EL PROCESO DE NUREMBERG
por JOE J. HEYDECKER y JOHANNES LEEB
Título o rig inal: DER NURNBERGER PROZESS Copyrig ht de la edición alemana: © 1958 by VERLAG KIEPENHEUER G. WISTCH Copyright de la presente traducción: © 1962 JOE J. HEYDECKER Y JOHANNES LEEB © 1962 ENRIQUE MATAIX sobr e la cubierta Concedidos derecho s exclusivo s para todo el mundo de habla españo la a EDITORIAL BRUGUERA, S. A. Mora la Nueva, 2. Barcelona (España) Versión española de: Santiago Tamurejo 1.ª edición en Libro Amigo: diciembre, 1965 2.ª edición en Libro Amigo: o ctubre, 1966 3.ª edición en Libro Amigo: julio, 1967 Printed in Spain - Impreso en España Depósito Legal B 22.536 - 1967 Impreso en lo s Taller es Gr áfico s de EDITORIAL BRUGUERA, S. A. Mora la Nueva, 2 - Barcelona - 1967
CONTENIDO
PRÓLOGO LA GRAN BATIDA 1. ¿Puede ser fusilado Adolfo Hitler? 2. Wilhelm Frick. Hans Fritzsche. Josef Goebbels 3. El mariscal de l Reich, Hermann Go ering 4. El gr an almir ante Doenitz se hace ca rg o del Go bierno 5. Rendición incondicional 6. Se esfuman todas las il usiones. Keitel, Jo dl y Speer 7. El vicecanciller von Papen. Frank i ntenta suicidars e 8. Schacht, Neurath, Kaltenbrunner, Seyss, Krupp y Sauckel 9. Robert Ley, Alfred Rosenberg y Julius Streicher 10. El fin del Reichsführer -SS, Heinrich Himmler 11. Ribbentro p, Schir ach y Raeder 12. Rudolf Hess emprende el vuelo a Escocia EL CAMINO A NUREMBERG 1. En algún lug ar de Euro pa... 2. Hasta el más lejano escondrijo del mundo... 3. El brindis de Jos é Stalin. Winston Chur chill objeta 4. Napoleó n y Rober t H. Jackson 5. En las celdas de Nurember g 6. Escapan a la acción de la j usticia Ley, Krupp y Bor mann PODER Y LOCURA 1. Empieza el proceso 2. Hitler en el poder 3. La siembra sangrienta 4. Viena, 25 de julio de 1934 5. Hitler descubre sus planes 6. Los no dispuestos a colaborar, deben desaparecer 7. El Anschluss 8. La paz de nuestro s tiempos 9. La noche de cr istal 10. La guer ra de España LA GUERRA
1. Stalin y lo s caníbales 2. La última esper anza 3. Las cuatro horas cuarenta y cinco minutos 4. El aborto del infierno 5. León Marino , el pr incipio del fin 6. Operación Barbarroja EN LA RETAGUARDIA 1. El pro gr ama del diablo 2. El lugar teniente de Hitler 3. El honor de los sol dados 4. La matanza de Katyn 5. La técnica de la despo blació n 6. La exterminación de los judíos 7. El fin del g hetto de Varsovia EL ÚLTIMO CAPÍTULO 1. Últimas palabr as, y Fallo 2. Mor ir en la hor ca 3. Spandau, y después PARTE DOCUMENTAL CONSIDERANDO-RESULTANDO-FALLO LA DECLARACIÓN DE MOSCÚ ESCRITO DE ACUSACIÓN ANEXO A ANEXO B VEREDICTO CONSPIRACIÓN Y CRÍMENES CONTRA LA PAZ VIOLACIÓN DE LOS TRATADOS INTERNACIONALES LA LEGALIDAD DEL ESTATUTO CRÍMENES DE GUERRA Y CONTRA LA HUMANIDAD ASESINATOS Y MALOS TRATOS A PRISIONEROS ASESINATOS Y MALOS TRATOS A LA POBLACIÓN CIVIL EXPLOTACIÓN DE BIENES PÚBLICOS Y PRIVADOS LA POLÍTICA DE LOS TRABAJOS FORZADOS LA PERSECUCIÓN DE LOS JUDÍOS LAS ORGANIZACIONES ACUSADAS
RESPONSABILIDAD O INOCENCIA DE LOS ACUSADOS OPINIÓN DIVERGENTE DEL JUEZ SOVIÉTICO SENTENCIA
PRÓLOGO
Queremos hacer patente que no tenemos la intención de inculpar al pueblo alemán. Si la amplia masa del pueblo alemán hubiera aceptado voluntariamente el programa del Partido nacionalsocialista, no habrían si do necesarias las SA ni l os campos de concentración ni l a Gestapo. Estas palabras fueron pronunciadas por el fiscal general americano, Robert H. Jackson, cuando, en 1945, fue abierto el pr oceso ante el Tribunal M ilitar Internacional en Nuremberg. Los autores están plenamente de acuerdo con él en este punto. Este libr o es un intento para hacer asequible el material del pro ceso de Nuremberg en conjunto y en detalle, en una forma comprensible, a la opinión pública mundial. Solamente los sumarios del proceso comprenden cuarenta y dos tomos, y hay que añadir docenas de miles de manuscritos y páginas impr esas de otro s expedientes que no habían sido escritos todavía durante las sesiones o que no estaban a disposición del tribunal, pero que ahora han de ser tenidos en cuenta si queremos presentar todo lo acontecido de un modo objetivo. Los autores han procurado en todo momento hacer comprensibles al lector los sucesos de aquella época, sobre todo para la juventud que no los vivió, y explicar también lo ocurrido antes del proceso, una historia que, hasta la fecha, apenas ha sido dada a la publicidad en Alemania. Por otro lado, los autores han decidido y se han visto obligados a adoptar esta decisión, ignorar muchos aspectos de la situación. Por ejemplo, el voluminoso complejo de las «organizaciones inculpadas», Gobierno del Reich, Cuerpo de los jefes políticos, SS, SD, Gestapo, SA, Estado Mayor general y Mando supremo de la Wehrsmacht. Lo cierto es que los crímenes de que eran acusadas las organizaciones se manifiestan también en otras partes del proceso, así como en las sentencias en la parte documen tal de este libro , por cuyo mo tivo lo s autor es no se repr ochan esta omisió n. Han omi tido también de un modo consciente todo aquello que hace r eferencia a la pr oblemática urídica y de derecho internacional del pro ceso y sus fundamentos. Desgr aciadamente, fig uran en este apartado los interesantes, pero extensos, discursos de la acusación y de defensa. Casi toda la literatura publicada hasta ladefecha so que bre elel pro cesointeresado de Nuremberg hace refer encia y exclusivamen te a su aspecto jurídico, modo lector por este aspecto hallaráúnic allía suficiente material crítico. Lo que llama g randemente la atención es el hecho de que la mencionad a literatura ig nor e casi de un modo completo el verdadero contenido del proceso. Por este motivo se dijeron los autores que con esta obra llenarían un vacío considerable. Es la primera vez que, a su juicio, se lleva a cabo este propósito y se explica el proceso tomando como base los documentos, las declaraciones de los testigos, los sumarios y la cronología histórica. Que otros autores no lo hayan hecho así hasta la fecha tiene sus razones muy profundas. El proceso de Nuremberg aparece en el consciente o inconscient e del pueblo alemán como una imagen poco clara, nebulosa, muy molesta en el fondo. En vez de contribuir a aclarar muchas cosas, ha sido arrumbado a un lado conjuntamente con aquel pasado tan desagradable de r ecor dar. No cabe la menor duda de que han cont ribuido podero samente a ello las circunstancias externas. En la época del proceso había en Alemania una gran escasez de papel. Los periódicos aparecían sólo dos veces a la semana y, por lo general, constaban únicamente de cuatro páginas. Por consiguiente, la información de lo que sucedía en Nuremberg hubo de quedar
limitada a un espacio muy reducido y el resultado fue unas noticias frías y escuetas. Y, desde luego, incompletas. Además, las informaciones periodísticas estaban aquellos días dominadas por un profundo resentimiento general y había que ajustarse forzosamente, a pesar de las autorizaciones concedida s a l a Prensa alemana libr e, a las dir ectrices emanad as del Go bierno militar. Publicaciones posteriores han caído en el extremo opuesto, en un intento de librar de toda culpa a los acusados, desacreditar en lo posible el proceso en sí y hacer caso omiso de las pruebas que fueron presentadas durante las sesiones. Las voluminosas memorias que se han publicado estos últimos años tienden, por razones muy comprensibles, a caer en los mismos errores. No es de extrañar, pues, que desde este punto de vista, todo el complejo se hundiera antes de tiempo. Corresponde al Süddeutscher Verlag, a la Münchner Ilustrierte y a su redactor jefe, Jochen Willke, el mérito de haber accedido a las proposiciones del autor y haber contribuido a acabar, de una vez para siempr e, con este tab ú llamado «Proceso de Nuremberg». Confesemos sinceramente que todos los interesados experimentaron, cuando fueron dadas a la publicidad las primeras notas en octubre de 1957, un íntimo temor por la posible reacción de la opinión pública alemana ante esta «delicada intervención», pero el éxito obtenido y el interés demostrado por todos ha confirmado plenamente lo que se había previsto: la verdad clara y objetiva abre todas las puertas. ¡La verdad clara y objetiva!... Los autores no se han dejado llevar un solo momento por la fantasía ni por sus sospechas y de un modo riguroso han dejado a un lado todo lo novelesco. Todos los datos son históricos, incluso las manifestaciones y las reacciones de los personajes han sido confirmadas por testigos oculares, y todos los detalles han sido comprobados, incluso las palabras pronunciadas por unos y o tros. Para lo gr ar esta exactitud y esta fidelidad document al, los autor es, además de l pr ofundo estudio de los sumarios y de toda la literatura que hace referencia a los mismos, han realizado muchos viajes por el país y el extranjero para visitar y consultar las fuentes y los archivos más lejanos, han entrevistado a todos los que actuaron en el proceso: abogados, testigos y funcionarios del tribunal y de la cárcel. Y así han recogido detalles, han escuchado viejas cintas magnetofónicas con las voces que se oyeron durante el proceso y han descubierto unos expedientes que no habían sido dados a la publicidad. Uno de los autores, Heydecker, ha hecho uso de sus propias experiencias y de su conocimiento del ambiente, ya que en los diez meses que duró el proceso trabajó como periodista y comentarista de la radio en la sala del tribunal. La presente edición ha sido revisada a fondo. En parte ha sido condensada, pero en parte ha sido considerablemente ampliada, después de examinar las reacciones y las sugerencias de los lectores, que en algunos casos han sido tomadas en consideración agradecidas por los autores. Los autores están de plenamente de Eque hecho todo lo yhumanamente posible par a exponer l os hechos un modo convencidos desapasionado. s suhan deseo que al final del libro, cuando se da cuenta de la sentencia, los lectores emitan su juicio. El proceso ante el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg pertenece ya a la historia. Sin embargo, sigue vivo en el presente y en el futuro. Las ideas que en 1945 sugería el proceso se desprenden de las propias palabras que, en el mencionado discurso de apertura del juicio, pronunció el fiscal general Jackson: —La civilización moderna ofrece a la humanidad medios incalculables de destrucción... Buscar refugio en una guerra, sea la guerra que sea, es querer salvarse por unos medios esencialmente crim inales. La guerr a es ir remi siblemente una cadena de muertes, de abu sos, de pér didas de libertad y destrucción de bienes propios y ajenos... El sentido común exige que la justicia no se contente con castigar los delitos menores de que se hace culpable al hombre de la calle. La justicia ha de llegar hasta aquellos hombres que se arrogan un gran poder y que, basándose en el mismo y después de previa consulta entre ellos, provocan una desgracia que no deja inmune ningún hogar de este mundo... El último recurso para impedir que las guerras se repitan periódicamente y se hagan
inevitables por ignorancia de las leyes internacionales, es hacer que los estadistas sean responsables ante estas leyes. Y levantando la voz añadió : —Permítanme que me exprese con claridad... Esta ley vamos a aplicarla aquí primeramente contra los agresores alemanes, pero establece ya, si ha de servir de alguna utilidad, una enérgica condenación de los ataques que puedan desencadenar otras naciones, sin excluir las que ahora se sientan aquí para juzgar. Estas esperanzas no se han visto cumplidas, como muchas otras que aquellos días estaban, al parecer, tan justificadas cuando la fundación de las Naciones Unidas y los planes para un Gobierno mundial, haleyes sido internacionales..., reprochado numerosas vecesdealtoda proceso intento de hacer prevalecerlelas en contra lógicadey Nuremberg también de yunsumodo injusto, y esta es la opinión de los autores, a pesar de Corea y de Indochina, de Suez, Hungría y África del Norte. Nuremberg no puede ser borrado ya de la historia del derecho y tampoco de la historia de la humanidad. Mientras l os pueblos se esfuercen por asentar sus relacio nes sobre el derecho y las leyes y renunciar a la mutua destrucción, el proceso, a pesar de todos los reveses y acontecimientos cotidianos, cont inuará en vigo r. El profesor de derecho internacional alemán, doctor Hermann Jahrreiss, dijo en su discurso fundamental ante el Tribunal Militar Internacional: «Los reglamentos de este tribunal presuponen un Estado universal. Son revolucionarios. Tal vez entrañen la confianza y el deseo de los pueblos de un futuro mejor». Así sea. Para aquellos cuyos pensamientos no van dirigidos a un futuro lejano e incierto, que se preguntan por qué motivo renacen aquí los sombríos espíritus del pasado, reproducimos unas palabras de Jackson dirigidas al presente, a nuestra generación, a una Alemania humillada, cargada de vergüenza, difamada, desangrada y destruida: «En rigo r, lo s alemanes, como todo el m undo, han de saldar cuent as con lo s acusados.»
LA GRAN BATIDA
1. ¿Puede ser fusilado Adolfo Hitler? Si un soldad o br itánico se encont rara con Hitler, ¿ debería fusilarlo o apr esarlo vivo? Esta pregunta fue planteada el 28 de marzo de 1946 en la Cámara de los Comunes inglesa por el diputado labo rista Ivor Thomas, de Keighley. Pocos minutos antes había anunciado el ministro de Asuntos Exteriores, Anthony Eden, que Adolfo Hitler era considerado el principal criminal de guerra por parte de los aliados. Figuraba al frente de una lista que había sido confeccionada por la Comisión de Criminales de Guerra, en Londres. —Esta decisión corresponde única y exclusivamente al soldado británico que se encontrara en este caso —co ntestó Eden. Risas y aplausos. En la Cámara de los Comunes, en Inglaterra y en todo el mundo sabían que había sonado la última hora para Alemania. No er a posible co ntener ya el avance de las tro pas americanas, inglesas y soviéticas. Con las tropas avanzaban también los especialistas del Servicio de Información, cuya misión era descubrir y apresas a los Big Nazis. La Comisi ón par a Crimi nales de Guerr a había anota do un mill ón de alemanes en su lista. Todas las ruinas, todas las granjas rurales, todos los campos de prisioneros, todos los trenes de fugitivos y todos los convoyes en las carreteras habían de ser registrados en busca de aquellos criminales de guerra. —Ha empezado la batida de seres humanos más grande de la historia entre Noruega y los Alpes bávaros —anunció Eden en la Cámara de los Comunes. Sabía bien lo que decía. Nunca habían sido buscados y perseguidos al mismo tiempo un millón de seres humanos. Pero los hombres que más tarde habían de sentarse en el banquillo de los acusados de Nuremberg no habían sido hallados todavía. En el caos del hundimiento alemán ni los criminalistas de los Estados Mayores del general Eisenhower y del mariscal de campo Montgomery podían forjarse una imagen clara. Nadie sabía lo que había sido de Hit ler, Goebbels, Rib bentro p, Bormann o Goer ing. 2. «Cobran» al ministro del Interior, Wilhelm Frick. — El comentarista de la radio, Hans Fritzsche, ofrece la capitulación de Berlín. — El doctor Josef Goebbels no se sienta en el banquillo de los acusados Wilhelm Frick, el antiguo ministro del Interior del Reich, fue capturado cerca de Munich por oficiales del Séptimo Ejército americano. Así se leía en el comunicado. De los demás faltaban todas las huellas.
¿Cuál era la situación en Berlín? A las once de la mañana del 21 de abril de 1945, la ciudad temblaba bajo una capa de polvo que subía desde las r uinas, nubes de humo y una pegajosa neblina. Por las calles cor rían desconce rtados y aterrorizados decenas de millares, centenares de millares de fugitivos. La sangrienta escoba de los rusos avanzaba hacia el oeste. Las Juventudes Hitlerianas e infinidad de mujeres y ancianos construían obstáculos en las calles. El frente se anunciaba con renovado tronar de cañones. El humo se elevaba hacia el cielo desde los barrios de la ciudad arrasados por las sombras. El olor putrefacto del hundimiento se cernía sobre Berlín. A través las grietas las ventanas tapadas ycon un fresco viento en la sala privada de prode yecciones delde ministro de Educación Procartones pagandapenetra del Reich, en la He rmann-Goering Strasse. Las explosiones cercanas han hecho caer trozos del estucado de los techos y de las paredes. Los valioso s sillo nes están cubiertos de pol vo. En la penumbra de la inhóspita sala se han reunido dos docenas de hombres. Cinco velas iluminan déb ilmente los r ostro s hundidos y g raves de lo s pr esentes. Ya no hay cor riente eléctrica. Este es el ambiente, el escenario donde celebra su última conferencia el doctor Josef Goebbels con sus colaboradores. Todos los detalles, todas las palabras pronunciadas en aquella ocasión han sido co rr obor adas por un test igo ocular..., por el futuro acusado en Nuremberg , Hans Fritzsch e. El ministro lleva traje negr o. Va vestido co rrectamente. El cuello blanco de su camisa brill a a la luz de las velas, y Fritzsche, el comentarista de la radio, opina que aquello es un violento contraste con aquel inhóspito salón y la cruel destrucción de que ha sido víctima toda la ciudad. El doctor Goebbels se deja caer en un sillón y empieza a hablar. De un modo indolente ha cruzado una p ierna sobr e la otra. Lo que dice no puede considerarse en modo alguno una conversación con sus colaboradores. Sus palabras van dirigidas a un público muy distinto. Habla de un juicio condenatorio contra todo el pueblo alemán y dice a lgo de traició n, de cobardía. —El pueblo alemán ha fracasado —afirma Goebbels—. En el Este huye y en el Oeste impide que los soldados puedan cont inuar luchand o y recibe al enemigo con banderas blanca s. Su voz suena como si estuviera habland o en el Palacio de lo s Depor tes: —¿Qué puedo hacer yo con un pueblo cuyos hombres ni siquiera luchan cuando sus mujeres so n violadas? Vuelve a serenarse y una mueca ir ónica se dibuja en las comisur as de sus labios. —En fin —dice en un tono muy bajo—, el pueblo alemán ha elegido por sí mismo su destino. Recuerden ustedes el plebiscito de noviembre de 1933, cuando Alemania abandonó la Sociedad de Naciones. Entonces todo el pueblo alemán, en unas elecciones libres, se declaró contrario a una política de sumisión y se decid ió po r una política enérgi ca para el futuro. Mueve ligeramente la mano y añade: —Pero esta política ha fracasado. Uno o dos de sus colaboradores tratan de interrumpirle. Pero él les dirige una helada mirada y les oblig a a guardar silencio. S in hacer el menor caso de sus d emostracio nes, continúa su discurso : —Sí, es posible que esto sea una so rpresa par a muchos, incluso para mis colaboradores. Pero yo
no he obligado a nadie a colaborar conmigo, del mismo modo que tampoco hemos obligado al pueblo alemán. El pueblo nos confió esta misión. ¿Por qué han colaborado ustedes conmigo? Ahora les cor tarán el cuello. Goebbels se pone de pie. Sonríe imperceptiblemente ante la palidez o el sonrojo que han provocado sus cínicas palabras, sus últimas palabras, en los rostros de los presentes. Se acerca, cojeando, a la puerta decorada en oro de la sala de proyecciones, se vuelve otra vez y dice con un tono patético: —¡Cuando nos retiremos del escenar ios, temblará el mundo entero! Tiembla la puerta que cierra de golpe a sus espaldas. Todos los presentes se han puesto en pie. Todos silencio. Todos miran Todos saben que ha sonado la última hora. Se suben elguardan cuello de lo s abrig os y se salen a lacohibidos. calle. La artillería rusa bombardea el barrio gubernamental con piezas de gran calibre. Fritzsche corre arrimado a las paredes, que amenazan derrumbarse, avanza por entre las ruinas y los callejones. Parece como si hubiera despertad o de un sueño. Cor re a través de Be rlín en busca de u na persona que le pueda dar una información exacta sobre la situación y, finalmente, vacilante e indeciso, vuelve a la residencia del doct or Goebbels. Pero allí ya no encuentra más que unos oficiales de las SS que maldicen su mala suerte y dos secretarias que corren de un lado para otro sin un objetivo determinado por aquellas habitaciones vacías, mesas y armarios revueltos y maletas abandonadas. El jefe de la oficina del Ministerio, Curt Hamel, se ha puesto el sombrero el abrigo, pasos. Cuando ve a Fritzsche le dicey casi sin voz:pero no sabe qué hacer, ni hacia dónde dirigir sus —Goebbels se ha ido al «bunker» del Führer. Todo ha terminado... Estas han sido sus últimas palabras. Los rusos están en la Alexanderplatz. Voy a intentar llegar a Hamburgo. ¿Me acompaña usted? Tengo una plaza libre en mi coche. Fritzsche r echaza el o frecimi ento. Quiere quedarse en Berlí n. Sale del Ministerio de Pro paganda y disuelve el Departamento de Radio, despide a todos sus colaboradores. Después saca su «BMW» del garaje y se dirige a la Alexanderplatz para comprobar por sí mismo si realmente los rusos han avanzado hasta allí. Pero un intenso fuego de artillería y un fuerte tiroteo entre carros de combate le oblig a a r etroceder. En la emisor a se entera de que ha de cont inuar la defensa de Be rlín. El núcleoacoplado central de la ciudad todavía. Fritzsche, que tieneanuncia pegadolaelmuerte oído adeunHitler. receptor que funciona a una batería,resiste oye que la emisora de Hamburgo Con el secretario de Estado, Werner Naumann, del Ministerio de Propaganda, corre a la Cancillería del Reich. Ha tomado una decisión. Berlín ha de capitular sin perder ya un solo minuto. Pero por el momento no se atreve aún a someter su plan a la consideración de Martín Bormann. Lo único que pretende Frietzsche es convencer a Bormann de la necesidad de poner fin, de una vez para siempre, a las represalias que carecen ya de todo sentido en aquellos momentos. Se juega la cabeza, lo sabe, pe ro log ra per suadir al podero so lugar teniente de Hitler. En el jardín del «bunker» del Führer, entre muros ennegrecidos, entre bidones de gasolina y documentos secretos quemados —¿o acaso se trata de algo muy distinto?— reúne Bormann a unos cuantos oficiales de las SS y les ordena en presencia de Fritzsche: —El «Werwolf» ha sido disuelto. Todas las «acciones Werwolf» deben cesar a partir de este momento y también las ejecuciones. Fritzsche vuelve al Ministerio de Propaganda. A las once de la noche todos los que se encuentran
todavía en el «bunker» de la Cancillería van a intentar huir de Berlín. Y entonces será Fritzsche, en su calidad de director ministerial, el funcionar io de más cate go ría del Reich en la capit al alemana. Y con esta representación ofr ecerá al mar iscal Geor gi Schukow la cap itulación de Berlín. Informa de su decisión a los hospitales de guerra y a las unidades de la Wehrmacht, con las que puede ponerse en comunicación. Luego dirig e una carta al mar iscal soviético. E l traductor intérpr ete Junius, de la Agencia de I nfor mación alemana traduce la carta al r uso. En aquel momento abren violentamente la puerta. El general Wilhelm Burgdorf, el último ayudante de Hitler, entra en el sótano con los ojos bril lantes de ira. —¿Pretende capitular usted? —grita a Fritzsche. —Sí —contesta el Director ministerial secamente. —¡En este caso dispóngase a morir! —ruge Burg dor f—. El Führer ha prohibido expresamente la capitulación en su testamento. ¡Hemos de luchar hasta el último hombre! —¿Y también hasta la última mujer ? —replica Fritzsche. El general saca su pist ola de la funda. Pero Fritzsche y un técnico de la emisor a son más r ápidos. Se abalanzan sobre Burgdorf. Suena el disparo, pero la bala queda incrustada en el techo. Fritzsche y el técnico echan a B urg dor f a empellones. Burgdor f intenta volver a la Cancillerí a. Pero por el camino vuelve el arma co ntra sí y se quit a la vida. La carta de Fritzsche llega, efectivamente, a través de la línea de combate, al alto mando ruso. A primeras horas de la mañana del 2 de mayo aparecen los parlamentarios ante el Ministerio de Propaganda: un teniente coronel y varios oficiales rusos y un coronel alemán que les ha servido de guía. El mariscal Schukow invita a Fritzsche a ir a su puesto de mando. En silencio cruza el pequeñ o gr upo las calles de Berlín, que no tienen y a ningún parecido co n la antigua capital. Cadáveres de soldados, vehículos incendiados, caballos muertos, alambres retor cidos, miembr os de las Juvent udes Hitlerianas caídos, ar mas abandonad as, utensilios domésticos destrozados y aberturas de sótanos malolientes obstaculizaban la marcha de los parlamentarios. La estación de Anhalt forma la línea de combate. Un «jeep» ruso los está esperando. ¿Qué aspecto o frece el otro lado, donde ha en trado ya el Ejército Rojo ? —En dos guerras mundiales he sido testigo de muchas escenas bélicas —declar ó Fritzsche posteriormente—. Pero nada se puede comparar con el cuadro que se me ofreció en el corto trayecto entre el Wilhelmplatz y Tempelhof, que tardamos en recorrer algunas horas. No puedo describir las escenas que se sucedieron cada vez que los rusos entraban en una casa o en unos sótanos o en un «bunker». Y tampoco la desesperación que impulsaba a aquellas mujeres a arrojarse con sus hijos por las ventanas de sus casas para escapar de las manos que se tendían ya hacia ellas. Las ruinas y los incendios, los cadáveres y los rostros de los muertos daban una idea exacta de lo que había ocurrido allí. Yo no tenía más que un deseo, que una de aquellas granadas que no había estallado explotara en aquel pr eciso instan te y me ahor rar a el hor rible espectáculo que est aban viendo mis o jos. A la entrada del aeropuerto de Tempelhof, condujeron a Fritzsche a un edificio bajo donde se había instalado el mando so viético. Allí fue infor mado el Dir ector ministerial que otro de los últimos comandantes de Berlín, el gener al Helmut Weldling, había llegado ya allí para invitar por radio a lo s berlineses a capitula r:
«El 30 de abril de 1945, el Führer, al que habíamos prestado juramento de obediencia, nos ha abandonado. Por orden del Führer os creéis todavía en la obligación de luchar por Berlín a pesar de que la falta de armas pesadas y de municiones y la situación general indican claramente que la lucha es ya inútil. Cada hora que continuéis luchando, prolongará horriblemente los padecimientos de la población civil, de nuest ro s herido s. De acuerdo con el alto m ando de las tropas so viéticas os i nvito, por consiguiente, a cesar inmediatamente en la lucha.» La misión que se había impuesto Fritzsche a sí mismo quedaba ya superada por el paso que en el mismo sentido había dado W eldling. P ero los ruso s querían saber ahora cosas muy distint as de él. El 4 de mayo lo invitaron a acompañarles en un coche. Se dirigieron a una pequeña población situada entre Berlín y Bernau. Los oficiales rusos y Fritzsche bajaron a unos sótanos húmedos. Los departamentos apenas estaban iluminados. Allí se le ofreció a Fritzsche un cuadro horrendo. En el suelo yacía un cadáver casi desnudo. El cráneo estaba quemado, pero el cuerpo se mantenía bien conservado. D el unifor me sólo quedaba el cuello co n la insignia de or o del partido. Al lado de este cadáver había los de cinco niños. Con sus camisones de dormir, parecía que estuvieran durmiendo pacíficamente. Hans Fritzsche comprendió en el acto. Eran el doctor Josef Goebbels y sus hijos. Se sintió tan atónito, tan aterrado ante aquella visión, tan amargado por aquella decisión de su antiguo jefe que de aquella manera tan cobar de había r ehuido su r esponsabilidad, qu e en su confusión y desconcier to no vio también el cadáver de una mujer, con toda seguridad el de Magda Goebbels. Los rusos se dieron por satisfechos con aquella identificación. Fritzsche volvió al aire libre... pero no a la libertad. Los ruso s lo encerr aro n en unos sótanos en F riedrischgen en compañía de otros alemanes. Situación extraña que unos días más tarde un oficial ruso pretende convertir en legal sacando un papel muy arrugado de su bolsillo y leyendo con evidente esfuerzo tres palabras en alemán: —Queda usted detenido. Había de pasar mucho tiempo antes de que Fritzsche recobrara la libertad. Su destino lo condujo a Moscú, a la cárcel de la Lubjanka y desde allí al banquillo de los acusados de Nuremberg.
3. Elaliados mariscal del Reich, Hermann Goering, acusado número uno, escapa a la muerte y es detenido por los La gran batida humana estaba lanzada. De un modo muy intenso en los Alpes bávaros. En los mapas de los ali ados se cent raba toda la atención en dos r egio nes principales: e n el Nor te, en la zo na entre Hamburgo y Flensburg, y en el Sur, en la región de Munich hasta Berchtesgaden. Desde Berlín en llamas un grupo de perso nalidades había intentado abrir se paso para lleg ar hasta el gr an almirante Doenitz. Himmler, Ribbentrop, Rosenberg y Bormann parecían formar parte del grupo. A los demás se les creía en Baviera. En el puesto de mando de la 36 División del 7.º Ejército americano no se experimentó ninguna sorpresa cuando, la mañana del 9 de mayo, se presentó un coronel alemán al centinela de guardia. Los americanos sabían que allí, en los Alpes, se habían refugiado gran número de tropas alemanas que pretendían operar por su propia cuenta y riesgo y ahora, cuando empezaban a reconocer que la lucha era ya completamente inútil se presentaban al enemigo para anunciar su rendición. Pero en este caso se trataba de algo muy distinto.
El coronel alemán dio su nombre: Bernd von Brauchitsch. Y añadió: —Vengo como parlamentario en nombre del mariscal del Reich Hermann Goering. Los centinelas americanos actuaron rápidamente al oír este último nombre. Era evidente que su división iba a tener el honor de apresar uno de aquellos «peces gordos». El coronel von Brauchitsch fue acompañado en un «jeep» al mando de la división. Allí habían anunciado ya por teléfono la llegada del emisario alemán. No le hicieron esperar un solo momento. E l co ro nel de la división, gener al Robert J. St ack, reciben al inst ante al alemán. Bernd von Brauchitsch comunica a los generales americanos que ha recibido el encargo de Hermann Goering de comunicar a los americanos que está dispuesto a entregarse. El mariscal del Reich, añadió Bernd von Brauchitsch, se hallaba en aquellos momentos en un lugar cerca de Radstadt. Goering se encontraba en una situación muy delicada. Sobre su cabeza se cernía la condena que Hitler había lanzado contra él antes de morir y cabía preguntarse si, a pesar de la derrota, no habría aún algún fanático de las SS dispuesto de ejecutar la orden de fusilamiento. «Mi Führer, ¿da usted su consentimiento para que, después de haber tomado usted la decisión de continuar en Berlín y basándome en la Ley del 29 de junio de 1941, asuma yo la dirección general del Reich con plenos poder es para todas las cuest iones interio res y exterio res?», había t elegr afiado hacía pocos días Go ering a Hitler al «bunker» de la Canc iller ía. «Si no r ecibo r espuesta alguna hast a las 22 horas, supondré que se ve usted privado de libertad de acción y entonces daré como válida la ley.» La respuest a fue r ecibida an tes de las 22 hor as, pero el destinatario era o tro. Decía lo siguiente : «Goering ha sido destituido de todos los cargos, incluso de la sucesión a Hitler, y debe ser detenido donde se encuentre, acusado de alta traición.» Y se añadía que «el traidor del 23 de abril de 1945 debía ser ejecutado cuando dejara de existir el Führer ». Más tarde, el último jefe del Estado Mayor de la Luftwaffe, general Karl Koller, declaró: —Las SS se sentían, al parecer, intimidadas de hacer uso de la fuerza frente al mariscal del Reich. —Fui conducido a una habitación donde estaba un oficial —declaró Goering cuando fue interrogado en Nuremberg—. Delante de la puerta había una guardia de las SS. Luego me llevaron con toda mi familia, el 4 ó 5 de mayo, después del ataque aéreo contra Berchtesgaden, a Austria. Las tropas las SS.de la aviación cruzaban por las calles de la ciudad... se llamaba Mautendorf... y me liberaron de El general Koller, bajo cuya cust odia estab a Go ering a partir de aquel mo mento, estaba en terado de la or den de ejec ución dada por Hitler. —No quise que se cometier a un asesinato —le dijo a su defensor en Nuremberg, Werner Bro ss —, siempre he sido contrario al fusilamiento de los enemigos políticos. La or den no llegó a cumplirse. El sargento de la Luftwaffe alemana, Anton Kohnle, que montaba la guardia en el palacete de caza de Mautendorf, donde estaban detenidos Goering y su esposa, su hija, su criado, su doncella y su cocinero, fue uno de los primeros en volver a ver al mariscal. —Le di el parte y él se quedó mirándome muy extrañado y me examinó de pies a cabeza. Me preguntó de dónde era y me dijo a continuación, como si estuviéramos hablando en plan de amigos, que todo habría sucedido de un modo muy distinto si le hubiesen hecho caso a él. Y añadió que ahora que había terminado la guerra, él, mariscal del Reich, quería tomar en sus manos el gobierno de la
nación. Kohnle añadió: —Cuando después de estas palabr as, Goering se hubo separado unos veinte pasos de donde estaba yo, lo vi caer al suelo. Tuvimos que hacer gr andes esfuerzos par a poner en pie a aque l gigante. Goering era muy aficionado a las drogas y sospecho que su desvanecimiento fue debido a que durante los días que estuvo en poder de las SS no le dejaron tomar la dro ga. Un testigo ocular nos cuenta, libre de todo apasionamiento, la detención y la liberación de Goering. El mariscal del Reich no podía saber entonces qué curso seguirían los acontecimientos. ¿Acaso las SS no podrían arrepentirse de su generosidad, volver sobre sus pasos y ejecutarle tal como se les había or denado? En este caso er a prefer ible buscar la pr otección de los aliados. Había llegado el momento. El general Stack fue personalmente al lugar que le había sido señalado por el coronel von Brauchitsch. En el cruce de una ca rr etera de tercer or den se encontrar on el «jeep» del americano y el «Mercedes» blind ado de Go ering . Los dos coches se detuvieron a prudente distancia uno del otro. El general bajó del «jeep» y Goer ing de su coche. Goering llevaba ligeramente el bastón de mando en señal de saludo y avanzó unos pasos en dirección al amer icano. El general Stac k se llevó la mano a la g or ra y avanzó igualmente u nos pasos. Todo se d esarr olló con una gr an cor rección. A media distancia entre los dos coches, en plena carretera, los dos hombres se paran, se presentan a sí mi smos y se estrechan las manos. Al general Stack este apretón de manos le sería reprochado más tarde muy duramente. Aquel saludo cor recto provocó general indigna ción. —¡Ha estrechado la mano de un criminal de guerra! —¡Shakehands con un asesino! En los Estados Unidos y de un modo especial en la Gran Bretaña los periódicos tratan el caso con grandes titulares. Provocan tanto escándalo que incluso el general Eisenhower se ve obligado a expresar oficialmente su pun to de vista a través del ministro de la Reconst rucción, l or d Woo lton, que declara en la C ámara de los Lor es: —La guerra no es un juego que termine con un apretón de manos. Pero el general Stack no sabía, claro está, en aquellos momentos hasta qué punto le amargarían la vida por aquel saludo. Por el momento cree que esta es la forma de proceder a la que está oblig ado. Goering fue conduc ido al puesto de mando de la División, donde el gener al Dahlquist tomó bajo su custodia personal al preso. Mientras tanto el Cuartel general del 7.º Ejército había sido informado ya y el jefe del Servicio de Información, general William W. Quinn, había prometido trasladarse sin pérdida de tiempo al puesto de mando de la División para ver de cerca a aquel legendario personaje. El comandante de la 36 División tuvo algún tiempo para charlar a solas con Goering. John E. Dahlquist era un veterano, un hombr e abierto y apolítico. Sin emba rgo , quedó altamen te sor prendido por lo que le dijo Goer ing ya a los pocos minutos de hablar con él. —Hitler era un hombre obstinado —le dijo el mariscal del Reich—. Rudolf Hess, un personaje muy excéntrico y Ribbentrop, un granuja. ¿Por qué nombraron ministro de Asuntos Exteriores a
Ribbentrop? En cierta ocasión me informaron de un comentario de Churchill que decía más o menos lo siguiente: «¿Por qué me mandarán siempre a ese Ribbentrop y no a ese buen muchacho que es Goering?». Bien, aquí me tienen. ¿Cuándo me acompañarán ustedes al Cuartel general de Eisenhower? Dahlquist se enteró en aquella ocasión de que Goering creía sinceramente poder negociar con los aliados como representante de Alemania. Goering no podía darse cuenta de lo lejos que se encontraba de la realidad. ¿Acaso aquel hombre que había sido el más poderoso en Alemania después de Hitler no comprendía la situación en la que se encontraba? Empezó a hablar de su poderosa arma aérea, sin sospechar que a aquella misma hora su sucesor en el cargo, mariscal campo Robert Ritler von Greim, era apresado en Kitzbühel y se presentaba a síelmismo conde unas palab ras ya clásicas: —Soy el jefe de la Luftwaffe alemana... pero no tengo ya ninguna Luftwaffe. —¿Cuándo seré recibido por Eisenhower? —preguntó Goering otra vez. —Ya lo veremos —dijo Dahlquist rehuyendo la respuesta. Después de estas palabras, Goering hizo honor a un pollo asado con puré de patata y judías verdes que le habían servido. Con un apetito que llenó de asombro al general Dahlquist, terminó el mari scal del Re ich la comida, pidió co mo po stre una en salada de fr utas y elog ió el café americano. «Era la misma comida que aquel día les fue servida a todos los soldados americanos», comunicaron luego oficialmente desde el Cuartel general de Eisenhower en vista de la indignación que había provocado aquel menú a Goering . El oficial del Servicio de Información del 7.º Ejército, general Quinn, ordenó a su llegada que Goering fuera alojado en una casa particular, en Kitzbühel. Siete soldados de Tejas, veteranos de Salerno y Monte Cassino, acompañaron al mar iscal de campo a su nuevo aloj amiento. Por el camino se volvió sonr iente a uno de sus acompañant es: —¡Vigiladme bien! Pronunció estas palabras en inglés, pero los soldados del grupo de choque no estaban para bromas. —Lo que le contestaron a Goering, no lo puedo repetir —confesó un periodista amer icano que acompañaba al grupo. Desde luego, lo s perio distas fuero n los pr imer os en lleg ar. La noticia de que Goer ing había sido detenido había puesto en movimiento a los corresponsales de guerra en toda la región. Todos acudiero n al lugar, pues Quinn, siempre amable con la Pr ensa, les ha bía pro metido una entrevista con el mariscal. Hermann Goering inspeccionó, muy satisfecho, las habitaciones que habían puesto a su disposición. Mientras tanto había llegado también su familia. Y todo su equipaje en diecisiete camiones, como si se encontrara en un hotel. El mariscal tomó un baño y a continuación se vistió lentamente, como tenía por costumbre, y se puso su uniform e prefer ido, el de colo r gr is claro . Sentía una debilidad por los galones de oro. ¡Qué diferente t odo aquello de lo que ocurr ía en los campamentos donde cent enares de miles de soldados alemanes se apretujaban bajo la lluvia y en el barro, sin víveres, sin agua potable, sin instalaciones sanitarias! Pero no es probable que Goering pensara en la miseria que estaban sufriendo los soldados
alemanes. Se había afeitado, estaba de excelente humor. Con su paso elástico salió de la casa y saludó indolente con la mano a l as docenas de repor teros que le estaba n esperando. Los cor responsales habían for mado un semicír culo. Frente a la casa, junt o a una pared, hab ía una mesa redonda y un sillón. Allí había de tomar asiento el preeminente prisionero de guerra. Se montó un micró fono. Los «flash» d e los aparatos fotogr áficos disparaban cont inuamente. —Mariscal, sonría usted... —Vuelva la cabeza hacia aquí. —Gracias. —Otra con la por favor... Goer ingfoto se puso la gorra gor ra puesta, con la visera bor dada de oro . Se mostraba impa ciente. —Por favor, dense prisa —dijo a los fotógrafos—. Tengo hambre. Empezaro n las pr eguntas. Primero , las de co stumbre: ¿Dónde est á Hitler? ¿Cree que ha muerto? ¿Por qué no intentaron un desembarco en Inglaterra? ¿Qué potencia tenía la Luftwaffe cuando empezaron las hostilidades? —Creo que era el arma aér ea más potente del mundo —contestó Goering, muy orgulloso. —¿Con cuántos aviones contaba usted aproximadamente? —preguntó uno de los periodistas. —De eso hace seis años —dijo Goering—, y no estoy preparado para responder a esta pregunta. Ahor a no puedo decir cuántos aviones ten íamos. —¿Ordenó usted el bombardeo de Coventry? —Sí. Coventry era un centro industrial. Fui informado de que había allí gr andes fábricas de aviones. —¿Y Canterbur y? —El bombardeo de Canterbur y fue ordenado por el Alto Mando como represalia por el bombardeo de una ciud ad universitaria alemana. —¿Qué ciudad universitaria? —No la recuerdo ya. —¿Cuándo pensó usted por vez primera que había perdido la guerra? —Inmediatamente después de la invasión y de haber roto los rusos el frente en el Este. —¿Qué ha sido lo que más ha contribuido a que Alemania perdiera la guerra? —Los ininterrumpidos ataques desde el aire. —¿Fue Hitler debidamente informado de que no había esperanzas de g anar la guerra? —Sí. Algunos militares le dijeron que podría perderse la guerra. Hitler reaccionó de un modo negativo y posteriormente fueron prohibidas todas las conversaciones que hicieran referencia a esta posibilidad. —¿Quién las prohibió? —Hitler, personalmente. Ni siquiera quería admitir la posibilidad de que pudiera perderse la guerra. —¿Cuándo prohibió que se hablara de ello?
—Cuando la gente empezó a hablar, a mediados de 1944. —¿Cree usted que Hitler ha nombrado sucesor suyo al almirante Doenitz? —No. El telegrama a Doenitz ha sido fir mado por Bormann. —¿Por qué un personaje tan oscuro como Bormann ejer ció una influencia tan gr ande sobre Hitler? —Bormann se pasaba los días y las noches al lado de Hitler y lo fue influenciando paulatinamente hasta domi narlo por completo. —¿Quién ordenó el ataque contra Rusia? —Hitler en persona. —¿Quién era responsable de los campos de concentración? —Hitler. Todo s los que tenían algo que ver con esos campos estaban a las órdenes directas de él. Los o rg anismos estat ales no tenían na da que ver con esos campos. —¿Qué futuro le espera a Alemania? —Si no se encuentra una posibilidad de vida para el pueblo alemán, preveo un futuro muy negro para Alemania y para todo el mundo. Todo el mundo desea la paz, pero es difícil saber lo que sucederá. —¿Desea el señor mariscal de campo exponer algo personal? —Deseo que se ayude al pueblo alemán y estoy muy agradecido a este pueblo por no haber arr ojado las arm as cuando sabía que t odo estaba ya perdido. Los corresponsales se alejaron corriendo. Querían mandar la entrevista lo antes posible a sus periódicos. Pero tuvieron mala suerte. El censor del Cuartel general aliado no transmitió los telegramas por orden expresa de Eisenhower. No hubo apelación posible. Nueve años más tarde, en mayo de 1954, el general Quinn publicó un resumen taquigráfico que se había mantenido secreto de esta conferencia de Prensa. Una pregunta hecha a Goering antes de la conferencia de Prensa llegó a los periódicos americanos a pesar de la censu ra. —¿Sabe usted que figura en la lista de criminales de guerra? —No —contestó Goering—. Me sorprende, pues no veo el motivo por qué habría de figurar en ella. Se había hecho de noche. El mariscal del Reich se retiró a descansar. Aquella era la última vez que había de dormir en una cama blanda. Delante de la puerta de su habitación montaba guardia el teniente Jerome Shapiro, de Nueva York.
4. El gran almirante Doenitz se hace cargo del Gobierno A las yveintidós delcon 1.º el desig mayo de comunicado: 1945, la emisora nacional de Hamburgo sorprendió a Alemania al m undohoras entero uiente «Desde el Cuartel general del Führer nos comunican que nuestro Führer, Adolfo Hitler, ha muerto esta tarde en su puesto de mando en la Cancillería del Reich luchando hasta el último suspiro
por Alemania y contra el bolchevismo. El 30 de abril, el Führer nombró sucesor suyo al gran almirante Doenitz.» Con este comunicado, que trataba todavía de envolver el suicidio de Hitler con el manto de una muerte heroica frente al enemigo, terminaba la tragedia nacional-socialista del pueblo alemán. Al mismo tiempo empezaba un nuevo acto tras los viejos y raídos telones: la breve comedia del «Presi dente del Reich» Karl Doenitz. La trag edia se transform aba en trag icomedia. Cuatro hombr es que más tarde habían d e sentarse en el banquillo de los acusados en Nuremberg , participaron de un modo activo en este acto final, propio de una opereta, del Gran Reich alemán: el comandante en jefemariscal de la Marina alemana, almirante el jefe del Alto Mando de la Wehrmacht, generaldedeguerra campo Wilhelmgran Keitel; el jefeDoenitz; del Estado Mayor del Ejército, capitán general Alfred Jodl y el ministro de Armamentos y Municiones, Albert Speer. En Alemania reinaba el caos. Tropas americanas, inglesas, francesas y soviéticas ocupaban los últimos rincones del territorio del Reich. Millones de alemanes emprendían la huida ante la llegada del Ejército Rojo. Por las carreteras avanzaban columnas infinitas de personas desarraigadas de sus tierras. En las ciudades, las bombas arrojadas desde el aire ponían punto final a la destrucción. Los soldados abandonaban sus unidades y afluían hacia el Oeste. Fanáticos pelotones de ejecución colg aban de los ár boles a lo s desertor es. Los puentes eran vol ados. Pero en Flensb urg seguían gober nando. Allí no había ruinas ni reinaba aquel ambiente de destrucción y hundimiento total. Allí reinaba el orden. Como en los tiempos pasados, el batallón de vigilancia Doenitz montaba la guardia ante un edificio insignificante de ladrillo que externamente recordaba una escuela de un pueblo de provincias. Pero en aquel edificio se alojaba el Gobierno del Reich y el Alto Mando de la Wehrmacht. Aquel edificio era la sede del último jefe de Estado alemán. ¿Cómo se llegó a aquel curio so episodio de la histor ia alemana? Hagamo s un resumen: El 16 de abril de 1945, Doenitz estaba en Berlín. La mañana de aquel día la capital del Reich se sintió conmovida por una terr ible noticia. Al mismo tiempo todas las bate rías habían abierto fuego en el fr ente de Küstrin y Frankfurt an der Oder. E n cada kilóm etro a lo larg o de todo el fr ente vomitaban fuego seiscientas piezas de artillería. El tronar de la esperada ofensiva anunciaba el próximo fin de Berlín. En el «bunker» del Führer, en la Cancillería, la mano de Hitler recorría nerviosa el mapa. Buscaba una salida a aquella situación operando con los ejércitos que ya no existían más que en su imaginación. Walter Lüdde-Neurath, el ayudante del gran almirante Doenitz, observó detenidamente a Hitler durante aquellas horas fantásticas y más tarde dijo: —Físicamente daba la impresió n de un hombre der rotado y acabado. Parecía hinchado, y andaba muy inclinad o, sin fuer zas y muy nervioso. La situación era desesperada. Eisenhower había cercado la región del Ruhr y había aniquilado las divisiones del Grupo de Ejército B. 325.000 soldados alemanes habían sido hechos prisioneros. Las avanzadillas de los carros de combate americanos habían llegado ante Magdeburgo, Nuremberg y Stuttgart. Las tropas británicas atacaban Bremen y Lauenburg. Las tenazas del Ejército Rojo aprisio naban Berlín. Durante tres días las baterías rusas abatieron la resistencia alemana. Tres días resistieron la presió n enemiga l as baterías antiaéreas, la i nfantería, el Volkssturm, lo s escr ibientes, las tro pas de la
mari na y las fuerzas de Poli cía. Tres días. .. tres lar gos días. Hitler creía todavía en la victor ia. Con m arcada ir onía expuso su punto de vista: —Los rusos han llegado al límite de sus fuerzas. Luchan ya con soldados agotados, con antiguos prisioneros de guerra, con habitantes que han ido reclutando en las regiones que han ido conquistando, en fin, no tienen un ejército regular. La última acometida de Asia se estrellará, lo mismo que fracasará también el avance de nu estros enemigos por el Oeste... Keitel asimiló r ápidamente el tono de optimismo de su Führer y declaró m uy confiado: —Caballeros, es una vieja máxima militar que todo ataque queda detenido cuando al tercer día de haberse lanzad o la ofensiva no se ha log rado ro mper el fr ente enemigo . —Yo no comparto esa opinión —murmuró Doenitz. Y ordenó a su ayudante Lüdde-Neurath, que se evacuara en sesenta minutos el Alto Mando de la Marina de guerr a de la zona de peligr o y se trasladase a ot ro lug ar. El Ejército Rojo no hizo el menor caso de las profecías de Hitler y de las máximas militares de Keitel. Rompió el frente alemán al cuarto día de haber lanzado la ofensiva. Doenitz había procedido de la única forma correcta en aquellas circunstancias. Por si se daba el caso de que la cuña rusa y la americana dividieran Alemania en dos partes, Doenitz fue encargado por Hitler de la defensa de la región Norte. La pequeña columna de automóviles del comandante en efe de la Marina de guerra abandonó Berlín. Era medianoche. Delante iba el coche de cinco toneladas peso, a izonte pruebaelde balas, del grande almirante. el cielo se veían las luces de los reflector esdey en el hor v ivo r esplandor las bateríasEn rusas. Doenitz or denó que el pu esto de mando pr ovisio nal del Alto Mando de la Marina de guerr a fuera instalado en su r esidencia en Dahlem, cerca de Berl ín. Pero al cabo de unas hor as aquel lugar también dejó de s er seguro . Doenitz trasladó el puesto de mando a Plön. Dos días más tarde el Alto Mando de la Wehrmacht huye también de la zona de Berlín en dirección Norte, Keitel y Jodl se reúnen con sus ayudantes, oficiales, ministro s del Reich y sec retario s de Estado en Rheinsberg y desde allí siguen en dirección a Flensburg . Schleswig-Holstein se convierte así en el último escenario del último acto. El 30 de abril de 1945, a las dieciocho horas treinta y cinco minutos Doenitz recibió en Plön un radio so rprendente expedido desde la Can cillerí a del Reich en Berlín: «En sustitución del hast a hoy mar iscal del Reich , Go ering , el Führer le ha nombr ado a usted, mi Gran Almirante, sucesor suyo. Los plenos poderes por escrito están ya en camino. A partir de este momento adopte usted todas las medidas que requiera la situación actual.» El comunicad o estaba fir mado por Borm ann. La tarde sig uiente, a las quince horas diecio cho minutos, se r ecibió un segundo mensaje en Plön: «Despacho radiotelegrafiado. Gran Almirante Doenitz. ¡Jefatura! ¡Solo a transmitir por oficiales! Führer falleció ayer quince horas treinta minutos. Testamento del 29 abril le confía el cargo de presidente del Reich; Reichsleiter Bormann, cargo de ministro del Partido; ministro del Reich Seyss-Inquart, cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Reichsleiter Bormann tratará de ponerse en contacto con usted en el día de hoy para informarle de la situación. Se deja a su decisión cuándo y cómo infor mar a la tropa y a la opinión pública. » Firmaban este comunicad o Goebbels y Bor mann.
Doenitz, el nuevo presidente d el Reich, nombrado por radio , no se hizo ninguna ilusión sobr e su situación. Mandó que se certificara po r un tribunal mar cial la r ecepción y el contenid o del telegr ama. A continuación ordenó que tanto Bormann como Goebbels fueran arrestados si se presentaban en su Cuartel General. De nada le podían servir ya los altos funcionarios del Partido en aquellos momentos. Tenía que hacer la paz, y sabía que los aliados no querrían negociar con un Gobierno en el que figurar an ministro s nacionalsocialista s. El «león», como era llamado Doenitz por toda la Marina de guerra en su calidad de antiguo comandante en jefe del arma submarina, pro curó for talecer i nmediatamente su posición. Tanto las autoridades civiles como militares lo reconocieron como jefe del Estado. El Alto Mando de la incluso Heinrich las antiguo SS acatan las órdenes que por dictalo el «presidente porWehrmacht la gracia dee un telegrama». LosHimmler miembrosy del Gobierno del Reich, menos los que se encuentran en Schleswig-Holstein, dimiten sus cargos para que Doenitz tenga más libertad de acción. .. Entre los dimitidos figur an el filó sofo del Partido y «ministro del Reich para las regiones ocupadas del Este», Alfred Rosenberg, y el ministro de Asuntos Exteriores del Reich, Joachim vo n Ribbentrop. Doenitz constituyó nuevo Gobierno, un Gobierno tan apolítico como le fue posible y al que llamó precavidamente «Gobierno encargado de los asuntos del Reich». El cargo más importante lo asumió el antiguo ministro de Finanzas del Reich, conde Lutz Schwerin von Krosigk, que fue encargado de la «Dirección general», con lo que quedó convertido en una especie de Canciller del Reich al que se le confiaba al mismo tiempo las Finanzas y los Asuntos Exteriores. A Albert Speer, que más tarde había de ser uno de los acusados en Nuremberg, le fue confiado el Ministerio de Hacienda y de Producción. Claro está que tanto este como todos los demás cargos del nuevo Gobierno del Reich existían únicamente sobre el papel. Los ministerios del presidente Doenitz carecían de todo significado práctico. En una estrecha franja de terreno que no había sido ocupada todavía por las tropas aliadas, en un diminuto enclave de los nuevos cargos recordaban una representación de marionetas: ministro de Alimentación, Agricultura y Bosques, ministro de Educación, ministro del Trabajo... Karl Doenitz se enfrentaba con decisiones muy graves. Aquellos días tenía en su poder la fotocopia de un mapa. Procedía de la orden secreta inglesa Eclipse, que había sido fotografiada por el Servicio de Información alemán y que señalaba con absoluta idad laen línea demarcación re elAquello Este y elconstituía Oest e como la habían or dado Roosevelt, Churchillclar y Stalin la de Conferencia de ent Yalta. la base de la ac futura partición de Alemania. El document o secreto Eclipse informaba claramente a Doenitz y al Alto Mando de la Wehrmacht cuáles eran las r egio nes que serían ocupadas de un modo definitivo por las tropas so viéticas y cuáles por las americanas, inglesas y francesas. A sabiendas de todo esto, pensaban encauzar las negociaciones de la capitulación. Durante las discusiones internas que se produjeron en el nuevo Cuartel general del Estado y el Mando mili tar en Flensburg, se pusieron de m anifiesto unos hechos ir rebatibles : 1. En el Oeste la población saludaba la llegada de las tropas anglo-americanas como una liberación de las miserias de la guerra y de los bombardeos aéreos. 2. En el Este, por el contrario, la población huía por miedo a los rusos. Y las unidades de la Wehrmacht, que luchaban en aquel frente, tampoco querían caer en poder de los rusos. 3. Las tropas alemanas del Oeste responderían a una orden de capitulación que les fuera dada
desde arriba. Las tropas del Este, en cambio, no acatarían esta orden y tratarían de replegarse luchando hasta la línea de demarcación occidental. 4. La población del Oeste daría su conformidad a la capitulación. La población del Este la considerar ía una traición, un aba ndono de los millo nes de seres humanos que huían . Con esto se veía claro el curso que había de seguir el Gobier no Doenitz. Era preciso continuar l a lucha en el Este para cubrir la retirada del mayor número posible de alemanes al oeste de la línea de demarcación tal como había sido señalada en el documento Eclipse e impedir que cayeran en poder de los ruso s. Al mismo tiempo era convenien te iniciar en el Oeste negociaciones de capitu lación par a evitar nuevas bajas en el frente. En Flensburg creían poder ganar para esta solución al general Eisenhower, a pesartiempo de quey sabían alemanas al mismo en todosque lo los s fraliados entes. solo aceptarían la capitulación de todas las tropas Por este motivo Doenitz se decidió, según sus propias palabras, «por el Oeste cristiano y contra el Este asiático». Los acontecimien tos se pr ecipitaro n. La tarde del 2 de mayo de 1945 el capitán de corbeta Lüdde-Neurath, ayudante del gran almirante, telefoneó desde Flensburg casualmente a una casa comercial de Lübeck. Su interlocutor le pidió le hablara más alto. —¡No le entiendo en absoluto! —gritó—. ¡Vaya ruido que meten esos carros de combate! —¿Qué carros de combate? —preguntó Lüdde-Neurath. —Pues ing leses... ¿Quiere oírlos? Y el hombre de Lübeck asomó el auricular por la ventana. De este modo se enteró el Alto Mando de la Wehrmacht de que los ingleses habían roto el frente.
5. Rendición incondicional Había llegado el mo mento de tomar en serio la capitulación. Doenitz mandó al almi rante general Hans-Georg von Friedeburg, al general Eberhard Kinzel, al contraalmirante Gerhard Wagner y a otros tres oficiales al Cuartel general del mariscal de campo inglés Montgomery, establecido cerca de Lünebur. Montgomery aceptó, casi sin hablar, el ofrecimiento de capitulación. El acuerdo que firmó von Friedeburg or denaba el cese d el fuego a partir de las ocho hor as del día 5 de may o de 1945. Friedeburg siguió hasta Francia y en Reims inició conversaciones con el Estado Mayor de Eisenhower. Poco después llegaba también el capitán general Jodl. Una niña que p asaba a última hor a de la tarde por las oscur as calles de R eims vio llegar a Jodl y sus acompañantes al edificio de la Escuela de Artes Manuales, donde estaba el Cuartel General de los aliados. La niña se alejó co rriendo asustada y gr itando: —Les allemands! Les allemands! La noticia cor rió co mo reg uero de pólvor a..., mucho más que los comunicados oficiales. H abían llegado los alemanes. .., pero esta vez solo podía ser para fir mar su capitulación y la paz en Eu ro pa.
Por una niña se enteró el mundo de que terminaban seis años de penalidades, de destrucciones y de muerte... A la misma hora Jodl conversaba con el jefe del Estado Mayor de Eisenhower, Bedell Smith, sobre la capitulación en el Este. «Era evidente para nosotros —escribe Eisenhower en sus "Memorias"—, que los alemanes pretendían ganar tiempo para que el mayor número posible de sus soldados que luchaban todavía en el frente pudieran replegarse hasta nuestras líneas. Instruí al general Smith para que le dijera a Jodl que impediría el paso de los fugitivos alemanes, si era necesario por la fuerza, si no acababa de una vez aquella táctica de aplazamientos. Estaba harto de que jugaran conmigo de aquel modo.» Jodl envió a Doenitz el sig uiente telegrama: «El general Eisenhower insiste que firmemos hoy mismo. En caso contrario, serán cerrados los frentes alemanes incluso para aquellas personas que quieran rendirse individualmente y todas las negociaciones ser án ro tas. No veo otra so lución que e l caos o la fir ma.» En la fría aula de un colegio de Reims fue firmada la rendición incondicional el 7 de mayo de 1945. El corresponsal de guerra americano Drew Middleton fue uno de los pocos que pudieron presenciar aquel act o histór ico. Lo explicó así: —Había en la habitación una gr an mesa sin nada encima. En cada puesto un lápiz afilado junto a un cenicero, a pesar de que nadie fumaba. Estaban presentes el teniente general Walter Bedell Smith, en representación del general Eisenhower; el mayor general François Sevez, en representación del general Alphonse-Pierr e Juin, y el mayor g eneral Iwan Suslopar ow, por el mando soviético. «Jodl lucía la Cruz de Caballero. Su rostro carecía de expresión, pero se mostró arrogante y sus ojo s bril laban. Antes de fir mar adoptó la posición de fir mes y dijo en alemán: «—Mi general, deseo decir unas palabras... Con esta firma, el pueblo y la Wehrmacht alemana se entregan por entero al vencedor. En esta hora solo me cabe expresar la confianza de que el vencedor sabrá tratarlos con generosidad. «El general Smith se quedó mirándolo con una expresión de cansancio y no contestó. A continuación fir maro n el document o. Eran las 2 horas y 41 minutos. Jodl fue acompañado al despacho de Eisenhower. El comandante en jefe americano le preguntó por medio de un int érpr ete: —¿Están clar os para usted todos lo s puntos del documento? —Sí —contestó Jodl. —Le hago responsable, oficial y personalmente, si se infr inge alguno de estos puntos del documento de capitulación —dijo Eisenhower—. Incluso aquellos que hacen referencia a la rendición oficial frente a Rusia. Esto es todo. Jodl saludó, dio media vuelta y salió. La guerr a había terminado. Lo que ocurrió el día siguiente en el Cuartel general soviético, en Berlín-Karlshorst, es solamente una ratificación. E al mariscal general de campo Wilhelm el había empr endido el vuelo desde Flensburg a Berlín par fir mar allí el segundo document o deKeit capitulación. Le acompañaba n el capitán general Paul Stumpff, por la Luftwaffe, y el almir ante gener al von Fr iedeburg , por la Marina de guerr a.
Diez minutos después de medianoche, el 9 de mayo de 1945, fueron conducidos los alemanes a la sala de confer encias. Frente a una ancha mesa se sentaban el mariscal Shukow y el ministro de Asuntos Exteriores soviético Andrej Wyschinski. Con ellos estaban el mariscal del Aire inglés, sir Arthur Tedder, el general Carl Spaatz, representante de Eisenhower, y el general francés Jean de Lattre de Tassigny. Para los alemanes había sido dispuesta otra mesa, más pequeña, cerca de la entrada. «Keitel entró muy orgulloso y muy seguro de sí mismo —escribió el corresponsal de guerra americano Joseph K. Grig g—. Llevaba el unifor me de mar iscal de campo y hast a el final conser vó su arrogancia prusiana. Dejó su bastón de mando sobre la mesa, ocupó su asiento y fijó la mirada delante de cumplían él como con si no interesaraUna en oabsoluto lo seque ocurría en derecha aquella al sala, mientras los fotógrafos su le obligación. dos veces llevó la mano cuello y se pasó nerviosamente la len gua por los labio s.» El mari scal del Aire, Tedd er, se levant ó de su asiento y le dir igió la palabra a Keite l: —Le pregunto a usted si ha leído este documento de la rendición incondicional y si está usted dispuesto a firmarlo. Keitel escuchó pr imeramente la traducción, cog ió el documento de r endición que est aba encima de la mesa y contestó: —Sí, estoy dispuesto. El mariscal Shuk ow invitó a Keitel a acercarse a la mesa gr ande para fir mar. Grigg describió así la escena: «Keitel se quitó despacio la gorra y los guantes, se puso lenta y cuidadosamente su monóculo ante el ojo izquierdo, se acercó a la mesa, se sent ó y escr ibió co n movimientos lentos su nombre.» Después firmaron los demás. Mientras tanto Keitel intentó una vez más ganar tiempo para los fugitivos. Llamó al intérprete ruso y le dijo que por las malas condiciones de las transmisiones la or den de alto el fuego no lleg aría co n toda seguridad a la tropa hasta p asadas unas veinticuatro ho ras. El intérprete no sabía qué hacer. Se volvió hacia un oficial del Estado Mayor de Shukow y le repitió en voz baja las palabras de Keitel. Keitel no recibió ninguna respuesta. Shukow se levantó impaciente de su silla y dijo fríamente: —Ruego a la delegación alemana abandone ahora la sala. Todos se pusieron de pie. Keitel se colocó debajo del brazo aquel documento histórico, juntó ruidosament e los tacones al saludar y se diri gió hacia la pue rta. Pocos días más tarde, el 13 de mayo, era detenido en Flensbu rg .
6. Se esfuman todas las ilusiones. — Acompañan a Doenitz en el cautiverio el jefe del OKW, Wilhelm Keitel, el jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht, Alfred Jodl, y el ministro del Reich para Armamento Munición, Alfred Speer El Gobierno Doenitz seguía en Flensburg. A pesar de la rendición sin condiciones, estaba autorizado a continuar en funciones. Se presentó una Comisión de control aliada para comprobar cerca del Alto Mando de la Wehrmacht la aplicación de las medidas de la capitulación. Por lo demás,
la región de Flensburg seguía disfrutando de una calma absoluta. El pequeño enclave era el único lugar del mundo donde, después de la capitulación, los soldados y los oficiales alemanes uniformados y armados seguían prestando servicio. Pero no fue por mucho tiempo. La detención de Keitel hizo comprender a Doenitz que el fin del Gobierno de Flensburg era cuestión de pocos días. Disolvió el Werwolf y, finalmente, también el Partido Nacionalsocialista para demostrar su buena voluntad..., pero se trata de una serie de medidas que carecen ya de todo valor práctico. ¿Por qué fue arrestado Keitel? El general de brigada Lowell W. Rooks, jefe americano de la Comisión de control cercaadel ninguna razón. Se limitó a dareluna estaba mucho mejor aliado infor mado esteOKW, respectnoo.dio Como info rmó Lüdde Neurath, pro orden. pio jefeKeitel del Alt o Mando de la Wehrmacht adujo las razones cuando se despidió de Doenitz. Según él, su detención estaba relacionada probablemente «con el fusilamiento ordenado en el mes de abril de 1944 de cincuenta oficiales de la aviación inglesa». En el proceso de Nuremberg esta orden de ejecución desempeñaría un importante papel. Doenitz nombró para sustituir a Keitel al capitán general Jodl, jefe del Alto Mando de la Wehrm acht. Es la última o rden que dio. El 17 de mayo llegaron a Flensburg los delegados soviéticos. Poco después era invitado el «Gobierno del Reich», a presentarse el 23 de mayo por la mañana, a las nueve y cuarto, a bordo del vapor de pasajeros alemán Patria. —Haga las maletas —le dijeron a Doenitz cuando le dieron la orden. Él sabía que h abía llegado el momento final. En el bar del Patria se interpretó a la hor a fijada el último acto del Gr an Reich alemán. El jefe de control americano Rooks, el brigadier inglés Ford, el general de brigada ruso Truskow y el intérpr ete neoyor quino Herbert Cohn se sent aro n solemnement e a la m isma mesa. —Parece evidente lo que pretenden —susurró Doenitz a Jodl. —Caballeros —dijo Rooks, abriendo fríamente la reunión—, he recibido instrucciones que el Gobierno del Reich en funciones y el Alto Mando de la Wehrmacht alemana deben considerarse prisio nero s de guer ra. Es disuelto el Go bierno del Reich en func iones. Esta medida va a llevarse a la práctica sin pérdida de tiempo. Cada uno de ustedes debe considerarse desde este momento prisionero de guerra. Cuando abandonen esta sala les acompañarán un oficial aliado hasta su alojamiento donde harán sus maletas, comer án y liquidarán sus asunt os personales. «Durante esta ceremo nia, Jodl perm aneció sentado en su silla, tieso co mo una vela —e scribió el corresponsal de guerra Drew Middleton—. Pero su nariz enrojeció y en sus mejillas aparecieron unas manchas rojas. Se frotaba continuamente las manos.» —¿Tienen ustedes algo que alegar? —preguntó Rooks. —Sería inútil —replicó Doenitz. Daba la impresión de un hombre muy abatido, pero que, como observó Middleton, hacía esfuerzos para no per der la dignidad. —¿Tiene usted algo que alegar? —preguntó Rooks a Jodl. —Sería inútil —dijo también Jodl.
Su respiración er a entrecor tada. El almirante Von Friedeburg se sentaba indolente en su silla sin decir una sola palabra. Era la cuarta capitulación a la que asistía. —Tengan la bondad de entregar su documentación —indicó Rooks. Jodl se met ió la mano en el bolsillo y arr ojó , irr itado, sus documen tos personales sobre la mesa. —Well, gentlemen —dijo Rooks, poniéndose de pie—. En este caso solo cabe decirles goodbye. Jodl consultó de un modo mecánico su r eloj. Eran las diez de la maña na. En Flensburg-Mürwick, la sede del Gobierno del Reich y del OKW, parecía que se hubiese desatado las iras del infierno. Habían llegado los carros de combate, la infantería y la policía militar br todas itánica. El brigadier Jack Churcher, de la 159 Brigada, comandante inglés de la ciudad de Flensburg, corr ía con rostro enrojecid o por las calles, grita ndo: —¡Buscamos a esos individuos de las fr anjas rojas en los pantalones! Tropas de la 11.ª División acorazada inglesa avanzaban por las calles con la bayoneta calada. Una vez más le s estaba permi tido jug ar a la g uerr a. El objetiv o er a concreto: arr estar al G obier no del Reich y al Alto Mando de la Wehrmacht. Para los alemanes, la invasión fue una sorpresa terrible. Los ministros que no se encontraban a bordo del Patria estaban celebrando en aquellos momentos una conferencia. El Canciller en funciones, conde Schwerin von Krosigk, hablaba de la situación sin tener la menor idea de lo que estaba sucediendo. Pero a los pocos instantes estaban todos perfectamente al corriente de la situación. Alguien abrió la puerta. Unos soldados ingleses, con bombas de mano y metralletas, penetraron en la sala, gr itando: —¡Manos arriba! Los miembros del Gobierno del Reich se pusieron de pie de un salto. Nadie sabía a qué atenerse. Pero ya los i ngleses daban u na nueva or den: —¡Pantalones abajo! Los ingleses lo decían muy e n serio . Los alemanes fuero n desarmados y a co ntinuación empezó la grotesca escena: los miembros del Gobierno del Reich fueron registrados en busca de ampollas de veneno. —No dejar on nada por registrar —comentó sonriente Lüdde-Neurath, expresándose en unos términos sumamente moderados. Aquellos hombres en calzoncillos y pijamas fueron conducidos a la calle. Las secretarias levantaban las manos fr ente a las metrall etas de los ingleses. L os so ldados r egistraban los cajones de las mesas-esc ritori o, las maleta s, las carteras de mano, los ar mari os, las camas. Así fue el fin del último Go bierno del Reich. la 159 Brigadacercano de la 11.ª del segundo Ejército ingléssus avanzó con elsus carrosUna de compañía combate de hacia el pueblo de División Glücksburg. Allí había instalado oficinas ministro de Economía y de Pr oducción del Go bierno Doenitz, Albert Speer. También Speer figur aba en la lista de los cr iminales de guerr a.
Speer era un hombre tranquilo y sensato. Tal vez era el único que tenía una noción clara de la situación en que se encont raban. Cuando apareció el ofi cial inglés, so nrió y dijo: —Sí, esto es el fin. Tal vez sea mejor así. A fin de cuentas, todo esto ya era solamente una ópera. —¿Una ópera cómica? —preguntó el oficial inglés. Tenía sentido del humor. Speer asintió en silencio. A la misma hora, el presidente del Reich Karl Doenitz, prisionero de guerra, se paseaba por delante de su casa, en Flensburg-Mürwick. Había hecho sus maletas y esperaba que llegara el coche que había de trasladarlo campamento. A su lado estaba el al almirante Von Friedeburg. Los dos hombres tenían las manos entrelazadas a la espalda y paseaban en silencio por el pequeño jardín. Llegaron los coches. Los prisioneros de guerra habían de ser conducidos a la Jefatura de Policía de Flensburg donde había de formarse el convoy. Antes de abandonar su despacho, Von Friedeburg preguntó al oficial inglés si le permitía entrar un momento en el lavab o. Le concediero n el permiso solicitado. Hans-Georg von Friedeburg cierra la puerta a sus espaldas. Fuera esperan los ingleses fumando tranquilamente un cigar rillo. Transcurren los minutos. No se oye el menor ruido dentro del lavabo. Los soldados empiezan a impacientarse. Llaman a la puerta. No reciben respuesta. Golpean con el puño la hoja de la puerta. Silencio. Un robusto sargento da un puntapié a la puerta, la abre y los soldados ingleses penetran en el lavabo. El último comandante en jefe de la Marina de guerra alemana está tendido de espaldas en el suelo. Su cuerpo tiembla aún ba jo los efectos del cianuro potásico. Tiene los oj os m uy abiertos, pero ha perdido ya el sentido. Los soldados recogieron al moribundo y lo transportaron a la habitación contigua en donde lo echaron sobre una cama. Uno de los soldados salió corriendo en busca de un médico..., como si hubiera algún remedio contra las ampollas de la muerte procedentes de la antigua oficina del Servicio de Seguridad del Reich . El almir ante Friedeburg murió antes de la lleg ada del médico. Doenitz, Jodl y Speer esperaban mientras tanto en el patio de la Jefatura de Policía. Los soldados ingleses no dejaron un solo momento de apuntarles con sus ametralladoras. Un grupo de corresponsales de guerra uniformados se había citado en la Jefatura de Policía. En vano trataron de celebrar una entrevista con los prisioneros de guerra. Jodl contestó de un modo evasivo la primera pregunta que le dirigieron: —Soy prisionero de guerra y solo tengo que decir mi nombre y mi graduació n... Nada más. Uno de los periodistas sonrió. —Está bien. Dígalos, pues... Jodl respondió como si disparara un obús: —Capitán general Jodl, jefe del Alto Mando de la Wehrmacht. Poco desp ués lle garo n los camiones milit ares y los prisioneros de g uerr a, escoltados por carro s de combate, fueron llevados al campo de aviación. Para Jodl, Doenitz y Speer empezaba el camino que había de conducirlos al banquillo de los acusados en Nuremberg y desde allí a la cárcel de
Spandau. Con el fin del último Gobierno del Reich, el destino de Alemania estaba ya única y exclusivamente en manos de los aliados. «Pasarán muchos años, tal vez una generación, antes de que los setenta millones de seres humanos de la Alemania conquistada estén otra vez en situación de intervenir en la política mundial o puedan intentar gobernarse por sí mismos», escribió el diario de los soldados americanos en Europa, Stars and Stripes, en una inform ación sobre lo s planes del Gobierno mil itar.
7. El vicecanciller von Papen se siente demasiado viejo. — El gobernador general, Hans Frank, intenta suicidarse Continuaba la gran batida humana de la historia. El número de alemanes que eran buscados, al principio un millón, había sido elevado por la Comisión de Criminales de Guerra de las Naciones Unidas a seis millo nes apro ximadamen te. ¿Dónde estaba Himmler? ¿Dónde estaban Ribbentrop, Rosenberg, Ley, Bormann, Frank y Streicher? Habían desaparecido. Parecía como si se los hubiera tragado la tierra, perdidos en el caos de las riadas de fugitivos entre las ruinas de los bombardeos. Sus fotografías y sus filiaciones estaban expuestas en todos los cuarteles, pero nadie podía dar con sus huellas. Las autoridades americanas e inglesas sabían que R adio Moscú cri ticaba cada día la ineficacia de los o ccidentales para dar co n los desaparecidos. Y esta ineficacia amenazaba con convertirse en un escándalo político. Moscú exigió finalmente de un modo oficial que fuera intensificada la búsqueda de los grandes efes del Partido nazi. Pero los criminalistas de Eisenhower y de Montgomery no podían sacárselos de la manga. Mostrábanse satisfechos cada vez que era detenido uno de los desaparecidos. Habían apresado ya a un gran número de personalidades del Tercer Reich. Muchos de ellos comparecieron más tarde en Nuremberg. Por ejemplo, Franz von Papen, al que todos llamaban el «mozo que había ayudado a Hitler a montar a caballo», antiguo Canciller del Reich, Vicecanciller y embajador alemán en Viena y Ankara, había sido detenido en Westfalia. El episodio había tenido lugar durante aquellos tormentosos días en que el 9.º Ejército americano había avanzado hasta la región del Ruhr. Franz von Papen y su familia, que hasta el último momento habían estado sometidos a la vigilancia de la Gestapo, porque Hitler recelaba vivamente de aquel diplomático de la vieja escuela, se habían refugiado durante los días del hundimiento total de los frentes del Oeste en casa de su yerno, el barón Max von Stockhausen. En un apartado pabellón de caza hacía la guardia con escopetas el hijo de Papen, Friedrich Franz von Papen. La región estaba inundada de soldados desertores y obreros extranjeros que habían sido puestos en libertad. Querían proteger a las mujeres y a los niños que se encontraban en el pabellón. Hasta la llegada de los americanos podía pasar todavía algún tiempo y nadie podía garantizar lo que podía suceder. Franz von Papen est aba conven cido de que aque lla ser ía para él la ho ra de la liber ación.
Pero todo sucedió de modo muy distinto. Los soldados del Noveno Ejército descubrieron, después de haber ocupado la población de Stockhausen, el apartado pabellón. Un sargento entró en la casa esgr imiendo una pistola. Los hombr es fueron hechos prisioner os de guerr a. —¿Quién es usted? —preguntó el amer icano al anciano que permanecía en un rincón de la estancia sentado en un banco de mader a. —Franz von Papen —contestó el interpelado, presentando su documento de identidad. —También usted queda ar restado —dijo el sargento. —No ejerzo ningún cargo militar y, además, tengo ya sesenta y cinco años... —No importa —replicó el americano, esgrimíaa tomar una pistola—. detenido. Papen se sometió a su suerte. Invitó a loque s soldados asiento yQueda obtuvousted permiso para co mer un plato de sopa y meter sus objetos de uso personal en una mochila. A continuación hiciero n subir al antiguo Canciller del Reich y sus acompañantes a un «jeep» para llevarlos al puesto de mando de la divisió n en Rüthen. Los oficiales en Rüthen lo trataron con extrema corrección y amabilidad, pero tampoco le diero n las menores esperanzas. En primer lugar habían de averig uar si su nombr e figur aba en la list a. En el Cuartel general de Eisenhower demostraron un gran interés en conocer personalmente al distinguido prisio nero de guer ra. Todo esto exig ía tiempo. P apen quedó detenido... y sería pr isioner o hasta mucho despué s del pr oceso de Nurember g. el Séptimo Ejército pudo comunicar un gran éxito al Cuartel general.una El 6masa de mayo de la 1945,También su 36 División de infantería en Berchtesgaden detuvo a dos mil soldados, gris en cual todos parecían iguales. Los hombres fueron cacheados, registrados y conducidos a unos barr acones. Trabajo de rutina, nad a más. Aquella misma noche so nó el teléfono del capitán Philip Bro adhead, jefe del Gobier no mi litar de Berchtesgaden. El oficial de guardia en el campo de prisioneros de guerra estaba al otro extremo de la lí nea telefónica. —Uno de esos individuos ha intentado suicidar se —comunicó el teniente. —¿Y qué? —replicó el capitán Broadhead, malhumor ado. No le gustaba que le molestaran por estas nimiedades. —Parece que se trata de un pez muy go rdo —añadió el jefe del campo—. Debe de tener una conciencia muy n egr a. —¿Cómo se llama? —Un momento, veamo s; vamos a ver... Sí, Frank, Hans Frank. Broadhead saltó de la cama... Unos minutos más tarde estaba en el dispensario provisional del campamento, a la cabecera del gobernador general de Polo nia, que est aba inconscien te. El brazo izquierdo de Frank estaba vendado hasta la punta de los dedos. Su cara redonda estaba pálida como la cera y las mejillas hundidas. Pero su respiración era tranquila, aunque apenas perceptible. —Con una hoja de afeitar, capitán —dijo el médico indiferente—. Pero lo salvaremos. Efectivamente, lo salvaron. La mano izquierda de Frank quedó paralizada y apenas podía mover el br azo izquierdo . Cuando se abrió las venas se hirió también los tendones.
La noticia de que Frank había sido apresado corrió como un reguero de pólvora por todo el mundo. El nombre de este individuo bajo cuyo reinado en el antiguo Gobierno general de Polonia se habían cometido los crímenes más horrendos, causaba miedo, recordaba asesinatos en masa. «El verdugo de Polonia». «El asesino de los judíos de Krakovia». Y, sin embargo, en Nuremberg Frank sería uno de los pocos que aceptaría toda su responsabilidad y no intentaría desviarla hacia sus subordinados o sus jefes. Frank descubrió voluntariamente a los americanos dónde había ocultado los objetos de arte que se había llevado de Polo nia. Según lo s especialist as, aquellos objetos «r epresentaban varios millo nes de dólares». Frank entregó igualmente a los americanos parte de sus diarios. Treinta y ocho tomos que representa ban la acusación más impr esionante de todos lo s tiempos que un h ombr e haya dirigi do contra sí mismo. Profundament e aterr ados leyeron lo s americanos fr ases como la siguiente: «Si me hubiera presentado al Führer y le hubiera dicho: "Mi Führer, he vuelto a eliminar 150.000 polacos", me hubiera contestado: "Está bien, si lo crees necesario". Si ganamos la guerra, y depende de mí, pro curar é que convie rtan en picadillo a todos lo s que pululan por Polonia y Ucrania. » O también: «Aquí al principio había tres millones y medio de judíos, de los cuales solamente quedan una cuantas compañías de trabajo. L os otro s, digámo slo así, han emigr ado.» Y también: «No olvidemos que todos nosotros figuramos en la lista de los criminales de guerra del señor Roosevelt. Tengo el honor de ser el número uno...» Era evidente que Frank sabía a qué atenerse. Por este motivo aquella noche había intentado abrir se las venas. Pero ahora le salvaba n la vida..., para ll evarlo a Nuremberg.
8. En poder de los aliados: El presidente del Reichsbank, Hjalmar Schacht; el protector del Reich, Constantin von Neurath; el ministro de Economía del Reich, Ernst Kaltenbrunner; el comisario del Reich, Arthur Seyss-Inquart; el industrial Gustav Krupp von Bohlen und Halbach; y el dictador del Trabajo, Fritz Sauckel De un modo mucho más amable se produjo la detención de otro de los futuros acusados en Nuremberg. En el primer instante parecía, efectivamente, que se trataba de una puesta en libertad: Hjalmar Schacht, el antiguo presidente del Reichstag alemán, era un preso de Hitler cuando fue detenido por los americanos. Había recorrido un largo camino por las cárceles y campos de concentración. En 1944 había sido detenido por la Gestapo con motivo del atentado del 20 de julio. Ravensbrueck, Moabit y, finalmente, el campo de la muerte de Flossenbü rg habían sid o las etapas de su larg o trayecto. —De este campamento no hay nadie que salga con vida —les decía Schacht a los que internaban, después de él. En el patio del campamento se veía, a través de una puerta abierta, la horca. Cada noche se oían gritos y disparos que daban a entender claramente lo que sucedía allí dentro. Por las mañanas, cuando daban el acostumbrado paseo, habían llegado a contar hasta treinta cadáveres. Schacht se enteró mucho más tarde de que el comandante de Flossenbürg tenía orden concreta de
fusilarle tan pronto se acercaran los americanos. Pero no llegó a ello. En vista de la situación los soldados de las SS se comportaron de un modo extremadamente condescendiente, tal vez para ganarse con ello la salvación perso nal. Por este motivo, cuando se aproximaron los americanos, Schacht y otros internados fueron llevados primero a Dachau y luego a Austria. Cuando el transporte se detuvo a orillas del lago de Wild, cerca de Praga, fue liberado por el Noveno Ejército junto con una serie de prominentes presos «nobles y personales» de Hitler: el dirigente socialista francés León Blum; el último Canciller austríaco Kurt Schuschnigg; el pastor protestante Martin Niemöller; el industrial Fritz Thyssen; el regente húngaro Nicolás Hor thy; el sobr ino de Molotov, A lexej Kokosin; los generales Fr anz Halder y Alexander von Falkenhausen; los príncipes Philipp de Hessen y Friedrich-Leopold de Prusia; el sesenta y dos primo del premier británico, capitán Peter Churchill; los franceses Edouard Daladier, Paul Reynaud, Maurice Gamelin y muchos más. —¿Por qué fue detenido usted por Hitler? —le preguntaron los americanos a Schacht. —No tengo la menor idea —r epuso el banquero. Y también ignoraba por qué motivos no le ponían en libertad, y continuaba detenido. Le trataron bien, le dieron comida excelente, incluso estaba autorizado a dar paseos sin ser vigilado por nadie. Pero, de nuevo lo subier on a un coche y lo llevaro n a Anacapri y después a l campo de prisio neros de guer ra de Aversa, cerca de Nápoles. Hjalmar Schacht, el genio de las finanzas, el hombre que siempre lucía un cuello duro de pajarita, había vuelto a cambiar de campamento. Al final le esperaba la cárcel de Nuremberg. En Alemania seguían las detenciones en gran escala. Apenas pasaba un día que no fuera detenido uno de los futuros acusados en Nuremberg. El 6 de mayo detuvieron los franceses, en su zona de ocupación, al antiguo Protector del Reich para Bohemia y Moravia, Constantin von Neurath. El 11 de mayo en Berlín al sucesor de Schacht, el ministro de Economía del Reich, Walther Funk. El 15 de mayo detuvieron las tropas americanas en Austria a Ernst Kaltenbrunner, el jefe de la temida Oficina de Seguridad del Reich. Su jefe, por el contrario, el SS Führer Heinrich Himmler continuaba sin ser encontrado. El Ejército canadiense apresó una lancha rápida alemana. A bordo se encontraban Arthur SeyssInquart que en tonces er a «comisar io del Reich p ara las r egio nes ocupad as de los Países Bajos». «¡Ha sido el caballolos decanadienses Troya de loseste nazis!», escribió un periódico americano pocos días después dedetenido haber conseguido botín en alta mar. Y el periódico americano recordaba a sus lectores que Seyss-Inquart había sido el hombre que en 1938 había contribuido de un modo destacado a la entrada de los alemanes en Austria. Pero la lancha rápida no emprendía la huida. El 3 de mayo el Gobierno del Reich en funciones de Karl Doenitz, había invitado a Flensburg a todos los comandantes civiles y militares de las regiones todavía ocupadas, es decir, de Bohemia, Holanda, Dinamarca y Noruega. El objetivo de la reunión había sido discutir la rápida capitulación de las fuerzas alemanas en estos países. Las tormentas habían retenido a Seyss-Inquart más tiempo del previsto en Flensburg. El 7 de mayo pretendió regresar a Holanda y el único camino era el mar, pero los canadienses le salieron al paso. Seyss-Inquart llegó efectivamente a Holanda..., pero como prisionero de guerra. Lo alojaron en las cercanías del castillo de Twickel cerca de Henglo, que era donde había tenido su residencia oficial. Pero ahora debía dormir en una tienda de campaña que habían levantado en un campo de
fútbol. Continuaban las detenciones. Los ingleses pusieron bajo arresto domiciliario a Gustav Krupp von Bohlen und Halbach, el propietario de las fábricas de armamento más grandes de Alemania. El anciano industrial se vio obligado a abandonar su lujosa residencia y alojarse en la vivienda de su ardinero. La detención del plenipotenciario para el Trabajo, Fritz Sauckel, casi pasó desapercibida entre la eufor ia de aquellos días.
9. El jefe del Servicio de Trabajo, Robert Ley, se hace llamar Distelmeyer. — El filósofo del partido, lfred Rosenberg, en el hospital. — Un artista inofensivo: Juli us Streicher En las primer as páginas d e los perió dicos extranjeros apareció otra noticia sens acional: ¡Ha sido detenido el doctor Robert Ley! «La detención de Ley es más importante que la de Goering —escribió el New York Times—. Ley es el hombre tras el cual se oculta el "Werwolf".» El Werwolf, aquel movimiento que ya había nacido fracasado, de los futuros guerrilleros alemanes, e ra todavía ex ager ado en su impo rtancia, ca si com o también la impor tancia que cab ía darle a Ley.creían El jefeendel de Ley Trabajo alemán ya hacía dejado de ser influyente como el Servicio extranjero. se había entregado a latiempo bebidaque y lehabía gustaba el lujo. Entan su residencia se había mandado construir un baño de mosaico negro y grifos de oro. Cuando murió, fue examinado su cer ebro , y los m édicos descu brier on huellas de un a gr ave perturbación ment al. Los discursos de Ley eran primitivos, confusos y con frecuencia los había pronunciado con la lengua estropajosa. Nublado por el alcohol gritó en cierta ocasión, durante una grandiosa manifestación: —Mi Führer, doy el parte: ¡Ha lleg ado la pr imavera! Cuando se esfumaron todos los sueños nacional-socialistas, el doctor Robert Ley intentó ocultarse en los Alpes báva ros. Al sur de Berchtesgade n eligió una choza de past or, per o la población le traicionó y lo delató a los amer icanos. Soldados de la 101 División aero transportada americana subieron el 16 de mayo a la cabaña, en la que penetraro n con m etralleta s. En la penumbra que reinaba en el interior de la cabaña, un hombre estaba sentado sobre la cama. Fijó una mirada febril en los soldados americanos. Tenía la mandíbula inferior desencajada. Hacía cuatro días que no se afeitaba. Su cuerpo estaba agitado por fuertes temblores. —Are you doctor Ley? Ley se puso de pie y negó con un violento movimiento de cabeza. —Us... ustedes se con... confunden —tartamudeó—. Yo... yo... soy el doctor Ernst Dis... Distelmeyer. —O. K. —asintió el oficial americano—. Acompáñenos. El jefe del Servicio de Trabajo no ofreció la menor resistencia. Llevaba puesto un pijama azul y se echó sobre los hombros un abrigo Ioden gris, se calzó unos zapatos marrones de gruesa suela y se
puso un sombr ero tirol és verde. De este modo se pr esentó, po co después, en e l puesto de mando de la división amer icana en Berchtes gaden. Allí le registraron detenidamente en busca de hojas de afeitar y frascos de veneno. Luego comenzó el int err ogatorio . —¿De modo que no es usted el doctor Ley? —No. Esos son... son mis pa... papeles. Los documentos de identidad estaban extendidos a nombre del doctor Ernst Distelmeyer. El oficial encarg ado del interr ogatorio le presentó unas fotos del d octor Ley. —No..., yo usted no... soy ese.el oficial amer icano que hablaba un alemán sin acento—, lo que le voy a —Óigame —dijo decir le llenará a usted de asombro. Soy miembro del Servicio Secreto y mi misión durante los últimos trece años ha co nsistido, única y exclusiv amente, en seguir todos lo s pasos del do ctor Robert Ley. Le reconozco. Ley palideció todavía más. Luego susurr ó: —Está usted en... en un error. —Está bien —asintió el oficial y le hizo una seña a uno de los soldados. Este salió del cuarto y regresó, al cabo de poco tiempo, acompañado por un anciano. Franz Xaver Schwarz, que ya había cumplido los ochenta años, y que pocos días antes todavía era el todopodero so tesorer o del partido nacional-socialista , y que había sido detenido por los amer icanos. Schwarz no tenía la menor idea del motivo por el que le llevaban a aquella habitación. Pero cuando inesperadament e se enfrentó con el nuevo det enido no pudo ocultar su so rpr esa. —Buenos días, doctor Ley —exclamó contento de ver a un viejo amigo —. ¿Qué hace usted aquí? En el acto comprendió el error que había cometido y fijó una desolada mirada a los americanos y en el doctor Ley. El oficial so nrió . —Bien —preguntó el oficial americano—, ¿continúa usted llamándose Distelmeyer? El jefe del Se rvicio de Trabajo no respondió. Había dejado caer la cabeza sobr e el pecho. A una señal del oficial, uno de los soldados entró a otro testigo: Franz Schwarz, el hijo del tesorer o del part ido. —¿Conoce usted a este hombre? —le preguntaron. —Es el doctor Rober t Ley —contestó el joven, sin rodeos de ninguna clase. Al entrar en el cuarto había comprendido a primera vista lo que estaba en juego y se dio cuenta de que era inútil an darse por las ramas. —¿Qué me dice usted ahora? —preguntó el oficial americano, muy tranquilo. —Usted... usted ha ganado —murmuró Ley. No levantó la cabeza delRice pecho. Y en alesta mismaa laactitud al «jeep» que le estaba aguardando. El teniente Walter acompañó detenido cárcel subió de Salzburgo. —Nosotros, los nacionalso cialistas, continuaremos la lucha —declar ó allí el doctor Ley cuando fue interr ogado.
Había superado el «shock» de la detención y volvía a ser el fiel mosquetero de Hitler. Por lo menos quería hacer gala de una cierta dignidad. —Mi destino no tiene ya la menor impor tancia —añadió, sin tartamudear, pues ahora que había desaparecido la emoción y la excitación se revelaba muy frío—. La vida ya nada significa para mí. Pueden matarme aquí mismo, si así lo desean... Ya no tiene la menor importancia. Pero la detención de L ey fue arr inconada a u n lado por otra no ticia. Pro cedía del Cuartel general del Segundo Ejército británico en la zona norte de Alemania. Allí seguían, ininterrumpidamente, buscando al jefe de las SS, Heinrich Himmler. Pero mientras andaban buscando a Himmler, se tropezaron con otro de los grandes jefes del partido, el filósofo del partido nacionalsocialista y antiguo ministro autor del Reich las rdel egiopartido nes ocupad as deldel Este, Alfred rg . su última residencia Rosenberg, de la en biblia El mito siglo XX, Rosenbe había fijado en Flensburg para estar al lado de Doenitz. Probablemente había confiado que allí le darían un nuevo carg o y como miembro había confiado en obt ener cierta protección por par te de los aliados. Pero Doenitz había rechazado su colaboración y le había sugerido que se presentara voluntariamente a los ingleses. Pero Rosenberg no siguió este consejo..., o no pudo seguirlo. Una fractura del tobillo que se causó después de una entrevista con el jefe de Estado y cuando estaba borracho, le impedía moverse libremente. Por este motivo se dirigió a la Academia de la Marina de guer ra en Flensburg-Mürwick, qu e había sido transfor mada en hospit al. El 19 de mayo rodearon los carros de combate y los soldados de infantería el mencionado edificio. Los alingleses orden el hospital en busca ydelaHeinrich Himmler. Aunqueano encontraron jefe detenían las SS, por de lo registrar menos tuvieron el consuelo satisfacción de descubrir Rosenberg y llevárselo detenido. En el mes de noviembre se sentaría el filósofo del partido en el banquillo de los acusados en Nuremberg, sin ser acusado, de todos modos, por sus puntos de vista filo sóficos, sino por sus actividades como ministro del Reich en las regi ones ocupadas d el Este. Después del incidente de Flensburg se trasladó de nuevo a Baviera el escenario de la gran caza humana. El 23 de mayo, un «jeep» en el que iban cuatro americanos iba en dirección a Berchtesgaden. Pertenecía a la 191 División aerotransportada. El comandante Henry Blitt estaba sentado en la parte posterior del coche y contemplaba meditabundo el hermoso paisaje pensando en que sería mejor ser un turista que no unde soldado... Los habitantes la r egió n montañosa ofr ecían un cuadro pintor esco, lleno de paz con sus trajes típicos. Lástima que fueran nazis, se dijo sin duda Blitt. Aquel anciano, por ejemplo, sentado en la terraza frente a la cual pasaba el «jeep». El hombre estaba tomando el sol, y lucía una barba blanca. A su lado había un caballete de pintor. Cerca de allí se oían los cencerros de las vacas en los pastos. De pronto, el comandante Blitt sintió la necesidad irreprimible de beberse un vaso de leche..., leche recién ordeñada y no aquella leche pasteurizada que les remitían desde América. Blitt ordenó detener el «jeep». Los americanos entraron en la casa. El comandante se bebió su vaso de leche. Hablaba el judío, su lengua materna, y se entendía bastante claramente con los alemanes. Inició una charla con el anciano. —¿Cómo va eso, abuelo? —Bien, bien. —¿Es usted campesino?
—No —contestó el barbudo—, yo solo vivo aquí. Soy artista, pintor... —¿Qué opinión le merecen a usted los nazis? —preguntó Blitt, sonriendo. El anciano hizo un gesto evas ivo co n la mano. —Yo no entiendo de eso. Soy artista y nunca me he ocupado de la política. —Pues se parece usted de un modo extraordinario a Julius Streicher —comentó diver tido el comandante amer icano. En efecto, el anciano le había recordado mucho la fotografía que le habían entregado de Streicher. El anciano le miró en convoz ojos y con expresión de miedo y sorpresa al mismo tiempo. Luego preguntó, muydesorbitados, baja: —¿De dónde me co noce usted? Todo fue por pura casualida d. Streicher se había tomado en serio la bro ma del americano y se d escubrió él mismo . Henry Blitt comprendió en el acto. —¡Ah! —musitó. —Me llamo Sailar —añadió Streicher, r ápidamente. Creía poder co rr egir todavía su err or. Pero ya era demasiado tarde. El mayor Blitt dio la or den a sus soldados. —Queda detenido —le anunció a Streicher. Streicher compuso una cara de disgusto. Había terminado de representar su papel de inofensivo pintor. Ahora daba la impresión de ser mucho más viejo de lo que era en realidad, pues solo contaba cincuenta y nueve años. Su barba descuidada, el cuello abierto de su camisa azul y los pantalones arr ugados, daban la impr esión de que era un hombre m uy descuidado. —Quiero cambiarme los zapatos —dijo al comandante Blitt. Sus ojos i nquietos relucían de ira. —Está bien —concedió el comandante. Streicher se sentó en un banco en el interior de la casa. Una joven mujer, muy atractiva, con un corto vestido de la región, se arrodilló ante él y le cambió los zapatos que llevaba por otros más recios. La mujer había oído todo lo que habían hablado los dos hombres, pero no dijo una sola palabra. Cuando los americanos se llevaron a Streicher, la mujer se quedó en la casa. Nadie sabía quién era. El capitán Hugh Robertson y el soldado Howard Huntley sentaron a Streicher entre ambos. El comandante Blitt se sentó al lado del chófer y emprendiero n el viaje de r egr eso a Berchtesgaden . Un corresponsal de guerra americano asistió a la llegada de Streicher al puesto de mando de la división. «Julius Streicher —escribió a su periódico—, el jefe de los francos y editor de la revista antisemita Der Stürmer, que ha sido el hombre que más odio ha sentido nunca contra los judíos en toda la historia de la humanidad, ha sido descubierto y detenido por un judío.»
Una Comisión londinense para los criminales de guerra publicó el resultado de sus primeras actividades. Habían sido apresados casi todos los cabecillas nazis. Solo faltaban dos en la lista... y estos dos, en opinión de los aliados, eran los más importantes: el antiguo ministro de Asuntos Exteriores del Reich, Joachim von Ribbentrop y el jefe de las SS, Heinrich Himmler. De nuevo fue registrada toda Ale mania en busc a de esos do s perso najes.
10. El fin del Reichsführer-SS, Heinrich Himmler Durante segunda mitadblancas, del mesclaramente de febreroidentificable del año 1945, delegado la CruzdeRoja sueca viajaba en un lacoche a franjas paraunlos aviones,dea través Alemania en ruinas. Era el conde Folke Bernadotte, el mismo que tres años después fue asesinado en Jerusalén cuando representaba a las Naciones Unidas. Trataba de entrevistarse con Heinrich Himmler, el temido jefe de las temidas SS, cerebro de la tristemente célebre Policía Secreta del Estado, de la Gestapo, y dueño y señor de los campos de destrucción, de las cámaras de gas y de los molinos de muerte. Quería persuadir al comandante en efe de la policía alemana y del Ejército de la Reserva para que pusiera en libertad a los internados daneses y noruegos de los campos de concentración para que la Cruz Roja los pudiera trasladar a Suecia. En Hohenlychen, cerca de Berlín, entrevistó el 19obligaciones de febrero ycon Himmler. Reichsführer SS se había retirado de aquelselugar porqueelsusconde múltiples el cercano fin El le tenían aterrorizado. Simulaba estar enfermo y dejaba ahora que fueran otros los que procuraran salir airosos de la situación. La entrevista se celebró en el despacho del tristemente célebre médico jefe Karl Gebhart. «Cuando Himmler se presentó inesperadamente ante mí —escribió Folke Bernadotte en sus memorias—, con sus gafas de montura de concha, con el uniforme verde de las Waffen-SS, sin condecoraciones de ninguna clase, me dio la impresión de que era un funcionario de poca categoría. Si me hubiese encontrado con él por la calle, no le hubiese prestado la menor atención. Tenía unas manos pequeñas, cuidadas, muy sensibles. Sinceramente no descubrí en él nada diabólico, a no ser la extrema dureza de su mirada.» Este, pues, era el hombre ante el cual Europa había temblado durante tantos años, el hombre que solo tenía que dar una señal para que fueran eliminados miles y miles de seres humanos, millones de seres humanos. Un hombre lleno de sueños fantasiosos, un hombre indeciso y con un afán de poder realmente sádico. Un hombre de ascendencia burguesa..., su padre había sido maestro del príncipe Heinrich de Baviera y el príncipe había sido su padrino. A esto se debía su nombre de pila. Difícilmente podemos imaginarnos un ser más extraños que Himmler. Comenzó a ganarse la vida en una granja avícola y como representante de una casa de abonos en Schleissheim. Era un admirador del tirano mogol Gengis Kan, ingresó en las filas de los voluntarios alemanes durante los años veinte, fue secretario del rebelde Gregor Strasser y cuando era el hombre más poderoso de Alemania, después de Hitler, estimulaba la plantación de hierbas medicinales al mismo tiempo que or denaba la realización de exp erimentos macabros en lo s cuerpos de los internados en los campos de concentración. Su único objeto consistía en reunir todas las riendas del poder en sus manos, para poder mandar sin limitaciones de ninguna clase y suceder a Hitler.
¿Reaccionaría aquel hombre a la humanitaria petición de Bernadotte? Himmler rechazó la pretensión de que lo s internados danes es y nor uegos fueran transpor tados a Suecia: —Si aceptara su proposición —dijo—, todos los periódicos suecos publicarían en primera página que el criminal de guerra Himmler trata en el último minuto de comprarse la salvación y presentarse con las manos limpias ante el mundo, porque teme las consecuencias de sus acciones en el pasado. Comprendía exactamente la situación en la que se encontraba. ¿Qué le suced ía a Himmler por aquellos días? Con la po licía, las SS, la Gest apo y el Ejér cito de la reserva tenía los instrumentos del poder reunidos en sus manos. Sin temor a enfrentarse con una gran ejecutar de Estado. sabemos que en varias ocasiones pasó resistencia la idea por podía la cabeza. Perounelgolpe hombre vacilaba,Actualmente dudaba como lo había hecho durante toda su le vida. Quería ser le fiel a Hitle r y al mismo tiempo salvar su pellejo. —Estoy dispuesto a hacer todo lo que sea preciso para el pueblo alemán —le dijo a Folke Bernadotte en el curso de su segunda entrevista—, pero he de continuar la lucha. He prestado uramento de fidelidad a l Führer y estoy lig ado por este juramento. —¿No comprende usted que Alemania ya ha perdido la guerra? —le preguntó el conde sueco sin andarse por las ramas—. Un hombre que se encuentra en su posición y en su situación, no está oblig ado a seguir ciegament e a sus superior es. Ha de tener el valor de adoptar las medidas ne cesarias que puedan serle de utilidad a su pueblo . Himmler fue llamado al teléfono e interrumpió la conversación. Por medio de un hombre de confianza, el SS-Gruppenfü hrer Walter Schellenberg, presentó otra pro posición: Bernadott e había de presentarse en el Cuartel gener al de Eisenh ower y ofr ecer la capitulación del fr ente del Oeste. Folke Bernadotte estaba atónito. Puso dos condiciones, que él creía inaceptables. 1. Himmler tenía que anunciar públicamente que había sucedido a Hitler, pues este por su estado de salud no po día ejercer sus funciones. 2. Himmler debía disolver el Partido nacionalsocialista y destituir inmediatamente a todos los funcionarios del Partido. Pero, con infinita sorpresa por parte del conde sueco, Himmler aceptó la proposición. Bernadotte no sabía lo que había sucedido mientras tanto entre bastidores. Himmler se daba cuenta de que la guerra estaba perdida. Ya lo sabía desde el año 1943. Entonces ya había tratado en secr eto, po r mediación del indust rial Arnol d Rechberg , de establecer co ntacto con las potencias occidentales y negociar la posibilidad de una paz por separado. Pero tanto Bormann como Ribbentrop habían obstaculizado esta acción. A través de un nuevo intermediario, celebró nuevas consultas con Arnold Rechberg que, por su parte, hab ía de r efor zar sus co ntactos en el Oeste . Himmler, el hombre que había exterminado más judíos en la historia de la humanidad, se escribía en secreto con el doctor Hillel Shorch, representante en Estocolmo del Congreso mundial udío. Invitó al intermediario judío doctor Norbert Masur a trasladarse a Berlín, después de garantizarle personalmente bajo palabra de honor que no iba a sucederle nada, para discutir con él la posibilidad de poner en libertad a los judío s internados en lo s campos de concent ració n. Negoció con el antiguo presidente federal suizo Jean-Marie Musy sobre el transporte de los
udíos desde el campo de concent ración de Belsen al ext ranjero. Intentó ponerse en contacto con las potencias occidentales por medio del banquero sueco Jacob Wallenberg. Y ahora se esforzaba en conseguir la colaboración de Folke Bernadotte y, por este motivo, finalmente consintió en que fueran puest os en li bertad los pr esos daneses y noruego s. Viendo que Alemania había perdido irremisiblemente la guerra, Himmler estaba dominado por una idea fija. Después de haber mandado, durante varios años, a la muerte a millones de seres humanos, ahora creía poder desempeñar el papel de ángel de la paz. Y el hombre estaba plenamente convencido de que en el extranjero sabrían apreciar debidamente este gesto suyo. No quería reconocer humanos. que, eternamente, sería considerado como el instigador de la muerte de millones de seres A estos se debe añadir el intenso terror que tenía a Hitler. Tenía miedo de que su Führer pudiera descubrir su doble juego y que, en el último momento, deshiciera sus proyectos. Por este motivo, planeaba en colabor ación con Sche llenberg der ro car a Hitler. Para todo esto se basaba en el estado de salud de Hitler. En su conversaciones con Schellenberg le llamó la atención sobre el hecho de que el Führer cada vez andaba más inclinado hacia adelante, que le temblaban las manos y de su pálido rostro. El profesor Max de Crinis, jefe de la Facultad de Psiquiatría del Hospital de la Charité de Berlín, fue llamado a consulta por Himmler, así como también el jefe de Sanidad del Reich, doctor Leonardo Conti. Los médicos manifestaron sus sospechas de del querostro Hitlerypadecía por la rigidez síntomasladeenfermedad parálisis dedelosParkinson..., miembros. una enfermedad que se manifestaba Himmler invitó a Schellenberg a acompañarle durante un paseo por el bosque. Cuando se aseguró de que nadie podía oír les, Himmler no se anduvo por las ramas: —No creo que tengamos ocasión de colaborar durante mucho tiempo con el Führer. Ya no está en condiciones de continuar su misión. ¿Cree usted que De Crinis está en lo cierto? —Sí —contestó rápidamente Schellenberg. —¿Y qué debo hacer yo? —preguntó Himmler, vacilante como siempre—. No puedo mandar asesinar al Führer y tampoco hacer que le enve nenen o mandarle dete ner i ncluso en la Cancillería del Reich... —Solo existe una posibilidad —sugirió Schellenberg. —Debe usted presentarse a Hitler, explicarle clar amente cuál es la situac ión y oblig arle a que present e su dimisió n. —Eso es del todo impo sible —replicó Himmler, asustado—. El Führer sufriría un ataque de cóler a y ordenaría que me mat en allí mismo. —Para evitar eso solo necesita tomar las medidas oportunas —observó Schellenberg muy tranquilo—. Cuenta usted con un elevado número de altos jefes de las SS que le son adictos y que se alegrarían de poder llevar a cabo esta misión. Y si esto no bastara, entonces mande intervenir a los médicos. Pero Himmler er a incapaz de tomar una decisión de este t ipo. Durante aquel paseo que du ró hor a y media expu so todo lo que haría cuando sucediera a Hitler en el poder. —Lo primero que haré es disolver el Partido nacionalsocialista —confesó a su acompañante—. Luego fundaré un nuevo partido. ¿Qu é nombr e le par ece a usted el más indicado, Schellenberg? —Partido de concentración nacional —pr opuso Schellenberg.
Pero este go lpe de Estado no llegó a realizarse. L os aco ntecimientos en el frente se sucedía n con una rapidez vertiginosa. El Ejército Rojo avanzaba hacia las puertas de la capital del Reich. Himmler se sentía dominado por el miedo. —Schellenberg —dijo en el curso de otra conversación—, tengo miedo de todo lo que se avecina. La noche del 20 al 21 de abril de 1945 llegó el Reichsführer-SS a Hohenlychen para celebrar una nueva entrevista con el conde Bernadotte. Himmler estaba muy pálido y muy cansado. «Daba la impresió n de ser incapaz de est arse quieto en ningún sit io —infor mó el conde sueco—. Iba de un lado a o tro haciendo esfuerzo s por dominar su inquietud.» Durante la conversación, Himmler se golpeó repetidas veces, con las uñas, los dientes. Ya no podía dominar su nerviosismo. —La situación militar es grave, muy gr ave —repetía continuamente. Insistió que el conde Bernadotte presentara la oferta de la capitulación a Eisenhower y que pro curar a concertar una entrevista entre él, Himmler y el com andante en jefe de las fuerzas aliadas. —Me niego a creer que los aliados acepten la capitulación de las fuerzas alemanas en el frente Oeste únicamente —señaló Bernadotte posteriormente a Schellenberg—, pero aun en este caso no creo que se llegue a concertar una entrevista entre Himmler y Eisenhower. Es completamente imposible que Himmler pueda desempeñar un papel de importancia en el futuro de Alemania. Tres días tarde,del Himmler y Bernadotte volvían aEra entrevistarse... La entrevista se celebró en elmás edificio consulado sueco en Luebech. la noche delpor 24 última de abrilvez. de 1945. «Aquella noche, con un ambiente que parecía que hubiese sonado la hora del Juicio final, no la olvidar ía en mi vida», escribió Folke Bernadott e. La alarma aérea les obligó a bajar a los sótanos. Los suecos y alemanes se sentaron allí en unos bancos de m adera. Nadie reco noció a Himmler. La alarma aérea cesó a la una de la noche. Por fin pudieron continuar la entrevista en una habitación del consulado. Algunas velas iluminaban la escena, pues la corriente eléctrica ya no funcionaba. —Lo más probable es que Hitler ya esté muerto— señaló Himmler—. Si no es así todavía ocurrirá con toda probabilidad dentro de los próximos días. Hasta este momento me he sentido ligado por mi juramento, pero ahora todo ha cambiado. Admito que Alemania ha sido vencida. ¿Y ahor a qué pasará? Himmler estaba plenamente convencido de que Hitler le nombraría su sucesor. Y en este sentido añadió: —En la situación en la que nos encontramos ahora, dispongo de entera libertad de acción. Estoy dispuesto a capitular en el frente del Oeste para que las tropas de los aliados puedan avanzar lo más rápidamente posible en dirección al frente del Este. Pero, por el contrario, no estoy dispuesto a capitular en el frente del Este. Una vez más le rogó a Bernadotte concertara una entrevista entre él y Eisenhower. Incluso había hablado con Walter Schellenberg del comportamiento que habría de tener durante la entrevista con el comandante en jefe americano. —¿He de saludarle con una ligera inclinación de cabeza o tender le la mano?
Durante sus conversaciones nocturnas con Bernadotte, Himmler continuaba fantaseando: —Le diré a Eisenhower lo siguiente: «Declaro que las potencias occidentales han derrotado a la Wehrm acht alemana. Estoy dispuesto a r endirme en el fr ente del Oeste». —¿Y qué hará usted si rechaza su ofrecimiento? —En este caso asumiré el mando de un batallón en el frente del Este y caeré en el campo de batalla. «Todo el mundo sabe que no r ealizó este plan» , comentó po sterior mente Bernadott e. El vicepresidente de la Cruz Roja sueca se mostró, finalmente, de acuerdo en transmitir el ofrecimiento de capitulación Himmler Ministerio Asuntos Exteriores de que su Gobier no estuviera de dispuest o a ial ntervenir, infordemarí an a los aliados. de Suecia. En el caso —Aquel fue el día más triste de mi vida —dijo Himmler, cuando a las tres de la madr ugada abandonaro n el consulado y salier on a l a calle, percatá ndose de que el cielo estaba lleno de est rell as. Himmler, personalmente, se sentó al volante de su coche. —Me voy al frente del Este —dijo al despedirse del conde Bernadotte y, con una débil sonrisa, añadió—: No está muy lejos de aquí. Puso el motor en marcha, pero a los pocos segundos se oyó un sordo ruido: Himmler había chocado con la alambr ada que rodeaba el edificio. L os ho mbres de las SS ayu daro n a sacar el co che. «El modo cómo Himmler puso el motor en marcha tenía algo de simbólico», escribió Bernadotte en sus memor ias. El presidente Harry S. Truman contestó personalmente al ofrecimiento de Himmler. Rechazó la capitulación parcial, y terminaba su telegrama con las siguiente s palabras: «Si continúa la resistencia también seguirán los ataques hasta alcanzar la victoria completa.» Se habían esfumado las últimas esperanzas de Himmler. Se trasladó a la sede del OKW, que en aquellos días estaba todavía en Plön. Pero hasta allí le siguió la condena de H itler: «Expulso, antes de mi muerte, al antiguo Reichsführer-SS y ministro del Interior del Reich, Heinrich Himmler del Partido y de todos su cargos en el Estado. Goering y Himmler por sus negociaciones secretas con el enemigo, así co mo por su intento de ar rebatarme el poder, han ca usado daños impr evisibles..., alta trai ción...» Pero Himmler no llegó a enterarse de que había sido expulsado del Partido. Desconocía que Hitler estaba al corriente, a través de las emisoras extranjeras, de sus negociaciones con el conde Folke Bernadotte. Y continuaba firmemente convencido de que Hitler le nombraría su sucesor. Pero esta ilusión se la ar rebataría Doenit z. El gran almirante invitó a Himmler a una entrevista particular. Antes de la llegada del jefe de las SS adoptó Doenitz medidas especiales de seguridad. Temía todavía aquel poder que representaba Himmler. Una sección de de losguerra. submarinos montabapocos la guardia. Enantes la casa y en los jardines ocultaban oficialesdedemarinos la Marina Esto sucedía minutos de la medianoche delse1.º de mayo de 1945. La entrevista entre Himmler y Doenitz se celebró a solas. Pero esta entrevista la conocemos a
través del infor me que de la misma dict ó, más tarde, el propio gr an almirante. Doenitz había preparado sobre la mesa escritorio y debajo de unos papeles un revólver al que había quitado el seguro. Estaba prevenido para todo lo que pudiera suceder cuando entregó a Himmler el telegr ama en que Hitler le nombr aba sucesor. Himmler leyó rápidamente el telegrama y palideció. Meditó durante unos segundos. Luego se puso de pie y felicitó a Doenitz. Fue un momento de gr an dramat ismo. —Permítame usted que yo sea su lugarteniente —dijo al cabo de un rato, con voz velada. se hombr negó rotundamente. Le desempeñado indicó a Himmler en su tantes nuevoen Gobierno no Pero podía Himmler aceptar la pr Doenitz esencia de es que hubiesen cargque os impor el Partido. lo consideraba todo de un modo m uy distinto. «Himmler demostró estar dominado por extrañas fantasías y ser un utopista —informó Walter Neurath—. Se consideraba a sí mismo el hombre más indicado para llevar las negociaciones con Eisenhower y Montgomery. Como si ambos esperaran ansiosamente ser recibidos por él. Alegó que él era imprescindible para «mantener el orden en el centro de Europa al mando de sus SS». La crisis entre el Este y el Oeste se agudizaría de tal modo que antes de tres meses sus SS representarían el factor decisivo en esta lucha. Pero al final hubo de reco nocer que todo estaba perdido. Doenit z escribió : despidió a lastancia.» dos o tres de la madrugada convencido, finalmente, de que yo no le daría«Se ningún carg odedemí impor Durante una semana continuó Himmler en contacto con el Gobierno del Reich en funciones. Luego, el 6 de mayo, cuando Doenitz le destituyó oficialmente de todos sus cargos, desapareció. El conde Lutz Schwerin-Krosigk, ministro de Asuntos Exteriores en el Gobierno de Flensburg, le dijo al antiguo jefe de las SS ante s de que este partiera par a un lugar desconocido: —Puede que llegue el día en que los jefes del Tercer Reich tengan que presentarse antes sus compatriotas para rendir cuentas... Himmler contestó que lo único que le importaba ahora era pasar desapercibido para todo el mundo. —Estoy muy confiado de que no me encontrarán. Esperaré oculto el desarrollo de los acontecimientos..., y este desarrollo trabajará rápidamente en mi favor. —¡No puede ser que el antiguo Reichsführer-SS sea detenido llevando encima un pasapor te falso y luciendo una barba! —le advirtió Schwerin—. No le queda a usted otra solución que presentarse a Montgomery y decirle: «Aquí me tiene». Y ha de cargar usted con la responsabilidad de todos sus hombres. Himmler murmuró unas palabras ininteligibles y luego dejó plantado al ministro de Asuntos Exteriores. —Más tarde Doenitz se ar repintió de haber dejado marchar a Himmler —declaró Lüdde-Neurath —. En Nurember g reconoció que hubiese or denado detener a Himmler cuando este se despidió de él si entonces ya hubiese sabido que Himmler había mandado asesinar a tantos miles de personas y que era el culpable de los campos de co ncentración. ¡Demasiado tarde! Himmler no se sentaría en el banquillo de los acusados en Nuremberg. No tuvo el valor de cargar con la r esponsabilidad de su s ór denes y actos.
¿A dónde fue después de haberse despedido de Doenitz y Schwerin von Krosigk? Lo más probable es que momentáneamente continuara en Flensburg en compañía de sus dos ayudantes, Werner Grothmann y Heinz Macher. Dicen que se ocultaron en la vivienda de una amante de Himmler. El SS-Brigadenführer, Otto Ohlendorf, declaró haber visto todavía a Himmler en Flensburg el 21 de mayo. A los agentes del Servicio Secreto aliado les llamó en el acto la atención el hecho de que el nombr e de Himmler ya no fuera pronunciado por l a emisor a de Flensburg. Los mejor es crim inalistas de los aliados y m ás de cien mil soldados estab an en estado de alarma. Se sospechaba que el asesino intentaría a toda costa atravesar las líneas de demarcación hacia el Oeste. trampa.Las redes fueron tendidas alrededor de la zona de Flensburg, y Himmler cayó pronto en la Se había afeitado el bigote y colocado un parche negro sobre su ojo izquierdo. En el bolsillo llevaba unos documentos de identidad a nombre de un agente de la gendarmería secreta: Heinrich Hitzinger. Himmler fue lo suficientemente ingenuo par a creer que este disfraz l e daría r esultado. El antiguo efe de la policía alemana se comportaba como un colegial que ha leído demasiadas novelas policíacas. Además, parecía no haberse enterado de que los agentes de la gendarmería secreta figuraban entre aquellos que eran detenidos automáticamente. En compañía de sus dos ayudan tes, vestidos co n restos de unifor me y de paisano, lleg ó Himmler el 21 de mayo al punto de contro l ingl és de Meinstedt, en las cercanías de Bremer vör de. Miles de personas se habían congregado allí. Fugitivos, heridos, soldados que habían sido licenciados, prisioneros de guerra que habían sido puestos en libertad, obreros extranjeros. Todos los que querían pasar el puente sobr e el Oeste hab ían de pasa r por aquel puesto de control. Himmler y sus compañero s fuero n avanzando po r la lar ga col a de los que espe raban. Cuando les tocó el turno el antiguo Reichsfüh rer -SS present ó su document ación. El soldado inglés cog ió so rprendido el document o en sus manos, le ech ó una ojeada, d irigió una recelosa mirada a aquel hombre que se cubría el ojo izquierdo con un parche y le ordenó esperar unto al puesto de control. «Himmler cometió el error de presentar documentación —informó posteriormente el Cuartel general del Segundo Ejército inglés—. La mayoría de los hombres que pasaban por aquel puesto de control no poseían ninguna clase de documentos. Si se hubiese presentado con lo que llevaba encima, sin papeles, y hubiese dicho sencillamente que deseaba volver a casa, lo más seguro es que le hubiesen dejado pasar libremente. Pero la mentalidad policíaca de Himmler de que una persona que no tiene papeles es sospechosa, hizo que se sospechara de él.» Pero nadie sabía todavía que aquel sospechoso era Himmler. Momentáneamente se trataba única y exclusivamente de un hombre que había presentado una documentación demasiado buena, que había pertenecido a la g endarmería secreta y que se llamaba Heinrich Hit zinger. Himmler fue puesto bajo custodia. En rápida sucesión le llevaron a dos campos, primero a Bremevör de y luego a Zeelos. En el tercero , Weserimke, lo encerr aro n en una celd a individu al. Mientras, los oficiales del Servicio de Información del Segundo Ejército ya había empezado a ocuparse del caso Hitzinger. No les resultó difícil sacar conclusiones definitivas. La mañana del 22 de mayo ya habían llegado en el puesto de mando de Lüneburg, al convencimiento de que aquel hombre solo podía ser Heinrich Himmler. H acia las nuev e de la noche tres oficiales se pusiero n camino hacia
Westertimke para examinar personalmente al detenido. Pero antes de su llegada, Himmler ya había revelado su identidad. Nadie puede saber lo que le impulsó a dar este paso. Solicitó ser recibido por el comandante del campo capitán Tom Sylvester. El capitán inglés mandó llamar al preso a su habitación y, a continuación, ordenó salir a los so ldados. —¿Y bien? —preguntó. El detenido se quit ó el parche del ojo izquierdo y se col ocó unas gafas. —Soy Heinrich Himmler —declar ó. —En efecto —asintió el capitán Sylvester, y tragó saliva. Lo más probable es qu e un frío estremecimiento recor riera sus espald as. —Deseo hablar con el mariscal de campo Montgomery —exigió Himmler. Todavía es taba convencido de que podría nego ciar co n los aliados. —Infor maré al Ejército —replicó al capitán. Y sin pronunciar ninguna palabra más ordenó que reintegraran a Himmler a su celda, pero que no le perdier an un solo mom ento de vista. Poco después llegaban los oficiales del Cuartel general. Se hicieron cargo del detenido y lo llevaron a Lüneburg. Allí debió reconocer Himmler durante las primeras horas de la mañana del 23 de mayo que habían terminado todas las esperanzas para él. Los ingleses no tenían la menor intención de discutir con él, ni nego ciar ni tr atarle con ninguna clase de conside raciones. En las oficinas del Servicio de Información en la Velzener Strasse, en una mansión particular evacuada para alojar a los militares, obligaron a desnudarse a Heinrich Himmler. Sus ropas y su cuerpo fuer on r egistrados po r un médico del Ejército, el capitán W ells, en busc a de veneno o de algo que pudiera ser virle par a quitarse la vida. En uno de los bolsillos de la chaqueta de Himmler encontraron una ampolla con cianuro potásico de unos doce milímetros de larg o y apenas del gr ueso de un cigarr illo . Luego le hiciero n ponerse un viejo unifor me inglés y lo encerr aro n en una habitación vacía. Aquella misma noche llegó el coronel N. L. Murphy, del Servicio de Información de Montgomery. Había recibido órdenes especiales de ocuparse de todo lo que hiciera referencia a Himmler y someter al antiguo Reichsführer a un primer interrogatorio. Murphy mand ó que los o ficiales le infor maran de todo lo sucedido. —¿Han encontrado veneno en su poder? —preguntó. —Sí, una ampolla en uno de sus vestidos —declaró el médico—. Está ahora en nuestro poder. No puede suici darse... —¿Y han examinado también su boca? —inquirió Murphy. El doctor Wells negó . —En caso lohágalo ahora nuest mismo denó el coronel—. Cabe en lo posible que llevara la ampolla eneste el bolsil para desviar ra —or atención. Himmler fue sacado de la ce lda. El médico militar le o rdenó abr ir la boca. El antiguo jefe de las SS ent or nó lo s oj os. Con sus mand íbulas hizo un movimi ento de masticar.
Algo cr ujió entre sus muelas. Y cayó entonces a tierr a como si le hubiese dad o un rayo. El capitán Wells se ar ro dilló inmediatamente a su lado y trató de sacarle l os r estos de l a ampolla de la boca. S e diero n ór denes. Segundos más tarde le hacían a Himmler un lavado de estómago. Le metieron una sonda en el estómag o y sacaron el contenido. Todo fue en vano. La lucha duró doce minutos. A las veintitrés horas cuatro minutos renunció el doctor Wells a seguir sus esfuerzos. Heinrich Himmler muerto. Durante todo el díahabía siguiente permaneció el cadáver allí donde había caído. Algunos centenares de soldados ingleses y una docena de corresponsales de guerra lo vieron tendido. Desfilaron en silencio ante el cadáver, dirigieron sus miradas hacia el rostro y cuando salían de la habitación respiraban hondamente. ¿Qué había que hacer con el cadáver de Himmler? En el Cuartel general de Montgomery discutieron seriamente la situación. Querían hacer un entierro oficial en presencia de altos oficiales alemanes. En otras habitaciones discutían los oficiales castrenses si se podía dar un carácter cristiano a aquel entierr o. Lo más probable es que fuera el propio Montgomery el que tomara la decisión: Heinrich Himmler había enterrado, sin ningún ceremonial militar, en para un lugar desconocido. No querían quedesuser tumba se llegara a convertir en un religioso lugar de operegrinaje los nacionalistas alemanes. Un oficial del Estado Mayor telefoneó a las oficinas inglesas en Bergen-Belsen. Se le había ocurrido una idea y a toda costa quería que le mandaran una de aquellas cajas de madera en las cuales reunían los restos de aquellos que morían en los campos de concentración. Pero no obtuvo éxito en sus intentos. Himmler fue cargado el 26 de mayo en un camión inglés con destino desconocido. Dos sarg entos cog iero n el cadáver po r los pies y la ca beza y lo echaron en el camión. Un alto ofi cial del Servicio de Infor mación señaló la tumba secreta e n un lugar del bosque en las cercanías de Lüneburg. y un sargento acompañaban al chófer. Únicamente cinco personas sabían dónde estUn abacomandante enterr ado Himmler. Los dos sargentos cavaron la fosa y dejaron caer en ella a Heinrich Himmler, que iba vestido igual que el 23 de mayo, con un pantalón militar inglés, camisa caqui y calcetines grises de la Wehrm acht alemana. Durante un rato los cinco oficiales permanecieron junto a la tumba. Uno de los sargentos sintió la necesidad de pronunciar unas palabras: —¡Dejad que el gusano se reúna con los gusanos! Eso fue todo. Cubrieron la fosa y no dejaron ninguna señal visible. Las huellas del hombre que debía haberse sentado en el banquillo de los acusados en Nuremberg, el hombre que hubiese podido revelar muchas más cosas que los demás acusados, se perdían para siempre. Había rehuido todas las responsabilidades. En una cabaña cerca de Berchtesgaden descubrieron los americanos, enterrado, el tesoro particular de Himmler. Un millón de dólares en valores compuestos de una extraña mezcla. El capitán
Harry Anderson, del Gobierno militar, anotó lo siguiente: 123 dólares canadienses, 25.935 libras esterlinas, ocho millones de francos franceses, tres millones de francos argelino y marroquíes, un millón de marcos, un millón de libras egipcias, dos pesos argentinos, medio yen japonés y..., ¡7.500 libr as palestina s!
11. El ministro de Asuntos Exteriores del Reich, Joachim von Ribbentrop, arrestado en la cama. — El efe de las Juventudes del Reich, Baldur von Schirach, se presen ta espontáneamente a las autoridades. — En una isla del Moskra espera el gran almirante Erich Raeder Casi todos los altos jefes del Tercer Reich estaban detenidos o habían muerto. Solo quedaban unos pocos en libertad. Uno de los más importantes: Joachim von Ribbentrop. ¿Dónde estaba Ribbentrop? Había sido visto por última vez en el Norte durante los días en que el gran almirante Doenitz trataba de formar un nuevo Gobierno. El nuevo presidente del Reich buscaba desesperado a un hombre que no hubiese contraído ninguna responsabilidad durante el anterior régimen, y a quien pudiera confiar el cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Había de ser un hombre al que los aliados no r echazaran de bue nas a primer as negándose a negociar con él. Ribbentrop se enteró de esto, intervino y le prometió a Doenitz que le ayudaría a dar con el hombre que buscaba. Quería meditar el asunto a fondo, pero el resultado de sus pensamientos fue que al día siguiente se presentó de nuevo a Doenitz diciéndole que no conocía a ningún ministro de Asuntos Exterio res par a aquella ocasión mejo r que él mismo . El gran almirante negó con un movimiento de cabeza y confió el cargo al conde Schwerin von Krosigk. Ribbentrop desapareció a continuación de escena. Se fue a Hamburgo, alquilón una habitación en la quinta planta de una casa de pocas pretensiones y delante mismo del Gobier no mil itar empezó la vida de un inocen te ciudadano. Mientras varias docenas de detectives y agentes del Servicio de Información le andaban buscando por todas partes, mientras su fotografía era expuesta en todos los cuarteles y puestos de policía, se paseaba Ribbentrop con un elegante traje cruzado oscuro, sombrero de alas duras y gafas contra el sol por las calles de Hamburgo. Se relacionó con sus viejos amigos de cuando era representante de una casa de vinos espumosos, confiando en que trabajando en una casa comercial era el mejor modo de pasar desapercibido. Repetidas veces visitó las oficinas de un viejo amigo, donde celebró misteriosamente conversaciones. —El Führer me ha encargado una misión especial en su testamento —le dice Ribbentrop a su viejo amig o mir ando hacia un lad o y otro para que nadie le pu eda oír. —Ha de ocultarme usted h asta que lleg ue el mo mento... se trata del futuro de Alemania... El comer ciante hamburgués en vinos vac ila. Pero su hijo no duda un solo mo mento: infor ma a la policía. Los agentes criminalistas aliados siguen en el acto las huellas de aque l misteri oso personaje. A la mañana siguiente, el 14 de junio de 1945, empieza el último acto de la gran batida humana. Tres soldados ingleses y un belga subieron las escaleras de la modesta casa hasta la última planta. Llamaron a la puerta. Golpearon con los puños, repetidamente, al ver que nadie respondía. Finalmente cargaron contra la hoja de la puerta. De pronto el sargento R. C. Holloway lanzó un
sor prendido silbido de sor presa. La puerta se había entreabierto y apareció una joven mujer, una morena muy atractiva. El batín apenas cubría su cuerpo. El pelo le caía suelto sobre la cara y los hombros. Tenía los ojos y los labios, pint ados de ro jo car mín, muy ab iertos. Ahogó un grito y se ec hó un abrigo sobre los hombro s. —Tenemos orden de registrar la casa —declaró el teniente J. B. Adams. Los soldados abrieron la puerta y empujaron a la mujer a un lado. Registraron todas las habitaciones. En la cuarta habitación ve el soldado belga una cama que ha sido recién ocupada. Apartó la manta. —¡Pero si aquí hay un hombre! —gr itó sorprendido. El hombre estaba profundamente dormido. No oyó los golpes que dieron los soldados contra la puerta. Y tampoco las voces de los mismos lograron despertarle de su sueño. ¿O, acaso, pretendía estar dormido? —Vamos, levántese usted. El teniente Adams también entró en la habitación al oír al belga lanzar su exclamación y sacudió al hombre que estaba en la cama. Este se estiró y bostezó. Finalmente se despertó. Se volvió lentamente, entreabrió los ojos y se quedó mirando incrédulo a lo s soldados que había en la h abitación. —¿Qué pasa? ¿Qué sucede? —preguntó con voz velada. —Vamos, levántese... y vístase, pero rápido —le ordenó el teniente Adams. Joachim von Ribbentrop, el antiguo ministro de Asuntos Exteriores del Reich, saltó de la cama. Llevaba un pijama a franjas rosadas y blancas y lucía una espesa barba. —¿Cómo se llama usted? —preguntó el teniente. —Sabe usted muy bien quién soy —contestó Ribbentrop con maliciosa sonrisa. Se inclinó liger amente ante el ofi cial inglés y añadió: —Le felicito a usted. —Está bien, señor von Ribbentrop —gruñó el inglés, entre dientes—, vístase usted. Queda detenido. —Primero he de afeitarme. —Luego podr á afeitarse. Ahor a ha de acompañar nos. Ribbentrop se vistió lentamente, se peinó cuidadosamente ante un espejo y luego metió sus objetos de uso per sonal en una pequ eña mochila. —Estoy a su disposición —dijo finalmente. Al parecer estaba convencido de que todavía estaba actuando en el escenario diplomático. En su modo de ser, nada había cambiado de cuando presentó sus cartas credenciales como embajador alemán ant e el rlos ey ingleses Jor ge VIregistraron y salud ó con el br azo endetenidamente alto, y un fuertede«H eilaHitler». En en el Londres Cuartel general a Ribbentrop pies cabeza. Los aliados ya habían adquirido cierta práctica en esto desde que alguno de sus detenidos había intentado evitar toda responsabilidad ingiriendo una de aquellas ampollas de veneno. Y, en efecto, descubrieron
en un lugar oculto del cuerpo una ampolla de cian uro potásico. Y en la m ochila, cuidadosament e enro llados y cosido s, encontraro n «unos cuant os centenares de miles de marcos», según informaron oficialmente más tarde. ¿Durante cuánto tiempo pensaba mantenerse oculto disfr utando del dinero ? —Deseaba permanecer oculto —declar ó Ribbentrop en el curso de su primer interrog atorio—, hasta que la opinión pública se hubiese calmado un poco. —¿Se refiere usted a la opinión pública en Alemania? —También, pero sobr e todo a la o pinión pública mundial. Sé que todos nosotro s figur amos en la lista de los criminales de guerra y me imagino muy bien cuál será la sentencia teniendo en cuenta el ambiente que dom ina en l a actualidad... la sentencia de muer te. —¿Pensaba usted esperar, pues, hasta que hubiese pasado todo esto? —Sí. —¿Y luego volver a hacer acto de presencia? —Sí. La confusión e ignorancia en que vivía Ribbentrop quedaron demostradas por otro hecho. En uno de los bolsillos de su chaqueta encontraron tres cartas: una dirigida al mariscal de campo Montgomery, otra la ministro de Asuntos Exteriores Eden y la tercera... el oficial no quería dar crédito a lo que leía... no er a posible... Pero no cabía la menor duda: la tercera carta iba dirigida a «Vincent» Churchill. Nada podía ofrecer una demostración mejor del despiste del ministro de Asuntos Exteriores del Reich que este pequeño detalle. Vincent en lugar de Winston... ¡y aquel era el hombre que había dirigido la política exterio r del Reich a lemán! La hermana de Ribbentrop, la señora Ingeborg Jenke, que había sido llamada por los ingleses para una mayor segur idad, iden tificó, inmediat amente, a su her mano. El hombre que era conocido por todo el mundo como el espíritu más malvado después de Hitler fue llevado a Lüneburg y desde allí a un campo de internados en «algún lugar de Europa.» Y continuaba luciendo su traje oscuro cruzado y su sombr ero de ala dura. A excepción de dos personajes, todos los que posteriormente se sentaron en el banquillo de los acusados en Nuremberg, ya habían sido det enidos por los aliado s. Uno de esos personajes era Baldur von Schirach, el antiguo jefe de las Juventudes del Reich, últimamente Gauleiter y Comisario de la Defensa del Reich en Viena. Cuando los ruso s entrar on en la capital aust ríaca se marchó Schirach, que se había de jado cr ecer un bigote, a Schawaz, en el Tirol. Allí alquiló una casita en el campo a nombre de Richard Falk. El hombre se sentía en seguridad ya que los americanos creían que había muerto. Una noticia que había sido transmitida pocos días antes del hundimiento decía que los vieneses habían colgado al Comisari o de Defensa del R eich en el puen te de Flor idsdorf sobr e el Danubio. Y Schirach trabajó incluso como intérprete en una oficina del Gobierno militar americano. Y durante lasLoy. ho ras libres afanosament unalos novela policíaca llevaba por título: El secreto de Myrna Pero esta escribía novela era un resumene de últimos días deque Viena. Los campesinos no sospechaban nada en absoluto. El Gobierno militar de Schwaz quedó sorprendido cuando el 5 de junio de 1945 recibió una
de las unidades alemanas destinadas a combatir a las bandas de guerrilleros enemigos. SSObergruppenführer y general de las Waffen-SS, Erich von dem Bach-Zelewski. Fue interrogado por Telfor d Taylor : Taylor: «¿Publicaron las autoridades militares unas disposiciones en que se hablaba de los métodos que hab rían de ser empleados en la lucha cont ra l as bandas de guerr iller os?» Bach-Zelewski: «No». Taylor: «¿Cuál fue la co nsecuencia?» Bach-Zelewski: «Como no existía una or den concreta, reinaba una complet a anarquía en la l ucha contra los guerr illeros». Taylor: «¿Causaron las medidas adoptadas la muerte inútil de elementos de la población civil?» Bach-Zelewski: «Sí». J. W. Pokrowsky (fiscal ruso) : «¿Está usted enterado de la creación de una brigada especial compuesta por antiguo s contrabandist as, cazador es furtivos y antiguos pr esidiario s?» Bach-Zelewski: «A fines de 1941 o a principios de 1942 fue organizado un batallón a las órdenes de Dirlewanger, adscrito al grupo de Ejércitos Centro para la lucha contra los guerrilleros. Esta brigada Dirlewanger estaba compuesta, en su mayor parte, por unos antiguos reos, que aunque oficialmente solo se trataba de cazadores furtivos, lo cierto es que también figuraban criminales pro fesionales condena dos por ro bo a mano armada, asesina to, etc.»
Pokrowsky: «¿Cómo explica usted que el mando alemán consintiera que fueran engrosadas sus fuerzas con el alistamient o de cr iminales pro fesionales?» Bach-Zelewski: «Creo que está directamente relacionado con el discurso pronunciado por Heinrich Himmler a principios de 1941, antes de comenzar la campaña contra Rusia, cuando dijo que uno de los objetivos de la guerra contra Rusia era reducir en unos treinta millones de habitantes la Unión So viética y que esta s actividades habían de ser realizadas por unas tropas de cate go ría infer ior, pero destinadas especialmente a esta labor». Pokrowsky: «¿Conoce unas instrucciones que ordenaban fueran incendiados aquellos pueblos que prestaban ayuda a los g uerr iller os?» Bach-Zelewski: «No». Pokrowsky: «Es decir, cuando algunos comandantes incendiaban un pueblo ruso por la ayuda de sus habitantes hubiesen podido pr estar a lo s guer riller os, ¿actuaban por su cuenta y riesgo ?» Bach-Zelewski: «Sí». Pokrowsky: «¿Ha dicho uste d que la luch a contra lo s guer riller os er a una excusa para diezmar la población eslava y judía?» Bach-Zelewski: «Sí». Pokrowsky: «¿Afirma usted que las medidas de represalia adoptadas por la Wehrmacht tenían como objeto el r educir en treinta millones la po blación civil eslava y jud ía?» Bach-Zelewski: «Mi opinión es que estos métodos hubiesen reducido en treinta millones la población eslava y judía si hubiesen continuado con la misma intensidad». Sin ninguna clase de escrúpulos trataba Hitler de crear, en el este de Europa, un «espacio vacío», que era el lugar donde debía habitar la raza de señores que había de ser criada y organizada por Himmler.
—La realización de estos crímenes —dijo el fiscal soviético Rudenko— fue confiada especialmente a los llamados «Sonderkommandos», que habían sido creados después de llegar a un acuerdo el jefe de la policía y del SD y el alto mando de la Wehrmacht. Este hecho fue confirmado también por el jefe de la Sección III en la oficina central de Seguridad del Reich, Otto Ohlendorf, que mandó personalmente una de estas unidades en el Este y que en el año 1951 fue ejecutado en Landsberg, acusado de ejecuciones en masa; fue interrogado por el fiscal amer icano John Harlan Amen. Amen: «¿Cuántas "unidades especiales" luchaban en el frente?» Ohlendorf: «Existían cuatro unidades especiales, las A, B, C y D. El grupo D no estaba adscrito a ningún Grupo de Ejército, sino que estaba las órdenes directas del 11 Ejército.» Amen: «¿Quién era el comandante en jefe del 11 Ejército?» Ohlendorf: «El comandante en jefe del 11 Ejército fue primero Ritter von Schober y luego von Manstein». Amen: «¿Celebró usted en alguna ocasión una entrevista con Himmler?» Ohlendorf: «Sí. En el verano del año 1941 estuvo Himmler en Nikolajew. Mandó formar a los efes y soldados de la unidad y r epitió que la or den de ejec ución no hacía perso nalmente responsables a ninguno de los jefes o soldados que participaran en la misma. La responsabilidad incumbía únicamente a él y al Führer».
Amen: usted cuántas personas fueron liquidadas por el grupo D, es decir, el grupo que estaba a sus «¿Sabe órdenes?» Ohlendorf: «De junio de 1941 a julio de 1942 fueron muertas por la unidad especial unas noventa mil». Amen: «¿Incluye en esta cifra a las mujeres y niños?» Ohlendorf: «Sí». Amen: «¿En qué se funda usted para dar esta cifr a?» Ohlendorf: «Por l os partes de los gr upos que recopilábamos en la comandan cia». Amen: «¿Vio y leyó personalmente estos partes?» Ohlendorf: «Sí». Amen: «¿Asistió a estos asesinatos en masa?» Ohlendorf: «Fui destinado, en dos ocasiones, a vigilar estas ejecuciones en masa». Amen: «¿En qué posición eran fusiladas las víctimas?» Ohlendorf: «De pie o ar rodilladas». Amen: «¿Qué hacían de los cadáveres después de fusilar a las víctimas?» Ohlendorf: «Se enterraban en las zanjas». Amen: «¿Cómo averiguaban ustedes si la víctima había muerto?» Ohlendorf: «Los jefes de disparar cada unidad recibido órdenes concretas de vigilar las ejecuciones y en cas o necesario el tir o habían de gr acia». Amen: «¿Fueron muertas todas las víctimas, hombres, mujeres y niños, empleando el mismo sistema?»
Ohlendorf: «Hasta la pr imavera del año 1942, sí. Luego recibimos una or den de Himmler de que las mujeres y niños habían de ser muer tos en los camio nes de gas». El motivo por el cual Himmler dio esta orden sorprendente, se supo en el curso de un proceso posterior. El testigo Erich von dem Bach-Zelewski contó el siguiente incidente. En agosto de 1941, Himmler ordenó a uno de los jefes de una unidad especial, Arthur Nebe, en Minsk, que mandara ejecutar a cien personas en su presencia. Entre las víctimas se encontraban numerosas mujeres. BachZelewski se encontraba muy cerca de Himmler y le observaba atentamente. Cuando sonaron los prim ero s disparos y las víctimas se de splomar on, Himmler se mar eó. Se tambaleó, casi cay ó a tierr a, pero recuperó en el acto el dominio sobre sí mismo. A continuación insultó, a gritos, a los verdugos acusándoles de no saber disparar, pues algunas mujeres todavía estaban vivas. Poco después decretó la orden, mencionada por Ohlendorf en Nuremberg, de que las mujeres y niños no debían ser fusilados, sino muertos en los co ches de gas. Amen: «¿Puede usted explicarle al Tribunal en qué consistían estos coches de gas?» Ohlendorf: «Eran unos grandes camiones que podían cerrarse herméticamente. Estaban construidos de tal modo que cuando se ponía el motor en marcha se enviaba, por medio de unos tubos, gas al interior del camión y este gas provocaba la muerte al cabo de unos diez a quince minutos». Amen: «¿Cuáles fueron las organizaciones que contribuyeron con mayor número de soldados a engr osar estas unidade s especiales?» Ohlendorf: menor , del SD". «Los jefes procedían de la Gestapo, de la policía criminal y, en un tanto por ciento Abogado Ludwig Babel (defensor de las SS y del SD) : «¿Podían estos ho mbres negar se a cumplir las órdenes que se les daban?» Ohlendorf: «No, pues si se hubiesen negado los hubieran llevado ante un tribunal marcial y condenado a muerte». Así funcionaba la hor rible maquina ria de Hitler, Himmler y de sus secua ces, sin compasión y sin escrúpulos de ningún género hasta el último día. En la sala de sesiones de Nuremberg fueron relatados durante días, durante semanas, los detalles de acciones cada vez más repugnante. La «técnica de la despoblación» absorbía millones de seres humanos: judíos, eslavos, mujeres, niños, ancianos, poblados enteros. En Nuremberg hicieron acto de presencia los testigos oculares y losy sobrevivientes, y fueron presentados documentos capturados a los alemanes, informes oficiales fotografías. Es completamente imposible abarcar en toda su magnitud esta terrible catástrofe provocada por la mano del hombre. Miles de páginas fueron dedicadas a estos hechos en el proceso de Nuremberg, pero incluso estos miles de páginas forman solo un pequeño extracto de todo lo sucedido. Unos poco s ejemplos han de ser virno s para co mprender estos caso s. El com andante Rösler, del 528 Regimiento de Infantería, mandó el 3 de enero de 1942, un informe al comandante en jefe del Noveno Ejército, general Schierwind, que fue hallado después de la guerra y presentado ante los ueces en el proceso de Nurember g. Este infor me decía: «A fines de julio de 1941 se encontraba el Regimiento a mis órdenes en ruta hacia Schitomir, donde habíamos de disfrutar de unos días de descanso. Cuando acompañado por mi Plana Mayor la tarde del día de llegada ocupé la casa que se nos había destinado, oímos, bastante cerca, unas salvas de fusil y poco después disparos aislados de pistola. Decidí averiguar de lo que se trataba y en compañía de mi ayudante y el oficial de servicio, los tenientes von Bassewitz y Müller-Brodmann, nos diri gimo s hacia la dirección de donde pro cedían los disparo s.
»Pronto supimos que éramos testigos de un horrendo espectáculo. Al poco rato vimos a numerosos soldados y paisanos que se dirigían hacia una pequeña hondonada en la cual, según nos dijeron, se cumplían cada día un sinfín de ejecuciones. »Subimos a un pequeño montículo y entonces vimos el espectáculo en toda su amplitud. En la hondonada ha bían cavado una zan ja de unos siet e u ocho m etros de lar go y cuatro de ancho y la tierr a la habían amontonado a un lado. Esta tierra estaba manchada de sangre. La misma zanja estaba llena de cadáveres de ambos sexos y era difícil calcular su número , pues no se podía ver la pro fundidad de la zanja. »Distinguimos un pelotón de ejecución formado por agentes de la policía que estaba a las órdenes de de unsangr oficial, perteneciente Los uniformes los agentes estaban manchados e. Vimos muchos también soldados adelalospolicía. reg imientos dest inadosdea aquel sector, vest idos algunos solo con traje de baño, que asistían como espectadores a las ejecuciones, así como también muchos paisanos, mujeres y niños. M e acerqué a la zanja y ant e mis o jos se ofr eció un cuadro que no olvidaré nunca mientras viva. Vi a un anciano con barba blanca que todavía daba señales de vida, y entonces le supliqu é a uno de los ag entes de policía que le disp arar a el tiro de gr acia para poner fin a sus tormentos. P ero el policía me contestó: "A ese ya le he metid o siete balas en el cuerpo, ese mo rirá solo". »Los cadáveres en la zanja quedaban tendidos allí, en la misma posición en que habían caído. Muchos de ellos aún vivían y los oficiales les disparaban un t iro de g racia en la nuca . »Por mi participación en la gran guerra y en las campañas de Francia y Rusia he sido testigo de muchos hech os deplor ables, pero no r ecuerdo jamás haber sido testigo de algo par ecido.» Esta exposición de un comandante alemán podría ser completada por centenares de otros testigos. En todo el Este, en las cercanías de todas las grandes poblaciones tenían lugar fusilamientos en masa. Que no se trataba de medidas incontroladas e irresponsables se deduce claramente de la lectura de otro de los documentos present ados en Nurember g: el Diario del acusado Hans Frank, gober nador general de Polonia. El 6 de febrero del año 1940, concedió Frank una entrevista al corresponsal Kleiss, del Völkischen Beobachter. El fiscal soviético Smirno w leyó lo sig uiente: Kleiss: «Tal vez fuera interesante que nos explicara cuál es la diferencia entre Protectorado y Gobierno Frank:general» «No le. puedo ofrecer una diferencia plástica. En Praga, por ejemplo, pegaban unos grandes cartelones rojos en los que se decía que aquel día habían sido fusilados siete checos. Y entonces yo me decía: Si en Polonia hubiéramos de pegar un letrero ojo por cada polaco que es fusilado, no bastarían los bosques de est e país para suministrar todo el papel necesario». Samuel Harris, fiscal de los Estados Unidos, explicó la teoría de la despoblación mediante un documento muy importante: —Se trata de un informe del 23 de mayo de 1941, es decir, un día antes de la invasión de la Unión Soviética. Este documento fue encontrado en los archivos del Alto Mando de la Wehrmacht y lleva por título: «Directrices político-económicas para la organización económica Este, grupo Agricultura». En este documento se dice que los productos agrícolas sobrantes en las regiones de producción no deben ser dest inados a las r egio nes carentes de productor agr ícolas, sino a Alemania: «—La consecuencia de no suministrar productos agrícolas a las zonas forestales, inclusive las
zonas industriales de San Petersburgo y Moscú, será que la población de estas regiones, principalmente la población de las ciudades, pasará una época de mucha hambre. Muchos millones de seres habit antes de estas zonas mor irán o se verán oblig adas a emigr ar a Siberi a». Aquellos hom bres, mujeres y niños que no eran muer tos por la acción de las unida des especiales o en el curso de la lucha contra las bandas de guerrilleros, habían de morir de hambre de acuerdo con lo ordenado desde Berlín. «Muchos millones de seres humanos»... Estas palabras constan en un documento oficial alemán. Doctor Alfred Thoma, defensor del acusado Alfred Rosenberg, rebatió este cargo cuando sometió a co ntrainterr og ator io al testigo Bach-Zalewski: —¿Cree usted que elsudiscur Himmler, el que que ofueran muertos treinta millones de eslavos, representaba puntoso dede vista personalensobre estaexigía cuestión concordia plenamente con el punto de vista de la filoso fía nacionalsocialista?» Bach-Zelewski: «Ahora opino que era la consecuencia de nuestra política en general. Cuando se predica durante muchos años, durante muchísimos años, que la raza eslava es una raza inferior a la nuestra, que los judíos no deben ser co nsiderados como seres humanos, es lóg ico que llegue el día en que tenga lugar esta explosión». Doctor Thoma: «Ahor a, ¿y cuál era su o pinión en aquellos días?» Bach-Zelewski: «Es difícil para un alemán llegar a este convencimiento. Yo he tardado mucho tiempo en convence rme».
Doctor Thoma: «Pero usted además de tener unas ideas políticas muy concretas, también tenía una conciencia, ¿no es verdad?» Bach-Zelewski: «Por este motivo estoy ho y aquí». —¡Traidor ! —gritó Goering muy audiblemente, después de haber pronunciado el testigo estas palabras. Pero esto ya no podía cambiar lo s hechos. Los prisioneros de guerra fueron primordialmente los que más sufrieron las consecuencias de esta técnica de la despoblación. Esto se demuestra claramente en la llamada Kommisarbefehl y alcanzó su punto más macabro en la muerte por hambre. Bogislaw von Bonin, que de 1952 a 1955 trabajó nte en g. la El o rganización delleyó Ejército federal alemán, prestó en 1945 declaración ante el Tribunalactivame de N urember fiscal T aylor la declaració n: «Cuando empezó la campaña rusa yo era primer oficial de Estado Mayor de la 17 División acorazada que había de atacar al norte de Brest-Litowsk, al otro lado del Bug. Poco antes del ataque mi división recibió una orden del Führer, transmitida por el Alto Mando de la Wehrmacht. En esta orden se decía que todos los comisarios rusos que fueran hechos prisioneros de guerra habían de ser fusilados sin juicio y sin contemplaciones de ninguna clase. Esta consigna servía para todas las unidades destinadas al frente del Este. Aunque esta orden había de ser transmitida incluso a las Compañías, el comandante en jefe del XXXVII Cuerpo acorazado, general de las tropas acorazadas Lemelsen, prohibió que se comunicara a la tropa esta orden, pues estaba en contradicción evidente con el espír itu que, en todo mo mento, debe animar a lo s sol dados en un frente de combat e». La actitud de Lemelsen revela claramente el efecto que esta orden debía producir entre la tropa, pero solo unos pocos comandantes en jefe tuvieron el valor de Lemelsen. La orden de asesinar adquiría proporciones ilimitadas.
El testigo Erwin Lahousen, del Servicio Secreto, que estaba a las órdenes del almirante Canaris, fue interr og ado sobr e este punto en Nurember g por John Harlan Amen. Lahousen: «La orden comprendía dos clases de medidas que habían de ser llevadas a la práctica, primero el fusilamiento de los comisarios rusos y luego la muerte de todos aquellos elementos entre los prisioneros de guerra rusos que serían seleccionados previamente por el SD y que eran los elementos contagiados por el bolchevismo, o miembr os activos del bolchev ismo». Amen: «¿Se decía quién había de ejecutar estas órdenes?» Lahousen: «Sí, creo recor dar que las unidades esp eciales del SD , que había que seleccionar eso s elementos en los campos de prisioner os de guerr a y proceder luego a su ejecución».
Amen: «¿Tiene la bondad de exponer ante el Tribunal el sistema que se seguía para seleccionar a esos element os y cómo se decidía cuál de los pr isioner os había de se r muerto?» Lahousen: «Los prisioneros de guerra eran seleccionados por las unidades especiales del SD de un modo completame nte arbitrar io. Algunos jefes de est as unidades se guiaban por signos raciales, y claro, todos aquellos que tenían rasgos judíos o daban la impresión de ser seres inferiores, eran condenados a muerte. Otros, por el contrario, elegían para ser fusilados a aquellos prisioneros de guerra que parecían ser los más inteligentes. Otros, tenían en cuenta otras características.» Después de esta declaración de Lahousen, fue presentado otro documento que decía: «El destino de los prisioneros de guerra soviéticos en Alemania es una tragedia de dimensiones incalculables. De los tres millones seiscientos mil prisioneros de guerra, solo unos centenares de miles han podido reanudar sus trabajos habituales. La mayor parte de ellos están enfermos. Muchos murieron de hambre. En la mayoría de los casos los comandantes prohibieron a la población civil que suministrara víveres a los prisioneros y con ello los condenaba a morir de hambre. En muchos casos, cuando los prisioneros de guerra se desplomaban por las calles eran fusilados allí mismo por sus guardianes ante el horror de la población civil. En numerosos campamentos no se ocupaban de buscar alojamiento para los prisioneros de guerra, de modo que estos habían de permanecer al aire libre aunque lloviese o nevase. Sí, incluso ni siquiera les daban las herramientas necesarias para construirse zanjas en la tierra para guarecerse del frío. Hemos de hacer mención además al fusilamient o de l os pr isioner os de guerr a. En muchos casos er an fusilados los "asiáticos"...» Lo más sorprendente de este documento es su procedencia. ¡Se trata de una carta que le escribió Alfred Rosenbe rg el 28 de febrer o de 1942 a Wilhelm Keitel! Otro documento, pr ocedente igualmente d e Rosenberg , fue leído en el pro ceso de Nurember g: «El racionamiento que recibe la población civil r usa no asegur a su existencia, sin o simplement e le permite continuar vegetando. Por las carreteras rusas vagan un sinfín de personas, que podríamos calcular en unos cuantos millones, que no hacen otra cosa que vagar de un lado al otro en busca de alimentos...» Cómo se pudo llegar a este desprecio hacia las vidas ajenas se deduce de las siguientes frases. El comisar io del Reich, Erich Koch, r esponsable de la Administ ració n en Ucrania, dijo públicament e en Kiev: «Somos un pueblo de señores que ha de tener en cuenta que el obrero alemán más bajo es mil veces mejor, desde el punto de vista racial y biológico, que cualquier exponente de la población local... Explotará este país hasta sus límites... No he venido aquí para impartir bendiciones... La población ha de trabajar, trabajar y trabajar... No hemos venido aquí, lo repito, a repartir dádivas...» Y Heinrich Himmler les dijo a sus generales de las SS, según un relato taquigráfico que obraba
en poder del fiscal amer icano Thom as J. Dodd: «Me es completamente indiferente la suerte de los rusos y de los checos. Si los demás pueblos llevan una vida de bienestar o se mueren de hambre, solo me interesa en el sentido de que los necesitamos como esclavos para nuestra cultu ra, aparte de est o no me interesan. Si en la construcción de unas defensas antitanques mueren cientos de miles de m ujeres r usas, solo me interesa por saber si antes han term inado la construcción de la defensa, por lo demás, no me interesa». En esta relación hemos de incluir también la llamada Kugel-Erlass, que ordenaba que todos los oficiales y suboficiales rusos prisioneros de guerra que habían intentado emprender la huida debían ser llevados al campo de concentración de Mauthausen para ser fusilados allí. Así como las órdenes anteriores todavía una diferencia el Este y el Oeste, llamada Nacht-und-Nebel Erlass afectaba a laestablecían población civil en todas lasentre regiones ocupadas. Esta la orden era el aborto de una mente satánica y enfermiza. —A continuación —comunicó el fiscal amer icano Robert G. Stor ey— voy a presentar aquellos casos en que la Gestapo y el SD transportaban a Alemania a personas civiles de las regiones ocupadas para procesos secretos y su castigo. Se trata de la llamada Nacht-und-Nebel Erlass, que fue pro mulgada por Hitler el 7 de diciembre de 194 1. El documento mencionado lleva la firma del acusado Wilhelm Keitel, jefe del Alto Mando de la Wehrm acht, y dice lo siguiente: «Por voluntad del Führer, en las regiones ocupadas en que se realice un atentado contra el Reich oestán las fuerzas ocupación, se El adoptarán frente alolossiguiente. criminales que en vigordehasta la fecha. Führer declara Enunas estosmedidas casos lasdiferentes condenasa alasprisión, aunque sean a cadena perpetua, las considera un signo de debilidad. Por este motivo, solo se podrá conseguir una intimidación de la población civil y evitar futuros atentados imponiendo la pena de muerte o adoptando medidas que hagan que la población ignore la suerte que hayan podido correr los criminales. Para este fin lo mejor es transportar a los elementos criminales a Alemania. Las precedentes instrucciones corresponden plenamente con los deseos del Führer. Han sido examinadas y autorizadas por él. Keitel». Entre las instrucciones co mplementarias de esta orden, leemos: «Algunas de las medidas a adoptar y que pueden causar una mayor inquietud entre la población civil, son: a) hacer sobre desaparecer sin dejar menor huella a los elementos criminales; b) no dar la menor información el paradero de loslaelementos criminales.» Keitel (en el estrado de lo s testigo s): «Compr endo perfectamen te que el hecho de que mi nombr e aparezca firmando este documento es un cargo más contra mi persona, aunque en el documento se lee claramente que se trata de una orden del Führer. »En todo momento presenté mis protestas contra esta orden y recuerdo muy bien haber dicho que con esta orden se lograría perfectamente lo contrario de lo que se pretendía con la misma. Pero no lo reconocier on así y me amenaza ro n con or denar al ministro de Justicia q ue dictara él esta ley en el caso de que la Wehrmacht no estuviera dispuesta a dar su conformidad. »La tragedia de esta orden está en el hecho de que en un principio fue destinada única y exclusivamente a lalaWehrmacht, luego que se hizo extensiva todos, y fue adoptada especialmente por las fuerzas de policía, hastapero el punto había grandesacampamentos de personas internadas como resultado de esta or den.» Sir David Maxwell-Fyfe (fiscal inglés) : «Deseo que informe usted al Tribunal de lo que en su
opinión era lo peor cuando usted, tantas y tantas veces, se vio obligado a actuar contra la voz de su conciencia.» Keitel: «En muchas ocasiones me vi en situaciones parecidas a la ant erio r». Sir David: «Deseo que las explique, señor acusado». Keitel: «Tal vez, volviendo al principio, las disposiciones que fueron dadas para la guerra en el Este, pues casi siempre estaban en contradicción con las costumbres bélicas..., pero, sin ninguna duda, figura en primer lugar la Nacht-und-Nebel Erlass, sobre todo por las consecuencias que tuvo posteriormente y que para mí eran entonces desconocidas. Esta fue, sin duda, la lucha más intensa que tuve que librar conmigo mismo». Un símbolo terrible del desenfreno de todos los instintos malvados... ordenado por Hitler y dirigido por Himmler... esta fue la suerte del pueblo checo de Lidice. —En otras muchas ocasiones —declaró el fiscal Smirnow— se repitió la suerte de Lidice, incluso en formas más crueles todavía en las regiones de la Unión Soviética, Yugoslavia y Polonia. Pero el mundo entero conoce el caso de Lidice y nunca lo olvidará. La destrucción de Lidice fue decretada por los nazis como represalia por la justa muerte del protector de Bohemia y Moravia, Heydrich. «El día 9 de junio de 1942 el pueblo de Lidice fue rodeado por los soldados por orden de la Gestapo. Los soldados habían llegado en diez grandes camiones procedentes de la población de Slany. Todo el mundo que quería podía entrar en el pueblo, pero no dejaban salir a nadie. La Gestapo obligó a las mujeres y a los niños a entrar en el colegio. El 10 de junio fue el último día de Lidice y sus habitantes. Los hombres ya estaban encerrados en los sótanos y en los establos de la familia Horak. Veían cómo se aproximaba su fin y esperaban con serenidad. El sacerdote Sternbeck, un hombr e de setenta y cinco años, l os co nfor taba con las palabras de Dios. »En el patio de los Horak eran sacados cada vez diez hombres que eran fusilados. Este asesinato en masa duró desde las primeras horas de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Más tarde se fotografiaron los verdugos de pie delante de los cadáveres. 172 hombres y muchachos fueron fusilados el 10 de junio de 1942 y siete mujeres de Lidice en Praga. Las restantes 195 mujeres fueron internadas en el campo de concentración de Ravensbrück donde murieron 42 como consecuencia de los malos tratos recibidos, siete fueron condenadas a la cámara de gas y tres desaparecieron. Los deallí Lidice fuerondeseparados de susde madres. Noventa niños fueron destinados aHasta Lodz,elenmomento Polonia, yniños desde al campo concentración Gneisenau, en la región de Wartheland. no se han encontrado las huellas del parader o de estos niños». Pero no solamente en el Este, sino por toda Europa era llevada a la práctica la «técnica de la despoblación» de Hitler. Desde Noruega a Grecia, desde Estonia hasta la frontera española ardían los pueblos y mor ían seres inocentes . Otro pueblo europeo, que igual que Lidice había de convertirse en un símbolo, fue el pueblo francés de Oradour-sur-Glane. Lacónico, el general alemán Von Brodowski anotó el 14 de junio de 1944 en su Diario: «Declaran que han muerto unas 600 personas. Toda la población masculina de Oradour ha sido fusilada. Lasmujeres mujeresy yloslosniños niñoshan se perdido habían refugiado también las l a vida.» en la iglesia, que fue incendiada, por lo que El infor me of icial fr ancés que present ó el fiscal fr ancés Charles Dub ost es muy diferente. —El sábado, 10 de junio, penetró en el pueblo una sección de las SS, que con toda seguridad
formaba parte de la división Das Reich destinada en aquella región y ordenó a todos los habitantes que se concentraran en la plaza del mercado. El pueblo había sido anteriormente cercado por los soldados alemanes. Los hombres fueron invitados a formar grupos de cuatro o cinco personas y a continuación estos grupos fueron encerrados en diferentes sitios. Las mujeres y los niños fueron conducidos a la iglesia y encerrados allí. Poco después sonaron disparos de ametralladora y todo el pueblo fue pasto de las llamas. Las casas fueron incendiadas una detrás de otra. »Las mujeres y los niños que olían el humo y oían las salvas estaban terriblemente asustados. A las cinco de la tarde pene traro n soldados alemanes en la iglesia y colo caro n sobr e el altar una espe cie de caja de la que colgaban varias mechas. Al poco rato el aire se hizo irrespirable, pero alguien log ró abrir la puerta de la sacristía, con lo que p rocuró un poco de alivio a las mujeres y niños que se asfixiaban. »Los soldados alemanes empezaron a disparar a través de las ventanas de la iglesia, volvieron a entrar para rematar a los supervivientes y arrojaron al suelo un material fácilmente inflamable. Solo una mujer se salvó. Se había subido a una de las ventanas para huir cuando los gritos de una madre que le quería confiar a su hijo llamaron la atención de un soldado que disparó contra ella hiriéndola de gr avedad. »Salvó l a vida hacién dose pasar po r muerta. »Hacia las seis de la tarde, los soldados alemanes detuvieron el tren que pasaba cerca de la localidad y obligaron a bajar del tren a todos los viajeros que iban a Oradour. Los mataron a todos con disparos de amet rallador a y luego incendiaro n los cadáv eres. Cuando despu és de la matanz a lo s habitantes de la r egió n entrar on en el pueblo, se les ofr eció un cuadro realmente espantoso : »Cuando penetraro n en la igl esia que se ha bía casi derr umbado, descubrier on r estos humanos de niños mezclados con los maderos calcinados. Un testigo distinguió a la entrada de la iglesia el cadáver de una mujer que sostenía a su hijo en br azos y detrás del altar el cadáver de un niño de cor ta edad que estaba arr odillado y otro s dos niños, junt o al confesionar io, se abrazaban fue rtemente». Este informe no fue redactado por el Gobierno francés después de la guerra. Fue efectuado por el general francés Bridox, del Gobierno de Vichy, por orden expresa de Berlín y entregado al comandante de las fuerzas alemanas en Francia. Lidice y Oradour... Durante dos incidentes de casos las queciudades fueron expuestos el curso proceso de Nuremberg. días yentre días centenares fueron enumerados y pueblosenque habíandel sufrido la misma o incluso una suerte peor. Fueron llamados a declarar testigos que relataron la muerte de miles y mil es de seres i nocentes. —Fueron decenas de miles los ciudadanos de los países occidentales que fueron ejecutados, sin previo j uicio, solo como medida de repr esalia por unos actos en los que no había n intervenido. Con estas palabras el fiscal francés Charles Dubost hizo referencia a otra serie de crímenes: el asesinato de los rehenes, ejecuciones que fueron realizadas con el fin de atemorizar a la población civil pero que, en realidad, solo sirvieron para intensificar el odio hacia el invasor y engrosar las filas de la resistencia. Solo en Francia fueron muertos por los alemanes más de 29.660 rehenes. El fiscal Dubost informó las sus terribles queque precedieron a lasrealizados ejecuciones. quea estas personas pagabandecon vidasescenas los actos habían sido por Recordamos otros. Vamos exponer so lamente dos ejemplos de l os muchos existe ntes. El 21 de octubre de 1941 fue publicado en el periódico francés Le Phare el siguiente
comunicado: «Unos cobardes criminales, a sueldo de Londres y Moscú, han matado, la mañana del 20 de octubre de 1941, al comandante de Nantes por la espalda. Los criminales no han sido detenidos todavía. Como represalia por este crimen ha sido ordenado el fusilamiento de cincuenta rehenes. En el caso de que los asesinos no sean apresados antes de la noche del 23 de octubre de 1941 y teniendo en cuenta la gravedad del crimen cometido, serán fusilados otros cincuenta rehenes. Firmado: Stülpnagel.» Estas ejecuciones fueron ordenadas y cumplidas. En un informe del Gobierno real nor uego, leemos: «El 6 de octubre de 1942 fueron ejecutados diez ciudadanos noruegos como represalia de un intento de sabotaje. El 20 de julio de 1944 fue ejecutado un grupo de un campo de concentración. Su número es desconocido. No se sabe el motivo de esta ejecución. Después de la capitulación alemana fueron descubiertos los cadáveres de cuarenta y cuatro noruegos en una fosa común. Todos ellos habían sido fusilados. Tampoco se conoce la causa de esta ejecución. Nunca fue comunicada. No se cree que fueran llevados ante un tribunal. Fueron muertos con tiros en la nuca o en los oídos. Las víctimas tenían las mano s atadas a la espalda». Todas estas órdenes de fusilamiento de rehenes, que no fueron llevadas a la práctica solamente por las SS y la policía, sino también por la Wehrmacht, revelan el desprecio hacia las vidas ajenas que caracterizan, tan claramente, la política de ocupación de Hitler. Mientras los soldados alemanes luchaban primera línea el frente, las organizaciones policía y el Partido «asegurar en políticament e» laenr etaguardia, administrando las de reglaiones o cupadas según elcuidaban punt o dedevista nacionalsocialista. Los hombres que se sentaban en el banquillo de los acusados en Nuremberg, en el caso de que no quisieran suicidarse, debían estar conformes con los objetivos de esta política. De todos modos, existían pequeñas diferencias si se trataba de las regiones ocupadas en el oeste o en el este de Alemania. Sobre este punto informó detalladamente el acusado Seyss-Inquart, que fue jefe de la administración civil en el sur de Polonia, así como también comisario del Reich en los Países Bajos. Cuando en el año 1940 se des pidió el go bernador general Hans Frank, le dijo: —Me voy al Oeste y quiero ser sincero con usted. Con el corazón estoy aquí, pues todo mi modo de pensar está dirigido hacia el Este. En el Este tenemos que cumplir una misión nacionalsocialista, en el Oeste, por el contrar io, hemos de limitarnos a cumplir una función. En esto r adica la diferencia. Esta diferencia entre función y misió n era solamente un a cuestión de matiz, pues el principio era el mismo. Para la política de Seyss-Inquart en Polonia, al igual que en los Países Bajos, servía la consigna que les dio a sus subor dinados en Lublin en noviembre de 1939: —Estimularemos todo lo que pueda serle útil al Reich e impediremos todo aquello que pueda perjudicar al Reich. ¡Cuántas y cuántas cosas había que debían serle de utilidad al Reich! Empezando por la confiscación de los bienes ajenos y el saqueo de los bienes culturales, hasta obligar a la población polaca a realizar trabajos forzados y la deportación de los judíos holandeses. Vamos a citar algunos ejemplos. Rosenbe que rg trabajó pleno acuerdo con las:oficina de Seyss-I nquart. En un inform e sobr eLalosoficina bienesdeculturales hab íandesido saquead os, leemo «El valor material de estas bibliotecas solo se puede calcular de un modo aproximado, pero se puede valor ar en unos 30 a 40 millo nes de marcos alemanes».
El 18 de mayo de 1942, Seyss-Inquart firmó un decreto imponiendo castigos colectivos a aquellas ciudades holandesas que dieran cobijo a elementos de la resistencia. La explotación económica alcanzó el grado máximo durante su mandato. En el año 1943 mandó confiscar los productos textiles y de uso doméstico para beneficio de la población alemana. Fueron confiscados también los bienes de todas aquellas personas de las que se sospechaba se habían hecho responsables de actividades contra el Reich. Durante su reinado, Seyss-Inquart mandó a medio millón de holandeses a cumplir trabajos forzados en Alemania. Solo una parte muy pequeña de estos eran voluntarios. Las consecuencias más terribles de esta política las pagaron los judíos. Para hacer más comprensible la sentencia que el Tribunal dictó contra él, vamos a citar solamente algunos puntos. En su libro, Cuatro años en los Países Bajos, escribió Arthur Seyss-Inquart: «A los judíos no los consideramos holandeses. Se trataba de unos enemigos con los cuales no podemos concertar un armisticio ni firmar un tratado de paz. No existe para mí otra solución que resolver todo este asunto con medidas policíacas. Aniquilaremos a los judíos allí donde nos tropecemos con ellos y todos los que les ayuden pagarán las consecuencias. El Führer ha dicho que los judíos no tienen nada que hacer en Europa y nosotros acatamos plenamente esta orden del Führer». Por orden especial de Seyss-Inquart, de los 140.000 judíos que habitaban en Holanda, 117.000 fueron deportados al este de Europa. Entre estos judíos se hallaba una muchacha cuyo Diario, escrito mientras se ocultaba de la policía alemana, conmovió profundamente a todo el mundo: Anna Frank, que murió en Berg en-Belsen. La política de la de spoblación no se limitó, tal como ha sido demostrado en muchas ocasio nes, a los judíos. Esta política no se detenía ante nadie ni nada. Y esto se hace extensivo también para el protectorado de Bohemia y Moravia, la primera región en donde se llevó a la práctica la política de despoblación nacionalsocialista. Un documento, leído en Nuremberg, hace responsable a Constantin von Neurath, protector del Reich para Bohemia y Moravia hasta el año 1941. Se trata de una orden secreta del 15 de oct ubre de 1940, q ue hace referencia a la política a seguir en el Pro tector ado: «El protect or del Reich presenta t res posibles solucio nes: »a) Repoblación de Moravia con elementos alemanes y concentración de los hechos en una parte de Bohemia. Esta solución no es satisfactoria, pues aunque visiblemente reducido, continúa patente el problema checo. »b) Para una solución total, es decir, la depor tación de todos los checos, hay muc hos factor es en contra. Esta es una solución que no podr ía r ealizarse en un próximo futuro . »c) Asimilación de lo s elementos checos, o sea desperdig ar la mitad de la población chec a por el interior de Alemania. La otra mitad ha de estar desprovista de todo poder e influencia. Aquellos elementos que se opongan a una germanización deben ser eliminados...» Dado que la política administrativa de Constantin von Neurath se le antojaba demasiado condescendiente a Hitler, le sustituyó en el año 1941 por el jefe del SD, Reinhard Heydrich. Este hecho y también el que Von Neurath intercediera en favor de los checos que habían sido detenidos por el motivo por cual solo fue conden ado a quince años de prisió n. Casi todos los gobernadores generales, comisarios del Reich, o como se hicieran llamar los plenipotenciarios de Hitler en las r egio nes ocupad as, trataro n de defenderse alegando que el rég imen de terr or había partido en todo mo mento de la pol icía de seguridad de Himmler y del SD. El Tribunal tomó nota de estos descargos, pero no como limitación de la responsabilidad que incumbía a los
acusados en las regiones ocupadas. Apenas existe ningún documento o declaración de testigos, relacionado con la policía alemana en las regiones ocupadas que no exprese, con toda evidencia, la crim inalidad d e las or ganizaciones de H immler. Estas acusaciones er an dirig idas ahora co ntra Ernest Kaltenbrunner, que ocupaba en el banquillo de los acusados el lugar que le correspondía al suicida Himmler. Pero también Kaltenbrunner había cargado con una inmensa responsabilidad: era el hombr e que en su ca rgo de jefe de la policía de Segur idad del Reich, había administ rado en el país y en el extranjero el aparato de Himmler y había fir mado muchas ór denes de asesina to. Una carta de la Policía de Seguridad y del SD dirigida al distrito de Radom, fecha 19 de julio de 1944, revela la inconcebible crueldad de las órdenes que se dictaban. Esta carta dice lo siguiente: ordenado,o de acuerdo el gobernador general, que en todos aquellosde casos«El en Reichführer-SS que se cometanhaatentados intentos de con atentado contra alemanes, sabotajes o intentos sabotaje contra instalaciones vitales, no solo deben ser fusilados los criminales apresados, sino que deben ser ejecutados igualmente todos los miembros varones de su familia, y las mujeres de más de dieciséis años de edad, deben ser enviadas a un campo de concentración». El gobernador general mencionado en esta carta era el acusado Hans Frank, jefe de la Administración civil en las regiones ocupadas de Polonia. A la acusación no se le presentaron dificultades de ninguna clase en este caso concreto. Su Diario de guerra, que comprendía treinta y ocho tomos, constituía una auténtica acusación contra él mismo. El fiscal americano William H. Maldwin com entó: —Es incomprensible para una persona de conciencia normal que haya alguien capaz de r edactar por escrito esta pulcra y meticulosa hist or ia de asesinat os, hambre y extermi nio en masa. Respetando la consigna de «Polonia debe ser tratada como una colonia, y los polacos serán los esclavos del Imperio alemán», reinaba Frank con poderes absolutos en su región de mando. Un monar ca absoluto, un tirano y un asesino al m ismo tiempo. Frank exp licó el 8 de marzo de 1940 a sus efes de sección, su posición. «No existe en este Gobierno general una autoridad superior en rango más fuerte por su influencia que el de g ober nador general. Tampoco la Wehrmacht ejerce aquí ningún poder de mando o de autoridad. Se limita, en este caso, a sus funciones militares y de seguridad. No posee ninguna autoridad. Y lo mismo se puede decir respecto a la policía y las SS. No existe aquí ningún Estado dentro del Estado. Noso tros somo s lo s únicos r epresentantes del Führer y del Reich ». Sus discursos y sus Diarios fueron una acusación más contra él. Frank les dijo en el mes de diciembre de 1940 a los j efes de sección: «En este país hemos de gobernar con mano muy dura. Los polacos han de convencerse de que no estamos dispuest os a andarnos co n finezas y que lo único que han de hacer es cumplir con su deber y obligaciones, o sea, trabajar y ser buenos muchachos...» El 14 de ene ro de 1944 hizo la siguiente t err ible anotación en su D iari o: «Cuando hayamos ganado la guerra, si de mí depende, pueden convertir en picadillo a los polacos y a lo s ucranianos y a todos lo s demás. Que hagan en tonces lo que mejor les parezca». Pero Frank ya hizo, durante la guerra, lo que mejor le parecía. La confiscación de toda clase de bienes, el terror y los trabajos forzados eran las consignas de su Gobierno. La población civil polaca vivía en unas condiciones infrahumanas. Frank lo anotaba todo cuidadosamente en su Diario: «El doctor Waldbaum ha hablado sobre el estado de salud de la población polaca. La investigació n ha dado co mo resultado que la población recibe solamente un as 600 calor ías por día».
Esto ocurr ía en el año 1941, cuando apenas hab ía comenzado la g uerr a. Un año más tarde, el 24 de agosto de 1942, declaró Frank delante de sus subordinados: «Antes de que el pueblo alemán padezca hambre, habrán muerto de hambre los habitantes de las regiones ocupadas. El Gobierno general se ha comprometido a entregar, además de aquellos víveres que ya suministramos a la patria y a las unidades de la Wehrmacht, Policía y SS, destinadas a esta región, otras 500.000 toneladas de trigo para la patria. Es decir, comparados con los suministros del año anterior, m andaremo s este año a la patria seis veces más». El 18 de agosto de 1942, Frank celebró una entrevista con el plenipotenciario alemán para las cuestiones de trabajo, Fritz Sauckel. Dijo en aquella ocasión: «Me alegr o, camar Sauckel, de poder com unicar que hemos dest obreros. inado a 800. obrer Reich. Últimamente ha ada solicitado usted que lelemandáramos otros 140.000 Pero000 este seráoselal límite, pues en el caso de precisar usted un mayor número de obreros, será necesaria la intervención de la policía». Con estas palabras se inició en Nuremberg el capítulo de los obreros extranjeros destinados a trabajos fo rzados y que concernía g ravemente a l os acusados Saucke l, Fr ank, Kaltenbrunner y Speer. Este problema es un caso único en la historia de la humanidad. Al frente del mismo figura el acusado Fritz Sauckel, que el 21 de marzo de 1942 recibió la orden de «colocar bajo un control unificado toda la mano de obra disponible, inclusive los obreros en el extranjero y los prisioneros de guerra». En la sentencia leemos: «Las pruebas presentadas demuestran que Sauckel cargó con toda la responsabilidad de este programa, que tuvo como consecuencia la deportación de más de cinco millones de seres humanos que fueron destinados a trabajos forzados, padeciendo muchos de ellos penalidades y crueldades sin fin». Este hor rendo pr ograma ya fue previst o antes de la guerr a. Hitler declaró el 23 de mayo de 19 39, durante el cur so de una ent revista con Go ering y Raeder: «Si el destino nos obliga a una guerra con Occidente, es conveniente entonces disponer de un gran espacio libre con el Este. La población de las regiones no alemanas, no llevará las armas, sino que, al cont rario , habrán de trabajar intensa mente para no sotro s». Con un fanatismo casi patológico, el Gauleiter Sauckel puso manos a la obra. Cuatro meses después de haberle sido confiada esta misión y haber sido nombrado plenipotenciario para las cuestiones de trabajo, ya info rmaba a Hitler y Goer ing en una carta: «Después de celebrar conversaciones con las autoridades pertinentes y en vista de que para cubrir la creciente demanda de mano de obra en la industria del armamento y de la alimentación se hacía imprescindible el r eclutamiento de 1.600.000 obrer os, co nsideré como el punto principal de mi programa reclutar este número de obrero en el plazo de tiempo más corto. El 14 de julio de 1942 ya he rebasado la cifr a que me había fijado de 1. 600.000 obrer os». «No quiero alabar al Gauleiter Sauckel —declaró una semana más tarde Goering—, pues no tiene necesidad de alabanzas. Pero lo que él ha hecho en este plazo de tiempo tan corto, el haber reclutado un número tan eleva do de obr ero s en todos los países de Euro pa para dest inarlo s a trabajar a nuestras fábr icas, co nstituye una hazaña única». Entre los 1.600.000 obreros que había reclutado Sauckel, casi un millón procedían del Este y más de 200.000 eran prisioneros de guerra rusos. El 15 de abril de 1943 anunció Sauckel a Hitler que otros 3.600.000 obreros extranjeros habían sido destinados a trabajar en las fábricas alemanas,
además de otros 1.600.000 que eran prisioneros de guerra. Las fábricas de guerra alemanas trabajaban ahora con un cuarenta por ciento de obreros extranjeros, procedentes de catorce países. Y Sauckel declaró el 1.º de marzo de 1944: «De los cinco millo nes de obrer os extranjero s que han llegado a Alemania, solo unos 200. 000 lo han hecho vol untariamente.» Tras estas cifras se ocultan tragedias casi inconcebibles. Sauckel explicó orgulloso que sus agentes habían recurrido a todos los medios imaginables para obligar a los obreros extranjeros a trabajar en Alemania. El Gobierno de los Países Bajos mandó un informe al Tribunal de Nuremberg que decía entre otras cosas: «En noviembre de 1944 iniciaro n los alemanes una c ampaña para r eclutar el máximo de obr ero s holandese s para tr abajar en las fábri cas del Reich. Cercaban barr ios entero s y deportaban a t odos los hombres que lograban apresar». En el Este ya había comenzado mucho antes esta batida en busca de obreros. En el Este actuaron, desde un principio, sin escrúpulos ni m iramientos de ninguna clase . «Una batida humana salvaje y violenta, en las ciudades y en el campo, en las calles, estaciones, e incluso en las i glesias y viviendas particulares, una acc ión que tiene atemor izada a toda la población civil», escribió el jefe del Comité ucraniano profesor Wolody Kubijowytsch, en febrero de 1943, al gobernador general Frank. El profesor comentaba en la misma carta que había confiado que los alemanes no tratarían, tal como hacían, a los ucranianos como enemigos. Informaba que la policía alemana había violado, incluso, el santuario ucraniano, la catedral de San Jorge, en Lemberg, lo que ni siquiera habían osado los bolcheviqu es, en tiempo de la r evolución. El 21 de diciembre de 1942, el ministro del Reich para las regiones ocupadas del Este, Alfred Rosenberg, escribió una carta a Sauckel, en que le rogaba insistentemente que en el «reclutamiento no se usaran medidas que luego le pudieran ser reprochadas a él y a sus colaboradores». Pero esta carta logró salvar a Rosenberg de la horca, pues su protesta escrita no tuvo el menor efecto. Pero lo curioso en este caso es que lo que dio srcen a esta carta de Rosenberg, fue la carta de una rusa, que capturó la censura alemana y entregó a Rosenberg. Esta carta decía: «El primero de octubre tuvo lugar otra redada de obreros. Voy a contarte lo más importante de todo lo sucedido. se puede nos contaban durante elNo dominio de lo concebir s polacos tanta so brebestialidad. lo s soviets, Recordarás p ues todo loperfectamente que ocur re es lo tan que increíble como entonces y tampoco queríamos creerlo. Publicaron la orden de que se necesitaban veinticinco obreros, pero no se presentó ninguno pues todos habían huido. Llegó la gendarmería alemana y prendió fuego a las casas de t odos los fugitivos. E l incendio se hizo m uy violent o, pues hacía much os meses que no llovía. Ya puedes imaginarte lo ocurrido. Les prohibieron apagar los incendios, apalearon y detuvieron a todos los que encontraban y como consecuencia fueron destruidas sus fincas. Los gendarmes prendieron también fuego a otras casas, las mujeres y los ancianos se dejaban caer de rodillas ante ellos y les besaban las manos, pero los gendarmes les golpeaban con sus porras y amenazaban con prender fuego a todo el pueblo». Esta carta de una rusa del pueblo de Bielosir ka fue la que inst ó a Rosenberg a escribir le su carta a Sauckel. Ya unos meses antes había sido informado Rosenberg de este estado de cosas, según se desprende del Asunto Secreto del 25 de octubre de 1942 que fue firmado por el director ministerial Otto Bräutigam del Ministerio del Este: «Fuimos testigos de la g ro tesca escena que después de condena r a la l enta muer te por hambre, de
la noche a la mañana, hubieron de reclutarse millones de obreros en los países del Este para llenar los vacíos que se iban creando en Alemania. Ahor a el papel de alimenta r aquellos seres car ecía ya de toda importancia. En el infinito desprecio a los esclavos fueron empleados unos métodos que solo tienen precedentes en la peor época del tráfico de esclavos. Fue iniciada una auténtica batida humana. Los ho mbres eran transpor tados a Alemania sin tener en cuenta su estado de salud ni su edad. ..» Sobre las condiciones tan trágicas en que vivían los trabajadores del Este informó el director de la fábri ca de locom otor as Krupp en E ssen Hupe, el 14 de marzo de 1942: «Durante estos últimos días hemos tenido ocasión de comprobar que la alimentación de los rusos que trabajan en nuestras fábricas es tan mísera, que esos hombres están cada día más débiles. De todo porque esto resulta que los obreros ya realizarlos. no están capacitados cumplir los trabajos que se les confían, no tienen fuerzas para Ocurre lo para mismo en muchos otros lugares de trabajo, donde h an sido emplea dos obr ero s rusos». Lo más probable es que este estado de cosas hubiese ido empeorado paulatinamente y hubieran sido muchos más los que hubiesen muerto de hambre si Albert Speer no hubiera logrado imponer su voluntad de que «la mano de obra había de ser alimentada decentemente si se quería que diera rendimiento». Como ministro del Reich para el Armamento, Speer trabajaba en estrecha colaboración con Sauckel. En realidad, resulta que Speer le indicaba a Sauckel el número de trabajadores de que tenía necesidad y Sauckel los destinaba a los lugares de trabajo que le eran señalados por Speer. Pero este solo fue condenado a veinte años de cárcel, pues el Tribunal tuvo en cuenta su firm e actitud frente a Hitler. Sin embargo, no cabe la menor duda de su responsabilidad en el programa de reclutamiento de la mano de o bra extranjera. L as r elaciones ent re él y Sauckel se adivin an claramente d el pro tocolo de una entrevista celebrada el 4 de enero de 1944 en el Cuartel general del Führer. Además de Hitler estaban presentes: Sauckel, Speer, Keitel, Milch, Himmler y Lammers, que actuó como secretario. En prim er lug ar, Hitler preg untó cuántos o brer os hacían falt a. «GBA (plenipotenciario para el trabajo) Sauckel declaró que para continuar el ritmo actual de producción habría de reclutar, en el año 1944, por lo menos dos millones y medio de obreros, aunque lo más probable es que fueran tres millones, pues en caso contrario se experimentaría un descenso en la producción. El ministro del Reich, Speer, declaró que necesitaba otros 1.300.000 obreros. Sauckel afirmó entonces que haría todo lo que estuviera en su poder para reclutar este número obreros, que esto dependía en gran parte del poder ejecutivo. El Reichsführer SS prometiódehacer todo pero cuanto estuviera de su parte...» Himmler hizo todo lo que pudo. Ordenó a sus comandos que hasta aquel momento habían sido destinados a matar en masa, que trabajaran desde aquel momento única y exclusivamente en el pro gr ama del recluta miento de obr ero s extranjeros. Est o se deduce d e una orden del jefe de la P olicía de seguridad y del SD en Tschernigow, SS-Sturmbannführer Christensen, a sus subordinados: «En vista de la actual situación política, y sobre todo de la industria del armamento en la patria, hemos de subordinar las medidas policíacas de seguridad al reclutamiento de mano de obra para Alemania. Ucrania ha de proporcionar, en un plazo de tiempo muy breve, un millón de obreros para trabajar en la industria del armamento. De nuestra región han de partir diariamente quinientos hombr es con destino a Alemania. Para lo gr ar esto damo s las siguientes inst rucciones: »1. Limitar en lo posible las acciones policíacas. »2. Apoyar lo máximo posible las actividades de las oficinas de reclutamiento de trabajo, pues no siempr e será posible r enunciar a medidas de fue rza.
»3. Se prohíbe el fusilamiento de niños». Pero, para que los especialistas en la de spoblación no se vieran defraudados en la misió n que se les había confiado, la o rden terminaba con la si guiente explicac ión: «Si hoy imponemo s unos l ímites a nuest ras actividades pro pias, es solamente con el o bjetivo de suministrar el mayor número posible de obreros a Alemania. No obstante, debe procederse en cada caso con la mayor energía, pues los eslavos podrían aprovecharse de esta aparente debilidad nuestra...» En lugar de ser enterr ados en las fosas comunes, aq uellos desgr aciados eran deportados en masa a Alemania. Para muchos, esta deportación representaba la muerte lejos de su patria. El doctor Wilhelm Jaeger, jefe médico de los campos de trabajadores extranjeros en las fábricas Krupp, declaró en Nuremberg : «Las condiciones en todos los campamentos eran muy malas. La comida que recibían los trabajadores del Este era insuficiente. La falta de calzado hacía que muchos obreros, incluso en invierno, tuvieran que ir descalzos. Las condiciones sanitarias eran especialmente malas. El número de los obreros del Este que enfermaban era más del doble del de los trabajadores alemanes. Morían como moscas. El campamento en la Nöggerathstrasse presentaba unas condiciones altamente deplorables. Los obrer os vivían en barr acones const ruidos por ell os mismo s.» El sig uiente documento, presenta do en Nuremberg , decía: «A diario yo examinaba diez o doce hombres que presentaban evidentes señales en su cuerpo de haber sido apaleados. Sufrían horrendos dolores sin que yo pudiera aliviárselos con medicamentos de ninguna clase. A veces, los muertos permanecían durante dos o tres días en sus camastros de paja, hasta que sus compañero s lo s sacaban y los enterr aban». Todos ellos, los inocentes rehenes y los prisioneros de guerra y los trabajadores forzados asesinados y muertos de hambre, los pueblos diezmados y las razas que fueron liquidadas y exterminadas, constituyen la serie de víctimas de aquella política de despoblación que Hitler y sus secuaces llevaron a la práctica con un éxito tan evidente en las regiones ocupadas.
6. La exterminación de los judíos El intento de Hitler de exterminar a los judíos de Europa tuvo amplia resonancia en Nuremberg. Prácticamente no hubo ningún representante del Tercer Reich en el banquillo de los acusados que, por lo menos, no tuviese una parte de culpa en este horrendo programa de destrucción, una culpabilidad que pudo ser demostrada sin ninguna clase de dudas. El antisemitismo del Partido no era académico, exigía acción y encontró suficiente s mercenari os y verdugo s para llevarlo a la práctica. La histori a de la persecución de los j udíos en el Te rcer Reich está repleta de hor ror es y crímenes inconcebibles cuya enormidad hasta la fecha le ha sido ocultada al pueblo alemán. Empezó todo de un modo inofensivo y terminó con la muerte de cuatro o cinco millones de seres humanos. La ruta que habían de seguir Hitler y sus compañeros ya había sido fijada en el programa del Partido nacionalsocialista del mes de febrero de 1920. Leemos: «Solo pueden ser ciudadanos los elementos nacionales y de estos solo pueden ser los que tengan sangre alemana, sin consideración a su fe religio sa. Por consiguiente , ningún judío puede ser ciudadan o alemán». Cuando subieron al poder, trataron de llevar a la práctica los medios «legales» del programa del
Partido. Numerosas disposiciones coartaban los derechos de los judíos alemanes. Los judíos emigrados fueron desposeídos de todos sus derechos. Los judíos no podían casarse con mujeres «arias», no ten ían derecho a voto, no podían ejercer determi nadas pro fesiones y ta mpoco usar cier tos medios de loco moció n públicos. S olamente les esta ba permitida una cosa: pagar elevados impuestos y multas. Pero esto no era todo. Organizaron el populacho uniformado en los años del 1933 al 1938, incendiaron las sinagogas, boicotearon los comercios judíos, apalearon y mataron a los judíos por las calles y en sus casas. Las medidas contra los judíos eran cada vez más severas. De los quinientos mil judíos que vivían en Alemania, alrededor de doscientos mil emigraron antes de comenzar las hostilidades. Los que se quedaron en la patria comprendieron muy pronto que ya no se trataba de salvar el hog ar, la familia y los amig os, sino que era su pro pia vida lo que estaba en juego. En su discurso ante el Reichstag, del 30 de enero de 1939, Hitler se expresó con una claridad diáfana: —Si el judaísmo capitalista internacional, dentro y fuera de Europa, consiguiera sumir de nuevo a los países del mundo en una guerra mundial, entonces, el resultado no será la bolchevización del mundo y con ello el triunfo del judaísmo, sino el exterminio de la raza judía en Europa. Hitler no tenía, entonces, todavía una idea clara de cómo alcanzaría su objetivo, a pesar de que ya en el año 1933 se había lamentado en su libro Mi lucha: «¡Si al comienzo de la guerra de 1914 hubiesen matado a unos doce o quince mil de estos crim inales judíos! » Tal vez simpatizaba durante algún tiempo con el plan expuesto por el acusado Hjalmar Schacht de deportar a todos los judíos alemanes a la isla de Madagascar. Este plan fue anulado de un modo definitivo en el año 1942. En aquella fecha, el jefe de sección Franz Rademacher dio nuevas instrucciones a las o ficinas del Min isterio de Asuntos Exterio res: «La guerra contra la Unión Soviética nos ha proporcionado la posibilidad de poder contar con otros territorios para la solución final. Por consiguiente, el Führer ha ordenado que los judíos no sean deportados a Madagascar, sino hacia el Este.» Hitler repitió otras cinco veces el párrafo citado anteriormente. Es la clave de los crímenes que llevó a la muerte a millones de seres humanos bajo la consigna de solución final. Una semana antes del discursoporante el Reichstag, el 24 Goering, de enerode deorganizar 1939, el SS-Gruppenführer Reinhard encargado el mariscal del Reich «la emigración judía». El 31 Heydrich de julio defue 1941 fue ampliada esta orden de Goering adaptando las formas de «solución final». Ahora que ya estaba en manos de un asesino profesional, el exterminio de la raza judía podía realizarse de un modo sistemático. Todo lo que les había ocurrido a los judíos hasta aquel momento era solamente el preludio de los horrendos crímenes que habían de seguir. Mientras las tropas alemanas recorrían Europa en su marcha triunfal y la victori a final parecía esta r al alcance d e las manos de lo s alemanes, miles de especialistas trabajaban en busca de la solución final y aniquilaban, adoptando para ello los métodos más racionales, millones de seres humanos. Goering destacó en Nuremberg repetidas veces no haber adoptado una posición radical frente a los judíos. Pero los hechos ofrecieron un cuadro muy diferente. El nombre de Goering aparece siempre ligado a la orden de la «solución final» y surge en todos aquellos casos en que se emprende algo contra los judíos. La reunión convocada por Goering, el 12 de noviembre de 1938, en el curso de la cual les fue impuesta a los judíos una multa por valor de mil millones de marcos alemanes, revela el acusado antisemitismo de Goering. Exigió un uniforme para lo s judíos y su co ncentración en g hettos. Al final, dijo a lo s presentes las siguient es
palabras pro féticas: —Si el Reich alemán se ve embar cado en un futuro próximo en conflictos internacionales, es evidente que nosotros, en Alemania, nos dedicaremos, en primera instancia, a saldar nuestras cuentas con los judíos. Sin embargo, en Nuremberg negó Goering haber tenido conocimiento de lo que ocurría en los campos de concentración. El fiscal inglés, sir David Maxwell-Fyfe, insistió tenazmente sobre este punto: —¿Pretende afirmar ante este Tribunal que usted, el segundo hombre en el Reich, no estaba al cor riente de lo que ocurr ían en los campos de conce ntració n?
Goering (textualmente) : «No supe nada de lo que ocurría en los campos de concentración desde el mo mento en que estos dejar on de pertene cer a m i jur isdicción». Sir David: «Ha dicho usted que diversos representantes de sus oficinas estuvieron destinados en las r egio nes del Este y vio usted las películas sobr e lo s campos de co ncentración, unas películas qu e han sido presentadas aquí. Sabe usted que millones de prendas de vestir, millones de zapatos, 20.952 kilogramos de anillos de boda de oro, 35 vagones de ferrocarril, fueron destinados al Reich. Todos estos objetos pertenec ían a hombr es y mujer es muertos en l os campos de concentración de Majd anek y Auschwitz. ¿Nunca, durante todo el tiempo que dirigió usted el Plan Quinquenal, le informaron a usted de la procedencia de estos materiales? ¿Recuerda usted al testigo que declaró que los verdugos de su amigo Himmler fuer on tan meticulosos que les bastaban cinco mi nutos par a matar a una mujer, ya antes le habían cortar el de pelo, quemateriales?» servía para fabricación de colchones? ¿Jamás le inforque maro n a usted de la de procedencia e stos Goering: «No, y le pregunto, ¿por qué había de ser informado de estos detalles? Yo establecía unas directrices generales para la industria alemana, y, como es lógico, no podía ocuparme de la fabricación de colchones ni si se habían recuperado unos millones de zapatos usados. Además, pro testo contra las palabras "su amigo Himmler". » Sir David: «Está bien, diremos entonces su "enemigo Himmler", o sencillamente "Himmler". Sabe usted a quién me r efiero , ¿no es cier to?» Goering: «Sí». Es un hecho irrebatible que hasta mediados del año 1941 no se procedió de un modo sistemático a la matanza de judíos. El motivo lo hallaremos, con toda probabilidad, en que el Gobierno alemán todavía pretendía hacer caso de la opinión pública mundial, sobre todo, en lo que pudieran decir en Rusia y en América. Pero cuando estas dos naciones se encontraban en estado de guerra con Alemania, entonces se dedicaron, con todos los medios a su disposición, a llevar a la práctica la «solución final». Desde luego, la suerte de los judíos que ya estaban en manos de los nacionalsocialistas era trágica. En condiciones inhumanas fueron deportados los judíos alemanes al recién creado Gobierno general de Polonia. L os judíos de Viena, por ejemplo, fuero n destinados a la r egió n de Lublin. Baldur von Schirach se vanaglor ió el 14 de sept iembre de 1942: —Si me hicieran el menor reproche porque de esta ciudad, que antaño era considerada como la metrópoli del judaísmo, he destinado cientos de miles de judíos al ghetto del Este, contestaría: Sí, en efecto, lo considero como una contribución act iva a la cult ura eur opea. Muchos judíos no llegaron a su lugar de destino. Murieron de hambre o de enfermedades por el camino. También los judíos que residían en el Gobierno general fueron destinados de un lado a otro.
Frank tenía la idea de convertir algunas ciudades, como Cracovia, por ejemplo, en ciudades alemanas, es decir, que allí no había de vivir ningún judío. Esto se podía conseguir únicamente concentrando a los judíos en ghettos. Esta idea surgió por primera vez en declaraciones confidenciales del Ministerio de Rosenberg, declaraciones que muchos años más tarde fueron leídas en Nuremberg: «Uno de los principales objetivos de las medidas alemanas debe ser aislar a los judíos del resto de la población.» En mayo de 1941, publicó el ministro del Reich para las regiones ocupadas del Este unas disposiciones que empezaban con las siguientes palabras: «La cuestión judía hallará una feliz solución pro fesiones y o ficios y con la cr eación de ghett os...» con la expulsión de los judíos de todas las Estos ghettos ofrecían la ocasión para los que residían en ellos de morir de hambre. Millones de seres humanos veían cómo sus vidas se convertían en verdaderos infiernos. En el siguiente capítulo hablaremos del ghetto de Varsovia, con el cual reflejaremos un ejemplo característico de todos los demás ghettos. Aquí hablaremos solamente de los detalles de lo que les sucedía a los judíos antes de ser mandados al ghetto y después a las cámaras de gas. Solo la Aktion Reinhardt, este horrendo crimen de la expropiación y aniquilamiento de los judíos en el Gobierno general bajo la dirección del SS-Oberg ruppenfüh rer Odilo G lobo cnik, apor tó benefic ios de más de cien to ochenta millo nes de marcos. El sistema de la muerte hambreselecciones, en los ghettos se reveló como En marzo del año 1942 empezaron laspor llamadas consistentes en la demasiado elección delento. aquellos judíos ¯sobre todo en los cincuenta y cinco ghettos del Gobierno general¯, que no estaban en condiciones de trabajar en las fábricas alemanas. Sus vidas terminaron en las cámaras de gas de Auschwitz o en las fosas comunes de las cuatro unidades especiales. Todas estas medidas de violencia tienen su srcen en la tristemente célebre Conferencia de Wannsee, del 20 de enero de 1942. Heydrich convocó esta «reunión interministerial» para señalar las jurisdicciones de todos los que habían de intervenir en la acción de coordinar la solución final. Bajo la presidencia de Heydrich se reunieron, en aquella ocasión: las SS y la policía, un r epresentante de Frank, el go bernador general de Polonia, el jefe de la Gestapo Heinrich Müller y su «especialistas en el problema judío» SS-Obersturmbannführer Karl Adolf Eichmann, el Gauleit er Alfred Mey er del Ministerio de Rosenberg para las regio nes ocupad as del Este, el de Estado doctor Wilhelm Stuckart delGoering, Ministerio del Interior de Frick, el secretario de secretario Estado Ernest Neumann del Ministerio del Aire de el subsecretario de Estado Martin Luther del Ministerio de Asuntos Exteriores de Ribbentrop, el secretario de Estado doctor Roland Freisler del Ministerio de Justicia... El sumario de esta reunión, que más t arde fue fir mada por el secretario de Estado de Ribbe ntrop, Ernest Freiherr von Weizsaecker, comprende todo lo que les dijo Heydrich sobre «la solución final» a sus oyentes: El punto uno hace referencia a la lista de los asistentes a la reunión. El dos empieza con las siguientes palabras: «El jefe de la Policía de seguridad y del SD, SS-Obergruppenführer Heydrich, informó de las instrucciones recibidas del mariscal del Reich para iniciar los preparativos para la sol ución final del problema judío en Europa». La introducción Apartado 3 dice:posibilidad «En lugarde de evacuar la emigración, y previa la autorización delde Führer, se cuenta hoyal con una nueva los judíos al Este. Esta solución, carácter temporal, permitirá, sin embargo, conseguir las experiencias necesarias con vistas a la solución final del pro blema. Esta solució n afectará a unos o nce millones de judíos».
Y sigue una exacta redacción que permite reconocer qué fantasiosos eran los hombres que se ocupaban de estos problemas. En la lista de los condenados a muerte figuran 330.000 judíos de Inglaterra, 4.000 de Irlanda, 18.000 de Suiza y 6.000 de España. Y mientras discutían cómo podrían eliminar a estos mi llones de judíos, no se les o curr e pensar que para pr oceder a esta acción hab ían de ganar antes la guerra. De todos modos, no deja de impresionar el hecho de que con ayuda de la meticulosidad alemana se llegó a exterminar la mitad de estos once millones de seres humanos. Finalmente, Heydrich declaró en unas palabras típicamente burocráticas: «Formando lar gas col umnas de trabajo, desp ués de haber sido separ ados hombr es y mujeres, los udíos que estén en perfectas condiciones físicas será dirigidos hacia el Este mientras van avanzando en la construcción de carreteras. Lo más seguro es que una gran parte de esos hombres y mujeres no lleguen a destino. Los restantes, que sin ninguna duda representarán a los elementos más fuertes, han de ser sometidos a un tratamiento especial, ya que en el momento de disolver estas compañías de trabajo podr ían repr esentar el núcleo cent ral de una nueva generación j udía.» Es decir, el lenguaje que usaban en tales ocasiones no dejaba lugar a dudas de ninguna clase. Y esto se desprende igualmente de una declaración que hizo el acusado Hans Frank en Nuremberg. Cuando su delegado Josef Bühler regresó de la conferencia convocada por Heydrich, fue recibido por el gobernador general. Le informó del plan aprobado para la exterminación de los judíos y añadió: ¯¿Cree usted que será posible alojarlos en las regiones del Este en pueblos? En Berlín nos han dicho: «¿Por qué os com plicáis la vida de est e mo do? Ni en las r egio nes del Este ni en ninguna parte podemos hacer nada por ellos, liquidadlos vosotros mismos». Esto es lo que anotó Frank en su Diario. Fue el mismo Frank el que, durante una reunión celebrada el 16 de diciembre de 1941 en el edificio gubernamental de Cracovia, les dijo a sus subordinados: «Los judíos son para nosotros unos peligrosos parásitos. Calculo que viven en el Gobierno general unos dos millones y medio de judíos, y contando todos los contaminados por esta raza podemos calcular unos tres millones y medio de judíos. Estos judíos no los podemos fusilar, ni tampoco los podemos envenenar, pero hemos de hacer algo para ir disminuyendo este número, de pleno acuerdo con las instrucciones que nos vayan llegando del Reich. El Gobierno general debe verse libre de la presencia de judíos lo mismo que ha sucedido en el Reich. El medio para conseguir esto depende de las medidas que adoptemos sobre el particular». Entre las «medidas» que fueron escogidas por Frank, figuraban en primer lugar las «unidades especiales» del SD. En Nuremberg la acusación presentó un informe del SS-Brigadeführer Franz Stahlecker dirigido a Himmler. El jefe de la unidad especial A informaba que su unidad había liquidado 135.567 perso nas, la mayor ía de ellas judíos, en el curso de "la solución final". De un modo diabólico, los jefes del SD supieron en los países bálticos colocar el latente antisemitismo al servicio de la solución final. También, sobre este caso, informó detenidamente Stahlecker: «Es sorprendente que en un principio no se pudiera conseguir organizar una campaña en gran estilo contra los judíos. El jefe de los grupos de partisanos, Klimaitis, que fue el primero en ser llamado par a recibir i nstrucciones, inició una campaña en pequeña escala sin que desd e el exterior se percataran de la menor intervención alemana en el asunto. En el curso de esta primera campaña fueron muertos, durante la noche del 25 al 26 de junio, 1.500 judíos por los guerrilleros lituanos, varias sinagogas fueron incendiadas o destruidas y también fue incendiado un barrio judío con sus
sesenta casas. Durante las noches siguientes fueron eliminados, por el mismo sistema, unos 2.400 udíos.» Otto Ohlendorf, uno de los principales actores de la política de la despoblación de Hitler, declaró, en Nuremberg, hablando de las actividades de las unidades especiales: «Himmler declaró que nuestra misión principal consistía en la eliminación de judíos, hombres, mujeres y niños y de lo s funcionario s comunistas ». Con frío cinismo, Ohlendorf informó sobre los métodos que habían usado en la unidad a su mando, l a «unidad especial D». «La unidad solía llegar a una ciudad o un pueblo y se le daban instrucciones a los jefes de la comunidad judía para que reuniera a todos los de su raza, pues debían ser evacuados. A continuación se les ordenaba que se desnudaran. Los hombres, mujeres y niños eran conducidos al lugar de ejecución, situado generalmente cerca de una profunda zanja. Allí eran fusilados, de pie o arr odillados, y los cadáveres eran ar ro jados a la zanja. ..» Sir Hartley Shawcross, el fiscal general inglés en Nuremberg, leyó otro documento que reproducimos textualmente. Se trata de la declaración jurada del ingeniero alemán Hermann Friedr ich Gr äbe que trabajó desde sept iembre de 1941 a enero de 1944 como director ger ente de una sucursal de la empr esa de const rucciones Jo sef Jung de Solingen en Zdolbunov , en la Ucrania polaca. Una de sus misiones consistía en visitar las obras que estaba construyendo su empresa, entre estas los silos en el antiguo campo de aviación de la pequeña población de Dubno. «Cuando el 5 de octubre de 1942 visité nuestra oficina en Dubno ¯leyó sir Harley Shawcross¯, me contó uno de mis empleados, Hubert Mönnikes, de Hamburg-Harburg Aussenmühlenweg 21, que cerca de donde estábamos construyendo nosotros habían sido ejecutados en tres grandes fosas de unos treinta metros de largo por tres metros de profundidad, los judíos de Dubno. Cada día habían ejecutado allí a unos 1.500 seres humanos. Los 5.000 judíos que residían en Dubno habían sido eliminados de est e modo . »Inspeccioné a continuación las obras y cerca de estas distinguí unos montículos de tierra de unos treinta metros de largo por dos metros de alto. Delante de estos montículos, vi unos camiones de los cuales lo s soldados ucr anianos unifo rmados que est aban a las ór denes de las SS hac ían bajar a hombres y mujeres. Estos hombres y mujeres llevaban en sus ropas el distintivo amarillo, por lo que en el»Mönnikes acto reconocí quenos seacercamos trataba de judíos. y yo a las zanjas. Nadie nos lo impidió. Oímos varias salvas de fusil cerca de uno de los montículos. Los hombres, mujeres y niños que habían llegado en los camiones eran obligados a desnudarse y colocar separadamente sus trajes o vestidos, ropa interior y zapatos. Las órdenes las daba un oficial de las SS que sostenía en su mano derecha un látigo. Calculé que en uno de los m ontones hab ía unos dos mi l pares de zapat os. »Sin gritos ni lloros aquellos seres humanos se iban desnudando, formaban grupos familiares, se besaban despidiéndose y esperaban la señal de otro oficial de las SS que sostenía, también, un látigo en sus manos. Durante el cuarto de hora que permanecí allí, no oí la menor lamentación ni pro testa. Observé a una familia de unas ocho per sonas, for mada por un hombre y una mujer, de unos cincuenta años de edad, con sus hijos de uno, ocho y diez años, así como dos hijas mayor es, de veinte y veinticuatro años. Una anciana sostenía al niño de un año en sus brazos y le cantaba una canción en voz baja. El matrimonio tenía los ojos inundados por las lágrimas. El padre cogía de la mano al chico de unos diez años de edad y le hablaba al oído. El muchacho luchaba por ahogar sus lágrimas. El padre señaló co n la mano hacia el cielo, le aca rició el pelo y pareció explicarle algo .
»El oficial de las SS les gritó algo a sus hombres. Formaron un pelotón y ordenaron a los judíos pasar al otro lado del montículo. Oí claramente que una de las muchachas al pasar cerca de mí, dijo, señalando su cuer po: «Veintitrés año s». »Rodeé el montículo y vi una inmensa fosa común. Solo se distinguían las cabezas de los que habían caído dentro de la fosa. Calculé que allí habría unos mil cadáveres. Uno de los oficiales de las SS sostenía una pistola ametralladora en las manos, disparaba de vez en cuando una salva y fumaba tranquilo un cigar rillo que le colgaba de la b oca. »Aquellos hombres y mujeres, completamente desnudos, bajaban, por unos peldaños cavados en la tierr a, a la fosa y par a ocupar el si tio que se les señ alaba debían pasar por encima de los cadáv eres que extrañó ya estaban fosa. Enada, l pelotón al borvideque y comenzó disparar contra infelices. Me queennoladijeran peroseal situó volverme no éramosa solo nosotros losaquellos que hacíamos de espectador es allí. »Di de nuevo la vuelta al montículo y vi llegar nuevos grupos de víctimas. Entre ellas había una mujer de piernas extremadamente delgadas, que debía ser paralítica, pues sus compañeros la ayudaban a desnudarse. En compañía de Mönnikes regresé, poco después, al pueblo de Dubno.» Este ejemplo es testimonio de o tros muchos. Ininterrumpidamente los trenes cargados de nuevas víctimas corrían hacia el Este. Miles de udíos de Francia y de los Países Bajos, de Alemania, Dinamarca y Noruega habían de emprender aquel viaje de ida sin regreso. Primero los destinaban al ghetto de Lodz. A medida que la guerra se iba alargsino ando, aba el deportados. M uchas veces los judíos ni siquiera er an llevados a Lodz, diraument ectamente al número lug ar de de ejecución. El método tradicional de eliminar a las víctimas por fusilamiento fue sustituido, con el tiempo, por un sistema más eficaz y rápido. Ohlendor f infor mó, con detalle, en Nuremberg : ¯En la primavera del año 1942 el jefe de la Policía de Segur idad y del SD de Berlín nos mandó camiones de gas. Estos coches eran suministrados por la Sección II de la Oficina Central de Seguridad del Reich. En mi unidad el hombre responsable de estos coches se llamaba Becker. Recibimos or den de emplea r estos camiones para matar a las mujer es y niños. C ada vez que la unidad había reunido un det ermi nado número de víctimas, ponían a nuest ra disposición uno de estos co ches. Estos camiones se situaban, también, en las cercanías de los campos de tránsito y se invitaba a las futuras víctimas a subir a loselcamiones, queponía iban en a ser evacuados a otro campamento. Cerrábamos herméticamente camión yalegando cuando se marcha el motor penetraba el gas mortal en el interior del vehículo. Las víctimas morían en diez o quince minutos. A continuación los cadáveres er an llevados a las fo sas comunes, donde los enterr aban. El SS-Untersturmführer Becker, mencionado por Ohlendorf, debía poseer un espíritu muy sensible. Mandó insta lar en las ventanillas del camión unos postigos de colo r, del mismo tipo que los de las casas de los campesinos bávaros y se quejó repetidas veces a sus superiores de que los conductor es ponían el mo tor en marcha de un modo demasiado br usco, lo que hacía que las víct imas sucumbieran de una for ma demasiado rápida. Después de la Conferencia de W annsee fuero n cr eados lo s pr imer os campamentos de la m uerte. Algunos superaban, por sus dimensiones y los crímenes que se cometían en ellos, a todos los demás. Los nombres de estos campos se han quedado grabados para siempre, como símbolo del terror y del crimen: Majdanek, Belsen, Treblinka y Auschwitz. Estos campos han sido descritos por una legión de testimonios, como auténticos centros del satanismo nacionalsocialista . Sobre Treblinka leemos en e l infor me de la Comisión del Gobier no polaco:
«Hacia fines de abril de 1942 terminó la construcción de las tres primeras cámaras de gas en las que habían de realizarse las matanzas por medio de vapores venenosos. Algo más tarde fue terminado el llamado edificio de la muerte, que comprendía diez cámaras de gas. Este campo fue inaugurado a principios de otoño de 1942.» El programa de la eutanasia les había proporcionado a sus autores la ocasión de ensayar nuevos métodos de exterminio. Cuanto más duraban estos asesinatos en masa, más perfectos eran los métodos que se usaban. Solo de este modo se explica el elevado número de víctimas. El SSSturmbahnführer, doctor Wilhelm Höttl, informó en Nuremberg de una conversación que había celebrado con el verdugo número uno de los judíos, SS-Obersturmbannführer Adolf Eichmann, a fines de agosto de 1944. Eichmann le dijo que en los diversos campos habían sido muertos unos cuatro millones de judíos, mientras que otros dos millones habían muerto víctimas de otros sistemas de exterm inación. La mayor parte de los judíos habían sido muer tos por las unidad es especia les de la policía de seguri dad. Una cifr a hor renda que no deja de impr esionarno s a pesar de que hoy sabe mos que Eichmann, en aquella ocasión, exageró. A los jefes de las SS les gustaba redondear las cifras para dar mayor satisfacción a los altos jefes. En Nuremberg contestó el lugarteniente de Eichmann en Eslovaquia, SSHauptsturmführer Dieter Wisliceny, a las preguntas del fiscal americano Smith Brookhart: ¯Vi por última vez a Eichmann en Berlín a fines de febrero de 1945. Dijo entonces que cuando hubiésemos perdido la g uerr a se suicidaría. Brookhart: «¿Le habló, en aquella ocasión, del número de judíos que había n sido m uertos?» Wisliceny: «Sí, se expresó de un modo muy cínico. Declaró que no le importaba morir, pues el hecho de tener a cinco millones de judíos sobre su conciencia le proporcionaba una sensación altamente tr anquilizador a y reco nfor tante». Brookhart: «¿Puede usted infor mar a este Tribunal sobre l os per íodo s en que fuero n iniciadas las acciones?» Wisliceny: «Sí, hasta el año 1940 se tenía previsto solucionar el problema de los judíos, en Alemania y en los países ocupados por Alemania, obligándoles a emigrar. La segunda fase fue la concentración de todos los judíos en Polonia y en las restantes regiones del Este ocupadas por Alemania, prefer entemente en fo rma de g hettos. Este período duró apro ximadamen te hasta principios del año 1942. La tercera faseelfue la denominada solución final octubre del problema judío, o sea, el exterminio sistemático de todo pueblo judío. Esta fase duró hasta de 1944, que fue cuando Himmler dio or den de poner fin a la matan za de judíos». Se presentó en Nuremberg un hombre que horrorizó con sus declaraciones a los jueces, a los defensores y a los propios acusados. Rudolf Franz Ferdinand Höss, comandante del campo de Auschwitz. Un asesino que hablaba de sus propias experiencias. Las montañas de declaraciones sobre los crímenes cometidos en los campos de concent ració n eran dejadas d e lado ante lo que est e hombr e exponía con diabólica serenidad desde el estrado de los testigos, como si se tratara de lo más natural y lógico de este mundo. Primero fue sometido a interrogatorio por el defensor de Kaltenbrunner, el doctor Kurt Kaufmann: Kaufmann: «¿Fue usted comandante del campo de Auschwitz de 1940 a 1943?» Höss: «Sí». Kaufmann: «¿Es cierto que Eichmann le dijo a usted que en Auschwitz habían sido muertas más de dos millo nes de personas?»
Höss: «Sí». Kaufmann: «¿Hombr es, mujeres y niños?» Höss: «Sí». Höss informó : «En el verano de 1941 fui llamado por el Reichsführer SS Himmler, a Berlín. Me dijo, aunque ya no recuerdo exactamente las palabras que empleó, que el Führer había decidido proceder a la solución final en el problema judío y que nosotros, los de las SS, debíamos llevar esta orden a la práctica. En el caso de que nosotros nos cruzáramos de brazos, el pueblo judío acabaría con el pueblo alemán. Se había decidido por Auschwitz, pues era el campamento que gozaba de mejores medios de comunicación por tren y ademá s podía ser fácilmente aislado». El interrogatorio que dirigió el fiscal americano John Harlan Amen se limitó a conseguir del acusado Höss la confirmación de sus anteriores declaraciones. Este documento es uno de los más terribles de la Historia de la humanidad y dice: «Mandé en Auschwitz desde el 1.º de diciembre de 1943 y calculo que, por lo menos, dos millones y medio de personas fueron muertas en las cámaras de gas, otro medio millón murió de hambre y enfermedades, de lo que da un total de tres millones de muertos. Esta cifra representa del setenta al ochenta por ciento de todos aquellos que eran destinados a Auschwitz, pues el resto fue destinado a trabajar en la industria del armamento o en las industrias enclavadas en otros campos de concentración. Nosotros matamos, en verano de 1944, unos 400.000 judíos húngaros en Auschwitz. »El comandante del campo de Treblinka me dijo que había matado 80.000 en el curso de medio año. Su misión principal consistía en exterminar a todos los judíos procedentes del ghetto de Varsovia. Usaba gas de monóxido, pero no estaba muy satisfecho del resultado del mismo. Por este motivo, cuando construí el campo en Auschwitz me decidí por el Zyklon B que introducíamos en las cámaras por una pequeña abertura en las mismas. Según la temperatura que hiciera las víctimas tardaban de cinco a quince minutos en morir. Sabíamos que habían muerto cuando dejaban de gritar. Esperábamos aproximadamente media hora antes de abrir la puerta y retirar los cadáveres. Nuestros soldados les quitab an los anillo s y los dientes de or o a las víctimas. »Otra mejora con respecto a Treblinka fue que nosotros construimos cámaras de gas en las que podíamos meter hasta 2.000 personas a la vez, mientras que las diez cámaras de gas de Treblinka admitían siguiente:solo doscientas personas cada vez. El modo como seleccionáb amos nuestras víct imas er a el »En Auschwitz trabajaban dos médicos de las SS que examinaban a todos los que llegaban al campo. Los presos habían de desfilar ante uno de los médicos que, en el acto, adoptaba una decisión. Los capacitados para el trabajo eran destinados otra vez al campo, los otros directamente a las cámaras. Los niños de corta edad siempre eran destinados a morir, ya que debido a su corta edad no podían trabajar. Con frecuencia, las mujeres querían ocultar a los niños bajo sus ropas, pero cuando los descubríamos mandábamos inmediatamente a los niños a las cámaras. Queríamos que toda la acción fuera mantenida en secreto, pero el hedor srcinado por la incineración de los cadáveres inundaba toda la comarca...»
Amen: «¿Es verdad todo lo que declara usted?» Höss: «Sí». Gerald Reitlinger, uno de los más informados del asunto, nos ofrece en su libro final la sig uiente descripción:
La solución
«El gas fluía lentamente a través de los agujeros. Las víctimas estaban demasiado apretadas para darse cuenta de esto, pero algunas veces eran tan pocos que entonces se sentaban en el suelo y fijaban sus miradas en aquellas extrañas duchas de donde no salía agua. Pero pronto notaban los efectos del gas y entonces se precipitaban contra la gigantesca puerta metálica con la pequeña ventanilla y allí morían formando una pequeña pirámide. Veinticinco minutos más tarde las bombas eléctricas extraían el air e carg ado de gas venenoso, se abría l a gr an puerta de met al y entraban los hombr es del comando especial de judíos, con máscaras antigás, botas de goma y mangueras. Su primer trabajo consistía en retirar las huellas de sangre, los excrementos y separar los cadáveres... A continuación, entraban los soldados alemanes y procedían a ro barles a las víctimas anillos y dient es de or o». El doctor Charles Bendel, testigo ocular, declaró durante el pr oceso, so bre el asunto Belsen: ¯Ahora comienza el verdadero infierno. El comando especial trataba de trabajar lo más rápidamente posible. Arrastraban los cadáveres por las muñecas. Eran como verdaderos diablos. Hombres que momentos antes habían tenido rostros humanos habían perdido toda su expresión racional. Un abogado de Saloniki, un ingeniero de Budapest... habían dejado de ser hombres ya que mientras se dedicaban a aquella repugnante labor los alemanes les pegaban con sus látigos. Al cabo de media hora había terminado el trabajo y un nuevo transporte había sido exterminado por el Krematorium número 4. Unas correas sinfín o pequeños vagones eléctricos transportaban los cadáveres hasta los hornos. Las cenizas y los restos óseos eran triturados por molinos, pues no querían que quedara el menor rastro del crimen. El SS-Obergruppenführer Oswald Pohl estaba encargado, con ayuda del Reichsbank, de convertir en dinero contante y sonante los bienes que les habían sido arrebatados a los muertos, es decir, dien tes de or o, jo yas, pitiller as, vestidos, relo jes, gafas, zapa tos y ro pas. «Pohl cuidaba de todos los detalles con bárbara meticulosidad. El 6 de agosto de 1942 les escribió a lo s comandant es de dieciséis campos de concent ración: «...El pelo cortado a las víctimas debe ser convenientemente recogido. El pelo humano es usado por nuestra industria para las babuchas de las tripulaciones de nuest ros submar inos. Por consiguiente , ordenamos que el pelo de las mujeres, después de haber sido desinfectado, sea cuidadosamente recogido y almacenado. El pelo de los presos masculinos solo posee valor si superan los veinte milímetros...» Estos informes son terribles episodios en la Historia de la humanidad. Podríamos añadir mucho más, pero los hechos r elatados hasta ahor a son demasiado expresivos para que nos exte ndamos sobr e estos casos. Solo vamos a r epro ducir otr a declaración, ya qu e está relacio nada con o tro caso . Se trata del informe del SS-Obersturmführer Kurt Gerstein. Este se reunió, a mediados de agosto de 1942, con el SS-Gruppenfü hrer Globo cnik, y contó: Globocnik dijo: «Todo este asunto es uno de los más secretos de la actualidad, por no decir el más secreto de todos. Actualmente tenemos en funcionamiento tres instalaciones: »1. Belzek, en la carretera y línea férrea Lublin-Lemberg. Capacidad diaria: 15.000 personas. »2. Trebli nka, a 120 kilómetr os de Varsovia. Capacidad diaria: 25. 000 perso nas. »3. Sobibo r, en Polo nia también, capacidad diari a: 20.000 perso nas.» Globo cnik se volvió finalmente a mí y me dijo: »¯Le corresponde a usted desinfectar todas las prendas de vestir. La recuperación de trapos viejos en el Reich se ha organizado para justificar la procedencia de todas estas prendas de vestir y presentarlo , al mismo tiempo, como un sacrificio por parte del pueblo alemán.
»A continuación, discutimos los problemas técnicos del uso que había de hacerse de aquellas prendas de vestir. Teníamos almacenados unos cuarenta millones de kilogramos, es decir, sesenta trenes de mercancías. No había suficientes fábricas textiles en Alemania para encargarse de la transfor mación de est e material. »¯Otra de las misiones que le voy a confiar a usted ¯me dijo Globocnik¯, es la transformación de las cámaras de gas que hasta ahora vienen trabajando con gases de explosión Diésel. Es necesario acelerar el proceso y he pensado en la conveniencia de usar ácido prúsico. Anteayer estuvieron aquí el Führer y Himmler. He de darle a usted todas las órdenes verbalmente, pues no quieren que exista ninguna orden por escrito. »El SS-Obe »¯¿Y qué harsturmbannführer dicho a todo esto Pfannstiel el Führer? preg untó: »Globocnik contestó: »¯Rápido, más rápido, hemos de apresurar nos. »El acompañante de Hitler, el consejero ministerial doctor Herbert Linden del Ministerio del Interior del Reich p reguntó: »¯Señor Globocnik, ¿considera usted conveniente enterrar los cadáveres en lugar de incinerarl os? Después de nosotro s podría venir una generación que n o co mprendiera todo esto. »Globocnik repuso: »¯Caballeros, si después de nosotros viniera una generación, tan débil y asustadiza que no comprendiera el alcance de nuestra misión, en este caso concreto, entonces el nacionalsocialismo habría sido inútil. Yo por el contrario opino que deberíamos grabar en placas de bronce que hemos tenido el valo r de llevar a cabo esta acc ión tan gr andiosa como necesaria. »El Führer comentó: »¯Bien, Globocnik, esta es también mi opinión. »Posteriormente prevaleció el segundo punto de vista. Los cadáveres fueron exhumados, sobre todo ante el avance de las tropas rusas, y quemados sobre unas gigantescas parrillas construidas con vías de tren, después de haber sido rociados con bencina y aceite Diésel. »Al día siguiente nos trasladamos a Belsen. El hedor que reinaba en toda la comarca, en aquel cálido mes de ago sto, era insopo rtable y millones de mo scas hacían la estancia allí imposible. »A la mañana siguiente llegó el primer tren procedente de Lemberg: 45 vagones con 6.700 personas de la cuales 1.450 ya habían muerto por el camino. Detrás de las ventanillas enrejadas nos miraban unos niños terriblemente pálidos y asustados, los ojos llorosos, al igual que los hombres y mujeres. »El tren entró en el andén. Doscientos soldados ucranianos abrieron las puertas y a latigazos obligaron a los pasajeros a bajar de los vagones de carga. Un altavoz iba dando instrucciones. Obligaba a los recién llegados a desnudarse de pies a cabeza, colocando cuidadosamente en el lugar señalado las gafas, los zapatos, después de atar los cordones de cada zapato, para que fácilmente pudiera encontrarse el pie que cor respondía al otro. Los objetos de valor habían de ser entregados en un barr acón. Las mujer es y las niñas er an conducid as con anterior idad a un peluq uero que con un par de tijeretazos les cortaba el pelo que metía en unos sacos de patatas. »El tren se puso de nuevo en movimiento. Delante iba una hermosa muchacha, desnuda de pies a cabeza como todos los que la seguían, hombres, mujeres y niños, mujeres que sostenían a sus
pequeños hijo s en sus brazo s. La mayor parte de aqu ellos seres desconocían todavía la suerte que les aguardaba, pues casi no había nadie que todavía se dejara engañar. Vacilaban unos segundos, pero luego entraban en las cámaras de gas mientras los soldados de las SS continuaban golpeándoles con sus látigos. Una judía, de unos cuarenta años, maldijo a gritos a los verdugos y el capitán Wirth, personalmente, le golpeó cinco o seis veces con el látigo en la cara. Muchos de los hombres y mujeres o raban en voz alta. »Las cámaras se iban llenando. Apenas cabía nadie más... de acuerdo con lo que tenía ordenado el capitán Wirth. De setecientas a ochocientas personas ocupaban un espacio de solo veinticinco metros cuadrados, 45 metros cúbicos. Cerraron las puertas. Mi cronómetro lo registraba todo. Cincuenta segundos, setenta segundos... el motor no se ponía en marcha. Las víctimas esperaban en las cámaras de gas. Nada. Los oíamos sollozar. El capitán Wirth golpeó con su látigo al ucraniano que debía ayudar al sargento Hekenholt a poner el motor en marcha. A los cuarenta y nueve minutos, mi cronómetro señalaba la hora exacta, empezó a funcionar el motor. Pasaron otros veinticinco minutos. Efectivamente, muchos ya habían muerto. A los veintiocho vivían muy pocos. Finalmente, a los treinta y dos minutos, todos habían dejado de existir. »Al otro l ado de la cámara, lo s gr upos de trabajo, co mpuestos por judíos, abrían las puertas. Los muertos estaban de pie como si fueran columnas de basalto. No había sitio suficiente para que se hubieran desplomado, ni siquiera inclinado hacia un lado u otro. Incluso muertos era fácil reconocer a las familias. Se tenían cogidas las manos de un modo que luego se hacía difícil separarlos para dejar libre la cámara para el siguiente transporte. Sacaban los cadáveres, manchados de sudor y de orina, de excrementos. Losjudíos. cadáveres los niños eran arrojados aire.grandes Los látigos de las los ucranianos caían sobre los Dos de docenas de dentistas abrían por con elunos ganchos bocas de los muertos y buscaban dientes de oro. Otros obreros investigaban los genitales y el ano en busca de bril lantes y or o». Terribles e increíbles son las declaraciones de los que fueron testigos de todas estas escenas. Uno de ellos fue la periodista francesa Claude Vaiqant-Couturier, diputada y dama de la Legión de Honor. Detenida por haber pertenecido a la resistencia francesa fue llevada a Auschwitz: «Vi gran número de cadáveres en el patio y de vez en cuando veía una mano o una cabeza que trataba de mover se y libr arse del peso que te nía encima. En el patio del Block 25 vi cor rer unas ratas tan gr andes como gatos, que no solo atacaban los cadá veres sino también a los m or ibundos que ya no tenían»Incluso fuerzas para suficientes para aquellos quedefenderse. habían sido seleccionados para el trabajo su vida era un verdadero infierno. No había camas sino solo camastros de madera y en los que nos veíamos obligados a dormir ocho o nueve personas, sin mantas ni paja. A las tres y media de la madrugada nos despertaban los gritos del jefe del barracón. A golpes de bastón nos hacían salir al aire libre. Ni siquiera los moribundos quedaban exentos de este tormento. Y allí, al aire libre, en pleno invierno, habíamos de permanecer de pie hasta las siete o las ocho de la mañana... »En el verano de 1944 ¯continuó relatando la testigo¯, los recién llegados eran recibidos por una banda militar que interpretaba alegres canciones antes de que los destinaran a los grupos de trabajo o a la cámar a de gas. Bajo l os aco rdes de "La viuda alegre" er an destinados a la muer te.» Durante días y mayor días fueron desfilando los películas. testigos ante el Tribunal Nuremberg. Una de pruebas que causó emoción fueron las Estas películas de habían sido rodadas porlas antiguos altos jefes de las SS o después de la liberación por los operadores militares aliados. Incluso los acusados parecían profundamente abatidos y deprimidos. Funk no dejó de llorar durante todo el tiempo que proyect aro n las películas. Doenitz ocultó su r ostro entre las manos y o tros dejaban caer la
cabeza y musitaban: «¡Horrible!» El psicólogo del Tribunal, Gilbert, conversó aquella noche con vario s de los acu sados. Fritzsche, medio tumbado so bre su camastro , con l a cabeza ap oyada en ambas manos, soll ozaba quedamente cuando Gilbert entró en su celda. Lentamente levantó Fritzsche la cabeza y se quedó mir ando a Gil bert con exp resió n ausente. Luego , conmovido todavía por los so llozo s, dijo: ¯Ningún poder, en el cielo o en la tierra, puede borrar esta vergüenza de nuestra patria..., ni aunque pasen muchas generaciones..., ni siquiera en el curso de muchos siglos. Sollo zó de nuevo, se gol peó con lo s puños contra las sienes y exc lamó fi nalmente: ¯Perdóneme usted, he perdido el dominio sobre mí mismo. ¯¿Desea un calmante para poder dor mir esta noche? ¯le preguntó Gilbert. ¯¿Y de qué habría de ser virme? ¯replicó Fritzsche¯. ¿Cree que una píldor a puede borrarme todo esto de la cabeza? Gilbert visitó, acompañado del psiquiatra Kelly, las restantes celdas. Baldur von Schirach les dijo: ¯No comprendo cómo los alemanes fueron capaces de hacer una cosa así... Walther no estaba en condiciones de hablar con sus visitantes. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas y se limi taba a decir: ¯¡Horrible, horrible...! ¯¿Desea usted un calmante? Funk levantó sus enroj ecidos oj os y contestó: ¯¿Para qué..., para qué? Wilhelm Keitel estaba cenando. Continuó comiendo y cuando Gilbert empezó a hablar de las películas int err umpió el antiguo mar iscal del Re ich su cena y comentó, con la boca medio l lena: ¯Es hor rible. Cuando veo estas cosas me avergüenzo de ser alemán. Fuer on esos sucios cerdos de las SS. Si hubiera sabido todo esto le hubiese dicho a mi hijo: «Antes te hago fusilar que permitir que ingreses en las SS». Pero yo no sabía nada. Nunca en mi vida podré vo lver a mir ar a la car a a un ser humano». Hans Frank comenzó a llor ar cuando ent ró Gil bert. ¯¡Nosotro s vivíamos como reyes y cr eíamos en esas bestias! ¯dijo finalmente, después de haber recuperado el dominio sobr e sí mismo ¯. No crea a nadie que le diga que no sabía nad a de esto. Todos sabíamos que algo r aro sucedía a pesar de que no est uviéramos al cor riente de todos los detalles. Era muy cómodo dejar se llevar por la cor riente y creer que t odo estaba en orden. Frank señaló la cena que no había tocado: ¯Nos tratan demasiado bien aquí ¯comentó¯. Nuestros prisioneros y nuestra propia gente se morían de hambre en los campos de concentración. ¡Que Dios se apiade de nuestras almas! Sí, doctor, este juicio es voluntad de Dios. Al principio traté de entenderme con los demás acusados..., pero ahor a¯¿Desea he r enunciado a ello... algún calmante? ¯No, gracias. Si no duermo podr é rezar. Para muchos internados en el campo de concentración la muerte en la cámara de gas hubiera
representado un alivio. Los tormentos que tuvieron que soportar hasta que murieron superan todo lo imaginable. Hicieron de conejillos de indias a unos médicos de las SS, hombres fanáticos y sin conciencia. Fueron usados para experimentos cuyo valor científico era nulo. Es completamente imposible relatar aquí todos los experimentos que fueron llevados a cabo en seres humanos. En Auschwitz se dedicaron preferentemente a intervenir a las judías enfermas de cáncer y a hacer experimentos con inyecciones y rayos Roentgen para esterilizar a las mujeres. En Buchenwald experimentaron con quemaduras de fósforos, hormonas sexuales y edemas provocados por el hambre. Los experimentos en la sección de enfermos de la fiebre amarilla costó la vida a unos seiscientos presos. El químico francés Alfred Balachowski declaró en Nuremberg que se les inyectaba a los presos una gota de sangre de otro enfermo de tifus que había alcanzado el momento más de su crisis. losexpe presos a los que inyectaba estala gota de cóler sangrea ymorían irremialto siblemente. OtrosTodos m édicos rimentaban conselales fiebre amar illa, viruela, difteria. Un experimento que gozaba de especial preferencia eran los experimentos biológicos. En esta faceta se distinguió de un modo destacado el médico de las SS doctor Sigmund Rascher, que trabajaba en los experimentos llamados de calor y frío. Con sádico interés, Himmler seguía personalmente los resultados de estos experimentos y muchas veces emitió él su diagnóstico de qué resultado darían los mismos. En otros campos, disparaban a los presos balas envenenadas en los muslo s y las víctimas mor ían a las dos horas después de horrendos tormentos. Igualmente era terrible la muere de aquellos a los que les inyectaban aire en las venas y petróleo debajo de la piel de ambas piernas. Las mujeres eran un objeto de experimentación muy apreciado. Uno de los objetivos de la política nacionalsocialista era esterilizar a la raza judía. En este programa colaboró de un modo especial el SS-Brigadeführer profesor Hans Clauberg, que se vanagloriaba de que era capaz de esterilizar diariamente mil mujeres. En el campo de concentración de Ravensbrueck también se utilizaro n niños y niñas pa ra ese fin. Pero los experimentos co n mujeres no se li mitaban exclusivamente a la esterili zación. «Desde Auschwitz nos mandaron a Ravensbrueck ¯informó la señora Couturier ante el Tribunal¯. Allí nos alojaron al lado de un barracón que llevaba las iniciales NN, es decir, «secreto». En este barracón vivían mujeres polacas que llevaban el número 7.000 y otras que eran llamadas los conejillos, ya que servían para los experimentos de los médicos. Las habían seleccionado por tener las muy derechas yAgozar de una salud relativamente Estas mujeres eran sometidas a todapiernas clase de operaciones. algunas les sacaban los huesos debuena. las piernas, a otras les administraban inyecciones, pero no sé lo que les inyectaban. Entre las que eran operadas el número de fallecimientos era muy elevado. Cuando las mujeres se negaban a dejarse operar, las llevaban a las salas de operaciones a la fuerza y un médico llegado de Berlín las intervenía sin cuidados antisépticos de ninguna clase. El hombre ni siquiera se lavaba las manos». En Buchenwald mataban a los internados que lucían algún tatuaje. Les arrancaban la piel, la curtían y la dest inaban luego para la fabricación de panta llas de lámpar as de pie y «como recuerdo s». El testigo Maurice Lampe informó sobre estas crueldades en Mauthausen: «Las crueldades cometidas en nuestro campo eran muy parecidas a las de otros campos. Logramos muchasProcedía pruebas.deEl del habían campamento en su oficina, como pisapapeles,reunir dos cráneos. dosmédico judíos que llegado utilizaba en un transporte procedente de Holanda y habían sido elegidos por el médico porque tenían la dentadura muy buena. El médico les había dicho a lo s dos judíos: «Voso tros sois jó venes y fuertes. Os necesito par a realizar co n nosotro s unos experimentos. En caso de negaros seréis muertos con los demás». A uno de ellos le extirparon
un riñón y al otro el estómago. Finalmente les inyectaron bencina en el corazón y finalmente los decapitaron». ¿De dónde pro cedían esos hom bres, mujer es y niños que eran tor turados a muerte y llevados a la cámara de g as, que eran fusilados por las «unida des especiales» y muertos de hambre en los ghettos? Las víctimas de la política racista nacionalsocialista procedían de todos los rincones de Europa. Hemos de limitarnos a los números escuetos para comprender la inmensidad del crimen cometido. De los judíos alemanes 160.000 cayeron víctimas de la solución final, es decir, casi todos aquellos que no habían emigrado. En Austria 60.000. En Checoslovaquia murieron 230.000 de los 530.000 udíos que fueron deportados, en Francia unos 60.000. Holanda ha de lamentar la muerte de 104.000 udíos. Muchos de los semitas deportados procedían de Yugoslavia, Hungría, Grecia y Rumanía. Ni Italia ni Bulgaria colaboraron en esta política racial alemana. Pero, cuando Mussolini perdió todo su poder en el año 1944, los judíos de Roma también fueron deportados a Auschwitz. En cambio Hitler encontró una gran comprensión en esta política racial suya en Rumanía, en donde fueron exterminados unos 220.000 judíos. De los 3.500.000 judíos polacos, murieron unos 2.600.000. En la Unión Soviética fueron muertos unos 750.000 judíos. Reitlinger llega a la conclusión de que fueron muer tos de 4.200.000 a 4.600.000 judíos, o sea, 1.500.000 judíos menos de lo que creyó el Tribunal de Nurember g, pero Reitlinger co mentaba en su libro : «Es una verg üenza que existan alemane s que consideran un alivio el poder reducir el número de udíos extermi nados de los seis a lo s dos mil lones.» Después de haber sido liquidado el ghetto de Varsovia, por orden expresa de Himmler, fueron liquidados en los años 1943 y 1944 los restantes ghettos. Esta matanza causó la muerte de 300.000 udíos, seres humanos que hasta entonces se habían refugiado en los ghettos de Lodz, Bialistok, Sosnowiec-Bedzin, Lemberg, Wilna, Kow y Riga. Esta acción se llevó a cabo en unas circunstancias inhumanas. James Britt Donavan, fiscal de los Estados Unidos, presentó ante el Tribunal una película de 8 mm. sobre la liquidación de un ghetto. Donavan fue comentando la cinta mientras esta era proyectada: «Escena 2: Una muchacha desnuda cruza corriendo el patio. »Escena 3: Una mujer de edad es arrastrada ante la cámara; a la derecha vemos un agente de las SS. »Escena arrastran a un anciano. »Escena 16: 24: Dos Una hombres vista conjunta, tomada desde la calle, nos presenta a muchos cuerpos tendidos en el suelo y a mujer es desnudas que cor ren de un lado al o tro. »Escena 37: Un hombre con la cabeza ensangrentada es apaleado. »Escena 45: Una mujer es ar rastrada por los cabellos po r la calle.» Ya antes de la derrota sufrida ante Stalingrado, Hitler se dedicó a borrar las huellas de los crím enes cometidos por las SS. Encarg ó al SS-Standartenführer Paul Blobel que hicier a desaparecer las fosas comunes antes de que estas fueran descubiertas por el Ejército rojo en su avance. Blobel comenzó sus fantasmagóricas actividades en agosto del año 1943. Con este fin tenía a sus órdenes el Sonderkommando 1.005 que en Kiev llevó a cabo las primeras exhumaciones. Siempre que era posible, el Sonderkommando abría las tumbas e incineraba los cadáveres. Este horrible trabajo lo debían realizar los presos que a continuación eran fusilados por las SS. Allí donde no era posible proceder a las exhumaciones eran voladas las tumbas con dinamitas y luego se apisonaba la tierra que era r ecubierta con hier ba.
El fiscal soviético, L. N. Smirnow, leyó, ante el Tribunal, la declaración del testigo Gerhard Adametz, que había pertenecido al Sonderkommando 1.005 b: «Nuestro teniente Winter dio el parte al teniente Hanisch, jefe de la Sección 1.005 a. El teniente Hanisch nos dirigió entonces una alocución: "Huelen ustedes algo que procede de detrás de la iglesia. Han de vigilar ustedes a unos pri sioner os, y quiero que los vigilen bien. Pero todo lo que ocurr a aquí es asunto secreto del Reich. Todos ustedes son personalmente responsables si escapa cualquiera de los presos..." »Vimos unos cien prisioneros que estaban descansando. Todos los presos llevaban las piernas atadas con una cadena. El trabajo de estos presos consistía en exhumar los cadáveres de una fosa común, apilarlos luego quemarlos. Es difícildedesacar calcular, pero debía allí de 40.000 a 45.000 cadáveres. Cuandoy los prisioneros terminaban los cadáveres dehaber la tumba, eran muertos con un tiro en la nuca.» Cuando las tropas aliadas comenzaron a cercar Alemania, finalizó esta tragedia tan repleta de monstruosidades. En Auschwitz dejaron de trabajar las cámaras de gas en el otoño del año 1944, pero cada día cont inuaban llegando nuevos prisi onero s. Por or den especial de Himmler fueron evacuados Auschwitz y muchos otros campos de concentración. A pie o en vagones descubiertos, vestidos solo con el delgado unifo rme de presidiario s, los internados emprendían su últ ima mar cha. En los campos reinaban epidemias, en Belsen morían a diario 300 internados. Cuando los aliados llegaron a estos campos hallaron 12.000 cadáveres sin enterrar; 13.000 presos murieron durante los días siguientes a la liberación. Cuando el Ejército rojo ocupó Auschwitz el 26 de enero de 1945 encontró allí solo a varios centenares de inválidos. Himmler había evacuado antes el campo. «Pasarán mil años y nadie ni nada borrará esta culpa de Alemania», dijo el acusado Hans Frank en Nuremberg. Mientras escribimos estas líneas solamente han transcurrido diecisiete años...
7. El fin del ghetto de Varsovia En la exterminación del pueb lo j udío, or denada por Hitler y dirig ida por Himmler, hay d os fases intermedias que tuviero n su or igen en el cer ebro de Hermann Go ering . Desde el momento en que fue leído el sumario textual en el Proceso de Nuremberg quedó plenamente demostrado lo que Goering dijo en el curso de la tristemente célebre Kristallnacht-Konferenz del 12 de noviembre de 1938: «Mi querido Heydrich, no le quedará a usted otra solución que crear ghettos en las grandes ciudades. Estos ghettos han de ser creados.» Reinhard Heydrich, que más tarde dirigió de un modo tan enérgico la «solución final», era entonces, un año antes de que comenzaran las hostilidades, por motivos personalmente únicamente, contrario a la creación de ghettos, según él, porque no estaban de acuerdo «con las necesidades políticas». Pero tan pronto fueron conquistadas las regiones del Este europeo se presentaban nuevas perspectivas. En el Gobierno general, el reino del futuro acusado en Nuremberg Hans Frank, surgió por vez primer a la idea de marcar con una seña l a todos los j udíos. Poco después de la entrada de las tropas alemanas, el 24 de octubre de 1939, fue ordenado por las tropas de ocupación en el pueblo polaco de Wloclawek que todos los judíos habían de lucir un brazal con la estrella de David. A Hans Frank le gustó tanto esta disposición que el 23 de noviembre del mismo año firmó una orden que ampliaba a todos los judíos que residían en el Gobierno general la obligación de llevar el brazal con la estrella de David.
Pocos meses más tarde fue colo cada la primer a piedra para la r ealización de la idea de l ghetto de Goer ing. Los judíos que estab an señalad os, y desde ya hacía mucho tiempo r egistrados oficialmente, habían de fijar sus residencias en unos barrios que les eran previamente señalados. Habían de abandonar sus negocio s y sus talleres, sus pueb los y sus comunidad es y trasladarse, empleand o todos los medios de locomoción imaginables, a los ghettos de Cracovia, Varsovia, Lublin, Radom y otras ciudades. Heydrich, que en un principio había sido contrario a la creación de los ghettos, se mostró repentinamente muy interesado en estos, principalmente en concentrar a los judíos en un solo lugar, pues, mientras tanto, ya habían surgido las nuevas disposiciones que hablaban de la «solución final» del problema judío, y para los asesinos representaba una evidente comodidad y facilidad desde el punto de vista técnico, tener al alcance de la mano a las víctimas. En los expedien tes del acusado Alfred Rosenberg se encontró un memor ándum que fue leído por el fiscal americano William F. Walsh, en Nuremberg: —Uno de los primeros objetivos de las medidas alemanas debe ser separar, aislar herméticamen te, a lo s judíos del r esto de la población. Lo más co nveniente es la co ncentración de lo s udíos en ghett os, pr ocurando, al mi smo tiempo, separar a los ho mbres y a las mujer es. Estos g hettos deben estar bajo la autoridad de los propios judíos, que cuidarán igualmente del sistema de policía dentro de sus límites. La vigilancia de la frontera entre los ghettos y el mundo exterior es de la incumbencia de la policía alemana. El SS-Brigadeführer Franz Stahlecker implantó el sistema en su campo de actividades propias, Asunto secreto del Reich del 15 de octubre de 1941, y lo expuso con palabras sencillas y comprensibles: «Junto a la organización y puesta en práctica de las órdenes de ejecución, desde los primeros días se procur ó, en todas las gr andes ciudades, concen trar a todos lo s judíos en los ghettos cr eados al efecto.» Lo que Stahlecker denominó «una puesta en práctica de las órdenes de ejecución» es explicado en otro documento que leyó Walsh ante el Tribunal. Se trata de un informe oficial del jefe de las SS y de la policía del distrito de Galitzia, SS-Gruppenführer Franz Katzmann: «Durante el transporte de los judíos a otro barrio de la ciudad se montaron varios puestos de control. Todosl ylos elementos judíos poco sociables y reacios al trabajo fueron retenidos a su paso por el contro so metidos a un tratamiento especial.» Con la exten sión de las conquistas de Hitler fuero n surg iendo ghett os por todo el Este, desde los Estados bálticos hasta Riga, en Galitzia con su punto neurálgico en Lemberg, en Minsk y Smolensko. Cuando las tropas alemanas llegaron a Crimea ya había sido superada la fase previa de la formación de los ghettos y las «unidades especiales» ya habían empezado a efectuar sus ejecuciones en masa. Apenas terminaron los traslados, se levantaron, alrededor de los barrios habitados por los udíos, altos muros, vallas y alambradas. Millones de seres humanos se vieron de la noche a la mañana internados en unas cárceles de unas dimensiones nunca concebidas por el ser humano. Lo que sucedió a partir de aquel momento, detrás de aquellos muros, nos ha sido relatado por los sobrevivientes, y además por testigos externos que tuvieron ocasión de echar una ojeada a lo que sucedía allí dentro . —A fines de 1942 —dijo William F. Walsh—, habían sido concentrados los judíos del Gobierno general de Polonia en cincuenta y cinco comunidades.
Bajo pena de muerte les estaba prohibido abandonar los ghettos y según el Acta de una sesión del 16 de diciembre de 194 1 declaró Frank a los miembr os de su Gobier no: —La pena de muerte dictada contra los judíos por desobediencia a esta orden ha de ser ejecutada sin pérdida de tiempo. El doctor Hummel, uno de los jefes de Sección presentes en la reunión, añadió según consta en el Acta: —El proceso hasta la liquidación es demasiado lento, está recargado de formalidades burocráticas y ha de ser simplificado. Por este motivo, hemos de estar agradecidos a la orden de poder fusilar a los judíos en las calles, lo que nos ahorr a un sinfín de complicaciones. Para r esolver el pro blema del modo de ext ermi nar a lo s judíos que ah or a tenían concen trados en los ghettos, los verdugos inventaron con el tiempo, un sinfín de métodos. El plan primitivo de Himmler fue, sencillamente, dejar morir de hambre a aquellos seres encerrados entre muros. El racionamiento que se les suministraba no era suficiente para vivir y esto coincide, plenamente, con las instrucciones que fir mó Herber t Backe del Min isterio del Reich para Aliment ación y Agricultura, el 18 de septiembre de 1942. El fiscal Walsh leyó la orden: —A partir de la semana 42 los judíos ya no recibirán los siguientes víveres: carne, huevos, trigo, leche. El gobernador Frank superó la orden de Berlín y redujo la ración de pan, primero a 143 gramos diario s y finalment e a solo veinte gr amos, dando cada mes cinc uenta gr amos de g rasa. Sabía que con esta decisión fir maba una orden de muerte colectiva y anot ó fríamente en su Diario : «No cabe la menor duda de que la mor tandad aumentará durante los meses de invierno, per o esta guer ra traer á consigo l a eliminación complet a de todos los judíos.» Con mayor cinismo aún escribió el 24 de agosto de 1942 : «Anotamos, además, q ue hemos condena do a un milló n y medio de judíos a mo rir de hambre.» En efecto, la falta de víveres pro vocada artificialment e mató a m iles de judíos. Por las calles del ghetto se veían los niños que habían quedado reducidos a la piel y a los huesos. Los hombres y mujeres que se desplomaban eran colocados cuidadosamente al borde de la acera hasta que a la mañana siguiente los car ro s reco gían la cruel cosecha. Sinaembargo, y ceso sus verdugos la conclusión que elamétodo de dia hambre lo s judíosHimmler er a un pro demasiadollegaron lento y a, además, se ex ponían que t odadela matar r etaguar fuera infestada por las epidemias. Asimismo, la falta cada vez más patente de mano de obra hizo que muchos de lo s judíos que todavía esta ban con fuerzas par a trabajar fueran dest inados a las fábricas de armamento. La orden de liquidar completamente los ghettos y destinar a todos los judíos sobrevivientes a las cámaras de gas de Auschwitz y Treblinka se la ahorró Himmler hasta el 11 de unio de 1943. El «exterminio por el trabajo» que siguió al «exterminio por el hambre», es un tema que fue tratado también por el fiscal Walsh en Nuremberg. Y de nuevo aparece, en primer plano, el filósofo del Partido, Rosenb erg . —El acusado fundó, como Reich especialmente para las regiones ocupadas del Este, una sección dentro Rosenberg de sus or ganizaciones queministro hab ía dedel ocuparse en hallar una solución al problema judío, por medio del trabajo forzado. Sus planes están contenidos en un documento que presento como prueba.
Citamos so lo un párr afo de este monstruoso documento: «Todos los judíos serán destinados a trabajos forzados, sin limitaciones de edad. Todos los delitos contra las leyes alemana s ser án castigados con la muerte.» El fiscal Walsh continuó su relato: —En los ghettos eran seleccionados los judíos que estaban en condiciones de trabajar y los destinaban a los campos de trabajo. Aquí eran sometidos a una nueva selección. Se confiaba en poder reclutar, de este modo, entre 45.000 judíos, a unos diez o quince mil capacitados para el trabajo. Al hacer esta afirmación me baso en un telegr ama de la Oficina Cen tral de Seguridad del Reich , diri gido a Himmler, que lleva las indicaciones de «urgente» y «secreto», del 16 de diciembre de 1942. Voy a leer las últimas líneas: «En la cifra de 45.000 judíoscapacitados no están incluidos los ancianos y los niños. selección proporcionará de diez a quince mil judíos para el trabajo, procedentes todosLa ello s de Auschwitz». Tras estas palabras se oculta el período de transición hacia la siguiente y última fase. Durante la selección eran divididos los judíos en dos clases: unos eran destinados a ser «exterminados por el trabajo» y se les concedía la gracia de vivir durante algún tiempo más, mientras que los otros eran destinados, directamente, a las cámaras de gas. En los ghettos comenzaron a montar talleres y fábricas de armamento. Estos centros de trabajo se convirtieron en los últimos refugios y el SS-Gruppenführer Katzmann confesó, según un informe leído po r el fiscal Walsh, lo sig uiente: «Se conocen casos en que los judíos, con el fin de obtener un certificado de trabajo, no solo estaban dispuesto a renunciar a todo sueldo o jornal, sino incluso a dar dinero encima. El afán de los udíos en ayudar a sus patronos, llegó a tal extremo que se hubo de proceder con la mayor energía y someter a los judíos a un tratamiento especial». Los patronos de los que habla Katzmann eran empresarios alemanes, y el más grande y conocido de todos era Walter Töbens que, en sus fábricas de Varsovia, proporcionaba trabajo a quince mil judíos y, gracias a los mismos, se convirtió de un empresario arruinado en un multimillonario. Complicó a casi todos los oficiales del SD de Varsovia sobornándolos, y repartió finalmente sus beneficios con el jefe de las SS y de la policía, Odilo Globocnik. Pero al final ni siquiera el trabajo de esclavos impedía que los judíos fueran conducidos a la muerte. Comenzaron a dirigirse los transportes hacia lostren. campos de exterminio soloFrank: era cuestión de tiempo el que emprendiera la mar cha el último L eemos en el Diar ioydeyaHans «Con los judíos, y lo digo sin andarme por las ramas, hemos de terminar de un modo u otro. Antes de seguir hablando quiero que ustedes se pongan de acuerdo conmigo sobre la siguiente fórmula. Solo sentimos compasión hacia el pueblo alemán y con nadie más en este mundo. Como viejo nacionalsocialista he de añadir: Si los judíos lograran sobrevivir a esta guerra, entonces esta solo habría significado un éxito parcial para nosotros. Caballeros, les ruego se despojen de todo sentimiento de compasión. Hemos de exterminar a los judíos, allí donde nos tropecemos con ellos y donde sea factible.» Estas palabras son todo un programa. Solo en algunos lugares brilla una luz en esta horrenda oscuridad y una de estas es la desesperada acción de los judíos en el ghetto de Varsovia que, el 18 de abril de 1943, se levantaro n contra sus verdugo s. Vamos a exponer aquí el caso del ghett o de Varso via, como ejemplo de lo ocur rido en lo s demás ghettos. En Nuremberg leyó el fiscal Walsh un informe, firmado por el SS-Brigadeführer Jürgen Stroop:
—El barrio habitado por los judíos en la ciudad de Varsovia, un distrito de cuatro kiló metros de largo por dos kilómetros y medio de ancho, era habitado, aproximadamente, por unos 400.000 udíos. Existían unas 27.000 viviendas y cada vivienda tenía un término medio de dos habitaciones y media. Estaba separado de los restantes barrios de la ciudad por altos muros y también habían sido tapiadas las ventanas y puertas que daban a otros barrios. Walsh añadió: —Obtendremos una idea de cómo vivía la gente en aquel barrio si explicamos que seis personas habían de convivir en una sola habitación. Pero en realidad, las condiciones de vida eran mucho peores. Los judíos ricos pudieron, al principio, viviendas más espaciosas, mientras que losydemás habían deque apretujarse todavía más, pues alquilar había habitaciones en las que dormían hasta treinta seis personas... se veían obligadas a hacer turnos para poder dormir. Para comprender plenamente la situación diremos que toda la población de Darmstadt estaba concentrada en un solo barrio. Por este motivo, las calles siempre estaban llenas de gente. En el año 1941 se registraron en el ghetto de Varsovia 44.630 casos de defunción, la mayoría a causa de la depauperación. Esta cifra iba continuamente en aumento, pero una comisión de médicos udíos que examinó detenidamente el problema, llegó a la conclusión que pasarían cinco años antes de que todos los habitantes hubiesen muerto de hambre. Esto entrañaba dos hechos. Primero, que, además del racionamiento oficial, los habitantes se suministraban de sus otras fuentes, y segundo, que los habitantes del ghetto se habían organizado para estudiar y vencer dificultades. El muro que ro deaba el ghetto no era un mur o invencible. Había agujero s, había policías pol acos que sabían mirar hacia otro lado, existían canales subterráneos que conducían hacia el mundo exterior. Con preferencia, eran los niños los que se dedicaban, día y noche, a estas actividades de contrabando, y si varios centenares de personas no murieron de hambre, tal como había previsto y deseado Frank, se debió, en gran parte, a las hazañas de esos niños. Sin medios de ninguna clase..., pues los policías alemanes disparaban, y era un espectáculo frecuente ver cómo los niños caían muertos fr ente a los muro s, víctimas de las balas aleman as. Había otras grietas en el muro. Los batallones de trabajadores salín y entraban diariamente del ghetto, ya que las fábricascontrolar en dondesitrabajaban situadas en otrosenbarrios de Varsovia. Era completamente imposible al regreso,estaban realmente, formaban la columna todos los hombr es que habían salido. Por el interior del ghetto circulaba un t ranvía que no llevaba n ingún número si no, como señal, la estrella de David. Además, el ghetto era cruzado en su punto más estrecho por una línea ferroviaria. La dirección de los ferrocarriles había recibido orden de que los trenes cruzaran por allí a la máxima velocidad. Sin embargo, aquel punto era el centro neurálgico del contrabando: los niños polacos arrojaban, desde las plataformas de los trenes, sacos a la calle que eran recogidos por los niños udíos en el ghetto que rápidamente desaparecían con su botín. Una organización desesperada logró, por conductos secretos, hacer entrar incluso vacas en el recinto prohibido, y esconderlas en el tercer piso de una casa para, de esta forma, disponer de leche para los r ecién nacidos. Por otro lado, representó una gran ayuda que tanto el SD, como la Gestapo y las SS en Varsovia estuvieran compuestas por elementos fáciles de sobornar. Globocnik, por ejemplo, que poseía participación en el negocio de Többens, no tenía el menor interés en que los obreros de su socio se
muriesen de hambre o fueran destinados a las cámaras de gas, a pesar de que esta hubiera sido su oblig ación. Eran muchos los que sabían que Globocnik sacaba un be neficio tan enorm e de los ghettos que deseaba que estos no fuesen disueltos jamás. Solo así se explica que tuvieran interés en retrasar el exterminio de los judíos en los ghettos, exterminio que, por fin, fue ordenado por Heinrich Himmler. Estimularon, incluso, la construcción de refugios antiaéreos en el ghetto, pero no para proteger a las familias judías contra las bombas de la aviación rusa, sino para poder destinar algún día estos refugios a nidos de la resistencia contra los alemanes, pa ra convencer de este mo do a Himmler que desistiera de su plan de ext ermi nio total. Lo mismo debieron pensar Globocnik y sus compañeros cuando pretendieron no haberse enterado del contrabando de armas. Lo cierto es fusiles, que los elementos la resistencia judía de en elmano, ghetto lograron adquirir, a precios astronómicos, pistolas, de munición, bombas ametrallador as e incluso ar mas pesadas . Estas ar mas las vendían soldados alemanes y , sobr e todo, las unidades italianas destinadas en aquel sector. Sobre el ghetto de Varsovia se cernía un gran interrogante. Las autoridades ordenaban las medidas de repr esalia más violent as y, al mismo tiempo, lo s altos jefes or ganizaban sus or gías en los locales nocturnos que ellos fundaban en el ghetto. Aquellos que disponían de oro, diamantes o dólares suficientes podían darse la gran vida y no tenían que temer ni a la policía judía ni a la alemana, n i siquiera prestar atenc ión a los cadáveres que cubrían las calles. El Consejo de los judíos era una organización que había sido impuesta por los alemanes y la policía judía un grupo de unos dos mil hombres que debía justificar su existencia actuando de la for ma más cruel que pueda imaginarse contra sus pro pios compañero s de raza. A partir del 20 de julio de 1942, se inició un cambio en la vida del ghetto de Varsovia. Aquel día el Consejo de j udíos r ecibió la o rden de seleccionar a 60.000 compatriotas que de bían ser destinad os a batallones de trabajo. El fin que se perseguía con esta medida era «liberar el ghetto de todos los elementos improductivos». Los niños, los enfermos, las mujeres y los ancianos habían de concentrarse en un lugar previamente señalado, desde el que serían conducidos directamente a los campamentos de la muerte. Pero, momentáneamente, no se sabía, todavía, el último destino de esos desgraciados. Solo se decía que serían evacuados más hacia el Este, a algún lugar de la provincia de Minsk. El presidente del Consejo de judíos, Adam Czerniakow, fue el único que sospechó la verdad y puso fin a su vida envenenándose. La palabra «transporte» empezó a cobrar un sentido fantasmagórico en el ghetto. La policía judía y las SS recorrían las calles, apaleaban y disparaban, vaciaban las cárceles, registraban las casas, apresaban a las mujeres encinta, tiraban de las barbas de los ancianos. Transporte... Bernard Goldstein, uno de los miembros del movimiento de la resistencia judía, informa en sus «Memorias»: «No albergábamos la menor duda que el fin de aquellos transportes era la muerte. Encargamos de la difícil misión de obtener una información más exacta a Zalman Friedrych, uno de nuestros compañero s más valient es en el movimiento de resistenc ia. Un ferr oviar io po laco que conocía la r uta que seguían los trenes que se llevaban a los depor tados señaló el camino a Friedr ych. »Después de vencer grandes dificultades, llegó Friedrych finalmente a Sokolow. Allí se enteró de que los alemanes habían construido una segunda vía hasta el pueblo de Treblinka. Cada día, los trenes que llegaban cargados de judíos eran destinados a esta segunda vía. En Treblinka había un campamento muy grande. Los habitantes de Sokolow habían oído decir que en Treblinka ocurrían cosas muy hor rendas, pero no sabían nad a en concreto.
»En Sokolow, Friedrych se encontró casualmente con nuestro compañero Azriel Wallach, sobrino de Maxim Litwinov, el antiguo ministro de Asuntos Exteriores soviético. Acababa de huir de Treblinka y estaba en un estado deplorable. Presentaba grandes quemaduras, sangraba y sus ropas estaban destrozadas. Friedrych se enteró de que todos los judíos que habían sido llevados a Treblinka habían sido muertos. Al descender de los trenes, se les dijo que habían de bañarse antes de ocupar los nuevos barracones, pero luego los habían conducido a unas grandes cámaras, cerradas herméticamente, y los habían matado envenenándoles con gas. Wallach se libró de la muerte porque fue destinado a limpiar los vagones de carga y aprovechó una ocasión que se le presentó para emprender l a huida. »Después de o btener estas infor maciones, Friedr ych reg resó a Varso via. De esta fo rma pudimos comunicar a nuestro s compañero s lo que les suce día a aquellos que eran depor tados.» Pero fueron muy pocos los que dieron crédito al relato. Desesperados, la mayoría se aferraban a la ilusión de que realmente se trataba única y exclusivamente de un cambio de residencia, y que eran destinados a realizar otra clase de trabajo. Continuaron organizando transportes y fueron muchos los que se presentaban voluntarios confiando que encontrarían un lugar de trabajo donde poder llevar una existencia más digna. Pero, poco a poco, se iban esfumando est as ilusiones. E l ghetto se iba vacian do y ll egó el día en que trabajar para Többens ya no era una garantía de librarse de la deportación. Los comandos de las SS empezaron con las tristemente célebres «selecciones» y de nuevo fue Goldstein el que dio, al Tribunal, un relat o fi dedigno: —A través de una grieta en el muro veíamos cómo procedían, en el patio, a esta selección. Los hombres de las SS formaban dos filas, entre las cuales pasaban los obreros. Luego se dirigían hacia la derecha o hacia la izquierda, según si el o ficial de las SS señala ba con su bast ón hacia la izquierda o la derecha. Todos los que eran destinados a morir eran apresados, rodeados por los soldados y policías y cargados en los vagones. Por todas partes se oían gritos y llorar. Los hombres trataban de reunirse con sus esposas y estas con sus maridos, pero el movimiento arbitrario de un bastón era suficiente par a separarlo s definitivamente. Todos sabían ahora que aquellos que no er an destinados a un lugar de trabajo iban camino de la muerte. Solo existía una posibilidad de salir con vida: dar la impresión, durante la selección, de que se estaba en condiciones inmejor ables para r ealizar un trabajo. «Había que dar la impresión de estar sanos, fuertes y capacitados», declaró Goldstein. «Empezamos a asistir a un espectáculo inaudito en las calles. Los hombres se afeitaban y se lavaban y las mujer es se pinta ban los l abios y se peinaban. Todas hacían lo máximo para par ecer m uy atractivas a la vist a de aquellos demo nios. Los o brer os fo rmaban grupos y esg rimían pancartas en las que habían escrito lo s trabajos que eran capace s de realizar. V i un gr upo de panaderos con sus go rras blancas y limpias que llevaban un gran emblema de su g remi o.» Y mientras se sucedían estas escenas, llegó el 18 de enero de 1943 con su cruel tormenta. Un grupo de los que habían seleccionados para emprender el camino de la muerte sacaron a relucir sus armas y abri ero n fuego contra lo s soldados de las SS que les escoltaban. Un acontecimiento inesperado. Ferdinand von Sammern-Frankenegg, alto jefe de las SS y de la Policía, organizó una gran redada en el ghetto, mandó disparar piezas de artillería pesada contra unas cuantas casas, pero no logró detener a los organizadores del atentado.
Un mes más tarde, el 16 de febrero de 1943, Himmler ordenó «destruir el ghetto de Varsovia». Sammern-Frankenegg y Odilo Globocnik, por los motivos anteriormente mencionados, parecieron dudar y, por este motivo, hizo acto de presencia el SS-Brigadeführer y general de la policía Jürgen Stroop, que se hizo cargo del mando. El 9 de abril penetró en el ghetto con tres piezas de artillería y tres carr os de combat e. Aquel día comenzó la trágica lucha a muerte de los judíos de Varsovia. Esta lucha duró casi un mes, hasta el 16 de mayo de 1943. Los alemanes aniquilaron toda resistencia, pero la victoria se la llevó fi nalmente el pueblo judío. En la sala de sesiones del Tribunal de Nuremberg intentó el fiscal amer icano Jo hn Harlan Amen, obtener detalles de Kaltenbrunner. Amen: «¿Tuvo algo que ver con la destrucción final del ghetto de Varsovia?» Kaltenbrunner: «No tuve ninguna relación con lo ocur rido». Amen: «Stroo p era un buen amigo de usted , ¿no es cierto?» Kaltenbrunner: «Vi a Stro op una o dos veces en mi vida en la o ficina del Reich führer Himmler». Amen: «Veremo s si Stroop confir ma lo que usted acaba de de clarar ante el Tribunal» . Amen presentó, a contin uación, un a declaración jur ada firmada por Stro op. «Recibí, además, un telegrama de Himmler en el que me daba la orden de evacuar el ghetto de Varsovia. El Obersturmbannführer doctor Hahn era, entonces, comandante de la policía de seguridad de Varsovia. Hahn dio órdenes a su policía de Seguridad para que emprendiera esta acción. Estas ór denes no le fuero n dadas a Hahn por mí, sino directamen te por Kaltenbrunner desde Berlín. T odas las ejecuciones fueron ordenadas por la Oficina Central de Seguridad del Reich, es decir, por Kaltenbrunner». Amen: «¿Qué dice usted..., es cier ta o falsa esta declaració n de Stoo p?» Kaltenbrunner: «Es falsa». Pero la declaración de Kaltenbrunner no pudo disminuir el valor de otro documento que fue presentado en Nuremberg, el informe de Stroop sobre aquella acción. El SS-Brigadeführer redactó con el título de: ¡No existe ya ningún barrio judío en Varsovia!, un documento histórico excepcional que impulsó al fiscal Walsh a hacer el sig uiente comentario : —Esta auténtica prueba de artesanía alemana, encuadernada en piel, r icamente ilustrada, impresa en excelente papel, contiene un relato casi increíble escrito por Stroop, que lo firmó. El general Stroop alaba en este informe, en primer lugar, la valentía y el heroísmo de las fuerzas armadas alemanas que participaron en aquella acción sin contemplaciones de ninguna clase contra un grupo de judíos, concretamente, 56.065 hombres, mujeres y niños. En la cárcel de Nuremberg le dijo el antiguo jefe del alto Estado Mayor alemán, Alfred Jodl, al psicólog o Gustave M. Gilbert: —¡Esos sucios y arrogantes cerdos de las SS! ¿Cómo es posible que alguien pueda escribir un infor me de 75 páginas sobr e una acción tan criminal? No puede existir un testimonio más convincente que este relato de uno de los principales actores. «Antes de iniciarse esta gran acción había sido debidamente cercado el barrio habitado por los udíos para impedir que pudieran huir. Cuando por primera vez penetramos en el ghetto, los judíos, que habían estado esperando este momento, lograron detener nuestro avance con su fuego
concéntrico. Pero durante el segundo asalto logramos que el enemigo se viera obligado a replegarse a los tejados o a los sótanos. Para evitar que los judíos pudieran huir por los canales subterráneos, estos fuero n inundados. »Los judíos que se habían confab ulado con lo s bandidos po lacos habían izado la bandera polaca y judía para estimular a sus compatriotas a la lucha. »El primer día ya comprendí que no podríamos lograr el éxito deseado si queríamos llevar a cabo el plan que habíamos previsto en un principio. Los judíos lo tenían todo en sus manos, desde materiales químicos par a la fabri cación de explosivos, hast a unifor mes de la Wehrmacht y medios de combate de toda clase, incluso bombas de mano y «cocktails» Molotov. El segundo día hubimos de emplear la artillería para arrojar los judíos de sus refugios. »Enlos el lanzallamas curso de la yacción descubrimos que atodo el ghetto había sido convertido en una sola for taleza. Los sótanos se comunicaban en tre sí, de mo do que los judíos podían trasladarse de un lado al otro por estos conductos subterráneos. Descubrimos depósitos en los que habían almacenado víveres para resistir varios meses. »Los gr upos de combate est aban compues tos por muchachos de dieciocho a veinticinco años de edad que se hacían acompaña r siempre por algunas mujeres. T enían orden de lucha r hasta mor ir y de suicidarse en el caso de ser apresados. Muchas veces no sacaban a relucir sus armas hasta que tenían a los soldados alemanes encima ocasionando, de esta forma, una mayor mortandad entre nuestros hombres. »Por medio de bandos la población instruida que serían con laque pena de muerte todos los que concedieran refugio aria a unfue judío. Se les de prometió a loscastigados policías judíos se les daría la tercer a parte de los bienes en d inero de cada judío que ent regar an a las autor idades. »La acción terminó el 16 de mayo de 1943 con la voladura de la sinagoga de Varsovia; hecho ocurrido a las 20'15 horas. Todos los demás edificios habían sido destruidos. Como existía la posibilidad de que debajo de las ruinas se ocultaran todavía algunos judíos decidimos que, durante algún tiempo, el antiguo ghetto quedara aislado.» Este relato de Stroop fue ampliado por una serie de telegramas que mandó a Cracovia infor mando sobre el curso de la lucha. Por ejemplo, el 22 de abril telegrafió : «Familias enteras saltaban por las ventanas cuando el fuego prendía en la casa o intentaban llegar hasta el suelo por cuerdas o no sábanas atadas entre sí. Ordenamos estosde judíos liquidados en deslizándose el acto. Desgraciadamente, hemos podido evitar que cierto que número judíosfueran y polacos se escondan en los canales. Las relaciones con la Wehrmacht son excelentes.» La noche de aquel mismo día mandó Stroo p otro telegr ama: «Desde esta tarde disparamos contra el ghetto con artillería pesada. Hemos apresado treinta y cinco bandidos polacos, comunistas, que han sido ejecutados. Antes de morir suelen gritar: "Viva Polonia" y también "Viva Moscú".» El 23 de abril: «Para efectuar una limpieza a fondo hemos dividido el antiguo ghetto en veinticuatro secciones. El resultado de esta acción ha sido el siguiente: 600 judíos y bandidos polacos detenidos, unos 200 udíos y polacos fusilados. Hasta la fecha han sido deportados 19.450 judíos. El próximo transporte saldrá el 24 de abril de 1943.» El 24 de abril, Stroo p confesó a sus sup erio res en Craco via:
«Los judíos y polacos pr efieren mo rir antes que caer en nuestras manos. » El 25 de abril: «Todo el g hetto es un inmen so m ar de fuego ». El 26 de abril: «Los judíos que han sido apresados explican que muchos de sus co mpañeros se han vuelto loco s debido al fuego, al humo y al calor. Hoy hemos prendido fuego a varios bloques de casas. Este es el único sistema para que estos bandidos salgan a la vista. Hemos vuelto a recoger un importante botín en armas y dinero .» El 27 de abril: «Hemos destinado un grupo a registrar los sótanos. Los judíos se lanzan incluso desde la cuarta planta de las casas a la calle maldiciendo al Führer y a lo s sol dados alemanes .» El 1.º de mayo : «Hemos vo lado g ran par te de los canales. » El 3 de mayo: «Los judíos y bandidos disparan con frecuencia con dos pistolas, una en cada mano. Las mujeres ocultan las armas bajo sus faldas y no las enseñan hasta que son detenidas. Prefieren morir antes que ser detenidas.» El 6 de mayo: «Hoy hemos registrado las casas que ha n sido pasto de las ll amas. A pesar de que consideramos que era humanament e imposible que alguien hub iese salido co n vida, hemos apresado, en el curso de esta acción, a 1.553 judíos, de los cuales 356 han sido fusilados.» El 8 de mayo: «Los primeros días de lucha fueron terribles, pero hoy no podemos penetrar en ningún sótano sin que los judíos, que se esconden en ellos, nos reciban con fuego de pistola y ametralladora. Son los verdaderos organizadores de la resistencia. El abajo firmante está decidido a no dar por terminada la acción hasta que no haya sido aniquilado el último judío.» El 10 de mayo: «Ha continuado la resistencia que ofrecen los judíos. La policía de seguridad ha volado un taller en el que se fabricaban explosivos.» El 13 de mayo: «Los judíos que han sido detenidos en el curso del día formaban parte de los grupos de combate.» El 15 de mayo: «Hoy so lo hemos podido fusilar de seis a siete judíos. E sta tarde hemos volado el cementerio, l a capilla y t odos los edificio s contiguos.» Al día siguiente, Stroop confió al batallón de policía III/23 los trabajos finales y dio el último parte al SS-Oberg ruppenführer y general de la policía en Cracovia, Friedrych Kruger : «El antiguo barrio judío de Varsovia ha dejado de existir. El número de los judíos detenidos o ejecutados se eleva a 56.065.»
El SS-Obergruppenführer y arquitecto Heins Kammler fue encargado de volar las ruinas y aplanarlas. Fueron muy pocos los judíos que lograron huir a los otros barrios de Varsovia en donde se ocultaron, y escasos los que sobrevivieron para relatar todos los horrores de que habían sido testigos. En Nuremberg , el fiscal W alsh terminó su discur so de acusación con l as siguiente s palabras: —El ministerio público podría presentar a este Tribunal un sinfín de pruebas sobre la cifra de udíos que fueron muertos por los nazis, pero opino que las pruebas que podamos presentar ya no alterarán el g rado de culpabilidad d e los acusados.
EL ÚLTIMO CAPÍTULO
1. Últimas palabras, y Fallo El pro ceso ante el Tribunal Milit ar Internacional de Nu remberg estaba llegando a su fin. —Los primeros cincuenta años del siglo XX —dijo el fiscal general amer icano, Rober t H. Jackson en su informe—, figurarán en los libros de historia como los más sangrientos de todos los tiempos. Dos guerras mundiales nos han proporcionado un número de muertos superior al conjunto de todos los Ejércitos que participaron en una batalla en la Antigüedad o en la Edad Media. No conocemos otros cincuenta años en la historia de la humanidad que hayan sido testigos de tantas crueldades, deportaciones en masa de pueblos a la esclavitud, del exterminio de minorías raciales. Los hor ror es de Tor quemada quedan empequeñecidos por la inquisición de los nazis. »Estos hechos son oscuras realidades históricas, que futuras generaciones recordarán como la característica de este siglo. Si no estamos en condiciones de eliminar las causas de estos sucesos bárbaros e impedir su repetición, entonces no creemos descabellado profetizar que tal vez este siglo XX traiga l a desgracia y la muer te para toda la civilización. »De un hecho podemos estar seguros. El futuro nunca podrá dudar de que los nazis han tenido ocasión de defenderse. La historia sabrá que los nazis han podido decir todo lo que nos han considerado conveniente y oportuno. Han sido juzgados ante un tribunal en unas condiciones que ellos nunca hubiesen concedido a nadie es sus tiempos de poder y esplendor. Ha quedado bien claro además que las declaraciones de los acusados han eliminado toda duda de su culpabilidad, unas dudas que hubieran podido existir todavía en vista de la inmensidad de sus crímenes y el carácter tan extrao rdinario de estos. Ellos han contribuido a fir mar su pro pia sentencia. Jackson remarcó otro punto: —No les acusamos de sus r epugnantes ideas. La bancarrota intelectual y la perversión mor al del régimen nazi jamás se hubiesen convertido en asunto del derecho internacional si no hubiesen abusado de él cruzando, en un desfile marcial, las fronteras internacionales. No son sus ideas, sino sus acciones públicas la s que noso tros co nsideramos cr iminales. Sir Hartley Shawcross, el fiscal británico, citó con exactitud, durante su informe, varias de estas acciones: —El asesinato fue or ganizado como una industria de pr oducción en serie, en las cámar as de gas y en los hornos de Auschwitz, Dachau, Treblinka, Buchenwald, Mauthausen, Maidanek y Oranienburg . ¿Acaso el mundo debe ce rrar los o jos ante el resurg imiento de la escla vitud en Euro pa, una esclavitud de tales dimensiones que siete millones de hombres, mujeres y niños fueron expulsados de sus países de or igen, tratad os co mo cabezas de ganado, muertos de hambr e, apaleados y asesinados? Fueron estos hombres aquí presentes los que, junto con algunos otros, acarrearon esta culpa sobre Alemania y p ervir tieron al pueblo alemán. »En todas las guerras, y también en esta, no cabe la menor duda, y me refiero a los dos bandos en lucha, fueron cometidos actos de violencia y crueldades. Sí, estos actos resultan terribles para los
que se convierten en víctimas de los mismos y no trato de disculparlos ni menguarlos. Pero fueron hechos casuales y aislados, pero en este caso se trata de algo muy diferente: de unos hechos or ganizados conscientemente. »Hubo un grupo sobre el que fue aplicado el método de exterminio con una saña que se nos antoja inexplicable. Me refiero a los judíos. Aunque los acusados no hubieran cometido ningún otro crimen, este, en el que están complicados todos ellos, sería más que suficiente para su condena. La histor ia no conoce otro s crímenes semejant es. »Los presentes fueron con Hitler, Himmler, Goebbels y otros, jefes del pueblo alemán. Si estos hombres no son responsables, ¿quién lo es? Cuando abrí el proceso dije que a veces llega el mom entosuen que un hombr ha demotivo elegir son entre su conciencia sus jefes. Y esosdehom apartaro un lado conciencia, y pore este culpables de las ymonstruosidades que bres ahora se les n a acusa. »Hace muchos años, Goethe dijo, hablando del pueblo alemán, que llegaría el día en que habría de enfrentarse co n su destino: «El destino lo s aniquilará por que ellos mismo s se habrán traicionado y no querrán ser lo que son. Es lamentable que no conozcan el estímulo de la verdad, que se entreguen incondicionalmente en manos del primer granuja que incite sus instintos más bajos, les fomente sus vicios y les enseñe a comprender y defende r el nacionalismo co mo aislamient o y br utalidad». »Qué voz tan profética la de Goethe... Esos son aquellos granujas sin escrúpulos de ninguna clase que fueron los causant es de los cr ímenes conocidos por todos nosotro s. »Algunos que seancuando más culpables que otros. son Perolacuando como estos con los que nospuede enfrentamos, sus consecuencias muertese detrata más de de crímenes veinte millones de semejantes nuestros, la destrucción de todo un Continente, la extensión de tragedias sin fin y también de sufrimientos y penalidades, ¿qué importancia tiene que unos hayan intervenido en estos crímenes en menor grado que otros, que unos sean los principales culpables y los otros solamente sus lugartenientes? ¿Qué importa que algunos sean responsables de la muerte de solamente unos cuantos miles de seres huma nos y los otr os de millones? »La suerte de estos acusados representa muy poca cosa: su poder personal para hacer daño ha sido destruido para siempre. Pero de su destino dependen consecuencias todavía muy graves. Este proceso ha de convertirse en un mojón en la historia de la civilización, no solamente condenando a los culpables, sino también como exponente de que el bien siempre triunfará sobre el mal y también porque el hombre sencillo en este mundo, y no hago aquí diferencias entre amigos y enemigos, está firmemente decidido a colocar al individuo por encima del Estado. Ojalá se conviertan en realidad las palabras de Goethe, no solo para el pueblo alemán, tal como confiamos nosotros, sino para la humanidad entera: «"Así deberían ser los alemanes..., los corazones abiertos a toda admiración fértil, grandes por su comprensión y amor, por sus conocimientos y su espíritu..., así debería ser, este es su destino." »Cuando llegue el momento en que tengan que tomar su decisión, procedan ustedes sin sentimientos de venganz a, pero sí con l a fir me decisión de que est as cosas no vuelvan a r epetirse. »"El padre... —¿lo recuerdan ustedes?—, señaló con el dedo hacia el cielo y parecía decirle algo al hijo...".» Presidente: «Se aplaza la sesió n.» La última declaración correspondía a los acusados. Así lo establecían los estatutos del Tribunal y el 31 de agosto de 1946 se les ofreció una nueva ocasión a los veintiún hombres del banquillo de los
acusados en la sala de sesiones el Tribunal de Nuremberg, a aproximarse al micrófono y tomar la palabra. Estas últimas declaraciones ocupan casi cincuenta páginas impresas del sumario. Son la última defensa y creemos necesario reproducir aquí las partes más esenciales. Todos los acusados estudiaron previamente, con toda meticulosidad, las palabras que iban a pronunciar y leyeron las anotaciones que habían tomado al efecto. Goering, que fue el primero en tomar la palabra, dijo entre otras cosas: ¯Que yo condeno esos asesinatos en masa con toda severidad y que me falta toda comprensió n por esos crímenes, es un hecho que quiero remarcar de nuevo. Pero también quiero repetir una vez más ante yeste Tribunal y no quieroun que existan ydudas en este caso: No ordené nunca, en ningún momento contra ninguna persona, asesinato tampoco ordené crueldades de ninguna clase ni índole, ni tampoco las consentí en ningún momento siempre que pude o tuve conocimiento de ello para imped irlo . »El pueblo alemán confiaba en el Führer y debido a su poder autoritario no tenía ninguna influencia sobre los sucesos. Sin conocimiento de los graves crímenes que en la actualidad son conocidos de todos, el pueblo luchó y sufrió fiel, valiente y con espíritu de sacrificio. El pueblo alemán está libre de toda culpa. »Yo no quise ni provoqué ninguna guerra, hice todo lo que estuvo en mi poder para evitar la guerra por medio de negociaciones. Cuando estalló la guerra hice todo lo que puede para alcanzar la victoria. Dado que las tres grandes potencias occidentales luchaban aliadas a muchas otras naciones contra nosotros, hubimos de claudicar finalmente ante la superioridad. Me atengo a lo hecho por mí. Rechazo vivamen te la acusación de qu e mis acciones fuero n dirig idas por el deseo de someter a o tros pueblos por la guerra, asesinarlos, robarles o esclavizarlos, cometer crímenes o crueldades. El único motivo que me guió fue el amor hacia mi pueblo, su felicidad, su libertad y su vida. Y llamo como testigo al Todopodero so y al pueblo alemán. » El siguiente en t omar la palabra fue Rudolf Hess. Sus palabras so naro n poco claras y confusas, y Hess parecía no querer terminar nunca hasta que finalmente fue interrumpido por el presidente. Reproducimos l as partes más características: Hess: «En primer lugar y en consideración a mi estado de salud, ruego al Tribunal me permita hablar sentado». Presidente: «Sí, desde luego , co ncedido». Hess: «Algunos de mis compañeros podrán confirmar que cuando comenzó el proceso dije: Primero: Se presentarán aquí algunos testigos que bajo juramento prestarán declaraciones falsas y lo más probable es que estos testigos causen una impresión inmejorable en todos y que les crean. Segundo: El Tribunal leerá unas declaraciones juradas que solo serán falsedades. Tercero: Los acusados se encontrarán frente a situaciones provocadas por testigos alemanes que no dejarán de causarles una gran sorpresa. Cuarto: Algunos de los acusados harán gala de un comportamiento bastante extraño. Harán declaraciones indignas contra el Führer. Cargarán la culpa sobre su propio pueblo. Se acusarán mutuamente alegando falsedades. Y se acusarán igualmente a sí mismos diciendo también falsedades: Todo lo que predije se ha hecho realidad. »Pero todas estas predicciones las hice, no solo unos días antes de empezar el proceso, sino muchos meses antes cuando me encontraba en Inglaterra, en presencia del doctor Johnston. Entonces ya redacté p or escrito todo lo que iba a suc eder. Basaba mis pr edicciones en lo que había ocurr ido en otros países no alemanes. Durante los años 1936 a 1938 se celebraron en estos países procesos
políticos. Lo curioso de estos procesos es que los acusados se reprochaban a sí mismos por haber cometido unos crím enes no existen tes. Algunos cor responsales extranjero s afir maban que había dado la impr esión de que los acusados, por algún medio extraño, habían sido influencia dos en su mo do de pensar y a esto se debía su extraño comportamiento. Cito textualmente lo que publicó el Völkischen Beobachter, que se refería a un artículo publicado en Le Jour: "Las drogas que se les administran a los acusados pr ovocan que est os hablen y actúen como se les ha or denado». »Esto último es de gran importancia con vistas a estas actividades, hasta ahora tan incomprensibles, del personal alemán en los campos de concentración y también de los científicos y médicos que hicieron los terribles ensayos en los internados, unos hechos que un hombre normal sería incapaz de hacer. »Pero esto es también de gran importancia teniendo en cuenta las acciones y comportamientos de personas que, sin duda, dieron las órdenes y las directrices para que fueran cometidos aquellos crímenes en los campos de concentración y que dieron las órdenes para el fusilamiento de los prisioneros de guerra. Recuerdo que el testigo Milch ha explicado que tenía la impresión de que el Führer no gozaba de perfecta salud mental durante los últimos años y varios de mis compañeros me han dicho, independientemente, que la expresión del Führer, y sobre todo su mirada, durante los últimos años tenía algo de crueldad y de acusada tendencia hacia la demencia. »Todos estos det alles me han r ecor dado mi estancia en Inglaterr a. Las perso nas que me ro deaban allí se comportaban de un modo tan extraño que daban la impresión de que no eran seres normales. Aquellos hombres eran reemplazados continuamente. Los recién llegados tenían una expresión muy extraña en los ojos, una mirada vidriosa y ensoñadora. Pero estos síntomas duraban solamente unos pocos días, pues luego daban la impresión de que se trataba de seres completamente normales. En efecto, no se les podía diferenciar de los demás seres. »No fui el único en o bservar esta expresión en sus mir adas, ya que el doctor Johnston también lo notó. En la primavera del año 1942 me visitó un hombre que trató de provocarme y que se comportó de un modo muy extraño. Más tarde el doctor Johnston me preg untó qué impresión m e había cau sado aquel hombre. Le dije que estaba convencido de que no estaba normal, a lo cual el doctor Johnston no pro testó, sino que, por el contrari o, me dio co mpletamente la razón. »El doctor Johnston no sospechaba que cuando me visitó por primera vez también él tenía esa extraña expresión en sus ojos. Lo esencial es que en aquel artículo a que he hecho referencia se decía que todos los acusados pr esentaban una expresión muy extraña. Una mir ada vidrio sa y so ñadora. »Es un hecho histórico que fue erigido un monumento a los 26.370 mujeres y niños boers muertos en los campos de concentración ingleses, la mayor parte de hambre. Muchos ingleses, entre ellos Lloyd George, protestaron entonces muy enérgicamente contra lo que ocurría en esos campos de concentración ingleses. El mundo se enfrentaba con un enigma, el mismo enigma que hoy, cuando oye hablar de los campos de concent ración alemanes. El pueblo inglés se encontraba con un est igma, el mismo que hoy el pueblo alemán respecto a los campos de concentración alemanes. Sí, incluso el Gobier no ing lés se enfrenta ba con un problema debido a aquellos campos de concent ración en África del Sur, el mismo problema que hoy en día tienen los miembros del Gobierno del Reich y los restantes acusados en relación a lo ocurrido en los campos de concentración alemanes. Por este motivo, declar o que...» Hess se levant ó repentinamente de su asiento, alzó la mano para pr estar juramento y dijo : ¯Juro ante Dios, Todopoderoso, que dir é la verdad, no ocultaré nada y tampoco omitiré nada. Volvió a sentarse y co ntinuó hablando:
¯Ruego al Tribunal que tenga en cuenta que todo lo que voy a decir lo hago bajo juramento. A propósito de mi juramento, no pertenezco a ninguna Iglesia, pero soy un hombre profundamente religioso. Estoy convencido de que mi fe religiosa es mucho más profunda que la de la mayoría de los otros hombres. Por lo tanto, ruego al Tribunal aprecie en todo su valor lo que voy a decir a continuación bajo jur amento, citando co mo testigo a Dios, Todopo dero so. Este chorro de palabras resultaba sumamente penoso para todos los que se encontraban en la sala. Incluso los acusados se sentían como sobre ascuas y, finalmente, Goering hizo una seña a su vecino para que d ejara de anda r por las ramas y fuera al g rano o dejar a de hablar. Pero Hess hizo un violento ademán..., y sus palabras se oyeron claramente en toda la sala: ¯¡Por favor, no me interrumpas! Presidente: «He de llamar la atención del acusado Hess sobre el hecho de que lleva hablando más de veinte minutos. Hemos de escuchar a todos los acusados, por lo que el Tribunal confía en que el acusado Hess termine su infor me». De modo que el mundo se quedó sin saber a qué extraña teoría se debía que la desgracia que asolaba al mundo tuviera su srcen en la acción de una misteriosa droga que había comenzado a ser administrada durante la guerra de los boers en el año 1899..., una droga que, sin duda, en opinión del acusado Hess era administrada por los judíos o los masones. Hess se limitó a decir so lo unas cuantas palabras más: ¯Tuve la suerte de trabajar durante muchos años a las órdenes del más gr ande de los hijos que mi pueblo ha creado en su milenari a histor ia. Soy feliz de sabe r que he cumplido con mi deber frente a mi pueblo, como alemán, como nacionalsocialista y fiel colaborador del Führer. No me arrepiento de nada. Ribbentrop: «Me hacen responsable de la política exterior del Reich que era dirigida por otro. Sé, sin embargo , lo suficiente de esta política que nu nca urdió planes para dominar al mundo, pero sí hizo todo lo posible para eliminar las consecuen cias de Versalles y asegurar la existencia del pue blo alemán. »Antes de redactar los estatutos de este Tribunal, las potencias firmantes del tratado de Londres fuero n de otra opinión so bre el derecho y la política int ernacional. C uando en 1939 me ent revisté con el mariscal Stalin en Moscú, dio a entender que si además de la mitad de Polonia y de los Estados bálticos le cedía también y el pu erto en deelLibau, lo mejo r que podía hac erarusos, empr pues ender el vuelo deno regreso. Una guerraLituania no era considerada año 1939 como un crimen porerlos en caso contrar io no hallar ía explicación plausib le al telegr ama que me mandó St alin cuand o terminó la campaña de Polonia: «La amistad entre Alemania y la Unión Soviética, basada en la sangre que ha vertido en común, tiene todas las perspect ivas de ser dur adera y fir me». »También yo deseé ardientemente, en aquellos momentos esta amistad. Hoy se plantea para el mundo el si guiente dilema: ¿D ominar á Asia a Euro pa o podrán l as potencias o ccidentales contene r la influencia de la Unión Soviética en el Elba, en la costa del Adriático o en los Dardanelos y en caso necesario rechazarla? Con estas palabras, Gran Bretaña y Estados Unidos se enfrentan hoy prácticamente conque el obt mismo dilema que Alemania época en la que yo negocié con Rusia. Confío de todo cor azón engan un mejor resultado en quelami país». Keitel: «En todos los asuntos, incluso en aquellos casos que representaban una carga para mí, siempre he dicho la verdad y en la medida de mis conocimientos he hecho todo lo posible para que
en todo momento prevalezca la verdad. Por este motivo, al final de este proceso mi intención es hacer, de nuevo, hincapié en la verdad. En el curso de este proceso me planteó mi defensor dos preguntas, la primera ya hace meses. Decían: »¿"Se hubiese negado en caso de victoria a ser partícipe del éxito?" »Le contesté: "No, al contrar io, m e hubiese se ntido m uy or gullo so". »La segunda pregunta fue: "¿Qué haría usted si se volvier a a encontrar en la misma situación?" »Mi r espuesta: «Prefer iría elegir la muerte que d ejarme apr esar en las r edes de unos métodos tan criminales". »Por estas dos preguntas puede establecer el Tribunal su juicio. He creído, me he equivocado y no pude impedir lo que hubiera debido ser evitado. Esta es mi culpa. »Es trágico tener que ser test igo de que lo mejo r que yo po día dar como soldado, la obediencia y la fidelidad, fueron mal empleadas para unos fines no reconocibles y que no supe comprender que a la obediencia militar existen también ciertos límites. Esta es mi tragedia. »Confío que del claro reconocimiento de las causas, de los trágicos métodos y de las terribles consecuencias de esta guerra, nazca, para el pueblo alemán, un nuevo futuro en medio de la comunidad de los pueblos». Kaltenbrunner: «El ministerio público me hace responsable de los campos de concent ración, del exterminio de los judíos, de las "unidades especiales" y de otras muchas cosas. Todo esto no está de acuerdo con las pruebas presentadas ni con la verdad. Himmler, que supo dividir de un modo magistral las SS en pequeñas unidades, cometió, en colaboración con Müller, el jefe de la policía secreta del Es tado, lo s cr ímenes que h oy cono cemos. En la cuestión de lo s judíos, fui engañado com o muchos otros. Nunca di mi aprobación al exterminio biológico de los judíos. El antisemitismo de Hitler, tal como lo co nocemos hoy, era una b arbar ie. »Pero si me preguntan: ¿Por qué continuó en su cargo después de enterarse que se cometían estos cr ímenes? A esto solo puedo co ntestar que yo no podía er igir me en juez de mis supe rior es, y es más, creo que incluso el Tribunal no puede e rigir se en juez de est os cr ímenes. Lo único que hice fue poner todas mis fuerzas a disposición de mi pueblo, mi fe en Adolfo Hitler. Si en mis actividades he cometido errores basados en un falso conocimiento de la obediencia, si cumplí unas órdenes que habían sido promulgadas por otros, lo hice siempre en el marco de un destino muy superior al mío que me arr astraba con todas sus fuerzas». Rosenberg: «Tengo la conciencia limpia de cualquier responsabilidad o participación en el asesinato de minorías raciales. En lugar de dedicarme a la disolución de la cultura y del sentimiento nacionalista de los pueblos de Europa oriental, estimulé, continuamente, su existencia física y psíquica, y en lugar de destruir su seguridad personal y su dignidad humana, abogué siempre, tal como ha podido ser demostrado, contra toda pol ítica de med idas violenta s y exigí una actitud justa y severa por parte de los funcionarios alemanes y un tratamiento humano de los trabajadores del Este. En Alemania abogué por la libertad de opiniones, nunca incité a la persecución religiosa y otorgué a mis adversarios un trato muy justo. Jamás pensé en un exterminio físico de los eslavos o judíos y en toda mi vida nunca propagué este ideal. Tenía la opinión de que el problema judío había de ser resuelto por medio de una ley para las minorías raciales, por la emigración y por la creación de un Estado judío. »Tal como se ha ido demostrando en el curso de este pro ceso, los altos j efes aleman es durante la
guerra actuaron, en realidad, de un modo distinto al previsto por mí. Adolfo Hitler se rodeó, a medida que pasaban los años, de personas que no eran mis compañeros, sino mis enemigos. Ante estos hechos inauditos solo me cupo pensar que este no era el nacionalsocialismo por el cual lucharon mil lones de hombr es y mujeres, sino un indigno abuso que yo co ndeno vivament e». Frank: «Señores del Tribunal; Adolfo Hitler, el principal acusado, le debe al pueblo alemán y al mundo entero sus últimas palabras. En la desgracia mayor de su pueblo no halló una palabra de alivio. No supo ser digno de su cargo de jefe de la nación, sino que eligió el suicidio. Acaso pensó: Si yo me hundo, que conmigo se hunda todo el pueblo alemán. ¿Quién puede saberlo? »Nosotros... me refiero a mí y a los nacionalsocialistas que opinamos lo mismo, no a los acusados que tienen el derecho y laalemán, obligación de hablar decirle: por ellos"¡Y mismos..., la intención de abandonar al pueblo no queremos ahora a nosotros ver cómonolotenemos resolvéis, ahora que os hemos engañado y abandonado!" Hoy, tal vez más que nunca, continuamos cargando con una gran r esponsabilidad. »Cuando emprendimos nuestra ruta no sabíamos que el alejarnos de Dios había de tener unas consecuencias tan terribles y que cada día que pasaba nos hundíamos más y más en el fango. No podíamos saber que ta nta fidelidad y espíritu de sacrificio por parte del pue blo alemán ser ían tan mal administrados por nosotros. La guerra no la hemos perdido solamente por errores técnicos y desgraciadas circunstancias, ni tampoco por la traición. Dios emitió su juicio contra Hitler y el sistema que había renegado de Él. »Confío que Dios querrá llevar de nuevo al pueblo alemán por aquel camino del cual Hitler y nosotros lo separamos. Ruego a nuestro pueblo que no continúe por el camino que nosotros le señalamos, que no dé un solo paso más en este sentido. »Imploramos al pueblo alemán se aleje de la ruta que le fue señalada por Hitler y por nosotros, que éramos sus mandat ario s. »He admitido la responsabilidad de todo aquello de que me considero culpable. También he reconocido aquella parte de culpabilidad que me corresponde como antiguo combatiente de Adolfo Hitler, de su movimiento y de su Reich. Tengo la esperanza de que de los horrores de la guerra, y a pesar de las perspectivas tan sombrías, surja de nuevo la paz y termino estas palabras confiando que la eterna just icia de Dios lleve a nuest ro pueblo por el camino de la verdad.
Frick:y«Tengo la conciencia muy limpia antecastigo la acusación. Dediqué todaexactamente mi vida al servicio mi pueblo mi patria. No creo merecer el menor por haber cumplido con misde deberes legales y morales, como tampoco tienen ninguna culpa los miles de obedientes funcionarios alemanes y empleados públicos que hoy, solo por el hecho de haber cumplido con su deber, están internados en campos. Es mi deber r ecor darles en est a ocasión com o co mpañero y jefe». Streicher: «Señores jueces: cuando empezó el proceso me preguntó el señor presidente si me reconocía culpable en el sentido de la acusación. Contesté negativamente a esta pregunta. El proceso y las pruebas presentadas han confirmado que estaba acertado al dar aquella respuesta. Ha sido compr obado. Primer o: Los asesinat os en masa fuero n realizados po r or den directa del jefe de E stado Adolfo Hitler. Segundo: Estos asesinatos en masa fueron llevados a la práctica sin conocimiento del pueblo alemán y bajo la dirección del Reichführer, Heinrich Himmler. El ministerio público ha declarado que sin Streicher y sin el Stürmer nunca hubiese llegado a este estado de cosas, a estos asesinatos en masa. El ministerio público no ha podido presentar las pruebas necesarias para basar esta afirmación. Los asesinatos en masa, ordenados por el jefe de Estado Adolfo Hitler, no eran ni más ni menos que unos actos de represalia por el desgraciado curso de la guerra. Esto lo sabemos
hoy. La actitud del Führer con respecto al problema judío es fundamentalmente distinta a la mía. Condeno los asesinatos en masa lo mismo que los condena todo alemán decente y consciente. »¡Señores del jurado! Ni en mi calidad de Gauleiter ni en la de escritor político he cometido un crim en y por lo tanto, espero con la conciencia t ranquila su fallo». Funk: «Hemos sido informados de unos horrendos crímenes en los cuales estaban complicadas las autoridades a mis órdenes. De todo esto me he enterado aquí en esta sala. No tenía conocimiento de estos crímenes y no supe tampoco darme cuenta. Estos hechos criminales me llenan, igual que a todos lo s alemanes, de profunda vergüenza. »Tampoco supe, hasta el principio de este proceso, que millones de judíos habían sido muertos en los campos de concentración por Jamás las "unidades especiales" el Este. La existencia deque estos campos de exterminio la desconocía. entré en un campo deenconcentración. Sospechaba el oro y las divisas depositadas en el Reichsbank procedían en parte de los campos de concentración, pero las leyes alemanas dictaban que estos valores habían de ser entregados al Estado. ¡Cómo podía saber que las SS había n robado estos bienes a los cadáveres! »Si hubiese conocido este estado de cosas, no hubiera aceptado que fueran depositados ese oro y esos valores en el Reichsbank. Lo hubiese rechazado, incluso sabiendo que con ello me exponía al peligr o de perder la cabeza. A causa de ór denes dictadas por mí ni una sola per sona perdió la vida. »La vida humana está llena de errores y culpas. También yo he tenido errores en muchos casos, he sido engañado y confieso sinceramente que me dejé enredar muy fácilmente y que, en todo momento, hice gala de una inadmisible buena fe. En esto estriba mi culpa». Schacht: «La única acusación contra mí es que quise la guerra. La abrumadora serie de pruebas en mi caso han dado como resultado que fui un fanático enemigo de la guerra y que de un modo activo y pasivo, por la objeción y la contradicción, el sabotaje, las argucias y la fuerza traté de impedir la guerra. Mi punto de vista, contrario a la política de Hitler, era conocido en el país en el extranjero. Sin embargo, me equivoqué políticamente. Mi error fue no haber sabido reconocer a tiempo los crímenes de Hitler. Pero en ningún momento ensucié mis manos con acciones ilegales o inmorales. El terror de la policía secreta del Estado no me amilanó. Todo miedo desaparece si hacemos hinca pié en nuestra conciencia. Esta es la gr an fuerza que n os pr opor ciona la r eligió n. »Al final de este proceso estoy profundamente impresionado por la inmensa desgracia que traté de evitar confue todas fuerzas y con todos a mi alta disposición, pero no pudesanará, lograrlo, mas esto no pormis culpa mía. Por esto llevolosla medios cabeza muy y tengo fe queque el mundo no por el poder de la violencia, sino por la fuerza del e spíritu y d e la mor al». Doenitz: «Deseo decir tres cosas. Primero: pueden juzgar como mejor les parezca la legalidad de la guerra submarina alemana, pero considero que esta forma de guerra es legal y que actué en todo momento según el dictado de mi conciencia. Si se presentara otra vez la ocasión, volvería a hacer lo mismo. »Segundo: el principio autoritari o se ha r evelado en todos lo s Ejércitos del mundo, como el m ás acertado. Basándome en esta experiencia lo consideré también aplicable al mando político, sobre todo en un pueblo que se encontraba en una situación tan desgraciada como el pueblo alemán en el año 1932. Si a pesar del idealismo y de todos los sacrificios por parte de la gran masa del pueblo alemán no se ha podido conseguir otro resultado con este sistema autoritario, es señal de que el principio en sí es falso . Falso po rque según pa rece la naturaleza humana no está p repar ada a destinar este poder al bien. »Tercero: dediqué toda mi vida a mi profesión y al servicio del pueblo alemán. Como último
comandante en jefe de la Marina de guerra alemana y como último jefe de Estado, me siento responsable ante el pueblo alemán de todo lo que hice.» Raeder: «Como so ldado cumplí con mi deber, pues estaba conven cido de que era el mejor modo de servir a mi pueblo y a mi patria, por la que siempre he estado dispuesto a morir. Si en algo me he hecho responsable a lo sumo es que, a pesar de mi actitud esencialmente militar, hubiera debido ser también en cierto grado político. Pero esto sería entonces una responsabilidad y culpabilidad moral frente al pueblo alemán y nunca podría acusárseme de criminal de guerra, no sería un crimen antes los hombres, sino única y exclusivamente ante Dios». Schirach: «En esta hora en que hablo por última vez ante el tribunal militar de cuatro potencias vencedoras, quiero declarar, la conciencia muy limpia, ante la de juventud alemana, que soy completamente inocente de lascon acusaciones que aquí se han proclamado, los abusos y perversiones del régimen de Hitler. No supe nada de los crímenes que fueron cometidos por alemanes. Contribuyan ustedes, señores del jurado, a crear en esta generación un ambiente de respeto mutuo, un ambiente libr e de o dio y venganza s. »Este es mi último r uego, un r uego en nombr e de la juvent ud alemana». Sauckel: «Señores del jurado. Estoy profundamente conmovido e impresionado por la serie de crímenes que han sido relatados ante este tribunal. Me inclino humilde y respetuosamente ante las víctimas y los caídos de todos los pueblos y ante la desgracia y los sufrimientos de nuestro pueblo frente al cual solo puedo medir mi destino. Nunca hubiese podido, de un modo consciente, soportar el conocimiento de estos terribles secretos y crímenes frente a mi pueblo o mis diez inocentes hijos. Jamás he participad o en una consp iración contra l a paz o l a humanidad, y no he consent ido cr ímenes o malos tratos. Mi conciencia está limpia. Dios proteja al pueblo alemán y el trabajo de los obreros alemanes a los que dediqu é mi vida y todos mis esfuerzo s y Dios dé la paz al mundo ent ero ». Jodl: «Señor presidente, señores del jurado. Estoy plenamente convencido de que la historia uzgará de un modo m ás objetivo y just o a lo s altos jefes militares y sus colaborado res. No pr estaro n servicio al infierno y tampoco a un criminal, sino a su pueblo y su patria. En lo que se refiere a mi persona, creo que ningún hombre puede actuar de un modo más noble y digno que tratando de alcanzar el punto más alto de los objetivos que se ha señalado. Esto fue lo que pretendí en todo momento y sea cual sea el veredicto que ustedes den, señores del jurado, abandonaré esta sala con la cabeza tan alta como cuando entré aquí el primer día. »En una guerra como esta, en la que centenares de niños y mujeres han sido muertos por las bombas arrojadas desde el aire y por los aviones en vuelo rasante, en la que los guerrilleros usaron todos los medios imaginables a su disposición, aquellas medidas, por duras que fueran, y aunque al parecer estaban en contradicción con las leyes internacionales, no fueron, en ningún momento, un crimen contra la moral y la conciencia. Yo digo que los deberes frente al pueblo y a la patria están muy por encima de todos los demás. Y en todo momento traté de cumplir con estos deberes. Confío que este deber sea sustituido en un próximo futuro por otro deber más elevado aún: ¡el del cumplimiento del deber frente a toda la humanidad!» Papen: «Señor presidente, señores del jurado. Las fuerzas del mal eran más potentes que las fuerzas del bien y arrojaron a Alemania, de un modo irremisible, a la catástrofe. ¿Pero acaso han de ser condenados que en la Jackson lucha deque la yo verdad contra fiel la maldad esgrimieron la bandera de la fe?también ¿Y cómoaquellos osa decir el fiscal soy agente de un Gobierno infiel? ¿O en que se basa sir Hartley Shawcro ss para decir: "P refir ió ser vir al i nfierno que al cielo"? »¡Señores del jurado! Este juicio no les incumbe a ustedes, le corresponde juzgar nuestro caso a
un juez muy distinto. Estoy dispuesto, con la conciencia muy limpia, a aceptar todas mis responsabilidades. El amor a mi patria y a mi pueblo fue lo que decidió, en todo momento, mi forma de proceder. No serví al régimen nazi, sino a mi patria. ¿Pretende acaso la acusación condenar a todos los que colaboraron de buena fe? Solamente si este Tribunal sabe comprender la verdad histórica estará justificado el espíritu histórico de este proceso. Solo entonces reconocerá el pueblo alemán, a pesar de haber sido destruido su Reich, sus errores y encontrará entonces también las fuerzas necesarias para cumplir en el futuro con la mi sión que tiene señ alada». Seyss-Inquart: «Debo una explicación a mis relaciones con Hitler. Para mí será siempre el hombre que levantó el Gran Reich alemán como hecho histórico. A este hombre serví. ¿Qué sucedió luego? Hoy no puedo gritar "Crucificadle" cuando ayer gritaba "Hosanna". Hoy como ayer y como siempre repetiré: ¡Creo en Alemania!» Speer: «Señor presidente, señores del jurado. El pueblo alemán condenará, después de este proceso, a Hitler como el causante directo de sus desgracias y el mundo aprenderá, por todo lo sucedido, a no limitarse a o diar las dictadu ras co mo for ma de Estado, sino también a t emerlas. »La dictadura de Hitler se diferenciaba en un punto esencial de todos los precedentes históricos. Era la pr imer a dictadura en est a era de la técnica moderna, una dict adura que le sirvió para dom inar y someter a su propio pueblo, con todos los medios técnicos a su alcance. Empleando los medios de la técnica, como la radio y los altavoces, les fue robada a ochenta millones de alemanes la posibilidad de exponer sus propias opiniones. Otros dictadores usaron, en otros tiempos, los servicios de colaboradores que tenían opinión propia. Pero el sistema autoritario en la época moderna puede prescindir de estos colaboradores. »Nos encontramos solo al principio de esta evolución. Ante el peligro de ser atemorizados por la técnica se encuentran hoy todos los Estados del mundo. Cuanto más avance la técnica, más necesario será buscar una compensa ción en el estímulo de la liber tad individual y autodeterminación de cada ser humano. »Esta guerra ha servido para conseguir los proyectiles dirigidos, aviones que han superado la velocidad del sonido, nuevos submarinos con torpedos que encuentran solos el blanco, bombas atómicas y existen las perspectivas de una terrible guerra química. La próxima guerra estará, sin duda, bajo el signo de estas potentes armas de la destrucción. La técnica bélica ofrecerá, dentro de cinco a diez años, la posibilidad de dirigir proyectiles de un continente a otro. Un solo proyectil, pro visto una humanos bomba at en ómica, po drá cor destruir en Nueva cuestión dek.segundos y sin pr evia advertencia, a uny milló n dedeseres el mismo azón de Yor La ciencia podrá difundir epidemias destruir cosechas. La química ha inventado medios horribles capaces de sumir al ser humano en la peor de todas las desgracias. »¿Habrá algún Estado capaz de aprovecharse de los conocimientos técnicos de esta guerra para preparar una nueva guerra? Como antiguo ministro de Armamentos considero mi deber advertir que una nueva guerra terminaría con la destrucción de la civilización y la cultura humana. Por este motivo, el objetivo de este proceso debe ser evitar en el futuro todas las guerras y redactar los reglamentos de la futura convivencia humana. ¿Qué importancia tiene mi propia persona después de todo lo sucedido y en vistas de los elevados o bjetivos que acabo de exponer?»
Neurath: porlas el infamias convencimiento de que esteinjustas, tribunalcreo harátener honor la verdad y a la usticia a pesar«Animado de los odios, y las acusaciones quea decir solamente que dediqué toda mi vida a la conservación de la paz y al entendimiento entre los pueblos, a la humanidad y a la justicia y que me presento aquí con la cabeza bien alta y la conciencia muy limpia ante la historia y ante el pueblo alemán».
Fritzsche: «Señores del tribunal. Deseo aprovechar la ocasión de pronunciar mis últimas palabras en este important ísimo pro ceso, no para exten derme en detalles, sino para l amentar no haber pronunciado aquellos discursos por radio que ahora me reprocha la acusación. ¡Ojalá hubiera hablado yo del pueblo de señores! ¡Ojalá hubiese predicado el odio contra otros pueblos! ¡Ojalá hubiese instigado a guerras de agresión, a los asesinatos y crueldades! Si así lo hubiese hecho, señores del jurado, entonces el pueblo alemán se hubiese apartado de mí y hubiera condenado el sistema por el cual yo abogaba. Pero tuve la desgracia de no defender estos puntos de vista, de no hablar de unos puntos, porque los desconocía, ya que solamente eran conocidos por Hitler y unos pocos colaboradores íntimos. Creía sinceramente en las manifestaciones de paz de Hitler. Creía que lo que decía el enemigo, de las crueldades que se cometían en Alemania era pura invención. Esta es mi culpa... esta y ninguna otra. »Los fiscales han manifestado la indignación de los pueblos contras las crueldades cometida en Alemania. Pero traten ahora de imaginarse la indignación de todos los que esperaban tantas cosas buenas de Hitler y que ahora ven cómo fueron engañados miserablemente. Yo me encuentro entre las filas de esos millones de alemanes que fueron engañados, de esos millones que, según el ministerio público, hub iesen debido co mprender lo que sucedía al ver el humo que salía de las chimeneas de los campos de co ncentración. »Ha lleg ado el m omento de poner fin a lo s odio s que reinan en este mun do. El asesin ato de cinco millones de seres humanos es una terrible advertencia para todo el mundo. Sabemos que el mundo cuenta hoy con medios suficientes para proceder a su destrucción. Será muy difícil diferenciar los crímenes alemanes del idealismo de Alemania y del mundo entero».alemán. Pero es necesario establecer esta diferencia..., para el bien Después de las últimas palabras de los veintiún acusados, y que hemos reproducido aquí de un modo abreviado, terminó la presentación de pruebas en el proceso de Nuremberg. Todo lo que había de decirse había sido dicho: en parte solamente de un modo declamatorio, en parte en evidente contradicción con las pruebas que habían sido presentadas y con los hechos demostrados, en parte también de todo cor azón y fuerza pro fética. Por última vez anunció el presidente del tribunal, Lawrence, un aplazamiento de las sesiones. —Este Tribunal aplaza sus sesiones hasta el 23 de septiembre para dictaminar su veredicto. Este día será anunciado el fallo. En el caso de hacerse necesario un aplazamiento, será comunicado con antelación. Efectivamente, se hizo necesario un aplazamiento pues las deliberaciones del jurado ocuparon más tiempo del que se había previsto. Completamente aislados, los cuatro jefes de las cuatro naciones trabajaban en el documento que había de ser leído: el fallo y su considerando. Incluso las líneas telefónicas que conducían a las salas de reunión fueron cortadas durante tres semanas. Los oficiales de seguridad vigilaban todos los accesos, registraban las papeleras, eliminaban cualquier huella por la que una persona hubiera podido sacar una conclusión de lo que se estaba debatiendo. Mientras los ingleses, los franceses y lo s rusos trabajaban de un modo indepen diente, los jueces americanos habían solicitado tal como era costumbre en su país, la colaboración de jueces profesionales de los Estados Unidos, entre estos el profesor Quincy Wright, de la Universidad de Chicago, el fiscal general Herbert Wechsler, antiguo profesor de Derecho en la Universidad de Colombia y al futuro jefe jurídico del Departamento de Estado, Adrian L. Fischer. Los jueces sabían que cualquier palabra pronunciada por ellos sería registrada en el libro de la historia y por tanto su
veredicto debía poseer consistencia. No se llegó a una completa unanimidad. El juez soviético Nikitschenko sostuvo en varios puntos una opinión muy diferente a la de sus colegas occidentales y al final hubo de pro cederse a una votac ión, de acuerdo con lo establecido por los estatutos del Tr ibunal. El día 30 de sept iembre de 1946 deb ía ser pro nunciado el fallo . La lectura de los considerandos había de durar hasta la pausa del mediodía del 1.º de octubre. Uno de lo s autor es del infor me, Heydecker, escribió: «A las siete de la mañana, el edificio de Nuremberg está como siempre: las puertas y las ventanas están abiertas, sopla un aire frío por los corredores, y en el Palacio de Justicia trabajan las mujeres de limpieza. Pero, poco antes de las ocho, ya empezaron a llegar los primeros empleados, taquígr afas, técnicos qu e querían ahor rarse la aglo meració n. »Alrededor del edificio habían sido reforzadas las medidas de seguridad. Todos los controles fueron doblados y los centinelas vigilaban cuidadosamente el contenido de las carteras de mano, comprobaban los pases de identidad y estudiaban detenidamente las fotografías. Habían caducado los pases válidos hasta aquel día y los centinelas comprobaban los pases que habían sido extendidos para el día en que se iba a anunciar el fallo. Todos debían pasar por el mismo control: los representantes de la Prensa, los funcionario s y empleados, los abogados, lo s soldados y los generales. »A la entrada del Palacio de Justicia se veían unos rostros que no habían vuelto a aparecer por allí desde el día en que se abrier on las sesiones. Habían acudido desde t odos los rincones del mundo. Y ahora, mientras esperaban ante el puesto de control, desaparecía en ellos toda excitación. La proximidad del acontecimiento ejercía casi una acción sedante. »En la sala se oían todos los idiomas. Poco antes de las nueve y media fueron conducidos los abogados defensores, en fila india y escoltados por policías militares a la sala. Las taquígrafas e intérpretes ya habían ocupado sus puestos. En la tribuna de la Prensa no quedaba un sitio libre. Tras los cristales de las cabinas de la radio se veían a muchos locutores. Los fotógrafos y operadores estaban en sus puestos. »Los acusados fueron haciendo acto de presencia en grupos de dos o tres, a intervalos de casi medio minuto, que era el tiempo que necesitaba el ascensor para subirlos desde la cárcel. Casi todos ellos hablaban animadamente entre sí y saludaban a sus compañeros con movimientos de la cabeza o se estrechaban las manos. Solo unos pocos se dir igier on silencioso s a ocupar sus puest os, entre estos Funk»El y Schacht. último en compadecer fue Goering, completamente solo. Continuaba luciendo su uniforme gris sin galones. Antes de ocupar su puesto estrechó las manos de Keitel y Baldur von Schirach. »El ceremonial había sido fijado de antemano: primero serían leídos los veredictos de culpabilidad y los considerandos, con lo que cada uno de lo s acusados se enterar ía de los puntos que era acusado y considerado culpable o no culpable. A la tarde siguiente serían conducidos de nuevo los acusados a l a sala, est a vez de uno en uno, para escuchar el fallo : —The Court! —anunció el secretario del Tribunal. Todos lo s pr esentes se levant aro n de sus asient os. Se hizo el si lencio. Con expresió n solemne l os ochos jueces penetraro n en la sala. E ran las diez y tres minutos. Transcurr ían las hor as. Los miembr os del Tr ibunal iban turnánd ose en la l ectura del do cumento. Las voces monótonas de los intérpretes llegaban a través de los auriculares. En la sala todos escuchaban con atención, principalmente los acusados. A la mañana siguiente, 1.º de octubre de 1946, se había avanzado tanto en la lectura del
documento que se empezaron ya a leer los considerandos que hacían referencia a cada uno de los acusados. Goering dejó caer la cabeza, con el índice y el anular apretaba el auricular contra la oreja derecha mient ras escuchaba el veredicto «culpab le según lo s cuatro carg os de la acusación», dá ndose cuenta de que aquella t arde pr onunciarían su condena a muerte, pero ni el menor movimiento r eveló su excitación. Sus ojos quedaban ocultos tras las gafas de sol, mantuvo los labios firmemente apretados y esbozó una sonr isa helada. Rudolf Hess, el siguiente en ser mencionado, pareció no darse cuenta de que estaban hablando de él. Sostenía en tre las r odillas unas hojas de papel y esc ribía sin parar. Goeri ng se inclinó liger amente hacia delante y llamó la atención de que estaban hablando de él. Pero Hess se limitó a hacer un ademán evasivo y continuó tomando notas sin importarle lo que pudieran decir de él. Ni se tomó la molestia de ponerse los auriculares y cuando Goering le informó en voz baja del veredicto, se limitó a asentir con expresión ausente. La mayor parte de los acusados aceptaro n el ver edicto con aparente t ranquilidad e impasibilidad. Tampoco a través de los anteojos se observaba en ellos la menor excitación. Keitel se sentaba de un modo extremadamente erguido. Kaltenbrunner masticaba con ambas mandíbulas. Rosenberg se hallaba sumid o sobr e sí mi smo, co n expresión ausent e. Frick, inmóvil hasta aq uel mom ento, se echó atrás al oír su nombre. Frank movió casi imperceptiblemente la cabeza. Julius Streicher se había cruzado de brazos, y cuando pronunciaron su nombre se retrepó en el respaldo de su asiento y, por primera vez en el curso del proceso, dejó de masticar goma. Walther Funk se movió inquieto de un lado a otro y movió nervioso la boca. Schacht se había cruzado igualmente de brazos y acogió el veredicto con sonrisa irónica. Después de haber sido anunciada la absolución de Fritzsche —el último en los dos banquillos—, su abogado defensor se puso de pie de un salto y le hizo vivos gestos con las manos. Fritzsche y Von Papen abandonaron sus puestos y estrecharon las manos primero de Goering y luego de Doenitz. Solo Schacht continuó impasible. A las 13 horas 45 minutos terminó la primera parte. El Tribunal anunció que por la tarde serían anunciados los fallo s. En la sala de Prensa del Palacio de Justicia se habían congregado los periodistas de todo el mundo comentan do lo sucedido por la mañana y ro deando a los absueltos, que ya ha bían sido puest os en libertad: Fritzsche, Papen y Schacht. Estos hacían gala de un excelente humor, reían y fumaban. Schacht llevaba un abrig o de pieles gr is. De todos l ados les ametrall aban a preguntas. —¿Dónde dormirá usted esta noche? Schacht: «Pues esto es lo que me gustaría saber a mí también». —¿Dormirán ustedes en la cár cel? Fritzsche: «No, antes en alguna ruina de Nu remberg. No quiero ya ver más mur os, ni r ejas». —¿Cuáles son sus planes inmediatos? Papen: «Me iré a vivir con mi hija a la zona inglesa o con mi esposa y mis hijos a la zona francesa». Schacht: «Yo también me ir é a vivir con mi esposa y mis dos hijo s que viven en la zona británica y no deseo volver a ver nunca más a nadie de la Prensa. Mi casa de la zona soviética ha sido saqueada por los com unistas». Fritzsche: «Sinceramente, no sé lo que voy a hacer todavía, todo esto es tan nuevo para mí».
—¿Aceptarán un cargo público si las autoridades alemanas les invitaran a ello? Papen: «No, mi vida política ha t ermi nado para siempr e más». Schacht: «Responderé a esa pregunta si se presenta la ocasión». Fritzsche: «No existen las menores posibilidades para mí en este sentido. Lo único que deseo es responder lo antes posible, ante un tribunal alemán, de todos mis discursos pronunciados por la radio». —¿Desea usted ser acusado por un tribunal alemán, señor Schacht? Schacht: «Esperaré a ser acusado antes de tomar una decisión».
Papen: «No estoy orientado lo quel alemán». sucederá a continuación y no sé tampoco si es necesario o posible justificarme antesobre un tribuna —¿Teme usted que por parte alemana pueden atentar contra su vida? Schacht: «Me gustaría, pues de esta manera sabría cómo es, lo que yo he intentado tantas veces». —¿Escribirá sus «Memo rias»? Fritzsche: «Si se me permite, me gustaría escribir un libro sobre el aparato de propaganda alemán y demostrar dónde está la verdad y dónde la falsedad». Ininterrumpidamente brillaron los «flash» de los fotógrafos. Mientras se sucedían las preguntas y respuestas, los libertados eran abrumados de todas partes, solicitando autógrafos. De pronto, Schacht levantó la mano y soli citó silencio. Lu ego dijo: —Mis dos hijo s de tres y cuatro años no saben qué gusto tiene el chocolate. Por este motivo, desde ahora solo firmaré autógrafos contra chocolate. Risas generales y la vo z de un francés claramente aud ible para todos: —C'est dégoutant! Había llegado el momento de volver a la sala. A las 14 hor as y 50 minut os penetró el jur ado para celebrar su 407 y última sesión. El ambiente era muy diferente al de todos aquellos meses pasados, incluso muy diferente al de aquella misma mañana. Ningún foco iluminaba la sala, solo la luz azulada de las lámparas neón. Una disposición del Tribunal había prohibido la entrada en la sala a todos los fotógrafos y operadores. En aquellos segundos en que los acusados se enterarían de su sentencia a vida o muerte, no querían que sus rostros fueran fotografiados o filmados. Un ambiente de intensa tensión se extendía sobre la sala. Un ligero carraspeo sonaba como un ruido estridente. Todos estaban casi inmóviles. ¿Esperaban una sensación, un espectáculo, un momento histórico? Las miradas de todos estaban fijas en un punto, la puerta de atrás del banquillo de los acusados. De pro nto se abri ó la puerta, en s ilencio, sin ser mo vida por mano humana. De la oscuridad salió Hermann Goering, penetrando en la luz gris de la sala. Detrás de él dos policías militares que se colocaron a su derecha e izquierda. Tenía el rostro hundido. Cogió los auriculares que le alargaron. —¡Acusado Hermann Wilhelm Goering! En vista de los cargos del Acta de Acusación de que ha sido usted declarado culpable, el... —comenzó a traducir la voz monótona del intérprete. Pero, en aquel momento, Goering hizo una seña con ambas manos. No entendía nada. El sistema
de traducciones simultáneas presentaba un fallo. Rápidamente acudió un oficial técnico que reparó la avería. —¡Acusado Hermann Wilhelm Goering! —empezó de nuevo la voz del pr esidente—. En vista de los cargos del Acta de Acusación de que ha sido declarado culpable, este Tribunal Militar Internacional le conden a a mor ir en la horca. Goering escuchó la sentencia inmóvil, con la cabeza baja. Luego se quitó los auriculares, dio una rápida media vuelta y abandonó la sala. En silencio, como si fuera mo vida por una mano mi steriosa, la puerta se c err ó a sus espald as. Pasaron unos segundos. Como impulsada por mano misteriosa volvió a abrirse la puerta. El número dos: Rudolf Hess. Con un movimiento afeminado de la m ano r echazó el auricular. S e levantó sobr e la punta de los pies, fijó sus oscuros ojos en los mismos, levantó a continuación la mirada hacia el techo y dio la impr esión de qu e de un mom ento a o tro se pondr ía a silbar. —¡Acusado Rudolf Hess! En vista de los cargos del Acta de Acusaciones de que ha sido declarado culpable, este Tribunal Militar Internacional le condena a cadena perpetua. Hess no escuchó el fallo y solo cuando el policía militar le tocó el hombro, se volvió y salió de la sala. De nuevo se abri ó y cerr ó la puerta dos veces consecu tivas. Ribbentrop estaba inmensamente pálido. Tenía los ojos medios cerrados. Debajo del brazo llevaba unos documentos. —...a mor ir en la ho rca. Keitel adoptó la posició n de fir mes y escuchó con expresió n impasible su condena : —...a mor ir en la ho rca. Rosenberg tuvo que hace r un esfuerzo para domi narse. —...a mor ir en la ho rca. Frank sostuvo aDejó media altura las manos, después haberse sujetado los auriculares, como enlas actitud de súplica. caer el labio inferior, con undemovimiento de cabeza, cuando escuchó palabras: —... a mor ir en la hor ca. Se volvió r ápidamente para o cultar su cara. De nuevo abrier on y cerr aro n la puerta. Julius Streicher se plantó con las pier nas muy abiertas y la cabe za avanzada, como si esperara un go lpe en la cabeza . —...a mor ir en la ho rca. Sauckel fijó l a mir ada en la presiden cia. —...a mor ir en la ho rca. Jodl escuchó con el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante, se arrancó luego los auriculares y emitió un gruñido despectivo entre labios antes de levantar altivo la cabeza y salir con
paso muy firme. —...a mor ir en la ho rca. Funk, que, sin duda, había previsto que le condenarían a muerte, estalló en sollozos cuando escuchó las palabras «cadena perpetua», e hizo una inclinación antes los jueces. Dieciocho veces se abrió la puerta y volvió a cerrarse. La lectura de cada sentencia duró unos cuatro minutos, apro ximadamen te. Las manecillas del r eloj señalaban las 15 hor as 40 minutos. En silencio se r etiró el Tribunal. Su misión en la historia había terminado. Los de la Militar Prensa abandonaron la sala. Habían de transmitir al mundo entero la representantes noticia: el Tribunal Internacional corriendo de Nuremberg había dictaminado sentencia. Doce de los acusados habían sido condenados a morir en la horca: Goering, Ribbentrop, Keitel, Kaltenbrunner, Rosenberg, Frick, Frank, Streicher, Sauckel, Jodl, Seyss-Inquart y Martin Bormann en rebeldía. Hess, Funk y Raeder a cadena perpetua, Shirach y Speer a veinte años, Neurath a quince y Doenitz a diez años de prisión. Este es el relato visible de los acontecimientos del año 1946. Presenta el cuadro externo. El otro aspecto de los acontecimientos, en el interior de la cárcel, los vio otro observador, el psicólogo Gustave M. Gilbert, que escribió en su Diario: «Goer ing fue el primer o en bajar, el ro stro pálido, con los o jos a punto de salirle de las ór bitas». Una vez en su celda se dejó caer sobre su camastro, cogió con expresión ausente un libro y dijo a Gilbert: —¡Muerte! Su mano temblaba aunque ahora pretendía dar la impresión de una gran indiferencia. Sus ojos estaban húmedos, respiraba de un modo entrecortado y luchaba evidentemente para dominar sus nervios. Algo m ás tarde, Goer ing l e dijo a su peluqu ero en la cárcel, Hermann Wit tkamp: —De modo que ahora ya sabemos a qué atenernos. Que me cuelguen... no me pueden fusilar. Siempre habíapensaba contadoenunas penas de muerte... y han sido once. Solo lo de Jodl no lo acabo de comprender, otro:once en Raeder. Gilbert escribió refer ente a los demás conden ados: «Hess bajó, r io m uy nervioso y dijo que no l o había escuch ado y que, por lo tanto, no sabía cuál era su condena. Ribbentrop daba la impresión de un hombre deshecho, empezó a caminar de un lado al otro de su celda y murmuraba ininterrumpidamente para sí: «Muerte. Muerte. Ahora ya no podré escribir mis Memorias. Tanto me odian, tanto...» »Keitel se apoyó con la espalda contra la pared de su celda. Cuando entró Gilbert le gritó con vivo espanto en sus oj os: »—¡A mor ir en la horca! Creí que esto me lo ahor rar ían. »Frank sonrió amablemen te —escribe Gilbert—, pero no pudo fij ar su mir ada en la mía. »—Moriré en la horca —musitó en voz baja, y asintió con un movimiento de cabeza—. Me lo merezco, lo esperaba, tal como se lo venía diciendo a usted. Pero me alegro de haber tenido ocasión de defenderme y pensar en todo lo pasado durante estos últimos meses.
»Rosenberg sonr ió despectivo: »—La soga, la soga. Esto es lo que usted deseaba, ¿no es cierto? »Las manos fuertemente entrelazadas de Kaltenbrunner revelaban el miedo que él intentaba ocultar. Se limitó a susurr ar: »—Morir. »Funk se paseaba por su celda y preguntó: »—¿Cadena perpetua? ¿Qué significa esto? No pretenderán tenerme encerrado durante toda mi vida, ¿verdad? ¿Verdad que no quiere decir esto? »El ro stro de Schirach estaba gr ave y tenso. »—Veinte años —dijo. »Le dije que su esposa se alegraría de que no hubiera sido condenado a muerte, tal como ella había temido, pero él me co ntestó: »—Es mejor una muerte rápida que lenta. Jodl paseaba muy erguido por su celda. Su rostro tenía unas manchitas rojizas. Cuando me vio, se detuvo durante unos segundos, pero fue incapaz de articular una sola palabra. Finalmente dijo: »—¡A mor ir en la horca! Esto sí que no lo esperaba. Confor me con la co ndena a muerte, alguien debe carg ar co n la responsabilidad. Pero eso... »Sus labios temblaban y su voz se cortó. »—No llego a comprenderlo —confesó Jodl al peluquero Wittkamp—. Mi abogado y mi esposa quieren presentar recurso. Lo único que podrían sacar de bueno sería que me fusilaran en lugar de ahorcarme. »Wittkamp observó que Jodl había colocado una nueva fotografía sobre la mesa. La fotografía de su madre y él, cuando solo tenía un año. »—¿Por qué he nacido? —se preguntó en presencia de Wittkamp y contempló meditabundo la fotog rafía—. Mejor dicho, ¿por qué no mo rí en aquella ocasión? Cuán tas cosas me hubie se ahorr ado. ¿Para qué he vivido? »El que aceptó de un modo peor la condena de muerte fue Sauckel. Insistió con el peluquero, el médico de la cárcel y el psicólogo que sin duda todo se debía a un error de traducción. Estaba firmemente convencido de que descubrirían el error y revisarían su sentencia. La noticia de que el hombre estaba fuera de sí se difundió rápidamente por toda la cárcel y finalmente fue Seyss-Inquart, otro de los condenados a m uerte, quien le escr ibió una carta de consue lo. El doctor Ludwig Pflücke r, el médico alemán de la cá rcel, le llevó est as líneas a l antiguo comisar io par a el Trabajo: »"Querido camarada Sauckel: Hace usted una crítica demasiado severa de la sentencia. Cree usted que han fallado esta sentencia contra usted porque una de las palabras fue mal traducida e interpretada. Yo no tengo esta impresión. Que existiera una orden del Führer no es motivo para que nosotros, que tuvimos el valor y la fuerza suficiente para estar en primera fila de esta lucha a vida y muerte de nuestro pueblo, no aceptemos la responsabilidad. Si en los días del triunfo estuvimos en prim era fi la, tenemos el der echo de solicitar también est e mismo puesto en la desgr acia. Con nuestra actitud ayudamos a reconstruir el futuro de nuestro pueblo. Suyo, Seyss-Inquart".»
2. Morir en la horca Pasaron do s semanas inte rminables. En la noche del 15 al 16 de octubre de 1946 habían de ser ejecutadas las sentencias. Se habían mantenido secretos el día y la hora, pero los condenados estaban seguros de que sería el 14 de octubre. Mientras tanto habían sido presentadas unas apelaciones oficiales al Consejo de control aliado en Berlín, así como se habían realizado también una serie de gestiones personales, que habían sido dirigidas al mariscal de campo Montgomery, al presidente Truman, al presidente del Consejo de Ministros Attlee, e incluso se solicitó la intervención de la Santa Sede. Pero todo fue en vano: la condena era firme. Los días transcurrían en la cárcel de Nuremberg. Alrededor de los condenados se habían redoblado las medidas de seguridad, por las noches permanecían las celdas iluminadas y los centinelas habían recibido órdenes de no perder, ni un solo momento, de vista a los condenados. El doctor Pflücker ha r elatado en sus «M emor ias» cómo transcurrían aquellas penosas horas y días. Jodl leía un libro de Wilhelm Raabe. Frank mostraba una expresión muy contenta cada vez que se presentaba el médico de la cárcel y estaba entusiasmado con La canción de Bernadette, de Franz Werfel. Ribbentrop no dejaba de preguntar dónde tendrían lugar las ejecuciones. Keitel le rogó al doctor Pflücker le dijera al organista que cada noche solía interpretar unas pocas canciones al órgano, «tocara la canción Schlafe mein Kindchen, schlafe ein, que despertaba en él recuerdos nostálgicos». El 7 de octu bre, por la tarde, el doctor Pflücker fue llamado a la celda de Goer ing. El conde nado había sufri do un gr ave ataque al cor azón y le dijo al médico: —Mi querido doctor, acabo de ver por última vez a mi esposa. Ahora he muerto. Ha sido una hor a muy difícil, pero mi esposa lo ha querido así. Ha estado muy valient e. Es una mujer mar avillosa. Solo al final parecía iba a desplomarse, pero se ha dominado en el acto y cuando nos hemos despedido estaba muy serena. Pflücker le administ ró unos sedan tes. Goer ing le dio las gr acias y aña dió en voz baja: —Ahora pueden matarme co mo quier an. Me alegr o de haber disfrutado de esta hora. De nuevo pasaban los días. En el edificio resonaban ahora extraños ruidos. Llegaban los ruidos de las sierras y de los martillos hasta el interior de las celdas. Estos procedían del gimnasio y el peluquero Wittkamp recuerda: —Los electricistas tuvieron que colocar en el gimnasio unas bombillas de mucha potencia. Pusieron o tros cr istales en lugar de lo s que habían sido r otos por los par tidos de pelota qu e se habían celebrado allí dentro. Finalmen te pro hibieron salir al patio que daba al gimnasio. —¿Terminarán pronto de construir nuestras hor cas? —preguntó Streicher, en cuya celda se oían más fuertes qu e en ninguna otra parte los r uidos de los carpinteros. Levantó la mirada de su libro y le dijo a Wittkamp: —Subiré valiente los peldaños. Ya tengo pensado cuáles serán mis últimas palabr as: «¡A todos vosotr os o s colg arán lo s bolchevique s!» y «¡Heil Hitler!» El 15 de octubre, último día en Nuremberg, parecían saber los acusados que habían sonado la última hora. E n todas las ce ldas comenzaron a pedir la Biblia, solo Rosenberg desistió. —Bien, ¿qué hay de bueno hoy? —preguntaba Frick como todos los días cuando le servían la
comida. Los otros recogían en silencio los platos como si adivinaran que aquella había de ser su última co mida: ensalada de pat atas y salchicha, pan negr o y té. Goering, aquella mañana, no había dado y tampoco lo hizo por la tarde, el acostumbrado paseo. Se pasó casi todo el día acostado en su camastro, leyendo el Effie Briest, de Fontane. De vez en cuando escribía una carta y recibió una. Ribbentrop se quejaba de dolores de cabeza y de insomnio, hojeó distraído una novela de Freytag, leyó cinco cartas y escribió otra. Rosenberg leyó Die Geige, una novela d e Binding, r ecibió en el curso del día tres car tas, pero no escri bió ni una sola. También Streicher se pasó el último día leyendo Der Soldat de Jelusich. Escribió además, seis cartas y recibió una. Jodl leyó el Wanderer, de Hamsun, escribió una carta y recibió siete. Keitel expresó su deseo de quetres le avisaran tiempo, «para poner or den en su celda», leyó unos r elatos de Paul Alverdes, recibió cartas y con escribió una. Hans Frank les habló al personal alemán en la cárcel de las maravillas de la catedral de San Pedro, en Roma, leyó la poesía Heilige Nacht, de Thomas, repasó continuamente las nueve cartas que había recibido y escribió dos cartas aquel día. Seyss-Inquart había elegido para leer las Gespraeche mit Goethe, de Eckermann; Frick la novela de Jelusich, Hannibal. Stauckel unas obras completas sobr e la juventud de los g randes alemanes. Frank, Kaltenbrunner y Seyss-Inquart, los tres católicos entre los condenados, confesaron y comulg aro n en sus celdas. Hacia las 22 horas, el doctor Pflücker volvió a visitar a Goering para administrarle, como cada noche, cápsula azullarg de Amycal, un sedante lento y duradero, o una cápsula roja de Seconal,losd esedantes: efectos r una ápidos y menos os. «Para no sumir a Goering en un sueño demasiado profundo —informa el doctor Pflücker—, había vaciado por la tarde la cápsula azul y la había llenado con Natrium Bicarbonicum.» Después de haber tragado Goering la cápsula, le preguntó al médico si valía la pena que se desnudara. —Una noche puede ser muy corta —respondió evasivo el médico alemán. —No cabe la menor duda de que están preparando algo —replicó Goering—. Se ven muchas caras nuevas p or los co rr edor es y tienen más lámparas encen didas que de costumbre. Ya aquella misma mañana, Goering le había dicho a Hermann Wittkamp: —Mañana le dejar án marchar a usted, pues ya no tendrán necesidad de un peluquer o. Le r egalo a usted mi máquina de afeitar que ha usado usted para todos nosotros, así como también el pincel de tejón, así al menos sé quién lo tiene. Yo ya no lo necesitaré. Le regalaría también mi pipa de caza, pero no puede se r. Cuando salg a por última vez de est a celda la ro mperé y la ar ro jaré po r la ventana. Wittkamp, posteriormente, dijo: «No comprendí su extraña sonrisa, pero algo raro debía haber relacionado con la pipa. Cuando me enteré de que se había suicidado, lo comprendí todo: solo en la pipa podía tener oculto el frasco de cianuro potásico.» Hermann Goering estaba tumbado con los ojos abiertos sobre el camastro y miraba al vacío. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho, ta l como prescr ibía el reg lamento. Eran las 22 hor as 45 minutos. Hacía ya más de media hora que Goer ing estaba e n esta posición. E l guardián mir ó a través de la mirilla y bostezó. No había motivo de alarma. Goering estaba tumbado muy tranquilo y tenía la
mir ada fija en el t echo. Solo sus manos r evelaban un extraño ner viosismo . Temblaban, apretaba n la manta, las movía de un lado al otro. El guardián mir ó, co n más atención, aqu ellas manos. Las manos de Goering apretaban fuertemente la manta. El temblor se había apoderado ahora también de los brazos y a los pocos instantes se contrajo el rostro del acusado, haciendo extrañas muecas. Las piernas debajo de la manta se movían como acometidas por calambres y Goering se incorpor ó a medias . —¡Hey! —gritó el guardián. El grito del guardián resonó por todo el corredor. Se oyeron abrir unas pesadas puertas de hierro y rápidos pa sos. Abrieron la puerta. El guardián y el oficial de guardia se precipitaron dentro de la celda de Goer ing. Pocos instant es después llegó el cur a pr otestante Ger ecke. Cedieron los calambres de Goering. Tenía su pesado cuerpo ligeramente incorporado, apoyándose en los codos. La respiración era pesada. Gotas de sudor perlaban el rostro del moribundo. Ya nada podía salvar a Goering. Esto lo comprendieron todos a primera vista. Todo lo que hacían ya no tenía objeto alguno, pero así no se estaban cruzad os de brazos. Levantaron la cabeza de Goering, le pegaron en las mejillas como si se tratara de un desmayo pasajero, movieron sus brazos en un inútil intento de reanimarlo. Trajeron agua y, entonces, llegó el doctor Fflücker. —¿Sufre usted un ataque al corazón? —le gr itó a Goering. Ninguna respuesta. De pronto, así informa Pflücker en sus «Memorias», el rostro de Goering se volvió azulado, como si se iluminar a con una luz artificial. Se dejó caer hacia atrás. Se oyero n unos estertor es y todo había terminado. Cuando llegó el coronel Andrus, Goering ya había muerto. El americano se guardó nervioso el papel que llevaba en la mano. Ahora ya no lo necesitaba. Hacía unos minutos que lo había recibido en su despacho y se había dirigido a la celda de Goering para leérsela. El Consejo de Control Aliado en Berlín r echazaba su apelación. La fría luz de la lámpara de la celda iluminaba la escena. El jefe del ser vicio de seg uridad esperó el dictamen del médico. Le h ubiese gust ado empezar en aquel mismo momento las invest igacio nes, pero al cabo de tres hor as debían empezar las ejecuc iones y no le quedaba tiempo par a hacer de cr iminalista. Precisaba de t odos los minutos par a pensar lo que les diría a sus superior es, al Tribunal y a la Prensa. El doctor Pflücker examinó, mientras tanto, el cadáver. Tomó el pulso de Goering y notó un pulso apenas perceptible. Auscultó el corazón, pero ya no percibió nada. También las pupilas estaban inmóviles. Le ntamente se incor por ó. —Este hombre ha muerto —se limitó a decir. —Gracias, doctor —murmuró el coronel Andrus—. Ha tragado veneno, ¿no es cierto? —Sí, lo más probable, cianuro potásico.
—Tome usted —dijo el sargento, y le alar gó al coronel una pequeña cápsula de latón que había recogido del suelo de la celda. Era la cápsula en la que estaba el veneno que el doctor Pflücker ya había visto antes en la mano izquierda de Goering. Más tarde fuero n hallados por el médico amer icano doctor Martin los r estos de cri stal en la boca del muerto. ¿Cómo llegó el veneno hasta poder de Goering? ¿Dónde lo guardaba oculto? ¿Cómo pudo tragarlo sin ser vist o? La policía criminalista y el Servicio Secreto americano empezaron las averiguaciones al día siguiente, pero el expediente se archivó a los pocos días... sin haberse hallado una respuesta satisfactoria a la pregunta. El guardián no había visto nada. No existían otros testigos. ¿Dónde guardaba Goering el veneno? Este secreto se lo llevó a la tumba. Durante los controles habituales nunca se había descubierto nada sospechoso, ni en las ropas ni en los objetos de uso personal, y tampoco en su cuerpo. Según el sistema ideado por el coronel Andrus, los presos no podían tener en sus celdas ni un alfiler sin que él se en terar a. ¡Pero esto er a lo que creían! Después de las ejecuciones hicieron la limpieza de las celdas. El coronel Andrus quedó aterrado cuando presentaronsulos objetos que habían encontrado aenlalasPrensa celdas..., pero fuedelotodos suficientemente leal parale reconocer error e informó detalladamente extranjera aquellos hallazgos. 1. En la celda de Constantin von Neurath encontraron un tornillo de acero. Con la punta del mismo se hubiese podido abrir el acusado las venas de l pulso. Era un tor nillo l o bastante grande para provocar un peligr o de muerte si lo tragab a. 2. En la celda de Joachim von Ribbentrop descubrieron una botella de cristal, que hubiese servido de un modo excelent e para el suicidio. 3. En la celda de Wilhelm Keitel una gran aguja imperdible cuidadosamente oculta en una camisa. El condenado tenía oculto además, debajo del cuello de su chaqueta, cuatro tuercas de metal, dos pedacit os de hierr o y una cint a de acero afil ada como un cuchillo. 4. En la celda de H jalmar Schacht, una cuerda de un metro de larg o, lo suficiente para ahor carse con la misma. El antiguo presidente del Reichsbank escondía, además, diez «clips». 5. En la celda de Alfred Jodl descubrieron un alambre de treinta centímetros de largo, varios lápices muy afilados y un lápiz automático descompuesto. 6. En la celda de Karl Doenitz, cinco cordones de zapatos anudados entre sí. 7. En la celda de Fritz Sauckel una cuchara, cuyos bordes habían sido afilados. Un verdadero arsenal de objetos con los cuales suicidarse. Después de estos descubrimientos, el grupo de investigación americano renunció a seguir buscando el sitio donde Goering había ocultado el veneno, pues era evidente que había contado con muchas posibilidades, incluso en la pipa. Solo quedaba por averiguar cómo había llegado Goer ing a poseer el veneno. Desgr aciadamente, el coronel Andrus nunca ha dado publicidad a la carta particular que Goering le dirigió en su último día. Lo más probable es que esta carta arrojara luz sobre todo lo sucedido. Esta carta es una de las
tres que escribió Goering aquel día en su celda: una dirigida al pueblo alemán, otra a su esposa y la tercera a Burton C. Andrus. Pero las líneas que le envió al coronel bastaron para que, en aquel misterioso caso, no se procediera a ninguna detención. Todos aquellos de los que se hubiera podido sospechar, habían sido de antemano exentos de toda sospecha por parte de Goering. Dos hombres pretendieron, más tarde, haberle proporcionado el veneno a Goering: el periodista austríaco Petermartin Bleibtreu y el antiguo general de las SS Erich von dem Bach-Zeleweski. El curioso informe de Bleibtreu dice que penetró en la sala de sesiones cuando estaba vacía y pegó la cápsula en el asiento de Goering con goma de mascar. Pero esta exposición de los hechos ha sido rechazada por inverosímil. Mucho seria esdelalaafirmación de Bach-Zeleweski. Relató un previamente encuentro con Goering por más el corredor cárcel le había alargado un pedazo de que jabóndurante en el que había metido la cápsula. En realidad, también la narración de Bach-Zeleweski resultaba muy inverosímil, pero en al año 1951 les entregó, a los americanos, una segunda cápsula que fue compar ada con los r estos que el doctor Martin ha bía encontrado en la boca de Goer ing. «El cristal es idén tico al hallado en la boca de Goer ing», dictaminaro n los cr iminalistas. Y el fiscal amer icano en Ansbach, William D. Canfield, com entó: —Ahora ya me siento tentado a creer que Bach-Zeleweski ha dicho la ver dad. Con ello quedaba resuelt o el enigma del suicidio de Go ering ..., por lo menos, qued aba dentro de lo posible. Pero el 15 de octubre de 1946, en Nuremberg, el enigma estaba latente. Todos aparecían como sospechosos de haber salvado al condenado número uno de la horca. Andrus temía por su carrera militar y, además, el sensacional suicidio hizo que, al día siguiente, la noticia ocupara unos titulares más gr uesos que el de las ejec uciones. Pero el suicidio de Goering no afectó los preparativos que se habían llevado a cabo. Poco antes de la una del 16 de octubre de 1946 abrieron la puerta de la celda de Ribbentrop. —Confío en la sangre del cordero que lleva los pecados del mundo —dijo Ribbentrop con los ojos cerrados. Dos soldados policías alemanes y americanos, con el correaje blanco y casco de acero plateado, lo situaro n entre l os do s. El camino conducía al pat io, al gimnasio. En la sala, brillantemente iluminada, se veían tres grandes armatostes, pintados de negro. Trece peldaños subían hast a la platafor ma sobr e la que se ve ía la hor ca. Oigamo s al doctor Pflücker: «El reo debía situarse encima de una trampa que era abierta una vez le habían colocado la soga alrededor del cuello. El condenado caía un piso. El piso inferior estaba tapado por un paño para ocultar lo que sucedía. Dos médicos americanos examinaban al ahorcado y dictaminaban su muerte. »La muerte no se presenta en el momento de quedar ahorcados —añadió el doctor Pflücker—, pero sí la pérdida del conocimiento, un consuelo que tuve ocasión de comunicar a todos los condenados.» Todo había de suceder con la mayor rapidez. Los rostros de los pocos testigos estaban en la oscuridad: cuatro generales aliados, el coronel Andrus, ocho representantes de la Prensa, el presidente del Consejo de ministros bávaro doctor Wilhelm Hoegner, como «testigo del pueblo alemán» y que había sido llamado urgentemente a Nuremberg. La sala olía a whisky, Nescafé y cigarr illos de V irg inia.
Todo había de ocurrir rápidamente. El sargento mayor John C. Woods de San Antonio, tejas, el «US-Hangman», el verdugo americano, tenía dos ayudantes. Todos los condenados entraron en el local, les ataron con una correa negra las manos a la espalda, subieron los peldaños del patíbulo, acompañad os, a derecha e izquierda por un policía militar. Todo había de suceder con la mayor rapidez. Solo quedaban unos escasos segundos para el último consuelo espiritual, para pronunciar las últimas palabras. Luego, la capucha negra aislaba al condenado del mundo exterior. Woods colocaba la soga alrededor del cuello. Y, en el acto, se abría la trampa. A las una y un minuto entraron a Ribbentrop en el gimnasio. Todo Los ayudantes del verdugo ataron las manos a Ribbentrop. Le invitaro n adebía dar suocurrir nombrrápidamente. e. A continuación dijo: —Dios salve a Alemania. Mi último deseo es que Alemania continúe unida y se llegue a un entendimiento entre el Este y el O este. La capucha negra. La trampa. Los periodistas a los que no se les había permitido la entrada y que ahora en secreto miraban desde las ventanas del Palacio de Justicia, desde donde al menos veían el patio y la puerta de entrada al gimnasio, oyeron el sordo ruido de la trampa al abrirse. Eran exactamente la una y catorce minutos. Se abrió la puerta. Una franja de luz delgada y amarilla brilló sobre el piso del patio. En la oscuri dad reluciero n los cascos del acero de los policías mili tares. Wilhelm Keit el. —Ruego al Todopoderoso que se compadezca del pueblo alemán —fueron sus últimas palabras —. ¡Todo por Alemania! Gracias. —¡Todo por Alemania! —fueron también las últimas palabras de Kaltenbrunner. Alfred Rosenberg se limitó a decir su nombre. Al sacerdote que le preguntó si quería que rezara por él le contestó malhumorado: —No, gracias. Desde fuera se o yó el r uido de la t rampa al abrirse. Y una nueva franja de luz iluminó el piso del patio. Frick. Silencio. E l r uido de la trampa. El sig uiente: Hans Frank. —Estoy agradecido por esta bondadosa sentencia que he recibido —dijo Frank. Ruego a Dios que me acoja en su seno. El ruido. Se abre de nuevo la puerta. Aparecen los dos soldados. Entre ambos casi arrastran a un hombre vestido solo con unos largos calzoncillos blancos. Streicher se ha negado a vestirse y a caminar por sus propios medios hasta el patíbulo. Ininterrumpidamente suena su profunda voz en el patio: —¡Heil Hitler! ¡Heil Hitler! ¡Heil Hitler! Heil...
Fritz Sauckel, que hasta el último momento se aferró a que todo era debido a un error de traducción e interpretación gr itó: —Expreso mis respetos a los oficiales y soldados amer icanos, pero no los hago extensivos a la Justicia americana. En dos nuev as ocasiones, despué s de haber sido ajusticiado Saucke l, se abri ó y cerr ó de nuevo la trampa: Jodl y Seyss-Inquart. Exactamente a las 2 horas 45 minutos se representó el último acto del drama. A las 2 y 57 minutos, los médicos dictaminaron que Seyss-Inquart había fallecido. «Todos ellos trataron de demostrar valor —escribió Kingsbur Smith, de la International News Service, que había asistido a las ejecuciones como representante de la Prensa americana—. Ninguno de ellos se desplomó.» Doce minutos después de haber sido certificada la defunción de Seyss-Inquart a las 3 horas y 9 minutos, fue transportado el cadáver de Goering en unas parihuelas al gimnasio. Fue depositado unto a la fila de los ajusticiados al pie de la hor ca. Un acto simbólico . La última misión correspondió a un fotógrafo del Ejército americano. Tuvo que fotografiar dos veces a los cadáveres, primero vestidos, tal como habían sido bajados de la horca, y luego desnudos. Fotografías que fueron calificadas de Top Secret y que durante las siguientes décadas habían de permanecer en archivos secr etos hasta que ya solo fueran de int erés par a los histor iador es. Pero una gran revista americana obtuvo fotografías de los ajusticiados y las publicó poco después. Estas fotografías han sido publicadas, reproducidas millones de veces y también en Alemania y, naturalmente, han sido vistas también por los autores de este libro. Pero lo s autor es no las repro ducen aquí. Algunos de los cadáveres presentan heridas sangrientas que les proporcionan una visión hor renda. El médico alemán doctor Pflücker dio la sig uiente explicación: «Ninguno de ellos padeció inútilmente, ni sufrió heridas externas a excepción de Frick que siempre fue propenso a los movimientos demasiado bruscos y cuando se abrió la trampa saltó hacia atrás y se go lpeó la nuca contra el bor de.» La explicación de Pflücker corresponde con la de otros testimonios, pero se equivoca en un punto: no so lamente Frick sufr ió heridas ext ernas, sino también algunos otro s, tanto en la nar iz como en la frente y fue debido a que la abertura de la trampa era demasiado pequeña. Esto explica las heridas externas. A las cuatro en punto se detuvieron dos camiones del Ejército americano ante el Palacio de Justicia. Los camiones eran escoltados por un «jeep» y un coche de turismo con ametralladora montada. Un general americano y otro francés mandaban la col umna. Fueron car gados o nce ataúdes. Haciendo sonar sus sirenas, los coches emprendieron la dirección de Fürth. Los periodistas seguían en muchos coches de turismo. La columna se detuvo en Erlangen. El coche con la ametralladora se situó detrás de los dos camiones y un oficial americano comunicó a los periodistas de todo el mundo que debían dejar de seguir el convoy, pues la persecución estaba expuesta a peligro de muerte. De nuevo se pusieron los coches en movimiento..., con toda seguridad hacia el campo de aviación de Erlangen para ser transportados a Berlín, según sospecharon los periodistas. La verdad no se supo hasta muchos años más tarde. Los cadáveres fueron llevados, después de
muchos rodeos, a Munich, al crematorio y con la ayuda de los empleados alemanes, de los cuales no se había podido prescindir, pero que se comprometieron bajo juramento a guardar el secreto durante toda su vid a, fueron incinerados los cadáveres. El comunicado oficial dijo que las cenizas de los ajusticiados habían sido arrojadas a un río «en alguna parte de Alemania», en un lugar que quedaría en el secreto, para «evitar que nunca pudiera levantarse allí un monumento». Hoy se conoce el río..., el Isar..., y también el lugar. Pero ¿y el monumento? Ha pasado más de una década y todos los acontecimientos ya parecen muy lejanos. «La ceniza es inocente —escribió el New York Times, entonces—. Las cenizas de los inocentes y la de los han criminales están compuestas por los mismos elementos, sidodías aventadas por loshemos mismos vientos, sido mezcladas con las mismas aguas. En medio dehan estos tan oscuros de confiar y rezar por un nuevo mundo.»
3. Spandau, y después A mediados del año 1947 fue publicada la siguiente noticia en la Prensa: «Los siete principales criminales de guerra, condenados por el Tribunal Militar Internacional a prisión, han sido internados el 18 de julio en la cárcel de Spandau. La cárcel está bajo el control de las cuatro potencias de ocupación.» El traslado de los prisioneros a Berlín se efectuó nueve meses después de haber sido dictada la sentencia en Nuremberg. Nueve meses después de la sentencia comenzó en Spandau el turno, según el cual cada mes se alte rnan los ameri canos, ingleses, franceses y rusos en la vig ilancia de los pr esos. Spandau es una curiosidad histórica. Es el único lugar en el mundo donde los aliados de la Segunda Guerra Mundial continúan colaborando como si desde 1945 no hubiese sucedido nada. En Spandau se está cumpliendo una sentencia cuyas normas jurídicas no fueron aprobadas por las Naciones Unidas, pero al mismo tiempo, Spandau es considerado por las potencias como una silenciosa amenaza, por lo que hasta la fecha ninguna de las cuatro potencias ha denunciado el acuerdo sobre el Tribunal Militar Internacional. De ello se desprende otro aspecto igualmente curioso. Considerado desde un punto de vista jurídico, el Tribunal de Nuremberg continúa existiendo y mañana mismo po dría r eunirse para celebrar una nueva reunión. Spandau es un residuo fantasmal de aquel nuevo edificio que fue proyectado, pero no construido y cuyos ladrillos están desperdigados por los alrededores. La cárcel de Spandau puede albergar seiscientos presos. Pero en la actualidad allí hay solo tres presos: Rudolf Hess, Baldur von Schirach y Albert Speer. Los gastos anuales se calculan en 250.000 marcos y una compañía de soldados está destinada permanentemente en Spandau, once cocineros, diez camareros, catorce doncellas, tres administradores y dos mujeres de limpieza están al servicio de los preso s y sus guardianes. En el número 24 de la Wilhelmstrasse —que es la dirección de la cárcel— cada minuto del día está sujeto a un horar io fijo. Ha sido anula da toda perso nalidad e inc luso lo s nombr es que todavía se empleaban en la cárcel de Nurember g han sido sust ituidos aquí por números. —¡Número uno! —gritan cuando llaman a Baldur von Schirach.
El número cinco es Speer, y el número siete, Hess. «Los presos han de trabajar todos los días, excepto el domingo», dice el reglamento de la cárcel y el plan de trabajo no ha sido mo dificado desde el año 1947 : 6.00 horas: diana, lavarse y vestirse 6.45 a 7.30 horas: desayuno 7.30 a 8.00 horas: hacer las camas, limpiar las celdas 8.00 a 11.45 horas: limpieza de los corredores y trabajos de jardinería, «según el estado de salud de los presos» 12.00 a 12.30 hor as: almuer zo 12.30 a 13.00 horas: siesta 13.00 a 16.45 horas: trabajo, trabajos de jardinería u otras ocupaciones, según las órdenes del comandante 17.00 hor as: cena 22.00 horas: fin de la jornada «Los lunes, miércoles y viernes ¯añade el reglamento de la cárcel¯, se afeitará a los presos y en caso necesario se les cor tará el pelo entre las 13 y las 14. 00 horas.» Una de las disposicio nes aprobada por las cuatro potencias, cuyos detalles son secretos, se o cupa de lo que ha de hacerse, en el caso de que uno de los presos muriera en la cárcel. La parte conocida de la disposición dice que el cadáver ha de ser incinerado en un lugar desconocido y las cenizas arr ojadas desde u n avión «en alguna pa rte del mar ». En dos ocasiones pareció que esta disposición iba a tener que llevarse a la práctica. El «número tres», el antiguo ministro de Asuntos Exteriores de Hitler y Protector del Reich para Bohemia y Moravia, Constantin von Neurath, preocupaba enormemente a los médicos por su avanzada edad y su estado de salud. La segunda vez fue Rudolf Hess, que casi obtuvo éxito en uno de sus muchos intentos de suicidio. el caso de de noviembre ya habíaEn cumplido los Neurath, ochenta ylosunaliados años dedecidieron edad, y loindultarle pusieron el en 6libertad, despuésdede1954. haberNeurath cumplido ocho de los quince años de condena que le habían sido impuestos. El presidente federal Theodor Heuss, y el canciller federal Conr ad Adenauer, le mandaro n telegramas de felicita ción. Heuss le escribió : «Con alegr e satisfacción he leído hoy el comunicado en el que se inform a que ha terminado para usted el martirio de estos años.» La opinión pública reaccionó con sentimientos diversos. Luego se olvidó el asunto y cuando Constantin von Neurath falleció el 14 de agosto de 1956, en Enzehingen, Wurttemberg, los periódicos publicaron tan solo una escueta noticia. Después de este pas o en falso cuando se puso en libertad en N eurath, el Gobier no federal mostró una gran reserva cuando más tarde fueron libertados otros tres reos. Primero, el 26 de septiembre de 1955, Erich Raeder de setenta y nueve años de edad. Cumplió nueve años de condena. Los motivos de su indulto fueron su delicado estado de salud y su avanzada edad.
Su sucesor en el mando de la Marina de guerra, Karl Doenitz, le siguió también en Spandau. El 1.º de octubre de 1956, poco después de medianoche, después de haber cumplido exactamente los diez años de condena, fue puesto en libertad, cuando había cumplido ya los sesenta y cinco años. Medio año más tarde, el 16 de mayo de 1957, se abrieron nuevamente las puertas de Spandau para dejar paso a Walther Funk, gravemente enfermo, de sesenta y seis años de edad. Cumplió once años de su cadena per petua. Vamos a explicar lo que sucedió a lo s tres acusados de Nu remberg que fuero n absueltos. Hans Fritzsche murió el 27 de septiembre de 1953 en una clínica de Colonia, a consecuencia de una operación de cáncer. Después de haber sido absuelto en Nuremberg, el fiscal general del Comité de desnazificación, or Thomas invde itó1947 a la oen pinión pública ya reunir material contra Frietzsche. El juiciodoct comenzó el 27Dehler, de enero Nuremberg el fiscalnuevo Bernhard Muller exigió el internamiento de Fritzsche en un campo de trabajo durante un plazo de diez años, «lamentando no poder solicitar la pena de muerte». La Cámara lo condenó a nueve años de trabajos forzados, pero el 25 de septiembre de 1950 fue puesto en libertad. Se casó y, finalmente, trabajó como agente de publicidad... para la casa Bandecroux de París. Franz von Papen fue condenado a arresto domiciliario, por el que entonces era presidente del Consejo de ministros de Baviera, doctor Wilhelm Hoegner, tan pronto abandonó el Palacio de Justicia de Nuremberg, pero el 23 de febrero de 1947 fue clasificado por el Comité de desnazificación de Nuremberg entre los principales culpables y condenado a ocho años de trabajos forzados. En enero de 1949 fue indultado y se le multó con 30.000 marcos. Papen vivió a continuación, durante algún tiempo, en Turquía. En 1953 se compró la finca de Erlenhaus, en Obersasbach Baden, en donde el 3 de mayo de 1955 celebró sus bodas de oro. Hjalmar Schacht se fue a vivir, después de haber sido absuelto en Nuremberg, al castillo de Katharinenhof, cerca de Stuttgart, propiedad de un amigo suyo, pero a las pocas horas de llegar allí fue detenido por la policía alemana e internado en la cárcel de Stuttgart. Fue condenado, por el Comité de desnazificación, a ocho años de trabajos forzados, pero fue indultado en el año 1948. Trabajó como consejero financiero durante algún tiempo en el Brasil, Abisinia, Indonesia, Irán, Egipto y Siria, se hizo socio de la banca de Dusseldorf, Schacht & Co., presidente del Consejo de Administración de la imprenta y editorial de Hamburgo, Broschel & Co., miembro del Partido democrático libre alemán y de la Deutsche China-Gesellschaft. Han transcurrido treinta años desde el año 1933, y más de tres lustros desde el proceso de Nurember g. Los hom bres que fueron o bjeto del juicio han sido casi olvidados y sus crímenes for man parte de la Hist or ia. En el año 1953 , llegó un gr upo de jó venes sol dados ingleses a Spand au. El oficial de servicio les preguntó: ¯¿Saben ustedes a quién han de vigilar aquí? Ninguno de ellos supo contestar. El oficial escribió los nombres de los presos en la pizarra. Señaló el primer nombre que había escrito, Rudolf Hes s, y volvió a preguntar: ¯¿Sabe alguien de ustedes quién es este hombre? Ninguna respuesta. Finalmente, uno de los jóvenes soldados levantó la mano. ¯¿Un agente del mercado negro, señor?
«Ni uno solo de los soldados ¯escribió Jack Fischman en su libro sobre Spandau¯, hijos de esta guer ra, en la que h abían crecido, hab ía oído hablar nunc a de esos hombres o conocía lo s motivos por los cuales estaban en Spandau.» Esto podría desmoralizar, pero también puede ser considerado como un buen síntoma. Las huellas que ha dejado el Proceso de Nuremberg se pueden, no obstante, seguir muy fácilmente. Un año después de haber terminado el proceso, el 21 de noviembre de 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas encargó a la Comisión para el Derecho Internacional tomar los estatutos y las sentencias del Tribunal de Nuremberg como base para la estructuración de un Código de los crímenes contra la paz y la seguridad de la humanidad. La Comisión trabajó durante cuatro años y pr esentó su infordespués me en septiembre 1951. Se había limien tado a fijar la r esponsabilidad de las personas individuales, de haberse de dicho taxativamente Nuremberg, «que eran los seres humanos y no las estructuras abstractas las que cometían los crímenes». El Artículo 1.º del proyecto dice, por consiguiente: «Los crímenes contra la paz y la seguridad de la humanidad son crímenes del derecho internacional y los individuos que son responsables de estos pueden ser castigados». Y también hay esta definición: «Las siguientes acciones son crímenes contra la paz y la seguridad de la humanidad: »1. Toda agr esión que compr enda el uso de la viol encia armada por las autor idades de u n Estado contra otro Estado, por otros motivos que la legítima defensa nacional o defensa colectiva o también la de una orden o el acatamiento de una recomendación de uno de los órganos autorizados deejecución las Naciones Unidas. »2. Toda amenaza por las autoridades de un Estado de emprender una acción agresiva contra otro Estado. »3. Los preparativos para el uso de la fuerza ar mada por las autor idades de un Estado co ntra otro Estado par a otros fines que una legítima defens a nacional o colectiva de un a orden o acatamiento de una recomendación de un ór gano autor izado de las Naciones Un idas. »4. La invasión de bandas armadas, con fines políticos, en el terr itor io de otro Estado. »5. La ejecución o instigació n de crím enes por las autor idades de un E stado, dir igidas a incitar la guerra civil en otro Estado. »6. La ejecución o instigación de acciones terroristas por las autoridades de un Estado en otro Estado o el consentimiento de crímenes organizados por las autoridades de un Estado, enfocados a preparar actos terroristas en otro Estado. »7. Actividades dirigidas por las autoridades de un Estado en violación de las obligaciones contraídas con otro Estado, con el que se tenga firmado un tratado para asegurar la paz y la seguridad. »8. Actividades de las autoridades de un Estado, dirigidas a la anexión de un territorio que pertenece a otro Estad o o de un terr itori o so metido a la jur isdicción int ernacional. »9. Actividades emprendidas por las autoridades de un Estado o por personas individuales en la intención de extermi un gr nacional, racial parcial o totalment las qu e quedan comprendidos: a) el nar asesina toupo de miembros de un ogr reli upo;giob)so, graves violaciones de e, la en integridad física o psíquica de los miembros de un grupo; c) la intencionada opresión de un grupo en condiciones de vida que tendrá como consecuencia su exterminio parcial o total; d) medidas dirigidas a impedir los nacimientos en el seno de un grupo; f) el transporte por la fuerza de los niños de un grupo a otro
grupo. »10. Acciones antihumanas dirigidas por las autoridades de un Estado o de personas individuales contra elementos de la población, así como el asesinato, exterminio, esclavitud, deportación o persecución por motivos políticos, raciales, religiosos o culturales. »11. Acciones cometidas en la violación de las costumbres y leyes de la guerra. »12. Acciones que sean una conjuración, instigación o participación en alguno de los crímenes antes citados.» El Artículo 3.º del proyecto dice: «El hecho de alguien actúe en calidad desjefe de Estado o deenunelGobierno lo o.» inhibe de la responsabilidad porquehaber cometido alguno de lo crí menes citados presente cno ódig Artículo 4.º: «El hecho de que una persona acusada de un crimen definido en el presente código alegue haber actuado en nombre de su Gobierno o de sus superiores no le inhibe, según el derecho internacional, de la r esponsabilidad cuan do mo ralmente haya podido negar se al cumplimient o de la or den.» Artículo 5.ª: «Los castigos por los crímenes determinados en el presente código serán fijados por el Tribunal a quien incumbe el castigo de los delincuentes.» Aunque las ideas base de este proyecto sean en la actualidad útiles como siempre, jamás se ha llegado a un acuerdo sobre este código. Durante las deliberaciones para la creación de un Tribunal criminal internacional, quedó reflejada toda la inconsistencia por las objeciones que fueron presentando los delegados, principalmente el representante de la Gran Bretaña, sir Frank Soskice. Las Naciones Unidas publicaron el sig uiente co municado: «Se ha tenido en cuen ta la diversidad de las nor mas jur ídicas que rig en en los diver sos países, así como la dificultad que resulta en un caso dado, al apresar al criminal por la fuerza y contra la voluntad de su Gobierno para llevarlo ante un tribunal y ejecutar la sentencia.» A pesar de ello, en enero del año 1952, se intentó en las Naciones Unidas dar validez a los principios del Tribunal Militar Internacional de Nuremberg, de un modo especial, definir más concretamente el concepto de agresión. Un Comité encargado del estudio de esta cuestión llegó al siguiente r esultado: «No es posible una definición exacta y satisfactoria.» La Asamblea General insistió el 31 de enero de 1952 en llegar a una definición y lo curioso del caso es que insistió en este punto, a pesar de la oposición de la Gran Bretaña y los Estados Unidos. En el año 1957 , la Comisió n dio el sig uiente comunicado final: «La época actual no es l a más indicada con sus fuertes y nu mero sos r oces para r eglamenta r esta cuestión.» En otras palabras, no puede promulgarse una ley contra el robo porque sean demasiados los ladr ones que ejercen su p rofesió n. Desde este punto de vista, carecen de todo valor los acuerdos tomados por las Naciones Unidas y que, desde un principio, fueron calificados como existentes solo sobre el papel. Por ejemplo, el 3 de noviembre de 1947 ac or dó la Asamblea Gen eral: «Condenar toda propaganda que amenace la paz o incite a cometer una agresión.» En noviembre de 1949 , las Naciones U nidas invit aro n en una resolució n, a todos lo s Go biernos:
«A renunciar a toda amenaza o uso de la fuerza que pueda afectar, de un modo directo o indirecto, la independencia o integridad de un Estado.» Una de las consecuencias más potentes del Proceso de Nuremberg es la decisión, aprobada el 9 de diciembre de 1948 por las Naciones Unidas, que hace referencia a los asesinatos colectivos. Este acuerdo internacional, que fue ratificado el 9 de mayo de 1954 por la Unión Soviética , pro híbe todas las acciones «q ue tiendan a extermi nar parcial o totalmente un grupo r acial, relig ioso o pol ítico». «Es un error establecer un paralelismo con el Tribunal de Nuremberg ¯decidió la Comisión urídica internacional de las Naciones Unidas el año 1951¯, pues aquel pudo actuar bajo los derechos de ocupación co mo si fuera un Tribunal nacional». que nodese1953, ha concretado estevotos caso:co una resolución la Asamblea General del 28Dedemodo noviembre ap robadanada por sobre cuarenta ntra cinco deldebloque so viético, pr ohíbe «los trabajos forzados o trabajos correccionales» para castigar a los enemigos políticos. Esta es la situación actual. A pesar de que no se ha conseguido todavía lo que se había previsto, nada puede cambiar el hecho de que el proceso será siempre un monumento moral, un pilar sobre el cual, algún día, tal vez pueda continuar construyéndose de un modo más estable, más eficaz y más permanente. Los miembros de un Comité de indultos americano, David W. Peck, Frederic A. Moran y Conrad E. Snow, lo definieron, el 31 de enero de 1951, con las siguientes palabras: «Los procesos de Nuremberg han fijado para siempre que el derecho y la justicia en todos los tiempos estará por encima del ser humano... por encima de los jefes de Estado y de todos aquellos que estén directamente a sus órdenes... y que el individuo ha de rendir cuentas de sus actividades ante la sociedad.»
PARTE DOCUMENTAL
CONSIDERANDO-RESULTANDO-FALLO Aunque fue muy grande la tentación de añadir, procedente de la ingente cantidad de los documentos de Nuremberg, una serie de datos indignantes e infamantes en su texto srcinal, los autores han sabido renunciar a ella. En primer lugar, los datos más importantes ya han sido tratados directamente en el texto y, en segundo lugar, toda ampliación se saldría del marco del presente volumen. Por este motivo, esta parte se limita solamente a tres documentos: 1. La Declaración de Moscú, del 1.º de noviembre de 1943, en la que los aliados reafirmaron su decisión de cast igar a los cr iminales de guerr a de las poten cias del Eje. 2. El «Escrito de la Acusación» «contra Hermann Goering y otros». Comprende, en los expedientes del Proceso de Nuremberg, 71 páginas impresas y unas 25.000 palabras. Citamos este documento en su versión srcinal omitiendo, sin embargo, los puntos que en la actualidad ya no son interesantes desde el punto de vista histórico. De todos modos, estas omisiones no afectan en nada al valor de dicho do cumento. 3. El veredicto. Hemos empleado en este caso el mismo procedimiento, para poder hacer asequible al lector las 233 páginas impresas del srcinal con sus casi 100.000 palabras. Este resumen nos o frece, no obstan te, una idea clara y co ncreta del veredict o. Aclarado este punto consideramos necesario hacer unas observaciones fundamentales sobre el modo que los autores han procedido al hacer las citas de los documentos, las conversaciones y las preguntas y respuestas en la sala de sesiones. Hemos de tener presente que los 42 volúmenes del sumario comprenden 27.104 páginas. Esto dificulta mucho la tarea extractarlo. esteahor motivo, los autores hubieron de limitarse a lo más impor tante, renuncian dode a aquellos puntPor os que a carecen de va lor histór ico. En muchas ocasiones, no quedó otro remedio que resumir los documentos y las declaraciones verbales. Hemos omitido, en este ca so, párr afos enteros que han sido considerados poco i mpor tantes, renunciando ya desde un principio a toda floritura literaria, comentarios, desviaciones del tema principal, etc., etc. Finalmente, también han omitido aquellos datos que correspondían a hechos histór icos al mar gen de los acontecimien tos aquí reseñados. Sin embargo, los autores han pro curado en todo mo mento, y con un esp íritu sumamente crítico y consciente, no alterar de ningún modo el sentido y el espíritu de las cit as hechas y sobr e todo col ocar en su justo lugar el valor de cada uno de los interrogatorios. Los autores se han limitado, en este último caso, siempre, de un modo exacto a lo que fue dicho por los fiscales, los defensores y los acusados. Los autores saben que su compendio ofrecerá algunas lagunas para los historiadores que dan, a veces, un gran valor a los menores detalles. Todos los que deseen estudiar más detalladamente el Proceso de Nuremberg podrán recurrir, para su estudio, a los extensos y completos documentos
oficiales que encontrarán en todas las bibliotecas públicas.
LA DECLARACIÓN DE MOSCÚ
(Texto compl eto en alemán seg ún Keesings Archiv der Gegenwart, Essen 1945, Abschnitt 70 G.) El Reino Unido, los Estados Unidos y la Unión Soviética han recibido, procedentes de diversas fuentes, pruebas concretas sobre actos de violencia y crueldad, asesinatos en masa y ejecuciones de seres inocentes cometidos por las tropas hitlerianas en muchos países que han sido dominados y de los cuales son expulsados en la actualidad. Los actos de br utalidad del r égimen de Hit ler no son una novedad y t odos los pueblos y r egio nes sometidos a su ocupación han sufrido, de un modo violento, las consecuencias de este régimen de terr or. Lo nuevo en est e caso es que muchas de estas regio nes están siendo liberadas de sus o presor es por los Ejércitos de las potencias aliadas y los hunos hitlerianos en su repliegue aumentan sus actos de crueldad. Los horrorosos crímenes cometidos por las hordas hitlerianas en las regiones de la Unión Soviética, a cuy a liberació n se está pro cediendo a m archas for zadas, y en las zonas fr ancesa e italiana, pr esentan actualmente las pr uebas más com pletas en este sentido. Las tres potencias arriba citadas, expresándose en nombre de las treinta y dos naciones de las Naciones Unidas, anuncian solemnemente la siguiente declaración: Cuando se le conceda al Gobierno alemán un armisticio, todos aquellos oficiales, soldados alemanes y miembros del Partido nacionalsocialista, que son responsables de los mencionados actos de violencia y crueldad, de los asesinatos y ejecuciones en masa o que han participado voluntariamente en estos crímenes, serán entregados a los Gobiernos de aquellos países en los que han cometido tales crímenes para que puedan ser llevados ante los Tribunales y castigados de acuerdo co n las leyes que rig en en cada uno de estos países. Serán elaboradas listas que incluyan el mayor número posible de elementos participantes en estos crímenes. Estas listas harán especial mención de los actos criminales cometidos en la Unión Soviética, y Checoslovaquia, YugoslaviaFrancia y Grecia, incluida Creta y otras islas, Noruega, Dinamarca,Polonia Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, e Italia. Los alemanes que hayan participado en las ejecuciones en masa de oficiales italianos o de rehenes franceses, holandeses, belgas o nor uegos o campesinos de Creta y qu e hayan cometido crím enes contra la población civil de Polo nia y de la Unión Soviética, han de saber que serán devueltos al lugar de sus crímenes para que los pueblos a los que ellos han tratado de un modo tan inhumano e infamante puedan dictar sentencia contra ellos. Aconsejamos a todos los que no se han manchado de sangre sus manos que se abstengan de unirse a las filas de los culpables, pues las tres potencias los perseguirán hasta los rincones más alejados del mundo y los entregar án a sus juec es, para que la just icia siga su cur so. declaración no sepor refiere a los geo casos los yprincipales crím La enesanterior no quedan delimitados fronteras gr de áficas que serán criminales cast igados de de guerra, acuerdocuyos co n una resolución común de los Gobiernos aliados.
Moscú, 1.º de no viembr e de 1943.
Roosevelt-Churchill-Stalin.
ESCRITO DE ACUSACIÓN
(Resumido, seg ún el texto del or iginal.) El documento empieza con las siguientes palabras: «Los Estados Unidos de América, la República Francesa, el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte y la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, acusan a Hermann Wilhelm Goering, Rudolf Hess, Joachim von Ribbentrop, Robert Ley, Wilhelm Keitel, Ernst Kaltenbrunner, Alfred Rosenberg, Hans Frank, Wilhelm Frick, Julius Streicher, Walther Funk, Hjalmar Schacht, Gustav Krupp von Bohlen und Halbach, Karl Doenitz, Erich Raeder, Baldur von Schirach, Fritz Sauckel, Alfred Jodl, Martin Bormann, Franz von Papen, Arthur Seyss-Inquart, Albert Speer, Constantin von Neurath y Hans Fritzsche, individualmente y como miembros de los siguientes grupos y organizaciones, mientras pertenecieron a los mismos: El Gobierno del Reich, el Cuerpo de los efes políticos del Partido Nacional Socialista de T rabajador es Alemán, los Grupos de Seguridad del Partido nacionalsocialista (conocidas generalmente por las «SS»), incluso el Servicio de Seguridad (denominado generalmente «SD»), la Policía Secreta del Estado conocida las Secciones de Asalto del Partido nacionalsocialista (conocidas por(más«SA») y el como Estado«Gestapo»), Mayor General y el Alto Mando del Ejército alemán.» A continuación se exponen los cuatro puntos de la acusación que son comentados ampliamente. Comprenden, en esencia, las siguientes acusaciones:
1. Conspiración Participantes como jefes, organizadores, instigadores y cómplices en la estructuración o ejecución de un plan o conspiració n común que ten ía como objetivo, o que tuvo com o consecuencia, la realización de crímenes contra la paz, contra las costumbres de la guerra y contra la humanidad. Con todos los medios, tanto legales como ilegales, empleando también los acusados la amenaza, la fuerza y la guerra de agresión querían conseguir: abolir el Tratado de Versalles y sus limitaciones sobre el armamento militar y anexionarse aquellas regiones que habían perdido en el año 1918. Cuando sus objetivos se hicieron cada vez más monstruosos, lanzaron guerras de agresión violando todos lo s tratados y todos l os acuerdo s internacionales. Para conseguir la colaboración de otras personas y asegurarse el control supremo sobre el pueblo alemán, fueron fijadas las siguientes consignas: la enseñanza de la «sangre alemana» y la «raza de señores» de la cual se derivaba el derecho de tratar a otros pueblos como inferiores y por tanto derecho exterminarlos; el «principio quenoble exigíayuna obediencia altos el jefes y la aenseñanza de que la guerra de es la unajefatura», ocupación necesaria paraciega todosa los los alemanes. El objetivo de los conspiradores era socavar, por medio del terror y los violentos ejércitos de
las SS, al Go bierno alemán y derr ocar lo. Después de haber sido nombr ado Hitler canciller del Reich, anularon la Constitución de Weimar y prohibieron la existencia de todos los restantes partidos políticos. Fortalecieron su poder por medio de la instrucción premilitar, los campos de concentración, el asesinato, el aniquilamiento de los sindicatos, la lucha contra la Iglesia y las organizaciones pacíficas, instituyendo en su lugar sus propias organizaciones como las SS, la Gestapo y otras. Para llevar a buen término su programa, procedieron a la lucha y exterminio de los udíos. De los 9.600.000 que vivían en Europa durante la dominación nacionalsocialista, unos 5.700.000 según cálculos provisionales, han desaparecido.
2. Crímenes contra l a paz Los acusad os co ntribuyero n a transform ar la Economía alemana para fines bélicos. Hasta marzo de 1935 desarr ollar on un prog rama de r earme secreto. A bandonar on la Conferencia del D esarme y la Sociedad de las Naciones, decretaron el servicio militar obligatorio y ocuparon las zonas desmilitarizadas de Renania. Se anexionaron Austria y Checoslovaquia y se lanzaron a una guerra de agresión contra Polonia, a pesar de que sabían que con ello declaraban igualmente la guerra a Francia y a Gran Bretaña. A continuación atacaron Dinamarca, Noruega, Bélgica, los Países Bajos, Luxemburgo, Yugoslavia y Grecia. Penetraron en la Unión Soviética y, junto con Italia y el Japón, participaron en el ataque contra lo s Estados Unidos. Violaron un total de 36 tratados internacionales y lo hicieron en 64 ocasiones. Estos tratados han sido reseñados en el Anexo C del Escrito de Acusación. Entre estos figuran el Tratado de La Haya de 1907 sobr e el r espeto a l as potencias y súbd itos neutrales en caso de una guer ra po r tierr a, el Tratad o de Versalles del año 1919, el Pacto de Locarno entre Alemania, Bélgica, Francia, Gran Bretaña e Italia del año 1925, muchos acuerdos entre Alemania y sus naciones vecinas, el Pacto de París Briand-Kellog que condena las guerras como instrumento de la política nacional del año 1928, una serie de garantías y pactos de no agresión firmados por Alemania y del Acuerdo de Munich del año 1938.
3. Crímenes de guerra El Párr afo A de la A cusación trata del asesinat o y malos tratos a las poblaciones de las r egio nes ocupadas, destacando de un modo especial los fusilamientos, ejecuciones, muerte por hambre, trabajos forzados, falta de higiene, apaleamientos, torturas y experimentos. A esto se deben añadir los asesinatos en masa de determinadas razas y minorías, detenciones sin proceso, etc. Los siguientes detalles son so lo unos ejemplos de la inmensida d del material r eunido en este pun to: En Francia fueron ejecutados un número incalculable de ciudadanos franceses, que fueron sometidos a las siguientes torturas: sumergidos en agua helada, asfixiados, les fueron arrancados los miembros, usando para tales fines los medios más inverosímiles. En Niza fueron exhibidos públicamente, en el 1944, los rehenes que habían franceses-Glane que fuero n internados en año los campos de concentración, solo sido sobrajusticiados. evivieron 28.De 000.228.000 En Oradour-sur fue fusilada casi toda la población y el resto fue quemada viva en la iglesia. Fueron cometidos un sinfín de asesinatos y crueldades en Italia, Grecia, Yugoslavia y en los países del Norte y del Este.
Unas 1.500.000 personas fueron asesinadas en Maidanek, unos 4.000.000 en Auschwitz. En el campo de Ganow, donde murieron más de 200.000 personas, fueron cometidas las mayores crueldades, les abrieron el vientre a las víctimas y a continuación las sumergieron en agua helada. Las ejecuciones en masa eran acompañadas de interpretaciones musicales. En la región de Smolensko fueron asesinadas más de 125.000 personas, en la región de Leningrado 172.000, en la región de Stalingrado 40.000. En esta última, y después de la retirada de las tropas alemanas, fueron hallados los cadáveres mutilados de cien mil ciudadanos rusos, cadáveres de mujeres que tenían las manos atadas con alambres a la espalda. A algunas de las mujeres les habían cortados los pechos y a los hombres les habían grabado a fuego la estrella de David o les habían abierto el vientre con cuchillos. En C rimea, obligaron a 144.000 personas a subir a unas barcas que hicieron adentrar en el mar donde fueron hundidas. Enregión Babi Jar, de unos Kiev,195.000 fueron asesinados másEn de Dnjepropetrowsk 100.000 hombres, fueron 200.000fusilados mujeres yo niños en la de cerca Odesa, en Charkov. enterrados vivos unos 11.000 ancianos, mujeres y niños. Con los adultos exterminaban también los nazis, sin compasión de ninguna clase, a los menores de edad. Los mataban en los asilos y en los hospitales. En el campo de Janow, los alemanes mataron en el curso de solo dos meses, a unos 8.000 niños. El Párrafo B del punto tercero del Escrito de Acusación hace referencia a las deportaciones de millones de seres humanos de las zonas de ocupación, para destinarlos a trabajos forzados y para otro s fines, dest acando l as crueldades cometida s durante los transportes de estos desgr aciados. Como ejemplo se cita el caso de Bélgica desde donde se deportaban 190.000 hombres a Alemania, la Unión Soviética que perdió 4.978.000 hombres y mujeres y Checoslovaquia con sus 750.000 víctimas. El Párrafo C hace referencia al asesinato y malos tatos a los prisioneros de guerra, citándose nuevamente una ser ie de ejem plos. El asesinato en masa de Katyn es mencionado textualmente: «En el mes de septiembre de 1941 fueron muertos 11.000 prisioneros de guerra polacos en el bosque de Katyn en las cercanías de Smolensko». El Párrafo D señala que los acusados, en e l curso de sus guerr as de agresió n, se dedicaron en las regiones ocupadas por las fuerzas militares alemanas a arrestar y fusilar gran número de rehenes, principalmente en Francia, Holanda y Bélgica. En Krajlevo, Yugoslavia, fueron muertos 5.000 rehenes. El Párrafo E hace referencia al robo de bienes privados. En este sentido se hace especial menciónmaterias de que primas, fue reducido el nivel de vida de las poblaciones ocupadas a causa del robomuy de víveres, maquinaria e instalaciones industriales. Fueron decretados impuestos elevados, expropiadas zonas enteras y destruidas instalaciones industriales y científicas, saqueados museos y galerías de arte. Fueron robados en Francia valores por un total de 1.337 mil millones de francos. En la Unión Soviética fueron destruidas 1.710 ciudades, 70.000 pueblos y 25 millones de seres humanos quedaron sin hogar. Los alemanes destruyeron en la Unión Soviética el Museo Tolstoi, violaron la tumba del célebre escritor y también destruyeron el Museo Tschaikowski en la Crimea. «Los conspiradores nazis destruyeron 1.760 iglesias del rito griego ortodoxo, 237 iglesias romano católicas, 67 ca pillas, 532 sinagog as, monument os muy valioso s de la fe cristiana , como , por ejemplo, Kiewo-Peherskaja, Lavra, Nowy Jerusalén». Los daños causados a la Unión Soviética se calculan en 679 mil millones de rublos. Los valores robados a Checoslovaquia ascendían a 200 mil millones de coronas. El Párrafo F trata de la recaudación de multas colectivas. El castigo que fue impuesto, solamente a las co munidades fr ancesas, asciende a 1. 157.179.484 franco s. El Párrafo G hace referencia a la destrucción de ciudades y pueblos sin valor militar. En
Noruega destruyeron una parte de las islas Lofoten, así como también la ciudad de Telerag. En Francia, además de Oradour-sur-Glane, fueron destruidos muchísimos otros pueblos, el puerto de Marsella, la ciudad de Saint-Dié, en Holanda muchos puertos y muelles, en Grecia y Yugoslavia muchas ciudades y pueblos, por ejemplo, la ciudad de Skela, en Yugoslavia, en la que asesinaron a todos sus habitantes. Una mención especial merece la ciudad de Lidice y sus habitantes, en Checoslovaquia. El Párrafo H hace referencia al reclutamiento forzado de los obreros civiles. En Francia oblig aro n a 963.813 personas a trasladarse a Alemania para trabajar en este país. El Párrafo I hace referencia a la obligación de la población civil de las regiones ocupadas a prestar juramento Alsacia y Lorena. de fidelidad a los ocupantes, haciéndose especial mención de los habitantes de El Párrafo J se refiere a la germanización de las regiones ocupadas. En este caso solo se citan ejemplos de Francia, como la evacuación fr ancesa de la reg ión del Saare y de Lor ena.
4. Crímenes contra la humanidad´ Este punto de la acusación representa una ampliación del Punto 3 del Escrito de Acusación y comprende las dos partes siguientes: «Asesinato, exterminación, esclavitud, deportación y otros tratos inhuman os co ntraraciales la población civil antes o durante guerr a»,de asílos como también «Persecución por motivos políticos, o religiosos». Además del laexterminio judíos se menciona el asesinato del canciller federal austríaco Dollfuss, el socialdemócrata Breitscheid y el comunista Thählmann.
NEXO A En el Anexo al Escrito de Acusación se especifica claramente la actuación y las actividades de todos y cada uno de los acusados principales y se establece su responsabilidad de acuerdo con los cargos de la acusación anteriormente expuestos. A continuación, y por orden alfabético, y no como queda establecido en el srcinal, hacemos referencia a los cargos desempeñados, según los cuales son r esponsables: BORMANN, de 1925 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, miembro del Estado Mayor de la Jefatura de las SA, fundador y jefe de la Caja de Seguros y Ayuda del Partido nacionalsocialista, Reichsleiter, jefe de la Cancillería, como lugarteniente del Führer, miembro del Consejo de ministros para la Defensa del Reich, organizador y jefe del Volksturm, general de las SS y general de las SA. Cargos: 1, 3, 4. DOENITZ, de 1932 a 1945: Comandante en jefe de la Flotilla de submarinos Weddingen, comandante en jefe del Arm a submarina, contraalmir ante, almir ante, gr an almir ante y co mandante en efe de la Marina de guerra alemana, consejero de Hitler y sucesor de Hitler como jefe del Gobierno alemán. Cargos: 1, 2, 3. FRANK, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, general de las SS, miembro del Reichstag, m inistro sin cartera, co misari o del Reich p ara la Justicia nac ionalsocialista, president e de la Cámara del Derecho Internacional y de la Academia de Jurisprudencia alemana, jefe de la Administración civil de Lodz, jefe administ rativo de l as zonas mil itares de la Pr usia Or iental, Posen, Lodz y Cracovia y go bernador general de las zo nas polacas ocupad as. Cargo s: 1, 3, 4. FRICK, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, Reichsleiter, general de las SS, miembro del Reichstag, ministro del Interior del Reich, ministro del Reich, jefe de la Oficina cent ral para la anexión del país de los sudetas, Memel, Danzig, las regiones del Este, Eupen, Malmedy, Moresnet, jefe de la oficina central para el Protectorado de Bohemia y Moravia, gobernador general de Baja Estiria, Alta Carintia, Noruega, Alsacia-Lorena y protector del Reich para Bohemia y Moravia. Cargos: 1, 2, 3, 4. FRITZSCHE, de 1933 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, redactor jefe de la Oficina de Información alemana, jefe de Radiodifusión y de la Sección de Prensa del Ministerio de Pro paganda del Reich, Director en el Ministerio de Propaganda, jefe de la Sección de Propaganda del Partido nacionalsocialista y plenipotenciario para la organización del Servicio de Radiodifusión alemana. Cargos: 1, 3, 4. FUNK, fue durante los años 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, consejero económico de Hitler, miembro del Reichstag. Jefe de Prensa del Gobierno del Reich, secretario de Estado en el Ministerio de Propaganda, ministro de Economía del Reich, ministro de Economía de Prusia, presidente del Reichsbank alemán, plenipotenciario económico y miembro del Consejo de Ministros para la Defensa del Reich. Cargos: 1, 2, 3, 4. GOERING, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, Reichsführer de las SA, general de las SS, miembro y presidente del Reichstag, de la Policía secreta de Estado prusiano, presidente del Tribunal Supremo del Partido, plenipote nciario del Plan Quinq uenal, ministro del Aire del Reich, presidente del Consejo de Ministros para la Defensa del Reich, miembro del Consejo de
Ministros secreto, jefe de la Empresa Hermann Goering y previsto sucesor de Hitler. Cargos: 1, 2, 3, 4. HESS, de 1921 a 1941: Miembro del Partido nacionalsocialista, lugarteniente del Führer, ministro sin cartera, miembro del Reichstag, miembro del Consejo de Ministros para la Defensa del Reich, miembro del Consejo de Ministros secreto, previsto sucesor de Hitler después del acusado Goer ing, g eneral de las SS y g eneral de las SA. Cargo s: 1, 2, 3, 4. JODL, de 1932 a 1945: Teniente coronel en la Sección de Operaciones de la Wehrmacht, coronel, jefe de la Sección de Operaciones del Alto Mando de la Wehrmacht, general, jefe del Estado Mayor General. Cargos: 1, 2, 3, 4. KALTENBRUNNER, de 1932 Miembr o del Par tido nacio alista, gen eneral de las SS, miembro del Reichstag, gener al de ala1945: Policía, secretario de Estado par nalsoci a la Seguridad Au stria y jefe de la Policía, presidente de la Policía de Viena, jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich. Cargos: 1, 2, 4. KEITEL, de 1938 a 1945: Jefe del Alto Mando de la Wehrmacht alemana, miembro del Consejo de ministros secreto, miembro del Consejo de ministros para la Defensa del Reich y mariscal de campo. Cargos: 1, 2, 3, 4. KRUPP, de 1932 a 1945: Director gerente de Friedrich-Krupp-AG, miembro del Consejo de Economía del Reich, presidente de la Cámara de Industria alemana, jefe de la Sección carbón, hierro y metales en el Ministerio de Economía del Reich. Cargos: 1, 2, 3, 4. LEY, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, Reichsleiter, jefe de Organización del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, jefe del Fr ente de Trabajo, general de las SA. Cargos: 1, 3, 4. NEURATH, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, general de las SS, miembro del Reichstag, ministro del Reich, ministro de Asuntos Exteriores del Reich, presidente del Consejo de ministros secreto, pro tector del Reich p ara Bohemia y M or avia. Cargo s: 1, 2, 3, 4. PAPEN, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, canciller del Reich, plenipotenciario para el Saare, plenipotenciario para el Concordato con el Vaticano, embajado r en Viena y en Ankara. Carg os: 1, 2. RAEDER, de 1928 a 1945: Comandante en jefe de la Marina de guerra alemana, gran almirante, almirante inspector de la Marina de guerra alemana y miembro del Consejo de ministros secreto. Cargos: 1, 2, 3. RIBBENTROP, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, consejero exterior del Führer, representante del Partido nacionalsocialista en cuestiones internacionales, delegado alemán para la cuest ión del desarme, embajador extrao rdinario, embajador en Londres, jefe de la Oficina Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores del Reich, miembro del Consejo de minist ros secr eto, miembr o de la Jefatu ra po lítica del Führer y general de las SS. Cargo s: 1, 2, 3, 4. ROSENBERG, de 1920 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, Reichsleiter del Partido nacionalsocialista, editor del Völkischen Beobachter, órgano del Partido nacionalsocialista, jefe de la Oficina exterior del Partido nacionalsocialista, ministro del Reich para las regiones ocupadas del Este, jefe del Einsatzstab Rosenberg, general de las SS y de las SA. Cargos: 1, 2, 3, 4. SAUCKEL, de 1921 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, Gauleiter y gobernador
general de Turingia, miembro del Reichstag, plenipotenciario para el Trabajo en el marco del Plan Quinquenal, gener al de las SS y de las SA. Carg os: 1, 2, 3, 4. SCHACHT, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, ministro de Economía del Reich, miembro del Reich sin cartera y presidente del Reichsb ank alemán . Cargo s: 1, 2. SCHIRACH, de 1924 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, efe de las Juventudes del Reich, Reichsleiter, jefe de las Juventudes hitlerianas, comisario de Defensa del Reich, go bernador general y Gauleiter de Viena. Cargo s: 1, 4. SEYSS-INQUART, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, general de las SS, plenipotenciario Austria, del miembro Interior ydel ministro para Segur idad en Austria, canciller federal de Austria,para miembro delministro Reichstag, Consejo de la ministros secreto, ministro sin cartera del Reich, jefe de la Administración para el Sur de Polonia, lugarteniente del gobernador general de las regiones ocupadas de Polonia y comisario del Reich en los Países Bajos. Cargos: 1, 2, 3, 4. SPEER, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, Reichsleiter, miembro del Reichstag, ministro del Reich para el Armamento, jefe de la Organización Todt, plenipotenciario para la Industria del Armamento y presidente del Consejo de Defensa. Cargos: 1, 2, 3, 4. STREICHER, de 1932 a 1945: Miembro del Partido nacionalsocialista, miembro del Reichstag, general de las SA, Gauleite r de Franconia, redactor jefe del Der Stürmer. Cargo s: 1, 4.
NEXO B En este Anexo del Escrito de Acusación se citan las organizaciones y grupos contra los que se presenta acusación, es decir: el Gobierno del Reich, el Cuerpo de los jefes políticos del Partido nacionalsocialista de trabajadores alemán, las SS, la Gestapo, las SA, el Estado Mayor y el Alto Mando de la Wehrm acht. Carg os de la Acusación: 1, 2, 3, 4. El Escrito de Acusación lleva las siguientes firmas: Robert H. Jackson, por los Estados Unidos; François de Menthon, por la República Francesa; Hartley Shawcross, por el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte; R. R. Rudenko, por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El documento está fechado en Berlín, día 6 de octubre de 1945.
VEREDICTO (Según el tex to or iginal, abr eviado.) El veredicto del Tribunal Militar Internacional, anunciado el día 30 de septiembre y el 1.º de octubre de 1946, empieza con las siguientes palabras: «El 8 de agosto de 1945, los Gobiernos del Reino Unido de la Gran Bretaña y de Irlanda del Norte, el Gobierno de los Estados Unidos de América, el Gobierno provisional de la República Francesa y el Gobierno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas firmaron un Acuerdo, debido al cual había de constituirse este Tribunal para dictar sentencia contra aquellos criminales de guerra cuyos delitos no estaban limitados por zonas geográficas. Según el Artículo 5, las naciones que se citan a continuación se han unido a la firma de este Acuerdo. »Grecia, Dinamarca, Yugoslavia, los Países Bajos, Checoslovaquia, Polonia, Bélgica, Abisinia, Australia, Honduras, Noruega, Panamá, Luxemburgo, Haití, Nueva Zelanda, India, Venezuela, Uruguay y Paraguay. »A este Tribunal le han sido otor gados plenos po deres para j uzgar a todas aquellas personas que hayan cometido crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad y según las disposiciones establecidas al efecto.» A continuación el Tribunal da un informe sobre las actividades desplegadas hasta aquel momento: «Fueron celebradas 403 sesiones públicas, se oyó a 33 testigos citados por la acusación y a 61 citados por la defensa. Otros 142 testigos presentaron declaraciones juradas por escrito. Se presentaron 38.000 pruebas contra los jefes políticos, 136.312 contra las SS, 10.000 contra las SA, 7.000 contra el SD, 3.000 contra el Estado Mayor y el Alto Mando de la Wehrmacht y 2.000 contra la Gestapo.» Sobre la autenticidad de los documentos presentado s, declara el Tr ibunal: «La mayoría de los documentos presentados al Tribunal por parte de la acusación, consistía en
documentos que fueron capturados por los Ejércitos aliados en los Cuarteles generales del Ejército alemán, en los edificios y oficinas del Gobierno alemán y en otros lugares. Algunos de estos documentos fueron hallados en minas de sal, otros enterrados u ocultos en lugares en donde se creía que no podrían ser hallados. Por consiguiente, la acusación se basa en documentos que proceden de los propios acusados y cuya autenticidad solo ha sido puesta en duda en una o dos ocasiones.» Se presenta acusación contra los encartados basándose en el Artículo 6 de los Estatutos, que dice lo siguiente : El Tribunal tiene el derecho de juzgar y castigar a aquellas perso nas que hayan cometido uno de los crím enes que se exponen a continuac ión: a) Crímenes paz:violación Planeamiento, iniciación o dirección guerra ode agresión, de una contra guerralacon de lospreparativos, tratados internacionales, acuerdosdeo una garantías participación en un plan o una conspiración común para la ejecución de uno de los delitos anterio rmente expuestos. b) Crímenes de guerra: O sea, violaciones del derecho de guerra y de los usos de la guerra. Estos delitos comprenden, pero sin limitarse a ellos, asesinatos, malos tratos o deportación para trabajos forzados o para cualquier otro fin de la población civil con residencia fija en las regiones ocupadas, asesinato o malos tratos de prisioneros de guerra o de personas en alta mar, ejecución de rehenes, robo de bienes públicos o privados, destrucción arbitraria de ciudades, mercados y pueblos que no están justificados por ninguna medida de carácter militar.
Crímenes contraa la Es dedecir, asesinatos, exterminio, otrosc)tratos inhumanos la humanidad: población civil las regiones ocupadas antes esclavitud, o durante ladeportación guerra, o u persec ución por motivos políticos, raciales o religio sos. Con el fin de hacer más comprensibles los cargos, Guerra de agresión y Crímenes de guerra, el Tribunal ofrece un resumen sobre los acontecimientos políticos en Alemania después de la Primera Guerr a Mundial. En primer lugar se hace referencia a los Principios y Fines del Partido nacionalsocialista y cita cinco de los veinticinco puntos del Programa del Partido nacionalsocialista. Punto 1: Abogamos por la unión de todos los alemanes sobre el derecho a la autodeterminación de los pueblos y para la cr eación de la Gran Alemania. Punto 2: Abogamos por la igualdad de derechos del pueblo alemán frente a las demás naciones, la anulación de los Tratados de Paz de Versalles y de Saint-Germain. Punto 3: Exigimos tierra y colinas para la alimentación de nuestro pueblo y poder fijar la residencia del exceso de población. Punto 4: Solo pueden ser ciudadanos alemanes los que sean de sangre alemana, sin tener en cuenta su fe religiosa. Ningún judío puede ser ciudadano alemán. Punto 22: Exigimos sea disuelto el ejército de mer cenarios y sea cr eado un ejército popular. Los o bjetivos pr incipales de l Partido, indica el Tr ibunal, anulación de los tratados de paz, unión de todos los alemanes, conquista de nuevas tierras y colonias, podían conseguirse, única y exclusivamente, por el uso de la fuerza. La hist oreliacumplimiento del r égimen nazi r evela sol o estabaydispuesto a entablar negociaciones cuando se le aseguraba de todas susque pretensiones que, en caso contrar io, siempre estuv o dispuesto a r ecurr ir a la fuerza. En el siguiente capítulo, sobre la conquista del poder, afirma el Tribunal que los acusados
Goering, Schacht y Papen cooperaron con su propaganda al nombramiento de Hitler como Canciller del Reich. Había llegado el mo mento par a el Partido nacionalsocialista de asegurar su poder. Gracias a una serie de leyes se logró extender la influencia del Partido nacionalsocialista sobre todo el pueblo alemán. En abril del año 1933 fue creada en Prusia la policía secreta del Estado (la Gestapo ) y en ulio fue declarado como único partido político autorizado en Alemania. Los funcionarios fueron enjuiciad os seg ún puntos de vista políticos y raciales. L o mismo ocurr ía con lo s fiscales y abogados. Fueron disueltos los sindicatos y sustituidos por el Frente de Trabajo alemán (DAF). No fueron prohibidas las Iglesias cristianas, pero el Partido nacionalsocialista trató, en todo momento, de reducir influenimportante cia sobre lo sfue alemanes . Un supapel el antisemitismo en las actividades desplegadas por los nacionalsocialistas. El 1.º de abril de 1933, el Gobierno del Reich decretó el «boycott» contra todas las empr esas judías. Durante lo s años siguientes fuer on l imitadas todas las activida des pro fesionales a que podían dedicarse los judíos. Con las Leyes de Nuremberg les fue arrebatada a los judíos la ciudadanía alemana. El «putsch» de Röhm, del 30 de junio de 1934, sirvió como pretexto para ahogar en sangre una supuesta resistencia. Una intensa propaganda había de educar al pueblo alemán y, en especial, a la juventud alemana en los ideales del rég imen nacionalsocialista. A tal fin usar on de la radio y de la Prensa, pro hibiendo la cr ítica. Después de haber afianzado su poder en el país se lanzaron a un amplio programa de rearme. A partir del año 1936 procuró el acusado Goering que fueran puestas las materias primas y las divisas necesarias a disposició n del rear me de Alemania. En octubre de 1933, Alemania se retiró de la Conferencia del Desarme y de la Sociedad de Naciones. En marzo de 1935 comenzó Goering la organización de un arma aérea y aquel mismo mes fue introducido el servicio militar obligatorio y elevada la potencia en tiempos de paz del Ejército alemán a 500.000 hombres. La Marina de guerra alemana recibió, igualmente, nuevos impulsos. En unio de 1934, el acusado Raeder recibió instrucciones firmadas por Hitler para mantener en secreto la construcción de submarino s y de navíos de g uerr a de un tonelaje sup erio r a las 10.000 toneladas.
CONSPIRACIÓN Y CRÍMENES CONTRA LA PAZ Después de exponer estos hech os, el Tr ibunal considera l os do s prim ero s carg os de la acusación. En el veredicto dice textualmente como premisa fundamental: «Las afir maciones del Escrito de Acus ación de que los acusados planea ron y ejecut aro n guer ras de agresión son de una naturaleza muy grave. La guerra es esencialmente un crimen. Sus consecuencias no afectan única y exclusivamente a las naciones que se encuentran en guerra, sino a todo el mundo. Por consiguiente, una guerra de agresión es un crimen internacional. Es el crimen internacional más grave que pueda concebirse.» El Tribunal llega a la conclusión de que la ocupación de Austria y de Checoslovaquia fueron acciones agr esivas, mientras que la guerr a contra Polo nia fue la primer a guerra de agresión. Los planes de ataque del Gobierno del Reich no se debían a la casualidad, sino que formaban parte de una política exterior estudiada en sus menores detalles. El Tribunal llama la atención sobre el carácter agr esivo del libro de Hitler, Mein Kampf, y cita: «Las tierras en las que vivimos no les fueron regaladas por el cielo a nuestros antepasados. Hubieron de conquistarlas. Y tampoco en el futuro podemos confiar en la gracia divina, sino solamente en la fuerza de una espada victoriosa.» Hitler celebró cuatro conferencias secretas durant e las cuales explicó sus planes de agresión. Se trata de las conferencias del 5 de noviembre de 1937, del 23 de mayo de 1939, del 22 de agosto de 1939 y del 23 de noviembr e de 1939. Durante el curso de esta última conferencia, Hitler dio a sus comandantes en jefe un resumen de lo que ya se había alcanzado hasta aquel momento y declaró a continuación: «No he creado la Wehrmacht p ara que se quede con lo s brazo s cr uzados. Siempre he esta do decidido a i r a la g uerr a». En su primera conferencia del año 1937, ya expuso Hitler su intención de ocupar Austria y Checoslovaquia. La ocupación de Austria es considerada por el Tribunal como un acto de agresión planeado de antemano. En 1935, Hitler había declarado ante el Reichstag que no albergaba la intención de atacar Austria, ni tampoco de inmiscuirse en asuntos internos. Pero, al mismo tiempo, Hitler trabajaba en secreto para anexionarse Austria. El Tribunal dice textualmente a este respecto: «Este Tribunal declara que la anexión de Austria fue llevada a cabo con unos métodos que la condenan como acto de agresión. El factor decisivo en la anexión de Austria por Alemania lo representó la intervención del Ejército alemán.» Aparece claro que el acto siguiente debía ser la ocupación de Checoslovaquia. La Operación Verde había sido estructurada hacía ya tiempo, cuando todavía se le daban seguridades y garantías al Gobier no checoslo vaco de que nunc a ser ía atacado. El plan para la anexión fue estudiado y prepar ado en sus menor es detalles. Las potencias o ccidentales fir maro n el Acuerdo de Munich, con la esperanza de que Alemania no volvería a presentar reivindicaciones territoriales en Europa. Pero Hitler no descansó hasta que hubo o cupado todo el terr itor io checoslo vaco. Gracias a las anexiones de Austria y Checoslovaquia, había conseguido Hitler apoderarse de unas bases de partida tan excelentes, que ya podía pensar en el ataque contra Polonia. Aunque en el
año 1934 había sido firmado un pacto de no agresión entre Polonia y Alemania, y a pesar de que en repetidas ocasiones Hitler había anunciado ante el Reichstag alemán que quería disfrutar de buenas relaciones con el Gobierno polaco, en el año 1938 ordenó al Alto Mando de la Wehrmacht que iniciara sus pr eparativos para poder lanzar un ataq ue contra Dan zig. Hitler tenía plena seguridad de que en el caso de un ataque contra Polonia, la Gran Bretaña y Francia declararían automáticamente la guerra a Alemania. Sabía igualmente que la lucha contra la Gran Bretaña y Francia sería a vida o muerte, pero Hitler intensificó, no obstante, sus planes de agresión. El acusado Ribbentrop fue enviado a Moscú para concertar con los soviets un pacto de no agresión. Sobre lasseñala negociaciones hostilidades, el Tribunal:de Hitler con las potencias occidentales poco antes de estallar las «Este Tribunal opina que tal como llevaron estas negociaciones Hitler y Ribbentrop, queda claramente demostrado que no estaba impulsado por la buena fe ni por el deseo de mantener la paz, sino que representan, única y exclusivamente, un deseo de aplazar en lo posible la intervención de la Gran Bretaña y de Francia.» El Tribunal llega al convencimiento de que la guer ra que comenzó Alemania el 1. º de septiembre de 1939 contra Polonia, es una guerr a de agresió n. Con la invasión de Dinamarca y de Noruega se amplió la agresión a otros dos países. A pesar de que entre Alemania y Dinamarca existía un pacto de no agresión, las tropas alemanas invadieron el 9 de 1940futuras el territorio danés. mismo día fue Noruega con el de apoderarse de abril basesdepara acciones de Aquel agresión. La idea de ocupada esta acción agresiva fuefinconcebida, según parece, por los acusados Raeder y Rosenberg. Esta acción se llevó a cabo con el nombre clave de Operación Weser. Las instrucciones de Hitler del 1.º de marzo de 1940 dicen que esta operación tenía como base prevenir un ataque inglés contra Dinamarca y Noruega. Existen documentos de que, efectivamente, los aliados tenían planeado establecer bases en estos dos países. Según el Tribunal la acción alemana no r epresentaba, de nin gún mo do, una medida defen siva, sino que debe considerarse como una acción o fensiva. En mayo de 1939, Hitler declaró ante sus comandantes militares, que habían de ser ocupadas militarmente las bases aéreas holandesas y belgas. La invasión de Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo representa la ejecución material de este punto de vista. Cuando Alemania dio este paso el 10 de mayo de 1940, trató de justificar esta medida alegando que los ingleses tenían planeado invadir Alemania por la región del Ruhr. Este Tribunal no admite esta objeción. El ataque alemán fue una nueva consecuencia de la política de agr esión del r égimen nacionalsocialista. La guerra de agresión contra Yugoslavia y Grecia ya había sido planeada hacía mucho tiempo, con toda pr obabilidad, en agosto de 1939. La Operación Marita, es decir, la ocupación de Grecia, tuvo que ser aplazada, a pesar de que Italia ya había atacado el 28 de octubre de 1940 a Grecia. El 3 de marzo de 1941 desembarcaron tropas alemanas en Grecia para romper la resistencia que los griegos ofrecían a los italianos. El 16 de abril del mismo año, las fuerzas alemanas invadieron sin previo aviso, Grecia y Yugoslavia. Esta invasión fue llevada a cabo con tal rapidez que Hitler tuvo que renunciar a sus «explicaciones» habituales. Hitler trató de justificarse ante el pueblo alemán alegando que la presencia de las tropas británicas en Grecia significaba un evidente peligro de que la guerra se extendiera a los Balcanes. Pero existen pruebas de que la invasión de estos dos países ya había sido planeada mucho tiempo antes.
A pesar del Pacto de no agresión firmado el 23 de agosto de 1939, a fines del verano del año 1940 Alemania comenzó lo s pr eparativos para una guerra de agresión contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Estos preparativos fueron encubiertos bajo el nombre clave de Operación Barbarroja. Estos planes preveían la división de la Unión Soviética en una serie de Estados independientes. Hungría, Rumanía y Finlandia fueron convencidas para la guerra contra la Unión Soviética. Este Tribunal contesta a la pretensión de la defensa de que la Unión Soviética tenía la intención de atacar Alemania con las siguientes palabras: «Es inconcebible que esta intención fuese amás estudiada en serio». La guerra contra los Estados Unidos empezó cuatro días después del ataque de los japoneses contra la flota americana el 7 de diciembre de 1941. No cabe la menor duda de que Hitler hizo todo lo que pudo para obligar al Japón a entrar en la guerra contra los aliados. Prometió ayuda a los aponeses cu ando estos le i nfor maro n de sus planes de guerr a contra lo s Estados Unidos.
VIOLACIÓN DE LOS TRATADOS INTERNACIONALES En los Estatutos del Tribunal queda definido como crimen el planeamiento y la ejecución de guerras de agresión. Son consideradas criminales las guerras con violación de un tratado de paz. El Tribunal declaró que fueron planeadas y llevadas a la práctica guerras de agresión contra doce naciones. Entre los tr atados que fueron vio lados por los alemanes fig uran lo s siguientes : 1. La Convención de La Haya del año 1899. Los firmantes se comprometían a reclamar la intervención de o tras naciones para im pedir hostilidades. 2. El Tratado de Versalles. Fue violado, 1) por la ocupación de la zona desmilitarizada de Renania; 2) por la anexión de A ustria; 3) por la anexión de la reg ión de Memel; 4) por la anexión del Estado libre de Danzig; 5) por la anexión de Bohemia y Moravia; 6) por la remilitarización de Alemania, por air e, tier ra y mar. 3. Diversos tratados de garantía y no agresión. 4. El Pacto Kellogg-Briand. Este Pacto fue violado por Alemania en el curso de las guerras de agr esión citadas en el Escrito de Acusac ión.
LA LEGALIDAD DEL ESTATUTO El Tribunal estudia a continuación las objeciones de que no puede procederse al castigo de un delincuente sin antes haber existido la ley que castigue el delito: Nullum crimen sine lege, nulla poena sine lege. El Tribunal llama la atención sobre el hecho de que los acusados estaban perfectamente informados de los pactos que habían sido firmados por Alemania y en los cuales eran declaradas fuera de la ley todas las guerras. Sabían que procedían contra lo establecido por el derecho internacional. Insiste el Tribunal en la existencia del Pacto Kellogg-Briand, en el cual se condenaban las guerras. El Tribunal rechaza la objeción de que el derecho internacional puede aplicarse única y
exclusivamente a lo s Estados sober anos, pero no a l as perso nas individuales. «Los crímenes contra el derecho internacional se realizan por personas, no por instituciones abstractas». La objeción de que los acusados había n actuado por or den de Hitler es tomada en consideración en el Artículo 8 de los Estatutos, que considera como atenuante, pero no com o excluyente. El plan conspiración para una guerra de agresión se extiende durante un período de veinticinco años. Queda bien demostrado que el 5 de noviembre de 1937, e incluso antes, fueron forjados planes de guerra. La amenaza de guerra formaba parte integrante de la política nacionalsocialista. En opinión del Tribunal no cabía la menor duda sobre la participación directa de los acusados en estos preparativos. «Los objetivos de los jefes nacionalsocialistas era extender su poder sobre todo el continente euro peo. Pretendían conseguir lo, pr imer o co n la anexión de t odas las r egio nes de habla alemana y en segundo lugar con la co nquista de nuevos espacios vitales. Aunque pueda parecer que cada acción era independiente, en sí era la sucesión prevista para alcanzar el objetivo final».
CRÍMENES DE GUERRA Y CRÍMENES CONTRA LA HUMANIDAD El material presentado en este caso era tan voluminoso «que es completamente imposible obtener una visión de conjunto», según palabras del Tribunal. Fueron cometidos crímenes de guerra como nunca los había conocido la historia de la humanidad. Estos crímenes tenían su srcen parcial en el concepto formulado por los nacionalsocialistas de la guerra total. Los crímenes de guerra fueron casi siempre el resultado de unos planes concebidos fríamente, proyectados desde hacía mucho tiempo como , por ejemplo, en el caso de la Unión Soviét ica.
SESINATOS Y MALOS TRATOS A PRISIONEROS DE GUERRA En el curso de las hostilidades fueron fusilados muchos prisioneros de guerra aliados que se entreg aro n a los alemanes. Los comandos, aunque llevaran uniforme, debían «ser aniquilados hasta el último hombre». Estos soldados eran fusilados en el mismo lugar en que se les hacía prisioneros de guerra o internados en campos de concentración. Según la «Kugel-Verordnung» de marzo de 1944, los oficiales prisioneros de guerra que intentaran la fuga tenían que ser fusilados sin excepción. Se excluía de esta orden a los oficiales ingleses y americanos. En marzo de 1944 fueron fusilados cincuenta oficiales de la Royal Air Force, que habían huido del campo de prisioneros de guerra de Sagan. Fue inhumano el trato de que en todo momento fueron víctimas los prisioneros de guerra soviéticos. Estos no recibían ninguna clase de vestimenta, los enfermos no eran atendidos por los médicos, se les dejaba padecer hambre y en muchos casos morirse. El Tribunal expone a continuación una serie de pruebas u órdenes, así como declaraciones de testigos que ofrecen una clara imagen del trato de que fueron objeto los prisioneros de guerra soviéticos. En algunos casos, los pr isioner os de guerr a fueron sometidos a exp erim entos cr ueles y mor tales de necesidad.
A pesar de que la Unión Soviética no había firmado la Convención de Ginebra, también valían en este caso los fundamentos del derecho internacional. El Tribunal opina lo mismo que el almirante Canaris, que pro testó contra el trato de q ue eran víct imas los pr isioner os de guer ra so viéticos.
SESINATOS Y MALOS TRATOS A LA POBLACIÓN CIVIL En las regiones administradas por Alemania fueron violadas las leyes de guerra tal como se acordaron en la Convención de La Haya, Artículo 46, y con respect o a la población civil: «El honor y los derechos derelig la ioso familia, los ciudadanos bienes privados, así como el convencimiento y loslaservida viciosdeeclesiást icos debenyselos r respetados». El día 7 de diciembre de 1941 entró en vigor la ley «Nacht-und-Nebel-Befehl», que indicaba que todas las personas que se habían hecho responsables de un delito contra las fuerzas alemanas de ocupación, debía n ser deportadas a A lemania para ser juzgadas allí. E sta medida había de servir para introducir el pánico en la población civil. Esta ley fue ampliada posteriormente a toda clase de delitos. No solo eran condenados y castigados los que cometían un delito, sino también todos sus familiares. Fueron detenidos rehenes. Según declaración del acusado Keitel habían de ser fusilados en la Unión Soviética cincuenta ciudadanos soviéticos por cada soldado alemán. En algunos casos fueron destruidas poblaciones enteras, como en el caso concreto de Oradour-sur-Glane en Francia y Lidice en Checoslovaquia. Los campos de concentración también fueron creados en las regiones ocupadas para internar en ellos a todas las personas sospechosas. Los internados eran obligados a trabajos forzados, y se les alimentaba mal. En algunos campos fuer on construidas cámaras de gas para facilitar las ejecuciones en masa. Por orden de Himmler fueron creados los llamados Einsatzgruppen para combatir a los guerrilleros y exterminar a los judíos y comunistas. Según una orden fir mada por el acusado Keitel, toda r esistencia debía ser combatida lleva ndo el pánico a la población civil. Una prueba concluyente en este caso es el asesinato en masa llevado a cabo el día 5 de octubre de 1942 en Drubno. Los crímenes contra la población civil en Polonia y Rusia tenían por objeto liberar tierras para que pudieran ser colonizadas por los alemanes. El acusado Frank declaró: «Los polacos han de ser los esclavos del Gr an Imperio alemán». El resultado de est a política fue que al te rminar la g uerr a había desa parecido una tercera parte de la población polaca y el país entero había sido destruido. Lo mismo cabe decir de las regiones rusas ocupadas por los alemanes. Un caso concr eto lo tenemos en la evacua ción fo rzada de la población de Crimea.
EXPLOTACIÓN DE BIENES PÚBLICOS Y PRIVADOS Según la Convención de La Haya, las fuerzas de ocupación solo pueden apropiarse de lo que necesitan para su propio sustento. Pero los alemanes explotaron y saquearon, sin consideraciones de
ninguna clase, las regi ones que ocupab an. Goer ing declar ó el día 6 de ago sto de 1942 : «No hemos mandado a nuestras tropas a esos países para que trabajen para ellos, sino para extraer todo lo posible para que pueda vivir el pueblo alemán. Me tiene sin cuidado que esos extranjer os se muer an de hambre». Las industrias extranjeras continuaron trabajando bajo control alemán, y las materias primas fueron confiscadas por el Gobierno alemán. Fueron confiscados en las regiones ocupadas objetos de arte, en especial, por mediación del Einsatzstab Rosenberg. Según informe de Robert Scholz, jefe del Sonderstab Schöne Künste, de marzo de 1941 a julio de 1944, fueron transportados al Reich, 137 vagones de tren con 4.174 cajas llenas de objetos de arte. En muchos países fuero n saqueadas colecciones par ticulares, biblioteca s y residencias pri vadas. En la Unión Soviética fueron saqueados sistemáticamente todos los museos, palacios y bibliotecas. El valor de los objetos de arte confiscados en Rusia Blanca se eleva a muchos millones de rublos. Los documentos presentados ante este Tribunal revelan claramente que estos objetos de arte no fueron confiscados para su segur idad, sino única y exclusiva mente para enriquecer Alemania.
LA POLÍTICA DE LOS TRABAJOS FORZADOS Según la Convención de La Haya (Artículo 52), la población de las regiones ocupadas solo puede trabajar para las necesidad es del Ejército de o cupación. Hitler declaró en su discu rso del día 9 de noviembre de 1941: «Las regiones que en la actualidad trabajan para nosotros, comprenden más de 250 millones de seres humanos». Un mínimo de cinco millones fueron deportados a Alemania para trabajar en la industria y en la agr icultura. Durante los dos primeros años de la ocupación alemana de Francia, Bélgica, Holanda y Noruega, se hizo un intento para el reclutamiento voluntario de mano de obra. Pero cuando este intento fracasó absolutamente, se procedió entonces al reclutamiento forzoso. El reclutamiento de obreros por los alemanes nos recuerda la época peor del tráfico de esclavos. Sauckel declaró el día 20 de abril de 1942: «Todos esos hombres han de ser alimentados, alojados y tratados para que con el menor consumo posi ble, den el máximo r endimiento». El trato de que eran objeto los trabajadores extranjeros en Alemania fue, en la mayoría de los casos, denigrante y brutal. También los prisioneros de guerra aliados fueron obligados a trabajar.
LA PERSECUCIÓN DE LOS JUDÍOS «La persecución de los judíos el régimen nazieste ¯dice textualmente declaración del Tribunal¯, ha sido demostrada con elpara mayor detalle ante Tribunal». Es un la relato de crueldades sistemáticas y consecuentes. Ohlendorf, jefe de la Sección III de la Oficina Central de Seguridad del Reich de 1939 a 1943, que mandó uno de los Einsatzgruppen en la campaña contra la Unión Soviética, ha expuesto, ante est e Tribunal, los métodos que se empleaban para exterminar a los judíos.
Ha declarado que los grupos de ejecución eran destinados al fusilamiento de las previstas víctimas, y que los 90.000 hombres, mujeres y niños que fueron muertos por el grupo a su mando en el curso de un año, fuer on pr incipalmen te judíos. El acusado Frank ha declarado: «Hemos luchado contra el judaísmo. Durante muchos años hemos luchado contra los judíos. Hemos hecho declaraciones, y mi Diario es en este caso un testigo de cargo contra mí, unas declaraciones que hoy me suenan terribles... Pasarán mil años y Alemania no habrá pagado aún sus culpas». Las medidas antijudías estaban formuladas en el Punto 4 del programa del Partido. Este programa señalaba que los judíos debían ser tratados como extranjeros y que no habría que permitírseles públicos. El Partido Der nacionalsocialista guerra contra ellos udíos desde elocupar mismocargos momento de su fundación. Stürmer y otr aspredicó publicaclaiones difundían odio contra los judíos. Cuando fue o cupado el poder se intensificó la persecución contra los judíos. Las leyes limitaban las actividades de los judíos, y estas limitaciones se extendían también a su vida familiar y a sus derechos co mo ciudadanos. En otoño del año 1938, la persecución contra los judíos había alcanza do, por parte del Gobierno alemán, una intensidad que preveía el exterminio de todos los judíos residentes en Alemania. Fueron incendiadas y destruidas las sinagogas, fueron saqueados los comercios judíos y detenidos los comerciantes de esta raza. Un castigo colectivo de mil millones de marcos les fue impuesto a los judíos. Todas estas medid as llevaban la firma del acusado Go ering . Pero la persecución de los judíos antes de la guerra no puede compararse, de ningún modo, con la política de persecuciones en las regiones ocupadas. Los judíos fueron internados en ghettos, obligados a llevar la estrella amarilla y destinados a trabajar co mo esclavos. En el verano del año 1941 fueron estudiados los planes para una solución final del problema udío en toda Europa. E sta solución final consistía en la ext ermi nación de todos lo s judíos, hombr es, mujeres y niños, tal como había anunciado Hitler a principios del año 1939. Fue creada una sección especial de la Gestapo al mando de Adolf Eichmann, jefe de la Sección B, IV de la Gestapo, para llevar esta polí tica a la pr áctica. El plan para el exterminio total de los judíos fue aprobado po co después d e haber sido lanzado el ataque contra UniónDeSoviética. Los Einsatzgruppen de la de policía Seguridad y del SD se hicieron el cargo de esta lalabor. la efectividad de la intervención estosde Einsatzgruppen, se desprende hecho de que en febrero de 1942, Heydrich informó a sus jefes que en Estonia ya no quedaba ningún udío y que en Riga el número de los judíos había descendido de 29.500 a 2.500, y que los Einsatzgruppen que actuaban en aquellas regiones habían procedido a la eliminación en el curso de solo tres meses de 135.000 judíos. Estos grupos especiales trabajaban de acuerdo con las fuerzas militares alemanas. Existen pruebas de que los co mandantes de estos gr upos r ecibían órdenes dir ectas de los comandantes de las unidades de la Wehrmacht. El carácter de la destrucción sistemática es iluminado por el informe del SS-Brigadegeneral Stroop, que en el año 1943 fue encargado de la destrucción del ghetto de Varsovia. Fue presentada ante el Tribunal la película que llevaba por título: «El ghetto de Varsovia ha dejado de existir» com o prueba document al. Los asesinatos en masa de Rowno y Dubno, que han sido relatados por el ingeniero alemán Gräbe, son un claro ejemplo de l os métodos empleados en este caso. L a exterminación sistemát ica de los judíos se llevó a cabo en los campos de concentración. La «solución final» preveía el
internamiento de todos los judíos, procedentes de todas las regiones de Europa ocupadas por los alemanes, en campos de concentración. Según el estado de salud de los internados eran destinados a trabajar o mor ir. Todos lo s que estaban capacitados para el trabajo eran destina dos a trabajos fo rzados, y aquellos cuyo estado de salud no l o permitía, eran destin ados a las cámaras de gas, donde eran asesinados. En algunos campos de concentración, como en Treblinka o Auschwitz, fueron destinados a este fin concreto. Solo en Auschwitz murieron, del 1.º de mayo de 1940 al 1.º de diciembre de 1943 y según declaración hecha por el comandante del campo, 2.500.000 seres humanos y otros 500.000 murieron como consecuencia del hambre y enfermedades. En el campo de concentración de Dachau fueron sometidos los internados a terribles experimentos. Las víctimas eran sumergidas en agua helada, los hombres y las mujeres eran esteril izadas por medio de rayos Roentgen y otros métodos. Se sabe que a las mujeres se les cortaba el pelo antes de destinarlas a las cámaras de gas y que el pelo servía para la fabricación de babuchas en Alemania. Los dientes de oro eran entregados al Reichsbank. La ceniza era usada a continuación como abono y, en algunos casos se intentó aprovechar la grasa de los muertos en la fabricación de jabones. Los grupos especiales recorrían toda Europa para detener a todos los judíos y mandarlos a un campo de concentración. Fueron destinados comisarios alemanes a los Estados vasallos, como Hungría y Rumanía, para organizar los transportes de judíos y es sabido que a fines de 1944, cuatrocientos mil judíos húngaros fueron muertos en Auschwitz. Se sabe también que fueron evacuados 110.000 judíos para ser liquidados en Alemania. Adolf Eichmann ha declarado que como resultado de esta política, decretada por Hitler, fueron asesinados unos seis millo nes de judíos, de los cuales murier on cuatro en los campos de concent ració n.
LAS ORGANIZACIONES ACUSADAS El Artículo 9 de los Estatutos, dice: «En el proceso contra el miembro de un grupo u or ganización puede el T ribunal (en r elación con un delito o causa del cual es condena do el acusado), decidir que el grupo o la organización, del cual es miembro el acusado, es un grupo u organización criminal». El Artículo 10 de los Estatutos señala: «La decisión del Tribunal de declarar criminal a una organización es inapelable. Todos los países signatarios disfrutan del derecho de llevar ante los tribunales a los miembros de una organización considerada como criminal. Sin embargo, el Tribunal recomienda que no sean condenad as perso nas inocent es sobr e la base de la «criminalidad colectiva» .
EL CUERPO DE LOS JEFES POLÍTICOS DEL PARTIDO NACIONALSOCIALISTA El ministerio público solicitó del Tribunal q ue a orbierno ganizaciones criminales el Cu erpoy de los jefes políticos del Par tido, la Gestapo, el SD, lasdeclarar SS , el Go del Reich, el Estado Mayor el Alto Mando de la Wehrmacht alemana. El Tribunal estudió en primer lugar la primera de estas organizaciones.
Estructura y componentes: El Cuerpo de los jefes políticos estaba compuesto por la organización del Partido, con Hitler al mando del mismo. Los trabajos eran realizados por el jefe de la Cancillería del Partido, a cuyas órdenes directas estaban los Gauleiter. En la jerarquía seguían los Kreisleiter, los Ortsgruppenleiter, los Zellenleiter y, finalmente, los Blockleiter. La afiliación al Cuerpo de los jefes políticos era voluntaria en todos sus grados. El Acta de Acusación abarcaba, en este caso concreto, más de 600.000 personas. Objetivo y actividades: La misión principal del Cuerpo era ayudar a los nacionalsocialistas en la conquista del poder. Sus miembros debían vigilar de un modo especial la actitud política del pueblo. Durante las elecciones, el Cuerpo de los jefes políticos tenía que procurar asegurar el mayor número de votos favor ables. Trabajó en colabor ación con la Gestapo y el SD . Actividades criminales: Las medidas para asegurar el control por el Partido nacionalsocialista no so n crim inales, pe ro sí las actividades desplegada s en aquellas zonas de las regi ones o cupadas que fueron anexionadas. El Cuerpo de los jefes políticos participó igualmente en la persecución de los udíos. Los «prog roms» de 9 y 10 de noviembre de 19 38 fuero n or ganizados en colaboració n con los Gau y los Kreisleiter. Los miembros del Cuerpo fueron informados, en mayor o menor grado, sobre el alcance de la «solució n final». El Cuerpo desempeñó un papel sobresaliente en el programa de reclutamiento forzoso de obreros. Según una disposición de Sauckel, el trato de los obreros extranjeros era de la incumbencia del Cuerpo. El Cuerpo es igualmente responsable, de un modo directo, del trato recibido por los risioneros de guerra. Los oficiales de los campos de prisioneros de guerra debían consultar con los Kreisleiter para decidir a qué t rabajo habían de ser destinados los pr isioner os de guer ra. El Cuerpo se hizo r esponsable del linchamiento de los aviadores extranjero s que se arro jaban en paracaídas. Considerando: Que los acusad os Bor mann y Sauckel emplearon a lo s miembro s del Cuerpo par a fines criminales, que los Gauleiter, Kreisleiter y Ortsgruppenleiter intervinieron de un modo directo o indirecto en la realización de los puntos del programa del Partido nacionalsocialista, este Tribunal considera responsables a los hombres que trabajaban en cargos directivos de las oficinas de la efatura nacional, jefatura provincial y jefaturas municipales, y, además, a todos los miembros de la organización que conocían o participaron en actividades criminales. El grupo considerado como criminal no comprende a aquellas personas que renunciaron a cargos de dirección antes del 1.º de septiembre de 1939.
GESTAPO Y SD Estructuración y componentes: El caso de la policía secreta del Estado (Gestapo) y del Servicio de Seguridad del Reichsführer SS (SD) fue tratado conjuntamente pues las dos organizaciones, a partir del 26 de junio de 1936, fueron puestas a las órdenes directas de Heydrich. La unificación de la Sicherheitspolizei (Gestapo y policía criminalista) y del SD fue confirmada en el año 1939 cuando las diferentes oficinas del Estado y del Partido fueron fusionadas en la unidad administrativa el Reichssicherheitshauptamt (RSHA), en la oficina central de la Policía de Seguridad. Esta oficina central estaba subdividida enlasiete departamentos o secciones: Sección I ypor II que se ocupaban de todos los asuntos administrativos, Policía de Seguridad estaba representada la Sección VI (Gestapo) y la Sección V (Policía criminalista), el SD se subdividía en Sección III (interior) y Sección VI (extranjero), la Sección VII representaba la investigación ideológica. Después de la fusión fue equiparada la Policía de Seguridad a las SS, y los funcionarios de la Gestapo y de la Policía
criminalista recibieron los correspondientes rangos en las SS. Los miembr os de la Gestap o, de la Policía cr iminalista y d el SD fuero n destinados a las reg iones ocupadas a formar los llamados «Einsatzkommandos» y «Einsatzgruppen», en los cuales eran alistados, como agentes auxiliares, miembros de la policía del orden, de la Waffen-SS e incluso en la Wehrmacht. La Policía de Seguridad y el SD eran organizaciones voluntarias, aunque también es cierto que muchos funcionar ios del Estado fuero n destinados a la Pol icía de Seguridad. Tres unidade s especiales qu e for maban parte de la o rg anización de la Policía de Segur idad deben ser diferenciadas entre sí: 1. La Policía de fronteras, que era controlada por la Gestapo y que en relación con la detención de obrero extranjeros y su internamiento en los campos de concentración debe ser que englobada en la del acusación defue la colocada Gestapo. bajo 2. Lael control Policíadedela vigilancia de fronteras y de aduanas, en el verano año 1944 Gestapo. Debido a la época en que estas unidades de la policía fueron unidas a la Gestapo, el Tribunal opinó que no debían ser acusadas conjuntamente con esta última. 3. La llamada gendarmería secreta, que en el año 1942 fue separada del Ejército y adscrita a la Policía de Seguridad. Estas unidades cometieron crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en gran escala. Sin embargo, no quedó demostrado que fueran parte íntegramente de la Gestapo y por este motivo no cae bajo la acusación de ser una organización criminal. Una excepción la representaron los miembros que fueron adscritos a la Sección VI de la Oficina Central de la Policía de Seguridad o a cualquiera de aquellas otras or ganizaciones que han sido declaradas crim inales. Actividades criminales: La misión de la Gestapo era impedir toda oposición política contra el régimen nazi. Esta misión cumplió con la ayuda de la SD. Su arma principal fueron los campos de concentración, de los cuales era responsable a través de la oficina central. La Gestapo y el SD intervinieron de un modo directo en los progroms del 10 de noviembre del año 1938. Heydrich, jefe de la Policía de Segur idad y del SD , fue comisio nado, en el año 1939, de la dep or tación de lo s judíos de Alemania y en el año 1941 de la «solución final». Los Einsatzgruppen de la Policía de Seguridad y del SD, operaban en la retaguardia del frente del Este y fueron los realizadores de los asesinatos en masa de judíos. A mbas or ganizaciones desempe ñaro n un papel muy impor tante en la administ ración de las regiones ocupadas. Procedieron a la detención de los elementos civiles sospechosos de no ser adictos al régimen nazi, los sometieron a brutales métodos de tercer grado y los mandaron a continuación a los campos de concentración. Se hicieron responsables de la matanza de rehenes y del Nacht-und-Nebel-Erlass, que preveía la detención de todos los familiares de un encartado. Fueron encargados igualmente de la vigilancia de los campos de concent ración. Llevaron a cabo crímenes de guerra en el sentido de malos tr atos y asesinat os de prisio neros de g uerr a. Considerando: La Gestapo y el SD fueron destinados al cumplimiento de misiones que, según los Estatutos del Tribunal, deben ser consideradas como criminales. Quedan incluidos en la Gestapo todos los funcionarios que ostentaron cargos de responsabilidad. No quedan incluidos los miembros de la policía de vigilancia de fronteras. Quedan excluidas también aquellas personas que trabajaron para la Gest apo solo en trabajos buro cráticos. Quedan incluidos en el SD las Secciones III, VI y VII de la Oficina Central de la Policía de Seguridad y todos los restantes miembros del SD, tanto si trabajaban de un modo honorario, eran miembros nominales de las SS o efectivos. El Tribunal declara criminales el grupo de aquellos miembros de la Gestapo y del SD que ocuparon los cargos anteriormente mencionados, que se hicieron o continuaron siendo miembros de estas organizaciones a pesar de estar enterados del carácter criminal de las mismas y que participaron en la ejecución de estos crímenes. Quedan excluidos de este grupo todos los que renunciaron a sus cargos antes del 1.º de septiembre del año
1939.
LAS SS Estructuración y componentes: Las secciones de Seguridad del Partido nacionalsocialista de trabajadores alemanes fueron fundadas en el año 1925 como secciones élite de las SA, con el pretexto de proteger y defender a los oradores del Partido. Cuando alcanzaron el poder, fueron destinadas las SS al mantenimiento del orden y de la «seguridad interior». Como recompensa por su intervención en el «putsch» de Röhm en el año 1934, las SS se convirtieron en unidades independientes del Partido. La organización srcinal de las SS eran las SS Generales que englobaban otras dos organizaciones: las SS-Verfuegungtruppen, compuestas por miembros de las SS que se presentaban voluntariamente para un servicio militar de cuatro años y las SS-Totenkopfverbände, que fueron destinadas a la vigilancia en los campos de concentració n. Las primer as r epresentaro n el núcleo para las futuras Waffen-SS, que comprendía hacia el final de la guerra unos 580.000 hombres, que, desde el punto de vista táctico, estaban a las órdenes del Ejército, pero sometidos a la disciplina de las SS. Las SS estaban organizadas en doce oficinas principales y contaban con jurisdicción propia. A partir del año 1933 fueron fusionadas con igualdad de derechos la Policía y las SS. Hasta el año 1940 fueron las SS una organización voluntaria, pero una vez creadas las Waffen-SS se procedió también al reclutamiento tercera parte de los que formaban parte en las filas de las Waffen-SS lo fuero n por este úforzoso. ltimo proUna cedimiento. Actividades criminales: Las SS participaron en los preparativos para las guerras de agresión y cometiero n crím enes contra la humanid ad. El fusilamiento de prisioneros de guerra se convirtió en una costumbre en diversas unidades de las Waffen-SS. Con el pretexto de la lucha contra los guerrilleros exterminaban las unidades de las SS a los judíos y a todas aquellas personas que consideraban enemigas al régimen. Las SS se hicieron responsables de muchos asesinatos en masa y actos de crueldad, como, por ejemplo, los de Oradour y Lidice. Desde el año 1934 v igil ó y administró las SS los campos de concentración . El trato brutal de que eran objeto1942, los internados se debía a la política racial, cuyo exponente eranfuente las SS.para A partir del año los campos de concentración fueron usados comomáximo principal el reclutamiento de la mano de obra. En los campos de concentración fueron llevados a cabo crueles experimentos en seres humanos. Las SS desempeñaron un papel importantísimo en la persecución de los judíos. Las unidades especiales de las SS concentraron y exterminaron a los judíos en las regiones ocupadas. Le es completamente imposible a este Tribunal encontrar ni una parte de las SS que no interviniera en estas actividades criminales. A pesar de que estas actividades eran mantenidas en secreto, lo máximo posible, ant e la o pinión pública, lo cier to es que todos lo s miembr os de las SS est aban perfectamen te al cor riente de las mismas. U na de las principales misio nes de las SS fue la exterminación de todas las razas que se consideraban inferiores. Considerando: Las SS fueron destinadas al cumplimiento de las misiones que según los Estatutos son criminales. Quedan incluidas en las SS todas las personas que fueron admitidas oficialmente en el seno y en las filas de las SS, incluidos los miembros de las SS-Generales, de las Waffen-SS, de las SS-Totenkopfverbände y las diversas unidades de la policía que eran miembros de las SS. No quedan
incluidos los miembr os de las llamadas Reiter-SS. Quedan excluidas las personas que fueron englobadas forzosamente en las SS o que, antes del 1.º de septiembre del año 1939, dejaron de per tenecer a las mismas.
LAS SA Estructuración y componentes: Las secciones de asalto fueron fundadas en el año 1921 para fines políticos y organizadas militarmente. Hasta 1933 fue una organización voluntaria, pero una vez en el poder fue ejercida cierta presión polí tica y económica sobr e los funcionario s. Además, los miembro s de los Cascos de Acero, Kyffhäuserbund y de la sociedades ecuestres fueron englobadas automáticamente en las SA. Pero dado que solo en casos aislados se elevó alguna protesta, declara el Tribunal que la pertenencia a las SA, que a fines del año 1933 englobaba a cuatro millones y medio de asociados, fue, en general, vo luntaria. Actividades: Las tro pas de asalto de las SA fuero n el «brazo fuerte del Partido» y participaron en la difusión de la ideología del Partido. Una vez en el poder, las SA contribuyeron a la organización del sistema de terror, actuando con violencia contra los judíos, los enemigos políticos del régimen y siendo destinados a la vigilancia de los campos de concentración . Después de la «purga» en el caso Röhm descendió muy considerablemente el prestigio y la influencia de las SA. Algunas unidades de las SA participaron, sin embargo, preparativos las guerras Otras de agresión y cometieron posteriormente crímenes de guerraeny los crímenes contra para la humanidad. unidades de las SA participaron en los progroms del 10 y 11 de noviembre de 1938 contra los judíos, a los que hicieron objeto de malos tratos, así como también en los ghettos de Wilna y Kowno. Considerando: En un principio, las SA fueron un grupo de «hombres fuertes» cuyas actividades en el sentido de los Estatutos no eran criminales. Después de la «purga», las SA fueron un grupo político que carecía de mayor influencia y poder, por este motivo este Tribunal renuncia a englobar las SA entre las o rg anizaciones cr iminales según el Artículo 9.
EL GOBIERNO DEL REICH El Gobierno del Reich estaba compuesto por los miembros del Gabinete, del Consejo de Ministros para la defensa del Re ich y por los miembro s del Consejo de Minist ros secr eto. El tribunal opina que el Gobierno del Reich no debe ser considerado criminal: 1. No se ha demostrado que a partir del año 1937, actuara como grupo u organización; 2. El grupo de las personas inculpadas es tan reducido que puede procederse individualmente contra ellas. ad 1. El Gobierno del Reich dejó de ser, desde la fecha que nos interesa, una corporación con funciones de Gobierno, pasando a ser unos funcionarios sometidos directamente al control de Hitler. El Gobierno del Reich no volvió a celebrar, a partir del año 1937, una sola sesión, el Consejo de Ministros secreto no llegó a reunirse nunca. Los miembros del Gobierno del Reich que participaron en los planes para una guerra de agresión lo hicieron como personas individuales. La invasión de Polonia no f ue decretada por el Gobier no del Reich . ad 2. Un gr upo de miembro s del Gobier no del Reich q ue cometieron cr ímenes han sido llevados
antes este Tribunal. Se calcula que son 48 las personas que forman parte de este grupo, de las cuales ocho han muerto y 17 han de ser j uzgadas.
ESTADO MAYOR Y ALTO MANDO DE LA WEHRMACHT El Tribunal no puede estar de acuerdo con el punto de vista del ministerio público de que el Estado Mayor y el Alto Mando de la Wehrmacht fueron organizaciones criminales, ya que en su sentido no fuero n una «or ganización» ni ta mpoco un «grupo». E ste supuesto g rupo compr endía unos 130 oficiales que2.pertenecen a unaMayor de las cuatro 1. Comandante en jefe de unavivos de laso muertos tres armas; Jefe de Estado de unacategorías de las tressiguientes: armas; 3. Comandante en efe, es decir, comandante en jefe con mando de una de las tres armas; y 4. Un oficial del OKW (Keitel, Jodl y Warlimont). Los miembros acusados fueron los jefes militares de más alto rango en Alemania. Sus actividades fueron las mismas que en los ejércitos, flotas y aviones de cualquier otro país. No formaron una asociación, sino una concentración de oficiales de alto rango. No cabe la pregunta de si ingresaron voluntariamente o forzosamente en estas organizaciones, puesto que, como queda establecido, no existía tal organización. Por todo lo anteriormente expuesto este Tribunal no considera criminales ni el Estado Mayor ni el Alto Mando de la Wehrmacht. Pero la sentencia dice textu almente: «El Tribunal ha escuchado muchas declaraciones de testigos sobre la participación de estos oficiales en el planeamiento y dirección de guerras de agresión y en la ejecución de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Son responsables en alto grado de los sufrimientos y penalidades que padecieron millones de hombres, mujeres y niños. Se han convertido en una vergüenza para la honrosa profesión de las armas. Sin su dirección militar, Hitler y sus secuaces no hubieran podido ver realizados sus planes. Cuando se les acusa, entonces se limitan a decir que obedecieron las órdenes que recibían, y cuando se les habla de los crímenes cometidos, entonces alegan que no acataron las órdenes recibidas. La verdad es que participaron activamente en todos los crím enes de un modo dir ecto o indirecto».
RESPONSABILIDAD O INOCENCIA DE LOS ACUSADOS El Artículo 26 de los Estatutos dice que la sentencia del Tribunal ha de especificar y justificar la responsabilidad o inocencia de todos y cada uno de l os acusados. El Tribunal exp one a continuación el fundamento en que se basa el veredicto de los diversos acusados: BORMANN, acusado según los cargos uno, tres y cuatro, fue miembro del Estado Mayor y del Alto Mando de las SA y Reichsleiter de 1933 a 1945. Después del vuelo de Hess a Inglaterra fue nombrado jefe de la Cancillería del Partido y en el año 1943 secretario del Führer. Fue comandante en jefe del Volkssturm y g eneral de las SS. Crímenes contra la paz: Bormann fue, en un principio, un hombre insignificante y solo durante los últimos años de la guerra ganó rápidamente influencia y poder. No existen pruebas de que Borm ann estuviera al cor riente de los planes de agresió n de Hitler.
Crímenes de guerra y crímenes contra l a humanidad: Como sucesor de Hess, Bor mann ejercía el control sobre todas las leyes y directrices emanadas de Hitler. Cuando los Gauleiter, responsables ante Bormann, fueron nombrados comisarios de la Defensa del Reich, Bormann dirigió la explotación sin contemplaciones de ninguna clase de la población subyugada. Tomó parte activa en la persecución de los judíos, no solo en Alemania, sino también en las regiones conquistadas. Es responsable igualmente del programa del reclutamiento forzoso de obreros. Dio instrucciones en el sentido de que los obreros extranjeros debían ser sometidos al control de las SS en los casos de seguridad y ordenó a sus Gauleiter que le informaran de todos aquellos casos en que los obreros extranjeros habían sido tratados con demasiada moderación y suavidad. Bormann es responsable de la muerte de aviadores extranjeros. Dado que no existen pruebas de la muerte de Bormann, el Tribunal ha decidid o condenarle in absentia. Considerando: No culpable según el ca rgo uno, culpable según los carg os tres y cuat ro . DOENITZ, acusado según los cargos uno, dos y tres, fue nombrado en el año 1936 comandante en jefe de la flota de submarinos y en 1943 comandante en jefe de la Marina de guerra. El 1.º de mayo de 1945 fue nombr ado jefe de Esta do co mo sucesor de Hitler. Crímenes contra la paz: Doenitz ejecutó, como oficial profesional, unas misiones puramente militares y no participó en el planeamiento de la guerra de agresión, pero sí en la dirección de estas. A pesar de que hasta el año 1943 no fue «comandante en jefe», ocupaba un puesto de mando en la Marina de guerra. A partir de 1943 fue llamado repetidas veces como consejero por Hitler y en abril de 1945 abogó por la continua ción de la l ucha. Crímenes de guerra: La sentencia hace amp lia r eferencia a la cuestión de si la g uerr a submarina dirigida por Doenitz es una violación al Acuerdo naval del año 1936 y representa un crimen de guerra. El Tribunal llega a la conclusión de que Doenitz no debe ser considerado responsable por su dirección de la guerra submarina contra los barcos mercantes ingleses armados. Pero es cuestión muy diferente, en opinión del Tribunal, hundir barcos neutrales sin advertencia previa cuando estos penetraban en los territorios de operaciones, pues esto sí que es una clara violación del Acuerdo naval del año 1936, así como también la orden de que no fueran salvados los náufragos. A pesar de esto, teniendo en cuenta que la guerra submarina no fue realizada única y exclusivamente por Alemania, el Tribunal no basará el castigo que se merece Doenitz en su dirección de la guerra submarina. Doenitz estaba al corriente de la existencia de los campos de concentración. En el año 1945 respondió Doenitz dede un modo Este evasivo cuando solicitó en consejo de denunciarse la Convención Ginebra. Tribunal tiene,Hitler sin embargo, cuentapor que siloshabía marineros ingleses hechos prisioneros de guerra fueron tratados plenamente de acuerdo con la Convención de Ginebr a, y este hecho se conceptúa como atenuante. Considerando: No culpable según el ca rgo uno, culpable según los carg os dos y tres. FRANK, acusado según los cargos uno, tres y cuatro, ingresó en el Partido en el año 1927 y en el año 1934 fue nombrado ministro del Reich sin cartera. Tenía el rango honorario de SAOberg ruppenführer y president e de la Academia del Derecho alemán. Crímenes contra la paz: En opinión del Tribunal no fue iniciado suficientemente en los preparativos para las guerr as de agr esión para declarar le culpable de este cargo .
Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Frank organizó, en su calidad de gobernador general para las regiones ocupadas de Polonia, un casi inconcebible régimen de terror cuya finalidad estribaba en convertir a lo s polacos en esclavos del Gr an Imperio alemán y exterm inar las clases sociales polacas que pudieran representar una amenaza en el futuro. Frank es responsable
de la explotación económica de Polonia y de la deportación de los trabajadores forzados. Frank ha declarado haber cargado «con una culpa horrible, y su defensa ha intentado demostrar que no es responsable de los crímenes de que se le acusa. Es cierto que una gran mayoría de estos crímenes fuero n ejecutados por la policía directamen te y que no estuv o de acuerdo con Himmler. S in embarg o, Frank fue un colaborador en todas estas actividades. Considerando: No culpable en el ca rg o uno, culpable e n los car go s tres y cua tro. FRICK, acusado en todos los cargos, ocupa una serie de puestos importantes y fue ministro del Interior del Reich y protector del Reich en Bohemia y Moravia. Estaba al frente de la oficina central para la anexión de lo s países conquist ados.
Crímenes contra la paz:deEn calidadalemanes de ministro Interior, anexionó, ninguna clase, los Gobiernos lossuLaender bajodel la soberanía del Reich.sin Noescrúpulos participó ende los planes de conspiración para las guerras de agresión. Firmó las leyes para la anexión de Austria, del País de los Sudetas, Danzig, las regiones del Este (Prusia occidental y Posen), Bohemia y Moravia y llevó a cabo la anexión de esta s regio nes. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Como antisemita furibundo, Frick es en parte responsable de u na serie de leyes q ue habían de servir par a eliminar a l os judíos de la econom ía alemana. Durante sus actividades como protector del Reich, millares de judíos fueron mandados desde los guettos a los campos de concentración. Frick estaba perfectamente enterado de los crímenes que se cometían allí. A pesar de que como protector del Reich le fueron impuestas más limitaciones en sus funciones que a su predecesor, es plenamente responsable de los métodos nazis que fueron llevados a la práctica. Esta misma responsabilidad le incumbe en lo que atañe a la germanización de las regiones ocupadas. Frick controlaba aquellas instituciones en las cuales durante la guerra eran asesinados lo s enfermo s mentales. Considerando: No culpable según el punto uno, culpab le según lo s carg os do s, tres y cuat ro. FRITZSCHE, acusado según los cargos uno, tres y cuatro, fue conocido principalmente como comentarista de radio. En el año 1942 fue nombrado director ministerial y jefe de la sección de Radiodifusión en el Ministerio de Pro paganda. Crímenes contra la paz: Como jefe de la Prensa alemana, Fritzsche controlaba 2.300 diarios. Estaba a las órdenes del jefe de Prensa del Reich, Dietrich, y transmitía las «consignas diarias». Influyó y dirigióimpor la propaganda que elparte pueblo poragr la esión. radio, pero no fue lo suficientemente tante para tomar en losalemán planes quería de guerroíra de Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: El ministerio público ha declarado que Fritzsche instigó a la realización de crímenes de guerra. Pero no ocupó una posición bastante importante para creer que participó en la organización de campañas de propaganda. Fritzsche fue antisemita y en ocasiones difundió noticias falsas. Su objetivo fue provocar el entusiasmo por los esfuerzos bélicos del pueblo alemán. Considerando: No culpable. Fritzsche será puesto en libertad tan pronto como este Tribunal termine sus sesiones. FUNK, acusado según lo s cuatro carg os, fue nombr ado en el año 1938 minist ro de economía del Reich y plenipotenciario la Economía de guerra. añodel más tarde seento le nombró Reichsbank en sustituciónpara de Schacht. En 1943 for móUn parte planeami central.presidente del Crímenes contra la paz: Funk adoptó aquellas medidas que eran necesarias para crear las condiciones económicas previas para las guer ras de agr esión. Creó lo s planes para la financiac ión de
la guerra. Funk no fue, sin embargo, personaje de primera categoría en el planeamiento de las guerr as de agr esión. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Funk desempeñó un importante papel en la primera fase durante la expropiación económica de los judíos. En el año 1942 firmó un acuerdo con Himmler a causa del cual el Reichsbank se hacía cargo del oro, joyas y dinero que le entregaban las SS. Estos valores procedían de las víctimas que morían en los campos de concentración. Estaba enterado de estos hechos y cerró los ojos. Funk estaba perfectamente al corriente de los métodos de ocupación alemana. A pesar de ocupar Funk altos cargos, jamás fue un personaje dominante en estas actividades criminales, lo que debe ser conceptuado como atenuante.
Considerando: culpable el ca rgo culpable los carg os dos,acusado tres y cuat ro . los GOERING. El No hombre mássegún importante deluno, régimen nazisegún después de Hitler, según cuatro cargos. Por lo menos hasta el año 1943 ejerció una gran influencia sobre Hitler y estaba perfectame nte infor mado de todos los pr oblemas militares y políticos de impor tancia. Crímenes contra la paz: Goering contribuyó enormemente a llevar el nacionalsocialismo al poder, organizó la Gestapo y los primeros campos de concentración. En 1936 fue nombrado plenipotenciario para el Plan Quinquen al y con esto se co nvirtió en el dictador económico del Reich. Con ocasión de la anexión de Austria fue el personaje central, durante la anexión del país de los sudetas planeó una ofensiva aérea y antes de la invasión de Checoslovaquia amenazó con arrojar bombas sobre Praga. Mandó la Luftwaffe durante el ataque contra Polonia y durante todas las siguientes guerras de agresión. Si no aprobaba una acción agresiva, era solo por motivos estratégicos. No cabe la menor duda de que Goering fue la fuerza impulsora de las guerras de agr esión y, en es te sentido, solamente fue su perado po r el pro pio Hitler. Crímenes de guerra y crí menes contra la humanidad: Goer ing ha co nfesado su culpabilidad en el empleo de trabajadores forzados. Como plenipotenciario del Plan Quinquenal, Goering dio las directrices para la explotación de los países ocupados. Persiguió a los judíos, principalmente por razones económicas. Estos crímenes han sido reconocidos por el propio Goering. No se puede encontrar alguien tan cu lpable como él. Considerando: Este Tribunal considera culpable a Goering según los cuatro cargos del Escrito de Acusación. HESS, cuatro cargos fue, hastadesde su vuelo a Inglaterra, el hombre de confianza de Hitler. El 10acusado de mayodedelos 1941 emprendió el vuelo Alemania a Escocia. Crímenes contra la paz: Hess fue, en su calidad de lugarteniente de Führer, el hombre más podero so del Par tido nazi y colabor ó activamente en los pr eparativos par a la guer ra. Aunque durante los años 1936 y 1937 pronunció discursos en los cuales expresaba sus deseos de paz, estaba mucho mejor informado que cualquier otro de los acusados, de lo firmemente decidido que estaba Hitler a realizar sus ambiciosos planes. Hess participó activamente en los ataques contra Austria, Checoslovaquia y Polo nia. Debió estar infor mado de lo s planes de agr esión desde un principio. D iez días después de haber sido fijada la fecha del ataque contra la Unión Soviética, emprendió el vuelo a Inglaterr a. Durante sus conversaciones, Hess trató de justificar las acciones ag resivas alemana s. Crímenes de guerra y crímenes contra l a humanidad: Existen pruebas de que Hess colaboró en la transmisión de órdenes de carácter criminal y que tenía pleno conocimiento de los crímenes que se cometían en el Este. Pero estos conocimientos no bastaban para declararle culpable. No existe ningún motivo par a suponer que Hess no esté en su san o juicio. Considerando: Culpable según los car go s uno y dos, no culpab le según los carg os tres y cuat ro .
JODL, acusado de lo s cuatro carg os, fue nombr ado en el año 1939 jefe del Est ado Mayor y en el Alto Mando de la Wehrmacht. A él correspondieron, en su aspecto militar, los preparativos de la guer ra. Jodl se defien de alegand o que él no es político, sino un soldado oblig ado por su juramento de obediencia. Pero también ha dicho que en diversas o casiones trató de o ponerse a ciertas medidas. Crímenes contra la paz: Las anotaciones del Diario de Jodl permiten reconocer claramente que participó activamente en los planes de agresión. Esto se refiere tanto a la anexión de Austria como también a los ataques contra Checoslovaquia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Grecia, Yugoslavia y la Unión Soviética. Correspondió a Jodl, en primera instancia, la dirección y organización de estas guerras.
Crímenes guerrade y crímenes contra se la planteó humanidad: Jodl ratificó el «Kommandobefehl» lo transmitió a losde oficiales mando. Cuando la cuestión de la denuncia de la Convencióny de Ginebra, alegó que las desventajas serían mayores que las ventajas. Jodl declaró que debía «actuarse sin escrúpulos de ninguna clase» en Dinamarca, Francia y los Países Bajos para construir el Atlantikwall. Jodl ordenó en 1944 la evacuación de toda la población civil del norte de Noruega y la destrucción de sus viviendas. Jodl se justifica alegando haber recibido órdenes, pero esto no es ninguna excusa: Nunca ha sido exigido a un soldado la participación en actividades como las anteriormente citadas. Considerando: Culpable según los cuatro car go s. KALTENBRUNNER, acusado según los cargos uno, tres y cuatro, fue jefe de las SS en Austria y sucesor de Heydrich en el cargo de jefe de la Policía de Seguridad, del SS y de la oficina central del Servicio de Seguri dad, con r ango de Oberg uppenführer. Crímenes contra la paz: Kaltenbrunner participó en la intriga contra el Gobierno Schuschnigg. No existen pruebas, sin embargo, de que Kaltenbrunner participara en el planeamiento de guerras de agr esión (la anex ión de Austria no se considera guerr a de agr esión). Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Kaltenbrunner estaba perfectamente informado de lo que ocurría en los campos de concentración, pues incluso estuvo presente cuando hicieron una demostración de los diversos métodos que se usaban para liquidar a los internados. Los terribles crímenes que cometieron las diversas secciones de la oficina central del Servicio de Seguridad fueron efectuados bajo su dirección. A instancias de Kaltenbrunner fue ampliada por la Gestapo la orden de fusilar a los miembros de los «comandos», incluyendo también a los aviadores enemigos que se arrojaban en paracaídas. La Sección IV de la Oficina central del Servicio de Seguridad controló la ejecución del programa de la «solución final» de la que fueron víctimas seis millones de judíos. De esto y de los crímenes mencionados anteriormente, Kaltenbrunner estaba perfectame nte infor mado. Kaltenbrunner ha declarado que no ejerció un control de conjunto so bre la oficina cent ral del Servicio de Segur idad y que limitó sus activid ades al servicio de info rmación en el extranjer o. Es verdad qu e reveló un gr an interés po r estas últimas act ividades, pero también es cierto que, por otro lado, ejerció un contro l absoluto so bre la Oficina C entral del Servicio de Seguridad. Considerando: No culpable según el ca rgo uno, culpable según los carg os tres y cuat ro . KEITEL, acusado de todos los cargos, fue comandante en jefe de la Wehrmacht, no ejerciendo, sin embargo , ningún man do dir ecto so bre alg una de las tres armas. Crímenes contra la paz: Keitel procur ó, en todo momento, apoyar desde el punto de vista militar las amenazas política s de Hitler. Firmó las ór denes para l a Operación Otto (Austria), Operación Verde (Checoslovaquia), Operación Blanca (Polonia) y la ocupación de Noruega, Bélgica y los Países Bajos. A pesar de que Keitel, como afirma, rechazó por motivos militares y legales el ataque contra
la Unión Soviétic a, lo cierto es que dio su visto bueno a la Operación Barbarroja. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Keitel firmó la orden según la cual los aviadores enemigos que se arrojaban en paracaídas debían ser entregados al SD, ratificó la «Kommandobefehl» de Hitler, aunque dudaba de su legalidad. Cuando Canaris manifestó reparos urídicos sobre los malos tratos de que eran objetos los prisioneros de guerra soviéticos, Keitel escribió textualmente: «Estos reparos tienen su srcen en el concepto militar de una guerra caballerosa. Aquí se trata de aniquilar una ideología. Por este motivo apruebo y ratifico estas medidas». El 16 de septiembre de 1941, Keitel ordenó que por cada soldado alemán que fuese atacado y muerto, habían de morir de 50 a 100 comunistas. Firmó una orden según la cual aquellas personas civiles que se habían hecho sospechosas de un delito contra las tropas alemanas podían ser fusiladas sin ser juzgadas. La orden «Nacht-und-Nebel-Erlass» lleva igualmente la firma de Keitel. Keitel no ha negado su complicidad con los crímenes, pero alega haberse limitado a cumplir las órdenes que recibía lo que, según el Artículo 8, no queda admitido. No existen atenuantes. Considerando: Culpable según todos los car go s. NEURATH, acusado de los cuatro cargos, diplomático de carrera, fue nombrado en 1932 ministro de Asuntos Exteriores, cargo que ostentó hasta su dimisión en el año 1938. Fue nombrado entonces presidente del Consejo Secreto y protector del Reich para Bohemia y Moravia hasta 1941. Tenía el rango honorario de SS-Obergruppenführer. Actividades criminales en Checoslovaquia: Como protector del Reich, Neurath implantó una administración que era una copia exacta de la que regía en Alemania. Cuando estallaron las hostilidades fueron detenidos 8.000 checos y muchos de ellos asesinados. Neurath fue el primer funcionario alemán en el protectorado y sabe que durante la regencia fueron cometidos crímenes. Como atenuante cabe alegar que intercedió para que fueran puestos en libertad algunos presos. Hitler llamó la atención de Neurath en el año 1941 en el sentido de que no actuaba con la dur eza que deseaba y que Heydrich cuidaría de los grupos de la resistencia. Fue entonces cuando Neurath presentó su dimisión y se negó a co ntinuar en el cargo de protector. Considerando: Culpable según los cuatro car go s. PAPEN, acusado de los cargos uno y dos, fue nombrado Canciller del Reich en 1932. Durante el Tercer Reich fue embajador en Viena y en Turquía. Se retiró de la vida política cuando fueron rotas las r elaciones diplomáticas ent re Alemania y Turquía. Crímenes contra la paz: Papen contribuyó personalmente al establecimiento del control nazi en el año 1933, pero a causa de su «Discurso de Marburg» se vio en complicaciones con el régimen. A pesar de ello en el año 1934 y después del asesinato de Dollfuss, aceptó el cargo de embajador en Viena. En este carg o, Papen hizo todo lo que estuvo en su poder par a refor zar l a posición del par tido nazi en Austria y provocar el Anschluss. Preparó las conversaciones entre Hitler y Schuschnigg. No existen pruebas de que Papen abogara por la ocupación por la fuerza de Austria, pero sí usó intrigas y amenazas para socavar el régimen de Schuschnigg y reforzar a los nazis austríacos. Pero estas actividades no son criminales según el espíritu de los Estatutos. Considerando: No culpable. Von Papen será puesto en libertad tan pronto este Tribunal suspenda sus sesiones. RAEDER, acusado de los cargos uno, dos y tres, fue nombrado en el año 1928 comandante en efe de la Marina de guer ra y dimitió de este carg o en el año 1943. Crímenes contra la paz: Raeder organizó la Marina de guerra alemana violando el Tratado de Versalles y participó en las conferencias más importantes de Hitler, en las que se discutieron los
diversos planes de agresión. Recibió las correspondientes instrucciones y fue el que planeó la invasión de Noruega, que ya ha sido considerada como una acción agresiva. Raeder trató de hacer desistir a Hitler de un ataque contra la Unión Soviética, pero más tarde renunció a presentar nuevas objeciones. Crímenes de guerra: Raeder dio su visto bueno a la g uerr a submarina y al hund imiento de barcos mercantes armados y fusilamiento de los náufragos. Hasta el año 1943 Raeder ha admitido que transmitió el «Kommandobefehl» y que no presentó ninguna objeción sobre este punto ante Hitler. Considerando: Culpable según los carg os uno, do s y tres. RIBBENTROP, acusado según los cuatro cargos, ingresó en el año 1932 en el Partido nacionalsocialista se convirtiódel rápidamente el consejero de Hitler paraembajador asuntos internacionales. Fue delegado en layConferencia De sarme,enembajador extrao rdinario, en Inglaterr a y el 4 de febrero de 1938, ministro de Asuntos Exteriores del Reich. Crímenes contra la paz: En un informe hecho cuando era embajador en Inglaterra, Ribbentrop expuso cómo, en su opinión, podía lograrse un cambio del statu quo en el Este y mantener alejadas a Inglaterra y Francia de la guerra que podría resultar de este cambio. Ribbentrop estuvo presente durante la conferencia Hitler-Schuschnigg y participó activamente en los planes para la anexión de Austria y la creació n del Protect or ado para Bohemia y Moravia. Fue informado sobr e los planes para la ocupación de Noruega, Dinamarca, Holanda y Bélgica e intervino activamente para que otros países lucharan al lado de Alemania.
Crímenes de guerra crímenes contra la humanidad: responsable de funcionarios los métodos que fueron usados en la yocupación de Dinamarca y de la Ribbentrop Francia de es Vichy, pues los alemanes más altos en estos dos países fueron representantes del Ministerio de Asuntos Exteriores, Ribbentrop desempeñó un papel muy importante en la «solución final». Aconsejó a los Estados vasallos que aceleraran la deportación de los judíos al Este. Informó a Horthy de que «los judíos habían de ser muertos o internados en los campos de concentración». La defensa de Ribbentrop de que el propio Hitler había adoptado todas las decisiones en la política exterior y que él, Ribbentrop, no había dudado jamás de los deseos de paz de Hitler, este Tribunal no lo considera admisible. Ribbentrop colaboró tan fielmente con Hitler hasta el final, porque la política y los planes de Hitler correspondían con los suyos. Considerando: Culpable según los cuatro car go s. ROSENBERG, acusado de los cuatro cargos, fue el filósofo del Partido nacionalsocialista. Fue Reichsleiter y jefe de la Oficina Exterior del Partido nacionalsocialista (APA). En 1941 fue nombrado ministro del Reich p ara l as r egio nes ocupad as del Este. Crímenes contra l a paz: Como jefe del APA Rosenber g fue, conjuntamente con Raeder, quien dio la idea para la invasión de Noruega. Es responsable también del planeamiento y ejecución de la política de ocupación en las regiones del Este. Se puso a disposición de Hitler como «consejero político» para todas las cuestiones relacionadas con el Este europeo. En 1941, Hitler le confió la responsabilidad para la administración civil en las r egio nes ocupad as del Este. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Como jefe del «Einsatzstab Rosenberg», fue responsable del saqueo de los bienes públicos y privados en las regiones ocupadas. Su Einsatzstab fue la primera autoridad en las regiones ocupadas del Este y estaba perfectamente informado sobre los horrores de la política de ocupación. Sus subordinados cometieron asesinatos en masa y él personalmente ordenó l a deportación en masa de los trabajadores del Este. Considerando: Culpable según los cuatro car go s.
SAUCKEL, acusado de los cuatro cargos, ocupó una serie de altos cargos en Turingia y poseía el rango honor ario de SA y SS-Oberg ruppenführer. Crímenes contra la paz: Las pruebas no han sido suficientes para acusarle según los cargos uno y dos. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Cuando Sauckel fue nombrado en el año 1942 plenipotenciario para el reclutamiento de obreros, movilizó a todas las fuerzas que pudo en condiciones r ealmente infr ahumanas. No abogó personalmente por estos métodos de br utalidad, pe ro lo cierto es que por orden suya fueron reclutados cinco millones de obreros forzados. Considerando: No culpable según el ca rgo uno, culpable según los carg os tres y cuat ro . SCHACHT, acusado según los cargos uno y dos, fue antes de la conquista del poder, presidente del Reichsbank y ocupó por dos veces este cargo durante el Tercer Reich. En 1937 fue nombrado ministro sin cartera y destituido de este carg o en el año 1943. Crímenes contra la paz: Schacht dio su visto bueno al nombramiento de Hitler como canciller del Reich y desempeñó un papel muy importante en el rearme de Alemania. La influencia de Schacht fue menguada cuando por razones político-económicas se enfrentó con Goering. Como presidente del Reichsbank no estuvo de acuerdo con Hitler y su programa del rearme. Desde 1944 y hasta el final de la guerra Schacht fue internado en un campo de concentración. Schacht fue el principal personaje en la fase previa del rearme alemán, pero sus actividades no son criminales, según el espíritu de los Estatutos. Si hubiese dependido de él, Alemania no hubiese estado preparada para lanzarse a una europea. Schacht oparticipó, no obstante, diversas durantede el r égimen nazi,nueva aunq guerra ue no en el planeamient de las mismas. N o foren maba parte actividades de l g rupo íntimo Hitler. Se pone en duda si Schacht realmente estaba informado de los planes agresivos de Hitler. Considerando: No culpable según los cargos de la acusación. Será puesto en libertad tan pronto se aplacen las sesiones. SCHIRACH, acusado de los cargos uno y cuatro, fue el jefe de la Asociación de estudiantes nacionalsocialistas y en el año 1933 fue nombrado jefe de las Juventudes del Reich. Dimitió este cargo en el año 1940, pero continuó siendo Reichsleiter y conservó el control sobre la educación de la juventud. En 1940 fue nombrado Gauleiter y gobernador de Viena. Crímenes contra l a paz: Schirach empleó a las Juventudes hitlerianas en las que hasta el año 1940 estaban hasta el 97 ciento de colaboró todos losestrechamente jóvenes, paracon educar a la juventud «espírituenglobadas nacionalsocialista». Su por organización la Wehrmacht paraenlael educación premilitar de las juventudes alemanas. Sin embargo, Schirach no participó en los planes para las guerras de agresión. Crímenes contra la humanidad: Como Gauleiter de Viena, Schirach fue el plenipotenciario de Sauckel para el reclutamiento de mano de obra. Participó activamente en la deportación de miles de udíos vienese s al Gobier no g eneral de Polonia, acción que él conside ró co mo una «contribución a la civilización europea». Schirach estaba perfectamente informado de las actividades de los «Einsatzgruppen» y dio su visto bueno al bombardeo de un centro cultural inglés como represalia por el asesinat o de Heydrich.
Considerando: No culpable según el ca rgo uno, culpable según e l carg o cuatro. SEYSS-INQUART, acusado de los cuatro cargos. Desde 1931 y como abogado austríaco, estuvo en contacto co n el Partido nacionalsocialista aust ríaco e ing resó en el mismo en el año 1938. Un mes antes había sido nombr ado, por mediación de Hit ler, ministro de Seguridad y del In terior de Austria.
Actividades en Austria: Seyss-Inquart participó en las últimas intrigas que condujeron al Anschluss y, el 15 de marzo de 1938, fue nombrado gobernador general de Austria y un año más tarde ministro del Reich sin cartera. Ostentaba el rango de general de las SS. Seyss-Inquart confiscó bienes judíos a los campos de concent ració n y muertos muchos ene migo s del régi men. Actividades criminales en Polonia y en los Países Bajos: Seyss-Inquart fue nombrado en 1939 y 1940, jefe de la Administración civil en el Sur de Polonia y comisario del Reich para los Países Bajos. En estos cargos contribuyó al saqueo de estos dos países y provocó el terror entre la población civil. E n el año 1942 introdujo en lo s Países Bajos el r eclutamiento fo rzo so de los obr ero s. Es responsable de muchas leyes contra los judíos. Por orden de Seyss-Inquart fueron mandados de 120 a 140.000 judíos holandeses a Auschwitz. Es cierto que en alguna ocasión Seyss-Inquart protestó contra estas medida s, pero también es cierto que siempre estuv o perfectamente infor mado so bre estos crím enes de guerr a y crím enes contra la humanid ad en los que t omó parte activa. Considerando: No culpable según el ca rgo uno, culpable según los carg os dos, tres y cuat ro . SPEER, acusado de lo s cuatro carg os, fue pr imer o el ar quitecto de Hitler y jefe de Sección en el Frente de Trabajo alemán. En el año 1934 fue nombrado jefe de la organización Todt, ministro del Reich para el Armamento. Fue miembro del Reichstag desde 1941 hasta el final de la guerra. Crímenes contra la paz: Sus actividades no tenían por finalidad plan ear guer ras de agr esión. Fue nombr ado jefe de Armament os mucho despué s de haber estallado las hostilidad es. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: Las pruebas presentadas contra él, según los cargos y cuatro, refieren única y exclusivamente, su participación en el reclutamiento forzoso de tres obreros. Speerseinformaba a Sauckel del número deaobreros de que tenía necesidad y este se los proporcionaba. Ha declarado ante el Tribunal que tenía intención de proceder a una reorganización de este programa. En efecto, creó los llamados «Sperbetriebe» de donde los obreros no podían ser deportados. Speer no es directamente responsable de las crueldades cometidas en los trabajadores extranjeros, pero sí estaba al corriente de estas. Como atenuante puede aducirse que fue uno de los pocos que demostró valor ante Hitler y no cumplió, con peligro para su propia vida, la or den de destruir Alemania. Considerando: No culpable según los carg os uno y dos, culpable s egún los car go s tres y cua tro. STREICHER, acusado de los cuatro cargos. Gauleiter de Francia hasta 1940 y editor de la revista antisemita Dercontra Stürmer, suspartidario persecuciones ant isemitas. Crímenes la conocida paz: Fue por un fiel de Hitler, pero no existen pruebas de que estuviera infor mado de los planes agresivo s de Hitler. Crímenes contra la humanidad: Durante 25 años procuró Streicher, el «enemigo número uno de los judíos», difundir el antisemitismo en Alemania. Exigía en sus artículos, con frecuencia pornográficos, el «exterminio total de los judíos». En febrero de 1944 escribió: «Aquel que haga lo que hacen los judíos, es un criminal, un asesino». Streicher fue informado periódicamente sobre el curso de la «solución final». Su instigación al asesinato y exterminio es un crimen contra la humanidad sin atenuant es de ning una clase. Considerando: No culpable según el ca rgo uno, culpable según e l carg o cuatro. La sentencia lleva la fecha del 1.º de octubre de 1946 y las firmas de Geoffrey Lawrence, Francis Biddle, Henri Donnedieu de Vabre, Iola Nikitschenko, Norman Birkett, John J. Parker, Robert Falco y Alexander Fol chkow.
OPINIÓN DIVERGENTE DEL JUEZ SOVIÉTICO El juez soviético Nikitschenko hizo uso de la posibilidad existente en la jurisprudencia anglosajo na de exponer su o pinión diverg ente fr ente a una sentencia aprobada por mayor ía. Su exposición es muy amplia y hace referencia, en primer lugar, «a la absolución injustificada del acusado Schacht», puesto que «ha sido claramente demostrada su participación en los preparativos y ejecución de los planes de agresión en su conjunto». A continuación trata de la «absolución injustificada del acusado Papen», dado que «le corresponde una gran responsabilidad por acusado los crímenes cometidos durante el régimen Trata también de la «absolución injustificada del Fritzsche», «cuyas actividades en elnazi». planeamiento y ejecución de las guerras de agresión fue de gran importancia». Con relación a Hess, dice: «No cabe ninguna duda de que Hess se hizo responsable de crímenes contra la humanidad. Teniendo en cuenta que Hess era el tercero en importancia en Alemania, considero como justo castigo para él la pena de muerte». Finalmente, Wolchkow hace referencia a la «injusta decisión con respecto al Gobierno del Reich». El informe termina lamentando la «injusta decisión tomada respecto al Estado Mayor y Alto Mando de la Wehrmacht», pues «las pruebas han demostrado de un modo concluyente, que el Estado Mayor y el Alto Mando de la W ehrmacht representan org anizaciones cr iminales y pelig ro sas».
SENTENCIA Durante la sesión de la tarde del 1.º de octubre de 1946 fueron anunciadas las sentencias según establecía el Artículo 27 de los Estatutos del Tribunal. MARTIN BORMANN: Muerte en la horca. KARL DOENITZ: Diez años de prisión. HANS FRANK: Muerte en la horca. WILHELM FRICK: Muerte en la horca. HANS FRITZSCHE: Absuelto. WALTHER FUNK: Cadena perpetua. HERMANN GOERING: Muerte en la horca. RUDOLF HESS: Cadena perpetua. ALFRED JODL: Muerte en la horca. ERNST KALTENBRUNNER: Muerte en la horca. WILHELM KEITEL: Muerte en la horca. CONSTANTIN V. NEURATH: Quince años de prisión. FRANZ VON PAPEN: Absuelto. ERICH RAEDER: Cadena perpetua. JOACHIM VON RIBBENTROP: Muerte en la horca.
ALFRED ROSENBERG: Muerte en la horca. FRITZ SAUCKEL: Muerte en la horca. HJALMAR SCHACHT: Absuelto. BALDUR VON SCHIRACH: Veinte años de prisión. ARTHUR SEYSS-INQUART: Muerte en la horca. ALBERT SPEER: Veinte años de prisión. JULIUS STREICHER: Muerte en la horca.
[1] El texto íntegro figura en la parte documental. [2] ¡Querido Lord, libérenos de Checoslovaquia! [3] Shawcross habló, sin duda alguna, de buena fe, ya que los planes de invasión francobritánicos no fueron conocidos hasta el año 1952, cuando fueron publicados en un Libro Blanco del Gobierno inglés.