El Poder Esta en Ti

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Si este libro le ha interesado y desea que lo mantengamos informado de nuestras publicaciones, escríbanos indicándonos qué temas son de su interés (Astrología, Autoayuda, Ciencias Ocultas, Artes Marciales, Naturismo, Espiritualidad, Tradición...) y gustosamente lo complaceremos. Puede contactar con nosotros en comunicació[email protected]

Título original: WITHIN YOU IS THE POWER Diseño de portada: Editorial Sirio, S.A. ©

de la presente edición EDITORIAL SIRIO, S.A.

EDITORIAL SIRIO

ED. SIRIO ARGENTINA

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«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra».


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Prefacio

Oculto en el hombre existe un poder mediante el cual puede elevarse a cotas más altas y mejores. En el hombre hay una Entidad más grande, que trasciende a la personalidad finita de los sentidos, al igual que las montañas se elevan sobre el llano. El objeto de este libro es ayudar a los hombres y mujeres a despertar en ellos los poderes de la mente y del espíritu para que se manifiesten sabiamente en armonía con la ley universal; a desarrollar su carácter y descubrir en su interior la maravillosa Entidad, que es su verdadero YO, la cual, cuando se la encuentra, les revela que ellos son literal y ciertamente hijos e hijas de Dios. No existe camino alguno que permita eludir la disciplina de la vida. No hay medio alguno de engañar al destino, ni artificio ingenioso para escapar del gran plan cósmico. Cada vida ha de sufrir sus propias tribulaciones y dificultades, cada alma ha de vadear sus profundas aguas, y cada corazón ha de encontrar el 7


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dolor y el pesar. Pero nadie debe sentirse anonadado por los grandes conflictos de la vida, pues quien aprende el gran secreto de su identidad con la Vida y el Poder Universal mora en una ciudad inexpugnable, edificada sobre la Roca de la verdad y dentro de ella, la Roca contra la cual las tempestades baten en vano. Este libro no pretende ofrecer vanas promesas de una vida fácil (pues, si ésta fuera posible, sería el mayor de los desastres), sino más bien trata de enseñar cómo hacerse tan fuerte que la vida parezca casi fácil en comparación (la vida o destino no se vuelve más fácil, sino que el individuo se transforma y se hace más fuerte). En resumen: enseñará al lector la manera de evitar que la vida se haga más difícil de lo que debe ser. La existencia de la mayoría estaría menos cargada de tribulaciones y sufrimientos si la tomaran con el espíritu adecuado y actuaran en armonía con la Ley Universal. Esperamos que esta pequeña obra ayude a muchos a ponerse en armonía con la ley o propósito de la vida, para así evitarse mucho sufrimiento innecesario; a hallar el Gran Yo de su interior, cuyo descubrimiento trae consigo una realización de seguridad absoluta; a traer a la manifestación y usar sabiamente sus fuerzas espirituales y mentales internas, y a entrar en una vida de triunfo y de poder casi ilimitado.

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Capítulo I

Vida y Poder infinitos

El hombre posee, aunque en general no lo sabe, un ilimitado Poder. Este Poder, por ser del Espíritu, es invencible. No es el poder de la vida cotidiana, de la voluntad finita, o de la mente humana, sino que trasciende a éstos, porque, siendo espiritual, es de un orden más elevado que el físico y hasta que el mental. Este Poder está latente y oculto en el interior del hombre hasta que éste ha evolucionado lo suficiente como para que se le pueda confiar el ejercicio de tal poder. El pensamiento es un poder espiritual de formidable potencia, pero tampoco es el poder a que nos referimos. Por medio del pensamiento, el hombre puede elevarse y ponerse en contacto con la Central Generadora del Universo o desvincularse enteramente del Influjo Divino. Su pensamiento es su arma más poderosa, porque con él puede 9


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dirigirse al infinito o apartarse (en conciencia, aunque no en realidad) de su Fuente Divina. Por la Chispa Divina que mora en su interior, la cual es su Yo real, el hombre está inseparablemente unido al Infinito. La Vida y el Poder Divinos serán suyos en cuanto se dé cuenta de que son suyos. Mientras que ignore su unidad con la Fuente Divina de toda vida, es incapaz de apropiarse del poder que es realmente suyo. Pero en cuanto penetra en este conocimiento interno, se encuentra en posesión de infinito poder e ilimitados recursos. Este Poder, entonces, es de Dios; sin embargo, también es del hombre, aunque a éste no se le revela ni se le confía hasta que resulte apto para utilizarlo inteligentemente. Sólo cuando el hombre se da cuenta de su unidad con su Fuente Divina se siente inflamado del Poder Divino. Muchos instructores e iniciados lamentan que ciertos secretos sean hoy difundidos con tanta profusión; secretos que, en el pasado, fueron rigurosamente guardados. Temen que gentes ignorantes y poco evolucionadas hagan uso destructivo del poder espiritual. Esto nos parece poco probable. Es cierto que hay hombres de personalidad vigorosa que, con profunda fe en su poder de logro y éxito, utilizan inconscientemente poderes cuyo origen desconocen, y así son capaces de elevarse muy por encima de sus iguales. El empleo, sin embargo, que pueden hacer del poder espiritual para bajos fines es limitado y no es de temer. Hay otros que hacen un mal uso de sus poderes. Se trata de los magos negros, y si bien pueden hacer mal en cierta medida, quedan reducidos, finalmente, a la mendicidad y 10


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la impotencia. También hay quienes invierten todo el tiempo de que disponen en la busca de conocimientos sobre poderes ocultos. Leen todo libro sobre ocultismo que cae en sus manos, pero nunca encuentran lo que buscan. Hay poderes e influencias espirituales que velan los ojos de los buscadores, hasta que están debidamente preparados para la revelación. Cuando el hombre, en su búsqueda de la Verdad, renuncia a la pasión egoísta por las cosas indignas, y cesa de oponer su propia voluntad a la más grande Voluntad del Todo, está preparado para la revelación de su unidad con el infinito. El implícito sometimiento a la Voluntad del Todo podrá parecer, al no iluminado, un acto de debilidad, cuando, en realidad, es la entrada a una vida de casi ilimitado poder. El hombre no está separado de su Divina Fuente, y nunca lo ha estado ni lo puede estar. Es, en realidad, uno con el Infinito. La separación que siente y experimenta es sólo mental, y debida a su ceguera e incredulidad. El hombre nunca puede estar separado del Espíritu, pues él mismo es Espíritu. Es parte integrante de un todo completo. Vive, se mueve y tiene su ser en Dios (el Espíritu Universal y Omnipresente), y Dios (el Espíritu) mora en él. La mayoría de la gente ignora esta relación íntima con lo Divino, y porque la desconoce o porque rehúsan creerla, están, en cierto sentido, separados de la vida interna de Dios. Sin embargo, esta separación está solamente en sus pensamientos y creencias, y no en la realidad. El hombre no está separado y nunca lo podrá estar; no obstante, mientras crea que está separado y solo, será y se sentirá débil y desvalido como si realmente lo estuviese. Tan 11


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pronto como el hombre se da cuenta de la verdad de su relación con lo Infinito, pasa de la debilidad al poder, de la muerte a la vida. En un momento se siente en el desierto, alejado, débil, separado y solo; instantes después es consciente de que es nada menos que un Hijo de Dios, con todos los privilegios y poderes inherentes a tan exaltada relación. Se da cuenta, además, de que todo el Poder del Infinito está a su alcance, de que en realidad nunca puede fracasar, que va encaminado hacia la victoria. Lo que antecede da idea de lo grande que es el poder del pensamiento del hombre. Si bien el pensamiento no es el poder del Espíritu, es el poder por el cual el hombre se pone a sí mismo en contacto con el Poder Infinito, se abre al Influjo Divino, o se aparta y se separa de su Fuente Espiritual. De manera que, en cierto sentido, el hombre es lo que piensa que es. Si piensa que está separado de Dios y se aparta de Su Poder, es como si verdaderamente tal fuera el caso, y es tan impotente y desgraciado como si en realidad viviera separado de Dios. Por otra parte, si piensa y cree que es uno con el Infinito, halla que es gloriosamente verdad, que realmente es un Hijo de Dios. Si cree y piensa que es meramente un ser material, entonces vive la limitada vida de un ser material, y nunca podrá elevarse sobre ella. Pero si, por el contrario, piensa y cree que es un ser espiritual, encuentra que posee todos los poderes de un ser espiritual. Insistimos: si cree que su trabajo es difícil y que no puede hacer frente a su tarea, se encontrará con que realmente su labor es difícil y está más allá de sus posibilidades. Si, por el contrario, cree que su trabajo es fácil, o que, 12


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de una forma u otra, está dentro de su capacidad, se encuentra con que es así y que puede realizar su labor sin inconvenientes. El poder que mora en nosotros es infinito, pues, con fe en él, el hombre se acopla con el Poder Espiritual del Universo. La Chispa Divina de su interior lo pone en contacto con la Llama Sagrada, haciéndolo así potencialmente un Dios en formación. Un cambio se ha de efectuar, pues, en el interior del hombre antes de que pueda entrar en posesión de su Divina herencia. Debe aprender a pensar según el Espíritu, es decir, como un ser espiritual, en lugar de según la carne, como un ser material. Como el hijo pródigo, debe entrar en sí mismo, dejar en el lejano país las bellotas a los cerdos y volver a la casa de su Padre, donde hay pan (de vida) de sobra para todos.

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Capítulo II

Para vencer las dificultades de la vida

El verdadero objeto de la vida es que el hombre alcance la sabiduría por medio de la experiencia. Esto no lo puede lograr cediendo ante las dificultades, sino venciéndolas. Las promesas de Dios no son para los que desfallecen en la batalla de la vida, sino para los que vencen. Tampoco se promete al hombre que alcanzará una vida regalada y después será feliz para siempre. Sin embargo, es esto lo que la mayoría de la gente busca ávidamente: una vida fácil, diversiones, verse libres de sufrimiento e inquietudes... Pero, por mucho que busquen, nunca hallan lo que desean. Siempre hay algo que les amarga sus ratos de placer, algo que les roba la verdadera felicidad, o, tal vez, una combinación de circunstancias que conspiran para trastornar todos sus planes.

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La vida es una paradoja. El verdadero objeto de la vida no es la consecución de la felicidad; no obstante, si logramos el verdadero objeto de la vida, hallamos la felicidad. Aquellos que ignoran el verdadero propósito de la vida y que buscan la felicidad arriba y abajo, año tras año, fracasan buscándola. Cual fuego fatuo, siempre se les escapa. Por el contrario, los que reconocen el verdadero objeto de la vida, y lo siguen, obtienen la felicidad sin buscarla. En tiempos pasados la gente hizo de Dios un comodín. Creyeron que podían dejarse llevar por la vida, sin aprender nada de su disciplina, y que cuando estuvieran atribulados, o las cosas no fueran de su gusto, podían rogar a Dios para que los salvara de los trances desagradables. Esta misma idea prevalece hoy. Los hombres han abandonado la antigua ortodoxia y buscan que los varios cultos e ismos les hagan superar las dificultades. Ahora no creen que pueden conseguir favores especiales de Dios por medio de plegarias, sino que piensan firmemente que pueden obtener lo que quieren de lo invisible exigiéndolo, que por sus propios medios pueden lograr lo que se proponen, a pesar de todo. Lo que quieren es una buena vida, sin experiencias desagradables, pruebas, dificultades ni adversidades; sin embargo, con ello no hacen más que correr tras los colores del arco iris. La buena vida que buscan los elude constantemente por la muy sencilla razón de que no existe. La única vida fácil es la vida del alma fuerte que ha vencido. Su vida en realidad no es sencilla, pero lo parece relativamente en virtud de su fuerza. 16


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Es imposible gozar de una vida fácil; si fuera posible, no merecería la pena ser vivida, pues el único objeto de ella es la formación del carácter y la consecución de la sabiduría por medio de la experiencia. La vida para todos debe estar siempre llena de dificultades. Este libro se ha escrito para ayudar a aquellos que hasta ahora han considerado que la existencia es demasiado dura para ellos. La mayoría va en busca de una vida fácil (que nunca hallarán, sino precisamente lo contrario); para ellos no tenemos mensaje alguno. Pero a aquellas almas inteligentes y despiertas que van en busca de la Verdad, no importa de dónde venga, y que desean vencer la vida y sus dificultades, en lugar de ceder pusilánimes a su empuje, este libro, sin duda, les traerá un mensaje alentador. No es éste el momento oportuno para tratar de ver por qué debemos encontrar desastres y adversidades en esta vida, ni por qué algunos disfrutan aparentemente una vida más llevadera que otros. Habrá, por consiguiente, de satisfacernos el hecho de saber que tenemos que tropezar con tribulaciones y vencer las dificultades que hallamos, y que obrando así alcanzaremos la sabiduría y desarrollaremos el carácter. La cuestión, por tanto, no es si tropezaremos con tribulaciones o no, sino más bien cómo debemos encararlas. ¿Saldremos victoriosos o seremos derrotados y hundidos? ¿Nos sobrepondremos a las dificultades de la vida o cederemos a ellas? La mayoría de la gente va a la deriva en el mar de la vida. Es mecida por las olas, es impulsada por la brisa o arrastrada de acá para allá por toda corriente. Sólo unos pocos se dan cuenta de que poseen un Poder Infinito en 17


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su interior, con la ayuda del cual pueden elevarse por encima de todas sus dificultades, vencer a su propia debilidad y, gracias a esta experiencia victoriosa, alcanzar la sabiduría. En este punto, algún lector práctico podrá objetar que la consecución de la sabiduría está muy bien, pero lo que él quiere es ayuda práctica. Quizás se encuentra sin ocupación, tiene enfermos en su casa y ha contraído deudas. O bien puede estar acomodado y, sin embargo, en la más profunda desesperación y desgracia. A todos les diremos que poseen el Poder para vencer todas sus dificultades y, en virtud de este triunfo, alcanzar la sabiduría. El éxito del hombre depende, más que nada, de su fe –de su fe en el buen propósito de la vida, de su fe en el Poder del Infinito interno y en su habilidad para vencer los obstáculos que se presenten en su camino. La extensión del Poder que el hombre puede aplicar a su vida es la medida de su fe en tal Poder. Si su fe en el Poder interno es escasa, su vida entonces será débil y poco logrará. Si es grande, será también grande el poder que se manifestará en su vida. El poder del Infinito es ilimitado e inagotable; todo lo que se requiere es una inquebrantable fe y confianza en él. El más débil y el más tímido pueden hacer uso de este Poder, que reside por igual en el tímido y débil que en el valeroso y fuerte. La debilidad del primero es consecuencia de su falta de fe y confianza en el Infinito Poder interno. Toda vida tiene sus dificultades y contrariedades, desastres y angustias, y a veces hasta parece que la tierra falla bajo nuestros pies; sin embargo, apelando al Poder 18


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interno podemos levantarnos de entre las ruinas de nuestras esperanzas marchitas, más fuertes y grandes gracias a la experiencia. La felicidad y el verdadero éxito dependen de cómo hacemos frente a las dificultades y contrariedades de la vida. La adversidad nos alcanza a todos; pero si lo hacemos de manera adecuada, hasta el fracaso puede servirnos de escalón para el éxito. Las dificultades nos llegan a todos; pero, mientras a unos los hace más fuerte y mejores en todos los sentidos, a otros los hunde de tal forma que nunca se vuelven a levantar. La dificultad es la misma; la diferencia estriba en cómo se le hace frente. Los que afrontan las dificultades y adversidades con la débil fuerza de sus mentes finitas y falsa personalidad se abruman y quebrantan prontamente por las tormentas de la vida. Pero aquellos que confían y tienen fe en el Poder interno jamás podrán abrumarse, ni jamás podrán ser derrotados. El Poder, por ser infinito, siempre es suficiente, no importa lo grande que sea la necesidad. Quien se dé cuenta cabal de su propia y verdadera identidad espiritual sabe que jamás podrá morir, que nunca podrá ser derrotado, que nunca puede fracasar realmente. Podrá perder su cuerpo en el cambio llamado muerte; pero él, el hombre verdadero, jamás puede morir. Ni tampoco puede fracasar; aunque sea derrotado mil veces, se levantará una y otra vez. Tened fe en vuestro Poder Espiritual interno y conoceréis los goces de la victoria y la realización. Todas las cosas serán vuestras. Buscad primero el Reino interno (la unión espiritual con lo Infinito y la armonía con la Voluntad y Propósitos Divinos), y todas esas cosas se os 19


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darán por añadidura. No tendréis por qué temer al mañana, pues sabréis que toda previsión ha sido ya hecha. No tendréis necesidad de acumular riquezas, pues el suministro cotidiano siempre estará disponible. No habrá necesidad de tener al médico cerca, porque Dios, la Vida Infinita, será nuestra salud. No habrá lugar para el pesar o las lamentaciones, pues sabréis que todo está bien. No temeréis a los acontecimientos por venir, porque comprenderéis que el Uno Infinito no comete errores.

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Capítulo III

¿Predestinación o libre albedrío?

Grande ha sido en el pasado la controversia sobre la debatida cuestión del destino en contra del libre albedrío. Por una parte, los fatalistas sostienen que el hombre está ligado a la rueda del destino tan estrechamente que le es imposible desenvolver su vida de manera diferente a la delineada para él. Pueden aportar testimonios convincentes para sostener su pretensión y creen en su teoría de todo corazón. Por otra parte, los que abogan por el libre albedrío creen igualmente de todo corazón que el hombre no está ligado y que es libre como el aire. Ellos también pueden aportar muchos testimonios en apoyo de su teoría, lo cual los confirma en su creencia. Cada uno de ellos cree que el otro incurre en el error; sin embargo, ¡ambos no pueden estar equivocados! Examinemos, por

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lo tanto, la cuestión, pues tiene enorme importancia y guarda una íntima relación con el tema de este libro. En primer lugar, hemos de decir que ambos están equivocados y acertados en parte. El hombre se halla, en efecto, ligado a la rueda; pero al mismo tiempo tiene libre albedrío. Trataremos, por consiguiente, de explicar esta aparente paradoja. Una antigua verdad de la enseñanza interna dice que el hombre todavía no evolucionado y antes de que se haya desarrollado está muy estrechamente ligado a la rueda del destino. Este hombre obedece a sus deseos, creándose así un porvenir al cual no puede escapar. No obstante, cuando se vuelve más evolucionado y emancipado, empieza a resistir sus deseos y se esfuerza, en cambio, en perseguir cosas más elevadas. Esto le crea un porvenir mejor; de esta manera llega a ser relativamente libre en comparación con su anterior estado de esclavitud. El hombre es esclavo del destino mientras es esclavo de los deseos del mundo terrenal. Sin embargo, es libre de vencer las cuestiones inferiores y elevarse a las superiores. Cuando hace esto, cesa de crearse un destino doloroso, y así se hace libre. Hay, por consiguiente, un destino que es de nuestra propia creación. Es necesario reconocer esto antes de que podamos ir adelante. Quien no tenga mucha experiencia de la vida o no sea un observador cuidadoso podrá negar que eso exista, pero quien haya experimentado grandes cambios en su vida, contra los cuales haya luchado y batallado en vano, sabe que hay un propósito tras los acontecimientos de la vida, contra el cual hasta los hombres 22


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poderosos son impotentes. Ocurren períodos en la vida del hombre en que remueve el cielo y la tierra, hablando figuradamente; en que implora hasta el agotamiento; hasta puede ser que sacrifique su dinero, su salud, su carrera, y haga todo cuanto está en el poder de un ser humano en un vano intento de rechazar la amenaza de un desastre. Pero, a pesar de todos sus esfuerzos, a pesar de sus súplicas a un cielo despiadado, la marcha implacable del destino no se puede detener. Avanza como un enorme tanque y aplasta sus esperanzas, su ídolo más querido, su propia vida o todo lo que hacía su existencia merecedora de ser vivida. Entonces, preguntaréis, si el destino es tan despiadado y poderoso, ¿qué se puede hacer contra él y en qué queda la cuestión del libre albedrío? La contestación es que hay que admitir que no tiene objeto luchar contra el destino. Cuanto más lucha el hombre contra él, más completamente deshecho queda. Hay ciertos acontecimientos y cambios importantes que deben suceder: son inevitables y es inútil luchar contra ellos. Pero si bien hay circunstancias que constituyen lo que llamamos destino que son inevitables y que, por lo tanto, no se pueden eludir, depende de nosotros mismos la actitud con que debemos hacer frente a esas adversidades y desastres. Si les hacemos frente en una actitud equivocada de resistencia, nos aplastan. En cambio, si nos enfrentamos a ellas con la actitud correcta, nos hacemos más fuertes y quedamos mejor preparados para asumir las responsabilidades de la vida, para vencer sus dificultades y tentaciones. Si uno hace frente a las contrariedades, pesares, desgracias y 23


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desastres de la vida con espíritu ecuánime, se forma un carácter fuerte y rico. Gracias a estas experiencias se torna poderoso y estable, y es capaz de ejercer una influencia benéfica sobre todos cuantos lo rodean. Cuando las cosas van llanamente y la vida es placentera, ninguna filosofía ni religión parecen necesarias, y en cuanto al poder interno, podemos pasarnos muy bien sin él. Así habla el atolondrado y el falto de experiencia; pero llegan momentos en toda vida en que para sacarnos del polvo y de las cenizas de la desesperación necesitamos no sólo una filosofía muy sana y profunda, sino también un poder del cual la personalidad finita conoce muy poco. Una cosa es probar a hacer frente a la contrariedad y adversidad con el debido espíritu, y otra muy distinta tener el poder de hacerlo. Quien crea que no posee poder alguno interno, sino que está convencido de que todo el poder reside en las circunstancias, nunca podrá salir victorioso en su lucha contra las contrariedades y dificultades de la vida; pero quien se dé plena cuenta de que posee un poder admirable que lo puede elevar, no importa lo desecho que esté, nunca será un fracasado. Suceda lo que suceda, actuará como hombre y desempeñará su papel noblemente. Se elevará de entre las ruinas de su vida y edificará una nueva de mayor belleza y esplendor. Es oportuno hacer notar que existe una diferencia entre el gran destino y las circunstancias de la vida. El gran destino, como se lo llama frecuentemente, es anterior a la vida presente, y su origen y causas no entran en los límites de esta obra. Será suficiente que digamos aquí que, a través de las edades, cosechamos lo que sembramos; por 24


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consiguiente, nuestro porvenir depende de la manera como hagamos frente a la vida y sus dificultades ahora. Contra el gran destino no se puede luchar con éxito, simplemente porque se está bajo los dictados de una Ley Omnipotente; pero nuestra vida y sus circunstancias por lo general dependen de la actitud con que hacemos frente al gran destino, y de cómo nos recobramos de él. No importa lo cruel que el destino sea aparentemente, podemos hacer de nuestra vida algo elevado y bello. Inspirados y fortalecidos por el Poder interno que en cada uno de nosotros reside, nos podemos elevar de entre las cenizas de nuestras esperanzas muertas y edificar de nuevo nuestra vida con mayor belleza y más en armonía con el Ideal Divino. Los que han estudiado las ciencias ocultas podrán sacar a colación las influencias planetarias y nos harán observar que, según la antigua ciencia de la Astrología, la vida del hombre está determinada por la estrella bajo la cual ha nacido. Esto es sólo cierto en caso de que ceda a las influencias que lo rodean en su camino. En ciertas épocas de la vida, el hombre se encuentra bajo influencias que unas veces son favorables y otras adversas. No olvidemos, sin embargo, que son sólo influencias, después de todo, y que si uno se mantiene firme en los períodos de adversidad y no se acobarda, confiando en el gran Poder interno que lo ha de sacar adelante, descubrirá que puede resistir todas las tormentas de la vida y salir de las pruebas en gran medida fortalecido. El hombre no podrá impedir que tales influencias obstruyan el camino de su vida, pero puede elevarse sobre ellas; sufrirá fracasos y descalabros, 25


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pero, lejos de desanimarse, hará de ellos escalones para el éxito. Los pesares y desgracias que experimente templarán su carácter y le darán la ecuanimidad y la comprensión que necesita para ser verdaderamente útil a sus congéneres. En cambio, el que se descorazona y, en lugar de elevarse y reconstruir su vida, rehúsa luchar, se condena a sí mismo a mayores sufrimientos, llegando así al total naufragio. ¡Si estáis desesperados, recobrad el ánimo! Hay en todos nosotros un Poder interno que nos puede elevar a alturas nunca soñadas. Con la ayuda de este Poder podremos realizar hasta lo aparentemente imposible. Además del destino que todo pensamiento y acción engendra, hay, tras la entera evolución, un plan gigantesco. Este plan admirable que todo lo abarca, desde la concepción estupenda de un universo ilimitado hasta el más pequeño electrón, se ha desarrollado a través de las edades con absoluta precisión. Nada puede impedir que este plan sea llevado a la manifestación. Reúne nuestro pasado y con él teje nuestro presente, exactamente de la misma manera como está reuniendo nuestro presente para tejerlo en un destino futuro. Todo actúa, sin embargo, dentro del gran plan y con infinita destreza. Estamos obligados a someternos al plan (esto también es destino), pero la actitud con que nos sometemos, de buena voluntad y contentos o a regañadientes y sufriendo, depende de nosotros (esto es el libre albedrío). Nuestra vida no está regida por un Ser caprichoso que primero sopla frío y después caliente o que favorece a uno y tortura a otro. El Ser Supremo actúa mediante 26


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leyes que son absolutamente justas e inmutables. Por consiguiente, todo desastre y contrariedad en esta vida es el efecto de ciertas causas. Estas causas son nuestras propias faltas cometidas en el pasado, que ponen en juego fuerzas contra las cuales el poder, el sentido y la sabiduría del hombre son impotentes. Sin embargo, al ser el Amor la ley fundamental del universo, se deduce que la actuación de la ley de causa y efecto no es vengativa. Su objeto es nuestro mayor bien, es decir, llevarnos a la unión con lo Divino o en armonía con el Infinito. Por lo tanto, ascendiendo a un plano más elevado o poniéndonos en más íntima armonía y unión con lo Divino, robamos hasta al mismo gran destino algo de su poder. No podemos oponernos a él, pues al hacerlo luchamos contra lo Omnipotente, pero somos capaces de adelantarlo al hacer voluntariamente, por propia decisión, aquello que la experiencia nos viene a enseñar. Se ve entonces que nuestro porvenir depende enteramente de la manera como pensamos y actuamos en esta vida. El porvenir está en nuestras propias manos. Si violamos la ley del amor en esta vida, nos creamos desastres y sufrimientos para el futuro, a los que tendremos que hacer frente algún día bajo la forma de un gran destino de carácter doloroso. Por el contrario, pensando y actuando rectamente ahora, no sólo mejoraremos las condiciones de esta vida, sino que también crearemos un futuro que será más armonioso y libertador que cualquier cosa que hayamos experimentado. También es necesario observar que, aun en esta vida, algunos grandes desastres son el resultado de pensamientos 27


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tenidos y acciones cometidas durante la existencia presente. Por ejemplo, el caso de uno que en su juventud incurre en una locura que le demanda en el ocaso de la vida una retribución terrible; o del que comete contra otro hombre una mala acción, y años después alguien descarga la misma mala acción contra él. Siempre es ojo por ojo y diente por diente en este plano de causa y efecto; pero el Guía del Gran Camino, mediante Su enseñanza del poder del amor, nos permite elevarnos sobre las cosas bajas, y vivir una vida de armonía y de paz. Otra de las causas es que el alma ha dejado de aprender ciertas lecciones; por consiguiente, en esta vida tendrá experiencias dolorosas en tal forma que le enseñarán las lecciones necesarias. Sin embargo, estas lecciones sólo se aprenden si a las experiencias dolorosas o desagradables se les hace frente con la debida actitud mental. Mientras que el hombre se queje de que es tratado injustamente por el destino y crea que no merece lo que la vida le depara, intensifica sus contrariedades, ahora y luego, porque tal actitud no le permite aprender las lecciones que la vida desea enseñarle. Sin embargo, cuando se da cuenta de que la vida es justa y que la causa de todas sus tribulaciones está en su interior, y lo admite, él, como el hijo pródigo, entra en sí mismo, y pronto emprende el viaje de retorno.

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Capítulo IV

Causas y efectos

El hombre es el causante de los desastres de su vida. Con el paso del tiempo cosecha exactamente lo que siembra. La vida es perfectamente justa y recompensa a todos según sus obras. El destino del presente es la cosecha de su siembra, quizás un pasado distante. En consecuencia, los desastres y sufrimientos de esta vida no cabe atribuirlos a la interferencia de un Dios caprichoso e irrazonable, pues la verdad es que son debidos a la acción exacta de una ley perfectamente justa. El destino, una vez creado, es irrevocable. No se puede luchar contra él, ni eludirlo. Luchando contra el destino, el hombre fatalmente se estrella. Hacer eso equivale a golpearse contra una roca; cuanto más impulso lleve, tanto mayor daño se hará, pero la roca queda inalterada. El destino, aunque creado en gran parte por nosotros mismos, constituye realmente el 29


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propósito Divino de la vida; por lo tanto, resistirlo es luchar contra Dios. El destino, insistimos, no es un castigo en ningún sentido vengativo, sino la combinación de ciertas experiencias remediadoras, gracias a las cuales el alma aprende las lecciones que dejó de aprender en edades pasadas, y así alcanza la sabiduría. El objeto del destino es el mayor bien del individuo, aunque venga envuelto en sufrimiento y experiencias dolorosas. Puesto que los desastres en la vida actual del hombre son consecuencias de errores pasados, se deduce naturalmente que su porvenir depende de la clase de vida que tenga hoy. Si en el pasado creó una serie de acontecimientos y experiencias, de los cuales resulta imposible escapar, es obvio que sus vidas futuras dependerán enteramente de cómo viva la presente. Se ve, pues, que si el hombre es capaz de aprender las lecciones de la vida presente, y vive de tal forma que cese de crearse dificultades para el futuro, empieza a internarse por el Sendero de la Liberación, el camino que todas las almas habrán de seguir, es más, tienen el privilegio de seguir. Siguiendo dicho Sendero, el hombre cesa de estar ligado a la rueda del destino. Este libro no enseña la reencarnación, pues su enseñanza está basada en la creencia de que el hombre es, en realidad, un ser espiritual, una Chispa Divina del Fuego Sagrado. Como es inmortal, el espíritu no tiene principio ni fin, luego vive siempre. La vida presente es una de las tantas incontables experiencias, cada una de las cuales contribuye a desarrollar el carácter. No existe la muerte, sino cambios de un vehículo a otro. No hay ni 30


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principio ni fin; ni tiempo, en realidad; éstos son meras limitaciones de la mente humana. Al hombre le es imposible morir; sólo puede dejar el cuerpo. No se puede matar a sí mismo, inténtelo como quiera; sólo puede forzarse a sí mismo a salir del cuerpo. El hombre siempre ha de marchar adelante, le guste o no, y perdura a través de las edades, cosechando exactamente lo que siembra. Acabamos de ver que el hombre no puede eludir el destino ni luchar con éxito contra él, pero puede liberarse de la rueda del destino viviendo su vida en armonía con la Ley Divina. En este punto es necesario observar que la mayoría de las dificultades del hombre no son causadas por el destino, sino que resultan de su lucha contra éste o de su intento de resistencia al gran plan. Si uno se resiste a las experiencias, o intenta eludir su disciplina, las contrariedades y las dificultades se repetirán, haciéndose más dolorosas e insistentes hasta que aprenda la lección; entonces, la vida cambiará de acuerdo con eso. Como se ve, el hombre tiene a su disposición el poder de mejorar en gran medida su vida, así como el de crearse un porvenir mucho mejor, con sólo vivir su vida de hoy en armonía con la Ley Divina. Es necesario advertir, además, que todo pensamiento y acción tienen un efecto tanto inmediato como lejano. Es cierto que el pleno efecto de la vida no se advierte hasta después de que hemos recorrido nuestro pequeño camino en este plano; no obstante, grandes cambios tienen lugar en la vida presente. La manera que un joven utiliza o desperdicia sus oportunidades puede ayudarlo o perjudicarlo en su carrera cuando es adulto. Las oportunidades que 31


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se dejan pasar nunca vuelven a presentarse. Las faltas cometidas y el mal a nuestros semejantes tienen el desagradable hábito de repetirse a la inversa, más adelante, en la vida. Por ejemplo, un individuo progresa en la vida, y en su ascenso egoísta atropella a uno más débil que él, arruinándolo y llevándolo a la desesperación. Años después, es probable que sea tratado exactamente de la misma manera por alguien más fuerte y mejor situado que él. Por lo tanto, hay una siembra o cosecha inmediata que fructifica en esta vida. Por inmediato queremos decir dentro del período de esta vida. El fruto puede tardar diez o veinte años, pero, según la experiencia del que escribe, es frecuente que venga. Sea lo que quiera lo que el hombre siembre, eso mismo cosechará. Por consiguiente, aquellos que piensan que la vida no es justa y se lamentan de la manera en que son tratados no hacen más que aumentar sus tribulaciones. Hasta que el hombre se da cuenta de que la causa de todas sus dificultades está en su interior, no puede hacer nada para remediar sus males, porque, como ya se ha dicho, el único remedio eficaz es que cambie su actitud interna. La ha de cambiar antes de que pueda modificar su vida. Sus pensamientos, sus ideales, su actitud hacia la vida, todo se ha de transformar. Cuando ha efectuado este cambio, no sólo empieza a rehacer su existencia presente, sino que se crea una vida más feliz y más noble para el futuro. El hombre, por lo tanto, ha de cambiar. Sus deseos y aspiraciones, en lugar de estar inspirados por el odio y la maldad, deben transformarse en sentimientos de amor y benevolencia. En lugar de encenagarse en la codicia y el 32


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egoísmo, ha de elevarse a cuestiones más altas y mejores. ¿Cómo se puede hacer esto? La personalidad finita no puede hacerlo por sí sola, pero es capaz de lograrlo por el Poder Infinito interno. Cuando el hombre se da cuenta de su unidad con el Infinito y cree que el Poder Omnipotente está a su disposición, el Poder Espiritual interno está realmente disponible para él. Mientras el hombre tenga duda y temor o escepticismo, no puede disponer de este poder especial. Es suyo, pero la actitud de su corazón y de su mente le impide reconocer la presencia de tal Poder y utilizarlo. Para que la maquinaria de una fábrica pueda marchar, se debe conectar con la máquina motriz. De la misma manera, el hombre, para vivir la nueva vida, ha de llegar a ser uno con la Vida y el Poder Infinitos. La entrada en esta nueva vida de poder no elimina las experiencias de la existencia, ni sus pruebas, problemas y adversidades; pero el cambio interno evita las dificultades y sufrimientos innecesarios. Asimismo, hasta el llamado despiadado destino pierde mucho de su poder de herir, pues cuanto más alto se eleva el hombre en su unión con Dios y el Amor Infinito, menos poder ejerce el denominado destino en su vida. Actúa todavía, pero no puede herirlo tan hondamente, pues el hombre ve con ojos iluminados que es Bien que lo viene a bendecir, y no Mal que lo viene a destruir. El destino doloroso pierde su poder de herir cuando el hombre, en lugar de resistirlo, le hace frente con los brazos abiertos, procurando aprender las lecciones que le viene a enseñar. Éste es el secreto interno de toda enseñanza esotérica. El nuevo nacimiento, o regeneración, significa el despertar 33


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del alma a la inmortalidad consciente. El viejo Yo personal, que estaba ligado a la rueda del destino y al plano de causa y efecto, del cual nunca hubiera podido liberarse por sí mismo, debido a que con sus deseos egoístas continuamente crea nuevos lazos que lo ligan a ella, muere y un nuevo Yo nace. En otras palabras, la conciencia se eleva del plano del error y de la muerte, de la sensualidad y el deseo, de la restricción y el cautiverio, al plano más elevado del Espíritu, donde el hombre alcanza a comprobar que es uno con Dios. Descubre que la Chispa Divina interna es su verdadero Yo. Asimismo se da cuenta de que ha vivido siempre en su Yo Espiritual real. El principio y el fin, como el cambio y la decadencia, pertenecen puramente al plano material y no tienen lugar en la Realidad. Forman parte de la existencia presente de tres dimensiones, pero no son reales. El ser sin término es la realidad; fuera de esto, todo es una mera ilusión. No es necesario, por consiguiente, creer en la teoría de la reencarnación o en que todas nuestras experiencias han de tener lugar necesariamente en este plano. Es suficiente saber que nunca podemos morir, que no podemos escapar de nosotros mismos, y que dejar de buscar con todo nuestro corazón unirnos una vez más con nuestra Fuente Divina es sencillamente prolongar nuestros sufrimientos.

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Capítulo V

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Al decir éxito nos referimos a la consecución de algo digno, que haga mejor y más rico al mundo, y añada algo al bienestar común. Nuestra esfera en la vida puede ser muy humilde, pero si nos sobreponemos a nuestra debilidad, ayudamos a otros en el camino de la vida; y si ejecutamos nuestro trabajo cotidiano mejor de lo que se exige, nuestra vida no puede ser otra cosa que próspera. Si, al final de ella, podemos estar satisfechos, por considerar que hemos hecho de ella el mejor uso posible, habremos logrado un éxito verdadero. El éxito, para el no iluminado, puede significar la acumulación de riquezas o hacerse famoso. Sin embargo, aquellos que se dedican al logro de estas cuestiones son los grandes fracasados de la vida. Es cierto que consiguen riquezas, pero encuentran que su dinero sólo puede comprarles 35


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aquellos objetos que no les producen satisfacción duradera, y que no les puede comprar algunos que son dignos de tenerse. Este éxito tan vacío se puede conseguir, pero a un precio demasiado elevado. El más grande de los Maestros dijo en una ocasión: «¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?». ¿Qué le aprovecha al hombre prosperar a costa de su felicidad, de su salud, del gozo de vivir, de la vida doméstica y de su capacidad de apreciar las bellezas de la naturaleza y de los placeres sencillos? No obstante, el hombre ha de luchar; debe buscar siempre mejores cosas y expresarse con mayor perfección. Uno que vaya a la deriva por la vida sin hacer ningún esfuerzo para alcanzar más altos planos no merece el nombre de ciudadano. El hombre, si ha de ser digno del nombre, debe siempre esforzarse, superarse, elevarse. El fracaso en la vida siempre es debido a debilidad de carácter. Sólo los caracteres firmes pueden resistir los reveses de la vida y sobreponerse a sus dificultades. El hombre que quiera hacer su vida digna de respeto, y elevarse a altos logros y servicio, a cada momento se verá frente a las dificultades, tal como debe ser, pues así se eliminan los aspirantes cobardes e indignos, y se favorece a los que muestran fe, valor, constancia, paciencia, perseverancia, buen humor y firmeza de carácter. El éxito, especialmente el éxito material, no es en sí mismo de gran beneficio para quien lo consigue, porque la satisfacción que proporciona no es duradera, aunque es valioso en otros sentidos. Por ejemplo, el éxito basado en el servicio es un beneficio para la comunidad. Si no fuera por los individuos de este tipo que alcanzan el éxito, el hombre ordinario de la calle lo 36


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pasaría muy mal; por otra parte, el esfuerzo para alcanzar el éxito desarrolla el carácter. Quien aspire a tener éxito en la lucha de la vida debe estar dispuesto a someterse a pruebas de toda índole. El que sea capaz de soportarlas fortalece su carácter en casi todos los sentidos. Incluso después de alcanzarlo el éxito, será tentado y probado. Los que están absorbidos en la áspera lucha del comercio o de la política corren el riesgo, si no se controlan muy atentamente, de volverse duros y encallecidos. De todos los fracasos, éste es probablemente el peor. Quien alcance éxito en algún sentido pero se vuelva duro de corazón es, después de todo, un triste fracasado. Por otra parte, los triunfadores, los luchadores, los que avanzan están más sujetos a tentaciones que los que temen aventurarse y permanecen en el valle de la mediocridad. Esto es cierto no sólo con respecto a los que buscan ascender la empinada cuesta de la espiritualidad, sino también para aquellos que buscan el éxito en los asuntos mundanos. En ambos casos se les confían grandes poderes e influencias, en grado inimaginable para el hombre ordinario. Esto conlleva una grave responsabilidad, pues si tales poderes se emplean para el propio engrandecimiento, las consecuencias son desastrosas. Por lo tanto, aquellos que ascienden se ven acosados en todas direcciones por tentaciones de índole muy sutil, las cuales, si uno cede, arruinan la vida e infieren un grave daño al alma. La vida es una batalla constante. Para la persona corriente es, por lo general, una lucha con las circunstancias y las dificultades ordinarias, que a sus ojos son muy importantes. El alma más avanzada no se preocupa 37


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mucho por tales asuntos (se eleva sobre ellos), pero se ve tentada y probada en grado mucho mayor y de una manera mucho más sutil. Aquellos que creen que afiliándose a cierto culto o «ismo» disfrutarán de una vida sin contratiempos simplemente se engañan ellos mismos. A medida que uno aprenda a sobreponerse a las dificultades de la vida, que desconciertan al individuo ordinario, será tentado y probado de otra y más útil manera; esto ha de ser así porque la vida no es un pasatiempo placentero, sino una lucha para desarrollar el carácter, mediante la experiencia. En razón de esto, el que quiera tener éxito debe hacerse fuerte, sabio y paciente. Aquellos que aspiran a hacer su vida realmente digna; quienes desean servir a sus semejantes con mayor perfección; quienes quieren fortalecer el carácter mediante la experiencia y superar todas sus habilidades, heredadas o de cualquier otra clase, han de buscar el poder y la sabiduría internos. Cabe observar, sin embargo, que el hombre no ha de usar sus poderes espirituales para fines egoístas y para su propio encumbramiento. Hay una ley inmutable, revelada por la enseñanza interna a través de las edades, que prohíbe el uso de poderes espirituales para crear riquezas; ni siquiera el pan cotidiano. Jesús estuvo sujeto a la misma ley espiritual y fue tentado exactamente de la misma manera que nosotros. El tentador dijo: «Ordena que esta piedra se convierta en pan». Si Cristo hubiese convertido la piedra en pan, habría fracasado en Su gran misión; pero Él conocía la ley. Miles de personas en la actualidad intentan, haciendo mal uso de sus poderes espirituales, no solamente convertir piedras en panes, sino también en 38


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automóviles, en cuentas corrientes en el banco, y en tierras y casas. Van de cabeza al desastre, porque obran contra el Poder Espiritual combinado del universo. El enemigo de las Almas ofrece a los que han aprendido a utilizar el inagotable Poder del Universo, y que han descubierto que son hijos de Dios, la riqueza, el poder, la pompa y el aplauso de los hombres (las cosas brillantes y perecederas) solamente si hacen mal uso del Poder que Dios les ha conferido. Imitando a Jesús, deben rehusar, han de anteponer el servicio, han de dar en lugar de tomar. A miles de hombres se les enseña hoy día a imponer su voluntad humana sobre la vida y a emplear poderes ocultos para la adquisición de riquezas y poder. Se les muestra cómo entrar en el Silencio y pedir lo que quieran. «¡Cómo obtener lo que queréis!» es la divisa de estos instructores modernos. Ningún mérito, ningún servicio, ninguna donación se pide, sino exigir, imponer por el poder de la voluntad y el uso de las fuerzas ocultas. Éste es otro artificio del enemigo de las Almas, que está apartando del Sendero a decenas de miles de buscadores de la Verdad. Esta cuestión será tratada con más amplitud en capítulo aparte. Sin embargo, si la ambición del hombre es servir y dar, en lugar de tomar y retener; si, además, busca el éxito por el mérito y no por el mal uso de sus poderes espirituales, podrá seguir adelante y el Poder irá con él y lo ayudará. Una vez despertado el Poder, el hombre debe evitar toda lucha puramente egoísta, aunque, indudablemente, todavía habrá mucho egoísmo en sus móviles. Tendrá que buscar el éxito en el servicio y en la persecución 39


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de nobles fines; ha de obtenerlo por sus merecimientos y proceder leal, en lugar de intentar arrancarlo de la vida sin consideración a quien sufra por ello. Cabe añadir que una vez se ha conseguido dar expresión a este Poder, se debe utilizar con amor, pues si se emplea de otra forma destruirá a quien lo use. Por otra parte, el Poder no ha de ser aplicado por la voluntad humana finita, sino que se ha de hacer el necesario esfuerzo para percibir cuál es la Voluntad del Todo, y obrar en armonía con ella. Tras cada vida está la Voluntad y Propósito Divino. Cada vida es perfecta tal como ha sido imaginada en la Mente Universal. En verdad, el éxito más grande, el único éxito verdadero, es vivir según el gran Propósito Cósmico o, en otras palabras, tal como ha sido imaginado en la Mente Una. No os imaginéis, sin embargo, que la Voluntad de la Mente Universal es que el hombre sea un fracasado o que le falten posibilidades. Muy lejos de eso, pues no tenemos más que contemplar el universo para ver que la Mente Infinita está siempre logrando y que nunca fracasa. El hombre, asimismo, ha de prosperar; pero ha de combinar la sabiduría con su ambición, y trabajar en beneficio del Todo, en lugar de por algún propósito puramente egoísta. Es natural que el hombre prospere en la vida, en moderada medida. Para prosperar ha de ser más eficiente, a fin de servir mejor a la vida y a sus semejantes. Por lo tanto, no hay nada perjudicial en éxitos de esta clase. Es natural y hasta laudable que quien se encuentre en un ambiente pobre y desagradable tenga la ambición de elevarse a altas 40


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esferas. Es muy justo que desee una vida más brillante y mejor para su esposa y su familia. Mientras se entregue a la ambición sabiamente, y busque el éxito en un mejor servicio a sus semejantes, su propósito es loable. Sin embargo, si no pone freno y control a su ambición, y consiente que ésta se desboque, perderá todo goce verdadero de la vida, y al final, cuando sea demasiado tarde, aprenderá, para desgracia suya, que su existencia, por exceso de éxito, ha sido un fracaso. La experiencia del que esto escribe es que necesitamos progresar siempre; que es preciso que nos superemos y nos esforcemos para tener éxito. Una de las grandes leyes del universo es progresar; por consiguiente, es fatal detenerse. Debemos avanzar, debemos lograr, debemos realizar cosas. Si lo hacemos, quizás descubramos que muchas cosas nos cuestan más esfuerzo y duro trabajo de lo que merecen; sin embargo, mientras las perseguimos, adquirimos experiencia, y nos fortalecemos y preparamos para mayores realizaciones. Gracias al repetido fracaso en hallar una completa satisfacción, llegamos finalmente al verdadero conocimiento, sabiduría y comprensión. Entonces obramos sabiamente si, con el mundo a nuestros pies, nos sabemos contentar con un muy moderado éxito material, y dirigir nuestra atención y nuestras aspiraciones a cuestiones más elevadas y mejores. Al concluir este capítulo es necesario tener presente que el éxito y la realización no nos caerán de las nubes. Todos los que triunfan trabajan con avidez asiduamente, mientras otros se divierten y duermen. Toda enseñanza en contrario es errónea. Creer que el éxito va a venir sin 41


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merecerlo, simplemente porque uno se entretiene en hacer afirmaciones o realiza ejercicios mentales, es una solemne tontería. Por otra parte, emplear las fuerzas internas en sentido oculto, con el fin de atraerse cosas materiales, o forzar el llamado éxito, cualquiera sea la forma o el procedimiento, es magia negra. Quien descienda a tales prácticas se convierte en un mago negro y se expone a un castigo terrible. Sólo hay una manera de tener éxito en la vida: ser de la mayor utilidad y servicio, haciendo las cosas mejor de lo que se han hecho antes, asumiendo mayor responsabilidad. De esta manera se sirve mejor a la humanidad, y, por consiguiente, se merece el éxito. «Es más santo dar que recibir», dijo el Maestro, y eso es cierto hasta en los asuntos prácticos y materiales de la vida. Primero se ha de prestar un mejor y más valioso servicio; en otras palabras, se ha de merecer antes de ver lo materializado. Hay que sembrar antes de cosechar; uno ha de hacerse demasiado grande para su posición actual antes de que sea capaz de ocupar otra de mayor importancia. Hay que crecer y expandirse, en todo sentido posible, y a medida que se crezca aumentará el éxito. El éxito externo es, por así decirlo, un reflejo de lo que uno es realmente y el resultado de un mejor y más valioso servicio a la humanidad. Se requiere un gran esfuerzo y una firme determinación para salir del camino trillado, pero, con tal de que la ambición no sea innoble o egoísta, se encontrará el Poder interno suficiente para todas las necesidades. Para alcanzar el éxito, ya sea en la agitada vida mundana o en el sendero más difícil del progreso espiritual, se necesita imaginación, visión, valor, confianza, determinación, 42


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perseverancia, esperanza, jovialidad y otras cualidades. Todas ellas son internas, pero están más o menos dormidas y se pueden despertar en cuanto creemos que el Poder Infinito es nuestro. Sin embargo, nuevamente hemos de repetir la advertencia de que este Poder no se ha de usar para un engrandecimiento egoísta, y todavía menos se ha de emplear, o mejor dicho, mal emplear, para influir en los demás o dominarlos. Si se hace un mal uso de este Poder, los resultados serán desastrosos y terribles. Por consiguiente, sólo se ha de utilizar para realizar buenas y nobles aspiraciones, y en servicio que enriquezca la vida de nuestros semejantes, añadido al bien común. Cuando se ha llegado a esta altura, no hay más que ir adelante; no cabe detenerse o retroceder. Siempre adelante, ordena el Divino impulso. Tan cierto como los planetas han de girar alrededor del Sol y cumplir su destino, así tú, lector, debes seguir adelante. Procura que tus aspiraciones y tus ambiciones estén cimentadas en la eterna sabiduría, pues en esto se basa todo tu porvenir.

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Capítulo VI

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Es imposible en una obra de este carácter explicar por qué una persona hereda un cuerpo débil y enfermizo, y otra goza de una constitución fuerte y robusta. Será suficiente hacer presente que la época de las constituciones rudas y robustas está pasando, y que el organismo humano se está haciendo altamente sensitivo, más nervioso y más psíquico en su constitución. El antiguo tipo de hombre rústico, de salud robusta e inconsciente, era producto de una naturaleza animal, en la cual el cuerpo estaba dirigido de la manera más completa por la mente instintiva. Los seres humanos menos evolucionados no se ven afectados, aparentemente, por las tormentas mentales, cambios psíquicos y desarmonías espirituales que alteran la salud de los tipos más evolucionados. Ejemplo de esto lo tenemos en algunos casos de locura. El paciente 45


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pierde la razón, con el resultado de que su salud física se vuelve admirablemente buena. La mente instintiva asume el control de la situación, y el resultado es una salud animal fuerte y robusta. Cuando el paciente estaba cuerdo y su mente llena de preocupaciones, ambiciones, planes, inquietudes, odios y pesares, probablemente se hallaba muy lejos de gozar de buena salud. Esto era consecuencia de los perturbadores efectos de sus pensamientos y emociones incontrolados. Pero, en cuanto su mente racional cedió y devino en su imbecilidad, cesó de pensar en cosas perturbadoras, la mente instintiva, animal, pudo actuar sin obstáculos. No sirve de nada suspirar por los buenos tiempos que pasaron, cuando la gente era, en su rusticidad, fuerte y vigorosa, como lo son los salvajes. La evolución ha decretado que el hombre ha de convertirse en un tipo más altamente nervioso y sensitivo. En este tipo sensitivo, los pensamientos y emociones malos producen un dolor y un sufrimiento más intensos. La mayoría no sabe lo que es gozar de buena salud; no sólo sufren de pequeños achaques, como dolores de cabeza, indigestión, reumatismo o neuritis, sino que nunca se sienten total o plenamente bien. Les es desconocida la alegría de vivir. La vida no los hace vibrar, nada les acelera la sangre, no experimentan momentos de vívido éxtasis; en otras palabras, no viven; simplemente subsisten, condenados a una muerte lenta. Por eso la mayoría es tan propensa y susceptible a las enfermedades infecciosas y las epidemias; pero, si estuvieran realmente bien, serían inmunes. No obstante, en lugar de buscar la inmunidad en una buena salud, la buscan 46


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en vacunas y sueros, añadiendo nuevas cargas a las muchas que ya tiene que soportar el cuerpo. Toda tentativa en este sentido ha de acabar en un fracaso, pues tan pronto como se elimine una enfermedad, aparecerá otra. Muchos consideran el mal y la enfermedad como inevitables; sin embargo, lo cierto es que la salud es el estado normal y que toda dolencia es anormalidad. Al tratar de trazar el origen de la mala salud, encontramos ante todo que es debida a una desobediencia a la ley natural. Gran número de personas infringen casi todas las leyes naturales y se sorprenden al ver que enferman. Sin embargo, lo admirable es que se hallen tan bien como están. Por otra parte, si bien la obediencia a las leyes de la naturaleza y el empleo de métodos naturales de curación nos harán avanzar un cierto trecho de camino, debe de haber causas más profundas que las físicas. Nos hallamos confrontados con el hecho de que hay muchas personas que obedecen todas las leyes físicas conocidas sobre la salud: se bañan, hacen ejercicio y respiran, comen y beben científicamente, adoptan métodos naturales de curación, en lugar de emplear drogas, y sin embargo no disfrutan de buena salud. Por lo tanto, debemos calar más hondo e ir a la mente a fin de descubrir la causa de su mala salud. Cuando estudiamos la mente, hallamos prolíficas causas de enfermedad. El hombre induce con sus pensamientos el malestar y la enfermedad. Es bien sabido que pensar en el mal y en la enfermedad los introduce en el cuerpo. Los que siempre están pensando en males, enfermedades, operaciones y cosas por el estilo son presa de 47


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ellos. Los que creen que la enfermedad es inevitable la ponen de manifiesto en su vida. Los pensamientos morbosos producen un estado morboso en el cuerpo, y son la causa de que éste sea fácil presa de la enfermedad o de que caiga en un mal estado de salud crónico. Consentir que los pensamientos giren en torno a cuestiones morbosas es seguir un camino seguro hacia la enfermedad y la invalidez. El hombre no sólo enferma a causa de sus propios pensamientos y emociones negativas, sino que además está bajo la influencia hipnótica de la mente de la raza. El Dios de este mundo ha oscurecido las mentes de los que no creen. Todos estamos más o menos bajo la influencia de una inmensa ilusión. El mal, la enfermedad y otras imperfecciones que vemos y experimentamos no son auténticas en la Realidad, sino que existen en lo irreal, aunque son reales para la limitada conciencia presente. Al darnos cuenta de la verdad, pensando y viviendo bajo la luz y el poder de ésta, la influencia hipnótica se rompe, aunque no por completo, pues si así fuese nunca envejeceríamos; pero lo hace en tal medida que podamos gozar de una salud mucho mejor. También estamos hipnóticamente afectados por las sugestiones que nos llegan desde mil fuentes distintas. Las conversaciones de los amigos y relaciones nos influyen adversamente. Su creencia en el mal y la enfermedad como realidades, y en su inevitabilidad, matiza la conversación, y, salvo que nos pongamos en guardia, esto nos afecta inconscientemente. Los periódicos, revistas y libros suelen abundar en el mismo error y también nos influencian, 48


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a no ser que hayamos llegado a ser tan positivos que ya no nos afecten. Desde innumerables fuentes recibimos la sutil sugestión de que el mal, la enfermedad, la infección son realidades que no podemos eludir, ante las cuales nos hemos de doblegar. El efecto de esto, expresándolo en un lenguaje simple y elemental, es que desvía el poder de la vida hacia cauces equivocados, produciendo así la enfermedad y la mala salud en lugar de la perfección. El estado normal de salud tiene que ceder su lugar al estado anormal de la enfermedad. Sin embargo, el estado normal de salud se restablece cuando se comprende la Verdad y se vive bajo Su luz y poder. La Verdad y la Perfección absoluta están tras toda ilusión e imperfección de la vida de los sentidos. La salud se encuentra en la comprensión de la Verdad y de la perfección de la Realidad, y estableciendo el pensamiento de la Verdad, de manera que nuestros pensamientos cesen de ser negativos, y de estar basados en el error y en la ilusión. Se dice a menudo que la mala salud es consecuencia del pecado. Lo es, puesto que pensar en el mal, en la enfermedad y en la mala salud, creer que son inevitables, es uno de los pecados más grandes. El rumbo de la vida es ir (pensar y obrar) tras el Espíritu (el cual es perfecto, completo, inmortal e incorruptible) y no tras lo material (la corrupción, el mal, la enfermedad, la muerte). Al correr sólo tras lo material afrentamos a Dios, Quien es el Todo y la Perfección absolutos, y nos apartamos de la Vida y el Poder Divinos. Pero hay otras maneras por las cuales el erróneo pensar destruye la salud. Rumiar pensamientos de lujuria es 49


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causa prolífica de desdichas, enfermedades y desarreglos nerviosos. Las fuerzas divinas de la vida son dirigidas por un canal equivocado, lo que provoca la indigencia y el inevitable debilitamiento del cuerpo, del cerebro y de la voluntad, o la depresión, con sus consiguientes enfermedades nerviosas. Si consentimos en que nuestros pensamientos revoloteen en la impureza, en una forma u otra eso nos traerá malos resultados, ya sea en acción, en mala salud o en ambos. Al pensamiento se le ha de controlar y transmutar constantemente. No reprimirlo, sino transmutarlo, entiéndase bien, pues existe una diferencia muy grande entre ambos términos. La represión produce desarreglos nerviosos, pero, al trocar o transmutar los pensamientos, la vida se transforma y la salud corporal mejora en gran medida. Asimismo, tolerar pensamientos de odio, resentimiento, mala voluntad, temor, preocupación, inquietud, pesar y ansiedad produce mala salud, porque se reduce la resistencia del cuerpo, y éste ofrece un ancho campo a la infección y la enfermedad. Lo anterior nos demuestra que la condición de la mente y el carácter de los pensamientos son factores importantes que no podemos descuidar. Es inútil tratar de curar una dolencia o enfermedad, si son meramente efectos externos de causas mentales ocultas. Para efectuar la cura tenemos que remontarnos a la causa del trastorno y eliminarla. El control del pensamiento es una gran ayuda. Transmutando los pensamientos erróneos en correctos o positivos, con el correr del tiempo se lograrán maravillas en la vida. En el subconsciente tenemos un poder ilimitado, 50


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de inteligencia extraordinaria. Según sean nuestros pensamientos, este poder admirable infundirá salud, armonía y belleza en nuestra vida y cuerpo, o precisamente lo contrario. El poder es bueno y la inteligencia, aparentemente, infinita, pero van dondequiera que nuestro pensamiento los dirija. Con nuestra acción de pensar, creamos o destruimos, producimos el bien o el mal. Por lo tanto, si todos nuestros pensamientos son buenos, positivos y constructivos, se deduce que tanto nuestro cuerpo como nuestra vida se desarrollarán en armonía y perfección. Alguien preguntará: «¿Se puede hacer esto?». Se puede hacer si queremos y estamos dispuestos a someternos a una disciplina y perseverar en ella ante el a menudo aparente fracaso. Algunos lectores dirán al leer esto que no aspiran a ser tan extraordinariamente buenos, y que no están dispuestos a renunciar a la codicia, la impureza, el odio, el rencor, la maldad y los malos pensamientos y emociones de esta clase. Muy bien; si es así, deben continuar y aprender a través del sufrimiento la lección que rehúsan aprender voluntariamente. Otros dirán: «Sí, quiero controlar mis pensamientos, pero ¿cómo puedo dejar de inquietarme cuando tengo tanto de que afligirme? ¿Cómo puedo cesar de odiar cuando me han perjudicado tan profundamente?». Esto nos muestra una causa de malestar aún más grave que la de la mente ya mencionada, es decir, la actitud del corazón. Nuestras Escrituras sagradas nos dicen que «según el hombre piense en su “corazón”, así es él». Por corazón se entiende el alma o sentimiento, la parte que desea en el hombre. Es ahí donde se produce el conflicto entre la voluntad personal y la 51


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Voluntad Divina. La verdadera causa raíz de la desdicha, desarmonía y malestar es espiritual y no meramente mental o física. Estas últimas son causas contribuyentes, pero la primera es la causa fundamental. La desarmonía espiritual es, en realidad, la causa del malestar y de la enfermedad. Hasta tanto se restablezca la armonía espiritual, el hombre es un reino dividido contra sí mismo, el cual, como Cristo dijo, no puede subsistir. La curación, por lo tanto, ha de ser de índole espiritual. Hasta que tal armonía exista no podrá haber subyugamiento de los pensamientos de odio, de temor o de inquietud, y mientras éstos no estén subyugados no puede haber verdadera curación. Las curaciones de Cristo fueron hechas por gracia del Espíritu, restablecida la armonía interna, perdonando los pecados, cambiando los deseos del corazón, poniendo la voluntad del curado en armonía con la Voluntad Divina. Simultáneamente, tuvo que haber una revelación de la verdad de que la Voluntad de Dios es caridad, plenitud, gozo y perfección, y no enfermedad y miseria. La curación mental no es posible mientras no nos pongamos en paz con Dios; hasta que nos hayamos sometido enteramente al principio del amor, no podremos subyugar nuestros malignos pensamientos de odio y de resentimiento, transmutándolos en pensamientos de amor; hasta tanto nos hayamos sometido a la Voluntad Divina y hayamos planteado todos nuestros problemas a la Mente Infinita, no podremos dejar de sentir inquietudes y temor. La disciplina mental y el control del pensamiento son necesarios después de efectuado este cambio interno, 52


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pues todos tenemos que procurar nuestra propia salvación, pero lo esencial para ello es el sometimiento interno de corazón en amor y confianza. Mientras odiemos a nuestro hermano, temamos lo que nos ha de traer el porvenir, o nos quejemos de esta vida, nunca podremos estar bien. Pero en cuanto nos ponemos acordes con la Armonía Divina y aprendemos a controlar nuestros pensamientos y emociones, y a transmutar los deseos carnales y materiales en servicio caritativo, experimentamos un estado de plenitud inconfundible y reconfortante. Los desórdenes antiguos, profundamente arraigados, se extinguen y son reemplazados por un firme mejoramiento en el estado de salud. A fin de recuperar la salud, es necesario que uno se eleve constantemente al Ideal Divino de salud, armonía y perfección. Pero esto es inútil si todavía existe un choque entre la voluntad personal y la Voluntad Divina; o si el corazón aún conserva rastros de odio, malignidad o temor. La voluntad del hombre ha de estar sometida a la Voluntad más grande (éste, en realidad, es nuestro mayor bien, pues el cumplimiento de la Voluntad Divina es el feliz destino del hombre). Antes de que podamos entrar en tal felicidad, libre de inquietudes, el corazón debe perdonar y estar saturado de amor; se ha de arrojar el temor y reemplazarlo por la fe y la confianza completas; ha de hallarse en ese estado de apacible serenidad que es necesario para la curación. La salud es armonía —un delicado equilibrio y ajuste entre el espíritu, el alma, la mente y el cuerpo—, armonía que depende enteramente de la armonía más grande entre nosotros mismos y Dios. 53


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Mientras haya conflicto de voluntades, mientras prevalezca el odio o el resentimiento, mientras persista el egoísmo y el temor, tal armonía no puede existir. La causa básica de la buena salud es la armonía espiritual; toda curación consiste en restablecer la armonía entre el hombre y su Divina Fuente. Una vez restablecida esta armonía, el hombre ya no es más un reino dividido contra sí mismo, pues vuelve a estar establecido en la unidad; actúa de acuerdo con las Leyes Universales y Divinas de su ser, en lugar de oponerse a ellas. La Vida y el Poder Divino fluyen, entonces, por él sin trabas, estableciendo la actuación perfecta del subconsciente; sus pensamientos se vuelven purificados en su origen («Crea en mí un corazón puro, oh Dios, y renueva un espíritu correcto en mí. Purifícame de faltas “secretas”»). El hombre se libera de la influencia hipnótica de la mente de la raza; sus ojos se abren a la Verdad por la influencia del Espíritu Divino. Por consiguiente, ya no está cegado por más tiempo por el Príncipe de este mundo. En la Divina Unión se vuelve libre (en Cristo todos resucitan). Deliberadamente hemos dejado para el final la cuestión del pesar y su efecto sobre la salud. Por recta que sea la manera de pensar de una persona, eso no impedirá que sufra pérdidas sensibles de seres queridos. Éstas forman parte de la disciplina necesaria de la vida; el hecho de que resulten dolorosas o que sean la mayor bendición posible depende enteramente de la actitud con que encaremos tales pruebas. Cuando uno se rebela contra la disciplina de la vida, los pesares se hacen dolorosos; pero el daño no reside en la pérdida misma, sino en la actitud de la mente 54


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Salud y enfermedad

y del corazón. Hasta que el alma es capaz de apurar la copa del dolor voluntariamente, y decir «Hágase Tu voluntad», tales pérdidas nos hieren, destruyendo nuestra salud y la felicidad. La causa del daño está, sin embargo, en la actitud equivocada del corazón y no en la desgracia misma. Debe haber sometimiento a la Voluntad superior y reconocimiento de que la disciplina es necesaria. Quien haya sufrido la pérdida de seres queridos nunca puede ser el mismo, por la sencilla razón de que se siente más humilde, más caritativo, lleno de simpatía y con un carácter más dulce y comprensivo. A los seres amados nunca se los puede olvidar, pero eso no es razón para que el corazón quede abatido por el pesar, ni es motivo para una vida desolada por la tristeza. En tales casos la verdadera religión, no la religiosidad, es la única que puede satisfacer al corazón, armonizar a la mente y sanar al cuerpo. Estar firmemente establecido en la Verdad, sabiendo que todo está bien, que Dios no comete errores y que en realidad no hay muerte sino solamente cambio, es la única manera de que nuestras desgracias resulten bendiciones disfrazadas. Cuando se alcanza este estado, el pesar es vencido, la muerte absorbida en la victoria. La única panacea para todas las contrariedades de la vida es la consciente armonía con nuestra Divina Fuente y con la Voluntad y el Propósito Divinos, que sólo actúan para nuestro mayor bien.

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Capítulo VII

El secreto de la abundancia

Que la vida externa es un reflejo de la vida del pensamiento es una verdad metafísica. A nuestra existencia la afectan nuestros hábitos de pensar y nuestra actitud mental de dos maneras: en primer lugar, todas nuestras acciones están influidas inconscientemente por nuestros pensamientos, contribuyendo así a traer a la manifestación o a atraer hacia nosotros el medio ambiente que corresponda a nuestros pensamientos. En segundo lugar, ejercemos o emitimos una influencia, silenciosa e invisible, que sin duda alguna afecta a otras personas. Éstas probablemente no se dan cuenta de ello, pero tal influencia silenciosa las repele o las atrae. Por lo tanto, si nuestros pensamientos y nuestra actitud mental son de tipo equivocado, no sólo afectamos a nuestras propias acciones, en un sentido que nos perjudica, 57


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sino que también ejercemos una influencia silenciosa que contribuye a repeler a la clase de amigos, oportunidades, éxito y demás cosas que queremos. Lo inverso es igualmente verdad. Con pensamientos de rectitud y una actitud mental correcta atraemos naturalmente hacia nosotros todo el bien de que es capaz nuestra vida presente. La Biblia nos dice que «según el hombre piensa en su corazón, así es él». Es igualmente verdad decir que «según el hombre sea, así piensa», y según piensa, así hace que sean su vida y circunstancias externas. Entonces, según sea el hombre, así será su medio ambiente. Esto podrá parecer algo metafísico, pero en realidad es muy sencillo, y de ello encontramos pruebas a cada paso. Tomad a un hombre de los barrios bajos y ponedlo en un ambiente refinado, y observad lo que ocurre. Muy pronto veréis que o bien se vuelve al barrio bajo, o convierte su nueva casa en una vivienda de aquel carácter. Tomad en cambio un hombre de tipo refinado y ponedlo en un barrio bajo, y veréis qué poco tarda en abandonar el barrio o cambiar su morada de miseria convirtiéndola en una habitación de ambiente refinado. Poned a una mujer sucia en una mansión, y la convertirá en una pocilga, pero si ponéis a una mujer del más elevado refinamiento en una choza, la hará digna para recibir a la realeza. Decididamente, antes de que pueda cambiar el medio ambiente de una persona es necesario modificar el modo de ser interno de tal persona. Cuando el hombre cambia en su modo de ser interno y se llena de nuevas ambiciones, ideales y esperanzas, con el transcurso del tiempo se eleva por encima del ambiente 58


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sórdido y atrae hacia sí el ambiente que corresponda a su nuevo estado mental. Sería inútil asear la casa de la mujer sucia, porque pronto la convertiría en una pocilga otra vez, pero si se puede inculcar en su mente el ideal de pulcritud, limpieza, aseo y orden, no se sentirá satisfecha hasta que su medio ambiente corresponda, por lo menos en cierta medida, a su ideal o imagen mental. Con frecuencia los fracasos en la vida del hombre y sus desarmonías y pobreza, sean relativos o reales, son símbolos externos de su debilidad de carácter. Podrá tener mucha habilidad, pero le puede faltar aplicación, constancia, y por esto fracasa en todas sus empresas, al extremo de que puede llegar a ser mantenido por su esposa e hijos. Él asegurará que sus circunstancias se deben a su mala suerte, pero la causa real de su fracaso radica en su carácter; mejor dicho, en la falta de carácter. Por lo tanto, si la pobreza y los trastornos de un hombre, o sus dificultades financieras, son debidos a debilidad de carácter que se manifiesta en su trabajo y en su trato con los demás, en forma de ineficiencia, mal servicio y falta de criterio, se deduce que es él quien ha de cambiar si quiere que sus circunstancias se transformen para alcanzar un estado mejor. La dificultad, cuando de personas fracasadas se trata, está en conseguir que se den cuenta y reconozcan que ellos mismos son la causa de todas sus contrariedades. Hay que decir, sin embargo, que hasta que sean conscientes de ello su caso no tiene remedio y es imposible ayudarlos. Pero cuando reconocen que la falta está en ellos, se les puede enseñar que hay cura para sus males y manera de sobreponerse a sus dificultades, 59


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procurando mejorarse a sí mismos. Que busquen las fallas ocultas y que corrijan las partes débiles de su carácter, tales como falta de entereza, de determinación, de constancia, de persistencia, de paciencia, de probidad o de decisión, que son la causa de sus contrariedades, y hallarán que sus circunstancias mejorarán gradualmente. Todo viene de dentro: primero dentro y luego fuera, tal es la ley. Por lo tanto, el cambio siempre ha de tener lugar en el interior. Profundizando más la cuestión y haciéndonos más metafísicos, hemos de advertir que la causa de toda manifestación es la Mente. Ya hemos visto que el carácter y la mente de un hombre se reflejan en sus circunstancias. Consideremos, por un momento, la Mente Infinita. El entero universo, que es ciertamente de extensión infinita, tiene su origen en la Mente Divina y está contenido en la Mente Infinita, exactamente y de la misma manera que cualquiera de nosotros puede retener una imagen en su propia mente. El universo de Dios, tal como lo imagina la Mente Divina, es perfecto. Lo vemos como si fuese imperfecto porque sólo recibimos una percepción sensorial finita de lo que es perfecto e infinito, y formamos de ello una imagen en nuestra mente que ha de ser necesariamente imperfecta y limitada, y luego la proyectamos hacia fuera, y en nuestra ignorancia creemos que es real. Pero el universo, tal como lo imagina la Mente Divina y tal cual es en realidad, es infinito y perfecto. No hay pobreza o necesidad en un universo que es infinitamente perfecto, pleno y completo en la Mente Divina. La pobreza y la necesidad se originan en la mente del hombre; no tienen cabida en la Mente de Dios. 60


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En una obra elemental como ésta no podemos profundizar más en esta cuestión tan extremadamente fascinadora. Bastará que digamos aquí que la única Realidad es la infinita perfección y plenitud; por lo tanto, no puede haber falta o necesidad de especie alguna (en realidad). La manifiesta necesidad y la pobreza que vemos alrededor de nosotros son producto de la mente humana. Los que viven en la conciencia de su pobreza y necesidad van por la vida arrastrando las cadenas que los imposibilitan y nunca pueden escapar de la pobreza, pues ésta los sigue como su sombra. Pero en realidad es una sombra o reflejo, en la vida externa, de su estado interno y su actitud mental. Por otra parte, a quienes viven en la conciencia de holgura no les preocupa el aprovisionamiento; sus circunstancias reflejan el tipo de su mente y su actitud mental. No queremos decir que sean precisamente lo que se llama ricos (muchos prefieren vivir al día, y hay gran número de personas que no tienen ningún deseo de poseer riquezas), sino que no tienen que preocuparse de su aprovisionamiento, porque sus necesidades siempre están suficientemente cubiertas. Muchos de nuestros lectores considerarán la posesión de riqueza como una iniquidad. Personalmente, no vemos cómo la podemos evitar del todo en la época actual. El capital es necesario para el desarrollo de los negocios y de las empresas industriales; pero, en cuanto a la acumulación de riquezas, creemos ciertamente que es imprudente e innecesaria. Nada hay más funesto para la vida espiritual que la riqueza. Siempre hay esperanza 61


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para el borracho o la ramera, pero es de lo más difícil, aunque no imposible por supuesto, que uno cargado de riquezas entre en el Reino de los Cielos. Algunos pueden hacerlo, pero es porque no dan a su riqueza importancia alguna y se consideran ellos mismos sólo como administradores temporales. El atesoramiento es tan innecesario como la pobreza. Ambos están basados en un error fundamental. Este error consiste en creer que todo proveimiento, por ser material, ha de tener necesariamente una fuente material; en creer que su cantidad es limitada y, por consiguiente, que se ha de acumular y defender. La verdad es, naturalmente, que la fuente de provisión es Espiritual y, por ende, sin límite. Por consiguiente, quien se convence de esta verdad no alberga pensamientos de pobreza o de necesidad, y, claro está, no la teme; por otra parte, tampoco tiene incentivo alguno para atesorar o arrebatar riquezas, porque ¿qué utilidad tiene la riqueza para quien tiene su provisión asegurada para siempre? Todos cuantos alcanzan esta verdad referente al atesoramiento desprecian la riqueza o la retienen sin gran apego, sin sentir ya ningún deseo de poseerla. ¿Por qué han de sentir tal deseo? La gente ansía riquezas porque teme a la pobreza con temor mortal, y anhela la riqueza porque cree que tal posesión desvanecerá sus temores; pero cuando conocen la verdad, saben que sus demandas serán siempre satisfechas; en consecuencia ya no ambicionan la riqueza por más tiempo, librándose así de las inquietudes y responsabilidades que implica.

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La riqueza es tan anormal como la pobreza. Nuestro Señor nos enseñó esto, prácticamente, eligiendo ser pobre (pero no en la indigencia). En Su enseñanza en el Sermón de la Montaña, lo que Jesús prometió fue un sustento adecuado, pero no riquezas, a quienes tuviesen suficiente fe en su Padre Celestial. Muchos llevan una vida sin inquietudes y de total dependencia de su Fuente Espiritual. Nunca llegan a ricos, pero tienen cubiertas todas sus necesidades. Algo les llega siempre a tiempo para hacer frente a sus demandas. Tal vida requiere una fe muy viva y profunda, pero sus resultados son tan ciertos como el calor del sol. La comprensión de la verdad referente al sustento es una base necesaria para la fe, sin la cual la vida sin inquietudes es imposible. Es preciso conocer tan total falsedad e irrealidad de la pobreza y de la necesidad antes de que podamos confiar en la Providencia Divina o en la actuación de la ley Espiritual (a la vez que mental). Es necesario saber que el universo es Espiritual; que Dios es Espíritu, en Quien vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser; siendo como somos una parte muy pequeña, pero sin embargo una parte, del Todo, nuestras necesidades a través de las edades tienen que ser satisfechas. El proveimiento, suficiente para todas nuestras necesidades, es la realidad. La pobreza y la necesidad son consecuencias de la falta de fe, del temor, de la ignorancia, de la debilidad de carácter; tienen su origen en la mente humana y son lo irreal, lo negativo, que no tiene permanencia o realidad.

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Una vez que hayamos aprendido la verdad, es necesario vivir con conciencia de ella, y pensar, actuar y alabar a Dios como si la abundancia ya fuese nuestra; no gastar más dinero del que disponemos, no incurrir en deudas, sino vivir mentalmente en un ambiente de abundancia. Hemos de recordar que el cambio de conciencia se tiene que efectuar y establecer firmemente, antes de que sus efectos puedan manifestarse en la vida externa. Alcanzar esta conciencia más elevada, en la que conocemos y comprendemos la verdad, es decir, que la Fuente de toda provisión es el Espíritu y que la Divina Fuente es inagotable, no es fácil, aunque para algunos resulta menos difícil que para otros. Exige una actividad mental y una actitud siempre vigilante, requiere persistencia y perseverancia en pensar rectamente y, no obstante, es perfectamente posible para quienes obran con empeño. Viviendo en la conciencia de la Suficiencia de Dios y ejerciendo una fe positiva, se afecta a la vida, debido principalmente al cambio consciente e inconsciente en la acción. Después de haber considerado la cuestión del proveimiento en su aspecto esotérico o interno, vamos a tratar más ampliamente del aspecto externo o práctico, el cual es tan importante como el primero. La enseñanza de este capítulo no tiene que disuadir a nadie de sus hábitos de economía, muy lejos de ello. Después de que Cristo hubo alimentado a cinco mil, se recogieron las sobras, a fin de que nada se desperdiciara. Esto está de acuerdo con la ley universal. Hay una ley de economía que rige tanto en el mundo mental natural como en el espiritual. Superficialmente, la naturaleza 64


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parece ser muy derrochadora y pródiga, pero, en realidad, nunca desperdicia nada. Por lo tanto, la acción de los discípulos de Jesús estaba de acuerdo con la ley universal. ¡Qué lección para nosotros! Ser cuidadosos y ahorrativos es señal de superioridad tanto mental como de carácter. El desperdicio del pobre es bien notorio. Los que gozan de buena posición son mucho más cuidadosos y conservadores que los muy pobres. Hay excepciones, es cierto, pero la regla es que quien es incapaz de ahorrar no posee los elementos necesarios para alcanzar éxito en la vida. Su incapacidad para privarse de ciertas cosas denota debilidad de carácter y carencia de propósito, lo cual hace imposible el éxito. Dos hombres a quienes conocimos íntimamente supieron hacer fortuna con un capital de cinco libras (unos siete euros) que ahorraron de un salario muy pequeño. Los comienzos son siempre la parte más difícil. Si uno no es capaz de vencer las dificultades preliminares, es que carece del firme propósito de sostenerse en la batalla de la vida. En cambio, una vez que se han vencido las dificultades iniciales, no es difícil dirigir la nave a las corrientes de la prosperidad. En cuanto uno se convence de que hay abundancia ilimitada, de la que todos podemos participar, una vez que se aprende a vivir en la conciencia de tal abundancia y al mismo tiempo se vive dentro de los ingresos presentes y se ejecuta el trabajo tan bien como es posible hacerlo, se ha entrado en el camino de la abundancia. Quien comprende y cree realmente que hay abundancia y lo suficiente para él pone en acción una ley poderosa que le traerá con toda seguridad, más tarde o más temprano, las oportunidades que necesita. 65


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Sin embargo, muchos malogran sus esperanzas por no saber que por un tiempo han de vivir una especie de doble vida. En su conciencia han de ser opulentos, pero cuidadosos y económicos en la práctica. Llegará el momento en que sus medios aumentarán en gran medida; entonces, si son juiciosos, vivirán con una parte de sus ingresos, en lugar de gastarlo todo. Esto les dará un amplio margen para fines caritativos, para aprovechar nuevas oportunidades y para extenderse. Muchos hombres de negocios tienen que dejar escapar oportunidades excelentes sólo porque han ahorrado poco o nada, debido al despilfarro en su vida privada. Otros, por la misma causa, tienen que dar participación a otras personas en sus empresas, las cuales, además de tomar una buena parte de los beneficios, pueden llegar a ser un serio obstáculo e impedimento en otros sentidos. Aunque, en esencia, la Fuente de la Abundancia es espiritual, llega a nosotros por cauces materiales, y para participar de ella es necesario ganarlo. Tenemos que dar algo a cambio de lo que obtengamos de la vida. Hemos de dar para que podamos recibir, y ha de ser algo que el mundo quiera o necesite. El secreto es, por lo tanto, comprender que existe abundancia ilimitada y vivir en la conciencia de ello, tan completamente como si no existieran cauces materiales, y, al mismo tiempo, trabajar con tanto ahínco y ser tan cuidadosos como si no hubiera tal proveimiento espiritual. A la vez, hemos de dar al mundo algo que necesite, o servir en algo útil, bajo el lema de la honradez, la probidad y la justicia en todos nuestros actos. Es absurdo pretender la 66


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abundancia sin esfuerzo, pues ésta se ha de ganar con el servicio inteligente y leal. Al ser el autor un hombre de negocios retirado, que empezó la vida con nada, ni siquiera buena salud, ha considerado este asunto desde el punto de vista de un hombre de negocios. El principio se aplica, sin embargo, a todos los medios de vida; por lo tanto, cada lector puede adaptar la enseñanza de esta lección a sus propias circunstancias.

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Capítulo VIII

Poderes y limitaciones de la mente subconsciente

La mente subconsciente es la mente de la naturaleza. Posee poderes e inteligencia extraordinarios, pero no inspiración. Es instintiva, es animal, es natural, pues nada hay divino en ella; es de la tierra, del plano físico. Se puede describir como el conjunto de las fuerzas internas de la naturaleza residentes en nuestro cuerpo. Hasta aquí hemos dicho casi todo lo que hay que decir acerca del subconsciente; no obstante, ésta es la mente de la cual algunos han hecho un verdadero dios. La mente subconsciente, guiada con tino, resulta un buen amigo, que reduce a hábitos todos los pensamientos y acciones repetidos; hábitos que, con el tiempo, se arraigan y vienen a formar parte de la vida misma. De manera que mediante el deliberado recto pensar y con deliberadas 69


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rectas acciones podemos adquirir buenos hábitos que, con el transcurso del tiempo, se harán prácticamente automáticos. Esto, naturalmente, desarrolla el carácter, lo cual, a su vez, influye en la vida. Vemos, pues, lo importante que es el correcto empleo de este servidor dócil y leal. No es ningún dios, no tiene inspiración; pero es un servidor muy útil, como vamos a ver. La mayoría de nuestras acciones o movimientos los hacemos subconscientemente. La razón de que la práctica perfeccione es que la mente subconsciente aprende a hacer la labor, y, al hacerlo así, nos la quita de las manos. ¡Qué difícil es aprender a conducir un automóvil! ¡Qué cuidado ponemos, al principio, para ponerlo en marcha, dar la velocidad adecuada al motor y hacer el cambio silenciosamente! Sin embargo, después de alguna práctica, todo el proceso es ejecutado subconscientemente. Lo mismo sucede con el aprendizaje para tocar el piano. Algunos ejecutantes pueden tocar mejor que otros la música clásica más difícil sin esfuerzo consciente para recordarla. Tan pronto como tratan de recordarla se les olvida toda la pieza; pero si simplemente se confían al subconsciente (que nunca olvida), pueden seguir tocando sin vacilación. El autor y su mente consciente no hacen gran cosa mientras escriben este libro. Forjamos los pensamientos y tenemos algo que ver en la formación de las frases, pero la mente subconsciente es la que escribe. Si tuviésemos que pensar cada letra, cada palabra, la tarea sería agotadora y quedaríamos medio muertos de fatiga. La utilidad de la mente subconsciente es todavía más significativa, pues ejecuta la mayor parte de nuestro pensar 70


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y se le puede enseñar a hacer mucho más. Si tuviéramos que desarrollar laboriosamente nuestros pensamientos de acuerdo con las leyes de la lógica, la vida se nos haría insoportable. Pero la realidad es que la mente subconsciente es la que se encarga de la mayor parte de nuestro pensar, y, si le damos oportunidad, lo hará de una manera en extremo cuidadosa, conforme estrictamente a las leyes de la lógica y sin la menor fatiga. Cuanto más ejercitamos el subconsciente para desarrollar nuestro pensamiento ordinario, tanto menos nos cansamos. La fatiga es desconocida para la mente subconsciente; por lo tanto, nunca podremos extenuarla o darle demasiado trabajo. Podremos hacer que la mente subconsciente realice cada vez más trabajo si le fijamos una cierta labor definida. Quien haya aprendido a controlar su pensamiento y a evitar discurrir sobre una cuestión considerándola en todos sus aspectos, para luego desecharla de su mente consciente, puede acrecentar su eficacia en un ciento por ciento y reducir la fatiga mental a la insignificancia. Esto se debe a que, en lugar de desarrollar laboriosamente sus problemas, cavilando sobre ellos y dándoles vueltas en su cabeza, simplemente los entrega al subconsciente, para que sean resueltos por una mente experta que trabaja de manera incesante, con gran rapidez, extremada precisión y sin ningún esfuerzo. Es necesario, sin embargo, dar a la mente subconsciente toda la información disponible, pues no posee inspiración ni sabiduría sobrehumana, sino que actúa lógicamente, de acuerdo con los hechos que se le facilitan.

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Esta grande, natural, infatigable mente inferior, como se la ha llamado, es también capaz de desempeñar trabajos más útiles aún. El escritor, el orador o el predicador pueden recoger notas e ideas para su artículo, libro, discurso o sermón, y enviarlas a su mente subconsciente con instrucciones de que sean puestas en adecuado orden y estructura. Cuando ha llegado el momento de ponerse a escribir o de preparar el guión del discurso o sermón, se encuentran con el trabajo hecho, de modo que no tienen más que ponerse a la tarea, sin mayor esfuerzo o fatiga. Similarmente, el hombre de negocios que haya aprendido a utilizar su mente subconsciente de la manera indicada no necesita cavilar y quebrarse la cabeza sobre proyectos para el futuro. Todo lo que ha de hacer es someter los hechos a la gran mente inferior, y todo el planeamiento lo realizará ella sin esfuerzo y mucho más eficientemente de lo que él lo haría mediante un laborioso pensar consciente. Lo siguiente, que ha llegado a nuestro conocimiento, es una notable confirmación de la enseñanza de este capítulo. En un número reciente del Colliers´s Magazine apareció una entrevista con Henry Ford. Hablando de la manera en que los grandes hombres de negocios tratan sus problemas, hizo observar que ellos no gastan mucho tiempo ponderando y cavilando sobre sus planes o ideas, y añadió: Se nos ocurre una idea; pensamos sobre ella durante un momento, la dejamos hervir por un tiempo y luego la sacamos de la olla. 72


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Lo que Henry Ford quiso dar a entender con ese símil es precisamente lo que estábamos diciendo, es decir que la idea o problema se somete a la mente subconsciente, que la desarrolla y la presenta a la mente consciente para su juicio. Es más: un inventor o cualquier técnico que esté construyendo un aparato mecánico puede utilizar la mente subconsciente de la misma manera. Que formule un compendio de todo el problema, que ordene los datos e información disponibles y los someta a su mente subconsciente y debe estar bien seguro de que si la solución deseada cabe dentro de lo posible, vendrá la respuesta o la idea que se necesita. Téngase en cuenta que esto ha de hacerse sin ninguna clase de esfuerzo. Todo lo dicho parecerá, especialmente a algunos lectores, muy maravilloso y traído por los cabellos; sin embargo, no hay nada de oculto o misterioso en ello. Estamos absolutamente seguros de que no hay ningún gran escritor, político u hombre de negocios que no utilice su mente subconsciente de la manera expresada. Tal vez lo haga sin darse cuenta de ello, pero el proceso es el mismo. Algunos emplean la totalidad de la mente de forma natural. Éstos llegan a ser hombres de gran influencia, que ocupan cargos de responsabilidad, cuya carga inmensa llevan sin tensión, preocupaciones ni inquietud. La responsabilidad no les pesa y se sienten serenos y despreocupados por importante que sea el cargo y aun cuando se vean ante tareas y dificultades que trastornarían a un individuo corriente.

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Tales hombres desarrollan sus poderes de atención y de concentración (cualquiera que ponga empeño en ello puede hacerlo) en alto grado. Se esfuerzan con gran tesón en llegar a la raíz del problema y en obtener todos los datos posibles, pero después de esto dejan que su mente subconsciente actúe y les dé la solución. Para unos pocos, es algo natural emplear sus mentes subconscientes de manera adecuada, mientras que la mayoría son incapaces de hacerlo. Sin embargo, todos pueden aprender este arte si quieren entrenarse en él. Primero es necesario aprender a controlar el pensamiento, para ser capaz de aceptar y desechar un problema a voluntad. Una vez que un problema ha pasado a la mente subconsciente para que lo resuelva, se ha de desechar enteramente de la mente consciente. Uno no se ha de preocupar más del problema, ni permitir que los pensamientos giren alrededor de él; se ha de dejar real y completamente al subconsciente. Segundo, la mente consciente ha de recoger el mayor cúmulo de detalles o información en relación con el problema, visualizando y ponderando todos los factores en pro y en contra, antes de someterlo a la mente subconsciente. Se comprenderá, por lo tanto, que el control del pensamiento es altamente necesario, lo mismo que los poderes de atención y de concentración. Las facultades mencionadas las puede desarrollar todo el que ponga verdadero interés y empeño en ello. Una buena manera de empezar a utilizar la mente subconsciente es tener en ella, en el momento de irse a dormir, el problema que se quiere resolver. Bajo ningún concepto se ha de intentar resolverlo o inquietarse por no 74


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tener la solución. Por el contrario, la mente consciente ha de ordenar los hechos principales del caso, en todos los aspectos, y presentarlos a la mente subconsciente en forma muy parecida a como los presentaría a un abogado. Hecho esto, se debe dejar la cuestión a la mente subconsciente; es seguro que en muchos casos se hallará a la mañana siguiente la solución sin esfuerzo ni fatiga. Ésta es, por supuesto, sólo una de las muchas maneras en que la mente subconsciente puede servirnos y en realidad nos sirve cuando hemos aprendido a dominarla. Esta gran fuerza invisible de la naturaleza está siempre en acción. Sea cual fuere el ideal que sustentemos, queda entretejido en nuestras vidas gracias a la infatigable labor de la mente subconsciente. Dirigid vuestra atención únicamente hacia un fin elevado, y enfocaréis todas las fuerzas internas invisibles de la naturaleza en su realización. En el transcurso del tiempo cosecharéis lo que hayáis sembrado. Si encauzáis vuestra atención por canales adecuados y la apoyáis con una acción enérgica y deliberada, vuestro subconsciente os ayudará día y noche, haciendo posible el logro del éxito.

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Capítulo IX

La mente espiritual o superconsciente

Hemos visto que la mente subconsciente, por maravillosa que sea, es meramente instintiva, y carece de inspiración y de lo que llamamos originalidad. Toda inspiración procede de la Mente Universal, por conducto de la mente superconsciente. Todos los poetas y escritores inspirados reciben su inspiración a través de ella. La mente superior no ha sido reconocida por los psicólogos, pero los buscadores de la verdad espiritual hace tiempo tienen conciencia de ella. Del subconsciente obtenemos el resultado de los hechos y el conocimiento que se le ha suministrado. En cambio, por el superconsciente recibimos la inspiración directa de los planos más elevados. A esta mente superior podríamos también llamarla Mente de la Iluminación, puesto que los capaces de penetrar en ella se vuelven 77


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iluminados, en razón de que pueden conocer la Verdad y ver las cosas tal cual son y no como falsamente aparecen a los sentidos. Esta conciencia en que vivimos está limitada por nuestros cinco sentidos. El universo que vemos alrededor de nosotros es en parte real y en parte una ilusión. El universo real es Espiritual e infinito; lo que percibimos a través de los sentidos es una concepción limitada, parcial, un fragmento de él. Nuestra concepción limitada y finita del universo es enteramente engañosa y errónea, y mientras nos fiemos del testimonio de los sentidos y de la mente humana, permaneceremos en la oscuridad y en la incertidumbre. Sin embargo, cuando podemos elevarnos al reino del superconsciente, nuestra conciencia se expande, superando a los sentidos y rebosando las limitaciones del plano físico. La Mente Espiritual, como es natural, es sólo asequible a quienes están más delicadamente en armonía con sus vibraciones más sutiles. Nada que sea digno de poseerse puede tenerse sin esfuerzo, y únicamente tras una prolongada autodisciplina llega a ser posible para el estudiante elevar su conciencia al reino superior y comprender la vida desde el punto de vista de la Mente Universal. No hay nada místico ni mágico en la utilización de esta mente superior, sino que quien la utilice se vuelve de mentalidad espiritual, eso es todo. No tiene que caer en trance, ni necesita ser clarividente; simplemente, continúa siendo un individuo sano y normal, con esta sola diferencia: utiliza la mente más de lo que suele hacerlo el común de los individuos. 78


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La mente espiritual o superconsciente

Quien pueda usar la mente superior desarrolla lo que se ha denominado la cualidad divina de la originalidad. Si alguna vez una persona se ha de elevar por encima del nivel de la mediocridad, tiene que ser mediante inspiración directa de los planos más elevados, por conducto de su mente superconsciente. Si alguna vez una persona ha de concebir alguna idea que haya de enriquecer a la humanidad y añadir algo al bienestar común, debe venirle por medio de esta mente superior. Uno que esté armonizado en debida forma se convierte, gracias a la mente superconsciente, en receptor de un conocimiento sobrehumano y de una Sabiduría Divina. Sabe por conocimiento directo; es sabio por influjo de la Sabiduría Divina. Puede distinguir entre lo real y lo falso, entre el oro y la escoria. Asimismo, es capaz de percibir y reconocer el recto sendero de la vida (algo totalmente imposible para la mente de los sentidos) y hollarlo; este sendero lo conducirá a obtener el único éxito verdadero, el bien real de que su vida sea capaz. Permítasenos añadir que toda Sabiduría ha de venir de dentro. Aunque los libros y la palabra escrita resultan útiles, es el Espíritu interno del estudiante el que da claridad a la palabra y la hace real y verdadera para el buscador de la Sabiduría. Quien se dé cuenta de que se halla iluminado internamente por el Espíritu Divino, y que sólo éste puede llevarlo al conocimiento de lo real, se halla bien adelantado en el sendero que conduce a la comprensión. La sabiduría de la mente humana conduce siempre al desengaño, porque se apoya en el testimonio de los sentidos, 79


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el cual es erróneo; por consiguiente, las conclusiones han de carecer de sabiduría real. Quien se apoye en las inspiraciones de la Sabiduría Divina ha de tomar a menudo un rumbo que aparentemente es opuesto a sus mejores intereses. Sin embargo, si obedece a la Sabiduría interna, se convencerá de que siempre va guiado acertadamente y luego tendrá motivos para estar devotamente agradecido de haberse dejado guiar por su inspiración.

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Capítulo X

La formación del carácter y los buenos hábitos

La formación del carácter es el más importante objetivo de la vida. Se ha dicho que el carácter es lo único que podemos llevarnos cuando partimos de esta vida. Esto es perfectamente cierto; por tal razón el objeto de toda religión y de todo entrenamiento y desarrollo mental debería ser la formación del carácter. Una religión que no desarrolle el carácter no tiene utilidad alguna. Quienes piensen que pueden aletear por la vida y evitar en lo posible su disciplina, sin hacer esfuerzo para mejorar su carácter, y los que, por pertenecer a cierto credo, creen que pueden milagrosamente volverse perfectos por el solo hecho de morir, se engañan. No nos volvemos perfectos, es decir, de carácter fuerte y perfecto, ni adhiriéndonos a un credo ni muriendo, sino desarrollándolo. Dios ayuda a quienes se 81


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ayudan; y quienes no están dispuestos a luchar tras mejores cosas pierden la gloria y la maravillosa posibilidad de lograrlas. Pero antes de pensar en tan elevadas metas como entrar en el Sendero de Perfección, y transformarse y modelarse a semejanza de la Imagen Divina, el hombre corriente ha de desear saber cómo sobreponerse a sus malos hábitos y a la debilidad de carácter que obstaculizan su vida y, probablemente, minan su salud. La mayoría tienen conciencia de poseer algunos malos hábitos que deberían ser corregidos y debilidad de carácter que debería ser desarraigada. Quizás han luchado contra sus malos hábitos o debilidades durante años, han rogado hasta el cansancio, han hecho innumerables intentos de comenzar una nueva vida, pero todo en vano, pues se hallan tan firmemente atrapados en las redes que les es imposible desprenderse. Muchos renuncian a la lucha y tratan de llevar una especie de doble vida, cual otro Jekyll y Hyde, siendo exteriormente una persona cristiana o justa, pero internamente algo distinto. No obstante, no encuentran satisfacción alguna en esta doble vida, ya que saben que se van deslizando hacia un abismo. Sin embargo, hay una puerta de escape que está abierta para todos. El Uno Infinito ha dotado al hombre de poderes aparentemente ilimitados, poderes que pueden ser utilizados para edificar la vida y el carácter o para destruirlos. Estos poderes son los de la mente subconsciente. Esta mente es un depósito de fuerzas ilimitadas, incansables, y se convierte, si la utilizamos acertadamente,

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La formación del carácter

en nuestro mejor amigo; o, si la mal empleamos, en nuestro peor enemigo. Cada vez que cometemos una mala acción, un sorprendente cambio se opera en nuestro sistema nervioso: se acumula energía en ciertas células, de manera que sea más fácil cometer la mala acción en una ocasión futura. Es igualmente cierto que cada vez que hacemos una buena acción ocurren cambios similares en sentido opuesto, que también hacen más fácil la repetición de la misma acción en el futuro. Esto explica el tremendo poder del hábito. Nuestro cuerpo, nuestro cerebro y nuestro sistema nervioso van cambiando, bien para mejor, bien para peor, según sea el carácter de la acción ejecutada. Todavía no hemos comprendido plenamente qué maravillosa aventura es la vida. Se nos han confiado poderes tremendos, y según el buen o mal uso que de ellos hagamos, podemos destruirnos o construir nuestro carácter en todo sentido posible. ¡Qué responsabilidad, pero, a la vez, qué gloriosa oportunidad! Sin embargo, a fin de hallar un remedio a los malos hábitos y a la debilidad de carácter, debemos ir más hondo que las acciones, pues éstas son efectos de causas ocultas. La causa de toda acción es el pensamiento, acción en proceso de nacer. Es cierto que poseemos deseos e impulsos primitivos, pero éstos se pueden transmutar en acciones nobles y elevadas simplemente con dirigir los pensamientos y la atención a cosas más elevadas y mejores. Por ejemplo, los poderes del sexo se transmutan en poder cerebral si los pensamientos y la atención se transfieren enteramente del sexo a las inquietudes intelectuales. Pero 83


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si se consiente que los pensamientos ronden alrededor del sexo o las pasiones, el reino se divide contra sí mismo y el hombre empieza a deslizarse hacia el abismo. La tensión de la vida moderna está llenando nuestros asilos; no obstante, hay quienes pueden trabajar quince y hasta dieciocho horas al día sin agotarse, aunque desarrollen una labor cerebral intensamente agotadora, ya que han aprendido a transmutar los poderes inferiores en superiores. Esto no se hace mediante prácticas esotéricas u ocultas, sino obedeciendo al Precepto Divino de poner nuestro interés en las cosas de arriba. En otras palabras, en mantener los pensamientos y la atención fijos en las más elevadas y mejores aspiraciones, ambiciones y objetivos. Es imposible corregir los malos hábitos luchando contra ellos, pues cuanto más los combatimos más fuertes se hacen. El precepto de no resistas al mal es perfectamente aplicable al hábito. El remedio no está en luchar contra el mal o el hábito equivocado, no importa de qué carácter sea, sino en concentrarse en la adquisición de un buen hábito que anule y destierre al malo, o dirigiendo nuestra aspiración a más saludables fines. Sea cual fuere el propósito en que fijemos nuestra atención, sea lo que sea lo que idealicemos, nuestra mente subconsciente se esfuerza en hacerlo real en nuestra vida. Al luchar contra un hábito, dirigimos el subconsciente hacia él, y esto es fatal. Sin embargo, si volvemos nuestra máxima atención hacia algo enteramente distinto y que sea más elevado y mejor, todos los poderes del subconsciente son dirigidos al logro, en la vida y en el cuerpo, de esa nueva finalidad. 84


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Vemos, por consiguiente, que no tenemos que vencer al hábito. Si lo intentamos, nuestra labor será estéril, pues la voluntad humana es impotente ante el poder de la mente subconsciente. Los poderes del subconsciente pueden ser dirigidos por la imaginación, pero no coaccionados por la voluntad. La voluntad se ha de utilizar no para combatir al hábito, sino para elevar y dirigir la atención hacia algo más digno de nosotros. Éste es el medio de adquirir nuevos hábitos. Consiste en apartar la atención de la mente subconsciente del mal hábito, a la vez que dirige todos los poderes hacia la creación de uno nuevo y mejor. Al subconsciente no le importa cuál es el hábito. Le es indiferente que sea bueno o malo. Es tan complaciente para producir uno bueno como uno malo. Cada uno de nosotros, por consiguiente, tiene el destino en sus propias manos. Podemos, por el control de nuestros pensamientos y de la imaginación, y dirigiendo nuestra atención a mejores cosas, enfocar todos los poderes del subconsciente en la formación de buenos hábitos. En cambio, al consentir que nuestros pensamientos e imágenes mentales graviten sobre cosas indeseables y que nuestra atención se centre en ideales bajos o débiles, adquirimos hábitos de esa misma índole. El poder que produce los hábitos es el mismo en cada caso; lo importante y vital es la manera como dirigimos este poder. Es muy necesario hacer hincapié en que el pensar recto y el apropiado uso de la imaginación han de ir acompañados de la correspondiente recta acción. Muchos emplean la autosugestión, con lo que esperan destruir los malos hábitos y adquirir otros mejores, pero nunca lo 85


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conseguirán sin otra ayuda. La autosugestión es inútil si no va seguida de la acción constructiva. Los jóvenes deberían emplear sus energías en cultivar su intelecto y en los ejercicios físicos. Los de edad madura tendrían que dedicarse a labores intelectuales. Únicamente los estudiantes avanzados son capaces de controlar sus pensamientos a fin de poder dirigir sus fuerzas vitales por medio de la mente. Los menos avanzados, cuando se vean atacados por pensamientos malos o débiles, deben resistirse y hacer algo completamente distinto, y así apartar de su mente el asunto vedado e interesarse en el nuevo objeto de su atención. Es cuestión de dirigir los deseos y las fuerzas vitales por diferentes cauces, dominando los pensamientos y la atención. En esto reside el valor de la verdadera religión, porque proporciona nuevos ideales en la vida y dirige la atención a cuestiones superiores. El que esto escribe comprende que se ha de producir un cambio en el corazón del individuo antes de que pueda aspirar a estas mejores cuestiones; pero cuando este cambio se realiza, la lucha solamente ha empezado, pues cada uno tiene que salvarse a sí mismo. Al principio, la mayoría encontrará necesario hacer alguna práctica que fije su atención y guíe sus pensamientos hacia algo completamente distinto del asunto vedado. Sin embargo, cuando estén más adelantados en la ciencia del recto pensar podrán dirigir sus pensamientos en cualquier sentido que deseen. Esto requiere una vigilancia constante. Cada pensamiento se ha de escrutar cuidadosamente antes de que pase el umbral de la mente. Transmutando todo pensamiento negativo, indeseable o 86


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innoble en su opuesto, se produce un cambio en el cerebro y en el sistema nervioso. Las células que antes se utilizaban para pensar incorrectamente y para ejecutar malas acciones quedan inutilizadas, y se forman nuevas células para la producción de buenas acciones. Esta etapa conduce a otra más elevada aún, cuando se ha creado el hábito de cambiar pensamientos malos en buenos y de ejecutar buenas acciones en lugar de malas o débiles. El poder de la mente subconsciente, que en un tiempo pareció tan malo, produce la buena acción más o menos automáticamente. Una vez que se ha adquirido el hábito de limpiarse los dientes, se experimenta una sensación desagradable en caso de no hacerlo. Una vez que una persona ha aprendido a lavarse, acicalarse y presentarse decentemente, se sentirá incómoda si se ve sucia y desaliñada. La misma regla se aplica a las circunstancias más importantes y a los hábitos de la vida. Si los que son esclavos de malos hábitos simplemente dirigieran sus pensamientos y su atención a la formación de buenos hábitos, sus antiguas debilidades morirían de muerte natural. No se vaya a creer que es fácil la victoria sobre los hábitos arraigados. Podrá parecerlo así al principio, pero más pronto o más tarde la tentación se presentará con fuerza acrecentada, y puede determinar una triste caída. Si esto llega a ocurrir, es muy importante que no se conceda demasiada atención al incidente. Al contrario, el principiante debe levantarse de nuevo y fijar en la mente la causa inmediata de su caída, beneficiándose así de la experiencia, continuar su marcha hacia la libertad. Ayuda 87


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mucho la comprensión de que no sólo la mente subconsciente está deseosa de ser guiada rectamente (si perseveramos lo suficiente hasta que el mismo perseverar se convierta en hábito), sino que además tenemos tras de nosotros todos los Poderes Espirituales de Dios. El Uno Infinito cuida de que la superioridad de las fuerzas opuestas no sea abrumadora para nosotros. Nuestras dificultades no son insuperables; aunque a veces lo parezcan siempre podemos triunfar si no desmayamos. Los cielos nos contemplan con interés y simpatía, se regocijan cuando el luchador triunfa y se afligen con él cuando fracasa. La lucha es muy dura, pues sólo así puede quien busca a Dios llegar a ser de carácter fuerte; pero siempre es dable alcanzar la victoria. Cuando la situación parezca desalentadora, que recuerde el luchador que hay siempre en alguna parte una puerta de escape, y que Dios, que es su libertador y salvador, se le revelará si no desmaya. Si todos los que buscan la liberación comprendieran que el Poder del Infinito está a su lado y que indefectiblemente saldrán victoriosos con tal de que persistan, alcanzarían el éxito, vencerían. Y ¡qué gozo el suyo! No hay felicidad comparable a la que experimenta quien ha luchado con buenas armas y ha conseguido sobreponerse al hábito y a la debilidad de carácter. ¡Ojalá todos los lectores experimenten este supremo gozo de vencer!

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Capítulo XI

La felicidad y el gozo

En lo más profundo de todo corazón hay un insaciable deseo de felicidad. El alma avanzada desea la felicidad exactamente lo mismo que el mundano buscador de placeres; la diferencia estriba, simplemente, en que el primero, por conocimiento y experiencia, no va en pos de la felicidad, pues sabe que nunca la hallará buscándola directamente, sino que la encontrará en el servicio, el amor a los demás y la victoria sobre sí mismo, mientras que el último persigue el fuego fatuo de la felicidad en cada forma de placer, y no la halla. El hombre nunca está satisfecho con su vida; siempre busca algo mejor. Hasta que alcanza la sabiduría, busca ese algo en el placer, en la satisfacción de los sentidos, en la riqueza, en el lujo. Cuanto menos evolucionado es un hombre, tanto más convencido está de que la felicidad se 89


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puede lograr por tales medios, y tanto más groseros son sus deseos. Por ejemplo, los que forman los barrios bajos de nuestras ciudades buscan la felicidad en el vicio y el libertinaje; los más evolucionados buscan el placer en cosas más refinadas, con la esperanza de hallar la felicidad en actividades intelectuales, en amistades y en amores puramente humanos. Los más evolucionados obtienen mucho más placer por medio de los sentidos que aquellos que son más elementales, pero también son capaces de mayores y más agudos sufrimientos. Pueden darse un gran placer reconociendo una galería de pinturas, en la cual el salvaje no vería absolutamente nada interesante, pero también pueden sufrir por cosas que el salvaje no es capaz de sentir. No obstante, a pesar de este exquisito refinamiento y de la capacidad para derivar placer del arte, la ciencia, la literatura, etc., la felicidad está todavía tan lejos como siempre. Todos los intentos por hallar la felicidad conducen finalmente a la vaciedad. No hay satisfacción ni en la riqueza ni en todo lo que ella pueda proporcionar; tampoco en alcanzar prosperidad o poder en la vida. Al principio estas cosas halagan y prometen felicidad, pero nos engañan, y finalmente vemos que sólo son vanidad y vejación para el espíritu. Este deseo de felicidad es bueno, pues nos conduce a innumerables experiencias, a fin de que el alma pueda comprender, por experiencia práctica, la vaciedad de todo egoísmo, y así llenarse de sabiduría. El alma, después de recorrer toda la gama de experiencias, aprende por fin que

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la felicidad no es algo que se puede hallar buscándolo, sino que es un estado mental interno. Aunque el trabajo bien hecho produce una tranquila sensación de satisfacción, y el éxito en la propia carrera puede también ser una fuente de halagos por un corto tiempo, ni aun éstos consiguen satisfacer el profundo anhelo del alma. La felicidad, sin embargo, se encuentra en el servicio. No cuando buscamos la felicidad en el servicio, es decir, que servimos para sentirnos felices, sino cuando servimos a los demás por el mero hecho de servir. Sólo entonces hallamos la única felicidad que perdura y satisface. No tenemos más que observar la vida de los que siempre persiguen fines egoístas y se apropian de todo lo que pueden, son exigentes en sus tratos y sólo procuran su propio beneficio, y veremos que es imposible que el egoísta sea feliz. Sea que adquieran riquezas o que permanezcan pobres, son igualmente infelices. En contraste con esto, uno no tiene más que prescindir de sus propias conveniencias y realizar alguna acción bondadosa y perfectamente desinteresada, para experimentar un vivo gozo de felicidad pura. Esto demuestra que se trata de una ley de la vida que es tan cierta e inalterable como la ley de la gravedad. Ha de haber un propósito en la vida, y éste debe concentrarse en el mejoramiento de la existencia de los demás, sean pocos o muchos. La ley de servicio ha de ser obedecida; de lo contrario no puede haber felicidad. Esto quizás desilusione a algunos lectores que estén dedicados a ocupaciones que aparentemente no repartan ningún 91


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bien a nadie. Pensarán que si estuvieran ocupados en alguna noble empresa dirigida a la elevación de la humanidad podrían servir verdaderamente, pero que en su ocupación presente esto es imposible. Pensar así es muy natural, aunque lo cierto es que todos podemos obedecer la ley de servicio, y podemos empezar a hacerlo ahora, en nuestra ocupación presente, no importa cuál sea. Nos basta con ejecutar nuestro trabajo cotidiano, no como una labor que tenemos que hacer por fuerza, para proporcionarnos un medio de vida, o porque se espera que trabajemos, sino como ofrenda de amor a la vida y al mundo, a fin de ponernos en armonía con la gran ley de servicio. Desde el punto de vista de la sabiduría interna, nuestro concepto de los valores en relación con las ocupaciones es erróneo. Fregar una escalera, si se hace a conciencia y con verdadero espíritu de servicio, es de tanto valor e importancia tan real como escribir un poema inmortal o morir por la patria. Nunca podemos decir en verdad que un acto de servicio es de mayor valor o más importante que otro. Todo lo que la ley superior estima es el móvil. Por consiguiente, si el móvil que lo impulsa es recto, uno puede estar ocupado en la labor más humilde y aparentemente más inútil, y sin embargo ser feliz, porque satisface la ley de servicio. Otro camino que nos conduce a la felicidad es la conquista de la naturaleza inferior, sobreponerse a las propias debilidades, remontarse a más elevadas y mejores cosas. Uno siente intensa felicidad al darse cuenta diariamente de que los antiguos hábitos han sido corregidos, que se han fortalecido los puntos débiles del carácter y 92


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que se está alcanzando un siempre creciente estado de libertad. A Dios gracias, no tenemos por qué permanecer donde hemos estado una vez, sino que podemos progresar ascendiendo indefinidamente, puesto que no hay límite para nuestra ascensión. Pero hay un estado que es muy superior al de felicidad; es el gozo. La felicidad se alcanza por el servicio y la subyugación, pero el gozo lo alcanza quien realiza su unidad con la Fuente Divina. La Realidad es gozo inefable. Tras este mundo de sombras está el real, el mundo espiritual del esplendor y del deleite. Cuando el alma, después de su inmenso viaje a través de la materia, tiempo y espacio, encuentra finalmente el camino de retorno a la Fuente Divina, es consciente de este gozo intenso, demasiado grande para ser descrito con palabras. Se da cuenta de que la Realidad es gozo, y de que el universo está henchido, no de lamentos de dolor, sino de las dulces y serenas manifestaciones de las almas liberadas, y siente una inefable exultación. ¿Qué tiene que ver todo esto con la vida práctica, cotidiana?, alguien preguntará. Muchísimo. Quien ha alcanzado este gozo nunca puede ser derrotado en las luchas de la vida. Tiene algo dentro de sí mismo que jamás puede extinguirse y que lo conducirá de victoria en victoria.

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Capítulo XII

Uso y abuso de los poderes mentales y espirituales

El individuo corriente no sabe nada de las fuerzas mentales; aunque sufra los efectos de su inconsciente pensar equivocado, no corre el peligro de hacer un deliberado mal uso de sus poderes internos. Pero quien haya aprendido a emplear estas fuerzas internas debe tener cuidado de usarlas rectamente, pues de lo contrario puede encontrarse con que los poderes invisibles de la mente y del espíritu son mucho más poderosos y destructivos que la dinamita. Esto no quiere decir que pueda destruirse a sí mismo, pero sí se puede perjudicar no sólo en esta vida, sino en edades por venir y, además, retardar seriamente su evolución espiritual. Todo uso de la mente para coaccionar a otras personas e influir en ellas por medio de la sugestión, no para 95


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beneficio de dichas personas, sino por conveniencia del sugestionador, es altamente destructivo, no precisamente para aquéllos, sino para éste. En apariencia, es un camino fácil hacia el éxito y la prosperidad, pero en realidad conduce al fracaso y a la miseria. Abusar de los poderes mentales de esa manera es realmente una forma de magia negra, y el destino de todos los magos negros es terrible. Ni siquiera el uso de la mente para coaccionar a otras personas para su bien es deseable; nunca hace un bien real, aunque de momento parezca beneficioso; por tanto, este empleo del poder de la mente se ha de evitar. La llamada curación por varios procedimientos de sugestión no es permanente, pues en cuanto el sanador cesa de inyectar sugestión en el paciente, éste empieza a recaer en su estado primitivo. Mucho mejor resultado se obtiene enseñando al paciente a usar la autosugestión por sí mismo. Lo dicho pone de manifiesto que el empleo de la mente para influir en otros es decididamente perjudicial, si el móvil es egoísta y no tiene utilidad real aunque sea desinteresado. El hipnotismo es nocivo, no importa cómo se use, y actúa asimismo en detrimento del paciente. Debido a esto, algunos de nuestros más prudentes neurólogos han cesado de emplearlo. No tenemos derecho alguno a intentar influir en otros empleando nuestras fuerzas internas, ni aun cuando nuestro objeto sea beneficiarlos. Cada alma tiene el derecho de vivir su propia vida a su manera, y elegir para sí el bien o el mal. Tal es la finalidad de la vida, ya que cada alma evolucionante debe aprender la sabiduría por medio de las lecciones aprendidas a costa de sus propios errores. 96


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Uso y abuso de los poderes mentales y espirituales

Mucho peor es cuando se coacciona a otros, no con el fin de ayudarlos, sino para engañarlos o hacerles adquirir objetos que no necesitan, o firmar contratos que de otra manera no habrían suscrito. Quien hace mal uso de sus poderes mentales y espirituales literalmente destruye su propia vida. Actúa en contra de las leyes de la vida y del universo, y labra su propia ruina. Hay, sin embargo, una manera de abusar de las fuerzas mentales y espirituales mucho más sutil que la coacción, el dominio de otros por la mente y los varios medios de sugestión. Este método es igualmente destructivo, y quien persiste en emplearlo se prepara un porvenir doloroso. Con este método no intenta influir ni dominar a otros, sino que se coacciona a las fuerzas más sutiles de la naturaleza por medio de la voluntad humana. Las demandas mentales se hacen de la sustancia invisible de la cual, según se ha dicho, todas las cosas están hechas, y se fuerza a la riqueza a materializarse. Además, la enfermedad, según pretenden, se desvanece, y se obliga a las fuerzas invisibles a actuar de tal manera que nuestro sendero se convierta en un lecho de rosas sin espinas, de modo que la vida viene a carecer de toda disciplina y experiencia. Los que practican este sistema entran en el Silencio, visualizan exactamente lo que quieren y lo fuerzan a materializarse por la intensidad de su deseo o por el ejercicio de su voluntad. Es posible que algunos secuaces de este culto lleguen a obtener resultados aparentes, pero nunca hemos encontrado a ninguno. Si los consiguen, vivirán para lamentarlo, 97


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pues son meros practicantes de magia negra. Sus esfuerzos tienen el mismo carácter de brujería. Empleando tales métodos se contrae una muy pesada deuda de sufrimiento para el futuro y se obstaculiza seriamente al alma en su viaje evolutivo. Entrar en el Silencio es una excelente práctica; es entrar realmente en el silencio interno del alma, en el sagrado santuario donde mora el Espíritu Divino en su plenitud. Con el abuso de este poder interno tras fines egoístas y materiales, y para forzar nuestra voluntad humana sobre la vida, con el objeto de hacerla conforme a lo que nosotros pensamos que debería ser, se comete un crimen que solamente puede redundar en fracaso final y en desastre.

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Capítulo XIII

Vencimiento de las limitaciones y despertar de los poderes internos

Podemos sobreponernos a las limitaciones mediante la comprensión de la Verdad. Al afirmar esto, damos por descontado que no se escatimará esfuerzo alguno en el plano físico. Para gozar de buena salud es necesario el baño, el ejercicio y respirar aire puro; es igualmente necesario trabajar firme y dar lo mejor que podamos, en servicio, a cambio de lo que recibimos en la forma de retribución, si queremos alcanzar el éxito. Si empleamos a un jardinero, debemos pagarle; el dinero que le pagamos es parte de lo que hemos ganado con el esfuerzo de nuestro cerebro. Por consiguiente, hemos permutado nuestro trabajo cerebral por el trabajo manual del jardinero, ayudándonos mutuamente, ambos dando y recibiendo, y cada uno sirviendo a 99


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la vida según su habilidad. Dando todo esto por descontado, pasaremos al aspecto metafísico de nuestro tema. Diremos de paso que éste es mucho más importante, aunque el extremo, el trabajo práctico, es desde todo punto de vista indispensable. Con el fin de vencer las limitaciones, es preciso conocer la Verdad y vivir en la conciencia de ella. Por ejemplo, si nuestra limitación es la mala salud, a fin de superar el trance será necesario que vivamos en la conciencia de la inagotable e ilimitada naturaleza de la Sustancia, de la cual el Creador lo trae todo a la manifestación. Si nuestra limitación es la desarmonía y la infelicidad, debemos tratar de estar acordes con la armonía Divina de tal modo y en tal medida que ésta se refleje en la vida externa. No importa cuáles sean nuestras limitaciones, podemos hallar la liberación y la salvación acudiendo a nuestra Fuente Divina, dándonos cuenta de que en la Realidad Perfecta todas nuestras necesidades están cubiertas, y viviendo en la convicción de esta verdad. La mala salud es, aparte de las causas físicas, una señal externa de un trastorno o desarmonía internos, originados por equivocados pensamientos, emociones, creencias, y la actitud de la mente y del alma hacia la vida y hacia Dios. En otras palabras, se vive la vida en una conciencia errónea del mal y de la enfermedad. Primero, la vida interna se tiene que ajustar de tal manera que armonice con las leyes de nuestro propio ser y con el propósito Divino de la vida; debe haber un sometimiento interno al principio de Amor, tras lo cual los pensamientos se han de someter a un estricto control, a fin de que las emociones 100


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destructoras de la salud queden reducidas a la impotencia. Además, la conciencia toda ha de elevarse tan a menudo como sea posible a la comprensión de la Plenitud perfecta, que es la realidad. Si se persevera en este camino, la conciencia de salud y plenitud se establece como estado mental permanente, con el resultado de que la salud se llega a manifestar en la vida. La vida externa es siempre el reflejo o la manifestación de lo que somos por dentro, o de nuestro estado de conciencia. Por lo tanto, todo depende de la clase de conciencia en que vivimos. Quien viva en una atmósfera mental de Plenitud Divina, salud y armonía inconscientemente dirige todas las fuerzas internas de la naturaleza por los cauces de la salud. Por otra parte, quien viva en una atmósfera mental de mala salud, como ocurre tan a menudo con la gente enfermiza, inconscientemente dirige todas sus actividades subconscientes de tal manera que producen la enfermedad y el mal. Otro tanto ocurre en lo que se refiere a la falta de medios. Este estado también se puede superar, espiritualmente, con sólo vivir en una conciencia más elevada de abundancia y suficiencia. Esto afecta, inconscientemente, a todas nuestras acciones de tal modo que produce un mejoramiento en la situación. En cambio, quien se desenvuelva en una atmósfera mental de limitación y necesidad inconscientemente dirige todas sus acciones hacia una condición de penuria y medios restringidos. La misma regla se aplica cualesquiera que sean las limitaciones de la vida. La libertad sólo se alcanza por la comprensión de la verdad acerca de la vida y del ser. 101


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Cuando comprendemos la verdad, vivimos conscientes de ella y obedecemos a las leyes de la vida y del ser, la existencia se hace cada vez más libre. Esto no quiere decir que, si nuestras facciones no son bellas y nuestra figura es desgarbada, nos volvamos guapos y esbeltos; pero sí que estas llamadas desventajas no nos perjudicarán más tiempo, y que los demás verán en nosotros algo mucho mejor que la mera regularidad de facciones y la aparente belleza. Cuando el alma está viva y la vida henchida de amor, el rostro más vulgar se torna atrayente. Tampoco significa que no hemos de sufrir pérdidas sensibles y pesares, dificultades y adversidades, pero sí que cesaremos de intensificar estos males y de crearnos mayores contrariedades con actitudes de rebeldía ante la disciplina de la vida. Asimismo indica que podremos vencer todas las dificultades que se nos presenten y soportar sus pruebas; que conseguiremos salir victoriosos de la lucha, con lo cual fortaleceremos el carácter. Así, las tormentas de la vida, en lugar de destruirnos, sólo conseguirán fortalecernos. Luego nuestro destino no depende de las tormentas de la vida, sino de cómo les hacemos frente. Si nos encogemos de hombros ante ellas, o si, considerándolas malas, en lugar de una disciplina necesaria, nos rebelamos y las resistimos, naufragaremos en una playa desolada. Pero si estamos armados con el conocimiento de la verdad, seremos capaces de desplegar las velas de tal manera que obligaremos a las tormentas de la vida a que nos ayuden a llegar al cielo deseado. El primer paso en dirección al conocimiento de la verdad es el recto pensar. Todo pensamiento negativo ha 102


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de ser transmutado en su opuesto positivo. Por ejemplo, el de odio y antipatía, en amor y buena voluntad; el de temor, en esperanza confiada; el de pobreza, en abundancia; el de maldad, en bondad absoluta, y así sucesivamente. Se verá que esto no es fácil, pero es posible. Si perseveramos a través de los años, el poder de controlar los propios pensamientos aumenta constantemente. Un principiante no puede, naturalmente, esperar ser capaz de ejercer el mismo control que uno que ha estado cultivando perseverantemente el propio dominio durante largo tiempo, pero puede ir progresando y aprender día a día. El resultado de pensar de esta manera es sorprendente. El hecho de transmutar el pensamiento puede parecer de momento que es de la misma sencillez, y que no nos ha de llevar a ninguna parte; pero al cabo de un tiempo su magnitud casi nos llega a espantar. El cultivo y la práctica del recto pensar nos conduce gradualmente al conocimiento de la verdad. No a un conocimiento intelectual de la verdad, sino a la comprensión, por el alma, de la verdad. Éste es el conocimiento de la Verdad que libera al hombre. Entonces podemos mirar a través de todas las edades y saber que todo está bien. La pesada carga que nos ha oprimido tanto tiempo se desliza de nuestros hombros y nos sentimos libres.

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Capítulo XIV

Cómo despertar los poderes internos

El hombre ha heredado admirables e ilimitados poderes, pero hasta que se da cuenta y se identifica conscientemente con ellos, permanecen latentes e inmanifestados, como si en realidad no existieran, puesto que no son para él de utilidad alguna mientras no los despierte. Sin embargo, cuando el hombre se asoma a la gran verdad de que es un ser espiritual; cuando aprende que su insignificante yo y su personalidad finita no son su Yo real, sino sólo la máscara del Hombre verdadero; cuando se da cuenta de que su Yo real es el Ego Espiritual, la verdadera Chispa Divina, rama o vástago del Logos Eterno; cuando comprende que su cuerpo no es él, que su mente no es él, que ni aun su alma es él, sino que son vehículos por medio de los cuales él, el Yo real, busca expresión; que es el Espíritu inmortal, inmune, eterno, parte integrante del 105


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Espíritu Único, idéntico con Él, el hombre, decimos, entra en una nueva vida de casi ilimitado poder. Es imprudente emprender prácticas místicas con el intento de forzar el desarrollo y el desenvolvimiento. Los trances místicos son altamente peligrosos y, además, innecesarios. Las experiencias psíquicas y el despertar de los centros psíquicos son también peligrosos y nos desvían de nuestro camino. Los ejercicios respiratorios cuyo objeto sea despertar los poderes internos resultan altamente peligrosos y, en consecuencia, se han de condenar. El cultivo de una pasividad negativa, tal como inhibir todo pensamiento y ponerse en un estado completamente pasivo y abierto a cualquier influencia, es también muy peligroso y debe ser eliminado. En lugar de todos esos procedimientos imprudentes, basta dedicar algunos momentos cada noche, así como cada mañana, de ser posible, a ponernos en contacto con la Realidad. En tales momentos, uno ha de tratar de comprender que el cuerpo, la mente y el alma no son más que vehículos de expresión, meros servidores del verdadero Yo. Esto producirá con el tiempo una coincidencia de identidad con el Eterno Espíritu Uno. El que Jesús llamó nuestro Padre Celestial. Uno procede a hablarse a sí mismo diciendo estas o parecidas palabras: Mi cuerpo no es mi Yo, sino que es meramente algo que me permite vivir esta vida material y adquirir experiencia. Mi mente no es mi Yo, sino que es meramente un instrumento que uso y que obedece a mi voluntad. 106


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Cómo despertar los poderes internos

Mi alma no es mi Yo, sino que es meramente una vestidura de mi Espíritu. Mi voluntad no es mi Yo, sino que es algo de lo cual Yo, el verdadero Yo, dispone.

Y así sucesivamente. Por este medio se acerca gradualmente a la gran verdad que no puede ser expresada en palabras y que sólo puede llegar a ser suya mediante la realización consciente o la comprensión espiritual interna. Además, uno puede utilizar alguna afirmación positiva de la verdad, reverentemente, pero con plena confianza, tal como: «Soy una rama de la verdadera vid». Con el tiempo llegará a sentirse poseído de un tremendo e ilimitado poder y seguridad. Ésta es una gran responsabilidad, pues tal poder sólo ha de utilizarse en el servicio y no para fines egoístas. Si se emplea para la obtención de riquezas y de poder temporal, un gran desastre será el resultado inevitable. No obstante, si es utilizado acertadamente, no puede dejar de ejercer una grande aunque inconsciente y benéfica influencia en la vida, de lo cual uno no es responsable. Esforzándose día a día en servir y bendecir a los demás, el Servidor, precisamente porque no las busca, recibirá multitud de bendiciones de manera espontánea, de las cuales una de las principales es una gran felicidad. Hallado el Reino de los Cielos, sabrá por propia experiencia que todo bien necesario le será dado por añadidura. Este mismo poder puede también ser utilizado para fortalecer el carácter, para resolver los conflictos del alma

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y para construir el cuerpo espiritual que será nuestro vehículo de expresión en los reinos superiores.

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Índice Prefacio ............................................................................ I. Vida y Poder infinitos .................................................. II. Para vencer las dificultades de la vida ........................ III. ¿Predestinación o libre albedrío? .............................. IV. Causas y efectos ......................................................... V. Éxitos y fracasos .......................................................... VI. Salud y enfermedad .................................................. VII. El secreto de la abundancia ..................................... VIII. Poderes y limitaciones de la mente subconsciente IX. La mente espiritual o superconsciente ...................... X. La formación del carácter y los buenos hábitos ......... XI. La felicidad y el gozo ................................................. XII. Uso y abuso de los poderes mentales y espirituales XIII. Vencimiento de las limitaciones y despertar de los poderes internos .................................... XIV. Cómo despertar los poderes internos .....................

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El Poder Esta en Ti

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