Antonio Royo Marín
EL GRAN DESCONOCIDO El E l Espíri spíritu tu Sant Sa nto o y sus su s don do nes
SEXTA EDICION
. BIBL IOTE CA DK AL TO RE S CRISTIANO S
El P. Royo Marín no nece sita presentación entre los lectores dé la B i b l i o t e c a d e A u t o r e s C r i s t i IANOS. Sus diez volúmenes aparecidos en la colección Normal y los cuatro de la Minor, con repetidas ediciones, le s ítúan entre sus más fecundos y conocidos autores. En est este volumen — ya en su su sexta sexta edición— edición — presenta presenta una sínt síntesi esiss hermosí hermosí sima de la doctrina católica sobre el Espíritu Santo, tanto en lo relativo a su Persona divina como en lo referente a sus siete principales dones, que la tradi ción cristiana ha venido considerando a través de los siglos. Como en todas sus obras, la exposi ción del P. Royo Marín brilla por su extraordinaria claridad, precisión teoló gica y unción religiosa, que le han co locado entre los más apreciados escrito res de espiritualidad en España e Hispanoamérica.
El P. Royo Marín no nece sita presentación entre los lectores dé la B i b l i o t e c a d e A u t o r e s C r i s t i IANOS. Sus diez volúmenes aparecidos en la colección Normal y los cuatro de la Minor, con repetidas ediciones, le s ítúan entre sus más fecundos y conocidos autores. En est este volumen — ya en su su sexta sexta edición— edición — presenta presenta una sínt síntesi esiss hermosí hermosí sima de la doctrina católica sobre el Espíritu Santo, tanto en lo relativo a su Persona divina como en lo referente a sus siete principales dones, que la tradi ción cristiana ha venido considerando a través de los siglos. Como en todas sus obras, la exposi ción del P. Royo Marín brilla por su extraordinaria claridad, precisión teoló gica y unción religiosa, que le han co locado entre los más apreciados escrito res de espiritualidad en España e Hispanoamérica.
El E l gran ra n desconocido El Espíritu Santo y sus dones POR
ANTONIO ROYO MARIN SEXTA EDICION
BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS MADRID MADRID • MCMLXXXVII MCMLXXXVII
A
l a I n m a cu cu l a d a V i r g en en M a r ía , es-
posa f i d el ísi ma del del Es Espí pír i t u San t o y ej em pl a r acaba dísi mo d e per per f ecci ón y sa n t i d a d .
INDICE
GENERAL
Págs. In t r o d u c c i ó n
..........................................................................
3
C a p í t u l o s :
13 20 25 34 52 61 90 111 128 142 154 163
1.
El Espíritu Santo en la Trinidad ..................
2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13.
El Espíritu Santo en la Sagrada Escritura ... Nombres del Espíritu Santo .......................... El Espíritu Santo en Jesucristo .................. El Espíritu Santo en la Iglesia .................. El Espíritu Santo, en nosotros .................... Acción del Espíritu Santo en el alma .......... El don de temor de Dios ............................ El don de fortaleza ...................................... El don de piedad ......................................... El don de consejo ......................................... El don de ciencia ......................................... El don de entendimiento..............................
177
14.
EL .don de sabiduría ......................................
190
15.
La fidelidad al Espíritu Santo ......................
209 231
I n d i c e a n a l í t i c o ........................................................
I N T R O D U C C I O N
La primera vez que San Pablo llegó a Atenas, entre los innumerables ídolos de piedra que llena ban calles y plazas y que arrancaron al satírico Petronio su famosa frase de «ser más fácil encon trarse en esta ciudad con un dios que con un hom bre» ', le llamó poderosamente la atención un altar con la siguiente inscripción: «A l Dios desconoci do», lo que le dio pie y ocasión para su magnífico discurso en el Areópago: «Ese Dios, al que sin conocerle veneráis, es el que vengo a anunciaros» (Act 17,23). Más tarde, al llegar de nuevo el gran Apóstol a la ciudad de Efeso, halló algunos discípulos que habían aceptado ya la fe cristiana y les preguntó: «¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe?» Ellos le contestaron: «Ni^siquiera hemos oído si existe el Espíritu Santo» (Act 19,1-2). Aunque parezca increíble después de veinte siglos de cristianismo, si San Pablo volviera a formular la misma pregunta a una gran muchedumbre de cristianos, obtendría una respuesta muy parecida a la tan desconcertante que le dieron aquellos prime ros discípulos de Efeso. En todo caso, aunque les suene materialmente su nombre, es poquísimo lo que saben de El la inmensa mayoría de los cristia nos actuales. Creemos oportuno, ante todo, exponer los prin cipales motivos y las tristes consecuencias de este lamentable olvido de la persona adorable del Espí ritu Santo *. 1 Petronio, Satirkón 17. 2 Cf. Arrighini, II Dio ignoto (Turín 1937). Recogemos aquí las prin cipales ideas de la introducción.
4
a)
Introducción Falta de manifestaciones
El primer motivo de la general ignorancia en torno a la tercera persona de la Santísima Trinidad obedece, quizá, a sus propias manifestaciones muy poco sensibles y, por lo mismo, muy poco percepti bles para la inmensa mayoría de los hombres. Se conoce bastante bien al Padre, se le adora y se le ama. ¿Cómo podría ser de otra manera? Sus obras son palpables y están siempre presentes a nuestros ojos. La magnificencia de los cielos, las riquezas de la tierra, la inmensidad de los océanos, el ímpetu de los torrentes, el rugir del trueno, la armonía maravillosa que reina en todo el universo y otras mil cosas admirables repiten continuamente, con soberana elocuencia y al alcance de todos, la existencia, la sabiduría y el formidable poder de Dios Padre, Creador y Conservador de todo cuanto existe. Conocemos, adoramos y amamos inmensamente también al Hijo de Dios. Sus predicadores no son menos numerosos ni elocuentes que los de su Padre celestial. La historia tan conmovedora de su naci miento, vida, pasión y muerte; la cruz, los templos, las imágenes, el cotidiano sacrificio del altar, sus numerosas fiestas litúrgicas recuerdan a todos con tinuamente los diferentes misterios de su vida di vina y humana; la eucaristía, sobre todo, que per petúa su presencia real, aunque invisible, en esta tierra, hace converger hacia El el culto de toda la Iglesia católica. Pero con el Espíritu Santo ocurren muy diversa mente las cosas. Aunque es verdad que, como dice admirablemente San Basilio y como veremos am pliamente a través de estas páginas, «todo cuanto las criaturas del cielo, y de la tierra poseen en el
falta de doctrina
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orden de la naturaleza y en el de la gracia, proviene de El del modo más íntimo y espiritual» la san tificación que obra en nuestras almas y la vida sobrenatural que difunde por todas partes escapan en absoluto a la percepción de los sentidos. Nada más visible que la creación del Padre y nada más oculto que la acción del Espíritu Santo. Por otra parte, el Espíritu Santo no se ha encar nado como el Hijo, no ha vivido ni conversado visiblemente con los hombres. Sólo tres veces se ha manifestado bajo un signo sensible, pero siempre secundario y pasajero: en forma de paloma sobre Jesús al ser bautizado en el río Jordán, de nube resplandeciente en el monte Tabor y de lenguas de fuego en el cenáculo de Jerusalén. A esto se reducen todas sus teofanías evangélicas, y ninguna otra, al parecer, ha tenido lugar a todo lo largo de la historia de la Iglesia; por lo que sabiamente prohíbe la misma Iglesia representarlo bajo cual quier otro símbolo. Los artistas no disponen aquí de variedad de posibilidades representativas: sólo dos o tres símbolos, y éstos bien poco humanos y nada divinos, son los únicos que pueden ofrecer a la piedad de los fieles para conservar la memoria de su existencia y sus inmensos beneficios. b)
Falta de doctrina
Otro de los motivos del gran desconocimiento que del Espíritu Santo y de sus operaciones sufren los fieles, y aun el mismo clero, depende de la escasez de doctrina, debida, a su vez, a la escasez de buenas publicaciones antiguas y modernas en torno a la misma divina persona: *
Sa n B a s i l i o , De
Spiritu Sánelo c.29
n.55.
6
Introducción
«¡Cuántas veces—escribe conforme a esto monse&oi Gaume4—hemos oído lamentarse a nuestros venerables her manos en el sacerdocio de la penuria de obras en tomo al Espíritu Santo! Y, por desgracia, sus lamentaciones son demasiado fundadas. De hecho, ¿cuál es el tratado del Espíritu Santo que se haya escrito en muchos siglos?... E incluso las enseñanzas de la teología clásica sobre este asunto suelen reducirse a algunos capítulos del tratado de la Trinidad, del credo y de los sacramentos. Todos convienen en que estas nociones son del todo insuficientes. Y en cuanto a los catecismos diocesanos, que necesaria mente son todavía más restringidos que los manuales de teología elemental, casi todos se limitan a algunas defini ciones. No puede menos de convenirse, con vivo sentimien to, que incluso en las primeras naciones católicas la en señanza sobre el Espíritu Santo deja muchísimo que de sear. ¿Quién creería, por ejemplo, que entre tantos ser mones y panegíricos de Bossuet no se encuentra ni uno solo en tomo al Espíritu Santo, ni uno solo en Masillen y apenas uno en Bourdaloue? Es verdad que el medio de llenar esta laguna tan lamen table sería el recurso a los Padres de la Iglesia y a los grandes teólogos del Medioevo, pero ¿quién tiene tiem po y posibilidad de hacerlo? De aquí proviene una extrema dificultad para el sacerdote celoso, tanto pata instruirse a sí mismo como para enseñar a los otros.» Y de lo poco que en general saben los maes tros se puede deducir lo que sabrán los discípulos. Algunas breves y abstractas nociones, que dejan en la memoria palabras más que ideas, constituyen la instrucción de la primera infancia. Con ocasión del sacramento de la confirmación llegan a ser, es verdad, un poco más extensas y completas; peto, por una parte, la edad todavía demasiado tierna impide sacar el debido provecho y, por otra, se continúa en el terreno de las abstracciones. Bajo la palabra del catequista, el Espíritu Santo no toma cuerpo, no llega a ser persona, Dios mismo; y no 4 Monseñor Gaume, Tratado del Espíritu Santo.