. 1966 1966 C fe cia ci a de paz de Tashken Tash kentt en la URSS URSS.. Firm de
mienza la guerra de Bangladesh. Derrota del Pakistán. Nace un nuevo nuev o esta es tado do in inde depe pend ndie ienn te, te , Bang Ba nglad lades esh, h, con Mujibur Rahman como primer ministro. Indira aplasta la rebelión maoísta en Bengala (naxalitas). 1974 La India hace estallar su primera bomba atómica en el Rajastán y pasa a ser el sexto miembro del club nuclear. Aproximación a los Estados Unidos. Visita de Henry Kissinger. Crisis en el partido en el poder y protestas en los Estados. Zulfikar Ali Bhutto primer ministro de Pakistán. 1¥75 Indira Gandhi Gand hi culpable de fraude frau de elector elec toral al decla de clara ra el el 26 de junio jun io el esta es tado do de excepción excep ción en to todo do el país, país , deti de tien enee a cientos de sus adversarios políticos, decreta la censura de prensa pre nsa.. Lo Loss «cinco «cinco puntos pun tos»» de Sanja Sa njayy Gand Ga ndhi hi hijo hij o de la prim pr imera era ministra. mini stra. Golpe Go lpe de Esta Es tado do y ases as esina inato to de Mu Mujib jibur ur Rahman en Bangladesh. 1977 La primera ministra convoca a elecciones generales en marzo. Las pierde con una fuerte derrota frente al partido de la Oposición Janata. Morarji Desai primer ministro en un gobierno de coalición. Termina el estado de excepción. Bhutto derrocado en Pakistán por el general Zia Uld Hak. 1979 Cae el gobierno de Morarji Desai. Charan Singh primer ministro después de varios intentos. División total en el parti pa rtido do Jana Ja nata ta.. Distu Di sturbi rbios os entr en tree hi hind ndúe úess y musul mu sulm m anes ane s en Aligarh. Atrocidades cometidas contra los «harijans», los intocables. En abril es ejecutado en Pakistán Ali Bhutto.
dos del sur. Rao, el actor-político derrota al partido del Congreso de Indira. Proceso de islamización en Pakistán. En Bangladesh el teniente general Ershad, administrador de la ley marcial. 1983 Grav Gr aves es distur disturbio bioss en el Assam. Tres mil muertos al mante mante ner Indira Gandhi el calendario electoral. Graves inciden tes en el Panjab donde la comunidad sik reclama una mayor autonomía, el Panjabi Suba. El centro de Investiga' ciones espaciales pone en órbita un satélite. La India está en condiciones de fabricar misiles intercontinentales de al cance medio. Conferencia de los No Alineados en Nueva Delhi. Indira Gandhi elegida Presidente de la Conferen cia.