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Imaginario, Simbólico, Real. Aporte de Lacan al psicoanálisis
Imaginario, Simbólico, Real. Aporte de Lacan al psicoanálisis
Carmen Lucía Díaz
editora
VICERRECTORÍA DE INVESTIGACIÓN
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FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS
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2014
catalogación en la publicación universidad nacional de colombia Imaginario, Simbólico, Real : aporte de Lacan al psicoanálisis / Carmen Lucía Díaz L., editora. -- Bogotá : Universidad Nacional de Colombia. Vicerrectoría de Investigación. Dirección de Investigación Sede Bogota: Facultad de Ciencias Humanas. Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura, 2014. 196 p. – (Biblioteca abierta. Psicoanálisis) Incluye referencias bibliográficas ISBN : 978-958-761-952-2 Freud, Sigmund, 1856-1939 2. Lacan, Jacques, 1901-1981 3. Psicoanálisis 4. Psicoanálisis – Historia 5. Filosofía del simbolismo I. Díaz Leguizamón, Carmen Lucía, 1958-, editor II. Serie CDD-21 150.195 / 2014
Imaginario, Simbólico, Real. Aporte de Lacan al psicoanálisis Biblioteca Abierta Colección General, serie Psicoanálisis © Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, Facultad de Ciencias Humanas, Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura Primera edición, 2014 ISBN : 978-958-761-952-2
© Vicerrectoría de Investigación, sede Bogotá, 2014 © Editorial Universidad Nacional de Colombia, 2014 © Editora Carmen Lucía Díaz, 2014 ©Varios autores, 2014 Facultad de Ciencias Humanas Comité editorial Sergio Bolaños Cuéllar, decano Jorge Rojas Otálora, vicedecano académico Luz Amparo Fajardo, vicedecana de investigación Jorge Aurelio Díaz, profesor especial Myriam Constanza Moya, profesora asociada Yuri Jack Gómez, profesor asociado
Diseño original de la Colección Biblioteca Abierta Camilo Umaña
Preparación editorial Centro Editorial de la Facultad de Ciencias Humanas Esteban Giraldo González, director Felipe Solano Fitzgerald, coordinación editorial Diego Mesa Quintero, coordinación gráfica
[email protected] www.humanas.unal.edu.co
Bogotá, 2014
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio, sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
Contenido
Introducción
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Sylv ia De Castro Psicoanálisis: el aporte de Lacan. Imaginario, Simbólico, Real
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LO IMAGINARIO
Carmen Lucía Díaz El cuerpo y el yo: en su origen, lo imaginario
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Juan Carlos Suzunaga La agresividad en el psicoanálisis
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LO SIMBÓLICO
Álvaro Rey e s Las formaciones inconscientes y lo simbólico
73
Sylv ia De Castro El síntoma como metáfora: entre sentido y mensaje
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LO REAL
Belén del Ro cío Moreno El concepto de pulsión de Freud a Lacan
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Gloria Helena Gómez De Freud a Lacan: lalengua determina el goce en el cuerpo
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Los autores
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Índice de materias
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Índice de nombres
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Introducción
Freud, creador del psicoanálisis, descubrió el inconsciente y elaboró su teoría del psiquismo con un modelo cuyo paradigma fue una estructura organizada por el conflicto entre las instancias que lo constituyen, ello, yo, superyó, con características dinámicas inconscientes o preconscientes-conscientes, y con montos energéticos libidinales que fluctúan entre el placer y el displacer. A la vez, el principio del placer y su más allá, la repetición, fueron reconocidos como los regentes del psiquismo inconsciente. Muchos otros elementos conforman su compleja dinámica, entre ellos la incoercible acción pulsional, la indestructibilidad del deseo, la pertinaz defensa del yo frente al trauma, la resistencia para develar lo inconsciente y, simultáneamente, la insistencia de lo reprimido por retornar a través de las llamadas formaciones del inconsciente, como los sueños, los actos fallidos, los síntomas, sostenidas en el lenguaje con sus ingenios y resonancias. Los recursos científicos existentes en la época, derivados de la bioquímica, la mecánica y la dinámica energética, incidieron en los planteamientos freudianos al servir como explicación de su modelo de psiquismo. Sin embargo, el vínculo del lenguaje con el inconsciente siempre estuvo presente en su obra, así como 9
Carmen Lucía Díaz
la prelación dada a las representaciones de lo escuchado, de lo visto, de lo vivido, con sus posibles sentidos latentes. De este modo sus articulaciones se distanciaron de los determinismos meramente biológicos y mecánicos; tanto más al reconocer que las representaciones se forjan gracias a las huellas trazadas en la memoria, derivadas de la experiencia con el prójimo. La cultura de Freud, su espíritu investigativo y genialidad le permitieron enriquecer su pensamiento, de donde resultó una teoría rigurosa y rica en complejidad sobre el alma humana. Su concepción sobre aquello que funda al sujeto en lo más constituyente e íntimo se anticipó a planteamientos posteriores desarrolladas en diversos ámbitos, principalmente por autores de la antropología, la lingüística, la ciencia de las religiones, tales como la prohibición del incesto en el fundamento de lo humano (LéviStrauss), los mecanismos del lenguaje operados por desplazamientos, condensaciones e insistencias, organizadores del pensamiento y de la formación de símbolos (Ferdinand de Saussure, Roman Jakobson y Émile Benveniste). La lucidez de su teorización, que dio lugar a la formulación de los distintos conceptos psicoanalíticos, presenta algunas dificultades relativas no solo al paradigma energético utilizado, sino también a los deslindes imprecisos entre algunos de sus conceptos, pero estas no demeritan la potencia de su teoría tanto en los derroteros del psicoanálisis mismo, como en su aporte a otras disciplinas, a las intervenciones clínicas desde lo psíquico (casi todas las psicoterapias tienen su origen en el psicoanálisis) y en general a la cultura, en algunos de cuyos movimientos y significaciones el pensamiento psicoanalítico ha tenido enorme influencia. Jacques Lacan, psicoanalista francés, trabajó a la letra los textos freudianos, en la búsqueda de restituir el espíritu esencial del pensamiento formulado por el fundador del psicoanálisis, perdido en las elaboraciones de los llamados «posfreudianos». A la vez que propendió por el retorno al espíritu freudiano, Lacan aclaró conceptos que en la obra de Freud resultan oscuros y se prestan a
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Introducción
confusión (de donde se derivaron algunos de los desvíos del pensamiento psicoanalítico), e introdujo el paradigma del lenguaje a cambio del energético, señalando al inconsciente como efecto del lenguaje, organizado a partir de sus leyes y de su lógica. Ubicar las leyes del lenguaje formadoras de la lógica del inconsciente llevó a Lacan a dar le prelación al significante como aquello que irrumpe de manera sorpresiva en lo proferido por alguien. El significante, explícito y a la vez cifrado, no solo se enlaza a otros significantes, sino que en su encadenamiento también representa al sujeto, con lo cual permite que surja por momentos para develar algo de lo inconsciente en quien logre escucharlo. Al rearticular el pensamiento de Freud desde la perspectiva de las leyes del lenguaje, Lacan sitúa las figuras de la retórica como los mecanismos básicos con los que opera el inconsciente; así, la metáfora y la metonimia resultan análogas de los mecanismos fundamentales de la operación inconsciente, ya expuestos por Freud: la condensación y el desplazamiento. Lacan revisó las tesis freudianas en un momento extraordinario del pensamiento occidental, tiempo en el cual confluyeron grandes teóricos y el estructuralismo se encontraba a la vanguardia; se trata de las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX. En medio de distintas corrientes de pensamiento, en cuanto psicoanalista, él generó la suya. […] una posición teórica absolutamente singular define Lacan. Ilustrado, por un lado, por su experiencia clínica y guiado por el modelo de la certeza científica, renueva el concepto de inconsciente, en tanto sistema de determinación de la experiencia subjetiva. Del otro, mantiene, a riesgo de renovarla en profundidad, la noción de sujeto, que era central en la fenomenología —en Sartre, especialmente, que liga al sujeto a una teoría de la conciencia y de la libertad—. El camino de Lacan va cresteando y toma una arista totalmente propia: […], capta la herencia estructuralista y la vuelve a fundar, mostrando que el inconsciente, estructurado «como un lenguaje», determina la constitución del sujeto; […], vuelve a desplegar el concepto de sujeto en toda su radicalidad, afirmando la
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Carmen Lucía Díaz
posibilidad, que cabe a cada uno, de comprometerse con libertad asumiendo riesgos de carácter ético.1
Concebir el inconsciente como efecto del lenguaje, apoyándose a la vez en teóricos del lenguaje, la antropología, la filosofía y las matemáticas, y en obras literarias, en el arte, en la óptica, la teoría de los conjuntos y la topología, le permitió aclarar e iluminar en detalle la teoría del inconsciente revelada por Freud, precisando y resituando su conceptualización. Además, esas fuentes diversas potenciaron sus propias elaboraciones, soportadas en lógicas definidas, y con su singular ingenio generó un sustantivo avance de la teoría psicoanalítica al introducir nuevos conceptos y paradigmas en la explicación del intrincado mundo subjetivo. En su propósito de formulación, Lacan construyó matemas, grafos; se sirvió también del recurso a las figuras topológicas y al trabajo con nudos. Hizo un uso particular de la escritura para formalizar así la estructura del sujeto del inconsciente. Entonces, no solo aportó una reflexión ineludible sobre el sujeto del que se ocupa la experiencia psicoanalítica, al haber destacado el lugar del lenguaje y su incidencia en la subjetivación y en la construcción de los lazos sociales, sino que además sitúo, vía el tratamiento de lo pulsional, el límite del lenguaje para dar cuenta del ser del sujeto. Los desarrollos de Lacan han contribuido a dotar a los psicoanalistas de herramientas conceptuales, metodológicas y éticas capaces de responder al desafío de sostener la disciplina en el panorama actual de la ciencia y la cultura. Uno de sus grandes aportes fue introducir el paradigma referido al ternario imaginario, simbólico y real como registros esenciales de la realidad humana y organizadores fundamentales del sujeto del inconsciente. Con este ternario conceptual surge un nuevo modelo para pensar la experiencia subjetiva inconsciente, sus relaciones con la consciencia, su vínculo con los otros, con el 1
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Alain Badiou en Élisabeth Roudinesco y Alain Badiou, Jacques Lacan. Pasado-presente. Diálogos (Buenos Aires: Edhasa, 2012), 63.
Introducción
cuerpo y con la cultura. Su introducción no solamente subtiende toda la elaboración de los conceptos lacanianos, sino que además produce efectos de reordenamiento del edificio conceptual del psicoanálisis legado por Freud, al situar en uno u otro de los registros el conjunto de los diferentes tópicos que constituyen su campo. Este paradigma posibilita entonces ubicar más claramente las distintas dimensiones en que se viven y se analizan las experiencias y los fenómenos humanos, al tiempo que hace viable una mayor claridad conceptual y un más preciso ordenamiento de la experiencia psicoanalítica en la conducción de una cura. Lo imaginario se define por excelencia como el lugar del yo, con sus fenómenos de ilusión y engaño, captación, señuelo y con-fusión, que inducen la fascinación erótica, el narcisismo y la rivalidad mortífera en las relaciones entre los semejantes. Lo simbólico designa el registro cuyo fundamento es el lenguaje, es decir, los significantes que a la vez que determinan al sujeto, le permiten separarse del Otro; hace referencia al deseo regulado por la Ley que rige los intercambios y ordena los vínculos humanos, y a las formaciones del inconsciente que, como efectos del lenguaje, también constituyen este registro. Lo real permite situar aquello que escapa al registro de las imágenes y las palabras, que queda confinado al orden de lo imposible y de lo que vuelve siempre al mismo lugar; podemos ubicar en esta categoría los aspectos relativos al goce pulsional, a las marcas fundantes del sujeto, al trauma, a la angustia y a aquellas determinaciones que acompañan al organismo viviente. Así, localiza una dimensión de lo real como efecto de la intervención simbólica e imaginaria y como consecuencia del mal encuentro con el Otro, y otra dimensión relacionada con el equipamiento del organismo viviente y aquello inmodificable que se le impone. Desde muy temprano en la obra de Lacan están presentes estos registros, pero el énfasis dado y la comprensión lograda de cada uno varían a medida que elabora su teoría, sin descuidar en el recorrido el interés por definir y encontrar los límites de cada uno de ellos. Inicialmente el acento recayó sobre lo imaginario, luego fue lo simbólico el registro que más ocupó su interés y, finalmente, 13
Carmen Lucía Díaz
sus elaboraciones destacaron lo real. Sin embargo, a pesar de los énfasis, según el momento de construcción teórica, los registros adquieren entre sí una relación estructural, de nudo, la cual se hace explícita en el nudo borromeo con sus distintas transformaciones, e, incluso, en sus distintos accidentes o desanudamientos, que Lacan denominó «lapsus del nudo». Estos registros o dimensiones, que se desagregan solo con propósitos comprensivos del carácter de la realidad concernida, se encuentran anudados en la dinámica de lo humano, privilegiándose uno u otro según la experiencia de la que se trate; además, según el modo en que se anuden o el privilegio que tome alguno, se organizará su estructura subjetiva, el síntoma, el fantasma… en función de las características singulares de la realidad psíquica. El énfasis que hace en lo imaginario aparece por su interés en el narcisismo y el yo, que Lacan derivó de su trabajo sobre la psicosis paranoica, asunto que lo llevó a elaborar el Estadio del Espejo en la formación de la instancia yoica y a su crítica al desvío de aquel psicoanálisis que insiste en la adaptación del yo. Lo simbólico ocupa un buen tiempo de su investigación en la perspectiva de resituar el alcance de la cura psicoanalítica, la relación entre el deseo y la ley como efectos del lenguaje, la organización del sujeto y su deriva en el encadenamiento significante. El abandono de la primacía de lo simbólico no solo fue correlativo al lugar determinante que Lacan dio a lo real de la pulsión y el goce, y a un concepto inédito, el objeto a, sino que además produjo un movimiento en las coordenadas teóricas al señalar a lo imposible de lo real como núcleo del inconsciente. Por otra parte, la puesta en cuestión de la consistencia de lo simbólico inaugura una reflexión de fértiles consecuencias sobre la clínica, el mundo contemporáneo y su malestar. La diferenciación de los registros le permite al psicoanálisis, como a quienes se interesan en esta disciplina, establecer la particularidad de las distintas experiencias de la subjetividad, y delimitar la pertenencia de los conceptos, con lo cual se logran deslindes muy precisos. Por otra parte, aporta rigurosos elementos de análisis a quienes desde otras disciplinas quieren sostener un diálogo con el psicoanálisis. 14
Introducción
Este libro recoge el material trabajado en uno de los cursos de educación continua desarrollado por la Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura, en el segundo semestre del año 2011, titulado «Psicoanálisis: el aporte de Lacan. Imaginario, Simbólico, Real», desarrollado con el fin de trabajar conceptos fundamentales del psicoanálisis, y enmarcado en una serie iniciada tiempo atrás con la presentación y discusión de las principales tesis freudianas y del camino que se fue gestando conceptualmente en el paso de Freud a Lacan. Algunas de esas elaboraciones se presentaron en el libro El descubrimiento freudiano2. Estos cursos se ofrecen como una de las modalidades de extensión académica y de difusión del psicoanálisis para quienes están interesados en la disciplina. Se abordan los registros a partir de algunos campos, conceptos y fenómenos, cuyo discernimiento permite deslindarlos. El primer capítulo, «Psicoanálisis: el aporte de Lacan. Imaginario, Simbólico, Real», expone el surgimiento de este paradigma lacaniano, señalando sus consecuencias y su importancia, sus implicaciones y efectos tanto en la teoría como en la clínica; sitúa el contrapunto con el paradigma binario de Freud, reconociendo a la vez la existencia, en muchas de sus elaboraciones conceptuales, de una dinámica que articula y pone en tensión tres elementos. A partir del segundo capítulo se subdivide la presentación en tres apartados según la prevalencia del registro correspondiente en el campo analizado, sin olvidar que en toda realidad humana intervienen de algún modo los tres órdenes. La presentación general sigue el énfasis que dio Lacan a los registros a lo largo de la construcción de su teoría. Así, el apartado «Lo imaginario» contiene dos capítulos: «El cuerpo y el yo: en su origen, lo imaginario» y «La agresividad en psicoanálisis». El primero expone el poder de la imagen, en tanto gestalt, en la formación del yo ideal como primer pivote organizador de la subjetividad, correlativo a la unificación del cuerpo y al narcisismo, a condición de la preexistencia de lo 2
Sylvia De Castro, ed., El descubrimiento freudiano (Bogotá: Editorial Universidad Nacional de Colombia, 2011). 15
Carmen Lucía Díaz
simbólico. El segundo desarrolla esta dimensión del ser hablante, correlativa al surgimiento del yo y del narcisismo, en cuya explicación el psicoanálisis descarta la existencia del instinto de agresión al considerarla una realidad subjetiva, no biológica, con lo cual se opone a la explicación etológica que la ciencia propone para dar cuenta de la agresividad humana. «Lo simbólico» es el segundo apartado. Está conformado por los capítulos: «Las formaciones del inconsciente y lo simbólico» y «El síntoma como metáfora: entre sentido y mensaje». Se trata de un apartado dedicado a las formaciones del inconsciente en su relación con el lenguaje, más particularmente con el significante, y desde esa perspectiva se reconocen sus posibilidades interpretativas. Aunque los sueños, los actos fallidos, los chistes o ingenios del lenguaje, junto con los síntomas, organizan el conjunto de estas formaciones, los síntomas tienen un estatuto diferente, por tanto, el primero de los capítulos de este apartado diserta sobre las distintas manifestaciones y le deja un lugar específico al síntoma; su argumentación indica la dimensión lenguajera del inconsciente y del deseo que así se expresa, que lejos de ser funciones fallidas, son formaciones logradas del inconsciente. En el segundo la autora hace una importante elaboración sobre el síntoma en su vertiente simbólica al enmarcarlo en la preeminencia de la palabra y del lenguaje, destacándolo como un mensaje cifrado cuya revelación se espera una vez que sea «declarado». El último apartado, «Lo real», también está integrado por dos capítulos: «El concepto de pulsión: de Freud a Lacan» y «De Freud a Lacan: lalengua determina el goce en el cuerpo». En el primero la autora expone en detalle los planteamientos freudianos sobre el concepto de pulsión y aquellos que introduce Lacan, lo cual permite distinguir las convergencias y divergencias entre los dos autores; la pulsión es señalada como uno de los conceptos principales del psicoanálisis, que explica la realidad que enlaza las exigencias somáticas a las psíquicas, realidad incoercible e indomeñable que demanda satisfacción. El otro capítulo está dedicado
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Introducción
al concepto de la lalengua, neologismo introducido por Lacan para indicar la relación primigenia y constituyente del núcleo de la subjetividad que, como vínculo estructural del sujeto con el Otro del lenguaje, deja marcas imborrables en él.
Carmen Lucía Díaz L. Editora
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Psicoanálisis: el aporte de Lacan. Imaginario, Simbólico, Real
Sylvia De Castro Universidad Nacional de Colombia
La mejor presentación de conjunto de los tres registros —imaginario, simbólico y real— es aquella que los explica como elementos constitutivos de un nuevo paradigma que Lacan habría introducido en psicoanálisis1. No es mi objetivo desplegar esta idea, que nos llevaría a los difíciles asuntos de una epistemología del psicoanálisis —si es que algo de ese orden existe—, pero sí quiero aprovechar la comprensión del ternario como un nuevo paradigma para situar el asunto central del que se trata para Lacan: el de un retorno a Freud, pero también, como podemos esperar de alguien que lo prolongó, de un más allá de Freud. Eso sí, nunca sin Freud. Una posibilidad de introducir el ternario es empezar por señalar que si bien Lacan no inventa los tres términos —imaginario, simbólico y real—, sí les imprime su sello. El hecho de articularlos, es decir, de destacar uno de ellos según lo requiera, pero siempre sobre el telón de fondo de los otros, de los que precisa para ir definiendo sus límites al tiempo que sus posibles entrecruzamientos, hace de ellos una invención; digamos más bien, una reinvención.
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Jean Allouch, De Freud a Lacan (Yatai: Editorial Edelp, 1993). 19
Sylvia De Castro
Una reinvención que es la del psicoanálisis mismo y, al respecto resulta interesante señalar, con Allouch, que con la introducción de los registros Lacan opera sobre la racionalidad del pensamiento de Freud una suerte de desplazamiento: en efecto, una concepción dualista, binaria, subyace a la invención freudiana del inconsciente y, en general, a todo su pensamiento2. Por ejemplo, el inconsciente freudiano requiere para su formulación de la idea del conflicto, es decir, de una oposición entre el deseo y su realización, en razón de lo cual las formaciones del inconsciente —síntomas, sueños, actos fallidos— son ellas mismas el lugar de la expresión de ese conflicto, cuando no de su solución —solución de compromiso, como decía Freud refiriéndose al síntoma—. A la idea del conflicto psíquico, que no por dualista es simplista, Freud agrega algo más crucial, que es la división del aparato psíquico en dos sistemas (desde la perspectiva dinámica) —inconsciente / preconciente-conciente—; y también el caso de las pulsiones, que soportan una oposición, primero, entre las pulsiones sexuales y las funciones del yo y, luego, entre Eros y Tánatos… No pongo aquí sino ejemplos clave, que se refieren a dos columnas del edificio conceptual psicoanalítico: el inconsciente y la pulsión. Quizá no sobre recordar que el dualismo de los elementos en juego, junto a términos tales como contradicción, oposición, contrario, polaridad, etc., «poseen una larga tradición y un horizonte significativo propios»3 en la cultura alemana de la que Freud es tanto intérprete como deudor. Sin embargo, no podríamos pasar por alto 2
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Este binarismo freudiano remite directamente al razonamiento abductivo que permitió a Freud construir su hipótesis de partida, según la cual una serie de fenómenos psíquicos observados —síntomas, sueños, actos fallidos— pierden su carácter extraño al descubrirse que todos ellos dependen de los mismos mecanismos y que todos ellos guardan un sentido cifrado, que el desciframiento revela. Recordemos que «abductivo» es el tipo de razonamiento —nombrado así por Charles Sanders Pierce— en el que lo decisivo es una hipótesis que explica un conjunto de fenómenos observados reduciendo su extrañeza mediante la construcción de una ley de funcionamiento. José Luis Etcheverry, «Sobre la versión castellana», en Sigmund Freud. Obras completas (Buenos Aires: Amorrortu, 1978), 11.
Psicoanálisis: el aporte de Lacan. Imaginario, Simbólico, Real
que si bien para Freud el binarismo es una exigencia doctrinaria, él mismo no dejó de advertir la presencia de un tercer término que pone en apuros, por así decir, la comodidad de la oposición planteada. Así, la oposición entre inconsciente y preconsciente no elimina otra oposición, si bien de carácter secundario, que se plantea entre el preconsciente y la consciencia; la distinción entre pulsiones sexuales y funciones del yo escapa a la simple oposición, tanto que luego se unifican para constituir las pulsiones de vida —Eros—; y, finalmente, no es posible dar cuenta de la oposición entre el autoerotismo y el amor de objeto sin pasar por un tercer término, el de narcisismo… No creo que el ternario lacaniano se proponga intencionalmente como la vía de resolución de las dificultades del binarismo en Freud, pero sí marca el ingreso en el pensamiento psicoanalítico de una nueva aproximación, de una nueva concepción de los elementos en juego en los distintos fenómenos que constituyen su «objeto». De este modo, la reinvención lacaniana del psicoanálisis se reconoce, indudablemente, en la propuesta de los tres registros, de los que él dice, en el momento de su introducción, que «son los registros esenciales de la realidad humana»4. Una vez nombrados, Lacan produce un reordenamiento de los campos de la experiencia psicoanalítica5. Y bien, este reordenamiento nos resulta hoy día hasta tal punto imprescindible que ya no podemos pensar el psicoanálisis al margen. Los tres términos, imaginario, simbólico y real, no son ellos mismos una invención de Lacan. ¿Dónde los encontró? ¿De dónde le vienen, no digo de manera general —lo que sería exagerado—, sino con una acepción análoga a la que él les imprimió y seguramente reforzó, al tiempo que modificó, al ponerlos a la cuenta del psicoanálisis? En un primer momento Lacan incursiona en el registro imaginario. La palabra imaginario hace serie con el término imagen, 4 5
Cf. Jacques Lacan, «Función y campo del lenguaje y la palabra en psicoanálisis» [1953], en Escritos 1 (México: Siglo Veintiuno Editores, 1984). Alain Vanier, Lacan (Madrid: Alianza editorial, 1998). 21
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del latín imago, que viene del verbo imitare. El término inmediato es el sustantivo retrato y también quien lo hace: así, imaginario se decía del pintor de imágenes, incluso del estatuario. Una variante semántica pasa del campo artístico a otro muy distante, el militar, en el que imaginaria es a la vez la función de vigilar y el que la cumple, de quien se dice que es, precisamente, un imaginaria. La etimología siempre nos depara sorpresas, pero no voy a detenerme en ello. En sus primeros trabajos psicoanalíticos, anteriores a sus seminarios e incluso a los textos que constituirán sus «antecedentes» en los Escritos, Lacan utiliza el término imago en su significación de ‘modelo’ o ‘arquetipo’, al que le acuerda, como ya lo había hecho Freud, una función de «organizador psíquico». Incorporada la hipótesis freudiana del inconsciente, la imago designa una «representación inconsciente» de la presencia estructurante de las figuras del medio familiar, presencia hecha de imágenes, cuyos efectos se constatan tanto a nivel de la llamada «personalidad», como de la relación con los semejantes. En cuanto al complejo freudiano y a la imago, Lacan señala: Hemos definido al complejo en un sentido muy amplio que no excluye la posibilidad de que el sujeto tenga conciencia de lo que representa. Freud, sin embargo, lo definió en un primer momento como factor esencialmente inconsciente. En efecto, bajo esta forma su unidad es llamativa y se revela en ella como la causa de efectos psíquicos no dirigidos por la conciencia, actos fallidos, sueños, síntomas. Estos efectos presentan caracteres tan distintos y contingentes que obligan a considerar como elemento fundamental del complejo esta entidad paradójica: una representación inconsciente, designada con el nombre de imago. Complejo e imago han revolucionado a la psicología, en particular a la de la familia, que se reveló como el lugar fundamental de los complejos más estables y más típicos: la familia dejó de ser un tema de paráfrasis moralizante y se convirtió en objeto de un análisis concreto. Sin embargo, se comprobó que los complejos desempeñan un papel de «organizadores» en el desarrollo psíquico […].6 6 22
Jacques Lacan, La familia [1938] (Buenos Aires: Editorial Argonauta, 1979), 28-29.
Psicoanálisis: el aporte de Lacan. Imaginario, Simbólico, Real
En la perspectiva de lo que constituirá lo propio de su elaboración del registro imaginario, puede decirse que Lacan «actualiza» el concepto de imago en la línea de las preocupaciones de una psicología que por entonces buscaba resolver el problema de las relaciones entre el individuo y el ambiente —los efectos de determinación del ambiente sobre el individuo, su integración, su adaptación, la función constituyente de los estímulos externos—. Para esta psicología, la imagen ya no es simple facultad del alma —la facultad de imaginar—, de ahí que sus fuentes procedan de diversos sectores de la investigación: de la biología7, de la anatomía fisiológica8, de la etología9, de la psicología genética10 y de la teoría de la forma, más conocida como gestalt11. Todas estas reflexiones aportan desde su particularidad a la construcción de una tesis fundamental que consiste en reconocer la preferencia por la imagen en lo humano, la eficacia de la imagen —como pura materialidad— para producir efectos sobre el organismo. Este es el punto de partida de Lacan, quien sitúa esta efectividad, es decir, la función constituyente de la imagen, en el terreno del psiquismo. «Que una Gestalt sea capaz de efectos formativos sobre el organismo es cosa que puede atestiguarse por una experimentación biológica, a su vez tan ajena a la idea de causalidad psíquica que no puede resolverse a formularla como tal»12. El aporte de la filosofía en la formulación lacaniana de la función del yo no habrá estado ausente, por supuesto, pero apenas indicaré que Lacan se interesó más en el Hegel de la consciencia alienada que en la elaboración de sus contemporáneos, Jean-Paul Sartre (1905-1980) y Maurice Merleau-Ponty (1908-1961), quienes se mantuvieron aferrados a la ilusión de autonomía de la consciencia Jakob Von Uexküll (1864-1944). Louis Bolk (1866-1930). 9 Konrad Lorenz (1903-1989). 10 Henry Wallon (1879-1962) y James M. Baldwin (1861-1934), cuya obra de 1895 conoció Freud. 11 Max Wertheimer (1880-1943), Kurt Koffka (1886-1941) y Wolfgang Köhler (1887-1967). 12 Jacques Lacan, «El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica» [1949], en Escritos 1, 88. 7
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de sí alimentada por el yo, no obstante haber avanzado por la senda del ser y la nada… Lo imaginario es, entonces, el asunto de las imágenes y, en principio, el asunto de la imagen del cuerpo y de lo que esta tiene de fundante, pues inaugura a nivel tanto de la imagen del yo como de la imagen del otro. «El yo se inscribe en lo imaginario. Todo lo que es del yo se inscribe en las tensiones imaginarias, como el resto de las tensiones libidinales. Libido y yo están del mismo lado. El narcisismo es libidinal. El yo no es una potencia superior, ni un puro espíritu, ni una instancia autónoma […]»13. Pero lo imaginario solo integra el ternario hasta el momento en que se articula, aún de manera incipiente, con los otros registros. Es lo que ocurre muy pronto, cuando Lacan utiliza la noción de imaginario para sostener una crítica a las desviaciones de una corriente del posfreudismo, sugerentemente llamada «psicología del yo»… En ese contexto subraya Lacan que lo imaginario es lo que aparece en la praxis psicoanalítica cuando se olvida que esta se apoya en la palabra, que esta praxis es ante todo una experiencia de palabra. Y lo que aparece cuando se olvida el registro de la palabra es aquello que «corresponde al orden de la captación, de la ilusión, de los modos ilusorios de satisfacción del sujeto […]»14. […] [L]o imaginario está lejos de confundirse con el dominio de lo analizable, donde puede haber una función distinta de la imaginaria. No es porque lo analizable coincida con lo imaginario que lo imaginario se confunde con lo analizable, que sea enteramente lo analizable o lo analizado. […] no basta que un fenómeno represente un desplazamiento (v. gr., del órgano femenino a la pantufla en el caso del fetichista), en otras palabras, se inscriba en los fenómenos imaginarios, para ser un fenómeno analizable. […] un fenómeno solo es analizable si representa algo que no sea él mismo.15 13 Jacques Lacan, El Seminario. Libro 2. El yo en la teoría de Freud [1955]
(Barcelona: Paidós, 1984), 481. 14 Vanier, Lacan, 12. 15 Jacques Lacan, Lo simbólico, lo imaginario y lo real [conferencia
pronunciada en el Anfiteatro del Hospital Psiquiátrico de Sainte-Anne (8 de julio de 1953)], 27. Manuscrito traducido y establecido por Ricardo 24
Psicoanálisis: el aporte de Lacan. Imaginario, Simbólico, Real
En este punto tal vez no nos asombre encontrar en el mismo texto freudiano la diferencia planteada por Lacan: en el capítulo VII de La interpretación de los sueños, hablando del método de interpretación de su invención, Freud señala de manera magistral la diferencia entre el sueño considerado como una pictografía —esto es, las imágenes del sueño — y el sueño como una escritura jeroglífica —esto es, como texto cifrado que, entonces, puede ser interpretado—. Voy a suponer que con este comentario sobre la interpretación de los sueños queda introducido el registro simbólico, el asunto de la palabra y del lenguaje: de lo que será para Lacan el sistema significante. La doxa sostiene que el registro de lo simbólico se debe al encuentro de Lacan con dos referencias convergentes, situadas estas en una serie: la primera se halla en el punto de partida de la orientación estructuralista para pensar los hechos humanos como hechos sociales: es la obra del lingüista suizo Ferdinand de Saussure (18571913). A la segunda se le debe la más rigurosa exposición del método propio del estructuralismo: la obra del etnólogo y antropólogo de origen belga Claude Lévi-Strauss (1908-2009). El estructuralismo aporta al pensamiento, no solo a Lacan, una constatación tan obvia que parece mentira que tengamos que subrayarla y decir de ella que sus consecuencias para el estudio de lo humano fueron incalculables: «No existe un hombre natural. La naturaleza es lo dado, el hombre la asume por medio de una cultura»16. Así, el estructuralismo resuelve uno de los mayores obstáculos con los que tropezaba el investigador de lo humano cuando buscaba captar el paso de la naturaleza a la cultura. Allí donde muchos fueron conducidos a buscar el punto cero y en su búsqueda se extraviaron por la senda de la llamada «ilusión arcaica», la respuesta del estructuralismo vislumbra la operación sincrónica de reglas fundamentales que rigen a los grupos humanos independientemente de las múltiples formas que estos grupos asumen, reglas que Rodríguez Ponte. Inédito. Puede confrontarse con la versión francesa. Le symbolique, l’imaginaire et le reel, en Pas-tout Lacan, http://www.ecolelacanienne.net/pastoutlacan50.php. 16 Jean-Marie Auzias, El estructuralismo (Madrid: Alianza Editorial, 1970), 86. 25
Sylvia De Castro
determinan los modos de vinculación entre los participantes y que son dadas previamente a las vinculaciones efectivas. Pero antes que a Lévi-Strauss, es a Marcel Mauss (1872-1950), el iniciador de la antropología francesa, a quien se le debe el encuentro entre etnografía y psicoanálisis. Desde 1924 Mauss sostenía que toda cultura puede ser considerada como un conjunto de sistemas simbólicos, irreductibles entre sí, siendo los de mayor rango el lenguaje, las reglas del parentesco, las relaciones económicas, el arte, la ciencia y la religión. Pero el lenguaje, según sostenía el mismo Mauss, el lenguaje tal como fue pensado por la lingüística estructural desde Saussure, nos familiarizó con la idea de que los fenómenos fundamentales de la vida psíquica, los fenómenos que la condicionan y determinan, se sitúan a nivel del pensamiento inconsciente. Mauss hace del pensamiento inconsciente una noción fundamental a la que identifica con un sistema simbólico17. Sin duda, Lévi-Strauss extendió y profundizó estos hallazgos y les aportó un ordenamiento, hasta tal punto que ya para nosotros es difícil discernir a Mauss como su antecesor. Ahora bien, en cuanto a la obra de Lévi-Strauss, ¿acaso podríamos desconocer que su teoría de las estructuras del parentesco descansa sobre la fecunda intuición freudiana de la universalidad de la prohibición del incesto? La novedad reside en el hecho de otorgarle a esta prohibición la función de instituir la ley del intercambio, que es el fundamento antropológico de lo social. Entre Freud y Lévi-Strauss, pasando por Saussure, Lacan acentuó el isomorfismo entre la ley de prohibición del incesto y el orden del lenguaje, pues, según sus palabras, «ningún poder sin las denominaciones de parentesco tiene alcance de instituir el orden de las preferencias […]»18 y de las prohibiciones. Lacan no duda en afirmar que el sistema simbólico es el complejo de Edipo. Pero no solo eso. También establece la relación entre la estructura del lenguaje y la estructura del inconsciente mediante 17 Claude Lévi-Strauss, «Introduction à l’oeuvre de M. Mauss», en Sociologie et
anthropologie [1950], Marcel Mauss (París: PUF, 1989). 18 Jacques Lacan, «Función y campo del lenguaje y la palabra en psicoanálisis»
[1953], en Escritos 1. 26
Psicoanálisis: el aporte de Lacan. Imaginario, Simbólico, Real
la aplicación al inconsciente del mismo método que se había mostrado fecundo en lingüística. El Lacan estructuralista, el que le concede a lo simbólico el poder de determinación del destino humano, no tarda sin embargo en vislumbrar la distancia entre el psicoanálisis y la antropología, y en separar, como consecuencia, la dimensión de la palabra y del lenguaje del simbólico levistraussiano. Como psicoanalista, Lacan separa en efecto una cosa de la otra situando esa «falla» que la antropología estructural no puede concebir: el sujeto. El problema será en adelante, como él lo sostiene, «el de las relaciones en el sujeto de la palabra y del lenguaje»19. El lenguaje no es un sistema simbólico total. Parafraseando a Lacan, el lenguaje presenta interferencias y pulsaciones y es en ellas donde se aloja el deseo. Los símbolos envuelven en efecto la vida del hombre con una red tan total, que reúnen antes de que él venga al mundo a aquellos que van a engendrarlo «por el hueso y por la carne», que aportan a su nacimiento con los dones de los astros, si no con los dones de las hadas, el dibujo de su destino, que dan las palabras que lo harán fiel o renegado, la ley de los actos que lo seguirán incluso hasta donde no es todavía y más allá de su misma muerte, y que por ellos su fin encuentra su sentido en el juicio final en el que el verbo absuelve su ser o lo condena —salvo que se alcance la realización subjetiva del ser-para-la-muerte—. Servidumbre y grandeza en que se anonadaría el vivo, si el deseo no preservase su parte en las interferencias y las pulsaciones que hacen converger sobre él los ciclos del lenguaje, cuando la confusión de las lenguas se mezcla en todo ello y las órdenes se contradicen en los desgarramientos de la obra universal. Pero este deseo mismo para ser satisfecho en el hombre, exige ser reconocido, por la concordancia de la palabra o por la lucha de prestigio, en el símbolo o en lo imaginario. Lo que está en juego en un psicoanálisis es el advenimiento en el sujeto de la poca realidad que este deseo sostiene en él en comparación con los conflictos simbólicos y las fijaciones imaginarias como medio de su concordancia, y 19 Lacan, «Función y campo del lenguaje», 269. 27
Sylvia De Castro
nuestra vía es la experiencia intersubjetiva en que ese deseo se hace reconocer. Se ve entonces que el problema es el de las relaciones en el sujeto de la palabra y del lenguaje. (268-269)
Tal vez no resulte demasiado arriesgado el salto que me propongo dar desde esas interferencias y pulsaciones del lenguaje, es decir, desde lo que falta al lenguaje, para introducir ahora el registro de lo real. Este registro, el más difícil de precisar, es también el que constituye la mayor novedad de la articulación lacaniana. Corrientemente decimos que es el último registro en ser desarrollado, si bien desde muy pronto Lacan lo define como la parte que se nos escapa, la que no se inscribe ni en lo imaginario ni en lo simbólico… Entonces, no es solo lo que falta al lenguaje, también lo que falta a la imagen para totalizarse. Algunos teóricos proponen que Lacan deriva este registro de la llamada «casilla vacía» del estructuralismo: allí donde se alojan, excluidos de las pretensiones científicas, los restos del lenguaje que no caben en su dominio, en su método, porque escapan a la articulación que fundamenta el orden simbólico20. A pesar de las formas y los nombres que los autores le han dado, la casilla vacía ocupa en la economía de los diferentes textos del estructuralismo una misma función: la que corresponde a lo que no se inscribe en el cuadro de lo binario. Se refiere a lo que escapa a la articulación que se halla en el fundamento del orden simbólico. [En nota a pie:] He aquí las más corrientes: objeto a, noise, lugar del rey en particular y del poder en general, el cero en lógica, el mana como significante flotante. De todos aquellos de los que se ha dicho «estructuralistas», […] Lacan, según me parece, es quien más ha dejado aflorar las formas no binarias, tanto las de la trinidad como las de lo unario […].21
20 Dany-Robert Dufour, Le bégaiment des maîtres: Lacan, Benveniste, Lèvi-
Strauss (París: Arcanes, 1999), 14. 21 Dany-Robert Dufour, «Preface à la nouvelle Edition», en Le bégaiment des
maîtres, 14. (La traducción es mía.) 28
Psicoanálisis: el aporte de Lacan. Imaginario, Simbólico, Real
Esta idea de la casilla vacía 22 nos aporta algo de claridad acerca de la relación de Lacan con el estructuralismo —del hecho de que tal vez él no lo fue nunca del todo—, y de cómo, una vez se le impone lo «no integrado», para decirlo con términos freudianos, se ve conducido a buscar otros modelos de formalización de sus conceptos: de ahí los matemas y, más aún, la topología, que se sitúan en la misma preocupación de abordaje de lo real, por cuanto lo real también se sustrae a la transmisión y a la sistematización. Pero no vayamos tan lejos. Digamos por ahora que un cierto reconocimiento de lo real, que no es la realidad, campeaba en el ámbito de la filosofía y de la ciencia en la primera mitad del siglo XX a propósito de la transformación que sufriera la oposición clásica entre lo real dado a la percepción y otro real, un real construido, no fenoménico, que se sustrae ya no solo a la percepción sino también a la intuición y al saber, y que recupera la muy kantiana cosa en sí. Indudablemente Lacan asistió a tal debate, y su retorno a Freud se muestra, en lo que a esto concierne, inmediatamente: ¿quién no recuerda la lúcida distinción freudiana, situada en los orígenes de su obra, entre los dos componentes de la experiencia originaria del niño con el Otro que lo acoge, el Otro materno? Dos componentes, uno de los cuales puede ser reconocido gracias al hecho de que el sujeto guarda el recuerdo de impresiones del Otro que coinciden con impresiones propias, con la experiencia de su propio cuerpo. Por ejemplo, «los movimientos de las manos de la madre coincidirán con el recuerdo de impresiones visuales propias […] con las que se encuentran en asociación los recuerdos de movimientos por él mismo vivenciados»23. Mientras que el segundo componente corresponde a impresiones del Otro nuevas e incomparables que hace de este Otro un extraño, un extranjero, una «cosa del mundo», excluido del aparato psíquico, inasimilable e imposible de simbolizar… 22 Gilles Deleuze, «À quoi reconnaît-on le structuralisme?», en L’îlle déserte et
autres textes (París: Minuit, 1989). 23 Sigmund Freud, «Proyecto de psicología» «Orígenes del psicoanálisis (1950
[1895])», en Obras completas. 29
Sylvia De Castro
Algunos sostienen que de la mano del escritor francés Georges Bataille (1897-1962), Lacan descubrió esta doble dimensión ya anticipada por Freud, al distinguir lo homogéneo, propio del ámbito social útil y productivo, y lo heterogéneo, lugar de irrupción de eso que permanece excluido de la simbolización…, con la que el escritor especificaba la idea de la parte maldita, tan prominente en su obra 24. Bibliografía Allouch, Jean. De Freud a Lacan. Yatai: Editorial Edelp, 1993. Auzias, Jean-Marie. El estructuralismo. Madrid: Alianza Editorial, 1970. Deleuze, Gilles. «À quoi reconnaît-on le structuralisme?». En L’îlle déserte et autres textes. París: Minuit, 1989. Dufour, Dany-Robert. Le bégaiment des maîtres: Lacan, Benveniste, LèviStrauss. París: Arcanes, 1999. Etcheverry, José Luis. «Sobre la versión castellana». En Sigmund Freud. Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 1978. Freud, Sigmund. «Proyecto de psicología» «Orígenes del psicoanálisis» (1950 [1895]). En Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1895. Lacan, Jacques. «El estadio del espejo y la formación del yo tal como se nos presenta en la teoría psicoanalítica» [1949]. En Escritos 1. México: Siglo Veintiuno Editores, 1984. . La familia [1938]. Buenos Aires: Editorial Argonauta, 1979. . «Función y campo del lenguaje y la palabra en psicoanálisis» [1953], en Escritos 1. México: Siglo Veintiuno Editores, 1984. . El Seminario. Libro 2. El yo en la teoría de Freud [1955]. Barcelona: Paidós, 1984. . Lo simbólico, lo imaginario y lo real [8 de julio de 1953]. Inédito. [Puede confrontarse la versión francesa. Le symbolique, l’imaginaire et le reel, en Pas-tout Lacan. http://www.ecole-lacanienne.net/ pastoutlacan50.php]
24 Élisabeth Roudinesco, Lacan. Esbozo de una vida, historia de un sistema de
pensamiento (Montevideo: Fondo de Cultura Económica de Argentina, 1994). 30
Psicoanálisis: el aporte de Lacan. Imaginario, Simbólico, Real
Lévi-Strauss, Claude. «Introduction à l’oeuvre de M. Mauss». En Sociologie et anthropologie [1950], Marcel Mauss. París: PUF, 1989. Roudinesco, Élisabeth. Lacan. Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento. Montevideo: Fondo de Cultura Económica de Argentina, 1994. Vanier, Alain. Lacan. Madrid: Alianza Editorial, 1998.
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LO IMAGINARIO
El cuerpo y el yo: en su origen, lo imaginario
Carmen Lucía Díaz Universidad Nacional de Colombia
Cuando los espejos, […] Aseguran que estoy aquí, yo, […]. Que hay otro ser por el que me miro en el mundo Porque me está queriendo con sus ojos. Que hay otra voz con la que digo cosas No sospechadas por mi gran silencio; Es que también me quiere con su voz.
Pedro Salinas, Salinas de amor (fragmento)
El poder de la imagen en la base de lo imaginario
Lo imaginario refiere a la imagen y a su poder en la construcción subjetiva. Es Lacan quien acuña este término como concepto psicoanalítico para designar uno de los registros que organizan la experiencia humana; aun cuando Freud habla de lo imaginario, al utilizar este término le da el sentido que posee en el léxico cotidiano, como algo relativo a la imaginación, a la fantasía. Lo imaginario para Lacan se caracteriza como el registro que involucra el dominio de lo ilusorio, de la captación y el señuelo engañoso, que permite integrar y totalizar experiencias cuya índole básica es la fragmentación, la parcialidad, la división. Las imágenes que logran dar forma al yo en solidaridad con el surgimiento de la imagen del cuerpo están en su fundamento; los fenómenos relativos al narcisismo y al amor, vinculado con la fascinación erótica frente al objeto y su imagen, así como la rivalidad mortífera que se 35
Carmen Lucía Díaz
cierne en las relaciones entre los semejantes, también son parte de esta dimensión imaginaria. Vamos primero a Freud para reconocer los antecedentes y el lugar organizador que le ha dado a la imagen. Desde los primeros planteamientos freudianos la imagen ha sido un elemento fundamental en las organizaciones incipientes del psiquismo. Así, desde sus textos más tempranos, como el Proyecto de psicología (1895) y la Interpretación de los sueños (1899), nos habla de imágenes-movimiento, imágenes-recuerdo, imágenes-mnémicas, que quedan registradas en la memoria como huellas a partir de la percepción de los objetos y de las satisfacciones brindadas por estos, y en tanto tales, se constituyen en imagos1 fundantes del psiquismo. En estas imágenes y su recuerdo encuentra asiento el mecanismo que surge a partir de las primeras vivencias de satisfacción, y que da origen a la reanimación del deseo, en la búsqueda de ese objeto mítico vivido como pleno, objeto ilusoriamente perfecto que colma al sujeto y que solo alucinatoriamente podrá ser alcanzado. Sobre esas imágenes guardadas en la memoria se instala el deseo. Hacer referencia a la alucinación da cuenta, a la vez, de la presencia de la imagen que se reproduce en la percepción, anticipando a partir de sus representaciones el objeto a buscar, imagen interpuesta en las relaciones del sujeto con el mundo. Nos dice Freud en el Proyecto de psicología: El organismo humano es incapaz de llevar a cabo la acción específica (que cancele un estímulo perturbador como el hambre). Esta sobreviene mediante auxilio ajeno; […]. Si el individuo auxiliador ha operado el trabajo de la acción específica en el mundo exterior en lugar del individuo desvalido, este es capaz de consumar sin más en el interior de su cuerpo la operación requerida para cancelar el estímulo endógeno. El todo constituye entonces una vivencia de satisfacción, que tiene las más hondas consecuencias para el desarrollo de las funciones del individuo. 1
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Jung estableció el concepto imago, para las representaciones inconscientes derivadas de las imágenes primigenias que remiten a un esquema de relación fantasmática con las figuras parentales. Cf. Jean Laplanche y JeanBaptiste Pontalis, Diccionario de psicoanálisis (Barcelona: Editorial Labor, 1983).
El cuerpo y el yo: en su origen, lo imaginario
Las noticias de la descarga se producen porque cada movimiento, en virtud de sus consecuencias colaterales, deviene ocasión para nuevas excitaciones sensibles (de piel y de músculo), que dan como resultado en φ una imagen-movimiento. […]. Entonces, por la vivencia de satisfacción se genera una facilitación entre dos imágenes-recuerdo […].2
Las sensaciones de diferente orden, las percepciones, los movimientos, se guardan como imagen en la memoria, imágenes que dan lugar a un campo de representaciones y que se entretejen con aquellas que provienen de las palabras, del lenguaje. De modo más detallado, en La interpretación de los sueños encontramos: El apremio de la vida lo asedia primero en la forma de las grandes necesidades corporales. La excitación impuesta {setzen} buscará un drenaje en la motilidad que puede designarse «alteración interna» o «expresión emocional». El niño hambriento llorará o pataleará inerme. Pero la situación se mantendrá inmutable, pues la excitación que parte de la necesidad interna no corresponde a una fuerza que golpea de manera momentánea, sino a una que actúa continuadamente. Solo puede sobrevenir un cambio cuando, por algún camino (en el caso del niño, por el cuidado ajeno), se hace la experiencia de la vivencia de satisfacción que cancela el estímulo interno. Un componente esencial de esta vivencia es la aparición de cierta percepción (la nutrición, en nuestro ejemplo) cuya imagen mnémica, queda de ahí en adelante, asociada a la huella que dejó en la memoria la excitación producida por la necesidad. La próxima vez que esta última sobrevenga, merced al enlace así establecido se suscitará una moción psíquica que querrá investir de nuevo la imagen mnémica de aquella percepción y producir otra vez la percepción misma, vale decir, en verdad, restablecer la situación de la satisfacción primera. Una moción de esa índole es lo que llamamos deseo; la reaparición de la percepción es el cumplimiento 2
Sigmund Freud, «Proyecto de psicología» (1950 [1895]), en Obras completas, vol. 1 (Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1982), 362-364. 37
Carmen Lucía Díaz
del deseo, y el camino más corto para este es el que lleva desde la excitación producida por la necesidad hasta la investidura plena de la percepción. Nada nos impide suponer un estado primitivo del aparato psíquico en el que ese camino se transitaba realmente de esa manera, y por tanto el desear terminaba en un alucinar. Esta primera actividad psíquica apuntaba entonces a una identidad perceptiva [En nota a pie: Es decir, algo perceptivamente idéntico a la «vivencia de satisfacción»], o sea, a repetir aquella percepción que está enlazada con la satisfacción de la necesidad.3
Son planteamientos que permiten reconocer que en la base de la construcción psíquica, en el origen del deseo está la imagen, la imagen que se ha convertido en huella mnémica, en huella psíquica, de ese objeto que ha brindado satisfacción y también de la satisfacción misma. Será una imagen que se anticipará alucinatoriamente buscando ser reencontrada en los nuevos objetos ofrecidos por el otro, y al anticiparse, esa imagen convertida en huella orientará el deseo, las búsquedas de nuevos objetos. En su teoría de los sueños, permanentemente Freud nos expone a la presencia de las imágenes o figuraciones oníricas con su dinámica de desplazamientos, condensaciones, desfiguraciones, omisiones, entre otras, como formas de expresión del inconsciente, o más precisamente como sus modos genuinos de operar. A estos modos Jacques Lacan los reconocerá equivalentes a las figuras retóricas del lenguaje, situando a la metáfora y a la metonimia como las fundamentales, (metáfora = condensación; metonimia = desplazamiento). Al teorizar Freud sobre las representaciones, concepto que atraviesa toda su obra, señala que las representaciones de las imágenes de los objetos son más arcaicas que las representaciones de palabra o representaciones-palabra, situadas también como restos mnémicos. Estas últimas pueden apoyarse en las primeras, pues las palabras también producen imágenes, en ellas además del 3
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Sigmund Freud, «La interpretación de los sueños» (1900 [1899]), en Obras completas, vol. 5, 557-558.
El cuerpo y el yo: en su origen, lo imaginario
componente auditivo está el visual. Entonces, en sus planteamientos la articulación entre la imagen y la palabra está presente. En su texto El yo y el ello, que escribe en 1923, cuando ya ha construido los pilares fundamentales de su teoría, nos dice al respecto: Los restos de palabra provienen, en lo esencial, de percepciones acústicas, a través de lo cual es dado un particular origen sensorial, por así decir, para el sistema Prcc. En un primer abordaje pueden desdeñarse los restos visuales de la representación-palabra por ser secundarios, adquiridos mediante la lectura, y lo mismo las imágenes motrices de palabra, que, salvo en el caso de los sordomudos, desempeñan el papel de signos de apoyo. La palabra es entonces, propiamente, el resto mnémico de la palabra oída. Pero no se nos ocurra, acaso en aras de la simplificación, olvidar la significatividad de los restos mnémicos ópticos —de las cosas del mundo—, ni desmentir que es posible, y aún en muchas personas parece privilegiado, un devenir conscientes los procesos de pensamiento por retroceso a los restos visuales. […] Por tanto, el pensar en imágenes es solo un muy imperfecto devenir consciente. Además, de algún modo, está más próximo a los procesos inconscientes que el pensar en palabras, y sin duda alguna es más antiguo que este, tanto ontogenéticamente cuanto filogenéticamente.4
Vemos el lugar que les da Freud a la imagen y a sus representaciones ligadas a lo auditivo y a lo visual, indicando las imágenes visuales u ópticas como lo más arcaico del psiquismo, soporte de las fantasías primitivas. Es este un aspecto que Abraham y Melanie Klein retoman ampliamente en su elaboración teórica, considerándola fundamento de la relación establecida entre el sujeto y el objeto, orientando el desarrollo libidinal, donde la imagen del objeto guía su búsqueda, «ese famoso objeto ideal, terminal, perfecto, adecuado, […] que es concebido como un punto de mira, una culminación»5. 4 5
Sigmund Freud, «El yo y el ello» (1923), en Obras completas, vol. 19, 23. Jacques Lacan, El Seminario. Libro 4. La relación de objeto (1956-1957) (Barcelona: Editorial Paidós, 1994), 18. 39
Carmen Lucía Díaz
Es sobre esas imágenes primigenias que se sostiene la fantasmagoría inconsciente, fantasía que Lacan sitúa en el orden de lo imaginario. Además de su vínculo con la imagen que totaliza lo disperso, lo imaginario, para Lacan abarca los fenómenos que implican confusión entre el sujeto y el otro, fusión que revela una relación dual entre semejantes o iguales, donde el uno es reflejo del otro, donde lo propio es lo externo y lo exterior se hace propio. Es el registro donde se asientan fenómenos como la proyección, las identificaciones no simbólicas, las idealizaciones, y en general los mecanismos de defensa. Al ser el registro donde el yo tiene su base, las características del yo son las mismas de lo imaginario, tales como la búsqueda de unificación de lo disperso, la tendencia a la totalidad y a la integración, a lo ilusorio, al engaño y al desconocimiento. Lacan como psiquiatra y en su experiencia con personas psicóticas se interesa por su mundo fantasmático y por el lugar y significación del yo en la psicosis. Son inquietudes que lo conducen al psicoanálisis y, por supuesto, a Freud. Ingresa a la indagación en el campo del psicoanálisis, analizando los textos de Freud en la búsqueda de recuperar el espíritu fundamental que el padre del psicoanálisis ha troquelado en su obra. La perspectiva de los registros, paradigma que introduce Lacan en el análisis, le permite aclarar y categorizar en detalle las distintas realidades humanas que conforman lo psíquico y lo subjetivo, los conceptos que a ellas se refieren y los vínculos existentes entre estas. En sus elaboraciones señala al registro simbólico, aquel registro ligado al lenguaje, como la estructura precedente, necesaria para que lo imaginario se organice. Reconoce que la falta de claridad en este punto ha sido motivo de extravío teórico y práctico, al primar lo imaginario en las elaboraciones y en la clínica de los posfreudianos, y al poner su acento en el yo o en su desarrollo, en muchos ligado a lo biológico. Interroga la experiencia analítica, indicando el privilegio dado a lo imaginario cuando se trabaja sobre el yo buscando su autonomía, adaptación a la realidad y la identificación con el analista. Su crítica va dirigida ante todo a los representantes de la psicología del yo, escuela que ha tenido sus mayores desarrollos en Norteamérica.
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El cuerpo y el yo: en su origen, lo imaginario
El cuerpo y el yo constituidos por lo imaginario
En el reconocimiento que hace Lacan sobre la importancia de la imagen como organizadora concurren estudios que se realizaban en la época desde otras aristas y disciplinas, además de los que le aportaron algunos autores psicoanalíticos. Para ese entonces había en la psicología y en la etología gran actividad tendiente a reconocer la función de la imagen en las improntas comportamentales, así como las similitudes y diferencias en el aprendizaje de animales y humanos, específicamente niños(as), diferencias en la inteligencia, en la reacción frente a la propia imagen y la de otros; se indaga, además, en los animales, la respuesta frente a imágenes que exigen mecanismos de adaptación y a señuelos desencadenantes de comportamientos sexuales o agresivos, etc. Desde la psicología, en este campo tuvieron influencia los trabajos de James Mark Baldwin y Henri Wallon, y desde la etología, principalmente los estudios de Konrad Lorenz, Nikolaas Tinbergen y Köhler. También fueron inspiradores los estudios sobre mimetismo, donde la imagen visual recibida por el organismo transforma las apariencias o formas corporales. Lacan, basándose en dichos estudios, señala: La cría del hombre, a una edad en la que se encuentra por poco tiempo, […] superado en inteligencia instrumental por el chimpancé, reconoce ya sin embargo su imagen en el espejo como tal […]. Este acto, en efecto, lejos de agotarse como en el mono, en el control, una vez adquirido, de la inanidad de la imagen, rebota en seguida en el niño en una serie de gestos en los que experimenta lúdicamente la relación de los movimientos asumidos de la imagen con su medio ambiente reflejado, y de ese complejo virtual a la realidad que reproduce, o sea con su propio cuerpo y con las personas, incluso con los objetos que se encuentran junto a él.6
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Jacques Lacan, «El estadio del espejo como formador del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica», en Escritos 1 (México: Siglo Veintiuno Editores, 1984), 88.
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Carmen Lucía Díaz
En 1936 escribe su primer texto sobre el «Estadio del espejo», en el cual sitúa la confusión del niño con su imagen especular (se refiere a aquella que le refleja como en espejo quien lo sostiene y acompaña), y anticipa el lugar de la imagen del cuerpo en la organización del yo y de las fantasías que se le asocian. Trece años más tarde, en 1949, presenta una reescritura de su tesis inicial en El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos presenta en la experiencia psicoanalítica, texto crucial que indica la función de la imagen del cuerpo en la organización yoica y la significación de este estadio, señalándolo estructurante en la formación del sujeto al permitirle la construcción de su yo. Es el proceso fundante de lo imaginario que estructura, aunque de modo incipiente, la realidad inicial, que permite una primera distinción entre lo propio del sujeto y el mundo externo o lo otro, distinción a la vez alienada, por cuanto lo propio es dado desde el exterior, desde el otro; es decir, identificándose con el semejante, el sujeto naciente ubica que él es igual, y asume de modo inaugural algo propio. Al decir: «Que una gestalt sea capaz de efectos formativos sobre el organismo es cosa que puede atestiguarse por una experimentación biológica, a su vez tan ajena a la idea de causalidad psíquica»7, Lacan nos indica cómo la imagen del cuerpo del semejante, que le llega desde el exterior y es percibida por el niño, le permite organizar su propia imagen corporal y su yo; cuerpo y yo causados no por determinantes biológicos, sino por el encuentro con el semejante y con el lenguaje, es decir, generados por una «causalidad psíquica», producto de una identificación fundamental. Freud ya ha situado el nacimiento del yo en una nueva acción psíquica que se agrega al autoerotismo. El yo se constituye en una unidad que no existe desde el principio8, unidad que toma los rasgos del otro por efecto de procesos identificatorios, y que puede fragmentarse por preexistirle el desgarramiento y la fragmentación9 7 8 9
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Lacan, «El estadio del espejo como formador del yo», 86. Sigmund Freud, «Introducción del narcisismo» (1914), en Obras completas, vol. 14, 74. Sigmund Freud, «La descomposición de la personalidad psíquica» «Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis» (1933 [1932]), en Obras completas, vol. 22, 54-55.
El cuerpo y el yo: en su origen, lo imaginario
bajo la primacía del autoerotismo, que es el estado antecedente a esa organización corporal. Hace solidario al yo con el narcisismo por cuanto aquel se convierte en un objeto privilegiado al que se dirige la libido. Lacan precisa esta conceptualización relativa a la formación del yo, dándole un lugar estructural en la constitución subjetiva10. Expone entonces el surgimiento simultáneo del yo y de la imagen del cuerpo a partir del reconocimiento en el exterior de una unidad corporal que corresponde a la imagen integrada del cuerpo del semejante, esa imagen unificada, que es constante por su presenciaausencia y que resalta frente a otros objetos cambiantes del mundo que rodean al bebé humano. Esa imagen corporal proveniente del otro, del semejante, se le devuelve en espejo, le es reflejada y le permite reconocerse en ella, identificándose con esa imagen al asumir su propia imagen como igual a aquella que reconoce en el exterior. Imagen que a la vez le llega transida de deseos porque está acompañada de palabras otorgadas por los otros; las palabras transportan deseos. El otro se convierte en espejo para el niño, en él ve reflejada su imagen. Es una imagen que él ve y que al mirarlo también le permite mirarse en ella. Esa imagen con la que niños y niñas se identifican, y que se constituye simultáneamente en su yo inicial y en su imagen corporal11, es una imagen plena por cuanto unifica la experiencia fragmentaria vivida hasta el momento. Yo inicial, situado por Lacan como yo ideal [i(a)], yo omnipotente por la plenitud que produce al situar esa imagen como representante del sujeto12, que le brinda una sede y le permite 10 Los planteamientos de Freud en torno al origen del yo están ligados
en algunos puntos al desarrollo perceptual y al paso del pensamiento primario al secundario, ligando el yo a la conciencia. Cf. Sigmund Freud, «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» [1911], en Obras completas, vol. 12. 11 En la organización yoica Freud indica algunos aspectos que de otro modo encontramos en Lacan: el vínculo del yo con la percepción, el cuerpo como objeto, como proyección de una superficie y ante todo el estrecho nexo entre el yo y el cuerpo, a tal punto que en numerosos momentos habla de yo esencia-cuerpo. 12 Freud ha dicho que en el núcleo del yo se aloja el sujeto más genuino. Cf. Freud, «La descomposición de la personalidad psíquica», 54-55. 43
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comenzar la organización de su mundo interno y el externo. Para que esto se dé es necesario de todos modos que lo simbólico esté de fondo, preexista, es decir, que el semejante (otro) que refleja la imagen se dirija al niño situado en un lugar simbólico, en un lugar de Otro, es decir, exista un fondo de lenguaje, de ausencias y presencias. Es una experiencia fundante de la constitución subjetiva, más aún, momento estructurante en el cual la cría humana se anticipa psíquicamente unificando su cuerpo, que aún no domina porque neurológicamente es inmaduro e impotente para realizar todas las funciones motrices, experiencia en la que el niño y la niña anticipan lo psíquico frente al dominio de su cuerpo. Nos dice Lacan: El estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación; y que para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se sucederán desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad —y en la armadura por fin asumida de una totalidad enajenante, que va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental.13
El bebé se apropia de una imagen que representa a su yo y a su cuerpo, con lo cual se posibilita que sus vivencias tengan cierta «cabeza», tengan «dueño», aunque un dueño aún dependiente y alienado al semejante, endosado a quien le ha otorgado su imagen, enajenado a su deseo. Es una organización psíquica que se anticipa al desarrollo motor, ya que es evidente la precariedad en que el infante aún está sumido físicamente, pues «no tiene todavía dominio de la marcha, ni siquiera de la postura en pie»14. Este acontecimiento en un individuo impotente en su comportamiento motor, pero que avanza psíquicamente, además de lograr la identificación yoica y de unificarlo corporalmente, le permite adquirir una primera organización temporal y espacial, proyectándolo subjetivamente en su historia. Se constituye en una marca inaugural en la organización subjetiva «que prefigura la permanencia mental del 13 Lacan, «El estadio del espejo como formador del yo», 90. 14 Lacan, «El estadio del espejo como formador del yo», 86.
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El cuerpo y el yo: en su origen, lo imaginario
yo» (88), sobre la cual se cimienta el posterior desarrollo psíquico y será el pilar de las identificaciones venideras. Este drama vivido por el sujeto naciente es un suceso que lo conmueve en su estructura, o mejor, que organiza su estructura. Organización que permite una identificación primordial, identificación con el semejante, con su imagen, y que al lograrse posibilita la identificación con la especie. Es decir, a partir de ahí logra saberse un ser humano como quien le otorga su imagen y la autentica, sus padres, hermanos o quienes lo sostienen en la vida, señalándole esa imagen como suya. Identificarse con la imagen de un cuerpo totalizado implica, entonces, la unificación de las vivencias dispersas, característica dominante hasta el momento en la relación del «organismo viviente» con lo real de su cuerpo, por cuanto ha prevalecido el autoerotismo y la fragmentación corporal. Es una unidad que, en tanto yo, albergará las fantasías generadas en el encuentro con el otro, en la satisfacción pulsional, en la frustración a sus demandas, en la realización alucinatoria de su deseo. Esa imagen «está preñada todavía de las correspondencias que unen el yo [je] a la estatua en la que el hombre se proyecta como a los fantasmas que le dominan, al autómata, […], en una relación ambigua, […]» (88). El yo ideal creado a partir de esta identificación constituyente, que Lacan ha denominado identificación primordial, imaginaria, identificación entendida en su pleno sentido por cuanto implica hacerse ídem, forjarse idéntico al otro, se erige en núcleo sobre el cual se asentarán las identificaciones posteriores, las identificaciones secundarias derivadas de los determinantes sociales. Este yo ideal [i(a)]15 aquí creado, estará siempre en el horizonte psíquico del sujeto. Él deseará recuperarlo, pero será inalcanzable por cuanto será otro objeto más que se sitúa en la serie de los objetos perdidos. Al respecto, Lacan señala: Esta forma por lo demás deberá designarse como yo ideal, […] en el sentido de que será también el tronco de las identificaciones 15 El yo ideal es designado por Lacan como i(a), señalando con este símbolo la
equivalencia del yo ideal con la imagen del otro (autre). 45
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secundarias, cuyas funciones de normalización libidinal reconocemos bajo este término. Pero el punto importante es que esta forma sitúa la instancia del yo, aun desde antes de su determinación social, en una línea de ficción, irreductible para siempre por el individuo solo; o más bien, que solo asintóticamente tocará el devenir del sujeto, cualquiera que sea el éxito de las síntesis dialécticas por medio de las cuales tiene que resolver en cuanto yo [je] su discordancia con respecto a su propia realidad.16
Esa gestalt o forma correcta de la imagen del cuerpo que lo identifica con la especie humana, con el semejante, al establecer su igualdad con el otro, simultáneamente instaura la confusión con él: lo del otro es lo suyo y lo suyo es lo del otro. Por eso, en esa organización yoica, que es eminentemente imaginaria, prima la dinámica de las proyecciones e identificaciones fusionales con el semejante. La alienación a esa imagen lleva entonces a que el yo asuma como característica la enajenación y la necesidad continua de que el otro sostenga su imagen. En este proceso interviene de modo fundamental la mirada. Es a través de ella que el bebé puede reconocer esa imagen que resalta en el exterior, esa forma que permanece a pesar de las percepciones cambiantes de aquello que llega de afuera. Es una mirada que dirigida hacia aquella figura prevalente, se le devuelve al sujeto, descubriéndose igual a aquello que logra contemplar17. Dicha imagen se 16 Lacan, «El estadio del espejo como formador del yo», 90. 17 Los niños ciegos «ven» de modo diferente; reciben la imagen del otro a
través de lo que escuchan de aquel, de lo que reconocen con su tacto, con su gusto, con su olfato, y, aunque están privados de visión, logran construir su imagen corporal y su yo del mismo modo que el vidente: identificándose con la «imagen» que logran reconocer en el exterior y que les es devuelta en espejo. Por otra parte, para Lacan la mirada no es propiamente equivalente a la visión o al acto de mirar; y aunque conceptualmente esta diferencia no es clara aún cuando escribe el Estadio del espejo, hay ciertos atisbos que dejan ver ya para esa época que la mirada se distancia del puro fenómeno físico de la percepción a través del sentido de la visión, al poner el acento en aquello que del exterior se le devuelve al sujeto, al estar sobredeterminada por todo lo que viene del otro y al ir acompañada, además, de las interpretaciones y 46
El cuerpo y el yo: en su origen, lo imaginario
acompaña a la vez de las miradas y voces provenientes de aquel que dona su imagen; son miradas y voces que al enlazarse con esa imagen ideal, plena, quedarán situadas también como plenas, organizando objetos pulsionales que al perderse, el sujeto buscará recuperar18. Que el yo y la imagen del cuerpo se organicen en espejo, a partir de aquello que proviene del exterior, marca en el sujeto el destino de su relación con el conocimiento y con aquello que lo forja. Así, ese vínculo con el conocimiento tendrá un fundamento «paranoico», y por consiguiente de confusión entre lo propio y lo ajeno. Por otra parte, dado que el exterior que circunda al niño está ordenado por lo simbólico, la experiencia corporal imaginaria, en el encuentro con el significante, quedará a la vez afectada por este; por tanto, «cierto número de elementos, vinculados todos ellos con la efigie corporal y no tan solo con la experiencia vivida en el cuerpo, constituyen elementos primeros, tomados de la experiencia, pero completamente transformados por el hecho de ser simbolizados»19. Esa imagen, con todo lo que ella comporta, ejerce una fascinación o seducción tal, que el sujeto naciente queda prendado de ella, enamorado de la imagen. Por eso con la formación del yo y del cuerpo florece el narcisismo, brota el amor. El narcisismo y el yo como ideal
Para Freud el narcisismo surge cuando ya existe el yo y este se convierte en objeto sexual para el bebé, es decir, objeto al que se le dirige la libido. Antes de la formación del yo ha primado el posiciones que el infante va tomando frente al otro. Para Lacan, a partir de su conceptualización del objeto a, en el seminario dedicado a la angustia (1963-1964), la mirada se convierte en el objeto de la pulsión escópica, aquella mirada que, por su plenitud perdida, el sujeto busca en el Otro, y que al topársela, de modo fulgurante, el sujeto queda convertido en objeto del Otro, objeto de su mirada. 18 Al situarse como objetos pulsionales por recuperar, Lacan los ha denominado objetos a. La mirada será el objeto de la pulsión escópica, y la voz, el objeto de la pulsión invocante, voz aún desligada de los sentidos y significaciones que transporta la palabra, voz encadenada a la pura sonoridad, al ritmo, a su musicalidad. 19 Jacques Lacan, El Seminario. Libro 4. La relación de objeto (1956-1957), 53. 47
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autoerotismo; con el surgimiento del narcisismo, aquel continúa pero dirigido al nuevo objeto organizado. El narcisismo del niño se sostiene gracias al narcisismo de los padres, a su fascinación con ese hijo por cuanto el bebé los remite a su propia infancia, donde reinaba su narcisismo y con este a una vivencia de perfección y plenitud perdida, donde la vida y la cultura aún no hacían exigencias, donde se desconocía la moral, el dolor de la enfermedad, de la muerte, de la renuncia al goce. Freud nos dice: Si consideramos la actitud de los padres tiernos hacia sus hijos habremos de discernirla como renacimiento y reproducción del narcisismo propio, ha mucho abandonado. La sobreestimación, marca inequívoca que apreciamos como estigma narcisista ya en el caso de la elección de objeto, gobierna como todos saben este vínculo afectivo. Así prevalece una compulsión a atribuir al niño toda clase de perfecciones […] y a encubrir y a olvidar todos sus defectos […] realmente debe ser de nuevo el centro y núcleo de la creación. His Majesty the Baby, como una vez nos creímos. […] El conmovedor amor parental, tan infantil en el fondo, no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres, que en su transmudación al amor de objeto revela inequívoca su prístina naturaleza.20
El niño queda prendado de sí al reconocer la fascinación de los padres hacía él. Ese amor naciente del niño hacia él se constituye en el narcisismo primario, el cual representa «un espacio de omnipotencia que se crea en la confluencia del narcisismo naciente del niño y el narcisismo renaciente de los padres. En ese espacio vendrán a inscribirse las imágenes y las palabras de los padres, a la manera de los votos, que […] pronuncian las buenas y las malas hadas sobre la cuna del niño»21. El narcisismo secundario aparece después de que el infante ha elegido un objeto sexual externo22 (la madre), dirigiendo su libido 20 Freud, «Introducción del narcisismo», 87-88. 21 Juan David Nasio, Enseñanza de siete conceptos cruciales del psicoanálisis
(Buenos Aires: Editorial Gedisa, 1990), 65-66. 22 La fascinación de sí en el narcisismo primario lleva a que el mismo sujeto
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El cuerpo y el yo: en su origen, lo imaginario
y su amor hacia aquel, con el reconocimiento de que él no lo es todo para aquel a quien ama, ni es tan perfecto como alguna vez creyó serlo. Esta dinámica le genera heridas narcisistas, a las que se suman las multitudes exigencias culturales y el descubrimiento de la diferencia sexual en su cuerpo y en la del otro, que lo sumen en angustia de castración y en desilusión de sí. Esa experiencia conlleva erigir dentro de sí un ideal con el que comparará su yo, y el amor a ese ideal es lo que Freud denomina narcisismo secundario. Así lo expone Freud: Sobre este yo ideal recae ahora el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real. El narcisismo aparece desplazado hacia este yo ideal que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas. […] No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia, y si no pudo conservarla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma de ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal.23
Como podemos ver, Freud utiliza indistintamente yo ideal e ideal del yo, indeterminación que Lacan precisa, señalando al yo ideal como el resultado del primer momento estructurante de la subjetivación, que él ha llamado «Estadio del espejo», acaecido en el bebé humano entre los 6 y los 18 meses, equivalente al nacimiento del yo y de esa imagen aparejada a su imagen corporal. El Yo ideal corresponde al registro imaginario hacia el cual se dirige el narcisismo primario con las características descritas por Freud. El ideal del yo, en cambio, es el resultante del paso por otro proceso, el proceso edípico, cuya función estructurante es fundamental y reorganizadora de la estructura lograda con la formación yoica. Así, el ideal del yo pertenece al registro simbólico por derivarse de los determinantes simbólicos, culturales, interiorizados por el sujeto en construcción. naciente se elija como objeto al que dirige su libido y, en ese sentido, queda situado ante sí como objeto sexual. 23 Freud, «Introducción del narcisismo», 91. 49
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Para Lacan el yo queda plenamente ligado al narcisismo, sea primario o secundario, por implicar la captación imaginaria y por la fascinación que produce la imagen que lo forma, la imagen que se sitúa como ideal en el yo ideal, y que el ideal del yo, construido con posterioridad, retorna en su búsqueda. Con la formación del ideal surge el narcisismo y el amor (enamoramiento) hacia la propia imagen, que es la misma imagen del semejante, por la cual el infante queda cautivado. El niño y la niña aman la imagen que viene del otro. Y no solamente se identifica con esta, sino también con lo que a ella se le asocia y lo que de ella proviene. Se ama a él porque reconoce el amor del otro hacia él, ama lo que el otro ama, dirige su mirada hacia donde la dirige el otro, y al reconocer que el otro desea, también organiza su deseo a partir del deseo del otro. Lacan plantea en este punto que «el deseo es el deseo del otro», aforismo que implica distintas resonancias: «Deseo de aquello que el otro desea», es decir, mi deseo es el mismo del otro; «deseo al otro» o lo que es equivalente a decir: el otro es objeto de mi deseo; «deseo despertar el deseo del otro», es decir, situarme como aquel a quien el otro desea. Estas equivalencias y el juego de proyecciones e identificaciones hacen que Lacan caracterice el registro imaginario como el registro en el cual prima la fusión y la confusión con el otro. Es también lo que lleva a que en esta dimensión imaginaria, con el surgimiento del narcisismo, no solo florezca el amor sino también, como correlato de este, germine la agresividad. Y la agresividad brota con sus componentes de rivalidad, de celos y de envidia, pues no solamente aparece la lucha por el prestigio entre esas dos imágenes idénticas y los objetos que las circundan (¿cuál es mi imagen y cuál la del otro? ¿Qué es lo mío y qué lo del otro? Eso del otro es mío; es mío y no suyo; quiero ocupar el lugar del otro; quiero tener eso que tiene el otro), sino porque esa imagen ideal es disonante con lo que en realidad soy (el otro representa esa imagen y me confronta con lo que soy); se produce una discordancia entre la imagen del yo ideal y el yo de la realidad y entre la imagen ideal del cuerpo y el cuerpo de la realidad. La imagen ideal será una imagen inalcanzable. Y ese contraste genera hostilidad, origina una hiancia o 50
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ruptura estructural en el corazón del ser del sujeto en su relación con su yo, con su cuerpo y con el otro. Por su vínculo con el amor, atado siempre a la sexualidad, y con la agresividad, «la relación imaginaria brinda definitivamente los marcos dentro de los cuales se harán las fluctuaciones libidinales»24, y donde el cuerpo es necesario no solo como real sino como imagen, pues en esa relación que el hombre establece con su cuerpo, su imagen se convierte en «el anillo, el gollete, por el cual el haz confuso del deseo y las necesidades habrá de pasar para que pueda ser él, es decir, para que pueda acceder a su estructura imaginaria» (262). Bibliografía Freud, Sigmund. «La descomposición de la personalidad psíquica» «Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis» (1933 [1932]). En Obras completas, vol. 22. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1982. . «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» [1911]. En Obras completas, vol. 12. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1982. . «La interpretación de los sueños» (1900 [1899]). En Obras completas, vol. 5. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1982. . «Introducción del narcisismo» [1914]. En Obras completas, vol. 14. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1982. . «Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis» (1933 [1932]). En Obras completas, vol. 22. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1982. . «Proyecto de psicología» (1950 [1895]). En Obras completas, vol. 1. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1982. . «El yo y el ello» [1923]. En Obras completas, vol. 19. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1982. Lacan, Jacques. «El estadio del espejo como formador del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica». En Escritos 1. México: Siglo Veintiuno Editores, 1984. . El seminario. Libro 1. Los escritos técnicos de Freud (1953-1954). Buenos Aires: Editorial Paidós, 1991. 24 Lacan, El Seminario. Libro 1. Los escritos técnicos de Freud (1953-1954), 268.
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. El seminario. Libro 2. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica (1954-1955). Buenos Aires: Editorial Paidós, 1991. . El seminario. Libro 4. La relación de objeto (1956-1957). Barcelona: Editorial Paidós, 1994. Laplanche, Jean y Pontalis, Jean-Baptiste. Diccionario de psicoanálisis. Barcelona: Editorial Labor, 1983. Nasio, Juan David. Enseñanza de siete conceptos cruciales del psicoanálisis. Buenos Aires: Editorial Gedisa, 1990. Salinas, Pedro. Salinas de amor. Madrid: Grijalbo Mondadori, 1998.
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La agresividad en el psicoanálisis
Juan Carlos Suzunaga Universidad Distrital Francisco José de Caldas Universidad Nacional de Colombia
Acerca de una cuestión epistemológica
Para hablarles sobre la noción de agresividad en Lacan, antes de abordar el tema quisiera hacer unas precisiones de orden epistemológico, puesto que en el transcurso de mi exposición voy a contar con nociones que el discurso de la ciencia no ha considerado porque no responden al proyecto de la época1, y si lo ha hecho, ha transformado el estatuto que aquellas tienen, incluyéndolas en el campo de la ciencia, bien sea como excepción o adaptadas al ideario moderno. Es el caso de nociones tales como el sujeto de la consciencia, el inconsciente, la pulsión, el objeto a, el goce. Aunque parezca extraño, aludo al sujeto de la consciencia, dado que el discurso de la ciencia lo ha ido marginando, pues en el desarrollo del capitalismo global se han dejado de pensar y de estudiar los aportes del pensamiento alemán, a pesar de ser el fundamento 1
Para la modernidad, los fenómenos de lo humano son incluidos como parte de lo que existe, se los ubica como objetos dentro de campos definidos de investigación, dentro de lo explicable por la ciencia, es decir, en relación con lo constante o con lo estándar.
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mismo de la modernidad. Igual sucede con las otras nociones, empero, estas, a diferencia del sujeto de la consciencia, han sido forcluidas por la ciencia, es decir, ni siquiera son consideradas, pues debido a su singularidad no entraron en el proyecto de la ciencia2. Las razones de este marginamiento responden a la definición de lo existente, pues las únicas llamadas a definirlo han sido las ciencias naturales y las ciencias del espíritu, entendidas ambas como aquellas que dan cuenta de lo objetivo, es decir, aquellas que
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Con pensamiento alemán me refiero a aquellos que plantean y resuelven el problema del espíritu del hombre moderno, la razón y la consciencia, basados en los aportes que derivan de Immanuel Kant en el siglo XVIII, quien hace críticas y desarrollos a una de las derivas de la filosofía cartesiana —la relativa al sujeto en relación con la construcción del saber y del pensar, incluyendo el tiempo y el espacio, bien como ideas a priori en el alemán o ideas innatas en el francés—; también Kant introduce el sujeto de la razón como la expresión más lograda, manifiesta en la historia y en la ciencia, al plantear la razón pura (tomando los aportes de Newton e incorporando al sujeto), la razón práctica, centrada en la acción humana, y la razón del juicio, mediatizada por la estética. El pensamiento kantiano tiene resonancia en Alemania a finales del siglo XVIII y principios del XIX en pensadores como Fichte, Schelling, Hegel y Schopenhauer, y en quienes van a ser sus críticos: Engels, Marx, Nietzsche; luego por Brentano, Husserl y Heidegger. Este último, será un crítico implacable de nociones derivadas de la subjetividad cartesiana, el cual ha servido como piso fundamental en todo el edificio de la filosofía moderna y en el desarrollo de ese pensar: la ciencia y la técnica. Por tanto, cuando aludo a la marginación de los aportes del pensamiento alemán me refiero a la marginación de nociones tales como el sujeto de la razón, el sujeto de la consciencia, la historia, las cuales han sido subsumidas al ámbito de la neurología, la genética y a la lógica de las ciencias cognitivas, sustrayéndoseles el peso que tiene el pensar del sujeto, que si bien ha sido cuestionado y relativizado por el psicoanálisis, ha sido incluido en el «aparato psíquico»; se puede decir que estos conceptos han sido reordenados después del descubrimiento del inconsciente y del objeto a. En consecuencia, la marginación a la que me refiero implica un desentendimiento radical tanto de la responsabilidad del sujeto con el Otro —bien en términos de la razón práctica kantiana, bien en la hegeliana—, como de la responsabilidad del sujeto en su acto, pues los desarrollos de la ciencia positiva conciben al hombre como un organismo, y al Otro como un medio natural, lo cual implica que no hay sujeto, tampoco hay historia, menos aún un acto responsable del sujeto.
La agresividad en el psicoanálisis
tienen en el horizonte las constantes y las reglas, o aquello que es comparable para poder ser explicado3. En consecuencia, si se habla de algún tipo de sujeto se hace desde los principios fundamentales de la lógica matemática, de las ciencias cognitivas, la neurología o la biología, donde el sujeto cobra valor como individuo dentro de una especie, como unidad en el cálculo matemático, o como referencia ideal de la historia, mas no como efecto del discurso, del vínculo social, y menos aún a partir de la responsabilidad frente a su acto en su singularidad4, donde estaría incluido el inconsciente. Es por esta razón que Martin Heidegger llamó a la modernidad «Época de la Imagen del Mundo», es decir, un sistema panificable y calculable, constituido por campos de objetos, o sea, que lo existente, en su estatuto de verdad, ha de pasar por aquello que la ciencia demuestra a partir de sus coordenadas. Por eso se puede decir que el aporte del psicoanálisis ha permanecido en la sombra de aquello que es incalculable en la modernidad, dado que cuenta con la lógica de lo singular5, definiendo así su estatuto clínico desde la ética, más que desde la ciencia, a pesar de los intentos que hizo Freud al respecto6. El psicoanálisis, en consecuencia, no ha ahorrado esfuerzos para darle lugar a lo singular, y lo ha hecho desde la clínica, por eso cuenta con el sujeto del inconsciente y el objeto a, entre otras nociones, acuñadas a partir de una intersección entre la clínica y los conceptos derivados de la ciencia o la filosofía. No sobra aclarar que el empeño de Lacan fue entablar un diálogo con la filosofía, la 3 4
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A pesar de las discusiones de Dilthey, las ciencias del espíritu corren hoy por hoy la misma suerte que está corriendo el pensamiento alemán. Lo singular cuestiona el campo de la ciencia, sin embargo, esta última no lo toma como arista para construir saber, sino que lo integra como excepción de lo constante, lo cual le permite enmarcarlo en su campo. Entendido como aquello que no es susceptible de ser comparado para explicarlo. Lo singular, lo raro, lo simple, lo no habitual no se entiende de por sí, y por eso queda inexplicado para la ciencia, dado que esta exige la comparación para poder entrar en el campo de lo explicable. Sigmund Freud, «35.ª Conferencia. En torno de una cosmovisión» «Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis» (1933 [1932]), en Obras completas (Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2004). 55
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lógicamatemática, la topología, la cibernética, la termodinámica, entre otros campos, no simplemente como un recurso contingente, sino como una necesidad, sobre todo si se entiende que una era es fundamentada por la metafísica7. En consecuencia, al contar con el inconsciente, el psicoanálisis subvierte el pensamiento mismo, pues introduce el campo del sujeto, entendido desde lo singular, descentrándose del proyecto moderno de la ciencia por cuanto este exige que lo existente quede inscrito en algún campo de objetos. Se puede entender, entonces, que las notas que siguen pretenden diferenciar la noción de agresividad elaborada sin sujeto, cuyo piso fundamental es la biología, de la que construye el psicoanálisis cuando se le da un lugar al inconsciente en la experiencia clínica. Sin más preámbulos, en primer lugar vamos a esbozar brevemente lo que dice la ciencia sobre la agresividad. En este caso, abordaremos a Konrad Lorenz, etólogo austriaco, cuyas tesis han influido los planteamientos sobre el comportamiento animal. Luego nos detendremos en la afirmación de Lacan, que plantea que la agresividad es subjetiva en su constitución misma. La agresividad en la etología…
Para Konrad Lorenz la agresividad es uno de los instintos superiores junto al sexo, el hambre y el miedo, los cuales son mecanismos innatos, determinados en la evolución filogenética, es decir, transmitidos hereditariamente. Desde esta perspectiva, el etólogo austriaco explica el impulso agresivo y así entiende el porqué de ese impulso por agredir a otros individuos de su especie, lo que llamó «agresividad intraespecífica». Su explicación se hace extensiva para entender las conductas agresivas del humano hacia sus semejantes, desde una simple pelea hasta una guerra. Algunos autores afirman erróneamente que Konrad Lorenz toma elementos de Freud, dado que plantea que [e]l conocimiento de que la tendencia agresiva es un verdadero instinto, destinado primordialmente a conservar la especie, nos hace comprender la magnitud del peligro: es lo espontáneo de ese 7
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En el pensamiento moderno, es la metafísica cartesiana.
La agresividad en el psicoanálisis
instinto lo que lo hace tan temible […]. La opinión, completamente errónea, que se enseña de que tanto el comportamiento humano como el animal son de tipo predominantemente reactivo y que aun conteniendo elementos innatos puede modificarse por el aprendizaje, todavía tiene profundas raíces, y difíciles de extirpar.8
Además, proponen que los argumentos tanto de Freud como de Lorenz se fundamentan en una carga instintual propia de la especie; y entonces, al ser el instinto agresivo innato, la única diferencia es que el primero dice que la agresión tiene causas psicológicas, mientras que el segundo las ubica en la biología. Desde esa perspectiva, ambos pretenderían analizar las causas innatas del comportamiento. Veremos más adelante que esa diferencia, aunque parece de forma, no tiene el mismo fundamento epistemológico, sino que daría cuenta de una diferencia radical entre la constitución del sujeto y el desarrollo de un cachorro. Se puede decir que lo que realmente fundamenta al etólogo son las tesis de Charles Darwin, las cuales proponen que el instinto agresivo es el motor específico evolutivo de la lucha intraespecífica del más fuerte, quien tiene el encargo, instintivamente hablando, de la supervivencia de la especie, mientras que los más débiles mutarán para mejorar su respuesta ante el medio y así poder conservarse. Darwin dirá que de este juego, por decirlo de alguna manera, entre selecciones naturales y mutaciones, surgieron las nuevas especies. La tesis de los etólogos, en este caso de Konrad Lorenz, es que el instinto agresivo apareció por la evolución de las especies y en consecuencia los animales superiores poseerían esta carga, lo cual garantizaría la supervivencia de los mejores en la naturaleza. Este instinto permitirá que los individuos de una especie se reconozcan mediante la secreción de un olor característico de la especie y de la familia a la cual pertenecen. En su libro, Sobre la agresión: el pretendido mal, Lorenz da varios ejemplos de la manera como ciertos animales, al reconocer un olor que no pertenece a su familia, agreden fuertemente al intruso hasta provocarle la muerte: 8
Konrad Lorenz, Sobre la agresión: el pretendido mal (Madrid: Siglo XXI, 2005), 60-61. 57
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Lo que hacen las ratas cuando un miembro de una familia extraña de ratas va a dar al territorio de las primeras (o cuando el experimentador lo pone entre ellas), es lo más horrible y repugnante que puede imaginarse. A veces el extraño se pasea durante varios minutos, y aún más largo tiempo, sin tener idea del espantoso destino que le espera. Y a todo eso, los residentes siguen en sus ocupaciones como si nada. Hasta que el intruso se acerca lo suficiente a uno de ellos para que le llegue el olor. Inmediatamente, una sacudida eléctrica recorre a este animal residente, y en un abrir y cerrar de ojos, toda la colonia ha recibido la alarma por el proceso de transferencia de la motivación, que en la rata noruega se realiza tan sólo mediante movimientos de expresión y en la rata doméstica con un grito ensordecedor [...]. Entonces, con los ojos desorbitados por la emoción y los pelos erizados, las ratas se disponen a la caza de ratas.9
A pesar de este resultado nada halagüeño, el investigador austriaco propone, paradójicamente, que el instinto agresivo en los animales cumple ciertas funciones para el mantenimiento de la especie, a saber: r La distribución regular y equitativa de los individuos de una misma especie al acceso del territorio vital, es decir, de un territorio provisto para el mantenimiento de la especie, de tal suerte que si aparece uno que no pertenece a ese territorio, desencadenará la agresividad de aquellos que sí pertenecen, lo cual implica la defensa de las condiciones de vida. r La lucha del más fuerte garantiza el mantenimiento de la especie, pues en el enfrentamiento asegura la supervivencia de los mejores, capaces quizá de enfrentarse a enemigos de otras especies que amenacen la suya. r El cuidado de la progenitura mediante la agresión a aquellos que intenten vulnerarla. r La presión permite establecer la jerarquía que sostiene la organización animal.
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Lorenz, Sobre la agresión, 182.
La agresividad en el psicoanálisis
r La agresión favorece la constitución de lazos amistosos. En aquellos animales donde hay alta tendencia a la agresividad intraespecífica se establecen lazos amistosos más fuertes que en aquellos animales donde no la hay. Estos forman grandes masas de animales consolidados, donde unos siguen a otros. Fenómeno definido por Konrad Lorenz como «multitudes anónimas». En el primer caso la agresión se inhibe cuando se encuentra con otro individuo con la misma agresividad, mientras que se agrede a aquel que la tiene baja. Según el autor, emerge la frontera de lo familiar y lo extraño. Entre animales de la misma especie el más fuerte inhibe la agresión cuando el otro da signos de sumisión. Por tanto, la agresividad no es mortal, al menos que sea por un accidente. Dentro de esta lógica se introduce al hombre, pero con una variedad fundamental, pues este no posee los inhibidores de las tendencias agresivas, ya que los perdió al incorporar el pensamiento conceptual y las herramientas, las cuales sirvieron, ante la ausencia de armas propias, para modificar las condiciones extraespecíficas, y devinieron en armas para matar a sus semejantes. Dado que el instinto no se adaptó correlativamente a la construcción del pensamiento conceptual, dejó al ser humano desprovisto de un inhibidor de la agresión física, y a cambio posee, repito, el pensamiento conceptual y el avance técnico para domeñar la naturaleza. Después de haber la humanidad, gracias a sus armas y sus instrumentos, sus prendas de vestir y su fuego, dominado más o menos las fuerzas hostiles de su ambiente extra específico, se produjo sin duda un estado de cosas en que las contrapresiones de las hordas enemigas vecinas fueron el principal factor selectivo, que determinó los siguientes pasos de la evolución humana. Nada tiene de sorprendente el que ese factor produjera un peligroso exceso de lo que se ha dado en llamar «virtudes guerreras» en el hombre.10
En este texto, Lorenz plantea que la agresión es una respuesta refleja, que está dentro de los Mecanismos Inhibidores Innatos 10 Lorenz, Sobre la agresión, 269-270.
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ante condiciones desconocidas por el hombre, por tanto es necesario diferenciar la agresión natural de la violencia culturalmente pautada. Si bien todo animal no busca la agresión de su congénere, el hombre sí lo hace con lo que fue el producto del cerebro. Por tanto, el desarrollo de la adaptación del hombre y el producto de esta, que es la función simbólica, genera causas morales que lo llevan a matar; es lo que Lorenz llama «entusiasmo», causa de la crueldad y de los síntomas del cuerpo. Puesto que esa agresión no tiene inhibidores naturales, su desenlace es la eliminación del otro, causada por la rivalidad sexual y la selección natural. La manera de controlar esa acumulación de agresividad es el movimiento reorientado a rituales simbólicos. Esta salida es explicada por la pérdida de la función original en la filogénesis y se convierte en ritual innato, de tal forma que son sus efectos los que permiten inhibir la conducta agresiva. Si bien el autor se cuida de generalizar el problema del instinto, aunque propone que lo común entre animales y el hombre es el instinto de agresión, el cual garantizaría la regulación entre individuos de una misma especie, deja entre bambalinas lo que él llama el «producto del cerebro», como si se tratara de una línea filogenética de desarrollo. No alude al porqué del cambio de una carga de inhibidores por el pensamiento. No obstante, refiere la construcción de una moral que llevaría al hombre a eliminar a su congénere, tipo de agresión que no tiene inhibidores naturales. La agresividad, una propuesta psicoanalítica
El psicoanálisis, por su parte, descarta el instinto de agresión y su determinación filogenética. Por dos razones: la primera estriba en que el sujeto no está determinado por el instinto a causa de su prematuración biológica, y la falencia neuronal con la que nace le imposibilita la respuesta motora ante un impulso externo —esto lo llevará ulteriormente a construir un aparato psíquico para huir de aquello que desequilibra su homeostasis—, condiciones neuronales que le hacen requerir de manera radical al Otro. La segunda tiene que ver con el hecho de que el psicoanálisis descubre 60
La agresividad en el psicoanálisis
que la agresividad es consustancial a la constitución misma del sujeto, pues se genera en la dialéctica implicada en el encuentro con el Otro primigenio (la madre), y que, mediante esta relación lo llevará, en un segundo momento de alienación, al encuentro con la cultura, con el lenguaje; es una estructura que no responde a la misma lógica de la naturaleza. Vale la pena resaltar que el marco en que se realiza esta construcción subjetiva es la cultura preñada de la lógica significante. Cuando Lacan alude al estadio del espejo como formador de la función del yo, a partir del modo como se revela en la experiencia analítica, nos dice que el niño, a razón de la inmadurez de su sistema piramidal —encargado de la actividad motora voluntaria—, es compelido a depender del Otro de modo radical, de su deseo, para vivir; si esto no ocurre, si el Otro no lo acoge, las consecuencias serán funestas11. Es necesario aclarar que ese Otro no es una hembra, sino una madre, es decir, alguien que se reconoce como sujeto, y que lo sepa o no, está determinada por su historia familiar, la cual a su vez está «incrustada» en la historia misma de la humanidad, o sea, en la cultura. Esta madre, a partir de su deseo, ubica dialécticamente al niño como su hijo, en cuanto tiene en el horizonte un padre; esta posición permite la transmisión de 11 El recién nacido no viene al mundo provisto del sistema nervioso apto
para sus autonomía, pues hay una suerte de prematuración que impide que el niño literalmente pueda controlar sus músculos, dado que el movimiento que posee es fundamental para la vida, ya que el sistema piramidal aún no se ha mielinizado. Por esta razón está a expensas del sistema extrapiramidal, el cual se encarga de percibir la excitación de los órganos de recepción y manda los impulsos a la musculatura mediante mecanismos automáticos de la médula espinal; en consecuencia aparecen los movimientos automatizados, por ejemplo el reflejo de la posición de la cabeza, y aquellos necesarios para la vida. A diferencia de la vía piramidal, la cual está encargada de los movimientos involuntarios —dado que une la corteza con la periferia del organismo— mediante una decusacion de la pirámide, a través de la médula espinal, de manera que tiene control de los músculos pequeños como los de los dedos de la mano. Por eso se puede decir que el sistema se mieliniza cuando el niño tiene movimientos voluntarios, por ejemplo, el control de esfínteres se produce a los dos años, aproximadamente. 61
Juan Carlos Suzunaga
las leyes del parentesco, que no son otras que las del lenguaje. En consecuencia, ese lugar en el que funciona la madre, la convierte en representante de un saber que se transmite de generación en generación, mediante las relaciones de parentesco y, como tal, cumple dos funciones, a saber: la primera, facilitar una imagen y un cuerpo a ese pequeño neonato, y la segunda, introducir la función paterna, entendida como una prohibición a la satisfacción pulsional. De esta manera, el niño es introducido en una dialéctica que no es natural, puesto que no está provisto de las condiciones materiales; su situación de vulnerabilidad lo sujeta completamente al Otro. Esta mención, en lo que respecta al recién nacido, alude a la imposibilidad de la autonomía, la cual lo llevará a vérselas con un Otro que no es natural. Esto quiere decir que la manera en que sobrevive no es mediante los instintos, como lo ha planteado la biología, sino a partir del deseo del Otro. Entonces, no es la evolución aquello que lo determina, ni el desarrollo, sino el deseo que deriva de una falta constitutiva causada por el lenguaje12 y derivada de la vulnerabilidad neuronal, falta privativa de todo el género humano, de todo ser hablante. De la prematuración biológica al aparato psíquico
Quisiera detenerme brevemente en la prematuración. El niño, al nacer, carece de la capacidad de movimientos voluntarios, por tanto, está a expensas de estímulos externos que no son ubicables, y de los cuales no puede huir, por su incapacidad motora de deshacerse de ellos, 12 El lenguaje para el psicoanálisis es una estructura que preexiste al
sujeto y es la condición para que este se constituya como tal. Es decir, el neonato no solo necesita que tenga un organismo para vivir, sino que al nacer se encuentra con una estructura que lo transforma (el lenguaje), introduciéndolo en una suerte de conjunto de elementos que guardan una relación de oposición entre sí y cada uno de los cuales adquiere su valor, en cuanto que está relacionado con el Otro. Se puede decir que lo que recibe a un recién nacido no es el medio ambiente, sino la cultura, entendida como ese conjunto de relaciones de elementos (las estructuras de parentesco, la historia, la sociedad, y todo aquello que introduzca una prohibición para regular el goce o la satisfacción pulsional). 62
La agresividad en el psicoanálisis
lo cual causa el llanto, que será leído por el Otro como un llamado. En su dependencia, va a ser el Otro el que disminuirá su displacer al satisfacerlo provisionalmente con el primer amamantamiento, lo cual le dejará una huella en el sistema nervioso, pues aún no se ha formado su cuerpo como objeto imaginario. Esta satisfacción primera desaparecerá definitivamente y se convertirá en la satisfacción paradigmática, con la cual el niño alucinará como si fuera la primera en su repetición. Esa fuerza constante y endógena será llamada por Freud «pulsión», y se distanciaría de esa otra noción empleada por la biología, el instinto, pues este último operaría como una fuerza variable, su estimulo será exógeno y su función es homeostática, mientras que la construida por Freud será irremediablemente insatisfecha en su totalidad; tan solo será satisfecha de manera parcial, pues buscará un objeto real ya desaparecido, inexistente, en otro registro, bien sea en lo imaginario de la dialéctica donde se constituye el yo con el otro, o en lo simbólico, donde se sublima con el lenguaje. Al intentar librarse de ese displacer, el niño construye un aparato psíquico, a partir de la alienación a la imagen del otro, expulsando fuera aquello que soporta de su insatisfacción. Por tanto, esa insatisfacción de objeto, de la cual no podrá librarse, orientará el resto de su vida. Se puede decir que la pulsión es una exigencia del trabajo impuesto al aparato psíquico. Mientras que el instinto es guía de la vida para el encuentro de un objetivo preciso, la pulsión pone en riesgo la vida misma en su búsqueda insensata de un objeto que dista de ser específico, pues su correlato es la destrucción total, ya que buscará un retorno imposible. A pesar de que la pulsión de muerte no es la agresividad, esta última la representará como un intento de restituir la armonía interior cuando se dirige al otro. Recordemos que optar por esta vía es inexorable, dado que el niño está imposibilitado de ir a la acción, sin embargo, esta salida es la más expedita. Aquello que no reconoce como suyo es lo más íntimo, en tanto que lo que le causa displacer es, precisamente, esa fuerza constante y endógena, pues en principio la satisfacción se experimenta en el sistema nervioso mediante un objeto que le satisfizo en la inmediatez y que va a desaparecer de manera radical. 63
Juan Carlos Suzunaga
Más aún, cuando ese objeto que facilita la satisfacción es buscado en un registro que no tiene nada que ver con el registro de lo real, lo biológico; ya no es natural. Me refiero a la pulsión. Esta fuerza, constante y endógena, es la que va a acompañar al sujeto durante su vida; él tendrá que vérselas con esta una y otra vez, en diferentes momentos, lo cual se va a vivenciar de manera dramática, o si se quiere, trágica, a menos que sea tramitada mediante la inhibición de su satisfacción. El auxilio del semejante es fundamental porque en su ausencia el niño irremediablemente moriría. Por lo tanto, el niño es introducido en una relación dialéctica imaginaria dentro de un marco simbólico que le preexiste, como es la cultura. Es importante subrayar esto porque me permite exponer las razones por las cuales la agresividad, más que ser una respuesta de un mecanismo desinhibidor innato, es efecto de la relación que tiene el niño con su madre, en tanto sujeto en relación con el otro. Lo imaginario. Una dialéctica necesaria
Lacan ubica la fase del espejo entre los 6 y los 18 primeros meses. Su importancia radica en que Lacan la plantea como fase fundante de la subjetividad y como la que determinará la estructura del sujeto. Recordemos que en este momento el niño carece de motilidad, puesto que no ha habido mielinización del sistema piramidal, lo cual le impide moverse a voluntad y por tanto no puede deshacerse de aquello que lo excita o lo desequilibra, en tanto que es un organismo, pero paradójicamente hay actividad psíquica. Se reconoce, entonces, una falta de correspondencia entre la organización física y el desarrollo físico, puesto que ocurre la anticipación de una imagen a partir del otro mediante la identificación a su imagen, lo cual permite la construcción de una ortopedia o imagen correcta de su cuerpo, que lo salva de la dispersión. Una imagen a la cual se identifica, identificación a la que Freud llama el «yo ideal», en tanto que el niño se identifica con el objeto del deseo de su madre; es decir, al objeto que completaría su falta, a saber: el falo imaginario13. 13 La madre, en cuanto ser hablante, posee una falta estructural, falta de un
objeto pleno que colme su deseo y que la sitúa en la condición de sujeto 64
La agresividad en el psicoanálisis
La agresividad como manifestación de la mascarada imaginaria de la completitud
En la experiencia analítica, al afinar la escucha de lo que el sujeto habla dentro del dispositivo14, hay ciertos hechos que sirven de huellas que orientan la escucha hacia el reconocimiento de una estructura que les da origen y que se manifiestan como intenciones agresivas, reacciones de diferente matiz, vividas como odio y hostilidad. La ironía, la burla, el sarcasmo, el insulto, entre otras, aluden a la instalación de la agresividad como intención subjetiva en una relación dialéctica. La inhibición que causan, la amenaza que amedrenta o el daño que generan a aquel a quien se dirigen revelan la eficacia de la agresión. Según Lacan, la causa de la agresividad son las imagos, o representaciones inconscientes del sujeto de su propio cuerpo fragmentado (imágenes de castración, destripamiento, dislocación corporal) que se generan en el marco de la constitución de su propio yo, donde se ha producido la anticipación de una imagen total y plena, a partir de la imagen del otro; se trata de un proceso fundante del yo y, a la vez, del narcisismo primario, proceso al que Lacan ha dado el nombre de Estadio del espejo. La agresividad deseante. El objeto al que tiende su deseo se le ha llamado objeto fálico. En la serie de objetos fálicos construidos por un sujeto, algunos se sitúan en la categoría de «falo simbólico» y otros en la de «falo imaginario». Esta última categoría corresponde a aquellos objetos con los que el sujeto, de modo ilusorio, engañoso, cree completarse plenamente, y el hijo entra en esa categoría (el hijo como falo imaginario al que el niño se identifica inicialmente —creer que él es todo para la madre, que colma su falta y acomodarse allí identificado con ese objeto—); la madre debe brindarle esa ilusión para luego hacerle saber lo contrario, «desilusionarlo». Parte del proceso de la organización psíquica del niño es reconocer que ni él completa a su madre ni ella lo completa a él, es decir, que debe constituirse él mismo no como objeto sino como sujeto deseante, accediendo al falo simbólico a través de la castración, en otras palabras, aceptando la falta; pues la falta misma es el falo simbólico, su significante. 14 Se llama «dispositivo analítico» a las condiciones requeridas para emprender una cura psicoanalítica, en las que se permita seguir la regla fundamental de parte de quien se somete a dicha experiencia, la asociación libre, con su correlato, la atención flotante, de parte de la persona que escucha, el psicoanalista. 65
Juan Carlos Suzunaga
viene a ser testigo de un trasfondo de fragmentación corporal que muestra el engaño narcisista, en cuanto se establece como imagen totalizadora que se funda como proceso anticipatorio de un yo ideal, y que supone una matriz simbólica que determinará al sujeto. Expusimos en líneas precedentes que aquí se trata no de la respuesta de un organismo a un estímulo, sino de una tendencia correlativa a la identificación del niño a la imagen de otro, lo cual implica una dimensión subjetiva que se manifiesta en relación con la intención del otro. A diferencia de la lógica lineal, evolutiva, de desarrollo gradual de la biología, la agresividad se expresa y se constituye en procesos anticipatorios y retroactivos, pues los procesos subjetivos no tienen la misma lógica del desarrollo porque sus procesos están enmarcados por el lenguaje, y en consecuencia puede decirse que son procesos de anticipación y retroacción15. No hay representación, en tanto que para el infante aún no hay sujeto ni objeto, y menos un otro. Además, la representación de cada órgano es inexistente, puesto que cada uno es vivido de manera separada; así mismo, se confunde en los movimientos de su madre. Podemos decir que la experiencia del niño ante lo que percibe es de confusión. Son objetos en su estatuto de real, aparecen y desaparecen en la inmediatez de la experiencia, vienen y se van, sin que logre situarlos en una suerte de coherencia. De la misma manera, el placer que experimenta no es ubicable. Lo característico de esta experiencia (anterior a la constitución del yo) es su fragmentación, su dispersión, pues aún no posee una unidad que integre esa fragmentación en la que se encuentra su organismo, la cual se constituirá a partir de su identificación con la imagen de la madre; identificación que de manera anticipada le da unidad al cuerpo, pese a su inmadurez biológica. El niño es objeto de una suerte de reordenamiento en el momento en que él aparece en el mundo y es introducido en la dialéctica significante. Esta insuficiencia del organismo que caracteriza al cachorro humano viene a ser su gran potencia, dado que a causa de ella 15 Cuando se organizan aspectos psíquicos anticipándose a desarrollos
biológicos se está frente a un proceso anticipatorio. Cuando una experiencia posterior reorganiza una vivencia anterior, se habla de proceso retroactivo. 66
La agresividad en el psicoanálisis
construye un aparato que le permite sobrevivir, a partir del deseo del Otro. Esta insuficiencia aflorará en los fantasmas de fragmentación del cuerpo, al surgir de manera retroactiva. Respecto al proceso de reconocimiento del propio cuerpo, en relación con el otro, en tanto imagen, es necesario anotar que hay una discordancia entre la realidad del cuerpo y la idea de totalidad que emerge en el proceso de identificación con la imagen del otro16. Se identifica con el otro, en tanto que es omnipotente y autónomo, aspecto que forja la fascinación como esencia de la constitución del yo. La anticipación psíquica respecto del desarrollo físico implica la identificación del niño con el ideal del yo, en un momento en el que para nada domina los movimientos ni la estabilidad de su cuerpo. En la formación del yo no se trata de un sujeto de conocimiento, puesto que no está en el marco del sistema percepción-consciencia. Es decir, aún no se ha constituido un sujeto, pues lo que sucede es el inicio de una anticipación de una imagen que viene del otro, lo cual le dará unidad a la dispersión de movimientos, sensaciones autónomas, no ubicables, a partir de la unidad imaginaria: yo en tanto que Otro. Esta primera alienación tiene estructura dual, perseguirá una imagen que no es la suya, pero inexorablemente lo es, por tanto no podrá ser alcanzada. En la intimidad se juega la confusión de un objeto imaginario en disputa, en una estructura de imágenes. El conocimiento del yo implica un desconocimiento del otro del que deriva, y del que inexorablemente depende. Un conocimiento que tiene estructura paranoica: saber del yo supone necesariamente encontrarse con un otro. Lo íntimo de la imagen está afuera, en una relación dialéctica que se invierte. Hay alienación a una imagen ideal que se escurre. «Yo soy el otro» inaugura una tensión fundamental, puesto que el yo se constituye en la imagen del otro, de tal suerte que el yo aparece como objeto de disputa. La estructura del yo es dual, imaginaria, es decir, está en relación con la imagen, ya que se constituye a partir del Otro; en consecuencia, aparece una con16 Hay discordancia por cuanto el niño logra organizar una imagen total de su
cuerpo a pesar de no tener control total de este, de no dominarlo aún. 67
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tradicción entre la fascinación y la rivalidad, ente lo semejante y lo extraño. Así, la identificación narcisista, el yo y la agresividad son consustanciales. Esta contradicción, que es fundamental por su estructura misma, se juega entre la fusión de la identificación —fusión que confunde— y la agresividad que divide y permite apropiarse de un lugar que distancie al sujeto del otro, de los otros. Es una dialéctica que instaura una lucha a muerte por el prestigio y el reconocimiento. El correlato es la destrucción del otro. La contradicción ante la fascinación y la destrucción de la imagen que es el Otro desemboca en un callejón sin salida que debe ser resuelto en una segunda alienación, donde la lucha a muerte tendrá una salida, afortunadamente. Aquí lo simbólico reordenará la lógica imaginaria con la introducción de un tercero, de la identificación con el ideal del yo a partir de un rasgo, de tal manera que resuelve los impulsos destructivos y el temor que implica quedar a expensas del deseo del Otro, pues se lograrán representar en el lenguaje y se reconocerán a través de este los referentes que permiten limitar los impulsos destructivos. Este segundo momento, el de la identificación con el ideal del yo, se resuelve al no poder realizarse; por tanto, la segunda identificación se juega del lado del tener, es decir, tener lo que el otro tiene, y alude a los objetos que remiten al deseo del Otro. De la lógica del ser el objeto del otro, el sujeto pasará a tener los objetos del deseo del Otro. En este movimiento la agresividad se inscribe en un registro diferente al que la fundó, pues el gran Otro de la cultura, la deriva del lado de los ideales y su tramitación se vehicula en los síntomas o en la palabra, de tal forma que la vuelve dialectizable. Ya para terminar, es necesario anotar para ulteriores trabajos que si bien la agresividad no es la pulsión mortífera, es una representación de ella, un rodeo posible ante la inexorable captura en esa dialéctica imaginaria, una suerte de estrategia inconsciente para realizar lo imposible de la satisfacción pulsional, el goce. La intención agresiva por su estructura puede quedar atrapada en lo que Freud y Lacan llaman la «tendencia agresiva», que es el reencuentro con lo mortífero de la pulsión, con la imposibilidad de la armonía imaginaria, de forma que la pulsión de destrucción surge en el otro o en el propio cuerpo del sujeto y se evidencia en 68
La agresividad en el psicoanálisis
el fenómeno de la repetición como compulsión, y con el descubrimiento del masoquismo primordial. No hay una suerte de tendencia natural hacia los valores morales. Desde esta perspectiva el psicoanálisis rompe la dinámica del evolucionismo como lo plantea Konrad Lorenz, señalado en líneas más arriba. Así, para el psicoanálisis, el dato que arroja la agresividad es la necesidad de expulsar la experiencia propia del cuerpo fragmentado, por lo tanto rechaza la explicación de la agresividad como respuesta ante la frustración de una necesidad, o de una respuesta del cerebro ante la ausencia de inhibidores de tendencias agresivas de la especie. Bibliografía Obras citadas Freud, Sigmund. «35.ª Conferencia. En torno de una cosmovisión» «Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis» (1933 [1932]). En Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2004. Lorenz, Konrad. Sobre la agresión: el pretendido mal. Madrid: Siglo XXI Editores, 2005. Obras consultadas Dilthey, Wilhelm. El mundo histórico. México: Fondo de Cultura Económica, 1944. . Proyecto de una psicología para neurólogos. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2004. Freud, Sigmund. «Más allá del principio del placer». En Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2004. Heidegger, Martin. La época de la imagen del mundo. Madrid: Alianza Editorial, 2005. Hegel, G. W. F. Fenomenología del espíritu. Valencia: Pre-textos, 2006. Lacan, Jacques. La agresividad en psicoanálisis. Madrid: Siglo XXI Editores, 1989. . El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia analítica. Madrid: Siglo XXI Editores, 1989. 69
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. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Barcelona: Editorial Paidós, 1990. . Observación sobre el informe de Daniel Lagache: «Psicoanálisis y estructura de la personalidad». Madrid: Siglo XXI Editores, 1989. Tinbergen, Nikolaas. El estudio del instinto. Bogotá: Siglo XXI Editores, 1981.
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LO SIMBÓLICO
Las formaciones inconscientes y lo simbólico
Álvaro Reyes Universidad Nacional de Colombia
Muchos de los pacientes neuróticos a los que someto al tratamiento psicoanalítico acostumbran confirmar, echándose a reír, los resultados del análisis que descubren a su percepción consciente lo inconsciente oculto, y ríen incluso cuando el contenido de lo descubierto no justifica en absoluto tal hilaridad.
Sigmund Freud
Es cierto, percatar lo inconsciente da risa, pues la interpretación psicoanalítica está estructurada como un chiste. Empero la segunda parte del comentario nos deja perplejos y, acaso como a Freud, nos incita a decir a quienes ríen cuando el contenido no justifica el júbilo: «Oiga, esto no es un chiste», con lo cual parafrasearíamos a Magritte escribiendo debajo de una pipa: «Esto no es una pipa». Así las cosas, los párrafos siguientes discurren en torno a las formaciones del inconsciente y a lo simbólico en Lacan, en tiempos en que traza la preponderancia del significante sobre el significado, de lo simbólico sobre lo imaginario y lo real, momento entonces del inconsciente lenguaje. Cuando se habla de tales formaciones se dice que son los sueños, los olvidos, los recuerdos, los lapsus, los chistes y los síntomas. Aquí cabe una precisión, pues si bien Freud en unas elaboraciones las deja en el mismo conjunto, por ejemplo, en sus Lecciones introductorias al psicoanálisis (1917), en otras separa al síntoma dándole un lugar específico; tal diferenciación será acentuada por Lacan. Tres trabajos del maestro vienés sobre estos temas obligan a volver a ellos porque poseen tintes y tintas fundacionales 73
Álvaro Reyes
y convocan, además, lo punzante de su invención. El primero en aparecer fue La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung), en 1900, y le siguió Psicopatología de la vida cotidiana en 1904, año de su primera edición con cuerpo de libro, ya que desde 1898 circulaban capítulos o partes referidas al olvido. En 1905 se publica El chiste y su relación con lo inconsciente, que a diferencia del texto de los sueños, fue considerado por Freud y analistas posteriores como un ensayo de aplicación; resituarlo como volumen magistral haciendo trilogía con los dos anteriores, al abordar asuntos lenguajeros, del inconsciente, del deseo humano y por tanto del campo psicoanalítico, requirió otra lectura para no dejar olvidar asuntos como el que indica desde sus primeras líneas: Las palabras constituyen un material plástico de una gran maleabilidad. Existen algunas que llegan a perder totalmente su primitiva significación cuando se emplean en un determinado contexto. Un chiste de Lichtenberg se basa precisamente en esta circunstancia: ¿Cómo anda usted?, preguntó el ciego al paralítico. Como usted ve, respondió el paralítico al ciego.1
En la primera parte de El chiste y su relación con lo inconsciente Freud se ocupa de mostrar los diversos modos como se arman los chistes. Ellos apelan a esa plasticidad, a mecanismos como los del sueño, es decir, a procesos de condensación y desplazamiento actuando al unísono, que él designa como «los dos obreros»2. Reitera que desde La interpretación de los sueños distingue un contenido manifiesto de unas ideas latentes: el primero es recuerdo —por lo común, ininteligible o sin sentido— y las segundas, aquello de donde ha partido el sueño. Un chiste como el que acabamos de citar es análogo a lo manifiesto. Ahora bien, si nos diéramos a la tarea de explicarlo, sería como las ideas latentes: para empezar, la extensión sobrepasaría la predilección por la economía y explicarlo sería arrui1 2
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Sigmund Freud, «El chiste y su relación con lo inconsciente» (1905), en Obras completas, tomo 1 (Madrid: Biblioteca Nueva, 1981), 1042. Sigmund Freud, «La interpretación de los sueños» (1900), en Obras completas, tomo 1, 1015.
Las formaciones inconscientes y lo simbólico
narlo; algo parecido ocurre al indagar las ideas latentes, se vacía la gracia al perderse goce. Nos sigue iterando el maestro vienés que la condensación procede de varios modos, uno de los cuales es la creación de formaciones sustitutivas3. Así, en el contenido manifiesto topamos personajes, situaciones, objetos e imágenes compuestas o combinadas como modos de expresión de estas formaciones; son también comunes los sueños donde actuamos con un personaje algo que le corresponde a otro y que tiene, además, características de un tercero. La labor interpretativa muestra los enlaces entre tales figuraciones de manera que hace patente su múltiple contenido y determinación. En la misma senda están los lapsus y las equivocaciones en la lectura o la escritura, como las que trae la Psicopatología de la vida cotidiana. Freud nos comenta allí que un empleado desea invitar a sus colegas a beber por la prosperidad del jefe y en vez de decir «los invito a stossen [‘hundir’] por la salud de nuestro jefe», dirá «los invito a aufstossen [‘eructar’] por la salud de nuestro jefe»4. Con seguridad las sonrisas y las risas —quizás acalladas— no faltaron a la ocasión. Se quiso decir algo y se expuso otra cosa percatándose algo del inconsciente, que los asistentes y nosotros comprendemos, interpretamos como deseo; advertimos el carácter discursivo-social inconsciente. Notemos además cómo en la sustitución efectuada aufstossen conserva letras y fonemas comunes con stossen, pero el significado es otro. Esas letras son soporte real del inconsciente cuya alteración implica mutaciones, permutaciones de sentido por rupturas simbólicas. Ahora bien, complicaciones idiomáticas, como las que preocupan toda traducción, obligan a acercar la ilustración. Usemos algo más vecino. En un salón de clase donde la mayoría de asistentes se conocen, una joven levanta la mano para intervenir; en medio del silencio ella quiere apuntar que el tema tratado es toda una complicación. 3 4
Freud, «La interpretación de los sueños», 1042. Sigmund Freud, «Lecciones introductorias al psicoanálisis» ([1916] 1917), en Obras completas, tomo 2, 2147.
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En lugar de ello dice: «Es que esto sí es toda una embarrazada». Saltan carcajadas y comentarios. Ella se pone roja y luego asiente estar embarazada. Toda una complicación embarrada embarazada ha sido unida para formar un nuevo decir que trasluce una verdad por la vía de la hilaridad. Apreciemos la sustitución: embarrada se ha trastocado con embarazo. Dos tendencias, al decir freudiano, una perturbada y otra perturbadora, dualidad básica para producir conflicto, cuya resolución es una transacción posibilitadora de retorno de lo reprimido, esquema básico mínimo de toda producción inconsciente. Advirtamos la presencia simultánea del desplazamiento y de la condensación en ese lapsus por la actuación de los dos obreros sobre similitudes temáticas; con económica precisión se textualiza y lo reprimido destella. Escribirá Lacan que como acto fallido es un discurso logrado porque consigue hacer que se reconozca algo del orden del deseo. Pero como cambio, modificación o alteración quizá no va más allá de la vergüenza, del ponerse roja, lo cual da cuenta del carácter volátil, efímero, del sujeto del inconsciente. Este lapsus chista y tal como otras formaciones inconscientes parafrasea a Picasso: no busca, encuentra, procede bajo la economía de la ficción de la verdad, según la cual: a buen entendedor…5 . Hemos señalado los modos como se da la condensación en sueños y chistes, acabamos de registrar lapsus donde actúa esta formación mixta o sustitutiva; también indicamos que los procesos de condensación y desplazamiento proceden juntos. En la situación descrita el desplazamiento transcurre en función de la temática de la complicación, de lo embarazoso, y hay un transcurrir entre sonidos, entre fonemas: se recortan y se pegan. Freud nomina estas asociaciones como externas, entendidas como exteriores al sentido inicial; es decir, se hacen sobre el significante, son procederes como de una gramática. Señalemos de una vez con Melman que actos fallidos y producciones como las anteriores acaso sean inventivas en su forma, 5
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Esta es la transcripción literal del minicuento que Guillermo Bustamante, psicoanalista escritor, publicó en su premiado libro Convicciones y otras debilidades mentales (Cali: Deriva, 2009), 73.
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pero iterativos en su fondo, en lo que dicen: «[…] siempre es un no… el lapsus viene a desafiar la autoridad y por ello hace reír… reta el poder, a la castración. Y, no lo dice el que lo dice… eso se dice»6. La castración aparece entonces como asunto de lenguaje, cuestión simbólica y no de personaje. Descentrar, hacer lo importante accesorio, destacar lo nimio, poner el «acento psíquico»7 en otro lugar, son modos de proceder del desplazamiento. De tal manera que, como en los sueños y en los chistes, colegimos la función del desplazamiento por sus efectos; su obrar da la apariencia de absurdo, de fallas de sentido, de despiste por el contrasentido o «la representación indirecta»8. En el artículo de 1915 «Lo inconsciente»9, Freud busca establecer la especificidad del inconsciente en el campo inaugurado por sus histéricas y él, ya que aquel tiene varios modos de ser comprendido. Uno de ellos es en sentido descriptivo, referido a lo inconsciente como latente. Mientras en sentido dinámico es aquello que impide o fuerza la exclusión del sistema consciente, se ilustra con la orden hipnótica dada a un sujeto (salir de un recinto, bostezar y volver), ejecuta pero no puede dar cuenta de ello, el inconsciente hace que realice la labor eficazmente, es decir, es ajeno a la consciencia pero perceptible en la conducta del sujeto. De aquí se desprende una idea más del concepto, pues esa coerción o fuerza que impide llegar a la consciencia ha de ser ubicable en un lugar psíquico, es la noción tópica. No obstante, estas concepciones, presentes en otros campos o autores, no capturan el sentido medular del invento psicoanalítico. Y, entonces, vuelve Freud a los sueños para recordarnos que allí aprendemos a ubicar la emergencia alucinatoria de las ideas y a establecer, por la vía de la interpretación, contenidos latentes. Así, inconsciente, en el sentido propiamente psicoanalítico, es un 6 7 8 9
Charles Melman, Para introducir al psicoanálisis hoy en día (Buenos Aires: Letra Viva, 2009), 26. Freud, «El chiste y su relación con lo inconsciente», 1072. Freud, «El chiste y su relación con lo inconsciente», 1072. Sigmund Freud, «Lo inconsciente» (1915), en Obras completas, tomo 2.
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concepto para nombrar las leyes de transformación de tales contenidos e ideas; es legalidad y no atributo o característica poseída por un ser. Son los procesos primarios y secundarios10, lo cual nos lleva a los dos obreros y a ubicar los aspectos medulares del sueño y por ende de todas las formaciones en el trabajo de elaboracióninterpretación. Inconsciente es sistema, maquinaria cuya lógica no es equiparable con lo irracional, sino que es discurso organizado por operaciones de desplazamiento-condensación. Restablecer esa legalidad y su lógica, perdida en muchos de los desarrollos posfreudianos, es una de las faenas lacanianas hecha con la idea de lo simbólico y su retorno a Freud. El analista francés echa mano de desarrollos lingüísticos y estructuralistas de Ferdinand de Saussure, Émile Benveniste, Roman Jakobson, Claude Lévi-Strauss, entre otros, para dar cuenta de nuestra sujeción al campo simbólico —lenguajero—. Pero al acudir a sus teorías no hace una transposición sino una transformación, metaforización o creación de algo distinto: se trata —dice Lacan— de «lingüistería» y no de lingüística, de «lalengua» y no de lengua. Justamente, buena parte de las elaboraciones lacanianas son una reflexión dictada desde la praxis analítica en torno al lenguaje y lo simbólico: a su función, a su efecto sobre lo humano, a sus límites e imposibilidades. Consigna también lo siguiente al adentrarse en los trazos de la pluma freudiana: La obra completa de Freud nos presenta una página de cada tres de referencias filológicas, una página de cada dos de inferencias lógicas, y en todas partes una aprehensión dialéctica de la experiencia, ya que la analítica del lenguaje refuerza en ella más aún sus proporciones a medida que el inconsciente queda más directamente interesado.11
10 Los procesos primarios son aquellos comandados por las leyes del
inconsciente, mientras que los secundarios son los relativos al pensamiento desde la lógica consciente. 11 Jacques Lacan, «La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud», en Escritos 1 (México: Siglo XXI, 1971), 194.
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Es notoria una ausencia en Freud: las escasas referencias a lingüistas, apenas dos, comparadas con la riqueza de su obra en relación con el lenguaje. Es llamativo el hecho de que haya acudido a otras fuentes y haya dejado de lado a Ferdinand de Saussure, no obstante de que eran contemporáneos y de que Freud tuviera noticia sobre él a través de su hijo, Raymond de Saussure, quien era su paciente y estaba muy interesado en establecer investigaciones de psicoanálisis-lingüística; incluso le prologó un libro. Acude el maestro vienés a trabajos de Carl Abel sobre las palabras primitivas y los jeroglíficos para indicar particularidades del sueño; toma también de Hans Sperber —a quien menciona en El múltiple interés del psicoanálisis (1913)— nociones sobre el simbolismo y las traslada al fenómeno onírico, que, como se sabe, remitirán siempre a lo sexual. Estas dos referencias lingüísticas siguen añejas discusiones sobre el origen del lenguaje y sobre la nominación, que se ubican en la dimensión diacrónica o histórica. Agreguemos un hecho de cierta relevancia: Raymond de Saussure tiene contacto en 1940 con Roman Jakobson, lingüista y filólogo ruso, quien le señalará afinidades entre los desarrollos de su padre y los de Freud. Jakobson halla una equivalencia entre la metáfora y los procesos de desplazamiento, e igualmente encuentra similitud entre la metonimia y los procesos de condensación12. Sobre esto trabaja Lacan, quien hace una inversión en la relación planteada por Jakobson señalando que la correspondencia de la metáfora es con la condensación y la de la metonimia es con el desplazamiento. En la misma vía, invierte la relación significante y significado, propuesta por Ferdinand de Saussure, dando preeminencia al significante, productor, incluso, del significado. Ahora bien, Ferdinand de Saussure13 introduce la dimensión sincrónica en relación con la lengua. Separa el signo lingüístico, como estructura básica del lenguaje, para lo cual retoma elaboraciones alemanas que distinguen entre Sinn y Bedeutung; traduce 12 Roman Jakobson, Ensayos de lingüística general (Barcelona: Planeta
Agostini, 1985). 13 Ferdinand de Saussure, Curso de lingüística general (Madrid: Akal, 1981).
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el primero como ‘significante’, ‘representación psíquica’ o ‘imagen acústica’, distinta del mero sonido; mientras el otro término lo traduce como ‘significado’ o ‘concepto’. Dice Ferdinand: Lo que el signo lingüístico une no es una cosa y un nombre, sino un concepto y una imagen acústica. La imagen acústica no es el sonido material, cosa puramente física, sino su huella psíquica, la representación que de él nos da el testimonio de nuestros sentidos; esa imagen es sensorial, y si llegamos a llamarla «material» es solamente en este sentido y por oposición al otro término de la asociación, el concepto, generalmente más abstracto.14
El chiste del ciego y el paralítico recrea esta división. Ante la pregunta: ¿Cómo anda usted?, se responde desde el significante, desde la representación psíquica; no desde el significado, sino desde la polisemia encarnada del sujeto. La disociación del signo lingüístico, el carácter abierto del significante, las complicaciones de la significación y del referente son retomados por Lacan para dar cuenta de la clínica psicoanalítica, para hacer distinciones entre psicosis, neurosis y perversión, vía la inscripción de la metáfora paterna o la constitución del sujeto del inconsciente y del deseo humano como fenómeno metonímico. Desde la referencia lingüística, el Lacan de esta época nos incita a recordar que cuando hablamos, estamos sometidos a dos operaciones simultáneas: a la escogencia y a la combinación. La primera implica optar por un término en lugar de otro: es el eje paradigmático, que procede mediante la unión o asociación con base en similitudes; allí se sitúan los procesos metafóricos. La segunda operación conlleva la combinatoria en el empleo de los términos, que actúa con base en la contigüidad y corresponde a los procesos metonímicos; es el eje sintagmático. De manera general, la metáfora consiste en la sustitución, en el reemplazo de una cosa por otra, en una sustitución significante, precisará Lacan. El hecho de que ese reemplazo se haga con independencia del significado y se apoye en la red de significantes existentes en la lengua, muestra 14 De Saussure, Curso de lingüística general, 98.
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lo que él llama supremacía del significante. Las construcciones metafóricas conllevan el enriquecimiento de la lengua. La «toda embarrazada» de nuestra ilustración da cuenta de ello. Por su parte, los procesos metonímicos proceden más por un desplazamiento, pasando el valor o el sentido a un término distinto al que tiene corrientemente, pero con el que tiene conexiones o relaciones para que sea posible tal movimiento. El sueño es el terreno propicio para explicar e ilustrar lo señalado hasta aquí. Efectivamente, esta enigmática producción psíquica tiene en su haber dorados momentos que han encendido los intereses de pueblos, de legos, de santos, de doctos y de imperios non sanctos, pero conoce también épocas de escaso lustre, como las ligadas a la emergencia cientificista, cuyos embates nos envuelven hoy. Entre unos y otras están las elaboraciones psicoanalíticas, pues con Freud y su descubrimiento, el sueño es ante todo trabajo de elaboración y ciframiento del deseo inconsciente. En el capítulo sobre la elaboración onírica de La interpretación de los sueños consigna que el sueño es un rebus o adivinanza organizada sobre las semejanzas fonéticas de los símbolos. Freud nos ilustra con un acertijo de los que publican los periódicos, pero nos advierte, eso sí, de no embromarnos con la presentación figurada, con lo imaginario —dirá Lacan—, con el concepto o significado — diríamos con De Saussure—. El desciframiento del rebus que es el sueño ha de hacerse desde el significante, oyendo al pie de la letra, sustituyendo «cada imagen por una sílaba o una palabra susceptible de ser representada por ella. La yuxtaposición de las palabras que así reuniremos no carecerá ya de sentido, sino que podrá constituir incluso una bellísima sentencia»15. C.K.B.C.A.Y.C.K.E. Armar y descifrar rebus y sueños es operar la estructura, el lenguaje, apelando a la fonética, a la semejanza de las palabras, a su descomposición: a los juegos significantes y sus cadenas, tal como este antiquísimo texto oriental de Artemidoro citado por Freud en La interpretación de los sueños:
15 Freud, «La interpretación de los sueños», 1292.
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Acertadísima, a mi juicio, fue la interpretación dada por Aristandro a un sueño de Alejandro Magno. Preocupado éste por la tenaz resistencia que le oponía la ciudad de Tiro, a la que tenía sitiada, tuvo un sueño, en el que vio a un sátiro bailando sobre su escudo. Aristandro se hallaba casualmente en las cercanías de Tiro incorporado al séquito del monarca, que guerreaba con los sirios. Dividiendo la palabra satyros en Σά y τυρος dio alientos al rey para insistir con mayor energía en su empeño hasta apoderarse de la ciudad (Σά - τυρος = tuya es Tiro). De todos modos, se hallan los sueños tan ligados a la expresión verbal, que Ferenczi observa justificadamente que cada lengua tiene su idioma onírico propio. Los sueños son, pues, en general, intraducibles a un idioma distinto del sujeto [...].16
Hay afinidades entre esta descripción y la experiencia psicoanalítica rescatada por Lacan con su retorno a Freud. Las dos ocurren en un campo discursivo o de lenguaje, el Magno Alejandro dirige su palabra a Aristandro como supuesto poseedor de un saber del cual él no es rey sino sujeto dividido, con avidez de preguntar. En una posición semejante a la analítica, Aristandro cierra los ojos al sátiro bailando sobre su escudo, no usa simbologías ni apela a códigos, sino que rompe esta como unidad imaginaria: centrándose en el término sátiro, lo desteje para restituir al privado monarca los hilos de un saber armado en Otra escena, al decir de Freud, en el Otro (legalidad inconsciente) como lugar de despliegue de la palabra, según Lacan, quien agrega: en el sueño, el sujeto está en su casa. Pero sin descansar, laborando sin dormirse, como si no cesara el obrar que ha hecho de sátiro una composición metafórica, y del baile y el escudo, un desplazamiento y una composición figurada para cifrar un deseo, una falta o falla de conquista de una Tiro esquiva. El sueño de Alejandro, como el de todos, es efecto de un maquinal obrar del inconsciente que vela para condensar, metaforizando, y desplazar, metonimizando, un deseo esquivo, de conquista, de seducción o de imposibilidad, según el cual no se alcanza 16 Freud, «La interpretación de los sueños», 1303.
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el esperado reconocimiento ni se tiene el objeto de los desvelos. El sueño engarzado al soñar más amplio de la vida es el paradigma inconsciente que pretende nombrar lo innombrable e intenta tramar lo real (imposible) que enseña Lacan. Aristandro, en posición analítica, procede ateniéndose a lo simbólico enlazado con lo imaginario. Fijémonos cómo lo inconsciente pierde toda profundidad por estar articulado con la superficie textual, con la combinatoria del lenguaje (estructura), donde el significante y el significado están separados por la barra de la represión, de la cual resbala el significado. No obstante, en la metáfora, como en satyro o en la «embarrazada», se supera tal barrera y hay un retorno de lo reprimido: vía significante, un sentido se da a oír: Tu Tyro… Mi Tyro, Estoy embarazada… embarrada. En ambos casos hay un decir a medias, una verdad que trae un sentido nuevo, entendible y corroborado por la interpretación de quienes padecen sueño y lapsus. Así, el registro simbólico es el del doble sentido, el de la dialectización, mientras que el registro imaginario es simplemente el sentido, y lo real es el envés de lo imaginario17, el blanco vacío del sentido. El Lacan del predominio de lo simbólico impulsa a dejar atrás la preponderancia imaginaria en que el psicoanálisis había caído con los llamados posfreudianos, da a tal registro función de bisagra de los otros dos, insiste en que es en el campo del lenguaje, de la palabra dirigida al analista, cuyo sentido remite siempre a otra cosa, donde acontece la experiencia psicoanalítica. Nos advierte, eso sí, de la chifladura del sentido a la cual lleva lo simbólico y de los límites interpretativos. El límite es el punto de basta u ombligo expresado por Freud respecto al sueño, momento donde falta el significante al toparse con un punto de real. Analizar es como simbolizar, se descompone el decir del sujeto para encontrar conexiones y ubicar allí aspectos cardinales de una verdad. Lo común a las diversas formaciones del inconsciente es que son conformes a las leyes del significante, correspondientes 17 Jacques Lacan, El Seminario. Libro 10. La angustia (1963) (Río de Janeiro:
Jorge Zahar, 2005), 30. 83
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con procesos metafórico-metonímicos, lo cual le permite decir a Lacan que el inconsciente está estructurado como un lenguaje18, es organización discursiva, es discurso del Otro. El decir de Lacan: eso está en los textos de Freud sin él saberlo, aflora acaso porque como texto sufre efectos simbólicos e inconscientes que llevan a decir más de lo dicho, menos de lo creído y a convocar la mudez indecible, pero también al intérprete, al oyente lector con su falta, con su deseo. Freud no tuvo la fórmula el inconsciente estructurado como un lenguaje, pero sí tuvo tal práctica, pues en su proceder lo inconsciente es indisociable del significante, de la materialidad sonora de las palabras y, el saber que detenta el inconsciente, solo existe a partir del desciframiento, lejano a cualquier hermenéutica. Es este el primer giro lacaniano de los años 50-60. Habrá otro en los 70, de redefinición del lenguaje y articulación de la lalengua19. De esta manera, la cifra del deseo en los sueños infantiles, en los típicos, en los de angustia y en las pesadillas responde con tal lógica. Igual pasa en la Psicopatología de la vida cotidiana con el olvido de nombres y la emergencia de sustitutos, con las palabras en la punta de la lengua, con el déjà-vu, con el trascordar propósitos e intenciones, con los recuerdos de cosas triviales figuradamente sin sentido —encubridores de memoria, al decir de Freud—, con las equivocaciones en la lectura y la escritura, con… ¿con lo cotidianamente psicopatológico? En la misma senda, el chiste aislado del humor y de lo cómico, es decir, como juego de palabras e ingenios con el lenguaje, será paradigmático de uno de los proce18 Jacques Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis (1964) (Buenos Aires: Paidós, 1989), 28. 19 Philippe Lacadée escribe al respecto: «Un poco más tarde, Lacan aborda
la cuestión de “la confusión del sujeto con el mensaje” y de “la pretendida reducción del lenguaje a la comunicación”. Según él, lo esencial reside, en efecto, en el poder de evocación o de invocación de la lengua, en lo que Lacan denomina “las resonancias de la palabra”, y que designará mediante el neologismo lalengua, donde el serhablante encuentra su hábitat». Cf. Philippe Lacadée, El despertar y el exilio (Madrid: Gredos, 2010), 16. El neologismo lalengua remite a la lengua inicial, a las palabras que venidas del Otro y que al recibirlas por el sujeto hicieron marca de goce en él. En la experiencia analítica se busca bordear esas marcas, esos significantes. 84
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deres psicoanalíticos y de la interpretación, mientras los analistas son —en los Escritos del Lacan de este periodo— practicantes de la función simbólica. La lectura lacaniana hace entonces eco del logro freudiano al ilustrar que los sueños dicen, como lo enuncian populares saberes y poetas; también oye la renuncia a atribuir ciertos actos al azar, a la casualidad, a la superstición o la fe, de manera que los ubica más bien como efecto de la legalidad inconsciente. La empresa freudiana es, en estos ámbitos, un esfuerzo por mostrar que tanto los chistes, como los sueños y los actos fallidos son actos psíquicos, poseen una significación, una «intención, una tendencia y una localización en un contexto psíquico continuo»20. El rasgo cortante de esta tesis son sus consecuencias: ella complica la tendencia a achacar el sueño a otras causas aisladas de la vida psíquica, dificulta escamotear los errores, los deslices, las fallas o los olvidos y no deja obviar que los chistes chistan un goce intimidatorio. La molestia del descubrimiento freudiano es que hace perder inocencia e induce renovadas resistencias, nos canta responsables ante un deseo excéntrico tramado en formaciones inconscientes, cuya irrupción quiebra la ilusión de un yo dominante en toda situación. Al respecto, Freud relata una anécdota: Un cierto señor Y. se enamoró, sin ser correspondido, de una señorita, la cual se casó poco después con el señor X. A pesar de que el señor Y. conoce al señor X hace ya mucho tiempo y hasta tiene relaciones comerciales con él, olvida de continuo su nombre, y cuando quiere escribirle tiene que acudir a alguien que se lo recuerde.21
Freud comenta: «El olvido parece ser aquí la consecuencia directa de la animosidad del señor Y. contra su feliz rival. No quiere saber nada de él» (770). La inquina recae sobre la marca simbólica del nombre significante del hombre; sobre trazos o letras que diferencian: X. o Y. Afirmemos con Lacan que el símbolo es asesinato 20 Freud, «Lecciones introductorias al psicoanálisis», 2154. 21 Sigmund Freud, «Psicopatología de la vida cotidiana», en Obras
completas, tomo 1, 770. 85
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de la cosa, notemos que los temas en juego son muerte y sexualidad, inevitables cuestiones de la división o castración. De esta forma, si en Freud Castración es ante todo escenario de celos, odios y amores, privilegio imaginario, en Lacan es cuestión de nombre, filiación, apellidos, letras, asunto de ser parlante; hay entonces Castración, Objeto, Sujeto, Eros, Tánatos porque hablamos, pintamos, escribimos… Privilegio simbólico, tal como ilustra precisamente un cierto señor Y. Entre noviembre de 1957 y julio de 1958 un auditorio francés oyó a Lacan disertar sobre estos temas, mas no sabremos fielmente qué se dijo aun cuando tenemos un texto escrito: el Libro 5. Las formaciones del inconsciente22, que comenzó, eso sí, con el chiste, trató sobre la castración, habló del padre y lo propuso como metáfora paterna, señaló el falo como significante, enseñó sobre el sueño y propuso el deseo humano como metonímico. Hay aquí entonces un uso clínico psicoanalítico de nociones provenientes del campo lingüístico. En esos encuentros orales Lacan recordó distinciones freudianas del humor, considerado como categoría cómica. El requerimiento del chiste, por estructura, es siempre de tres elementos, igual que cualquier juego significante; Freud lo explica señalando que aquello que hace sonar u oír el chiste depende del contexto, del Otro dijo Lacan; tampoco tiene un único propietario al compartirse, domando, por instantes, la humana soledad; el chiste o el ingenio proviene pues del Otro y hace cercanía con lo simbólico. Por su parte, lo cómico se basta con dos, apela a caricaturizar, a la exageración y a la parodia, se dirige al narcisismo y se acerca más a lo imaginario, tal como lo indican estas palabras: Si alguien nos hace reír cuando simplemente se cae al suelo, es en función de su imagen más o menos pomposa a la que antes, incluso, no prestábamos tanta atención. Los fenómenos de prominencia y de prestigio son hasta tal punto la moneda corriente de nuestra experiencia vivida, que ni siquiera percibimos su relieve. La risa estalla en la medida en que el personaje imaginario prosigue en nuestra imaginación sus andares afectados, cuando lo que es su 22 Jacques Lacan, El Seminario. Libro 5. Las formaciones del inconsciente (1957-
1958) (Buenos Aires: Paidós, 1999). 86
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soporte en lo real queda ahí tirado y desparramado por el suelo. Se trata siempre de una liberación de la imagen. Entiéndanlo en los dos sentidos de este término ambiguo —por una parte, algo liberado de la constricción de la imagen, por otra parte la imagen se va también de paseo con ella sola—. Por eso hay algo cómico en el pato al que le cortas la cabeza y da todavía algunos pasos por el corral.23
El humor, por su parte, comparte los mecanismos del chiste, apela al material plástico de una gran maleabilidad, a los juegos del significante, a los dos obreros, a lo filoso del ingenio del descubrimiento freudiano: inconsciente como legalidad, maquinal sistema. Pero el humor además de chiste arrastra comicidad, ya que devela o vela una verdad. Y los tres juntos son clara muestra de que el lenguaje humano, y con él lo simbólico, no son solo intentos de organizar y comunicarnos, sino también medios de goce, tal como acontece en este humorístico apunte: —¿Qué día es hoy? —pregunta un condenado a muerte a quien conducen a la horca. —Lunes. —¡Vaya; buen principio de semana!24
En una situación donde podrían aparecer intensos afectos, surge un humorístico chiste con el consiguiente ahorro, dice Freud; es un modo de conseguir placer, de eludir encuentros con lo real, podríamos agregar, apelando a lo imaginario del humor cómico y a lo simbólico del chiste. El Lacan del predominio simbólico se ocupa más de la técnica, del armazón lenguajero del chiste y deja de lado lo placentero y el goce. La técnica es el ropaje que hará brotar el significante reprimido para burlar la censura y manifestarse; en el sueño el resto diurno cumple la función de troyano corcel. Es posible ubicar tres lapsos en el armazón del placer ligado a estas cuestiones. Tendríamos un primer proceder para producir placer por el mero 23 Lacan, El Seminario. Libro 5. Las formaciones del inconsciente, 136. 24 Freud, «El chiste y su relación con lo inconsciente», 1163.
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jugar sonoro, como el laleo del infans tratando palabras cual cosas; igual proceder es el el empleo de la similicadencia en el retruécano y la homofonía para armarse chistes y desternillar humor. Otro modo es el de las jugarretas con el significante haciendo tambalear al ya de por sí resbaladizo significado, poniéndose el acento en la polisemia, sacándole jugo placentero al doble sentido; es el paso del inocente al indecente, a la chanza, al disparate, hasta llegar al goce del sin-sentido. Finalmente, nos topamos con la franca burla a la represión, aquí se hace traje para que un significante reprimido resuene, son los placeres licenciosos —digamos—, es el chiste tendencioso freudiano donde una tendencia reprimida pasa disfrazada, con el santo y seña del chiste. Y a propósito de juegos de infans, de placer y de goce, traigamos unas palabras sobre la lengua materna. Ella, entre otras cosas, ata con horarios y cuidados al mundo simbólico del orden y de las reglas, nos arregla incorporándonos e incorporados a la más fundamental ley, a la máxima imposición: la del lenguaje. De tal forma tendremos y nos tendrán fonemas aceptados / fonemas excluidos, reprimidos. Esta es una pregnancia sobre la cual Lacan hará hincapié, pues la dominancia es de forma, de significante, y no de concepto o significado. En esa medida, el trabajo del analista es de musicalista, de poética escucha. Mencionamos atrás el carácter de terceridad del chiste; ahora señalemos una manera como es trabajado desde desarrollos de la época que nos interesa aquí. Partamos de la idea de que el deseo cuyo sujeto se anuncia en las formaciones inconscientes es, ante todo, deseo de ser reconocido. Para ello requiere de tres: aquel que habla, ese a quien se habla y el Otro. Para hacerse oír, este Otro inconsciente transforma el poco sentido en un pasaje-desentido (juego de palabras que hace Lacan entre «peu de sens» y «pas de sens»: ‘sin sentido’, pero también es literalmente ‘paso de sentido’), siendo el Otro, por lo tanto, ese lugar que ratifica y complica el mensaje25. Las producciones inconscientes nos suelen llevar la delantera, tal como acontece en la historia del psicoanálisis, pues son las histéricas quienes le llevan a Freud sus sueños, sus actos fallidos, 25 Lacan, El Seminario. Libro 5. Las formaciones del inconsciente. 88
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sus fantasías y, en general, su logrado discurso. Freud no les pidió directamente traerlos, pero sí les dio oreja al concitar palabra. También es cierto que con este proceder, el psicoanalista hizo de los sueños no un acto fallido, sino logrado, transformante, y pronto Freud notó cómo sus histéricas sueñan para él; por ejemplo, la bella carnicera trae un sueño para decirle que es contrario a su teoría, pues su onírico fenómeno contradice la hipótesis de este como realizador de deseo. Algo similar ocurre con la joven homosexual, quien factura un sueño donde se casa con un hombre y tiene hijos. Heredero de Aristandro, aquel del satyro consultado por Alejandro, quien ubicaba el sueño como un decir del porvenir, Freud nos deja más bien el sueño como un cifrar, no del pasado, sino de lo que aún no acontece, virtual, con lo cual el inconsciente es algo por crearse y producirse. Y será tarea sobre todo del analista, y en ello contará con las formaciones inconscientes, mientras la interpretación, con su estructura de chiste, queda del lado del analizante. El analista contará en su faena con el sujeto, eso que Freud desterró en lo que, si les parece, llamaremos sus tres resuellos, resuella donde «eso sueña, eso falla, eso ríe»26. Tres lugares siempre en amenaza de ser sofocados. Se evidencia la irrupción del inconsciente en el siguiente pasaje de Freud: Una señora había estado paseando por la noche con su marido y dos amigos de este. Uno de estos últimos era su amante, circunstancia que los otros dos personajes ignoraban y no debían descubrir jamás. Los dos amigos acompañaron al matrimonio hasta la puerta de su casa y comenzaron a despedirse mientras esperaban que vinieran a abrir la puerta. La señora saludó a uno de los amigos dándole la mano y dirigiéndole unas palabras de cortesía. Luego se cogió del brazo de su amante y, volviéndose a su marido, quiso despedirse de él en la misma forma. El marido entró en la situación y, quitándose el sombrero, dijo con exquisita cortesía: «A los pies de usted señora». La mujer asustada, se desprendió del brazo del amante y, antes que se abriera la puerta de su casa, tuvo aún tiempo 26 Jacques Lacan, «Mi enseñanza, su naturaleza y sus fines», en Mi enseñanza
(Buenos Aires: Paidós, 2007), 102. 89
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de decir: «¡Parece mentira que pueda pasarle a uno una cosa así!». El marido era de aquellos que tienen por imposible una infidelidad de su mujer. Repetidas veces había jurado que en un caso tal peligraría más de una vida.27
Freud comenta que esta situación le fue relatada por uno de los participantes. La otra acotación la hace en relación con el marido, señalando que este tenía motivos de sobra para no entender aquello que la situación parecía decirle. No avanza sobre los motivos, pero alude al carácter cómico de la situación si no mediara un asunto grave. ¿Quién acudió con Freud? ¿Ella con su «¡parece mentira que pueda pasarle a uno una cosa así!»? ¿Fue él? ¿Al contrario de lo que ella hizo, cerrando la puerta al resuello del sujeto, este fallido acto abrió compuertas al análisis? ¿O era ya un analizante, por tanto intérprete, por eso relató, Freud escribió y ahora nosotros recontamos? ¿O se quedó, como nuestras cotidianas formaciones inconscientes, en mero resuello, produciendo sorpresa y risa macabra? Lacan dice que frente al inconsciente funciona la risa generalizada. En últimas, ¿sería que cualesquiera de los presentes pasó a la dimensión del acto y, como decimos en colombiano, da paso a dejar de vivir muerto de la erre? En fin… chocó con un real. Y eso pone a pensar, a inventar, a delirar, a soñar, a desear… a. Aquí topamos con sujeto y objeto. Y [n]o se puede pensar el sujeto sin ese contrapunto suyo. El primero es vacío, hace corte y acontecimiento; el segundo es sólido, opaco, algo con lo que se tropieza. Uno es huidizo, y el otro presencia imperativa. Uno es «?» y el otro «¡» […] tomarlos fuera de la articulación (significante), más allá del lenguaje, coquetearía peligrosamente con lo místico.28
27 Freud, «Psicopatología de la vida cotidiana», 889. 28 Marcus André Vieira, «Signo y significante», en Scilicet: semblantes y
sinthome (Buenos Aires: Grama Ediciones, 2009), 338.
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El síntoma como metáfora: entre sentido y mensaje
Sylvia De Castro Universidad Nacional de Colombia
Lo simbólico es el lenguaje: se aprende a hablar y eso deja trazas. Eso deja trazas y, debido a eso, deja consecuencias que no son ninguna otra cosa que el síntoma.
Jacques Lacan, El tiempo lógico y el aserto de la certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma
1.
A manera de introducción, voy a situar brevemente las coordenadas que enmarcan el tratamiento que haré del síntoma en este texto, puesto que no abordaré la cuestión de forma general. Tratándose del síntoma en psicoanálisis, no me ocuparé de su comprensión ni como signo de enfermedad mental ni como fenómeno psicopatológico a suprimir —algo que en todo caso corresponde al discurso médico-psiquiátrico y/o psicoterapéutico—, si bien Freud empezó por ahí… Hablaré entonces del síntoma neurótico, es decir, del síntoma del que el psicoanálisis está en posibilidad de derivar un saber por cuanto lo ha aprehendido en la cura —«bajo transferencia», como solemos decir—. Y empezaré por Freud, delimitando el tratamiento del asunto a la conceptualización que corresponde a la primera tópica, entre 1895 y 1917, es decir, antes de la formulación de la pulsión de muerte que, como sabemos, inaugura la segunda tópica en la elaboración freudiana, e inaugura también, una nueva comprensión del síntoma, pensado desde ahí en relación con la compulsión de repetición. Dicho de otra manera, voy a situar algunos elementos
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fundamentales relativos al síntoma en el marco del principio del placer como organizador del funcionamiento psíquico. Permítanme exponer las razones de esta delimitación. Cuando Lacan hace su famoso «retorno a Freud», lo hace ya armado de una concepción de lo simbólico y con la finalidad expresa de atender a lo que está en juego en la experiencia psicoanalítica, en particular en las formaciones del inconsciente, que es la estructura misma del lenguaje. En efecto, según sus palabras, el inconsciente está «estructurado como un lenguaje»1. Durante este periodo, Lacan hace énfasis en los textos freudianos fundadores —La interpretación de los sueños, La psicopatología de la vida cotidiana, El chiste y su relación con lo inconsciente—, de cuya lectura concluye que palabra y lenguaje constituyen su fundamento, el de estos textos fundadores y, por supuesto, el del psicoanálisis mismo. Esta preeminencia dada a la palabra y al lenguaje es, como puede advertirse fácilmente, una referencia al orden simbólico. Pues bien, palabra y lenguaje delimitan la dimensión simbólica del síntoma. Así Freud no lo haya puesto de relieve, es esto lo que Lacan lee en Freud, diría más, lo que Lacan destaca de las formulaciones freudianas, a las que me referiré en detalle, dado que son de una riqueza excepcional. En este asunto, y a esta altura, no hay Lacan sin Freud. De este encuentro —entre Lacan y el Freud de la primera tópica— resulta una teorización muy sólida de la estructura del síntoma. Es lo que debemos a Lacan. Es lo que espero mostrar. Hay una cita suya que recoge claramente esta orientación, dice así: «El síntoma se resuelve por entero en un análisis del lenguaje, porque él mismo está estructurado como un lenguaje, porque es lenguaje cuya palabra debe ser librada»2. A propósito, uno recuerda inmediatamente lo que Freud decía del síntoma ya en los inicios de su práctica: que el síntoma era una palabra impedida, detenida, que esperaba ser «declarada»3. 1 2 3
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Jacques Lacan, El Seminario. Libro 3. Las psicosis (1955-1956) (Buenos Aires: Paidós, 1985), 237. Jacques Lacan, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis (1953), en Escritos 1 (México: Siglo XXI, 1990), 258. Sigmund Freud, «Estudios sobre la histeria» (1893-1895), en Obras completas, vol. 2 (Buenos Aires: Amorrortu, 1980).
El síntoma como metáfora: entre sentido y mensaje
Luego, como ha sido ampliamente registrado, en lo que sigue en la obra de Lacan el tratamiento del síntoma no se limitará a la estructura porque no todo es andamiaje significante, mejor dicho, no todo del síntoma es simbólico o, mejor aún, simbólico/imaginario, si es que tenemos en cuenta sus efectos de sentido. Esta constatación abrirá la vía para un abordaje que pone el acento en la vertiente real del síntoma —lo cual requiere del paso por la redimensión del signo y por la función de la letra— y concluye, mediando una compleja elaboración, en la idea del síntoma como un fenómeno que viene de lo que no anda en lo real o, incluso, que apunta a lo real, y cuyos efectos son de goce, ya no de sentido4. Pero todavía el asunto no termina ahí porque, dada la importancia progresiva que Lacan otorga al anudamiento de los tres registros —imaginario, simbólico y real—, sin predominio de uno sobre los otros, el síntoma se situará en un nuevo horizonte que pone de presente ya no su estructura, tampoco sus efectos de goce, sino su función: una función de anudamiento a la que pueden conducir diferentes variables, el padre, por ejemplo, en cuyo caso se entiende la razón de la aproximación que Lacan establecerá para entonces entre la función del síntoma y la función del padre. Por lo demás, habría que agregar una veta de la teorización lacaniana sobre el síntoma, muy interesante y muy polémica hoy en día, que articula síntoma y discurso, y cuyas formulaciones giran en torno a la historicidad del síntoma, a la relatividad del síntoma en relación con las figuras de Amo que dominan el discurso en cada época. Espero con esto haber mostrado el amplio panorama relativo al síntoma, de Freud a Lacan, del que en este texto he trabajado tan solo la parcela que corresponde al registro simbólico y, en particular, a la consideración del síntoma como formación del inconsciente y como sustituto metafórico. 4
Hay, en efecto, dos versiones de esta modificación sustancial: en la primera, el síntoma «viene de lo real» y sus efectos son de goce. Cf. Jacques Lacan, «La Tercera» (1974), en Intervenciones y textos 2 (Buenos Aires: Manantial, 1988), 84. En la segunda versión, «el síntoma es el efecto de lo simbólico en lo Real». Cf. Jacques Lacan, Seminario 22. RSI (1974-1975). Clase de diciembre 10, 1974. Inédito. 95
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2.
Para entrar en materia empiezo por recordar que la invención freudiana de la primera tópica —aquella de la división del psiquismo en dos sistemas, Icc/Prcc-Cc, cada uno con sus propias leyes de funcionamiento— es también la de las formaciones del inconsciente: del síntoma al chiste, pasando por los sueños y los actos fallidos. Esta invención se sostiene, creo yo, en un hallazgo fundamental, que consiste en reconocer que estos fenómenos o actos psíquicos tienen sentido, no obstante su sinsentido aparente en virtud del cual fueron desechados por la investigación científica. Tal vez no sobre tener presente que, en los albores de la construcción freudiana, el síntoma despreciado por la ciencia médica era precisamente el síntoma histérico. Sabemos que a las histéricas se las acusaba de «simuladoras»: de inventar las enfermedades corporales de las que se quejaban y para las que no se encontraba sustrato alguno, estructural o funcional, anatómico o fisiológico. En este sentido, las histéricas se situaban en una exterioridad con respecto a la racionalidad médica, que los representantes de esta racionalidad no podían integrar… Fue en esa exterioridad en la que Freud se situó para pensar el síntoma, y fue por eso que Freud pudo inventar el psicoanálisis. Al respecto, Lacan sugiere, ya al inicio de su enseñanza —estoy hablando del Seminario 1—, que el hallazgo fundamental de Freud en el punto de partida consiste en haber descubierto «la relación problemática del sujeto consigo mismo», una relación que Freud intuyó de entrada cuando se dedicó a escuchar a las histéricas, y que conceptualizó con las nociones de «conflicto de inconciliabilidad» primero, y luego «conflicto psíquico», de donde se siguieron nada más y nada menos que los conceptos de represión e inconsciente. Pero la novedad freudiana que Lacan destaca no se limita al descubrimiento de este «sujeto dividido»: su alcance está dado por el hecho de haber aproximado ese descubrimiento al sentido de los síntomas. Es decir, que la cuestión del síntoma se presenta de entrada para Freud en relación con su sentido, un sentido del que el sujeto no sabe porque le es inconsciente, pero que tampoco puede asumir. Lacan por su parte agregará, en ese mismo seminario, que 96
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siendo el sentido del síntoma del orden de una significación sexual, el sujeto no solo no lo asume sino que lo rechaza5. Hay aquí, en esta acotación de Lacan, implícitamente, una propuesta de finalidad de la cura en términos de la asunción del sentido del síntoma por parte del sujeto… Pero lo que quisiera destacar es que esa aproximación entre síntoma y sentido —que supone que el síntoma conlleva un mensaje cifrado por el inconsciente y que es, por lo tanto, un llamado a la interpretación— es absolutamente inaugural y marcó tanto la comprensión como el tratamiento analítico del síntoma desde Freud. Ahora bien, en el campo del psicoanálisis solo Lacan sostuvo que el síntoma es un significante, más aún, un significante metafórico. Ese es el asunto del que trata, para empezar, este texto. 3.
El síntoma está en el principio del asombro de Freud ante el relato que Josef Breuer le hace de la cura catártica de Anna O. Los hallazgos que Freud destaca —y ordena— del trabajo de Breuer y del suyo propio en esta época, que es la época de los Estudios sobre la histeria, tienen como referencia central la cuestión de la causa. Es decir, que el síntoma se presenta como efecto de una causa, no cualquiera, una causa traumática, siendo el traumatismo, además, de carácter sexual. En relación con esto, Freud define el síntoma como «un sustituto […] de sucesos de afecto traumático»6: su símbolo mnémico. En efecto, Freud propone que entre el traumatismo y el «fenómeno patológico» se establece un vínculo particular, de tal modo que, por ejemplo, «a un dolor anímico se acopla una neuralgia»7: el dolor psíquico, ha sido, pues, sustituido por un dolor corporal.
5
6 7
Jacques Lacan, El Seminario. Libro 1. Los escritos técnicos de Freud (19531954). (Barcelona: Paidós, 1986), 53. Agreguemos que lo que el sujeto rechaza es la significación de castración del síntoma: el defecto o el menos de goce que es su marca de fábrica. Cf. Sidi Askofaré, «La révolution du symptôme», en Psychanalyse. Érès 4 (2005): 31-40. Sigmund Freud, «La etiología de la histeria» (1896), en Obras completas, vol. 3, 33. Freud, «Estudios sobre la histeria», 31. 97
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Entonces, el síntoma es una suerte de monumento conmemorativo del encuentro del sujeto con un acontecimiento traumático de orden sexual, acontecimiento que es, primero, la seducción por el padre —ese es al menos el motivo que Freud copia de lo que le dicta la histérica, como diría Lacan—. Muy pronto la seducción dará paso a la sexualidad infantil y, en lo que se refiere al síntoma, al «infantilismo de la sexualidad»8. Freud constata que el encuentro del niño con el sexo es traumático porque es siempre prematuro, siempre anticipado con respecto a sus posibilidades para simbolizarlo, para adjudicarle un sentido —sexual— que, en todo caso, le permitiera hacerse de eso una representación, incluso un juicio. Entonces, el síntoma viene al lugar de ese «mal encuentro» y, en ese sentido, es ya, digámoslo así, una manera de vérselas con lo irrepresentable. Al menos esa es la apuesta de Freud. A este asunto de la causa traumática hay que reconocerle todo el valor que tiene, porque con él Freud inaugura una concepción inédita de la causalidad, a la que se ha calificado de «psíquica», pero que es preferible pensarla en términos de causalidad lógica, para no situar las cosas en el plano simple de la «psicogénesis». En todo caso, se trata de un tipo de causalidad irreductible a aquella relativa a la producción de los fenómenos físicos que establece una relación directa de causa-efecto, en la que, como se ve, no hay lugar para el sujeto. En virtud de esta causalidad novedosa, el traumatismo no provoca un síntoma sino a condición de que un acontecimiento posterior de la historia del sujeto venga a significarlo retroactivamente como traumático. El ejemplo princeps es freudiano y, llamativamente, es de aparición muy precoz en su obra: se trata del ejemplo clínico que Freud presenta en el Proyecto de psicología bajo el subtítulo de «La proton pseudos histérica». Emma se encuentra aquejada de un síntoma que consiste en no poder entrar sola a una tienda, pues se angustia, en razón de lo cual toma precauciones para no tener que hacerlo. A propósito de esto, ella recuerda que cuando tenía 12 años en una 8
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Sigmund Freud, «Tres ensayos de teoría sexual» (1905), en Obras completas, vol. 7.
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ocasión entró sola a una tienda en la que los empleados se reían entre sí. El hecho es que salió de allí corriendo, presa de un afecto de terror. Ella piensa que se reían de su vestido, y también dice que uno de los empleados le gustó… Por supuesto, no es el vestido ni la falta de protección lo que ahora, instalado el síntoma, le impide entrar a una tienda, pues ella ya no se viste como en ese entonces, y basta con que un niño la acompañe para sentirse segura. En conclusión, estos recuerdos que constituyen el acontecimiento I no explican el terror que le impide entrar sola a una tienda y, por lo tanto, no aclaran «el determinismo del síntoma»9, como dice Freud. En otros términos: los recuerdos de Emma no corresponden a la ocasión causal. Pero Emma recuerda luego otro acontecimiento, ocurrido cuando tenía 8 años. Este acontecimiento II —segundo en el recuerdo, pero primero en el tiempo— no estuvo presente en su memoria en el momento de aquel recordado inicialmente. En esa ocasión —sobre la cual Freud recalca que tuvo lugar cuando Emma era una niña, es decir, antes de la pubertad— ella fue dos veces a la tienda de un pastelero y este hombre, entrado en años, le tocó los genitales a través del vestido. No obstante, ella regresa a esa tienda una segunda vez, ¡como si se estuviera buscando que el atentado ocurriera de nuevo!, por lo cual se reprocha 10. El segundo recuerdo permite comprender retroactivamente el primero: en la tienda los dos empleados ríen y esa risa evoca inconscientemente el recuerdo del pastelero, quien había acompañado su atentado con una risotada. El recuerdo del pastelero trae consigo, por asociación, el recuerdo del atentado, y este recuerdo despierta un desencadenamiento sexual, una excitación sexual, que se traspone en angustia. Por eso ella sale corriendo de la tienda de los empleados, en la que se encontraba sola como aquella vez en la tienda del pastelero. Sigmund Freud, «Proyecto de psicología» (1850 [1895]), en Obras completas, vol. 1, 401. 10 «Este recuerdo resuena con la idea de la atracción sexual experimentada en el otro recuerdo». Cf. Jacques Lacan, El Seminario. Libro 7. La ética del psicoanálisis (1969-1970) (Buenos Aires: Paidós, 1990), 92. 9
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ESTAR SOLA RISA
VESTIDOS
EMPLEADO
DESPRENDIMIENTO SEXUAL
TIENDA HUIDA
PASTELERO
VESTIDOS
ATENTADO
FIGURA 1. Figuración del proceso asociativo en la formación del síntoma de Emma (la proton pseudos histérica).11
Este fragmento clínico ilustra más de una cuestión. En primer lugar, aquello para lo cual acudimos a él: la causalidad lógica y la temporalidad retroactiva. El acontecimiento I, al cual designaremos, con Lacan, S 1, aquel del que Emma no guarda el recuerdo, se ha inscrito en el psiquismo a título de una huella, de una marca que funciona como causa del síntoma cuando adquiere su valor sexual a posteriori, a propósito del acontecimiento II, S 2 . El a posteriori en juego aquí, en este momento de la formulación freudiana, es la pubertad: el acceso de la niña a una época de la vida en la que ya estaría en capacidad de otorgar carácter sexual al recuerdo recién sobrevenido del acontecimiento I. Pero sabemos que esta referencia a la pubertad se queda corta en relación con aquello de lo que se trata, pues la significación sexual de la escena infantil, el hecho de que la niña, devenida ahora mujer, pueda acordarle al recuerdo de esa escena una significación sexual, es un efecto del paso por el Edipo y la castración. El Edipo y la castración organizan la sexualidad, aportando sentido a lo sexual y limitando el ejercicio pulsional desbordado, propio del niño al que, por esa razón, Freud califica de polimorfo perverso. Quizá podamos entender esto último a propósito de la referencia que Freud hace en los Tres ensayos de teoría sexual a lo que 11 Esquema realizado por Sigmund Freud en «Proyecto de psicología», 402. 100
El síntoma como metáfora: entre sentido y mensaje
llama «diques anímicos / psíquicos» —el asco, el pudor, la vergüenza, la compasión, la moral—, que contribuyen a circunscribir la satisfacción pulsional dentro de ciertos límites, y que se instalan de manera correlativa a la subjetivación por parte del niño de que la madre le está prohibida: complejo de castración. A propósito de esa temporalidad retroactiva descubierta en su constitución, Freud concluye su presentación de la formación del síntoma de Emma diciendo lo siguiente: «Dondequiera se descubre que es reprimido un recuerdo que sólo con efecto retardado {nachträglich} ha devenido trauma»12. Es como decir que el acontecimiento traumático no tiene efecto ni sentido en sí mismo sino cuando se convierte en recuerdo a reprimir. De ahí en más el recuerdo reprimido, es decir, el recuerdo causante de displacer, que ha sido forzado por esa razón hacia lo inconsciente, retornará. El retorno de lo reprimido dará cuenta del síntoma para Freud. De este ejemplo paradigmático —me refiero aún a Emma—, Lacan deduce […] la condición constituyente que Freud impone al síntoma para que merezca ese nombre en el sentido analítico, es que un elemento mnésico de una situación anterior privilegiada [S 1] se vuelva a tomar para articular la situación actual [S 2], es decir que sea empleado en ella inconscientemente como elemento significante con el efecto de modelar la indeterminación de lo vivido en una significación tendenciosa.13
Como puede observarse, ya no se trata tan solo del síntoma como sustituto —digamos «retoño directo»— de la vivencia traumática: al menos, vivencias, hay dos… Y es aquí, a partir de este caso temprano de Freud, en el que él se anticipa a sí mismo, que podemos mostrar cómo el síntoma «está sostenido por una estructura que es idéntica a la estructura del lenguaje»14. Para desplegar esta afirmación me detendré en la ilustración clínica del caso Emma con el fin de desentrañar el tipo de enlaces 12 Freud, «Proyecto de psicología», 403. 13 Jacques Lacan, «El psicoanálisis y su enseñanza» (1957), en Escritos 1, 429. 14 Lacan, «El psicoanálisis y su enseñanza», 426. 101
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o, como Freud dice, de procesos asociativos que dieron lugar a la constitución del síntoma. Ya en la figura que Freud proporciona, el relato de la paciente ha quedado reducido a cadenas de representaciones, que corresponden, la primera, a la escena I, recordada por Emma (señalada con círculos negros), y la segunda, a la escena II, inconsciente, recuperada en el recuerdo durante la cura (señalada con círculos blancos). Cadenas significantes, para decirlo con Lacan: S 1 y S 2 . Con Freud sabemos que la conexión asociativa entre ambas cadenas está dada por el elemento risa, que aparece en una y otra, es decir, que risa establece una relación de semejanza entre las dos escenas. Hay otra relación de semejanza: el estar sola en la tienda. Pero risa es el elemento que evoca por vía de semejanza el recuerdo del pastelero —que ríe— y, este evoca, a su vez, por vía de vecindad en la asociación, o de contigüidad, el recuerdo del atentado que este pastelero comete, al que se agrega, de nuevo por contigüidad, el elemento vestidos. Freud destaca que vestidos es el único elemento de la cadena asociativa inconsciente que ingresó en la consciencia (¡proton pseudos!)15. Como ya sabemos, el recuerdo del pastelero, traído a la consciencia por las conexiones asociativas que se desplegaron a partir del elemento risa, es el que despierta la angustia a la altura de la escena II, por lo cual Emma sale corriendo. Entonces, Freud dice: «La conclusión de no permanecer sola en la tienda a causa del peligro de atentado se formó de manera enteramente correcta, con miramiento por todos los fragmentos del proceso asociativo»16. Digámoslo en otros términos: las relaciones de semejanza mencio15 «Todo lo que queda en el síntoma está vinculado con la vestimenta, con la
burla sobre la vestimenta. Pero la dirección de la verdad es indicada bajo una cobertura, bajo la Vorstellung mentirosa de la vestimenta. Hay alusión, en forma opaca, a lo que aconteció, no durante el primer recuerdo, sino durante el segundo. Algo que no pudo aprehenderse en el origen, sólo lo es après-coup y por intermedio de esa transformación mentirosa — proton pseudos». Cf. Jacques Lacan, El Seminario. Libro 7. La ética del psicoanálisis, 92. 16 Freud, «Proyecto de psicología», 402.
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nadas bastaron para precipitar la huida de Emma y, con ella, el síntoma fóbico por el que teme entrar sola a una tienda... Pues bien, las relaciones de semejanza entre representaciones son la condición del proceso psíquico que Freud llama «condensación», por medio del cual, en este caso, la palabra risa, que aparece a nivel de la cadena consciente, concentra o representa elementos de la cadena inconsciente: risa sustituye al elemento pastelero y evoca los elementos que le son asociados a este último por vínculos de contigüidad. La contigüidad, por su parte, es el modo de relación entre representaciones que Freud designa como «desplazamiento», en virtud del cual, a lo largo de la cadena, tiene lugar una subversión de los valores psíquicos por una transferencia de valor de una representación a la siguiente. Es por eso que el elemento vestidos, el de menor valor psíquico, el que despierta menor interés, como dice Freud, es el que aparece en la cadena consciente: vestidos y no atentado. He presentado el síntoma de Emma con este nivel de detalle para mostrar cómo aquí, a propósito del síntoma, se encontraba ya, en germen, el método de interpretación propio del psicoanálisis que Freud inventa y teoriza en La interpretación de los sueños. En esa obra maestra tomamos conocimiento de los mecanismos del proceso primario, es decir, condensación y desplazamiento, las leyes del inconsciente, de las que Lacan deriva su propia lógica significante. En la lectura que Lacan hace de esos mecanismos reconoce su analogía con ciertas figuras de la retórica y, así, aproxima la condensación a la metáfora mientras que hace lo mismo entre el desplazamiento y la metonimia. La primera, la metáfora, advierte acerca de una sustitución significante, pues consiste en designar algo con el nombre de otra cosa: un significante por otro, para abreviar. La segunda, la metonimia, es también un cambio de nombre, pero aquí algo se designa por un término diferente del que le es propio, a condición de que entre los dos se mantenga algún tipo de vínculo: un significante tras otro, también para abreviar. Ahora bien, si me atengo a la formulación relativa al síntoma de Emma, a lo que Freud llama la conclusión que se formó de 103
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manera correcta, es decir, teniendo en cuenta todos los elementos del comercio asociativo, puedo proponer una escritura de este síntoma según una sustitución significante, así:
S del síntoma S risa
(S
pastelero
/
S atentado
-S
vestidos
(
Como puede verse en esta fórmula, el significante del síntoma sustituye metafóricamente el significante risa, que aparece aquí como significante del trauma sexual, pues es el que ha recibido el encargo, por así decir, de sustituir al significante pastelero y, con él, a los significantes contiguos de la cadena atentado, vestidos. Hay, pues, metáfora, una condensación en último término, definitoria del síntoma histérico, pero no por ello está ausente la metonimia, los desplazamientos. Parafraseando a Freud, digamos que los desplazamientos se han vuelto aprovechables para la condensación puesto que así, por vía de la transferencia de valor desde un elemento al siguiente, en lugar de varios elementos consigue ser recogido uno solo, algo común intermedio entre ellos17. Lacan, por su parte, sostiene que la existencia misma de la cadena significante, S 1-S 2 , sugiere la anterioridad lógica del desplazamiento con respecto a la condensación. Lo cual no es cualquier cosa, pues es en ese primer punto de enlace del S 1 con el S 2 donde «existe la posibilidad de que se abra esa falla que se llama el sujeto»18. En todo caso, el síntoma de Emma brota, como dice Lacan en alusión al efecto de creación de la metáfora, «entre dos significantes de los cuales uno ha sustituido al otro tomando su lugar en la cadena significante, mientras [que] el significante oculto sigue presente por su conexión (metonímica) con el resto de la cadena»19. 17 Sigmund Freud, «La interpretación de los sueños» (1900), en Obras
completas, vol. 5, 345. 18 Jacques Lacan, El Seminario. Libro 17. El reverso del psicoanálisis (1969-1970)
(Barcelona: Paidós, 1992), 93. 19 Jacques Lacan, «Instancia de la letra en el inconsciente y la razón desde
Freud» (1957), en Escritos 1, 487. 104
El síntoma como metáfora: entre sentido y mensaje
No quiero demorar más la formulación mayor de Lacan con respecto al síntoma en la época del inconsciente estructurado como un lenguaje: El mecanismo de doble gatillo de la metáfora es el mismo donde se determina el síntoma en el sentido analítico. Entre el significante enigmático del trauma sexual y el término al que viene a sustituirse en una cadena significante actual, pasa la chispa, que fija en un síntoma —metáfora donde la carne o bien la función están tomadas como elementos significantes— la significación inaccesible para el sujeto consciente en la que puede resolverse.20
Me propongo ahora retomar lo planteado hasta aquí para señalar que si el síntoma «está sostenido por una estructura que es idéntica a la estructura del lenguaje», como lo había dicho, lo está en cuanto que es una sustitución significante, S1/S2, en cuyo caso se trata de la relación metafórica entre significantes, de la cual «brota» el sentido del síntoma. En esta perspectiva, el sentido no es significado; dicho de otra manera, «el significante no tiene sentido sino en su relación con otro significante»: S1-S2, por lo cual «el síntoma no se interpreta sino en el orden del significante»21. Sin embargo, Lacan no empezó por ahí. En Función y campo… el síntoma está definido como el «significante de un significado reprimido de la conciencia del sujeto»22: S/s. Es decir, que por mucho que nos situemos en el terreno de lo simbólico para pensar el síntoma, hay, según la bienvenida aclaración que introduce Fabián Schejtman23, un simbólico que hace énfasis en el «sentido aprisionado» y otro que pone el acento en la dimensión metafórica, es decir, en la articulación significante. Y, aun así, incluso en la búsqueda de sentido reprimido, Lacan otorgó siempre al significante el valor de elemento guía en la investigación: en esto consiste la primacía del significante. No podría pasar por alto el correlato freudiano de esta primacía del significante, que es tan claro que vale la pena tomarlo 20 Lacan, «Instancia de la letra en el inconsciente», 498. 21 Jacques Lacan, «El sujeto por fin cuestionado» (1966), en Escritos 1, 224. 22 Jacques Lacan, «Función y campo», 270. 23 Fabián Schejtman, «Síntoma y Sinthome», Ancla 2 (2008): 15-59.
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como referencia: se trata de la valoración que Freud hace de la palabra-cosa, de la palabra cortada, separada de su significado, de la cual dice que hay que tomarla «sin miramiento por el sentido ni por el deslinde acústico entre las sílabas», o que hay que tratarla como se hace con el pictograma de una frase destinada a formar un acertijo gráfico o un jeroglífico. Esto es lo que Freud muestra en sus ejemplos claves, de los cuales apenas evocaré el olvido del nombre Signorelli, en la Psicopatología de la vida cotidiana24. Como podrá notarse, este es un asunto central del descubrimiento freudiano. Respecto a lo que nos ocupa, el mejor ejemplo de la primacía del significante es el síntoma de conversión de Elisabeth Von R., uno de los casos descritos en Estudios sobre la histeria. La conversión, la traducción de lo psíquico en lo somático, demuestra el lazo entre el cuerpo y el significante, la posibilidad de expresar un deseo o un conflicto psíquico a través del cuerpo, pero de un cuerpo regido por leyes que no son las de la anatomía, que es lo que Freud descubre muy pronto y que resume en estas palabras: «… la histeria se comporta en sus parálisis y otras manifestaciones como si la anatomía no existiera, o como si no tuviera noticia alguna de ella»25. Elisabeth sufre de dolor en las piernas. Freud supone que ella sabe acerca de las razones de su padecer, pero que ese saber le es inconsciente. Entonces le pregunta de dónde le vienen los dolores, y ella relata diversas escenas y situaciones conectadas con impresiones psíquicas dolorosas que la sorprendieron de pie: así, para empezar, estaba de pie cuando recibió a su padre, quien fue conducido a la casa tras sufrir un ataque al corazón y ella, al verlo, presa del terror, se quedó de pie, estrictamente, petrificada; a este primer «terror estando de pie» {Stehen} se suman otra cantidad de recuerdos hasta aquel, horroroso, en el que se quedó parada {Stehen}, como presa de un hechizo, frente al lecho de su hermana 24 Sigmund Freud, «Psicopatología de la vida cotidiana» (1901), en Obras
completas, vol. 6, 10-13. 25 Sigmund Freud, «Algunas consideraciones con miras a un estudio
comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas» (1893 [18881893]), en Obras completas, vol. 1, 206. (Las cursivas son de Freud.) 106
El síntoma como metáfora: entre sentido y mensaje
muerta. Freud advierte entonces acerca del enlace de los dolores con el estar de pie. Pero Elisabeth también le relata el enlace de los dolores con el hecho de caminar {gehen}, de levantarse {aufstehen}, dirigir sus pasos hacia un cierto lugar «cargado de afecto» {hinaufgehen}, de sentarse {setzen sich}, incluso de yacer {liegen}… Y no solo eso. Ella se queja también de su soledad {Alleinstehen}, de su falta de apoyo, de no poder avanzar un paso… Es decir que ella utiliza giros lingüísticos que hacen las veces de «puentes» para la conversión, dice Freud. Pero así como el síntoma de Elisabeth ilustra la primacía significante, ilustra también la metáfora, donde «la carne o la función están tomadas como elementos significantes…», según lo había dicho. Es lo que Freud retoma más adelante, en una explicación que me voy a permitir parafrasear, atendiendo al síntoma de Elisabeth, del cual entonces podemos decir que, «por medio de la más extrema condensación»26, se han comprimido en una sensación única, que es el dolor en las piernas, las escenas traumáticas propiamente dichas, los recuerdos de «eficacia patógena» y la «expresión simbólica» de sus pensamientos tristes. Ahora bien, Freud no alude solamente a la metáfora para dar cuenta del síntoma conversivo, pues también interviene el desplazamiento, la metonimia. Así, a la «[…] más extrema condensación […]» (de la cita anterior) agrega que «[…] por medio de un extremo desplazamiento puede circunscribirse a un pequeño detalle de todo el complejo libidinoso»27. En Elisabeth, este «pequeño detalle» es el foco de sus dolores, situado en la parte central del muslo de la pierna derecha, aquella sobre la cual el padre enfermo reposaba su propia pierna mientras la hija repetía a diario las curaciones. El «foco» ha requerido, pues, del extremo desplazamiento. En fin, «el síntoma es un sustituto, producido mediante conversión, del retorno asociativo de esas vivencias traumáticas»28; 26 Sigmund Freud, «23.° Conferencia: Los caminos de la formación de
síntomas» «Conferencias de introducción al psicoanálisis» (1917[1916-17]), en Obras completas, vol. 16, 334. 27 Freud, «23.° Conferencia: Los caminos de la formación de síntomas», 333. 28 Sigmund Freud, «Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad» (1908), en Obras completas, vol. 9, 145. 107
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pronto será un sustituto del deseo inconsciente, o de la «fantasía al servicio del cumplimiento del deseo»29, cuando a la altura de La interpretación de los sueños el deseo estructurado de manera edípica y su escenificación fantasmática constituyan la referencia central de Freud. La definición del síntoma que aquí se renueva anuda el deseo y, sistemáticamente, las operaciones destinadas a cifrarlo: el síntoma es un «retoño del cumplimiento de deseo libidinoso inconsciente desfigurado de manera múltiple»30. Un vez que Freud formula su tesis según la cual en el síntoma participan los mismos mecanismos que en el sueño, el síntoma queda situado, no ya como una formación aislada, sino formando parte del conjunto de las formaciones del inconsciente. Es decir que, en principio, Freud reconoce una homología de estructura entre los dos: el síntoma, «[a]l igual que el sueño, […] figura algo como cumplido»31. Pero, no obstante la homología, una diferencia se impone a propósito del cumplimiento del deseo, pues mientras el sueño se basta a sí mismo en relación con ese enunciado —el sueño es un cumplimiento de deseo—, el síntoma «no es la mera expresión de un deseo inconsciente realizado», dice textualmente Freud: a este deseo inconsciente «tiene que agregarse todavía un deseo del preconsciente que se cumpla mediante el mismo […]»32. El horizonte de esta última formulación del deseo contrariado no es otro que el conflicto psíquico entre las dos instancias de la primera tópica freudiana (Icc/Prcc-Cc), conflicto que se resuelve en el síntoma como formación de compromiso. Freud aporta un ejemplo al respecto en su libro de los sueños: En el caso de una paciente el vómito histérico resultó ser, por una parte, el cumplimiento de una fantasía inconsciente del tiempo de su pubertad; era el deseo de estar continuamente grávida, de tener innumerables hijos, […] del mayor número posible de hombres. Contra este deseo desenfrenado se elevó una poderosa moción 29 Freud, «Las fantasías histéricas», 145. 30 Freud, «23.° Conferencia: Los caminos de la formación de síntomas», 333. 31 Freud, «23.° Conferencia: Los caminos de la formación de síntomas», 333. 32 Freud, «La interpretación de los sueños», 561.
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de defensa. Y como por los vómitos la paciente podía perder la lozanía de su cuerpo y su belleza, de suerte que ningún hombre la encontrase ya agradable, el síntoma se ajustaba también a la ilación de pensamientos punitorios y, admitido por ambos costados, podía hacerse realidad.33
Una nota extra aporta esta viñeta clínica: la consideración del autocastigo. Dejémosla en suspenso. Por ahora se trata del deseo sexual, inconfesable, reprimido, que el síntoma cifra y que por eso mismo retorna, irreconocible, de la represión. En ese orden de ideas, el síntoma es «un sustituto de algo que fue estorbado por la represión»34. Esto irreconocible es lo que permite explicar el sentimiento de ajenidad del sujeto con relación a su síntoma, el sentimiento de absurdidad, si puedo decirlo así, la impotencia frente a aquello que simplemente se le impone como una alteración o una acción repetitiva, como un sufrimiento o un pensamiento sin sentido. El síntoma es una «opacidad subjetiva», un enigma, dirá Lacan35, soporte de la división del sujeto. 33 Freud, «La interpretación de los sueños», 561. Con una suerte de ironía,
Freud dice que el síntoma opera de la forma como lo hizo la reina de Partia con el triunviro romano Craso: como pensó que este había emprendido la campaña guerrera por la sed de oro, le hizo verter, ya muerto, oro fundido en su rostro, proclamando: «Aquí tienes lo que deseabas». 34 Freud, «23.° Conferencia: Los caminos de la formación de síntomas», 272. 35 Jacques Lacan, Seminario 14. La lógica del fantasma (1966-1967), clase de febrero 22 de 1967. Inédito. Decididamente freudiano en su retorno a Freud, Lacan no cuenta, sin embargo, con las advertencias freudianas sobre los límites al advenimiento del recuerdo del traumatismo, tal como podía leerse ya en la «Psicoterapia de la histeria», el apartado final de Estudios sobre la histeria. En efecto, en los albores de la invención del psicoanálisis, cuando todavía presionaba el recuerdo de la histérica sobre la ocasión primera en la que aparecieron los síntomas, Freud descubre que estos recuerdos se organizan, a la manera de un archivo, en cadenas asociativas en torno al factor traumático, que llamó «núcleo patógeno». Freud descubre que una resistencia —a la que llama «de asociación»— se levanta contra el recuerdo y se incrementa a medida que las representaciones se acercan al núcleo patógeno. De este modo, Freud intuye un límite al recuerdo que
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Ahora bien, la contundencia de esa formulación del síntoma como testimonio de la división subjetiva resulta al menos interrogada por la concepción del síntoma como símbolo, incluso, como metáfora. A mi modo de ver, la división del sujeto debida al síntoma no parece formar parte de los «principios» del predominio de lo simbólico enunciados por Lacan en ese texto que se considera su manifiesto, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis (1953). En efecto, en el tratamiento que allí hace Lacan no hay un límite al desciframiento. En este texto, incluso de manera más problemática que en Freud antes de Más allá del principio del placer (1920), Lacan considera que la interpretación cumple la función de develar el deseo que el síntoma sustituye y, por consiguiente, que el levantamiento de la represión conduce necesariamente a la supresión del síntoma. Así es como, en el manifiesto citado, luego de sostener que el síntoma es un «significante de un significado reprimido de la conciencia del sujeto», «símbolo escrito sobre la arena de la carne […]», Lacan llega hasta otorgarle el carácter de «una palabra de ejercicio pleno porque incluye el discurso del Otro en el secreto de su cifra»36. El desciframiento estaría en capacidad de restablecer la historia del sujeto, interrumpida entretanto por la emergencia sintomática. En efecto, dice: «El inconsciente es ese capítulo de mi historia que está marcado por un blanco u ocupado por un embuste: es el capítulo censurado». Pero, agrega, «[…] la verdad puede volverse a encontrar», puesto que «está escrita en otra parte», en particular, «en los monumentos: y esto es mi cuerpo, es decir, el núcleo histérico de la neurosis donde el síntoma histérico muestra la estructura de un
será, por consiguiente, un límite a la interpretación. Lacan tampoco cuenta con la explícita formulación freudiana de Más allá del principio del placer: «El enfermo puede no recordar todo lo que hay en él de reprimido, acaso justamente lo esencial […]. Más bien se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia presente, en vez de recordarlo, como el médico preferiría, en calidad de fragmento del pasado». Cf. Sigmund Freud, «Más allá del principio del placer» (1920), en Obras completas, vol. 18, 18. 36 Lacan, «Función y campo», 270.
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lenguaje y se descifra como una inscripción que, una vez recogida, puede sin pérdida grave ser destruida […]» (270). De manera casi poética, Lacan afirma su convicción: Jeroglíficos de la histeria, blasones de la fobia, laberintos de la Zwangsneurose; encantos de la impotencia, enigmas de la inhibición, oráculos de la angustia; armas parlantes del carácter, sellos del autocastigo, […]; tales son los hermetismos que nuestra exégesis resuelve, los equívocos que nuestra invocación disuelve, los artificios que nuestra dialéctica absuelve, en una liberación del sentido aprisionado que va desde la revelación del palimpsesto hasta la palabra dada del misterio […]. (270)37
El desciframiento es, pues, liberación del sentido aprisionado, según una comprensión del síntoma que es simbólica, pero no necesariamente metafórica. Ahora bien, cuando la comprensión es propiamente metafórica, como es el caso en La instancia de la letra en inconsciente…, el asunto no será muy distinto: al fin de cuentas la metáfora es interpretable. Entiendo que el telón de fondo de esta convicción lacaniana en relación con los alcances del desciframiento y la resolución del síntoma no es cualquier cosa: es la revelación freudiana del sentido 37 En el contexto de esta cita, el asunto del sentido aprisionado del síntoma
conducirá las cosas, en última instancia, a establecer una articulación entre el síntoma y la verdad del sujeto, cuyas proposiciones básicas están contenidas en el texto con el que Lacan prologa sus Escritos en el momento de su publicación: 1) el síntoma representa «el retorno de la verdad en las fallas de un saber»; 2) el síntoma es verdad «por estar hecho de la misma pasta de que está hecha ella», si aceptamos «que la verdad es lo que se instaura en la cadena significante»; 3) «[a] diferencia del signo, del humo que no va sin fuego, […] el síntoma no se interpreta sino en el orden del significante. El significante no tiene sentido sino en su relación con otro significante. Es en esta articulación donde reside la verdad del síntoma». Cf. Jacques Lacan, «El sujeto por fin cuestionado», 224-225. Otro momento será aquel en el que Lacan considere que el síntoma está habitado por un resto de verdad del inconsciente que no puede ser enunciado, y esto porque «la verdad solo se sostiene en un medio-decir». Cf. Jacques Lacan, El seminario. Libro 17. El reverso del psicoanálisis, 116.
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del síntoma38, punto de partida del psicoanálisis mismo por cuanto solo así el síntoma pudo ser pensado como una formación que cifra un deseo inconsciente. Por supuesto, esto implica cierta forma de situar el síntoma en la cura, de orientarse en la cura en relación con él, lo cual exige una posición dada del analista en la transferencia, seguramente tomando el sentimiento como supuesto saber el sentido del síntoma… 4.
Por ahora voy a detenerme en otra de las variantes del síntoma destacadas por Lacan en el tiempo de la primacía de lo simbólico, esto es, en su valor de mensaje, lo cual no resulta ajeno a su estructura de metáfora. Dora, la paciente de «Fragmento de análisis de un caso de histeria» (1905[1902]), aporta una de las ilustraciones más pertinentes, por el hecho de que Freud mismo así lo indica. Él presenta el caso situando de entrada el hecho de que al iniciar el tratamiento, a los 18 años, la tos que Dora había sufrido de niña reaparecía ahora de manera característica. De esta tos, de la que se supo desde siempre que se trataba de «nerviosismo», no había podido curarse no obstante los variados tratamientos. Es necesario agregar, para la mejor comprensión del estado de cosas, que Freud se pregunta de qué tipo es la tos de Dora, es decir, que no excluye que esa tos sea un fenómeno ordinario, orgánico, para concluir, dadas las características con las que se presenta ahora, que se trata de un síntoma histérico: en primer lugar, esa tos insiste, es decir que se repite, vuelve una y otra vez y en determinados momentos, lo cual Freud considera como una condición de 38 «El síntoma se nos presenta primero como una huella, que nunca será
más que una huella, y que siempre permanecerá incomprendida hasta el momento en que el análisis haya avanzado suficientemente, y hasta el momento en que hayamos comprendido su sentido. Puede entonces decirse que, así como la Verdrängung no es nunca más que una Nachdrängung, lo que vemos bajo el retorno de lo reprimido es la señal borrosa de algo que sólo adquirirá su valor en el futuro, a través de su realización simbólica, su integración en la historia del sujeto. Literalmente, nunca será sino algo que, en un momento determinado de realización, habrá sido». Jacques Lacan, El Seminario. Libro 1. Los escritos técnicos de Freud, 239-240. 112
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todo síntoma. En segundo lugar, Dora hace cierto uso de la tos, por ejemplo, señala con deleite la impotencia de los médicos para curarla, lo cual, por supuesto, se dirige transferencialmente a Freud. Entonces, de entrada esta tos «quiere decir algo», tiene sentido, lo que Freud llama «significado {valor, intencionalidad}». En efecto, Freud intuye que alguna relación hay entre la tos recurrente de Dora y sus acusaciones contra el padre, que se repetían monótona y simultáneamente en el curso de las sesiones. Es esto lo que lo lleva a agregar un cierto acento al sentido: «pensar que ese síntoma podía tener un significado referido al padre»39. El síntoma, pues, se pone al servicio de la articulación de un mensaje. Freud se decide a explorar esta vía, y la forma como lo advierte es por lo menos anticipatoria con respecto al interrogante que formularé más adelante: De otra manera los requisitos que suelo exigir a una explicación de síntoma estarían lejos de satisfacerse. Según una regla que yo había podido corroborar una y otra vez, pero que no me había atrevido a formular de manera universal, un síntoma significa la figuración —realización— de una fantasía de contenido sexual, vale decir, de una situación sexual. Mejor dicho: por lo menos uno de los significados de un síntoma corresponde a la figuración de una fantasía sexual, mientras que los otros significados no están sometidos a esa restricción en su contenido. (42)
Así pues, no se trata de un mensaje cualquiera; no solo está referido al padre, sino que se enlaza con la fantasía sexual que el síntoma figura y que, si nos atenemos a lo dicho, tendrá que ver con el padre. En efecto, Freud encuentra la oportunidad de atribuir a la tos tal interpretación a propósito del equívoco significante en la frase de Dora cuando habla de su padre en referencia a la relación amorosa que él sostiene con la señora K.: «ein vermögender Mann {un hombre de recursos, acaudalado}» que oculta la contraria: «ein unvermögender Mann {un hombre sin recursos}» (42)40. Es decir que el padre es impotente. 39 Freud, «Fragmento de análisis de un caso de histeria» (1905 [1901]), en Obras
completas, vol. 7, 42. 40 Equívoco reconocido por Freud debido a «ciertas circunstancias colaterales». 113
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El síntoma de Dora resulta ser entonces la figuración de una fantasía sexual que tiene que ver con la impotencia del padre, y el contenido de fantasía que el síntoma figura no puede sino estar referido a la modalidad oral de la satisfacción sexual que Dora supone como la única posible para el padre. Freud concluye que, con su tos espasmódica, que «respondía al estímulo de un cosquilleo en la garganta, ella se representaba una situación de satisfacción sexual per os entre las dos personas cuyo vínculo amoroso la ocupaba tan de continuo» (42). Sin lugar a dudas, desde dos ángulos por lo menos, la tos de Dora apunta a corroborar la tesis de Lacan según la cual el síntoma es una metáfora. Lo es, primero, en la perspectiva de la conversión, pues la figuración de la fantasía sexual se concentra en una sensación o inervación somática: la del cosquilleo en la garganta que constituye el estímulo de la tos. Pero lo es también en la perspectiva del mensaje cifrado que el síntoma transporta: la impotencia del Otro a quien Dora sostiene en su deseo mediante la figuración de esa fantasía sexual. Seguramente no se agota en este mensaje, como veremos, y de hecho Freud agrega aquí que un síntoma tiene más de un significado, mejor dicho, que puede figurar distintas ilaciones de pensamiento. Lo que esta pluralidad de significados le agrega al síntoma tiene la mayor importancia: se trata del hecho, precozmente dilucidado por Freud, de la sobredeterminación del síntoma, en virtud de la cual difícilmente la interpretación agotará todos los significados que transporta. Ahora se impone la pregunta que he anticipado, a propósito de la fantasía sexual que Freud le supone al síntoma de Dora. Considerando que Freud sostiene que «el síntoma sirve a la satisfacción sexual y figura una parte de la vida sexual de la persona (en correspondencia con uno de los componentes de la pulsión sexual)»41, debemos deducir que en la tos de Dora el síntoma sustituye y figura, de manera deformada por la defensa, su propia satisfacción sexual infantil. 41 Freud, «Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad», 145.
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Y al respecto, encontramos en el historial los elementos para afirmarlo. Ante todo, Freud sostiene que el síntoma histérico de la tos tuvo una tos orgánica como antecedente. Así que había en Dora una zona corporal ya irritada, en ese sentido, una zona facilitada para la excitación. Este proceso es lo que Freud llama «complacencia somática»: el síntoma histérico, conversivo, hace un uso nuevo de esa irritación previa, digamos que la «inviste» secundariamente para su propósito. Pero entre una cosa y otra, entre la precondición somática que brinda la irritación en la garganta y el síntoma de la tos, se interpola otro factor: el que tiene que ver con la satisfacción sexual infantil. Este factor es el que facilita la creación autónoma de la fantasía. Y es que Dora había sido en su infancia una «chupeteadora», como dice Freud. Ella relata una escena fantasmática, coagulada, enigmática, de sus 4 o 5 años, en la que «estaba sentada en el suelo, en un rincón, chupándose el pulgar de la mano izquierda, mientras con la derecha daba tironcitos al lóbulo de la oreja de su hermano, que estaba ahí quieto, sentado»42. Freud sostiene que esa es la manera completa de autosatisfacción por el chupeteo. Así pues, el síntoma hunde sus raíces en la práctica sexual infantil, autoerótica —luego recubierta por la fantasía—. En otras palabras, hunde sus raíces en el «infantilismo de la sexualidad». Esta práctica ha sido estorbada por la represión, pero las aspiraciones libidinales insisten y logran retornar de lo reprimido; por supuesto, no lo logran sin consentir una cuota nada despreciable de desfiguración que hace irreconocible esta satisfacción. Pero el síntoma es su sustituto: sustituto de la satisfacción infantil autoerótica ahora reprimida, del goce pulsional, para decirlo en términos de Lacan. En consecuencia, el síntoma realiza un goce sustitutivo. Entonces, uno no puede menos que preguntarse qué va de la sustitución significante —metafórica— a esta otra sustitución, que es la de una satisfacción pulsional. ¿Acaso la metáfora da cuenta de las 42 Freud, «Fragmento de análisis de un caso de histeria», 46.
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dos modalidades de sustitución? Al respecto, Sidi Askofaré43, en un texto recientemente publicado en español, afirma que Lacan ofrece una pista a la altura del seminario de la ética cuando aporta una definición del síntoma en ese sentido: «El síntoma es el retorno, vía sustitución significante, de lo que está en el extremo de la pulsión como su meta»44. Sí, puesto que, por una parte, la pulsión se satisface en el síntoma y, por otra, la sustitución significante «constituye la estructura sobredeterminada, la ambigüedad, la doble causalidad, de lo que se llama compromiso sintomático»45. Una cosa no va sin la otra. De todos modos, el asunto no se detiene aquí. Y vuelvo al caso Dora para advertir la conclusión a la que llega el mismo Freud en relación con el síntoma de la tos, una vez que ha podido reconstruir lo que él llama el «conjunto de sus determinaciones». Dice entonces que, ante todo, cabe suponer el estímulo de la tos real, que es como «el grano de arena en torno del cual el molusco forma la perla». Este estímulo real no pasó en vano, al contrario, quedó fijado; debe su fijación al hecho de que afectaba una región del cuerpo que tenía para Dora la significación de una zona erógena: el tracto bucofaríngeo. La fijación, a su vez, facilitó la vía para dar curso a la libido excitada. Pero en la fijación participó además otro elemento que Freud llama «revestimiento psíquico»: se refiere al hecho de que este estímulo resultó apto para figurar, mediante conversión, cierta situación psíquica en la que se hallaba involucrada la misma zona corporal. En el síntoma de la tos de Dora el último revestimiento, dicho de otro modo, la última significación psíquica fue la fantasía de la satisfacción sexual entre el padre y la señora K. Freud concluye que el estímulo orgánico, el núcleo real del síntoma, quedó «psíquicamente seleccionado y revestido»46, al modo como el molusco envuelve el grano de arena «con las capas de la madreperla». El síntoma es eso para Freud, una formación 43 Sidi Askofaré, «Del síntoma al sinthome», en Clínica del sujeto y del lazo
social (Bogotá: Gloria Gómez-Ediciones, 2012). 44 Lacan, El Seminario. Libro 7. La ética del psicoanálisis, 136. 45 Lacan, El Seminario. Libro 7. La ética del psicoanálisis, 136. 46 Freud, «Fragmento de análisis de un caso de histeria», 73.
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de doble rostro, significante y de satisfacción pulsional. Uno no puede sino recordar la famosa referencia lacaniana de la «envoltura formal del síntoma»47. 5.
La redacción del caso Dora data de 1901. Es decir que desde el comienzo Freud trató simultáneamente lo que luego fue pensado por Lacan en dos capítulos separados entre sí: el que sitúa al síntoma en el registro de lo simbólico, y aquel que pone el acento en el registro de lo real. El primero está subtendido por las formulaciones freudianas del principio del placer, mientras que el segundo toma en consideración las consecuencias de la elaboración freudiana de la segunda tópica, es decir, de la introducción de la compulsión de repetición. Con esta separación en mente, estamos acostumbrados a pensar que, de un lado, el síntoma es cumplimiento de deseo y, del otro lado, satisfacción de la pulsión. Ahora bien, al término de este recorrido, de la mano de Freud con Dora hemos podido concluir que la satisfacción libidinal sustitutiva no está ausente del síntoma pensado como sustitución metafórica, que el síntoma repite la modalidad infantil de la satisfacción pulsional. Así las cosas, la pregunta que me formulo es la siguiente: ¿qué novedad introduce la segunda tópica? Dicho en otros términos, si la satisfacción pulsional ya está implicada en el «síntoma-metáfora», ¿qué le agrega al síntoma el más allá del principio del placer para que la otra versión del síntoma, el «síntomagoce», pueda ser así, tan claramente deslindada? En una de las conferencias de introducción de 1916-1917, antes del vuelco que supone el más allá…, Freud ya se refería a la repetición, vía el síntoma, de la satisfacción pulsional, haciendo intervenir un elemento extra relativo a la «sensación de sufrimiento» que el síntoma aporta. Este elemento sería apto para pensar el síntoma en su vertiente de goce, es decir, como «satisfacción inconsciente […] sentida como displacer o sufrimiento»48. Dice Freud: 47 Jacques Lacan, «De nuestros antecedentes» (1966), en Escritos 1, 60. 48 Askofaré, «Del síntoma al sinthome», 108.
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[…] el síntoma repite de algún modo aquella modalidad de satisfacción de [la] temprana infancia, desfigurada por la censura que nace del conflicto, por regla general volcada a una sensación de sufrimiento y mezclada con elementos que provienen de la ocasión que llevó a contraer la enfermedad. La modalidad de satisfacción que el síntoma aporta tiene en sí mucho de extraño. Prescindamos de que es irreconocible para la persona, que siente la presunta satisfacción más bien como un sufrimiento y como tal se queja de ella. Esta mudanza es parte del conflicto psíquico bajo cuya presión debió formarse el síntoma. Lo que otrora fue para el individuo una satisfacción está destinado, en verdad, a provocar hoy su resistencia o su repugnancia.49
De hecho, el sujeto deriva sufrimiento de su síntoma. Pero lo que introduce el más allá… no se reduce a esta constatación. También sufría la paciente de Freud a la que hice referencia más arriba, aquella en la cual el vómito histérico, al tiempo que cumplía una fantasía de deseo, resultaba apto para expresar sus pensamientos punitorios… Es que el síntoma es formación de compromiso entre tendencias contrarias. No se trata únicamente, pues, de la presencia del dolor y el displacer. ¿Entonces? Voy a dejar apenas planteada la cuestión, esta importante cuestión, pero ya suficientemente indicada en la pluma de Freud: Desde el punto de vista económico, la existencia de la aspiración masoquista en la vida pulsional de los seres humanos puede con derecho calificarse de enigmática. En efecto, el masoquismo es incomprensible si el principio de placer gobierna los procesos anímicos de modo tal que su meta inmediata sea la evitación de displacer y la ganancia de placer. Si dolor y displacer pueden dejar de ser advertencias para constituirse, ellos mismos, en metas, el principio de placer queda paralizado, y el guardián de nuestra vida anímica, por así decir, narcotizado.50
49 Freud, «23.° Conferencia: Los caminos de la formación de síntomas», 333. 50 Sigmund Freud, «El problema económico del masoquismo» (1924), en
Obras completas, vol. 19, 16. (Las cursivas son mías.)
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LO REAL
El concepto de pulsión de Freud a Lacan
Belén del Rocío Moreno Universidad Nacional de Colombia
Yo, que entiendo el cuerpo. Y sus crueles exigencias. Siempre he conocido el cuerpo. Su vórtice que marea. El cuerpo grave. Personaje mío aún sin nombre.
Clarice Lispector, «El viacrucis del cuerpo»
El concepto de pulsión en Freud
Comenzaré este recorrido por el concepto de pulsión en Lacan con la siempre necesaria referencia a las elaboraciones de Sigmund Freud. Este concepto fue introducido por el fundador del psicoanálisis, en 1905, en Tres ensayos para una teoría sexual1; luego, en 1915, le dedicó un importante trabajo, Pulsiones y destinos de pulsión2, que forma parte de los denominados escritos metapsicológicos de su obra, donde considera la pulsión como un concepto fundamental (Grundbegriff ) del psicoanálisis. La misma consideración encontraremos luego en Lacan, pues la pulsión tiene un lugar en el Seminario 11 (1964), cuyo nombre es justamente Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis3; allí la pulsión aparece al lado de los conceptos de inconsciente, repetición y transferencia.
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Sigmund Freud, «Tres ensayos para una teoría sexual» (1905), en Obras completas, vol. 7 (Buenos Aires: Amorrortu, 2005). Sigmund Freud, «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915), en Obras completas, vol. 14. Jacques Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964) (Buenos Aires: Paidós, 1989). 123
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Freud comienza planteando, en su texto de 1915, que una ciencia no inicia con conceptos básicos claros y definidos, sino con la descripción de un material empírico, en la que se aplican ciertas ideas abstractas recogidas en otra parte. En este punto es necesario recordar que «la otra parte» a la que Freud acude para formular su concepto es la física de su época, de donde extrae una importante serie de nociones: energía, cantidad, acumulación, tensión, fuerza y trabajo; procedencia que Lacan recuerda, en su seminario, cuando dice que con estas formulaciones «vemos esbozados […] los conceptos que para Freud son conceptos fundamentales de la física. Sus maestros en fisiología son aquellos que se proponen realizar, por ejemplo, la integración de la fisiología a la física moderna y en especial a la energética»4. Volviendo a Freud, tenemos que las primeras ideas así surgidas tendrán el carácter de convenciones; sin embargo, tales convenciones han de estar determinadas por relaciones significativas con el material empírico5. Una observación más aguda de los fenómenos permitirá delimitar y afinar los conceptos, que entonces podrán ser utilizables en un amplio campo. Este amplio campo puede constituirse al considerar tanto el espacio de la clínica como aquel otro referido a los fenómenos colectivos. Así, en primer lugar, en el campo de la praxis analítica constatamos que al operar con palabras es posible incidir en la economía pulsional6; también en ese mismo terreno podemos situar, por ejemplo, el vínculo entre la fantasía y la satisfacción pulsional o hallar el valor erógeno que cobran los síntomas en la economía psíquica. Por fuera del campo estrictamente clínico, el concepto de pulsión nos permite pensar 4 5
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Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, 170. En un sentido similar se pronunciará Lacan, tiempo después, al afirmar que «un concepto se mantiene si traza su vía en lo real que se ha de penetrar». Cf. Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, 170. Asunto sobre el cual Lacan dirá: «[…] nos referimos a la pulsión porque el estado de satisfacción se ha de rectificar a nivel de la pulsión». Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, 174.
El concepto de pulsión de Freud a Lacan
en las satisfacciones erógenas que resultan patentes en los colectivos y que, dado el caso, pueden marcar de manera predominante la subjetividad de una época; por ejemplo: se ha dicho que el siglo XX fue el siglo de la mirada. En la misma vía, podemos situar las seducciones invocantes que alientan en los movimientos de masas7. De este modo, comenzamos a esbozar el amplio campo en que el concepto de pulsión se vuelve utilizable. Una vez los conceptos son acuñados en definiciones, habrán de experimentar sin embargo un cambio constante en su contenido, dado el estrecho vínculo que liga la teoría psicoanalítica con la praxis en que se soporta. Después de estas consideraciones iniciales, Freud se refiere a los cuatro términos asociados con el concepto de pulsión. r Drang: Esta palabra ha tenido numerosas traducciones al español: ‘fuerza’, ‘empuje’, ‘esfuerzo’, ‘presión’, ‘carga’, ‘perentoriedad’. Con este término Freud se refiere al factor energético, a la intensidad de la excitación que tiene lugar en zonas delimitadas del cuerpo. La particularidad del Drang de la pulsión es ser una fuerza endógena constante (Konstante Kraft), de carácter irreducible. Freud opone, en este punto, el impacto de una fuerza de choque momentánea (momentane Stosskraft) a la persistencia de una fuerza constante, que sería entonces característica de la pulsión. Esta presión de la pulsión se diferencia de la presión que ejercen las necesidades vitales como el hambre o la sed. Más adelante, precisaremos esta distinción. r Ziel: La meta o el fin de toda pulsión es la satisfacción, que implica una disminución de la excitación a nivel de la fuente. r Objekt: El objeto es aquello en lo cual o por medio de lo cual la pulsión puede alcanzar su meta; de allí que tenga un valor puramente instrumental respecto de la obtención de la satisfacción. r Quelle: La fuente es aquella parte del cuerpo donde se produce el proceso somático que da lugar a la excitación representada en la vida anímica por la pulsión. 7
Al respecto, véase el trabajo de Michel Poizat, Vox populi, vox dei. Voz y poder (Buenos Aires: Nueva Visión, 2003). 125
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Freud plantea que «[…] la pulsión nos aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante {Repräsentant} psíquico de las excitaciones que provienen del interior del cuerpo y que alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal»8. Se advierte entonces que el concepto de pulsión subvierte el canónico dualismo alma-cuerpo, pues permite más bien situar el enlace necesario entre lo somático y lo psíquico. La pulsión implica entonces que la excitación de las zonas erógenas halla inscripción en el psiquismo por medio de un representante psíquico. Freud también planteó, muy pronto, una diferencia entre pulsión e instinto, conceptos para los cuales disponía de dos términos en alemán: Trieb e Instinkt, respectivamente. Revisemos brevemente esta distinción, para luego avanzar sobre el asunto más preciso de nuestro interés. Sucede que en español, Luis López Ballesteros, a cuyo cargo estuvo la primera traducción de las obras completas, tradujo Trieb por ‘instinto’, es decir, no advirtió que Freud había acuñado una diferencia entre pulsión e instinto. Es preciso insistir en que esta diferencia es de factura freudiana, pues en alemán los dos términos se usan como sinónimos y aluden a una fuerza que impulsa y hace avanzar. ¿Qué es entonces el instinto? El instinto es un esquema heredado de comportamiento, adaptativo, propio de una especie animal. Este mecanismo no varía de un individuo a otro de la especie y se desarrolla según una secuencia temporal que no se deja alterar tan fácilmente. Se entiende, además, que este mecanismo fijo parece responder a una finalidad, esto es, que está orientado por una teleología: la conservación de la especie. Entonces, el instinto es un legado hereditario, no aprendido, que transmite un conocimiento acerca de la conservación9. Como en 8 9
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Freud, «Pulsiones y destinos de pulsión», 117. Posteriormente, Lacan construyó un contraste entre conocimiento y saber que le permitió distribuir de manera inversa los conceptos de instinto y pulsión: «[…] el instinto […] se define como aquel conocimiento en el que admiramos el no poder ser un saber. Pero de lo que se trata en Freud es de otra cosa, que es ciertamente un saber que no comporta el menor
El concepto de pulsión de Freud a Lacan
el campo del instinto el objeto está predeterminado de manera natural, debe tratarse de un objeto preciso, a diferencia del objeto de la pulsión, cuya condición, según veremos, es la contingencia, es decir, que el objeto pulsional puede ser cualquier cosa que permita la satisfacción. Tenemos entonces una inflexibilidad del instinto contraria a la plasticidad de la pulsión. El funcionamiento instintivo es rígido, pues su desarrollo no se modifica según eventuales cambios en las circunstancias. Una vez se desencadena el instinto, el animal repite automáticamente un mecanismo que se desenvuelve según una secuencia, que en caso de ser interrumpida, al momento de volver a instalarse, no se culmina en el trecho faltante, sino que se inicia de nuevo por el primer movimiento. Con la pulsión (Trieb), en cambio, tenemos una fuerza impulsora que no obliga a un comportamiento determinado ni tiene un objeto específico por medio del cual sea posible alcanzar la satisfacción. También sucede que a la meta se puede llegar por distintos caminos: ya sea por vía de la satisfacción sexual directa o por conducto de la satisfacción sustitutiva del síntoma o por medio de la satisfacción desexualizada de la sublimación. A diferencia del esquema instintivo preformado, la plasticidad de la pulsión concierne en último término a que es el resultado de las vicisitudes en los lazos edípicos; o dicho en términos lacanianos: la pulsión se constituye en el lazo del sujeto con el Otro. En el campo del psicoanálisis, desde Freud, se plantea que las pulsiones son los elementos fundamentales a que se puede llegar en el examen de la sexualidad humana; son, por así decirlo, sus «partículas elementales». Así como en el campo de la física «las partículas elementales» son los constituyentes básicos de la materia, así para el psicoanálisis la sexualidad humana está conformada, en último conocimiento, en cuanto está inscrito en un discurso del cual, a la manera del esclavo mensajero del uso antiguo, el sujeto que lleva bajo su cabellera su codicilo que le condena a muerte no sabe ni su sentido ni su texto, ni en qué lengua está escrito, ni siquiera que lo han tatuado en su cuero cabelludo, rasurado, mientras dormía». Cf. Jacques Lacan, «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano», en Escritos 2 (México: Siglo XXI, 1985), 783. (La cursiva es mía.) 127
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término, por estas unidades fundamentales. En tal sentido, hay que subrayar que Freud fue muy riguroso a la hora de designarlas, pues se opuso al desvío de multiplicar el número de pulsiones de acuerdo con la amplia gama de acciones humanas. Por otra parte, desde la sección sobre las desviaciones respecto a la meta sexual de Los tres ensayos para una teoría sexual (1905), Freud planteó el carácter siempre parcial de la pulsión. No hay, en ningún caso, la pulsión sexual total; hay siempre pulsiones parciales. De este modo —para utilizar una metáfora de Korman—10, en el cuerpo se configura una especie de «archipiélago pulsional», esto es, un conjunto de islotes que son zonas excitables, en las que a través de un cierto recorrido es posible obtener satisfacciones erógenas parciales. Freud señaló que no hay posibilidad de huir de la excitación pulsional tal como ocurre ante un estímulo externo. Contrapuso así dos términos, estímulo (Reiz) y excitación (Erregung), y con ello situó la proveniencia de los aumentos de tensión a los que se ve sometido el cuerpo: de un lado, están los estímulos que provienen del exterior y, de otra parte, las excitaciones que surgen en cualquier lugar del cuerpo. Así, con la excitación pulsional que es endógena, la fuga fracasa. Al respecto, recuerdo un grafiti que vi hace poco en la puerta de un baño que dejaba testimonio de una queja sobre el cuerpo, que pretendía resolverse en un cierto llamado al ideal: «A veces, el cuerpo estorba porque impide ver el alma». A tal consigna replicaba una breve e ingeniosa respuesta: «¡Pues quíteselo!». Si hay queja referida al cuerpo, seguramente esta se encuentra determinada por la incesante exigencia que imponen las excitaciones pulsionales. Por otra parte, la respuesta resulta chistosa porque indica un imposible: resulta que no hay huida posible, ni cese posible al permanente acicate pulsional; dicho de otra manera: ¡no me puedo quitar el cuerpo ni salir corriendo de las excitaciones que lo desencajan! Puesto que la huida, entendida como alejamiento del estímulo, resulta ineficaz para las excitaciones pulsionales, entonces serán necesarias otras complejas operaciones psíquicas, que 10 Víctor Korman, El espacio psicoanalítico (Madrid: Síntesis, 2004), 181.
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El concepto de pulsión de Freud a Lacan
son las defensas contra ese inagotable bombardeo pulsional; nos encontramos entonces con lo que Freud denominó «destinos» de la pulsión. En el texto de 1915, Pulsiones y destinos de pulsión, planteó que hay varios destinos posibles para la pulsión: la represión, la sublimación, la orientación a la propia persona y la transformación en lo contrario. La mayor parte de estos destinos son, en realidad, modos de defensa contra el apremio inacabable que las pulsiones representan para el aparato anímico. Por otra parte, al examinar los pares antitéticos «sadismo/masoquismo» y «placer visual (escopofilia) / exhibición», Freud encontró en las voces gramaticales el recurso para seguir las transformaciones pulsionales: voz activa, pasiva y media refleja. Tratándose, por ejemplo, de la pulsión de ver —llamada también por él «escopofílica»—, estos modos corresponderían respectivamente a ver, ser visto y hacerse ver. Los elementos que acabo de señalar conciernen a la meta de la pulsión, pues se refieren a la manera como se satisface la pulsión: viendo, siendo visto o haciéndose ver. Agreguemos ahora otra indicación sobre el objeto parcial que es, como lo habíamos indicado, el medio necesario para que la pulsión alcance su meta que es la satisfacción. Según Freud, el objeto no está enlazado originalmente con la pulsión, y solo se le coordina «a consecuencia de su aptitud para posibilitar la satisfacción»11. Así, el objeto puede ser cualquier cosa; por ejemplo, tratándose de la pulsión oral, el objeto puede ser el dedo pulgar, el chupete, un pedacito de cobija, el chicle, el alcohol, el humo del cigarrillo… De hecho, el objeto es un pretexto o, como se ha dicho, un «catalizador»12 en la acepción química del término, esto es, el elemento necesario para que se precipite la satisfacción; a su vez, la satisfacción implica un efecto a nivel de la fuente consistente en una disminución de la cantidad de excitación. De modo que sin ese objeto contingente, sin ese objeto cualquiera, sin ese «catalizador», no hay posibilidad alguna de que disminuya temporal y parcialmente la tensión excitativa. 11 Freud, «Pulsiones y destinos de pulsión», 118. 12 Serge Leclaire, Escritos para el psicoanálisis. Moradas de otra parte (Buenos
Aires: Amorrortu, 2000), 211. 129
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Freud planteó que la contingencia inicial del objeto puede ceder paso a la fijación. Tal fijación, que acontece en épocas tempranas de la vida, pone cortapisa a la movilidad inicial del objeto de la pulsión, a su contingencia. Podemos ahora agregar que esa fijación ocurre en el momento en que un sujeto construye su fantasma. Entonces, para cada quien hay singularidades del objeto que se convierten en condición necesaria para procurarse, por su conducto, una satisfacción pulsional. Recuerdo en este punto el relato de un joven fetichista que contaba, en algún programa televisivo, la singular inclinación que orientaba su vida erótica: inflar bombas de colores hasta hacerlas reventar. Al joven le causaba enorme excitación el color de las bombas, su transparencia, y finalmente, obtenía el orgasmo cuando escuchaba el estallido. En este caso, resultaba notable no solo la ausencia de un partenaire sexual y el carácter singular del objeto con el cual se procuraba satisfacciones erógenas, sino ante todo los detalles que para él eran condición necesaria para el cese parcial de la tensión excitativa: color, tamaño, transparencia y, finalmente, el ruido de las bombas al reventar… En aquella ocasión, además, se nombraba el colectivo que había adoptado a las bombas como el objeto de goce: looners. Desde luego, hay que decir que esas singularidades del objeto, que para cada quien son específicas, habrán de ingresar en las escenas fantasmáticas con las que un sujeto sostiene su deseo. En Los tres ensayos para una teoría sexual, Freud planteó que las pulsiones sexuales se constituyen por apoyo o apuntalamiento sobre las pulsiones de autoconservación, de las que luego se independizan; también formuló tal apuntalamiento diciendo que la pulsión sexual nace apoyada en una función vital. En el ejercicio de la función vital, habría la producción de un plus de placer que pronto se independiza de la función biológica, para cobrar un valor puramente erógeno. Al respecto dice que, durante el amamantamiento, el lactante conoce el primer placer que consiste en el paso de la cálida corriente de la leche por la boca. Así, al comienzo habría una especie de coalescencia entre la función vital y la pulsión sexual. Diremos entonces que la pulsión oral surge, como tal, cuando se abandona el seno que alimenta. Al mismo tiempo 130
El concepto de pulsión de Freud a Lacan
se constituye un objeto que será el núcleo de una actividad fantasmática, de allí en más acompañante de la satisfacción pulsional autoerótica. Cualquiera que haya visto a un bebé chupeteándose los labios y la lengua, en ausencia de la ingestión del alimento, podrá suponer con facilidad que hay un objeto fantaseado sosteniendo tal actividad. Hay un momento posterior para la pulsión, la búsqueda de objetos en el mundo externo con los cuales procurarse una satisfacción. Las pulsiones privilegiarán en ellos los objetos parciales, a través de los cuales sea posible alcanzar la satisfacción; por ejemplo, la boca, los labios y la lengua del partenaire sexual vendrán al lugar del objeto por medio del cual se goza del erotismo del beso. Por otra parte, es necesario indicar que para Freud no hay doma posible de las pulsiones, puesto que, en su perpetuo movimiento, son ajenas a preceptos de carácter moral; las pulsiones apuntan a satisfacerse por el conducto que sea. Allí radica el imposible que signa la tarea de educar, una de las tres labores imposibles, al lado de gobernar y analizar13. El carácter ineducable de las pulsiones provoca el conflicto psíquico, pues invariablemente habrá de emerger un choque entre la satisfacción pulsional siempre buscada y las instancias que ejercen la censura en el aparato psíquico. Al comienzo Freud propuso distinguir dos tipos de pulsiones: las pulsiones yoicas o de autoconservación y las pulsiones sexuales, en lo que se llamó el «primer dualismo pulsional»; se trataba de la clásica oposición entre Eros y Ananké. Luego, en Más allá del principio del placer14 (1920), reorganizó las pulsiones en dos categorías: las de vida y las de muerte; se trata con ello de la oposición entre Eros y Tánatos. Como lo recuerda Korman, Freud vinculó con la pulsión de muerte un conjunto de fenómenos clínicos y teóricos que antes no aparecían articulados: la compulsión a la repetición, el sadismo, el masoquismo, la ambivalencia, el sentimiento de culpa, la reacción terapéutica negativa15… Hay que decir que con el 13 Sigmund Freud, «Análisis terminable e interminable» (1937), en Obras
completas, vol. 23, 249. 14 Sigmund Freud, «Mas allá del principio del placer» (1920), en Obras
completas, vol. 18. 15 Korman, El espacio psicoanalítico, 184.
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concepto de «pulsión de muerte» —que resultó tan «traumático» para la posteridad freudiana, habida cuenta de las lecturas pueriles que sobre él se construyeron— no se designa una pulsión más para agregar a la serie, sino el principio mismo que orienta el funcionamiento pulsional: la repetición, dado que siempre habrá una diferencia entre el placer buscado y el placer hallado. Esta diferencia, tal como lo plantea Freud en su texto de 1920, genera lo que denominó «el factor pulsionante». Puesto que la satisfacción erógena conquistada es invariablemente poca respecto de la totalidad de goce fantasmáticamente anhelada, no queda más que… intentarlo de nuevo: la repetición. En Lacan, no hay tales dualismos; en sus articulaciones al respecto es más bien monista, dado que afirma que la única pulsión es la pulsión de muerte. El concepto de pulsión en Lacan
Según Lacan, el concepto de pulsión ha de tratarse como una «ficción», noción acuñada por Jeremy Bentham. El psicoanalista francés dejó de lado la idea de modelo que se le antojaba muy manida, y la de mito, que Freud había utilizado en sus Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis16, cuando afirmaba que las pulsiones son nuestra mitología. Es preciso indicar que la noción de ficción en Bentham no se refiere al campo de la mentira, del engaño o la falsedad, sino que alude a un artefacto de la representación, de carácter convencional, cuya utilidad se sostiene mientras permita interpretar la realidad17. 16 «La doctrina de las pulsiones es nuestra mitología, por así decir. Las
pulsiones son seres míticos, grandiosos en su indeterminación. En nuestro trabajo no podemos prescindir ni un instante de ellas, y sin embargo nunca estamos seguros de verlas con claridad». Cf. Sigmund Freud, «32.° Conferencia: Angustia y vida pulsional» «Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis» (1932), en Obras completas, vol. 22. 17 Al respecto, resulta esclarecedor el artículo «Una aproximación a la teoría de las ficciones», de Alfredo Pérez Galimberti, del cual transcribo enseguida algunos fragmentos: «Las ficciones son recursos de la imaginación para interpretar la realidad, para narrarla. Artefactos de representación, de origen convencional, su utilidad se mantiene en la medida en que conservan este poder que se les confiere, y son abandonadas cuando lo pierden. Este es el 132
El concepto de pulsión de Freud a Lacan
En el seminario sobre Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Lacan plantea que, desde Freud, esos cuatro términos asociados con la pulsión no son tan naturales como podría hacerlo pensar su simple enumeración: «Pongamos primero el Drang, el empuje, la Quelle, la fuente, el Objekt, el objeto, el Ziel, la meta. Al leer esta enumeración, por supuesto puede parecer muy natural. Mi propósito es probar que todo el texto se empeña en demostrar que no es tan natural como puede creerse»18. Entonces, la presión, la fuente, el objeto y el fin son elementos disjuntos; o para decirlo con una palabra acuñada por el poeta portugués Fernando Pessoa, esos componentes de la pulsión son inconjuntos. No va de suyo que cada uno de ellos suponga a los otros. Como de lo que se trata es de la condición de disyunción de estos elementos, resulta posible que, estando así desagregados, puedan sin embargo entrar en las combinaciones más diversas. Dado que cada elemento es separable de los otros, existe la posibilidad de ensamblajes distintos. De ello se deriva que si la pulsión terreno de lo consciente. Las ficciones pueden degenerar en mitos cuando no se las considera conscientemente como tales, y en este sentido se tornan peligrosas, si se quiere hacer coincidir la realidad en el molde de una ficción a la que se ha quitado de la esfera de lo convencional, y por lo tanto de lo racional. El mito tiene un ingrediente totalizador, porque opera desde un ritual, lo que supone explicaciones “totales y adecuadas de las cosas tal como son y como fueron”; y exige aceptación incondicional, mientras que en el terreno de las ficciones siempre se opera desde el “como si”, y su aceptación es condicional, y vinculada a su utilidad para leer la realidad […]. En un nivel lingüístico, alejado ya de las contingencias políticas, Bentham no remite las ficciones al orden de la mendacidad, de la arbitraria falsedad y de lo confuso, sino que las valora como entidades reales del lenguaje, cuya necesidad está relacionada con la génesis y el desarrollo del discurso. Y es de esta perspectiva donde la teoría de las ficciones de Bentham es revalorizada por Lacan: las ficciones no en el sentido de quimeras fabulosas, sino entendidas como aparatos lingüísticos, montajes de los motivos y deseos presentes detrás de los intereses. Las ficciones no serían entonces instrumentos contingentes de uso, sino la médula y el tejido de la estructura de la verdad». Cf. Alfredo Pérez Galimberti, «Una aproximación a la teoría de las ficciones» (1995). http://defensachubut.gov. ar/userfiles/file/ Publicaciones/ficcion_ discurso_narrativo_y_juridico.pdf 18 Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, 170. 133
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es un montaje, sus elementos no implican un modo de engranaje predeterminado. Por eso Lacan dijo que la pulsión es un montaje a la manera de un collage surrealista. Hay que recordar, en este punto, que la técnica del collage procede ensamblando materiales diversos. Los elementos conjugados en el collage no son uniformes; por ejemplo, en un collage se puede ensamblar un trozo de madera con un montón de arena, a lo que además se pueden agregar algunos pegotes de pintura. Entonces, para seguir esta metáfora, en el collage pulsional se pueden pegar elementos distintos: una fuente, un objeto, una meta, una presión19. Elementos disjuntos que una vez articulados, en su ensamblaje, resultan tan asombrosos como la singular composición que construye Lacan con una dínamo, una toma de gas, una pluma de pavo y una hermosa mujer… Esta es pues la singular composición que él construye para la pulsión: Diré que si a algo se parece una pulsión es a un montaje. No es un montaje concebido desde una perspectiva finalista. Esta perspectiva es la que se instaura en las modernas teorías del instinto, y allí la presentación de un montaje es cabalmente satisfactoria. Dentro de esta perspectiva, un montaje, por ejemplo, es la forma específica que hace que la gallina en el corral se aplaste contra el suelo si se pasa a unos metros por encima de ella un trozo de papel recortado en forma de halcón, es decir, algo que desencadena una reacción más o menos apropiada, y cuya sutileza consiste, por cierto, en hacernos ver que esta no siempre es adecuada. No estoy hablando de este tipo de montaje. El montaje de la pulsión es un montaje que, en primer lugar, se presenta como sin ton ni son —tiene el sentido que adquiere cuando se habla de montaje en un collage surrealista—. Si reunimos las paradojas que acabamos de definir al nivel del Drang [,] del objeto, de la meta de la pulsión, creo que la imagen adecuada sería la de una dínamo enchufada a la toma de gas, de la 19 Alain Didier-Weill ha planteado, de manera muy sugestiva, que los
elementos del montaje pulsional, presión, fuente, objeto y fin, pueden asociarse con las causas distinguidas por Aristóteles, en Metafísica: eficiente, material, formal y final, respectivamente. Cf. Alain Didier-Weill, Invocaciones, Dionisos, Moisés, San Pablo y Freud (Buenos Aires: Nuevas Visión, 1999), 119. 134
El concepto de pulsión de Freud a Lacan
que sale una pluma de pavo real que le hace cosquillas al vientre de una hermosa mujer que está allí presente para siempre en aras de la belleza del asunto. El asunto, por cierto, empieza a ponerse interesante porque la pulsión, según Freud, define todas las formas con las que puede invertirse un mecanismo semejante. Ello no quiere decir que se vuelve del revés a la dínamo, sino que se desenrollan sus hilos —ellos se convierten en la pluma de pavo real, la toma de gas pasa a la boca de la dama, y del medio sale una rabadilla—.20
Con esta sugerente composición, volvamos ahora sobre las singularidades de los elementos de nuestro collage pulsional: la presión empuja, pero no se sabe para dónde, aguijonea entonces sin una teleología predeterminada. El objeto es indispensable para la satisfacción, pero puede ser cualquier cosa, es lo más variable, lo más contingente y, luego sin embargo, también puede fijarse. A la meta, que siempre es la satisfacción, se puede llegar por diferentes caminos, de manera directa o por los tortuosos caminos sustitutivos. Pero con estas singularidades no tenemos aún, en su exceso maravilloso y surrealista, el montaje del collage pulsional, pues este aparecerá tan pronto como consideremos la imbricación pulsional que da lugar a algunas teratológicas junturas, por efecto de la plasticidad inherente a las pulsiones. Por ejemplo, pensemos en el collage que se hace evidente cuando alguien dice que recuerda cómo ante la mirada furiosa de su padre se volvía mierda, o cuando aquella otra siente que se la están comiendo con los ojos. Aún, podemos evocar aquel otro que habla reteniendo su palabra, tal como lo hace con sus excrementos. Hagamos ahora una segunda vuelta por cada uno de los elementos de esta surrealista composición, para precisar los aportes de Lacan. Examinaremos, enseguida, con mayor detalle los cuatro términos que Freud asoció con el concepto de pulsión: presión, fuente, fin y objeto.
20 Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, 177. 135
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1. La presión (Drang)
El carácter ingobernable de la pulsión concierne a su presión, al empuje que esta ejerce de manera incesante. Harari21 planteó que la traducción más adecuada al español para el Drang sería el término «presión». Ello en razón de que Drang, ‘presión’, está relacionado con la Verdrängung, palabra que se ha traducido como ‘represión’. Advertimos, pues, que Drang está en Verdrängung; por ello, de manera homóloga, se puede articular la presión de la pulsión con la represión —un destino posible para la excitación erógena—. En la traducción de José Etcheverry (Amorrortu), Drang se tradujo como ‘esfuerzo’. Ese término, según Harari, no parece muy apropiado, pues dio lugar también a traducir conceptos como el de represión secundaria como ‘esfuerzo de dar caza’. La traducción de Drang por ‘presión’ implica entonces una distancia con la palabra «esfuerzo» y la alusión a la disposición pseudovolitiva que implica 22. Esta traducción del Drang de la pulsión como ‘presión’ queda además autorizada por el mismo Lacan cuando dice: «En efecto, en la experiencia encontramos algo que posee el carácter de lo irrepresible aún a través de las represiones —Por lo demás, si ha de haber represión es porque del otro lado algo ejerce una presión»23. Como ya lo habíamos indicado, la excitación que produce el Drang, la presión pulsional, es distinta de la que ejercen las necesidades vitales como el hambre o la sed, que surgen de acuerdo con ciertos ciclos; en este último caso habría primero una tensión que hace manifiesta una necesidad, luego se realizan las acciones conducentes a su satisfacción, para que después, según cierto ritmo, vuelva a aparecer la urgencia de la necesidad. La excitación 21 Harari Roberto, Los cuatro conceptos fundamentales para el psicoanálisis
(Buenos Aires: Nueva Visión, 1987), 210. 22 Como lo señala Harari, «cuando hay represión no sucede que un
significante desapareció o cayó en el olvido, carente de potencia y eficacia […]. Lo reprimido es eso que retorna presionando, no lo desaparecido». Cf. Roberto, Los cuatro conceptos fundamentales para el psicoanálisis, 211. (La cursiva es mía.) 23 Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, 169. (La cursiva es mía.)
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El concepto de pulsión de Freud a Lacan
pulsional, en cambio, es una fuerza constante; nunca es cero. «La constancia del empuje impide cualquier asimilación de la pulsión a la función biológica, la cual siempre tiene un ritmo. Lo primero que dice Freud de la pulsión, valga la expresión, es que no tiene ni día ni noche, ni primavera ni otoño, ni alza ni baja. Es una fuerza constante» (172). Por eso cuando Lacan se pregunta si la presión de la pulsión es equivalente a la presión a la que podría verse sometido alguien urgido por cierta necesidad, afirma: «Pues bien, sépase que desde las primeras líneas, Freud formula de la manera más expresa que en el Trieb no se trata en absoluto de la presión de una necesidad como Hunger, el hambre, o Durst, la sed» (171). El hambre o la sed acarrean efectos distintos de aquellos ocasionados por la excitación pulsional: el malestar producido por la tensión de una necesidad afecta todo el organismo, mientras la presión, el Drang pulsional, interesa solo al sistema nervioso, al yo real (Real Ich)24, entendido aquí como el sistema destinado a asegurar cierta homeóstasis. Resulta notable el contraste entre la totalidad del organismo que se ve afectado con la urgencia de la necesidad y la limitación del alcance de los efectos ocasionados por la presión de la pulsión; en este último caso se trata de un aspecto parcial del soma: solo se afecta al yo real (Real Ich). Notemos, de paso, que este calificativo, «parcial», es rasgo definitorio en relación con la pulsión: pulsión «parcial», objeto «parcial», satisfacción «parcial» y, ahora, efecto «parcial» de la presión pulsional… Entonces, la presión de la pulsión nunca es cero; sin embargo, es necesario precisar que esa constancia «corresponde a la medida de una abertura hasta cierto punto individualizada, variable. O sea que hay gente más bocona que otra» (178). Esto es, gente para la cual el apremio de la pulsión oral resulta tanto más exigente. Podríamos, desde luego, con la serie pulsional oral, anal, escópica, 24 «El Real Ich está concebido de forma tal que su soporte no es el organismo
entero, sino el sistema nervioso […]. El Real Ich [es] el sistema nervioso central en tanto funciona no con un sistema de relación, sino como un sistema destinado a asegurar cierta homeostasis de las tensiones internas». Cf. Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, 171 y 183.
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invocante, fabricar una lista de los calificativos que, partiendo del «bocona» de Lacan, designe tales preeminencias a nivel del goce... 2. Objeto (Objekt)
Como recién lo recordamos, el objeto de la pulsión también es parcial. En este punto podemos establecer un nuevo contraste, ahora entre los asuntos del amor y los de la pulsión, pues cuando hablamos de objeto total, nos referimos al campo del amor. Hay que decir que esta distinción, freudiana en su fundamento, concierne de manera más precisa a la diferencia entre el objeto del enamoramiento y el objeto de la pulsión. Para decirlo sencillamente: amamos en una aspiración narcisista a la totalidad, mientras gozamos pulsionalmente con pedacitos del cuerpo del otro. Esta diferencia señala que los asuntos del amor y los de la pulsión habrán de ser articulados en ejes teóricos distintos. En el seminario al que hemos referido, Lacan prosigue aquí sobre la misma senda freudiana al insistir en la distinción entre amor y pulsión; más adelante señalará que los asuntos del amor implican no tanto al yo y sus aspiraciones narcisistas de totalidad, como al sujeto que, a cuenta de la castración, puede enlazarse con otro sujeto. La pulsión se satisface al contornear el objeto, mientras traza en torno a él un circuito para volver a la fuente. Recordemos que Freud decía que el objeto no es el fin de la pulsión, sino el medio por el cual la pulsión logra alcanzar su meta. Enumeremos ahora la serie limitada de pulsiones parciales establecidas por Freud y Lacan: pulsión oral, pulsión anal, pulsión escópica y pulsión invocante; nombremos enseguida los objetos mediante los cuales estas pulsiones se satisfacen: el seno, las heces, la mirada y la voz, respectivamente. Este listado puede dar la impresión de una evidencia cuya simplicidad rotunda haría innecesaria cualquier elaboración sobre la cuestión del objeto requerido para alcanzar la meta pulsional. Sin embargo, el problema del objeto aquí planteado concierne a que, en principio, este no es un objeto al que se pueda calificar como «objetivo», en el sentido que habitualmente se le otorga a este término. Así, el objeto de la pulsión oral no es el seno que da la leche, sino aquel que brindó 138
El concepto de pulsión de Freud a Lacan
una satisfacción que luego se perdió con el destete; se trata pues del objeto en tanto ausente. Entonces, cuando consideramos una zona erógena como la boca, resulta que no tiene al alimento como objeto. Es por eso que «[…] ningún objeto de ninguna Not, necesidad, puede satisfacer la pulsión. Aunque la boca esté ahíta de comida —esa boca que se abre en el registro de la pulsión— no se satisface con comida, sino como se dice, con placer de la boca»25. Lacan plantea que donde se distingue de la manera más neta lo que concierne a la pulsión oral es en aquel modelo del autoerotismo propuesto por Freud, consistente en besarse los propios labios. En efecto, hay una frase que Freud puso en boca del lactante, o mejor digamos, del exlactante —dado que no se trata de la ingestión del alimento—: «Lástima que no pueda besarme a mí mismo»26. En la aspiración autoerótica de esta frase, no se trata simplemente de una estimulación sensorial placentera, sino del vacío del objeto que sostiene el movimiento pulsional. Entonces, aquello que se emplaza en este repliegue de la zona erógena sobre sí misma es precisamente un vacío, el del objeto, que Lacan denominó objeto a. De allí que solo hay objeto pulsional a condición de su pérdida, y por eso de lo que se trata con el objeto, en el campo de la pulsión, es de un vacío, que resulta muy bien ilustrado en el autoerotismo oral del «Lástima que no pueda besarme a mí mismo». Nos encontramos, ahora, por un nuevo conducto, con otra manera de situar la diferencia entre instinto y pulsión: el objeto del instinto es una entidad tangible de la cual es posible apoderarse, mientras que el objeto de la pulsión sostiene un hueco, un vacío, un agujero: En todo caso, hay algo que nos obliga a distinguir esta satisfacción del puro autoerotismo de la zona erógena, y es el objeto que con demasiada frecuencia confundimos con aquello sobre lo cual se cierra la pulsión —ese objeto que, de hecho, no es otra cosa más que la presencia de un hueco, de un vacío […] y cuya instancia solo conocemos bajo la forma del objeto perdido a minúscula.27 25 Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, 175. 26 Freud, «Tres ensayos para una teoría sexual», 165. 27 Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, 187. 139
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Por ello es necesario rearticular el asunto de la ausencia de objeto en el autoerotismo, pues no se trata tanto de que no haya objeto, cuanto de que el objeto está operando por su ausencia; dicho de otra manera, el objeto a está presente por ausente, y a la vez, allí habrá de localizarse el objeto fantaseado que tal ausencia produce. A estas alturas resulta necesario discernir el nexo entre la pérdida como condición necesaria de la existencia del objeto a pulsional, en tanto vacío, según las formulaciones de Lacan, y la contingencia del objeto que situábamos con Freud. ¿Cómo así que el objeto es un vacío y a la vez puede ser cualquier cosa? Diremos que solo a condición de la pérdida del objeto se inaugura la serie de objetos contingentes que llegarán al lugar de ese agujero, sin jamás colmarlo. Merced a que el seno se perdió con el destete, se constituye como objeto a pulsional, y con ello queda abierta la serie de sus sucedáneos: el chupete, el dedo pulgar, la cobijita, la lengua y los labios del partenaire, en fin… todos los objetos que se pueden poner en la boca para apaciguar de manera temporal y parcial la presión de la pulsión oral. Hay que insistir en que esos objetos serán siempre insuficientes respecto del vacío generador del que parte la serie. Para ilustrar y repensar esta cuestión del objeto de la pulsión, tomaré como ejemplo un caso propuesto por Leclaire28, quien intenta aprehender la naturaleza del objeto de la pulsión escópica, en el caso de una perversión exhibicionista. Según la disposición de cierta escenificación, el exhibicionista puede procurarse una satisfacción que le permite que la tensión pulsional culmine y se produzca un orgasmo. Ocurre entonces que la tensión pulsional puede contornear al objeto, lo cual hace posible la satisfacción. ¿Pero, cuál es el objeto del exhibicionista? ¿Cuál es el objeto por cuyo conducto se hace posible la satisfacción? Habitualmente el exhibicionista se esconde en estado de excitación, a la espera de la llegada de la muchacha, a quien le mostrará sus atributos, los dones que el buen Dios le ha otorgado. Lo fundamental, en ese momento, es que la joven vea su pene en erección, y que se sienta al menos sorprendida, y 28 Serge Leclaire, Escritos para el psicoanálisis. Moradas de otra parte, 211 y 212.
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El concepto de pulsión de Freud a Lacan
de preferencia, espantada. En ese momento, él se satisface. La pregunta que enseguida formula el psicoanalista es: ¿qué percibió el exhibicionista para que su tensión pulsional pudiera descargarse? El exhibicionista apresó la mirada de la joven, o para decirlo con mayor precisión, él provocó en esa mirada un cambio repentino; en una mirada indiferente hizo surgir, de súbito, el miedo, la estupefacción, o al menos el asombro. Lo notable es que a ese cambio solo es posible referirse de manera perifrástica diciendo, por ejemplo, que se produjo un «brillo en la mirada». Entonces, el elusivo objeto es eso, ese cambio que precipitó la satisfacción y sin el cual no es posible descargar temporalmente la tensión excitativa. Así, cada vez hay que hacer surgir el objeto de la pulsión, pues nunca está allí dispuesto de antemano. Pasando ahora al terreno de la creación artística, por vía de la sublimación, podemos mencionar un performance de Ana Mendieta, Gente mirando sangre, en que la artista captaba la mirada sorprendida del transeúnte cuando veía que bajo la puerta de una casa brotaba un torrente de sangre. La obra, en este caso, consistía en el registro fotográfico de esa mirada sorprendida, aterrorizada, del paseante. A pesar de las evidentes diferencias que se puedan señalar, entre el ejemplo propuesto por Leclaire y la referencia a la obra de la artista, notamos que respecto del montaje necesario para alcanzar la meta pulsional se trata de algo muy próximo: producir una mirada que cause satisfacción. A partir de las elaboraciones precedentes, volvamos a la pulsión oral para procurar distinguir cuál es entonces la naturaleza de su objeto. Como lo hemos dicho, el objeto de la pulsión oral no es el seno que da leche ni el alimento, sino el seno perdido con el destete. A partir de esa pérdida, el objeto de la pulsión oral no tiene que ver con la comida que se ingiere sino con el sabor, la temperatura, el contacto, ese gusto singular que me provoca una satisfacción. Al respecto, Leclaire señala que ese objeto concierne más bien a una diferencia, a una ruptura en el flujo sensorial, a un «corte», que signa un antes y un después: primero está la tensión pulsional, luego la satisfacción. En el punto donde se produce la diferencia se aloja el objeto, que genera entonces una discontinuidad, 141
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cuyo estatuto mismo no es posible reducir. De allí que solo podamos hablar de ese objeto por medio de la perífrasis… el rodeo se impone, de múltiples formas, dada la condición elusiva, fugitiva, del objeto. Ahora bien, esta palabra «corte» nos conduce, antes que nada, a las formulaciones de Lacan en el Seminario 10. La angustia (1962-1963)29; allí en efecto, el objeto a resulta del «corte» producido en el protosujeto por su inserción en el campo del Otro. Ese fracaso de la palabra, hecho patente cuando intentamos localizar con más precisión el objeto pulsional, es el que nos deja, desprovistos, en la antesala de lo real como lo innombrable. Lo real aquí es evidencia de un límite de la palabra. Y luego, lo real del objeto nos conduce, de manera inevitable, a lo real del goce experimentado, ya que para decir el goce la palabra siempre resulta insuficiente. Nos pasa a todos como a Enrico Gnei, aquel personaje de Italo Calvino30, quien al empezar a contarle a un amigo sobre los goces maravillosos que había experimentado con una mujer la noche anterior, se queda, en la medida en que agrega palabras, con nada entre las manos. Quizá también sea esta misma dimensión inasible del objeto aquella a la que alude Beckett en uno de sus primeros textos: He tardado mucho tiempo, toda la vida por así decirlo, en comprender que el color que tiene un ojo entrevisto, o la procedencia de un ruido lejano, están más cerca de Giudecca, en el infierno de las ignorancias, que la existencia de Dios, o la génesis de protoplasma, o la existencia del ser, y exigen mucha más sabiduría de la que devuelven. Es un poco abusivo, toda una vida, para llegar a esta consoladora conclusión, no le queda a uno tiempo de aprovecharla.31
Resulta entonces que el objeto, ese elemento que nos parecía tan sencillo nombrar en un listado (seno, heces, mirada, voz), que nos 29 Jacques Lacan, El seminario. Libro 10. La angustia (1962-1963) (Buenos
Aires: Paidós, 2006). 30 Italo Calvino, «La aventura de un empleado», en Los amores difíciles
(Barcelona: Tusquets, 1993). 31 Samuel Beckett, «Primer amor», en Relatos (Barcelona: Tusquets, 2003), 26.
(La cursiva es mía.) 142
El concepto de pulsión de Freud a Lacan
parecía tan fácil de asir, en el momento de intentar situarlo, se nos escabulle, se nos escapa, para surgir y desaparecer, en un instante. También podemos decir que la dimensión real de la pulsión resulta de que el objeto es un hueco, un vacío, un agujero. Así las cosas, en el nivel de la pulsión, el objeto es más bien la falta de objeto que de manera incesante instiga. Como ya lo he planteado, la pérdida inaugural del objeto determinará entonces la serie de sucedáneos de carácter imaginario que vendrán a ocupar precariamente el lugar de ese agujero. De donde los sucedáneos, los objetos imaginarios de la pulsión, nunca darán la talla respecto de los deleites soñados. Por ello resulta imposible lograr de forma total la meta pulsional: la satisfacción de la pulsión siempre será limitada, lo cual relanzará incesantemente el circuito de la pulsión en una búsqueda que no halla puerto definitivo, que no encuentra término… 3. Meta (Ziel)
El fin de toda pulsión es la satisfacción que implica alguna disminución de la excitación en la fuente; sin embargo, como no es posible eliminar totalmente la presión, habrá de persistir una excitación constante en la zona erógena —la Konstante Kraft de la que Freud hablaba—. Ahora bien, en relación con la satisfacción de la pulsión, Lacan va a examinar las vías sustitutivas a través de las cuales esta se satisface: el síntoma y la sublimación. Tomemos, en primer término, su referencia clínica a los pacientes que dicen no estar contentos ni satisfechos; pues bien, nos dice que allí mismo algo, sin embargo, se satisface. El sufrimiento del síntoma comporta invariablemente un envés de goce pulsional acéfalo: Es evidente que la gente con que tratamos, los pacientes, no están satisfechos, como se dice, con lo que son. Y no obstante, sabemos que todo lo que ellos son, lo que viven, tiene que ver con la satisfacción. Satisfacen algo que sin duda va en contra de lo que podría satisfacerlos, lo satisfacen en el sentido de que cumplen con lo que ese algo exige. No se contentan con su estado, pero aún así en ese estado de tan poco contento se contentan. El asunto está en saber qué es ese se que queda allí contentado […]. Digamos que, para una satisfacción de esta índole, penan demasiado. Hasta cierto punto ese 143
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penar de más es la única justificación de nuestra intervención […]. En todo caso, nos referimos a la pulsión justamente porque el estado de satisfacción ha de corregirse a nivel de la pulsión.32
La paradójica satisfacción del síntoma implica numerosas preguntas. Ante todo, no es una satisfacción que resulte evidente, puesto que se manifiesta como sufrimiento. El sufrimiento sintomático es una de las formas de procurarse satisfacciones de carácter erógeno, una de las formas en que el neurótico vive su sexualidad, un modo de satisfacción pulsional. Una forma también, según Freud lo planteaba, de satisfacer el sentimiento inconsciente de culpa que agobia al neurótico. A propósito del valor erógeno del síntoma, podemos evocar la referencia al caso Elisabeth, aquella joven afectada por una astasia-abasia, que respondía de un modo singular a la estimulación de la zona dolorosa: […] cuando en la señorita Von R. se pellizcaba u oprimía la piel y la musculatura hiperálgicas de la pierna, su rostro cobraba una peculiar expresión, más de placer que de dolor; lanzaba unos chillidos —yo no podía menos que pensar: como a raíz de unas voluptuosas cosquillas—, su rostro enrojecía, echaba la cabeza hacia atrás, cerraba los ojos, su tronco se arqueaba hacia atrás. Nada de esto era demasiado grueso, pero sí lo bastante nítido […].33
En relación con la paradójica satisfacción pulsional en el síntoma, Lacan introdujo la categoría de lo imposible, como definición de lo real. Afirma que «el camino del sujeto —y aquí pronuncio el único término en relación con el cual puede situarse la satisfacción— pasa entre dos murallas de imposible»34. La función de lo imposible no ha de tomarse simplemente por vía de la negación, diciendo que lo imposible es lo contrario de lo posible; más 32 Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, 173. 33 Sigmund Freud, «Estudios sobre la histeria» (1905), en Obras completas,
vol. 2, 153. 34 Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, 174. 144
El concepto de pulsión de Freud a Lacan
bien Lacan define lo real como lo imposible. En Lacan, lo real es lo que impide el funcionamiento del principio del placer; así distingue lo real por su separación de este principio. En el Seminario 11, Lacan plantea que la pulsión es lo que hace fracasar el principio del placer. Tal principio, en la formulación freudiana, apunta a mantener lo más baja posible la cantidad de excitación en el aparato psíquico. Así, la pulsión misma es lo que obstaculiza tal principio de mínima tensión, de equilibrio, pues la tensión pulsional nunca es nula, siempre hay una cantidad de excitación aguijoneando. Freud propuso la imagen del ave Fénix para referirse al renacimiento de la excitación pulsional que surge renovada tras cada satisfacción; de modo que a la pulsión le ocurre como a aquel ser mitológico: renace de entre las cenizas. Podemos entonces relacionar esta figura mitológica con otra de las definiciones de Lacan sobre lo real: lo real es lo que vuelve al mismo lugar, es —para decirlo ahora con Freud— lo que renace de entre las cenizas… dado que la parcialidad de la satisfacción reactiva incesantemente el movimiento pulsional. Así pues, para decirlo con una metáfora pirómana, entre las cenizas, los rescoldos de una satisfacción limitada encienden nuevamente la llama de la pasión, el incendio de la pulsión. Pero como Lacan plantea que hay dos murallas de imposible para la satisfacción, es necesario agregar que lo imposible también aparecía cuando Freud aún sostenía el principio del placer como rector de la vida psíquica. Asunto al que se refiere Lacan hablando de la satisfacción alucinatoria. Recordemos que tal satisfacción alucinatoria fue planteada por Freud cuando habló de la primera vivencia de satisfacción, para distinguir el movimiento del deseo como aquella tendencia que apunta a establecer una identidad de percepción con esa vivencia. Tal propósito, orientado por el principio del placer en el estado primario del aparato psíquico, culmina en una alucinación. Pues bien, la satisfacción alucinatoria también quedará situada en esa función de lo real como imposible, puesto que la alucinación es mero señuelo y de ninguna manera la satisfacción que se tuvo. Pero no solo el síntoma plantea inquietudes respecto de la satisfacción pulsional; hay un destino que provoca nuevas preguntas 145
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sobre la meta pulsional: la sublimación. Freud planteó que este destino pulsional implicaba una inhibición de la meta sexual. En efecto, puede ocurrir que una pulsión avance en procura de una satisfacción, pero que de súbito se detenga en ese recorrido; en tal inhibición se hallaría el comienzo de una sublimación. Entonces, a una pulsión inhibida en su meta le queda obstaculizado el logro de una satisfacción sexual directa. La cuestión que surge enseguida es cómo puede producirse una satisfacción pulsional aun estando inhibida la meta directa de la pulsión. Freud dice que la sublimación es también satisfacción de la pulsión a pesar de que está inhibida en cuanto a su meta —a pesar de que no la alcanza. La satisfacción no deja de ser por ello satisfacción de la pulsión y además sin represión. En otros términos, en este momento no estoy copulando, les estoy hablando y, sin embargo, puedo alcanzar la misma satisfacción que copulando.35
Notemos, además, que existe una relación de disyunción entre el síntoma y la sublimación; diremos entonces «síntoma o sublimación», exclusión que equivale simplemente a la oposición entre dos destinos de la pulsión (represión y sublimación). El germen del síntoma está en la represión, que luego habrá de manifestarse con el fracaso de la defensa y el consecuente retorno de lo reprimido; en cambio, la sublimación opera sin represión y, no obstante, implica un destino en el que se obtiene una cuota de satisfacción pulsional. 4. Fuente (Quelle)
La fuente de la pulsión, que es la zona erógena, tiene un lugar primordial en la serie de intercambios que se establece entre el sujeto y el Otro. Las fuentes son zonas orificiales cuyos bordes tienen movimientos de cierre y apertura. Desde el punto de vista de su valor erógeno, la fuente de la pulsión no es un órgano o conducto sino fundamentalmente un borde: 35 Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, 173.
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El concepto de pulsión de Freud a Lacan
¿Por qué las zonas llamadas erógenas se reconocen solo en esos puntos que para nosotros se diferencian por su estructura de borde? ¿Por qué se habla de la boca y no del esófago o del estómago? Estos participan también de la pulsión oral. Pero, en lo que respecta a lo erógeno, hablamos de la boca, y no solo de la boca sino de los labios y los dientes, de lo que Homero llama el cercado de los dientes. (176)
En este punto podemos evocar las elaboraciones de Freud y de los analistas de las primeras generaciones que hablaban de una fase oral caníbal, donde la satisfacción pulsional supone —como se dice— meterle el diente a algo, con ganas. Entre esas zonas orificiales, hay sin embargo una que resulta ser la excepción: los párpados se abren y se cierran, la boca se abre y se cierra, el esfínter anal se abre y se cierra; el oído, en cambio, es un orificio que, no solo desde el punto de vista anatómico, sino fundamentalmente desde el punto de vista del inconsciente, jamás se cierra. Recordemos el provocador título de un ensayo de Pascal Quignard, «Ocurre que las orejas no tienen párpados»36. Esta singular condición determina que, en el juego pulsional, la pulsión invocante sea la única subjetivante y por ello resulte ser la experiencia más cercana a lo inconsciente. El circuito de la pulsión parcial
Freud había planteado las tres voces gramaticales —activa, pasiva y media refleja— para situar la forma como la pulsión alcanza su meta. Para Lacan, este recurso recubre algo más fundamental, a saber: la pulsión se satisface haciendo un retorno sobre la fuente, después de darle la vuelta al objeto. Es esto lo que el psicoanalista francés denominó «circuito de la pulsión parcial». Freud nos presenta la pulsión de una forma muy tradicional, utilizando en todo momento los recursos de la lengua y apoyándose sin vacilaciones en algo que solo pertenece a los sistemas lingüísticos, las tres vías, activa, pasiva y reflexiva (media). Pero esto no 36 Pascal Quignard, «Ocurre que las orejas no tienen párpados», en El odio a la
música. Diez pequeños tratados (Barcelona: Andrés Bello Española, 1998), 103.
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es más que el cascarón. Tenemos que darnos cuenta de que esta reversión significante es una cosa y otra muy distinta lo que recubre. Lo fundamental de cada pulsión es el vaivén con el que se estructura. Es notable cómo Freud no puede designar estos dos polos sin echar mano de algo que llamamos verbo […] ver y ser visto, atormentar y ser atormentado. Y es porque desde el comienzo Freud da por sentado que no hay parte alguna del trayecto de la pulsión que no pueda separarse de su vaivén, de su reversión fundamental, de su carácter circular.37
a
Aim
Bord Goal
El circuito inicia su recorrido en el borde erógeno, rodea al objeto, para volver a la fuente; el retorno implica que la pulsión obtiene una satisfacción en el mismo borde erógeno. Este recorrido, que le da la vuelta al objeto para retornar a la fuente, es el modo como la pulsión se satisface: «La tensión siempre es un lazo y no puede disociarse de su regreso sobre la zona erógena. Su meta no es otra cosa que su regresión en forma de circuito» (186). Esta última referencia indica que cada uno de los elementos que Freud asoció con la pulsión está allí representado en el esquema que Lacan propuso para el circuito de la pulsión. Así, la fuente (Quelle), la zona orificial, zona de borde, está representada por la elipse; la presión (Drang) es la que lanza desde el orificio erógeno el vector que representa el recorrido pulsional (allí tenemos el trazado en arco, en lo que Lacan denomina el retorno en circuito de la pulsión); el objeto (Objekt) es la a minúscula que está en el centro y, cuyo rodeo, finalmente permitirá que la pulsión alcance su meta (Ziel), la satisfacción, en el mismo agujero erógeno. 37 Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, 185. 148
El concepto de pulsión de Freud a Lacan
Acá podemos recordar la referencia a Heráclito que Lacan consigna como epígrafe para esta sesión del Seminario: «Al arco le dio el nombre de vida (Bíos) y su obra es la muerte» (181). El arco es el lazo del Drang, de la presión pulsional, que al partir del orificio erógeno y bordear al objeto, para producir una satisfacción parcial, le hace su obra a la muerte, esto es, a la repetición. Este recorrido en vaivén, este circuito, termina en hacerse chupar, cagar, mirar, oír... La actividad de la pulsión se concentra en ese hacerse, y podríamos lograr ciertos esclarecimientos si lo referimos al campo de las demás pulsiones […]. Después de hacerse ver, me gustaría aportar otro, el hacerse oír, del cual Freud ni siquiera habla [meta de la pulsión invocante]. Tengo que indicarles rápidamente la diferencia con el hacerse ver. Los oídos son el único orificio, en el campo del inconsciente, que no puede cerrarse. Mientras el hacerse ver se indica con una flecha que de veras retorna al sujeto, el hacerse oír va hacia el otro. La razón de esto es estructural, y no podía dejar de señalarlo de paso. Consideremos la pulsión oral […] digamos que la pulsión oral es hacerse chupar, es el vampiro […]. A nivel de la pulsión anal —descansemos un poco— parece que ya la cosa no anda para nada, y sin embargo cuando se dice hacerse cagar, ¡tiene mucho sentido! Cuando se dice aquí, que uno se hace cagar a lo grande, se está en relación con el gran cagador, el gran molesto […].38 38 La cita continúa con algunas elaboraciones sobre el escíbalo: «Es un gran
error identificar sencillamente el famoso escíbalo con la función que se le da en el metabolismo de la neurosis obsesiva. Es un gran error amputarle lo que le representa, en ocasiones como regalo, y despojarlo de la relación con una polución, la purificación, la catarsis. Es una equivocación no ver que de allí sale la función de la oblatividad. Para decirlo todo, en esto, no está muy lejos de eso que llamamos alma». Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, 202 y 203. Recordemos que ese valor de regalo que tiene el escíbalo ya había sido planteado por Freud en Transmutaciones de las pulsiones y especialmente del erotismo anal, cuando decía que la madre le pedía a su hijo el esperado regalito, primera propiedad del infante que acepta ceder por el amor a ella. Cf. Sigmund Freud, «Transmutaciones de las pulsiones y especialmente del erotismo anal» (1917), en Obras completas, vol. 17. Por otra parte, en relación con el amor oblativo, que se rinde en toda clase de pruebas, ofrendas y sacrificios entregados al otro —y que los posfreudianos consideraban la cereza 149
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Más adelante continúa con esta misma formulación, para agregar un elemento que permite hacer otra distinción entre los asuntos del amor y los de la pulsión: Hoy indiqué de forma muy explícita que cada uno de los tiempos a, b y c, con que Freud articula cada pulsión, debe ser reemplazado por la fórmula hacerse ver, oír y toda la lista que les enumeré. Esto implica fundamentalmente actividad, en lo cual coincido con lo articulado por el propio Freud cuando distingue los dos campos, el campo pulsional de un lado, y del otro, el campo narcisista del amor, subrayando que hay reciprocidad entre amar y ser amado, mientras que en el otro campo solo se trata de una pura actividad durch seine eigene Triebe para el sujeto. ¿Está claro? De hecho salta a la vista que aún en su supuesta fase pasiva, el ejercicio de una pulsión, masoquista por ejemplo, exige que el masoquista, si me permiten decirlo así, sude la gota gorda.39
Es por ello que Freud decía que las pulsiones son fragmentos de actividad y por tal razón resultaba impreciso hablar de pulsiones pasivas; con rigor habremos de referirnos a pulsiones de meta pasiva, puesto que en su fundamento las pulsiones son pura actividad; de allí que Lacan afirme que el masoquista, quien aparentemente está en una posición pasiva, tiene que trabajar arduamente para hacerse golpear como le gusta. Lacan se sirvió de la lengua inglesa para precisar de qué se trata el circuito de la pulsión parcial; así, para referirse al trayecto tomó la palabra aim y para situar el fin del circuito propuso la palabra goal: Aim: si se encarga a alguien una misión, aim no se refiere a lo que debe traernos; se refiere al camino que tiene que recorrer. The aim es el trayecto. La meta tiene también otra forma, the goal. Goal, en el tiro al arco, no es tampoco el blanco, no es el pájaro que del ponqué, el mayor signo de madurez—, vemos cómo Lacan revela el fundamento anal del empuje a ofrecer tantos regalitos. 39 Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, 208.
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El concepto de pulsión de Freud a Lacan
derribamos, es, más bien, haber marcado un punto y, con ello, haber alcanzado la meta. (186)
El trayecto del circuito consiste en contornear el objeto, hacerle un tour, darle la vuelta. De allí que habría que tomar tour «con la ambigüedad que le imprime la lengua francesa, a la vez punto en torno al cual se gira, turn, y trick, juego de manos» (176). Tenemos, entonces, dos palabras con las que juega Lacan; el tour del francés, cuya polisemia indica tanto el giro como la trampa, el ardid, el truco, que a su vez reenvía al trick del inglés. Podemos ahora decirlo con un uso particular del español: el circuito de la pulsión «le hace la vuelta al objeto». En efecto, cuando se dice «hacerle la vuelta» a alguien, se trata de engañarlo trampeándolo, sin que se percate de qué suerte de combinación está siendo objeto. En francés, el tour d’escamotage, el juego de manos al que se refiere Lacan, nos lleva al campo de la prestidigitación. Entonces, así como el prestidigitador, en sus pases de manos, deja algo oculto40, de modo semejante algo también se esconde en el circuito pulsional, puesto que, como ya lo señalé, tras la contingencia está el vacío del objeto, su condición siempre elusiva, ráfaga que se precipita, para enseguida desaparecer. Cada tour alrededor del objeto —que implica el retorno a la fuente— trae consigo no solo una satisfacción parcial, sino además una instigación a trazar de nuevo el circuito, por efecto de la reactivación de la fuente… El ave Fénix renace de entre las cenizas. El matema de la pulsión: $◊D
El último punto por trabajar, en este recorrido, es la afirmación de Lacan de que la pulsión se constituye en relación con las demandas del Otro. En tal sentido, se advierte que abandona la idea freudiana de que la pulsión se apoya en una función biológica de importancia vital, pues sostiene que la pulsión se constituye en función de las demandas del Otro. Si para Freud la pulsión sexual 40 «¿Dónde está la bolita? ¿Dónde está la bolita?», pregunta el mago mientras
la esconde, sin que el alelado espectador se dé cuenta del pase de manos que ejecuta.
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estaba enchufada a la función vital o a lo que denominó pulsiones de autoconservación, para Lacan el circuito de la pulsión se enchufa en las demandas conscientes e inconscientes del Otro. O, para decirlo con más precisión, esas necesidades biológicas se desnaturalizan y cobran un valor pulsional al tejerse en el lazo del infans con el Otro. Esta formulación tiene un antecedente incipiente, desprovisto de consecuencias, en los Tres ensayos para una teoría sexual, cuando Freud afirmó que la madre con sus caricias y cuidados era quien despertaba y preparaba la posterior intensidad de la pulsión sexual; es ella quien transforma el cuerpo biológico del bebé en un cuerpo erógeno41. Con esta afirmación, Freud reanimó, en otro sentido, su primera teoría etiológica de la histeria, que según sus formulaciones iniciales era provocada por la seducción de un adulto. Lacan derivó importantes consecuencias de esta indicación, acaso marginal, de Los tres ensayos para una teoría sexual y planteó que son las demandas del Otro dirigidas al protosujeto las que determinarán las particularidades de su vida pulsional. Las demandas del Otro tienen una influencia determinante sobre el cuerpo, excitando algunas partes más que otras. Es decir que los bocones, los mirones, los orejones, no nacieron así; la desmesura de la representación psíquica de sus orificios no está determinada por su constitución biológica; sus inclinaciones pulsionales se establecieron en esa relación constitutiva con el Otro. Ahora bien, hay que señalar que en el lazo del sujeto con el Otro se establece una doble demanda: tanto el niño expresa, de diversas maneras, su pedido dirigido a la madre, como ella le dirige a su hijo, de múltiples formas, su demanda. Se trata entonces del 41 «El trato del niño con la persona que lo cuida es para él una fuente continua
de excitación sexual y de satisfacciones sexuales a partir de las zonas erógenas, y tanto más por el hecho de que esa persona —por regla general la madre—, dirige sobre el niño sentimientos que brotan de su vida sexual, lo acaricia, lo besa y lo mece y claramente lo toma como sustitutivo de un objeto sexual de pleno derecho. La madre se horrorizaría, probablemente, si se le esclareciese que con todas sus muestras de ternura despierta la pulsión sexual de su hijo y prepara su posterior intensidad». Cf. Freud, «Tres ensayos para una teoría sexual», 203. 152
El concepto de pulsión de Freud a Lacan
«toma y da acá» en el vínculo que instala la insistencia de las demandas, pues tanto la madre le pide al niño que coma («esta cucharada por el papá, esta por la mamá, esta por el gato…», «¡Uhm, está delicioso!»), como él le dirige de múltiples formas su pedido «tengo hambre». La insistencia de las demandas de la madre tendrá el efecto de erotizar los bordes del cuerpo. Las palabras del Otro polarizan la atención del infante sobre tales o cuales zonas del cuerpo, sobre tales o cuales funciones corporales, y así las hacen surgir en su valor pulsional. Entonces, las palabras del Otro afectan las zonas erógenas de modos diversos: tanto causan el hormigueo de la excitación sexual como pueden refrenarla. El agujero anatómico solo será agujero erógeno si es horadado por las demandas de la madre; si ello no ocurre, el cuerpo quedará sellado como la superficie esférica y silente de los planetas. De la misma manera, es necesario tener en cuenta ese registro de la demanda del Otro respecto de la pulsión anal. En un cierto momento, la madre dirige a su hijo el pedido de depositar sus excrementos, en un sitio y tiempo determinados. En el registro de la pulsión anal resulta muy evidente que hay una demanda del Otro pidiéndole al niño que haga sus deposiciones en un momento y un sitio fijados para tal propósito. La madre pide, y si el niño entrega el valioso regalito, ella le dará algo a cambio. Eso que recibe a cambio es nada menos que una identificación con el objeto que completa ilusoriamente al Otro materno: el falo imaginario (φ). Surge así el registro del intercambio: la caca por una identificación fálica: «si me das tu caca, obtendrás estotro en retribución». La demanda materna, que puede expresarse de diversas formas —cariñosas, quejosas y hasta rabiosas—, hace en último término un pedido animado por el amor: «Cédeme el regalo de tu caca, por el amor que te tengo, por el amor que me tienes». Entonces no se trata simplemente de la función biológica de la defecación, sino de su captura en el campo de la demanda del Otro, que, al ser satisfecha por el sujeto, instaura la dialéctica del don. Lacan planteó que todo lo que es del registro del don, del intercambio —incluido, desde luego, el famoso amor oblativo—, está ligado con la analidad. De allí que esa modalidad amorosa, que los posfreudianos 153
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consideraron como la cumbre de la maduración, tenga un origen más bien poluto. Hay que decir que Lacan no siguió la idea freudiana de una secuencia de fases o etapas de la organización psicosexual: primero la fase oral, luego la anal, enseguida la fálica, para después de un periodo de latencia, terminar en una fase genital, que implicaría la subordinación de las pulsiones parciales a la primacía de los genitales. No hay pues traslado de los énfasis erógenos por simple seriación histórica ni mucho menos por una supuesta maduración evolutiva. Advertimos, de inmediato, que plantear las cosas en estos términos resulta de lo más impropio, por cuanto implica desconocer que con las pulsiones siempre ha de considerarse el lazo con el Otro. No hay ninguna relación de engendramiento entre una pulsión parcial y la siguiente. El paso de la pulsión oral a la pulsión anal no es producto de la maduración, es el producto de algo que no pertenece al campo de la pulsión —la intervención, la inversión de la demanda del Otro—. Si hacemos que intervengan las demás pulsiones cuya serie podemos establecer y cuyo número es limitado, se verían en un aprieto, si tuviesen que situar respecto a las pulsiones que acabo de nombrar, dentro de una sucesión histórica, la Schaulust, pulsión escópica, y aún de lo que distinguiré en el momento oportuno como pulsión invocante, y si tuviesen que establecer entre ellos una relación de deducción o de génesis.42
El paso de una modalidad de satisfacción a otra solo es posible mediante la intervención de la demanda del Otro. De allí que Lacan escriba de la siguiente manera el matema de la pulsión: $◊D, donde el rombo, el losange, el punzón, conformado por la reunión de varios signos lógicos, puede leerse como todas las formas de relación —conjunción, disyunción, implicación recíproca— entre el sujeto y las demandas del Otro. Entonces, el predominio temporal 42 Lacan, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, 187.
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El concepto de pulsión de Freud a Lacan
de una pulsión sobre otras no está regido por ningún programa biológico, sino por la orientación que sobre las zonas del cuerpo determina la demanda materna. Como esta migración se produce por esta intervención, el funcionamiento pulsional se puede ver afectado, incluso sintomáticamente, por las vicisitudes diversas de las relaciones entre el infans y el Otro. Dado que la pulsión es representante de una excitación, por esta vía la pulsión logra una inscripción en el inconsciente. Así, las pulsiones parciales representan la realidad sexual en el inconsciente. Finalmente, solo dejo anunciado que, en el Seminario 23. Joyce. El Sinthome (1975-1976), Lacan propuso una definición de la pulsión que permite retomar, de nueva manera, la articulación entre la pulsión, la palabra y, ahora su soporte, la voz: [las pulsiones son] el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir. Para que resuene este decir, para que consuene […] es preciso que el cuerpo sea sensible a ello. De hecho lo es. Es que el cuerpo tiene algunos orificios, entre los cuales el más importante es la oreja, porque no puede taponarse, clausurarse, cerrarse. Por esta vía responde en el cuerpo lo que he llamado la voz.43
Así, lo que hace sensible al cuerpo no es el aparato auditivo, sino la voz como objeto a, el vacío que hace posible la resonancia de los significantes. Entonces, de manera en extremo condensada, podemos decir simplemente que la pulsión es el efecto bien real de la palabra sobre el cuerpo. Finalmente, después de este recorrido, no queda más que situar el fin en el comienzo, para un nuevo comienzo: Yo, que entiendo el cuerpo. Y sus crueles exigencias. Siempre he conocido el cuerpo. Su vórtice que marea. El cuerpo grave. Personaje mío aún sin nombre.
Clarice Lispector, «El viacrucis del cuerpo»
43 Jaques Lacan, El Seminario. Libro 23. El Sinthome (1975-1976) (Buenos Aires:
Paidós, 2006), 18. (La cursiva es mía.)
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Belén del Rocío Moreno
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El concepto de pulsión de Freud a Lacan
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De Freud a Lacan: lalengua determina el goce en el cuerpo
Gloria Helena Gómez Universidad Nacional de Colombia
Lalengua nos afecta primero por todos los efectos que encierra y que son afectos. Si se puede decir que el inconsciente está estructurado como un lenguaje es por el hecho mismo de que los efectos de lalengua, ya allí como saber, van mucho más allá de todo lo que el ser que habla es capaz de enunciar.
J. Lacan, Seminario 20. Aún.
El significante no solo representa al sujeto para otro significante, también determina para cada quien las formas particulares de goce en su cuerpo. El significante afecta el cuerpo, sustancia gozante, desde el comienzo de la vida. Se le canta, se le habla al niño antes de que este comprenda el sentido de lo dicho allí, antes de que él comience a hablar. Es musicalmente como el cachorro humano entra en el lenguaje. En el primer tiempo de la vida las palabras habladas y cantadas producen efectos de satisfacción, antes que de sentido: «Duérmete, mi niño. Duérmete, mi amor. Duérmete, pedazo de mi corazón. Arrorró, arrorró, niño de mi corazón… Nana, nanita, nanita, nana, duérmete, lucerito de la mañana». Las nanas, esas canciones de cuna con las cuales se arrulla al niño, forman parte de la lengua materna; forma primera del lenguaje con la que se invita a entrar al niño en el orden humano. En la infancia, las palabras son utilizadas para cantar, jugar, disparatar, no solo para hablar y comunicar1. Ellas resuenan, se asocian, se repiten y deforman. Canciones, rimas, trabalenguas, retahílas y 1
En la literatura infantil se conoce como naderías a las estrofas cortas, sin mensaje, pero cargadas de musicalidad en su rima, que fascinan a los pequeños. 159
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adivinanzas son motivo de risas. El niño se sirve de las palabras como juguetes, con lo cual deja ver la enorme satisfacción que experimenta al jugar con ellas, hilarlas sin tener en cuenta la lógica y el sentido; juego con las palabras en tanto puro material verbal: Don Pepito bandolero Se metió en un sombrero El sombrero era de paja Se metió en una caja La caja era de cartón Se metió en un cajón Se metió entre un balón El balón era muy fino Se metió entre un pepino El pepino maduró Y don Pepito se salvó.
Ahora bien, si debemos a Lacan la teorización de los efectos de satisfacción y no solo de sentido que trae el lenguaje, ya en algunas anotaciones clínicas de Freud encontramos cómo en la primera infancia, particularmente algunas de las palabras escuchadas del Otro, resuenan para el niño como afectos de orden penoso. Lacan formaliza Lalengua
Lalengua, neologismo creado por Lacan al escribir en una sola palabra la lengua, y al cual hace referencia en diferentes momentos de su enseñanza a partir de 1970: Televisión (1970), Atolondradicho (1972), Seminario Aún (1972-73), La tercera (Intervención en el congreso de Roma, 31-10-1974), Seminario R.S.I. (1974-75), Conferencia en Ginebra sobre el síntoma (Conferencia en el Centro Raymond de Saussure, organizada por la Sociedad Suiza de Psicoanálisis, 04-101975), Seminario El Sinthome (1975-1976). Lalengua, dirá en «La conferencia en Ginebra sobre el síntoma», hace homofonía con lallation: «[…] ese lenguaje que no tiene absolutamente ninguna existencia teórica, interviene bajo la
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De Freud a Lacan: lalengua determina el goce en el cuerpo
forma de una palabra que quise fuese lo más cercana posible a la palabra francesa lallation —‘laleo’ en castellano— lalangua»2 . Lallation, del latín lallare, alude a cantar la-la-la... para hacer dormir al niño. En francés lallation remite a la emisión de sonidos más o menos articulados, por parte del niño, antes de su adquisición del lenguaje; balbuceo entonces del niño que todavía no habla en propiedad, que solo produce sonidos. En francés babillage (‘balbuceo’) es sinónimo de lallation Recogiendo las diferentes anotaciones de Lacan a propósito de lalengua, tenemos que esta lleva a Lacan a diferenciar dos aspectos en las palabras que el niño recibe de la lengua materna: el mensaje del Otro y lalengua del Otro, cuyos efectos difieren. Lalengua remite entonces a: r El modo como el Otro habla al niño y la forma como este recibe sus palabras. La lengua escuchada del Otro (lengua materna) así como la emitida por el niño, antes de su apropiación del lenguaje vía las reglas gramaticales, que vienen a ponerle límite. r La lengua del sonido (no del sentido), anterior al significante articulado a otro significante en la cadena. r La entrada del significante en la sustancia gozante, bajo la forma de los dichos del Otro, que dejan una huella de afecto. r El sonido de las palabras desconectadas de sentido, pero embebidas de goce. Los efectos de este goce sobre el cuerpo y no solo los efectos de sentido de lo escuchado del Otro. Lalengua, traumática. r Conjunto de S 1 (1, 1, 1…) que no están articulados formando una cadena (S 1...S 2); lo cual implica que dicho conjunto de S 1 no representa al sujeto a la manera como un significante representa a un sujeto para otro significante. r Lugar de donde, en la experiencia analítica, el desciframiento extrae algunos significantes; solo algunos, puesto que a lalengua es difícil acceder, por no decir imposible, en la 2
Jacques Lacan, «Conferencia en Ginebra sobre el síntoma», en Intervenciones y textos 2 (Buenos Aires: Manantial, 1991), 125.
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Gloria Helena Gómez
medida que sobrepasa todo lo que el ser que habla es capaz de enunciar. r El desciframiento propio a la experiencia analítica consiste en hacer pasar el saber inconsciente (S 2), del lado de (S 1); S 1, que aquí no representa al sujeto, sino que organiza y determina la forma de gozar en el síntoma. S 2 (saber ignorado) significante, causa y objeto, se convierte en S 1, que no representa al sujeto sino que comanda su goce. r Lalengua es inexpugnable, pero produce efectos que son los afectos; ella afecta la sustancia gozante y es por esta vía que es factible deducirla3. El encuentro de Freud con lalengua
Con el fin de entrar en la clínica de lalengua, tomaremos como referencia dos planteamientos de Lacan en su «Conferencia de Ginebra sobre el síntoma», para enseguida ir a Freud y a su aporte respecto de eso que Lacan formaliza como el significante y sus efectos de goce. Dice Lacan: 1. «Para nada es una azar que en lalengua, cualquiera sea ella, en la que alguien recibió una primera impronta, una palabra es equívoca. Ciertamente, no por azar en francés la palabra ne [‘no’] se pronuncia de manera equívoca con la palabra noeud [‘nudo’]. Par nada es un azar que la palabra pas [‘no’] en francés, contrariamente a muchas otras lenguas, redobla la negación y designe también un paso».4 2. «[…] algo volverá a surgir luego en los sueños, en toda clase de tropiezos, en toda suerte de maneras de decir, en función de la manera en que lalengua fue hablada y también escuchada por tal o cual en su particularidad».5
3
4 5
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Estas formulaciones acerca de lalengua las debemos al trabajo de Colette Soler alrededor del problema en cuestión. Véanse las referencias a este autor en la bibliografía. Lacan, «Conferencia en Ginebra sobre el síntoma», 125. Lacan, «Conferencia en Ginebra sobre el síntoma», 126.
De Freud a Lacan: lalengua determina el goce en el cuerpo
Lalengua que, no por azar, se denomina «materna», como pura sonoridad de las palabras se caracteriza por la homofonía y el equívoco. Es algo que ya entrevé Freud, aunque es Lacan quien da a estos hallazgos clínicos un marco teórico. A propósito del carácter homofónico y equívoco de lalengua, veamos este ejemplo: un padre que intenta corregir el equívoco (evidente para él) de su hijo de 4 años, que confunde la palabra grande (en el sentido de ‘edad’ y de ‘estatura’), dice al niño: «La abuelita es mayor que yo, ella es más vieja; tiene más años que yo, pero yo soy más grande en tamaño, en estatura que la abuelita». En su trabajo alrededor de las formaciones del inconsciente, Freud se topa con la homofonía y el equívoco —dominantes en lalengua—. Para rastrear su encuentro con la homofonía y el equívoco, tomaremos las anotaciones que al respecto encontramos en el capítulo V, «Material y fuentes de los sueños» (Apartado B. «Lo infantil como fuente onírica»), de La interpretación de los sueños (1900), donde Freud presenta tres indicaciones (que nos llevan a una cuarta), al ocuparse de lo infantil como fuente del sueño. Dice Freud: «Cuanto más ahondamos en el análisis de los sueños, más frecuentemente descubrimos las huellas de sucesos infantiles que desempeñan, en el contenido latente, el papel de fuentes oníricas»6. He aquí sus cuatro puntuaciones: 1. Un paciente médico dice: Después de leer la descripción que Nansen escribió de su expedición polar, soñó que en medio del hielo prestaba sus servicios profesionales al valeroso explorador, aplicándole corrientes eléctricas para curarle de unos dolores de vientre que le aquejaban. En el análisis de este sueño recordó una anécdota de su niñez, sin la cual no sería posible explicarlo. Teniendo 3 o 4 años, oyó una conversación sobre los viajes de exploración (Entdeckungsreisen), preguntó a su padre si aquello era una enfermedad muy grave, confundiendo los viajes
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Sigmund Freud, «Material y fuentes de los sueños» «La interpretación de los sueños» (1900), en Obras completas, tomo 1 (Madrid: Biblioteca Nueva, 1973) 467.
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(reisen) con los retortijones (reissen). Las burlas de sus hermanos grabaron para siempre en su memoria el recuerdo de este suceso.7
2. Luego de referir este sueño de su paciente-médico, agrega Freud que un sueño suyo va en la misma dirección: En mi sueño de la monografía botánica se da un caso idéntico al que precede. Al analizarlo tropiezo, en efecto, con el recuerdo infantil, conservado, de que teniendo yo cinco años me dio mi padre un libro con láminas en colores, para que lo destruyera a mi antojo. (463)
Este es el relato completo del suceso: Mi padre tuvo un día la humorada —apenas justificable desde el punto de vista educativo— de entregarnos a mí y a la mayor de mis hermanas, para que lo estropeáramos y destruyéramos a nuestro antojo, un libro con láminas en colores (Descripción de un viaje por Persia). Por entonces tenía yo cinco años y mi hermana no llegaba a tres. El cuadro que formábamos mi hermana y yo, destruyendo gozosamente el libro —al que fuimos arrancando las hojas una a una (como a una alcachofa)— es casi el único perteneciente a aquella edad, del que conservo aún un recuerdo plástico. (452)
Podemos observar que, desde el punto de vista del afecto dominante en estos dos recuerdos, ellos sin embargo difieren: en Freud, se trata de un afecto próximo a la extrañeza, a la sorpresa (humorada) ante la actitud del padre que da ese libro a sus dos pequeños hijos, no para que lo hojeen sino para que lo destruyan; mientras en el paciente-médico de Freud, el afecto perturbador tiene que ver con un daño de orden narcisista: «[…] las burlas de sus hermanos grabaron para siempre en su memoria el recuerdo de este suceso», anota Freud.
7
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Sigmund Freud, «La interpretación de los sueños», en Obras completas, tomo 1, 463. (El resaltado es mío.)
De Freud a Lacan: lalengua determina el goce en el cuerpo
3. Ahora bien, este recuerdo de infancia de Freud nos conduce a otro lugar de su obra, donde nos ofrece otro recuerdo suyo, aún más temprano, esta vez impregnado de un afecto penoso; el de su madre encerrada en un cajón: Cuando habiendo yo cumplido cuarenta y tres años, comencé a dirigir mi interés hacia los restos de recuerdos de mi infancia que aún conservaba recordé una escena que desde largo tiempo atrás —yo creía que desde siempre— venía acudiendo a mi conciencia de cuando en cuando, escena que, según fuertes indicios, debía situarse cronológicamente antes de haber cumplido yo los tres años. En mi recuerdo, me veía yo, rogando y llorando ante un cajón cuya tapa mantenía abierta mi hermanastro, que era unos veinte años mayor que yo. Hallándonos así, entraba en el cuarto, aparentemente de regreso de la calle, mi madre, a la que yo hallaba bella y esbelta de un modo extraordinario. Con estas palabras había yo resumido la escena que tan plásticamente veía en mi recuerdo, pero con la que no me era posible construir nada. Si mi hermanastro quería abrir o cerrar el cajón —en la primera traducción de la imagen era éste un armario—, por qué lloraba yo y qué relación tenía con todo ello la llegada de mi madre, eran cosas que se me presentaban con gran oscuridad. Estuve, pues, tentado de contentarme con la explicación de que, sin duda, se trataba del recuerdo de una burla de mi hermano para hacerme rabiar, interrumpida por la llegada de mi madre. Esta errónea interpretación de una escena infantil conservada en nuestra memoria es algo muy frecuente. Se recuerda una situación, pero no se logra centrarla; no se sabe sobre qué elemento de la misma debe colocarse el acento psíquico. Un esfuerzo analítico me condujo a una inesperada solución interpretativa de la imagen evocada. Yo había notado la ausencia de mi madre y había entrado en sospechas de que estaba encerrada en aquel cajón o armario. Por lo tanto, exigí a mi hermanastro que lo abriese, y cuando me complació, complaciéndome de que mamá no se hallaba dentro, comencé a gritar y llorar. Este es el instante retenido por el recuerdo, instante
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al que siguió, calmando mi cuidado o mi ansiedad, la aparición de mi madre. Mas ¿cómo se le ocurrió al niño la idea de buscar dentro de un cajón a la madre ausente? Varios sueños que tuve por esa época aludían oscuramente a una niñera, sobre la cual conservaba algunas otras reminiscencias; por ejemplo, la de que me obligaba concienzudamente a entregarle las pequeñas monedas que yo recibía como regalo, detalle que también puede aspirar por sí mismo a adquirir el valor de un recuerdo encubridor sustitutivo de algo posterior. Ante estas indicaciones de mis sueños decidí hacerme más sencillo el trabajo interpretativo interrogando a mi ya anciana madre sobre tal niñera, y, entre otras muchas cosas, averigüé que la astuta y poco honrada mujer había cometido, durante el tiempo que mi madre hubo de guardar cama a raíz de un parto, importantes sustracciones domésticas y había sido después entregada a la justicia por mi hermanastro. Estas noticias me llevaron a la comprensión de la escena infantil, como si de repente se hubiera hecho luz sobre ella. La repentina desaparición de la niñera no me había sido indiferente, y había preguntado su paradero, precisamente a mi hermanastro, porque, según todas las probabilidades, me había dado cuenta de que él había desempeñado un papel en tal desaparición. Mi hermanastro, indirectamente y entre burlas, como era su costumbre, me había contestado que la niñera «estaba encajonada». Yo comprendí infantilmente esta respuesta y dejé de preguntar, pues realmente ya no quedaba nada por averiguar. Más cuando poco tiempo después noté un día la ausencia de mi madre, sospeché que el pícaro hermano le había hecho correr igual suerte que a la niñera, y le obligué a abrir el cajón. Ahora comprendo también por qué en la traducción de la visual escena infantil aparece acentuada la esbeltez de mi madre, la cual me debió de aparecer entonces como nueva y restaurada después de un peligro. Yo soy dos años y medio mayor que aquella de mis hermanas que nació entonces, y al cumplir tres años cesó mi hermanastro de vivir con nosotros.8 8
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Sigmund Freud, «Recuerdos infantiles y recuerdos encubridores» «Psicopatología de la vida cotidiana», en Obras completas, tomo 1, 786-787. (El resaltado es mío.)
De Freud a Lacan: lalengua determina el goce en el cuerpo
4. Una paciente, relata Freud, tuvo un sueño cuando tenía 4 años, su contenido es el siguiente: Ve andar a un lince o una zorra por encima de un tejado. Después cae algo o se cae ella tejado abajo. Luego sacan de casa a su madre muerta y rompe a llorar amargamente. Apenas expliqué a la sujeto [dice Freud] que su sueño tenía que significar el deseo infantil de ver morir a su madre y que el recuerdo del mismo es lo que la inspira ahora la idea de que tiene que causar horror a su familia, me suministró espontáneamente material bastante para un total esclarecimiento. Siendo niña, un golfillo que había encontrado en la calle se había burlado de ella aplicándole algunas calificaciones zoológicas, entre las que se hallaba la de «lince», y, posteriormente, teniendo ya tres años, había sido herida su madre por una teja que le cayó sobre la cabeza, originándole intensa hemorragia.9
En consecuencia, a la luz de las dos indicaciones extraídas de Lacan sobre lalengua, destacaremos en estos cuatro relatos lo siguiente: por una parte, aluden a acontecimientos de la más temprana infancia. En el caso de la señora es explícito: las palabras del pillo —entre ellas «lince»— fueron escuchadas antes de los 3 años, mientras que su sueño acontece un año más tarde. En los dos recuerdos de Freud, estamos ante escenas entre los 3 y 5 años. Para el caso de su paciente-médico, lo temprano de la escena se deduce de su confusión entre la palabra viajes (reisen) y retortijones (reissen); comprensión incorrecta del sentido por parte de los niños pequeños que aún no dominan el lenguaje (homofonía). Por otra parte, en el caso del médico y la señora, ciertas palabras resuenan como burlas venidas del Otro, que quedan grabadas; dejan huellas de afecto. En efecto, muchas de las palabras de los niños que nos hacen reír tienen que ver con esas imprecisiones en su uso del lenguaje. «Se habla del carácter concreto del lenguaje del niño. Al contrario de lo que parece, esto es algo que se relaciona 9
Freud, «Recuerdos infantiles y recuerdos encubridores», 505. (El resaltado es mío.)
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Gloria Helena Gómez
con la contigüidad. […] los niños […] todavía no llegaron a la metáfora, sino a la metonimia»10. Como igualmente lo puntúa Lacan, «[…] la comicidad del significado exige que los significantes no sean antitéticos»11. Ejemplo: tres niñas de 6 años se disponen a jugar. Una dice: «yo soy el caballo». Otra replica: «yo soy la caballa». Risas de sus dos compañeras de juego (que con ello dan prueba de poseer ya la oposición: caballo-yegua) que le corrigen: «no se dice la caballa, sino la yegua». En otro orden de ideas, a propósito del contenido de los primeros recuerdos infantiles, en Recuerdos encubridores (1898) Freud avanza: La cuestión de cuál puede ser el contenido de estos primeros recuerdos infantiles presenta especialísimo interés. La psicología de los adultos nos haría esperar que del material de sucesos vividos serían seleccionadas aquellas impresiones que provocaron un intenso afecto o cuya importancia quedó impuesta a poco por sus circunstancias. Algunas observaciones de los Henri parecen confirmar esta hipótesis, pues presentan como contenidos más frecuentes de los recuerdos infantiles, bien ocasiones de miedo, vergüenza o dolor físico, bien acontecimientos importantes: enfermedades, muertes, incendios, el nacimiento de un hermano, etcétera.12
De lo expuesto por Freud, años más tarde, acerca de la causa traumática haremos valer particularmente dos cuestiones: por un lado, su última formulación sobre el trauma: «Llamamos traumas a las impresiones precozmente vivenciadas y olvidadas más tarde, que, según dijimos, tienen tanta importancia en la etiología de las neurosis […]. (Ellas) consisten en experiencias somáticas o en percepciones sensoriales, por lo general visuales o auditivas; son, pues, vivencias o impresiones».13 10 Jacques Lacan, El Seminario. Libro 3. Las psicosis (1955-1956) (Barcelona:
Paidós, 1981), 328. 11 Jacques Lacan, Radiofonía (Barcelona: Anagrama, 1977), 21. 12 Freud, «Recuerdos infantiles y recuerdos encubridores», 331. (El resal-
tado es mío.) 13 Sigmund Freud, «Moisés y la religión monoteísta. Tres ensayos», en Obras
completas, tomo 3, 3283-3285. 168
De Freud a Lacan: lalengua determina el goce en el cuerpo
Y, por otro, los tres caracteres que asigna a las vivencias traumáticas que constituyen el corazón de la neurosis; insistiendo por lo demás en que «[l]a relación entre aquellos tres atributos la establece una teoría emanada de la labor analítica, única que puede suministrar un conocimiento de las vivencias olvidadas, o que, en términos más concretos, aunque menos correctos, puede volverlas a la memoria»14: 1) ocurren en la época en que el niño comienza a desarrollar el lenguaje; 2) generalmente esas vivencias se olvidan, permanecen inaccesibles al recuerdo, caen en el periodo de la amnesia infantil, que casi siempre resulta penetrado por algunos restos mnémicos aislados —los recuerdos encubridores—; 3) remiten a impresiones de carácter sexual o agresivo, como a daños precozmente sufridos por el yo —ofensas narcisistas— que derivan en afectos: sentimientos de inferioridad, traición, burla, humillación (3285). El trauma es explicado aquí por Freud en términos económicos como una perturbación en la homeostasis del principio del placer: Si podemos aceptar que el carácter traumático de una vivencia solo reside en un factor cuantitativo; si, por consiguiente, el hecho de que una vivencia despierte reacciones insólitas, patológicas, siempre obedece al exceso de demandas que plantee al psiquismo, entonces será fácil establecer el concepto de que frente a determinada construcción puede actuar como trauma algo que frente a otra distinta no tendría semejante efecto. (3284)
Expone el trauma como fracaso del principio del placer para regular los excesos del quantum de afecto. Es la magnitud del montante de excitación la que hace a una impresión algo traumático; ella paraliza la función del principio del placer y da a la situación de peligro su significación. En el instante traumático el sujeto no cuenta con los recursos para poner en marcha el principio del placer, siendo presa de una excitación imposible de tramitar. Experiencia de desamparo que Freud explica en términos económicos a 14 Freud, «Moisés y la religión monoteísta. Tres ensayos», 3285. (El resaltado es
mío.) Freud alude aquí al libro de los psicólogos C. y V. Henri, Enquête sur les premières souvenirs de l’enfance (1897). 169
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partir de la relación entre cantidad de excitación y las fuerzas del sujeto; su capacidad de soportar y usar tal excitación. Lacan ratificará y formalizará esta teoría. El núcleo traumático del síntoma está hecho con vivencias que dejaron una huella de afecto. El sujeto, determinado por lo inconsciente-real, inventa una respuesta al enigma, al goce imposible de asimilar, que representan tales experiencias de goce en el cuerpo; de donde se desprenden sus afirmaciones: el síntoma viene de lo real. El síntoma, acontecimiento del cuerpo; cuerpo que lleva la marca de goce, mediante la inscripción particular del significante en la carne (el significante se hace carne) para cada quien. Del agua del lenguaje [concluye Lacan] quedan algunos detritos fuera de sentido, bajo la forma de un Uno sonoro proveniente de lo oído del Otro15; fuera de sentido, efecto del imposible, propio de lo simbólico. Desmaternalización: el lenguaje limita el equívoco
[…] quizás no exista ningún sujeto que no tenga entre sus recuerdos, alguna reprimenda, alguna sorpresa o alguna burla que le hayan valido esos años de aprendizaje del uso correcto del lenguaje, es decir, su salida de lalengua materna.
Colette Soler, L’èpoque dei traumi; L’époque des traumatismes
Desmaternalización de la lengua materna16 anunciada por Lacan, refiriéndose a lo que acontece en el jardín infantil (école maternelle) y enseguida en la escuela primaria; dematernalisation que se revela como una experiencia subjetiva que hace patente que
15 Jacques Lacan, «Conferencia en Ginebra sobre el síntoma», 125. 16 Dematernalisation: neologismo construido por Lacan a partir de école
maternelle (‘jardín infantil’) y mère (‘mamá’).
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De Freud a Lacan: lalengua determina el goce en el cuerpo
lalengua implica efectos de goce; comprende lo real traumático17. En el proceso de escolarización, se constata la dificultad del niño para pasar de lo escuchado de lalengua a la estructura del lenguaje, en tanto articulada a lo escrito. A este respecto contamos con este relato de un paciente de Freud: Un hombre de veinticuatro años conserva en su memoria la siguiente imagen de una escena correspondiente a sus cinco años: Se recuerda sentado en una sillita, en el jardín de una residencia veraniega y al lado de su tía, que se esfuerza en hacerle aprender las letras. El distinguir la m de la n constituía para él una gran dificultad, y pidió a su tía que le dijese cómo podía conocer cuándo se trataba de una y cuándo de la otra. La tía le hizo observar que la m tenía todo un trazo más que la n, un tercer palito.18
Como se vio antes, el juego con las palabras domina el mundo infantil propiciándole satisfacción: rimas infantiles, estrofas de versos acompañadas por melodías sencillas son entonadas para hacer dormir a los niños, para entretenerlos, para calmar su llanto y sus dolores (sana que sana, colita de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana) y más adelante para enseñarles; se utiliza la lúdica de las rimas infantiles como recurso didáctico. Está, por ejemplo, la rima que busca que el niño conozca los meses por su duración: «Treinta días trae noviembre con abril, junio y septiembre; de veintiocho solo hay uno, los demás de treinta y uno». Hay los juegos rimados para aprender a contar el tiempo, memorizar el alfabeto y la ortografía: «Allá se lo haya el aya si no halla al niño debajo del haya», o las fórmulas mnemotécnicas ligadas con operaciones como la suma: «dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis», donde la cadencia está asegurada por la medida silábica. Es en el ámbito de estos juegos didácticos que el niño, en el primer tiempo del aprendizaje, adquiere nuevas nociones a la par que se divierte. 17 Colette Soler, L’èpoque dei traumi; L’époque des traumatismes (Roma:
Bislink, 2004). 18 Freud, «Recuerdos infantiles y recuerdos encubridores», 786.
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Gloria Helena Gómez
Es en la melodía más que en el texto mismo donde reside la fuerza de una historia; lo avizoran poetas y escritores: «Esa fe ciega en las palabras, más allá de su sentido literal, es a mi modo de ver, el lazo más fuerte que nos vincula a la lectura. Y, como casi todo lo que sucede con los hombres, se da en los primeros años de vida, en el entorno familiar»19. Así, desde la infancia las palabras están impregnadas de tono poético. Si en la poesía hay ideas y palabras que expresan la cuestión, es por excelencia el sonido de las palabras y su euforia lo que las hacen versos poéticos. La música de las palabras captura al oyente. Afirma Freud que el niño que juega se comporta como un poeta al crear un mundo propio, al situar los asuntos de su existencia en un orden nuevo, más gratificante20. Y, cuando la primera infancia y los juegos quedan atrás, el niño, el adolescente y el adulto buscan recuperar y procurarse, por otras vías, esta satisfacción perdida, anota Freud. El placer derivado de nuevos juegos, chanzas, fantasías, humor, sustituyen al alcanzado en los primeros años. Las técnicas del contrasentido corresponden a una fuente de placer según Freud 21. El juego con las palabras de los años de infancia, visto en retrospectiva, representa el grado preliminar de las agudezas del lenguaje y sus rendimientos. El sujeto, a través de estos y otros productos, intenta preservar la consecución del placer extraído de las palabras desde muy temprano en su existencia. Pero a medida que el niño crece, continúa Freud, este uso disparatado de las palabras va siendo menguado por la razón hasta quedar limitado a las uniones de palabras que forman un sentido. 19 Yolanda Reyes, «Los libros sin páginas», Revista Alegría de Enseñar 19,
año 5 (abril-junio 1994). Yolanda Reyes es maestra y escritora colombiana, directora de Espantapájaros-Taller (Bogotá), proyecto cultural de animación a la lectura. 20 Sigmund Freud, «El poeta y los sueños diurnos», en Obras completas, tomo 2. 21 Sigmund Freud, «El chiste y su relación con el inconsciente», en Obras completas, tomo 1, 1099.
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De Freud a Lacan: lalengua determina el goce en el cuerpo
La educación desempeña aquí un papel determinante. El sometimiento al sentido se impone, y el no-sentido no es aceptado más. En el aula de clase, el niño se ve forzado a despojarse del no-sentido, y por allí mismo, a renunciar a la satisfacción que aquello le procuraba. Está en la escuela para aprender, lo cual implica someterse al sentido de las palabras. ¿Juego con las palabras o producción de sentido? ¿Placer de disparatar o cohesión intelectual? He aquí el dilema al que se enfrenta. Prosigue Freud: Este placer va siéndole prohibido al niño cada día más por su propia razón, hasta dejarlo limitado a aquellas uniones de palabras que forman un sentido. Todavía en años posteriores da la tendencia a superar las aprendidas limitaciones en el uso del material verbal muestras de su actividad en el sujeto, haciéndole modificar las palabras por medio de determinados afijos, transformar sus formas merced a dispositivos especiales (reduplicaciones) o hasta crear, para entenderse con sus camaradas de juego, un idioma especial. A mi juicio, sea cualquiera el motivo a que obedeció el niño al comenzar estos juegos, más adelante los prosigue, dándose perfecta cuenta de que son desatinados y, hallando el placer en el atractivo de infligir las prohibiciones de la razón. No utiliza el juego más que para eludir el peso de la razón crítica. Pero las limitaciones que la misma establece en este punto son bien poca cosa comparadas con las que luego, durante la educación, tienen que ser constituidas para lograr la exactitud del pensamiento y enseñarle a distinguir en la realidad lo verdadero de lo falso. A estas poderosas limitaciones corresponde una más honda y duradera rebeldía del sujeto contra la coerción intelectual y real, rebeldía en los que quedan comprendidos los fenómenos de la actividad imaginativa. El poder de la crítica llega a ser tan grande en el último estadio de la niñez y en el periodo de aprendizaje que va más allá de la pubertad, que el «placer de disparatar» no se aventura ya a manifestarse directamente sino muy raras veces. Los muchachos ya casi adolescentes no se atreven
173
Gloria Helena Gómez
a disparatar sin rebozo alguno, pero su característica actividad sin objeto me parece ser una derivación directa del placer de disparatar. […] esta tendencia se intensifica hasta el punto de volver a dominar las conferencias y respuestas de los escolares [en algunos de los cuales] el placer inconsciente que [les producen] sus propios desatinos, [tiene] en lo equivocado de las respuestas una participación equivalente a la de su ignorancia.22
El paso del juego con las palabras al sentido, incluso la aceptación simultánea de estas dos modalidades, que es contradictoria, no va de sí; constituye un rasgo propio de la relación del sujeto con el lenguaje, y en determinados casos se convierte en un tropiezo mayor cuando el niño no logra regresar del no-sentido de las letras al sentido del texto. Con bastante frecuencia, lo saben los maestros, el niño da la impresión de realizar una lectura sin tropiezos, sin comprender por tanto lo que lee. El lenguaje resulta del trabajo sobre lalengua; constituye una elucubración de saber sobre esta 23. Y, en este paso de lalengua al lenguaje, los errores son frecuentes y el niño se ve obligado a corregirlos. Pasar de lalengua al lenguaje significa que las palabras deben resituarse respecto al entramado en el cual se localizaron en primera instancia. ¿No es acaso esto lo que está implícito en los juegos rimados, como ese usado como recurso didáctico para que los niños memoricen la ortografía?: «Allá se lo haya el aya si no halla al niño debajo del haya». Rima con la cual se busca hacer entrar la homofonía de estas cinco palabras (allá, haya, aya, halla, haya) en las leyes gramaticales que regulan la escritura y el sentido en la lengua castellana: Allá (lugar), haya (expresión coloquial para denotar que una persona no quiere participación en algo o se separa del dictamen de otra persona), aya (nana), halla (de encontrar), haya (árbol)23.
22 Freud, «El chiste y su relación con el inconsciente», 1099. 23 Jacques Lacan, El Seminario. Libro 20. Aún (Buenos Aires: Paidós, 1981), 19.
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De Freud a Lacan: lalengua determina el goce en el cuerpo
El significante se encarna en el cuerpo sustancia
Lacan insiste en el hecho de que en el primer tiempo de la infancia el niño está atrapado en el discurso del Otro, de ahí su definición de inconsciente: «El inconsciente es la manera que ha tenido el sujeto de ser impregnado por el lenguaje, de llevar la huella»24. La expresión «impregnado por el lenguaje» excluye la idea de dominio; evoca más bien la alienación y abre la vía para aproximar un hecho llamativo: antes de que el niño se apropie del lenguaje se muestra sensible a este, es capaz de reaccionar, responder a expresiones complejas de lenguaje que no comprende a cabalidad. Sensibilidad particular del niño a la Otredad de lalengua25, de la cual da cuenta su postura frente a las palabras del Otro; postura que no deja de sorprender y hasta de producir risa al adulto. Ejemplo: un niño de veintidós meses, frente al intento de su abuelo de acercarlo a un gato, y que el pequeño pierda su recelo y se atreva a tocarlo, le dice: «Tócalo, no pasa nada». A partir de aquí este pequeño entra en un juego de ir y venir, de aproximarse-retirarse del gato, e incluso de llegar a perseguirlo para tocarlo, acciones que acompaña también en un ir y venir a buscar a su abuelo, una y otra vez, cuando este delegó en la nana de la tarea de acompañar al niño. Después de cada intento del pequeño de acariciar el susodicho gato, dice a su abuelo con la pequeña voz de infans que apenas comienza a servirse de las palabras: «No pasa nada», «no pasa nada», moviendo su pequeña cabeza de un lado al otro; todo esto, con algunos intervalos por cerca de una hora, y siempre con la cara de asombro de un niño de corta edad que todavía no domina el lenguaje y que muy seguramente aún no comprende enteramente la compleja situación en la que su abuelo lo aproxima a un extraño animal, al tiempo que le dice: «Tócalo, no pasa nada». Luego, a cada intento del niño de acercarse al gato, ya sin la compañía directa del 24 Lacan, «Conferencia en Ginebra sobre el síntoma», 124. 25 Collete Soler, De un trauma al Otro (Medellín: Asociación Foro del Campo
Lacaniano de Medellín, 2009), 87.
175
Gloria Helena Gómez
abuelo, sino de su nana, repite con extraña firmeza una y otra vez para ese abuelo: «No pasa nada», «No pasa nada». Para quienes presenciamos la escena, lo que por un lado se presenta como un asombroso y rápido dominio de la situación (pérdida del miedo), por otro está cargada de un aire de gracia e inocencia, por cuanto la acción resulta reiteradamente acompañado de ese «No pasa nada» que sale de su boca; expresión que excede en mucho a la situación aún precaria, de falta de dominio del lenguaje por parte de este infans que comienza a hablar. Ahora bien, en esta misma dirección, veamos lo que Freud recoge de un recuerdo de infancia de Goethe: «Cuando intentamos recordar lo que en nuestra primera infancia nos sucedió nos exponemos muchas veces a confundir lo que otras personas nos han dicho con lo que debemos realmente a nuestra experiencia y a nuestras observaciones personales». Goethe [continúa Freud] hace esta consideración en una de las primeras páginas de su biografía, cuya redacción comenzó a los sesenta años. A la frase copiada [prosigue Freud] preceden tan solo algunas noticas sobre su nacimiento, acaecido «el 28 de agosto de 1749, a mediodía, en el momento mismo en que el reloj daba las doce». La constelación de los astros le era favorable y fue quizá la causa de su conservación, pues vino al mundo «como muerto», y solo con gran trabajo se consiguió que viera la luz. A estas observaciones sigue una breve descripción de la casa y de la habitación en que los niños —su hermana y él— gustaban más de estar. Pero luego solo relata Goethe, realmente, un único suceso que puede ser situado en su primera infancia (¿antes de los cuatro años?), del cual parece haber conservado un recuerdo personal. He aquí un relato del mismo: «También los niños hacían conocimiento con los vecinos mediante estas galerías, y los tres hermanos Ochsenstein, hijos del difunto alcalde, que vivían enfrente, me tomaron mucho cariño y se ocuparon de mí y me embromaban de diversos modos. Mis padres contaban toda clase de travesuras mías, que aquellos señores, por lo demás gente retraída y seria, me habían excitado a cometer. Contaré tan solo una de ellas. Había habido mercado de cacharros, y no solo se había provisto la cocina de estos 176
De Freud a Lacan: lalengua determina el goce en el cuerpo
utensilios para algún tiempo, sino que nos habían comprado a los niños, como juguetes, otros cacharros semejantes en miniatura. Una hermosa tarde en que la casa estaba silenciosa y tranquila jugaba yo en la galería con mis platos y pucheros, y no sabiendo ya qué hacer con ellos, tiré uno a la calle, divirtiéndome mucho verlo estrellarse ruidosamente contra el suelo. Los Ochsenstein, que observaron lo mucho que aquello me regocijaba hasta el punto de hacerme palmotear alegremente, me gritaron: “¡Más!”. Sin vacilar tiré en el acto el puchero, y como no dejaron de gritar: “¡Más!”, todos los platitos, las cazuelitas y los pucheritos fueron a estrellarse contra el suelo. Mis vecinos continuaron testimoniándome su aprobación, y yo me sentía extremadamente gozoso de procurarles aquel placer. Pero mi provisión se agotó, y ellos siguieron gritando: “¡Más!”. Entonces corrí a la cocina y traje unos platos de loza, que ofrecieron, al romperse, un espectáculo más divertido aún; de este modo, yendo y viniendo, traje los platos, uno tras otro, según podía alcanzarlos sucesivamente del vasar, y como aquellos señores no se daban nunca por satisfechos, precipité en igual ruina toda la vajilla que pude ir recogiendo. Por fin llegó alguien, pero demasiado tarde para detener y prohibirme aquel juego. El mal estaba hecho, y a costa de tantos cacharros rotos se tuvo, por lo menos, una historia divertida, que fue, sobre todo para los maliciosos instigadores, y hasta el fin de su vida, un gozoso recuerdo»26. El Otro se aloja en el cuerpo
Lacan formula, acerca del Otro como lugar del significante, que el cuerpo es el lugar de este Otro: el Otro se inscribe en la sustancia gozante determinando sus modos de goce. El cuerpo sustancia, que es igual para todos, se particulariza vía el Otro. El cuerpo aloja al Otro bajo la forma de las marcas de goce que quedan de ese lazo primero con él. Este goce experimentado, va a lalengua, que afecta la sustancia gozante, dice Lacan27. Así parece percibirlo y describirlo Freud, cuando señala: 26 Sigmund Freud, «Un recuerdo de Goethe en poesía y verdad», en Obras
completas, tomo 3, 2436. (El resaltado es mío.) 27 Lacan, Radiofonía. 177
Gloria Helena Gómez
No existe un tío que no le haya mostrado a un niño volar alrededor de la pieza cogiéndolo ente sus brazos, o que no haya jugado dejándolo caer súbitamente al estar cabalgando en su rodilla y extender de improviso la pierna, o llevándolo en vilo y repentinamente simular dejarlo caer. Los niños gozan con tales experiencias y no se cansan de pedir su repetición particularmente si ellas les producen un cierto susto o vértigo. Años después se repiten tales escenas en los sueños; pero dejando aparte las manos que los sujetaban, por lo que flotan o caen sin tener apoyo. El placer derivado por los niños en juegos por el estilo (columpio y balancín) es por todos conocidos y cuando ven acrobacias en un circo se reactiva la memoria de dichos juegos. […]. No es infrecuente que suceda en estos juegos de movimiento, aunque inocentes en sí, que den lugar a sensaciones sexuales […]. El retozar de los niños (hetzen), usando un término que corrientemente describe tales actividades, es lo que se repite en los sueños de volar, caer, vértigo, etc., en tanto que el sentimiento placentero a ellas enlazado se transforma en angustia. Muy a menudo, como toda madre lo sabe, el retozar de los niños lleva a terminar en riñas y lágrimas.28
Estas sutiles pero invaluables apreciaciones freudianas abren un camino para avanzar hacia la cuestión de la angustia como el afecto que por excelencia afecta al cuerpo en su goce. También, ellas permiten, de manera más general, adentrarnos en el problema de los afectos fundamentales del sujeto, efectos del inconsciente real, que remite, de un lado, a lo real de las exigencias de satisfacción y a los límites del cuerpo viviente para alcanzarla, y por otro, a lo real que representa el imposible propio de lo simbólico. Inconscientelalengua entonces que afecta el goce del cuerpo y es indescifrable, cuando el inconsciente-lenguaje, estructurado como un lenguaje, se descifra 29. 28 Sigmund Freud, «Material y fuentes de los sueños», 513. Retozar: Saltar y
brincar alegremente. Travesear con otros. (El resaltado es mío). 29 Véanse al respecto los dos últimos libros publicados por Colette Soler,
L’inconscient réinventé (París: PUB, 2009) y Colette Soler, Los afectos lacanianos (Buenos Aires: Letra Viva, 2011). 178
De Freud a Lacan: lalengua determina el goce en el cuerpo
Bibliografía Freud, Sigmund. «El chiste y su relación con el inconsciente», en Obras completas, tomo 1. Madrid: Biblioteca Nueva, 1973. . «Material y fuentes de los sueños» «La interpretación de los sueños». En Obras completas, tomo 1. Madrid: Biblioteca Nueva, 1973. . «Moisés y la religión monoteísta. Tres ensayos». En Obras completas, tomo 3. Madrid: Biblioteca Nueva, 1973. . «El poeta y los sueños diurnos», en Obras completas, tomo 2. Madrid: Biblioteca Nueva, 1973. . «Recuerdos infantiles y recuerdos encubridores» «Psicopatología de la vida cotidiana». En Obras completas, tomo 1. Madrid: Biblioteca Nueva, 1973. Hebrart, Jean. «Instruction ou education», Ornicar? 26-27 (1983). Nominé, Bernard. Darling Clementine, la musique et ses rapport au langage. Conferencia en la jornada «Musique et psychanalyse», Rennes, marzo del 2012. Inédita. Lacan, Jacques. «El atolondrado, el atolondradicho o las vueltas dichas». En Revista Escansión 1. Buenos Aires: Paidós, 1984. . «Conferencia en Ginebra sobre el síntoma». En Intervenciones y textos 2. Buenos Aires: Manantial, 1991. . Radiofonía. Barcelona: Anagrama, 1977. . El Seminario. Libro 3. Las psicosis (1955-1956). Barcelona: Paidós, 1981. . El Seminario. Libro 20, Aún. Barcelona: Paidós, 1981. . El Seminario. Libro 23. El Sinthome (1975-76). Buenos Aires: Paidós, 2006. . Seminario R.S.I. (1974-75). Inédito. . «Televisión» (1970). En Psicoanálisis, Radiofonía y Televisión. Barcelona: Anagrama, 1993. . «La tercera». En Intervenciones y textos 2. Buenos Aires: Manantial, 1991. Reyes, Yolanda. «Los libros sin páginas». Revista Alegría de enseñar 19, año 5 (abril-junio 1994). Soler, Colette. Los afectos lacanianos. Buenos Aires: Letra Viva, 2011. . De un trauma al Otro. Medellín: Asociación Foro del Campo Lacaniano de Medellín, 2009. 179
Gloria Helena Gómez
. L’en-cops du sujet. Curso 2001-2002. París: Colegio Clínico de París. Formaciones Clínicas del Campo Lacaniano, 2003. . Los ensamblajes del cuerpo. Medellín: Asociación Foro del Campo Lacaniano de Medellín, 2006. . L’èpoque dei traumi; L’époque des traumatismes. Roma: Bislink, 2004. . L’inconscient réinventé. París: PUB, 2009.
180
Los autores
Silvia De Castro es psicoanalista. Psicóloga y magíster en Filosofía de la
Pontificia Universidad Javeriana. Magíster en Clínica del Cuerpo y Antropología Psicoanalítica de la Universidad de París VII. Miembro fundador de la Asociación de Psicoanálisis de Bogotá (Analítica). Trabaja como profesora asociada de la Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia. Entre sus publicaciones recientes cabe mencionar los textos «Notes sur des symptômes contemporaines» (Psychanalyse, 2010), «Freud: de la experiencia religiosa al complejo de Edipo» (El descubrimiento freudiano, 2011), «Síntoma y discurso. Las enseñanzas de “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”» (Universitas Psychologica 11, 2012) y «Síntoma y segregación» (Desde el Jardín de Freud 13, 2013). Editó en 2011 el libro El descubrimiento freudiano y los números 10, 12 y 13 de la revista Desde el jardín de Freud.
[email protected]
Carmen Lucía Díaz es psicoanalista. Psicóloga de la Universidad Nacional
de Colombia. Magíster en Ciencias Sociales con énfasis en Psicoanálisis, Cultura y Vínculo Social de la Universidad de Antioquia. Cursó estudios en psicoanálisis en la Fundación de Psicoanálisis y Psicoterapias. Es miembro fundador de la Asociación de Psicoanálisis de Bogotá (Analítica). Trabaja como profesora asociada de la Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia. Ha publicado los artículos «La embriaguez del goce» (Desde el jardín de Freud 7, 2007), «Sobre el sujeto de la investigación en psicoanálisis» (El Sujeto 181
Los autores
à Objeto en la investigación psicoanalítica, 2011) y «Freud, el inconsciente y la experiencia de lo corporal» (El descubrimiento Freudiano, 2011). Editó la colección Ser padres, ser madres hoy (N.° 1, 2 y 3, 2009) y el número 11 de la revista Desde el jardín de Freud.
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Juan Carlos Suzunaga es psicoanalista. Psicólogo de la Universidad Nacional
de Colombia. Magíster en Ciencias Sociales con énfasis en Psicoanálisis, Cultura y Vínculo Social de la Universidad de Antioquia. Candidato a doctor en Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Trabaja como docente en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas y en la Universidad Nacional de Colombia. Algunas de sus publicaciones son «Notas lacanianas sobre la vigencia del diálogo entre Marx y Freud» (Desde el jardín de Freud 6, 2006), «Apuntes sobre la toxicomanía generalizada» (Desde el jardín de Freud 7, 2007), «Noticias sobre un texto de Althusser» (Desde el jardín de Freud 10, 2010) y «Modernidad, crueldad y sujeto» (Desde el jardín de Freud 13, 2013).
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Álvaro Reyes es psicólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Magíster
en Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana. Es miembro fundador de la Asociación de Psicoanálisis de Bogotá (Analítica), director de Docencia y Currículo Institucional de la Fundación Universitaria Monserrate y profesor asociado de la Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia. El libro Análisis documental en torno a la pedagogía hospitalaria (2008) y los artículos «Develar imaginarios de infancia, niño y niña también es cuestión de escuela» (Diálogos entre universidad y escuela, 2007), «Imágenes de niños informacionales» (Magazín Aula Urbana 30, 2008) y «El psicoanálisis y sus pasiones» (Desde el jardín de Freud 10, 2010) son parte de su producción académica.
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Los autores
Belén del Rocío Moreno es psicoanalista. Psicóloga de la Universidad Na-
cional de Colombia. Especialista en Clínica de la Universidad de los Andes. Magíster en Literatura Hispanoamericana del Instituto Caro y Cuervo. Es miembro fundador de la Asociación de Psicoanálisis de Bogotá (Analítica) y profesora titular de la Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia. Algunas de sus publicaciones recientes son los libros Goces al pie de la letra (2008) y Adivinar en la carne la verdad (2010), así como los artículos «Obediencia y enunciación» (Desde el jardín de Freud 8, 2008), «Fragmentos de un viaje» (Desde el jardín de Freud 10, 2010), «Freud y la literatura» (El descubrimiento freudiano, 2011) y «Un grito que rompe los espejos» (Desde el jardín de Freud 13, 2013). Editó los números 1, 8 y 9 de la revista Desde el jardín de Freud.
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Gloria Elena Gómez es psicoanalista. Psicóloga de la Universidad de An-
tioquia y magíster en Psicoanálisis de la Universidad de París VIII. Editó y dirigió las colecciones de psicoanálisis Colección Temas Cruciales y Colección Estudios de Psicoanálisis (De la infancia a la adolescencia. Acto, pasaje al acto y acting out en psicoanálisis. Sujeto, saber y psicoanálisis. Destinos de familia, entre otros). Es miembro de la Escuela de Psicoanálisis de los Foros del Campo Lacaniano (EPFCL) y de la Asociación Foro del Campo Lacaniano de Medellín. Trabaja como profesora asociada de la Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia. Sus publicaciones recientes son «El poder organizador de la imagen» (Affectio Societatis 16, 2012) y «Estudio de la angustia en la obra de Freud. Últimas consideraciones» (Desde el jardín de Freud 10, 2010).
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Índice de materias
A
C
acontecimiento traumático: 98, 101
carácter moral: 131
actos
casilla vacía: 28-29
-fallidos: 9, 16, 20 y n. 3, 22, 76, 85,
causalidad
88-89, 96
-lógica: 98, 100
-psíquicos: 85, 96
-psíquica: 42
-perturbador: 164
chiste: 16, 73, 74, 76-77, 80, 84-89
-traumático: 97
cibernética: 56
agresividad: 15-16, 50-51, 53, 56, 58-61,
circuito de la pulsión: 143, 147-148,
63-66, 68-69
150-152
-intraespecífica: 56, 59
collage pulsional: 134-135
alteración interna: 37
comicidad: 87, 168
ambivalencia: 131
cómico: 84, 86-87, 90
angustia: 13, 47 n. 17, 49, 83 n. 17, 84,
complacencia somática: 115
98-99, 102, 111, 132 n. 16, 142, 178
complejo
anterioridad lógica: 104
-de castración: 101
anticipación: 44, 64, 66-67
-libidinoso: 107
aparato psíquico: 20, 29, 38, 54 n. 2,
completitud: 65
60, 62-63, 145
comportamiento
archipiélago pulsional: 128
-animal: 56
armas parlantes del carácter: 111
-sintomático: 116
autocastigo: 109, 111
compulsión: 48, 69
autoerotismo: 21, 42-43, 45, 48, 139-140
-de repetición: 93, 117, 131
auxilio ajeno: 36
concepto fronterizo: 126 condensación: 10-11, 38, 74-76, 78-79,
B
103-104, 107
barra de la represión: 83
conflicto
blasones de la fobia: 111
-de inconciliabilidad: 96
borde: 146-147, 154
-psíquico: 20, 96, 106, 108, 118, 131
-erógeno: 148
consciente: 73, 77, 78 n. 10, 96, 103, 108, 133 n. 18
185
Índice de materias
constitución subjetiva: 43-44 construcción subjetiva: 35, 61
desplazamiento: 10-11, 20, 24, 38, 74, 76-79, 81-82, 103-104, 107
contenido manifiesto: 74-75
dialéctica: 46, 61-65, 67-68, 78
contingencia del objeto: 140
diques anímicos / psíquicos: 101
conversión: 106-107, 114, 116
discurso del Otro: 84, 110, 175
corte: 90, 141-142
disjunto / inconjunto: 133-134
cosa en sí: 29
dispositivo analítico: 65 n. 13
creación artística: 141
doble sentido: 83, 88
cuerpo: 13, 15-16, 24, 29, 35-36, 41-43 y
doxa: 25
n. 11, 44-47, 49, 51, 60, 62-65, 67 y n. 16, 69, 106, 109-110, 116, 123, 125-126,
E
128, 138, 152-153, 155, 159, 161, 170, 175,
economía psíquica: 124
177-178
Edipo: 26, 100
-biológico: 152
efecto(s)
-erógeno: 152
-retardado: 101
-fragmentado: 65, 69
-de goce: 95, 162, 171
-sustancia gozante: 159, 161-162, 177
-de lalengua: 159
cultura: 10, 12-13, 15, 20, 25-26, 48-49,
-de satisfacción: 159-160
61-62 y n.12, 64, 68
-de sentido: 95, 161
cumplimiento del deseo: 108
-del inconsciente real: 178
cura catártica: 68
eje -paradigmático: 80
D
-sintagmático: 80
déjà-vu: 84
ello: 39
demanda del Otro: 153-154
empuje: 125, 133, 136-137
desciframiento: 20 n. 2, 81, 84, 110,
encantos de la impotencia: 111
111, 161 deseo: 9, 14, 16, 20, 27-28, 36-38, 43-45,
enigmas de la inhibición: 111 envés de lo imaginario: 83
50-51, 61-62, 65 y n.13, 67-68, 74-76,
envés del goce pulsional: 143
80-82, 84-86, 88-89, 106, 108-110,
Eros: 20-22, 86, 131
112, 114, 117-118, 127 n. 9, 130, 133 n.
escena fantasmática: 115, 130, 108
17, 145, 167
estadio del espejo: 14, 42, 44, 46 n. 17,
-del Otro: 50, 62, 67-68
49, 61, 66
-inconsciente: 81, 108, 112
estímulo: 23, 36-37, 62, 66, 114, 116, 128
desmaternalización: 170
estímulo (Reiz): 128
186
Índice de materias
estructura
-sustitutiva: 76
-de la verdad: 133 n. 17
-del inconsciente: 9, 13, 16, 20, 73, 83,
-del lenguaje: 26, 101, 105 -dual: 67
86, 94, 96, 108, 163 frustración: 45, 69
estructuralismo: 11, 25, 28-29
fuente (Quelle): 125, 133, 146, 148
etología: 23, 41
fuerza endógena constante: 125
evolucionismo: 69
función
excitación (Erregung): 128
-biológica: 130, 137, 151, 153
-pulsional: 128, 137, 145
-del padre: 95
exigencia de trabajo: 126
-del síntoma: 95
expresión emocional: 37
-vital: 130, 152
F
G
factor
gestalt: 15, 23, 42, 46
-pulsionante: 132
goce: 13-14, 16, 48, 53, 62 n. 12, 69, 75,
-traumático: 109 n. 35
84-85, 87-88, 95 y n. 4, 97 n. 5, 115,
fallas de un saber: 111 n. 37
117, 130, 132, 138, 142-143, 159, 161-162,
falo: 86
170-171, 177-178
-imaginario (φ): 65 y n. 13, 153 -simbólico: 65 n. 13,
H
fantasía
heces (objeto pulsional): 138, 142
-inconsciente: 108
hiancia: 50
-sexual: 113-114
historicidad del síntoma: 95
fantasma: 14, 45, 67, 109 n. 35, 130
huellas de afecto: 167
fenómeno patológico: 97
humor: 84, 86-88, 164, 172
ficciones: 132 n. 17, 133 n. 17 figuración de fantasía sexual: 114
I
figuras de la retórica: 11, 38, 103
ideal del yo: 49-50, 67-68
fijación: 27, 116, 130
ideas latentes: 74-75
filosofía: 12, 23, 29, 54 n. 2, 55
identificación: 40, 42, 44-46, 50, 64,
formación
66-68, 153
-de compromiso: 18, 118
identificación imaginaria
-de síntoma: 107 nn. 26 y 27, 108 nn.
identificación narcisista: 68
30 y 31, 109 n. 34, 118 n. 49,
imagen: 13, 15, 21-25, 28, 35-36 y n. 1,
-del yo: 15, 43, 47-48, 67
37-45 y n. 15, 46 y n. 17, 47-51, 55, 62-68,
-mixta: 76
75, 80, 81, 86-87, 134, 145, 165, 171 187
Índice de materias
-acústica: 80
-materna: 88, 159, 161, 170
-corporal: 42-43, 49
lenguaje: passim
-mnémica: 36-37
libido: 24, 43, 47-49, 116
-movimiento: 37
lingüistería: 78
imago: 22-23, 36 y n. 1
lingüística: 10, 26-27, 78-79 y nn. 12 y
inconsciente: passim
13, 80 y n. 14
-descriptivo: 77
lo imposible: 13-14, 68, 144-145
-dinámico: 77
lo innombrable: 83, 142
-real: 170, 178
lo reprimido: 9, 76, 83, 101, 110 n. 35,
inervación somática: 114 infans: 88, 152, 155, 175-176
112 n. 38, 115, 136 n. 22, 146 lógica matemática: 55-56
infante: 44, 47-48, 50, 66, 149 n. 38, 153 infantilismo de la sexualidad: 98, 115 inferencias lógicas: 78 inflexibilidad del instinto: 127 ingenios del lenguaje: 16 instinto: 16, 56-60, 62-63, 126 y n. 9, 127, 134, 139
M
madre: 29, 48, 61-62, 64 y n. 13, 65 n. 13, 66, 101, 149 n. 38, 152 y n. 41, 153, 165-167, 178 mal encuentro: 13, 98 marca simbólica: 85
instinto (Instinkt): 126
marcas: 13, 17, 84 n. 19
interpretación psicoanalítica: 73
-de goce: 177 mascarada imaginaria: 65
J
masoquismo: 69, 118 y n. 50, 129, 131
jeroglíficos de la histeria: 111
-primordial: 69
juego: 20-21, 27, 50, 57, 81, 84, 86-88,
matema de la pulsión ($◊D): 151, 154
94, 100, 147, 151, 160, 168, 171-175,
mensaje del Otro: 161
177-178
meta o fin de la pulsión (Ziel): 125, 133,
L
metafísica: 56 y n. 7, 134 n. 19
143, 148 lallation: 160-161 lalengua: 16-17, 78, 84 y n. 19, 159-162 y n. 3, 163, 165, 167, 170-171, 173-175, 177-178 lapsus: 14, 73, 75-77, 83-84 y n. 19, 88 lengua: 27, 80-82, 84 y n. 19, 88, 127 n. 9, 131, 140, 147, 150-151, 159-162, 170, 174 188
metáfora: 11, 16, 38, 79-80, 83, 86, 93, 103-105, 107, 110-112, 114-115, 117, 128, 134, 145, 168 -paterna: 80, 86 metonimia: 11, 38, 79, 103-104, 107, 168
Índice de materias
mirada (objeto pulsional): 46 y n. 17, 47 y nn. 17 y 18, 125, 135, 138, 141-142
oráculos de la angustia: 111 orden simbólico: 28, 94
mito: 132, 133 n. 17, 145
organismo humano: 36
moción de defensa: 108-109
orientación a la propia persona: 129
modernidad: 53-55
Otra escena: 82
montaje pulsional: 134
Otro: 13, 16, 19, 22, 29, 44, 47 n. 17, 54
muerte: 27, 48, 57, 63, 68, 86-87, 93, 127 n. 9, 131-132, 149, 168
n. 2, 60-62 n. 12, 63, 67-68, 82, 84 y n. 19, 86, 88, 110-111 n. 37, 114, 127, 142, 146, 151-155, 160-161, 167, 170, 175
N
y n. 25, 177
narcisismo: 13-16, 21, 24, 35, 42 n. 8, 43, 47-48 y n. 20 y 22, 49 y n. 23, 50, 65, 86
P
palabra: passim
-primario: 48, 48 n. 22, 49, 65
-como juguetes: 160
-secundario: 48-49
partenaire: 130-131, 140
naturaleza: 25, 48, 57, 59, 61, 140-141
pensamientos punitorios: 109, 118
neurosis: 80, 110, 149 n. 38, 168-169
percepción: 29, 36-39, 43 n. 11, 46 y n.
niño: 24, 29, 37, 41-44, 46-48, 50, 61 y
17, 67, 73, 145, 168
n. 11, 62-65 y n. 13, 66-67, 98-101, 152
perversión: 80, 140
y n. 41, 153, 159-161, 163, 166-167, 169,
pesadillas: 84
171-178
placer
núcleo patógeno: 109 n. 35
-buscado: 132 -de disparatar: 173-174
O
-hallado: 132
objeto: passim
-visual (escopofilia): 129
-a: 14, 28, 47 nn. 17 y 18, 49 n. 22, 53-54
plasticidad de la pulsión: 127
n. 2, 55, 65 n. 13, 139-140, 142, 155
plus de placer: 130
-catalizador: 129
polisemia: 80, 88, 151
-mítico: 36
preconsciente: 39, 96, 108
-pulsional (Objekt): 125, 133, 138, 148
prematuración biológica: 60-61 n. 11,
-pulsional: 127, 139, 142 objeto total (de amor): 138 ofensas narcisistas: 169
62 presión (Drang): 125, 133-134, 136-137, 148-149
olvido: 73-74, 84-85, 106, 136 n. 22,
primacía del significante: 105-106
ombligo del sueño: 83
primer dualismo pulsional (Eros): 131
opacidad subjetiva: 109
primera tópica: 93-94, 96, 108 189
Índice de materias
principio del placer: 9, 94, 110 y n. 35 proceso
-infantiles: 166 n. 8, 167 n. 9, 168 n. 12, 171 n. 18,
-primario: 78 y n. 10, 103
registro
-secundario: 78 y n. 10
-imaginario: 21, 23, 49, 50, 83
-asociativos: 100, 102
-real: 95, 117
proton pseudos histérica: 98, 100
-simbólico: 25, 40, 49, 83, 95
protosujeto: 142, 152
regresión: 148
proyección: 40, 43 n. 11, 46, 50
relación
psicología del yo: 24, 40
-dialéctica: 64-65, 67
psicosis: 14, 40, 80, 94 n. 1, 168 n. 10
-de semejanza: 102-103
pulsión: 14, 16, 20
reminiscencias: 166
pulsión (Trieb): 126-127, 137
repetición: 9, 63, 69, 93, 117, 123, 131-
-anal: 138, 149, 153-154
132, 149, 178
-escópica: 47 nn. 17 y 18, 138, 140, 154
representación: 10, 22, 36-39, 65-66,
-invocante: 47 n. 18, 138, 147, 149, 154
68, 77, 80, 98, 102-103, 109, 132 y n.
-oral: 129-130, 137-141, 147, 149, 154
17, 152
-parcial: 147, 150, 154
-psíquica: 80, 152
-de autoconservación: 130, 152
representante psíquico: 126
-pulsiones sexuales (Eros): 20, 21, 130,
represión: 83, 88, 96, 109, 110, 115, 129,
131 pulsiones yoicas o de autoconservación (Ananké): 131
136, 146 resistencia: 9, 82, 85, 109 n. 35, 118 retorno: 10, 19, 29, 63, 76, 78, 82-83, 94, 101, 107, 109, 111-112 n. 38, 116, 146-
R
148, 151
reacción terapéutica negativa: 131
-asociativo: 107
realidad: 12, 14-16, 21, 27, 29, 40, 42,
-de la verdad: 111 n. 37
46, 50, 67, 109, 129, 132 y n. 17, 133 n.
-de lo reprimido: 76, 83, 101, 112, 146
17, 155, 173
retroacción: 66
-sexual en el inconsciente: 155
revestimiento psíquico: 116
rebús: 81 recuerdos: 29, 73, 84, 99, 106, 107, 109 n. 35, 164-166 n. 8, 167 y n. 9, 168 y n. 12, 169-171 n. 18 -encubridores: 166 n. 8, 167 n. 9, 168 y n. 12, 169, 171 n. 18
S
saber: 29, 45, 54 n. 2, 55 n. 4, 62, 67, 82, 84, 85, 89, 93, 106, 111 n. 37, 112, 126 n. 9, 162, 174 – Supuesto: 112 sadismo: 129, 131
190
Índice de materias
satisfacción(es)
– Sustitución: 80, 103-105, 115, 116
– alucinatoria: 145
signo lingüístico: 79, 80
– de la pulsión: 117, 143, 146
símbolo(s): 10, 27, 45 n. 15, 81, 85, 97,
– desexualizada: 127
110
– erógena: 125, 128, 130, 132, 144
– mnémico: 97
– – parcial: 128
síntoma:
– libidinal: 117
– como metáfora: 16, 93, 95
– parcial: 149, 151
– conversivo: 107, 115
– sexual: 114-116, 146, 152 n. 41
– fóbico: 103
– – directa: 127, 146
– formación de compromiso: 108, 118
– – infantil: 114, 115
– goce: 117
– sustitutiva: 127
– neurótico: 93
– Vivencia de: 36-38, 145
– Sobredeterminación del: 114
seducciones invocantes: 125
– sustituto: 95, 97, 101, 107, 109, 115
segunda tópica: 93, 117
subjetivación: 12, 49, 101
sellos del autocastigo: 111
sublimación: 127, 129, 141, 143, 146
seno (objeto pulsional): 130, 138,
sueños: 9, 16, 20 y n. 2, 22, 25, 36-38,
140-142 sensación(es): 37, 67, 107, 114, 117, 118, 178
73-79, 81-89, 94, 108, 162-164, 166, 167, 178 sujeto(s): 10-14, 17, 22, 24, 27-29, 36, 39,
sentido del síntoma: 97, 105, 112
42, 43 y n. 12, 45, 46 y n. 17, 47, 48 n. 18,
sentimiento de culpa: 131
49, 51, 53, 54 y n. 2, 55, 56, 57, 60, 61, 62
ser hablante (serhablante): 16, 62, 64
n. 12, 64, 65 y n. 13, 66-69, 76, 77, 80,
n. 13, 84 n. 19
82, 83, 84 y n. 18, 88-90, 96, 97 y n. 5,
ser-para-la-muerte: 27
98, 104, 105 y n. 21, 109, 110, 111 y n. 37,
sexualidad: 51, 86, 98, 100, 115, 127, 144
112 n. 38, 118, 127 y n. 9, 130, 138, 142,
significación sexual: 97, 100
144, 146, 149, 150, 152-154, 159, 161, 162,
significado(s): 73, 75, 79-81, 83, 88, 105,
167, 169, 170, 172, 173-175, 178
106, 110, 113, 114, 168 significante: 11, 13, 14, 16, 25, 28, 47, 61,
– dividido: 82, 96 superyó: 9
65 n. 13, 66, 73, 76, 79-81, 83, 84 y n. 19, 85-88, 90, 95, 97, 101-107, 110, 111
T
n. 37, 113, 115-117, 136 n. 22, 148, 155,
Tánatos: 20, 86, 183
159, 161, 162, 168, 170, 175, 177
temporalidad retroactiva: 100, 101
– metafórico: 97
tendencia(s)
– Supremacía del: 81
– agresiva(s): 56, 59, 68, 69 191
Índice de materias
– perturbada: 76 – perturbadora: 76 termodinámica: 56 topología: 12, 29, 56
voz (activa, media refleja, pasiva): 129, 147 – (objeto pulsional): 47 n. 18, 138, 142, 155
transferencia: 58, 93, 103, 104, 112, 113, 123
Y
transformación en lo contrario: 129
yo
tratamiento analítico: 97
– El: 9, 13-16, 20, 21, 23, 24, 40, 35, 41 y
trauma: 9, 13, 101, 104, 105, 168, 169 – sexual: 104, 105
n. 6, 42, 43 y n. 10-12, 45-47, 49, 50, 61, 63, 65- 68, 169
traumático(a)(s)
– ideal: 15, 43, 45 y n. 15, 49, 50, 64, 66
– Acontecimiento: 98, 101
– real (Real Ich): 49, 137 y n. 24
– Vivencia(s): 101, 107, 169 traumatismo: 97, 98, 109 n. 35
Z
Zona(s) V
valor erógeno: 124, 144, 146 verdad: 55, 76, 83, 87, 102 n. 15, 110, 111 n. 37, 133 vertiente real: 95 voces gramaticales / transformaciones pulsionales: 129, 147
192
– de borde: 148 – erógena(s): 116, 126, 139, 143, 146148, 152 n. 41, 153 – orificial(es): 146-148
Índice de nombres
A
Abel, Carl : 79
H
Harari, Roberto: 136 y nn. 21 y 22
Allouch, Jean: 19 n. 1, 20 Askofaré, Sidi: 97 n. 5, 116 n. 43, 117 n. 48
J
Jakobson, Roman: 10, 78, 79 y n.12
Auzias, Jean-Marie: 25 n. 16 K B
Klein, Melanie : 39
Baldwin, James M.: 23 n. 10, 41
Koffka, Kurt: 23 n. 11
Bataille, Georges: 30
Köhler, Wolfgang: 23 n. 11, 41
Beckett, Samuel: 142 y n. 31
Korman, Víctor: 128 y n. 10, 131 y n. 15
Bentham, Jeremy: 132, 133 y n. 16 Breuer, Josef: 97
L
Bolk, Louis: 23 n. 8
Lacadée, Philippe: 84 n. 19
Bustamante, Guillermo: 76 n. 5
Lacan, Jacques: passim Leclaire, Serge: 129 n. 12, 140 n. 28, y
C
Calvino, Italo: 142 n. 42
141 Lévi-Strauss, Claude: 10, 25, 26 y n. 17, 28 n. 20
D
Deleuze, Gilles: 29 n. 22
Lispector, Clarice: 123, 155 Lorenz, Konrad: 23 n. 9, 41, 56-60, 69
Didier-Weill, Alain: 134 n. 19 Dufour, Dany-Robert: 28 nn. 20 y 21
M
Mauss, Marcel: 26 y n. 17 E
Etcheverry, José Luis: 20 n. 3, 136 F
Ferenczi, Sandor : 82
Melman, Charles: 76, 77 n. 6 Merleau-Ponty, Maurice: 23 N
Nasio, Juan David: 48 n. 21
Freud, Sigmund: passim
193
Índice de nombres
P
Schejtman, Fabián: 105 n. 23
Pérez Galimberti, Alfredo: 132 n. 17
Sperber, Hans. 79
Poizat, Michel: 125 n. 7
Soler, Colette: 162 n. 3, 170, 171 n. 17, 175 n. 25, 178 n. 29
Q
Quignard, Pascal: 147 n. 36
T
Tinbergen, Nikolaas: 41 R
Reyes, Yolanda: 172 n. 19 Roudinesco, Élisabeth: 12 n. 1, 30 n. 24
V
Vanier, Alain: 21 n. 5, 24 n. 14 Vieira, Marcus André: 90 n. 28 Von Uexküll, Jakob: 23 n. 7
S
Salinas, Pedro: 35
W
Sartre, Jean-Paul: 11, 23
Wallon, Henry: 23 n. 10, 41
Saussure, Ferdinand de: 10, 25,78-81
Wertheimer, Max: 23 n. 11
194