Cogito e Historia de la Locura
Este ensayo tratará de indagar la polémica surgida entre Michel Foucault y Jacques Derrida, cual se dio en el umbral de la conferencia pronunciada por este último, el 4 de marzo de 1963 en el College Philosophique, que tuvo como propósito la revisión crítica de la obra “Historia de la locura en la época clásica”, publicada en 1961, por Foucault. * * * * * Derrida, como señala en una reflexión afable, debe su encuentro y sitio inicial de examen a las primeras páginas de uno de los apartados del capítulo I de “Historia de la locura”, “El gran encierro”, como también a una especie de prólogo del capítulo II1 que hace mención de las Meditación I de Descartes, de las que, según palabras de Derrida, su autor condensará como el principio donde “la locura, la extravagancia, la demencia, la insania quedaran2(…) despedidas, excluidas, condenadas al ostracismo (…) privadas del derecho de ciudadanía filosófica, del derecho a la consideración filosófica, revocadas tan pronto como convocadas (…) ante el tribunal, ante la última instancia de un Cogito que, por esencia, no podría estar loco”3. El apartado segundo de la “Historia de la locura”, “El gran encierro”, comienza así: “La locura, cuya voz el Renacimiento ha liberado, y cuya violencia domina, va a
1 En el texto a ocupar, “Historia de la locura en la época clásica I” (2008), Editorial “Fondo de Cultura Económica”, el capítulo II se encuentra en el tomo I entre las paginas 257-276. 2 Para dar mayor claridad a este ensayo dejaremos en claro que, esperando no deformar lo dicho por los autores, todas las palabras con “negrita” dentro de las citas corresponden a nuestra propia tutoría. 3 Jacques Derrida, “La escritura y la diferencia” (1989), capt II “Cogito e historia de la locura”, pg. 48
ser reducida al silencio por la época clásica, mediante un extraño golpe de fuerza”4. Frente a la cuestión del silencio a la “locura”, es decir, a la mención temprana que hace Foucault de esta en relación al “golpe de fuerza, Derrida preguntará, a razón de la carga imputada a las Meditaciones, que si acaso “¿está justificada la interpretación que se nos propone, por parte de Foucault, de la intención cartesiana?”5. De este primer embate, que da comienzo a la reflexión, de forma seguida, y tras una posible elucidación certera de lo que sería una labor hermenéutica, Derrida replica: “¿Se ha comprendido bien el signo mismo, en sí mismo?, es decir, ¿se ha entendido bien lo que ha dicho y querido decir Descartes? Esta comprensión del signo en sí mismo, en su materia inmediata de signo, si puede decirse así, no es más que el primer momento, pero es también la condición indispensable de toda hermenéutica y de toda pretensión de pasar del signo al significado. En términos generales, cuando se intenta pasar de un lenguaje patente a un lenguaje latente, hay que asegurarse primero con todo rigor del sentido patente. Por ejemplo, es necesario que el analista hable en primer lugar la misma lengua que el enfermo” 6. Condición indispensable de toda hermenéutica y de paso a todo comprender lo dicho es prestar primero atención a la escucha, es decir, hacer del oído el comprensor mismo. Más no sólo es el captar el fin en sí mismo, Derrida lo dice, es necesario que de este primer momento se pase luego al decir, o en otras palabras, que a partir de la apertura del atender el mismo escuchar se haga con la palabra.
4 Michel Foucault, “La historia de la locura en la época clásica” (2008), capt II “El gran encierro”, pg.75 5 Jacques Derrida, “La escritura y la diferencia” (1989), capt II “Cogito e historia de la locura”, pg. 49 6 Ibid pg. 49
De esto último se ha de prestar atención para no descaminarse en el desarrollo de este ensayo, pues ahí reposa una de las principales críticas y puntos conflictivos con respecto a la pretensión de Foucault de hacer una “historia de la locura” como “arqueología del silencio”, ya que al buen ojo avizor asalta la pregunta de si al darse lugar una escisión silenciadora existiría un real atender de la locura. Pero de aquel asalto Derrida tendrá respuesta, más no sin antes atender primero dar con la segunda implicación sobre el enunciado introductorio del apartado “El gran encierro”, y nos dice: “Pero una vez entendida –como signo- la intención declarada de Descartes, ¿tiene en realidad la relación que se pretende asignarle con la estructura histórica total con la que se pretende ponerla en relación?” 7, a saber: la posición inicial de la escisión del entre locura y razón, más aun, ¿yace ahí el principio de un contrato injusto de la razón que hace hablar y callar a la locura? A partir de esto, de aquel principio del contrato injusto como hemos llamado, surge el segundo embate de cuestionamientos, donde Derrida pondrá en tema ciertos presupuestos filosóficos de Foucault, especialmente, aquel que haciendo alusión a Pascal, dicta que: “Los hombres son tan necesariamente locos que sería estar loco de alguna otra manera el no estar loco” 8, o en otras palabras, que sólo es posible hablar de la locura en tanto nos encontremos en relación con aquella “otra manera de estar locos”, a saber: la razón misma. * * * * * “Al escribir una historia de la locura, Foucault ha querido –y en eso está todo el valor pero también la misma imposibilidad de su libro- escribir una historia de la locura misma (…) Es decir, dándole la palabra, Foucault ha querido que la locura fuese (…) el tema de su libro y el sujeto hablante, el autor de su libro, la locura
7 Ibid pg. 50 8 Michel Foucault, “La historia de la locura en la época clásica” (2008), capt I “Stultifera Navis”, pg. 62
hablando de sí. Escribir la historia de la locura misma, es decir, a partir de propio su instante, de su propia instancia, y no en el lenguaje de la razón (…)” 9. Con justeza Derrida ilustra la exigencia que Foucault hace suya, a saber: el querer dar bullicio a la locura a partir de un declinar del lenguaje de la razón, de lo subsumido al Orden, de lo que, patente y monólogo, habla con derecho absoluto de todo y sobre todo; más incluso, altivando la pretensión, el “arqueólogo” quiere huir de aquello que al unísono de haber hecho brotar la locura , de forma instantánea y por necesidad, le coarto el decirse a sí misma en un arrojó al mutismo y lo latente. En ello yace la empresa de Foucault, cual le fijo como un querer hacer la historia de la locura bajo una arqueología del silencio, o más bien: hacer una historia no de la psiquiatría, sino una de la locura misma en la fuerza salvaje que le precedía antes de su conquista y hundimiento por la razón. Así, la pretensión intenta salir de la prisión, de aquel contrato injusto propio del lenguaje de la razón, pues no quiere circundar en lo mismo que ha excluido lo salvaje en lo “otro” del Orden, y le ha hecho, por lo mismo, el destierro de toda meditación. Pero si bien, tal como se expresa en la expectativa, es una acción noble, humilde y valerosa la que lleva Foucault, no es ella misma, según Derrida, lo que hace que tal proyecto sea de lo más loco. Y es que la locura que ronda el proyecto no es a por el hecho que haya una consecución positiva de la exigencia misma, al contrario, Derrida pregunta con respecto al silencio de lo salvaje: “¿acaso tiene el silencio mismo una historia? (…) ¿no es la arqueología, aunque sea del silencio, una lógica, es decir, un lenguaje organizado, un proyecto, un orden, una frase, una sintaxis, una obra?”10 Todo lenguaje, nuestro lenguaje, el lenguaje de todos, aquel enunciado en lo cotidiano como también en lo especializado, es aquel que queramos o no, de una u 9 Jacques Derrida, “La escritura y la diferencia” (1989), capt II “Cogito e historia de la locura”, pg. 51 10 Ibid pg. 52
otra forma, tanto en su lejanía o proximidad, ha participado en el acontecimiento de la razón misma. Más no es el devenir de la ratio lo único aquí articulado, pues, según Foucault, el lenguaje de la razón ha arrojado a lo salvaje a una situación culpable, donde la locura “Totalmente excluida por una parte, totalmente objetivada, por la otra, se verá recluida ha nunca poder manifestarse por sí misma en un lenguaje que le fuera propio” 11. En sí nada en este lenguaje y nadie entre quienes le deambulan en el decir puede, ni como pretensión noble, rehuir de lo que de por sí el lenguaje forja: ser el verdugo del mutismo y lo silente de la locura. Pero ante la sentencia de Foucault, Derrida dirá “Si el Orden del que hablamos –el lenguaje de la razón- es tan potente, si su potencia es única en su género, es precisamente por su carácter sobre-determinante y por la universal e infinita complicidad en la que compromete a todos aquellos que lo comprenden en su lenguaje, incluso cuando éste les procura además la forma de su denuncia (…)” 12. Y es que aquí Derrida, desde lo dicho por Foucault, afirmará: “El Orden es denunciado entonces en el Orden”, o en otras palabras, que el lenguaje, la razón misma, se nos es posible denunciarle sino dentro de su posibilidad misma, es decir, dentro de la complicidad de usarle como un arma de doble filo. Entonces, para hacer una “historia de la locura”, la “arqueología del silencio”, es necesario, si es que realmente se ha de darle la “palabra” sin incurrir en el Orden, desembarazarse enteramente de la totalidad del lenguaje histórico, de aquel verdugo que habría exiliado por medio del habla la propia posibilidad del decir de la locura; más librarse de él como pretensión de esbozar una arqueología del silencio, eso es, según Derrida, algo que sólo puede intentarse de dos maneras:
11 Michel Foucault, “La historia de la locura en la época clásica” (2008), Segunda parte “Introducción”, pg. 270 12 Jacques Derrida, “La escritura y la diferencia” (1989), capt II “Cogito e historia de la locura”, pg. 54
a) Callarse con un cierto silencio que no indague e infeste la locura en una aprehensión aún mayor por parte de una razón del s.XX más acaba y más arbitraria que la propia razón clásica. b) O bien, seguir al loco, en un acto voluntario que de por sí sería contradictorio, en el camino de su exilio. Y es que “la desgracia de los locos, la interminable desgracia de su silencio, es que sus mejores portavoces son aquellos que lo traicionan mejor; es que, cuando se quiere decir el silencio mismo, se ha pasado uno ya al enemigo y del lado del orden, incluso si, en el orden, se bate uno contra el orden y si se lo pone en cuestión en su origen”13. Ni el silencio ni la voluntad de exilio valdrían para alcanzar el acometido de una arqueología, más no por una falta de exigencia y ambición, sino, por el contrario, pues en las dos circunda la razón; el silencio elige callar por el hecho de que la humildad azota al arqueólogo y, en el golpe aquel, entiende que la pretensión no hace sino infestar lo pretendido, la locura misma; por otro lado, la voluntad, acomete el error de un “querer”, de un elegir los medios adecuados para un fin, a saber: la locura. Y es que el querer, siempre que sea racional, sólo conoce la locura exiliada y, por lo mismo, sólo se dirige a ella en tanto la comprende como la otredad de la razón y el orden. Foucault en todo momento da cuenta de ello, más siempre intenta rehuir en su pretensión de lo mismo; nos dice que la búsqueda, la percepción misma, de los gritos salvajes de la locura pertenecen, como cuestión corrompida, a un mundo que ya ha hecho suyo la locura. Por lo mismo, aquella libertad de lo salvaje sólo yace en la resistencia de no poder ser restituido, es decir, que no es posible comprender sino desde lo alto de las prisiones del delirio. A razón de ello, Foucault, reconoce que para su proyecto necesita del lenguaje, pues no en su razón misma, es decir, sólo en tanto en un mantener el discurso en lo que él llama una «relatividad sin recurso», a saber: sin el soporte del absoluto de un logos-razón.
13 Ibid pg.54
Pero que Foucault reconozca la dificultad de su proyecto, más bien, la dificultad de hacer hablar a la locura, no indica, como tampoco refleja si es que así se puede, una superación misma de lo adverso. Al contrario, reconocer dista mucho del superar, más por ello Derrida dirá que “detrás de la confesión de la dificultad concerniente a la arqueología del silencio, hay que hacer aparecer un proyecto diferente al de Foucault, un proyecto que contradice quizás al de la arqueología del silencio” 14. Y sigue así: “Puesto que el silencio del que se pretende hacer la arqueología no es un mutismo o un sin-habla originario, sino un silencio que ha sobrevenido, un hablar interrumpido por orden, se trata, pues, dentro de un logos que ha precedido la separación razón-locura dentro de un logos que deja dialogar en él lo que se ha llamado más tarde razón y locura (…) se trata pues de acceder al punto en que el diálogo se ha roto, se ha partido en dos soliloquios: a lo que llama Foucault con una palabra muy fuerte la Decisión”15. La “Decisión”: cual Foucault ilustra como “la elección misma, ese movimiento constitutivo de la razón, en que la sinrazón queda libremente excluida (…), y donde la razón se afirma (…) como decisión contra toda la sinrazón del mundo (…)”16; que es en sí, aquel punto, como acto originario del orden, que liga y separa, al unísono de un desgarrar que censura y cercena, la razón de la locura. Es de ello, lo último, con lo que Derrida dará como un nuevo punto de partida, un nuevo proyecto, que, alejado de la arqueología del silencio, resuelva o manifieste aquella disensión primera del logos. O en mismas palabras del autor: “que trate de exhumar el suelo virgen y unitario en el que se enraíza oscuramente el acto de decisión que liga y separa razón y locura (…). Donde su fundamento unitario es mucho más viejo que el período medieval (…). Donde ha de haber ahí una unidad fundadora que sostenga ya el libre cambio de la Edad Media, y esta 14 Ibid pg.57 15 Ibid pg.57 16 Michel Foucault, “La historia de la locura en la época clásica” (2008), Segunda parte “Los insensatos”, pg. 222
unidad es ya la de un logos, es decir, de una razón; razón ciertamente ya histórica, pero razón mucho menos determinada de lo que lo estará bajo su forma llamada clásica; (…) el elemento de esta razón arcaica donde la escisión, la disensión van a sobrevenir como una modificación, o si se quiere como un trastorno”17. Este logos originario que habla Derrida como punto de partida de un nuevo proyecto que se enmarca en la ruptura entre la razón y la locura se encuentra, según él, dentro de las mismas palabras apresuradas e indeliberadas de Foucault, a saber: en el logos de la Antigua Grecia. De esto, de la falta de atención de Foucault, Derrida saltará en dos cuestionamientos: 1. Según Foucault el logos griego se diferenciaba de la razón clásica por la carencia de contradicción del primero, pues, a causa de encontrarse en una dialéctica tranquilizadora desde la mano de Sócrates, las posibilidades de contradicción se sucedían sin una exclusión antagónica del silencio. Según Derrida, decir que el logos Griego carecía de contradicción es lo mismo que indicar que contrariedades se hallaban y conservaban de forma inmediata y unísona junto a un logos elemental, en el que todo antagonismo en general sólo aparecería ulteriormente. Pero esta idea, según el autor, es de por sí cuestionable, pues: “si la dialéctica socrática es tranquilizadora (…) es porque ha expulsado ya (…) lo otro de la razón, y porque ella misma se ha serenado, se ha tranquilizado en una certeza pre-cartesiana, en una sofrosyne, en una sabiduría, en un sentido común y una prudencia razonable”18. Más para que esta hipótesis sea verdadera, Derrida dice que sería necesario:
17 Jacques Derrida, “La escritura y la diferencia” (1989), capt II “Cogito e historia de la locura”, pg. 58 18 Ibid pg.59
a) Que el momento Socrático y toda su posteridad participen inmediatamente en ese logos griego que no tendría contrario, y, por lo mismo, la dialéctica socrática no sería ya tranquilizadora, pues sería el elemento por sí. b) O bien, que el momento socrático sea la victoria dialéctica de la sofrosine –sensatez- sobre la Hybris –desenfreno-, lo que daría señal a una proscripción y destierro del logos fuera de él mismo, y el principio de una decisión en él, es decir, de una diferencia logos-locura. Y de esta forma la división que habla Foucault en su libro no sería a partir de la razón clásica, sino del logos socrático, y lo característico que tendría el logos clásico fue apaciguar a modo de erigir a su contrario como un “objeto” para encerrarlo. 2. Como segunda cuestión que crítica Derrida a Foucault, se basa en que este liga sutilmente en su arqueología de la locura el momento de la “decisión” como el acontecer naciente de toda posible historia. Pero si es así, si Foucault da al momento de la decisión el carácter del principio de historicidad, dirá Derrida, que según lo dicho en el primer punto, y haciendo caso de que este momento se dio en la antigua Grecia en la dialéctica socrática, es pues, que el momento clásico descrito por Foucault y cargado por él a Descartes, no tendría la exclusividad y privilegio de la historia, y es que incluso, no sería sino mero ejemplo de un suceso ya ocurrido, el cual solamente vendría fortaleciéndose en el transcurso de la historia y nada más. Y es que en relación a lo último dicho, la posibilidad de contar la historia con respecto al origen de la historia, es decir, la historia de la decisión, no sería pues una historia subsumida ya en una de las figuras propias de la escisión, o en otras palabras, no sería esta historia del principio del exilio, la que pretende Foucalt, ya una historia infestada por la prisión misma de la locura, y, por tal, ya todo decir de la locura estaría esgrimido y determinado. Frente a ello último, el cuestionamiento de las pretenciones de Foucault como también al mismo camino que este para ello, Derrida sentenciara que ésta “arqueología (…) pretendía y renunciaba a la vez a decir la locura misma. La
expresión “decir la locura misma” es contradictoria en sí misma. Decir la locura sin expulsarla en la objetividad es dejarla que se diga ella misma. Pero la locura es, por esencia, lo que no se dice: es (…) la ausencia de obra” 19, y ya con hacer de su obra el sujeto mismo del habla, Foucault, ha traicionado sus propias pretensiones, su propia expectativa, pues al ahondar con mayor fuerza, con un mayor golpe, lo circundante de la locura como momento que marca el acontecer mismo de la historia, a hecho, aunque así no lo vea, hacer hablar aquel juez de la razón en vez de lo salvaje mismo del delirante. * * * * * La dificultad que se forja, por así decir, en la segunda parte de la crítica de Derrida, a saber: el momento donde compara a Descartes y lo dicho de él por Foucault, tiene apertura en las Meditaciones cartesianas, específicamente en su primera meditación, en la cual, según el autor de “Historia de la locura”, se vislumbra ahí el momento claro de la decisión, es decir, la ruptura razón-locura. La primera meditación cartesiana, que será la antecámara de la querella de Derrida a Foucault, y, por lo demás, será donde la reflexión del último con respecto al momento de la decisión circundará, podrían enunciarse según los siguientes extractos de la obra de Descartes: “Todo lo que he tenido hasta hoy por más verdadero y seguro lo he aprendido de los sentidos o por los sentidos; ahora bien: he experimentado varias veces que los sentidos son engañosos, y es prudente no fiarse nunca por completo de quienes nos han engañado una vez” “Pero, aunque quizás los sentidos nos engañen algunas veces acerca de cosas poco sensibles, y muy alejadas, quizás haya otras muchas, de las que no pueda razonablemente dudarse, aunque las conozcamos por medio de ellos...” “Como, por ejemplo, que estoy aquí, sentado junto al fuego, con una bata puesta y este papel en mis manos, o cosas por el estilo. Y ¿Cómo negar que estas manos y 19 Ibid pg.63
este cuerpo sean míos, si no es poniéndome a la altura de esos insensatos, cuyo cerebro está tan turbio y ofuscado por los negros vapores de la bilis, que aseguran constantemente ser reyes siendo muy pobres, ir vestidos de oro y púrpura estando desnudos, o que se imaginan ser cacharros o tener el cuerpo de vidrio? Más los tales son locos, y yo no lo sería menos si me rigiera por su ejemplo.” De este último enunciado de la primera meditación cartesiana es por el cual el trabajo y toda conclusión de Foucault se regirán, y dirá lo siguiente: “En el camino de la duda, Descartes encuentra la locura al lado del sueño y de todas las formas de error (…) en sus meditaciones (…) Descartes no evita el peligro de la locura como evade la eventualidad del sueño y el error. Por engañosos que sean los sentidos, en efecto, sólo pueden alterar las cosas poco sensibles y bastante alejadas; la fuerza sus ilusiones siempre deja un residuo de verdad”20, es decir: que el sujeto que piensa puede, en su cotidiano, soñar y equivocarse; pues de todos modos, tanto en el soñar como en la eventualidad del equivocarse, circunda de todas formas en las verdades, aunque sean mínimas y engorrosas, que el pensamiento bajo título de razón garantiza. Y es que según Foucault, Descartes mostraría que si bien los sentidos pueden más de una vez engañarnos, y por lo mismo la duda de ellos es siempre presente, no podrían hacerlo del todo, pues: “Ni el sueño poblado de imágenes, ni la clara conciencia de que los sentidos se equivocan pueden llevar la duda al punto extremo de su universalidad: admitamos que los ojos nos engañan, "supongamos ahora que estamos dormidos", la verdad no se deslizará entera hacia la noche –la locura-”21. Por otro lado, en las cuestiones de la locura “las cosas son distintas; si sus peligros no comprometen el avance ni lo esencial de la verdad, no es porque
20 Michel Foucault, “La historia de la locura en la época clásica” (2008), capt II “El gran encierro”, pg.75 21 Ibid pg.76
tal cosa, ni aun el pensamiento de un loco, no pueda ser falsa, sino porque yo, que pienso, no puedo estar loco”22. Y de lo último sentencia así: “No es la permanencia de una verdad la que asegura al pensamiento contra la locura, como le permitiría librarse de un error o salir de un sueño; es una imposibilidad de estar loco, esencial no al objeto del pensamiento, sino al sujeto pensante.”23 Finalmente reafirma lo ya dicho diciendo: “En la economía de la duda, hay un desequilibrio fundamental entre locura, por una parte, sueño y error, por la otra. Su situación es distinta en relación con la verdad y con quien la busca; sueños o ilusiones son superados en la estructura misma de la verdad; pero la locura queda excluida por el sujeto que duda.”24 Tal como damos cuenta, desde la última frase de lo citado más arriba sobre las meditaciones, a saber: “Más los tales son locos, y yo no lo sería menos si me rigiera por su ejemplo”, es que Foucault arma su sentencia interpretativa sobre la locura. Dicta de esta -la locura- que ha quedado, a causa del legado cartesiano, como la imposibilidad de Ser del sujeto ubicado en la red cogitans, más no así el error de lo onírico y la percepción cual siempre yace en el cotidiano ser de la razón misma. En sí, según Foucault, en este apartado es donde figura la decisión misma, es decir, el momento histórico del nombramiento en lo objetual y exilio al mismo tiempo de la locura.
De lo aquí descrito, Derrida señalará que Descartes, en sus meditaciones, no tendría una postura desinteresada sobre la locura, más no le excluiría en un decir despectivo como lo interpreto el mismo Foucault. Y es que tampoco, frente a lo 22 Ibid pg.76 23 Ibid pg.76 24 Ibid pg.76
locura, Descartes habría puesto el error de la percepción y el sueño como elementos más elevados de conocimiento, o por lo menos, más cercanos a la razón. Al contrario estas últimas, al igual que todo conocimiento de índole perceptible o intelectual, estarían frente a la posibilidad del error absoluto, más la locura, en tal punto, no sería sino, como ejemplo de clarificación extrema, un caso más de la ilusión sensible que valdría en el desarrollo del proyecto cartesiano. El “sueño”, como hipótesis de la duda –de lo sensible-, es la exageración de la figuración de que los sueños podrían engañarnos. A razón misma, Descartes, menciona que en el mismo sueño todo aquello que percibo puede ser falsa ilusión, es decir: que toda lo sensible del mundo onírico no es más que ilusión de lo percibido, es más, y al contrario del supuesto Foucaultniano, podemos decir: que la extravagancia no es sólo la posibilidad de la locura. Derrida ve que esta tesis, el arrebatar la extravagancia a la sola locura realizado por Foucault, se reafirma, bajo el alero de Descartes, en la tesis del “genio maligno”. Lo que divisa aquí Derrida es la posibilidad de una extravagancia completa, de un frenesí cabal, totalmente indomable e indómito a cualquier sujeto, y es que a razón de que esta instancia es infringida, toda voluntad, toda razón, y toda idea de responsabilidad se ve superada en la carga. Aquí la extravagancia no tiene misericordia o exclusividad como pensaría Foucault, al contrario, “ni las ideas de origen sensible, ni las ideas de origen intelectual estarán al abrigo en esta nueva fase de la duda, y lo que hace un momento era separado bajo el nombre de extravagancia es acogido ahora en la más esencial interioridad del pensamiento”25. De lo dicho Derrida vuelve a Foucault, y nos recuerda que «La locura es la ausencia de toda obra». Pero al mismo tiempo la obra misma comienza con el orden más elemental, con la enunciación propia de un sentido; y es que aquella frase con su primer esbozo traiciona, tal como decíamos en un principio, la pretensión de hacer hablar a la locura. La frase es por esencia normal. Lleva en sí la normalidad y todo sentido, y por más que huyamos, tal como quería Foucault, lo único que hacemos 25 Ibid pg.75
es nuevamente sumir a la desgracia, por medio de la tracción del portavoz, a los locos. “La frase lleva en sí la normalidad y el sentido, cualquiera que sea por otra parte el estado, la salud o la locura del que la profiera, o por quien aquélla pase, y sobre quien, en quien se articule. En su sintaxis más pobre, el logos es la razón, y una razón ya histórica. Y si la locura es, en general, por encima de cualquier estructura fáctica y determinada, la ausencia de obra, entonces la locura es efectivamente por esencia y en general el silencio, la palabra cortada, en una cesura y una herida que encentan realmente la vida como historicidad en general (…) silencio no determinado, no impuesto en tal momento antes que en tal otro, sino ligado esencialmente a un golpe de fuerza, a una prohibición que inauguran la historia del habla en general (…) Aunque el silencio de la locura sea la ausencia de obra, no es el simple exergo de obra (…) Es también el límite y el recurso de estos, como el no-sentido”26. Derrida concluye así: que el proyecto de Foucault, como en algún momento tuvo el de Descartes, no es más que una aprehensión más acabada y arbitraria por parte de una razón del s.XX, es decir, que la reclamación Foucaultniana es un golpe de fuerza, aún más enérgico que el de sus antecesor, que tuvo lugar como el movimiento potenciador de la propia razón clásica. Y es que ya con el primer impulso presuntuoso, el primer aliento del habla y la primera mención arqueológica, que se adentró nuevamente en desgracia la locura y se relegó, como siempre lo han hecho los defensores directos e indirectos de la razón, a aquel sitio posicionado como el otro del yo, como la alteridad nefasta de lo circunscrito en la sociedad.
26 Ibid pg.77
“Finalmente, crisis de razón, acceso a la razón y acceso de razón. Pues lo que Foucault nos enseña a pensar es que existen crisis de razón extrañamente cómplices de lo que el mundo llama crisis de locura.” 27
27 Ibid pg.89