El lenguaje silencioso Edward T. Hall
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10. El espacio habla
Todo ser vivo tiene unos límites físicos que lo separan del entorno exterior. Empezando por las bacterias y las células simples y terminando por el hombre, cada orga nismo tiene unas fronteras detectables que marcan dónde comienza y dónde se acaba. Sin embargo, dentro de la escala filogenética aparece un poco más arriba otra deli mitación, no física, que existe fuera de ésta. Es más difícil de demarcar, pero es tan real como la primera. La llamamos el «territorio de los organismos». EÍ acto de reclamar y defender un territorio se denomina territoria lidad. De ella es de la que se va a tratar más ampliamente en este capítulo. En el nombre está muy elaborada y aparece enormemente diferenciada de una cultura a otra. Cualquiera que haya tenido relación con perros, sobre todo en un medio rural como un rancho o una granja, está familiarizado con la forma en que tratan el espacio. En primer lugar, el perro conoce los límites del terreno de su amo y lo defiende de las intrusiones. Hay también ciertos sitios donde duerme: un fincóp junto al fuego, en la cocina o en el comedor, si se le permite. En resumen, tiene puntos fijos a los que vuelve una y otra vez, 173
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dependiendo de las circunstancias. Además crea zonas a su alrededor. Según la relación que tenga con él y la zona en que esté, el intruso puede provocar comportamientos diferentes cuando cruza las líneas invisibles que tienen un significado para el perro. Esto se nota sobre todo en las hembras con cachorros. La madre que tiene una nueva camada en un granero que se utiliza poco, lo declarará su territorio. Cuando la puerta se abra, posiblemente se moverá ligeramente o se revolverá en su rincón. Quizá no ocurra nada más mientras el intruso se aventura 10 ó 15 pasos dentro del granero. Después, al cruzar otra frontera invisible, puede alzar la cabeza o levantarse, dar una vuelta en círculo y tumbarse. Es posible decir dónde está la línea si uno se retira y observa en qué momento baja ella la cabeza. Al traspasar líneas adicionales aparecerán otras señales, como dar golpes con el rabo, gemir sordamente o gruñir. Pueden observarse conductas semejantes en otros ver tebrados: los peces, los pájaros y los mamíferos. Los pá jaros poseen una territorialidad muy desarrollada, áreas que defienden como propias y a las que vuelven un año tras ptro. Esto no sorprenderá a los que hayan visto al petirrojo regresar al mismo nido cada año. Se sabe que las focas, los delfines y los tiburones usan los mismos criaderos. Hay focas que han vuelto a la misma roca todos los años. El hombre ha desarrollado su territorialidad hasta un punto casi increíble. No obstante, de algún modo tratamos el espacio como tratamos el sexo. Está ahí, pero no se habla de él. Y si lo hacemos^ desde luego no se espera que sea con una actitud técnica o poniéndonos serios. El dueño de la casa siempre ofrece alguna disculpa respecto a «su sillón». ¿Cuánta gente ha tenido la experiencia de entrar en una habitación, ver un sillón grancfe y dirigirse hacia él, para inmediatamente detenerse en seco o hacer una pausa, volverse al propietario y decir: «Oh, éste es su sillón ¿verdad?». Por supuesto, la respuesta suele ser amable. Imagínese qué efecto causaría que el anfitrión diera rienda suelta a sus sentimientos y dijese: «¡Diablos,
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sí! ¡Iba usted a sentarse en él y a*apí no me gusta que* nadie se siente en mi sillón!». ¡Debido a una razón desconocida, nuestra cultura tiende a quitar importancia o a obligarnos a reprimir y disociar nuestros sentimientos respecto al espaciov Lo relegamos a lo informal y es posible, incluso, que nos sintamos culpables cuando ad vertimos que nos estamos poniendo furiosos porque alguien ha ocupado nuestro sitio. La territorialidad se establece tan rápidamente que ya en la segunda sesión de una serie de conferencias se encuentra que una proporción significativa de la audiencia vuelve a sentarse en el mismo sitio. Y no sólo eso, sino que si alguien se ha estado sentando en una butaca en >articular y la ocupa otra persona, puede detectarse una ugaz irritación. Todavía quedan vestigios de un antiguo deseo de expulsar al intruso. Este lo sabe también, así que se volverá y preguntará: «¿He ocupado su asiento?», a lo que se responde, mintiendo: «No, no, me iba a cambiar de todas maneras». Durante una charla sobre este tema con un grupo de americanos que se iban al extranjero, una señora encanta dora, de modales sumamente suaves, levantó la mano y preguntó: «¿Quiere usted decir que es natural que me sienta irritada cuando otra mujer se apodera de mi cocina?». Respuesta: «No sólo es natural, sino que la mayoría de las mujeres americanas tienen ideas muy firmes respecto a sus cocinas. Ni siquiera una madre puede entrar en la cocina de su hija y lavar los platos sin molestarla. Es el lugar donde se establece “ quién va a mandar” . Todas las mujeres lo saben y algunas incluso pueden hablar de ello. Las hijas que no pueden controlar su cocina estarán siempre bajo el dominio de cualquier mujer que se introduzca en esa área». Ella continuó: «No sabe qué peso me quita usted de encima. Tengo tres hermanas mayores además de mi madre, y cada vez que vienen a casa se van directamente a la cocina y se hacen cargo de ella. Yo deseo decirles que no entren, que ellas tienen sus propias cocinas y que ésta es la mía, pero siempre he pensado que estaba siendo
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injusta con ellas, que estaba sintiendo cosas hacia mi madre y mis hermanas que no debería sentir. Esto me alivia mucho porque ahora sé que tenía razón». La oficina paterna es, por supuesto, otro territorio sagrado y lo mejor es dejarlo así. Lo mismo ocurre con su estudio, si lo tiene. Cuando uno viaja fuera y examina las formas en que se trata el espacio, descubre variaciones asombrosas, dife rencias contra las que reaccionamos enérgicamente. Como nadie nos ha enseñado a mirar al espacio aislado de otras asociaciones, a menudo atribuimos a otra cosa los senti mientos producidos por la manera de tratarlo. A lo largo de su desarrollo la gente aprende literalmente miles de normas espaciales, todas con un significado particular dentro de^síTcbntexto. Esas normas «emiten» respuestas ya establecidas, de una forma muy parecida a como las campanas de Pavlov hacían que sus perros empezasen a salivar. Nunca se ha comprobado totalmente hasta qué punto es fiel la memoria espacial. Sin embargo, hay indicios de qué es muy persistente. Miles de experiencias nos enseñan inconscientemente que el espacio comunica cosas. N o obstante, este hecho probablemente no habría alcanzado nunca un nivel cons ciente si no se hubiera descubierto que está organizado de un modo distinto en cada cultura. Las asociaciones y sentimientos que produce el espacio en un miembro de una cultura casi siempre significan otra cosa en la siguiente. Cuando decimos que algunos extranjeros son «molestos», lo que ocurre es que el modo que tienen de tratar el espacio libera esta asociación en nuestras mentes. Lo que se pasa por alto es que esa respuesta está ahí in toto y que lo ha estado siempre. N o se trata de que la gente de buena voluntad se sienta culpable por enfadarse cuando un extranjero le proponga una norma espacial que libera ira o agresividad. Lo principal es saber qué está pasando y tratar de descubrir qué norma es la responsable. El siguiente paso consiste en saber, a ser posible, si el individuo intentaba realmente liberar ese sentimiento o quería causar una reacción diferente.
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al descubierto las normas específicas de una ajena es un proceso delicado y laborioso. Nor malmente, lo más fácil para el recién llegado es escuchar las observaciones de los que ya llevan tiempo en el lugar y contrastarlas con su experiencia. jAl principio oirá: «Te va a costar mucho acostumbrarte a la forma en que esta gente se apiña en tomo de uno. Fíjate, aquí cuando vas a coger una entrada en el teatro, en vez de hacer cola y esperar su turno, todos se abalanzan e intentan darle el dinero a la taquillera-al mismo tiempo. Es terrible cómo hay que empujar y dar codazos para que no le quiten a uno el sitio. La última vez que llegué a la taquilla y metí la cabeza para pedir mi entrada, había cinco brazos agitando dinero por encima de mis hombros». O también: «Te juegas la vida si te montas en un tranvía. Son peores que nuestros metros. El caso es que a esta gente parece que no le importa nada». Parte de esto proviene de que, como americanos, tenemos una pauta que no fomenta el tacto excepto en momentos de intimidad. Cuando subi mos a un tranvía o entramos en un ascensor abarrotado, nos «replegamos» porque desde la infancia nos han en señado a evitar el contacto con extraños. En el extranjero nos resulta perturbador que se liberen sentimientos con trapuestos al mismo tiempo. Nuestros sentidos se ven bombardeados por un lenguaje extraño, olores y gestos distintos, así como por un montón de sienos y símbolos. N o obstante, el hecho de que los que han estado fuera durante algún tiempo hablen de estas cosas proporciona al novato avisos previos.^Superar un rasgo espacial desta cado es tan importante, a veces incluso más, que eliminar el acento en el habla. La advertencia al recién llegado podría ser: Observa dónde se coloca la gente y no retrocedas. Te resultará raro hacerlo, pero te va a sor prender ver cómo cambia su actitud respecto a ti. Cómo usan el espacio las distintas culturas Hace unos años, una revista publicó un mapa de los Estados Unidos tal como lo percibe el ciudadano medio
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de Nueva York. La ciudad aparecía con mucho detalle, así como los alrededores hacia el norte. Hollywood aparecía, asimismo, bastante pormenorizada, pero el es pacio entre ésta y Nueva York estaba casi en blanco. Lugares como Phoenix, Albuquerque, el Gran Cañón y Taos, en Nuevo México, se apiñaban en un revoltijo increíble. Era fácil darse cuenta de que el neoyorquino medio tenía poco conocimiento de lo que pasaba en el resto del país y aún le importaba menos! Para el geógrafo el mapa era una ditorsión inaceptable, pero para el estudioso de la cultura era sorprendentemente preciso. Mostraba las imágenes informales que tiene mucha gente respecto al resto de la nación. Durante mi licenciatura viví en Nueva York. Mi casero era de origen europeo; un americano de primera generación que había residido en dicha ciudad toda su vida. Al final del curso académico, cuando me marchaba, estuvo con migo mientras cargaba el automóvil. Al despedirme, comentó: «Uno de estos domingos por la tarde, meto a la familia en el coche y vamos a Nuevo México a verte». El mapa y el comentario del casero demuestran que los americanos tratan el espacio de un modo muy personali zado. Visualizamos la relación que existe entre los lugares que conocemos personalmente. Aquellos en los que no hemos estado y con los que no nos identificamos de un modo personal tienden a permanec^rtfifusos. El espacio americano comienza, tradicionalmente, con «un lugar» («a place»). Este es uno de los conjuntos más antiguos, comparable al lugar* español, pero no exacta mente igual. El lector americano podrá formular sin esfuerzo frases en las que se usa ese conjunto: «Encontró un lugar en su corazón» («He found a place in her heart»). «Tiene una casa en las montañas» («He has a place in the mountains»). «Estoy cansado de este sitio» («I am tired of his place»). Los que tienen hijos saben lo difícil que es hacerles comprender el concepto total de hn español en el original.
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lugar —Washington, Boston, Philadelphia, etc.—. I I niño americano requiere entre seis y siete años para empezar a dominar los conceptos básicos del mismo. Nuestra cultura proporciona una gran variedad de lugares que comprenden a su vez diferentes clases de lugares. En comparación con el de Oriente Medio, nuestro sistema se caracteriza por sutiles gradaciones al pasar de una categoría espacial a ott;a. En el mundo árabe hay al deas y ciudades, nada más. La mayoría de los árabes que no son nómadas se consideran aldeanos. La población de las aldeas varía desde unas pocas familias a varios miles. En los Estados Unidos la categoría más pequeña no está representada por términos como caserío, pueblo o ciudad. Sin embargo, se reconoce en seguida como una entidad territorial porque esos lugares siempre tienen un nombre. Son áreas que no tienen un centro reconocible, donde viven una serie de familias; como el Dogpatch de los cómics. Nuestros Dogpatches presentan la pauta básica ameri cana de una forma poco complicada. Consisten en casas dispersas, no hay concentración de edificios en un punto. Como el tiempo, el lugar entre nosotros es difuso, nunca se sabe del todo dónde está el centro. La denominación de las categorías de lugares comienza con «la tienda del cruce» o «de la esquina» y continúa con el «centro comercial», la «capital de un condado», el «pueblo pe queño», el «pueblo grande», el «centro metropolitano», la «ciudad» y la «metrópolis». Como ocurre con gran parte del resto de nuestra cultura, incluido el sistema de rangos sociales, no existen gradaciones claras cuando se pasa de una categoría a la siguiente. Los «puntos» son de tamaño variable y no hay indicaciones lingüísticas que señalen la magnitud del lu^ar del que se está hablando. Estados Unidos, Nuevo México, Albuquerque, Pecos se dicen y se usan del mismo modo en las frases. El niño que está aprendiendo su lengua no tiene forma de distin guir una categoría espacial -de otra a base de oír hablar a otros. El milagro es que con el tiempo los niños son capaces
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de ordenar y localizar los diferentes términos espaciales a partir de las escasas indicaciones que les proporcionan los demás. Trátese de explicar a un niño de cinco años la diferencia entre las afueras donde uno vive y la ciudad donde va de compras su esposa. Será una tarea frustrante porque a esa edad sólo comprende donde vive él La habitación, la casa, el lugar en la mesa son los sitios que se aprenden antes. La razón por la que la mayoría de los americanos experimentan dificultades en el colegio con las asignaturas de geografía o de geometría se deriva de que el espacio como sistema informal cultural es distinto del espacio elaborado técnicamente en las clases de geografía y mate máticas. En justicia debeipos decir que otras culturas tienen problemas similares ( Sólo un adulto muy perspicaz se da cuenta de que para el niño existe una dificultad real en su aprendizaje de lo espacial^ debe coger lo que al pie de la letra es al^o difuso y aislar los puntos significativos de lo que esta diciendo el adulto. Algunas veces los adultos se impacientan innecesariamente con los niños porque no comprenden. La gente no entiende que el niño ha oído a personas mayores hablar de lugares dife rentes y está tratando de imaginar, por lo que escucha, la diferencia entre el sitio en que se encuentra y esos otros de los que hablan. Respecto a esto, debe señalarse que los primeros indicios que sugieren a los niños que una cosa es distinta de otra provienen de los cambios en los tonos de voz, que canalizan la atención por caminos muy sutiles pero importantes. Cuando se habla un lenguaje completamente desarrollado, como es nuestro caso, es difícil recordar que hubo un tiempo en el que no podíamos hablar en absoluto y en el que el proceso comunicativo en su conjunto se llevaba a cabo por medio de variaciones en el tono de la v q z . Ese lenguaje primitivo permanece en el subconsciente y funciona sin que nos demos cuenta, de modo que tendemos a olvidar el enorme papel que juega en el proceso de aprendizaje. Continuando con nuestro análisis de la manera en que el niño hace su aprendizaje del espacio, volvamos al
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concepto que tiene de lo que es una carretera. Al principio una carretera es cualquier cosa sobre la que se va conduciendo. Esto no significa que él no pueda decir cuándo se toma una desviación equivocada. Puede hacerlo, e incluso con frecuencia corregirá un error cuando se comete, lo cual sólo quiere decir que todavía no ha descompuesto la carretera en sus componentes básicos y que hace la distinción entre esa carretera y otra, de la misma manera que aprende a distinguir entre el fonema d y el fonema b en posición inicial en el lenguaje hablado. Usando las calles como contraste en los cruces de culturas, el lector recordará que París (Francia), una ciudad antigua, tiene un sistema de nomenclatura de las calles que desconcierta a la mayoría deTos americanos. Los nombres de las calles cambian según se avanza. Tomemos, por ejemplo, la Rué St.-Honoré, que se convierte en Rué du Faubourg St.-Honoré, Avenue des Temes y Avenue du Roule. El niño que crece en París, sin embargo, no tiene más dificultad en aprender su sistema que los niños americanos en aprender el nuestro. Nosotros enseñamos a los nuestros a fijarse en las inter secciones y las direcciones y a aue cuando algo ocurre, es decir, cuando hay un cambio de rumbo en uno de estos puntos, puede esperarse que el nombre cambie. En París el niño aprende que cuando pasa ante ciertas señales, como edificios muy conocidos o estatuas, el nombre de la calle cambia. Es interesante y aleccionador observar a niños muy pequeños mientras aprenden su cultura. Reconocen muy rápidamente que tenemos nomBres'para algunas cosas y no para otras. Primero identifican el objeto completo o el conjunto, por ejemplo una habitación; luego empiezan a fijarse en otros objetos de menor entidad, como libros, ceniceros, abridores de cartas, mesas y lápices. Al hacer eso realizan dos cosas: primero, descubren cuánto deben bajar en la escala al identificar las cosas; segundo, aprenden cuáles son los aislados y las pautas con los que se maneja el espacio y la nomenclatura de los objetos. Los primogé nitos son frecuentemente mejores sujetos de estudio qu<*
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los que les siguen porque, al haber aprendido del modo más difícil, enseñará al segundo sin implicar a los padres. La niña pregunta «¿Qué es esto?» apuntando a un lápiz. Usted contesta: «Un lápiz». Ella no se queda satisfecha y dice: «No, esto», señalando el cuerpo del lápiz y dejando claro lo que quiere saber. Entonces usted dice: «Oh, eso es la madera del lápiz». La niña mueve el dedo un centímetro y pregunta: «¿Qué es esto?», y usted contesta: «La madera». El proceso se repite y usted dice: «Esto es todavía la madera; y esto, y esto. Todo ello es la madera del lápiz. Esto es la madera, esto es la punta, y esto es la goma de borrar y esto es la pequeña pieza de estaño que sujeta la goma». Luego ella podría señalar la goma y usted descubrir que todavía la niña está tratando de descubrir cuáles son las líneas divisorias. Consigue sacar en limpio que la goma tiene una parte superior y unos lados, pero nada más. También aprende que no hay forma de decir la diferencia que existe entre un lado y otro y que no hay etiquetas para las partes de la punta, aunque se hagan distinciones entre ella y el resto del lápiz. Puede deducir de ello que los materiales a veces marcan una diferencia pero otras veces no. Las áreas donde empiezan y terminan las cosas suelen ser impor tantes, mientras que los puntos intermedios se ignoran a menudo. La importancia de todo esto se me hubiera escapado sin duda si no hubiera sido por una experiencia que tuve en el atolón de Truk. En una serie de estudios sobre tecnología bastante detallados, había avanzado hasta un punto en que tenía que obtener la nomenclatura de la canoa y del cuenco de madera que se utiliza para comer. Para ello era necesario que diera los mismos pasos que , dan los niños, es decir, señalar las diferentes partes cuando creía que tenía la pauta y preguntar si había cogido bien el nombre. Cojnao descubrí en seguida, su sistema para dividir el microespació era radicalmente distinto del nuestro. La gente de Truk trata los espacios abiertos, en los que no hay líneas divisorias (tal como nosotros las conocemos), como completamente delimita
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dos. Cada área tiene un nombre. Por otra parte, no lun desarrollado una nomenclatura para los bordes de* los objetos tan elaboradamente como lo han hecho los oct i dentales. El lector no tiene más que recordar los bordes de las tazas y la cantidad de formas diferentes en oue se puede referir uno a ellos. El borde puede ser cuadrado, redondo o elíptico en sección transversal; recto, acampa nado o curvo por dentro; liso o decorado, ondulado o plano. Esto no quiere decir que la gente de Truk no elabore los bordes. Lo hacen; significa simplemente que nosotros tenemos formas de hablar de lo que hacemos, pero no tantas como ellos de hablar sobre lo que ocurre en los espacios abiertos. Separan partes que nosotros J consideramos «empotradas» en el objeto. La decoración o la talla de un cuenco en forma de canoa se estima separada o distinta del borde en el que se ha tallado. Tiene su esencia propia. A lo largo de la qui lla de la canoa, la talla, llamada clounefatch, tiene caracte rísticas con la§ que adorna a aquélla. La canoa es una cosa, el chunefatch otra. En los lados del cuenco, los es pacios libres sin marcas claras tienen nombres. Tales | distinciones en la división del espacio hacen increíblemente complicada la solución de las reivindicaciones de terrenos en estas islas. Los árboles, por ejemplo, se consideran se parados del suelo en el que crecen. Uno puede ser el propietario de los árboles y otro el de la tierra que está debajo. Benjamín WhorL al describir cómo se reflejan en el lenguaje de los hopK sus conceptos sobre el espacio, menciona la ausencia de términos para designar los espa cios interiores tridimensionales, la falta de palabras como «habitación», «cámara», «vestíbulo», «pasillo», «interior», «celda», «cripta», «sótano», «ático», «desván» y «bodega». Esto no altera el hecho de que tengan viviendas de muchas habitaciones e incluso destinen éstas a usos especiales, como el almacenamiento, la molienda del grano y cosas por el estilo. Whorf observa también que a los hopis les es imposible añadir un pronombre posesivo a la palabra que designa la
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habitación y que en su esquema de las cosas la habitación, en el sentido estricto del término, no es un nombre y no actúa como tal. Como disponemos de multitud de datos acerca de la vehemencia con la que los hopis se agarran a las cosas que son suyas, debemos descartar el factor posesivo en las referencias de Whorf a su incapacidad de decir «mi habitación». Es sencillamente que su lenguaje es distinto. Podría pensarse que lo que les falta es el sentido de la territorialidad. Pero, una vez más, nada estaría/más lejos de la realidad. Lo que ocurre es que utilizan ¿conciben el espacio de un modo diferente! Nosotros funcionamos a partir de puntos y a lo largo Be líneas. Ellos, evidente mente, no. Aunque aparentemente sin trascendencia, esas diferencias causaron innumerables quebraderos de cabeza a los supervisores blancos que llevaban la reserva hopi a principios de siglo. Nunca olvidaré una vez que iba conduciendo hacia una de las aldeas que se encontraban al final de una mesa y descubrí que alguien estaba edificando una casa en mitad de la carretera. Resultó que el culpable (desde mi punto de vista) era un hombre que conocía hacía tiempo. Le dije: «Paul, ¿por qué estás construyendo tu casa en medio de la carretera? Hay un montón de sitios adecuados para hacerlo a ambos lados de ella. Ahora la gente tiene que rascar los bajos del coche contra las piedras para llegar al pueblo». Su respuesta fue breve y directa: «Lo sé, pero estoy en mi derecho». Tenía derecho a un área que se le había concedido mucho antes de que hicieran la carretera; el hecho de que ésta se hubiera usado durante muchos años no significaba nada para éL El uso y el mal uso del espacio según nuestros conceptos no tiene nada que ver con sus ideas de posesión. El espacio como un factor de contacto entre culturas Siempre que un americano viaja al extranjero se siente afectado por un estado conocido como «choque cultural». El choque cultural es simplemente un desplazamiento o
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distorsión de muchas de las normas familiares aue tenemos en casa y su sustitución por otras que resultan ajenas. Mucho de lo que ocurre en la organización y u s q del espacio nos da pistas importantes sobre cuáles son las normas específicas responsables del choque cultural. Las casas latinas se construyen con frecuencia alrededor de un patio que no está lejos de la acera, aunque queda oculto de los extraños por un muro. N o es fácil describir hasta qué grado estas pequeñas diferencias arquitectónicas afectan a los que están en el extranjero. Los técnicos americanos del Grado Cuatro que vivían en Latinoamérica se quejaban de que se sentían «excluidos» de las cosas, de que estaban «desconectados». Otros no hacían más que preguntarse qué estaría ocurriendo «detrás de qfto&ipuros». Por otra parte, en Estados Unidos la propincuidad es una de las bases de muchas amistades. Vivimos al vecino como alguien realmente cercano. El ser vecinos nos confiere ciertos derechos y privilegios, y también ciertas responsabilidades; se pueden pedir cosas prestadas, incluso comida y bebida, pero se está obligado a llevar al vecino al hospital en caso de urgencia. En ese aspecto tiene casi tantos derechos sobre nosotros como alguien de la familia. Por estas y otras razones los americanos tratan de escoger su vecindario cuidadosamente, porque saben que se van a encontrar envueltos en un contacto íntimo con la gente. No comprendemos por qué, cuando en el extranjero vivimos cerca de otras personas, el compartir espadas adyacentes no siempre se ajusta a nuestras pautas.» En Francia y en Inglaterra por ejemplo, las relaciones entre vecinos tienden a ser más frías que en Estados Unidos^ La simple propincuidad no une a la gente. En Inglaterra, los niños que son vecinos no juegan como se hace en nuestros vecindarios. Cuando juegan, algunas veces se citan con un mes de adelanto, como si vinieran de la otra punta de la ciudad. Otro ejemplo es el relacionado con la distribución de las oficinas; se observa ahí un gran contraste entre nos otros y los franceses. Parte de nuestra pauta global en los Estados Unidos es coger una determinada cantidad de
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espacio y dividirlo en partes iguales. Cuando una nueva persona llega a la oficina, casi todo el mundo moverá su mesa para que el recién llegado tenga su porción de espacio, lo cual puede significar cambiar de posiciones que se han ocupado durante mucho tiempo y alejarse de esa ventana que tanto nos gusta. El hecho es que los empleados harán sus propios ajustes voluntariamente. El movimiento de muebles es señal de reconocimiento de la presencia de la nueva persona. Mientrás eso no ocurra, el jefe puede estar seguro de que el recién llegado no ha sido integrado en el grupo. Si el espacio es suficientemente amplio, los americanos se colocan cerca de las paredes, dejando el centro libre para actividades de grupo tales como reuniones. Es decir, el centro pertenece al grupo y a menudo se señala con una mesa u otro objeto que se colocan allí tanto para usarlos como para proteger el espacio. A falta de una mesa de reuniones, los miembros del grupo moverán sus sillas alejándolas de las mesas y formarán una «piña» en el medio. La pauta de moverse desde el sitio propio para apiñarse se simboliza en nuestro lenguaje por expresiones tales como «Me he visto obligado a adoptar una nueva postura en este punto», o «La postura de la oficina en este punto es...». Los franceses, en cambio, no hacen sitio a otros de esa forma tácita, sobreentendida, en que nosotros lo hacemos; no reparten el espacio con el nuevo compañero. En lugar de„ eso le darán a regañadientes una mesa pequeña en un rincón oscuro mirando a la pared. Los americanos que han trabajado con ellos conocen perfectamente esa forma de actuar. Nosotros consideramos que el «no ceder espacio» acentúa las diferencias de categoría. Si los arreglos que significan «te admitimos en el grupo y vas a quedarte» no se producen, los americanos pueden sentirse terrible mente inseguros. En las oficinas francesas la figura clave es el hombre que está en el centro, el cual dirige las cosas de modo que todo discurra bien. Hay un control centra lizado. El sistema educativo francés gobierna desde el
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centro; así, en Francia todos los estudiantes dan las mismas clases a la misma hora. Hemos mencionado ya que la ordenación es un ele mentó importante en las pautas americanas. Como regla general, en todo lo relacionado con servicios consideramos que la eente debe hacer cok siguiendo el orden de llegada, lo que refleja el igualitarismo básico de nuestra cultura. Ese ordenamiento puede no darse en culturas en las que existe un sistema jerárquico de clases o si quedan vestidios de él. Allá donde la sociedad asigne un rango a ciertos usos, o siempre que se establezcan categorías, el manejo del espacio lo reflejará. Entre nosotros se considera una virtud democrática el que se sirva a la gente sin tener en cuenta el puesto que ocupa en su profesión. Lo mismo da ser rico o pobre a la hora de comprar y esperar según el orden de llegada; en la cola para entrar en el teatro, la señora Gotrocks es una más. No obstante, aparte de los ingleses, cuyas pautas en este aspecto compartimos, muchos europeos conceptúan el esperar en fila como una violación de su individualidad. Recuerdo a un polaco que experimentaba ese tipo de reacción. Tachaba a los americanos de corderos, y el mero hecho de pensar en esa pasividad le hacía lanzarse a desbaratar cualquier cola que encontrara en su camino. La gente de esa clase no puede soportar la idea de verse oprimido por la conformidad del grupo como si fuera un autómata. Los americanos que ooservaban al polaco lo consideraban «exagerado». No se molestaba en disimular que la parecíamos demasiado sumisos. Solía decir: «;Qué importa que haya un poco de jaleo y que sirvan antes a unas personas que a otras?». Pautas formales espaciales
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Según la cultura de que se trate, pueden darse diversos grados de importancia y complejidad en la pautación formal del espacio. En América, por ejemplo, ninguna orientación tiene prioridad sobre otra excepto en un
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sentido técnico o utilitario. En otras culturas se descubre rápidamente que hay orientaciones sagradas o prioritarias. Las puertas de los navajos deben estar orientadas al este, las mezquitas de los musulmanes deben estarlo hacia La Meca, los ríos sagrados de la India fluyen hacia el sur. Los americanos se fijan en la orientación en un sentido técnico, pero formal e informalmente no tienen preferen cias. Como nuestro espacio está dispuesto en gran parte por técnicos, las casas, las ciudades y las principales arterias están orientadas normalmente a partir de los puntos de la brújula. Lo mismo ocurre con las carreteras y autopistas cuando lo tolera la topografía, como en el caso de las extensas llanuras de Indiana y Kansas. Esta pautación técnica nos permite localizar los sitios por sus coordenadas (un punto en una línea). «Vive en el número 1321 de la calle K, N .W .»* nos indica que reside en la parte noroeste de la ciudad, en la manzana número 13 al oeste de la línea que divide la ciudad en dos mitades esteoeste, y 11 manzanas al norte de la línea que la divide en dos mitades norte-sur, en el lado izquierdo de la calle, aproximadamente a un cuarto del inicio de la manzana. En el campo diríamos «Sal de la ciudad y sigue 10 millas hacia el oeste por la carretera 66 hasta que llegues a la primera desviación asfaltada que tuerce hacia el norte. Gira a la derecha allí y sigue siete millas. Es la segunda granja a la izquierda. No te puedes perder». Nuestro concepto del espacio hace uso de losjindes de las cosas. Si no hay lindes, los hacemos creando líneas artificiales (cinco millas al oeste y dos millas al norte). El espacio se trata en términos de un sistema de coordenadas. Por el contrario, los japoneses y muchos otros pueblos funcionan dentro de áreas; dan un nombre a los «espacios» y distinguen entre un espacio y el siguiente, o entre las * N.W., abreviatura de North West, significa noroeste. Al designar alfabéticamente las calles, la K corresponde al número 11. Los dos dígitos del número 1321 indican la manzana correspondiente, Ímmeros os dos segundos determinan a qué altura de la misma se encuentra el edificio (N. de la T.).
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partes de un espacio. Para nosotros el espacio está vacío y entramos en el cortándolo con líneas. Una pauta técnica que podría haber surgido de una base informal es la del valor posicional o rango. Hemos canonizado la idea de ese valor en casi todos los aspectos de nuestras vidas; tanto es así que incluso los niños de cuatro años son absolutamente conscientes de ello y están dispuestos a pelear entre sí por conseguir el primer puesto. Además del valor posicional, la pauta americana acentúa la igualdad y la normalización de los segmentos que se usan para medir el espacio o las áreas en que el espacio está dividido, bien sea una regla o una subdivisión subur bana. Nos gusta que los componentes que utilizamos sean standard e iguales^ Las manzanas tienden a ser en las ciudades americanas uniformes en sus dimensiones, mien tras que en otras ciudades del mundo se han estructurado de forma desigual. Esto sugiere que no fue accidental el j que la producción masiva, hecha posible por la normali- ■ zación de las piezas, tuviera sus orígenes en Estados Unidos. Algunos argumentarán que existen razones tec nológicas que han forzado tanto esa producción masiva como la normalización de las piezas. Sin embargo, el examen de la realidad indica que los europeos fabricaron en el pasado automóviles, y muy buenos, en los que cada cilindro era de diferente tamaño. Por supuesto, la dife rencia en las dimensiones no era grande; se trataba de milésimas de pulgada. Sin embargo, fue suficiente para que los coches hicieran ruido y gastaran mucho aceite cuando los reparaba un mecánico americano no acostum brado a las pautas europeas, que carecen del aislado de la uniformidad. También los japoneses son unos apasionados de la uniformidad aunque la suya difiere algo de la nuestra. Las esterillas (tatami) que cubren los suelos de sus casas, las ventanas, las puertas y paneles son normalmente de dimensiones idénticas en cada distrito. En los anuncios periodísticos de venta o alquiler de viviendas la superfit ir se expresa generalmente atendiendo al número de esten IIr
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que puede abarcar un área determinada. A pesar de ese ejemplo de uniformidad, los japoneses se diferencian de nosotros de una manera que puede tener repercusiones económicas considerables. En una ocasión, por ejemplo, fabricaron una gran cantidad de piezas electrónicas de acuerdo con unas especificaciones muy rígidas que se consideraban capaces de cumplir. Cuando el producto llegó a los Estados Unidos, se descubrió que existían diferencias entre varias partidas de esas piezas. El cliente pudo comprobar que, aunque el proceso interno de fabricación había sido totalmente controlado, los japoneses no habían estandarizado las galgas (!). No es casual que en los Estados Unidos haya un Departamento de Normalización. Gran parte del éxito de la habilidad tecnoló gica y de la productividad de este país, que estamos tratando de traspasar a otras naciones, descansa en ésta y otras pautas similares no especificadas. Cómo comunica el espacio Los cambios espaciales matizan la comunicación, la subrayan y a veces incluso sobrepasan a la palabra hablada. El movimiento y la variación de la distancia entre las personas cuando interactúan es una parte integrante del proceso de la comunicación..La distancia normal en la conversación entre extraños ilustra lo importante que es la dinámica de la interacción espacial. Si uno se acerca demasiado, la reacción es instantánea y automática: el otro retrocede. Si vuelve a hacerlo, retrocedemos otra vez. En una ocasión puede ver cómo un americano reculaba á lo largo de todo un enorme pasillo mientras un extraño al que consideraba molesto trataba de aproxi mársele. Esa escena se ha repetido miles de veces: uno trata de aumentar la distancia para encontrarse a gusto en tanto que el otro procura disminuirla por la misma razón, y todo ello sin darse cuenta ninguno de los dos de lo que está pasando. Ahí tenemos un ejemplo de lo
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profundamente que la cultura condiciona el compon .1 miento. Una cosa que nos confunde y se interpone en la comprensión ae las diferencias culturales es que también en nuestra cultura la gente es unas veces distante y otras entrometida en su utilización del espacio. Por consi guiente, asociamos simplemente al extranjero con el conocido, sobre todo con los que han actuado de tal modo que han hecho que nos fijásemos en ellos. El error está en concluir que el extranjero siente igual que el americano, siquiera sus actuaciones en público sean idén ticas. Advertí esto súbitamente en una ocasión en que vino a verme un hombre muy culto y distinguido, un alto cargo diplomático que representó entre nosotros a un país extranjero durante muchos años. Después de haberme reunido con él varias veces, me quedé impresionado por su extraordinaria sensibilidad para los pequeños detalles del comportamiento, tan significativos en el proceso de la interacción. Al doctor X le interesaba el trabajo en el que estábamos metidos por aquel entonces y pidió permiso para asistir a una de mis conferencias. Cuando ésta finalizó, se acercó al estrado para charlar sobre una serie de puntos que se habían tratado durante la hora prece dente. Mientras hablábamos, se fue enfrascando en las implicaciones de la conferencia y en lo que opinaba sobre ella. Estábamos uno enfrente del otro y yo comencé a darme cuenta vagamente de que él estaba un poco dema siado cerca y yo había empezado a retroceder. Afortuna damente fui capaz de reprimir mi primer impulso y quedarme quieto, porque no habíá nada en su comporta miento que comunicase agresividad, aparte de la distancia. El tono de su voz era apasionado, los modales atentos, la postura de su cuerpo comunicaba sólo interés y deseo de hablar. Se me ocurrió también súbitamente que una persona que había triunfado en la diplomacia no podía comunicar algo ofensivo a otra salvo en ausencia del estado de alerta propio de su oficio. Observé que si me separaba ligeramente, se asociaba a
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ello un cambio en la pauta de interacción. Le costaba más expresarse. Si me movía hasta el punto en que me encontraba a gusto (como 21 pulgadas) *, se mostraba desconcertado y dolido, casi como si estuviera diciendo: «¿Por qué actuará así? Aquí estoy yo haciendo todo lo que puedo para resultar amable y, sin embargo, él se aparte. ¿Habré hecho algo mal? ¿Habré dicho algo que no debiera?». Al confirmar que la distancia surtía un efecto directo en la conversación, me quedé quieto y dejé que fuera él el que la marcase. El mensaje vocal no sólo está mediatizado por el manejo del espacio, sino que el contenido de una conver sación puede exigir a menudo un tratamiento particular del mismo. Hay ciertas cosas de las que es difícil hablar si no se está dentro de la zona conversacional apropiada. No hace mucho recibí unas semillas y unos productos químicos junto con la indicación de que si plantaba las semillas, esos productos las harían crecer. Poco conocedor de los cultivos hidropónicos —sólo sabía que deben dejarse suspendidas las plantas sobre el fluido en el que se disuelven los productos químicos—, me fui a buscar una maceta adecuada. En todas las floristerías me miraban con incredulidad y me forzaban a repetir, dando explica ciones detalladas, qué era exactamente lo que quería y cómo funcionaban los cultivos hidropónicos. Mi ignorancia sobre los hidropónicos y las tiendas de flores hizo que me sintiera algo incómodo, por lo que no me comuniqué de la forma en que acostumbro cuando estoy hablando de un tema conocido en un lugar que me es familiar. El papel que desempeña la distancia en la comunicación se me hizo evidente cuando entré en una tienda que estaba llena de bancos separados unos de otros por unas 21 pulgadas. Al otro lado estaba la propietaria, que estiró el cuello como para ver por encima de ellos, alzó la voz ligeramente para que alcanzara el nivel apropiado, y dijo «¿Qué desea usted?». Contesté * «Una pulgada equivale a 2,54 cm. Veintiuna pulgadas equivalen aproximadamente a medio metro». (N. de la T.).
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«Estoy buscando un tiesto hidropónico». «¿Qué clase d« tiesto?», preguntó todavía con el cuello estirado. Llegado a ese punto, me encontré saltando por encima de los bancos en un intento de acortar el espacio que nos separaba. Me resultaba sencillamente imposible hablar de* un tema como ése y en aquel escenario a una distancia de 15 pies. No fui capaz de expresarme con cierta comodidad hasta que me hallé sólo a tres pies de ella"'. Otro ejemplo sonará a los millones de civiles que sirvieron en el ejército durante la Segunda Guerra Mun dial. Los militares, al verse en la necesidad de tratar técnicamente asuntos que normalmente se manejan de un modo informal, cometieron un error al regular las distancias requeridas para informar a un superior. Todo el mundo sabe que la relación entre los oficiales y otras personas conlleva ciertos elementos que exigen distancia y una actitud impersonal. Las instrucciones para informar a un superior eran que el oficial de inferior graduación se acercara hasta un punto situado a tres pasos del frente de la mesa de su superior, se parara, saludara, dijera su graduación, nombre y el asunto que le llevaba allí: «El teniente X informando como se le ha ordenado, señor». ¿Qué normas culturales viola este procedimiento y qué es lo que comunica? Viola las convenciones respecto al uso del espacio. La distancia es demasiado grande, se excede por lo menos en dos pies, y no es adecuada a la situación. La distancia normal para hablar de asuntos de negocios, en los que al principio prevalece una cierta actitud impersonal, es de cinco y medio a ocho pies. La requerida por el reglamento del ejército está al borde de lo que podríamos llamar «lejos». Esto provoca automáti camente la contestación en voz muy alta, lo que va en contra del respeto que debe mostrarse al oficial de rango superior. Hay también, por supuesto, muchos asuntos de los que es imposible hablar a esa distancia, por lo que muchos oficiales del ejército que individualmente lo re* «Un pie equivale a 30,48 centímetros. Quince pies equivalen a algo más de cuatro metros y medio». (N. de la T.).
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conocen, hacen sentirse menos incómodos a los soldados y a los oficiales subalternos diciéndoles que se sienten o permitiéndoles que se acerquen más. No obstante, la primera impresión es que el ejército pone las cosas difíciles. Para los americanos se asocian con unas distancias específicas los siguientes cambios de voz: 1. Muy cerca (de 3 a 6 pul gadas) [de 7,5 a 15 crn.] 2. Cerca (de 8 a 12 pulga das) [de 20 a 30 cm.] 3. Cercano (de 12 a 20 pul gadas) [de 20 a 50 cm.]
Susurro suave; muy secre to. Susurro audible; muy con fidencial.
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En consecuencia, piensan que somos distantes o fríos, reservados y poco amistosos. Nosotros, por nuestra parte, les acusamos constantemente de atosigarnos, em pujarnos y echarnos el aliento encima. Los americanos que han pasado algún tiempo en Lati noamérica ignorando estas consideraciones espaciales uti lizan otras formas de adaptación, como escudarle detiás de sus escritorios y poner sillas y mesas con máquinas de escribir a su alrededor para mantener a los latinos a la distancia que nos es cómoda. El resultado es que pasan por encima de los obstáculos hasta que llegan a la distancia en que les es fácil hablar.
En interior, voz suave; en exterior, voz llena; confi dencial.
4. Neutral (de 20 a 36 pul Voz suave, volumen bajo; gadas) [de 50 a 90 cm.] asunto personal. 5. Neutral (de 4,5 a 5 pies) Voz llena; información de [de 1,35 a 1,50 cm.] tipo no personal. 6. Distancia publica (de 5,5 Voz llena ligeramente alta; a 8 pies) [de 1,65 a 2,45 información pública para cm.] que la oigan otros. 7. De un extremo a otro de Voz alta; hablando a un la habitación (de 8 a 20 grupo. pies) [de 2,45 a 6 m.] 8. Alcanzando los límites de En interior, de 20 a 24 pies la distancia [de 6 a 7,30 cm.]; hasta 100 pies [30,5 m.] en exterior; saludos, despedidas. En Latinoamérica la distancia de interacción es mucho menor que en Estados Unidos. En efecto, la gente no habla a gusto a no ser que se encuentre muy cerca de la distancia que en Norteamérica provoca sentimientos hos tiles o estímulos sexuales. El resultado es que, cuando ellos se acercan, nosotros retrocedemos y nos apartamos.
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