Perros Tras El La acción se desarrolla en la puna, en el pueblo de Huaira. El ladrido monótono y largo, agudo agudo hasta hasta ser taladr taladrant ante, e, triste como un lamento, azotaba el vellón albo de las ovejas conduciendo la manada manada.. Esta, Esta, marcha marchando ndo a trote trote corto corto,, trisca trisca que trisca trisca el ichu ichu duro uro, mote motea aba de blanco la rijosidad gris de la cordillera andina. Era una gran manada, puesto que se componía de cien ien
Antuca, Antuca, la pastora como sus taitas y hermanos, contaban por pares. u aritm!tica ascendía hasta ciento, para volver allí al comie comienz nzo. o. " así así habr habría ían n dicho icho #cinc inco cien ientos$ o #sie #siette cient iento os$ per pero, en realidad, jam%s necesitaban habl hablar ar de cant cantid idad ades es tan tan &abulosas.
El tono triste de su ladrido no era m%s que eso, pues ellos saltaban y corrían alegremente, orientando a la marcha de la manada por donde quería la pastora, quien, hilando el copo de lana sujeto a la rueca, iba por detr%s en silencio o entonando una canción, si es que no daba órdenes. Los perros entendían por se'as y acaso tambi!n por las breves palabras con que les mandaba ir de de un lado para otro. La imponente y callada grandeza de las rocas empeque'ecía aun m%s a las ovejas, a los perros, a la misma Antuca, chinita de doce a'os que #cantaba para acompa'arse$. (uando llegaban a un pajonal propicio, cesaba la marcha y los perros dejaban de ladrar. Entonces un inmenso y pesado silencio oprimía el pecho n)bil de la pastora. Ella gritaba* • •
+ube, nube, nube -iento, viento, viento
" llegaba el viento, potente y bronco, mugiendo contra los riscos, silbaba entre las pajas, arremolinando las nubes, desgre'ando la pelambrera lacia de las perros y etendiendo
/e cuando en cuando miraba el reba'o, y si una oveja se había alejado mucho, ordenaba se'al%ndola con el índice* 01ira, 2ambo, guelvela. Entonces el perro corría hacia la descarriada y, ladrando en torno, sin tener que acosarla demasiado3las ovejas ya sabían de su persistencia en caso de no obedecer3, la hacía retornar a la tropa. Es lo necesario. i una oveja se retrasa de la tropa de la manada, queda epuesta a perderse o ser atrapada por el puma
/espu!s de haber cumplido su deber, marchando con el %gil y blando mote de los perros indígenas, 2ambo volvía a tenderse junto a la pastora. e abrigaban entre ellos, prest%ndose mutuamente el calor de sus cuerpos. La Antuca hilaba charlando, gritando o cantando a ratos, y a ratos en silencio, como unimismada con el vasto y pro&undo silencio de la cordillera, hecho de piedra e inconmensurables distancias soledosas,
Algunos días, recortando su magra 4gura sobre la curva hisuta de la loma, aparecía 5ancho, un cholito pastor. Lo llamaba entonces la Antuca y el iba hacia ella, anheloso y alegre, despu!s de habese asegurado de que su reba'o estaba a bastante distancia del otro y no se entreverarían. Lo acompa'aba un perro amarillo que caminaba gru'idos hostiles a 2ambo, terminando por apaciguarse ante el requerimiento de los due'os.
La Antuca lo envolvía un instante en la emoción de su mirada de hembra en espera, pero luego tenía miedo y se aplicaba a la rueca y a regalar al aullador de 2ambo. us jóvenes manos3 agiles ara'as morenas3 hacían girar diestramente el huso y etraían un hilo parejo del albo como sede'o. El 5ancho la miraba hacer complacido, y tocaba cualquier otra cosa.
La Antuca llamaba a los perros y eran cuatro que ayudaban* 2ambo, 6an7a, 8ueso y 5ellejo. Ecelentes perros ovejeros, de &ama en la región, donde ya tenían repartidos muchos &amiliares cuya habilidad no contradecía el genio de su raza.
Habitualmente, el trajín del pastoreo, 2ambo caminaba junto a la Antuca, ajochando a las rezagadas, 6an7a iba por delante orientando la marcha, y 8ueso y 5ellejo corrían por los 9ancos de la manada cuidando que ninguna oveja se descarriara.
+i al tormenta podía con ellos. A veces, el cielo oscuro, aun siendo muy temprano, comenzaba a chirapear. i estaba por allí el 5ancho, o&recía su poncho a la Antuca, era un bello poncho de colores. Ella lo rechazaba con un #así noma$ discreto y emprendían el retorno.
5ero casi siempre retornaban a su lugar con tiempo calmo, en las )ltimas horas de la tarde, envueltos en la &eliz policromía del crep)sculo. Encerraban las ovejas en el redil, la Antuca entraba a su casa.
La casa de Antuca era como pocas, de techo pajizo, en verdad, pero solo una de las piezas tenia pared de ca'as y barro: la otra estaba &ormada por recias tapias. En el corredor, &rente a las llamas del &ogón su 1adre llamada ;uana, repartía el yantar al taita imón
Los perros se acercaban tambi!n y recibían su ración en una batea redonda. Allí estaba igualmente hapra, guardi%n de la casa. +o se peleaban. abían que el =imoteo esgrimía el garrote con mano h%bil.
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La noche iba cayendo, la ;uana apago el &ogón, todos se &ueron a dormir. 1enos los perros. Allí , en el redil, taladraban con su ladrido pertinaz la quieta y pesada oscuridad nocturna. (omo se dice dormían solo con un ojo.