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JAIME GUZMÁN ERRÁZURIZ
extraño o, al menos, desconcertante. Y ocurre que su lógica no puede ser más irrefutable y su valor práctico me parece indiscutible. Estimo explicable que el peligro de la omnipotencia del Estado moderno centre la inquietud de la defensa de los derechos humanos respecto de sus violaciones por acción. Basta pensar, además, que hay regímenes totalitarios cuya raíz permanente —y con voluntad irreversible— se asienta en el quebranto o desconocimiento integral y sistemático de todo derecho humano, para corroborar la validez de colocar ahí la mirada más atenta y la denuncia más constante. Pero lo que, en cambio, no encuentro ni razonable ni serio, es que dicho acento llegue hasta el punto de confundir los criterios fomentando, de hecho, la parálisis que el comunismo internacional busca generar en todos los gobiernos de los países que aún no controla, para inhibirlos en la lucha que impulsa contra ellos a través de la violencia y la subversión. Los invito, por ejemplo, a que reexionen sobre las connotaciones peyorativas que hoy rodean a la palabra represión. Pareciera que ella entrañara algo intrínsecamente negativo, en circunstancias de que se trata de un concepto neutro. Todo depende de qué se re prima, quién reprima y cómo se reprima. Que la autoridad contenga proporcionalmente el delito o una manifestación atentatoria para el orden público o los derechos de terceros, no sólo no tiene nada de negativo o condenable, sino que constituye un deber inexcusable para la autoridad. Sin embargo, sobre ella se lanzará el estigma de “represora”, siendo muy escasos quienes se atrevan a desaar la consigna, sin dejarse acomplejar por el sesgo inapelablemente negativo con que ella se espeta. Toda una gigantesca campaña internacional está montada al efecto. Su objetivo consiste en que cualquier acción de un gobierno no marxista contra la subversión comunista, sea tildada de violatoria de los derechos humanos. Incluso vastos sectores de la Iglesia Católica ya han sido atrapados por la consigna, transformándose en sus más activos y estridentes voceros. Quiero dejar muy en claro que aprecio profundamente la labor que la Iglesia, el a su doctrina tradicional y siguiendo el énfasis que el Papa Juan Pablo II conere a esta materia, ha realizado en la