Ensayos políticos David Hume Estudio preliminar de Josep M. Colomer Traducción de César A rm ando Góm ez
tecnos V
«[...] Si se me pregunta por la razón de la obediencia que hemos de prestar al gobierno, me apresuraré a contestar: “Porque de otro modo no podría subsistir la sociedad' y esta respuesta es clara e inteligible para todos. La vuestra sería: ‘'Porque debemos mantener nuestra palabra''. Pero [...] os veréis en un apuro si os pregunto a mi vez: “¿Por qué hemos de mantener nuestra palabra? ’ y no podréis dar otra respuesta que la que habría bastado para explicar de modo inmediato, sin circunloquios, nuestra obligación de obedecer [...]»
Colección Clásicos del Pensamiento
Menos reconocido como teórico político que como filósofo, David Hume extrajo, sin embargo, de sus inquietudes políticas la motivación para interesarse por la teoría moral y por la epistemología. Su relativismo gnoseológico y axiológico le sirvió de base para la realización de su proyecto de introducir el método experimental de razonar en los asuntos humanos, del que son brillante expresión los Ensayos políticos. Empirista y utilitario. Hume dedicó lo mejor de sus esfuerzos a la crítica de las doctrinas especulativas, tanto la metafísica de la tradición como el iusnaturalismo racionalista y su teoría del contrato social. Según Hume, en la política, que es a la vez un asunto de intereses y de sociabilidad, no hay normas de conducta deducidas de la ley divina ni de la Naturaleza o la razón abstracta, sino de la convención y el artificio de acuerdo con el interés público o utilidad; toda sociedad necesita un gobierno y éste depende de la opinión y el consenso. En la concreta circunstancia histórica de la Gran Bretaña del siglo xvm, Hume defendió un gobierno libre, basado en una división de poderes que hiciera posible el gobierno de las leyes y no de los hombres, y la libertad entendida como lo contrario de la coerción. Pero su propio método antidogmático, reacio a la búsqueda de un ideal político definitivo, le conducía a pensar que no hay certeza de lo que a la humanidad puede deparar un gran cambio en su educación, sus costumbres y sus principios, ni evidencia de que el futuro tenga que conformarse al pasado.
Colección Clásicos del Pensamiento DIRECTOR
Antonio Truyol y Serra
David Hume
Ensayos políticos Estudio preliminar JOSEP M. COLOMER Traducción CESAR ARMANDO GOMEZ
TITULO ORIGINAL;
Essays Moral and Political (1741-1742) Etsays Moral, Political and Lilerary (1758)
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INDICE preliminar ......................................... ....................... Pág. Hum e, pensador p o lític o ............................................................. Conocimiento y m o r a l................................................................. La obligación p o lític a ................................................................... El gobierno libre ................. N ota sobre la presente edición .................................................... B ibliografía .......................................................................................
E studio
IX X XVI XXII XXV111 XXXI11 XXXIV
ENSAYOS POLITICOS 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17.
D e LA LIBERTAD DE PRENSA................................................................... Q u e la p o l ít ic a p u e d e ser r e d u c id a a ci e n c i a ........................ D e l o s p r im e r o s p r in c ip io s d e l g o b i e r n o ................................ D a o r ig e n D a g o b i e r n o ................................................................... D e la in d e p e n d e n c ia D a p a r l a m e n t o ........................................ Si a g o b ie r n o b r it á n ic o se in c l in a m As a la m o n a r q u ía a b s o l u t a O A UNA REPÚBLICA................................................................... D e LOS PARTIDOS EN GENERAL..................................................... D e l o s p a r t id o s b w t Añ i c o s .............................................................. D e l a s u p e r s t ic ió n y el e n t u s i a s m o ........................................... D e la l ib e r t a d c iv il .............................................................................. D a ORIGEN Y PROGRESO DE LAS ARTES YLAS CIENCIAS............ D a CONTRATO ORIGINAL ...................................................................... D e LA OBEDIENCIA PASIVA...................................................................... D a ACUERDO ENTRE LOS PARTIDOS................................................... I d e a d e u n a r e p ú b l ic a p e r f e c t a ...................................................... D e la r iv a l id a d c o m e r c i a l ................................................................ D a EQUILIBRIO DE PODERES ................................................................
3 8 21 26 30 37 43 51 61 66 74 97 116 120 128 143 147
ESTUDIO PRELIMINAR por Joscp M. Colomer David Hume ha sido universalmente reconocido como fi lósofo y epistemólogo, pero no como teórico político y so cial. Ante sus escritos políticos, cuya tendencia moderada parece a primera vista poco congruente con la carga revolucio naria de su teoría del conocimiento, ha predominado la per plejidad. Obras ya clásicas, como las de Elie Halévy o Lcslie Stephen, señalaron, en palabras del segundo, que «el po der destructivo de Hume contrasta con su debilidad en tan to que creador, de una forma más chocante en sus escritos políticos que en sus o b ra s » S in embargo, desde el estudio de N. Kemp Smith sobre la filosofía de Hume, ha podido sostenerse que su primera inquietud era precisamente polí tica y que fue en relación con ella como desplegó su interés por la moral como asunto de sociedad hasta llegar a la epis temología, de modo que el móvil de su investigación habría seguido un orden inverso al de la exposición escrita en su pensam iento12. El estudio de la naturaleza humana, terre no en el que Hume libra su batalla contra la metafísica, apa rece así como un necesario prolegómeno de su teoría moral, cuyas aplicaciones más concretas se sitúan en el campo del pensamiento político y de la historia.
1 Elic Halévy, L t formation du radicalismephilosophique, vol. 1, Félix Alean, París, 1901; la cita es de Leslic Stephen, English trougkt in the eigteenth century, Smith, Eider & Co., Londres, 1876, p 185. 2 N. Kemp Smith, The philosophy o f David Hume, Macmillan, Lon dres, 1941, pane I, cap. 1.
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HUME, PENSADOR POLITICO Cabe plantearse, por ello, cuál es el grado y los modos de concatenación de la filosofía y la teoría política de Hume. Desde una perspectiva liberal decimonónica, teñida de un cierto moralismo, pudo creerse que el supuesto conservadu rismo político y el escepticismo filosófico de Hume habían estado en una relación directa y estrecha. En palabras de John Stuart Mili, «el absoluto escepticismo [de Hume] acerca de la especulación desemboca naturalmente en conservaduris mo en la práctica; si no cabe fiarse de las operaciones del intelecto humano, y un aspecto cualquiera de una cuestión puede ser tan cierto como cualquier otro, el hombre se verá normalmente inclinado a preferir el orden existente de las cosas, dado que, no siendo peor que cualquier otro, le ha resultado compatible hasta ahora con sus comodidades pri vadas» *45. Desde otras plataformas, ya en el siglo XX, se ha llegado a negar, por el contrario, la existencia de tal relación4. Ello ha dado paso a la consideración del pensamiento político de David Hume como el propio de un ideólogo, movido fun damentalmente por el intento de legitimar la monarquía de los Hannover en la Gran Bretaña del siglo XVIII mediante un programa de consenso. La moderación política de Hume (1711-1776) se explicaría, en esta historización, por su co rrespondencia con una época de notable estabilidad en aquel país, situada entre el cambio de dinastía aludido en 1714, que consolidó el régimen de monarquía parlamentaria sur gido de la revolución de 1688, y la emancipación de las co lonias de Norteamérica en 1776, que abriría de nuevo un período de conmociones revolucionarias en Europa5. J John Stuart Mili. Bentham, en Essayt on Politics and Culture. Doubleday Anchor, Nueva York, 1963. Esta es también la opinión de Halévy.
op. cit. 4 Véase, por ejemplo, Bertrand Russell, Philosopby and Politics, en Unpopular Essays, G. Alien and Unwin, Londres. 1950 (trad. catalana, Edicions 62, Barcelona. 1965). 5 Tal es el presupuesto implícito del análisis de Duncan Forbes, Hume's
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Entre ambas interpretaciones extremas sobre las relacio nes entre filosofía y política, cabe contemplar la obra de Hu me como un conjunto unitario (de hecho la escribió en un lapso muy cono de tiempo y según un plan establecido ya en su primer libro, A Treatise o f Hum an Nature) en el que, por tanto, la filosofía es relevante para los análisis políticos, pero, por sus propias características de relativismo, no con duce a unas únicas conclusiones necesarias. Como ha escrito David Miller, «la originalidad de Hume reside en su recons trucción de los fundamentos filosóficos del pensamiento político», que se refieren al papel de las creencias en el cono cimiento y al modo de formulación de los juicios morales, pero tales fundamentos están abiertos a distintas soluciones posibles en una amplia variedad de circunstancias6. Desde una lectura actual, por tanto, lo más sugerente del pensa miento político de Hume tal vez sean sus preguntas y la crí tica implacable que realiza de las respuestas dogmáticas. El, en cambio, no busca ni ofrece respuestas definitivas del mis mo tipo, sino respuestas convencionales (a menudo en el do ble sentido de basadas en una convención o consenso artifi cial entre los hombres y de establecidas), aunque suscepti bles de variación según las mutaciones de la realidad históri ca y social y las conveniencias de los distintos países. Sus con tingentes opiniones sobre las instituciones y el régimen^ británico, así como sobre la política económica y otros asun tos, tienen, por consiguiente, un interés histórico —y en ellas se mezclan sin duda opciones ideológicas explicables en el ambiente británico de la época más que por su relación con sus propios presupuestos filosóficos— , pero el modo de ra zonar, empírico y utilitario, sobre cuestiones tan sacralizaPhílosophícalPo/itics, Cambridge Univcrsity Press. 1975. Otros análisis de la significación histórica del pensamiento político de Hum e han utilizado categorías, como liberal-conservador, ajenas a su época y propias del perío do posterior a la revolución francesa4, veáse, por ejemplo, G . Giarrizo. Da vid Hume política e ¡tonco. Einaudi, Turfn, 1962, duramente criticado por Forbes en The Histórica!Journal, VI. 2, 1963. 6 David Miller, Phiiosophy andideology in H um e'spolítical thought. Oxford University Press, 1981. p. 2.
XII JOSEP M. COLOMER das en otras elaboraciones doctrinales y los apoyos intelec tuales que usa, confieren a los textos políticos de Hume un interés que va bastante más allá de la mera reconstrucción de un episodio temporalmente circunscrito. El proyecto intelectual de Hume, sintetizado en el subtí tulo del Treatise, consiste en introducir, según el modelo de la ciencia de su época (principalmente la física de Newton), el método experimental de razonar en los asuntos humanos. «Los hombres están ya cansados —observa— de su pasión por las hipótesis y los sistemas de la filosofía natural, de mo do que no quieren oir más argumentos que los que se deri van de la experiencia. Ha llegado, pues, el momento de que intenten una reforma semejante en todas las disquisiciones morales y rechacen todo sistema de moralidad, aunque sea sutil c ingenioso, que no se funde en hechos y observacio nes» 7. Hume se inserta, pues, en la búsqueda cientificista del pensamiento social moderno, que tiene como referencia el desarrollo de las ciencias naturales. Habla de la N atu raleza e incluso de «política natural», pero su combate más continuado se dirige precisamente contra el iusnaturalismo racionalista. Antinaturalista y anticontractualista, Hume con sidera la idea de una naturaleza humana básica; pero su interés por el tema procede de su inquietud por explicar la sociabilidad inherente del hombre, exactamente frente al mi to individualista del estado de naturaleza, y su respuesta cho cará en buena medida con las concepciones de la naturaleza humana utilizadas hasta entonces, sobre todo por Locke. Se gún Hume, en la política, que es a la vez un asunto de inte reses y de sociabilidad, no se produce una armonía natural entre los hombres ni hay normas de conducta deducidas de la razón abstracta ni de la Naturaleza, sino de la convención y el artificio de acuerdo con el interés público o utilidad; por ello, toda sociedad necesita un gobierno y éste depende de la opinión y el consenso. Así, pese a la fuerza de la cos-
7 A Enquiry conceming Human Understanding. n.° 138 (Investigación sobre el conocimiento humano, Alianza, Madrid, 1980).
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tum brc, no cabe excluir el cambio, aunque gradual y ajeno a todo delirio utopista; según un cálculo de ventajas y per juicios que permita responsabilidad. En sus ensayos políti cos Hume dirá, de acuerdo con su impulso cientificista, que «tan grande es la fuerza de las leyes y de las diversas formas de gobierno, y tan escasa su dependencia del humor y el tem peramento de los hombres, que a veces se pueden deducir de ellas consecuencias casi tan generales y ciertas como las de las ciencas matemáticas»*. Pero las precauciones aquí to madas («a veces», «casi») se convienen en otros textos en una consideración en extremo prudente acerca de la escasa ob servación empírica disponible en materia política y el impre visible alcance de cambios futuros. «Me inclino a sospechar —dirá— que el m undo es todavía demasiado joven para es tablecer en política un número considerable de verdades ge nerales capaces de conservar su valor ante la posteridad. Nues tra experiencia no alcanza ni a tres mil años; de modo que no sólo el arte de razonar es aún imperfecto en esta ciencia, como en todas las demás, sino que nos falta materia sufi ciente sobre la que ejercitarlo. No sabemos con certeza qué grado de refinamiento es capaz de alcanzar la naturaleza hu mana en la virtud y el vicio, ni lo que a la humanidad pue de deparar una gran revolución en su educación, costumbres y principios»8910. Hume pertenece, pues, al movimiento dieciochesco de la Ilustración, pero utiliza precisamente el razonamiento con tra los desvarios de la Razón. Continúa y desarrolla la tradi ción del empirismo británico, procedente de Bacon, Halifax, Locke, Berkcley, con sus críticas de los «ídolos», los «prin cipios fundamentales» y las «ideas innatas», hasta alcanzar un escepticismo que es «a la vez sentimiento de incertidum bre y espíritu de investigación» y que ha permitido compa rarle con Montaigne ,0. Así, combate al mismo tiempo la 8 Que la política puede ser reducida a ciencia (1741), veáse en el pre sente volumen. 9 De la libertad civil (17)3), veáse en el presente volumen. 10 La cita es de A. L. Leroy, David Hume, Presses Universi taires de Fran-
XIV JOSEPM. COLOMER metafísica providencialista de la tradición y el iusnaturalismo racionalista de los ilustrados. Hume fundamenta la obli gación política en un razonamiento utilitario, no ajeno al magisterio de Hobbes, así como al de Hutcheson, el cual, a través también de Hclvetius, daría lugar a la sistemática utilitarista de Benthan en un período posterior. Su primera obra juvenil, ya citada, A Treatise o fH um an Nature (1739-1740), consta de tres panes, dedicadas respec tivamente a la epistemología, los sentimientos y el juicio mo ral. Dado el escaso eco que obtuvo en su primera edición, Hume convinió en años posteriores cada una de sus partes en sendos libros, algunos de los cuales alcanzaron mayor di fusión; respectivamente, A Enquiry conceming Human Understanding (1748), y A Enquiry conceming the principies o f Moráis (1751) que, en opinión del autor, «es, de todos mis escritos históricos, filosóficos o literarios, incomparable mente el mejor»1112. Pero ya antes de estos desarrollos mono gráficos, Hume había publicado sus primeros Essays Moral a n d Political (1741-1742), examen empírico de cuestiones políticas apoyado en su epistemología y su teoría moral, a los que seguirían los Political Discourses (1752) y, más tar de, la desmitificadora The History o fE n g la n d xl. Fue el éxi to de estos escritos políticos e históricos lo que le proporcio nó los ingresos necesarios para mantener la independencia personal necesaria para su independencia de criterio, antes esforzadamente ganada mediante unos modos de vida de gran austeridad1}. Hume llevó, en efecto, una vida retira
ce, París, 19)3, pp. 184 ss. La comparación con Montaigne, plausible por su común aversión al fanatismo religioso y al utopismo, el escepticismo acerca de la razón, la apreciación de la costumbre y la utilidad y el relativismo acerca de las formas de gobierno, fue apuntada por Halfvy, op, cit., «Hu me, el Montaigne inglés» (en realidad, escocés), quien también hizo refe rencia a Pascal. 11 Mi vida, Alianza, Madrid, 1985, p. 18. 12 Sobre la vida de Hume, la biografía de E.C. Mossncr, The life o f Da vid Hume, Oxford University Press, 1970. '3 «Resolví adoptar una rígida frugalidad para compensar mis pobres re cursos económicos, m antener incólume mi independencia y despreciar to-
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da de estudio, sólo interrumpida por una breve estancia en París con un cargo en la embajada británica (lo cual le per mitió establecer relaciones personales con Diderot, D ’Alembert y los salones enciclopedistas, así como con Rousseau — cuya visita a Escocia por invitación de Hume se saldó con una espectacular ruptura, al parecer explicable por la manía persecutoria del ginebrino)*14*. Sin embargo. Hume no con siguió, como pretendía, la cátedra de Filosofía moral en la Universidad de Edimburgo ni la de Lógica en Glasgow, co mo consecuencia de la feroz resistencia que opuso a su can didatura el lobby clerical. Este le acusó, con malevolencia no exenta de lucidez, «de minar los fundamentos de la mo ral, por negar la diferencia natural y esencial entre lo virtuo so y lo torpe, el bien y el mal, y la justicia y la injusticia, haciendo de esa diferencia algo meramente artificial que es producto de convenciones y convenios hum anos»lí. Tam bién en este incidente se muestra la gran fuerza revulsiva del pensamiento de David Hume.
do, a excepción del desarro lló le mis talentos en el campo de las letras». M i vida, op. cit., pp. 14-15. VeSse también su observación que «encontré un particular agrado estando en compañía de mujeres sencillas», ídem, p. 23 y por extensión, otros comentarios bastante insólitos de Hume sobre las mujeres: «En mi opinión las mujeres, es decir, las mujeres sensibles y cultas (porque sólo me dirijo a ellas) son mejores jueces del buen estilo que los hombres del mismo nivel de conocimiento» O f Estay Writing, en Essays moral, politicalandUterary, Aalen, 1964, p. 367; (citado por Victoria Camps en Introducció a Investigació sobre í'entenim ent hum i, Laia, Barcelona, 1982); «Pienso que las reuniones heterogéneas en las que no figura el bello sexo son la diversión más insípida del m undo, y en ellas faltan tanto la ale gría y la educación como la razón y el buen sentido». D el origen y progreso de las artes y las ciencias, véase en el presente volumen. 14 Henri Guillemin: Cette affaire infernóle (l'affaire J-J. Rousseau-David Hume, 1776), Pión, París, 1942. 13 Véase el texto en la defensa de Hume Cartas de un caballero a su ami go de Edimburgo, en Mi vida, op. cit,, p. 49.
XVI JOSEPM. COLOMER CONOCIMIENTO Y MORAL Hume fundamenta su relativismo axiológico en su relati vismo gnoseológico. Su teoría del conocimiento, excepcional en su momento y hoy de renovada actualidad, supuso un notable paso ade lante en el movimiento moderno de lucha contra supersti ciones y prejuicios y de aproximación a la realidad empírica, que hasta entonces tendía a sustituir la verdad revelada de la religión por la verdad absoluta de la razón. Para el empirismo de David Hume, toda idea deriva de una impresión sensible y no puede suponerse que el m undo exterior objetivo sea igual a la representación mental que cada hombre tiene de él. El relativismo surge, pues, de la fusión entre la realidad y el conocimiento, entre lo real y lo perci bido a través de las sensaciones. Los conceptos o ideas complejas se forman a partir de ideas simples basadas en la experiencia sensible, mediante asocia ciones de ¡deas (por semejanza, contigüidad, relaciones cau sales comprobadas por la experienca, etc.). Esta psicología asociacionista encuentra su analogía en el principio físico de la atracción universal de Newton y se apoya en la considera ción de que la mente humana forma parte de la Naturaleza, aunque Hume no elaboró ninguna explicación acerca de los mecanismos de relación entre el principio de gravitación de los cuerpos y el principio de asociación de las ideas. Se trata, pues, de un desarrollo de la tradición empirista británica, de la que Hume toma el instrumental teórico, pe ro no sólo de esto, sino también de una respuesta a nuevos problemas planteados en el intento de formulación de una lógica de la ciencia empírica a partir de la aplicación del mé todo experimental newtoniano, respuesta que hoy, a partir de los nuevos problemas epistemológicos de la ciencia con temporánea, ha podido ser releída con recobrado interés,6.16 16 Sobre la intervención de Hume en los problemas filosóficos plantea dos por la ciencia newtoniana, véase E. Cassirer, La fiiosofia de la Ilustra ción, Fondo de Cultura Económica, México, 1943, cap. 11, apartado 2.
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Hume se opone a la noción de causalidad objetiva, formula da mediante razonamientos a priori a partir del concepto de sustancia, y pone de relieve el significado y el valor de las hipótesis en la investigación, como formulación de pregun tas a las que se van dando diferentes respuestas según los avances en el conocimiento empírico y los cambios en los su jetos de la observación. Más allá de la deducción lógica en matemáticas, no hay en los demás campos de conocimiento evidencias que proporcionen una certeza definitiva, sino, a lo más, ilaciones por analogía y verosimilitud. Puede afir marse, así, que se han reproducido elementos metafísicos en la estructuración del pensamiento científico cuando se ha pre tendido ordenar sistemáticamente la Naturaleza y se ha da do por supuesta la absoluta uniformidad de la experiencia pasada, presente y futura, inferida ilegítimamente al mar gen de la constatación sensible de la misma, para apoyar en ello una amplia capacidad de predicción. De tal supuesta ne cesidad del m undo natural se han pretendido extraer leyes universales y sin excepciones, que han hallado su correlato en la teoría social y política en otras análogas leyes eternas de validez universal igualmente fundamentadas en las su puestas relaciones necesarias entre los hechos. El planteamien to de Hume conduce, así, a un moderado escepticismo que sitúa la cientificidad en una cuestión de método y no en la delimitación de un objeto calificado de tal. La capacidad predictiva se verá de este modo notablemente reducida y habrá que asumir una incertidumbre general. Pero no se trata de nihilismo, sino de «modestia y humildad con respecto a nues tras facultades naturales», como dice el propio H u m e 17. Este espíritu nuevo y demoledor —tan alarmadamente re cibido en los medios de la teología y la metafísica tradicio nal, como hemos dicho— significa también erosionar el cien tificismo naturalista-racionalista mediante la introducción de lo subjetivo en el conocimiento, así como en la explicación de la acción moral y política, al tiempo que la sustitución
17 Mi vida, op. cit., p. 50.
XVIII JOSEPM. COLOMER dcl deísmo de los ilustrados por un contundente ateísmo con pocos precedentes. Frente a la filosofía progresista de la his toria que, por encima de los hechos, subraya lo uniforme y lo constante, la filosofía de Hume aboca a una visión del m undo en la que cabe una incesante transformación (más que una evolución propiamente dicha) en la que, inmersos en la variedad de lo concreto, no es posible concebir ningún determinismo ni ninguna meta final de la historia. Esta crítica de la razón general abstracta es, sin embargo, compatible con la lógica —como ya hemos apuntado— que, acompañada por la imaginación, permite establecer diferentes combinaciones de ideas en el proceso de formación del co nocimiento. Tal imaginación remite a la importante función que tienen en la filosofía humeana las creencias, movidas por pasiones y sentimientos y ajenas a cualquier verificación em pírica. Son, en efecto, las creencias las que dan lugar a la formulación de los de los fines y proyectos de los hombres y a la misma variedad de la acción humana, aunque siempre a través de un tamiz de razonabilidad. El escepticismo de Hume acerca de la razón evita así de sembocar en la pasividad mediante este principio sentimen tal de acción surgido de lo que puede considerarse un ins tinto humano, al tiempo que se descana la mera fantasía y todo entusiasmo fanático y se enfatiza el papel de la opi nión y los sentimientos companidos (a su vez basados en la experiencia). Los principios de la razón han sido derrocados, pues, por los presupuestos de la psicología y por un cieno optimismo vital. Las acciones humanas no podrán ser juzga das ya como racionales o irracionales sino sólo como encomiables o censurables desde el punto de vista de la opinión de cada momento. Los hombres se mueven por pasiones ra zonables, lo cual niega validez a los principios eternos pero permite calcular las consecuencias de los actos y establecer responsabilidad. No se hallará, por tanto, en la obra de Hume una teoría moral sustantiva, hecha de normas, deberes y virtudes, sino sólo un análisis de la naturaleza de los juicios morales según un método de observación empírica. En este terreno Hume
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combate a la vez a los moralistas religiosos, para quienes la moral se basa en la voluntad divina, y a los intuicionistas racionalistas que creen en verdades evidentes por sí mismas. Para el escocés, así como de los hechos no se pueden inferir leyes generales inmutables de supuesta necesidad, del ser no puede derivarse ningún deber ser. Esta «ley de Hume», co mo la ha denominado Haré, se halla en el origen del emotivismo y el subjetivismo contemporáneos en asuntos de éti ca, abiertos al desarrollo de la imaginación moral Para Hume, los hombres no se mueven únicamente por un cálculo raciona] egoísta sino también por un sentimiento de humanitarismo común a la especie. Junto a la utilidad, mensurada desde una óptica individualista, interviene la «simpatía» o instinto de sociabilidad y supervivencia colecti va en la formación del sentido moral. Se trata, pues, de un utilitarismo no egoísta, en el que el interés individual está en relación con un interés colectivo concebido como interés de todos a largo plazo. Mientras en su primera obra Hume escribe que la razón es esclava de las pasiones, en desarrollos posteriores equilibra esta dualidad y sostiene que «razón y sentimiento concurren en casi todas las determinaciones y conclusiones morales» De este modo, vicios y virtudes no vendrán definidos por su correspondencia con unos principios morales trascenden tes sino que serán resultado de la opinión y de las conven ciones necesarias para el mantenimiento de la vida social. Las virtudes naturales serán aquellas que Hume considera que se desprenden de la naturaleza humana y que pueden sinte-18* 18 J.L. Mackie, H ume's moraitheory, Routledge and Kegan Paul, Lon dres, 1980. Sobre la relación de Hume con la teoría moral del siglo xx, vía se un resumen de su influencia en W .D . Hudson, La filosofía moral con temporánea, Alianza, Madrid, 1974. pp. 237-250 y la bibliografía que se indica. Víase también Gilíes Deleuze, Empirismo y subjetividad, Gedisa, Barcelona, 1981. 15 A Treatise o f Human Nature (en adelante Teatrise) II, III, 3 (Trata do de la naturaleza humana, Editora Nacional. Madrid. 1977); A Enquiry conceming the principies o f Moráis (en adelante Moráis), n.° 137 (en De la moraly otros escritos, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1982).
XX JOSEP M. COLOMER tizarse en la simpatía. Influido en este punto por la concep ción de la benevolencia de Hutcheson, aquel sentimiento es concebido como un deseo de felicidad para los demás, el cual promueve los intereses de la especie y el bienestar de la so ciedad humana. En Hum e, se identifica con mansedumbre, generosidad, demencia, moderación, equidad, grandeza de ánimo, y también (no sin introducir por la puerta de atrás un cierto neonaturalismo desacralizado que presenta como naturales valores propios de su circunstancia) laboriosidad, templanza, economía, buen sentido, etcétera. Lo importan te, de todos modos, es el enfoque que conduce a definir la virtud como «toda acción o cualidad mental que le produce a un espectador el sentimiento agradable de aprobación» y el vicio, como lo contrario, entendiendo que la opinión de aprobación o censura depende a su vez de «la utilidad y agradabilidad de las cualidades respecto a la persona misma que las posee, o en relación con las demás que tienen interrelación con ella». El amor a uno mismo se proyecta así en amor a los dem ás20. Este punto de vista lleva lógicamente a re chazar toda moral de las convicciones, y en particular un cieno ascetismo cristiano, contemplado como obstáculo al desplie gue de las facultades humanas: «El celibato, el ayuno, la pe nitencia, la mortificación, la abnegación, la humildad, el si lencio, la soledad y todo el bagaje de las virtudes monásti cas, ¿por qué razón —se pregunta Hume— son rechazadas todas ellas por los hombres sensatos si no es porque no sir ven para nada? No aumentan la fortuna de un hombre en el mundo, ni le hacen un miembro más valioso de la socie dad; no le califican para el solaz de la compañía, ni aum en tan su poder de autogoce. Por el contrario, observamos que frustran la realización de todos esos fines deseables, que em botan el entendimiento y endurecen el corazón, que oscure cen la fantasía y agrian el temperamento. Justamente por eso —concluye el autor—, las transferimos a la columna opues ta, y las colocamos en el catálogo de los vicios»21. 2® Moráis, n.« 2}9. 21 Moráis. n .# 219.
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Pero la supervivencia de la sociedad requiere también otras virtudes que cabe calificar de artificiales. Las tendencias egoís tas de los hombres, perjudiciales en una situación de es casez, requieren un criterio de utilidad pública según un punto de vista social para que, por encima de una utilidad inmediata que sea sólo secundaria, se imponga en el com portamiento de cada individuo la persecución de una utili dad primordial aunque lejana. El enfoque psicológico se combina así con un enfoque sociológico para concebir la jus ticia como una virtud artificial22. Queda dicho que «la uti lidad pública constituye el único origen de la justicia, y que las reflexiones acerca de las benéficas consecuencias de esta virtud son el único fundamento de su mérito», por lo que la obligación moral es proporcional a la utilidad que repona a la sociedad. De la justicia se desprenden, sin embargo, al gunas normas concretas, básicamente circunscritas a la de fensa de la propiedad (vinculada a la libenad de trabajo y de comercio, limitada al uso directo de los bienes por el pro pietario y valorada como una institución «beneficiosa para la sociedad», y no concebida como un derecho subjetivo ab soluto), la seguridad en las transferencias contractuales y la obligación de mantener las promesas. Se trata de reglas mar cadas sin duda por el incipiente desarrollo de la sociedad mercantil de la época pero que se han convertido también ulteriormente en criterios generales de todo Estado de dere cho. En cualquier caso, respecto a la virtud «desaparece el lúgubre vestido con que la han cubierto muchos teólogos y ciertos filósofos; no quedan sino la gentileza, el hum anita rismo, la beneficiencia, la afabilidad; más aún, hasta, con intervalos adecuados, resulta juguetona, traviesa y alegre. No habla de austeridades y rigores inútiles, de sufrimiento y ab negación. Declara que su único propósito consiste en hacer, si es posible, a sus devotos y a toda la humanidad joviales y alegres a lo largo de toda su existencia; y no prescinde ja
22 Sobre la justicia, jonathan Harrison, H um e's theory o f justice, Ox ford University Press, 1981.
XXII JOSEPM. COLOMER más, voluntariamente, de parte de algún placer, sino con la esperanza de una amplia compensación de algún otro perío do de sus vidas. La única molestia que exige es la de calcular exactamente y una firme preferencia por la mayor felici dad* ” , En resumen, para Hume el lenguaje moral expresa bási camente sentimientos humanos de censura o aprobación, mo vidos por tendencias psicológicas propias de la especie y por cálculos de interés social. Alcanza así un relativismo axioiógico que conduce a considerar que «las verdades que son per niciosas para la sociedad, si hubiese alguna, cederán ante los errores que sean saludables y ventajosos» M. Y, consiguien temente, enlazando ya con la problemática política, rechaza que la fundamentación de la obediencia al gobierno y las leyes pueda desprenderse de ningún principio moral abso luto, sea de derecho divino, sea el precepto supuestamente natural de guardar las promesas, en el que se apoyaría la pro mesa colectiva de mantenimiento de los vínculos sociales o contrato social. Para Hume, el razonamiento será el inverso: precisamente de la necesidad de autoconservación de la so ciedad surgirán las convenciones formuladas como normas: «Las promesas no implican ninguna obligación natural y son meros productos artificiales, creados para conveniencia y ven taja de la sociedad»; la justicia, así mismo, sirve «para go bernar más fácilmente a los hombres y preservar la paz en la sociedad» y es otra expresión de la capacidad inventiva de la hum anidad” . LA OBLIGACION POLITICA Así pues, la crítica de la doctrina del derecho divino de los reyes es paralela a la crítica de la doctrina iusnaturaiista
» Moráis, n.“ 145. 165, 156. 228. M Moráis, n .° 288. ” Treatise, II, III.
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y racionalista del contrato social. Como señala en el primer párrafo del ensayo D e la obediencia pasiva. Hum e ha em prendido «la refutación de los sistemas políticos especulati vos propuestos en este país, tanto el religioso de un partido como el filosófico del otro». Respecto del primero, no resulta difícil llevar al absurdo el providencialismo cristiano partiendo de sus propios pre supuestos. Si toda autoridad, por sobresaliente o débil que sea, depende de Dios, «el príncipe más grande y más respe tuoso de la ley —colige Hum e— no tiene por ello más dere cho a pretender una autoridad sagrada c inviolable que un magistrado inferior, o un usurpador, o incluso un ladrón o un pirata». Más compleja deberá ser la crítica de la filosofía contrac tualista, que el escocés desarrolla, en D el contrato original y otros ensayos, mediante varias líneas de argumentación. La primera, de acuerdo con su método empirista, se basa en la observación histórica: la suscripción del supuesto con trato que habría dado origen a la sociedad y a los deberes recíprocos entre sus miembros «no está probada por la histo ria o la experiencia de ninguna época o país». En realidad, es ya el hipotético estado de naturaleza ante rior al contrato el que hay que poner en cuestión. Si la natu raleza hum ana hubiera conocido ese estado de perfección y de libertad absoluta con el que había especulado John Locke, si los hombres fueran naturalmente capaces de conocer y defender por sí mismos sus verdaderos intereses, no ha brían surgido gobiernos, y menos aún gobiernos carentes de consenso como los que han existido en una gran pane de la historia de la humanidad. La doctrina de los derechos in dividuales subjetivos, previos a la existencia de la vida social (incluido el derecho absoluto de propiedad), debería con ducir, llevándola a sus últimas consecuencias, a la defensa de una sociedad de individuos libres sin política o gobierno. Pero hay más. Aun en el caso que, en algunas sociedades y en épocas más o menos remotas, tal contrato hubiera teni do lugar, no obligaría a generaciones sucesivas, las cuales tam poco podrían renovarlo, dado su carácter colectivo y el he-
XXIV JOSEPM. COLOMER cho de que los hombres no se reproducen en bloque (a dife rencia de las mariposas, observa con humor Hume). La pretensión de derivar la obligación política del deber moral de cumplir las promesas (con la consiguiente morali zación de la política, puesta de manifiesto en el deísmo de muchos contractualistas y defensores de una religión civil) puede tener incluso efectos contraproducentes para el buen gobierno de la sociedad. Para Hum e, la obligación política, justificada por su necesidad y utilidad, es prioritaria con res pecto a la obligación moral de guardar las promesas: si no hubiera gobierno, el cumplimiento de las promesas (sin san ción) carecería de eficacia —señala— ; y aunque no hubiera que cumplir las promesas, el gobierno continuaría siendo ne cesario por otros motivos. Ante el incumplimiento de las pro mesas originarias por el gobierno, Locke había defendido el derecho de resistencia, pero argumentar por ello que en los demás casos hay un compromiso tácito de obediencia por par te de los súbditos le parece a Hume que comporta un cierto grado de hipocresía: «¿Podemos afirmar en serio —se pregunta— que un pobre campesino o artesano es libre de abandonar su país, cuando no conoce la lengua o las cos tumbres de otros y vive al día con el pequeño salario que gana? Sería como si afirmáramos que, pues sigue en el bar co, un hombre consiente libremente en obedecer a su capi tán, aunque lo llevaron a bordo mientras dormía y para de jar el navio tendría que saltar al mar y perecer.» El escepticismo crítico de Hume, su agudo realismo, le lle van a desmitificar incluso la revolución inglesa de 1688 de la que surgió el régimen parlamentario para el que intenta construir una más sólida fundamentación. En esencia, la re volución se redujo a un cambio de dinastía, decidida por una pequeña minoría activa en política, aunque con la aquies cencia de los demás. A la gran mayoría «¿se le dio alguna oportunidad de elegir? ¿No se tuvo todo por concluido des de aquel momento, con penas para quienes se negasen a so meterse al nuevo soberano? ¿Cómo podría, de otro modo, haberse encontrado salida o término al problema?» Incluso el clásico modelo de la democracia ateniense es analizado con
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ia mentalidad escudriñadora propia dei gran historiador que fue Hume: sólo participaba de hecho una minoría y los mo dos de la democracia asamblearia la convertían a menudo en una quimérica elección. Finalmente, la legitimación contractualista resulta superflua a partir de sus propios postulados, ya que en definitiva es concebida como una garantía de que la forma de gobier no correspondiente será adecuada a la sociedad; es decir, re quiere de todos modos una legitimidad de ejercicio, sancio nada por la opinión26. La alternativa de Hume pane de la sociabilidad inherente a la condición humana, contradictoria con la idea de un es tado de naturaleza anterior a la sociedad: «El hombre, naci do en el seno de una familia, ha de m antener la vida social por necesidad, inclinación natural y hábito» (Ensayo 4; en adelante se cita por la numeración de la presente edición). Si se parte de los hechos, se comprobará que el verdadero origen del gobierno no fue el pacto sino la violencia: «Casi todos los gobiernos que hoy existen, o de los que queda re cuerdo en la historia, fueron orignariamente fundados so bre la usurpación o la conquista, cuando no sobre ambas, sin ninguna pretensión de libre consentimiento o sujeción por pane del pueblo.» La explicación de su existencia es la utilidad del mismo, y la de su mantenimiento, la reproduc ción de la obediencia entre las gentes por hábito o costum bre. El realismo lleva a Hume a considerar que «el poder es el más codiciado de los bienes humanos, junto al que pali decen incluso la fama, el placer y la riqueza», punto de vista
26 «Si se m e pregunta por la razón de la obediencia que hemos de pres tar al gobierno, me apresuraré a contestar: “ Porque de otro modo no po dría subsistir la sociedad"; y esta respuesta es clara e inteligible para todos. La vuestra sería: “ Porque debemos mantener nuestra palabra". Pero apañe de que nadie no educado en un cieno sistema filosófico puede comprender o encontrar de su gusto esta respuesta, os veréis en un apuro si os pregunto a mi vez: “ ¿Por qué hemos de m antener nuestra palabra?"; y no podréis dar otra respuesta que la que habría bastado para explicar de modo inme diato, sin circunloquios, nuestra obligación de obedecer». D el contrato ori ginal, véase en el presente volumen.
XXVI JOSEPM. COLOMER que acentúa al tratar de las relaciones internacionales como equilibrio de poderes. En el ámbito de un Estado, ello no niega sino que más bien acentúa la necesidad de buscar per m anentemente una coincidencia entre el interés de los go bernados y el de los gobernantes, que no se dará de una vez para siempre por fidelidad a un compromiso originario; con duce a reelaborar en nueva forma el derecho de resistencia, liberado de fiindamentación moral absoluta y sometido al cálculo de la utilidad de las consecuencias de su ejercicio” ; e incluso es susceptible de transmutar la ficción del contrato en algo semejante a un plebiscito cotidiano, como artilugio capaz de suscitar consenso para una legitimación de ejerci cio del poder (E. 12). Hume asume la crucial distinción entre gobernantes y go bernados y extrae de ella la necesidad de desconfianza con respecto al poder. Con expresión que haría suya el radicalis mo, expone; «Los escritores políticos han establecido como máxima que, al elaborar un sistema de gobierno y fijar los diversos contrapesos y cautelas de la Constitución, debe su ponerse que todo hombre es un bellaco, y no tiene otro fin en sus actos que el interés personal. Mediante este interés hemos de gobernarlo, y con él como instrumento obligato rio, a pesar de su insaciable avaricia y ambición, a contribuir al bien público» (E. 5). Por ello, frente a tal o cual gobier no, habrá que «apelar a la opinión general»; caídas las ver dades absolutas, «en cuestiones de moral y crítica no hay realmente otra norma por la que decidir una controversia», lo cual implica fuerza de la costumbre, pero también la posibilidad de cambios súbitos y notables debidos al pro greso de los conocimientos, la pérdida de crédito de la auto ridad apoyada en la superstición y el ejercicio de la libertad (E. 3, 12, 6).27 27 Víase la defensa del derecho de resistencia en el ensayo De ia obe diencia pasiva, en el presente volumen; ya en el Trealise, III, II, 9: «el go bierno es una pura invención hum ana en interés de la sociedad. Cuando la tiranía del gobierno se opone a este interés, remueve la obligación natu ral de obediencia».
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Más allá de este demoledor realismo y la consiguiente pre vención, no caben muchas cenezas. «La ciencia política da pocas reglas que no admitan excepciones, y que no puedan ser a veces superadas por razones y accidentes», advierte el autor28. Por ello, así como se rechaza toda superstición, que se basa en el miedo y lleva a la esclavitud, habrá que ser tam bién precavidos ante todo entusiasmo, fruto de la imagina ción calenturienta y, aunque aliado a la libertad civil, igual mente fanático como aquella. El escepticismo se extiende así a las virtudes atribuidas a las distintas formas de gobierno. Aquí es cuando Hume puede resultar más desconcertante, sin que falten incoherencias en sus escritos y, por supuesto, tomas de posición determinadas por pasiones y creencias di fíciles de ser compartidas fuera de su circunstancia. Así, se propone «comparar de plano la libertad civil con el gobier no absoluto y mostrar las grandes ventajas de la primera so bre la segunda» (E. 10), pero, si se calculan las consecuen cias previsibles de un intento de cambio de régimen en Gran Bretaña en un sentido republicano, aún resulta preferible la monarquía absoluta (E. 6), todo lo cual no es óbice para pro clamar un republicanismo ideal inspirado en la utopía Océano del republicano Harrington e incluso, antes de la indepen dencia de las colonias americanas, argumentar a favor de la viabilidad de las repúblicas en territorios extensos (con trariamente a la doctrina clásica), siempre que se conciban como regímenes de democracia representativa y mediante fe deración de unidades menores (E. 15). La prudencia acon seja, de todos modos, una actitud de moderación, la intro ducción de contrapesos al gobierno y una «hábil división del poder» que haga posible que, aun moviéndose cada asam blea y estamento por su interés particular, éste coincida en
28 También: «el filósofo político pronto se percatará de que todas las cuestiones políticas son infinitam ente complicadas y de que en esta clase de investigaciones raramente se presentan cosas puramente buenas o pura m ente malas». De ¡a sucesión protestante , en Ensayos políticos. Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1982.
XXVIII JOSEPM. COLOMER la práctica con el interés público y repercuta en beneficio de la sociedad (E. 5).
EL GOBIERNO LIBRE El análisis humeano de las formas de gobierno está, pues, impregnado de pesimismo respecto a gobernantes y gober nados y de cautelas con respecto a las tendencias egoístas de unos y otros. Así, en la monarquía el rey tiende constante mente a ampliar sus prerrogativas, lo cual da lugar a resis tencias de los súbditos e inestabilidad general; en el caso de las monarquías electivas, el rey además procura enriquecerse personalmente y hace intervenir odios y amistades en la go bernación del país, al tiempo que los súbditos se dividen y enfrentan por adhesión a diversos candidatos. En la aristo cracia feudal, por su parte, se busca igualmente el interés particular de cada uno de los nobles (E. 6, 13). La repúbli ca, concebida como democracia directa en la que el pueblo detenta el poder legislativo, genera demagogia y, consiguien temente, bien desórdenes y anarquía (y eventualmente un nuevo despotismo salvador), bien indiferencia de la mayo ría por los asuntos públicos (E. 2, 3, 13). Por ello, las mejo res formas de gobierno serán la monarquía hereditaria, la república aristocrática (o gobierno de «una nobleza sin vasa llos») y la república democrática representativa. Hume rei tera una cierta obsesión por los peligros del subversivismo y el revolucionarismo —posiblemente influida por su odio al fanatismo de los presbiterianos escoceses. Pero lo primor dial en todo caso será «mantener con el.mayor celo en todo Estado libre aquellas formas e instituciones que aseguran la libertad, satisfacen el bien público y frenan y castigan la ava ricia y la ambición de los particulares». Dado que se concibe la libertad como lo contrario al capricho y la violencia del interés personal, se tratará de conseguir por encima de todo que «gobiernen las leyes, no los hombres», de evitar por ello la excesiva «confianza y crédito» entre gobernantes y gober nados y de favorecer la distancia y la atención m utua entre
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ellos, mediante la vigilancia entre instituciones hecha posi ble por la división de poderes, el establecimiento de leyes claras, generales e iguales, la «eliminación de cualquier tipo de poderes discrecionales» y las garantías judiciales (E. 1, 2, 4, 10). Este sensato esbozo se combina con visibles prejuicios de Hume a favor del régimen británico, «nuestra forma mixta de gobierno, no del todo monárquica ni enteramente repu blicana», mezcla de despotismo y libertad en la que predo mina la libertad. Tal forma de gobierno favorece, según Hu me, el desarrollo del comercio y el progreso de las artes y las ciencias, por lo que cabrá considerar que cumple las fun ciones de servicio a la utilidad pública y el interés de la so ciedad que definen a un gobierno justo. Como hemos dicho, se transmite en los escritos políticos de Hume una idea de libertad como un atributo de la vo luntad individual opuesto a las coerciones. «Libertad es el poder de actuar o no actuar de acuerdo con las determina ciones de la voluntad», define en su obra filosóficaJ9. La re ferencia a las determinaciones de la voluntad por supuesto no puede ser interpretada como una alusión a la concepción cristiana a la libertad, en la que el libre albedrío conduce a seguir la ley de Dios. Pero tampoco sería muy coherente asociarla a determinaciones activas surgidas de la razón, al modo como Kant identificaría el ejercicio de la libertad con el seguimiento del imperativo categórico. Para Hume, anti determinista que sólo admite la idea de necesidad como alta verosimilitud, ajena a todo causalismo esencial, las determi naciones de la voluntad deberán ser determinaciones pasi vas, asociadas a los móviles o motivos de la acción, es decir, las pasiones. La libertad como ausencia de compulsiones es, paradójicamente, fuente de moralidad, siempre entendien do ésta en el sentido antes expuesto de estimación de com portamientos imaginativos y creativos, ya que, «donde falta [la libertad], las acciones humanas no son susceptibles de cua
w Treatise, VIH, n.° 72 (también 78, 144).
XXX JOSEPM. COLOMER lesquiera cualidades morales, ni pueden constituir objetos de nuestra aprobación o disgusto». Es decir, que la libertad, movida por pasiones, es condición de las distinciones mora les y medio de desarrollo de las diferencias de opinión30. No hay contradicción entre asumir la libertad así concebi da como el más alto valor de una sociedad y a la vez subor dinarla a la autoridad. Por un lado, el realismo político per mite comprobar que, por el solo hecho de existir, «todo go bierno ha de hacer necesariamente un gran sacrificio de la libertad»; razón por la cual «la autoridad, que limita la li bertad, no puede nunca, ni quizá debe, en ninguna consti tución, llegar a ser total c incontrolable». Pero un realismo análogo con respecto a la sociedad, expresado en fuertes re celos hacia los peligros de desórdenes y anarquía, reafirma la necesidad del gobierno para la supervivencia de la socie dad. Así, concluirá Hume, «la libertad es la perfección de la sociedad civil; pero la autoridad ha de ser tenida por esen cial para su existencia, y en los debates que tan a menudo se suscitan entre una y otra puede, por esta razón, pretender la primacía» (E. 4). Mientras no cabe aceptar una autoridad que inmole la libertad, también hay que tener en cuenta que no hay libertad sin autoridad. Tal incómoda conclusión, fuente de todos los equívocos que han querido reducir el pen samiento político de Hume al de un conservador, tal vez pue de adquirir un significado más sugestivo a la luz de sus con cepciones sobre la naturaleza humana a las que él mismo se había remitido para fundamentarla: el hombre, criatura con pasiones conflictivas, va a la búsqueda de un equilibrio en tre sus tendencias psicológicas y los requerimientos sociales, siempre para lograr mayor vida y prosperidad; se mueve en sociedad a la vez por costumbre y por imaginación; y es por todo ello ineludible la tensión conflictiva entre conservación y creación, entre Estado y sociedad, entre autoridad y liber tad, entre hábito establecido y revolución mental que da lugar a una nueva opinión. El progreso social, para el que
’o Treatíse, VIH. n.° 77.
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no basta con confiar en supuestas virtudes de unas u otras formas de gobierno, será así un camino, con cambios nunca definitivos, hacia la máxima libertad compatible con el go bierno. Parecidos equívocos había suscitado ya la obra historiográfica de David Hume, cuya desmitificación de las glorias y los escarnios concedidos por los historiadores whig respecti vamente a vencedores y vencidos en la entonces reciente his toria de la revolución en Inglaterra le había dado ocasión de cosechar el epíteto de tory. El conjunto de la obra política de Hume permite observar su distanciamiento de la rivali dad entre whigs y lories, cuyas diferencias doctrinales le pa recen ya poco relevantes, y que de hecho está dando paso a la formación de nuevos partidos más modernos, basados en nuevos principios y no sólo en intereses y adhesiones. Su aportación historiográfica, que contribuyó más que ningu na otra de sus actividades intelectuales a la fama de Hume, hay que insertarla, por tanto, en la crítica del whiguismo vulgar que desarrolla también en el campo del pensamiento político y en la que no tiene reparo en echar por tierra ilu siones progresistas. Todo ello forma parte de esa actitud de incorruptibilidad intelectual que, más allá de banderías del momento, constituye la grandeza y la condición del even tual interés de la lectura de Hume fuera de su circunstancia o del análisis estrictamente histórico de su pensamiento: «No hay método de razonamiento más común —escribió— y, sin embargo, ninguno más censurable, que en debates filosófi cos tratar de refutar alguna hipótesis bajo el pretexto de sus consecuencias peligrosas para la religión y la moralidad. Si alguna opinión nos conduce a absurdos, es ciertamente fal sa; pero no es cierto que una opinión sea falsa porque sea de consecuencias peligrosas» M. El escepticismo y el relativismo gnoseológico, utilizados por Hume como base de su relativismo axiológico, le afian zaron en esta actitud de independencia y le permitieron sos
'■ Treatise, 11. III, 4.
XXXII JOSEPM. COLOMER tener la inexistencia de un ideal político definitivo, con lo que evitó la sustitución de la superstición religiosa por cual quier otro entusiasmo infundado. Como hombre de su tiem po, que quiso extraer de los movimientos de fondo de la épo ca los estímulos para su elaboración intelectual. Hume adoptó también actitudes definidas e incluso vehiculó en algunos asuntos de la política británica un tono de polémica. Pero su propio relativismo, que le hacía recordar reiteradamente que no hay evidencia de que el futuro tenga que conformar se al pasado, resulta contradictorio con toda congelación de su momento histórico en una codificación de fórmulas y admoniciones concretas. A la vista de todo ello, tal vez pa rezca menos extraño que su pensamiento pudiera ser fuente de fecundidad, ya en el período posterior a la revolución fran cesa, para defensores y detractores de la misma y, en Gran Bretaña, de hecho para todo el pensamiento contemporá neo. Así, Burke, al que unían con Hume más vivencias de época que talante filosófico, pudo reinvindicarlo para con vertir la costumbre en norma, hasta llegar en su fervor conser vador a un providencialismo y una concepción de la religión como factor de estabilidad social incompatibles ya con el pen samiento de Hume; al mismo tiempo, Bentham extrajo de la actitud humeana, inconformista y crítica en relación con el pensamiento especulativo y con las ficticias coartadas de la tradición, el impulso que le conduciría a la teoría de la democracia representativa y al radicalismo reformista que ha inspirado a la izquierda británica contemporánea. Ello prue ba, cuando menos, la ambigüedad de la relación entre las contingentes opiniones moderadas de Hume y su escepticis mo crítico fundamental.
NOTA SOBRE LA PRESENTE EDICION David Hume publicó dos volúmenes de Essays Moral a nd Political en 1741-1742, más tarde recopilados, con algunos ensayos suprimidos y otros añadidos, en el volumen Philosopbical Essays conceming H um an Understanding de 1748. Asimismo, publicó PoliticalDiscourses en 1752. La selección y recopilación definitiva de todo ello apareció primero con el título Essays a n d Treatises on severalsubjects en 1753-1754 en cuatro volúmenes, y luego con el título Essays Moral, Po litical a n d Uterary en 1758 en dos volúmenes (el primero de los cuales recogía sobre todo ensayos de 1741-1742 y el segundo, discursos, de 1752). A esta edición siguieron, en vida de Hum e, otras en 1760, 1764, 1768, 1770 y 1777. Existe una edición en castellano, a cargo de Enrique Tier no Galván, que, bajo el título Ensayos políticos, recoge bá sicamente ensayos económicos procedentes de los Political Discourses de 1752 y del segundo volumen de la recopila ción de 1758. La presente edición, que reproduce la selec ción de César Armando Gómez publicada en 1975, se cen tra, por el contrarío, en ensayos de tema político, en su ma yor parte procedentes del volumen de 1741 y del primero de la recopilación de 1758.
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