Milton Friedman: el capitalismo como condición necesaria de la libertad Con este texto se pretende analizar la relación que establece un clásico del neoliberalismo, Milton Friedman, entre la libertad y el capitalismo. Friedman, junto a otros economistas norteamericanos (la llamada “Escuela de Chicago”), trató de recuperar las líneas principales del liberalismo clásico en una época marcada por el triunfo de las tesis keynesianas (en el ámbito de un liberalismo social que mitigase las graves consecuencias del capitalismo desregulado, motivado por la experiencia del Crack de 1929 y la posterior Guerra Mundial). Keynes en 1936 publica su “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero” dando lugar a la primera “herejía” no marxista, socialista o revolucionaria dentro de la economía clásica. Partía de la evidencia de que el libre desarrollo de las fuerzas de la oferta y la demanda no eran un buen mecanismo para la satisfacción de las necesidades sociales. Proclamó la necesidad de la intervención estatal para asegurar varios objetivos sociales, entre ellos el del pleno empleo (en el contexto de los años 30 se alcanzaron cotas de desempleo nunca vistas que golpearon duramente las condiciones de vida de gran parte de la población trabajadora). Y en las líneas generales de su pensamiento se trazaron los Estados de Bienestar que empezaron a consolidarse en el mundo desarrollado en la posguerra. Friedman supo hacer las críticas adecuadas a los puntos débiles del keynesianismo, y de ahí que la hegemonía en las políticas económicas de hoy día hayan vuelto a la concepción de un mercado cada vez más desregulado como supuesta vía hacia el desarrollo económico. El neoliberalismo, el famoso “laissez faire” al libre mercado, domina en mayor o menor medida los planteamientos en cuanto a política económica desde el conservadurismo más radical hasta la mayoría de partidos clásicos de corte socialdemócrata (el PSOE español, el PS francés, el PASOK griego, el SPD alemán…). Friedman recuperó el concepto de hombre como “homo economicus”, un modelo de hombre cuyos deseos están claros y cuyas preferencias son calculables por medio de funciones de utilidad. El consumo entre varios productos ya sean alimenticios o crediticios son decisiones tomadas de acuerdo a comparaciones de “utilidad marginal”. Esta concepción, así presentada, parece ridícula. Pero lo cierto es que esta idealización del ser humano resulta útil en cálculos a gran escala, aunque el hombre individual no maximice cada uno de sus actos de consumo. Las reflexiones de Keynes no habían desmontado esta concepción antropológica, había tratado de justificar algunas conductas económicas humanas por medio de teorías psicológicas, en vez del anterior análisis racional de la toma de decisiones. Era el caso de las decisiones empresariales que, para Keynes, están ligadas a impulsos viscerales o las decisiones de consumo, ligadas a la tendencia psicológica a gastar poco, a aumentar la renta, al sentido de equidad… Ante él, Friedman reclamaba que una teoría económica debía evaluarse por su capacidad para predecir el comportamiento, no de adentrarse con mayor o menor verdad en los sucesos psicológicos anteriores a él. Su aplicación de hipótesis del comportamiento racional a cuestiones que otros economistas no habrían considerado. Por ejemplo, para entender el ahorro y el gasto de un agente económico, de un consumidor, recurría a pensar que los individuos hacen planes racionales sobre cómo gastar su riqueza a lo largo de su vida. Un modo de explicar y calcular el ahorro y el gasto que conserva su vigencia hoy en día. Es esta teorización la que comenzó a forjarle una fama académica a Friedman. Otro éxito fue la aplicación de esta noción del “hombre económico” a la inflación. La teoría económica generalmente aceptada infería de la correlación histórica entre desempleo e
inflación que la inflación iba asociada a una tasa baja de desempleo y viceversa. Friedman se opuso a esta interpretación afirmando que la compensación entre inflación y desempleo no es permanente. Las políticas conducentes a bajar el desempleo aumentando la inflación (normalmente a través de la fabricación de más moneda), sólo llevarían a éxitos temporales que serían sucedidos por un nuevo aumento del desempleo (el fenómeno económico conocido como “estanflación”). Y eso finalmente fue lo que sucedió en los EEUU durante la década de los 70’s, confirmando a Milton como un gran economista del periodo. Entrando de lleno a la cuestión que nos ocupa, Friedman, en su texto “Capitalismo y libertad” trata de sostener la tesis de que la “organización del grueso de la actividad económica a través de empresas privadas en un mercado libre – una forma de organización que llamaré capitalismo cognitivo- es una condición necesaria de la libertad individual”, aunque no suficiente (otros valores e instituciones son necesarios). El papel del capitalismo es doble: la libertad económica es parte esencial de la libertad y es un medio para el logro de la libertad civil o política. La separación mercado-Estado asegura una reducción de la parafernalia pública, tendente a suprimir la libertad. Friedman plantea un argumento histórico según el cual la llegada de la libertad civil a Europa coincidió con el desarrollo del libre mercado. Friedman niega que haya habido alguna sociedad libre en la que no existiese el capitalismo como sistema de organización económica. Pone ejemplos de autocracias y dictaduras que aunque sus economías fueran capitalistas tampoco eran libres, pero la supresión de la libertad individual no había sido tan extrema como en la China y Rusia de entonces (salvo la Alemania nazi). Los primeros liberales habrían creído que la libertad política era un medio hacia la económica. La reducción del Estado significaba un rápido progreso económico y el reparto de sus frutos entre las masas y la única oposición podía partir de los terratenientes reaccionarios. Darle el poder al pueblo le haría legislar en su propio interés instaurando el “laissez faire”. Los nuevos liberales como Hayek se habrían dejado llevar por el camino contrario: la libertad económica como medio para la libertad política. Las tesis de los primeros liberales se vieron sucedidas por políticas colectivistas e intervencionistas. Tras dos Guerras Mundiales el factor determinante no era la libertad, sino el bienestar social. Friedman alude al ensayo de Hayek “El camino de la servidumbre”, cuyo análisis se centra en el peligro creciente de que la ampliación del intervencionismo acabara por anular la libertad humana en las sociedades desarrolladas. Adam Smith ya teorizó en torno a la idea de que la utilización efectiva de los recursos económicos requiere la coordinación de un gran número de personas. Debido a la división del trabajo, es necesario el trabajo de toda una sociedad para que haya oferta de todos los bienes y servicios de nuestras vidas cotidianas. De ahí que el problema al que se tengan que enfrentar los “creyentes de la libertad” es cómo vincular adecuadamente la creciente interdependencia con la libertad individual. 2 serían las fórmulas básicas para esta coordinación: la dirección centralizada empleando la coerción (totalitarismos) y la cooperación voluntaria de los individuos (mercado). El mercado como herramienta para la coordinación se basa en la tesis central de que ambas partes salen beneficiadas de una transacción económica cuando es voluntaria e informada (lo cual supone que no hay coerción). Una sociedad basada en este tipo de intercambio tiene lo que se denomina como economía de libre empresa privada (capitalismo competitivo). Esta sociedad se estructura, en su forma más simple, como un conjunto de familias independientes cuyos
recursos utiliza para producir e intercambiar bienes y servicios. El intercambio es mutuamente beneficioso porque la división del trabajo permite el incremento de la productividad. Y si una familia no viese beneficiosa una transacción, siempre existe la alternativa para producir para una misma. En su forma desarrollada, la sociedad del libre mercado tiene en su base unidades productivas distintas de las familias. La empresa se sitúa de intermediaria entre el empleo de los recursos de ciertas familias y la adquisición de los productos producidos por otras. Permiten una mayor cooperación productiva, cadenas de intercambio más complejas y más formas indirectas de utilizar los recursos. La característica central de la economía de mercado es que la cooperación sea estrictamente individual y voluntaria, con empresas privadas y contratantes individuales de por medio y asegurando la libertad de los individuos para entrar o no entrar en cualquier intercambio particular. El requisito básico para esto es el mantenimiento de la ley y el orden, para evitar la coerción y poner en vigor los contratos voluntarios. Otro requisito es evitar los monopolios y los llamados “efectos de vecindario”. La libertad de empresa se basa en la Europa continental en la ausencia de normas a la hora de fijar precios, dividir mercados… En EEUU y el pensamiento británico su pilar fundamental es que cualquiera podrá establecer su empresa, sin que las ya existentes tengan medios para dejar fuera a sus competidores. Cada una es muestra de las cualidades de la sociedad en la que se halla: la europea, sociedad de “status”, economía estructurada, clases sociales y aristocracia industrial; la norteamericana, sociedad democrática e igualitaria, con promoción de la movilidad económica, ausencia de clases y democracia económica y social. Con la efectiva libertad de intercambio, el consumidor está protegido de la coerción del vendedor (hay otros vendedores), el vendedor lo está del consumidor y el empleado del empleador. Sin necesidad de una autoridad centralizada. Friedman da por sentado que no hay nada para evitar las desigualdades sociales, derivadas del nacimiento, la herencia o la fortuna. La libertad económica incluye la libertad “de morirse de hambre”. La desigualdad tiene una función real. Se deriva de monopolios y de otras imperfecciones del mercado. Sólo la caridad individual puede interferir en la disparidad de riqueza, la cual según Friedman, en las economías de libre mercado se ha visto históricamente que ha habido menores desigualdades. El libre mercado no elimina la necesidad de un gobierno. Hace falta unas “reglas del juego” y un “arbitro”. El mercado reduce los problemas en los que hay que decidir políticamente y reducen la participación del gobierno en el juego. Así, aunque se esté en minoría en la representación de una opción política, no hay necesidad de someterse. El mercado permite tanto la libertad como la diversidad. Opuesta a la libertad es la coacción del poder político. Para preservar la libertad hay que eliminar la concentración de poder. El mercado permite al poder económico ser un balance contra el poder político. Para Friedman, aunque haya muchos millonarios, el poder político siempre será mucho más difícil de descentralizar. Friedman desarrolla todo un argumento sobre como la libertad económica asegura la libertad política y como ésta no es posibles en las sociedades socialistas. Donde todo estaría controlado por el Estado y no se permitirían voces discordantes porque la burocracia estatal no permitiría el uso de los recursos a quienes se opusieran a ese tipo de sociedad. Algo que en el libre mercado
no sucedería porque siempre se podría recurrir a algún rico que viese un beneficio económico en tal o cual propaganda política.
Marc Blanes Saumell. Grupo A de Filosofía Política II