La caída del Liberalismo Liberalismo Amarillo Amarillo de Ramón J. Velásquez. Velásquez.
Eran días de forzado silencio y drama de la lucha venezolana, y debe destacarse las actitudes nacionalistas de Don Cipriano Castro. A la escena de aquellos aquellos días se anexa la figura de Antonio Antonio Paredes, el espíritu y la conciencia desvelada y errante de la insurrección venezolana hasta fue acribillado a balazos en 1907. Su vida, transcurrió entre la guerra, la prisión y el destierro. Es él, una expresión del tiempo de crisis venezolana, crisis de fe, de moral y de rumbo. Por otro lado, Joaquín Crespo incita a los venezolanos a salvar la doncella Constitución que está prisionera en el castillo de Andueza Palacios, y joven Paredes también se marcha a la guerra. Paredes, emprende una lucha singular: va a enfrentarse con armas y pluma, a campo descubierto, con el Mocho Hernández, el más popular de los caudillos venezolanos de la última mitad del siglo XIX. Y va a hacerlo en defensa de un hombre a quien nada a debe y a quien todos están dispuestos a traicionar: el presidente Andueza Palacios. No debían transcurrir muchos meses sin que el régimen de Andrade, tan amenazado y confuso viera llegar su hora final. f inal. Fin que representa para Paredes y comienzo del último más importante episodio de su existencia: la batalla contra la tiranía de Cipriano Castro, Antonio Paredes combate sin tregua ni desmayo desde octubre de 1899 hasta la madrugada del 15 de febrero de 1907, ofreciendo a diestra y siniestra una Venezuela pintada con los colores de la libertad. Pero vivió con la angustia de ver que los días pasaban sin que los viejos jefes militares y políticos del liberalismo amarillo, ni los caudillos nacionalistas ahora en el exilio, acometan ninguna acción eficaz. Él no cree, y así lo dice, que el país gane mucho cambiando a Cipriano Castro por Luciano Mendoza o a Juan Vicente Gómez por Ramón Guerra. Hasta el gobierno de Ignacio Andrade (1898-1899) actúan como figuras fundamentales en la política los hombres que 40 años atrás habían sido figuras f iguras fundamentales de la Federación. La oligarquía era la forma for ma como Guzmán Blanco y los demás prohombres del liberalismo amarillo utilizaban esta palabra, era simplemente el vocablo empleado para designar a los enemigos circunstanciales. El poder de Guzmán Blanco, primero y más tarde el de Joaquín Crespo no se basan en la existencia de un poderoso ejército nacional, de unas finanzas fi nanzas ordenadas o de un verdadero aparato administrativo, sino en el cumplimiento del pacto que une
para el disfrute del poder a los señores terratenientes. Pero en 1969 y 1899 atraviesa la alianza nacional de los caudillos liberales por una crisis de autoridad, una verdadera etapa de anarquía. La muerte de Joaquín Crespo abre otro tiempo de anarquía, la amenaza nacionalista los junta por un momento. El peligro se presenta de nuevo cuando Cipriano Castro, cuyo liberalismo no es muy “amarillo”, se dispone a acampar a la sombra del
Capitolio. Todo lleva a los jefes del liberalismo amarillo a abandonar al presidente e incorporarse a la rebelión de Cipriano Castro en la última etapa de su marcha sobre Caracas. Pero lo que no pensaron, ni podían pensar los jefes liberales era que en Valencia y La Victoria tendieron a Cipriano Castro la alfombra de su entrega para que llegara renqueando hasta su soñado Capitolio, era que en esta forma cavaban la fosa de su propio poder, enterraban el sistema que les había otorgado 40 años de absoluto dominio sobre el país, y no porque fuera a iniciarse un tiempo de reforma.