JEAN-PAUL FITOUSSI PIERRE ROSANVALLON LA N U E V A E R A D E LAS D E S I G U A L D A D E S
LA NUEVA ERA DE LAS DESIGUALDADES
JEAN-PAUL FITOUSSI FIERRE ROSANVALLON
La nueva era de las desigualdades
^ LIBRERIA V^CONTINENTAL NJMedeJlin
MANANTIAL
Titulo original: U nouxtl age Jrrinégíilitis Éditionsdu Seuil. París © Éditions du Senil. I99f>
Traducción: Horacio Peas
Disefto de lapa: Estudio R
Hecho el depósito que marca la ley 11 "723 Impreso en la Argentina
1997 de la edición en castellano. Ediciones Manantial Avda. de Mayo 1365.6o piso. 1 1085) Buenos Aires. Argentina Tel: 383-7350/383-6059 Fax:813-7879
ISBN: 987-500-007-8
Derechos reseñ ados Prohibida su reproducción total o parcial
En DICE
INTRODUCCION. E l. MALESTAR l-'RANCÉS............................................
1]
I. L o s DOS PADECIMIENTOS
1. La sociedad opaca........................................................... Los dos discursos - El retomo ambiguo de lo social - La polí tica y los buenos sentimientos - El gusto por la política espec táculo - El nuevo maniquefsmo - El crecimiento de la opacidad social - La entropía reformadora.
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2. Las inseguridades sociales............................................... La relación con el tiempo - La crisis antropológica - Del indi vidualismo positivo al individualismo negativo - El espejo del cine I - Política y vida privada.
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3. El malestar identitario...................................................... La inversión de la emancipación - El nuevo padecimiento psí quico - El individuo y la familia - El retroceso de la justicia El costo de la desafiliación - Delincuencia y desunión social I I problema de la toxicomanía - El espejo del cine II.
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/ 11 desperfecto de lo político............................................. I a cuestión de las elites - La decadencia de lo colectivo - El ó. i"-iledo de lo político.
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D. La
n u ev a era de l a s d e s ig u a l d a d e s
J. Las dos desigualdades.................................. . - ............... Desigualdades estructurales y desigualdades dinámicas - La percepción de la distribución del ingreso disponible 2. La medida de ¡a desigualdad........................................... El crecimiento de las desigualdades observadas - La cuestión estadística. 3. El repertorio de las desigualdades................................... La desaparición del modelo salarial - El trabajo de las mujeres Las desigualdades geográficas - Las desigualdades entre genera ciones - Las desigualdades de las prestaciones sociales - La complejidad del régimen tributario - Las asignaciones locales Las desigualdades de acceso al sistema financiero - Las desi gualdades de la vida cotidiana. 4. La nueva era de la igualdad............................................. ¿Qué es la igualdad? - Contrato social y diferencias aceptadas ¿Qué hacer?
I I I . L a g l o b a l i z a c i ó n e n c u e s t ió n
/. Los tres estadios de la globalización.............................. Economía y política - Las tres global ¡/.aciones - La invasión in migratoria no se producirá - Los laureles no han sido talados La decadencia del imperio europeo. 2. l.os ganadores y los perdedores...................................... I a dinámica de las desigualdades Calificación y empleo - El papel del progreso técnico - La competencia de los bajos salurios.
3. Las ambigüedades del librecambio..... ........................... . Lji teoría de las ventajas comparativas - El problema de las transiciones - Preparar el crecimiento futuro - Globalización y cooperación - Las estrategias del aislamiento.
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4. El porvenir económico..................................................... El sentido de la terciarización de la economía - El porvenir del Estado providencia - Caminar con las dos piernas.
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IV .
EL REPERTORIO l»E LAS NOSTALGIAS POLÍTICAS
1. Verdaderos problemas y soluciones discutibles...............
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2. Las citas fallidas con la socialdemocracia..................... El peso de la historia - La socialdemocracia imposible - Hacia el porvenir en marcha atrás - Las dos tentaciones.
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L La nostalgia republicana................................................. Las Lrcs exigencias - Un imaginario de sustitución - La crítica de Europa.
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4. Las utopías de resignación.............................................. Una nueva temática - Los análisis de la crisis del trabajo - El regreso de una cuestión ¿Adiós al pleno empleo? - La asigna ción universal - Reinventar el trabajo asalariado.
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V.
E l s e n t i d o d e la d e m o c r a c ia
I Repensar el reformismo................................................... I I mito de la sociedad bloqueada - Los límites del reformismo ' Insito - Los nuevos métodos del cambio.
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2. Los nuevos hábitos de la política......... ........................... 204 El imperativo de legibilidad - Medios de comunicación j de mocracia - L na política de la identidad Una política de la.expcriencia. 3. Democracia y cohesión social.......................................... 212 El objeto de lo político - Democracia \ populismo - l-a.s nor mas de la justicia - Relormular los derechos. 4. La economía política clel controlo social........................ 220 Gestión económica y opciones sociales - Donde se pidió de masiado a la protección social - Las dimensiones económicas del contrato social - El sentido del servicio público
C o n c l u sió n . E l
hilo d e lo p o l ít ic o ...............................................
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Introducción EL MALESTAR FRANCÉS
Está claro que hoy existe un malestar francés. Violencia crecien te tanto en los suburbios como en la escuela, manifestaciones contta la reforma de la Seguridad Social, huelgas de los servicios pú blicos, descontento de los estudiantes, desgaste acelerado de los gobiernos, instalación duradera del Frente Nacional en el paisaje político: estos múltiples síntomas, de orden muy diferente, son tes timonio de ello. Pero, ¿cómo ir más allá de la mera constatación? No basta con enunciar una detrás de la otra algunas fórmulas genetales sobre el crecimiento del incivismo, el hundimiento de los va lores morales, la ¡ngobernabilidad de la sociedad francesa o la cri sis económica para hacer progresar el diagnóstico. Eso no ayuda ni a evaluar, ni a comprender, ni a encontrar las soluciones posibles. El nuevo malestar francés, sin lugar a dudas, está vinculado a la existencia de un desempleo masivo cuya persistencia alimenta la doble sensación de una pérdida de identidad y una ¡ncertidumbtv creciente sobre el futuro. Pero al mismo tiempo se percibe claramente que el lenómeno es más profundo y más complejo. Lo que se quiebra secretamente es tanto la misma organización social i orno las representaciones colectivas. Los franceses ya no saben muy bien quiénes son. a qué conjunto pertenecen, qué es lo que I"'1 l'H¡* unos a otros. Ya no saben adonde van exactamente y tei"« n vivir mañana peor que hoy. El plebiscito de cada instante que i iiiut nación toma día tras día, y confusamente, el cariz de una 'ipilibación plebiscitaria. Ésta se expresa tanto por ia transgre-
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LA NUEVA ERADh LAS DESIGUALDADES
sión individual del comíalo social y cívico como por la descon fianza generalizada hacia los dirigentes políticos, económicos o mediáticos, por los accesos febriles o gozosos de revuelta popular, v también mediante el voto de protesta. Como los datos de este malestar no se pueden comprender bien, el porvenir tiende a aprehenderse en la doble modalidad de la resignación y el rechazo ciego, Dos visiones del mundo, igualmen te negativas, comienzan a enfrentarse al mismo tiempo en nuestro país. Por un lado, una especie de fatalismo fundado en una facha da de optimismo sobre el carácter ineluctable de las transformacio nes económicas. Por el otro, el regreso vigoroso de una actitud de repliegue y rechazo, que imputa todos los males de la época a la globalización y a las perspectivas de la unidad monetaria europea, y que conduce al resurgimiento de un proteccionismo primario. Las dos actitudes coinciden en un común abandono a los facilismos y las ideas aceptadas. Hay en ambos casos una misma ma nera de conjurar el enfrentamiento con las dificultades del por venir mediante un retomo a viejos reflejos. Atrapada entre su reciente conversión al realismo económico y su tentación de resu citar antiguos fantasmas para recuperar una identidad que hoy le cuesta formular, la izquierda está allí particularmente fragmentada e involucrada. Para salir de esta impasse, en primer lugar hay que intentar re novar nuestros análisis. Vivimos ciertamente una mutación econó mica decisiva (la de la globalización) y vemos con claridad el ago tamiento de cierto tipo de regulación de la economía. Pero al mismo tiempo sentimos que el problema es más amplio. Todos comprueban que, con el desarrollo de la globalización, surgen re laciones inéditas entre economía, política y sociedad. Vivimos a la vez el agotamiento de un modelo y el final de un antiguo mareo de inteligibilidad del mundo. Nos encontramos por eso ante un gran punto de inflexión de la modernidad. Ya conocimos tres de ellos. El primero, a partir del siglo xvn. condujo a la introducción del Estado moderno para dar forma y consistencia al territorio y la na-
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uiin En un segundo momento, en eJ siglo xvm, la sociedad civil se emancipó, permitiendo el auge de la economía de mercado y el desarrollo de cierta autonomía individual. En el siglo xix, el gran punto de inflexión consistió en una “invención de lo social” que posibilitó la reorganización de las condiciones de la vida común y 1 1ejercicio de la solidaridad que ni el Estado clásico ni el mercado cran caPaces de tomar a su cargo. El siglo xx creyó por un tiempo haber consolidado de! indis amente este edificio con la instauración tic los regímenes de protección social. Pero fue sacudido por la in ternacional izacion económica y la crisis del Estado providencia. Así, pues, lo que hay que enfrentar hoy es verdaderamente un cuarto punto de inflexión, para reformular las condiciones del vín culo social y cívico en la era de Europa y la globalización. Esta “nueva gran transformación” 1 está en marcha desde los irnos setenta, pero sólo se hizo completamente perceptible después del hundimiento del comunismo. En efecto, desde la caída del mu lo de Berlín, las democracias occidentales, durante mucho tiempo pioocupadas sobre todo por protegerse de la amenaza totalitaria, se vuelven más hacia sí mismas. Se descubren frágiles, minadas des de adentro por la prosecución misma de su propio proyecto. Es cierto que el ideal de una sociedad abierta al exterior y fundada sobre la libre asociación de individuos soberanos se afirma de ma nera excluyeme. Pero ese triunfo es al mismo tiempo el principal peligro que acecha a una sociedad semejante, porque parece ame nazar la existencia del hecho nacional, erosionar el vínculo social y disolver la comunidad cívica. El sentimiento de inseguridad e inccrtidumbre es así. sin duda, el fruto de la globalización económi ca y de la individualización sociológica, nacidas del cumplimiento mismo del programa moderno.
I Se hace referencia aquí al libro capital de Karl Polanyi. La Grande ...... París, Gallimard. 1983 [Trad. casi.: U> gran transforma■m*i Madrid, lúidymion, 1989).
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Toda la dificultad está allí. El triunfo del individualismo aporta consigo un formidable potencial de progreso y, al mismo tiempo, de padecimientos. El mercado mundial impulsa el crecimiento y destruye puestos de trabajo: permite financiar la economía pero li mita los márgenes de maniobra presupuestarios; multiplica las ri quezas pero aumenta las desigualdades hasta lo intolerable. Del mismo modo, el movimiento de la democracia libera a los indivi duos pero atomiza el cuerpo social y deshace Las solidaridades. Salvo que se niegue la vivencia cotidiana de los ciudadanos y su angustia ante el porvenir, no es posible entonces contentarse con saludar esta consumación de la sociedad individualista como si realizara los fines últimos de la humanidad. La apología del mer cado y de la defensa de los derechos del hombre no basta para construir una representación de la sociedad que permita que esta se reconcilie consigo misma y rechace las amenazas. La gran transformación que vivimos no puede reducirse, sin em bargo.^ los meros fenómenos de extensión e intemacionalización de los mercados. Si la globalización produce todos los efectos desestructurantes que verificamos, es también porque tiene lugar en el marco de una transformación a largo plazo de nuestras sociedades, de orden Interno. Éstas son particularmente vulnerables ai impacto de la global ización porque están atravesadas por nuevas fragilida des y marcadas por formas igualmente nuevas de desigualdad. Dos padecimientos se superponen en primer lugar en el males tar contemporáneo. El más visible es el procedente de las conmo ciones económicas. Pero hay también otro, más subterráneo, que remite a los efectos destructores del individualismo moderno. La crisis que atravesamos es entonces indisociablemente económica y antropológica; es. a la vez. crisis de civilización y crisis del indivi duo. Fallan simultáneamente las instituciones que hacen funcionar el vínculo social y la solidaridad (la crisis del Estado providencia). Ins Ion ñus de la relación entre la economía y la sociedad (la crisis ,1.1 ti y los modos de constitución de las identidades indiviiliml' . i ■!' >lo ir, (lo crisis del sujeto).
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Pero, por su laclo, también las desigualdades cambiaron de nuliimle^a. aguzando de un modo hasta aquí inédito la sensibilidad a l.is diferencias. De hecho, la sociedad francesa se enfrenta ahora a dos tipos de desigualdades, que se expresan en términos diferen tes. Las desigualdades •‘persistentes”, en primer lugar, que ponen en evidencia las estadísticas sobre la distribución de los incresos, la vivienda, etcétera. Corresponden a la visión clásica que se tenía de la desigualdad cuando se construyeron esos sistemas estadísti cos. Es decir, en un momento en que. debido a que el riesgo de de socupación era menor, la desigualdad en las probabilidades de en contrar un empleo no llegaba a perturbar la interpretación que podía hacerse de los datos sobre la distribución de los ingresos o las riquezas. Sin duda, esas desigualdades persisten y hasta se profundizan. Pero en lo sucesivo se agregan a ellas nuevas formas, tamo más individualmente experimentadas por encontrar poco eco cu los medios de comunicación: desigualdades ante el trabajo y la tundición asalariada, incluso ante el endeudamiento, las molestias urbanas, las conductas inciviles, las consecuencias de la implosión del modelo familiar. las nuevas formas de violencia. Movilizadas I"" la dinámica de la desocupación o la de la evolución de las con diciones de vida, son vividas dolorosamente, aunque sea de maneni silenciosa. Es necesario que la toma en consideración de estas nuevas disparidades ensanche el marco de la lucha contra las desi gualdades y a la vez vuelva a dar un sentido más fuerte al impera tivo de igualdad. Nuestros conciudadanos perciben con claridad estas mutaciones subterráneas, que nuestras elites y nuestros expertos no siempre ' '""prenden desde las alturas del confort protegido en que viven. I sus nuevas desigualdades, como esas nuevas formas de padeci........ no sc tomaíl verdaderamente en cuenta en el discurso pú blico ( 'asi ninguna palabra colectiva se hace eco de ellas para dari»« ni insistencia y visibilidad. Así. un número creciente de personas ....... b"e el discurso y la acción política están cada vez más ,U " ,mlns de los Problemas que viven cotidianamente, como
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si la política y la sociedad avanzaran por caminos diferentes. Re sulta de ello una decepción en aumento y un sentimiento reforzado de injusticia que alimenta un populismo perverso. /Qué hacer, entonces? Lejos de la resignación distinguida y la utopía encantatoria. sigue siendo posible otro camino. Hoy hay lu gar para la redefinición de un verdadero reformismo. radical en sus análisis y ambicioso en sus objetivos, que al mismo tiempo vuelva a dar un sentido positivo a una parte necesaria de utopía en la política. Nada obliga a contentarse con un discurso gerencia! que equivale a negar las transformaciones profundas, o con un dis curso de rechazo nostálgico o soñador. Sí, las tensiones actuales resultan de la dinámica fundamental de las sociedades modernas y la economía de mercado. Pero esas tensiones deben ser domina das. Y pueden serlo. Si quiere recuperar su papel, la política debe consagrarse a formalizar este diagnóstico y las perspectivas a las que conduce. Tal sería, en efecto, el sentido de un retorno de lo político: la capacidad recuperada de descifrar las inquietudes; de formalizar y hacer compartir un marco de interpretación de las mutaciones en curso, con sus consecuencias benéficas y sus efec tos perversos; de proponer, por último, una trayectoria colectiva capaz de establecer los términos renovados de un contrato social duradero, vale decir productor de una certidumbre de sí, apertura a los otros y porvenir común. Los miembros del grupo de reflexión en que se originó esta obra pretenden contribuir a esa tarea.2 Este libro no es la obra de trabajadores-intelectuales-a-la-escucha-del-movimiento-social 2. Esta obra se originó en los trabajos de un grupo de reflexión anima do por Jean-Paul Fitoussi y Picrre Rosanvallon. Estaba compuesto por I •aniel Cohén. Nicolás Dufourcq, Antoine Garapon. Yves Lichtenbcrger. • iln u i Mongin y Denis Olivennes; también Louis Chauvel aportó una • "Modini ion elh iu a esos trabajos. El grupo se benefició además con el upoiii de 11<•ni I liéry
el m alestar francés
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Capítulo I LOS DOS PADECIMIENTOS
1. La sociedad opaca 2. Las inseguridades sociales 3. El malestar identitario 4. El desperfecto de lo político
1. LA SOCIEDAD OPACA I m dos discursos Hay en la actualidad dos maneras profundamente diferentes de hablar de la sociedad francesa: celebrar la buena salud relativa de nuestra economía, cuarta potencia mundial, o deplorar el ensani li.imiento de la fractura social. Por un lado, algunas personas que se fundan en los índices es tadísticos explican que Francia dispone de una economía sana, i ouvenientemenle armada frente a la competencia internacional. Según ellas, resolver el problema de sus déficit públicos no tiene nuda de insuperable. Esta tesis no es únicamente la de los funcio nal ios del Ministerio de Finanzas o el Banco de Francia. También la hizo suya Jacques Chirac en un famoso artículo sobre “el espíri tu de conquista”.1 Podemos recordar además, con el apoyo de citas de la prensa anglosajona, la manera como la había defendido Frant,ots Mitterrand en su adiós a Pierre Bérégovoy. Es, en términos generales, el discurso que emiten los expertos y los gobernantes. I I sociólogo Henri Mendras también instaba hace poco “a dejar de iloiiu" “En cuanto a la fractura de la sociedad y la disolución del
I / . Monde. Io de febrero de 1946.
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vínculo social —señalaba—, es un fantasma de uuesira misma cIusl dirigente, que se siente cada vez más separada del resto de la na ción”- Al mismo tiempo deseaba convencer a los franceses de que “su país es el del buen vivir y la amenidad de las relaciones . Con similar intención. Ezra Suleiman ponía el acento sobre los '‘resor tes ocultos"3 del éxito francés e invitaba a nuestros compatriotas a deshacerse de su pesimismo, mientras que L'Express no dudaba en alabar los encantos de la "dicha francesa”.-1 Los índices estadísticos, promedios por definición, dan en rigor de verdad cierta consistencia a este tipo de diagnóstico. La competittvidad y rentabilidad de las empresas francesas son hechos inne gables. A veces es sano reaccionar con tales recordatorios ante una visión pesimista de la Tealidad, y útil estigmatizar cierta inclina ción nacional por la autoflagelación. La propensión a la lamenta ción. en efecto, corresponde a algo muy profundo en Francia. En principio, está ligada a un imaginario de la decadencia alimentado por una nostalgia de gran potencia. Esta actitud obedece igualmen te al hecho de que en nuestro país hay que agitar el espectro de grandes cataclismos para llevar a cabo retormus minúsculas. Hay una dificultad francesa para concebir positiva y pragmáti camente el reformismo. Esto lleva a importar, al interior mismo del análisis, una visión radicalizada de las situaciones en que no hay lugar sino para concepciones extremas: el sentido de la gloria orgullosa y la soberanía exacerbada por un lado, la autoflagelación por el otro. Por una parte, la sensación de que uno puede afirmar se solo contra todos: por la otra, la agitación del espectro de la dc-2 2. Hcnri Mendras. "II est temps de fermcr le burean des pleurs", Libéi(ilion, 13 de abril de 1995 [la traducción literal del título del artículo es l s hora de cerrar la oficina del llanto" (n. del t.)| I Cf. F./.ra Suleiman. Les Ressorts caches de la réussile fran^aise, Partí, Senil, 1995. I Véase también, en la misma vena, la obra de Guy Sorman. Le Bonheui Irarn'iiis París, Fayard. 1995.
LOS DOS PADECIMIENTOS
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uulencia económica. De allí surge también el desfase permanente i'niie indicadores económicos “globalmente positivos” sobre el esi.nln de la economía francesa y el discurso que el país se dirige a sí mismo. I ero no es posible quedarse allí. La sociedad debe comprenderi partir de su eslabón más débil. No tiene ningún sentido, por lo mato, decir que “todo va bien a excepción del desempleo”. Puesto >|ni- es justamente esta “excepción” la que constituye el problema. IVI mismo modo, no importan tanto los promedios de ingresos co mo su dispersión y distribución. En principio, la diferencia entre el «iiialisis de los gobernantes y los expertos, y eJ sentimiento espontá neo de los ciudadanos descansa simplemente sobre ese hecho. Pero nunte luego a lo que los indicadores estadísticos corrientes captan poco y mal: los fenómenos de precariedad, el sentimiento creciente tic inseguridad, las formas múltiples de fragilización del vínculo •■ocial. También a partir de estos elementos y del imaginario colec tivo que tejen, juzgan sus miembros el estado de salud de una so1icdad- En ese sentido, puede decirse que la distancia entre las difeicnlcs lecturas de la sociedad francesa ya es en sí misma un .mioma de las fracturas que la atraviesan.5 Esta coexistencia de dos discursos contradictorios, pero igualmente ciertos, es en sí misma •'I síntoma de una profundización de las desigualdades. Si el país continúa enriqueciéndose globalmente mientras crece la fractura social, es sin duda porque hemos entrado en una nueva era de las di sigti.ildadcs, aceptada por algunos con mayor o menor cinismo.V V A este respecto, podría agregarse que esia divergencia de aprcciai o mi confirma la distinción clásica entre los temperamentos políticos de
hu y los de izquierda. Los primeros ponen el acento sobre lo que nih’Mio país tiene de positivo en comparación con los demás, en tanto los Mpiiii.li.s ponen el dedo en primer lugar sobre los disfuncionamientos. IViti también puede considerarse que esta divergencia es de orden fun• l"tlrtl. v que separa el discurso (positivo) del gobierno y el (crítico) de la upurii litii
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LA MU EV X EF A DE LAS DES1GU ALDA DES
El retorno ambiguo de lo social Pero, a la inversa. nD basta con hablar globalmente de ‘'la" frac tura social para comprender los nuevos mecanismos de las tensio nes que estructuran nuestra sociedad. La cuestión social está aho ra, por cierto, en el centro de las preocupaciones. Va se trate de lucha contra la exclusión, de política del empleo o del equilibrio de las cuentas de la Seguridad Social, lodos perciben a las claras que. en efecto, hay urgencia. ¿Pero basta con convocar, en un coro de conmovedora unani midad. a un "nuevo pacto social” o a una ‘'reducción de la fractura social” para hacer que las cosas avancen? Probablemente no. In cluso es sorprendente comprobar que hoy los ataques de solicitud por los más pobres se inscriben a veces en un enfoque muy discu tible de lo político. En esta cuestión, no se trata sólo de poner gra ciosamente en el banquillo de los acusados a cierto electoralismo. Lo que está en juego es más grave. La cuestión social se aborda con demasiada frecuencia en unos términos que conjugan tres grandes perversiones de la política moderna: la confusión de la po lítica y los buenos sentimientos, el gusto por la política espectácu lo y la simplificación de los problemas. La política y los buenos sentimientos En primer lugar, el retorno de lo social se acompaña hoy por una confusión perversa de la política y los buenos sentimientos. A la palabra “exclusión”, un moderno diccionario de ideas admitidas le añadiría imperativamente un “indignarse por ella”. El problema ya no es juzgar acciones ni evaluar practicas, sino escapar a lo que se manifestaría como la suprema infamia: la indiferencia. La dis tinción entre la derecha y la izquierda correspondía a una época de t'iilii uliimientos sociales e ideológicos, y de oposición de proyec til di m u dad En un universo en que los términos de las opcion, v I i mitin nlr/ii de lo que está en juego parecen más vagos, se
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dibujarán nuevas líneas de clivaje. Los criterios de clasificación se lomarán linalmente más individuales que colectivos. La antigua oposición entre progresistas y conservadores será reemplazada en tontes por la distinción entre los hombres políticos honestos y los curruptos, las personas de buena voluntad, preocupadas por el in terés general, y los cínicos que persiguen una meta egoísta de ocupnción del poder. I'.slas muy amplias transformaciones de la percepción dominan te ile lo político no datan de hoy. Para fijar un punto de referencia cornado, puede estimarse que ingresamos en ellas hace veinte años, durante la campaña presidencial de 1974, en el momento en que Viilery Giscard d'Estaing lanzó su famosa réplica a Fran^ois Mittenand: No tiene usted el monopolio del corazón”. Al mismo tiemI” ’• cn ,as democracias occidentales tiende a formarse un consenso dr nuevo tipo, no en el sentido ideológico que se atribuía tradicio nal mente a ese término, sino en el de un consenso de lmenos sentími, tilos. El desarrollo de la ideología humanitaria sobre las ruinas de la política tradicional corresponde al mismo movimiento. I .s preciso afumarlo con vigor: la compasión no puede servir ...... .. política. Ésta no es cosa de buenas intenciones. Implica arbiy opciones. En la política de los buenos sentimientos, no se liablu ni de impuestos ni del costo de la solidaridad; no se discuten 1,1 «fectos eventualmente perversos de ciertas políticas sociales. .iM como tampoco se procuran determinar verdaderos derechos. I Ion se contenta con dar testimonio de una forma de solicitud. Es iiiu manera piadosa de erigir la impotencia en valor moral. / / i•lisio por la política espectáculo I ii segundo lugar, la nueva atención prestada a la cuestión so■luí ■ Inscribe, desgraciadamente, en el linaje de la política espec....... 1■'» 1)1actualidad, la manera como retorna lo social atestigua im Itlso lo que podría llamarse un "voluntarismo espectáculo", que Imposible confundir con la expresión de una verdadera vo-
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LA N UEV.A ERA DE LAS DES1G L'ALDADES
lurlad de cambio. Todo sucede como si lo esencial fuera procla mar la propia generosidad y dar muestras de buena v oluniad. Sin duda, es posible felicitarse por acciones que tuvieron como efecto el desbloqueo de algunas situaciones dramáticas (pensemos aquí, por ejemplo, en las "requisiciones" de viv iendas electuadas a pedi do del alcalde de París). Pero con ello estamos en las antípodas de un rumbo verdade ramente reformista: no se loca nada, nos contentamos con estig matizar y utili/aT un "tesoro oculto" (en este caso los grandes pro pietarios inmobiliarios), Es un retormismo que en materia de solidaridad no cuesta nada: los que pagan siguen siendo los otros. Uno se cuida muy bien de traducir los principios generosos en tér minos de CSG” o de tributación del ingreso. Con demasiada fre cuencia, la acción se contenta con multiplicar los efectos publicita rios sin poner en práctica verdaderas políticas. Se asiste entonces a una perversión de la noción de voluntad política: la voluntad se degrada en una mera "buena voluntad'. El nuevo maniqueísmo Pero tal vez sea sobre todo la simplificación de los problemas lo que constituye hoy en día un obstáculo a la comprensión de las mutaciones que atraviesan la sociedad. Esta simplificación es ma nifiesta en la manera como la mayoría de los hombres políticos tratan la exclusión. Desempleo de larga duración, nueva pobreza, sin techo: desde hace una década, el ascenso de la exclusión ha constituido un hecho social de primera magnitud. La "cuestión so cial”, al mismo tiempo, se desplazó: pasamos de un análisis global
♦ i S( i: Contribución Social Generalizada, lusa uniforme sobre el toinl di lo ingresos, sin importar su origen. Véase Fierre Rosanvallon. La mu ni i iii aion social. Repensar el lisiado providencia. Buenos Aires. M ,11.11111111. I'i'is pájts. 97-9 (n. del L).
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•li*l sistema (en léiminos de exploiación. reparto. etcétera» a un enli'(|uc centrado en el segmento mas vulnerable de la población. La Iim Iiu contra la exclusión polarizó la atención, movilizó las ener gías. impuso la compasión Si da un testimonio positivo de inquietud ante el debilitamien•' del pacto republicano, la invitación a luchar contra la exclusión también ha simplificado lo social, sin duda demasiado. La dinámimi social, en efecto, no puede reducirse a la oposición entre quie nes están •'adentro” y quienes están "afuera”. Puede decirse, inclu•" que nuestra comprensión de la sociedad se ve hoy sesgada por la polarización de todas las atenciones sobre Jos fenómenos de ex>limón. Aun cuando ésta constituye el principal fenómeno social de nuestro tiempo, al cual conviene atacar prioritariamente, no ii}'uta la cuestión social. El problema social no se reduce ni al cara a i ara de los SDF* y los golden boys, ni a la oposición de los exi luidos y los de buena posición. l u especie de maniqueísmo que se impuso en los discursos es a Rtcnudo una manera de quedarse en la superficie de las cosas al mismo tiempo que se proclama un radicalismo de fachada. No puede hacerse como si la exclusión no fuera sino una suma de des dichas individuales. La exclusión es el resultado de un proceso, no mi estado social dado. De allí la imposibilidad de actuar sobre ella ■«ni situarse por encima, para examinar por ejemplo la desestabtli/.u ión general de la condición salarial, la multiplicación de las silnaciones de precariedad. Hablar de la exclusión sin mencionar es líe- transformaciones, querer reducirla sin modificar las reglas del |ucgo para todos, no es más que ilusión y mentira. Con aires “de l/quicrda”, se vuelve trivialmente a la visión más arcaica de lo so■mi como muleta de los disfuncionamicntos mas escandalosos de lo económico.1
1 SDF: Sans Domicilc Fixe, literalmente Sin Domicilio Fijo, o sea los ilii li'i lui, los homeless (n. del t.).
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LA SUEVA ERA DELAS DESIGUALDADES
E! c r e c í miemo de ¡a opacidad social Para salir de estas impasses, hay que abandonar los clichés ha bituales e intentar dnigiT una mirada más profunda a la sociedad. Cosa que no es tan simple. En efecto, es forzoso constatarlo: la so ciedad aparece en lo sucesivo menos legible, más difícil de desci frar. Todavía hace unos veinte años, los puntos de referencia eran relativamente claros: coincidían con los de las categorías sociales, las profesiones, los territorios. La política podía apoyarse sobre esos datos geográficos o sociológicos. En la actualidad, esas dife rencias se deshicieron poco a poco. El sentimiento de identifica ción social más bien ha retrocedido. Puede decirse que la política, en cierta forma, se “desociologizó” a partir de los años setenta. Es ta perdida de fuerza de las identidades colectivas se traduce en la sensación de una mayor opacidad social. Hace veinte años, era posible tener la impresión de que la suma de las encuestas de opinión, los datos maeroeconómicos de la con tabilidad nacional y las estadísticas del INED o el INSEE per mitían grosso modo hacerse una buena imagen de la sociedad. Paradójicamente, hoy, con un número siempre creciente de esta dísticas, tenemos la impresión de descifrarla con menos claridad. En muchos aspectos, lo social se hizo más inasible. Todo ocurre como si una parte de la realidad pasara a través de las mallas -muy apretadas, sin embargo- de las cifras producidas por las diversas instituciones estadísticas. De resultas de ello, chocamos con una verdadera dificultad de desciframiento global, que es otra faceta del déficit de representación que sufre la sociedad. De allí surge, por otra parte, la tendencia a reducir la cuestión social al único tenómeno que se presenta como masivo y evidente: el crecimiento de la exclusión.
■INI Ü Instituí National d'Enseignement á Distante; INSEE: Instituí Nniioiml -I, Sialislii|tics et d’Études Économiques (n. del L).
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Con un número cada vez mayor de Informaciones puntuales, la un icdad aparece menos legible en su conjunto. ¿.Cómo explicar eda paradoja? La respuesta es simple: los instrumentos de conociii iii uto estadístico-las nomenclaluras que producen, las categorías t|UC utilizan, los conceplos que los organizan- fueron concebidos e Intinducidos en los años cincuenta para captar una sociedad de chines. compartimentada, organizada jerárquicamente, de movili»ionios relativamente lentos. Ya no captan sino una parte limitada dr I» sociedad actual. Seguimos viviendo, sin duda, en una sociedad muy diferenciadi ln.s desigualdades, aunque no tengan la amplitud de las del pa•iul.«. siguen siendo fuertes. Pero, por una parte, la relación con ' Un • cambió de naturaleza6 y, por la otra, se verifica en el seno de tu población asalariada la formación de una vasta clase media, más •lili» il de aprehender. Este acontecimiento debe comprenderse con . larldad. Nos equivocaríamos si no viéramos en él nada más que mili trivial evolución sociológica. No traduce únicamente una Immugencización de los modos de vida engendrada por el creci•■■■•-uto «i una mutación del sistema de producción vinculada al demrrnllo de los empleos terciarios. Una sociedad semejante se caiiii ii'iizn sobre todo por una enorme reorganización de los modos il< dili'icnciación y jerarquización sociales. Éstos ya no son sólo i ni.. 11 vi >s (expresados en categorías de ingresos, títulos habilitanla», etcétera): se hacen más individualizados y evolutivos. De allí la sensación de que se pasa de una diferenciación “dui ii ,i mía ililerenciación “vaga”,7 en la que “la mayor parte de los i' i" di la vida cotidiana escapan a una codificación precisa. Ninjjumii estructura es ya absolutamente coaccionante (debilitamiento
ti Subte este punto, cf. los planteamientos del capítulo siguiente, "La iiilrin 11.«di las desigualdades”. • • Mutiriec Comte. “Le flou el le dur". en "La cité des chiffres ou 1 din i m i. ■aniistiques”, Autrement. septiembre de 1992.
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de las normas] ni satisfactoria (achatamiento «le las diferencias). Mientras que antes no era más que un subproducto ‘natural’ del status, la diferencia se busca ahora por sí misma, y su búsqueda no puede tener fin. En ese contexto, los comportamientos se vuelven ‘oportunistas’: cada uno ajusta su conducta de acuerdo con las cir cunstancias. Los sucesos registrados por las estadísticas (actos) pierden entonces su sentido".'* Se trata de un fenómeno que ha >¡do particularmente bien observado en el dominio del consumo. Cada individuo adopta un comportamiento propio, en el que mez cla a su gusto los códigos y los objetos: obedece cada vez menos a estándares uniformes y regulares de consumo. En consecuencia, las estadísticas tradicionales se revelan inep tas para describir este nuevo universo social, más atomizado e in dividualista. de perfiles más fiuctuantes e inestables. El conoci miento tradicional fundado sobre el concepto de clasificación queda desactualizado, porque presuponía la existencia de diferen cias estables. Los tipos de consumo, por ejemplo, ya no caracteri zan a un grupo: no pueden dar más que una indicación pasajera, volátil. La opacidad que experimentamos proviene en primer lu gar de allí. Corresponde al hecho de que nuestros medios de co nocimiento ya no se adaptan a la comprensión de los movimien tos de una sociedad de energías sociales más débiles y más difusas. Por otro lado, se ve con claridad que las categorías socioprotcsionales a las cuales solíamos referirnos ya no remiten a jerarquías fijas. Si se toma, por ejemplo, el ingreso medio anual de la catego ría de las "profesiones intermedias", se comprueba que el 21% de los ejecutivos se ubican por debajo de él. en tanto que el 14% de los obreros lo superan. Nivel de ingreso, capital cultural y catego ría socioprofesional ya no se corresponden con tanta claridad co mo en el pasado.
H. Moni ico Coime, art. cit., págs. 161-162.
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1.a desregulación económica y el crecimiento de la desocupa1imft que marcaron los años ochenta y noventa no han hecho más aumentar la dificultad de descifrar la sociedad. Advertimos •lamínente que las palabras que empleamos se ajustan cada vez menos a las realidades: nos enfrentamos de manera creciente a un problema de denominación. La inadaptación del lenguaje va a la I’1" ° ,n ljl menor pertinencia de las estadísticas y el desfase de las l»«•lilictas. La multiplicación de los desperfectos en lo social tam bién va a la par con la ruptura de la sociedad de clases bien orde" ■hi l-as variables topológicas y biográficas asumen una mayor importancia en la comprensión de las evoluciones de la sociedad. I o que hay que describir ya no son únicamente identidades colecMvas relativamente estables, sino también trayectorias individúa le». Vsus variaciones en el tiempo. La categoría de Smicard [beneli< mu» del SMIC'I. por ejemplo, casi no tiene sentido si se la mili iprende de manera abstracta. Puesto que para cada uno de los O,ti, anís, lo que cuenta no es sólo su posición presente, sino tamljl apreciación de sus perspectivas de evolución. El joven 1*11rosado que comienza en la parte baja de la escala sabiendo que |in/iiia de movilidad en su situación no tiene gran cosa en común «"ii la persona para la cual el SMIC constituye su único horizonNm embargo, ambos se incluyen en la misma categoría estadísii' i Ello explica una cierta desorganización del sociólogo acos..... hri,do a contar y clasificar para descifrar lo social y hacer legible el movimiento de las cosas. La crisis de las ciencias socia les se convirtió por esta razón en parte integrante de la crisis de lo político.
* SMIC Salaire Mínimum Interprofessionel de Croissance (Salario I«" hi" lulcrprofesional de Crecimiento], establecido en 1971. Se llama
"tu ,11,1.1 la persona que lo percibe (n. del t.).
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La entropía reformadora La mayor dificuliad para aprehender la estructura de la socie dad entraña múltiples consecuencias. En primer Lugar, refuerza cierta "entropía reformadora" La acción en pro de la reí orina ne cesita una clara captación
2. LAS INSEGURIDADES SOCIALES La inseguridad es hoy la palabra clave. Asalariados, tuncionarios, jubilados: todos a la vez expresan temor a un mañana incier to. Una cifra basta para comprender la razón de ello: cerca de la mitad de los franceses en edad activa ( 1H-65 años) dicen haber su frido al menos un período de desempleo en los últimos diez años.
‘) Encuesta del CREDOC, 1993.
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I I .•-mido del futuro, al mismo tiempo, se ha invertido. Ya no se lo |* u Ibc étimo el tiempo de la -carrera'*, del progreso profesional, *Hin como el de lo aleatorio. Todo parece inseguro en todo mol*11*''•*' **as,lJ las instituciones en que el puesto está garantizado de P® v'l*u sicnten que pesa sobre ellas ia generalización de un mo delo tic empleo precario y oscilan entre el temor y la culpa. En lo ioiallano, a imagen de la exclusión, ese modelo se convierte en lo Mi.vdvo en el referente negativo, el lugar del castigo social, la fiIMua moderna de la denegación de justicia. Según los resultados de Imempresa, según la calidad de las relaciones mantenidas con la I '' ,ull|i« y. s¡ se trata de las empresas públicas, según se haga sen il» o no la presión de la liberalización. uno se acerca o se aleja de modelo. Resulta de ello, en lo más profundo de las empresas, mui «•sil «ordinaria angustia. Ahora bien, es sobre este terreno de vni'"mhilidad que se despliegan los encantamientos gcrenciales y lo» Humados cada vez más exigentes al dinamismo personal. Mu ni ras los asalariados viven en un imaginario de la fragilidad, el ........... Pellico, por su lado, no consigue darles confianza en el porvenir. Nos encontramos en una sociedad en que el pasado cuenta más qiif »’l Im uro. La historia a la cual se adosa el individuo cristaliza lints que antes la diferenciación social. Los accidentes en el trayec to i leu» situaciones irreversibles. Las condiciones iniciales de•' mi" flan un papel determinante en el destino de los individuos. Miom bien, este fenómeno se produce cuando también el poder pitl'li. o se ve trabado por la pesadez de su propio pasado: es lo '("• limholiza el peso de la deuda. La relación de la colectividad •'OMstpo misma se ve. a causa de ello, inevitablemente trastornada. I o itlm iórt con el tiempo I o*' indicadores estadísticos no pueden dar cuenta del miedo al lUmiM I »•• todas maneras, nos dan una pista determinante para - Mttlplriulei la crisis actual: con la desaparición de la inflación y el
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jifa de las tasas de interés reales, lo que sufrió una conmoción lúe la relación del homo tEconomicus con el tiempo. La inri ación re sultaba de una apuesta sobre la permanencia del progreso y el cre cimiento; en cuanto a la tasa de interés, marca el valor del futuro. Si es elevada, significa que éste es peligroso, que cuesta mucho dejar pasar el tiempo, que en principio hay que pagar antes de es perar. Si es baja, incluso nula, significa que el futuro se percibe “como el presente”, dicho de otra manera, que el mañana será un “presente cercano”, un mundo con el cual es posible establecer una connivencia. La "connivencia” intertemporal. la creencia en la linealidad y la continuidad de la actividad económica fundan el ac to de inversión El nivel de las tasas de interés que experimenta mos durante diez años trivializó un imaginario de ruptura: si es tan caro apostar a la prolongación del presente en el futuro, significa que el futuro será distinto. Pero el nivel de las tasas también alimenta el temor por otro cauce. Antes asociados por la inflación, que desvalorizaba las tenencias monetarias y permitía a la mayor cantidad de personas acumular un patrimonio, los individuos están hoy separados por la frontera del capital. En el seno de las mismas familias, entre ami gos, en las mismas categorías socioprofesionales, están quienes adquirieron "bienes" en el momento oportuno y quienes no lo hi cieron. Los primeros disfrutan de los ingresos de sus colocaciones, los otros ya no consiguen alcanzarlos. El futuro se convirtió en un operador de discriminación entre personas que se creían iguales. Dos maestros de la misma escuela, afiliados al mismo sindicato, tendrán así niveles de vida muy dife rentes porque uno compró su departamento a crédito seis años an tes que el otro. Es una conmoción de la temporalidad, e igualmente de la moral social. La especie de juicio final permanente que ex presa esta visión del futuro engendra de manera continua una nue va diferenciación social. Este fenómeno, injusto para quienes, por toda clase de razones, han aportado esfuerzos sin poder acumular, fortalece indiscutiblemente un sentimiento de victimización: el fu-
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•m«* desvaloriza de antemano el capital humano y sobrevalora el iiipilal monetario. "El futuro no sólo no me quiere, sino que me d»'l»mda
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tituciones que hacen funcionar el vínculo social y la solidaridad (crisis del Estado providencia), las formas de relación entre la economía y la sociedad (crisis del trabajo) y los modos de consti tución de las identidades individuales y colectivas (crisis del sujeto). La dimensión antropológica de los problemas es fundamental. En cierta forma, en el malestar contemporáneo se superponen dos padecimientos: el más visible, el que procede de las conmociones socioeconómicas, pero también otro, más subterráneo, que remite a los efectos destructores del individualismo moderno. Individua lismo: la palabra puede parecer vaga. Califica por tumo una evo lución moral (el triunfo de la lógica del mercado y el repliegue sobre sí mismo), un hecho sociológico (el desmoronamiento de los cuerpos intermedios, la fragilización de los vínculos comuni tarios y la tendencia a la atomización social) y un principio filo sófico (la valorización de la autonomía y la autenticidad). Más allá de todas las confusiones y de todas las aproximaciones, de signa sin embargo un rasgo central de nuestras sociedades, glo balmente ignorado en el análisis político.'" Contribuye tanto co mo las mutaciones de orden económico a alimentar el malestar contemporáneo. Del individualismo positivo al individualismo negativo Para comprender su alcance, hay que destacar con claridad la ambivalencia del individualismo moderno. Éste es a la vez un vec tor de emancipación de los individuos, que incrementa su autono mía y hace de ellos sujetos portadores de derecho, y un tactor de10
10. Sobre este punto, no se puede más que remitir a los análisis clá cos de | ,ouis Dumont, y en especial a sus Essuis sur l'individualisme. une fifi vy»fi rice unthr<>[>olo)i¡(jue sur l'idéoloffie modeme. París, Seuil, 1983 | liml msl Ensayos sobre el individiitdlxmo, Mlldrid, Alianza. I987|.
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mseguridad, que hace a cada uno más responsable de su porvenir y I l«>obliga a dar a su vida un sentido que ya no organiza nada exte rior a sí mismo.11 Durante los años setenta y ochenta, se celebró sobre todo la ca1,1 Positiva del individualismo: la oportunidad que tenía cada uno llr afirmar su diferencia y liberarse de las coacciones colectivas. I n teatralidad de la referencia a los derechos del hombre encarnó mi traducción política, y el progreso político pareció durante un tiempo más indexado a las garantías personales que a los avances i "muñes. En una perspectiva histórica, es innegable que la historia •le la individualización ha sido, en gran parte, una historia de la ••mancipación. Emancipación con respecto al cepo de las tradicio nes en las cuales estaba presa la vida cotidiana, emancipación con u spcclo a todas las figuras de la dependencia social. En esta pers|f-ctiva hay que reubicar, por ejemplo, la liberación de la mujer del • liuiln lamiliaro la conquista de la independencia por parte de los |óvcncs. De allí se derivó, durante mucho tiempo, la sensación de 1“ í,Klolc extraordinariamente positiva de un movimiento que paret In capaz de conjugar la triple conquista de la autonomía, la auten<
11 Sobre este punto, cf. los problemas planteados en el momento de In ieducción del nuevo Código Penal.
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bert Castel.12*La independencia se convierte en vulnerabilidad, la relación igualitaria con eL otro se invierte transformándose en te mor hacia un futuro incieno. En los anos setenta y ochenta, la glorilicación «le la etnptesa acompañó el proceso de individualización, como si la independen cia de las personas tuviera que prolongarse necesariamente en un himno sin matices a la empresa y en la valorización de las aventu ras personales. Hoy en día. las cosas han basculado, 'i se advierte con claridad que esto no se debe simplemente al hecho de que la coyuntura económica se haya transformado, y que la gestión traba josa de la escasez haya sucedido al falso brillo de las utopías de la economía de la timba. "El individuo sutriente -se lia dicho—parece reemplazar al individuo conquistador. 1 Pero estos d«>s aspectos del individualismo no se sucedieron uno al otro como si se tratara de dos etapas consecutivas de una misma historia. Al contrario, to mamos conciencia de que se trata de dos elementos indisociables en la afirmación de sí mismo. La ruptura es innegable. Proviene de una especie de acumula ción de pequeños cambios que recompusieron en profundidad la vida de cada uno. ya se tratara de las maneras de trabajar, los mo dos de aprender, las formas de preocuparse por la salud o incluso sencillamente las modalidades de la relación con el prójimo. Por doquier, nos vemos cada vez más obligados a hacemos cargo de nosotros mismos. Las instituciones sociales que organizaban y ca nalizaban nuestros comportamientos se borraron lentamente. Lo vemos con claridad en el dominio del trabajo: las normas prescriptas dieron un paso atrás, en tanto se multiplicaron los llamados a la iniciativa de los asalariados. La libertad ya no debe solamente
12. Cf. Rohert Castel. "Le román de la désaffiliation. Á propos de Insinn ct Iscult". Le Débat. septiembre-octubre de 1990. I t I ii i sie aspecto, cf. los planteos muy instructivos de Main Ehrenbem en I liiillvhlu hu erlain, París. Calmann-Lévy. 1995.
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*01i<|uistarse. Paradójicamente, se convierte en un pesado impera tivo Sea autónomo . "sea responsable": en lo sucesivo, estos Ila linimientos son órdenes y terminan por hundirnos en lo que los psicólogos llamaron un dnuble bind. una forma de vínculo contra«Ii*.torio con las personas y las cosas. Al mismo tiempo, la indivi dualización-emancipación se acompaña con una individualizai 1011-fragiiizaciór. Todo se hace más indeterminado y cada uno •Iche organizar su vida de manera más precaria y solitaria. ¡ t espejo del cine l l^is transformaciones de la sociedad francesa no son fáciles de i ni «eterizar. Corresponden a deslizamientos que son sensibles sin **'inr pese a ello ligados a rupturas manifiestas. Es por eso que el i me logró a menudo dar cuenta de ellas mejor que los trabajos clá•.ii os de las ciencias sociales. 14 Desde hace unos diez años, toda "ii.i serie de películas, generalmente obra de directores jóvenes, describieron con claridad el malestar frente al futuro y el trabajo, malestar que está en el principio de la nueva inseguridad social. Film de culto. Un monde sans pillé * de Éric Rochanl. describía en 1989, justo antes de la caída del muro de Berlín, ese cambio de atmósfera, al contar las historias cruzadas de un "viejo del 68" Ilippo, un eterno adolescente que no deja de "flotar" y vagabun1leai por las calles de París en busca de no se sabe que utopía perdid*i y su hermano menor, estudiante secundario que ya aprendió a imitarse la vida (Jileando droga para sus amigos. Con esta película, 14. Cf. los análisis de Olivier Mongin. La Peur du vale, París, Seuil. l'i'H |Trad. casi. El miedo al vacio. Buenos Aires, Fondo de Cultura i conómica. 1993j. * Cuando se trata de películas estrenadas en la Argentina, se cita su llliiln en castellano y entre corchetes el original. De lo contrario, se meni iiuiii sólo este último, sin traducción, salvo cuando lo exija el contexto (il dclO.
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parecen imponerse la melancolía y la idea de zafar. que condena a ineluctablemente a las historias de amor a lerninar maL. Cuando el único color del porvenir es el gris, cuando las pasiones públ icas es tán en ruinas, ya casi no liay lugar para la pasión, cualquiera sea. Desde La Désenchamée de Benoít Jaeques hasta L'Áne de Bli ndan. de Judilh Cahen. numerosos guiones toman nota de ello: el mundo se ha vuelto difícil y los jóvenes ya no saben demasiado cómo integrarse a él. Toman distancia con respecto al hedonismo de los años ochenta y el culto empresarial. Ya no es momento de reír cuando se imponen la irrisión o la depresión: sólo Coline Serreau se divierte todavía, y no vacila en describir con La Crise un fenómeno que toca a todo el mundo, desde el ejecutivo al “erremista’'.* Una crisis que. por otra parte, no es tan dramática porque todos pueden salir de ella, y un patrón enamorarse de su domésti ca antillana (.Romuald etJuliette). Pero este elogio se convirtió en una cualidad rara en un cine que las más de las veces examina in dividuos que están "perdiendo pie”: incluso Claude Sautet olvida sus crónicas burguesas habituales, al estilo de V'mcenl. Frangois, Paul et les mitres, para escudriñar, a partir de Quelques jours avec mol, trayectorias más individuales. Desde principios de los años noventa, cuando la clase política todavía no quería escuchar hablar de “desocupación estructural . numerosos guiones pusieron el acento en la di 1¡cuitad que tienen para encontrar trabajo quienes llegan al mercado de empleo e in tentan integrarse en la sociedad "adulta" Incluso los temas de la vida privada se ponen en ellos constantemente en relación con los de una vida profesional difícil o abortada, que resume por sí sola la valorización pública de los personajes. Lo que desde luego exa-
* "Rmisie” en el original: persona que percibe el RMI. Revenu Míni mum d'lnscrtion |Ingreso Mínimo de Inserción), asignación que puede recibir toda persona mayor de 25 años que carezca de recursos, una vez terminado el período cuhicito pui el seguro de desempleo (n. del t.).
los
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,h» la sensación de que la crisis identitaria es a la ve2 personal y ■ 'ti i liva, psíquica y social. linlre las películas destacadas, se pueden mencionar Bar des hdl,\ de Cedric Kahri o. más recientemente. Les Amoureiix de Ca4-ti ne Corsini. En avoirou pus de Laelitia Masson y Les Apprenlis ilc I3ierre Salvadori. La mayor parte de estos nuevos filmes li. ni «cunen entre Boulogne. Dieppe. Lyon y las ciudades del este, lo que muestra que la provincia existe hoy de otra manera que co mo mi decorado o un apéndice de la capital: esta puesta en escena ■Ir lii geografía provincial manifiesta crudamente La obligación de moverse, ligada a una apremiante flexibilidad del trabajo. Ya no se ' i ' 1' verdaderamente en un sitio determinado: uno se siente cada ve/ más interino de cuerpo y alma. La incertidumbre se refiere a la vez al tiempo y al espacio: la crisis del porvenir es también una i tisis del lugar. lodas esas "historias de trabajo” están vinculadas a un malestar .ili'ctivo en que la relación sexual aparece cada vez más vacilante r incierta (bisexualidad. homosexualidad...), y las historias de iimor más aleatorias. Aquí, es central la cuestión de la identidad: , como ser alguien en "una sociedad de trabajadores sin trabajo”? Al ver muchas de esas películas, se tiene la sensación de que toda una tracción de la generación que tiene entre veinte y treinta años vive con la idea de que se la sacrifica por anticipado en el altar del empleo. Es cierto, no se trata aquí más que de un imaginario cine matográfico. pero éste es fuertemente revelador de cierto espíritu de la época.15
15 Los trabajos de Sabine Chalvon-Demarsay (Les Milles Scénarios, I urís, Mélailié, 1994) consagrados a la televisión y las series puestas en marcha por Arte (Tous les garfons et les filies de leur áge, Les Annéesl.vrée) parecen confirmar esta tendencia muy nítida a escudriñar el ma lí star psíquico y la erosión del mundo del trabajo.
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Política y vida privada ¿Las mutaciones económicas son la causa principal de este fe nómeno? En parte, es innegable que sí. Las transformaciones de los modos de regulación económica, lo veremos, desempeñaron un papel completamente fundamental en la reniodelaciún de la socie dad, quebrando las solidaridades tradicionales y modificando en profundidad las formas del contrato salarial. Pero esto no es lo esencial. Los factores de orden económico sólo tuvieron pleno efecto porque intervenían en un contexto de particular íragilización del vínculo social, ligado a una transformación a largo plazo de nuestras sociedades. Así, no es en modo alguno exagerado sos tenerlo: lo que se encuentra en el centro de la crisis actual es lo que podría llamarse la crisis del sujeto, vinculada a las transforma ciones del individualismo moderno. En las dificultades que experi menta la sociedad francesa se mezclan así. de la manera más ínti ma, factores “externos" y factores “intemos”. Crisis del sujeto, inquietudes identitarias, crisis antropológica: abundan las expresiones para describir el fenómeno. La dificultad misma que se experimenta para encontrar la palabra justa muestra lo difícil que es tratarlo. En todo caso, se impone la necesidad de una comprensión antropológica de los problemas, para dar cuenta de la nueva inseguridad social que siente una cantidad cada vez mayor de personas. Es evidente que una recuperación del crecimiento económico no lograría aliviar plenamente este sufrimiento antropológico,16 pues éste es endógeno: sigue su propio curso. Por lo tanto, debe ser objeto de una preocupación política específica. Ahora bien, ni los partidos de derecha ni los de izquierda quisieron nunca inte-
16. En lo cual se ve. por lo tanto, que no hablamos del sufrimiento en los mismos términos que Pierre Bourdieu (el Im Misera tlu monde. París, Scuil. 1993). Nuestro coloque es más antropológico que sociológico.
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3. EL MALESTAR IDENTITARIO l,a decadencia de los cuerpos intermedios (basta pensar en la rmsmn del fenómeno sindical desde mediados de los años setenta) INI puede analizarse meramente como un retroceso del sentido de la oilid.indad y el triunfo del repliegue sobre sí mismo. Este movi miento no está indexado a una desvalorización moral de la cosa púhlu n Procede más bien de una profunda mutación de las relaciones ' 11,11 lo md,vldual y lo colectivo. Durante mucho tiempo, la refea lo colecüvo flle un medio fundamental de satisfacción de " • necesidades individuales. Todos teníamos la sensación de que Mk normas sociales y las instituciones comunes nos servían y ayu daban a conquistar nuestro lugar. A la inversa, hoy se hace cada v.v mus evidente que el porvenir de los individuos aparece menos ligado a un destino común. Hay cada vez menos posibilidades de apoyarse en una acción colectiva para resolver sus dificultades o hacer progresar sus reivindicaciones. La pertenencia a un grupo ya "o esta allí para dar sentido. Esto entraña una presión más fuerte sobre cada uno. Vivimos en lo sucesivo en una sociedad que hace recaer sobre el individuo el doble imperativo de un perpetuo mejo-
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miríento y una estima permanente de sí mismo, que son los meca nismos tanto de la vida personal como de la acción profesional. La inversión de la emancipación Lo que cada uno debe hacer no es simplemente construir su existencia de manera más individual. Debe también llar un sentido más personal a su vida. Las creencias y las normas colectivas, en efecto, se desmoronan al mismo tiempo que los cuerpos interme dios. A. la vez. cada individuo experimenta doblemente la nueva forma de individualización/fragilización que atraviesan nuestras sociedades. Se siente a la vez económica y socialmcnte más vulne rable, pero también más frágil psíquicamente, viviendo en un uni verso más aleatorio y menos organizado. Experimentamos así una especie de “descompresión del espacio individual" que de entrada nada parece capaz de colmar.1' Los individuos, debido a que están relativamente liberados de todas las determinaciones exteriores y más emancipados, están también más abandonados a sí mismos. La dinámica de la emanci pación se acompañó imperceptiblemente con la constitución de una sensación de abandono. Norbert Elias lo expresó en términos muy fuertes: "El campo de batalla -escribe- se trasladó al lucro intemo del hombre. Es allí donde éste debe lidiar con una parte de las tensiones y las pasiones que no hace mucho se exteriorizaban en el cuerpo a cuerpo en que los hombres se enfrentaban directa mente. Las coacciones pacíficas que sus relaciones con los demás ejercen sobre él [...j son acompañadas por trastornos más o menos importantes, rebeliones del hombre contra sí mismo .ls178
17. Lu expresión se loma de Dominiquc Bourg, “Technique: la puissance el la limite”, /.<• Ih'lwi, noviembre-diciembre de 1989. 18. Norbert Hilas, Iji Dyiuimiqur de l'Occidem, París. Calmann-
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Al mismo tiempo que se libera, el inüivitiuo \e recaer sobre sus lioiul'ros CUda vez más responsabilidades. En efecto, la dependenl»lii til que vivía antaño en los diferentes ámbitos. ya se tratara de l.i i (lipiesa o la lamilia. tenía como contrapartida la constitución «olldiiridades y sostenes de los que hoy está en gran medida élf".|Mi|«do En rigor de verdad, este fenómeno no es nuevo. En Iu.•> aspectos, caracteriza la marcha a largo plazo de nuestras M li dudes, desde que el movimiento de la modernidad se empeña pin ni ranearlas a las fuerzas de la tradición y la naturaleza. Pero O'* Lili hace muy poco aparece claramente manifiesto el carácter •inlilv,ilcnte de esta emancipación. Por otra parte, las razones de “Ml" "'litación son complejas de analizar. Competen a la vez a una •vnIlición histórica del proceso de individualización y a un movi miento de extensión de éste. De Tocqueville en adelante, historia¿Uti'ft y sociólogos no han dejado de examinar el movimiento por »d i mil se deshacían los vínculos sociales tradicionales. Pero hoy NW1W S cambiaron de ritmo y de naturaleza. La afirmación posi tiva de sí mismo, característica de los años hedonistas y los períotloi ile emancipación, está acompañada en primer lugar por la neuMil.ul paradójica de hacerse cargo de su propia vida como una nueva carga. I.uuhién entra en consideración un hecho banalmente socioló#lm durante mucho tiempo, el proceso de individualización sólo na umbió a medios restringidos. En el siglo xix, una buena canti(Jtul ilc poetas o de artistas hacían el aprendizaje y la experiencia "r una emancipación que los entregaba más a sí mismos. Pero “la obligación de incertidumbre”19 se convierte hoy en un fenómeno
l.évy. 1975, pág. 197 |Trad. cast. El proceso de la civilización. Investi do iones sociogenéticas y psicogenéticas, México, Fondo de Cultura 11 odóntica, I989J. 19. Sobre este punto, cf. los artículos de Fran90i.se Coblence y Pierre i' 11 bel sobre el individuo en Passé Présent, n° I. 1982.
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de masas. La incertidumbre ya no es simplemente un modo de vi da deliberadamente escogido por círculos restringidos, escritores o dciridys, como en la época en que se identificaba con la s ida bohe mia.-11 En Lo sucesivo, al mismo tiempo que se unlversaliza la refe rencia a sí mismo, se impone en todos los dominios de la experien cia cotidiana, en la oficina, la escuela, la familia. Por ende, no se trata tanto de acusar a no se sabe qué “repliegue’ sobre la vida co tidiana como de constatar un proceso antropológico de alcance mucho más amplio. En esta perspectiva puede intentar compren derse el nuevo sentimiento de inseguridad que se expresa en nues tras sociedades. La sensibilidad a la inseguridad no procede únicamente de la multiplicación de la delincuencia menor. Obedece mucho más a la generalización de una relación más frágil e incierta con los hom bres y las cosas. El imaginario de seguridad es tanto más poderoso en nuestras sociedades cuanto polariza, en un deseo de orden cla ramente materializable. la respuesta a una compleja gama de situa ciones de precariedad c incertidumbre. A medida que flaquea el apoyo de las instituciones de encuadramiento y las normas socia les de conducta, brota una angustia tan difusa como apremiante. Incapaces de analizar claramente sus mecanismos, polarizamos nuestras actitudes sobre las formas más elementales de la tranqui lidad: la del retorno del gendarme y la de la propuesta “pararreligiosa", con el desarrollo del fenómeno de las sectas. El nuevo padecimiento psíquico
No es exagerado hablar a este respecto de una especie de pade cimiento psíquico. Por otra parte, ¿acaso no es para intentar miti garlo que se desarrolla el uso creciente de toda clase de medica-20
20. 1991.
C'l Jerrold Seigcl. París hohémt, IH.10 1930. París. Gallimar
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.......I" ’' -so m níferos, tranquilizantes y antidepTesivos-, de los que iB ttjic ta una ayuda para hacer frenie a todas las nuevas exigeni lu- y responsabilidades que pesan sobre nosotros? El lugar que til u» la droga en nuestras sociedades corresponde, por esta ra/ón. a mi verdadero fenómeno de civilización. La droga, en efecto, pro' 1 reconstitución del yo. de manera temporaria y ficticia, es tilmo, pem en todo caso durante un tiempo, aligerándolo del peso ilt l is restricciones. Los tranquilizantes permiten resolver la gran i mili.(dicción moderna: ser uno mismo y estar a la vez liberado de *1 misino. •odas las nuevas formas de hacerse cargo del individuo a las l|llt‘ |H»r su lado nos invita la telev isión, con sus reality shows y sus l o-gramas de confldeneias. participan del mismo objetivo: calmar ■i i" individuos con la instauración del espectáculo de su soledad - oino motivo paradójico de tranquilidad, ya que cada uno puede mu mitrar en la manifestación de un desamparo idéntico al suyo el ilgno de un cierto consuelo.21
/'/ individuo y la fam ilia I ste nuevo padecimiento encuentra también su resorte en la Imnsformación de los vínculos sociales más íntimos, como los de I|| familia. La pertenencia a una estructura familiar “clásica”, en Ilícito, ofrecía un punto de equilibrio al individuo, al mismo tiem po que lo insertaba en un espacio de sostén social y redistribución económica; también le recordaba que el mundo no empezaba con él. que estaba incluido en una genealogía, es decir en una historia, que le brindaba un punto de apoyo y referencia. La reducción crei n lite de la familia a un espacio contractual y la desposesión dis- o ta de esa unión tranquilizante con los otros, que representaban
2 1 - AtlU1' se puede remitir además a los sugerentes trabajos de Main ftlucnherg.
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el vínculo de La filiación y la manifestación de la cadena de las ge neraciones. contribuyen también poderosamente a agravar la sen sación moderna de inseguridad. Los trabajos de Irene Théry22 lo mostraron con claridad: La cuestión de lo privado, reprimida hacia la trivialidad por el debate intelectual, está en el centro de la crisis ideniitaria de las democra cias '.23 El espacio privado, en oposición al espacio publico, era. en la tradición del siglo xix, aquel en el cual el individuo aceptaba que su libertad fuera limitada por reglas de organización social de carácter prepolítico. Era una zona franca de la democracia, en la que se ejercían lisa y llanamente las reglas de la autoridad paterna. El espacio público, al contrario, era el lugar de la referencia co mún. y por consiguiente de los principios. Por eso mismo, era el lugar de la política, es decir aquel donde se definían las reglas so ciales destinadas a transformar el mundo y, sustrayendo al indivi duo del reino de la necesidad, hacerlo advenir como ciudadano Más: el individuo podía emanciparse tanto mejor afuera por estar sólidamente anclado en la tradición dentro del espacio doméstico; el segundo servía de palanca al primero. Semejante construcción, sin embargo, sólo funcionaba a costa del sometimiento de las mu jeres. En cierta manera, la excepción de ciudadanía impuesta a la familia, y por lo tanto a las mujeres, fue el precio pagado por la emancipación del individuo masculino: el hecho de que la estruc tura familiar tradicional no fuera cuestionada hizo que funcionara el pacto republicano, se acelerara la laicización de la sociedad, se desarrollara la sindicalización; en suma, que el trabajo de la demo cracia franqueara la etapa que conocemos. Ese momento pasó y la democracia se aplica a mantenerse de
22 Cf.. en especial. Irene Théry. Le Démariage, París. Odile Jacob. Igi)4. y “Vic privée et monde commun. Rcflexions sur 1 enlisement gesliminiiiii' du ilroii , Le Débui, otoño de 1995. 2 l Amenlo citado, pág. 138.
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■ pie sin las muletas de un modelo familiar cualquiera. Ahora bien uMOlibre con sorpresa que. en la práctica, ese proyecto plumea' ntuMemas: liberadora, la irrupción de la democracia en el corazón dr lu Iamiba liene unos efectos que no habían sido previstos. hn Francia, las curvas demográficas muestran que los datos ctimbian fundamentalmente a partir de mediados de los años sef1ar;>ser más precisos desde 1964. La enorme baja de la fe cundidad y la aceleración del alargamiento de la esperanza de vida reducen el tamaño de la familia ‘'inmediata'’ (padres e hijos) y auInenian el de la familia ampliada: en ella, es más frecuente la coe' 1 lcncla de cua,ro generaciones. Por otra parte, el descenso de la nupcialidad es rápido. De continuar las tendencias actuales, el |4 » ‘A de las parejas no se casarán. La mitad de los niños primornñuios y el 30% del total provienen de padres no casados. Liberad« por la ley, la divorcialidad expióla y el vínculo conyugal, como I'” ' ,lntll,ier en ^ s sociedades occidentales, se torna más precario. III índice coyuntural de divorcialidad es hoy del 35 %. Aumenta la proporción de familias recompuestas (en la que niños de padres iliNltntos viven bajo el mismo techo) y de familias monoparentales. M paisaje familiar, por lo tanto, se volvió plural, diverso. I stos fenómenos, desde luego, no describen una tendencia decadente de nuestras sociedades, sino una realidad sociológi■n La corriente reaccionaria del back to basics [“vuelta a los va l-i. s básicos '] está, desde este punto de vista, completamente (leslasada de las transformaciones de fondo de la familia. Que ha11*proyectos conyugales que fracasan, en efecto, no es sorpren dente ni dramático en sí mismo. Incluso es completamente norn..d Hombres y mujeres experimentan simplemente su libertad. 1 " que es menos normal, en cambio, es la actitud consistente en liivializar la cuestión, cuando ésta, sin duda, necesita respuestas • nmpensatorias. Se asiste a una extraordinaria despreocupación •Ir la política democrática sobre el tema, una especie de “momenliberal" caracterizado por un optimismo indiferenciado, que •Imlr lo serio de la vida humana" y reprime la cuestión propia
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mente política, que es la de la referencia a un modelo común, en este caso de la familia. Pues la crisis del vínculo conyugal genera al menos dos fenómenos. El primero es la desigualdad de las per sonas ante la aplicación del derecho de familia. El segundo es la fragilización de los lazos de parentesco, con todas las consecuen cias que acarrea. El retroceso de la justicia La modernidad, tal vez justamente porque conduce a la repre sión de lodo absoluto, emancipó al individuo cuando introdujo los principios democráticos en el corazón del espacio doméstico. Las relaciones de sometimiento intrafamiliares fueron sustituidas por relaciones de connivencia y confrontación, sobre una base de igualdad, entre hombres y mujeres. La familia democrática se con virtió en un foro, cuyos conflictos son regulados por el derecho. Pero se trata de un derecho sin un verdadero contenido de princi pios, un Corpus de procedimientos de gestión de lo cotidiano fun dados sobre argumentos de oportunidad y lactibilidad. Jueces y asistentes sociales, casi indistinguiblemente, son los encargados de su puesta en práctica desde el momento en que se declaran los conllictos. Pero, en ambos casos, se trata siempre de encontrar una solución en la urgencia del presente, sin relerirse a principios su periores. En consecuencia, el espacio privado sólo se libera de su predeterminación arcaica para ser regido por un semiderecho. Éste codifica unas prácticas efímeras y se limita a tratar de aportar su contribución para que lo cotidiano no funcione demasiado mal. De derecho “antropológico”, enunciado! de principios, pasa a ser un “derecho-plomería”, y finalmente un "derecho de las disputas”. El problema radica en que, al imponerse la negociación por encima de la aplicación de la regla, el juicio de equidad se impone a la jus ticia: en un proceso sin reglas, es muy difícil defender al débil contra el fuerte. Elemento importante de la crisis de la civilización democrática.
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IH«Nfera privada se convierte entonces en un lugar de conflicto .ri/i botina. El desenlace de un conflicto conyugal va no es previsible. I**uniones alimentarias demasiado bajas o impagas, brutal redistrihllrión de la autoridad parental.-4 problemas complejos de vivien da: otras tantas cuestiones zanjadas sin cesar por jueces que sin »Mil..ngo eslán desguarnecidos c imponen a los individuos gigani« m is incertidumbres. ¿Cómo sorprenderse, entonces, de que aso me en Francia un modelo de tipo americano, en el cual la relación ""ersexual se vive en el orden de la amenaza? ¿Y cómo no ver •I1"' mecanismo semejante de regulación de las relaciones intra1"tililiares privilegia naturalmente a los bien dotados, aquellos que linu n recursos para pagar abogados y pensiones alimentarias y por tener acceso a la información, pueden orientarse en el la berinto de las normas? Todo ocurre como si la nueva economía i "«yugal sólo fuera sostenible por los hogares pertenecientes a lo rtlif de la jerarquía social, cuando en realidad ejerce una presión """nativa sobre la sociedad en su totalidad.24 25
24. Por lo demás, la prensa del corazón trata habitualmente estas • tiiMtiones. desde el punto de vista de “Fulano luchó para obtener la tiii.inlii de sus hijos. Hoy. en calma y con su familia reunida, descansa en ni propiedad de...” 25. El ejemplo de las mujeres de trabajadores autónomos no agrícolas luí tésanos, comerciantes) es ilustrativo a este respecto: en el caso de quieiii '. secundaron a sus maridos en su trabajo, sin que su colaboración fue"j (,bÍct0 dc un reconocimiento oficial, la ausencia de status profesional desemboca en un drama en caso de divorcio. "Al arruinar el proyecto co lectivo que estas mujeres habían suscripto, el divorcio genera situaciones *I"1’ conducen a hacer un balance. Todo lo que antes aparecía como una ventaja se revela negativo. Ruptures conjugales, situarían des femmes d jndépendants non agricoles, CNAF, col. “Espaces et familles", n° 25.
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El costo de la desafiliación Por olía parte, y aun cuando la modernidad se Lea en primer lu gar como negativa a definir autoritariamente la naturaleza del hombre, queda en el campo de la lamilla una retercncia última. cu ya perennidad proviene justamente del hecho de que se dctine por contraste: la idea de que la familia no se reduce a la acumulación de una infinidad de microcontratos. Incluye desde luego esta di mensión, aunque sea por la multiplicidad de los intercambios de dones y contradones sobre Los cuales se organiza su cotidianidad Pero aí mismo tiempo recubre la inscripción en la descendencia y el proceso de la transmisión intergeneracional: en suma, cierta re lación con la humanidad en la larga duración. Ahora bien, podría ser que, llevados por el movimiento de la individualización, con cebida como "libertad sin límites para instituirse a sí mismo",26 hubiéramos olvidado esa parte de anclaje de la familia en la cons trucción social, que consiste en procurar sobrevivirse a sí mismo a través de la descendencia, en que se tienen deberes, una especie de deuda primaria de solidaridad para con aquellos en quienes se en cama ese deseo y. en especial, el de vincularlos a un puerto de amarre del que puedan lanzarse a asumir su libertad. Si la pertenencia es el tesoro de quienes tienen la suerte de go zar de ella, es en cambio la tumba de aquellos que. cada vez más numerosos, no se inscriben en ninguna trayectoria familiar estruc turante. Como lo muestran las encuestas realizadas entre erremistas”, toxicómanos o presos, el aislamiento familiar desempeña un papel determinante en los fenómenos de ruptura social. También a ese respecto puede hablarse, como Robert Castel. de desafina ción”. Allí se juega una parte importante de la crisis de identidad e interioridad que parece desarrollarse hoy en día. Sin embargo, una profunda indiferencia rodea a la comprobación de una distancia
2<> lliiil-, pilg. 142.
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|W« UM1ICen lie quienes triunfan de la crisis de la familia y quieres "" '!"n “ d c ®™no Y también allí hay problemas de los que se Ml'iimi el discurso político. p llcilio fundamental, la revolución de la conyugalidad tiene por lo tanto un costo social probablemente muy importante, nunca cn L'ifras. Generadora de una gigantesca mala conciencia ' "'bpnrtida, es indiscutible que alimenta los fantasmas de desapa"nón de la cohesión social. Nutre igualmente la impugnación de ||| n Clases privilegiadas, juzgadas tanto más responsables de la dil'i'.inn del modelo por tener, en lo que a ellas respecta, los medios (Ir asumir sus costos. ¿Saben las clases privilegiadas, por ejemplo, une existen franceses que ahorran para poder divorciarse? Ih lincueni ui y desunión soc ial Las nuevas formas de delincuencia que atraviesan nuestras so ciedades traducen igualmente, a su manera, ese fenómeno general de desunión social y fragilización que hemos subrayado rápida mente. >a no son los atentados a los bienes (robos) sino las “pato logías del vínculo social” (actos de incivilidad, violencias sexua les, trastornos sociales y familiares) las que constituyen hoy la parte esencial de la actividad de los tribunales. Algunas cillas bastan para ilustrar la cuestión. Lo que explica en esencia e* aumento de la población carcelaria desde hace unos quince años es la delincuencia juvenil, la toxicomanía y la inmi gración clandestina. En la actualidad hay cincuenta mil personas detenidas, lo que corresponde a un índice de detenciones de 84 ca da cien mil habitantes, comparable al de Alemania (78), Gran Bre taña (93) o Italia (80). El 30% de los detenidos son extranjeros en situación irregular, y la suma de los clandestinos y los toxicómanos representa más de la mitad de la población carcelaria francesa. El incremento en las estadísticas carcelarias no se debe a un au mento de los encarcelamientos, sino a la prolongación de la dura ción promedio de éstos de 3.6 a 7,6 meses. En cuanto a la cantidad
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de personas que ingresan a prisión cada año. ha bajado un tanto <83.000 en 1993 contra 97.000 en 1980). Se comprueba entonces el agravamiento de las sentencias, sintomático de una sociedad que comienza a refugiarse en la penalización. Siendo así. y para relativizar La gravedad del diagnóstico, se advertirá que. según el rmsmo método estadístico, la cantidad de detenidos en los Estados Unidos es de 385 cada cien mil habitantes, o sea 4.2 veces más que en Inglaterra y 4,6 veces más que en Francia. La transformación que vivimos no es entonces la primicia de algún alineamiento con el modelo norteamericano, sino un proce so que responde a una lógica peculiar de Europa. En cuanto a las causas del encarcelamiento, cambiaron mucho en diez años. La proporción de robos sin agravantes disminuyó considerablemente (55% de los condenados en 1974, 20% en 1995). mientras que las infracciones a la legislación sobre estupefacientes se multiplicaron (21% de los detenidos, contra 14% en 1987). con índices impor tantes de reincidencia. Todos los profesionales de la justicia lo dicen: la delincuencia de los adolescentes tiene un carácter bastante claramente ¡niciático. “Para numerosos jóvenes delincuentes que abandonaron muy pronto la escuela y viven en familias sin padre, sin ninguna pers pectiva de empleo, la delincuencia les ofrece una oportunidad de probarse, de hacerse viriles, en suma, de socializarse, aunque sea de manera negativa.”27 El modelo francés de inserción de los jóve nes, que privilegia la inserción tardía, alrededor de los treinta años, conduce a la instauración en la trayectoria de las edades de un pe ríodo obligado, posadolescente, marcado por la denegación de to da identidad social a los individuos. Produce en quienes tienen la posibilidad de proseguir sus estudios la reivindicación de un "sta tus de estudiante”, y en los demás, confrontados con un mercado
27 AnUtine Garapon. Le Gardien des promesses, París, Odile Jacob, 1996,prtg 121
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i' «i que no los quiere, una anomia que con frecuencia se ira«|lbH>4* t*n delincuencia de transición Esta es tanto más fuerte por el Im Ir de que los mismos •'iniciadores" adultos (en especial el enIiMimi Iiiiiiiliar, pero también el empleador que se niega a adminisH#l el período de paso a la edad adulial se vuelven más "perezo" Se mtrtxluce asf una subcultura delictiva, marcada por la iUM'ui i.t de contacto con los padres, y tanto más tiránica para los MltMilwm del grupo por haberse desvanecido la autoridad exterior ■U<> explica que en la actualidad la juventud aporte el grueso de | p eoniingentes en los tribunales. I I carácter ¡niciático de esta delincuencia se trasluce en la natuWliva misma de los delitos cometidos. En muchos de ellos, "lo HHorilurio es menos la ganancia económica (con frecuencia, el bo rní i- tira o se liquida) que el beneficio ideniitario"2829 obtenido limii a los pares, pero sobre lodo frente a los adultos, a quienes se las Impone con ello una objetivación de la confrontación. Ahora bliMi. la mejor manera de lograrlo es alentar, mediante la multiplirm Ion de las tropelías, contra la identidad misma de las personas. I os desmanes (paredes pintarrajeadas, vandalismo, vidrios rotos, tnii's rayados, espejos retrovisores arrancados, hurtos menores, lin/Miies violados, escándalos nocturnos, etcétera) se multiplicaron fleicnlemente tanto en Francia como en los demás países occiden•■'I* l a limpieza que hace la RATP' de los vagones del metro |iliiliirrajeados ha llegado a representar hasta setenta millones de fílmeos por año. También crecieron las agresiones verbales contra los docentes y los casos de extorsión \racket\ entre estudiantes.30 I us robos de bicicletas o ciclomotores son la regla, y el vandalis28. Ibid. 29 Ibid., pág. 120. * RATP: Réseau Autonome du Transpon Parisién |Red Autónoma ■•• I Transporte de París] (n. del t.). 10. Cf. el informe Léon. que data de 1983. citado por Séhastian Roi lie. “Les incivilités. défi á l’ordre social”. Projet. verano de 1994. Véa-
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mo con ira Jos vehículos se expande. “Estos desmanes representan atentados contra el orden público corriente, no ne cesar ¡ámenle tal como lo definen los poderes públicos, sino como se lo construye en la vida cotidiana”,51 señala con jlisteza Sébasttan Roché. Impre visibles aunque permanentes, alternativamente distantes y abrupta mente inmediatos, conducen a pensar el universo cotidiano en el orden de la amenaza, porque elementos esenctaLes de la identidad (la vivienda, el auto, la escuela de los hijos) son degiadables aJ nutunt. Esta delincuencia es naturalmente coherente con el conjunto del paisaje social que se ha descripto. Se nutre de la crisis del indi viduo, y golpea “donde duele”. Al hacerlo, es tanto más eficaz porque el aparato penal, sobrecargado, no se preocupa por lo que califica de “contrariedades”. El ministerio público archiva alrede dor del 70% de las causas, en especial las referidas a cheques sin fondos y hurtos menores (inferiores a los 500 francos), a fin de evitar el atascamiento de las jurisdicciones, mientras que los servi cios policiales, por su cuenta, omiten comunicar a las autoridades judiciales toda una serie de pequeños delitos, limitándose a inscri birlos en el “libro de entradas” de la comisaría. Al sacar partido de sus ventajas hasta el extremo, la delincuencia “común” obliga a la sociedad, por lo tanto, a tomar nota de su incapacidad para definir una norma e imponerla. Encarnado en la materia por el mundo adolescente, el vacío normativo engendrado por la emancipación democrática se vuelve contra la sociedad misma en lo que ésta tie ne de más profundo y natural: el gusto por la estabilidad. Así, frente a los adolescentes, no es un mundo adulto estabili zado en su ser el que niega temporariamente una identidad social a31
se igualmente, del mismo autor, La Sociélé ¡acivile. Qu est-ce que I'irisécunte.’, París. Seuil. 1996. Cf. Mugues I agrnngc. I.u Cnilitéá l’ipreuve. Criiite el senliincnt d'insécurité. París. Pl' I 1995. 31. Sebastian Roché, up. vil., pág. 3K
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|(M Individuos y que. par consiguiente, tolera sus desbordes: al li'iii' ario, es un mundo sin brújula que. por un lado, no admite que identidad sea aún más cuestionada porel mecanismo de la insoIRtlt'lii. sobre todo cuando asume la forma ubicua de la pequeña ' i* b"i uencia y, por el otro, se opone en cambio a que pueda emiidiTsc colectivamente, es decir por lo político, una reflexión v'i n la idea misma de norma. El mensaje dirigido a los adolesMMitcs es contradictorio, por lo tanto, y se expresa en dos impeTa|NM incompatibles: I) "Deben respetar las normas del mundo de luí adultos", y 2) "Deben asumir su responsabilidad de individuos f n un mundo sin normas". Se trasluce así la dificultad que tiene el Individuo democrático para aceptar las consecuencias de su con»• I» mn de aquí en más privativa del orden público. Quiere cosas a 11 medida para sí y orden público para los demás. I I problema de la toxicomanía Entretanto, los trastornos identitarios que revela la delincuencia H* refuerzan aún más en el caso de la toxicomanía.32 En un períoiln de treinta años, ésta evolucionó de manera considerable. Hoy yii no se consumen drogas para evadirse sino para ser más fuerte, pnrn sentirse a gusto consigo mismo. La droga afecta a todos aque llos que carecen de esos materiales culturales y simbólicos que permiten crear una identidad, alimentar una interioridad. Como la suciedad no ofrece a la interiorización nada valioso que no sea uno mismo, son los psicotrópicos los que van a permitir el “autoconsumn de s f \ De resultas de ello, la impotencia de las familias y los • iHornos sociales para hacerse cargo de las personas más frágiles, transmitiéndoles un patrimonio de "defensas internas", tiene por consecuencia, tanto en Francia como en otras partes, el fortaleci-
52. Sin hablar del suicidio o del aumento del consumo de ansiolítlcos.
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míenlo Je la función de "asilo social” de la pasión. La penalización de la posesión de estupefacientes en un contexto de aumento del consumo explica la elevación de las estadísticas penitenciarias: las cárceles están cada vez más pobladas de individuos a los cuales no se sabe darles un Jugar en la sociedad y que no logran encontrar uno por sí mismos. Pero el debate mismo en tomo de la prisión revela lo extrema damente difícil que le resulta a nuestra sociedad pensar su relación cor la norma. Aquí, el problema debe relacionarse, de manera más general, con la tensión a la que la sociedad moderna somete a sus miembros. Éstos necesitan simultáneamente darse un sistema de valores, construirse una identidad amenazada sin cesar y construir su relación con los otros. Así, el sujeto democrático debe luchar permanentemente en dos frentes: avanzar, pero al mismo tiempo asegurar su retaguardia, y consolidar cimientos cada vez más frá giles. El derecho, al contrario de lo que podría creerse, no siempre aporta los puntos de referencia necesarios. En efecto, da cada vez menos referencias comunes y se remite de manera creciente a los mismos interesados. De aquí en más. el sujeto se consagra como su propio legislador. La cuestión de la droga puede entenderse en ese marco. Tam bién aquí la norma exterior, que asume la forma de la prohibición, tiende a convertirse en norma interior. En lo sucesivo corresponde a cada uno controlar su “consumo”, como si el peligro ya no estu viera contenido en el producto sino en el uso que se hace de él. A partir de ahora, la palabra clave es “mesura”, como si en el fondo correspondiera a cada uno arreglárselas para conocer sus límites y darse sus propias normas. La despenalización de las drogas, que puede ser considerada oportuna en términos de políticas públicas, plantea en esta perspectiva temibles problemas. Puede conducir a un aumento de la libertad en el caso de las personas capaces de go bernarse a sí mismas, pero entraña paradójicamente tina sensación reforzada de abandono para los jóvenes "perdidos” de los subur bios Se cierra entonces el círculo vicioso, puesto que, en el origen
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d'"l ' mi Mimo creciente de drogas, es en gran medida la disolución ib* l.i. referencias normativas la que crea la necesidad de depen den» tu. IVio la constitución de una relación más ambigua con las norMm desde luego, no se limita a este caso. Éste participa de nn i» "i inclín más general, que el retorno vigoroso del tema de la pruiIhi . i.i ilustra con claridad. Se pide a cada uno que “preste atenVlnii' I I industrial y el automovilista, el médico y el investigador. |itn sometidos al mismo imperativo de precaución. Si la ley ya no Ir-, prescribe siempre lo que hay que hacer, les ordena interiorizar ...... . las consecuencias posibles de sus actos, trans.......lindo profundamente la noción clásica de responsabilidad.33 hl espejo del cine ll También aquí, tal vez sea la producción cinematográfica la que |Mi'|or dio cuenta de las rupturas genealógicas y las nuevas formas di \ tolencia que traducen el malestar contemporáneo. luí primer lugar, una violencia interior: violencia de quien se aventura en los dédalos de la droga, violencia de quien se enfrenta ii la experiencia del suicidio (La Vie des morís de Arnaud Desple• Imii. Luego, una violencia exterior: aquella de la que dan prueba iina nes se lanzan contra una sociedad que los pone al margen, lia ia de juego, aquella de quien se esconde en los bajos fondos ur banos porque no queda otra cosa que hacer que convertirse en “Justiciero" cuando el mal merodea y todo vecino es un criminal i'ii potencia. La obra de Luc Besson lo ilustra perfectamente. De i»Mc modo, describió sucesivamente la violencia interior (el bucea-
U. Sobre este punto, cf. la obra de Laurence Engel. La ResponsabUiii ni trise, París. Hachetle. 1995, y los diversos artículos de Fran^ois I wald sobre la responsabilidad y la noción de precaución, publicados en la revista Risques.
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dor Jacques Mayol juega con la muerte, la droga y el suicidio al son de una música acuática en Azul profundo [Le Grand Bien]), el desencadenamiento de la brutalidad casi terror isla de una banda, una de cujas integrantes -Nikiui [ídem]- será utilizada y manipu lada por los servicios secretos; por último, el desborde salvaje de Léon [El perfecto asesino], que, escondido en su guarida, se salva matando "al resto del mundo” y haciendo saltar por los aires la ciudad y los cuerpos. El eco despertado en 1995 por la película de Mathieu Kassovitz. La Hairte,34 está menos ligado al hecho de que sea un "film de los suburbios" que a la eficaz puesta en escena de tres jóvenes que forman una banda y no pueden salir del ciclo de la violencia, condenados como lo están a caer en el vacío, como si la ausencia de mediación les impidiera escapar del círculo infernal de la ven ganza. Ya sea que se examinen las nuevas identidades de un mundo del trabajo confrontado con la crisis de la condición asalariada, o bien las formas inéditas de la violencia (Le Petit Criminel, de lau ques Doillon), en cada oportunidad se nos expone a un mismo in terrogante desasosegado: ¿dónde están las mediaciones, dónde es tán los vínculos que permitan evitar la deriva o la caída libre? En J'embrasse pus, André Téchiné mostró cómo la novela de educa ción republicana del pequeño provenzal que quiere llegar a París para tener éxito, muy pronto toma un mal cariz. Aun cuando la fic ción exacerbe naturalmente el malestar contemporáneo al ennegre cer sus “historias”, la comprobación inquietante de una crisis de la integración, que aparece como un leitmotiv, no deja de pesar sobre unos sujetos que ya no saben demasiado a qué y a quién aferrarse. El desvanecimiento de las referencias se hace sentir igualmen te en el doble terreno de la relación entre los sexos y entre las ge-
14 (’l Olivier Mongin. "Rcgarde-les tnmbri. A propos de La Haine ile Miilhleu Kftssovltz”, Esprit, agosto-septiembre de 1995.
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M UI Iones Desde hace algunos años, la relación sexual, la relaIflu »mre hombres y mujeres, se presenta en la pantalla grande tu ti la latina de un malestar creciente O bien vemos hombres que (yin no miran a las mujeres lRegante lea hornmes tomber. de Jac|jVM* Audiard, Max v Jérémie [Max el Jérémie], de Claire DeveTS) 0 l'u n.»orno ocurre en La Haine, asistimos a la caída Libre de los n )f mi»i is de una banda de “tipos” sin ''amiguitas” . Subsisten no Mftluiile madres que mantienen por sí solas familias en las que el Hjfrc es el gran ausente. Este mundo, en el cual la relación sexual **•* iiilh il o está oculta, es de entrada un mundo sin padres, en el tjiii» Iii ligura de éstos es imperceptible. Un mundo sin padres re pulí menos a la idea clásica de la Ley que a la ausencia efectiva Itf ríos padres nómades, que en la sociedad del “descasamiento” Un viu ilan, en algunos guiones, en robarles las “amiguitas” a sus !il|i*., como si se apoderaran de una historia que no les es propia (jaeques Doillon en La Filie de quinze ans, París s'éveille, de Ollvtcr Assayas). Un mundo en que la familia está en vías de Miun posición-recomposición permanente; una sociedad en que se iun parten los hijos un J'in de semana por medio [Un week-end ttu iln a 1, para recordar el título de un film de Nicole Garcia; una niel edad en que La joven [La Jeune filie] (título de la última pelíMUlii de Benoit Jacquot) debe trabajar y al mismo tiempo ocuparM de su hijo. En estas películas estamos muy lejos del espíritu de los guiones nucidos del pos-1968, en los que la preocupación era inventar una poligamia dichosa y las condiciones de una gran familia. La des1(imposición familiar se vive en lo sucesivo como una alteración ■le la relación con el tiempo y la genealogía, es decir, con la mane ta como un individuo puede inscribirse en una historia y una filiai ion, Paralelamente a la depresión familiar, entonces, se pone en escena un mundo en que el peso de la memoria histórica e indivi dual es más grande que nunca, en que la cuestión de la muerte ace>lia en la relación sexual (el sida, del que Noches salvajes |Les Nuits fauves], de Cyril Collard. es el film de culto, desempeña allí
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un papel decisivo). Si el vínculo genealógico se vuelve más frágil, está menos asegurado y es menos tranquilizanLe, el indis iduo se inscribe con más dificultad en una historia, como lo vemos tam bién en Peiirs arrangements avec la morí, de Pascale Ferran. en que el recuerdo de un hijo desaparecido es lo que motoriza el guión. El presente, el pasado y el futuro soportan ritmos cada vez más discordantes: en síntesis, a través del vínculo genealógico, la que sufre es la relación entre las generaciones en el momento mismo en que el equilibrio generacional resulta perturbado por los proble mas del Estado providencia y la urgencia de inventar una cuarta edad difícil, tanto más delicada de vivir porque nos gusta muy po co la cercanía de la muerte (véanse Mi estación preferida |Mu saison préferée], de André Téchiné, y Nelly el M. Arnaud, de Claude Sautet). Pero el peso de la memoria responde aún más a los presenti mientos de un futuro difícil: en La Semine lie. Arnaud Desplechin cuenta la historia rocambolesca. al menos en apariencia, de un jo ven estudiante de medicina que encuentra en su valija una cabeza de muerto después de una noche pasada en el tren que lo trae des de una ciudad cercana al Berlín posterior a la caída del Muro. La historia del siglo está hecha de cabezas de muertos tumefactas a las cuales hay que dar un rostro, una memoria.4
4. EL DESPERFECTO DE LO POLÍTICO Hemos ingresado en una era vaga de lo político. Todo o casi to do parece blando y recauchutado: las ideas, los proyectos, los pro gramas. Todo el mundo lo percibe con claridad: vivimos un perío do de transición. Pero el problema es que nadie sabe muy bien hacia dónde nos lleva. La comprensión tlel presente se nos escurre extrañamente entre los dedos Conservamos permanentemente un gustito aere en el fondo de la boca, poro sin saber demasiado qué es
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lll i|in> It» provoca. A menudo, debemos contentarnos con un diugtftilli o ilitnasiado genera] para ser verdaderamente esclarecedor. * Vemos con claridad que lodo un conjunto de ciclos intelectuali'*< i*' Uticos e institucionales terminan al misino tiempo. Un sínPUtii fundamental, y a la vez difícil de descifrar, domina la coyunM»ot que atravesamos: la deconstrucción casi completa del espacio Id..... •l-’ico y político de antaño. Las ideas y los programas fueron Mi*ion;idos o se desplomaron y ya no dejan percibir más que un |Mlxii|c caótico de vestigios decrépitos y certezas derrumbadas. El ■tlmuo sistema de partidos está completamente desarticulado. El flgno más notorio de esta situación radica sin duda en lo que pueiIt Humarse “la decadencia de los partidos históricos”. I «le movimiento ya era perceptible a mediados de los años IHhrntu. El advenimiento del fenómeno Le Pen traducía con clariiliul una especie de sacudida subterránea, pero en principio había l difícil identificar sus líneas de falla en las profundidades de lo mi mi l-ue posible contentarse con interpretar el fenómeno con la nuda de las claves de análisis político más tradicionales: referenUlns a la extrema derecha, al retorno de un “fascismo” que crecía liiiiln con la escalada de la desocupación. Pero hoy vemos que Le !'«a no representaba más que el primer síntoma de un fenómeno •|iu! es evidentemente mucho más amplio. Los calificativos más inmediatos para captarlo giran en el vacío. Todo el mundo percibe i mi claridad que no basta hablar de populismo en política y de ex• lusión en el dominio social para comprender la naturaleza de las conmociones que vivimos sin entenderlas demasiado. / n cuestión de las elires Muchos se contentan con estigmatizar a tus élites y denunciar una especie de abandono social de las poblaciones más desampa rólas. Sin lugar a dudas, hay una parte de verdad en esa eonstatai ion. Es indiscutible que el abismo entre el país y sus elites se ha agrandado. Varios factores contribuyeron a ello. En primer lugar.
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eL modelo republicano de la promoción meritocrática funciona con más dificultades en una sociedad a La que la situación económica hace más viscosa Al mismo tiempo. La celebración republicana dé las elites deja paso a la denuncia de los privilegios de una casta La comprobación no sólo proviene de las filas populistas. Es uu hecho innegable que Ja relación de las elites con la sociedad fran cesa cambió de naturaleza en veinte años. Se ha cerrado la era de los grandes servidores desinteresados del Estado, a imagen de los Frangois Bloch-Lainé o los Paul Delouvrier. Poco a poco, las eli tes, con su acumulación de privilegios excesivos y la prestación de muy escasos servicios, comenzaron a parecerse a la nobleza del Antiguo Régimen. En esta constatación objetiva radica uno de los puntos centrales del malestar político francés. La crítica a las elites da aiin más en el clavo cuando apunta a su extrema uniformidad. Es bien sabido que los dirigentes de empre sa, como los altos funcionarios o los hombres políticos, fueron for mados en una muy pequeña cantidad de escuelas comunes (ENA. Politécnica, HEC, etcétera).35 Lo que era una fortaleza en la época en que dominaba un modelo centralizados se convierte en una de bilidad y una causa de descontento en una sociedad civil más autó noma. El modelo sociológico, cultural y hasta intelectual que en caman las elites quedó así progresivamente desfasado con respecto a las transformaciones de la sociedad. Asuntos como el desorden del Crédit Lyonnais llevaron justamente a denunciar los efectos perversos del espíritu de cuerpo en el seno de elites demasiado ho mogéneas. y no hicieron más que acelerar la percepción de ese desfasaje. La percepción de las elites como casta separada, por
35. Cf., sobre este punto, las indicaciones dadas por Michel Bauer y Bénédicte Bertin-Mourot en sus diferentes trabajos: Les "200". Cam inent devient-on un grandpatrón?, París. Seuil. 1987. y L'Accés au sommet des grandes enireprises franca ises. ¡9H5-I994, París. CNRS. 1995. |ENA: École Nationale d’Administration; IILC: Mantés Études Commercielles (n. del l.).|
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•ii i |-mi luc tanto más (iierte por el hecho deque su liomogeneLilinl i »•ni' i -tuba con una opacidad social creciente. Mt toen aquí, además, lo que se considera como emblema de la Ikiiiu.iUl id moderna: en lo sucesivo, el imaginario político asimil*i .1 11 cines a la categoría de quienes no han comprendido el pent tli l.i • dilicultades cotidianas de la población porque no las vim i Al ludo de un “pueblo” que vive en el presente, las elites |v» i> lucra del tiempo. No conocen el desempleo y no sufren, ni ii ii icniporariamente, el fenómeno específico de desaparición km |nl que acarrea. Como las celebridades de la página “Gente” de /W m Match, no mueren. Es obvio que sus hijos asisten a buenas ■aniclus, y que sus miembros no pierden tiempo en los transportes piilili. os y residen apaciblemente en los barrios seguros. Se las |ii o ihc lantasmáticamente como una zona franca del cambio so• |til I a sociedad se mueve y se retuerce, pero las elites siguen iii mío el punto fijo. Con razón o sin ella, encaman lo inaceptable «mi una sociedad democrática, la desigualdad fundamental de deslinos. Mas allá de esta denuncia moral de las elites, también habría qui mencionar la parte que éstas tienen en la fabricación de cierta mitología de la “sociedad bloqueada”. Vale la pena destacarla, aunque sea rápidamente. La sociedad francesa exhibe, es cierto, rii-1.l.-ccs bien conocidas concernientes a la vez a la estructura de su inlministración, el modo de funcionamiento de sus empresas y la pesadez de cierto número de eorporativismos sociales. Pero, a liu r/u de no comprender las cosas más que con la ayuda de ese • Miiccpto demasiado global, uno se vuelve incapaz de captar sus Inmsformaciones a fin de poder actuar sobre ella. Si a veces la sociedad francesa parece difícil de cambiar, esto se debe, en muchos casos, a que no consideramos sino una socieilud imaginaria. Por no percibir la complejidad de las cosas, nume rosas medidas no alcanzan su objetivo. Detrás de la omnipresencia del tema de la “sociedad bloqueada", aparece así una cierta utopía mi ¡onalizadora de las elites francesas. En efecto, éstas siguen es-
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tando fuertemente marcadas por la certidumbre de que la huen.i pol ¡tica o la buena administración consisten en efectuar, sobre un í sociedad maleable, las transformaciones que impone la razón, bl tema de la sociedad bloqueada constituye, en cierto modo, ei mero reverso analítico de este voluntarismo. En muchos casos, los qu.se denominan bloqueos de la sociedad uo hacen más que retlejui una visión demasiado elitista, estrecha y centralizada del cambio social.36 Sin embargo, no hay que quedarse en este análisis. Si los fran ceses están malquistados con el mundo político, esta distancia no puede comprenderse simplemente como el reproche de un pueblo traicionado por una aristocracia encerrada en sus despachos o en los palacios nacionales. La denuncia de las elites traduce también una especie de falla de la imputación en nuestra sociedad. Cuando ya no se puede denunciar al sistema, uno se la toma global y vaga mente con “los de arriba". En cierta literatura y para una parte de la opinión pública, las elites se convierten entonces en una útil contrapartida de los inmigrantes, como chivos expiatorios, opues tos y complementarios, de los males que sufre la sociedad. La decadencia de lo colectivo El malestar político francés también debe aprehenderse de otra manera, a partir de la doble constatación que hemos efectuado: la menor legibilidad de la sociedad y la degradación de la capacidad de regular económica y socialmente el sistema.
36. Para diferenciarse de este uso recuperador del tema de la sociedad bloqueada que había lanzado a principios de los años setenta. Michel Crozicr publicó recientemente La Crise de rintelligence (París, Inter Editions. 1995), con un subtítulo ilustrativo: Essai sur l'impuissance des élites a se rifarmer (Ensayo sobre la impotencia de las elites para reformarse). En ese libro, critica los bloqueos que provienen de la cumbre de la sociedad.
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I u primer lugar, se borraron las referencias sociales habituales ■ bilí». Insistido en ello-, alimentando un doble malestar social y iilliu o En la actualidad ya no existe un equivalente de lo que anmtt. i unid ¡tula la clase obrera como fuera de integración e identilllft' i"ii 'J El hecho mismo de la lucha de clases, por otra parte, *••>11|il ha acompañado una lenta inversión de las situaciones y Hp representaciones colectivas. Los efectos económicos de los Mluvi.s modos de producción se conjugaron aquí con los más anilógicos de la individualización, para hacer más problemáticos H | mecanismos de identificación colectiva. Al mismo tiempo, nos ........ hoy en día corno si nos hubieran empujado brutalllu ni» hacia atrás, en una situación comparable a la de principios ilrl ilglo xix, antes de que la “cuestión social” hubiese sido formuliiilu intelectual mente, asumida institucional mente y encamada en lilla lucha colectiva. Con esta diferencia esencial, sin embargo: que ninguno de los mecanismos económicos y políticos que habían mrrmitido la constitución de la clase obrera como sujeto de la hisliiriii encuentra hoy su equivalente. I ras haberse descompuesto, en cierto modo, lo que se denomi né m "lo social", surgen nuevas formas de expresión de la demaniln política. Las reivindicaciones y aspiraciones, que podían ser Unificadas, canalizadas e instrumentadas por las organizaciones «iindicales. se transforman en apelaciones directas al Estado, al margen de todos los procedimientos y medios de expresión que constituían justamente ese social. Toda una relación perversa con la política procede de ese hundimiento de las formas tradicionales
37. Esto no significa que la “clase media" lo haya absorbido todo. En • tocto, queda una categoría importante, tal vez hasta mayoritaria, de asa lariados con sueldos escasos y difíciles condiciones de vida. Pero ya no luí man una clase que brinde una posibilidad de identificación común.
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de representación, social. Así, el ascenso del Lepenismo y ladees dencia sindical están interconectados: representan las dos caras de un mismo fenómeno de descomposición social y sustitución polín ca perversa. La desapañe ion de lo colectivo conduce además a formas inédi tas de crispación en la sociedad. Cuando ya no aparece ninguna re presentación positiva del progreso, se imponen el mantenimiento del siatu quo y la defensa de las “conquistas sociales adquiridas" Por otra parte, ni siquiera hay ya una verdadera acción colectiva en el sentido propio del término, es decir, de acaón productora de so lidaridad y cambio social. No subsiste más que una suma de meca nismos individuales o calegoriales de defensa, que hacen imposible la universalización de las reivindicaciones, como en una lógica clá sica de acción de clases. Los movimientos sociales de diciembre de 1995 lo ilustraron a las claras. El desperfecto de lo político Cuando los mecanismos económicos y sociales de regulación no funcionan más, cuando los individuos se sienten “peloteados" en una sociedad que les ofrece menos puntos de referencia y cuan do la maquinaria económica parece, con razón o sin ella, escapar al control y estar demasiado gobernada por las fuerzas impersona les de los mercados, se instala lógicamente un sentimiento de mie do. Todo pasa a percibirse como una amenaza virtual. De allí la suma de una serie de fantasmas y efectos perversos que corroen tanto el vínculo social como las formas de la vida democrática. Cierto trastorno identitario se mezcla con el vaciamiento de la vi da política para generar un verdadero desperfecto de lo político. Las nuevas fragilidades de la sociedad francesa son complejas. Proceden en primer lugar de ese trastorno identitario que la atra viesa Kn un contexto en que se han incrementado las desigualda des económicas y la precariedad, la cuestión de la nación recuperó su lugar central. De allí el malestar que se expresó en el momento
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ll* ln ratificación del Tratado de Maastricht. en que la mitad del | hi »mintió un miedo súbito de escuchar el tañido fúnebre de lo que fl)tr
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diferenciaciónpositiva del sistema político. Es esto lo que, parado jiramente, creó cieno vacío. Los franceses dieron vuelta, la página de la mitología revolucionaria, pero aiiii no han sabido reir ventar una sana división política. Se trata también de un electo cultural de la prcgnancia de una visión racionalista de lo político, que ve en la administración de las cosas la condición necesaria de una su peración de los enfrentamientos políticos. En ello se ve que a Francia le cuesta tanto más reformar el marco político de su vida nacional por no haber podido apoyarse ni sobre una tradición libe ral ni sobre una socialdemócrata. que ofrecen, una y otra a su ma nera, un marco positivo para pensar y manejare) conflicto y la ne gociación. Así, los franceses padecen cruelmente el no haber reinventado una nueva forma de diferenciación entre la derecha v la izquierda.
Capítulo II I A HUEVA ERA DE LAS DESIGUALDADES
1. Las dos desigualdades 2. La medida de la desigualdad 3. El repertorio de las desigualdades 4. La nueva era de la igualdad
1. LAS DOS DESIGUALDADES
Nü percibe confusamente que Las desigualdades se lian increnipuindo, mientras que la "realidad'’ estadística parece sustraerse a •kn impresión. Esto no debe sorprendemos: el espacio de las desi|Miildades es multidimensional. lo que puede implicar que algunas m> huyan mantenido efectivamente estables en tanto otras, que esimli•.ticamente nos cuesta aprehender, crecieron. Como de costumhn\ la teoría -o la percepción- está adelantada a la medición, pori|iif se funda en una realidad que. pese a no haber sido todavía mulografiada, no por ello es menos tangible. Ir ^igualdades estructurales y desigualdades dinámicas Ll peso de las desigualdades se capta hoy en nuevos términos. I ios fenómenos se superponen para explicar ese cambio. En primer
liirur, se ampliaron las desigualdades a las que se podría calificar de '‘tradicionales" o estructurales, las que describen por ejemplo la i
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juzgaba homogéneas, Hasta entonces, esas diferencias se acepta ban porque sólo eran traasitorias. y se referían en especial a las tm yectorias individuales. En efecto, es posible que dentro de las dis tintas categorías la dispersión de las situaciones aumente sin que se modifique la inedia, pero se puede llegar a un punto tal que las di ferencias aparezcan finalmente como ilegítimas. Y de hecho pue den serlo. ¿Cómo justificar, por ejemplo, la distinta suerte de dos personas de igual capacidad, pero de las cuales una está sin trabajo y se ve obligada a cambiar de ámbito para, en el mejor de los ca sos, encontrar uno de menor calificación y menores ingresos? Así, pues, para emplear el lenguaje habitual de los economistas, las “nuevas” desigualdades son ante todo “intracategoriales'’. Si tuaciones diferentes con respecto al desempleo, dentro de una mis ma categoría, pueden generar desigualdades considerables en tér minos de ingreso y patrimonio. Ahora bien, la sociedad francesa es particularmente sensible al desarrollo de las desigualdades de esta naturaleza. Las desigualdades intracategoriales. en cierto modo, se aceptan con menos facilidad que las que existen entre categorías homogéneas de la población. En efecto, más allá de su dimensión económica, aquéllas contribuyen a perturbar en profundidad la re presentación que puede tenerse de sí mismo. Un ejecutivo desem pleado desde hace tiempo, por ejemplo, no vive su situación única mente en términos de baja de los ingresos: se siente en primer lugar excluido del mundo de los ejecutivos sin lograr pese a ello pensarse como perteneciente a otra categoría. De modo que lo que está en cuestión es también su identidad. Cuando las desigualdades dinámicas aumentan en intensidad y persistencia, suscitan entonces un cambio en la estructura de la so ciedad y en las representaciones que los individuos se hacen de ella. Es posible, en efecto, pensar el sistema económico como un conjunto organizado de elementos interdependientes, a la vez complementarios y antagónicos: complementarios porque el funeionninicnto del sistema implica cierto grado de cooperación entre los grupos sociales, las categorías o las clases sociales; antagóni-
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I mil» que los conflictos de interés y las relaciones de fuerza lnt medios por los cuales los elementos del sistema conservan r >|ii» ¡fieldad. La estructura del sistema se caracteriza por lo tul. |"H un conjunto de desigualdades estructurales. I Mas desigualdades son estructurales en el sentido de que. lieMHliidir. de un largo pasado, fueron parcialmente interiorizadas por llt mu u dad Esto no equivale a decir que sean legítimas. Por otra •tu ir su grado varia entre los distintos países, según las institucio nes que se hayan desarrollado, la inspiración doctrinaria de las po lín. i concretadas y la intensidad de los conflictos sociales expreItulus en ellos. Las diferentes formas que asumen las jerarquías de tapicsos entre las profesiones son un buen ejemplo. Esas desiguál enles estructurales se ven hoy fuertemente agravadas por la deforItnn ion de la distribución de! valor agregado, en detrimento de los iiiLii ios y en provecho de las ganancias. La única razón por la cual iHir agravamiento parece “aceptado” es que el poder de negocia ción de los asalariados o de sus instancias representativas se redui" de: manera singular bajo el efecto de la desocupación masiva. El bómbate es hoy demasiado desigual y uno de sus actores está de masiado debilitado, de modo que diferencias toleradas no hace mucho ya no lo son más. Pero la evolución diferenciada del sistema, en realidad, va a uperponer a esta primera desigualdad estructural una segunda, a l.l que podría calificarse de dinámica. Ésta es simplemente el reIle jo del hecho importante, pero con frecuencia encubierto, de la heterogeneidad de situaciones de los agentes económicos: en efec to. los individuos, aunque sea dentro de una misma categoría sot tal. no se enfrentan a las mismas situaciones; algunos asalariados estarán desocupados, otros tendrán empleos precarios, otros más se ubicarán en puestos subcalificados, habrá empresas que se de clararán en quiebra, etcétera. Los mecanismos reguladores del sis tema sólo funcionan plenamente cuando también se aceptan las desigualdades dinámicas. Pero esto presupone que sean de natura leza transitoria.
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En realidad, proceden de la evolución del sistema, de su din i miea propia. La economía está en perpelua mutación, en perpetua reestructuración. Hay actividades en expansión, otras en decade» cia. Ese movimiento, para ser aceptado, exige que cada uno en cuentre su lugar en él, incluso desplazándose. En régimen regul.ii produce desigualdades “fricciónales” , consideradas normales por ser transitorias y por no cuestionar la cohesión de la categoría so cial dentro de la cual se producen. Es completamente distinto cuando la emergencia de esas desigualdades se percibe como dura dera, o con consecuencias duraderas. Su efecto, al capricho de los accidentes ocurridos en la trayectoria, consiste entonces en el frac cionamiento de las categorías, la creación de intersecciones íntercategorías y hasta el desdibujamiento de algunas de las fronteras que separaban a los grupos sociales. Entre un pequeño empresario en quiebra, un ejecutivo desocupado y un asalariado con un em pleo precario, con el paso del tiempo las diferencias de ingresos terminan por borrarse, sin que pese a eso aquéllos formen una ca tegoría homogénea. En cierto sentido, esas desigualdades produ cen exclusión -una ruptura de la pertenencia-, pues la referencia, para quienes son sus víctimas, sigue siendo la de la categoría a la cual pertenecían. La sociedad se vuelve entonces menos legible, porque las desigualdades estructurales son acompañadas por nue vas desigualdades de status indeterminado. Así, las desigualdades intracategoriales pueden volverse más importantes y tan persisten tes corno las intercategoriales. Pero, por definición, ningún princi pio de igualdad permite justificarlas, en vista de que se las percibe como aleatorias. Su crecimiento contribuye por lo tanto a modifi car la estructura misma del sistema y a debilitar su coherencia. La percepción de la distribución del ingreso disponible El desarrollo de las desigualdades de tipo microeconómico (intracatcgorialcs), conjugado con el alimento de la desocupación, re troactiva con mucha lucí/a sobre la manera como se perciben glo-
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11 ilis igualdades, es decir, fundamentalmente los modos ■i 11<|unto del ingreso. En lo que concierne a la distribución fundil éste. la porción de los salarios bajó en Francia mucho Hlftk «|>n cu la mayoría de los demás países de la OCDE." La otra i «oí l -slc fenómeno es sin duda el aumento de la porción de las fin... i i .is y los ingresos no salariales Asi, las desigualdades eslyiUiuiles (maeroeconómicasl se incrementaron considerablemen■ , I a persistencia de una desocupación masiva crea, en efecto. Hii,i .||n.única de moderación salarial al término de la cual el trába lo « se progresivamente excluido de los frutos del reparto de los mimi nios de productividad. Otro reparto entre salario y empleo. Btltin el recientemente propiciado, no mitigaría en nada el agrava miento de esta desigualdad fundamental. Al contrario, lo que pare■p mr|or indicado con respecto a esta evolución es otro reparto «nlic ganancia y empleo. |‘cro cuando se observa el movimiento de la distribución per« iii,il de los ingresos, no se puede sino llegar a la conclusión de su leliilivu estabilidad a largo plazo. Lo que sorprende en Francia no r* l.i apertura del abanico de ingresos, que no se produjo, sino el hecho de que la explosión de las desigualdades dinámicas, intramitegorías, haya sido reinterpretada como la prueba del fracaso ilcI proyecto de posguerra de transformación del conjunto de la un icilad en una clase media, y por ¡o tanto como la prueba del nuevo aumento de las desigualdades de ingresos. Esta ¡nterpreta. ton no es infundada, puesto que la aparición de la desocupación obliga a apreciar de manera diferente las desigualdades de ingre sos. considerándolas en períodos suficientemente largos para que puedan leerse en ellos los efectos de las diferencias en las proba bilidades de quedar sin trabajo. La escala "instantánea” de los in gresos puede no sufrir ninguna modificación, mientras que la de
* OCDE: Organización para la Cooperación y el Desarrollo Econó mico (n. del t.).
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los ingresos acumulados a lo largo de un período puede expeii mentar grandes conmociones. Así, la impresión parece mejor luu dada que los “h e c h o s y esta contradicción remite más a las lagu ñas de las estadísticas oficiales que al subjetivismo de la sociedad Volveremos a ello. Pero el hecho de la estabilidad del abanico de ingresos traduce una realidad importante, aunque ésta no pertenezca más que al or den de los principios morales. Francia, lo mismo que Jas naciones de Europa continental, es una sociedad con un proyecto mucho más igualitario que Gran Bretaña o los Estados Unidos. Las modiiicacioncs de la curva de distribución de ingresos son en ellas po co perceptibles en comparación con las tendencias de las socieda des anglosajonas. Es con respecto a esta tradición más igualitaria que deben inter pretarse los datos estadísticos en la escala “instantánea” de ingre sos. Se evidencia entonces que las desigualdades intercatcgoriales siguen siendo no desdeñables. Aun cuando se haya reducido un poco, en Francia la relación entre el nivel de vida de los hogares de ejecutivos y los hogares obreros seguía siendo de 2,22 en 1990, mientras que la existente entre empleados y obreros era de 1,2. Es tas cifras son globalmente estables desde 1975. lo que testimonia la permanencia de las desigualdades entre las clases sociales. Del mismo modo, con excepción de Holanda, donde la clase media si gue creciendo, todas las sociedades europeas experimentan una es tabilización, y hasta una ligera pérdida de densidad del gran blo que central. Pero ninguna de ellas da libre curso a un movimiento masivo de tipo norteamericano. En lo que a Francia respecta, las últimas encuestas sobre el presupuesto de las familias y los ingre sos fiscales muestran que las desigualdades de ingreso (ingreso monetario una vez deducidos los impuestos), medidas según dife rentes métodos, continuaron bajando durante los años ochenta, con dos salvedades, empero: por un lado, el ritmo de esta disminución se hizo más lento y. por el otro, huy incertidumbre en tomo de la evolución de los ingresos de la piule baja de la distribución. Según
I JSNUUVA ERA [»D LAS DESIl iUALDADES Ii |h *0 I , "dentro del conjunte de I;» población. las desigualdades mis bien reducirse a lo largo de! período, y las clases me■ flpcrlmentan una mejoría de su situación relativa en relación m Id pane alia de la distribución’ .' Dentro de la clase media, la pMiilniit'ión de las desigualdades de ingreso es más sensible aun si m i» ¡un a un lado los ingresos de capital, y muestra que el auge de | | íu «monda de las colocaciones financieras esta en el origen de una |iiiile esencial de la desaceleración constatada* con respecto a |ttk arto» setenta. Pero las desigualdades patrimoniales siguen sienlili i mmlderables ya que. según la edición 1996 de los Données soIin/ro | linios sociales] del INSEE. menos del 10% de los hogares ^ K ü 'rs e s poseen el 50% del patrimonio. I n homogeneidad de estos modelos -de uno a otro lado del ¿titímico- deja ver. entonces, que son menos obra de una fatalidad mmidial del crecimiento de las desigualdades que de relaciones Ytnnplejas e inciertas entre un rechazo colectivo de estas desigual dades. una valoración más o menos fuerte de la cohesión social y mutaciones institucionales propias de cada país. Así. las evolucio nas británica y estadounidense, asimiladas con demasiada l'recueni tu ii la figura del porvenir, resultan mucho más de un abandono i!*i ululo o consentido de la antigua organización de las cohesio nes, en especial en una coyuntura política precisa, que de una taiahtliiil cualquiera inducida por la globalización. A título indicativo, 1 1 | se quisiera imitar la estructura de distribución del ingreso com probada en los Estados Unidos, habría que reducir en un 36% el ingreso de bolsillo del 10% de los hogares más pobres, es decir, multiplicar por tres el número de beneficiarios del RMI. Se ve con claridad que semejante resultado sólo es posible si corresponde íntimamente a la manera como una sociedad se consi-12
1. “Revenus el patrimoinc des ménages", INSlib.Synthéses, Io de ju nio de 1995. 2 . Ibid.
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deia a si misma, al margen de lodo discurso sobre la restruviiJ exterior. El aumento masivo de las desigualdades verificado en lia Estados Luidos desde hace veinie años fue preparado, mucho mu que por la presión de las restricciones económicas, por una intnu* legitimación intelectual y por consiguiente por un debate sohr I« naturaleza misma del contrato social norteamericano. A partir «ti lines de la década de 1960 comenzó a proliferar una literatura
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2 I.A MEDIDA DE LA DESIGUALDAD Ah i »"- l i cuestión de las desigualdades es de una gran com)||r ii.i' I mui suciedad puede hacer diferentes Lecturas de ella, y alEjp«. mui independientes de sus mediciones. La percepción (justi^ M,lo di- un crecimienio de las desigualdades puede ser la urtu'H de tres categorías de sucesos: l un debilitamiento del o de los principios de igualdad que esm u inra(n) la sociedad, cuando incluso no varían las desigualefectivas;3 mi aumento de las desigualdades estructurales, de acuerdo con U, mediciones habituales: desigualdades de ingreso, de gastos, di patrimonio, de acceso a la educación, etcétera; tu emergencia de nuevas desigualdades, consecuencias efectiI vns de evoluciones técnicas, jurídicas o económicas, o incluso dn un cambio en la percepción de la relación del individuo con el prójimo. I stas tres categorías de evolución no son independientes unas de oirás. La primera es probablemente determinante en la estima, i,.n de la amplitud de las nuevas desigualdades. Por ejemplo, las desigualdades dentro del enlomo próximo, antaño aceptadas o no mlvertidas, pues se las juzgaba normales según el patrón del prin, ipio de igualdad legitimado por el contrato social -se aceptan pe queñas diferencias en relación con la suerte del vecino, dado que
3. Al final de este capítulo analizaremos la importancia que tiene la noción de igualdad en las percepciones.
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El crecim iento de las desigualdades observadas Hemos subrayado que los dalos concernientes a la distribución pejsonal de los ingresos podían no reflejar el crecimiento de ln desigualdades, puesto que no tenían en cuenta, entre otras cosa» las diferencias en la probabilidad de estar desocupado. Ahora bien, incluida entre las condiciones iniciales en las cuales se encuentran los individuos, figura hoy la probabilidad de ser un desempleudo, Por numerosas razones, que obedecen especialmente al nivel da las tasas de interés, la competencia de los países con bajos salarios o la ausencia de neutralidad del progreso técnico, esa probabilidad está muy desigualmente repartida entre los asalariados. No cuesta mucho entenderlo: la competencia de los países de bajos salarios incrementa la vulnerabilidad de las industrias mano de obra inten sivas. en tanto el progreso técnico favorece el trabajo calificado, en el inomento mismo en que el nivel elevado de las tasas de inte rés contribuye a valorizarlo, como valoriza toda acumulación pa sada, incluida la de saber. Esas tres causas, por lo tanto, actúan do consuno y ponen en marcha una dinámica profundamente desigua litaria. “Dime cuál es tu ‘capital humano’ -o, para aquellos a los que no les gusta el concepto, las calificaciones que lograste obte ner- y te diré qué probabilidad tienes de estar desocupado.” Quie nes no tienen ningún pasado, en el sentido de que su historia no les permitió ninguna acumulación, son naturalmente los más vulnera bles. Poco debe sorprendernos que la jerarquía de los índices dedesocupación y precariedad parezca casarse con la de las condicio nes iniciales relativas al saber, y que los jóvenes no calificados sean los más afectados. Para medir la evolución de las desigualdades, tradicionalmente se privilegia el espacio de los ingresos, y en especial de los sala rios. Ahora bien, como ya lo dijimos, no parece que el grado de desigualdad en el reparto de estos últimos haya aumentado signifi cativamente en l-taiieia. Glande es entonces la tentación de sacar la conclusión de que la economía Irancesa supo absorber el impac-
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dúos parecen no obedecer a ningún criterio objetivabk. Esta m senda de legibilidad es como el gusano en la fruta, pues desestuhi liza a la sociedad. Aun cuando muchos lo repriman, todos mui conscientes de que su posición podría deberse más a un concuna de circunstancias favorables o desfavorables que a una evaluación objetiva de sus méritos. Es cierto, la suerte, el azar, siempre do sempeñan un papel en el devenir de los individuos, y está bien quo as! sea. Pero cuando en promedio se convierten en los principales determinantes de su destino, on profundamente desmovilizadons para el conjunto de la sociedad. En efecto, en esas condiciones ¿para qué sirve el esfuerzo si sólo influye en una mínima medida en el devenir social ? ¿Hay que ver un reflejo de esfa evolución en el enorme crecimiento de los juegos de azar que experimentó nuestro país en el último decenio? La cuestión estadística La sociedad francesa, entonces, se ve hoy trente a dos tipos de desigualdad, que se expresan en términos diferentes. En primer lu gar, las desigualdades estructurales, puestas en evidencia por me dio del inmenso corpus de estadísticas públicas sobre la distribu ción de los ingresos, la vivienda, etcétera. Corresponden a la visión que se tenía de la desigualdad cuando fueron construidos esos sistemas estadísticos. Vale decir, en un momento en que. por ser menor el riesgo de desocupación, la desigualdad de las proba bilidades de encontrar un empleo no alcanzaba a perturbar la inter pretación que podía hacerse de los datos sobre la distribución dé los ingresos o la riqueza. La estadística pública se refiere así a la antigua economía, es decir a las viejas categorías. Tomemos, por ejemplo, el Balance de Francia efectuado en IÚXI por la comisión Franyois Rloclt I ame ti solicitud de Fierre Mauroy. ¿Cuáles eran los encabezados de los capítulos? El em pleo. las desigualdades de ingreso, la escuela, etcétera. Pero nada que permitiera prever la exclusión o los problemas de la ciudad.
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Ajll'i,, 11ten, en lo sucesivo ve manifiesta a plena Luz del día que es|tliim i del mundo es parcial. En elecio. se asiste al desarrollo de desigualdades". puestas en marcha por la dinámica de la ^MMipai iiin. o la de la evolución de las condiciones de vida: deggtmlttikd frente al endeudamiento, la segundad, los actos de inciBfltlal, <• incluso desigualdad ante ciertas molestias cotidianas, coruido, por ejemplo. I ii rigor de verdad, este segundo tipo de desigualdad no tiene H'hI i .le nuevo, pero se lo percibe como tal en razón de que se prei, tu permanencia. Es la ausencia de movilidad, lo hemos visio. lo Un, inee menos tolerables unas diferencias otrora aceptadas. Ahora bien, la estadística social, destinada a evaluar el ingreso ilf iin.i familia, sus comodidades materiales, su inserción profesiottnl su precariedad o sus dificultades, era un ejercicio de poca tiiiliplejidad cuando la mayoría de las veces las lamillas estaban ■«impuestas por un asalariado varón, con una inserción estable en «Miempresa, empleado de tiempo completo y remunerado según un evi,ilafón en que su salario estaba en función de la categoría del atiesto y su antigüedad. Por el contrario, cuando la mayor parte de 11 lamilias. más inestables, cuentan con dos personas activas, cu yos riesgos de exposición a la desocupación son heterogéneos, en quienes la permanencia del status laboral taita de manera diferen te y cuyos derechos sociales son variables según la trayectoria pro fesional más o menos accidentada, la buena posición medida hoy es muy poco representativa de la de ayer y de la de mañana. Cierlits familias viven entonces en una holgura tal vez relativa, pero duradera (estabilidad de la pareja, de los ingresos, de los derechos sociales), mientras que otras, que disponen de un ingreso idéntico, pueden no experimentar sino temporariamente su condición y sa berse amenazadas (riesgos de disolución de la célula lamiliar, ex posición a los peligros de despido o de desafinación de los regí menes sociales por falta de antigüedad suficiente en los aportes). Estas múltiples distorsiones hacen que las categorías socioprol'csionales, que ayer brindaban una buena representación de la so
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ciedad en razón de su homogeneidad intema, pierdan poco a pi» n su pertinencia. Sólo permiten comprender verdaderamente la <» ciedad con la condición de completar este indicador medianil otros varios, el status laboral, la generación de nacimiento, la esu bilidad, la antigüedad en la empresa, la calificación exacta \ c| mantenimiento de su valor en el mercado, la estabilidad de la fu milia. el patrimonio acumulado por el individuo y sus mayores, n hasta el valor de su capital social, a saber, las posibilidades que puede tener de movilizar a sus parientes y amigos en caso de difi cultades. En suma, tenemos que saber más sobre las “condiciones iniciales" de las familias. Ahora bien, ia captación de estos fenómenos más allá de la in tuición es particularmente compleja por varias razones. En primei lugar, la disponibilidad de informaciones no siempre está garanti zada. Los censos constituyen ei objeto de una recolección masiva de informaciones cuyo tratamiento y publicación se demoran cada vez más. En segundo lugar, la identificación de las nuevas desi gualdades pasa ya sea por la incorporación de nuevas preguntas en los cuestionarios de las grandes encuestas del 1NSEE -cosa que no sucede con bastante frecuencia-, ya por cruces estadísticos entre respuestas dadas a dos preguntas conexas. Pero a veces las mues tras son demasiado reducidas para que se puedan revelar de esa forma realidades intersticiales. Las encuestas del ÍNSEE dejan comprender la evolución de la sociedad francesa peor que hace treinta años. Sin embargo, las técnicas de la investigación estadís tica deberían permitir, al precio de una inversión que se ve con cla ridad es de interés nacional, retomar contacto con la sociedad en sus profundidades e investigar en ella un nuevo conjunto de cate gorías de análisis. En realidad, las “nuevas" desigualdades no se observan más que a costa de un seguimiento de las trayectorias efectivas de los individuos, Puru muchos, son desigualdades de la trayectoria. La consideración deficitaria de los itinerarios personales tiene así su contrapartida estadística la insuficiencia de las encuestas sociales
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|*(jiMimcnto de grupos homogéneos a lo Largo de varios años. 5 cui iieslas permitirían medir la frecuencia real de las trayectodi dr .cali fie ación o. a contrario, de ascenso o “cicatrización luir. I*.ira alcanzar ese resultado, tiay que recuperar un entuHMii" comparable al de los pioneros de los primeros censos. No ■p'iv t, h>ikilc sino a nosotros inventar una nueva cultura estadística. Naiur.tímente, ese proyecto tendrá que evitar caer en la utopía tu niilu ista. tal como se la pudo conocer en el pasado. En efecto, |»I ||ii11 prima en el diagnóstico es el carácter permanente que en lo pltii rsivo tiene la crisis de la representación social. El principio de | |n | i , icdad democrática consiste efectivamente en desincorporar lo E ih tal por la toma de conciencia de las modalidades de organizaL „ de la relación de uno mismu con el otro. El enriquecimiento |„ conciencia, y por lo tanto del pensamiento crítico, acelera la ti novación de las representaciones. Ahora bien, si la estadística puede ayudarnos a medir el ritmo y la forma de esas transtormaDlimes, no es de ninguna utilidad para del inir y estabilizar una re presentación. Así como se ha hablado de una “economía del dese quilibrio", la era contemporánea es la del desequilibrio permanente de las representaciones.3
3. EL REPERTORIO DE LAS DESIGUALDADES Se comprende entonces la dimensión plural de las desigualda des contemporáneas, puesto que la lrontera entre cambio social y desigualdad, por el juego mismo de la máquina democrática, se volvió casi imperceptible. Describir las desigualdades modernas es en el fondo contar el cambio social. Ixi desaparición del modelo salarial Así, la desaparición progresiva del modelo clásico del trabajo asalariado bajo el efecto de la desocupación masiva no afecta a lo-
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dos los individuos al mismo ritmo. Numerosos franceses ejetvod todavía su profesión según Jos cánones de Los anos setenta: empleó seguro (Lo que aún se señalaba hace algunos años mediante la cjh presión una buena situación carrera lineal cor ascensos por an tigúedad; acceso a servicios de la empresa, etcétera. La coexisten* cía de ese mundo con el del trabajo precario o independiente nu ex nuevo. Lo que sí lo es, en cambio, es el carácter, que de aquí en más se percibe como aleatorio, de la asignación deJ individuo i uno u otro de esos mundos. Antes, cada universo se reproducía de cierta manera en si mismo y, si se producían movimientos, iban del mundo precario al mundo seguro. Cosa que daba sustancia a la impresión de que había un principio de igualdad en funcionan!¡en to. la movilidad era ascendente y por lo tanto se respetaba una cierta igualdad de oportunidades. Ahora, en cambio, el trabajo asalanado expulsa hacia el mundo del empleo inseguro, escogiendo a sus “víctimas' de una manera que parece totalmente aleatoria. Dos alumnos egresados de la misma escuela, el mismo año, y salidos, por filiación, de ese universo que podríamos llamar el “gran traba jo asalariado”, algunos años más larde pueden mostrar status com pletamente diferentes: uno que sigue gozando del beneficio de las prestaciones brindadas por el contrato salarial clásico y el otro no. y ambas cosas sin razón aparente. La época de la igualdad de trayectorias, que garantizaba a los individuos igualmente dotados (provenientes del mismo medio so cial y con los mismos resultados escolares finales) el mismo tipo de carrera salarial, ya pertenece por lo tanto al pasado. El movi miento de cuestionamiento del contrato salarial, ligado a la rees tructuración del tejido económico francés, hace estallar a los gru pos más homogéneos. Crea en consecuencia un padecimiento tanto más profundo por ser sociológico untes que económico, ya que se vincula a la incapacidad de cada uno de justificar su posi ción en lu jerarquía de ingresos Las trayectorias resultan no sólo de la calidad de las dotes iniciales, sino de la relación de los indi viduos con la coyuntura, relación que en si misma es reinterpreta-
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■ U n l«i «Alegorías de la buena o la mala suerte. Las desigualdai, ,iiminiii as, antaño transitorias, se inscriben de manera casi mlile en el pasado de cada uno. y trastornan en todo mok ^ i . i |*i-n> de forma aleatoria, las condiciones iniciales que le .... . enfrentar el porvenir. Así nace un sentimiento de injustiilii i mi nnis profundo porque apenas logra expresarse. ■ Hiihtijo de ¡as mujeres l*iirden darse otros ejemplos de desigualdades directamente re........... del cambio social. Así ocurre con el trabajo de ¡as mujeCiti mientras hace veinte años la proporción de mujeres de la fran ja a. edad de veinticinco a cuarenta y nueve años presentes en el h tl« ndo laboral era de una cada dos, ahora es de ocho cada diez. IVm esta integración deja subsistir numerosas diferencias con los i |iw libios. que son otras tantas desigualdades latentes. Sin hablar de lii'i di .icualdades salariales, las mujeres están más amenazadas por 11 |ii ecarización del trabajo y el cuestionamiento del contrato salallnl clásico. Esto se traduce en las estadísticas de trabajo de tiemjinrcial “obligado” (en 1993. por cada hombre que. pese a tener ...... abajo de tiempo parcial, solicitaba un empleo de tiempo com ételo. había cuatro mujeres en la misma situación): de las nuevas IMimas de empleo (en períodos de crisis, los contratos de duración limitada se ofrecen con más frecuencia a las mujeres que a los hombres), o más simplemente de la desocupación (cualquiera sea ln categoría socioprofesional, el índice de desempleo de las mujeii i es superior al de los hombres, mientras que la inserción de las jóvenes en el mercado de trabajo es más dilícil). Esta bien conocida situación, por otra parte todavía percibida a menudo como diferencia legítima, se convierte en un verdadero fenómeno desigualitario cuando se conjuga con la disolución de la familia o la degradación de las capacidades ¡alegradoras de la es cuela. Puesto que lo que puede aceptar una mujer casada cuyos hi jos tienen una buena escolaridad, no puede aceptarlo una mujer
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aisladaen un hamo mal alendado por los servicios púbLicos. En i La materia, la desigualdad nace de la conjunción entre la di vori in Iidad. el acceso al empleo y el acceso a las estructuras de ¡ncorpCt ración y participación social. La diversidad fundamental de lo slics humanos con respecto a su pasado produce considerables <1 sigualdades en el espacio de las “libertades de realización de lo proyectos . de las que las desigualdades de ingreso no contienen ninguna huella. Las desigual denles geográficas Además, parecen subsistir ianportantes desigualdades geogrñl i cas, aun cuando sean escasas las bases comparativas. Un enfoque consiste en lundarse en la proporción de funcionarios públicos en cada uno de los departamentos, comenzando por los funcionarios del Estado nacional. Se comprueha que los departamentos de la lle-de-F ranee, con la excepción de París, tienen una proporción de funcionarios nacionales sensiblemente inferior a la de departamen tos como Costa de Oro. Vienne, Loirel. Marne, Meuse, Alto Murne, Doubs, Altos Alpes, Alpes de Alta Provenza, Creuse. Altos Pi rineos, la Mancha o llle-et-Vilaine. Es cierto, en diez años la casi totalidad de estos departamentos experimentó bajas sensibles en la cantidad de funcionarios nacionales (15% menos en los Altos Piri neos o Corréze), pero fueron demasiado lentas para impedir que su proporción siguiera aumentando del 6 al 10% en total (Meuse. Al to Marne, Allier, Creuse, Indre, Vosgos, Doubs, Aveyron, Lozére. Somme, etcétera). El ajuste de la lunción pública a las transforma ciones de la distribución geográfica de los franceses es por lo tanto lento. A estas disparidades se agregan además las provenientes de la distribución de los funcionarios de las colectividades locales en el conjunto del territorio da 1988 a 199Uo* efectivos instalados en los departamentos del norte y el este de Parts aumentaron a un rit mo interior al promedio nacional, aunque su proporción con res-
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.i \ |,i población era superior. La proporción de luncionarios Leales, por otra parle, es inferior al promedio nacional en de|^menlns que sin embargo son muy urbanos, como el Norte, el i di ( 'alais, el Rbóne y el Ain. Las regiones Rhóne-Alpes y |',t „j de Calais presentan, de manera general y considerando lux funciones públicas sin discriminación, tasas de adnrinisK .|,,n inferiores, incluso netamente, a las constatadas en el con| ....de la Francia metropolitana, aun cuando desde hace algunos ■ rn m* esboce un movimiento de recuperación. I' u ultimo, las comunas que hoy se desarrollan más rápidaHfin, en todas las zonas de Francia son las rurales y las suburbaM». situadas lejos del centro de las ciudades y que por esa razón ....... problemas de transporte público y servicios colectivos.4 ■ll inial, el Estado y las colectividades locales sólo parecen tomar rh mienta con retraso las transformaciones sociales del territorio. ptliMii.is, esta realidad debería cruzarse con el peso relativo de la Kfitlón fiscal local, de la que se sabe que varía extremadamente wi'iiii las comunas y no se correlaciona directamente con las pres1,1, lunes públicas ofrecidas sino con la riqueza fiscal de la colecti\ iii.nl Las desigualdades geográficas, por lo tanto, son una de las dimensiones importantes de la matriz moderna de las desigualda des Y esto, tanto más por el hecho de que las localidades peor ulriididas son igualmente las que con frecuencia sirven de refugio ,i las personas en situación de precariedad. luis desigualdades entre generaciones La relación intergeneracional es otra de esas dimensiones, en los últimos años, el debate se centró sobre los excesos de rendi miento de los regímenes jubilatorios de reparto. De hecho, a los
4. Entre los censos de 1982 y 1990, el saldo migratorio de los centros de las ciudades ha sido de - 0,33 %. el de los suburbios de + 0,17 %, el
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asalariados del sector privado que hoy se jubilan Jes bastan en | >•> medio siete años de pensión para compensar la suma actual ir « 9 de todos los aportes efectuados durante su carrera, mientras qnr j los sesenta años Ja esperanza de vida promedio es de veinte iiitiiu De esa constatación, y de Ja identidad comprobada entre el ingrwl promedio de los jubilados y el de los activos, nació la idea de un poner a los primeros nuevos tributos para mejor rectificar una di sigualdad que se considera evidente. Sin embargo, cualesquiera sean los esfuerzos que puedan reali zar, los jubilados tienen en la cabeza, en primer lugar, sus biogfiu fías personales, la pobreza de su nivel de vida y la dureza de l o condiciones laborales en la época en que ejercían su actividad, la corta duración de las vacaciones de que dispusieron en toda mi existencia, etcétera Es por eso que. durante años, el debate asumid la forma de una oposición entre quienes abogaban por una medi ción de la igualdad mediante la comparación de los destinas y quienes se atenían al mero cotejo de los ingresos. De resultas de ello, los jubilados sólo podían efectuar un esfuerzo solidario si los activos experimentaban dificultades que, en cierto modo, restable cieran el “equilibrio de los pesares”. Luego de una década de confrontaciones sobre el tema y agra vamiento de la desocupación, es posible que los jubilados hayan considerado por fin que la cosa estaba demostrada, puesto que nin guna protesta real de su parte acompañó en noviembre de 1995 el aumento de sus aportes. Pero esto no significa que la inquietud por la desigualdad se haya apaciguado. Simplemente se desplazó al in terior mismo de la categoría de los pasivos, a causa del carácter es trictamente proporcional de la deducción efectuada, que perjudica a los beneficiarios de pensiones escasas (aun cuando se haya exi-
de las comunas rurales suburbanas de + 0.K6 '; y el de las comunas rura les tradicionales de 0.05 •. (el éxodo niral so detuvo). Fuentes- Données sociales 1993, INSI-.lv
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| | , |in * in parte baja de Ja jerarquía, qu¡enes cobrar la jubi•nlníinii). El tratamiento de un fenómeno percibido como tlfiijiunidad intergeneracional volvió a dar cueipo. por lo tanI i ,||, clasico sobre la progrcsividud de los tributos, pero eski ili uno de una clase de edad. L|uluiente ligada a la cuestión del ingreso al t mal de la vida, la ,|, lus jubilaciones puesta en funcionamiento a comienzos de 1993 en aplicación del Libro Blanco." no dejó de ■gim d, terreno para futuras desigualdades, de Las que los asalart« rutón advertidos desde ahora, de juzgar por su comporta,„tiH m iuaJ de ahorro. En efecto, el aumento del tiempo de aporiinctiarios para jubilarse conduce en primer lugar a un gylmui'i'iirainiento contra el riesgo de inactividad antes de los seElllfl unos. De aquí en más. el 60% de las personas que solicitan su |i*ii .ion o retiro a esa edad ya están inactivas, sea porque, como su,. tli con muchas mujeres, abandonaron el mercado de trabajo, sea |inii|!ir son desocupadas o retiradas anticipadamente. En el caso de i «ion últimos, la prolongación de los años de aportes conduce des|jf itimra a retrasar la edad legal en que se les permite aprovechar liib mecanismos legales del retiro anticipado. En consecuencia, mui cantidad más importante de quincuagenarios sufrirá un despi do liso y llano, a menos que la misma empresa financie el progra ma de retiro anticipado. En cuanto a los desocupados que ya han sobrepasado el tiempo máximo en que tienen derecho a recibir el subsidio por desempleo, a partir de cierta edad se benefician con un "mantenimiento del derecho hasta la liquidación de su jubilanon, especie de red de seguridad que les permite no estar despro vistos de ingresos durante los años que les taltan para llegar a los sesenta. Como al aumentar a cuarenta años el tiempo de aportes necesarios para jubilarse, no se alargó proporcionalmente el perío-
* Se trata de un informe publicado en la primavera de 1991, referido ,i la difícil situación del sistema jubilatorio francés (n. del t.).
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di» de “mar te raimiento del derecho’1, se corre el riesgo de cortil bar pronto la existencia de situaciones de precariedad en las li n jas de edad de los cincuenta y ocho a los sesenta y cinco años En segundo lugar. Ja indexación de las pensiones de acucnlt. con los precios conduce a una situación en la cual, al final de ln u da. un jubilado que haya sulrido veinte años de subindexación cmi| respecto a los ingresos de los activos, es más pobre que otro que s# jubila en el mismo instante, justo cuando su dependencia física le crea necesidades suplementarias. Desde ese punto de vista, poroitn parte, lodo ocurre como si la asignación por dependencia’ no fuent más que una medida compensatoria de los efectos de la subindexución de las pensiones durante muchos años. En suma, la reforma jubilatoria del sector privado, aunque lucra indispensable, generó, co mo premio al salvataje de los regímenes, dos nuevos riesgos de los que los franceses son conscientes y frente a los cuales no son igua les, porque sólo quienes pudieron ahorrar adecuadamente durante toda su vida podrán adaptarse a ellos: el primero abarca el período de ingreso en la tercera edad (riesgo del final de la carrera); el se gundo. el de salida de esa tercera edad (riesgo de dependencia). Las desigualdades de las prestaciones sociales Otra fuente del sentimiento moderno de desigualdad: la complejización de las relaciones entre el individuo y el Estado provi dencia, a través de la multiplicación de las prestaciones sociales condicionadas a los recursos del beneficiario potencial. Indiscuti blemente. esta multiplicación genera frustraciones: las prestacio nes no sólo son complejas, sino que además introducen a veces mecanismos de separación dentro de poblaciones homogéneas, con lo que contribuyen a realzar la impresión, ya fuerte, de un cre-*
* Asignación udlciouul que se ntorgu a las personas que por sus pro blcntas físicos no pueden valerse por si solas (n del i.).
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y?
ilt Ui fragmentación social. En razón de la complejidad, 'teniiln i|nc el 70% de los beneficiarios consideran que "es ver(*,l., nnpiili* difícil saber cómo se calculan las asignaciones famiM u" Vel 52% no esla de acuerdo con la idea de que "nunca haI ftioi.A en el cálculo de las asignaciones familiares".5 I |i clinmo a la fragmentación, el Estado providencia desarrolló ^^^B vam cnte desde hace treinta años un conjunto de asignaciones reservan a los individuos que cumplen determinadas condiKnr* de ingresos, tamaño de la familia, empleo o localización p«., i ihea. Estos subsidios son entregados por las cajas de SeguriE l Social, pero también por las oüeinas de ayuda social de las 11 huí mis. según la política adoptada por el alcalde y en proporción I |n Hqueza fiscal de la colectividad. Estos dispositivos de direcCiiiimmii-nin de las asignaciones son legítimos, porque se fundan 11 principio de la afectación prioritaria de la ayuda a quienes ni.|'. necesitan de ella. En Francia se conjugaron tradicional mente .... .. fijación de umbrales de ingresos elevados que, en iodo caso liniii las asignaciones familiares nacionales, permitieron abarcar a I lililí parte esencial de la clase media del país. Pero del mismo mo,|u i ncluyeron a los hogares ubicados en los límites de los umbra la*(|c ingresos. Aun cuando a veces sean escasos, siempre existen individuos colocados justo por encima de los umbrales, cuya situa ción. sin embargo, es en lodos los aspectos semejante a la de las |t.f»onas elegibles para la entrega de asignaciones, pero cuyo nivel ,1, vida es más bajo porque, precisamente, no las reciben. Es cier|<>, la totalidad de las asignaciones nacionales, con excepción del subsidio por iniciación del período escolar, es objeto de un meca nismo de compensación que evita el efecto de guillotina generado por el paso por encima del lecho de ingresos. Pero a veces estos mecanismos se comprueban insuficientes porque sólo toman en
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5. CREDOC. encuesta “Conditions de vie el aspiralions des Fran jáis”. primeros resultados, marzo de 1995.
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cuenta el criterio del ingreso: las otras condiciones, referidas a I edad o a la composición de Ja familia, tienen efectos más brutulin Ahora bien, resultantes de una visión particular de la organizar M social y los comportamientos, a veces se encuentran en conflntu con la realidad. Consideraremos dos ejemplos. Las únicas figuras previstas por Jos haremos HLM' con refera i cia a Ja estructura de la pareja son la existencia o no de un cónyugl legal. Si el cónyuge es un concubino, el umbral de recursos im puesto a la pareja es el de una con un solo miembro activo, míen tras 4ue los recursos que se toman en cuenta son los de dos persa** ñas. Hn consecuencia, las parejas de concubinos superan el umbral y con frecuencia resultan excluidos del acceso a la vivienda social Segundo ejemplo: hasta la ley sobre la familia votada en llJ‘M. una familia con tres hijos en la que el mayor cumplía dieciocho años, perdía de una sola vez el subsidio por familia numerosa, uiiji pane de las asignaciones familiares así como diversos suplemen tos. o sea unos 2.800 francos ' por mes. Esta disposición de los dieciocho años se remonta a la época en que los jóvenes de esa edad podían entrar sin dificultad al mundo del trabajo. En lo sute sivo, el hijo queda a cargo de la lamilia. La desaparición de lo que puede interpretarse como la expresión de una solidaridad coleen va. el pleno empleo, aumenta la exigencia de las ‘‘solidaridades del entorno próximo". Pero el ejercicio de éstas es más o menos dis pendioso, precisamente, según las condiciones iniciales en que se encuentren las familias. De resultas de ello, se comprobaron casos de embargos inmobiliarios de casas pertenecientes a familias que habían llegado a ser propietarias dieciocho años antes: por obra de
* HLM: Habitation á Loyer Modére [Vivienda de Alquiler Modera d°|. Se trata de viviendas para personas de escasos recursos, del pago de cuyo alquiler se hace cargo el Estado en porcentajes variables, que en al gunos casos pueden llegar al monto total de la locación (n. del t ). ** ün ^ la r equivale aproximadamente a cinco francos.
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|mi *le las asignaciones, resultan inca paces de respetar los H,i, i»,ni», Jol préstamo inicial mente contratado, i i I ai «do providencia. si se tunda en criterios de selectiv idad, ■ muuues adaptarse permanentemente a la evolución de los p p .....miemos y la distribución de los ingresos. Tiene que ajus, , mnbio social y articularse siempre eon las condiciones de de los individuos. F.n caso contrario, alimenta la critica o distribución arbitraria y desigualitaria. del régimen tributario Vnl \ ri nos a encontrar por eso la cuestión de los tributos sobre jj|(rrv< >s del trabajo', el Estado recauda impuestos y devuelve niiit iones monetarias. Normalmente, al aumentar el ingreso l'Miminl. siempre debería aumentar igualmente el ingreso dispor lo tanto consumible, aun cuando bajara la asignación i.il por estar condicionada a los recursos del beneficiario. Aho’B|«fii. no siempre es esto lo que sucede. En ciertos niveles muy JL |m is de ingreso, los haremos se establecen de manera tal que el K ¡ vho disponible no aumenta, dado que se descuenta todo el ex,+ i, nic (la tasa marginal de tributación pasa a ser superior o igual •il ||KI%). Justo por debajo y por encima de esos niveles, ya no pa■ em> En consecuencia, franceses de idéntica condición por tener K hivmin similares, pueden ser tratados de manera muy dilerente. | mi caso típico de desigualdad patente pero invisible, y por lo pillo productora de una sorda frustración. Aunque sólo sea por las hilm maciones que pueden intercambiar, los tranceses tienen en ii| i i io una aprehensión intuitiva de estos fenómenos. Ahora bien, éstos, en cierto modo, son producidos por el cam iní* social. No provienen de la impericia de los técnicos del sistem,i iributario sino de la manera como, por un proceso orgánico, los butrinos del impuesto sobre los ingresos y de las prestaciones soi tilles se deforman bajo la presión de las tuerzas sociales, ya estén ■presentadas en el Parlamento o se expresen en la administración.
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Aii, los ejemplos más flagrantes «leí fenómeno antes de.uvip|J subproductos, no detectados en su momento, del provecto de desgravas;ion de impuestos para la clase media baja. En términos más generales, los intentos de simplificación 1> baremos conducen con frecuencia a las desigualdades más iliij? tes. Es cierto, se ha dicho que la complejidad excesiva fray ili# vínculo social porque quita su inteligibilidad al sistema de id . tuición. Pero la simplicidad excesiva lleva también a ignorar !« peciíicidad de las situaciones personales individuales en un mentó en que la diferenciación de las trayectorias fragmenta grupos sociales. Reemplazar las ocho asignaciones familiar»-» ció nales por una sola conduciría a graves discriminaciones mu franceses. La reivindicación de un Estado providencia "biográliii articulado con las trayectorias verdaderamente vividas de los iml viduos. se traduce por lo tanto en la puesta en práctica de dispoJ vos inevitablemente complejos, tanto más porque deben articuln entre sf. Como en la economía de las redes, los problemas del I i do providencia son problemas de supervisión. es decir de control las reacciones en cadena. Las incoherencias antes citadas en la mi va de los tributos son el signo de una supervisión imperfecta. Las asignaciones ¡ocales Pero la "supervisión'' de los tributos y asignaciones nacionalu* es una cosa, y la de los tributos y asignaciones locales otra, prácti camente fuera de alcance. Ahora bien, después de la descentralización. en especial, se asiste a un movimiento de gran amplitud en que pequeñas “providencias" locales (los presupuestos de ayudn social de las comunas) o privadas (la ayuda social empresaria y las obras de los comités de empresa), cuyo presupuesto, consolidado a escala nacional, es considerable, se superponen al Estado provi tlcnciu nacional listos dos elementos del dispositivo de ayuda a los individuos son casi siempre ignorados en el análisis. ( uando se trata »!»• las colectividades locales, sin embargo, no
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|iiv mi i que pasar revista a las asignaciones, condicionadas o no a Efe lv« ursos del beneficiario y ofrecidas por la oficina de ayuda 0 „ h,| de la ciudad de París, y compararlas con Las de la comuna EyiM inc de Montrougc. para apreciar la diferencia. Por otra par ir - i suponemos que las asignaciones de dos colectividades próxim.i* son de la misma generosidad, puede suceder con Irecuencia estén ligadas a condiciones de ingreso diferentes, rio en su mi mío sino en las modalidades de su cálculo: dos personas que (jUponcn del mismo ingreso y viven a uno y otro lado del límite , Diminuí, recibirán dos prestaciones diferentes, porque una coniuiiu tiene en cuenta las asignaciones familiares y la otra no. Es eviileule que el principio de “a igual ingreso igual ayuda no se res11, i,, Estas realidades, frecuentes pero ignoradas por el mundo |i, luico, son conocidas por la importante correspondencia enviada il mediador sobre el tema.6 También allí los efectos de la diferencia de localización van a irise conjugados y amplilicados por la multiplicidad de sistemas locales de “protección social”, para producir desigualdades distri buidas aparentemente de manera aleatoria. Imaginemos que dos familias de igual composición viven en dos comunas, de las cuales una es más ruidosa, está más contaminada y peor administrada y se caracteriza por una mayor inseguridad que la otra. La igualdad de ingresos entre ambos hogares ya enmascararía una desigualdad bastante grande de las condiciones de vida. Si por añadidura, co mo es probable, la comuna mejor favorecida dispone de un siste ma social local más generoso, la redistribución asumirá el cariz de un agravamiento y no de una disminución de las desigualdades.
6. Véase el informe del Comité Central de investigación sobre el cos to y rendimiento de los servicios públicos, publicado en mayo de 1995: Les Modes d'évaluation des condilions de ressources appliqués pvur l'atlribution de certaines prestutions soñtdcs, informe presentado por Laurence Engel y Paul Drezet.
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En cuanto a las asignaciones de los comités de empresa y reía tivas a la ayuda social empresaria. va de suyo que dividen a los franceses entre quienes tienen la suerte de ejercer su profesión en Jas grandes empresas y los demás. Los primeros resultarán hendí ciados con tarifas preferencia les para los espectáculos y precios re ducidos para un conjunto de bienes, en particular los relacionados con el tiempo libre; los otros no. Cabe imaginarse que estos bolso nes de superprovidencia a los cuales por razones evidentes sus beneficiarios están muy apegados, generan frustraciones en quie nes están excluidos de ellos. Las desigualdades de acceso al sistema financiero Por último, a estos fenómenos se agregan las consecuencias de la introducción de las normas de mercado en el establecimiento de las tarifas públicas, en vigor en la mayor parte de las grandes in dustrias de serv icios. Por necesarias que sean, en especial en la perspectiva de una resistencia a la competencia, estas políticas, cuando se acumulan unas sobre otras, terminan por tener inciden cias no desdeñables sobre el presupuesto de los hogares. A este res pecto, es ilustrativo el ejemplo de las comisiones bancadas: la co misión de la tarjeta de débito inmediato aumentó en ocho años (1986-1994) un 59%. La correspondiente a la autorización de girar en descubierto creció un 109%. Por añadidura, como el aumento de los precios es delicado en el caso de las operaciones más comunes, las casas bancarias suben más las comisiones relacionadas con si tuaciones de crisis. El costo de un cheque sin tondos en un gran banco de París, por ejemplo, pasó de 71 francos en 1986 a 610 francos en 1994. Los estudios de scoring banenrio7 permiten, de to das maneras, mostrar que las situaciones criticas son independien-
7. El si oring consiste en la investigación .le I» solvencia y los riesgos en que se incurre en las iipciaciones de prestamos bancarios.
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Mi ilrl ingreso pero se correlacionan fuertemente con elementos de (mullida sin conexión con la categoría social. Persiste la compro|*iik uiti de un encarecimiento continuo del “costo de la crisis”. En cambio. Jas desigualdades de acceso al crédito, y por lo tanio de inversión personal, se incrementaron considerablemente. En alivio, puede mostrarse que la intensidad del racionamiento del Crédito -es decir, la relación que el organismo prestante establece mire el monto del préstamo y las seguridades que exige como gamntía-es tanto más fuerte cuanto más alta es la tasa de interés.8 En i icrto sentido, el lugar común según el cual “sólo se presta a los ri cos” se vuelve más cierto a medida que se eleva la lasa de interés. Para comprender el mecanismo y las consecuencias de este fe nómeno. es útil razonar a partir de un ejemplo. Supongamos que los miembros de una comunidad deben efectuar una inversión per sonal de un monto determinado para incrementar sus ingresos luturos de manera permanente (puede pensarse, por ejemplo, en la educación o La vivienda). Cuando la tasa de interés es suficiente mente baja para que todos puedan obtener hnanciamiento, el me canismo del crédito no genera desigualdades adicionales. En la hi pótesis inversa. las condiciones iniciales en que se encuentran los miembros de la comunidad van a determinar su acceso al crédito. Algunos, los más pobres, resultarán excluidos y no tendrán por lo tanto la oportunidad de mejorar su suerte. El proceso genera así desigualdades acumulativas que acrecientan las distancias entre los individuos. “Entrampados" en sus condiciones iniciales, algu nos no logran librarse de ellas. Si el proceso llegara a su límite, produciría exclusión y dualidad social.
8. Cf. Thomas Piketty, “Income Distribuíit»n Theury: a Survey of Selected Recent Contributions". comunicación al 11 Congreso Mundial de la Asociación Internacional de Ciencias Económicas. Túnez. 18 al 22 de diciembre de 1995.
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Las desigualdades de la vida cotidiana Si descendemos a las profundidades del modelo social francés, llegamos a las desiguaJdades que podríamos llamar “de La vida co tidiana”. Desigualdades Ereme a la salud, porque el hospital local va a cerrar o porque, en la localidad, todos los clínicos fueron reemplazados por especialistas; desigualdades de vivienda, natural mente; desigualdades de acceso a los equipamientos públicos, en especial en lo referido al cuidado de los niños pequeños: desigual dades frente a las diversas tornas de comportamiento incivil; desi gualdades de transpone, incrementadas por las transformaciones sociales del territorio, que acentúan el contraste entre la composi ción social del centro y la de la periferia, etcétera. Estos fenómenos estructuran aún más las representaciones de la sociedad por el hecho de que a menudo son acumulativos. Expli can en una medida esencial el carácter apasionado de los debates sobre el servicio público a la francesa". Apelan, una vez más. a una política de la proximidad, que agregaría a la política nacional las dimensiones de la democracia local; los representantes electos nacionales deben ser “superalcaldes” y comprender que una cam paña presidencial es un momento propicio para plantear, por ejem plo, la cuestión de los transportes públicos en la lle-dc-France.4
4. LA NUEVA ERA DE LA IGUALDAD Podemos declinar casi al infinito el repertorio de las desigual dades: a tal punto cada individuo se encuentra en una situación singular. Ese repertorio abarca desigualdades de naturaleza dife rente. de las que algunas pueden parecer menores y otras mayores. I cío más allá tic su importancia en si mismas, lo que constituye un problema es su multiplicación, asi como la probabilidad de su acu mulación sobre ciertas poblaciones. Am perdci el empleo signifi ca frecuentemente verse obligado a cambiar de vivienda, mudarse
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i i*.„ I ü 4tIidad más contaminada, peor atendida por los transpor to mlltlicos, peor dotada de equipamientos públicos, al mismo Btytn que se revela mis difícil la búsqueda de un trabajo. Estas IMi'ii.ild.ides son el síntoma mismo Jel cambio social > de una pul lli.-ación de la relación del individuo con el prójimo. La desaion social oscurece las referencias, fracciona los grupos soK , crea diferencias entre quienes antes eran semejantes. La va| rm, |a cual cada uno se mide para apreciar la injusticia adicional M Ir hace es la suerte de su vecino. Y a partir de esta vara, la K loii de las desigualdades dinámicas produce diferencias en el lohiitH» próximo, y por lo tanto despertenencia social. Lo que está ■ti pii «o en este proceso es una ruptura de la igualdad percibida B |K ' aun más intolerable porque parece no tener fundamento. I n efecto, cada uno puede hacerse la misma pregunta: ¿por qué H p itric del que esta al lado es tan diferente de la mía? Así, son (jto i'riiicipios de igualdad, que la intuición hace pensar que son pitun i.ilcs para la cohesión social, los que resultan radicalmente EvMionados por la multiplicación de las desigualdades complejas. ||,iy que retomar entonces a la noción de igualdad, para comprengpi mejor los problemas que plantean las percepciones y las medillmies de la desigualdad, al mismo tiempo que las medidas propiIIuk para volver a anudar los hilos del vínculo social.
es la igualdad7 j Cuando no está correctamente precisado, el concepto de igual dad está vacío de sustancia. Todos aspiran a ella, pero todos dan lili contenido diferente a esta aspiración. "La ¡dea de igualdad, en flicio. se enfrenta a dos tipos diferentes de diversidad: la hetero||racidad de los seres humanos y la multiplicidad de las variables (tu términos de las cuales puede apreciarse la igualdad. El deba-9 9. cf. Amartya Sen. Inequalit\ Reexamincd. Oxford. Clarendon l'icss, 1992.
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te sobre ésta no opone, como a veces puede interpretarse mi cialmente. los pros y los contras, sino que se refiere a la el de la variable de referencia. La verdadera pregunta, entuno ¿qué igualdad o, más precisamente, la igualdad de qué'.' Efectivamente, no hay teoría social, ni siquiera las más ei i en lo que respecta a ciertos criterios de igualdad, que en si mi no esté fundada sobre la exigencia de la igualdad por lo rneim una dimensión. ¿Cómo invocar una actitud ética, en efecto. se otorga a cada individuo una consideración igual en cierto dio nio. aquel que se estime importante en la teoría que se defu n i». La dificultad proviene del hecho de que el espacio en el cual pu| de aplicarse'el concepto es multidimensional, y que la defino n de la igualdad en una de sus dimensiones implica en sentido can la aceptación de desigualdades en otras.101Por ejemplo, el enlc«|o liberal más radical se funda en el criterio de igualdad ante la I . Esa majestuosa igualdad ante la ley, que permite que tanto lo*, o eos como los pobres duerman a la noche bajo los puentes ’, irofljl zaba Anatole France. Lo cual significa definir a la vez el entero elegido y las dimensiones en que se aceptaba que se produjeran l« desigualdades. Garantizar igualmente la libertad a cada uno implii ca, en el enfoque libertario defendido en especial por Robert No zick.11 que el gobierno se abstenga de influir en la distribución prli muría de ingresos y riquezas. Aun quienes proponen suprimir el SMIC lo hacen en nombre il« un criterio de igualdad: la igualdad ante el empleo (se supone i|oe el SMIC constituye una barrera para este, en especial el de los jó venes, y esto en beneficio de quienes ya tienen uno). Si se escoge 10. Cf. Michael Walzer, Spheres ofJustice. A Defense ofPluralim and Equality, Nueva York, Basic Books. 1983. [Trad. cast.: Las esferas de la justicia, México, Fondo de Cultura Económica, 1993], 11. Cf. Robert Nozick, Anareliie, í.tat el utopie, París, PUF. 1988 ITrad casi Anarquía, estada v utopía. Huellos Aires, Fondo de Culturu Económica. 1988),
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un . iii¿rio de igualdad más sustancial, digamos “la igualdad frente Ki.i \ ula". es que se acepta evidentemente una desigualdad bastanII |rande en el dominio de las contribuciones al financiamienio de l«> •••r/icios públicos y sociales. Un ese marco, la equidad puede definirse como una propiedad ,t9l o Je los criterios de igualdad que se escogen Parece vano, enIduccs. querer oponer igualdad y equidad. Eso equivaldría a querer (ipoiier una concepción y el juicio moral que se emite sobre ella. I i equidad puede conducir a buscar una dimensión más exigente di I.i igualdad, pero en ningún caso a renunciar a ésta. Por ejem|i|n. algunos autores, en particular Sen, consideran más equitativo definir la igualdad no en el espacio de los ingresos o en el del ac ceso a los “bienes sociales primarios’' -como lo sugiere Rawls- siiii i en el de la libertad de realización de los propios proyectos y la i upacidad de hacerlo. Para no tomar sino el ejemplo más simple, «los personas que disponen de un mismo ingreso, pero de las cua les una es discapacitada, no gozan de la misma libertad de perse guir sus objetivos. La igualdad de ingresos puede entonces enmas carar una desigualdad muy grande de bienestar. La equidad, sobre la base de un criterio de igualdad de orden superior, exige enton ces una mayor desigualdad en la distribución de los ingresos. Pero en este caso se trata de una desigualdad correctora, destinada a reducir o a compensar una desigualdad primera. Si se lo entiende ahora en esta perspectiva, se advierte toda la confusión que había rodeado el reciente debate sobre la cuestión. De hecho, el proble ma se planteaba mal. porque la noción de equidad había sido per cibida. paradójicamente, como una legitimación de la diferencia ción social. En realidad, la equidad no se opone a la igualdad. Supone al contrario la búsqueda de criterios de igualdad más exi gentes. Pero de errores pedagógicos a incomprensiones, el discur so político pareció querer eximirse de un objetivo de igualdad con el pretexto de una búsqueda de equidad.
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Contrato social y diferencias aceptadas' Las teorías éticas de la organización social permiten asi com prender mejor por qué la definición de uno o varios criterios de igualdad es un elemento esencial del comíalo social. Entre sus cláusulas, en efecto, un contrato social debe definir las dominios en que la sociedad pretende promover la igualdad, ¡o que legitima al mismo tiempo las diferencias que consiente. Es la existencia de los primeros lo que justifica las segundas y garantiza su aceptación por las poblaciones. Por ejemplo, el aforismo “a igual trabajo, igual salario justifica que las remuneraciones sean desiguales cuando las ocupaciones son diferentes. La igualdad de oportunida des puede avenirse a desigualdades muy grandes de realización. Pero estas desigualdades se juzgan como inaceptables si la socie dad tiene la impresión de que el principio inicial, la igualdad de oportunidades, no ha sido respetado. Así, los estudiantes tendrían fundamento para pedir la anulación de un examen o un concurso si descubrieran que algunos de ellos habían tenido conocimiento del tema por anticipado. Ahora bien, lo que hace insoportables las de sigualdades dinámicas que hemos catalogado, es que no parecen legitimadas por ningún principio de igualdad conocido; por añadi dura, parecen contradecir los principios de igualdad vehiculizados en los discursos políticos: igualdad frente al Impuesto, frente a las prestaciones sociales, frente a la administración, etcétera. Desde luego, la igualdad no es un estado sino un proyecto, un principio de organización que estructura el devenir de una socie dad. Las nociones mismas de igualdad no carecen de ambigüedad, pues cada una de ellas es forzosamente plural: piénsese, por ejem plo, en la igualdad de oportunidades o la exigencia de una libertad igual para todos. Incluso cuando el espacio en que se define la igualdad es perfectamente homogéneo H ingreso, por ejemplo—, existen varias medidas diferentes de las desigualdades y por lo tanto varias maneras de que tina sociedad aprecie el grado de rea lización de su proyecto. I’ero es esencial que la sociedad adhiera y
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■ | vil ¿I de oirá forma, las desigualdades serían vividas como ■Manilamente injustas. Lo que puede hacer intolerables las desik|i)il>l.nlrs existentes no es tal vez tanto su crecimiento como un Ptthliiinieiilo de la percepción del principio de igualdad que las Hallini.i. o la impresión de que ese principio ya no está verdaderaH in * en vigor. R u i puesta en acción de un principio de igualdad no podría apreiiw en un momento dado, sino en relación con una tendencia, É| le trata de un proyecto de sociedad, de un objetivo perseguiiln descanso: tan numerosos son los obstáculos que encuentra mi camino. Expresa una voluntad renovada sin cesar que tropielon luerzas espontáneas que se le oponen, ya procedan de la luuklcza humana o de las evoluciones económicas, técnicas o
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“ Impolíticas. Pero cualesquiera sean el o los principios de igualdad Batios en acción, su motivación, al mismo tiempo que sus efecex compensar las desigualdades iniciales demasiado grandes, ^■túllanles de la diversidad de los seres humanos. Esta diversidad ,|iu es una característica circunstancial, sino un dalo fundamental la sociedad. Los seres humanos difieren unos de otros en razón circunstancias externas (lugares más o menos hostiles donde vi ven, dotaciones iniciales heredadas del pasado, etcétera), pero también de sus características personales (edad, sexo, capacidades Hmcus o mentales, etcétera). lil trabajo del principio de igualdad consiste en remediar las deiitliuldades excesivas que puede generar en las trayectorias perso nales de los individuos esta diversidad de las “condiciones iniciaI. " en que se encuentran. Pero no hay que equivocarse, no se trata hit volver a repartir las cartas en un momento dado, o de compon en inicialmente las pérdidas de los más desfavorecidos. Puesto que el paso del tiempo trastorna incesantemente las condiciones iniciales. Por lo tanto, el trabajo del principio de igualdad es per manente. como lo es la demanda social de su aplicación. No hay principio de igualdad que. por así decirlo, se avenga a que los miembros de una sociedad queden encerrados en sus condiciones
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iniciales, o que su suerte sea completamente determinada pm circunstancias, buenas o malas, de su pasado. En cierto sentido, el principio de igualdad es por doquici siempre una proyección hacia el futuro y -podría decirse, a dcq cho del pasado- un movimiento mediante el cual la sociedad pi cura liberar, aunque sea parcialmente, a los individuos de su lint ria, para permitirles afrontar mejor su porvenir abriéndoles abanico de opciones que ciertas circunstancias de su pasado i iringieron en demasía. La idea de igualdad pone en acción ii combate contra el deterninismo, explicación lineal del futuro |n el pasado. Tal vez sea así como hay que interpretar el criterio de Raw| cuando, para juzgar lo bien fundado que está un principio moral propone volver tras el “velo de ignorancia”, esa situación hipotetl ca original en la cual los individuos toman decisiones sobre las r glas a adoptar para vivir en sociedad, antes de saber qué será catlit uno de ellos. Entonces, liberados de sus condiciones iniciales, del determinismo de su historia, escogerán muy probablemente tul principio de igualdad que garantice a cada uno los medios tln afrontar el futuro. Es cierto, el paso del tiempo no puede más que desgarrar el “velo de ignorancia” y transformar lo que puede pare cer a priori como un simple sistema de aseguramiento en un verda dero ejercicio de una solidaridad voluntariamente consentida. Pero la cuestión no es sólo ésa. También es importante concehu la igualdad en términos que no conduzcan a transigir con los deter minismos. Si opera un principio (sustancial) de igualdad, un acci dente de trayectoria no es más que un incidente y no el acontecí miento que va a determinar enteramente el devenir social del sujeto. El contrato social estaría vacío de sustancia si condujera 11 renunciar a modificar el determinismo de las condiciones iniciales y a organizar un mínimo de solidaridad, de la que ahora se advier te mejor que está animada por el deseo de poner en aeción cierta concepción de la igualdad.
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IikI i idea de igualdad consiste asi en desdibujar o compensar E piui del pasado para hacer menos desiguales las condiciones é l le turo. Allura bien, como ya lo hemos dicho, desde el inicio de los A i iii tienta las transformaciones no actuaron exactamente en ese Bjlldu, sino todo lo contrario. Acabamos de atravesar-¿pero aca■ llanos salido verdaderamente?- el periodo mis largo de nuestra Kiioiu en que las tasas de interés reales fueron tan elevadas. Se ^ p lr n estimar de diversas maneras las razones y los efectos ecoBmih. os de un fenómeno semejante. Pero con respecto a la cuesi i . m ijuc nos ocupa, la de la Igualdad, no puede más que tener un K flu devastador. Puesto que afecta la representación que cada ■tu se hace del porvenir, la manera como una sociedad en conjun■jK-reibe su propio futuro. El porvenir queda desvalorizado y el hi n unte temporal de las decisiones humanas recortado por una b is unica implacable, casi independiente de la voluntad, al térmiHti de la cual los individuos sacan las conclusiones de la nueva re'pi ion establecida con el tiempo. El presente, momento evanescenL entre pasado y futuro, va a adquirir un status privilegiado, dado ttlc el porvenir y por lo tanto el proyecto se desdibujan. El equiiiliiin del tiempo se inclina en favor del pasado, es decir de la valo ría mn presente de éste. Las condiciones iniciales pesan entonces lints intensamente y el presente se convierte en el lugar donde se blocura sacar el mejor partido de ellas. Sólo el pasado tranquiliza i muido el futuro inquieta, o cuando ya no es perceptible con la Mlisma agudeza, lo que suscita una crispación sobre el presente. Ahora bien, la diversidad fundamental de los seres humanos es lu de sus condiciones iniciales, y ese retorno al pasado, esa incliftltción en favor de ellas va contra el principio de igualdad que la locicdad pretendía poner en práctica. ¿Qué.significa, por ejemplo. Ili idea de igualdad de oportunidades, si éstas de entrada se hacen mus desiguales y si la aritmética del interés confiere a esta desi gualdad un carácter acumulativo? La sociedad tiene entonces fun damentos para percibir un debilitamiento del principio de igualdad
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que estructuraba el contrato social y experimentar como mi« m «l tas. desigual dad es observadas a las que considera cuiKt\ii
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■ r e s ille n sus diferentes componentes. De resullas de ello, oscil.mloi entre movimientos corvulsivos complejos y períodos de di|,i,ion pasiva del malestar. Y los glandes sobresaltos se articulan Mir si mismos a las transformaciones del sector público, va se trate ,1 la escuela o de cualquier otro servicio púbLico, probablemente l*nit|ue planten con franqueza la cuestión del vínculo social. El lector público es por lo tanto uno de los escenarios principales ■limde se desarrolla la tragedia social. Sin embargo, se ve con claridad que en lo sucesivo esta mecá nica encuentra sus límites. Por una parte, la esperanza de que Las ventajas obtenidas por los trabajadores del sector público fueran extendidas a La masa de los asalariados se vio decepcionada con demasiada frecuencia. Por la olía, esos conflictos sólo expresan la realidad del malestar desigualitario si asumen, como sucedió re cientemente. una dimensión convulsiva, emocional y política. Pe ro esos acontecimientos están ligados a coyunturas que se repro ducen demasiado raramente para que se cumpla el trabajo regular de apaciguamiento de la conflictividad. Entre las grandes crisis catárticas, ésta se expande en lo sucesivo por el conjunto del orga nismo social, se coagula en las cuestiones vinculadas a la escuela o la ciudad, y asume la forma derivada de la agresividad, la resig nación (que produce por sí misma su doble: la venganza), los ac tos de incivilidad o, por último, el voto lepenista. Por lo tanto, hoy es capital calmar a los franceses centrando lo esencial del discurso político en las nuevas desigualdades. Esto só lo puede hacerse si vuelve a darse sustancia, de un modo que no sea el encantantorio, a los principios de igualdad que se pretenden buscar. La igualdad de oportunidades y en particular la movilidad social ascendente se vieron perjudicadas por las transformaciones que hemos descripto. La sociedad francesa sufre un déficit de por venir, se crispa sobre el presente, sobre sus logros, únicos puntos fijos que le quedan para afrontar un futuro incierto. Esas actitudes pueden incluso contribuir a agravar las desigualdades, pues son poco propicias a las reformas. Pero es difícil retormar una socie
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dad cuando no se lien en más que sacrificios para pedirle y un ol> jetivo vago para proponerle. Reformar es además cambiar las “condiciones iniciales”, nnn bo que puede parecer contradictorio cuando se encara en el ni o memo en que esas condiciones son valoradas. Es uno de los oríge nes de los movimientos sociales de diciembre de 1995 en Francia Se trataba claramente de cambiar las condiciones iniciales de los agentes de los servicios públicos con la modificación de sus regí menes jubílatenos, es decir el valor del patrimonio que sus aportes y status les habían permitido adquirir ¿Pero cómo podían aceptar lo cuando en realidad comprendían que no se tocaban las condi ciones iniciales de quienes más se habían beneficiado con las transformaciones económicas pasadas, y en especial los dueños del capital financiero? ¿En nombre de qué principio de igualdad podían aceptar semejante diferencia de tratamiento? Es cierto, la reforma los hubiera acercado a las condiciones de los asalariados del sector privado. Pero podía interpretarse a la vez como correc ción de una desigualdad de proximidad y como agravamiento de una desigualdad estructural (entre asalariados y no asalariados). Por añadidura, la pérdida de credibilidad de la política de empleo condujo a una desconfianza creciente de los franceses con respecto a las reformas: los sacrificios que habían aceptado nunca produje ron los efectos esperados. ¿Por qué entonces aceptar otros nuevos en nombre de la igualdad, si ya no creen en la capacidad de los go biernos para poner lin a la desigualdad fundamental frente al em pleo? Restablecer las condiciones de la igualdad de oportunidades, volver a dar credibilidad a la movilidad social ascendente, se pre sentan por lo tanto como esenciales, ya que permitirían recuperar el movimiento, hacer más claro el porvenir. A priori, esto parece más lácil de decir que de hacer. Pero se advierte con claridad que un proyecto semejante implica un retor no del Estado, no sólo como gestor precavido del presente sino co mo productor de futuro, como director del largo plazo. Para ello.
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L l.n l que poder actuar al menos en tres direcciones. Todas están ||| ,1. 1 1 . al restablecimiento de la igualdad de oponunidades. I n primer lugar, es preciso que la lucha contra la desocupaI citín vuelva a ser un combate creíble. En efecto, se trata de la primera de las desigualdades, de la que sus víctimas van a Le var durante mucho tiempo la huella en sus condiciones inicia les. El proceso es análogo al del racionamiento del crédito: el i ceso al empleo se raciona en proporción a las “performan ces’' pasadas en materia de desocupación. El empleo va en pri mer lugar a quienes tienen uno. luego a aquellos cuyo período ! de desocupación fue corto, y así sucesivamente.1lis preciso a continuación que la política de inversión pública, lie renovación urbana, de educación, se dé verdaderamente ¡os medios de actuar en favor de la igualdad de oportunidades, pa ra proporcionar a cada uno un “capital inicial que le permita afrontar mejor el porvenir.1213 - Por último, es preciso que el sistema de protección social esté más atento a la trayectoria biográfica de los individuos, a fin de evitar que los incidentes coyunturales de la vida cotidiana —ya sean de orden económico, social o afectivo—se transfor men en determinantes principales del devenir social.
12 . Incluso podrían ordenarse las posibilidades de encontrar un em pleo en función directa de la relación entre el tiempo de trabajo y el tiem po de desocupación. Cuanto más alta sea esa relación, más fuerte será la probabilidad. Como el acceso al crédito, que es tanto más fácil cuanto más elevada es la riqueza inicial. Desde luego, hay otros factores que in fluyen sobre estas probabilidades, pero éste parece de gran importancia. 13. Sobre este punto, véanse los planteamientos del capítulo V.
Capítulo I]] LA G LO B ALEA CIÓN EN CUESTIÓN
I . Los tres estadios de la globalización 2. Los ganadores y los perdedores 3. Las ambigüedades del librecambio 4. El porvenir económico
1. LOS TRES ESTADIOS DE LA GLOB AL1ZACIÓN La globalización de la economía multiplica las incertidumbres. Si- corre el riesgo de que dé origen a una sociedad aún más desifii.ilitaria. ¿Va a amenazar a nuestros Estados providencia? ¿Vere mos con ello que el rigor social sucede al rigor económico, y que l.i competencia mediante los salarios (la búsqueda de la competiti\ idad a través de la moderación salarial) conduce espontáneamen te a una competencia entre los sistemas sociales?
Economía y política ¿Pone en peligro la globalización, como las multinacionales en los años setenta, un modelo de sociedad? Las exigencias de competilividad y flexibilidad, piensan algunos, se avienen mal con el mantenimiento de las formas de solidaridad que estaban en el cen tro del contrato social de posguerra. El proceso sería aún más im piadoso por ser independiente de la voluntad política: la globaliza ción organizaría y pondría en escena la impotencia de lo político. Implicaría así, en opinión de algunos, una manera única de afrontar los mercados global izados. O, para decir las cosas de otra manera, no sería posible una política nacional independiente en un mundo donde los países son económicamente interdependicntes. Mucho más poderosa que la ley de los Estados, la ley de los mercados y la
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apertura al mundo diluyen a cada país en un conjunto indiferencia do donde ninguna sociedad nacional controla su destino. ¡Clamor contra la globalización! No habría que buscaren oirá parte el motor de este segundo padecimiento que estructura el mal europeo. 1 ,i crisis del individuo se acompaña con la global ilación, lo que con tribuye aenLurbiar aún más las pocas referencias que nos quedan. Pero esta lectura de la globalización no es la única posible. Hay otra en la que aparece más como una coartada, un pretexto para la renuncia de los gobiernos. Éstos se eximen así de buscar los dispo sitivos sociales necesarios para repartir mejor los frutos de esa glo balización. Bajo este vocablo, “globalización’'. se encuentra hoy un fenómeno complejo de dimensiones múltiples, que mezclan el desarrollo de los países antaño pobres, la desregulación de los mercados y la disminución de la tasa de crecimiento. Como si el enriquecimiento de los países en vías de desarrollo sólo pudiera hacerse en detrimento de los nuestros. Los Treinta Gloriosos/ cu ya desaparición se creyó transitoria, parecen haberse desvanecido definitivamente con el anuncio de nuestra incapacidad de retomar un crecimiento estable en un marco semejante. Esta percepción de la globalización, en todo caso, conduce a nuestra sociedad a decir les un adiós diferido durante demasiado tiempo. El pasado, en efecto, cobra aún más sentido porque el porvenir parece oscuro y su interpretación estructura nuestra comprensión del presente. Por lo tanto, hay que comenzar por liberarse de él, no sólo en el sentido de que ya nada será como antes, sino en el de que en lo sucesivo todo será posible. ¿En que consiste entonces ese “antes” que alimenta nuestra nostalgia? ¿Cuáles son sus facto res determinantes?*
* Período de crecimiento económico sostenido (que abarca aproxima damente las décadas de 1950 ¡i 1970), en el que el Lutado providencia, o Welfare Slalt li stado de bicnestar| según mi denominación en inglés, al canzó su mayor dcsurrollo (n. del l.)
LA GLOBAL! ZACTÓN ES CUESTrÓN
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l'.n el orden económico, los Treinta Gloriosos eran indisociapfcft del intervencionismo en maieria de gestión de la economía Mu tonal y de relaciones económicas internacionales. En efecto, el inundo, a la salida de la Segunda Guerra Mundial, había sabido titilarse de las instituciones de cooperación necesarias para la ex pansión del comercio internacional y la coordinación de las polítiBls económicas. A partir de ello, la voluntad política podía trans formar la sociedad, hacerla progresar: “la intendencia económica titulaba.* Hoy, luego de quince años de una “transición” hacia la economía de mercado que la globalización hace irreversible, el ran mamiento podría invertirse término por término. El mercado im pune transformaciones sociales que la política se aplica a llevar a i abo: ‘‘la intendencia política” acata. / ov tres global izac iones La simultaneidad de la desaparición del modelo de los Treinta ( ¡loriosos y de la explosión de la globalización podría hacer creer en un vínculo de causa a electo. Habríamos pasado, sin transición, de un modelo económico dirigista a otro puramente liberal, el de untes del keynesianismo. Esquemáticamente. Francia experimentó un primer movimiento de apertura en los años sesenta, al que podría calificarse de interna cional ización “organizada”. La debilidad de las economías en de sarrollo y la permanencia todavía garantizada de las antiguas zonas de comercio colonial condujeron a centrar esa intemacionalización dentro mismo de la OCDE. Por medio de la Ronda Kennedy1 y del*
* “Intendencia’' (¡ntendance en el original) debe entenderse en su sentido militar, como el organismo encargado de las provisiones del ejér cito. Que la “intendencia acate” significa subordinar las cuestiones mate riales y económicas a las decisiones políticas (n del t.) 1 . Mecanismo de discusión de las formas de libcralización de los ¡n-
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proceso de negociadón comercial multilateral.*2 y en el contexto c un sistema monetario internacional fundado sobre el tipo de cuín bio fijo, las naciones desarrolladas emprendieron la tarea de >>im nizar racionalmente la expansión del '“agradable comercio*’ que ln vinculaba entre sí. La aparición de competidores asiáticos se tiiit de la misma manera, y los acuerdos multifibras (AMFl3 contrito1 yeron mediante la negociación a escalonaren el tiempo la noces» ria reconversión de las antiguas zonas textiles. La expansión de los mercados de capitales, apuntalada por lux progresos de la informática y el vuelco de la política monetaria es tadounidense en 1979, dio paso a una segunda “época” de la pin balización. lundada esta vez en la desaparición de las frontera-, Salimos entonces de un modelo “aduanero” de la globalizacirtn, basado en las clasificaciones de productos, derechos, mecanismos, negociaciones entre Estados, para inclinarnos hacia la economía mundo de los mercados de cambio y de los productos Financieros. La moneda perdió su status de encamación de una soberanía para convertirse en un activo representativo de la riqueza del país. Ayer hija del Estado, salió del espacio de la soberanía por su inmersión en el mercado mundial. La unión monetaria es una tentativa de ha cerla regresar a aquél y de constituirla en emblema de una nueva comunidad. Lina tercera glohalización se desencadenó) desde el inicio de los tercainbios internacionales que se llevó» a cabo en el marco del GATT en tre 1964 y 1967 (el acuerdo final se firmó el 30 de junio de 1967). Su con secuencia iue la reducción del nivel promedio de los derechos aduaneros 2. A la que Alexandre Kojéve. por entonces funcionario de la Direc ción de Relaciones Exteriores del Ministerio de Finanzas, veía como una construcción inédita de la historia del mundo. 3. Firmados en 1973. luego renovados y prorrogados en 1977, 1981 y 1986. los acuerdos multifibras. que siguen en vigor, establecen cuotas de exportación de productos textiles, país por país y producto por producto, para la mayor parte de los países de bajos salarios.
LA GLOBALIZACtÓN EN CUESTIÓN
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|Ans nuverta. en esencia a favor
4. Contra un 25% en los años cincuenta, un I7r/í en los sesenta, un 12% en los setenta y un 7% en los ochenta. Cí. IFRI, Informe Raimes, 1995.
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LA NL EVA ERA OE LAS DF.S J
las realas Je Uberalizació n del comercio. Aunque los inicios ifc | negociación habían sido muy conflictivos, ellos misinos lermlim ron por desear la aceleración de Los trabajos de la Ronda Urugin* renunciando así a su mercanlilismo pasado. Esia apertura masiva no asume -en los países donde se proclw ce- la forma de una reproducción al infinito del modelo japones d. los años sesenta, que consistía en compensar la extraversión ecomi mica con una limitación lo más fuerte posible de la asimilación ni el campo eulLural y político. Tanto en Taiwán como en Corea del Sur o Brasil, es la hora de la apertura. El planeta entero anhela al canzar los estándares de nivel de vida de los países desarrollados. Vale la pena decirlo en seguida: nadie sabe qué nos deparará esta evolución, tanto más por el hecho de que entramos en esta tcr cera fase de la globalización sin el auxilio de ninguna institución internacional de regulación. El carácter absolutamente abierto del porvenir explica sin duda que la globalización se perciba en Fran cía como el anuncio de una pulverización inminente de todas las solidaridades. Ahora bien, hay que tratar de disociar entre la justa previsión de los hechos y la política que pronostica lo peor. Es cierto que la globalización crea dificultades, dado que acentúa las tendencias desigualitarias que se abren paso en nuestro país y hace más complejo el ejercicio de la política económica, pero no impli ca ni renuncia al crecimiento económico -cuyos mecanismos son profundos- ni desmantelamiento dp nuestro sistema de protección social. La invasión inmigratoria no se producirá Pero hay otro fantasma ligado a una mala interpretación de la globalización: los Estados, se dice, se verán ante la incapacidad de hacer trente a presiones migratorias irreprimibles. Sin embargo, las lecciones de la historia son claras: los grandes movimientos migratorios no proceden de diferencias de nivel de vida, sino de conflictos susceptibles de alentar contra la existencia misma de la
LA GLOB A LEA CIÓN KM CUESTIÓN
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|-n |,| actualidad, lo que conduce a los desplazamientos masii n , | i iesgo existenctal. Los grandes movimientos que hemos ,| | titsde hace quince años, en Africa, Asia o Europa del esiitiM ¡'den de ese fenómeno. Mientras no está enjuego la vida, movimientos son limitados y quedan reservados a las franjas hit poblaciones en desarrollo a las que podría llamarse “pionep.iru éstas, se nata claramente de partir por cuenta de quienes ¡quedan. "Razonar de otra manera es olvidar el costo afectivo y luliiii.il de la decisión de emigrar”,5 señala con justeza Palrick Wrtl Uno no lleva su país en la suela de los zapatos, y la cuestión lj\iil> cr si se debe o no "acoger a toda la miseria del mundo" no tu ni) más sentido que la de saber si hay que impedir toda inmigrapóll legal. [ En la hora actual, y pese a que es fronteriza con el mundo en desarrollo, como todos los países del perímetro norte del Mediin raneo. Francia no registra, según los años, más de 90.000 a IJO.OOO instalaciones legales en su territorio, provenientes de naIni ales de la Unión Europea, cónyuges de franceses, familias de residentes extranjeros en siluación regular y refugiados políticos. Dentro de esta población, la reunión de las familias de extranjeros no europeos autorizados a residir en Francia (reagrupamiento fa miliar) representa alrededor de 35.000 personas. A esos movi mientos se añade naturalmente la inmigración clandestina, del or den de unas decenas de miles, según Patrick Weil. pero hay que restar los "retornos al país natal", cerca de 40.000 por año. No hay en ello nada que permita hablar de invasión. Incluso puede decirse que. comparadas con las tendencias a largo plazo de la historia mi gratoria del país, esas citras son escasas. I La “angustia migratoria", por lo tanto, proviene menos de las realidades macroeconómicas que de la manera como éstas han si
5. Patrick Weil. Pour une nouvelle polilitjue ti ¡intnigration. Notes de la Fondation Saint-Simon. noviembre de 1995.
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LA S'IJEYA ERA DELAS DESIGUALDADES
do presentadas, por una parte, yen la manera cono se traducen bre el terreno, por la otra. Se hizo creer demasiado a los Iranio que algunos de sus problemas de empleo o de imane iamiento ,1 su Butdo providencia se debfan a la inmigración, que había C|UI detenerla y que se lo hacía efectivamente. Estas afirmaciones falsas. Pero asi como es difícil Talsabilizar” la pnmera sin c.ilr.„ en una discusión compleja, es fácil constatar que la segunda *| ™ ™ ° S nUey°S mm,^ antes- co™> predecesores, tiemli „ concentrarse en las mismas zonas geográficas. Por ello “¿cómo puede reaccionar al fenómeno de la llegada de nuevos inmigran ir. un habitante de esos barrios que escuchó y creyó el discurso soh.r 61 freno a la Ulmigración’7*’.6 ¿Más aún, deberíamos añadir ,| cree que su padecimiento se aliviará con esa suspensión? I a ',,,, qmetud de la gente procede entonces a la vez del fenómeno de hu csigualdades dinamitas antes analizadas, pues los esftierzos nece sanos para la integración de esas poblaciones no se imponen de l„ misma manera a todos, y de la desastrosa tendencia a preferir .,1 escándalo de la verdad”, la “política de la ilusión”. No es mirando pusilánimemente hacia atrás y enmascarando la reahdad como se avanzará, ni en este campo ni en los demás Nuestra mirada a menudo nostálgica hacia los Treinta Gloriosos da testtmomo. sin embargo, de la dificultad de sustraerse a las perezas y los facihsmos. ^ Los laureles no han sido talados La reconstrucción imaginaria de los Treinta Gloriosos sigue ali mentándose de las incertidumbres del porvenir, o sirve de coartada a. 3 renuncia- Hoy se elevan voces para decir que el futuro de Fran c a pasa por la deconstrucción de lo que los Treinta Gloriosos nos transmitieron como herencia. Teníamos crecimiento y protección 6. Ihid.. pác II
LA GLOBALIZACIÓN EN CUESTIÓN
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’liil Pues bien, boy debemos admitir que, tras haber perdido el eii-iii del primero, tenemos que renunciar, ai menos parcialmente, |,i «efunda. El doble castigo sucede a la doble recompensa. La refein. ia a los Treinta Gloriosos alimenta a la vez visiones pasatistas <11 iwivenir - “si por lo menos tuviéramos la voluntad, podríamos wnlurr al pasado”- o se convierte en el lugar de nuestra impotencia su no iremos al bosque, los laureles han sido talados”—.’ I ■. preciso que superemos esta crispación compulsiva sobre ■potra gloria perdida. Si nuestra tasa de crecimiento fue tan eleQHKhi durante los Treinta Gloriosos, se debió esencialmente a que Q| convergencia” con la economía estadounidense hizo que nos Bliic 11ciáramos con un ritmo considerable de aumento de la pro ductividad laboral, cerca de 4,5% por año. Hoy, ese ritmo bajó a mii iios de la mitad, y con él, el del crecimiento potencial de la eco nomía francesa. Esta disminución, por ser provocada por la de la i unluctividad, no debería tener consecuencias sobre el empleo, pobre todo, no es consecuencia de la global ización ni un preludio il estancamiento. Pues en la actualidad siguen en vigor los meca nismos del crecimiento, aun cuando hayan cambiado de naturale/ii. intensidad o lugar de aplicación. Lo que hay que comprender en lo sucesivo, entonces, son los mecanismos del crecimiento venidero. Los niveles de vida, en electo, seguirán creciendo, y los hombres continuarán enfrentán dose al problema de la escasez. Los factores que impulsan el crei imiento están siempre en vigor. Recordémolos: la elevación del nivel promedio de educación y capacitación de las poblaciones;*
* Letra de una canción popular francesa (n. del l.). ** Convergencia {cash-up): proceso por el cual, economías menos desarrolladas relativamente alcanzan el nivel tecnológico y de producti vidad de otras con mayor nivel de desarrollo (n del t.).
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I.A SITEV X ERA DF LAS DESIGUALDADES
- el aumento del stock de capital; - el progreso técnico: - la búsqueda incesante de nuevos modos de cooperación j iiu« vas formas de la sociedad, de la que este libro ofrece un modal lo ejemplo. Cuáles son entonces las contradicciones que no logramos dtA I hacer ’ La escasez está presente en cada uno de nuestros discurso», en cada uno de los males que denunciamos: la pobreza, la dcsociJ pación, el nivel elevado de las tasas de interés (escasez de capital l, la falta de calificaciones, etcétera. ¿Y es en el momento en que J supone que somos más inteligentes cuando debemos abandonar .-I combate contra la escasez, que es el contenido mismo de la activU dad económica? La cuestión del crecimiento es de orden filosófico antes que económico. (,Puede una sociedad renunciar a progresar? ¿Puede refrenar de modo duradero las fuerzas del cambio? El problema económico no es más que una de las dimensiones del problema so cial. Hemos pasado de una visión marxista del determinismo eco nómico a una concepción liberal de la primacía de la economía Pero tanto una como la otra tienen por efecto enmascarar las fina lidades, eximirnos de interrogarnos sobre el sentido. La actividad humana esta vuelta en su totalidad hacia el progreso y éste a veces puede revelarse destructor de manera tanto intencional como inin tencionada. Pero hay un sentido de la historia, una flecha del tiem po, como en el segundo principio de la termodinámica. De allí nace una dinámica que nunca tiene consumación pero que siempre empuja a la superación. Pobreza, desocupación masi va. fractura social en los países ricos nos remiten, de manera pun zante, a nuestras faltas, y nos recuerdan que sólo somos ricos rela tivamente. Cuanto más lejos llevamos las fronteras de la escasez, mejor comprendemos que la abundancia está siempre por venir' I ero es esto mismo lo que nos lucilo a proseguir el combate. I uesto que ( .ala victoria produce nuevas carencias y abre nue-
L \ CiLOB A LIZ A C tÚ N EN C U LST IÓ N
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Mi. | mpectivas. Todos los días ganamos algo sobre la muerte -la ■|WMin/a «le vida no deja de aumentar—, pero esos triunfos crean Efviis necesidades, nuevas desigualdades, nuevas injusticias que Dviten por efecto incrementar las escaseces relativas. Es así como «pie interpretar el crecimiento. Éste está íntimamente -por no ilti ii inmanentemente- ligado a la vida de las sociedades hurnaSu existencia atestigua que nuestros fines son inalcanzables y en cierto sentido el destino del hombre consiste siempre en Combatir. QuereT recuperar los ritmos de crecimiento de ios Treiniii
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LA NLTEV\ ERA DE LAS DESIGUALDADES
gemidos de La sociedad. Pero he aquí que no tenemos al oeste >>i lado del Muro más allá del cual podamos mirar. No nos ve un
el espejo. ¿Pero qué percibimos a través de ¿1? ¿Cuál es el objeto «lo nuestro padecimiento? Nos vemos pequeños. Paul Valérv deem que procurábamos "ordenar el resto del mundo para fines euro peos’ . Y he aquí que tenemos la impresión de que el resto del mundo actúa sobre nosotros para nuestra desgracia. La globaliza ción, como las multinacionales en los años setenta, encarna uu afuera hostil, una cuarta dimensión en la que nos vemos proyecta dos repentinamente. Como en las novelas de ciencia ficción en que el héroe, bajo el efecto de un incidente, queda reducido a un tama ño minúsculo y descubre la violencia de los objetos corrientes de su universo cotidiano, nosotros descubrimos con estupor que nu somos más que un país de sesenta millones de habitantes en un mundo poblado por seis millardos de seres humanos. La primera herida, por cierto, sólo es de amor propio, pero ocupa un lugar im portante en el imaginario de los pueblos y tal vez más aún en el de sus dirigentes, como lo testimonia el impacto mediático de las cla sificaciones de los países, que cada uno invoca para tranquilizar o inquietar. Y es posible hacer una u otra cosa según sea la clasifica ción considerada: ¿Francia es el primer exportador del mundo por habitante, o pronto será superada (según un criterio indetermina do) por la India? Nuestros déficit públicos y nuestro malestar social deben reubi carse ahora en un contexto mundial. "En la clasificación de las grandes potencias económicas -se ha señalado , Alemania ha sido superada por China; Francia pronto será alcanzada por la India; Ja pón se acercó a los Estados Unidos, y Corea dd Sur le pisa los ta lones a España. De creerle al FMI, en el horizonte del 2010 Fran cia no será sino la novena potencia mundial, precedida por Taiwán y seguida de cerca por Indonesia. I n Purís, los edificios de ofici-
L A ü LÜ B A LI ZA CIÓ K EN C lE S T IO S
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H**> • i m vacíos. En Asia, Los arrancan de las manos. Los alquilé is* se.iii más caTOS en el centro de Hanoi que en el boulevard ft|U*Mna.nn. Las grandes arterias comerciales del mundo son en lo m v o extremo-orientales: el precio del metro cuadrado de un U il es más elevado en Orchard Road (Singapur) que en los Í|iwii|'s-Élysées, y en la calle Nankín i Shanghai) que en la Quin til Venida. En Hong Kong (Causeway Bay) vale diez veces más uii' en Roma (via Condotti). t.Habrá que hablar de la decadencia ilc t La idenle cuando la revista mensual Fortune, de los Estados I unios, acaba de señalar que Singapur es la ciudad número uno dd mundo para los negocios? "Con seguridad, el poder financiero y las apuestas sociales se kilu.tn de ahora en más en el otro extremo del mundo. La suerte de I,, libra o el franco se juega en plena noche cuando, en las antípoi!ir, de Greenwich. comienzan a cotizar Las bolsas de Sidney y hílala Lumpur. El sombrío porvenir de nuestros empleos se decide rn Saigún o Colombo cuando se abre un nuevo taller textil o de i «Izado, cuya producción volveremos a encontrar en los negocios parisinos, a veces estampillada ‘Made in FranceL "La opinión pública aún no ha tomado conciencia de estas con mociones: ¿cuántos occidentales saben que en lo más recóndito de Sichuan hay una ciudad. Chongking. más poblada que Londres. Nueva York o París?” “¿Y entonces?", podríamos decir. La “decadencia del imperio norteamericano” era la buena nueva que -con el apoyo de las ci fras- Europa anunciaba al mundo cuando estaba en el apogeo de su poderío (de su convergencia con el nivel de vida de los Estados Unidos): como su ingreso nacional aumentaba con mayor rapidez que el del otro lado del Atlántico, se deducía automáticamente una7
7. Odón Vallet. "Quand la France s’éveillcra brero de 1996.
Le Monde, 17 de fe
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LA -NO EV A ERA D I LAS D ES1G L'ALI> ADhS
mejoría de su posición relativa, cuya oirá cara era el deteriiin «li la de los Estados Unidos, Las di lerendas de niveles de desarrollo y crecimiento dcnm gráfico siempre ponen en acción los mismos procesos, pero lioy juegan “contra-* Europa. Ei desarrollo de la India, de Asia en m conjunto o de cualquier país del mundo siempre puede anali/jirw en términos de decadencia del imperio europeo. ¿Es por ello uim mala noticia? ¿Debemos recibir cada vez la noticia de la reducción de la pobreza en el mundo como una herida, una injuria a nuesltn poderío? ¿Es malo que las desigualdades entre países ricos y pal ses pobres se reduzcan gracias al enriquecimiento de estos úlll mos? ¿Es posible sostener a la vez discursos generosos sobre las relaciones norte-sur y quejarse de que. pese a nuestra ausencia digenerosidad. las regiones del sur ingresen al desarrollo? Es cierto, eso modifica las cartas del poder o las de la dominación. ¿Pero verdaderamente queremos mantener en una era poscolonial las mismas jerarquías de la sumisión? Todo esto es evidentemente muestra de lo no dicho, aun cuan do éste se vehiculice explícitamente en los intentos de clasifica ción del poder a los que todos se entregan: ‘‘Parece que en Davos. en el invierno de 1996, se hubiera dicho que Francia ya no es más que un país satélite, que tanto su autonomía como su poderío ya no competen más que a la nostalgia . En verdad, la declinación rela tiva de los países ricos es una buena noticia. Es un testimonio de que la producción mundial se incrementa y que los países pobres ingresan por fin en el desarrollo. Lo que es triste, en cambio, es ver hoy a los lerccrmundistas de los unos setenta transformarse en detractores de la “competencia desleal" de los países con bajos sa larios y convocar al proteccionismo. ¿Olvidaron que entonces deséahamos ardientemente el desarrollo de las naciones pobres y que nos parecía que el porvenir del mundo dependía de esc desarrollo?
LA G LOBALLZACIÓS FN CITBST] ÓN
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2. LOS GANADORES Y LOS PERDEDORES I i primera íorma de la declinación relativa de nuestro poderío | t rnnittga con una segunda, a la vez más real y más controvertida, (Mu- se refiere a nuestra cohesión social y nuestro modelo de socieilutl La globalización separa a quienes se adaptan al mundo y nuil'ues no pueden hacerlo, y nos obliga a mostramos menos soliitiiios para hacer frente a la apertura de la economía. En los términos de las categorías que establecimos en el capítu lo precedente, todo ocurre como si la reducción de las desigualdaili s estructurales entre países y regiones, que lleva a cabo la globallyación, condujera a un crecimiento inevitable de todas las formas iic desigualdad -estructurales y dinámicas- dentro de nuestros vie jos países industrializados. No sólo nos vemos obligados a com partir más la producción mundial, sino también las desigualdades. Así, la global ización pondría en marcha un proceso de sustitución ile las víctimas del progreso: su número se incrementaría en nucsnos países y disminuiría en los del sur. Cada tipo de globalización puede asociarse esquemáticamente a una categoría de desigualdades. La globalización financiera hace crecer las desigualdades estructurales, porque conduce lógicamen te a otra división entre ganancia y salario en los países industriali zados. En efecto, contribuye a incrementar de manera considerable la movilidad de los capitales. Si los movimientos de capitales son libres, es normal, necesario e inevitable que éstos acudan allí don de la mano de obra, en un nivel de calificación comparable, es más barata. Por lo tanto, la globalización de los mercados financieros no puede sino acrecentar, en proporciones importantes, la compe tencia de los países con bajos salarios o escasa protección social. Querer una cosa es atraer a la otra. Liberados, los capitales no tie nen más que una única racionalidad: la rentabilidad máxima de las inversiones, cualquiera sea el país. E.sta rentabilidad máxima pue de encontrarse allí donde la mano de obra sea más barata. Ahí. las necesidades de capitales son las más grandes, los rendimientos
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* M JEVA LJLA D E LA 5 DESIGU ALDADES
también. Esta liberación de los movimientos de capitales, que mi plica poteucialmcnte la global i¿ación financiera, se hace efcetlv| desde el momento en que se abren al comercio internacional pal ses que antaño se mantenían apartados de éste. Esos países liciit n entonces enormes necesidades de capitales, que constituyen oii.n tartas oportunidades para quienes los poseen en las regiones
LA G LO BALIZA CIO N EN CUESTIÓN
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t,<é dinámica de las desigualdades I-I verdadero problema es que el excedente provocado por la l Inltalizíiciór sólo se consigue a costa de un crecimiento considera ble, tal vez insostenible, de las desigualdades. Los titulares de in|lCM»s no salariales, rentas y beneltcios. ven cómo éstos se increiii. Hian fuertemente, mientras que los asalariados comprueban una |ioi;i importante de su poder adquisitivo. En otros términos, la dis tribución de los ingresos sufre una importante deformación en deiiTinento de los provenientes del trabajo. Las desigualdades estructurales se profundizan. Es cierto, en principio esta deformación Piólo es transitoria. El desarrollo de China conducirá a una eleva ción de los salarios en ese país, tanto más fuerte por el hecho de que el desarrollo será rápido, cosa que. en último termino, restable cerá la competidvidad del trabajo francés. De manera más general, encuentra aquí su ilustración la doctrina de la ganancia de eficien cia global, resultante de la libre circulación de los capitales y de la apertura de las fronteras: el bienestar de los países exportadores de capitales no se reduce porque conservan la propiedad de éstos, lo que les permite recoger los frutos del crecimiento de la producción mundial. Y esto, aunque ese crecimiento resulte de un doble movi miento: una baja del crecimiento en los países de origen del capital (Francia), ampliamente compensada por la fuerte expansión de los países que lo importan (China). Aun cuando ese movimiento se produzca a expensas del trabajo en los países desarrollados, se ve a las claras lo que constituye su motivación, y por qué la apertura de las fronteras es un fenómeno difícilmente reversible. El mecanismo mediante el cual se elecuia esta rclocalización de la inversión a escala mundial está ligado al aumento de la lasa de interés real. Este aumento es provocado por la emergencia de nue vas necesidades de inversión, y tiene por electo hacer que ésta sea menos rentable en el oeste, en tanto el bajo nivel de los salarios y de la protección social contribuye a su atractivo en los países emer gentes. Hemos razonado aquí a partir de un ejemplo extremo, para
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I * S'UEV A ERA D EL AS D ESIC UALD ADES
mostrar claramente qué podría estar en juego en la estructura su. i I a cansa de la movilidad perfecta de los movimientos de capitales. Sin embargo, en los hechos, si está en marcha un proceso «lo ese tipo, su amplitud parece menor, casi indiscernible estadística mente. Es cierto, los flujos de capitales han aumentado, pero ni aumento fue muv modesto en relación con los flujos comerá alo* pasaron del 7 al 9% del PBI en el transcurso de los últimos veinte años. En total, alrededor del 10% de la acumulación de capital de los países en vías de desarrollo (o sea sólo el 2% del capital total de las naciones ricas) fue financiado por la movilidad del capitul Es difícil imaginar que una variación tan escasa pueda tener con secuencias tan grandes. La globalización de los mercados de bienes en el conjunto del planeta, y ya no únicamente dentro de las naciones ricas, define la tercera globalización. En teoría, podría contribuir a explicar la pro tundización de las desigualdades dinámicas. El intercambio inter nacional incita a los países a especializarse en las producciones que utilizan de manera intensiva los factores productivos de los que están relativamente bien dotados. A la inversa, esos mismos países importarán los bienes cuya producción exige la utilización de factores de que disponen en menor abundancia. Mejor dotadas relativamente en trabajo calificado, las naciones del norte van
I A ULUB ALIZACICYN EN CL KS'I ION
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|iiii huí. mientras que mji pares de los países emergentes cotnprueE||li una mejoría de su suene. Las desigualdades dinámicas crecen ktiir nosotros y disminuyen entre ellos. I iilífie a ció n y em pleo I sta consecuencia del desarrollo del comercio internacional jimtle explicar en particular la tendencia a la desindustrialización ipil" se observa en los países del norte. Las industrias manutaetureL„. en efecto, emplean una proporción más grande de trabajadores relativamente poco calificados. La intensificación de la competen( iii, que hace que las exportaciones de nuestros países sean menos competitivas en los mercados extranjeros, reduciría entonces el sa ltillo relativo de los trabajadores menos calificados en los países ,|iie exportan o que compiten con importaciones de productos ma nufacturados. A la inversa del proceso puesto en marcha por la globalización Imanciera. el comercio internacional no actuaría tanto sobre la disII ihución del ingreso entre capitalistas y trabajadores sino entre ca tegorías de estos últimos: entre quienes tienen las calificaciones exigidas para utilizar las ventajas tecnológicas del norte y los de más. De ello resulta un movimiento de tijeras: en los países ricos, la exportación de productos de alto valor agregado incrementa la demanda de trabajo calificado; la importación por esos mismos países de mercaderías con escaso valor agregado reduce la deman da de trabajo no calificado. Esto explicaría el fuerte crecimiento de las desigualdades intracategorías que se comprueba en las nacio nes desarrolladas, ya se traduzca en la apertura del abanico salarial o en el agravamiento de la desocupación. Las pruebas empíricas en apoyo de esta tesis son abundantes. Se observa efectivamente que los países en desarrollo invierten en los sectores donde disponen de ventajas comparativas, y obligan a nuestra economía a reorientarse hacia las producciones de mayor valor agregado. Así. el empleo en las industrias textil, del calzado
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LA NUEVA ERA DE LAS DESIGL.M_D.4DES
y de equipamiento para el hogar disminuyó un 50% desde l‘>70, mieniras que en el mismo período el empleo global aumentó ligM ruínente. Hsta baja se vincula a la sustitución de la producción m cional poi las imponacioncs, pero también con el crecimiento ilc la productividad impuesto por la competencia de los países con bajos salarios. AI mismo tiempo, los sectores especializados m bienes de alto valor agregado, y en especial en los bienes de equi pamiento que necesitan esos países, experimentaron un fuerte uu mentó de su actividad. De ello resultan transferencias de población entre sectores, que se traducen en una importante desocupación do adaptación. Algunas calificaciones quedan casi definitivamente desvalorizadas, lo que crea un sentimiento de inadecuación que incrementa la angustia individual y colectiva, difunde una sensa cion de inutilidad, de pérdida de referencias y perspectivas en lo dos aquellos que adquieren la convicción de que su destreza y su experiencia ya no valen nada y que deben volver a aprenderlo to do”.* En espacios de tiempo cada vez más breves, la globalizaciÓn redistribuye la actividad entre los individuos y, por consiguiente, entre las regiones. A la desocupación de transición se suman im portantes transformaciones sociales del territorio, cuyas consc cuencias se observan todos los días, tanto en el norte postsiderúr gico como en las pequeñas ciudades antaño especializadas en industrias intensivas en mano de obra. A la incertidumbre sobre el empleo se añade una obligación de movilidad geográfica, que acrecienta el sentimiento de desafiliación. La globalización agrava por lo tanto las consecuencias de la tendencia a la descalificación del trabajo no calificado. Así, el ín dice de desocupación de los trabajadores calificados pasó en Frant. ni il> I 2,5% en 1970 al 3,5% en 1980 y al 6% en 1993, en el peor
K M m iw tl I huir. La régulation des échanges intemationaux. Notes de lii l'oinlntliiM Saint Simón, septiembre de 1994. pág. 30.
LA Gl.OBAURACIÓN EN CUESTION
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nitrito de la recesión. Pero en cuanto al de los no calificados, i I mismo periodo subió del 3f£ al 9%. \ luego al 29cí . listas diferencias en la evolución del índice de desocupación i, considerables y destacan, si hubiera necesidad de ello, el crei límenlo de las desigualdades ante el empleo. Sin embargo, una cvsii es comprobarlas y otra invocar la globalización de los merca| tlii\ como su única o al menos su principal causa. El problema, en i *cio. es análogo al que encontramos en el análisis de las conse, acucias de la globalización financiera: las evoluciones verificadas pp los intercambios entre países del norte y países del sur fueron demasiado pequeñas para explicar fenómenos de esta magnitud. I .ntre 1970 y 1990. el incremento neto de las importaciones (dife rencia entre importación y exportación) provenientes de países en vías de desarrollo sólo fue del 1% en promedio para el conjunto de las naciones industrializadas. Incluso el aumento bruto de las im portaciones de esos países fue relativamente bajo durante el mis ino periodo, entre el 2 y el 3% del PB1 según los países del norte. Pero, de acuerdo con algunos autores como Adrián Wood,9 esas cifras subestiman el impacto que tiene el comercio con los países en vías de desarrollo sobre el empleo en las naciones industrializa das. Habría que tener en cuenta especialmente el contenido en em pleo de esas importaciones; en ese caso, el efecto sobre nuestros mercados laborales sería mucho mas considerable. La toma de conciencia de que los intercambios entre Francia y los países en vías de desarrollo, en particular las nuevas naciones asiáticas, eran relativamente equilibrados, no calmó las inquietu des. Se analizó entonces el contenido en trabajo de los productos intercambiados. Los que nosotros exportamos contienen mucho menos trabajo que los que se importan. Eso agravaría nuestra de socupación. Antes bien, hay que felicitarse de esta diferencia, pues
Cf. Adrián Wood. "How trade hurls unskillcd workers”. Journal of Eamomic Perspectives, vol. 9. n° 3, 1995. 9.
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L/4 N L E VA ERA D E LAS D E SIG U A LD A D E S
significa que el trabajo francés está más valorizado: no se piudy pretender lodo y lo contrario de todo. No se puede anhelar que . I trabajo francés se lome más eficaz y, al mismo tiempo, que se /cu da al mismo precia que el coreano. El intercambio no es desigunl si se importa más trabajo del que se exporta; ya que entonces sn exporta un trabajo con mayor valor agregado. EJ papel de i progreso técnico La tesis según la cual eJ comercio internacional sería respons.i ble de nuestros males no eneuenira en los datos observables mas que una conlirmación ambigua. Los órdenes de magnitud son marginales con respecto a la dimensión de los problemas que no» ocupan, visto que otras causas pueden tener los mismos efectos Una de ellas, invocada con frecuencia, parece al menos igualmen te convincente. El crecimiento de las desigualdades entre trabajo calificado y trabajo no calificado sería la consecuencia de la no neutralidad del progreso técnico. Éste exigiría una mano de obra cada vez más competente, y al mismo tiempo tendría por efecto incrementar la productividad de los trabajadores más calificados. El ejemplo evidente de este tipo de progreso técnico lo aporta la revolución informática. Esta no neutralidad podría explicar, lo mismo que la intensificación de la competencia internacional, la desindustrialización relativa que se verifica en los países del nor te. Algunos estudios mostraron que, incluso dentro de los sectores industriales, la recalilicación de los empleos se correlaciona con las inversiones informáticas y los gastos en investigación y desa rrollo. La desindustrialización se interpreta entonces como la con secuencia de una externalización o tercerización de los servicios, que antes se proporcionaban dentro mismo de la industria (movi miento que, desde luego, tiene como efecto el incremento de la demanda de trabajo calificado).10 En los análisis que invocan la 10 El término "externalización o tercerización" designa el proceso
LA GLOBALKACION EN L'UHSTTÓN
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l||ionsabilidad de la glübalizaciór, la explicación del aumento l | | desempleo entre los ira bajadores no calificados se tunda en ia hU .i de la especialización relativa de los países La consecuencia NiMx'iia ser el crecimiento de los sectores que en el mundo desa,i ,lindo utilizan de manera preferencial el trabajo calificado. AliopiL'ii, lo que se observa no es eso: en las naciones desarrolladas, ■ i proporción de trabajadores calificados aumenta en todos los [ itclores, pese al crecimiento relativo de los salarios de esos mis inos trabajadores. lis difícil decidir enire estas dos causas, la globalización o el [ progreso técnico, porque tanto una corno la otra explican igualf mente bien los hechos observados. Por otra parte, no se excluyen mire sí. v hasta podría sostenerse que son interdependientes. Es mus posible, sin embargo, que el crecimiento de las desigualda,1,-v debido a la acción conjunta de la liberación de los movimien tos de capital y de los intercambios, esté en realidad por suceder y no que ya se haya producido. China y la India se han despertado, y ulgunos ven en este despertar el anuncio de mayores desequili brios futuros. Una segunda observación concierne al desarrollo económico de países que antes no eran desarrollados. Este fenómeno no es nue vo. No data de fines de los años ochenta. ¿Cuántos países hemos visto desarrollarse desde el final de la Segunda Guerra Mundial'.’ El ejemplo paradigmático es Japón, cuyo desarrollo nos hizo sufrir en muchos planos, y que sin embargo habíamos visto venir desde hace cerca de un siglo. Esc país abrió el camino para muchos otros de la zona asiática. Ahora bien, pese a esto, las capacidades de de sarrollo occidental no menguaron, sino todo lo contrario. Por eon-
por el cual algunas funciones ejercidas dentro de la cmpicsa se confían a subcontratisias exteriores. Se suprimirá por ejemplo un servicio jurídico, y la empresa confiará los expedientes de esu naturaleza a un estudio ex terno.
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I A NUEVA HKA DE f.AS DESrCTUALDADES
siguienle, es de temer que una dramatización fací lista condu/i« J un error en el diagnóstico La competencia de ios bajos salarios El crecimiento de los países con bajos salarios es desde Iiiegn un problema real, y siempre lo ha sido, pero no es en absoluto «-/ problema. La competencia de estos países siempre pesó en la evo lución salaria] de las naciones occidentales. En esta materia, im existe ninguna discontinuidad espectacular y súbita. El problema está presente desde hace casi cincuenta años. Ese peso de la aun petencia se integra en todos los modelos económicos, bajo la fm ma de una tendencia de largo pla70 a la baja de la competítividmj de los países industriales. Todos éstos contemplan, en mayor o me ñor medida, el decrecimiento de su competitividad, tendencia que refleja simplemente la aparición gradual de nuevas zonas indos trializadas en el globo, y por lo tanto la declinación relativa de las antiguas. Por el momento, no hay ruptura de esta tendencia. La verdadera discontinuidad, en cambio, es la dramatización actualmente de moda -desde la guerra del Golfo, para simpliti car-, dramatización que conduce a la ansiedad, la agresividad, la búsqueda sistemática pero vana del chivo expiatorio. Pues bien, no es echándole la culpa al chivo expiatorio de los países con bajos niveles salariales —o a cualquier otro—como encontraremos una respuesta al problema de la desocupación. Podemos expresar esta constatación de una forma un poco dife rente. Ya hemos visto que no existen desequilibrios en los inter cambios comerciales de Francia con los nuevos países industrial izados de Asia. Eso significa que un proteccionismo francés no tendría ninguna influencia benéfica sobre el desempleo. La sitúa ción seria simplemente más difícil, tanto aquí como allá. Para Eu ropa. el verdadero problema del desarrollo de la zona asiática fue la división del mercado norteamericano. Antes del primer shock petrolífero, la porción europea de éste era de un tercio, contra un
LA Ul.OB ALIGACIÓN EN CUESTION
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punir i correspondí en le a la zona asiática, Japón incluido. Desde ■Monees. la relación se Invirtió en contra de Europa. La competen■|n ,i r los países asiálicos no se materializó tanto en nuestro ccintittrnte como en los lerceros mercados, con efectos innegables. Asi. piu s levantar bañeras proteccionisfas contra los países de Asia ii xeríade efectos -salvo una disminución del crecimiento tanto it,|ii( como allá-, porque la partida se libra en tomo de los lerceros in«Teados. El problema no consiste tanto en saber si los productos , limos invadirán el mercado francés sino quién, China o nuestro Imis, se llevará la mejor parte del mercado norteamericano o de I ni'opa del este, por ejemplo. El problema de la competencia de los países con bajos salarios uviste. pero el proteccionismo no aportaría ninguna solución. Por mus que consumiéramos francés, sectores enteros de nuestra in dustria ya no venderían al extranjero y en consecuencia cerrarían. Disponemos de una ilustración adicional de los peligros del pro teccionismo en la competencia potencial de los países del este. Se líala de una zona que nos interesa. Es preciso que se desarrolle y que esos países puedan tener acceso a nuestros mercados. Por el momento, el impacto cuantitativo del acceso de las naciones de Europa central y oriental al mercado internacional no puede ser muy importante, ni sobre la tasa de crecimiento global ni sobre el índice de desocupación general. No obstante, será muy doloroso para ciertos sectores que disponen de poderosos lobbies. Esta competencia planteará por lo tanto serios problemas en términos políticos. Y sin embargo, pese a todo debemos favorecer el desa rrollo armonioso de esa región, so pena de graves desequilibrios geopolíticos y económicos. Ni la globalización ni el progreso técnico son obstáculos al cre cimiento económico. Incluso puede sostenerse que permiten incre mentar su tasa. El verdadero problema es que ponen en marcha una dinámica profundamente desigualitariu al término de la cual las diferencias en las condiciones iniciales de los individuos pare cen como cristalizadas: quienes se benefician son aquellos cuyo
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pasado permitió una acumulación de capital o saber: los otros co rren el riesgo de quedar al cosLado del camino.
3. LAS AMBIGÜEDADES DEL LIBRECAMBIO La global ¡¡ración se piensa como la etapa última del adveni miento de la economía de mercado, de la dominación del Mundo sobre la Nación. La desaparición de las fronteras económicas, di cen algunos sabiondos, no permite que subsistan más que unas Irenteras políticas formales, dentro de las cuales el único margen de maniobra política que queda consiste en adaptarse. El libre co rnercio es la forma más acabada de la organización económica, e intentar sustraerse a él sería no sólo imposible de hecho, como lo sería el socialismo en un solo país, sino ineficaz en términos de bienestar de las poblaciones. Como en la actualidad el debate esta teñido de cierta ingenuidad, es útil reubicarlo en su contexto geniral, que es el de la elección entre proteccionismo y librecambismn (libre comercio). La teoría de las ventajas comparativas En materia de intercambios internacionales, la teoría funda mental sigue siendo la clásica de las “ventajas comparativas”, de mostrada por Ricardo y completada por Stuart Mili. Los intercam bios internacionales producen un beneficio global, un aumento de la riqueza, ligado al abandono, por parte de cada país, de las pro ducciones para las cuales está relativamente desfavorecido, y a la especialización de cada uno en las industrias en que sus costos de producción son relativamente más bajos. Cada uno produce y ex porta al mejor precio lo que mejor sabe hacer, lo que le permite importa1 más productos a cuya producción autóctona renuncia. De esltt rsprciiili/tición debe nacer una ganancia neta, un excedente. I I principal problema es entonces el del reparto de ese exce-
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«lente neto. En efecto, la mayoría de las veces esa clase de reparto te ia desigual y dependerá, ele hecho, del tipo de especialización ic latís a de los diferentes países y de su poder de negociación. No obstante, cada uno de los socios debería beneficiarse, al menos en pane, del intercambio. Hay allí un resultado fundamental que ni Mquiera las formulaciones más recientes de la teoría pusieron nuncu en cuestión. A lo sumo, puede decirse que algunos países logra rán salir mejor parados que otros.
FJ problema de fas transiciones El resultado de la teoría de las ventajas comparativas es un re sultado de largo plazo. Por lo tanto, es compatible con efectos desluvorables a corto o mediano plazo. Ante todo, se funda sobre una regla del juego simple: cada país debe especializarse efectivamen te en las producciones en que su desventaja es menor. Aun en el caso de que un país no dispusiera de ninguna producción en que su ventaja absoluta superara las de los demás, podría no obstante be neficiarse con el abandono de aquellas producciones que menos dominara, para concentrarse en las que manejara relativamente mejor. El resultado sigue siendo el mismo si se considera la posi bilidad de especializaciones finas, en el mareo de lo que constitu ye hoy lo esencial de los intercambios internacionales, el comercio “intrarrama”: tal país exporta automóviles de la marca A e importa automóviles de la marca B, por ejemplo. La lección positiva de la teoría es, en consecuencia, que el libre comercio constituye el sis tema más favorable para el conjunto de las economías. Desde mediados del siglo xtx. sin embargo, el tema de las “in dustrias nacientes”, formulado por Frédéric List para justificar el Zollverein, la unión aduanera constituida en tomo de Prusia, ponía en guardia contra una adhesión ingenua a los temas del libre co mercio. Recientemente, esta teoría recuperó cierto lustre en la plu ma de autores que, pese a ello, en general evitan extraer sus impli caciones proteccionistas.
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En el marco del pensamiento librecambista, Francia tiene mayor Ínteres en abandonar Ja producción de acero y Rusia la «I automóviles. La primera tiene una ventaja comparativa en el atih móvil y la segunda en la siderurgia. A] proteger una industria *na ciente . Ja automotriz, Rusia transforma hacia adelante su venial comparativa en aquel dominio. Pero si no Ja protege -y es ni|iu donde interviene la nueva formulación-, abandonará no sólo uno producción, sino también un savoir-fairecon lo que aceptará uim irreversibilidad en la evolución futura de su economía. En suma experimentará una pérdida de capital humano, inmaterial pero ver dadero, lo cual, por fuerza, gravará la evolución venidera de lo» savoir-faire de toda una cultura técnica y por lo tanto de su misma dinámica económica. En cambio, si píese a todo Rusia sigue fabri cando automóviles, es posible que consiga hacerlo cada vez mejor Si hoy está interesada en importar el Twingo en vez de proscgmi con el montaje de los Lada, puede ser que al formar su capital hu mano durante un período transitorio -digamos diez años- logre te ner acceso a una ventaja comparativa de la que. por el momento, no disfruta. Esta nueva formulación -que es una justificación del proteccio nismo, en todo caso de un proteccionismo limitado y transitorio revela que la teoría clásica del libre comercio puede conducir a largo plazo a políticas desfavorables; políticas que dan como re sultado una pérdida de sustancia, de savoir-faire, de cultura labo ral. de formas de organización industrial. Para un país dado, esta pérdida de sustancia podría significar una pérdida de adaptabilidad que hubiera sido vital para afrontar el porvenir. Este análisis incor pora el hecho de que las ventajas comparativas están en constante
* En este contexto, la expresión savoir-faire dehe entenderse con el mismo significado que la inglesa know-how, lo que en español podría designarse como destreza, pericia o conocimiento técnico específico (n. del t.).
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■fiiliit ion La protección de hoy, por lo tanto, bien puede dar oripr ii a las ventajas comparativas de mañana, que pasado mañana se ílimlucán a todo e] sistema productivo. Si existe efectivamente mi i dinámica del aprendizaje en la producción automotriz, el sa len fuire acumulado podrá, al menos en parte, difundirse a otros mi lotes y permitir así La aparición de otras producciones. A la luz de tales análisis, vemos con claridad lo que un país se nvmtura a perder si lleva la lógica clásica del librecambismo hasiii mis últimas consecuencias. En sus nuevos planteos, la teoría jusnii .1 y funda un proteccionismo parcial y transitorio. Esta nueva loi titulación es inteligente. Lejos de presentarse como una ruptura con respecto a la teoría clásica, la prolonga, con todas las conse cuencias políticas que eso puede significar.
Preparar el crecimiento futuro Para volver a la especialización del capital humano -de la cul tura técnica y de los savoir-faire-, ésta entra en consideración en la dinámica de los intercambios y el desarrollo. De aquí en más sa bemos que esta extemalidad representada por el savoir-faire es un factor dinámico de crecimiento. La teoría del crecimiento endóge no sugiere un viraje negociado al explorar las consecuencias de lo que sucede efectivamente si se ponen plenamente en práctica las reglas del libre comercio. De facto, las producciones no competiti vas se derrumban y desaparecen. A posteriori, la explicación en términos clásicos es ésta: la causa de la desaparición estriba en la ausencia de ventajas comparativas, y tanto mejor que sea así. dado que cada país produce lo que mejor sabe hacer, y se beneficia con el intercambio. In fine, sin embargo, la nueva formulación sugiere otra inter pretación: las economías externas debidas a la acumulación del sa voir-faire y a la cultura técnica y organizad onal fueron pasadas por alto, y el librecambismo condujo al abandono de una produc ción que habría podido ser rentable, una producción en la cual la
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y entaja comparativa aún era virtual y na real. Dicho de oir¡i mg| iiera, el librecambismo llevó a talar la rama sobre la cual se iwi 11 taba la economía. Al abandonar la producción automovilística. Mu sia se cierra a toda potencialidad de evolución que supere el rruiiin estrecho de la misma industria automotriz. La producción de tu »* ro. en efecto, no exige más que un bajo nivel de calificación. Aun cuando en un plazo bastante corto Rusia produzca excedentes gm cías a sus acerías, acumulará un retraso de calificación crin respe i to a los otros países, que implicará necesariamente menores cap# cidades de adaptación a las producciones futuras, más sofisticadas Podemos entrever los sutiles vínculos entre esta nueva fonnulii cián de los intercambios y la teoría darvinista de la evolución I I librecambismo podría conducir a la reducción nociva de cierta ecodiversidad productiva, reducción perjudicial para las capacidades de adaptabilidad de los sistemas productivos y para la lucha por In modernización. Especializarse a ultranza en tal o cual producción amenaza hacer de Rusia un dinosaurio de acero al que la utilización de aleaciones, por ejemplo, podría rebajar irremediable mente de categoría. Con lo que ese país haría mutis de la escena líe los intercambios internacionales y de la carrera hacia el desarrollo Esta nueva formulación dice que ciertos mecanismos del creci miento futuro deben ser protegidos. Haríamos mal. en cambio, si la interpretáramos como un llamado generalizado a la protección nacionalista. Ésta arruinaría de hecho los efectos benéficos del li bre comercio sobre el crecimiento global, mundial. El ejemplo del período de entreguerras está ahí para recordarnos hasta qué punto ese tipo de decisión, fácilmente acogida por las sociedades en cri sis, llenas de miedo y nacionalismo, es catastrófica para el creci miento, la producción y el empleo. No hay duda de que los sistemas económicos -y políticos- lo sabían antes de que los teóricos lo formularan rigurosamente. En rigor de verdad, es por eso que el libre comercio integral no existe en ninguna parte. Y verdaderamente allí está el móvil de un pro teccionismo. espontáneo o formalizado, en todos los países del
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plnhn. Por ejemplo, no hay ningún pafs que no proteja su agricul■rn o ciertas actividades que participan en ura ecodiversidad netniuiria para su evolución. Pero la protección puede implicar una Konomía de mercados cautivos, que prácticamente no incita al productor a la modernización. ¿Por qué realizar esfuerzos en favor tic la investigación y el desarrollo si de todas maneras se puede dar tullida a una producción de menor calidad? La cuestión, por lo lan ío. no es saber si hay que ser librecambista o proteccionista. Se reI'utc al grado óptima de ¡ibrecambisnto, habida cuenta del nivel de desarrollo ya alcanzado y el que un futuro previsible permite en trever. La cuestión no se plantea únicamente en términos absolu11is. Debe apreciarse integrando las dimensiones del tiempo, de las transiciones y del comportamiento efectivo de los demás países. (¡lobalizarían y cooperación La cuestión de la globalización es entonces mucho más com pleja de lo que parece. Si la liberalización de los intercambios es en todas partes productora de riquezas y reductora de desigualda des entre países de diferente desarrollo, contribuye en cambio a ugravar las desigualdades dentro de las naciones ricas, es decir allí donde son a la vez menos tolerables pero también más fáciles de combatir. ¿Para qué serviría la riqueza si no fuera también el me dio de incrementar la cohesión social? En resumidas cuentas, pare ce evidente que nuestros países tienen el mayor interés en favore cer sin excesiva ingenuidad el movimiento, y no en oponerse a él. Puesto que lo que constituye un problema en la globalización en curso no es que se produzca, sino que no se ponga en funciona miento ningún mecanismo real de cooperación internacional para acrecentar sus efectos benéficos. En lugar de Ircnur, habría que. al contrario, acompañar mejor el movimiento. El estado actual del mundo ofrece de ello una ilustración sor prendente. Una observación, aun rápida, de la situación mundial muestra que en casi todas partes existen capacidades de produc
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ción ociosas. También por doquier el desempleo es elevado » I . pobreza creciente. Nada se opone, por lo canto, a que la ptodi» aón se Lncxe mente sin presiones titilación arias Ahora bien, el . ivl cimiento económico está hoy trenado por una lógica de cuota •!» mercado; según ésta, en último térntino la expansión de unos .i'iltl podría hacerse en detrimento de la de otros: en efecto, tudot I» gobiernos anhelan un crecimiento más vivo, pero considenm qu» el único virtuoso es el impulsado por la demanda exterior En oír * términos, cada país desea con fervor un aumento de sus expon»' ciones. Evidentemente, esto sólo es posible si cada uno incremi lili sus importaciones, es decir su demanda interna. Todos los pulí.» se niegan a ello, por temor a que crezca su endeudamiento. I I mundo es entonces víctima de una especie de silogismo cuy»» consecuencias hacen temer lo peor, a tal punto son -es un eufemlm mo- no cooperativas: devaluación competitiva aquí, medidas pío leccionistas allá, ajustes dirigidos a reducir los sistemas de seguri dad social en todos lados. Como el problema tiene la estructura de un silogismo, su solti ción es de una gran simplicidad: habría que proporcionen a caria país, y simultáneamente, dinero líquido que se utilizara exclusiva mente para importar. Así todos exportarían más, sin tener que le mer que el crecimiento de las importaciones condujera a un in cremento del endeudamiento. Ahora bien, este tipo particular de liquidez existe: son los derechos especiales de giro del Fondo Mo netario Internacional. Si parece imposible, en razón de las difícul tades de la negociación internacional, distribuir por doquier ese aumento de la liquidez mundial, al menos se lo puede proporcio nar a los países que lo necesitan con mayor urgencia: los del este y los del sur. Para hacer las cosas bien, habría que poner una impor tante condición: que la mayor parte de esa liquidez fuera utilizada para la importación de bienes de inversión. Los países industriales saldrán ganando de ello, porque aumen tarán sus exportaciones -ese “don'’ a los países en desarrollo será, al mismo tiempo, una subvención a las industrias exportadoras de
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|«» ti 41'ion es industrial izadas- Incluso cabria imaginar que una soItti mu semejante hiera llevada adelante sóin por Europa, si los EsE}t|n>. Unidos y Japón fuesen hostiles a ella. Consiste en reconocer xi los bancos centrales nacionales sienten repugnancia a emiill moneda, por temor a afectar el tipo de cambio, basta que esa I un moda se emita en el plano internacional para apaciguar su ¡n.|m.ptud Algunos tacharan estas ideas de ingenuas o. peor aún, de «ilii.'libraciones intelectuales. ¿Pero no es más ingenuo pensar que >*! mundo todavía puede adaptarse a años de crecimiento lento. Hllontras la desocupación y la pobreza crecen \ el nacionalismo re[ Mili c de sus cenizas? Por otra parte, una solución de este tipo ya se I utilizó en diversos períodos de nuestra historia. ¿Por qué no podría I empleársela hoy? Hacer crecer las importaciones con las exportaciones es el me dí ■■privilegiado del desarrollo. Al permitir a los países en vías de iliJMtiTollo crecer más rápido y mejor, crearíamos, es cierto, nuevos I iotnpetidores, pero también exportaciones adicionales. El plan Ntnrshall obedecía a una lógica parecida de crecimiento, valerosa, inteligente v beneficiosa para todas las partes, tanto la que recibía I pomo la que daba. El crecimiento de los Estados Unidos en la pos guerra no habría sido posible sin el de Europa. Los países indus trializados ya no pueden retomar el ciclo virtuoso de crecimiento 1 tic los treinta años que siguieron a la última guerra sin que también otros países experimenten el desarrollo. Los Treinta Gloriosos fueron testigos de un aumento del co mercio internacional siempre superior al crecimiento económico, con un efecto de arrastre considerable sobre esc crecimiento. Esta configuración fue generada por un desarrollo de todos los partici pantes. Si tenemos que temer algo del futuro, no es el crecimiento demasiado rápido de los intercambios externos, sino la intensifica ción de esa lógica de cuotas de mercado.11 La dinámica actual, sin
11. Se entiende por lógica de cuotas de mercado la estrategia que sólo
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embargo, marcha en ese sencido, y es la peor, porque liene uii « sultado: la degradación global de la situación económica de todo; En este canuno. cada país se entrega a pequeñas estrategias qnt implican, para el resto de los participantes, ganancias probables modestas, pero pérdidas serias, y seguras. Las estrategias del aislamiento Si se sigue por esta vía, los países pequeños y medianos dispo nen de un arma poderosa: el tipo de cambio. Actualmente vemu» surgir estrategias de devaluación competitiva, no sólo en Europa sino también en las naciones en vías de desarrollo. Si e! acero ruso es una amenaza tan grande para la industria francesa, la razón es que el rublo está considerablemente subvaluado: un dólar equivale a un viaje en metro en París y a trescientos en Moscú, lo que per mile apreciar la medida de esa subvaluación. Para procurarse las divisas que necesitan, esos países pueden ponernos en dificultades si utilizan procedimientos en gran medida artificiales, y peligrosos para todos. Es posible concebir que si esta estrategia de la devalúa ción competitiva se extiende como una mancha de aceite -pu cstii que en un contexto semejante devaluar es una tentación general . el proceso se puede convertir en el de una reacción en cadena de sorganizadora, devastadora de la economía internacional. Los países en vías de desarrollo están obligados a seguir una estrategia tal de liquidación gigante, pues en el estado actual de las ayudas internacionales la urgencia de su necesidad de divisas no puede ser satisfecha. Si esas ayudas fueran suficientes, esa necesi dad no desembocaría en el artificio de la subvaluación monetaria concibe un crecimiento de conquista: únicamente lo que ganamos sobre nuestros vecinos nos permite crecer. Por lo tanto, en ella la dimensión del mercado se considera dada: es forzoso entonces que cada uno procure ni crementar su cuota de mercado en detrimento de los demás. En otros tér minos, se trata de la forma moderna de la guerra comercial.
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Itl. «i ¡omorí, en el deterioro de la competitividad de nuestros paí
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les del planeta-, siguieran una política de enfrentamiento ecmm mico generalizado, una política desequilibrante y destruc toril cuando hay soluciones globales que sólo esperan una decisión Decisión que aportaría mucho alivio a esas dos zonas del mundu económico que, de lo contrario, amenazan con hundirse juntas. La prosecución del juego no cooperativo regula hoy las re lacio nes internacionales; es por lo tanto peligrosa y, por añadidura, con duce a un menor crecimiento mundial, a una menor elevación dd nivel de vida de los habitantes del planeta. ¿Por qué no ponerse de acuedo en otras reglas? Lo que ocurre es que algunos países prr tenden sacar mejor provecho que otros de las reglas actuales. ¿Pe ro acaso los gobiernos renunciaron a toda visión a largo plazo «Id porvenir? ¿La historia no les enseñó que los perdedores sisteimilicos terminan por rebelarse? ¿Que los “milagros" económicos de una década pueden convertirse en los fracasos, si no en las pesadi lias de la década siguiente? La estrategia de exportación de los de sequilibrios, de hecho, siempre produce a la larga efectos de boo merang. En un esquema de ese género o en otros que se podrían imagi nar, la cooperación internacional no contribuye a frenar la globali zación: al contrario, la acelera. Pero, debido a que cambia sus re glas del juego, pone en evidencia sus aspectos positivos. El problema, como se ve, no es resignarse a una giobalización que se nos imponga sino, al contrario, organizaría para sacar el mejor provecho de ella.4
4. EL PORVENIR ECONÓMICO El sentido de la terciarización de la economía Entretanto, la torsión de nuestro tejido productivo, generada por las fuerzas conjugadas de la giobalización y el progreso técni co, como se produce en un contexto de fragilización del pacto so-
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il.il. crea padecimientos que no es concebible tratar calificándolos simplemente de pasajeros. Puesto que no lo son. Ya hemos visto i|Ui¿ estamos viviendo una tercera etapa de la giobalización, cuya amplitud y profundidad pudrían superar efectivamente aquello a lo c|uu estábamos acostumbrados. De todas maneras, el desarrollo de «ina región del mundo, sobre todo si representa más de la mitad de 11 población del planeta, nunca se llevó a cabo a costa del estanca miento de otra. Pero es indudable que el giro impuesto a nuestro sistema productivo será mañana aún más violento que hoy. Las transferencias ¡ntersectoriales serán en consecuencia más numero sas, y aumentarán los riesgos de desocupación en los sectores in tensivos en trabajo poco calificado. Francia, como los Estados I Inidos, experimentará por lo tanto una evolución hacia una tercian/ación creciente de su economía, que requerirá una intervención adicional del Estado para moderar las consecuencias de la gran transición económica que se anuncia. El giro hacia la economía de servicios generado por la desin dustrialización es una fuente de inquietudes con todas las de la ley. I ,os partidarios de la economía clásica de los servicios ven en él el anuncio de una tendencia descendente de la productividad de nues tras economías, ya que los servicios son por naturaleza escasamen te productivos. Algunos filósofos del trabajo, como André Gorz, udvierten al contrario en esta evolución un movimiento de monetarización y mercantilización generalizada de lo social, que consiste en transformar en empleos de servicios remunerados, funciones sociales hasta aquí ejercidas benévolamente y sin intermediación. En la confluencia de estas dos críticas, se descubre el rostro de una economía escasamente productiva adosada a una sociedad que ge neraliza el principio de domesticidad. Implícitamente, se prevé por lo tanto el retomo a una estructura social preindustrial. Se trata desde luego de un gran contrasentido. La terciarización de la economía no es un retomo a un modelo social caduco. Entra ña una reorganización del tejido productivo en torno de los lugares de producción de competencia y de tratamiento de la información.
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\ ya no a pan ir de la producción de bienes. Por consiguiente, i compone la secuencia de producción del valor en ana multitud ti compartimentos, articulados entre sí (de allí la expresión “sisteui ( de inlormación ), pero cada uno de los cuales responde a una lógi ca y una tecnicidad propias. Correlativamente, la terciarización es | caloña a los individuos en función de su capacidad de agreg.ii efeclivamenle “'algo más en la cadena del valor. Valoriza por emr siguiente la calificación y Ja competencia, y desvaloriza el trabajo no calificado. Valoriza la inteligencia y la autonomía de la persona y condena a las “changas" a los trabajadores cuya trayectoria los hace incapaces de demostrar que tienen las calificaciones o la ,m tonomia necesarias para hacerse cargo de problemas complejos. El porvenir del Estado providencia Entretanto, nada permite pensar que la globalización es suscep tible de perjudicar a los Estados providencia europeos en sus es tructuras actuales. Es cierto, éstos, en particular desde principios de los años noventa, sufrieron los efectos conjuntos de una pro funda recesión y una intensificación de la competencia mundial, en que ésta agravó los efectos de aquélla. El aumento de la deso cupación resultante redujo la masa salarial sobre la que se hacen los descuentos. Por otra parte, la apertura de la economía francesa la hace más vulnerable a las recesiones mundiales. En lo sucesivo, el ciclo económico experimenta altibajos cuya amplitud se deseo nocía anteriormente. Ahora bien, una recesión de tipo anglosajón se li aduce en descensos de los ingresos fiscales superiores a todo lo antes imaginado. Es esa verificación de la existencia de un lucí le carácter cíclico la que se hizo después de la recesión de l‘W . Además, los déficit fiscales, ya sean propiamente hablando responsabilidad de la Seguridad Social o del Estado, son financia dos mediante endeudamiento e incrementan por consiguiente el peso de la tutela de los mercados financieros sobre la gestión de la economía.
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¿Significa eso que la global i/ación constituye el vector de una i inspiración contrael modelo europeo
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ron debido a una gestión poco cooperativa de la unificación ale mana, y no a la aparición de China en el comercio internacional. Por todas estas razones, no es necesario que el Estado provl dencia desaparezca para ser a la vez correctamente administrado y favorable a la competidvidad. La cuestión de saber si tiene futura no tiene más sentido que la de preguntarse si Ja democracia \r adapta o no al mundo contemporáneo. Los principios que gobier nan la solidaridad deben considerarse como intangibles, incorporados como Jo están a las reglas fundadoras del contrato social. I ■> posible mejorar el funcionamiento del Estado providencia. Pea) no es posible ponerlo en cuestión. Sencillamente, es central, como lo muestra, aun paradójicamente, el ejemplo británico de un Welfare .Suite respetado por la ola liberal. El desafío que le lanza la elobal: /ación no se plantea en términos de supervivencia sino de capaci dad de acompañar el cambio social. Caminar con las dos piernas Para afrontar el porvenir, dos vías se abren finalmente paso. Por un lado, quienes disimulan su perplejidad sincera o su resignación fatalista, adornando al proyecto europeo con todas las virtudes y todas las promesas. Por el otro, quienes erigen a la globalización como chivo expiatorio de todas las dificultades. Se ponen frente a trente la invocación de la razón y el llamado a la revuelta contra el desorden establecido. El enfrentamiento entre estas dos visiones es estéril y destructor. Nos hace retroceder muy atrás, al tiempo de las oposiciones maniqueístas y los esquemas reduccionistas. No creemos que las cosas se planteen en esos términos. En pri mer lugar, de nada sirve diabolizar el principio mismo de apertura de las economías. No es armados con la consigna “Todos unidos contra la globalización" como podremos resolver nuestras dificulLidi v I I problema consiste antes bien en encontrar los nuevos me dios de organizar positivamente esta nueva etapa económica. Es allí donde el proyecto europeo cobra todo su sentido: Europa pue-
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tk d¡ir íorrna a la búsqueda de un uso positivo de la globalización. Aquél es tanto más importante por el hecho de que Europa es par ticularmente vulnerable al libre comercio y a algunos de sus eleci - perversos. Europa es a la vez demasiado estructurada y dema. üido débil en la competencia económica actual. Es demasiado estructurada en el sentido de que ya incorpora en el nivel de cada país poderosos mecanismos de redistribución, en tanto que la glo balización acompañó por doquier un fenómeno de segmentación y l.ts pequeñas naciones pueden dar prueba de un dinamismo qut les estaba vedado en la época en que reinaba el proteccionismo pro motor de los grandes conjuntos autosuficienles. Pero Europa tam bién es demasiado débil. Su especificidad con respecto a otras re giones del mundo, en efecto, es seguir siendo un conglomerado de países. Habida cuenta de esta diversidad, y en ausencia de decisión central, se reveló de hecho más abierta que las otras regiones, y es casamente en condiciones de pesar e imponer a los asociados exte riores una justa reciprocidad. Europa es un vientre blando que ab sorbe los cambios, globalmente desfavorables para ella, porque su poder de negociación es en realidad débil, en tanto su uniticación económica y monetaria no esté cumplida. Es por eso que habría que terminar con la ficción según la cual Europa no puede cons truirse más que al capricho de las convergencias económicas. La Unión económica y monetaria, al contrario, es en primer lugar y sobre todo un acto político. Pero no puede esperarse todo de Europa. No es una panacea. No va a resolver la crisis del Estado providencia, remediar el debi litamiento del vínculo cívico, recrear la cohesión social. Eso es una ilusión. La evocación permanente de una Europa para todo uso o una Europa comodín termina hoy por malar a la Europa con creta: a tal punto se hace evidente la distancia entre las expectati vas y la realidad. Una Europa fuerte es lo contrario de una Europa imaginaria, de la que se espera la solución a todas las cuestiones que ya no se sabe cómo abordar. También necesitamos hoy un excedente de ciudadanía, un tor-
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talec infierno del vínculo social. Por otra paite, la misma globali/n ción y la construcción europea conducen a poner el acento sohit esc esfuerzo. Mientras el espacio económico se superponía al es pació político y al social, el proyecto proteccionista bastaba, .-n efecto, para dar sentido y consistencia a la idea de nación. Ya n<• ocurre lo mismo hoy en día. La disociación creciente de lo econó mico y lo político nos invita al mismo tiempo a refundar de mane ra más autónoma el contrato político entre los ciudadanos. Este ya no es únicamente la prolongación mecánica del intercambio, y de be encontrar sus principios más directamente, en la afirmación de la vida común. Más allá de todas las simplificaciones, sólo si caminamos con nuestras dos piernas -la construcción europea y la reconstrucción del vínculo político nacional- podremos avanzar.
Capítulo IV EL REPERTORIO DE LAS NOSTALGIAS POLÍTICAS 1234
1. Verdaderos problemas y soluciones discutibles 2. Las citas fallidas con la socialdemocracia 3. La nostalgia republicana 4. Las utopías de resignación
I. VERDADEROS PROBLEMAS Y SOLUCIONES DISCUTIBLES ¿Cómo hacer frente a las nuevas desigualdades y a las nuevas lumias de inseguridad que desestabilizan nuestra sociedad? He mos mostrado el peligro que representaría hacer de la global izai ion el chivo expiatorio de todas nuestras dificultades. ¿Pero cómo u más allá de esa denuncia, demasiado global y confusa para ser operativa? En efecto, constatamos con claridad y simultáneamente el agotamiento de todas las visiones económicas, políticas y socia les tradicionales sobre las cuales acostumbrábamos apoyarnos pai i imaginar el camino de un cambio positivo. Forzoso es compro bar también que la niebla que oculta el porvenir es la que alimenta los análisis tranquilizadores y simplifieadores. Como no pueden apoyarse en una visión verdaderamente nue va. los intentos por volver a dar sentido al futuro se expresan a menudo en la forma de la resurrección de cierto número de nostal gias. Comenzamos desde ahora a advertir los nuevos clivajes y las nuevas referencias que se elaboran sobre esas bases. Esas nostal gias se ordenan hoy en torno de tres grandes polos; el proyecto socialdemócrata. la idea republicana y la perspectiva de una “civili zación postrabajo”. En el universo socialista, es el proyecto socialdemócrata el que cristaliza una parte de las esperanzas. Ein efecto, en la izquierda to-
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dos perciben con claridad que el cuerpo de doctrina constituido du ranle los años .selem a se estrelló a la vez contTa la realidad del ejei cicio del p o d e r y contra la nueva dimensión de las cuestiones eci mu micas y sociales. La idea social demócrata, que antaño hacia el papel de espantapájaros por sospechosa de reformismo, vuelve así-podría decirse que a falta de algo mejor- mecánicamente a la superficie. El re lomo vigoroso de la retórica republicana, tanto a la dere cha como a la izquierda, corresponde a otra forma de nostalgia: ln de una época en que se afirmaba una visión clara y unificadora del progreso, incluso antes de que el astro socialista iniciara su reco rrido. Por no poder pensar el futuro más allá de Jaurés y Mine nrand. se propone más modestamente conservarlas conquistas ele mentales de Ferry y Gambetta.' Por último, las reflexiones de los años setenta sobre los límites del productivísimo y la crítica de la sociedad de consumo conocen finalmente una nueva actualidad en el contexto de una fuerte desocupación, y se reorganizan para tra lar de concebir una salida móvilizadora a la crisis del trabajo. Estos tres proyectos mezclan inextricablemente antiguas nostal gias y cuestiones reales. Éstas remiten en primer lugar a ¡nquietu des legítimas y preocupaciones saludables. Por ejemplo, ¿quién no advierte hoy que hay que dotar a la sociedad francesa de institucio nes de discusión y negociación colectivas de las que carece cruel mente? En su ausencia, o en razón de su debilidad actual, se deja el* * Jules Ferry (1832-1893). uno de los principales políticos republica nos. fue varias veces ministro y en dos oportunidades presidente del Con sejo de gobierno. Bajo su influencia, se aprobó en 1881 la ley de gratui dad de la enseñanza primaria, y en 1882 las de enseñanza obligatoria de los seis a los trece años y de laicidad de la educación pública. Léon Ganv bella (1838-1882) fue uno de los fundadores de la 111 República, nacida en 1870 en plena guerra francoprusiana. Sucesivamente ministro del Inte rior, presidente de la Cintura de Diputados y jefe de Gobierno, a través de sus viajes por las provincias contribuyó a difundir la idea del sufragio universal, n fin de gumit al campo pata la República (n. del t.).
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cuinpo abierto exclusivamente a las fuerzas del mercado o a los poderes arrogantes. ¿.Quién no ve también las amenazas que una reorganización estrechamente comunitaria de lo social puede hacer ivsar sobre la sociedad, al convertirá cada individuo en prisionero de un grupo cerrado de pertenencia? De otro modo, ¿la sociedad misma ya no es más que un mosaico de pequeños grupos? ¿Quién nO percibe todavía la urgencia de volver a dar sentido y fuerza a la figura del Estado laico y al Estado de derecho, en la escuela y muy particularmente en el ámbito de la justicia? ¿Quién no ve. por fin, que nuestras sociedades están obligadas a repensar su futura rela ción con el trabajo? En efecto, se requieren imperativamente nue vas Figuras de la relación entre la economía y la sociedad. Pero preguntas legítimas no configuran automáticamente buenas respuestas. Es lo que hay que subrayar prioritariamente para evitar ingresar una vez más en un ciclo de decepción política. Es impor tante, por lo tanto, hacer un análisis lúcido de esas nostalgias para no caer en los callejones sin salida a los que nos pueden conducir.2
2. LAS CITAS FALLIDAS CON LA SOCIALDEMOCRACIA Es un hecho: en Francia, la izquierda ha faltado a su cita con la socialdemocracia. Paradójicamente, recién comenzó a descubrir las virtudes de ésta a fines de los años ochenta, en la experiencia del poder, en el momento preciso en que ese modelo social demócrata entraba en crisis bajo el triple impacto de la intemacionalización de las economías, la desaceleración del crecimiento y el aumento de la desocupación. Francia empezó a soñar con Suecia en el momento en que ésta dejaba de ser un modelo posible, obligada por la crisis a reducir su diferencia, rediseñando a la baja el Estado de bienestar. Los síntomas de esa cita fallida son bien conocidos. Mientras que los partidos de Europa del norte se constituían como enormes maquinarias militantes y tejían lazos estrechos con sindicatos po derosos y una economía social extendida, el Partido Socialista
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francés. apartado de los sindicatos o del sector mutual isla y inovii litando un encaso número de miLilantes, se mantuvo esencia luirn te como una organización de elegidos rodeados de aspirantes u U elección. Cuando los social demócratas, que desde los años cin cuenta habían abandonado los discursos inspirados por su pa ..ido marxista. desarrollaban una lógica política de compromiso ce mu mico y social -la economía social de mercado-, el Partido Sochi lista, altado con el Partido Comunista. promo\ía la "ruptura con el capitalismo' y pretendía "cambiar la vida”. Cuando las negocll ciones colectivas se anunciaban en Alemania o Suecia como el mecanismo normal de gestión de los cambios, la izquierda se inte resaba sobre todo en el fortalecimiento del Estado. El peso de la historia Detrás de estos síntomas se oculta una larga historia.1 No sólo la de las especificidades del movimiento obrero francés, con la carta de Amiens y el congreso de Tours,* sino la herencia de 1789, que promueve a la vez tina visión revolucionaria del progreso y
I. Cf. especialmente Pierre Bimbaum. Le Peuple el tes Gros, Parts, Fayard, 1979; Alain Bergounioux y Bemurd Manin, La Social-démocra lie ou le compromiso París, PUF, 1979; Alain Bergounioux y Bemard Ma nin. Le Régime social-démocrate, París, PUF. 1989; Alain Bergounioux y Gérard Grunberg, Le Long remarás tlu pouvoir, París. Fayard, 1992. * En la carta de Amiens, la Confederación General del Trabajo (que había sido fundada en 1895), dominada por los anarcosindicalistas, foi muía una serie de reivindicaciones como el descanso semanal, la jomada de ocho horas y el jornal de cinco francos, al mismo tiempo que propicia la huelga general como método de lucha y la estricta separación con res pecto a los partidos políticos. En el congreso del Partido Socialista reali zado en Tours en diciembre de 1920, la mayoría de los delegados aceptan las veintiuna condiciones lijadas por la III Internacional para aceptar su incorporación y fundan el Partido Comunista (n. del L).
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ltu.1. concepción unificadora del cuerpo social. En virtud de la priini rut el cambio no puede concretarse más que mediante una ruplni i profunda con el orden existente. En función de la segunda, los piulidos del movimiento” no encaman un interés social particular ful de la dase obrera), sino el interés general del pueblo en su toI,tildad contra un puñado de explotadores: los contrarrcvolucionanos, los clericales, las doscientas familias, las multinacionales. Allí donde las socialdemocracias fundaban su proyecto político vibre la idea misma de un compromiso progresivo entre el Capital ) el Trabajo, a partir del reconocimiento de la pluralidad y Legiti midad de los intereses sociales, el socialismo francés, por su parte, pretendía encarnar una perspectiva en que el interés de una capa social traducía el interés del pueblo en su conjunto y en donde la \ictoria electoral permitía imponer brutalmente los cambios nece sarios a las minorías vencidas que eran reticentes a ellos. Esta in capacidad para pensar el pluralismo, para aceptar la diferencia de los intereses y los antagonismos de clases, generaciones, culturas, orígenes, para buscar los medios de conciliar esos intereses contra dictorios, no sólo mediante la acción gubernamental sino, mucho antes, la de los partidos, los sindicatos, las asociaciones, es un ras go distintivo del socialismo francés. El rechazo de la socialdemocracia coincide en él con una pul sión fundamentalmente antiliberal, en el sentido político del térmi no, de la cultura política francesa. Durante mucho tiempo, el plu ralismo de los intereses se percibió como una patología. Todo interés de grupo era sospechoso de conciliación con las formas vergonzosas del privilegio o el corporativisnro del Antiguo Régi men. Paralelamente, la desconfianza con respecto a los cuerpos intermedios atravesó la historia francesa desde la Revolución. Mientras que. cada uno a su manera, el liberalismo anglosajón y la socialdemocracia nórdica reconocen la coexistencia de intereses particulares y la necesidad de una transacción entre ellos, sea me diante el contrato entre sujetos de derecho en los países anglosajo nes, sea a través del compromiso entre los actores sociales en los
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de Europa del norte, en la cultura francesa hay una visión proliiti damente anclada de la indivisibilidad de la nación y, por lo t.uiiu de la unicidad del cuerpo social Pudo así observarle que, a dilc rencia de sus homólogos inglés o nórdico, el Partido Socialista .1 causa de que confundía el síntoma con la enfermedad misma, mui ca supo anudar lazos estrechos con los sindicatos y adquirir por >| solo la dimensión militante del SPD o del Partido Laborista. 1 •1» diferencia de organización era redoblada por una diferencia ideo Lógica: cuando en toda Europa del norte los partidos de izquierda habían aceptado la idea de un compromiso entre el Capital y « | Trabajo, el PS francés propiciaba todavía La '‘ruptura con el capitu lismo". Esta excepción francesa obedece a una divergencia funda mental de visión. Atenuada durante un tiempo por la síntesis efectuada por león Blum. que logró reducir La contradicción al distinguir la demuela cia pluralista para el presente y la democracia unificada para el fu turo, esta excepción francesa, antinómica con la constitución de una fuerza socialdemócrata pero perfectamente en la línea de ln cultura republicana, será poderosamente reavivada por el retorno de los discursos de ruptura del nuevo Partido Socialista en los años setenta.
La socialdemocracia imposible En efecto, esta diferencia de esencia entre el socialismo francés y las socialdemocracias cobrará nueva vida y se verá además real zada con el renacimiento del PS. Por la “primera izquierda”, desde luego, que, con la “larga crisis de absoluto”2 introducida por el congreso de Épinay,' se sintió tanto más inclinada a emitir un dis-
2. La expresión se toma de Marc Sadoun. De la démocratiefranfaise, París, Gallimard, 1993. ’ En el congreso del nuevo Partido Socialista (fundado en julio de
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■tirso revolucionario por el hecho de que tenía que hacer olvidar eL ni i¡»cii radical-socialista de sus dirigentes y de su inspiración efec11\ .i Pero también. y paradójicamente, por la emergencia de una "segunda izquierda" que. si bien se aproximaba a la socialdemo>r.icia en su preocupación por la responsabilidad en materia eco nómica. se distinguía netamente de ella poT su concepción societaiiu y global del cambio y por su elogio de la autoorganización de tu sociedad civil. La perspectiva de la autogestión se proclamaba iisí en contradicción con los grandes temas socialdemócratas.J Es cierto, la segunda izquierda practicaba el culto de la socie dad y preconizaba la cultura de gobierno, cuando la primera, de manera simétricamente inversa, hacía sacrificios al culto del Esta do y valorizaba la cultura de oposición. Pero los dos campos co mulgaban en un mismo desprecio por el modelo alemán o escandi navo. En una caricatura, la segunda izquierda aparecía corno la versión pluralista y descentralizada de un socialismo de inspira ción revolucionaria, al cual la primera hubiera dado su rostro dog mático y jacobino.34 Se puede discutir acerca de si la segunda iz quierda era proudhoniana y la primera juureslana o guesdista, pero ambas se defendían de toda inclinación por la socialdemocracia. El ejercicio del poder modificará esta visión. Tornará caduca la esperanza de una ruptura y convertirá forzosamente, con urgencia, a los socialistas a las virtudes del compromiso. Demostrará el ca rácter insoslayable de la diversidad de los intereses sociales bajo el rostro de la famosa “reconciliación de los franceses con la empre sa” de la que se hizo una de las conquistas de los años ochenta. “Cuando se enumeran las transformaciones experimentadas por el
1969), realizado en Épinay en junio de 1971. se produce el ingreso de Franyois Mitterrand. que se convierte en su primet secretario (n. del t ). 3. Cf. el número especial de la revista Fuiiv, “Qu’csl-ce que la socialdémocratie?”, París, 1979. 4. Cf. Marc Sadoun. De la démocratie fran^aise. ap. cit., pág. 87.
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LA NL'EVA ERA DE LAS DES1GL ALDADES
pan ido durante los dos se préñalos de Franeols Mittemmd. el lia lance es impresionante -señala un observador-: adhesión a la r* n | nomía de mercado, renuncia a las interp reí aciones posiliviila» / I deterministas del socialismo, primacía del contrato sobre la ley, ir I solución del conflicto mediante el consenso y el compromiso, mu sideración de todos los antagonismos sociales,”5 Para ser preciiiw, habría que agregar que hubo al mismo tiempo una inversión tic I». prioridades, por la que se privilegió la gestión de los equilibrio» li nancieros por encima del empleo. Pero esta evolución siempre fue parcial y provisoria: sólo locó 1 a una parte de la izquierda política, porque el Partido ComumsLi escapó a ella y el sindicalismo se vio escasamente afectado. Por mi lado, carece de formulación, y la retórica sigue siendo “revolucio naria” por no haber explicitado. en particular, el vuelco a la auMr ridad. Sobre todo, esta mutación fue cultural y elitista y no estría tural y popular, ya que se realizó desde arriba, a través de la acción gubernamental. Main Bergounioux y Gérard Grunberg insistieron justamente en ello en un análisis que vale la pena citar in extenso ‘‘No es seguro -escriben- que esta cultura socialdemócrata consti tuya en lo sucesivo el capital común esencial de los militantes so cialistas. Una vez vueltos al poder, la ausencia de estructura so cialdemócrata condujo a los socialistas a utilizar el Estado para mitigar las deficiencias del movimiento social e imponer o favo recer los compromisos entre intereses contradictorios. Al mismo tiempo, el partido se mantuvo relativamente ajeno al establecí miento de ese compromiso, y pudo seguir pensándose como dife rente de lo que en la práctica gubernamental se realizaba en su nombre. Lo demostraron el éxito momentáneo de la noción de pa réntesis y. en términos más generales, la convicción duradera de que esa práctica no expresaba de manera satisfactoria lo que debía ser un verdadero proyecto de transformación social. [...] La cultu-
5. Ibid., pitg. K(i,
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i i de la izquierda francesa sigue marcada por La tentación del vo luntarismo. el relativo desinterés por la gestión cotidiana, la nosi«ti 1* 1 a de los viejos tiempos en que la perspectiva revolucionaria iltiba un sentido al compromiso militante, el gusto por el discurso ni is que por la organización; esto da al viraje socialdemócrata del incialismo Francés su carácter incompleto, e incluso problemá tico ".* !facía el p o n e n ¡r en marcha atrás Esta muda, aun incompleta, llega sobre todo demasiado tarde: la hora de gloria del modelo socialdemócrata. cuando el desarrollo de las conquistas sostenía el crecimiento que financiaba a cambio el progreso social, ya ha pasado. La socialdemocracia se desplegó en un contexto de expansión de la economía de mercado, dentro de un marco nacional relativamente cerrado. Al lado de los com promisos directamente concertados por los actores sociales, se apoyó sobre los grandes aparatos de regulación, y en especial so bre el desarrollo del Estado providencia. Contó con el crecimiento de los ingresos fiscales y el gasto público a través de la consolida ción de un sistema de redistribución sin precedentes históricos. Se adhirió vigorosamente a un desarrollo y un arraigo del trabajo asa lariado que anhelaba con intensidad y que construía, al mismo tiempo, una vasta clase media apaciguada y un cuerpo social de antagonismos simples y escasos. El conjunto de las coordenadas del paisaje socialdemócrata está hoy trastocado: la economía está internacionalizada y la cuestión de la identidad nacional resurge con Fuerza; los grandes aparatos públicos de regulación y redistribución están en crisis; el creci miento de la desocupación y las mutaciones del trabajo Usuran el6
6. Alain Bergounioux y Gérard Grunbcrg, l e Long remarás du pouvoir. op. cit.. págs.. 469-470.
no
LA NI ir. VA ERA DE LAS DES IGUALDADES
mundo asalariado; la realización de la democracia multiplic i u . intereses antagónicos y complejiza el cuerpo social, gencnmdd nuevas tensiones particularistas -entre caiegorias sociales, amm nidades étnicas, generaciones, sexos, etcétera-. En síntesis. I,i o cialdemocracia es menos un concepto de futuro que una fueiv.i u* manente, que sobrevive aún en Jas representaciones en el montuno en que lo real la licencia, según un fenómeno de biscéresis bien co nocido por los observadores de la vida política. Las dos ten ia ciernes Frente a este callejón sin salida, en el seno de la izquierda s. abren paso dos tentaciones. La primera consiste en salvar de la ele bacle, si no la esperanza económica y social de los años setenta, si al menos su fundamento político heredado de una historia nacida en 1789. Como no es posible proyectarse en un más allá socialista de la sociedad liberal, se sueña con volver a un más acá república no. con la misma ambición de proteger la unicidad del Pueblo y la indivisibilidad de la Nación. La segunda tentación consiste en des plazar. esta vez ya no hacia el terreno político sino hacia el de la sociedad, la idea de una superación del orden mercantil: la t'elici dad ya no vendría de una apropiación colectiva de los medios de producción o de la autogestión -en suma, de otra manera de apre hender la producción y la distribución de la riqueza-, sino de la superación del trabajo mismo, y por lo tanto del fundamento de esa producción. La crisis del modelo francés es a la vez una crisis de los meca nismos de cohesión, a través elel debilitamiento del crecimiento y las dificultades de la redistribución, y una crisis de los mecanismos de integración, a través elel cuestionamicnto del trabajo asalariado y el pleno empleo. Ahora bien, según respondan de manera priori taria a una u otra de estas dos cuestiones, i|ue se sitúen en una perspectiva nostálgica de retorno a una edad de oro o en el hori zonte utópico de un mundo nuevo, los discursos de ruptura que se
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ilcuchan en la izquierda no reflejan la misma tonalidad. Frente a un Partido Socialista al que se dice enredado en una lógica pura mente gestionaría heredada de sil experiencia gubernamental, no parece haber otra elección que la existente entre una nustcilgiu refuhJrcana y un ideal de tipo neo libertario de superación de la so«n dad de mercado. Algunos buscan, en electo, las condiciones de una política que permita reconciliarse con las masas y la esperanza. Al acusar a los ‘ modcmizadores’' de dar la espalda a la herencia histórica de la iz quierda y de Francia, y al enraizamiento sociológico del piulido del movimiento en las capas populares, pretenden, por una exLraña patadoja, abrir un porvenir para la nación organizando el retorno del pasado. Al sustituir la ruptura con el capitalismo por el rechazo de Ir global ización. y la crítica de la economía de mercado por la em bestida contra la dictadura de los mercados, pronuncian el elogio del patriotismo republicano contra el europcísmo tecnocrático y del intervencionismo económico contra la sumisión liberal a los dog mas monetarios. Se anudan así extrañas alianzas e inciertos acerca mientos, que multiplican los hijos contra natura del joven Péguy y el viejo Pompidou. con la bendición de una parte de la intelligentsia tardíamente superviviente del izquierdismo y tempranamente de regreso del mitterrandismo. Esta izquierda pretende recuperar la unicidad del cuerpo social y la indivisibilidad de la nación en la pu reza de una República que rompiese con las falsas coacciones exte riores y con los verdaderos dogmas del "pensamiento único”. Otros, al contrario, querrían más audacia. Cuando los primeros esperan el retorno del antiguo orden, los segundos sueñan con un mundo nuevo. Si unos aceptan la sociedad de mercado, pero en un solo país y bajo la mirada tutelar de un poder público que recupe re sus márgenes de maniobra y su ambición de grandeza, los otros, fieles a las utopías de su juventud a las que habrían regresado, es tán resueltos a proponer la superación de esta sociedad mercantil fundada sobre el trabajo, principalmente el asalariado. En su opi nión. la izquierda, haciendo como si organizara los misterios que
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la superan, debería "surfear” sobre el reflujo del trabajo cu l.i ciedad contemporánea y proponer llegar, finalmente, a la civilU ción nueva, que nacería del abandono de la alienación del tnilmi y de las relaciones de mercado.
3.
LA NOSTALGIA REPUBLICANA
Las tres exigencias En primer lugar, el retomo de la idea republicana procedí* mecánicamente del desvanecimiento del horizonte socialista. II esquematizamos al extremo, se puede estimar que la izquierda cu carnó históricamente una triple exigencia. Una exigencia Je mu versalismo, que se encamó sucesivamente en el internacionalismo proletario, el pacifismo, el ideal “blumiano”* de una Sociedad de las Naciones, el tercermundismo y por último, inmediatamente después de la guerra y de manera definitiva a partir de los años cincuenta para una parte de la izquierda no comunista, en el sueño de la construcción europea. Una exigencia de justicia social que para la izquierda democrática encontró su expresión principal, ,t partir de los Treinta Gloriosos, en el desarrollo coordinado del ere cimiento y el pleno empleo en la esfera del mercado, y de un poderoso aparato publico de regulación (administración), producción (sector y servicios públicos) y redistribución (Estado providencia) en la esfera no mercantil. Por último, una exigencia de libertad, que se tradujo en el combate por la extensión de los derechos indi viduales y colectivos, desde el desarrollo de la legislación laboral hasta el fortalecimiento de las libertades públicas. ' Desde tiñes de los años setenta, esta figura del progreso está en crisis. La construcción europea parece en primer lugar haber ago
♦ De León Blum (n del I.).
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i til potenaal inicial de legitimidad. En lo sucesivo, se encuen|l« tu una posición espuria: desposee a las Naciones Estado lo su pliente como para suscitar cmpaciones patrióticas pero, en térrruiitr, de transferencias democráticas de competencia, no las supera |n pastante para sustituir por su legitimidad la de Los gobiernos y tuii lamentos que trasciende. Es cierto que se coloca por encima de los Estados que la componen, con lo que ofrece un rostro al recha yo de las actitudes nacionalistas, pero, al mismo tiempo, reducida ti una docena de Estados europeos, cuando no a un puñado de ellos y en especial a la pareja francoalemana, presenta una versión bien • '.trecha del ideal universalista, sobre todo cuando se proclama su icticencia a la ampliación. Está, por lo tanto, sometida a una doble acusación, como tecnocracia y como egoísmo. También la exigencia de justicia social parece estar en aprie tos. Desde el vuelco a la austeridad, los gobiernos de izquierda adhirieron a los dogmas de los grandes equilibrios, por lo que bus caron prioritariamente la desinflación y mantener la paridad entre el franco y el marco, y aceptaron el aumento de la desocupación y la exclusión, la moderación del gasto público y por lo tanto la in terrupción de los programas de equipamientos colectivos o el de bilitamiento de los servicios públicos. En suma, parece que, en oportunidad del viraje hacia la cultura de gobierno, el voluntaris mo económico y social fue arrumbado en el desván de las quime ras arcaicas. Por último, como la ampliación de las libertades se traduce en una emancipación creciente de los individuos, contribuye a cam bio a corroer el vínculo social y parece crecer sobre las ruinas de la solidaridad, con la cual no es necesariamente compatible. Un imaginario de sustitución Sobre el paisaje de este triple hundimiento emerge hoy el retor no vigoroso de la idea republicana, que ofrece una especie de ima ginario político de sustitución a toda una parte de la izquierda.
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Con la celebración de los manes de Gambeita se espera resol las apoiía.s del momento. Per*> Ja atracción de esta nostalgia ie|»u blicana también tiene otros resortes. Sólo se ejerce con alium.i fuerza porque es consonante con insoslayables urgencias. La ■ tualidad de la idea republicana, en efecto, abreva igualmente en 1 1 estado de la sociedad. En el momento en que la escuela o la ju .ii cia ocupan en las preocupaciones generales un lugar más centrnl que la fábrica, se comprende que un llamado al fortalecimiento -y a veces incluso a la reconstrucción—del Estado de derecho cu cuentre un eco profundo, a derecha c izquierda, por otra parte ' Frente al ascenso de las fuerzas de fragmentación de lo social, también se concibe muy claramente que el imperativo republicano de ciudadanía experimente una nueva vigencia. Estos diferentes factores explican la actualidad de los temas republicanos. Pero no demuestran su capacidad para iluminar el porvenir desde una nuc va perspectiva. Por lo demás, la idea republicana permite volver a despertar la sensación de cierta legibilidad de la sociedad en un momento en que la opacidad de ésta parece crecer. Como no se pueden com prender en profundidad los nuevos rostros de las desigualdades y las nuevas tormas de la estructura social, se busca proponer una lectura tranquilizante y simplificada de ellos. Al restablecer la te mática del Pueblo contra los Ricos, ahora ampliada a la denuncia de los tecnócratas-ciegos-que-conducen-el-país-a-la-quiebra, se cree volver a dar sentido y vigor a un combate de nuevo claro e in discutible. La nostalgia republicana comparte de este modo la vi sión monista de lo social que fundaba el rechazo de la socialdemocracia entre los socialistas. Es una tentación que viene de lejos. En la tradición inaugurada por los revolucionarios de 1789 a través de la celebración del Ter-
7 ( 1 . por ejemplo, Calhcrinc Klni/lcr, luí Né/niblique en quesiion. París, Minerve, |9%
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I ccr Estado que representaba a la casi totalidad del pueblo en lucha I I I ■ I [ I I I [
contra un puñado de enemigos, la izquierda francesa ya pretendía represen lar a la aplastante mayoría de los ciudadanos Bastó con pasar de los aristócratas a las duscienlas lamidas, luego a los doscientos grupos multinacionales, y ahora incluso a los doscientos leen ñera tas Si admite naturalmente diferencias en la esfera privada. la República, en cambio, no quiere saber de otra cosa que un solo conjunto, el Pueblo, tal como se expresa en el sufragio y se encama en el Estado. Es a esta concepción, clásica en Francia, que se refieren los partidarios de la revitalización de la República para conjurar los riesgos de una emancipación de la sociedad civil, una atomización individualista del cuerpo social o la emergencia de fe«órnenos comunitarios. Es igualmente esta visión del cuerpo s
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res históricos de los republicanos del siglo xix.s Ciertos graroli'i» lemas conservan toda su actualidad: el laicismo del Estado y «Ir |,i escuela. La promesa de un progreso social gradual, la combinación de pacifismo y preocupación por la defensa nacional. Pero ya m» se afirma, por ejemplo, la primacía del individuo sobre la socie dad, en nombre de sus derechos naturales e imprescriptibles, n ln preponderancia del parlamento sobre toda otra institución. Lo qno en realidad está en juego es menos el retomo a la República mu tua que la nostalgia de una memoria republicana, “a la vez auton tana, unitaria, exclusivista, universalista e intensamente vuelia lia cia el pasado”,89 como lo comprobó Pierre Nora. Autoritaria, porque la República impone por la fuerza la heren cia revolucionaria a quienes la impugnan a su derecha y su izquiii da. Unitaria, porque promueve la idea de indivisibilidad cultural, lingüística, administrativa, espiritual e ideológica de la nación, contra la realidad de las diferencias efectivas existentes en su icm torio. Exclusivista, porque edifica su coherencia en la oposición ,i sus enemigos, necesitando adversarios para que ella misma pueda encarnar el todo. Universalista, en nombre de la Razón sobre l.i que se basa, y que debe iluminar mucho más allá de las fronteras nacionales. Fundamentalmente vuelta hacia el pasado, por último, porque “la fuerza consensual de la República descansó sobre mi memoria, y su memoria sobre la conmemoración”.10 El discurso neorrepublicano, en consecuencia, es una nostalgia, y hasta la nos talgia de una nostalgia. Cruza de los proyectos contemporáneos que habían valorizado conjuntamente la idea republicana -el na cionalismo gaullista y el ideal comunista “a la francesa”-, cuya de
8. Cf. Serge Bemstein. “La culture républicaine dans la premiére moi lié du xxc siéele". en Le Modele republicain, París, PUF, 1993. 9. Pierre Nora. “De lu République a la Nation", en Les Lieux de me moire, vol. I: Im Ripuldique. París, Gallimurd, 1985. 10. Ibid., pág. 054.
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cadencia o desaprobación permiten una reapropiación iranquila, esta nostalgia se despliega como una ideología de sustitución del socialismo, y como tina ideología más amplia de reacción: defensa de la unidad del Pueblo, de la grandeza de la Nación, del universa lismo del mensaje francés, en el preciso momento en que Francia descubre las tensiones paríicularistas de las sociedades democráti cas, las limitaciones inherentes, en La escena mundial, a su verda dero lugar de “mediana potencia” y la desaparición de su capaci dad» y hasta de su vocación, de transmitir mensajes universales. La crítica de Europa Además es forzoso constatar el vínculo que une discretamente la expresión de Ja nostalgia republicana con el cuestionamiento de la construcción europea. Ni siquiera es difícil verificar que todo parte de allí y vuelve allí. El discurso europeo separaría a la iz quierda de su base social, porque las capas populares serían las primeras víctimas de la liberalización de los Ilujos de mercancías, servicios, hombres y capitales y. legítimamente, las más inquietas por ese movimiento. Pero, más allá del discurso, lo que debe aban donarse es la política europea, porque representa una triple ame naza: la imposibilidad de llevar adelante una política económica propia, y por lo tanto la obligación de someterse a las fuerzas apa tridas y antisociales del mercado; la imposibilidad de preservar y enriquecer el modelo social francés, que está consustancialmente ligado a la existencia del marco estalal-nacional y es naturalmente contradictorio con la desregulación y la liberalización del merca do; por último, y esta amenaza contiene a las otras dos, el fin de la soberanía nacional, es decir del poder del pueblo sobre si mismo a través de los mecanismos de representación democrática. Si la iz quierda se identifica con ia soberanía del pueblo, el voluntarismo económico y el crecimiento de las conquistus sociales, es entonces una adversaria resuelta de la construcción europea, especialmente de su especie maastrichtiana, considerada como tecnocrática en el
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LA N U EVA ERA DF. t AS DESIGUALDADES
plano político. in«ilthusiana en el plano económico e injusta en
4. LAS UTOPÍAS DE RESIGNACIÓN El ideal republicano y el proyecto socialdemóerata definen mo delos políticos globales. Pero estos no ofrecen respuestas directas a las nuevas problemáticas y desafíos planteados por las mutacio nes económicas y sociales que experimentamos. Si pueden volvet a dar una apariencia de identidad política a una izquierda descon certada, no proponen soluciones a problemas que se formulan glo balmente en términos de civilización. Ahora bien, sin duda es en este último terreno donde se deben también aportar respuestas. To da una corriente de cuestionamiento radical del trabajo y la socie dad de mercado se inscribe hoy en esta perspectiva. La meta es simple: apoyarse en la crisis para elaborar los primeros lineamien tos de una relación inédita entre lo económico y lo social, y no ¡n tentar salir de ella mediante la restauración de un antiguo orden de cosas, retrospectivamente ornado de virtudes.11
II De hecho esa es l.i ímu ión implícita que cum ple hoy en día la re ferenciu constante i los I rcinlu d o n o s o s
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ttria nuera temática En el punto de partida, un conjunto de constataciones elementa les: el crecimiento europeo no recuperará a mediano plazo el ritmo de los años sesenta; el Estado providencia sufre una crisis persis tente; la desocupación y la exclusión constituyen hechos estructu rales; en cuanto a las empresas, han trastocado su modo de funcio namiento y su sistema de organización del trabajo. Más allá del fenómeno del desempleo masivo, el que sufre con ello una total conmoción es el modelo tradicional del trabajo. Las relaciones del trabajo tanto con el tiempo como con el espacio fueron redeftnidas por el poder en ascenso de nuevas formas productivas. En ese con texto, cobra sentido todo un abanico de reflexiones sobre el porve nir del trabajo. Estas comprobaciones empíricas, y todavía frag mentarias. llevan en efecto a reformular radicalmente la cuestión del progreso. Algunos, que restablecen a su manera la relación con el pensamiento de los años setenta, consideran que cambiamos de era histórica y que es hora de tomar conciencia de esta mutación, y organizaría. Ya se pronuncien explícitamente por un abandono del trabajo como fundamento de la vida social, o que sólo juzguen ne cesario reconsiderar sus condiciones o su lugar, todos tienen en común la convocatoria a una superación de la sociedad salarial: sociedad salarial que consideraba el empleo de tiempo completo y duración indeterminada como el vector privilegiado de la inser ción social y de la ciudadanía, y como el mecanismo principal de distribución de los ingresos. Este pensamiento sobre la superación del trabajo, por otra par te diverso en sus inspiraciones y expresiones,1 debe ser tomado
12. Es posible remitirse especialmente a las obras de Dominique Méda. Le Travail, une valeur en voie de disparitian. París, Aubicr. 1995, y Bernard Perret. L’Avenir du travail. Les dénun raties face au chómage.
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en serio. Puede apostarse que pronto influirá sobre la reflcxt m pu lírica “progresista”, más allá de los círculos limitados de la ciolit gía, porque le ofrece esa síniesis de visión y acción que le Mi • desde la muerte del comunismo y el agotamiento del discurso om cialdemócrata. Rechazo de la mercanlilización de toda la vida ,u cial, civilización del tiempo liberado, desarrollo de un modelo a justicia distributiva: se ve con claridad la temática política qu« |m dría desprenderse de un enfoque de ese tipo. Y las consecuencia» programáticas que podría tener: combate por la reducción maní ya del tiempo de trabajo, por la creación de una asignación o ingremi universal de ciudadanía, etcétera. Los anal isis de la crisis del trabajo Estos análisis sobre la crisis del trabajo retoman de hecho el lu lo de una corriente de reflexión de los años setenta, centrada sobre la crítica de la “heteronomia” en el trabajo y la denuncia de la su ciedad de consumo. Todo un conjunto de obras proponía entonce» apresurar el advenimiento de una sociedad desembarazada de los lazos de dependencia. Esta crítica del trabajo, que oscilaba entre la formulación autogestionaria de una reconquista de la autonomía en la actividad social y la visión ecologista de una sociedad de fruga lidad, sirvió de base a muchas de las ideologías de los años seten ta. Más allá de sus divergencias, todas representaban una ruptura con una cierta idealización marxista de las fuerzas productivas Con diferentes perspectivas, fueron testimonio de ello notables en
París. Seuil, 1995. Véase igualmente la presentación sintética de los de bates actuales sobre el trabajo, como anexo al informe de Jean Boisson nat. Le Travail dans vingt anx. París, La Documentaron frangaise. 1995 En los Estados Unidos, el libro que alimentó el debate es el de Jeremy Rifkin, The lind of Work. I'lie Decline oflhe Global Labor Forcé and lite Dawn of llie Posl-Markel T.ra (Nueva York, 1995).
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Igyos de lean Baudrillard. André Corz o Marshall Sahlins.1* Tal vez. esas voces seguían siendo globalmente marginales. Pero no jinr ello dejaban de encontrar un eco muy grande, mucho más allá de los círculos intelectuales o militantes, como por ejemplo lo «testiguó, a comienzos de la década de 1970, la enorme resonancia pública del debate sobre el crecimiento cero.,A Estos trabajos, que deseaban romper con cierto economicismo, se distanciaron mucho del optimismo productivista del autor de El Capital. Para Marx, recordémoslo, el trabajo era en efecto funda mentalmente ambivalente, ya que encarnaba al mismo tiempo el momento de un sometimiento presente y el soporte de una emanci pación -futura-. Esta ambivalencia esencial encontrará una expre sión perdurable en el concepto de alienación, foco que irradia aún Itoy y a la luz del cual siempre pueden leerse algunos debates ac tuales. Para Marx, el trabajo representa en su momento positivo la autoproducción de la humanidad por sí misma. A través de él. el hombre se expresa, encuentra al otro y transforma la naturaleza. Dicho de otra manera, las tres relaciones fundamentales del hom bre -consigo mismo, con el prójimo, con el mundo- son mediati zadas por el trabajo. La humanidad no se convierte en lo que es134
13. Por ejemplo las primeras obras de Jean Baudrillard, Pour une cri tique de l'économie poiitique du signe. París. Gallimard, 1972 [Trad. cast.: Crítica de la economía política del signo. México. Siglo XXI. 1974], y La Société de consommation, París, Gallimard. 1974 (Trad. cast.: La sociedad de consumo, Barcelona, Plaza y Janés, 1974); André Gorz, Écologie et poiitique, París. Seuil. 1978 (Trad. cast t eología y política, Barcelona. Ed. 2001. 1982], y Adicta au proletaria!: au tlelí) du socialisme, París, Galilée. 1980 fTrad. cast.: Adiós al proletariado, Buenos Aires, El Ciclo por Asalto, 19911; Marshall Sahlins. Age de piare, tige d’abondance: l'économie des sociétésprimitivos, París. Gallimard, 1976 (Trad. cast.: Economía de la Edad de Piedra, Mudrid. Akal, 1983). 14. Debate iniciado en 1972 por el famoso informe del Cluh de Roma que tenía por título Halle a la croissance? \¿ Un alto al crecimiento?].
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más que a tiavés del trabajo que constituye su esencia. Pero e ln esencia es un devenir, la consumación del proceso histórico de iviilizadón de la humanidad del hombre. El trabajo real, el trabajo. u la sociedad capitalista, es Ja negación de esta esencia porque t s mi trabajo alienado, un trabajo-mercancía que se vende y se compre i produce una riqueza de la que el trabajador es desposeído y fumín las relaciones de propiedad. Es con este trabajo alienado, preso en la lógica de Los intercambios mercantiles, con el que hay que rom per. Para Marx, en ello reside toda la ambivalencia del ira bajo: so mete, pero al mismo tiempo oculta un enorme potencial de eman cipación; crea un vínculo de subordinación en el mismo momento en que abre el camino al advenimiento de un individuo perfecta mente autónomo y libre, arrancado de sus propias contingencias y de las de la naturaleza. En contraposición a esta visión marxista, los autores luminarias de los años setenta rechazaban con juntamente la doble utopía libe ral y socialista, según la cual el trabajo podría producir autonomía para el sujeto. Independientemente de que los medios de produc ción fueran privados o colectivos, para estos autores el trabajo se guía siendo un acto fundamentalmente subordinado a un objetivo que lo superaba: incrementar la producción y la riqueza. Por ello, no podía estar sino dividido y ser abstracto y alienado. El proyec to consistía por lo tanto en superar la noción misma de trabajo pa ra alcanzar la verdad de relaciones sociales libres. El regreso de una cuestión Este análisis recuperó una súbita actualidad con el crecimiento de la desocupación. En lugar de deslomarse en vano buscando me didas que permitan fabricar trabajo, y por lo tanto alienación, ¿no habría que pensar y proponer, al contrario, una dinámica de la dis minución del trabajo? Es la pregunta que hacen algunos. En vez de ver en el aumento de la desocupación un achicamiento amenaza dor del lugar del trabajo en la vida social, ¿no se podría, al contra-
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iip, convertirlo posilivámenle en una primera etapa de salida del urden mercantil"? Asi. en lugar de ansiar el retomo del empleo tra dicional. se trataría más bien de “desencantar el trabajo”, para re tomar la expresión de Dominique Méda. Un proyecto semejante de sociedad, que apunta a una relación del hombre consigo mismo, con el prójimo y con la naturaleza, fundada exclusivamente sobre • u humanidad y no sobre el intercambio mercantil, sería verdadeiámente revolucionaria, estiman sus partidarios: con ello rompen a l.i vez con la trayectoria de las sociedades occidentales y con la concepción tradicional, en la izquierda, de los caminos del progre so En la prolongación de este análisis echa también sus raíces la propuesta de un “ingreso de ciudadanía” o una “asignación univer sal”. En lugar de deplorar una escisión mortal entre la economía y la sociedad, con estos mecanismos se abriría al contrario la posibi lidad de organizar- positivamente su separación. ¿Adiós ai pleno empleo? Se ve con claridad lo que un rumbo tan radical tiene de positi vo. En vez de aceptar pasivamente el desorden establecido, inten ta volver a dar sentido a una cierta dimensión utópica de la que la política no podría prescindir. Pero para evaluar un proyecto de esa naturaleza hay que ir más allá de este objetivo generoso. En efec to. de entrada existe el gran peligro de ver cómo el desencanto en relación con el trabajo se pone al servicio de una aceptación fata lista de la desocupación masiva: se colocaría en primer plano el desarrollo de “actividades", para no tener que hablar más de la creación de empleos. Ahora bien, ni la evolución de la productividad ni la desacele ración del crecimiento permiten ufirmur que Itayu que decir defini tivamente “adiós al pleno empleo”. No hay una ligazón mecánica entre nivel de crecimiento y nivel de empleo, como lo muestra la comparación de Francia y los Estados Unidos en el transcurso de los últimos veinte años: con una tasa anual media de crecimiento
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equivalente, los dos países experimentaron niveles de desocupa ción completamente disímiles, La observación de los treinta iiln mos años en Francia también lo prueba: de un decenio al otro, cuanto menos fuerte fue el crecimiento, más aumentó la creación de empleos por cada punto de éste.15 De la misma manera, los in crementos de la productividad no sólo no son destaictores de em pleos, sino que son la condición sine qua non del incremento de los niveles de vida. Paralelamente, puede dudarse de la validez del diagnóstico so bre el agotamiento del valor-trabajo. El incremento del tiempo li bre no conduce mecánicamente a ello. Al contrario, puede estimar se que el trabajo recupera un valor más fuerte por el hecho misino de su escasez y disminución.16 Por su lado, el debilitamiento del vínculo social conduce también a volver a dar consistencia a la vi sión tradicional del trabajo como lugar de sociabilidad y reconoci miento. La perspectiva de una reducción masiva del tiempo de tra
15. En los años sesenta, era preciso que el índice de crecimiento su perara el 4,5% para que la economía francesa creara empleos. Hoy, bas ta que sea superior al 2%. Esas cifras deben hacemos meditar. Signili can que no tendríamos los recursos humanos suficientes (sin una fuerte inmigración) para sostener duraderamente un ritmo de crecimiento aná logo al de los Treinta Gloriosos. En consecuencia, la proposición de que el crecimiento ya no crea empleos va completamente en contra de los hechos. 16. Véanse, sobre este punto, las sugerentes observaciones de Daniel Mothé, "Raréfaction du travail et mutation des mentalités”, Esprit, agos lo-septiembre de 1995. “En el siglo pasado -escribe malvadamente Mo thé-, las damas de beneficencia de la buena sociedad recomendaban a los pobres que no envidiaran a los ricos. Hoy. quienes toman el relevo son unos universitarios ahitos, que propician la autolimitación de los deseos con un arsenal de ingredientes sociales: el don, el ingreso de ciudadanía, la asignación universal, el desprecio del utilitarismo, la veneración de las sociedades precapi tul islas."
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bajo a largo plazo modificará los modos de vida» pero no por ello reducirá una cierta centralidad del trabajo. Andrc Gorz. poco sospechoso de conformismo, expresó con claridad, en un artículo reciente, el sentido de esta permanencia, que puede calificarse de tradicional, del trabajo dentro mismo del desarrollo del tiempo libre y de las actividades electivas. Es tan instructivo, que vale la pena citarlo rn extenso. “El trabajo y el de recho al trabajo -escribe- tienen una importancia política tan gran de en la sociedad moderna, precisamente porque la producción del sistema social no engloba todas las actividades. No todas éstas se ubican en la esfera pública, no todas son gobernadas por el dere cho ni confieren un status. Trabajo y actividades microsociales o, lo que viene a ser lo mismo, integración funcional y pertenencia a una comunidad se completan una a otra: cada una contiene la crí tica de la otra y libera de la otra. Si los hijos de campesinos han abandonado los campos y si las mujeres reivindican el derecho a trabajar, es porque el trabajo asalariado, por más opresivo y desa gradable que pueda ser en otros aspectos, libera del encierro en una comunidad restringida donde las relaciones interindividuales son relaciones privadas, fuertemente personalizadas, regidas por una relación de fuerzas cambiante, chantajes afectivos, obligacio nes imposibles de formalizar. Las prestaciones que los miembros de la comunidad intercambian entonces no tienen valor social pú blicamente reconocido y no les otorgan un status social. “Para ellos, en consecuencia, el trabajo asalariado será una emancipación: en él, la prestación de trabajo tiene un precio y un status públicos; la relación con el empleador está gobernada por reglas de derecho universales, destinadas .1 proteger al asalariado contra la arbitrariedad y las demandas personales del patrón. El tra bajo proporcionado tiene por lo tanto un status ilc trabajo en gene ral. que califica a su prestatario como un individuo social en ge neral, capaz de desempeñar una función social determinada y hacerse así generalmente útil al sistema social. El salario remunera
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l a n u e v a e r a d e l a s d e s ig u a l d a d e s
el trabajo suministrado, no a la persona que lo suministra. I ;»iti ili dad funcional de ese trabajo radica justamente en su caráctei im personal: responde a una demanda Impersonal del sistema soinl (del mercado o de una administración publica) y su remunera!.<>n lo hace intercambiable con cualquier otro. En síntesis, confiere I» ciudadanía económica a su prestatario. "Un ingreso que exima de todo trabajo no tiene en cuenta la te lación dialéctica que vincula el trabajo funcional y las actividad*-» microsociales. El primero libera a los individuos de los la/.os di dependencia particulares y de pertenencia recíproca que gobiernan la esfera microsocial o privada. Ésta, por su lado, los libera de I» alienación y las coacciones de un trabajo donde funcionan como otrox entre otros anónimos, donde no son dueños de sí, y donde m> persiguen sus propias metas personales. La abolición de las esfera» microsocial y privada significa la regimentación total de los indi viduos, completamente desposeídos de sí mismos. A la inversa, la vida sin trabajo universalmente intercambiable y públicamente re conocido significa para el individuo la condena a la inutilidad y la inexistencia pública. La esfera de las actividades privadas o autodeterminadas, mediante las cuales afirmaba su soberanía, se con vierte en su prisión si están ausentes toda coacción u obligación sociales.”17 La asignación universal Más allá de consideraciones generales sobre el advenimiento de una sociedad de ocio o actividades libres, la idea de un desen canto en relación con el trabajo cobra sentido, en la práctica, en
17. André Gorz. "Revenu mínimum ct citoycnncté. Droit au trava v.v. droit au revenu", /•murióles, febrero de 1994, Este artículo permite rectificar muchas de las lecturas erróneas que se habían hecho de la obra Adiós ni proletariado, del mismo autor,
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'omu del pioyecio de disociación de las categorías de ingreso y empleo. De allí su conexión con la idea de asignación universal. I Ma consiste en orientarse hacia el pago de un ingreso mínimo a lodos los individuos, sobre la sola base del vínculo de ciudadanía c independientemente de toda contribución productiva. Es fácil rechazar esta idea con el mero fundamento de sil carácier impracticable. Pero no es forzoso abordar la cuestión de esta manera. Puesto que una utopía, aun lejana y a priori fuera de al cance, puede dibujar un horizonte positivo e iluminar la acción. Lo que conviene efectuar es antes bien una crítica filosófica de la asignación universal, en su principio mismo.1* Al disociar de modo radical lo económico de lo social, el ingre so de existencia permite relegar la cuestión del empleo a un segun do rango. “La batalla por el empleo es un combate de retaguar dia”, estima así la Asociación por el Establecimienlo de un Ingreso de Existencia, mientras que Jean-Mare Ferry escribe: “Instaurar la asignación universal es renunciar a crisparse por el lema anacróni co del pleno empico”.1819 La visión de una sociedad “postrabajo” se mezcla aquí de manera equívoca con la perspectiva dualista de una confusión entre el mundo de la autonomía y el del asistencialismo. En efecto, la asignación universal refuerza la tendencia -a la que denuncia, por otra parte- a la disociación creciente entre la es fera de la actividad económica y la de la solidaridad. Es. por esta razón, la ocasión de una sorprendente convergencia entre un punto 18. Apuntamos aquí a las visiones radicales de la asignación univer sal. Algunos autores, como Alain Caillé (cf. Temps choisi el Revenu de citoyenneté. Au-dela du salarial universel, París, Mauss, 1995), propo nen versiones más "edulcoradas”; nos parece que éstas, sin embargo, plantean problemas de fondo de la misma naturaleza. 19. Jean-Marc Ferry. “La Troisiémc Révolution”, l.e Monde des de buts, mayo de 1993. Véase, de este autor, la obra l.'Allocation universelle. Pour un revenu de citoyenneté. París. Cer!. 1995. interesante desde otro punto de vista.
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de visia ultraliberal y cierto comunismo utópico: tiene dos car,tu, como Jano. En su dimensión de utopia positiva, expresa el fundn memo irreductiblemente cívico del vínculo social y deduce de él el derecho a un ingreso no dependiente de la actividad Pero su as pecto criticable radica en el hecho de que. paradójicamente, eximí al funcionamiento del mercado de toda obligación social. Esa es la razón, por otra parte, por la cual la asignación universal Liene Umtbien muchos partidarios en los medios ultraliberales. Si a cada in dividuo se le asegura un mínimo, puede efectivamente aceptar u verse obligado a aceptar, un empleo mal remunerado.20 También aquí puede citarse a André Gorz. que resume con mu cha claridad lo que está enjuego “La garantía de un ingreso suli ciente -garantía cada vez más indispensable a medida que se con trae el volumen de trabajo socialmente necesario y que ese mismo trabajo se convierte para la mayoría en una ocupación intermiten le- debe seguir ligada al derecho y al deber para cada ciudadano de llevar a cabo una cierta cantidad, no pasible de reducción, de tra bajo profesional en el transcurso de un año, un quinquenio o toda la vida. No hay una cosa sin la otra: de mi aceptación de deberes para con la sociedad se derivan sus deberes para conmigo; de los derechos que le reconozco sobre mí se derivan mis derechos sobre ella. Al margen de esto no hay ciudadanía plena. Una asignación que dispense de todo trabajo también dispensa a la sociedad de ha cer que cada persona tenga acceso a la plenitud de sus derechos Permite concentrar todo el trabajo socialmente necesario en los que tienen mejor performance y profundizar la escisión de la so
20. Poco importa su remuneración dado que, hipotéticamente, puede vivir sin trabajar. En este caso, por lo tanto, el Estado providencia es la condición paradójica del liberalismo salvaje: un macrocontrato social le clllmn el runeionnmiento totalmente asocial del mercado en el nivel mi eme, onómleu; la búsqueda de eficacia y la preocupación solidaria están completamente desconectadas.
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.feriad: de un lado, los maniáticos del rendimiento y los apasiona dos de la ganancia, que acaparan el trabajo niacrosocial y el espa cio público; del otro, una masa de destinatarios de la asignación condenados a las actividades privadas y los intercambios eonvivenciales.” Por provenir del autor del célebre Adiós a! proletaria do. estas observaciones merecen ser particularmente meditadas. Re ¡mentar el trabajo asalariado Si la perspectiva de un nuevo lugar del trabajo puede tener sen tido en un futuro lejano en términos de evolución de la civiliza ción. éste no puede pasar entonces por la separación institucionali zada de las categorías de trabajo e ingreso. Al revés de lo que parece en el fondo una cierta utopía de resignación, que conduce a una visión malthusiana de las solidaridades, hay que orientarse más bien hacia una expresión de un derecho al trabajo y hacia una reformulación del contrato salarial. A comienzos del siglo xx. los partidos de izquierda incluían en sus programas la "abolición del trabajo asalariado", que simboliza ba la dependencia y la alienación.21 Pero luego la condición sala rial cambió progresivamente de naturaleza, como lo mostró lumi nosamente Robert Castel.22 La introducción de mecanismos protectores y reguladores del contrato de trabajo terminó por dar cierta dignidad a la condición salarial, más allá de una explotación económica remanente de los trabajadores. El objetivo actual es en verdad reinventar formas equivalentes de protección en una eco21. Incluso un partido moderado como el Radical todavía inscribía en 1922 dentro de su programa “la abolición del trabajo asalariado, supervi vencia de la esclavitud”. 22. Cf. Robert Castel, Les Métamorphoses de la question sacíale. Une chronique du salarial. París, Fayard. 1995 Para un análisis de la transformación jurídica de la condición salarial, véase también Alain Supiot. Critique du droit du travail. París, PUF, 1994.
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nomía cada vez más t'ragmentada.23 La edad de oro de la cundí ción salarial estuvo ligada, en efecto, al apogeo de las empresas pi* gantes y los grandes sistemas productivos. Hasta los años sesnilii el movimiento económico se encaminaba hacia una especie di simplificación de la organización productiva. Los trabajadores m dependientes, los artesanos y los pequeños talleres se desvanecían poco a poco, en tanto crecían los grandes batallones asalariados en las empresas. Esta estructura facilitaba, a través de la negociación colectiva, la introducción de reglas de protección. El proceso ,u tual es inverso. Las grandes empresas multiplican los despidos y reducen sus electivos, mientras emerge un nuevo universo de suh contratistas, de pequeñas sociedades de serv icios y de nuevas fot mas del trabajo independiente.24 Al mismo tiempo, las formas v los objetos tradicionales de la legislación social quedan desfasados con respecto a las realidades. Hoy es preciso consagrar nuestra imaginación y nuestra energía a la organización social de ese nuevo universo y a la determina ción de nuevos mecanismos de inserción, y negarse a aceptare! di vorcio indemnizado entre lo económico y lo social.
23. En este sentido, es posible remitirse a las propuestas del informe Boissonnat, que no está dentro de nuestros objetivos discutir precisameu le aquí. 24. Véanse, sobre este punto, los buenos análisis de Jean-Baptiste de Foucnuld y Penis Pivclcnu, Une sum ir en qufile <¡r sens, París. Odile Ja cob. 1995.
Capítulo V EL SENTIDO DE LA DEMOCRACIA
1. Repensar el reformismo 2. Los nuevos hábitos de la política 3. Democracia y cohesión social 4. La economía política del contrato social
I. REPENSAR EL REFORMISMO Vivimos una curiosa época. En efecto, de atenemos a las profe siones de fe, los conservadores parecen haber desertado de ella. Ya nadie se atreve hoy a proclamar su inclusión en la categoría del conservadurismo. Sin embargo, es evidente que éste no ha desapa recido. pero ahora se expresa de un modo mucho más sutil que en el pasado. En el gran teatro de la política, nadie quiere ser sorpren dido en falta de buena voluntad y dinamismo. Frente a la generali zación de un voluntarismo de fachada, el conservadurismo se ex presa hoy de una nueva manera, a través del mito de la sociedad bloqueada. Si se sigue a numerosas personas de buenas intencio nes, no es el coraje reformador de los gobernantes lo que falta. Antes bien, lo problemático, se nos dice, es la “inercia” o la “pusi lanimidad" de la sociedad. Así, se invierten sutilmente los puntos de vista habituales. El mito de la sociedad bloqueada Tratemos de desmontar parcialmente los mecanismos de este mito. Señalemos en primer lugar que la visión llamada “reforma dora" que subyace al discurso de quienes se alarman por la socie dad bloqueada se reduce con frecuencia a una teoría del sacrificio social. Cambiar la sociedad se limita para algunos a suprimir, co-
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LA N U E V A ERA 1>E L A S D ES IG U A L D A D ES
mu quien no quiere la cosa, ciertas “ventajas adquiridas". S«- >1 venirá además, con un |><>li iir o tuviera que estar principal mente volcada hada la liquidación del pasado! En esta perspectiva de la gestión de los sacrificios, desgra ciadaniente no hay lugar más que para un pobre consenso de ln n signación, al que algunos consideran la vía regia de un liberalismo de buen tono. Como además no podía dar un sentido a la idea di progreso, de hecho la referencia a la noción de reforma se degradó progresivamente. Hoy en día, se termina por calificar como tal cualquier medida de adaptación. Las palabras acaban perdiendo su sentido: ¡se bautiza como “rclorma hasta los mismos retrocesos sociales! En la actualidad, sólo puede hacerse progresar el debute si se abandona esta oposición negativa entre una teatral¡zación de la voluntad política, por un lado, y una invocación repetitiva de los bloqueos de la sociedad por el otro. Puesto que lo que ocurre no es tanto que la sociedad esté bloqueada sino que nuestras ideas están gastadas. Para disipar el mito de la sociedad bloqueada, es posible hacer tres tipos de observaciones concernientes al sentido social de la equidad, la aprehensión de la realidad y los métodos del cambio. En primer lugar, es notorio que los individuos aceptan menos los cambios cuanto más injusto juzgan su reparto. Durante mucho tiempo, la izquierda, como lo hemos visto, planteó una visión ma loquea y simplil'icadora de la oposición entre el Pueblo y los Ri eos. Pero a fuerza de combatir, muy justamente, ese fantasma, al gunos terminaron por olvidar que el juego social podía convertirse en un juego de suma cero, en el cual unos soportaban las pérdidas de los otros Es imposible movilizar una sociedad si no se mam fiesta claramente que los cambios y las restricciones se reparten de manera tal que haga que se los perciba como equitativos. Ahora bien, no hay duda de que no es eso lo que sucedió du-
EL SENTIDO DE LA DEWOCRACIA
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i inte este período. Es forzoso desLicai que una parte de las clases dirigentes, desde hace algunos años, tendió a confundir abusiva mente su interés con el interés general Por ejemplo, se proclamó que no era posible aumentar los impuestos a los capitales sin correrel riesgo de provocar una buida de éstos al extranjero. Es una banalidad decirlo: todo cambio implica que quienes deciden den el ejemplo. Lo vemos todos los días en las empresas: los casos exito sos de reconversión se vinculan con frecuencia a una real distribu ción de las restricciones. Lejos está de ser ése el caso en la socie dad global. Si a veces parece difícil poner en movimiento a nuestra socie dad. también es porque no consideramos más que una sociedad imaginaria. Por no percibir la complejidad de las cosas, numero sas medidas no alcanzan su objetivo. Es indispensable, por lo tan to, avanzar en nuestra comprensión de la acción y analizar las ra zones por las cuales algunas reformas que son buenas en los papeles, y que a priori podrían obtener un acuerdo generalizado, jamás se ponen en práctica. En principio, no es por talla de volun tad. Es más bien por falta de análisis. Así, es insoslayable captar mejor la complejidad sociológica de los efectos de las decisiones políticas. En este aspecto, puede sacarse un gran provecho de toda la literatura clásica sobre la teoría de los efectos inesperados y perversos. También hay que comprender el enmarañamiento de las situa ciones y las posiciones de los individuos para dar cuenta de lo que aparece como una resistencia a los cambios. En muchos casos, lo que se califica de bloqueos de la sociedad sólo refleja un análisis insuficientemente fino de las características contradictorias de los individuos. No basta con captarlos estadísticamente a partir de la
|. Lo cual significaba reconocer de entrada que la globalización se hacía en beneficio de unos y en detrimento de otros. Y que esta ruptura del principio de igualdad no podía compensarse.
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LA NUEVA ERA D i 1-AS DESIGUALDADES
categoría socio profesional a la cual pertenecen. Como lo hcnm* mostrado, las realidades están mucho mis enredadas y difercni ut das. En proporciones muy sanables y muy distintas formas, las personas son a la vez. por ejemplo, asalariadas, accionistas, alio rristas y propietarias. Para ana joven pareja de ejecutivos que ara ba de comprar un chalet en nn suburbio muy distante, el caruiii i de propietario (con lo que implica de restricciones materiales y fi nancieras) puede constituir la variable determinante de su visión del mundo, mientras que, con un ingreso igual, si la misma purcjii siguiera alquilando en el centro de la ciudad tendría otra filosoMn de la existencia y por lo tanto otra relación con el cambio. Asi. cu lugar de hablar de sociedad bloqueada serta preferible llevar a cu bo un verdadero esfuerzo de recomprensión de lo que son las encr gías ordenadoras de los comportamientos sociales fundamentales Los ¡imites del reformismo clásico Si se quiere recuperar el sentido del verdadero cambio, en pri mer lugar es necesario comprender por qué hoy ya no parece ope rativo un cierto “reformismo clásico”. Para simplificar, puede de cirse que éste tenía tres rostros. En efecto, remitía a tres ideas diferentes: la modernización económica, la redistribución social y las reformas de estructura. La modernización económica estuvo durante mucho tiempo en el centro del proyecto reformador. En Francia, fue reivindicada tamo por la izquierda como por las elites tecnocráticas. El lanza miento de grandes programas industriales y la lucha contra las ren tas y los proteccionismos constituyeron sus dos ejes principales. Mucho queda por hacer para modernizar la sociedad francesa. Siempre hay un trabajo de adaptación cotidiana por cumplir, pero en lo sucesivo se confunde cada vez más con la gestión propia mente dicha. Es posible verlo con claridad en el ámbito económi co: la noción de modernización se identifica con la adaptación co tidiana de las empresas a su medio y a la competencia.
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En el plano político, la modernización asume de aquí en más la forma de una respuesta permanente de la sociedad a los desafíos con que se ve enfrentada. Ya no es una acción guiada desde la cumbre, a partir del Estado. La maieria misma de los cambios que deben operarse explica esta evolución. Pero también el hecho de que en cierto modo la sociedad económica lomó directamente a su cargo esta empresa de intervención constante sobre sí misma. El segundo aspecto tradicional de la acción reformadora era el de la redistribución social. El reformismo consistía en mejorar las posiciones de los menos favorecidos, reducir las desigualdades y multiplicar los derechos sociales. Esta acción descansaba esen cialmente sobre una utilización de los dividendos dei crecimiento. Lo que puede llamarse “'el reformismo del gasto” era indisociable de un crecimiento fuerte. Presuponía un juego de suma considera blemente positiva. Ya no es lo que sucede hoy. De ullí la especie de vacío que se ha instalado. Hay en ello una fuente de reflexión fundamental. Si la reforma se ajusta al crecimiento, ¿el conserva durismo. e incluso la regresión social triunfarán necesariamente en un contexto de desaceleración de éste? La cuestión es crucial, porque es muy poco probable que las sociedades occidentales ex perimenten en las décadas venideras el equivalente económico de lo que fueron los Treinta Gloriosos. ¿Estamos entonces, y a causa de ello, condenados al inmovilismo social? Para evitarlo, natural mente hay que salir de la visión estrecha que implica un reformis mo del gasto. El tercer polo tradicional de la acción reformista era el de la re forma de tas estructuras: fortalecimiento de los actores colectivos (los sindicatos, por ejemplo), impulso a la descentralización, pues ta en marcha de las nacionalizaciones, etcétera. Durante mucho tiempo el reformismo lúe inseparable de esas acciones de redefini ción de los marcos de la vida económica y social. Sin duda siem pre hay muchas cosas para hacer. Pero es poco probable que haya todavía grandes cambios de estructuras que puedan ofrecer un marco global a un macrorreformismo.
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¿Podemos entonces quedarnos en esa simple comprobación 'i deducir de ella una resignación morosa y perezosa ame el «nli n establecido, afirmando que nada más es pusible? No. Nueslru Mi ciedad sólo podrá recuperar el sentido de la reforma si inte tata ri> pensar sus objetos y sus métodos. No es propiciando un imposible retorno al “reformismo del gasto” como lo lograremos. Tampoco volviendo a poner a la orden del día un reformismo desde arnlm manejado por los expertos. En una palabra, no es medíanle unM vuelta atrás que se puede esperar dar nueva vida a la idea refor mista, y tampoco con la afirmación de que ya nada es posible No hay hoy nada más urgente que superar la visión demasiado eslre cha de un reformismo del gasto aliado a una cultura del voluntan* mo. Si no pudiéramos desprendemos de ella, nos veríamos ineviia blemente obligados a oscilar entre períodos de exaltación lírica y renuncia silenciosa (en este aspecto, habría que acordarse de los años 1981-1982). ¿En qué dirección orientarse, entonces? Por lo menos pueden tratar de indicarse muy rápidamente algunas pistas para la reflexión. Si el reformismo del gasto ya no tiene actualidad, lo que puede estar a la orden del día es un “reformismo de la solidaridad". Sin duda es más difícil emprender una redistribución de las oportum dades y las situaciones en una economía de suma casi cero, pero éste sigue siendo empero un objetivo fundamental de la acción a llevar adelante. En este caso se ve con claridad que reforma social y progreso democrático van necesariamente a la par. En efecto, una redistribución directa sólo puede ser aceptada si se afirma vi gorosamente el sentido de la pertenencia colectiva. En este aspec to. el porvenir del Estado providencia está naturalmente en el cen tro de las preocupaciones. En materia de cambio de estructuras, se puede constatar que el espacio clásico del reformismo fue deformado en dos direcciones. Por abajo, tendió a confundirse con la gestión de las instituciones y el esfuerzo permanente de adaptación de las estructuras y los modos de organización que éstas requieren. Por arriba, se desplazó
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liada Europa según los avalares de la transformación de nuestra economía y nuestras instituciones. Naturalmente, fue en este últi mo nivel donde se abrió un nuevo espacio: toda una parte de la energía reformadora debe invertirse hoy en la construcción de un inarco europeo. Ya ha pasado el tiempo del reformismo desde arriba. El proyec to reformista ya no puede inscribirse en la perspectiva de una re volución global y total de Las estructuras económicas y sociales. El nuevo proyecto reformista debe ser a la vez más puntual y más po lítico. Más puntual para responder a urgencias inmediatas, para desbloquear algunas situaciones: puede pensarse, por ejemplo, en las acciones que conviene llevar adelante para promover la inser ción de los excluidos o en las decisiones que afectan a sectores tra dicionales de la política pública (política urbana, de la vivienda, etcétera). Pero al mismo tiempo debe ser más político. En primer lugar, para dar coherencia de conjunto a proyectos particulares (coherencia que falta cruelmente hoy), pero también porque la vi da democrática misma se convierte en uno de los objetos centrales del cambio. Luego de la conquista del sufragio universal, el reformismo se identificó durante casi un siglo con los cambios de or den económico y social. Ahora tiene que consagrarse con más atención al ámbito directamente político en sentido amplio. Lx>s nuevos métodos del cambio Con la condición de tener en cuenta estos diferentes elementos, las ideas reformistas podrían encontrar en este país una segunda inspiración. Pueden mencionarse sucintamente algunos principios de método: 1) En primer lugar hay que recordar que no puede haber un cambio de la sociedad que proceda exclusivamente desde la cima. Para que haya una verdadera reforma, siempre hay que apoyarse en relevos sociales que tomen la posta. Si muchos proyectos giran
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en el vacio, es porque no hubo actores que se reapjopiaran de ell<»« en el terreno. Hoy podemos verlo con claridad en materia de m» pleo: no basta con decretar medidas para que produzcan los cicc tos previstos. En efecto, son millares de microdecisiones o jnicl.i livas locales las que producen efectos generales. El objetivo primario de toda reforma debe ser liberar en la base las potencial! dades. favorecer los dinamismos, estimular las iniciativas Pum ello, hay que proponer nuevas reglas del juego. Pero el problema radica hoy en que el Estado no se dirige más que a un actor demu siado global y demasiado general: la empresa. Como no puede movilizar en forma más directa a actores sociales diversificados se priva de todo un dinamismo potencial. Sin embargo, no faltan en Francia asociaciones barriales, em presas intermedias, agolpamientos voluntarios sobre las cuales se ría posible apoyarse. Todo cambio en profundidad exige multtpli car los actores interesados en él e implicarlos directamente. Los medios de acción siempre deben devolverse a la sociedad. Esto significa igualmente que el fracaso o el éxito no se ajustan simple mente al monto de los gastos que se realizan. Lo vimos claramente en los años 1989 y 1990, durante el gobierno de Rocard. en el ám bito de la educación nacional. Se inyectaron entonces sumas con siderables en esa administración sin que pese a ello se produjeran verdaderos cambios. La reforma no se aprecia simplemente en términos de subven ciones sino de derechos. El objetivo debe ser dar herramientas a la sociedad civil y no únicamente aumentar las transferencias del Estado. También es con esta vara que se mide la diferencia entre una política asistencialista y una visión activa y cívica del cam bio.2 2) En consecuencia, debe subrayarse con vigor que no se pue de reformar la sociedad simplemente mediante reglas generales. En efecto, si bien la regla general obedece a una lógica de facili dad administrativa y legibilidad, tiene como gran inconveniente la
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veneración inevitabLe de un despilfarro de recursos.23Si se loma el i'icmplo de las cargas sociales correspondientes a las bajas remu neraciones, está claro que una medida de disminución general puede hacer que las empresas en que los salarios bajos son nume rosos tomen m is trabajadores, pero no sucederá lo mismo en una empresa en que las remuneraciones promedio sean más elevadas. Sin embargo, existe en ambos casos la concesión de un mismo be neficio.-’ Esta observación invita a plantear más ampliamente la cuestión de lo que podría denominarse el principio del ‘contrato reforma dor’. Actualmente, el Estado no sabe medir sino niuy imperfecta mente. y a posteriori. las consecuencias de sus decisiones. ¿No po dría pasarse de esta filosofía de la regla general ciega a una práctica de mayor direccionamiemo hacia objetos determinados y más legible? Este problema se plantea claramente hoy con respec to a los CIE (contratos iniciativa-empleo). Es fácil ver que si no se apoyan en relevos sociales muy descentralizados y no se inscriben en una lógica contractual que asegure que los beneficios sociales o fiscales se transformarán efectivamente en empleos, el sistema gi rará en el vacío. En este aspecto, habría que internarse con resolu ción en el camino de un nuevo modo de evaluación de la acción pública. Al desarrollo necesario de un examen e.v post de los efec tos de las políticas públicas, habría que agregar también la exigen cia de que las consecuencias se midieran a priori. y de contratos a cumplir sobre esta base.
2. Desde luego, no puede confundirse la regla general con el necesa rio establecimiento de un método global y articulado del cambio. 3. Puede suceder, sin embargo, que una medida general de esa natu raleza sea legitimada por consideraciones de justicia fiscal más que por sus efectos sobre el empleo. De hecho, los impuestos a los ingresos del trabajo aumentaron en el momento mismo en que se desgravaban los in gresos del capital.
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3) Ciertamente, no podría hablarse de reforma olvidando que ésta siempre nene un costo. Pero al mismo tiempo hay que insistí i cu el hecho de que en lo sucesivo ya no hay ni tesoro oculto iel crecimiento fuerte) ni distorsión en los pumos de referencia (la m Ilación) que permitan poner en práctica un refortnismo indoloro Mientras estuvieron presentes lus ingredientes del crecimiento fuerte y la inflación, fue posible efectuar intensos movimientos d« redistribución sin que los actores tuvieran siempre clara conciencia de ellos 4 Durante los Treinta Gloriosos, nuestras sociedades ptiu ticaron una especie de reformismo invisible. Y también, por otra parte, un reformismo de modernización que parecía beneficiar
4. Sin olvidar, por otra parte, que la inflación llevaba a borrar e igua lar en los hechos las condiciones iniciales, poique permitía un más fácil acceso a la constitución de un capital
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modesto, disfrutó de fuertes rendimientos desde hace algunos unos, aunque su remuneración directa se haya estancado. No hay cambio posible sin tomar en cuenta este problema de las rentas difusas. Pero no se las puede poner en la picota sin atacar previa mente las más opulentas rentas de situación. Es allí donde cobra sentido la acción propiamente política, ésta consiste en crear las condiciones que permitan hacer que una sociedad sea más móvil, más abierta a los arbitrajes, y que acepte mejor el achatamiento de las respectivas situaciones adquiridas. También hay que cum plir una condición previa: dar el ejemplo, un ejemplo que venga desde arriba. Es por eso que las reformas que hoy deben preceder a todas las demás son las que conciernen al status y las condicio nes de vida y remuneración de aquellos a los que se califica de “elites”. Lo que espera nuestra sociedad para moverse, es una dis creta noche del 4 de agosto.* Probablemente, sólo a ese precio po drán volver a movilizarse las energías y efectuarse los sacrificios necesarios. 5) También hay que subrayar que no hay sociedad móvil y fle xible sin organización de un nivel englobador de seguridad. Si quiere evitarse que la idea del cambio se confunda en nuestro país con un sentimiento de resignación o una forma de regresión im puesta. necesariamente habrá que inventar nuevas protecciones y solidaridades dentro de las cuales pueda actuar positivamente la flexibilidad de la sociedad.
* Los autores se refieren a la noche del 4 de agosto de 1789. cuando la Asamblea Constituyente vota la abolición de los privilegios, en parti cular los derechos feudales que tenían el carácter de una servidumbre personal (n. del t.).
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2. LOS NUEVOS HÁBITOS DE LA POLÍTICA Hoy es de buen lono denunciar la gran miseria del medio pollo co. Muchos factores alimentan esta actitud Pero no hay que eqm vocarse de diagnóstico, sin embargo. En efecto, la función política nunca ba sido tan insoslayable en nuestra sociedad Si se considera que la función de lo político es "poner en forma” y "dar sentido" ,i la sociedad, para retomar una expresión de Claude Lefort. nunca fue entonces tan necesario. En un momento en que el modo clásico de organización del vinculo social se desmorona, es esencial, en efecto, retornar a esa función primordial de lo político Por otra parte, hoy vemos con claridad que los enfrentamientos y las perple jidades se estructuran en tomo de las cuestiones de cohesión e iden tidad. Los problemas de la exclusión y la seguridad ordenan las preocupaciones y alimentan las inquietudes. Y sin duda no es un azar que estos temas organicen de manera casi exclusiva el discur so del Frente Nacional, que los vuelve a unir fantasmáticamente a la presencia de los inmigrantes, erigidos en chivos expiatorios. Si hoy necesitamos más política, es verdaderamente porque tenemos que redoblar la atención a fin de constituir el vínculo social. El imperativo de legibilidad Este objetivo -la atención al vínculo social- implica una priori dad absoluta: volver a dar legibilidad a la sociedad. La crisis polí tica. en efecto, reenvía en gran medida a una dificultad de aprehender los movimientos de la sociedad desde el momento en que ésta no está estructurada únicamente en “categorías sociales" relativamente estables, sino que se modela y reestructura cada vez más de manera permanente, trabajada por fuerzas de diversifica ción creciente de las situaciones Cosa que se ve con claridad cuando se abordan los problemas de la exclusión. La dificultad de movilizar y representar a los excluidos se explica por el hecho de que se definen en primer lugar por las fallas de su existencia, y por
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mediante rasgos negativos. Por esta razón, no constituyen una tuerza social a la que se pueda movilizar. No son Los nuevos prole tarios de La sociedad de desocupación. Propiamente hablando, no tienen un interés común. No forman en modo alguno una clase ob jetiva. en el sentido que la tradición marxista da a este término (posición en el proceso de producción». Incluso puede decirse que, casi por esencia, los excluidos forman una “no clase". Constituyen la sombra proyectada por los disfuncionamientos de la sociedad y son la resultante de un trabajo de descomposición y desocializa ción, en el sentido fuerte del término. Mientras que lo social está positivamente constituido por la agregación de la actividad de los individuos, por la fusión de sus rasgos individuales en característi cas promedio, la exclusión es el resultado de un proceso de desa gregación. Por otra parte, esto es lo que hace que no concierna únicamente a los ■excluidos" propiamente dichos, sino que en cierto modo contamine a toda la sociedad. En consecuencia, los excluidos no constituyen un orden, una clase o un cuerpo. Indican, más bien, una falta, una falla del tejido social. Es esta característica la que en la actualidad hace de los de socupados un grupo puramente virtual, sin representantes. De allí la tendencia a dejar que una población se borre detrás del proble ma que la define. Se habla del pauperismo más que de los pobres, de la desocupación más que de los desocupados, de la exclusión más que de los excluidos. En este caso, una lógica de conocimien to social debe sustituir al proceso clásico de representación. Para ello, hay que aprender a comprender de otra manera lo social, a describirlo en nuevos términos. Sólo a ese precio podrá retroceder una visión de la cohesión so cial estrechamente vinculada a la seguridad pública. En efecto, cuando las relaciones sociales parecen vagas e inasibles, crece la tentación de un retorno arcaico a un orden social impuesto. Esta función de la política, a la que podría calificarse de cognitiva, co rresponde a la entrada en una especie de edad madura de las socie dades democráticas. Si en última instancia éstas se basan en los in-
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dividuos y ya no en cuerpos intermedios y clases retalia límente c« tables, eso significa que hay que volverá dar cuerpo permancnii mente a una sociedad que ya no lo tiene, que hay que compelí■».u permanente mente la amenaza de una abstracción, hacer sensible • I vínculo social. En un texto profético, La sociedad abierta y mi* enemigas, Kurl Popper había advertido perfectamente ese riesgo de descomposición de las relaciones concretas entre los hombres, de una “sociedad ficticia” que amenaza con imponerse constante mente. Podemos citarlo aquí in extenso: “Como consecuencia «le la pérdida de su carácter orgánico, una sociedad abierta puede transformarse gradualmente en lo que yo llamaría una ‘sociedad abstracta'. Esta puede perder, en medida considerable, el caráctei de grupo concreto o real de hombres o de sistema de grupos reales de ese tipo. Este aspecto, que rara vez se comprendió, puede ser explicado con la ayuda de una exageración. Podríamos concebir una sociedad en la cual los hombres no se encontraran práctica mente nunca cara a cara, en la cual todas las cosas fueran determi nadas por individuos aislados que se comunicaran mediante cartas dactilografiadas o telegramas, y que se desplazaran en autos cerra dos. La inseminación artificial permitiría incluso la reproducción sin que interviniese ningún elemento personal. Una sociedad fien cia de esa clase podría denominarse una ‘sociedad completamente abstracta o despersonalizada’. Ahora bien, lo interesante es que nuestra sociedad moderna se parece en muchos de sus aspectos a dicha sociedad completamente abstracta. Aunque no siempre nos traslademos solos en autos cerrados (y nos encontremos cara a ca ra con millares de hombres con los que nos cruzamos en la calle), el resultado es muy poco diferente de lo que sería si lo hiciéramos: por regla general, no entablamos relaciones personales con nues tros compañeros de marcha. Del mismo modo, la pertenencia a un sindicato puede no significar otra cosa que la posesión de un car net y el pago de un aporte a un secretario desconocido. Hay una cantidad muy grande de personas que viven en una sociedad mo derna que no tienen o tienen extremadamente pocos contactos per-
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joña le s. que viven en eJ anonimato y el aislamiento y, en conse cuencia. no sun dichosas” 5 El problema es que no podemos retornar a las clases o a las corporaciones antiguas, es decir a una era sustancial de lo social. Ya no hay que esperar que el mantenimiento de la legibilidad so cial sea obra de los cuerpos intermedios, sino de un trabajo propia mente político. Por otra parte, se ve con claridad que la cuestión social está muy involucrada con la incertidumbre y los debates so bre las categorías sociales. Una de las funciones del derecho es producir categorías y. en ese sentido, su desarrollo debe acompa ñar la rehabilitación de lo político. Medios de comunicación y democracia Plantear la cuestión política en estos términos de legibilidad re mite inmediatamente a una reflexión sobre el papel de los medios de comunicación. Éstos, en efecto, pueden cumplir una función esencial en la producción de una mayor legibilidad social. Es cier to que hay patologías propias de ellos. Pero los medios también son el reflejo de los balbuceos, las contradicciones y los límites de la democracia moderna. Todas las funciones que el sistema políti co no cumple encuentran a menudo una respuesta deformada y perversa en el sistema mediático. Cuando la sociedad se vuelve opaca, se imponen los talk shows: cuando el rel'ormismo titubea, crecen en importancia los reality shows. Los medios tienden a convertirse en una especie de alternativa a los déficit de lo políti co. El problema, en consecuencia, no es acusarlos por enésima vez de superficialidad, sino más bien tener en cuenta el hecho de que sus defectos o sus patologías también se derivan de las insuficien cias de la democracia.
5. Citado por Jacques Bouveresse, “De la société ouverte á la société concréte’’. Pouvoirs locaux. junio de 1995.
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Es más útil reflexionar sobre las condiciones en que puede n nacei una mayor legibilidad social de lo político que denuncuu meramenle las perversiones mediáticas. Lo que hay que crilicui rs la utopía positiva de los medios de comunicación -creer que v.tn .1 poder resolver las cuestiones que la democracia no puede regí.» cu el terrero de las instituciones políticas—, y no únicamente sus dis funcionamientos. Hay en efecto una especie de utopía peligrosa en el hecho de que los medios, sobre todo los audiovisuales, lleguen hoy a considerarse como los verdaderos representantes del pueblo Los medios sugieren que son capaces de superar los límites tés nicos de la democracia, haciendo posible el pasaje de la democm cia representativa a la directa. Allí reside toda la utopía peligro,su de la teiedemocracia. Entonces, para intentar tratar de manera re novada las relaciones entre medios y política, hay que trazar un marco de análisis común a las dos esferas y partir de una filosofía renovada de la democracia. Desde luego, existe una diferencia fundamental: en un caso, el sistema produce, infine, la decisión, el arbitraje, mientras que en el otro no produce justamente más que información, deliberación Son dos procesos que hay que disociar completamente: pero tam bien hay que pensar sus rasgos comunes para distinguir de veras las dos esferas. El papel de los medios es el de enriquecer el cono cimiento y la deliberación y no intervenir en el proceso de la decl sión política o judicial. El problema, por otra parte, es hoy tanto el de las relaciones entre medios y justicia como entre medios y sis lema político: aquéllos tienden, efectivamente, a confundir el po der de investigación con la potestad de juzgar. En el límite, llegan incluso a soñar con producir decisiones políticas o judiciales. Si hay una verdadera cuestión en el mundo moderno, en la con fusión entre la dimensión decisoria de la democracia y el papel de los medios, es ésta. Hay que denunciar, por lo tanto, la tentación frecuente que sienten éstos de sustituir al poder judicial o al poder ejecutivo. I’cro las cosas son diferentes en lo que respecta a la re lación con la deliberación. En este caso, los medios pueden cuni-
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plir una función democrática absolutamente esencial. No es posi ble entonces aferrarse a una visión negativa de su papel dentro de la democracia. Además de su función primordial de necesario con trapoder, también es preciso que desempeñen un papel más grande en la dimensión deliberativa de la democracia: no hay democracia sin ellos, pues no hay democracia sin espacio público viviente Por consiguiente, la crítica indispensable de los medios no de be enmascarar la necesidad de una reflexión positiva sobre el de sarrollo de la democracia. Desde hace diez años ésta se considera en demasía como un capital a conservar, y no como un programa a desarrollar. Una política de la identidad Para prolongar esta reflexión, se puede postular la necesidad de una nueva política de la identidad. El Estado y la política, en efec to. deben desempeñar cada vez más un papel positivo de identifi cación en un espacio que ha perdido sus puntos de referencia. En este aspecto, no es suficiente una política clásica de los derechos del hombre. Hay que desarrollar una “política del mundo privado" que tenga en cuenta y se haga cargo de toda la intensidad antropo lógica de las nuevas formas de padecimiento que hemos descripto. En un espacio en donde los vínculos tienden a aflojarse, ya se trate de los del trabajo o los de la genealogía, la función de reinserción del individuo en lo social y lo colectivo se vuelve prioritaria. Al mismo tiempo, se amplía el propio campo de lo político, en térmi nos que no dejan de recordar la nueva aprehensión de éste que, a fines del siglo xtx, había sido inducida por la modificación de la representación de las relaciones entre lo privado y lo público en gendrada por la revolución pasteuriana. Ahora bien, el problema es que la necesidad de esta ampliación, intensamente sentida por los individuos, no es aún percibida por los partidos políticos. Una segunda gran función de lo político está ligada simple mente a la necesidad de recuperar las formas de un mayor control
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sobre las cosas. En efecto, el principio mismo de lo político es producir libertad mediante la ampliación de la esfera de las ope io nes (en tanto el arte de la geslicín consisie. a la inversa, en reducir la: el problema bien planteado es aquel que no ofrece más que mu sola solución). Ahora bien, en Ja aclnulidad, ese objetivo de con trol sólo se expresa a través de su reducción a! problema de la se guridad pública. El “mantenimiento del orden” genera en efecto U ilusión de una eficacia inmediata sobre la realidad. Por esta razón, la apología del orden acompaña con frecuencia la comprobación de una impotencia más general. Por otro lado, el crecimiento del papel del derecho también da testimonio de ana nueva relación con el control de las cosas. El desarrollo del derecho aparece a me nudo. efectivamente, como una forma pertinente de respuesta a un mundo polieéntrico (en tanto que la democracia clásica se inseri bía con más facilidad en una lógica territorial y unitaria). Si hoy en día se impugna tanto a lo político, es porque este mismo no ha dejado, desde hace veinticinco años, de responder a la opacidad con la construcción de falsas esperanzas. Si los funcio narios electos locales y los diputados experimentan desde hace tiempo en sus circunscripciones la profundidad de la inquietud y el resentimiento, el mundo político nacional, que posee el poder del verbo, el de '‘contar" a Francia en los grandes medios de comuni cación. no se expresó sobre esas realidades de otra manera que en el registro caduco de la unidad de los franceses y la justicia social. Ahora bien, esto no basta. Es preciso que las distorsiones en las re ferencias y el engullimiento del presente en un futuro inquietante atraviesen el espejo que nos tienden los Treinta Gloriosos. Hay que volver a reconstruir puntos de referencia. Esto pasa natural mente por una capacidad de encontrar las palabras que expresen lo no formulado de los franceses. Es necesario, para ello, volver al trabajo de la lengua, concederle crédito, y atribuir de nuevo toda su importancia a la comunicación política y a su preparación. Es por eso que. aun cuando la distancia entre la sociedad y el sistema político sea un hecho grave y preocupante, no podemos
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conteníamos con una denuncia tan vaga como general de la clase política para hacer que las cosas avancen. Si una parte de ella vive en unas condiciones que no tienen nada que ver con las de sus conciudadanos, al mismo tiempo debe comprobarse que muchos hombres políticos eslán en contacto permanente con las dificulta des cotidianas de sus electores. EL problema, entonces, no es que los políticos, considerados individual y particularmente, estén per sonalmente apartados de sus conciudadanos, sino que comprenden mal la sociedad globalmente considerada. Puesto que ésa es sin duda la paradoja: los diputados, cualquiera sea la formación a la que pertenecen, se pasan la vida conociendo gente y arreglando los problemas de sus electores, pero no saben traducir este conoci miento en el campo político. Han perdido su capacidad de inter mediación y de portavoces, para no ser más que acompañantes si lenciosos de una cotidianidad no dilucidada, incomprensible. Una política de la experiencia Hay que inventar, por fin. una "política de la experiencia”, que parta de lo cotidiano de la gente para deducir de allí reformas ge nerales. y no a la inversa. La gente desea que las cuestiones se for mulen correctamente antes de escuchar hablar de respuestas. Quie ren escuchar el eco de sus problemas. Por último, la política debe arrojar la mayor claridad sobre los principios y los fines de su ac ción. Ya no es aceptable otorgar al son de las trompetas el aval de la justicia a unas reformas que no se ocupan de la cuestión de la injusticia. En un artículo reciente. Hervé Le Bras tomaba con mu cha ¡usteza el ejemplo del coeficiente familiar del impuesto a los ingresos: aun untes de su presentación, la reforma fiscal se dice respetuosa de los principios de la justicia y la equidad, pero nada indica que tratará a fondo la cuestión de saber por qué las familias de posición holgada gozan, en concepto de cargas familiares, de un beneficio fiscal superior al de las familias menos acomodadas. Más en general, la política, como no sabe afrontar lo no dicho.
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se ene ierra en un debate sin salida sobre las modalidades de apiña clon. Se hablara del carácter deducible de la CSC, de la desgrava ción fijade cuarenta y dos francos, de la fijación de tal o cual teclio -medidas que los franceses no comprenden-, para mejor callar** con respecto a lo esencial, que es. en este caso, la progresividad del gravamen fiscal y la contribución de las clases superiores a las car gas de la colectividad. Sin saberlo, la política está siendo asfixiada poj lo inconfesado y las frases hechas. Los partidos extremistas se precipitan por la brecha concentrando su propaganda sobre este punto y tratando de hacer creer que emiten un discurso “sin incons cierne”, que “se adhiere" a la vivencia de la gente. Y precisamente porque esos discursos tienen esta pretensión, para descalificarlos hay que hacer el esfuerzo de demostrar que ocultan a los franceses algo no dicho que es particularmente inquietante. Así, pues, la cri sis identilaria del país impone a ios grandes partidos la perspectiva de una política de la experiencia más cercana a los individuos. La consecuencia de este enfoque de lo político es que debe presentarse y fortalecerse en un nuevo lugar y sobre nuevos obje tos. El campo político debe desplegarse a partir de lo que organi za el vínculo social. Mientras antaño era la empresa la que con densaba la conflictividad social, hoy se ve con claridad que las prioridades políticas deben volver a desplegarse en tomo de la ciu dad y la escuela. En efecto, es en ellas donde se juega de la mane ra más inmediata y más intensa la cohesión social. A una nueva filosofía de la acción política corresponden así nuevos lugares y nuevos objetos.
3. DEMOCRACIA Y COHESIÓN SOCIAL Uno de los objetivos fundamentales de la demoeracia es hoy encontrar nuevas modalidades de reducción de las desigualdades. Para ello, en primer lugar hay que fi jur el límite de las diferencias admisibles. En efecto, si las desigualdades de partida son demasía-
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do grandes, se hace muy difícil, 3 hasta imposible, corregirlas me diarle las contribuciones sociales 3 la redistribución. El objeto de lo político Hay que comprender claramente que la gestión de las diferen cias constituye el centro de la vida política. Toda la actividad de mocrática consiste en delimitar el campo de lo que debe seT igual y lo que puede seguir siendo desigual. Es por esta razón muy pro funda, además, que la política no se confunde con la gestión. Su objeto mismo es. de hecho, el de una deliberación sobre las nor mas de la justicia. La división política aparece lógicamente, por lo tanto, como una condición casi técnica de la deliberación en un universo in cierto La distinción de los partidos no remite simplemente a de terminados intereses e ideologías. También es un testimonio de la pluralidad de las respuestas posibles a las cuestiones que la socie dad debe encarar La división está casi filosóficamente ligada a la idea de lo político. También en este aspecto la política se distingue de la gestión. El arte de la gestión presupone que siempre hay una solución, y una sola, que optimice las restricciones. El campo de lo político, al contrario, se funda en la constatación de la incertidumbre. La división política da de ese modo sentido a la perpleji dad frente al porvenir. Ofrece un rostro representable a las contra dicciones de la acción: entre el corto y el largo plazo, entre el resultado evidente y el riesgo del efecto perverso, etcétera. En es te sentido, puede decirse que la bipartición política, uno de cuyos rostros es la diferencia derecha/izquierda. está sustancialmente vinculada al movimiento de la democracia.6
6. Cf. Norberto Bobhio. Omite et Gauche. Essai sur une distinction potinque París, Seuil. 1996 [Trad. cast.: Derecha e izquierda. Madrid. Taurus, 19941.
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Democracia y populismo Es esto lo que constituye la diferencia entre democracia y popu lisirio. El senlimienlo populista es esencial mente negativo El ,is censo del populismo debe ser comprendido a partir de los difercn tes rostros de la decepción democrática. En primer lugar, la crisis política se alimenta del sentimiento de traición a la representación: los representantes no hacen lo que desearían los representados. Se nutre igualmente de la crisis de identidad social. Pero también co rresponde a la percepción de una declinación de la eficacia de l.i acción del Estado. Se tiene la impresión de que la maquinaria poli tica no produce decisiones y que el sistema político ya no puede cambiar la sociedad. De allí la relación esquizofrénica entre la con tinuidad institucional y la invocación permanente del cambio. La distancia cada vez más grande entre el lenguaje del cambio y la re forma y la realidad de la inmovilidad es una de las fuentes funda mentales de la decepción política. El populismo quiere responder a esta decepción con la exalta ción de un cierto vitalismo social. En la valorización populista de la democracia directa, no se Lrata meramente de la acusación con tra la traición representativa; hay también un elogio de la energía vital del pueblo contra la apatía de los dirigentes. Y se presupone en ella la existencia de un pueblo unido y que forma un bloque, mientras que el espíritu democrático, al contrario, piensa el víncu lo social y político como un problema, como algo que debe cons truirse y que no tiene ninguna naturalidad. En la hora actual no hay, en el fondo, una respuesta verdadera mente democrática a esta ideología populista. Hay desconfianza histórica, pero muy poca argumentación intelectual estructurada que se oponga a esa retórica nacional populista. Se cree que basta con saber “adúnde conduce esto” para zanjar el problema. Incluso es posible que nos sintamos un poco sorprendidos al comprobar que, con mucha frecuencia, la única respuesta que se le da al po pulismo es una que podría calificarse de aristocrática. Se dice, por
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ejemplo: ‘ El desarrollo de la esfera plebiscitan a es muy peligrosa porque existe un riesgo de manipulación, la gente no está conveniememeiue informada y no tiene la educación suficiente . Así, vemos que hoy. para criticar la idea de referéndum sobre los pro blemas de la sociedad, se emplean los mismos argumentos que se utilizaban en el siglo xix para criticar la idea del sufragio uni versal." Es necesario hacer una crítica democrática del populismo con argumentos filosóficos. Para decirlo rápidamente, lo que está en cuestión en la perspectiva populista es una visión extremadamente pobre de la democracia. Ésta no es simplemente el registro pasivo de las voluntades: consiste en la construcción de un vivir-juntos, en la organización activa de la coexistencia de las diierencias. La voluntad común no está dada en el punto de partida. Se construye en el debate y la deliberación. Ocurre lo mismo con las reglas co rrientemente aceptadas. Es sobre esta base fundamental que puede hacerse una crítica filosófica del populismo. No hay un “ya dado" de la voluntad general, un “ya dado de la energía social. La democracia debe comprenderse en una perspec tiva deliberativa y no vital ista. Su meta es justamente permitir que una colectividad pueda expresarse en cuanto razón colectiva. Es un proceso y no meramente una decisión instantánea. Si sólo se tiene una visión decisoria de la democracia, será imposible, en efecto, establecer la diferencia entre ella y el populismo. Lo que determina esa diferencia es en definitiva la considera ción del procedimiento. La idea de procedimiento permite distin guir el populismo de la acción política democrática: el juez de ins trucción. al denunciar con desprecio de los procedimientos la7
7. Cosa que. desde luego, no quita nada a la legitimidad de las críticas que apuntan al carácter arbitrario de ciertos proyectos de referendos, en especial cuando sólo se los considera con una motivación de comodidad política, en función de la presuposición de un resultado determinado.
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corrupción de la clase política que concierta acuerdos espurios, pretende comunicarse intuitivamente con La opinión pública más allá de esos procedimientos que, sin embargo, ciñen su accionar. ¡Desconfiemos de quienes pretenden defender el estado de dere cho... con desprecio del derecho! Y que justifican su transgresión de los derechos técnicos en nombre del derecho a la transparencia. Los procedimientos democráticos reclaman una nueva atención política (no limitarse a proponer proyectos, sino también hacer más lateral la represenlatividad, por ejemplo en la acción adminis trativa cotidiana), una nueva preocupación ética (¿Son leales nues tros procedimientos? ¿Permiten dar voz y voto a todos?) y por último una nueva investidura simbólica (en lo sucesivo, la repre sentación de la vida colectiva se encuentra en esta figuración del desacuerdo sublimado). Se olvida así que la democracia es tanto una cultura como una técnica. La democracia utiliza las técnicas de la elección, del voto, de la mayaría. Pero no se limita a eso. Si no se separa la dimen sión cultural de la dimensión decisoria, no se la puede definir de manera satisfactoria. Uno se condena a aceptar la especie de poli semia de la palabra, que permite hablar de “democracia autorita ria”. “democracia popular”, "democracia liberal"; en suma, em plear el mismo término para designar regímenes opuestos. A contrapelo de todas las ilusiones tecnocráticas sobre la posi bilidad de una gestión racional de las cosas, el orden de la política tiene sus raíces en la comprobación de un litigio que sólo puede zanjarse mediante el compromiso o la relación de fuerzas. En este sentido, el espacio de lo político es necesariamente el del conflic to. Pero el de un conflicto positivo, y de ninguna manera el de aquel que puede considerarse un conflicto “arcaico”, resultante por ejemplo de simples malentendidos. Democracia y cohesión social, por lo tanto, no constituyen dos momentos separados de la vida colectiva.
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Las normas de tu justicia El problema esencial con que nos vemos enfrentados en la ac tualidad es el de repensarlas categorías y los mecanismos de la re distribución. así como las normas de la justicia. En la sociedad in dustrial se había introducido progresivamente un conjunto de mecanismos que tenían por objeto manejar las diterencias tradicio nales de clase. Políticas de ingresos, políticas Fiscales, negociacio nes colectivas: todo un conjunto de dispositivos permitía discutir y organizar las diferencias. El problema es que esos mecanismos ya no son adecuados hoy, cuando la naturaleza misma de las desi gualdades se modificó ampliamente. Es por eso que una de las grandes apuestas actuales es encontrar los mecanismos sociales que permitan manejar los nuevos sistemas de diferenciación, mu cho más individualizados. Lo que se trata de reevaluar es de hecho la noción misma de re distribución social. que estaba ligada a mecanismos concebidos para organizar una redistribución entre clases instantáneas de in gresos. Hay que inventar y poner en marcha procedimientos que permitan corregir las diferenciaciones de orden biográfico e influir sobre las trayectorias. En efecto, es preciso tomar conciencia de que el sentido de la justicia se forma hoy en ese nivel más indivi dual. Lo que se discute e impugna ya no son únicamente reglas ge nerales. Los individuos se refieren casi siempre a casos para juz gar lo que experimentan como justo o injusto. Mientras las reglas y los mecanismos de redistribución se mantengan al margen de es ta percepción, el riesgo de una especie de “desacuerdo salvaje" so bre lo social no podrá sino aumentar. Con el desarrollo perverso de todos los “procedimientos privados” de gestión que implican una tal justicia salvaje: incremento del fraude fiscal, relaciones pura mente consumistas con los servicios públicos, etcétera. En lo que concierne al objetivo de los mecanismos de redistri bución. se ve con claridad que también hay que repensarlo. En lo sucesivo, sólo tendrá sentido si toma en cuenta los flujos de capi
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tales e ingresos en un cielo de vida. Por oirá parte, aquí puede so» ñalarse brevemente que esta cuestión estaba en el centro de lns grandes huelgas del invierno pasado | I995-I9y6] en Los servicios públicos (el problema de los jubilados se consideraba en función de una percepción global de los ingresos de un individuo). La idea probablemente esencial es pasar de una redistribución instantánea de los ingresos a una política de reasignación pemm nente de los bienes primarios. En cierto modo, se trata de reformo lar la noción de igualdad social como capacidad continua e igual de acceso a los servicios colectivos (ya se trate de vivienda, educa ción, transporte, salud, etcétera). Reformular los derechos Considerar en esos nuevos términos una política de la justicia social implica también definir una nueva filosofía de los derechos sociales. Entre los derechos-libertades y los derechos-acreencias, se perfilan nuevos enfoques del derecho. Sólo una palabra, vaga y esencial a la vez, parece ser hoy día consonante con esta búsqueda: “inserción". En efecto, de manera ciertamente todavía muy vacilan te, la tentativa de hallar nuevas relaciones entre empleo y Estado providencia se expresa en lomo de la palabra y la idea de “inser ción'’. Tentativa de dimensiones múltiples: emergencia de vínculos inéditos entre derechos sociales y obligaciones morales: experi mentación de nuevas formas de oferta pública de trabajo: tendencia a mezclar indemnización y remuneración; constitución de un espa cio intermedio entre empleo asalariado y actividad social. Hoy, esta noción de inserción no se define a priori, sino que permanece en gran medida abierta. No caracteriza tanto una forma jurídica precisa de actividad o un tipo de empleo económicamente determinado como un conjunto de prácticas sociales experimenta les: prácticas cuyo principal punto en común es justamente procu rar combatir la exclusión. Con respecto a los principios, la noción de inserción deriva de la conciencia de que hay que superar el me
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ro punto de -vista jurídico en la aprehensión de las relaciones de obligación social tpunto de vista cuya exclusividad caracteriza la concepción de solidaridad puesta en practica poi el Estado provi dencia). Por el momento, no hace más que delimitar una zona ya ga. que sólo se asocia a negativas (la prosecución del razonamien to en términos de derechos sociales clásicos) o perplejidades. Es esta zona vaga la que hoy es preciso estructurar positivamente pa ra comprender y actuar al mismo tiempo. La lucha contra la exclusión invita a aprehender en nuevos tér minos la conquista de los derechos, más allá de los tradicionales derechos-libertades y derechos-acreencias. Desde hace tiempo se sabe que los derechos-libertades son insuficientes para dar forma y sentido al imperativo de justicia social. Pero, desde hace cerca de dos siglos, son los derechos-acreencias los que aparecen como la fi gura única de los derechos sociales. Ahora bien, esto es justamente lo que hoy gira en el vacío: los derechos sociales ya no pueden comprenderse únicamente como “derechos a percibir”, “derechos a”, derechos pasivos a la indemnización. Hay que ir más lejos, sal vo que nos contentemos con un vasto dispositivo de asistencia en lugar de una participación de todos en la vida social. La lucha con tra la exclusión invita así a explorar un tercer tipo de derechos; los derechos de integración, de los que el derecho a la inserción se ma nifiesta como la principal figura. En cierta forma, estos derechos no son más que una prolongación de los derechos políticos clásicos: la integración social depende también de un imperativo cívico de par ticipación. Los derechos políticos y los de integración proceden de una filosofía republicana del contrato social. Los derechos de inte gración preceden incluso a los derechos-acreencias, en el sentido de que no implican la noción de redistribución: se derivan única mente de una lógica de pertenencia al cuerpo social. La exclusión, paralelamente, puede comprenderse como una situación económica correspondiente a una especie de ostracismo político. Ser excluido es no contar en absoluto, no ser considerado como útil para la so ciedad. quedar descartado de la participación.
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El derecho a la integración va más lejos que un dereclio social clásico. En primer lugar, lo enriquece con un imperativo moral más allá del derecho a la subsistencia, procura dar forma al derr cho a la utilidad social: considera a los individuos como ciudad a nos activos y no únicámeme como personas asistidas a las que hay que auxiliar. En ese sentido, la noción de integración, al articular auxilio económico y participación social, contribuye a definir un derecho de la era democrática. Cuando se derivan únicamente de una teoría de Ja deuda social, los derechos, al contrario, son past vos y se fundan en una relación de dependencia (por Jo demás, fueron reconocidos y formulados en una era predemocrática); el titular de los derechos sigue siendo un sujeto subordinado. La obli gación. en cambio, puede participar de un movimiento de resocia lización. Considera a los individuos como miembros de una socie dad en la cual tienen derecho a tener un lugar. Lo que se afirma no es sólo el derecho de vivir, sino el de vivir en sociedad. Entre el derecho social tradicional y la ayuda social paternalista se perfila así el camino de una implicación recíproca del individuo y la sociedad. A igual distancia del Estado providencia pasivo y la antigua sociedad de asistencia, a la cual nadie quiere volver, se abre así la vía de una nueva conformación de los derechos. De ella puede deducirse una visión renovada del progreso social, a condi ción de no volver a caer perezosamente en los viejos caminos tri llados y no sucumbir paralelamente a las tentaciones arcaicas de un control social reinventado.
4. LA ECONOMÍA POLÍTICA DEL CONTRATO SOCIAL Que la economía sea política significa que no debe participar de la ilusión tecnocrática según la cual no existiría más que una respuesta única a un problema dado y que. a veces, bastaría con deshacer la sociedad para reducir un desequilibrio económico. Pues bien, la sociedad se deshizo efectivamente bajo el efecto
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combinado de los dos padecimientos qne hemos analizado en abundancia, y el desequilibrio mayor de la desocupación persiste. Lo que sucede es qne. de paso, las adaptaciones necesarias que nos vimos obligados a eíectuai coniribuyeron a desanudar los hi los del contrato social y por lo tanto a debilitar las cuhesiones. Gestión económica y opciones sociales Toda política económica tiene implícita o explícitamente un objetivo social: participa de un proyecto de sociedad. No puede evaluarse fuera del campo de la democracia, como si no fuera más que la aplicación de un principio de gestión. Los economistas sa ben desde hace tiempo, por ejemplo, que en una economía abierta siempre es posible reducir la desocupación mediante la baja de los salarios. Esta solución elemental es tan vie ja como la economía. Y sin embargo, jamás dejaron de buscar otras. Es que también saben que aquélla, suponiendo que sea factible, puede engendrar dese quilibrios más graves que los que pretende combatir, tanto en la sociedad como en las relaciones internacionales. La competencia mediante la baja de los salarios no tiene nada que envidiar a la de valuación competitiva, y los ganadores de hoy pueden ser los per dedores de mañana. Keynes supo hallar soluciones que correspon dían al problema de su época. Toca a los economistas de hoy encontrar otras. ¿Cómo justificar de otra manera, en términos políticos y mora les, que nuestras sociedades, para seguir enriqueciéndose, exijan de sus miembros más vulnerables que se empobrezcan? Sin duda es cierto que el camino al infierno está pavimentado de buenas in tenciones y que a veces es imposible sustraerse a ciertos mecanis mos despiadados. ¿Pero por qué no intentar otras soluciones antes de decidirse a ello ? Rucff, tal vez. se expresaba como lógico cuan do proponía suprimir la indemnización por desempleo para resol ver el problema de la desocupación inglesa de los años veinte. Pe ro también Keynes. cuando recomendaba renunciar a la política de
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sobicvaluación de la libra. Cada una de esas soLuciones, indepcndiente ni ente de sus méritos respectivos, implicaba una elección diferente de sociedad. Esas opciones, como no tienen nada de i.éc nico. siempre deberían explicitarse al mismo tiempo que las res tricciones en las cuales se ejercen si se pretende que obtengan res paldo. La dimensión política y moral de la economía siempre estuvo presente en los trabajos de los glandes economistas, e incluso pue de pensarse que constituía su motivación primordial. Así, la eco nomía política clásica contribuyó de manera decisiva a mostrar que la vida en sociedad era posible sin la omn iprese ncia de un Es tado absoluto: el liberalismo, en consecuencia, fue en sus orígenes Ja invención de otra forma de sociedad civil, un pensamiento en un sentido revolucionario, dado que cuestionaba radicalmente el po der del príncipe. Sir John Hicks. uno de los investigadores más fecundos de nuestro tiempo, comenzó su carrera de economista escribiendo en 1932 un libro que se refería a los méritos del modelo liberal de or ganización del mercado de trabajo. Cuando se conoce el papel emi nente que Hicks iba a desempeñar más adelante en la propagación del mensaje keynesiano, esto no puede sino sorprender. Según lo que explicó, la contradicción sólo era aparente, pues escribió ese primer libro cuando era profesor en Sudáfrica. y prácticamente no tenía dudas de que un mercado laboral completamente libre repre sentaría un progreso considerable con respecto al régimen del apartheid. El libre juego de la competencia entre trabajadores re presentaba entonces, efectivamente, un proyecto de futuro para la sociedad sudafricana. Hoy en día no puede pensarse la economía política sin referen cia a la situación en que se encuentra la sociedad y sin intentar aportar un remedio a sus males, es decir, sin proyecto de futuro pa ra el conjunto de sus miembros. Tal vez la fuente de las incom prensiones con respecto a lo bien fundado de las políticas electiva mente seguidas en Francia desde comienzos de los años ochenta
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esié en eL silencio que rodea a esos proyectos. ¿CoáJ es su ambi ción, en qué responden esas políticas a los padecimientos de la so ciedad"/ Su formulación en términos abstractos -franco fuerte, construcción europea, compelitividad, adaptación a la economía mundial- no vehiculiza en sí misma ningún proyecto positivo de organización social, ninguna referencia directa a los problemas co tidianos de las poblaciones. El principio de igualdad que les sirve de base se tonta particu larmente oscuro. ¿Tienen por objetivo hacer que la sociedad acep te un crecimiento de las desigualdades que se juzga ineluctable o, al contrario, actúan para reducirlo? La evolución del sistema fiscal y, en especial, la baja de los impuestos a los ingresos provenientes del capital financiero -como por otra parte el discurso que la justi fica- son más bien testimonio de una resignación ante el aumento de las desigualdades producido por la global ¡/.ación. Tal vez se re flexionó de manera insuficiente sobre el cinismo del mensaje que así se dirigía a la sociedad: “Está claro que la globalización produ ce ganadores y perdedores, pero no tenemos otra opción que hacer que los ganadores, por añadidura, sean recompensados mediante una prima adicional aportada por los perdedores” . Aquí es donde la gestión “técnica” de la economía, cualquiera sea la realidad de las restricciones sobre las que se funda, y tal vez incluso de mala gana, constituye de hecho un proyecto de sociedad. Cuando quie nes no tienen los recursos necesarios para participar en el juego comprenden que están incrementando la caja de los ganadores, que se les impone perder dos veces, no es difícil imaginar que puedan sentirse estafados. El contrato social está entonces en el centro de la “gestión” de la economía. Los dos padecimientos que hemos identificado pue den considerarse a la vez causa y consecuencia de un cambio de ese contrato, cambio que no por ser implícito es menos real. La tendencia a la individualización quiebra las cohesiones ancladas en las tradiciones, en tanto que la emergencia y el crecimiento de las desigualdades, al hacer ilegibles los principios de igualdad que
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estructuran Ja suciedad, cuestiuimn directamente el contrato socml Este cuestionamiento se ve indudablemente agravado por lu discusión sobre las conquistas sociales, que a menudo asume lu forma de una críticadei proyecto de igualdad al cual adhería la so ciedad. o de una renuncia -la restricción presupuestaria obliga- ni modelo de cohesión social al cuaJ parecen apegados los indivi dúos. Éstos pueden tener entonces la impresión de que la única reacción de los poderes públicos ante el incremento de las desi gualdades estructurales y las desigualdades dinámicas es la resig nación: que no sólo no se Jes hace justicia sino que, por añadidura se les pide que renuncien a su aspiración a la igualdad, en el mo mento mismo en que perciben con mayor agudeza nuevas desi gualdades. Ni siquiera los discursos generosos carecen de connotación ne gativa: querer preservar las conquistas, salvar la Seguridad Social, ya es reconocer que están en peligro y que la única estrategia que queda es limitar los daños para evitar que el sistema mismo sea arrebatado. Salvar lo que puede serlo es una teoría negativa del progreso social, puesto que en rigor de verdad se trata de limitar, hasta donde se pueda, una regresión que tendría su fuente en me canismos que nos superan. Ese mensaje negativo dirigido a la sociedad es el de una renuncia, una determinación puramente “gestionaría” del contrato social que pasaría a subordinarse a lo económico. Por primera vez desde hace mucho tiempo, el progre so económico y el progreso social se disociarían y entrarían en una relación de arbitraje. La competitividad sólo podría crecer en detri mento de la cohesión social y. a la inversa, la aspiración a la igual dad sería un obstáculo a la competitividad. Donde se pidió demasiado a la protección social ¿Cómo hemos llegado a esto? A decir verdad, lo que ocurrió es que el sistema de protección social se encontró en la confluencia de tres demandas que no podía satisfacer simultáneamente sin in-
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cunir en graves disfiinciorarnientos: una demanda de asegura miento. una demanda de solidaridad y una demanda de estabiliza ción Concebido en el origen como principalmente asegurador, ul teriormente el sistema resultó a la vez desesiabilizado por ese motivo. La protección social y el presupuesto del Estado constituyen poderosos reguladores de La actividad económica porque contribu yen a sostener la demanda en períodos de recesión. En los años treinta, la regulación por el mercado no podía Funcionar debido a la ausencia misma de un sistema adecuado de protección social. Para Keynes. en efecto, la baja de los precios no podía provocar ningún aumento automático de la demanda porque los desocupa dos no disponían de ningún ingreso. Haber comprendido esto es lo que iba a constituir la modernidad del pensamiento keynesiano. Pero en la actualidad, en cierta manera es gracias a la protec ción social que puede funcionar la regulación por el mercado, y ya no hay necesidad de una intervención discrecional de los gobier nos. Las políticas económicas son activas allí donde el sistema de protección social es insuficiente para sostener el consumo de los más desposeídos -en los Estados Unidos-, y pasivas donde se lo considera como demasiado generoso -en Europa-. De allí la ver dadera contradicción ante la cual nos encontramos hoy en este úl timo continente. La desocupación crece aquí hasta niveles que incluso habría costado imaginar en períodos anteriores, precisamente porque, por el momento, puede desarrollarse sin entrañar una gran crisis de subconsumo. De lo contrario, la urgencia de la acción no habría sufrido ninguna vacilación. Antaño, la desocupación masiva ha bría provocado casi mecánicamente deflación. Hoy nuestras socie dades siguen enriqueciéndose en nivel de vida y sobre todo en pa trimonio, cosa que no ocurrió en los anteriores períodos de desempleo masivo. Pero esto es en parte la consecuencia del fun cionamiento normal del sistema de protección social, que permite que los desocupados y los excluidos dispongan de un ingreso y
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puedan par lo tamo expresar una demanda. Es el funcionamiento de este sistema el que impide que en tiempos de crisis la demanda se hu nda. Pero es evidente que la lecesión va a hacerlo más costoso, poique incrementa los gastos en el momento mismo en que redu ce sus ingresos. Ahora bien, poi una curiosa inversión de los tér minos del razonamiento, se acusa al sistema mismo de ser res ponsable de la desocupación, cuando en realidad su existencia os la que impide que las recesiones se transformen en grandes crisis de subconsumo. Si no existiera, las políticas macroeconómicas no habrían podido ser tan brutales. Puede decirse que. en cierto sentido, la virtud macroeconómica se adquirió a expensas del Es tado providencia. Esta sustitución fue casi explícita cuando se in ventó la expresión "tratamiento social de la desocupación": ex presión que equivalía a admitir que el desequilibrio del empleo no era susceptible de un tratamiento económico. Ahora bien, cu rar las heridas del desempleo es asunto del sistema de protección social; impedir que esas heridas se produzcan compete a la políti ca económica. La exigencia de solidaridad, cuando se ve enfrentada a un fuer te crecimiento de las desigualdades, pone en marcha una aritméti ca implacable a cuyo término el sistema de redistribución de ingresos sólo puede resultar impugnado. Para comprender su eco nomía, es útil razonar a partir de un ejemplo simple. Considere mos una situación inicial en que impere la igualdad de ingresos. La redistribución parece entonces inútil, porque en el espacio de éstos no se expresa ninguna exigencia de solidaridad. Supongamos ahora que bajo el efecto conjugado de la globalización, el progre so técnico y el alza de las tasas de interés, se produce un creci miento de las desigualdades en el reparto primario de los ingresos. La economía se compone de dos agentes (o de dos categorías de agentes) que, en la situación inicial, perciben un ingreso anual de 50.000 francos cada uno; luego de la apertura de las fronteras, uno recibe 30.000 y el otro 70.000. Si la aspiración a la igualdad de la
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sociedad se mantiene sin modi he aciones, se cíe ara un impuesto de redistribución con una tasa igual o un poco menor al 30% (20.000 francos) del ingreso del agente que se favorece con la globalización. La tasa de las contribuciones obligatorias pasará así del 0 al 20% del conjunto de los ingresos. Este ejemplo es extremo, desde luego, pero ¡lustra la presión que se ejerce sobre el sistema de re distribución debido al crecimiento de las desigualdades. La nueva situación puede ser el origen de un doble malestar social: el primer actor se considera injustamente tratado en razón del aumento de las desigualdades en el reparto primario de los ingresos, en tanto la queja del segundo se refiere al sistema de redistribución. El prime ro puede no comprender por qué su trabajo se ve repentinamente desvalorizado; mientras que el segundo tal vez no entienda por qué no extrae el justo provecho de sus esfuerzos. Se percibe así que la tasa de imposición y la de las contribuciones obligatorias crecen en proporción directa al grado de desigualdad, y con ellas el malestar social. Hay sin embargo un caso de libro de texto en que el aumento de la presión fiscal deja indiferentes a los actores: aquel en que las desigualdades se distribuyen de manera aleatoria en tomo de una media nula. Cada uno de los dos actores está entonces, de manera alternativa, en la situación de recibir y en la de dar. En ese caso, el sistema de redistribución sólo tiene por efecto nivelar los ingresos de cada uno en tomo del promedio a largo plazo, determinado ex clusivamente por el reparto primario. El sistema se emparienta en tonces con un seguro y los “impuestos” se interpretan como un in greso diferido que permite garantizar al individuo una continuidad de tratamiento. Pero las evoluciones que hemos descripto marchan en un senti do diametralmente opuesto: por una parte, ciertas categorías socia les soportan sistemáticamente más dificultades que las demás -de socupación, bajos ingresos, etcétera—y, por la otra, cuando lo aleatorio se concreta, en la forma de un accidente en la trayectoria.
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generalmente tiene consecuencias irreversibles. “La trampa de l;u condiciones iniciales" nos aleja cada vez. más de un sistema de aseguramiento y nos acerca a un sistema de pura solidaridad. La carga que pesa sobre el sistema de redistribución se hace más gra vosa, a punto tai que algunos piensan que éste no resistirá: Los pobres perderán porque los gobiernos ya no serán capaces de asegurar una redistribución tan considerable como la actual -escribe de manera pesimista un economista- Será difícil que un país aislado recaude entre los ricos los fondos necesarios. Por otra parte, las asignaciones entregadas a los pobres de un país atraerán más pobres del extranjero, al punto de hacer insostenible esta polí tica. El efecto 'ciudad de Nueva York" causará la muerte de los Es tados providencia de Europa si se permite la competencia sin obs táculos de los sistemas de tributación. "Quienes consideran que la redistribución no os más que una de las facetas de la omnipotencia del Levialán juzgarán que este resultado es una bendición. Sin embargo, la redistribución es más que eso. Se la puede considerar una actividad de gobierno idónea para mejorar la eficacia económica, al paliar la ausencia de mer cados de cobertura de riesgos; en gran medida, puede tratarse de un seguro contra los riesgos que afectan el desarrollo de las carre ras. Después de todo, muchos jóvenes votan a la izquierda y ben dicen la protección social del Estado asegurador porque no saben qué les depararán las vueltas de la suerte. También es cierto que los hombres de negocios de mediana edad que saben que los da dos están de su lado tienen tendencia a oponerse a la redistribu ción. "Aun cuando todos los europeos se sintieran tan poco inclina dos a correr riesgos y prefirieran la redistribución gubernamental al laisser-faire, un sistema descentralizado de gobiernos naciona les en competencia no estaría en condiciones de responder a sus aspiraciones. Cualquier país que intentara introducir un Estado asegurador marcharía hacia la quiebra, porque se vería enfrentado a una emigración de los más afortunados, que se supone son los
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to social implica dos elementos: un principio de solidaridad 5 for mas de redistribución. El elemento de solidaridad resulta explícitamente del sistema fiscal En todos los escritos de filosofía moral, la justicia económi ca implica que los más favorecidos otorguen una subvención, fi nanciada mediante un ¡mpueslo a sus propios ingresos, a quienes lo son menos. Lo que ocurre es que, en efecto, sacan un mayor be neficio de su cooperación económica y social con estos últimos, y por lo tanto no es más que justicia que acepten devolverles una fracción de las ganancias de esta cooperación. La red implícita de subvenciones -o de acuerdos de repartoopera una redistribución entre diferentes categorías de agentes. Los que determinan este segundo elemento del contrato social son hábitos y comportamientos más que reglas escritas. Las compara ciones internacionales, en efecto, muestran con claridad que las re muneraciones relativas de las diferentes categorías de mano de obra no son exclusivamente resultantes de fenómenos estrictamen te económicos, tales como la oferta y demanda o las productivida des relativas, sino también de las instituciones que gobiernan el mercado de trabajo y de las convenciones implícitas que las carac terizan en un momento dado (conjunto que constituye una parte esencial del contrato social). Durante los Treinta Gloriosos, por ejemplo, se observaba que los asalariados con cierta antigüedad eran mejor remunerados que los nuevos contratados por la empresa. No hay duda de que esas prácticas podían justificarse parcialmente en los términos del aná lisis económico habitual: se supone que los más jóvenes son me nos productivos, en la medida en que en un principio el emplea dor, durante un tiempo más o menos largo, dehe formarlos en sus tareas específicas; los más antiguos, al contrario, se benefician con una experiencia y un savoir-fairc a los que se atribuye acre centar su productividad en el trabajo. Pero el contrato implícito entrañaba igualmente que lodos comprendieran que los nuevos contratados aceptaban una remuneración eventualmente inferior a
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lo que justificaría su productividad porque esperaban “hacer ca rrera" y recibir luego una mayor retribución. El sistema jubilatorio público de reparto funciona de acuerdo con un contrato implí cito similar: cada activo acepta realizar aportes elevados que financian prestaciones sustanciales a los jubilados contemporá neos. en la espera de ser tratado de manera semejarte por las si guientes generaciones de activos cuando, a su tumo, le loque pa sar a ser pasivo. En el mismo orden de ideas, puede pensarse que el concepto de productividad marginal individual de los asalariados, noción central del análisis neoclásico del reparto de los salarios, sólo rara vez es pertinente, porque la mayor parte de los procesos de pro ducción implican una cooperación entre diversas categorías de asalariados complementarios, cuya productividad es más colectiva que individual. Si tal es el caso, la distribución de los ingresos totales de la empresa depende a la vez del poder de negociación de cada uno -y por lo tanto, especialmente de su contribución in dividual a la productividad del conjunto- y de las convenciones que rigen ese reparto: en efecto, la empresa no puede permitirse renegociarlo en lodo momento, en un ambiente económico y tec nológico cambiante, con un personal que se renueva y cuyas ta reas respectivas evolucionan. A partir de ello, la verificación he cha durante los decenios de la posguerra y hasta fines de los años setenta de una reducción sensible de la diferencia entre las remu neraciones puede interpretarse como resultante de un contrato im plícito de reparto: los asalariados cuyos talentos y capacidades productivas eran más raros o más necesarios aceptaban ganar rela tivamente menos de lo que les habría permitido su "poder de ne gociación", en beneficio de las categorías menos favorecidas. Si. además, la incitación al trabajo efectuada a estas últimas permitía incrementar la productividad colectiva, incluso era posible que to do el mundo ganara con ello, en la medida en que dicha conven ción de reparto se revelaba entonces propicia al crecimiento. Es evidente que ni la desaceleración del crecimiento ni la de
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formación de [a distribución primaria dcJ ingreso en detrimento de la parte salarial favorecen semejantes prácticas cooperativas; antes bien, alientan el individualismo: de un juego de suma positiva, la sociedad o la empresa pasan a un juego de suma cero, e incluso negativa. No menos cierto es que las mutaciones tecnológicas y las reconversiones ocasionadas por la global iración de la economía inducen cuestionármenos más frecuentes de las convenciones de reparto, debido a la obsolescencia acelerada de ciertas capacida des. a la movilidad de la mano de obra, etcétera. Pero el nivel elevado de las lasas de interés reales no puede más que exacerbar las dificultades engendradas por esas transfor maciones. Ya hemos destacado que acorta el horizonte temporal de todos los agentes económicos; a causa de ello, atiza la impacien cia, lo que los economistas llaman “preferencia por el presente". Eso vale, desde luego, para las decisiones de inversiones “clási cas , pero igualmente para todas las formas de inversiones “inma teriales" o intangibles cuya importancia en todos los contextos se consagró a mostrar el análisis económico moderno: capital huma no. reputación, credibilidad, relaciones de trabajo y de clientela, etcétera. Un medio económico con tasas de interés reales persis tentemente altas favorece muy poco los contratos implícitos, cuyos beneficios sólo se manifiestan en el largo plazo, y las “solidarida des interesadas . fundadas en lu expectativa de una reciprocidad tutura; incita al individualismo, refuerza la diferenciación de las remuneraciones y tiende a hacer perennes las desigualdades, en la medida en que quienes tienen un patrimonio, o están en condicio nes de ahorrar para acumularlo, disfrutan de un rendimiento eleva do. mientras que los demás -la mayoría- no pueden tener la espe ranza de lograrlo.
El sentido del servicio público Como hace crecer fuertemente las desigualdades, el cuestionamiento generalizado de esas convenciones de reparto, cuya exis-
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lencia evitaba desequilibrio!, demasiado grandes en la distribución primaria de los ingresos, va a ejercer presiones excesivamente Inertes sobre el sistema de redistribución. Lógicamente, en el mo mento en que las solidaridades se deshacen es cuando más se ma nifiesta la exigencia de solidaridad, pero al mismo tiempo cuando peor se la experimenta. El aumento de los impuestos solidarios, como lo hemos visto, suscita cierto malestar social. Por lo tamo, sin duda es en el nivel de la distribución primaria de los ingresos donde habría que poder actuar. Pero esta recomendación se empa rienta con un anheLo piadoso, porque las fuerzas que hemos anali zado ejercen precisamente sus efectos agravando las desigualdades primarias de ingresos. Sin embargo, la ecuación no es tan imposi ble de resolver como parece. Puesto que el aumento de esas desi gualdades procede, en lo esencial, de la ponderación más grande que en lo sucesivo se concede a las “condiciones iniciales” de los agentes, y en particular a su dotación en capital, saber o “vínculo social”. Es la historia singular de cada uno la que va a desempeñar un papel determinante en lo que pueda obtener en concepto de dis tribución primaria de los ingresos. Ahora bien, la diversidad de los seres humanos es tal que nada está más desigualmente repartido que sus condiciones iniciales. En consecuencia, hay que poner remedio a esta desigualdad volvien do a dar sustancia al principio de la igualdad de oportunidades, que es uno de los fundamentos de la democracia. Ésta, en efecto, no puede adaptarse al determinismo social que producirían las condiciones iniciales. Es invención del futuro, apertura del espacio de las opciones y no espectadora de un juego en el que. como los dados no se tiran más que una sola vez. las ganancias y las pérdi das son irreversibles. En esto, el principio de igualdad de oportuni dades es consustancial con la democracia, porque en cierto sentido contribuye a debilitar el peso del pasado y permitir que la distribu ción de los destinos no se explique únicamente por la distribución de las dotaciones iniciales. Por otra parte, es por eso que la noción de privilegio, a la inversa, constituye la negación de todo proyecto
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democrático: al instituir y coagular en el tiempo las diferencias so cíales, el privilegio termina por considerarlas como ‘ naturales''. Volver a dar sentido e importancia real al principio de la igual dad de oportunidades supone la conjunción de dos categorías de intervención. La primera, de orden estructural, debería tender a reducir la di versidad de las condiciones iniciales al posibilitar que cada uno tu viera acceso a un capital mínimo que les permitiera afrontar el fu turo en una situación de menor vulnerabilidad. Lo que se plantea con ello es toda la cuestión de la educación, la formación y la ad quisición de las capacidades. Esta cuestión recurrente, que consti tuye el objeto de un consenso blando, aparece aquí en toda su sig nificación. Se trata verdaderamente de dar a cada uno los medios de una educación general, a cada uno la posibilidad de adquirir una calificación. Pero también se trata de permitir que todos pue dan lograr una recalificación, para compensar los accidentes de la trayectoria o en razón de su deseo de movilidad social. Así. habría que introducir un verdadero servicio público de educación vfor mación que pudiera acompañar a las personas u lo largo de toda su vida. Las sociedades no dejan exclusivamente librada al mercado la preocupación de determinar qué nivel de enseñanza deben recibir las poblaciones, porque consideran que el provecho que el país ex trae de un nivel más elevado supera el que obtiene el beneficiario. Las subvenciones a la educación que entregan los gobiernos tienen con ello la función de tender a igualar el costo total de la enseñan za y el beneficio total que la sociedad extrae de ella. Hoy, ese be neficio está probablemente subvaluado si se tienen en cuenta los electos mu tridimensionales que estarían asociados a la existencia de un servicio público semejante: no sólo en términos de producti vidad y por lo tanto de eficacia económica, sino también de reduc ción de las desigualdades dinámicas y de lugar privilegiado de aplicación del principio de la igualdad de oportunidades.
E L SENTÍ DO Df. LA DEMOCRACIA
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Pero, desde luego, e! acceso a la educación no agola la exigen cia de la provisión a cada uno de un capital mínimo. También sería preciso un servicio público de la vivienda. De las dificultades de acceso a ésla nacen desigualdades complejas, a veces con conse cuencias de mucha gravedad Un mecanismo análogo al que des cribimos para el racionamiento del crédito funciona en este sector. Los candidatos a la vivienda son sometidos a numerosas exigen cias por parte de los propietarios: seguros, garantías, avales, pro porción determinada del alquiler en relación con el ingreso, etcéte ra. Ese racionamiento es generador de desigualdades considerables de ubicación, y por lo tanto de vida cotidiana, y signitica para mu chos una restricción en el espectro de opciones. El servicio público habitacional debería velar por el igualamiento de las condiciones de acceso a la vivienda, más allá de las tareas que le son propias de dar albergue a los más desamparados. También aquí se trata de evi tar que las condiciones iniciales determinen, independientemente de las promesas del futuro, las condiciones de vivienda. Como el acceso a la vivienda, el acceso al crédito no debería su frir el efecto de un racionamiento tanto más injusto porque siempre deja a un lado a los que tienen menos recursos, cualquiera sea el valor de sus proyectos. Así. demasiados hogares y empresas se en cuentran excluidos de la posibilidad de construirse un mejor futuro. Naturalmente, hay otros elementos que deberían conformar ese capital inicial, como los transportes, la salud, el acceso a la cultu ra o el ambiente urbano. Abogar por la igualdad de oportunidades — en el sentido sustancial de proveer a cada uno un capital mínimo para evitar que algunos queden entrampados en las circunstancias de su pasado- invita así a dar un nuevo lugar central a la noción de “servicios públicos”. La razón de ser de éstos, más allá de cual quier enfoque estrictamente jurídico o de toda consideración histó rica, obedece a este papel primordial. Son en primer lugar garantes de la cohesión social y cumplen una función política. Defender los servicios públicos no consiste por lo tanto en salvaguardar lo exis tente. en una perspectiva chatamente conservadora. Se trata más
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LA NUEVA ERA DE LAS DESIGUALDADES
bien de volver a dar un sentido positivo y fuene a la noción de ser vicio público, a partir del objetivo de una reasignación permanente de las dotaciones iniciales de los individuos. En lo sucesivo. Lo im portante es imaginar los servicios públicos de mañana: aquellos que mejor se adapten a la producción del vínculo social mediante la reducción de las desigualdades y los más propicios para que nos beneficiemos con las evoluciones en curso de la globalización y el progreso técnico. Podría decirse que la segunda categoría de intervenciones es de orden más coyuntural. Se la adivina en filigrana en ciertas disposi ciones, a veces torpes, de las políticas actuales -escuelas de la se gunda oportunidad, contraios empleo-solidaridad, contratos inicia tiva-empleo, etcétera-:* implica que la sociedad esté atenta a que las heridas del pasado no terminen por hacer mella en el capital mínimo que los servicios públicos otorgan a cada uno. En otros términos, el sistema de protección social debe darse los medios de reconstituir ese capital cuando se producen accidentes en la trayec toria. El derecho de integración actúa en ese sentido, puesto que ofrece a cada uno el medio de reivindicar su inserción, como con trapartida a un esfuerzo que haya consentido libremente. Ese dere cho dibujaría así los contornos de un nuevo servicio público del empleo. ' l.a escuela de la segunda oportunidad (écote de la deuxiéme chan ce | es un mecanismo por el cual las empresas con dificultades pueden en viar a su personal a escuelas de medio día a fin de que complete su edu cación y adquiera una calificación que le sea útil en el caso de un eventual despido ulterior. Los contratos empleo-solidaridad fueron pues to-, en mincha en 1990 y están destinados a favorecer la reinserción labomI .Ir Ins jóvenes desocupados. Se los remunera con la mitad del SMIC y r rimen a los empleadores del pago de las cargas patronales. Para mayoo dalo olio este ultimo mecanismo, puede consultarse Pierre Rosan\ nilón 14i mu i,) >urstión social, op, cit. (n. del t.).
Conclusión EL HILO DE LO POLÍTICO
La sociedad francesa está en busca de sentido y porvenir. Nues tro objetivo, en este libro, era a la ve? modesto y ambicioso: eva luar la importancia de su desasosiego y mostrar que es posible re cuperar el hilo de una acción política insertada en la vida cotidiana. Hay urgencia, en efecto: la muralla de incomprensión que separa a la sociedad de la política parece elevarse cada día más. Como no puede analizar claramente los mecanismos de ese malestar, desde hace quince años nuestra sociedad no deja de oscilar entre resigna ción y nostalgia, desesperanza silenciosa y rebeliones pasajeras. Es fozoso constatarlo: lo político se revela hoy incapaz de responder a la demanda de sentido que se expresa de manera a la vez apre miante y difusa, que entraña al mismo tiempo la denuncia perversa de un número creciente de chivos expiatorios. Emprendimos este trabajo para quebrar ese encadenamiento fa tal, que agrava cada día más el desencanto de los ciudadanos y la desconsideración respecto de las instituciones, socavando subte rráneamente los fundamentos mismos de la vida democrática. Pa ra afrontar positivamente el porvenir, en primer lugar hay que des cifrar mejor el mundo que nos rodea. De una falta de comprensión de las transformaciones de la sociedad nace el doble fenómeno de falla de la política y de distanciamiento creciente entre ésta y la sociedad. El malestar francés, como lo hemos mostrado, tiene su fuente en la opacidad de la sociedad que refuerza la dificultad de pensar su transformación.
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I. A SU EVA ERA D E L A S DESIGUALDADES
La emergencia deformas inéditas ele desigualdad y la aparición de un nuevo tipo de padecimiento social engendrado por los desa rrollos de la sociedad individualista, desempeñan un papel funda mental. Lo poLítico sólo recuperará su función central, que es la de volver a dar sentido al porvenir, si toma en cuenta estas realidades. A contrapelo de todos los facilísimos que consisten en llenar de oprobio a los partidos y las elites para hacer de ellos los únicos responsables de los problemas actuales, nuestra convicción es que, al contrario, se toma urgente volver a dar un sentido vigoroso a la acción política. Sólo con esta condición podremos entrar en una nueva era de la ciudadanía.
Impreso en junio tic 1997 en Color lifc.
Pujío 192. Avellaneda. Aigentina
Múltiples sintonías lo testimonian: sin lugar a dudas, las sociedades modernas experimentar un nuevo malestar. Sus ciudadanos ja no saben mu/ bien quié nes son ni qué los relaciona a unos con otros. Temen vivir mañana peor que boj y desconfían cada vez más de sus dirigentes. Esta crisis no puede reducirse a los meros efectos desestructurantes de la globalización económica. Los problemas más visibles proceden, es cierto, de las conmociones que ésta entraña. Pero hay otro padecímiento, más subterráneo, que remite a los efectos destructores del Individualismo contemporáneo También aparecen nuevas formas de desigualdad. Así. fallan simultáneamente las Instituciones que hacen funcionar el vínculo social y la solidaridad (crisis del Estado providencial, las formas de la relación en tre economía y sociedad (crisis del trabajo) y las Iden tidades individuales y colectivas (crisis del sujeto). Por no haber apreciado la importancia de esas conmo ciones, las fuerzas políticas tradicionales se encuen tran cada vez más apartadas de la sociedad. De allí el riesgo de un aumento de la aceptación social de un po pulismo perverso o de posiciones francamente autori tarias. ¿Qué hacer, entonces? Entre la resignación pa ralizante y la utopía que conforta por su efecto de en cantamiento, sigue siendo posible otro camino. Hoy existe espacio para la redefinición de un reformlsmo radical, es decir, que retome las cosas desde la raíz. Analizando la realidad de las sociedades modernas a partir de la experiencia francesa, este libro propone un análisis vigoroso de la creciente desigualdad social y de los caminos posibles para solucionarla. lean-Paul Fltoussi es profesor del Instituto de Estu dios Políticos. También preside el OFCE (Observatorio Francés de las Coyunturas Económicas). Pierre Rosanvallon es director de estudios de la Escue la de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es asimismo secretario general de la Fundación Saint-Simon.
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